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PROYECTO DIPECHO REDUCCIÓN DE LA VULNERABILIDAD FRENTE A RIESGOS DE INUNDACIÓN EN DOS ÁREAS HOMOGÉNEAS PILOTO DE LA COSTA ECUATORIANA ORIENTADO A LA FORMULACIÓN DE UN MODELO SOSTENIBLE DE COORDINACIÓN INSTITUCIONAL PARA LA PREVENCIÓN Y ATENCIÓN DE DESASTRESUN VIAJE POR LOS CAMINOS DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL Y LA GESTIÓN PARTICIPATIVA DEL RIESGO Invitación a periodistas, comunicadores y comunicadoras sociales de las provincias de Manabí y Los Ríos en la costa del Ecuador GUSTAVO WILCHES-CHAUX Abril, 2005 CONSORCIO

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PROYECTO DIPECHO

“REDUCCIÓN DE LA VULNERABILIDAD FRENTE A RIESGOS DE INUNDACIÓN EN DOS ÁREAS HOMOGÉNEAS PILOTO DE LA COSTA

ECUATORIANA ORIENTADO A LA FORMULACIÓN DE UN MODELO SOSTENIBLE DE COORDINACIÓN INSTITUCIONAL PARA LA

PREVENCIÓN Y ATENCIÓN DE DESASTRES”

UN VIAJE POR LOS CAMINOS DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL Y LA

GESTIÓN PARTICIPATIVA DEL RIESGO

Invitación a periodistas, comunicadores y comunicadoras sociales de las provincias de Manabí y Los Ríos en la costa del Ecuador

GUSTAVO WILCHES-CHAUX

Abril, 2005

CONSORCIO

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INDICE PRESENTACIÓN ........................................................................................................................ 3

ACLARACIÓN Y AGRADECIMIENTOS ................................................................................. 4

INTRODUCCIÓN. LA COMUNICACIÓN SOCIAL: UN COMPROMISO POLÍTICO ........... 5

PRIMER TRECHO. LOS PROCESOS DE LA NATURALEZA Y LA COMUNIDAD ............ 9

SEGUNDO TRECHO. INGREDIENTES PARA PREPARAR UN DESASTRE ..................... 18

TERCER TRECHO. ¿QUÉ CAUSÓ EL DESASTRE DE DICIEMBRE 2004 EN EL

PACÍFICO SUR? ........................................................................................................................ 33

CUARTO TRECHO. MATRIMONIOS INSOSTENIBLES E INDISOLUBLES EN LAS

PROVINCIAS DE MANABÍ Y LOS RÍOS ............................................................................... 35

QUINTO TRECHO. ¿QUÉ ES GESTIÓN PARTICIPATIVA DEL RIESGO? ........................ 37

SEXTO TRECHO. RETOS Y CARACTERÍSTICAS DE LA COMUNICACIÓN EN LA

GESTIÓN PARTICIPATIVA DEL RIESGO ............................................................................ 41

SÉPTIMO TRECHO. CÓMO DEBE SER LA INFORMACIÓN PARA SER ÚTIL ................ 48

OCTAVO TRECHO. LA INFORMACIÓN Y LA COMUNICACIÓN SOCIAL EN

SITUACIONES DE DESASTRE ............................................................................................... 51

ANEXO 1 ................................................................................................................................... 56

GLOSARIO ................................................................................................................................ 64

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PRESENTACIÓN

La cartilla que presentamos a continuación es una invitación a los comunicadores sociales de las provincias de Manabí y Los Ríos, principalmente, pero también de todo el país, a realizar un “viaje” por los caminos de la gestión participativa del riesgo y la comunicación. Esta cartilla fue producida en el marco del Proyecto “Reducción de la vulnerabilidad frente a riesgos de inundación en dos áreas homogéneas piloto de la costa ecuatoriana orientado a la formulación de un modelo sostenible de coordinación institucional para la prevención y atención de desastres”, ejecutado por el consorcio de ONG italianas conformado por el Comitato Internazionale per lo Sviluppo dei Popoli (CISP) el Centro di Intervento per la Cooperazione (CRIC) y Terra Nuova (TN). El Proyecto se desarrolla en las provincias de Manabí y Los Ríos, como parte del programa de preparación para desastres DIPECHO, auspiciado por el Departamento de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea en el marco del Tercer Plan de Acción para la Comunidad Andina. Con esta guía se busca ofrecer a los comunicadores algunas pistas para el manejo de la información en el caso de emergencias y contribuir a una gestión participativa o manejo conjunto del riesgo. La guía presenta un conjunto de datos sobre los procesos naturales que, sumados a aquellos desarrollados por los seres humanos, pueden llegar a constituir amenazas, vulnerabilidades, riesgos y desastres. Los desastres no surgen de la nada, de manera espontánea. Por el contrario, son procesos que se van gestando de manera gradual, como consecuencia de la interacción entre las dinámica de la naturaleza y de las comunidades que se relacionan con ella. Por eso se afirma que los desastres constituyen “construcciones sociales”. La información es uno de los ingredientes de la comunicación. Sabemos que de la calidad de la información depende en gran medida la calidad y la eficacia del proceso comunicativo. Esto es especialmente importante en la gestión participativa del riesgo, en la cual están en juego asuntos tan importantes como la vida y los bienes de las comunidades.

La guía no pretende sustituir los protocolos que establecen las autoridades para el manejo y difusión de la información oficial en momentos de emergencia. Lo que busca es ofrecer a lo/as periodistas y comunicadore/as un conocimiento sobre dichos protocolos, a fin de que cuenten con materia prima adecuada para llevar a cabo su misión.

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ACLARACIÓN Y AGRADECIMIENTOS

Aunque en el proceso de elaboracion de esta cartilla –o “viaje” por los caminos de la gestión participativa del riesgo y la comunicación- creeemos haber avanzado algunos pasos inéditos que nos ayudan a comprender mejor el significado de los riesgos y de los desastres en la sociedad y el papel que cumple y que puede cumplir la comunicación social para hacer más sostenible nuestra relación con el entorno; muchas de las lecciones y de los materiales que compartimos ahora con los lectores y lectoras han sido construidos lentamente a través de múltiples experiencias llevadas a cabo en distintos países de América Latina y el Caribe. En especial nos hemos basado en los resultados de un trabajo elaborado por varios integrantes de LA RED –conjuntamente con otras empresas consultoras- en República Dominicana, y en otro elaborado con Conservation International Colombia en el humedal de Tibabuyes en Bogotá. Por eso este documento no alberga falsas pretensiones de total “originalidad”. Estamos seguros, sí, de que el principal aporte a la gestión del riesgo en esta región del Ecuador –el que aterrizará la cartilla y la particularizará- lo llevarán a cabo los periodistas, comunicadores y comunicadoras a quienes va dirigida, cuando confronten su contenido con las realidades que conocen y viven diariamente en las provincias de Manabí y Los Ríos. El autor les agradece con anticipación a ellos y a ellas todo lo que le puedan enseñar a partir de la discusión de la cartilla, como le agradece al Consorcio CISP/CRIC/TerraNuova esta nueva oportunidad para acompañarlos en el propósito de alcanzar un mundo mejor. Con el CISP –y particularmente con Marco Antonio Giraldo- ya hemos tenido la feliz oportunidad de trabajar con ese mismo objetivo en el pasado y de “descubrir” conjuntamente el significado de varios de los conceptos que aparecen aquí. Gustavo Wilches-Chaux Marzo 31 de 2005

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INTRODUCCIÓN. LA COMUNICACIÓN SOCIAL: UN COMPROMISO POLÍTICO

Compañeros y compañeras periodistas, comunicadores y comunicadoras sociales: Nuestro papel en la sociedad es transmitir información, narrar hechos, proponer interpretaciones, contribuir a la comprensión de los procesos que en el corto, mediano y largo plazo, configuran la vida de una comunidad. Así mismo, recogemos voces, oímos quejas, escuchamos comentarios y los transmitimos al resto de la sociedad. E identificamos –y algunas veces representamos- diferentes posiciones frente a los hechos que nos corresponde contar. Todo esto lo hacemos –o lo intentamos hacer- pretendiendo una cierta “neutralidad”. Es decir, sin comprometernos con objetivos distintos del mero acto de informar. Y, en caso de que existan distintas interpretaciones sobre unos mismos hechos, sin tomar partido por ninguna de esas interpretaciones; sin permitir que en lo que informamos -y en la manera como lo informamos- intervenga nuestra propia subjetividad. Lo cual, por supuesto, en la mayoría de los casos resulta ilusorio, porque ¿cómo puede una persona renunciar a su subjetividad? ¿Cómo podemos ejercer oficios como el periodismo y la comunicación social reclamando “objetividad”, cuando hoy hasta “ciencias exactas” como la física cuántica reconocen que la subjetividad del observador forma parte del fenómeno observado y es capaz de transformar eso que llamamos “realidad”? Al comienzo podrá parecer extraño que esta colección de reflexiones –que no “Manual” y ni siquiera “Guía” sobre gestión del riego y comunicación- constituya una invitación expresa a la politización del oficio de periodistas y comunicadores sociales, por lo menos en cuanto al objetivo principal que nos incumbe: construir unas relaciones más sostenibles entre la naturaleza y la comunidad y, a partir de allí, contribuir a que se reduzcan los desastres y a mejorar la capacidad de respuesta y de recuperación de la sociedad cuando estos se produzcan. Vamos a entender la politización no sólo en el sentido partidista ni electoral de la palabra, sino como lo hacía el Mahatma Gandhi cuando le escribía a un amigo:

Te voy a dar un talismán. Siempre que te asalten dudas o cuando el Yo te resulte demasiado pesado, adopta el método siguiente:

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Trata de recordar el rostro del hombre más pobre y desvalido que hayas conocido y pregúntate si lo que vas a hacer le puede resultar útil a ese individuo. ¿Podrá sacar de eso algún provecho? ¿Le devolverá cierto control sobre su vida y su destino? En otras palabras ¿lo que vas a hacer contribuirá al Swaraj o autonomía de los millones de compatriotas que mueren de hambre material y espiritual?

Encontrarás así que tus dudas y tu Yo se disipan.

¿Por qué –se preguntarán- tomamos esta cita de Gandhi como brújula de la politización que estamos proponiendo? En primer lugar, porque entendemos que nuestra condición de seres sociales incluye –o debería incluir- la condición de seres políticos, es decir, de personas con una cierta imagen ideal de lo que queremos que sea la sociedad en donde nos corresponde vivir y de la sociedad que queremos dejarles como herencia a nuestros descendientes. Pero sobre todo, de seres con voluntad y capacidad para enrutar la sociedad hacia ese ideal que anhelamos. Esa voluntad y esa capacidad (que Gandhi llama “control sobre su vida y su destino”) constituyen, en esencia, la política. En segundo lugar, porque como lo afirma Elena Martínez, Directora del PNUD para América Latina y el Caribe, al presentar un estudio sobre el estado de la Democracia en la región, “hubo un momento, no lejano, en que muchos creyeron que la política había muerto; el mercado impersonal y el saber tecnocrático se encargarían de llevarnos al desarrollo. Pero el mercado supone la seguridad jurídica que dan las instituciones. Y la tecnología no dice para qué ni para quién, sino cómo. Por eso en los últimos años, los economistas y las agencias de desarrollo han vuelto la mirada sobre las instituciones, sobre las opciones y sobre los conflictos. Vale decir: han vuelto a descubrir la política (aunque prefieren no decirlo).” 1 Y en tercer lugar porque uno de los principales factores de vulnerabilidad de nuestras comunidades, es decir: su incapacidad para evitar que algún cambio interno o externo se convierta en desastre, es la ausencia de formación política y de una verdadera participación en la política (para la cual la información constituye un ingrediente indispensable). Las conclusiones al respecto de ese estudio del PNUD que mencionamos en el párrafo anterior, resultan alarmantes, en la medida en que “la encuesta de opinión pública realizada para el Informe muestra una tensión entre la opción por el desarrollo económico y la democracia” y revelan una tendencia creciente hacia la a-politicidad, es decir, hacia la pérdida de interés en la política.

1 Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo – PNUD, “La Democracia en América Latina –

Hacia una democracia de ciudadanos y ciudadanas”. Director del Proyecto: Dante Caputo. (2004). Página 15

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En concreto, los datos obtenidos por ese Informe indican que:

La preferencia de los ciudadanos por la democracia es relativamente baja.

Gran parte de las latinoamericanas y latinoamericanos afirmaron que valoran el desarrollo por encima de la democracia e incluso que estarían dispuestos a renunciar a un gobierno democrático a cambio de un sistema que fuera capaz de resolver sus problemas económicos. Por eso es que las dictaduras encuentran en las crisis un terreno abonado (comentario nuestro).

Las personas no demócratas pertenecen en general a grupos con menor educación, cuya socialización se dio fundamentalmente en periodos autoritarios, tienen bajas expectativas de movilidad social y una gran desconfianza en las instituciones democráticas y los políticos.

Aunque los demócratas se distribuyen en variados grupos sociales, en los países con mayores niveles de desigualdad los ciudadanos tienden a apoyar más la democracia. Sin embargo, estas personas no se expresan a través de las organizaciones políticas.

Somos conscientes de que, especialmente en este momento de la historia humana, cuando con tanta laxitud e impunidad se abusa de términos como democracia, libertad y seguridad, es necesario profundizar más en el sentido de todas estas palabras y conceptos. Sin embargo, acogemos las conclusiones del estudio del PNUD cuando afirman que “la información empírica encontrada, los resultados de la encuesta de opinión pública y las opiniones de diversos líderes políticos registradas en el Informe coinciden tanto en la necesidad de reconocer que la región vive un momento de inflexión y de crisis, como en la de valorizar el sentido de la política, es decir, su capacidad de crear opciones para promover nuevos proyectos colectivos viables. En el corazón de tal confluencia está instalado el fortalecimiento de la ciudadanía”.2 Creemos que la democracia consituye una manera de reducir la vulnerabilidad. No nos referimos de manera exclusiva a la democracia que se agota en el derecho al voto universal, sino a la democracia como capacidad de los distintos actores sociales para participar de manera equitaitva, autónoma, real y eficaz en las decisiones que los afectan (y que no excluye el voto universal, pero tampoco se limita a él). Nos referimos a la existencia de condiciones que les permitan a los actores y sectores más vulnerables, hacer oír su voz. Nos referimos, en resumen, a la democracia como manera de ser permanente de una comunidad. En LA RED (Red de Estudios Sociales sobre Desastres) se han definido los desastres como “problemas no resueltos del desarrollo”. La capacidad para resolver esos problemas depende de la capacidad para transformar las relaciones entre las

2 Ibidem, página 27

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comunidades humanas y los ecosistemas de los cuales formamos parte o con los cuales sostenemos cualquier tipo de interacción. Para lograrlo, necesitamos transformar la sociedad, lo cual parte de nuestra capacidad para reflexionar sobre la manera como desempeñamos nuestro propio papel –o nuestros distintos papeles- en la sociedad. Desde nuestro papel como padres o madres de familia, como patronos o trabajadores, como docentes o como estudiantes, como funcionarios y funcionarias del Estado o como ciudadanos y ciudadanas. Y claro, como periodistas y comunicadores sociales. Y nuestro papel colectivo como comunidad (cuya existencia depende de los servicios y recursos que nos proporciona el ambiente) y que a diario transformamos ese ambiente con nuestra actividad. Esa capacidad de reflexionar, pero sobre todo la capacidad de impulsar cambios como consecuencia de esa reflexión, constituyen expresiones de nuestra condición de seres políticos. La gestión participativa del riesgo es una actividad política. Y proporcionar de manera oportuna y adecuada la información que la hace posible, es un compromiso político. Con nosotros mismos, con nuestras familias, con nuestra comunidad, región, con nuestro país. Con el Cosmos.

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PRIMER TRECHO. LOS PROCESOS DE LA NATURALEZA Y LA COMUNIDAD

En este viaje, más que aprender definiciones y conceptos, vamos a intentar aproximarnos a los procesos de la naturaleza y de la comunidad, de cuya confluencia surgen esas interacciones que denominamos amenazas, vulnerabilidades, riesgos y desastres. O que llamamos seguridad, sostenibilidad, resistencia o resiliencia. Nada de lo que vemos a nuestro alrededor ha sido siempre así. A su manera la Tierra es un planeta vivo, y la principal característica de todo ser vivo es que cambia de manera permanente, así quienes habitamos en algún lugar determinado del planeta no siempre seamos conscientes de ese cambio. Aunque algunas veces sí: cuando los cambios se producen de manera lenta, imperceptible y gradual, tienden a pasar inadvertidos. Pero cuando el cambio se produce de manera abrupta, cuando se produce un salto producto de la acumulación de pequeños cambios graduales, por supuesto que nos damos cuenta: estamos ante una erupción volcánica, un terremoto, un tsunami, un deslizamiento, una inundación o el paso de un huracán. Nuestro continente suramericano, y con él esa porción del continente enmarcada dentro de determinados límites políticos que hoy conocemos como el Ecuador, no siempre han estado en este mismo sitio del planeta. Hace 150 millones de años esta porción de la corteza terrestre formaba parte de una gran masa denominada Pangea (palabra que quiere decir que en esa masa se encontraba concentrada toda la corteza de la Tierra). Hace unos 90 millones de años nos desprendimos del África y de Australia y hace unos 70 millones de años nos desprendimos de la Antártida, ese continente que hoy circunda al Polo Sur. Y hace apenas 5.2 millones de años se reunieron América del Norte y Suramérica. La enorme cordillera de los Andes, con los altísimos picos –hoy nevados- que constituyen una de las características más visibles de los países andinos, alguna vez estuvo bajo el mar.3 Hace unos 25 millones de años (que no es tanto tiempo si tenemos en cuenta que la corteza de la Tierra “se enfría” hace 4.600 millones de años), comienza una enorme actividad volcánica en la región. Al principio son “islas” que afloran sobre la superficie del mar, al igual que hoy lo hacen las islas volcánicas del archipiélago de Hawai, que seguramente, algún día, formarán una cordillera emergida en el Océano Pacífico. En nuestro continente suramericano existen tres de las porciones más antiguas de la corteza terrestre: se llaman los cratones o escudos guyanés, brasileño y patagónico.

