de regreso al encanto

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Título: De Regreso al Encanto Género: Novela Autora: Luz Aguirre Año: 2009 Para más información visite: www.autoresdeargentina.com

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De Regreso al EncantoLuz Aguirre

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Luz Aguirre

De Regresoal Encanto

Editorial Autores de Argentina

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Director editorial: Germán EcheverríaDiseño de tapa: Justo EcheverríaDiagramación y armado: Ana Laura Rossaro

© 2009 AAVV

ISBN: 978-987-24508-0-9

Editorial Autores de Argentinawww.autoresdeargentina.comE-mail: [email protected]

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723Impreso en Argentina – Printed in Argentina

De Regreso al Encanto / Ana María Cuevas ... [et.al.]. - 1a ed. – Don Torcuato: Autores de Argentina, 2008. 270 p.: il. ; 22 x 15 cm. –

ISBN 978-987-24508-2-3

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Cuevas, Ana María CDD A863

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Este libro está dedicado a tí y a la Luz que llevas dentro.

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Agradecimiento

Queremos agradecer a la sabiduría infinita y a la sincronicidad

que nos permitió encontrarnos y permanecer unidas en el Amor .

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... Y en cada comenzar vive un encanto que nos protege y nos auxilia.

Hermann Hesse

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Capítulo 1

Desde que tengo uso de razón utilicé la escritura como medio de expresión. Siendo muy pequeña llevaba un diario, luego escribí algunos cuentos breves, y ya en la adolescencia me pasaba horas frente a la máquina volcando miles de historias que venían a buscar mi mente, en un intento de convertirse en novelas. Cuando comen-cé a escribir éste libro me hallaba en un momento especial.

Hacía un par de años que no encontraba inspiración, o que ésta no me encontraba a mí. La magia, esa que me había atrapado durante tanto tiempo, había dejado de producirse y ya no escribía más, como si no tuviese nada para decir. Vivía cómodamente de las ganancias de una librería que había instalado con mis ahorros. No parecía tener necesidad alguna, ya que contaba con el dinero suficiente para seguir mi vida pagando todos mis gastos. De todas formas, sentía que me faltaba algo y que no me encontraba realmen-te plena. Y fue entonces que descubrí que sí tenía una necesidad imperiosa e impostergable. Con el tiempo comprendí que se trataba de una necesidad espiritual muy honda y escondida, casi impercep-tible.

Mi abuelo me decía que yo tenía el don de escribir. Y fue por su certeza que decidió regalarme, cuando aún era muy pequeña, una máquina de escribir de color gris y modelo portátil, que tam-bién tenía el inconfundible olor a tinta que preservo entre mis re-

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cuerdos más queridos.

Cada vez que improvisaba en la máquina algún cuento, mi abuelo me decía, casi en un susurro, mientras yo seguía escribiendo: “un don es un regalo de Dios”.

Cuánta razón tenía. Cada vez que terminaba algún cuento, novela o párrafo casual sin estructura determinada, tenía la sensa-ción de haber recibido un regalo.

Cuando comencé esta novela, ya hacía dos largos años que no tenía esa sensación. Me preguntaba a diario por qué no tendría la oportunidad de recibir ese maravilloso regalo. Estaba realmente desilusionada de mí misma y alejada de mi “don”. Necesitaba acer-carme, pero no sabía de qué manera.

Una noche tuve un sueño muy particular. De esos sueños que parecen reales:

Hacía calor. Yo estaba en el sueño nadando en círculos en un es-tanque. Era la observadora, entonces las imágenes pasaban como en una pantalla. El agua del estanque era cristalina y ello me permitía ver mi pelo rubio y largo hasta los pies que se deslizaba formando un sin fin de redon-deles.

De repente dejé de nadar. Ahora ya observaba desde mi cuerpo. Sin levantar mi vista advertí la presencia de alguien en la orilla. Lo miré…era un hombre y también me miraba. Parecía tranquilo y estaba sentado sobre una piedra. A pesar de ser un extraño, nunca me sentí atemorizada. Entonces, y llevada por una gran curiosidad nadé hasta la orilla sin dejar de mirarlo porque temía que si lo hacía, desaparecería. Salí a su encuentro y me acerqué tan solo un poco.

Su expresión pacífica no cambiaba con mi acercamiento. No habla-ba. Él se levantó. Vestía de color violeta.

Una paloma voló girando sobre nuestras cabezas y se posó en la pie-

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Capítulo 1

dra tomando su lugar.

Me acerqué un poco más. Él caminó hacia mí. Una brisa suave me estremeció y advertí mi desnudez. A pesar de ser pudorosa no sentí en ese instante vergüenza y no me oculté aunque mi largo pelo hubiese podido cubrir mi cuerpo como un manto.

