la cultura profesional ante la precarización laboral en el ámbito público

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LA CULTURA PROFESIONAL ANTE LA PRECARIZACIÓN LABORAL EN EL ÁMBITO PÚBLICO: ¿UN MECANISMO DE FRENO A LA DEBACLE SANITARIA? Roberto Rodríguez López [email protected] Universidad Complutense de Madrid RESUMEN Los efectos sociales que se han venido produciendo en los años de crisis en el Estado español han tendido a encontrar en el campo de la salud un lugar progresivamente destacado. Desde un primer momento los servicios públicos sanitarios se vieron afectados por los mecanismos de retracción presupuestaria. Más recientemente, distintos indicadores socio-sanitarios han hecho manifiestas las alarmantes consecuencias poblacionales de las transformaciones en curso. A partir de este escenario, haremos frente a las lecturas que reducen las dificultades sanitarias en aumento al espacio genérico de las crisis económicas. Postularemos por el contrario que la grave situación actual debe considerarse necesariamente bajo el trasfondo de importantes transformaciones jurídico-políticas del sector público sanitario español que vienen produciéndose cuanto menos desde el año 2003, en la línea de un ajuste progresivo a la llamada “nueva gestión pública”. Consideramos así que estamos ante un proyecto general de restructuraciones de profundo calado, en el que además

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LA CULTURA PROFESIONAL ANTE LA PRECARIZACIÓN

LABORAL EN EL ÁMBITO PÚBLICO: ¿UN MECANISMO DE

FRENO A LA DEBACLE SANITARIA?

Roberto Rodríguez López

[email protected]

Universidad Complutense de Madrid

RESUMEN

Los efectos sociales que se han venido produciendo en los

años de crisis en el Estado español han tendido a encontrar

en el campo de la salud un lugar progresivamente destacado.

Desde un primer momento los servicios públicos sanitarios

se vieron afectados por los mecanismos de retracción

presupuestaria. Más recientemente, distintos indicadores

socio-sanitarios han hecho manifiestas las alarmantes

consecuencias poblacionales de las transformaciones en

curso. A partir de este escenario, haremos frente a las

lecturas que reducen las dificultades sanitarias en aumento

al espacio genérico de las crisis económicas. Postularemos

por el contrario que la grave situación actual debe

considerarse necesariamente bajo el trasfondo de

importantes transformaciones jurídico-políticas del sector

público sanitario español que vienen produciéndose cuanto

menos desde el año 2003, en la línea de un ajuste

progresivo a la llamada “nueva gestión pública”.

Consideramos así que estamos ante un proyecto general de

restructuraciones de profundo calado, en el que además

queremos destacar el carácter nuclear de la introducción de

una novedosa gestión de los “recursos humanos”, esto es, de

las condiciones laborales del servicio de los profesionales

sanitarios. En este espacio de transformaciones jurídico-

políticas, de novedosas regulaciones laborales, así como de

mecanismos de protesta y resistencia ante las mismas,

veremos cómo los análisis y estudios derivados de la

sociología de las profesiones se nos presentan como un

recurso muy valioso para la comprensión y prospectiva

posible. Por un lado hemos podido comprobar que los

mecanismos de la “nueva gestión pública” que afectan a los

profesionales son aquellos que más problemas y resistencias

han encontrado para ser aplicados, visibilizando así la

“cultura profesional” acumulada como uno de los mecanismos

más rígidos y complejos de modificar para las nuevas

reformas. Por otro lado sin embargo es necesario destacar

que las transformaciones a las que asistimos no han tenido

una fuerte resistencia profesional hasta años muy recientes

y que, pese a dirigirse a elementos fundamentales de su

actividad, aquellas fueron incluso defendidas y apoyadas

por buena parte de los profesionales o de sus colectivos y

colegios de referencia. El profesionalismo, actuando en

este caso como mistificación de la práctica laboral, ha

tendido así a su vez a oscurecer en buena medida la

inserción económico-política del propio campo de actividad

profesional, destacablemente afectado hoy por un renovado

proceso desprofesionalizador en el sector. En definitiva,

tener en cuenta el enclave paradójico de estas resistencias

deberá aportar claves relevantes a la hora de construir un

patrón de actuación y superación del conflicto así como de

las profundas consecuencias del mismo.

PALABRAS CLAVE: crisis, desprofesionalización, nueva

gestión pública, precarización, sistema sanitario español

1.Las categorías de profesionalización y

desprofesionalización

El trabajo que aquí presentamos parte de la

problematización histórica sobre las transformaciones

recientes en el sector sanitario en el marco de un espacio

de crisis multiplicadas en el Estado español. Trazar el

recorrido temporal de una serie de cambios que tienen como

objetivo la actividad laboral de los profesionales

sanitarios nos permitirá vislumbrar la naturaleza política

de modificaciones fundamentales del sector. Consideraremos

así que la inserción progresiva del espacio sanitario

español bajo las lógicas delimitadas por un nuevo modo de

gestionar lo público ha introducido cambios, en algunos

casos radicales, que generan o generarán graves problemas

en la cobertura sanitaria de la población.

