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Anexo digital SECCIÓN V

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Anexo digital—sección v—

Diseño: Gerardo Miño Composición: Laura Bono

Edición: Primera. Enero de 2016

Tirada: 600 ejemplares

ISBN: 978-84-15295-96-9

Lugar de edición: Buenos Aires, Argentina

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© 2016, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila sl

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Variaciones para Judas. Análisis comparativo de

Los informantes de Juan Gabriel Vásquez y Edición corregida de Péter Esterházy

Dóra BakuczUniversidad Católica Pázmány Péter, Hungría

[...] porque lo acontecido una sola vez en el tiempo se repite sin tre-gua en la eternidad. Judas, ahora, sigue cobrando las monedas de plata, sigue besando a Jesuscristo, sigue arrojando las monedas de plata en el

templo, sigue aunando el lazo de la cuerda en el campo de sangre.

J. L. Borges: Tres versiones de Judas

La propuesta de este artículo consiste en el análisis comparativo de algunos aspectos de dos novelas, dos variaciones para Judas, dos textos emble-

máticos de las nuevas literaturas de dos países y culturas muy diferentes. Las dos novelas son:

1. Edición corregida de Péter Esterházy (1950-), novela publicada en Hun-gría en el año 2002, se trata de un texto destinado a revelar el secreto según el cual el padre del escritor-narrador (y figura mítica de la saga familiar que había escrito Esterházy algunos años antes) fue informante durante un largo período en el comunismo. El libro, en parte, es efec-tivamente la reescritura de ciertos fragmentos de Armonía celestial, la edición original (llamémosla así), en parte reescritura de los informes del padre (el agente) transcritos por un oficial (las actas de los informantes del gobierno se hicieron públicas en el año 2000, así pues, lo que sería el argumento de la novela es que el narrador protagonista va al Instituto de Historia para ver y copiar los informes de su padre), y, en su mayoría son las reflexiones (en tres fases) del hijo-narrador-autor.

2. Los informantes, del colombiano Juan Gabriel Vásquez (1959-), se publicó en el año 2004 y también consiste en la reescritura de una historia –aquí dentro del mismo libro– en la que el narrador-personaje se entera

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de la traición que había cometido su padre en los años posteriores de la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose en informante del gobierno y traicionando de esta manera a un buen amigo. A nivel argumental lo que ocurre en este caso es que el narrador cuenta la historia de cómo había escrito un libro (titulado Una vida en el exilio) sobre una amiga judía de su padre que había llegado a Colombia en los años 30. El padre, reconocido profesor universitario de retórica, está muy en contra de la publicación del libro que el hijo sólo entiende cuando más tarde el padre, después de una operación del corazón, tiene la sensación de tener una segunda oportunidad en la vida, va a visitar a la familia del amigo traicionado en Medellín para conseguir la reconciliación de su consciencia –que no logra porque el hijo no quiere saber de él– y, a la vuelta, muere en un accidente.

Resumiendo lo que las dos novelas tienen en común a primera vista, podemos decir:

• la traición como tema principal (historias de Judas),• narraciones en primera persona, una especie de life writing,• traición descubierta y narrada por el hijo del traidor después de la muerte

de este,• motivo y técnica de reescritura, estructura textual compleja (serie de

citas y reflexiones),• presencia de una época político-histórica concreta.

Nuestro objetivo, pues, es comparar estas dos versiones de dos historias

y dos figuras de Judas que dejan su traición como herencia a sus hijos escri-tores y ver cómo aparecen, se deforman y se sobrescriben el mito del traidor y las historias personales en estos dos libros de la literatura contemporánea.