Me miró con una mirada clara y transparente. Nuestras miradas se conectaron y recibí una sensación de paz difícil de explicar. Era ausencia total de miedo. Despreocupación. La vida se resumía en ese instante. Fue la sensación que sus ojos me regalaron. Me pareció conocer ese bienestar.

Comenzó a llover y sentí cada gota llevándose los límites que me quedaban y me moví. Tomé sus manos. Eran suaves pero firmes. Me incli-né ante él como si estuviese reverenciándolo. El hombre me miró y tocó mi frente justo entre medio de los ojos. Con un gesto amable me indicó que me levantara y me dijo: “NO SOY UN REY. TAMPOCO UN ÍDOLO. LO QUE HAS SENTIDO TAN INTENSAMENTE FUE EL AMOR QUE YO SIENTO POR TI. PERO NO TE INCLINES ANTE MÍ, ES UN GESTO INÚTIL. CUANDO SIENTAS NUEVAMENTE ESE AMOR EXTIÉNDELO A TRAVÉS DE TU DON. LA INSPIRACIÓN ES EN REALIDAD UNA GRAN SENSACIÓN DE AMOR. MUCHOS YA HAN DESPERTADO, OTROS LO INTENTAN Y ALGUNOS AÚN DUERMEN. AYUDARÁS A ESPARCIR EL ENCANTO HACIA LOS CONFINES DE LA TIERRA Y MAS ALLÁ”

De repente volví de mi sueño, húmeda como si hubiese salido del estanque. Me dormí nuevamente con el resonar de las palabras: “La inspiración es en realidad una gran sensación de amor…”, “…ayuda-rás a esparcir el encanto hacia los confines de la tierra y más allá.”

A la mañana siguiente recordé el sueño y todos sus detalles. Pensaba en volver a escribir. No cabían dudas al respecto. Pero me

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preguntaba dónde había perdido mi inspiración. De saberlo, volve-ría hasta ese punto para recuperarla.

Entraron varios libros nuevos. Entre ellos uno que hablaba de los sueños y sus significados. Me senté a hojearlo leyendo salteado algunas páginas, recordando que el abuelo Simón creía en ello.

No había nadie en la librería, sólo Sofía, que trabajaba para mí desde hacía varios años, y quien me sorprendió sentada leyendo ese nuevo libro.

-¿Qué raro leyendo eso vos? ¿Cambiaste a Shakespeare por los sueños?- me preguntó burlona.

Buscaba esclarecer mi sueño, encontrarle un significado, sa-ber por qué lo había sentido tan real. No sabía exactamente qué buscaba, pero me encontraba internamente inquieta.

Me interrumpió el teléfono. Atendí. Era un hombre pregun-tando por un libro, “El soñador de libros”, del cual según el sistema sólo quedaba uno. Tomé sus datos y prometí llamarlo cuando lo en-contrara, con más tiempo. Corté la comunicación rechazando inter-namente la interrupción y volviendo a concentrarme en el sueño.

Recordé cuando llevaba a todos lados un cuaderno y un lápiz de esos con una goma en un extremo. Cuando la inspiración lle-gaba siempre encontraba un lugar donde materializarla. Salí de la librería y compré un pequeño cuaderno verde y un lápiz con goma. Mientras almorzaba ese día, decidí estrenarlo anotando los detalles de mi sueño.

A la semana siguiente retomé la lectura del nuevo libro, que no me resultaba del todo interesante. Muchas preguntas me venían a la cabeza, y no podía frenarlas. Había vuelto a mi gesto del ceño fruncido. Sabía que algo no se terminaba de acomodar. Entonces Sofía se acercó y me preguntó- ¿Estás preocupada por algo? Te veo

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rara. ¿Te puedo ayudar?-

Decidí contarle mi sueño. Ella era casi una amiga. Busqué mi cuaderno y se lo leí con todos los detalles. Ella miró el nuevo libro de los sueños y lo ubicó en su lugar de la estantería.

- ¿Por qué no llamás a Isabella?- me dijo

- ¿Quién es Isabella?-

-Es una conocida mía que coordina “los encuentros del En-canto”. Son reuniones donde le dan otra mirada a algunas cuestio-nes que te pueden interesar.

No me seducía lo que Sofía me contaba pero ella continuó entusiasmada - En los encuentros, Isabella se apoya en la lectura de un libro ¡Un libro nunca editado! ¡No sabés la energía que sen-tís cuando lo tocás! La historia del encanto es larga, pero que te la cuente ella si es que la llamás.

-¿Qué dijiste? ¿El encanto?- interrumpí.

- Sí, el libro se llama “El Encanto”.

Nos miramos con Sofía y dijimos ambas al mismo tiempo: “…ayudarás a esparcir el encanto hacia los confines de la tierra y más allá”.

