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Víctor González Barbone Bronce y Sueño NOVELA Montevideo - Uruguay Bronce y Sueño 1

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Víctor González Barbone

Bronce y SueñoNOVELA

Montevideo - Uruguay

Bronce y Sueño 1

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©Víctor González Barbone . Derechos reservados.

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Setiembre 2001.

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Por el olivar veníanbronce y sueño, los gitanos.

Federico García Lorca.

El parque abandonado.La Investigación. Noviembre, 1979.

Los cinceles de Marco Antonio Falcone, acallado su furor, yacían inermes juntando orín en el tallerabandonado. Las botitas jardineras de Rossina Fiori, que durante años marcaran de sus huellas los senderosdel parque exhuberante en largos paseos solitarios, se pudrían de hongos en el cuarto vestidor. El severoescritorio de roble español donde el ingeniero industrial Alberto Maresca animara, por imperio de suinteligencia, el fluir de las aguas descendentes, custodiaba ahora bajo llave sus pertenencias mudas. Ocultasen el monte, en la modesta elevación del cerro, las piedras del Gólgota de San Pedro enredaban supresencia mística en laberíntica construcción. Arriba, seguía el cerro cubierto de vegetación. Abajo, el largomeandro del río limitaba la heredad. En torno al parque, muros altos de piedra y argamasa. Hacia elcamino, viejos portones de hierro enredados de campánulas. Sobre las columnas, los Seres Biformes,ambivalentes, uno frente al otro, el ojo malo hacia adentro, montaban guardia, armados de la pacienciainerte de las piedras.

Un hombre que llegó por el camino echó candado a los portones de la entrada. El jardinero dejó devenir; el parque sucumbió al empuje del monte natural. Libres de la azada, innúmeros arbustos conocidos ysin nombre reptaron sobre los ladrillos húmedos, bajaron por los muros de piedra, ahogaron las zanjas, loborraron todo. Desapareció el pedregullo del camino, las losetas de las veredas, los bancales de flores, losjarrones de piedra. Una tierra negra y pujante, la umbría de los árboles de altura, el agua de serranía, laprotección del cerro, revivieron una vegetación salvaje que se encaramó a los bancos, trepó los hierros delas pérgolas, cubrió las estatuas y acabó por ahogar de verdor el viejo puente de madera allá abajo en elzanjón. Hojas y tallos treparon las columnas, agotaron su altura y volvieron a caer en largas guías que elviento mantenía en constante movimiento.

Los Seres Biformes, ocultos por las hojas, oyeron los últimos pasos apretando el pedregullo del acceso.Abrigados de musgo, al calor del sol tibio de noviembre, arrullados por los pájaros, el viento, el rumor delas hojas, sintieron caer sus párpados pesados de sueño. No había hombres para sorprender ni mujeres queamedrentar. Tampoco niños que ver jugar. Nada capaz de entretener la mirada atenta. No había peligrospara alejar, espíritus que alertar, inteligencias para intrigar. Abrigados de enredaderas, tibios de sol,aburridos de ausencia, los Seres Biformes se abandonaron libremente al sueño. Al sueño sin vida de laspiedras.

La interdicción.Silvana. Junio, 1979.

El entramado de la ventana cortaba el edificio de enfrente en cuadros regulares. Era una construccióntípica de la Ciudad Vieja, de ventanas angostas terminadas en arco, balcones redondeados, saledizos ygárgolas moldeadas. La estrechez de la calle Misiones incrustaba las formas contra la ventana del despachoen un rompecabezas lleno de luz.

El escribano público Demetrio Arregui, alto, algo encorvado, rodeó el enorme escritorio con algunatorpeza, en un paseo infinitamente repetido. Se sentó frente a Silvana. El rompecabezas se diluyó en elfondo; la cara flaca de Arregui se hizo figura. El puente de los anteojos lo atravesaba como una cruz.Emergían por encima las arrugas verticales de su ceño, fruncido ya por hábito. Apoyó los codos en lasrodillas, cruzó las manos y se sostuvo la barbilla, postura permitida cuando el cliente no le exigíaformalidad. Detrás de los anteojos, sus ojos acuosos se centraban en Silvana, pero la vista se le perdía entiempos llenos de nostalgia.

Estaba muy envejecido. Lo había visto hacía unos años, pero en la cara de Arregui había medio siglomás. La había recibido con la misma cordialidad casi distante de toda la vida, pero se le notaba másdistraído e impreciso. Parecía arrastrar su existencia como tirando de un carro, manteniendo la cabezaenhiesta por tozuda dignidad. Tenía un hijo desaparecido, su sumisión política estaba cuestionada, no podíaejercer cargos públicos, había renunciado a su cátedra en la Universidad. Eran los años de la dictaduramilitar.

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- No hay mucho que podamos hacer, Silvana. La ley está en suspenso, y yo, como verás, no soy el másindicado...

- Confío en usted, ningún escribano logrará más. El problema no es usted: es mi hermano, es mi padre,soy yo. Es esta situación.

Los dedos de Arregui se juntaron frente a él. Silvana tenía las cosas claras.- Es posible. Veamos, de todas formas, los papeles.Silvana se los alcanzó. Las cursivas de la carátula amarillenta se agitaron frente a ella mientras él,

reclinado en el sillón, pasaba lentamente las páginas.Eran ciudadanos de segunda categoría, con los derechos en suspenso, culpables a priori de todos los

males de la humanidad. Ninguna de sus familias habían sido benditas de orientalidad, la supuesta identidadnacional patrióticamente administrada por el régimen. La discrecionalidad del poder, la filiación de losinvolucrados, los intereses al acecho, hacían plausible la amenaza de confiscación. El desconocimiento dela ley, la violación de los derechos humanos, el avasallamiento de las libertades, la expropiación, eranmoneda corriente. La Doctrina de la Seguridad Nacional impuesta en el continente lo avalaba todo. Losderechos limitados de Silvana, la proscripción de su hermano, la filiación política de su padre, la ambiciónde parientes lejanos... bastaron tan sólo unas palabras en algún oído militar. El fraccionamiento de laherencia, la confiscación por partes, la transformación en dinero, harían desaparecer en el anonimato laspropiedades de Rossina Ornella Fiori casada en únicas nupcias con Alberto Mario Maresca en matrimoniosin descendencia. Se enajenarían sus memorias borrando las huellas dactilares impresas en los últimosobjetos tocados por sus manos.

Arregui terminó de revisar el testamento. Examinó también otros papeles, inscripciones, recibos ysellados. Extraía significados, evaluaba alternativas, exploraba todos los vericuetos de su profesión.

- Si fueran tiempos normales, estaría todo en orden. ¿Cuál es tu situación actual? ¿Te han molestadopara algo?

- No. Tengo la "B".Era la clasificación de ciudadanos conforme su estado frente al régimen militar. La "B" era la luz

amarilla del semáforo.- Y... ¿de tu hermano...?- Nada. ¿De su hijo...?- Tampoco.El hijo mayor de Arregui había desaparecido unos meses antes que el hermano de Silvana. Al principio

trataron de engañarse, como todos; deben estar en Suecia, o en México, qué hubiera sido de los refugiadosuruguayos sin países amigos, un poco de trato humano, la protección de un documento de radicación...estas deudas de solidaridad no se podrán pagar jamás. No recibieron nunca ningún indicio claro de laesperanza acariciada. Los amigos, escribiendo con nombres supuestos desde lugares transitorios adirecciones cambiantes habían aportado apenas algunas esperanzas brumosas diluídas en frases equívocas,condicionados como estaban por la revisión postal de los servicios de seguridad, temiendo siempre poneren peligro a quienes habían quedado aquí. En cuanto al hermano de Silvana, un muchacho de caráctersombrío y arrojado, su propia naturaleza lo condenaba. Se había negado a tramitar la ciudadanía italianacuando lo hizo Silvana, recibiendo la protección relativa de ser un extranjero en el propio país. Gerardo nologró aceptar la aceptación de los aquiescentes ni la ingenuidad de los opositores. Silvana rebuscó muchotiempo en su cabeza algún fundamento para creer en la huída; la voz esperanzada del afecto atraviesafácilmente las murallas de la razón. Pero el solo concepto de escapar no tenía cabida en la determinaciónapasionada de su hermano. Los años mostraron la inutilidad de la valentía, pero la valentía no sabe deutilidades. Su hermano no concebía la fuga.

- Veremos qué se puede hacer. Desde ya te digo, no podés esperar que esto llegue a tus manos mientrasla cosa siga así.

- ¿Será posible desconocer el testamento?- Espero que no, al menos, no completamente. ¿Tenés el pasaporte italiano?- Sí, mi tía me lo hizo sacar.- Eso puede ayudarnos. No es tan fácil despojar a una extranjera. Buscaremos la manera de hacer el

asunto bien visible para evitar el desconocimiento, prevenir una declaración de invalidez, adelantarnos acualquier manipuleo del testamento. Aún así, nuestra mejor posibilidad es lograr el bloqueo de la situación.

Silvana parecía no comprender.- Todo queda como está. Nadie toca nada. Las propiedades permanecen en sucesión, los herederos están

imposibilitados o ausentes, el trámite sucesorio no progresa. Algo así como si fueran menores de edad.- ¿Usted lo ve posible?El escribano levantó las manos en señal de impotencia. Silvana se miraba las manos vacías.- No es tan malo. Esto no va a durar para siempre.- ...- Ya sé, parece difícil de creer. Pero todo se deteriora, hasta lo malo. Sos muy joven, Silvana. Unos

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años de espera no tienen por qué asustarte. ¿Podés manejarte con la galería?- ¡No es el dinero lo que me importa! Es mi tía, sus cosas, Alberto...- Ya lo sé. Pero si logramos dejar la situación bloqueada por unos años...- ¿Cuántos años?- No pienses en los años. Tan sólo hacé tu vida, ocupate de tus cosas, tratá de estudiar. Aunque la

Universidad esté destrozada siempre se puede aprender algo; es más difícil corromper la Arquitectura quela Ley. De nuevo, ¿la galería, te deja algo? ¿Tenés como mantenerte?

- Sí, sí, eso sí... Cuando estaba en el sanatorio, mi tía me hizo retirar una cantidad, comprar títulos...ponerlos en un cofre...

Se puso a llorar. Arregui bajó los ojos. No podía mirarla. Los ojos oscuros, la forma de sentarse, lafirmeza de la expresión, la mirada ausente perdida en la ventana como si estuviera siempre viendo algo másallá de lo tangible. Al verla llorar se le clavó agudamente la punzada medrosa del eterno retorno: esa carafamiliar reconocida en el cruce de una calle tiene hoy veinte años más, no puede ser quien parece, el titularoriginal estará envejecido o muerto, pero su cara resucitada ha venido a pararse allí frente a nosotros tanfresca como entonces, con una nitidez turbadora; el pasado y el presente se ataron en un nudo como elcordón de los zapatos, se debe recurrir a la razón para enderezar las cosas, el pasado ya no existe, elpresente se está yendo, negativo señores, ha fallado la verificación de identidad, se trata de personasdistintas. Alejaba de sí estos pensamientos moviendo las manos sobre los papeles en un remedo deactividad. Rossina no había tenido hijos. Silvana, con una personalidad afín, era su continuadora natural.Ella misma no sería conciente del parecido con su tía, una similitud trascendente de lo físico.

Arregui acompañó a Silvana hasta la puerta. Volvió a su sillón. Giró hacia el cuadriculado de laventana. En el edificio de enfrente, las palomas de las cornisas se perseguían como siempre, buscando abrirel camino a la próxima generación.

Vacaciones en San Pedro.Alberto. Noviembre, 1943.

Alberto Mario Maresca había nacido en Italia, pero hacia el final de su edad escolar los negocios de supadre lo llevaron primero a Buenos Aires, luego a Montevideo. Al completar el bachillerato, volvió a Italiaa cursar sus estudios universitarios. Se graduó de Ingeniero en Milán, se especializó en Hidráulica en París.Regresó a Montevideo para incorporarse a una de las empresas familiares, dedicada a la importación debombas para agua, motores eléctricos y maquinaria liviana. Apoyado por su padre, residente en BuenosAires, amplió la gestión de la empresa incorporando instalaciones industriales, sistemas de riego, unaincipiente fabricación. Desde el principio estuvo conforme con el destino familiar de atender los negociosen Montevideo. De temperamento apacible, observador agudo, de aspecto sentimental, aceptó de buengrado la decisión paterna de asignar a su hermano mayor la administración de los negocios en BuenosAires, bastante mayores en volumen pero menos interesantes para un ingeniero. Era una de esas familiasitalianas donde todos los miembros confiaban ciegamente unos en otros sin defraudarse nunca.

Ese año Alberto había llegado en setiembre de Montreal, donde había estado haciendo cursos deposgrado, visitando fábricas, investigando en sistemas hidráulicos. Tenía la idea de fabricar bombas paraagua y accesorios en Uruguay. La guerra favorecía la implantación de industria liviana en países noinvolucrados.

El frío húmedo típico de los finales del invierno uruguayo lo enfermó tan sólo llegar. La afección lotuvo a mal traer por más de un mes. En noviembre, invitado por amigos de su familia, propietarios de unaestancia en Colonia, aceptó pasar unos días de descanso campestre antes del verano, época de mayortrabajo en el negocio del agua. Conoció algo de la zona, una campiña verde de suaves ondulaciones, peroprefería pasar los días leyendo o dibujando máquinas bajo los árboles, dando largas caminatas por elcampo, o conversando con el personal, a quienes atraía su sencillez, el buen porte, la risa fácil, el interéspor sus labores, el dejo italiano de su acento.

El fin de semana venían los dueños, de apellido Pintaluba, un matrimonio risueño, conversador,entremetido, secundado con creces por dos hijos saludablemente vandálicos y una hija igualmente guerrera,dotada de una persistencia capaz de arrastrar al pacífico Alberto hacia todas las pillerías de sus hermanoscomo si se tratara de un chico de doce años, obligándolo a embarazosas complicidades con esta bandainfantil. Entre dócil y entretenido, Alberto abandonaba sus libros y sus dibujos, siguiéndolos en lascorrerías por el campo y las haciendas, robando frutas, persiguiendo ganado, colocando trampas siempreinfructuosas, trepando árboles, construyendo casamatas y represas, o contando historias de Italia, reales oimaginarias, cuando los chicos estaban ya agotados. Cuando alguna travesura excedía sus límites detolerancia, los rezongaba fuertemente en italiano, resucitando un enojo ancestral sorprendente aún para símismo. A los chicos les encantaba cuando se enojaba. Olvidaban instantáneamente el ofensivo proyectopara saltarle alrededor pidiéndole repetir todos los rezongos, uno por uno, para aprenderlos y repetirlos en

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la escuela. El se negaba encerrándose en un mutismo obstinado, pero los tres infantes lo rodeabaninsistentes para pedirle "allo zío", "non diventare brontolone", con horrenda pronunciación que él corregíainstintivamente, en medio de la hilaridad desenfrenada, contagiosa, de los tres forajidos.

Un viernes, víspera del regreso de Alberto a Montevideo, él llevó pan, fiambre, queso y una botella dejugo de uva, e hicieron un campamento de despedida en un claro del arroyo San Pedro, del otro lado delcerro. En medio de la algarabía general, recordando la despedida, Catalina dijo de repente:

- Vení mañana al cumpleaños de Lourdes.Alberto no sabía quién era Lourdes.- ¡Sí! ¡Sí! -saltaron inmediatamente los hermanos.- Es ahí enfrente -dijo ella señalando el cerro.- ¡Enfrente! ¡Enfrente!Alberto se rió.- Ahí no hay nada. Es una broma.Catalina se ofendió.- ¡No es una broma! Es ahí, como te digo.- Es en el cerro. El cerro San Pedro.- Se llama el Mirador de San Pedro...- No se llama Mirador, son los Altos.- Le dicen los Altos, nena, pero se llama Mirador, Mirador de San Pedro, así le puso el dueño, ¿no viste

el cartel?- ¡Todos le dicen Altos, Altos! El cartel no se puede ni leer de borrado que está.- Claro, si vos no sabés leer.- ¡Sí, sé leer, sé leer!- Bueno, sea como sea, no importa -apaciguó Alberto.- Se entra por un camino desde el otro lado. Es el casco viejo de una estancia; el padre de Lourdes es el

hijo del dueño, el viejo Perdomo.Sergio, el mayor, había heredado la capacidad detallística de su madre para todo lo social.Cuando sus hijos se lo contaron a los gritos, la dueña de casa se mostró tan entusiasmada como ellos.- ¡Claro! ¿Pero cómo no se me ocurrió invitarte? Hay unas primas muy monas...Alberto sacudió la cabeza.- ¡Claro, tío! ¡Primas monas para el tío solterón!Esto desató de nuevo la algarabía. Catalina trataba de hacerlo practicar el baile y los otros le gritaban

solterón, en medio de las protestas de la madre.- ¡Basta, dejarlo tranquilo, que solterón ni solterón, con la edad que tiene!- No, pobre tío, quién dijo, solterón no, solterito no más...- Primas monas para el tío solterito.- Primas monas para el tío mono.- ¡Tío mono! ¡Tío mono! -gritaban los tres retorciéndose de risa como chimpancés.Alberto no se sentía inclinado a ninguna reunión social, aunque le tentaba la posibilidad de conocer el

cerro, cubierto de vegetación, encerrado en una propiedad privada. Se encontraba bien de salud, habíarecuperado peso, disponía de algunos días más, la alegría contagiosa de esta familia le hacía sentir bien.Asistió, como amigo de la familia, al cumpleaños de la niña Lourdes, nieta mayor de don Frutos Perdomo,propietario de los campos conocidos en la zona como Altos del San Pedro.

Rossina.Alberto. Noviembre, 1943

- Cuando era joven, yo era muy orgullosa. No quería saber de nada con nadie. Rechazaba todas lasinvitaciones, ningún muchacho me parecía digno de atención. Me invitaron a ir a esa reunión, uncumpleaños infantil, en los Altos del San Pedro. Todavía vivía don Frutos Perdomo; la niña era su nietamayor. El viejo había modernizado mucho la estancia, pero las cosas ya no le andaban, los hijos no loayudaban; la casona se veía muy desmerecida. Yo no quería ir. No me interesaba una reunión en el mediodel campo, no veía en esa gente ningún atractivo para mí. Prejuicios de la ciudad, además del orgullo. Medijeron que iría un muchacho muy buen mozo, un italiano, que hablaba muy bien el francés. Siempre meestaban presentando ese tipo de pelmazo, ya estaba acostumbrada. Sin embargo, no era frecuente, ya enesos años, oír a un hombre hablar bien el francés. Eso había quedado para las mujeres, antes de perdersedefinitivamente. Ahora todo es el inglés, porque los negocios se hacen en inglés.

- Pero vos también sabías inglés.- Sí, pero no me gustaba. Nunca me gustó. Yo adoraba el francés, me parecía artístico, cultural. Es un

idioma suave, sentimental, coqueto. El inglés me parece frío, utilitario, de negocios.

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- ¡Tía, Shakespeare escribió en inglés!- Sí, sí, ya sé. Es un prejuicio. Yo ya tenía el inglés asociado con el inglés yanqui, con los negocios. En

cambio adoraba el francés, casi nunca lo podía oír, menos hablar. Entonces me dije a mí misma: "Aunquesea un pesado, será menos pesado en francés. Si de verdad lo habla bien". Ya ves con esto como era yo deorgullosa.

- Y cuando lo conociste, ¿qué te pareció?- Bueno, nada. No me pareció nada. Hablaba bien el francés, por cierto; era muy educado, muy

correcto. Había llegado hacía poco de Montreal, había estado estudiando lo de las bombas para agua, queríafabricarlas acá.

- Y después, ¿no quedaron en verse, en volver a encontrarse?- No. No quedamos en nada. En realidad, no nos impresionamos mucho el uno al otro. Al menos él a mí

no me impresionó. Y yo a él tampoco. Cuando me preguntaron, sólo pude decir que me parecía muycorrecto. Esto desilusionó a todo el mundo. Acaso esa indiferencia finalmente nos unió.

- ¡...?- Sí, eso. Como no nos impresionamos, nos sentíamos bien conversando, era una amistad neutra, no

parecía haber ninguna intención de ninguno de los dos lados, ningún peligro; por eso nos descuidamos.- ¿Se descuidaron?- Bueno, es una forma de decir. No teníamos expectativas, no esperábamos nada, no corríamos ningún

riesgo de... enamorarnos.- Y después, ¿volvieron a verse enseguida?- No, no muy enseguida. Un par de semanas después volvió a Colonia y me vino a visitar, de puro

aburrido, supongo, o por el gusto de hablar francés. Conversamos un poco. Se me ocurrió invitarlo a lainauguración de una exposición en la galería de Ramallo. Iba a ir toda la familia; yo, como de costumbre,no quería ir. A a él le gustaba el arte, me podía acompañar, podría conocer la galería. "Así no me aburrotanto", le dije. Un atrevimiento, decir eso. No sé cómo me salió, pero él se rió cuando se lo dije. Fue laprimera vez que lo ví reírse así, espontáneamente.

- ¿Así es... como lo recordás?- No. No recuerdo nunca esa risa. Cuando estábamos solos se reía distinto, más suelto, más espontáneo.

Era muy frío en público. No, ni aún en los momentos de mayor dolor me permití revivir esa risa. En elrecuerdo las imágenes se van borrando, se gastan con el uso, se vuelven como esas fotos descoloridas por eltiempo donde en lugar de reencontrar la persona viva la ves más muerta todavía. No, no. Solamenterecuerdo esa risa con palabras. Las palabras no dicen mucho, pero se conservan bien en la memoria.Quedan tal cual dichas, como si estuvieran congeladas. Frías, pero siempre iguales. El tiempo no decoloralas palabras.

La boda.Alberto. Setiembre, 1945.

Alberto habló con su padre. Había conocido una "ragazza", Rossina Fiori, hija de un comerciante declase media, la familia era de origen italiano, muy respetable. Quería casarse con ella. El viejo Maresca nodijo nada. Tenía confianza en la madurez de su hijo: desde joven se había manejado solo, estudiando en elextranjero; nunca le había dado ningún problema. Introvertido como era, le habría dado mil vueltas alasunto antes de abrir la boca; habría intentado estar seguro, tanto como se podía estar en esas cosas,siempre misteriosas, del corazón. Nunca antes le había hablado de nada semejante, aunque había tenido,como cualquier muchacho, sus simpatías. Alberto tenía ya sobrada edad para casarse. El había cortejado asu Teresa de muy joven. Eran otros tiempos; en cuanto un hombre podía mantenerse buscaba ya mujer. Sehabía casado por amor, en medio de mil dificultades. Había sido feliz; todavía lo era. Elevaba los ojos alcielo buscando entre las nubes el rostro amado, murmurando a las alturas secretos sin palabras.

Bartolomeo Maresca manejaba la empresa con mano férrea; era para todos el jefe indiscutido. Lasviscisitudes de su vida personal, la felicidad de su matrimonio, desaprobado por ambas familias, habíanenseñado a este hombre autoritario la conveniencia de no intervenir en asuntos de pareja. El otro hijo,Antonio, no había hecho un buen matrimonio. Esto le hacía temer por Alberto: su carácter reposado dabauna impresión de fragilidad, de indefensión. Antonio era su mano derecha en los negocios, trabajabamucho, era muy hábil. No había querido estudiar una carrera, se había lanzado a la vida temprano, confuriosa determinación; había superado desengaños, sabía cuidarse solo. Alberto llegaba a la vida con atraso,retenido por los estudios, un extranjero aún entre emigrantes... ¡tan parecido a Teresa! Ya no estaba sumujer para desenredar esta madeja, para revivir con él los largos años de penurias, la crianza de los niños,la emigración, el lento ascenso por el trabajo, esa larga mirada atrás de los momentos cruciales.

- Giovanni, il mio figlio vuole sposarsi.- ¿Alberto? ¡Madonna mia! E ancora un bambino.

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- Non è mica un bambino.- Lo so, lo so. ¡Madonna mia! ¡Come va il mondo!Don Bartolomeo se reía; el mundo había ido siempre así. Giovanni Farnese, paisano de su mismo

pueblo del sur de Italia, estaba de vacaciones a la espera de su retiro eclesiástico. En unos meses, volveríapara siempre al pueblo natal: terminaría sus días en el mismo paisaje imborrable, entre los mismos objetos,con la misma gente; la vida había sido un largo paseo, ya era hora de volver a casa.

Al padre Giovanni el matrimonio de Alberto se le antojó un desatino, por lo precipitado. Alberto sabíapoco de la vida, recién llegaba al país, apenas conocía a la muchacha, a él no se la habían presentado. Elcura lo había visto nacer; había apreciado en él un temperamento calmo, una sensibilidad infantil, unagenerosidad innata. Había abrigado secretamente la idea de atraerlo hacia la iglesia, pero las máquinas, "lemacchine", lo habían fascinado. Casarse así, ahora, de repente... el mundo moderno estaba cada vez máspagano y loco.

Corrió a hablar con Alberto. Trató infructuosamente de disuadirlo, esgrimiendo argumentos pueriles,agitando peligros imaginarios, resucitando anécdotas edificantes de cuento infantil. Alberto le contestabacon paciencia, tratando de calmarlo; sus razones, de sólida sensatez, incontestables, hacían aumentar laindignación del viejo. Finalmente el cura, desahuciado en su propósito, insistió en conocer a la noviaenseguida. Cuando Rossina, hermosa, rebosante de felicidad, se dirigió a él en italiano, al pobre viejo se ledisolvió la voluntad. Verlos juntos le resultó conmovedor. La cosa no tenía remedio: esta Rossina se casaríacon Alberto. Para colmo él, erigido en tutor espiritual de "il suo caro figlio", estaba, en su fuero íntimo, deacuerdo; no sería capaz siquiera de demorar la boda, poniendo un poco de sensatez en el precipitado asunto.Furioso consigo mismo, permaneció días enteros en un mutismo obstinado. Finalmente, buscó a Alberto.Le enseñó una cara de juicio final. Alberto lo miraba expectante. Le preguntó en un gruñido estridente:

- ¿Quando ti vuoi sposare?- Fino a tre mesi, si vi pare.- No, non mi pare, lo sai. Non mi deva parere, Madonna mia, non mi deva.Alberto permaneció inmóvil, mirando por la ventana. Finalmente, el cura le apoyó la mano en el

hombro.- ¿Padre?- Il coure dell'uomo è sulle mani di Dio. Questo lo farò io.Alberto se le echó en los brazos. El viejo apretaba los ojos. Sería el último sacramento dado por sus

manos.Cinco meses después, el padre Giovanni Farnese, procediendo según su propio criterio, sin consultar a

nadie, a pesar de hablar perfectamente el español, celebró el sacramento en italiano y en latín, uniendo ensanto matrimonio a "l'ingegnere industrialle Alberto Mario Maresca e la signorina Rossina Ornella Fiori",bajo los muros descascarados de una minúscula capilla, en el casco viejo de la hacienda, cerro arriba, en losAltos del San Pedro.

La vida adulta.Silvana. Setiembre, 1979.

- Concentrate en el estudio, olvidate de la galería. Date una vuelta cada tanto, para mantener elcontacto. No te preocupes por mí, no voy a hacer ningún desastre.

- Bueno, eso no sé...Lulo andaría por los sesenta, acaso más. No era ningún jovencito, pero estaba muy bien de salud, era un

hombre activo, había manejado la galería desde siempre, le había enseñado todo: era un cumplido hacia ellahacerla sentir necesaria. Desde la reclusión voluntaria de Rossina en San Pedro, Silvana había ocupado ellugar de su tía, esforzándose en comprender la operativa de la empresa. Ludovico Ramallo era el gerente yel rostro visible de la Galería Fiori di Firenze, tal cual lo había sido de la Galería Ramallo antes de verseforzado a vender.

Rossina Fiori nunca había pensado en la galería como un negocio. Viuda, dolida de sobrevivencia,saludable a su pesar, buscaba un enlace con la vida, una forma de hacerse menos inútil, de atenuar el cursodel tiempo. Los beneficios de su capital, alcanzado por el matrimonio, le pesaban como ajenos. Erigida encustodia, obligada a la continuidad, seguía una línea recta; mantener viva la galería Ramallo con todo y sufundador era una forma decente de usar el dinero, de honrar la memoria de su dueño legítimo, de mitigar lasoledad de las horas, de cumplir su mandato en la tierra. El arte, obligado a enraizar en el mundo tangible,se halla siempre necesitado de nutrientes. Acaso fue éste, sin proponérselo, su primer acto de mecenazgo,un borrador, un ensayo preparatorio para la obra monumental del Gólgota de San Pedro.

En cuanto Silvana ingresó a la Facultad de Arquitectura, la atrajo hacia la galería: unas horas por díanada más, no te conviene atrasarte en la carrera, Lulo es un hombre encantador, no podrás tener mejormaestro, un día todo esto será tuyo y de tu hermano. Insistió en pagarle un sueldo. El padre de Silvana

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había sido empleado bancario destituído por la dictadura; trabajaba como podía, su posición no eradesahogada. Ella ayudaba a sus sobrinos con regalos de tía, pero no cabía pensar en mensualidades, sobretodo con Gerardo, tan izquierdista y orgulloso. Acaso hubiera podido convencer a Silvana, pero no queríahacer diferencias entre los hermanos, ni exponerla a ella a la crítica inclemente de los adolescentes, recibísplata de capitalistas, sos cómplice de la explotación. Poder ofrecer un sueldo a Silvana, liberar a los padresde mantenerla mientras estuviera estudiando, evitarle caer en trabajos mal pagos, atrasarse en la carrera, leproporcionaba enorme satisfacción. Lulo, su sobrina, los artistas pobres, su propia vida vacía: a través de lagalería Rossina Fiori anclaba hilos en los objetos cercanos, tejiendo como una araña la tela sobre la cual sesostenía.

Silvana vivía de las rentas generadas por valores estables, títulos de deuda pública manejados porAljanati e Hijos, Corredores de Bolsa. Cada mes o dos iba con la página económica del diario El País y unatijera al cofre del Banco República a cortar cupones; los corredores los cobraban depositando los dólares deintereses en una de sus cuentas. Era lo más seguro: los títulos eran deuda externa, no se dejarían de pagarjamás. El levantamiento del secreto bancario, la apertura de cofres particulares, no habían sucedido nuncabajo ningún gobierno de ningún signo; el dinero era lo único sagrado, la inquietud generada por una medidaasí sería incontrolable, el régimen se vendría abajo en minutos, como las construcciones edilicias en elterremoto de San Juan, 1944.

Unos años atrás, estando ya recluída en San Pedro, Rossina se había aparecido repentinamente enMontevideo: Silvana, vas a venir conmigo al Banco, tenemos unas diligencias para hacer, el Corredor deBolsa se llama Homero Aljanati, él lleva nuestras cosas, los valores están en el cofre, te hacés acompañarpor algún muchacho de la galería, hay una cuenta en Italia, pero tía yo, nada, no hagas las cosas másdifíciles, cuántos años llevamos de esto, no queda ley ni garantía, no sabemos nada de Gerardo ni de tantosotros, yo no soy inmortal, te harás cargo, seguirás viviendo como sigo yo.

No quiera Dios mandarnos todo lo que somos capaces de aguantar, decía siempre su madre. Gerardohabía desaparecido hacía años; los amigos estaban escondidos, emigrados, presos o muertos, la dictadurano parecía terminar nunca; su padre había perdido el trabajo, habían pasado apreturas, su madre habíaempezado a trabajar como vendedora en la tienda de una amiga. Por fortuna la casa era de ellos, Rossinahabía cedido a su hermano los derechos de la herencia; estando casada con Alberto nada podía precisar.Silvana recorrió con su tía oficinas en la Ciudad Vieja, bancos privados y estatales, estudios de escribanos,lex est quodqunque notamus; estrechó manos, firmó papeles, recibió mareada diligentes explicaciones, fueobjeto de una deferencia aterradora. No pudo dejar de admirarse de su tía, tan distinta de su ser habitual,elegantísima en su vestido negro, una sonrisa apenas, distante o indiferente, desatando oleadas deamabilidad al hacer una pregunta o al pedir una aclaración, llevando una conversación apenas inteligiblepara ella. Salían de las oficinas caminando en silencio, como penitentes en procesión o mafiosos enextorsión, sin hablar hasta encontrarse frente a las tazas de té con leche en la confitería alemana El Oro delRhin, esquina de las calles Andes y Mercedes. Después de estas entrevistas, Silvana se descubría atrapadaen el rostro retratado de su tío Alberto, sabiendo a su tía prisionera de la misma visión. Ella era muy chicacuando murió, no recordaba haberlo visto en vida. Todo esto era de él; estamos cumpliendo una voluntad,cuidando algo; ahora está la tía, después vengo yo.

El tiempo transcurre casi siempre en silencio, sin hacer patente su incesante avance, oculto en ladistracción, ¡saludable distracción!, un recurso para la conservación de la vida capaz de desviarnos de unacaso inevitable destino de suicidas, quién soportaría la conciencia si no fuera por la distracción. En nuestrosueño diario, en la saludable enajenación de la vigilia, algunos hechos nos sacuden, nos obligan a despertarpor un momento. Percibimos entonces no el transcurso del tiempo, sino el tiempo transcurrido: nos vemosrepentinamente entrando en la Universidad, contrayendo matrimonio, teniendo un hijo, haciéndonos cargode nuestros padres ancianos. Una acción apenas entrevista como futura, lejana, ajena, se nos hace hoypresente como un alud de piedra caído inesperadamente de la altura. En vano intentó Silvana escudarse enla formalidad de los actos: no tenía nada para hacer, no había cambios, seguía siendo su tía, eran soloregistros de firma, para situaciones de emergencia, por las dudas. No había caso: si uno podía atender unaemergencia, entonces estaba allí, tenía la responsabilidad, el poder. No había cómo escapar. Se sumergió enlas cuestiones comerciales como antes lo había hecho en el manejo de la galería. Fue varias veces a SanPedro sólo para hacerse instruir por su tía en materias financieras. Trataban estos asuntos con la mayorgravedad, encerradas en el despacho de Rossina, en un tiempo reservado, exclusivo, fuera del cual ningunade las dos mencionaba nada.

Ante la aparición de una coyuntura conveniente para un cambio de series en títulos de deuda pública,Ciro Aljanati la llamó a ella para pedirle autorización, no, Rossina no estaba en la casa, su padre ya habíaintentado ubicarla, debía hacerse esta tarde mismo, el precio era bajo, había escasa liquidez en la plaza,resolvía ella o se perdía la oportunidad. Cuando colgó el teléfono estaba agotada; transpiraba como sihubiera jugado los dos tiempos de la final en el campeonato mundial de fútbol. Ciro Aljanati vino enpersona a la galería a traerle los papeles para la firma, volviendo a repetirle todas las explicaciones,asegurándose su comprensión. La deferencia de Aljanati hijo iba más allá de la debida a un buen cliente; su

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posición le hacía innecesario perseguir herederas; los financistas también tienen corazón. De noche la llamósu tía, temblándole la voz, ahora me puedo morir tranquila, no digas eso tía, no sabés Silvana lo mucho queesto significa para mí.

Se atrasó en la carrera. Tomar parte en las acciones financieras de su tía le bloqueó el camino como undeslizamiento de tierra. Le sería imposible estudiar hasta no sentirse segura en estos ámbitos. Ahora, luegode casi un año, podía pensar en recuperar el tiempo perdido. Con Lulo en la galería, los restantes asuntos,una vez entendidos, no insumían mucho tiempo. Se encerraría a estudiar. Si lograba concentrarse, en un añomás estaría recibida.

- Silvana.- ¿Sí?- Llamame por teléfono, si no podés venir por la galería.- ¿...?- Te voy a extrañar.

La muerte y después.Rossina. Setiembre, 1956.

En la tarde de la víspera, en medio del dolor de amigos y deudos, asistimos al sepelio del ingenieroindustrial Alberto Mario Maresca, propietario de la hermosa finca ubicada en los Altos del San Pedro.Insigne vecino, caro amigo, destacado miembro de la sociedad coloniense, su irreparable desaparición dejaun vacío imposible de llenar. Los portones de la que fuera su última residencia en esta su tierra deadopción, otrora siempre abiertos, permanecieron en esta ocasión cerrados aún para los cronistas de ElColonial. La muy dolida viuda, doña Rossina Ornella Fiori de Maresca, quien guardara por meses, día ynoche, el lecho del enfermo, se disculpó cortésmente por no estar en disposición de presentarse antenosotros. Según voluntad expresa del fallecido, sus restos fueron enterrados, en sencilla ceremonia, en unaescasa parcela amesetada, abierta hacia el bajo del arroyo, detrás de la capilla privada existente en el lugar.La tierra fue santificada por el Padre Giancarlo Riva, cura párroco de la Villa del San Pedro. En esteespartano cementerio, una sola cruz de hierro se yergue por encima de la losa de mármol donde reza:Alberto Mario Maresca, Ingeniero Industrial, 1912-1955, requiéscat in pace.

Rossina, extenuada después de dos días sin dormir, empujada al sueño por las pastillas del doctorMorelli, despertó al alba. Salió de la cama sin aguardar a la doncella. Trajinó incansablemente todo el díajunto a las empleadas. La habitación del enfermo había sido ya expurgada de enseres, ropas, rastros. Lacama de hospital encargada por el propio Alberto, nuevamente embalada en su caja de madera con marcade la empresa, había vuelto obediente al galpón donde había aguardado fielmente ser solicitada. El sofácama, la mesita, los sillones, habían recobrado, en la renovación del ambiente, su neutro carácter social,devueltos al mobiliario estable de la casa. Bajo la dirección del ama de llaves, las domésticas limpiaron,ordenaron, cubrieron con lienzos los tapizados, los muebles, los cuadros. El despacho de Alberto,abandonado por su dueño meses atrás, fue cerrado con llave sin entrar en él. Rossina, prescindiendo de todaayuda, reunió ropas, libros, objetos personales, todos libres de recuerdos, mandando encerrar en losarmarios lo demás. Durante el día apenas tomó alimento, trabajando sin apresurarse, metódicamente,ausente como un autómata. Cuando terminó era de noche. Ante la escalinata de la casa, aguardaba desde lascinco en punto de la tarde un automóvil rentado con chofer. Intentaron tibiamente convencerla de irse al díasiguiente; ni siquiera respondió. Eran casi las nueve de la noche cuando partió, sentada sola en el asientotrasero del automóvil de la cochería Fernández Rocha, buenas noches, señora, la acompaño en elsentimiento, gracias, descuide la señora, antes de medianoche estará en Montevideo.

Su hermano Luis, su cuñada Emma, le ofrecieron en innúmeras ocasiones, muy discretamente, sucompañía, pero ella no lo permitió: tenían dos niños chicos, debían atenderlos. Se recluyó en su casa sobrela rambla de la Playa Honda, negándose a ver a nadie. La muerte de Alberto, muy tempranamenteanunciada, cayó sobre ella con la violencia de un cataclismo repentino. Su ser entero se hundió bajo el pesode una montaña de escombros, inundada de negrura, sin esperanza de salida. El mundo se había hechopedazos, las esquirlas volaban en el torbellino del huracán, un vórtice destructor donde nada quedaba, sólolas astillas lacerando inútilmente las carnes, hiriendo por herir, en un vapuleo insensato, un intento de robara la indigencia un trofeo despreciable aún para el infierno, un alma vacía de todo, condenada a la vida,castigada con la salud, penada con la conciencia, privada de sueño, prohibida de olvido, sometida a laescoriación por los restos hirientes de la destrucción arrastrados por este céfiro cruel, herida sobre la heridaherida, acumulación insensata de dolor sobre dolor más dolor, hasta cuándo cuándo cuándo se acordará dellamarme Dios.

No quería ver a nadie, ni salir, ni hacer nada. No volvería a San Pedro nunca más; no había casa, niparque, ni cantos de pájaros, ni capilla, ni senderos retorcidos, ni arroyo, ni hojas en los árboles, ni Altos niSan Pedro. Todo había muerto con Alberto. Pronto si Dios quiere no se acordaría siquiera de los nombres;

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las imágenes se habrían esfumado, sólo vería desde el balcón de la planta alta de su casa la línea horizontaldel mar. Los árboles, las piedras, las aguas subterráneas, la vegetación salvaje, las alimañas, todas lasfuerzas de aquel rincón encantado lo habían retenido allí, hundiéndolo en lo profundo de la tierra,apropiándose de su ser, sorbiéndole la vida, nutriéndose de él. Sería hoja, pluma, diente, piel, corteza, tallo,ojo, flor; Alberto nunca más.

Había papeles para firmar, entrevistas a conceder, asuntos legales, financieros, la empresa. Comenzó aser citada por escribanos, contadores, abogados, gente desconocida exhibiendo documentos firmados porAlberto. Como llevada de la mano, iba de oficina en oficina, de un asunto a otro. Una maquinaria derelojería, diseñada mucho tiempo atrás, como un plano más en su vida de ingeniero, se había puesto enmovimiento. Concurría a estas citas obligadas con entereza extrema, erguida como no lo estuviera en suvida, siguiendo un camino marcado: la niña Rossina recogiendo migas de pan en conmovedora devoción,cada trocito caído allí, en ese preciso lugar, desde la mano de Alberto, sólo para encontrarlo ella, paraatesorarlos todos en un pliegue del delantal infantil.

Durante su reclusión sólo consintió en ver algunos familiares, unos pocos amigos, muy de tanto entanto. Con los meses, ayudada por su estancia en la casa, libre de los recuerdos de la muerte, los golpes delanza del dolor empezaron a ceder, dejando en su lugar una pena sorda, persistente, sólida, como elrevestimiento acústico de una sala a prueba de ruidos, donde no salía ni entraba nada. Al año de la muertede Alberto se le hizo evidente la sobrevivencia: no le era posible morir. El cuerpo traicionaba el espíritu, senegaba a la aniquilación, la seguía sosteniendo en el mundo contra todos sus deseos. Esto le hacía sentirdébil su amor, como si estuviera faltándole a Alberto, como si le estuviera siendo infiel con la vida. Lacerteza de estar viva renovaba su dolor, mostrándole la imperfección de la pasión humana, su incapacidadde colocarse por encima del instinto de conservación animal.

Los amigos, los parientes, aún los empleados, la incitaban, explícita o implícitamente, a reencontrarsecon el mundo. Ella se resistía, desesperada, en la certeza de su inevitable capitulación. La biología la seguíaempujando, la carne era débil, se reintegraría al mundo... ¿para qué? ¿qué podría hacer en él? Su vida sinhijos sería difícil de llenar; la fé no alcanzaba a mostrarle un sentido más allá de la idea, no la incitaba a unaocupación; tan sólo la obligaba a seguir viviendo, no eres dueña de uno sólo de tus cabellos. El orgullo lahabía mantenido en soledad hasta pasados los treinta, edad avanzada, en su época, para estar todavía sinmarido. De vuelta a la soltería de la viudez, el viejo orgullo volvía por sus fueros; renacía en ella en plenoderecho, como una muralla, llevándola al francés, a los libros, la música, el aislamiento, la inconfesapretensión de no existir en el mundo ya nada para ella. Ha declarado a priori, sin saberlo, la inexistenciauniversal de ningún alma equiparable a la del compañero perdido. Alberto se ha convertido en un fantasma,un ser imbatible, sin competencia posible; no hay chance para nadie, ningún hombre podrá acercarse aRossina. Aún sin proponérselo, antes de cualquier propuesta, todo ha sido rechazado, todo posiblecortejante es un perdedor sin remedio. El hombre poseedor de los rincones de su cuerpo, el hombre quedesenterrara su sensualidad oculta, que alumbrara como un minero las piritas de metal precioso, se hallevado consigo el plano de ubicación, la denuncia de explotación, hasta la tierra misma. No existirá otro.Dios es uno. Alberto también.

- ¿Ahora qué va a hacer? Con la plata que tiene...- Viajar. Yo en lugar de ella viajaría. Recorrería todo el mundo.- No hay caso. No es posible interesarla en nada.- Si tan siquiera hubiera tenido hijos, tendría algo por qué vivir.- Podría volverse a casar.- ¿Para qué? No necesita a nadie, puede hacer lo que quiera.- En San Pedro estaba ocupada, atendía la finca, participaba en la vida social, la gente la quería. Pasaba

semanas sin venir a Montevideo. - No quiere ni oír hablar de San Pedro- Ni oír hablar, es verdad.- ¡Si la tierra de San Pedro se tragó al tío! ¿Cómo va a querer ir?

Reencuentro con la familia. Rossina. Julio, 1958.

- Emma, soy yo, Rossina... ¿qué te pasa? ¿Estás con gripe?- ¡Ay, Rossina, estamos todos con gripe! El pobre Luis está como si le hubieran dado una paliza.- ¡Qué barbaridad! ¿Por qué no me avisaron? ¿Los chiquilines también?- Ellos fueron los primeros; ahora están mejor, pero caímos nosotros.- Pero Emma, ¿cómo no me avisaste?Una hora después estaba ahí con una empleada. Abrieron la puerta los chiquilines, ya bastante

recuperados. Emma tenía cara de fantasma; Luis estaba con fiebre, dolores musculares, muy tirado por los

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antibióticos. Rossina puso en práctica el plan improvisado mientras venía en el taxi. Envió de compras a laempleada, ordenó ella misma la casa, preguntó a los niños si querían venir a pasar unos días con ella, teníauna casa grande, no podían salir a la calle porque todavía estaban sanando, pero había juegos, un balcóngrande hacia el mar, sólo dos o tres días mientras se mejoraban papá y mamá, con esa gripe tan fuerte, ellosestaban ya casi curados. Los niños la conocían de oídas, de teléfono, de haberla visto de muy niños.Gerardo, animado por un espíritu de aventura, consintió enseguida, pero Silvana se resistía a alejarse de suspadres. Al final Rossina la convenció. Emma estaba muy turbada por la irrupción de una Rossina horasantes recluída; temía molestar, no sabía si rechazar o agradecer. Luis, aludiendo a su estado de postracióncon un ademán de burla, pidió hablar a solas con su hermana:

- Rossina, te van a enloquecer, no sabés lo que son...- No me van a enloquecer nada. Además, yo quiero hacerlo. Quiero tenerlos un par de días en casa, ya

ni se acuerdan, los pobres. También lo hago por mí; no me hagas hablar, por favor. Quédense en cama,cuídense los dos. Josefina va a venir todas las mañanas un rato, a prepararles algo de comer. Me llevo lasrecetas; de tarde te mando los remedios.

- ¡...!- Dejate de pavadas.Los entretuvo adentro rememorando juegos de su propia infancia. Los días lindos salían a caminar al

sol, un ratito, por la rambla. Si no había humedad, bajaban a la arena, correteando hasta extenuarse; luego,sobre los bancos de granito de los muros, Rossina les quitaba la arena de los pies con una toalla, cálcenseenseguida, no vayan a recaer. Una semana después, aún estaban allí. Los padres se habían recuperado de lagripe, habían descansado rememorando los días de matrimonio sin niños. Gerardo fue el primero en pedirvolver a casa, pero Silvana no se quería ir.

Luego fueron los fines de semana. En el Parque Rodó, trepaban en las calesitas, los caballos, losavioncitos, el gusano loco, no, esos no son para niños, porque no y basta, si no, no los traigo más. Losdomingos, de tarde temprano, al teatro infantil, con las discusiones subsiguientes sobre la realidad de laescena, el fingimiento de los personajes, tía las hadas existen, claro, qué va, son cosas de nene chico, quélastima, sería bueno, un hada para pedirle lo que quieras. Otras veces era alguna función para niños en elPlanetario Municipal, luego los animales del zoológico, no me gustan las víboras, me dan miedo, a mí no,les corto la cabeza con el cuchillo de la cocina, vamos tía, otra vez a la jaula de los monos, un ratito nadamás. En la sala de los espejos deformantes, arrastraban a la paciente tía por la gordura, el cabezonismo, laasimetría, el enanismo, no griten, están molestando a la gente, vamos ya vieron bastante lo feos que son,más fea sos vos, mirate ahí, no, no vale, ponete acá en el medio, vas a ver.

En unos meses, a su rutina de atención a los negocios se unió una mesurada participación en la vidafamiliar, sobre todo a través de los sobrinos. Luis era empleado bancario, delegado gremial, activista deizquierda. Los padres de Rossina y Luis habían sido clase media alta, descendiendo con el siglo a la par dela pérdida de estabilidad de los valores estables. Los padres de Emma eran españoles de ideas libertarias,vinculados a la industria gráfica, como no podía ser de otra manera. Por un orgullo compartido, ninguno delos dos tenía propensión alguna para aceptar ayudas. Vivían una vida modesta, intentando dejar a sus hijosla educación como único legado. A Rossina le alegraba brindar algo a sus sobrinos, devolver aunque fueramagramente la intangible inyección vital que empezaba a recibir.

La primera contratación. Silvana. Abril, 1987.

- Lulo, para la documentación podría servir un compañero mío de Facultad. Trabajó con la gente deLatina para la Retrospectiva. Estaba en el diario El País, pero dejó; está sin trabajo, me dijeron.

- Citalo y lo vemos. Nos vendría bien una mano.- Si no tenés inconveniente, tratá vos con él. Era muy amigo de Gerardo, no quiero que eso interfiera.

En Facultad era bueno, poca nota pero muy original, los proyecto suyos eran siempre polémicos. No sécómo será en la parte documental; si estuvo en el diario al menos sabrá escribir. En ese cajón hay recortesde unos cuantos de sus artículos; la Retrospectiva ya la conocés, el fue uno de los redactores y asesordocumental, fijate en la contratapa, Fernando Larriera.

- ¡Cuántos peros! ¿Le tenés confianza o no?- Ya te dije, era muy amigo de Gerardo. Temo no ser objetiva. El... me vino a avisar... la noche...- Ya, Silvana, ya. Dejame todo a mí. Dame esos recortes, olvidate del asunto. Te prometo ser objetivo;

si no va, no va.Lo había encontrado algunas veces, en exposiciones de arte, una vez en la calle. Habían cambiado

apenas unas palabras, con alguna incomodidad. Compartían una sombra de vergüenza en la sobrevivenciacómoda, ellos allí conversando sin haber sido detenidos, indagados, perseguidos; el recuerdo de Gerardoera como una acusación, él se había jugado por la libertad, los demás éramos gallinas, sólo sabíamos hablar

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en el secreto. En un sentido moral profundo no importa la inutilidad del sacrificio; los vivos habíamoshipotecado nuestras convicciones para proteger nuestro pellejo, eso se llamaba en todos los idiomas delmundo cobardía. No había tratado mucho a Fernando. El, su hermano y el Varilla eran Los TresMosqueteros del taller Serralta; ella, dos años menor, era sólo la hermana chica de Gerardo. Por eso eligióel taller Dufau, con su propio núcleo de compinches. Eran los años jóvenes, la iconoclastia, el fervorconstructivo, la llanura sin límites para conquistar, todos éramos Colones a demostrar la redondez de laTierra, el mundo incrédulo rendido a nuestros pies, nuestra misión arrastrar el futuro hasta el presente. Suhermano era hombre de convicciones firmes, para él no había dudas, la inacción tenía un sólo motivo, elconformismo. El Varilla era un artesano nato, capaz de construir el Palacio Salvo con los restos de unademolición. Recordaba a Fernando como un espíritu torturado, inquisidor, propenso a discutirlo todo, adesenterrar dudas, un destructor de ideas, una víctima de sí mismo, encerrado en los atolladeros de supropia capacidad cuestionadora. Algunas de sus compañeras se manifestaban atraídas por suapasionamiento de poeta romántico; a ella le parecía descubrir cierta falsedad escondida en su propagandanihilista, una pose de intelectual sufriente, la náusea de Sartre bailando en las barrigas.

La vida lo había golpeado, como a todos los demás. Había dejado la carrera por falta de voluntad, pornecesidad de trabajar, por desencanto, por desertar de la Universidad tomada, por impulso deindependencia. En los breves encuentros posteriores halló en él una pérdida de inocencia similar a lapercibida en ella misma, la aparición de conceptos formados, la caída de muchas banderas. Exhibía unaexpresión de calma fría, de ironía incipiente, como si hubiera logrado comprender al menos en parte elmovimiento de los engranajes y pistones en la sala de máquina del mundo. La mentalidad inconformista sehabía trastocado en una búsqueda de autenticidad más madura. Le había contado brevemente losentretelones de su trabajo en el diario, la falta de profesionalismo, su emigración voluntaria hacia laoscuridad del archivo. Después, según alguien le comentó, había renunciado al diario para trabajar con elVarilla en Artes Gráficas. Esta elección deliberada, conciente, de un destino de trabajo manual le hizopensar en él: acaso podría aprovechar una oportunidad.

Lulo Ramallo conocía a todo el mundo en el ambiente. Obtuvo las referencias con unas cuantasllamadas telefónicas, citó a Fernando, lo tuvo tres horas preguntándole poco de sus trabajos anteriores ymucho de la vida. Lo contrató.

Malvivientes.Fernando. Julio, 1973.

El Varilla terminó de comer, se puso la campera, se envolvió con la bufanda y salió para Facultad.Estamos de entrega, no me esperen a dormir, me quedan todavía dos láminas. Llevate algo para comer, untermo con café, ¿tienen donde calentar? No, vengo a comer acá. De mañana, a desayunar. Cuidate, no andéspor ahí de noche, quedate en la Facultad. Voy para ahí, no te preocupes, tengo que trabajar, estamos deentrega.

- Comunicado de prensa número 123 de las Fuerzas Conjuntas.El Varilla caminaba a pasos rápidos bajando por la calle Libertad. Los escasos focos de luz manchaban

la vereda de tanto en tanto. Alguien venía en dirección contraria. El Varilla pensó en cruzar la calle, pero elotro se le adelantó.

- Al pueblo Oriental.Por avenida Brasil unas sirenas nerviosas sojuzgaban el silencio. El caminante de enfrente lo rebasó. El

Varilla, protegido por la oscuridad, lo vigiló con el rabillo. Continuaba alejándose sin novedad.- Subversión, atentado, insubordinación, sedición. Insurrección, asistencia a la organización, asonada.

Asociación para delinquir, intención de asociación. Promulgación de ideas.Llegó a la avenida Brasil, mejor iluminada. Caminó apretadamente contra la pared. Debería haber

salido más temprano. Bueno, eran sólo tres cuadras.- Se requiere la captura.Llegó por fin a Bulevar Artigas. Grupos de estudiantes evolucionaban por la calle llevando rollos de

papel. Aflojó el paso. Se abrió un poco la campera, se acomodó los faldones de la camisa dentro delvaquero. Respiró hondo.

- Malvivientes.Cruzó bulevar tranquilamente, mirando en derredor los grupos de estudiantes alejándose.- Gerardo Cristóbal Fiori Bender, alias "Tato", veinticinco años, soltero, complexión mediana, cutis

blanco, estudiante de Arquitectura.El edificio de la Facultad estaba tapizado de cartelones, colgantes, pancartas, banderolas. La entrada era

un túnel de cartón. Largas bandas de papel avanzaban por el suelo como caminos truncos. Los estudiantesdibujaban, arrodillados, letras de libertad.

El Varilla entró al salón del taller Serralta.

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- ¡Varilla!- ¿Supiste lo del Tato?- ¿Qué del Tato? El Tato está ahí.El Varilla saltó como si hubiera visto un fantasma. Gerardo, en medio del grupo de entrega,

tamborileaba en la mesa de dibujo con el estuche del escalímetro. Se trataba de lograr espacios recreados,composiciones volumétricas, integración estético funcional, arquitectura para la vida.

- ¡Tato! ¿Qué hacés acá? ¡Acabás de salir requerido en televisión!- Uh, uh...El universo se congeló. Algunos se apartaron. Juanjo Castromán, el tartamudo, logró articular algo.- Ju-juntá las cosas, ra-rápido.Los demás despertaron. Empezaron a guardarle las cosas en la mochila. Gerardo se puso la campera; las

láminas quedaron sobre la mesa, abandonadas. Fernando fue por su gabán. Entre el Varilla, el JuanjoCastromán y él arrastraron al entumecido Gerardo hacia la salida, guiándolo como a un ciego entre laconfusión de la pintada.

- Somos muchos, yo lo acompaño. No, para arriba.Arrastró a Gerardo por la vereda de Facultad dejando atrás bulevar España. Bajaron la escalinata hacia

la calle Durazno, que moría a menor nivel contra bulevar Artigas. Fernando quería evitar las callesprincipales, rodear la facultad por detrás, cruzar bulevar España, llegar al Parque Rodó.

- Sacate la campera.- ¿...?- ¡No seas boludo, sacate la campera!Gerardo obedeció dócilmente. Fernando ya se había quitado el gabán. Revolvía los bolsillos

frenéticamente.- Sacale todo lo que tenga. No te acerques a la calle, vení para acá.Fernando tenía la billetera con los documentos en la mano. Le arrancó la campera al Tato.- ¡Ponete esto! Lo compré hace poco, es nuevo, es muy abrigado.El Tato lo miraba desde la Luna. Fernando lo empujó violentamente; Gerardo trastrabilló.- ¡Pero la puta madre! ¡Ponete ese gabán, carajo! ¡Y borrate de una vez, boludo! ¡No te quedes ahí

como un pasmado! Tendrás algún lado para ir, me imagino...El Tato pareció despertar repentinamente. Se puso el gabán en un segundo. Acomodó los documentos

en los bolsillos.- Me voy.Arrancó a caminar con paso firme. Fernando suspiró. Lo siguió en silencio unos pasos más atrás.

Avanzaron por la calle Durazno sin ver a nadie. Bulevar España estaba muy iluminada. Cruzaron juntos sincorrer, cuando no venía nadie. Llegaron en la oscuridad de la calle Juan Paullier hasta Gonzalo Ramírez,frente al Parque Rodó. Aunque eran poco más de las diez, no había un alma. Fernando se quedó en laparada, Gerardo en la vereda de enfrente, entre los árboles. La quietud hacía sentir el frío. La pobre luz delos faroles de la calle se moría en la negrura del parque. Era una suerte que la ciudad estuviera tan maliluminada. Fernando vio venir un 128 a Paso de la Arena. Estiró la mano para detenerlo. Gerardo cruzó lacalle.

- Avisale a mi hermana.Fernando se apartó. Gerardo subió al ómnibus.Ya estaba. ¡Uf!Le castañeteaban los diente. Se acomodó como pudo la bufanda. La campera de Gerardo no era tan

abrigada, estaba gastada, tenía olor a pucho. Un escalofrío lo descalabró. Cuando le dio el gabán habíadejado toda la plata en el bolsillo. No era mucho, pero de algo le serviría. Debería haberle dado también labufanda, qué boludo. El tenía una, de todas formas. Se apoyó contra la pared. Las piernas le temblaban detal modo que dudaba si le sostendrían. Podía oírse los latidos del corazón. No quería sentarse; demudadocomo estaba, temía perder el conocimiento. Trató de respirar hondo, una vez, despacio, otra vez, así. El airehelado de la calle le cauterizaba los pulmones.

Se había quedado sin plata para el ómnibus. Mejor. A buen paso, llegaría en media hora. Tendríatiempo para serenarse. ¡La putísima madre!

Oyó la voz de Silvana en el portero eléctrico.- Fernando, el amigo de Gerardo.- Gerardo no está.- Sí, está en Facultad, estamos de entrega. Me pidió que te trajera los libros.Era inverosímil, pero alguien del edificio podía estar escuchando. Zumbó la chicharra. Fernando

empujó la puerta. Cuando llegó arriba Silvana estaba en el pasillo, asustada como un pájaro. Fernando semetió en el apartamento. Ella cerró la puerta. Temblaba como una hoja. Fernando la miraba sin saber quéhacer. Se quitó la campera.

- Esto, es... de él. Se... fue.

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Se quedaron inmóviles viéndose a los ojos en un instante de hielo, la campera colgando en medio de losdos. Fernando desvió la vista. Silvana se echó a llorar.

El taller del Varilla.Fernando. Setiembre, 1975.

Después de la intervención de la Universidad el 28 de octubre de 1973, el Varilla había empezado apintar anuncios de propaganda para la venta de apartamentos en los edificios en construcción. Había sidosiempre muy hábil con las manos, no soportaba las horas de estudio. Iba a facultad a pintar carteles,construir tarimas, colocar luces; había armado todo un quiosco para vender las publicaciones del Centro deEstudiantes de Aquitectura. Cuando vino la dictadura nadie se acordó de él. Había pintado las consignasmás terribles, pero nunca había estado afiliado a nada, nadie le había escuchado nunca una opinión, no iba alas asambleas. Alguna vez lo habían visto en un acto donde los carteles, la iluminación, la tarima, habíanpasado por sus manos. El cierre de la facultad lo empujó en el sentido de su verdadera vocación. Comenzóhaciendo cartelones de chapa donde pintaba atractivas imágenes de edificios futuros. Compró unproyectorcito de diapositivas Stude muy barato, un modelo ruso sin ventilador popular entre los aficionadosa la fotografía. Con una diapositiva del dibujo del arquitecto, proyectaba la imagen sobre la chapablanqueada, cazaba los pinceles y se lanzaba al ataque, una larga sombra sobre el cuadro, colocando marcasde pintura sobre marcas de luz. Cuando apagaba el proyector el edificio estaba frente a él, perfecto,imponente, 20 apartamentos, 2 y 3 dormitorios, cocheras, amplio palier, portero eléctrico, aberturas dealuminio, finísima terminación, 24 cuotas fijas con pequeñas entregas.

Fernando lo había ayudado cuando empezó. El Varilla era muy reacio a confiarle trabajo a otro, perohabían pasado juntos varias entregas de Facultad. Cuando un estudiante se veía apretado por el plazo pedía"negros" para ayudarle; los compañeros le "negreaban" haciéndole partes de los dibujos. La entrega sólo sepostergaba en caso de atraso general; los trabajos fuera de fecha no eran evaluados. Fernando le habíanegreado al Varilla más de una vez. Al Varilla le costaba mucho la concepción del proyecto; buscabaconcebir algo "verdaderamente bueno". Generalmente lo lograba, pero ya encima de la entrega. Fernandose fijaba más en las realizaciones de otros, revolviendo libros en la biblioteca, revisando los proyectos deaños anteriores o de otros talleres; aunque no dibujaba tan en detalle como el Varilla, era más rápido,mostraba decisión en la definición del proyecto; partiendo de ideas convencionales, no siempre propias, sevolvía atrevido en la concepción a impulsos de su propio temperamento inconformista. Uno o dos díasantes de la fecha siempre había terminado. Recorría entonces las mesas para ver qué estaban haciendo losdemás. El proyecto del Varilla le resultaba siempre atractivo.

- Varilla, está bien así, metele fierro, se te va el tiempo. ¿Querés que te negree un poco?- No, no. No sé...- No seas cascarria, andá a ver mi proyecto, no sos el único que sabe dibujar, qué carajo.- Bueno, dale. Pero tené cuidado...- No jodas, Varilla; si no entregás vas a tener que meterte el preciosismo en el culo. Apurate vos, más

bien.Trabajaban en silencio, metódicamente, sin pausa, en largas horas nocturnas, en medio del bullicio de la

entrega, donde los que habían terminado ayudaban a los otros, tomaban mate, cantaban canciones deprotesta, candombes, rock, música brasileña, temas de murgas o cualquier cosa, acompañados de guitarra,tamboril, tableteos en las mesas, risas destempladas.

Cuando cerraron la Facultad todos se dispersaron. Tiempo después, Fernando cayó por la casa delVarilla a ver en qué andaba. Lo encontró en el fondo de la casa bajo un cobertizo de chapas usadaslevantado por él mismo para proteger los carteles. Ahí trabajaba con frío o con calor, con la radio a todovolumen, escuchando música folklórica, tangos o tropical. El Varilla extrañaba el clima de facultad. Ahoraganaba plata. Sus padres, poco pudientes, estaban satisfechos. Para él, había sido una entrada abrupta en lavida adulta: lo bueno había pasado.

- No te quedes ahí parado como un poste; agarrá esos pinceles, movete. Tengo que entregar mañana.- No, no...- No te asustes, campeón; esto no es un proyecto. Es brocha gorda, nada más.- ¡Qué brocha gorda...!- Dale, dale. Esto no es creación, es vil metal. Vení, ¡ensuciate las manos!El Varilla no quería socios ni empleados. Aceptó a Fernando porque habían negreado juntos, por

nostalgia de la vida de estudiante, porque habían sido amigos del Tato Fiori. Se trataban con insólitabrusquedad, pero jamás pelearon. Diferían en gustos e intereses, discutían por deporte, revivían entre ellosla atmósfera liberal descubierta en la facultad. Una cierta indiferencia en el trato personal les hizo duraderala amistad. El Varilla conseguía los trabajos, el taller era de él; le daba a Fernando un porcentaje según suparticipación.

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Fernando no quería pasarse la vida pintando carteles. No quiso volver a Facultad. No podía hipotecar suvida atrás de una carrera, con la Universidad intervenida. Quería independizarse, precisaba ganar plata. Conun curso de periodismo, de escasa ayuda, más la recomendación de un amigo de su padre, de buena ayuda,consiguió entrar en El País, tradicional diario de tirada, unas horas en la sección archivo. Cumplía elhorario, hacía los trabajos, era prolijo al preparar el material, llenaba bien el cargo, tenía un sueldo fijo.

Siguió trabajando con el Varilla de mañana; iba al diario de tarde. Al año se casó.

El diario.Fernando. Marzo, 1987.

Los años de trabajo en el diario lo habían vuelto escéptico. Cualquiera escribía un artículo, con escasa oninguna preparación en el tema. Le pedían a él información de archivo; de lo reunido, elegían lo más corto,lo más nuevo, lo menos laborioso, no, en francés no, apenas me entiendo con el inglés, éste está bien, conestas hojitas de relleno ya estoy hecho. El, en cambio, cuando le pedían escribir algo, exprimía los archivos,interrogaba las bibliotecas, revisaba las revistas internacionales, consultaba especialistas: realizaba unainvestigación, con el mismo método aprendido en la Facultad al encarar un proyecto. Pero el éxito no lebendecía; los jefes elegían prosélitos entre periodistas jóvenes, de pluma rápida, dispuestos igualmente a lalisonja o el escarnio, maximizadores de producción, duchos en olisquear el aire para saber de dónde soplabael viento.

- Algo estoy haciendo mal.- No te estás vendiendo, eso es lo que estás haciendo mal. Deberías haberte quedado con la

Arquitectura. Vos no servís para esto. Se había ido confinando cada vez más en el archivo, preparando material destinado a malograrse en

artículos mediocres. Leía todo lo posible, extractaba ideas, armaba cuidadas bibliografías, contrastabaopiniones. Se fue orientando hacia la parte cultural: literatura, artes plásticas, biografías. Empezó a escribiralgunos artículos de apreciación artística; se negaba a la palabra "crítica". Con la práctica fue logrando untono llano, directo; evitaba el tecnicismo, la frase hueca, las referencias crípticas. Buscaba en la redaccióncuidada un salvoconducto para pasar la aduana de los revisores, empecinados en apreciar una visa decomplejo como garantía de profundo.

- Lo que te pasa es que no sos periodista, ni crítico; encarás las cosas como si fuera una investigación.- Es una investigación.- Claro que es una investigación, si lo hacés en serio, pero acá no tenés tiempo. El diario sale mañana a

la mañana, tiene que haber artículos todos los días.- Pero usted hace una investigación, tiene muchas referencias, maneja bien el material de archivo; no

trata nada a la ligera.- Yo no hago ninguna investigación. Soy viejo, nada más.- ¿Usted, viejo?- ¿Cuántos años te llevo? ¿Diez? ¿Quince? Claro que soy viejo; soy viejo porque tuve tiempo de leer,

de observar, de sacar conclusiones, de conocer a la gente, en el fondo siempre igual en todas partes, entodos los niveles. Ahora no necesito hacer una "investigación" en el sentido tuyo. Te pido a vos algo delarchivo, revuelvo mis papeles, hago un poco de memoria, busco un punto donde arrancar. Si encuentro algoque vale la pena lo leo dos, tres veces; después, ando un poco por ahí; la inspiración, el pasado, el oficio oel mero hábito empiezan a traerme las ideas, a susurrarme en el oído. Ahí empiezo a escribir. No hagoninguna investigación. Escribo lo que me dicta el aire.

Si Rodríguez mentía, lo hacía admirablemente. Fernando no había sentido jamás ningún susurro, ni realni metafórico. Sin embargo, era posible: Rodríguez escribía aún mejor de lo que hablaba, tenía una culturaamplísima, era un profesional en serio. Lo hacía parecer fácil, pero a él mismo le había llevado años demalos salarios, sacrificios personales, viajes agotadores. Minimizaba sus méritos porque era alguien en elperiodismo. Gozaba del aval de una extensa carrera, un par de libros publicados, el abrigo de lasconsideraciones de los directores, los lectores, los colegas; contaba aún con el respeto de quienes no loapreciaban.

Finalmente decidió irse, aún sin un claro futuro laboral. La semilla de la disconformidad había brotadofirmemente en su interior, ahora invadido por un árbol cuyas ramas se alargaban en sus miembros, lellenaban la cabeza de hojas, le ensombrecían los pensamientos. Renunció en los mejores términos posiblesde componer. Trataría de hacer algo por su cuenta. Desde el diario se había conectado con gente de lasgalerías de arte. Logró un contrato de documentalista para la edición de una retrospectiva crítica de lapintura uruguaya. Le pagaron poco, pero lo mencionaron entre los colaboradores. Eran estos trabajosesporádicos, poco apreciados, mal pagos; las editoriales, las galerías, las revistas, todo lo relacionado con elarte era casi puramente vocacional, no daba para vivir. Luego de unos meses de escasa actividad, volvió atrabajar con el Varilla.

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Cuando entró en el diario tenía la cabeza llena de proyectos. Su entusiasmo adolescente por la carrerase había enfriado. La intervención de la Universidad había desplazado a los profesores más capaces, lamediocridad imperaba, a la puerta de los locales de enseñanza se colocaba un vigilante omnipotente, comoAnte la Ley de Kafka, exigiendo como pase el pelo corto a la moda de posguerra, la vestimenta de los añostreinta, la actitud de sumisión; se firmaba lista para aplaudir soporíferos discursos patrióticos; se vivía bajola mirada severa de los guardianes de la democracia militar como bajo el ojo del Hermano Grande.

Pero además estaba la vida. La carrera se alargaba, la convivencia con los padres ya no resultaba, urgíaindependizarse, ser uno mismo, salir de las camisas planchadas de mamá. El tiempo se le escurría comoarena fina entre los dedos apretados. Era preciso trabajar.

Las urgencias vitales no eclipsaron, sin embargo, sus ansias de trascendencia. No quería dedicar su vidaa pintar carteles. Aspiraba a algo más relevante, más destacado intelectualmente, más elevado. Había vistoel puesto en el diario como un camino en esa dirección. Los años le mostraron la oquedad de ese ambiente;también la de muchos otros. El mundo estaba lleno de impostura, era todo una mascarada gigantesca, unamurga generalizada donde hasta los dotados de buena voz la fingían cascada para no desentonar. Pintarcarteles le parecía ahora más auténtico, más genuino, seguramente más honesto que escribir artículos en lavena de sus compañeros periodistas, destinada a ganar ascensos. Sí, era injusto; los había también buenos,aún muy buenos. Pero no podía dejar de sentir en la nariz un húmedo tufillo a falsedad

El Varilla, liberado de preocupaciones trascendentales por el ejercicio de sus manos, había progresadoen el taller; lo contrataban regularmente, lograba ingresos aceptables, se había casado, criaba cuatro hijosen rigurosa escalera de edades. No tenía de qué quejarse; podía haberle ido mucho peor.

- Ahí tenés eso, campeón. Fijate vos que sos léido si lo podés hacer caminar.- No sé nada de diseño gráfico.- Aprendé, carajo. ¿A qué te mandó tu padre a la Universidá? ¿A comunistear?El Varilla sí sabía de diseño gráfico. Terminaba de comprar una segunda computadora. Había corrido

un largo camino desde el proyectorcito ruso de diapositivas. Ahora trabajaba para las agencias depublicidad: armaba escaparates de exposición, diseñaba etiquetas para envases, carteles de propaganda,iluminaciones. Tenía talento como diseñador. Por esos años empezaban a ser comunes las computadoraspersonales. Fernando había trabajado con ellas en el diario, tenía una en su casa; no había trabajado endiseño gráfico, pero se había interesado por instalaciones, configuraciones, procesamiento de textos. Semetió de lleno con el diseño gráfico, pero detectó enseguida otras carencias más graves y urgentes: elVarilla precisaba orden, organización, administración.

- ¿Por qué carajo tengo que pagar una secretaria?- Porque esto es un despelote, Varilla. No podés seguir en negro, pidiendo boletas prestadas; hay

lugares donde no podés entrar si no tenés la empresa formada, ¿no te das cuenta que estás perdiendotrabajo?

- Una vez que el estado te conoce te depreda, te afanan sin asco, terminás rompiéndote el lomo para quese la timbeen los hijos de puta de los políticos en sus acomodos.

- Ya lo sé, carajo, ¿te creés que mi vieja me parió ayer? Pero estás demasiado grande, tenés tres tipostrabajando. Si seguís así estás frito; un día te van a levantar con una multa que vas a tener que vender a tushijos como esclavos.

Los enfrentamientos fueron duros. Fernando no le aflojaba nada: le mostraba papeles, le exigíacertificados; le hablaba de eficiencia, lucro cesante, evaluación de beneficios; le demandaba informacióncontable, lo amenazaba con la cárcel invocando figuras delictivas que dejaban al Varilla estupefacto. Loincrepaba sin tregua, sos un desorganizado, tenés todo tirado, no sabés siquiera lo que te quedó para cobrar,manejás esto como si fueras un peón de estancia; esto no es una empresa, es un corralón; te pasástrabajando como un burro para cosechar unas chirolas, feliz con tus pincelitos empeñando el futuro de tushijos, pedazo de adoquín, ¿no te das cuenta que los tiempos cambian? Finalmente, en medio de ruidosasquejas, el Varilla se rindió. Contrató la secretaria, le dio los papeles a un contador del diario amigo deFernando, inscribió a los empleados en medio horario. En Montevideo a los veintidós días del mes de abril,se constituyó Grafex SRL, sociedad de responsabilidad limitada, giro principal publicidad, capital integradocuotas partes iguales, contrato inscripto folio 343 libro 4, domicilio fiscal el mismo, otrosí digo, esauténtica la firma estampada en mi presencia, antecede formulario 5/21 Dirección General Impositiva,enmendado veintidós vale.

Volvieron a trabajar como antes, sin horario, sin sueldo; el Varilla le pagaba por trabajo, con justicia,según su participación, en proporción a la ganancia. Nunca hablaron de plata, pero en los trabajos seenfrentaban ruidosamente, discutiendo en un lenguaje de camioneros que dejaba tiesos a los empleados.Esto revistió a Fernando de un prestigio singular, porque el Varilla no daba confianza a nadie, trataba atodo el mundo familiarmente pero con rigurosa corrección. En medio de estas operetas, la mujer del Varillaera quizás la más contenta. Una vez superado el susto, habituada al tono cerril de las discusiones, quedómaravillada: su marido era capaz de escuchar, de atender razones, de cambiar de idea. No lo podía creer.

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La restitución.La investigación. Agosto, 1990.

Justo Arbeleche, herrero en la Villa de San Pedro, dejó caer una gota de aceite sobre la vieja llave.Estiró el aceite con el dedo para cubrir la canaleta. La llave entró sin protestar. Justo Arbeleche se demorómoviendo ligeramente la llave, sin girarla, buscando la mejor distribución del aceite en las piezas interiores,mientras todos esperaban. La hizo girar apenas. Al sentirla responder se entretuvo un poco más. Cuandoestuvo satisfecho del suspenso creado, hizo saltar de un golpe el gancho del candado. La cadenaenmohecida chocó contra los hierros destorneándose hasta el suelo. Los barrotes de los portones elevaron elsonido hasta las puntas de lanza moldeadas en sus coronas, los flejes transversales lo hicieron correr hastalos goznes empotrados en las columnas, levantándolo hasta las piedras. Los lentos párpados de los SeresBiformes se despegaron apenas, en una ranura fina como corte de cuchillo.

Justo Arbeleche izó el pasador vertical. Los portones cedieron en medio de quejas oxidadas, arrancandoguías de las enredaderas entretejidas en los hierros. El pedregullo gris, acolchado de vegetación, apenascrujió bajo las botas de goma. La senda quedó expedita.

Justo Arbeleche se volvió. Su trabajo había terminado. El actuario y el doctor Pérez Cabot revisabanpapeles en el aire, con el maletín del abogado como escritorio. La señora, parada ahí sin moverse, miraba laentrada. Sería porque eso le traería algún recuerdo, después de tanto tiempo; debía ser una gurisa cuandovino por última vez, tantos años cerrada como estuvo la casona. En todo ese tiempo, nadie conocido habíaentrado nunca, ni siquiera un gurí para cazar pájaros. Estaba todo muy cercado, no era fácil colarse, peroquien más quien menos se sentía amedrentado por la presencia del espíritu del loco Falcón: muerto alláabajo en el arroyo, el fantasma de su cuerpo reseco se paseaba a zancadas entre los árboles negros demusgo, ansiando sorprender a algún intruso inadvertido, echarle encima esa risotada de ultratumba yafamosa cuando vivo. Justo Arbeleche decía no creer en esas cosas; no se invadía la propiedad ajena, eso eratodo. Se sentó en la caja de herramientas a esperar.

El sendero, del ancho de un vehículo, se veía casi borrado por la vegetación rastrera. Bajaba hasta lacañada, pasaba entre las barandas del puentecito remontando luego recto hacia la casa. Algunos parches depedregullo gris lograban sobresalir entre el yuyal. Las cunetas habían desaparecido; se reconocía supresencia por la mayor altura de la vegetación. Los troncos de las casuarinas, oscuros de humedad,enmarcaban el camino hasta perderse en el follaje. Pasando las sombras del monte, el sol abrillantaba losescalones de mármol del acceso a la casona. Aún en la distancia se distinguía: las paredes habían sidoblancas, la casa era enorme, las persianas estaban cerradas, las enredaderas lo habían tomado todo.

Justo Arbeleche se había armado un cigarrillo. Estaba pegando el papel de un lengüetazo cuando losleguleyos terminaron su papeleo. La señora se dirigió a ellos:

- Doctor, creo que es todo. Le agradezco su presencia.- Señora, por favor...- Vayan ustedes no más, no quiero retenerlos. Arbeleche vendrá conmigo a ver la casa. No, no se

moleste, no es necesario.Una brisa leve removió las enredaderas sobre las columnas. Temblaron los párpados de los Seres

Biformes. Arbeleche se guardó el cigarrillo recién armado en el bolsillo superior del mameluco. Si laseñora necesitaba ayuda ahí estaba él; no iba a andar fumándole encima su tabaco mientras la acompañaba,alguna educación tenía, no se precisaba haber ido a la escuela para respetar. Habría alguna puerta paraabrir, seguramente, un mueble para mover, quién sabe cómo estaría la casa por dentro, él no le hacía ascos aningún trabajo. La señora le había pedido a él, no querría tener a esos doctores mirándola mientras ellapaseaba por la casa con sus recuerdos de gurisa; él trabajaría solo en las cerraduras, le abriría las puertas,alguna ventana para la luz, para cambiar el aire estancado de tantos años, mientras ella miraba todo. JustoArbeleche sabía hacer su trabajo, respetar los sentimientos de los demás, callarse la boca cuando no haynada que decir.

El abogado titubeó un momento, hizo una inclinación de cabeza y se fue hacia el auto. Silvana comenzóa caminar a pasitos cortos, esquivando los matorrales. Justo Arbeleche la siguió, dejando marcadas lashuellas de sus botas en la humedad del pasto.

Cuando atravesaron los portones, los ojos de piedra de los Seres Biformes estaban abiertos.

Los Altos del San Pedro.Alberto. Octubre, 1949.

Las primeras piedras de lo que sería la capilla privada del Mirador de San Pedro fueron ermita orefugio, homenaje piadoso para mayor gloria de Dios o escondrijo para el pellejo de algún perdedor en lasinterminables guerras de partidos.

La propiedad original reunía algo más de quinientas hectáreas de tierras altas. El arroyo San Pedro

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rodeaba el cerro en un amplio meandro, por el norte y por el este. La altura ofrecía una amplia vista delarroyo, atando como una cinta la campiña verde y ondulada. Por el oeste, un camino vecinal empalmabacon la ruta nacional 83 a la altura del puente. Hacia el sur, el cerro se atenuaba en largas lomadas. Doskilómetros de alambrado delimitaban por este lado la propiedad.

Anacleto Perdomo recibió las tierras como recompensa en especie por fieles servicios prestados alcaudillo vencedor de alguna de las innúmeras contiendas, hacia finales del siglo XIX, en la culminación delos años de la barbarie. Agotado de luchas, Anacleto Perdomo se estableció en sus tierras dispuesto a gozarsu merecimiento convirtiéndose en hacendado. Construyó las primeras habitaciones de la casa a algunadistancia de la vieja ermita, soñando con un casco de estancia que sus dineros no alcanzaron a erigir. Por laamplia vista detrás del cerro, intentó bautizar el paraje "Mirador del San Pedro", pero este nombredemasiado hispánico no logró desplazar al más criollo "Altos del San Pedro", ya arraigado en los lugareñospara designar la vieja ermita encaramada sobre el cerro.

Fragmentada por herencia, uno de los varios hijos de Anacleto Perdomo, Fructuoso José, volvió areunir casi toda la propiedad, comprando trabajosamente las partes de sus hermanos. Con alguna cabezaanticipó el pasaje del tasajo, la imposición de la carne congelada, el campo era escaso para ganaderíaextensiva; su padre era hoy mucho menos rico, él pronto sería pobre si no se esmeraba. Rehizoracionalmente la división en potreros, levantó cobertizos para el ganado, construyó galpones para elpersonal; compró herramientas, cuidó las aguadas, mejoró la caminería, introdujo el ganado de leche,comenzó la granja, adquirió campos linderos. Trabajó mucho él, hizo trabajar más a otros. Reconstruyó laermita en capilla, amando a Dios sobre todas las cosas. Agrandó la casa, extendió el casco incipientecercándolo de un alto muro de piedra, honrando el sueño de su padre. Introdujo especies exóticas, respetó laflora indígena, enraizándose él mismo en las tierras del cerro. El tiempo formó un parque extenso,abigarrado, encerrando en el centro la casa campestre.

Superó, con trabajosas maniobras, las tribulaciones de la crisis del veintinueve. Cuando, nuevamente enpie, creyó haberlo ya pasado todo, la modernidad lo sorprendió por donde menos esperaba: ninguno de sushijos quería seguir en el campo. No había comodidades, las oportunidades estaban en la ciudad, el dinero enlos bancos, la bolsa, la industria, la construcción, la especulación financiera; aún la política sólo llegaba alcampo para las elecciones.

Fructuoso José no se resignó. Permaneció tenazmente en sus tierras, ganadas por el esfuerzo,levantándose día tras día antes del alba, como había hecho toda la vida. Esperaba cada mañana ver volver aalguno de sus hijos arrepentido, triste de ausencia, ansioso de fundirse con él en un abrazo, mandando alcarajo la ciudad tramposa, devolviéndole a la hacienda la certeza de un heredero.

Mientras don Frutos Perdomo esperaba, el tiempo seguía corriendo, el mundo seguía cambiando. Elcampo ya no le daba; el cuerpo tampoco. Los impuestos habían subido, no había producción, cuando no erala lluvia era el granizo o la seca, los préstamos no se podían pagar, subían las deudas, los hijos presionabanpara vender. Si tan sólo hubiera tenido un continuador habría sabido reaccionar, como había hecho cuandoreunió los pedazos de campo pagando años de trabajo a sus hermanos. No le daban ya las fuerzas. Aún silas tuviera, no tenía para qué, ni para quien, empujando el carro sin saber a dónde va, sin llevar nada arriba,sin nadie al costado en el camino, siguiendo adelante porque la cosa es así, no tiene remedio, y uno se tieneque joder.

En medio del silencio, la soledad y la desazón, levantándose antes del sol como toda la vida, don FrutosJosé Perdomo terminó sus días como un árbol más, hundido en la tierra de sus afanes bajo el sol. Lloradobrevemente, su muerte fue la solución para la familia. La propiedad se puso en venta inmediatamente,oportunidad novecientas hectáreas en Altos del San Pedro, buen campo, buenas aguadas, galpones,hacienda, casco, gran parque y maquinaria, escritorio Juan J. Capandeguy, teléfono tres nueve centralTarariras. Urgida por las deudas, ansiosa de capital, sólo faltaba encontrar quien echara el oro sobre lamesa.

La compra.Alberto. Noviembre, 1949.

El Jefe de Taller, en mono de mecánico, espió a través del vidrio del despacho. Al verlo solo entró sinllamar.

- Alberto, ya casi estamos listos para armar. ¿Va a venir?- Sí, claro, ya voy. ¿Alguna dificultad?- Que yo sepa no. - Espérenme un momento, Carmelo, por favor; voy enseguida.- Bene.A pesar de llevar años trabajando juntos, no se tuteaban. Alberto conocía a todos los empleados de la

empresa, todos se veían las caras, se llamaban por el nombre de pila, conocían sus familias, trataban a las

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máquinas como a sus hijos, sentían mover el mundo al impulso del trabajo común.Alberto giró el sillón hacia la ventana. En unos minutos, descolgaría del perchero la túnica gris con la

libreta, la lapicera y los guantes de cuero en los bolsillos, saldría de la oficina, se perdería en el taller, en elcaos de taladros, tornos, émbolos, vástagos, varillas, tubos, planos sucios, golpes, crujidos, aserrados,ruidos del metal, la grúa deslizante por encima, el olor a lubricante, solvente, soldadura, los operariosabsorbidos en problemas de tracción, fatiga cortante, revenido, acero al carbono, microfisuras, nivelpiezométrico, unidos todos en el curioso objetivo de mover el agua de un origen a un destino.

Estaba aún en el despacho. Detrás de las cortinas de hilo la agitación de la avenida San Martín. Por unrato nadie lo interrumpió. Alguien golpeó la puerta. Vio la silueta de Sonia al otro lado. Tomó el tubo delteléfono. Cuando ella entró, él estaba discando. Levantó un dedo a la secretaria, ella asintió con la cabeza,se volvió y cerró la puerta.

- El escribano Arregui, por favor... Alberto Maresca... Bien, muy bien, ¿usted?.. Me alegro. Arregui,quiero su consejo, además de su opinión profesional. He sabido de una propiedad en mala situación... unasucesión, son varios de familia, la esposa e hijos... murió el dueño, quedó sin administración... puede estarendeudada, sí... a todos les vendría bien vender, creo... a ninguno de los hijos le interesa el campo... podríapagar todo junto, sí... si a usted le parece, claro... Puede salir enseguida... No, no me parece, no lo van apensar mucho, sobre todo si está la plata junta... Si puede, consulte usted por las inversiones, a ver quéconviene mover... Arregui, ¿podría usted o alguno de los muchachos negociar en mi nombre? No quisieraaparecer como el comprador... conocí más bien al dueño, pero falleció; los sucesores no sé si se acordarán...se negociaría mejor, sí... vea usted cuanto puede bajar por el pago efectivo... en obligaciones puederesultarles atractivo, también... Sí, son los Altos del San Pedro... Arregui, mantenga esto entre nosotros porahora... No, no, no es por los compradores, casi no me conocen. Es por Rossina. Quiero darle la sorpresa.

Rossina en San Pedro.Alberto. Noviembre, 1949.

Le costó convencerla de la compra: una inversión tan enorme, así de repente, como en un rapto...Alberto no era propenso a impulsos ni corazonadas. Caminaban por los senderos descuidados, entre lavegetación salvaje, ella flotando como en sueños, de visita en el Paraíso. Miraba las cosas como si fuerannuevas, como si cada planta, cada piedra, cada árbol perteneciera a una especie rara jamás vista. Seguía conlos ojos el canto alborotado de los pájaros, trataba de descubrir alguno en medio del follaje. Cada pocospasos, ella se detenía para mirarlo caminar sonriente, las manos en los bolsillos, como si recorriera unparque público. Este hombre serio, metódico, indiferente, venía de invertir una montaña de dinero en algopuramente estético, de dudoso beneficio económico, algo totalmente alejado de las bombas, los motores, lastuberías, el mundo industrial, metálico, donde parecía encontrarse el centro de su vida.

Recorrieron el parque lentamente, riéndose de su propia incredulidad, todo eso era de ellos, para ellos,podían arreglarlo como quisieran, los árboles crecerían sin molestias, los pájaros cantarían a su gusto, losanimales silvestres estarían a salvo de los cazadores. La casa estaba muy descuidada, cubierta deenredaderas, con las persianas rotas. Jirones de viento habían amontonado tierra, ramas y hojas muertas enlos escalones, en los rincones del vestíbulo, en todos lados. Alcanzaron finalmente la capilla, cerrada poruna puerta agrietada, con costras de pintura verde descascarada. Un candado colgaba de una cadenaoxidada, atravesando la puerta por un simple agujero en la madera. Alberto puso un brazo delante de sumujer para apartarla. Golpeó la puerta violentamente con el pie antes que ella pudiera siquiera darse cuenta.La madera, podrida, cedió. El candado y la cadena quedaron colgando contra el marco.

- No es manera de entrar en la casa de Dios.Ella lo tomó del brazo. El interior estaba igual, tan deteriorado como años atrás, cuando él la había

recibido en matrimonio por obra de los latines cascados del padre Giovanni. Miraron largamente enderredor.

El tomó del rincón unos cartones, los sacudió, limpió con ellos como pudo el escalón frente al altar.Arrimó la puerta. Una luz amarillenta se filtraba por los estrechos vitrales. Se arrodillaron juntos frente a laCruz de madera. Un Cristo polvoriento, sin rostro, colgaba sobre ellos. Rezaron juntos en voz alta la acciónde gracias. Cuando estaban saliendo, ella lo detuvo.

- Esperá un poco.Recogió de entre los matorrales desordenados un manojito de flores de manzanilla, cardo, violetas,

margaritas, hojas del yuyal. Alberto arrancó unos tallos de flechilla. Ataron en manojo las modestas floressilvestres, acomodándolas como pudieron con medios tan precarios. Entraron de nuevo a la capilla.Colocaron el ramillete en el tiesto de madera destartalado, sobre la hornacina de piedra, a los pies del CristoSin Cara. Salieron de la mano sin hablar, mirando cada uno las piedras del camino.

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No morirá.Rossina. Octubre, 1959.

Homero Aljanati, el corredor de bolsa, confeso admirador suyo, le manifestó al final de una entrevista:- La felicito, Rossina, se la ve muy bien. Es usted una mujer valiente. ¡Enhorabuena!Había agradecido la frase como un cumplido más del muy trajeado Aljanati, sin atender al significado

de las palabras. Por la noche, agotado el trajín del día, la idea se le presentó inesperadamente en elaislamiento de su habitación. La indignación la llevó hasta el rubor. ¿Cómo podía Aljanati decir semejantecosa? ¡Qué atrevimiento! ¿Qué sabría él de sus padecimientos, de su soledad, de su dolor interior? El sóloveía el exterior, la postura asumida, el disimulo de su pena negra al presentarse en sociedad. ¡Lo bien queestaba! ¡Faltaba más! Aljanati estaba trastornado... venir a decir eso... tres años de soledad, de encierro, deañoranza... ¡como para estar bien! ¡Qué descaro! Se miró en el espejo. Un rostro apenas marcado detiempo; unos ojos brillantes, vivos; un busto erguido, elegante; un cuerpo bien formado, libre de flojeras,sin sobrepeso; una imagen de mujer entera, atractiva, la contemplaba con insolencia, confirmandoplenamente las lesivas palabras de Aljanati. Apartó la vista, irritada.

Se había ocupado de los negocios por necesidad. Conciente de su ignorancia, se había informadopormenorizadamente, estudiando cada asunto con seriedad, con dedicación, aún con temor, cumpliendo unmandato de continuidad fijado por ella misma. Visitaba a su cuñada, llevaba regalos a sus sobrinos, lossacaba a pasear, era la tía viuda, ellos no tienen la culpa, pobres, merecen vivir la etapa de la inocencia,después ya tendrán toda la vida para añorarla. Por los familiares, por los sobrinos, por deber de esposa, pormandato de Dios, debía cuidar de sí misma, no era dueña de uno sólo de sus cabellos. Había cumplido. Peroahora descubría, por culpa del pesado entrometido de Aljanati, un motivo espurio, indigno: sus propiasganas de vivir. Constataba, para su desesperación, el adelgazamiento del dolor. El temible oso pardo de laszarpas desgarrantes ya no oscurecía el sol con su corpacho colosal. La ex víctima Rossina rozaba ahora, conlas plantas de sus pies descalzos, el pelaje suave de una alfombra doméstica de piel de oso, la cabeza aquí,las zarpas a los lados... apenas sentía en las plantas el frío de las baldosas. Sobre su cabeza, el sol brillabauna vez más.

Se sumió en la desolación. ¿Nada duraba en este mundo? ¿Era tan letalmente corrosivo el tiempo? ¿Nohabía nada resistente a su agresividad sulfúrica? Las pinturas de las cavernas rupestres, de las catacumbas,conservaban sus colores en ausencia de aire, pero el oxígeno, ingresando a la cámara sellada en una ráfagasibilante, desleía las imágenes en pocos minutos. Los audaces descubridores contemplaban atónitostranscurrir siglos en segundos, en un efímero remedo de inmortalidad. Así ella, arqueóloga de su propiavida, se había visto forzada a contemplar como los tintes incisivos de su dolor eran bruscamenteborroneados por el hálito feroz de la vida. La estampa trágica de colores desbocados viraba,inexorablemente, hacia el sepia de la nostalgia.

La evanescencia del ser, del mundo, en implacable huída hacia el vacío, se presentó ante ella sin llamar:por un momento, le pareció no poder siquiera recordar el rostro de Alberto. Presa de la desesperación,volvióse hacia el retrato. Se aferró a la imagen como a una rama salvadora en la correntada del tiempo,buscando, con los rayos de sus ojos, pirograbar en su corazón los haluros de plata estampados por su esposoen la emulsión fotosensible.

- No me dejes sola otra vez, no te vayas de nuevo. Ya te fuiste una vez, ¿no es suficiente? ¿No medejará Dios siquiera el recuerdo? ¿Es tanto lo que pido? ¿Todo, todo terminará siempre así, hundiéndose enel fondo del mar como en esos torbellinos míticos de los océanos, donde los barcos se hundían sin remedio?¿Sorberá el tornado las imágenes de mi cabeza, quitándome hasta su memoria? ¡Maldito egoísmo de lavida, reclamando todo para sí, alimentándose de la propia muerte, raíces de plantas sorbiendo nutrientes derestos enterrados! ¡Absurda continuidad de un ciclo insensato!

Era la traición. Ella olvidándolo, volviéndole la espalda, engañándolo vilmente con la vida. Su espíritudispuesto a renunciar, a perderlo todo, resultaba dominado sin esfuerzo por una carne rebelde, insumisa. Elaire, los alimentos, la luz del sol, le echaban hilos de energía, dejándola sobre el tablado, bien visible, comouna araña en el centro de la tela. Una conspiración fisicoquímica reactivaba sus células, reponía su figura,coloreaba su piel, la llenaba de salud. Un espejo, también traidor, le enseñaba, como un acta decapitulación, una mujer descaradamente sana, ofensivamente atractiva, comprada indignamente por lasbaratijas de la vida. El Salvador estaba siendo vendido para siempre, una y otra vez, a cada instante; lastreinta monedas caían dos veces por minuto en cada minuto del Tiempo. El mundo seguía siendo de losfariseos y publicanos, sólo habían Judas y traidores. Jesucristo seguía muriendo por nosotros en eternaagonía.

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Regreso a San Pedro.Rossina. Noviembre, 1960.

- Mamá, ¿por qué la tía no quiere ir a San Pedro?- Porque le da pena.- ¿Porque tío Alberto no está más?- Sí, por eso.- ¿Y por qué no vamos nosotros?- Porque la casa es de la tía.- No es una casa, es una estancia.- ¿Qué es una estancia?- ¿No sabés lo que es una estancia?- Mamá, ¿qué es una estancia?- ¡No sabe lo que es una estancia!- Una estancia es un campo muy grande, con animales. San Pedro no es una estancia; es una casa

grande con un parque grande.- Pero hay vacas, y caballos, y ovejas...- Sí, pero una estancia es más grande. Los animales están en los campos de los arrendatarios, la gente

que trabaja en el campo.- Pero esos campos también son de la tía. La tía tiene muchos campos.- Mamá, ¿es verdad que hay caballos?- ¿No dije yo que hay caballos?- Yo le pregunté a mamá, no a vos.- Sí, hay caballos.- Mamá, ¡yo quiero ir!- Ya te dijo, es de la tía; la tía no quiere ir, nosotros no podemos ir porque no es nuestro. ¿Entendiste?- Yo quiero ir. Le voy a pedir a la tía y me va a llevar a mí, y a vos no, vas a ver.Habían oído a sus padres hablar de San Pedro con Rossina. Luis iba, periódicamente, por cuenta de su

hermana, cuando era necesario. Los sobrinos le habían pedido muchas veces ir a San Pedro. Ella siemprecontestaba más adelante, si se portan bien, cuando sean mayorcitos, más adelante, más adelante.

Había imaginado largamente el regreso, buscando por la familiaridad con la idea el alejamiento deltemor. Ordenó preparar la casa varias veces; otras tantas postergó la ida. Finalmente se fue sola, enómnibus, una mañana temprano. El capataz la estaba esperando frente a la agencia, fumando un armado,recostado en la camioneta. Cuando vio estacionar el ómnibus tiró el cigarrillo, cruzó la calle, yéndose aparar frente a la puerta del ómnibus como un centinela. Le tomó el bolso de mano en cuanto lo tuvo alalcance.

- Buen día, Alfonso.- Buen día, señora. Una alegría volver a verla.- Gracias, Alfonso. Yo también me alegro. ¿Cómo está su gente?- Bien, muy bien, señora, gracias.- ¿Los muchachos?- Creciendo.Volvió a Montevideo esa misma tarde. Recorrió con Alfonso toda la propiedad, saludando a los

arrendatarios, un momento con cada uno. Tomó un almuerzo tardío en la casona. Recorrió las habitacionescomo una visita, sin mirar apenas; acompañada por Eufrasia, dio una corta vuelta por el jardín. Allí estabatodo, como antes, tal cual se lo mostrara su memoria. Allí estaba ella, nuevamente, alejada como unaturista, mirando distraídamente las cosas, contando los latidos de su corazón. A su paso, encontraba en cadaobjeto, en cada sonido, en cada aroma, la misma corta inclinación de Alfonso al bajar ella del ómnibus, elmismo saludo apenas destacado, encubierto, acortando el tiempo, volviendo atrás como diciendo aquí nopasó nada, somos todos los mismos, sabemos pero no hablamos, el universo es eterno, uno y el mismo porsiempre jamás. Territorio amigo.

En los meses siguientes volvió a ir varias veces, siempre por el día. Una tarde de pálido sol, declaró voya caminar, no me esperen para el té, no, gracias, prefiero ir sola, llegaré hasta el pueblo, seguramente; no,no me va a pasar nada, Eufrasia, quédese tranquila, estoy muy bien, gracias, de veras estoy bien. La habíatomado de las manos por un momento, las manos grandes de campesina, inertes, apretadas en las suyas. Lavieja, brillantes los ojos, la despidió:

- Vaya, entonces, con Dios.Rossina salió camino del pueblo, pero a la cuadra apenas el andar se le hizo lento. Se detuvo un

instante. Extrajo el manojo de llaves del bolsillo. Lo examinó. Retomó el paso desviándose por el senderohacia el arroyo. Alcanzó la ribera, rodeando el largo meandro sobre los fondos de la casona. Antes dealcanzar el vado, torció en subida hacia la casa. Llegó hasta la capilla. Ante el empuje de la llave, el

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candado cedió sin protestar. Cerró la puerta tras de sí, guardando el candado en el bolsillo de la polleracampesina. La luz del crepúsculo se filtraba por los vidrios coloreados con espesor ambarino. Había tierraen el piso. No halló nada apropiado para sacudirla. Se levantó las polleras, hincándose sobre las rodillasdesnudas. Elevó la mirada al rostro inexistente del Cristo Sin Cara. Empezó a rezar, lentamente, a mediavoz, como si estuviera enseñando a rezar a un niño. Las lágrimas le empezaron a rodar lentas, amigas,mejilla abajo, sobre el polvo de los escalones abandonados, dejando lamparones de barro negro salpicadossobre el mármol. Las palabras desgranaban, temblorosas, entre paredes de piedra. Las penas se le fueronyendo, una a una, en esas lágrimas de redención. Estaba de regreso, volvía a saber quien era, estaba otravez, como antes, junto a Alberto, en presencia de Dios, en este punto del espacio donde el tiempo sereencontraba a sí mismo reavivando la presencia de las almas.

Oscureció. Se sacudió el polvo de las rodillas, cerró la puerta con cuidado, cadena, candado, tirón finalpara verificar. Un sendero de ingrávidos pasos la devolvió a la casa. Esa noche, Rossina Fiori de Marescadurmió serenamente en Altos del San Pedro.

La traición de la carne.Rossina. Marzo, 1961.

Se había ido dando cuenta, por sí sola, de su irritabilidad. Ya no era solamente el insomnio, la ansiedadconstante, la sensación de mareo repentino: ahora, cualquier nimiedad la sacaba de quicio. Había idocayendo, de a poco, en la media pastilla para dormir; luego fue una entera. Persistía en ignorar la existenciade esos desarreglos, pero cada vez se le hacía más difícil. Estaba perdiendo el interés, tan duramenteconquistado, por toda actividad: en cuanto empezaba a hacer algo, la invadía un desasosiego deaburrimiento, de terminar cuanto antes, como si algo urgente, siempre distinto, siempre elusivo, lareclamara. Si cedía a este impulso, nada atractivo encontraba en su lugar. Daba vueltas por la casa, iba delescritorio a la terraza a la cocina a la ventana como buscando algo sin saber qué. En poco rato agotaba todaslas instancias de su rutina, sin realizar ninguna. Todo le fastidiaba, todo le era tedioso, pesado. Ya no sesoportaba a sí misma. Decidió volver a consultar al médico.

- Después de la muerte de su esposo, usted... ¿no ha vuelto a tener relaciones?- Yo... no... ¡por supuesto que no! - No debe usted molestarse. Soy su médico, debo saber. Estas cosas deben tomarse con naturalidad,

aunque nos cueste.- Sí, doctor, está bien.Fue como si la desnudaran en la plaza pública. Salió del consultorio sin ver ni saber, conducida por un

piloto automático interior. Se encontró en su habitación, encerrada, mirando la ventana como un serdescerebrado. No podía ser eso. ¡Alberto era su único hombre, de una vez para siempre! ¡Era injusto!¿Estaría condenada a soportar semejante bajeza de parte de su propio cuerpo? Ella, entregada en espíritu,puesto en custodia su corazón en el recuerdo de Alberto, reservada su vida como en un arcón inviolable, enla intimidad perfecta de su único hombre ausente para siempre, ¡presionada por unas hormonas! Unasridículas sustancias vagabundas de su organismo viniendo a soliviantar apetencias desagradables, aenvilecer su carne empujándola a contactos pegajosos, a evoluciones corpóreas en una atmósfera húmeda,recalentada, sudorosa, de rancios hedores animales. En medio de esa repulsión, el descubrimiento de larazón de su desasosiego fue hallando su lugar, dándole a beber unos sorbos de tranquilidad. En elpensamiento atribulado pedía perdón a Alberto por su fisiología insumisa, por el absurdo derroche de vidaagitando en ella, algo tan fuera de lugar, tan indeseado por su corazón. Anhelaba la redención de lasequedad, la ropa discreta de polleras largas, cuello ceñido y mangas hasta el puño, los perfumesantisépticos, las sábanas sin arrugas en la cama perfecta, las comidas frugales con agua mineral, el té sinazúcar, los papeles ordenados al milímetro sobre el escritorio, el cortapapeles vertical sobre la hoja blancacomo la espada de un cruzado, las lecturas piadosas en voz alta, ahogadas las palabras en la soledad de suhabitación. Volvió a rezar con dedicación, pidiendo a Dios ordenar los humores de su cuerpo en acuerdocon los deseos de su corazón.

En las noches insomnes permanecía inmóvil en la cama demasiado grande, oyendo desgranar las horasuna a una sin faltar ninguna. La mano que le enredara el pelo con sus largos dedos no estaba allí paraaquietarla con el mágico poder de sus caricias, descubiertas una a una en las sorpresas de la vida, cariciaspor las cuales había logrado abandonarse hasta el final sin resistencias, olvidada de lo aprendido, delmundo, de la gente, sumiéndose en ese abismo insospechado de contento, de entrega, de absolutacomplicidad. Pero la mano ya no estaba, y la cama se agrandaba cada noche en soledad mayor, obligándoseella a permanecer inmóvil oyendo campanadas. Había quedado sola cuando no podía, no sabía, no queríaestar sola; le habían mostrado ese mundo de mutua disolución, le habían dejado cebarse en él para luegoarrebatárselo en un gesto de crueldad gratuita, llevándose un pronóstico de amaneceres compartidos al calorde las mismas sábanas que ahora la envolvían como la envolvía la noche obligándola a quedar petrificada,

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expectante, deseando sumirse ella también en el ansiado olvido de otra noche sin tiempo, sin conciencia,sin final. Pero la fuerza de la vida la empujaba inevitablemente a un amanecer indeseado, a través de horasde campanas y ansiedades. No quería pensar ni recordar ni vivir, pero la sangre giraba y giraba en ella,búsqueda o espera, en aquella cama demasiado grande para una mujer sola.

No sabía, ni preguntaría tampoco, si aliviarse ella misma era pecado. Lo intentó, en la seguridad depreservar, por esa vía, su fidelidad a Alberto. Hizo crecer, en medio de los ruidosos latidos de su corazón, laansiedad por el juego de sus dedos, una mano sobre la otra, como protegiéndose en simultánea con elestímulo. Llegó finalmente al paroxismo del olvido, a la absolutez del deseo, a la tensión feroz del no ser, ala cumbre donde el placer se encuentra con la muerte. Cruzó al otro lado sin sentirlo, descendiendolentamente como si planeara, en medio del martilleo cardíaco, los músculos tensos, las manos mojadas de símisma, en los hombros el frío creciente de la soledad. Se acurrucó de costado como un corderito temblón,replegando las piernas, abrazándose las rodillas, llenándoseles los ojos de lágrimas como si le llovieradesde adentro. Siguió bajando, chocando con las piedras, sacudida en sollozos, montaña abajo. Agotado porel llanto, más allá de la angustia, su cuerpo rendido caía finalmente vencido por el sueño. La mañanasiguiente le traía algún alivio corporal, pero la angustia la atenazaba en un cepo feroz por el resto del día,reavivándole las lágrimas en llamas quemándole los ojos. Acuciada por la necesidad, repitió la experienciaalgunas otras veces, alejadas entre sí. No le fue mejor. El momento de alivio se pagaba con días de vacío enlas entrañas, dagas de tristeza punzante perforándole el estómago, ansias de arañarse el cuerpo rebelde a losdictados del alma. Cada vez más se prometía renunciar, pero la fuerza del cuerpo la llevaba nuevamente ainmolarse en el cadalso donde intentaba decapitar con las manos su ansia de placer.

Tamoxifeno Gador, comprimidos de citrato de tamoxifeno, diez a veinte miligramos, acción terapéuticaantiestrogénica, efectos colaterales y secundarios en su mayoría atribuíbles a su acción propia, sofocos decalor, hemorragias vaginales, prurito vulvar. No los tomó.

- Una nueva unión no estaría mal vista a los ojos de Dios.- No es eso, padre. No deseo una nueva unión. Tan sólo quiero su consejo, su ayuda, para sojuzgar la

rebeldía de mi carne. Usted debe saber.

El piano.Rossina. Setiembre, 1964.

Adelaida corrió por el pasillo al fondo, bajó los escaloncitos saltando como un gorrión, torció hacia lacocina.

- ¡La señora está tocando el piano!- ¡Shh!Eufrasia había detenido el trajín de la cocina. Las dos mujeres quedaron escuchando, las caras vueltas

hacia el pasillo. Apagado por la distancia, llegaba hasta ellas una melodía lenta, de notas erguidas,puntuales, ordenadas como en un desfile o en bandadas de pájaros, bandeándose ora a un lado, ora al otro,volviendo a remecerse en repeticiones siempre diferentes.

- ¡Qué bonito! Es como andar en barco...Eufrasia suspiró.- Antes, cuando vivía el señor, siempre tocaba, tocaba mucho. Hacía años...- ¡Es Chopin! Lo sé porque ví la música arriba del piano.- ¡Muchacha! No se debe espiar a la señora.- No, yo sólo ví desde la puerta, la música decía Chopin. Se dice así, "Sho-pen". Yo sé porque al lado

de mi casa, cuando era chica, tenía una amiga que aprendía el piano. Yo la oía tocar; ella me decía "esChopin".

