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DOSSIER Lecciones de un moderno intenso_El río sin orillas Oscar Terán y la historiografía socialista de las ideas_ Omar Acha Pasajes y fronteras_María Pía López Tentativas sobre una obra de Oscar Terán_Javier Trímboli Oscar Terán, un pensamiento en huida_Matías Farías Oscar Terán

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  • DOSSIERLecciones de un moderno intenso_El ro sin orillas

    Oscar Tern y la historiografa socialista de las ideas_ Omar Acha

    Pasajes y fronteras_Mara Pa Lpez

    Tentativas sobre una obra de Oscar Tern_Javier Trmboli

    Oscar Tern, un pensamiento en huida_Matas Faras

    Oscar Tern

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    DOSSIER

    LECCIONES DE UN MODERNO INTENSOPOR El ro sin orillas

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    iniciales, 1810-1980, en la que S. Friera, con la ayuda de A. Gorelik y E. Jozami,recorre aspectos significativos de esta vida intelectual plasmada en diversasobras, investigaciones y horas de clase, nota que se completaba, adems, conuna sentida intervencin a cargo de Martn Bergel (Lecciones de un profesor),en la que se evocaba con justeza el carcter nico que tenan sus clases; por lti-mo, el homenaje que tuvo lugar recientemente en el Centro Cultural Rojas (UBA),en el que participaron E. Jozami, T. Halperin Donghi, O. Acha y A. Gorelik.

    Homenaje que se inscribe entonces en una serie de intervenciones queofrecen un reconocimiento merecido a un legado intelectual singular, la con-formacin de este Dossier finalmente cobr impulso tambin a partir de la ideade que dicho legado permita demorarse una vez ms en la historia argentinareciente. En efecto: cmo no interpretar en este sentido la imagen sumamen-te lograda con la que O. Acha, en Tern y la historiografa socialista de lasideas, menta la figura de Tern como aquel Diego Alcorta contemporneo quesostiene en penumbras la llama de una tradicin, la socialista, acechada por labarbarie? Cmo no inscribir sino en esta trama delicada esa discusin que M.Pa Lpez y J. Trmboli mantienen casi en secreto en torno al papel que elmiedo oficia a la hora de salir al rescate, en medio de las ruinas, de los tesorosde una cultura, la nuestra? Cmo, finalmente, no ubicar sino en estas pocohospitalarias coordenadas este pensamiento en huida que M. Farias preten-de rastrear para demostrar, justamente, que la estructura trgica que asumidicho pensamiento difcilmente pueda disociarse de la sustancia misma de his-toria argentina reciente?

    Porque nos ayudaron a pensar problemas cuya importancia es imposiblerelativizar, los miembros de esta revista agradecen enormemente los aportesproducidos por O. Acha, M. Pa Lpez y J. Trmboli para este Dossier. Y porquesin dudas vamos a extraar la compaa de aquellos docentes y hacedores fun-damentales de nuestra cultura que, como O. Tern, han dejado una huella quees preciso indagar para saber un poco ms de nosotros mismos, nos pareceapropiado aqu dejar testimonio del deseo que sostuvo en ltima instancia laconfeccin de este Dossier, deseo que los integrantes de El ro sin orillas com-partimos y sabemos bien que, no sin esfuerzo, se cumple: que en cualquierlugar de este pas, y en cualquier nivel educativo, las nuevas camadas de estu-diantes que pasen por ese valioso invento argentino que es la escuela pblica,tengan lo que nosotros tuvimos: un docente que ensee bien, muy bien, y quelos ayude armar su propia biblioteca; alguien a quien puedan admirar y conquien puedan tambin pelearse, aunque sea imaginariamente; alguien quesepa, en fin, transmitir una pasin, la pasin por nuestra propia historia, aun-

    Un viernes bien temprano a la maana, en noviembre del ao pasado, variosde nosotros, como producto de una accin conjunta obviamente no premeditada,abrimos la casilla de correo electrnico de la revista en un lapso de tiempo casisincrnico. Rpidamente nos encontramos con una novedad que nos dej atni-tos, apenas lemos el nombre del remitente del primer mensaje del da: eraTern, que nos peda un ejemplar y enviaba las felicitaciones correspondientespor el emprendimiento. No tardamos mucho, despus de esta gratsima sorpre-sa, en encontrarnos con l para darle el ejemplar solicitado y empezar a perfilarjuntos una entrevista para el segundo nmero, a la que accedi sin problemas.

    La historia de este Dossier est ligada con el carcter trunco de esa entre-vista, pero lo est an ms con aquellos motivos que hicieron que dicha maa-na fuera especial; y es que para muchos de nosotros Tern constituye una figu-ra central, por el hecho de que sus clases marcaron a fuego a aquellos inte-grantes de la revista que pasaron por las aulas de Pun, como as tambin porla creencia compartida de que en su obra se calibran algunas de las interpre-taciones ms sugerentes de la historia poltica y cultural argentina.

    Por eso este Dossier quiere dar cuenta de ese inters. Se inscribe as en laserie de acciones que en este ao se propusieron evocar la figura de O. Ternbajo la modalidad del homenaje, el recordatorio y las notas alusivas, entreellas: las notas que en el mes de marzo Sarlo y Altamirano publicaron a travsdel diario La Nacin y Pgina/12 respectivamente, y en las que destacan unrasgo distintivo de Tern: la combinacin en iguales dosis de solvencia intelec-tual y compromiso ciudadano; el homenaje realizado en mayo en el Seminariode Historia de las Ideas, los Intelectuales y la Cultura, rebautizado a partir deall con su nombre, como reconocimiento a quien haba sido uno de sus men-tores, adems de haber estado a cargo de su direccin; la nota ya ms recien-te aparecida a mediados de septiembre en Pgina/12, apenas publicado sunotable libro pstumo Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones

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    El objetivo de este ensayo es situar a Oscar Tern en el itinerario de la cul-tura argentina del siglo XX. La tesis fundamental asevera que su posicin, sinduda compleja, se encuadra en la historiografa socialista de las ideas, unalnea discontinua que brota con posterioridad a 1910 en los escritos de JosIngenieros y Alejandro Korn, refigura su cadencia despus de 1940 en la pro-duccin de Jos Luis Romero, y aquilata los desafos del ltimo cuarto del siglopasado en la obra de Tern. El atributo decisivo de la perspectiva historiogrfi-ca teraniana produce una cisura en esa tradicin, pues plantea la interconexinentre las ideas y las relaciones de poder. Sin embargo, este sesgo nietzschea-no nunca alcanza el extremo de yugular la esperanza en la iluminacin crticaque las ideas reflexivas pueden proveer.

    La fortuna de esta propuesta se decide en si logra elucidar las dimensio-nes capitales del pensamiento de Tern: la poltica, la filosofa y la historia. Aslas cosas, postular que el socialismo enhebra los tres campos mencionadosen la trayectoria de una biografa intelectual.

    I. Ideas y poltica

    El fallecimiento de Oscar Tern (1938-2008) produce un vaco en la prcti-ca de la historia de las ideas en la Argentina. No por el ejercicio de esa mismaactividad historiogrfica, que ya dispone de un campo de produccin, en partegracias a la tarea constructiva emprendida por un sector acadmico en el queTern fue una figura clave. Lo que parece perderse con l es un perfil intelec-tual, hondamente calado por las contrariedades de la vida poltica y por elcarcter contemporneo de la historia.

    Tern resisti la tentacin del alma bella que cree disponer de sus propiasreglas y deseos. Si bien no lament la destitucin simblica del intelectual que

    que a veces lo haya hecho desde una enunciacin distante, tal vez porque as loexija la pasin que hay que transmitir, tal vez porque se sea el nico modo deretenerla como pasin.

    Oscar Tern naci en Carlos Casares en el ao 1938 y falleci en marzo deeste ao. Durante los aos 60 y 70 milit en diversas organizaciones estudian-tiles y de base del marxismo revolucionario y dej su huella en valiosos artcu-los que fueron publicados por las revistas La Rosa Blindada, Siglomundo y Loslibros. En 1976 sigui el camino de muchos argentinos en el exilio y un ao des-pus se establece en Mxico; junto con Aric, Portantiero, Schmucler y Casullo(entre otros), conformaron una revista que anticip muchas de las discusionesvenideras: Controversia. Ya de regreso a la Argentina, se integra al comit edi-tor de la revista Punto de Vista y fue uno de los fundadores de Prismas, revistade historia intelectual editada por la UNQ.

    Entre los aos 80 y nuestros das se ubica su produccin intelectual msprofusa, entre la cual se destaca: Anbal Ponce: el marxismo sin nacin (1983),Discutir Maritegui (1985), En busca de la ideologa argentina (1986), JosIngenieros: pensar la nacin (1986), Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (2000), De utopas, catstrofes y esperanzas (2006), Para leer el Facundo(2007), y el ms reciente Historia de las ideas en la Argentina (2008). Pero talvez aquel libro insoslayable que es Nuestros aos sesentas (1991) sea el quemejor resuma la importancia de este itinerario; las ltimas lneas del texto, queconstituyen toda una invitacin para leer su obra, muestran adems todo elestilo de su escritura: y sin embargo, en el momento mismo de cerrar estetexto me sigue sorprendiendo que aquellos nuestros aos sesentas cuestio-nada su terica y vapuleadas sus utopas puedan seguir convocndome noslo para revelar la infinita distancia que cabe en la delgada lmina histrica deunos pocos aos. Tambin para indicarme que una parte de nuestro mejorlegado intelectual sigue an viviendo de las intervenciones tericas de aqueltiempo, y para recordarnos que sus puntos ciegos ante una serie de actitudesestrechamente ligadas con la tolerancia y la democracia no deberan ocultarque les debemos la promocin de algunos valores que deben seguir figurandoentre las aspiraciones de una sociedad digna de ser vivida: la fecundidad de lacrtica hacia el poder, la apuesta por un mundo ms justo, la solidaridad entrelos seres humanos. Y porque, en definitiva, quien en aquellos aos conoci laesperanza, ya no la olvida: la sigue buscando bajo todos los cielos, entre todoslos hombres, entre todas las mujeres...

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    OSCAR TERN Y LA HISTORIOGRAFA SOCIALISTA DE LAS IDEAS

    DOSSIER

    POR Omar Acha

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    prcticas intelectuales. De all que la asuncin de los conceptos foucaultianosgozara de una indudable fascinacin, pues las elaboraciones del filsofo fran-cs ofrecieron a Tern una nueva versin de la crtica radical, que a la vez quedetectaba los dispositivos de poder articulados con el saber, los situaba en undesarrollo estatal de larga duracin. En ese proceso, lo fue comprendiendo concreciente claridad, anidaba la caldera demonaca son sus trminos que con-sumira a una generacin.