Transformaciones, en definitiva, que sólo tardíamente

remitirán hacia presuntos problemas financieros o de

gestión de fondos presupuestarios.

Hemos tomado aquí como referente de análisis el espacio

concreto de enfrentamientos en el que los profesionales

sanitarios toman posiciones ante los cambios generados.

Articularemos así el trabajo a partir de los elementos

propios del profesionalismo y del modo en que éste ha sido

considerado desde la sociología (y la historia) de las

profesiones. Empecemos pues ofreciendo un panorama general

sobre la sociología de las profesiones y sobre las

categorías que desde ésta nos van a permitir delimitar aquí

un espacio específico de conflictos y resistencias.

La sociología de las profesiones no es una especialidad con

excesiva tradición en el Estado español y tampoco ha sido

trabajada de forma destacada en el pasado dentro de la

Europa continental. Más bien, el peso mayor de sus estudios

ha recaído principalmente sobre suelo anglosajón, tanto en

Gran Bretaña como en los Estados Unidos. Dicho reparto

asimétrico no es caprichoso, es la constatación académica

de estructuras sociopolíticas diferenciadas. Han sido de

forma preferente los países anglosajones los que han

desarrollado en su territorio las condiciones más proclives

para la aparición de organizaciones de tipo profesional,

definidas por el poder otorgado en su autonomía respecto

del ámbito político-estatal y por su estatus en el

organigrama social de dichos países. Sin embargo, ciertas

reestructuraciones contemporáneas en el marco profesional,

estatal y académico de la Europa continental han acercado

sus instituciones, en diversos sentidos, a las del mundo

anglosajón. Algo que renovará en estos países la

aplicabilidad e interés de los estudios de la especialidad

sociológica de las profesiones, que de hecho han aumentado

aquí de forma importante en las últimas décadas.

Entre las categorías de análisis desarrolladas por este

campo de estudios nos interesa aquí especialmente la de

“profesionalización”. Dicha categoría se derivará de la

renovación del campo en los años setenta y de la ruptura

con la visión idealizada de las profesiones característica

de las perspectivas funcionalistas inicialmente dominantes.

La comprensión de las profesiones tomará entonces un cariz

dinámico y móvil. La cualidad profesional no sería ya un

espacio reservado necesariamente a una serie de ocupaciones

cuyo papel funcional en la estructura social depare roles y

estatus de mayor alcance, sino que sería más bien un

horizonte, el resultado nunca definitivo de un complejo y

labrado camino de luchas y conflictos, en el que los grupos

profesionales están sujetos a variables de carácter

político, cultural, académico o económico que no dependen

de ellos en su totalidad. En este sentido éstos no pueden

ser nunca totalmente independientes o autorregulados,

característica distintiva profesional por excelencia. Dicho

lo cual, se pasaría así a dar mayor alcance al análisis de

toda una serie de mecanismos que intervendrían en procesos

diferenciados e históricos de profesionalización. Entre la

disparidad de mecanismos de profesionalización que

sustituirán o complementarán los criterios clásicos de

distinción profesional podemos destacar, de forma general,

la posesión de un cuerpo sistemático y formalizado de

conocimientos y el dominio o “exclusividad cognitiva” sobre

los procesos formativos legitimados para el mismo; los

mecanismos de reconocimiento, credencial y protección

profesional autorregulados o estatales; la capacidad de

gestión de los significantes culturales sobre la profesión;

o la constitución de un producto distintivo y el control

monopolístico del mercado de producción o venta del mismo

(Larson, 1977; Freidson, 1978; Collins, 1990; Torstendhal y

Burrage, 1990; Sáez y Sánchez, 2009). Dentro de estos

estudios encontramos ya un espacio sanitario que se

conforma como terreno privilegiado de análisis, llegando al

punto de considerar a la propia medicina como la profesión

por excelencia.

Con el desarrollo de los diferentes análisis sobre los

mecanismos de profesionalización se han venido dando en

temporalidades parejas estudios que destacaban los procesos

de declive de las profesiones bajo las ideas amplias de la

“desprofesionalización” o la “proletarización”

(Oppenheimer, 1973; Casanova, 1975; Haug, 1975; Derber,

1982; Martín Serrano, 1982; Guillén, 1990). Según dichas

teorías, buena parte de las características destacadas en

forma de privilegios para los grupos profesionales han

venido siendo progresivamente minadas y en muchos casos han

desaparecido. En general, se atestigua una pérdida de

estatus y prestigio de las mismas así como una menor

capacidad de autorregulación o de monopolio sobre el propio

conocimiento, incidiendo así sobre elementos otrora

fundamentales en la propia concepción profesional. Asimismo

la entrada progresiva de su trabajo en el entramado de

organizaciones complejas, como puede ser la propia

estructura burocrático-estatal, habría supuesto una merma

en la capacidad e independencia en los procesos de toma de

decisiones, en especial de aquellas que afectaban a la

organización o la finalidad de su trabajo o en la propia

definición de los problemas específicos que atañen a su

mismo servicio. Finalmente, se atestiguaba también la

pérdida de beneficios laborales en la forma de peores

salarios así como una menor capacidad de autoempleo o

incluso un empobrecimiento en sus condiciones laborales.

