¿cultura y arte en los animales? sobre la posibilidad de un arte animal
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Congreso CEHA 2008
Título: ¿Cultura y Arte en los animales? Sobre la posibilidad de un Arte Animal
Autor: Concepción Cortés Zulueta
Institución: Universidad Autónoma de Madrid
Resumen:
Si cada vez está más extendido y aceptado el hecho de que a determinadas
especies animales, fundamentalmente los grandes primates, se les reconozca la
posesión de cultura, ¿qué sucede entonces con el arte? ¿Cabría la posibilidad de que
existiera un arte animal? Lejos de tratar responder a estas preguntas, en este artículo
pretendo presentar y desarrollar una serie de cuestiones clave con el objetivo de señalar
al menos parte del interés que podría tener un debate enfocado en discutir la posibilidad
de un arte animal. Un debate que se beneficiaría de una participación conjunta tanto de
las disciplinas científicas como de las humanísticas. Y en especial, de la historia del arte.
Abstract:
If the fact that some animal species, basically great apes, have culture becomes
more accepted every single day, what about art then? Would it be possible an animal art
too? In this paper I will not attempt to answer these questions. Instead I am developping a
series of key issues, with the aim of remarking some of the possibilities of a discussion
about animal art. A discussion that will be better if enhanced with contributions, not only
from scientific disciplines, but also from humanities. And specially, from art history.
Texto:
Históricamente, y sobre todo en el ámbito occidental, el ser humano ha buscado
definirse a sí mismo por oposición a los animales, y ha tendido a situarse al frente de
todos ellos como el ser vivo más perfeccionado y completo. El desarrollo de este
proceso, con implicaciones religiosas, filosóficas, etc., es complejo, y no tendría sentido
abordarlo aquí debido tanto a limitaciones de espacio como a que se escapa del objetivo
fundamental de este artículo. Sus implicaciones podrían resumirse, simplificándolas al
máximo, diciendo que con el paso de los siglos se habría ido formando un profundo
abismo entre el Homo sapiens y los animales, mediante el cual se pretendía
diferenciarlos de forma completa y radical en cuanto a sus capacidades y orígenes, entre
otros aspectos.
Los progresivos avances científicos irían redescubriendo los vínculos y la
continuidad existente entre seres humanos y animales. En el siglo XVIII el naturalista
sueco Carlos Linneo sentó las bases de la clasificación de las especies, incluyendo a los
seres humanos, simios y monos dentro un mismo orden, el de los primates, cuyo nombre
hace referencia precisamente a que Linneo lo consideraba el grupo que debía ocupar
una posición más elevada dentro de su sistema de clasificación jerárquica. Asimismo,
también le otorgó a la especie humana el calificativo de sapiens, dado que pensaba que
el raciocinio era su atributo más sobresaliente.
A lo largo del siglo XIX surgieron y fueron asentándose ideas y publicaciones que
desafiaban la explicación ofrecida en el libro bíblico del Génesis acerca del origen de la
creación. De este modo, en lugar de seres vivos creados con unas características
inalterables, las nuevas ideas y teorías hablaban de la evolución de las especies. Siendo
las más influyentes de entre todas ellas las firmadas por Charles Darwin (1), quien
condensó las bases de su pensamiento en el libro El origen de las especies (2), de 1859,
y en el posterior El origen del hombre, de 1871. Se generalizó entonces el tópico y
polémico dicho popular que tergiversando ligeramente estas teorías afirmaba que el
hombre descendía del mono, algo muy aprovechado por los caricaturistas del periodo
(il.1).
De este modo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX la constatación del
vínculo evolutivo y biológico entre el ser humano y los animales iba a consolidarse a
través de los que pasaríamos a denominar con el tiempo como nuestros parientes más
cercanos, los grandes primates, a los que frecuentemente nos referimos empleando el
término simios. Es decir, chimpancés, gorilas y orangutanes. A pesar de este nuevo
tratamiento como una más de entre las muchas especies animales existentes, el Homo
sapiens siguió reservándose a sí mismo un papel hegemónico al frente de la creación
como la especie más avanzada y perfeccionada, la más adecuada para hacer y deshacer
en el planeta en función de sus necesidades. La única especie capaz de razonar, de
comunicarse mediante un lenguaje, de sentir emociones, de soñar, de usar herramientas,
de tener conciencia de sí misma…
En el transcurso del siglo XX se han ido revisando uno a uno todos estos
postulados, y con ellos, lo que implica y significa ser humano. En este artículo, sin
embargo, nos interesa especialmente uno de ellos: la cultura. Hasta no hace mucho, el
ser humano era la única especie animal a la que se le reconocía la posesión de cultura,
aunque en el pasado existieron voces que llegaron a defender otras posturas, en un
principio de forma bastante aislada (3). Esto ha cambiado en una fecha no muy lejana.
En 1999 apareció en la revista Nature el artículo “Cultures in chimpanzees (4)” realizado
en colaboración por un número considerable de expertos en el estudio de los
chimpancés, que condensaba y confrontaba varias décadas de observaciones de las
costumbres de diversas poblaciones de estos grandes primates. La conclusión fue que el
resultado que se obtenía tras esta comparación era a grandes rasgos similar a una
centrada en el análisis de poblaciones humanas.
