coordinación - ririki.org.mx · paso a pasito… espacios seguros para la primera infancia en...

78
Espacios seguros para la primera infancia en Ciudad Juárez Coordinación: Nashieli Ramírez Compilación: Fabiola de Lachica Huerta José Luis Flores Cervantes Catalina Castillo Castañeda

Upload: others

Post on 24-Sep-2019

7 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Espacios seguros para la primera infancia en Ciudad Juárez

Coordinación: Nashieli Ramírez

Compilación: Fabiola de Lachica HuertaJosé Luis Flores Cervantes

Catalina Castillo Castañeda

Paso a pasito…Espacios seguros para la primera infancia en Ciudad Juárez

Primera edición digital: julio de 2015

© Ririki, Intervención Social S.C., 2015Islote no. 71, Col. Las Aguilas, Del. Alvaro ObregónC.P. 01710, México, D.F. http://www.ririki.org.mx/[email protected]

Ilustración de portada: Jorge del Ángel Diseño de portada: Miguel Ángel BrandCorrección de estilo: Gabriel Páramo Diseño y maquetación: Print to e-book, S.A. de C.V.

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Índice

Acerca de los autores

Introducción

El rostro “afortunado” del cuidado infantil en Ciudad JuárezMaría Luisa López

Rompiendo estereotipos, adolescentes por una infancia seguraLuz del Carmen Sosa

Tiempo de compartirPablo Hernández

Tiempo de juego… tiempo de pazHérika Martínez

Maternidades compartidasJavier Arroyo

Los niños solosDaniela Rea

Galería fotográfica

ActividadesTalleres y capacitaciones

Agradecimientos

Acerca de los autores

Ángel Estrada Soto

Estudió la licenciatura en Artes Visuales en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Es miembro de las organizaciones Voces Indígenas AC y Movimiento Pacto por la Cultura AC.

Se desempeñó como camarógrafo, editor y productor de noticieros de televisión durante siete años. Ha dirigido mas de cien spots de televisión y videos corporativos así como series documentales para OnceTV.

Recibió la Beca David Alfaro Siqueiros en dos ocasiones, se ha hecho acreedor a estímulos para producción por el FONCA y para la postpro-ducción de su primer largometraje “Domar el tiempo”, así como para la producción de lo que será su segundo largometraje “Me llamaban King Tiger”, por el FOPROCINE.

Ha dirigido y fotografiado varios cortos y largometrajes documentales que han participado en muestras y exhibiciones en México y otros paí-ses tales como el Festival de Cine de La Habana, Docupolis, FICUNAM, DOCSDF, Premio José Rovirosa y Festival Internacional de Cine de Gua-najuato. En 2008 estuvo nominado al Ariel por su cortometraje documental “Mago… el misterio de la vida”

Ha organizado muestras y festivales de cine en Ciudad Juárez, Chi-huahua, y actualmente combina sus ocupaciones como activista cultural y realizador de documentales además de impartir las materias de Documental, Guion y Edición en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Nashieli Ramírez Hernández

Fundadora y coordinadora general de Ririki, Intervencion Social S.C., defensora de DDHH de Niñas, Niños y Adolescentes. Es actualmente consejera de la Comisión de Derechos Humanos del DF, del Consejo para prevenir la discriminación en el DF y del Consejo Social del Instituto Nacional de Evaluación Educativa. Participa en diversos co-lectivos: Alianza MX, Mesa Social contra la Explotación NNA en México, Colectivo contra la Trata y Espacio Social para el Dialogo Estratégico.

Tiene publicado más de cincuenta articulos y libros de temas relacio-nados a los derechos humanos, en especial de nna, género, violencias sociales, desarrollo social, desarrollo sustentable, seguridad alimentaria y educación. Destacan sus participaciones en la revista México Social y los libros Detrás de la puerta que estoy educando, Primera Infancia, agenda pendiente de derechos y Un dos tres mi y todos mis amigos, voces de los niños pequeños en Juárez.

Francisco Javier Arroyo Ortega

Estudió Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Chihuahua y cursó la maestría en Ciencias Sociales (terminal de Estudios Políticos) en la Univer-sidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Es originario de la ciudad de Chihuahua, pero vive en Ciudad Juárez desde que vino a estudiar la maestría.

Con un cuarto de siglo dedicado al trabajo periodístico, ha trabajado en el Canal 44 de la televisión local y en los periódicos Norte de Ciudad Juárez y El Diario.

Se ha desempeñado como reportero, columnista, jefe de información, jefe de redacción, editor de opinión, editorialista y coordinador de la uni-dad de investigación.

Ha cubierto todas las fuentes de información (gobierno, política, poli-ciaca, negocios, salud, educación) y practicado los distintos géneros pe-riodísticos, como el reportaje de investigación, la entrevista, la crónica, la columna o el artículo editorial en los medios en que ha trabajado.

También ha ejercido la docencia en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Su formación y experiencia le permitie-ron fungir como consejero electoral de la Asamblea Municipal Juárez del Instituto Estatal Electoral para un proceso local.

Actualmente es editor de la sección de opinión de El Diario, responsable de la columna política diaria institucional del periódico y del editorial dominical en el que el medio fija su posicionamiento sobre los asuntos de interés general y la agenda pública.

Pablo Hernández Batista

Pablo Hernández Batista nació el 12 de agosto de 1960 en Ciudad Juárez, Chihuahua.Egresó de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad

Autónoma de Chihuahua, como licenciado en Ciencias de la Comunica-ción.

En el 2002 terminó la maestría en Periodismo, avalada por la Universi-dad Internacional de Florida y laboró como reportero en el El Diario de Juárez.

Durante 15 años se desempeñó como reportero cubriendo diversas fuentes informativas para los periódicos locales Norte y El Diario de Ciu-dad Juárez.

De 2007 a la fecha es docente de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y desde 2012, del programa de Periodismo que ofrece esa casa de estudios.

Entre los reconocimientos por su ejercicio periodístico se encuentra la Columna de Plata a la mejor crónica y a la mejor nota informativa, en 1998

y 1999, respectivamente, presea que otorga la Asociación de Periodistas de Ciudad Juárez (APCJ), así como una nomina-ción al Premio Estatal de Periodismo “José Vasconcelos”.

María Luisa López

Editora y reportera fundadora de periódicos y revistas como Reforma, Milenio Semanal, Milenio Diario, La revista de El Universal y nuevo Excélsior. Trabaja en temas de cultura y sociedad desde 1993.

Primer Premio Periodístico Rostros de la Discriminación en 2005, por la Fundación Manuel Buendía, la CDHDF y el Conapred, por el reportaje “Yo discrimino, tú discriminas. Una mirada al México que segrega”, que inició la colección editorial del Conapred: “Expedientes sobre Discriminación”.

Con estudios de periodismo y comunicación colectiva en la UNAM, ha colaborado por casi dos décadas para medios como La Jornada, El Financiero, Canal 22, Canal 23, QUO, Infoinclusión, Animal Político y el semanario Domingo de El Universal entre otros.

Desde sus inicios en el periodismo ha escrito sobre uno de sus princi-pales intereses: la fotografía. Autora en este campo de la columna Campo Ciego, que también se publicó en Excélsior, y la página de la agencia fotográfica Imagen Latina, así como de reseñas fotográficas en el diario Milenio, y textos para diversos ensayos.

Coautora del libro Migraciones vemos… infancias no sabemos, publicación del Programa Infancia en Movimiento, coor-dinado por Ririki Intervención Social y financiado por la Fundación Bernard van Leer (2008) y de Escrito sin D. Sugerencias para un periodismo sin etiquetas (Conapred/Periodistas de a Pie, 2011).

Actualmente colabora para el periódico El Universal.

Hérika Martínez Prado

Hérika Martínez Prado es periodista en Ciudad Juárez desde hace 10 años, en los que ha cubierto, principalmente, las secciones de Seguridad, Género, Economía, Deportes, Medio Ambiente y Comunidad.

Actualmente es reportera de periódico Norte de Ciudad Juárez, donde se ha especializado en temas sociales y de seguridad, esencialmente liga-dos a las mujeres y los niños.

Durante los años de mayor violencia en Ciudad Juárez cubrió los cons-tantes homicidios y hechos delictivos cometidos en la ciudad y actualmen-te trabaja en temas de investigación especial.

Los últimos cuatro años ha sido reconocida por la Asociación de Pe-riodistas de Ciudad Juárez con el premio Columna de Plata, debido a diferentes trabajos en las categorías de Noticia, Crónica, Reportaje y En-trevista.

También, ha sido reconocida los dos últimos años por el Colegio de Periodistas del Estado de Chihuahua, con el premio José Vasconcelos, en las categorías Crónica y Entrevista.

En junio de 2011 y 2012 ganó el premio Columna de Plata, en las categorías Crónica y Noticia, otorgado por la Asocia-ción de Periodistas de Ciudad Juárez.

Daniela Rea

Daniela Rea comenzó sus actividades periodísticas en Veracruz. En la Ciudad de México trabajó en el periódico Reforma de 2007 a 2012. Realizó estudios de fotografía y participó en la exposición colectiva Expofotoperiodismo 2010. En 2012 ingresó a Nuevos Cronistas de Indias, de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano, funda-da por Gabriel García Márquez. Ganó el Premio de Reflexión de Derechos Humanos entregado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos en 2003 con un ensayo sobre “los nadie”.

Sus textos y fotografías han aparecido en revistas como Gatopardo (México), Etiqueta Negra (Perú), ReVista The Harvard Review of Latin América (Estados Unidos), Nacla (Estados Unidos e Internazionale (Ita-lia). Su trabajo ha sido antalogado en País de muertos (Debate), Nuestra aparente rendición (Debate), 72 migrantes (Almadía), Generación Bang (Planeta) y Carreteras secundarias. Activismo periodista para llegar a otra realidad (Publicaciones Coordinadora, España). En 2012 coeditó y parti-cipó en el libro colectivo Entre las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte (Sur+), del cual fue responsable de la página de internet y

producto multimedia. En la primavera de 2013 obtuvo la beca Prensa y Democracia que entrega la Universidad Iberoamericana donde cursó

las materias de la Coordinación de Cine. Actualmente trabaja un proyecto documental sobre los vacíos y las ausencias.

Luz del Carmen Sosa

Reportera desde 1989, actualmente trabaja en El Diario de JuárezCobertura en temas de seguridad a partir de 1992.Madre de Daniel y Danely Domínguez Sosa.Abuela de Ana Paula y Dante Gael Domínguez Medina.Cofundadora de la Red de Periodistas de Juárez

Introducción

Ojalá podamos ser capaces de seguir caminandolos caminos del viento, ( …) porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella

dice adiós, está diciendo: hasta luego. E. Galeano

En 2007, la Fundación Bernard van Leer (BVLF), comienza a explorar la posibilidad de apoyar estrategias de promoción a la inclusión social enfocadas en las y los niños pequeños. Ciudad Juárez, la población que años atrás se había colocado en el escenario mundial por sus feminicidios, padecía sin mayor atención los efectos de un modelo económico, el de la maquila, que entre otros problemas producía infancias en soledad y abandono; un espacio urbano poco amigable para los niños y las niñas, y violencias sociales que impactaban en la casa y en la calle los primeros años de vida de miles. Así lo venía señalando, un par de años atrás la Mesa Social de Infancia.

Para 2008, BVLF acompaña la creación del Programa Infancia en Movimiento, con la finalidad de impulsar espacios seguros, para las y los niños más pequeños --sean en la casa, la calle, el barrio, el pueblo o la escuela-- que involucran no solo lo relacionado con la protección hacia las violencias, sino también con componentes vinculados a la crianza, la familia y la comunidad. Ese año el programa empieza operar en Ciudad Juárez, se realizan diagnósticos y líneas de base para dos intervenciones, una comunitaria y otra de fortalecimiento institucional. A mediados de ese año la violencia empezaba a secuestrar las calles juarenses, a las tres de la tarde, por la mañana o anocheciendo, las estadísticas registraron ese año, mil 644 muertes violentas en comparación con 350 del año anterior.