En el siglo XXI estamos en plena época posmoderna, término bien pro-blemático, discutido y discutible pero que para hoy día se ha convertido en el vocablo que utilizamos –a falta de otro mejor– para designar la cultura, el arte y, por lo tanto, la literatura de nuestra actualidad. De las características generales y conceptuales con las que se suele describir la posmodernidad destacamos dos ideas que nos pueden servir para ver el contexto en el que se escribieron las dos novelas en cuestión. Una de estas ideas es de Umberto Eco, quien distingue el Posmodernismo del período estético anterior, del Modernism o la Vanguardia Histórica diciendo: “La respuesta posmoderna a lo moderno consiste en reconocer que, puesto que el pasado no puede des-truirse –su destrucción conduce al silencio– lo que hay que hacer es volver a visitarlo; con ironía, sin ingenuidad” (Eco, 1987, 28). En el caso de las dos

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novelas en cuestión llegamos hasta tales alturas que los autores (reales y ficticios) se convierten en lectores y también reinterpretadores de sus propias historias (y en cierta medida también del pasado, de la Historia de su país).

A la hora de visitar el pasado, la mentalidad posmoderna consiste pues en entrar en diálogo con él. ¿Cómo aparece esta idea en los textos literarios? La mentalidad posmoderna en la literatura rechaza la objetividad del texto y de las historias (también la de la Historia con mayúscula) y, aunque niega la posibilidad de verdades únicas o de un solo sistema y destruye cualquier estructura recibida como unitaria –por lo tanto desmitifica y cuestiona cons-tantemente–, no lo hace para convertirla en nada –en silencio o página en blanco–, sino para construir otras estructuras nuevas, otras historias, otras interpretaciones, otras verdades. Esta mentalidad (modalidad o actitud) hace posible las nuevas interpretaciones de textos en general. Y aquí llegamos a la otra idea que queríamos destacar: quitarle a todo texto su independencia, su unicidad, la transmisión de cualquier verdad concreta conlleva la descompo-sición de la obra de arte, una de cuyas formas posibles es la fragmentación, es decir, que todo texto, toda historia, toda narración es considerable como fragmento, como parte de un todo desconocido, o unidad que siempre se puede continuar, reescribir o reinterpretar.

Vivimos la época de los re: revisiones, revisitas, reconstrucciones, relec-turas, reescrituras, reinterpretaciones. Los dos autores, el húngaro Esterházy y el colombiano Vásquez, narran la historia de una traición. El traidor per excellence de la tradición literaria europea es Judas Iscariote, cuya historia –como dice el lema de Borges– “se repite sin tregua en la eternidad”, pero también desde el punto de vista de los re es una historia especial ya que la serie de sus reinterpretaciones empieza en la misma Biblia y estas reinterpre-taciones muestran muy bien las cuestiones que plantean todas las historias de traición. La traición de Judas aparece en cuatro lugares en la Biblia: En el evangelio de Marcos (Mk 14, 10-11), en el de Mateo (Mt 26, 14-16), en el de Lucas (Lk 22, 2-6) y en el de Juan (Jn 6, 70-71), mientras que la suerte del traidor aparece solo en dos lugares: en el Evangelio de Mateo (Mt 27, 3-10) y en Hechos (1, 15-19).

Los puntos de divergencia en las versiones son las siguientes: en Mar-cos, no hay explicación para la traición de Judas, la ofrece él mismo y los jefes judíos le dan dinero; en Mateo, Judas va a hablar con los jefes para saber cuánto puede cobrar por la traición, mientras en Lucas el culpable es Satanás (aquí ya se abstrae el pecado, se lo quita del dominio de la realidad terrenal); por su parte, es en el texto de Juan donde aparece lo que de una manera más radical va a dar la idea principal del apócrifo evangelio de Judas que apareció en 2006, que despertó gran interés y según el cual Jesús sabía perfectamente que uno de sus discípulos lo traicionaría, es decir, la traición