Es decir, cada población de chimpancés presentaba unas costumbres y
comportamientos propios y diversos, que no podían achacarse a las condiciones del
medio o a condicionamientos genéticos, y el conjunto de estos comportamientos la
distinguía de cualquier otro grupo de la misma especie. Las técnicas que utilizaban
algunos de estos grupos de simios para pescar hormigas con una ramita variaban de
unos a otros, así como las modificaciones que realizaban a diversos elementos para
mejorar su eficacia en este cometido. También la manera en la que preparaban un nido
de follaje para pasar la noche, o el método utilizado para cascar nueces. Por lo tanto,
estos comportamientos no eran innatos, habían sido aprendidos y perfeccionados por los
miembros del grupo a lo largo de una sucesión de generaciones, que habían
proporcionado soluciones divergentes ante una misma situación o problema.
Es por ello que los autores del artículo consideraron que era apropiado hablar de
culturas en los chimpancés en un sentido antropológico, entendiéndose el término cultura
como el conjunto de costumbres y comportamientos adquiridos que distinguen a unas
poblaciones de otras, y que se transmite de generación en generación por un medio
distinto a los genes. Según esto la diferencia en cuanto a la posesión o no de cultura
entre chimpancés y seres humanos resultaría de tipo cuantitativo, y no cualitativo. Lo que
implicaría que los humanos dejarían de ser la única especie animal a la que se le
reconoce la posesión de cultura, pero habrían alcanzado un grado de desarrollo muy
superior comparado con el de los chimpancés. No era la primera vez que se planteaba
algo en esta línea, pero el número y prestigio de los firmantes, así como el de la propia
revista, hicieron de la publicación de este artículo un hito que marcaba un antes y
después en este campo.
Si en el siglo XIX se habían reforzado los vínculos biológicos y evolutivos de los
seres humanos con el resto de los animales, a finales del siglo XX se iba a dar otro paso
más en la dirección de salvar el abismo que hasta este momento los separa, de permear
el muro construido entre las posiciones ocupadas por unos y otros. En un artículo
aparecido en el mismo número de la revista Nature que el que se reseñó más arriba, y
significativamente titulado “La primatología cultural alcanza su mayoría de edad”, el
renombrado primatólogo De Waal lo expresó así: “Biológicamente hablando, los
humanos nunca han estado solos. Y en la actualidad lo mismo se puede decir respecto
de la cultura (5)”.
Estas cuestiones, aunque cada vez más difundidas y aceptadas dentro de la
comunidad científica, no están exentas de discusión y polémica. Y algunas de las
reacciones suscitadas han buscado endurecer los requisitos necesarios para que una
especie animal sea considerada digna de poseer cultura, como por ejemplo que la
transmisión cultural tenga lugar a través de un lenguaje de una cierta complejidad (6).
Pero también han surgido otras publicaciones que, tomando como modelo el artículo
“Cultures in chimpanzees” han realizado un ejercicio similar para otras especies de
simios (7).
Si existe un debate acerca de la extensión de la aplicación del término cultura,
hasta no hace mucho restringido al ser humano, a otras especies animales, ¿en qué
posición deja esto al arte? No es mi intención contestar aquí a la pregunta de si
verdaderamente existe o no un arte animal, un arte realizado por animales. Sino, por el
contrario, destacar una serie de cuestiones con las que pretendo demostrar que la
posible existencia de un arte animal es al menos un asunto que merece interés, y que se
beneficiaría con la aparición de una discusión al respecto. Estas claves o cuestiones que
he reunido aquí podrían convertirse con el tiempo en algunos de los puntos relevantes de
este futuro debate. Un debate que requeriría de la intervención, para un desarrollo
apropiado, tanto de las disciplinas científicas como de las humanísticas, aunque suene
paradójico. Puesto que la gran mayoría de las incursiones en este sentido han sido
planteadas desde el ámbito científico, y por lo general de una forma parcial y poco
sistemática. Es por ello que en este campo la ciencia se beneficiaría de un contrapunto
humanístico, y en especial, de uno que proviniera de la historia del arte.
Empezando con la enumeración y desarrollo de cuestiones a destacar, en primer
lugar conviene señalar que hay disciplinas que, como la sociobiología, utilizan el puente
de la teoría evolutiva tal y como la plantea el darwinismo contemporáneo para estudiar
tanto el comportamiento de las hormigas como el de los mamíferos superiores o los
seres humanos. Incluyendo dentro de su campo de estudio la cultura, y también el arte.
Es decir, para la sociobiología los fundamentos de ciertos comportamientos humanos,
como los creativos o artísticos, pueden rastrearse en otras especies con las cuales
compartimos un vínculo evolutivo, antepasados comunes. En esta línea los candidatos
ideales para este tipo de investigaciones vuelven a ser nuestros primos, los grandes
primates, porque son los más próximos y más parecidos a nosotros. El interés de la
sociobiología por el arte, o las artes, llega al punto de haberle consagrado al asunto un
congreso internacional, celebrado en 1993. En la introducción del volumen publicado tras
el congreso, Marcel Roele y Jan Wind concluyen que la sociobiología podría contribuir a
un corpus integrado de conocimiento, en el que la etología, la psicología y las ciencias
sociales se encargarían de identificar las direcciones en las cuales han evolucionado las
diferentes culturas, mientras que la sociobiología podría ayudar a “hallar una explicación
plausible acerca de la función del arte y los orígenes de nuestras preferencias estéticas
(8)”, que estuviera de acuerdo con las teorías evolutivas vigentes. En definitiva, la
sociobiología se sirve de dichas teorías evolutivas para resaltar la continuidad existente
entre los seres humanos y los animales en todos los frentes, y no de una forma
asépticamente biológica.