Entre 2009 y 2011, la violencia en Ciudad Juárez alcanzó su punto máximo. La tasa de homicidios por cada cien mil habitantes pasó de 23.5 en 2007 a 274.2 en 2010; se calcula un éxodo de más de cien mil juarenses; el abandono de un número similar de viviendas; tanto grandes empresas como pequeños negocios cerrados derivado de las extorsiones; la presencia de alrededor de ocho mil soldados dominó el escenario público; miles de adultos sin empleo; miles de jóvenes en riesgo “por portación de cara”; miles de niños y niñas encerrados, en orfandad y con hambre.

En ese contexto se continuaba con las acciones, pero el trabajo en los barrios, en los centros de desarrollo infantil y en las escuelas, señalaba que la violencia estaba afectando, de manera importante a las niñas y niños más pequeños. Era necesario acercarse a la dimensión del impacto del entorno en sus vidas y se optó por recuperar la información que se había venido generando durante poco más de dos años, a partir de intervenciones sociales con casi cinco mil niños y niñas, lo que derivó en: Uno, dos, tres por mí y todos mis amigos, Las voces de las niñas y los niños pequeños de Juárez, que presentan testimonios de niñas y niños de cuatro a ocho años que documentan cómo lo que estaba pasando en Juárez afectaba severamente su vida. Estos resultados enmarcaron lo que se empezaba a detectar en las colonias: retraso y re-troceso en el desarrollo en términos de control de esfínteres, psicomotriz y lenguaje; niños y niñas de apenas cinco años presentando cuadros de angustia y estrés.

Dibujo incluido en el libro Uno, dos tres por mí y por todos mis amigos.

La información sirvió para modificar en ese periodo las estrategias de intervención pues la exposición de las niñas y niños pequeños a la violencia, requería moverse de la lógica de la prevención hacia la mitigación. El daño alcanzaba dimensiones que demandaban apoyo psicosocial y contención, actividades que incluyeron acciones dirigidas a las y los niños, pero también hacia los adultos, cuya posición es fundamental en la generación de factores de protección. Las ac-ciones contaron con el financiamiento mayoritario de la BVLF hasta 2011. Sin embargo, en 2014 la Organización Popular Independiente, instrumentadora principal de la estrategia, continuaba con la operación de 12 espacios recreativos no formales en colonias (aulitas); el rescate de seis parques comunitarios; y dos ludotecas móviles que recorren las colonias del norponiente de la ciudad. También se viven los efectos de la capacitación a 387 cuidadores y docentes de preescolar, realizada por Educación en Valores; la de 500 personas (educadores de guarderías de SEDESOL, centros de bienestar infantil municipales, de preescolares y promotores comunitarios) a cargo de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, y los efectos de la incorporación en el currículo permanente de la Universidad Pedagógica Nacional de un curso sobre primera infancia y sus derechos.

A lo anterior, a partir de 2010 se sumaron acciones de incidencia en política pública a través de movilización social, en la que destacan la campaña Escúchame… hazlo por Juárez y posteriormente Escúchame… invierte en mí, para promover la inversión e incrementar la atención en la primera infancia y el impacto de la violencia en ella. Liderada por la Red por los Derechos de la Infancia en Juárez, en esta línea de acción destacan la incorporación de la agenda de primera infancia en los dos últimos planes municipales; y la integración de un Consejo Municipal de Protección a la Infancia con representación gubernamental y de sociedad civil. Pero el mayor impacto sin duda está en la expansión de los espacios de cuidado infantil que pasaron de 133 en 2008 a 244 en 2013, lo que representa un incremento de 80 % en ese periodo de la cobertura de atención.

Lo que ustedes van encontrar en este libro es la traducción de la narrativa anterior en las voces de madres cuidadoras,

de promotores juveniles comunitarios, de niñas y niños, sus madres, padres y abuelos. Intentamos compartir una experien-cia de trabajo de siete años por la primera infancia y trasmitir su impacto en la vida de miles de niñas y niños pequeños, y sus cuidadores. Y lo hicimos a través de las plumas de periodistas y de la cámara de un documentalista.

Es además una agenda de pendientes para Ciudad Juárez, pero también para la mayoría de las ciudades del orbe en donde persiste una deuda enorme en la garantía de los derechos de la primera infancia. A pesar de las evidencias cientí-ficas, económicas y sociales sobre la importancia de los primeros cinco años de la vida de los seres humanos, la inversión es insuficiente y hay una ausencia de políticas públicas integrales.

Si bien el contexto de violencia en Juárez alcanzó en momentos niveles difícilmente replicables, pensar que esto es exclusivo de los barrios juarenses es equivocado. Los términos en que se está dando la urbanización en la mayoría de los países es un terreno fértil hacia este tipo de violencia, la pérdida del tejido social, la ausencia de cohesión social, el déficit de redes de apoyo, la falta de servicios de atención infantil, ausencia de adultos educadores, niñas y niños al cuidado de niñas y niños que apenas les rebasan en cinco centímetros de estatura, casas de 40 metros cuadrados, espacios públicos secuestrados por la criminalidad. La exclusión social que viven millones de niñas y niños pequeños y sus familias, es la mayor generación de violencias sociales y comunitarias.

Y también es una agenda de esperanza para seguir construyendo caminos que garanticen los derechos de la primera in-fancia y que provean de espacios seguros para los más pequeños. Un camino que seguimos construyendo paso a pasito…

Nashieli Ramírez Hernández

El rostro “afortunado” del cuidado infantil en Ciudad Juárez

“Ciudad Juárez no es una ciudad fácil ni para los pequeños…”, Jesús, abuelo de Brenda y Sebastián.

Tercer viernes de agosto en Ciudad Juárez, Chihuahua, 2013. El anuncio de próximos decomisos de mercancía de contra-bando inquieta no solo a comerciantes sino a consumidores, quienes encuentran en “las segundas” o mercados de venta de artículos de segundo uso, la posibilidad de adquirirlos más baratos para enfrentar dificultades económicas; ya hay alrededor de 200 y su número va en aumento.

Al amanecer, decenas de empleados municipales limpian y remozan afanosos los alrededores de la Catedral en el des-cuidado y polvoriento Centro Histórico, ya que al siguiente día se casa ahí la hija del presidente municipal, Héctor Munguía Lardizábal.

Mientras, al poniente de la ciudad, una mujer tiene en mente una sola preocupación: llegar a tiempo a la Guardería Participativa de la Organización Popular Independiente (OPI) de la colonia Gustavo Díaz Ordaz. Es la única en esa zona de situación socioeconómica precaria, de violencia, pandillerismo y crimen organizado –igual que otras zonas aledañas–, debido a la ausencia de políticas y programas de desarrollo que reflejen un impacto positivo.

Llega hasta ahí a las 8 de la mañana, puntual, para dejar a Brenda y Sebastián, sus nietos de seis y cuatro años, quienes acuden a esta casa de cuidado al igual que unos 150 niños más, todos hijos de madres trabajadora,sobre todo de la indus-tria maquiladora, por lo que la guardería abre sus puertas faltando 10 minutos para las 5 de la mañana..

No llegan solos. Los acompaña Gloria, de 22 años y estudios de preparatoria, trabaja para una empresa mueblera y de electrodomésticos que opera en Ciudad Juárez. Es la joven madre de Brenda y Sebastián. Su primer parto fue a los 16 años. La responsabilidad de su bienestar, incluido el económico, es suya, con apoyo de su padre y sus dos hermanos, todos viven en la misma casa. El padre de los niños no participa en ningún aspecto.

Los cuatro están de pie antes de las 7 de la mañana. Hay que salir de casa, en la colonia Mariano Escobedo, a más tar-dar a las 7:45 para llegar a tiempo. Brenda y Sebastián ingresan a la casa de cuidado a las 8 y de ahí Gloria se dirige a su trabajo, donde la entrada es media hora después. Es la rutina de la semana.

Infrecuente, pero sucede. Ciudad Juárez, el rostro de la maquila, la desaparición de mujeres, las repetidas escenas de mujeres como jefas de familia, la violencia; es también el de un abuelo como Jesús, que pasa la mayor parte del día con sus nietos luego de salir de la guardería OPI, de donde los recoge a las 4 y media de la tarde, a donde llega luego de salir de su taller de herrería que se encuentra a unas cuadras, mientras Gloria continúa su jornada de trabajo, para regresar a casa a entre 8 y 8 y media de la noche.

Es así desde que Brenda tenía dos años, cuando Jesús comenzó a cuidarlos tras la separación de su esposa,. Comenzó la labor de cuidado en casa o el taller, pero no era fácil cuidarlos y trabajar. Cuando Gloria decidió tomar un empleo fijo, eligieron la guardería OPI para su cuidado durante parte de su jornada laboral. La primera opción fue dejarlos al cuidado de una cuñada de Gloria, pero ella tiene dos hijos y consideraron que era demasiado cuidar cuatro niños al mismo tiempo.

“Antes a mi hija se le complicaba todo, se alteraba porque llegaba tarde al trabajo… Entonces vimos la oportunidad de meterlos aquí, así ella trabaja a gusto y yo también hasta que los recojo y mientras no estamos con el pendiente. En casa estaban seguros, pero están mejor aquí, los cuidan bien, los educan, les dan algo mejor. ¿Me entiende? Porque en la casa muchas veces la gente se pone a ver las novelas y los olvida y los deja ahí… pasan muchas cosas y después nos lamentamos”.

Llama la atención el gusto con el que Jesús habla de cómo ha cambiado la relación familiar desde que estos niños asisten a la casa de cuidado fundada por un grupo de mujeres activistas entre las que se encontraba Catalina Castillo, directora de OPI, quienes han trabajado por el derecho de niños y adolescentes juarenses.

Jesús y Gloria tienen mayor comunicación. A diario conversan sobre lo que les sucede tanto a ellos como a los niños; a su vez, ellos les cuentan todo. “Eso es bonito, no se callan nada. Ellos dicen si se sienten culpables, si se portan bien o no. Mi hija y yo estamos más cerca, me cuenta hasta de sus problemas del trabajo, y también ahora estoy más cercano a mis otros hijos, algo pasó”.

Con mirada traviesa, casi infantil, Jesús cuenta que por la conducta que los niños han adquirido en la guardería OPI, ellos ahora también les enseñan cosas: no se dicen malas palabras en casa y se pide no decir mentiras, por ejemplo. Antes los niños lloraban de cualquier cosa, ahora no, “como que van madurando”, porque están en otro ambiente. “En la casa era puro renegar; ahora cuando llegan estamos tranquilos. Ya jugaron, se divirtieron, aprendieron, y todavía tienen cuerda, pero la verdad no batallo porque ya tienen una rutina. Se levantan en la mañana temprano, alzan la cama, saben lo que tienen que hacer y en general se portan muy bien cuando vuelven a casa”.

Hay más unión, resalta Jesús. “Estoy haciendo con mis nietos y mis propios hijos, lo que no hice con ellos cuando fueron chiquitos por estar trabaje y trabaje. Me lo perdí, pero no les faltó nada. Me iba bien, ahora ya no, pero a pocos les va bien en Juárez, a pesar de todo, en mi familia ahí vamos”.

Juarense de nacimiento, Jesús quedó huérfano de padre a los cinco años, y de madre a los 12. Una parte de su historia se repite en sus nietos. A él también lo criaron sus abuelos. “Me enseñaron muchas cosas buenas y ahora las practico. Me gusta lo que estoy haciendo con mis nietos”. Ya hasta piensa –dice en broma– en poner su propia guardería, total, tiene otros tres nietos de entre cuatro y seis años, Valeria, David y Adrián. Juega siempre con ellos y sus amiguitos, y los cuida. “Brenda y Sebastián les enseñan cosas también a ellos, a no ser violentos no responder agresiones”. Es muy importante en Ciudad Juáres que los niños crezcan aprendiendo a vivir sin violencia.

