cap 6. el puesto del hombre en la naturaleza - charles hookett

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EL PUESTO DEL HOMBRE EN LA NATURALEZA (Charles F. Hockett, Curso de Lingüística Moderna) La comunicación animal. Aunque homo-sapiens es la única especie viviente que posee el don de la palabra, de ningún modo es el hombre el único animal capaz de establecer algún tipo de comunicación. El problema de diferenciar al hombre de los otros animales se confunde, en parte, con el problema de describir en qué forma difiere el lenguaje humano de los distintos tipos de comportamiento comunicativo que manifiestan otras especies no humanas o prehumanas. O, en otras palabras, el estudio comparativo de la comunicación animal y humana se relaciona estrecham ente con el problema del puesto del hombre en la naturaleza. Por otra parte, es mucho también lo que podemos aprender sobre el lenguaje humano estudiando los sistemas de comunicación de otros animales. En tanto no lo hagamos no podremos comprender en toda su significación la afirmación hecha más arriba de que sólo el hombre posee el don de la pal abra. A continuación examinaremos someramente varios ejemplos de comunicación animal no humana. Fijémonos, primeramente, en las abejas, que pertenecen a un tipo del reino animal distinto de aquél al que pertenece el hombre. Cuando una obrera encuentra néctar regresa a la colmena y ejecuta una danza. Se ha comprobado que algunos aspectos de la danza transmiten información sobre la localización del né ctar a las otras obreras: unos especifican la dirección en que se halla a partir de la colmena y otros especifican la distancia. La abeja ejecuta la danza o comprende la danza que otra ejecuta (es decir, vuela hacia el néctar en correcta dirección) sobre la base, de lo que parece, puramente instinto: las convenciones semánticas del sistema se han establecido en ella através de sus genes y no han necesitado, probablemente de ningún tipo de aprendizaje. Dentro de reducidos límites el sistema tiene flexibilidad, pues permite transmitir mensajes que son enteramente nuevos para todos los habitantes de una colmena. Pero las abejas no pueden establecer comunicación sobre nada que no sea la dirección y distancia de un lugar res pecto de la colmena o del enjambre; o, si es que lo hacen, es por medio de otros sistemas igualmente reducidos y especializados y no mediante ulteriores variaciones de la danza.

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Capitulo 6 "el puesto del hombre en la naturaleza"

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Page 1: Cap 6. El Puesto Del Hombre en La Naturaleza - Charles Hookett

EL PUESTO DEL HOMBRE EN LA NATURALEZA

(Charles F. Hockett, Curso de Lingüística Moderna)

La comunicación animal. Aunque homo-sapiens es la única especie viviente que posee el don de la

palabra, de ningún modo es el hombre el único animal capaz de establecer algún tipo de comunicación.

El problema de diferenciar al hombre de los otros animales se confunde, en parte, con el problema de

describir en qué forma difiere el lenguaje humano de los distintos tipos de comportamiento

comunicativo que manifiestan otras especies no humanas o prehumanas. O, en otras palabras, el

estudio comparativo de la comunicación animal y humana se relaciona estrecham ente con el problema

del puesto del hombre en la naturaleza. Por otra parte, es mucho también lo que podemos aprender

sobre el lenguaje humano estudiando los sistemas de comunicación de otros animales. En tanto no lo

hagamos no podremos comprender en toda su significación la afirmación hecha más arriba de que sólo

el hombre posee el don de la pal abra. A continuación examinaremos someramente varios ejemplos de

comunicación animal no humana.

Fijémonos, primeramente, en las abejas, que pertenecen a un tipo del reino animal distinto de aquél al

que pertenece el hombre. Cuando una obrera encuentra néctar regresa a la colmena y ejecuta una

danza. Se ha comprobado que algunos aspectos de la danza transmiten información sobre la localización

del né ctar a las otras obreras: unos especifican la dirección en que se halla a partir de la colmena y otros

especifican la distancia. La abeja ejecuta la danza o comprende la danza que otra ejecuta (es decir, vuela

hacia el néctar en correcta dirección) sobre la base, de lo que parece, puramente instinto: las

convenciones semánticas del sistema se han establecido en ella através de sus genes y no han

necesitado, probablemente de ningún tipo de aprendizaje. Dentro de reducidos límites el sistema tiene

flexibilidad, pues permite transmitir mensajes que son enteramente nuevos para todos los habitantes de

una colmena. Pero las abejas no pueden establecer comunicación sobre nada que no sea la dirección y

distancia de un lugar res pecto de la colmena o del enjambre; o, si es que lo hacen, es por medio de

otros sistemas igualmente reducidos y especializados y no mediante ulteriores variaciones de la danza.

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Consideremos, en segundo lugar, el comportamiento sexual del pez espinoso (Gasterosteus Aculeatus,

del mismo tipo y subtipo que el hombre, pero de una clase distinta y mucho más antigua). La descripción

que sigue refleja tanto, observaciones del pez hechas en su medio natural, como los resultados de

experimentos realizados en acuarios. Durante la época de la reproducción el macho construye un nido

en el fondo del océano, del río o del acuario; luego nada hasta la superficie hasta que encuentra a una

hembra cuyo abdomen esté distendido con la hueva y entonces ejecuta una danza en zigzag a su

alrededor, primero volviéndose hacia ella y luego separándose. La reacción de la hembra consiste en

seguir al macho, quien conduce al nido. En esta época el vientre del macho es de un rojo vivo y sus ojos

de un azul brillante. Una tosca reproducción e n madera de la hembra bastará para provocar en el

macho la danza amorosa; para ello, es esencial que esté representada la distensión del abdomen, pero

pueden dejarse de lado los detalles precisos de forma y coloración de la hembra. De manera similar, una

tos ca imitación en madera del macho inducirá a la hembra a seguirlo: se puede prescindir de casi todos

los detalles, incluso los ojos azules, pero el color rojo del lado inferior es indispensable y también debe

imitarse de algún modo la danza en zigzag. Al llegar al nido el macho se coloca en posición vertical

mirando hacia abajo, y señalando el nido hacia el que nada la hembra. La misma respuesta de la hembra

se obtiene si se apunta adecuadamente con un modelo de madera sin que sea necesaria la presencia del

nido. Por último, el macho frota con la boca el abdomen de la hembra y ésta expulsa los huevos; un

frotamiento hecho con cualquier objeto, en la forma rítmica apropiada, conduce al mismo resultado. Por

último, después de alejarse de la hembra, el macho expele la lecha. A lo largo de todo este proceso se

observa una sucesión bien definida de señales que van de uno a otro de los participantes y cada una de

las cuales sirve, en todo o en parte, como estímulo para la siguiente. Es innegable que se trata de un

comportamiento comunicativo, bajo cualquier definición aceptable del término, pero, si acaso, el

sistema es aún menos flexible que la danza de las abejas. Por lo demás, sus convenciones se adquieren

también seguramente por vía genética y no por medio del aprendizaje.

En el tercer lugar examinaremos el comportamiento que manifiestan, durante el proceso de

alimentación de la cría, algunas variedad de de gaviota (larus argentatus, un tipo

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de ave y por lo tanto vertebrado, lo mismo que el pez espinoso y el hombre, pero de clase distinta; más

reciente que de la de los peces, pero probablemente más antigua que la de los mamíferos). Poco

después de haber salido del huevo, los pichones empiezan a pedir alimento, amagando picotazos al pico

de la madre -o del padre, si era este el que los empollaba hasta ese momento-, al principio de manera

torpe y poco exacta. La gaviota adulta responde regurgitando un poco de alimento a medias digerido,

tomando un trocito de éste con la punta del pico y ofreciéndoselo a los ichonesp. Estos siguen con su

picoteo hasta que uno de ellos se ingenia para apoderarse del bocado y tragarlo; entonces la madre

ofrece otro bocado. El proceso termina cuando los pichones dejan de pedir presumiblemente porque ya

no tienen hambre. El esquema general de ésta cadena de interestímulos está determinado, sin duda,

genéticamente. Pero en cada uno de los picotazos sucesivos podemos discernir quizás un elemento de

aprendizaje: los primeros aciertan menos; los que siguen o los de comidas posteriores están mejor

dirigidos. Pero no es seguro que esa precisión cada vez mayor sea resultado del aprendiz aje; puede ser

que se trate exclusivamente de un proceso de maduración, es decir, el desarrollo gradual de pautas de

comportamiento genéticamente determinadas. Aun cuando hubiese algo de aprendizaje, es evidente

que no hay nada que se pueda calificar de enseñanza. Los actos de los padres al construir el nido y luego

al regurgitar y ofrecer alimento, producen o constituyen factores del entorno de la prole; pero

hablaríamos de “enseñanza” únicamente si esos actos de los padres fueran a su vez aprendidos, lo que

evidentemente no es así.

Nos ocuparemos por último de los gibones (varias especies de genero hilobatidos, de la super familia

hominoidea; por lo tanto, uno de nuestros más próximos parientes no humanos entre los que hoy

sobreviven). Los gibones se estimulan mutuamente de varias maneras, gestos y posturas por ejemplo,

pero lo más semejante al lenguaje que hay en su comunicación es un sistema de gritos. Investigación es

de campo hechas con gibones del norte de Tailandia han demostrado que poseen un repertorio de por

lo menos nueve señales distintas, que difieren por el sonido y también por sus antecedentes y

consecuencias. Una de ellas es la que acostumbran emitir cuando el grupo se ve sorprendido por un

posible agresor; es una especie de chillido de tono agudo; los gibones que la oyen a menudo repiten el

grito y manifiestan un comportamiento que sólo puede calificarse como “de elusión”.