- ¡Tu sueño!- exclamó. -¿Ves? Isabella es la indicada para ayu-darte. Tu sueño hablaba del libro….

- No sé, no me confundas. Es imposible lo que estamos, o me-jor dicho, estás pensando.

-Bueno… ¿querés o no el teléfono?

De pronto, Sofía salió corriendo hacia la puerta. Escuché que llamaba a alguien.

- ¡Isabella!- se escuchaba la voz de Sofía.

Pensé que estaba bromeando y comencé a reír hasta que vi

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que volvía tomada del brazo de una mujer.

Llegaron hasta mí y me la presentó.

- Ella te ayudará con tu tema nuevo-

Pude sentir mis mejillas enrojecerse de vergüenza. Casi por obligación intercambié con Isabella palabras fugaces. Me sentí ex-puesta de la forma en que me la presentó. Ni siquiera pude decirle mi nombre. Tampoco me lo preguntó. Quedamos en poner día y hora para hablar de mi tema nuevo, como lo había catalogado So-fía.

Anoté su teléfono y me escuché a mi misma prometiéndole llamarla.

Curiosamente esa misma noche, el sueño se repitió exacta-mente igual a la primera vez, y con todos sus detalles. Sin saber cuál sería el fin de nuestra cita, llamé a Isabella y fui a su casa al día siguiente.

Ella misma me abrió la puerta dándome un cálido saludo de bienvenida. Era una mujer serena. Aunque sus ideas parecían muy particulares, era clara cuando se expresaba. No dudé nunca de su sinceridad, me trasmitía franqueza por la forma en que me miraba, inspirándome confianza aún sin conocerla. Estábamos sentadas en la mesa del comedor y el sol que entraba por la ventana la ilumina-ba mientras sonreía.

No hablábamos de nada en concreto, ella solo miraba insis-tentemente mi cuaderno verde y mi lápiz. De repente se levantó y volvió con una carpeta llena de láminas de distintos tamaños. Eran dibujos hechos por ella.

Comenzó a buscar uno en especial, mientras yo miraba los que iba dejando en la mesa que resultaban realmente llamativos. Algunos pintados con colores y otros en blanco y negro.

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Capítulo 1

-Lo encontré- dijo- y desplegó el dibujo en la mesa y agregan-do algo que para mí en ese momento fue indescifrable- Vino a mi conciencia hace quince días exactamente.

Observé un largo rato el dibujo. Era casi un espejo. Pude iden-tificarme con una mujer de pelo largo y rubio. La mujer llevaba en una mano un pequeño cuaderno verde y en la otra un lápiz con goma, igual que el mío. Estaba parada en un extremo de una mesa donde se hallaban seis mujeres más, sentadas.

- ¿Esa soy yo?- dije teniendo la certeza de que sí era yo. “¿Quié-nes serían las seis mujeres que estaban conmigo?”, pensé.

- Sí- contestó Isabella. Sos vos. Te dibujé antes de conocerte- y soltó una corta carcajada. -¿Podrás explicarme por qué te dibujé sin conocerte?- dijo naturalmente.

No sabía por dónde empezar. Creía que era ella quien tenía que explicarme. O quizás entre las dos. Con el tiempo comprendí que a veces no hay una explicación inmediata. A veces la respuesta llega más tarde.

Isabella agregó como pensando en voz alta:

-Éstas mujeres son parte de un grupo de encuentros que se reúne los miércoles. Yo lo coordino. Vos aparecés entre nosotras, es evidente que el dibujo anuncia que tenés o tendrás alguna relación con este grupo.

Me sentí muy rara. Las lágrimas casi asomaban por mis ojos, anunciando mi desconcierto, y no supe qué decir.

Recordaba mi sueño del estanque, la charla con Sofía, el en-cuentro casual con Isabella y ahora este dibujo.

Parecía que algo me mostraba un camino. Con el tiempo com-prendí que eran señales.

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Era, sin duda, el momento de contarle a Isabella acerca del sueño. También le dije que era escritora desde que tenía uso de ra-zón, y que como tal me hallaba angustiada por la ausencia total de inspiración. Decidí leerle las palabras del hombre del sueño.

-Ayudarás a esparcir el encanto… “qué interesante”- repitió maravillada. Y me dijo que quizás mi sueño tendría que ver con mi misión.

No comprendí su reflexión y no hablamos mucho más tampo-co. Quedó en un estado meditativo difícil de describir.

Antes de despedirnos me invitó a los encuentros.

Quizás podría descubrir algo más de mi sueño, de las pala-bras del hombre, acerca de mi inspiración perdida o quizás tam-bién, de mí misma.