3 Una muy buena descripción de los procesos que conformaron el continente suramericano y la

cordillera de los Andes se encuentra en: http://www.lateinamerika-studien.at/content/natur/naturesp/naturesp-titel.html

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El primero se estabilizó hace unos 1.800 millones de años y el segundo hace unos 2.100 millones de años. En el escudo guyanés se encuentran las rocas más antiguas del continente suramericano, con 3.800 millones de años. Por efectos de la deriva continental o tectónica de placas (que determina que Pangea, esa masa original en la cual se encontraba concentrada toda la corteza de la Tierra, se hubiera fracturado hasta formar las distintas placas que “flotan” sobre el magma, y sobre las cuales se encuentran los continentes y los océanos que hoy hay en el planeta), los escudos guyanés y brasileño han venido empujando de oriente a occidente la corteza del continente suramericano durante cientos de millones de años, y produciendo el mismo efecto de plegamiento que cuando empujamos un mueble pesado sobre una alfombra. Simultáneamente la llamada Placa de Nazca ha venido empujando de occidente a oriente a la llamada Placa Suramericana. Como la primera es más densa que la segunda, en un proceso llamado subducción la Placa de Nazca se sumerge bajo la placa que sostiene al continente suramericano y los materiales de que está formada se reintegran al manto de la Tierra. La acción conjunta de ambos movimientos produce esa (para nosotros) enorme arruga que es la cordillera de los Andes, formada principalmente por varios “cordones” paralelos que avanzan de sur a norte, algunos caracterizados por la abundancia de volcanes (“chimeneas” resultado del proceso de subducción) y en consecuencia por rocas ígneas o de origen volcánico, y otros formados por rocas no volcánicas. En medio de esos cordones se extienden grandes altiplanos andinos (como el altiplano boliviano) y fosas rellenas de material arrojado por las erupciones volcánicas (como aquel sobre el cual se encuentra la ciudad de Quito). Esa arruga –la cordillera de los Andes- también es “reciente”. Con decir que hasta hace apenas 12 millones de años el río Amazonas, que hoy desemboca en el Atlántico, corría de oriente a occidente y desembocaba en el Pacífico. El levantamiento de los Andes sólo comenzó hace 10 a 12 millones de años y las grandes montañas andinas apenas alcanzaron su altura actual hace unos 3 a 4 millones de años. Es posible que el levantamiento de las montañas no supere los 2 o 3 milímetros anuales, pero en un lapso de 2 a 3 millones de años eso representa la altura de los picos más elevados de los Andes. De hecho, en esta cadena montañosa (entre Chile y Argentina, en la Puna de Atacama) se encuentran los dos volcanes más altos del mundo –el Ojos del Salado (6.880 msnm) y el Llullaillaco (6.723 msnm). Y en los Andes se encuentran el Chimborazo (6.310 msnm) y el Cotopaxi (5.897). Y picos como el Aconcagua (6.959 msnm), la mayor altura en el continente americano. Y hacia abajo, frente a los Andes centrales, se hunde una profunda fosa oceánica, de 8.000 metros de profundidad, mil metros menos que la altura de Everest. A nosotros, los seres humanos, esas alturas nos parecen enormes. Pero tampoco lo son tanto si las comparamos con el radio de la Tierra que, precisamente en el ecuador, tiene 6.378 kilómetros de largo. Es decir, casi mil veces más que la altura

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del Chimborazo. E incluso, esas montañas no parecen tan altas si las comparamos con los 70 kilómetros que tiene como espesor promedio la corteza de la Tierra en los Andes centrales. (Si la altura del Chimborazo fuera equivalente al grosor de una hoja de papel bond, la corteza terrestre tendría un espesor de 20 hojas y la distancia desde la punta de esa montaña hasta el centro de la Tierra equivaldría a dos resmas de papel de quinientas hojas cada una). Desde hace unos 3.500 millones de años, la vida vegetal primero, y posteriormente la animal, ha habitado este planeta. Seres vivos en el sentido más convencional de la palabra, fueron testigos de la división de Pangea, y de las posteriores subdivisiones de Laurasia y de Gondwana (cuya porción principal, precisamente, estaba constituida por el escudo brasileño). Seres vivos habitaron los fondos de los mares cuando este continente estuvo cubierto por agua. Seres vivos acompañaron el surgimiento de las cordilleras, las erupciones volcánicas, la aparición de las fosas interandinas y su posterior “llenado” por materiales piroclásticos. Como es de suponer, muchísimas especies animales y vegetales se extinguieron y otras se fueron transformando y adaptando a las nuevas condiciones ambientales. La vida tenía entonces al tiempo como su principal aliado. Millones de años para evolucionar a través de la estrategia del error y del ensayo. Los seres humanos apenas llegamos a este continente hace aproximadamente 12 mil años. Desde hace un poco más de cinco millones de años América del Norte y América del Sur se encontraban unidas por el istmo centroamericano y aparentemente por allí llegaron a Sudamérica sus primeros habitantes humanos, descendientes remotos de los que 40 mil años antes entraron a América del Norte por el Estrecho de Behring. El origen, entonces, de los primeros americanos es asiático, lo cual podría explicar las coincidencias existentes entre las cosmovisiones orientales y las de las culturas que habitaban estas tierras cuando llegaron los conquistadores españoles (cosmovisiones que en gran medida conservan sus descendientes actuales). Cuando llegaron a este continente los primeros seres humanos, formaban parte de su fauna los mastodontes, los caballos americanos y pequeños mamíferos, como los curíes o cuyes. Nuestros congéneres se encargaron de exterminar a los primeros. Sobrevivieron los cuyes. Ya en nuestros antepasados remotos se encontraban esos instintos depredadores que nosotros hemos heredado. Desde la llegada de los españoles hasta ahora apenas han transcurrido un poco más de 500 años, algo así como 25 generaciones. En términos geológicos (frente a los 4.600 millones de años, edad posible de la Tierra, o frente a los 12 millones de años que lleva el proceso de levantamiento de los Andes), 500 años son apenas una fracción mínima de instante.

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Y también es muy poco frente a los 12 mil años transcurridos desde la llegada de los primeros seres humanos a lo que hoy es el territorio suramericano (3 años frente a la vida de una persona de 60). En ese corto tiempo transcurrido desde el primer encuentro de los europeos con los americanos, se ha transformado de manera radical este continente. Hace unos 300 años el tráfico de esclavos volvió a unir a América con el África (dos continentes separados hace 90 millones de años por la tectónica de placas). En ese tiempo nos olvidamos de muchas de las estrategias adaptativas que, a lo largo de 12 mil años, las culturas precolombinas habían logrado desarrollar para vivir en armonía con la naturaleza americana. Algunas de las especies animales y vegetales que vemos a nuestro alrededor –como el maíz, la yuca y el ají- son de origen americano. Otras muchas fueron traídas de otros lugares del planeta. Especies como el eucalipto y muchas coníferas que hoy dominan muchos paisajes andinos, fueron introducidas desde latitudes templadas. Otras especies, que son “nuestras” como los Quercus (robles), los Alnus (alisos) y los Ficus (cauchos y sus familiares), también llegaron desde latitudes templadas, pero desde hace varios cientos de miles de años, cuando las glaciaciones crearon en el “Trópico” condiciones cimáticas favorables para estas especies. El concepto de “desarrollo”, con todo lo positivo y lo negativo que trae, no fue inventado en esta parte de la Tierra. Es un concepto reciente que, en la práctica, consiste en que nos parezcamos a las sociedades que se denominan a sí mismas “desarrolladas”. Por eso, en la medida en que no nos parezcamos a ellas, nos denominan –o nos autodenominamos- “subdesarrollados”. Y en la medida en que comencemos a perecernos, decimos que estamos “en vías de desarrollo”. No somos más o menos “desarrollados”, entonces, en la medida en que nos comparamos con nosotros mismos, en que nos miramos nuestra propia cara en un espejo, sino en la medida en que nos parezcamos a otros. Y como esos otros no han construido sus sociedades ni sus modelos de “desarrollo” ni en general sus culturas para adaptarse a la dinámica de ecosistemas tropicales4 como los nuestros, sino de conformidad con sus propios ecosistemas, esos modelos no nos cuadran del todo. Cuando sustituimos nuestras construcciones culturales por otras nacidas de otros procesos y otras realidades, perdemos capacidad de interactuar de manera armónica y sostenible con el ambiente.

4 Aunque hoy nos reconocemos como países “tropicales”, en sentido estricto somos países

intertropicales –es decir: situados en la franja de la Tierra comprendida entre los Trópicos de Cáncer al norte y de Capricornio al Sur- y más exactamente países ecuatoriales, por tener nuestros territorios ubicados sobre el ecuador terrestre, esa línea imaginaria que divide en dos hemisferios al planeta. Como se sabe, la dinámica de los ecosistemas en esta parte de la Tierra difiere de manera notable de la dinámica de los ecosistemas pertenecientes a las latitudes templadas.

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Un ejemplo sencillo e “inofensivo” nos sirve para ilustrar este concepto: aún en las poblaciones más calurosas de nuestros países tropicales, en Navidad solemos disfrazar a alguien de Papá Noel o de Santa Claus, y solemos adornar los árboles con nieve de algodón o de material sintético, con el objeto de superar esa “deficiencia” que hace que en esta parte del mundo no caiga nieve en diciembre, como sí ocurre en los países más desarrollados. Pero existen otros ejemplos más dramáticos: cuando las mitologías precolombinas que consideraban sagradas las lagunas y las corrientes de agua, fueron reemplazadas por las creencias cristianas en la región indígena de Tierradentro (en el suroccidente de Colombia), y como consecuencia de esto se alteraron los patrones de apropiación del territorio y se comenzaron a construir pueblos junto a los ríos y quebradas, las crecientes y los flujos de lodo (o “avalanchas”) que constituyen fenómenos naturales de común ocurrencia en esa región del suroccidente de Colombia, automáticamente se convirtieron en amenazas, capaces de generar desastres como el que afectó al cañón del Paez en junio de 1994. Y otro más reciente: en los parques nacionales naturales situados en las zonas afectadas por el tsunami que golpeó al Pacífico Sur en diciembre de 2004, no encontraron cadáveres de elefantes ni de tigres ni de otras especies silvestres, aparentemente porque esos animales fueron capaces de identificar y de responder adecuadamente a las señales de la naturaleza que alertaban sobre la inminencia del fenómeno que causó la muerte de casi 300 mil seres humanos. Lo mismo sucedió con las comunidades “primitivas” que supieron escuchar e interpretar el comportamiento de las aves y que tuvieron manera de huir a tiempo de las zonas costeras. Una gran parte de las víctimas mortales del tsunami se encontraban en zonas “desarrolladas” de las costas afectadas, en donde la cultura dominante había perdido casi totalmente la capacidad de “comunicarse” realmente con la naturaleza circundante. En la medida en que los seres humanos perdemos la capacidad de dialogar, esto es de comunicarnos, con nuestro entorno, nos vamos volviendo vulnerables y los fenómenos propios de ese entorno se van convirtiendo en amenazas. Hoy, de 6.300 millones de seres humanos que habitamos este planeta, cerca de 5.000 millones lo hacemos en cabeceras urbanas; por lo menos la mitad de la población mundial está concentrada en las grandes ciudades. Es decir, que más que hablar de especie humana, deberíamos hablar de especie urbana. Las ciudades, indudablemente, nos aportan muchos beneficios, aparentes y reales: no en vano nos aglomeramos en ellas. Pero no todas las personas que dejan los campos para irse a vivir a las ciudades están en condiciones de ocupar lugares adecuados para la vivienda o para el trabajo. Quienes han estudiado el caso de La Paz, la capital de Bolivia, afirman que el 70 por ciento del territorio que ocupa esa ciudad de cerca de un millón de habitantes, no es apto para ser habitado.

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En ciudades como Medellín, en Colombia, se calcula que unas 25 mil personas (de un total de un millón 800 mil habitantes) se encuentran en situación de “alto riesgo no recuperable”. Esta situación se ha agravado en los últimos años con la creciente afluencia a los barrios marginales de Medellín de los desplazados por la violencia en las zonas rurales. La ciudad de Bogotá (que hoy ocupa un área de casi 70.000 hectáreas) comenzó el siglo XX con 50.000 hectáreas de humedales y lo terminó con 800. En menos de cien años se “urbanizaron” (esto es: se sepultaron en ladrillo y cemento) 49.200 hectáreas de humedales, cuyo “fantasma” sigue presente bajo el pavimento y se puede hacer sentir, por ejemplo, si las ondas de un sismo en la Costa Pacífica, a 400 kilómetros de distancia, llegan a esos terrenos desecados, en donde tendrían un efecto de “amplificación”, como el que se registró en Ciudad de México en 1985, como resultado de un terremoto con epicentro en el Pacífico, a 350 kilómetros de distancia. De conformidad con estudios recientes, cerca del 19% de los habitantes del Distrito Metropolitano de Quito (aproximadamente 350.000 personas) se encuentran en situación de vulnerabilidad elevada a muy elevada. “Se observa al mismo tiempo que aunque la proporción de población fuertemente vulnerable es comparable en Quito y en el resto del Distrito, no ocurre lo mismo con la proporción de la población poco vulnerable, siendo esta mucho menor fuera de Quito, lo que subraya las diferencias espaciales existentes. A nivel del Distrito, es sobre todo fuera de Quito donde se encuentran las mayores vulnerabilidades de la población, acumulándose una vulnerabilidad sociodemográfica elevada, una limitada accesibilidad y una alta exposición a las amenazas. Estos espacios, situados en las márgenes del Distrito, están en general poco poblados pero el aumento probable de su población hace pensar en graves problemas en el futuro si no se contemplan medidas de reducción de su vulnerabilidad.”5 Ese proceso de urbanización acelerada, tal y como quedó demostrado en el tsunami del año 2004, también se está extendiendo a las zonas costeras, con lo cual aumenta la vulnerabilidad de las comunidades humanas a los fenómenos relacionados con el comportamiento del océano. La ocupación de las zonas costeras por lo general va acompañada de la destrucción de ecosistemas como los arrecifes de coral y los manglares, que de una u otra manera ejercen un efecto amortiguador frente a los efectos de fenómenos como los huracanes, las mareas de tormenta y los tsunamis. Eso resultó evidente en 1979, después del llamado “maremoto de Tumaco”, en la Costa Pacífica colombiana, en donde los efectos del mar fueron más graves en las zonas en donde se habían destruido los manglares, que donde estos habían sido conservados. Lo mismo se comprobó en el Pacífico Sur luego del tsunami de diciembre de 2004 .

5 D’Ercole, Robert y Metzger, Pascale, “La vulnerabilidad del Distrito Metropolitano de Quito”.

Municipio del Distrito Metropolitano de Quito – Dirección Metropolitana de Territorio y Vivienda, Institut de Recherche pour le Développement. Quito, 2004.Página 252.

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La costa caribe colombiana se consideraba casi totalmente ajena a la amenaza de los huracanes, a pesar de que en 1988 el huracán Joan hizo grandes estragos en la ciudad de Cartagena (estragos que, analizados cuidadosamente, se podían “leer” como esfuerzos de la naturaleza por recuperar lo que el proceso de urbanización le había quitado a la bahía. El huracán abrió bocas que habían sido selladas, volvió a llenar humedales desecados, recobró terrenos de playa que habían sido pavimentados). La temporada de huracanes del año 2004 no solamente superó a otras temporadas en cuento a número de organismos tropicales (14 tormentas y 9 huracanes, cuatro de ellos de categorías máximas), sino que se registró en las rutas de los huracanes una tendencia a dirigirse hacia el sur, por debajo de la latitud por donde normalmente suelen transitar estos fenómenos. Varios de esos huracanes alcanzaron a tocar territorio venezolano y colombiano. En el 2004 se registró otro fenómeno insólito: un huracán afectó las costas brasileñas. Esos cambios de comportamiento en fenómenos hidrometeorológicos como los huracanes, o como los fenómenos de El Niño y La Niña, con cuyos efectos el Ecuador está bastante familiarizado, se están convirtiendo en fuentes de nuevas y más complejas amenazas. Las opiniones están divididas entre quienes opinan que el origen de esos cambios está relacionado con procesos tales como el calentamiento global del planeta, que a su vez es consecuencia de actividades humanas como el incremento de los gases invernadero (producto de procesos como la contaminación industrial, la tala de selvas y la urbanización –y en general el cambio de uso- de grandes áreas que antes eran rurales), y quienes afirman que el calentamiento del planeta es el resultado de ciclos exclusivamente naturales, por los cuales ya ha pasado la Tierra en edades anteriores. Sean cuales sean las causas del incremento y de la complejización de las amenazas, sobre lo que parece no caber duda es sobre el incremento y la complejización de la vulnerabilidad humana: cada vez existen más seres humanos, la mayoría de los cuales carecen de capacidad para convivir sin traumatismos con la dinámica de sus respectivos entornos. Las únicas comunidades vulnerables no son las urbanas, como bien lo demuestra el ejemplo del Distrito Metropolitano de Quito. Las comunidades que habitan entornos rurales también están expuestas a múltiples amenazas, tanto de origen natural como antrópico, y presentan distintos grados de vulnerabilidad frente a las mismas. Por esa misma razón abandonan el campo en busca de más “seguridad” en las ciudades. Ese cambio implica sustituir unas amenazas y unas vulnerabilidades por otras, que en un momento determinado se consideran menos inminentes o más manejables. Sin embargo la aglomeración urbana, que en alguna medida ofrece ciertas “seguridades” y nuevas oportunidades, también genera nuevas y complejas formas de vulnerabilidad para quienes forman parte de ella. Aventuremos algunas reflexiones finales a partir de lo que hemos conversado en esta parte del viaje:

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El planeta Tierra, en su condición de ser vivo, ha sido desde su nacimiento hace 4.600 millones de años, el escenario de múltiples procesos de cambio.

¡Qué más que el viaje a la deriva, por sobre el manto terrestre, de enormes placas de la corteza que unas veces se separan y otras se chocan formando fosas profundas y elevadas montañas y volcanes! ¡Qué más que el surgimiento de enormes cadenas montañosas como la cordillera de los Andes, como resultado unas veces de procesos imperceptibles en el corto plazo y otras veces de grandes y notorias “catástrofes”!