Ahora son más amorosos con toda la familia, respetuosos hasta del tiempo de descanso de su madre al llegar de traba-jar. “Hasta mi hija y yo nos abrazamos y bromeamos más. Paseamos y pasamos tiempo con los niños, juntos”.

“Cuando mi consuegra los llega a ver se sorprende de sus logros”. El orgulloso abuelo de este par de niños ahora “me-nos estresados, más responsables y seguros de sí mismos”, gracias a la atención que reciben en la guardería OPI, afirma que desde que ocurrió el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York, en 2001, todo comenzó a venirse abajo en Juárez. Hoy hay menos ingresos y más violencia. Así se vive en Juárez. “El que puede, abusa de la necesidad de otra persona”.

En busca de mejor vida

Si alguien está de acuerdo con Jesús, es Mayra, madre usuaria de la Guardería de Techo Comunitario, ubicada en la colo-nia Toribio Ortega de Ciudad Juárez, otra zona donde asociaciones civiles como la que da nombre a esta casa de cuidado a niños de primera infancia, han realizado la labor que no han cubierto durante casi dos décadas autoridades municipales ni estatales o federales.

Nutrióloga de profesión con 33 años y maternidad planeada, junto con su esposo Emerardo, decidió hace cerca de cinco años mudarse de la colonia Zaragoza a un lugar más seguro. “Era una zona conflictiva y en esa época se puso peor lo de los secuestros. Le sucedió a una vecina caminando por la calle con sus bebés, se los querían robar y nosotros no quisimos arriesgarnos a pasar por eso”.

Ahora, a pesar de que su nueva ubicación de hogar –que prefiere mantener oculta por seguridad–, le queda a una distancia de 45 minutos de la guardería, está satisfecha con los resultados. Solicitó el servicio, en principio para su hija de casi seis años, cuando ella tenía año y medio de edad y ya hablaba, porque tenía muy buenas referencias del espacio de cuidado infantil, que funciona en convenio con el IMSS.

Para su sorpresa e inquietud de madre primeriza, Mayra encontró gran transparencia para verificar condiciones y des-empeño del equipo de trabajo y reacciones de los niños, algo que no encontró en servicios privados. “Está cerca de mi trabajo. en un centro comunitario, pero sobre todo, me gustó lo estrictos que son en sus procesos, no violentos con los niños sino disciplinados y cálidos en su trato, y eso les ayuda mucho a ellos y a nosotros los padres que trabajamos”.

Debido al fuerte apego de Mayra con Belén, la interrogaba para saber cómo la trataban, pero al poco tiempo ya no fue necesario. Belén pronto mostró sentirse contenta, le platicaba todo lo que hacía. “Para mí fue muy importante ya que mi ilusión era quedarme al cuidado de mis hijos en casa, pero las circunstancias económicas y la compra de una nueva casa nos obligaron a decidir lo contrario”.

Jasiel, su segundo hijo, comenzó a recibir atención en la Guardería de Techo Comunitario a los ocho meses de nacido, actualmente tiene dos años. Y aunque podría haber resultado más fácil el desapego para su madre, había mayor preocu-pación, ya que padece dermatitis atópica y alergias alimentarias que requieren de una dieta especial, con un listado de alimentos eliminados por completo, para evitar complicaciones mayores.

“He conocido de guarderías donde esto provoca que no admitan a los niños. Lo sencillo es despedirlo a uno, aquí fue todo lo contrario. A la fecha, su nutrióloga y todo el equipo me apoyan con su dieta, le tienen un lugar para que sus ali-mentos no se confundan con los de sus compañeros. Eso me da mucha tranquilidad mientras no estoy con él”.

Cuando Mayra ha compartido esta experiencia con integrantes de la Unión de Padres por la Alergia Alimentaria México (UPAL), el contraste es evidente: todos le dicen que el trato que ha recibido su hijo es anormal, nada común.

Además de reflejar su buena y cuidada alimentación, Jasiel externa su gusto por acudir a la guardería. A veces ni siquie-ra quiere ir a casa a la hora de la salida, lo cual al inicio afectaba emocionalmente a Mayra, pero ahora le da la certeza de que su hijo está bajo el cuidado idóneo.

En la relación familiar también ha tenido impacto positivo la formación de primera infancia de sus hijos en Techo Co-munitario. Los cuatro han dejado de ser aprensivos. “Lo noto en cada vacación. Son más independientes y saben más cosas. En comparación con niños que no van a guardería, mis hijos se desenvuelven diferente: saben compartir, hablan más, saben pedir las cosas, esperan su turno. Me gusta mucho cómo son, estoy muy contenta con lo que tengo ahora. Mi esposo igual”.

Lejos quedaron para Mayra y sus hijos los días en que su cuidado estuvo a cargo de un familiar que llegó a dejarlos a su vez al cuidado de personas que la madre no conocía, y de esa culpa y preocupación materna. “Cuando eso pasa vives con zozobra y ellos viven cosas que tú no deseas, están en riesgo de cualquier cosa”.

En consideración de Mayra, este concepto de Techo Comunitario debería multiplicarse. Para muchos padres las guarde-rías privadas a veces son muy caras o de mala calidad, como sucede también con algunas del IMSS, donde con frecuencia hay muchos niños y pocas maestras. “Lo sé por la experiencia de algunas amigas que batallan mucho. Aquí están seguros, vigilados, bien alimentados y en trato cálido. Ojalá este tipo de espacios se ampliaran para beneficio de más padres que en Juárez lo necesitan”.

Epílogo

Brenda, Sebastián, Belén y Jasiel, se cuentan entre los niños afortunado de Ciudad Juárez que reciben atención adecuada en casas de cuidado bajo responsabilidad de organizaciones civiles. Pero Daniel, Elena, Santiago, Sofía están entre los 28 mil niños y niñas que, de acuerdo con la Red por los Derechos de la Infancia en Ciudad Juárez, nacen anualmente en esta ciudad fronteriza, rostro de un México violento para ellos en toda la extensión de la palabra, donde su derechos son vulnerados constantemente, entre ellos el de su cuidado.

Dos de cada diez personas en Juárez son niñas y niños pequeños, lo que significa, como ha documentado el Programa Infancia en Movimiento, que 20 % de la población juarense está totalmente al margen de las decisiones que se toman en su nombre, en materia de política pública.

¿Cuál será el perfil de ese porcentaje de la población en Ciudad Juárez cuando llegue a la edad adulta? Es tiempo de responder con acciones ese cuestionamiento. Estas historias son testimonio de que es posible.

María Luisa López

Rompiendo estereotipos, adolescentes por una infancia segura

En las entrañas de la zona poniente de Ciudad Juárez confluyen entre los cerros las colonias Luis Olague, Gustavo Díaz Ordaz, Plutarco Elías Calles, Adolfo López Mateos, las Guadalajaras y las Fronterizas. Aquí, la violencia acecha, la pobreza duele.

En esta zona conurbada las calles son de tierra, el hospital más cercano está muy lejos, el alumbrado público es inexis-tente y los parques son motivo de disputa entre las pandillas rivales por el control del territorio.

Es aquí, en uno de los 40 cinturones de extrema pobreza de la frontera, donde la droga circula abiertamente. En cada esquina, un niño puede obtener una línea de cocaína por 30 pesos. Lo mismo cuesta hacerse de dos carrujos de marigua-na. Con 300 pesos más, pueden adquirir un arma de fuego, lista para emplearse por cualquier motivo. Aquí, la vida no vale nada.

Con más de 300 mil arrestos ciudadanos, 27 % de menores entre 13 y 17 años en los últimos dos años, la Policía Muni-cipal afirma que mantienen el control de las calles.

Los vecinos niegan esa versión. Ellos aseguran que la pobreza se criminaliza y los jóvenes las víctimas. Afirman que las disputas entre narcomenudistas y la cooptación de pandillas por los integrantes de la delincuencia organizada siguen generando muertes.

A muchos niños su infancia robada los arrastra a una adolescencia precoz. Parece no haber futuro para ellos.Los embates entre los cárteles de Juárez y de Sinaloa trajeron una violencia extrema en estas colonias. La respuesta del

gobierno federal a la llamada “guerra del narcotráfico” fue instrumentar el programa “Todos Somos Juárez”, que preten-día, entre muchas otras cosas, lograr la recomposición del tejido social y el rescate de los espacios públicos.

Basta recorrer la colonia Gustavo Díaz Ordaz para asimilar lo que ocurre en la ciudad que fue considerada la más violen-ta del mundo. Aquí los muros de las casas dan cuenta del resultado de una guerra. Decenas de nombres son plasmados en murales “in memory” de los caídos.

Los testigos silenciosos acumulan nombres propios o apodos; algunas bardas rinden tributo hasta a 15 jóvenes, todos integrantes de las “gangas”.

Los grafitis han permitido a muchos jóvenes volcar su dolor en el arte y mediante trazos realizados con pintura en aero-sol cuentan las historias de aquellos que tuvieron un final violento, en su breve paso por la vida.

Por la misma vialidad destacan las bardas pintadas de morado donde se lee el mensaje “Escúchame. Hazlo por Juárez”, escrito en letras verdes, el color de la esperanza.

Los mensajes plasmados son elaborados por un grupo de jóvenes que trabajan con la Organización Popular Indepen-diente (OPI) fundada en 1993 y forman parte de la campaña de concientización que da a conocer las condiciones de la infancia en estas colonias y busca la implementación de nuevas políticas públicas a favor de esta población vulnerable.

El grupo de promotores de la OPI aún no cumplen los 18 años de edad, muchos de ellos niños cuya infancia les fue robada y los arrastró a una adolescencia precoz. Parecían jóvenes sin futuro, hasta que llegaron a esta asociación civil.

Este batallón de jóvenes se están formando como verdaderos agentes de cambio en sus zonas habitacionales, al traba-jar directamente con niños en programas específicos como la Ludoteca Móvil, La Aulita, en la colonia Díaz Ordaz, el centro comunitario en la colonia Luis Olague, donde a través de los juegos impulsan políticas novedosas sobre los espacios ocio-sos existentes para convertirlos en espacios de acogimiento para la infancia.

No es, ni ha sido, una tarea fácil. Pero estos jóvenes que dedican hasta ocho horas a la semana encontraron en el trabajo comunitario la fórmula perfecta para generar, por sí mismos, mejores oportunidades de vida para ellos y otros niños. Se resisten a la repetición.

Una de las promotoras más jóvenes y activas es Karla Belén García Martínez. Alta, delgada, con su frágil cuerpo apenas en desarrollo, la adolescente de 13 años tenía siete cuando fue forzada a dejar las muñecas para cambiarle los pañales a su hermano recién nacido.

Su madre, empleada de una de las empresas maquiladoras de la ciudad, dejaba al bebé al cuidado de la niña. Sin nin-guna experiencia en el cuidado infantil, Karla aprendió a base de acierto y error a cambiar el pañal del bebé, a darle de comer, a cuidarlo y protegerlo.

“En mi casa no salía, estaba sola con mi hermano y yo lo tenía que estar cuidando, unas vecinas me dijeron que fuera al centro comunitario con los de OPI y empecé a involucrarme en sus actividades, yo vi que estaba muy aislada y empecé

a conocer y a tratar a las personas”, narra Karla Belén. Ahí le enseñaron lo básico para continuar el cuidado de su hermano y lo apoyaron para que ingresara a una de las guar-

derías que también maneja la OPI, con subrogación del Seguro Social.Con el paso del tiempo, Belén se involucró de lleno como promotora y trajo a su hermano menor consigo. Ahora asisten

juntos al centro y la relación que había entre madre e hija mejoró.“Me siento bien, es muy agradable, ya me siento importante, conocida, involucré a mi hermano y él me sigue mucho

y estamos juntos, mi mamá me dice que está bien y que no deje mi trabajo en el centro comunitario de OPI; antes nos descuidaba por el trabajo y no sabía nada de lo que yo hacía y ahora sí”, sostiene la menor. A cambio de su tiempo y esfuerzo ella recibe aproximadamente 300 pesos a la semana y continúa su educación básica en el sistema abierto que patrocina OPI.