Los demás gritos son también la respuesta vocal apropiada a tipos de situaciones recurrentes y

biológicamente importantes. Una de es as situaciones es el descubrimiento de comida; otra es el interés

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amistoso y el deseo de compañía. El propósito de un cuarto tipo de grito parece ser el de impedir que

los miembros de la banda se dispersen demasiado durante sus expediciones conjuntas entre los árboles

en busca de comida. Desde el punto de vista de la comunicación, la propiedad más importante de este

sistema es su falta de flexibilidad. Cualquiera sea realmente el número exacto de gritos es, de todos

modos, finito y reducido. Se trata de un sistema cuyas señales son todas mutuamente exclusivas, en el

sentido de que sea cual fuere la situación que se l e presente a un gibón éste sólo puede responder con

uno u otro de los gritos o con ninguno. No puede, en principio, emitir una señal que tenga algunas

características de un grito y algunas de otro. Es cierto que, aparentemente, puede variar la intensidad o

el número de repeticiones de cualquiera de ellos, pero esto se parece mucho a la variabilidad de la

“periferia auditiva” que rodea al habla humana- los fenómenos paralingüísticos- y no a nada dentro del

lenguaje propiamente dicho. Los sistemas de gritos de distintas especies de gibones, y tal vez de bandas

distintas de la misma especie, presentan algunas diferencias. Esa diferenciación puede tener base

enteramente genética, pero no es posible afirmarlo con certeza. También puede ser que refleje algún

elemento de transmisión tradicional: es decir, aprendizaje del sistema por parte de los jóvenes y

enseñanza del mismo por parte de los adultos.

El hecho de que estos cuatro ejemplos los clasifiquemos, junto con el lenguaje, como comportamiento

comunicativo es consecuencia de la definición general de la comunicación que aquí proponemos: son

hechos de comunicación todos aquellos por medio de los cuales un organismo estimula a otro. Por lo

tanto clasificaríamos también como comunicativo el hecho de que al rugido de un león a huyente a las

gacelas, de que el reclamo amoroso de los pájaros sirva para atraer depredadores, o de que el marido

decida lavarse las manos e ir al comedor cuando ve a su mujer poner la mesa. Sin embargo nuestra

definición, aunque muy amplia, no lo abarca todo: supongamos que una persona ve ponerse el sol y se

prepara para acostarse o que un mozo de café se libera de un parroquiano indeseable tomándolo del

cuello y arrojándolo fuera; en el primer caso no ha habido comunicación porque aun cuando la relación

es estímulo más bien que de acción directa, el sol no es un organismo, y el segundo episodio tampoco es

comunicativo porque la acción directa (aunque sin duda tiene efectos laterales comunicativos: la actitud

del parroquiano respecto del mozo puede ser muy diferente en el próximo encuentro). Pero si una

persona se prepara para acostarse porque alguien le dice que el sol se está poniendo o si el mozo hace

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salir al parroquiano amenazándolo con un gesto, en ambos casos tenemos estimulo entre organismos y,

por ende, comunicación.

Las propiedades generales del lenguaje. A nada conduce afirmar -por justificada que esté esta

afirmación- que la diferencia entre el lenguaje humano y cualquier sistema de comunicación no humano

es “grande”, si no nos preocupamos también por saber cuáles pueden ser las causas de esa diferencia.

Ahora bien, a pesar de la variación que muestran las distintas lenguas en muchos aspectos, todas tienen

en común (como sistemas de comunicación) una serie de características o propiedades básicas que no

se dan juntas en ninguno de los sistemas de comunicación no humanos que se conocen, en los que sólo

se dan separadamente unas a otras. A continuación presentamos una lista de esas quince propiedades.

No obstante son lógicamente independientes ni pertenecen necesariamente al conjunto de las

propiedades que sirven realmente para definir una lengua humana como tal. Por lo demás, la lista no es

exhaustiva y es posible que la investigación revele la presencia de algún rasgo realmente importante.

Las quince propiedades a que nos referimos son las

siguientes:

1- Vía vocal-auditiva.

2- Transmisión irradiada y recepción dirigida.

3- Fading rápido.

4- Intercambiabilidad.

5- Retro-alimentación total

6- Especialización.

7- Semanticidad.

8- Arbitrariedad.

9- Carácter discreto.

10- Desplazamiento.

11- Dualidad.

12- Productividad.

13- Transmisión tradicional.

14- Prevaricación.

15- Reflexividad.

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El siguiente cuadro indica si aparece o no cada una de esas propiedades en los sistemas de

comunicación animal descritos más arriba. Para ampliar el campo de comparación hemos agregado una

sexta columna con la que queremos aludir a la tradición musical de Occidente, desde Bach hasta la

actualidad. A continuación expondremos brevemente las quince propiedades mencionadas.

El signo de interrogación significa que la respuesta es dudosa, no se conoce o no la conoce el autor. Una

raya significa que es imposible determinar la presencia o ausencia de la propiedad en cuestión porque

hay otra que falta o está indeterminada; así, por ejemplo, arbitrariedad e iconidad sólo pueden juzgarse

dentro de un sistema que esté caracterizado por semanticidad.

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I. Vía vocal-auditivo.

En el lenguaje, las señales que se emiten consisten íntegramente en pautas de sonido, producidas

mediante movimientos del aparato respiratorio y del sector superior del digestivo. Ninguna actividad en

concomitante del hablante, aunque produzca algún sonido, forma parte del habla. Las señales se

reciben por intermedio de los oídos, si bien hay ocasiones en que la observación de los movimientos

articulatorios del hablante ayuda al oyente a comprender señales que de otro modo podrían resultar

ininteligibles por efecto del ruido ambiental.

Por otra parte, téngase presente que no todos los sonidos y rasgos fónicos que producen los

movimientos articulatorios son parte del lenguaje. En este punto conviene mencionar nuevamente que

la actividad de hablar produce también una variedad de efectos sonoros, “gestos vocales” y otros

fenómenos semejantes, que no forman parte del lenguaje y que es útil clasificar juntos como fenómenos

paralingüísticos. En las páginas que siguen tendremos ocasión de referirnos a ellos varias vece s, en

tanto constituyen un sistema de comunicación distinto del lenguaje y anterior a él en el proceso

evolutivo del género humano.

Casi todos los mamíferos (la jirafa es una excepción) producen sonidos vocales. De manera general,

pues, la vía vocal-auditiva constituye -frente a otras variedades de la vía de comunicación: cinético-

táctil-química de las abejas, auditiva pero no vocal en algunos insectos- una característica propia de los

mamíferos. Los mecanismos de producción y percepción del sonido en las aves son tan similares que

invitan a aplicar también el canto de los pájaros al término “vocal-auditivo”.

Es muy dudoso que el sistema vocal-auditivo de ningún animal excepto el hombre haga uso distinto del

timbre vocálico. Hay dudas, incluso, de que un animal tan domesticado como el perro preste atención a

las diferencias de timbre vocálico al responder a las señales del hombre. Pero estas cuestiones necesitan

ser verificadas en investigaciones de carácter experimental. La importancia de la boca y el oído en la

vida humana refleja en

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la gran representación cortical de esas dos regiones. Las diferencias en representación proporcional

respecto de un mono cualquiera, por ejemplo, son enormes.

II. Transmisión Irradiada y Recepción Dirigida.

El sonido, lo mismo que la luz, se mueve en todas direcciones a partir del punto en que se origina a

través de cualquier cuerpo uniforme, disminuyendo gradualmente en intensidad a medida que se aleja

de su fuente. A diferencia de la luz, las ondas sonoras atraviesan o circundan cierto tipo de obstáculos:

oímos a través de una pared, la voz de una persona a quien no vemos.

En cualquier sistema de comunicación que se use una vía sonora la transmisión será, por lo tanto,

básicamente, de tipo irradiado: todo órgano o aparato receptor que se encuentre a distancia apropiada

detectará la señal. Son muchas seguramente las condiciones ecológicas en las cuales este carácter

público de la comunicación sonora atenta potencialmente contra la supervivencia, y ello constituye, sin

duda, una importante desventaja de la vía vocal-auditiva.

Como complemento de la transmisión irradiada, la audición suele estar razonablemente orientada,

respecto de la localización de la fuente sonora. El paralaje de la audición biauricular puede siempre

completarse con movimiento de las orejas o de todo el cuerpo. En consecuencia las señales sonoras no

necesitan por lo general incluir ninguna especificación del lugar en que se halla el animal que las

transmite, esta información la imparte la imparte la estructura física de la vía misma y es, por cierto,

difícil de retener. Un gibón que encuentra comida emite el grito apropiado a esa circunstancia, que es

distintivamente diferente a los otros gritos del sistema. Pero no son las propiedades acústicas del grito

las que informan a los demás gibones está el alimento, únicamente la localización del animal que lo ha

emitido puede dar esa información. Aproximadamente en la misma forma, o fundamentalmente por la

misma razón, todas las lenguas tienen palabras como aquí y yo, cuyas denotaciones se deben inferir a

partir de la observación de donde está y quién es el hablante en el momento en que ésas palabras se

emiten.

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III. Fading Rápido.