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de alguna manera formaba parte del plan divino. El otro punto explícita-mente expresado de maneras distintas es la muerte (¿el castigo?) de Judas; en Mateo se suicida, en Hechos “se reventó en la mitad” (H 1, 18), en la primera versión el castigo es humano, además se trata de un autocastigo, y en la segunda viene desde fuera, desde arriba. Vemos hasta aquí que las cuestiones que señalan las diferencias, pues, son las siguientes: cómo se convierte una persona en traidor, cuál es su motivación, cuál es su objetivo, y cómo se castiga o se perdona la traición (si tiene que ver el castigo con el perdón). Pero hay también otros problemas, otros aspectos, otras preguntas que surgen necesariamente en caso de una traición, hablemos de la de Judas Iscariote o de la de otros Judas. No es pura casualidad que estas cuestiones aparezcan también en los dos textos contemporáneos, aunque muchas veces con una solución o una interpretación bien diferente.

Veamos ahora los más relevantes de estos motivos:

• la motivación de la traición,• posibles castigos del traidor,• el perdón de la traición, • hablar o callar sobre la traición.

La motivación de la traición

“Jesús les respondió: ¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo? Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón (...)” (Jn 70-71), dice la Biblia, en el “Evangelio” de Juan.

Mientras en la historia bíblica es precisamente Judas quien comete la traición, tiene que ser él y no puede ser otra persona, el punto en común en los dos libros en cuestión es la conclusión según la cual cualquier persona puede llegar a ser traidor (o espía): “Yo creo que cualquiera puede llegar a ser espía. Lo que veo después de leer los informes de estos desgraciados es que la posibilidad siempre está ahí, en caso de cada uno, porque siempre está ahí la fragilidad y la debilidad (...)” (Esterházy, 2002, 252), a cualquier persona pueden convertirla en traidor las circunstancias o, simplemente, su condición humana.1 En caso del padre del protagonista de Esterházy es más comprensible o más justificable el hecho de convertirse en informante ya que se trata de un padre de familia en una dictadura que funciona en gran parte a base de esta presión que significa que nadie puede saber quién informa a la policía secreta sobre él o ella o sobre su familia o en qué momento se le

1 Las traducciones de los fragmentos de la novela de Esterházy son mías.

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acercan con un chantaje –y es lo que habrá ocurrido–, sea verdadero o se trate de una simple amenaza. Como dice Esterházy:

[...] el cadáver moral de mi padre puede aclarar algunos casos en los que uno engaña a sí mismo. [...] Igual no lo habría hecho si hubiera podido seguir lo que le decía el corazón, pero vivía en un país humillado, en una comunidad humillada... Lo que le preocupaba no era él mismo, ni tampoco su carrera profesional, pero tenía cuatro hijos... Y esto también es una responsabilidad... Muchas veces es más fácil convertirte en héroe si estás solo, pero él, siendo padre, responsable de esta pequeña comunidad... (Esterházy, 2002, 233)

El hijo-autor, a pesar de su enfado y decepción, busca las explicaciones por todas partes, y lo de la responsabilidad hacia la familia es lo más lógico, pero no es la única razón, y además, no se trata de algo racional, sino más bien de algo instintivo que provoca el miedo: “¿Cómo llega uno a ser trai-dor? [...] La traición no es consecuencia de una decisión, sino de que uno tiene miedo y pánico. Y es entonces. Puedo imaginarlo perfectamente: una habitación pequeña y oscura, y hombres que te amenazan. Miedo, pánico, y un poco más tarde ya te da lo mismo” (Esterházy, 2002, 25). Pero tampoco hace falta necesariamente una amenaza concreta y directa para cometer la traición, el caso del padre del narrador en Los informantes lo muestra perfec-tamente, después de enterarse de lo ocurrido en el pasado, el hijo habla así de su padre, con el mismo desprecio y con las mismas dudas que Esterházy:

Lo desprecié, no me cabía en la cabeza que hubiera sido capaz de una cosa así. Y al mismo tiempo entendía bien, tú sabes, como hubiera entendido todo el mundo. Esa mezcla me daba miedo, no sé por qué. No puedo explicar qué tipo de miedo era. Miedo de saber que yo hubiera hecho lo mismo. O miedo, precisamente de no haberlo hecho. Informantes hay muchos, uno no tiene que estar en guerra para hablar de alguien más según qué circuns-tancias. (Vásquez, 2004, 442)

La traición se interpreta muchas veces como equivalente al engaño, a la mentira, y en este sentido se contrapone a la sinceridad como posible –pero al mismo tiempo cuestionable– base de las relaciones humanas, de lo que Esterházy dice lo siguiente: “La sinceridad es una categoría inútil. (...) Sólo una cosa queda clara: la fragilidad del hombre” (Esterházy, 2002, 252). Lo que realmente da la fuerza del engaño, el hecho que conduce a que los narra-dores se vean obligados a reescribir la historia de su familia, y así también su propia historia es que va contra las personas más cercanas, más queridas, en Edición corregida contra la familia, y en Los informantes contra la familia de un amigo, porque: “La traición sólo es posible donde la gente confía en

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el otro. Sólo nos puede traicionar el que (o sólo podemos traicionar al que) está cerca” (Esterházy, 2002, 25). Este mismo motivo está también en la historia bíblica de Judas: él también es uno del círculo más cercano, uno de los escogidos por Jesús. La diferencia está en que, en la Biblia, Judas es el diferente, el que no es como los otros, el que todos desprecian por lo que hace, y no hay otro punto de vista posible.

Con el descubrimiento del Evangelio de Judas, el evangelio gnóstico publicado por National Geographic Society en 2006, cambia la imagen y surge la posibilidad de una interpretación distinta de la que transmite el texto canónico de la Biblia, y ese posible cambio es gracias a una frase que pronuncia Jesús en esta versión dirigiéndose a Judas: “For you will sacri-fice the man that clothes me” (The Gospel of Judas). Si consideramos los textos de los evangelios como textos narrativos, vemos que se añade una sola información que ofrece la relectura de todo lo anteriormente narrado. Y algo parecido ocurre en las dos novelas contemporáneas: un sólo hecho oculto provoca la nueva interpretación hecha por los narradores que en los dos casos están bien involucrados, y por consiguiente –y al contrario de lo que ocurre en los evangelios canónicos– los dos textos sugieren la identifi-cación más bien con el traidor mismo y mucho menos con la víctima, o las víctimas, que sería la postura tradicional.

Posibles castigos del traidor

En lo que se refiere al castigo del traidor, en la misma Biblia tenemos dos versiones. En Mateo encontramos lo siguiente: “Yo he pecado entregando sangre inocente. [...] Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó” (Mt 27, 4-5). En “Hechos” podemos leer otra versión: “Este, pues, con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron” (Hechos 1, 18). El castigo en los dos casos es la muerte, sea por manos propias del traidor (que supone su arrepentimiento) o como castigo divino.

En las versiones contemporáneas el castigo es justo lo contrario: seguir vivo con el secreto callado, el suicidio es la vida misma. En la novela colom-biana es una segunda vida, la nueva oportunidad que despierta en el traidor el deseo de la reconciliación que ve en la visita (¿y el perdón?) de la familia delatada y destruida, y es después de enfrentarse con ellos cuando decide morir, ya que descubre que la segunda oportunidad es una mentira (efecto secundario de la operación cardíaca, según las explicaciones del médico). Al final de la novela el hijo de la persona traicionada le pide al hijo del trai-dor que vayan juntos al lugar del accidente donde murió el traidor (Gabriel Santoro), quizás para asegurarse de si realmente se trataba de una muerte

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voluntaria (de ojo por ojo, ya que su padre se había suicidado también). Aquí podemos leer lo que según las reflexiones del narrador –que en el discurso del texto aparece como si fueran reflexiones sobre las reflexiones del otro– es el castigo de la traición: su repetición eterna, y en su acepción en este sentido no hay diferencia entre vida y muerte.