Los planteamientos sobre la desprofesionalización fueron

especialmente utilizados a lo largo de las décadas de los

setenta y ochenta del siglo XX, sin embargo han vuelto a

coger relevancia en los últimos años (Irvine, 2004;

d’Orleans, 2008; Sáez y Sánchez, 2009; Irigoyen, 2011). A

nuestro parecer dichas hipótesis han tomado efectivamente

un auge renovado con las actuales reestructuraciones de los

marcos laborales de la práctica profesional. En el caso

específico que aquí nos ocupa, consideramos que una serie

de regulaciones sanitarias contemporáneas disponen un marco

laboral en el que determinados privilegios asociados a la

práctica profesional en el sector (especialmente para la

figura clásica del médico) se ven comprometidos. Unas

regulaciones que deben ser consideradas a su vez en el

amplio marco que disponen las modificaciones llevadas a

cabo sobre el sector público, conceptualizadas bajo la idea

de la “Nueva Gestión Pública” (Lane, 2000).

2.La segunda reforma sanitaria en España: del

Informe Abril al envite regulador de 2003

Por lo general tiende a señalarse la Ley General de Salud

(1986) (LGS en adelante) como el referente más destacado de

la entrada del sistema sanitario español en los formatos

modernos del mismo. Nos interesa aquí comentar brevemente

sin embargo el carácter desprofesionalizador inicial que

implicó dicha Ley para los médicos españoles. La LGS y sus

objetivos de universalización sanitaria implicaban la

necesaria entrada de una ingente cantidad de médicos dentro

del organigrama estatal. Esto suponía la vinculación de los

mismos a una organización compleja, bajo la cual toda una

serie de características tradicionalmente asociadas a la

práctica médica eran parcialmente puestas en entredicho,

como es el caso de la libertad de autogestión de los

precios de sus consultas o “salarios”, la determinación de

los horarios de trabajo, la libertad de su práctica

(generalmente sólo regida por los códigos éticos) o la

propia determinación colegial sobre la organización y

división del trabajo médico. A su vez, el absoluto dominio

“cognitivo” del espacio del conocimiento sanitario quedaba

también limitado. La perspectiva biomédica que venía

dominando absolutamente dicho espacio, hasta el punto de

que “sanitario” y “médico” eran utilizados como sinónimos,

es criticada y parcialmente desplazada, obligando a los

médicos a compartir al menos parte de su poder diagnóstico-

terapéutico con nuevas profesiones progresivamente

reconocidas en igualdad de condiciones en el nuevo espacio

de la “salud integral”. Unos y otros procesos suponen así

una primera desprofesionalización médica en el sistema

sanitario español.

Pese a todo, por unos motivos u otros, la implementación de

la LGS resultará muy problemática y sus resultados

dependerán finalmente de diversas negociaciones o

enfrentamientos. Además de una serie de cuestiones

estructurales (herencia de un sistema sanitario de

tradición benéfica, enormes desigualdades geográficas,

escasez de recursos) los duros procesos de negociación con

los distintos poderes en liza en el sector dieron lugar a

una reforma inestable (Rodríguez y De Miguel, 1987). El

ímpetu inicial de desprofesionalización médica que ésta

implicaba generó conflictos constantes con una profesión

que se resistía a la pérdida de sus antiguos privilegios o

que se veía abocada a actuar conforme a dinámicas que no

compartía o no comprendía. Como consecuencia de los

numerosos problemas y conflictos que debe afrontar la

aplicación efectiva del modelo planteado en el articulado

de la LGS, los sectores más ideologizados y "radicales"

pierden fuerza (Irigoyen, 1996) y los cambios no afectarán

de manera tan profunda al carácter profesional privilegiado

de los médicos. La “interferencia” estatal no supondrá una

merma del poder médico sino que en algunos casos incluso lo

potenciará. La Seguridad Social, que contrataba a una gran

mayoría de los médicos, ofrecía un salario seguro, dejaba

una gran cantidad de tiempo libre que permitía el

pluriempleo y la coordinación con las consultas privadas y

permitía incluso el empleo de recursos públicos para

intereses particulares. Se puede afirmar así que a pesar de

su “salarización” respecto del INSALUD, los médicos

conservaban provechosas condiciones laborales y mantenían

algunos de sus privilegios sobre el monopolio profesional.

Dichas dinámicas de enfrentamientos parcialmente resueltos

se encuentran sin embargo muy pronto, en los años iniciales

de la década de los noventa, con un nuevo marco

internacional para la consideración de la salud.