Al mismo tiempo la mención de un posible arte animal o una discusión acerca de
su existencia han sido planteadas ocasionalmente, por lo general desde el ámbito
científico, como un asunto secundario o derivado de ciertas investigaciones, y no
siempre desde el ámbito de la sociobiología. Uno de los renombrados fundadores de la
etología y premio Nobel, Konrad Lorenz, utilizó sin miramientos los términos “artístico” y
“creativo” para describir las piruetas aéreas de los córvidos, indicando que lo hacía
empleando esos términos en su justo sentido (9). Sin abandonar el mundo de las aves,
también se ha discutido extensamente las propiedades artísticas y la complejidad del
canto de muchas especies de pájaros (10). El biólogo estadounidense Jared Diamond
incluso llegó a titular uno de sus artículos “Arte Animal”, como veremos más adelante.
Asimismo, existen estudios centrados en tratar de determinar lo que podríamos
denominar como preferencias estéticas de los animales. Esto es, cuáles son las
características presentes en un objeto que provocan que un animal muestre cierta
preferencia hacia él. Y si en la preferencia mostrada puede hallarse algún tipo de patrón
que sea propio de una determinada especie o grupo animal, que o bien esté en paralelo
con los de otros animales, o lo distinga de ellos. Por supuesto, esto es algo muy ligado al
tipo de percepción y al los sentidos presentes en una determinada especie animal, que
con demasiada frecuencia solemos antropomorfizar y considerar equivalentes a los de
los seres humanos. Haciendo aquí una pequeña digresión, los sentidos en los que
suelen enfocarse este tipo de estudios son por lo general la vista, o como mucho el oído,
porque son los sentidos a los que los seres humanos tendemos a asociar un disfrute
estético. Pero, y llevando quizás este argumento más lejos de lo que convendría, puede
que para un perro, y dado que su sentido más desarrollado es el del olfato, el mayor
goce estético residiera en algo similar a una sinfonía de olores, como la que propone
Paul Auster en su libro de ficción Tombuctú (11). Con esto último solamente pretendía
poner de relieve los peligros de trasladar sin darnos cuenta las experiencias humanas a
otros animales.
Volviendo al hilo principal de este trabajo, un ejemplo de una investigación
centrada en las preferencias, en este caso visuales, de un grupo de animales, es la
llevada a cabo por el biólogo alemán Bernhard Rensch, uno de los “biólogos del arte”
junto a Desmond Morris (12). En este estudio se analizó si existía una mayor inclinación
hacia patrones simétricos que hacia patrones no simétricos en un mono capuchino, un
chimpancé hembra, un grajo y un cuervo (13). El conjunto de este tipo de preferencias
puede llegar a ser de una gran importancia en la vida de un animal porque juegan un
papel en fenómenos como la elección de pareja en función de su aspecto, su canto, o
sus movimientos, como luego veremos en el caso de los pájaros pergoleros, capulineros
o glorieta. O simplemente impulsarle a acumular pequeños objetos brillantes sin función
definida, como sucede con las urracas, que atesoran en sus nidos elementos metálicos
de diversa procedencia, quizás mera decoración doméstica. Sin embargo, parece que la
tendencia académica dominante se limita a atribuir a estos comportamientos alguna
ventaja evolutiva, que suponga que el animal, o su descendencia, estén en algún sentido
mejor preparados para sobrevivir. Un extremo que es denunciado por filósofo Wolfgang
Welsch en un artículo publicado en una revista electrónica y titulado “Animal Aesthetics
(14)”. De este modo, se les niega a los animales la posesión de un sentido estético no
condicionado por la supervivencia. Siendo ésta una tendencia que las humanidades
podrían, y deberían, contrarrestar, entre otras cosas porque ese mismo reduccionismo se
le llega aplicar en ocasiones incluso al ser humano. Una acusación que con frecuencia
se ha formulado en contra de la sociobiología, no sin cierto fundamento.
Otro ámbito de interés, otro de los elementos que podrían discutirse en un debate
en torno a la posibilidad de un arte animal, son los comportamientos lúdicos,
protocreativos o creativos que se han constatado en determinados animales en
cautividad o semicautividad, sin que en ellos parezca existir una finalidad práctica directa.
Entre ellos se encuentra la práctica del “manejo de piedras” (stone handling o stone play)
observada por el primatólogo Michael Huffman en los macacos japoneses de
Arashiyama. Estos animales juegan con piedras, las buscan y recogen para
amontonarlas, “como niños con bloques de construcción” en palabras del propio
investigador (15). En esta línea estarían los aros de burbujas de los delfines, los
garabateos en el polvo de los elefantes usando palos que manejan con la trompa o los
trazos en las paredes del recinto con pedacitos de tiza u otros de los primates, en una
actividad que nos resulta familiar por su proximidad aparente con el dibujo o la pintura.