    Foucault permita estudiar propiamente las funcionalidades del conoci-miento con las tramas del dominio, sin reducir aquellas a meras expresionesde un inters (de clase, por ejemplo) ms fundamental. As pertrechado, Ternemprendi el trabajo de interpretacin que inaugur su consagracin acadmi-ca. Produjo el todava imprescindible estudio sobre Jos Ingenieros (1979,1986). Luego avanz sobre las obras de Anbal Ponce (1983) y Jos CarlosMaritegui (1985), pero ya promediando los aos 80 inici un cierto viraje de laadhesin a Foucault. En todo caso, esa poca de entusiasmos socialdemcra-tas encontr a Tern junto a buena parte de la tropa intelectual que se habaexiliado en Mxico y a la que haba permanecido en el pas alrededor de larevista Punto de Vista (una discusin exhaustiva debera incluir a Tern en unatribulacin generacional, pues la trayectoria de sus virajes poltico-intelectua-les no fueron solamente suyos).

    Una vez instalado en la Argentina e ingresado en el mundo acadmico,Tern dise un proyecto de largo aliento: seguir las huellas de la ideologaargentina. Entenda por esto una matriz nocional perdurable, mltiple y cam-biante pero reconocible en su persistencia en el tiempo, de la grandeza argen-tina o de su destino de dominio. Sigui el camino de esta formacin culturalen diversos cuadrantes, siempre ligados a su inters por la historia intelectual.En 1986 aparece una coleccin de excelentes ensayos, algunos de los cualescondensan argumentaciones antes desarrolladas en escritos ms extensos,que titul En busca de la ideologa argentina. La modulacin de longue dure,naturalmente para la comedida escala temporal argentina, inspira la coleccinde fuentes precedidas por estudios introductorios que dirigi en la UniversidadNacional de Quilmes.

    En la breve Presentacin del volumen de 1986, Tern establece un fraseopoltico-intelectual que ya no lo abandonar. Defiende entonces con extraordi-naria concisin el inalienable derecho de los hombres a modificar sus creen-cias. No slo por el abandono del marxismo, que descuidara los recovecos delpoder, ni por el reconocimiento de un eclecticismo terico incitador de un an-lisis ms atento de la historia, sino por la persistencia de una voluntad de no

    habla desde la totalidad totalitaria, alert contra el conformismo de su des-plazamiento por lo que Hegel llam el animal espiritual, enfeudado en elgueto de la institucin.

    La condicin intelectual de Tern no se llevaba mal con su incorporacin almundo acadmico argentino. Por el contrario, en las imgenes de s mismo elrol de profesor fue ocupando un espacio cada vez ms prominente. Es seguroque no hubiera aceptado el denuesto del quehacer acadmico como una faenaburocrtica o irrelevante. Pero tanto en su faceta docente como en su trabajode investigacin y escritura, Tern jams abandon el inters por el compromi-so pblico de la palabra, que no es otra cosa que la inclinacin definitoria de lacondicin intelectual.

    Los textos que Tern nos ha legado estn grabados por la experiencia pol-tica de los aos 70 y sus reverberaciones en la etapa abierta en 1983. Ms exac-tamente, en su obra se pregunt una y otra vez sobre los extravos del activismorevolucionario, sea en las modulaciones tericas, en las ms ampliamente lla-madas ideas, o en la militancia organizada. Porque Tern haba participado delclima radicalizado de los aos 60 y 70, el hachazo brutal de la dictadura produjouna fractura liminar en su pensamiento por algo ms que la indudablementemortfera eficacia del terrorismo estatal. La gran pregunta que lo persigui hastael final fue la de cmo se construy el mundo simblico de una izquierda captu-rada por la violencia. En otros trminos, inquiri por qu la poltica de izquierdafue hegemonizada por un ideologismo que conduca a la derrota, pero sobre todo,por qu el eventual triunfo deparaba estragos sin cuento. Sin duda, su pensa-miento fue vigorosamente impactado por las revelaciones y sobre todo las cadasde los ideales que rodearon al archipilago Solyenitsin. Tern verti su proble-matizacin en diversos envases. La cuestin era siempre la misma: cul fue laresponsabilidad de una milicia movida por los ms desprendidos ideales que, sinembargo, particip en un clima blico que seg tantas vidas?

    Ante el derrumbe de la poltica y la teora marxistas que la prueba de lahistoria, segn Tern, haba dictaminado con los hechos setentistas, su bs-queda se abasteci pronto de conceptos distantes del lenguaje cultivado en unaFacultad de Filosofa y Letras atizada por la radicalizacin contempornea aese terremoto ideolgico que entra la Revolucin Cubana. Aproximadamentedesde 1980, su cuidado terico estuvo ligado al interminable, y a veces exaspe-rado, alejamiento del marxismo. Todava ensea sobre esos tiempos la polmi-ca sostenida con Jos Sazbn, otra reciente prdida de la cultura de izquierdas.

    El tema de la represin o aniquilamiento del otro (del diferente), lo condu-jo a una investigacin de las matrices represivas que caracterizaron a ciertas

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    mismo, eficaz. De las investigaciones movilizadas para esclarecer ese temasurge su ampliamente conocido estudio Nuestros aos sesentas (1991), dondeproduce un relato que lo sorprende por la tentacin de postular una historia deci-dida de antemano. Entretanto dedica trabajos al positivismo, a los escritos ps-tumos de Alberdi y a las transformaciones culturales del perodo 1880-1930.

    Los ltimos aos de su actividad historiogrfica son empleados en la pre-paracin de amplios frescos de la historia de las ideas en la Argentina, en losque ensaya sntesis que cree necesarias para reordenar el panorama enrique-cido luego de dos dcadas de estudios monogrficos. Sus textos principalesson el captulo con que contribuye al volumen Ideas en el siglo (2004), y la reco-pilacin de sus clases de pensamiento argentino (2008). En los ltimosmeses, cuando an no sabe de la enfermedad destructora, Tern proyecta unainvestigacin colectiva sobre el populismo. Todava late en su mente la pregun-ta por la peronizacin de la clase trabajadora, cuestin fundamental de la poli-tizacin de su inteligencia en la poca de estudiante.

    Recuerdo vivamente el relampagueo en sus ojos mientras propona inda-gar la cuestin del populismo. Quin sabe si no lo haca con la misma sed desaber que lo atenaz cuando, de joven, acariciaba las gavetas de la bibliotecade la Facultad de Filosofa y Letras, creyendo que en esas miles de pginas dor-mitaban los jeroglficos de la verdad.

    Quiero concluir este fresco inicial del pensamiento de Tern subrayandolas huellas de la filosofa y la vocacin intelectual (el tema de la historia ser elobjeto preferencial de la prxima seccin). Su formacin universitaria es filos-fica, pero su entusiasmo de saber y leer es historiogrfico. Como Foucault,encuentra en los materiales histricos una oportunidad para elaborar la resis-tencia de las prcticas ante la soberbia de las teoras, y un impulso para lareflexin. En sus ltimos lustros, se hace cada vez ms escptico hacia las doc-trinas compactas, pero su versacin filosfica mantiene viva la contencin antecualquier empirismo ingenuo. En el prefacio de su Vida intelectual destaca sumtodo de trabajo compuesto por un citado profuso, de manera que las pro-ducciones intelectuales se tornen legibles en su propia letra y no fuercen ladiferencia con nuestras prevenciones culturales. Sin embargo, atina a sealarque la historia intelectual no tiene ms remedio que producir mecanismos inter-pretativos para producir significados. Esta dimensin terica que habita el pen-samiento de Tern refracta una carga filosfica de su idea de la historiografa.

    En sus textos ltimos, Tern dedica una particular atencin al tema de lamemoria social y a la poltica del recuerdo. Como en un principio lo fue elimplacable peronismo de la clase obrera argentina, y ms tarde la Revolucin

    ceder en la crtica de una realidad que no debe ser tolerada. En efecto, el ale-jamiento de las utopas de los aos 60 y 70 nunca legitima para Tern la adap-tacin a lo existente. Su camino ya no puede ser, empero, el de una reiteracin,corregida, de las polticas revolucionarias adoptadas dos dcadas atrs. Quieresimplemente transitar ese difcil camino intermedio que se abre paso entre lavoluntad palingensica de los dspotas de la verdad y la tentacin autoritaria delos amos del poder. La aguda percepcin de la tragedia de la historia le impi-de conceder en su trabajo el primado del empirismo y de la mera erudicin.

    Como se vio, el momento foucaultiano dio relieve al tema de la lnea auto-ritaria en la ideologa argentina, sobre todo en el terreno que condensa el gen-ricamente denominado positivismo del cambio de siglos XIX-XX, y su clave,menos atenida a un cuerpo doctrinal de interpretacin, contina desplegandoefectos de lectura en su ltima obra histrica sostenida en documentacin ori-ginal: Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (2000). All es imposibledejar de notar su cuidado en calibrar las reverberaciones de la tendencia a des-tituir la dignidad del otro en Miguel Can, en Ramos Meja y en Ingenieros. Poreso, por una mayor apertura a la comprensin del otro, es que la imagen deErnesto Quesada es con todo ms benvola. Sobre l concluye diciendo que lossueos de la razn cientfica no necesariamente engendran monstruos. Esteexamen descansa, no obstante, en otra conviccin condicionada por los deso-ladores tiempos de la dcada de 1990. Porque, en efecto, los intelectuales del1900 como Quesada son transformadores de su realidad y apelan al estado,Tern est dispuesto a otorgarles un mayor crdito que el imaginable desde unpensamiento que ve en las atribuciones estatales una forma llana de la domi-nacin instrumental. Precisamente en este punto, Tern se permite abandonarlas adscripciones demasiado solemnes a un foucaultianismo dogmtico.

    No obstante, la lnea fundamental del inters intelectual de Tern es elexamen de los ingredientes ideolgicos ste trmino cada vez ms despojadode coloraciones marxistas que hicieron a la izquierda intelectual posterior a1955 una faceta del tobogn hacia la muerte que alcanz su clmax con la dic-tadura militar. Tern jams deja de subrayar el salto cualitativo del terrorismoestatal, y clausura cualquier camino hacia una lgica de dos demonios. Leinteresa una dimensin de los antecedentes de una violencia inmoderada, quepas a ser un rasgo adicional de la ideologa argentina. Recuerda as la indi-cacin de Julio V. Gonzlez, en El juicio del siglo, sobre el espritu de discordiaentre los argentinos. Su intencin no es descubrir una esencia cultural peren-ne e inmodificable. Por el contrario, se trata de describir las modulaciones yexacerbaciones hacia la hecatombe de una idea confusa pero, quiz por eso

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    un bloque compacto, pero s que resisti demostrando su vigor al alejamientodel materialismo histrico. En buena medida, su inclinacin hacia la historia delas ideas, estamp tempranamente el surco de su labor. Pasemos de una vez almeollo del asunto.

    El socialismo intelectual de Tern prosper en las siguientes facetas de suproduccin: la preocupacin por la larga duracin, la conexin de las ideas conla sociedad, la evaluacin del criticismo de las concepciones intelectuales, yfinalmente, la vocacin de divulgacin, sostenida en la esperanza de una con-tribucin del saber especializado al esclarecimiento pblico. Por motivos per-sonales y acadmicos, tales caractersticas hallaron cuerpo en su obra histo-riogrfica, aunque contamos tambin con escritos de corte terico y algunasproducciones ensaysticas. Dado el recorte propuesto, observaremos el ncleode aquella obra en su contexto.