Una tercera propiedad, inherente a cualquier sistema de comunicación que use una vía sonora, es

también consecuencia de la naturaleza física del sonido: las señales son evanescentes y a menos de ser

adaptadas en el momento justo se pierden en forma irrecuperable. Es verdad que, con el tiempo,

cualquier mensaje está sujeto al fading: una inscripción cuneiforme de hace seis mil años puede ser

legible todavía hoy, pero en algún momento habrá de desgastarse o desintegrarse. Sin embargo, si se

toma como escala el lapso de cada generación animal es útil distinguir entre sistemas no registradores,

cuyas señales deben recibirse en el momento exacto en que se emiten o de lo contrario se pierden y

sistemas registradores, cuyas señales pueden recibirse después, a conveniencia del receptor y en

algunos casos, repetidamente, pues la información transmitida queda en alguna forma almacenada. En

un sistema de comunicación con Fading rápido ésta propiedad requiere que el contenido del mensaje, si

ha de quedar almacenado en alguna parte, lo sea internamente en el receptor. El aspecto positivo del

fading rápido es que impide que los mensajes ya transmitidos cubran desordenadamente el canal de

comunicación e imposibilitan la transmisión de otros nuevos (como ocurre algunas veces cuando se

dispone de un pizarrón pero no de un borrador); así, las señales urgentes tienen vía libre. En el mundo

animal, las señales sonoras tienen, frente a las señales olfativas, la ventaja de su difusión rápida, de

modo que una señal puede transmitirse a gran distancia, lo bastante rápido como para ser útil. Pero las

señales olfativas tienen la ventaja del fading lento, lo que permite que durante un cierto lapso los

animales que encuentren el rastro puedan reaccionar ante él en la forma apropiada. La desventaja

virtualmente instantánea de las señales sonoras se supera mediante la transmisión repetitiva: la

repetición de un mismo grito, en tanto se mantienen las circunstancias que lo provocan, es una

característica muy difundida de los sonidos animales. Se la encuentra también en la comunicación

sonora humana, pero se manifiesta más en la periferia paralingüística que acompaña al habla, que en el

material lingüístico propiamente dicho.

La naturaleza no registradora del lenguaje se ha visto compensada en tiempos recientes por la invención

de varios sistemas registradores derivados, de los cuales el primero fue la escritura; nada semejante a

ella se ha descubierto hasta ahora en otros sectores del reino animal.

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Las propiedades II y III no son lógicamente independientes de eI, puesto que son una consecuencia

necesaria de la naturaleza misma del sonido.

IV. Intercambiabilidad

Poseen ésta propiedad todos aquellos sistemas en los cuales los organismos participantes que están

capacitados para transmitir mensajes en el sistema lo están también para recibirlos, y viceversa. En el

caso del lenguaje, todo hablante adulto de una lengua es en principio también un oyente y está

teóricamente capacitado para decir cualquier cosa que es capaz de entender cuando otro la dice; las

excepciones son sólo patológicas .En la danza de las abejas hay intercambiabilidad, de la que están

excluidos zánganos y reinas; también la hay en el sistema de gritos de los gibones, pero falta, en cambio

en los otros sistemas animales descritos; en las señales del pez espinoso, por ejemplo, es obvio que el

macho y la hembra no pueden interactuar sus papeles. En los sistemas de comunicación vocal-

auditiva de muchos mamíferos y aves la intercambiabilidad parece ser la regla.

V. Retroalimentación Total.

En algunas variedades de comunicación cinético-visual el transmisor no siempre puede percibir algunos

rasgos esenciales de la señal emitida. En el comportamiento sexual del pez espinoso, por ejemplo,

ninguno de los dos participantes puede ver su propio vientre (ni el macho), tampoco sus ojos. En

cambio, salvo excepciones patológicas, cualquier hablante de una lengua humana oye todo lo que dice

en el momento de decirlo y esta retroalimentación auditiva se completa con la retro alimentación

cinética de los movimientos articulatorios. Parece probable que todo sistema de comunicación vocal-

auditivo, quizás incluso todo sistema sonoro, comparta esta propiedad de retroalimentación total. En

vimos la importancia que tiene para el habla inteligible esta propiedad del lenguaje humano. Pero,

además, tiene una doble significación.

Anteriormente vimos la importancia que tiene para el habla inteligible ésta propiedad del lenguaje

humano .Pero, además, tiene una doble significación:

1) En el caso de todo animal que emite señales sonoras en sucesión, sean ellas relativamente

repetitivas (como los son en muchos insectos) o varíen una a otra (como en algunos pájaros y

mamíferos), debe tomarse en cuenta la posibilidad de que la recepción por retroalimentación de

cada señal emitida, forme parte del estímulo que condiciona la emisión y naturaleza de la

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siguiente. Cuando esto es así, existe además la ulterior posibilidad de que la retroalimentación

sirva de base para ajustes en la serie de señales con vistas a alguna norma cuya imagen está

almacenada en el sistema nervioso central del animal. Es de suponer que éstos mecanismos

sean sobretodo importantes para los sistemas de comunicación en los que no participan

enteramente los recién nacidos, y cuya adquisición, en el curso ordinario de los sucesos parece

implicar, sino requerir, estímulos apropiados por parte de los adultos.

2) Una serie de señales que normal u originalmente se transmiten de uno a otro entre varios miembros

de un grupo de animales -cada uno sirviendo a la vez como parte de la respuesta a la precedente y como

parte del estímulo para la siguiente- puede llegar a estar a cargo, toda entera, de un solo animal. Es

posible que esto no ocurra sino entre humanos, y es evidente que no puede ocurrir sino en un sistema

de comunicación que esté caracterizado por intercambiabilidad y retroalimentación total; son estas dos

propiedades las que permiten al ser humano “interiorizar” los papeles de otros y mantener

conversaciones consigo mismo, trasladando así a las situaciones en que esta momentáneamente solo

todo el poder del lenguaje para resolver problemas y conflictos.

VI. Especialización

El marido ve a su mujer poner la mesa y se prepara para ir a comer; o bien oye a su mujer decir la

comida está lista y se dirige al comedor, de acuerdo con la definición de comunicación que hemos dado

más arriba, tanto en el primer caso como en el segundo ha habido comunicación. No obstante, la

diferencia entre las dos situaciones es bien evidente.

A fin de explicar esa diferencia, recordemos que cualquier acto de un organismo - incluyendo aquellos

que transmiten lo que algún otro organismo recibe como señal- supone consumo de energía y tiene, por

lo tanto, consecuencias energéticas directas. Ahora bien, cuando la mujer pone la mesa la consecuencia

física directa de su acción es que los cubiertos, los platos y las copas quedan ordenadamente puestos

sobre la mesa, listos para la comida; esto está vinculado íntimamente, en las costumbres de nuestra

sociedad, a la función biológica de la alimentación. Pero esa misma acción sirve, a la vez, de estímulo

para los otros miembros de la familia se dirigen al comedor; esta es una consecuencia que podemos

llamar “indirecta”. Por el contrario, cuando la mujer dice la comida esta lista la consecuencia directa es

una pequeña agitación de ondas sonoras en el aire, lo que parece ser bien insignificante en términos de

funciones biológicas; las consecuencias indirectas, en cambio, son las mismas en que en el caso anterior

y las únicas que tienen importancia biológica.

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Diríamos, pues, que un hecho de comunicación -o todo un sistema de comunicación- está especializado

en el grado en que sus consecuencias energéticas directas sean biológicamente irrelevantes. El lenguaje

es, evidentemente, un sistema de comunicación especializado. También lo son la mayoría de las

variedades de comunicación animal que se clasifican como tales, ya que en general no se piensa que la

comunicación es sistemática y digna de estudio a menos que presente esta propiedad. Es importante

recordar, sin embargo, que la comunicación no especializa está muy difundida en el mundo animal y

que, filogenéticamente, es probable que haya visto la matriz dentro de la cual y a partir de la cual se

desarrollaron los sistemas de comunicación especializados. En algunos casos puede ser dudoso el grado

de especialización de una señal determinada. Un ejemplo de ello lo ofrece lo ofrece el comportamiento

comunicativo del pez espinoso. La distensión del abdomen de la hembra constituye un ingrediente

esencial de las “señales” que transmite al macho. La acumulación de los huevos es la que produce, por

directa acción energética, esa distensión, y la consecuencia final de toda esa “danza” amorosa implica la

expulsión de la hueva y por consiguiente la desaparición de la distensión; este elemento, por lo menos,

del sistema de señalización no está, pues, especializado. Por otra parte, el color rojo del vientre del

macho parece servir solamente a la comunicación y estar, por lo tanto, especializado:

pero ésta deducción no es segura, pues puede provenir de un conocimiento insuficiente del mecanismo

interno del pez.

VII. Semanticidad

Cuando los elementos de un país de un sistema de comunicación tienen denotaciones, es decir, tienen

lazos asociativos con cosas y situaciones, o con tipos de cosas y situaciones del entorno de quienes lo

emplean, y cuando el funcionamiento del sistema reposa sobre tales lazos, decimos que el sistema es

semántico o, también que una de sus propiedades es la semanticidad. Todas las lenguas humanas son

sistemas semánticos. Según esta definición, el sistema de gritos de los gibones tienen semanticidad: un

gibón reacciona ante el grito de peligro en la misma forma en que reaccionaría ante el peligro mismo,

sin que ello suponga que “identifique” el primero con el segundo. Hay ,pues, algún tipo de lazo

asociativo entre el peligro y el grito de peligro, en virtud del cual cualquiera de ellos provoca el mismo

conjunto de reacciones y éstas son distintas de las que provoca, por ejemplo, la presencia de alimento o

la percepción del grito que lo anuncia. Estos son todos los datos que necesitamos para clasificar los

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gritos de los gibones como un sistema semántico. La danza de las abejas es semántica también, puesto

que denota una localización determinada en términos de dirección y de distancia respecto de la

colmena. La reacción de las obreras que observan la danza es la de dirigirse al lugar denotado.

En la señalización sexual del pez espinoso, por el contrario, no parece haber semanticidad: un grito es

para los gibones, un símbolo de algo; una cierta velocidad o dirección en la danza de una abeja es

también a un símbolo de algo; la danza del pez espinoso macho es un estímulo eficaz para la hembra,

pero no es símbolo de nada fuera de sí mismo.

VIII. Arbitrariedad

En un sistema semántico de comunicación, decimos que hay iconicidad en la medida en que cada

símbolo se parece a su denotación en contornos físicos o en la medida en que todos el repertorio de

símbolos del sistema muestra similitud geométrica con todo el

repertorio de significados. En la medida en que un símbolo o un sistema no es icónico, decimos que es

arbitrario.