El Informe “Invertir en Salud” del Banco Mundial (1993)

aparece progresivamente como un referente de peso en la

definición de las políticas sanitarias de los diferentes

países, principalmente a través de la asunción progresiva

de sus líneas principales por la Organización Mundial de la

Salud, redefiniendo así un modelo sanitario que aspira a

ser hegemónico mundialmente y que se muestra claramente

incompatible con los principios preventivos e integrales

que dominaban las décadas previas. El “Nuevo Universalismo”

de la OMS (Asamblea de 1999) vendrá a delimitar un nuevo

paradigma de salud que permita el ajuste epistémico a los

diversos mecanismos de privatización sanitaria, de

reducción de la regulación estatal sobre la misma, a la

descentralización o al libre balance de oferta-demanda que

regulará el sector. En definitiva, los servicios sanitarios

no son considerados como fundamentales en el papel

reservado al Estado por las nuevas doctrinas neoliberales

dominantes. El discurso de la eficacia articula así el

conjunto. El objetivo principal es determinar y jerarquizar

las medidas prioritarias para atender las necesidades

básicas orientadas al desarrollo poblacional y luego elegir

y poner en práctica las que sean compatibles con los

recursos disponibles y que tengan mayores probabilidades de

éxito, calculadas así ambas bajo criterios de coste-

beneficio. La asistencia sanitaria se convierte en una

prerrogativa social que puede ser solicitada en virtud del

principio de beneficencia o del consumo de servicios pero

no exigida al Estado o a los demás ciudadanos. El argumento

es que, en cuanto los servicios sanitarios representan un

consumo privado apropiado desigualmente por las personas,

es injusto que sean pagados con fondos públicos y, por

tanto, cada quien debe pagar los servicios que utiliza. La

salud pública a cargo del Estado se estructura así sobre la

base de la utilidad del individuo (demanda) antes incluso

que por la planificación o el análisis de necesidades.

En España, el nuevo modelo se introduce progresivamente ya

a lo largo de estos años noventa. En 1991 se constituye la

“Comisión de Análisis y evaluación del Sistema Nacional de

Salud”, más conocida como Comisión Abril, cuyos objetivos

explícitos eran la realización de un análisis en

profundidad del Sistema Nacional de Salud, la prospección

de situaciones futuras esperables para el mismo y la

propuesta de medidas de mejora a la luz de los análisis

realizados (Abril et al., 1991). El sesgo economicista que se

hace manifiesto en el análisis y sobre todo en los

apartados de propuestas del informe de la Comisión Abril

muestra a las claras un panorama ciertamente diferente al

de apenas cinco años antes con la LGS. La retórica de la

búsqueda de eficiencia en las organizaciones sanitarias es

el elemento principal, en confluencia evidente ya con el

nuevo modelo sanitario neoliberal internacional, lo cual

plantea modificaciones de peso en la amplia mayoría de

cuestiones que articulan el sistema: financiación, recursos

humanos, reglamentaciones u objetivos, entre otros. La

novedosa orientación que dicho Informe sugiere se habrá

incorporado al imaginario colectivo del sector sanitario

con tal fuerza que tiende a ser reconocido por muchos como

el referente principal de gran parte de las reformas en la

organización y la gestión de servicios sanitarios que se

sucederán en los años venideros (Irigoyen, 1996; Sánchez

Bayle, 1996; Huertas, 1998). En este marco habrá que

considerar pues la aplicación de la hoy ampliamente

criticada Ley 15/97 así como el importante envite

legislativo del PP en el año 2003 con la Ley de Autonomía

del Paciente (de finales de 2002), la Ley de Cohesión y

Calidad del Sistema Nacional de Salud (LCC en adelante), el

Estatuto Marco del Personal Estatutario del sector

sanitario y, finalmente, la Ley de Ordenación de las

Profesiones Sanitarias (LOPS en adelante). Nos interesa

centrarnos ahora en estas leyes en tanto que regularán un

nuevo espacio para las profesiones y los recursos humanos,

así como determinarán los mecanismos de implantación del

"Desarrollo Profesional", con especial énfasis en los

procesos de formación continuada, la evaluación de

competencias o el nuevo formato del sistema de carrera

profesional.

3.La Nueva Gestión Pública sanitaria y la

salarización y competición profesional

Como decimos, la medicina pudo superar las principales

desventajas del envite salubrista-integral y estatalista de

los años ochenta, pero un nuevo cambio afectará en décadas

recientes de forma más clara a su profesionalidad. Un

cambio que se hará extensivo ahora además al conjunto de

profesiones del sector (trabajo social, psicología,

enfermería…). Estamos hablando de la implementación de la

racionalidad económico-empresarial propia de la Nueva

Gestión Pública. Distingamos entonces en primer lugar una

serie de elementos destacados para esta nueva mecánica de

organización pública antes de pasar a continuación a

contrastar su realidad sobre el propio sector sanitario

español.

La llamada “Nueva Gestión Pública” (new public management)

(NGP en adelante) se presenta de manera global en oposición

a los clásicos modelos de “administración pública” de

orientación weberiana y supone de manera general la

introducción en el sector público internacional de técnicas

de gestión de probada eficacia en el sector privado (Lane,

2000; Olías de Lima, 2001; Dent et al., 2004; Shamsul, 2005).