    Cules son los rasgos que identifican a la historiografa socialista de lasideas en la Argentina? En primer lugar, la relevancia asignada a las ideas comotales, es decir, a su facultad para iluminar la realidad y orientar la accin en laconfusin de los combates con fuerzas contrarias, propiciadoras de la reaccin.En segundo lugar, un elitismo ms o menos mitigado, que deposita en los inte-lectuales una importante cuota de la promesa de cambio, en oposicin a lasmasas que no por democrticas son inexorablemente partidarias del porvenir.En tercer lugar, la crtica de los mitos. La dimensin simblica de la accinsociocultural no invalida la necesidad de penetrar en las tramas que posibilitandar cuenta de las funcionalidades y contrariedades de las representacionescargadas afectivamente. Antes que sustancias cuya eficacia se debe reconocer,los mitos son formaciones discursivas a desentraar. En cuarto lugar, una filo-sofa progresista de la historia que sostiene la promesa de un futuro venturo-so, libre y democrtico. Las contrariedades de la experiencia histrica nologran fracturar la esperanza de lo que el paso del tiempo tarde o tempranoproducir: una sociedad ilustrada, igualitaria y liberal. Este ideario desconfa delas variantes ms radicales y autoritarias de la izquierda, y se destaca clara-mente del populismo. Su relacin con el marxismo es ambigua, pero la distan-cia con el leninismo y sus variantes es mayor.

    La materia propiamente historiogrfica de la perspectiva socialista recono-ce la posicionalidad de los intelectuales en su tiempo. No se limita a destacarla forma de los conceptos o su nacimiento fuera de los contextos de emergen-cia. Esta es la razn de que apele a las nociones de espritu o poca, elu-diendo la historia individualista. Sin embargo, se abstiene de sociologizar alextremo la prctica intelectual y elude explicar la produccin de ideas en razo-

    Cubana, la crisis del socialismo y la desventura de la democracia liberal funda-da en 1983, en los alrededores del 2000 la obra intelectual de Tern es atrave-sada por la polmica cultural que suscita la interminable (y retardada, si es queno siniestra) eficacia del terrorismo estatal, la desaparicin de personas y, unavez ms, la sustitucin de la poltica por la guerra. A estos temas acompaansus textos preparados para la difusin general la defensa de la igualdad. En taldemanda late aun un socialismo no marxista, moderado, que propugna, si nolas respuestas dadas por el pensamiento socialista revolucionario en el sigloXX, s las denuncias contra la injusticia social y la opresin. Todos estos ele-mentos estn presentes en la recopilacin de sus escritos breves y entrevistasque prepar en 2006: De utopas, catstrofes y esperanzas.

    II. Oscar Tern, historiador socialista

    Mas la cuestin del socialismo ajusta el nudo crucial al que deseo llegar, asaber, el de su eficacia en el quehacer historiador. Pienso que Tern encuen-tra su posicin en la historia de la historiografa argentina dentro de la vertien-te histrica socialista, heredera crtica de obras como las de Jos Ingenieros,Alejandro Korn y Jos Luis Romero, todos ellos de uno u otro modo ligados alsocialismo. Aunque todos los nombrados, salvo Tern, fueron alguna vez afilia-dos del Partido Socialista, la referencia poltica aqu elaborada es ms bien cul-tural que organizativa.

    Por qu un plegamiento de la obra de Tern alrededor de la bandera socia-lista captura el ncleo de su praxis intelectual? Creo que deberamos apelar arazones mejores a las ms obvias, a saber, que Tern concibi su pensar prime-ro, durante los aos 60, en la horma del marxismo revolucionario, pronto en latendencia a la accin ligada a la difusin de la Revolucin Cubana, y mucho mstarde, transcurridas las aguas de la derrota, en un socialismo reformista que sehizo perceptible en su actuacin en el Club de Cultura Socialista y, de acuerdoa la ltima expresin que yo conozca, en su reveladora propuesta de ver la elec-cin de Hermes Binner para la gobernacin de Santa Fe como un domingo enla vida de la grisalla poltica nacional. No son estas evidencias las que bastanpara demostrar la coagulacin socialista de la imaginacin histrica en Tern,bsicamente porque su escritura pudo haber seguido una huella independientede estos posicionamientos quiz situacionales.

    Me parece que la clasificacin en el socialismo sera intelectualmente ope-rativa si lograse penetrar en las razones del periplo terico y narrativo esquema-tizado en la primera seccin. No asevero que el socialismo de Tern constituyera

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    caracterizado. Esa novedad cie en un hilo conductor sus trabajos sobreSarmiento, Alberdi, Can, Quesada, Ingenieros, Bunge, y tambin es lo queprima en su versin de la intelectualidad radicalizada de las dcadas de 1960 y1970. Aqu no dispongo de espacio para analizar la manera teraniana de leer:su rastreo de las vocaciones explcitas o auto-reprimidas en que las ideasexpresan tendencias de dominio, a veces con derivaciones horribles, pero sinresignar la breve luz que el pensar emancipatorio puede oponer a lo siniestroinscripto en su propio ser. En esta inclinacin, Tern se acerca al ltimoFoucault, revisionista de su primera imagen de la Aufklrung.

    Quizs tambin pueda ligarse con la perspectiva socialista la preocupacinde Tern por las sntesis historiogrficas y la divulgacin, aunque admito que ellazo es dbil. No puedo dejar de sealar la posibilidad de que su esfuerzo porofrecer amplios frescos de la trayectoria de las ideas (cuadros que explcita-mente quiso emular de sus antecesores: Ingenieros, Korn y Romero), matricialde sus ltimos escritos, estuviera motivado por el iluminismo reformista. Entales escritos, como el dedicado al Facundo de Sarmiento o la recopilacin desus clases universitarias sobre las ideas argentinas, palpitaba la bsquedasocialista de una palabra que contribuyera al debate pblico, que aportaramiradas crticas para una comprensin ms precisa, y posiblemente ms pro-gresista, de los dilemas de nuestra realidad difcil.

    Coda

    El recuerdo de Oscar Tern ser ms que una rememoracin de lo ido sialimenta lo naciente. Imagino a una nueva generacin intelectual azuzada porsu infatigable reclamo de rigurosidad y reflexin. Sin embargo, creo que loesencial estar situado en otro plano del deseo intelectual de Tern: en la fas-cinacin por la resistencia de las ideas emancipatorias ante la tirana de lospoderosos. Justamente l, quien se preocup como pocos por las dialcticasnegativas que podan adoptar las certidumbres atenidas a cuerpos doctrinalesmacizos e irrevisables, defendi la iluminacin que, a pesar de todo, las ideaspodan ofrecer en la noche oscura del absolutismo. El nombre preferido porTern para esa cualidad crtica de las ideas fue el de esperanza, vector de unfuturo abierto y no de una vida trgica e inexorable, que de joven haba credohallar en el cielo de la revolucin, y ms tarde rastre en la tierra de la reforma.

    El gran tema de la preocupacin intelectual de Tern fue el infausto deve-nir de la vocacin revolucionaria argentina. Sin embargo, no fue un tragicista.Creo que se deba una elaboracin del empleo de la nocin de tragedia. Incluso

    nes profundas, tales como la economa, las clases sociales o el estado, de lasque dichas ideas seran expresin.

    Como Ingenieros (1918 y 1920), Korn (1936, pstumo) y Romero (1946,1976), Tern tambin midi las actuaciones intelectuales segn la capacidadcrtica de los pensadores bajo examen. Es cierto que tom nota de la dimensinsimblica y poltica de las ideas, y tambin supo cuestionar la versin ingenuade la verdad. El resultado de esa evaluacin a veces explcita y a veces muda serevela en la seleccin de los autores y en la inocultable distancia que lo sepa-ra de las elaboraciones ms antidemocrticas, ciertamente, segn un concep-to de democracia prevenido por diques liberal-socialistas.

    Tern como historiador socialista de las ideas no repite simplemente lacadencia terica de una tradicin compacta. De hecho, tampoco Romero escri-bi como Ingenieros y Korn. Mientras stos trasvasaron en el idealismo postpo-sitivista las dicotomas sociales e histrico-filosficas de la Generacin de1837, sin romper completamente con sta, Romero redescribi las contrarie-dades nacionales a la luz de las urbes masificadas y el cuestionamiento delliderazgo de las lites. Para Romero la dialctica entre civilizacin urbana ybarbarie rural eran trminos insuficientes si no se desplazaba la crisis culturala la sociedad de masas. Por eso estableci una Argentina aluvial queSarmiento apenas atisb y que Korn e Ingenieros, a pesar de tenerla ante susojos, no percibieron como molde de sus preguntas en la historia de las ideas.

    Los intereses de conocimiento que Tern abrev en sus antecesores fueronnumerosos. Sobre todo, adopt dos temas del pensamiento de Alejandro Korn: lasinquietudes por la ideologa argentina y por la justicia social, cuestiones estrecha-mente asociadas por ste en su ensayo Nuevas bases (1925). Sin embargo, seraun error subrayar en demasa las continuidades. Y entonces qu de nuevo intro-dujo Tern? Dicho de otra manera: qu torsin histrico-conceptual justificasegmentar en Tern la historia de la historiografa socialista de las ideas?

    Va Foucault, Tern percibi lo que Romero jams problematiz con clari-dad: el poder como filigrana secreta de las ideas. Los intelectuales analizadospor Romero continuaban trabados en la lucha entre las tendencias de ideasemancipatorias y las regresivas. La visin histrico-filosfica de Tern abando-n gran parte del encantamiento del Progreso, aunque como socialista debaconservar un resto de esperanza. Pero lo que para Romero era una apuesta (lalucidez reformista de las lites ilustradas), un Tern que haba ledo bien aNietzsche la verti en una sospecha, a saber, la del doblez que habita en todaenunciacin. En suma, Tern aport a la historiografa socialista la interpene-tracin del poder y las ideas, disolviendo una cierta ingenuidad que la haba

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    Otros autores citados

    INGENIEROS, J., La evolucin de las ideas argentinas, Buenos Aires, Rosso,1918 y 1920. 2 vols.KORN, A., Alejandro, Influencias filosficas en la evolucin nacional, BuenosAires, Claridad, 1936 (1912, 1919, 1936); Nuevas bases (1925), en El pensa-miento argentino, Buenos Aires, Nova, 1961.ROMERO, JOS L., Las ideas polticas en la Argentina, Buenos Aires, Fondo deCultura Econmica, 1946; Latinoamrica: las ciudades y las ideas, Mxico, SigloVeintiuno, 1976.

    dudo que se ajustara del todo al activismo pesimista foucaultiano en el quealguna vez se reconoci.

    Por la esperanza depositada en la gua de las ideas crticas, haba fantasea-do, al calor de una palmaria identificacin, con escribir un relato novelado sobreDiego Alcorta, el profesor de filosofa de la Universidad de Buenos Aires en lostiempos de Juan Manuel de Rosas. De Alcorta, dedicado a la difusin de la teoraen una poca capturada por antagonismos irreconciliables, confesaba Tern, aquien imagino enseando en aulas desiertas la doctrina de los idologues enmedio de la degollatina. As lo veo todava hoy, advirtindonos a los jvenesescritores con deseos maximalistas los pliegues del poder que habitan en lanocin histrico-filosfica de revolucin. Quiz dispusiera de la experiencia, tanlejana de nuestras aspiraciones de cambiar todo en una sublevacin popular,para alertarnos contra ciertas complacencias imaginarias. Mas la disonanciajams quebrant una certeza: en l escriba y hablaba un intelectual socialista.