[...] deja de sentirte importante, deja de creer que la culpa te hace único, que el deseo de enmienda lo inventaste tú, eso sí que es arrogancia, Gabriel Santoro, eso sí que es farsa barata, no lo otro, lo otro es una vida con tiempo suficiente, y todo el mundo, dado el tiempo suficiente la va a cagar una y otra vez [...] ¿Creíste que habías aprendido, que te habías equivocado una vez y había sido como si te vacunaras, no es cierto? Pues no, la evidencia apunta a lo contrario, señor abogado, todo señala que no hay vacuna posi-ble, que sigues enfermo y seguirás enfermo toda tu puta vida y toda tu puta muerte, ni siquiera en la muerte te librarás de las cagadas cometidas. (Vásquez, 2004, 595-597)

En el caso del traidor-padre de Esterházy hay una sola oportunidad, una sola vida que vive guardando el secreto que no se revela hasta después de su muerte. La traición aquí es un hecho que conlleva el castigo, como dice explícitamente Esterházy:

“La traición es una serie de hechos que lleva en sí el castigo. No hacen falta jueces. (Qué bien, yo no quería serlo de ninguna manera). Un informador, caiga o no, tiene un papel tan contradictorio que si alguien una vez se deja llevar o decide hacerse informador, del peso espiritual ya no va a poder librarse nunca más.” Nunca. Puede que mi padre haya tenido vergüenza y haya intentado asumir la responsabilidad, pero le resultó demasiado pesada. Pesada, porque lo es, mucho. Como en caso de Judas. Él se suicidó, mi padre hizo lo mismo en sus dimensiones y se hizo alcohólico. (Esterházy, 2002, 26)

Vemos que en caso de los dos Judas el castigo lo contiene el hecho de la traición, no hace falta el castigo, ni la decisión de autocastigarse, ni el castigo que viene desde fuera. El traidor se vuelve víctima de su propia traición, de la misma manera como lo es la persona delatada.

El perdón de la traición

Para el Judas de la Biblia no hay perdón, el personaje se ha convertido en símbolo del traidor de todos los tiempos, aunque el ya mencionado Evan-gelio de Judas podría matizar la imagen si lo aceptamos como texto válido (hecho que no necesariamente cambia la percepción tradicional). El perdón

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en las dos novelas llega a tener un sentido bien diferente de lo que sería en el sentido bíblico. En caso de Vásquez es otra vez el hijo de la víctima el que pronuncia las palabras que rechazan el acto del perdón negando su sentido:

Uno se vuelve viejo y la impunidad le cae encima, Gabriel, aunque no quiera. Ésa fue una de las cosas que le dije a tu papá: “¿Y para qué? ¿A quién le sirve que vengas y te arrodilles a estas horas de la vida? Y era cierto. ¿Acaso le sirvió a mi papá, que llevaba cuarenta años en puros huesos? ¿Le sirvió a mi mamá, que se vio obligada a reinventarse la vida a los cuarenta y pico, a tener hijos cuando eso puede matar a una mujer? (Vásquez, 2004, 537)

En la novela de Esterházy se plantea explícitamente el problema del perdón como cuestión teórica, y el narrador incluso toma como punto de partida el sentido bíblico:

La Santa Escritura habla siempre del perdón. El pecado de un pecador puede ser perdonado. ¿Pero qué significa perdonar? Es algo que no debería ocurrir desde una posición superior, no se trata de que lo puro le perdone a lo sucio. Y tampoco se trata de que simplemente por buena educación lo puro se vista de sucio. Lo que de alguna manera puede servir para perdonar es el sentimiento de fraternidad. Qué complicado es todo esto. No sólo el pecado pesa, sino también el perdón. Y para terminar, no es la generosidad que nos incita a perdonar, sino más bien la impotencia. [...] (Esterházy, 2002, 137

Vemos que no solo el concepto de la traición se reinterpreta sino también el concepto del perdón que pierde el sentido o porque llega solo con el tiempo o porque falta el elemento de piedad, y el hecho de perdonar queda reducido a una forma vacía sin el efecto de reconciliación que se le atribuía antes.