Hoy esos procesos de cambio se mantienen vigentes, aunque con características distintas. Los retos de adaptación de la vida también siguen vigentes.

Desde su aparición sobre el planeta Tierra, hace 3.600 millones de años, la vida ha sido testigo de esos procesos de cambio y como resultado de ellos muchas especies han desaparecido y han surgido otras nuevas, mejor adaptadas. Las transformaciones de los seres vivos, a su vez, también provocan nuevas transformaciones en el entorno. La evolución, entonces, es de doble vía. Los biólogos hablan de coevolución: la evolución conjunta e interdependiente de los seres vivos y su entorno. El mayor aliado que ha tenido la vida en ese proceso de coevolución ha sido el tiempo.

Desde la aparición de los seres humanos tal y como somos actualmente –suceso que se produjo hace unos 150 mil a 100 mil años- y particularmente desde la llegada de los primeros seres humanos a lo que hoy es el continente americano, hace unos 12 mil años, nuestra especie ha sido testigo de una gran cantidad de esos procesos de cambio. Nosotros, los seres humanos, hemos ido adquiriendo poco a poco, pero de manera cada vez más rotunda y acelerada, una capacidad de transformar el entorno que no ha tenido ninguna otra especie de las que han habitado o habitan hoy este planeta. Además, no solamente somos testigos de los cambios de la Tierra, y de los cambios de las comunidades que conformamos, sino que además somos conscientes de esos cambios. Al igual que las demás especies, nos transformamos para adaptarnos a las nuevas condiciones planetarias, la mayoría de las cuales, ahora, son creadas por nosotros mismos. Y al contrario que otras especies animales y vegetales que nos han precedido, no podemos darnos el lujo de depender solamente del tiempo como principal aliado y herramienta en nuestro proceso adaptativo. Contamos con la cultura, que para efectos de este texto podemos definir como el conjunto de “impactos” materiales e inmateriales, positivos y negativos, que nuestra especie le ha causado en el pasado y le causa hoy a este planeta del cual formamos parte. La cultura nos permite producir, en tiempos muy cortos, transformaciones de las cuales no

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ha sido capaz ninguna otra especie, pero también nos permite –o debería permitirnos- adaptarnos a los cambios en periodos de tiempo relativamente cortos. Si dependiéramos solamente del tiempo y del ensayo y del error, como han dependido otras especies, en lugar de contar con la cultura, seguramente ya nos habríamos extinguido. O a lo mejor no: quién sabe.

Un componente esencial para transmitir la cultura –los conocimientos y las experiencias acumuladas- de unas generaciones a otras, o entre los integrantes de unas mismas generaciones, es la comunicación. No somos, por supuesto, la única especie cuyos miembros se comunican entre sí, pero es indudable que nosotros, los seres humanos, hemos desarrollado unas formas de comunicación mucho más complejas y de muchos mayores alcances, que las de otras especies.

Pero al mismo tiempo, al menos como conjunto, hemos retrocedido notable y lamentablemente, en nuestra capacidad para comunicarnos con la naturaleza de la cual, aunque nos hayamos olvidado, seguimos siendo parte. Hemos perdido la capacidad que tenían otras culturas humanas que nos antecedieron, para dialogar con la Tierra. Hoy, cuando estamos siendo testigos de cada vez más y más complejos desastres, estamos adquiriendo conciencia de que uno de los grandes retos que tenemos quienes nos dedicamos a la comunicación, es el de recuperar esa capacidad perdida para dialogar con el planeta. El reto es volver a poner la cultura (y como parte de ella el “desarrollo”) al servicio de nuestra convivencia con la Tierra. Ese reto es eminentemente político, en el sentido en que hemos venido utilizando ese concepto en este texto.

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SEGUNDO TRECHO. INGREDIENTES PARA PREPARAR UN DESASTRE

Los desastres no surgen simplemente porque sí, ni aparecen de la nada, de manera espontánea. Por el contrario, son procesos que se van gestando de manera gradual, como consecuencia de la interacción entre la dinámica de la naturaleza y las distintas dinámicas de las comunidades que se relacionan con ella. Por eso se afirma que los desastres constituyen “construcciones sociales”. En este momento del viaje, más que definir el desastre, nos interesa penetrar en los ingredientes y en los procesos que conducen a la aparición de un fenómeno de esta clase. En el trayecto anterior vimos varios ejemplos concretos de las transformaciones que ha experimentado desde su aparición nuestro planeta, y recorrimos muy rápidamente algunos de los procesos que han conducido a la conformación del territorio que habitamos, en el continente suramericano. Aprendimos también que este continente no siempre ha estado en el lugar de la Tierra en donde hoy se encuentra. Concluimos, entonces, que el planeta Tierra se encuentra vivo, a su manera. Esto quiere decir que experimenta cambios de manera permanente, algunos lentos, graduales y casi imperceptibles, otros súbitos y muchas veces de consecuencias catastróficas para quienes habitamos el lugar donde se manifiestan. Si esos cambios se producen dentro de lo que podríamos llamar “el rango de adaptación” de la comunidad humana, no constituyen un peligro. Ni la probabilidad de que ocurran constituye una amenaza. Mejor dicho: si se produce un sismo fuerte o leve, pero dentro del rango dentro del cual las edificaciones pueden “mecerse” sin colapsar, ese sismo no tiene por qué convertirse en un desastre. Por el contrario, la posibilidad de que ocurra un terremoto que supere esos rangos, es decir, que sea capaz de destruir las construcciones existentes en la región en donde ocurra, sí constituye una amenaza. La condición de amenaza, entonces, no es intrínseca al sismo, sino que depende de las condiciones estructurales de las edificaciones que en un momento dado deben “enfrentarse” a ese movimiento de la Tierra. La posibilidad de que caiga un aguacero fuerte o una granizada, sólo se convierte en amenaza cuando la cantidad de agua o de granizo supera las características de diseño y las condiciones de mantenimiento de los sistemas de alcantarillado de la ciudad en donde puede ocurrir ese fenómeno.

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Un mismo aguacero puede no pasar de ser un mero fenómeno de la naturaleza, normal en cualquier ciudad de nuestra región del planeta, si la infraestructura de la ciudad está preparada para resistirlo, pero puede convertirse en un desastre cuando no existe la infraestructura adecuada. A esa incapacidad de las estructuras de la ciudad para resistir el terremoto o el aguacero –incapacidad que convierte a esos fenómenos de la naturaleza en amenazas- le damos el nombre de vulnerabilidad. En el medio rural esa posibilidad se convierte en una amenaza cuando los ecosistemas han perdido su capacidad de autorregulación. Así por ejemplo, la tala de árboles, y la consecuente pérdida del tejido de raices que “amarran” el suelo, lo hacen vulnerable a la lluvia y convierten en una amenaza la temporada invernal. Cuando los ecosistemas están “sanos”, esas mismas lluvias constituyen una bendición. La autorregulación es la capacidad de un sistema para adaptarse a los cambios. La existencia de amplios terrenos a lado y lado de las orillas de los ríos, sobre los cuales se puede depositar el exceso de agua que éstos traen en la temporada invernal, es un ejemplo claro de autorregulación. Esa “esponja” de materia orgánica que conforma los suelos vivos de los bosques y los páramos y en la cual se acumula el agua que luego, se libera de manera lenta y gradual en las temporadas secas, es otro ejemplo de autorregulación. La naturaleza “sana” tiene prevista la manera de que no falte agua durante los meses en que cesan las lluvias. El deterioro de la capa vegetal destruye esa posibilidad y convierte el verano en una amenaza. Podemos deducir, entonces, que los conceptos de amenaza y de vulnerabilidad se generan mutuamente, es decir, que un fenómeno cualquiera solamente se convierte en amenaza si existe la posibilidad de que ocurra en un lugar vulnerable (expuesto y débil) frente al mismo. E igualmente, la vulnerabilidad siempre se predica frente a un fenómeno determinado. Así, por ejemplo, una casa de madera y techo de paja o cade puede ser muy poco vulnerable frente a los terremotos (por su alta flexibilidad y su bajo peso), pero puede ser muy vulnerable frente a los incendios. Las casas palafíticas, construidas sobre “zancos” en las zonas lacustres y costeras, son menos vulnerables a las “subidas” del agua que las casas “pagadas” al suelo que construimos en las montañas andinas. Para las primeras, la inundación no constituye una amenaza; como tampoco lo es para los campesinos que manejan especies capaces de crecer y producir en terrenos inundados, o cuyo rápido ciclo de vida se cumple entre inundación e inundación. Las culturas amazónicas desarrollaron sistemas de cultivo, que luego adoptaron otras culturas americanas, que les permitían aprovechar al máximo los periodos de lluvias y los terrenos anegados. Al desaparecer de nuestra memoria colectiva esos mecanismos de adaptación y autorregulación, las inundaciones se conviertieron en desastres. Cuando evaluamos lo que podría ocurrir si se llega a concretar una amenaza en una comunidad vulnerable a la misma, estamos realizando un análisis de riesgo. Volviendo a uno de los ejemplos anteriores: ¿Qué pasaría si se produjera un sismo en cercanías de un pueblo hecho de casas de madera con techo de cade ? ¿Y qué

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pasaría si en ese mismo pueblo se produjera un incendio? ¿Qué pasa cuando sube el río, cumpliendo su ciclo natural, pero nuestras casas han sido construidas como no si no vivieramos a sus orillas sino en las calles de una ciudad? ¿O cuando por distintas razones hemos dejado perder las especies capaces de crecer en terrenos inundados? Los seres humanos estamos llevando a cabo de manera permanente, a veces de manera conciente y a veces inconciente, análisis de riesgos. Y, si podemos, optamos por el que en determinadas circunstancias nos parece menos peligroso o más manejable. Por esa razón los campesinos, que la mayoría de las veces son concientes de los riesgos que los esperan en las grandes ciudades, de todas maneras toman a veces la decisión de abandonar el campo: porque consideran que, en un momento determinado, los beneficios de trasladarse a la ciudad compensan los inconvenientes. En este caso el análisis de riesgos equivale a un análisis de costo-beneficio, cuya conclusión literal puede ser “vale la pena”. Antes de seguir adelante hablemos un poco más sobre las amenazas: Dependiendo de su origen, podemos clasificarlas como naturales, socionaturales y antrópicas. Las primeras, las naturales, son aquellas que nacen directamente de la dinámica de la naturaleza, como por ejemplo una erupción volcánica o un terremoto. En su ocurrencia no intervienen para nada las actividades humanas. Las segundas, las socionaturales, son aquellas que se expresan a través de la naturaleza, pero en cuya aparición o en sus efectos hay en alguna medida intervención humana. Una inundación o un deslizamiento, por ejemplo, pueden ser eminentemente naturales, pero también pueden deberse a la deforestación de una ladera o de la parte alta de una quebrada. Así como después del terremoto que afectó al cañón del río Páez (en la región de Tierradentro, en el suroccidente de Colombia) en 1994, se produjeron más de 3000 deslizamientos, la mayoría de los cuales fueron completamente naturales (producto de la saturación de agua en altas pendientes), así mismo, con terremoto o sin terremoto de por medio, se han registrado muchos casos en los cuales el deslizamiento se le puede atribuir claramente al mal manejo de las aguas superficiales en el lugar en donde ocurre. El gran deslizamiento que sepultó varias casas y personas en la población de Santa Tecla, cerca de San Salvador, después del sismo del año 2001, se produjo por una combinación de factores que incluyeron el terremoto, pero también las intervenciones humanas en el cerro que se vino abajo. Una característica de los tiempos que corren es que cada vez la barrera que separa a las amenazas naturales de las socionaturales parece ser más difusa. Quién hubiera dudado antes, por ejemplo, que los huracanes son fenómenos eminentemente naturales. Sin embargo cuando durante la temporada de huracanes

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del año 2004, el huracán Iván se acercó a las costas cubanas, encontró agua a 32 grados C de temperatura a profundidades que alcanzaban los 200 metros. El agua caliente es el “combustible” del cual se alimentan los huracanes, y esto hizo que ese organismo tropical alcanzara el grado 5, es decir, la mayor categoría en términos de velocidad y capacidad destructiva. Si, como muchos piensan, ese incremento de la temperatura del océano está relacionada con el calentamiento global del planeta, y este con el impacto de la actividad humana sobre el clima de la Tierra, el huracán Iván habría dejado de ser un fenómeno exclusivamente natural para penetrar en el territorio de las amenazas socionaturales. La tercera categoría corresponde a las llamadas amenazas antrópicas, que son aquellas claramente causadas por la actividad humana. Entre los ejemplos más evidentes están los accidentes industriales y nucleares, la contaminación y los incendios forestales provocados. En la realidad normalmente las amenazas no vienen solas, sino de manera concatenada. Esto quiere decir, por ejemplo, que un sismo (amenaza natural) puede desatar una serie de amenazas socionaturales (como deslizamientos en laderas inestables, que a su vez pueden taponar cauces de agua y provocar inundaciones y avalanchas), al igual que amenazas antrópicas (incendios por fugas de gas o daños en las instalaciones eléctricas, o asonadas y saqueos). Un terremoto en el fondo del mar puede provocar una “gran ola” o tsunami. O una erupción volcánica puede provocar una tormenta eléctrica debido a las cargas estáticas entre las partículas de ceniza. Estos son ejemplos de amenazas naturales concatenadas, como lo fueron también los deslizamientos en el ya citado ejemplo del terremoto de Tierradentro en Colombia. Lo cierto es que, la mayoría de las veces, en este momento no se puede afirmar a priori si una amenaza es natural o socionatural (todavía suelen ser más claras las antrópicas). Hay que mirar, caso por caso, los procesos e ingredientes que conducen a generar una amenaza, y este es uno de los campos en los cuales el análisis juicioso por parte de los medios de comunicación puede resultar muy importante. ¿Por qué importante? ¿Qué importancia tiene, más allá de la mera curiosidad académica, que una amenaza sea natural, socionatural o antrópica? Mucha importancia, porque dependiendo de su categoría podemos definir las posibilidades que tenemos los seres humanos para evitarla. Normalmente no podemos hacer nada para evitar las amenazas naturales. ¿Cómo impedir, por ejemplo, que se produzca un terremoto o una erupción volcánica? ¿Cómo impedir un huracán, los fenómenos de El Niño y La Niña, una tormenta eléctrica o un tsunami? En este momento, con las herramientas científicas y tecnológicas que tenemos a mano los seres humanos, resulta imposible. (Aunque hay quienes afirman que, por

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ejemplo, los ritos de los orichas o sacerdotes de la religión tradicional cubana, lograron desviar la ruta que traía el huracán Iván y poner a salvo la mayor parte de la isla de Cuba. Quien esto escribe ha visto a los The Wala –shamanes indígenas paeces de la región de Tierradentro- mover nubes a través de sus rituales… estos fenómenos, sin embargo, resultan imposibles de explicar a partir del positivismo y la “razón” de occidente). Posiblemente, si con el tiempo se logran revertir los efectos negativos de la actividad humana sobre el clima, a lo mejor se podrá volver a “normalizar” el comportamiento hidrometeorológico de la atmósfera terrestre. No podemos hacer nada para evitar un terremoto, pero sí podemos actuar sobre las amenazas concatenadas antrópicas y socionaturales (tales como los accidentes industriales y los incendios que puede desencadenar el terremoto, y sobre los deslizamientos en laderas inestables. O sobre las alteraciones del orden público que se pudieren desencadenar después del terremoto). Pero hasta este momento hemos hablado solamente de las amenazas, que representan sólo uno de los ingredientes del riesgo. Nos falta hablar sobre la vulnerabilidad, el otro ingrediente. En los ejemplos que usamos antes, el de las casas capaces de resistir el terremoto (pero incapaces de resistir al incendio) y en el de los sistemas de alcantarillado capaces de resistir la granizada y el aguacero, al igual que en el de las casas palafíticas capaces de resistir la inundación, nos limitamos a uno solo de los aspectos o factores de la vulnerabilidad: en este caso el físico o estructural. Cuando hablamos de las semillas adaptadas a crecer en medio de la inundación, nos adentramos en los factores ecológicos y lo culturales. La vulnerabilidad (al igual que su opuesto: la sostenibilidad) es el resultado de un sistema complejo en el cual interactúan de manera permanente distintos factores, tal y como lo muestra la gráfica siguiente. Hace algún tiempo, cuando comenzamos a explorar las implicaciones de la vulnerabilidad global como un sistema complejo, pensábamos que lo más importante eran los distintos factores. Hoy entendemos que estos únicamente son clavos y que lo importante son las hamacas o interacciones entre los mismos, las cuales conforman un tejido, red o telaraña, de cuya resistencia depende la capacidad de una comunidad para resistir un balonazo, es decir, para aguantar sin traumatismos los efectos de la materialización de una amenaza (y de sus amenazas concatenadas). O para recuperarse de los efectos de ese balonazo, a lo cual los ecólogos, refiriéndose a la capacidad de recuperación de los ecosistemas, le dan el nombre de resiliencia. La resiliencia es la capacidad que tiene un sistema social para reconstituir la red o el tejido social después de que éste ha sido afectado como consecuencia de la materialización de una amenaza. Es decir, después de que se ha producido un desastre. La experiencia nos ha demostrado que el tejido social no se limita a las relaciones que existen entre las comunidades y sus organizaciones, sino que abarca

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una red mucho más amplia de interacciones entre actores y sectores, que incluyen las relaciones con el Estado y las relaciones (incluyendo las simbólicas) con el ambiente. En alguna oportunidad, cuando quien esto escribe se encontraba trabajando estos conceptos haciendo uso –a manera de metáfora- de la relación de una araña con su telaraña, una persona que participaba en el grupo hizo caer en la cuenta de que cuando algún agente externo destruye la telaraña, pero la araña permanece viva, ésta es capaz de reconstruir el tejido. Aproximarnos a la vulnerabilidad y a la sostenibilidad como tejidos complejos, nos ayuda a entender cómo es posible que algunas comunidades que son muy débiles en algunos aspectos, como por ejemplo el económico, logren resistir embates externos, como por ejemplo un bloqueo económico prolongado, acudiendo a sus fortalezas culturales, organizativas y políticas, y sobre todo a la fortaleza de los vínculos que unen estos factores entre sí y con los demás clavos de la telaraña. Una comunidad sometida a un embargo económico que le impide adquirir del exterior alimentos, fertilizantes y pesticidas, logra consolidar su autonomía a partir de estrategias como la agricultura urbana y el uso intensivo de prácticas agroecológicas para producir alimentos. Una lectura a la luz de esta telaraña, de los procesos de resistencia cultural y territorial de muchas comunidades indígenas suramericanas, nos permite entender cómo es posible que después de 500 años de “conquista continuada” y de diversos y múltiples intentos por despojarlas e invisibilizarlas, hayan logrado no solamente sobrevivir sino además generar y poner en marcha propuestas de eso que hoy se denomina desarrollo endógeno, el cual parte de aprovechar al máximo y a favor de la calidad de vida de esas comunidades y de su entorno, las ventajas comparativas que ofrecen el territorio y la cultura. Uno de los grandes retos que tiene la comunicación en este sentido, es el de ayudarle a la comunidad sometida a una amenaza o afectada por un desastre, a reconocer y a valorar los recursos y las fortalezas que le aporta su tejido social, y a activar esos recursos y esas fortalezas como expresiones de su propia capacidad de recuperación o resiliencia. Así mismo, los medios pueden contribuir a evitar que las acciones externas (por muy bien intencionadas que sean), en lugar de ayudar a fortalecer la autonomía y la capacidad de resiliencia de la comunidad, actúen, como sucede muchas veces, en dirección totalmente contraria. Es decir, desactivando y sustituyendo la capacidad de recuperación de los actores locales.