Son comportamientos que suelen recibir el calificativo de auto-remuneradores, quizá
debidos a pulsiones que podrían compararse con otras presentes en los seres humanos
que a veces parecen subyacer en algunas creaciones artísticas. En las últimas décadas
estos comportamientos han tendido a ser favorecidos por medio de los llamados
programas de enriquecimiento en parques zoológicos y similares. Programas que tienen
como objetivo principal el evitar otros hábitos menos deseables y más destructivos, así
como estados de decaimiento. De este modo incluso se ha llegado a diseñar una terapia
del arte destinada a mejorar las condiciones de los mamíferos en cautividad (16).
Por otra parte algo que podría denominarse arte animal o englobarse bajo ese
término está presente en las instituciones, aunque de una forma muy minoritaria y por lo
general, anecdótica. En algunos de sus aspectos se discute en libros, o en asignaturas
impartidas en determinadas universidades (17). Asimismo se han exhibido obras
realizadas por animales en museos y bienales, y estas obras forman parte de algunas
colecciones permanentes.
Uno de los tópicos más difundidos es el de la arquitectura animal, un binomio de
uso frecuente y consolidado que ya apenas resulta chocante. Un libro fundamental que
desarrolla este asunto es el de por Karl Von Frisch (18), otro de los padres de la etología
junto al ya mencionado Konrad Lorenz y a Nikolaas Tinbergen. La arquitectura animal se
compone de construcciones que sobresalen por su adaptación al medio y que han sido
tomadas como modelo de sostenibilidad ecológica por la arquitectura contemporánea
(19). Pero no es un fenómeno nuevo el hecho de que los nidos de las aves, termiteros,
telas de araña, presas de los castores, colmenas etc.; hayan inspirado la arquitectura e
ingeniería humanas. Sea desde el punto de vista simbólico, o en cuanto su forma y
funcionalidad. Ejemplos de ambos casos derivados de la observación de las abejas y de
sus colmenas se pueden hallar en el libro La metáfora de la colmena: De Gaudí a Le
Corbusier, de Juan Antonio Ramírez (20). En los panales realizados por estos insectos
melíferos, en su comportamiento, o bien en las construcciones concebidas para
albergarlos pueden hallarse algunas de las fuentes de inspiración de los edificios a base
de viviendas en unidades compartimentadas propios del arquitecto suizo, o del arco
catenario empleado por Gaudí, estando ambas realizaciones contaminadas de diversos
contenidos simbólicos y metafóricos que se han ido asociando a las comunidades
apícolas a lo largo de la historia, habiendo sido utilizados por ideologías contrapuestas
en diversos momentos específicos. Probablemente se podrían hallar otros casos de este
tipo de inspiración al tiempo formal y simbólica si se profundizara más en esta dirección.
Siguiendo con la presencia de un presunto arte animal en las instituciones, entre
mediados de los años cincuenta y mediados de los años sesenta, y debido en parte a su
contemporaneidad con el movimiento pictórico del expresionismo abstracto, surgió un
fenómeno que se conoce con el nombre de pintura de los monos (il.2). Ciertos zoólogos
empezaron a prestar una atención especial a las prácticas de garabateo mostradas por
primates mantenidos en cautividad en parques zoológicos y otras instituciones. De ese
interés surgieron unos cuantos estudios paradigmáticos, entre los que destacan los
llevados a cabo por los “biólogos del arte”, Desmond Morris y Bernhard Rensch, tal y
como los denomina Thierry Lenain en la obra Monkey painting (21), que se centra en
analizar el fenómeno en relación a su contexto. Desmond Morris publicaría sus
observaciones y conclusiones bajo el título La biología del arte, (22) obra que pone en
evidencia su intención de hallar los fundamentos biológicos de la creación artística,
objetivo ambicioso que no llegó a materializarse.
La coincidencia en el tiempo con el expresionismo abstracto provocó que las
obras de chimpancés, gorilas, orangutanes y otros primates se vieran como análogas a
las de los artistas humanos que copaban las revistas ilustradas. Y ese parecido
superficial (il.3) favoreció una rápida difusión del fenómeno en los medios de masas,
convirtiéndolo en un asunto popular que generaba noticias. Debido a ello fue utilizado en
un doble sentido. Los detractores de los pintores expresionistas y tachistas lo emplearon
como arma arrojadiza para atacar a estos artistas y a su técnica, tan básica que podía
ser dominada por simples monos. Y sus defensores y teóricos, así como los propios
artistas, vieron en los coloridos trazos de los simios una confirmación de que sus
esfuerzos estaban dirigidos en la dirección correcta en el intento de liberarse de la
tradición pictórica anterior y volver al origen, al gesto inocente y espontáneo cargado de
emoción. Y ¿quién mejor que un chimpancé para encarnar esos ideales?, debieron de
pensar.