Hablar o callar sobre la traición

“Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce” (Lk 22, 3), leemos en el Evangelio de Lucas que simbólicamente explica el hecho de la traición (de manera bien diferente a la versión gnóstica donde es justamente obra de Dios). En cambio, en las versio-nes posmodernas todo se explica con las circunstancias, con las condiciones histórico-políticas, con situaciones concretas, con la naturaleza humana. Pero si la traición no es obra de Satanás, no es más un hecho repugnante y despreciado, si en estas revisitas de un pasado no muy lejano no funcionan las categorías de siempre como el castigo (consecuencia del pecado) o el perdón (de la persona ofendida), surge la pregunta para qué sirve hablar, para qué sirve contar estas historias, para qué sirve compartir el trauma.

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La traición es un trauma para el que la comete, para aquel contra el cual se la comete y para el que la hereda, el que tiene que enfrentarse con la traición de otra persona que obliga a reinterpretar toda una vida. Desde Wittgenstein sabemos que hay cuestiones de las que hay que callar, que es una de las posibilidades que se plantea en los dos textos (por parte de los traidores, sobre todo). En Esterházy es una simple idea, fruto del estado escéptico del narrador:

¿Acaso no tendría que hacer lo mismo que hizo el tío P. que cuando se enteró de que uno de sus compañeros del ejército fue espía decidió callar? Enterrarlo todo en mí mismo. Callaría, sufriría levemente, y pasaría el tiempo reflexionando sobre la naturaleza del mundo. Es algo indigestible, dice el gesto del tío P. (Esterházy, 2002, 189)

En el texto de Vásquez hablar versus callar es un tema mucho más acen-tuado ya que en este caso el traidor, el padre del que cuenta y reescribe su propia historia es un reconocido profesor de retórica, conoce muy bien el mundo de las palabras, su poder, su peso, su papel. El día que su hijo, autor del libro dentro del libro en el que cuenta la historia –todavía sin conocerla entera–, va a una de sus clases, dice lo siguiente para protestar contra la actitud de su hijo que decidió contar el pasado, un pasado que no conoce y que el padre considera propiedad de los que lo hayan vivido: “Hoy he venido a guardar silencio y a proteger el silencio que otros han guardado. No hablaré...” (Vásquez, 2004, 112). Para él el silencio es cosa sagrada, de la misma manera que las palabras, que son capaces tanto de construir como de destruir. Callar, en su caso, es una decisión consciente que explica de la manera siguiente:

La memoria no es pública, Gabriel. Eso es lo que ni tú ni Sara han enten-dido. Ustedes han hecho públicas cosas que muchos queríamos olvidadas. Ustedes han recordado cosas que a muchos nos costó mucho tiempo perder de vista. La gente está hablando de las listas, otra vez se habla de la cobar-día de ciertos delatores, de la angustia de los injustamente delatados... Y los hechos que habían hecho las paces con este pasado, los que a punta de rezar o de fingir habían llegado a cierta conciliación, ahora están otra vez a comienzo de la carrera. Las listas negras, el Hotel Sabaneta, los informantes. Todas palabras que mucha gente tachó de sus diccionarios, y aquí llegas tú, paladín de la historia, para hacerte el valiente despertando cosas que la mayoría prefiere ver dormidas. ¿Por qué no te lo había contado? No, ésa es la pregunta equivocada, pregúntate mejor por qué hablar de lo que no lo merece. (Vásquez, 2002, 117-118)

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Aunque el silencio (versus la palabra) se considera en los dos textos como una opción, tampoco sirve, no nos podemos quedar con la página en blanco, como dice Eco, necesitamos la palabra, construcciones verbales: historias, textos para construir y reconstruir realidades, entre ellas el pasado, nuestro propio pasado.