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VULNERABILIDAD O SOSTENIBILIDAD

FÍSICA POR

LOCALIZACIÓN

VULNERABILIDAD O SOSTENIBILIDAD ESTRUCTURAL

VULNERABILIDAD O SOSTENIBILIDAD

ECONÓMICA

VULNERABILIDAD O SOSTENIBILIDAD INSTITUCIONAL

VULNERABILIDAD O SOSTENIBILIDAD

ECOLÓGICA

VULNERABILIDAD O SOSTENIBILIDAD

CULTURAL

VULNERABILIDAD O SOSTENIBILIDAD ORGANIZATIVA

VULNERABILIDAD O SOSTENIBILIDAD

EDUCATIVA

VULNERABILIDAD O SOSTENIBILIDAD

POLÍTICA

“TELARAÑA” DE FACTORES DE VULNERABILIDAD / SOSTENIBILIDAD Esta gráfica muestra la complejidad del tejido social del sistema, que no se limita a los aspectos organizativos de la comunidad, sino que comprende toda la red de relaciones e interacciones con los distintos factores de los cuales dependen la vulnerabilidad o la sostenibilidad del sistema. La sostenibilidad depende de la resistencia y de la resiliencia de la telaraña, es decir, de su capacidad para aguantar un balonazo y/o para recuperarse de los efectos del mismo. Ese balonazo puede ser, por ejemplo, un terremoto, una temporada invernal, una crisis económica generalizada o un conflicto armado. Más importantes que las características independientes de cada uno de esos factores, son las relaciones que se establecen entre ellos. Los factores son como clavos en

la pared. Las relaciones son las hamacas que colgamos de esos clavos.

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La selección de estos clavos o factores de vulnerabilidad-sostenibilidad no deja de ser arbitraria: podríamos haber trabajado agrupándolos todos en sólo seis factores, o por el contrario podríamos haberlos discriminado aún más. Lo importante es tener clara la complejidad de ambos conceptos y el hecho de que ambos surgen como resultado de una serie de interacciones dinámicas, que cambian de manera constante. Cuando nos enfrentamos a un sistema complejo como éste, no sólo de manera teórica sino, algunas veces, con la obligación de tomar determinadas decisiones que afectarán de una u otra forma la vida de una comunidad y las relaciones con su entorno ecológico y con otras comunidades (a veces durante varias generaciones) como sucede en el caso de definir si se lleva a cabo o no una reubicación, estamos ante dos posibilidades. La una, inmovilizadora: la complejidad del sistema nos asusta; nos impide tomar la necesaria decisión. Nos parece que son demasiadas las variables que tomar en consideración y que nos resulta imposible asumir responsabilidad por la enorme cantidad de efectos posibles que puede generar esa decisión. La otra, por el contrario, nos empodera (para acudir a esa palabra extraña que se está volviendo de uso común). La telaraña nos demuestra que no importa cuál sea nuestra posición en el sistema ni en cual de los clavos estamos ubicados, cualquier decisión nuestra tiene la posibilidad de influir sobre la totalidad de la telaraña y sobre el resto de los clavos. Si somos docentes y estamos en el clavo de la educación, desde allí podemos idear la manera de sacudir la telaraña; lo mismo si somos integrantes de un concejo municipal, o si somos empresarios, investigadores o miembros de una organización comunitaria o de una ONG ambiental. Lo importante es tener conciencia de la complejidad e integralidad del sistema y capacidad para actuar desde nuestra posición local. Debemos saber también que, al igual que sucede con el Cubo de Rubik, no todos los avances en uno de los factores van a significar necesariamente un avance del sistema como totalidad. Por el contrario, los avances en una de las caras del cubo pueden significar que se desorganicen otras caras que ya considerábamos ordenadas. Así por ejemplo, para tomar un caso de la realidad, promover el uso de estufas de gas en una comunidad indígena puede significar un avance en la cara ecológica del cubo, en la medida en que reduce el uso de la leña y por ende la presión sobre el bosque local, pero puede singificar un retroceso en la cara cultural, pues las transmisión de la cultura de generación en generación, se lleva a cabo por vía oral, en reuniones familiares que se realizan alrededor del fogón de leña y no de una estufa de gas. El impulso de un monocultivo en una comunidad, para aprovechar los buenos precios de un determiando producto en el mercado nacional o itnernacional, puede significar un avance en la cara económica, pero un retroceso en la cara ecológica y eventualmente en la cara cultural, en la medida en que ambas depende de la conservación de la biodiversidad.

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Esos avances y retrocesos son inevitables en cualquier proceso y lo importante es ser conciente de ellos, de manera que lo que se retroceda en un paso determinado pueda volverse a recuperar en los pasos subsiguientes. En cuanto hace referencia a los periodistas y comunicadores y comunicadoras sociales, que normalmente no son las personas encargadas de tomar las decisiones, sino las responsables de divulgarlas, de interpretarlas, de hacerles el seguimiento y de orientar a la comunidad para entender el significado de las mismas y sus posibles efectos, resulta muy importante saber manejar este rompecabezas tridimiensional en toda su complejidad. Quienes nos dedicamos a la comunicación social incurrimos algunas veces en interpretaciones simplistas, basados solamente en las implicaciones aparentes o inmediatas de un hecho o de una decisión, sin tener en cuenta las posibles consecuencias, positivas o negativas, que en el mediano y largo plazo puede tener cualquier cambio en la comunidad o en el territorio del cual forma parte. Anexamos dos matrices o tablas, en las cuales proponemos realizar un análisis de las fortalezas y de los recursos que hacen sostenible (en este caso: capaz de sostenerse) a su propia comunidad frente a una determinada amenaza, al igual que de las debilidades y carencias que la hacen vulnerable frente a esa misma amenaza. Recordemos que es necesario elaborar un par de matrices (una para la sostenibilidad y otra para la vulnerabilidad) por cada amenaza, pues como vimos en el ejemplo de las casas de madera, las mismas características que las hacen resistentes a los terremotos, las hacen vulnerables a los incendios. Ante la presencia de varias amenazas concurrentes ¿cómo determinamos nuestras prioridades? ¿Amenaza o vulnerabilidad? Cuando comenzamos a trajinar por los caminos de eso que hoy se llama gestión del riesgo, creíamos tener muy claras las diferencias entre amenaza y vulnerabilidad. De la primera, en términos generales, decíamos que es la probabilidad de que se produzca un evento que representa un peligro para las comunidades situadas en el lugar en donde ese evento puede ocurrir, y de la segunda que es la exposición a ese evento y la incapacidad para absorber sin traumatismos los efectos del mismo. Como ya dijimos, la anticipación sobre lo que podría suceder de llegarse a materializar la amenaza en el lugar ocupado por las comunidades vulnerables, constituye el riesgo. Y cuando eso que podría suceder, efectivamente sucede, se configura el desastre. Es decir, el riesgo es una posibilidad. El desastre es la materialización (o la “actualización”, dicen algunos, usando un anglicismo) de esa posibilidad. Hoy sabemos que a pesar de que esas definiciones siguen siendo válidas en lo fundamental, los dos conceptos, el de amenaza y el de vulnerabilidad, no solamente se generan mutuamente (recordemos que un evento sólo se convierte en amenaza si existe la posibilidad de que afecte a una comunidad vulnerable a ese evento), sino que, además, en muchos casos los conceptos son intercambiables entre sí.

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Por otra parte, como los muestran las gráficas 1 y 2, las vulnerabilidades de los ecosistemas se pueden convertir en amenazas para las comunidades, al igual que las vulnerabilidades de las comunidades se pueden convertir en amenazas para los ecosistemas, las cuales, a su vez, se convierten en amenazas para esas mismas o para otras comunidades. Esas gráficas fueron elaboradas en desarrollo de un estudio tendiente a determinar el sentido concreto del concepto de sostenibilidad para el sistema conformado por las comunidades y por el humedal, en uno de los principales humedales urbanos que todavía le quedan a la ciudad de Bogotá. Como resultado de ese trabajo, nos convencimos de que no es posible hablar de vulnerabilidad o de sostenibilidad de una comunidad, aislándola arbitrariamente de los ecosistemas con los cuales esa comunidad intereactúa, como tampoco podemos hablar de sostenibilidad o de vulnerabilidad de los ecosistemas, aisladamente de las comunidades con los cuales estos tienen relación. Intentar alcanzar la sostenibilidad del ecosistema humedal, dejando de lado las vulnerabilidades de las comunidades que habitan en su vecindad (y en algunos casos en su propio interior), resultaba tan inútil como intentar alcanzar la sostenibilidad de esas comunidades olvidándonos del humedal. Lo más importante de esta experiencia fue que nos enseñó a cerrar ciclos y a entender que si bien nos encontramos frente a un matrimonio insostenible, como es el caso del que existe entre esas comunidades y el humedal, al mismo tiempo nos encontramos frente a un matrimonio indisoluble, es decir, frente a un vínculo que, en términos reales y prácticos, no se puede separar. En páginas anteriores dimos varios ejemplos de comunidades que habitan en condiciones de alto riesgo en ciudades como La Paz, Quito, Medellín y Bogotá. En algunos casos contados, es posible adelantar programas de reubicación que permitan ubicar a algunas de las familias que conforman esas comunidades, en lugares que presenten menos amenazas. O es posible intervenir sobre algunas de las condiciones del terreno con el fin de reducir la magnitud de ciertas amenazas. Como también es posible trabajar sobre los distintos factores que hacen vulnerables a las comunidades. Lo que en la práctica resulta imposible es reubicar a todas las comunidades, con lo cual estaríamos rompiendo el vínculo entre humedales y comunidad, o entre laderas y comunidad, o entre ríos o zonas costeras y comunidad. Cuando nos encontramos ante matrimonios insostenibles, pero que al mismo tiempo son indisolubles, la única posibilidad es trabajar en busca de una mayor sostenibilidad de la relación. Eso solamente es posible si intervenimos simultáneamente sobre ambos miembros de la pareja, y si los seres humanos, en lugar de pretender dominarlo o aplastarlo, aprendemos a dialogar y a entender cómo piensa y cómo actúa el otro componente de la relación. Es decir: la naturaleza, que es un ser vivo, y como tal tiene capacidad de defenderse y de protestar, pero

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también de aprender a convivir con nosotros. Nos encontramos, entonces, frente a otro reto claro de comunicación.

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MATRIZ DE SOSTENIBILIDAD SOSTENIBILIDAD FACTORES DE

LOCALIZACIÓN FACTOR ES

ESTRUCTURALES FACTORES

ECONÓMICOS FACTORES

ORGANIZATIVOS FACTORES POLÍTICOS

FACTORES EDUCATIVOS

FACTORES CULTURALES

FACTORES ECOLÓGICOS

FACTORES INSTITUCIONALES

FACTORES DE LOCALIZACIÓN

FACTOR ES ESTRUCTURALES

FACTORES ECONÓMICOS

FACTORES ORGANIZATIVOS

FACTORES POLÍTICOS

FACTORES EDUCATIVOS

FACTORES CULTURALES

FACTORES ECOLÓGICOS

FACTORES INSTITUCIONALES

SOSTENIBILIDAD - A partir del conocimiento que tenemos de nuestra propia región identifiquemos de qué manera cada uno de estos factores se relaciona con los demás para efectos de determinar las fortalezas y recursos que nos permitirían resistir una amenaza.

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MATRIZ DE VULNERABILIDAD VULNERABILIDAD FACTORES DE

LOCALIZACIÓN FACTOR ES

ESTRUCTURALES FACTORES

ECONÓMICOS FACTORES

ORGANIZATIVOS FACTORES POLÍTICOS

FACTORES EDUCATIVOS

FACTORES CULTURALES

FACTORES ECOLÓGICOS

FACTORES INSTITUCIONALES

FACTORES DE LOCALIZACIÓN

FACTOR ES ESTRUCTURALES

FACTORES ECONÓMICOS

FACTORES ORGANIZATIVOS

FACTORES POLÍTICOS

FACTORES EDUCATIVOS

FACTORES CULTURALES

FACTORES ECOLÓGICOS

FACTORES INSTITUCIONALES

VULNERABILIDAD - A partir del conocimiento que tenemos de nuestra propia región identifiquemos de qué manera cada uno de estos factores se relaciona con los demás para efectos de determinar las debilidades y carencias que nos impedirían resistir una amenaza determinada

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INVASIÓN A LA

RONDA

DESECACIÓN

POR

RELLENOS

ANTRÓPICOS

SEDIMENTACIÓN

CONTAMINACIÓN

Y

EUTROFICACIÓN

PÉRDIDA DE LA

CAPACIDAD DE

AUTORREGULACIÓN

PÉRDIDA DEL

HÁBITAT PARA

LA FAUNA

RESIDENTE Y

MIGRATORIA

INUNDACIONES

DETERIORO

DE LA

CALIDAD

AMBIENTAL

Malos olores

Insalubridad

PÉRDIDA DEL

PATRIMONIO

ECOLÓGICO

Biodiversidad

VULNERABILIDADES

DEL HUMEDAL

AMENAZAS PARA

LA COMUNIDAD

Alteración de ciclos

de reproducción

Deterioro de la

actividad pesquera

Pérdida de

oportunidades para la

recreación, la

educación ambiental y

el disfrute estético

Pérdida de las

condiciones que hacen

seguro y habitable un

lugar

PÉRDIDA DE LA CAPACIDAD

DEL HUMEDAL PARA

PRESTAR SERVICIOS

AMBIENTALES

Alimentos

contaminados

GRÁFICA 1

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MARGINALIDAD

ECONÓMICA Y SOCIAL

Bajos Ingresos

Necesidades Básicas

Insatisfechas

Carencia de Vivienda

INSUFICIENCIA DE

ALCANTARILLADO Y

OTROS SERVICIOS Falta de tratamiento de

aguas residuales

domésticas e industriales

Deficiencias en la

recolección de basuras

RELLENOS

ANTRÓPICOS

CONSTRUCCIÓN

SOBRE TERRENOS

INADECUADOS

ACTIVIDADES

PRODUCTIVAS

INCOMPATIBLES

CON LA

DINÁMICA DEL

HUMEDAL

Agricultura, Ganadería

Bovina y Equina,

Porcicultura, etc.

VERTIMIENTO AL

HUMEDAL DE

AGUAS

CONTAMINADAS,

ESCOMBROS Y

OTROS DESECHOS

AMPLIFICACIÓN DE

LAS ONDAS SÍSMICAS

EN CASO DE

TERREMOTO

INUNDACIONES EN

PERIODOS DE

LLUVIAS

MALOS OLORES

VECTORES

DETERIORO DEL

HUMEDAL

RUPTURA DE JARILLONES

Y OTRAS OBRAS DE

INFRAESTRUCTURA

Vivienda no

sismorresistente

VULNERABILIDADES DE LA

COMUNIDAD AMENAZAS PARA EL HUMEDAL AMENAZAS PARA LA COMUNIDAD

Alimentos

contaminados

Escombros

post terremoto

GRÁFICA 2

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TERCER TRECHO. ¿QUÉ CAUSÓ EL DESASTRE DE DICIEMBRE 2004 EN EL PACÍFICO SUR?

Con base en la información que conocemos, intentemos determinar qué factores influyeron para convertir el maremoto del 26 de diciembre de 2004 en las costas de Sumatra, en uno de los peores desastres de que ha sido testigo la humanidad.

En primer lugar, lo desencadenó uno de los terremotos de mayor magnitud que se han registrado en la historia. (El mayor sismo registrado en el mundo ocurrió en Chile en 1960 y tuvo una magnitud –cantidad de energía liberada- de 9.5 en la Escala de Richter; el siguiente ocurrió en Alaska en 1964 con magnitud 9.2; el siguiente, en el mar, frente a Alaska en 1957, con magnitud 9.1 y el cuarto frente a la costa norte de Sumatra el 26 de diciembre de 2004, con magnitud 9.0. El sismo reciente ocurrido en marzo 28 de 2005, con magnitud 8.7 y epicentro en la misma falla que produjo el anterior, ayuda a destruir la hipótesis de que una comunidad que ha sufrido un terremoto ya ha quedado “vacunada” contra esa amenaza. Recordemos que en 1906 se produjo un terremoto de magnitud 9.0 en el océano Pacífico, frente a las costas de Colombia y Ecuador).

En segundo lugar, la zona afectada por el terremoto y por la consecuente ola o tsunami, se encontraba densamente ocupada, no sólo por comunidades nativas sino también por resorts destinados al turismo internacional. El tsunami golpea playas urbanizadas, como las que se encuentran en muchos de nuestros países.