La casa de la señorita Edelvira Pons Echevers, profesora de Piano y Solfeo, había sido construída sobreun lado del terreno, en una calle poco transitada. Una ventana alta, una puerta alta, un frente estrecho.Entrando, las habitaciones sin ventanas, las puertas con vidrio, los postigos siempre cerrados, todo hacia laizquierda. Enfrente, a lo largo de la sala, vidriera sobre el jardín, hasta el fondo. A las tres de la tarde, el solse reflejaba en la pared lindera, volviendo, atemperado, sobre la vidriera, para inundar la sala con luz depecera. Hacia el frente, el piano de cola, negro. Más atrás, otro piano más chico, el más usado; enfrente, unarmonio, donde los alumnos practicaban sobre el teclado mudo, sin darle a los pedales, una música sinsonidos. Entre ambos pianos, el sillón de la señorita Edelvira. Desde ese trono, las piernas cubiertas con unmantón, el cuello siempre abrigado con pañuelo, en toda época del año llena de frío, la señorita Edelviraobservaba, escuchaba, corregía, rezongaba, desesperaba, volvía a observar elevando inconmensurablementesus largas cejas, totalmente depiladas pero vueltas a dibujar con tintura marrón, del mismo color del pelo,armado en casta construcción de iglesia románica. Rossina llegaba media hora antes, se sentaba en unasillita baja, quieta como de piedra. La señorita Edelvira no la hacía practicar en el armonio. Eso era para lasde tercero; ella estaba recién en primero, le tocaba el piano chico del fondo, no éste de cola donde una

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alumna avanzada, alta, delgada, de pelo a la cintura, tocaba con dulzura extrema, sin adornos, sacando de laletra ininteligible del pentagrama la esencia desnuda de la melodía. La señorita Edelvira protestabaruidosamente ante las escasas fallas, disimulando de ese modo la predilección por esa alumna dotada.Rossina permanecía en su sillita, los libros en la falda, embelesada, sin notar el rabillo atento de la señoritaEdelvira, toque una campanada cortita, cierre la puerta y espere en silencio a que su compañera termine laclase.

La señorita Edelvira había desaparecido de su vida ocho años después, cuando le entregó con severidad,disimulando las lágrimas, el diploma de Profesora de Piano y Solfeo, Sobresaliente con Mención Especial.Luego fueron los profesores del Conservatorio, dos años. Pianistas de algún renombre en su tiempo,corrigieron educadamente, animaron discretamente, se mantuvieron convencidos de la inutilidad de susesfuerzos; no había en ella ningún Rachmaninoff para desenterrar.

Bastó con el piano. No iba a ser pianista. Las tardes tras la vidriera de la señorita Edelvira se habían idocon el sol de la tarde, las hojas secas del jardín. La señorita Edelvira había muerto, la casa había sidodemolida para ampliar la fábrica de al lado. Rossina empezaba a descubrir esa forma subrepticia de lascosas de ir quedando atrás. Ya no estudiaría el piano: sólo tocaría para sí, alguna vez. Cuando conoció aAlberto, volvió a sentir en los dedos la necesidad de producir nuevamente ese efluvio, de hacer surgir deentre las maderas, las cuerdas tirantes, los martillos texturados, el desfile de las notas, reviviendo en lossonidos de sus manos las tardes llenas de sol cuando escuchaba embelesada a aquella muchachita denombre olvidado. ¿Qué habría sido de ella? ¿Sería, por ventura, concertista? ¿O lavaría platos, comotantas? ¿Recordaría, como ella, nostálgicamente, aquellas tardes como páginas de un cuaderno sinempezar? ¿Qué traspiés, qué trampas, qué mentiras de la vida la habrían sobornado? Los primerosencuentros con Alberto le trajeron algo de esas tardes de mamá me voy al piano, un olor fragante de floresfiltrándose desde el jardín, también alcanfor, lavanda, agua de colonia en el pañuelo de la señorita Edelvira,humedad, encierro, maderas nobles, innegable olor a viejo en toda la casa, las notas arpegiadas, el jardíninvasor; tarde de rejas al frente con portoncitos pintados de verde, chapa de bronce Edelvira PonsEtchevers, Profesora de Piano y Solfeo, Conservatorio Musical Luis Sambucetti; una enorme burbujanítida, como esas bolas de vidrio con una casita; un mundo propio, inalcanzable, tanto o más real que lavida misma; una pelotita de recuerdo rodando a su antojo por los entrecruzados meandros del cerebro.

- Es bonito, Chopin, ¿no? - Es bonito, sí. - ¡Quién pudiera tocar el piano así!

Ordenamiento de los campos.La investigación. Setiembre, 1991.

Una vez culminados los procesos legales se hizo necesario retomar las riendas de la extensa propiedad.Insumió meses de contactos seleccionar un escritorio rural con suficiente responsabilidad y aptitud parallevar la administración, Sucesores de Juan Justo Capandeguy, Ercilio Capandeguy, Marcos Carámbula yAsociados, negocios rurales, administración de propiedades, sucursales en Conchillas, Colonia, Carmelo,en Tarariras desde 1936. Ordenar los arrendamientos, rehacer los contratos, intentar recuperar alquileresperdidos... varias fracciones quedaron vacías. La tierra no daba, los pequeños productores no podíansubsistir. En un acto sin precedentes, Silvana hubo de resignar recursos invertidos en valores estables enfavor de la recuperación del campo, decisión de riesgo muy meditada, no tiene alternativa señora, debeprimero ponerse al día con los impuestos, lograremos una quita por la interdicción, conviene reponer losalambrados, por suerte no tiene intrusos para desalojar, siempre se puede vender una fracción, no, venderpor ahora no, tratemos de estructurar un plan de pagos, no espero ganancias, sólo aspiro a cubrir gastos.

Erogaciones, contratos nuevos, gestiones del escritorio rural, más erogaciones, dolores de cabeza,redundaron finalmente en la recuperación de los arrendatarios más honestos, la rehabilitación de algunosendeudados, la prescindencia de algún aprovechador. En un año más, saldadas las deudas, el campo podríamantenerse solo. Varias fracciones quedaron sin arriendo, improductivas. No cabía pensar en larecuperación del casco de la estancia.

- Tiene un buen pedazo de campo fuera de producción; puede ganar bien bien si lo trabaja usted.- ¿Cómo es posible? Acá todos los productores se están fundiendo, según dicen.- Todos se quejan, pero no todos se están fundiendo, sólo los chicos, algún grande muy atrasado. Las

condiciones de producción han cambiado; se precisa una extensión grande, buena tecnología, acceso almercado, inversión.

- No le puedo decir nada. Yo no sé nada de campo. En una propiedad grande es muy fácil cometererrores, y salen muy caros.

- Siempre hay riesgos, sobre todo en la agropecuaria, pero muchos riesgos se pueden evaluar: existe laplanificación, la diversificación, los seguros. No le propongo entelequias, ni inversiones desmesuradas;

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llevo muchos años en esto, no me considero ni un ilusionista ni un aventurero. - No es usted, soy yo. Ya le dije, no entiendo nada de campo.- Puede asesorarse con un técnico de su confianza; no pretendo tomar ninguna decisión sin

conocimiento suyo o de quien usted designe. Junto con la propuesta le dejé algunos nombres de referencias,pero si pregunta acá en la zona mucha gente me conoce. Considere los valores de inversión a un año, comoperíodo de prueba; no es una inversión desmedida. Si las condiciones no son muy adversas, si no tenemosuna terrible mala suerte, usted misma podrá ver los resultados.

- Usted es casi agrónomo; le faltan la tesis y una o dos materias, me pareció entender. ¿Por qué no serecibió? Si no es indiscreción...

- Tiene derecho a preguntar. En dos palabras: me desilusioné de los títulos, de los méritos académicos,de las organizaciones. Al ir adquiriendo experiencia en el trabajo se me fue haciendo patente lo inadecuadode los estudios, la falsedad de las medidas, la impostura de los reconocimientos. Cultivadores y tamberosde muy poco alfabeto me mostraron una realidad contundente, agresiva, inimaginable desde la academia; aesa realidad apunto como técnico. Conozco agrónomos con grandes doctorados en el extranjero,reverenciados como dioses, incapaces de manejar un campo ni de conducir una investigación de rutina,exhibiendo docenas de trabajos publicados de ninguna originalidad, refritos de otros trabajos, basados enexperimentos parciales, con tratamientos estadísticos inadecuados, algunos de ellos verdaderas burradas. Ala hora de un concurso, sus contenidos no importan, sus resultados no importan, sólo importa la cantidad.Los curriculums abultados de naderías, la sumisión al statu quo, la falta de escrúpulos, son las cualidadesnecesarias para acceder a los puestos de jerarquía. Y uno, enterrado en el barro, peleando con lasenfermedades, la sequía, la falta de medios, la imprevisión de la naturaleza, se encuentra sometido a losdictámenes de estos señores, contra toda lógica y realidad.

- Eso no es suficiente para dejar una carrera; la falta de título siempre pesa.- Hay un tiempo para cada cosa. A esta altura de mi vida sólo me interesa permanecer en el campo,

seguir haciendo lo que sé hacer. Me desespera imaginarme llenando formularios para el Ministerio, undestino posible si quiero seguir manteniendo a mi familia. Prefiero trabajar de tractorista.

- ¿Cómo llegó hasta mí? ¿Alguien le habló de la propiedad?- La propiedad ya la conocía. Alguien me habló de usted.- ¿De mí? ¿Quién?- Se dice el pecado pero no el pecador.- ¿Qué le dijeron? ¿Qué le hizo pensar que escucharía su propuesta?- Usted no sabrá nada de campo, pero es arquitecta, conoce el valor de la tecnología; tiene capital, lo

sabe manejar. Conoce estas tierras de gurisa, no está pensando en vender para disfrutar su dinero en laciudad. Me creo capaz de manejar su campo, hice eso toda la vida. Tengo dos hijos, uno de ellos entrandoen el liceo; mi mujer trabaja en la hilandería de Colonia, no está en casa en todo el día. Vivo deasesoramientos gratuitos o mal pagos; la tierra de mi padre se la comieron las hipotecas. Quiero darle mejorvida a mi familia, quedarme en el campo, seguir haciendo lo que sé hacer. Necesito trabajar.

Hans Dieter Schmidt, de escasa estatura para ser descendiente de alemanes, era de complexión fuerte,macizo, eternamente descamisado, siempre sin afeitar. Llamado por todo el mundo "el Pony", él mismo sepresentaba con el apodo, hola quién habla, el Pony. No obstante su constante apología de la vida práctica,era sólido en la teoría. Rebelde, cuestionador, inquisitivo, incapaz de callarse, denunciaba sin ningunadiplomacia las imposturas, la improvisación, los desatinos de la burocracia. Era, en suma, un forúnculo paracualquier organización, especialmente en los últimos años, donde las mayores energías se destinaban a lasapariencias, a cuidar la imagen, según el léxico en boga. Había trabajado quince años en una estaciónexperimental agropecuaria; dos años atrás le habían cancelado la renovación del contrato por carecer detítulo universitario. No obstante su manifiesta falta de fé, no creyó en la realidad de la expulsión. Tampocoprevió el discreto alejamiento de compañeros, colegas, amigos: lo echaron por desordenado, cómo va aandar vestido así, siempre sin afeitar, tres años sin publicar nada, acá es publicar o morir, te lo dice todo elmundo, no, no lo ví más, acá todo se sabe, no hay trabajo en ningún lado, no quiero correr la misma suerte.

- Muy buen investigador, muy profesional, un hombre sin dobleces, honesto como pocos. Un pocobruto para decir las cosas, pero esté segura, no tendrá dificultad para conocer su opinión . Para mí fue unagran pérdida, un error despedirlo. Las organizaciones ya no tienen una cara para dar; las decisiones setoman en una oficina de Montevideo, muchos pisos por encima de la tierra.

Eduardo García Peluffo, ingeniero agrónomo encargado del Area de Cultivos, había sido su jefe porcinco años. Cerca del retiro, cargado de distinciones bien ganadas, con capital invertido en Inglaterra, másallá de los riesgos de cualquier contrato, trabajaba sólo por vocación. Este testimonio fue decisivo; Silvanaencontró evasivas entre otros colegas a quienes llegó a pedir referencias, en una notoria actitud de evitarcualquier compromiso. La gente de campo, tractoristas, ordeñadores, alambradores, simples peones, loponían por las nubes. Acordaron un contrato inicial cauteloso, seis meses a prueba, luego a un añorenovable, sueldo fijo básico, participación en las ganancias, facturación como empresa unipersonal, nohabría indemnización por despido, licencias ni beneficios. Si el campo iba bien, ganaría generosamente; si

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iba mal, al menos podría vivir. No tomaría ninguna decisión grave sin su autorización, presentaría planes ypresupuestos periódicos, los proyectos se encararían según el riesgo, la disponibilidad financiera, losmedios de producción al alcance; la inversión en maquinaria sería mínima al principio, contratando lonecesario; se reinvertiría cualquier ganancia, se evitaría en lo posible recurrir al crédito, el Banco Repúblicaes el único con planes para el agro.

El Pony volvió a ser quien había sido. Investido de autoridad, con camioneta nueva, jugándose laoportunidad, dio vuelta el campo. Se reunía con Silvana cada dos semanas, yendo muchas veces él aMontevideo a presentar sus informes. Se aparecía en la galería con el mismo porte desarrapado, un tubo deplanos atado a un elegante bolso de cuero de aerolínea, mate y termo infaltables bajo el brazo. Hablaban unpar de horas, viendo sobre los planos coloreados las áreas cultivadas, la nueva división en potreros, elemplazamiento del nuevo galpón. Anotaba prolijamente en un cuaderno las tareas a recordar, visitabaalguna barracas de frutos del país, concesionarios de maquinaria agrícola; intercambiaba información conalgún colega amigo, establecía nuevos contactos. En cuanto liquidaba sus asuntos se volvía derecho para elcampo, como si no soportara mucho tiempo el aire malsano de la ciudad. Se movía en todos los ambientescon una soltura prescindente, como si todo le fuera conocido. Tenía mucho mundo; había hecho cursos enAlemania, presentado trabajos en congresos internacionales, integrado tribunales de concursos, hablaba elalemán como segunda lengua y perfectamente el inglés.

El Pony había despertado la simpatía de Silvana desde el principio, por el solo acto de tomar lainiciativa de presentarse ante ella con su propuesta, una acción nada fácil para un hombre visiblementeorgulloso como él. Esto redobló sus precauciones, pero al cabo de un tiempo le empezó a tomar confianza.En todos los encuentros, él le ofrecía mate al menos dos o tres veces. Ella aceptó una vez, por nodespreciar, pero en los encuentros sucesivos él le empezó a servir sin preguntar. Un domingo en San Pedroconoció a su mujer. Había venido a supervisar unos alambrados, la había traído con él; se veían poco.

- Mabel, quedate acá, si querés, mientras este hombre ve sus trabajos.- Quedate, Mabelita, vengo en media hora. - Si no es molestia...- Pasá, Mabel, la casa es un desastre, sólo arreglamos un par de habitaciones, pero al menos hay

reposeras. También tu marido, venirse un domingo, por unos alambrados...- No sabe, Silvana, lo bien que le ha hecho volver a trabajar. ¡Se lo agradezco tanto!- No me digas de usted. ¿Te gusta el campo? Para vivir, digo.- Siempre viví en el campo; cuando al Pony lo echaron nos fuimos para Colonia, a casa de mis padres.El Pony se había armado un despachito en un anexo del galpón viejo. Había hecho colocar una puerta

nueva con cerradura, una mesa y sillas compradas en remate, una vieja máquina de escribir, un armario conherramientas, dos estanterías para libros, un viejo archivador metálico. Dos metros cuadrados de espumaplástica contra la pared mostraban el plano de la propiedad, con cartelitos de colores pinchados conalfileres. En esa oficina improvisada contrataba la gente, hacía sus dibujos, preparaba los informes,estudiaba, almorzaba frugalmente, descansaba una hora después del mediodía.

- Pony, los Cáceres dejan la fracción a fin de año. ¿Te parece de trabajarla o la vuelvo a arrendar?- Yo siempre pienso en trabajarla. Nos vendría bien para potrero, en un año vamos a andar cortos de

pastura.- La casa está bien, no tiene humedad ninguna, el techo está perfecto, con un buen mantenimiento

quedaría. El baño se va a hacer nuevo, la cocina está bien, sólo agregarle un armario; el pozo es bueno, labomba se va a cambiar. El teléfono está pedido. Andá a verla con Mabel y los gurises. Si se quieren venirpara San Pedro ya tienen donde vivir.

La clase de pintura.Rossina. Abril, 1967.

- ¡Ay, ay, ay! ¿Y ahora qué hacemos? ¡No vamos a poder salir!Molinari revolvía los papeles del escritorio, rebuscaba en los bolsillos de su ropa colgada del perchero,

en las cajas de pintura, en las estanterías abarrotadas, entre los tarros, pinceles y herramientas sobre elbanco de trabajo, entre la miríada de objetos sobre el mueble del equipo de música con aspecto de catedral.

- ¡A esta hora! No hay nadie en el edificio, son todas oficinas, ¡nadie nos va a abrir!Rossina lo miraba alarmada. Silvana la tomó del hombro para murmurarle en el oído:- No te preocupes, tía, le pasa siempre.El hombre seguía hablando mientras revolvía. La alarma de Rossina fue cediendo a la curiosidad.- ¡El llavero completo! Dos de la puerta de arriba, la de la puerta de abajo, la del garage... ¡qué

desgracia! Todavía la puede encontrar alguien y entrar a robar...- Molinari, ¡cálmese! Ya va a aparecer; búsquela tranquilo, no puede haber ido muy lejos.- ¡Da lo mismo, lejos o no, si no aparece! ¿Cómo voy a estar tranquilo, si no podemos salir? ¡Estamos

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encerrados, quién sabe si vendrá alguien antes de mañana, acá son todas oficinas, no vive nadie!- Pero no, si hay varios apartamentos...- ¿Me vas a decir a mí quién vive y quién no? ¿A mí, que estoy todo el día acá? ¡Son todas oficinas!

¡No vive nadie!La señora era nueva en el taller. Un muchacho le hacía señas. La señora quedó mirando sin entender.

Molinari seguía con su búsqueda y sus lamentos. El muchacho se levantó:- ¿A ver, Clarita?Haciendo como si examinara el trabajo de Clarita, le susurró rápidamente al oído. La señora movía la

cabeza. Muecas de risa ahogada bailoteaban en las caras de los alumnos. La búsqueda de la llave habíapasado del trágico al grotesco.

Además de Rossina, otras cuatro señoras pasarían ya de los cincuenta; Silvana, el muchacho y otrachica no llegaban a los veinte. La ausencia de generaciones intermedias se repetía en todas las clases. Unfondo de música melódica podía oírse sin atención. El olor a óleo lo impregnaba todo, haciendo inútil elperfume de las señoras.

Viéndola triste, Silvana le había preguntado:- ¿Por qué no tocás el piano?- Toco el piano, allá en San Pedro.- Digo más regularmente, estudiándolo, dedicándole un tiempo todos los días. ¡Dicen que tocabas tan

bien!No quería. Había estudiado el piano profesionalmente, con maestros distinguidos, muy distinto de las

tardes abrigadas en casa de la señorita Edelvira Pons Echevers. Profesores secos, precisos, corteses,impertérritos. Se había negado a continuar: las horas, la exigencia, las continuas correcciones, la solemneseriedad... ya no había sol en las vidrieras, ni olor a madera y alcanfor, ni amedrentadoras reprimendasrebosantes de calidez. Le sorprendieron las protestas de sus profesores cuando dejó: mientras había sidoalumna, todo habían sido reprobaciones; ahora lamentaban su abandono. Llegó a dudar, pero igualabandonó. Quería dejar el estudio profesional, recuperar el piano para sí misma; lo protegería de contagio,lo preservaría como algo íntimo, reservado, un interlocutor paciente en espera de confesión. En vida deAlberto había vuelto a tocar mucho, allá en San Pedro. El había hecho llevar un piano de cola igual al de laseñorita Edelvira, donde ella había llegado a tocar algunas veces. Pero Alberto, un piano de cola acá, porqué no, si sobra espacio, las estancias son grandes. Con la enfermedad de él, el instrumento había caído enel silencio. Cubierto de paño, hibernaba en la casona, olvidado.

- Tía, vení a la pintura conmigo. El viejo es macanudo, un poco maniático, pero bien. Trabaja en unbanco, da clases a gente amiga nada más.

Siempre le había gustado el arte. De chica dibujaba con solvencia; se había destacado moderadamenteen la escuela, en el liceo. No había pensado nunca dedicarse a la pintura.

- Podés tomarlo como un descanso, no tenés el compromiso de ser pintora. ¡Algo tenés que hacer!- Hago muchas cosas.- Algo tuyo, personal, donde puedas expresarte, una cosa sólo para vos...Los sobrinos ya eran adolescentes, tenían sus propias amistades, sus propios compromisos. No venían a

quedarse con ella los fines de semana; tenían cumpleaños, idas al cine, espectáculos musicales, reunionesen casas de amigos.

Rossina había vuelto, paulatinamente, a encerrarse en sí misma. Atendía sus negocios como siempre,pero el tiempo cubierto por sus sobrinos se fue achicando. Emma y Luis trataban incesantemente deacercarla, pero ella volvió a sentirse "tercero excluído", como decía cuando la llevaban, de joven, comochaperón de alguna amiga. Había vuelto a encerrarse en sí misma, a sentir la soledad, la depresiónincipiente. Tenía que encontrar algo para ocupar su tiempo.

- ¡Acá está! ¡Gracias a Dios! En el baño. Cuando me fui a lavar las manos, la dejé al costado de lapileta. ¡Menos mal! Es raro, siempre la dejo en el escritorio... alguno de ustedes me distrajo y la llevé parael baño.

Todos se alegraron por el éxito. Molinari exhibía la llave como un trofeo salvador.- ¡Qué suerte! ¿Se imaginan lo que hubiera sido? Quedarnos encerrados acá toda la noche...- ¡Toda la noche encerrados! ¡Sin nadie en el edificio! ¡Sin nada de comer! -coreaban los alumnos más

jóvenes, afectando preocupación.- ¡Hubiéramos adelantado! Pintando toda la noche...- ¡Basta! ¡No quiero oír más pavadas! ¡Yo los quisiera ver, sí, encerrados acá sin poder salir, a ver si les

hacía gracia! ¡A trabajar! Menos charla y más trabajo. A ver, a ver... no... no... ¡No! ¡No! ¡Así no! ¿Qué mehiciste, muchacha? ¡Pero qué mamarracho! ¿Cómo pudiste hacer semejante cosa? ¡Con lo bien que estabaal principio! ¿No te dije que estaba demasiado subido?

- No quería que pareciese triste...- ¡Qué triste ni triste! ¡Esto es una cursilería espantosa! ¡Corregí enseguida todo ese colorinche! A ver,

dame el pincel... no, el otro más grande. ¡Qué barbaridad!

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Por aquellos años, Molinari pintaba en paleta baja.

La repulsión física.Rossina. Marzo, 1968.

Era conciente de haber caído, con los años, en un estado patológico: rechazaba el contacto con el otrosexo. Había triunfado en su lucha contra las solicitaciones de la carne, pero el precio pagado la asustaba: elsolo pensamiento de acostarse con un hombre la llevaba al extremo de la repulsión física.

El deseo se le había presentado como algo abstracto, donde no podía haber un rostro, una piel, unaproximidad diferente a la de Alberto. Pero Alberto ya no estaba; no quedaba para ella en el mundo nadiemás. Acaso hubiera deseado compañía: un brazo donde apoyar el suyo al caminar, un oído donde reposarun comentario, el perfume de una flor inesperada, la mirada fugaz de otros ojos, una guirnalda de palabrasabrigándola en el aroma de la noche. Aún en esto le hubiera sido difícil entregarse. Cualquier gesto deamistad, viniendo de hombre, levantaba sus defensas.

A veces, empujada por su vitalidad, por las sugerencias de nuevo matrimonio, por la soledad, habíaintentado exhorcizar su rechazo a través de la imaginación, proponiéndose a sí misma una presenciamasculina pegada a ella, un hombre sin rostro, un animal sin identidad, una piel anónima rozándola, el pesoposesivo sobre su cuerpo entregado, prepotencia viril de marioneta acallando su ansiedad. No era posible.La repulsión física caía sobre ella como un rayo del cielo, sacudiéndola en un escalofrío. ¿Cómo podría? Sedefendería de la violación arañando, golpeando, mordiendo, haciendo sangrar el cuerpo agresor, vestalsalvaje protegiendo su sagrario. Conjurada la presencia imaginaria, vejada tan sólo en pensamiento, temíapurgar su atrevimiento volcada de bruces sobre el vómito fétido del asco, de la traición, de la carne malditadonde el destino la mantenía prisionera. Emergía de estas sesiones de vivencia imaginaria desdichada,inválida, el cuerpo sudoroso, agarrotado, con ansias de arrancarse con las uñas el deseo infiel, de destrozarentre las manos las estatuillas venecianas, el relicario de marfil hindú, las filigranas de Toledo, losrecipientes del tocado, las porcelanas de Sèvres, todos los objetos amigos donde habían ido decantandocélulas de su identidad.

Se había preguntado mil veces cómo había llegado, en el decurso de su vida, a una aberración tal.Reconocía como un milagro haber dado con un hombre capaz de vencer, con las misteriosas llaves de sugentil prepotencia, la pesada cerradura de su sensualidad. Había encontrado en su hombro comprensivo unlugar donde esconder su vergüenza infantil, el pecado de su normalidad animal. El escudo de la uniónmatrimonial, las palabras de Alberto alentadas en su oído, la complicidad compartida, el juego infantil,habían sido el analgésico de una vergüenza nunca superada. No estaba segura de que el sacramentomatrimonial permitiera desahogarse de ese modo; en todo caso, si se había condenado, se había condenadocon él. Pero no eran sus dudas intelectuales las más torturantes, sino un sentimiento de vergüenza almostrar su sensualidad, su incapacidad para resistir el acercamiento del hombre. Ido Alberto, ya no juntaríanunca más el arrojo necesario para dejarse ir, ya no tendría más la tentación, la seguridad, la complicidad dequien la había despertado a la madurez sexual. No sería capaz de volver a remontar esa larga iniciación. Nohabría jamás otra tarde de estío como aquella en que por distracción, a horcajadas sobre Alberto, sedescubrió mujer.

La exhumación postergada.La investigación. Julio, 1992.

Lo muy esperado, cuando finalmente llega, puede causar una disrupción en nuestras vidas. Losinnúmeros planes concebidos cuando sólo había expectativa se vuelven fútiles, nada nos parece adecuado,no sabemos qué hacer con lo logrado. En la privación de la espera la imaginación viste el anhelo con miltrajes diferentes, recorriendo una y otra vez cada puntada, cada pliegue, buscando la mayor gracia, la mejorcaída, el mayor efecto. Cuando por fin llega el postergado día de la fiesta, estos vestidos se han raído antesdel estreno, la ropa de todos los días resulta inadecuada para la ocasión, no sabemos como presentarnos.Optamos entonces por una ceremonia sencilla, rápida, hacer pasar el hecho desapercibido, en especial paranosotros mismos. Si por el contrario elegimos zambullirnos en una bacanal de alegría, detenidos unmomento a pensar, el placer de lo logrado es siempre dolorosamente pálido frente a lo anticipado por laimaginación. Al amanecer del día siguiente, sobrevive el alivio cierto de algo pendiente felizmenteconcluído, pero nuestro modo habitual de conducirnos, hasta ahora satisfactorio, pide una revisión:construído en torno a una carencia, debe ahora repensarse o abandonarse al hábito, en un proceso a vecesimperceptible y fácil, pero muchas veces crítico, desconcertante, paralizador o postergante.

Dos años después de haber recibido la propiedad, estabilizada su situación financiera, Silvana no habíahecho nada en la casa ni en el parque. Tan sólo por necesidad se quedaba en San Pedro, volviendo a

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Montevideo las más veces en el día. - Es una vergüenza. Esta casa es un desastre.Había encarado una reforma en la galería, pero no le había ocupado tanto tiempo como para justificar

su desidia en la restauración del casco de la estancia. Se resistía a exhumar los restos. La casona, el parque,lugares de la reclusión voluntaria de su tía, podían fácilmente convertirse en un espejo de su vida, unatrampa donde podía caer, ir a repetir un destino ajeno de mujer sin hombre, incapaz de tener hijos, curadorade una fortuna heredada, un poco excéntrica, orando ante un altar tapizado de recuerdos. Las estatuascubiertas de vegetación, de formas inquietantes, habían contribuído a su dejadez. Biformes en su mayoría,contrastando un estilo de belleza casi clásica con otros de antigüedad precolombina u oriental, ántropos yzoos confundidos, el Diablo y Dios obligados a compartir la misma piedra. No estaban allí en su últimavisita, pocos meses antes del fallecimiento de su tía, ¿o acaso después? Algo misterioso, vagamentedesagradable, casi maléfico, parecía esconderse en ellas, así como en esos años de alejamiento. En esasmismas tierras yacía su tío Alberto, para ella una imagen llena de luz, sin los claroscuros de su tía, unhombre consagrado a su profesión refugiándose de la enfermedad en un remedo de paraíso terrenalconstruído por él mismo. Acaso estos años de enfermedad habían anidado en su tía malamente, llevándola aencerrarse ella misma, sin estar enferma, en ese parque hermoso, absurdamente cercado de muros desdesiempre, ahora poblado de estatuas desconcertantes.

No quería revolver las pertenencias heredadas; podían quedar en los cajones, donde estaban bienguardadas. Se resistía a inmiscuirse en la vida privada de su tía, una mujer sin dobleces, idealizada en elamor por su marido, un modelo de su primera adolescencia. No se trataba sólo de respeto, sino de temor.Silvana se preguntaba qué podría descubrir capaz de originarle tanta resistencia. ¿Otro hombre, unainclinación perversa, hijos del pecado pululando como en las telenovelas, los radioteatros, las novelitas rosade todos los tiempos? Ningún escándalo convencional parecía posible en modo alguno. La probabilidad iríamás bien en dirección contraria: la soledad, la concentración en el ideal del hombre perdido, laimposibilidad de consagrar el amor a otro objeto, la blanda resignación, la fidelidad más allá de la muerte.Eso, eso podría doler, no por su tía, sino por ella misma. Venía avanzando en edad, verificándose enrealizaciones; los desafíos de años atrás eran hoy trabajos de rutina; inventarse nuevos desafíos era hacersetrampa al solitario. El horror al vacío atribuído por los físicos renacentistas a la naturaleza habría sido mejoradjudicado al alma por los consejeros espirituales. Vivía una vida estéril, de ocupaciones mecánicas, sinhombre, sin hijos, sin un proyecto de vida; se imaginaba a sí misma en unos años como una más de esasancianas cultas omnipresentes en las exposiciones, los conciertos, el cine de autor, las presentaciones delibros, las tardes de té en las confiterías de Pocitos, armando con una semana de anticipación el plan desalidas, gambeteando el aburrimiento de un fin de semana para el otro, leyendo el Libro de Arena deBorges para atenuar el transcurso del tiempo. Lulo Ramallo pasaba sus tardes rodeado de fantasmasamistosos mirando las gaviotas en el puerto del Buceo. Rossina Fiori había consumido sus últimos años enese parque buscando la voz de Alberto susurrar entre las hojas. Ella no había vivido nada comparable, novenía cosechando recuerdos revivibles, refugios de la vejez. Su vida se estaba revistiendo de vacío,envolviéndose en un capullo de crisálida incapaz de mutar en mariposa.

Decidió emprender la reforma de la casa. Tenía los recursos financieros. Aún con poco ejercicio directode la profesión, era arquitecta; haría ella misma el proyecto, seleccionaría una empresa constructora,supervisaría la dirección de obra. Su idea directriz sería la reconstrucción; intentaría preservar el estilo, elespíritu original de la casa, pero no quería un museo, una casa es una máquina de vivir, no daría la espaldaa las comodidades del mundo moderno. No encaraba un nuevo desafío, no era un ejercicio profesional, nose imponía una obligación. Reconstruía una casa familiar, la casa de sus tíos, Rossina y Alberto tomados dela mano en la ermita de los Altos del San Pedro, iluminados para siempre por la luz de su credo.Desprovista de recuerdos propios, exhumaría los objetos de sus tíos en una excavación arqueológica deescritorios, armarios, cajones, roperos; colorearía por igual los oscuros y los claros, emprendería unacruzada misionera para la cual se creía habilitada, rescatar el Santo Sepulcro cubierta su cabeza infiel por lamantilla blanca del respeto, no vengo aquí a pedir ni a robar, nada traigo en las manos, nada me llevaré,tengo el futuro vacío de esperanzas, vacía de recuerdos la memoria; tocarán con reverencia mis dedosvuestras prendas santificadas, mantendré la vista aquí en la tierra, no echaré migajas a las palomas parabajarlas de la altura, no copiaré sobre pergamino con estilete en negro de humo la fórmula del amor, nopediré un Dios prestado para mi falta de fé.

Cuando la arquitecta Silvana Fiori, apoyada sobre el escritorio de su tía, a la vista de los planos de lacasona, terminó el primer croquis a lápiz, los Seres Biformes lo examinaron críticamente con sus vistastelescópicas. Finalizada la inspección, se saludaron inclinando las cabezas, ambos guiñando el ojo. Uno, elojo bueno. El otro, el ojo malo.

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El capital, la soledad, la pintura.Rossina. Mayo, 1968.

- La tía es una capitalista. Yo no voy a las casas de los capitalistas.Emma había desesperado al oír semejante brutalidad. Para sorpresa de Gerardo, aún su padre se había

enojado con él. ¿No era verdad acaso? La tía no trabajaba, tenía un apartamento de lujo, una estancia enColonia, no se sabía cuánta plata. ¿No era verdad que mucha gente no tenía nada?

- Gerardo, la vida no es tan simple. ¡Hay cosas que no entendés!- Pues yo no veo la complicación. Hay ricos, hay pobres. Yo estoy del lado de los pobres; la tía está del

lado de los ricos. ¿Qué más hay que entender?Emma se disculpó con lágrimas en los ojos, avergonzada por la actitud de su hijo, ¡con todo lo que

había hecho la tía por ellos! ¡Hasta los había llevado a Europa! Luis estaba consternado, debatiéndose entrelos polos opuestos de la teoría simple expuesta por su hijo y el afecto por su hermana, hamacándose en laincertidumbre de algo mal compaginado.

Rossina pretendió no afectarse por cosas de muchachos, pero le habían dado una bofetada. Ella y Luishabían crecido en un ambiente de clase media culta, sin grandes posibilidades económicas. El dinero habíallegado a ella por su matrimonio, o más bien, por su viudez. Tenía a Dios por testigo: hubiera dado todo porunos años más de vida con Alberto. ¡De haber podido! ¡De haber sabido! ¿Qué podría haberle importado aella vivir después en la miseria? Pero en el rigor del mundo adolescente, su opulencia la condenaba sinremedio.

- La tía es una capitalista.Rossina se había hecho cargo de los negocios de Alberto por un afán de consustanciación, como una

forma de mantenerlo vivo, de darse algo para hacer, de conservarse a sí misma, como siguiendo unmandato. Bien asesorada, había aprendido los vericuetos de las operaciones financieras, la inversiónproductiva, el vaivén de las acciones, la relatividad de las garantías, el riesgo de las ganancias fáciles oexcesivas. Al principio fue prudente, luego llegó a ser hábil. Sus logros le avivaron una punta de vanidad:una mujer como ella, sin conocimientos comerciales, manejando con destreza su capital en un mundo sinalma, bogando en un mar infestado de tiburones... no estaba mal. Era como burlarse.

Criada en un hogar modesto, la acusación de Gerardo fue la expresión audible de una duda propia.¿Qué derecho tenía ella a disponer de todo eso? Alberto había tenido dinero desde siempre. Nació abrigadoen él, lo llevó en el portafolios cuando fue al liceo, lo encontró a la salida de la Universidad, lo empujódesde Italia buscando, como tantos, "hacer la América". Su padre lo había colocado en el andador; al pocotiempo caminaba solo. Maleado en el bronce de las bombas, repartido en valores financieros, concentradoen tierras, trasladado al otro lado del océano, Alberto había vivido en el dinero como los demás mortalesvivimos en el aire: sin notar su presencia, sin concebir su falta.

- La tía es una capitalista.Su vida no había sido así. Le pesaba la posesión. Más allá de la voz clara de la Ley, no sentía su

herencia como propia. Alberto no estaría, pero todo seguía siendo de él; ella era su custodia. Colaboraba enlas obras sociales con generosidad, como lo hiciera él, cuando percibía el realismo del emprendimiento, lahonestidad de los responsables. No creía en caminos de renuncia; no tenía vocación de santidad.Continuaría, sin indagar razones, el camino trazado por Alberto. No repartiría sus riquezas, no dormiríabajo las estrellas, no acabaría en un monasterio.

Así como no eliminó ni un alfiler de las pertenencias de Alberto, selladas en sus cajones, así nodescuidó ninguno de sus legados. Intentó emular su naturalidad, su precisión, su indiferencia: llevarlo todocomo si no pesara. Compartiría con él las culpas, las acusaciones, el destino en la tierra y después.

Cuando volvió a salir al mundo, se volcó hacia la familia. La falta de hijos, la viudez, la ubicaron en elrol indeseado de tía soltera. Tenía paciencia con los sobrinos, ellos la querían; no fueron niños difíciles. Alir creciendo, los compromisos propios de su edad los fueron apartando de la vida familiar: el estudio, lasbarras de amigos, el club, las actividades complementarias. ¿A quién podía interesar ir al campo con la tía?¿Qué había para hacer allá afuera? Silvana, aún compartiendo la visión juvenil de justicia social expuestapor su hermano, no era capaz de pensar en su tía como una capitalista; no hizo esfuerzos de coherencia, nose apartó de ella por ideología. Simplemente fue absorbida por los reclamos de su vida adolescente.

Durante un tiempo, Emma y Luis la acompañaron a San Pedro los fines de semana. Pero tenían loshijos en Montevideo, querían verlos, aunque fuera de a ratos, estar en casa por si salían de noche; un día secasarían o se irían a vivir solos y entonces, quién sabe. Entretanto, esperaban juntos el minuto de sus hijosen la casa para comer o bañarse antes de volver a salir, compartían inútiles angustias sobre los erroresjuveniles, se regocijaban con cada examen salvado, alentaban esperanzas de ver realizados en ellos algunosde sus sueños trastocados.

La rutina de Rossina se resquebrajó. Durante la semana se mantenía ocupada, pero la soledad seextendía como un lago de aguas negras entre viernes y lunes. Dejó de ir a San Pedro: no quería ir sincompañía, no le gustaba manejar, los recuerdos estarían acechando en los rincones.

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Volvió a encontrarse sola en su caserón enorme, en la cama demasiado grande, mirando en silencio elretrato de Alberto sobre mesa de luz. Buscó alguna ocupación respondiendo a las invitaciones de susmuchas relaciones, pero se aburría; prefería la compañía de las gentes simples de San Pedro, o aún lasoledad.

Accedió sin ganas, ante la insistencia de su sobrina, a estudiar pintura. En el taller de Molinari seencontró a gusto, aunque "el viejo", como le llamaba Silvana, era sin duda un maniático donde coexistíanfelizmente artista, cómico y grotesco. A ella la trataba con deferencia, corrigiéndola mesuradamente, sin losepítetos de maestro gruñón destinados a los jóvenes. Dócil a los consejos, la pintura de Rossina se mostródiscreta en expresión, moderada en colorido, bien proporcionada. Al finalizar el segundo año, rodeada devarios cuadros de su autoría, no muy distinguibles entre sí, se vio a sí misma en ese autorretrato: una viejamás desgranando el tiempo como quien pela chauchas, encarando una labor manual de escaso arte,mostrando hasta con la punta de un pincel la falta de impulso vital. Esperó infructuosamente, durante unpar de meses, el agotamiento de esta sensación. Después, dejó el taller.

Devuelta a la soledad, la encontró ahora menos grave, menos acuciante. Ya no lloraba por Alberto:estaba con él. Le hablaba mentalmente como en presencia, articulando las palabras sin pronunciarlas.Hallaba consuelo por su ausencia física elevando, arrodillada en la distancia, su plegaria desolada al CristoSin Cara de la capillita de San Pedro, donde sus manos y las de Alberto habían atado, con humildes tallosarrancados de la tierra, el manojillo de flores silvestres donde se les quedaron las almas enredadas.

Muerte de Asunción.Rossina. Julio, 1968.

Cuando Lulo Ramallo anunció a su padre su futura profesión de galerista, "marchand", como se decíaen la época, el viejo protestó por formalismo, pero no le desagradó; no tenía nada contra el arte. La pocavocación de su hijo para el trabajo verdadero, los negocios o la profesión liberal, su dandismo incipiente, lapermanente actividad social, lo tenían ya demasiado preocupado. No sin dudas respecto a la constancia desu hijo, le cedió un localcito desalquilado de su propiedad para iniciar el negocio. El joven Ludovico, llenode energía, con perspicacia comercial, decoró el lugar como buhardilla del arquetípico artistamontmartriano alentado en la limitada imaginación de sus clientes potenciales. Inauguró así,modestamente, su galería: Ludovico Ramallo, Marchand des Arts, en promoción del mejor arte nacional,invita a usted al vernissage, atenderá gustoso a todos los amantes de la belleza, calle Ituzaingó a pasitos deRincón, para su comodidad, en el corazón de la Ciudad Vieja.

Le había ido bien. Su convicción de no servir para otra cosa, unida a similar convicción por parte de supadre, le valieron el empeño de perseverar en la empresa a todo trance. La solapada ayuda de su padre,paulatinamente más dispuesto a invertir viendo a su hijo sentar cabeza, le ayudó a tomar altura. Se fuehaciendo, a la fuerza, comerciante, aprendiendo a sortear con relativo éxito los riesgos de la compraventa.Algunos reveses le enseñaron crudas lecciones, registradas en sus libros, grabadas en su cabezaconcienzudamente. Nunca llegó a obtener grandes ganancias, difícilmente posible en el arte, pero generócredibilidad, conoció mucha gente, logró vivir decentemente mientras no heredó. Sus hermanos habíanhecho crecer la fortuna familiar; él se benefició de ello indirectamente, aunque su parte fue lógicamentemenor. Sabiéndose poco dotado para el seguimiento de los negocios, trató de afirmarse sin correr riesgos:colocó diversamente una mitad de su parte en inversiones conservadoras, ocupándose de ellas conminuciosidad de relojero. Con el resto renovó la galería, adquirió una hermosa casa, volvió a viajar, se dioalgunos gustos. En conjunto, se le consideró hombre de alguna fortuna, al menos lo suficiente para nodesentonar en el ambiente de su clientela.

El cambio de los tiempos fue, no obstante, achicando su capital. Los sucesos económicos, lainestabilidad, el cambio en las estrategias de inversión, no siempre asimiladas a tiempo, más la destrucciónrelativa de la clase donde reclutaba sus clientes, lo fueron arrinconando económicamente.

La enfermedad de su mujer cambió las cosas. Lulo se había casado por amor cuando éste tocó a supuerta. Ayudado por la insistencia de su mujer, cuya intuición femenina le indicaba certeramente lanecesidad de empujarlo, más que inducido, al matrimonio, Ludovico Ramallo aceptó por esposa aAsunción Epifanía Lavecchia jurando amarla, respetarla, protegerla hasta la muerte, los declaro marido ymujer, lo que unió Dios no lo separe el hombre, puede besar a la novia. Había funcionado. El nunca habíaestado muy convencido, pero ella llevó bien las riendas amorosas de la pareja, conduciendo esa carreta consingular fortuna, respetándole su arte, su vida un tanto liberal en apariencia pero muy mesurada en larealidad. Ambos habían sido felices: su mujer en la casa, con los hijos; él en la galería, las recepciones, laalternancia con los clientes, los artistas, la sociedad pudiente. Cuando ya no pudo ignorar la inevitablemuerte de Asunción, empezó a obrar en él una determinación, una rebeldía, una desesperación interna deoposición al destino: no escatimaría medio alguno, científico o no, local o extranjero, para salvarla,aferrándose aún a la más débil de las promesas. Así fue recorriendo médico tras médico, clínica tras clínica,

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buscando poner algún freno a la muerte. Agotó los ambientes médicos de Montevideo, siguió con los deBuenos Aires, llegó hasta los Estados Unidos. En ningún lugar pudo obtener un pronóstico favorable.Ludovico Ramallo buscó un milagro; gastó más de la mitad de su patrimonio alimentando esperanzasflacas. Hubiera llegado hasta la ruina, pero la muerte se le adelantó.

Cuando Asunción dejó este mundo, debió entregar a sus hijos la parte de su mujer. Aunque fue unpadre responsable, moderadamente afectuoso, suficientemente firme, no estuvo nunca demasiado próximoa sus hijos. Eso era más bien cosa de su mujer. Curiosamente ellos, educados predominantemente por sumadre, siempre tan apegados a ella, no lo habían acompañado en su lucha por salvarle la vida. Era muytriste, mamá se moría, pero no había remedio. Era preciso comprender, aceptar el destino. No se podíacontradecir los designios de las fuerzas naturales. Era inútil comprometer el futuro de los vivos en unalucha estéril, dando de ganar a los médicos cuando ya no quedaban esperanzas. La conducta de papá, pobre,pautada por la desesperación, resultaba al final en egoísmo; enajenaba lo nuestro en una lucha perdida deantemano, comprometía el futuro de sus nietos, el bienestar de todos. Intentamos hablarle, convencerlo deasumir una posición más razonable; empleamos nuestras mejores palabras, nuestra mayor comprensión,toda nuestra paciencia. Hasta nos vimos obligados a intentar la vía legal. Pero nada pudimos. La ley deberíaproteger más temprano el derecho de los hijos. Hasta la muerte de mamá él hizo como le dio la gana. Perodespués, cuando mamá ya no estaba, se vio forzado a entregarnos la parte nuestra. Nosotros teníamos laobligación moral de tomarla, de pensar en nuestros propios hijos; él ya tenía su edad, no precisaba nada.Estaba tan afectado, además... vaya uno a saber por dónde le podía dar, si no se le ocurriría enajenarlo todo.Nos vimos obligados a insistir, a exigirle, ordenar las cosas tan pronto como fuera posible.

Lulo Ramallo, extenuado, atravesado por el dolor desde el alba hasta la noche de somníferos, demoróen comprender la situación. No podía entender el reclamo de sus herederos; le costaba asimilar susderechos, aceptar sus demandas. Ya lo había desconcertado la ausencia de apoyo en la lucha por la vida deAsunción, sin reparar demasiado en ello, concentrado en atenderla como había estado. En estacircunstancia, su educación, su concepción de la vida familiar, de la moralidad humana, no le permitíanasimilar la realidad de estas demandas. En cuanto logró pensar coherentemente, la sensación de haberlo yaperdido todo hizo surgir en él una determinación inesperada. Le explicó a Demetrio Arregui la situacióncon crudeza y precisión, instruyéndole en no demorar las cosas: sucesión por fallecimiento ab intestato,Asunción Epifanía Lavecchia, casada en únicas nupcias, el señor Juez de Paz del Segundo Turno cita yemplaza a herederos y acreedores, comparezcan a deducir en forma sus derechos, ficha 37/67/A, ante lasede correspondiente, escribana Rosalía Zamorano, Actuaria Adjunta.

Se quedó con la galería, pero perdió la casa. Sus hijos le permitieron vivir en ella, pero al año se hizonecesario venderla. Era demasiado grande para él, esa casa valía mucho, Enriqueta María estaba por tenerun segundo hijo, Alvaro Alfonso quería invertir en el campo de su mujer, María del Huerto, casada con elhijo de un acaudalado corredor de bolsa aprobó con su silencio. Ludovico Ramallo hubo de atenerse aderecho. Alquiló un apartamento en la Ciudad Vieja, a pocas cuadras de la galería. Así como se habíaliberado en su juventud del dominio de sus padres, se liberaba ahora de la tiranía de sus hijos, en un cortede raíces que ya no le importaba. A donde fuera, Asunción iría con él. Prefería vivir en un lugar dondepudiera estar tranquilo, sin persecuciones, a solas con su recuerdo.

Se sostuvo así un par de años. Había pagado por su libertad. Sus hijos se interesaban discretamente porél, pero sus derechos habían sido satisfechos. Mientras él viviera, no tendrían nada para reclamar; por comohabían sido las cosas, tampoco se animarían a pedir, anticipando el poco éxito de este recurso. La galeríatenía deudas. Lulo campeó el temporal como mejor pudo. Luego de mucho esfuerzo se convenció de laimposibilidad de salir a flote. Ya no disfrutaba su trabajo. Vivía bajo continuas presiones financieras; seveía obligado a ocuparse más de vencimientos, letras de pago, descuentos de cheques y tasas activas, quede pintores y exposiciones; pasaba más tiempo en los bancos, en el estudio del contador o negociando conacreedores, que en la galería. Si se retiraba ahora tendría para vivir modestamente, si lograba negociar bienla galería. Empezó a considerar ofertas, pero prolongaba la decisión. A pesar de su convicción, se resistía aretirarse. Demetrio Arregui, su amigo de años, vino en persona a convencerlo de aceptar la visita deRossina Fiori.

- Le ruego, Lulo, que la escuche. Es una excelente persona, tiene muy buen gusto, conoce todos losmuseos de Europa. Perdió a su marido hace años; un hombre admirable, se lo puedo asegurar. Un crimen,murió a los cuarenta y cuatro años, ¿se da cuenta? Ella lo quería mucho, no se ha podido resignar...perdóneme, no quise... perdóneme. Le ruego me autorice a presentársela; le aseguro que no va a perder sutiempo.

La Galería Ramallo.Rossina. Agosto, 1968.

- No sabe cómo quiero todo esto. No son sólo los cuadros: es este ambiente así, anticuado, de mi época,

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o acaso anterior; es la Ciudad Vieja, llena de bancos, de agitación, la City, como dicen ahora; es el cafécortado de la mañana en el Dos Mundos, antes de abrir, cuando miro los diarios. Es la gente. Sobre todo lagente, el trato con la gente, seres totalmente diferentes entre sí: artistas pobres y sin talento; señoronasllenas de dinero pidiendo "arte clásico", ¡felices ignorantes!, chochas de encontrar aquí la más desenfrenadavanguardia de cincuenta años atrás; los estudiantes de arte, admirándolo todo, bueno o malo, soñando serDalíes; los pintores locos y autistas, o sociables y envidiosos, o razonables e intrascendentes; losnegociantes, siempre tan solemnes, tan igualitos unos a otros; los que vienen a comprar el cuadro en tonosde rojo, los que vienen a preguntar precios para saber cómo cotiza su colección particular. En torno a estagalería gira toda una fauna de animales fantásticos, y yo la regenteo, un animal más en este insólito,fascinante, zoológico del arte.

Hundido en el sillón detrás del escritorio, la cabeza emergía del corpacho enorme como una pelotasostenida por una foca. El traje oscuro, impecable, confundido con el cuero del sillón, la iluminaciónoblicua de la lámpara de pie absorbida por el revestimiento de madera oscura. La luz reflejaba sobre lacabellera cana como una aureola extraterrena. Pasados ya los cincuenta, sin parecer menor, estaba bienconservado. No usaba lentes, salvo para leer; en el fondo de los ojos hundidos saltaba una chispa traviesa.

Rossina, viéndolo perdido en sus pensamientos, aguardaba en silencio. Pensó en Alberto. No le hubieragustado verla a ella en regateos comerciales. Pero así habían sido las cosas. Ramallo había sopesado ensoledad, a la vista de sus deudas, la contraoferta, recibida discretamente por la vía del escribano Arregui.Rossina, en tributo a Alberto, delegaba en lo posible el trato directo del dinero. También Ramallo habíapreferido tratar con un hombre esta venta, tan dolorosa para él. Que las mujeres compraran cuadros estababien; que los pintaran podía tolerarse, sobre todo si no eran demasiado vanguardistas. Pero comprar unnegocio era cosa de hombres. Rossina no había podido evitar arrancar de una manera, para ella, demasiadofemenina:

- Sé la pérdida que usted ha sufrido. No le voy a hablar de resignación. Hay cosas a las que uno, pormás fé que tenga, no consigue resignarse. Perdí mi esposo hace once años. Es como si lo hubiera perdidoayer. Necesito ocuparme de algo, por mí misma, porque él lo hubiera querido así. Si usted me permitieracolaborar en la galería, con lo que yo pudiera aportar, le estaría muy agradecida.

- Es que.. no sé, quizás el escribano Arregui no le explicó bien... yo aprecio mucho su deseo decolaborar, pero la situación es diferente... no me encuentro en posición de continuar...

- El escribano Arregui me puso al tanto de los detalles. Podría colaborar con usted resolviendo esosproblemas, si me lo permite.

- Señora, le agradezco muchísimo sus palabras, pero yo me veo obligado a vender... no puedo pensar ensociedades.

Rossina estaba mirando el retrato de Asunción. Se volvió hacia él.- ¿Desea usted retirarse? - N-no, no es eso, es que... bueno, usted debe saber, una galería de arte no es una fábrica ni una tienda,

no se puede contar con ingresos estables. Esta galería es como mi vida; vendo porque no la puedomantener.

- Entonces, permítame colaborar con usted. Yo me hago cargo de las deudas, del capital, en fin, todoeso; usted sigue al frente como hasta ahora. No tiene por qué haber ningún cambio visible.

Lulo la miraba sin contestar. En su esfuerzo por comprender; algo se le escurría. Rossina se levantó.- Considere mi oferta, por favor.Ludovico Ramallo se encontró solo en el despacho, parado ante la puerta cerrada. Cuando Rossina se

había puesto de pie, un reflejo largamente cultivado lo había hecho levantar del asiento. Había girado entorno al escritorio siguiendo ese mismo reflejo, había estrechado la pequeña mano cálida de Rossina, habíaabierto cortésmente la puerta para acompañarla, no se moleste, conozco la salida. Se sentía como tocadopor un milagro. Una mujer llena de dinero le pedía a él "colaborar" comprando la galería, dejándolo a élcomo gerente. Demetrio Arregui no le había mandado un comprador; le había mandado un ángel del Cielo.

Cuando se volvieron a ver, Ramallo era de nuevo el hombre de siempre, lleno de energía, buen humor,amable conversación. Rossina le preguntó cosas del manejo, qué proyectos tenía, si quería vacaciones.Recorrieron juntos hasta el último rincón del local, como si se conocieran de dos años y no de dos semanas.Cuando ya estaba todo arreglado para la firma, Lulo Ramallo la detuvo con un planteo.

- Quisiera pedirle algo.- Si está a mi alcance...- Cambiar el nombre de la galería.- No pensaba hacer eso. Ya le dije, todo queda como antes, sin cambios visibles. ¿No quiere usted

figurar con su nombre?- No, no es eso. Deje usted mi nombre, si le parece, como participante; de algo servirá, supongo.- Por supuesto que servirá. ¿Convendrá cambiar el nombre? ¿Hay alguna razón especial?- Sí, en realidad sí. Usted me ha hecho el honor de respetar el trabajo de mi vida. Hágame usted a mí el

honor de reconocérselo de algún modo.

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- Yo no quiero llamarle con mi nombre- ¿Conoce usted Florencia?- Sí, claro. A Alberto le encantaba.- A mí también. ¿Qué le parece "Fiori di Firenze"? Así, en italiano, su apellido ni se nota. Se trata sólo

de flores. Unas flores de Florencia.

Ludovico Ramallo se retira.Silvana. Mayo, 1988.

Ludovico Ramallo preparaba la muestra de Martín Zarayeta. Había perdido la cuenta, ya largo tiempoatrás, de la cantidad de exposiciones que había organizado. Pocos podrían jactarse de conocer mejor eloficio de galerista. En esta oportunidad, Silvana lo había estado interrogando sobre la organización de lamuestra con particular detalle.

- Lulo, no nos conocemos de ayer. Estamos atrasados; precisás ayuda.Ludovico Ramallo se pasó la mano por la frente, como si quisiera apartar telarañas de los ojos. En un

instante le habían caído encima veinte años.- Sí, tenés razón. Estamos atrasados. Es culpa mía, ya lo sé.- Lulo, no dije eso, no te lo tomes así, por favor.- Lo digo yo. Es culpa mía; me siento inseguro. Cualquier decisión me genera un montón de dudas, le

doy vueltas, no llego a nada, voy dejando para atrás.Levantó la cabeza. Los ojos le brillaban; el dolor le torcía la cara.- Es hora de retirarme. Estoy demasiado viejo.- Qué viejo ni viejo; estarás cansado, o aburrido. ¡Dejate de pavadas! ¿Qué va a ser de todo esto si me

dejás sola?- Lo mismo que ahora, Silvana, o mejor. Yo ya no estoy para esto. Te toca a vos tomar la posta. Podés

hacerlo tan bien como yo; hace tiempo podrías haberlo hecho. Me estás respetando los años, nada más.- Te estoy respetando la experiencia, no lo años. Me enseñaste todo lo que sé. Con vos no se termina

nunca de aprender.- Pues te llegó la hora de mostrar lo que aprendiste. Yo ya no soy capaz.- Vamos, Lulo, lo sabés perfectamente, capaz siempre fuiste. Estás aburrido de calentarte la cabeza con

la organización, nada más; como sos un orgulloso no lo querés admitir. Me reprocho a mí misma nohaberme dado cuenta antes, no podés seguir cargando con todo. Es cierto, tengo que asumir laresponsabilidad; debo haber estado rehuyéndola, seguramente. Me encargo del trabajo, si querés, pero nome hables de irte. Preciso mucho tu consejo; no me lo niegues. ¿Qué tenés que ir a hacer a tu casa? ¿Estásbien de salud, o te pasa algo?

- No, no, de salud estoy bien. Voy al club dos o tres veces por semana, nado mis piletas, puedo comerde todo, sin excesos. De salud, gracias a Dios, estoy bien. Es la cabeza, los años, no sé, todo me pareceterriblemente complicado. Me paso imaginando problemas; no soy capaz de asimilar los cambios en lascosas. Es como si no viviera en este tiempo.

- Eso nos va pasando a todos, Lulo, no es para ponerse así. Vení, vamos a almorzar. Tengo ganas decomerme una paella en Morini y viene para dos.

- Si supieras como te parecés a tu tía...- Vamos, vamos que tengo hambre.Como años antes frente a Rossina Fiori, Ludovico Ramallo aceptó quedarse. Sus ojos fatigados de

memorias habían visto en Silvana Fiori, fundido rasgo a rasgo, el rostro desaparecido que Rossina Fiori leenseñara veinte años atrás, frente a ese mismo escritorio roble oscuro, una mañana igual a ésta, cuandocreyó despedirse para siempre de la galería. En un instante, el tiempo se había deshecho a perpetuidad. Eramentira la muerte, lo perdido estaba restaurado, no había más que presente. El mundo estaba notablementevivo. No había ya recuerdos. La historia entera estaba allí, todos los momentos eran sólo este momento,comprendiéndolo todo. La intemporalidad se percibía como una fragancia infiltrada hasta los másrecónditos rincones. Estaban allí armónicamente juntos los sonidos, las imágenes, todos sus amigos, losamores rivales, las tardes pescando en el arroyo, el carnero que lo había topado cuando niño, el pañueloazul con camafeo abrigando el cuello de su madre, las borracheras juveniles, la noche bajo la luna cuandosintió palpitar el universo, los ojos eternamente azules de Asunción. Los cuadros de su vida se pintabansobre un lienzo inmortal en el largo salón de una galería fantástica, enroscada sobre sí misma en espiralcomo aquella caracola enorme que su abuela le colocaba sobre la oreja para hacerle oír el rumor lejano delmar.

Acaso había vivido demasiado. Desde muy joven había revelado poca afición por el trabajo formal. Suhermano mayor había tomado las riendas del campo, su hermano segundo estaba en los negocios, su familiase inquietaba por la inutilidad de los quehaceres del indolente Ludovico. Viajó por Europa largamente; su

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padre compartía la creencia, común a principios de siglo, de que el viaje a Europa debía ser remateobligatorio en la educación de un hombre de alcurnia. Cuando finalmente decidió volver, pisó la tierra natalempapado de vanguardia, rebeliones coloristas, manifiestos surrealistas. Se vinculó enseguida con losartistas nacionales de todo género, sin despreciar ninguno. Nunca tomó un pincel, pero sabía todo sobrequienes lo tomaban. Entre los muchos familiares y amigos cobró fama de conocedor. Empezaron aconsultarlo antes de comprar. Iba por la casa del interesado, estudiaba el espacio, la luz, la armonía delambiente, los gustos del dueño, de su esposa, su forma de vida. Explicaba, aconsejaba, relataba anécdotasde artistas, envolvía al auditorio en una vorágine pictórica sin descuidar las cotizaciones. Después, buscabaentre los artistas nacionales algo afín, o aún lo obtenía por encargo. Finalmente habló con su padre: seríagalerista.

Empezó con un saloncito sobre la calle Ituzaingó, pero unos años después había comprado un localmucho mayor sobre la calle Sarandí, donde la Galería Ramallo pasó a ser bien conocida. Su gracia natural,el don de gentes, el buen humor, su conversación atrapante le hacían ganar amigos fácilmente. Estando élmismo en el círculo de quienes podían no sólo pagar sino apreciar el arte, se encontraba permanentementerodeado de gente pudiente. Acabó por conocerlo todo el mundo; era imposible no apreciarlo a los diezminutos de estar con él. No obstante, con los años se fue quedando solo. Siguió siendo el hombre sociablede siempre, amable, de buen humor, conversador ameno. Pero los viejos amigos habían ido desapareciendode su vida; las nuevas personas que conocía incesantemente lo dejaban indiferente. Había pasado la edad deformar amistades, de generar recuerdos. Ya había tenido su parte. No le era posible, ni necesario, tener más.

Silvana lo arrastró del brazo por las calles de la Ciudad Vieja hasta Morini. Era temprano, había mesalibre del lado de la rambla. Lo hizo elegir el vino, lo distrajo con noticias del momento, comidillas burlonasen las que él se enganchaba fácilmente. Pero ya no estaba ahí. Así como la caracola de su infanciaencerraba en un puño todo el mar del que venía, así la vida entera de Ludovico Ramallo se apretaba entorno a él como un sobretodo cruzado. El tiempo era sólo una ilusión. Ya no tenía obligaciones: no haríamás exposiciones, no entrevistaría pintores, no atendería periodistas, no revisaría cuadros. El resto de suvida sería una larga tarde en el salón del Club de Yates, tomando el té en su mesa reservada, en su trajeimpecable de sastre italiano, ceñido el cuello en seda natural, acompañado de sombras, inalcanzable,oyendo el ruido del mar apagado como en una caracola, perdida la mirada en el cielo erizado de mástilesdel puertito del Buceo, donde han estado volando las gaviotas desde tanto, tanto tiempo atrás, que no habíamástiles, ni yates, ni salón de té, ni Lulo Ramallo, ni tú, ni yo.

El olvido: matrimonio y final.Silvana. Octubre, 1991.

Ella lo vio primero. Venía caminando por la Plaza Libertad, mirando distraído los puestos de librosusados, enfundado en una campera de cuero bien cortada, pantalón vaquero, zapatones negros de trabajo, lapiel de la cara curtida por el sol o ajada por el viento de las grandes extensiones abiertas. Siempre habíaparecido más joven, pero ahora mostraba su edad, aún atractivo con el pelo rubio encanecido, las entradaspronunciadas, un aire apaisanado muy distinto del perfil ciudadano de sus años juveniles. Se le estrechó elcorazón, pasándole por la cabeza la idea de cruzar Dieciocho de Julio al Sur, pero él ya la había visto.

Conversaron del trabajo, los padres, la impostura de las profesiones, la corrupción administrativa, lamentira universal. Estás quemado del sol, el trabajo al aire libre, antes no salías ni a la calle, así cambian lascosas. Estaba como ingeniero civil en Saceem, una empresa multinacional de grandes contratos; eradirector de obra, construía puentes, desagües, carreteras; se había acostumbrado al aire libre, ya nosoportaba el encierro, venía poco a Montevideo, fue una suerte salir del Ministerio, era la anulación.

Nada personal. Se despidieron como viejos amigos, un encuentro casual, compañeros de facultad o dealgún trabajo anterior, una relación sin razón ni consecuencias, una más de las tantas de la vida. No suponada de él, si estaba casado, si vivía con alguien, si tenía hijos; ella no mencionó lo suyo, él no le preguntó,no intercambiaron direcciones ni teléfonos. Entendido; el futuro sería del azar, algún encuentro como éste,si no podía evitarse, una inclinación de cabeza si estuvieran acompañados, darse la mano si se cruzaban enuna fiesta, una conspiración de superficialidad. Entendido el futuro, pero ¿dónde el pasado? Habíantemblado de amor uno en brazos del otro, habían ahorrado en el Banco Hipotecario para la primera casa,habían dormido en la misma cama por años, ella conocía su tos alérgica matinal, la transpiración de suspies, el champú anticaspa; él sabía de sus cremas depilatorias, las pesadillas nocturnas, los doloresmenstruales. No habían habido hijos; la esterilidad del vientre de su tía llegaba hasta ella en algún gen.¡Demasiada civilización! En los años fuertes el hombre y la mujer se casaban para siempre, atestiguados encompromiso por familiares y amigos, elevando los ojos a la altura, lo que unió Dios no lo separe el hombre.Ahora se encontraban ex esposos, conversaban como apenas conocidos, todo estaba bien, una separaciónadulta, incompatibilidad de caracteres, disolución y liquidación de la sociedad conyugal, apoyo delterapeuta, debe usted elegirse a sí misma, mantener en alto su autoestima. Dios estaba en su hora libre

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almorzando hamburguesas en Macdonald's.Sentada sola en el Bar Lusitano tomando una taza de té pensaba me estoy volviendo vieja, me vienen a

la cabeza las ideas de mi abuela. ¿Qué pensaría él? ¿Se le estrecharía el corazón como a ella? ¿Se le habríaanudado la garganta al encuentro de una corbata olvidada, se le habrían escapado los recuerdos de las jaulasa rugir en la sala principal, habrá sentido el vacío de la ausencia, el vacío de estar con otra, el vacío desentir la soledad última del alma?

- Los hombres olvidan fácilmente. Longitudes viales, certificados de obra, tableros de puente, planos de hormigón, taquimetrías: eso

ocuparía su cabeza. En algún anaquel del archivo, una mujer, una familia, una pausa en la ruta a devorar.En un hato de papeles viejos, el rótulo Silvana ennegrecido de hongos, los años con ella abreviados por lamemoria. No habría en él ni un solo trazo de estos bosquejos melancólicos colgados como animalesdisecados, éste es el trilobites, aquél el tigre dientes de sable, también hay contemporáneos, todos aúllan enlas noches de luna, la memoria de una mujer es la sala de un museo de Historia Natural.

Una atracción avasallante, medrosa de abandonos, salpicada de insomnios, atestiguada por alarmantesmartilleos cardíacos, anegada de audacia frente al mundo, nos casamos ahora mismo aunque no tengamosnada, quiero estar contigo para siempre desde ya.

En pocos años se quedaron sin conversación. Hablaban cada uno de lo suyo, mecánicamente, sininterés. El había estudiado en el colegio alemán. Le surgió una beca de maestría, por un año. Propuso, conpoco entusiasmo, irse juntos. Ella estaba a mitad de la carrera, no quería perder su chance, sus actividadespropias, depender de él, exponerse a la xenofobia germana. Se escribieron de tarde en tarde cartas disecadasde cortesía, informes de viaje escritos sin convicción. Cuando él volvió Silvana estaba viviendo de nuevoen casa de sus padres. El divorcio era sólo un trámite a correr; el hilo se había roto mucho tiempo atrás.

Todo se había alejado a una distancia sideral. Era difícil rescatar hoy las razones de aquellos raptos,como es difícil imaginar el calor veraniego bajo una helada invernal. En medio de este paisaje desolado,recordó no obstante haber sido feliz. Vaya uno a saber por qué, pero sí, había sido feliz, en su casa, con suhombre, para siempre, porque claro, había sido para siempre. Siempre era para siempre. El último año sehabían destrozado mutuamente en cruentas acusaciones de fuiste vos por tu culpa si me quisieras de verdad,estériles indagatorias donde la incomprensión ya no era el tema sino saber dónde se iba todo, identificar unerror fatal, exhumar el cadáver pudriéndose ante sus narices, hallar al autor material de este asesinato,liberar al otro procesado sin prisión, reservar un boleto de segunda en el tren de esta noche cero treinta,mañana estaremos lejos, el día será claro, alguien esperará por nosotros en una estación desconocida,volveremos a empezar como si no hubiera historia. Aunque hoy se esfumara entre las brumas, aquel tiempohabía existido, había sido realidad, ella había estado allí lo había vivido podía atestiguar, el mundo sólo eraconcebible si estaban juntos, uno de sus cuerpos aislado no podría sostenerse, el amor era una simbiosisvivo porque vivís, vivís porque yo vivo, la muerte de uno sería la muerte de los dos, un juego de todo onada sin chance de perder, juntos somos sacramento solos sacrilegio. Recién cuando él se hubo ido por labeca había ella llorado en las noches solas de la cama grande, no era el final de su matrimonio, era el finaldel amor: toda su mentada fuerza se había agotado como una pila en la radio portátil, ggh-ggh-ggh por unrato después nada. Había perdido su virginidad, tan apreciada un siglo atrás, ridícula idea pero ahora ledolía, no la tenía ya para entregarla, era por una sola vez, hubiera sido formidable si todo no se hubiera idoal carajo, hubiera tenido un solo hombre en la vida pero ahora... basta, Silvanita, la nostalgia te estáponiendo idiota.

Agustín.Silvana. Octubre, 1992.

Agustín. No recordaba el apellido. Había sido un caballero, como no lo serían sus pocos intentosposteriores. Demasiado caballero en realidad. Le había hecho el amor con atenta seriedad, avanzando unpoco, esperando por ella, volviendo a rescatarla cuando ella no lo seguía, pasos de exploración, dereconocimiento del terreno. Se había quedado luego acurrucada contra él, las piernas enredadas, un pocoencima suyo como se abrazara de niña en torno de algún árbol, segura en la altura, fuera de la vista de losotros, soñando sin imágenes, recordando sin recuerdos, meciéndose en el agua fluyente del tiempo. Fuepreciso levantarse sin besos ni caricias, tomar el café caliente sin azúcar, llena la habitación de ese aromamatinal, sol amable y hojas quietas.

- No puede ser.- Ya lo sé.- Yo no estoy sola, como vos.- Sí, también lo sé.Ninguno de los dos dijo más nada. El fue sensato demasiado pronto, ella hubiera apreciado la

insistencia, ver sus ojos suplicantes, iracundos, desesperados, llenos de fuego, inundándola de palabras

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pidiendo, argumentando, exigiendo, ironizando, reclamando, pero no esa sensatez donde ella no podíaretrucar, enojarse, buscar apartarlo de mil formas, construir una muralla de noes tras la cual protegerse,convencerse, asegurarse. El hubiera querido acaso insistir, avanzar, abrazarla de nuevo por la fuerza si fueranecesario, imponerse sobre ella logrando su aquiescencia, apartando una tras otra mil separaciones,desbrozando el campo de yuyales para dejar solamente las flores oscuras donde se habían encontrado. Ellaestaba de hecho separada, el esposo largamente en el extranjero, viviendo en casa de sus padres otra vez, elmatrimonio sostenido solamente por la debilidad de los papeles; él había sufrido varios desengaños, alguiendebía empujarlo de nuevo como a los autos de carrera hasta arrancar el motor. El se mordió las ansias deatropellarla, ella no le incitó a derribar sus compromisos resecos; él fue sensato antes de tiempo, ella no sequiso explicar. Dejaron en algún lugar abandonado este embrión abortado, prisionero en una trabazón deagonías del pasado incapaces de morir ni de dar vida. Olvidemos entonces, porque ni tú ni yo estamos endisposición de encontrarnos.

La fórmula del amor.Silvana. Noviembre, 1992.

- ¿La señora se va a quedar? ¿Le hago preparar algo de cena?- Sí Adelaida, gracias. Me voy a quedar.Esta vez no quería volver. Había venido ya muchas veces, se había quedado a dormir alguna noche,

para supervisar las obras, hablar con el arquitecto de la empresa constructora, recorrer el campo con elPony, hacer trámites en Colonia. Volvía a Montevideo en cuanto se liberaba, pero en la tarde de hoy lehabía ido invadiendo pereza de volver, de manejar las dos horas y media. Pensó en el cine, el teatro, lasamigas variablemente casadas, divorciadas, emparejadas o solas con quienes compartía chismes, burlas eironías en las horas libres de su vida sin pareja. No logró motivarse; quería permanecer allí, en los Altos deSan Pedro, sin nada especial para hacer. El parque, sí, con sus fragancias, sus animalitos silvestres, lospájaros, el aire puro, los árboles alrededor como gigantes protectores. La gente, sí, con su calidez, laconversación tranquila, la falta de apuro, la vida se teje a mano con agujas un punto por vez, no se corresobre el tiempo como por una autopista, conserve su derecha. En esta casona se le había hecho siempre máspatente su soledad. Hoy, curiosamente, esa misma soledad la abrigaba como una bata, envolviéndola en ladelicada armonía de un concierto para clave. Algo pasaba en su interior: fermentaban en futuro susrecuerdos como el zumo de las uvas Tannat en las viejas cubas de roble recién restauradas, en unos añoshabría vino etiquetado Alto del San Pedro. Le hubiera ayudado poder tocar el piano; no se había animado apulsar ni una tecla por vergüenza, por temor de acentuar el parecido con su tía, una convicción ajenaabrumadora por momentos. Sólo en la soledad podía hallarse una similitud, pero era un error, su tía nohabía estado nunca sola; Alberto la había acompañado antes de la muerte y después. En cambio ella,mirando para atrás, divisaba sobre el campo devastado los negros carbones de los rastrojos quemados.

Habían habido hombres después de Daniel, claro. No se rinde uno fácilmente, sale a batallar por elpropio amor o el amor propio, necesito un hombre temblando por mí otra vez, alguna vez, aunque sólo seapara olvidar, para no sentirme despreciada, para darle de comer a la vanidad hambreada en Bangladesh.Pasada la convalescencia había podido relacionarse en forma más sana, aún sentirse enamorada un par deveces. Un año, a veces dos, luego una penosa extinción en medio de las dudas, cuando entra la cabeza atallar el corazón ya no está. Los años habían aquietado las urgencias de su cuerpo, acostumbrándose a lasoledad, nadando en la piscina de la Asociación de Bancarios dos veces por semana, Camacuá yReconquista, sobre la rambla frente al Cubo del Sur. Había rechazado más de un pretendiente. La posesiónde una fortuna la había puesto en guardia; algún imbécil se le había acercado con intención de "dar elbraguetazo", casarse el hombre por interés; la expresión popular indignaba a Silvana hasta la ira. CiroAljanati, el corredor de Bolsa, habría podido enamorarse de ella; su familia era acaudalada, no precisabamás, la admiraba de verdad. Nunca llegó a decirle nada; le fue evidente la indiferencia de Silvana. Cuandofinalmente Ciro se casó, dignamente enamorado y correspondido, Silvana se alegró sinceramente. Sin habercambiado una palabra en el terreno personal, tenía con él una deuda de gratitud: le había hecho objeto de suadmiración como persona, sin atención a su situación. La hubiera cortejado igual si ella no hubiera tenidonada: había desposado una atractiva chelista de la Sinfónica del SODRE, hija tercera de una modestafamilia de músicos.

Llevaba más de un año sin hombre alguno: ya sabemos qué hay allí, no es preciso probar más. Ladesilusión aparece aún en el entorno de una modesta expectativa; la repetición desarrolla la capacidad deanticipación. Apreciamos de antemano la profundidad de los abismos infranqueables, la extensión de losvacíos posteriores, cuáles rasgos se nos harán insoportables más allá de la paciencia. Todos hemos crecido;ya no nos aguantamos.

Rossina y Alberto se habían conservado intactos, cada uno a salvo del mundo en su caja original,embalados en plástico con burbujas para amortiguar los barquinazos del transporte. El día del encuentro

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estaban los dos nuevos, envueltos para regalo como salidos de la tienda. No bastaba. Con Daniel se habíanconocido jóvenes, el material era maleable, hubiera bastado apretarse fuertemente; cuando la plasticidadcediera las formas habrían encajado como nacidas. Ahora, ¿cómo hacer? Una argamasa de toleranciadebería unir piedras dispares en una pieza única de dudosa solidez.

¿Cuál era la fórmula del amor eterno? ¿Cómo habrían hecho sus tíos para descubrirla? Habían estadojuntos un suficiente número de años como para alumbrar problemas. Una infidelidad, una pelea, unatraición, un malentendido, habían sido para esta Pareja Real demonios impotentes sojuzgados en lasmazmorras de su fortaleza inexpugnable, figuras de historieta apresadas en papel. Las basuras de la vidacotidiana se abrían a su paso como las aguas ante los fieles, venite ad me. Nunca un engaño, nunca otrohombre ni otra mujer, nunca la inquietud socavante, el deseo espurio, el ansia de aventura, ladisconformidad, el hastío. En esta casa no había una sola cucaracha, las lacras de la convivencia no habíanentrado jamás, las arañas tejían telas con diseños de Chanel. Rossina y Alberto habían encontrado, en laalquimia misteriosa del lecho conyugal, la única piedra filosofal digna de existir. La vida de sus tíos habíasido una tarde como ésta teniéndose en los brazos, besándose tantas veces, él la quiso y ella también lequiso, Pablo; hallaron los dos en el preciado bien centro y reposo, Lope; por toda la eternidad, bajo losárboles donde yacen ambos enterrados, acá en los Altos de San Pedro. ¿Afinidad personal, temperamentoapacible, conformismo, suerte? ¿Milagro? Como en los rigurosos teoremas del profesor Noam, paraderrumbar una tesis general basta un caso particular: Rossina y Alberto, quod erat demostrandum, esposible el amor.

Infortunios del matrimonio.Alberto. Abril, 1950.

Su vida sexual había sido más bien apagada. Rossina había llegado virgen al matrimonio, como habíallegado virgen al amor. Sus pasiones habían sido ideales, consagradas a un hombre incorpóreo nacido depoemas. Ocasionalmente encarnado en un ser tangible, a los pocos días, un gesto infeliz, una palabrademasiado ríspida, o demasiado melosa, una prenda de vestir mal combinada, un detalle impredeciblecortaba el hechizo, el ideal se desprendía, el cuerpo quedaba en tierra, Rossina volvía a ser un hadaintemporal. Alberto se había deslizado en su vida sin hacer sonar ninguna campanilla; su porteconvencional no alentaba los espacios celestiales ni las profundidades del abismo, ninguna pasión podíadespertar un hombre envuelto en la corrección como en la fragancia de su perfume. Cuando se descubrióensoñada en los rasgos de su rostro, susurrándose a sí misma nimias palabras en francés, imaginándose oír"Rossina" en su voz italianada, reviviendo el apoyo de su brazo al atravesar la puerta del teatro, era ya casatomada. Una tarde de paseo por el Rosedal del Prado, viendo bañarse los gorriones en un charco, él leabrazó apenas la cintura. Rieron viendo los pájaros salpicar con furiosos aleteos. Rodearon juntos el charco.Retomaron la conversación, las voces trémulas casi susurradas. Los gorriones volaron a sus árboles, lospaseantes se volvieron recortes de cartón, la tarde se escapó del tiempo. En un beso fugaz, el hada se volviómujer.

Sus primeros acercamientos físicos fueron torpes, desesperados, incompletos. La noche de bodas, ellase entregó como se debía entregar; él la recibió como la debía recibir. Los siguientes encuentros no fueronmejores. La exaltación de tenerse el uno al otro los embargaba. Más allá de la caballerosidad, de lacomprensión, del respeto visibles en el Alberto social, bullía en él un hombre de intensa virilidad. En susacercamientos paulatinos, fue enfrentándose cada vez más con la falta de respuesta de Rossina. Ella tratabade distenderse, de entregarse en su complacencia, de participar con él en una comunión siempre esquiva; élla tomaba con fogosidad contenida, una pasión a medias, el amor por encima del cuerpo. Aguardóinútilmente por ella durante años. Luego acabó por resignarse.

No se le ocurrió nunca pensar en otra mujer. Amaba a Rossina sin dudas ni reservas, fieramente y ensecreto. Aceptó las limitaciones de su relación con humildad religiosa. Las consumaciones fragmentarias, laausencia de lo físico en ella, la soledad de los cuerpos, no alcanzaban a empañar la compañía espiritual.Todos los días hallaba motivos para sorprenderse de su entendimiento mutuo, la coincidencia de sustemperamentos, el fluído intercambio de ideas, las preferencias increíblemente compartidas. La vida raravez regalaba tanto; era soberbio añorar más.

Rossina se sentía incapaz de brindarse como aún ella hubiera querido. No sabía cómo enfrentar lasituación. Lo retenía en sus avances intentando apaciguar su ardor, la vehemencia de su aproximación. Laasustaba, le producía rechazo el Alberto instintivo, tan diferente del social, como si hubiera descubierto enél una desagradable animalidad capaz de atropellarla, de hacerle sentir vergüenza por él, lástima de símisma; era una desilusión, un desmerecimiento para la vida, personas de la valía de Alberto condenadas altributo de vileza exigido por una naturaleza baja. Buscaba acaso ganar tiempo, alentando la esperanza delagotamiento de su fogosidad, la disolución de su animalidad ante su pasiva calma. Anhelaba la extinción deestos momentos desagradables, empaño de su felicidad.

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Nunca se dijeron nada. En los peores momentos, siempre tuvieron el uno para el otro una sonrisa triste,una forma de pedirse perdón. El silencio les permitió creer a cada uno lo que quiso. Ella lo creyódisculparse por su brutalidad, él la creyó disculparse por su incapacidad. Se reponían de sus encuentrossexuales reencontrándose en la conversación, durante las comidas, en los viajes, como nos reponemos delos malos momentos de la vida cubriéndonos de olvido.

Tal como Rossina había de algún modo barruntado, sus contactos menguaron. El la solicitaba cada vezmenos, en esporádicas invitaciones apenas esbozadas. Su continencia fue un alivio para ella, pero untiempo después era nuevamente presa de la inquietud. Aún sin ganas, deseaba ser reclamada: una mujerdebía atender a su hombre. Trataba de responder, en su forma chueca de entregarse, a la primeramanifestación de su deseo. Transcurridos algunos años de de matrimonio, la situación alcanzó un insulsoequilibrio.

Las carencias de su vida sexual, con la ayuda del tiempo, fueron corroyendo su armonía. Demasiadoeducados para indisponerse entre sí, conscientes de haberse casado una vez para siempre, seguros de laimposibilidad de hallar nada mejor fuera de ellos mismos, se encerraron cada uno en lo suyo: él en sutrabajo, ella en los Altos del San Pedro. Alberto, vocacional de su profesión, se fue dejando absorber cadavez más por el desarrollo de su empresa. Rossina empezó a ocuparse de la tierra, los hijos de los caseros yarrendatarios, la producción agropecuaria.

La carencia de hijos fue otra de sus desdichas. Para Alberto, como para todo italiano, la descendenciaera algo sagrado, como lo eran su matrimonio y su mujer. Rossina quería complacerlo. Sentía el deseoardiente de tener un hijo suyo. Percibía este anhelo con inusitada fuerza: sentir a su hombre realizarse enella. Había consultado con su médico, había buscado las mejores fechas, llegando aún a inducirlodiscretamente, sabiendo él de su intención.

No resultó. Nuevamente sin palabras, desviaron su anhelo hacia el trabajo. Alberto pasaba parte de sutiempo libre sumergido entre sus planos. Rossina se hallaba a gusto en la casa. No deseaba buscarentretenimiento en las amigas, las salidas, las actividades sociales. Empezó a irse para San Pedro losmiércoles o jueves. El se le reunía los sábados para un almuerzo tardío, finalizada la semana laboral en laempresa. Rossina entró en contacto con el medio rural buscando la explotación de las tierras de San Pedro.Conciente de su ignorancia en materia de negocios, comenzó por conversar con todo el mundo,escuchando, leyendo, preguntando, evaluando, volviendo a preguntar. Luego consultaba con Alberto, quienla apoyó sinceramente: era vital para ella, como para él, tener una ocupación concreta, algo tangible dondepudiera ver los resultados de su acción. Así comenzaron a manejar el campo con la tranquilidad de quien novive de él, combinando un régimen de producción propia y arrendamiento parcial, tomándose el tiempo deelegir gente buena, trabajadora, amante de la tierra. El trato amable, la firmeza del manejo, el asesoramientotécnico, los amigos productores, les permitieron con el tiempo lograr ingresos sustanciales, reinvertidostotalmente en mejoras y ampliaciones.

Llevaban cinco años de matrimonio cuando Alberto decidió hacer un viaje de negocios. Quería hacercursos de especialización, conocer la industria liviana moderna, negociar licencias de fabricación, obtenerrepresentaciones. Pasaría primero por Estados Unidos, donde recorrería varias ciudades, pero lo central desu viaje sería una pasantía en Montreal, en una metalúrgica de italianos conocidos de su familia.

El la invitó a acompañarlo. Pasaría varios meses en Montreal estudiando las técnicas de producción debombas para agua, estaba pensando en fabricarlas acá, la extrañaría mucho. Ella prefirió quedarse, queríaatender el campo, se encontraría bien, también lo extrañaría mucho. Acordaron escribirse con frecuencia,mantener su hilo conductor por encima de los veinte o treinta días de demora en cada carta, no esperarcontestación antes de volver a escribir, intentar por la persistencia burlar la ineficiencia del correo, la tiraníade la distancia.

Alberto vio desaparecer la figura de Rossina sobre el muelle, una más en la multitud. Se movió para laproa. La brisa marina le dio en la cara. Las gaviotas se revolvían sobre las aguas oscuras de la bahía. Bajosus pies, las vibración de las máquinas se hacía perceptible al desprenderse el buque de sus remolcadores.La proa enfiló lentamente hacia la brecha enmarcada por los faros de las escolleras Oeste y Sarandí.Minutos después, libre del abrazo del puerto, las máquinas hicieron sentir su empuje, levantando nubes deespuma al abatir el casco el flanco de las olas. El aire salino del estuario llenaba a raudales los pulmones delviajero. La costa quedaba atrás.

En brazos de Madeleine.Alberto. Mayo, 1950.

Se escribieron como si conversaran. Eran cartas largas, solapadamente cariñosas, donde mezclabanhechos triviales, reflexiones, confesiones tímidas de soledad, reafirmaciones de amor disimuladas en relatosde trivialidades: ayer estuve sentada en tu sillón mirando láminas de las pinturas de Matisse, sobre elMontreal industrial una humareda recordaba el soporte de hierro de los faroles del jardín, este año no había

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tantos jazmines como el anterior, Montreal era una ciudad demasiado fría para estar sin ella.Recién llegado, hubo de ocuparse en definir su trabajo en la empresa, conseguir alojamiento, atender

compromisos sociales con sus anfitriones. Sólo en la noche, cuando le escribía o repasaba su trabajo deldía, la recordaba. Una vez establecido, inmerso en la rutina diaria, con más tiempo libre, empezó a extrañar.La sensación de ligereza experimentada durante el viaje se fue apagando lentamente, cediendo paso a unaañoranza tenue asociada a su escritorio en la casa de Montevideo, al parque salvaje de los Altos del SanPedro, al tacto sedoso de los camisones de Rossina cuando la abrazaba en las mañanas. Superada lanovedad, era sólo un extranjero más en un país de extranjeros. Hablaba perfectamente el francés, estabavinculado a grupos de italianos, era bien recibido en todas las casas. No obstante, se mantuvo aislado sinpretenderlo. Había viajado extensamente, había residido en el extranjero por largas temporadas, laingeniería había llenado sus horas siempre escasas, no le había quedado tiempo de extrañar. En el pasadono había tenido muchos motivos de añoranza; la casa paterna era una residencia más, había estado solodesde muy joven, la diferencia más visible entre países era si había guerra o no. Ahora, algo mayor, segurode sí mismo en la profesión, capaz de cumplir con el trabajo en menos tiempo, se descubría al final de lajornada evocando con nostalgia objetos y lugares de su vida cotidiana en Montevideo. Las novedadestecnológicas, las formas organizativas, la maquinaria moderna, las posibilidades de mejorar su empresa lodistraían sin absorberlo. Consideraba su experiencia invalorable. Sin embargo, unos años atrás todo esto lohabría capturado por completo, en un olvido total de su hogar, de sus cosas, de sí mismo. Había sufrido unproceso de sensibilización interior cuyas manifestaciones exteriores intentaría, pudorosamente, ocultar. Losfines de semana evitaba trabajar dando largos paseos por la ciudad.

Madeleine le había allanado muchas dificultades. Designada por las autoridades de la empresa paraasistirle en su instalación, distraía algunas horas de su trabajo para acompañarlo. Inmigrante ella misma,sabía proporcionar al recién llegado el apoyo necesario. Le ayudó a conseguir apartamento; le indicó losmejores lugares para aprovisionarse, para vestirse, para comer; le enseñó las zonas más destacables de laciudad, le indicó las librerías técnicas, le habilitó contactos profesionales. Dos semanas después, cuandoAlberto ya se movía por su cuenta, retomó sus tareas habituales, dejando de verse. Tiempo despuéscoincidieron a la hora de salida. Alberto, preguntándole si no la comprometía, la invitó informalmente acenar, en parte como reconocimiento por su ayuda, pero también porque le agradaba su compañía. A lasemana siguiente ella quiso corresponderle, invitándole a su casa. Era del sur de Francia, le gustaba lacocina, motivada por un invitado, volvería a preparar alguno de los platos típicos de su región.

Madeleine estaba sola. Ella y Pierre habían salido de Francia antes de la guerra. Habían hecho carrerajuntos, habían trabajado, se habían querido, se habían ayudado. Como pasa tantas veces, cuando lasdificultades exteriores parecían superadas, comenzaron a tener diferencias entre ellos. Meses atrás, Pierre sehabía ido a Estados Unidos con una canadiense. Madeleine era auxiliar contable, tenía aptitud para lasrelaciones humanas, estaba bien conceptuada, tenía un buen sueldo. Podía valerse holgadamente por sí.Pero amaba a Pierre, lo amaba entrañablemente. No se explicaba su actitud. Rastrillaba en su cabezabuscando un error fatal, una imprudencia imperdonable, un retaceo egoísta, qué podría darle otra mujer, siella ya le había dado todo. En su entrega, este abandono la humillaba a más no poder. Presa de la desazón,se creía capaz de echarse en brazos de cualquiera, en un impulso salvaje de sentirse usada, poseída,avasallada, el más mezquino amor la haría temblar de gratitud.

Mordió su pena, noche tras noche, en soledad. No conseguía olvidar a Pierre. No quería olvidar aPierre. El se daría cuenta de su error, una vez agotada la aventura. Pasaría esta ola de insanía, no seríanecesario ningún perdón, habrían visto cuánto se extrañaban, la torpeza de no estar juntos. El mundovolvería a estar en orden.

Ocuparse de Alberto la había distraído; aún por obligación de trabajo, era un hombre, la necesitaba, leestaba agradecido, la invitó a cenar, se interesaba por ella, ni un mínimo gesto de insinuación. El le hablóde su mujer, de su empresa, de sus viajes; ella le contó de Pierre, de su infancia francesa, de la emigración.Alberto cayó sobre ella como una catarata. Ella lo recibió con la sed de un desierto de arena.Remordimientos, promesas interiores, esperas, sensatos pensamientos fueron arrastrados como plumas en elviento. Se habían estado esperando desde siempre. La naturaleza se abrió camino en ellos con violenciaacumulada, un ciclón ancestral donde ansiosamente se cegaron.

A ella le sorprendió el ardor de él, tan bien oculto, tan férreamente dominado. A él le sorprendió hallaren ella una entrega tan total, una confianza tan plena. En el severo colegio había sonado la campana delrecreo, era la Fiesta de los Locos, un momento de irresponsabilidad, una merecida, necesariaconvalescencia. Ambos sabían del principio y del fin, se había abierto un paréntesis, en algún momento sehabría de cerrar, era preciso abreviar etapas, exprimir el tiempo. La exaltación de lo efímero los lanzabauno sobre el otro con arrebato, ansiosos de solazarse en el milagro, sedientos de un placer en fuga.

En un giro del caleidoscopio, se forma una figura irrepetible. Permanece allí, fija por un tiempo,abrillantada de colores parecidos al amor. Cuando el cilindro gira otra vez, una nueva figura irrepetible tapaésta, perdida para siempre en la bolsa del pasado. La memoria, hurgador esforzado, rescatará en nuestronombre algo siempre pálido de más, virado al sepia de la nostalgia, allí estuvimos, eso fuimos nosotros.

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Guardaremos cada uno la misma foto en distintos álbumes, las vidas se entrelazan como un plato deespagueti. ¿Dónde, dónde, dónde van los recuerdos? No importa, hoy estamos juntos, la vida ha tocado a lapuerta, trae un paquete de regalo, le cuelga una tarjeta con el nombre de los dos.

Entre el cuerpo y el espíritu.Alberto. Agosto, 1950.

Madeleine se encontró en sus brazos sin saber cómo. Hubiera pensado en cualquier otro menos en él.Su seriedad, su corrección, su cortesía distante, la habían engañado. No podía saber cual habría sido suactitud de haberse percatado de sus intenciones. El había actuado con una determinación avasallante;cuando ella logró pensar, ya era suya. Su proximidad le dio una sensación de seguridad como no habíasentido desde niña, cuando se abrazaba a las piernas de su abuelo sentada sobre la alfombra sintiendo elolor a humo del brasero. Alberto le despertaba una confianza ciega: no la degradaría, no pensaría mal deella, serían los dos iguales. Tenía alguien para atender, se sentía protegida, un hombre esperaba por ella.Volvía a ser mujer.

Se iría, sí. Ella sufriría, claro, ¿cómo no lamentar una pérdida así? Pero mientras hubieran estado juntosse habrían entregado el uno al otro generosamente, otorgándose el disfrute de los cuerpos, distrayéndose dela soledad, cuidándose mutuamente, dejándose entrever un atisbo de las almas. Se separarían porque debíancontinuar su camino, pero no era un nuevo camino, sino el camino por donde cada uno ya venía. No seríaabandonarse, dejarse solos en la vida, de repente y porque sí. Al menos por una vez, no habrían promesasrotas.

Mientras Madeleine se abandonaba a sus sentimientos sin pensar, Alberto se debatía entre dilemas.¿Qué le había pasado? ¿Cómo había llegado a esto? Siempre había sentido a Rossina como su única mujer.Aún lo sentía así. ¿Qué estaba haciendo entonces con Madeleine? Debería detener cuanto antes lo quenunca debió empezar. Pero no lo haría. No se privaría de Madeleine. Se solazaría en ella hasta el últimoinstante de su permanencia en Canadá. Era inconcebible: no lograba sentirse emocionalmente culpable, elremordimiento no lo corroía; la aventura lo inundaba de felicidad. El adulterio era una bajeza moral, unpecado religioso. Se acusaba incesantemente con el pensamiento: estaba faltando a Rossina de modoimperdonable, sirviéndose de la distancia para traicionarla. Era la última cobardía. ¿Qué pasaría si ella seenteraba? No; no lo sabría nunca, no se lo diría jamás. Mantendría él sólo su secreto, responsable ante Dios.Agregaba entonces la mentira a la bolsa de su culpa. Una culpa intelectual; no lograba sentirse culpable deverdad.

Se veía a sí mismo inmaduro, actuando como un adolescente con potestades de adulto, cometiendodisparates, arriesgando valores sagrados por placeres mundanos. ¿Cómo le era posible estar allí, tantranquilo, escribiendo a Rossina con tal sinceridad? La recordaba con intenso cariño, estaba seguro de teneren ella el amor de su vida. Sin embargo, tan sólo unas horas antes había estado haciendo el amorimpetuosamente con otra mujer, con tal intensidad como nunca lo había hecho con Rossina. Estaba en otromundo, vivía una vida paralela, dos compartimentos estancos, no se comunicarían jamás. No seríanecesario volver a Rossina: nunca la había dejado. Cuando estuviera de regreso en Uruguay esto no habríaexistido.

¿Y Madeleine? Le había entregado su cuerpo sin reservas. Esa actitud de entrega de la mujer hacia elhombre, para él embriagadora, resultaba serlo también para ella. Habían atravesado capas seculares decivilización para reencontrar sus instintos. No era la torpeza brutal de la violación, sino la recuperación deuna sana animalidad. La especie evolucionada revivía sus instintos lúdicamente, en una mutua concesión,olvidada temporalmente de la igualdad legal de los sexos para consagrar, por un momento, el dominio delmacho sobre la hembra. La conciencia de esta posesión atávica los hechizaba.

No sabía definir sus sentimientos hacia ella. Se negaba a pensar en la palabra amor. No se podía querera dos mujeres. ¿O sí? Acaso existieran canales paralelos para el amor, como esas tuberías de distintoscolores extendiéndose juntas por pilares, vigas y pórticos de las plantas industriales, llevando fluidosdiferentes hacia destinos perdidos en la complejidad de las instalaciones.

- Si no existiera Rossina, me quedaría con Madeleine.¡Era horrendo! ¿Qué tenía en su interior? ¿Cómo era posible estar eligiendo de ese modo, como si

estuviera comprando un dentífrico en la farmacia? No era un impostor, no estaba fingiendo. Así sentía. Nosería capaz de contarlo ni en confesión. Era un pecador de la peor especie. Rogaba a Dios por su almaperdida.

Postergó su partida por un mes, luego otro. Se le había hecho más patente aún: Madeleine no era unaaventura. El dolor de la separación inminente le horadaba el alma con mil agujas. Se iría, de todas formas.Se debía a Rossina por amor, por obligación moral, por matrimonio, por religión. No dejaba a Madeleinepor Rossina en la sabia elección de lo eterno espiritual frente a lo efímero carnal. Todo se había mezcladoen su alma alborotada. Sus sentimientos se revolvían barbotando en uno de los tantos calderos del Infierno.

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Volvía, dejaba Canadá por mera convicción, por disciplina, hacer otra cosa lo precipitaría en el despreciode sí mismo, no podría seguir viviendo. Una situación fortuita lo había apartado del camino correcto, laexcepción tocaba a su fin. Se cerraba el paréntesis. Había vivido por una vez la Fiesta de los Locos, ahoraterminaba el Carnaval. Era Miércoles de Ceniza.

Ingenuidad medieval creer a Madeleine obra del Infierno. Si el Diablo era tan rebuscado, tambiénRossina podía ser obra del Infierno, o él mismo: no lograr hallar el mal era el pecado mayor. Muchas veceshabía cuestionado en su interior los dichos de la Iglesia. Ahora estaba convencido: los curas no entendíannada. ¿Cómo podían? El mismo había aprendido, tardíamente, cosas gruesas de la vida recién ahora, contotal irreverencia, entre los muslos de Madeleine. ¿Dónde podía haber encontrado tal conocimiento sinoahí? Inútiles tratados, inútiles sermones, inútiles reglas. Una ambivalencia esencial lo permeaba todo. Elmundo, el ser, eran demasiado enigmáticos para el hombre, un acto de arrogancia pretender comprender.Ante tales pérdidas, ¿qué podía importar comprender? Rezaría a Dios por su alma en una plegaria virgen.No imploraría perdón. No rogaría clemencia.

El loco Falcón.Silvana. Junio, 1993.

- Como ya estaba todo limpio, ayer destapé el piano. Se conservó muy bien. ¿Usted también toca elpiano?

- No. Estudié unos años de chica, pero ahora no toco más.- ¡Qué lástima! ¡La señora tocaba tan bien! Al principio no, extrañaba al señor Alberto. Después

empezó de nuevo. Si uno no se resigna no puede seguir viviendo. Tocaba siempre de mañana, nunca detarde, vaya a saber por qué. Yo misma lo envolví cuando la vieja señora falleció.

- Está muy bien, Adelaida. Un buen trabajo. La sala está irreconocible.- Igualita, como cuando estaba la vieja señora. No me acuerdo muy bien donde iban las dos sillitas

tapizadas con la mesita; a la derecha de la ventana, me parece. Yo era una gurisa, Eufrasia era la casera.- ¡Eufrasia! ¿Vive?- No, señora, murió hará unos dos o tres años. Los hijos la llevaron a Montevideo; ella no quería ir. Si

se hubiera quedado acá, quién sabe, todavía estaría con nosotros.- ...- Esta semana haremos el despacho del señor Alberto. Su tía dejó todo como estaba, nunca quiso tocar

nada. El escritorio está cerrado, la llave la tiene usted en ese manojo enorme, pero no me pregunte cuál es.- Ya identifiqué algunas, las fui separando en varios llaveros. Sírvase, éstas son todas las de la casa.

Guárdelas. Ahora la casera es usted.- Gracias, señora. Muchas gracias.- En los portones de la entrada van a poner una cerradura nueva, Justo Arbeleche viene mañana, le

dejará dos juegos, uno se queda usted, el otro lo guarda para mí. También va a cambiar las cerraduras en lasotras entradas al parque.

- Como quiera la señora, pero acá nunca entró nadie. Ni a la casa ni al parque.- En todos estos años...- No, le juro que no. Acá no viene nadie. Ni gurises a cazar pájaros, ni mujeres a buscar yuyos, ni

hombres a pescar, ni ladrones porque no hay. Nadie. La gente tiene miedo.- ¿Miedo?- A los espíritus. Por ahí anda correteando todavía el fantasma del loco Falcón.- Pavadas.- Como quiera, señora, pero acá muchos lo han visto. De noche, cuando hay tormenta, anda siempre por

ahí entre los árboles, merodeando la casa con su esqueleto; cuando hay viento, se le escucha la risotadaclarito como cuando estaba vivo. También de día, a pleno sol, pasan cosas raras, chillan los árboles, crujenlas piedras, todas las estatuas esas tiene la voz de él. Al parque nadie se quiere ni acercar. Desde que losmilicos lo cerraron, no entró nadie, ni siquiera de día. La gente no quiere contagiarse la locura.

- ¿Contagiarse la locura?- La del loco Falcón. Estaba loco; además de borracho era loco. Yo le tenía un miedo bárbaro. Lo ví un

par de veces, de lejos; parecía el Diablo.- No sería para tanto; la locura no es contagiosa.- Por las dudas. Más vale prevenir.- ¿Y yo, entonces? ¿Cuántos meses hace que vengo por acá? Ahora, con la casa arreglada, también me

quedo a dormir, alguna vez. No me ha pasado nada malo.- Es distinto. Usted es la dueña, la heredera de la vieja señora, tiene todos sus derechos, manda como

mandaba ella. Desde que usted llegó, nadie lo ha vuelto a ver. Por eso la gente la quiere por acá. Ustedmandó al loco Falcón a la tumba otra vez.

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Investiguemos.La investigación. Julio, 1993.

- ...hay unas esculturas...- ¿Sí?- De un tal Falcone, Marco Antonio Falcone.- No lo conozco.- Durante un tiempo trabajó en Montevideo, hace más de veinte años. Tuvo un tallercito en Pocitos.

Hacía tallas en piedra, no muy grandes; las vendía en la rambla. También hizo bajorrelieves en las entradasde los edificios.

- ...- Firmaba los trabajos como Marc Antoine. Al principio.- Firmar en francés debe ser una ayuda, sobre todo en Pocitos. ¿Al principio? ¿Y después? ¿Cambió la

firma?- Después dejó de firmar.- ¿...?- Hizo las esculturas de San Pedro. Está todavía cubierto de vegetación.- Nunca oí nada de él. ¿Qué pasó? ¿Vive?- No; murió hace años.- ¿Las estatuas qué tal son? ¿Llegaste a ver algo?- Saqué unas fotos; todavía no las revelaron. Está todo muy abandonado. Hace unos meses empecé con

la restauración de la casa; estaba bien conservada, pero estuvo cerrada muchos años. Tiene un parquecercado, enorme; la vegetación lo invadió de manera increíble. Lo empezamos a destapar y, bueno...aparecieron esas estatuas. Me impresionaron, pero no sé, en ese lugar... yo iba mucho de chica. Después mitía se recluyó ahí, yo tenía la facultad, la galería... dejamos de vernos. Los vecinos me hablaron de unhombre, un escultor, en la Villa del San Pedro, un pueblito cercano. No sé cómo habrá ido a dar ahí, desdePocitos. Según dicen mi tía le dio un lugar para vivir, dentro de la propiedad. Esculpió estas estatuas. No séqué significación habrán tenido para mi tía, si tuvieron alguna, pero están en el jardín de su casa. No sé siella las mandó construir, si sólo las hizo poner ahí, o si las pusieron después.

- ...- No sé por qué, pero tengo una necesidad interior de resolver esto, de saber algo de mi tía en esos años,

cómo vivió en esa soledad, por qué mandó hacer esas estatuas. Mi tía fue como un modelo para mí.- ...- No sé si las estatuas tendrán algún valor, pero me gustaría saber algo de la vida de Falcone. Si se

pudiera hacer una buena promoción... en escultura hay muy poca cosa. ¿No podrías ver de averiguar algo,de investigar un poco?

- Bueno, no sé. Si las esculturas no son gran cosa... de repente no vale la pena.- No tengo a nadie de confianza para esto. No sé si hay valor artístico en las esculturas; quizás no lo

haya, por eso preciso un juicio objetivo, profesional. No te estoy ofreciendo ninguna gran oportunidadcomo crítico ni como investigador, lo sé bien. Te estoy pidiendo un favor. Me mueve un interés personal,como te dije. Una tontería sentimental, si querés.

- ¡Yo no dije eso!- Pero puede ser. Mi tía quedó muy mal después de la muerte de Alberto; lo quería mucho, se llevaban

bien, eran, aunque pueda sonar ridículo, una pareja ideal. Compró la galería como pretexto para vivir, creoyo. Al principio se negó a volver a San Pedro; no lo soportaría, Alberto había querido morir ahí. Sinembargo, un tiempo después empezó a ir, a quedarse cada vez más. Estaba poco en Montevideo, me hizomudar para su casa cuando desapareció Gerardo; recién había comprado el apartamento. Después serecluyó totalmente; hablábamos por teléfono. Ramallo se entendía con la galería; me hacía participar entodo para aprender. Bueno, ya me metí en temas personales; perdoname.

- Está bien. Todos tenemos nuestras cosas.- ¿Me vas a ayudar?- Sí, claro. Te las arreglás para que no pueda decir que no.- ¿Tenés trabajo?- Algo tengo.- Pasame bien las horas; la última vez me cobraste de menos.- Te pasé las horas que trabajé.- Bueno, no discutamos eso ahora. Tomá la carpeta. Ahí tengo los datos que pude conseguir,

direcciones de los edificios donde hizo bajorrelieves, unos teléfonos que no sé si existirán, artículos dediario de la época de Pocitos. Después no tengo más nada. Carballo tiene un cheque para vos.

- ¡No necesito...!- Es un trabajo, Fernando. Pago más por cosas que me importan menos. Esto es un tema personal, ya te

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dije. ¡No me hagas sentir mal!

Remodelación de la galería.Fernando. Julio, 1993.

Una vez más había tomado un compromiso sin pensar. No se había recibido, no estaba más en el diario,el trabajo en el taller era irregular. Silvana conocía su situación. Acaso le estuviera buscando esas tareascomo forma de ayudarlo, por haber sido amigo de su hermano, por ofrecerle un mejor destino a su vidaerrática. Estos pensamientos lo incomodaban. Silvana tenía su carrera, era dueña de la galería, la conocíatodo el mundo, había logrado recuperar las propiedades de su tía, estaba en buena posición.

Mientras había tratado con Lulo Ramallo no había sentido nada de esto. Por detrás de su trato afable,Lulo era exigente: había cosechado una enorme experiencia, era muy sólido en su apreciación del arte, no legustaban las frases vacías. Había valorado la seriedad de Fernando para reunir información, el esfuerzodocumental, la apertura de sus puntos de vista, su forma de centrar la atención en el tema olvidándose delos interlocutores. Fernando escribía bien, mejor de lo que él jamás había podido. Lo ayudó, lo orientó, letransmitió su experiencia, le indujo algo de la intuición que tan bien lo había guiado a él desde su inicio. Apoco llegó a sentir, leyendo los trabajos, las huellas de sus propias manos modelando los conceptos. LuloRamallo, paseando por las calles de Montevideo encerrado en su invisible burbuja de pasado, se trascendíaa sí mismo en una sensibilidad afín que, como muchas otras cosas, sólo él percibía.

Habían surgido así revisiones bibliográficas, actualizaciones de catálogos, notas biográficas,transcripciones de entrevistas, comentarios críticos. Algunos de estos artículos habían salido publicados enlos diarios, con permiso de la galería. Fernando no dudaba de las motivaciones de Lulo: lo había contratadoporque necesitaba alguien capaz de hacer las cosas no sólo bien, sino como él quería, un ayudante receptivoa sus demandas. Se decía a sí mismo es igual con Silvana, los dos manejan la galería, es natural seguirtrabajando con alguien formado por el propio Lulo, intentar conservar un estilo documental sustentado poraños.