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Capítulo 2

Motivada por un entusiasmo inusual, fui a los encuentros. Se realizaban en la casa de Brisa, aunque coordinaba Isabella. Brisa era joven, fresca, y como si estuviese fuertemente asida a la tierra a través de sus raíces, daba seguridad estar cerca suyo. Brindaba contención absoluta.

El primer día me atendió Isabella, con quien subimos una larga escalera para acceder a la casa. Estaba hecha casi completa-mente de madera; en su interior, plantas y artesanías por doquier. Era como una extensión de lo que su propio Ser emanaba, y en su interior se olía el aroma del bosque.

Aún guardo ese aroma fresco donde los encuentros resulta-ban tan propicios.

Todas me estaban esperando. Una silla aguardaba a la cabe-cera de la mesa justo donde estaba ubicada en el dibujo de Isabella. Había varias hojas en blanco y lapiceras de varios colores a dispo-sición. Una de las mujeres llamada Violeta, de grandes rulos rojos y con una amplia sonrisa, me dijo: “sabíamos que ibas a venir, que la ayuda llegaría, sos la suma de las partes”.

“¿Suma de las partes?, ¿Yo ayudar?”, me sentía rara, compro-metida sin querer estarlo, pero el olor a bosque era tan agradable que prefería quedarme y no huir despavorida.

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Llegarías algún día, – dijo otra presentándose tímidamente como Clara-. Sabíamos que existías pero nos faltaba saber tu nom-bre. Sabemos de tu don porque Sofía le contó a Isabella. Dice que escribís cosas maravillosas. Tu aporte será muy importante en este grupo; sin vos, tratar de escribir algo se tornaría un caos.

Yo no entendía nada, pero el sol pegaba tan calentito sobre esa ventana que una vez más, decidí quedarme.

-¿Qué dicen?, ¿Qué necesitan de mí? - me animé a preguntar.

-Hace rato que tenemos ganas de escribir un libro acerca de nuestras vivencias. Por una cosa o por otra no comenzábamos el proyecto, entonces nos dimos cuenta que la escritora debería ser una séptima persona, que pudiera plasmar en un papel todos los aprendizajes que nosotras queremos extender al mundo. Eso fue cuando Isabella dibujó hace unos meses a una séptima mujer entre nosotras. A los días te conoció. ¿Cómo es tu nombre? – me preguntó Brisa.

No pude contestar, no sabía si estaba dispuesta a escribir, du-daba de mi don para hacerlo en ese momento. Era un tema con-flictivo en mi vida de los últimos años y esa situación me ponía frente a frente con las letras. De todas formas, quedé atrapada por la situación.

- No sé, me siento apabullada- dije exteriorizando mi primera sensación.

Todas respiraron haciendo una pausa, cerraron los ojos, re-soplaron, se estiraron y permanecieron en silencio un largo rato. Cuando parecía que la nada se había instalado, abrieron los ojos y manifestaron ver todo de otra manera.

Entonces Brisa tomó la palabra. Sin razón aparente tomé una de las lapiceras y comencé a escribir.

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Capítulo 2

-Ante todo, creo que es necesario presentarme; en los encuen-tros se dice que tenemos pensamientos equivocados que debería-mos cambiar, por lo tanto yo me voy a presentar desde el error. Soy Brisa, esposa de Gustavo, y mamá de Azul, hija de Juan y Mabel, nieta de Nelly y Roberto, hermana de Florencia y Mauro. Ex maes-tra jardinera, ex profesora de gimnasia, ex vendedora, ex estudiante de teatro, ex depiladora, ex secretaria, ex enfermera, ex toda la can-tidad de cosas que se puedan imaginar. Luego de un largo y ma-ravilloso trayecto he llegado a ser mujer, madre, esposa, hija, nieta y maestra de encuentros, no solo de mis alumnos sino también de cuanta persona tenga ganas de recibir una palabra desde la Verdad. Mi vida transitaba un momento bastante caótico cuando llegué, lle-no de miedo, de carencia y de falta de amor. Recuerdo haber dado vuelta por al menos diez consultorios psicológicos y psiquiátricos hasta dar con la medicación indicada para frenar mis ataques de pánico. Conté mi historia una y otra vez a distintos médicos con dis-tintas caras de nada en distintas situaciones. Lo único que lograba era que me dieran un diagnóstico, que solo confirmaba que el mie-do que sentía era “real” y que yo lo provocaba, como así también los síntomas. Entonces no solo sentía miedo sino culpa, por no poder revertir lo que yo misma fabricaba. El miedo se agudizaba por más medicación que tomaba, ya no salía a la calle sino estaba acompaña-da y aún así lo hacía temblando como una hoja. El sudor frío corría por mi cuerpo, el corazón parecía una bomba a punto de explotar de tanto latir, se salía del pecho y hacía latir todos mis músculos siendo imposible no pensar en él. Las piernas se me aflojaban al punto de sentirlas gelatinosas y sin firmeza para sostenerme. Sentía un barullo en la nuca como si estuviera en medio de una manifesta-ción sin estarlo, la vista se me nublaba y todo parecía estar pero no estar, no sabía si estaba dormida o despierta, viva o muerta, si mis