Mientras Karla Belén platica su historia, frente a ella se encuentra “Yaya”, Guadalupe Alejandra González, de 16 años, una vivaz chica que aprendió a sobrevivir entre cinco hermanos más.

Sus padres y el montón de niños vivieron mucho tiempo en casa de los abuelos maternos de ”Yaya”, al quedarse sin empleo y sin recursos económicos para mantener un hogar.

“Mi abuela nos tenía que mantener y eso era muy pesado siempre”, explica la menor que reconoce haber pasado mu-cho tiempo sin otra ocupación que dormir y pelear con sus hermanos. Tampoco estudiaba y no tenía aspiración alguna.

Sin embargo, vivir entre tanto niño la entrenó para ser una promotora. Ella como Belén, llegó de casualidad al Centro Comunitario donde empezó a participar en la ludoteca y a formar grupos de juegos con los niños de la colonia Díaz Ordaz.

Sus padres consiguieron empleo y se mudaron a nueva casa en la colonia Haciendas Universidad, ubicada al sur de la ciudad, en donde “Yaya” empezó a organizar su propio grupo de niños.

“Salí a buscarlos”, dice. Empezó con unos cuantos y ahora ya logra reunir 25 pequeños, al ganarse la confianza de los padres. Incluso, ellos colaboran con ella en la organización de los juegos y aportan materiales que les permitan jugar, recortar, dibujar o pintar.

Cuenta que el primer día, “Yaya” sacó una mesa, hojas, lápices de colores y junto con sus hermanos empezaron a pintar. Curiosos, los vecinos de la cuadra empezaron a llegar.

“Me preguntaban ¿qué vas a hacer? y yo les decía ‘vamos a dibujar’, entonces me preguntaban si eso tenía un costo y yo les decía que no, que era gratis y los invitaba a jugar”, explica

Los padres de familia de inmediato quieren saber si entretener a sus hijos va a implicar un gasto, pero Yaya los tranqui-liza. El trabajo de los promotores de OPI es gratuito y sólo implica acceder a que los niños participen en las actividades lúdicas que los promotores presentan.

Deben ganarse la confianza de los padres y en algunas ocasiones enfrentarse a ellos, cuando piensan que el jugar es perder el tiempo y sus hijos deben hacer cosas “que valgan la pena”.

“A veces que no llega un niño y voy por ellos a sus casas los padres no quieren que salga y yo insisto y les digo que los niños deben jugar, que el juego es una actividad importante para su desarrollo y a veces los convenzo pero otras no, entonces me tengo que resignar, pero nada más por ese día, al otro regreso por el niño y ya me lo vuelven a dejar, tal vez porque se cansan de mí”, dice entre risas la adolescente.

Alejandro Rodríguez, de 17 años, es alto, delgado, espigado y le gusta llevar el cabello bien peinado. Es tímido, no le gusta mucho hablar. Cuenta que cuando concluyó la primaria dejó de estudiar y nadie en casa cuestionó esa decisión.

Aburrido, se juntaba con sus amigos en las calles y así llegó al Centro Comunitario de la Díaz Ordaz y empezó a usar las computadoras, lo que le gustó. Ahí una promotora le habló de OPI y le ofreció trabajo. Aceptó, pues aunque no le interesaba mucho en el programa, sí el dinero.

Ya pasaron varios años y su trabajo de promotor es su prioridad, lo mismo que continuar sus estudios en el sistema abierto. “Yo estoy aquí ocho horas, todos los días, voy a las ludotecas y en las mañanas estamos haciendo otros trabajos aquí con la madera, elaboramos mesitas, sillas y otras cosas”, dice Alex, quien percibe un salario mínimo y recibirá una beca para seguir la secundaria.

“A mí no me importa el dinero, a mí lo que me importa es involucrarme con los niños, jugar con los niños y estar bastan-te con los niños, ósea es lo que más me gusta”, interviene “Yaya”, a quien las niñas imitan su forma de vestir, de peinarse y de hablar. “Me ven como su ejemplo a seguir, eso me hace ser más responsable de mis propias decisiones”, agrega.

Los tres jóvenes refieren las dificultades que han enfrentado para trabajar en OPI en favor de los niños, sus principales detractores son los responsables de cuidar el orden y hacer respetar la ley, los policías municipales.

Y es quizá, Diego Javier Montelongo de 17 años, quien más ha resentido estas agresiones, al ser objeto de detenciones

por su simple aspecto. Diego dice que de más chico se involucró en pandillas y en la calle aprendió a defenderse. Sus manos han cargado pistolas, no estuvo exento de probar las drogas, pero eso quedó atrás, mucho tiempo atrás.

Fue su pasión por el baile la que lo llevó a OPI, donde pronto empezó a compartirla con los niños. Él enseña nuevos movimientos, comparte su música y se encarga de realizar los concursos entre colonias. Hoy el sueño de las niñas y el rey entre los niños que aman sus contagiosos pasos de baile callejero, pese a esto, los policías lo buscan en las esquinas para detenerlo por cualquier pretexto.

“No conocen el trabajo que hacemos en OPI y nada más nos miran así por como nos vestimos, me han tocado así varias de que a ver güey qué, traes mota, hueles a mota güey, andas fumando mota cabrón. La semana pasada venía en patineta para acá y en el camino se me paran unos polis enfrente y lo primero que me dice es a ver, a ver güey, párate, qué, a dónde vas, dice el menor que tiene varias remisiones a la estación de policía.

“Te paran por todo, te esculcan, te insultan y si te defiendes te arrestan”, dice Karla Belén que también ha sido sometida por los policías, pese a que cuelga sobre su cuello una credencial que la identifica como promotora de OPI.

Las agresiones de los preventivos provocaron que meses atrás los jóvenes se manifestaran ante la Fiscalía General del Estado, ya que hicieron un arresto masivo y aseguraron el camión que funciona como ludoteca-móvil, con todo y los ins-trumentos de trabajo de los adolescentes.

El abuso de autoridad y la injusticia social son dos factores que han enfrentado los jóvenes. Pero resisten. “Yo lo miro por mí, porque nadie cuando estaba chavillo se arrimó y me dijo vente, vamos a jugar, quieres pintar, quie-

res hacer una actividad, quieres hacer esto, nadie, o sea, nadie se preocupaba antes por mí. Yo no quiero que mi carnalillo, que mis vecinos, que los hermanos de mis amigos, sean así como yo fui porque pues sí está cañón”, dice el joven trans-formado a fuerza de risas y baile.

Para este grupo de jóvenes nacidos y criados en las faldas del cerro donde se lee “La Biblia es la Verdad”, la solución a la violencia está en los parques. Trabajando con niños, mostrándoles con paciencia el arte de dibujar, de pintar, de soñar que se puede tener un mejor futuro y trabajar en ello.

“Que el trabajo que ha hecho esta organización se vaya reconociendo y se vaya incrementando y participen más chavi-tos, que ellos, las nuevas generaciones se involucren”, dice Diego.

“Si los niños pierden este proyecto, muchos pueden caer en la droga, en las pandillas, en el vandalismo, por eso es me-jor que estén en los parques jugando, aprendiendo, disfrutando”, dice el joven que a toma la patineta y regresa a su centro comunitario, su calle no está pavimentada, ni su parque tiene pasto, pero para él y los niños es el mejor sitio donde estar.

Luz del Carmen Sosa

Tiempo de compartir

Con voz frágil y delicada, Judith tararea una melodía que poco a poco adquiere forma y fuerza. En medio de la relajante música infantil que ambienta y nutre el sueño de sus demás compañeros de sala acomodados

en colchonetas alineadas sobre el piso, la menor explica que la canción trata acerca de una casa abandonada habitada por una muñequita despreciada.

“Nada más los animales la quieren, los humanos no”, informa.A diferencia del destino trágico que enfrenta la muñeca, Judith se considera una niña afortunada. “Me quiere mi hermano, me quiere mi mamá, mi papá, mi hermanita, mi tía Marisela que está en El Paso, porque me

trae muchos, muchos, muchos regalos; me quiere mi tío y mis primos, muchos, muchos me quieren; los de la guardería, me quiere Alondra, Rubí, Karla, Marcos y Ana Paola, y mi maestra Sonia”, detalla la menor con un entusiasmo que se proyecta a través de sus grandes ojos castaños.

Judith percibe que sentirse protegida y amada es el resultado directo de los cuidados que ha recibido en esa estancia infantil a la que sus padres la llevan desde que ella tenía cuatro años. Desde entonces han pasado cinco años y hoy Judith se siente realizada.

Ella es producto de una oferta alternativa de cuidado infantil dirigido a las madres trabajadoras de Ciudad Juárez, que a través de la sociedad civil organizada busca garantizar los derechos más elementales de la niñez, considerada la población más vulnerable de la sociedad, sobre todo en una ciudad que durante el lustro 2005-2010 fue considerada la más violenta del mundo y en donde, según datos oficiales, solamente seis de cada 100 niños menores de cuatro años cuentan con la posibilidad de recibir cuidados en espacios de atención y educación infantil temprana.

Judith forma parte de un grupo de niños que se atienden en una estancia infantil de tipo comunitario situada en la co-lonia Riberas del Bravo. Sus padres le llevan diariamente las cinco de la mañana antes de acudir a sus centros de trabajo y regresan por ella 12 horas después.

Judith asegura estar consciente del beneficio que le ha traído el cuidado y atención que ahí le brindan y que difícilmen-te estaría en condiciones de recibir directamente en su hogar, considerando que sus padres deben ausentarse para poder ir a laborar.

“Mi mamá trabaja mucho, tiene muchos trabajos”, mientras que de su padre solo atina a decir: “casi no lo veo”.La madre trabaja como afanadora en una empresa que fabrica muebles para exportar a Estados Unidos, mientras que

su padre es obrero en una fábrica maquiladora que lo mismo arma motores que ensambla chips para teléfonos celulares.Ambos forman parte de esa importante fuerza humana que impulsa a la industria maquiladora de exportación, misma

que hasta hace tres años empleaba 80 mil mujeres, la mayoría en edad reproductiva, todas derechohabiente del IMSS, institución que solo ha sido capaz de brindar apoyo a menos de siete mil niños a través de 29 guarderías infantiles.

Ante este déficit de cobertura, se estima que la cuarta parte de madres y padres trabajadoras en esta frontera se ha visto obligada a dejar solos a sus hijos entre tres y cuatro horas durante el día, en tanto que uno de cada cinco señala que los deja a cargo de sus hermanos mayores.

La clave es colaborar

Entre los conocimientos que Judith aprendió a valorar en la estancia infantil está la técnica de participación colaborativa, o en equipo, que se promueve entre los niños, la cual produce más ventajas y éxitos que la acción individual y aislada: “Todos nos apoyamos en todo”, resalta.

Recuerda que lo primero que aprendió al llegar a la casa de cuidado diario fue a leer y escribir y el trato cortés y solidario hacia sus compañeros, actitudes que pronto trasladó al hogar en donde convive con sus padres, su hermano mayor César y, Fernanda, “la más chiquita”.

Su experiencia en ese espacio la ha capacitado para mediar en los conflictos que inevitablemente se suscitan entre los niños más pequeños, y si pelean: “Yo les tengo que decir que no hagan eso”.

Periódicamente, la guardería organiza simulacros de evacuación para que en casos de incendio los niños puedan ser salir de forma rápida, ordenada y segura.