En tercer lugar, en el imaginario colectivo (ver los distintos actores y sectores que aparecen en la telaraña de la página 42) no existía conciencia real sobre la posibilidad de que esa zona pudiera ser afectada por un evento de semejante magnitud. En consecuencia no existían sistemas de alerta temprana ni, mucho menos, programas de largo alcance que le enseñaran a la comunidad qué hacer en caso de pronosticarse la posibilidad de un tsunami. (Si bien no es posible saber con exactitud cuándo va a ocurrir un terremoto, sí existe la tecnología necesaria para pronosticar si un terremoto que ya ha ocurrido puede provocar un tsunami y con qué características). Muchos menos existían formas de preparar a los huespedes de los hoteles sobre qué hacer en tal eventualidad (como sí existen, por ejemplo, en San Francisco frente a los terremotos o en La Habana frente a los huracanes).

En cuarto lugar, el proceso de urbanización y “desarrollo” de las costas y playas de la región afectada, había acabado con los manglares y con otras especies de la vegetación, que normalmente contribuyen a moderar los efectos de los embates del mar. Ya mencionamos atrás cómo, después del maremoto que afectó a Tumaco (costa pacífica colombiana) en 1979, resultó evidente el efecto diferencial del desastre

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en las zonas previamente deforestadas y en las que habían conservado su cobertura forestal. En este caso la vulnerabilidad ecológica de las zonas costeras incrementó la intensidad de la amenaza contra la comunidad.

En quinto lugar, las comunidades afectadas por el desastre habían perdido la capacidad de intepretar las señales de la naturaleza que, en los pocos casos en que eso no fue así, “avisaron” con anticipación sobre la inminencia de lo que iba a ocurrir. Varias comunidades “primitivas”, conocedoras del comportamiento de los animales, y en especial de las aves, lograron ponerse a salvo del tsunami. Este es un ejemplo perfecto de cómo la pérdida de la cultura tradicional se convierte en un grave factor de vulnerabilidad.

Estas son apenas algunas de las razones que conviertieron a ese terremoto en un desastre. Algunas son propias del terremoto mismo (amenaza) pero otras muchas fueron aportadas por las comunidades (vulnerabilidad). Por supuesto habría que “tramitar” con mucho más detalles las matrices o telarañas de vulnerabilidad y sostenibilidad de las comunidades afectadas para entender con más precisión ese terrible desastre. Pero eso escapa a los objetivos de este viaje.

Pero lo que conocemos nos permite preguntarnos qué podrían haber hecho personas como nosotros -facilitadores de la comunicación- para transformar las condiciones que hicieron posible el desastre. ¿Cómo podrían haber influido, mediante “el poder” de la comunicación, sobre los distintos actores y sectores sociales, para promover esos cambios?

¿Avala este ejemplo nuestra convicción de que estamos ante una responsabilidad política de periodistas y comunicadores?

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CUARTO TRECHO. MATRIMONIOS INSOSTENIBLES E INDISOLUBLES EN LAS PROVINCIAS DE MANABÍ Y LOS RÍOS

Al llegar a este punto del viaje ya tenemos elementos suficientes para analizar por qué razón algunos fenómenos naturales, como los sismos o el fenómeno de El Niño, y algunos fenómenos socionaturales, como las inundaciones y los deslizamientos, constituyen amenazas contra nuestras comunidades. Comencemos por reflexionar si, efectivamente, las inundaciones y los deslizamientos son socionaturales (es decir, si en su ocurrencia interviene de alguna manera la actividad humana), o si se trata de meras expresiones de la dinámica de la naturaleza. Si son lo primero (es decir: socionaturales), seguramente podemos hacer muchas cosas para evitar que en el futuro se vuelvan a producir o, por lo menos, para ir reduciendo poco a poco las probabilidades de que ocurran. Si son totalmente naturales, tenemos que reducir nuestra vulnerabilidad o debilidad frente a esos fenómenos. A lo mejor, en el caso de las inundaciones, unas sí son eminentemente naturales (es decir, forman parte del comportamiento natural de los ríos) y es precisamente debido a esas inundaciones que se han formado las llanuras aluviales que una gran cantidad de los habitantes de esta región ocupamos. (“Aluvial”, según el diccionario, se dice de los terrenos que quedan descubiertos después de las avenidas o inundaciones, y de los que se forman lentamente por los desvíos o las variaciones en el curso de los ríos). Otras inundaciones, en cambio, sí pueden ser estimuladas por la acción humana, debido al manejo inadecuado que les damos a las cuencas. Retomando la lógica que expusimos en el capítulo anterior, cuando los elementos de la naturaleza (como las laderas y los ríos) se vuelven vulnerables o incapaces de resistir los efectos negativos de la actividad humana, esa vulnerabilidad tarde o temprano se convierte en una amenaza contra quienes vivimos en sus vecindades. Esa misma lógica nos permite entender por qué los cambios climáticos que acompañan al fenómeno de El Niño, provocan inundaciones y deslizamientos: porque la naturaleza es –o la hemos vuelto- vulnerable frente a El Niño (incapaz de resistir sus efectos), y esa vulnerabilidad se vuelve una amenaza contra nosotros. ¿Y por qué El Niño también es sinónimo de epidemias y problemas de salud para las comunidades humanas? Las matrices de las páginas 29 y 30 nos pueden ayudar a encontrar esa respuesta.

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Miremos de qué manera se interrelacionan entre sí los distintos factores (de localización, estructurales, económicos, organizativos, políticos, educativos, culturales, ecológicos, institucionales), cuáles de esos clavos son débiles o fuertes y cómo es la telaraña que forman las hamacas que colgamos entre todos esos clavos. ¿Por qué esa red o telaraña no es capaz de aguantar el balonazo de El Niño? Una vez hayamos encontrado esa respuesta, preguntémonos lo más importante:

¿Cómo podemos influir quienes nos dedicamos al periodismo y a la comunicación, para fortalecer los clavos más débiles y para que la telaraña sea más resistente?

¿Cómo podemos influir sobre las comunidades, sus líderes y sus organizaciones?

¿De qué manera puede contribuir la comunicación social al fortalecimiento de las instituciones responsables de la salud en las comunidades?

Hagámonos las mismas preguntas, pero ya no frente a los problemas de salud que aparecen con El Niño, sino frente a los daños que podría ocasionar un terremoto como el que golpeó a la Bahía de Caráquez en 1998. El sismo es un fenómeno totalmente natural y no podemos hacer nada para impedirlo. Pero ¿podemos reducir la probabilidad de que produzca deslizamientos? (Una de las amenazas concatenadas con el sismo). ¿Y cómo podemos reforzar la telaraña –nuestro tejido social- para que sea capaz de resistir mejor el embate de un nuevo terremoto y para que nos podamos recuperar de manera más rápida y satisfactoria después de que un fenómeno de esos ocurra? Porque recordémoslo muy bien: en una región sísmica como la nuestra, la pregunta no puede ser si habrá o no habrá nuevos terremotos, sino cuándo ocurrirán y, sobre todo, si seremos o no capaces de aguantarlos sin que se vuelvan desastres.

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QUINTO TRECHO. ¿QUÉ ES GESTIÓN PARTICIPATIVA DEL RIESGO?

Conocidos los dos ingredientes que, al juntarse, generan un riesgo (es decir: la amenaza y la vulnerabilidad), sabemos que podemos actuar sobre esos ingredientes, o por lo menos sobre alguno de los dos, para reducir la magnitud del riesgo y para evitar que éste se convierta en desastre. Sabemos que los riesgos son inevitables y que, en cierta forma, estar vivos es correr riesgos. Todos los días lo hacemos y lo que es más: la mayor parte de las veces somos concientes de estar corriendo riesgos. Sin embargo, los beneficios que podemos obtener a cambio de correr algunos riesgos, hace que valga la pena. Esto nos coloca en el terreno del llamado riesgo aceptable, concepto que describe la magnitud de los riesgos que una persona o una comunidad están dispuestos a correr a cambio de unos determinados beneficios, actuales o potenciales. El pescador es conciente de que corre un determinado número de riesgos cuando se hace a la mar, pero toma una serie de precauciones para evitar que los mismos se conviertan en desastres. La mayoría de las veces, a pesar de que los riesgos siguen existiendo, el pescador logra su fin. De lo contrario, si todas las faenas de pesca terminaran en desastres, ya hace mucho tiempo se habría acabado esa profesión. El pescador no puede evitar que se produzcan grandes marejadas o tormentas tropicales, pero sí puede decidir no entrar al mar en esas condiciones. Para ello desarrolla una serie de capacidades: desde aprender a “leer” las señales de las nubes o del mar, o determinados comportamientos de las aves costeras que le indican que el tiempo puede variar, hasta mantenerse pendiente de los informes y de las instrucciones de la oficina de meteorología y de las autoridades portuarias. Este sería un ejemplo de prevención, que vamos a definir como evitar la amenaza. (En sentido estricto el pescador no está impidiendo que se produzca la amenaza, pero sí está evitando enfrentarse a ella). Ahora: además de que el pescador evita adentrarse en el mar en condiciones meteorológicas desfavorables, toma una serie de medidas para reducir su vulnerabilidad personal y la de su barco, frente a la dinámica del mar. Reemplaza las maderas de la embarcación que se encuentren en regular o mal estado, ajusta el motor, lleva piezas de repuesto que lo puedan salvar en caso de una varada en altamar, actualiza sus conocimientos de mecánica, les hace mantenimiento permanente a sus aparejos de pesca, mejora sus habilidades para la navegación (que incluyen reconocer la presencia de bancos de arena o de otros peligros que debe evitar). A esta reducción de la vulnerabilidad le damos el nombre de mitigación.

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Supuestamente, si evitamos las amenazas (prevención) y al mismo tiempo reducimos nuestra vulnerabilidad (mitigación), las probabilidades de que nos suceda algo malo (riesgo) se reducen al máximo. Pero de todas maneras el pescador sabe que así tome todas las precauciones del caso, siempre es posible que ocurra algún accidente o un naufragio. Por eso el pescador alista un bote salvavidas, un flotador para cada miembro de la tripulación, una pistola de señales, un botiquín de primeros auxilios, unas canecas con agua de reserva, que en caso de emergencia puedan flotar. En fin: eso se llama preparación para una adecuada respuesta. Una cosa muy interesante está sucediendo en los últimos años: están aumentando los desastres pero (dejando aparte los terribles efectos del tsunami del Pacífico sur) los muertos parecen estar disminuyendo. De ser así, eso indicaría que la humanidad tiende a estar mejor preparada para enfrentar este tipo de situaciones, lo cual, por supuesto, es digno de aplauso. Sin embargo, como afirmaba un documento de LA RED divulgado en noviembre del año pasado6, no nos deberíamos preocupar solamente por salvar a los naúfragos, sino además por evitar los naufragios. “La experiencia del Titanic –dice ese documento- demuestra las consecuencias nefastas de no contar con un número suficiente de botes salvavidas, pero sobre todo, llama la atención sobre los errores de los armadores y de los oficiales, sobre sus deficiencias como navegantes y sobre el peligro de confiar de manera excesiva en la invulnerabilidad de los mega-barcos. El objetivo de la gestión del riesgo no puede centrarse en salvar al mayor número posible de náufragos, sino en evitar el naufragio.” El conjunto de todas esas acciones –la prevención, la mitigación y la preparación para la respuesta- constituye la gestión del riesgo. Además de otras actividades, posteriores a la ocurrencia de un desastre, como son la rehabilitación o recuperación de las comunidades afectadas (que podríamos definir como el momento en el cual se comienza a recuperar una rutina: la gente retorna a sus puestos de trabajo, las mamás mandan a sus hijos al colegio, así este funcione en carpas, se retoman los horarios para la labor y el descanso) y la reconstrucción. Cuando hablamos de gestión participativa del riesgo hacemos énfasis en que las únicas responsables de evitar que cada salida del pescador al mar se convierta en un desastre, no son las autoridades portuarias. Quizás el principal responsable es el pescador mismo, los demás integrantes de su tripulación, los constructores del barco, los encargados del mantenimiento, la familia del pescador... e incluso los clientes, en cuyas manos está no estimular al pescador para que saque del mar peces muy pequeños o especies en peligro de extinción. ¿Qué papel les corresponde a los periodistas y a los medios de comunicación en este ejemplo? ¿Cómo desempeñar ese papel en “condiciones normales”, cómo cuando se avecina un temporal y cómo después de que ha ocurrido un naufragio?

6 Anexo al final de esta guía.

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Existe polémica entre los especialistas en el tema, sobre si existen o no una serie de “etapas” que configurarían el llamado “ciclo de los desastres”, o si en la realidad esas etapas no se dan. Quienes afirman que sí, dicen que hay un momento de impacto, en el cual se produce el evento que desencadena el desastre. Efectivamente eso es así, cuando ese evento es claramente identificable en el tiempo, como es el caso de un terremoto, una erupción volcánica, un deslizamiento o el paso de un huracán. O un acidente industrial. No resulta tan claro cuando el evento desencadenante no ocurre dentro de un periodo de tiempo más o menos limitado, sino que se va generando y consolidando a lo largo de los años, como es el caso de una sequía o de ese movimiento muy lento de una masa de suelo que se denomina reptación. Cuando es posible pronosticar con anticipación que el evento desencadenante se va a producir, como sucede con el paso de un huracán o, en muchos casos, con una erupción volcánica, existe una etapa de emergencia previa a la ocurrencia del hecho, durante la cual se producen avisos, alarmas y alertas (amarilla, naranja, roja) que indican la mayor o menor proximidad o probabilidad del impacto. En los países donde existen buenos planes de preparación, la comunidad y sus autoridades saben perfectamente qué tipo de acción deben llevar a cabo dependiendo del tipo de aviso que reciban directamente o a través de los medios de comunicación. Luego de que efectivamente se ha producido el impacto esperado, hay una fase o etapa de emergencia posterior, durante la cual se ponen en práctica los planes que previamente se hayan adoptado. Cuando no es posible saber con anticipación y precisión cuándo y en dónde se va a producir el hecho desencadenante (como sucede, por ejemplo, con un terremoto), solamente existe la etapa de emergencia posterior. Sin embargo si, como sucede en nuestros países, tenemos certeza absoluta de que en cualquier momento puede ocurrir un movimiento telúrico, todas las actividades de nuestra vida cotidiana deberían ser de preparación. Con posterioridad a la emergencia posterior al impacto vienen las etapas de rehabilitación o recuperación y la etapa de reconstrucción, de las cuales ya hablamos. Y el ideal sería que esa reconstrucción se llevara a cabo sin reeditar viejas formas de vulnerabilidad y sin crear unas nuevas, lo cual equivaldría a poner a la comunidad afectada en la senda del desarrollo sostenible. O sea lo que algunos llaman “convertir al desastre en oportunidad”. La experiencia nos demuestra, sin embargo, que la principal caracterísitca de un desastre es que es un desastre y que si bien abre algunas “ventanas de oportunidad” para que en algunos aspectos la comunidad quede mejor de lo que era antes, en la práctica muchos de los elementos de la vida social que se pierden –al igual que las vidas humanas- no se recuperan jamás.

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Si bien hay algunos pocos actores y sectores sociales que se benefician en los procesos de reconstrucción (por ejemplo los arrendatarios que logran acceder a una vivienda propia), lo cierto es que un evento de estos deja una cantidad enorme de perdedores en la sociedad. Lo más triste es que no siempre quienes más se benefician de los procesos post-desastre, están entre quienes resultaron más damnificados. Por eso el mayor énfasis no se debería colocar en la reconstrucción, sino en evitar los desastres. Esto, por supuesto, no es fácil. ¿Habría sido posible conseguir una movilización masiva de la comunidad internacional para mejorar las condiciones de sostenibilidad de las comunidades del Golfo de Bengala antes de que se produjera el tsunami? ¿O sólo 300 mil muertos son capaces de conmover a la humanidad? Hoy existe casi unanimidad en el sentido de que el calentamiento global dell planeta, que en gran medida depende de las actividades humanas, va a ser una de las causas de más y más complejos desastres en el futuro próximo. ¿Cuántas páginas o cuántos minutos diarios le dedican los medios de comunicación a presionar a los gobiernos del mundo para que pongan en marcha el Protocolo de Kioto, o a los Estados Unidos para que suscriba este documento que lo obligaría a reducir sus emisiones de “gases invernadero”? En cambio ¿cuántas páginas y cuántos minutos le van a dedicar a una inundación costera que cobre la vida de miles de seres humanos? Pero volvamos al tema del “ciclo de los desastres”. En lo que definitivamente sií tienen razón quienes niegan la existencia de unas etapas definidas antes y después del impacto que desencadena el desastre, es en que no todos los actores y sectores de una comunidad afectada siguen el mismo ciclo, nii culminan al mismo tiempo las diferentes etapas. Y en que un mismo actor puede estar simultáneamente en dos etapas. Por ejemplo, después de un terremoto, un sector social puede haber solucionado totalmente sus problemas a través de donaciones o de créditos para reconstrucción y desarrollo, mientras otros sectores se encuentran todavía en la etapa de emergencia, sin saber nii dónde ni cómo van a solucionar su cotidianidad. O una familia puede haber recibido una vivienda nueva en donación, pero carecer totalmente de ingresos económicos por pérdida total de las oportunidades laborales de los jefes de hogar. Esto tiene implicaciones prácticas muy importantes, pues algunas agencias internacionales establecen que, por ejemplo, el periodo de emergencia (y en consecuencia los proyectos que financian) no se prolonga más allá de los tres meses siguientes al momento de impacto. En consecuencia, una comunidad que siga en estado de emergencia seis meses o un año después del impacto, no puede acceder a esa financiación.