En este periodo se organizaron exposiciones de pintura abstracta ejecutadas por
chimpancés, gorilas, u orangutanes en diversas partes del mundo, en alguna de las
cuales colgaron juntas obras ejecutadas por seres humanos y animales. Provocaron un
gran impacto mediático, que a su vez propició la comercialización de las obras y que
todavía tiene eco en nuestros días, encarnado por perros, gatos, elefantes y otras
especies pintoras (23). Lenain, argumenta en su libro que no se puede hablar
propiamente de pintura en el caso de los primates, sino más bien de “juego pictórico”,
puesto que la pintura es un medio desarrollado por el ser humano. Y el mono o el simio
se limita simplemente a jugar con los utensilios que se le ponen delante sin llegar a ser
consciente de que la finalidad del proceso es crear un producto acabado. De este modo,
emborrona el campo pictórico hasta que pierde el interés, o se le quita el papel de
delante. Sin embargo, a pesar de la indudable influencia de los investigadores o los
cuidadores en los resultados plásticos obtenidos, no por ello dejan de ser éstos
interesantes, o expresivos, pues en ellos cada animal muestra su personalidad, su
particular estilo. Y al mismo tiempo puede aportar importantes evidencias acerca de su
percepción en relación al campo pictórico, los colores, las formas geométricas, etc.
Es preciso señalar que, dadas las líneas de investigación actuales, parece que
algunos de los simios a los que se les ha enseñado a comunicarse mediante un lenguaje,
sea de signos o pictogramas, han mostrado la capacidad de representar objetos. Este
extremo no ha sido lo suficientemente estudiado, pero hay al menos un caso lo bastante
documentado, y que también es mencionado por Lenain: el de Moja, una chimpancé
hembra que en la década de los años 70 comunicó a sus cuidadores que había dibujado
un pájaro (il.4), cuando éstos quisieron averiguar por qué se negaba a continuar
rellenando la hoja con más garabatos. Moja también indicó en otras ocasiones haber
dibujado bayas y flores.
Otro de los puntos que podrían recomendar un debate acerca de la posibilidad de
un arte animal vendría dado por la actitud adoptada por ciertos artistas, que han
establecido lo que la mayoría de ellos han dado en denominar como colaboraciones con
determinados animales. Podría decirse que pretenden con ello colocar a los animales en
un plano ideal, que no real, de igualdad, y equipararles con los seres humanos, con los
artistas humanos. Algo así como otorgarles voz por medio del arte, para que se
expresen, o para tratar de establecer una comunicación con ellos. Estas iniciativas van
un paso más allá de la utilización de los animales como meros instrumentos, una práctica
generalizada en el arte contemporáneo, y les otorgan durante el proceso de creación de
la obra una cierta libertad, real o ficticia. Como ya he indicado, esto desde un punto de
vista utópico, pues en la mayoría de los casos un animal difícilmente tiene la capacidad o
la oportunidad de negarse a participar, de no colaborar, y siempre es forzado a ello en
cierto sentido.
Sería interesante sondear estas actitudes buscando la posible influencia de los
avances científicos recientes en cuanto a la posición ocupada por los animales con
respecto a los seres humanos, y de la mayor continuidad que ahora percibimos entre
nosotros y ellos. El salto que suponen estas nuevas actitudes hacia los animales de
determinados artistas se puede apreciar en la distancia que media entre estas dos
imágenes. I love America and America loves me (il.5), es una famosa acción de 1974 en
la cual Joseph Beuys utilizó un coyote y otros objetos como instrumentos a través de los
cuales expresar un determinado contenido. De este modo el coyote jugaba un papel
equivalente al de la manta de fieltro en la que se envolvía el artista, y el hecho de que el
animal se hubiera comportado de una forma y no de otra en el transcurso de los tres días
que duró la acción no hubiera afectado de forma relevante a alterar el resultado, el
significado de la misma. La otra fotografía (il.6) muestra al artista francés Lucien
Tessarolo y a la chimpancé Kunda en 1987, pintando juntos. Tessarolo admitía las
correcciones de Kunda, que en ocasiones borraba las aportaciones humanas, y en otros
momentos simplemente las completaba con sus propios trazos. En definitiva, en este
caso el animal participa, hace elecciones relevantes durante el proceso porque el artista
se lo permite, y está interesado en trabajar en esa dirección. En tenderle la mano,
metafóricamente hablando.
Otros ejemplos de artistas que han llevado a cabo este tipo de colaboraciones
serían Komar y Melamid, Hubert Duprat o Aganetha Dyck. Una cuestión a tener en
cuenta es que algunos de estos intentos están cargados de ironía, como es el caso de
las Ecolaboraciones de Komar y Melamid, pero no creo que por ello tuvieran
necesariamente que ser tomadas a la ligera como simples bromas o gamberradas
postmodernas.
Para terminar con las claves que recomiendan un debate o una reflexión acerca
de la posibilidad de un arte animal, hay dos casos concretos muy significativos que
pueden ilustrar esa reflexión y contribuir a completar las cuestiones que he ido
ofreciendo. El primero de ellos sería el de unas aves australianas, los capulineros. Y el
segundo el del perro doberman Donnie, que vive con su dueña en Maryland, Estados
Unidos.
Los capulineros, llamados también pájaros pergoleros, jardineros o glorieta,
(bowerbirds en inglés) constituyen la familia Ptilogonatidae, cuyas diversas especies se
reparten entre el Norte de Australia y Nueva Guinea (24). Es éste uno de los casos de
animales en libertad que con mayor frecuencia suscita el uso de términos como arte o
artístico en aquellos que lo comentan.