Los menores aprendieron a responder al sonido de un silbato que sirve de señal de alerta y allí Judith juega un papel preponderante, pues, como explica, es necesario “agarrar a nuestros compañeros más chiquitos para irnos a otro lugar”.

Sus sueños

Cuando sea grande Judith quiere ser maestra de escuela, “o veterinaria”.Desea trabajar en una guardería similar a la que hoy le da cobijo, donde tendrá “un salón así grande; pero será diferente

a esta casa”.Espera que la estancia infantil sea un edificio de dos pisos en donde en la planta baja se dé servicio a todos los niños y

que el segundo sea su propio hogar.Llega la hora de la siesta. Judith y otros niños de su edad se recuestan y se mantienen despiertos sobre las colchonetas

mientras los más pequeños duermen plácidamente.Judith recuerda que la encargada del local construyó y decoró el cuarto en el que ahora dormitan sus compañeros y

aseguro que “le quedó muy bonito”.No obstante, le gustaría ver algunos cambios en la guardería, como la pintura de la sala y la ampliación de la cocina.

Quisiera que fuera “rosa, morado o azul” y que la maestra arreglara la cocina.Asegura que ella y los demás niños están dispuestos a colaborar en la primera de las mejoras. “Que la maestra nos dé un pincel y nosotros dibujamos muchos dibujos, nosotros los pintamos”,.El tiempo asignado a la siesta está a punto de terminar y los niños pronto serán despertados para recibir un refrigerio.

Judith apoyará nuevamente recogiendo del piso todas las colchonetas.

“Rona” y Ángel Martín

Cuando los niños juegan y conviven entre sí generalmente aprenden a comprenderse. Óscar Ronaldo, mejor conocido como “Rona”, ha puesto en práctica la empatía, pero además también ha descubierto

y ejercitado los valores de la amistad y la lealtad.Él es parte del grupo de niños y niñas que reciben atención temprana en una estancia de cuidado diario enclavada en

la populosa colonia Morelos II. Al mismo tiempo que juega, ha aprendido a colaborar, compartir y ser recíproco con los demás.Mientras colorea y forma bolitas de papel que luego pega sobre el contorno de figuras impresas en cartulina, el chico

cuenta que recientemente uno sus compañeros le obsequió un pequeño juguete que trajo de su hogar. En reciprocidad, Rona apoyó e sus actividades del día al otro chico.

Su segundo nombre atrae las simpatías de algunos niños que le relacionan con el popular jugador de futbol, Cristiano Ronaldo. Eso ayuda, dice, aunque con candidez reconoce que no sabe jugar futbol tan bien como lo hace el astro lusitano, pero asegura que cuando sea adulto desea aprender ese deporte.

Como un pequeño gigante, Rona camina cuidadosamente entre las sillas y mesas hasta llegar al lugar en donde se encuentra su primo, Dani quien tiene dificultades para concluir su tarea.

“Si no sabe jugar algo, yo le enseño; en veces cuando estamos pintando un monito de pirata le estaba diciendo que no se saliera de la raya, y luego ya no se salía, nomás poquito”, señala “Rona” con orgullo.

“Rona” se siente querido y cuidado, seguro y protegido, en la guardería, pues como dice:“Es mejor que si anduviera en la calle, donde tal vez anden unos rateros y me puedan robar”.El pequeño está consciente de que su madre necesita trabajar para poder darle lo que necesita y que precisamente

porque trabaja no puede cuidarlo todo el día, ni pagar los servicios de una niñera particular que le cuide en casa.Cada vez que su madre lo deja en la estancia, “Rona” percibe que ella se retira tranquila, sabiendo que mientras trabaja

su hijo queda en buenas manos.La estancia que lo atiende cuenta con un pequeño patio que los niños usan para jugar, saltar y correr. Del muro frontal de ese patio penden varias jaulas con canarios de colores verde y azul, cuyo incesante trinar durante

las mañanas alegra y acompaña a los niños que como Ángel Martín, de cinco, utilizan ese reducido espacio para ejercitar sus pequeños físicos.

Ángel Martín sufre dolores de cabeza y ardor en los ojos, padecimientos que mitiga, dice, comiendo menos comida chatarra y jugando en la estancia.

Ángel Martín porta en su cabeza un sombrero tejano que le compró su madre y que complementa con botas y camisa vaqueras. Asegura que le encanta usar sombrero vaquero “porque se ve guapo”, y que

de grande quisiera ser bombero “para cuidar a la gente”.El niño disfruta entonar con su compañerita Érika algunas de las melodías infantiles que han aprendido tanto en la es-

tancia como en sus hogares, “como la del cocolilo (cocodrilo), la del robot, papel piedra o tijeras, una dos tres, ahí en la tienda había un cocolilo…”.

Ángel Martín continúa cantando quedito. El trinar de los canarios y el ladrido mañanero de los perros que abundan en las calles del barrio parecen secundarlo.

Imaginación temprana

Mauro Alejandro es el hijo único de una pareja divorciada. Cuando apenas rebasaba los seis años sus padres decidieron separarse luego de librar una dolorosa e intensa batalla

legal que le dejó como saldo un mundo de incertidumbre y una orden judicial que impide que su padre pueda verlo.Actualmente, Mauro recibe atención sicológica profesional y los cuidados del personal a cargo de la estancia infantil

a donde su madre lo lleva y en donde socializa con otros niños y, aprende a potenciar su desarrollo físico, emocional y creativo.

Su madre se encarga de llevarlo muy temprano a ese espacio de cuidado infantil localizado en la colonia Juárez Nuevo. La estancia de cuidados iniciales ha sido importante para su desarrollo. Ahí convive, juega, comparte y realiza la mayoría

de las tareas escolares.“Hacemos demasiadas cosas”, explica el niño enfatizando cada una de las palabras.Poseedor de una dicción y una destreza del lenguaje poco usual para su edad, Mauro Alejandro parece desenvolverse

con suma confianza ante sus demás compañeros: “Hacemos muchas cosas para que seamos más listos, más inteligentes”, expresa Mauro, quien parece hablar también con sus manos y gestos.

Saturación

El espacio en donde se desarrolla la convivencia entre los niños parece haber llegado a su límite. La cantidad de niños también creció y eso Mauro Alejandro lo percibe e interpreta a su manera.

Si bien cuenta con suficientes materiales para realizar actividades, le gustaría que tuviera nuevos juguetes, más sillas y más mesas, pero sobre todo que sala de usos múltiples fuera más amplia

“que estuviera un poco más abierto para poder tener más cosas aquí, con más espacio para los bebés,hay demasiados bebés”, considera.

Luego nombra a los lactantes uno a uno: “Iam, Elidey, Gerard, Lex, Megan… cinco bebés”.En el desayuno, se ofrece a los niños cereal con yogurt, manzana o mango: “Aquí todo me lo tengo que comer, no dejar

nada; si no comes, no juegas”, advierte.Mauro y su madre habitan una casa de dos pisos Es hijo único y su hogar no tiene el ambiente de bullicio y movimiento

constante de la casa de cuidado diario.“Yo vivo solo, mi mamá nunca tiene tiempo de jugar conmigo”, expresa con un leve dejo de pesadumbre. Por las noches, Mauro Alejandro no puede dormir solo en su cuarto. Para remediarlo, la madre acordó acompañarle en

su cama hasta que se duerma.

Siempre será su padre

Sobre su papá, rememora sucesos que se vivieron: “Se estaban peleando una vez y los separé”, recuerda, extendiendo sus pequeños brazos hacia los costados.

Actualmente su papá vive en una casa “de un sólo piso”.“Antes visitaba a mi papá pero ya no; pero además fue a la corte y no sé si él se declaró culpable o inocente, creo que él

se declaró culpable, pero no sé si lo llevaron a la cárcel o lo dejaron ir”, y asegura que: “Lo extraño, pero no tanto porque mi mamá vive conmigo”.

El 19 de mayo, cuando Mauro Alejandro cumple años, desea que sus padres vivan nuevamente juntos, aunque teme que se vuelvan a pelear. Confía en que su madre se encuentra tranquila porque sabe que en la estancia infantil su único hijo “trabaja y hace muchas cosas”.

Finalmente, sobre su padre, a Mauro Alejandro le quedan claras dos cosas: “Lo quiero… y siempre va a ser mi papá”.

Pablo Hernández Batista

Tiempo de juego… tiempo de paz

“Mi papá ya se murió, le dieron un balazo aquí”, recuerda Daniel, de seis años, al señalar sus costillas con sus pequeñas manos.

Aunque ya han pasado tres años, confiesa que “hace rato estaba llorando” en la casa de su abuela, pero ya casi es hora de ir a jugar y de cambiar todos sus miedos por sueños.

Nueve casas y patios pintados de verde y morado con la leyenda “Escúchame” se han convertido en el único refugio seguro para 794 niños y niñas que son arropados por la Organización Popular Independiente (OPI) en la periferia de la ciudad.

En Juárez viven casi 200 mil niños menores de cinco años, 40 mil 356 de ellos solo cuentan con la figura materna, 41 mil 754, es decir 20.9 %, viven en hogares donde se perciben menos de dos salarios mínimos, mientras que 119 mil 870 viven en condiciones de hacinamiento, lo que representa 60 %.

Por ello, los espacios seguros de juego se han convertido durante los últimos años en un refugio donde los niños ade-más de ir a jugar, conviven con otros menores de su comunidad, viven su infancia y conocen sus derechos.

En estos lugares los niños se sienten protegidos y queridos, ya que muchos de ellos dejan a un lado la responsabilidad de cuidar a sus hermanos más pequeños para dedicarse a lo que debe de hacer un niño de su edad, jugar de manera segura.

Ahí, los niños conviven con otros pequeños de su comunidad, viven su infancia y conocen sus derechos.Con el apoyo de nueve promotoras, los pequeños realizan actividades lúdicas, artísticas y culturales con lo que se les

aleja de la delincuencia a través del juego. La gran mayoría fueron víctimas de la violencia. Daniel, Beto, Fernando “El Foco”, Héctor, Jesús y Mía son ejemplos de

ello.Ninguno sobrepasa los ocho años, pero sus padres ya murieron, están en la cárcel o decidieron abandonarlos. En sus casas los recursos son pocos, por lo que tienen que quedarse varias horas solos mientras que sus madres o

abuelas salen a trabajar.Hoy ya son las 15:00 horas y Daniel y Beto son los primeros en llegar. Desde hace rato merodeaban la casa de Tere,

ubicada en la colonia Gustavo Díaz Ordaz, donde la presencia de pandillas pone a los niños en una situación de riesgo aún mayor.

Sin bibliotecas, guarderías, parques, ni estancias de cuidado cerca de su casa, el juego es la única manera de alejarlos de la delincuencia.

Daniel apenas tiene seis años y hace tres vio cómo mataron a su papá. Y luego su mamá decidió dejarlos a él y a su hermano Beto de siete años con su abuela.

Los dos acuden desde entonces a lo que conocen como “la casita del juego” porque para acceder al parque más cer-cano tienen que caminar varias cuadras, luego cruzar un arroyo y llegar hasta otra colonia, donde vive la etnia tarahumana.

Hace tres años, Daniel no quería jugar porque sentía remordimiento: “si juego mi papá se va a poner triste porque él está en el cielo”, decía.

Ahora es diferente, hoy tiene que interrumpir su juego de futbol para poder platicar.“El otro día le envié un globo con una carta a mi papá y otra a diosito”, recuerda repentinamente, pero al preguntarle

qué escribió solo muestra una tímida sonrisa y prefiere guardarse lo que con sus pequeñas manos y su gran corazón escri-bió con dirección al cielo.

“Ya se murió, le dieron un balazo aquí, le salió mucha cochinada del estómago”, platica con un gesto de inocencia y dolor antes de salir corriendo a tomar agua mientras escucha la cuenta regresiva para volver a platicar. Seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno; parece que le divierte el juego.