No había caso; no lograba sentirse cómodo trabajando con Silvana. El año anterior, con el Varilla,habían hecho la remodelación completa de la galería. Se había buscado la dinámica del espacio: no habíanada fijo. En unas pocas horas, las mamparas móviles creaban nuevas salas, demarcando recorridos hastaahora inexistentes; por los rieles del techo deslizaban modernos artefactos capaces de hacer surgir la luzexacta desde el mejor ángulo, sin reflejos ni estridencias; las obras podían apoyarse o sostenerse encualquier posición, enganchándose en rieles de las mamparas o del techo; una música suave, casi celestial,podía aparecer en cualquier punto; las innúmeras perillas de una sofisticada consola permitían crearsugestivos espacios audiovisuales. El depósito, antes a los fondos, estaba ahora en el sótano; la parteposterior había sido totalmente reconstruída, duplicando el espacio de exhibición. La vieja escalera demadera había sido restaurada con prolijidad renacentista por las propias manos del Varilla, emperrado en noceder ni la lija. La parte superior, donde estaba el escritorio, la biblioteca, la salita de reuniones, sólo habíarequerido leves retoques, conservando el austero carácter del roble oscuro, las puertas vidriadas, losanaqueles poblados de libros, los muebles antiguos. Una iluminación de tragaluz atravesaba el jardín deinvierno, velando el escritorio de pálidos colores florales. En el silencio de esa habitación, el tiempo sedetenía.

Habían trabajado meses en el proyecto, previendo hasta los más esquivos detalles para minimizar eltiempo de ejecución. La reforma se había hecho a toda velocidad: Fernando, el Varilla y su gente habíantrabajado doce horas por día sin sábados ni domingos para lograr cumplir el plazo previsto de cierre de lagalería. Con este trabajo, Fernando ganó tanto como nunca en su vida. Como el trabajo lo había conseguidoél, repartieron beneficios con el Varilla, vos encargate del presupuesto, el control de materiales, toda tuamada papelería, yo pongo la gente del taller, en lo demás vamos a medias. Poco acostumbrado a ganardinero, Fernando quedó con la impresión de haber cobrado demasiado. El siguiente trabajo lo cobró menosde lo debido, a pesar de las protestas de Silvana.

Fernando tenía una idea cabal de sus méritos: escribía en un estilo claro, superando a varios críticos denombradía en el medio; tenía buena disposición para la investigación, fundamentaba sólidamente, nodesesperaba por emitir sus opiniones personales. No obstante, se perseguía con la idea de recibir encargosde Silvana más por amistad que por necesidad. No le tranquilizaba pensar en la escasa significaciónmonetaria del cheque en su bolsillo, "pago más por cosas que me importan menos". Se había involucradoinadvertidamente en algo personal, acaso un sentimentalismo; no lo alentaba hacer dinero con la afectividadajena. El tal Falcone bien podía ser uno más de esos patéticos artistas comercializados por él en sueltos parael diario, tristes escritos cuyo único objetivo posible era distraer la indiferencia de los cómodos lectores delsemanario cultural. Construía estos relatos exprimiendo escuetos datos biográficos de pobres diablosempeñados en pintar chillones paisajes de postal suiza en la Plaza de los Bomberos, hacer mosaicos deGardel pegando trozos de baldosas para baño en las paredes del club de bochas, escribir poemas de insólita

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sintaxis en las horas nocturnas de las barracas de lana, soldar enhiestos complejos de hierros automotoresen pueblos perdidos del interior, esa escultura moderna de la rotonda la hizo Irginio Gurméndez, vecino dela zona. Lograba concitar un abúlico interés por estos insólitos artistas desenterrando vicisitudes de susvidas olvidadas, revistiendo el relato de sensiblería, anécdotas falseadas, diálogos inventados, supuestoarraigo popular y otras mentiras, sin jamás emitir juicio sobre el valor de los objetos que este arte producía.

Ya no podía hacerlo. Había dejado varios pedidos sin cumplir. No quería volver a eso. Cuandoterminaba de escribir, sentía los dedos pringosos, como si en lugar de operar sobre las teclas de la máquinahubiera estado revolviendo vísceras podridas de animales enfermos.

Cuando Silvana le pidió averiguar sobre Falcone llevaba mucho tiempo sin escribir. El trabajo con elVarilla, sus propias indecisiones, lo habían mantenido en la inactividad. El ansia de volver a lainvestigación debilitó seguramente su decisión de pensar antes de actuar. Silvana se lo había pedido comoalgo personal; aunque la tarea resultara poco estimulante, intentaría agotar sus posibilidades. Nunca se sabe.

Sobre Falcone.La investigación. Agosto, 1993.

- Sí, me acuerdo, pero no lo traté casi.- Era hijo de una familia acaudalada, eran todos doctores, gente de mucho copete, siempre mezclados

con los estancieros, los barraqueros, los comerciantes. Estaban en la Bolsa, también. Tenían plata colocadaen todos lados. Siempre sabían quién se fundía, quién se iba para arriba, y allá iban ellos. Eran de los queno pierden nunca. En ese clima no iba a conocer la pobreza, ni a concebir ideas progresistas. Estaba loco,no más. En esas familias siempre termina pasando eso con alguno.

- Durante la dictadura hizo trabajos en las comisarías, unos bajorrelieves de indios y gauchos, esascosas que les gustan a los milicos. Después, cuando se le terminó, se tuvo que ir para afuera, no sé paradónde. Desapareció del mapa.

- Yo no sé. No lo conocí.- Vivía pobremente, separado de su familia; nunca le dieron ninguna ayuda. La familia tenía plata, pero

como él era así...- No lo iba a encontrar en una manifestación por los derechos humanos, se lo aseguro. Estaba

acomodado con los milicos.- Era comunista. El partido le daba plata; si no, ¿de qué podía vivir? Sus esculturas no valían nada.

Cuando estaba borracho hablaba de la libertad, de sacudirse las cadenas, de abolir la esclavitud, cosas decomunistas, haciéndose los buenos para engañar al pueblo. Como si en este país no hubiera libertad. EnRusia era donde no había libertad. ¿Qué hubiera hecho él en Rusia, a ver? Lo hubieran mandado a Siberiapor borracho, pero acá el Partido le daba plata, porque él hablaba con todo el mundo, haciendo comunistasentre la gente ingenua.

- Su madre le pasaría plata a escondidas. Nunca le faltaban los pesos para emborracharse. Vivía así, enesos lugares de mala muerte porque quería, de puro animal, porque si se le hubiera antojado le sobraba paratener una casa decente, vestirse como la gente, en lugar de gastarse toda esa plata en whisky. Las piedrastambién le salían plata, pero cuando algo no le gustaba lo rompía así, como si nada.

- No, no me acuerdo de ningún Falcone. Con los años se conoce tanta gente... uno se olvida.- Era un soplón de los milicos. Trabajaba para la policía. Se hacía el macanudo, sí, para sacar

información. Los giles le contarían algo, pero a mí no me iba a sacar nada. Eso de las borracheras no sé sisería verdad.

- No, acá no. La casa estuvo cerrada mucho tiempo; vivían unas viejitas, murieron las dos, hubo mucholío de sucesión. Nosotros compramos hace cinco... no, seis años. Estaba todo lleno de escombros, depiedras... sí, ahora que lo dice... tenían unas formas... no, las llevamos con los escombros, estaba todohecho un desastre. Después hicimos el contrapiso de hormigón, la cochera y la piecita al fondo.

- ¿Trabajador? ¡Qué va! Trabajaba porque le daba la gana. Era un señorito, no estaba para trabajar.- Era uno de esos hombres condenados. Yo ya tenía mis años en aquella época. Ya hacía mucho que

sabía darme cuenta cuando alguien está condenado. Es como si lo llevara escrito acá, en el medio de lafrente. Nunca iba a llegar a nada, aunque se deslomara arriba de esas piedras. Otro, con la mitad de lo queél hizo, ya sería famoso, saldría en televisión, podría hacer cualquier mamarracho y le pagarían millones.Pero él no. Es como yo le digo, así no más: estaba condenado y punto.

- Un poco loco, sí, pero no era malo. Tomaba mucho; eso lo liquidaba. Pero siempre tenía algunaocurrencia, no se le veía nunca de mal humor.

- No puedo decirle; en realidad no lo conocí.- Era demasiado loco, por eso no servía para nada. Lo íbamos a recoger en los bares, borracho, cuando

nos llamaban; lo llevábamos hasta la casa. Era buen tipo, cuando estaba sobrio, aunque a mí las piedrasesas no me gustaban. Además, no valían nada. Ganaba algo con las figuras de los edificios, como la de la

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seccional. Esas eran buenas, pero lo demás...- No tuvo suerte. Hay algunos por ahí haciendo cosas mucho peores, vendiendo en Punta del Este a

precios inconcebibles unos mamarrachos imposibles. El podía haber estado ahí como ellos, pero unos nacencon estrella y otros nacen estrellados.

- No sabemos, no lo conocimos.- Nadie lo conoció.

La exposición de pintura.La investigación. Setiembre, 1993.

- Falcone... no. No recuerdo ningún Falcone. Pero no se fije, por acá pasó mucha gente, hace muchosaños que tengo el boliche. Desde que empecé, hasta el día de hoy, siempre hubo aquí alguna exposición,algún espectáculo. Me gusta entretener a la gente, darle oportunidad a los artistas de hacerse conocer.Fijesé, ahora mismo tengo los tapices de Maurita Almirón, una señora que como usted verá, trabaja muybien. Es de acá del barrio, pero no es una artista conocida. Hay mucho desconocido tan bueno como losfamosos, que le digo la verdad, muchos famosos no sé qué será lo que les da la fama, porque lo que hacen...pero en fin, tiene que haber gente para todo. De acá salieron más de uno a exponer a las galerías de laCiudad Vieja; desde acá, desde este bolichito se hicieron conocer. Le hablo de cuando Pocitos no era lo quees ahora, también con galerías y de todo para la gente de plata. Acá, cuando empezamos, de arte muy poco.Yo era el único que traía artistas, en este bolichito así como lo ve.

- Bueno, no se me achique, no es tan bolichito. Y lo tiene usted muy bien puesto, muy bien arreglado.Un buen lugar para exponer.

- Hemos progresado, sí. Aprendimos un poco, pusimos plata, no le macheteamos al local. Por eso nosmantuvimos tantos años. Fijesé que acá, en esta misma cuadra, había tres boliches: no queda más que éste.Desaparecen los boliches, vienen los bancos, las inmobiliarias, los supermercados. La gente no sabe pasarel tiempo como antes, venir a tomarse algo con los amigos, conversar un poco. Se quedan encerrados en lacasa mirando la televisión, y el sábado van al cine o a bailar. Pero de caminar un par de cuadras, deconversar, de conocerse... no, de eso, nada. Nosotros nos mantenemos a la antigua. Tenemos una clientelafiel, son todos amigos, tratamos de darles lo mejor.

- Este hombre hacía esculturas en piedra, cosas abstractas. Creo que no gustaban mucho, quizás por esono lo recuerda. Las piedras las firmaba "Marc Antoine".

- ¡Marc Antoine! ¡Cómo no me voy a acordar! ¡Marc Antoine! ¡Chupaba como una esponja, MarcAntoine! Un loco bravo. Pero no hacía piedras, era pintor. Pintaba cuadros, bastante malos, además, si seme permite una opinión. Que yo sepa, nunca logró vender ni uno. ¡Cómo tomaba! Yo mismo no le podíaseguir el tren, y mire que yo, no es por nada, pero cuando hay que darle... ¡Marc Antoine! ¡Si me acordaréde Marc Antoine! ¿Qué fue de la vida de Marc Antoine?

- Murió hace unos años. Pero nadie sabe mucho de él. Hizo unas esculturas en Colonia. La galería mecontrató para escribir un artículo sobre él, pero no he conseguido averiguar mucho. ¿Usted dice quepintaba?

- Acá hizo una exposición de pintura. Unas cosas bastante desagradables, además de incomprensibles,que eso ya no le importa a nadie. Parecían campos desiertos, o quemados, con troncos o piedras o cactus,me parece, donde siempre había alguna figura como dolorosa o muerta, en medio de unos cielos de otroplaneta. A mí no me gustaron nada, pero yo en aquella época no entendía mucho. No es que ahora sea unespecialista, pero con el tiempo, de tanto ver, a uno se le ablanda la entendedera. Yo siempre quise darleoportunidad a los jóvenes, modestamente, con lo que uno puede hacer.

- ¿Le ha quedado alguno de los cuadros? ¿Sabe si se consigue alguno?- No, no me ha quedado, ni creo que se consiga ninguno. Que yo sepa, no vendió nada. Ni tampoco

vino nadie a ver la exposición. Le pasó lo que le pasaba siempre. Arrancó con una euforia bárbara, estuvotrabajando dos días enteros armando todo, me dio vuelta el boliche. Cambió de lugar las mesas, colocófocos de luz, colgó unas arpilleras sobre las paredes, vasijas con pinceles, cajas de colores; hasta puso unasesencias olorosas como de madera. Quería que quedara como un viejo atelier parisino de los que se ven enlas películas.

- Gallego, cuando termine de arreglar esto no lo vas a conocer. Vas a creer que estás en Montmartre.Mont-mar-tre, gallego, como si fuera el monte de Marte pero con erre; del dios Marte, no del día martes,Ares en griego, para que no te confundas con el día. Escuchá bien, abrite el coco, no digas animaladas.Montmartre es un barrio de París, donde viven los artistas, el barrio más famoso del mundo, gallego. Estova a quedar como un atelier. Atelier se llaman los talleres donde trabajan los artistas; acordate de esapalabra, a-te-lié, no atelierr. Y con tonito afrancesado, gallego, que si no no vas a vender ni un vaso deagua. Despacio, gallego, pensá despacio. No vaya a ser que te venga un síncope de cultura y no podamosinaugurar.

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- Había invitado a la prensa, a gente del ambiente, profesores, dueños de galerías, críticos de arte. Elhabía venido con su mujer y una pareja amiga. Pero llegó la hora de la inauguración y nada. No vino nadie.Ni un alma. En el boliche no había casi nadie. Yo había comprado hacía poco, no tenía la clientela deahora. Entonces empezó a tomar. Siempre le pasaba lo mismo. No venía nadie, y cuanto más pasaba eltiempo y más no venía nadie, más tomaba.

- Te digo, gallego, que acá dentro de media hora no va a caber un alfiler. En tu puta vida habrás vistomás gente junta. Vos esperá que salgan de los diarios, que cierren las galerías, que los larguen de lasoficinas. Se vienen corriendo para acá. Les avisé a todos los críticos en todos los diarios. Te vas p'arriba,gallego. En dos días acá se vendió todo. Igual no dejamos levantar hasta que pase el fin de semana, así lopuede venir a ver toda la gente. No vamos a cerrarle la puerta al público, al hombre de la calle oprimido porla rutina, el laburante que quiere entrar en contacto con la cultura. Dale, gallego, andá abriendo otra, que lagente va a venir con sed.

- Por supuesto, se emborrachó, como le pasaba siempre. Los amigos, cuando vieron como se ponía lacosa, se fueron. La mujer le armó una escena tremenda. Menos mal que no había nadie. No lo podíaarrancar del mostrador. La pobre mujer tenía una vergüenza horrible. El la destrataba con una crueldadincreíble. No sé cómo ella lo aguantaba. Hay mujeres realmente sacrificadas.

- Sos una ignorante. No servís ni para perro. No tenés cultura artística... Ponete ahí en la radio a llorarcon las comedias... Lo más importante son los títulos... Eso, los títulos... Primero lo pintás, y después tenésque pensarte un título. "La soberbia del páramo"..."Idolatría"... "Amor, amor, dolor"... "Cielo de lospenitentes". No importa lo que sea... algo superior, ¿entendés gallego?... A vos ni te explico nada. Elgallego tiene más seso que vos, que fuiste al liceo y la gran puta. Algo del espíritu, tiene que ser... Después,los críticos, que trabajen la mollera, es su laburo, para eso les pagan... te tienen que inventar algo... No vana decir que no entienden, no van a quedar como boludos... Ahora que salgan de los diarios, los tienensiempre a los pedos... Se vienen acá y chupan un poco... Hay que refrescarles la cabeza, ¿entendiste bien,gallego? Les servís lo que te pidan... lo mejor que tengas... por la guita no te preocupes... la mitad de uncuadro de estos te paga la noche, gallego... Acomodate los calzones, que ahora cuando lleguen no vas atener tiempo ni de ir a mear... esto va a hervir de gente, gallego... en tu puta vida habrás visto algo así...

- La mujer lloraba. Estaba desesperada. No quería que le sirviera más, pero hubiera sido peor. Estabacayendo en una crisis jodida; si no tomaba no sé qué le hubiera pasado. Yo tampoco sabía muy bien quéhacer, cómo ayudarlo. Porque el hombre no era mal tipo. Al final la mujer se fue, desconsolada. Ni quédecirle que no vino un alma. Cuando tenía que cerrar estaba totalmente borracho, pero se tenía en pie, teníaun aguante bárbaro para el alcohol. Le dije que tenía que cerrar, si quería que lo acompañara a la casa. Yono sabía ni donde vivía. Pero se le había ido la euforia. Estaba liquidado. Me hizo que no con la cabeza,para que no lo acompañara. Lo seguí mientras se tambaleaba hasta la puerta. Lo vi irse para la rambla.Hacía un frío que pelaba. No sé si lo sentiría, con todo el alcohol que tenía encima. Si no se iba para la casaera capaz de morirse ahí, solo en la playa. Yo me sentía como el culo, le confieso, porque era un tipo de ley,condenado como estaba. Pero yo también tuve la vida dura, y tuve que aprender que no se puede ayudar ala gente cuando está reventada por dentro.

Juventud, divino tesoro.Marc Antoine. Noviembre, 1961.

José Luis Falcone Goyena, abogado, jurisconsulto, tratadista, diputado por el partido Colorado, doshijos varones, tres hijas mujeres. Mariano José Falcone, abogado, escribano, juez de paz, integrante de laSuprema Corte, colorado, dos hijas mujeres, un hijo varón. Idilio José Falcone, abogado con bufete propio,calle Juncal a la altura de Rincón, edil departamental colorado, casado con doña Antonia Vidal Pacheco,tres hijos varones: Luis Antonio, abogado, profesor adjunto de derecho penal; Jorge Antonio, escribano;Marco Antonio, el menor.

Nacido ocho años después de sus dos hermanos mayores, cuando el matrimonio no esperaba más niños,Marco Antonio presentó ante el mundo un carácter avispado, expansivo, conversador. Largamenteconsentido, llorador a capricho, de físico débil, una seguidilla de enfermedades infantiles le valieronatenciones suplementarias a las de benjamín. Las dos primeras semanas de escuela lloró todos los días;luego siguió llorando a diario al abandonar el hogar. En los años siguientes aprendió a reprimir el llanto.Cuando ingresó al liceo, apretado el corazón de timidez, empezó a valerse por sí. Al llegar al tercer año, eracamarada de los peores de la clase; la excelencia de sus calificaciones quedó desmerecida por una conductadíscola, nerviosa. Hacia el final del cuarto año se le estrujó el corazón por una rubia preciosa de escasasluces ennoviada desde antes de nacer. Ocultó cautamente este origen al precipitarse en el abismo de laangustia nerviosa. El médico de la familia, algo naturista, avanzado en ideas, recomendó una curapsicofísica: este joven calmará su mente por la industria de sus manos; debe cultivar un arte, canalizar suinquietud en la labor de la materia, cuidar orquídeas al terminar las audiencias, ventilar en el jardín las ideas

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concebidas entre decretos, tratados, artículos, enmiendas; otrosí digo, mens sana in corpore sano.- Puedo aprender con el hombre de los leones.Los padres hubieran preferido otro tipo de terapia. El trabajo manual no había sido nunca apreciado en

la familia. Los artistas, si eran famosos, bien. Si el cuadro es de un prócer, está en las galerías oficiales,puja fuerte en la casa de remates, valiosa pinacoteca de maestros nacionales, Gomensoro y Castellsveintitrés obras, jueves hora catorce local calle Cerrito, entonces, bien. No siendo así, carece de sentido olera trementina.

- Ya les dije, puedo aprender a hacer leones con el hombre aquel.Alcides Piedracueva no se consideraba artista, no alimentaba pretensiones, no renegaba de su condición

obrera. Afirmado en decente pobreza , trabajaba para la familia Falcone en albañilería de detalle, yesería,restauraciones, obras por encargo, todo ello sin cobrar en demasía: daba cierto lustre tener un hombrediestro en tareas manuales delicadas. Había esculpido en mármol, con discreta fortuna, dos leones deecléctico clasicismo, escoltas de la escalinata de acceso a un sólido partenón encolumnado, residenciaciudadana de los Falcone de Idilio José.

- Si al menos eso lo tranquilizara... hubiera preferido un tratamiento más convencional. En fin, es mejorser positivo, adaptarse a los dictados de la nueva ciencia. Si quiere ir con Piedracueva, que vaya. No es lopeor. El hombre nos ha sido siempre fiel, no es ningún desubicado, no se le va a ocurrir despertarle ínfulasde artista. Con él no se va a contagiar de vanguardismo, eso es seguro.

El viejo vivía solo, sin familia, en un apartamento interior hundido al final de un largo corredor. Teníaun par de habitaciones, un fondito exterior tapado de enseres de albañilería, las maderas bajo techo, losáridos al sereno. En verano trabajaba afuera; en invierno, bajo la claraboya del patio interior.

- Así. Derecho, derecho, ida y vuelta igual; en redondo no. Así.Marco hacía lo mejor posible. Se esmeraba con las manos, la atención le era absorbida por completo, no

podía casi hablar. El viejo no estaba muy contento de tener a un señorito en el taller; el trabajo manual noes para los ricos. En el ambiente pobre, extraño, de ese tugurio hundido al fondo de una casa deapartamentos, el muchacho comenzó a hacer dibujos sobre la madera basta, usando trozos cualesquiera,despreciados, sin valor, transformados luego torpemente en tallas convencionales. Más tarde aprendiótécnicas de conservación, de envejecimiento, de disimulo de la madera, de evocación de la piedra. Con eltiempo, el viejo se fue habituando a tenerlo ahí; hasta pudiera haberle tomado afecto. El muchachotrabajaba con paciencia, atendía sus instrucciones, no se molestaba por ensuciarse las manos. No hablaba,no se quejaba. Parecía tener condiciones, pero eso no importaba; no iba a ser artista, no estaba formando uncreador, sus padres eran gente de dinero.

- Mi padre no quiere que sea artista.- Mucha razón tiene.- No me gustan las leyes.- Ya te gustarán. Todo termina gustando. Después de meterse, con el tiempo...- No tengo cabeza para las leyes.- No importa. En tu familia han sido leguleyos por generaciones. La tradición te dará lo necesario.

Tendrás los mejores libros, los mejores consejos, discusiones esclarecedoras. La persistencia te abrirá lacabeza; el apellido te abrirá las puertas. Podrás elegir mujer entre los mejores partidos, entre las máshermosas. Con sólo levantar la cabeza, con pararte bien derecho, tendrás resuelta la vida.

La vista de Marco Antonio tenía un alcance telescópico de ocho años adelante en la figura de suhermano del medio, egresado recientemente de la Facultad de Derecho, ennoviado con la hija de unconocido comerciante. Si quería saber más, podía cambiar el ocular para observar el firmamento de suhermano mayor, once años adelante: casa nueva en lo mejor del Prado, casamiento reciente con joven hijade estanciero, luna de miel en Venecia. Ambos hermanos trabajaban en el estudio paterno, guardados losmás jugosos casos del país en olorosos cajones roble oscuro. Todo estaba previsto. El caudaloso, manso ríode la tradición, lo transportaba hacia el océano como a una almadía de troncos aserrados. Se movería sinapuro, sin detenerse, por el medio del río, mirando de lejos la selva lujuriosa, escuchando los gritos de lospájaros silvestres haciéndose la corte en las alturas de las ramas, los chillidos de los monos pelando la fruta.No se acercaría nunca a la orilla, evitando las aguas bajas, el riesgo de varar. El río lo llevaría, sinsorpresas, sorteando limpiamente los rápidos, curvando mansamente los anchos meandros, él mirandodesde el centro, mirándolo todo, mirando desde lejos. Esta breve estadía en la orilla era sólo una concesiónprolongada a la despreocupación infantil. Las manos sucias de yeso, los callitos incipientes, los soliloquiostridimensionales del viejo Piedracueva, el té sorbido lentamente en vasos desiguales, la botellita destapadaal cobro de un trabajo, los largos paseos por los senderos del Prado observando en silencio las estatuasmutiladas, negras de hongos, copias exactas de originales clásicos; las tristezas de Las Tres Gracias en elcentro de la fuente siempre sucia, tapada de hojas muertas; el lánguido escurrir del tiempo, esa arenafinísima escapándose de las manos, años de concesión a la debilidad espiritual buscando una sanía dudosa.Entraría por fin demasiado pronto en el tobogán de la carrera de Derecho, la vida profesional, la familia.Esta etapa de su vida era sólo el remedio para una enfermedad, años de gracia, una prolongación inesperada

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de la tolerancia al infante, insospechado beneficio de un temperamento sensible, una constitución psíquicadébil, un desvarío momentáneo, una indisposición pasajera. Mas lo que mejoraba hacia afuera empeorabahacia adentro: avanzaba su curación, se consumía el recreo. Su vida estaba ya escrita en caracteresromanos, el espíritu de la ley alentaba desde la antigua Babilonia, en el código de Hammurabi figuraba yasu nombre. Como los mojones de una carretera, llegarían puntualmente el título, los nombramientos, elprimer caso, la amada, los dos años de noviazgo, la casa regalada por los suegros, los hijos inevitables,iguales a él, tan parecidos a papá, pero con un aire del tío abuelo, colorado, jurisconsulto, ciudadano ilustre,prohombre distinguido, dignísimo antecesor para un primogénito Falcone de los Falcone de MarcoAntonio.

Llevaba casi siete años trabajando con don Alcides cuando el invierno, la obsesión por el aire libre, lasanchas rendijas de la rotosa puerta de hierro, los años de cigarro armado, la permanencia sobre la tierra, lamano de la Providencia, el aburrimiento de la vida o alguna otra insensatez apretaron los pulmones delviejo Piedracueva en el pegamento de una neumonía fatal. Ese mismo año, en diciembre, el obedienteMarco Antonio rindió decentemente todos sus exámenes del tercer año de Derecho. En el verano, salió desu casa en pos de unas merecidas vacaciones. Recorrió plazas, museos y prostitutas en Nueva York, París,Madrid, Venecia, Florencia y Roma. Al año siguiente, en abril, cambió la Facultad de Derecho por laEscuela Nacional de Bellas Artes. En agosto fue excomulgado por su padre. En noviembre empezó a serpobre.

La Morenita.Marc Antoine. Agosto, 1967.

No fue a la casona de la Lunática por la Morenita: alguien lo llevó ahí, como estación final de algunacorrería. En visitas sucesivas, fue cambiando de habitación. Un día entresemana, de pocos o ningún cliente,cayó con unas cuantas botellas de champán, saladitos y masas.

- ¡Vengan, vengan a festejar con el artista! Vestiditas, eso sí, la Lunita no quiere relajos. Vení, Lunita,presidíme acá la mesa, voy a hacer un brindis.

Había cobrado un mural en buena plata. No había habido corte de cinta, ni botella rota, ni palabrasalusivas, ni aplausos. El arquitecto lo había examinado como si fuera el embaldosado del baño, habíafirmado el cheque, le había dado la mano, lo llamaría si precisaba alguna otra cosa, por ahora no tenía nada,la empresa tenía en vista un nuevo emprendimiento, no sabía para cuando, lo tendría en cuenta, sí.

La Lunática regenteaba su hotelillo con firmeza. La discreción era su carta de triunfo. La casa eravisitada por algunos personajes conocidos de la política, las finanzas, las fuerzas armadas, las capas chic dela sociedad, respetables hombres de familia. Un solo traspié podía dar al traste con el negocio; ladiscreción, el cuidado, lo eran todo. La Lunática era de Rivera, había sido hermosa, amante del jolgorio,golpeada por la vida. Los años, la pérdida del atractivo físico, la evanescencia del ser, la habían escurridohacia el sumidero de un talante melancólico, ausente, extático. Sus esfuerzos por encubrir esta condiciónhabían sido inútiles; el sobrenombre se le impuso con poca resistencia de su parte. Rara vez se había oídollamar por su nombre de bautismo; a esta altura, le resultaría extraño aún a ella oírlo pronunciar. Suaparente enajenación acaso favorecía la agudeza de su intuición para el conocimiento de las personas:Marco era inofensivo a sus intereses, buen camarada, solitario como ella, un tiro al aire, un buen punto paraun rato de olvido, acaso de revivencia. No pertenecía, obviamente, a la clase de los visitantes de la casa, nia la clase de los trabajadores, ni tampoco era de los timoratos, ni pertenecía en realidad a ninguna clase quela Lunática tuviera por conocida. Tratábase de algo nuevo para ella: Marco era un artista. Ella no habíaconocido jamás un artista, pero si había alguien dotado de los signos de bohemia, desorden, pobreza ypasión atribuídos por la leyenda popular a los artistas, ése era Marco. El arte era, en sus palabras, para todoel mundo: hablaba de esculturas, de murales, de la angustia humana congelada en la piedra, de laafectividad puesta en la forma, de lo eterno ignorado, cualquiera fuera el auditorio; tan sólo cambiaba laspalabras.

- Lo dicho en difícil se puede decir en fácil, es lo mismo. Si el artista tiene algo para decir, si se leantoja, lo dirá de cualquier forma.

Había estado con un par de ellas por dinero, cuando cobraba fuerte, porque esas mujeres no eran fácilesde pagar. Pero después iba sólo de visita, sin solicitar favores.

- Marquito, ¿no querés arrimarte un poco por acá? ¿No tenés plata, hoy, amor?- No te inquietes, chiquita, tengo donde mojar. Y no te hagas la babosa, yo no soy cliente.- ¿Con quién mojás? ¿Con alguna de esas viejas que te compran las esculturas?- Las mujeres hermosas no tienen edad. ¿No es así, Lunita?- ¡Ojalá fuera así! No le digas cosas, Nelda; cuando se te aflojen las tetas, cuando se te caiga el culo,

vas a ver lo que valen las mentiras de un loco.- ¡Eso, Lunita, eso! Ya oíste, Nelda, no me digas cosas.

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- Está bien, artista; vení, dame un beso y en paz.- Vamos al brindis. ¿Qué, la morenita esa no quiere venir? Llámenla, tráiganla para acá, díganle, es una

fiesta, soy un artista, no el ministro.- Tiene que salir. No es como nosotras, no está para el jolgorio.- Morena, vení, un momento, vamos a brindar. Un brindis amistoso, te vas en seguida.- Sse me hace tarde. Sserá otra veiz.- ¡Oh, oh! ¡Prazer! ¡Muito prazer! Luna, ¿donde tenías escondida esta bayanita? ¡No me dijiste que acá

hubiera alguien de tus pagos! Vení, Morenita, un momento, no más, un brindis amistoso, por la alegría delencuentro.

- No puedo, de verdade.- Será otra vez, entonces. Ahora, a las copas. Por las mujeres, pero no por todas.-¿...?- Por las mujeres...- ...- ...- ...que saben sostener una concha entre las piernas!

En la Comisaría.Marc Antoine. Octubre, 1967.

- Acá lo tiene, mi comisario. El de las esculturas.- Que espere un poco. A ver vos, ¿qué tenés?- Mi comisario, estos muchachos estaban tirando bombas de alquitrán a un club político.- ¿Un club político? ¿De qué partido?- Partido Socialista. Los agarramos "in fraganti".- A ver, cabo. Vamos a pensar un poco.- Sí, señor.- Si usted encuentra alguien tirando basura en la calle, ¿qué hace?- Bueno... le llamo la atención, le digo algo. Que eso no se hace.- Bien, bien, muy bien. Y digamé, cabo. Si usted encuentra alguien tirando basura en el tacho de la

basura, ¿qué hace?- No... no hago nada, señor, eso no está mal.- Exactamente, eso no está mal. ¿Por qué no está mal?- Bueno, porque es el tacho de la basura... es para eso, para tirar la basura.- Bien, cabo, muy bien. El tacho de la basura es para tirar la basura. ¿Es así, cabo?- Sí, señor, es así, mi comisario, sí.- Entonces, cabo, ¿por qué me trae acá estos muchachos?- Perdone, mi comisario. Es que estaban tirando bombas de alquitrán, y como los pescamos "in

fraganti", yo creí...- No crea nada, cabo. Atienda lo que yo le explico. El tacho de la basura es para tirar basura. ¿Entiende,

cabo, o se lo vuelvo a explicar?- No, no señor... mi comisario... sí, sí entendí, mi comisario. Perdone, mi comisario. Ya entendí.- Bueno. Y ustedes, muchachos, tengan cuidado. No se hagan ver por la policía. No hay que

comprometerse. ¿Entendido?- Si, comisario.- Ahora váyanse, vayan no más.- Gracias, comisario. Buenos días.- A ver vos, hacé pasar al de las esculturas.- En seguida, mi comisario. Ya oíste al comisario: pasá adentro.- ¿Así que vos sos el de las esculturas? Vamos a ver... Marco Antonio Falcone, alias "Marc Antoine";

oriental, soltero, veintinueve, profesión escultor, sin antecedentes.- Marc Antoine no es un alias, es mi nombre artístico.- ¡Nombre artístico! ¡La puta! ¡Ahora sí que me impresionaste!- Cuando un comisario firma sus papeles, el sello dice "comisario"; yo firmo las obras con un nombre

artístico. Algún día esa firma va a valer oro, pero por ahora apenas me da para unas copas. Ya ve, no tengoantecedentes. Me trajeron por las copas, pero no me mandé ningún disparate; no tengo nada con la policía.

- Te trajeron por unas copas... unas cuantas, dirás. Bueno, no vamos a hacer problema por eso. Despuésde todo, ¿quién no se toma una de vez en cuando? Un poco dura, la camita de la celda, ¿no? Pero ya vistecomo refresca... Decime, vos no serás comunista, ¿no?

- ¿Cómo voy a ser comunista? Soy artista.

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- Todos los artistas son comunistas.- Yo soy escultor. Tallo piedras, hago murales, pinto cuadros. Trabajo con las manos, como los

albañiles. Lo mío es el arte.- ¿Sos demócrata, entonces?- Seguro, soy demócrata. Este país siempre ha sido democrático.- Y va a seguir siendo, te lo puedo asegurar. Aunque tengamos que aplastar muchas cabezas. Bueno,

vamos a lo nuestro. ¿Viste esa pared ahí afuera? Es una flor de cagada. No se precisa ser muy artista paradarse cuenta de eso. Pero hubo que hacerla por seguridad. Vos, como artista que decís que sos, ¿qué pensásde eso?

- Ya lo dijiste vos, es una cagada. Tapa todo el frente; el revoque está mal dado; ni hablemos de pintura.- Peor. Parece un paredón. Y esto no es Cuba, acá no se fusila, no hay paredones ni debe haber nada

parecido. ¿Qué te parece? ¿Podrías hacer algo con esa pared?- ¿Qué quiere que haga?- Que le pongas algo para que no parezca un paredón. Vi eso que hiciste en el edificio de Malvín, no,

otro más allá, frente a la Playa Verde. Un poco infantil, ¿no? Pero seguro podés hacer algo menosafeminado. A ver qué se te ocurre. Pensá algo y venime a ver. La semana que viene estoy de noche. Ahoraandate, artista, hoy no tengo tiempo para "copas de más". ¡Ah!, y no se te ocurra traerme ninguna de esasmierdas modernistas, no sé si me entendés.

- A ver, comisario, qué te parece esto. Miralo bien antes de decirme nada. Al fondo tenés una escena decacería, unos venados perdiéndose a lo lejos, se achican para dar idea de distancia, de persecución; del otrolado la toldería, con unas mujeres haciendo algo en el suelo, una escena de paz; hacia el primer plano, deeste lado, equilibrando la diagonal, tenés ese indio con una fruta en la mano, como estudiándola.

- Me gusta, che. A ver, contámelo otra vez, eso del mensaje de la obra que hablan ustedes. Quiero saberqué carajo voy a tener en la puerta. ¿No te parece que eso del indio mirando la fruta es un poco pelotudo?

- Es para mostrar que los charrúas no son tan brutos, que tienen sensibilidad. No te conviene ponermucha violencia a la puerta de la comisaría.

- En eso tenés razón. Dejame verlo de nuevo. ¿Cuánto querés cobrar por esto?- El arte no tiene precio, no hay guita que lo pague, pero los artistas también comemos. Lo menos que te

puedo cobrar son cien.- ¿Estás loco? ¿Cómo pensás que vaya conseguir semejante disparate? Más de cincuenta no va.- Hay que picar el revoque, emparejarlo; así no se puede trabajar. Me va a llevar como tres semanas; no

lo puedo hacer por menos de ochenta.- Setenta, quedamos ahí. No me jodas que cobraste alguna vez más de eso en un edificio.- Esto es a la intemperie, lleva más portland, hidrófugo; si no le pongo material se te va a caer a pedazos

en un año. El material sale caro. Además, le voy a poner incrustaciones de canto rodado en algunas partes.Va a quedar bueno.

- Dame la lista con el material; la puedo pasar como reparación, nadie controla nada, es la defensanacional. Pero tiene que ser ahora, mientras están arreglando los baños. En esta comisaría hay un olor amierda que no se puede estar. Quedamos en setenta y no se habla más. ¿De acuerdo?

- De acuerdo.- Andá viendo si podés conseguir una boleta. Pero no ahora; cuando termines te digo como tiene que

decir.- Cabo, dígale al comisario que venga a ver.- ¡Artista! ¿Ya terminaste?- Ahí lo tenés. Todo tuyo. Ninguna comisaría del país tiene algo mejor. Ningún edificio tampoco. En

todo el cono sur no vas a ver nada como esto; tenés que ir a Europa para encontrar algo parecido. Mirá vosmismo lo bien que quedó. Un día te vas a hacer famoso por haberme contratado; vas a salir en todos losdiarios, te va a entrevistar la televisión; te vas a convertir en el comisario más culto de la epopeya nacional.Este muro va a valer más que la manzana entera; como si lo hubiera hecho Salvador Dalí.

- Sí, tenés razón. Mi visión de futuro merece recompensa. Conseguí una boleta por cien.- Cuando te pedí cien pusiste el grito en el cielo. ¡Cómo se ve que sos el comisario!- Vos sabés, artista, como son estas cosas. Hay muchos gastos, mucho sellado, mucha tinta en la firma.- Mucha valvulina.- Eso, mucha valvulina. Para hacer correr la cosa hay que meter mucha valvulina; si no hay valvulina,

se engripan los engranajes. Vos te quedás con tus cincuenta y te olvidas de lo demás.- Setenta. Dijiste setenta.- Dije cincuenta.- Dijiste setenta- Cin-cuen-ta. No te confundas. El catre allá adentro está siempre disponible.- No hice nada. No tengo nada con la policía.- Podés tener ya mismo, si querés. ¿Querés que llame al cabo?

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- No, dejá, no lo molestes, el hombre tiene trabajo. Pero al menos pasame un canastito de esas botellasque tenés escondidas en el armario, para borrar el mal recuerdo. No me digas que no es un trato justo.

- Hecho. Vení para adentro. Vamos a festejar que terminaste. Una o dos nada más, porque estoy deservicio; algún hijo de puta siempre te puede cagar. Cerrá la puerta para que no jodan.

- Así que tenés gastos, ¿eh? Pero la vueltita por lo de la Lunática no te la dejás de dar, ¿eh? Vigilancia,seguramente... y sin pagar...

- No jodas que me viste ahí. Les digo a estos anormales que no dejen el auto cerca.- Verte, no, pero... las cosas se saben.- Es que hay una que me tiene...- ¿La pardita?- No, la pardita no. La Nelda, una rubia teñida, la de las tetas... no me digas que vos también...- No. Yo voy por la pardita.- Menos mal. Si no ya teníamos que cagarnos a trompadas. - Aunque tuviera mil.- Aunque tuviera mil. ¡Salud!- ¡Salud!- Y decime, che artista, ¿quién fue la corneta que te batió que no pago?- Sos el comisario, ¿no? ¿Dónde viste a un comisario pagar en un burdel?

Nace el amor.Marc Antoine. Febrero, 1968.

Nacida en la miseria, alimentada en el hambre, educada a golpes, la Morenita había templado sucarácter rebelde en la supervivencia animal. La violencia de los arañazos, la decisión de las patadas, laferocidad de los mordiscos no alcanzaron a librarla de ser violada por un peón de estancia a la edad de treceaños. Había vivido del robo, la prostitución, el engaño, el trabajo forzado. A los veinte había logrado llegara Montevideo, sabiendo apenas leer, con una navaja automática apretada en el bolsillo, empleada variasveces en algo más que pelar fruta. La Lunática la había tomado por recomendación; ella también era deRivera, recordaba sus años duros, cuando joven a ella también le habían dado una mano. Ahora, bienasentada, regenteaba una casa de putas clandestina con cinco o seis mujeres a las que cobraba habitación,fijo por vivir más un tanto por cliente, si tienen machos no es asunto mío, pero a dormir a otro lado,hombres toda la noche van con la tarifa especial, no quiero ningún relajo, la clientela es distinguida, si noles gusta juntan los petates y se van, en ningún lado van a estar mejor que acá.

El carácter indómito, la decisión de la necesidad, la fuerza física, la capacidad para asimilar los motoresdel mundo, habían sacado adelante a la Morenita. Ahora era independiente; su dejo abrasilerado la hacíasimpática, no le faltaban clientes. No era bonita, pero se esmeraba en complacer los cuerpos donde hozabapara comer. La Nelda había dicho bien: la Morenita no estaba para el jolgorio. Otros planes rondaban sucabeza. Era titular única de una caja de ahorros en el Banco República, de lento pero sostenido crecimiento.No se permitía desórdenes. Dos veces por semana cruzaba la ciudad desde Pocitos a La Teja para visitaruna maestra retirada. Había aprendido a leer, a hacer cuentas; sabía de memoria los países de Europa,bastantes de las Américas; después había más países en Asia, en Africa; Australia era una enorme isla concanguros en Oceanía; muchos pueblos habían hollado la faz de la tierra, había habido guerras desdesiempre, religiones diversas, grandes hombres, malvados sin cuento, crueldades interminables, en los libroshabía de todo, incluso algunas cosas útiles de verdad. Aprendió, en suma, que el mundo es ancho; que esajeno ya lo sabía de antes.

Marco la sorprendió en una de sus idas a La Teja. Se tomó el ómnibus con ella, no importa, yo voycontigo a la visita, así te cuido, yo me sé cuidar sola, yo te cuido mejor, no voy a entrar, te dejo y mevuelvo. Pero no se volvió. Dos horas después la estaba esperando en la esquina, para no hacerse ver si ellasalía con un hombre. Volvieron juntos en el ómnibus, no, no era asunto suyo, venite a comer algo conmigo,tengo que volver, un ratito no te hace nada. Así la llevó de guardia varias veces; ella protestó, pero no se loimpidió. Su comportamiento no merecía reparos. Ella no iba a ver un hombre; acaso un familiar; seavergonzaría de su condición. El reparó en los papeles sobresaliendo del bolso, un bulto como de libro, unestuche de lápices. No dijo nada. Un día la esperó a la esquina de la casa de la maestra. Le pidióacompañarle, un rato no más, no era lejos. Tomaron el 181 como siempre; cuando llegaron a la esquina deCastro y Millán la hizo bajar con él; quería ver algo en el Prado Chico, era un momento nada más, tomaríanel siguiente, él tenía para boletos; acompañame, es temprano, no hay clientes hasta la noche, además hoy esmiércoles. La llevó al Museo Juan Manuel Blanes. Le hizo recorrer todas las etapas de la pintura uruguayaen un cuento infantil ilustrado con originales de museo, narrado en un río de palabras torrentosas, citandonombres, corrientes, períodos, rebeliones, fracasos, no importa entender, seguí mirando, escuchando, el artees como una crema de limpieza, te la frotás un poco en la piel, te va entrando por los poros sin darte cuenta,

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ahora te estoy frotando, vas a tener un cutis de novela, en este mundo de mierda sólo esto vale de verdad.Después le hizo dar la vuelta al edificio del museo leyendo en escaleras, capiteles, molduras, picaportes,pérgolas, fachadas, los detalles de un compendio histórico de arquitectura. Marco hablaba continuamente,como si fuera una grabación; ella lo escuchaba como tomando el agua de un bebedero, atragantándose pormomentos, no sabiendo si tenía realmente sed, pero bebiendo de todas formas, algo nuevo había en esaagua alumbrada de regalo. Salieron embriagados de formas, de manos ausentes, de una luz lechosa, nubesenvolviéndoles las almas en un paquete algodonoso, una burbuja descendiendo hacia la superficiedesconocida de un planeta lejano, quién sabe dónde habría quedado el viejo mundo cotidiano de tres horasatrás.

Una rajadura se había marcado en la muralla de piedra protectora del corazón de la Morenita. Marco sefiltró por ella ampliando la hendidura con meriendas bajo los árboles del Parque Rodó, peregrinaciones porla feria de Tristán Narvaja en busca de viejos objetos desconocidos para ella, recorridas por calles anónimasde barrios perdidos, entradas al cine subrepticias deslizando unos pesos en manos del portero en horarios depoco espectador, caminatas por la rambla hasta pasar el puerto del Buceo llegando a veces hasta la playaHonda, subiendo las barrancas de Punta Gorda, un balcón al mar. La impensable irrupción de la felicidadperturbó a la pobre Morenita hasta la enfermedad. Fue presa de un terror pánico, persistente. En lasmadrugadas, cuando terminaba su trabajo, recluída en la soledad de su habitación después de la ducha, elcorazón le golpeaba como el martillo sobre el yunque del herrero. Ella, conocedora de los hombres,profesional del placer, hurgadora forzosa de las aguas negras, no sabía como proceder en este río cristalino.Marco no la solicitaba sexualmente; ni siquiera la tocaba. Ella no tenía, en su manojo de reglas, asideropara el rechazo. La fortaleza de su corazón, gentilmente asediada, no acertaba a defenderse; sus pobladoresansiaban la invasión, ella ordenaba cegar las brechas, los guerreros no le obedecían, el enemigo estrechabael cerco. Cuando él la tomó en los brazos bajo la luna helada, junto a la estatua de los Náufragos, delante detodo el mar negro rigor, tan sólo pudo rendirle la cabeza sobre el hombro, recibiendo, anestesiada, la primercaricia de su vida.

El no le permitió conjurar el maleficio. Cuando ella intentaba acercársele, en el reflejo largamentepracticado de contentar al macho, él la detenía. Fue capaz de trabarla aún en el juego de la pasividad. Ledestruyó en forma sistemática, persistente, sin olvido alguno, todos los gestos, todas las tretas, todas lasentregas. Ella no acertaba a proceder. La indignación se le mezclaba con la sorpresa; la vergüenza por sucondición le impedía reaccionar. La explosión de su corazón postergado la dejó indefensa; él podía hacer asu antojo. No se trataba de una invasión meramente destructiva. Avanzaba en la demolición excavandofundaciones de una nueva, desconocida construcción. Algo brotaba en ella; la tierra agostada de su erotismoera todavía apta para sustentar la vida. Ella, inconmovible ante los mayores embates del sexo comprado, seerizaba al sólo roce de un dedo suyo, como si ese hombre en todo el universo hubiera sido investido de unmágico poder, un hechicero del más allá venido a despertarla. La fábula mil veces repetida del besoprincipesco conservaba todavía su poder en el mundo maquinal.

- No debería permitir esto.- Esto, ¿qué?- Vos. Lo que estás haciendo conmigo.- ¿Qué estoy haciendo?- No lo debería permitir. No puede ser. Es dañino.- ¿Tenés miedo?- No... no sé. Sí, sí tengo miedo. - No seas boba. ¿De qué podés tener miedo?- ...- Vamos... ¿qué te da miedo?- Lo que va a pasar. Cómo va a ser... cómo me voy a sentir cuando me dejes.- No te puedo dejar.- Claro que podés.- No puedo. Yo soy todo corazón, necesito una mujer sólo para mí.En cuanto se oyó la frase, se despeñó en una carcajada homérica; lanzose alegremente a denostar su

propia expresión, ridícula afectación de radioteatro, torpe consigna de consumo destinada a las mujeresgordas, a las tardes de mate con bizcochos frente al primer televisor. A través de sus sarcasmos aprendió laMorenita el significado de la palabra "cursi". Pero ella no pudo reírse, así como él no pudo evitar burlarse.Un virus sutil se había infiltrado en las palabras. La vacuna, si la hubiera, llegaba tarde.

El adiós.Marc Antoine. Setiembre, 1968.

No podía ser. Debía buscar la forma de rechazarlo, apartarse de él de algún modo. Toda la dolorosa

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escalada de su vida corría peligro. La vergüenza de su condición se le hacía patente en soledad: ella lorechazaba porque él no era hombre para tener por mujer una prostituta. Aunque dejara de serlo, llevaba enla piel las huellas mancillantes de la entrega por dinero; cientos de hombres la reconocerían por la calle, larechazarían en todos los ambientes del medio pelo social, más arriba ni pensar. En medio de todos sustrabajos, su desorden, sus locuras, él un día sería famoso; siendo ella su mujer, la prensa haría saltar apaladas la tierra pestilente de su pasado; sería inútil contar con el apoyo de él, nada lograría con su valentía,desperdiciando su energía en defenderla todo el tiempo; tarde o temprano el escándalo daría al traste con sucarrera. Ella no lo resistiría, ser expuesta de esa manera ante el mundo, verse disecada en una única palabrapor un público ignorante de los golpes, del hambre, de la miseria, de la animalidad salvaje que la habíasostenido a ella prendida con sus garras al cordel de la vida, arrancando de las vísceras podridas para podercomer. No. Ella no podía permitirse tener hombre; debía seguir sola, salir de esa vida, llegarse hasta SanPablo, al menos Porto Alegre, un lugar donde no la conocieran, una ciudad muy grande donde no mirarancaras, trabajar de aparadora en una fábrica cosiendo a máquina ropas para obreros, unos años, olvidar,después, quien sabe... Hubiera ya podido viajar, pero tenía miedo de irse sola a vivir a una ciudaddesconocida. Sólo conocía Montevideo, Rivera no contaba; había ido con la Nelda una vez a Buenos Aires,se había mareado en las calles ahogadas de gente. Debía seguir firme, juntar coraje para lanzarse al agua, nohabría vuelta atrás; ella haría como ese conquistador español Cortés, incendiar las naves para no podervolver. Marco había sido bueno con ella, tanto como ella no fuera capaz de concebir en alguien del sexomasculino. En algún sentido, él la había despertado, haciéndola sentir en pertenencia. Acaso ella tambiénhabía logrado hacerlo a él un poco suyo. Empezaba a entender a esas mujeres capaces de trabajar para unhombre, de entregar los tristes dineros arrancados a los clientes por la venta de su cuerpo a cambio de unpoco de compañía. Era duro estar sola, era tibio sentir alguien cerca, recostarse en un hombro amigo, peroeso era también una venta, una repetición de lo mismo. Era duro estar sola, pero eso otro era mucho peor.Quedarse sola era el único camino, un desvío, una salida del círculo de noria hollado incesantemente por lasmujeres perdidas.

Si ella hubiera visto en Marco algún rasgo distintivo de hombre explotador le habría sido fácilrechazarlo. Había sufrido estos asedios muchas veces. Marco no era de esos, pero tenía otros rasgosinquietantes: padecía necesidades, mayores que las de ella misma. No tenía control, no mostraba ningunaprevisión. Cuando tenía plata la gastaba generosa, excesivamente. Cuando no la tenía, galgueaba como unmendigo, erguido como la estatua de un prócer. Sólo una vez había aceptado una invitación de ella, despuésde pasar una semana comiendo pan duro. Ella se sentía, irremediablemente, en peligro: de continuar con él,pronto no podría negarle ningún pedido; aunque él no lo aceptara, ella se le adelantaría, no soportaría verlopasar necesidad. Desde las cruentas instancias de lucha de su adolescencia venía siendo la dueña de supropio destino, por malo que éste fuese. Ahora, de algún modo apenas intuído, ya no lo era. Lo quisiera ono, había un hombre en su vida.

Muchas noches se quedaba con él en su cuartucho de pensión, una buhardilla bajo el tejado añoso de untercer piso por escalerita empinada, cuidado, el tercer escalón está flojo, el noveno también, acordate, tres ynueve. La Morenita se moría de frío apretada junto a él bajo las vigas de madera negras de tiempo. Elcubrió el techo con cartones, esto es el acondicionamiento térmico, pasta de madera, un aislante como nohay otro, después con cola blanca, amasijo de papel de diario mojado, es como calafatear el casco de unanave, ca-la-fa-tear, buscá en el diccionario, cegar las junturas en el casco de una nave para que no entre elagua, ¿viste? estamos calafateando la casa, lo que no podrás aprender conmigo; preciso una mujer heroicacomo vos, acordate, sí, ya sé, sos todo corazón, como en las telenovelas, no seas pava, te digo la verdad, note enojes Marc Antoine, ven aquí bésame, olvida ese calafateo, seamos felices juntos, sos una cínica, no tedas cuenta que hablo en serio?

Nunca la quería dejar ir. Ella siempre cedía un par de horas, pero lograba sobreponerse. El empezó ainstarla a dejar la casa de la Lunática, abandonar de una vez la profesión, de qué vamos a vivir, de lo que yotrabaje, te creés que no me dan los huevos para mantener una mujer, además vos también podés trabajar, yaconseguiremos algo, la seguridad no es todo en la vida, para mí sí, a vos no te importa porque vos siemprela tuviste, las pelotas, mirá como vivo, justamente, yo no quiero vivir así. Se herían cruelmente en ferocesdiscusiones; luego él la esperaba llevándole un chocolate, un pañuelito, o cuando no tenía con qué comprarnada, una piedrita colgante tallada por él mismo. Los inundaba entonces una pena sorda, no compartida,digerida estoicamente; una tristeza informe, ancha como el abismo que separaba sus orígenes, como elocéano que amenazaba separar un día sus destinos. La Morenita conocía en demasía la miseria, lafrustración, el interminable camino de caída tan fácilmente recorrido, el escurrirse en el descenso comodeslizan por el tobogán hacia la fosa de arena los niños de la plaza. Había vivido desde siempre en elhambre, la violencia, el alcoholismo, el robo, la violación, la pobreza sin remedio; había absorbido por lapiel el significado pleno del descontrol, el abandono de sí, el bajar los brazos ante la vida, la desesperacióninmanente de los destinos trágicos, la inevitable aniquilación. Marco tenía mucho de eso, ella podía olerlohasta en sus piedras. Estas lacras alcanzaban en él proporciones gigantescas, desmesuradas: lasprofundidades de su alma se le hacían a ella tan insondables como inalcanzables sus alturas. Intentaba

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desmentir esta conciencia subyacente, negar su inclemente veracidad, pero las heridas de su pasadoterminaban imponiéndosela a gritos: Marco era un ser oscuro, demoníaco, brillante, bondadoso, capaz desacrificios inconcebibles, con una veta de locura indomable, incomprensible, un sino propio del cual no sedesprendería jamás, porque era en esa misma tierra negra de satanismo donde florecían sus exóticasvirtudes. Ella no podía arriesgar su destino enredándolo con el de él; no tenía fuerzas, no le alcanzaba lacomprensión, volvía a sentir el estómago apretado como una pelota de trapo mojada en agua de mar, secadaal sol, tragada incesantemente en cada día de su infancia. Se repetía a sí misma lo de su falta de cultura,buscando anidar allí el fundamento de su rechazo, pero ella sabía bien, no quería no podía no resistiríavolver a entrar en contacto con el mundo subterráneo de sus terrores infantiles, un mundo donde Marco,extranjero invasor, hechicero supremo, se paseaba como un cazador brutal, entretenido en hacer saltar agolpes de cincel lo peor de la raza humana, emergiendo luego fatigado, inmune, en medio de vaporessulfurosos letales para ella en presente y en pasado.

Abandonada al tibio calor del primer oasis de su vida, sus pensamientos permanecían alejados de laacción, adormilada como estaba en el sopor de un bienestar desconocido, sedada por una droga apenasprobada, de efectos multiplicados por la inhalación tardía. Pero él empezó a percibir su determinación dedejarlo. La cercó con todas sus baterías, bombardeándola desde todos los frentes, con la salvajedeterminación de todos sus actos, asediándola sin pausa en los días y las noches, quedate conmigo, tenecesito, tenés que dejar esa vida, no soporto en vos otro hombre más que yo, el pasado no existe ha muertono importa, sólo tenemos futuro, yo tengo parte de lo tuyo como vos tenés parte de lo mío, juntos estamosenteros, la guita va y viene, no importa no decide no arregla, acá de las manos se me cae todo el oro delmundo, alcanza con cerrarlas un momento para retener lo necesario, confiá en mí como confío en vos,dudar de uno mismo es la última mierda de este mundo, plagado de imbéciles encumbrados sobre todos porel solo impulso de creerse ellos mismos sus propias mentiras, juntos somos dioses, solos pordioseros, voscon tu Yé-manyá me vas a proteger de los demonios, yo solo no puedo no sé no quiero ya te dije, yo soytodo corazón, necesito una mujer sólo para mí.

La Morenita se fue sin despedirse, Transporte Turismo Limitada, directo Montevideo FlorianópolisCuritiba San Pablo, cédula por favor, soy brasileña, bien, sua carteira por favor, hora veintidós salida plazaLibertad. Cuando él cayó por lo de la Lunática ella misma se lo dijo, se fue, Marco, se fue para PortoAlegre hace dos días, tuvo miedo que la siguieras por eso no te avisó, estaba muerta de tristeza, se iba paraBrasil, sí, sí tenía los papeles, yo sabía porque me lo había contado, la madre la había anotado en los doslados, allá en Rivera se hace mucho, la gente sabe que los tiempos cambian, es mejor tener dos países porlas dudas, vení, tomate una copa conmigo, yo también la voy a extrañar, era parecida a mí, yo también laspasé duras, yo también fui como ella de seguidora, por eso estoy donde estoy, aunque ahora sea vieja supetener lo mío, si esa mujer no te quería yo no sé nada de este mundo, Marco, vos sabés que hizo bien,alcanzame otra botella, ella quería eso que decís pero vos no sos para eso, no te engañés, si algo aprendí esa conocer a los hombres, vos sos un artista aunque vos mismo no lo creas, bueno sí sé, está bien Marquito,no tomés más, después vas a llorar, no se te caiga el moco acá, para penas me basto sola, andate ahora, no,no te puedo dejar quedar, seguro que no, si no cómo hago para que estas locas no se traigan a sus machos,quién va a creer que vos y yo...

La Morenita no se había ido a Porto Alegre, como le había dicho a la Lunática, sino directamente a SanPablo. Tenía una fé supersticiosa en la persistencia de Marco; imaginaba verlo golpear a la puerta de la casade pensión donde se hubiera alojado como si una estela de su perfume demasiado caro lo guiara desdeMontevideo por todos los caminos de Rocha, de Río Grande do Sul, bordeando la laguna de los Patos hastaatravesar el río Guaíba. Pero siguiendo para el norte se atravesaba todo el estado de Santa Catarina, despuéstodo Paraná, un día y medio en el ómnibus para entrar en la San Pablo inmensa, bajo un techo de humoespeso, picante, disolvente, el aire tan respirado borraría todo rastro de su aroma como ella borraría todorastro de su pasado hundiéndose en el anonimato de la multitud.

Había huído de él dejando pistas falsas, como un animal perseguido, insegura de poder sustraerse a supoder. Temía por su destino ligado al de él, ser arrastrada por sus proyectos ilusorios de conseguir trabajo,mantener una mujer, formar una familia. Aunque ambos lo ocultaran, aunque ambos se resistieran a verlo,ambos lo sabían: la vida normal no era para él, la había tenido desde la cuna, venía destruyéndola. Ella, encambio, no la había tenido nunca, venía trabajando duramente por construirla. Cuando el hombre esposeído por una pasión, cuando deja de ser dueño de sí para ser gobernado por un demonio, es indiferentecuál sea la naturaleza de esa inclinación: el despojo de quien lo tiene todo resulta tan persistente como elafán de apropiación de quien nada tiene. Marco lo destruía todo buscando una nada redentora; la Morenitabuscaba desde la nada alguna redención. A ella no le alcanzaría la vida para llegar a sospechar siquiera loque se había hecho para él dolorosa evidencia: la vacuidad de la posesión, la inutilidad del bien material, lafalsedad universal, la indefensión del alma, la soledad infinita, unos hechos metafísicos sólo perceptibles envarias generaciones de buena alimentación. Ella sí quería una familia, desde el fondo de su alma hasta lapunta del cabello: para ella sí era importante llegar a ser, quiéralo Dios, una mujer como las otras, conmarido decente, hombre de trabajo, mujer ella de su casa, esperarlo con la cena al atardecer, los niños

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jugando en el fondito, la casita chica en algún barrio alejado, modesta, no importa, pero eso sí, limpia yarreglada, vaya si la tendría ella ordenada su casita, en la cabecera de la cama grande Cristo en la Cruzbendice nuestra unión, la estampa de la Virgen en un marquito de madera protege nuestro hogar, SantaMadre Yé-Manyá en tu inmensa bondad perdona a esta pecadora, manchada su vida, avergonzada parasiempre ante tu ejemplo santo, ruégale a Dios en mi nombre, al Padre de tu Hijo ruégale, por tu siervapídele, porque El en su bondad inmensa le guarde un lugarcito en el cielo, porque el infierno, Madre, loconoce tu sierva desde antes de nacer.

Con Carmen.La investigación. Octubre, 1993.

- No quiero hablar de eso.- Ni yo quiero violentar su privacidad. Tan sólo le pido algunas referencias de fechas, direcciones o

algo que me permita adelantar la investigación.- No es mi problema su investigación.- Le estoy pidiendo ayuda. No tengo casi datos. No sé cómo seguir.- ¿Usted es policía? ¿Es de la policía? Ya no estamos en dictadura, por si no se ha enterado.- ¿De la policía? ¡Pero qué tontería! Estoy haciendo una investigación sobre un escultor. Aunque no lo

crea, hay gente que se interesa en la cultura.- Periodista, entonces. Tampoco me interesa hablar con periodistas. Busque su columna en otro lado.

Acá sólo hay pobreza, miseria, desnutrición, indiferencia. - Tampoco soy periodista...- Mire esos niños, fíjese el frío que hace, observe como van calzados. Estuvieron así todo el invierno.

Lo que tienen es lo que se logra juntar en las ciudades, porque acá no hay más que miseria. Vienen a laescuela para comer, no se equivoque, no crea que vienen por la cultura. En Teoría de la Educación eso sellama "motivación por necesidad primaria": los niños vienen a la escuela para comer, sus padres losmandan porque no tienen comida para darles, ni ropa para vestirlos, ni saben qué hacer con ellos. Lesimporta un comino la alfabetización. Si quiere escribir de algo, escriba de esto que está viendo. Pero coneso no va a hacer plata, no; ni podrá siquiera vender el artículo. La pobreza no interesa, la pobreza no esverdad, eso no pasa en Uruguay, no existe. ¿Quién va a leer un gran diario para enterarse que los niños delnorte viven en la miseria? Esas cosas son para Ruanda, para Bangladesh, a lo sumo para el nordestebrasileño, pero no para nuestro Uruguay, tan culto, tan igualitario, con tan alto índice de alfabetización.Después de todo, acá están, en la escuela, la escuela vareliana, gratuita, democrática, laica, universal.¿Quién va a creer que acá hay miseria? Tonterías. Veamos mejor que ha dicho esta semana la Princesa deMónaco, cómo va el tenis en el abierto de Australia, si Fabricio Eduardo se dará cuenta finalmente de laimpoluta virginidad de Adriana Laura, no se pierda su telenovela preferida, martes y jueves veintiunatreinta horas en el gran canal. Ya ve, acá no hay lugar para un periodista.

- Le dije que no soy periodista. Trabajé en un diario durante doce años; lo dejé por algo semejante a loque usted está diciendo. No tengo trabajo fijo, vivo de estos sueltos que voy recogiendo por ahí con laayuda de la gente, muchas veces tan desposeída como sus niños. No me pasé mirando el mundo tras laventana. Mi tema ha sido muchas veces la miseria, material o moral, que son igualmente graves. Ahora, locrea usted o no, estoy trabajando para la Galería Fiori di Firenze, de Montevideo, que me paga para queaverigüe lo que sea sobre la vida de Marco Antonio Falcone, "Marc Antoine", un desposeído con quienusted vivió varios años. Si se aviene a contestarme alguna pregunta, el único daño que puede estar haciendoes ayudarme a ganar el sueldo. Me duele ver estos niños tanto como a usted. Sé que tiene razón en lo quedice. Admiro su sacrificio, pero no es usted la única que tiene sensibilidad.

- No admire nada. No hay nada que admirar. Hago solamente lo que me corresponde hacer como serhumano, un deber que es muy cómodo olvidar. No preciso que me admire a mí. Son estos niños los queprecisan atención, no usted ni yo.

- La galería para la que trabajo no nada en la abundancia; usted sabe bien que el arte no da mucho. Perovoy a hablar con la dueña para mandarles botas.

- Guárdese las botas. Por más que se precisen no me va a comprar con unas botas. Además, no tengonada de interés para decirle. No soy artista, ni siquiera público. Ya no me importa el arte.

- Le expliqué claramente para qué vine. Entiendo su negativa.- Usted no entiende nada.- No esté tan segura de que no entiendo nada. Marco Antonio Falcone realizó una obra que puede tener

algún valor, una obra que usted no conoce, que la galería está intentando rescatar con escasa o ningunaposibilidad de beneficio, si lo quiere saber. Usted conoció a Falcone, vivió con él, supo bien cómo era, quéhacía; usted no es mujer de superficialidades.

- No es asunto suyo cómo soy.

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- Naturalmente que no. Pero su vida está acá, a la vista de todos, mostrando a cada instante cómo esusted. No la molesto más. Nadie está obligado a revolver sus recuerdos. Pero dígame cuántos niños tiene,cuántos pares de botas precisa.

- Hay veinticuatro niños en total, tamaños del treintaitrés al treintaisiete, pero no se preocupe muchopor los tamaños, con la necesidad que hay...

- Serán veinticuatro pares, del treintaitrés al treintaisiete. No le puedo agradecer su amabilidad, pero sísu tiempo. Tenga usted un buen día.

- Espere.- ¿...?- Véame después que termine las clases. A las cinco. Vivo acá en la escuela. Al final de la calle hay un

almacén, le darán algo de comer.

El mundo de Carmen.La investigación. Noviembre, 1993.

- Creo que resultó porque traté de no preguntarle; la dejé hablar. Ella sabía lo que me interesaba saber;si quería, me lo iba a decir. Se entretuvo mucho hablando de su escuela, del presente; si no hubiera habladode eso, tampoco me hubiera contado nada.

- Los caracteres extraños... parece que eso te atrae.- La ayuda existe, sí. Ayuda de los gobiernos, los organismos internacionales, las organizaciones no

gubernamentales. Una ayuda que viene muy de arriba para los que estamos muy abajo. El descenso eslargo; en cada escalón, la ayuda se achica. Controles, gastos de administración, licitaciones a proveedoresreconocidos, pólizas de seguro, costos de transporte. Muchos ganan con la ayuda. Cuando llega abajo quedamuy poco; muchos sueldos internacionales se han pagado, mucho se ha malgastado, muchos han vivido dela ayuda. Pero hay que agradecer por el total; hay que decir gracias a todos los señores que han ganado conla ayuda, que viven de ella, que se reclinan en sus sillones anatómicos con el corazón tibio de altruísmo, uncalorcito que refuerzan, por si falta, echándose al estómago un café bien caliente, una ayuda en la laboriosadigestión de un almuerzo "ejecutivo" cuyo costo daría aquí para alimentar toda la escuela. ¿Cómo esposible vivir en medio de tanta mentira?

- Estuvo afiliada al Partido Comunista, cuando era poco más que una adolescente, por unos años.Después se desafilió; esta oposición burocrática también era mentira. Militó activamente en la izquierda,seguramente estuvo cerca de los grupos armados, eso no me lo dijo. No creía en la solución armada, ointuyó su fracaso. Por algunas cosas que mencionó, creo que el padre era militar.

- Yo voto por ellos, ellos votan por los candidatos de sus patrones, que les aseguran las condicionespara que los sigan explotando. En cada período eleccionario los políticos se acuerdan de los desposeídos:vienen en caravana, traen yerba, vino, chorizos, promesas; hacen un asado, hablan contra los opositores, laizquierda, el comunismo... no, no, acá nadie se enteró que ya no hay comunismo, no importa, la banderaigual sirve. Después se van; los patrones consiguen los sobres, los hacen repartir, todo sale bien. Se festeja,pero ya no hay vino, ni chorizos, ni nada. ¿Para qué gastar ahora? El candidato ya está elegido.

- ¿Cómo es que esa mujer permanece ahí, en medio de esa miseria, aislada de todo? Es seguro quepodría tener una colocación mejor. ¿Qué espera lograr? Ya no es joven...

- Le admiro... sí, ahora me va a permitir decírselo, le admiro la capacidad de ver cosas tan dolorosascon una comprensión tan profunda, sin caer en la catequización, en el proselitismo; el haber olvidado la tanfamosa "toma de conciencia", una quimera imposible de lograr mientras se la busque deliberadamentecomo tal.

- No, no realizo ningún proselitismo, ninguna actividad política. Todos saben que yo no soy de ellos,que no voto a los patrones, pero yo no les digo nada. Tan sólo intento educar: que sepan leer, que sepanhacer una cuenta, que sepan algo del mundo; si es posible, que lleguen a pensar con sus cabezas. Es loúnico que sirve. Porque ellos no creen en lo que ellos mismos hacen, ni creen en lo que les dicen. ¡Sisupiera usted de qué manera tan profunda, tan definitiva, no creen! Todos están convencidos de que lospolíticos roban, mienten, traicionan. No esperan ninguna ayuda, ni siquiera que los acomoden. Acá no llegani eso, no es necesario gastar un puesto público para ganar a nadie. Es el clientelismo político más baratoposible.

- El sentido de su vida parece ser esa lucha constante, sacrificada, sin esperanza; intentar que esos niñosmal alimentados puedan leer, puedan hacer cuentas... aunque sea para saber si les pagan bien el jornal.

- Es posible. En todo caso, vive, vive intensamente, deliberadamente hundida en ese mundo marginadopara siempre, sin aspiración alguna de trascender, ni de salir de ahí. Probablemente se jubilará... no, lajubilarán a prepo cuando le llegue la edad, sin que su vida cambie nada. Seguirá ahí, compartiendo eldestino de los que no tienen nada, hasta que termine sus días, rodeada por esa gente... acaso la que máscerca de ella supo estar.

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- Me maravilló durante años esa duplicidad de la mentalidad humana: saben que les roban, que lesmienten, que los traicionan, pero igual los votan. No son capaces de concebir un cambio. Aceptan sumiseria como una condición natural. El mundo es así, no puede ser cambiado. Por otra parte, en todos ladosestá pasando lo mismo. Cayó el mundo socialista, muchos perdieron esa fuente de fé. Una buena parte de laizquierda perdió su esperanza; la sociedad sin clases se ve mucho más utópica hoy de lo que se la veía en laRevolución Industrial. Pero del otro lado no van mejor las cosas. La derecha se define en buena parte enrelación a un opositor. Ya no tenemos enemigos, somos todos capitalistas, democráticos, justos,santificados, pero hay cada vez menos trabajo, las máquinas lo hacen todo, la reconversión laboral es otramentira. La religión dejó de ser hace mucho tiempo un sostén para el alma humana; la Segunda Reforma noaparece. ¿Qué valores tenemos para proponer a nuestros hijos? ¿La eficiencia? ¿La ejecutividad? ¿Laexcelencia? Ejecutividad, excelencia, ¿para lograr qué? No entiendo como alguien puede sorprenderse deque los jóvenes se droguen, se entreguen al sexo orgiástico, se suiciden, se masacren por el fútbol oingresen a su escuela con una metralleta a liquidar a sus compañeros, sus profesores, sus padres, ocualquiera que se les cruce en el camino.

- Era notable la diferencia que mostraba cuando tocaba los puntos personales. Ya no había energía enesas palabras. La fogosidad con que hablaba de la miseria, del engaño político, de la vida humanitaria,desaparecía cuando recordaba su propia vida.

- Al principio tomaba poco. Hizo la casa, él solo con un peón. Seguía con las esculturas, pero poco. Dioen hacer dibujos, proyectos para sus esculturas, supongo, porque la pintura nunca fue lo de él. Yo lo dejabasolo, trataba de no molestarlo. No me mostró lo que estaba haciendo; guardaba todo en un baúl. Nunca lequise tocar las cosas, a mí me interesaba él, lo quería a él; los trabajos ya me los mostraría cuando llegara elmomento; cuidaba su equilibrio como se cuida una copa de cristal. Trabajaba de noche; dormía de día,cuando yo iba a la escuela. Así estuvo por más de un año, sumergido en esos dibujos. Repentinamente,cambió su ritmo. Empezó a tomar por las noches, otra vez. Yo estaba muy deprimida. Aunque en esemomento no lo quería ver, supe desde entonces que todo había sido inútil, que todo se iría al carajo.

- No tengo futuro. Nunca voy a poder ver con los ojos lo que veo en mi cabeza. Tengo aquí las manos,tengo la fuerza, pero me faltan las piedras. ¿Habrá lugar en este mundo para mis creaturas?

- Varias veces dijo cosas similares. No me era posible saber de qué hablaba. Era raro, porque siemprehabía sido comunicativo con su trabajo. Ahora no decía nada.

- Soy lo que hacen mis manos. Si mis manos están quietas, pierdo la vida.- Yo no quería escuchar sus delirios de borracho. No me importaba interpretar lo que decía. Sólo veía

que estaba cayendo otra vez, cayendo, cayendo, cayendo siempre. Y yo con él.

Carmen contra su padre.Marc Antoine. Abril, 1968.

- No somos insensibles, la pobreza es algo muy lamentable, pero no se puede quitar al propietariolegítimo para alimentar vagos...

- ...explotados, esclavizados, rompiéndose el lomo para enriquecer a los capitalistas...- ... no hacen nada, son pobres porque no quieren trabajar...- ... tomando mate en los cuarteles, sin hacer nada útil para los demás...- ... enemigos afuera y adentro, las instituciones democráticas están amenazadas...- ... defendiendo el capitalismo, el privilegio, la explotación ... ¡serviles!- ¡A mí no me hablés así!- ... milicos, perros guardianes de los amos capitalistas...- ¡Carmen, por favor, a tu padre!- ... lo último de mi vida, ¡tener una hija comunista!Mudo de ira, perdido todo control, levantó sin querer la mano en ademán de abofetearla. En cuanto ella

vio el gesto saltó para adelante como una catapulta, irguiéndose sobre las puntas de los pies, los brazoshacia atrás, enseñándole la cara descubierta.

- ¡Eso! ¡Pegame! ¡Dale, pegame! ¿Así es como le dan a los presos, no? Así les enseñan los yanquis adefender la democracia, ¿no?

El hombre era una caldera a punto de estallar. Inmóvil, ardiendo de indignación, mantenía la manolevantada sin poder moverse, mientras su hija lo trataba de cobarde, sirviente, cipayo, fascista, torturador.Súbitamente se le desorbitaron los ojos, se le abrió la boca, empezó a escupir espumas de baba perdiendo eldominio de los miembros. Explotó con un crujido de rama seca. Se desplomó en un segundo del largo deuna hora, desmoronando interminablemente desde la altura, un gigantesco árbol del bosque tronchado en subase por la sierra de motor.

La madre y el hermano se lanzaron hacia el hombre unidos en un grito. Carmen quedó con el gestotrunco, inmóvil como de piedra. Vio el cuerpo debatirse en el suelo en medio de los vómitos, perdido el

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control de sus funciones, los órganos librados a su suerte, desbaratado el orden fisiológico de la vida. Noveía allí a su padre. Ella, con su cuerpo en regla, nada podía tener en común con ese retorcimientodesesperado de entrañas en busca de conciliación. No obstante, de ese montón de células desconcertadasprovenían las suyas propias, armónicamente coordinadas en un cuerpo firme, saludable, listo pararesponder a su llamado. Con sólo quererlo su voluntad, se convertiría en movimiento, sonido, gesto. Eso yano era posible en esa masa orgánica revuelta en el suelo como una víbora prisionera; en vano intentaban losseres sanos llamar a orden su incoherencia. Increíblemente, ese cuerpo había sido capaz de mantener sucordura fisiológica por años. En una prolongación temporal de ese orden sostenido, esa combinacióncelular había podido engendrar el cuerpo sano donde ella se reconocía a sí misma, el cuerpo que ahora lasostenía inmóvil como de piedra en un ademán trunco.

Un manotazo brutal había reinstaurado el caos. Esa desorganización de los equilibrios biológicos, eseamasijo informe, esa anarquía orgánica habían sido, segundos antes, un sistema integrado, una maravilla deestabilidad, un equilibrio de reacciones bioquímicas, un complejo autorregulado, estable por más de sesentaaños. Toda esa organización, conquista de miles de años de evolución, se había desintegrado en un vórticede espuma, como rompe una ola contra el malecón.

Retrocedió un paso. Oyó lejanamente hablar por teléfono. Gritos, corridas, sirenas, vecinos. Nadie laveía. Retrocedió otro paso. Entraron los enfermeros con la camilla. Se tiraron encima del cuerpo convulsocomo domadores sobre una fiera peligrosa. Otro domador echó los parientes para afuera. Retrocedió unpaso más. Lo colocaron en la camilla. Cuando se lo llevaban había chocado la espalda en la pared. Sumadre le gritó desde el confín del universo:

- ¡Mataste a tu padre!Quedó en la casa sola. El silencio anegaba la estancia como un océano de agua tropical. Ella había

reconocido el infarto desde el primer momento, pero no había hecho nada. Su padre podía morir; ella lohabía permitido, acaso provocado. Se vio de pie con el féretro delante, el rostro de su padre inmóvil en elextremo alejado de la caja, los familiares de negro a los costados, los ojos de hielo clavados en ella, la únicaen vestido de calle. Una luz lechosa de iglesia hacía emerger la cabeza de su padre desde el blanco de lamortaja, enmarcándole el rostro como una gola, los rasgos juveniles de la fotografía sobre la mesa de nochede su madre, sonriente bajo la gorra militar. Los familiares la miraban a ella, ella miraba los ojos cerradosde su padre, rogando para sí que no se abrieran, no sería capaz de enfrentar esta acusación, era ella la únicaen vestido de calle, todos los demás llevaban luto.

Una vecina la encontró sacudida en convulsiones, desgreñada, anegada en llanto, arañado el cuerpo desus propias uñas, atenazada en una crisis de nervios sólo conjurada bajo el fuerte sedante inyectado por laurgencia.

Ariel.Marc Antoine. Agosto, 1968.

El coronel García Castro no murió. El infarto lo retuvo dos semanas. Volvió a su casa conrecomendación estricta de llevar una vida tranquila, de evitar los disgustos. Carmen no lo había vistodurante la enfermedad; había buscado refugio en casa de unos tíos comprensivos. Un mes después su madrela fue a buscar. Se alarmó al ver lo desmejorada que estaba. No le hizo ningún reproche. No le importabaquién tenía la razón. Quería salvar algo del naufragio.

- Vení para casa. Tu padre está desesperado por verte. A pesar de todo.Carmen volvió a su casa. Su padre, desde su lecho de enfermo, la recibió como si volviera de un viaje.

Dos meses después el coronel estaba recuperado. Su vida de retirado era ya tranquila antes del infarto, nohabía muchos cambios para hacer, salvo evitarle los disgustos, algo muy difícil si no se pensabaestrictamente como él. Carmen pasaba mucho tiempo fuera; cuando estaba en casa se encerraba en sucuarto. Alguien le presentó un muchacho delgado, de hablar suave, rebosante de espiritualidad. Venía de laIndia envuelto en un karma tachonado de vedas, bodhisatvas, inciensos, pranayama. Dos semanas después,Carmen anunció su casamiento. La madre le rogó por Dios y todos los Santos esperar un poco, papá reciénestá recuperándose, un par de meses aunque sea, no lo conocés de nada. No quiso ni oír esas patrañas deburgueses. Ariel era el hombre de su vida, debía ser ahora o nunca, sus karmas eran afines, tenían las aurasdel mismo color.

La noticia fue filtrada en los oídos del coronel a través de una profusa espiral de circunloquios, tratandode transferir la carga de veneno en pequeñas dosis tolerables por el paciente. Sus allegados buscabanneutralizar la inoculación letal con cualquier antídoto, evocando seguridades inverosímiles, alimentandoesperanzas flojas, coloreando futuros desvaídos. El hombre, desorientado, empezó a alarmarse seriamente.Ante el temor de una crisis mayor, su mujer hubo de salir a la palestra: Carmen se casa en dos semanas, elmuchacho se llama Ariel, estuvo en la India. El coronel no mostró reacción visible, como si en el mundo nohubiera nada nuevo para él. Cayó en un silencio interminable. Nadie osó interrumpir. Lo miraban desde la

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distancia, la cabeza envuelta en el humo del cigarrillo, un volcán listo para entrar en erupción. Varios díasdespués, emergió de su reflexión con un juicio sumario.

- Insólito.No volvió a mencionar el tema, ni a permitir hablar de él en su presencia.Vistieron el casamiento como mejor pudieron, tratando de evitar el rumor inevitable: seguro se casa

embarazada, qué apuro puede tener, al padre le dio el infarto cuando se enteró, no querrá mostrar la pancitaen la iglesia, no se casa por iglesia, igual sería una vergüenza, no le debe importar, esa muchacha nuncatuvo mucha cabeza, a toda mujer le importa. No sólo no estaba embarazada; ni siquiera había tenidorelaciones. El Universo tiene un ritmo, el metrónomo del ser debe sincronizar con él; es preciso disciplinarel cuerpo, asentarse por la meditación, propender a la natural comunión de las almas; la amalgama de loscuerpos será la consumación final.

Tres meses después se había separado. La comunión de las almas había sido sólo parcial, las auras erandel mismo color pero de diferente textura, chirriaban al restregarse; cada uno seguiría los inefables dictadosde su karma siguiendo el tictac del Reloj Universal. Ariel pasaba largas horas durmiendo; cuandodespertaba, consumía su tiempo fumando marihuana, leyendo el Rigveda, tocando en la cítara tresmonótonas notas repletas de significado. El trabajo occidental no era conveniente para el desenvolvimientode su vida espiritual. Su familia no le daba dinero; vivían del sueldo de Carmen, de las ayudas de su madreescamoteadas del arqueo de su esposo. Cuando ella llegaba del trabajo él la esperaba con una cenamacrobiótica de arroz integral, un puñadito, hierbas cocidas, un puñadito, hierbas naturales, unas briznas,agua de ciruelas, un vasito, pan integral, un trocito, té aromático, una tacita. Cenaban en armonía espiritual,masticando veinte veces cada bocado, mientras la varita de incienso destejía su hebra aromáticaascendiendo en espiral. En unas semanas, la pérdida de peso, la sensación de cansancio permanente, ladepresión anímica, la llevaron a considerar esta dieta poco adecuada para una vida laboral.

Ella intentó comunicarle, por artificio de ingeniosos argumentos indirectos, la necesidad de unadelicada pero posible conciliación de la vida espiritual hindú con las necesidades de nutrición impuestaspor la cultura occidental, una sociedad malamente desviada hacia el trabajo, donde era preciso comprarcada momento de meditación. El la escuchó benevolente, munido de paciencia, enseñando una búdicasonrisa de comprensión. El Gran Vehículo, reservado para almas capaces de sacrificio, no era para todos;no se trataba de vergüenzas ni menosprecios, sólo cuestión de karma; ella debía iniciarse en los principiosdel Pequeño Vehículo, más apto para las almas simples, a quienes era necesaria la redención por el trabajo,una forma de esclavitud necesaria para alcanzar la libertad verdadera. Tratándose de una mujer, el PequeñoVehículo era lo único, lo más adecuado. Cuando ella hubo expuesto sus dudas, él volvió hacia ella susatractivos ojos de vidrio. La observó largamente, en contemplación brahamánica, envuelto en una nube demarihuana. Dejó luego caer en suave goteo las palabras, bañándola en un bálsamo de paz, envolviéndola ensu voz seductora, articulada en las cuerdas vocales del más allá. La fue instruyendo con paciencia,concediéndole tiempo para dejar planear las ideas hacia el fondo de su conciencia, así descienden las hojasdel árbol a la tierra cuando llega del otoño. El se ofrecía a ella en su totalidad: todo su ser era ejemploabsoluto de una vida pura, una roca blanca en el medio del lago de la putrefacción occidental. Su vida todaera una flecha apuntada, inequívoca, en recta dirección, hacia el único Gran Objetivo del Hombre: laTrascendencia.

El fue siempre bondadoso con ella. En todas las peripecias de esos meses jamás perdió la calma, nuncacedió al desequilibrio, la ira, la arbitrariedad. La trató, en todo momento, con la mayor suavidad. Nuncadejó de esperarla con la cena macrobiótica, de liarle los cigarrillos de marihuana, de leerle pasajes simplesdel Rigveda. Cuando ella lo acusó de vividor, de drogadicto, de impostor, de mantenido, de imbécil, él semantuvo distante, brahamánico, bodhisatvático, aún en el difícil último momento cuando ella, en medio deuna cólera furiosa, con el aura rojo fuego, le gritó a voz en cuello desde la mitad de la escalera, lo mejorque vos podés hacer por el bien de los demás es meterte la sacrosanta cítara en el culo.

Te digo como sos.Marc Antoine. Enero, 1969.

- ¿Cómo te llamás?- María del Carmen. Pero me dicen Carmen.- Mejor. Mucho mejor.- ¿Por qué?- Por la Carmen de Bizet.- ¿Conocés a Bizet?- Personalmente, no.- ¡No seas pavo!- Georges Bizet, músico francés, compuso la ópera "Carmen", la suite "La Arlesiana", la ópera "Los

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Pescadores de Perlas". Murió pobre, ignorado; el mundo no fue capaz de apreciar su música. Mientras losimbéciles te reconocen se te va la vida. Si vas a ser famoso, mejor antes de morir, ¿no te parece? Pero no esnada fácil conseguir el reconocimiento de los imbéciles, que se den cuenta de quién sos.

- ¿Por eso te firmás "Marc Antoine"? ¿Para llegar más rápido a la fama? ¿No sería mejor "MarcoAntonio"?

- No, de ninguna manera.- ¿Por qué no?- Parce que je suis ami de Bizet.- Tus piedras no están mal, las formas están bien dadas, pero ¿qué significan?- ¿Qué querés que signifiquen?- Yo no quiero que signifiquen nada. Quiero saber qué significan, qué quieren decir las piedras de por

sí, no quiero inventarles nada. El autor debe saber por qué las hizo. Si no sabe lo que quiso decir, o si noquiso decir nada, no es un verdadero artista. El artista debe tener un objetivo, una razón de ser. Estaspiedras, ¿sirven para algo? ¿Mejoran el mundo? ¿Ayudan a la gente a entender? ¿Le hacen bien a alguien?Si con tus piedras no pasa nada de esto, mejor dedicate a otra cosa. Algo más productivo, más útil para losdemás.

- Estas piedras significan lo que vos quieras que signifiquen. Yo, autor, compongo una pieza según lasiento, una forma abstracta, alejada de lo cotidiano, de la contaminación de lo cotidiano. La coloco frente avos; ahí termina mi labor. Vos la mirás, la tocás, la apreciás según la sientas; verás tu interior volcado en laforma como en un recipiente esterilizado, una emoción estética tuya propia, libre, sana, sin la deformaciónenfermiza producida por los gérmenes de la vulgaridad. Esa piedra es un continente puro para un contenidoespiritual tuyo. Si cuando la mirás no te dice nada, si cuando la tocás no sentís nada, es porque no tenésnada tuyo para poner en esa piedra. En ese caso, para vos, no tiene sentido su existencia. Esas piedras dicenlo que cada uno es capaz de decir.

- ¿No te parece demasiado pretencioso de tu parte?- Sí. Es muy pretencioso. Pero es así.- Yo no dije que no tuviera ningún sentimiento que poner. Dije que yo no quería poner nada en esa

piedra. Quiero saber qué puso el artista. Si no te molesta, si te da la gana explicarlo.- ¿Qué te parece que puso el artista?- No sé, no se vé. Por eso te pregunto.- Eso no se puede preguntar. Hay que descubrirlo, acercándose al artista, conociéndolo, amándolo.

Deberías empezar por hacer el amor con el artista.- ¡No seas grosero! No me interesa el artista. Me interesa el arte.- Entonces, ¿qué importa lo que puso el artista? La obra está ahí, el fenómeno artístico se da entre la

obra y el espectador.- Pero esas formas no dicen nada. Nadie ve nada ahí. Si te dicen que ven algo lo están inventando.- Eso no tiene nada de malo.- ¿Ah, no? ¿Vos esculpís esas piedras para que venga cualquiera e invente lo que sea? - Más o menos, sí.- ¿Vos no tenés nada para decir, nada tuyo?- Tengo mucho para decir, tengo mucho para decirte a vos. Vamos a tomar algo.- No me interesa ir a tomar nada contigo. Sólo quería entender lo que hacés, pero si no me querés

explicar...- Sí quiero explicarte. Muchas cosas, no sólo las esculturas.- Sólo me interesan las esculturas.- ¿Qué esperás ver? ¿Algo con significado? ¿Una cara, una madre amamantando un niño, un hombre

con un pez, un héroe a caballo?- ¿Me tomás por una imbécil?- No, en absoluto. Te estoy tratando de mostrar algo...- ¿...qué?- Las imágenes conocidas no van a ser capaces de decirte nada nuevo, no van a hacer surgir en vos nada

nuevo, nada auténtico, nada verdadero. Porque todos los objetos, las imágenes, las cosas reconocibles estántotalmente desgastadas; cada cosa tiene como un cartel colgado, "yo soy una madre", "yo soy el héroe", "yosoy la santa". Para cada objeto exterior hay una frondosa asociación adentro tuyo. Quedás aprisionada enarquetipos conocidos, manoseados, vulgarizados al extremo. Las asociaciones nos han corrompido elespíritu; nos han dejado ciegos a todo, sólo sabemos leer el cartelito colgado. Los verdaderos artistasestamos hartos de animales disecados. Buscamos, con el aliento que nos queda, encontrarnos de nuevo conla vida.

- Está bien esa búsqueda; pero no todo es la imagen, el arquetipo, el cartelito colgado. También está laforma de presentarla, la técnica de ejecución, la expresión, qué se yo. Es posible convertir lo archiconocidoen algo completamente nuevo.

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- ¡Bien, bien! ¡Muy bien! Deberías realmente venir a tomar algo conmigo.- No insistas. Seguime explicando lo que hacés.- Tomá una forma cualquiera. Una teta por ejemplo...- ¡Te dije que no fueras grosero! Si seguís con las groserías me voy.- Bueno, un seno, entonces. Separado de todo, como forma, nada más. ¿Qué puede decir esta forma? En

el exterior, es la nada. La nada empieza a girar, lentamente, así; luego algo surge, se eleva con suavidadextrema, siempre girando, girando como la espiral de una galaxia, así; se va acercando, un poco en cadavuelta, va trayendo algo desde la nada, como venimos nosotros de la no existencia; crece, acercándose, así,redondeándose en la forma, vagamente semejante a un cono, sufriendo, encantadoramente, la curvaturaaxial de la atracción gravitatoria, así; dejemos ahora entrar la forma en nuestro espíritu por el tacto,comenzando a acariciar desde los bordes, desde la nada, remontando con la yema de los dedos la curvaturahacia el ansiado centro...

- ¡Basta de idioteces! ¡Qué vulgaridad! ¡Me voy!- ¡No, esperá, no te enojes! La escultura no es sólo para ver, no se aprecia sólo con la vista. No tiene

mucho sentido tocar un cuadro; tocar un poema, menos. Tampoco vas a ir a tocar a un actor, o a unacantante... aunque pensándolo bien... En cambio, sí se puede, sí se debe, tocar una escultura. Nuestrasensibilidad táctil está dormida.

- Sabés bien por qué me enojé.- Fijate el viejo ese sentado en el banco, de espaldas al mar, mirando la calle. El mar no le fascina, no le

dice nada. A él le importa la calle, las mujeres que pasan, lo que piensen de él, de su pose, de su vestimenta,de la forma como se atusa el bigote, miralo bien, primero uno, después el otro, ¡qué distinción! Como cruzauna pierna sobre la otra, adelantando el pie, para mostrar los zapatos lustradísimos, caros, la media,finísima, rombito rojo, rombito verde, ¡qué primor! Una estampa inigualable. ¡Y la cara! ¡Qué caaaara! Esacara lo vende solo.

- ¿Qué le ves en la cara? Una cara de viejo chocho, nada más.- Mucho más. El tipo tiene plata, no mucha, pero algo; no quiere a nadie, por supuesto, sólo a sí mismo,

a esa imagen que está mostrando. Le gusta ser adulado, especialmente por las mujeres; le gusta jugar deirresistible amante latino con fondo de bolero o de cumbia... no, más bien de cumbia, de cumbia picante; elbolero es demasiado sentimental para él; de tango ni hablar. Ahí lo tenés, yéndosele los ojos a las piernasde esas dos niñas; seguramente aspira a desvirgarlas, con pollerita puesta y todo. Mirá, mirá la fineza almover el pañuelito, como si tuviera mocos de nácar... no, no, es para limpiarse la baba en la esquina de laboca. La basura desborda el tacho.

-...- Una mujer decidida le puede sacar muchos pesos. Es uno de esos capaces de pagar por los azotes, una

amazona vestida de cueros negros con muchos breteles, como debe haber visto en las películaspornográficas.

- ¡No sé cómo podés inventar tanta pavada! Para vos todas las caras deben decir lo mismo.- La tuya no dice lo mismo.- ¡No quiero ni saber...!- Es hermosa.- No es un rasgo de personalidad.- De eso no puedo decir nada. Todavía.- ¿Cómo? ¿Mi cara no le informa al señor sabelotodo?- No, porque sos mujer. La cara de una mujer no muestra su verdadera personalidad. La cara de una

mujer da una imagen superficial, diferente, muy diferente. La cara de una mujer siempre miente.- ¿Pensás que todas las mujeres mienten? ¿Serás tan perseguido? - No, no son las mujeres las que mienten, sino sus caras. Las mujeres son más derechas que los

hombres, más confiables, más sacrificadas, más buenas, más fieles. Las mujeres son lo mejor de laCreación. Hay cosas en una mujer que siempre dicen la verdad.

- ¿Qué cosas de una mujer dicen siempre la verdad?- Las tetas. Vení, mostrame una teta, así te digo cómo sos.

Todo corazón.Marc Antoine. Marzo, 1969.

- ¡No me persigas más, entonces! ¡Quedate con ella!- No me interesa. No me importa.- ¡Pues parece que te importa bastante! ¡Te fuiste corriendo a encamar con esa vieja! - ¡No me importa! ¡No me importa nada! ¡Vos me importás! Sos la única mujer que me importa de

veras.

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- ¿Por qué te acostaste con ella, entonces? ¿Para sacarle plata? ¿Para aliviarle la soledad, con tu imagende artista trágico? ¿Para que te compre unas esculturas? ¡Qué asco!

- ¡No digas sandeces!- Claro, ya sé. Te fuiste a a acostar con ella para mostrar lo mucho que te importo. - Tenía unas copas de más, ya te lo dije.- Muchas veces tenés copas de más. - Porque estoy solo.- No parece. Allá la tenés a ella, esperándote en su apartamento de lujo. Apuesto que te hace subir por

el ascensor de servicio, el de los proveedores.- Estoy solo porque vos no estás conmigo.- ¿Cómo puedo estar contigo si en cuanto me doy vuelta te encamás con cualquiera?- Tenía unas copas de más. Y estaba solo.- Pues vas a seguir solo. Dejá de perseguirme. ¡Andate, dejame sola! ¡No quiero verte más!- No. No puedo dejarte sola. Te voy a perseguir hasta el fin del mundo, porque en vos me va la vida.Caminando por la rambla de Pocitos la necesitaba, la necesitaba de veras, ella era para él lo constante,

lo estable; le marcaba el rumbo como la lucecita aquella de esa boya allá a lo lejos, derecho donde apuntami mano, cuando se prende, ¡ahora!, te muestra donde estás, su luz no te abandona nunca, podés contar conella, ¡ahora!, como esas llamas encendidas para siempre en los altares de los santos. Caminando bajo la luzamarilla de sodio ella no era un relámpago más en las muchas tormentas de su vida, sino el fin de latormenta, el cielo claro, el fresco de la mañana, la luz del día; la necesitaba cien veces, a ella sola, parapoder ser. Se hallaba ahora sobre los baldosones de granito de la rambla ante algo grande de verdad, untrabajo fabuloso, lo tenía en la cabeza, algo impuesto sobre él como caído del cielo, una enorme revelacióninforme, abstracta, demandante, absorbente; la precisaba junto a él porque eso le asustaba, era demasiadopara un hombre solo, no sería capaz de vivir sosteniendo todo ese peso como Atlas sostenía la Tierra.Caminando a la vera de la negrura del mar él había llegado al mundo para estampar formas en la piedra,mensajes de los dioses portadores de la luz para los ojos miopes de los hombres. Bajo todas las estrellas dela noche ella estaba en el mundo para cuidar de él, su trabajo era soportarlo, atenderlo, darle su cariño, tanfalto como estaba; enderezarle el rumbo, perdonarlo mil veces si fuera necesario, impedirle perderse encaminos estériles, alegrarse con él en todas las buenas, sufrir con él todas las tristezas, estar siempre con élen todo momento toda la vida. Caminando sofocados en el aire caliente de la noche estival ella debía ser suguía, llevarlo de la mano, sostenerlo, levantarlo cuando se cayera, hacerle comer cuando se olvidara,dándole de a cucharadas en la boca si fuera necesario, porque en el fondo él era como un niño perdido enun mundo de hombres sin alma; él no era capaz de vivir solo, alguien debía alimentarlo, abrigarlo, cantarleantes de dormir, despertarlo en la mañana, hacerle oír el canto de las gaviotas en la escollera. Caminandomientras la atraía junto a sí con su mano grande había empezado una persecución, una cacería, una misión,viajaría muy lejos, iba en busca de un bálsamo necesario a los hombres, él lo debía traer, unas gotas en ungrial, la concentración en esa empresa le impediría por completo ocuparse de sí mismo. Si ella no estaba ahípara sostenerlo en ese horizonte de mar rayado por el alba él se caería sin remedio, se derrumbaría su granobra, se vendría al suelo fatalmente todo ese mundo mágico, extraterreno, misterioso, difícil, divino,entrevisto en la bruma de los sueños. Mirando al suelo sus zapatos avanzar le dijo finalmente, con el alientoexangüe de un globo desinflado:

- Yo soy todo corazón, preciso una mujer sólo para mí.

Las primeras piedras. La investigación. Noviembre, 1993.

- Te fuiste hasta Artigas, así no más...- Sí, claro. ¿Cómo podía entrevistarla, si no? Un pueblito de mala muerte, pocos habitantes, una miseria

espantosa, la gente hablando prácticamente en portugués.Silvana tenía puesta una túnica clara. Se la veía muy distinta fuera del escritorio, del ambiente sobrio,

cuidado, de la galería. Levantaba las piedras, les quitaba el polvo con un pincel, las examinaba a la luz,cambiaba de ángulo, seguía las formas con los dedos. Iba anotando sus observaciones mientras hablaban.Fernando la contemplaba tirado en una silla, como un cazador de pieles llegando a tasar las piezas abatidasde un tiro en el ojo: una docena de piedras, unas treinta fotos, algunas hojas escritas a máquina.

- Nada muy bueno, como ves. Los relatos pueden ser un poco más interesantes.- Seguramente porque el autor les habrá agregado de su cosecha, ¿o no?- También sé trabajar en serio.Había recorrido todos los edificios donde había hecho murales, las casas de pensión donde podría haber

vivido, los cafés cercanos, los domicilios de quienes podían haberle conocido. La mayoría no recordaban,no vivían más ahí, no le abrían la puerta, suspicaces ante el carnet de periodista o anticipando una venta a

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domicilio. De un basural al fondo de una casa de pensión había rescatado unas piedras; la dueña habíaofrecido resistencia por las dudas, sin lograr olfatear ningún valor, pero había sido necesario ablandarla conunos pesos, están acá en mi casa, no se las puedo dar así no más, está bien, haré una excepción, después detodos estos años nadie tiene derecho a reclamar, mire si uno va a guardar toda la mugre de los inquilinos.En el ambiente artístico era desconocido por completo. De los archivos de los diarios había rescatado mediadocena de artículos fechados entre 1965 y 1971, seguramente escritos por el propio Falcone imitando elestilo crítico de los periodistas, autoentrevistas donde él mismo elegía las preguntas en función de lasrespuestas. Era una práctica usual en los diarios. Con unos pocos retoques, el periodista obtenía un artículo;el artista se publicitaba con poco haciendo trabajo ajeno. Los artículos en sí eran tan insustanciales comomuchos de la especie. Un par de fotografías aportaban un rostro alargado, flaco, de ojos inquietos, el pelocayéndole a la mejilla, los bigotes curvados hacia abajo, un aire de taita, rufián, burlador o espadachín.

De sus obras de ese período, sólo quedaban los murales en los vestíbulos de los edificios. Los habíavisto todos; sólo uno no había podido fotografiar. El portero, celoso de su cargo, se negó rotundamente.Estos murales eran altorrelieves modelados con argamasa, probablemente cementada; con más de veinteaños, estaban intactos. En color natural, blanco marfil o blanco tiza, los motivos parecían sacados de LasMil y Una Noches, seguramente atendiendo a los gustos convencionales de los propietarios. Dos murales alexterior, uno en una comisaría y otro en lo que había sido la Oficina de Inteligencia del Ministerio delInterior, eran en gris, probablemente por el mayor contenido de cemento exigido por la intemperie. Estosdos trabajos probaban, según algunos, su colaboracionismo con el gobierno de extrema derecha predecesorde la dictadura militar. Sus motivos indianos conformaban las limitadas concepciones estéticas de lamentalidad castrense, obligada a exteriorizarse en imágenes simples de supuesta identidad nacional.

Los relieves eran todos buenos trabajos, los arábigos mejor que los indianos. Más allá de la técnica,irreprochable, lograban una expresividad particular: había un dejo nostálgico en esas imágenes blancas,reminiscencias de cuento infantil, un refugio en la inocencia; elevaban una tibieza interior. No podríamucho más un artista contratado por la burguesía de cultura media, tan lejana de aquella vieja, perdidaaristocracia terrateniente, eclesiástica o militar que alimentara tantos artistas de calidad en los años delRenacimiento.

Aún los murales no parecían igualar las esculturas de San Pedro, a juzgar por las fotos tomadas porSilvana. Las formas de San Pedro eran zoomórficas, humanoides, mitológicas, fantasiosas; pero el artistamostraba una mano segura, una fuerza determinante. Podrían parecer extrañas, caprichosas o sorprendentesal espectador, pero era patente su fidelidad a la imaginación exaltada que las había pergeñado. Las piedrasobtenidas eran anteriores, de su período de Pocitos: abstractas, redondeadas, caprichosas también, pero sinsentido suficiente como para conmover. Podía admirarse la técnica, cierta estructura en la composición,pero no había pasión en esas piedras. Una delicada pero vacua ocupación del espacio.

Las fotografías proporcionadas por Carmen eran más de esto mismo. Estaban descoloridas, algunasmanchadas; tenían también más de veinte años. Sin proponérselo, Fernando había logrado ganar a Carmenen algún sentido: ella había terminado viendo en él otro marginado de la sociedad, de una especie diferentea la suya propia, pero también apartado de la multitud, sin puesto fijo, capaz de ganar su sustentotrabajando con sus manos en un taller, escribiendo artículos sobre otros marginados. A él le habíamolestado la conducta naturalmente agresiva de Carmen; había ya perdido esperanza de obtener algo deella. La forma un tanto orgullosa de Fernando al mostrar su enojo, tan contraria a la insistencia zumbonadel periodista típico, hizo cambiar la actitud de ella. Compartieron el mate, le ofreció pan casero conmanteca. No esperó ser preguntada. Habló como quiso, con algún orden interior. Fernando la escuchóatento, interviniendo lo menos posible, devolviendo él también, olvidado de entrevistas, alguna opiniónpersonal. Unos cuantos niños seguían en la escuela pasada la hora; jugaban, dibujaban, miraban desde lejos.Las gallinas se paseaban a prudente distancia. Un perro de color terroso apareció por algún lado, dio unasvueltas en torno a él, husmeándolo con calidad profesional; cumplido su menester, se retiró con el trotecitofirme de quien sabe con certeza donde va. Un corderito guacho balaba de tanto en tanto.

- Lléveselas. Pueden serle útiles para su investigación. A mí, acá, no me sirven para nada. No tiene quedevolverlas.

Silvana las examinó una por una. Las había hecho montar sobre cartulinas. Ahora las numeraba en unalucha ciega contra la arbitrariedad.

- Quién sabe en qué orden las habrá trabajado. Qué período abarcarán.- Se fueron a San Pedro en el 72, eso me lo dio seguro. Las fotos son anteriores, un par de años,

digamos. En cuanto al período, es más difícil; no sabemos cuánto tiempo llevaba ya en eso.- No las quiero para nada. No sé por qué las guardé durante todos estos años. Las sacó mi hermana;

tenían con el marido un tallercito de fotografía, hacían unos pesos, se querían casar. Después se fueron aCanadá. Hace años que no sé de ellos.

- ¿Por qué se separaron? Ella estaría harta de las borracheras, supongo.Fernando, oculto tras una máscara de indiferencia, le había hecho la pregunta con la mayor naturalidad,

sin disculparse por la intromisión para no destacarla.

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- Alguna vez, él... ¿llegó a agredirla físicamente?Podía estropearlo todo. Se preparó para la terminación de la entrevista, una explosión de ira, un alud de

vituperios justificados. Se encontró frente a otra máscara tan inexpresiva como la suya propia, los ojosduros fijos en él, dispuestos a sostenerle la mirada hasta el último segundo de la eternidad. Ya fuera en larealidad o por previsión imaginada no pareció estar enfrentando la pregunta por primera vez. Contestó convoz firme, articulando la respuesta con cuidado, bien audible, como ante el tribunal:

- No.Fernando supo que mentía, ella supo que sabía, pero la respuesta había sido ésa, no habría nunca otra,

no existiría la delación, no habría ninguna confesión, esta puerta está cerrada, no destapemos las ollaspodridas.

- La mujer no sabía que había muerto. Lo suponía, claro, pero no le había llegado la noticia. Mepreguntó cómo había sido.

- No sé. Nadie lo sabe.- No dijo nada. Se quedó mirando el horizonte.- Seguro lo habrá querido. Las mujeres son... somos, así de estúpidas.El polvo se levantaba en el aire seco. El ominibusito local, amarillento, destartalado, se detuvo en

medio de chirridos. Fernando le extendió la mano.- Le agradezco sinceramente. Ha sido un hallazgo conocerla.Carmen le tomó la mano atrayéndolo hacia sí. Lo besó en las dos mejillas, a la usanza brasilera.- Si se llega a publicar algo... no sé, un folleto, o algo... mándeme un ejemplar.- Tiene mi palabra.

Visita de Rosario.Marc Antoine. Mayo, 1969.

Carmen había ido a vivir con él a su casa taller, en el subsuelo enterrado media altura de una viejacasona, señorial en otros tiempos. El soterrado abarcaba toda la planta edificada. Se accedía descendiendocuatro o cinco escalones. Un riguroso damero de columnas sostenía una cuadrícula de vigas de hormigóncontra la losa del techo. El baño, grande, anticuado, resultaba del cruce de paredes construídas entre lascolumnas. La cocina no llegaba a delimitarse completamente, abierto uno de sus lados al gran ambientegeneral. Como una concesión a la arquitectura de casa habitación, dos paredes generosas delimitaban unahabitación grande sobre la esquina noreste, oficiando ese espacio de dormitorio. El resto del local aceptabasin protestas cualquier función que sus habitantes le quisieran asignar.

Carmen llevaba instalada allí unos meses cuando recibió la visita de su hermana menor, única de lafamilia a quien participó de su unión con Marco. Por ser la menos prejuiciada, sería acaso la únicadispuesta a conocer su nueva residencia.

- Por lo menos es independiente. La dueña vive arriba, una vieja medio sorda, más otra vieja igual. Nojoden para nada. Con tal que les paguemos el alquiler, nos dejan vivir.