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palabras se escuchaban o solo yo las oía, si las oraciones eran cohe-rentes o si toda yo había desaparecido. La adrenalina circulaba por mi cuerpo como si estuviera en una montaña rusa, y la respiración era sumamente agitada. Lo más raro...es que yo trataba de disimu-lar. Es más, nadie se daba cuenta. Claro, el contarlo, no sólo daba lu-gar al qué dirán, sino que también hacía que yo tuviera que explicar lo inexplicable y escuchar como respuesta cosas que sólo me gene-rarían más culpa. Por todo esto, yo elegía una y otra vez quedarme en casa viendo cómo el mundo seguía andando por la ventana, y sintiendo que la vida me pasaba por delante de los ojos sin siquiera poder tocarla. Cada vez me metía más para adentro, mi casa era el único lugar en que me sentía protegida, pero a la vez era el lugar que más culpable me hacía sentir, temía que mi marido se cansara, que no me entendiera y me dejara, temía dejar el trabajo y no tener qué comer, puesto que yo en ese momento era la que traía el dinero a casa; temía volverme loca o peor, que me internasen por loca sin estarlo. Temía salir y tener un ataque, temía que nunca terminara, temía, temía, temía y temía…El miedo engendraba más miedo. La culpa más culpa y el encierro más encierro. Pasaron casamientos, cumpleaños, fiestas, encuentros, cenas, almuerzos y montones de momentos especiales en los que no me animé a estar. Una y otra vez Gustavo quedaba solo y yo volvía a sentir culpa y miedo en forma cíclica. Un día desbordé en llanto de tal forma que dije “prefiero morir a seguir viviendo así”. Gustavo se alarmó muchísimo, me amaba tanto, me cuidaba tanto, trataba todo el tiempo de meterse en mi piel para entenderme y decirme qué hacer para estar mejor. Desdramatizaba la situación. Sólo quería que yo volviera a ser la que una vez había sido. Siento que ese fue el día en el que se pro-dujo el primer milagro de curación. Al mes tuve la noticia de que estaba embarazada. La felicidad era enorme, y el miedo tanto o más

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grande que ella. Ahora, no sólo tenía que curarme por mí, también tenía que curarme por mi hijo. Acompañada como era costumbre, fui a mi primera visita al obstetra. Le planteé el tema del pánico, y el consumo de medicación, que era lo que más me preocupaba. Le pregunté cómo podía perjudicar al bebé otro ataque de pánico, le dije que no sabía como iba a hacer para ir a las consultas ya que me aterrorizaba ir a la clínica, ni hablar del parto y menos de la interna-ción. El mundo me estaba enfrentando con una situación que para mí era como si me soltaran después de estar en la cárcel durante 30 años. El temor me desbordaba, no me sentía capaz de nada. Era como si fuera paralítica y me pidieran que corriera una maratón. Y allí llegó el segundo milagro. Mi obstetra me recomendó a Isabella, una persona que ayudaba a la gente, que coordinaba grupos en los cuales trabajaban con la energía. Yo en ese momento era capaz de ponerme un mono en la cabeza así que la llamé. No me dejó con-tarle el diagnóstico. Sólo me dio la dirección y me pidió que fuera. Pregunté si podía ir acompañada y aceptó. Fui con Gustavo quien me dijo “Hoy empezás a curarte”, y así fue.

Brisa hizo una pausa para encender un cigarrillo y como si el sol se instalara en su pequeña cara agregó - Hoy puedo presentarme desde lo que verdaderamente soy, el Ser mismo, la Verdad dentro de mi, o Dios dentro de nosotros. Todos me llaman Brisa…yo soy un Ser de luz.-

Cuando Brisa terminó su relato, yo ya había escrito cuatro ho-jas de algo que ni siquiera pensé en escribir. Quería escuchar aún más, saber cómo esa mujer se sentía luz después de tanta oscuridad, dónde estaba la magia, cuál era el secreto, cómo era ahora capaz de coordinar encuentros en su casa, siguiendo los pasos de su maestra Isabella y ayudar a otra gente cuando no sabía ni cómo ayudarse a sí misma poco tiempo atrás. Dónde había olvidado su miedo.