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SEXTO TRECHO. RETOS Y CARACTERÍSTICAS DE LA COMUNICACIÓN EN LA GESTIÓN PARTICIPATIVA DEL RIESGO

Venimos hablando de matrimonios insostenibles que, al mismo tiempo, son indisolubles; de parejas que no se entienden pero que de ninguna manera se pueden separar. Si cada componente de la pareja se pudiera ir por su lado no habría problema, pero como están obligados a convivir, surgen los desastres. Ya vimos cómo la gestión del riesgo es el conjunto de decisiones y acciones humanas tendientes a arreglar esos matrimonios, a evitar que los riesgos existentes se conviertan en desastres. Lo cual no es tarea fácil: se trata de construir sostenibilidad en donde hay amenazas y vulnerabilidad. (Le podríamos agregar ese renglón a la Oración de San Francisco de Asis). Como bien sabemos, en el fondo de toda relación insostenible existe un problema de comunicación. Por eso quienes, de una u otra manera, nos dedicamos a ese tema, tenemos mucho que aportar para la construcción de sostenibilidad. Desde el inicio de este viaje resaltamos nuestra convicción de que nuestra tarea como periodistas, comunicadores y comunicadoras sociales no es –no puede ser- políticamente neutral. Si queremos una sociedad menos vulnerable, necesitamos que esa sociedad esté conformada por personas con capacidad de transformarla, y de transformar la relación que llevamos con los ecosistemas; por seres con voluntad y capacidad para enrutar la sociedad hacia ese ideal que anhelamos. Ya lo dijimos también: esa voluntad y esa capacidad (que Gandhi llama “control sobre su vida y su destino”) constituyen, en esencia, la política. Y lo dijo expresamente Elena Martínez, Directora del PNUD para América Latina y el Caribe: ni el “libre mercado” ni la tecnología pueden reemplazar a la política en la solución de los problemas que afectan a nuestras comunidades. E insistimos nosotros: el ser y el hacer político son características esenciales de los seres humanos, que somos sociales por definición. Como dice Fernando Savater, “lo más natural para vivir como hombres es la sociedad. No se trata de elegir entre la naturaleza y la sociedad, sino de reconocer que nuestra naturaleza es la sociedad”. Por eso, si bien hay quienes se dedican a la política de tiempo completo y de manera “profesional”, el resto de los integrantes de la sociedad –y especialmente quienes nos dedicamos a la comunicación- no podemos delegar totalmente en esas personas nuestra responsabilidad política. No podemos renunciar a nuestro deber de transformar la sociedad. Por eso nos parece importante que a la gestión del riesgo le agreguemos siempre el adjetivo “participativa”. La gestión participativa del riesgo implica un compromiso real de todos los actores y sectores sociales en la construcción de esa nueva sociedad, en la cual ni la dinámica de los ecosistemas se vuleva una amenaza contra las comunidades, ni la dinámica de éstas se vuelva una amenaza contra la naturaleza.

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AUTORIDADES LOCALES

MUNICIPALES

ORGANIZACIONES COMUNITARIAS

COMUNIDAD CIENTÍFICA

SECTOR EDUCATIVO

AUTORIDADES NACIONALES Y REGIONALES

COMUNIDAD

INTERNACIONAL

SECTOR PRIVADO CLASE

EMPRESARIAL

ORGANISMOS DE

SOCORRO

ORGANIZACIONES Y

LÍDERES POLÍTICOS

MEDIOS DE COMUNICACIÓN

SOCIAL

NATURALEZA

COMUNIDAD

Telaraña de la comunicación entre los distintos actores sociales que de una u otra manera estamos presentes e interactuamos en la

emergencia o en la “normalidad”

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En los clavos de la telaraña anterior reemplazamos los factores de sostenibilidad y de vulnerabilidad, por una serie –incompleta- de actores y de sectores sociales, enmarcados todos por un flujo permanente y complejo de interacciones entre la naturaleza y la comunidad. En este caso, los hilos que vinculan a los distintos actores y sectores entre sí, representan canales y lenguajes para la comunicación. Al igual que sucede en la telaraña anterior, unos hilos fuertes deben generar una red sostenible, capaz de resistir sin mayores traumatismos los embates de una amenaza externa. Una buena comunicación entre todos los actores y sectores sociales, entre estos y la naturaleza y entre estos y la comunidad en general, constituye un ingrediente esencial de la sostenibilidad. Cuando, por alguna razón, algunos de estos canales de comunicación son débiles o están rotos, no sólo entre actores y sectores entre sí, sino con la naturaleza con la cual, lo reconozcan o no, mantienen múltiples interacciones, se generan las condiciones propicias para que cualquier cambio interno o externo se convierta en amenaza e inclusive en desastre. La importancia de cada uno de esos canales de comunicación no siempre es igual; su “peso” específico depende del momento particular por el cual atraviesa una comunidad. Así por ejemplo, el “protagonismo” de la comunidad internacional en nuestras comunidades locales puede ser insignificante en algunos momentos y, en cambio, decisorio en otras oportunidades: como cuando algún actor externo realiza una gran inversión en nuestro territorio o cuando, con posterioridad a un desastre, se produce una afluencia masiva de ayuda internacional. Sabemos por experiencia directa, que en ambos casos suelen fallar muchos de los hilos que conforman nuestra telaraña de comunicación. Las inversiones de un país extranjero en condiciones de “normalidad” se suelen pactar entre gobiernos o con el sector empresarial, pero no siempre tienen en cuenta los intereses y preocupaciones de los demás actores sociales. Mucho menos los de los ecosistemas que de una u otra manera esa inversión puede impactar. Y, con mayor razón, la telaraña de comunicación tiende a fallar en situaciones post desastre. Por eso se afirma que muchas veces las donaciones satisfacen más las necesidades de los donantes que las de los receptores, y por eso muchas veces, por ejemplo, se invierten grandes recursos nacionales o de cooperación internacional para reubicar comunidades afectadas por una inundación... pero se trasladan a una zona de deslizamiento. ¿Que ocurrre en el fondo? Una gran falla de comunicación. O, en otro ejemplo, entre la clase política y el sector empresarial de una región se puede pactar con el gobierno nacional y la banca internacional la realización de una determinada obra de infraestructura, como una presa o un embalse, pero sin tener en cuenta de manera suficiente el impacto de esa obra sobre las comunidades que serán desplazadas, ni sobre la fauna y la flora de los

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bosques que serán inundados. Tarde o temprano el conjunto de la sociedad tendrá que hacerse cargo de la correspondiente “cuenta de cobro”, que se expresará en graves desequilibrios ecológicos o en conflictos sociales. Lo más triste e injusto es que no siempre quienes provocan el daño son quienes se ven obligados a responder, sino las generaciones posteriores, que heredan las deudas de sus antepasados. Quienes nos dedicamos a la comunicación social debemos reconocernos a nosotros mismos como esos linieros que andan en camiones con escaleras, armados de alicates y destornilladores, y con guantes aislados, que se dedican, después de los vendabales, a reparar las redes de energía eléctrica que han resultado afectadas. O, con mayor razón, debemos vernos como linieros conscientes de su responsabilidad social cuando diseñan y tienden nuevas redes, y cuando realizan mantenimiento preventivo sin necesidad de que previamente haya medidado un vendabal. Avancemos en este viaje revisando algunas de las características que debe tener la comunicación para que de verdad sea eficaz. Comencemos por definir lo que, para efectos de este viaje, entendemos por comunicación: Es un proceso complejo, permanente, multilateral y recíproco de intercambio de información entre actores institucionales y actores y sectores sociales, que mediante la generación de confianzas mutuas, la identificación de intereses compartidos y la construcción de un lenguaje común, contribuye a sembrar y a consolidar la conciencia sobre la necesidad de que las comunidades entienden y aprendan a convivir de manera sostenible con la dinámica del territorio del cual forman parte.7 Miremos uno por uno los ingredientes de esta tentativa de definición: En primer lugar, la comunicación es un proceso: no se agota en un solo acto o encuentro, sino que se construye en el tiempo, de manera continua y permanente. Para seguir con el ejemplo que hemos venido utilizando, digamos que salvo en esos matrimonios ficticios que se celebran con el objeto se solucionarle la situación a un inmigarante ilegal, ese proceso de comunicación que es un matrimonio exitoso de la vida real, se va construyendo (o destruyendo) día a día –y noche a noche- entre los dos integrantes de una pareja. Cada día cada

7 Esta parte del texto se elaborócon base en el documento “Estrategia de Información y

Divulgación Pública para la Gestión de Riesgos” que forma parte de la consultoría que LA RED (Red de Estudios Sociales sobre Desastres) y otras firmas especializadas, realizaron en República Dominicana con financiación del BID en los años 2000 y 2001. Los resultados completos de esa consultoría se encuentran en la siguiente dirección: http://www.desenredando.org/public/varios/2002/pdrd/index.html

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uno de esos integrantes aprende cómo es el otro o la otra, y aprende cómo es o cómo se transforma a sí mismo, a partir del encuentro con el otro o la otra. No en vano afirmaba Viktor Papanek que “aprender es cambiar”. Y entre los dos, por medio de la comunicación en sus distintas formas (verbal, gestual, actitudinal, de piel a piel), van construyendo todos los días una nueva relación y se van reconstruyendo a sí mismos en esa nueva relación. Por otra parte, el proceso de comunicación presenta distintas etapas y momentos, y produce distintos resultados en el corto, en el mediano y en el largo plazo. En el caso específico de la gestión participativa del riesgo, por ejemplo, un resultado de corto plazo puede ser que las comunidades que viven a orillas de un río cuya creciente se pronostica como resultado de una próxima temporada invernal, se trasladen temporalmente a una zona segura y pongan a salvo sus bienes, mientras dura la inundación. Un resultado de mediano plazo puede ser la constitución de un comité local para la gestión del riesgo, en el cual exista participación real y permanente de representantes de la comunidad, el cual se encargue de elaborar instrumentos sociales para el desarrollo sostenible, como son planes de ordenamiento territorial. Algo así como “los planes de vida” en que se encuentran comprometidas muchas comunidades indígenas suramericanas. Y un resultado ideal de largo plazo puede ser la puesta en ejecución de esos planes, de manera tal que la comunidad pueda vivir y producir con calidad y con seguridad, sin que las crecientes del río se conviertan en desastres... para lo cual es necesario que la cuenca haya recuperado su capacidad ecológica de autorregulación. Otra característica del proceso de comunicación, es la de ser complejo, como bien lo podemos visualizar en nuestra última telaraña. La comunicación involucra a diversos actores, receptores y emisores de información (incluyendo a la naturaleza misma) y se lleva a cabo a través de una red de múltiples canales e interacciones, unas de carácter formal y a veces rígidas, y otras de carácter flexible e informal. Ninguna de esta forma de comunicación es per se más válida, más legítima ni más eficaz que las demás, sino dependiendo del momento en que se lleve a cabo. En los días siguientes a la ocurrencia de un evento que haya desencadenado un desastre, por ejemplo un terremoto, la información más válida debe ser la “oficial” (la que surja de los institutos científicos a través de los canales formales de un comité local de emergencia u órgano equivalente). Más adelante veremos qué requisitos debe tener esa información precisamente para ganarse socialmente esa validez y “legitimidad”. Pero en otras circunstancias, el chisme o el rumor pueden ser –y de hecho son- medios de comunicación más eficaces. Como muy bien lo saben todos los lectores y lectoras de esta cartilla, para que exista una verdadera comunicación, esta debe ser multilateral y recíproca, es decir, debe fluir en las distintas direcciones que muestran los hilos de la telaraña, de manera que los diferentes actores sociales o institucionales que, en un momento dado, son emisores de información, en otro momento se conviertan en receptores.

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Esto, por supuesto, no siempre resulta fácil en la práctica en especial cuando hablamos de grandes medios de comunicación, de cobertura nacional o internacional. En los medios de cobertura local es diferente, pues muchos de estos son participativos, casi por definición. En este caso, la cercanía física entre los comunicadores y comunicadoras sociales y sus propias comunidades, facilita esa retroalimentación permanente entre receptores y emisores. Un ejemplo perfecto son las emisoras comunitarias. Los grandes medios, en especial la televisión, están acudiendo a mecanismos como los chats a través de internet para facilitar la interacción con sus públicos interesados y reducir, al menos de manera aparente, la unilateralidad con que suele fluir la información. Lo cierto es que estamos ante uno de los grandes retos de la comunicación social: cómo lograr una verdadera retroalimentación entre emisor y receptor. No existen fómulas mágicas ni recetas precocidas. En la comunicación para la gestión participativa del riesgo ese reto es aún mayor, no solamente cuando reconocemos a la naturaleza como interlocutor, sino en situaciones de crisis social (por ejemplo cuando una comunidad acaba de ser golpeada por un terremoto o una inundación). En este caso uno de los deberes de la persona dedicada a la comunicación, es desarrollar al máximo su capacidad de interpretar signos y señales, que suelen ser explícitos aunque no sean textuales. Este paso en nuestro viaje nos conduce de lleno al tema de los diálogos de saberes y de los diálogos de ignorancias. Los primeros se refieren a las condiciones que permiten una verdadera comunicación entre distintas cosmovisiones y formas de ver y de entender la realidad: la cosmovisión del científico y la del sabedor tradicional; la del funcionario público y la del ama de casa; la del gobernante y la del ciudadano o ciudadana común; la del que analiza la naturaleza desde el laboratorio o con datos recogidos a través de un satélite artificial, y la del que la conoce porque convive diariamente con ella y ha heredado de sus abuelos la capacidad de entender su lenguaje. El prerrequisito que hace posibles los diálogos de saberes son los diálogos de ignorancias, es decir, la capacidad de poner a dialogar nuestros vacíos y nuestras dudas con los vacíos y las dudas de los demás. Reconocer que poseemos herramientas y saberes que nos permiten entender algunos aspectos de la realidad, pero que esa porción o esas dimensiones que nosotros podemos conocer no constituyen ni toda ni la única realidad. Esos vacíos son los espacios en los cuales podemos acoger el saber de los demás. Nuestro papel, como facilitadores –que no como protagonistas únicos- de la comunicación, es el de parteras que ayudamos a que un proceso fluya de manera “natural”. La partera no es ni la mamá que está dando a luz, ni el bebé que está siendo alumbrado, ni determina de qué color va a tener los ojos ni cuánto va a pesar ese bebé. Nosotros, como comunicadores y comunicadoras, podemos introducir algunos elementos nuevos –o recuperar saberes tradicionales- que ayuden a modular la

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comunicación, pero el proceso comunicativo está difuso entre todos los actores y sectores de la telaraña y en todos los hilos que los conectan entre sí. En el campo de la gestión participativa del riesgo, una parte de ese papel de parteras que nos corresponde asumir, es contribuir a la identificación de intereses compartidos entre los distintos actores y sectores de una sociedad, de manera que puedan reconocer que mediante la gestión del riesgo, todos (incluida la naturaleza) pueden resultar beneficiados en el mediano y largo plazo. Es muy importante, por ejemplo, que quienes se consideran “invulnerables” frente a todas, o frente a alguna amenaza en particular, sean concientes de que las vulnerabilidades de quienes sí lo son, tarde o temprano se convierten en amenazas para quienes albergan esa falsa ilusión de seguridad. Otra parte de ese papel es contribuir a la construcción de un lenguaje común que permita la verdadera comunicación entre actores y sectores sociales. ¿Cómo nos vamos a comunicar realmente si las palabras encierran significados diferentes para cada actor social? Este reto se vuelve especialmente exigente cuando hablamos de procesos de comunicación entre distintas culturas, lo cual resulta cotidiano en países como los nuestros, una de cuyas principales riquezas es la diversidad étnica y cultural ¿Cómo evitar que las palabras encierren significados diferentes para las distintas comunidades, cuando el sentido real de las mismas surge de distintos procesos históricos y de experiencias vitales que muchas veces son contradictorias? En el caso particular de la gestión del riesgo resulta muy importante que nos pongamos de acuerdo en el sentido de conceptos como amenaza, vulnerabilidad, riesgo, desastre, prevención, mitigación y preparación, e incluso alrededor de conceptos como sistema, comunicación, información y participación ciudadana o comunitaria. Estas son palabras que todos usamos casi de manera cotidiana, y sin embargo no estamos seguros de referirnos a lo mismo. Por eso en este documento más que entregar definiciones, hemos querido contribuir a la comprensión de los procesos que generan los riesgos y que conllevan a desastres. Y compartir las lecciones que hemos aprendido en la búsqueda del sentido de la sostenibilidad en comunidades y ecosistemas particulares. La palabra sostenibilidad tampoco quiere decir lo mismo en distintos lugares del planeta. Que cada comunidad descubra su significado, en concertación con los ecosistemas de los cuales forma parte.

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SÉPTIMO TRECHO. CÓMO DEBE SER LA INFORMACIÓN PARA SER ÚTIL

La información es uno de los ingredientes de la comunicación. De la calidad de la misma va a depender en gran medida la calidad y la eficacia del proceso comunicativo. Esto es especialmente imporante en el terreno de la gestión participativa del riesgo, en el cual están en juego asuntos tan importantes como la vida y los bienes de las comunidades. En primer lugar, la información debe ser oportuna. Esto quiere decir, que debe estar disponible para los actores sociales cuando y donde se necesita. El cuándo hace referencia a la anticipación necesaria para lograr su difusión, comprensión, discusión y retroalimentación, y para permitir que los receptores tomen una decisión y asuman una actitud conciente y consecuente con la información que han recibido. Si, por ejemplo, estamos hablando de información pública en situaciones de emergencia, la información sobre la necesidad de evacuar una zona amenazada debe llegar a la comunidad con la anticipación necesaria para que la gente alcance a poner a salvo todos sus bienes, preparar su traslado y, en general, enfrentar y reducir en lo posible los inconvenientes que implican este tipo de procesos. El dónde hace referencia a la accesibilidad de la información, es decir a los canales y medios a través de los cuales esa información debe llegar a quien la necesita para tomar una decisión. No sirve para nada “colgar” un comunicado en una página de internet, cuando las comunidades a las cuales la información debe llegar no tienen acceso garantizado a ese medio de comunicación. En ese caso pueden ser necesarias las visitas puerta a puerta, o un proceso de perifoneo por las calles en donde se encuentran las viviendas y los lugares de trabajo de las personas potencialmente afectadas. El correo electrónico, en cambio, puede ser el medio ideal para llegar a los altos ejecutivos del sector empresarial. Otro requisito que debe cumplir la información es la precisión. Esto quiere decir que en su contenido debe ser riguroso y veraz, y reflejar distintas ópticas alrededor de un mismo problema. Si se trata de instrucciones puntuales en situaciones de emergencia o alerta, la información deberá indicar de manera concreta qué acción se debe emprender de conformidad con el plan correspondiente. La precisión implica, además, que en su cantidad la información sea la necesaria y suficiente para que quien la reciba pueda tomar una decisión consciente a partir de la misma. Un exceso innecesario de información, en lugar de ser útil, puede producir indigestión al receptor. Mejor dicho, generar ruidos que afecten su precisión y claridad y, en consecuancia, dificultar su comprensión.