De ninguna relación semántica puede decirse que sea completamente icónica ya que para serlo el

símbolo debería ser indistinguible del original. Un mapa de ruta, por ejemplo, es icónico hasta un cierto

punto: las rayas y punto s que representan ríos, caminos, y ciudades están dispuestos sobre el papel en

la misma forma, aproximadamente, que los originales sobre la superficie terrestre, con una reducción en

escala exactamente calculada; pero ni el color ni los diversos tipos de líneas que representan caminos

son icónicos, ni tampoco el ancho de la línea que representa un rió reproduce el ancho verdadero.

Las relaciones semánticas básicas de una lengua son extremadamente arbitrarias. No hay ninguna

similitud entre el sonido de la palabra perro (o en francés chien o en ingles dog) y la apariencia, el sonido

o el olor de un perro. Débiles huellas de iconocidad aparecen en las onomatopeyas y formas

parcialmente onomatopéyicas, y hemos visto ya que incluso en ellas interviene en gran proporción el

elemento arbitrario.

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En los fenómenos paralingüísticos puede darse cierto tipo de iconicidad. En nuestra cultura, el hablante

suele aumentar el volumen de su voz a impulsos de la ira y hay quizás alguna correlación aproximada

entre la magnitud de su cólera y la magnitud del volumen incrementado. Los grados de cólera son

significados y los grados de volumen son las señales que transmiten esos significados, de modo que la

representación continua de aquellos es icónica.

En la medida en que los sistemas vocal-auditivos de mamíferos y aves son semánticos, parecen ser

también básicamente arbitrarios. Tal es el caso, ciertamente, de los gritos de los gibones, aun cuando el

sistema de gritos parece estar inmerso en un campo de variables continuas (lo mismo que el lenguaje en

una matriz paralingüística) y en ese campo puede haber rasgos icónicos: la intensidad general con que

un gibón emite el grito de peligro puede estar en función directa de la inminencia o importancia del

peligro. La asociación entre éste y su característico grito es, pues, arbitraria, pero la correlación entre

inminencia e intensidad es icónica.

En la danza de las abejas, la traducción de distancia en velocidad y de dirección, es desviación de la

vertical, es algo enteramente arbitrario, pero dentro de ese marco arbitrario todos los demás detalles

del sistema son icónicos: la velocidad de la danza es inversamente proporcional a la distancia del néctar,

y el ángulo de la danza respecto de la vertical, es igual al ángulo entre la visual del sol de la dirección

hacia el néctar.

La ventaja de la arbitrariedad sobre la iconicidad -en las lenguas humanas frente a la comunicación de

las abejas, por ejemplo,- es idéntica a la ventaja de un sistema alfabético de escritura sobre un pictórico

o a la que tiene una computadora digital sobre una analógica (icónica) para programar una infinita

variedad de operaciones. Una computadora analógica, una escritura pictórica, la danza de las abejas pue

den estar maravillosamente adaptadas para una función muy específica y al mismo tiempo son in útiles

para cualquier otra cosa. Los seres humanos pueden hablar acerca de todo; las abejas solo pueden

“hablar” acerca del néctar

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IX. Carácter discreto

Cuando alguien pregunta dónde está alguna cosa, muchas veces se responde señalando. Físicamente,

manos y dedos pueden estar colocados en una infinita variedad de posiciones, pero,

comunicativamente, el ademán está presente no lo está. Vale decir que la totalidad de, posiciones

posibles de la mano y dedos, una serie continua de ellas se clasifican juntas como “señalar” y la serie

continua restante como “n o señalar”. Siempre que de un continuo físico de posibilidades se extraen en

esta forma ciertas regiones perfectamente discernibles unas de otras, decimos que hay cuantización; lo

que se obtiene es un repertorio de señales discretas. En el gesto mismo de señalar, en cambio, el dedo

puede apuntar a una cantidad infinita e insegmentable de direcciones, en forma necesariamente

imprecisa y sin otra delimitación que el relativo grado de exactitud, que por lo general es suficiente para

comprender la señal.

El continuo físico de direcciones posibles no está cuantizado y el repertorio de señales es continuo.

Entre señalar y no señalar, pues, el contraste es discreto; pero para el gesto de señalar se dispone de

una serie continua de direcciones posibles.

En todos sus aspectos icónicos la danza de las abejas es un sistema continuo. Los gritos de los gibones

difieren uno de otros de forma discreta. Los fonemas de una lengua no son sonidos sino regiones de

sonido extraídas por cuantización del continuo multidimensional de sonidos vocales fisiológicos

posibles, y en cada lengua esa cuantización produce diferentes repertorios de fonemas. Toda emisión

lingüística debe diferir de cualquier otra de la misma longitud al menos por un rasgo fonológico

completo: las emisiones no pueden ser indefinidamente similares una a otra.

En todo sistema semántico de comunicación, un repertorio continuo supone iconicidad. Aunque las

siguientes consideraciones no constituyen una prueba rigurosa, bastan para demostrar el carácter

plausible de esta afirmación. Con iconicidad y un

repertorio continuo, un leve error de señalación sólo resulta en un error igualmente leve de

interpretación fácil de compensar: si la danza de una abeja no es del todo exacta o si la abeja que la

observa no vuela exactamente en la dirección indicada el rumbo del vuelo puede corregirse cuando las

obreras llegan a la vista del néctar. Si por el contrario, a las señales de un repertorio continuo se les

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asignaran significados arbitrarios, entonces cada una estaría rodeada por otras indefinidamente

similares a ella en contornos físicos, pero con significados totalmente distintos: el más leve erro de

transmisión o recepción podría dar lugar a errores indefinidamente graves de interpretación. Ahora

bien, sabemos que los errores,- “ruido”: en la teoría de la información, son fundamentalmente

inevitables. Una de las maneras de combatirlos consiste en asignar un orden continuo de señales

posibles a un orden continuo de significados, de lo que resulta iconicidad. La otra manera es cuantizar el

orden continuo, y, en ese caso los significados pueden ser icónicos o arbitrarios (en el lenguaje, por lo

tanto, la propiedad VII es independiente de la VII y IX). La cuantización no elimina del todo la posibilidad

de señales ambiguas, pero reduce su frecuencia, y cuando aparece una sola resulta ambigua entre dos o

más alternativas; sin cuantizacion, en cambio, seria ambigua para una infinidad no numerable de

alternativas.

X. Desplazamiento

Unos pocos sistemas semánticos, entre los que se cuenta el lenguaje y sistemas derivados, como la

escritura, tienen la propiedad de que aquello a que se refiere la comunicación puede estar alejado en

tiempo y espacio del momento y lugar en que se establece la comunicación. Esta propiedad, que

llamamos desplazamiento es aparentemente muy rara y el único ejemplo bien atestiguado fuera del

hombre, es la danza de las abejas.

Pero mientras está siempre necesariamente desplazada, el lenguaje algunas veces está y otras no.

Además la abeja no posterga su anuncio indefinidamente, como puede hacerlo un ser humano; vuelve

directamente a la colmena y lo hace. En lo que se ha observado hasta ahora, los gritos de los gibones

nunca están desplazados.

XI. Dualidad

Supongamos que Paul Revere y su amigo hubieran necesitado un repertorio total de varios cientos de

mensajes en lugar de sólo dos. No hubiera sido fácil poder tener a mano en la torre de la iglesia muchos

cientos de lámparas. Pero se podría haber convenido en cada mensaje se representaría por una hilera

de cinco luces, cada una de las cuales seria verde, roja o amarilla. En ese caso se habría necesitado sólo

quince linternas (una de cada color para cada posición) pero el sistema habría servido para un total de

3.5 = 243 mensajes diferentes. Lo mismo que en el sistema descrito por Longfellow, los significados se

habrían asignado a los mensajes totales, de modo que “luz roja en primera posición”, por ejemplo, no

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hubiera tenido ningún significado individual propio; habría servido únicamente para distinguir unos

mensajes de otros, así como la /b-/ inicial de los morfemas españoles, bata, boro, vena, bol los distingue

de pata, toro, cena, col, pero carece de significado propio. El sistema tendría entonces dualidad de

pautamiento; un conjunto de convenciones respecto de elementos mínimos con significado o pleremas

(aquí los mensajes totales con las convenciones semánticas establecidas para cada uno) y también un

conjunto de convenciones respecto de elementos mínimos sin significado propio, pero diferenciadores

de mensajes o cenemas;(aquí los tres colores y las cinco posiciones); un sistema pleremático y un

sistema cenemático.

El principio de dualidad es, en cierta forma, fuente de eficiencia y economía para cualquier sistema de

comunicación en el que se necesite distinguir entre un buen número de mensajes diferentes; unos

pocos cenemas pueden ordenarse en un elevado número de agrupamientos breves y los significados

asignarse a estos últimos. Todas las lenguas humanas tienen dualidad de pautamiento; una estructura

cenemática, que es el sistema fonológico, y una estructura plerématica, que es el sistema gramatical.

Toda emisión de una lengua consiste en un ordenamiento de fonemas de esa lengua (los cenemas

lingüísticos) y, al mismo tiempo, en un ordenamiento de morfemas de esa lengua (los pleremas

lingüísticos), cada uno de los cuales está representado diversamente por algún breve ordenamiento de

fonemas. Los fenómenos paralingüísticos, por el contrario, no tienen dualidad. Esto es verdadero por

definición, en tanto que cualquier porción de la comunicación vocal-auditiva humana que tenga las

propiedades de dualidad y de carácter discreto no puede distinguirse operacionalmente de la porción

que tradicionalmente llamamos lenguaje y debe por lo tanto ser parte de él.