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Tenía miles de preguntas, muchas ganas de seguir escuchan-do a Brisa y su lucha cuerpo a cuerpo con el pánico, cómo había logrado esa seguridad que brindaba a los demás y a ella misma. Quería a la vez escuchar a las otras y, sorprendentemente tuve im-periosas ansias de seguir escribiendo. Entonces un escalofrío me in-vadió el cuerpo; era como un torbellino de emociones encontradas que me inmovilizaron por un rato. Tenía imágenes de aquel hombre en el sueño, de mi cabello largo haciendo redondeles en el agua del estanque. Y comencé a jugar con mi pelo, como lo hacía cuando las palabras jugaban en mi mente. Entendí por fin que la anhelada ins-piración hacía intentos de llegar hasta mí.

Ese fue el momento exacto en que comprendí el significado del sueño que me llevó a Isabella. Ese era el lugar donde debía estar y yo quería ser parte de esa extensión de la que me hablaba el sue-ño. Sería muy pretencioso quizás, pero quería que el conocimiento llegara hasta los lugares más recónditos del planeta, aunque aún no sabía bien de qué se trataba. Y ese día, por alguna causa invisible a mi razón, tuve la certeza de que así iba a ser.

Sin dudarlo, tomé una hoja nueva de papel, y acomodándome en la silla me dispuse a escuchar.

-Yo empecé a recorrer este camino hace muchos años- dijo In-dra mirándonos un poco a todas. Hizo una pausa. En su silencio po-día sentirse el peso de los años pasados. Indra parecía tener mucho vivido a pesar de su juventud.

-Llegué por mi madre que comenzó a venir a los encuentros con Isabella. Yo tenía alrededor de dieciséis años. En ese momento Isabella abría un grupo para adolescentes.

- ¡Si! Qué lindo grupo se formó... Yo quería intentar que las mentes jóvenes empezaran a corregir errores desde una edad más

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temprana, que no tuvieran que pasar por las experiencias más du-ras de la vida para aprender. Como una forma de prevención. Que tuvieran la oportunidad de conocerse a sí mismas y conocer a Dios de una manera más auténtica- interrumpió Isabella con fervor.

-En un punto, estaba muy entrenada para reconocer mis pen-samientos negativos. Recuerdo que podía desecharlos con facili-dad, reírme de ellos y seguir tranquila... Luego dejé de asistir. Y por supuesto, la pereza me ganó, no continué entrenando mi mente. Si, tenía mi cuaderno de las anotaciones que tomaba en los encuentros siempre sobre mi mesa de luz. En los momentos difíciles, me servía de guía y compañía, me recordaba la manera correcta de pensar. Pero claro, no me evitó algunas malas experiencias. Y no olvidemos... que las malas experiencias son en realidad simplemente oportunidades de aprendizaje. Claro que podremos algún día aprender sin tener que sufrir, hacia eso estamos yendo, ¿no? En fin, los siguientes años los pasé alejándome de los encuentros. Lentamente me desconecté de mi centro. Siento alguna tristeza cuando pienso en esto, porque creo que yo era consciente de lo que me sucedía... pero estaba tan distraída con las cosas del mundo...

Otro silencio cargado de significado tomaba forma en la habi-tación iluminada por el sol. Indra continuó su relato, con voz tran-quila.

-Cuando tenía veinticinco años me casé, con mi primer y úni-co novio, Sebastián. Ya teníamos problemas al momento de casar-nos, pero yo creía que todo se solucionaría solo... Tal vez si hubiera estado más en mi centro, hubiéramos podido solucionar algunas cosas; tal vez ni siquiera me hubiera casado. ¡No sé! El tema es que dos años después de casarnos, nos separamos. Tenemos un hija, que en ese momento tenía ocho meses. Fuimos, la beba y yo, a vivir con mis padres. Al principio fue muy duro. No sabía qué iba a ser de

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mí, de mi vida con mi hija, me sentía desolada. Pero a los pocos días pude ya imaginar que no tenía nada que temer realmente. Lo apren-dido con Isabella comenzó a volver a mí de a poco, a medida que lo necesitaba. De todos modos, la relación con Sebastián se volvía cada vez más tormentosa, y empecé a sentir que necesitaba ayuda.

Entonces Indra contó como se reencontró con Isabella, a quien fue a ver buscando la ayuda de los mensajes angélicos que Isabella recibía. En uno de esos encuentros, ella le comentó de la existencia del grupo de mujeres que se reunía los miércoles. “Creo que te sen-tirías cómoda con ellas”.

Fue así que comencé a asistir a las reuniones. Me conecté rápidamente con ellas, su realidad era parecida a la mía, me sentí apoyada y guiada nuevamente en un camino que me resulta indis-pensable recorrer. Hoy puedo decir que he empezado a curar mi relación con mi ex marido, de a poco. A través del perdón he descu-bierto que todo se puede.

Parecía por su relato, que la compañía ayudaba a recorrer esos caminos interiores. No entendí del todo a qué se refería con esto del perdón. Yo tenía el concepto del perdón con el que todos crece-mos, el perdón como algo que se le da generosamente a otro, como un regalo que el otro en realidad no merece por todos los pecados que ha cometido. De alguna manera, esta concepción no cerraba del todo con el modo en que hablaba Indra del perdón. Entonces me pregunté “¿a qué se referirán cuando hablan de perdón?”