Los machos de la gran mayoría de las especies de esta familia construyen unas
estructuras parecidas a pérgolas. La única finalidad de pérgolas es atraer a las hembras,
seducirlas durante la época de apareamiento. No son nidos, y no sirven de refugio. De
hecho los machos se desentienden del cuidado de las crías, que son atendidas por la
hembra en un nido sencillo construido por ella. El sobrenombre de jardineros les viene a
estas aves de la apariencia de estos conjuntos, ya que los pergoleros, lejos de limitarse a
levantar esas construcciones, cuidan todo su entorno, tapizando los alrededores con
musgo fresco y reparando los desperfectos que se producen día a día.
Cada una de las especies de los pergoleros realiza estructuras con unas
características que le son propias. A grandes rasgos, hay dos tipos principales de
pérgolas: tipo avenida, con un eje de simetría bilateral y dos paredes paralelas que
constituyen un corredor; o en torno a un eje centralizado, a modo de un pequeño pabellón
de jardín (il.7).
Estas arquitecturas se utilizan como enclave en el que disponer una serie de objetos
inútiles seleccionados por sus supuestas cualidades estéticas: hongos, flores, élitros, alas
de mariposas, plumas, bayas, bellotas, piedras, huesecillos o incluso elementos de origen
humano, como piezas de plástico o cintas de película. Todos estos objetos se disponen
aislados o en montones, en función de su color y tamaño respectivo. Su colocación nunca
es casual, y los pájaros reservan los lugares de privilegio, aquellos situados hacia el
interior del conjunto, para los más especiales. Se podría aventurar que en la ordenación y
en la elección de los materiales se ponen en práctica una serie de principios estéticos
básicos. Además, cada ave parece obedecer a unas preferencias personales, e impulsado
por ellas, se decanta por tonos más sobrios o más alegres, por colecciones más barrocas
y abigarradas o más austeras y minimalistas. Se diría que cada pérgola, cada jardín,
funciona como un pequeño gabinete de las maravillas, un diminuto museo repleto de
curiosidades destinadas a fascinar e hipnotizar a la hembra (il.8). Dado que se trata de un
museo vivo los materiales perecederos se descartan y reponen con la frecuencia
necesaria. A pesar de que muchos de ellos son también comestibles, nunca se consumen.
Determinadas especies de capulineros incluso pintan las paredes de esta estructuras
utilizando la pulpa de bayas machacadas o una sustancia oleosa presente en sus
excrementos.
Tanto la pérgola como los elementos dispuestos en ella están concebidos como un
escenario en el que el macho ejecutará su danza de seducción. Para ello, llaman la
atención de la hembra con sus cantos, y una vez que ésta acude, bailan ante ella,
ofreciendo con el pico algunos de los pequeños tesoros. El efecto total debe ser el
adecuado, y por ello resultan de vital importancia aspectos como la orientación del
conjunto, la manera en que cae la luz sobre el escenario, o el tipo de arbustos que
encuadran la composición, todo ello presuntamente estudiado de modo que realce los
encantos del macho y de su plumaje. Es por ello que los mejores rincones del bosque son
ocupados año tras año por los machos más experimentados.
Una vez terminada la pérgola, es el turno de las hembras, que valoran el resultado,
optando por la construcción, la decoración y el macho cuyo baile más les plazca. Para
formar su juicio, las hembras atraviesan un proceso de aprendizaje que dura varios años,
durante el cual forman sus preferencias acudiendo a visitar las pérgolas en grupo, gracias
a lo cual pueden fijarse en las elecciones de hembras de mayor edad y experiencia. Por su
parte, los machos jóvenes hacen lo propio, y dada la complejidad de la tarea, abordan la
construcción de sus primeras pérgolas como un esfuerzo conjunto. Unos cuantos machos
jóvenes se asocian y colaboran, aprendiendo así unos de otros al tiempo que observan e
imitan a otros machos adultos.
Si se analizan las diversas pérgolas construidas por capulineros de una misma
especie, se llega a la conclusión de que éstas son diferentes en cuanto a los objetos
recogidos, su orden, los colores que se prefieren, etc. Las variaciones son mayores entre
las construcciones de poblaciones aisladas unas de otras, pero como ya hemos
comentado también existen entre los machos de una misma población, como si cada uno
de ellos ejerciera un gusto propio, particular.
Estas variaciones se abordan en un artículo mencionado anteriormente publicado en
1986 por el zoólogo Jared Diamond, y titulado: “Arte Animal: Variaciones en el estilo de
decoración entre los machos pergoleros Amblyornis inornatus (25)”. Este trabajo describe
una investigación de campo por la cual se siguieron durante varios años ciertas
poblaciones, situadas en montañas aisladas entre sí, de la especie Amblyornis inornatus o
Capulinero de Vogelkop. Las construcciones producidas por estas poblaciones parecían
responder a tradiciones o culturas claramente diferenciadas. Dos de estas tradiciones eran
casi opuestas: en una, los pájaros optaban por los colores más vivos para decorar sus
construcciones, mientras que en la otra se limitaban a usar el negro y el marrón. Diamond
catalogó los objetos utilizados. También testó los gustos de los pájaros proporcionándoles
fichas de póquer de varios colores. Los machos o bien las tiraban todas en el bosque si los
colores no eran de su gusto, o las usaban selectivamente disponiéndolas en distintas
partes de los pabellones junto a objetos de tonos similares.