María del Rosario la encontró contenta, muy mejorada con respecto al año anterior; había quedado muymal después de la separación de Ariel. No había querido volver a la casa paterna, se había ido a vivir a unapensión, sin ayuda alguna, con su sueldito del hospital. Ahora se la veía más repuesta, con mejor color;había vuelto a ser la Carmen enérgica, alegre, temperamental, como había sido siempre. Rosario compartíamás discretamente la lucha de su hermana mayor en el ambiente familiar, donde las preferencias ibaninvariablemente hacia los hijos varones. Las hijas mujeres debían contentarse con ser secretarias,profesoras, esposas de hombres dignos, madres de varios hijos. Carmen había hecho un curso deenfermería, bien, pero Rosario estaba estudiando medicina, mal, una carrera demasiado larga, podíacomprometer la puntualidad de la descendencia, rol primario de la mujer. Rosario había logrado ciertatolerancia por su forma retraída, sus hábitos convencionales, un novio casi contador. Jorge era unmuchacho agradable, un poco tímido, socialmente irreprochable, muy del gusto de la madre, no tanto delpadre, quien hubiera preferido para su hija alguien más dominante, más cercano a su arquetipo de hombrede la casa. Pero Rosario se había mostrado reticente en temas de pareja, no se deslumbraba por ningúnmuchacho, era difícil de conmover. Algo le había atraído en Jorge; no había nada en contra del muchacho,era mejor dejarla seguir por esos carriles. En poco tiempo él estaría recibido, se casarían, vendrían los hijos;Rosario permanecería en su casa, las cosas se encauzarían como siempre se habían encauzado; esta hijamenor le daría al menos una alegría, le compensaría en parte los sinsabores de la otra. De los muchachos nohabía de qué quejarse; sólo era necesario velar por mantener sus cabezas frías, a salvo de las artimañas dealguna chica advenediza a la pesca de un buen partido, munirlos de dinero para comprar sus diversiones,aplacar sus instintos en el burdel, nunca falta alguna buscona dispuesta a embarazarse en pos de uncasamiento por encima de sus expectativas. Si los muchachos se casaban antes de recibirse, adiós carrera.El coronel García Castro había visto esto muchas veces. Estos peligros acechantes minaban su tranquilidad.

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Rosario y Jorge habían conocido a Marco en una exposición de la Alianza Uruguay Estados Unidos,donde exhibía unas piedras. Más allá de algunos comentarios un tanto zafados que habían hecho enrojecer aJorge e indignar a Rosario, no habían tenido mayor trato. Carmen les había advertido sobre su modonatural, te dice las cosas tal cual son, como las siente, no está para falsedades; te podrá chocar un poco alprincipio, nos inculcaron un comportamiento muy artificial, es más sano expresarse así, como él,directamente, decir lo que tenés ganas, hablar como te salga, no quedarte con entripados, se te envenena elalma.

- Pasen al fondo, Marco está trabajando, yo ya voy.Avanzaron hacia el fondo tomados de la mano. El desorden, la acumulación de objetos, era colosal.

Sólo mirando al techo podía el ojo evitar el embate de la avalancha: piedras a medio trabajar, herramientasde todo tipo, dibujos a lápiz, libros destartalados, platos sucios, vasos usados, ceniceros llenos de puchos,botellas vacías, bolsas de papel, prendas de vestir, fundas de discos fonográficos, revistas de actualidad,cubiertos de diferentes juegos, accesorios eléctricos, cajillas de cigarrillos, montañas de diarios viejos,piezas de grifería antigua, tablas de madera, rollos de alambre, cuadros manchados por la humedad. Todaslas categorías de objetos producidos por el hombre estaban allí extensamente representadas, conviviendoalegremente en democrática confusión. La luz, entrando por las ventanas contra el techo del medio sótano,se difuminaba en miríadas de partículas de polvo, velando el pasaje hacia el fondo en una nieblaamarillenta. Se dirigieron hacia el hueco de la puerta abierta, subieron cinco escalones, salieron al patio.

Las piedras lo tapaban todo. Una explosión magmática parecía haber eyectado los trozos de roca desdelas entrañas de la tierra, dispersando en el aire su lava ardiente; solidificada al contacto con la atmósfera, lamateria ígnea había concretado enormes goterones, inundando el patio de una lluvia ciclópea. En medio delcráter, Marc Antoine, el torso desnudo, el pantalón vaquero recortado a media pierna, las greñas escapadasbajo el sombrero gacho, machacaba la piedra con la furia de un homérico Vulcano de arrabal.

Se quedaron mirando como trabajaba. Cesó de golpear. Los brazos empezaron a moverse como los deuna locomotora: rasqueteaba algo. Sin volver la cabeza, sin dejar de trabajar, gritó:

- Llegaron, ¿eeh? Acomódense por ahí, por donde quieran. No me manchen el tapizado, que es debrocado flamenco; las sillas son de estilo Tudor, "Tiudor", pronuncien bien el anglosajón, latinos incultos.Bueno, si no encuentran las sillas "Tiudor" echen el culo encima de alguna de esas piedras, no les va apasar nada. ¿Qué pasa? ¿Les asusta sentir una piedra en el culo? Elijan una bien plana, así no se les parte lamoral. Rosario, ¿te asusta que una piedra te toque el culo? ¿No? Después de todo, una silla también les va atocar el culo. Jorge, ¿te molesta que una piedra le toque el culo a Rosario? Mejor apoyá vos el culo en lapiedra, Rosario apoya el culo encima tuyo y los dos contentos!

- Estamos bien, no te preocupes.- No se queden ahí parados, che. Dejen las cosas por ahí, en ese quilombo. Qué, ¿qué les pasa? ¿Qué,

nunca vieron un quilombo? Vos, Jorge, ¿nunca fuiste a un quilombo? Rosario, ¿no te contó nunca si fue aun quilombo? ¡Huy huy huy, nunca fue a un quilombo! ¡Quééé cooosa! ¿Cómo no vas a ir a un quilombo?Rosario, ¿no te parece que tendría que ir a un quilombo?

- ¡Marco!- A ver Carmen, ¿a vos no te parece que Jorge tendría que ir a un quilombo? Así después le enseña

cómo se hace. ¿Cómo se las van a arreglar, si ninguno de los sabe cómo se hace?- ¡Marco, basta de groserías!- Grosero, grosero, estoy hablando de cosas importantes, importantes, muuuy importantes...Y arrancó de nuevo con los golpes. Carmen había arreglado un rincón para que se pudieran sentar.

Entraron los tres. Al rato llegó Marco.- Tomate un vino. ¿O preferís whisky? Acá hay de todo. Tomate una. ¿O es que tampoco tomás

alcohol? No vas a los quilombos, no tomás alcohol... decime, ¿qué carajo hacés en la vida? Rosario, ¿quécarajo hacen de la vida? Apuesto a que cogen vestidos, con pijama y todo eso. ¡No me digan que tampococogen! ¿Cuando se casan, che? Cásense de una vez, así por lo menos pueden coger, ya que no tomanalcohol...

- ¡Marco! ¡Basta de ordinarieces! ¡No puede venir nadie a esta casa sin que empieces con lasguarangadas! ¡Dejá a la gente vivir en paz!

- Guarangadas, guarangadas... si no dije nada. Nadie tiene por qué ofenderse. No se sientan, no quierentomar nada, no...

- ¿Quién va a querer sentarse o tomar nada con un ordinario como vos?- ¿Ordinario yo...?Se tomó un par de whiskies al hilo, sin agua ni hielo; enseguida se fue para una de las mesas de trabajo

con el vaso lleno. Rosario retenía la mano de Jorge entre las de ella mientras conversaba con su hermana.De espaldas a ellos, Marco, todavía con el sombrero puesto, rascaba las piedras con sus gubias. Cada tantovolvía la cabeza para escudriñarlos un momento con ojos fijos de microscopio, la mueca burlona tras losbigotes de rufián.

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Sobre Carmen y Marco.Marc Antoine. Mayo, 1969.

- Mi hermana fue siempre así, desordenada. Nunca limpiaba el cuarto. Me pasé meses barriendo lamitad donde estaba mi cama, dejando la mitad de ella sin barrer, la silla tapada de ropa, el ropero abierto, elcenicero lleno de puchos, los libros tirados por el suelo. Abría para ventilar solamente la ventana de milado, acomodaba sólo mi mesa de luz, mi parte del ropero. Se empezó a juntar mugre. Se formaron unaspelusas grandes como pelotas de tenis; rodaban por el cuarto a la menor brisa, ensuciaban el piso de milado. La puerta estaba también del lado mío: cuando ella salía arrastraba en los pies la tierra para mi lado.Yo me moría de asco, pero ella andaba de aquí para allá como si nada; no sé cómo hacía, si no lo veía, si nole importaba. Su única reacción visible fue cuidarse de no pisar descalza. De mañana, salía de la camaenderezando los pies derechito a los zapatos, como si fuera a cruzar una cañada caminando por las piedras.

- Al final, era más fácil limpiar...- Terminé en eso. Era verano; había tanta mugre, me dio miedo, nos iban a invadir las pulgas, las

cucarachas, qué se yo, terminaríamos por enfermarnos. No aguanté más. Agarré un balde, un cepillo, aguaclorada. Refregué todo el piso como si fuera la cubierta de un barco. Hubo olor a cloro durante días. Lamadera destiñó un poco, pero al menos estaba limpio, no iba a haber bichos. Después tuve que volver aencerar todo. Ella había ido unos días para afuera. Cuando volvió, la habitación estaba irreconocible. Entrócomo si nada.

- Ah, ¿limpiaste? Qué bien, quedó mucho mejor.- Parloteó del viaje, de sus cosas, como hacía siempre antes de irse a dormir. Ni siquiera se burló de mí

por haber aflojado. Hasta pareció un poco agradecida, como si eso de limpiar no estuviera en su naturaleza,no le compitiera a ella. Si alguien lo hacía, bien; si no, también.

- ¿Y ahora cómo van a hacer? Son los dos iguales.- No sé. Se los comerán los piojos.- Ese Marco habrá pensado que yo soy un tarado. Habló todo el tiempo, no paró un momento de

trabajar ni de decir groserías, como dice tu hermana. No parecía ser él, era como si hubiera una radioprendida, un locutor desbocado parloteando todo el tiempo mientras él golpeaba esas piedras como uncavernícola.

- ¿Cuántas veces te la cogiste ya, ¿eh? Siempre tan seria... me parece que vos no le das suficiente. ¿Noserá eso lo que la tiene a la muchacha siempre tan seria? ¡Pooobre! No le dan suficiente. ¿No será que tehacés la paja en lugar de cogértela? ¡Uuuuh, se hace la paja en lugar de cogérsela! ¡Qué coooosa! ¡Pobre,pobre muchacha!

- De repente se paraba un momento, mirándome como para ver qué efecto me hacía, si meescandalizaba o algo. Después, seguía como si nada. A mí me daba más bronca no saber como encararloque las pavadas que decía. Yo trataba por todos los medios de llevar la conversación a cualquier tema, lepreguntaba por los trabajos, los murales, por qué esto o lo otro. Ni siquiera me contestaba. Se reía como unloco, seguía encantado con las groserías.

- ¡Qué tetas! ¡Qué tetas para almohada! ¿O será puro armado? Con eso de la copa preformada y lamierda no sabés si son tetas o miriñaques. ¿Verificaste eso? Tenés que apretar, apretar despacio pero firme;mejor las dos al mismo tiempo. La agarrás desde atrás, te la arrimás al cuerpo, no tengas miedo, si sientealgo no se va a asustar; le incrustás las dos manoplas en las tetas, así, como si tuvieras pelotas en las manos;ahí empezás a estrujar como si exprimieras dos limones al mismo tiempo, ¿te das idea? Ahí tenés unoslimones, si querés practicar. Ahora attenti: si llegás a sentir algo que se dobla, o que cruje, es que eso esplástico, cartón, alambre, cualquier cosa menos teta.

- Parecía que lo hacía a propósito, como para probarme, para ver cuánto aguantaba, cómo reaccionaba.No supe enfrentarlo; hubiera querido saber qué hacer. Me sentí un imbécil.

- ¿Qué ibas a hacer? Si lo mandabas a la mierda, que es lo que se merece, hubiera sido darle de ganar.- Sí, eso le hubiera dado satisfacción. Además, parece como si no esperara siquiera una contestación, se

ríe él solo de sus propias ocurrencias, no para nunca de trabajar. Me pregunto si cuando está solo no hablarátambién. Ese fárrago permanente de palabras es como un subproducto de su trabajo, como el humo de lachimenea de una fábrica, o el ruido del motor de un tractor, algo inevitable para la realización de la tarea.

- Es muy desagradable.- No sé cómo tu hermana lo banca.- Fue muy bueno con ella. Se nota, además, que mi hermana está bien. Vos no la viste como estaba el

año pasado. Era puro pellejo. Ahora está contenta, tiene buen color. - Sí, puede ser, pero él también le debe mucho a ella. Si no fuera por el sueldo de tu hermana...- No creas, él también gana, no tanto con las piedras, pero los murales se los pagan bien.- Sí, pero con el desorden, de la forma como se maneja, nunca tendría un mango. Tu hermana no será

una gran administradora, pero si no fuera por ella, que se fue a vivir con él, todavía seguiría en el altillo dela judía, si no lo habían echado a la calle a vivir como un bichicome, a comer de las basuras, a dormir

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tapado con cartones entre las rocas de la playa.

Ante la pobreza.Marc Antoine. Julio, 1969.

Venía caminando por Dieciocho de Julio. El semáforo la detuvo en la calle Convención. Un perromediano, de pelo gris muy sucio, se lanzó a cruzar Dieciocho frente a ella, favorecido por el semáforo.Detrás venía un carro de basura tirado por un caballejo flaco. El perro alcanzó la otra vereda; el carro siguiópor Convención al Sur. El cuzco se coló entre la gente junto al quiosco de revistas; luego bajó a la callesiguiendo el carro, trotando a veces debajo de él.

- Era un carrito de esos que juntan la basura. El perro lo seguía como si tal cosa; se ve que hacían esecamino todos los días.

La naturaleza era así. Ese perro había elegido su destino de supervivencia junto a seres tan pobres comoél: un caballo flaco, un muchacho a las riendas, un niño harapiento junto a él. Los seguiría por las calles,rebuscando juntos los desechos de comida en la basura, el papel para reciclar, los desperdicios con valor dereventa, rompiendo las bolsas, esparciendo los desperdicios por la calle, a cualquier hora, para indignaciónde los vecinos, la intendencia municipal, el gobierno nacional, las gentes de bien. Luego darían la vuelta,cuando el carro estuviera lleno; seguirían interminablemente la avenida General Flores al Norte, hacia lasafueras, donde asentaban los "cantegriles", como llaman en Montevideo a los barrios marginados, unairónica alusión al Cantegril de Punta del Este, un lujoso, exclusivo distrito residencial.

- Comían las cáscaras de naranjas sacadas de la basura, arrancando los restos de pulpa con los dientes,como animales. Eran todos iguales: el perro, el caballo, el muchacho, el chico, todos sucios, sin hablar, sinun sonido.

Tirarían la colecta del día allí nomás, junto a la casucha, esparciéndola para clasificar. Darían porcomestible cualquier sobra, masticándola al encontrarla; los papeles irían por allá, las latas por acá; si habíauna taza rota, algún cubierto viejo, trozos de madera, eso quedaba para la casa. La mujer, eternamenteembarazada, sucia, sin dientes, miraría con mal gesto la escasez de la colecta, increparía al hombre poremborracharse, mandaría a los hijos a pedir limosna arriba de los ómnibus. Los niños llorarían, seinsultarían, buscarían donde robar. El hombre volvería alguna noche de borrachera para zurrar a su mujer,haciéndole pagar sus broncas. Cuando hiciera frío, se apretarían envueltos en harapos en torno a lasmaderas ardiendo. Al caballo lo cuidarían como pudieran; lo necesitaban para vivir.

- Con esa vida, ¿te das cuenta? El perro seguiría con ellos, no se le ocurriría otra cosa... a no ser que loapalearan, o algo así... no estaría todo el tiempo buscando una colocación mejor... compartiría ese destino,aguantando cuando las cosas iban mal, como sería casi siempre; comiendo lo que pudiera, arrinconándosedonde lo dejaran, acaso contra alguno de los gurises más chicos... no... no... no lo puedo soportar!

Marco le arrimó la cabeza sobre el pecho. Era inútil hablarle. Sufría con esas visiones como si letrozaran el corazón en rodajas. Veía juntamente a todo esto las manipulaciones de la propaganda, los niñosdel norte desayunando con bebidas cola en lugar de leche, "para tener energía"; los pordioseros de losómnibus invocando a sus hermanitos menores, mendigando para comprar papitas chip, los obreritosadolescentes a sueldos de hambre sacrificando su mísero salario en pos del último calzado deportivo "enonda", patéticas búsquedas de compensación en unas vidas condenadas a la frustración. ¿Cómo era posibleandar por las calles, subir a los ómnibus, estar en el hospital ante semejantes cosas? ¿Cómo soportaba unser racional el contraste entre estos cuadros y la riqueza indiferente de los acomodados? Estos no eran, paraella, meros ideales de justicia: era un dolor visceral, una presión subiéndole desde el estómago a la gargantaen un grito salvaje. En medio de las manifestaciones de protesta, hubiera sido capaz de hacerse matar si elmiedo del momento no le borrara las imágenes de esta pobreza opresiva, indigna, que la sublevaban másallá de todo sacrificio personal. En esos momentos, se cuidaba bien de evocar estas imágenes, temerosa desí misma, de perder la referencia instintiva de la autoconservación.

Cuando finalmente ella se tranquilizaba durmiéndose en sus brazos, Marco permanecía despierto:reverberaban ante él imágenes del perro, integrado a ese núcleo, corriendo tras el carro; el caballomordisqueando unas briznas de pasto crecido entre adoquines; unas piernas flacas de muchacho colgandohacia el costado bamboleándose al traqueteo; el pucho medio apagado de un carrero envejecido al dejar laadolescencia, brillando en los ojos la mirada peligrosa, el cuchillo alargado bajo el asiento; la mugreincrustada en la piel de las manos, unas manos imposibles de lavar después de revolver tanta basura; laexpresión doliente de la santa, santísima indignación de Carmen, sublevada de injusticia hasta casi el dolorfísico, sumida en la angustia. Ahora ella dormía: un ser de este mundo, partícipe activo de alegrías einfortunios. El permanecía despierto: un observador alejado, espectador de cine, infiltrado cronista de unplaneta remoto. Giraban en su torbellino sensorial todos igualados: la sublevación de Carmen, lacondenación de los pordioseros, la abnegación del caballo, la fidelidad del perro.

Nada de eso cambiaría. Los pordioseros estaban condenados, no tanto a la pobreza como al consumo:

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compensarían sus vidas frustradas persiguiendo la masculinidad de los cigarrillos Marlboro, la energía de laCoca-cola, los inigualables vaqueros Levys de románticos petroleros y cowboys. El resto lo mirarán comola gata de Zaragoza la fiambrera, sin alcanzarlo jamás. Imitarán a los famosos, tratarán de ser ricos,contestarán "clase media" en las encuestas, darán el voto a quien los asuste más con perder lo que jamástendrán; cambiarán sistemáticamente como en un juego de cartas la oportunidad por la esperanza vana.

A él le resultaba imposible participar: era como un espectador en el medio de la fila, sin poderabandonar su asiento, capturado en los pormenores de la acción, siguiendo la intriga sin potestad deinfluencia alguna, testigo atento pero no implicado. Sabía cuán lejos estaba él de la solidaridad, delcompromiso, del sentimiento profundamente humano de Carmen, esa Carmen dormida ahora junto a él, unaparte más del fluído invasor del mundo llegando hasta él por los sentidos. Ella tenía razón; él no erahumano. Ella sí lo era. Los pordioseros lo eran. El perro, el caballo, eran también metafóricamentehumanos. El mundo era así; él era así. Juntaba impresiones como los pordioseros basura. En su camino depérdida continua, sólo le iba quedando el arte. Esas impresiones debían salir un día por sus manos, fluír enobjetos mudos, formar el alegato inclemente de un testigo imparcial. Espejos de piedra mostrando caras sinmaquillar.

La protesta popular.Marc Antoine. Agosto, 1969.

En una oportunidad, a instancias de ella, la acompañó a una manifestación estudiantil. Avanzaron conla muchedumbre de estudiantes, por la Avenida Dieciocho de Julio, desde la Universidad hacia la PlazaIndependencia, donde está la Casa de Gobierno. Allí la manifestación terminaría en apariencia; quienesestaban en la cosa volverían a reunirse en la Plaza Constitución, de espaldas a la Iglesia Matriz, donderealizarían algún nuevo acto de protesta. Esta segunda convocatoria preveía la dispersión de lamanifestación por las fuerzas de choque de la policía.

Caminaban lado a lado, él mirándolo todo, ella gritando la estrofilla de turno con el resto de losestudiantes. La juventud avanzaba portando orgullosas banderas de los gremios estudiantiles, de lospartidos de izquierda, del prócer nacional José Artigas, en vida más cercano a los utópicos sueñosestudiantiles que al severo bronce ennegrecido del estado nacional. Sobre las cabezas se bamboleabanestrafalarios muñecos ahítos de consignas; sobre altas pértigas de caña cabalgaban pancartas del ancho de lacalle, avanzando como crestas de espuma sobre las olas un mar humano. La energía de la masa contagiabade fervor igualitario: gente joven, llena de vida, de entusiasmo, de esperanza, de santa indignación,reclamando un mejor porvenir, un trato más justo, un presente menos malo. Estudiantes universitarios,secundarios; unos cuantos profesores, algunos profesionales, pocos obreros. Respeto a las institucionesdemocráticas, libertad de prensa, contra la violación de los derechos humanos, libertad para los presospolíticos, libertad, libertad, libertad. El eterno rechazo de los más concientes hacia los usuales atropellos delpoder, tan rutinariamente similares en la diversidad de ideologías.

Tomados de la mano transitaron varias cuadras. Llegando a la Plaza Libertad, él, que caminabadistraído, ausente, embriagado por la efervescencia de la multitud, se sintió en un momento tironeadoviolentamente de la mano. A su alrededor, todos corrían. Ella lo arrastró consigo, él corriendo sin saber porqué, dejándose guiar, en medio del barullo. Algunos gritaban resistir compañeros, otros a las piedrascompañeros, unos pocos valientes se detenían en la huída para lanzar cascotes por encima de las cabezas desus compañeros en una parábola ciega hacia donde estarían los perseguidores.

En compacta multitud corrieron unos metros hasta alcanzar la Plaza Libertad. Giraron en la esquina delcafé Sorocabana bordeando la plaza hasta la rinconada del Museo Pedagógico, luego a la esquina delAteneo para doblar hacia la calle Rondeau, varias cuadras de descenso continuado hacia los bajos de laAguada. Esta vez las órdenes no eran de apaleo sino de dispersión. La policía había atacado a la multituddesde el fondo, bloqueando el frente, dejando libres las salidas a los lados de la avenida principal. Al llegara la calle Uruguay, la multitud se había dispersado. A dos cuadras de la avenida Dieciocho de Julio lasprotestas se agotaban sin remedio.

Marco Antonio y Carmen siguieron caminando por la calle Mercedes, él mudo de estupor, ella roja deindignación, frunciendo el entrecejo, apretando el paso mientras denunciaba para ilustración de él laprepotencia del poder, la indefensión de los estudiantes, el servilismo de los perros amaestrados de laoligarquía. Emergieron desde el lado norte de la Plaza Matriz. Marco Antonio no sabía por qué estaban ahí,ni lo que pasaría. Comenzaron a pasear dando vueltas a la plaza. No había mucha gente, ni mucho ruido;poca luz, bastante frío, una noche de invierno envuelta de temor, como todas las noches de aquellos añososcuros. Mientras andaban, olvidados, por la mitad de la plaza, se fue juntando un grupo sobre la acera este.Repentinamente comenzaron a gritar, arrojando piedras sobre el pequeño local de El Debate, un diarito dederecha empeñado en fustigar regularmente las reivindicaciones populares. Algo habría destacado a estediario en los últimos días, focalizando las iras de los estudiantes. Una bomba incendiaria de fabricación

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casera describió un arco en el aire húmedo de la noche. Se estrelló contra la puerta en un pegoteo dellamaradas cortas. Alguien del diario salió a ver, más curioso que amedrentado; dos o tres le siguieron,observando interesados las llamitas sobre las paredes, viéndolas retroceder sin consecuencias. El daño nodaba ni para espectáculo. Volvieron a entrar sin prisa alguna. Los estudiantes ya se habían retirado; no valíala pena ni llamar a la policía. Una denuncia de rutina, algo bueno para publicar mañana, canallesco atentadocontra El Debate, el desenfreno, la violencia comunista contra la libertad de prensa, no lograrán acallarnuestra voz, sojuzgar nuestro irrenunciable compromiso con la democracia, la cobardía de las manoscriminales escondidas en las sombras. Etcétera.

Marco Antonio no decía nada. Ella estaba contenta. Su deuda con la sociedad, al menos por el día dehoy, estaba cumplida. Mañana la lucha sería otra, o la misma. Hoy podía dormir tranquila.

- Los milicos están armados, ¿no?- Claro que están armados.- Y los estudiantes, no están armados, ¿no?- ¿Cómo van a estar armados los estudiantes?- Entonces, los estudiantes, desarmados, van a enfrentarse con los milicos, que están armados.Ella lo miraba como para ahorcarlo.- Es una idiotez -concluyó él.- ¡Cómo que es una idiotez! ¿Qué es una idiotez?- Enfrentarse sin armas contra los milicos armados. Es una idiotez.Ella saltó como pelota. Lo había pensado muchas veces; por eso no contestó directamente. Le apostrofó

con indignación fingida la carencia absoluta de armas, la indefensión de los estudiantes, no, no teníanarmas, no podían tenerlas, su objetivo no era la violencia sino la justicia, la igualdad, el respeto a losderechos del hombre, tan reiteradamente mancillados. Se alentó a sí misma con cataplasmas de palabrasmientras el jugaba con los formones, quitando virutas de una madera sin darle forma alguna. Había quienespensaban lo mismo, quienes se reunían en secreto, acumulaban armas, contactos, estrategias; en medio delmiedo, se hacían fuertes en la ilusión de una lucha armada caballeresca, honorable, justiciera a lo RobinHood, buscando la conciencia, el acercamiento de los más desposeídos hacia la construcción de unasociedad más justa.

Ella se preguntaba a sí misma por qué no los buscaba, por qué no se unía a ellos. Se daba comorespuesta la propia cobardía, la incapacidad para el sacrificio extremo, el miedo al acto supremo de laofrenda de la vida. Acaso fuera peor el terror de la derrota, pensar que podía ser vencida sin morir. Nohabría nada más horrendo: la derrota era mucho, muchísimo peor que la muerte. La muerte por la causadignifica, pero la derrota es la prisión, la tortura, el desmembramiento, la humillación, el olvido inevitable.En eso tenían razón los antiguos normandos: si había de morir, debía ser espada en mano, Odín sólo recibea los guerreros. Para ella, acercarse a los guerrilleros era como un suicidio, un camino sin retorno, elsupremo compromiso, el mayor heroísmo: la renuncia a la vida personal, la entrega total, la supremamoralidad.

Algo la hacía resistir a la muerte, negarse a la ofrenda de su vida personal. La nublada percepción de uninterés egoísta en sí misma, en su propia identidad, en su realización individual, la llenaba de oprobio. Elconflicto de querer luchar, de percibir la injusticia, de abrasarse en la conciencia de la explotación másinhumana, con su militancia de riesgo relativo, su falta de entrega, su resistencia a la renunciación, ladestrozaba. Se sentía sucumbir ante ideales burgueses: era cobarde, no lograba colocar la justicia, el amor asus semejantes, por encima de una instintiva, minúscula vocación de vida personal. En un extremo de suvergüenza, llegaba por momentos a barruntar la docilidad, la conformidad de los oprimidos, más dispuestosa emular a sus opresores que a luchar por la liberación de sus cadenas en favor de una sociedad igualitaria.Apartaba con horror de su cabeza estas ideas, producto de su necesidad de autojustificación..

La indignación contra sí misma aumentaba por la indiferencia de Marco, tan alejado de estastribulaciones. El era conciente de la opresión, de la injusticia, de la mentira, pero no estaba dispuesto ahacer nada, ni parecía importarle: todo había sido siempre así. Hasta había trabajado para los milicos, conesos murales en las comisarías. Era aún peor darse cuenta de su incapacidad de rechazarlo, de su sumisiónde mujer ante ese ser indiferente, conservador, derechista, burgués, dedicando su vida a las abstracciones deun arte elitista. Todas sus culpas no le hacían posible evitar estremecerse ante el embrujo de su voz, laanestesia de sus caricias. Cuando cerraba los ojos sólo quedaban en el mundo esas costillas duras, esosmúsculos de piedra, esa masculinidad prepotente entrando en ella avasallante, olvidándola de todo,centrándola en sí misma, arrastrándola en una larga espiral descendente, hundiéndola en la tierra donde sealimentan las raíces de la vida, una vuelta, y otra, y otra, y otra hasta abandonarse libre de culpas, hundidaen el abismo de un sueño animal.

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La promoción del artista.La investigación. Diciembre, 1993.

- ¿Qué se podría hacer con todo esto?- ¿Se puede hacer algo?- No sé. Por eso te pregunto.- Bueno, yo no soy galerista...- Para el caso yo tampoco. Esto es ir al rescate de un desconocido; los galeristas son comerciantes, no

salvavidas. Las galerías actúan como los bancos: sólo prestan dinero a quien demuestra que no lo necesita.- No tenemos gran cosa. Por las fotos, lo de San Pedro es lo mejor.- Te dije varias veces de ir.- Sí, sí, pero aparte de eso, no se puede pensar en trasladar las estatuas de San Pedro. Además, no pasan

de la docena.- Son ocho. Las piedras son veintiséis.- No es una gran obra, ni en extensión ni en realización.- Sí, como quien dice, no hay nada. Salvo los relatos.- Los relatos no son la obra; eso no sirve.- ¿Por qué los escribiste?- No sé. Para ordenar el material, supongo. No sabía bien cómo presentar el trabajo.- Querías mostrarme, además, tu preocupación por el asunto.- Bueno, en cierta forma, sí. No me lo tomé a la ligera.- Si bien tuve una motivación personal al plantearte esta investigación nunca dudé de la seriedad de tu

trabajo. Si la investigación no resulta en nada no es culpa tuya.- Aunque no salga nada, para mí no fue tiempo perdido. - Me alegro. Para mí tampoco, por cierto. ¿Qué ves en esos relatos?- ¿Cómo, qué veo?- Sí, qué ves. No los escribiste sólo por ser ordenado en la investigación, ni por mostrarme tu

preocupación por la tarea. No tienen el estilo de un registro de trabajo.- Bueno, quizás me dejé llevar un poco por el asunto...- ¿No será más bien que el asunto te arrastró un poco?- Sí, puede ser. Es lo mismo, en realidad.- No, no es lo mismo. Yo te pedí la investigación porque me impresionaron las estatuas, por sí mismas,

por el entorno, por recuerdos de mi tía. Yo no sabía nada de la vida de Falcone. Vos empezaste lainvestigación porque yo te lo pedí, pero encontraste en los personajes, en los hechos desenterrados, algoque te impresionó de alguna manera. Por eso escribiste los relatos. Te importaron un bledo las estatuas, laspiedras, los artículos del diario. Lo que te interesó fueron las anécdotas, el misterio de la vida de estehombre. No parece ser, por otra parte, uno más de tus "insólitos artistas".

- No me avergüences con eso...- No lo digo para avergonzarte. Son gente de este mundo, con todo un corazón bajo el chaleco, al decir

de Benedetti.- ¿Quién tiene el corazón bajo el chaleco? ¿Benedetti?- ¡Lulo, vení! Estamos con el de las estatuas de San Pedro.- ¡Las estatuas de San Pedro! Bien, muy bien.- No parece haber mucho. Decime, Lulo, un artista, ¿se hace conocer sólo por sus obras? ¿Qué papel

juega el "marketing", como se dice ahora?- Mmmhh... digas como lo digas, "marketing" siempre hubo. Es la ocupación de los galeristas, en

definitiva.- Sí, sí, pero, ¿hasta donde es posible imponer a un artista? Con un buen "marketing", ¿no será posible

llevar, no digo a la fama, pero sí a una buena cotización, a un artista mediocre?- Bueno... lamentablemente, eso parece siempre posible. De hecho, es casi seguro en algún caso.- Con Fernando estamos tratando de "fabricar" un artista de leyenda...- ¿Con el de las estatuas de San Pedro? ¿Es muy "legendario"?- Alcohólico, violento, de buena familia, eligió la pobreza por el arte en lugar del éxito por los

negocios, se enterró en San Pedro haciendo estatuas que nadie verá nunca, murió miserable, ignorado, solo.Dedicó la vida a unas piedras de dudoso valor.

- Las estatuas son interesantes.- Sí, pero no basta. Es preciso fabricarle una imagen heroica; si no, no podremos vender una imagen de

artista.- ¡Vender una imagen de artista! ¡Las cosas que hay que oír a mi edad! Eso en mi época no se decía...- Pero se hacía.- Sí, claro, pero no lo decíamos. Es mejor no mencionar ciertas crudezas de la realidad, así resulta más

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fácil vivir. Bueno, los dejo antes que Silvana termine de disolver mis acariciadas creencias, el sustento detodos estos años.

- Adiós, Lulo. Tus creencias no corren peligro. ¡Buena suerte!- Hasta luego.- Hasta luego.- Este Lulo, con sus cartas...- ¿Dónde va?- Al club de yates del Puerto del Buceo. Dice tener un grupo de amigos para jugar a las cartas, pero las

veces que lo fui a buscar ahí lo encontré siempre solo, tomando el té, mirando el mar por la ventana. Noparecía necesitar ni desear compañía en absoluto. Es raro, porque siempre fue muy sociable. Lo conozcodesde chica, pero sigue siendo un misterio para mí.

- Anda como si no caminara por el suelo. Aunque te esté mirando, es como si estuviera siempre viendoalgo más allá, lejos de todo.

- ¿Te parece un poco ido? Yo, como lo veo todos los días, no le noto nada.- ¡No, qué ido ni ido! Tiene una lucidez tremenda. Pero parece vivir al mismo tiempo en dos mundos

diferentes, uno compartido con nosotros y otro propio, exclusivo suyo, posiblemente más grato. Cuando meencuentro con él siempre termino preguntándome dónde andarán vagando sus pensamientos. Pero no estánada ido; al contrario, se lo ve muy bien, para la edad que tiene. ¿Por qué sigue trabajando?

- Porque esto es su vida. Está en el mismo negocio desde que era muchacho. En realidad no hace grancosa, no quiero agobiarlo con responsabilidades; ya no está para eso. Pero me da una tranquilidad enormetenerlo cerca, además de ser una bella persona.

- Eso de "vender al artista", ¿lo dijiste por desafiarlo?- No. Siempre tuve esa duda. Si juzgara algunos artistas sólo por sus obras los sacaba de la galería, pero

cotizan, por alguna razón desconocida: los comentarios de los críticos, la obra incomprensible, la fealdadagresiva, una ironía tomada en serio y luego repetida, vaya uno a saber. O también porque el Uruguay eschico, no son muchos los artistas, cualquier mediocridad con alguna originalidad puede satisfacer lanecesidad de admirar algo "nuestro", aunque no valga demasiado. Será una grave carencia mía, peromuchas obras no me dicen nada, no me explico cómo puedan valer lo que pagan por ellas. Dudo quepuedan resultar realmente satisfactorias para nadie. Alguien empieza a decir algo de tal o cual obra, el autorpersevera en esas líneas, se cree ver nuevas cosas en ellas, la bola de nieve rueda, se agranda, sube deprecio. ¿Cuántos de estos artistas conservarán alguna vigencia dentro de cien años? Inversamente, ¿nohabrá por ahí gente verdaderamente talentosa con su arte abandonado porque nadie supo apreciar el valorde sus primeras obras?

- Por analogía con el mundo, debe ser así. Tampoco en el arte debe haber mucha justicia.- No sólo no hay justicia; la moda conspira contra ella, decide y manda. ¿Querés algo más pasajero, más

vacío, más reñido con lo auténtico, que la moda? Sin embargo, lo afecta todo: las doctrinas económicas, losmétodos terapéuticos, la educación. Cada tanto descubrimos exaltados una nueva forma de la misma viejarueda.

- ¡Qué filosofía! Parecés estar fundamentando la invención de una imagen artística de Falcone.- Eso no se dice. Estoy pensando en "descubrir" al artista que hay en Falcone. Si no cuidamos el

vocabulario de entrada, no lo vamos a lograr...- Eso viene por los relatos. Te dieron la idea de vestir un perfil de artista trágico, o algo así. Vender la

imagen del artista por el anecdotario de su vida. Una especie de telenovela con trafondo escultórico. Pocapiedra y mucho verso, para sintetizar.

- Exactamente. Con su reconocida capacidad, ha logrado usted expresarlo con meridiana claridad.

La construcción de la fama.La investigación. Diciembre, 1993.

- ¿Cuántos judíos mataron los nazis?- Seis millones. ¿Por qué?- Sin considerar las pérdidas de la guerra, contando sólo civiles no combatientes, en Alemania y

territorios ocupados los nazis asesinaron doce millones de personas. Seis millones no eran judíos. ¿Sabíaseso?

- No.- Poca gente lo sabe. En cambio, todo el mundo sabe de los seis millones de judíos, el Holocausto

Judío. ¿Por qué nadie sabe de los otros seis millones? ¿Esos otros seis millones no importan? Desde el 45 ala fecha sólo oímos hablar del Holocausto, de los seis millones, de los judíos. Si consideramos las pérdidasde guerra, nadie sabe tampoco de los veinte millones de rusos. ¡Veinte millones! La mayor pérdida en vidashumanas de una nación en toda la historia de la humanidad. Menos se sabe todavía de otros genocidios en

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partes del mundo más remotas. ¿Por qué sólo sabemos del Holocausto Judío? ¿Por qué se ha clamado porseis millones de judíos? ¿No deberíamos haber clamado siempre por doce millones de seres humanos?

La occidentalidad, el acceso a los medios de comunicación, la ubicación económica y social, laconciencia de grupo, el nivel educativo, una historia de persecuciones... a otro correspondería indagar esasrazones. Fernando se quedaba en la observación. Las verdades y sufrimientos de muchos pueblos, no sólode los pobres, eran campanas de palo. ¿Cómo no sería posible fabricar una imagen de artista? Eran oscuroslos motivos de la admiración. En muchas oportunidades, el conocimiento del contexto histórico, lasveleidades del hombre, los pormenores familiares, chismes y anécdotas, no sólo añadían sino hasta dotabande significado una obra artística en otro caso mediocre, apenas destacada por una ejecución prolija. Esaagregación de significado no quedaba ahí, no era un mero apéndice intelectual. En la compleja química delalma, el conocimiento añade a la emoción; el cuadro, la estatua, la interpretación, toda la factura de la obra,material e inmaterial, comienza a impactar de muy otra manera; nuestra apreciación se vuelve patas arriba,donde antes contemplábamos ausentes manchas, ruidos, gestos, ahora nos dejamos arrastrar en un ríoemocional capaz de apretarnos en un puño el corazón, de arrasarnos de lágrimas los ojos, de hacernosfatigar los adjetivos buscando expresar lo inefable de una floración mágica, misterioso rebrotamiento en lostallos arrugados de una planta muerta.

Un engaño deliberado, una pulseada de burla a la sociedad, exponer a la luz la falsedad de los premios.Manipular los hechos anecdóticos, vestir una biografía, armar una crítica, relacionar la obra con los hechosde la vida, aún arbitrariamente, inventando significados, diseñando motivaciones; el psicoanálisis es unafuente inagotable. El personaje principal de la comedia no estaría presente para corregir ni desmentir, daríaun trabajo enorme desentrañar la patraña, el público espectador se inclinaría siempre a creer lo más sórdido,lo más retorcido; la verdad tranquila, como las mujeres felices, no tiene historia. Grabar el nombre en unarueda de piedra, soltarla cuesta abajo; las fuerzas naturales harían lo demás. ¿No había sabido él, acaso, deun famoso autor cuyas obras eran rechazadas cuando firmaba con un nombre y aceptadas calurosamentecuando firmaba con otro? Los restos del hombre de Piltdown, desenterrados en los hallazgos falsos de 1908y 1912 por un par de científicos ansiosos de nombradía, logró ser desenmascarado recién en 1953, despuésde haber dormido décadas bajo el ala del British Museum. Los antecedentes abundaban. Sin necesidad deinvención, los hechos reales de la biografía de Falcone hacían posible construir una telaraña de significadosapoyada en ellos como una bóveda sobre pilares; sería fácil investir de lenguaje expresivo las formasabstractas de las piedras de Pocitos, hallar la añoranza de la niñez feliz en los murales inocentes de lasantesalas de los edificios, descifrar las múltiples pesadillas de la historia humana en las formas torturadasde los Altos del San Pedro. Devolveremos al mundo la verdad tomada de prestado en la redacción de unhonesto testamento, ahora ya no estamos en el mundo, los hemos engañado, no hay nada en esas piedras,Falcone era un borracho, sus manos se movían por capricho del azar, habéis admirado una mentira, no hayobra ni arte ni artista, abandonad ahora las caras largas, reíd con nosotros, ha sido sólo una broma, regad lasflores sobre nuestras tumbas, enseñad a vuestros hijos el camino escabroso de la verdad.

Para los afortunados, la ciencia ha extendido la duración de la vida media. No obstante, los cuarentaaños siguen siendo una edad crítica: en la mayoría de los casos, quienes han estado en el mundo por esacantidad de años han vencido ya las barreras primarias, tienen una forma de ganarse la vida, han conocidola mentira, la desilusión, el dolor; en alguna forma invisible, han dado pasos decisivos hacia la condenacióno la trascendencia. Desde el exterior, lo comprobable es la consolidación de manías, chifladuras, prejuicios,indiferencias, autismo. Todos los cuarentones están un poco locos, con manifestación externa o no, enalgún sentido desprendidos, ausentes, metidos parcialmente en un mundo propio similar al de laimaginación infantil. Adquirido el manejo del mundo, en la medida posible para cada uno, se adquieretambién la soltura para relajarse, dejarse llevar por alguna inclinación propia, la gratificación personal, laintromisión en la vida ajena, el daño impune, la travesura. La construcción de la fama no era algototalmente creíble, pero daban ganas de probar. No había mucho que perder. Su curiosidad, hasta ahoradormida o eclipsada por una resistencia a involucrarse en historias ajenas, resultó avivarse al meditar sobreestos temas. Aceptaría la invitación de Silvana. Iría a San Pedro a ver las estatuas, por una sola vez,volviendo en el día.

Los hijos.Rossina. Diciembre, 1973.

Mi tía no podía tener hijos. Eso le dolía doblemente. Había sido feliz en su infancia; mis abuelos habíansido una buena pareja, ella y mi padre habían sido buenos hermanos. Su matrimonio con Alberto fue acasouna sorpresa para ella, resignada a pedir menos de la vida. Si había sido feliz como hija, si era feliz comoesposa, ¿por qué no reproducir entonces ese núcleo, ser feliz como madre, hacer felices a sus hijos? Rossinanunca fue de guiarse por pautas sociales; llegó a desear la descendencia por un anhelo propio. No sepreocupó por su soltería, ni aún cuando su madre comenzó a alarmarse. Alberto fue algo no previsto, mejor

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de lo imaginable. Cuando se casó, tenía treinta y un años. No podía esperar mucho para un primer hijo.Pero no vino. Y ahí estaba la otra parte de su dolor. Alberto, como buen italiano, llevaba en la sangre lasacralidad de la familia, la certificación de la descendencia, la satisfacción de la paternidad, la consagraciónfinal de su matrimonio. Ansiaba prolongar su unión en los hijos, experimentar la fascinación oculta en launión de las carnes, realizar su masculinidad en la femineidad de su esposa, ver en un niño la aleación de sucuerpo con el cuerpo del ser amado. Esto, naturalmente, nunca lo dijo. Pero mi tía lo sabía muy bien, losupo desde siempre. En eso, como en tantas cosas, eran, o se volvieron, iguales. En aquella época noexistían los tratamientos actuales; la edad de mi tía ya se veía como avanzada para un primer hijo; no sepodía hacer mucho, o al menos así lo creían los médicos. Mi tío, por su parte, aceptó las cosas como era él,sin una palabra, sin quejas exteriores ni interiores. Era creyente, enfrentaba la vida como un deber: no sedebía forzar un destino manifiesto, era preciso aceptar, continuar, vivir era como cumplir una misión, oalgo así. No tendría descendencia, nadie lo continuaría, no podría realizarse en Rossina, en el mundo, através de un hijo. Por comentarios de mi tía, ambos sufrían esto como una separación, pero yo no lo creo.Los impedía, sí, los limitaba, pero no los separaba. Al contrario, acaso los unió más. La frustracióncompartida reforzó el sentimiento de un destino común. ¿Una adopción? No deben haberlo ni pensado; lossentimientos que los movían no hallarían realización en un ajeno. Habrán acaso pensado en esto como lacontrapartida de su fortuna económica. Alberto hubiera aceptado vivir de un sueldo con la mismaindiferencia; Rossina nunca fue interesada. Como mujer de su época, el trabajo, el dinero, las decisionesesenciales eran cosas del hombre; la mujer acompañaba, ayudaba, obedecía. Pero una mujer debía dar hijosa a su hombre.

- Te agradezco.- ¿Lo qué?- Como me tratás, como dejás pasar las cosas...- ¿...?- No poder... darte hijos.- No se sabe si sos vos. Puedo ser yo. - Soy yo.- Nadie lo sabe. La infertilidad masculina es tan frecuente, tan real como la femenina. Perfectamente

puedo ser yo.No se someterían a análisis, no harían tratamientos, no adoptarían niños. Ni siquiera sostendrían una

conversación. No está en los hombres embrollar con los designios divinos. Lo que hace Dios siempre espara mejor.

No sé si habrá sido realmente así, pero se me fue formando esta imagen. De los cuentos de mi madre,de algún comentario de mi tía, recuerdos míos, cabos sueltos. Por esa capacidad de intuición o desvarío quete da vivir.

El Gólgota de Falcone.Rossina. Enero, 1975.

Rossina había pasado la mañana visitando las casas de gente conocida, donde los niños festejaban losjuguetes traídos por los Reyes Magos con alguna ayuda de ella. Jacinto la conducía de regreso a la casa, enla camioneta.

- Jacinto, por favor, pare acá.- Tenga cuidado, señora, el hombre no está bien.- Sólo quiero ver si se puede hacer algo por él.- Déjeme acompañarla.- Sí, venga, Jacinto, gracias.El caminito estaba lleno de basura. Las ventanas de la casucha, desvencijadas. La puerta, entreabierta.

Rossina golpeó las manos. Le respondió el zumbido de los insectos. Olía como a fruta podrida. Volvió allamar. Un gruñido pareció habilitar el paso. Jacinto se adelantó, empujó la puerta, metió la cabeza adentro.El cuerpazo tapaba la puerta por completo. Jacinto voceó fuerte:

- Está la señora, te quiere ver.Respondieron unos gruñidos, ruido como de latas, algo como "no espero a nadie". Jacinto se metió para

adentro. Desde afuera, Rossina oyó su vozarrón:- Te dije que está la señora, y que te quiere ver. ¿Entendiste? Salí para afuera.Nuevos gruñidos, ruido de latas, entrechocar de sillas o maderas cayendo al suelo. Rossina se acercó a

la puerta.- Señora, no entre, yo lo hago salir. Está todo que es un asco.- No importa, Jacinto. Salga; pero no se aleje, por favor.- ¡Pierda cuidado!

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Rossina entró. El tufo del alcohol la golpeó como impidiéndole la entrada. El ambiente era un caos.Muebles destrozados, amontonados o esparcidos. Latas, botellas, maderas, ropas andrajosas, piedras,alguna herramienta, más botellas, bolsas de plástico vomitando cáscaras de naranja, durazno, sandía. Laconfusión de objetos, la basura esparcida por el suelo, impedían el paso. Rossina eligió el camino máspracticable, alegrándose de calzar zapato cerrado aún en verano. Avanzó unos pasos ignorando lo pisado.

Falcone yacía tirado en un arrebujamiento de cobijas destrozadas sobre los restos de una parrilla demadera. Sucio, desgreñado, vestido de harapos, cubierto a pesar del calor, olía a sudor acre, a mugre, a cañabarata. Rossina esperó. Jacinto espiaba desde la puerta. Al cabo de un rato, Rossina golpeó con el pie unaslatas apiladas. Rodaron por el suelo en gran estruendo. Falcone se sobresaltó. Abrió los ojos. La vio, paradaahí con una falda larga hasta los tobillos, la blusa blanca cerrada, el crucifijo bajo la garganta, el pelorecogido en rodete, la expresión calma. El hombre quedó extático unos segundos. Luego, comodeslumbrado por una visión, hizo unos torpes intentos de acomodar su presentación. Logró sentarse conalguna dignidad. Se restregaba los ojos furiosamente. Finalmente, logró articular una farragosa,ininteligible, disculpa.

- ¿Me puedo sentar?- Sí, por favor... disculpe, no está muy ordenado... no veo a nadie... disculpe.Comenzó a desplazarse torpemente como para buscarle un asiento, pero Rossina ya había avistado un

banco de aspecto sólido. Quitó de encima una pila de diarios y se sentó. Le habló de la Epifanía, de losReyes Magos, de los niños con sus juguetes, de la ingenuidad infantil. Falcone la escuchaba inmóvil, comoesforzándose por entender algo muy complejo, deslumbrado por la luz del mediodía entrando en lahabitación.

- Usted, cuando era niño, ¿tuvo Día de Reyes?Falcone abrió la boca, la volvió a cerrar. No contestó. Bajó la vista al suelo, inclinando la cabeza como

un niño al recibir su penitencia, perdido en alguna parte. Conocía a Rossina de tiempo atrás; ella le habíaencargado varias esculturas. Rossina sabía por los vecinos de la desaparición de Carmen, del desenfrenoalcohólico subsiguiente, de la terrible vida que llevaba. Cuando había tratado con él, en medio de sudivague megalómano, él le había mencionado una "gran obra" todavía por hacer. Por ella saldría parasiempre del anonimato, de este agujero miserable donde vivía, para lanzarse a un imparable estrellato deartista reconocido. Rossina había escuchado divertida. Conocía bien a los divagantes serios de los díashábiles; éste, un poco más megalómano, resultaba, al menos, más pintoresco. Buscando la forma de sacar alhombre de su estado, aunque fuera por unas horas, el Día de Reyes, creyó oportuno recordarle el hecho:

- Vamos, salga de ahí, póngase decente. Después de todo, usted tiene su gran obra todavía por hacer.Falcone levantó la vista hacia ella, como sorprendido por la referencia. Permaneció inmóvil un rato,

mirándola. De repente se incorporó, con inesperada seguridad. Jacinto avanzó un paso hacia el interior de lacasucha, pero Falcone se volvió hacia un rincón donde se apilaban cajones de verdura. Empezó aderribarlos como una montaña. Rossina levantó apenas la mano izquierda para tranquilizar a Jacinto.Falcone alcanzó finalmente un baúl de madera, con nervaduras y esquinas de bronce. Debía pesar bastante,pero él lo izó con facilidad. Lo depositó ante la vista de Rossina. Abrió los cerrojos. Quitó unos rollosgruesos de papel. Aparecieron unos carpetones color morado. Eligió uno. Se lo alcanzó a Rossinatomándolo de un extremo, acercándole el otro, manteniéndose él lo más alejado posible de ella, denotandoen el gesto la conciencia de su estado. Rossina lo tomó. Apoyándolo sobre las rodillas, lo abrió.

Media hora después, Rossina se recordó a sí misma. Mantuvo fijos los ojos sobre la última página, enblanco, del carpetón. Luego lo cerró. Extrajo un billete grande de la cartera, lo apoyó sobre el baúl cerrado.Se puso de pie.

- Hoy es martes. Dentro de un rato le van a traer ropa y algo de comer. Después se ocupará en ponersedecente. Pasado mañana vendrá por mi casa, en Altos del San Pedro, a las once de la mañana.

- Sí, señora, como usted diga.- ¿Entendió bien?- Sí, pasado mañana, a las once, en los Altos del San Pedro. Decente.Rossina lo observó un momento: no se le veían rastros de borrachera. Sentado en esa pocilga, elevaba

hacia ella una mirada de perro agradecido. Rossina se volvió hacia la puerta con el carpetón bajo el brazo.Cuando estaba llegando se volvió, como recordando algo:

- ¿Cómo se llama esto? En conjunto, quiero decir. Acá no tiene nombre.Los nombres eran siempre lo más difícil. Se jugaba, acaso, la última carta de su vida. Era el Día de

Reyes. El crucifijo de Rossina reflejó por un instante un rayo de sol. Respondió, con su voz ronca deborracho:

- Camino al Gólgota.

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La reclusión.Rossina. Abril, 1975.

- ¿Fuiste por lo de la tía?- Sí, fui.- ¿Encontraste todo en orden?- Sí, sólo unos papeles de cuentas, pero se los dí al portero; él los iba a llevar a la inmobiliaria.- No valía la pena. Tu tía vuelve el lunes...- Mamá, la tía no va a volver.- ¿Cómo?- La tía no va a volver. Se va a quedar a vivir en San Pedro.- ¿Cuándo te dijo eso?- No me lo dijo.- ¿Entonces?- Se llevó el retrato de Alberto. No va a volver.

La arquitectura.Fernando. Noviembre, 1973.

Un minuto después de sonar el timbre, el profesor Noam avanzaba por el pasillo inundado deestudiantes bulliciosos. Los gruesos anteojos achicándole los ojos, la calva reluciente, entraba en el salóncomo un ángel incontaminado en la baraúnda del infierno. Mientras los alumnos se acomodaban en susbancos sin aflojar el ruido en un decibel, borraba el pizarrón, de arriba abajo y de abajo arribadesplazándose hacia la derecha exactamente medio borrador en cada pasada, pareciendo rozar apenas lasuperficie, hasta dejar, en un recorrido único y completo, una superficie uniforme pulida en gris oscuro.Solo en el mundo, regresaba al extremo izquierdo del pizarrón y comenzaba su clase, en voz baja, inaudibleen el desorden general. Los símbolos matemáticos perfectos, el trazo de la tiza entera como el de un pinceljaponés, la letra beta su obra cumbre, iban alineándose uno tras otro sin prisa y sin pausa, como las estrellasde Goethe en la frase edificante del boletín escolar. Dado un número r real, r es punto de acumulación en Rgrande si dado épsilon positivo y arbitrario existe siempre al menos un x perteneciente a R grande tal quevalor absoluto de x menos r es menor que épsilon. Dos renglones de símbolos en un tercio de pizarrónreducían al silencio absoluto todo el auditorio. Los estudiantes copiaban en sus cuadernos los símbolosdivinos con reverencia de iluminadores medievales. La elegancia de las formulaciones matemáticas pasabapor el pizarrón como el paisaje por la ventanilla de un tren, a paso regular, sin detenerse, con un destinomarcado.

El profesor Noam terminaba su clase apenas un minuto después de tocar el timbre, escribiendo "lqqd",lo que queda demostrado. Fernando conoció mucho más tarde, hojeando los libros clásicos de matemática,la fórmula latina original "qed", quod erat demostrandum; la traducción del profesor Noam era una pálida,generosa concesión a la ignorancia de los estudiantes, al desconocimiento de las lenguas muertas dondetomaron vida las ciencias naturales y humanas. El espíritu rebelde de Fernando se había sublevado en formairreconciliable contra esa formalidad absurda, cómo puede ser necesario demostrar la existencia de labisectriz, dividir un ángulo en dos partes iguales con una recta lo hace cualquiera, insólita tontería, no seprecisa haber estudiado nada para saber eso. Dos meses después había caído subyugado por el poder de laformalidad lógico deductiva de la matemática: estos son cinco axiomas, verdades aceptadas sin definir,todo lo demás son lemas, teoremas y corolarios, deducciones lógicas de los modestos axiomas primigenios,esto nos viene de Pitágoras, Euclides, babilonios, egipcios, caldeos y sin nombre.

El primer año de su entrada al liceo, un compañero le había regalado, para el día de su cumpleaños, unacaja de acuarelas de cuarenta y ocho colores. Un regalo demasiado infantil, en opinión de su madre, pero élse había fascinado con los cuadraditos de pasta coloreada, la disposición ordenada sobre la chapa moldeadapintada de blanco, los dos pocitos para el agua. Los pintores usaban lienzos para el óleo, papel o cartón parala acuarela, había oído decir a la profesora de dibujo hablando del "soporte". Coleccionando las cajas decartón de los ravioles, quitándoles los restos de harina con un trapo, pintaba laboriosos paisajesimaginarios. La duda era saber si se dibujaba primero: quedaban los trazos de lápiz debajo de la acuarela;no se podía poner un color encima de otro, todo se borroneaba, ¿debería secarse uno antes de aplicar elsiguiente?, no podía ser, la vida no daba para tanto esperar. Más tarde, en facultad, la Expresión Gráfica,recorrer Montevideo con la tabla bajo el brazo, comprar un refuerzo de jamón y queso al mediodía con loscompañeros, todos los edificios significativos de la ciudad pasaban cada año por las tablas de dibujo de losnoveles estudiantes. Teoría de la Arquitectura, el enfoque funcionalista, una casa es una máquina de vivir,primero estudiar y conocer al hombre, no puede ser arquitecto ni puede ser nada quien no conozca supropio ser, sus congéneres, los animales, los objetos cotidianos, los conceptos trascendentes, las estrellas en

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el cielo, las rocas en el mar. Todo muy bonito, pero se escurrían las tardes enteras en la facultad, a más de muchas noches; los fines

de semana estudiando en casa, una escapada para el cine o algún baile, a la mañana siguiente el informepara el lunes, los ejercicios del práctico anterior al anterior, se vence el plazo de entrega, no se puede perderla reglamentación, el examen libre no lo salva nadie, los reglamentados tampoco, quedan muchos por elcamino. La sangre ardía demasiado para pasar las horas interminables acodado frente a los libros,reescribiendo ilegibles apuntes mimeografiados, acostado sobre la tabla de dibujo, exprimiéndose elcerebro intentando descubrir la pisadita mágica capaz de anular todos los términos, igual un tercio, lqqd.Estudiar una carrera era estar sentado en la silla eléctrica por años, desecarse en cuerpo y alma mirandopasar el mundo sin pertenecer a él, ver encanecer los propios cabellos de hora en hora, encorvársele a uno laespalda de cifosis hasta convertirse en un signo de interrogación, curiosidad para los estudiantes frescos,mirá el profesor Larriera cómo quedó, yo no quiero ser así.

Había sido un niño modelo, promisorio, no el bobalicón sumiso de todos conocido sino un chicoresponsable, vivaz, apasionado por el orden, las notas prolijas, los resúmenes exactos, las colecciones delibros, estampillas, insectos, todo en sus cajas bien guardado. Más allá de sus esmeros, la imperfección dela realidad enturbiaba sus expectativas; la pulcritud adelantada en su imaginación se estrellaba contra lainadecuación de los álbumes, los chorretes de goma, la rotura de una esquina, el alto costo de losmateriales, los reclamos de una tarde de sol. Los comienzos de la carrera, el estudio formal, le habíanreavivado la certidumbre infantil del camino cierto, seré arquitecto, cultivaré las artes, estaré en la cofradíade hombres ignorados donde se redime la humanidad. Había despreciado la oferta del empleo público, unsueldo seguro, podés estudiar, te conviene, tengo un amigo en el Directorio, estamos en año electoral.Inconcebible pensar en una vida de rutina, un burgués más prendido a la teta del Estado, el grito libertarionacía sin progenitores conocidos, el romanticismo de la igualdad, prohibido prohibir, no hay valores en elcielo inteligible, lo imprevisto es la vida, el desprendimiento la libertad, regalando las colecciones, donandolos libros, ya no necesito esto, sólo al viajar liviano se doblegan las distancias, se hace más largo el caminopa'l que va cargao de más.

Era preciso, no obstante, hacer concesiones: trabajar en algo, comprar la independencia, liberarse de latiranía familiar estudiá mientras sos joven, no te pierdas la oportunidad, mirá tu padre yugando noche trasnoche en ese diario, él no pudo estudiar como podés vos, sos un privilegiado. Su madre temía por él, unamujer lo pescaría, lo haría casar, luego los hijos y adiós carrera, ¿no habían hecho eso ella y su padre?, porqué habría él de condenarse a la desecación, perder sus mejores años voluntariamente prisionero, viviendoen casa de sus padres, sometiéndose a sus dictados, lejos de Carina, mirada con recelo por los temores de sumadre, tolerada apenas por las preocupaciones de su padre, ansiada por él como una luz marcándole elcamino de la libertad, la unidad hombre mujer comprende todo el universo. En contra de los malos planes,la burocracia universitaria, las pulsiones de la vida, arrastró sus años de carrera sostenido por el interésintrínseco de la materia bajo estudio, por la abnegación de algunos docentes ejemplares. Hasta laintervención de la Universidad.

La falta de fé.Fernando. Diciembre, 1976.

- A veces, por evitar un largo camino, caemos en otros más largos todavía.Cuando el Juanjo Castromán, recibido de arquitecto, le transfirió esta verdad, Fernando ya la había

descubierto. Mantener la ética de la independencia, darle la espalda a la comodidad burguesa, habíaprobado tener un alto costo: los trabajos ocasionales, mal pagos, arduos por inconstantes, resultaban tanembrutecedores y esclavizantes como el empleo público obtenido por clientelismo político. El ingreso aldiario era un camino intermedio; su padre había hablado de él a jefes y conocidos, lo tomaron a prueba porser su hijo, pero debía demostrar ser merecedor del puesto si aspiraba a permanecer en él. No era lacristalinidad deseable en un estado igualitario, pero al menos se salvaba la cara.

El desprecio por la Facultad, devoradora de vida, lo había convertido en un trabajador errante,dactilógrafo aspirante a periodista, aprendiz de crítico de arte, auxiliar de los archivos, oidor forzoso dehistorias personales genuinas o prestadas, un hurgador de basura clasificando los desechos. Una convicciónincipiente de general impostura le había ido comiendo la madera del árbol de su fé como una invasión determitas intelectuales. ¿Sería él un enfermo de desengaño, estarían hipnotizados los demás, no habría unasola cosa creíble en este mundo? Nada es lo que parece. ¡Terribles palabras! Algo podrido había muchomás acá del reino de Dinamarca; el joven Hamlet había puesto fin a su vida porque se quedó sin padres, sinamigos, sin la ingenuidad de la hermosa Ofelia, en tus plegarias acuérdate de mis pecados; asumió sudisposición absurda para desenmascarar el asesinato de su padre pero acabó desenmascarando el asesinatode la verdad, la disposición absurda se le quedó pegada a la piel como un chaleco de fuerza; morir dormirtal vez soñar es sólo un destino inevitable, qué hacer entretanto, cómo convivir con uno mismo; conocer

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bien a un hombre sería conocerse, cómo superar tantas falencias, cómo ganarse el propio respeto en unasociedad donde es preciso perderlo para poder sobrevivir.

El también llevaba como el joven Hamlet un puñal clavado en el corazón, el puñal envenenado de ladesaparición del Tato Fiori, inmolado por una sociedad más justa en un acto de fé posiblemente inútil. Laindignación provocada por las técnicas siempre sucias de la dominación habilitaba la lucha armada comouna guerra santa, Robin Hood o Espartaco o Tupac Amarú o el Ché Guevara, no he venido a meter paz enla tierra sino espada. Ni el Tato ni nadie lo habían invitado a nada, ni le habían hecho la menor insinuación;las presiones de los estudiantes se limitaban a las manifestaciones, los actos de protesta, las pintadas. Acasohubiera preferido verse acorralado en el compromiso terrible de contestar sí o no; la falta de pregunta eraasumir un no, verle ceñida en la frente la diadema amarilla de la cobardía. Había ido enmudeciendo devergüenza, de desconfianza y de temor, en un régimen represivo alimentado por la delación. Lareivindicación de la justicia era una nueva impostura; nadie era capaz de jugarse de verdad por los altosideales, quedaban muy pocos cruzados, ya habían sido todos reclutados y vencidos, el resto éramosvendidos o gallinas. Había desoído con honestidad, como un subproducto de la cobardía, las concepcionesdisuasorias barruntadas entre las neblinas de su mente: la guerrilla urbana podía ser creíble en la lucha o enla muerte, pero menos en el poder; los comandantes caídos en acción eran preferibles a los premieresinterpretando la voluntad de un elusivo proletariado, qué diferencia habría con los milicos corrigiendo ladecisión equivocada de un pueblo al sustituir un gobierno elegido en acto electoral sin fraudes. Patéticoparecido, el de los extremos.

El camino firme por donde venía cantando alegremente la Marcha del Soldado había degenerado en unasenda de bañado; avanzaba a pies mojados sin hundirse, el agua colándose por las botas agujereadas, lahumedad trepando desde los bajos anegados de los pantalones, subiendo inexorable cuerpo arriba hastadejarle la piel pegajosa como de rana, inequívoco indicio de adaptación, ya somos parte del bañado, delagua fangosa y vegetal; se irá enfriando nuestra sangre hasta sumirnos por completo bajo el musgo y elverdín, seremos primero alimento de predadores, después nutriente vegetal, como tanta gente lo ha sidodesde tanto tiempo atrás.

Las columnas de las ideologías se resquebrajaban en crujidos alarmantes, el templo de la sabiduríaamenazaba derrumbarse aplastando la aldea de los campesinos, las ramas bajas de los árboles manoteadasen la desesperación del ahogo se le partían de podridas, los modelos admirados venían perdiendo el rostrocomo muñecos de cera en el horno de Satán. Unos últimos restos maltrechos de su fé eran proscritosperdedores refugiados en la serranía de un ideal de pareja, la celda humana donde está contenido eluniverso, masculino y femenino en la redoma del alquimista transmutando en piedra filosofal, detrás deestas murallas brotará el oro en la copa de nuestras manos juntas.

Carina.Fernando. Mayo, 1987.

Había dejado a Carina llorando en la cama grande, desconsolada como un bebé, borrados los años, elpudor, las enseñanzas, los prejuicios, las esperanzas; el mundo se venía abajo, el piso había cedido derepente bajo sus pies, caía en un abismo de negrura desolado y frío sin el consuelo de un final. No entendíaen ese momento, no entendió después; ¿alguien entiende alguna vez? Es la pulsión de muerte, se terminó elamor, dejaba todo tirado, nunca estaba en casa, no quería tener hijos, sólo le importaban los hijos, tenía malcarácter, hería mi autoestima, no administraba bien el dinero, no le gustaba la casa, su madre se metía entodo, no me satisfacía sexualmente, no te dejaba respirar, tenía la televisión siempre prendida, nuncasalíamos a ninguna parte, se pasaba en el teléfono, no era capaz de querer. La sociedad, siempre cuidadosadel bienestar de sus miembros, proveía un extenso catálogo de mentiras a bajo precio, útiles en todaocasión, realice su pedido por teléfono sin moverse de su casa. Increíblemente, luego de berrear ante elmundo como cerdos, levantamos el teléfono para hacer nuestro pedido, recibimos las bolsas desupermercado en un carrito empujado por un joven tocado de gorrito "coma más por menos" ahíto deindiferencia. Ya podemos conversar con los amigos, nos separamos por incompatibilidad de caracteres, conla voz aplomada de quien revela una reciente verdad universal olvidada de incluír en las últimas edicionesde la Biblia, el Corán, los Vedas, los Escritos de Jacques Lacan; nos vemos de inmediato premiados por elsilencio reverente de los amigos, más una comprensiva inclinación de cabeza, más la inscripción en lasagendas, Fulanito está libre, Menganita se separó, nunca se sabe, una aventurita o la reconstrucción de lavida, si no me sirve a mí presentárselo a otro pobre diablo igualmente abandonado, sólo en pareja se puedeser feliz.

Fernando tampoco supo encontrar un por qué, ni en ese momento ni después. Unos meses más tarde nopodía siquiera explicarse cómo le fue posible haber estado allí, ordenar sus ropas en la valija, pensarjuiciosamente qué convenía dejar y qué llevar mientras la mujer de su vida agonizaba de dolor en el cuartocontiguo por su causa. Oírla en el recuerdo era como verle fluir la sangre de las venas recién cortadas por su

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mano de verdugo cobarde, de torturador afectivo, un impúdico voyeur de la entrega de un ser humano a ladesesperación. Olvidada toda vergüenza, perdido todo freno, ¿qué podría importarle a ella mantener ahorauna imagen ante él, ante el mundo? Si una mujer no era capaz de retener al hombre de su vida, si eraabandonada de esa manera cruel, si era sometida a la violación de un compromiso eterno, nos tenemos eluno al otro, no hay nada más ni precisamos más, entonces ¿ahora qué? Sólo una enajenación, una anestesiaprofunda, podían haberle permitido a él sobrevivir tales momentos, lacerantes en el recuerdo como no lohabían sido en la vivencia, cómo habré podido, una indiferencia tal, una frialdad antártica, hay mayorcalidez en las piedras de un cadalso que en el corazón de un hombre.

El sabía, vaya si sabía, lo que era ser abandonado. "No cambie su rosa encarnada por un falso botón queaparezca en su camino". Escrito en el paragolpes de un camión brasilero en la ruta de Sorocaba a SaoPaulo, era la mejor descripción de los sucesos del año anterior. La bien dotada Mónica, incapaz de darsemedia vuelta sin emitir vaharadas de sensualidad, había caído, vaya a saber por qué, en las redes de suseducción. Le había concedido sus favores luego de mucha persecución, alimentando el deseo semana asemana, cuando llegó no se podía creer, cómo yo con semejante mujer aquí, sacudida en convulsiones bajola potencia de mi virilidad, eran verdad las séculas de fantasía, se tocaba el cielo con las manos de placer.Anduvo por las calles como flotando en otra realidad más contundente, alejada del mundo cotidiano,incomprensible para quien estuviera fuera, es mi hembra, a la salida del trabajo me solazaré en ella comonunca más, se colgará de mí como una lapa ansiando ser destrozada en el remedo de muerte de una cópuladevastadora, es preciso morir para dar vida, todo el universo concentrado en un punto sin dimensiones, lasaciedad estará siempre una hora más allá del confín del tiempo.

Mónica también era casada. Salían del diario separados para encontrarse unas pocas cuadras más allá,apretarse en un taxi, Los Paraísos por favor, el conductor mudo como los cocheros de antaño, el coitoadúltero se protege con un manto de discreción casi sagrado, una contradicción de rutina en la sociedadcondenatoria, hoy por vos mañana por mí. Cartas deslizadas entre mamotretos de papeles señaladas con ungesto, bombones chocolatines galletitas encontrados por sorpresa en un cajón del escritorio, llamadas porteléfono en claves clandestinas de brevedad japonesa, dejar la reunión con los amigos, la exposición o lacasa matrimonial por las calles aventureras, anónimo entre la gente como asesino de presidente, nadie sabede esto, yo soy el solitario Chacal, mi misión es tirar del gatillo cuando vea por la mira telescópica la cruzpartiendo en cuatro la cabeza de la Muerte.

Dos meses depués el chicle había perdido su sabor, por rabiosa que fuera la masticación. Mónica seasustó, o su marido sospechó, o el embrujo pasó como el efecto de las pociones del druida Panoramix.Empezó con remilgos de remordimiento, escollos para verse, declaraciones de amor por su marido,acusaciones insensatas de haber sido seducida. Fernando, viendo en puerta el abandono, redobló susataques, acosándola más allá de la prudencia, el orgullo herido de taita traicionado cubriendo tenazmente elincipiente sabor a nada. El temor de ella aumentó exponencialmente: estaba en riesgo su matrimonio, suseguridad, su nombre, si esto se hacía público sería el acabose. Cayó o pretendió caer en una postraciónnerviosa, obtuvo licencia psiquiátrica, estaba al borde del surmenage, toda solicitación sería una crueldadsin límites, una falta de respeto elemental, un egoísmo despreciable. En medio de alguna consternación delos compañeros, la desesperación de Fernando, las sonrisas de otros, su marido la llevó de viaje a Europapor tres meses para reponer su maltratado sistema nervioso lejos del opresivo ambiente laboral. Fernando sequedó solo como un moderno gato de Zaragoza mirando la jaulita donde el pájaro acaba de huír bajo el aladel gavilán, es mejor ser rico y sano, los más fuertes de la especie se llevan las mejores hembras, es laselección natural, este hombre Darwin, ¿habrá sido abandonado por alguna mujer, o sólo le conmovían laspiedras, los esqueletos y las plantas?

Encerrado en sí mismo, pretextando preocupaciones de trabajo ante la mirada alarmada de su mujer,exorcizaba el orgullo herido en pensamientos lacerantes, escritos cruelmente pesimistas, fragilidad tunombre es mujer, miserable estado de debilidad, dándose cuenta de estar buscando, increíblemente, unconsuelo maternal en los brazos de Carina. Acabó por contarle el motivo de sus penas, destrozándole elcorazón llorando en sus brazos por el amor de otra mujer. Cegado por la angustia, más tarde habría de pagarel precio de la humillación, de haberse arrastrado como un reptil en el fango oleoso, de haber rebajado suorgullo de macho a felpudo en día de lluvia, ya no sería nunca más para su mujer un hombre digno de talnombre. Carina, formal como siempre, había dado una muestra de entereza acaso más humillante para él:tragándose su dolor, lo había tratado de aliviar mostrándole sin palabras el escaso valor de la pasión efímeraante la constancia del amor construído ladrillo a ladrillo todos los días. La comparación era desarmante:Mónica, al lado de Carina, no picaba ni siquiera en belleza física. Limitada, tontuela, su única cualidad erala sensualidad. Había caído ante Fernando, acaso no el primero, atraída por la vehemencia de su expresión,por su porte romántico de cliché cinematográfico, esa fuerza interior de los espíritus torturados capaz demovilizar corazones de mujer. Un amasijo de carnes transpiradas, unos gemidos enardecedores, unaansiedad de trascendencia inexplicable, la ilusión infantil de estar tocando a la puerta de la casa de PapáNoel, la más ingenua de las ingenuidades había bastado para cubrir las almenas de flores de papel, echar alvuelo las campanas de las torres, poblar el cielo de fuegos artificiales, convertir el castillo inexpugnable de

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su falta de fé en una romería de brutales campesinos jugando competencias de lucha primitiva para luegoatiborrarse las barrigas engullendo carne de caza mal asada, colando odres enteros de vino basto de descartehasta caer en la inconciencia, sus cuerpos de bestias erizados de ronquidos salvajes. Al día siguiente, lospatios cubiertos de inmundicias, el olor nauseabundo de la carne podrida cortando la respiración, charcos deorines bajo los bancos derribados, la capilla profanada por la descarga de carretillas de estiércol. No eraposible retirarse: había que seguir viviendo, llevar a cuestas eso que uno era.

- Es como un vidrio roto: se lo puede pegar, se le puede poner cinta adhesiva, pero está roto. Ya no esmás una sola cosa; las partes no se pueden unir.

Abandonó la residencia matrimonial sin tener otra mujer, sin saber por qué. Tan sólo no quería estarahí, ni hablar, ni hacer el amor, ni enseñar los ojos. Tampoco quería estar más en el diario; renunció unosmeses después. Vivió un tiempo en una pensión, luego volvió a la casa paterna. No sabía hacia dónde sedirigía, tan sólo quería salir de donde estaba. El regreso al taller del Varilla era en algún sentido volver alprincipio, a un punto donde todavía no habían habido errores, derribar un rey cercado de alfiles y caballos,había perdido su dama blanca al despejar el jaque de la dama negra. Un dios griego gordo y grasiento,babeado de risa, observaba a los hombres a través de un microscopio celestial, como un entomólogoperverso disfrutando una cópula de moscas.

Fernando en San Pedro.Silvana. Febrero, 1994.

- Si el Pony me presta dos peones, en dos semanas le limpiamos todo, con el Gorgo. No le digo lasestatuas, porque eso es más delicado, pero el parque se lo dejamos impecable.

- No, don Vicente, sólo desbroce el camino de entrada. Vamos a terminar la casa, primero.Vicente Camacho, el jardinero, trabajaba con su hijo Gregorio, el "Gorgo" Camacho, un gigante

bonachón con algún retardo mental. Siempre pegado a su padre, todos lo trataban como a un niño; élrespondía siempre sonriendo, en una media lengua ininteligible de interpretación innecesaria. Don Vicentele había dicho bien señora sin estar convencido. Silvana no había querido destapar el parque, descubrircompletamente las estatuas. Estar ella allí, dueña de todo, la casona inmensa, el parque salvaje, loshabitantes de la zona reverentes ante ella, señora feudal o sacerdotisa vestal, usted es la heredera de la viejaseñora, manda como ella, eran palabras de Adelaida, ¿usted no toca el piano? Sí, tocaba el piano, aunque yano. Sí, era sola, no tenía marido, no tenía hijos. Era la dueña de todo esto, el refugio terrenal de su tíoAlberto, el monasterio de clausura de su tía Rossina, ¿qué acabaría siendo para ella este paraje cargado dehistorias? Había sentido el temor, sano temor de repetir destinos ajenos de soledad o de muerte; ahora veíacon temor el decaimiento de su temor, el hábito todo lo puede, se había quedado en San Pedro varios finesde semana con gran gusto, combinando la soledad con la compañía discreta de la gentes del lugar, la mujerdel Pony, Adelaida, la simpleza avispada de las mucamas... las noches a solas, con alguna música en laradio, dibujando sobre los planos de la casa, recorridos con renovado placer... ¡dibujando otra vez! Denoche, cerradas las ventanas y las puertas, había vuelto a releer los estudios de Czerny temblándole lasmanos sobre las teclas del piano recién afinado.

- ¿Conocés Colonia?- Poco. Vine hace mucho. De pasar para Buenos Aires, varias veces, pero ahí no ves nada.- Damos una vuelta, comemos algo y después vamos para allá, si te parece.- Bien.Recorrieron el casco viejo de la ciudad, discretamente reconstruído en el estilo colonial. Fundada en

1680 por los portugueses al mando de Manuel Lobo, gobernador de Río de Janeiro, la Colonia delSacramento había cambiado de manos con los españoles innúmeras veces, origen de la superposiciónparcial de diversos estilos constructivos. Siguieron la rambla hasta el Real de San Carlos, donde estaba laPlaza de Toros y el Frontón de Pelota, todo muy descuidado. El Hipódromo sobrevivía gracias a losburreros de la zona, nombre popular reservado a los aficionados al hipismo. Almorzaron asado de tira conensalada mixta en El Portón, tinto Novelo de Irurtia, botella de tres cuartos, de postre flan con dulce deleche, café o té, un café por favor, para mí un té con limón.

Silvana había hecho limpiar y descubrir las estatuas, prácticamente intactas salvo detalles. Seis de ellaseran biformes, combinando en una misma pieza estilos, épocas y expresividades contrapuestas. Una deellas, casi puramente clásica, mostraba sin lugar a dudas la capacidad del escultor para dominar su material.Sobre las columnas de la entrada, dos seres biformes presentaban hacia afuera un rostro de clásicahermosura, hacia adentro una expresión dura, torturada, diabólica. Las formas análogas de cada uno semiraban entre sí, en un diálogo paralelo columna a columna. Las contrapuestas no se veían una a la otra:siendo partes de un mismo ser, se ignoraban por naturaleza. Aunque muy parecidos, estos seres biformes noeran iguales: ciertos detalles los hacían complementarios uno del otro. Esos mismos detalles hacían tambiénsus mitades complementarias entre sí. Su significación, si la tenían, no parecía fácil de desentrañar.

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- Acá lo llaman "el loco Falcón". - Es muy distinto de todo lo anterior, de las piedras, de los murales en los edificios. Esto es escultura de

verdad, tiene un estilo. No lo sabría clasificar, no podría decir si tienen valor, pero esas cosas, ya a estaaltura... Impresionan, conmueven, capturan, sacuden... están vivas. Así, inmóviles como están, viven. LosSeres Biformes son una obra maestra.

La apreciación de Fernando fue para Silvana una confirmación tranquilizadora. Las estatuas habíanimpresionado más allá de lo normal su sensibilidad adiestrada en la contemplación de la obra artística; ellapodía estar teñida de emocionalidad por el lugar, pero Fernando venía por primera vez, las había visto sóloen fotos, ni siquiera conocía Colonia. Podía ahora compartir con él las interrogantes, la inquietudexperimentada.

- ¿Por qué las habrá hecho así? El lado malo para adentro, hacia el parque, hacia la casa.- ¿Por qué "lado malo"?- No sé, me impresionó así. Son formas angulosas, torturadas, primitivas...- Es la pasión, el sufrimiento, el amor, la fuerza, el compromiso. El otro lado, el lado bueno, dirías vos,

es el equilibrio, la serenidad, la contemplación, el distanciamiento. - Apolo y Dionisos. Los griegos ya lo dijeron todo; agotaron la originalidad.- Pero no la expresión. El hombre es siempre el mismo, sólo puede variar en su manifestación. Estas

esculturas son de una expresividad extraordinaria, delicada y brutal. Cuanto más las veo, más fascinantesme resultan.

- Yo las llevo viendo varios meses. Al entrar y al salir. Son fascinantes, pero también inquietan. No estanto el lado malo sino el contraste, los dos estilos contrapuestos, la coexistencia en la misma piedra, en elmismo ser.

- El lado malo hacia adentro... podría ser un recordatorio, una advertencia.- ¿ ... ?- Afuera, detrás de esos portones, está el mundo.

¿Falcone con Molinari?La investigación. Marzo, 1994.

- Deberíamos decidir si vamos a hacer algo con todo esto. Hemos logrado rescatar unas treinta piedras;los murales son once, las estatuas de San Pedro son ocho; allá nadie le compró nada, Falcone trabajó sólopara mi tía.

- No es tan poca cosa.- El inconveniente es el traslado. Para una exposición sólo tenemos las piedras; los murales y las

estatuas sólo podemos presentarlos en fotografías. Eso no resulta muy atractivo.- ...- Estuve pensando...- ¿Sí?- Una exposición conjunta. Con Molinari.- Los géneros son muy dispares. No me parece.- En esta era postmoderna nadie se fija en eso. En salas separadas, claro. No pretenderíamos encontrar

ningún paralelo, sólo compartir el local. Molinari llevaría mucha gente, hace mucho que no expone, estáviejo, tiene una enormidad de obras acumuladas. Lleva años trabajando sin que nadie haya visto nada.

- ¿Cómo es posible? Es bueno.- Los artistas nacionales son así.- ¿Te das cuenta, nena? ¡Trescientos cincuenta dólares! ¿Te parece que un artista puede entregar una

obra por trescientos cincuenta dólares? No tuvo ni la cara para ofrecer mil, una miseria, pero al menossuena mejor.

- Don Guido, es una tela chica...- ¡No, no, no y no! ¿Me vas a decir a mí el valor de una tela? ¡Como si el valor de una obra se midiera

en centímetros! ¡No sé cómo tenés una galería! ¡Menos mal que tengo la jubilación! ¡Menos mal que tengolas clases! Si no, tendría que estar regalando estas obras por chirolas, a cualquier ventajerito de estos,mercachifles, viajando por ahí como gitanos, vendiendo el arte como si fueran cacerolas.

- ¿Así te dijo? El viejito tiene carácter.- Está un poco chiflado, pero es muy buena gente, yo lo quiero mucho. Tomé clases con él, hace unos

años. Nos hicimos amigos. Tengo unos cuantos cuadros suyos en la galería, pero se venden poco. Losartistas nacionales están demasiado preocupados por la cotización, no quieren ser medidos por el precio desus obras, pero terminan ellos midiéndose a sí mismos de la misma manera.

- ¿No les convendría vender más barato y vender más? Muchos pintores de nombre se hicieron conocervendiendo a precios bajos, como si fueran artesanos. Un comprador le muestra el cuadro a los amigos,

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presenta al pintor como un genio, difunde su nombre; la cotización viene después. ¿No piensan en eso?¿Prefieren tener los cuadros en el taller?

- Ahí tenés. Son todos así. Los buenos se cotizan a sí mismos de tal modo que nunca llegan a cotizarsede verdad. El mercado nuestro es pobre, pero si más gente pudiera tener originales en sus casas el artenacional habría dado un gran paso.

- Es cierto, yo compraría cuadros, pero ni se me pasa por la cabeza; tengo la idea de que cuestan undisparate.

- Molinari pinta uno o dos cuadros por semana, a veces tres. En la última etapa, un abstracto conreminiscencias figurativas muy expresivo, a mí me gusta mucho; tengo algunos en la galería. Cuestan undisparate; cada tanto se vende alguno.

- ¡Dos o tres cuadros por semana! ¿Qué hace con todo eso? ¿Lo guarda en el taller?- Así es. Ultimamente pinta sobre papel. Debe tener unas quinientas pinturas. Todas apiladas en los

estantes del taller.- ¿Para qué pinta? No puede esperar vender todo eso ni en veinte años; seguramente no va a estar para

verlo.- No lo sé, ni sería posible preguntárselo, ni saber si él lo sabe. ¿Entretenimiento? ¿Necesidad

expresiva? ¿Terapia? ¿Soledad? - ¿Qué verá en los cuadros? ¿Recuerdos? ¿Fantasía?- Misterio.

El concurso.Molinari. Abril, 1937.

A esa hora de la mañana, en el tranvía, nadie hablaba. De pie o sentados, estáticos como autómatas, lospasajeros se dejaban llevar, las voluntades anuladas, el tiempo suspendido.

- Como hormigas saliendo del hormiguero.No era fácil encontrar sus ojos: cerrados, soñolientos, ausentes, esquivos, vueltos hacia el suelo,

perdidos en abismos interiores. La falta de mirada barría las últimas señales del ser conciente.- Todos dormidos creyéndose en sus camas.Metido en el saco nuevo elegido con la ayuda de su madre, tu padre quería ir pero tiene que trabajar, la

punta de la corbata tocando justo la hebilla del cinturón, el joven Guido mantenía derecha la espalda en elasiento, juntas las piernas, las manos una sobre otra encima del portafolios, la raya del pantalón en ángulorecto subtendido con perfección de geometría lineal. A su lado, una señora de estáticas arrugas, ajadas lasmanos, pasada del retiro, sobrevivía aún en el oficio de servir. Del otro lado, un obrero desgarbado, lasmanazas de acarrear ladrillo cayendo entre las piernas, estiraba una noche corta enroscándose como unperro en vertical. Frente al asiento lateral, los viajeros de pie oscilaban todos juntos, como cantando unabarcarola al compás de las maniobras del tranvía repleto.

- Soy el único ser viviente. Estoy rodeado de muñecos.El concurso era a las ocho, pero él se había levantado a las seis y media para salir a las siete, siempre

conviene llegar un rato antes, ser de los primeros, elegir un lugar con buena luz, la máquina de escribir másnueva, no despreciar ninguna ventaja. ¡La máquina de escribir! Ahí podía estar la diferencia, los dedos levolaban sobre las teclas cuando ponía Montevideo trece de marzo de nuestra mayor consideración dospuntos, lo había hecho mil veces sin mirar; mirando, muchas más.

- Voy al encuentro de mi destino.Su madre le tenía preparado el café con leche, no, prefiero no comer nada, después, cuando todo haya

pasado, quedate tranquilo, vas a tener suerte, estás bien preparado, ojalá. Sentado al otro lado de la mesa, lacorbata perfecta hendía la camisa blanca de su padre llegando justo, sin ver sabía, a la hebilla del cinturón,la tabla de la mesa podría haber sido transparente, era como estarse viendo en el espejo del futuro, treintaaños después como los mosqueteros, sin frente marchita, acaso más tranquilo, pasadas las incertidumbres,las constantes pruebas de los primeros años, bondades de la edad adulta, papá lo sabe todo.

- Estoy haciendo lo correcto.Lo sabía, había aprendido a entender, sin darse cuenta, los silencios de su padre, descifrando los

enigmas ocultos tras el rostro severo, casi enojado, una tapa para la olla donde barbotaba el orgullo,justificado orgullo por ese hijo tan a su gusto, tan bien orientado en la vida, pobres los otros padres,luchando con los suyos para hacerlos estudiar, o trabajar, o cualquier cosa útil, jóvenes modernos,pedigüeños, siempre necesitados de dinero, yéndose de parranda los fines de semana y más, pidiendovacaciones antes de empezar. ¡El Banco Internacional Euro Americano! Mejor no pensar, es un concurso,puede haber muchachos mayores, bien preparados, hijos de profesionales. El, el padre, había hecho lomejor, pero había largado en desventaja, de chico fregando ollas, la escuela a los ponchazos, trabajando entodos los oficios. Pero al final, tenedor de libros, con los años tesorero, sí señor, corrigiendo los errores del

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contador, sin faltar el respeto, como debe ser, gracias Molinari si no fuera por usted, no es nada contador, acualquiera le pasa, un momento de distracción.

- Me voy a batir con las modestas armas de mi saber.No había logrado alcanzar la cumbre caligráfica de la profesora Luisina Anabel Naranja, Taquigrafía,

Dactilografía, Preparación para Banco, perfecta hasta en la firma, letra inglesa cursiva inclinada a laderecha, soltera en custodia de anciana madre inmortal. Taquigrafía Martí, la Pitman no, diferenciar trazosleves de gruesos es difícil, el libro comprado por su padre no sirve, no se preocupe, conmigo aprenderá todolo necesario, han pasado miles por aquí. Tres meses, casi cuatro, finalmente, cuarenta palabras por minuto,s biconsonante desinencia dre, mente miento terminación, barra inclinada punto final. Después, al pasar delos signos a la máquina, exprimiendo un poco el cerebro podía recordar florete en vez de flirteo, florista no,falta la s, el garabato de florete estaba antes del garabato de papel, papel lo tenía seguro, flirteo no cabía enel negocio, pero sí florete, se usaba papel florete en los documentos oficiales ignorando históricasreminiscencias espadarias.

- Papá me hizo comprar el traje nuevo.Papá, papi, viejo, el veterano, José, José Julián, don José. En su interior, no sabía cómo llamar a este

padre grande. Molinari, le decían en el trabajo, él también era Molinari, Molinari hijo, ridículo, el hijo deMolinari, peor, cómo hacer para evitar la confusión, tener un nombre propio, vaya. Enhiesto como unsoldado, la misma cara de malo, encarnación viva de la seriedad laboral, la mirada de su padre vigilabaatenta desde el segundo plano: distante poder, no intervenir si no es necesario, si lo es ni dudar, caer en uninstante como un rayo, Júpiter agostando la Tierra, los mortales a temblar. El viejo monarca le habíaenderezado la corbata tocándola apenas, armándolo allí mismo caballero por el contacto de sus realesdedos, serás como los helenos, volverás del campo de batalla con tu escudo o sobre él, parihuelasimprovisadas donde traían a los muertos.

- Es un concurso, no un examen; si hay mejores ganarán.No era sólo él, era su madre, era su padre, eran sus hermanos, eran todos los Molinaris de la historia,

antecesores desconocidos encerrados en viejos retratos enseñando bigotazos engomados de autoridad. Estahormiga lleva sobre sí la carga de todos sus ancestros, siempre fuimos derechos, no sabemos pedir nada, lohicimos todo nosotros solos, del sudor de nuestra frente, todo salió de las espaldas, estás recibiendo lomejor de diez generaciones, la onceava será tuya, a ver qué vas a hacer. Cien Molinaris lo observaban desdelas graderías del tiempo, los ojos furibundos clavados en él, sólo en él, olvidado pasajero de este fantásticotranvía. El segundero del reloj lo empujaba en cada golpecito un poco más hacia el futuro, vencer o morir,salvación o condena, lealtad o traición. El reloj de caja pulida a espejo, es acero inoxidable, la abuela notenía para oros, te lo dejó al morir para cuando te hicieras mayor, un hombre debe saber siempre qué horaes. El padre, papá, papo, don José, el viejo, allí parado en la puerta comprimiendo el orgullo detrás de lacara de malo, ése es mi hijo, ganó el concurso del Banco Internacional Euro Americano, ahora sí va a hacercarrera. La corbata mejor anudada de la Ciudad Vieja caerá sobre su camisa blanca justo hasta tocar lahebilla del cinturón, recostado en la poltrona giratoria frente al escritorio enorme en la oficina privada delBanco Internacional, bien, vamos a examinar estas garantías; el señor empresario deberá estirar el brazolargamente para colocarlas ante él, quédese tranquilo, lo vamos a estudiar, el Banco siempre está dispuestoa financiar emprendimientos productivos, no, no es nada, sólo cumplo mi deber.

- El muchacho viene a empezar de abajo.Experiencia anterior, sí, estudio contable, cuatro años, auxiliar contable; antes, cadete. Referencias

personales, sí, contador Celestino Del Piazzo, doctor Ifigenio Gómez Quintas, señor Augusto H. Mochetti.Cadete de oficina, trasladar papeles de un escritorio a otro, ir a comprar cinta engomada, recoger losformularios de la imprenta, sonreír a las burlas de los auxiliares apenas un dedo por encima en el escalafónde los tinteros. Sacar punta a los lápices dando vuelta la manivela de la maquinita, es una locomotoradiesel, vamos a sesenta kilómetros por hora cruzando el puente del río Negro, próxima parada kilómetrotres veintinueve, altura sobre el nivel del mar cincuenta y siete metros. Era la escuela de la humildad: siquerés llegar, hacé bien tu trabajo, no llegues tarde, aprendé a esperar. El ascenso a auxiliar administrativolo vivió con indiferencia: no era un escalón alto, había muchos por delante, éste era apenas el primero.

- Papá, hoy cobré.El primer sueldo, el sobre sin abrir sobre la mesa ante el tribunal de padre y madre, abrilo, con el

cortapapeles. El índice del padre marcó la divisoria de billetes, esto es para vos, el resto para la casa,gracias papá, yéndose para el cuarto, esto es mío, me lo gané, los ojos húmedos de la madre elevados haciael marido, nuestro hijo, como debe ser.

- Amarylis.La joven diosa de la fecundidad, de piel apenas sonrosada, los brazos desnudos cargados de promesas

sensuales como el árbol de frutos, toda para él. Si entraba en el banco, en un año o dos podrían casarse.Amarylis, abrazada apenas como si se pudiera disolver en el rellano de la escalera a la azotea, el hato de laropa seca entre los dos como la espada de la castidad, los cuerpos apenas en contacto, los labios húmedosde las bocas confundidas, la risita nerviosa, la cabeza de ella buscando el hombro de él para esconder el

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rostro arrebolado. Ahogado él en la fragancia blanda del aire habitado de mujer, tan distinto en las casas desolteros, de hijos, de hermanos, donde los aromas femeninos permanecen encerrados en un cuarto o se hanperdido para siempre, Amarylis, lo nuestro será eterno, sí mi amor, seréis una sola carne, seremos ¡ohAmarylis, Amarylis, Amarylis!

- Este viaje no tiene fin. El conductor es un robot. Nos lleva hacia el infinito.

La inquietud. Molinari. Junio, 1942.

Amarylis se dormía temprano, porque madrugaba. A él no le gustaban las mañanas: se le iban dandovueltas en torno a nada, un tiempo muerto en espera de un almuerzo demasiado próximo al desayuno, cafécon leche, un pancito nada más sino después no como, debía entrar al Banco antes de la una. Después delhorario de clientes, llenar los formularios, ya los traía adelantados, sólo unos cuantos renglones, la firmacompleta con rúbrica imitable pero no igualable, sello con cuidado, perfecto, salida hasta mañanamuchachos, a casa, a veces a lo de la suegra a buscar a su mujer, vení por lo de mamá, ya cenamos ahí, tequiero, chau. Los tres primeros años, en un severo ejercicio de la voluntad, había concurrido a la Facultadde Ciencias Económicas, con escasos resultados. No lograba concentrar la atención en la aridez de losnúmeros, la sequedad de las leyes, el pantano de las teorías económicas; el tiempo era escaso, Amarylis loreclamaba, él mismo se distraía. Intentó ponerse horarios, buscó aislarse en el rincón del comedor dondetenía el escritorio, el apartamento era muy chico, no permitía encerrarse. Intentó estudiar en la Biblioteca dela Facultad, dominando el vacío estomacal cuyo remedio inmediato era la huída hacia su casa, las libreríasde viejo, la calle Tristán Narvaja, el viejo café Sportman, donde se podía leer tranquilo el diario de lanoche. Era posible, alcanzaba con pegarse a la silla de la Biblioteca, caería en los libros de puroaburrimiento, mucha gente había hecho la carrera así, sorbiendo el conocimiento en esa misma salasemioscura, los sesos recalentados por la bombilla de la luz, saldré de aquí cuando estén por cerrar.Amarylis empezó a quejarse, no estás nunca, no sé para qué nos casamos, me paso esperándote, pero Lilita,es la única forma de tener un título, no me importa que seas contador, si me recibo puedo ganar más, en elBanco también, podríamos vivir mejor, no quiero lujos, de qué sirve tener un poco más, no quiero pasar lavida sola en esta casa esperando la vejez.

Los fines de semana salían al cine, a caminar por la rambla, a mirar vidrieras por Dieciocho, veíanalgunos amigos, visitaban a los padres: una parejita joven, todavía sin hijos, no hay apuro, la vida trae lascosas a su tiempo. En el Banco ya había tenido un ascenso; Amarylis tenía razón, era posible mejorar. Peroen las noches, cuando ella se dormía bajo sus caricias, él quedaba en blanco, cada vez más inquieto, sinsaber por qué, como si tuviera dentro un tumor para extirpar, algo así como la necesidad de hablar pero noera eso, hablaba mucho de muchas cosas con todo el mundo. Era como si la vida se le estuviera yendo sinningún propósito. Se enumeraba a sí mismo la lista de bondades de su posición actual, los logros obtenidos,las felicidades de su matrimonio, las promesas del futuro exhibidas a su alcance como en un escaparate.

- No sé lo qué querés. ¿No te alcanza con ser feliz?Pensó en volver a dibujar, como en la escuela, en el liceo, ¡le iba tan bien!, siempre lo habían elogiado

mucho. Hasta había ganado dinero, sí señor, con sus dibujos... ¡pero vaya de qué forma! A escondidas de supadre, por supuesto. Una noche lo habían sorprendido en la calle pintando barba, bigotes, lentes, eczemas,verrugas, lunares, en los afiches de un conocido candidato político, dando eficientemente al traste con lacara sonriente de vótenme a mí. Al principio se había asustado, cuando los tres hombres le dijeron de ir alClub, pero se morían de risa mirando los carteles. Lo trataron como a un rey, le ofrecieron unos pesos paraseguir haciendo lo mismo en todos los carteles pegados por el barrio. Era arriesgado; una vez lo habíancorrido a pedradas los pegacarteles del candidato trucado. Pero los rostros quedaban tan bien, todosdistintos, horrendos, ridículos, brujeriles, no lo podían poner preso por eso, correr si venía alguien, por lasdudas. Se terminó con las elecciones, pero él ya había perdido el interés, garabateaba sólo por dinero.Volvió a dibujar en su casa, copiando postales, o a veces del natural, pero más bien paisajes imaginarios defuerte tono europeo, con nieve, montañas, caminos serpenteantes, cabañas puntiagudas.

Cuando estaba cumpliendo su preparación comercial en casa de la señorita Naranja, en medio deltableteo incesante de las máquinas de escribir, Amarylis había aparecido en su clase, una alumna nueva,cayendo del cielo como un hada. El resto de ese año había pintado con un fervor desconocido.

- No te preocupes, amor, pronto vamos a tener un hijo, eso te va a centrar. ¿No te emociona pensarlo?- Sí, claro, ¿cómo no me va a emocionar?Permanecía inmóvil oyendo la respiración regular de Amarylis, envuelto en su fragancia de mujer, con

los ojos abiertos a la oscuridad, pareciéndole iluminar la habitación como dos faros de automóvil, oyendopasar las horas en el reloj cucú regalo de su suegra, colgado en el comedor, justo sobre el centro de la mesa,¿te parece bien, amor? Se preguntaba mil veces qué quería, qué le faltaba: tenía un buen trabajo, su casapropia con préstamo hipotecario, una mujer hermosa, cálida, buena ama de casa, cariñosa, condescendiente.

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¿A dónde iba todo? El universo tan vacío, todos apiñados en la Tierra tan poblada, ¿alguien sabe algo?Todas las estrellas, brillando como el sol pero lejanas, tan lejanas, ¿para qué?

Empezó a escurrirse fuera de la cama, como culpable, en cuanto Amarilis se dormía. Cambió laposición de la portátil del escritorio, el cono de luz sobre la tabla, así molesta menos, se nota menos, se vemejor. Allí empezó a revolver papeles, anotando en un cuaderno las cosmogonías que la noche hacía brotaren su cabeza. Empezó a recordar viejos dibujos, intentando repetirlos de memoria, muy torpe ahora, la faltade práctica, acaso la máquina de escribir deformaría los huesos de las manos, basta, no pensar pavadas,después no se pueden sacar las ideas de la cabeza. Había sabido dibujar igual con las dos manos, porcasualidad. De chico se había quebrado al resbalar en el barro del campito, corriendo por la punta derecha,solo frente al arco, pateá, ahora, giro resbalón y al suelo, un dolor tremendo en el antebrazo, flojo como degoma. La mano derecha anulada por el yeso, probó dibujar con la izquierda, de puro aburrido no más. Conun poco de práctica empezó a salir bien. Después siguió dibujando con las dos manos al mismo tiempo,cultivando la habilidad, orgulloso de la perfección alcanzada, sobre todo en las figuras simétricas.

Sin darse cuenta, fue cayendo en el silencio, los ojos apagados, qué te pasa amor, ¿estás enfermo?, no,no me duele nada, preciso hacer algo, no sé, volver a dibujar, algo para tranquilizarme, lo que sea mi amor,estás triste, no me gusta verte así, supe de un taller, dos veces por semana nada más, al salir del Banco,claro, amor, si es por tu bien, martes y jueves, ¿de verdad te parece?, es perfecto, yo te espero en casa demamá.

La vida familiar.Molinari. Setiembre, 1943.

Se levantaba temprano, a las ocho a más tardar. Salía de la cama despacio, cuidando de no despertarlo.Iba a la panadería a buscar un pan flauta para el mediodía, ése más tostadito por favor, no, el otro, ésemismo, gracias. Mientras le envolvían solía entrar el peón de la cuadra donde se horneaba, la enormeasadera al hombro, media bolsa doblada aguantando el calor, las vendedoras haciendo espacio, el pancaliente sobrevolando las cabezas, ya pueden despachar, el olor dilatando las narinas, agrégueme dosmarselleses por favor, que sean tres, yo no debería, yo tampoco, pero es tan rico el pan recién salido.Desayunaba café con leche, el marsellés con manteca, revolviendo la taza al final para sorber todas lasmiguitas. Después le servía el desayuno a Molinari. Volvía a salir al almacén, a la verdulería pocas veces,en la feria es más barato, los miércoles, comprás para toda la semana, eso sí, la comida ya prevista el díaanterior, cuando hay feria se te va toda la mañana. Mi marido almuerza temprano, a las once y mediaestamos sentados a la mesa, desde que nos casamos jamás entró tarde al Banco.

Lavaba la vajilla, ordenaba la cocina, barría el piso, cerraba las cortinas, oscureciendo levemente la casapara un letargo de siesta, media hora, una hora a lo más, para descansar las piernas, con un almohadón a lospies para prevenir las várices, como dijo la tía Licha. Después lavar la ropa, planchar o coser, según,oyendo la radio. A las cinco en punto de la tarde, el mate dulce con alguna vecina, la primera actrizRosamunda Rivero, el primer actor Pedro Alvarado, con gran elenco, Esclava del Amor, la ronca voz dellocutor se derretía en la melodía de un piano almibarado hasta llorar. A las siete entraba en la cocina, apreparar la cena, Molinari cenaba bien: es mi comida principal, no puedo irme al Banco con el estómagorepleto, gracias, Lilita, estaba muy rico. Mientras comía ella le contaba algunas nimiedades del día, lepreguntaba por el trabajo, lo acompañaba en las quejas, indignaciones, esperanzas de la vida del bancario,conociendo a todos los empleados por el nombre, los trámites por los detalles, las querellas por lasambiciones. Juntos analizaban estrategias, balanceaban posibilidades, pergeñaban ingeniosos proyectos deréplica para situaciones difíciles.

- En este mundo hay que ser como los hongos venenosos, porque si sos bueno te comen.Amarylis, la diosa de la fecundidad, había desarrollado como prometiera. Su hermosura de Venus,

discreto remedo de las féminas rollizas de Rubens, desataba en el marido una sensualidad nueva, elaborada,despojada de urgencias, capturante, un lento remolino oceánico descendiendo a profundidades oníricas.Increíble como cambian los gustos, yo de joven no hubiera sabido apreciar una belleza así. Miopía de lajuventud.

- La esfera es el cuerpo perfecto.¡Sabios griegos! ¡Sabia geometría! La sinopsis había despertado su deseo siete años atrás; ahora gozaba

inmerso en la posesión, preso en la fascinación de la película, versión íntegra sin cortes. Acaso el idealestético, el patrón de mujer perfecta que anidaba en su cabeza no era algo inalterable, sino un recubrimientogomoso pegado a la piel del ser amado, cambiando de forma junto con él, evolucionando en los añosconjuntamente con la variación del cuerpo, haciendo posible la permanencia del anhelo, la conservaciónimperecedera del éxtasis, lo nuestro es de veras para siempre, lo siento adentro, sí mi amor, yo también; asíserá.

El taller de pintura no se concretó: no le era posible salir del Banco a tiempo, cambio de horario ni

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pensar, el trabajo está primero, no, lo lamento, el maestro no da clase en otras horas. Finalmente encontróun profesor con horario en la mañana, pero enseñaba sólo dibujo: primero a lápiz del natural, lasproporciones, claroscuros, la expresión, dominar la gradación de tonos, luego vendría la arquitectura, elpaisaje, los animales, el retrato, al final la tinta, sólo para los muy buenos. Dibujar es más difícil, se notantodos los defectos, el haragán no se puede refugiar en el color. La habitación de caballetes, vasos conpinceles, paletas enchastradas, lienzos tirantes sobre marcos de madera apilados en desorden, inefablescreaciones poblando las paredes; las tardes suspendido entre la Tierra y el Espacio Infinito; la sombraalargada de sí mismo vistiendo indiferente la toga oscura del doctor Faustus, empeñado en desentrañar lasclaves del Universo revolviendo en los mágicos calderos del color... todo se había esfumado contra el fondoamarillo del monótono papel garbanzo. Sus primeros trazos débiles de lápiz se le antojaban desnutridosremedos fantasmales de los dibujos verdaderos, portentos admirados con humilde reverencia en las salas deexposición, donde el lápiz o la pluma hacían brotar las cosas como si pudieran tocarse, tatuajes imbuídosbajo la piel blanca del papel, bajorrelieves esculpidos para siempre en las paredes de piedra de los templos,dibujos que golpeaban el alma como puñetazos. Cómo puedo yo, empleado de banco a tiempo completo,alcanzar semejante nivel, pretensión soberbia de un ingenuo, un pobre diablo incapaz de reconocer supropia mediocridad, las salas de exposición lo ponen a uno en su sitio. Su vida estaba ya jugada, no habríaoportunidad para él en esta encarnación. Habría sido necesario tener la valentía de elegir desde chico, huirdel hogar, vender diarios, dibujar con carbones en la calle, viajar de polizonte a París, trasnochar en loscafés comiendo el único bocadillo del día pagado por amiga prostituta, trabajar día tras día sin parar,desafiar la tisis, el frío, la ropa sucia, esperar el éxito como si no existiera, un artista de verdad.

- No hubiera sobrevivido.Empleado de Banco, con mujer, hipoteca por pagar, hijos por venir, un rol social. ¿Renunciar?

¿Resignarse? Ya lo había hecho. Ya había renunciado, ya estaba resignado; tengo un buen empleo, unahermosa mujer, nada de qué avergonzarme, estoy haciendo lo correcto, es pecaminosa esta disconformidad,con todo lo que la vida me ha brindado. Pero después venían las noches en vela, el lento revolver de lospapeles en el escritorio, el cono de luz hacia abajo para no molestar, Amarylis por fortuna de buen dormir,allá en la cama sin notar su soledad; la tristeza de verse las manos inútiles, ahora con vellos sobre el canto,incapaces de retrazar en el papel la forma entrevista en algún lado, ahora ya no puedo no me sale no tengopaciencia estoy en otra cosa. Aunque sólo fuera por conjurar esas noches alargadas de desesperanza, desoledad, de conmiseración por la destreza perdida de sus manos, debía ir por las mañanas al taller de dibujo,levantarse con Amarylis, son las siete, amor, hoy tenés taller.

En el frío matinal, una vez sentado en el tranvía, olvidado de las preocupaciones del día, empezaba avivir una burbuja de bienestar. El profesor de dibujo era un hombre de fortuna perdida, con una casagrande, cada vez más descuidada. El trabajo habría sido para él la degradación última; enseñar a dibujar,con la mano educada por afición en talleres de París, era un destino menos indigno. La sala se curvaba enventanas sobre un jardín a la francesa, donde hoy las plantas de alcurnia soportaban con estoicismo ladesvergonzada invasión de toscas enredaderas de baldío. En el taller no había horario: los alumnosllegaban, permanecían, se iban según les viniera en gana, entre las ocho de la mañana y las ocho de lanoche los martes y los jueves. El profesor, dueño de casa, daba sus clases sin interrumpir su vida doméstica,el arte y la vida son, en el devenir del tiempo, la misma cosa. Molinari llegaba temprano, entrando sinllamar por la puerta del fondo, pequeña salita, pasillo, contiguo, la sala taller. Abría todas las persianas,dueño por un momento de la casona, del tiempo, de sí mismo. Se acomodaba en una ventana, el sol no daríaallí hasta la tarde, a veces dejando una rendija abierta al olor vegetal de la mañana fría, unos segundos paramirar la naturaleza, esto también es arte, luego a trabajar, estoy pagando por esto, no lo puedo desperdiciar.