Cuando un sistema tiene dualidad, la función básica de su estructura cenemática es la de identificar

mensajes y mantenerlos distintos unos de otros. Normalmente, una emisión producida en una situación

dada difiere por mucho más que por un rasgo fonológico mínimo de cualquier otra emisión que podría

aparecer en las mismas circunstancias. Eso deja lugar para mucha variación no distintiva en de talles de

articulación, aún más en la configuración de la señal lingüística, para ello, e n el momento en el que llega

a los oídos del oyente. Ya hemos visto que las consecuencias inevitables de ese hecho es el cambio de

sonido. Este resulta ser, pues, un acompañamiento inseparable de la dualidad.

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Muchos de los sistemas de comunicación inventados por el hombre manifiestan dualidad. Un ejemplo es

el código Morse, en el que los cenemas, son puntos y rayas y silencios de diversa duración y los

pleremas son combinaciones de esos cenemas que se han asignado significados (v.gr dos puntos

significan la letra “I”). Otro ejemplo es la escritura orgánica que emplearon los hablantes de irlandés

antiguo. Esta escritura tenía cenemas que consistían en ciertos trazos elementales, y pleremas

representados por ciertos ordenamientos de esos trazos; las denotaciones de los pleremas eran los

fonemas del irlandés antiguo.

En un sistema al que fuera posible atribuirle dualidad únicamente si el número de “cenemas” fuera igual

o mayor que el de “pleremas”, no existiría de hecho ninguna dualidad verdaderamente significativa. Esta

sólo se encuentra en los sistemas que usan un repertorio relativamente pequeño de cenemas para

componer uno relativamente grande de pleremas. No hay ningún ejemplo claramente atestiguado de

dualidad significativa en sistemas animales de comunicación; En el sistema de gritos de los gibones, por

ejemplo, las diferencias entre los gritos son siempre globales. No obstante, sería prematuro concluir que

la dualidad significativa es una prerrogativa exclusivamente humana.

XII.- Productividad.

Hemos mencionado ya, el lugar común de que todo hablante puede decir algo que nunca a dicho ni oído

antes y ser perfectamente comprendido por sus oyentes, sin que hablantes ni oyentes se percaten de la

novedad en lo más mínimo; un sistema de comunicación en el que es posible crear y comprende r sin

dificultad mensajes nuevos en un sistema productivo. Hemos discutido también los mecanismos que lo

hacen posible, que se pueden clasificar tantos bajo el nombre de analogía. Hemos visto, por último, al

tratar la patógena lingüística, como llega un momento en el que todo niño produce su primera emisión

nueva construida analógicamente, y hemos señalado que recién después de ello ha ocurrido, pueden

sus hábitos lingüísticos amoldarse lentamente a los del habla adulta que lo rodea.

La danza de las abejas también es productiva, en cuanto una obrera puede informar acerca de una

localización sobre la que no ha habido ninguna comunicación previa. Pero, de hecho, cualquier sistema

semántico continuo (y por lo tanto único) es necesariamente productivo. Un sistema discreto, en

cambio, no lo es necesariamente, y los mecanismos analógicos que hacen productivo al lenguaje son

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muy diferentes de los que son responsables de la productividad en la danza de las abejas. En un sistema

discreto la productividad implica que algunos mensajes del sistema (tanto los antiguos como él que

acaba de crearse) son pleremáticamente complejos; es decir; que consisten en un ordenamiento de dos

o más pleremas, en lugar de consistir cada uno en un solo plerema indivisible. Partiendo de un sistema

de complejidad pleremática, existe una sola variedad de analogía por la que puede enviarse un nuevo

mensaje: el cruce; un poco más adelante se verá la importancia de este hecho.

Hay una distinción de principio entre un sistema semántico discreto productivo y uno improductivo,

aunque este último tenga un número enorme de mensajes. Porque si un sistema discreto es

improductivo, el número de mensajes, por enorme que sea, es necesariamente finito. En cambio, la

productividad supone como un número finito de unidades elementales de señalización (morfemas) y de

pautas, permite la generación de un número transfinito (aunque innumerable) de mensajes

generalmente distintos.

La productividad debe distinguirse de la dualidad. En el sistema modificado de Paul Revere,-con quince

linternas- las convenciones semánticas asignan significados enteramente discretos a cada mensaje total,

de modo que cada mensaje es un solo plerema y no hay complejidad pleremática: el sistema tiene,

pues, dualidad, pero no productividad.

De los restantes sistema que hemos descrito, ninguno manifiesta productividad. Los gritos de los

gibones, por ejemplo, configuran un repertorio total de entre nueve y doce gritos distintos, y

aparentemente no hay ningún mecanismo que permita crear- y comprender- un nuevo grito. Sí parecen

constituir sistemas productivos, en cambio, los cantos de algunos pájaros; al menos por el hecho de que

cada ave enriquece con elaboraciones propias el repertorio básico de su comunidad, haciendo que su

canto sea característico tanto de sí mismo como de su comunidad y especie.

XIII.- Transmisión cultural o tradicional.

Para que un organismo pueda participar en un sistema de comunicación, las convenciones de ese

sistema tienen que establecer de alguna manera en ese organismo. Hay dos mecanismos biológicos que

lo hacen posible. Uno es el mecanismo genético: los genes

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de un individuo, heredados de sus padres rigen la pauta de crecimiento y, por ende, las pautas de

comportamiento de ese individuo. El otro mecanismo es la tradición.

El ser humano, cuando nace, no habla ninguna lengua. La lengua que llega a hablar más tarde es la que

usan las personas que lo rodean, ya sea que se trate de la lengua de sus antepasados biológicos o no y,

si no lo es, sin que ello afecte en lo más minino el grado de habilidad con que llegue a hablarla ni el

tiempo que requiera para aprenderla. Si, como ocurre ocasionalmente, una criatura se cría en absoluto

aislamiento o entre animales, no aprende ninguna lengua. Pero sí, en cambio, se cría en sociedad y es

biológicamente normal excepto alguna deficiencia marginal, como la sordera o la ceguera, es de advertir

que tales impedimentos frecuentemente se superan, en forma tal que los hábitos lingüísticos de una

persona sorda llegan a ser prácticamente idénticos a los de las personas con quienes vive. Finalmente,

conviene recordar que se ha intentado varias veces el enseñar a hablar a individuos de alguna otra

especie, pero todos esos esfuerzos han fracasado.

De lo anterior se desprenden inmediatamente tres conclusiones:

1) Los genes humanos no son específicos de las particularidades de ninguna lengua, sino permisivos de

cualquiera y de todas; 2) los genes humanos (y únicamente los humanos) son una condición necesaria,

pero suficiente, para la adquisición de una lengua, y 3) el papel de la genética no se limita a ser

pasivamente permisivo: el fenotipo humano comprende también un fuerte impulso positivo hacia la

participación en el inter cambio comunicativo de la sociedad, impulso que sólo puede frustrar el

aislamiento más completo.

A ellos se limita el papel de lo genético en el lenguaje. En la continuidad de hábitos lingüísticos de

generación en generación interviene además, principalmente, el otro mecanismo mencionado, la

tradición. Todo comportamiento tradicional es aprendido, pero no todo comportamiento aprendido es

tradicional. Para que lo sea debe haber además enseñanza por parte de otros individuos de la misma

especie, impartida mediante un comportamiento que no esté determinado exclusivamente o

principalmente por vía genética, sino que haya sido aprendido a su vez de maestros anteriores. Así, por

ejemplo, si hay realmente algún elemento de aprendizaje en el picotear cada vez más preciso del pichón

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de gaviota, no hay, empero, transmisión tradicional, dada que el complementario comportamiento

condicionante de la gaviota adulta es en sí mismo es eternamente instintiva.

Definida en esta forma, la tradición no es, obviamente, una prerrogativa humana. Entre chimpancés en

cautiverio se han observado algunas tradiciones de vida efímera; pero el grado en que la tradición

suplementa a la genética en la transmisión, de una generación a la siguiente, de los cantos de los

pájaros, de los gritos de los gibones o de las pautas vocales de varias otras especies constituye todavía

una interrogante. Lo más probable parece ser que, al menos en los mamíferos terrestres y en las aves, la

genética y la tradición obren en constante complementación dialéctica, sin que en ningún caso sea sólo

de ellas el mecanismo enteramente responsable.

La tradición se transforma en transmisión cultural cuando en la transmisión de hábitos tradicionales

tiene amplia intervención el uso de símbolos: lo primero que comienza a adquirirse es el sistema de

comunicación de la comunidad y todo aprendizaje ulterior, tanto de los demás de ese sistema como de

todo el estor de la “cultura”, se lleva a cabo no sólo mediante demostración directa y experiencia si no

también, en gran parte, en términos de sistema de comunicación. Para que un sistema de comunicación

funcione eficazmente en esa forma debe tener, ciertamente, las propiedades de semanticidad,

arbitrariedad (y, por consiguiente, carácter discreto), desplazamiento, productividad y también,

probablemente, transmisión por tradición. Esta combinación de rasgos fundamentales es la que parece

producir símbolos en el sentido que se dé más frecuentemente a esta palabra en el lenguaje filosófico-

científico de la actualidad.

Debe notarse que definir transmisión cultural y los rasgos esenciales de un sistema de comunicación que

la haga posible en la forma en que lo hemos hecho equivale a firmar que sólo homo-sapiens, en lo que

sabemos hasta ahora, tiene cultura. Pero no debemos dejar que esta conclusión nos predisponga en

contra de eventuales descubrimientos empíricos que prueben lo contrario.

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XIV.- Prevaricación.

Los mensajes lingüísticos pueden ser falsos y puede n no tener ningún significado en el sentido lógico.