Finalmente el investigador llegó a la conclusión de que las variaciones locales no
respondían a los condicionamientos del terreno en el que se hallaban las poblaciones, o a
la herencia genética de los individuos. Por el contrario, esas variaciones obedecían a
distintas tradiciones que habían sido al menos parcialmente aprendidas por los pájaros, los
machos a través de la observación de sus vecinos, y las hembras tomando nota de los
gustos de sus mayores. Al igual que sucedía con los hábitos de los chimpancés y otros
primates, una vez que se realizasen los suficientes estudios y se comparasen los
resultados, es probable que se considerara adecuado hablar de esas tradiciones como
rasgos culturalmente aprendidos. De hecho en sus conclusiones el autor incluso traza una
analogía entre esas variaciones locales y los estilos artísticos humanos.
No hay que perder de vista, sin embargo, que las palabras arte animal o estilo se
utilizan en este artículo como un reclamo, sin que se llegue a plantear, o justificar, si es o
no adecuado emplearlas para describir las actividades de esta familia de aves. Tampoco
se profundiza en las implicaciones de asociar dichos términos a animales. No obstante,
tanto este artículo en particular como el caso de los capulineros en general, serían
elementos significativos de cara a plantear un debate acerca de la posible existencia o no
de un arte animal.
El otro caso relevante se corresponde con el de un animal doméstico, un perro de
raza Doberman, Donnie (il.9), que vive junto a su dueña en Maryland, Estados Unidos.
Abandonado en circunstancias que se desconocen, a los cuatro años fue recogido en un
refugio y posteriormente adoptado por Carole Young, su dueña actual (26). Young le
proporcionó a su nueva mascota peluches y juguetes, y le permitió moverse a sus anchas
en el amplio jardín de su propiedad.
Al poco tiempo Donnie empezó a actuar de un modo poco común y su dueña se
dedicó a observarle con atención. Llevaba los juguetes de un lado a otro del jardín, y los
ordenaba en figuras geométricas muy definidas: triángulos, combinaciones de líneas
rectas, círculos y semicírculos, flechas… Asimismo los agrupaba en disposiciones o
conjuntos en los que se repetían una serie de constantes, como el hecho de que todos
estuviesen colocados boca arriba o boca abajo, los mismos tipos de muñecos (ranas,
monos) agrupados o alternados, y en muchos casos, abrazándose o tocándose
ligeramente las manos en gestos que parecen deliberados y cuidadosamente arreglados
(il.10).
Según Young las composiciones de Donnie, están directamente relacionadas con
determinados episodios de la vida del animal. De acuerdo con el relato que hace en el
documental, Donnie dispuso por primera vez dos parejas de peluches abrazados al día
siguiente de que permitiera a su dueña abrazarle por primera vez. Puesto que hasta ese
momento, y según se cree debido a su experiencia anterior, había sido un perro huidizo y
desconfiado. Carole Young, intrigada por el comportamiento del perro, empezó a
documentar sus composiciones por medio de fotografías, y trató de ponerse en contacto
con expertos que pudieran estar interesados en el fenómeno.
En un principio nadie quiso creerla. Sin embargo la biopsicóloga Barbara Smuts,
reconocida autora de un libro acerca de la vida social y sexual de los babuinos y pionera
en el estudio de la vida social de los perros, decidió darle al asunto una oportunidad.
Instaló cámaras y para su sorpresa documentó la progresiva elaboración de las figuras, en
las que sólo participaba Donnie, sin intervención humana alguna.
De momento Smuts ha planteado una interpretación provisional de las acciones del
perro, todavía no refrendada por un número suficiente de evidencias. Según su teoría, el
animal está tratando de reconstruir creativamente el nexo de unión entre perros y seres
humanos, utilizando para ello las composiciones de peluches como medio de transmitir un
mensaje. Este vínculo entre los perros y los seres humanos es una realidad dinámica que
en el fondo es la razón de ser de los primeros, una rama domesticada derivada de los
lobos que ha evolucionado a nuestro lado y desarrollado una aguda percepción de
nuestras intenciones y reacciones que todavía no se entiende en su toda su profundidad.
Es por ello que estos animales son capaces de destrozar uno de nuestros objetos favoritos
a modo de protesta, o de orinar en nuestros zapatos si los hemos contrariado o dejado
solos. Parece que las composiciones de Donnie son ejemplos más estilizados, y más
abstractos, de esas protestas y mensajes, a través de los cuales este perro expresa su
estado de ánimo, aunque en este caso todo está por demostrar.
En la actualidad, la investigación centrada en Donnie continúa abierta, habiéndose
habilitado una página en internet con el objetivo de buscar otros perros que muestren
comportamientos parecidos a los de este Doberman (27). Reúna o no Smuts las
evidencias suficientes para probar su hipótesis, lo cierto es que el caso de Donnie, al igual
que el de los capulineros, invita a la reflexión, y al debate.