Antes prefería estar en la calle, lloraba mucho, era muy violento y les pegaba a los otros niños, dice su promotora, Teresa Roque.

Cuando escuchaba sonidos como el trueno de un globo se asustaba y comenzaba a llorar porque recordaba los balazos que frente a él terminaron con la vida de su padre,

pero desde hace tres años un humilde patio sin pavimentar, protegido por paletas de madera y un pequeño techo de tablas, en el que encuentran la compañía y los brazos de Tere, es todo lo que necesita para sentirse contento y protegido.

“A mí me gustaría que hubiera brinca-brinca y que vinieran los superhéroes”, dice Beto, mientras que Daniel prefiere pintar y jugar a las escondidas. Él sueña con una ciudad en la que se pudiera vivir jugando siempre.

Aunque le da miedo crecer, “porque en la secundaria les pegan”, quiere ser grande para “tener un bebé, cuidarlo y llevarlo al parque”, lo que su padre no pudo hacer con él.

Mientras el resto de los niños continúan el juego de futbol, Beto se cuelga del tronco de árbol para columpiarse. Daniel vuelve a tomar agua de una llave pegada al piso de tierra y se ríe mientras escucha la cuenta para regresar a platicar que quiere ser policía.

Él no quiere con ser bombero o astronauta como el resto de los niños, quiere ser policía “para llevarse a la cárcel a los muchachos que den balazos”, lo cual le preocupa a su hermano porque no quiere que lo vayan a matar y trata de conven-cerlo que mejor trabaje en otra cosa: “Yo voy a hacer casas en los árboles”, asegura.

Con ellos juega Mía Grettel, de ocho años. Ella y su mamá fueron abandonadas hace tres años por su padre, por lo que comenzó a participar en el programa de la OPI.

La estudiante de cuarto año de primaria confiesa que “antes no tenía con quien jugar, todos andaban en sus casas, nadie nadie salía”.

“Me gustaría que en Juárez ya no hubiera más violencia, porque a veces se pelean”, externa la niña mientras disfruta brincar la cuerda.

De grande quiere ser doctora porque “cuando se enferme la gente quiero ayudarla a que no se muera”.En la colonia Gustavo Díaz Ordaz la casita del juego se encuentra entre dos pandillas, pero existe un acuerdo con la

promotora para que sus integrantes se alejen de los niños. “Si nosotros no cuidamos a estos niños se van a convertir en los cholos del futuro, porque hay demasiados en este

sector de la ciudad y no tienen dónde jugar”, asegura Tere, quien de lunes a jueves alberga en el patio de su casa a 35 menores, de 15:00 a 18:00 horas. Todos son niños y niñas de muy escasos recursos. Una vez a la semana visitan el parque, donde conviven con los niños tarahumaras y aprenden a respetarlos e integrarlos.

Algunos nunca han ido al circo o al cine y otros ni siquiera tienen televisión en su casa.Ver una película en la televisión y comer palomitas les emociona mucho, algunos piensan que eso es el cine, platica

Tere, quien a través del juego logra la resolución de conflictos, la convivencia entre niños y los aleja de las pandillas y de la calle.

Fernando y Héctor también están emocionados porque mañana los llevarán a la alberca junto a 50 pequeños más de la colonia Felipe Ángeles.

Lejos de su padre, quien desde hace tres años se encuentra recluido en el Cereso Estatal de Ciudad Juárez, “la casita” se ha convertido en un refugio para ellos.

Ahí Héctor y “El Foco”, como prefiere Fernando que lo llamen, son cuidados por Sandra Zavala, de 24 años, una joven de la misma colonia quien conoce la problemática y además de cuidarlos y jugar con ellos se preocupa por su bienestar en general.

La Felipe Ángeles está una de las colonias más pobres y con mayor índice delictivo en la ciudad, se encuentra a escasos metros del río Bravo que divide la frontera entre lo que fue considerada la ciudad más violenta de México y la más segura de Estados Unidos.

A sus escasos seis y siete años, los dos hermanitos anhelan un mejor Juárez, en el que uno logre ser abogado y el otro policía, mientras que todos los niños puedan jugar donde se la puedan pasar “chidota” como ellos.

A Héctor, quien cursa el tercer año de primaria, le gustaría ser nombrado “Niño Abogado” por un día, para poder sacar a su papá de la cárcel, porque asegura que lo inculparon de un delito que no cometió.

“Yo vi en la tele a un niño que era ‘Niño Presidente’… y a mi papá lo culparon que tenía un arma de chivo”, pero no era cierto, dice el niño con su peculiar vocecita ronca y su uniforme de las Chivas decolorado por el sol al referirse al fusil de asalto conocido como “cuerno de chivo”.

“El Foco” estudia primer año de primaria y comparte el sueño de Daniel de ser policía “para arrestar a los rateros y a los malos”.

Los dos pequeños piden una ciudad más limpia, con más árboles y que tenga más parques, canchas y porterías. Cuando no van a la casita, para poder jugar, Héctor tiene que alquilar una bicicleta por la que paga 10 pesos cada hora,

pero el dinero que gana su mamá vendiendo cosas usadas en un mercado no siempre alcanza para eso. En una ciudad donde dos de cada 10 personas son niñas y niños menores de cinco años, totalmente marginados de las

decisiones que en política pública se toman en su nombre, Héctor y Fernando son felices pintando.

“Aquí están mis manos”, “aquí están las mías” muestran los dos niños de aproximadamente un metro de estatura en la casa que ellos mismos decoraron para poder jugar y la cual esperan que dure “mil o cuatro mil años más”.

“Les falta mucha atención, muchos tienen que cuidar a sus hermanitos y si no estuvieran aquí anduvieran en la calle o podrían pasarles accidentes en sus casas”, lamenta Sandra.

Ya casi son las 18:00 horas y del otro lado de la ciudad, en el fraccionamiento Villas de Alcalá, a unas dos horas del Centro en transporte público, juegan 20 niños más.

Entre ellos se encuentra Jesús, de cinco años, quien no lo recuerda, pero hace tres años perdió a su padre y a su her-mano de 16 años de manera violenta.

Ahora vive con su hermano Miguel de 13 años, su mamá y su padrastro, quien trabaja cuidando caballos y marranos. La violencia que se vivió hizo que muchos juarenses huyeran de la ciudad, por lo que su casa quedó entre decenas de

construcciones abandonadas, sin puertas ni ventanas, que antes fueron su espacio favorito para jugar.Hace dos años les prestaron una, la que ellos conocen como “la casita”, que se limpió y pintó y cada vez recibe a más

niños y adolescentes de escasos recursos.Los menores fueron rescatados de la calle o de pasar horas frente a la televisión, porque la mayoría de sus mamás son

solteras y los dejan solos al salir a trabajar.A Jesús le gusta colorear y jugar a las luchitas con su hermano mayor, ya que en estos espacios la edad no es un obstá-

culo para que niños y adolescentes puedan jugar. Por unos minutos pone sus manos en la mesa y luego recarga su cabeza para pensar en su futuro; luego asegura que

de grande quiere ser bombero “para echarle agua a los que se queman”.Pese a su pobreza y falta de espacios brindados por las autoridades Daniel, Beto, Fernando, Héctor, Jesús y Mía disfru-

tan de su infancia. Pero hoy ya son tárdelas 18:00 horas y el juego continuará mañana.

Hérika Martínez Prado

Maternidades compartidas

Las tres saben bien lo que es luchar diariamente solas, como madres solteras, por el bienestar de sus pequeños. María Luisa, Irene y Nidia ahora son responsables, en diferentes espacios, del cuidado infantil en tres comunidades, pero prime-ro fueron madres trabajadoras que para satisfacer las necesidades primarias de su familia o alcanzar sus propios anhelos, tuvieron que resolver el dilema de miles de mujeres en Juárez: “¿Y ahora quién cuida a mis hijos?”

Por eso se les ilumina el rostro cuando hablan de su experiencia como actores de cambio y del impacto positivo que los espacios de cuidado diario han tenido en las colonias que por su situación de marginación requieren del trabajo comu-nitario y de los apoyos públicos y privados que hacen posible el funcionamiento de guarderías accesibles y no lucrativas.

Juárez Nuevo es uno de los últimos fraccionamientos que construyó directamente el Infonavit en lo que hace tres déca-das era el límite suroriente de la mancha urbana de Ciudad Juárez. Lejos de ser muestra de buen desarrollo de vivienda de interés social, como se promovió en sus inicios, hoy es sinónimo de deterioro urbano, pandillerismo y violencia.

En esas calles por donde corrió mucha sangre, principalmente juvenil, durante la coyuntura crítica de criminalidad que se dio en Juárez por el pleito entre cárteles de la droga a partir de 2008, funciona una de las guarderías de la red de Casas de Cuidado Diario Infantil, entre los cientos de pequeñas casas construidas en serie,

Se trata del hogar de María Luisa Yáñez, madre soltera de tres hijas y ahora abuela de cuatro pequeños. Cuando se di-vorció hace 11 años, el mundo se le vino encima porque para poder trabajar tenía que dejar solas a sus hijas que entonces rondaban los 15, 12 y ocho años, pero en esos días leyó en el periódico sobre el esquema de las “casitas de cuidado”, habló para conocer los requisitos de participación y después de algunas semanas de trabajar de noche en una empresa maquiladora tomó la decisión que le cambió la vida.

Luego de casi diez años al frente de la guardería, lo único que lamenta es no haber tenido abierta esa puerta antes por-que el rostro de desesperación de una madre que no sabe qué hacer si necesita trabajar y está sola, era imagen cotidiana en su entorno.

Sonríe mientras platica que le gustó tanto el proceso de capacitación y aprendizaje que hubiera querido disfrutarlo desde más joven y asegura esta mujer de rostro amable y 49 años de edad: “No me siento vieja, pero sí siento que perdí muchos años de haber podido ayudar tanto a las mamás como a sus niños”.

Ahora tiene en lista a 33 niños y niñas, incluyendo a sus nietos, y dos de sus hijas trabajan con ella en el cuidado del grupo.

Como María Luisa, en la ciudad hay otras nueve mamás cuidadoras que operan igual número de centros y deben seguir un programa mensual diseñado por educadoras que trabajan en la oficina central de la red.

Con cariño y mucha paciencia se entregó esta mamá cuidadora para sacar adelante a Alain, un pequeño que la cautivó porque al llegar a la casa, con apenas tres años, su conducta ya perfilaba violencia. Al principio debía cuidar que él mismo no se golpeara, que no aventara objetos y que no se le acercaran los demás niños porque se irritaba y también los podía agredir.

En un par de años el pequeño es otro. “Lo que el niño necesitaba –dice María Luisa– era más que nada hablarle bonito, bajar el tono de voz sin dejar de ser enérgica con él, que no hiciera lo que quisiera en cuestión de golpearse y aventar. Me preguntaban las maestras ‘cómo puede usted con él’ y yo les decía, ‘es que a él no lo toque, háblele bien, tranquila, dele cariño’. Siempre he dicho que el tono de voz tiene mucho que ver”.

El niño “ya está bien bonito” y por eso siente tanto orgullo, igual que cuando la mamá de otra pequeña le dice que así la manden por su trabajo hasta Anapra, una colonia en el extremo norponiente de la ciudad, ella la buscará siempre en su casita de la calle Vargas, en Juárez Nuevo.

No en el extremo norte, pero sí en el lado poniente, donde los cerros delimitan la mancha urbana, se ubica una colonia de las más antiguas de Ciudad Juárez, la Díaz Ordaz. Entre el lomerío en el que se trazaron algunas avenidas de concreto para que circule el transporte de personal de las maquiladoras, que lleva y recoge a los obreros para sus tres turnos, fun-ciona la guardería participativa de la Organización Popular Independiente (OPI).