    Obras de Oscar Tern mencionadas

    -Jos Ingenieros, Antiimperialismo y nacin, Mxico, Siglo Veintiuno, 1979,introduccin y seleccin por OT.-Anbal Ponce: el marxismo sin nacin, Mxico, Pasado y Presente, 1983.-Discutir Maritegui, Mxico, Folios, 1985.-En busca de la ideologa argentina, Buenos Aires, Catlogos, 1986.-Jos Ingenieros: pensar la nacin, Buenos Aires, Alianza, 1986.-Positivismo y nacin en la Argentina, Buenos Aires, Puntosur, 1988.-Alberdi pstumo, Buenos Aires, Puntosur, 1989, introduccin y seleccin por OT.-Nuestros aos sesentas, Buenos Aires, Puntosur, 1991.-(Ed.), Escritos de Juan Bautista Alberdi: el redactor de la ley, Bernal,Universidad Nacional de Quilmes, 1996.-Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo, Buenos Aires, Fondo deCultura Econmica, 2000.-Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura el siglo XX latinoamericano, BuenosAires, Siglo Veintiuno, 2004, coordinado por OT.-De utopas, catstrofes y esperanzas, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2006.-Para leer el Facundo, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2007.-Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales (1810-1980),Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2008.

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  • Al retornar despus de varios aos a los textos delintelectual peruano con motivo del centenario de su naci-

    miento, no percib que me expona a verificar una vezms que la historia haba sido escasamente benvola con

    los hombres y mujeres de mi generacin y de mis ideas.Oscar Tern, Maritegui: el destino sudamericano de un moderno extremista

    Alguna vez, lo escuch a Oscar Tern reivindicar la distancia incrdula.Elogiar el pasaje de la pregunta por la verdad de una idea a la interrogacin porlos modos en que se formulaba. Pasar de la filosofa siempre exigida de esaotra responsabilidad, siempre presuntuosa de su capacidad de asumirla a lahistoria, con su prudente aseveracin de que nada es definitivo y que aquelloque los hombres viven como verdad no es otra cosa que la creencia que, tardeo temprano, ser abolida por otra. El historiador suele ser una suerte de agua-fiestas que llega ya para advertir que lo que se festeja como invencin recien-te estaba inscripto en las capas anteriores de la vida humana, ya para sealarque todo es pasajero. Es el recuerdo de la relatividad de aquello que el creyen-te, el hombre poltico o el filsofo tienden a atesorar como verdad.

    Tern quiso ser ese tipo de historiador, incluso cuando se abocaba a tratarlos momentos de las ms intensas creencias. Incluso cuando deba considerar,como ocurri en Nuestros aos sesentas, su propia biografa de creyente. Lohaca con la conciencia de la dificultad y por eso en ese ttulo refulge el pose-sivo. El aire con el que lo pensaba aunque no sus utensilios tericos eraweberiano: sus escritos estn salpicados de referencias al lugar desde el cualse enuncian, lugar biogrfico y poltico, como nico resguardo para aspirar auna suerte de objetividad.

    Llam a sostener una actitud laica, que permitiera tratar los temas de losque se participa, en distintos sentidos, como un etngrafo antes que como unhombre comprometido con los ncleos en disputa que portan las ideas. Hayalgo de improvisado en su modo de constituirse como historiador de las ideas.Y quizs en esa improvisacin que le impide moverse con plena comodidad enel oficio resida el mrito de su obra. Quiero decir: Tern subrayaba su descubri-miento de la historicidad de las creencias, los valores y las ideas, al mismotiempo que desperdigaba datos sobre la inscripcin temporal y territorial desus investigaciones, como si debiera ser pensador y a la vez historiador de supropio pensamiento, como si debiera ser historiador y a la vez cronista de suhistoriografa.

    Pareca no dejar de ser lo bastante creyente como para prescindir de laaclaracin persistente de esa creencia. No era un historiador despojado, capazde presentar la secuencia de las ideas en su correspondencia, antagonismo yfinitud. Ms bien se trataba de un hombre al que la conversin a un toleranterelativismo se le present como decisin historiogrfica. La suya es, as, obrade frontera. Con los sellos aduaneros incluidos.

    Alguna vez le pregunt a Oscar Tern por qu la recurrencia en escribirsobre Jos Carlos Maritegui. Y contest que le produca ternura, que se iden-tificaba con la dolida biografa del peruano, que vea en el origen plebeyo deaquel intelectual rastros de su propia experiencia vital. Sospecho que no hayotras razones en la definicin de una empresa de investigacin que esas con-mociones personales, impactos de afinidad, de simpata o de airada confronta-cin. O mejor dicho: hay otros motivos, que hacen a las zonas de financiamien-to o de incentivos institucionales, pero no son, en general, los que redundan eninterpretaciones potentes y singulares.

    Tern lleg a Maritegui por simpata y tambin por una peculiar travesabiogrfica: fue el exilio durante la dictadura su momento de descubrimiento deAmrica Latina, ausente en la tradicional comprensin de los intelectualesnacionales que preferan el do Argentina/Europa para pensar los flujos de cir-culacin de ideas y escrituras. Maritegui haba escrito que por los caminos deEuropa descubri Amrica y se haca eco del norteamericano Waldo Frank;su historiador seal que el exilio mexicano le hizo atender a esos sabereslatinoamericanos. Irnico dir: beneficios secundarios de las expatriaciones.

    Si el primer pasaje es el de la filosofa a la historia de la filosofa (o msgenricamente, de las ideas), el segundo que se consuma en paralelo es el delas razones de la poltica a los motivos biogrficos. Por eso la importancia delexilio en la formulacin de esa bsqueda: se sale de un territorio en el que la

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    DOSSIER

    PASAJES Y FRONTERASPOR Mara Pa Lpez

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    sino que el historiador rastrea huellas de una obra peculiar. Mucho se descu-bre en ese camino que Tern recorre sin condena pero tambin sin entusias-mo. O con un entusiasmo acallado, soterrado bajo las lenguas tericas.

    Escribi sobre Maritegui por lo menos en tres oportunidades. En 1985public un libro de fuerte originalidad: Discutir Maritegui. En l organizaba laobra del autor de El alma y el mito con la idea de una periodizacin que debailuminar los distintos momentos pero sin ocultar las hebras que hilaban unosa otros contra lo que el propio Maritegui haba credo al condenar sus escri-tos juveniles como olvidables. Exhibi all los modos en que ciertas ideas o tpi-cos se van transformando por el choque con otras ideas o por la modificacinde las circunstancias histricas. Al ao siguiente incluy en la compilacin Enbusca de la ideologa argentina una versin de un artculo escrito en 1980 sobrela cuestin de la nacin en el pensamiento mariateguiano para contrapuntearla ausencia de esa cuestin en el marxismo criollo. Y en 1995 hizo pblica enPunto de vista una nueva reflexin: Maritegui: el destino sudamericano deun moderno extremista. Ms tarde incluira al peruano entre los modernosintensos y no dejara de aludir a su obra en distintos escritos sobre historiaintelectual.

    En el libro y los artculos Tern reitera el vaivn entre la afirmacin de unarelacin personal con la lengua investigada y la apelacin a un lenguaje querepica en su formalizacin y enfatiza la distancia con su objeto: como si el modode tratar lo que aparece como entraable y admirable requiriera pinzas espe-cialmente diseadas para alejar al investigador de la lengua que investiga.Escribe: toda esta problematizacin debe desembocar en un registro precisodel conjunto de premisas antetericas que habran operado como reglas deposibilidad para la tematizacin o ceguera frente al objeto nacional (En buscade la ideologa argentina) o uno se pregunta por la extraa conjuncin de con-diciones pretericas y reglas categoriales (Discutir Maritegui).

    Por qu el uso de ese lenguaje para interpretar lo que considera unaespecie de hecho maldito del marxismo latinoamericano? La idea de hechomaldito de ineludible origen en la consideracin de Cooke sobre el peronis-mo alude a una fuerza de dislocacin que resulta inclasificable, por qu ima-ginarla aprehensible desde una lengua de tal rigidez? Se trata de una doblefascinacin: con la obra que se toma por objeto y a la vez con un lenguaje te-rico que vena de la mano del Foucault de La arqueologa del saber? O es elintento de conjurar la primera fascinacin con su conversin en objeto distan-te? El nfasis en la periodizacin y en el despliegue de este tipo de categoras,la atencin sobre reglas y objetos son los caminos de evitacin del ensayo,

    poltica es exigencia cotidiana e impregna todos los aspectos de la vida parahabitar una situacin en la que los dilemas de la subjetividad se colocan en pri-mer plano. Cuando Tern apela al laicismo se trata de una ascesis frente a lapoltica. Y antes que el lector apasionado condene tal ascesis hay que recordarhasta qu punto fue productiva, permitiendo hallazgos temticos, lecturasinnovadoras y respetuoso trato de textos que muchos otros descartaban porpeligrosos.

    La distancia procurada por el historiador frente a la condicin poltica deun vasto conjunto de textos polticos le permiti abonar un camino hacia unareflexin que permita considerar aquella condicin con criterios menos ini-cuos. Haciendo una suerte de justicia en la lectura del pasado que permitarevisar las condenas de los tribunales de la antigua poltica. Pero hacer esajusticia era un movimiento que no careca de politicidad. Obra de frontera, tam-bin en ese sentido.

    El relativismo del etngrafo se ligaba a la tolerancia del liberal democrti-co. Al ser sta una estacin reciente y no una napa constitutiva, no lo llev a losejercicios condenatorios habituales en gran parte del liberalismo frente a ideasque parecan riesgosas para ese mundo de tolerancias. Eso le permiti tratarciertos temas como el del sorelismo en Maritegui o los del pensamiento vita-lista en general sin los carteles de alarma que los sealaban como insumosfascistas. Pudo nombrar esos pensamientos sin rendir en los nombres ningntributo a las puniciones vigentes. Modernos intensos o modernismo revolu-cionario fueron los trminos con los que consider la sensibilidad vitalista yexperiencias culturales afines en distintos artculos.

    Al hacerlo abra el camino hacia un trato menos crispado respecto de larelacin entre filosofas de la vida y poltica. Mientras Luckacs, Hobsbawm,Sternhell o entre nosotros Sebreli haban visto en esas ideas el asalto a larazn que funcionara como presupuesto para las polticas reaccionarias; elhistoriador etngrafo las pensara como formas extremas de la modernidadexperimentadas desde pases perifricos, y tambin como condiciones parapensar la singularidad regional.