Con estos dos casos particulares, termino la presentación de esta serie de puntos o
claves esenciales. A través de ellas he pretendido poner de relieve el interés que podría
residir en plantear un debate acerca de la existencia de una cultura, y especialmente, un
arte animal. Debate en el cual debieran implicarse las disciplinas humanísticas en general
y la historia del arte en particular, como contrapunto necesario a los enfoques
exclusivamente científicos que han dominado este campo hasta el momento.
Notas:
1. Para consultar la obra completa de Charles Darwin, ver:
http://darwin-online.org.uk/
2. Siento una especial debilidad por la siguiente edición, todavía disponible, y que
corresponde a una traducción del inglés realizada por mi bisabuelo, Antonio de Zulueta, un
pionero de la introducción de la genética en España:
Darwin, Charles: El origen de las especies, Madrid, Alianza Editorial, 2003.
3. Kroeber, Alfred: “Sub-human culture beginnings”, en The Quarterly Review of Biology,
vol. III, nº 3, Baltimore, 1928 pp. 325-342.; Bonner, John Tyler: La evolución de la cultura
en los animales, Madrid, Alianza Editorial, 1982.
4. Whiten, Andrew et al: “Cultures in chimpanzees” en Nature, nº 399, 1999, pp. 682–685.
5. De Waal, Frans: “Cultural primatology comes of age”, en Nature, nº 399, 1999, pp. 682–
685.
6. Las diversas reacciones aparecen resumidas en McGrew, William: “Culture in
nonhuman primates?”, en Annual Review of Anthropology, vol. 27, 1998, pp. 301-328.
7. Van Schaik, Carel et Al: “Orangutan cultures and the evolution of material culture.” en
Science, nº 299, 2003, pp. 102-105.
8. Bedaux, J.B.; Cooke, B. (eds.): Sociobiology and the Arts, Amsterdam, Editions Rodopi,
1999, pág. 24
9. Bedaux, J.B.; Cooke, B. (1999) op. cit. pág. 240
10. Kroodsma, Donald: Acoustic Communication in Birds, 2 vols., Nueva York, Academic
Press, 1982.
11. Auster, Paul: Tombuctú, Barcelona, Editorial Anagrama, Colección Compactos, 2003,
pág. 43.
12. Lenain, Thierry: Monkey Painting, Londres, Reaktion Books, 1997, pág. 71 y
siguientes.
13. Rensch, Bernhard: “Die Wirksamkeit ästhetischer Faktoren bei Wirbeltieren”, en
Zeitschrift für Tierpsychologie, vol. XV, tomo 4, 1958, pp. 447-461.
14. http://www.contempaesthetics.org/newvolume/pages/article.php?articleID=243
15. http://news.nationalgeographic.com/news/2004/02/0206_040206_tvmacaques.html
Para más información sobre la práctica del manejo de piedras ver:
Huffman, Michael: “Acquisition of innovative cultural behavior in nonhuman primates: A
case study of stone handling, a socially transmitted behavior in japanese macaques.” en
Social Learning in Animals, the Roots of Culture, C.M. Heyes and B.G. Galef. (eds.), Pp.
267-289, 1996.
16. Henley, David: “Facilitating Artistic Expression in Captive Mammals: Implications for Art
Therapy and Art Empathicism”, en Art Therapy: Journal of the American Art Therapy
Association, vol. 9, nº 4, 1992, pp. 178-192.
17. Un ejemplo es la asignatura “Arte Marginal” del departamento de Historia y Teoría del
Arte de la Universidad Autónoma de Madrid.
18. Von Frisch, Karl: Animal architecture, NuevaYork, Harcourt, 1974.
19. Pallasmaa, Juhani: Animales Arquitectos. El funcionalismo ecológico de las
construcciones animales, Lanzarote, Fundación César Manrique, 2001.
20. Ramírez, Juan Antonio: La metáfora de la colmena: De Gaudí a Le Corbusier, Madrid,
Ediciones Siruela,1998.
21. Lenain, T. (1997) op. cit.
22. Morris, Desmond: La biología del arte: un estudio de la conducta en la ejecución de
pintura de los grandes monos y su relación con el arte humano, México, Siglo XXI
Editores, 1971.
23. Cortés Zulueta, Concepción: “El caso de los mamíferos pintores”. Trabajo inédito.
24. Para una información general acerca de esta familia de aves, consultar: Diamond,
Jared: “Biology of Birds of Paradise and Bowerbirds”, en Annual Review of Ecology and
Systematics, vol. 17, 1986, pp. 17-37.
25. Diamond, Jared: “Animal art: Variation in bower decorating style among male
bowerbirds Amblyornis inornatus.” en Proceedings of the National Academy of Sciencies,
vol. 83, Estados Unidos, 1986, pp. 3042-3046.
26. Brilliant Beasts: Dog Genius, documental, Estados Unidos, National Geographic
Channel, 2008.
27. http://sitemaker.umich.edu/barbara.smuts/donnie_
Pies de foto:
1. Darwin como simio, caricatura, Hornet magazine, 1871.
4. MOJA, chimpancé: Pájaro, tiza.
5. BEUYS, Joseph: I Like America and America Likes Me, 1974, fotografía de una acción.
6. Lucien Tessarolo y Kunda pintando juntos en el zoo de Fréjus, fotografía, 1987.
7. Distintos tipos de pérgolas.