Aquí es el centro laboral de Irene Rodríguez, otra aguerrida madre soltera de 37 años que hace ocho llegó al edificio de la calle Pimentel para buscar empleo como intendente y hoy es la coordinadora operativa de todas las áreas de la guarde-ría y la estancia infantil, que atiende 110 niños y niñas, entre ellas a su hija de apenas año y medio de edad.

Sus hijos mayores, que hoy tienen 18 y 17 años, ahí estuvieron de chicos, cuando ella todavía trabajaba en una empresa

manufacturera. Desde entonces le llamó la atención el trabajo que ahí se realizaba y siempre se preguntó qué se necesi-taba para ser parte del equipo, hasta que vio un anuncio solicitando intendente. Tomó el trabajo y por un año se encargó de la limpieza, pero solo mientras estudiaba para enfermera auxiliar porque después consiguió el puesto de responsable de fomento de la salud, hasta hace un año en que alcanzó el cargo que antecede al de directora.

Ella conoce bien el entorno en el que ha vivido y trabajado durante muchos años, por eso sabe lo indispensables que son este tipo de espacios de cuidado infantil.

Irene recuerda cómo una tragedia estuvo en la génesis de la guardería de la colonia Díaz Ordaz: una pileta que almace-naba agua se reventó y dos chiquillos que no estaban bajo cuidado de algún adulto murieron ahogados.

Los niños solos en casa o en la calle eran la norma cuando Irene llegó a trabajar. Niños cuidando niños; el hermano o la hermana que no pasa de los diez años encargado de otro de dos años o menos.

Irene no puede contener el manantial de sus ojos cuando hace memoria del niño que más le ha dejado huella a su paso por la guardería. Vivía en lo más alto de un cerro en la colonia Escobedo y siempre llegaba triste porque traía el estómago vacío. “Ándale –le decía– dame una galletita, porque mi mamá no me dio nada de cenar”. Apenas eran las 4:45 de la mañana y ya estaba adentro, esperando que Irene le respondiera, como siempre: “Sí te doy, pero no le digas a nadie, que me van a regañar”. Al niño le dicen Chuyito y estuvo ahí desde los ocho meses hasta los cuatro años. Cuando ingresó a la guardería no solo traía la tristeza bien marcada en en rostro, sino que también mostraba actitudes violentas y una incapa-cidad de compartir con los demás; al salir era otro: alegre, tranquilo y generoso.

De eso se trata el trabajo de Irene, de cambiar conductas y actitudes para transformar vidas, dentro de un proceso que también ha tenido que evolucionar conforme lo exige el tiempo y la circunstancia.

“Por ejemplo –dice la mujer quien todavía estudia porque quiere obtener una licenciatura en Enfermería– se han tenido que hacer algunos cambios por el entorno de violencia. Los niños querían traer pistolitas, jugar luchas y decían ‘yo soy sicario’; ese tipo de palabras se escuchaba mucho”.

“Lo que se hizo–agrega la coordinadora– fue cambiar los temas para que se les quitara la idea. Unos niños decían que le dirían al papá para que fuera a matarla si los regañaba y resulta que el papá ponía películas de sicarios. Entonces tuvimos que involucrar a los papás para ver qué estaban haciendo y sí nos ayudaron mucho”.

Las condiciones no son muy diferentes que las experimentadas en la guardería participativa que maneja la asociación civil Techo Comunitario, en la Toribio Ortega, otra colonia periférica del surponiente, ubicada en las cercanías del Centro de Readaptación Social de la ciudad.

Ese guardería está dirigida por Nidia Lara, joven madre soltera que apenas cumplió 33 años y ya tiene una amplia ex-periencia en guarderías, como mamá y como trabajadora. Ella tiene claro el objetivo principal de la estructura a su cargo: “Ayudar a mamás y papás a que se haga efectivo el derecho de sus hijos a contar con un espacio seguro en el que se les brinde una adecuada educación y se atiendan sus necesidades de alimentación y salud”.

Sabe la dimensión de la carencia porque el alimento que comen varios de los niños en sus instalaciones, quizás sea el único que tengan durante el día.

El infortunio obligó a algunas familias a unirse para dar protección a sus pequeños luego de que el drama sacudió a la colonia a finales de la década de los 90: dos niños murieron calcinados cuando la casa en que se encontraban, solos y encerrados con cadena y candado, se incendió por accidente.

Hoy trabajan ahí 30 personas que atienden a casi un centenar de niños y niñas. La cobertura ha crecido y desde otras colonias como Ciudad Moderna, Praderas de los Oasis o Granjas de Chapultepec, lugares que poco tienen que ver con la imagen que proyectan sus nombres. Los beneficiados llegan a un edificio rodeado de calles de tierra y a medio asfaltar.

Graduada en Psicología, Nidia todos los días trata casos difíciles. Una madre de cuatro niños, viuda, trabaja como guar-dia de seguridad con turnos de 12 horas y no tiene tiempo de llevarlos a la guardería o recogerlos. Su vecina lo hace en su lugar.

“Con ella –dice la directora en su escritorio desde donde asume también la tarea de recepcionista– he platicado de su responsabilidad. Tenemos su situación como madre soltera, que es ella sola para mantenerlos, pero que el niño tiene de-recho a estar limpio, a estar alimentado, a que ella les brinde un tiempo. Sí, son situaciones difíciles, pero si no estuvieran estos lugares estarían solos sin alimentación y sin cuidado. Son cosas que dan tristeza, pero dejan ver la importancia de este espacio”.

Como los niños y niñas de la guardería de Juárez Nuevo o los de la colonia Díaz Ordaz, los albergados en Techo Co-munitario de la Toribio Ortega vivieron su primera infancia en medio de la crisis de seguridad que tuvo su pico más alto en 2010, el “año del miedo”, con su cifra atroz de tres mil homicidios dolosos, unas ocho muertes diarias, la mayoría por

enfrentamientos entre “sicarios” de la mafias que engrosaron sus ejércitos con quienes en esas zonas de exclusión acaba-ban de brincar a la adolescencia, sin opción de escuela o trabajo.

En todas partes se desarrolló una cultura de la violencia contra la que también tuvieron que trabajar. Nidia abre todavía más la esperanza de sus ojos verdes cuando explica: “Antes veíamos los juegos de roles, que a la tiendita, que al papá y la mamá o que al vendedor, y ahora vemos que es así como soy sicario, voy a hacer mi pistola o vamos a jugar a pelear. Afortunadamente ya no es tanto porque les estamos dando más información; ellos mismos alertan si alguien está dibujan-do una pistola y avisan a la maestra si ven una conducta violenta”.

Nidia, como María Luisa o Irene, y todas las asistentas y responsables de sala que trabajan en espacios de cuidado infantil, juegan un papel fundamental en la reconstrucción del tejido social que tan dañado resultó cuando se traslapó en Juárez la crisis de seguridad con la recesión económica.

Ellas son todo: mamás, educadoras, maestras, sicólogas, nutriólogas, cocineras, organizadoras, enfermeras y hasta re-cepcionistas o choferes, pero en cualquier faceta destaca su responsabilidad afectiva con la niñez, en jornadas laborales que se prolongan todo el día.

Estas mujeres pudieron responder al reto después de tomarse muy en serio la capacitación que les brindaron las orga-nizaciones a las que pertenecen, que también se ofrece al personal que tienen bajo su cargo, con diplomados de hasta un año en los que especialistas las instruyen en temáticas tan variadas como resolución no violenta de conflictos, derechos de la infancia, valores, pedagogía, estimulación temprana, desarrollo físico y emocional, nutrición, manualidades, aprendizaje lúdico (con el juego como elemento central) y elaboración de materiales didácticos.

Sus propias historias de superación personal reflejan el éxito de los programas de intervención a favor de la infancia. María Luisa, Irene y Nidia miran hacia adelante y solo ven más trabajo, pero también un futuro mejor: más cobertura en todas las edades, más inversión, más infraestructura y, sobre todo, una mayor articulación social y una más comprometida participación comunitaria

Francisco Javier Arroyo Ortega

Los niños solos

Leticia sostiene en brazos a su hija Sara, de siete meses de edad. Ambas se miran cómplices, enamoradas. La madre le acaricia su espalda, la niña sonríe y le toca las mejillas. Brinca

sobre las piernas de la madre, se recuesta en su regazo. Están inmersas en un diálogo que solo ellas conocen y así, en embeleso, pasan varios minutos, antes de que comencemos a platicar.

Leticia es una mujer de 44 años, madre sola de seis hijos. Sara es la menor y le siguen un niño de ocho años, que vive con su padre en Durango, una niña de 11, dos jóvenes de 18 y 20, y una mujer de 26, que vive con su pareja y tiene tres hijos.

Leticia es empleada del supermercado Smar en el turno de 10 de la noche a 5 y media de la mañana donde gana sueldo mínimo y tiene seguro social. Cuando ella está en el trabajo, sus hijas de 11 años y siete meses se quedan solas en casa, encerradas con llave, porque los hijos grandes son obreros también en el horario nocturno.

Leticia habla sin dejar de mirar a su bebé.“No me siento a gusto en mi trabajo, les hablo hasta tres veces. Les marco 10 y media, 11 y cualquier cosa les digo que

me marquen, ya no les marco después porque despierto a la niña y no me conviene estarlas desvelando”. Leticia trabaja en la noche para estar el mayor tiempo posible con sus hijas. En la mañana, cuidar y ver crecer a la bebé;

en la tarde, acompañar a la niña en sus tareas escolares. La madre se desgaja, se exprime, se anula.En el trabajo no tiene guardería y debe maniobrar para dejarlas con la vecina. La mujer no le cobra. Desde que se enfer-

mó de trombosis la apoya en lo que puede, le recibe a las niñas a las 8 de la noche cuando ella se va, les da de merendar y a las 10, cuando se van a dormir, las lleva a su casa y las encierra con llave.

Así se quedarán hasta las 6 o 6 y media de la mañana cuando Leticia vuelva a casa, cargando sobre sus piernas hincha-das y venosas por la trombosis y la jornada laboral, cargando sobre el ánimo culposo la angustia de que algo, cualquier cosa les pueda ocurrir en su ausencia.

En el otro lado de la ciudad, otra madre, Patricia de 36 años comparte estrategia ante la falta de espacios seguros y accesibles para cuidar a sus cuatro hijas, una preparatoriana de 16 años, otras en primaria de 11 y nueve años y la menor, de cuatro años que no va a la escuela. Su vida pendula entre un trabajo como afanadora en un centro escolar de regulari-zación y lavandera en un hotel. A veces le permiten llevar a la más pequeña mientras las hermanas están en la escuela.“Las he tenido que dejar solas. Namás les digo que se encierren con llave, que no le abran a nadie, nadie tiene que venir más que mis hermanas, pero ellas andan trabajando. Aquí les dejamos el celular por si algo se ofrece. Me preocupa que les vaya a pasar algo, que no le prendan la mecha (de la estufa) porque tiene bien alta la mecha, mejor les dejo y les compré un micro, porque sí está peligroso que se queden solas. Ayer mi sobrina se andaba ahogando”.

+++

Un estudio realizado a niños de entre cinco y 12 años que acuden al Hospital Infantil, arrojó que 80 % padece estrés postraumático por situaciones de violencia. El problema se agrava porque el estrés no es diagnosticado adecuadamente y se le confunde con problemas de ansiedad, con cefaleas, con dolores de estómago, con problemas de conducta y hasta con simples berrinches. Notimex, 2 de febrero 2012.

+++

“Me dice el gerente ‘no se siente a gusto, ¿verdad? Le digo que no, por eso me doy prisa porque entre más rápido termine, más pronto me puedo ir yo. No me gusta dejar a los niños solos, nunca los había dejado tanto tiempo tan solos”.