Hemos dicho al principio que en las estéticas posmodernas no existen textos en sí, que toda escritura forma parte de un todo desconocido e inseguro y del universo de los textos ya existentes, y que de esta manera toda historia, toda narración forma parte del universo de historias o narraciones. En las dos novelas que hemos intentado comparar e interpretar como variedades de la historia bíblica de Judas se trata de una relectura del pasado por culpa de una traición callada, y en los dos casos la historia y la reescritura de la misma la lleva a cabo el hijo del traidor, es decir, el personaje al que le toca vivir el trauma del engaño. Se trata pues de dos textos en los que se refleja constantemente el intento de encontrar la forma (de ahí la fragmentación y la perspectiva del narrador) y el lenguaje (de ahí el estilo más íntimo posible) para contar lo incontable.

Como para Borges “el orden inferior es un espejo del orden superior; las formas de la tierra corresponden a las formas del cielo”, estos textos son espejos de nuestro mundo: buscan apoyo en la tradición, intentan utilizar, reinterpretar los conceptos tradicionales –con los que tienen que ver– para entender el pasado, la Historia y el comportamiento del ser humano, pero lo único que encuentran son estos Judas de mil caras que siguen aunando el lazo de la cuerda en el campo de sangre.

Bibliografía

Biblia [en línea], en Biblegateway, http://www.biblegateway.com (fecha de consul-ta: 15-XII-2013)

Borges, Jorge Luis, “Tres versiones de Ju-das”, [en línea], en Ciudad Seva, http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/borges/tres_versiones_de_judas.htm (fecha de consulta: 15-XII-2013).

Eco, Umberto, 1987. Apostillas a El nombre de la rosa, trad. de Ricardo Pochtar. Barce-lona: Ed. Lumen.

Esterházy, Péter, 2002. Javított kiadás. Buda-pest: Magvető.

Kasser, Rodolphe, Meyer, Marvin, Wurst, Gregor, eds. The Gospel of Judas, [en lí-nea], en The National Geographic Society, http://www.nationalgeographic.com/lost-gospel/_pdf/GospelofJudas.pdf (fecha de consulta: 15-XII-2013).

Vásquez, Juan Gabriel, 2004. Los informan-tes. Barcelona: Alfaguara.

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Resumen:En el artículo se lleva a cabo un análisis comparativo de algunos aspectos de dos novelas, dos textos emblemáticos de las nuevas literaturas de dos países y culturas muy diferentes: Javított kiadás / Edición corregida (2002), del húngaro Péter Esterházy, y Los informantes (2004), del colombiano Juan Gabriel Vásquez. El objetivo es estudiar y comparar estas dos versiones de dos figuras de Judas que dejan su traición como herencia a sus hijos escritores, ver cómo aparecen, se deforman y se sobrescriben el mito del padre y el del traidor en la literatura con-temporánea, posmoderna.

Palabras clave: Juan Gabriel Vásquez, Péter Esterházy, literatura posmoderna, reescritura, Judas, traición.

Abstract:This paper presents a comparative analysis of some aspects of two novels –two emblematic texts of the new literature coming from two very different countries and cultures: Javított kiadás / Corrected Edition (2002) by the Hungarian Péter Esterházy, and Los Informantes / Informers (2004) by the Colombian Juan Gabriel Vásquez. The paper aims to study and com-pare the two versions of Judas presented in the said texts, a character whose betrayal is left as an inheritance to his children writers; it also aims to study how the myth of the father and the myth of the traitor are presented, distorted, and overwritten in these two texts of contemporary, postmodern literature.

Keywords: Juan Gabriel Vásquez, Péter Esterházy, postmodern literature, rewriting, Judas, betrayal.