Un elemento fundamental que define la NGP es el papel

destacado y distintivo de los gerentes o managers. Frente

al modelo administrativo weberiano, los gerentes de la

nueva organización pública tienen mayor capacidad de

decisión, de modo que su papel no es sólo el de implementar

las políticas públicas decididas desde los organismos de

gobierno, sino que tiene capacidad para manejar recursos o

para disponer diferencialmente del personal (Olías de Lima,

2001). Los gerentes toman así una perspectiva estratégica,

en la cual tiene además un gran peso la ahora novedosa

“orientación a objetivos o resultados”, dejando atrás el

clásico cumplimiento del procedimiento administrativo por

medio del ajuste a la legalidad vigente (Derecho

Administrativo) y la garantía de los derechos de los

ciudadanos (Parrado, 1996).

La amplitud de libertad de gestión de un gerente en un

organismo público se amplía al punto de considerarse la

escisión entre el equipo de Gobierno del Estado y las

diferentes organizaciones públicas (por ejemplo, un

hospital), ambos reconsiderados ahora como comprador y

proveedores de servicios. Dicha escisión constituye y se

organiza en torno a un espacio competencial, en la que los

diferentes organismos públicos, considerados proveedores de

servicios diferenciados, rivalizan por ofrecer al Estado la

mejor oferta de servicios posible. Esto supone de facto un

sistema de mercado (o cuasi-mercado) interno, que si bien

mantiene ciertas características básicas del entorno

público (criterios de igualdad geográfica en la

distribución de los servicios, ajuste a Presupuestos

Generales del Estado, etc.), se articula ahora en los

términos “contractualistas” del sector privado, y como tal

se aviene a normas de regulación nuevas (Derecho Privado,

Mercantil o Laboral).

Por otro lado, los procesos de descentralización

organizativa y la devaluación de la importancia central del

ajuste a la legalidad como mecanismo principal de

regulación dan lugar a nuevos modos de fiscalización y a

nuevos sistemas de control en el espacio público. Por un

lado la auditoría y por otro la evaluación, orientados a su

vez de manera privilegiada hacia la determinación de la

consecución de objetivos y resultados, se instituyen como

mecanismos reguladores con mayor peso que los antiguos

sistemas financiero-contables y de legalidad. Para ello se

desarrollan indicadores de rendimiento que, de manera

destacada, toman la “calidad” como el horizonte

privilegiado, si bien ahora dicha calidad apelará no tanto,

o no sólo, a la idea tradicional de “calidad interna”, en

la forma de la agilización y mejora de los procedimientos

de carácter interno a la organización, sino como “externa”,

esto es, el ajuste a las demandas y satisfacciones de los

usuarios-clientes de los servicios (Dent y Barry, 2004).

En lo que respecta a la gestión de los recursos humanos, el

modelo administrativo clásico de los efectivos

funcionariales como servidores permanentes, neutrales y

anónimos, se considera ahora como un sistema de freno y

resistencia a los vaivenes de los puestos políticos que

determinan las políticas públicas a aplicar (Parrado,

1996). A su vez, la clásica orientación ético-universal de

los trabajadores públicos (los valores de la legalidad y

los derechos) o su movilidad interna por criterios

principalmente de antigüedad chocan con el cortoplacismo

que se trata de alentar. Nuevos conceptos de

responsabilización individualizada tratan de oponerse al

marco del antiguo anonimato administrativo, pretendiendo

hacer a los trabajadores partícipes de la consecución de

resultados organizacionales. Los gerentes deben tener

libertad para promover, incentivar o seleccionar al

personal que mejor se adapte al nuevo marco de competitividad

organizacional, la cual se desarrollará así también entre los

trabajadores mismos. Para ello, se renuevan y potencian los

elementos propios de la “carrera profesional” (Gómez,

2001), salarios y ascensos, destacando principalmente el

desarrollo de los “complementos por productividad”. Se

defienden nuevos roles de responsabilidad, asunción de

riesgos, mejora continuada, flexibilidad o disposición a la

movilidad, todos ellos elementos dinamizadores de la

cultura laboral empresarial. Las relaciones contractuales

se diversifican y “flexibilizan”, abriéndose paso

principalmente los contratos temporales. En el marco

sanitario español, la NGP se inicia “ideológicamente” con

el Informe Abril, se regulariza con la Ley 15/97, se

profundiza en las leyes de 2003 y se extiende hasta el

momento presente, si bien sus distintos elementos van

entrando según ritmos desiguales y con importantes

resistencias en unos u otros lugares.

La Ley 15/1997 abre explícitamente la posibilidad de

novedosas modalidades de gestión de las instituciones

sanitarias, las cuales permitirán a su vez los nuevos

marcos de regulación del personal sanitario. Dicha Ley

inicia de forma evidente el camino de apertura a modelos

mixtos de financiación (pseudoprivatizaciones o

privatizaciones parciales) en estos organismos públicos.