El profesor aparecía por allí al rato, oliendo a café y tostadas, vistiendo raído saco de mezclilla comopara tertulia de club inglés. Le daba indicaciones, le contaba anécdotas de París, se quedaba pensativomirándolo por encima del hombro mientras él dibujaba.

- Yo no dibujo lo mío: sigo con el lápiz los trazos de las cosas.Luego de un tiempo, con alguna alguna timidez, se había atrevido a usar la mano izquierda. El elegante

profesor no dijo nada, ni en ese momento ni después; sólo había mirado, como lo miraba ahora, por encimadel hombro, sin ningún comentario.

- El arte debe ser libre, cada uno hace como quiere.- O como puede; lo que importa es la obra.- El resultado final.El silencio del profesor, la escasez de compañeros a esa hora, los argumentos de su diálogo interior, le

dieron confianza: se lanzó a dibujar con las dos manos, sin cuidarse de ser visto ni de las preguntas de losotros, como un prestidigitador luciendo, una y otra vez, el único número impactante de un estrechorepertorio.

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El embarazo.Molinari. Febrero, 1944.

Durante más de dos años no tuvo ningún indicio de embarazo. Cuando ya empezaba a alarmarse, lefaltó la regla por más de sesenta días. Ya no había duda: Molinari sería papá. Repartió la noticia entre todoslos familiares, todas las amigas. Comenzó a tejer escarpines, peleles y batitas, blanco, no celeste ni rosado,el blanco iba bien fuera nena o varón, no tenía preferencias, había pensado nombres para los dos sexos.Dudaba al combinarlos: su hijo tendría, qué duda cabe, primer nombre y segundo nombre, el conjuntodebería ser armónico, sonar bien al oído. Dejó de preocuparse por el régimen, ahora debía alimentarse, unanueva vida reclamaba de ella nutrición, su hijo sería sano, vigoroso, fuerte como ella.

Despertó una noche en medio de sueños alarmantes. Molinari, vuelto a la cama luego de sus horas decavilación nocturna, dormía pacíficamente a su lado. Se sintió mojada. No podía ser: en cuanto verificó elatraso, había mantenido a Molinari alejado de ella, por proteger el embarazo, nada de relaciones, habíadicho el médico. Se levantó apresuradamente hacia el baño, sin prender la luz. No sentía dolor, pero sí elcuerpo actuando en forma extraña. A oscuras, sentada en el inodoro, la cara hundida en las manos, loscodos sobre las rodillas, lo sintió salir de ella salpicando entre fluídos. Mecánicamente tocó el botón de lacisterna. Cuando terminó la descarga empezó a llorar.

Molinari despertó al oír los ahogos de su llanto.- Lilita...- No entres, no entres.Cerró la puerta de un manotazo.- Lilita ¿estás bien?Un acceso de llanto. Molinari estaba perdido, sin saber, sin osar imaginar lo que pasaba.- ¿Llamo la urgencia?- ¡No! ¿Para qué? -en medio de los sollozos.Se había corrido sobre el bidé, se había lavado, había encendido la luz para buscar un pan de algodón,

lo había calzado en la bombacha, se había envuelto nuevamente en el camisón. Entonces abrió la puerta.Molinari, desconcertado, la recibió en los brazos, tratando sin éxito de consolarla. La llevó a la camapreguntándole mil veces si estaba bien, instándola a no preocuparse, hablando como si supiera de lafrecuencia con que ocurren estas cosas, como todo luego se arregla, en unos días todo pasó, vamosbomboncito, no te pongas así, ahora sólo tenés que descansar, ¿estás segura de no querer llamar a nadie?

Le preparó una taza de tilo con leche. Se la bebió a sorbitos, sin dejar de llorar, sola en su dolor, sinatender consuelos. Cuando él fue al baño, vio los rastros de sangre en la loza blanca del inodoro. Deshizolos coágulos con el chorro de su orina, tiñendo de rojo el agua del fondo. La descarga de la cisterna barriólos restos. Volvió a la cama. Abrazó a su mujer sintiendo el llanto mojarle los pijamas.

Amarylis cayó en un mutismo impropio de ella. Atendida constantemente, no dejaba de llorar. Susescasas frases aludían invariablemente a la inutilidad de su vida, a la incapacidad de su vientre. El médicohubo de recetarle pastillas para tranquilizarla, para hacerla dormir. Era un castigo, por haberse apresurado,por haberle dicho a todo el mundo, por haberse puesto a tejer e inventar nombres, por haber empezado allamar a Molinari "papá". Ahora, de la manera más vergonzosa, sin siquiera dolor, había perdido a su hijo,su minúscula vida arrastrada por los caños en aguas nauseabundas. ¿Para qué habría de quedar ella en elmundo, acá de este lado, por encima del blanco higiénico del inodoro, rodeada de azulejos blancos,abrigada en sábanas blancas? Blancos eran los ataúdes de los niños, pero ella no había sido capaz de traersu niño al mundo ni siquiera para morir: lo había dejado ir en un coágulo de sangre descolgado sobre laloza del inodoro, arrastrado por el agua de la cisterna, en medio de la oscuridad. Nadie supo el color de susojos, si tenía pelo, cuanto pesó, si la nariz era del abuelo, como lloraba al tener hambre, si tenía genio osonreía ante la luz. Su madre, las amigas, Molinari, apenas sombras a los costados, oscuros muñecos, vagasformas amistosas; hacia adelante, sólo el vacío.

Amarylis demoró semanas en recuperarse, sin conseguirlo totalmente. Había perdido su locuacidadconfiada, sus proyectos de familia, su fé en el futuro. Sus esperanzas de maternidad se retiraron hacia elfondo de sus anhelos, sobreviviendo en austera reclusión. Dos veces más sufrió pérdida del embrión,aunque con menos aparato. La vida anidaba en ella, se sostenía un breve tiempo; luego se desprendía sinaspaviento, apenas unos dolores, como si ese tiempo de permanencia le hubiera sido suficiente, como si lefaltara interés en continuar, en conocer el mundo. Algo comenzaba a vivir; ella lo recibía, le daba de sualimento, lo mantenía en quietud, le brindaba su amor... sin razón aparente, sobrevenía una falla: el nuevoser se le desprendía en silencio, sin aviso, negándose a tomar de ella, a recibir su protección.

Consultó especialistas, empezó a recibir atención médica, a hacer tratamientos, a cuidarse en lascomidas. Era algo muy común, muchas mujeres jóvenes, fuertes, sanas, tenían problemas de retención alprimer embarazo, luego se arreglaba, muchas madres de prole numerosa habían empezado como ella. Sevolvió cautelosa al mencionar el tema de los hijos, Molinari dejó de ser "papá": ahora era "viejo" en la vidadiaria, "mi marido" ante las señoras de los jefes, Molinari con las amigas. La lista con los nombres de

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ambos sexos dormía en un rincón de su memoria. La caja de cartón London-París con batitas, peleles,escarpines de lana blanca, en el ropero, debajo de la ropa de invierno, envuelta con naftalina.

Cuando volvió a atrasarse en la regla lo supo sólo el médico, luego la tía Licha, mamá todavía no, mepone muy nerviosa; Molinari tampoco, estas son cosas de mujeres. Un par de meses después, cuando saliódel médico, la felicito, señora, todo va muy bien, sólo tiene que cuidarse, sí, claro, puede decírselo a suesposo, la tía Licha la llevó a casa llorando en el taxi, subo contigo, nena, no tía, no, gracias, estoy, bien,andate, quiero estar sola cuando se lo diga a Molinari, en un baño de lágrimas, finalmente, amor, vas a serpapá.

Años de trabajo. Molinari. Diciembre, 1952.

El embarazo de Amarylis fue un oasis de paz. Superados los primeros meses, no hubo complicaciones.Molinari, abrumado de responsabilidad, no era capaz de saber si deseaba realmente un hijo, pero agradecíaa Dios la paz emocional que la gestación había traído a su mujer. Los llantos, la depresión, la atenciónconstante, las lamentaciones, habían sido el día a día de su relación conyugal los dos años anteriores.Agotada su capacidad de consuelo, su comprensión, su paciencia, la marea de una ira sorda se anunciaba ensu interior. Luchaba contra ella por la fuerza de la razón, recordándose a sí mismo sus deberes de esposo,incriminándose por los malos sentimientos, soy un monstruo, un egoísta, sólo percibo mi molestia, la pobresufriendo por la frustración de su maternidad, debería sentir placer de estar con ella, todas las mujeresquieren ser madres, nada más natural; algo en mí no está bien. No obstante sus esfuerzos, la débil marejadade los argumentos morales se deshacía contra el negro malecón de su disgusto. Obligábase entonces conmayor severidad a ser amable, servicial, bien dispuesto, buscando por el cultivo de estas cualidadesatemperar las culpas de su frialdad.

Era inconfesable, pero no quería estar en casa. Las cuatro horas semanales del taller de dibujo,insuficientes para un verdadero aprendizaje artístico, en casa imposible hacer nada, no alcanza pero más nopuedo, habían pasado a ser un refugio, un alivio, una terapia. Las horas extra en el banco le trajeron unescape adicional: el trabajo, el dinero extra, las necesidades crecientes, el agrandamiento de la familia, laseguridad, santificaban la permanencia fuera del hogar, mi esposo trabaja tanto, es tan responsable, pobre,se lo merece todo. Empezó a defenderse levantando un escudo de lamentaciones, apoyándose firme en laobligatoriedad del trabajo, la responsabilidad de mantener una familia, el costo de vida siempre en alza, nosabés a cuánto llegó este mes la canasta familiar, un disparate, eso no lo gana nadie. Cada vez másinseguridad, más despidos, más desocupación, deberíamos dar gracias a Dios por tener trabajo, por tenerunos ahorros; mirá Fernández, con mujer, tres hijos, quince años de trabajo: seis meses de indemnización ysi te he visto no me acuerdo, la casita en la playa, el autito, y ahora ¿qué va a hacer?

Olvidada toda vanidad sonora, Francisco José fue bautizado finalmente en los nombres de los abuelos.Se mostró desde el primer día como un niño débil, enfermizo, con graves dificultades alimentarias.Amarylis tuvo poca leche, fue necesario buscar sustitutos enseguida. Pero el estómago rebelde de FranciscoJosé rechazaba todo lo conocido: leche de vaca aguada, harinas especiales, féculas balanceadas, leche de lascabras de un granjero suizo empeñado en revivir el Tirol en las sierras de Maldonado. Agotados lossustitutos de la medicina, de la sabiduría popular, del ensayo, el pediatra recién llegado de Europa trajoconsigo el milagro: alimento para recién nacidos BQ6, de los laboratorios Christian-Bayles, Londres. Suprecio era tan increíble como sus efectos: el pequeño Francisco José toleró bien el nuevo producto, el padreaumentó las horas extra. Las latas de una libra etiquetadas en fondo blanco con leyendas a dos colores eninglés, cruzaban el océano en los buques de la naviera Moore-McCormick, derecho a los estantes vidriadosde la Droguería Inglesa, The English Drug Store, Thomas Grierson & Sons, Calle Buenos Aires esquinaItuzaingó, productos farmacéuticos de alta pureza y calidad, siempre al servicio de su salud, yes Sir.

Recuperada Amarylis de su embarazo, satisfecha la atención del niño, superadas las angustias de sualimentación, Molinari volvió al abrazo conyugal luego de muchos meses de abstinencia, te agradezcotanto, amor, es por nuestro hijo, ya lo dijo el médico, vos lo oíste, sí, yo también te extraño, claro. Amarylisemergió de su primer parto con el cuerpo de una mujer rolliza, abundante en atributos, de cutis atirantado,cálido a la caricia. La incipiente exageración de su estampa de Venus primitiva izó a Molinari un peldañomás en la escala de la sensualidad, dándose a recorrer los volúmenes con ansiedad arqueológica. Durantelos meses de abstinencia había buscado, en medio de fuertes culpas, el servicio de alguna mujer pública,vení Pelado, yo te llevo, un lugar de primera, no muy caro, si sabré yo de eso, con tres hijos y un cuarto porvenir. Había hallado por esta vía algún alivio, pero poco agrado. El sexo concedido por dinero, el actoautomático, unos cuantos movimientos de la pelvis, la descarga apresurada, ya está, es tanto, ahora a casa,en taxi para llegar en hora, qué tal Lilita cómo estás, bien, amor, venís cansado, cómo está el nene,precioso, se durmió, pobre angelito. No valía la pena el costo moral, no entiendo a los hombres, engañar asus mujeres por esto, gastar el dinero en algo así, tan sin gracia, no hay como el amor conyugal, el dulce

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aroma de la mujer propia. En instancias de urgencia, cuidando el dificultoso embarazo de Lilita, se habíavisto obligado: todos los hombres lo hacían, no era traición, sino forma de preservar, de proteger la vidacontra las apetencias ciegas. Alguna vez se le cruzó por la cabeza eso de si no me dan lo busco en otro lado,pero se negó a considerarlo, una idea propia de la privación, puesta en mí por la animalidad insatisfecha, nodejar anidar malas ideas, después viene la persecución, ya soy bastante obsesivo; tengo una esposadiligente, un hijo por venir, sé cumplir mis obligaciones. El hombre es un ser racional, no una bestia sincontrol.

Dejó el taller de dibujo. Se sentaba frente al jardín del viejo profesor a pensar en su trabajo del banco,los problemas de la familia, la mejor forma de ahorrar, de conservar el valor del dinero eludiendo lainflación. El apartamento era muy chico, había que buscar otra cosa. No encontraba tema para el arte, noreunía entusiasmo suficiente para volcar nada en el papel. Había ido perdiendo aún las horas nocturnas decavilaciones solitarias bajo el cono de luz en su escritorio de la sala, reclamado por la atención del niño, desu esposa, las más veces vencido por el sueño. En las horas de la mañana tomó un trabajo de teneduría delibros en una empresa de fabricación y venta de bombas para agua: el contador era correcto, el sueldorazonable, se apreciaba su trabajo. A las doce entraba al banco; comía alguna cosa traída de su casa, no sepuede comer por ahí, es un robo, te dan porquerías. Como ya no atendía público podía tomarse unosminutos en el guardarropa. Volvía a casa ya entrada la noche, aceptando siempre las extras que hubiera.Amarylis le calentaba la cena mientras jugaba un momento con el pequeño o lo miraba dormir. Los fines desemana intentaba descansar en compañía de su familia.

Siempre había sido ahorrativo, pero la responsabilidad familiar lo llevó a controlar todos los gastos. Seobsesionaba con el aumento de los precios, las dificultades para conseguir las cosas, la malevolencia de loscomerciantes. Amarylis peregrinaba por ferias, almacenes de ofertas, ventas de ocasión, liquidaciones.Anotaba en una libreta los gastos del día, sumaban juntos a fin de mes, calculaban lo necesario para elsiguiente, guardaban en la caja de ahorros del banco. Con un préstamo de los suegros compraron el terrenoen Malvín, a cinco cuadras de la playa, menos no, es demasiado caro. Contrataron un constructor para lacasa, en un año la tiene terminada, vengo haciendo casas desde hace veinte años, nunca tuve una queja. Conlos ahorros pagaron el terreno, al contado veinte por ciento menos, un resto para casos de necesidad. Sevendió el apartamento, se saldó la hipoteca; se podía devolver el dinero al suegro, pero el buen hombremurió sin verlo; la deuda se dedujo de la sucesión, Amarylis, única hija, heredaba. Gracias a papá, que enpaz descanse, ahora tenemos casa.

Los trámites sucesorios hicieron pensar a Molinari en la división de bienes, esto es tuyo, Lilita, a mí mepuede pasar algo, el banco, los negocios, es mejor a tu nombre, por cualquier cosa, tenemos un hijo, no teolvides. No tenía idea clara de los riesgos verdaderos, pero dio en agrandarlos a la vista de catástrofeseconómicas conocidas, grandes empresas, consorcios financieros con poco o nada en común con su propiasituación. Quedó la casa a nombre de Lilita, una caja de ahorros en el Banco República, es el banconacional, no le puede pasar nada. Guido Leonardo Molinari, nacionalidad uruguayo, separado legalmentede bienes, cuenta caja de ahorro número siete nueve ocho seis tres tres, único titular, orden el mismo, sello,firme aquí. Nadie tiene por qué saber, es un seguro de vida, si me llega a pasar algo no quedan en la calle,es todo para ellos, a la tumba no me lo voy a llevar.

Entrevista imaginaria.Fernando. Marzo, 1994.

- Volvamos a los Seres Biformes. Además de la necesidad de mostrar lo polifacético, de patentizar otrasrealidades posibles del objeto representativo, o aún la multiplicidad potencial de significaciones en unmismo objeto; más allá de destacar lo oculto en lo visible, ¿hay para usted algún significado en los númerosen sí, aparte del número dos? ¿Ha explorado usted la existencia de algo más allá de lo binario, por decirlode algún modo? Por ejemplo, ¿ha intentado esculpir en tres caras, o en muchas caras, reflejando algunacualidad esencial del universo?

- El número dos está en la esencia de la naturaleza. La inmensa mayoría de los animales sonbisexuados; si bien los hay asexuados o hermafroditas, no sé de trisexuados más allá de alguna obra defantaciencia de difícil verosimilitud aún dentro del campo de la narrativa de ficción. Esto en lo cercano anosotros, en el reino animal al cual pertenecemos, condición olvidada con demasiada frecuencia. En elreino vegetal el intercambio de material genético es también binario, pero aún más sorprendente es laexistencia del número dos en el mundo físico: estados eléctricos positivo y negativo, izquierda y derecha enel cosmos. Geométricamente la simetría es una forma del dos, y el universo está lleno de simetrías, tantofísicas como conceptuales. Este es un concepto esencial para mí, el de la simetría, sobre todo porquesimetría no es en modo alguno igualdad. No me he planteado polivalencias, no creo en su existencia.

- Pero usted ha trabajado formas complejas, en volúmenes yuxtapuestos, con muchos planos, enréplicas diferenciadas...

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- No es lo mismo. No son polivalencias en el sentido de la simetría, de los sexos, de la carga eléctrica.Son simples pluralidades, yuxtaposiciones donde no se guarda una relación de mutua necesidad. En lapluralidad cada parte es "per se", independiente de las demás. En la simetría, una parte sólo cobra sentidopleno en presencia de la otra. No sólo el todo supera la suma de las partes; esto sucede también en lapluralidad. En la simetría cada parte se supera a sí misma por la sola existencia de su simétrica.

- Usted parece haber usado la pluralidad para imponer la duda, reservando la simetría como algo másprofundo. ¿Es así?

- La pluralidad produce inseguridad. Si algo puede ser varias cosas diferentes ya ingresamos en elterreno de la duda. Este es el valor de la pluralidad: no se trata de decir "esto no es blanco, es negro"; sedice "esto puede ser blanco, o negro, o azul o de otro color". Si algo puede ser muchas cosas ya no se sabelo que es. Cuando la duda anida en la mente o en el corazón ya no se retira. Podrá olvidarse o desconocerse,pero no se retira.

- Estamos de acuerdo en desenmascarar lo falso, en corregir los errores, pero ¿por qué esa necesidad deintroducir la duda? ¿No hay bastante zozobra ya en el mundo, bastante incertidumbre?

- Una cosa es no saber y otra cosa es saber mal. No se trata de corregir el conocimiento, sino de llegaral estadio anterior al conocimiento.

- ¿Un retroceso?- ¿Ha habido progreso? El hombre evolucionó del animismo a la divinidad monoteísta, luego a la

ciencia positiva, después al beneficio económico como único credo. Creemos saberlo todo porque noshemos olvidado de las preguntas. Ya no necesitamos la Biblia, ni el cura, ni el médico, ni el psicoanalista.Ahora necesitamos la tarjeta de crédito, el estado patrimonial, el whisky Vat 69, la visita a Disneyworld.Cuando nos pare la Parca en el medio de la ruta, ¿qué vamos a hacer? ¿Encomendar nuestra alma a Dios?¿Mostrar nuestras reservas morales? ¿Despedirnos de nuestros seres queridos? ¿Contemplar en armonía laobra realizada, he vivido como debí, me retiro en paz? Nada de eso: extraeremos del bolsillo nuestra tarjeta"gold", le firmaremos un "voucher", aquí tiene señora Parca, pase usted bien, nos vemos el año próximo,como si fuera una multa o un peaje; pagamos y seguimos tan campantes. ¡Ingenua modernidad!

- Su obra, ¿es la búsqueda de una fé más sólida, más elevada?- Sólo me anima la construcción. Algo pasa en mi interior, mis manos se mueven, surgen unas formas.

Es todo. Alguien podría interpretar mis figuras ambivalentes como el bien y el mal, el ying y el yang, elequilibrio de contrarios, otras mil dualidades posibles e imposibles. No me reconozco en ninguna de estasinterpretaciones. Si alguien se conmueve frente a una de mis obras, bien por él, ésa es su creación, yo allíya no estoy. Si frente a esas mismas piedras alguien es inducido a la teoría, bien por él, ésa es su obra; yoallí tampoco estoy.

- No me ha dicho nada de la contribución de esa ambivalencia en la sensación de incertidumbre, dezozobra que vive la gente de hoy. ¿Es positiva la contemplación de una obra como la suya para el hombrede hoy, sumido en la confusión?

- No es tan grave estar confundido como estar equivocado. Quien está confundido está en posición deencontrar una verdad. Quien está equivocado pero cree en la veracidad de su convicción corre un granriesgo. Cualquier día su certeza estalla en pedazos o se disuelve con la lluvia y queda desamparado.

- ¿No estamos todos desamparados?- Sí, claro. Estamos desamparados. Pero es mejor estar a la intemperie que bajo un refugio que se hará

pedazos, caerá sobre nuestras cabezas y nos dejará cadáveres, como tantos de esos que usted puede vercaminando por la calle o hablando por televisión.

- Me pareció que dejábamos algo en el tintero, cuando estábamos hablando de la simetría, sobre todo enel plano moral, espiritual, afectivo. ¿Quisiera abundar en ese tema?

- No.

"Entrevistas imaginarias con Marco Antonio Falcone" (extracto). Fernando Larriera . Artículosaparecidos en el Semanario Cultural del Diario "El País", Montevideo, Año XXII, números 1088-90.

Camino al Gólgota.La investigación. Mayo, 1994.

- Silvana, Fernando. Perdoname la hora. ¿Te desperté? ¿Estás ocupado?- No.- ¿En serio? - En serio. Decime.- ¿No podrás venirte mañana a San Pedro? Encontré unos planos, unos papeles de mi tía... puede haber

más estatuas hacia el fondo de la casa, sobre la ladera del cerro. No pude ir a ver, recién encontré ahora

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estos planos... no me gustaría ir sola. ¿Te complico mucho? ¿Tenías algo previsto?- No... pensaba ir por lo de mi madre, a almorzar. Puedo llamarla por teléfono.- No la despiertes ahora, venite mañana, a las ocho menos cuarto tenés un ómnibus, yo te espero en la

agencia, llamás a tu madre desde acá. Puede ser todo un fiasco, pero de repente hay algo de valor.Lo llevó directo a los Altos. Cuando pasaron entre las columnas de la entrada principal los Seres

Biformes inclinaron las testas levemente. Silvana detuvo el auto frente a la escalinata de la entrada. Hizopasar a Fernando a una sala de severo mobiliario, seguramente de la época de sus tíos. La casa había sidoarreglada con cuidado en su propio estilo. Se sentaron ante una mesita con sillas tapizadas, frente a unaventana al parque.

- ¿Desayunaste? ¿Te hago preparar algo?- No, está bien, gracias.Fernando se puso a examinar el material. Silvana lo dejó solo. Un carpetón morado de aspecto añejo

contenía dibujos de diferentes obras escultóricas, varios de cada una, en diferentes perfiles, con abundanteestudio de detalles. En muchas de ellas se incluía también un croquis en planta del emplazamiento; sobreéste, una o a veces dos direcciones marcadas denunciaban el propósito claro de estudiar el aspecto ofrecidopor el objeto en la distancia. La técnica de dibujo era somera, lineal, rápida, con apenas algún sombreado,letras o símbolos de evidente carácter mnemotécnico. Aunque destinadas a servir de guía al escultor, losdibujos permitían evaluar la magnitud de la obra. Ninguna de las piezas tenía nombre, ni tampoco la obraen su conjunto.

El otro libro parecía un manual de mantenimiento. Escrito a máquina, se hallaba dividido en secciones:planos, escultura, jardinería, caminería, drenajes, calendario anual. Detallaba tareas de limpieza de caminos,conservación de las esculturas, mantenimiento de toda una obra civil de veredas, bancos, canales, esclusas,sumideros, gárgolas, vertederos, sin olvidar una serie de croquis cuadriculados a escala especificandoformas y tamaños de poda para diversas especies de árboles y arbustos, identificados individualmente conun código. Las esculturas, en cambio, sólo tenían una indicación ordinal, primera, segunda, tercera, segúnse avanzaba en el camino de recorrida. En algunas de ellas, agregado a mano con lápiz, casi ilegibles por eltiempo, aparecían algunos nombres. La calidad del trabajo era profesional, como la de cualquier manualrealizado en un estudio de arquitectura.

Silvana regresó una media hora después. Traía una bandeja con dos tazas de café y un plato congalletitas. Fernando, absorto en los papeles, apenas la vio.

- Esto es formidable. ¿Estará construído? ¿Cómo nadie lo vio?- No sé. Según dice la gente de acá, en todos estos años no entró nadie, tenían miedo al espíritu del loco

Falcón. Si esto está por donde creo, es la ladera del cerro, sobre el lado noreste de la casa. La vegetación esimpenetrable.

- ¿No fuiste a ver?- No. Encontré esto anoche, tarde. Estuve horas estudiándolo, me acosté de madrugada pero apenas

pude dormir. Además, no quería ir sola. La primera impresión es... no sé, diferente. ¿Vamos?Fernando, con el plano en la memoria, se adelantó a recorrer el casco a lo largo de los muros; ella lo

siguió. Apoyados por dos peones más un tractor con zorra enviados por el Pony, don Vicente y el Gorgo,prendidos a las desmalezadoras de motor como jinetes de Apocalipsis, habían limpiado el parqueeliminando los yuyales, descubriendo los senderos, destapando las cunetas, liberando las plantasornamentales del abrazo de boa del monte natural. Los caminos no habían sido aún reconstruídos peroestaban transitables. El trabajo de jardinería propiamente dicho recién podría empezar ahora. Silvana nohabía hecho un recorrido prolijo del parque. Se sorprendió dejándose llevar por la actitud decidida deFernando: olvidando la contención de su trato habitual hacia ella, avanzaba movido por el espírituemprendedor de sus trabajos con el Varilla, alerta, revisando desde las copas de los árboles hasta losrincones de las cunetas con el cuidado de un detective de novela, Sherlock Holmes al frente, la doctoraWatson detrás; Scotland Yard llegará, como siempre, cuando ya todo esté aclarado. Sin cambiar palabraalcanzaron la puerta de rejas.

- ¿A dónde da?- No sé, nunca vine. Al cerro, supongo. - El candado es nuevo.- Hice cambiar todos los candados.Extrajo el manojo de llaves, seleccionó una por el rótulo, abrió el candado. La puerta, acondicionada

recientemente, se abrió sin un sonido. El carraspeo de los Seres Biformes corrió sobre los muros como unpostillón desbocado.

Silvana recordaría esta excursión como un sueño vegetal. El camino al cerro, apenas transitable.Fernando abriendo el paso con una rama gruesa, apoyando el pie de costado sobre los yuyos, los pantalonesmojados en los bajos por la humedad de las hojas. El crecimiento desenfrenado, sin disciplina, abandonadoa sí mismo, lo había cubierto todo. Por debajo de las alambradas rotas, las cunetas tapadas, los camposenyuyados, los caminos sólo huella, el manto de vegetación, la tierra era la misma tierra paciente, generosa,

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dadora de la vida, siempre igual en todos los tiempos, cultivada por todos los pueblos del mundo en buscade alimento, morada final de los seres queridos de todos los deudos, hollada por los pies de todos loshombres, edén momentáneo de todas las parejas de la historia unidas en idéntica ilusión, rincón de tierrarefugio de los Maresca paseando de la mano congelados en una estampa del tiempo, perdidos en la tardeiluminada de su primavera trunca.

Avanzaban por un camino artificial bien afirmado, con un trazado preciso, nada parecido a un senderode caminantes, fruto del capricho o el azar de los obstáculos. Al doblar un recodo del pasaje vegetal, endirección al cerro, vieron la primera escultura: una masa pétrea cubierta de verde, entrelazada de guías,manchada de hongos. Fernando se volvió. La cara de ella mostraba igual sorpresa: nunca había visto esto,no sabía de su existencia. Sin intercambiar palabra, descubrieron la pieza como mejor pudieron, arrancandocon las manos las guías, quitando las hojas, rascando masas de musgos con ramas secas. Una formahumanoide en talla blanda se contraponía a otra zoomórfica de aristas bruscas: un ser bípedo apoyado enuna lanza o cayado donde enlazaba un brazo, el otro en arco descendente, la mano en apariencia abierta,como invitando a pasar. La cabeza combinaba una expresión de serena contemplación sobre un lado conuna mueca casi burlona del otro, ambas frontales hacia el camino de llegada. Las formas exageradas encurva o en arista debían algo a la Continuidad en el Espacio de Umberto Boccione; un expresionismo casiclásico simetrizaba con el zoomorfismo precolombino, sin conformar plenamente ninguna de lastendencias. La fuerza expresiva, la calidad de la factura, no requerían del ojo experto para ser apreciadas.

El resto del recorrido fue como subir a la montaña rusa en cámara lenta, recorrer las escenas del trenfantasma en el viento de la tarde, un viaje a la fantasía desenfrenada de un creador titánico capaz deconciliar en un contraste armónico el Rodin de Los Burgueses de Calais con la Serpiente Emplumada deTeotihuacán en medio del monte indígena donde vertieran los charrúas la primera sangre del conquistadorespañol quitando la vida de un flechazo a don Juan Díaz de Solís, piloto mayor del reino, descubridor delParaná Guazú, el río como mar. Después de la segunda estatua abandonaron todo intento de quitar lavegetación, menos densa al ir ascendiendo. Notaron la presencia de los canales, los rincones con bancos, lacombinación cuidada de árboles, arbustos y flores escondidos bajo la anárquica eclosión de la vegetaciónsilvestre. Recorrieron todo el paseo, alcanzando la cumbre del cerro San Pedro, coronada por una esculturade mayores dimensiones, de formas caprichosas, mezcladas, naturalistas y mitológicas, en una enigmáticaperspectiva.

La obra de Falcone era ésta. Las modestas piedras reunidas en Montevideo, los murales en los edificios,los artículos de diario escritos por él mismo, habían quedado lejanamente atrás. El escultor mediocre,borracho, de vida errática, el pobre diablo candidato a ser promovido por la mentira del mercadeo, el héroede biografía inventada, de imagen a vender, volvía desde la tumba a reclamar por sus fueros, enviando estasfiguras inquietantes en representación, soliviantando al público inerme con preguntas incontestables,invocando enigmáticos espíritus de la existencia siempre dispuestos a turbar con sus rondas el bienestar delos presentes. En el mismo lugar donde ellos pensaban inventar profundidades inexistentes, engañar unpúblico acostumbrado a tragar píldoras de cultura como chupaba pastillas de menta, se erguía sin mediarconvocatoria una pandilla de monstruos de piedra: contorsionados como payasos, torturados comodemonios, clavaban en los ojos una mirada penetrante, burlona, sobradora. Una semana atrás, creían ellosmanejar una figura en plasticina, modelar a su antojo el perfil artístico de un maleable Marc Antoine,animar su vida miserable con unas cuantas dosis de ficción trágica, una ejecución deshonesta del "todo avender" del cineasta Andrzej Wajda, preocupado por evitar la mutilación afectiva en una época signada porla sobrevivencia comercial. El loco Falcón, desde el entierro de su trinchera, levantaba frente a ellos laPatrulla de la Muerte, unos inclementes soldados de piedra dispuestos a ponerlos de rodillas hasta morder elpolvo, empujarlos a culatazos, obligarlos a pelear una batalla ciega, se arrastrarán como culebras por estahuella erizada de picanas, se freirán como langostas en el caldero de colada donde se forja la única Cruz deHierro digna de ganar.

Consumación del amor. Alberto. Diciembre, 1950.

Cuando volvió del viaje, después de seis meses de ausencia, ambos temían el encuentro. Se refugiaron,como siempre habían hecho, en la cortesía, la atención esmerada, el trato cariñoso, la distancia interior. Susacercamientos físicos fueron escasos, mesurados, como ya era de rutina. La aceptación había aumentado suconfianza mutua. No esperaban mucho, no temían sobresaltos. Dormirían juntos; conversarían abrazados,en voz baja, sobre los sucesos del día, algún libro o el manejo del campo; acaso harían el amor congentileza, sin excesos ni pasión mayor; ella se le acurrucaría en el hombro, él le acariciaría la cabeza; sedarían un beso antes de dormirse en paz, con pocos pesares en el corazón.

Fue un mediodía de diciembre en el ala oeste de la casa, en los Altos del San Pedro. Habían trabajadotodo el día. El ala este estaba en arreglo, inhabitable. Habían reservado esta habitación donde el piso de

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madera estaba casi intacto, para quedarse mientras duraban las obras, colocando diarios en el suelo y uncolchón. Las ropas y demás enseres se repartían sobre cofres y cajones en un campamento improvisadoadentro de la casa añosa. En el cuarto de baño, enorme, se habían enjuagado de jabón echándose cubos deagua fría del pozo, estremeciéndose a pesar del calor del día, riendo como en los viejos carnavales. Luegode secarse con enormes toallones antiguos, blancos y espesos como frazadas, se fueron hacia el cuarto,envueltos como árabes de mil y una noches. Extenuados por el juego, se tiraron en la cama para un brevedescanso antes del almuerzo, vituallas frías en una cesta arrimada por la casera. Mecidos por el cansanciode sus cuerpos sanos se adormilaron oyendo cantar la chicharra en el monte tras las persianas, viendoaletear sombras de hojas sobre la pared lejanamente encalada. El le acariciaba el pelo, ahuecando el hombropara hacerle anidar la cabeza, en una maniobra consagrada por el hábito. Pero ella estaba dormida, omareada, o algo; se incorporó, morosa, para acariciarle la mejilla. El la atrajo suavemente hacia sí. Sebesaron largamente; tenían por delante la eternidad. La ayudó a izarse. No supieron, no previeron, nopensaban. Se encontraron en un instante. Ella lo abrazaba con fuerza inusitada, porque no pudieran verse,pero enseguida se incorporó para afirmarse sobre él como sostén en un abismo. Arrollada por el impulsosalvaje, enajenada, se descerrajó violentamente, mientras él la atenazaba por los ijares, guiando el frenesídesbocado de sus embates. En su propio paroxismo, la pudo ver como nunca la había visto, los ojos haciaarriba, tragando el aire a bocanadas, las carnes firmes como de mármol, hermosa hasta la locura.

Extenuada, cayó exánime sobre él. Se reencontraron en el mismo abrazo, transpirados, ella encima deél, empapada en llanto, sacudiéndose en sollozos convulsivos, escondiendo la cara en el hueco de suhombro mientras él, pacientemente, le acariciaba el pelo, la abrazaba, le murmuraba al oído palabras sólosonido. Cuando se calmó, él la giró lentamente sobre el lecho improvisado. La miró frontalmente,esperando. Los párpados de ella se elevaron, lentamente, hacia él. La miró fijamente a los ojos, sin sonreír,sólo unos segundos. La volvería a mirar así muchas veces, hasta que ella supo hacerlo y fueron capaces deverse así, frontalmente el uno al otro, los ojos en los ojos. Unos segundos nada más, después uno de ellos locortaba. No se desgastaría por abuso.

Finalmente, había hallado en Rossina la pasión del cuerpo. En la incomprensible variación de sussentimientos, esto la había, también, rebajado en algo ante sus ojos: ella se había humanizado, no era yamás la sacerdotisa vestal. Era un sentimiento innoble, mezquino, teñido de moralina barata, destinado aceder ante la verdad tangible de Rossina mujer. Acaso este sentimiento suyo fuera el gran temor de ella, larazón esencial de todos estos años de postergación, los hombres siempre habían despreciado lamanifestación sexual de la mujer, eso era cosa de rameras. Alberto se esmeró en mostrarse cariñoso,natural, eran los mismos de siempre, nada nuevo había entre los dos. La asunción plena de su animalidad,encerrada entre las paredes de la alcoba matrimonial, hizo nacer entre ellos una nueva complicidad, unnuevo lazo de silencio. Rossina vivió su liberación como algo vergonzante, una concesión inevitable a labajeza de la naturaleza humana. No intentó venderse la clásica mentira de hacerlo por él. Ella habíadesatado esto; ahora lo esperaba, ansiaba atraerlo, lo aceptaba gozosa. No llegó nunca a hablar con él sobreestos temas; permaneció, en su silencio, como una mujer de su tiempo. Alberto hizo todo lo posible porhacerle saber de su respeto por ella, de su admiración por haber sabido asumirse plenamente como mujer,pero ella siguió viviendo sus encuentros como la faceta oscura de su vida, un lodazal donde se veía forzadaa revolcarse, no ya por deber de esposa, sino por propio placer. Confinados en el santuario de la alcoba, semiraban a los ojos agradeciéndose sin palabras la mutua entrega. Si eran condenados, sería un pecado de losdos.

Muchos años después, en su cama final de sanatorio, Rossina Fiori de Maresca, hundiéndose en lassombras, esperaría, confiada, encontrar de nuevo esa mirada. Olvidada ya de piedras y estatuaria, desoledades y trabajos, de incertidumbres y pretextos, de pagar su tributo a la vida, no era dueña de uno sólode sus cabellos, esperaría, en un acto de justicia suprema, volver a mirarse en esos ojos suyos llenos de paz,que muy tarde le habían llegado, que muy pronto le habían quitado.

El manantial.Alberto. Abril, 1951.

Volvió al día siguiente, con el morral, un hacha de mano, el martillo de geólogo, las estacas, una palade mano, la brújula, un libretón grande cuadriculado. Comenzó por describir un círculo amplio en la partebaja, marcando los puntos donde creía ver descensos de agua. Había llovido haría cuatro o cinco días.Luego recorrió otro círculo, más estrecho, a mayor altura. Acabó por determinar tres puntos por dondeparecía emerger el agua. La vegetación indígena, cerrada, dura, le impedía precisar el lugar del surgente.Eligió el más empinado; debía ser, por lógica, el más corto. Se resistía a traer peones para desbrozar, almenos mientras no estuviera seguro. Cuanto más avanzaba, más difícil se le hacía volver atrás. Se hizomediodía. No se le ocurrió siquiera regresar a almorzar.

Descansó un poco sentado en las piedras de los afloramientos cubiertos por la vegetación. Completó un

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esquema primario de las vertientes; más tarde debería encarar un relevamiento topográfico. Sintió sobre sucabeza el sol perdiendo fuerza entre el follaje. Una capa de nubes finas pareció venir a facilitarle el trabajo.Volvió al martillo. Alcanzó una zona donde el afloramiento pedregoso formaba una pared baja. Se izósobre ella colándose entre las ramas. La tierra encima era húmeda. Excesivamente húmeda. Se abrió pasocon el hacha de mano. La vegetación cambiaba, el verdor lo guiaba. Iba tras el agua, siguiendo el olorhúmedo, caliente, de la vegetación briosa. Eligió un lugar. Desbrozó un círculo con el hacha, luego empezóa excavar con la punta afilada del martillo, quitando la tierra con la pala, hasta la profundidad del antebrazo.Se sentó a esperar.

Allí estaba. La tierra rezumaba, lentamente, el agua negra de barro. Una hora después dejó de brotar. Elnivel se estabilizó apenas unos centímetros por encima del fondo. Hubiera querido ver cómo ese nivel sereflejaba en la estratificación del terreno, pero era imposible. No obstante, en su imaginación se dibujabanlas intrusiones de piedra, las areniscas aprisionadas, los desniveles. Podía seguir, en forma aproximada, ellento fluir de las aguas por los estratos permeables, entre las masas rocosas, atraídas por la gravedad,absorbidas por ósmosis, siguiendo las leyes inmutables inferidas por la intelección del hombre en su intentomilenario de apresar la naturaleza esquiva.

Limpió las herramientas en la escasa agua acumulada por su obra en el fondo del pozo. Emprendió elregreso. Mientras bajaba, lentamente, recogiendo las estacas innecesarias, afirmando las otras, cobrabaforma en su mente el manejo del surgente, la utilización de la altura, el diseño del recorrido, la captación delas pluviales. Serían sus artes la imposición del salto, el dibujo de la curva, la composición del sonido, laeconomía del agua, la acción de la gravedad. Era la domesticación respetuosa de la naturaleza. Era la manodel hombre buscando la belleza en un anhelo de reconstrucción, una conjugación de arte y tecnología. Unjardín más entre los muchos jardines de la historia. Un reflejo más de los infinitos reflejos del Gran JardínPerdido. Una ofrenda en expiación de la Caída. Una forma de alabar a Dios.

Primera lección.La Investigación. Mayo, 1994.

- Fuimos unos imbéciles. Debimos habernos dado cuenta, los Seres Biformes ya lo estaban anunciando.No sé cómo no lo vimos.

- No podíamos saber.- Sí podíamos, teníamos todo en la mano. Un hombre capaz de esculpir los Seres Biformes, o aún las

otras estatuas del parque, debía tener algo más en mente. No podía ser de ninguna manera el pobre diablode nuestra fantasía.

- Fernando, la percepción es compleja; muchas veces, equívoca. En la perspectiva del Gólgota lasestatuas del parque se ven diferentes, adquieren otra dimensión. Después de conocer la obra completa delautor se revalorizan los orígenes.

- No sabemos si son los orígenes. No tenemos idea si el Gólgota lo construyó antes o después.- Los Seres Biformes son parte del Gólgota. Al menos para mí. Las otras estatuas del parque me

parecen una variación sobre el tema central; ésas sí pueden ser posteriores, como ideas surgidas en mediode la concepción de la obra principal, pero ajenas a ella.

- Es posible. Sea como sea, no me perdono haber pasado por alto las estatuas del parque, los SeresBiformes. Siento como si hubiera estado ciego.

- Yo las ví mucho antes, muchas más veces; tampoco me dio por pensar en una obra de significación.- Es distinto. Vos estabas acá, conocías esto de chica, era de tus tíos. No podías ser objetiva, me lo

dijiste al empezar.- En todo caso, hemos recibido una lección.- Sí, la de no saber mirar.- Más grave: la de la vanidad. Hace unos meses creímos rescatar un pobre diablo del fondo de un

basural; ahora nos estamos preguntando por la significación trascendental de su obra. Se cambiaron lospapeles: él está de pie, nosotros de rodillas. Todos hablamos de la unicidad irrepetible de cada persona, delconocimiento profundo escondido en la gente simple, hasta el pelo más fino deja sombra en el pasto, elSiddharta de Herman Hesse renunciando a todas las riquezas materiales y espirituales del mundo paraterminar de barquero en un río. Pero en verdad no lo creemos, no lo podemos asimilar, no vemos realmenteninguna de esas profundidades, como no vimos en Falcone sino un borracho picapedrero. En las cosassimples sólo hallamos simplezas. Padecemos la adicción de la complejidad. Esta vez, por una vez, hemossido burlados, nos hicieron caer, nos encontramos mirándonos las caras en el agua del arroyo: dos caras depayasos. No me extrañaría escuchar esta noche, en el monte, la risa del loco Falcón.

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La disconformidad.Fernando. Setiembre, 1994.

La observación de Silvana sobre la vanidad iba mucho más allá: todas las Entrevistas imaginarias eranuna patraña. El Falcone del Gólgota nunca habría concedido entrevistas, o lo habría hecho para burlarse delentrevistador. No había ninguna certeza de haber interpretado correctamente ninguno de los conceptosatribuídos a él en sus artículos; es más, daba por segura su falsedad. Un hombre en cuyo futuro anidaba elCamino al Gólgota no respondía a los supuestos extraídos de la observación de su obra previa, de losartículos escritos por él mismo buscando halagar la concepción popular del artista, conquistar una famarápida, propuestas desmentidas al encarar una obra destinada a permanecer ignorada. No sólo algo debiócambiar en Falcone; algo distinto, inasible, estuvo siempre ahí, estaba ahora, y no era posible rescatarlo.

Había escrito las Entrevistas con toda honestidad, intentando transferir en esos diálogos imaginarios lasideas surgidas de exprimir los pocos datos obtenidos. No había logrado sino volver a caer en lasdespreciables historias de pobres diablos sin futuro, con el agravante de la pretensión intelectual. Parasorpresa suya, cuando transmitió esto a Silvana ella había defendido los artículos: no eran en absolutodisparatados, las ideas atribuídas a Falcone bien podrían haber sido ésas, él mismo se autoentrevistaba, sihubiera tenido en la cabeza el Gólgota habría estado demasiado ocupado para escribir basura en los diarios;la idea la habría madurado seguramente en San Pedro, encerrado en su agujero, retirado de la publicidad.Hasta le había leído trozos para tratar de convencerlo, o al menos, de conformarlo.

- Es una especulación hueca.- No es hueca.- Inútil, entonces.- Toynbee rescata al Wells historiador revalorizando el supuesto razonable como herramienta de

conocimiento. Aunque contenga inexactitudes, el relleno de huecos donde los datos son imposibles deobtener induce a la reflexión.

- A mí no me induce a nada.- Vos las escribiste; ahí reflexionaste.- Es una reflexión que no quiero hacer. No quiero rescatar intelectualidades, me pierdo en

construcciones lógicas... no es lo que estoy buscando.- ¿Qué estás buscando?- No sé, pero eso no es.Habían trabajado meses con el Varilla, los fines de semana, fotografiando las esculturas desde distintos

ángulos, rastreando posibles significaciones, verificando distancias, pidiendo a Silvana disponer tal o cualrecorte o arreglo para una toma esencial. El trabajo de documentación estaba terminado, pero él, en algúnsentido, se encontraba nuevamente en el principio. Los nombres sugerían en Falcone una inquietudreligiosa totalmente ausente en su obra previa, en los testimonios reunidos. Había logrado exprimir algunasgotas más de información entrevistando a sus hermanos, muy renuentes a hablar de una oveja tan negra, unhijo declarado muerto por su padre al día siguiente de abandonar la carrera de Derecho. Había viajado, eraun niño tímido y nervioso, nuestros padres lo mandaron con el viejo Piedracueva como terapia, pero yavenía descarriado, no fue su culpa, el pobre hombre no vivió para verlo, jamás hubiera deseado un porvenirasí para alguien de la familia, era un buen amigo de esta casa.

Empezaría de nuevo. Volvería a repasar todos los datos, a reordenar con otra óptica, centrándose enaspectos de su vida. No sería una biografía, no sería un estudio artístico: el hombre con sus inquietudes, laobra como evidencia; no escribiría él, dejaría hablar a las piedras, resonar los nombres en el vacío, unmédium aguardando la manifestación del espíritu en el ritual de impersonación. No le importaría la crítica,no le importaría el modelo, escribiría de espaldas a toda tradición periodística o literaria. Marco AntonioFalcone, Escultor.

Marco Antonio Falcone, Escultor.La Investigación. Diciembre, 1994.

Falcone ingresó en la Facultad de Derecho a los diecinueve años, llegando a completar el tercer año. Enese momento, el conflicto entre su vocación artística y la carrera de leyes, con todas las implicancias decada una, llegó a un punto de ruptura. En adelante, Falcone habría de seguir un camino deautodespojamiento tanto material como espiritual, una separación del compuesto químico en sus elementos,una secuencia de operaciones intrínsecamente destructivas. Durante su época de estudiante su actividadartística se limitó a los trabajos en el taller del maestro escultor Alcides Piedracueva, donde el joven Marco,a los dieciséis años, manejó por vez primera un cincel. Esa herramienta, tomada acaso por casualidad,llegaría a ser en sus manos una pluma capaz de escribir toda la historia del arte en pergaminos de piedra. Laotra vertiente de su formación artística se halla en su época de estudiante universitario, en sus extensos

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viajes. Finalizado el período de exámenes, el joven Marco Antonio recibía de su padre uno o dos meses deestadía en el extranjero. Con toda probabilidad, viajó en tres oportunidades. Primero la Europa clásica,Italia y Francia, quizás España o Alemania; en el segundo año, Guatemala y México, más una breveexcursión por Perú; finalmente, volvió a elegir Europa. Su segundo viaje fue crucial para su obra: visitóinsistentemente todos los museos precolombinos, étnicos y antropológicos de ciudad México. Aunquetambién estuvo en La Venta la cultura olmeca no parece haberle fascinado tanto como Palenque o ChichénItzá. Teotihuacán, en particular la llamada Ciudadela, el templo de la Serpiente Emplumada, más toda laescultura en relieve, son la más clara fuente de la faz "no occidental" o "anticlásica" de sus obras biformes.Abundaremos en el fundamento de estos términos, ambos parciales, en el capítulo próximo.

"Marco Antonio Falcone, escultor", cap. 1, "Las fuentes" (extracto). Fernando Larriera, EditorialFlor de Ceibo, 1995.

Varias de las piezas integradas en el Camino al Gólgota sugieren una forma alternativa cuando se las

contempla desde la distancia, según ciertos ángulos. Una ermita, una ciudad antigua o moderna, unapirámide precolombina, una reunión de peregrinos sobre un monte, se transforman al acercarse enenigmáticas esculturas biformes, ántropos y zoos en la misma pieza, confundidas mitología y realidad. Eldesdibujo de las imágenes por la distancia, el recorte contra el fondo, el contraluz, son los mediosempleados para lograr estos efectos. No es preciso destacar la complejidad involucrada en semejanteestudio. De los restos de su taller puede inferirse el método de trabajo. Partiendo del relevamientotopográfico, construye un modelo a escala sobre el cual traza los caminos fijando ángulos, distancias,puntos de observación. Define entonces el contorno de la pieza según la distancia, tendiendo hilos entre elemplazamiento y lugar de ubicación del observador; en la ejecución de la talla o el moldeado se atendrá alcontorno así definido. Otros elementos técnicos hallados son materia de conjetura: lámparas con lentescolimadores para concentrar un haz delgado de luz, dibujos geométricos de significación perdida, cálculosde proporciones. Los estudios previos incluyen, además de los dibujos, modelos a escala en yeso,plasticina, distintos tipos de resinas sintéticas. Tanto en el estudio como en la realización final, maneja consoltura diversos materiales industriales.

"Marco Antonio Falcone, escultor", cap. 3, "La perspectiva" (extracto). Fernando Larriera,Editorial Flor de Ceibo, 1995.

Desconocemos si la incorporación del vegetal en la obra de Falcone respondió a una preferencia

personal por el material vivo o si surgió por dictado de la necesidad al colocar su estatuaria en un entornonatural agreste como lo es la ladera del cerro San Pedro. Sea como fuere, el vegetal es incorporado como unelemento creativo, no sólo en su capacidad evolutiva de crecimiento, sino en la variedad de las especies. Eldiseño del parque no se conforma con el conocimiento del comportamiento cíclico de los vegetales: intentala difícil meta de disciplinar el crecimiento lo menos posible, respetando la capacidad creativa de cadaplanta individual, preservando en el espacio la composición visual requerida para la apreciación de laestatuaria. El manual de mantenimiento del Gólgota de San Pedro detalla la ubicación de cada planta conindicación de especie, ámbito máximo de crecimiento tolerable y recomendaciones de poda, pero serestringe a un mínimo de cortes compulsivos. El vegetal no sólo es respetado sino invitado a contribuir consu desarrollo en la conformación de un espacio, a completar la inmovilidad de la estatuaria en el azarrelativo del elemento vivo. El vegetal se comporta con total prescindencia de las intenciones y fantasías delautor, siguiendo sus propias reglas más allá de cualquier deseo de los hombres. Esto llena cabalmente laintención de Falcone: incorporar a su arte estático la imprevisión de la vida.

"Marco Antonio Falcone, escultor", cap. 6, "El elemento vivo" (extracto). Fernando Larriera,Editorial Flor de Ceibo, 1995.

La sustitución.Marc Antoine. Febrero, 1971.

La primera noche que durmieron juntos Carmen temblaba como una hoja. Marco le llevaba experienciaademás de años. Había inaugurado el sexo con Ariel, en largos atardeceres consumidos por las volutas delincienso entre gasas de dosel: una regulada comunión de sus auras monocromas sustentadas en los cuerposapenas enlazados, reflejos iridiscentes de la consustanciación espiritual proyectada en reflexión especularsobre el mundo material. En esas tibias experiencias de pretensión mística había alcanzado a entrever, comoa través de la rendija de la puerta, que la dualidad hombre mujer no se agotaba allí.

No había habido miedos con Ariel. Una inteligencia subyacente, oculta a la inteligencia ordinaria, lehabía neutralizado los temores concebidos alguna vez. Podría estar tranquila con Ariel, iniciarse en calma,atisbar ese algo misterioso tan intensamente exaltado por la apetencia vulgar como por la más sofisticadafantasía; se encontraría en un ambiente de laboratorio, bajo condiciones controladas, asépticas; no habría

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allí violencias, ni sobresaltos, ni profundas experiencias. Así había sido; Ariel había cumplido su función:el conserje había abierto para ella la puerta del palacio. Ahora, iba a entrar.

Marco había estado enredado con mujeres de todo tipo: muchachas tiernas enamoradas por error,esposas bien casadas vengándose de maridos adúlteros, mujeres insatisfechas en busca de una masculinidadolímpica; profesionales ejecutivas de empresa buscando la femineidad perdida al competir en un mundo dehombres; viejas verdes ahítas de dinero liberadas tardíamente de una moral frigidizante; humildesprostitutas dolidamente concientes de su condición. No había dejado pasar nada. Sus extensas correrías, suintuición natural, su perspicaz comprensión del eterno femenino, le habían enseñado a no caer en el mayorerror del hombre: no saber esperar por la mujer. Carmen necesitaba tiempo; algo estaba madurando en ella.Se abriría como una flor. Supo mantenerse siempre un paso delante, sólo uno, apenas un poco avante paraabrirle el camino. Ella lo fue siguiendo obediente, con algún retroceso ocasional acompañado por él condedicación de culto jardinero.

Distraído en su determinación de espera, en sus propios recuerdos, no reparó en los cambios sutiles,pero sostenidos, evidenciados en la conducta de Carmen. La energía de su temperamento pasionalempezaba, lentamente, a liberarse. Una tórrida noche de verano él se descubrió encima de ella en un éxtasisrememorado. Algo le golpeó la frente con la fuerza de una barreta de hierro. Se quedó extático. Ellaenmudeció. Se puso rígida como un poste, demudada, muerta de susto. El se retiró lentamente.

- Marco, ¿qué te pasa? ¡Por Dios! ¿Qué te pasa?- Nada... no me siento bien... no es... nada.Casi no podía articular las palabras. Trató de acariciarla, pero el gesto se le truncó en el aire. La atrajo

hacia sí, cubriéndole el cuerpo, cubriéndose el suyo propio. Ella estaba repentinamente fría, una estatua demármol donde el temor empezaba a ceder en pos de la vergüenza, la frustración, la duda.

- No soy suficientemente buena. Es eso, ¿no?- No, no es eso.- Prefiero saberlo.- No es eso. Sos muy buena.- Las otras son mejores.- No digas pavadas. No estoy bien, nada más. No sólo las mujeres tienen sus momentos. Los hombres,

cuando tenemos corazón, también damos traspiés. No somos animales.- Los animales también tienen sus traspiés.- Ahí tenés.Ella se fue tranquilizando. Venía adquiriendo la certeza interior de conformar a su hombre como mujer.

Ahora, él había fallado. Eso los igualaba: lo había alcanzado, lo merecía. Amaneció. Ella entraba tempranoal hospital. Desayunaron juntos, café negro con galletitas, ella comería algo después, durante la guardia, noquería llegar tarde, cuidate, preparate algo para mediodía, no seas haragán, te quiero recuperado, dame unbeso, animalín.

Marco quedó sentado en medio de las columnas, como el dios de un templo antiguo, a medio caminoentre el instante y la eternidad. En el arrebato de la pasión, en una instancia de más profundo encuentro,había descubierto, dolorosamente, la continuidad: la Carmen de carne ardiente, entregándose a su posesión,ansiando ser tomada, había desplazado el recuerdo lacerante de la todopoderosa Morenita. Ese recuerdo,esa presencia omnipresente, caminando siempre junto a él en noches de interminable soledad, sería, enadelante, un fantasma más. El, cazador veterano de mil escaramuzas, había caído cándidamente en unatrampa: envuelto en la red, colgado de un árbol, los nativos lo miraban con curiosidad. Sus propiossentimientos lo habían traicionado. La Morenita se había forzado a sí misma a marcharse, siguiendo elderrotero marcado desde mucho tiempo atrás por una ciega voluntad de rehabilitación. Lo habría extrañado,ciertamente; habría llorado por él, acaso. Pero había huído, borrando la pista tras de sí, como un animalperseguido. No había manera de ir tras ella. Marco se había aferrado al recuerdo de esa mujer que se lehabía brindado enteramente, milagro consumado a pesar de la fría dedicación impuesta por su profesión, enun éxtasis de "tómame y destrúyeme" nunca formulado, percibido en los gestos desnudados, los contactosardientes, el rigor de los abrazos. Era una pérdida irreparable, un punto en la eternidad, la conjunciónespacio temporal de un asteroide irrepetible. El cometa de su vida había continuado desplazándose en suórbita, siguiendo las leyes misteriosas de la ordenación del cosmos. Pero ahora un nuevo cuerpo celestehabía interceptado su trayectoria, eclipsando en un cono de sombra el asteroide abandonado. El, vuelta lamirada atrás, se había estrellado sin quererlo en una pasión inevitable, contundente, de fantástica realidad.Su cuerpo Marco, fundido a la llama en el cuerpo Carmen, se precipitaba un un abismo de simbiosisextática con algo del sazón de la muerte. La Morenita ya no estaba. Carmen ocupaba su lugar.

¿Cómo era posible que pasaran estas cosas? ¿Dónde habían ido a dar los momentos inalcanzables,inconcebibles, esos instantes en que la Morenita y él habían sido esa sola cosa, ese único ser biformeanimado por el aliento de la vida? El tiempo no mataba, hacia coexistir; quitaba la sangre de las imágenesdejando en el fondo siluetas transparentes de fantasmas omnipresentes, para pintar en colores deflagrantesun nuevo primer plano proyectado hacia afuera en torneados brazos gráciles, avasallantes, dotados de

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atracción irresistible; los cuerpos inermes volvían a ser arrastrados impíamente al crisol donde fundía lasustancia espiritual dando origen a un nuevo ser mitológico, informe; un simulacro de muerte donde laresurrección no resultaba bienvenida.

Era imposible aceptar la sustitución, resignarse a la impermanencia; vivir lo efímero es estar perdiendosiempre. ¿Cómo podían las cosas relevarse unas a otras de este modo? El mundo había sido pergeñado porun demiurgo maquiavélico, un orfebre perverso aficionado a ensamblar complejos mecanismos de relojería,áncoras, levas, palancas, resortes, artilugios que de buenas a primeras trocaban sus rostros como losmuñecos del reloj en la iglesia de Praga. Acaso el mismo duende anidara en todos los relojes, en todas lasvidas. ¿Qué era entonces, Dios? Una mera fantasía de estabilidad, desmentida todo el tiempo en la realidad.¿Sería toda la vida así, un eterno dolor de cambio, una eterna traición interior? Las figuras pasaban enprocesión como sombras chinescas. ¿Volvería a traicionar a Carmen como ahora traicionaba a la Morenita?Le había invadido la certeza terrible de la sobrevivencia, la sobrevivencia por encima de todo: estaríasiempre vivo, más allá de todas las pérdidas, de todos los cambios; quedaría solo, irremediablemente solo,sobreviviendo siempre, como aquel personaje inoculado con un virus de inmortalidad, encontrándose alfinal del tiempo con la rata de laboratorio inoculada un momento antes, coexistiendo en un mundo privadode ninguna otra vida, solo con la rata por toda una eternidad más insensata aún que el tiempo precedente.

Por si esto fuera poco, el odioso dragón de la falsedad había salido de su cueva, con su voz sibilante,viperina, a quemarlo todo con su aliento de fuego. Se había acercado a la Morenita por necesidad detransgresión, por esa vocación arraigada de ir en contra del convencionalismo, de la situación de su familia,de la moral aprendida en la escuela de curas, de las expectativas de sus padres puestas en él, de la malditacarrera de abogado reservada en el bufete familiar, avalado por tres generaciones de juristas destacados. Nobastaba renunciar a la profesión, despreciar la posición social, ridiculizar el espíritu de las leyes, enlodar lamoral pueril, los principios fraudulentos; era necesario convivir con una prostituta, asociarse a lo másdespreciado por la sociedad sin abrigar siquiera pretensiones de redención. La Morenita venía desde lo másbajo, de la pobreza más abyecta, desde lo más vergonzoso de la humanidad. Por su voluntad de hierro habíalogrado ascender dolorosamente los primeros escalones hacia la dignidad mínima del ser humano,conquistada por el exilio voluntario. Debía seguir adelante, lograr su sustento sin dar el cuerpo a mancillar,purificarse por el trabajo, recuperar para sí misma la dignidad, obtener lo que siempre debió haber tenido,terminar de pagar el precio de la injusticia, llegar a ser mujer de un hombre que la tomara como suya, dar aluz sus hijos ya en el primer escalón de la oportunidad, sin obligarlos a dedicar media vida para alcanzar elpunto de partida.

Nada de eso iba a encontrar la Morenita junto a él. Acaso ella lo presintió, acaso lo supo siempre. Noera tan importante el yo soy demasiado ignorante para vos esgrimido por ella para detener sus avances. Eradolorosamente al revés: él no sería capaz de darle una vida de mujer, de untarle el bálsamo reparador deuna familia, de llevar una vida convencional, de rodearla en el abrazo de la seguridad, de colocar cada díasobre ella una caricia de olvido, una hoja de redención. Perdido en sus sueños de gloria, hilando finamentela urdimbre de su materia artística, había estado ciego a las apetencias de un alma simple. Peor aún: si lohubiera visto, acaso hubiera huído sin remedio. Chocó de frente con la verdad de su conducta, comollevándose por delante una puerta de vidrio inesperadamente allí: se había acercado a la Morenita como unacto más de su orgullo iconoclasta, usándola cruelmente como instrumento de una protesta exhibicionista,pisoteando su ser, subiéndosele encima como si fuera una atalaya, para vociferar una inútil rebeldía, unamentirosa denuncia de falsedad, el irrisorio tañir de una campana de madera ahogado en el aire indiferente.

Los ojos le ardían como si hubiera estado pelando cebollas del Infierno. La garganta se le habíaanudado al estómago en un retorcimiento de cuerdas marineras tensadas por la sal reseca del llantouniversal. Salió. Llegó hasta la rambla de Pocitos, bajó las escaleras, pasó entre los caminantes tempranerosdispuestos a beberse entero el hermoso día de playa, adelantó la hora del baño nadando profundamente maradentro, buscando fundir en el salitre del agua el salitre de los ojos, para atenazar el cuerpo en el aguahelada, para que el cielo inmaculado de febrero, el sol naciente rojo doloroso, el mar inabarcable,alimentaran un inconfesado anhelo de resultar, finalmente, purificado.

A San Pedro.Marc Antoine. Noviembre, 1972.

- Nos vamos para San Pedro. A vivir.- ¿San Pedro?- Es en Colonia. Un pueblito.Debía recuperar a Marco del alcoholismo. Bueno, recuperarlo no, porque no era un alcohólico en

realidad, pero era preciso reconocerlo, sin temores ni vergüenzas de burgueses mojigatos, tomaba mucho.Tampoco era cuestión de dejar de tomar y ya está; eso no sirve, no funciona, es algo superficial, dura sóloun tiempo, la persona se pone mal, sufre, se torna agresiva; siempre hay algo de fondo, un impulso interior,

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una razón enterrada para la conducta autodestructiva, cosas lejanas, olvidadas, dañinas; era precisomadurar, elaborar calmadamente esos escollos, disolver los puntos de condensación de la energía. No hayverdadera recuperación si no se cala hondo.

- Afuera podrá tener una vida más sana. La ciudad está podrida.No era sólo eso, ni acaso lo peor. Era también la vergüenza por su incurable vanidad, la fanfarronería

permanente, el prepotente desprecio hacia todo artista vivo, hacia muchos de los muertos, esa necesidad dealimentar en sí mismo una autosuficiencia insensata, una egolatría continua. Era obvio, le faltaba seguridad.Pero, ¿cómo no iba a sentirse así, después de su terrible acto de renuncia, el abandono de su familia, elostracismo voluntario, signo acaso de su vida entera? Teniéndolo todo, viviendo en la seguridad,conociendo por anticipado un futuro embaldosado de éxitos mundanos, con enormes posibilidades paratodo, aún las más elusivas realizaciones del espíritu, había optado libremente, por convicción, en un acto desacrificio casi heroico, por una vida de privaciones, de sacrificios, de incertidumbre, de trabajo manual, deinspiración artística. De la seguridad total, del éxito fácil, había pasado al riesgo total, a la incertidumbre, ala posiblidad cierta de una obra inapreciada. Marco Antonio había cometido un suicidio ritual: se habíanegado a ser quien debió haber sido, no creía en la vida falsa de su destino natal, había destruído esa vidapara forjarse a sí mismo en otra nueva reconstruyéndose por completo, arrancando desde el polvo de latierra, escalando a pasos las agrestes laderas de la montaña, en pos de una cresta perdida en las alturas delcielo. Era preciso olvidar la edad cronológica; Marco era hoy un niño recién nacido en un mundodesconocido, nuevo para él. Andando a los tumbos, demasiado grande en cuerpo, nadie pensaría enenseñarle a caminar; el pequeño Marc Antoine tropezaba, caía, se equivocaba todo el tiempo, embalado deinocencia.

- La sociedad exitista, eso te mata; es una presión constante: sobresalir, ganar dinero, ser famoso.Envenena la sangre.

- En eso tenés razón; en el interior la vida es más sana, la gente está menos corrompida, hay máscontacto humano. Jorge lo dice todo el tiempo.

Era preciso olvidar los convencionalismos, la basura de la moralina. Eran ciertas sus propias palabras:Marc Antoine estaba solo, sin familia, sin amigos, sin fortuna; por eso corría en brazos de cualquiera, poreso las mujeres mayores, más dispuestas a valorar la compañía, lo acogían encantadas. Tendrían dinero, sí,se encandilaban con el artista; pero él también buscaba algo en ellas, la imagen de la madre eterna dándolela mano, sosteniéndolo para no caer, echando sobre él una fragancia de cariño. Era todo parte de lo mismo.Los hombres geniales son muchas veces inocentes, ingenuos ignorantes de las trampas diseminadas por elmundo. Por eso él había insistido tanto con eso de que la necesitaba. Ahora ella lo veía claro: debía darleapoyo, sostenerlo, afirmarlo, educarlo, liberarlo de la vida cotidiana; darle aire a su genio, permitirleliberarse por las manos en la ejecución artística, dejarlo escalar la altura como el globo de gas, prendido atierra firme por un hilo.

- Hace casi tres años que estoy con él. No sabés lo que ha trabajado en este tiempo.La futilidad de su comportamiento daba al traste con todo ese trabajo enorme, continuo, sin descanso.

Cuando ella se fue a vivir con él había prácticamente dejado de tomar, le habían salido varios trabajosbuenos, había hecho dos exposiciones de piedras en Montevideo, otra más en Punta del Este. Pero lapresión de la sociedad era demasiado para él, lo desequilibraba, le hacía brotar un ansia de éxito fácil que loperdía, como en la exposición de pintura, donde le había ido tan mal.

- ¿No será que tu hermana lo idealiza un poco?- Puede ser; pero es verdad que trabaja mucho.Se encontraba bien con él. Era como recorrer un bosque peligroso en compañía del guardabosque

amigo de los osos, saludándose con las ardillas, las víboras huyendo ante el hollar de su bota grande sobreel suelo de humus. Era como ir siempre de la mano, aunque él no estuviera. Mientras ella estaba en elhospital, enfrentando mil problemas, lo sentía siempre cerca, detrás de ella, dictándole como en un apuntede teatro las mentiras, las falsedades, las hipocresías, las maldades, las pequeñeces de todos los carcamalesparados delante de ella; los apetitos, las envidias, las intrigas, las bajezas de las brujas alrededor. Marco, elgran hechicero, excavador de almas, exorcizador de imbéciles, se escondía tras el hombro de ella, con susbigotes curvados hacia abajo como los colmillos de una morsa, una mueca de sonrisa cínica ante la ridículaseriedad de un mundo empeñado en convencer a las pobres gentes de su veracidad. Marco, el grandesvestidor de las almas mentirosas, el destructor de mitos, el cruzado de la simplicidad batallando encontra de los infieles a la vida, estaba junto a ella, vivía con ella, la tenía de mujer.

- Si le dieron ese traslado, es una buena oportunidad para tu hermana también. Afuera hay menoscompetencia, aprecian más lo profesional.

- ¡Pobre! Ojalá le vaya bien. ¡Está tan contenta!

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Separación.Marc Antoine. Agosto, 1974.

Por suerte no entró nadie. Si alguien se hubiera acercado, Marco lo habría matado sin decir agua va. Lahabía arrinconado contra el aparador, rugiéndole callate, ahogándola en el aliento aguardentoso mientras leapoyaba la punta del cuchillo de asador en la garganta. Pero ella no se le calló, sometida físicamente,sustentada por la valentía inconciente de la desesperación, gritándole cobarde, andá, matame, date el placerde ver sangre, borracho de mierda, sólo eso te falta, matar a alguien. El movió levemente, acaso poraccidente, el cuchillo, filoso como una navaja; un hilo de sangre brotó debajo de la barbilla de Carmen,deslizando sobre el acero. Se desmayó escurriéndose entre el aparador y el cuerpo de él, el brazo engrilladoen su mano de tenaza. La soltó sin fijarse en ella. Se quedó mirando la gota de sangre alargada hacia sumano por la hoja del cuchillo. Desde el suelo, Carmen lo pudo divisar caminando a grandes trancos por eltaller, moviendo los brazos como un molinete enloquecido, en un fraseo incoherente. El cuchillo se agitabaen el aire como si tocaran a degüello. En algún momento encontró el espejo. Se miró de frente, con elcuchillo apuntando hacia arriba. Con la otra mano se restregaba la cara, el pelo, los bigotes, deformándoseen expresiones grotescas de contrahecho. Carmen no se movía. La herida de la barbilla apenas sangraba. Nosentía el dolor. Marco dejó de moverse. Tomó el cuchillo con las dos manos, dirigiéndolo hacia sí. Apoyóla punta sobre su propia barbilla. Las manos sostenían la empuñadura a pocos centímetros de la pared. Consólo echarse hacia adelante lo habría conseguido.

- ¡Marco, no!Se enderezó como un resorte. Era como si no hubiera estado ahí. Empuñó el cuchillo con las dos manos

y apuñaló el espejo en un empuje brutal. La hoja del cuchillo se quebró, el espejo saltó roto en mil pedazos.Las manos le golpearon contra las maderas de la pared. Los trozos de vidrio, el acero, le infligieron varioscortes. Se fue de a pasitos tambaleando hacia la ventana, mirándose las manos llenas de sangre. Carmen seincorporó. Unos hilos invisibles le tiraban de los miembros como a una marioneta. Sentía el cuerpo comode mármol. Puso agua de la garrafa en una palanganita, le echó una gotas de desinfectante. Marco no semovía. Serio, ausente, seguía mirándose las manos. Sobre el piso de madera la tierra de muchos días setragaba una a una las gotas de su sangre.

- Marco, mirá cómo tenés esas manos. Vení a lavarte.Las palabras de Carmen venían de muy lejos, apacibles, comprensivas, reprobatorias; un niño había

cometido una travesura, era una pena, debía comprender, eso estaba mal. Marco obedeció en esa voz elllamado casi dulce de algún recodo del tiempo. El agua de la palangana tenía un color lechoso. Hundió lasmanos abiertas. Olía a desinfectante. El agua se tiñó de grana, la piel de sus manos volvió a verse en sucolor. Las heridas eran trazos de lápiz rojo en un dibujo escolar, la sangre una tinta corrida por no dejarsecar. Ella sostuvo una toalla, él abandonó allí sus manos cortadas. Se las fue secando despacio, concuidado, mientras le murmuraba ya pasó, no fue nada, unas lastimaduras bobas, en unos días vas a estarbien, ahora te voy a dar un té caliente con limón.

Todo había sido una fantochada. Un volatinero malvado había manipulado con pericia cruel los hilosatados a sus miembros, a sus rostros, a sus lenguas. Los había obligado a seguir una por una las escenasperversas de un guión desconocido. Los había soltado al final, terminada la función, libres a su suerte,extenuados, sin vida, únicos responsables por los actos de sus cuerpos manejados.

Recién a la semana le quitó las vendas. Las heridas, de un rojo oscuro, eran como vetas de un mármolcarnal. Sin saber bien qué hacía ni por qué, Carmen empezó a juntar sus cosas, a escondidas, reuniendopilas en los cajones como si estuviera ordenando. Hablaban como siempre, pero sin decir gran cosa. Setrataban cordialmente, pero estaban aislados. Dormían juntos, pero no se tocaban.

Marco, de ordinario bullanguero, alegre, activo, andaba silencioso, cabizbajo, sumiso. Casi no tomaba.Volvió a sumergirse en sus dibujos, pero no se le veía trabajar. Pasaron así dos o tres semanas. Una noche,él tomó un poco más de lo habitual por esos días, que no era mucho. No llegó a emborracharse, pero sedurmió con un sueño pesado, profundo. Su aliento alcohólico erraba por la habitación, cerrada por el fríodel invierno. Siguiendo un impulso repentino, Carmen se escurrió de la cama. Se vistió, colocó en un bolsolos montoncitos de ropa, libros, objetos, dispuestos con disciplina militar para su orden de llamada. Saliósin hacer ruido, cerrando la puerta tras de sí, a paso firme hacia la carretera. No se entretuvo en mirar atrás.Faltaban aún quince minutos para el ómnibus de Carmelo. Esperó al frío de la carretera solitaria, en mediode la oscuridad. Llegó a Colonia con tiempo para la próxima salida del coche procedente de Bella Unión,Artigas, Salto, Paysandú por ruta litoral, próximo a arribar, último servicio Montevideo, hora cero diez,asiento veintiséis, agencia terminal Plaza Libertad.

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Mujer sola.La investigación. Diciembre, 1994.

- Todavía me queda revisar todo.- Viene muy bien. Tiene una hilación coherente, se lee fácil. Me gustó. ¿Cómo pensás publicarlo?- No sé. No soy capaz de clasificar el género. Según Silvana, sigo la tradición de H. G. Wells, inferir en

base a los datos una interpretación coherente. Wells sabía que estaba escribiendo historia, yo no sé quéestoy escribiendo. Crítica, biografía, ensayo, ficción. No sé.

- No veo lo de ficción, al menos no más de lo usual en el estudio histórico. Si en una guerra la primeravíctima es la verdad, en la reconstrucción histórica las evidencias nos llegan filtradas. Para mí, este trabajoaporta. Nadie hubiera visto en Falcone una inquietud religiosa, a juzgar por su obra previa. Tusfundamentos son sólidos: el espíritu atormentado, la búsqueda continua, los nombres de las esculturas, elaislamiento, la vida de ermitaño. La familia era religiosa, además.

- Religiosa, tradicional, conservadora. - En la revisión te convendría afinar en las raíces estilísticas. Deberías ir a México.- ¿Estás loco? Sale un huevo.- No sale tanto. Además, tenemos beneficios para repartir. Este año no nos ha ido mal.- Los números los manejás vos.- Haceme caso. Andate a México. ¿Qué vas a hacer el verano? La Nelly se te irá de vacaciones con el

novio, me imagino.- Sí, claro.- Entonces andate a México, recorré los museos, seguí el camino de Falcone, Teotihuacán y todo eso.

Lo viste sólo en los libros, no es lo mismo. Cuando vuelvas vas de nuevo a San Pedro, examinás lasesculturas una por una, y después me decís si papucho no tenía razón.

- Conozco el Gólgota para arriba y para abajo. Las esculturas, porque el parque es como si no estuviera,aunque es parte fundamental de la obra. Aún las esculturas ganarían mucho; así como está no se aprecia laperspectiva.

- ¿No piensa restaurarlo?- No sé. No me dijo nada.- Es un crimen dejar eso así.- No le puedo decir nada. Debe tener un costo brutal.- Dinero no le falta.- Supongo. Pero no ha dicho nada. Bastante incómodo me resultó pedirle lo mínimo para el

relevamiento. Es una mujer rara.- Raros somos todos; el asunto es acostumbrarse.- ¡...!- Vos, ¿no te vas acostumbrando a sus rarezas?- No, Varilla. No me voy acostumbrando a nada. La conozco tanto como vos; sólo la he tratado un poco

más. He logrado trabajar bien con ella, como he logrado, creo, trabajar bien con vos. No es poco, para untipo difícil como yo.

- Está bien, hombre, no dije nada. No se la ve bien, nada más. No le vendría mal un poco de compañía.- ...- Sin malicias, lo digo en serio. No es fácil para una mujer inteligente encontrar un hombre a su altura;

hay una gran proliferación de imbéciles. Teniendo de todo, sólo puede faltarle compañía. Esa mujer estásola.

- No sé. - Basta mirarle la cara. Está sola.

El pájaro.La investigación. Abril, 1995.

- Así no vamos a lograr nada, ni retrospectiva, ni entrevista, ni un comino. Me tuvo toda la tarde paranada. Vos lo querrás mucho, pero ese viejo está chiflado.

- ¡Pobre! No seas malo. ¿Qué te dijo?- Me contó de un pájaro.- Mirá, hoy tuve una alegría enorme. Tenía la ventana abierta, siempre tengo la ventana abierta, no por

el olor de la pintura, por el aire libre, a no ser si hace mucho frío, pero hoy estaba lindo. Bueno, tenía laventana abierta como te digo, y ahí no más entró un gorrioncito, joven, chiquitito. Se escondió por ahí abajode esos estantes, del otro lado de los tarros de pintura. Yo me paré de un salto, vi pasar una cosa negra porel aire, podía ser un OVNI o cualquier cosa, y claro, se ve que se asustó, porque se corrió para allá atrás de

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todas esas telas, bien al fondo, en el rinconcito. Yo dije ¿cómo hago ahora para sacarlo de ahí? No iba apoder mover todas las telas, fijate el tamaño, el peso, con todos esos tarros, no sabía si me iba a caber lamano para sacarlo, o si me iba a picar una araña, con mi alergia. Además, el pobre bichito se iba a asustar.Me estuve quieto ahí pensando, pensando cómo hacer. Después empecé a acercarme despacito, despacito,agachado, hasta ponerme ahí frente a la mesa. Esperé un ratito, quietito ahí agachado. ¿Podrás creer quesalió de ahí abajo él solito? ¡Y me miraba! Yo puse la mano en el suelo, bien despacito. Cuando estuvocerca lo abracé con las dos manos. ¡Sentía temblar el cuerpito caliente! ¡Y no estaba asustado, podrás creer?Me miraba con los ojitos abiertos, el piquito para arriba... ni sabría volar mucho, por eso se vino a meteracá. Yo no me lo podía quedar, un gorrión no puede vivir en cautiverio. Además imaginate, acá en el taller,con todas mis idas y venidas, los problemas que tengo... ¡pero no podía dejar que el pobre bicho se muriera!¿Y a quién se lo podía dar, un gorrión? Además, los pájaros tienen que poder volar, como vuela uno, comome vuelan a mí los pensamientos cuando miro los barcos en el puerto, sobresaliendo de los barracones, esosbarcos enormes de contenedores, tan feos de forma... desde acá, de la ventana del taller, viajo por el mundoen esos cargueros, de polizón, sin pagar pasaje, sin fregar la cubierta. Así que lo llevé, al pajarito, conmucho cuidado, hasta la ventana. Saqué el brazo bien afuera y despacito abrí la mano, como para quequedara parado en la palma, si quería. Después, cuando tuve la mano bien abierta, se quedó paradito ahí unmomento, como si me mirara de nuevo, y salió disparado como flecha para la bahía. Después bajó; lo perdíde vista enseguida, pero me pareció verlo meterse entre los árboles de la plazoleta. Yo dije bueno, menosmal, se salvó. Otro lo hubiera dejado morir, pobrecito. Pero no fue sólo esto. Después, de tarde, cuandoestaba tomándome un café ahí mismo frente a la ventana, veo venir volando como bala un gorrión grande,no me dio tiempo a nada, se metió en el taller, dio una vuelta todo alrededor y salió de nuevo por laventana. ¿Te das cuenta? ¡Era la madre, me venía a agradecer! ¡Por haberle salvado al hijo! ¿Viste vos cosamás linda? ¿Qué más puede querer uno en el mundo después de eso?

- No le pude hacer hablar nada de pintura, ni de su vida, ni de los proyectos actuales, ni de toda esabaraúnda de cuadros amontonados en la mesa, ni de nada. Era como si no me escuchara, volvía siempre a lodel pájaro.

- Era la madre, ¿te das cuenta? Me vino a agradecer.

La inspiración.Molinari. Julio, 1962.

Andando por la calle, en su escritorio del Banco, cenando con su familia, se había vuelto un sonámbulo,un autómata, cumpliendo sus deberes sin conciencia alguna, la cabeza llena de imágenes. En el ómnibus, enmedio de una junta, examinando estados de cuenta, surgía una imagen. Se decía: "Debo hacer un apuntecon esto; ahora no puedo, lo haré luego; estoy en otra cosa, no me puedo distraer". Cuando intentabarescatarlo, había olvidado todo. A veces encontraba el tema, una fórmula de palabras huecas. Otras, unasensación, una atmósfera, algo inquietante, difícil de explicar. Intentaba por la voluntad aglutinar estosrastros en algo coherente, sin conseguir evocar nunca la imagen fugitiva. No era posible la reconstrucción.Con frecuencia le sucedía recordar tan sólo el olvido, sin referente alguno, sin la punta de un hilo parabuscar, reconociendo como un amnésico su enfermedad, había perdido algo sin siquiera saber qué era. Laseguidilla de ocupaciones diarias, avanzando en tropel, suplantándose unas a otras, hacían desaparecer laimagen como un naipe bajo el mazo.

Ignoraba el valor de estas pérdidas. Quería conservarlas por las dudas, por quitarse la inquietud, poracostumbrarse a ser un cronista de sí mismo, por no desperdiciar nada, por tener qué trabajar cuando deveras pudiera. La ansiedad del rescate empezó a quitarle el sosiego. Cada olvido le dejaba una sensación deimpotencia, de vacío, de traición. Era como si alguien buscara expresarse a través de él, un ser de otrouniverso, de naturaleza desconocida, privado de acceso al mundo material, requiriendo su auxilio paraemitir un mensaje cada día más impostergable.

Comenzó a llevar consigo unas libretas armadas por él mismo: dos tapas de cartulina, hojas de papelgarbanzo blanco cortadas al tamaño del bolsillo del saco; un lápiz mecánico de grafo fino, no había tiempopara hacer punta; una goma blanda. Incorporó al principio seis colores básicos de lápiz; después losdescartó. Formó varios de estos conjuntos, todos iguales: uno en la casa, otro en la oficina, en cada uno delos sacos en uso, en el portafolios, en la campera de salir a caminar. A salvo de olvidos, no le era posibleninguna de sus actividades habituales sin tener a la mano elementos de escribir. Empezó, laboriosamente, arescatar momentos del trajín diario, dibujando a trazos rápidos adentro del cajón del escritorio, en elascensor, en el baño, sobre un murito de la calle, en el ómnibus, manteniendo levantada la tapa de cartulinapara defraudar a los curiosos. Eran croquis desordenados, desprolijos, con letras para registrar colores otexturas, palabras sueltas o aún frases donde condensaba ideas, sensaciones o referencias, ingredientes conque intentaría más tarde cocinar su obra.

Acaso este uso utilitario de las palabras lo llevó a percibir una relación esencial entre las distintas

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manifestaciones del arte, viéndolas como lenguas diferentes contando otras tantas partes de una mismahistoria. Más tarde extendería esta concepción a toda la experiencia sensible, como si la vida no fuera sinoun gigantesco, permanente concierto sinfónico. El había escuchado cada instrumento por separado, unasmelodías fragmentarias. Ahora, por unos instantes, en una inesperada síntesis auditiva, le había sido dadoapreciar un trozo de la composición plena: sonidos hasta ahora dispares se integraban de pronto en armonía.Esta totalidad, percibida recién ahora, en unos pocos segundos mágicos, se fue volviendo para él motivo depersecución, sentido de vida, alienante obsesión. Atisbando fugazmente a través de la vidriera había visto aPraxíteles, Cervantes, Hokusai, Beethoven, un indio con pluma y todo, sentados sin sorpresas a la mismamesa de café.

Los apuntes inconexos, desordenados, ininteligibles como taquigrafías, se amontonaban sin orden niconcierto. Como las semillas de un germinador, debían ser trasplantados a la tierra para crecer; pasado sumomento, decaerían sin remedio. Si los apuntes no eran trabajados enseguida, las imágenes evocadas seríanigualmente comidas por el tiempo; daría lo mismo no haber hecho nada, sólo se habría postergado un pocosu precipitación en el hoyo negro del olvido. Por la presión de esta acumulación de retazos robados altiempo, por la inminencia de la pérdida, empezó, conciente a medias, a desatender ocupacionesprescindibles. Dejar trabajos para pintar era una locura, pero este pensamiento ya no lo detenía; se hallabatransportado más allá de las razones. Algo esencial estaba en juego, no cabían alternativas. Fueabandonando subrepticiamente los trabajos en empresas, las horas extras, las reuniones con amigos, lasvisitas familiares. Luchaba instante a instante por el final de cada día, por liberarse de las obligacionesmundanas para consagrarse a dar vida a sus apuntes, aunque sólo fuera para congelarlos luego, en esperadel momento impredecible de la ejecución plena.

El ejercicio de estas actividades le revistió el mundo de desafíos, formas y colores, paneles aislantesentre su trabajo artístico y los quehaceres diarios, sumergiéndolo en un aire mágico donde podía ver, oír,oler, tocar en una forma distinta, como un recién nacido, entrando en una relación simbiótica con el mundosensible, como si una piedra o un árbol o el canto de un pájaro fueran su mano, su oído o un mechón de suscabellos. Su alma había tomado por asalto su cerebro, ordenando movimientos a sus manos; los dedos se leprolongaban en los pinceles, el lápiz, la cuchara de la sopa, y estos en la tela, el papel o la comida. Su ser seextendía hacia el mundo material hasta fundirse en la totalidad del universo.

La postergación.Molinari. Enero, 1963.

- Este año voy a cumplir cincuenta años.¡Equívoca imagen, la del hombre adulto! Recordaba su juventud, cuando su propio padre, el papo, don

José, tenía cincuenta años: el veterano la domina, conoce la vida, yo tan inseguro, metiendo la pata a cadarato, él saliendo siempre bien, siempre correcto, papá lo sabe todo. Mentira. Ahora él, arañando la edad delpadre, veía desde dentro la falsedad de la imagen: no estaba seguro de nada, no sabía nada. Actuaba,empero, con gran aplomo: exhibía ese aspecto serio, inspirador de confianza, necesario para el trabajo; semovía en el mundo con solvencia, como si hubiera descubierto la forma de ganar a las maquinitas. Elespejo de la puerta del ropero le mostraba los zapatos negros, relucientes de pomada, el traje azul o gris opardo o a veces el verdoso, más a la moda pero no me gusta, la camisa blanquísima, corbata al tono deltraje, diferente cada día, vertical hasta cubrir la hebilla del cinturón... sí, todos pensarían, supondrían, daríanpor cierto: Molinari serio, Molinari de confianza, Molinari es un reloj.

Tenía un hijo adolescente. El joven Francisco José, ¿lo miraría a él como él miró a su padre? No locreía. Estaba seguro de no inspirar en su hijo el respeto, la admiración, el temor que había experimentado élpor el irreprochable, el invencible don José. La juventud de ahora era diferente, las madres protegían,consentían a los hijos en exceso; era inútil discutir, la obediencia no existía. El muchacho no había queridoestudiar, tantos años, no vale la pena, quiero vivir, algo tenés que hacer, sí, vamos a poner un astillero paralanchas, en la casa del Chato, somos tres. El modelo de un joven no eran ya los padres, sino algún actor decine, un héroe del fútbol, un personaje de historieta, Scarface o la Miñón. Los padres habían sidodestronados del pedestal, ahora un simple tablado: el mundo moderno es práctico, eficiente, desmontable.Los ídolos se encumbraban en un momento tan sólo para caer en el siguiente, como cabezudos de carnaval,uno tras otro en rápida sucesión.

Percibía en su interior la pérdida de la fé. No se trataba de la fé religiosa, ni de la fé en la ciencia, ni deninguna de las grandes fés, sino de la humilde fé de todos los días, la que nos empuja a esperar el díasiguiente, la que nos hace vivir. Cuanto más mejoraba por fuera, peor estaba por dentro. Este conocimientode sí mismo lo llevaba, por analogía, a sospechar en todo el mundo ese mismo contraste. Descubría en elexterior más aplomado los inequívocos indicios del despiste interior, la falta de convicción, la carencia deobjetivos verdaderos.

- Viene con la edad. Todos se van vaciando.

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El no había buscado el escepticismo. La escamas de la fé cotidiana se le habían ido escurriendo de lapiel como el pelo de la cabeza.

- No hice nada.La lista de sus logros lo dejaba indiferente. La casa nueva, con jardín al fondo, habitación estudio con

baño para escuchar música, leer, dibujar algo, claro que no, papá, ni Franchi ni yo te vamos a molestar. Lalenta sucesión de ascensos, el cartelito de subgerente en el vidrio esmerilado de la puerta del despacho,señor Molinari, de Pastrana y Compañía, ¿puede atender?, sí, gracias, señorita, línea uno. La familia,reducida a tres por la imposibilidad del vientre de Amarylis, Dios no lo quiso, igual tenemos un hijo, noprecisamos más, ¿verdad, papá?, había sido un buen padre, atendiendo a su mujer, educando a su hijo,dándoles de sí mismo lo mejor. Los domingos de mañana, sentado solo en el estudio, ante las estanteríasllenas de libros, los ojos se le iban hacia las carpetas de dibujo, las placas de fibra imprimada en blancodispuestas para el color. Exigua colección, sus obras. Había soñado en su juventud con un cuadro maestro,un opus magnum consagratorio. Frente a algún cuadro, en el Museo Nacional de Bellas Artes, habíapensado con esto ya está, es suficiente, el mundo no puede permanecer indiferente ante algo así. Ahora nocreía ya en la significación plena de la obra, ni en Dios creador guiando la mano del artista, ni en alcanzarla gloria por la catapulta de una sola, repentina realización genial. Había ido cediendo en su convicciónhacia el gradualismo, una concepción acumulativa del éxito, la conquista de la aptitud por el trabajo, vuelvecon tu escudo o sobre él, después de cuatro mil aguafuertes, aún sin ser Picasso algo en uno debe cambiar.

- Pero yo no trabajo, ¡no trabajo!Ahí estaba el drama: él no trabajaba, no trabajaba lo suficiente, ni cerca, ni lo mínimo siquiera. Volvía

del banco con números en la cabeza, el diario bajo el brazo buscando el sillón; se dormía con la charla deAmarylis mezclada en las letras de un libro; se levantaba acuciado por la urgencia de hacer algo,perseguido por la idea de la inacción, pero falto, dolorosamente falto de ganas de empezar.

- ¡Pintores!Si no se puede trabajar en serio es mejor no hacer nada, no ser nada. No ser pintor, no ser dibujante,

nada. Había visto con vergüenza esas exposiciones mínimas, una estreñida colección de cuadros todosiguales, vernissage con el conocido periodista destacando el aporte al arte nacional, las señoras de losamigos con vestido nuevo, los críticos a boca cerrada masticando una masita, las felicitaciones de fiestitaescolar, muy bien Guidito, está precioso, los cuadros en las paredes susurrando mentira mentira comoGalileo e pur si muove, el autor gracias, muchas gracias a todos, pagando los gastos de la confitería. Lospobres cuadros dormían semanas sin un alma de visita, luego a levantar, el espacio en galerías cuesta, ellocal se quema si no vende, renovar o morir, del arte es difícil vivir.

- Pintor.No, no señor, yo no soy pintor, no. Me gustaba el dibujo, cuando chico. Dibujaba mucho. Ahora no, no

tengo tiempo. A veces mezclo unos colores, sólo por descansar, por hacer algo distinto, para calmar losnervios; soy muy nervioso. El exterior solvente cubría su interior como un impermeable plástico. En eltrajín de la rutina diaria, no pasaba el día sin recibir en su cabeza una evolución de composiciones etéreas,perspectivas inmateriales, pinceladas abstractas, sensaciones cromáticas intangibles, cuadros posiblesdesfilando ante él, impotente espectador cargado de cadenas. Estás distraído, papá, no me estás escuchando,sí Lilita, perdoname. Al rato, o al día siguiente, en el ómnibus, caminando por la calle, ante las letrasborrosas del diario, o mirando el techo en la oscuridad, el errático desfile volvería a circular, como laslentas aguas de un río subterráneo alumbradas de repente. El tablero del pintor es una ventana al infinito, laluz de las estrellas ingresa por el cráneo, se concentra en el cerebro como en un colimador, las lentes de laspupilas la proyectan sobre la tela, las manos fijan con pigmentos la imagen transportada. Algo viene delmás allá, la pincelada es el toque de lo eterno en la materia degradable.

- Se me está yendo la vida.Los años de frustración lo habían tornado irascible. Lilita había engordado francamente. Le conversaba

constantemente; él no la escuchaba. Cuando ella reclamaba su atención él se disculpaba con el trabajo, elcansancio, la responsabilidad de la subgerencia, encumbrándose luego en la acusación, a ellos no les faltabanada, les daba todos los gustos, hacía mucho sacrificio, el trabajo le demandaba toda su atención, tenía unpuesto de responsabilidad, lo hacía por ellos, por quién si no, yo para mí no preciso nada, está bien, papá,no te pongas nervioso, no estoy, sólo te pido, escuchame un poco, nada más. Después, en la soledad, lasculpas le mordían los pies como ratas de sótano. ¿Cómo era posible, ese distanciamiento? Ya habíarenunciado a preguntárselo. No era posible negarlo más: estaba solo. Luego de quince años años dematrimonio, había tenido una amante, durante más de un año. Su sensualidad había continuado suevolución, abrevando complacida en la generosa abundancia de Amarylis, el deseo acompañando lapronunciación de sus curvaturas. Una saciedad inesperada lo detuvo en la indiferencia: sus ansias se habíanextinguido. Una puntita de repulsión revoloteaba sobre su lecho conyugal como una polilla al sol. Amarylisno mostró alarma ni sorpresa, o acaso lo agradeció; él siempre había tenido que insistir. En un retornoclasicista, su sensualidad dormida había vuelto a renacer al estímulo de las carnes firmes de Dorita, latramitadora de una empresa clienta del Banco, trece años menor, ansiosa de protección. Terminó en medio

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de los llantos de ella, la acusación incontestable de con vos no llego a nada, soy casado, yo estoy sola, sabéscómo te quiero, no me alcanza con palabras. La pena sorda del vacío final, la inútil espera del retorno, ellacerante recuerdo. Había aceptado su reprochable conducta como algo inevitable, un mal orgánico, undesignio de los dioses. Por más de un año, la aventura amorosa le había dado algún alivio, un refugiotemporal. Una aspirina.

- ¡Cincuenta años!Todo estaba mal en el mundo. Cargó sobre sí la desilusión de Dorita, la sordidez del adulterio, la

cobardía de no haber elegido ni la esposa ni la amante. Las culpas sedimentaban en su alma como capas dearenisca. No se explicaba cómo había llegado a semejante degradación. Tan sólo un par de años atrás no lohubiera creído posible, por mal que se sintiera. Pero no era esto lo peor. Había anidado en él la certeza desu destino: no haría el menor esfuerzo por corregir su conducta, por resistir la tendencia pecadora. Seguiríaacumulando culpas, como un esclavo de las minas, echando piedras al morral, doblándose bajo el peso.Perdida la fé, ahogado en la soledad, expoliado por la urticaria de la tentación, amaniados de grilletes lospies, condenado a sobrevivir en la aridez del desierto, no rechazaría una sombra de palmera, el agua terrosade pozo, la carne hedionda de alimaña muerta.

Hacia el taller de Jesús García Abril.Molinari. Abril, 1963.

Esperó por Dorita con la sinrazón del anhelo, pero ella no volvió. Los días de cita se demoraba envolver a casa, recorriendo alguna librería, aceptando cualquier invitación, tomando un café, guardando esetiempo como se guarda la caja al poner en uso los zapatos. Se daba cuenta recién ahora, por el tamaño delvacío, del espacio que había llenado ella en su vida. Las salidas clandestinas le habían estimulado elpensamiento, la virilidad, la alegría. La soledad, la pena negra, lo habían sumido en una angustiapersistente, donde su único consuelo era la idea de pintar, verse parado frente al caballete, los pinceles en lamano como armas, la ventana abierta al cielo infinito, imprimiendo en la tela daguerrotipos de su alma.Desfilaban por la galería de su imaginación confusas señoritas posando en Avignon, rostros maquilladospor Modigliani, vírgenes cuadriculadas en mosaicos bizantinos, patios interiores embaldosados poralbañiles de Piet Mondrian, la aureola de un grito fotografiada por Edvard Munch, imágenes superpuestas,fugaces, imposibles de diferenciar. Se encerraba en el cuarto del fondo, madre e hijo intercambiandomiradas, papá anda insoportable, para debatirse a solas en una agonía de inacción. Un fluído candentesoliviantaba su interior, la presión se acumulaba dentro suyo como en una caldera de vapor, empujándole alpapel. Pero no más tomaba el lápiz descendía ante sus ojos el telón: las formas habían hecho mutis por elforo, los tramoyistas habían desmontado el escenario, los propósitos habían sido desvirtuados. Buceabadesesperado en las aguas turbias de la memoria tratando de arrastrar a la superficie alguna de las criaturasentrevistas. Todavía presentes, le golpeaban los muslos, la espalda, los brazos, con sus potentes aletascaudales. Manoteaba sobre ellas resbalando sobre las pieles aceitosas. Emergía a la superficie al borde de laasfixia, extenuado, sin haber logrado rescatar nada.

- No sirvo para esto.Hundida la cabeza entre las manos, tirábase de los cabellos con el ansia de arrancarlos. El dolor físico

era un alivio, una distracción, un castigo redentor, una alternativa al sufrimiento moral. Se deteníaaterrorizado ante el potente atractivo de la aniquilación. ¡Qué fácil sería caer en la locura! Se le siente lavoz, ahí al lado, las paredes son de papel, la razón habita en casa japonesa, un acto definitivo, instantáneo,arrojarse del mirador del Palacio Salvo, ciento cuatro metros de altura, se podía subir pagando una entrada,más fácil, no se precisa ni edificio, ni altura, ni pagar entrada, la demencia se entrega gratis, no falta en lacartera de la dama ni en el bolsillo del caballero, más que una oferta un verdadero regalo. En un instantedejaría de ser él, no tendría recuerdos, nada en qué reconocerse, no sabría ni su nombre; el mundo giraríaalrededor como una calesita, envuelto en su música estridente, sin decirle nada. Profundizaba en suabatimiento hasta tocar el fondo. Desilusionado del mundo, de su familia, de sí mismo, de la pintura, detodo quehacer, destrozados los últimos refugios, dábase a juntar, sobre el campo humeante, los negroscarbones de los rastrojos quemados.

- Es preciso hacer algo.¡Persistente, persistente lumbre de la vida! Se empeñó en dibujar desde los estadios más primarios,

como si no lo hubiera hecho nunca, como si volviera a la escuela: palotes, vertical, horizontal, inclinado,izquierda, derecha, círculos, elipses, formas geométricas, trazo grueso, trazo fino, guardas, objetos simples,gradaciones de sombreados, ejercitándose en la técnica con la persistencia de un soldado en la playa demaniobras. Acuartelado en el estudio, engrillado en los horarios autoimpuestos, malquistado con el mundo,presentó heroica batalla a la vida cotidiana. Luego del éxito de las primeras escaramuzas, el enemigoempezó a contestar el fuego. Día tras día algo se presentaba: una obligación ineludible, el trabajo atrasado,una visita inesperada, un problema de urgente atención. Infiltrado por estos asuntos, se difería a sí mismo

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constantemente: después de las liquidaciones de fin de mes, cuando se vayan los albañiles, cuando se mepase el dolor de cabeza, después del cumpleaños de Franchi, cuando, cuando, después. La vida era unacarrera de obstáculos, el mundo una pérfida conspiración de emergencias, su cabeza una madeja deobsesiones. Lo tironeaban todo el tiempo, un miembro en cada dirección, así mataron al rebelde TupacAmarú, hijo de Incas, atado a cuatro caballos en la plaza de Cuzco, ¡arre las bestias!

El trabajo en la casa era un esfuerzo sobrehumano. Empezó a buscar un taller. Poblados por señorasgordas, adolescentes revoltosos, viejos verdes o señoritas aburridas, no duraba en ellos más de un mes. Uncrítico de arte, cliente del banco, le instó a probar con Jesús García Abril, viejo pintor español radicado enUruguay hacía una eternidad.

- Enseña mejor de lo que pinta. Tiene mal carácter, pero es de la escuela dura, no admite a cualquiera.Lo va a hacer trabajar.

El viejo maestro escuchó sin abrir la boca las modestas aspiraciones de Molinari: a mi edad no pretendoser artista, sólo quiero aprender, hacer algo, es una deuda conmigo mismo, si usted lo permitiera le estaríamuy agradecido. Examinó los dibujos uno a uno. A su espalda, los alumnos, todos hombres, hacían señasde guillotinarse con el canto de la mano.

- Bien. En base a su experiencia, comenzaremos con el dibujo del natural.Los alumnos dejaron escapar unas risitas. El viejo, imperturbable, volvió la cabeza, silenciándolos.

Molinari, esperando ser destruído, estaba casi feliz. No le importaba empezar de nuevo. Los alumnos erantodos adultos, aunque tuvieran veinte años menos; en los caballetes se veían cosas interesantes; el ambienteno parecía propenso al desorden o la vagancia.

- Me alegro que se haya encontrado bien. El viejo no es un gran artista, ya le digo, pero conoce mucho.Insiste en preservar, contra toda evolución, el impresionismo del Salón de los Rechazados o poco más; almenos, eso es lo que le va a enseñar.

- Pero yo no quiero pintar así.- ¡Seguro que no! Pero aprenda, aprenda de él, aprenda la técnica, escuche las críticas, lea, dude. Sobre

todo, dude. Después, haga lo que quiera. Usted mismo se va a dar cuenta cuando deba seguir solo.- ...- Ya lo verá. Acuérdese lo que le digo. Palabra de Rodríguez.

Contra Torres García.Molinari. Agosto, 1963.

Joaquín Torres García volvió al Uruguay en 1934, cargado de Piet Mondrian, Tarrasas, Cataluñas y ungenio fiero; abrió su taller, acaudilló alumnos, expuso el Universalismo Constructivo, organizó cienexposiciones, escribió artículos, lanzó sus pintores al combate, armando el revuelo artístico del siglo veinteuruguayo. En 1949, cuando murió, ya era una leyenda. García Abril había llegado mucho antes, habíatrabajado incansablemente sin llegar a ser siquiera conocido. Había acompañado las vanguardias, hasta elcubismo, con entusiasmo fanático; trastabilló en el surrealismo, se negó al expresionismo y retrocedió, enuna revulsión de su metabolismo, hacia un postimpresionismo de restauración de formas, líneas y coloresdonde decidió fijar residencia. La velocidad del cambio en el arte, en el siglo, habían infundido en él unhorror de agotamiento: a semejante velocidad, probando lo novísimo cuando apenas llegó lo nuevo, el arteestallaría en esquirlas como una granada en la guerra. Explorando ávidamente en todas direcciones, losartistas eran absorbidos por el industrialismo, la persecución de la novedad, la prueba mecánica de todas lasposibilidades, el ansia de vivir su día de gloria. El público no visitará las reducciones de sus confinamientosvoluntarios, no le interesará escucharlos farfullar las mismas viejas ideas en su jerga autista. El arte seatomizaba en minúsculas subculturas, se disolvía La Gran Tradición. A fuerza de excesos, todo se tornaigual. Mezclando todos los colores, el siglo se volvía gris.

Los alumnos eran pocos, todos pintores, todos entusiastas, todos admirando el constructivismo, elexpresionismo y todos los ismos en la clandestinidad, murmurando bajo los caballetes, explayándose en loscafés, juramentados de silencio.

- ¿Torres? Sí, ví algunos cuadros de él, muy buenos. No sé por qué dejó de pintar. Hubiera podido haceruna buena carrera.

Este "dejó de pintar" desconocía olímpicamente todo el constructivismo. Si le mencionaban la palabra,respondía:

- Sí, el constructivismo, sí. Oí hablar mucho de eso a unos decoradores amantes de la geometría.Movidos por la pasión, por la picardía de la juventud, los alumnos intentaban hacerle hablar del tema,

tratando de esquivar sus explosiones de ira, pero divirtiéndose cuando se producían. Le azuzaban conpreguntas indirectas:

- Maestro, ¿cómo eso arrastra tanta gente?- Porque da menos trabajo.

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Nadie lo contradecía ni le pedía explicaciones. A veces, viendo las miradas interrogantes, él mismo sedaba manija e improvisaba una diatriba demoledora.

- Hay dos clases de constructivistas: los haraganes y los sin talento. A los dos les vino como anillo aldedo la teoría. Nos olvidamos de la técnica, la luz pierde su poder, sólo sirve para hacer funcionar el ojo, laperspectiva es un anacronismo, una complicación inútil, porque ya no hay volumen, no hay profundidad.Todo es dos dimensiones, todo es plano, todo es chato. Terminamos con los impresionistas, la escuelaflamenca, el Renacimiento, y todo lo demás para ir a rescatar las formas precolombinas, pero ni tanto.Imágenes desecadas, huecas, sin el alma de una religión capaz de imbuir significación a las formassimbólicas. El americanismo de mayas y aztecas nos es tan ajeno, tan lejano como el europeísmo. Elconstructivismo se las arregló para desalmar el arte, poniéndolo al alcance de cualquier pintor de brochagorda: cuadriculad el área, tirad en cada cuadro alguno de los objetos en desuso del galponcillo, unas letras;échense luego unas parrafadas de teoría. ¿Queréis la vida fácil? ¿Queréis seguir las modas? Entonces pintadconstructivo, expresivo, tontivo, el invento de ayer. O mejor, esperad a mañana; seguro tendréis algo másnuevo. E idos de acá, porque esto no es una casa de modas, sino un taller de arte.

En otra ocasión, ante reflexiones parecidas, alguien se atrevió a mencionar a Torres García. El maestrohizo un minuto de silencio. Nadie pudo saber si homenajeaba al muerto o deglutía un trago amargo.

- Torres sabía pintar. No sé qué le pasó. Se equivocó en algo. En el arte es muy difícil sobrevivir. Lavida del artista puede ser muy dura, muy frustrante, si uno no tiene la fuerza espiritual necesaria paradespreciar la fama, el éxito fácil, el dinero, la moda. El reconocimiento de la obra de arte puede llegardespués de la muerte. Pero eso no importa. Lo esencial es mantenerse fiel a las propias concepciones.

- ¿Usted piensa que Torres no fue fiel a sus concepciones?- No sé de la fidelidad de Torres. Sólo sé de la mía.- Pero, ¿usted cree que Torres puede haber claudicado en favor de la fama, el reconocimiento... el

dinero? Porque ya algo de eso tenía.- No sé si claudicó o no. Eso es asunto de él. Pero el constructivismo le trajo más de eso que decís que

tenía. ¿O no? Y los seguidores de él ya son importantes sólo por haber estado con él en el taller,santificados por el contacto con las vestiduras del Maestro. Si queréis ser importantes ya tenéis donde ir abuscar. Y si os quedáis acá ya sabéis lo que os espera: trabajo y más trabajo, el camino difícil. Mejor osolvidáis de los barquitos, los pescaditos, los crucigramas, y aprendéis a hacer fundidos.