Todas parecieron intuir que tenía preguntas sin responder. Me miraron y sonrieron casi las cinco al mismo tiempo. Mi cara en-rojeció de vergüenza y de mi boca no salían las palabras, mis manos temblaban y mis dedos estaban entumecidos de tanto sostener la lapicera para que no se escapara ni una sola de las palabras que sus

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voces pronunciaban.

-¿Cómo era tu nombre?- preguntó Violeta

-No creo que mi nombre sea importante. Fue pasando de ge-neración en generación en mi familia y eso no me gusta. Hace un tiempo que elegí llamarme simplemente Luz.-

-¡Simplemente Luz! Qué significativo ¿no?, sonrieron e inter-cambiaron miradas, y Violeta comenzó a contar su historia:

-Yo tenía mi vida muy organizada y creía que todo estaba bajo control, o por lo menos la mayoría de las cosas. Me había separado; eso fue un par de años antes de llegar a los encuentros. Conseguí trabajo a la semana de estar viviendo con mi hija en la casa de mis padres. Después de un año de trabajar me ascendieron, ya que una de las jefas había tenido un problema emocional que en ese mo-mento no comprendí. Pagaba el alquiler de un departamento y mis padres llevaban a mi hija al colegio. Me dedicaba a trabajar en la oficina de un abogado y recuerdo de esa época las filas de Tribuna-les que eran interminables. Debía esperar muy pegada físicamente a gente que no conocía en un pasillo angosto, con poca luz donde ni siquiera había espacio para respirar. Siempre llevaba libros o estu-diaba letras de algún personaje que me tocaba hacer en el taller de teatro. Lectura mediante se hacía más llevadera la espera. Lectura mediante tapaba mi realidad; la de no aguantar más la estructura que había creado para mi vida. Deseaba pasar más tiempo con mi hija, disfrutar sus tres años. Lo más sabroso se escapaba y yo me resignaba pensando que tenía un buen sueldo. La oficina olía a pa-pel viejo, mientras la montaña y el bosque estaban tan cerca, y a la vez inalcanzables para mí. Hoy entiendo cuál era mi deseo en ese entonces, pero no podía ver esa realidad que estaba cubierta por obligaciones y falsas creencias.

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Mientras lo relataba Violeta parecía estar oliendo la oficina en la que trabajaba. Parecía no haberse perdonado esta tardanza de la que hablaba. Haberse demorado en filas de Tribunales, no haber sabido de sus deseos. Una lágrima comenzó a caer por su mejilla, y otra y otra más. Lloraba muy fácilmente, como si su alma estuviese alojada cerca de sus ojos.

Brisa la miró y le sonrió. Violeta enseguida respondió y salió de su angustia. Clara le alcanzó un pañuelo. Entonces Violeta lim-piándose la nariz, secó sus ojos y continuó.

-Me cuesta tanto perdonarme. Perdonar eso. No haber com-prendido, no haber visto que el camino era más fácil.

Isabella agregó dirigiéndose a mi – Claro, por eso a Violeta le cuesta también aceptar a aquellos que aún sufriendo se niegan a aceptar las herramientas de un camino espiritual y se niegan la felicidad.

Todas asintieron con la cabeza. Era evidente que este tema ya se había hablado en el grupo y dijeron al unísono– ¡los Km. 12 de Violeta!

-¡Eso! – dijo y con desesperación continuó el relato – En esa época yo estaba viviendo las características de un verdadero Km. 12. Sé de qué se trata. Es la negación por la negación misma. Negar-se la oportunidad de ser feliz. Y me enoja saber que existen muchos aún que no se animan, que no se atreven, que dan vueltas. Me costó comprenderlos.

Ante el estado apasionado de Violeta por los llamados “Km. 12”, Isabella dijo que en realidad el deseo profundo de Violeta era que todos fueran felices.

Violeta seguía hablando. Me perdí algo de su relato, pero no me animé a interrumpirla. Ella era muy enérgica y firme. Con el

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tiempo comprendí que esa energía era provechosa para tomar deci-siones, ya que no le temía a los cambios. Cuando entré nuevamente en su relato escuché: “mi mamá se enfermó y en una semana se murió”.

Intentó relatar la muerte de su madre, pero se quebró y hun-dió la cabeza entre sus brazos desparramados por la mesa. Lloró unos segundos en silencio. Sus lágrimas corrían como río desde sus ojos y por su cara hasta mojar su pullover. Se limpió de nuevo. Esta vez tomó ella misma un papel del rollo.