Por un lado, se les permite y estimula la captación de

ingresos adicionales a los del erario público, pero además

se regularizan los procesos de apertura de gestión de

servicios determinados de las instituciones a entidades

privadas (externalizaciones). Por otro lado, y en

confluencia con lo comentado más arriba para los modelos de

la NGP, la nueva orientación en la ordenación sanitaria

supondrá un cambio de mentalidad importante, en la que los

distintos actores e instituciones modifican su estatuto y

función. La Administración central y los Gobiernos

autonómicos pasan a ser considerados los financiadores

principales; las áreas de salud, “compradores” de

servicios; los hospitales, los centros de salud, las

oficinas de farmacia o los médicos y otros profesionales en

equipo (o incluso individualmente), como proveedores; y los

usuarios, como clientes.

Con la escisión entre financiadores, proveedores y

compradores (antes concentrados bajo el manto del Sistema

Nacional de Salud) se permite que los centros sanitarios

puedan determinar diferencialmente el modo concreto de

desarrollo de las distintas funciones de financiación,

compra y provisión de servicios, y asumen una financiación

central asimétrica en función ahora también de la

consecución de objetivos y resultados determinados. Se

espera así que la financiación diferencial asociada al

éxito o viabilidad de las unidades de provisión de

servicios (hospitales, centros de salud y demás) provoque

mejoras en la calidad de los mismos así como en el coste de

sus prestaciones.

El modelo se va ajustando así progresivamente a la NGP, con

una nueva autorregulación del sector en la que tienen una

especial relevancia el seguimiento de los novedosos

criterios de calidad. Por un lado, es cierto que seguimos

teniendo planteamientos comunes con el marco "tradicional"

implantado aquí con la LGS de 1986 o su desarrollo:

universalidad del servicio, igualdad de oportunidades,

accesibilidad a discapacitados, "curación" efectiva de

enfermedades, humanización de la asistencia o número de

camas (Artículo 28 de la LCC). Sin embargo otra serie de

características aparecen o adquieren mayor fuerza. Es el

caso de la "orientación a los resultados en salud", la

eficacia y la eficiencia o la idea de “gestión clínica”

(Exposición de motivos de la LCC; Artículo 10 de la LOPS).

Una idea esta última que trata de conjugar los nuevos

factores economicistas con los tradicionales criterios

sanitarios arriba comentados a la hora de evaluar la labor

de los puestos relevantes de dirección de los hospitales y

demás instituciones sanitarias.

Dentro de este nuevo marco regulado por calidad del sector,

encontramos un aspecto destacado del mismo en la

planificación y formación de sus profesionales, de sus

“recursos humanos”, que concentra buena parte de la

atención de las leyes que aquí analizamos (de la LOPS y el

Estatuto Marco en su totalidad y de la LCC principalmente

en su Capítulo Tercero).

Las nuevas regulaciones de 2003 establecen en definitiva un

“nuevo modelo de relaciones laborales para el personal de los servicios de

salud” (Exposición de motivos del Estatuto-Marco).

Destacamos de entrada así en la Ley de Cohesión y Calidad

la constitución en su Capítulo Tercero (Artículo 35) de la

Comisión de Recursos Humanos del Sistema Nacional de Salud,

orientada entre otras cuestiones a la “planificación y

diseño de los programas de formación de los profesionales

de la sanidad” (Exposición de motivos), y a la que se le

otorgan nuevos poderes para regular incluso decisiones

formativas del espacio universitario, en aras de acoplar la

formación a las necesidades de personal del Sistema

Nacional de Salud (Artículo 36 de la LCC).

Otra cuestión importante en las nuevas regulaciones para el

espacio laboral es también el desarrollo y potenciación de

la “Carrera Profesional”, coherente aquí también con la

aplicación de la NGP (Artículo 40 del Estatuto Marco). Si

antiguamente los procesos de progreso profesional se

restringían a los ascensos jerárquicos (jefe de servicio,

jefe clínico, coordinador…), a partir de las nuevas

regulaciones se marcan las bases para la implantación de la

Carrera Profesional en todo el territorio estatal, a través

de la cual se abren las posibilidades de reconocimiento

individual del trabajo realizado, permitiendo las

retribuciones y ascensos desiguales en función de la

calidad de los servicios ofrecidos por los profesionales

(Exposición de motivos del Estatuto Marco). Consideramos

que, dado el marco general que venimos analizando, la

evaluación de la práctica (o, más comúnmente, de sus

resultados o de las competencias profesionales

individuales) se desarrolla como mecanismo de potenciación

de la competencia del personal sanitario y la promoción de

la excelencia en su labor, premiando y motivando así la

práctica clínica de calidad considerada bajo criterios no

estrictamente sanitarios. Son frecuentes así las alusiones a la

“motivación de los profesionales y de su compromiso con la

gestión”, el “establecimiento de un sistema adecuado de

incentivos”, la “desburocratización y flexibilización de

las relaciones profesionales”, la “descentralización de los

procesos de selección y de promoción profesional”, los

“complementos de productividad” o la “personalización de

las condiciones de trabajo, especialmente en lo relativo a

retribuciones y niveles de dedicación” [Exposición de

motivos y Artículo 43.2.c) del Estatuto Marco]. Bajo dichos

planteamientos tenemos además la vía de entrada para

mecanismos de precarización de su labor. Podemos afirmar

así que asistimos a una “laborización” del personal

sanitario (Martín, 2008) pese al carácter funcionarial de

la nueva relación estatutaria. En este sentido tenemos por

ejemplo la penetración evidente del trabajo temporal en el

espacio de los trabajadores públicos por vía de la

regulación del nuevo “personal estatutario temporal”