Se volvió hacia el escritorio, de espaldas a los alumnos, a revolver papeles. No buscaba nada, sóloaplacaba su enojo. Todos callaban, hundiendo las cabezas como tortugas, detrás de los caballetes. Derepente, volvió a la carga. Agitando un dedo amenazador, sin señalar a ninguno en particular, exclamóiracundo:

- Y cuando queráis enteraros de la naturaleza de la luz, sentiros en contacto con un artista en serio,estudiáos un cuadro de Vermeer. Cuando logréis hacer algo parecido veremos cuánto os acordáis de lospescaditos.

El camino de Falcone.La investigación. Mayo, 1995.

La investigación había terminado. De mañana había recorrido el Gólgota nuevamente, estatua porestatua, acompañado de Silvana, compartiendo con ella sus observaciones de México. Habían almorzadotarde, en la casona, atendidos por Adelaida.

- Bueno, es hora de irme.- Tengo algo para vos. - ¿...?- El recorrido de Falcone. El último.Subieron al auto, saliendo por la ruta nacional hacia el norte. Cruzaron el puente sobre el arroyo San

Pedro, entraron por el camino vecinal subiendo hasta la estancia La Piojera. - Esa es la entrada, debe haber salido por ahí.Silvana hizo girar el automóvil maniobrando sobre la senda de acceso al establecimiento. Regresaron

por el mismo camino vecinal, a paso de hombre, buscando una huella monte abajo.- Ahí parece haber algo.- Debe salir al vado. ¿Vamos?- Sería mejor tener un punto de referencia. ¿No querés esperarme del otro lado? No me voy a perder.- No sé. Vos sos muy de ciudad. - Vos te volviste muy campera.- Doña Bárbara en persona. Te espero del otro lado.Se despidieron con la mano. El auto se perdió en la bajada dejando una nube de polvo en el camino.

Fernando ubicó el lugar, escupió para el costado y se largó cuesta abajo por la huella buscando el curso del

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San Pedro. Del vado un poco más arriba, decía el parte. Serían las propias palabras del peón Epifanio Ríos;un milico de seccional no se molestaría mucho en inventar: fue encontrado el cuerpo, ha resultado ser,firme aquí, sabe escribir, no hay de saber, como cobra uno la quincena si no. El loco Falcón. ¿Por quéhabría venido hasta aquí? Andaría corrido de las pulgas, acaso no tendría ni para comer. ¿Qué le habríapasado? ¿Vendría sintiéndose mal, le habrá venido un infarto, se habría caído?¿Habrá querido matarse? Notenía temperamento de suicida. ¿Un acto determinista, una pulsión inconciente de poner fin a la vida? ElGólgota estaba tan terminado como podía estar; la dueña había muerto, a él no le quedaría nada por hacer.La huella se borraba por momentos. Era imposible saber. No habría detalle olvidado, objeto revelador,testigo oculto, nada. Nadie sabría cómo murió, nadie supo cómo vivió. Había perdido la huella. Retrocedió,describió un par de círculos cada vez más amplios. No la pudo hallar. De este lado del arroyo raleaba elmonte indígena, se podía transitar; enfrente, la falda del cerro San Pedro se pronunciaba bajo unavegetación más espesa. Iba siguiendo el meandro con los binoculares cuando la vio.

Sentada en un tronco, marcando el lugar del vado, Silvana masticaba distraída un tallo de flechilla.Lejos había quedado la estampa de aquella muchacha delgada, temblorosa, recibiendo asustada como unpájaro la campera de Gerardo. También a él le temblaban las manos cuando se la dio. Ahora los binocularesmostraban encerrada en un círculo óptico la imagen de una mujer serena, bien plantada, de elegante figura,el pelo negro hasta los hombros enmarcando un rostro como tantos, sin defectos ni belleza, una miradaconcentrada de ojos castaños soñadores, inadvertidos, acaso inolvidables si se los llegara a descubrir. Eleterno femenino había escondido en ella, como un tesoro enterrado, algunas de sus mejores virtudes. Sonde más los peligros de esta vida... No había riesgos para Fernando: sólo vio la imagen de Silvana, sentadaen un tronco, masticando distraída un tallo de flechilla.

Alcanzó el arroyo un poco antes del vado. Los árboles, bajos, silvestres, inclinaban sus ramas encimadel agua, las raíces a la vista. Al alcance de la mano, una raíz fuerte de árbol lo habría salvado acaso de lamuerte. El cuerpo no había sido encontrado; se habrían demorado por los días de lluvia, lo habría arrastradoel torrente, se lo habrían comido los animales, desaparecerían sus restos digeridos por el barro en el lechodel arroyo.

Cuando Silvana lo vio llegar se incorporó acercándose a la orilla. El ya se había descalzado,arremangándose los pantalones para cruzar. Vadeó el arrollo sin titubeos, disimulando su urbanismo ante larisa de Silvana.

- Estás hecho todo un explorador.- Estuve en los Boy Scout.- ¿Encontraste algo?- Nada. Ni un indicio. Ni una huella. Falcone es sólo una leyenda. Nunca existió.

Ultima obra.Marc Antoine. Junio, 1980.

- ¿Cómo se llama?- Epifanio Ríos.En la tarde del día anterior se había corrido hasta la estancia La Piojera, donde una yegua promisoria,

en penca criolla, le había echado unos pesos al bolsillo en buena galopada. Festejando con los compadres sefueron los pesos, casi todos, en botellas de caña. Había echado una cabezada de pocas horas en el galpón delos peones. Cuando el sol le entibió el sombrero, se lo quitó de la cara. Los compadres le arrimaron losamargos del estribo. Erguido sobre el caballo, viendo por el sol que ya era tarde, escupió para el costado yse largó cuesta abajo por la huella buscando el curso del San Pedro; ganaría media hora cruzando el arroyopor el vado, después hasta el puente de la ruta nacional.

- ¿Dónde dice que está el cuerpo?- Al costado del San Pedro, por el vado. Un poco más arriba.El caballo iba solo, buscando al paso la bajada. Alcanzó el arroyo un poco antes del vado. Iba ya

cerrando el meandro cuando lo vio. Debía llevar muerto varios días. Ahogado, parecía. Había llovidobastante los días anteriores; donde tenía la cabeza llegaría seguro el agua. El arroyo le había arrimado barro,el sol se lo había secado, un cadáver moldeado en terracota. Llevaba los pies desnudos, mordidos de ratas ode cuervos hasta las pantorrillas. Un enjambre de moscas lo señalaba. Al alcance de la mano muerta, unaraíz fuerte de árbol lo habría salvado acaso del ahogo.

- ¿Conoce al osiso?- No, a Osiso no lo conozco.- Si conoce al muerto.- De vista, no más. El loco Falcón.- ¿El nombre?- No sé.

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- Marco, se llamaba Marco. Borracho perdido. Mi madre le tiraba algo de comer, cuando le sobraba.Preguntelé si no me cree.

- ¿Sabe cómo murió?- Ahogado. Arañando la tierra con las manos.Venía trabajando muchas horas, muchos días seguidos. Alguien le dijo la señora falleció, en el

sanatorio, un crimen, recién habría pasado los sesenta, no tenía nada. No se dio por enterado. La cuadrillade la empresa constructora estaba trabajando en las acequias, la caminería, el enjardinado; las bases estabanterminadas, estaban asentando las estatuas sobre ellas, era preciso atender cada detalle.

- Tenemos orden de la empresa, mi amigo. No podemos quedarnos.Refugiado en la ebriedad del trabajo, intentó desconocer la muerte de Rossina, pero ésta se le fue

permeando por los poros. El anuncio del capataz fue la aniquilación de Hiroshima: el Gólgota no vería laluz. El podría terminar las pocas esculturas pendientes; los caminos, las acequias, el enjardinado, lacantería, aunque se hallaran en las últimas etapas constructivas, no cumplirían su función. Los árbolesjóvenes irían creciendo, pero los senderos se borrarían, las acequias quedarían obstruídas, nunca fluiría elagua. Las estatuas quedarían solas, aisladas en medio de la vegetación, faltaría la disciplina, la mano delhombre se retiraba una vez más ante una obra sin terminar. La naturaleza, indómita y ciega, volvía por susfueros. Colgada en la falda del Cerro San Pedro, como una mochila en la espalda del peregrino, el Caminoal Gólgota quedaría sin recorrer, encerrado en sí mismo, olvidado: un cuadro sin marco, un museo sin luz,un sueño extraordinario interrumpido por el timbre de la puerta, lo siento señor, una cuenta para cobrar.Estas piedras, estos árboles, el agua escurriéndose por los canales, los senderos serpenteantes, habrían sidoconstrucción sagrada, enigmático testimonio de una azarosa confluencia de impulsos; así como estaban, noserían siquiera ruinas. Ningún dios habita en un templo inconcluso.

- La señora no tiene hijos.- Pero tiene sobrinos. Alguien vendrá por esto, es mucho dinero.- Ya hace más de un año, no vino nadie, ni siquiera a ver.- Los papeles, las sucesiones. Eso demora, demora mucho.El empuje adquirido, la incredulidad, la esperanza, lo siguieron arrastrando por un tiempo. Detenidas

las hélices, agotado el combustible, consumidas las últimas gotas de expectativa, su barco navegaba sólopor la inercia del tonelaje desplazado. Sin máquinas, perdiendo impulso, el timón nada podía. La corrientelo fue llevando cada vez más a la deriva. Los últimos granos de su voluntad se diluyeron en la talla de susúltimas estatuas. Cuando el tiempo se puso frío se recluyó en el taller.

Rossina había muerto. Se encogió de hombros. No era asunto suyo. Su contrato, nunca formulado,había concluído en razón de fuerza mayor, artículo complementario, catástrofe natural. El había cumplido,su trabajo estaba terminado. Por la intervención celeste, la contraparte se había retirado. La obra nofinalizaría, pero él estaba libre. Libre, otra vez. Libre de su contrato, sí, pero libre para qué? Ni siquierarevolvió los papeles del taller. Miles de bosquejos se apretaban en las carpetas. Muchos habían sidodescartados. Otros se habían convertido en piedra, en bronce, en hormigón, erguidos a desafiar el tiempo,primos y hermanos de pirámides, anfiteatros, bajorrelieves y estatuaria diseminados en cinco continentes.Los bosquejos de las carpetas jamás saldrían de ahí: se precipitarían en el mundo de las sombras, junto conlas buenas intenciones adoquinadas en el camino del Infierno, los hijos no concebidos retenidos en el látexde los preservativos, las confesiones de amor aprisionadas en las celdas del orgullo, los espíritus expulsadosde la carne mancillada reflejados en estrellas contra el cielo de otoño, los rostros fatales de los suicidasinterdictos de camposanto cobijados en la cueva subterránea de un demonio angelical igualmente rechazadopor el Diablo y Dios.

Un ser sobrenatural había animado de formas su cerebro, había empujado a Rossina Fiori a patrocinarun proyecto insólito, había hecho fluir los dineros de ella para mover las manos de él, la materia habíaclaudicado obediente al imperio de un genio ubicuo. Consumado su experimento, satisfecha su curiosidad,el interventor había abandonado el cuerpo de Rossina Fiori a las digestiones de la tierra, las piedras delGólgota a la erosión de los elementos, el alma de Falcone a la vacuidad.

- Dejó de trabajar. Vagaba por el campo. Yo era más chico, pero me acuerdo. Venía por casa, a veces;mi madre le daba algo de comer, cuando tenía. La hacía reír, a mi madre. Yo no tenía padre. El era buenoconmigo. Venía y hacía reír a mi madre; le decía cosas.

- No lo conocíamos; lo empezamos a ver después que falleció la señora. Según dicen, hacía tiempo quetrabajaba ahí, pero nosotros no lo habíamos visto, no salía de la propiedad. Andaba loco de las pulgas, peorque cualquiera de nosotros. Agarraba changas de vez en cuando, unos pesos; se los tomaba enseguida.

- Venía por casa, a veces. El gurí lo quería, los sabía tratar, a los gurises; él era como un gurí, peroviejo. Quería casarse conmigo, decía.

- Estaba flaco como una rata. Los últimos tiempos ya ni comería. Venía por el boliche a tomarsealguna; nos hacía reír con sus ocurrencias de borracho. A las mujeres las tenía cortitas, siempre diciéndolesalgo. Se quería casar con todas. Para él no había gordas ni flacas. Todo le venía bien; a todas les decía lomismo, algo del corazón, de esas pavadas que les gustan a las mujeres.

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Se había levantado con la seguidilla de náuseas de todos los días, había vomitado otro poco de esa bilismaloliente de las mañanas, menos mal que después pasa, masajeándose el costado para mitigar el dolor, nosé de qué carajo se hinchará la panza, lo último ser un gordito al final de la vida, puta madre. Se calentóagua; no quedaba yerba. Sacudió los restos de la bolsa sobre el jarro de aluminio; el agua calientereverdeció. Dejó asentar unos minutos. Coló la infusión en un jarro de loza cascado. Se la bebió a sorbitos,el jarro encerrado entre las manos, buscando calmar el estómago atormentado, eso que llevo días sin unagota, qué conducta, estoy hecho una señorita, qué lo parió.

Hoy tampoco tomaría. Saldría de este pozo, volvería al trabajo, el hombre sin trabajo no existe.Hermosa mañana de sol, un poco fría; el frío fortifica, el calor ablanda, los países nórdicos son lo máscivilizado del mundo, sería un buen día. Lo esperaba un trabajito del otro lado del San Pedro, unosalambrados, cosa de un rato, unos pesos no venían mal, compraría arroz para hervir, blanco sin sal, unremedio universal, con algo de fruta estaría hecho, siempre le daban algo, leche no porque no la soportaba,que mamen los niños, él no le chuparía la teta a ninguna vaca, por más holando que fuese.

A las dos de la tarde había terminado. Llenó el bolso de naranjas, papas, un pedazo de zapallo, dosgalletas de campaña, el capataz era un buen hombre. Con eso tenía para días. Esa noche comería como unrey, qué carajo, sin tomar una gota, basta de mierdas, la vida sigue. Una cebadura entera de yerba, de acucharitas daba para litros, era un desmadre eso de tomar mate llenando el poronguito, es el siglo veinteseñores gauchos criollos y charrúas, Illex paraguayensis en taza, no hay tiempo para estarse una horachupando la bombilla. Andaba bien. Después de mucho tiempo, andaba bien otra vez. Le faltaba nada másuna mujer, una campesina fortachona, feota, mandona, que no lo dejara tomar, una escapadita de vez encuando no haría nada mal, el hombre es hombre qué joder, después una peleíta y a perdérsele entre losmuslos, qué mejor podría haber para los dos, una hembra buena amasando tortafritas sólo para él.

Habrá sido por el sol de la tarde, el calor del esfuerzo, la falta de alimento, o vaya a saber qué. Le vinoun mareo. Se le revolvió el mundo, la cabeza, las tripas rebeladas, mejor sentarse un poco, ahí hay un árbolde buena sombra. Las formas se le confundían en los ojos, grises sobre grises. Empezó a sentir frío. Searropó como pudo en las vestiduras desgarradas. ¡Arriba!, mejor moverse para quitarse el frío, en quinceminutos estoy en la covacha. Escupió para el costado y se largó cuesta abajo por la huella hacia el vado delSan Pedro, avanzando a zancadas de gigante, tengo las botas de siete leguas, casi estoy en el arroyo, en unsaltito lo tengo cruzado, despacito por las piedras, caminando sobre el mar. Algo fuerte le golpeó en un pie,una piedra, una raíz. Rodó los últimos metros pendiente abajo. Cayó a la vera del arroyo, en la tierrabarrosa de la orilla.

Cuando recuperó el conocimiento el sol venía ya bajando. Se había golpeado feo en la espalda, lacabeza... no, más abajo, en la cintura. No podía mover las piernas. Ni soñar con levantarse. Se apoyó sobrelos codos, tratando de arrastrarse sobre ellos, usándolos como bastones, clavándose en el barro, empujandotenazmente hacia adelante. Algo logró avanzar. Un paso más, para atenazar una mano sobre la raíz saliente,un punto de apoyo para mover el mundo hacia su cuerpo inerme, para izarlo encima de la raíz de este árbolamigo, presta tus pies al andante lastimado, viejo árbol salvador. Se hinchó la tierra húmeda debajo de sucuerpo tratando de elevarlo, alargó el árbol su raíz hacia la mano ávida, tiró la voluntad de su carnecansada. En un instante fugaz habría podido alcanzarlo, pero el instante se le escamoteó por algún lado. Unpuñado de aire se le estrujó en la mano. No habría oportunidad igual en toda la eternidad. El brazoizquierdo estirado con la mano abierta, el brazo derecho empotrado en la tierra como un puntal, el cuerpoenhiesto como una cobra, los pies en la tierra, la cabeza en el cielo como el molino de mi huerta... todocayó sobre un barro de impotencia.

- Te vas a la puta que te parió.Quedaba un rato de sol. El frío lo iba enfriando desde los pies. Hincado sobre los codos, se acomodó

apoyándose sobre el pecho. No sentía dolor. Echando las manos adelante, podría alcanzar el barro.Apoyada la cabeza, con el hombro por almohada, estiraría los brazos hacia adelante, modelaría a ciegas,qué carajo, para algo era un profesional. Arrancó el barro más seco de la orilla a la izquierda, el máshúmedo del arroyo a la derecha; los fue mezclando, buscando la consistencia con los dedos. Trabajó atientas un rato. Recorrió sin ver la forma con las manos, la escultura es para tocar no sólo para ver, entoncestambién se puede hacer, tocando sin ver, será una sorpresa. Está pronto. Alisó el barro alrededor,despejando el escenario de su última obra. Retrajo las manos hacia sí para incorporarse sobre los codos. Ungrueso pene de barro, escoltado por sus testículos, se elevaba de la tierra al cielo. Se festejó la ocurrenciacon su vieja risa desafiante.

- Tomá pa' vos.El salivazo se desmenuzó arriba en el aire.Se dejó caer. El cansancio, la satisfacción del esfuerzo, lo sumieron en un sopor agradable. Se

acomodó. Ahora podría descansar. Había hecho su trabajo diario. Podría dormir un rato, mientras venían abuscarlo, en un rato alguien bajaría por la huella, muchos la usaban como atajo hasta la carretera, tanto apie como a caballo. Llegará desde allá arriba, descolgándose por la ladera, de a caballo más bien, estoscanarios son de poco caminar, si no es arriba del caballo no saben vivir, de vuelta de alguna chacra, de

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alguna estancia, buscando una china, un catre calentito donde reposar los huesos. Antes que caiga el sol,cuando terminen las faenas, ya, ya mismo, ya no más.

- Arriba compadre, échele el pie al estribo sin miedo, le doy una manito y arriba ¡mire que venirse acaer acá! El zaino es fuerte, está descansadito, en un periquete estamos en el pueblo.

Un perro negro andrajoso lo miraba inmóvil a unos metros de distancia. Lo llamó con unas crestas desilbido. El perro movió levemente la cola a manera de saludo. Le volvió a silbar. El animal saludó denuevo, sin acercarse.

- Tan arisco, pobre bicho, cómo lo tendrán de apedreado... al mejor amigo del hombre, tirarle piedras...¡qué cooosa! ¿Será el hombre el mejor amigo del perro? Mmmh...

- ...- A ver, perro, ¿será el hombre tu mejor amigo?El perro no contestó. El hombre quedó quieto, aguardando. Cansado por la posición, reclinó la cabeza

sobre el brazo, manteniendo al perro en el reojo. Al cabo de un rato, el animal avanzó en rodeo,conservando la distancia. Cuando lo hubo sobrepasado, volvió hacia él los cuartos traseros, continuando sucamino en un trotecito de rutina.

Cerró los ojos. El frío ya lo traía amodorrado. Agradable abandono, dulce letargo, amable languidez,mejor que parado sentado, mejor que sentado acostado, mejor que acostado... El monte susurraba en la brisade la tarde fugitiva. Un murmullo de agua le llegaba del arroyo. Apresuraban los pájaros las últimasestrofas de aquel día.

- Carajo... sí que valió la pena... todo esto...Pronto vendría su madre a despertarlo. No, todavía no. Hoy era domingo, podía dormir hasta tarde,

sentir el calor del sol filtrarse por la ventana encortinada, escuchar vagamente los ruidos de la casa, lasvoces cuchicheantes de las empleadas. Llegaría la mano de su madre a tocarle la cabeza, a revolverledespacio los cabellos, Marquito es hora de levantarse, casi mediodía. El murmuraría como siempre un ratitomás, aunque ya quería salir, ver el jardín, las hojas, qué rápido pasan las noches, tan largas, de repente ya esde día, se oyen los pájaros chillar, un murmullo como de agua, unas ranas croar. Un ratito más. Selevantaría a buscar alguna de esas ranas ruidosas, la traería para casa a vivir con él, le cazaría moscas ybichos para darle de comer, le armaría un parquecito adentro de la palangana grande con agua y un poco dearena, le construiría una cueva con trozos de piedra, será como un palacio para ella, de granito rojo, sí, nohay como el granito rojo, tan brillante cuando está mojado.

Qué me pasa.La investigación. Mayo, 1995.

Era casi noche. Subían a pasos cortos por la ladera, siguiendo el sendero hacia la casona. - Por acá.- ¿ ... ?- Una capilla privada. Acá se casaron mis tíos.- Está cerrada.- No se ha vuelto a abrir.Las tumbas de los tíos de Silvana estarían cerca; ella había hecho traer los restos de su tía para

enterrarlos junto a su esposo. Hubiera sido de mal gusto preguntar. Fernando dio la vuelta alrededor de lasencilla construcción, bastante bien conservada a pesar de no haber recibido mantenimiento alguno.Observó la disposición de los tragaluces.

- Debe tener buena iluminación interior.- Nunca entré. Siguieron hasta la casona sin hablar.- ¿Por qué no te quedás? Mirá la hora que es.- Hay un ómnibus a las cero diez. No me puedo ir solo, pero si alguien me arrima ahora yo igual

espero...- Adelaida, dígale, ¿no está el cuarto de huéspedes preparado?- Sí, señora, está disponible. Puede quedarse, señor, nos daría mucho gusto tenerlo.Aceptó con incomodidad; hubiera resultado igualmente incómodo negarse. Nunca se había quedado, a

pesar de haber sido invitado varias veces. De irse ahora tendría dos horas para esperar en Colonia hasta lasalida del ómnibus, llegaría a las dos y media de la mañana. Estaba cansado. Un vacío le dominaba. El finalde la investigación estaba cerca. Una vez revisado el borrador del libro el caso quedaría cerrado; no habríamérito para continuar.

- No estés haciendo cumplidos, andate a dormir, estás muerto de sueño.- Es cierto, sí. Disculpame. Una ducha caliente lo distendió, pero aún así demoró en dormirse. Con frecuencia el exceso de

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cansancio le impedía conciliar el sueño. Aguardó resignadamente, oyendo acallarse los ruidos de la casa,destacarse en el silencio los rumores de hojas en el parque. Desfilaban ante su conciencia aletargada lasimágenes del día distorsionadas en un caleidoscopio espectral, los carretes de la memoria sueltos a girar, laimaginación cosiendo de retazos, un circo de fantasmas festejando alegres la desorganización delpensamiento. El sueño, avanzando como un manto, venía borrándolo todo. Unas manos de mujer tocaban alpiano, con moroso sentimiento, los nocturnos de Chopin.

Se despertó alarmado: era mediodía. Nunca dormía hasta tan tarde. Se levantó apresuradamente. - Me dormí, es tardísimo.- No tenías que marcar tarjeta, ¿o sí?- No, pero...- ¿Preferís desayunar algo? El almuerzo está casi listo, Adelaida hizo canelones, vale la pena probarlos.- No diga así, señora, de repente al señor no le gustan los canelones.- Sí, Adelaida, sí me gustan, muchas gracias.No había manera de retirarse. No supo si sería una burla a su incomodidad, pero Silvana estaba animada

como sólo la había visto en algunos momentos fugaces del trabajo. El, en cambio, se sentía torpe, fuera delugar, cuidando cada uno de sus gestos, un niño en una fiesta de mayores haciendo por portarse bien.

- ¡Silvana! Ah..., perdón, no sabía...- Vení, Pony, él es Fernando, está investigando las esculturas. El Pony maneja el establecimiento, es un

rebelde como vos. Mabel, la señora.- Mucho gusto.- Igualmente.Se había ido buena parte de la tarde cuando el Pony y su mujer se retiraron. Silvana los había hecho

quedar, ellos no se habían hecho rogar. La naturalidad de trato del Pony logró distender un poco alenvarado Fernando. Efectivamente, era un rebelde, como decía Silvana, aunque no supo por qué ella loshabía colocado a los dos en la misma categoría.

Animado por el ejemplo del Pony, indiferente ante reyes y peones, Fernando había empezado aconversar más distraídamente cuando fue alarmado por un notorio cambio en el humor de Silvana.Mostraba ahora, sin razón aparente, una hosquedad, una retracción totalmente contrarias a la euforiaprecedente. Contestaba con monosílabos, miraba fijo al horizonte, como atendiendo una preocupacióninterior, digiriendo un recuerdo lacerante o procesando una ofensa. Así llenaron penosamente más de unahora. El intentó diversos temas de conversación, comentarios inocuos de invitado cortés. Después optó porel silencio. Finalmente, ella lo llevó hasta la agencia. El ómnibus aún no había llegado. Estacionados juntoa la plaza de Colonia, esperaron dentro del auto. Hacía frío.

- Silvana, ¿te pasa algo? ¿Estás molesta conmigo?- No. ¿Por qué habría de estar?- No sé. Casi no me contestás cuando hablo. Se te ve preocupada, concentrada, qué se yo. Si hay algún

problema conmigo, con el trabajo, lo que sea, prefiero saberlo.- No hay ningún problema.- No quiero insistir, pero me siento incómodo, como si estuviera molestando.- No tengo ganas de hablar, es todo. Ahí llegó el ómnibus.- Me hubiera ido más temprano, si hubiera sabido, pero estabas lo más bien, trabajamos de lo mejor,

vimos esta gente macanuda, tuvimos un día espléndido. Después todo se nubló, te pusiste seria, dejaste decontestar. Traté de sacarte de todas las formas, agoté todos los temas, no me quedó nada por hacer.

- ...- Si dije algo inconveniente, si cometí alguna torpeza, me gustaría saber; no quisiera que me volviera a

suceder.- No hubo nada, está todo bien.- No, no está todo bien. Algo pasa.- La gente está subiendo al ómnibus.Encendió el motor. Fernando se bajó. Mientras esperaba para cruzar General Flores la vio bajar el

vidrio de la ventanilla. Se acercó.- ¿Querés saber lo qué me pasa?- ...- Me enamoré de vos como una estúpida. Eso me pasa.Fernando quedó parado en la calle mirando hacia la esquina de la plaza por donde había huído Silvana.

El radiograbador del universo había entrado en pausa; la cinta del tiempo se había detenido. Un cortobocinazo lo despertó. Un hombre le sonreía desde el interior de un automóvil parado frente a él a un metrode distancia. Fernando le agradeció con la mano, haciendo un gesto de aquí me dejó plantado. El hombre serió, saludando al pasar.

Alguien había apretado el botón rojo de un transmigrador de materia: su cuerpo había sido trasladado,se encontraba en un universo paralelo. Todo se parecía pero nada era igual. Los objetos familiares se habían

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vuelto extraños. No sabía como comportarse, no conocía las reglas de este mundo nuevo. Una extrañareverberación ambarina delataba la diferencia en esta engañosa reproducción facsimilar. El automatismo deun hábito oscuramente adquirido lo llevó hasta el ómnibus, asiento treinta y seis ventana, dónde baja,terminal, ¡buen viaje, señor!

Ahora ya está.Silvana. Mayo, 1995.

Ya estaba hecho. Era irreversible. No lo había pensado; en ningún momento le había pasado siquierapor la cabeza. Hubiera rechazado la idea de inmediato, sin remedio; jamás se lo hubiera podido permitir,semejante disparate. No volvió para San Pedro. Se estacionó en el arranque de la avenida Baltasar Brummirando hacia la rambla. En la noche diáfana se veían a lo lejos las luces de Buenos Aires, un largo collarde brillantitos. Estaba frío para la época del año; el invierno venía adelantado. Se sonrojó recordando suspalabras. No lograba repetirse la frase exacta como la había dicho. Por el espejo retrovisor alcanzó a ver elómnibus de línea para Montevideo doblar lentamente la esquina, tan torpe en la ciudad como rápido en laruta. ¿Qué pensaría él? Una nueva oleada de rubor le subió a la cara, como si estuviera en la escuelaenfrentando, cabizbaja, una justificada reprensión de la maestra. El lo sabría, ella no era una regalada, lehabía pasado eso y ya está, un instante de locura, olvidate por favor, hay momentos donde a uno le parece,son desbordes, el día había sido espléndido de veras, fue mi culpa, por qué habría de estar mal, despuéshaberte dicho eso, borralo por favor, tonterías de la edad, estaba tan bien, fue como una travesura, unabroma, no, ninguna travesura, ninguna broma, no se juega con esas cosas, perdoname por favor, pero dije laverdad, cómo se arregla no sé, sólo puedo pedirte, olvidate por favor.

¿Qué haría él? En la desesperación por arrancar, ni siquiera le había visto la cara. ¿Una crucecita másen su agenda, ésta también cayó? Había estado casado, se había separado por alguna misteriosa razón,como nos separamos todos, sin saber por qué. ¿O se habría enamorado de otra, una mujer avasallante capazde arrastrar detrás de sí como un perrito al propio don Juan Tenorio? Acaso había sido abandonado; unamujer incapaz de apreciar sus valores lo habría cambiado por alguien más adinerado, con trabajo fijo,profesión, porvenir, huyendo de su espíritu aventurero, de las sombras de su alma, de la intransigencia conel compromiso, de esa actitud suya yo sigo mi camino, el mundo se las arregle. Un hombre así no es paracualquier mujer, pero él habría quedado prendado de ella, la recordaría todas las noches, la buscaría en loscuerpos de otras mujeres llegadas hasta él por la seducción de las palabras, por el cuaderno en blanco delfuturo, ciegas a su condición de sustitutas, a su pasión irredimible, a su búsqueda insaciable del amorperdido. ¿Qué chance habría para ella? Si bien se sabía agraciada, no tenía la belleza inmaculada de su tía,aunque se le pareciera. Era apenas dos o tres años menor; él podría aspirar a mujeres con diez años menos,los treinta es la mejor edad de la mujer, al decir de algunos hombres de criterio. ¿Su dinero? Sería uninconveniente. Silvana le transfería a él, sin razón aparente, la actitud despectiva, inculpante, de Gerardo;por algo habían sido amigos. Para Fernando, ella sería una capitalista, por más profesión, herencia, no lohice yo, fue casualidad, invierto en arte y otros descargos. O mucho se equivocaba o él nunca aceptaríanada de ella, ni aunque se lo rogara de rodillas. Había dejado el diario por trabajar con el Varilla, escribíapor encargo cuando le gustaba el tema, vivía un poco a salto de mata; el estudio de Falcone lo había sacadode una cueva, pero él no dudaría en volver a la oscuridad si la relación con ella se malograba. Odiabaconfesarse todavía una cosa más: temía el enfriamiento de su amistad, dejar de trabajar con él, no volver averlo al terminar la investigación.

Hubiera sido mejor no decir nada. ¿Hasta cuándo? El no se había siquiera fijado en ella. Acaso portrabajar para la galería, por ser ella en definitiva quien pagaba sus honorarios; jamás la vería como unamujer cercana. Ahora ya estaba hecho. Aunque él lo olvidara, no le dijera jamás nada, fingiera ante elladesconocer su confesión, igual lo tendría guardado dentro, la estaría mirando a la cara, sabría. Era toda ladiferencia del mundo. Entre las oleadas de arrepentimiento saltaban esquivos peces de al menos soy capazde luchar por mí misma, de perseguir algo, no me quedo acá entre estas paredes esperando la muerte, hicealgo distinto, mi tía Rossina jamás hubiera hecho algo así, me estoy eligiendo, estoy braceando por finhacia una isla desde el medio del mar.

Había pasado el verano con Raquel y los niños, en Punta del Este. El esposo de Raquel podía tomarsólo diez días de licencia, casi todo enero estaría ella sola, venite para acá, no seas mala, la galería estácerrada, no me engañes con tus ocupaciones, salir un poco de Montevideo no te va a hacer mal, mire si vasa pasar el verano en Colonia, en el medio del campo, yo me muero. Todos los años pasaba unos días conellos. Aceptó. Aunque no hubiera lamentado quedarse todo el mes en San Pedro no quería hacer tantasconcesiones a la temida magia del lugar. Unos días después de estar en Punta del Este se descubriópensando en él. No se trataba de la investigación, del enigma de las estatuas, de los misterios del serinvocados por la piedra, de la flora indómita, de la mueca burlona de los Seres Biformes, a quienes se habíaacostumbrado a saludar hola bichos, hola feos, hola bobos. Se trataba de él. Veía en el negro de la luz

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apagada su ceño algo fruncido, la cara de concentración detrás de la cámara fotográfica, su paso decididopor los caminos sin arreglar como si el parque del Gólgota de San Pedro fuera suyo, moviéndose entre esasestatuas extraterrenas como un explorador del espacio desenterrando misterios de culturas perdidas en untrabajo de rutina, por la noche enviaría el informe a sus superiores a cien mil años luz de lejanía. Fernando,con tendencia a estar callado delante de la gente, conversaba con ella con una soltura, una gracia, uningenio inesperados. Había notado eso por primera vez entre él y el Varilla, cuando arreglaron la galería;dejaba la puerta abierta del escritorio para divertirse oyéndoles decir pavadas en medio del ruido de sierras,martillos, taladros, lijadoras. Una vez descubierto el Gólgota de San Pedro también lo había, podría decirse,descubierto a él. Había empezado a tratarla con una familiaridad inesperada, extremadamente agradable,mostrando ante ella el mismo ingenio humorístico, caricaturesco, de su trato con el Varilla. El no pareciónotar su sorpresa; estaba demasiado ocupado con las piedras de Falcone, el trazado del parque, la búsquedade un sentido cada vez más amplio y esquivo. Se iba dándole un beso en la mejilla, cargado el bolso alhombro, saludando una sola vez con la mano sin mirar atrás mientras uno de los hombres lo llevaba aColonia en la camioneta.

No la veía. Esta certeza le había resultado tranquilizadora al principio: podría trabajar con él sincuidado alguno; más tarde le había empezado a cosquillear. Tenía algo de esa prescindencia, el yo hago mitrabajo, ese autismo tan bien captado en los héroes de las películas del oeste, Gary Cooper solo en sucaballo arriba en la colina, detrás de esa nube de polvo va la diligencia conducida por John Ford. Despuéslo había empezado a extrañar. En los huecos de la actividad diaria, se sorprendía esperando el fin desemana, este sábado nos toca fotografiar de la tres a la cinco, el Varilla no puede ir, si me ayudás vos igualpodemos terminar. Apartaba toda sospecha como una telaraña de los ojos; la investigación del Gólgota ibabien, estaban documentando todas las estatuas, reconociendo el parque, los planos parecían exactos,bastaría pasarlos en limpio, mejor digitalizarlos con un programa de diseño asistido, en la computadora. EnPunta del Este, luego del día de playa, la tarde de paseos, la charla con Raquel en la noche veraniegamientras se dormían los niños, se descubría sola en la oscuridad de la luz apagada evocando la imagen desu rostro, susurrándole los pinos el rumor de sus hojas al oído.

El predador.Fernando. Mayo, 1995.

Una vez más, la ceguera. No había visto nada. Recordó el comentario del Varilla, esa mujer no es feliz,la mirada fija sobre él como diciéndole qué esperás; él había ingresado el comentario como la broma usualcuando un hombre trabaja con una mujer; en ningún momento había pensado en un posible interés de ella.Eso podía explicar los cambios de humor, también atribuídos por él al carácter de Silvana, a su posicióngerencial de mujer acostumbrada al mando. Reparaba ahora en la agudización de estos síntomas en losúltimos meses; debía estar molesta por haber caído en una situación delicada, vincularse afectivamente conalguien, así sin más. ¿Y él? No se sentía en modo alguno halagado; era objeto de un error, unatergiversación inocua para él pero incómoda, acaso dañina, para Silvana. ¿Cómo hacer para salir de esto sinherirla, sin hacerla sentir mal? Era muy orgullosa; habrá sido terrible para ella semejante confesión, unacaída fatal, un desborde momentáneo; ahora mismo estaría arrepentida, avergonzada, mal. Sin arte ni partese encontraba vistiendo los ropajes de un torpe villano de comedia.

El ómnibus se detuvo un momento en la carretera. Algunos pasajeros subían desde la noche. Unas lucestenues iluminaron el pasillo. Cerró los ojos para no ver ni ser visto. El ómnibus arrancó de nuevo, las lucesse apagaron, volvió a su lado la negrura del campo, puntitos de luz de las casas invisibles bailando en laventanilla. ¡Pobre Silvana! Era víctima de una alucinación pergeñada por su propia imaginación. El exterioramable, la apariencia honrada, su cara de inocente la habían confundido, llevándola a tejer sobre esosmagros pilares un techo de ramas secas incapaz de parar la lluvia, de resistir el viento, de detener al sol.Cualquier intemperie sería mejor; este mal refugio se le derrumbaría encima, la llenaría de raspones sinhaberle dado ninguna protección. Pasados los cuarenta años, Fernando se consideraba un hombreafectivamente inútil, incapaz de hacer la felicidad de una mujer. Llevaba tatuada en el hombro la flor de lisde la traición. No había sido capaz de ser fiel a Carina, no le había importado ser fiel a las demás. No habíadejado pasar a su lado ninguna mujer. Interesado o no, buscaba un placer momentáneo, una sensaciónsublime, un rato de olvido, hallando apenas la diferencia infinitesimal probatoria de la insoportable levedaddel ser. ¿Esto era todo? En sus historias posteriores no habría hecho mucho daño: no había engañado más,había dicho siempre me es imposible querer, sólo tengo un momento, me han quitado el corazón. Acaso esoera peor: las mujeres, como los alpinistas, desafiaban las alturas por el flanco más difícil. Algunas habíanllegado más allá de lo esperado por él mismo, logrando encender una cálida llama de hidrógeno capaz dearder por unos meses. Luego de abrevar en esa fuente, el animal predador levantaba la cabeza para miraralrededor; olisqueaba el aire, revolvía los matorrales, volvía por unos sorbos más, embarraba el agua conlas patas, vadeaba la corriente por las piedras, alcanzaba la otra orilla, se lamía un poco los raspones, se

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perdía en el bosque sin mirar atrás.Era cierto, en los últimos dos meses ella había mostrado un humor cambiante, irascible, inquieto;

pasaba del jolgorio al silencio sin razón aparente, desconcertándolo. Había sido muy bienvenida para él esamayor confianza, la complicidad para compartir boberas de adolescentes, la burla despiadada contra todo ycontra todos, oírla decir buenos días esperpentos a los Seres Biformes de la entrada. A mediodíaalmorzaban en el parque del Gólgota de la caja refrigerada preparada por ella en la mañana; de tardeentraban a la casa donde Adelaida les tenía preparada una mesa con un té parecido a una cena. Varias vecesle había ofrecido, no querés quedarte, la habitación de huéspedes está siempre preparada, no es ciertoAdelaida? El nunca había aceptado; prefería volver en el último ómnibus, a las cero diez desde BellaUnión, entre las caras sonámbulas de los viajeros doblegados por la distancia. Era un intruso en aquellacasa, no pertenecía a la familia, la gente se confundiría. Eso no le había preocupado a ella: le estabahaciendo una gran deferencia al invitarlo, se exponía a murmuraciones; aunque la casera estuviera todo eltiempo allí, Colonia no es Montevideo, menos Estocolmo. En otras circunstancias, jamás habría él reparadoen estas cosas, ni le hubiera importado, si ella proponía sabría también atenerse a consecuencias. Tampocohabría jamás dejado pasar una mujer como había dejado pasar a Silvana, sin siquiera una insinuación.Silvana era todo menos candidata a la aventura, pero justamente las aventureras no eran su especialidad.Había adquirido suficiente dominio en el arte del requiebro para nadar a gusto en el equívoco, las segundas,terceras, cuartas intenciones escondidas entre los incontables pliegues de la conversación hombre mujer.Siempre se podía salir ileso, avanzar si avanzaban con uno, retroceder por el atajo si no había respuesta. Eracierto, en los últimos años había cedido la compulsión conquistadora; poco para perder, nada para ganar.Una actitud de cuidado desconocida para él lo impulsaba a mantener el trato con Silvana dentro de unacorrección sorprendente aún para sí mismo cuando se le evidenció. ¿Habremos alcanzado la madurez?

No podía dejar avanzar esto. Caminando por la calle, alguien había gritado guarda abajo. Por casualidadhabía logrado detener en su caída una valiosa pieza de alfarería, sugestivas formas del barro en las manosde Tomás Cacheiro, una gema del río Cebollatí. Sosteniéndola en las manos, había recorrido con la vistatodas las ventanas del alto edificio, había aguardado en la puerta la llegada precipitada de un dueñoatribulado incrédulo ante el milagro; había interrogado al portero no señor nadie ha salido, no sentí nada,seguro no fue nadie de aquí. Debería entonces cuidar de ella, llevarla hasta su casa, dejarla sobre la repisaen un lugar seguro, aguardar un tiempo prudencial. Si la pieza no tenía dueño, ya habría un museo dondedepositarla dignamente, detrás de una vitrina, recibiendo unos cuidados que él no sería capaz de dar.

Viéndola irse.Fernando. Junio, 1995.

No podía dormir. Se despertaba a las pocas horas, en medio de la noche, viéndola irse. Después, el lentofluir de las horas hasta la madrugada tardía del invierno, el despertador a las siete y media. En la mañana,en el taller del Varilla, el trabajo lo absorbía hasta las dos o tres de la tarde, borrando la mala noche. Alregresar a su casa, cuando intentaba encarar los trabajos de su creatividad personal, el sueño lo doblegaba:no podía hacer nada, ni siquiera intentar dormir. Daba vueltas a los libros, se obligaba a revisar notasnecesitadas de corrección tan sólo para descubrirse estático frente a los papeles, lapicera en mano sin haberhecho una sola marca, viéndola irse. Sus noches solían dividirse en comunicaciones telefónicas, lectura,encuentro con viejos camaradas en algún boliche, a casa de Nelly una o dos veces por semana.

No era hombre de amantes ocasionales. No concebía el cargue fácil, acercarse a una mujer desconocidaen la calle o desde un auto, encarar la desconocida amiga de una amiga de un amigo, terminar en la camapor la noche, el día después no recordar no querer no haber sabido, apenas un nombre de pila acaso falso.Carecía de talento para ese tipo de conquista; su temperamento concentrado animaba pasiones menostangibles. Nelly no llegaba a los cuarenta; había trabajado en el diario, ahora era persona de confianza en unestudio contable. Se había enamorado de un hombre veinte años mayor, aguardado con paciencia de mujerla extinción de sus otras conquistas, oído con ansiedad trece años de mentiras de divorcio, perdido sujuventud con demasiada rapidez tras una esperanza cada vez más flaca. Había caído por primera vez en losbrazos de Fernando en alguno de sus muchos períodos desgraciados, mientras su hombre amado amabaotras amantes, por consolarse en los brazos de un hombre alternativo donde hubiera podido depositar suamor si él no se lo hubiera negado sin decirlo, por qué no te quedás, si no es en mi casa no puedo dormir,ya te vas a acostumbrar, no. Se habían encontrado y separado innúmeras veces, según la situación afectivade cada uno, en una sucesión de duelos y resurrecciones donde ya no había sorpresas, esperanzas nidesilusiones. Ella lo hubiera querido a él, pero él no quiso quererla a ella y ella siguió queriendo al otro sinesperar divorcio, ni noche acompañada, ni primera persona del plural, alimentándose de regalos,invitaciones a cenar, vacaciones en el extranjero, sobras de un matrimonio infeliz. Muchos animales vivende carroña, animales fuertes rapiñan la caza de los débiles, el rey de la selva ha caído destronado por lashienas, triunfa la democracia en un rincón del Africa salvaje, nos alimentamos todos de insípidos

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congelados. Fernando venía siempre tarde, se iba siempre temprano, no compartía con ella comida nibebida, sólo sabían uno del otro si estaban con compañía o no. No se contaban las penas; cuando alguno delos dos era feliz se dejaban de ver. En estas severas reglas de juego, impuestas por él en la intuición egoístade no crear lazos ni nutrir expectativas, se brindaban uno al otro una compañía ocasional cuyo calor noalcanzaba a derretir el frío espiritual pero permitía, algunas veces, olvidar el temblor del alma.

Sólo el Varilla sabía de Nelly. Ella era tan discreta como él. Ninguno de los dos ganaría rompiendo esacomplicidad de parias. Nunca sabían cuando podrían necesitarse.

La sombría actitud de Fernando en esos días no confundió al Varilla, aunque no acertó a saber elmotivo verdadero. Fernando había perseguido a Silvana toda una semana sin poder ubicarla, armando unreticulado de argumentos donde se atornillaban sus historias pasadas de abandonos, su convicción deineptitud para hacer la felicidad de una mujer, un mandato moral de ser honesto, la resistencia a modificarun pasado donde Gerardo era su amigo, Silvana era la hermana; ya había habido traiciones suficientes, noera preciso arriesgar más. Las construcciones se elevaban una y otra vez, siempre distintas, agotando todaslas combinaciones, un juego de mecano en las manos frenéticas de un niño diligente, caprichoso, incapaz deconservar ningún armado.

Logró ubicarla una noche de casualidad, llamando por teléfono a la galería fuera de horario.- ¿Estás en tu casa?- Sí.- Termino acá y voy por ahí. En una hora.Hizo un pobre papel. Los argumentos se le confundían, se iba por las ramas, no lograba darle una línea

al discurso. Los platillos de su cena fría, cuidadosamente acondicionados por sabores, texturas, aromas,habían sido sacudidos por una feroz pelea de perros ocurrida bajo la mesa; su invitada miraba incrédula eldesorden, sus patéticas tentativas de orientarse en el caos.

- Me voy. Se había levantado de improviso. Fernando hizo unos torpes intentos de retenerla. La sonrisa de ella fue

una guía turística de conmiseración y de desdén, ahora me venís con ésas, llegaste tarde chiquito, laoportunidad no tiene cola, yo aquí ya no estoy. Enorme elocuencia del silencio. La acompañó hasta el autosin decir palabra, en una última dignidad. Inmóvil en la calle, la vio maniobrar el auto con soltura, sinapresuramientos, levantando al final una mano inexpresiva a manera de saludo o prohibición, perdiéndoseen un túnel fantasmal de luces urbanas, pavimento mojado y fuga al infinito. Encerrado en la caja delascensor al piso ocho treinta y seis segundos, le pareció estar en una celda: me dieron cadena perpetua porimbécil, un delito difícilmente excarcelable.

Había hablado sin convicción, como por obligación. Se habían debilitado sus argumentos en los días dedilación, mientras la buscaba sin hallarla, convencido de haber dado solución a un asunto apenasproblemático, una cuestión delicada de sentimientos ajenos, una postura generosa, por eso niña te pido, yono puedo darte amor ni vos podés darme olvido. ¡Si tan solo hubiera sido capaz de decir eso!

La había ofendido, despreciándola; se había comportado como un ridículo machista sin vocaciónalguna, por mera confusión, el pobre leñador degollando como un tártaro a la inocente princesa,convirtiendo la noble herramienta de su trabajo en la repulsiva hoja de una degradante arma de verdugo.Ella había tenido la enorme valentía de compartir con él, el propio destinatario, un arriesgado sentimientoconcebido en su corazón, arrodillándose ante él por el solo acto de su confesión. Llamado el caballero alrescate de una dama, admirando legítimamente su valor, se había mostrado incapaz de hacérselo saber, deestirar una mano para elevarla ante sí. Enredado en sus propias cadenas, había caído de bruces ante ella enun estruendo de inútiles armaduras; los votos de su vela de armas se habían disuelto en el humo de lavanidad. Hubiera podido devolver honestamente confesión por confesión, estoy tan solo como vos perodesprovisto de valor, no quiero estropear nada más, démonos las manos, no puedo decir te quiero pero aúnasí tengo un corazón. Por haberle hecho daño, o por alguna otra razón, siguió despertando en medio de lanoche viéndola, penosamente, irse.

No fue por eso.La investigación. Julio, 1995.

- ¿Cómo estás?- Mejor.- No sabía que estabas con gripe. ¿Por qué no me llamaste?- Pensé que estabas enojada.- Eso es otro asunto. Acordamos no mezclar las cosas.- Igual.- ¿Estás visible? ¿Se te puede visitar?- Si te animás. No quiero contagiarte.

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Se sobrepuso a la sensación de cansancio dejada por la gripe. El departamento estaba bastanteordenado; su madre venía a mediodía a traerle algo de comer; la empleada había doblado su visita semanal.Ventiló el cuarto brevemente, porque estaba frío; colocó sábanas limpias en la cama, archivó diarios,revistas y papeles, enviando una cantidad considerable a la papelera. Se preparó como para unaconferencia: ducha, pantalón vaquero, championes, en lugar de conjunto deportivo y chancletas; una de susamadas camisas de explorador, como les llamaba cuando chico, con dos bolsillos simétricos abotonados; unpulóver escote en V; unas gotas de Drakkar Noir, perfume llegado hasta él por el azar de una prueba en unfree-shop del puerto de Montevideo durante un viaje a Buenos Aires. Al terminar cada una de estassencillas maniobras se encontraba agotado, debiendo sentarse unos minutos hasta recuperar el aliento. Larecibió en el living, frente a la ventana, con dos tazas de té listas para servir sobre una bandeja colocadaencima de un banco; su austero mobiliario no contemplaba la sofisticación de una mesa ratona.

- ¿Lapsang Souchong, Darjeeling, Earl Grey?- Earl Grey. No sabía que fueras un conocedor.- No lo soy.- Se te ve cansado.- Estoy hecho una piltrafa. Como si me hubieran dado una paliza, o hubiera cargado bolsas en el puerto.

Bueno, ya no hay bolsas en el puerto, sólo contenedores.- ...- Pensé que estabas enojada.- Estaba, estoy.- No es para menos. No me funcionaba bien la cabeza. Quizás estuviera ya obnubilado por la gripe. Me

comporté como un burro, hice todo al revés. Me perdí en mis propios vericuetos. No venía al caso. Fracaséen el punto esencial.

- ¿ ... ?- Quería ante todo agradecerte el homenaje, la sinceridad; manifestarte mi admiración, mi real

admiración por tu valentía, por tu capacidad para actuar según tus sentimientos, por saber enfrentar elriesgo implicado en compartir con otro el propio interior. Aunque yo sea la persona equivocada, aunque nolo merezca, no soy tan despreciable como para creerme nada; no soy ningún gran galán. Sinceramente: mequiero disculpar por haber sido tan bruto. Estaba muy lejos de mi intención.

- ...- No quiero perder tu amistad. No me importa el trabajo; acaso hasta convenga dejar de lado la relación

laboral. No quiero sonar dramático, pero he perdido muchas cosas en la vida; quedan pocas que meimporten. No quiero perder más.

- No me enojé por eso.- ¿ ... ?- Me indignó, me indignó tremendamente tu negación, tu pasión por negarte vos mismo, por cortarte las

oportunidades, por imponerte la inutilidad. No te pedí nada; te confesé, o se me escapó... me hubierabastado un comentario amistoso, la calidez de una broma. Por supuesto, sí, me importó no ser vista comomujer, a cualquiera le importaría...

- ¡Yo no dije...!- No dijiste, claro que no dijiste, no te dieron los huevos ni siquiera para decirme no, pero lo hiciste,

¡vaya si lo hiciste! El hombre experiente, desencantado, de vuelta de todo, protegiendo a la niña inocente,ingenua, ignorante, alejada de la vida. ¿Te creés que sos el único imputable, el omnipotente sin derecho aequivocarse, el protector de la ingenua humanidad femenina? Todos hemos frustrado expectativas, todossomos culpables de abandono, ¿dónde está la novedad? Alguna responsabilidad tendrán también tusmujeres abandonadas, también habrán hecho cagadas, como las hice yo. ¿Por qué te creés que estoy sola?¿Porque todos los hombres son malos? He rechazado muchos imbéciles, tuve la clarividencia de noengañarme con otros de buen corazón, pero no me pienso quedar tras la ventana tejiendo batitas parasobrinos postizos prestados por las amigas. Condenarse a sí mismo, como lo hacés vos, no es ningúnmérito: es un mero acto de soberbia, una forma de esconder el miedo a seguir viviendo, una pura, simple,llana, innoble cobardía.

Se quedaron inmóviles, sentados en el suelo, frente a la mesita improvisada con las tazas de té vacías.Silvana, brillantes los ojos, recuperaba el ritmo de su respiración. Fernando, inerte como un Buda, no cayóen la deshonestidad de una respuesta. La acusación de ella había sido firmada por él con su silencio. En laventana, las luces quietas de la ciudad, fijas como en postal, Montevideo de noche, algo donde perder lamirada; no había música en la radio. Se oyó el arranque del ascensor, el zumbido descendente, el frenado.Unos instantes expectantes, luego otra vez el arranque, el zumbido ascendente, la detención en un pisopróximo. El vecino trasnochador protegía su casa con varias cerraduras. Después, otro silencio de gomaoscura. Fernando se incorporó a medias, con lentos movimientos de gato. Sentándose junto a ella, la rodeócon un brazo por los hombros. Acariciándole con plumas en los dedos la mejilla, en diagonal de la orejahacia el mentón, le orientó el rostro hacia sí. La besó en los labios, una mariposa extraviada posando sobre

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una flor de párpados cerrados. Ella quedó mirando al suelo, rodeada en su abrazo, tomándole la mano entrelas suyas. Levantó los ojos hacia él. Se miraron un momento. Volvieron a besarse, pocas veces, una nochecomo ésa. El recostó la espalda contra la biblioteca. Ella le apoyó la cabeza un poco arriba del corazón. El,cubriéndole la cara con la mano, comenzó a acariciarle el pelo por encima de la oreja. Ondas de sueñoextendían mareas tibias de mar en las arenas llanas.

Sobre el horizonte, tras la ventana, un pálido teñir de nubes. Transcurridas las horas de la noche,amanecía una vez más. Silvana se incorporó despacio, le revolvió el pelo, lo besó en la mejilla.

- No me acompañes, así no tomás frío.- No quiero dejarte ir sola.- Me mirás por la ventana.

Si me amas, sígueme.La Investigación. Agosto, 1995.

- ¡Por fin te encuentro! ¿Dónde estabas? Te busqué por todo el planeta.- Estuve ocupada, complicaciones de trabajo.- ¿Solamente?- No.- ¿Entonces?- ¿Qué?- ¿No me estabas evitando?- ¿Por qué habría de hacerlo?- No sé, por lo del otro día. Temí que te hubieras arrepentido.- No tiene caso. - Te arrepentiste.- ...- Te arrepentiste, sí. Un error, un instante de fascinación, un traspié de la soledad. En realidad no te

intereso. Estás jugando conmigo.- No digas pavadas.- Quiero hablar contigo.- Ahora no. Yo te llamo.No llamó. Silvana había caído sola en la trampa de la fascinación. Mordida por el áspid, lo había

perseguido a su pesar, esquiando sobre un mar de indiferencia. Girando en torno a la barca donde él mirabalas estrellas lo había obligado a fijar los ojos en su cuerpo de sirena. El, despertando de su sueño, se habíaarrojado al agua sin salvavidas, nadando en pos de ella. Una vez lo hubo visto tras de sí, la gacela se habíavuelto para comenzar la huída, dejándolo inmerso en el vacío de su aroma, avanzando contra el viento encada vez más rápida carrera, por exigirle mostrar su propia velocidad, perseguirla en el capricho de susvueltas por el bosque, hacer por alcanzarla, insistir, insistir, insistir hasta doblegarla. En el siglo de latecnología ciega, declaradas anticuadas las palabras de requiebro, la iniciativa del hombre, la concesión dela mujer, la convención de la vestimenta, el largo del pelo, una humareda de confusión picaba en los ojos,impedía la respiración, mareaba con la duda, precipitaba el alma en el lodazal de la frustración. Lanaturaleza, refugiada en el fondo de sus criaturas, defendía sus derechos: la abeja reina echaría a volar, elzángano mostraría merecerla por el ejercicio de la tenacidad.

Fernando se encogió de hombros. No debía importarle, ella no podría pensar en ningún compromiso porparte de él, sólo se habían besado en un momento de desborde, de soledad, cuántas veces pasa, o no tantas,peor. Acaso habría surgido alguien mejor dispuesto, no le sería difícil encontrar donde olvidar un embriónde amor contrariado, la concepción era reciente, podría abortar sin riesgos, no había prohibiciones en elámbito afectivo. El estómago, trepándole a la garganta como si estuviera cayendo de un trapecio, leinterrumpió las cavilaciones. Eso sería lastimoso, una mujer como Silvana, quien podría valorarla, él lahubiera cuidado, hubiera sabido sostener en las manos la copa frágil de sus sentimientos sin arriesgar unarotura, los cristales del alma hieren heridas donde la sangre mana sin coagular. No debía pensar eso, habíacomo él hombres sensibles, en Flores y más barrios, capaces de sostener en los brazos la materia sutil deuna mujer. El trapecio trepaba de nuevo hacia la altura, la arena del circo se veía redonda y lejana,inminente precipitación en el vacío, repitiendo la conocida pirueta una vez más, mi estómago no está yapara cabriolas, soy un acróbata retirado, qué te pasa Fernandito, otra vez la adolescencia. Desde chico habíasufrido al ver muchachas atractivas cercadas por jóvenes indignos a su juicio, ideal de mujer mancillado enla realidad bruta del hombre, sólo él podría. Ellas no pensaban así; las había mirado pasar a través de losojos de buey en pleno naufragio del corazón. Después, golpeando la maza de su razón el hierro ardiente desu alma contra el yunque de la realidad tenaz, había logrado forjar el pesado escudo de los espartanos,fortificar los músculos hasta ser capaz de sostenerlo, avanzar sobre el enemigo a pesar de todo. De

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improviso, sin figurar su nombre en el programa, se balanceaba de nuevo en el trapecio, desafiando el vacíoen las alturas de la vieja carpa, dibujando en el aire su arabesco de acróbata veterano, el abismo apretado enel estómago. Aquiles tenía su talón, nosotros mortales el cuerpo entero. Desde las torres, mochas o no,caían de nuevo las viras atravesando el corazón cada vez más penado. Otra vez el cielo cabía en el infierno,bebería a sabiendas el veneno de ese conocido licor suave, lo había ya probado y lo sabía.

La inmortalidad.La investigación. Setiembre, 1995.

Disueltos en la ausencia los gránulos de resquemor, atizadas del soplido del tiempo las brasas delanhelo, se habían reencontrado rebosantes de alegría, fundiéndose en un abrazo, qué suerte, no nos hemosperdido, apenas arañados al sortear el alambrado, la verde pradera del Valle Edén se abre ante nosotros enabanico cerril. Se habían explorado los ojos intercambiando mensajes ignorados, se habían acariciado lasmejillas para convencerse de la realidad de la carne apretándose uno al otro, comprobación experimentalgarantía de la ciencia, éste es un cuerpo, lo tengo contra mí, no me engaña el sueño, ningún demonioimperfecto está deslizando estampas falsas en el visor de mi memoria, no arden inciensos ahumandoimágenes consuelo en la duermevela solitaria de mi habitación nocturna, estoy conciente aquí y ahora,abierta ante mí la puerta de estrellas al espacio profundo de unos ojos sin final.

Habían hablado largamente de la edad, de las heridas anteriores, de la sobriedad ganada con los años, lafalta de pareja, sí, pero también la serenidad, somos dos lechuzas cascoteadas, podemos acompañarnos sinpretensiones, ir al cine, encontrarnos después de trabajar, llenar los vacíos de los fines de semana, no habrácompromisos ni planes de futuro, somos adultos dueños de nosotros mismos, esto será liviano como elesqueleto de los pájaros, los huesos huecos para volar más alto, quién podrá tener autoridad para decir noen un mundo acunado de mentiras. No habría declaraciones de principios, ni rotulaciones, ni palabrasvanas, relatos del pasado ni quiero conocerte, somos esto aquí y ahora, venimos de la librería con uncuaderno nuevo, escribiremos por turno en cada página con tinta del mismo color. Desbrozadas las malezasde estos coloquios, habían convergido en un atardecer rojo llamarada junto a las canteras del Parque Rodó,mejor vamos a tu casa, no sé por qué, me resulta más neutral aunque la hayas llenado de mujeres, yo nodije, no me importa, donde yo vivo era de mi tía, no quiero fantasmas del pasado rondando sobre nuestrascabezas. Se fueron a la cama como siguiendo la agenda de un viaje turístico, llegada hora veinte cena fría ynoche de amor, total la primera vez siempre sale mal, es cierto, pero nadie se anima a decirlo, nosotros sí,me das calorcito servís como estufa, vos como frazada. El cataclismo se disparó en un vórticedescontrolado, instantes de conciencia como peces saltando en la cresta de las olas, el remolino de aguascalientes, el volcán sumergido, la marea arrastrando los cuerpos, el derroche de energía en el festejoconsuetudinario de la vida. Se descubrieron sin tiempo, atenazados en un abrazo predador de mutuadevoración. Hundidos en la diaria mascarada extrapolamos todas las conductas, nos olvidamos de concebirdiferencia potencial, maquillamos nuestra cara de mentira, nos miramos al espejo, quedamos convencidos.Ninguno de los dos sugería ni esperaba semejante eclosión. Emergieron jadeantes, incrédulos, muertos demiedo. Habían desaparecido las azafatas, la cena con cantantes, el típico mercado de artesanía, losvehículos contratados, las entradas al museo, el tour citadino, los colores brillantes del folleto viaje alparaíso por avión con ocho días de hotel. Hombre delante de mujer, mujer hecha suya por hombre, hombreaceptado por mujer, consumación de acto banal o trascendente, debía salir mal pero no, dónde habrán ido adar las sobrias ideas, caímos como chorlitos una vez más pero no diremos nada, negaremos todo, mañanaestaremos llamando por teléfono en cuanto la decencia lo permita, buscaremos en las más sutilesinflexiones de la voz la confirmación, está todavía ahí, nos vemos esta noche, esta noche, sí, vuelvo otravez a respirar, araca corazón callate un poco.

De nuevo el milagro, la centella, el olvido, la inmortalidad. Lejos habían quedado el humo en las calles,la rutina diaria del trabajo, la cuenta bancaria, la bolsa de la basura, el recibo de los gastos comunes, lastribulaciones de los familiares, el informe para el jefe, el dolor en los hospitales, la envidia de loscompañeros, la injusticia del derecho, el juguete robado, el mal humor del capataz, el hambre de losindigentes, el vacío de la existencia, las cicatrices del alma, la incógnita del futuro. Una pandilla de gnomoshacendosos, en el trabajo frenético de una sola noche, habían repintado el mundo en fluorescente hasta elfondo del cielo, sin olvidar el sol, la luna y todas las estrellas. La guadaña rota de la Parca se oxidaba en unrincón.

Solos en el centro de la escena, Fernando y Silvana recorrían morosamente los giros siempre renovadosde la danza eterna, perdidos los ojos en los ojos, deslizando en las cadencias con perfección instintiva, laluz de candilejas alumbrando desde el suelo sus rostros sin edad. En la quietud suspensa del teatro, elSacerdote Invisible oficiaba una vez más.

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Bliss.La investigación. Diciembre, 1995.

Rapto, embeleso, arrobamiento, fascinación, encantamiento, alucinación, reflejo del cielo en la tierra,regreso al paraíso, a la infancia, una torta de chocolate y nuez envuelta en un hálito de eternidad, dosplatillos de postre con cucharas, las tazas de té bajo una burbuja de luz, afuera lejos, inaudible, el ruido delmundo. Las horas se escurrían como el agua por las canaletas en las noches de lluvia, los pesares yacíanenterrados en una caja fuerte en las profundidades abisales del océano Pacífico, te llevo siempre adentromío recostada en el huesito de la silla turca como la hipófisis, estás en el centro de mi cráneo mirando pormis ojos como si fueran las ventanas del Nautilus, la imagen de tu rostro es una señal carretera marcándomeel camino, al final el encuentro con lo intangible de tu ser, ciudad destino donde habré de consumir lanoche insomne vagando por tus calles vestidas de fiesta.

Se encontraban los fines de semana, a veces alguna noche robada de miércoles o jueves, los demás díasse llamaban por teléfono para confesarse la incredulidad, para oírse las risas, para inundarse el uno al otroen la crónica banal de un día cualquiera. Hablaban, hablaban incansablemente, intercambiando archivos deinformación largamente acumulados, no sé por qué te estoy contando esto, no me acordaba para nada, ya nosé ni puedo saber si lo soñé, los carreteles desbocados giran a su antojo en el lector de la memoria, gotas defantasía humectan los recuerdos, todo el arte todas las artes no son sino remedo del arte de vivir, seremosmodelo y artista a la par como en un autorretrato, la obra es esto avivado entre los dos.

Como antes se quedara en San Pedro, Silvana se quedaba ahora en casa de Fernando, a salvo dedomésticas y recuerdos ancestrales. Iban juntos a la feria a comprar pescado, quesos y verduras paracocinarse comidas especiales, recorriendo paulatinamente el catálogo de tintos, blancos y rosados en lavinería de un coloniense desconocido, éste es reserva Irurtia, de Carmelo como yo, pruébelo, no tiene igual.Algunos fines de semana se escapaban para algún balneario del este, pero luego empezaron a recorrerciudades cercanas del interior, siguiendo alguna referencia de paisaje, hostería, curiosidad o azaraventurero. Iban en el auto de Silvana, pero él insistía en pagar los peajes; el resto a medias, estoydemasiado mañoso para dejame mantener por una mujer, mentira, te asusta lo que te pueda pedir a cambio.Cuando estaban en Montevideo, a ver cine europeo en la Cinemateca, alguna obra de teatro, o los videoselegidos por Silvana con criterio impredecible donde caían en confusión dibujos animados, policialesenérgicos y bazofias de acción para lavarse el seso, las películas de los maestros son para ver en el cine. Nosiempre coincidían en los gustos, burlándose a veces cruelmente de las preferencias del otro, perocompartían cualquier cosa sólo por estar juntos, comenzando un proceso de moldeado del cual ninguno delos dos saldría incambiado. Encerrados en el embeleso, la pareja humana era una célula autónoma. Nonecesitaba, no quería, no toleraba a nadie más.

Allá lejos, en los Altos del San Pedro, los Seres Biformes, sacudiendo las cabezotas encrinadas, hacíantemblar las columnas al piafar, resollando burlones como potros cerriles.

La independencia.Fernando. Enero, 1996.

- Amelia, ¿qué le pasa? Está insoportable, casi ni me habla.- Está resentido por lo tuyo con Silvana. No, no por ella, sino por el trabajo acá en el taller. Te aprecia

mucho, vos sabés, no se lleva bien con nadie, sos la única persona en quien confía, siempre sospechó detodo el mundo, nadie le cae bien.

- ¿Silvana? ¿Qué tiene que ver Silvana en todo esto?- Ya te dije, no es personal, se alegró mucho, yo también, es la mujer para vos. Pero claro, él se queda

solo, no va a encontrar ni a tolerar a otro. Quería incorporar lo de los equipos audiovisuales, lo tiene en lacabeza hace como un año, ya sabés. Hemos conversado, traté de hacerle entender, la vida es una sola, no sepuede desperdiciar las oportunidades, para qué puede servir el dinero sino es para disfrutarlo. Pero no haycaso, no se resigna, tenía todo planeado. Tené paciencia, ya se le pasará.

- Amelia, al bestia de tu marido ya no le pregunto nada, pero al menos vos hablame claro. ¿Qué carajoles pasa?

- Te iba a proponer una sociedad, entrar como socio en la empresa. La otra soy yo, pero ni pincho nicorto, como vos sabés bien. Pero ahora, claro, no te va a interesar.

- ¡Una sociedad! ¿Eso es todo? No entiendo. No me dijo nada; si se arrepintió no tiene por qué ponerseasí, yo ni sabía, ni me importa, mientras podamos seguir trabajando como hasta ahora.

- Eso pensaba él, pero ahora, si dejás el trabajo...- ¿Dejar el trabajo? ¿Este trabajo? ¿Quién dijo? ¿Me quiere echar? Tampoco tiene por qué darle tanta

vuelta, ni ponerse así. No tenemos ningún contrato, si se chifló me voy y punto.- No, no te quiere echar, al contrario, está dolido porque vas a dejar de trabajar con él, ¿no entendés?

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- ¡No, no entiendo! ¿Quién dijo que voy a dejar de trabajar? ¿Yo dije algo?- No, pero ahora, con Silvana, en su posición...- La posición de Silvana es de Silvana, mi trabajo es mi trabajo. Voy a mantener mi independencia de

todas formas, con el Varilla o solo; soy un buen diseñador, si no quiere trabajar más conmigo algo voy aconseguir.

- No, no, no es así, al contrario, nosotros creímos...- Creímos, creímos... ¡creyeron cualquier cosa! Dejame hablar con ese animal. ¡Varilla! Decime una

cosa, anormal, ¿cómo se te pueden ocurrir semejantes burradas? En lugar de suponer estupideces deberíashaber hablado, por una vez en la vida. ¡Mirá si voy a dejar el trabajo! ¿Tengo cara de mantenido, acaso?¿De vivir añorando los lujos y el ocio? No estamos casados, Silvana duerme conmigo en un colchón en elsuelo de mi casa porque no quiere ir al apartamento de su tía, compramos la verdura en la feria, cocinamosen casa... ¿qué te creíste, que íbamos a codearnos con el jet-set, a salir en los sociales del diario El País,brillante recepción brindó la novel pareja Larriera Fiori? Si ustedes, de los pocos amigos que tengo, piensanen mí como un estúpido pelele, ¿qué dejan para los demás?

- Bueno, hombre, está bien, no te pongas así...- ¿Cómo querés que me ponga? ¡Semejante burrada! Si fueran otros, desconocidos, pero ustedes...

pensar eso de mí... ¿cuántos años hace? ¡Todos nos conocemos!- Ya, Fernando, calmate, nunca pensamos eso, es natural...- No es nada malo, disfrutar juntos lo de uno...- ... dejar el trabajo...- ... no hacerse más malasangre...- ...- Melita, traéle algo de tomar, está como muerto.- Estoy bien. Si ustedes me fallan... Me hicieron calentar...- Sí, hombre, ya nos dimos cuenta.- ¿Te traigo un té?- No, Melita, no le traigas té, traé la botella de Tío Pepe, las copas de coñac, unas buenas tazas de café.

Vamos a constituir la nueva sociedad, nosotros tres, antes de entrar a tallar con los sucios leguleyos.¿Aceptás, entonces?

- Varilla, yo no tengo inconveniente, si a vos te parece, pero deberías pensarlo mejor, no veo ningunaventaja para vos. Podemos seguir como hasta ahora, yo no preciso participación en la empresa.

- ¿Sabés por qué te quiere de socio?- No. No le veo la conveniencia.- Estoy viejo, compadre. Los gurises ya están grandes, nos necesitan cada vez menos. Me quiero ir de

vacaciones con Melita, un par de veces al año.

Un nombre que cuidar.La investigación. Marzo, 1996.

- No puedo más con Molinari. No lo aguanto. Voy a terminar por agarrarlo de las solapas y sacudirlocomo a un trasto viejo.

- ¡Molinari, despierte, no sea palurdo! Está viejo, se va a morir, ¿para cuándo la retrospectiva? ¿Laquiere hacer en la altura celestial, para regocijo de los ángeles? ¿O piensa quedar para semilla?

- ¡No le habrás dicho eso! El pobre viejo se muere ahí.- Ganas no me faltaron. No ha hecho nada, no preparó nada, dice que sí a todo pero no concreta nada.- Tengo una carrera, una trayectoria, una reputación, un nombre. No me puedo presentar así no más,

tengo mucha obra, cosas personales, líneas diferentes, hay mensajes secretos en cada cuadro, unaexposición es como una novela, no se pueden mezclar los capítulos.

- Está chiflado en serio, te digo; demencia senil o vaya a saber. ¡Un artista de verdad como Falcone,esperando por este tontaina para darle brillo! ¡No se puede creer!

- Fernando, Molinari pinta bien, hasta muy bien, no te olvides.- Sí, ya lo sé, pero ahí tenés, al lado de Falcone es un viejo pavo, un burgués ni siquiera gentilhombre,

una vida gris de bancario, el premio retiro, una vida tranquila de artista sin molestias. Pinta bien, sí, pero esun académico, no hay vida en sus cuadros.

- No conocemos lo último. Hace años viene trabajando sin exponer. Ni siquiera yo, a quien consideraamiga, he visto las últimas cosas. Justamente ése es el motivo de la retrospectiva, tratar de hacerle sacaralgo a luz.

- Será más de lo mismo. Un hombre así no puede hacer más. Ya lo dio todo. Va a ser un fiasco. ¡No terías!

- Estás enojado. Me gusta verte así, confieso. Te sobreviene un aspecto pasional de lo más poético.

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- No estoy de humor para tomadas de pelo. Estoy, de veras, enojado. Como si hubiera una injusticia enel mundo, algo patas arriba. Un genio como Falcone, las piedras durmiendo ahí en la salita mínima deexposición en la galería, sólo algunos chiflados como nosotros se han preocupado de conocerlo.Hubiéramos hecho mejor en inventarle la historieta, como nos propusimos al principio; así hubiéramostenido éxito, todo el mundo se pelaría por ir a San Pedro a ver las esculturas, escribirían sesudos artículosen los diarios, batirían el parche del oculto arte nacional, las fuentes inagotables del genio uruguayo, lasmentiras usuales de paisito sin historia. Nos perdió la honestidad; cuando descubrimos el valor de la obra,cuando quisimos hacerlo en serio, lo condenamos a dormir en el olvido.

- Ya lo irán conociendo. Martín Zarayeta quedó fascinado.- El es pintor, de los buenos. Es distinto, no es crítico, no es público en general.- Es mejor así. No habremos logrado promoverlo, pero tampoco caímos en la redada de mentiras

fáciles. Falcone hizo algo de eso en sus comienzos, después maduró. Nosotros también. - Sí, tenés razón. Pero a veces llego a pensar que la única forma de sacar algo adelante es mintiendo.- No importa ir adelante. Importa no mentir. Después, el tiempo dirá.- Puede demorar mucho en decir. Estamos yendo en busca de Molinari porque tiene nombre, porque

pinta en lugar de esculpir, porque las pinturas se pueden vender, trasladar, colgar en la pared, usar comoreserva de capital, pero las esculturas no.

- No vendería nada de San Pedro, señor Indignado.- ¡Jamás te propondría vender nada de San Pedro! El Gólgota, las estatuas del parque, son todas parte

del paisaje, por decirlo de algún modo. No se puede sacar ninguna. Sería un sacrilegio.- En medio de este caos, de una cosa estoy segura.- ¿ ... ?- De haber elegido bien al hombre para tener al lado. Valió la pena esperar, ¿no te parece?- No solo eso, preciosa; debe haber sido necesario. Si nos hubiéramos encontrado antes nos hubiéramos

tirado con los tarros. Yo de joven era muy insoportable.- Seguís siendo; yo te tengo mucha paciencia, no vas a encontrar mujer como yo.- Ni tampoco la pienso buscar.- Vamos para casa, te voy a cocinar algo rico a ver si se te pasa el mal humor. Dejalo en paz a Molinari,

me voy a ocupar yo. Nos conocemos hace años, me tiene confianza, puedo tratar de hablarle un poco másdirectamente.

Buscando apartamento.Molinari. Junio, 1964.

- ¿Buscaba a alguien?- No... venía por un departamento en venta.- Es en el piso de arriba. Pero ahora no hay nadie. Tiene que hablar a la inmobiliaria. ¿Tiene el número?- Sí, sí lo tengo. Sólo quería ver el edificio, formarme una idea antes de hablar. No me gusta molestar.- Comprendo.- Acá son todas oficinas, ¿no?- No, no todas. Hay gente que vive. No mucha, pero hay.- ¿Usted vive aquí? Disculpe que le pregunte.- No me molesta. No, no vivo, tengo el estudio aquí.- ¿El estudio?- Soy abogada. Lucía Garateguy.- Molinari. Mucho gusto. ¿Tiene idea cómo es de grande?- Son todos muy parecidos. No dispongo de mucho tiempo, pero si quiere pasar a mi estudio ya puede

verlo usted mismo.- Sí no le molesta, le agradecería muchísimo. Le tomaré sólo un momento.- Pase. Buen día, Cristina.- Buen día, doctora.- Buenos días. Con permiso.- Buenos días.- Como ve, no es muy grande. Una habitación para recepción, otra para el escritorio; una cocina

demasiado chica para quien piense vivir, pero el baño está bien. - Para mí sería suficiente.- El de arriba es igual, aunque debe tener mejor vista. ¿Usted lo quiere para vivir?- No, no para vivir.- ...- Preciso un estudio.

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- ¿También es abogado? Voy a tener competencia...- No, no soy abogado. En realidad... pensaba... poner un taller de pintura.- ¿Es pintor?- Bueno, eso es mucho decir. Soy bancario. Al menos de eso vivo.- Se puede ser bancario y pintor. No es necesario pasar hambre en un buhardilla parisina para ser artista.

En Uruguay muchos artistas talentosos deben vivir de otra cosa. Ya se sabe.- ¿Usted es artista? Tiene todo muy bien arreglado, con muy buen gusto.- Gracias. No, no soy artista. Soy espectadora. ¿Qué sería de los artistas si no hubiera espectadores?- Sí, tiene razón. Puede ser más inteligente ser espectador.- ¿Más inteligente? ¿No está conforme con ser usted artista?- No soy artista. Me gusta la pintura, estoy buscando un lugar tranquilo donde poder hacer algo, pero no

soy artista, de ningún modo. Para ser artista hay que trabajar mucho.- Hágalo. "El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo".- ¡...!- No es mío, es de Roberto Arlt, un escritor argentino.- Está muy bien dicho. No sé si será verdad, pero está muy bien dicho.- No importa si es verdad. No es el enunciado de una ley universal. Es una norma de conducta.

El primer cuadro.Molinari. Setiembre, 1964.

Aquí estaba. Su primer cuadro. Al menos, el primer cuadro "significativo". En la habitación del fondo,refugio de años de postergación, embalaba sus cachivaches de pintor en ciernes. Arrobado por la euforia deinaugurar su taller propio, ante el futuro abierto y sin límites, se encontraba de pronto enfrentado conolvidados objetos del pasado, cargados de significación, pesados como de plomo. Se presentaban ante élpor cuenta propia, sin haber sido convocados. Se acomodaban sentándose en el suelo, apoyándose contra lapared, escondiéndose en los rincones. Elevaban sus voces discursivas en una imprevista asamblea dondetodos se arrogaban el derecho de miembro interpelante.

- A callar. Aquí mando yo.El papel de estraza, el hilo bramante, el cartón corrugado, las cajas de madera basta, nudo, tijera y corte,

dejaban la cámara sin número, haciendo fracasar las mociones de censura. El poder ejecutivo habíatriunfado una vez más.

Rara vez trabajaba de noche. Pasados los años de insomnio, de revolver papeles en el escritorio bajo lalámpara cómplice, le había ganado, por hábito, el trabajo diurno. No obstante, aquel sábado se habíaquedado sin dormir toda la noche para terminarlo. ¿Cuál habrá sido la última pincelada? Hubo,seguramente, una última pincelada. No podía haberse escondido, como la primera, detrás de suscompañeras más jóvenes. Estaba allí, ante su vista, sin identificarse, por qué yo, sólo soy una más. Habíadescubierto al sol colándose por las tablillas de la cortina veneciana. Domingo, casi las ocho, frescohúmedo, todos durmiendo. Había apagado la luz, lámpara solar de vidrio azulado, simula mejor la luznatural. Tenía los músculos entumecidos, hacía frío. Había girado el caballete hacia la ventana, comodiciendo al cuadro ahora podés mirar, ahí afuera tenés el mundo.

- No.Habría mil detalles, mil posibles correcciones. No las consideraría siquiera. "La obra de arte nunca se

termina; simplemente se abandona". Algo había hecho clic: para este cuadro no quedaba una sola pinceladamás. Ya había comenzado el desprendimiento. Un vacío se ensanchaba a cada momento entre la obra y elautor. La tela se le había soltado de las manos. Respiraban sus poros como los pulmones de un reciénnacido, el olor a aceite le secaba los colores, cristalizaba su identidad. Las maderas del caballete se habíanvuelto patas de animal: erguido en ellas, el cuadro le miraba de soslayo, desconfiado, no me toques, notenés derecho, me protege la Constitución, no por hombre pero sí por ciudadano. Lo había llevado aenmarcar, luego al concurso, conduciéndolo de las bridas como a un caballo pura sangre. Dio su nombre:custodio, tutor, pariente lejano, mozo de cuadra. Salió temprano del banco para recibir, en nombre delcuadro, el segundo premio, felicitaciones, muchas gracias, aquí tiene el cheque, la medalla, el diploma,gracias.

- Lo felicito, señor Lienzo, ha ganado usted un premio.Era como cuando zarpa un barco. Al caer al agua la última maroma, desaparece toda su vinculación con

tierra firme. Se hace a la mar, se achica en los ojos, se pierde en el horizonte llevándose consigo carga,pasaje y capitán. Nos quedamos parados sobre el muelle, con esa nostalgia fina de no habernos ido, de noconocer siquiera su destino, de habernos perdido la aventura, las pingües riquezas de El Dorado, lasumisión de adorables mujeres indias, los manjares exóticos, el regreso al paraíso terrenal.

Olvidado, perdido por años, volvía ahora, cuando nadie lo esperaba, veinte mil leguas de viaje

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submarino, envuelto entre cartones, exhibiendo la altanería de las grandes lejanías, navegando al oeste sellega al este, soy el hermano de Sebastián Elcano. ¡Qué poco había de él en ese cuadro! ¿Dónde estaba lamano ejecutora? ¿Dónde su huella? ¿Quién lo había hecho, en realidad?

En los días siguientes, la materia de su cuerpo levitaba. Una goma elástica, pegada a las suelas de loszapatos, lo hacía saltar a cada paso. Había sido una liberación, la eliminación de un objeto extraño, undeshecho del alma, un tumor extirpado. Más tarde se persiguió con la idea de haber puesto en ese cuadro laexcreción de sus deshechos, todo el mundo lo vería, había sido sorprendido echando a la calle la basura,cultivar el arte era como defecar, dejaba en el mundo lo peor de sí. En un par de semanas se le habíapasado, esto ya no es mío, un objeto más entre tantos objetos, hasta podría presentarse en un concurso, totalqué importa, está de moda la fealdad, abunda la basura. Resucitado el cuadro a la luz, podía ver, a ladistancia de los años, escasas notas de claridad cercadas por la sombra, pardos y ocres tenebrosos, formasagobiadas, tensas, una paletada del barro del infierno izada por el brazo de un obrero brutal. Poco después,habían comenzado los años de trabajo, la inactividad artística, la postergación perenne, la alienación.

- Haya paz.En la soledad del estudio, Lilita no quería ni hablar con él, me vas a dejar sola como un perro, la visión

del cuadro le había devuelto aquellos sentimientos de opresión, de oportunidad perdida, de cautiverio. Eltrabajo en el taller de García Abril le había sumido en una calma desconocida. No obstante, la sensación dedesprendimiento, de ajenidad, se había profundizado. Terminaba los cuadros de manera abrupta: en algúnmomento se le metía en la cabeza la idea de haber dado la última pincelada, y ya no lo tocaba más. Allíempezaba el cuadro su vida propia, le dejaba de pertenecer.

- A la caja, Segundo Premio. Para que sepas, ya no pinto así.

Una muestra privada.Molinari. Octubre, 1964.

- Buenas noches, señor bancario. Vengo a ver qué pinta.El corazón se le había parado. Nunca había venido, ni él la había invitado. Le había enviado un ramo de

flores, con una tarjeta escrita a mano, en agradecimiento por mostrarle su estudio cuando estaba porcomprar. Ella le había agradecido en un cruce de escalera, dándole la mano, no tenía por qué, por favor, esun placer, sí, finalmente me decidí, felicitaciones, gracias. Ahora la tenía ahí delante, haciéndole patente lagrosería de no haberle correspondido en la oferta de conocer el apartamento.

- ¡Lucía! Adelante, si se anima. Está todo muy desordenado, es una vergüenza.- Vamos a ver. Como se imaginará, vengo a inspeccionar, comisionada por el edificio.- Me entrego sin resistencia. No tengo defensa posible.- ¡Claro que no! Me alegro que lo sepa.El estudio estaba en total desorden. Después de muchas dilaciones, el fin de semana anterior había

traído, en un camioncito de alquiler, todas las pinturas de su casa. Las cajas de cartón se esparcían por elsuelo. Contra la pared, una estantería hasta el techo, particionada en módulos rectangulares de diferentestamaños, aguardaba una clasificación apenas comenzada. Enfrente, un entramado de maderas con ganchos,alambres y grapas, en ingeniosa disposición, permitirían apoyar, colgar o sostener telas, cartones, cuadrosenmarcados, papeles, organizando en la pared una exposición improvisada en pocos minutos.

- ¿Esto es un estudio de pintor? ¡No hay olor a aguarrás!- Tengo todo esto para clasificar.- Bueno, hágalo. Vuelvo cuando tenga todo ordenado, a ver sus pinturas. Es el último plazo. La ley no

le otorga más.- ¿Cómo? ¿Ya se va?- Tiene todo eso para ordenar. ¡Esto está que es una vergüenza!- ¿Es un castigo?- Sí. Está en penitencia. Adiós. - ¿Hasta cuándo? Dígame, por favor.- Ya le avisaré.Se quedó solo en el estudio ahogado de silencio. Revivió en él aquella añoranza de sus años niños, el

final de los días llenos de juego, movimiento, ruido, corriendo en la playa con los amigos, andando enbicicleta por caminos ocultos, explorando una selva amazónica de benévolos pinares, persiguiendo sapos enlas charcas, jugando al vóleibol descalzo sobre la arena, leyendo revistas de historietas en la tarde henchidade calor. En la noche de vientos susurrantes el mundo parecía detenerse. ¿Dónde se han ido todos? Quedabaél con la cabeza llena de impresiones, como las figuritas pegadas en el álbum de Los Conquistadores,dónde los tiros errados del vólei, los sapos nunca atrapados, ese canto de pájaro igualito a una risa, dóndelos héroes de revista, dónde el día transcurrido, vuelto ante los ojos en trozos desordenados en una matinéde película cortada. Lucía había quedado allí con él, congelada en el pretérito perfecto de su visita, animada

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en el presente continuo del taller sin estrenar, aquí no hay olor a aguarrás. El tiempo guardaba las escenasde la vida en una colección de cajas japonesas, una dentro de otra; un volatinero encendía un sahumerio, unaroma pasado lo envolvía, lo confundía con cabriolas, lo hacía bailar hasta marearlo en un floreo deguitarras, lo abandonaba a pulso acelerado, bañado de una nostalgia fresca, como si viniera de caminar pordebajo de una catarata.

Le hizo la guardia varios días seguidos, después de salir del banco, cuando venía para el taller por unashoras. No la vio. El estudio estaba siempre cerrado a esa hora. Se animó a venir un día de mañana.

- La doctora está en Buenos Aires. Vuelve viernes o sábado.¡Viernes o sábado! ¿Por qué no le había dicho que se iba? Venía a visitarlo, estaba dos minutos, le

mandaba ordenar el taller para ver sus pinturas, luego desaparecía yéndose a Buenos Aires por dossemanas, sin decir agua va. Es una traición, un abandono, un engaño, se ha burlado de mí como si fuera unadolescente, yo no la fui a buscar, ¿por qué venir a rasgar el velo de mi tranquilidad?

Unas horas después había recuperado la sensatez. Se molestó de estar molesto por la ausencia de ella,una mujer independiente, una profesional con sus compromisos, una relación ocasional, simples vecinos, decruzarnos en la escalera, por qué habría de informarle de su viaje, ni de ninguna otra cosa, qué importa si sefue, si no vuelve más. Relaciones humanas, buenos días, buenas tardes, sanseacabó, no queda nada más.

El sábado a la tarde, el corazón se le detuvo al sólo toque del timbre. Esta vez se presentó en vestimentainformal, pantalón vaquero blanco marfil, sandalias abiertas, una blusa con dibujos de veleros.

- Me castigó realmente. ¡Se fue a Buenos Aires sin decirme nada! Me pasé esperándola.Ella sólo se rió. No se le veía la vivacidad, la soltura de la primera vez. Llegada el ave hasta su jaula,

Molinari se lanzó a extraer cuadros de las cajas, dibujos de las carpetas, telas, cartones, fibras, grandes,chicas y medianas, colocando la selección sobre el entramado exhibidor. La atrapó de un salto, tejiendo a sualrededor la telaraña de un relato desordenado, inquietante, apasionado. Hurgó con impiedad quirúrgica ensus propias entrañas, echando fuera ires y venires de su larga, cruenta lucha por conquistar el tiempo depintar, hacerle sitio a la chifladura, a la actividad prohibida, inútil, improductiva, toda esa energía dedicada,hoy serías contador, la postergación de años arrancando sueldos a la tierra amarga del empleo, la continuahipoteca de la vocación, el carcinoma de la duda, ineludible como una enfermedad congénita, elhundimiento de la vida en el pantano de la banalidad, la desesperación de ver pasar los años sin llegarnunca al trabajo, al verdadero trabajo, dónde está la prepotencia, sin trabajo el futuro deja de ser nuestro.

Cuatro, cinco, seis veces se llenaron las paredes de cuadros, recorriendo múltiples etapas de la pintura,dibujo del natural, realismo fotográfico, paisaje postimpresionista del taller de García Abril, ejerciciosconstructivistas de inspiración clandestina, aún las cinco escenas ciudadanas en paleta limitada de suexperimentación actual, estas tres galardonadas con menciones en concursos sin dinero, la certeza, no espor nada, de una naciente solvencia técnica, me creo capaz de un ingreso digno en un salón nacional, ahora,recién ahora, la transición, la búsqueda expresiva propia, después de la técnica empieza, recién empieza, lacarrera del pintor. Sostuvo la exposición durante más de dos horas sin interrupción, hablando sin ver alpúblico, como un actor imbuído en el personaje hasta el olvido de sí, cegado por las luces del escenario,arrastrado por el libreto de su propia historia, descubriendo aún para sí mismo entretelones ignorados de lastelas, de los motivos, de los sucesos de su vida. Cuando terminó, vio las estrellas brillando en la ventana.Estaba exhausto, vacío, como una bolsa de papas colgada boca abajo. Una cierta liviandad corporal loelevaba desde los zapatos, su columna vertebral se había enderezado, medía siete centímetros más. Lucíapermanecía sentada en el sillón de mimbre con almohadones, las piernas cruzadas hacia el costado,pensativa, un poco triste, con algo de color en las mejillas. Molinari evitó mirarla, como si temiera el juicio,sorprenderla en una muestra de intimidad, reconocer su presencia allí y ahora, testigo de vista al caso, unamujer apenas conocida. Permanecieron un rato en silencio, él de pie al frente de sus cuadros, mirando elcielo de la noche en la ventana, ella de brazos cruzados, espectadora del piso embaldosado. Inmóviles losdos, se negaban a cruzar hasta el siguiente instante.

El se movió. La escena se descongeló. De pie frente a ella, le ofreció la mano, la palma abierta como uncuenco:

- Vení. Vamos a cenar.

La estrella.Molinari. Noviembre, 1964.

Vos estabas en Buenos Aires. La secretaria ya me había dicho, pero aún sabiendo no quería irme de acá.No tenía hambre, pero igual crucé la Plaza Matriz hasta La Pasiva. Era viernes, la gente comía pizza ofrankfurters con cerveza fría de barril, no sé cómo hay quien pueda preferir cerveza embotellada. Quedabaalgún lugar, pero no me dieron ganas de verme sentado ahí solo en una mesita de boliche, rodeado de gentejubilosa anticipando el fin de la semana. Pedí en el mostrador un sandwiche caliente, envuelto en dospapeles, por favor, así no se me enfría, es para llevar. Lo esperé sentado en la barra mirando el bar. La

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escena, "Au Moulin de La Passive", sería de Renoir o de Toulouse según el ánimo del observador, peromientras esperaba me puse a dibujar, con birome en unas servilletas. De vuelta en el taller, hice café,manteniendo el sandwiche envuelto en un repasador para guardar el calor. En la heladerita quedaba un pocode leche. Me comí el sandwiche caliente con el cortado, sentado ahí en esa mesita, frente a la ventana,mientras pasaba los apuntes al tablero. Le puse unos colores a lápiz, sólo por probar, para acordarmedespués, sin intención de nada. Era una noche preciosa, pero sin estrellas, tapada de nubes bajas. Me estuveun rato así, mirando la oscuridad en el recuadro de la ventana. De repente, apareció una estrella. Una sola.Una estrellita cualquiera, no me preguntes cuál, no supe ni quiero saber. Una estrellita sola, perdida, nomuy brillante, parpadeando como si me guiñara el ojo. Tenía los libros de astronomía, los mapas celestes delos hemisferios, las Efemérides Náuticas. En un minuto hubiera aparecido un nombre, una constelación,una magnitud, un descubridor. El conocimiento familiariza, apropia, crea una ilusión de cercanía. No queríaapropiaciones, no quería cercanías: ella allí, yo aquí. Lo demás, vacío. Cruzaban la ventana camadas denubes bajas, rosadas por las luces de la ciudad. La estrellita se borroneaba, desaparecía, volvía a aparecer.Yo había estado muy nervioso todo el día. Mi mujer no estaba bien, yo me había quedado acá, la habíadejado sola con Aída. No quería volver a casa, pero me sentía responsable, me daban vuelta cosas en lacabeza, tenía un poco de taquicardia, me pasa siempre cuando estoy nervioso. Me quedé quieto ahí, sentadoen ese silloncito, mirando la estrella, repasando algún trazo del croquis del tablero, estudio para "LaPasiva", de Molinari. Me hizo gracia. El croquis no era aún de Molinari, pero ya no era de Toulouse, ni deRenoir, ni de Torres García, ni tampoco de Cézanne en Sainte Victoire, a donde mis dibujos queríansiempre volver. Sin darme cuenta, me fui sintiendo más tranquilo. En una de los tantos eclipses de laestrella, se me incrustó en la cabeza, como una revelación, este pensamiento: "De todos modos está ahí.Siempre estará ahí". Aunque no la viera. Aunque estuviera del otro lado de la Tierra. Aunque no supiera sunombre. Aunque no la recordara más. Esa estrellita, ésa en particular, diferente de todas las demás,singularizada por mis ojos, estaría siempre ahí, brillando en el cielo hasta el final del universo, cuando yano hubiera nadie capaz de articular la palabra Eternidad. No sólo eso. Yo, anónimo ser limitado y finito, acaballo de este trozo de roca errante en el vacío, tenía la potestad de recordarla en cualquier momento,cuantas veces quisiera, así, tal cual la estaba viendo en ese instante particular del tiempo fugitivo, en la totalseguridad de saberla allí, un poco corrida por la hora, o por la estación del año, pero siempre allí. Esaestrellita, la de aquella noche, la mismísima, la del nombre ignorado, estará siempre, infaliblemente ahí,brillando apenas, parpadeando, como si guiñara el ojo.

Llueve en la ventana.Molinari. Noviembre, 1964.

- No esperaba algo tan bueno.A primera vista, no era un gran halago, pero sí lo era: había logrado sorprender. Ella conocía de pintura,

tenía buenos cuadros colgados en el estudio, manejaba nombres de pintores nacionales, sabía apreciar elarte.

- No sé cómo me animé a decirle lo del taller.Seguramente ella habría esperado encontrarse con esos fatigosos paisajes escolares, esos floreros y

fruteras de los talleres de viejas, si vieras la tía como aprendió a pintar, unas cosas preciosas, le ha hechotanto bien, va a las exposiciones con las compañeras, me regaló un cuadro muy bonito, unas rosas en unjarrón, lo colgué en el pasillo del cuarto de servicio.

- No esperaba algo tan bueno.Las palabras, en la voz tintineante de Lucía o del recuerdo, resonaban en sus oídos como una

cancioncilla tarareada en la distracción del trabajo. Según suele suceder después de un encuentroconfesional, habían dado en evitarse por un tiempo. Molinari había tomado el hábito de quedarse a dormiren el taller las noches de los viernes, para aprovechar el sábado, los días de semana no rinden nada, así yaestoy ahí, tengo mucho para ordenar, me arreglo bien con una manta en el catre de tijera. Una de esasnoches, ella llamó a la puerta. Venía con un bulto envuelto en un mantel. Lo colocó en un hueco vacío de laestantería. Hizo lugar en una mesa, extendió mantel, platos, cubiertos, cestita de pan, una fuente con polloal horno y papas, un recipiente de plástico con ensalada Waldorf, dos potes de flan, una botella deFranciacorta rosado, origen Carmelo, Pinot Noir, primeros jugos de Merlot y Cot Malbec, 1961.

- Vamos, señor bancario, no se quede ahí parado como una estatua, destape el vino, como conviene a uncaballero.

La luz de una portátil, en penitencia en un rincón, trepaba por las paredes hasta caer domesticada desdeel blanco del techo. Una luna atrevida se colaba a través de la ventana dibujando rayitas en los pies de lascopas de vino. La brisa veraniega removía las cortinas descorridas, enredando en el aire efluvios de puertoy mar. Una sirena de barco resonó gravemente en la bahía, respondida al punto por el soplido breve de unremolcador.

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- A ver, señor pintor, brindemos. Por el éxito de su taller.- ¡No!- ¿...?- Por Roberto Arlt.- Sea. Por Roberto Arlt.Durante la cena, hablaron poco y en voz baja. El preparó luego el café moliendo el grano en una vieja

maquinita de manivela, no puedo creer que tengas eso, era de mi madre, regalo de unos parientes, esitaliana.

A las doce treinta se despidieron fugazmente con un beso en la mejilla.En la semana siguiente él recorrió las casas de piedras semipreciosas de la Ciudad Vieja, ágatas,

amatistas, cuarzos, gemas de nuestra América, orfebrería fina, tallas a medida, peregrinaje de vitrinas enpos de una amatista color rojo violeta. Eta Carinae Nébula, constelación de la Quilla, Carinae de ArgoNavis, la quiero engarzada en plata, aquí el diseño en tamaño natural, no se preocupe, tendrá una hermosapieza, el viernes de tarde la puede retirar. Un fárrago de estrellas en medio de una nube de hidrógenoemisor de luz, un placer complacerlo, señor, algo así no se ve todos los días, una orquídea roja confiligranas negras en el humedal de estrellas.

- Es hermosa, verdaderamente hermosa, no debiste...- Sí, sí debí, ¡claro que debí! Tengo una deuda contigo imposible de pagar.- ¿Una deuda?- Sí. Los mejores momentos de los últimos veinte años.- ¡Qué disparate!- Es verdad.- Estás tocado. Mejor corto. Llamame cuando hayas vuelto a la normalidad.- Lucía...- ¿Sí?- Tengo un montón de dibujos viejos, pinturas, cosas a medio terminar... los quiero tirar... bueno, no

todo, quedarme con algunas cosas, lo mejor... si me muero, no quiero dejar eso boyando por ahí. ¿No mequerrías ayudar? A elegir, digo. No se trata de limpiar ni de cargar nada. Es algo que no puedo... no quierohacer solo.

Vino el sábado siguiente después del mediodía. Ordenaron todo el taller. Salieron de los estantes todoslos dibujos, las pinturas, los bosquejos de estudio, papeles doblados sin usar, cartones manchados por lamitad. Todo fue examinado, juzgado, apartado o vuelto a guardar. Ella había ido a comprar unasmedialunas rellenas de jamón y queso. Las mordisquearon distraídamente con café mientras decidían lasuerte de las obras expuestas en el exhibidor, deberíamos comer algo, si salimos perdemos mucho tiempo,es casi noche, mejor seguimos, ya casi está. Ella había terminado de barrer, Molinari amontonaba lospapeles en el escritorio, cuatro cajas de cartón rebosaban de descartes, mañana las llevaría el basurero parasiempre, no habrían existido nunca, serían sólo huellas de la soltura de sus manos. Un tableteo continuadolos sorprendió. La intempestiva lluvia de verano azotaba los techos de chapa de los depósitos vecinos, enun estruendo ensordecedor. Se acercaron a la ventana. El agua caía a torrentes. A la movediza luz de losbarracones del puerto, las ráfagas de viento empujaban un desfile de fantasmas rezumando gotas fugaces.Un árbol, sobresaliendo de los techos bajos, agitaba los brazos con frenesí. Un trueno enorme se despeñócomo un gigante escaleras abajo. Los sobresaltó. Luego de algún minuto de lluvia torrencial, comenzó aescampar. El le rodeó la cintura con el brazo. Ella se acurrucó contra él. Escucharon, sin mirarse, otrostruenos lejanos. Dejó de llover. Los desagües colmados gorgoteaban en continuo. Ella giró suavementehacia él, apoyándole las manos sobre el pecho.

- Es tarde.La acompañó hasta el auto. Echado en el catre boca arriba, estuvo un rato oyendo escurrir las gotas por

los tejados. Apoyadas las manos sobre el pecho, sentía latir el corazón, apresurado. Se había acostumbradoa reconocerse el pulso sin reloj, a partir un par de episodios de taquicardia, el estrés del trabajo, debetranquilizarse, aquí le doy un ansiolítico suave, no deje de controlarse.

- Tanto lío acá adentro... ¡y ni siquiera la besé!

El nuevo mundo.Molinari. Mayo, 1965.

Lucía fue todo para él, de una vez y para siempre. Condensó, en sus años con ella, todo suconocimiento de la mujer, la seguridad de la compañía, la complicidad traviesa, la vivencia de la parejahumana. Encontró en ella lo que antes le había faltado, lo que no tendría después. Lucía fue el único oasisen su larga travesía de extremo a extremo del desierto. Llegó a ella sediento, reseca el alma, el cuero delcuerpo estirado sobre los huesos caminantes. Ella le dio de beber, le alimentó de dátiles, le reclinó bajo la

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sombra de las palmeras, miel y mirra tus labios, hasta olvidar su nombre. Cuando el duro viento deldesierto secó las palmeras, cegó el espejo de agua, pintó de gris el cielo, las piedras y el alma, volvió alcamino sin sentir la abrasión de la arena en los pies ensandaliados. Armado de recuerdos, conjurando alsimún con un rosario de protestas, se sostendría andando, sin pausa alguna, hasta el final de su jornada,como un tenaz camellero, sin soltar de su mano las bridas del animal.

Se cortejaron sin apuro, saboreando cada encuentro, cada hallazgo, cada hoja en el viento. Se tardarontres meses en irse a dormir juntos, en medio de burlas, ya ni nos acordamos, será como la primera vez, noesperes mucho de mí, estoy nerviosa, yo también, qué fortuna pasar de los cuarenta. Perdidos en las aguascalientes de un mar tropical, se aferraron uno al otro como a tablas salvavidas. Corrieron sobre las olas sinesfuerzo, a la deriva, girando sin soltarse sobre las crestas de espuma, impelidos por la corriente del Golfo,caricia de lienzo el alisio, amarillo de sol y verde mar. Cuando la sintió, ahogada en su abrazo, tensarsecomo una cuerda de violín, desgranarse en un quejido de cigarra, estremecerse abierta la boca en unescalofrío de entrega, la sostuvo inerme en los brazos hasta verla despertar, los ojos una rayita, mediasonrisa tímida ahora vos, yendo él a fundirse en ella, instante conjunción del universo, entonces, fuimos,ahora ya no, otra vez caras, ojos, labios, perdidos en el abrazo, dónde estuvimos, no sé, pero fue.

Repusieron el aliento aspirando del mismo aire, batiéndoles los parches de los corazones pegados,rodeados del desorden perruno de sábanas, frazadas, almohadas, ropas olvidadas, retazos de noche ycuentas de reloj. Esto somos nosotros, sacos de piel humana, sin disimulos, ni una prenda, esto somos deverdad, juntas las células escamadas del tejido epitelial, lo tuyo en lo mío de los dos, no hay mayorconfusión posible, es bueno tener cuerpos separados para juntarlos así.

- No pensé... a esta edad... El era boca, reflexión, sorpresa; ella oído, comprensión, instinto. El se maravillaba, una y otra vez, de la

persistencia del deseo a lo largo de los meses, de la puntual correspondencia, de la constante inventiva, deestar descubriendo, pasados él sus cincuenta años, rincones ocultos de la pasión, el juego de la palabra, elcortejo soslayado, la provocación lisa, la complicidad, ¡oh astuta complicidad!, entre posesión y entrega.Dónde habían estado viviendo, qué maleficio los había tenido sumidos en tan profundo sueño, cómo eraposible haber ignorado tan grotescamente el nudo esencial donde se ataban el hombre y la mujer: acasofuera posible, ¡oh sorpresa!, compartir una vida juntos sin mengua de pasión. Ella se complacía en lacontemplación de su entusiasmo, aceptando el bienestar como un naipe en una mano afortunada, la vidatiene también estas cosas. Adormilábase en una paz reparadora a la sombra de él; ahora tenía un hombre aquien cuidar, volvería a elegir corbatas, a modernizar el corte de sus trajes, a cocinar comida casera;escucharía sin influenciarlo sus dudas de artista, lo envolvería en un toallón al salir del baño, le otorgaríagustos por sí mismo nunca consentidos, los hombres son en el fondo niños desvalidos, las mujeres felicesno tienen historia, se consumen como tinta escribiendo la historia de sus hombres, un día exhalarán suspinturas el aroma de mi rosca sueca horneada para el té.

- La abogacía, por sí sola, resulta fría. Una mujer necesita algo más.- Un hombre también.- Vos tenés la pintura.- Vos una hija, un nieto.- No me necesitan.- Te quieren. - Me falta algo.- ¿Qué?- Me faltás vos.- Ahora me tenés.Martes, viernes, sábado, se quedaba a dormir en el taller. Iba a su casa los domingos a la hora de

almorzar, haciendo caso omiso de quejas, reclamos, pedidos, protestas, encallecida su sensibilidad por eltiempo, la inútil persistencia, la renovación de su vida. Lucía tenía una hija, casada de muy joven, ahoracon un bebé. No vivía con ella. Divorciada años atrás, había dejado de verse con su ex marido cuando lahija alcanzó edad suficiente para moverse sola. Había cuidado, por su profesión, por sus relaciones, porpropia reserva, la privacidad de su vida, en la cual, por demás, había poco para ocultar: su refugio habíasido el trabajo. Aceptó de buen grado la clandestinidad de la relación, no nos privamos de nada, un poco dediscreción no cuesta, tenemos todo para ganar.

Lucía era de otro mundo. Independiente, profesional destacada, sin ataduras, liberada de la ingenuidadprimera, su capacidad de sumirse en la pareja sin renunciar a sí misma la hacían un galardón estimable parael hombre de su elección. Escuchaba con atención alerta las lucubraciones de Molinari sobre sus cuadros, latécnica, el estilo, los otros pintores, la crítica, la expresión de lo inexpresable. Le aportaba ideas, opiniones,desacuerdos, sin insistencia, una sola vez, como lo haría un eco, una caja de resonancia de lospensamientos. El daría vueltas por un tiempo, a veces días, a veces años, hasta decantar algo en su interior.Aunque no siempre coincidente con sus ideas, la decisión de él le era, invariablemente, placentera: se sabíaparte de ella, había estado en la forja, en el calor de la fragua, colando el metal fundido hacia los moldes de

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arena, formados por las manos de los dos, donde cristalizaría finalmente la aleación. Molinari sentía,efectivamente, haber ingresado en otro mundo: estaba más cerca de las galerías, de los pintores, de suscuadros, del trabajo creativo. El taller lo había elevado hacia una altura montañosa donde se respiraba unaire frío, seco, libre de gérmenes, pletórico de ideas, de impresiones, de afanes innovadores. La distancia dela Ciudad Vieja a Malvín se había vuelto enorme.

Con Rodríguez.Fernando. Marzo, 1996.

- ¿Por qué usted no escribió nada? Molinari no es un hombre de fácil comunicación, parlotea como unloro pero no dice nada. Usted lo ha tratado por años, lo conoce como nadie; ha visto, ha profetizado, suformación.

- No he profetizado nada. Estás exagerando.- Rodríguez, usted lo conoce desde el Banco. Estudió con García Abril por su recomendación.- Investigaste bastante, por lo visto.- No. Era una suposición. Usted me lo acaba de confirmar.- ¡Bueno, estás hecho un detective!- Usted no colabora, me obliga a hacer trampa. En serio, ¿no va a escribir nada?- No. Ya soy viejo. Ya era viejo cuando hubiera podido escribir sobre Molinari. No es una cuestión de

edad, en todo caso, sino de interés en las cosas. Vos sos joven, escribí vos.- No lo conozco, no logro conocerlo, me harté de tratar de sacar algo en limpio. - Inventá. Tenías talento para eso.- No se burle; había que vivir.- No me burlo, lo digo en serio. Escribís mucho mejor cuando te desentendés de los hechos, cuando

rellenás los huecos como te viene a la cabeza. Paradójicamente, tus relatos se vuelven más realistas cuandote olvidás de la realidad. En eso me superás.