Esta propiedad, que llamaremos p revariación, se halla en la base de la mentira, de la ficción, del error,

de la superstición, pero, también, de la formulación de hipótesis. No es una propiedad independiente,

pues parece derivarse de la semanticidad, el desplazamiento y la productividad: sin semanticidad, no se

puede verificar si una señal tiene significado y validez; sin desplazamiento, la situación a que se refiere el

mensaje debe estar siempre en el contexto inmediato; sin productividad, difícilmente podrían generarse

mensajes sin significado. No obstante, se podría imaginar un sistema que tuviese esas tres propiedades

pero careciese de prevariación.

Ninguno de los sistemas animales de comunicación que se conocen parecen presentar esta propiedad.

XV.- Reflexividad

En una lengua es posible comunicarse acerca de la comunicación misma. Este carácter reflexivo del

lenguaje no se encuentra, a lo que parece, en ningún otro sistema de comunicación. No es tampoco una

propiedad independiente; parece basarse, en gran medida, en la productividad: es, especialmente, el

mecanismo formador de idiotismos, el que asegura que podemos llegar a comunicarnos

lingüísticamente sobre todo lo que podamos experimentar. Las abejas, por el contrario, sólo pueden

danzar sobre lugares, pero no pueden danzar sobre la danza.

Los orígenes del lenguaje.

De las quince propiedades del lenguaje que hemos descrito en el parágrafo anterior, productividad,

desplazamiento, dualidad y transmisión cultural pueden considerarse, en un cierto sentido, como las

propiedades esenciales o básicas de todo sistema lingüístico: si no fuera por ellas, el lenguaje humano

no se distinguiría verdaderamente de la comunicación homonoide a general. Desde el punto de vista de

la evolución, es de suponer, pues, que fueron las últimas en aparecer, en un sistema que estaba ya

caracterizado por todas las restantes propiedades no derivadas. Cuándo y cómo aparecieron, y en qué

orden, es el interrogante que procuraremos satisfacer en este parágrafo. Para ello es necesario

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bosquejar las diversas etapas evolutivas que precedieron los orígenes del lenguaje, dentro del conjunto

total y drástico de cambios que convirtió en hombres a nuestros antepasados prehumanos.

Para la reconstrucción de la evolución humana contamos con dos tipos de datos: 1) los fósiles y

testimonios arqueológicos y geológico s; 2) la estructura física y los hábitos de vida de los otros

homonoideos de hoy y de nosotros mismos, que compartimos con aquellos una ascendencia común que

no comparte ninguna otra especie viviente; a esos antepasados comunes los llamaremos

protohominoideos. El método de que nos valdremos es muy semejante al que hemos descrito y

ejemplificado en los capítulos sobre prehistoria lingüística: el método comparativo, transferido del

campo de la lingüística histórica al de la evolución biológica.

Entre los datos del primer tipo, el que mejor permite establecer la época y proveniencia de los

protohominoideos es el procónsul, un hominoideo fósil muy antiguo del que se han identificado hasta

ahora varias especies. De su localización cronológica y morfológica se deduce que los protohominoideos

debieron vivir en el este de África durante el mioceno medio o inferior o (lo más temprano) durante el

oligoceno superior.

A continuación, y sin mencionar los datos en detalle, daremos una caracterización de los

protohominoideos que resulta principalmente de aplicar el método comparativo a lo que se sabe de los

homonoideos de hoy; teniendo en cuenta, además todo cuanto sabemos sobre los dos mecanismos de

cambio en la evolución biológica: genética y tradición. Para hacer más vívido el cuadro nos permitiremos

también algunas interpolaciones con un grado de precisión que, en algún caso, puede no estar

plenamente justificado.

Los Protohominoideos.

De sus antepasados totalmente arborícolas heredaron la aguda visión acomodativa característica de los

primates superiores, el poco sentido olfatorio, la transformación de las extremidades anteriores en

brazos libremente móviles, con manos manipuladoras, y el encéfalo algo más grande que en el común

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de los mamíferos terrestres. Eran más pequeños que nosotros, pero más grande que los gibones; tenían

músculos faciales móviles y grandes caninos; eran peludos y carecían de cola.

Eran expertos trepadores y pasaban buena parte de su vida en los árboles de los bosques tropicales o

subtropicales que constituían su hábitat. Allí tenían sus nidos y allí dormían. Pero no eran muy expertos

en la braquiación y sus actividades se desarrollaban no solo entre los árboles, sino que también en

tierra. Allí podían adoptar una postura semirrecta y sentarse dejando los brazos libres para la

manipulación; podían caminar en cuatro patas y correr con las dos posteriores, pero la marcha bípeda

era poco infrecuente y torpe.

Ocasionalmente recogerían un palo o una piedra y los usarían como herramientas; es posible que los

modificasen ligeramente, con manos y dientes, y que los transportasen un corto trecho para su uso

inmediato, arrojándolos después. Transportaban también otras cosas, en la boca o con las manos,

durante la construcción del nido.

Su dieta era vegetariana, pero figuraban también en ella gusanos y gorgojos y, algunas veces, pequeños

mamíferos o aves que por estar lastimados o enfermos no podían escapar. Ocasionalmente se

alimentaban también con los despojos de los animales carnívoros.

La gestación duraba unas treinta semanas y los mellizos eran tan raros como lo son hoy entre los seres

humanos. La prole requería y recibía los cuidados maternos durante muchos meses. El crecimiento se

completaba, en ambos sexos, a los nueve o diez años y el lapso vital era, potencialmente, de unos

treinta años. El ciclo menstrual reemplazaba en las hembras la época del celo. Los machos adultos se

interesaban sexualmente por las hembras y “paternalmente” por la prole, pero sin lazos familiares

permanentes.

Se agrupaban en bandas de diez a treinta miembros, cuya constitución típica era de uno o muy pocos

machos adultos, varias hembras y la cría. Cada banda habitaba un territorio de límites imprecisos cuyo

centro era el grupo específico de árboles en que construían sus nidos. Con respecto a las bandas

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adyacentes las relaciones eran neutrales u hostiles, rara vez amistosas; pero debía haber bastante

contacto como para proveer a un cierto intercambio de genes. Dentro de cada banda las actividades

colectivas demandaban coordinación, la que se obtenía mediante varias formas de comunicación:

movimientos del cuerpo, empujones y tirones, cambios en el olor corporal y señales vocales. Las

convenciones de esas formas de comunicación se transmitían en gran parte genéticamente, pero en

cierta parte también por tradición, adquiriéndolas los jóvenes a través de su participación, bajo la

dirección de los adultos, en las actividades del grupo. Esto supone una cierta capacidad para aprender

por experiencia y para transmitir a otros miembros de la banda cualquier nueva habilidad así adquirida

en un proceso más de enseñanza y aprendizaje que de lenta selección genética.

No tenían la facultad de hablar. Lo más que podemos atribuirles válidamente a este respecto es un

sistema de gritos similar al de los modernos gibones, que era , como éste, improductivo y carecía de las

propiedades de desplazamiento y dualidad; tenía en común con el lenguaje humano, en cambio, las

propiedades I - IX y quizá también, hasta cierto punto, la de transmisión tradicional. Aunque lo mas

seguro es suponer que la tradición desempeñaría un papel muy secundario respecto del mecanismo

genético.

Hemos completado así esta breve caracterización de los protohominoideos, la cual nos servirá de punto

de partida para la historia de nuestra propia evolución.

Los Homínidos.

Los datos geológicos indican que una o más veces durante el mioceno se produjo, en el este de África,

un cambio climático que convirtió gradualmente el bosque tropical continuo en una sábana abierta con

bosquecillos aislados. Al retirarse los árboles, algunas bandas de hominoideos retrocedieron con ellos,

sin abandonar nunca su clásica existencia arborícola: sus descendientes de hoy son los gibones. Otras

bandas vinieron a encontrarse en bosquecillos aislados cuya extensión disminuía poco a poco. Con los

tiempos aquellos cuyos miembros que no estaban físicamente capacitados para atravesar campo

abierto en busca de otros árboles se extinguieron; los hominoideos que pudieron hacerlo fueron los

antepasados nuestros y de los monos antropoides. Pero la presión cada vez mayor de población en esos

oasis arbóreos cada vez más reducidos forzaría a las bandas a competir entre sí por sus recursos; con el

tiempo, los más fuertes quedaron dueños de los árboles: algunos de ellos fueron los antepasados de los

monos antropoides. Los otros los que fracasaron y debieron abandonar los árboles, fueron los

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antecesores de los hombres. Es en este punto, cuando empezamos a referirnos a los prehumanos, con

exclusión de los presimios donde debemos dejar de referirnos a ellos como “hominoideos”, para

llamarlos en adelante “hominidos”.

La vida lejos de los árboles estaba llena de incomodidades y peligros y la supervivencia se hacía muy

difícil: podía escasear el alimento habitual y también el agua, pues esta es abundante donde hay

árboles; tanto los animales de presa como los grandes cuadrúpedos herbívoros eran fuertes y temible.

Para poder sobrevivir en ese medio hostil - en el que debió desaparecer un enorme número de

hominoideos- era preciso que se produjeran cambios en la estructura física y en el estilo y formas de

vida de algunos individuos los que adaptaran mejor a las nuevas condiciones.

De esos cambios adaptativos los más importantes fueron, sin duda, los que tenían relación con el

transporte de objetos de un lado a otro. Rudimentos de esa actividad aparecían ya, según vimos, entre

los protohominoideos pero estos necesitaban sus manos sobre todo para trepar y para la locomoción: el

pal o que se llevaba al nido se transfería a la boca cuando el animal debía asirse a las ramas y la

herramienta ad hoc se abandonaba cuando había que avanzar. Las condiciones no son mejores en tierra

si se siguen necesitando de las manos para caminar; pero si la locomoción bípeda es de algún modo

posible, las manos quedan libres para transportar objetos: y el valor de esto último para la supervivencia

sirve a su vez para promover una estructura corporal adaptada a la locomoción bípeda.