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Ligado a esto, se encuentra el requisito de la claridad, el cual hace referencia a que en su forma la información debe ser clara y comprensible para quien la requiere, sin que por ello pierda ni profundidad ni rigor conceptual. En esta misma cartilla hemos utilizado varios ejemplos que ilustran de qué manera podemos entregar conceptos científicos, que en sí mismos revisten un relativo grado de complejidad para quienes no se encuentran familiarizados con determinadas disciplinas, con el objetivo de que resulten fáciles de aprehender (así, con “h” intermedia, que quiere decir “agarrar”). Para citar sólo algunos, pensamos que a nadie se le va a olvidar la relación que existe entre la altura del volcán Chimborazo, el grosor de la corteza terrestre y la longitud del radio del planeta: “Si la altura del Chimborazo fuera equivalente al grosor de una hoja de papel bond, la corteza terrestre tendría un espesor de 20 hojas y la distancia desde la punta de esa montaña hasta el centro de la Tierra equivaldría a dos resmas de papel de quinientas hojas cada una.” Como también es posible que de ahora en adelante los lectores y lectoras comprendan con mayor facilidad por qué de una relación insostenible pero indisoluble –como la que llevan muchas parejas que no se pueden separar- nacen los conceptos de amenaza, vulnerabilidad, riesgo y desastre. La clave está en presentar conceptos nuevos en términos conocidos, de manera que podamos relacionar lo que podría aparecer abstracto o lejano con nuestras propias experiencias y vivencias cotidianas. En ello radica la magia de una metáfora acertada. Esto hace referencia también a la pertinencia cultural de la información que, como ya dijimos, constituye un factor crítico en sociedades multiétnicas y pluriculturales como ésta a la que tenemos la fortuna de pertenecer. La pertinencia cultural indica que la información debe estar diseñada y ser difundida de manera que su receptor esté en capacidad de “digerirla”, es decir, de convertirla en parte de su imaginario y en herramienta para la decisión y la acción, haciendo uso de las “enzimas culturales” que tiene a su disposición: experiencia directa, conocimiento del entorno, nivel educativo, creencias culturales y religiosas (cosmovisión), etc. No es lo mismo una información dirigida a comunidades campesinas que a comunidades urbanas, a comunidades costeras que a comunidades de montaña, o a receptores de estrato socio-económico alto que a sectores populares. Por último, digamos que un requisito muy importante de la información es su autoridad y credibilidad, de lo cual depende que los receptores de un mensaje determinado lo tomen en cuenta y actúen de conformidad. La autoridad científica, técnica e incluso “moral” de la información, y la credibilidad que le otorguen sus receptores, depende en gran medida de la autoridad y credibilidad que le reconozcan al emisor de esa información.

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En inglés existe el concepto de normalcy bias8 que no tiene una traducción exacta al castellano, que describe la tendencia que tenemos los seres humanos a creer cualquier información de la cual nos podamos “agarrar” con el fin de restarle gravedad a una situación frente a la cual no podemos –o pensamos que no podemos- actuar de manera satisfactoria para protegernos de sus efectos. Por ejemplo, si nos informan que en algún lugar del planeta ha ocurrido un accidente nuclear, y que debido al traslado de las masas atmosféricas la radiación liberada en ese accidente puede afectarnos en el lugar en donde estamos, incurrimos en la tendencia a creer cualquier opinión que afirme que las nubes se han dirigido en otra dirección o que debido a la distancia que nos separa del lugar del accidente, la radiación ya habrá desaparecido cuando llegue a nosotros. De allí la importancia de que la información, en la medida de lo posible, vaya acompañada de indicaciones realistas, que le informen a la gente cómo debe actuar para prevenir el desastre o para reducir sus efectos. De lo contrario la información, en lugar de contribuir a la autonomía de los receptores, se convierte en un factor inmovilizador. De nada sirve, por ejemplo, informar que existe certeza de que en cualquier momento puede ocurrir un terremoto que puede afectar a cualquiera de las ciudades situadas en la región andina o en la costa pacífica suramericana, si esa información no va acompañada de una serie de instrucciones para vincularnos a planes locales de gestión del riesgo, a través de los cuales podemos reducir nuestra vulnerabilidad y prepararnos para recibir con menos traumatismos los efectos del sismo. ¿Y cuando no existen esos planes? En ese caso la información debe tener como objetivo alertar a las autoridades sobre la necesidad imperiosa de ponerlos en marcha, y entregarles a las comunidades elementos que les permitan exigir esos planes, como expresiones concretas del derecho a la vida y a la protección que el Estado le debe brindar a la comunidad. La información es el requisito sin el cual es imposible la verdadera participación. Entendemos participar como ser parte, es decir, como ser uno mismo una expresión de ese proceso en el cual se participa, y no solamente como tener parte, que es la definición que nos entrega el diccionario. Tener parte lo compromete a uno con un pedacito, con una parte, del proceso, pero no con su totalidad. Participar -ser parte- de la gestión del riesgo, significa que cada una de las personas que nos comprometemos con el propósito político de construir una relación más sostenible entre la naturaleza y la comunidad (en la cual, como ya lo dijimos, la dinámica de una no se convierta en una amenaza contra la otra), convertimos ese compromiso en parte integral de nuestro plan de vida. Lo cual trasciende los límites de una mera función laboral.

8 La única traducción a que nos hemos atrevido es “el síndrome de qué-ca”... Esto quiere decir

que ante el anuncio de la amenaza, respondemos: “¡Qué-carajo... eso no va a pasar!”

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OCTAVO TRECHO. LA INFORMACIÓN Y LA COMUNICACIÓN SOCIAL EN SITUACIONES DE DESASTRE

El contenido de este capítulo no sustituye los protocolos que establezcan las autoridades para determinar la manera como se debe manejar y difundir la información oficial en momentos de emergencia. Por el contrario: una de nuestras recomendaciones a periodistas y comunicadores es que conozcan a fondo esos protocolos y que les exijan a las autoridades que los pongan en marcha pues, en gran medida, de ellos depende que los facilitadores de la comunicación cuenten con materia prima adecuada para llevar a cabo su misión. Cuando por alguna razón alguien ingiere un trago de alcohol metílico, es decir, un trago de licor adulterado (lo cual lo coloca en riesgo de perder la vista o de morir) los que saben del tema le recomiendan tomarse muy rápidamente una buena dosis de licor de buena calidad, pues este último llega primero que el “malo” a las células cerebrales. Lo mismo sucede con la información. Con frecuencia oimos a funcionarios públicos, científicos o trabajadores de ONGs, quejarse del trabajo que realizan los medios de comunicación en situaciones de emergencia o de desastre, pero al mismo tiempo notamos que los mismos que se quejan no se preocupan de poner a disposición de los medios toda la información que les permitiría llevar a cabo su trabajo de manera mejor. O los inundan de información, pero sin tener en cuenta esas que, pensamos, son las condiciones que debe reunir una “buena” información: su claridad, su oportunidad, su pertinencia cultural, etc. La experiencia nos demuestra que una de las principales necesidades de quien atraviesa por una situación de emergencia o de desastre, es la información. En este caso, una prioridad de las personas directamente afectadas o de sus familiares es reducir la incertidumbre, para lo cual el principal insumo es una información de calidad. Y una buena comunicación que permita que a la gente le llegue oportuna y adecuadamente esa información, pero también que sus propias inquietudes, angustias, necesidades y propuestas sean escuchadas y tenidas en cuenta. Por eso es muy importante que las instituciones públicas responsables de emitir información, o los comités de emergencia de distintos niveles a través de los cuales, de acuerdo con los protocolos, esa información se debe canalizar en momentos de emergencia, cuenten con personas reales, de carne y hueso, en las cuales la gente pueda reconocer la cara humana de la institución. Si en momentos de “normalidad” el contacto humano es fundamental para lograr una buena comunicación, con mucha mayor razón lo es en momentos de crisis. Las grabaciones telefónicas que le entregan al usuario distintas opciones, que a su vez conducen a nuevas opciones para obtener la información que se desea, o las páginas web supuestamente interactivas, aún cuando funciones (lo cual no siempre es el caso), carecen de esa indispensable calidez. Si en momentos de crisis a uno lo mandan a hablar con una máquina, se agrava la sensación de desastre.

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Las personas afectadas por un desastre necesitan saber que no están solas, que previamente se han elaborado planes para garantizar la continuidad del servicio y para normalizar la vida de la comunidad, que tienen un papel que cumplir en esos planes. Cuando previamente a la ocurrencia de un desastre se han elaborado planes verdaderamente participativos de gestión del riesgo o de emergencia, la gente que ha participado activamente en su elaboración no sólo sabe que esos planes existen, sino que también sabe qué hacer. Como decíamos antes, es y se siente parte de ese plan. Pero como, lamentablemente, eso no siempre es así, como muchas veces aún los planes que se dicen “participativos” son hechos sin participación de la gente, la comunicación tiene que contribuir a solucionar esa deficiencia en momentos de crisis. (Una de las funciones de la comunicación social en épocas de “normalidad” es, precisamente, insistirles a las autoridades y a la comunidad para que esos planes participativos se lleven a cabo, y se pongan a prueba a través de “simulacros” que los mantengan actualizados y garanticen su divulgación, sin esperar a que ocurra un desastre). En este momento tenemos que volver los ojos al primer trecho de nuestro viaje, cuando proponíamos como objetivo político de la comunicación social contribuir al desarrollo de la autonomía real de las personas y comunidades. A partir de allí, miremos algunos comportamientos en los que con frecuencia incurren algunos medios de comunicación, que logran exactamente el objetivo contrario:

Echarle la culpa a la naturaleza o a Dios: aunque cada vez hay más conciencia de que ni la naturaleza ni Dios tienen la culpa de los desastres, en la práctica la manera como se informa sobre los mismos contribuye a afianzar en el subconciente la certeza de que los seres humanos somos víctimas de la fatalidad. El mero hecho de insistir en la denominación de “desastres naturales”, reafirma la idea errónea de que estamos antes procesos de la naturaleza que no podemos evitar. De allí la importancia de entender –y de ayudar a entender- los procesos naturales y sociales que contribuyen a generar los desastres, y de contribuir a que los distintos actores y sectores de una sociedad identifiquemos, dentro del mapa de la telaraña, de qué manera podemos intervenir para fortalecer el tejido social.

Fortalecer estereotipos y clisés: cuando miramos la manera como se cubren distintos desastres, nos queda la sensación de que para todos, sin importar sus particularidades, se utiliza un mismo “guión”. De acuerdo con ese “guión” a las personas y comunidades afectadas por el desastre se les asigna el papel de víctimas impotentes y desamparadas, que esperan inmóviles, con los brazos cruzados y las manos extendidas, a que les llegue la ayuda del exterior. En la realidad eso no sucede así: las primeras en responder cuando ocurre un desastre, son las comunidades mismas, los propios afectados. Más fuerte o más débil, en

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las comunidades existe un tejido social, ese que representamos con nuestras telarañas, que si bien resulta afectado cuando ocurre un desastre, mantiene capacidad de reacción y de movilización. Nos atrevemos a firmar, incluso, que las más capaces para reaccionar de manera inmediata cuando ocurre un desastre, son las comunidades de menores ingresos, cuya vida cotidiana es un acto de resistencia permanente frente a los embates de una crisis que constituye su “normalidad”. Con la misma habilidad y celeridad con que una familia pobre levanta un rancho en condiciones de “normalidad” lo hace en situación de emergencia. En eso tienen múltiples ventajas frente a los sectores de clase media o de clase alta de una sociedad. Una de esas ventajas es la solidaridad entre vecinos, valor que se ha perdido en estratos más altos de la sociedad. La solidaridad es uno de los mecanismos a través de los cuales las comunidades más pobres logran sobrevivir.

Cierto es que cuando ocurre un desastre se necesita ayuda externa (precisamente uno de los elementos que caracterizan al desastre es que se sobrepasa la capacidad local para manejar la situación). Pero del contenido de esa ayuda y de la manera como se suministra, depende que la misma contribuya a reparar y a fortalecer el tejido social de la comunidad afectada o, por el contrario, a debilitarlo aún más. Es decir, a agravar el desastre. Para mencionar un solo ejemplo, sabemos de múltiples casos en los cuales la afluencia durante varias semanas o meses de mercados donados a una comunidad, genera como consecuencia la quiebra de las tiendas de barrio, que constituyen nodos importantes del tejido social. Cuando la donación de mercados llega a su fin, ha desparecido ese componente importante de los ciclos económicos y de relaciones de la comunidad. Sin embargo, cuando miramos noticias sobre algún desastre, lo que vemos, por una parte, son los aviones Hércules cargados de alimentos y de ayudas del exterior; los equipos de rescatistas extranjeros que llegan a rescatar a las víctimas; la movilización de la solidaridad internacional. Pero por otra parte, en cuanto se refiere a lo local, sólo vemos a víctimas impotentes, ineficacia del Estado, corrupción oficial. En todos los desastres, idéntico guión. Seguramente en muchas situaciones de desastre, esas y otras patologías sociales e institucionales son reales, pero en la mayoría de los casos constituyen la excepción. Una de las responsabilidades de los medios de comunicación es denunciar ese tipo de comportamientos, pero no con base en estereotipos ni en supuestos, sino con datos reales. De lo contrario, lejos de contribuir a recuperar la autonomía local, lo que logran es generar nuevas y mayores dependencias.

Creer que toda ayuda y toda donación son positivas y necesarias: como un derivado del error anterior, tendemos a vender la idea de que cualquier ayuda que llegue del exterior va a contribuir a mejorar la calidad de vida de las comunidades afectadas, cuando eso no siempre

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es así. De allí que una buena regla de conducta sería: “A caballo regalado hay que mirarle tres veces el colmillo”. Como decíamos atrás, la ayuda externa es necesaria en los desastres y como tal, debe ser bienvenida, pero siempre con beneficio de inventario.

Por distintas razones, la ocurrencia de un desastre acelera el impulso de ofrecer: los gobiernos nacionales y extranjeros ofrecen, ofrecen las ONGs, ofrece el sector privado, ofrecen la banca y las agencias internacionales. Sin embargo, en la práctica, la mayoría de esas ofertas no se llegan a concretar. Quienes nos dedicamos a la comunicación social, debemos evitar convertirnos en cómplices involuntarios de la generación de falsas expectativas. Y saber que el “bombo” que se da un donante supuesto o real, generalmente suele ser inversamente proporcional a la magnitud de la donación. Lo anterior no solamente es válido para las ayudas materiales, sino también para la cooperación y la asistencia técnica internacional. Siempre debemos preguntarnos: ¿Como resultado de esa cooperación quedará más fuerte o quedará más débil nuestro tejido social? Esto no quiere decir que exista intención perversa en los donantes o en los oferentes de cooperación, sino que deben analizarse las condiciones en que se entrega y en que se recibe la ayuda externa, para determinar su posible impacto sobre la autonomía local.

Por último, insistamos en que la eficacia de la comunicación social, depende en gran medida de la calidad y de la oportunidad de la información que suministren las autoridades. Los protocolos que estas establezcan deben establecer medidas para evitar contradicciones entre instituciones y funcionarios, para eliminar los protagonismos innecesarios de quienes pretenden “apoderarse” del desastre, para generar el sentido de “unidad de cuerpo” y de “unidad de discurso” entre el Estado y los organismos de socorro. No se trata, por supuesto, sólo de generar en el público la impresión de que existe esa unidad, sino de convertirla en un objetivo real, lo cual sólo se logra en la medida en que los planes de gestión del riesgo y de respuesta se elaboren y se prueben de manera participativa y con la debida anticipación. Los medios de comunicación social cumplen un papel muy importante en situaciones de desastre, en aspectos concretos como la reunificación de las familias que han quedado divididas luego de producirse el impacto, la información hacia el exterior sobre el estado de las familias y personas en la zona afectada, la divulgación de informes que permitan entender las causas y consecuencias inmediatas del desastre y la manera de actuar frente a las mismas, la difusión de información sobre precauciones que se deben tomar, lo cual incluye rutas de evacuación, ubicación de albergues, lugares en donde la gente puede conseguir información de calidad sobre los distintos temas que preocupan a la comunidad. Hay que recordar que en la medida en que los medios de comunicación y sus trabajadores y trabajadoras también pueden formar parte de las comunidades

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afectadas, es muy importante que elaboren sus propios planes participativos de gestión del riesgo, con dos objetivos. Uno hacia el interior, que fortalezca su propia teleraña y les permita resistir con menos traumatismos los efectos del desastre. Otro hacia afuera, que les permita garantizar la continuidad del servicio. Es decir, cumplir, aun en medio de la emergencia, la importantísima misión de comunicar.

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ANEXO 1

DERECHOS DE PERSONAS Y COMUNIDADES AFECTADAS POR DESASTRES

Desde hace varios años el autor de estas páginas viene trabajando en una propuesta de derechos de personas y comunidades afectadas por desastres, que incluimos como anexo a esta cartilla porque varios de los derechos propuestos nos pueden servir como orientadores en el propósito de facilitar una comunicación de mejor calidad entre los distintos sectores y actores sociales presentes en una comunidad afectada –o suceptible de ser afectada - por cualquier tipo de crisis o desastre. Pensamos que una de las funciones más importantes de periodistas y comunicadores es, por ejemplo, hacer sentir la voz de los sectores que se encuentran en condiciones de mayor debilidad: ancianos, menores, madres cabeza de familia, discapacitados, minorías étnicas, etc. Esa tarea puede resultar más eficaz en el largo plazo, si la miramos como parte de un conjunto de derechos y dentro de una teoría de la comunicación en la gestión del riesgo (que hemos intentado resumir en las páginas anteriores).