    En las pginas de Tern, Sorel no es agitado como el espantajo de una con-fusin peligrosa sino como la condicin que posibilita a Maritegui dislocar latemporalidad liberal y, al hacerlo, descubrir los rasgos distintivos de su situa-cin nacional. Es ms que eso: es lo que permite la traductibilidad del marxis-mo a la realidad peruana. Sita en el centro lo que otros lectores del escritorperuano haban condenado como desvo o confusin momentnea. No hay pre-gunta por la adecuacin a una verdad que se presume, a una doxa establecida,

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    En busca de la ideologa argentina es un libro clave. Publicado en 1986,este primer libro impreso en la Argentina de Oscar Tern rene nueve escritosproducidos entre 1980 y 1985, varios de los cuales ya haban conocido estadopblico en versiones previas. El efecto de conjunto que produjeron, y an hoyproducen, es sin dudas contundente, al punto de que en buena medida graciasa l alcanz legitimidad esa zona acaso incierta de la produccin historiogrfi-ca que se ha dado en llamar historia de las ideas. El carcter de En busca de laideologa argentina se conforma alrededor de un singular campo de fuerzasque hace posible la recepcin de las ideas que llegan del pasado hasta esemomento presente. Qu hacer ante ellas en esa coyuntura presuntamentesignada por el final de la dictadura y el reinicio de la democracia? Qu tratodispensarles? O, mejor, a cunto estar dispuesto en ese trato, ms an cuan-do a algunas de esas ideas ya se las haba frecuentado bajo el imperio de otraspasiones?

    En el trazado de un primer mapa es posible reconocer la presencia de tresvertientes que, aunque no sin contaminaciones evidentes, se plasman en estosescritos. As las obras de Jos Ingenieros, Alejandro Korn, Jos CarlosMaritegui y Anbal Ponce permiten pensar en un dilogo con al menos frag-mentos de una tradicin de pensamiento por supuesto me refiero a la socia-lista que, postergados sino ignorados durante los aos de intensidad polticarevolucionaria, no habran sido entonces engullidos por esa experiencia. Esbuscando una explicacin al hecho ostensible de que sta y no otra haya sidouna de las principales compaas con que contara Oscar Tern en los primerosaos ochenta; es en este camino que se vuelve tentador imaginar que aquelloque le interesa al convocarlas es hallar ncleos de sentido y valor que hayansobrevivido a la tragedia reciente y que de esta forma sirvan como anclaje paranuevos posicionamientos polticos y culturales. Probablemente algo de esto

    la presuncin de que es posible formular una escritura que lejos de adherirseal movimiento ya sea por la mmesis, la afinidad o la confrontacin de lasideas a las que refiere los site como superficie de diseccin. Este es el tercerpasaje de Tern: el del ensayo a la ciencia. Como los otros: inconcluso y frgil.

    Permanece, tambin en ese punto, en la frontera. Oscilando entre escribirpremisas antetericas y hecho maldito en las mismas pginas. En losmomentos en que la distancia triunfaba su escritura se presentaba con neutralausteridad. Lo he preferido cuando fracasaba, cuando no lograba disolver enreglas ni objetos la relacin con un conjunto de textos, autores, ideas; cuan-do sus pinzas se revelaban utensilios de adorno o engalanamientos para unmundo intelectual cada vez ms atravesado por las lgicas de la pertenencia ins-titucional y aceptador de las jergas que las academias disponen para recorrerlas.

    Su insistencia en la distancia, aunque productiva como he querido sea-larlo en estas pginas fue tambin un obstculo para desplegar un trato msvivo con los textos del pasado. Es posible que sus fantasmas fueran los de unMartnez Estrada y que se aproximara a ciertos escritos con el temblor del quelos percibe en su incesada respiracin, pero escriba como si ese temor pudie-ra controlarse al tratarlos como objetos de estudio. Si hubiera sido slo unhistoriador aplicado a los objetos pretritos nos interesara menos. Pero nohabra sido Oscar Tern con la singularidad que porta su obra si hubiera asu-mido su condicin de lector martinezestradiano, preocupado por la verdad deuna idea antes que por el contexto de su enunciacin.

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    TENTATIVAS SOBREUN LIBRO DE OSCAR TERN

    DOSSIER

    POR Javier Trmboli

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    puede presentarse como un fenmeno deplorable, presenta la gran oportuni-dad de mirar al pasado con ojos a los que no oscurece ninguna tradicin, de unmodo directo. Por supuesto, se trata de un problema maysculo el de Latradicin y la poca moderna, tal el ttulo del escrito de 1954- abordado a pro-psito de autores tambin maysculos. As y todo, tengo la impresin de que laposibilidad de esa mirada directa sobre el pasado, que logre detectar zonasambiguas eclipsadas hasta ese entonces por la autoridad de lo heredado, des-punta como pocas veces ocurre en estos escritos de Oscar Tern. La pacienciaque aqu se hace presente cmo llamar sino al esfuerzo invertido en recogerhebra por hebra, con evidente respeto, las ideas apenas sugerentes de AnbalPonce? puede presumirse que haya nacido de vislumbrar algo semejante aesa gran oportunidad que anunciaba Arendt, la de mirar de modo directo ypor lo tanto indito cada retcula del pasado. Efectivamente, nadie haba obser-vado de este modo la obra de Alejandro Korn, ni siquiera Jos Luis Romero queprefiri otro tono y ms an otro detenimiento. El perfil ntido de JosIngenieros que surge de este libro slo pudo existir por la prdida de eficaciade las tradiciones que hasta ese entonces lo haban narrado.

    Ahora bien, en la propuesta de Arendt no se tratara de derribar tradicio-nes -dado que stas ya se encuentran cadas-, sino precisamente de mirar sinel efecto prolongado de sus sombras. Es inevitable contrastar que la perspec-tiva de Tern, que en este punto coincide con la de una coyuntura y una gene-racin en su encrucijada, no est por entero subtendida por la seguridad de quelas tradiciones hayan devenido tan slo un campo de ruinas. Por empezar, y talcomo lo decamos, en el impulso que lo dirige hacia el positivismo es posiblever obrar a la voluntad de desactivar discursos y prcticas que difcilmente sepodan dar por enterrados. En cuanto a la relacin que lo liga a los textossocialistas, porque aun cuando los emplace como lejanos y extraos, estvivo en este acercamiento un afecto que no es slo ni principalmente el queproducen los escombros; afecto que lo lleva reconocerse en ellos, sino por suscontenidos, por la presencia de un ideal al que el autor se sigue encontrandoligado, o por el destino atrabiliario de esas obras arrastradas por rupturas.Respecto de los rasgos de la cultura de los cincuenta, no tanto porque losencuentre gozando siquiera de una salud maltrecha, sino porque es en estecaptulo donde emerge con mayor claridad, aunque no de manera permanen-te, el emplazamiento de la mirada del propio autor en alguna zona del libera-lismo. Por ltimo en este sentido: si Hannah Arendt, una autora tan poco pro-pensa al vitalismo como s lo son dos de los autores que Tern cita y utiliza,me refiero a Nietzsche y a Foucault se deja ganar por el entusiasmo cuando

    sea cierto sobre todo a propsito de la obra del autor peruano y de Korn y lalibertad tolerante, pero lo es slo de manera acotada. Tal como se deja veren 1986, la inquietud de Tern por la produccin y la trayectoria intelectual deJos Ingenieros no puede ser enmarcada como una tarea de rescate de valio-sas filigranas perdidas del pensamiento socialista. Es de otro signo el vnculoque a l lo une de manera perdurable.

    No ms ntido es el sentido de la exploracin que En busca de la ideologaargentina se vuelca sobre la empresa del positivismo, la segunda de estas ver-tientes de ideas aqu distinguibles. Porque si a riesgo de caer en una simplifica-cin que no tolera esta obra, se puede inferir de esta otra relacin la voluntad deencontrar los puntos de condensacin de una tradicin poltica e intelectualque imagin y construy una Argentina con fuertes exclusiones son varias lasmarcas del texto al respecto, esta sola constatacin parecera no necesitar deun ejercicio tan meticuloso y sostenido como el que se le dedica. Por ltimo, enel escrito ms extenso que compone este volumen, Rasgos de la cultura argen-tina en la dcada de 1950, se despliegan y chocan entre s enunciados prove-nientes, en lo fundamental, de la franja hasta ese momento reconocida en trmi-nos muy generales como de izquierda. Tal como Tern lo subraya en pginassupuestamente menores, que por causas atendibles no haban sido recorridascon detalle por la crtica, es alrededor del significado de la experiencia peronis-ta que estos enunciados se crispan y se vuelven irreconciliables. Se trata sobretodo, se sabe, de los textos que en esa coyuntura haban quedado atrs en supropia biografa intelectual textos que no le eran indiferentes y tampoco se lepodan presentar como inofensivos, y que revisita intrigado por la conjugacinantiliberal que se apoder de su pulso para colaborar en algn sentido a queocurrieran las desgracias entonces impensadas. Desplazamientos ideolgi-cos a primera vista similares a los producidos en Oscar Tern tuvieron lugar entantos otros intelectuales en esos primeros aos ochenta. Sin embargo en suobra en particular en esta de 1986- la vuelta de pgina slo alcanza un puntode resolucin volviendo presentes una vez ms a esas ideas que haban queda-do atrs, incluso hacindolo con obstinacin y pulcritud.

    La impresin entonces que nos gana ante un libro como ste es que su sin-gularidad y su espesor no estn dados por el ndice de temas que aborda, sinoante todo por la forma y el tono que en l se imponen. Hay una observacin deHannah Arendt pensadora que no figura entre las influencias que parecenorientar el movimiento sobre el pasado que ocurre en En busca de la ideologaargentina que quiz deje ver algo ms de las fuerzas que aqu se congregan.Seala que el campo de ruinas en que ha devenido la cultura, an cuando

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    nario le concierne. Y lo es sin dudas aunque nuevamente nos gane la impre-sin de que si nos contentamos con este diagnstico cierto pero tan generalpodra haber habido escrituras entre 1980 y 1986 que eludieran esa situa-cin? Si las hubo, eso las hace ms valiosas y justas?, tampoco estamos lle-gando a encontrar el temperamento que domina a este libro en su relacin conlas ideas pasadas.

    Dos breves anotaciones ms al respecto, para que no queden en el tintero.Primero, lamentablemente slo una sospecha: acaso las obras de MartnezEstrada, Scalabrini Ortiz, Arlt y Mallea habran sobrevivido indemnes al tono ya la forma propios de Tern que en particular se tornan visibles en este libro?No se trata otra vez de una cuestin de contenidos; tampoco ese espeso ima-ginario encontrara su mejor definicin slo ni principalmente por ellos. Elsegundo: agrega de Ipola en su artculo que la revisin de las ideas sostenidasen las dcadas previas, experiencia que para l mismo fue indolora, slo paraunos pocos fue desgarradora. Sin contar con elementos suficientes para afir-mar que Tern se encontr entre esos pocos asunto que en s mismo no ten-dra un significado seguro, me interesa marcar no obstante la huella quesobrevive en la Presentacin a la hora de nombrar el movimiento que en l seesta produciendo respecto del pasado y sus ideas, huella que se imprimirsobre los escritos que a continuacin leeremos. En la insistencia que lo lleva aaludir tanto al derecho irrenunciable de los hombres a modificar ideas y siste-mas de valores como, a travs de la expresin de Nietzsche que sirve de epgra-fe, a los nobles traicioneros; en esta insistencia que es tambin variacin tensahabita, sino un desgarro, un nimo muy distante al del creciente vigor en elcuestionamiento, desgarro que sin embargo lo que sigue del texto no precisavolver a actuar de forma explcita.