- ¡No me joda, Rodríguez! Nunca conseguí llegarle a los talones.- En crítica no. En las reconstrucciones de vidas, ya llegaste más lejos. Yo nunca fui bueno en la

ficción.- Ese es el punto: no intenté escribir ficción, sino relatos naturalistas, verdaderos.- ¡Verdaderos, verdaderos! Nada escrito puede ser nunca verdadero. - No me acorrale con dialécticas, Rodríguez. Usted fue siempre mi maestro, no me dé salida ahora.- No te estoy dando salida. No tengo nada más para enseñarte.- Me está sacando del tema. ¿Por qué no escribió sobre Molinari? Mientras estaba en el diario, por

ejemplo.- El diario era para mí un trabajo. Me daba un sueldo. Era mi único interés.- Hubiera podido hacer algo sólido, completo.- No voy a escribir sobre Molinari.- ¿No piensa escribir más? ¿Quiere retirarse? Está bien de salud, tiene la cabeza bien puesta, ha escrito

las mejores críticas de arte uruguayo en todo el siglo. ¿Qué destino le espera? ¿Jugar a las bochas con losjubilados en la plaza?

- No, eso no.- ¿Entonces? ¿Qué piensa hacer?- Irme a mi casa en La Pedrera. A pescar.

Crisis de inspiración.Molinari. Octubre, 1966.

- Molinari, ¿cómo está? ¡Lo felicito!- ¡Rodríguez! ¡Tanto tiempo! Muchas gracias. Pase, adelante.- ¿No lo molesto?- No, no se preocupe, a esta hora ya está tranquilo. Siéntese. ¿Le pido un café?- No, gracias. Vamos, cuénteme, ¿cómo lo lleva la gerencia?- La gerencia me complicó, me complicó bastante. Después de todos estos años en el banco, en la

subgerencia, no me esperaba tanta complicación por subir un escalón. La sucursal es más grande, tiene másmovimiento, tiene más servicios. Ha habido una reestructura, además.

- Sí, me dijeron.- Le tuve que dedicar mucho tiempo, mucho esfuerzo. Me ha dado unos cuantos dolores de cabeza.

Recién ahora, depués de un año, se podría decir que estoy saliendo.

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- Siempre cuesta lo nuevo. Seguramente ya pasó lo peor. ¿Y la pintura?- Poco, muy poco. En los primeros meses por el exceso de trabajo, de preocupación; yo soy muy

nervioso, usted sabe. Llegaba a casa extenuado, no podía hacer nada. Después, cuando empecé a tener unpoco más de tiempo, no sé si fue por la mayor responsabilidad, el tiempo sin hacer nada, o qué, pero huboalgo que me anuló. No hice más nada.

- ¿...?- Crisis de inspiración. No me viene nada a la cabeza. - ¿No tiene ganas de pintar?- No, no exactamente. Sí tengo ganas de pintar, pero no sé qué.- ¿Antes cómo hacía? ¿Cómo le venían las ideas? ¿Buscaba inspiración de alguna manera?- No, no. Me venían las formas a la cabeza, solas, como en un desfile, como en un sueño. Generalmente

en torno a alguna idea, algún tema en especial, o alguna sensación persistente; aún una preocupación.- ¿Durmiendo o despierto?- Durmiendo o despierto, es lo mismo. Antes de dormirme, siempre me vienen a la cabeza como unas

fantasías, figuras animadas, composiciones cromáticas, edificios, calles, ciudades vistas a vuelo de pájaro,de todo. A veces, una y otra vez la misma ciudad, aunque no las mismas formas. Siempre me fue una fuenteinagotable, todo ese mundo.

- Sí, entiendo, a veces también experimento sensaciones similares. Ahora, ¿ya no le pasa?- Sí, sí me sigue pasando, a veces, pero no puedo usar nada de ese material para pintar. Cuando trato de

rescatar algo no me queda nada utilizable. Depende del estado de ánimo, supongo, de la tranquilidad. Hahabido muchos artistas para quienes las dificultades, aún las más terribles, les han sido un aguijón para lainspiración. Yo no soy así. Si tengo una preocupación, un trabajo pendiente, algo, ya no puedo pintar.

- Ahora, ¿tiene algo de eso, alguna preocupación? No, no me lo diga...- Rodríguez, por favor, no nos conocemos de ayer. Conversar con usted siempre me ha ayudado. No, no

tengo preocupaciones, al menos nada fuera de lo diario. Estoy pasando por un buen período, con esto del elascenso, la tranquilidad del taller... acaso el mejor de mi vida. Sin embargo, no puedo pintar.

- "Había emprendido varias veces el estudio de la metafísica, pero otras tantas fue interrumpido por lafelicidad." Es de Hudson, el de la Tierra Purpúrea, citado por Borges.

- No toda creación ha de ser hija de la infelicidad. Me resisto a creer eso.- Yo tampoco lo creo. Pero a veces la felicidad reclama sus derechos. Es preciso concedérselos.- Me alarma mucho no poder pintar. Cuanto más me preocupo, cuanto menos hago, menos puedo hacer.

¡Es tremendo!- Pintar siempre puede.- Sí, pero...- Copie. Si no se le ocurre nada, copie.- Sí, en alguna época lo hice, cuando estaba aprendiendo, pero ahora no me parece...- Copie el cuadro, copie el tema, copie la técnica, juntas o separadas, no importa. No se preocupe por

ser original, ni por ser un buen copista. Si le sale igual, bien. Si no, también.- ...- Mientras pasa el tiempo. Conserve la técnica. Como si estuviera hibernando. Mantenga el pulso vivo.

Pinte lo que sea, pinte como sea, pero ¡pinte, pinte, pinte! No deje nunca de pintar.

Reproches de García Abril.Molinari. Junio, 1968.

El viejo García Abril, más allá del éxito y del fracaso, erigido pontífice ante el auditorio de susalumnos, la emprendía con quien le viniera en gana. Molinari, humilde ante los grandes, no podía menos deadmirar el coraje del maestro al juzgar con tanto desparpajo nombres grabados para siempre en el mármolde la fama. Salvo casos indigeribles, como el de Torres García, el pop art, algunas otras iconoclastias,donde perdía toda objetividad, los argumentos del viejo no eran improvisados, caprichosos ni fáciles derebatir. No le bastaba con desentrañar la significación del arte; hurgaba en la hermeticidad del alma,respirando a gusto en el aire adelgazado donde estas cuerdas se anudaban. Descendía de la alturaconcluyendo juicios polémicos, atrevidos, movilizantes, difícilmente descartables de un plumazo. Aún antelos más soberbios disparates del maestro, dirigidos contra algunos de sus nombres más admirados, Molinarino dejaba de recibir con simpatía las barbaridades. Encontraba siempre motivos personales, injusticias en elarmado del mundo, aún cierta ceguera colectiva, donde acaso no hubiera sino el afecto, la admiración porun hombre despojado de ambición, incansable en el trabajo, lleno de vida, indiferente a los años,apasionado en sus ideas, dispuesto a encarar los proyectos más ambiciosos, eterno en la acción como undios de mitología griega.

Molinari trabajaba tanto dentro como fuera del taller, pero nunca llevaba nada de lo hecho por su

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cuenta. Las fatídicas experiencias de sus compañeros le habían enseñado a guardar en secreto susexperimentos. Ante cualquier trabajo realizado fuera de su vista, lejos de su dirección, el viejo atacaba contoda la artillería, encontrando un sinnúmero de defectos técnicos, temáticos, de composición, de todo.Algunas veces, algo llegaba a gustarle.

- Tuviste una buena idea. Lástima que la hayas cagado así.- Maestro, lo puedo intentar de nuevo, acá. No me importa empezar de nuevo.- No, no, ya no; ahórrate el trabajo. Pintarías otro cuadro con olor a mierda.Luego de una mirada final de conmiseración a la obra, le volvía la espalda al autor, dejándolo cocinarse

en su propio escarnio. Los compañeros, dolidos por él, evitaban mirarlo. El irredento pecador se encontrabasolo, abochornado en un rincón, ansiando borrar de la faz de la tierra su malhadada creación.

No obstante la reiteración de estas tristes experiencias, los alumnos continuaban intentando acercar susobras al cadalso, en la esperanza de ver entrar, a caballo por la esquina de la plaza, un mensajero portadorde la Real Cédula de Gracia, la salvación es también consagración, conservar la cabeza es coronarla delaurel. El magnetismo del viejo hacía nacer en sus alumnos la creencia en un juicio omnipotente, infalible,generando una irreprimible ansiedad de someter a él sus trabajos: superado el estrecho guardado por estevikingo degollador, el mundo se rendiría sin luchar a los pies del novel héroe.

Molinari se había cuidado muy bien de mostrarle nada, ni tampoco de discutir sus comentarios. Serefugiaba en la posición de alumno: usted es mi maestro, corrige mis errores, aprendo de su palabra. Elviejo sabía muy bien cuando caía pesado. Provocaba a Molinari deliberadamente, sin lograr hacerlo salir endefensa de su obra. A su vez, Molinari detectaba la soterrada aprobación del viejo, jamás formulada engestos ni palabras. En la evolución de esta guerra fría, el viejo empezó a atacarle por el lado de su profesiónde bancario.

- Ya os lo dice la Biblia. ¿Habéis leído la Biblia alguna vez? ¡Qué vais a leer, en esta tierra de infieles!Habráis leído la Ley de Comercio, pero no la Biblia; hoy los únicos profetas escuchados son loseconomistas. Pues la Biblia dice: no puedes servir a dos señores. Sirves al Arte, o sirves al Dinero.

- No puedo dejar el empleo. ¡Tengo familia!- Yo también tuve mujer; el pincel me dio siempre de comer.- Yo tengo un hijo.- ¿Y qué?- Quiero darle un porvenir.- El porvenir no se lo darás tú. Si tiene algo en el cacumen el porvenir se lo dará él solo. Si es un cabeza

hueca, inmolarás tu vida por él sin provecho alguno.- No me puedo arriesgar. No sé si tendré talento.- Ni lo sabrás nunca. El punto no está ahí. Tú piensas "este viejo dedicó su vida a la pintura y ahora es

un muerto de hambre", ¿no es eso?.- ¡Yo no pienso así!- Sí, sí lo piensas, y si no, deberías pensarlo. ¿Quieres saber qué ganó este viejo muerto de hambre a lo

largo de su vida? Yo te lo digo en tres palabras: convicción de ideas. No comprarás eso con todo el dinerode tu banco. Convicción de ideas. He sido pintor. En mi vida, he sido pintor. ¿Has entendido? Pintor. Ynada más. No he tenido dudas. No he tenido ambivalencias. No he sido un traidor. Habré pasado hambre,habré sido menospreciado, habré obligado a mi mujer a la pobreza, jamás pudimos volver juntos a España,Dios sabe cómo lo deseé. Pero éstas son cosas de fuera, no importan; no me quiso menos por eso. Mi mujerme fue fiel a mí, yo fui fiel a mi destino: debía ser pintor y lo fui, en donde me dio por caer, sin hacer lascuentas de la conveniencia. Por eso, por haber vivido en la pobreza, me puedo parar aquí en este taller,mirar al mundo de frente, y cagarme en él.

Estos diálogos ocasionales, a solas en el taller, desataban en Molinari una maraña de contradicciones.- Le gusta mi trabajo. Me vé futuro.- Me considera un cobarde, un burgués atado al dinero.- Su mujer habrá sido una santa.- No tuvo hijos, no vivió la responsabilidad de mantener una familia.- No puedo arriesgarlo todo así no más.- El Banco me lleva mucho tiempo, pero ¿qué puedo hacer?- Trabajar. No distraerse, no especular. Trabajar, trabajar. Luego, ya veremos. La historia estaba infestada de artistas formados en el hambre, en la incertidumbre, en el frío de

barracones y buhardillas, en una opción total, la vida o la muerte a cara o cruz, la carne o el espíritu, no sepuede servir a dos señores, a César lo que es de César, a Dios lo que es de Dios. Nos sabemos bien lahistoria de tales o cuales pintores de las galerías de París, o de Nueva York, qué vida heroica, qué talento,qué admirable el sacrificio, qué torpeza el público, demorar tanto en reconocer la genialidad. De los otros,muchos más, descolgados mil veces de los tenduchos de arte, podridos en húmedos galpones, incineradosen las fogatas de limpieza anual, triturados con la basura ciudadana... de esos, nada. Por cada éxito público,¿cuántos fracasos ignorados? Los vencedores no sólo escriben la historia; también borran las historias de

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los perdedores. La crítica, los mecenas, el estado, las cotizaciones, el aplauso, transforman todo ese fracaso,esa hambre, esa pobreza, ese desperdicio humano, en una masa informe sin cara ni cuerpo, un amasijo deesperanzas pisoteadas, una basura humana apenas percibida en el último plano de la memoria, una entidadabstracta e inocua, una pared de barro en telón de fondo. ¿Quién se acuerda de estos hombres, de susmujeres, de sus hijos, de las mujeres e hijos resignados en favor de la engañosa persecución? ¿Quién escapaz de revivir la angustia del fracaso continuado, de la oportunidad perdida una y otra vez, de lapostergación eterna, del hombre acabándose ante la ley de Kafka, esta puerta estaba reservada sólo para tí,ahora la voy a cerrar? Por cada toro campeón, ¿cuántos triturados en harina de carne? Guido LeonardoMolinari no está dispuesto a inmolarse en la tea de la fama, por muy heroica que sea su ceniza.

- No soy capaz de ser Gauguin.Desde las Pirámides hasta Andy Warhol, el Arte apesta a carroña humana machacada bajo las muelas

de un molino arrastrado por dos bueyes inmortales uncidos al asta con los ojos vendados.

El cuadro roto.Molinari. Agosto, 1968

Cuando cedió al impulso de llevar el cuadro ante el maestro, no se le ocurrió pensar en impulsossuicidas, en conductas deterministas, en los resortes interiores de la psicología post Freud. La idea original,concebida mucho tiempo atrás, había ido evolucionando en innúmeros estudios rehechos una y otra vez.Cuando, al terminar uno de estos esbozos, pudo decir con seguridad "esto no es", supo haber encontrado sumodelo, una idea en el mundo de las ideas, salud Platón, del cual la obra de arte sería reflejo material.Experimentó entonces la agonía de este descenso: no se trataba de copiar, de seguir en la materia los trazosde la idea, sino de bajar un alma hasta la tierra, de encerrar su espíritu etéreo en una vestidura material altalle, de alumbrar una vida, el artista es la brecha de energía entre los dedos de Dios y Adán, Michelángeloestá aquí pintando al fresco, ya no estoy solo, soy el último peregrino en un camino gastado de huellas,dame, hermano, tu bendición.

El viejo miró el cuadro atentamente, en conjunto, en detalle, entrecerrando los ojos, hasta por el cantode la fibra. Después de tantos intentos, esta última versión mostraba una paleta ajustada, equilibrio decomposición, la pincelada suelta, impulsiva, aplicada con soltura de maestro japonés. Los alumnos mirabanextáticos, convertidos en estatuas de sal. Molinari, sostenido por la calidad de la propia obra, aguardabajunto a ella, firme como un soldado, el veredicto. El juicio del dios se demoraba, se demorabainexplicablemente. Nadie pensaba en respirar.

- ¡Basura!El cuadro subió al techo del taller y volvió a caer en un instante, empujado por las manazas del vikingo

desaforado, deshaciéndose sobre la efigie de piedra del buey, símbolo de San Lucas, patrono de lospintores. El viejo juntó los trozos y volvió a estrellarlos, uno por uno, sobre la estatua, manchándola decolor.

- ¡Basura! ¡Basura!Pisoteó los restos del cuadro hasta perder el aliento. Rojo de ira, desgreñado, manchadas de pintura las

manos, la cara y la túnica, se tambaleó sobre los trozos de fibra, a punto de caer. Los alumnos temían estarviendo los efectos de un ataque cerebral. Respiró pesadamente cuatro o cinco veces, olvidado de dondeestaba, perdido en el tiempo, en los enigmas de la vida, en el destino, en la historia del hombre, o vaya asaber dónde. Recuperó el aliento, en medio de jadeos. Miró alrededor, como reconociendo el lugar. Estabade regreso.

- A trabajar, vamos, a trabajar. ¿A qué venís, si no? ¿A mirarme a mí?Era un espantajo con un hilo de voz. Los alumnos volvieron a sus caballetes. Molinari permanecía

petrificado en su lugar.- Tú también. No tienes coronita.Al final de la clase, cuando se iban, el viejo anunció:- La clase próxima, análisis. No falten.Era un desagravio. En estas sesiones, el viejo colocaba unas cuantas reproducciones sobre los

caballetes; las dejaba un rato para hacer efecto, luego les hacía comentar sobre cada una, no habléisvosotros del cuadro, haced hablar al cuadro en vosotros; analizaba luego la obra, introduciendo elementoshistóricos, biográficos, estilísticos, en una exposición chispeante, llena de vitalidad. Los alumnosdisfrutaban estas sesiones; el lo sabía.

- La clase próxima... no sé si habrá "clase próxima".El incidente dejó a Molinari verde de indignación.- El cuadro era mío. No tenía derecho a romperlo.No sentía rencor por García Abril, ni siquiera ahora; lo tomaba como a un loco, irresponsable de sus

actos. No hallaba razón a tamaña brutalidad.

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- No dijo nada. No hizo una sola crítica.El cuadro le volvía a la memoria como una obra de otro, reviviendo su entusiasmo.- ¡Viejo de mierda!No volver al taller se le antojaba una cobardía insoportable; era como rendir las armas, confesar una

debilidad, no ser capaz de enfrentar un juicio adverso, brutal, sí, pero el juicio de una crítica académicapodía ser aún más brutal, más destructivo, más mortal. El viejo le diría eso en cuanto intentara pronunciaruna palabra. Debería tragarse la humillación, ir a clase como si nada hubiera pasado, desconocer el hecho,como desconocía las punzadas que el viejo le tiraba buscándole la lengua.

Sus compañeros habían quedado tan horrorizados como él. Notó en ellos una afabilidad, unasolidaridad, aún un respeto, mayores de lo habitual. En algún sentido, era como si le hubieran dado unamedalla por haber estado bajo fuego de metralla, haber derribado un avión de combate, o haber atravesadolas líneas enemigas portando un mensaje vital.

En las semanas siguientes, las clases se sucedieron como siempre, acaso con mayor amabilidad entre laspartes, como suele suceder cuando se superan situaciones de violencia. Nunca nadie mencionó el incidente.En la cabeza de Molinari, el cuadro roto volvía una y otra vez. Llegó incluso a soñar con él: junto a suscompañeros de taller, escuchaba al maestro analizar la obra como una más, sin mencionar o sin saber quiénera el autor .

Una mañana de sábado despertó en el taller, muy de madrugada, en una fuerte ansiedad, como si unmotor de reacción lo impulsara hacia adelante. Se tomó un café negro sin azúcar, colocó una fibra en elcaballete grande, se ubicó de espaldas a la ventana y se lanzó a pintar. El teléfono sonó varias veces, perono atendió. Lucía estaba en el interior, no llamaría hasta la noche, o hasta mañana. Siguió trabajando hastatarde.

- Si no descanso la voy a cagar.Caminó hasta La Pasiva; cenó una muzzarella con cerveza. Volvió al taller a paso largo, sosteniéndose

la bufanda en torno al cuello. En el taller, la estufa eléctrica mantenía agradable la temperatura. Dejóabierta una rendija al fresco para ventilar el olor a óleo. Durmió unas horas. Volvió al trabajo a la mañanasiguiente, no muy temprano. Pasó la hora de almorzar. Estaba demasiado adelantado para detenerse acomer. Se hicieron las cuatro de la tarde del domingo.

- Basta.No habría, para este cuadro, una pincelada más. En la memoria, le era imposible distinguir esta segunda

versión de la primera. Había logrado resucitar la obra destruída.Unas semanas después, a solas en el taller, habló con García Abril.- Maestro, no voy a venir más.- ¿...?- Me han sido muy útiles sus enseñanzas. De verdad. Usted me enseñó a pintar.- ¿Piensas que ya sabes suficiente?- No lo sé. - ¿Crees que no tengo más para enseñarte?- No es eso. Usted será siempre mi maestro. Aunque yo no venga.- ¡Te ofendiste porque te rompí el cuadro!- No. Lo pinté de nuevo. Lo tengo en casa, idéntico.El viejo demoró en reaccionar. Molinari pudo ver como se le vidriaban los ojos.- Ven acá, hombre. Dame un abrazo.Lo abrazó con fuerza, en silencio, como buen español. Le tomó la cabeza entre las manos; le besó en la

frente. Lo sostuvo por los brazos un momento, mirándolo fijo, el ceño una araña de arrugas.- Ahora vete. Vamos, vete. Vé con Dios.

El retrato de Alberto.La investigación. Abril, 1996.

Fernando recorría morosamente los objetos del cuarto. Allí había dormido la dueña de todo esto;vestido sus faldas largas, calzado las botitas de campo. Allí había llorado al marido muerto, escrito diariosquemados, firmado cheques por bloques de piedra para alimentar los cinceles voraces de Falcone. Allíhabía arrastrado su soledad infinita, la espera interminable, el mandato ancestral de la vida. Afuera, en laventana, bullía en el parque un carnaval de reflejos verde solar. Arboles, flores, senderos, pájaros fugaces,algún apereá, acaso una nutria emergiendo de la espesura sobre el arroyito, un poco de cielo, nada dehorizonte. Desde esa ventana, el mundo no existía.

- Está todo igual. La muchacha quita el polvo escrupulosamente. No toqué nada. Apenas entro en estecuarto.

Sobre el escritorio, de estilo, inequívocamente femenino, poblado de cajas de plumas, tinteros de vidrio

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trabajado, estatuillas de bronce, anticuados enseres de escritorio, se erguía un portarretratos tapado con untrozo de franela descolorida. Fernando lo descubrió con cuidado. Era un rostro masculino mirandofrontalmente, sin mueca ni sonrisa. Fernando lo llevó hacia la ventana. La foto se encuadraba en unrectángulo de bordes redondeados con filete dorado, el fondo de lisa tela bordó, el marco en dos hileras deramilletes dorados entrelazados al infinito formando flores en las esquinas. El hombre parecía no tenercuarenta años. La juventud lo hizo dudar.

- Es mi tío.Se acercaron a la ventana. Estampados en los haluros de plata de la vieja fotografía blanco y negro, los

rasgos juveniles de Alberto trascendían el tiempo.- ¿Cuántos años hace?- Cuarenta, o algo así.Examinó el retrato. Soltó las dos trabas. Hallaron tres fotografías superpuestas, dos de ellas muy

descoloridas por la luz, la del medio intacta.- ¿Habías visto esto?- No. - Supo que se moría, por eso hizo tres. Habrá calculado diez años por cada una.- Mi tía sabía; cambió una de las fotos; la otra siguió hasta ahora. La del medio no la llegó a usar.- Podemos mandar hacer un buen negativo.- Sí.- Murió muy joven. - Mi tía nunca se resignó.Altos del San Pedro. Arboles, flores, senderos, pájaros fugaces, animales silvestres, un poco de cielo,

nada de horizonte. La casona plantada en el parque como una fortaleza. Sobre las columnas de la entrada,las efigies emaciadas de los Seres Biformes advierten los riesgos de salir al mundo.

Surge la enfermedad.Alberto. Marzo, 1953.

Por fortuna Rossina estaba en San Pedro. La llamó a eso de las siete de la tarde. Sí, estaba bien sí, debíahacer régimen de comida, nada muy estricto, a él no le importaba lo del régimen, le gustaban las cosassencillas, sí, algo más bien vegetariano, frutas, verduras crudas, pollo, pescado, pero nada de grasas, nipicantes, ni salsas, ni alcohol, por lo que él tomaba, sólo le costaría un poco el café; sí, sí, también le habíadicho que trabajara menos, lo encararía seriamente esta vez, ya no estaba para juegos, podía estar tranquila,estaba estudiando una reestructura, no, no sólo de la empresa, de todas las inversiones también, después leexplicaría cuando lo tuviera listo; no, no era necesario venir ahora, no era tan urgente; la extrañaba, sí, peroquería planificar la reestructura en esta semana; iría para allá en cuanto tuviera algo armado, no, el viernesno, el sábado de tarde temprano, pero se quedaría hasta el lunes, bueno sí, quizás podría arreglar paravolver el martes de mañana.

Cuando colgó estaba extenuado. Sintió la frialdad de la transpiración en todo el cuerpo. No se animabaa levantarse de la silla. Se deslizó al suelo para acostarse sobre la alfombra. Marta estaba abajo, pero noquería llamarla. Se estiró completamente, las manos a los costados del cuerpo.

- Aflojar los músculos.Trató de concentrarse. No podía ser la enfermedad. Estaba paralizado de miedo, eso era. Tenía miedo,

miedo de morir, pero no era más que miedo, sólo eso, el mismo viejo y conocido miedo de siempre, el tontomiedo de morir, como si no fuéramos a morir todos.

Pensó cómo sería no estar. No le afectaría; sería como estar dormido, profundamente dormido, comodormía cuando niño. De adulto, o aún desde la adolescencia, sólo alguna vez, extenuado por el cansancio devarios días, había vuelto a experimentar esa clase de sueño. Despertaba en la mañana sorprendido de ver elsol, cómo podía ser de día, hacía un momento se había ido a la cama, una vez más se había dormido sindarse cuenta. Siempre se proponía estar atento a la llegada del sueño, pero el sueño siempre lo sorprendíaen un momento de distracción. Ahora no intentaría estar atento, sino todo lo contrario: buscaría, por todoslos medios, la distracción. ¡Si tan sólo la muerte fuera tan gentil, tan astuta como el sueño! Una nocherondaría en torno a él sin prisas, esperando verle caer vencido por el cansancio. ¿Qué apuro podría tener lamuerte, siempre vencedora? ¿Qué podrían significar para ella unos minutos, unas horas más? Abandonaríael mundo en un momento de distracción. No habría día siguiente para rescatar pasados. Como dormircuando era niño.

Estos pensamientos lo tranquilizaron. Se fue sintiendo mejor. Se irguió, trasladándose con cautela haciael sillón. El punto no era él, hundiéndose en un recobrado sueño infantil. Era el mundo que dejaba atrás. Elrostro de Rossina pasó ante sus ojos como un ave fugitiva.

- Dejarla sola. Abandonada.

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Se le estranguló la garganta. Las amígdalas eran como una bola; no conseguía tragar. Los ojos le ardían.Sintió las lágrimas quemarle la cara. Pensar en Rossina sola, desprotegida, presa de la angustia, llevándosea la mejilla alguna prenda suya, buscando rescatar algo de él, le desesperaba. ¿Cómo dejarla así,traicionarla de ese modo? Trató de olvidar estas reflexiones. Recordó la muerte de su padre, hacía pocosaños en Buenos Aires, cuando él llegó el viejo ya no estaba. La muerte de su madre, muy anterior, cuandoél tenía veinticinco. Tampoco la había visto; estaba, como siempre, en el extranjero. Quería a su madreentrañablemente, pero había sufrido más la muerte de su padre. La edad lo había ablandado. Sensibilizado,corregiría Rossina, pero él decía ablandado. Ante lo inevitable, la sensibilidad no ayuda, impide la acción,contagia, hace sufrir a otros. Había conocido el mundo, acaso por demás; era un buen ingeniero, un discretoempresario; había sido bendecido en un matrimonio por amor. Si hubiera sido unos años atrás, hubierapodido quejarse de no haber vivido aún, pero hoy ya no podía decir eso. No había caso; se había ablandado,sin vueltas. No aceptaría eso. No podía luchar contra la muerte, pero sí contra la aflicción. Permanecióinmóvil un rato más, rechazando todas las imágenes, tratando de concentrarse en la acción presente.Recordó sus años de estudiante, cuando peleaba interminablemente con ecuaciones, polinomios eintegrales.

- Cuando se estudia matemáticas, no importa si se viene el mundo abajo.Le habían sido duras de pelar, lo habían hecho llorar de desconsuelo, pero las matemáticas le habían

habilitado el dominio de su cabeza, la capacidad de dirigir a voluntad sus pensamientos, de hundirse enellos olvidado de sí mismo y del mundo exterior.

Había pasado el mareo. Se levantó, llamó para abajo, le pidió a Marta una cena simple de arroz blancocon queso, no, sin manteca por favor; ensalada de lechuga y zanahoria, la condimentaría él mismo, dosfetas de jamón... no, nada más, de postre una manzana con miel, eso sería todo. Debía hacer un régimen, yale indicaría; sí, sí, estaba perfectamente, Marta, gracias, bajaría en una hora.

Se dio una ducha caliente, cenó solo en el comedor del piso bajo. Volvió al escritorio. Tomó una tablacon papeles en blanco. Escribió desordenadamente, llenando varias hojas con frases recordatorias,esquemas, dibujó círculos, apuntó flechas, repasó, recuadró, tituló. La vocación organizativa lo distrajo. Eraun proyecto más, una racionalización; toda la vida había hecho lo mismo, sólo cambiaría un poco lanaturaleza de la cosa, pero sería apenas una obra más, una nueva aplicación de la ingeniería; para un militartodo es una batalla, para un ingeniero todo es un proyecto.

Sumergido en el trabajo, sin saber donde estaba el horizonte de planificación, la "deadline", línea demuerte, vaya nombre, asumiría plazos cortos, fijaría un coeficiente de seguridad amplio. Debía actuarrápido, con precisión, sin titubeos. Si vas a matar no dudes, era el consejo del torero; si vas a morir nodudes, sería el mandamiento para él.

Podían ser años, había dicho el médico. Pero no sabía cuántos: ¿cinco, o tres, o dos? ¿O sólo meses? Elmal trabajaría lenta, inexorablemente, destruyendo algo todos los días... ¿Qué había de nuevo? ¿No pasabalo mismo en un cuerpo sano? También la vejez destruía algo todos los días, sólo hacíamos por olvidarlo,una conspiración de silencio para vivir mejor. ¿Qué hacer en este tiempo de gracia, por demás breve?¿Viajar, gratificarse en placeres, recorrer el mundo? Disfrutar sin restricciones, no preocuparse por nada,cumplir los últimos sueños, aconsejarían, consternados, sus allegados. Nada de esto tenía sentido para él.Había logrado ordenar su vida según sus deseos, estaba ya cumpliendo sus sueños, no deseaba nada nuevo.Había recorrido el mundo solo por largos años, habían viajado con Rossina por Europa. Los países exóticosno le interesaban, nunca lograría entenderlos; ese turismo superficial se le antojaba un paseo de JardínZoológico, algo poco digno, falto de respeto. Tanto él como Rossina apreciaban su intimidad. Se proveeríalos medios para el cuidado de su cuerpo, la disciplina era su fuerte; maximizaría hasta donde le fueraposible la licencia concedida. Organizaría un retiro prematuro; delegaría los asuntos de la empresa enalguien responsable, se iría quedando en San Pedro, lejos del trabajo, aislado de la gente. Estos eran losobjetivos y los medios de su proyecto. Curiosamente, no tenía dudas: era como si se hubiera preparado todala vida para esta coyuntura. No se hallaba atormentado por difíciles encrucijadas de decisión, como le habíapasado tantas veces. Actuaba como un iluminado. Sabía, por una vez, acaso por única vez, con todaexactitud, lo que debía hacer.

Cuando terminó se había serenado. Miró el reloj. Eran las dos de la mañana. Esta noche tomaría unapastilla, no pondría despertador. Mañana revisaría todo; en la noche, la fantasía se dispara. La euforia de laacción lo mantenía a flote, bogando en precaria almadía, librado a la fuerza del remo. Un mar de angustia,profundo y oscuro, cubría extensas regiones en la geografía de su alma. Rogó fervientemente a Dios porquele concediera la entereza necesaria. Encaraba su última construcción. Sería el único obrero.

- Me dormiré sin darme cuenta; soy niño otra vez.

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Cambios en la empresa.Alberto. Abril, 1953.

Nadie había interrumpido. Del otro lado de los vidrios, hasta los ruidos de la oficina parecían forzados,como si trataran de disimular, de volver el día a la normalidad. Alberto sentía todavía el eco de los gritos enel aire, como si las palabras hubieran perdido el carácter pasajero y flotaran allí, suspendidas, atemporales,repitiéndose hasta el infinito, una torpe discusión en italiano donde él mismo había perdido los estribosusando un vocabulario sucio enterrado en los años de su infancia.

Costanzo Sfaccia permanecía hundido en el sillón. Al principio había dudado, no sabía bien dondepisaba. Luego lo había tomado a broma, era poca cosa, algunas gestiones no habían salido bien, sí, pero noera para tanto, él también había perdido, admitir los errores era de caballeros, después de todo, con nobleza,con sinceridad, para poder corregirse, así las personas se ayudaban a mejorar. Pero Alberto no estaba paracomponendas. Volvió a atacarlo, con un estilo glacial que acabó por sacar a Sfaccia de las casillas. Levantóel voluminoso cuerpo del sillón, se acercó al escritorio, gritó manoteando el aire, aporreó la mesa, se golpeóel pecho, hablando con las manos, con los codos, con el vientre agitado encima del escritorio. Cuando élhabía entrado a la empresa Alberto era un niño consentido, a él lo había nombrado el viejo Maresca paracuidar al nene, un ignorante en los negocios, un ingenierito ingenuo, se lo hubieran comido los obreros, lacompetencia o cualquiera si no fuera porque él había estado ahí desde el principio, siempre fiel a laempresa, siempre cuidando de todo, como bien sabía su padre, Dios lo tenga en santa gloria, si viera esto,Madonna mia, la trastada de su hijo contra él, hombre de confianza de toda la vida. ¿Qué había hecho esteniño en la empresa, a ver? Jugar a sus proyectitos, meterse en la fabricación en un paese di merda comequesto, donde si no fuera por la importación, por la compraventa, por su sección, la empresa se hubiera idoal cuerno, y si todavía sobrevivía era gracias a él, bancándole las pendejadas. ¡Oh, Dio, Dio,l'ingratitudine! ¡Alla mia età! ¡Tutti questi anni di sacrifizio, di lavoro! ¡Notti e giorni consacrati a fare isoldi per tutti questi cretini...!

No pudo continuar. Alberto se había levantado del escritorio rojo como la grana. Lo acusaba dementiroso, de ventajero, de aprovechador, de inútil; hacía años que venía tolerando sus maniobras,poniéndole trabas, buscando impedir concretar sus manejos para no enfrentarlo como hacía ahora; pero yahabía sido bastante, ya había fatto lo stupido suficientemente, se había terminado, tenía sobradas pruebaspara iniciarle un proceso, un proceso penal, podía mandarlo a la cárcel, non è questione di soldi, ma diandare in galera, ai capito allora?

Sfaccia giró cayendo en el sillón. Acaso recién en ese momento vio lo inevitable. Nunca había visto aAlberto in questo stato, così violento. Permaneció un rato sentado en el sillón. Alberto volvió a suescritorio. Sfaccia sacó un pañuelo del bolsillo, se enjugó la cara, limpió los cristales de los lentes. Selevantó y salió, sin una palabra, sin mirar a Alberto, sin cerrar la puerta del despacho. Alberto se incorporó,cerró la puerta y se refugió en el baño privado de la oficina. Se tomó un tiempo para serenarse, se quitó lacorbata, se lavó la cara, volvió a ponerse la corbata, se peinó. Hizo todo esto muy despacio, como si fueranoperaciones críticas, dejando pasar el tiempo. La secretaria entró varias veces; también sonó el teléfono.Imaginaba a Sonia dudando si preguntarle si estaba bien. Esto le divirtió. Las convenciones socialesdetenían la acción aún cuando ésta fuera imprescindible.

Finalmente salió. Pudo percibir el alivio de Sonia cuando lo vio sereno, como siempre. Le sonrió. Ellarespondió al punto. No quería a Sfaccia, pero le temía; le temía aún por Alberto; lo consideraba demasiadohonesto o ingenuo para tratar con el veterano Sfaccia, conocedor de todas las tramollas.

- Sonia, por favor, avise al contador López Orense que lo quiero ver; cuando pueda, no es urgente.- Sí, en seguida.La cara preocupada del aludido apareció poco después. Si había tormenta, era mejor saberlo en seguida.- Ingeniero...La turbación lo había puesto formal. Generalmente le llamaba por el nombre, Alberto simplemente,

pero ahora se le veía alerta, preparado para enfrentar dificultades.Alberto le contestó zumbón:- Contador...López sonrió distendiéndose un poco. Alberto continuó:- Guillermo, ¿no pensará que lo llamé para echarlo, no?El otro volvió a sonreír, pero no pareció bajar la guardia. Simpatizaba con Guillermo, era ordenado,

meticuloso casi, inteligente; tenía, a su juicio, una brillante carrera por delante. Pero la agitación reciente,haber superado el momento difícil, le desataba una inclinación algo perversa de ponerlo a prueba, divertirseun poco, acaso para quitarse la mala impresión de la dolorosa discusión con Sfaccia. Finalmente Guillermocontestó:

- No, no lo creo, señ... Alberto.- ¿Por qué no?- Bueno... no... no hay motivo. Me parece... usted siempre actúa con algún motivo.

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Guillermo había pasado saludablemente a la ofensiva. Alberto no quería parecer burlón.- Está bien, Guillermo. Me dejo de pavadas. Quiero que se haga cargo de la Gerencia Administrativa,

con participación en la empresa. ¿Usted sabía lo de Sfaccia, no?- Sí, sabía.- ¿Por qué no me lo dijo?- Porque usted también lo sabía. - ¿Y si no lo hubiera sabido?- Bueno, en ese caso habría buscado la forma de decírselo... -titubeó un momento- ...si hubiera visto que

usted quería saberlo, en realidad. Hay quien prefiere dejar correr las cosas aunque las sepa. Hay aúnquienes prefieren no enterarse.

Decididamente, Guillermo era el hombre. Le preguntó:- ¿Por qué cree que le ofrezco esto, Guillermo?- ...- Deje las formalidades por una vez, hable sin rodeos. Fíjese, hasta yo soy capaz de hacerlo, en alguna

ocasión...- Por mi capacidad, supongo. Porque sé hacer andar las cosas. Usted sabe, las propuestas de Sfaccia...

bueno, al menos una parte, las hacía yo. Muchas de las ideas eran mías. Usted debía saber eso, también.- Sí. Usted es capaz, lo ha demostrado plenamente. Yo valoro mucho la capacidad. Pero no se trata sólo

de eso. No es lo más importante... en este caso.Alberto se había interrumpido. Miraba fijamente el escritorio. Guillermo se alarmó. Lo vió muy

alterado, pero no atinó siquiera a preguntarle nada. Cuando Alberto levantó la vista tenía la cara tallada enpiedra.

- Usted es un hombre honesto, Guillermo. Por eso le confío el cargo. Por eso quiero su participación enla empresa. Voy a precisar mucho de usted en el futuro.

El retrato.Alberto. Junio, 1953.

Hubiera querido entregarle el retrato con sus propias manos. No lo hizo, por parecerle un acto devanidad. No quería tampoco condicionar su vida, esclavizarla a su recuerdo. Ella lo amaba hoy; en lasobrevivencia haría como pudiera. Si acaso lo amara siempre no sería por dejar un fantasma acusadorrondando sus recuerdos. Era egoísta, además de inútil, pretender conservarse en ella sin estar allí. Alguienpodía ocupar su lugar, ella sería libre, ¿para qué cargarla de cadenas? Amor impuesto es poco amor. No haychance para un ausente. Allá abajo, encerrado en las mazmorras, aullaba el dolor.

Sería difícil para ella aceptar otro hombre. No por el espíritu, sino por el cuerpo. El había debidoesperar mucho por ella, romper muchas barreras para ganar su confianza, para ingresar en su mundo dealtos muros defensivos. Ni aún bajo el parasol del matrimonio había logrado Rossina superar su vergüenzapor la liberación de su femineidad. Una feliz coincidencia le había abierto un camino de libertad cerrado amuchas mujeres de su tiempo. El primer horror de ella había sido descubrir en él esas fuerzas instintivas,brutales, arraigadas en la oscuridad. Años después, hubo de rendirse a la evidencia de encontrar esasmismas fuerzas agazapadas en su propio interior. Un torbellino de sombras la arrastraba como una hoja enla tormenta, era una bendición estar con él, consumir en el mismo fuego las teas ardientes de la pasión, elmatrimonio era la red bajo el trapecio, no sueltes mi mano, no soltaré la tuya, seremos pájaros o piedras,juntos tanto da.

No le bastaba con el secreto, era preciso el silencio. La palabra reconoce la existencia; ni aún entreellos, socios obligados de la tiranía corporal, harían tal concesión. No se trataba de pecado; no todos lospecados sindicados por los curas cuentan con aval de Dios. La avergonzaba la exhibición de la pasión, laconfesión de animalidad, no debían ser espectadores de sí mismos. Fundirse juntos en el hueco del abrazo,tejiendo alrededor un capullo de olvido, ella le taparía la boca con sus besos, nunca se dirían nada.

Lo dejó en un cajón de su escritorio; ella lo encontraría más tarde, cuando exhumara sus pertenencias.Hubiera querido dárselo de sus manos, así me volverás a ver cuando pase el tiempo, éste soy yo, ésta es mifotografía, no la imagen lastimosa de enfermo terminal que plagará tus últimos recuerdos. Ella entendería.El algunos momentos se entiende todo sin saberlo. El desmejoraría, deterioraría su rostro, su cuerpo, sucarácter, su ánimo, su presencia. Sería un amasijo de carne adelgazada, sin color, escapando entre las ropasdemasiado grandes, unos ojos apagados en un rostro macilento de rasgos exagerados, con barba de muchosdías azulándole la piel. Había querido morir en San Pedro, negándose a los hospitales, a la ciudad, a losamigos. Amaba la casa, el parque, la naturaleza salvaje, la vegetación retorcida y dura, las piedras grises delos afloramientos; pero también quería esconderse, morir solo, en paz, sin ser visto, como morían losanimales en el monte alrededor, noble compañía. No quería dejar impresa para siempre en el alma dolientede ella esa última imagen destartalada; él había sido así sólo unos meses, los últimos meses, cuando la

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batalla estaba ya perdida. Cuando ella estuviera sola, el sonido de su nombre, una planta del jardín, el cantode un pájaro, le echarían encima, como una mortaja inclemente, el cuadro repugnante de su carnemaltratada. El retrato le haría justicia, las manchas del papel triunfarían sobre el recuerdo debilitado,Alberto recobrado, el tiempo jugaría entonces una última carta en su favor.

No hubiera sido capaz de sostenerse en el momento de decírselo. Sería algo indecoroso, desagradable,imperdonable, perder la compostura. No se trataba de valentía; había algo estético en su actitud, unadignidad a preservar, un orgullo de perdedor. No quería verse a sí mismo desmoronado ante la certeza deuna muerte temprana. Le faltaba mucho por vivir, mucho por hacer; tenía la cabeza llena de proyectos, losaños felices con Rossina en los Altos del San Pedro podrían no tener fin, dejaría su corazón destrozado, eraobjeto de una injusticia atroz. Rechazaba todos estos pensamientos; pretendía tratar a la muerte como algonecesario, una instancia sin mérito alguno. No quería concederle el gusto de una queja.

Desistió de dejar nada escrito. No era hombre de mucha letra. Sus cartas de viaje eran registros desucesos cotidianos, obligadas por la distancia, cartas terrenales, crónicas de vida. Ahora, escribiría palabrasmuertas. Si ella demoraba en encontrarlo, el objeto se explicaría a sí mismo, jugaría su propio papel. Elsería acaso un observador inmaterial, lejano, dotado de una comprensión sobrenatural. El retrato estaríasolo.

La foto la había sacado él mismo, con el autodisparador de alguna de sus cámaras. Había probadodecenas de negativos, había hecho las ampliaciones él mismo. Insistía en la calidad de la foto, en lograr unabuena conservación, pero le importaba sobre todo la expresión del rostro. El trabajo le llevó varias semanas.Lo hizo despacio, metódicamente, con el mismo cuidado con que diseñaba sus bombas y cañerías. Ahoradiseñaba su cara. Su cara eterna, inmutable. Su cara del recuerdo.

Cuando logró una toma satisfactoria, destruyó todos los demás negativos y ampliaciones, hizo variascopias de la elegida, las fijó cuidadosamente, las abrillantó; colocó tres en el mismo portarretrato, una bajola otra, junto con el negativo, en papel negro, protegido de la humedad. Los haluros de plata se deteriorabancon la luz. El debía permanecer inmutable, sobrevivirse para Rossina; la fotografía debía conservarseintacta mientras los pies de ella hollaran la tierra de los vivos. Cuando debiera abandonarla, él, Alberto, elhombre del retrato, la estaría esperando.

Por qué el Gólgota.Silvana. Abril, 1996.

Después de la muerte de Alberto, mi tía quedó muy mal. Mi madre llegó a temer por su salud mental.Se volvió enseguida a Montevideo, como si huyera de una plaza de ejecución. Una autoridad suprema habíacondenado, por misteriosas razones, a un hombre intachable. Un ángel exterminador había elaboradopacientemente el tejido de la muerte, alterando las células de a una, descarriando su conducta, urdiendo elcaos, sublevando las cadenas moleculares en una independencia suicida.

No obstante lo anunciado de la muerte, la ocurrencia en sí la tomó desprevenida: se había negado apensar en la hora después. Su reacción instintiva fue la huída. Se recluyó como una cartuja en su casa deMontevideo, a consumirse en las llamas de su dolor. La preocupación de la familia, las recomendacionestendientes a la conservación de su salud eran, para ella, como afrentas: hubiera debido seguir a Alberto,como las esposas de los soberanos teocráticos, inmoladas junto a la tumba del regente dios. Sola, ansiandola muerte, dueña de considerable fortuna, a poco tocaban a su puerta contadores, escribanos, hombres deempresa. Una cadena causal pergeñada por la mente previsora de Alberto, comenzó a arrastrarla como elancla por el cabrestante de un brumoso navío. Existían poderes, cartas intención, albaceas. Rossina hubierapodido fácilmente delegar, desentenderse, virar hacia inversiones seguras, de poca atención, en alternativasofrecidas reiteradamente, explicadas en términos sencillos, avalada por consejos de amigos probados. Poralguna razón, se sintió impelida en sentido contrario: se esmeró en enterarse, en estudiar la cotización, lospapeles, las fluctuaciones de la bolsa, la evolución de los mercados. Obrando con prudencia, demoró lasdecisiones lo necesario para optar con criterio. No lo hubiera pensado ella misma, ni quienes la conocían, niacaso el propio Alberto. No obstante, un hombre tan fríamente previsor no pudo haber dejado tan ampliabrecha de libertad por error u omisión. Esa instancia de decisión fue puesta por él, aunque difícilmentesupiera cómo iba a ser utilizada.

La actividad empresarial acaso la salvó de la locura. Le insumía unas cuantas horas por semana, pero alprincipio, en medio de su dolor, debe haber dedicado bastante tiempo al estudio de todos esos asuntos. Unpar de años después, empezó a relacionarse con la familia, sobre todo con nosotros, los más allegados. Nosdio posibilidades imposibles para mis padres. A los quince años, yo ya había recorrido media Europa. No legustaba el verano; durante años pasamos ella, mi hermano y yo, todos los eneros en Italia, España, Grecia,el sur de Francia, pero sobre todo en Italia. Después empezó a ir a San Pedro. Primero fue sola, unascuantas veces; después empezó a llevarnos a nosotros. Debía estar harta de esquivar nuestras preguntas. Alllegar a la adolescencia, fuimos dejando de ir, primero Gerardo, después yo. Allí tuvo una segunda crisis:

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tenía todo para vivir plenamente, menos un objetivo, un interés, algo por lograr. Era como una bomba, unpoderoso explosivo, sin detonador. Vendió la casa, compró un apartamento, éste donde yo vivo; despuésempezó a quedarse en San Pedro. Iba un par de días a la semana a Montevideo, luego volvía para el campo.Volvió a involucrarse en las cosas de la propiedad, como cuando Alberto pasaba tanto tiempo en la fábrica.Años después, superado ya el duelo, empezó a delegar, como hubiera podido hacerlo enseguida de quedarviuda, pero entonces me eligió a mí. Por alguna razón, la seguí con una fidelidad perruna, hasta llegar atener miedo de estar viviendo una vida de prestado. Después se metió a construir esto, por motivosreligiosos, por culpas del dinero, por soledad, o vaya a saber por qué.

Acaso la pena, el aislamiento o la mera edad acabaron por desequilibrarla un poco; esa locura incipientede los cuarentones, hábiles ya en el oficio de vivir, gratificándose en la insanía sin mostrarlo a nadie,sumidos en el disimulo; muchos veteranos pasan por simples excéntricos cuando en realidad están locos deremate. Algo debió fascinarla en el proyecto de Falcone, algo encontró en él. Habrás visto en los planos, losnombres están puestos a lápiz, es letra de mi tía. En algunos papeles, comentarios ocasionales sobre elprogreso de la obra, junto a las cuentas de gastos, mi tía emplea la frase "Camino al Gólgota"; la tomé sinmás por el título de la obra. Después empecé a dudar. No sé si ese nombre se lo habrá puesto Falcone, oserá una denominación familiar personal de ella, o se refiere al proceso de construcción, no a la obra en sí,o mejor a su propio proceso mientras va construyendo esto. Pero el nombre persiste, lo usa reiteradamente.Llevaba un diario, pero lo quemó. Las esculturas de Falcone son una mezcla de todo, o más bien un ponerlas cosas unas junto a otras: coexisten materiales diversos, técnicas distintas, estilos de reminiscenciasgeográficas y temporales remotas, elementos religiosos y paganos. ¿Qué llevó a mi tía a meterse en esto?¿El fervor religioso, alimentado por la soledad? ¿La falta de ataduras mundanas, un anhelo del más allá?¿La necesidad de llenar las horas? ¿La memoria de Alberto, el descubrimiento de su proyecto, la necesidadde perpetuarlo? ¿Acaso una fusión de imágenes de Alberto en Falcone? ¿Qué puede haber de común entreAlberto y Falcone? ¿Qué puede haber visto mi tía en un hombre como Falcone, acaso un buen escultor,pero eminentemente desagradable como persona? ¿Por qué extraño mecanismo llegó a liarse en su alma elGólgota de Falcone con la soledad, la vegetación desenfrenada de San Pedro, la presencia de los restosorgánicos de Alberto alimentando la tierra detrás de la capilla?

Para colmo, no sé tampoco por qué me preocupan tanto estas cosas. Es como si en esta martingala declaves hubiera también algunas mías... es de mi familia, algo hay de mí en todo esto. A veces mesobreviene un temor cerval en el parecido con mi tía... en eso de la soledad... claro, por otras razones...Puede ser una locura, pero ahora que estás conmigo voy a terminar la obra. Es un atrevimiento, unainvasión en lo ajeno, desafiar al destino en mi consabido temor de estar repitiendo a mi tía. Pero ahora tetengo a vos, no estoy sola, no estoy haciendo ya un trabajo de preservación, de deber a cumplir, sino deconstrucción, algo de mi propia creatividad, de rehabilitación de mi vida, Silvana Fiori no es Rossina Fiori.Voy a restaurar el Gólgota porque sí, sin explicaciones, sin agregados y sin nombre. No sólo lo voy arestaurar, lo voy a terminar de construir, algo muy distinto. En realidad, ya empecé.

La enfermedad. Alberto. Agosto, 1955.

Estaba echado en la poltrona, allá en San Pedro, con la ventana abierta, en el ala oeste de la casa, sinhablar, sin leer, sin música, distraído en los ruidos del parque, en los verdes movedizos de las hojascercanas. Ya no caminaba casi. Había renunciado a recorrer los senderos, como tanto le gustara,lentamente, deteniéndose ante cada árbol, cada piedra, como si fueran viejos amigos, saludando al pasar,preguntando a cada uno por su vida vegetal o animal, enterándose de los pormenores escondidos en lamisteriosa materia inanimada de las piedras. Así se estaba, quieto, las horas interminables, despidiéndosedel mundo.

Rossina llegó desde el pasillo. El no la oyó. Ella se quedó en la puerta, inmóvil, mirándolo, hastadescubrirse las lágrimas rodando silenciosas por las mejillas. Se volvió hacia el baño de servicio paracomponerse la cara. Volvió hacia él, casual. Le acarició el pelo; él la tomó del brazo. Se sentó en labanqueta floreada.

- ¿Estás bien?- Sí, muy bien. Ahora mejor.Ella sonrió. Era la clase de cumplido fino, indirecto, que siempre le había prodigado. Escucharon un

rato los ruidos del parque. Ella se volvió hacia él con una determinación largamente alimentada. Preguntósuavemente:

- Ya sabías, ¿no?- Sí.- ¿Desde cuando?- Dos años.

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- ¡Dos años!No esperaba tanto. Unos meses, acaso, pero ¡dos años! Comenzó a debatirse entre el dolor de lo

inevitable y el enojo de haber sido excluída. Las palabras se le atragantaban. Las lágrimas le quemaban losojos, se sentía estrangulada.

- Pero... Alberto... dos años...Se echó a llorar, desconsolada. El trató de alcanzarla para recostarla sobre sí, pero ella cambió de

posición para evitarle el esfuerzo. El la acariciaba lentamente, el tiempo todavía le alcanzaba, al menospodía consolarla en ese tormento, la falta de confianza de él por no haberle dicho nada. Le murmuraba aloído, como un arrullo; no quería hacerla sufrir, sufrir él también, inútilmente, mientras no se notara, estosdos años habían estado tanto tiempo juntos, tan bien, no habría sido posible si ambos lo hubieran sabido.

- Pero Alberto, ¿cómo... cómo pudiste... cómo fuiste capaz, vos solo... una cosa como ésta?Se encogió de hombros en un gesto infantil. Lo había logrado. Una nueva conspiración de silencio.

Había conseguido callarse, olvidar acaso, durante dos años. No se había engañado, no había alimentadoesperanzas de milagros, inventando errores clínicos. Ansiaba vivir esos dos años plenamente, a su modo, deesa forma apacible, acaso monótona, según su sino y placer. Había conseguido resguardar a Rossina,protegerla, un largo tiempo; sobraba, con el resto, para despedirse. Siempre había intentado abreviar lasdespedidas.

Más tarde, en la soledad de su cuarto, Rossina recordó cuando empezó a desligarse de los asuntos de laempresa: había sido por esas fechas, algo menos de dos años atrás. Ella lo había aceptado como unarespuesta a sus reclamos de no trabajar tanto, de salir más de la ciudad, de vivir más distendidos. Pero nohabía sido eso. En pocos años la enfermedad acabaría con su cuerpo.

Se negó a toda intervención médica, salvo para alivio del dolor. La ciencia actual sólo podríaprolongarle la vida un poco más, en condiciones de dudoso bienestar. Aceptó su destino como aceptó tantasotras cosas. Rossina se sintió nuevamente una chiquilla a su lado. El la había superado una vez más, habíamanejado las cosas solo, sin su ayuda ni concurso. Era su obra suprema. El la quería a su manera, hasta elfondo de su corazón desconocido, más allá de ese autocontrol exasperante, el modo suave, la cortesíapermanente, su manera elegante de pasar siempre desapercibido, de permanecer en segundo plano, deborrar su presencia dejando pasar a todos primero. Una vez más, la había sorprendido. A pesar de sentir eldespecho de la exclusión, no pudo menos de admirarle. Así lo recordaría por años, echado en la poltrona,un pañuelo blanco en el cuello, siempre había sido sensible de garganta, escuchando los chillidos de lospájaros, buscando los colores evanescentes del otoño, sintiendo el olor de la tierra amada entrar por laventana abierta, como si el parque quisiera acompañarle dentro de la casa, porque él ya no salía.

La muerte. Alberto. Setiembre, 1955.

La enfermedad había sido larga. Se había tratado, en la medida de lo posible, de no difundir la noticia.Alberto había sido intervenido quirúrgicamente sólo en el último momento, según él mismo había pedido,buscando evitar situaciones desesperantes. Algunos afanes de prolongar la vida la convierten en unsufrimiento mayor, en una humillación indigna, haciendo de la muerte una mejor alternativa. Laintervención se realizó en el hospital de la Colonia del Sacramento, en un arreglo hecho por sus médicosparticulares con las autoridades del hospital. Respetando los deseos del enfermo, no resultó demasiadocomplicada. Con esto se evitaron muchas visitas: una intervención realizada en el interior no debía ser muygrave, los buenos sanatorios sólo están en Montevideo. Cuando salió del hospital fue llevado en ambulanciahasta los Altos del San Pedro. Allí las puertas se cerraron para todos. Su padre, acaso el único habilitado afranquearlas, lo aguardaba en el otro mundo desde hacía varios años.

Después de la operación le quedaría poco. Su mayor esfuerzo sería ahora mantener una postura tandigna como fuera posible en la degradación de su deterioro corporal. Se había hecho trasladar a unahabitación del ala Oeste, no muy utilizada, reservada a huéspedes siempre escasos. Había hecho colocar allíuna cama de hospital, un sofá, un sillón, muebles y enseres para enfermos. Había mandado comprar y traertodo esto en secreto hasta la casa; los había hecho embalar en cajones de madera con la marca de laempresa. Habían permanecido todo este tiempo ignorados en uno de los galpones.

Así vivió sus últimos meses. Rossina abandonó la alcoba compartida, en el ala este, para acompañarlotodo el tiempo. Caminaba como sonámbula. No lograba salir del asombro. ¿Cómo todo eso había pasadosin ella advertirlo? Debía haber estado ciega, completamente ciega en los ojos y en el alma. ¿Cómo habíalogrado Alberto ser tan controlado? Estaba indignada, enojada con él, furiosa consigo misma, con eldestino, con todo. Alberto, desde su lecho de enfermo, aún la dominaba con su sonrisa de preceptor,reprendiéndola dulcemente, actuando como si le hubiera ganado una bagatela en un juego infantil y ella sehubiera ofendido. No se dejaba desconcertar nunca, ni aún cuando ella perdía los estribos, acusándole defrialdad, de egocentrismo, de no haber confiado en ella. Era la rebeldía de ella ante lo inevitable, era su

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manera de impugnar el destino. En el tiempo, estos reproches la dañarían. Las palabras que hoy se leescapaban se volverían contra ella como agujas, inexplicables, increíbles, a herirla desde el pasado. En esosmomentos difíciles, él trataba de distraerla, de atraerla hacia sí en una reconciliación por la palabra. Seobligó a seguir una rutina diaria, arrastrando con ella a todos los de la casa. En medio de su indignación,Rossina estaba como en un estado de fascinación. Sentía en todo momento la entereza de su marido, laprofundidad de su fé, la determinación de sus actos, su seguridad sabiendo que se moría, habiendo tomadotodas las previsiones.

Los días se deslizaban con pocos cambios. De mañana desayunaban juntos, luego ella rezaba en vozbaja frente a un relicario español con imágenes de la Pasión, regalo del Padre Giovanni enviado desde unpuerto de escala durante el viaje de regreso a Italia. A media mañana, ella se ocupaba de dirigir las tareas dela casa. De tarde, él reposaba una hora o dos, según su estado. Sólo durante este rato ella lo dejaba solo,para irse a descansar a su habitación, buscando, muchas veces inútilmente, recuperar el sueño perdido en lanoche. Cerca de las cuatro, volvía a su lado. El ama de llaves, una enfermera profesional y una muchachade servicio estaban siempre a la orden. Habiendo asimilado la rutina de la casa, sabían cuando retirarse.Rossina las había elegido con cuidado y decisión. Eran mujeres del campo, fieles, abnegadas. El ama dellaves era como de la familia; la otra muchacha apenas sabía leer pero había desplazado, por su bondad,disposición y vivacidad, a candidatas mejor preparadas. Esas horas de la tarde eran las más agradables paraellos; también las más difíciles. La separación inminente planeaba sobre ellos como la sombra de un avenocturna. Rossina había ido aprendiendo, por ejemplo de él, a no dejarse ganar por la desesperación.Conversaban, leían, escuchaban música, según una selección de Alberto, hecha de catálogos yrecomendaciones, concentrada en evitar piezas conocidas o asociadas con posibles añoranzas. Aún así, enmuchos momentos él pedía algún cambio, pretextando defectos de grabación, composición o cualquiercosa. La música siempre le había gustado mucho. Cuando el día no estaba demasiado frío, abrían un rato laventana para escuchar los pájaros.

El doctor Morelli venía día por medio, viajando desde Montevideo para estar un rato con él, hablar conla enfermera y con Rossina, aumentar la frecuencia de los calmantes. Esto iba dejando a Alberto cada vezmás tiempo adormilado. Una tarde lo encontró débil de pulso. Hizo salir fuera a Rossina, dejando con él ala enfermera. El mismo le inyectó los calmantes. Cuando salió la enfermera, Rossina lo encontró sentadofrente a Alberto, inmóvil. Cuando la oyó se levantó para dejarla pasar hacia el lecho, mientras limpiaba conun pañuelo los cristales empañados de sus anteojos.

Alberto dormía bajo el efecto de los calmantes. Rossina lo miró consternada. Parecía ver recién ahoracomo estaba, tan delgado, las prominencias de los huesos marcadas en la cara, la piel como gastada.Jadeaba por momentos. Rossina le tocó la frente. La sintió fría. Se volvió hacia el médico con brusquedad.

- Se está muriendo -dijo sin voz.El médico asintió sin darse cuenta. Rossina levantó la silla para arrimarla a la cama. El médico se

adelantó, tomándola del brazo.- Puede llevarle muchas horas. No se aniquile. El cuenta con usted, con su voluntad, para estos

momentos.Rossina se sobresaltó casi. Esas palabras no eran del médico. Todas las palabras dichas o por decir ya

habían sido pronunciadas, todos los momentos eran pasado, Alberto sabía, el médico sabía, ella sabía, todossabían todo, no era preciso escuchar ni decir más, cualquier frase posible sería una repetición innecesaria.Se sentó en la silla sin siquiera intentar tomar la mano del enfermo.

- No se preocupe. Estaré bien.El médico se sentó junto a ella. Extrajo una revista de medicina de su valija, pero la mirada se le perdía

en la ventana. A las nueve Rossina le hizo servir algo de cenar. A las once la muchacha le trajo café. Al darla una el reloj de la sala, a la edad de cuarenta y tres años, falleció en la Paz del Señor, confortado con losSantos Sacramentos y la Bendición Papal, acompañado de sus deudos, el ingeniero industrial Alberto MarioMaresca, empresario de trayectoria destacada, productor agropecuario, benefactor generoso, buen vecino yhombre de bien. Se llevó, aprisionado en los pulmones, un puñado del aire de San Pedro.

La descendencia.La Investigación. Mayo, 1996.

- ¿Nunca quisiste tener hijos?- No.- ¿Y tus mujeres?- En realidad, no sé.- ¿Te das cuenta lo que estás diciendo?- S-sí, es una barbaridad, pero es así. Nunca lo hablamos.- No siempre es necesario hablar.

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- ...- No podés estar al lado de una mujer e ignorar esas cosas. Son demasiado fundamentales. Ya bastante

grave es que vos mismo no te lo hayas planteado.- Carina habría querido tener un hijo, aunque nunca me lo dijo.- Sabría que vos no querías.- Puede ser.- ¿Y las otras?- No hubo tiempo. Estuvimos juntos solo un par de años.- Es tiempo suficiente para hablar del tema.- Lo hablamos, al principio, para cuidarnos.- También lo hablaste conmigo. Fue lo primero que te preocupó.- No íbamos a correr el riesgo recién conocidos, quiero decir, conocidos como pareja. Eso lo deberías

ver como una genuina preocupación de mi parte, no dejarte embarazada al primer día, sin saber como nosllevaríamos.

- No creíste que no podía tener.- La infertilidad es muy difícil de probar, tanto en el hombre como en la mujer.- Pues ya ves, llevamos casi un año sin cuidarnos y nada. No hay ningún riesgo.- Mejor.Cuando levantó la vista, alarmado por la duración del silencio, la vio paralizada por un rayo, la cara de

mármol, los ojos brillantes de lágrimas.- Perdoname, por favor. Fue sin pensar.Silvana se levantó sin mirarlo. Intentó detenerla en un abrazo.- Soltame.- No seas así, no te vayas. Fue una brutalidad, lo reconozco. De nuevo te pido, perdoname, por favor.Era inútil insistir. La vio en instantes eternos juntar sus cosas como un autómata, dejarle la llave del

departamento sobre la mesa, tomar el ascensor, desaparecer en el descenso. Le parecía inconcebible habercometido semejante brutalidad. No quiso arriesgarse al teléfono, el contestador, la falta de respuesta.Transcurridas cuarenta y ocho horas en autoflagelación, llevando el corazón vendado como una momia, lafue a buscar.

- Silvana, soy yo, Fernando. Bajá un momento, por favor. No me hagas hacer papelones. El portero memira como a un delincuente.

- En eso tiene razón. Subí.La broma le pareció auspiciosa. Igual no dejaría pasar el punto. No quería mentiras interpuestas entre

los dos. Había pasado dos noches de mierda, sintiéndose un salvaje, dándose cuenta a cada minuto de comola necesitaba, siendo capaz, recién ahora en esta tardía etapa de su vida, de apreciar el homenaje de unamujer eligiéndolo como padre para un hijo de su vientre.

- ¿Querés un café? Voy a hacer para mí.- Gracias.Conocía el departamento de mucho tiempo atrás, en alguna pasada por asuntos de trabajo. En esta

difícil circunstancia, se encontraba allí por primera vez después de iniciado su romance con Silvana. Tuvotiempo de apreciar el pleno significado de haber sido elegido por ella: desde las enormes ventanas se veíabuena parte del Parque de Golf, la Facultad de Ingeniería, la rambla hasta la línea del horizonte hacia eloeste. Un espacioso balcón sugería puestas de sol de tarjeta postal. Ella debía vivir aquí como una reina,pero no había dudado en instalarse con él en su departamento de un dormitorio, guardar su ropa en dosestantes separados del placard, ir con él al supermercado, lavar los platos, hacer la cama, aunque él insistíaen ayudarla, las cosas deben ser entre los dos.

- Pasé dos noches de mierda, no sólo por el miedo de perderte; no soporto la idea de hacerte daño.- Pues lo hiciste.- Ya lo sé, muy bien lo sé; también me lo hice yo mismo.- Es una de tus especialidades.- No sé, no me importa, pero no soporto la idea de hacerte daño. Lo dije sin pensar, es una brutalidad, lo

reconozco...- Por algo lo dijiste.- Sí, estuve pensando en eso. No sé muy bien. Nunca quise asumir responsabilidades, me agobian.

Desde chico tenía la ilusión de hacer algo importante, algo como para dejar en la memoria de los hombres,pertenecer al grupo de seres cuya existencia redime las basuras de la humanidad. Después fui descubriendola escasa significación de muchas grandes realizaciones, pero a pesar del calor de tu presencia sigosintiendo el mundo como algo inherentemente malo, aunque yo esté ahora refugiado en el oasis de larelación contigo. No me sentí nunca inclinado a traer un nuevo ser al mundo.

- Ni a ocuparte de él.- Es cierto. Ni a ocuparme de él. Tenía unas ínfulas de trascendencia en las cuales una familia, hijos, no

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tenían cabida. Yo tenía cosas importantes para hacer en la vida, mi nombre iba a quedar grabado en lahistoria con caracteres de piedra. No, no te equivoques, no soy tan imbécil como para creer en la fama, laadmiración, la música celestial de los aplausos. Pero quería hacer algo, ganarme el derecho de ingreso a lasociedad selecta de los hombres destacados; no de los famosos, por cierto, eso es otra cosa, poder miraratrás y decir esto soy yo, ésta es mi obra, mis años sobre la tierra tienen una justificación, han servido paraalgo, fueron un voto en favor de la vida.

- Un hijo es un voto en favor de la vida.- Sí, ya lo sé, pero hay muchos votantes para esa urna, muchos menos para las otras urnas, acaso más

necesitadas.- No tiene por qué ser una cosa o la otra. Muchos hombres ilustres han tenido hijos, y han sido capaces

de hacer por la humanidad como ni vos ni yo podríamos, y ninguno de los dos tenemos hijos.- Tuve una vida dura, Silvana. En mi casa nunca sobró nada.- En la mía tampoco, no te olvides. Mi padre era bancario, lo echaron en la dictadura, mi madre había

sido criada a la antigua, para ser mujer de su casa; se puso a trabajar sin haberlo hecho nunca, así salimosadelante. Todo esto era de mi tía, ni siquiera de ella, de mi tío Alberto, él había nacido en cuna de oro, peronosotros no. En mi casa siempre se vivió modestamente. Mi tía siempre miró por nosotros, pero mi padreera muy orgulloso, mi madre lo acompañaba en todo, no pude haber pedido nada más. Tus padres, los míos,tuvieron bastante poco, pero se animaron a tener hijos, los criaron decentemente, no tienen reproches parahacerse, fueron capaces de asumir la vida.

- ¿Viste un médico, hiciste algún tratamiento?- No me dio el tiempo. Cuando estaba por hacerlo me separé.- ¿Siempre quisiste tener hijos?- No. Estaba orgullosa de mi libertad, de poder estudiar, salir, volver a cualquier hora, sin obligaciones

ni controles, nadie me reclamaba tareas, horarios, responsabilidades; mi vida era enteramente mía. Cuandovisitaba a mis amigas, todas casadas y con críos, me sentía admirada, envidiada, toda esa libertad y ellaspreparando biberones, sufriendo con las enfermedades infantiles, las noches sin dormir, la atención almarido. Pero no, no era así. En realidad, me tenían lástima.

- No me parece bien querer tener un hijo así sola, sin un hombre al lado, o si no te interesa el hombrecon quien estás. Por algo se precisa un hombre para hacerlo.

- Me interesaba el hombre con quien estaba. Por eso quise tener un hijo.- ¿Y ahora?- ...- ¿...?- Sigo queriendo tener un hijo.

La otra llave.La Investigación. Junio, 1996.

- Don Guido, ¿cómo está?- ¡Bien, nena, bien! No tengo nada. Me tienen en observación. ¡En observación! No sé qué más me

quieren observar, ya me observaron por todos lados. Bueno, casi todos, no vamos a darles ideas, estos soncapaces de cualquier cosa.

- ¿Pero qué le pasó?- Nada, nena, una taquicardia, los nervios, como siempre. Vos sabés, yo soy muy nervioso, y el otro día,

cuando llegué al taller, no sabés lo que había en el rincón, el del fondo, del lado izquierdo. ¿Qué había, eh?¿Sabés qué había?

- No, no sé.- No importa, decí.- ¡Pero don Guido, no sé!- Imaginate, decí algo, cualquier cosa, ¡algo horrible!- ¿Un murciélago? Una vez entró uno al apartamento.- ¡No, m'hija, qué murciélago ni que ocho cuartos! ¡Algo horrible! ¡Humedad!- ¿Humedad?- Si, querida, sí, tal como te digo. ¡Humedad! ¡Hu-me-dad!- Pero don Guido, de dónde...- Del baño de arriba, por supuesto. Ahí no más llamé a la administradora, hice subir al portero, tocamos

timbre, es el estudio de un contador, me atendió la yegua de la secretaria, una gorda prepotente, pero a míno me iba a ganar, ahí no más la hice bajar con el portero, le hice ver la mancha, le canté las cuarenta bienclarito.

- Acá está el señor portero, usted misma lo puede comprobar, viene de su baño; ya le avisé a la

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administración, esta tarde viene la escribana a labrar el acta, voy ahora mismo para la Intendencia a hacer ladenuncia, mi abogado se va a poner como loco, estos cuadros valen una fortuna, dígale al contador, si noarregla mañana mismo lo voy a demandar por dos millones de dólares, sí, escuchó bien, dos millones dedólares. Por si no me cree, vaya y pregunte en cualquier galería de arte cuanto vale un Molinari, dígale alcontador.

- La mujer quedó pálida como muerta, sí maestro, no se ponga así maestro, ya mismo lo llamo alcontador, verá como se arregla enseguida, yo conozco un sanitario, hizo el baño en mi casa el año pasado,trabaja muy bien. ¡El susto que le pegué!

- Pero don Guido, ¿había necesidad? ¡Pobre mujer!- ¡Qué pobre ni pobre! Si no hacés así no te dan bolilla, qué les importa, si a ellos no les pasa nada,

hacen pipí y me cae a mí en la cabeza.- ¡Don Guido! ¡No exagere!- No exagere, no exagere, como uno es viejo se creen que pueden hacerle cualquier cosa.- Mire usted cómo quedó, con la taquicardia. ¡Podía haberle dado algo!- Qué me va a dar, me dio cuando ví esa mancha. Ahora me dejaron clavado acá, ya tengo el alta pero

no me dejan salir hasta mañana; no sé si habrán arreglado la pérdida. ¿Vos no irías a ver? ¡Me harías ungran favor!

- Sí, claro, ¡cómo no voy a ir!- Tomá, acá tenés la llave, ésta es la de abajo, estas tres son las de arriba.- Don Guido, no desarme el llavero; voy y vuelvo, se lo traigo enseguida.- No, nena, no. Quedate con las llaves, por si me pasa algo.- Don Guido, qué le va a pasar.- Esta vez no, pero igual, hace tiempo te las tendría que haber dado. La escribana es María Eugenia, la

hija de Arregui, vos la conocés. Ella tiene mi testamento. Secreto, ¿eh? Sólo entre vos y yo, como lasdemás cosas. Nadie sabe del testamento.

- Don Guido, déjese de embromar.- Cuando yo me muera lo primero que hacés es hablar con María Eugenia, ¿entendiste? Antes de llamar

a la cochería; un cadáver no tiene apuro, puede esperar.- ¡Don Guido, está para el humor negro! ¿Está seguro? ¿Quiere que me quede con las llaves, realmente?- ¿Estoy chocho, acaso? ¿No sé lo que digo? Tenelas, te digo, no me discutas. Todos me discuten. Es la

única que hay...- ¿ ... ?- Bueno, no, hay otra, pero nadie la va a usar. - ¿Otra llave? ¿El portero?- No, qué portero, a ese beodo no le daría la llave nunca en la vida.- No es beodo, don Guido, no diga eso. ¿Quién tiene la otra llave?- Nada, nena, no importa, llevate vos esa llave, no me pongas nervioso. Ahora andá a ver si esos

sinvergüenzas arreglaron la pérdida. Y ojito, ¿eh?- ¿ ... ?- No se te ocurra revolverme los cuadros, no vayas a vichar nada. Yo te voy a mostrar cuando llegue el

momento. Prometeme.- ¡Pero don Guido! ¿Cómo le voy a vichar sin su permiso?- Prometeme.- Está bien, prometo. No le voy a mirar los cuadros.- Bueno, ahora andá a ver esa mancha. ¡Ay nena, sos la única persona en quien puedo confiar!

La intimidad.La Investigación. Junio, 1996.

- ¿A que no sabés donde estuve?- No.- En el taller de Molinari. Sola.- ¡Sola! ¿Sigue internado?- Está perfecto, ya tiene el alta, sale mañana. Hablé con el médico de guardia.- ¿Y por qué milagro lograste entrar en el taller?- Me dio la llave. Para ver si habían arreglado una humedad.- ¿Viste algo? ¿Qué está haciendo?- No, no revisé nada. Le había prometido. Pero me traje los diarios.- ¡Silvana! ¿Cómo pudiste?- Ya los devolví. Tengo todo fotocopiado.

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- ¡ ... !- Bueno, le prometí no vicharle los cuadros, pero nada de los diarios.- ¡Igual! ¡Si se entera te mata!- Dejé todo en su sitio, hasta el mínimo detalle, una espía digna de James Bond. Hay cientos de cuadros,

en cajas especiales de madera con separadores, de diseños distintos para guardar cuadros sobre papel osobre fibra, en tela son pocos. No abrí ninguna de las cajas, pero al menos las pude contar; son más decuarenta; hay unas cuantas vacías. Veintidós están fechadas desde hasta; doce tienen sólo signos, esossignos suyos que nadie sabe qué son. Hay cinco cajas con dibujito de las fases de la luna, como en losalmanaques. La luna nueva se repite.

- ¿Viste algo de los diarios?- Sí. Una decepción. Muy incoherentes. No son diarios, en realidad, sólo reflexiones, cosas sueltas.

Basura.- ¡Silvana! Te desconozco.- Ya lo sé. Por eso te gusto.- No es verdad. Cuanto más te conozco más me gustás.- Uh-uh.- Bueno, qué de los diarios, no me distraigas con tus encantos.- Están las fotocopias en la galería, bastante legibles, si las querés ver.- Después; ahora contame, me gusta más.- Escribe cualquier cosa, sin ningún orden: reflexiones, anécdotas, sueños, experiencias místicas,

algunas muy disparatadas. Habla de pintura, también, pero no de los cuadros en sí, sino de cómo se leocurren las cosas, qué le viene a la cabeza, supuestamente mientras está pintando, pero no puede saberse aqué cuadro se refiere. A veces, en el taller, nos leía cosas de ahí, nunca supimos a cuento de qué. Nisiquiera en lo artístico se le puede creer mucho; a mi juicio, confunde más de lo que aclara. Hasta podría serintencional. Me parece preferible olvidar sus escritos, esperar a ver la obra.

- Nunca sabemos nada. De Falcone porque no escribió, nadie recuerda su arte, el único documento esun parte policial. De Molinari, tenemos cientos de páginas escritas, montañas de artículos, habló por loscodos, todos sus amigos pueden contar anécdotas. Y estamos igual.

- El arte refleja misterios de la vida, Fernando. Nunca vas a saber.- No pretendo develar los misterios de la vida, sólo conocer a las personas. ¿Quién es Molinari? ¿El

autor de los diarios, el pintor, el quejoso permanente, el sacrificado esposo de mujer loca, el viejito amablesaludando a todo el mundo en el Mercado del Puerto? Acaso por eso esconde sus obras, para dejar untestimonio único, definitivo. Cuando su obra se conozca, no habrá fotografías, conferencias de prensa,paneles ni recepciones. Ni siquiera estará él para calentarse con la crítica.

- Es muy probable. Cuando un individuo se hace público ya no puede ser él mismo, queda obligado avivir en el molde de una imagen; incluso muchos acaban por creerse ellos mismos la mentira de su genio.

- Estamos todos angurrientos de mentiras, todos queremos ver la pasión arrolladora, la fuerza deHércules, el fluido creador colando del místico grial, unas gotas bastan; vemos al artista como un sacerdotedesentrañando el misterio de la vida, atisbando por el ojo de la cerradura el pizarrón donde están escritas lasrespuestas al examen de metafísica, un alumno agraciado con la libreta de apuntes repleta de infaliblesrecetas en letra diminuta. Nos cruzamos con Molinari por las calles de la ciudad vieja creyendo ver lamaterialización de un ángel, cuando apenas pasa frente a nosotros un viejito desvalido, el saco sobrándoleen el cuerpo enflaquecido, los ojos un tanto lagrimeantes, andando a los tropezones, sumido en la dudapermanente, un estrafalario fantasma del desierto incapaz de decidir siquiera un trazo para cortar el blancodel papel , un infante anciano ahogándose a cada momento en un vaso de agua ni siquiera lleno, un conoapoyado sobre el vértice siempre a punto de caer.

- Se queja, chilla y patalea, pero no se ahoga ni se cae; esgrime el pincel con temible maestría, puedearrinconar a más de cuatro nombres resonantes reduciéndolos a ingenuos escolares advenedizos. Es cierto,ofrece una imagen lastimosa, pero nuestra pobreza es tal que alcanza un solo rasgo, una sola cosa bienhecha, para obtener la admiración de todos.

- No sé, algo me empuja hacia estas interrogaciones ociosas, como si hubiera algo para entender. Unbuscador simplón alucinado por la Quimera del Oro.

- ...- ...- Estuve dudando. Podríamos ir esta noche a ver los cuadros... tendríamos tiempo, no se daría cuenta.- No, Silvana, no vamos nada. Diste tu palabra. El viejo será un chiflado pero está en todo su derecho.

Si quiere mantener su obra en secreto, bien lo puede hacer.- Está bien, estoy de acuerdo; era más bien por llevarte a vos.- No necesitamos ver la obra oculta de Molinari, por más que nos pique la curiosidad. Me dañaría verte

faltar a tu palabra por darme un gusto a mí. Si estuvieras sola no lo harías.- No.

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- Entonces ahora tampoco. Además yo no quiero ir.- ¿ ... ?- No me gustaría que me lo hicieran a mí. Si me aparto del mundo, enseñar mi obra sin permiso sería

como si me desnudaran en público. Con la edad los sentimientos se reblandecen. Hay múltiples ejemploslamentables de hombres extraordinarios desmereciendo sus últimos años en manifestacionesmelodramáticas, penosas confesiones cuajadas de sensiblería.

- Es natural. A mí me pasa. No es ninguna vergüenza. El vivir sensibiliza, reviste de nostalgia, valoriza.Puede haber algo de sensiblería, pero no me indigna; más bien me resulta conmovedora, esa confesión deinterioridad. No es nada malo; nosotros, cuando nos descascaramos un poco, nos entendemos mejor. No megusta verte siempre hecho un perro.

- De acuerdo, no es malo, pero debe quedar confinado a la intimidad. Para vos puedo ser un llorónsentimental, si me jurás guardar el secreto. Ante los demás trataré, por todos los medios, de mantener laentereza. Quiero seguir siendo el mismo perro con el mismo collar.

No más allá. Silvana. Julio, 1996.

¿Qué más podía pedir? No lo sabía, pero igual lo pedía. El corazón del hombre está inquieto mientrasno descansa en Dios, decía su tía, admiradora de San Agustín. Fiel al espíritu libertario heredado de supadre, ella escuchaba estas cosas como quien oye llover. Más tarde, en la lucha con sus propias inquietudes,la frase había vuelto del pasado convertida en un enigma: ¿qué significaba descansar en Dios? ¿La muerte,la fé? No sentía vocación religiosa ni quería morir; la receta del bueno de Agustín no servía para ella.Manejaba el pincel con digna soltura; su mano, ablandada en la adolescencia por los rezongos de Molinari,había provisto tiempo atrás un desahogo para su desazón. Más tarde, en San Pedro, había vuelto a tocar elpiano; hallaba mayor alivio en interpretar creaciones ajenas, seguir un camino marcado, desgranar las notasuna a una, lanzarlas al aire para dejarlas marchar en una suelta de palomas, maravillosa inspiración,maestros, sigo vuestros rastros en el cielo, los mapas son estas partituras, el metrónomo una brújula deltiempo, recreo estos sonidos inmortales en la intimidad de una inasible pompa de jabón.

Tocaba siempre sola. Aquella noche en San Pedro, con Fernando rendido por el sueño en el cuarto dehuéspedes, había tocado para él en secreto, trastornada por la emoción de saberlo allí. Apretada luego en suabrazo no supo ya de pianos, palomas, soledades ni San Pedros. El rapto, la fascinación, el embeleso, laalucinación habían ardido en vapores aromáticos como el incienso en los terreiros del Umbanda. La cálidanoche del encuentro había deslizado a los amantes hacia un bálsamo de sueño; el sol naciente losdespertaba ahora a una mañana de gorjeos donde los árboles parecían sonreír; la primavera había hechoirrupción en las horas primas.

Un pájaro no puede permanecer en vuelo indefinidamente, ni sería posible existir en el éxtasiscontinuado. Como en la magdalena de Marcel, el sabor de cada bocado va disgregando su poder deevocación en los sorbos del té. Afortunadamente. En su ingenuidad adolescente, había creído ver en estatransmutación de la pasión el fin del amor; ahora comprendía ese éxtasis primario como unos RealesFuegos de Artificio, efímeros por naturaleza; una obertura brillante para la extensa Música de las Aguasdonde bogaría la barca do verdadeiro amor.

Había defendido siempre la independencia de la mujer, la igualdad de los derechos, de lasoportunidades, no hay profesiones masculinas o femeninas, la especie es una, los sexos un accidente. Luegode levantar tantas pancartas, se descubría cocinando para un hombre como no se hubiera imaginado a símisma ni tan sólo dos o tres años atrás, coleccionando recetas, ofreciendo el alimento de sus manos conorgullo, disfrutando traviesamente la tribulación de él, educado en la misma escuela, haciendo por ayudarla,no sé cocinar pero dejame al menos lavar los platos, no quiero sentirme un zángano, está bien pero ahoraandate a leer, yo te llamo cuando esté. Se había ido apropiando, sin proponérselo, de la casa de él, llevandoplatos de vidrio ahumado, cubiertos suficientes, servilletas de tela, un juego de sartenes de teflón, unhornito eléctrico, pegotines para la heladera. Elegía estos elementos de comodidad doméstica intentandotambién contemplar el gusto de él, no muy formado. En solapados acarreos de hormiga vistió el austeroapartamento de soltero con las prendas coloridas de una casa con mujer. El había protestado al principio, nome dí cuenta, me hubieras dicho si faltaba algo, no debiste; luego la dejó hacer, admirándose siempre desus adquisiciones, estas tazas de café parecen de novela inglesa, estos repasadores se podrían colgar en lapared, el buen gusto de una mujer se ve hasta en la esponja de fregar. Aceptó él, acaso sin darse cuenta, suautoridad en la casa, dejándola hacer a su antojo, seguro de ver superadas sus escasas o nulas pretensiones.El asombro, la admiración, la confianza mostrada por él ante su manejo, la complaciente aceptación de estainvasión, la henchían de satisfacción, sumiéndola en un bienestar sereno jamás experimentado antes.

No todo eran rosas. Habían caído, con la cercanía, en una sucesión de nimios enfrentamientos cuyoorigen creía ella encontrar en esa misma verificación de mutua dependencia: ¿contaban el uno con el otro,

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sí o no? ¿Hasta dónde? Llevaban casi un año juntos, no se hablaba de convivencia, ni de matrimonio, ni deproyectos futuros. Un año no era mucho tiempo a los veinte o treinta, pero ambos pasaban ya de loscuarenta; rebasada la mitad del camino de la vida, eran adultos en pleno derecho con casa, profesión ymedios; el resto del día podía fácilmente consumirse en alegres correteos por el parque infantil. ¿Qué losdetenía? ¿Cuánto más podían esperar? El matrimonio no quitaba el sueño a ninguno de los dos, el amor noes un asunto de Estado, pero un presente continuo como éste obligaba a vivir en el aire como los cuervos decabeza colorada, trabadas las alas abiertas por una peculiaridad ósea, horas de vuelo sin esfuerzo planeandosobre la palma de una brisa leve. No eran ellos cuervos ni cabezas coloradas, no tenían trabas óseas en lasalas. No apreciaban los fríos de la altura. Se enfrentaban a veces con dureza por trivialidades, debajo de lascuales yacía siempre la pregunta secreta, arrancando uno a uno los pétalos de la triste margarita del amor enduda, me quiere mucho, poquito, nada. Otro pájaro, también negro y de rapiña, siempre al acecho,descendía desde un oscuro nidal en las alturas de la bóveda crucero para rasgar el silencio recoleto de lacatedral gótica en crueles tajos de graznidos.

No hay seguridad, no hay compromiso, no hay juramento, nada es inviolable, hoy te amo, mañana no sési te querré. ¿Entonces, qué? La relatividad del siglo nos tiene colgados de un hilo como una araña bajandode una rama en pos de anclar su tela; nos balanceamos en el vacío sin alcanzar nunca, a diferencia de laaraña, un suelo firme donde sustentar nuestros anhelos. Era una mujer de éxito, lo tenía todo; gozaba debuena salud, exhibía una discreta belleza, nadie le daba su edad; tenía su profesión, manejaba el campo, lagalería, los valores financieros, con una solvencia inesperada aún para ella misma; más de un advenedizohabía salido despedido con cajas destempladas, no le habían faltado pretendientes honestos de corazón en lamano, se hallaba en brazos de un hombre capaz de conmoverla luego de un largo desfile de modelossignado por la indiferencia o los ahogos de aburrimiento. ¿Qué más necesitaba? ¿Qué más podría querer?En la fortaleza erigida en su juventud no ondeaban ya las banderolas; las torres habían sido derribadas porlas catapultas del tiempo, el golpe de los arietes sobre los portalones caía con la regularidad del agua en laclepsidra. Refugiada en su último baluarte, sitiada por un ejército sin soldados, las máquinas de guerra semovían por sí al empuje de un atavismo ciego; inútil pensar en parlamentos ni armisticios. Hubo de rendirla plaza sin condiciones: ansiaba constituir una familia, compartir casa y vida con su hombre, tener un hijode él, aplacar el llanto infantil por la magia de las voces combinadas del hombre y la mujer.

No había vuelta atrás. Una vez asimilada la terrible verdad, ninguna pretensión de error la pudo salvar.Quería esperar a su hombre en las tardes para comentar banalidades del día, compartir una cena caliente,verlo leer en la cama, despertar bajo la mirada de sus ojos, estar en sus pensamientos, ordenar su ropa,firmar juntos en el banco los documentos de custodia. Estaba harta de presidir, debía asumir él; ellaquedaría como vice, con voz y voto, aún poder de veto, pero el jefe de familia sería él, a la vieja usanza;ella se pondría caprichosa, reclamaría su atención, lo mimaría hasta habituarlo, lo arrojaría de cabeza en unremanso de bienestar; se recostaría en delicioso abandono sobre el pecho firme de su autoridad. Como elcompadre de los puertos de Cabra, quería ella cambiar el caballo por la casa, la montura por espejo, elcuchillo por la manta. Por si el baúl de sus pretensiones no estuviera ya suficientemente lleno, en el folletopromocional de su viaje inolvidable debía ser él quien se acercase a ella, le tomara la mano entre las suyas ymurmurara, grave la voz para no farfullar, quiero hacerte mi mujer.

El reducto secreto.Molinari. Diciembre, 1969.

- Me voy a ir.- ¿Está seguro? Piénselo bien, Molinari. Todavía quedan puestos para usted, su carrera no termina aquí.

A estas alturas las mejoras son sustanciales. Al Banco le interesa retenerlo. No en contra de su voluntad,por supuesto, usted tiene el mismo derecho de todos. No le puedo garantizar nada, pero usted está muy bienconceptuado. Con los retiros, va a haber movimientos.

- Muchas gracias, de veras le agradezco, pero igual...- No me conteste ahora. Tan sólo tómese un tiempo para pensarlo. No hay apuro. Váyase unos días para

afuera, convérselo con su familia. No olvide lo que le dije; más no puedo adelantarle.El tiempo para pensar ya se lo había tomado. No tenía casa afuera para irse unos días, como la mayoría

de sus colegas; había preferido invertir en el apartamento para el taller. Con su familia no tenía nada queconversar. Lucía sería ardiente partidaria del retiro.

Cuando comenzó a sonar lo de los premios por retiro, no se le ocurrió pensar en irse. Con el correr delos días, mientras todos hacían cuentas, imaginaban inversiones, vivían la efervescencia del dinerorepentino, algo había empezado a roerle en la base del cerebro, como el bicho taladro en aquella viejamadera del taller. Se había negado al insecticida; su ruidito de masticador carpintero le servía de compañía;en tanto no afectara otras maderas... demoraría años en devorar ese trozo.

Depositó el cheque en su cuenta personal del Banco República, único titular. Gastó algo en arreglos de

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la casa de Malvín, reforzó su cartera de inversiones en valores no especulativos, compró con el resto elapartamento vecino al taller. Hizo abrir una puerta en la pared, disimulando el pasaje con una bibliotecagiratoria. Dejó de este lado sólo el taller. Arregló el otro como casa habitación: dormitorio con cama deplaza y media, cocina completa, estudio con escritorio, silloncitos, bar, ventana casi hasta el suelo. Desdeallí se divisaban, como de una atalaya, los barracones del puerto, los cuellos altos de las grúas, los mástilesde los cargueros, los barcos entrando en la bahía, al costado el Cerro de Montevideo, arriba el sol, la luna ytodas las estrellas.

Depresión de Amarylis.Molinari. Noviembre, 1970.

- Esta mañana estaba lo más bien. Se había despertado un poco más tarde. Yo estaba mirando laslantanas, húmedas de rocío... ¿vio como trepa ahora, con los tutores y los hilos? Es preciosa esa plantita,¡como viene dando flores! Cuando la traje, pobrecita, no valía nada. La planté ahí, debajo del lapachillo;crece bien debajo de los árboles. Al principio le ponía un cobertor en las noches de frío. Todas las mañanasme fijaba como estaba el día, si iba a haber sol, si estaba nublado, para echarle justo la cantidad de aguanecesaria, ni más, ni menos: una jarrita si había sol, media si estaba nublado, nada si había llovido. Yo yasabía: si la cuidaba yo, de mi propia mano, iba a vivir. Cuando entré la encontré despierta. Era un poco mástarde, había dormido bien. Le dije, mirá las lantanas, qué bonitas están, cómo han crecido. Estaba contenta,se reía. Se levantó para correr la cortina; se puede ver un buen pedazo del jardín sin salir de la cama.Estuvimos conversando lo más bien, de tarde íbamos a salir a caminar por la rambla, a la hora del sol.Después fue para el espejo. ¡Qué me iba a imaginar yo lo que le podía pasar con el espejo! Estaba ahí todoslos días. Pero se le puso enfrente, mirándose fijo, fijo... yo me di cuenta enseguida que le había hecho mal,¡la conozco tanto! Me quedé quieto, quieto, porque si me movía, si trataba de distraerla, si le llamaba laatención de cualquier modo, estaría todo perdido. Empezó a pasarse los dedos por la cara, como si sequitara una crema. Tenía la cara serena, había dormido bien. Así, tocándose la cara como si se maquillara,estirándose la piel hacia atrás, levantando un poco el cuello, mirando de costado, parecía una actriz en eltocador, preparándose para salir a escena en una entrada triunfal. Me tranquilicé un poco. Pensé: ya pasó, sevio bien, ya pasó. ¡Era como si estuviera jugando! Pensé levantarme despacito, acercarme. No estabaseguro, pero no me podía quedar ahí todo el tiempo, quieto como una roca, con el corazón latiéndome en laboca. No más con el roce de las sábanas, se quebró, pobre mi ángel, como una ramita. Se tapó la cara conlos puños cerrados, como un niño enojado: estoy toda llena de arrugas, tengo la cara llena de arrugas, estoyhecha una vieja, un espantapájaros, una pasa de uva. Pero no, Lilita, es porque recién te levantás, mirame amí, yo estoy igual. Soy una vieja, una vieja de mil años, tengo la cara hecha un pellejo, arrugada parasiempre, no Lilita, esto ya no es más mi cara, la cara se me fue, no la voy a tener más, Lilita no digas eso,ya estoy muerta, no tengo más cara, tengo un pellejo lleno de arrugas, esa cara de cadáver soy yo. Ya no sepodía hacer nada, ya estaba todo perdido. ¡Qué desgracia! Un día tan precioso, había dormido tan bien... sino hubiera sido por ese espejo...

- Hubiera sido otra cosa. No se torture, don Guido, no se puede hacer nada. Cálmese usted, ahora. ¿Notiene que ir al taller?

- Sí, sí, tengo, sí, que ir al taller. Me llama, Aída, ya sabe, cualquier cosa. Pero fíjese después en laslantanas, ahora con este solcito, va a ver lo hermosas que están. Cuando me la dieron estaba tan maltrecha,tan pobrecita. Es una planta indígena, Lantana fucata; da flores hasta abril. Algo me dijo adentro: yo la voya hacer crecer. Porque además del agua, de la tierra, del sol, las plantas oyen los sonidos, la música; sientenel calor de la mano, la proximidad de las personas. Sobre todo si la persona es buena, si sabe respetar lanaturaleza. El hombre no debe olvidar nunca la naturaleza. Si la ve muy mal hágale tomar las pastillas, hayun frasco sin empezar en el cajón derecho de mi escritorio, ya sabe, una sola, nada más, cada seis horas, nole deje tomar más. Si se pone muy mal llame al doctor Luján, hoy está en la clínica... no hoy no, a la casa,le deja dicho, él ya sabe.

- Vaya tranquilo; se le va a pasar. Si no hace mucho frío la llevo conmigo a la feria, cerca del mediodía;le va a hacer bien caminar un poco.

- Gracias, Aída, muchas gracias.- Estará bien, don Guido. No se preocupe.Aída no lo llamaría: ¿para qué? Amarylis lloraría todo el día. De noche, fatigada, se dormiría con las

otras pastillas, las del frasquito caramelo. Mañana sería otro día, pero nadie sabía si estaría mejor. Las crisisde llanto podían durarle horas o días. Después, caía en un estado de mutismo ausente; quedaba inermecomo una inválida, era preciso auxiliarla en los más simples menesteres. El doctor Luján venía un par deveces a la semana, la reconocía prolijamente, le renovaba las pastillas, sin mayores cambios. Llevaba todomucho tiempo sin mayores cambios.

Siempre había tenido tendencias depresivas. En los últimos años se habían ido haciendo más frecuentes,

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sin llamar particularmente la atención: había mucha gente así. Después del casamiento de Franchi, cuandoestuvo más libre de los quehaceres de la casa, empezó a encontrarla llorando al regresar. Se calmaba en unrato. Yo sola en esta casa, Franchi con su familia, como es lógico, vos en el taller, pero yo sola acá, por quéno trasladar el taller otra vez para el fondo, como antes, así no estoy tan sola, Franchi también te dijo.Realizó unos pocos, desganados intentos de trabajar ahí, sólo por aliviar su culpa. Ella venía a cadamomento, lo interrumpía con cualquier pretexto, le consultaba infinitas nimiedades. Cuando finalmente élse impacientaba, ella caía inmediatamente en una nueva crisis depresiva.

- No deje el taller, don Guido. Es una depresión crónica. Cada tanto le sobreviene una crisis. No hay unmotivo en particular.

- Pero doctor, algo tengo que hacer. Dígame qué debo hacer.- No debemos permitir al enfermo arrastrar a toda la familia con su patología. Lo primero es cuidar de

no enfermarse usted también. Esta señora, la prima...- Aída. Es sola, no tiene a nadie. Se ofreció ella misma.- La lleva muy bien, tiene pasta para este tipo de enfermo. Si la puede tener a ella, es su salvación. No

deje de ir al taller. No debe sentirse responsable; está haciendo por ella todo lo humanamente posible.El doctor Luján se lo decía como médico, pero también como amigo. Era preciso aceptar lo inevitable,

ser fuerte, tener mucha paciencia, cuidarse a sí mismo física y moralmente; sólo teniendo salud se puedeayudar; cada uno debe cumplir sus obligaciones en la vida, no postergar la propia vocación, la realizaciónes un deber del hombre. Al doctor Luján le gustaba la pintura; siempre le decía "maestro" cuando lovisitaba en el taller. Tendría que regalarle un cuadro, un buen cuadro, nada por compromiso. Nuncaregalaba cuadros; lo cuadros se hacían para vender. Regalar los cuadros propios es como quitarles valor,como tratar de ahorrarse la plata de un regalo de verdad, una torpeza social. El doctor Luján apreciaba supintura, era un amigo. Elegiría algo bueno, algo de su preferencia; se lo mandaría por una agencia, con unatarjeta, no, sin tarjeta, ¿para qué?, él sabría de quién era, por qué era. El doctor Luján era un amigo comodebe ser. Si no fuera por el doctor Luján... y por Aída... ¿pero qué iba a hacer la pobre Aída con un cuadro?

Salió en el auto entrando a la rambla por playa Verde a la altura del Náutico. Evitó subir por Coimbrapara no alejarse del mar, por rodear la Punta Gorda al pie de las barrancas. Los colores del mar y de lapiedra le golpearon la cara como provocándolo a pelear. Allá, en el taller de la Ciudad Vieja, olvidado detodo, les daría batalla, fundiendo esta mañana de piedra, sol y mar en el equívoco crisol de un espacioabstracto.

Franchi.Molinari. Mayo, 1971.

- Papá, Franchi te quiere hablar.- Sí. Precisa plata, ¿no?- Papá, no seas así.- Dejá, mamá, no le digas nada. Mejor me voy.- No, Franchi, explicale a papá.- Ya lo sé, no preciso que me explique. Los gastos de la casa, la guardería, la ropa de invierno, la estufa,

el alquiler, la cuenta del teléfono. La historia de siempre.- No, papá, no es eso. Franchi, explicale.- Estamos por ampliar el negocio, tenemos un trabajo grande en vista: yates argentinos.- ¿Yates argentinos?- De un Club al norte de Buenos Aires. Van a venir a dique acá, les sale más barato.- No lo creo.- Se va a firmar un contrato con todo el Club. Son más de ciento cincuenta socios. Es muy seguro.- Eso no se va a firmar nunca. ¡Mirá si los porteños van a traer los yates hasta acá! ¡Por favor!- ¿Ves mamá? Con él no se puede.- Papá, no seas así, el socio de Franchi ya estuvo en Buenos Aires. Es muy seguro, van a firmar un

contrato con todo el Club.- Bueno, después que se firme el contrato hablamos. ¿Algo más?- No se puede esperar a firmar el contrato; las instalaciones tienen que estar antes, van a venir a ver.

Necesito invertir para mantener mi participación en la empresa. Te lo puedo devolver en tres meses,después de los primeros dos o tres trabajos... menos, con el cobro del adelanto, treinta días después de lafirma del contrato.

- Treinta días después de nunca.- Papá, no seas malo, precisa una oportunidad. Por favor...- ¡Una oportunidad! ¡Una oportunidad! ¡Cómo si no hubiera tenido oportunidades! En lugar de

perseguir quimeras debería ordenar su presupuesto, buscar un trabajo seguro, un sueldo fijo, no el albur de

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esa empresa insólita... un astillero de yates, ¡en Uruguay!... eso es para gente de plata, no para nosotros.- Justamente, es para gente de plata, porque se gana plata; con muy poco podemos estar en un negocio

de gente de plata, trabajar para gente de plata, eso es lo seguro.- Hasta ahora no ha habido más que gastos.- Papá, Franchi tiene familia, le quiere dar un porvenir a su hijo, dejarle una empresa, un trabajo, algo

con futuro. Nosotros no pudimos darle a Franchi una oportunidad así.- Le dimos oportunidad de educación. Hubiera podido hacer una carrera si hubiera querido; no me

importaba mantenerlo si estudiaba, un título es un seguro de vida, pero no quiso. Muchos hubieran deseadoesa oportunidad. Yo mismo no pude estudiar, mis padres no me podían mantener, trabajo desde los quinceaños. Pero esa oportunidad no fue suficiente para él.

- En tu época podía ser. Hoy día una carrera no deja nada.- Al menos permite vivir sin pedir plata todos los meses. ¿Por qué no trajiste a tu mujer, como el mes

pasado?- ¡Papá, no digas eso, te vino a visitar!- Dejalo, mamá. Amanda ya no quiere venir más.- No, Franchi, no me hagas eso a mí, ¡no me dejes sola vos también!- Mientras esté él acá, no va a venir. Yo también me voy.- Franchi, no, por favor. Papá, no lo dejes ir. Acordate como nos ayudó papá a nosotros, no tendríamos

casa si no fuera por él, por su ayuda. Bien podemos hacer nosotros lo mismo con Franchi, sería justo.- ¡No podemos! ¡No podemos! ¡No podemos hacer lo mismo! No tiene un trabajo fijo, nadie le da un

crédito, no tiene solidez, no puede ofrecer ninguna garantía. - No preciso créditos ni garantías, eso viene después. Ahora preciso capital, preciso invertir, preciso

asegurar mi parte en la empresa. ¡No puedo quedarme atrás con mis socios! ¡Quedarme mirando mientrasellos se llenan de oro!

- ¡Buenos socios te conseguiste! Seguro los padres ponen la plata.- Sí, los padres los ayudan, tienen concepto de familia, confían en sus hijos, saben dónde está el

negocio.- Negocios o no negocios, ¡estoy harto de poner plata! ¡Todos los meses pagando cuentas! No se

termina más.- Se trata de nuestro hijo, papá, de nuestro nieto, son la única familia que tenemos.- ¡Bonita familia, sí! Bastante cara, eso es seguro. Trabajo como un burro para mantenerla. ¡Sería mejor

no tener nada!- ¡Papá, no hables así!- Dejá, vieja, no te preocupes. Para mantener un taller sí tiene. Me voy. - No seas así, papá.- El taller sí le cuesta. Ahí tiene el capital, inmovilizado, inútil, para hacer sus pinturitas.- El taller, el taller, siempre el taller. ¡El taller paga buena parte de tus cuentas!- No entiendo por qué no trabajás en el fondo, hay lugar de sobra. Además, mamá no estaría tanto

tiempo sola.- Para trabajar preciso estar tranquilo. Además, están las clases.- Papá, tiene razón Franchi, ¿por qué no trabajás acá? Hay lugar para las clases también, yo no salgo de

la casa, no molesto para nada. Además no tendrías que comer en los boliches; eso también cuesta.- ¡No puedo, no puedo, no puedo! ¡Tengo que estar solo, tengo que estar tranquilo, ya lo saben! ¡Me

quieren volver loco!- Dejalo, mamá, es un egoísta. No tiene esposa, ni hijos, ni nietos, ni nada. Ya lo dijo, sería mejor no

tener familia. Ni siquiera le importa tu soledad, el daño que te está haciendo, lo deprimida que estás... perono, para él lo primero, lo único, es su taller. ¡Adiós!

- Franchi, por favor, es tu padre, trabajó toda la vida para darte una educación.- Me niega ayuda en el momento en que más lo necesito. Cuando al fin se me abre una posibilidad de

progresar, de llegar a ser alguien, él me cierra la puerta.- Papá, es tu hijo, nuestro hijo, de nuestra misma sangre, nuestro único hijo, la única familia que

tenemos. ¡Qué desgracia la mía! ¡Siempre lo mismo! ¡Padre e hijo siempre enfrentados, siemprediscutiendo por la maldita plata! Peleas, peleas, peleas. ¡Y yo acá sola, sin un perro que me ladre! ¿Qué hehecho, Dios mío, qué habré hecho para merecer esto! ¿Hasta cuando tendré que aguantar? Todo el cariño,todo el sacrificio, toda la vida, todo, todo se los dí, ¿y ahora qué tengo, qué me ha quedado? ¡Nada!¡Absolutamente nada! A nadie le importo nada, a nadie le importa lo que sufro. ¿Hasta cuando, Dios mío,esta soledad, este castigo? ¡Ya me duele el pecho otra vez! Me voy a enfermar, me voy a enfermar en serio,sé que me voy a enfermar... y después me voy a morir... con este dolor en el pecho, sí... así se terminatodo... sí, sí, sí, me voy a morir... porque no quiero, no, no, no, ¡ya no quiero vivir más!

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Casémonos.Molinari. Marzo, 1972.

- Casémonos.- Ya estoy casado.- Divorciate.- No puedo hacer eso.- No veo por qué.- ...- Está bien, no me importan los papeles. Vivamos juntos, entonces.- Casi lo hacemos.- Pues hagámoslo sin casi.Lucía tenía un apartamento frente a Trouville, cerca de la playa Pocitos. El se había quedado allí varias

veces, en días feriados, para salir temprano a caminar por la rambla Mahatma Gandhi, rodear las canterasdel Parque Rodó, volver hacia Punta Carretas siguiendo el faro como navegantes.

- Ahí tenés un cuarto para vos, si no me querés ver.- Siempre te quiero ver.- No si estamos juntos todo el día. Tenés que estar un poco solo, así me extrañás.Después del paseo, ella cocinaba almuerzos de pareja real mientras él leía, escuchaba música, hacía

algún esbozo, decantaba ideas, o miraba por la ventana un retazo de mar.- En todos los lugares donde estoy bien veo el mar.No lo veía desde su casa en Malvín. Lucía había empezado a insistir en casarse, en vivir juntos. Primero

le había infiltrado la idea, como hacía siempre, sin proposición concreta, esperando una germinación. Elsilencio de él la animó a proseguir. Fantaseaba en voz alta con la rutina diaria, el regreso juntos desde laCiudad Vieja en el auto de ella, para qué llevar dos automóviles al centro, yo puedo dejar de trabajar en lamañana, almorzamos temprano, te dejo en el taller, ¡hasta podemos volver juntos! Ella conocía el poder delas imágenes; sus palabras eran sólo el entramado donde él sabría colgar la habitación con vista al mar, lacalefacción central, el sabor de sus comidas, la música en estéreo, el roce del pijama de franela celeste, elmobiliario elegido pieza a pieza, la biblioteca con libros de arte comprados por catálogo en Mitchels &Sons, London, el colchón de doble altura de la cama matrimonial, la seguridad del hombre ante el aromapersistente de la mujer propia, volverás siempre con tu escudo, guerrero victorioso, tu reposo seré yo.

- Vivir con ella, podría.Divorciarse no podía. Unicamente si lo pidiera Lilita, algo impensable. El no sería capaz. Había

empeñado su palabra, en la felicidad y en la desgracia, amarla, protegerla, serle fiel, la bendición de loshijos, hasta que la muerte los separe. Se había iniciado en la vida con ella, salido de la casa de sus padres ensu compañía, enfrentado el mundo con los recursos de los dos. Había hecho su carrera de bancario, habíacomprado su casa, tenido su hijo, sorteado mil tribulaciones, desenmascarado las falsas ilusiones, logradouna posición, en fin, hacerse hombre, todo, con ella. Después, en un sentido moral, la había abandonado.No se trataba de las infidelidades, de las amantes ocasionales o permanentes, de quedarse a dormir en eltaller, ni siquiera del indudable, conmovedor, revolucionario amor de Lucía, correspondido por él sin ápicede retaceo. Se trataba de algo más profundo, más elusivo, mucho más grave. Acaso fuera como haberdejado morir un árbol por falta de cuidado. Traía ante sí como atenuantes la evolución negativa deAmarylis, su desilusión vital, la vulgaridad, el abandono de sí misma, la falta de voluntad; él no era un seromnipotente henchido de fortaleza ni un santo en camino de la perfección, sino un simple ser humanonecesitado de paz, hambreado de compañía. Había cumplido con sus obligaciones por toda una vida. Ahoraquería algo para sí, un tiempo propio antes de morir.