Las primeras cosas que se transportaron fueron seguramente toscas armas defensivas y los restos de las

víctimas de animales carniceros, al principio dentro del territorio de la banda y más tarde llevados de un

lugar a otro al trasladarse toda la banda; al transporte de armas y alimentos debió sumarse entonces el

transporte de pequeñas cantidades de agua- tan necesarias para a los primates- recogidas en las grande

hojas de las plantas tropicales.

Los efectos laterales de esa actividad fueron de incalculable importancia: no sólo que su inmediato valor

práctico, ayudó a promover la locomoción bípeda sino que está a su vez promovió por vía de selección,

el incremento de esa actividad y la postura erecta que hace mecánicamente más cómoda la marcha en

dos pies. Otra consecuencia fue que dio lugar a un tipo de comportamiento que tenía todas las

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apariencias externas de lo que llamamos “memoria” y “presencia”: Con el correr del tiempo, esas

apariencias dieron origen a las características psicologías a lo que se refieren los términos. Una tercera

consecuencia fue un cambio en el régimen dietético: las armas de defensa se convirtieron gradualmente

en ofensivas y la carne pasó a formar una parte cada vez mayor de la dieta de los errantes hominidos del

mioceno y el plioceno. Por último, el uso de las manos para transportar significó que la boca y los

dientes- que los mamíferos terrestres, las aves y aún los reptiles emplean típicamente para ese objeto-

quedaron disponibles para otras actividades. Esto es tan importante que se puede afirmar con confianza

que si la evolución primate y homínida no hubiese transferido de la boca a la mano la función prensil y

manipuladora primero y la transportaron después, el lenguaje humano tal como lo conocemos no se

habría nunca originado. ¿Qué habrían de hacer los hominidos con su boca, ahora relativamente,

ocasiona excepto al comer? La respuesta es: parlotear.

El sistema de gritos de los protohominoideos no se habría perdido a la etapa que hemos llegado. Ahora

bien, la caza de animales peligrosos es difícil con armas tan primitivas y debe hacerse en colaboración.

Ello exi ge coordinación de los actos de los participantes; pero las manos sostienen armas y no pueden

emplearse para ninguna señal muy complicada, en tanto que la atención visual debe dividirse entre

movimientos de la presa y los de los demás participantes: todo ello favorece una mayor flexibilidad de la

comunicación vocal-auditiva, que permite coordinar las acciones sin tener que interrumpir la tarea.

La caza colectiva, la participación general en el reparto subsiguiente y el transporte de una variedad de

objetos cada vez mayor, todo presiona a favor de lo que podemos llamar vagamente la “socialización”

de los miembros de la banda; y en favor de una organización social más compleja, a la que sólo se puede

llegar con una comunicación más flexible.

El “Prelenguage”.

Un sistema de gritos puede hacerse más flexible, dentro de ciertos límites, desarrollando gritos

totalmente nuevos que correspondan a tipos adicionales de situaciones recurrentes. Pero no puede dar

el primer paso hacia el leguaje, tal como lo conocemos, a menos de ocurrir otra cosa: a través de un

proceso como el que a continuación describiremos, el sistema cerrado se hace productivo.

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Representemos la configuración acústica de algunos de los gritos del sistema - elque significa “comida”,

por ejemplo-, arbitrariamente, con la serie de letras ABCD y la de otro- el que significa “peligro”-, con

FEGH. Estas representaciones sólo indican que cada grito posee dos o más propiedades acústicas en las

que podían concentrase los oídos primates: no importa de cuántas propiedades se trata ni cuáles son

exactamente. Podía suceder que algún homínido se encontrara en una situación caracteriza da

justamente por la presencia de comida y la inminencia de un peligro y que emitiera – el lugar de uno u

otro de los gritos apropiados- uno que reunía la característica de ambos: por ejemplo, ABGH. Si esto se

repetía varias veces más tarde o más temprano los otros miembros de las otras bandas acabarían por

responder en forma apropiada, lo que hacía posible enfrentarse con una situación desusadamente

compleja en forma más eficiente que antes: así reforzado el hábito del cruce de los gritos anteriores

para producir uno nuevo ganaría terreno. En realidad, es forzoso creer que eso fue lo que ocurrió,

porque el mecanismo de cruce constituye la única forma lógicamente posible en que un sistema discreto

improductivo puede evolucionar hacia uno productivo. Ahora bien, volviendo al ejemplo anterior: la

mera aparición del nuevo grito, ABGH, no significa que el sistema ha dejado de ser productivo; un

sistema de veinte gritos o de cien o de mil, sigue siendo tan improductivo como uno de diez. Pero a

partir del momento en que el nuevo grito entra a formar parte del sistema, tanto él como los dos más

antiguos pasan a ser compuestos en lugar de señales unitarias inanalizables. En ABCD, AB significa ahora

“comida” y CD, “no hay peligro”; en EFGH, EF significa “no hay comida” y GH, “peligro”; en tanto que

ABGH significa “comida y peligro”: AB, CD, EF y GH acaban de adquirir los mensajes mencionados.

Eventualmente podría aparecer incluso EFCD, significando, obviamente, “no hay comida y no hay

peligro”. Así pues, son tres por lo menos los gritos que ahora constan de dos partes cada uno, ninguna

de las cuáles esta confinada a un sólo grito. Ahora se tiene la b ase para el hábito de construir señales

compuestas valiéndose de partes con significado y es este hábito el que está en el centro de la

productividad de las lenguas humanas. El mecanismo del cruce, pues, no convierte realmente un

sistema improductivo en productivo: pero da el impulso inicial a esa transformación, como no puede

hacerlo ningún otro mecanismo conocido.

Lo mismo que todos los otros pasos de la evolución, la “productivización” del sistema de gritos de

nuestros antepasados requirió literalmente de miles de años. La producción accidental de un cruce-

como el transporte casual y momentáneo de una piedra o un palo con la mano- es un brevísimo

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episodio; pero sabemos que todo tipo de evento potencialmente crucial puede ocurrir innumerables

veces sin efectos visibles por cada una de las veces en que tiene consecuencias minúsculas pero

duraderas. Cuando finalmente se logró la productividad, su impacto revolucionario sobre la evolución

ulterior fue tan grande como lo fue la del transporte manual.

En primer término, las convenciones detalladas de un sistema productivo no pueden transmitirse

enteramente por vía genética, sino que hace necesario un aprendizaje similar al del niño que aprende a

hablar (capitulo XLI). El desarrollo de un sistema productivo, por tanto confiere especial valor a la

capacidad de aprender y enseñar que pueda tener una especie y tiende a acrecentar, por selección

natura l, la base genética de esa capacidad.

En segundo lugar, si hace falta aprender la mayor parte de las convenciones de un sistema antes de

poder usarlo con eficiencia, entonces mucho de ese aprendizaje acabará por tener lugar lejos de los

contextos en que tendrían pertinencia inmediata las emisiones que se practican. El desarrollo de un

sistema de comunicación vocal-auditiva productivo y en gran parte transmitida por tradición significa

que es posible hablar de situaciones que no existen en ese momento; es decir, significa que a las

propiedades que ya existen viene a sumarse el desplazamiento. Hablar de cosas que no están a la vista o

que pertenecen al pasado o al futuro es muy semejante a transportar un implemento cuando no hay

necesidad inmediata de él. Cada una de esos hábitos, por consiguiente, refuerza el otro y es difícil decir

cuál vino primero. No obstante, nos inclinamos a conjeturar que el desplazamiento fue posterior, dado

que nuestros antepasados alcanzaron una conformación de las extremidades esencialmente modernas,

mucho antes que el cerebro, y el cráneo y los dientes llegarán hacer lo que son ahora.

El antiguo sistema de grito evolucionó, pues, hacia un sistema productivo cuyos detalles se transmitían

sobre todo por tradición, más bien que genéticamente, y que poseía además la propiedad del

desplazamiento. Llámenos a ese sistema prelenguaje. Nada semejante a él se conoce en el mundo de

hoy, pero como son muchos los sistemas animales de comunicación aún no estudiados algunos

lógicamente igual prelenguaje podrían descubrirse. Lo que sabemos con certeza es que cualquier grupo

de hominidos que hubiese desarrollado su comunicación vocal-auditiva sólo hasta esta etapa se

extinguió sin dejar descendientes. Por lo demás es muy probable que si pudiéramos escuchar hoy el

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prelenguaje de nuestros antepasados nos sonaría más como gritos de animales que como una lengua, y

que sólo un análisis muy atento pondría de manifiesto sus propiedades prelinguísticas.

El desarrollo de la productividad, con las diversas consecuencias mencionadas, acompañó y preparó el

terreno a otros cambios importantes, es de suponer que la manufactura de herramientas – no

simplemente su uso y acarreó -recibió de allí su mayor ímpetu; sus orígenes fueron ciertamente

posteriores a los comienzos del prelenguaje.

El Lenguaje.

El desarrollo de la postura erecta, con la ascensión de la cara desde el extremo inferior de la cabeza al

lado frontal, como llevó e l eje de la cavidad bucal a una posición aproximadamente perpendicular a la

faringe, introdujo una marcada separación entre el velo y la glotis y dejó amplia libertad a la raíz de la

lengua para moverse hacia atrás en el espacio así provisto y al velo del paladar para moverse hacia

arriba cerrando el pasaje nasal. Todas estas alteración hicieron al aparato fonador humano

estructuralmente diferente, en varios aspectos, de los órganos homólogos de los de más mamíferos,

inclusive los primates. Cientos de generaciones de parloteo, primero en un sistema de gritos y después

en una prelengua, aumentan la innervación del aparato fonador y enriquecen la representación cortical

de esa región. Ahora bien, ninguno de esos cambios conduce directa e inevitablemente a la dualidad de

pautamiento, pero puede decirse que en cierto modo, preparado la escena para el desarrollo de

movimientos articulatorios; los hominidos estaban en un estado en el cual, si la dualidad aparecía, la

maquinaria que se usaría para ella iba a hacer con toda probabilidad el tipo de movimientos

articulatorios que nos son familiares.