    Si me interesa volver sobre En busca de la ideologa argentina es porqueprobablemente no haya muchas producciones en las que se pueda palpar comoen sta el efecto de los glidos aos de la dictadura sobre las ideas y, ms an,la inmensa debilidad de los aos del gobierno de Alfonsn. Lo notable es queTern no rehye a esta marca que nada tiene de primaveral no hace manio-bras para eludir la clave de ese tiempo que fue algo ms que una coyuntura,pero al mismo tiempo se hace cargo del trabajo de reponer las ideas que hab-an sido heredadas. Trabajo que es inmenso en ese instante en que la palabrapatria, as nos lo dice, haba empezado a sonar terrible, y en el que las ideas aella ligadas estuvieron a punto de ser abandonadas sin ms. Porque, insisto, laoperacin que en buena medida gobierna a este libro no busca invitar a acuer-dos o desacuerdos con las ideas, sino a desgranarlas con cuidado tembloroso.

    anuncia la gran oportunidad que se estara abriendo una vez agotadas las tra-diciones, nada de este humor puede hallarse en En busca de la ideologaargentina. En una direccin opuesta, la sobriedad de lo obvio y lo trabajososon palabras introducidas por el autor en cierta medida definen el tono deeste libro.

    En el significativo nmero 57 de la revista Punto de Vista de agosto de 1997nmero que lleva prcticamente por ttulo Cuando la poltica era joven,Emilio de Ipola recorre las torsiones polticas e ideolgicas que lo implicaron,as como tambin es fcil inferir a Oscar Tern, en los primeros aos ochenta.Seala entonces que fueron aos en los que cuestionamos con creciente vigorel discurso heroico y eufrico de los sesenta y ms an su traduccin prcti-ca en los setenta. A rengln seguido, en un movimiento notable de su refle-xin, liga la inquietud que en el presente lo est asaltando sobre todo ante elvaciamiento de la poltica convertida en una prctica sinsentido, ya no con elconsabido auge del neoliberalismo, sino con la declinacin del imaginario quehabit desde siempre a nuestro sociedad, con sus rituales, su espeso simbolis-mo y sus intensas pasiones polticas. El cuestionamiento incluso cruento de laexperiencia de los aos revolucionarios no habra sido entonces es esto lo quese deja entrever de menor importancia para el debilitamiento flagrante de eseimaginario de antigua data que hubiera podido poner freno a las nuevas cats-trofes que se sucedieron una vez concluida la primavera democrtica. As lascosas, en cunto concierne a En busca de la ideologa argentina no slo esarevisin de ideas sino esa declinacin de mayor significado? En cunto ellaalcanza expresin aqu? Si nos atenemos al aliento que explcitamente lo sos-tiene contribuir al ajuste crtico de una sociedad que hoy debe arreglar cuen-tas con su vieja conciencia mitolgica, as como a los muy dbiles ncleos devalor poltico que reconoce, la respuesta a estas preguntas debera ser afirma-tiva. Subrayo un pasaje relevante al respecto. A propsito de Alejandro Korn, aldar cuenta del panorama filosfico desolador de los aos 30 en los que tam-bin se inscribe su produccin, se seala que el desencanto, la desorientaciny el derrumbe han sin embargo movilizado intensamente un pensamiento queno recorra las lneas conceptuales de la filosofa. Se refiriere a las interven-ciones de Martnez Estrada, Scalabrini Ortiz, Arlt y Mallea. Aun cuando era enesa otra zona de la reflexin donde se jugaba lo ms rico de un imaginariocosa que Tern saba de sobra su libro se impone seguir por estos otroscaminos, trabajosos, obvios. Es nuevamente afirmativa la respuesta que nosvemos obligados a encontrar a partir de la inquietud suscitada por el imprescin-dible artculo de Emilio de pola, en algo la declinacin de ese espeso imagi-

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    Qu pas es ste en que nos encontramos?Sfocles, Edipo en Colono

    No s lo que quiero, pero s de lo que huyo.2 La frase la encontramos enalguna de las tantas entrevistas que concedi O. Tern en los ltimos aos, y enun punto pareciera difcil ponerla en serie con su obra historiogrfica, sa queinsista en disecar imaginarios intelectuales, escrutar representaciones y perse-guir las derivas de las ideas argentinas. Sin embargo, a mi entender esa fraserecorre enteramente su obra, ms an, la preside. En efecto, en la serie de librosque profusamente escribi desde los aos ochenta hasta este ao (esa serie quebien puede ser leda as quiso que fuera el propio Tern como aportes para elconocimiento de una poca o como una contribucin a la historia de las menta-lidades), hay algo an ms importante y, ciertamente, peligroso: la construccinpaciente, trabajosa, y probablemente imposible de un pensamiento en huida.

    Se puede pensar en huida? Tal vez sera mejor preguntar si es posiblepensar la Argentina (a ello se dedic Tern todo este tiempo) de otra manera.En todo caso, entre la huida y lo que acecha, Tern construy una obra entera-mente habitada por diversas voces, que replican el movimiento de la frase: seescapan, se acechan, se desfiguran. Son las voces del exiliado, el cientfico y eltrgico, en su versin moderna.

    El exilado y el cientfico. Quirase o no, estos trabajos dice Tern en el yafamoso prlogo de En busca de la ideologa argentina son igualmente parte deuna historia que, por colectiva, puede escribirse sin apelar a los narcisismosilegtimos. En la ltima dcada, en el seno de una dialctica de la intolerancia,muerte y violencia, cuyas causas efectivas son mucho ms complejas de deter-minar de lo que cierto maniquesmo supone, el gesto de la exclusin fue poten-

    Las restablece, quiz como nunca antes haban lucido, pero mucho ms paraque las contemplemos que para inducirnos a la amistad o enemistad con ellas.Vigencia sin significado es la figura que segn Giorgio Agamben da cuenta denuestra relacin contempornea con la Ley en tanto que tradicin. Los momen-tos ms notables de este libro, que son mayora, se entregan a representar estaposicin, que tanto habla de las posibilidades ms promisorias de una culturacomo de sus lmites atormentadores.

    Por ltimo, conversbamos con Mara Pa Lpez sobre la relacin por lomenos trunca que existi entre Tern y la obra de Martnez Estrada. Noto sinembargo que su produccin existe sobre la base de una distancia respecto delas ideas que llegan del pasado que dificulta toda amistad, no slo con el autorde Radiografa de la pampa. Distancia que no convendra emparentar con esepathos que admiraba Nietzsche, tampoco, claro est, con la indiferencia aca-dmica, sino, siguiendo con la sugerencia de Agamben, con la del campesinode Ante la ley de Kafka, distancia que es tambin espera. As y todo, mientrasque Martnez Estrada llamaba a leer con miedo los materiales de nuestra cul-tura, casi como la nica lectura genuina posible, el miedo es otra de las mar-cas que se hacen presentes en este libro y lo hacen an ms notable. La inco-modidad que se percibe en las pginas de En busca de la ideologa argentinanace de la percepcin inquietante de que entre las ideas que llegan del pasadoya no podremos hallarnos en nuestra propia casa, han dejado de ser refugiopara erigirse como otra cosa. Sin embargo, una vez ms, Tern no puede sinopermanecer atento a ellas, a la espera.

    La ltima oracin del libro contiene una glosa sin velos del Angelus Novusde Klee y de Benjamin, que aunque ya clebre, me permito agregar, quizmuchos descubrimos en esta pgina. La referencia es notable sobre todo porla torsin que Tern le introduce. Entrando a la dcada de los sesenta y alen-tados por las ideas que haban hecho suyas, los actores de esta historia des-plegaron sus alas agitadas por un viento que, unos y otros en posiciones distin-tas sino irreconciliables, creyeron que era el de la Historia y que les pertene-ca. No hay aqu melancola en el ngel, ni paisaje de ruinas. Slo la constata-cin, que slo puede surgir del sobreviviente, de que el viento los estrellara unda. Oscar Tern es sencillamente en En busca de la ideologa argentina quienrepone con trabajosa minuciosidad ideas que hicieron estrellar a los hombres.Y mira con respeto infinito.

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    OSCAR TERN,UN PENSAMIENTO EN HUIDA

    DOSSIER

    POR Matas Faras

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    Entonces: estamos frente a un exiliado o frente a la representacin de unexiliado? Estamos, nuevamente, frente a una tensin, pero que se desplaza: elyo exiliado aparece absorbido por el yo que objetiva del cientfico. Es el movi-miento que permite la apertura a la historia de las ideas, porque slo el yo-cientfico, que en principio es cualquier yo, es el que, sobre el abismo ahoraentrevisto entre el sujeto y el objeto, y en el que emerge el universo simblicode las representaciones, puede formular las preguntas metodolgicas clavesque Tern siempre lanzaba, resumidas en la ms investida de sospecha:quin habla?.5

    Ahora bien: quin pregunta quin habla? Si lo hace el cientfico, es porqueha traspasado un umbral, un lmite: el de las condiciones de posibilidad de enun-ciacin del sujeto-objetivado, esto es, del sujeto-objeto a quien interroga. El exi-lio es una figura romntica: si lo dice el cientfico, entonces ha emergido una vozque traspasando los lmites de su objeto puede indagarlo, constituirlo como tal eincluso demostrarle que por su boca habla el imaginario romntico.

    Hasta aqu hemos dicho que el cientfico trabaja habiendo traspasado loslmites de enunciacin de su objeto. Todos los lmites ha traspasado estanueva voz? No todos y hay algo que esta nueva voz no indaga, esto es, que nonegocia: la democracia entendida como el reconocimiento de las otredades,tal como dice el propio Tern en el mismo prlogo de En busca de la ideologaargentina. Sabemos, de todos modos, que lo que no es susceptible de dudalleva el nombre de mito, pero ello no es inconveniente para que trabaje el ide-ario del cientfico (y no slo por la obvia razn de que el mito se encarga siem-pre de explicar lo que la ciencia no alcanza a explicar): el mito es en este casolo que impulsa a establecer un lmite entre el exiliado y el que habla del exilia-do, entre el sujeto y el objeto, entre la historia y la poltica, en fin, entre el pasa-do y el presente. El mito sera aqu lo que empuja.

    Pensemos bien, de todos modos, este asunto. Si el mito democrtico per-mitiera, pues, que el cientfico haga su trabajo, si el mito democrtico es lo queimpulsara a aferrarse al nuevo presente, entonces el hiato, la escisin propiadel exiliado, no perdera dramatismo pero tampoco sera lo otro del cientfi-co, sino un momento insospechadamente enriquecedor de esta ltima mirada.O dicho de otro modo: los tiempos de la dialctica se han fugado? S, pero hayun Tern que nos dice que es l quien fuga de esos tiempos. Es posible estafuga? S, en la medida en que la experiencia misma de la escisin pueda serracionalizada como un descentramiento productivo: desde Mxico se puedecomprender la Argentina. De esta manera, reitero, el hiato propio del exiliadose transfigurara en la distancia entre otros dos sujetos vinculados por una

    ciado hasta el paroxismo por la paranoia de un Estado militarizado que vio entodo lo Diferente el fantasma tras el cual se ocultaban las potencias mismas dela disgregacin. Entonces renaci para una porcin considerable de la intelec-tualidad argentina la figura romntica del exilio.3

    La frase brinda la traduccin ms obvia de la expresin no s lo que quiero,pero s de lo que huyo: se huye de la cacera militar, del Poder con maysculas,del Estado militarizado-clandestinizado, y de todo esto que bien conocemos. Enese escape, se descubre lo Diferente, tambin con maysculas, signifique loque ello signifique. En este sentido, su obra podra ser leda como una denun-cia contra los mecanismos del poder para que, una vez reunidas esas eviden-cias, poder sostener as el no trivial sentimiento de la esperanza. Sin embargo,si el lector de Tern tiene permiso para sospechar de estas pistas apolneasque no obstante a veces nos invitaba a transitar, es porque nunca queda claroen qu sentido las memorias que sus escritos efectivamente liberan conducena la liberacin misma del sujeto.