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DERECHOS DE PERSONAS Y COMUNIDADES AFECTADAS POR DESASTRES PROPUESTA PARA DISCUSIÓN

Todos los seres vivos, incluyendo las comunidades humanas y sus

ecosistemas, poseen "mecanismos de superación" que les permiten transformarse creativamente como resultado de las crisis. La

Corporación NASA KIWE entiende su propia función y la de los distintos actores externos que intervienen o intervendrán en la zona de desastre,

como el papel que cumplen las medicinas biológicas sobre los organismos afectados por alguna dolencia: no sustituyen el sistema

inmunológico que le permite al organismo enfermo asumir el protagonismo de su proceso curativo, sino que lo fortalecen a través de estímulos de energía que el mismo organismo se encarga de procesar

según sus propias carencias y necesidades. Esos estímulos de energía, representados en este caso por los aportes económicos, metodológicos

o técnicos que realicemos en la zona los actores externos, deben reconocer en las distintas expresiones de la cultura de las comunidades

locales, la columna vertebral de su sistema inmunológico y de sus posibilidades creativas.

De los “Principios Orientadores” de la Corporación NASA KIWE

(1994)

INTRODUCCIÓN

La presente propuesta se formula con el ánimo de iniciar un debate sobre los derechos de las personas y comunidades afectadas por desastres, ya sean desencadenados por fenómenos de origen natural, o por fenómenos antrópicos (de origen humano) o socio-naturales (aquellos que se expresan a través de cambios en la naturaleza, pero cuyo origen está en la actividad humana).

Se fundamenta en la concepción según la cual los desastres en sí no son “naturales” ni “actos de Dios”, sino el producto de la convergencia entre unos fenómenos propios de la dinámica de la naturaleza o de la dinámica de la sociedad humana (que se convierten en amenazas), y unos factores de vulnerabilidad que determinan que una comunidad no esté en capacidad de adaptarse sin traumatismos a la ocurrencia de esos fenómenos, o que bloquean o reducen la capacidad humana para recuperarse de los efectos nocivos de los mismos. También parte de la base de que los desastres no constituyen hechos súbitos y aislados de la vida “normal” de la comunidad, sino que es necesario entenderlos en el contexto de los procesos en virtud de los cuales la comunidad afectada entra en interacción con los ecosistemas que ocupa o sobre los cuales interviene. Los desastres son también procesos enraizados en

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el pasado y cuyos efectos positivos o negativos se proyectan hacia el futuro y alteran el curso de la vida de una comunidad.

La propuesta se edifica también sobre las base de que las personas y comunidades afectadas por un desastre, no se convierten de manera automática e inevitable en “víctimas impotentes”, sino que tanto ellas, como los ecosistemas, poseen “mecanismos de superación” que no solamente les permiten recuperarse de los efectos del desastre, sino rediseñar el curso de la comunidad en función de aproximarse a la sostenibilidad. En consecuencia los derechos de las personas y comunidades afectadas por desastres, se pueden resumir en el derecho a que toda actividad posterior al fenómeno que lo desencadenó, se realice en función de activar y fortalecer esos “mecanismos de superación”. Mientras algunos de los derechos aquí recopilados aparecen y ya se reconocen al menos teóricamente como obvios, existen algunos temas que todavía merecen y requieren un mayor debate, como por ejemplo el del derecho que les asiste a personas y comunidades de negarse a evacuar una zona declarada por las autoridades como de amenaza inminente y alto riesgo, y las consecuencias que el ejercicio de ese derecho puede acarrear en términos de responsabilidad tanto para las autoridades como para los líderes y miembros de las comunidades afectadas. ¿Debe reconocerse el derecho de una comunidad a negarse a una evacuación forzada, cuando existen de por medio amenazas inminentes y condiciones de alto riesgo, y cuando ha mediado información suficiente para que la comunidad pueda evaluar las consecuencias de su negativa? De no reconocerse ese derecho, ¿existe para las autoridades el derecho y el deber de forzar una evacuación en las circunstancias descritas? ¿Cómo se haría compatible este derecho con el interés colectivo que se concreta y expresa en los planes de ordenamiento territorial, que son una herramienta para hacer efectivo el derecho de las comunidades a la prevención de desastres? Por último, hay que decir que en este listado tentativo no se incluye el derecho que les asiste a las personas y comunidades afectadas por un desastre, para exigir una indemnización económica cuando se demuestre objetivamente que el desastre se ha producido por culpa o negligencia del Estado o de otros actores, por considerar que sobre ese derecho existe todo un cuerpo de teoría jurídica y de jurisprudencia, alrededor de temas como el de la “responsabilidad civil extracontractual”. Los derechos que aquí se invocan, hacen más referencia a la manera de “manejar” el desastre por parte tanto del Estado como de las comunidades afectadas, y de todos aquellos actores externos que intervienen en una u otra forma en un escenario de crisis. Otro campo que queda por explorar, es el de los deberes correlativos a estos derechos, es decir, las responsabilidades que deben asumir los distintos actores sociales e institucionales en caso de que se reconozca efectivamente la existencia de los derechos propuestos.

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LOS DERECHOS

1) Derecho a la protección del Estado:

Las personas y comunidades afectadas por desastres, tiene derecho a que el Estado, directamente o a través de los organismos de socorro nacionales e internacionales y de otras instituciones con fines similares, les otorgue sin distingos de ninguna especie, la protección que requieren mientras recuperan las condiciones que les permitan satisfacer por sus propios medios sus necesidades esenciales. Dicha protección se concreta en el suministro de albergue, alimentación, vestido, atención médica y sicológica, recreación y seguridad para sí mismos y para sus bienes (incluyendo los bienes colectivos que forman parte del patrimonio cultural de la comunidad), todo lo anterior teniendo en cuenta las particularidades culturales de cada comunidad afectada. Lo anterior incluye el derecho a la evacuación oportuna y concertada de zonas de amenaza inminente y alto riesgo cuando las circunstancias así lo ameriten, y la reubicación concertada, temporal o permanente, en zonas libres de amenaza o en donde las amenazas sean manejables. Sin embargo, las personas y comunidades también poseen el derecho a no ser evacuadas en contra de su voluntad de una determinada zona, a pesar de poseer toda la información necesaria sobre los posibles riesgos de permanecer en dicha zona.

2) Derecho a la información: Las personas y comunidades afectadas por desastres, tienen derecho a conocer de manera adecuada, oportuna, clara, precisa y veraz, la información disponible sobre aspectos tales como:

a. Los fenómenos que desencadenaron la situación de desastre, su naturaleza, sus consecuencias actuales y potenciales, etc.

b. Su propia situación de vulnerabilidad frente a dichos fenómenos y

los riesgos que de la misma se puedan derivar.

c. Información necesaria para que las comunidades y sus líderes puedan tomar, de manera concertada con las autoridades, la decisión de ser evacuados de una zona de amenaza inminente y alto riesgo, o la decisión de permanecer bajo su responsabilidad en dicha zona en contra de las advertencias e instrucciones de las autoridades.

d. Los planes de prevención, de contingencia, de emergencia, de

recuperación y de reconstrucción existentes, los recursos disponibles o previstos para llevarlos a cabo, los mecanismos de administración y de control de los mismos, etc.

El derecho a la información incluye el derecho a que las percepciones, interpretaciones y puntos de vista de los distintos actores sociales sean

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tenidos en cuenta como elementos para construir una visión compartida del desastre y de la situación de la comunidad dentro de él, a través de los llamados “diálogos de saberes”, “diálogos de ignorancias” y “diálogos de imaginarios”

En general, la comunidad tiene derecho a conocer a través de la educación formal y no formal (desde el nivel preescolar hasta la educación superior), de la formación profesional y de la información pública, la realidad ambiental y la dinámica natural de la región que ocupa, así como los riesgos surgidos de la interacción humana con dicha realidad.

3) Derecho a la participación:

Las personas y comunidades afectadas por desastres, tienen derecho a una participación directa, activa, decisoria y eficaz en todas las etapas del proceso, desde aquellas previas a la ocurrencia del evento desencadenante (cuando haya lugar a ello, como en el caso de las alertas previas a huracanes o erupciones volcánicas), hasta las etapas de emergencia, recuperación, reconstrucción y posterior desarrollo de la región afectada y de sus habitantes.

El derecho a la participación incluye el derecho de la comunidad a elegir sus propios voceros, delegados o representantes ante las distintas instancias con injerencia en los procesos que surjan como consecuencia del desastre, sin que el nombramiento y la actuación de dichos voceros, delegados o representantes, supla y agote por sí misma el derecho de las comunidades a la participación. 4) Derecho a la integralidad de los procesos: Las personas y comunidades afectadas por desastres, tienen derecho a que los procesos tendientes a su recuperación, reconstrucción y posterior desarrollo, sean concebidos con carácter integral y con sentido humano, social, económico, ambiental y cultural, y a que no se centren en la mera reconstrucción de la infraestructura física. Lo anterior implica el derecho a que la recuperación y el fortalecimiento del tejido social de las comunidades afectadas, y de su capacidad de gestión y autogestión, se consideren como prioridades de los procesos, con miras a la sostenibilidad global de las comunidades que los protagonizan. Así mismo, comprende el derecho a la protección y recuperación del patrimonio cultural, tangible e intangible, en sus diferentes expresiones, que le otorgan a la comunidad sentido de identidad, de pertenencia, de propósito colectivo y de continuidad en medio de la crisis. 5) Derecho a la diversidad:

Las personas y comunidades afectadas por desastres, tienen derecho a que se respeten las particularidades culturales de cada actor y sector social en las distintas etapas y expresiones de los procesos que surjan como

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consecuencia del desastre, lo cual incluye la necesidad de tener en cuenta las necesidades específicas de los sectores más vulnerables de la comunidad (niños, ancianos, enfermos, discapacitados, etc.)

Lo anterior comprende así mismo el derecho a que las ayudas externas se realicen teniendo en cuenta las necesidades y particularidades de los receptores o beneficiarios de las mismas, más que las necesidades de los donantes, y el derecho a que toda ayuda se realice como un insumo para el proceso hacia la autogestión de las comunidades, y no como un auxilio a damnificados impotentes. 6) Derecho a la perspectiva de equidad:

Las personas y comunidades afectadas por desastres, tienen derecho a que en las distintas etapas y expresiones de los procesos, se garantice la participación decisoria y equitativa de los distintos actores sociales (hombres, mujeres, infantes, adolescentes e integrantes de la tercera edad), de manera tal que sus puntos de vista, sus propuestas, sus necesidades, sus aspiraciones y su potencial, sean tenidos en cuenta en la dirección, planeación, ejecución, control y evaluación de dichos procesos. La perspectiva de equidad incluye de la perspectiva de género, pero reconoce que las discriminaciones que hay que superar en nuestra sociedad van todavía más allá.

7) Derecho a la autogestión:

Las personas y comunidades afectadas por desastres, tienen derecho a que en las distintas etapas y expresiones de los procesos, se respete y se fortalezca la capacidad de decisión, gestión y autogestión de los distintos actores locales, tanto gubernamentales como no gubernamentales.

Lo anterior incluye el principio de que un nivel de superior jerarquía solamente deberá tomar decisiones o ejecutar acciones que sobrepasen la capacidad de decisión o ejecución del nivel jerárquico inmediatamente inferior. Por ejemplo, las decisiones que deben y pueden ser tomadas por un alcalde municipal, no deberán ser tomadas por el gobernador del departamento, ni las que les corresponden al gobernador deberán ser tomadas por el nivel nacional.

8) Derecho de prioridad:

Las personas y comunidades afectadas por desastres, tienen derecho a que las acciones y procesos tendientes a restituir su autonomía y su capacidad de gestión perdidas o reducidas como consecuencia del desastre, sean atendidos con carácter prioritario frente a los intereses y objetivos de sectores políticos, o de sectores económicos o sociales no afectados, así pertenezcan a la misma región.

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9) Derecho a la continuidad de los procesos:

Las personas y comunidades afectadas por desastres, tienen derecho a la continuidad de los procesos tendientes a su recuperación y reconstrucción, y a la asignación de los recursos necesarios para adelantarlos, por encima de la duración de los periodos de las autoridades locales, regionales o nacionales, lo cual significa que dichos procesos deben tener carácter de programas de Estado y no de programas de Gobierno.

10) Derechos frente a los medios de comunicación:

Las personas y comunidades afectadas por desastres, tienen derecho a que los medios de comunicación respeten su intimidad, a que no las conviertan en motivo y oportunidad para el sensacionalismo, y a que los medios cumplan el papel de facilitadores de los procesos de comunicación entre las comunidades afectadas y las autoridades o actores y sectores sociales de distinto nivel que intervienen o vayan a intervenir en los procesos. Así mismo, tienen derecho a que la información que transmitan los medios contribuya a comprender de manera veraz, objetiva y racional las causas y procesos que condujeron al desastre, y a descubrir y fortalecer el potencial de recuperación y gestión existente en las mismas comunidades, en lugar de consolidar el estereotipo según el cual los afectados por un desastre son entes incapaces de retomar el control de su propio destino.

11) Derecho a la participación de la naturaleza:

Las personas y comunidades afectadas por desastres, al igual que los ecosistemas con los cuales éstas interactúan, tienen derecho a que la voz de la naturaleza sea escuchada en la toma de las decisiones que determinarán el rumbo de los procesos de recuperación, reconstrucción y desarrollo, de manera tal que los mismos avancen hacia la construcción de unas relaciones sostenibles entre las comunidades y su entorno.

12) Derecho a la prevención:

Las personas y comunidades afectadas por desastres, al igual que los ecosistemas con los cuales estas interactúan, tienen derecho a que en los procesos, planes y programas tendientes a su recuperación, reconstrucción y desarrollo, se incorpore el concepto de prevención de nuevos desastres, mediante la herramienta de la gestión del riesgo, a través de la cual se busca el manejo adecuado de las amenazas y la mitigación de los factores de vulnerabilidad, de manera que ni la dinámica de la naturaleza se convierta en un desastre para las comunidades, ni la dinámica de éstas en un desastre para los ecosistemas.

En general, la comunidad tiene derecho a que dentro de la institucionalidad del país exista y opere un sistema técnico, estable, eficaz y dotado de recursos para la gestión de los riesgos, con miras a contribuir a la

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sostenibilidad global del desarrollo, a reducir la probabilidad de ocurrencia de nuevos desastres y a mejorar los niveles de preparación de los actores gubernamentales y sociales para el caso de que éstos ocurran.

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GLOSARIO

Sentido con que utilizamos algunos términos en este documento

Amenaza: Probabilidad de que en un determinado lugar se produzca un fenómeno de origen natural, socionatural o antrópico, que una comunidad no está preparada para resistir sin traumatismos.

Autorregulación: Capacidad de un sistema para transformarse como respuesta a un cambio externo o de su propio interior. Los ecólogos la llaman homeostasis.

Desastre: Es el resultado de la incapacidad de una comunidad para resistir sin traumatismos la ocurrencia de un evento interno o externo, de origen natural, socionatural o antrópico. Se manifiesta por una interrupción severa y prolongada de las condiciones de “normalidad” y por un número significativo de pérdidas en vidas humanas, infraestructura física, bienes muebles e inmuebles, pérdida de cosechas y pérdida de oportunidades, aunque no es necesario que se peoduzcan todos esos tipos de pérdidas para que exista un desastre. Hay desastres que se desencadenan de manera súbita, como por ejemplo por un terremoto o por un incremento súbito en el nivel de las aguas de un río, y otros se producen de manera gradual y a veces imperceptible hasta que sus consecuencias se tornan graves, como en el caso de las sequías.

Gestión del riesgo: Es el conjunto de decisiones y de actividades de una comunidad (entendida en el sentido más amplio de la palabra, que comprende también al Estado), tendiente a manejar adecuadamente los factores generadores de riesgo (amenaza y vulnerabilidad), con el fin de evitar que éste se convierta en un desastre o que, de ocurrir un fenómeno de este tipo, sus consecuencias sobre las comunidades y los ecosistemas sean menores. También comprende la preparación de las comunidades para responder adecuadamente cuando ocurre un desastre y para recuperarse oportunamente de los efectos de éste.

Sostenibilidad: Para efectos de este texto, sostenibilidad es la relación que permite que ni la dinámica de la naturaleza se convierta en una amenaza contra las comunidades y sus actividades productivas, ni la dinámica de éstas se convierta en una amenaza contra los ecosistemas. Desarrollo sostenible es, entonces, la forma de desarrollo que permite satisfacer las necesidades humanas sin afectar la sostenibilidad de las relaciones entre ecosistemas y comunidades.

Resiliencia: Es la capacidad de un sistema natural o social (o de un sistema formado por la interacción entre ecosistemas y comunidades) para recuperarse satisfactoriamente después de que ha sufrido un desastre. En términos de las redes o telarañas que hemos utilizado como herramientas pedagógicas a lo largo del texto, es la capacidad de las mismas para recuperarse después de un gol.

Resistencia: Es la capacidad de un sistema natural o social (o de un sistema formado por la interacción entre ecosistemas y comunidades) para evitar que un cambio externo o en su propio interior, se convierta en un desastre. En

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términos de las redes o telarañas que hemos utilizado como herramientas pedagógicas a lo largo del texto, es la capacidad de las mismas para evitar que les metan un gol.

Riesgo: Es el conjunto de daños o pérdidas que pueden ocurrir en caso de que se materialice una amenaza en una comunidad o en un ecosistema que no es capaz de resistir adecuadamente sus efectos. Normalmente se expresa mediante una fórmula sencilla: Riesgo = Amenaza x Vulnerabilidad. (Es importante entendr que se trata de una multiplicación y no de una suma de factores, por cuanto en la medida en que el valor de uno de esos factores se logra aproximar a cero, se aproxima a cero el valor del riesgo, así el otro factor permanezca intacto). Los procesos tendientes a llevar a cero el valor de esos factores constituyen la gestión del riesgo.

Vulnerabilidad: Es la incapacidad de un sistema para resistir sin traumatismos los cambios de su entorno o de su propio interior. En términos de las redes o telarañas que hemos utilizado como herramientas pedagógicas a lo largo del texto, es la incapacidad de las mismas para evitar que les metan un gol, o su dificultad para recuperarse después de que le han metido un gol. Es el resultado de la interacción dinámica entre múltiples factores.