La dualidad debió aparecer en la forma siguiente. El prelenguaje se hizo cada vez más flexible y más rico,

a causa de sus muchas ventajas para su supervivencia. El constante cruce entre emisiones generó un

repertorio cada vez más grande de elementos mínimos de señalización con significados: los

“premorfemas” de las prelengua. Sin dualidad, esos elementos debían ser holísticamente distinto uno

de otros en configuración acústica. Pero el espacio articulatorio-acústico disponible se fue ocupando

cada vez con mayor densidad; algunos premorfemas llegaron a hacerse tan semejantes a otros que

distinguirlos, tanto en producción como en percepción, se convirtió en una exigencia demasiado grande

para las bocas, los oídos y los cerebros hominidos. Algo debía suceder o el sistema se derrumbaría por

su propio peso. Muchos sistemas así sobrecargados debieron sin duda sufrir un colapso, exigiéndose

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después sus usuarios. Pero en un caso por lo menos se produjo una “mutación” brillante y afortunada:

los premorfemas se empezaron a escuchar e identificar, no por su configuración acústica total, sino en

función de los rasgos sonoros que aparecían en ellos en diversos ordenamientos. Simultáneamente con

ese cambio la técnica de la audición, los movimientos articulatorios no tendieron ya a la generación de

una configuración acústica total satisfactoria sino que se produjeron a la producción suficientemente

precisa de aquellos rasgos fónicos que identifican a un premorfema frente a los restantes.

Al producirse ese cambio; los premorfemas se convirtieron en verdaderos morfemas, los rasgos sonoros

en cuestión pasaron a ser componentes fonológicos y el prelenguaje se transformó en verdadero

lenguaje.

Aunque brillante y decisiva, esta innovación no necesitó ser ni tan rápida ni tan ardua como la

descripción hecha parecería sugerir. Sin dualidad, pero ya con productividad el oyente se ve obligado a

prestar atención al detalle acústico y no apenas a uno u otro síntoma conveniente de una configuración

acústica total; de otro modo no podría reconocer los premorfemas que componen un grito compuesto y

responder a él en forma apropiada. En tanto que en un sistema puro de gritos el principio solo puede ser

lo bastante distintivo como para identificar todo el grito, en el prelenguaje no se puede predecir desde

el comienzo de un grito, como continuará y como terminará. Evidentemente ello abre el camino a la

dualidad: en un cierto sentido, es muy pequeño el paso que hay que dar para dejar de considerar que

los detalles acústicos constituyen morfemas y empezar a interpretarlos como identificando o

representando morfemas.

La aparición del verdadero lenguaje a partir de un sistema de gritos improductivos, a través de los pasos

y etapas que hemos expuesto, no debe mirarse como la sustitución de un tipo de sistema de

comunicación por otro, sino m as bien como el desenvolvimiento de un sistema nuevo dentro de la

matriz de lo antiguo. Algunos de los rasgos del sistema protohiminoideos están presentes todavía hoy

en el comportamiento vocal-auditivo de hombre, pero como acompañamiento del leguaje y no como

parte de éste. Los protohiminedeos podían variar la intensidad, la altura y la duración de un mismo

grito, como todavía podemos hacer nosotros al emitir las oraciones de una lengua; emitimos además

ciertos gruñidos y gritos (¡Ajá!, ¡hum!, ¡eh!), que no son palabras ni morfemas ni partes del lenguaje: son

los fenómenos paralinguísticos, reelaborados y modificados de muchas maneras por las condiciones de

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vida de los hablantes humanos, pero cuya prosapia –lo mismo que la de los movimientos comunicativos

del cuerpo- es mas antigua que la del lenguaje misma.

En las páginas que anteceden hemos bosquejado los sucesivos pasos del progreso evolutivo que llevó de

los protohominoideos a nuestros primeros antecesores verdaderamente humanos. Pues afirmamos que

tan pronto como los hominideos alcanzaron la postura erecta, la marcha bípeda, el uso de las manos

para manipular, para transportar y para manufacturar implementos y el lenguaje, se habían

transformado en hombres. Sólo quedan en pies dos interrogantes: ¿cuánto tardó en producirse el

cambio?, ¿ cuánto tiempo hace que se completó?.

Con seguridad los cambios no comenzaron antes del tiempo de los protohominoideos y es verosímil

que, después de separados los homínidos de los póngido, no comenzaran todavía hasta muy avanzado

el plioceno. Por otra parte, tenemos la convicción de que todos los desarrollos esenciales de que hemos

hablado se habían producido ya a comienzos de plesistoseno, es decir, hace un millón de años

aproximadamente.

El mejor argumento en favor de esta conclusión que antecede lo ofrece el crecimiento subsiguiente del

cerebro, atestiguado por los restos fósiles: desde hace AC 750.000 años hasta hace aproximadamente

40.000 años, el cerebro de los homínidos creció constantemente. Aun cuando parte de ese incremento

refleja un aumento general del tamaño del cuerpo, queda todavía un crecimiento relativo que hay que

explicar, debe desechares totalmente la idea de que ese crecimiento fuera fortuito: un cerebro grande

tiene demasiadas desventajas biológicas, las que sólo se pueden superar si hay compensaciones. Es

necesario suponer, pues, que si una especie ha desarrollado efectivamente un encéfalo más grande y

con más circunvoluciones, el cambio niate realmente valor para la supervivencia. Ahora bien, en el caso

de nuestros antepasados de hace un millón de años la importancia de un cerebro más grande es obvia,

si, y solo si, habían alcanzado ya lo esencial del lenguaje y de la cultura. El testimonio de los fósiles y del

material arqueológico no solamente apoya esta conclusión, sino que incluso sugiere que puede ser

demasiado conservadora y que los orígenes del lenguaje y de la cultura son aún más antiguos.

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Pero se podría pensar que aun siendo tan tempranas como hemos dicho la mayoría de las innovaciones

cruciales mencionadas, una de ellas, el comienzo de la dualidad, puede haber sido más tardía. Son dos

las razones por las que creemos que la dualidad es tan antigua como todo el resto:

1) Un efecto secundario del crecimiento encefálico es que la parte superior de la cabeza es empujada

hacia delante para formar la frente. Pero no se ve claro porque ello debería ocasionar el retroceso de la

parte inferior de la cara para producir el perfil humano esencialmente chato y perpendicular que hoy,

con variaciones menores, prevalece aun tomando en cuenta los posibles factores que pudieron

favorecer ese cambio (la recesión del hocico y la disminución de su mole son quizá útiles para el

equilibrio de la cabeza sobre un cuerpo erecto: si el cocinar es un arte suficientemente antiguo,

entonces tal vez esa predigestión externa del alimento pudo al menos hacer posible la reducción del

tamaño de dientes y mandíbulas), todavía hay lugar para otra posible influencia: la que ejerce él habito

de hablar en una verdadera lengua vale decir, en una lengua que usa los tipos de movimientos

articulatorios hoy universales, los cuales requieren de movimientos preciso de labios, mandíbulas,

lengua, velo, glotis, y musculatura pulmonar. Si es posible suponer en nuestros antepasados de hace

1.000.000 de años un verdadero lenguaje, entonces éste es lo bastante antiguo como para haber

desempeñado un papel en los cambios evolutivos genéticamente controlados de lo que hoy llamamos

haber de lo que hoy llamamos los “Órganos de la Palabra”. Y si esto es así “órganos de la palabra” es,

más que una metáfora, una descripción biológicamente correcta.

2) El testimonio de los fósiles indica que la diáspora humana a partir de África oriental no puede

ser mucho más reciente que el pleistoceno medio. Esto significa que para la adaptación genética

de una variedad de climas y topografías el hombre dispuso de varios cientos de miles de años.

No obstante, el ser humano presenta una diversidad racial sorprendentemente pequeña; mucho

menor, por ejemplo, la de los perros producida en un lapso mucho más breve (incluso tomando

en cuenta la distinta duración de cada generación en una y otra especie).La misma sorprendente

falta de variedad se revela en ciertos aspectos del lenguaje casi todo tipo de articulación que se

sabe funciona en una lengua, aparece también en otras varias lenguas, sin ninguna correlación

geográfica significativa. Los sistemas fonológicos muestran una variedad mucho menor que la

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que podría inventar fácilmente inventar cualquier lingüista. Tanta uniformidad excluye que haya

habido invención independiente de la dualidad y de los modernos movimientos articulatorios en

dos o más partes del mundo: los desarrollos fundamentales deben haberse producido una sola

vez y difundido luego. Las innovaciones pueden ser antiguas o recientes; excepto por un hecho

adicional: en todas las lenguas se hace uso notablemente eficiente de la materia prima

fonológica, lo que habla a favor de una gran antigüedad; es posible imaginar de tanta eficiencia

haya sido el resultado instantáneo del primer atisbo de dualidad.

Verdadera diversidad solo se encuentra en aspectos más superficiales del lenguaje, lo mismo que en

todas las otras fases de la vida humana en que la tradición y no la genética representa evidentemente el

mecanismo más importante de cambio y adaptación; vale decir, en todo aquello que llamamos cultura.

Llegamos pues a la siguiente conclusión: la evolución humana completada antes de la diáspora

estableció un estado de cosas en que todo cambio y adaptación ulteriores podían efectuar se, dentro de

límites amplios, tradicional y no genéticamente. Es por este motivo que la diversidad de razas humanas

es tan pequeña y que las lenguas y culturas de todas comunidades, por distintas que sean, son

elaboraciones “Común Denominador” heredado.