    De aqu que el prlogo de En busca de la ideologa argentina resulte unpoco ms inquietante: en l se condensan algunas de las tensiones que atra-viesan la obra de Tern, y que tornan ms compleja la traduccin de la frase deMontaigne. Comenzando, sin dudas, por la marca autobiogrfica, sa que estinscripta en toda su obra4 pero que al mismo tiempo parece que se diluye ah,absorbida por el furor de los tiempos, la majestad de la cultura (eso que novemos, como sola decir), o la inclemencia de la historia. De algn modo elloest anticipado en el momento en que Tern dice entonces renaci para unaporcin considerable de la intelectualidad argentina la figura romntica del exi-lio. En un punto, toda la obra de Tern se condensa en este movimiento (y enlos avatares de este movimiento). Quiero decir: en el movimiento que le permi-te decir al exiliado que el exilio es una figura romntica.

    Qu implica este movimiento? Lgicamente, que el yo escindido del exi-liado, se que se sostiene en la imposible coincidencia entre el sujeto y el obje-to, la historia y la poltica, el cuerpo y la patria, ya no puede pensarse a s mismocomo una figura conceptual e histricamente contingente al interior de unaunidad mayor y ms rica que lo contiene, se trate sta de la Historia, laRevolucin o la Nacin misma: para el exiliado los tiempos de la dialctica sehan ido por completo. Ahora bien, si el horizonte de reflexin ya no permitepensar la conciliacin con el objeto, la poltica y la patria misma: se puedeseguir pensando? Y si se puede: qu significa pensar? La respuesta es tenta-dora para cualquier lector de Tern: la idea de objeto, la idea de poltica y laidea de nacin. En fin, las representaciones: el exilio es una figura romntica.

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    espanto de lo que ha sido, de lo que ha ocurrido y de una historia en que cier-tamente se han excedido demasiados lmites. En este punto, pensar en huidapara Tern es pensar ese espanto, pensar aquello que lo hace huir, en fin, pen-sar su propia historia, nuestra historia. Por eso pensar en huida es imposible (noes posible huir de s mismo) y al mismo tiempo es lo nico que puede pensar elexiliado.8 No puede ser casual que el historiador que escribi toda su obra a par-tir de la post sartreana estrategia (por llamarla de algn modo) consistente endestronar al yo del cetro de lo real, sea al mismo tiempo el intelectual msautobiogrfico; tampoco lo es que aquel escritor que ms nfasis puso en el an-lisis de las representaciones, sea asimismo el ms autoreflexivo.

    El destiempo: Villa Olvido Quin escribe, entonces, cuando escribeOscar Tern? Escribe el cientfico que incorpora y supera al exiliado, o escri-be el exiliado por boca del cientfico?

    En el punto sin dudas ms alto de Para leer el Facundo, Tern se detieneen el anlisis de una escena que, con bastardillas obviamente, define como tri-vial. Es la batalla de Chacn. Conocemos la escena, aunque nadie se haya dete-nido en ella. En un punto de cruces que remite al universo trgico, y habiendosido ya derrotado en La Tablada, Facundo Quiroga elige el camino ms desfa-vorable: marchar hacia Mendoza donde se agrupan los coraceros de la civiliza-cin, comandados por el general Videla Castillo. Tiene todas las de perder, y sinembargo, triunfa. Por qu? Porque Facundo acta con imprevisin y nadieespera tamaa irracionalidad; porque los generales unitarios imitan a Europa,pero no traducen; y porque, en definitiva, son tan brbaros o ms brbaros queel propio Facundo y por eso, en lugar de presentar batalla con la infantera, lohacen con la caballera: quieren luchar cuerpo a cuerpo y all cabalmente vanal muere. Resultado? Triunfan, una vez ms, los brbaros. Tern concluye: ElFacundo deja planteado de este modo otro tema que seguir generando ecos alo largo de toda nuestra tradicin cultural: Argentina contiene una civilizacinde superficie que esconde una barbarie profunda.9 Una barbarie profunda.

    Con un poco menos de dramatismo, tambin leemos que Alejandro Korn,haciendo suya la sentencia orteguiana que declaraba caduca a la ciencia posi-tiva, suea con investir a la filosofa de una misin especial: ser la portadora deun ideal que conjugue la libertad creativa con la justicia social y la justicia socialcon la tolerancia. Es en vano; poco tiempo despus el peronismo har suyovarios de estos tpicos espiritualistas, pero para confinar a los herederos delreformismo universitario los hijos de Korn a un espacio poltico mucho msmodesto del que seguramente aspiraban: la universidad en las sombras.

    relacin de conocimiento: el que actu y el que piensa por qu se actu comose actu; entre el que crey en ciertas creencias y el que sabe el destino funes-to en que derivaron esas representaciones; en fin, entre el poltico que juntocon toda una generacin decidi matar para alcanzar el bien mayor y el cient-fico que se interroga por las razones que hicieron posible esa decisin abismal.6

    Esta nueva distancia no sera necesariamente gozosa, porque estamos, claroest, en presencia de un pasado traumtico. Sin embargo, an as cabra sos-tener el no trivial sentimiento de la esperanza: la frase no s lo que quiero,pero s de lo que huyo, ms que la enunciacin de una fuga, significara ganarespacios de libertad ms satisfactorios para la nueva democracia y en estesentido, el trabajo de la historia para la vida consistira en asumir la misinteraputica-iluminista de dar cuenta del carcter histrico y por lo tanto,removible de aquello que sobrevive como trauma, para de ese modo domearlo que amenaza con repetirse eternamente.

    Sin embargo: qu ocurre si, por el contrario, el mito democrtico, ese queempuja al cientfico iluminista, pronto se carcome y el sujeto objetivado, quems que Oscar Tern ya podemos llamar Argentina, no es tan sencillamentedomable? En ese caso, ya no podramos decir que el exiliado es un momentoque el cientfico integra y supera, sino ms bien lo inverso: el cientfico es unaestacin en esta fuga interminable del exiliado. Si esto es as, estaramoscabalmente acompaando a un pensamiento en huida, sitiado por un pasadoque acecha y un presente que no ofrece la ddiva del mito, en un escenariodonde las fronteras entre el pasado y el presente se desdibujan y ya no sabe-mos si habla el cientfico o habla el exiliado.

    En este contexto, no s lo que quiero pero s de lo que huyo adquiere unsignificado muy distinto, y aquella distancia que estableca el historiador con suobjeto reclama otras matrices de pensamiento, capaces de pensar de otromodo el vnculo entre lo que limita y lo que excede. Por qu? Porque en estainstancia el propio pensar en huida ha adquirido la estructura misma de la tra-gedia, en la medida en que la huida remite persistentemente a aquello que laprovoca. Por eso la tragedia del yo que afirma que el exilio es una figura romn-tica consiste en que cuanto ms quiere objetivarse y, en tanto tal, perdersecomo yo, ms tiene que retornar sobre s; cuanto ms se coloca en las infini-tas representaciones, ms obligado est a preguntarse quin es el que repre-senta; en fin, cuanto ms busca colocarse en otro, ms se vuelve sobre s. Porqu? Porque precisamente no puede colocarse en otro: si el presente demo-crtico no transfigura al exiliado, si el presente no tiene la suficiente fuerzapoltica para rebautizarlo7, entonces su nica ligazn con su tiempo es el

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    cual se forjaron algunas de las ideas de nacin que tuvieron no poco impactodurante el siglo XX.11 Sin embargo, abruptamente las figuras analizadas en eltexto (Can, Ramos Meja, Bunge, Quesada e Ingenieros) se tornan anacrnicasy Tern, luego de citarlas y de extraer de sus frases sentidos ampliados quefacilitan que nuestra atencin se detenga en ellas por un tiempo que largamen-te excede el que (con la excepcin de Ramos Meja) sin duda mereceran, lasliquida as en las tres ltimas pginas finales del libro: J. M. Ramos Mejamora en el ao lmite de 1914, cuando la guerra incendiaba Europa y aqu elgeneral Roca adverta contra las consecuencias caotizantes del sufragio uni-versal. Bunge, cuando ni sus ms allegados lo prevean, el 10 de Mayo de 1918se confes y recibi la comunin de manos de monseor Terrero, quien se lahaba dado por primera vez all en su lejana infancia. Muri el 22 de Mayo de1918, a los 43 aos de edad. Quesada sufrira, a partir de su posicin pro germ-nica en la Primera Guerra, una marginalidad que ya no lo abandonara hasta sumuerte en 1934. Don los 80.000 volmenes de su biblioteca al Estado alemn yse recluy en el autoexilio en una residencia suiza a la que puso por nombre VillaOlvido. Y el que tal vez se salva de la pronta muerte intelectual, nos referimosa Jos Ingenieros, no logra esquivar empero la inesperada muerte fsica: enesa va activa, lo sorprender en 1925 la muerte joven que haba proclamadodesear para no estar expuesto a las claudicaciones de la vejez.12

    Irona? Tragedia? O dimensin irnica de la tragedia? Ms bien exilios:Tern escribe los mejores captulos de la historias de las ideas argentinas, losmejores que se han escrito en este ltimo tiempo aqu, con esta clase de mate-riales. Y de tensiones; el libro donde asume de manera ms eminente la voz dela ciencia, en el libro ms grillado, ms, si se quiere, contextualista (y por ende,aquel donde las fronteras entre el pasado y el presente aparecen de manerams ntidas), es el mismo que le devuelve una respuesta insospechada al quepretende indagar los tiempos idos salvaguardando la distancia crtica: en po-cas de aburrimiento dramtico13, esos otros que llamamos pasado puedenresultar nuestros mejores contemporneos. De aqu que Tern busque a losmodernos intensos que brillan por su ausencia en los tiempos descafeinadosde la posmodernidad14; de aqu tambin que encuentre, en esas figuras mortuo-rias que para el autor de Bs. As- fin-de-siglo fueron los fundadores del imagi-nario nacional moderno, los contornos de unos personajes que compartenintensamente, an ms que la adscripcin a la cultura cientificista, el hechode pasar rpidamente a vivir a destiempo.

    Quin escribe, entonces, cuando escribe Oscar Tern? Escribe el cientfi-co que incorpora y supera al exiliado, o escribe el exiliado por boca del cientfico?