(Artículo 9 del estatuto Marco), cuya figura ha sido

repetidas veces aludida como imagen de la progresiva

precarización en las condiciones de trabajo de los

profesionales del sector (Organización Médica Colegial,

2006; d’Orleans, 2008; Rey, 2010; Irigoyen, 2011).

Por otro lado, volviendo de nuevo a las cuestiones de la

evaluación del personal y su posible promoción, vemos que

ésta no se reduce sólo al espacio de la práctica sino que

se extiende también al ámbito de los aprendizajes, sobre

todo a raíz de la aparición y regulación de la Formación

Continuada y el Desarrollo Profesional Continuo (Título

Tercero de la LOPS; Artículos 38 y 39 de la LCC). Dicho

criterio de evaluación de la calidad es sin embargo, al

mismo tiempo, un nuevo mecanismo de desprofesionalización.

Las cualificaciones por el Desarrollo Profesional Continuo

suponen finalmente una importante modificación en las

antiguas licencias para el ejercicio profesional que, salvo

incompetencia evidente o comportamiento no ético, eran

generalmente de por vida. Ahora, la actual tendencia hacia

la relicencia, recertificación o revalidación con dicho

Desarrollo Profesional Continuo introduce un nuevo

mecanismo de inestabilidad profesional en tanto que el

peligro de perder la licencia aumenta considerablemente,

siendo subvertidos así antiguos privilegios en este sentido

(Cruers y Cruers, 2004; Irvine, 2004).

Finalmente, otro elemento a destacar en las nuevas

estructuras de evaluación es la aparición central de la

“práctica basada en la evidencia” (científica) como

regulador importante de la práctica sanitaria reconocida

(Exposición de motivos de la LCC). Esto puede suponer

también un mecanismo de pérdida de autonomía en la

composición técnica de la práctica profesional sanitaria.

En este punto, la tecnología y la industria se presentan

también como factores de desprofesionalización,

especialmente por mediación del peso decisivo de las

industrias biomédicas y sanitarias en la financiación o

incluso en la propia elaboración de los “ensayos clínicos”

que determinan precisamente aquella evidencia científica.

Industrias cuyo peso es también importante en la oferta

formativa para el Desarrollo Profesional Continuo. Estamos

así aquí ante un tipo de desprofesionalización técnica que

se uniría a las ya comentadas presiones “económicas” de los

gestores del sector o de los propios profesionales sobre sí

mismos (en aras de la “gestión clínica”) para desarrollar

una labor en la que no se malgasten costes, lo que supone

por ejemplo hacer preferentes ciertas técnicas sanitarias

con resultados a corto plazo, hasta llegar al punto de

poder decir que los profesionales y el sector sanitario

funcionarían como una agencia de los intereses de la

industria (Sánchez Bayle, 2011).

4.Conclusiones

Las teorías de la desprofesionalización o la

proletarización fueron aplicadas en los años setenta y

ochenta bajo un marco económico-político diferenciado del

actual. Sin embargo, como hemos visto, hay muestras

suficientes a día de hoy para rescatar dichos

planteamientos y aplicarlos, de forma renovada, a la

comprensión de las actuales reestructuraciones de los

marcos laborales de la práctica profesional, en este caso

del espacio sanitario español. Reivindicamos así las

bondades analíticas de todo un (sub)campo de estudios

sociológicos por lo general descuidado, aunque en aumento.

A partir de lo dicho, la progresiva implementación del

nuevo marco regulador analizado supone a nuestro entender

una segunda desprofesionalización para los trabajadores del

ámbito sanitario. Por un lado, los médicos, que ya habían

perdido su tradicional monopolio práctico y cognitivo ante

el envite de las nuevas profesiones sanitarias, encaran

ahora además la pérdida de sus tradicionales condiciones

laborales privilegiadas. Si los médicos decidían cada vez

menos sobre la organización social de su propio entorno

laboral, hoy a duras penas mantienen además el control

sobre el espacio técnico (diagnóstico-terapéutico). Sin

embargo, ahora la nueva desprofesionalización ya no viene

determinada por un nuevo reparto de fuerzas entre las

orientaciones y perspectivas de los profesionales del

sector y de su incorporación general a un marco estatal de

regulación y práctica, como fue el caso de las

modificaciones que siguieron a la Transición en España. Por

el contrario, el actual paradigma sanitario neoliberal del

“nuevo universalismo” rompe en cierto modo su anclaje más

evidente sobre los espacios competenciales de las

diferentes perspectivas y profesiones sanitarias. El

debate, digámoslo así, “ideológico” ha perdido fuerza en el

entorno profesional del sector, actuando seguramente aquí

en consecuencia con otras lógicas sociales

“despolitizantes” o tecnocráticas actuales. Todo lo cual no

deja de ser relevante cuando estamos precisamente hablando

de un espacio profesional clásicamente definido en base a

su fuerte carácter “tecnócrata”. De este modo, el debate

principal en décadas recientes ha sido pues desplazado, y

“poderes ajenos” al entramado sanitario (Oriol y Pardell,

2004) cobran fuerza. Podríamos afirmar así que pasamos de

una preocupación por la economía de la salud a una preocupación por la salud

de la economía.