-…mi papá se deprimió y tomó pastillas- continuó. Lo interna-ron en un psiquiátrico tres veces. Quedé a cargo de la gran casa de mis padres. Ventilarla, cortar el pasto, pagar los gastos y ver cómo se derrumbaba. Yo estaba comenzando la convivencia con mi nueva pareja en una casa alquilada. Pasé por un psiquiatra que me recetó tres pastillas, un antidepresivo, un ansiolítico…y otra que era para controlar los cambios bruscos del ánimo. Me sentía en un pozo sin salida. Mi jefe me echó al no soportar mi licencia emocional. Debi-do a las pastillas, mi salud se deterioraba y ya no recordaba la letra de mis personajes de teatro por más esfuerzo que hiciera. Todo eso me enojó mucho. Con sólo mencionar esa época, viene a mi mente la imagen de mis lágrimas cayendo como lluvia en la ropa interior de mi papá cuando escribía su nombre con una lapicera de tinta indeleble, rotulándola para llevársela al psiquiátrico.

- ¿Dónde está internado tu papá?- le pregunté conmovida por el relato.

- No, no está internado. La gran casa se vendió, y compré para mi papá un departamento hermoso que le elegí con amor. Él está feliz y sanando a sus tiempos. Fue un milagro- me dijo y se río como loca, mirándome y mirando a cada una de las mujeres sin dejar lu-

Capítulo 2

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Luz Aguirre

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gar a dudas de que ese milagro había sido un logro compartido.

Y otra vez sentí lo mismo que había sentido con los relatos de Brisa e Indra. Se las veía en paz, reían, disfrutaban el mate. Hasta comían de una forma especial. Cada bocado parecía una celebra-ción. Me preguntaba de qué forma habían llegado hasta ese estado de paz y de vida.

Violeta continuó- Me trajo Brisa a los encuentros. Nunca dejé de venir, ni un solo día. Ya hace tres años y tantas cosas pasaron... Por sobre todo, recuperé mis ganas de vivir y hasta dejé dos de las tres pastillas que tomaba. Luz, ¡creéme!, desde que vengo a los encuentros tengo una linterna para mirar hacia adentro de mi alma. Ver más claro hace que reconozca mis deseos verdaderos. Cono-ciendo mis deseos puedo hacerlos realidad. Quiero eso para todo el mundo, para mis queridos Km.12-

Isabella dijo dirigiéndose a Violeta- Explícale el concepto del Km. 12 y cómo surgió, porque no está claro...

Violeta dijo: -Cuando comencé a ver las cosas de otra manera, mi vida empezó a cambiar. Y desde el enojo que me caracteriza a veces, comencé a llamar de esa manera a quienes comienzan un camino interior y luego se quedan sin avanzar. Se quedan en lo que yo denominé “Km. 12”. Al principio surgió equivocadamente en mi vocabulario, a tono de crítica y juicio hacia los demás. Luego, fui comprendiendo cuánto me enseñaron aquellos, cuánto podía ayu-darlos, y descubrí que podía ser paciente y tolerante entre otras cosas.

Violeta había dicho que ella creía tener en ese entonces todas sus necesidades cubiertas.

Eso me resonaba en la cabeza. Yo también había conocido esa sensación justo antes de conocer a Isabella.

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Capítulo 2

El camino que Violeta había encontrado para salir de aquello que creía un pozo, le resultaba todo un hallazgo que quería compar-tir con los demás, sin que nadie quedara atrás.

Me pareció soberbio por momentos el concepto que arrojaba, acerca de quienes no querían avanzar por el camino que ella había elegido; eso fue hasta que me dijo “si yo pude, entonces todos pue-den”.

El discurso anterior tomó su verdadero significado solida-rio; ella quería ayudar, quizás con torpeza, pero el fin último era el amor y el despertar espiritual tanto de sus seres queridos como de los desconocidos y sabía que todos podían hacerlo. Sólo debía ser paciente y tolerante; dos temas a trabajar muy dentro de nosotros, según me explicaron.

Clara interrumpió diciéndome- Creo que es importante que sepas que existe una sexta mujer en este grupo que está ausente por temas laborales, se llama Paloma y esperamos su regreso.

Sin saberlo Clara había aclarado mi duda. En el dibujo las mu-jeres eran seis. Faltaba entonces una mujer llamada Paloma.

El tiempo había volado, entonces decidieron darle un cierre al encuentro.

-La presentación de Clara queda para la próxima semana- dijo Isabella. Todas asintieron con la cabeza.

De pronto nadie hablaba. Un silencio espontáneo y natural se instaló. Sin haber escuchado consigna alguna, cada una de ellas cerró sus ojos.

Durante un largo rato sólo escuché el canto de un pájaro que se posó en la ventana como queriendo participar. De cierta forma lo hizo.

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