—¿Por qué es importante estar con sus hijos?“Para cuidarlos, darles la atención que necesitan, procuro estar el más tiempo posible con ellos —Leticia se interrumpe.

Un pensamiento, algo la lleva a otro lugar—,por estar con ellos casi no duermo”.—¿Cómo es un día?

“Desde que llego es puro trabajar, llego a las 6. Si despierta la niña me estoy con ella hasta que se duerma, si está dormida llego y me duermo un rato en lo que despierta. Me levanto y le doy de almorzar, me vuelvo a dormir cuando se duerme ella y así le hago”.

—¿Y un día de escuela?“No duermo hasta que llega la niña (de 11 años) y le pido que me cuide a la bebé, entonces me duermo un rato. La otra

es muy responsable, si ve que estoy dormida se arregla solita y nada más a las 10:30 le llevo el lonche —de nuevo ese pensamiento que interrumpe, que la lleva a otro lugar—; hay veces que voy cansada al trabajo y pues nadie me mandó tener un bebé”.—¿Usted cree que es importante la educación que les ha dado?“Yo digo que sí. A pesar de estar sola me siento muy bien con mis hijos, muy bien con ellos, porque aparte son muy

juguetones. Yo digo que si hubiera sido mala mamá se portarían muy mal conmigo y no, son muy cariñosos, juegan con-migo”.

—¿Es difícil educar a un hijo ahorita con la violencia?“Sí, pero yo estoy lo más que se puede con ellos. Hasta los más grandes, si toma le digo que no tome tanto que no

haga esto. Aquí la época de violencia estaba feo, se escuchaba que ya se pelearon, que ya robaron”.—¿Cómo les afecta quedarse solos?“Que se meta un ratero, le digo que cualquier ruidito me marque. Cuando descanso me la duermo aquí y la señora dice

que cuando está conmigo está muy contenta, que nada más quiero estar conmigo. Me apura que se hagan viciosos, yo les digo que no hagan esto, que no me gustaría, le digo no tomes, cálmate ya”.

Patricia habla de su preocupación de cuidar a un hijo con violencia, pero también de lo vulnerable que son los padres a estar estresados por el trabajo.

—¿Es difícil cuidar a un hijo en esta realidad?“Todo aprenden de nosotros, si nosotros los criamos con violencia, ellos también. Por ejemplo, ahorita que no tengo

trabajo, pues por qué le voy a pegar, ¿ella que culpa tiene que yo no tenga trabajo? Ya tengo más paciencia con ellas que antes. Respiro, para qué le digo cosas que la voy a ofender. Después me voy a arrepentir, hay veces que se me sale y le pido perdón”.

—¿Con la violencia qué hay?“Cuando miran muchos policías me preguntan y les digo que están para cuidar la ciudad. O que dicen ¿a quién ma-

taron? Y pues no, no me gusta que oigan todo eso. En la escuela a veces les dicen, que allá mataron a uno, les digo que cuando escuchen algo cuando vienen en la camioneta, que se agachen, que no corran ni nada. Yo les digo que no tengan miedo porque son miedosos, apenas Lupita ve un policía y dice: Ay, un policía, ¿y si me lleva?”

+++

La noche del lunes tres menores de seis, cuatro y dos años de edad fueron rescatados por las autoridades cuando se encontraban encerrados en una vivienda en Ciudad Juárez. De acuerdo con la declaración de la niña de seis años su mamá los dejó solos porque salió a trabajar y le encargó cuidar a sus hermanitos. Uno TV Noticias, 16 de julio del 2013.

+++

Leticia vive en Villas de Alcalá, una colonia que está en las afueras de la ciudad. El tiempo de trayecto desde el centro en automóvil y sin tránsito es de 40 minutos, pero se hace eterno. Kilómetros y kilómetros de terrenos desérticos unidos por un sistema circulatorio de autopistas y puentes excluyente a la vida. En el camino se van quedando los ánimos, las fuerzas, la esperanza. El núcleo de la colonia es un parque del tamaño de una cancha de futbol, con algunos restos de jue-gos infantiles. Unos están oxidados, otros fueron robados. Es medio día de vacaciones y no hay niños en la calle. Algunos estarán encerrados en casa jugando videojuegos o cuidando a los vecinos. Alrededor del parque hay decenas de casas minúsculas e iguales. Casi todas abandonadas, despojadas de tuberías, herrería, cableado.

Al llegar aquí uno se siente así, despojado de todo. Lo único que queda es la tristeza. “Cuando me embaracé, la doctora me dijo que iba a dejar a mis hijos huérfanos”, asegura de pronto Leticia. Más de 40

años y un embarazo con las piernas reventadas por la trombosis.Leticia se agacha y se levanta los pants, viejos y descoloridos, y enseña sus piernas. Lastimadas como su cuerpo, sus

manos, su pelo, su rostro. Lo único bueno que le dejó la enfermedad fue una incapacidad de 10 meses que le permitió convivir con sus hijos como nunca.

Parece que no tiene salida. Leticia no descansa por cuidar a sus hijos, pero pasan la noche solos. No hay guardería en el trabajo, tampoco en la colonia, pero aunque hubiera no confía mucho en esos centros, “changarros”, les dice, porque no están hechos con responsabilidad y no garantizan seguridad.

“He mirado historias que se han quemado, que falta algo por eso digo no. Escuché que a una se le murió un niño por negligencia, cuando se me enferma mi bebé arranco a urgencias o a un doctor, pero no lo puedo dejar así, no voy a mi trabajo. Por eso digo no, llevarlos y les vaya a pasar algo”.

Mientras tanto, quien carga con el cuidado es la hija de 11 años. Leticia sabe que no está bien hacerla responsable de su hermana menor, cuando ella misma tiene sus necesidades y tareas.

La niña reacciona de distintas formas, a veces deja de jugar para cuidarla, otras se enoja y se desespera.“Le gusta mucho la televisión, quiere estar enfocada en la tele, pero le digo no, salte para afuera un rato con Sara y se

enoja porque ‘esta mocosa no me deja ver la tele’ porque no quiere estar encerrada todo el día, todo el día en la cama”.Leticia tiene planes de echar mano de la familia, organizarse con el dinero de los hijos mayores, de la pensión del mari-

do que murió, y dejar de trabajar, para quitarle la responsabilidad del cuidado a la hija de 11 años.“Me quiero pensionar en septiembre ahora que entre la niña en la escuela y a ver cómo me organizo porque eso de

dejarle la responsabilidad a la niña, no, porque ella aparte de su niñez tiene que estudiar, no puedo estarle dando la carga, ella tiene que estudiar y no estarla desvelando, le estoy dando una responsabilidad que no le toca a ella”.

Leticia entonces recuerda su infancia. En casa unos hermanos cuidaban de otros, se casó a los 16 años, su esposo murió pronto y ella sacó adelante a sus hijos, y afirma:

“Siempre he estado sola”.Patricia comparte con Leticia una maternidad en solitario. Su esposo, y padre de las tres primeras niñas, murió en un

accidente carretero. Luego, ella se embarazó de otro hombre, el padre de Cynthia, ahora de cuatro años, y tuvo que salir de su pueblo porque la criticaron. Incluso su familia le dijo que no respetó ni el duelo.

A diferencia de Leticia, Patricia confía más en las guarderías que en las vecinas, porque además del cuidado físico hay aprendizaje emocional e intelectual, pero en las cercanías no tienen opciones.

“Mis hermanas ahí andan batallando con la bebé, que se la dejan a la vecina y no la conocen, hay vecinas que cuidan hasta tres niños. La vecina cobra 50 pesos por día, si la señora anda enojada le va a dar un pellizco. En una guardería están mejor cuidados que con una vecina, comen bien, les enseñan. Mi cuñada se va a trabajar y las deja con el papá, pero no es igual, él se va a arreglar los carros y andan mal cuidadas, hechas del baño, no comen a sus horas, les da galletas, quiere comida, le dan teta y no llena”.

Ante esa realidad que comparten Leticia y sus hermanas, su hija mayor le ha reclamado que le encargue el cuidado de los más pequeños. Fastidiada, le dice que no entiende cómo las mujeres se embarazan si no van a cuidar a sus hijos, mejor no tenerlos.

“Es difícil ser mamá y apá pero diosito me ha ayudado a salir adelante y tener trabajo, porque sí es difícil no tener al papá de ellas o alguien que me apoye, pero no me quejo, si Dios me ha ayudado, sí…. es el único. Es difícil estar sola, comprendo a muchas señoras que de plano se van y dejan a sus hijos porque no la hacen, pero sí se puede. Es difícil pero sí se puede”.

Daniela Rea

Galería fotográfica

Actividades

Talleres y capacitaciones

Agradecimientos

Fundación Bernard van LeerEn especial a Michael Feigelson (Mike)

Organizaciones:

• Albergue Nuevo Camino A.C.• Asociación Comunitaria de Apoyo a la Salud A.C. (ACASA)• Asociación para la Protección y Defensa del Menor A.C. (APAMAC)• Casas de Cuidado Diario Infantiles de Ciudad Juárez A.C • Centro de Educación e Integración Familiar A.C.• Centro Humano de Liderazgo A.C. (CEHLIDER)• Formación y Desarrollo Familiar A.C. (Escuela de Padres)• IMPULSA al Jóven Emprendedor A.C.• Organización Popular Independiente A.C. (OPI)• Programa Compañeros A.C• Programa de Educación en Valores A.C.• Servicios Educativos de Promoción y Asesoría Familiar A.C. (SEPAF)• Techo Comunitario A.C

Red por los Derechos de la Infancia en Ciudad Juárez A.C.:

• Casa Amiga Centro de Crisis A.C.• Casa YMCA del Menor Migrante de Ciudad Juárez• Centros de Capacitación Infantil y Familiar A.C.• Centro Comunitario Soles de Anapra• Centro de Derechos Humanos Paso del Norte A.C.• Centro Familiar Ayuda A.C. (CFAAC) • Centro Familiar para la Integración y Crecimiento A.C.• Consejo Ciudadano por el Desarrollo Social de Ciudad Juárez A.C.• Derechos Humanos Integrales en Acción A.C.• Desarrollo Juvenil del Norte A.C. • El Deporte como Valor Universal A.C.• Empréndete Juárez• Estancias de SEDESOL• Extiende tus Alas A.C.• Fundación Juárez Integra A.C.• Instituto de Atención Especial a Niños A.C.• Las Hormigas Comunidad en Desarrollo A.C.• Panpétalo: Acciones contra el hambre A.C• Pequeños Inocentes, Grandes Corazones A.C.• Red por los Derechos de la Infancia en Ciudad Juárez A.C.• Sembradores de Paz y Esperanza A.C.• Sumando Esfuerzos por Juárez A.C.• Vida y Familia A.C.• Voluntarias Vicentinas de Ciudad Juárez A.C.

Organizaciones nacionales

• Caminos posibles • Incide Social • Melel Xojoloban • Red de Periodistas a Pie

Universidad Nacional Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ)

• Nemesio Castillo • Patricia Hernández• Georgina Martínez Canizales• Willebaldo Martínez Toyes• Teresa Montero• Socorro Velázquez Vargas

Academicos de la Universidad Pedagogica Nacional del Estado de Chihuahua, (UPENECH)

• Omar Cangas, académico• Cecilio Armando Esquivel• Mónica Mena, académica• Aime Pérez, académica• Jesús Ríos Secretario, académico• Marcos Ortegas, académico

Periodistas

• Araly Castañón• Luis Carlos Cano• Erika Martinez• Héctor Martínez• Patricia Mayorga• Josefina Martínez• Martín Orquiz• Daniela Pastrana• Gaby Tellez• Marcela Turati

Consejo Municipal por la Infancia en Ciudad Juárez

En especial a:• Laura Domínguez • Enrique Licón

• Clara Jusidman• Lourdes Almada • Lucila Murgia• Karen Álamo• Laurencio Barraza