En otro orden de cosas, hemos podido comprobar que los

mecanismos de la Nueva Gestión Pública que afectan a los

profesionales (“recursos humanos”) son aquellos que más

problemas y resistencias han encontrado para ser aplicados.

En este punto, la “cultura profesional” acumulada supone uno de los

mecanismos más rígidos y complejos de superar para las nuevas reformas. Por

ejemplo, instrumentos clave en el nuevo modelo empresarial

como la gestión de las competencias o la promoción

profesional, se encuentran constreñidos en las

organizaciones profesionales (Irigoyen, 2011). Tenemos

entonces que el “profesionalismo” (Freidson, 2001), pese a

su aparente “despolitización”, genera de forma paradójica

un mecanismo de resistencia finalmente poderoso sobre el

terreno. Resistencias no tanto articuladas sobre demandas

laborales o políticas (carga de trabajo, salarios, derechos

u otras) como “profesionales”: facilitación de servicio

público, universalidad de dicho servicio, autonomía,

superioridad técnico-científica, control sobre formación o

contratación, fidelidad corporativa o libertad técnica de

la práctica, por poner algunos ejemplos.

Sin embargo, y pese a todo, en muchos casos las nuevas

técnicas no sólo han sido introducidas con éxito sino que

han contado incluso con el apoyo e impulso de aquellos

aparentemente más afectados por ellas. ¿Es posible así que

estas nuevas políticas de regulación pública no sean en

verdad tan negativas para los profesionales del sector? En

este caso no está de más recuperar también los viejos

estudios de la sociología de las profesiones en torno a la

defensa de la “profesión” como ideología (Johnson, 1972;

Freidson, 1986) para comprender la en ocasiones

sorprendente e ilusionada defensa de buena parte del

complejo médico para con las nuevas regulaciones. De este

modo, el marco de autocomprensión profesional se ha mostrado así

como un referente que actúa también como un poderoso mecanismo

mistificador, el cual tiende a desatender profundamente

características “macro” (político-económicas) que afectan

al propio espacio de posibilidad práctica de su servicio

profesional, regido ahora también por una “cultura laboral

empresarial” opuesta a la tradición “autónoma” o

profesional de antaño. Del mismo modo, los aspectos que

vehiculan el ideal profesional (autonomía, privilegios

cognitivos, formación técnico-científica…) entorpecen por

lo general la concreción de los debates en torno a la

denuncia de la precariedad laboral en aumento así como

sobre el carácter político de las reestructuraciones. De

tal forma, el profesionalismo facilita en último caso la re-

integración (pseudo)profesional en el nuevo marco desprofesionalizante, por

ejemplo, disponiendo al gestor clínico como elemento

supremo de la nueva carrera profesional. Un marco

significante que dificulta en definitiva ciertas formas de

resistencia o articula éstas bajo demandas que no modifican

en su base los problemas identificados, siendo incluso en

ocasiones paradójicamente afines a los mismos.

Tener todo esto en consideración nos lleva a reforzar la

necesidad de defender, por un lado, la historización de la

comprensión de las dinámicas de cambio actuales. En este

sentido, la apelación a mecanismos “macro” político-

económicos no asegura como tal la mejor consideración de

las profundas modificaciones del sector. Es fundamental

remontar éstas hacia los años en los que se abren las

posibilidades jurídico-políticas para las mismas, de tal

forma que podremos desvincular las nuevas

reestructuraciones del sector del contexto actual de crisis

económica, desvelando así su carácter específicamente

“ideológico”. Algo que hace evidente a su vez la absoluta

parcialidad del discurso político hegemónico en España, el

cual trata de asociar las reestructuraciones con presuntas

fallas en los equilibrios económicos del sector, en la

necesidad global de recortes en los gastos públicos u otros

argumentos similares.

Finalmente, y en aras de abrir la posibilidad de

alternativas de salida a la situación crítica en el sector,

defendemos la necesidad de articular en las resistencias de

los trabajadores sanitarios su “cultura profesional” con

una mayor consideración y autocomprensión político-

económica de las transformaciones actuales e históricas en

su práctica laboral. De este modo sea quizás posible

reforzar las mecánicas de resistencia profesionalistas con

una mejor focalización sobre los problemas de fondo que han

venido a afectar de forma tan significativa al sector

sanitario español y en definitiva a la salud de la

población española en los últimos años.

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