    Irona, tragedia o dimensin irnica de la tragedia? Por lo pronto, la nuevaconstatacin de que los iluministas llevan todas las de perder en las pampas(en una de las ltimas entrevistas, Tern confesaba que estuvo tentado deescribir una novela que tuviera como personaje a Diego Alcorta; la trama eraobvia: el profesor ilustrado dicta clases en medio de la barbarie. No se anim aescribirla porque no confiaba, nos dice, en sus dotes literarias. La novela, detodos modos, habra sido redundante: toda su obra historiogrfica puedeentenderse como captulos en entrega de esta historia).

    Sigamos. Anbal Ponce, con las herramientas culturales ms prestigiosasde Occidente10, no est capacitado para pensar lo que Tern sugiere que debapensar: la nacin. Y cuando logra pensarla, est en el exilio y muere pronto.Irona, tragedia o dimensin irnica de la tragedia? Por lo pronto, un proble-ma severo para el marxismo argentino a la luz de lo que va a venir despus;pero al mismo tiempo tal vez un homenaje a la generacin que quiso, ella s,cruzar marxismo y nacin. Un homenaje que va a estar acompaado, cierta-mente, por el exorcismo.

    El espejo invertido de Anbal Ponce, Maritegui, construye en cambio unpensamiento desde el atraso y justamente porque piensa desde ese lugar esque logra articular marxismo y nacin, tradicin y modernidad, las luchas delindgena y las del proletariado. An as, paga un precio demasiado caro por suclarividencia: precisamente porque comprende todo, los marxistas lo sancio-nan y los seguidores de Haya de la Torre lo acusan de europeizante. As, sequeda slo, postrado y muere pronto el dato final (que Tern siempre retomacada vez que tuvo oportunidad de escribir sobre el autor de Los siete ensayos)de que quiere viajar a la Argentina momentos antes de su muerte opaca anms las cosas: con esa opcin ni siquiera queda claro que el propio Mariteguisupiera lo que haba sido capaz de ver. Irona, tragedia o dimensin irnica dela tragedia? Por lo pronto, otra agria constatacin: los que comprenden no pue-den actuar y los que actan no pueden comprender.

    Todava ms? Buenos Aires fin-de-siglo corona una serie de inquietudesque haban surgido durante los aos ochenta y que privilegiaba como temticacentral el problema de las representaciones asociadas a la idea de la nacin.All encontramos un Tern que, en el modo ms eminentemente cientfico,disemina por todo el texto una serie de clasificaciones: nacionalismo con cepacriolla aqu, con base autctona all, los que siguen queriendo la mezcla, losque ya no la quieren y los que la quieren sin mezclarse. En fin: grillas, posibili-dades bien finitas de combinacin, e ideologas como crceles de larga dura-cin; en esos trminos, Tern diseca el imaginario intelectual al interior del

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    poltica y cultural en caso de que un campo poltico civilizado lograra amorti-guarlas ofrecindoles algn cauce institucional (as razona Tern en su textoclsico sobre esos aos), se inscribieron sin embargo al interior de un territo-rio caracterizado por la proscripcin del peronismo y la reaccin tradicionalis-ta, esto es, al interior de un medio brbaro. El desenlace de la tragedia, enton-ces, era inevitable, y slo queda discutir si comienza en 1966, 1969, 1973, 1974o 1976.

    Un trgico moderno. Era inevitable? El final de Nuestros aos sesenta for-mula dicho interrogante, como si la clave trgica anteriormente expuesta, y queclaramente domina el libro, debiera sortear una ltima resistencia al argumento.Esa resistencia nos coloca, por fin, frente a la ltima estacin del pensamiento enhuida. Por qu?

    Pensemos bien este punto. Si el poeta trgico17 tiene razn, entonces pode-mos entrever una salida a la maldicin trgica, esto es, podemos vislumbraruna manera de recomponer el equilibrio social y csmico. Slo hay que saberque si los revolucionarios hubieran querido un poco menos, y que los militaresargentinos hubieran sido algo (bastante) ms civilizados, entonces no se hubie-ra mezclado lo que no debi mezclarse. La idea, que parece obvia, dice sinembargo menos de los aos 60 y 70 que de nuestros das: a modo de adverten-cia, la enseanza trgica pretende persuadirnos de que el desenlace fatal delpasado debera transfigurarse en el ejercicio de la libertad responsable en elpresente. Habra, as, una posibilidad de reconstruir el equilibrio de la Plis.

    De qu modo? Admitiendo que la armona social se sustenta en el saberque obliga a retroceder frente a determinados lmites. O como lo ha enunciadoun gran filsofo argentino en estos das: no matars. Y la condicin de posibili-dad que requiere aduearse de ese saber consiste, ya lo sabemos, en renun-ciar a la excepcin, esto es, renunciar a atribuirse la potestad de transgredir ellmite. se es el saber que brinda la comprensin de la trama revelada y del quehay que apropiarse para preservar a la Plis del desenlace trgico.

    Por qu el poeta trgico puede revelar este saber? Porque conoce el des-enlace de la trama, claro est, pero fundamentalmente porque la autoridad desu voz reside en que est contando la historia del hroe trgico que se atribu-y esa potestad, esto es, est contando su propia historia. Edipo, pues, le cedela palabra a Sfocles. Por eso no puede ser casual que el historiador que escri-bi las mejores pginas de la historia de las ideas argentinas sosteniendo quesomos hablados por el smbolo sea, al mismo tiempo, el historiador msautobiogrfico. Pero Edipo va a seguir hablando.

    Escribe el exiliado que, asumiendo el rostro del cientfico, termina escribiendo losmejores captulos de la historia de las ideas argentinas en clave trgica.

    Argentina como hbrido. Por qu hay tragedia? Volvamos al anlisis de labatalla de Chacn, donde Tern dice, ni ms ni menos que invocando aSarmiento, que un mal plagio civilizado ms un error brbaro no se neutrali-zan, sino que da lugar a ms barbarie. Se trata de un pensamiento profundo,a tono con lo que Martnez Estrada seala en los primeros captulos de suensayo ms clebre, en el que sostena que la Argentina era el sueo de unconquistador implantado en un medio brbaro. Para ese Martnez Estrada,tambin un mal plagio civilizado ms en este caso un medio brbaro no seneutralizan. Lo dice all mismo, en la escena que inaugura el ensayo: el con-quistador quiere a Trapalanda, quiere los tesoros de la civilizacin y est dis-puesto a dar su vida, a sacrificarse. Cuanto ms busca este ideal, ms se alejade la tierra: al depositar sus expectativas de realizacin en otra parte, est sen-tando las bases superestructurales del colonialismo. Inseguro, de todosmodos, en su propia patria, desprecia toda evidencia que desmienta esasexpectativas. El pobre resulta para l su peor gualicho, en un pas que imaginasuperabundante. Por eso tiene que negarlo, con la misma fuerza con que per-seguir, matar y violar a la mujer del indio. Resultado? Cuanto ms avanzaen su proyecto, ms trabaja contra s: violando todos los lmites, se ha con-vertido en el ms brbaro de todos.

    La Argentina para el Martnez Estrada de Radiografa de la pampa era lapersistente reiteracin de esta escena. Haba que retroceder ante ese pas pro-ducto de una mala hibridacin, pero con otra clase de miedo que el del conquis-tador: no se trata del miedo burgus que impulsa al exterminio, sino de unmiedo trgico, que al provenir del fondo de los tiempos, obliga a retroceder.Por qu? Porque si se junta lo que no debi juntarse, entonces se desencade-na la tragedia, los lmites son transgredidos y se toca lo intocable.15 De estaforma, el hbrido constituye la sustancia de lo trgico y lo trgico, la sustanciadel pensamiento en huida. Con herramientas notoriamente distintas jamshubiera querido filiar su obra con la de Martnez Estrada-, Tern tambin penslos aos 60 y 70 argentinos como tiempos de hybris.16

    Qu se mezcl all? El cientfico, que ahora habla como un poeta trgico,responde: determinadas pasiones ideolgicas intensas, y un contexto polti-co asfixiante, dominado por el bloqueo tradicionalista. Eso era lo que nodeba mezclarse. De este modo, las pasiones revolucionarias de los aos 60 y70, que incluso hubieran podido contribuir a un proceso de modernizacin

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    argumenta, y ese es un momento fundamental del pensamiento en huida, quela nacin es una invencin. Y porque sabe la verdad del cuerpo social, pero nopuede sino enunciarla desde una distancia que imposibilita su audicin; o por-que quiere ajusticiar su propio pasado, y lo juzga con notable severidad cadavez que vuelve sobre l, llegando al punto de valorarlo asumiendo la mirada dedos enamorados en una plaza de la ciudad de Buenos Aires durante los aossesenta19, o decretando lisa y llanamente su muerte invocando las tumbas deEl adolescente de Dostoievsky20, es que est desvinculado; pero cuanto msajusticia ese pasado, cuanto ms intenta desvincularse, ms ligado se encuen-tra con l, como bien lo muestra su libro de autobiografa intelectual, donde nopuede dejar de escribir sobre ello. Esa ligazn con el pasado lo coloca asimis-mo dentro y fuera de su tiempo presente, porque habiendo renunciado a con-vertirse en la excepcin, que es la condicin para diferenciarse de todo estepasado nacional, se vuelve l mismo excepcional en el presente: slo l y unpuado de sobrevivientes ha ejercido la necesaria autocrtica, en un pas enque se siguen excediendo los lmites. Y en el que la razones que dieron origenal marxismo (lo deca todo el tiempo) siguen en pie.

    Rebelda. Llegamos as a la pregunta decisiva: por qu, finalmente, persis-te ese pasado y, por ende, las condiciones que hacen posible pensar en huida?

    Sabemos que, para responder esta verdadera esfinge nacional, Ternrecurri, una vez ms, a la figura de la tragedia y a la de los muertos sin sepul-tura: es el pasaje de Edipo Rey a Antgona. El nombre desaparecido es la tra-duccin nacional de ese pasaje y su presencia en el modo de la ausencia per-peta indefinidamente en el tiempo la trasgresin de un lmite realmentesagrado, que impide, entre otras razones, sostener una lgica de equivalentesentre los Rebeldes y los Inquisidores, a pesar de las renovadas voces quesiguen arguyendo en este sentido y contra los no pocos actores de nuestra vidaen comn que han trabajado en todo este ltimo tiempo para que devolverle unnombre humano a esa ausencia.

    Sin embargo, hay todava otro motivo para explicar la insidiosa persisten-cia del pasado y tal vez sea ste el verdadero lmite del pensamiento en huida,aquello que no puede decir pero que sin embargo dice todo el tiempo; aquellmite que lo hace posible, en tanto pensar en huida es retroceder justamentefrente a este lmite, pero tambin aquello que retiene algo del lmite desborda-do y que, como resto, habilita an la historia aunque los tiempos de la dialcti-ca se hayan por completo esfumado. Ese resto es el que impide el cierre trgi-co y permite asimismo que el propio Edipo siga hablando; no encuentro aqu

    Descubierta la trama trgica sesentista, el poeta entonces la proyecta a laentera historia argentina, para as reclamar a toda la sociedad lo que l mismose exige: renunciar a la excepcin o, en palabras de Tern, ajusticiar severa-mente nuestra vieja conciencia mitolgica. Si ella debera escuchar estapalabra, es porque su itinerario demuestra bien que no ha podido evitar q