No bastaba. Las palabras pronunciadas ante un Dios inexistente, un cura pecador, una sociedadmoralmente desnutrida, un prójimo depredador, lo habían atado. Un puñado de sonidos, unos años de vidacompartida, la culpa del abandono moral, le impedían una acción en definitiva más honesta: habría depermanecer así, separado de hecho, unido de derecho, en una continuación de falsedad, cómplice de unmundo de mentiras.

Lucía, entreviendo estas espesas capas sedimentarias, había orientado sus cateos en direcciónhorizontal, proponiéndole vivir juntos sin publicidad, sin exhibición ni esfuerzos de ocultamiento, dejemosal mundo pensar como le plazca, no hay tiempo para pavadas, seamos felices los años que nos queden. NiLucía ni él tenían dificultades económicas, ni aspiraciones onerosas. Llevaban años de relación, lasdiscrepancias estaban resueltas o aceptadas, se habían modelado por el choque o la fricción, peleaban sinconsecuencias, se burlaban de sí mismos. De hecho, pasaban mucho tiempo juntos; no decaería elentendimiento por trasladar algo de ropa a casa de ella y dormir allí en lugar de dormir en el taller.Molinari, erigido en juez de su propia vida, se absolvía a sí mismo estampando, como el censor eclesiásticoen el acta, la frase de rigor:

- Nada lo impide.

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El trabajo sin sentido.Fernando. Agosto, 1996.

Como el coronel Aureliano Buendía modelando pescaditos de oro para volverlos a fundir, así trabajabaGuido Molinari en la soledad de su taller. Por la naturaleza de su material, imposibilitado de separar denuevo los colores mezclados sobre la tela, estaba obligado a conservar, a construir cajas de diseño especialdonde las pinturas se alineaban unas junto a otras sin tocarse, un modelo para guardar papel, otro para fibra.Como pintor cotizado, conocido entre conocedores, se aferraba a su estilo: tenía un nombre que cuidar. Elheroico José Cúneo, con el prestigio bien ganado de sus hechizantes lunas, cargando encima sus años, habíarenunciado a toda su carrera en una conflagración purificadora donde hasta la firma quedó en cenizas;Cúneo Perinetti fue de hecho y de derecho otro pintor. En su rebautismo estilístico honraba una olvidadatradición: los antiguos artistas chinos tomaban varios nombres a lo largo de sus vidas, marcando así cadanueva etapa, en una identificación plena del ser con el hacer. Los cuadros de Molinari no sólo dormían unsueño indefinido en la cueva de su taller; también se alineaban en las galerías, donde se vendía uno cadatanto, a buen precio, porque se vende caro o no se vende.

Molinari se quejaba amargamente; los pintores viven de dar clases, decía. Acaso por eso habíarenunciado, por la vía de los hechos, al mercado. Llevaba más de diez años sin presentar nada. No era elcaso de Manuel Espínola Gómez, un creador por arranques, alternando períodos de producción frenéticacon largos silencios; descanso, incubación o simple vida. Molinari, en la soledad de su taller, pintaba uno odos cuadros por semana, a veces tres. El mismo lo decía, estoy pintando como loco. ¿Compartía conalguien los resultados de todo ese trabajo secreto? ¿Recibía el estímulo de una palabra, la solidaridad deuna presencia, la fidelidad de un confidente? ¿Existiría un ser ungido del óleo sagrado, purificado en vida,autorizado a ingresar a esa catacumba cerrada para todos?

Pintar para los amigos sería muy otra cosa. Después de un confuso postmodernismo cuya consecuenciamás relevante fue, haciendo honor a su nombre, marcar el fin del arte, la creación initimista recobraba susentido. En la dinastía Yuan la pintura china de los literati se expresó en álbumes plegables comoacordeones, colgantes de pared tipo almanaque, largas tiras de papel enroscadas en rollos de mano, todossoportes fáciles de transportar. Estos pintores, maestros exquisitos de la tinta y el color aguado, no hacíanexposiciones, no codiciaban multitudes, desconocían las cotizaciones. La obra se contemplaba sólo encontadas ocasiones, en la compañía de un amigo íntimo o de un pequeño grupo. Tampoco se la veía nuncade conjunto, sino haciendo pasar con las manos una breve sección delante de los ojos, desenrrollando desdela derecha, enrollando hacia la izquierda; la escena transcurría como un film primitivo, los espectadoresparticipaban de la ceremonia con reverencia sacramental. Las imágenes se complementaban con elcomentario o la poesía, ejercitados en una caligrafía de pincel suelto donde los signos dibujados constituíande por sí una estética compleja. La naturaleza, los animales, la mitología, las leyendas, los sucesoscotidianos, las viejas anécdotas, las briznas de hierba... todo servía al trabajo del artista, nada resultabadespreciable para el difícil propósito de compartir la emoción, de alcanzar ese instante de improbable,posible comunión. Industria de un solo hombre, pero no de un hombre solo.

¿Algún artista se habrá propuesto, en aquella época lejana, innovar a todo trance, cuestionar lanaturaleza filosófica del arte, estructurar una narrativa? No, claro que no, porque no se trataba de arte, almenos no en el sentido de la tradición occidental iniciada en Il Quatrocento, según nos ilustra GiorgioVasari al publicar, en 1550, la primera edición de su obra Vidas de los más eminentes pintores, escultores yarquitectos. En una fecha hoy tan lejana como 1917, Marcel Duchamp consideró el arte como intención, nocomo ejecución. Esta convicción le valió la expulsión de la Sociedad Americana de ArtistasIndependientes, de la cual era socio fundador, por aceptar el ingreso de un orinal titulado Fuente en laexhibición anual de esta sociedad. El Arte había caído en las garras de la Inquisición. En 1964 la GaleríaStable de Manhattan expuso la obra de Andy Warhol titulada Brillo Box, una reproducción exacta de unacaja de pulidor: el arte podía parecerse idénticamente a cualquier objeto común. La acusación de herejíahabía sido formulada en voz tonante. ¿Podía haber más? Sí. En 1995 el apropiacionista Mike Bildo vuelvea poner la Brillo Box titulándola No Andy Warhol. El arte ya no sólo puede ser idéntico a un objeto común,puede ser ese objeto, aún cuando haya sido ya expuesto por otro. Entregado por el inquisidor al brazosecular, el Arte fue condenado a morir en la hoguera; en cumplimiento de un acápite de la sentencia, suscenizas fueron dispersadas en los museos. Goodbye to Art, requiéscat in pace. Vivimos la era posterior alfin del arte.

Hemos corrido demasiado rápido, hemos llegado demasiado lejos, se nos ha terminado el mundo, notenemos dónde apoyar los pies. ¿Dónde ir cuando ya no hay dónde, cuando no existe un lugar? Berkeleyllevó el idealismo a sus extremos, no hay mundo material, nada existe, todo son ideas, esse est percipi. ¿Ydespués, qué? Después nada. Hubo que seguir viviendo. ¿Después del fin del arte, qué? Pues igual, nada,seguiremos haciendo arte. Nos habremos liberado: pintaremos, esculpiremos, colagearemos,enchastraremos, electronicaremos o haremos lo que nos dé la gana, en tanto nos guste, nos dé satisfacción,nos reúna con los amigos o nos ayude a vivir. Nos hemos desprendido de la tiranía de la originalidad, una

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chifladura imposible como absoluto, también como relativo si dejamos transcurrir un tiempo suficiente. Nose tenía en gran estima la innovación en la época de los literati. Muchos artistas adoptaban estilos másantiguos, recreaban obras de sus ancestros, se enorgullecían de expresarse a la manera de. No desesperabala fama, el genio, el dinero, meros productos de segundo orden. Se pintaba o escribía por satisfacción, porbuscar los orígenes, por honrar el pasado, por compartir con los semejantes la intimidad de la emoción, poratenuar el curso del tiempo.

¿Sería la creación solitaria, sin expectativas, el último refugio del artista de hoy? Molinari pintaba comoun loco encerrado en su taller una obra destinada a permanecer en la oscuridad mientras él estuviera vivo.Falcone había consumido los últimos años de su corta vida esculpiendo piedras en el medio del campo,donde el mayor homenaje para su obra serían las cagadas de paloma. ¿Cómo ocuparse de la crítica, o delarte, o de nada, en medio de semejante desolación? El trabajo sin sentido se conectaba inevitablemente conla muerte. Alberto Maresca, un artista inesperado, diseñó sus juegos de agua sólo para exhibirlos en sucinematógrafo interior. Estos hombres psicotizados laboraban con sus manos, ocupaban sus mentes,masajeaban su pecho como ante un paro cardíaco, buscando mantener la pulsación vital. Si mis manosestán quietas, pierdo la vida, escribía Molinari en sus diarios. ¿Divague? ¿Frase bonita? ¿Qué haría él,Fernando, con sus manos? ¿Dónde estaba el sentido de su vida?

- Si no fuera por el diseño gráfico sería un inútil. No me siento capaz de escribir una sola línea de nada.Algo se me fue.

- Son períodos. Ya volverá.- ¿Y si no?- Será porque no lo necesitás. Vendrá otra cosa, estarás tranquilo. Pero va a volver.- ¿Cómo sabés?- Por tu preocupación, por tu cara de sturm und drang. Lo traés grabado en el corazón.- En el corazón te tengo a vos.- Puede ser, pero el corazón del hombre tiene dos partes, una para la mujer, otra para lo demás.- ¿Y el de la mujer? ¿También tiene dos partes?- No, sólo una. En el corazón de una mujer está todo reunido.- ¿Se puede saber de dónde sacás esos pensamientos?- No son pensamientos. Yo no pienso.- ¿Entonces?- Intuición de mujer.

El testamento.La Investigación. Agosto, 1996.

- Murió Molinari.- ¡Cómo! ¿No estaba mejor?Se le echó en los brazos. Se puso a llorar. Se había aguantado en el sanatorio, se había enjugado las

lágrimas mientras manejaba, se había recompuesto antes de subir, ahora se aflojaba apretada contra él. Paraella, era la muerte de un familiar. Fernando, olvidados los contratiempos, las evasivas, las tardes perdidas,también lo lamentaba. Era un viejo simpático, un poco chocho, indudablemente buena gente. Escondido ensu cueva, pintando sin parar una obra significativa acaso sólo para él, era una segunda edición de Falcone,esculpiendo monstruos perdidos en un monte donde nadie los podría ver.

Después de una breve internación por taquicardia haría un par de meses, Molinari había sufrido uninfarto apenas una semana atrás. Había salido del intensivo, se venía reponiendo bien. Después le dio otroinfarto. Ahora había muerto.

Siguieron días de confusión. Molinari había testado mucho tiempo atrás, con su previsión de quejosohipocondríaco regalado por la buena salud. Ante deudos y testigos, la fraseología legal de la escribanaMaría Eugenia Arregui Lamónaca, una firma tras la cual anidaba la larga experiencia de su padre DemetrioArregui, había frustrado las expectativas de la familia. El desaparecido Guido Leonardo Molinari proveíapara ellos valores estables en títulos de deuda pública, más la casa de su hijo Francisco, de su propiedad; elautomóvil se lo había cedido ya a su hijo, años atrás, cuando dejó de manejar. Los dos departamentos deltaller se descubrían propiedad de la galería Fiori di Firenze con un mandato limitativo en beneficio de laconservación y promoción del arte, en acto de venta fechado e inscrito varios años atrás, única forma desortear la imposibilidad de desheredar a los hijos establecida en una arcaica ley uruguaya. Las obras,considerables en cantidad, imposibles de evaluar en dinero, pasaban a ser propiedad del Estado en custodiay disposición de la Galería Fiori di Firenze por treinta años; otro conjunto, enajenable bajo condicionesespecíficas, eran descubiertas como propiedad personal de la arquitecta Silvana Fiori, ejecutora nominadade múltiples mandatos post mortem. Francisco Molinari, visiblemente contrariado, se retiró sin llegar alfinal, probablemente para ir a ver a su abogado. Amarylis, en escaso contacto con la realidad, lloró la

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pérdida, si acaso la había percibido, como lloraba cien cosas cada día; no habría grandes cambios en suvida. Molinari pasaba los fines de semana en su casa de Malvín, en las habitaciones del fondo; leía,escuchaba música o salía a caminar por la rambla. En la semana, dormía en el apartamento contiguo altaller, pintaba, veía sus amigos, almorzaba en el Mercado del Puerto.

- Ya me lo había dicho. No sé si de veras lo creía o me tomaba el pelo; era un viejito pícaro.- Vení, nena. Te voy a decir un secreto.- ¿...?- Yo no me voy a morir nunca. Cuando llegue el momento, me va a llevar una nave espacial.

Con Rodríguez, otra vez.Fernando. Setiembre, 1996.

- ¿Usted conocía la última obra, sus últimas pinturas? No se las mostró a nadie, en todos estos años.- Sí, las ví.- ¿Todas? Deben ser como doscientas. - No las conté. - ¿Pero las vio todas? ¿Está seguro?- Sí.- Es una obra monumental, algo totalmente distinto de sus etapas anteriores, es su verdadera obra.

¿Cómo no dijo nada?- Si el autor no dijo nada, yo no iba a decir.- Pero usted es un crítico, era su amigo. Una obra así no debió permanecer oculta.- ¿Por qué no?- ¡Todo ese trabajo sin sentido, pintando día tras día para dejar los papeles amontonados en el taller! ¡Es

una locura!- De locos está el mundo lleno.- Usted sabía, sabía todo, conoce el significado de todos esos cuadros, conoció cada paso de Molinari

en el arte y en la vida. Molinari escondió su obra, de acuerdo, pero Molinari murió, no tenemos derecho aprivar al mundo de sus cuadros, de su contribución al arte...

- Pavadas.- De acuerdo, pavadas. Pero sigo sin entender...- No te preocupes por entender.- Dígame al menos por qué nunca escribió nada sobre él, por qué se niega ahora, aún después de

muerto.- Era mi amigo, no un artista cualquiera desconocido en lo personal.- ¿Temía perder la objetividad?- ¿Existe tal cosa?- Si no nos ponemos demasiado metafísicos...- No, no, no temía perder la objetividad. Acaso el gran problema de mi vida haya sido la incapacidad de

perder la objetividad. Molinari era realmente mi amigo, no un asunto de trabajo.- Pero usted podría, ahora, analizar su obra, mostrar al mundo quién fue.- Otros lo harán.- No como usted. No pueden hacerlo. Nadie lo conoció tan bien, tan cercanamente, nadie vio como

usted los ciclos de su evolución.- No importa. No es necesario. Alguien lo hará, de todas formas, algún día.- No lo harán bien. Quedarán muchas lagunas, no será posible rellenar esos vacío.- Tampoco importará.- A usted, ¿no le interesa?- No.- ¿Y si los otros lo hacen mal? ¿Si no le hacen justicia?- Tarde o temprano le harán.- No me entra en la cabeza su negativa. Era su amigo, usted mismo lo reconoce. Era un buen pintor, un

artista sin falsedades. Con lo que sabe usted de él...- Saber mucho, saber poco... a la hora de escribir eso no importa.- Usted lo haría mejor que nadie, y lo sabe. ¿Por qué dejar perder una buena historia?- En el mundo se pierden de hora en hora historias extraordinarias. Vidas anónimas llenas de heroísmo,

de sacrificio, de humanidad. Pero con eso no se venden minutos en la televisión.- Molinari era su amigo, era un artista, usted tiene todo en la mano, lo haría mejor que nadie. ¿Cómo

puede no interesarle?- Justamente, por eso mismo, porque acaso lo haría mejor que nadie. Porque ya lo sé, porque lo hice

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muchas veces, con mayor o menor éxito: reunir información, revisar las obras, pensar, escribir unas frases,seguir pensando, volver a mirar todo de nuevo, esperar el surgimiento de algo. Ya lo hice, ya pasé por eso,ya sé cómo se hace, ya conozco el resultado. Por eso no lo hago. Yo ya hice mi parte, ya escribí misartículos. Ya cumplí.

- ...- Esto queda para vos. Te toca a vos a descubrir a Molinari, hacerle justicia.- Lo pensé, claro que lo pensé. Le insisto a usted porque no estoy seguro de poder hacerlo.- Yo sí estoy seguro de poder hacerlo. Por eso no lo voy a hacer. Vos no estás seguro de poder hacerlo.

Por eso lo vas a hacer.- No sé. Si usted me ayudara...- No te voy a ayudar.- Al menos concédame una entrevista, déjeme hacerle unas preguntas.- No. Ninguna pregunta. Nada. Es tu obra. Estás solo.

Con Lucía Garateguy.Silvana. Setiembre, 1996.

- Silvana, tiene una llamada. Doctora Lucía Garateguy.- ¿Es de alguna empresa? - Usted no la conoce. Pidió encarecidamente si la podía atender.- Está bien, pasala, por favor.- Silvana Fiori.- Encantada. Mi nombre es Lucía Garateguy, soy abogada. Conocí a Guido Molinari. Quisiera hablar

con usted, si pudiera concederme un momento.- Sí, por supuesto, con mucho gusto, cuando quiera. Mañana, a las diez..., no, perdón, a las diez no

puedo. A las once, ¿le viene bien?- Sí, perfecto. Muchas gracias. - Hasta mañana.- Aparentaba unos setenta años, pero debía tener algunos más. Abogada; había tenido el estudio en un

apartamento en el mismo edificio donde Molinari tenía el taller. Tuvieron un romance, después sesepararon. El le había dado la llave del estudio, por si quería volver algún día, dijo.

- Se imagina, yo no la iba a usar. Además, me había casado. Aunque ahora, ya van a hacer tres años,enviudé.

- ¿No se volvieron a ver? Discúlpeme la pregunta, no tiene por qué contestar.- No, me hace bien. Nunca hablé con nadie. Sí, nos vimos alguna vez, pero me daba mucha pena. Era

un hombre muy sociable, de trato amable... bueno, usted lo conoce, pero en el fondo terriblemente solitario,atado por sus compromisos a su mujer enferma, al hijo siempre necesitado de dinero. Le faltó fuerza paradar el salto.

- ¿El salto?- El salto para ser libre. La libertad no es gratuita, se paga como una tasa de embarque, para poder dejar

el territorio represor, la responsabilidad. La responsabilidad mal entendida, quiero decir; una enfermedadque nos afecta a muchos. El no fue capaz, o no quiso. Los hombres son afectivamente débiles, se destruyencon mucha facilidad.

- ¿Considera a Molinari un hombre destruído?- Sí. Quizás destruído no sea la palabra. Más bien podría decir trunco, como un árbol tronchado por la

mitad, impedido de crecer. Bueno, es también una forma de destrucción.- ...- Veo la sorpresa en sus ojos: usted está pensando en su obra; yo estoy hablando de su vida. Para mí,

discúlpeme si la ofendo, no hay obra comparable a la de la propia vida, por muchos aplausos que puedacosechar el arte. Molinari fue un hombre de vida débil; le faltó el sostén de una mujer, no se animó atomarlo. Es particularmente doloroso porque no era un hombre débil; sorteó mil decepciones, dificultadessin cuento, mares de dudas, hasta llegar a ser quién fue. Esa persistencia se ve en su pintura; allí se dejóescrito. Pintaba con enorme fuerza, con una tenacidad capaz de doblegar el Universo. Hablaba de suscuadros con una pasión extraordinaria, los hacía vivir como no era capaz de vivir su vida.

- ¿Hablaba de sus cuadros?- ¡Y cómo!- No lo hubiera imaginado.- Acaso haya sido yo la única en escucharlo. - ¿Recordaría usted algo, ante una pintura?- No me pida eso; no se trataba de crítica de arte, sino de historias personales, no sé si verdaderas, ni

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tampoco me preocupó, no me preocupa ahora. Llevo cada una de sus palabras adentro mío, como los demásrecuerdos de mi vida; no pienso escribir mi biografía ni con garantía de best-seller. Fue el único hombre enmi vida a quien le ofrecí todo; él no me lo pidió ni tampoco lo quiso, o le faltaron agallas para tomarlo. Unalástima para él, una lástima para mí. Si no hubiera sido por su mujer enferma, la responsabilidad, las malascoincidencias de la vida... disculpe, me he puesto sentimental. No quiero robarle su tiempo.

- No me lo está robando, todo lo contrario. También soy mujer, trato de cuidar a un hombre. Acaso másde lo debido, porque no tengo hijos.

- Aunque los tuviera. No sobrestime los hijos; un hombre es el único futuro sentimental de una mujer.Tengo una hija ejemplar, tres nietos divinos, un yerno entrañable; son la felicidad de mi vida, pero no es lomismo. Los hijos se vuelven pasado no más cumplir los veinte años, con frecuencia mucho antes. No dejede cultivar su profesión, no renuncie a su carrera, sea usted misma, pero no se olvide de ser mujer, no dejede cuidar a su hombre, tenga hijos o no. Aunque se resistan a mostrarlo, aunque lo nieguen o a veces nosmaltraten, los hombres nos necesitan; brindándonos a ellos les damos una seguridad esencial, insustituíble.Las mujeres siempre nos arreglamos, en cualquier circunstancia; los hombres se destruyen fácilmente.Apóyelo, escuche sus dudas, espere con paciencia, no se preocupe en contestarlas, prepárele un mate,sírvale una taza de té, muéstrele su cariño; él mismo resolverá sus cosas. Aunque usted no lo crea, aunqueél lo niegue, en todo lo que él haga siempre estará usted.

Internación de Amarylis.Molinari. Agosto, 1972.

- Internaron a mi mujer.Se lo había dicho con la cabeza gacha, como un perro mojado, la piel arada de cicatrices, el barro

reseco enredado en el pelaje, el hedor putrefacto del pantano a donde habría de volver, empujadoirremediablemente por el instinto de la especie, como vuelven al monte los hurones criados en casa degranjeros, desconociendo amo, educación, familia y gallinero. Ella había odiado, sí, odiado, a él, a sudebilidad, a su mujer loca, a la malhadada interposición del destino: en poco tiempo habrían vivido juntos,ahora tu mujer soy yo, la caridad cristiana sí, la solidaridad humana sí, haremos todo lo posible, pero tumujer ahora soy yo.

- Internaron a su mujer.Era lo mismo decir terminó, no será nunca, perdimos, perdiste, salimos del Casino sin una moneda en la

mano, los bolsillos vacíos con los forros para afuera, gana la Banca otra vez, estás en enero, mi abril yapasó.

- ¿Cómo fue?- Estaba lo más bien, esta mañana...Había hablado solo, sin mirarla, ella tomándolo del brazo como a un viejo amigo, una letanía de

detalles irrelevantes, un fútil intento de tapar, con hojitas de olivo, la tétrica desnudez de la locura. Ella sehabía mordido los labios, apretado los ojos, masticado las palabras amargas de la comprensión humanitaria,rasgado con las uñas el pañuelito de seda escondido en el bolsillo del traje sastre bordó, la doctora siempretan elegante, tan bien vestida, sosteniéndose firme como un soldado inglés a las puertas del Palacio Real.

- Tengo que volver al sanatorio.Ella había entrado en el estudio, Doctora Lucía Garateguy, Abogada; se había sentado en el escritorio

amigo dejando los ojos vagar por la ruta cómplice de los objetos solidarios de su historia, adornos de surefugio, trofeos de muchas batallas. Los pensamientos se revolvían en su cabeza como ropa sucia en lamáquina de lavar. Un asesino de mano enguantada le apretó la garganta con brutal tenacidad. Izó las manospara liberarse, desprendiendo el pañuelo del cuello, me ahoga, buscando apoyo en el gesto trivial. Algo sequebró sin ruido. En un segundo se desmoronaron las paredes, se extinguió la luz, el mundo se volvió unpuño. Un sollozo ahogado, incontenible, arrasó la tarde, desolado, traidor, desbordándole de lágrimas losdedos, mojando el cartapacio de cuero, la doctora tiene una hermosa utilería de escritorio, el cuerpo un sacode huesos sacudidos, tan buen gusto, las lágrimas en tropel, llorando a lágrima viva como una colegiala,maldita la suerte de la doctora, su elegancia, la utilería de escritorio y sus frustrados anhelos de mujer.

Este edificio había sido bien construído, tenía años de armonía: no podía caer así de un golpe, en unatentado terrorista, minado de explosivos, en reivindicación de una causa incierta. Cenas, tardes,sentimientos, burlas, anhelos, olvidos, fantasías. Regalos, frases, noticias, brindis, cartas, humoradas,esperas. Caricias, fríos, caminatas, cafés, tequieros, nomeolvides, somos. Era preciso esperar, acompañarlo,rogar a Dios o quien fuera por la mejoría de su mujer, volver a caminar indiferente sobre el alambre tiranteen el vacío, ayudar al otro a superar su sentido del deber, mostrarle su derecho a la vida, a la felicidad, lafamilia de los enfermos mentales no puede hipotecarse en ellos, tenés una carrera por delante, estáspintando todos los días, como nunca pudiste, el campo está reverdecido, al fondo el cielo azul.

Cuarenta años: la edad de la razón. Internados ambos en este territorio, pisando ella también la media

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centuria, asentadas sus personalidades, agotada la obligada cuota de desatinos juveniles, se vivía ahora unaépoca de estabilidad, los cambios se procesaban de otra manera. ¿Qué razón había para una separación?¿La enfermedad de su esposa? ¡Su esposa! En los hechos, hacía años que no lo era, ni material niespiritualmente. El deber, el compromiso contraído, lo que unió Dios no lo separe el hombre, seréis unasola carne, había sido carcomido por las termites, reducido a polvo, arrastrado por el viento, disperso en elmar. La separación ya existía, databa de años, no sería ahora ni sería por ella.

Como tantas de este siglo transmutador, la pareja de Molinari se había formado en la juventud, con laspersonalidades blandas, fluentes, en alta temperatura. Sus protagonistas habían evolucionado por distintoscaminos, solidificado en moldes diferentes, integrando colecciones distintas en la muy variada alfarería delCreador. Si se conocieran hoy, se dirían encantado mucho gusto sin apenas verse; no serían capaces, alpróximo encuentro, de recordar sus nombres. ¿Qué quedaba, entonces? Molinari dormía en su taller de laCiudad Vieja, con Lucía en Trouville, sólo rara vez en Malvín. La separación en el tálamo matrimonialestaba garantizada por el desinterés. La espada interpuesta entre los amantes medievales era innecesaria; laprueba de castidad se cumplía, sin esfuerzo, todas las noches. Derrumbadas las paredes de los calabozos,caídos los ganchos de las paredes, removida la tierra por las rejas de otros arados, las cadenas ya no ataban:impedían el movimiento sólo por su peso. ¡Loor, Alejandro Magno, por cortar el nudo gordiano con laespada, sin ponerte a desatar! Los caminos de la libertad podían ser inciertos, tortuosos, sin salida, pero erapreciso recorrerlos, arriesgar en ellos, honrar en el intento el aliento de la vida.

Los años con Molinari habían sido de una armonía, de una tolerancia jamás experimentada antes, nipara dar ni para recibir. Ambos habían sido sorprendidos por la vivacidad, la intensidad, el placer continuode esta relación, sindicada por los cánones tradicionales como "madura", con toda su carga de premioconsuelo, de sustituto pobre de lo mayor perdido, al menos se acompañan, con los hijos grandes, a esaedad, qué otra cosa podrían hacer, al menos reconstruyeron sus vidas. ¡Qué otra cosa podrían hacer! ¡Loshijos grandes! Como si eso fuera todo, como si uno no valiera nada por dentro, como si lo único fuera criarhijos, tener encamadas furibundas, ser abuelos. ¡Reconstruir sus vidas! ¿Reconstruir qué? Nada estabadestruído, nada debía reconstruirse, sólo seguir viviendo, vivir acaso mejor que nunca. En la antesala delJuicio Final, preparando el alegato de su defensa, llenando los formularios, al marcar los mejores años de suvida, escribiría "Molinari" sin dudar.

La llave.Molinari. Noviembre, 1972.

- La llave del taller. Te la devuelvo.- No.- No voy a volver más.- No importa. Tenela.- No la quiero para nada. No la voy a usar.- Igual la podés tener.- Aunque la tenga, no voy a volver.- La puerta va a quedar cerrada. Vos vas a tener la llave. Nunca la vas a usar. Sólo la vas a tener. Es

como un brindis, uno más de nuestros tantos brindis. El último brindis.- No sé por qué podríamos brindar.- Por lo posible. Por el camino que no seguimos. Por lo que pudo ser.- Un brindis bien pobre. Si es todo lo que ha quedado...- El algún lado está todo: lo vivido, lo perdido, lo posible. Quedate con la llave. No es una imitación.

No es un símbolo. No es un recuerdo. Es una llave de verdad: abre una puerta.- No sé...- Llevala. Podrás sentir siempre, toda la vida, que podés entrar. Podré sentir siempre, toda la vida, que

podés volver.

La inspiración de la pena negra.Molinari. Setiembre, 1973.

Lucía se había ido. El la había dejado ir. ¿Cómo pudo suceder? ¿Por qué se había entregado así? No lohubiera creído de sí mismo. ¡Tamaña cobardía! Desde la internación de su mujer hasta la devolución de lallave había llevado una vida de sonámbulo, enajenado, habitando su cuerpo como un huésped de otragalaxia, indiferente a su destino en este mundo. Vuelto en sí, despierto después de la anestesia, se descubríaamputado, sin regeneración posible.

- ¡Lucía!

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Había intentado volver a verla, acosándola en su nuevo estudio, la doctora no lo puede atender por elmomento, por favor no insista más. En su casa, residencia de la doctora Garateguy deje su mensaje porfavor, tomo nota, gracias, nunca atendía ella, Lucía por favor, es más fácil hablar con un ministro, ring ringring, no se encuentra no se sabe no contesta. Agonizando en el taller levantaba el tubo del teléfono como sifuera un tizón ardiente, temblando por el anhelo de su voz. La esperaba horas en la calle, intentandoabordarla, no, no, no, Guido, esto ya pasó, no me hagas daño, dejame por favor.

- ¡Me quiere! Todavía me quiere. ¡Maldita sea mi suerte!¿Por qué no se había ido a vivir con ella? Lo había deseado, nada lo impedía, era mentira su

matrimonio, no le importaba el juicio del vulgo, en ella había encontrado todo, la hubiera hecho feliz,hubiera sido feliz él, tenía todo en la mano, bastaba decir sí.

- Hice lo correcto.Mentira. Mil veces mentira. La frase le había surgido como un automatismo. Unos sonidos hueros, un

eslogan de dictador para justificar desmanes. - ¡Me cago en lo correcto!No había dejado ir a Lucía por fidelidad conyugal, por reparar daños, por su mujer enferma, por ningún

motivo noble, ni verdadero ni ficticio. No había sido bueno antes, no era bueno ahora, no lo sería después.Un egoísmo insondable, demoníaco y suicida, adueñado de su yo cobarde, lo había vapuleado como a unpelele, obligándolo a un cruento asesinato, a destrozar con las manos el cuerpo tierno de un bebé.

Un frasco vacío de colonia, el sabor de las tostadas con miel, la sirena lejana de un barco, una frasebanal oída en la calle, un ángulo de mar, el aroma de una flor silvestre, lo precipitaban en un abismo deañoranza, lo anegaban de bochorno. Se lanzaba de cabeza hacia el pasado, siguiendo el hilo del tiempo,buscando el nudo malhadado donde todo se torció, para deshacerlo con los dedos, una pesadilla horrible,Lucía, por favor, tu mano sobre mi frente, así; el mundo está a derechas otra vez.

La persiguió por más de medio año, violando todas las normas de la conveniencia, de la discreción,sorprendido de su propia osadía, tironeado por un loco anhelo de posesión, sin reparar en rechazos, azuzadopor el desprecio de sí mismo, recuperarla sería la redención. Acabó por ver, también en la persecución, elmismo impulso egoísta, una cataplasma para su cobardía, jugar con la afectividad de ella, también tienecorazón, me dejaste ir ahora me querés, quién te entiende Molinari, no se puede estar a tu chifladura,tuvimos todo y no quisiste, ahora es tarde, ya no puedo confiar más.

Lucía lo había alentado con una fé sólida, inteligente, fundada en el conocimiento, en la realidad deltrabajo, nadie sabe nunca hasta dónde puede llegar, en algún momento de la vida se elige uno a sí mismo ose pierde para siempre, eso mismo decía García Abril, no había sido capaz de oírlos a ninguno de los dos.El síndrome de su eterna traición se había mostrado ya en las rupturas con sus amantes anteriores; Lucía erala culminación. No podía encaminarse a ningún lado sin topar con su mismo ser abyecto.

- Estoy en un pantano. No hay cómo salir.Era una sanguijuela emocional, un conde Drácula de los sentimientos, un ser muerto extrayendo sangre

fresca de los vivos en favor de unas pinturas de dudoso valor. La vocación de jugar a Dios es irresistible,pero el hombre, a diferencia del verdadero Creador, la realiza a costa de la muerte, espiritual o física, de sussemejantes. El doctor Frankenstein aviva su monstruo uniendo trozos de hombres muertos, un hombre vivojugando a Dios, destruyéndose a sí mismo en la creación.

En medio de la pena negra, le había sobrevenido un frenesí de inspiración. Bastaba un momento deaislamiento, distraerse mirando el tránsito, esperar en la cola de la panadería, perder la mirada en elhorizonte, para recibir una andanada de imágenes de todo tipo, desordenadas, imperfectas, rescatables. Ensu época de bancario, en medio del ahogo del trabajo y la familia, había experimentado una crisis creativasimilar, volcada pobremente en apuntes taquigráficos, molidas en olvido. La dura escuela de lapostergación le había ganado la habilidad de aprovechar esa corriente, mantenerse en el medio del río,trabajar todo el día, apoyar la cabeza en la almohada sintiéndose de veras pintor, esa túnica manchada esmía, la de al lado es la de El Greco.

Era una suerte trabajar para olvidar, conjurar la tristeza subiéndole del suelo a la cabeza como el aguade las raíces a las hojas. Otra vez la infelicidad le traía, pérfidamente, la inspiración. En sus años con Lucíahabía pintado, sí, pero esta sucesión de imágenes, estos cuadros maestros desfilando ante sus ojos, eso no.

- Hago cuadros con lo podrido que tengo dentro.Sufrir la tristeza más honda, hurgar en las penas, elegir ésta sí ésta no, colocar un poco sobre la paleta,

mezclar su propia mierda con la escobilla del inodoro, echarla sobre la tela, avivarlas con el aliento,observar a la luz, basta, ahí está el cuadro; ahora lo vamos a vender.

- ¡Pintores, pintores, artistas de todas las épocas! ¿Alguien ha sido, alguna vez, honesto? ¿Alguien hasostenido entre las manos la tristeza desnuda, sin abrigos, cubiertas ni vestiduras, así no más porque sí?¿Alguien ha sido capaz de olvidarse de sí mismo, de hacer oídos sordos al aplauso, de burlarse de la fama,de despreciar las cotizaciones? ¿Alguien ha sido capaz de amar, de sufrir, de comprender, sin pensar en unpincel? ¡Pintores, artistas! ¡Ya no les creo!

La fervorosa peregrinación de la fé se había transformado en una caravana de mercachifles, árabes,

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turcos y judíos de nariz ganchuda mirándose con recelo, cargando sus baratijas, hurtando a la vista lasmonedas de oro entre los pliegues de sus ropones grasientos, al arte, al arte, vendo barato el arte, obraslegítimas de la miseria humana, barato, vendo.

Segunda lección.La Investigación. Octubre, 1996.

Eliana Bas trabajó dos semanas, con escasa interrupción, en el propio taller de Molinari, examinando suobra oculta. Ayudada por un muchacho de la galería, digitando febrilmente en un computador portátilaportado por Silvana, había recorrido las obras una por una, registrando medidas, técnicas, fecha probable,observaciones temáticas, ocurrencias diversas, con la minuciosidad arqueológica característica de todos sustrabajos. La clasificación había sido sencilla; todo estaba ya ordenado en las cajas, pero ella insistió ensometer a prueba varias ordenaciones alternativas. Silvana la visitaba a diario, comentando brevemente suprogreso, pero ocupada más bien en atender aspectos poco lucidos, como dirigir a las domésticas en lalimpieza del taller, arreglar el pago de servicios, clasificar el enorme volumen de porquerías acumuladospor la dejadez de años, intentando conservar sólo objetos con alguna significación, una apreciación nosiempre fácil.

Cuatro horas le llevó a Eliana Bas exponer esta última etapa de Molinari sobre el exhibidor del taller,ante un auditorio reducido: Silvana, Fernando, Martín Zarayeta, el venerable Lulo Ramallo, casioctogenario, como invitado de honor. Fernando no había visto la obra durante la etapa de estudio. Ocupadoen seguir una borrosa línea de tribulaciones personales, había estado con Rodríguez, había conocido porboca de Silvana los comentarios de Lucía Garateguy. Había, sin mucho entusiasmo, reunido algunos datos,con fines no muy claros, sobre la familia de Molinari, algunos colegas del ambiente artístico, un puñado deconocidos del Mercado del Puerto, donde el viejo solía almorzar con frecuencia. En su silla de espectadorvio pasar frente a él una obra de insólita coherencia, apoyada en un amplio abanico expresivo, técnicasmúltiples solas o combinadas donde el uso suelto del pincel alcanzaba por momentos una elocuencia deinstrumento solista en la ordenación precisa de un concierto. No hubiera sido posible para ningúnconocedor de la obra previa de Molinari adelantar esto. Formas, colores, técnicas, símbolos, nada parecíafaltar ni sobrar en estas obras de madurez. Un genio angelical o diabólico animaba sus horas de soledad,discutía con él, le mezclaba los colores, le dirigía el pincel, lo llevaba de la mano a recorrer los parquespulcros del Cielo, las callejas hediondas del Infierno, obligándolo a hincarse de rodillas ante minúsculossantuarios donde nigromantes y taumaturgos calcinaban en crisoles las sutiles amalgamas de la afectividadhumana.

- Silvana, voy a llevar a Lulo; después te vengo a buscar.- Me lleva Eliana; andá para tu casa. Nos vemos allá. ¿Estás bien?- Sí, estoy bien. Después hablamos.- Cuidate, ¿sí?Los vio irse, Lulo conversando como siempre, Fernando escuchando con escasa intervención.

Apreciaba mucho al viejo, pero se lo veía ensimismado. No mostraba signos de preocupación; su entrecejo,de joven siempre algo fruncido, se había suavizado por completo, adquiriendo una expresión dedistanciamiento calmo, una cara de Buda, como se burlaba ella por distraerlo. Según decía, había dejado deescribir por completo, pero cada tanto pasaba un par de horas frente a la computadora, anotacionessolamente, nada importante, me ayuda a ordenar. Si bien había adquirido un modo taciturno, no habíaperdido la comunicación con ella; por el contrario, muchas noches dejaba ella el libro sin abrir porescucharlo. Reflexiones, recuerdos, ocurrencias, impresiones ocasionales o profundas fluían frente a ella enenunciados llanos, metáforas inesperadas, exageraciones hilarantes, reflexiones dolorosas, conclusiones desolidez granítica. Cuando le daba por hablar, emergían los conceptos como de una línea de producción o untanque de altura, hilos de reflexiones acumuladas en el ir y venir de las semanas o los meses. Ella lo seguíacon interés no exento de sorpresa, obligada ella misma a cuestionar su propio interior, en una forma igualde profunda aunque menos dolorosa. Descubría en Fernando una disciplina, una severidad interior demonje ignaciano. Menos inclinada a la lucubración, no dejaba pasar tampoco su momento de intervenir,enfrentándolo con dureza si animaba en ella suficiente convicción. Siempre habían sido charlatanes entreellos, pero ahora conversaban de otra manera. Cuando él intentaba disculparse por el uso de la palabra, porcargarla con sus preocupaciones, ella contestaba convencida, nos estamos arreglando el uno al otro, esto,así, no lo podría hacer ningún psicoanalista.

Molinari, el viejito burgués maniático y quejoso, resultaba ahora autor de una obra cuya significaciónpodía hacer perder pelos de la cabeza a más de un crítico de arte. Había entretenido por años una amante devalía, podrían señalarse con certeza otras mujeres pasando variables horas diurnas o nocturnas en laintimidad de las habitaciones contiguas al taller. Había sobrevivido bajo la aplanadora de una mujerafectada por una depresión endógena incurable, había enfrentado el desafío de dar, si no la espalda al

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menos el costado, a una familia de hijo, nuera y nieto, en legítima defensa del derecho a una vida propia. Sehabía debatido en la solicitación contradictoria de los múltiples deberes impuestos por una sociedad deexigencia ciega, enredándose en una lucha imposible, caminando sobre el filo de la navaja por más deochenta años. De su carrera pública, con obras estéticamente agradables, de calidad académica pero deescaso impulso vital, Lucía Garateguy había podido adelantar la fuerza gestante de su pintura oyendo unosrelatos, testigos no declarantes de una búsqueda angustiosa donde el brazo, cargando el pesado guanteletede un arte acabado, no lograba soltar al cielo palomas.

Rodríguez había visto crecer la obra oculta de Molinari como un feto en el ecógrafo; conocía todos suscuadros, la biografía de cada uno, o acaso nada; no habría siquiera preguntado, no necesitaba saber. Habíasido invitado a la muestra de Eliana, declinando cortésmente sin concesión. ¿Una conspiración de silencio?¿Alguien más habría visto algo? Las historias secretas de sus cuadros anteriores morirían en la memoria deLucía Garateguy; las de su obra actual yacían enterradas en la memoria de Rodríguez. ¿Una logia delocultamiento, una hermandad de conjurados? ¿El arte intimista, la amistad de los literati? No se trataba sólode Molinari el pintor, de Falcone el escultor: la abogada Lucía Garateguy, el venerable Lulo Ramallo, eltestarudo Rodríguez, todos parecían haber descubierto algo, pasearse alumbrados por un aura, llevar bajo lachaqueta la medalla dorada de la Orden de lo Ignoto.

La serie lunar de Molinari, veintinueve cuadros donde el último cierra un ciclo con el primero, unálbum de postales con paisajes de otros mundos, de la biografía de Molinari, de la memoria del espectadoro del ADN de los animales, un periplo salpicado de símbolos ausentes de todos los alfabetos y escrituras dela historia, una sugestiva fiesta de formas, colores, texturas; un diccionario de preguntas; una pieza más delrompecabezas donde anhelamos intuir un día el destino final de la creación. Molinari tapó su silencio conpalabras, borró su rastro llenando de huellas el barro, atronó el valle con la persistencia de sus quejas.Mientras los perros corrían tras un pobre gato asustado, la liebre pintaba el cosmos en la negra noche de sucueva taller. ¿Cuándo se habría dado el vuelco? ¿Cuál habría sido el disparador? ¿El agobio de una familiadescabalada? ¿La contemplación forzada de la aniquilación de su mujer? ¿Ver despeñarse día por día lascumbres sensuales donde anidaran un día las aves de su fantasía? Perdía la luz, ganaban las sombras,protegíase con la mano la débil llama de una vela, se intentaba, cada vez, un paso más. ¿La ruptura conLucía, la última oportunidad perdida, habría sido la gota final de su vaso derramado? En los comienzos desu formación artística había contemplado, con horror y admiración, la serie de gatos dibujados por unesquizofrénico, el valor artístico creciendo con el avance de la enfermedad; los gatos se descomponíancomo la mente del hombre, perdido en un intento desesperado de estructurar su pensamiento. ¿EstaríaMolinari, como el hombre de los gatos, batiéndose a duelo con la locura? ¿Contra qué demonios habríapeleado Falcone, aturdiéndose en el alcohol cuando agotaba sus motivos el cincel?

Fernando había escuchado a Eliana Bas con atención concentrada, sin emitir comentario alguno. Lahabía felicitado al final con una seriedad casi solemne por el esfuerzo de objetividad realizado. Al oír elsilencio rodeando sus palabras se le impuso la certeza inquietante de haber sido escuchado con un respetode autoridad muy lejano a su intención. Para él, el caso Molinari estaba agotado en cuanto a crítica; noleería nada de lo que escribiera nadie. Ahí estaba la obra, documentada por Eliana tanto como podía serlo.Cualquier comentario ulterior restaría en lugar de aportar. ¿Los símbolos de Molinari? Nadie sabría nuncael significado impuesto en ellos por la mano del pintor. En su adolescencia había podido contemplar,escritos en las paredes con lápiz de grasa, unas hileras de signos redondeados, regulares, enmarcables encuadrados. Había preguntado a su madre por el significado de esas marcas: las escribe una pobre loca, nosignifican nada. Una mujer petiza, vagabunda, envuelta en ropas raídas, la cabeza rapada, sentada en unportal rodeada de paquetes; figura habitual en el barrio, los vecinos indignados por el enchastre en lasparedes no lograban hacerla internar, había locos mucho más locos para encerrar. Los signos se repetían enhileras de largo variable, una docena o más, en distintos órdenes. No llegó nunca a saber cuántos eran, porqué se repetían, si seguían alguna regla, si podían aliviar el alma atormentada de la mujer escriba. ¿Podríaalguien, acaso, saber? ¿Tendría sentido saber? Ido, ido, ido, exclama Octavio Paz ante el bodhisatva, sinpoder avalar la redención o la locura. El castillo se yergue lejano en el horizonte; el señor K. no llegaránunca a él. Su esfuerzo lo perderá, hundiéndolo en el abismo de las arboledas, privándolo aún de esta visiónlejana. Todas las pistas son pistas falsas.

- Va bene, ma allora vieni qui dormire. Domani è un altro giorno.- Cuando te vienen accesos de ternura me hablás en italiano.- Me recuerda la infancia. Estoy muy olvidada; cualquier día de estos empiezo a repasarlo. Sólo para

hablarte a vos.

Bronce.La Investigación. Noviembre, 1996.

Silvana habló con el secretario del Departamento de Cultura de la Intendencia Municipal de

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Montevideo. El secretario habló con el Director del Departamento de Cultura. El Director dijo sí pero deboconsultar al Intendente. El Intendente dijo sí por supuesto; había visitado la salita de Falcone en la GaleríaFiori di Firenze, cómo, usted no la vio, no arquitecto estuve ocupado, vaya entonces, es parte de su trabajo.Marco Antonio Falcone sería presentado en el Salón Municipal con una Retrospectiva de Guido Molinari.Se integraría con piedras chicas, fotografías y maqueta a escala del Gólgota de San Pedro, másreproducciones de seis estatuas seleccionadas, construídas con fondos aportados por la Intendencia deMontevideo, el Ministerio de Educación y Cultura, la Embajada de Alemania, las Usinas Termohidráulicasdel Estado, la fábrica de pastas La Spezia y la Galería Fiori di Firenze.

Estaba prevista para setiembre. Entre junio y julio Silvana había logrado, en largas sesiones divagadas,convencer a Molinari de sacar a luz algunos de sus cuadros del último período. Aunque Silvana sospechabaocultamientos, el viejo había reunido doce obras dignas, indicativas de un cambio de estilo, temática ytécnica respecto a su obra anterior; adjunta a una selección de sus trabajos conocidos, daba para encarar unaexposición compartida. Los cuadros a exponer habían sido trasladados a la galería, previendo posiblemarcha atrás del autor, bastante ido aún en la opinión amiga de Silvana. En agosto Molinari había sufridoun desorden cardíaco, muriendo un par de semanas después. Se hizo necesario postergar la muestra; elcontundente motivo allanó la comprensión de los patrocinadores. Eliana Bas, con el apoyo de Silvana y lacolaboración espontánea de Martín Zarayeta, exhumaron, clasificaron, admiraron una obra paralela a laobra pública del autor, realizada a espaldas del mundo durante veintitrés años. Fue preciso cambiar elcarácter de la muestra; no había lugar a retrospectivas, sería criminal no exhibir todo ese último período.

El Presidente de la República, presente en el funeral de Molinari para sorpresa de todos, supo de la obraoculta de este pintor objeto de su admiración. El Presidente de la República instruyó al Ministro de Cultura,el ministro habló al subsecretario, el subsecretario llamó por teléfono a la arquitecta Silvana Fiori,propietaria de la Galería Fiori di Firenze y heredera artística legal del pintor. La arquitecta Fiori respondiódebo consultar; cortó para llamar al secretario de Cultura, el secretario habló a su Director, el Directorllamó al subsecretario de Educación y Cultura para confirmar, se presentó luego en persona en el despachodel Intendente, arquitecto el señor Presidente quiere a Molinari en el Museo Nacional de Artes Visuales. Notan fácil, tenemos a Falcone también, es preciso hacer justicia, el arte es todo uno, llame al Ministro, hablecon la arquitecta Fiori, diga al Presidente. Jefes, funcionarios, ministros, secretarios, subsecretarios,directores, secretarios de los secretarios, semanas de puede ser, debemos consultar, no podemos adelantar,lo llamo en cuanto sepa. Finalmente, el Presidente de la República, dejando de lado rivalidades políticasirreconciliables, llamó al Intendente en nombre del Arte. La exposición Molinari Falcone se haría en elMuseo Nacional de Artes Visuales presentada por el Ministerio de Educación y Cultura conjuntamente conla Intendencia Municipal de Montevideo; el Presidente de la República en persona presentaría al pintorGuido Leonardo Molinari, el Intendente de Montevideo haría lo propio con el escultor Marco AntonioFalcone. Dos obras mixtas de Martín Zarayeta, dedicadas a las dos glorias nacionales, enmarcarían enpresente la ocasional, momentánea, acaso milagrosa, concordia de los hombres.

La mujer de Jacinto.Rossina. Julio, 1975.

Es un hombre raro, señora. Usté perdone, yo sé que él trabaja para usté, pero a veces parece que noestuviera bien de la cabeza. Alguna vez hasta me dio miedo, y mire que yo, no es por nada, pero no meachico así no más. Se siente como si uno estuviera hablando con un aparecido. Una vez se le dio porpreguntar por qué no me había casado. Se ve que el hombre no sabía nada. Y dele insistir, "Jacinto, nosabés lo que es tener una mujer todos los días...", cosas como ésa. Yo no sabía qué decirle, porque vio comoes él, se pone a hablar y habla solo, sin esperar que nadie le conteste.

Estaba trabajando con unas piedras en la mesita esa que tiene, con la lámpara encima. Dejó de trabajary me miró fijo. Yo estaba en la sombra, pero seguro me veía, porque tenía los ojos como los gatos. Ahí fueque me asusté. El hombre se me quedó mirando fijo, quieto como de piedra. No sé cuánto rato estuvo así.Yo tampoco me animaba a moverme, de puro susto. Si lo hubiera visto hundirse en la tierra, o elevarse porel aire, no me hubiera asustado más. De golpe largó las herramientas arriba de la mesa. El ruido me hizosaltar en el banquito. Se fue derecho a donde guarda las botellas. Rebuscó ahí mientras yo respiraba unpoco. Trajo una botella muy alargada y dos copitas, dos copitas muy chicas, como pocillos de café. Mehabía hecho tomar con él alguna vez, un poco, porque yo no soy ningún borracho. Pero esta vez las copitaseran chicas, nadie podía mamarse con eso. Ahí me habló, pero con una voz... una voz que le juro, señora,no era de él.

- Jacinto, ¿cómo se llamaba tu mujer?No sé cómo lo supo. Debe haber sido esa mirada que tenía; vio adentro mío y supo todo.- Elda.Colocó un banquito entre él y yo. Sirvió las copas; el líquido era como agua. Agarró una y se paró

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delante mío. Yo también me paré, y agarré la otra, por respeto. Me siguió mirando fijo, poniendo la copaentre él y yo, a la altura de los ojos. Tenía cara de fiera, señora; no le puedo decir otra cosa. Estuvo un ratocon la copa así, como si me mirara a través.

- Por Elda -dijo, y se lo tomó de un trago, en un segundo. Yo también me lo tomé, de golpe, así comoél. Era un aguardiente fuertísimo, caliente; nunca había tomado algo así, y menos tan de golpe, porque yono soy de tomar mucho. No sé si habrá sido eso, o cosas de la cabeza, pero los ojos se me llenaban de agua,señora; no me da vergüenza decírselo a usté, porque usté sabe que yo no soy de llorar ni de dejarmearrastrar por las penas, pero ahí, en ese momento... no sé, me vino una de aflojar.

El agarró de nuevo las herramientas y se puso a golpear las piedras. Yo me quedé sentado en elbanquito, ahí en la sombra. No sabía si me tenía que quedar o ir, si darle las buenas noches o salir no más.Esperé un rato, oyendo pasar el tiempo, pero él no dijo más nada, ni me volvió a mirar, golpeando laspiedras sin parar nunca, metiendo ruido como si fuera el diablo. Me fui yendo hacia la puerta, pronto a darlas buenas noches si se daba vuelta, pero ni me miró.

Me fui caminando para las casas, mirando las estrellas. Era una noche de mucha estrella. Había vueltoel frío, pero el aguardiente ese me había dejado un calorcito en el pecho como cuando la mama vieja meponía paños calientes para sacarme la tos.

Interferencias.Rossina. Diciembre, 1975.

- ¿Molesto?- No, adelante.- Continúe, por favor.El sol se colaba por la ventana del taller en la tarde quieta. Falcone trabajaba. Rossina dio unas vueltas

mirando vagamente la babel de piedras, bancos, herramientas, trozos de madera, carpetas con esbozos,pantógrafos, tablas de dibujo, libros, vasos con lápices, rollos de papel. La tarde anterior había estadoobservando la escultura titulada "La Bondad", una compleja construcción de volúmenes superpuestos, cuyaforma general parecía representar una figura humana entregando algo con las manos, mientras la mismaforma entregada parecía faltar del torso. La escultura presentaba dos perfiles: uno de contornos suaves,líneas armónicas, ondulantes al pasar la mano; otro apretado en la sugerencia de una risa demoníaca, a estarpor el decir de algún espectador. Las partes, disociadas entre sí, desencajaban el conjunto. Desde el ánguloopuesto, las formas armonizaban suavemente. La faz intermedia se resolvía con penetraciones de los dosestilos.

El sendero de acceso al claro de la estatua mostraba la cara buena; desplazándose unos pasos alrededor,surgía la cara mala. A Rossina le había molestado esa transformación del gesto de entrega en unasugerencia de egoísmo, de perfidia, tan impúdicamente marcada. En ambos perfiles subsistían, además,elementos recordatorios del otro. La contemplación de esta obra, fundida en bronce, le había provocado unainexplicable inquietud. Se dirigió en busca de Falcone buscando llenar con el testimonio del creador laoquedad espiritual. Su interior parecía compartir la mutilación de la figura estatuaria.

- Estuve mirando "La Bondad".- Ah, ¿sí?El martillo seguía su golpeteo empujando al cincel. Una hendedura curva se pronunciaba con rapidez.- Está muy bien. Muy bien, sí, muy bien trabajada.La escofina desbastaba ahora los cantos suavizando la hendedura en bordes redondeados. - Me causó una impresión... no sé... esas formas tan contrastadas... En "Los Guardianes", la doble

naturaleza tiene un sentido: advierte, o muestra, lo distinto de cada lado; uno siente la advertencia o eldescanso, según el ángulo...

Una hendedura casi simétrica, quebrada, de perfiles agudos, surgía bajo el cincel. - Sin embargo, en "La Bondad"... no cabe algo tan... malo; es inquietante, induce al rechazo. No debiera

haber nada oscuro en la bondad. Por algo es una virtud. Sí, sí, la bondad puede ser fingida, ejercida portemor, a cambio de otra cosa, a instancias del ego, para expiar culpas, un sinfín de motivacionesdesagradables; hasta puedo llegar a admitir la imposibilidad para el hombre de un acto de bondadcompletamente puro y desinteresado, al menos si esos hombres no son santos. Pero estas carencias soncarencias de los hombres, no de la bondad en sí. La bondad como virtud es pura.

Hubo un largo silencio. Rossina creyó que no contestaría. Se movió como para irse. Falcone empezó ahablar sin dejar el trabajo.

- He visto pocas veces la bondad, pero siempre se me hizo patente como el acto de un hombre o de unamujer, imperfecto en su esencia. Pero esto no interesa. Lo sorprendente es la existencia misma de labondad, aún teñida, contaminada, falsa; que el ser humano sea capaz, de producir, de percibir algo parecidoa la bondad en medio de todo el resto; que ese resto no la ahogue, no la mezcle en la conciencia y nos deje

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sin saber, sin poder percibir su existencia. Es lo mismo con todas las virtudes: el milagro es su existencia.Como un animalito roedor, un escoplillo de cantería hacía saltar lascas, multiplicando los planos de una

grieta cada vez más llena de filos. Rossina buscaba palabras para reproducir la desazón de la noche anterioral mirar la escultura.

- Es que... no sé. Esa duplicidad... unir en la misma forma cosas opuestas, esa unión de formasdisímiles... la ambivalencia confunde, crea una especie de inquietud espiritual donde debiera haber sólopaz.

- No sé, no soy filósofo, no sé de esas cosas. Tampoco tengo potestad alguna para ejercitar unaautoridad moral. Trabajo con mis manos, busco con la herramienta la forma, sigo un rastro invisible. Soysólo un intérprete; no condeno ni absuelvo.

- Pero su obra... usted es un artista, la gente mira sus obras, hasta sus actos. Usted ejerce una influencia.Una sonrisa se le coló entre los bigotes de malandrín.- No... yo no. Mis esculturas son objetos en un mundo lleno de objetos; no se distinguen de las piedras

sin esculpir, la madera de un árbol o la materia orgánica de un pájaro. Recuerde usted las palabras de IgorStravinsky: "Sólo Dios es un Creador; yo sólo hago música de la música". En mi caso, salvando lasdistancias, es lo mismo: sólo hago piedras de las piedras.

Rossina veía la debilidad de su argumentación, la simplicidad sentimental de su reclamo. Buscabaremedio para la impresión de corrupción, de contaminación, de suciedad, dejada en ella por lacontemplación de las estatuas de Falcone, impresión extendida aún a las virtudes más elevadas del espírituhumano. Perdida en el mar, buscaba un derrotero hacia la seguridad de la costa.

El escoplo se detuvo por primera vez. Falcone se volvió hacia ella.- Señora... usted conoce bien mi situación en el mundo, ¿no es cierto? Todo lo que hay aquí es suyo. Yo

no tengo nada, ni tampoco lo necesito. Usted me está dando los medios para hacer algo, por alguna razónde su exclusiva incumbencia. Puede ser un error. Si llega a esta conclusión, viene y me lo dice, pero yo sigosolamente mis propios designios; no me importa si son pobres, cuestionables o insensatos. No puedo hacerel trabajo de otro. Lo que yo haga, bueno o malo, llevará mi nombre. Estará en su terreno, será suyo, porqueson suyas las piedras, las herramientas, este taller, los obreros contratados. Todo es suyo, hasta la ropa quevisto y el alimento que me mantiene vivo. Usted me compra, yo me vendo. Pero el autor, el que transformaestas piedras en estatuas, soy yo de principio a fin. Y si le dijera "señora, lo siento mucho, lamentoconmocionar sus sentimientos con estas piedras", le estaría mintiendo. No trato de interpretar el mundo, noaspiro a brindar recreo para los sentidos ni paz al espíritu. Intento, con buena o mala fortuna, extraer laesencia de las cosas, sean materiales o espirituales, buenas o malas, lindas o feas. No hago distinción.Recuerde, yo sólo soy un intérprete. Eso es mi obra. Yo voy a hacer mi obra, no la de ningún otro, ni porcomida ni por nada. Prefiero recoger el estiércol de sus vacas por un jarro de leche antes que dar un sologolpe en estas piedras siguiendo la voluntad de otro.

Rossina mantenía la vista fija en el cielo enramillado de la ventana. Un hálito de brisa movió las hojas.Una rana lejana arrancó un lamento repetido. Marco miraba el banco, las herramientas abandonadas, eldibujo de un rostro semioculto en el cajón de los lápices. La falta de palabras alargó el tiempo. Un nuevohálito de brisa escobilleó el cielo. Otras ranas se unieron a la primera, en un lamento dialogado, sostenido.La brisa, las ranas, las luces de la tarde fugitiva fueron borrando las arrugas, ablandando las miradas,separando los dientes, aflojando los hombros. Falcone giró lentamente en la silla volviéndose hacia ella.Aguardó todavía unos momentos esperando las palabras, la decisión, el tono necesario. Su habitual rudezase mostraba ante su mecenas por primera vez. La frase se iba formando en algún lugar del tiempo, como seforma una gota de rocío en la punta de la hoja, creciendo lentamente para luego inclinarla suavemente haciael suelo, hasta desprenderse, en un instante suspenso, libre en el vacío, dejando la hoja abandonada, sola,oscilando en el aire en pos del equilibrio.

Las palabras se presentaron a caballo de una voz híbrida de entereza y súplica:- Señora...Rossina levantó las cejas. Encontró la mirada concentrada, fija de Falcone. Rossina recordó a Jacinto:

con el pelo largo, los bigotes hacia abajo, la cara como de piedra, parecía un enviado de Lucifer. Laspalabras se movieron hacia ella como tiradas por bueyes de carreta.

- Esto yo lo veo como si fuera real. Si no hago esto aquí, acaso no lo haga nunca, ni tampoco hará faltahacerlo. Quedará como una más de tantas cosas abandonadas por diez razones y mil pretextos. Si unhombre quiere ser libre, debe estar dispuesto a perder. Usted sabe tan bien como yo que llevo añosperdiendo.

Se interrumpió un momento. Orillando el gorjeo de la tarde evanescente, agregó:- No quisiera perder el beneficio de su opinión.Un canto de teros se agrandó sobre el murmullo de las hojas, perdiéndose luego. - No lo perderá.El viento movía apenas las espinosas hojillas de las casuarinas. La luz del sol, al final de su caída, se

coló entre el follaje encandilando los ojos. Empezó a crecer el gris del crepúsculo, detenido una vez más

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por la falta de palabras. Falcone volvió hacia el banco de trabajo. Apartó dos martillos, varios cinceles, uncepillo. Una piedra oblonga imitaba, vacía, un rostro modiglianesco. Rossina abandonó la ventana yendohacia la puerta. Se detuvo junto al banco de trabajo. Falcone elevó la vista. Rossina, articulandocuidadosamente, con la misma voz de hierro con que lo reprendiera meses atrás al arrancarlo de su tuguriode borracho, le anunció frontalmente:

- No habrá más interferencias... maestro.Se lanzó hacia afuera por la puerta de madera del taller. Un paso largo, continuo, la llevó por el sendero

empedrado subiendo hacia las cocheras, la desvió por el flanco de la casa, la elevó por la escalera demármol al costado del ala este, la hizo atravesar puertas, alcanzar el pasillo, cerrar la puerta de suhabitación, acercarse a la ventana para sentir entrar por la rendija abierta el rumor de las hojas hamacadaspor la brisa de la tarde envolvente del taller donde Falcone, erguido como forma estatuaria de su propiaobra, oía el rumor del tiempo transcurrente arrastrando consigo las palabras, como se llevaba el aire la débilfragancia de los jazmines del país amontonados junto al arroyo. Era caída ya la noche cuando la lámparadesnuda del taller infló un globo de luz, desbordando las ventanas, mostrando de nuevo aquella piedraoblonga y modiglianesca abandonada sobre el banco de madera cuyo destino cambió cuando el golpemesurado del cincel apartó a Rossina de la ventana abierta inundada de estrellas, mientras se envolvía loshombros con el grueso chal bordado en español regalo de Alberto en tierna burla a su friolencia, allá enSevilla, una tórrida noche de verano empolvada por los años.

Los planos del agua.Rossina. Junio, 1976.

Rossina no podía entender como Alberto pasaba tanto tiempo entre sus planos, como podía hallar algúnentretenimiento en esos dibujos lineales, monótonos al extremo. Detrás de los símbolos austeros, Albertoveía con toda claridad el empuje de las bombas, el control de las válvulas, la conducción del agua por codosy tuberías, siguiendo con fascinación, a través del papel, los torbellinos, arabescos y volteretas del agua enmovimiento. En sus últimos años, ya enfermo, había logrado culminar en el cálculo su ilusión de mover elagua en el cerro San Pedro, diseñando un sistema de canales, esclusas, caídas, para conducir la surgente porla ladera, a través del monte. Un dibujante de la empresa había pasado en limpio los numerosos croquisdonde Alberto procuraba hacer inteligibles los resultados de sus ecuaciones. Rossina había podido seguirsobre los planos, animada por la palabra viva de su esposo, el caprichoso recorrido del agua entre losárboles, aprovechando la topografía favorable, dando vida al parque, casi oyendo su murmullo, navegandocomo una brizna de hierba, hasta alcanzar la desembocadura en el arroyo. Esta última realización deAlberto, su capacidad artística, su forma de disimular lo técnico, tan imbuído en su vida, había reafirmadoen ella la certeza de no haber conocido a su esposo, ante quien se sentía, aún en el recuerdo, como una niñainexperta.

Estuvo pensándolo semanas, dudando, retrocediendo, volviendo a empezar. Después de todo, ¿por quéno? En un arrebato, tomó la llave del cajoncito del escritorio, abrió el armario, extrajo el rollo de planos.Salió de la casa con la determinación de quien comete un acto de locura en plena conciencia, sosteniendo elrollo bajo el brazo como si fuera un arma.

Falcone miró los planos minuciosamente, uno por uno, sin hablar ni apresurarse. Se tomó muchotiempo. Volvía las páginas hacia atrás y hacia adelante como si ella no estuviera. Rossina permanecióinmóvil, esperando pacientemente, respirando bajo, haciéndose invisible. En algún momento él volvióhacia el plano general. La vista se le fijó en algo lejano detrás del papel.

- ¿Quiere que lo construya?- Usted... ¿podría?Falcone se rió.- ¿Que si soy capaz?- No quise decir eso...Contestó burlón:- No soy ingeniero, pero puedo leer un plano. Estos planos los hizo un ingeniero.Había visto el título en el sello. Rossina se mordió los labios. Los ojos se le llenaron de lágrimas.- Gracias.Falcone se quedó solo, la vista clavada en el hueco de sol por donde ella había huído. Volvió a mirar el

plano. Unos trazos en azul de lapicera fuente, Alberto Maresca, Ingeniero Industrial. Reconoció ahora elapellido de casada de Rossina. Tomó una piedra de la mesa y la estrelló contra un rincón.

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El nombre.Rossina. Noviembre, 1976.

- ¿Cómo se llama esto?- ¿Esto qué?- Esto. La casa. La propiedad. ¿Cómo se llama?- No sé. Nunca le pusimos nombre.- ¿Nunca le pusieron nombre?- No.- ¿Y cómo decían cuando venían para acá? ¿Vamos a dónde?- Decíamos "vamos a San Pedro", nada más. Ya se sabía.- Pero San Pedro es el pueblito ahí en la ruta 21, o el arroyo. La gente le llama a esta zona Altos, los

Altos del San Pedro, cuando quieren ser poéticos.- No sé. Nunca quisimos ser poéticos. No le llamábamos los Altos, ni nada. Decíamos "vamos a San

Pedro". Nada más.Rossina siempre se sentía incómoda hablando con Falcone, pero ahora estaba más bien sorprendida. No

había notado la falta de un nombre propio para designar la finca. No tenía por qué tener uno, pero hubieraresultado natural bautizarla. Todos los establecimientos aledaños tenían nombre.

- Así que no se llamaba nada... -insistió Falcone, con su tonito burlón. En ningún momento habíainterrumpido su dibujo, ni siquiera para ver el efecto de sus palabras.

Rossina, algo envarada, reafirmó:- No, no se llamaba nada. No tenía nombre.Falcone parecía satisfecho.- Bien, bien. Muy bien. No tenía nombre.La noticia parecía haberle agradado mucho. - No se llamaba nada -repitió. Y se rió. Abstraído en las posibilidades que esa falta de nombre parecía

abrir a su fantasía, ya no estaba ahí. Rossina se retiró. Ni a ella ni a Alberto se les había ocurrido nuncadarle nombre a la propiedad. ¿Por qué sería? En todo caso, no sentía inclinación alguna a remediar esa faltaahora. La propiedad quedaría sin nombre.

Con los Seres Biformes.La Investigación. Diciembre, 1996.

- ¿Cuál te parece masculino y cuál femenino? ¿O son iguales?- No son iguales. Las formas tienden a confundir, pero hay algo en el carácter, en la impresión de

conjunto, no sé... - Veamos uno por vez, a ver si nos dicen algo.- El de la derecha ...- ... es masculino.- Sí. El de la izquierda ...- ... es claramente femenino.- ¿No hay dudas?- Miremos de nuevo.- No hay dudas. El de la derecha es masculino, el de la izquierda femenino.- Ahora desde adentro.- Las formas angulosas son menos claras.- No pienses en las formas. Ellos te dirán.- ¿Cómo sabés?- Yo los conozco hace más tiempo. Vos mirá, ellos te van a decir.- El de la derecha es varón.- De acuerdo. ¿El de la izquierda?- Mujer.- ¿No hay dudas?- Miremos de nuevo.- ...- No hay dudas.- Cada figura contiene los dos sexos. Siempre es masculino el de la derecha, femenino el de la

izquierda, ya se los mire desde adentro o desde afuera.- Sin embargo, los dos sexos de una misma figura se ignoran entre sí. Miran hacia la figura del otro

sexo en la escultura de enfrente.

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- ¿Interpretación?- ¿Vos qué decís?- Nada. El crítico sos vos.- Ya no lo soy. Me retiré. Ahora sólo contemplo la belleza.- ¿Nombres?- Eh... no sé.- Se llaman Este y Aquél.- ¿Cuál es cuál?- Este será el más cercano. Aquél será el más lejano.- Irán cambiando, entonces, según donde estemos parados; es más, si nosotros nos alejamos uno del

otro, los nombraremos cambiados.- Cierto.- Si estamos los dos juntos, pero a igual distancia, cualquiera puede ser Este o Aquél.- Así es.- ...- ¿No vas a hacer ninguna interpretación? ¿Ningún comentario? ¿Nada? Es tu última oportunidad: hable

ahora o calle para siempre.- Nada. Ninguna interpretación.- Entonces no hay más remedio. La interpretación quedará a cargo del lector.

No soy católico.Rossina. Febrero, 1978.

- No soy católico.Los oídos de Rossina se negaron a oír. Pero él lo repitió, recalcando las palabras:- No soy católico. No creo en Dios.- ¡...!- Dios no existe. No hay nadie allá arriba.- Pero cómo... cómo es posible... todo esto...La mueca burlona la silenció. Una ola de vergüenza la inundó como si estuviera ahogándose en el mar.

En un segundo recuperó la compostura. La voz le salió como el aliento de un témpano polar.- La fé es un asunto personal.Falcone inclinó levemente la cabeza. Rossina volvió sola por el sendero, humillada, colérica,

maldiciéndose a sí misma, sin ver alrededor.- No soy católico.¿Cuál era, entonces, el sentido de este trabajo inmenso? El Camino al Gólgota, La Unidad de la Fé,

Los Mandamientos. ¿Qué eran esos títulos? ¿Una burla, como la mueca bailoteando en el rostrodesfachatado? ¡El colmo de la humillación! ¡Supremo triunfo del Maligno! ¡Encarar una obra creyendo atodas luces alabar a Dios, cuando en realidad se está humillando la Fé! Falcone no era un ser demoníaco:era el Diablo en persona.

- Dios no existe.¿Por qué elegir como tema de creación algo ajeno, extraño, incompartido? No se trataba de un

antropólogo haciendo un estudio, no era un filósofo escribiendo un ensayo. Se trataba de un artista, alguienempeñado en objetivar en el mundo material algún rasgo de la elusiva subjetividad humana. Pero aún así, sise encara la creación en tan titánica magnitud, ¿cómo es posible permanecer ajeno, incontaminado, asépticode toda influencia? Si era necesario entrar en circunloquios filosóficos, caer en artificialidades como "elGólgota particular del artista", "el Gólgota de la Humanidad", o aún inventar un Gólgota metafórico, laobra era un desatino aún mayor. La corrupción por intelectualidad daba al traste con el arte, la fé y todo eluniverso junto. ¿En esto había puesto ella tanta pasión, tanta esperanza? Se sentía repentinamente absurda,infantil. Había caído en una trampa tonta, confiando ingenuamente en la supuesta genialidad de un borrachomegalómano. Acuciada por la soledad, la falta de objetivos, la insensatez de la vida, estaba comprando unachuchería a precio de oro, india tonta trocando joyas por espejitos al indigno conquistador. Había caído enel engaño de un aventurero vulgar, un loco suelto elevado a artista por la credulidad de ella, por su malditanecesidad de encontrar a Dios en un mundo material tercamente mezquino en signos de trascendencia.

Pasó días de desconcierto. Un nerviosismo permanente la tenía como en ascuas. ¿Qué hacer?¿Detenerlo todo? Imposible. La obra estaba ya demasiado avanzada, no se podía borrar: quedarían laspiedras inconclusas como despojos, testigos de cargo de su imbecilidad. No. Habría que seguir, pretenderseguir creyendo en todo lo hecho como había creído hasta el momento, fingir... ¡Dios, fingir!, en estotambién, ¡en el emprendimiento de mayor significación de su vida entera! ¡Fingir en una obra concebidapara dar testimonio de la Fé! ¡Digno signo de los tiempos!

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Hubiera deseado tener sobre la mesa de la cocina la cabeza de Falcone, abrir con una sierra el cráneoimpío como si fuera una sandía, hurgar en su interior con cuchillo y tenedor, cortando los duros nervios,buscando como el Dr. Frankenstein el "principio de la vida", la razón fisiológica de una mentalidad tanretorcida. Un trabajo tan grande, sólo para hacer el mal, un mal espiritual, perceptible sólo para ella. ¿Quéhombre podía ser tan incoherente? La imagen del Diablo volvía a su mente, aunque hiciera por desecharla.

Unos días después, algo más serena, recorrió nuevamente las estatuas, sólo las terminadas. Se colocódelante de ellas como ante un jurado colectivo: cada piedra debía decir "inocente" o "culpable". Lasexaminó crítica, exhaustivamente, intentando exprimir de ellas, infructuosamente, un zumo de sentido. Allíestaban, las formas mudas. No pudo evitar un ligero estremecimiento. Algo había en esas estatuas. No eranalabanza a Dios, ahora lo sabía; pero su ojo inquisidor tampoco lograba arrancar confesión de herejía.

La noche gentil, entrando por la ventana abierta, la envolvía como un manto en su soledad. Sobre elescritorio, la portátil alumbraba de soslayo el rostro enigmático de Alberto. Se acomodó en la reposera.Volvió a pensar en las estatuas, siguiendo las formas de algunas de ellas como si fuera un camarógrafofilmando un documental, rodeando la forma, acercando, alejando, explorando, mientras la voz educada deun comentarista destacaba los detalles en palabras, unas formas vagamente renacentistas denotan laespeculación estilística paralela a la figura, re-creación sincrética del tiempo, de la fé, o de su ausencia, enuna interrogación inquietante, haciendo prescindente una respuesta siempre fragmentaria, acasoinexistente... no. No eran las estatuas. Era ella misma. Ella se había engañado a sí misma, esperandoencontrar allí sus propias creencias. Ahora el propio autor la había sacado, cruelmente, de su error. Lasestatuas eran inocentes, como eran inocentes los animales, aún en sus conductas más feroces. No eraposible hacer hablar a las estatuas. Era el artificioso comentarista quien regaba sobre ellas filosofía,religión, emociones, literatura. Era su alma desvalida quien se postraba ante las piedras rogando por ladevolución de un mensaje, la limosna de un signo. Era el autor quien negaba, con su palabra, la presenciade Dios en las formas, frustrando su ansiedad de encontrarla allí. Falcone, con su vocación destructiva, lenegaba a ella la razón y sentido de su emprendimiento, convirtiendo la realización de esa obra, la inversiónenorme de su dinero, en una patraña ridícula de vieja chocha. Falcone era un ser odioso, destructivo no sólopara sí mismo, sino para los demás, el perro ingrato mordiendo la mano abierta, el león destrozando entrelas fauces su propia prole. Era todo un asco.

Desde el escritorio, los ojos tristes de Alberto la miraban inmóviles. Siempre había sentido su compañíaen el emprendimiento de este proyecto alocado. De no haber sido así, jamás habría juntado coraje paraencararlo. Al sereno de la noche en la ventana, echada en la reposera, los ojos cerrados, envuelta en el chalespañol, se imaginó recorrer con él el camino de las estatuas. Alberto tenía una fina sensibilidad para elarte, rara vez expresada con palabras, vivida hacia adentro como algo muy privado, un recinto secreto en elcual ella había logrado deslizarse alguna vez. Las formas ante su imaginación, el calor del chalenvolviéndole los hombros, la presencia de Alberto dentro de ella...

- La palabra de Dios puede estar aún en la boca del infiel.Tenía la obligación de continuar la obra. No sólo eso: tenía el deber de evitar su destrucción, la

destrucción moral por la impiedad, por el veneno de la malignidad, de las palabras alimentadas en el vicio,en la corrupción, en la bajeza humana. ¿Quién era Falcone? Un vagabundo sin hogar maltratado por la vida,un espíritu débil de manos privilegiadas, un armazón de huesos y pellejo harto de arrastrar una cabeza loca,un ser basto emergido del barro elemental donde habrá de hundirse finalmente. ¿Qué derecho tenía adestruir, ni aún lo hecho por él mismo? Las piedras, las herramientas, los obreros, el alimento, todo lo habíapuesto ella, sin pensar por un momento en la propiedad de ninguna de esas cosas: todo estabainevitablemente consagrado a Dios. ¿Quién era el pobre, ínfimo Falcone? ¿Qué derecho, temporal o divino,lo habilitaba a condenar? Su herramienta era el cincel. Si se le extirpara la lengua, si se le prohibieraescribir, si se le invalidara toda expresión, si sólo se le permitiera esculpir, su obra sería exactamente lamisma. Dios, el Dios negado por su mente débil, había concentrado en sus manos el don único de laescultura. En todo lo demás, podía ser tan vulgar, tan torpe como el último de los hombres. El artista notiene atribución alguna sobre su obra: no le pertenece, es patrimonio de la humanidad.

- No soy católico.Marco Antonio, pobre Marco Antonio, ¿a quién le importa lo que seas? Tan sólo cumple tu trabajo,

como yo cumpliré el mío, por la gracia de Dios, amén.

Ultima visión del Gólgota.Rossina. Junio, 1978.

- Disculpe... pensé que estaba en el taller. Como no hay nadie...El sonrió apenas; no pareció molesto por su presencia. Terminó de acomodar la esclusa, izándose luego

fuera de la acequia, sin agua todavía. El circuito hídrico concebido en la mente de Alberto Maresca, movidopor la gravedad, había probado en la realidad lo adelantado por los planos. Faltaban apenas algunos

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revestimientos de piedra, unos pocos tabiques, destapar de arena algunos sifones; pronto podría bastarse así mismo. La mayoría de las esculturas previstas por Falcone en su obra monumental estaban ya colocadasen su sitio. Senderos, escalones, rincones de descanso, puentecillos; árboles, arbustos ornamentales,enredaderas; cercos de piedra; acequias, caídas, estanquecillos, esclusas, ocupaban casi seis hectáreas deparque sobre la ladera suroeste del cerro San Pedro. La estatua de coronación era aún un montón de piedra,una promesa en dibujos. Había otras obras en ejecución, pero Rossina no las había visto sino en modelos aescala, en papel, o ni siquiera. No obstante el grado de avance, a la mirada casual aparecía como una simpleobra en construcción. El monte ferviente, como un gigantesco nido, la protegía.

Era domingo; los obreros no trabajaban. Falcone se ocupaba de las esclusas por su propio gusto, porsalir del taller en un día de descanso semanal; de ordinario, sólo supervisaba la cuadrilla. Rossinaaprovechaba el fresco de la tarde, la soledad, para imbuírse del crecimiento paulatino de la obra. Falconelimpió con ramas uno de los bancos de piedra, ofreciéndole el asiento con una seña corta. Ella aceptóinclinando apenas la cabeza. Falcone terminó de atornillar la palanca de accionamiento de la esclusa; luegoreunió las herramientas en la caja de madera. Se sentó en el suelo, a la vera de la acequia, varios metrosdelante de ella. De haber habido agua, estaría mojándose los pies descalzos. Rossina calzaba zapatoscerrados. Desde el recodo, el sendero se curvaba en ascensión al cielo, donde el sol descendíaentreverándose en retazos de nubes deshechas. Quedaba aún un rato de luz, pero no habría puesta de sol. Elcielo de colores salvajes se disolvería en la negrura, liberando a los paseantes de este horizonte agresor.Cuando comenzaba a oscurecer, Rossina anunció:

- Estaré unos días en Montevideo.- ¿...?Ella no salía nunca.- Asuntos económicos.El asintió al punto, como ella esperaba. Estuvo por decir "asuntos familiares", pero eso sonaría menos

probable. "Asuntos económicos" era mejor: el dinero demanda atención. Nada más natural: los mecenas seocupan del dinero, los artistas ejercitan su oficio.

Días más tarde, Rossina partió hacia Montevideo, poniendo fin a varios años de ostracismo voluntario. - Mi tía nunca pensó que esa operación la llevaría a la muerte. Cuando la fui a ver al sanatorio, estaba

de buen humor. Era una intervención menor, tenía la certeza de salir bien.- No te preocupes, m'hija, en ésta no va a ser. Yo voy a morir en San Pedro.

Papeles de Molinari.La Investigación. Diciembre, 1996.

Soy lo que hago con las manos. Si mis manos están quietas, pierdo la vida. No sé de donde salió estepensamiento, me vino de repente. Pero es así.

[Guido Leonardo Molinari, Diarios 1970-1996. Archivo Galería Fiori di Firenze.] En mis obras de este último período he querido representar todas las pérdidas, pérdidas no solo

humanas sino también animales o vegetales, pérdidas de la vida. Más aún, pérdidas abstractas como lascostumbres, las ideas o las emociones. No me he ocupado casi nada de los agentes de esas pérdidas, tantoscomo no sería posible enumerar. La prepotencia, la ambición, el poder, la vulgaridad han restado a lariqueza de la vida toda, y por lo tanto también de la vida personal, de mi vida. Ideas o emociones comoéstas, directrices o inspiradoras, rara vez evolucionan puras; se mezclan, se disfrazan, se confunden conotras aparecidas en pleno quehacer artístico sin ser llamadas ni muchas veces queridas. Mis telas son unaposada, dan albergue a cualquier caminante. Impresiones momentáneas, recuerdos peregrinos, palabrassueltas, imágenes caleidoscópicas poco o nada vinculadas con aquellas ideas originales por las cuales nospusimos en marcha. El juego creativo avanza entonces como un bote en alta mar, zarandeado por las olas,siguiendo un rumbo alterado, diferente del fijado al partir; la derrota marcada en la carta náutica hadevenido una presunción; nuestra intención original de alcanzar un puerto destino, Algeciras o Estambul,ha sido sustituída por un deseo mucho más modesto: alcanzar algún puerto, cualquier puerto dondepodamos, decentemente, desembarcar nuestros chismes de volatineros, ilusionar a los habitantes, levantarun eco.

Una vez el cuadro terminado, la obra habla por sí, las palabras del autor no tienen autoridad alguna.Después de la última pincelada, el pintor es sólo un espectador más.

[Papeles póstumos de Guido Leonardo Molinari. Notas para la presentación de su próximaexposición. Archivo Galería Fiori di Firenze.]

Una vocecita me murmura en el oído. Siempre me acompaña; a veces, canta.

[Guido Leonardo Molinari, Diarios 1970-1996. Archivo Galería Fiori di Firenze.]

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La obra oculta de Molinari abarca unos veinte años, desde una fecha inicial incierta alrededor de 1976,

hasta su muerte en 1996, acaecida en plena preparación de una muestra destinada a romper más de diezaños de silencio artístico. Durante la primera década de este "período oscuro" Molinari trabajó escindido endos líneas diferentes: así como fue capaz, desde su primera juventud, de dibujar o pintar con ambas manos,así también pudo ejercitar, en su edad madura, dos estilos diferentes. Sería fácil confundir a cualquierobservador atento presentando su obra de este período como la de dos pintores distintos. Es tentadorimaginarlo en la soledad de su taller pintando con su mano derecha los cuadros para las galerías, con laizquierda los destinados a permanecer en la intimidad de su taller. Su obra pública es un abstracto casi puro,donde la proyección del espectador puede investir múltiples significados o ninguno, dejándola librada alsolo atractivo estético. La obra oculta mantiene en lo formal la abstracción, pero incorpora paulatinamenteun álbum de siluetas esbozadas, eslabones de una cadena de ancla hacia el fondo firme de lo figurativo. Laimaginería es extensa, evolutiva, reiterada, equívoca, pero altamente sugestiva. Una mujer arrodillada, unaescalera, una pradera desvaneciéndose en un claro de luna final. No es posible decir más; la expresión de lamujer cambia según el estado del tiempo, la escalera sube al cielo o baja al sótano donde están los vinos, lapradera lunar puede ser una vista a través de una ventana, el tapiz de un recuerdo, una ensoñación de lamujer, un renglón en blanco para agregar las impresiones del espectador. En un momento donde críticos yfilósofos argumentan en forma atendible sobre el fin del arte, la obra de Molinari emerge como evidenciaprobatoria, no tanto por cada una de sus líneas en particular sino justamente por haberlas cultivadosimultáneamente.

[Eliana Bas. "La obra oculta de Guido Molinari". Editorial ArteSur, Montevideo, 1996.] Cuando estás trabajando nunca estás solo. Te acompañan todas las personas, conocidas o no, vivas o

muertas. En tu memoria, en tu imaginación, no importa donde, están ahí contigo. Y estás vos, de milmaneras distintas, con todas las diferencias de tu vida, las contradicciones, tu antes, tu después, el ahora detu pintura, todo al mismo tiempo. Ahí se mueven todas las cosas, el universo entero, en esa aparentesoledad. Frente a la tela, con los pinceles en la mano, mezclando los colores, participo, uno más, en esediálogo confuso, escuchando músicas y voces.

El cuadro terminado es como el espejo mágico. En esa tela manchada no hay pérdida alguna. Allí estántodos los seres amados, los perdidos, quienes me comprendieron, quienes me atacaron; están todos loshechos, los ocurridos, los de mi alegría, los de mi vergüenza, los que jamás debieron suceder; viven quienesno vivieron, lo imposible se realiza, las emociones se sirven a la mesa en porcelana de Limoges, se arma ununiverso personal o divino como en el juguete maravilloso, terrible, olvidado, del caleidoscopio. Nunca setermina de pintar. Si no pinto no sé vivir.

[Guido Leonardo Molinari, Diarios 1970-1996. Archivo Galería Fiori di Firenze.] Molinari pintó su Serie Lunar siguiendo el recorrido, noche a noche, de un ciclo completo de la luna.

No son veintiocho, sino veintinueve pinturas: la última es, como la primera, una luna nueva, una síntesiscosmogónica. Pueden evocarse en todas las pinturas de la serie escenas cíclicas de la vida humana,sugerencias geológicas de la maduración de un planeta, formas botánicas testimoniando el paso de lasestaciones, mil otras evoluciones cíclicas. Es como si Molinari hubiera querido mirar, a través de lasecuencia de fases de la luna toda la circularidad, o más bien la espiralidad, del Universo. Más allá deinterpretaciones, se trata de cuadros de gran belleza cromática, discretamente impresionantes a primeravista, sutilmente conmovedoras en la observación reiterada, objetos del mundo sensible irrumpiendo en laintimidad anímica del espectador.

...No hay fechas ni firmas en estos cuadros, a diferencia de los de su obra pública. Los documentos

escritos, sobreabundantes, no arrojan luz alguna sobre el momento, el propósito o la significación de estostrabajos. Molinari borra, como los indios charrúas, el rastro de sus huellas. Se dirige a un paraje ignorado;no quiere ser seguido. No obstante, era muy ordenado en la forma de almacenamiento de sus cuadros. Estacualidad permite inferir un período de entre seis y ocho años para completar la obra, aunque su gestaciónpuede haberse iniciado mucho antes. No se conservan apuntes ni trabajos de estudio para ningún cuadro deesta serie; conocemos varios esbozos de sus obras mayores; los de esta serie deben haber sido destruídospor él mismo. Esta conducta es también una novedad de la etapa; sus cuadros serían encontrados, él mismose ocupó de testar detalladamente al respecto. El autor quiso, de propia voluntad, dejarnos a solas con suobra.

...Molinari pinta estos cuadros como en un rapto, alcanzando por momentos un cromatismo enérgico

reminiscente de fauvismo. La pincelada es segura, única, sin correcciones, como las de un maestro japonés.Acaso cada tela haya sido repetida una y otra vez, siempre igual, hasta alcanzar de una sola tirada, en unaprueba de destreza sobrenatural, la tensión sostenida, acerada, de un puente colgante salvando el vacío de

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una garganta abismal.[Eliana Bas, "La obra oculta de Guido Molinari". Editorial ArteSur, Montevideo, 1996.]

Estoy en el batiscafo de Piccard. Desciendo a las profundidades abisales. No llega un rayo de luz, ni

uno solo. Las misteriosas criaturas que me rodean tienen, cada una, su propia luz. Yo traigo la mía.[Guido Leonardo Molinari, Diarios 1970-1996. Archivo Galería Fiori di Firenze.]

Bunraku.Fernando. Diciembre, 1996.

Falcone no había puesto nombre a ninguna de las esculturas del Gólgota, ni siquiera a la obra misma.Fernando había llegado a esta conclusión por propia convicción, sin prueba alguna a favor ni tampoco encontra. El, en sus propios escritos, había postulado en Falcone una inquietud religiosa de interrogación, labúsqueda torturada de Dios en la animación de la piedra, un camino tan válido como cualquier otro dearrancar una respuesta: en la última estación del perfeccionamiento artístico una de estas estatuas hablará.Otros críticos, inducidos por sus estudios primeros, habían confirmado a pies juntillas: mesmerizados por lalógica de su construcción, interrogando unas piedras dispuestas a conceder, dormidos como él, habíansoñado un sueño ya dibujado. Ni siquiera la irresistible pasión contradictora de los uruguayos habíaatravesado esa línea Maginot. ¿Qué hacer? ¿Confesar el error? No era posible, no tenía pruebas.¿Reivindicar la duda? Se le vendría encima toda la crítica, perdería todo predicamento; si se habíaequivocado antes todos los críticos quedaban como idiotas. Por tanto, no había lugar a dudas, se equivocabaahora: Fernando Larriera, el descubridor de Marco Antonio Falcone, sufrió, pobre, un ataque prematuro dedemencia senil.

Cerraría la boca. Seguirían corriendo sus artículos por el mundo como hijos adultos, responsables desus actos; si alguien desmentía, bien; si no, también. Al ir cayendo en cuenta de estas cosas le venían ganasde irse con Rodríguez a pescar a La Pedrera.

Era igualmente difícil imaginar a Rossina bautizando las estatuas por propia inspiración, alienada alpunto de proyectar en la obra sus creencias personales con prescindencia de un autor vivo, cercano, atado asu voluntad por un contrato. Falcone no era artista de trabajos por encargo, pero no resultaba imposibleimaginarlo, en la cumbre de su cinismo, induciendo nombres en Rossina, haciéndole revestir las piedras desu propia ensoñación, ella anotando reverente en cada dibujo las palabras del maestro. No era sostenible veren la obra el azar de la inspiración; las estatuas tenían una coherencia estilística, una línea argumental; noeran en absoluto caprichosas, aunque resultaran difíciles o aún imposibles de explicar. Algo quiso hacerFalcone con eso: un credo personal, un testamento, exorcizar sus fantasmas paralizándolos en piedra.

No lo sabría nunca. Esta idea iba ganando peso en él como se juntan las gotitas microscópicas del aguaen la atmósfera hasta formar una gota de lluvia capaz de caer sobre la tierra reseca dejando un lamparón devida. ¿Cómo podía él hablar de Falcone? ¿Quién podía saber algo? Ni la propia Carmen, fundida con él enla carne y el espíritu, podría decir nada. ¿Qué había sentido Falcone al golpear sus piedras? ¿Decía algo,engañaba, pasaba el tiempo, alimentaba fantasías de fama y de poder? ¿Vislumbraba algo detrás de lamateria trabajada por sus manos? ¿Cómo se habían fundido, en el ardiente horno de su alma, lasexperiencias de su vida? Solo quedaban sus piedras juramentadas de silencio. Así lo quiso él, o ni siquieralo pensó.

¿Y Molinari? Media docena de cuadernos manuscritos en un largo camino de alfabéticas hormigasacercaban al lector anécdotas, relatos fantásticos, visiones místicas, crítica de arte, manifiestosexpresionistas, otros abstraccionistas, explicaciones de sus cuadros, todo fechado, ordenado, prolijo; ningúnescolástico podía pedir más. A poco de arrancar en el estudio, se ahogaba el investigador en la maraña deinformación contradictoria, disparatada, imaginativa, acaso mentirosa; la correlación con su obra se disolvíaen la apariencia, nada de lo escrito se descubría en las pinturas, todo se volvía manifiestamente falso. ¿Unaburla, un engaño deliberado? Difícil de creer; nadie se molestaría en escribir volúmenes de mentiras paralegarlas a la posteridad luego de esconderlas celosamente en vida. Nos queda, entonces, sólo su pintura; nosconmueve de algún modo profundo, inexplicable; hay algo en esos cartones, sacuden nuestro interior. Susescritos nos ahogan en bostezos: fanfarria para un hombre común un poco loco, cercado por pequeñosdramas cotidianos. Los artistas son maestros de una sola arma: Molinari sin pincel es un hombrecito de lacalle, indefenso, mediocre, aburrido, perdido en el anonimato de la Ciudad Vieja. A un samurai sin katanalo zurra cualquier campesino.

Era el cero absoluto, la velocidad de la luz, la novena cifra decimal, el radio del universo. No eraposible ir más allá. No había una historia verdadera. El descubrimiento de las imposibilidades físicas hailuminado nuestro cerebro en imposibilidades más graves. La ciencia, lejos de sacarnos de la duda, nos haconfirmado su certeza: no es posible saber. Corolario: sólo nos queda la fé. Vaya usted, entonces, con o sinDios, tanto da; crea como pueda lo que pueda creer. Natura da, Salamanca non presta, porque no tiene.

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Toda investigación estaba condenada de antemano; el Santo Sepulcro era un espejismo, se correría másallá en cuanto creyéramos alcanzarlo. Trabajos, libros, obras, diarios personales, cotizaciones, folletos,testimonios reunidos, papeles olvidados, carpetas borrador, fotografías, cuentas bancarias, registroscatastrales, traslaciones y dominios, contratos, escrituras, boletines escolares, epistolarios, objetos delrecuerdo, serían los apoyos de una telaraña tejida de especulaciones, evidencias caprichosas, proyeccionesestereotipadas, interpretaciones sesgadas, tubos de pintura acrílica aplicada en finas capas sucesivas parailuminar el rostro coloreado de un artista mítico, una personalidad improbable, un cadáver embalsamadoenvuelto en papel de diario. El espíritu del otro se nos escapa, como se nos escapa el propio, a todacomprensión profunda, conocer bien a un hombre sería conocerse. Seguir investigando sería ir por elcamino del señor K., intentar acercarse a un Castillo siempre lejano, mantener una esperanza basada en elengaño inducido por la información de magnánimos funcionarios tan ignorantes como él. Se le hacía hoyposible volver la espalda a los castillos, olvidarse de misterios, desconocer funcionarios, internarse en lacampiña, visitar las aldeas, saludar con la mano a los campesinos. Con un puñado de dátiles de Arabiadebía inventar una palmera jamás vista por los ojos.

¡Si fuera posible olvidar todo lo aprendido, volver a la infancia, desentenderse del juicio crítico,desdeñar los recursos, recuperar la ingenuidad, peregrinar en pos de la sencillez, borrar la propia presenciacomo el maestro del bunraku, invisible a los ojos del espectador para dar vida a su muñeco! ¿A quién leimporta el autor? Su virtud será no estar, vestir de gris, fundirse en la sombra, olvidáos del teatro, latramoya y la butaca donde estáis sentados, ved mover este muñeco, oíd su voz del más allá. Si vuelvo aescribir, será como un medium en sesión espiritista: prestaré el estilo, las palabras, el oído; no investigaré,no inventaré. No podré mentir. Dios o el Diablo estarán junto a mí dictando inefables palabras.

Un animal enfermo.Molinari. Octubre, 1979.

- Este es un libro para leer en el ómnibus.- Sí, tiene letra grande.Ella se había puesto a hojear uno de sus libros mientras lo esperaba, ya en la cama. El venía de poner en

orden el taller luego de la clase. Cerró con llave la puerta biblioteca con que disimulaba, del lado del taller,el acceso a las estancias privadas. Hicieron el amor. Mientras ella se acurrucaba contra él, volvió a oír suspropias palabras sobre las letras grandes del libro, no como sonidos pasajeros, sino en presente continuo,siendo pronunciadas, como si el tiempo se hubiera trabado en ese preciso instante. Le acarició el pelo, en unvago gesto de agradecimiento, de disculpa, de simpatía. Sonidos reverberantes, imágenes de una ciudaddesconocida, recuerdos de objetos o animales, ocurrencias absurdas, fantasías de viajes estelares. Esta camaes una balsa, cruzamos el río por diez pesos, la oveja, el repollo y el lobo, sólo dos a la vez, la oveja secome el repollo, el lobo se come la oveja, siempre vigilados, cruzamos primero el repollo y la oveja,volvemos con el repollo, ahora el repollo y el lobo, ya está resuelto menos mal, los juegos de ingenio nuncame gustaron. Acordes de bandoneón, la Camerata Punta del Este tocando Adiós Nonino de Astor Piazzola,Primer Bandoneón de Buenos Aires; Aníbal "Pichuco" Troilo se lo dejó al morir, no sólo el título, ganadopor derecho, sino el instrumento mismo, el rey ha muerto viva el rey. No somos otra cosa sino tango,sombrero ladeado, pañuelo al cuello, aunque no lo podamos soportar, la música es como la nacionalidad, selleva encima se quiera o no. La pintura japonesa a la tinta, rallar la barra de hollín sobre la piedra abrasiva,teñir el agua hasta encontrar el gris exacto, un momento de meditación previo al trabajo, el arte aún noestaba corrompido, no se echaba un objeto más al mundo porque sí. Salud maestro Shubun, monje pintor dequien nada sobrevive sino el respeto enorme, dos paisajes de su discípulo Bunsei nos llevan hasta él,mañana pintaré su rostro ignoto, quinientos años de días nublados y de sol, sólo yo sabré quién es, en algúnlado estarán su mano y su pincel. Los estoy viendo ahora, mañana no sabré, estas imágenes son todas de migalería personal.

Innúmeras amantes habían compartido su lecho después de Lucía. Señoras serias de su casa, crecientesen edad a lo largo de los años, las más veces alumnas del taller en busca de aventuras, mirando de reojo elreloj, no me puedo quedar mucho hoy, bebé, me esperan en casa, no te importa, ¿verdad? No, no leimportaba, dos horas alcanzaba, el amor ya pasó, no es preciso más. Les hacía bromas, les enseñaba algo depintura, las rezongaba, las cortejaba, hacía revivir en ellas la pasión del juego, no hacía preguntas,contestaba disparates. Su vida afectiva era como una huevera, con capacidad fija; los lugares estaban todosocupados, nada podía quedar. No sentía la necesidad, no quería nuevos recuerdos, no más rostrospirograbados en el alma, no cambiar las fotos del portarretratos. Haría de algún modo el amor con la mujerde turno olvidándose de ella en un instante; despidiéndola con sonrisa ausente, volvería solo al calor de lacama para dos, abandonándose a la proyección nocturna de su imaginación, sólo me interesa divagar.

Siempre había sido así: no era posible olvidarse de sí mismo, participar en cuerpo y alma, entregarsepor entero. Seréis una sola carne quizás, las almas pegadas jamás, sólo un instante de olvido, luego otra vez

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aquí, traidor como un voyeur, disociado entre ser y percibir, ahora sí entiendo Rubén la mayor pesadumbrede la vida conciente, mas lo fatal no da para matarse, siempre habrías tenido sílabas para juntar como yocolores para mezclar, si no hay poetas tampoco habrá poesía, lo importante no es saber a dónde vamos, essostener alta la mirada.

- Yo soy la voz que te murmura poemas al oído.Lucía no se había conformado con ingeniosidades verbales. Quería, legítimamente, tener algo de él,

compartir casa, proyectos, tiempo, vida. Acaso con ella hubiera podido liberarse un poco de su propiapersecución. A ella no le hubieran importado sus fantasías en tanto lo tuviera cerca, en su casa, la cena estáservida, no te demores, ya no más, me lavo las manos y voy. Se había condenado a ser un impostor, unespía de sí mismo, un cronista de los demás, un ser aberrante mezclado entre almas más sinceras. Loshombres simples, menos corruptos por la cultura, aman y odian a derechas. Los animales mejor aún, sólorealizan el don de la vida, en ellos se concibe la palabra honestidad.

No se creía incapaz de amar. Lilita al principio, en el descubrimiento; Lucía para siempre, en laplenitud; las pasiones breves no contaban. Anhelaba, disfrutaba, extrañaba, sufría intensamente aunque nose le notara. Pero nunca estaba definitivamente allí: siempre había algo de espectáculo, un ojo extraterreno,algo ajeno, promiscuo, espión, entreguista. Una herida siempre sangrante, imposible de restañar, como lavena en Las dos Fridas de la Kahlo, apretada con la pinza hemostática, un inútil, patético esfuerzo de lavoluntad. ¡Lucía, Lucía, Lucía! Hubieras sido mi mujer, feliz sin historia, alegrando mis colores,absolviendo mi maldición de mercader de los afectos, me hubieras izado del Infierno con tus manos,hubiera convalecido en tus abrazos; hubiera, por la magia de tu entrega de mujer, empeñado cuadros enbeneficio de la vida.

- ¡Un artista! ¡Puaj!Egoísmo, disociación, espectáculo, desamor, miseria, vacío: éstas son las fuentes donde abreva el arte.

Se miente en el papel, en el bronce, en las notas musicales, en las telas, en las tablas, en la vida privada, enlos sueños, en el alma aún a solas ella y yo. Todas las penas se llevan al mercado. Todas las pasiones secantan en falsete. El artista es sólo un animal enfermo.

Sábado.Molinari. Junio, 1988.

La Ciudad Vieja era cada vez menos un lugar para vivir. No obstante algunos emprendimientos deconstrucción o reciclaje, los edificios residenciales iban siendo cada vez menos. Oficinas públicas, bancos,casas de cambio, corredores de bolsa, agencias de envíos, cafés con almuerzo ejecutivo, papelerías,reinaban durante el día. Por la noche, el viento revolvía papeles en las calles desiertas. Hacia el bajo,boliches nocturnos de marineros y prostitutas enseñaban su farolito rojo. En el edificio de Molinari sólohabían quedado el portero y su mujer, habitando un apartamentito de la planta baja. Lejos estaba el día desu primera visita, buscando apartamento, cuando conoció a Lucía. Con la sola excepción de su taller, elresto eran todas oficinas. La gente abandonaba el centro, emigraba hacia el este, a donde sale el sol.

Trabajaba de firme toda la semana, pintando uno o dos cuadros cada semana. Los martes y los jueves, alas quince veinte, con puntualidad inglesa, un chofer lo venía a buscar para llevarlo, en un lujosoautomóvil, a una residencia en el Prado donde la propietaria, viuda y pudiente, congregaba un puñado deamigas, igualmente pudientes, para la clase de pintura. Las señoras pintaban, bajo su dirección indulgente,de cuatro a seis de la tarde. Las instruía, las rezongaba, se quejaba de la desobediencia de las alumnashablando en voz alta a la palma del jardín; las mareaba con sus ocurrencias, se hacía el enojado, lascortejaba de mentiras, las divertía a ellas, se divertía él. Al final de la clase, tomaban todos el té en unamesa de impecable vajilla, sobreabundante de exquisiteces dulces y saladas, retirado el personal domésticoluego de servir. Allí se cotilleaba sin tapujos sobre media cartelera social del Montevideo distinguido,humorando sarcásticamente sobre casi todo, con la impiedad irresponsable de la edad madura. Molinariparticipaba a la par, aportando él mismo sustanciosas anécdotas, aderezadas con algún picantillo de supropia invención. A las diecinueve, el chofer lo conducía de regreso al taller o a donde él indicara. Unpródigo cheque ingresaba mensualmente en su cuenta bancaria sin siquiera él enterarse.

Los sábados rara vez pintaba. Recibía, con frecuencia, conocedores de su obra, amigos, galeristas,compradores, visitas desinteresadas, estudiantes de arte, críticos extranjeros. A mediodía, caminaba hasta elMercado del Puerto, un antiguo edificio de techo entramado en hierro roblonado construído por los inglesesdel Ferrocarril, convertido ahora en concurrido centro de locales gastronómicos, carnes pastas pescados ymariscos. Allí encontraba siempre conocidos, cuando no iba acompañado. Almorzaba, rara vez solo,servido por mozos adiestrados en sus preferencias buen día, maestro, siempre guapo usted, hoy canelonesde verdura, especialidad de la casa, se los saco livianitos con poca salsa, un vinito blanco para acompañar,¿le parece bien así? Universalmente apreciado, conocido de todos, llamando a cada uno por el nombre,todos los días con alguna ocurrencia cómica o disparatada, los dueños de los locales se disputaban su visita,

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no faltaba nunca mesa para él. Los días de sol volvía caminando; con lluvia o con frío tomaba taxi, porqueya no manejaba; las más veces, algún conocido con auto lo arrimaba de regreso al taller, yo lo llevo,Molinari, no es molestia, al contrario, paso a dos cuadras del taller, no me cuesta nada, qué va a andartomando taxi, para eso estamos los amigos.

Se tiraba un rato luego del almuerzo, para una breve siesta tardía. Esa tarde no se pudo dormir. Una vozfuerte, recia, de relator de fútbol, colmaba el edificio: el portero escuchaba el partido. El relato se deslizabaerizado de altibajos. Carlos Solé. ¿Quién otro podía ser? La misma voz, el mismo estilo, las mismasmanidas palabras. Desaparecido años atrás, el relato chispeante de Carlos Solé se perpetuaba en múltiplesvoces jóvenes, inconfundible, y por lo visto, inmortal. Para un lego en la materia como él, era siempre elmismo Carlos Solé quien empuñaba el micrófono en la cabina del Estadio Centenario, transmitiendo unsinnúmero de partidos, o acaso un solo, interminable partido, hay falta de Galimberti sobre el número tresCastrilli, mucha reciedumbre en el campo de juego señores, el árbitro pita la falta con retraso, están jugandoen el potrero, hay saque de meta favorable al equipo de Peñarol.

Estuvo un rato oyendo la voz de su memoria o de la radio del portero, sin atender las viscisitudes delencuentro. No tenía ganas de trabajar. Sintió deseos de volver a su casa, junto a su mujer enferma,acompañarla unos momentos en su indiferencia distante, conversándole alguna banalidad, alguna gracia,como a un niño retardado, dormir en el cuarto contiguo al calor del radiador de la calefacción central,contemplar a través de la ventana al piso el invierno en las ramas desnudas de los árboles del jardín. No sequedaría más en el taller los sábados de tarde. Luego de almorzar en el Mercado del Puerto, tomaría elómnibus allí en la Aduana, vacío en la largada; se sentaría del lado del sol, atravesaría la ciudad en unahora, se bajaría en Playa Honda para estirar las piernas en el final de la tarde. Se quedaría allá todo el fin desemana. Leería, cuidaría de su mano las flores, los arbustos, las enredaderas; observaría los pájaros,siempre había algún picaflor entre los hibiscos; caminaría por la rambla hasta Punta Gorda, leería novelasde ciencia ficción, históricas o costumbristas, alguna vez, culpablemente, un novelón romántico ysensiblero. Volvería al taller el lunes, o el martes de mañana. Pintaría los miércoles y viernes, según tuvieraganas. Los fines de semana, dormiría en casa.

Viaje a las estrellas.Molinari. Agosto, 1996.

- ¡Franchi! ¡Tenés que hacer algo! Estos médicos son unos carniceros. ¡Me van a operar!- No, papá, quedate tranquilo, no te van a operar.- Siempre te operan, cuanto más te operan más ganan, los podridos. Cuando alguno quiere cambiar el

auto, le compró un regalo a la amante o se fue de vacaciones con los hijos a Miami, vuelve con unas ganasde operar que ti voglio dire.

Antecedentes de taquicardia por estrés, tratamiento ocasional con psicofármacos habituales.Diagnóstico primario de internación: insuficiencia cardíaca, posible cardiomegalia, síntomas de congestiónpulmonar, disminución de la función ventricular izquierda, flujo sanguíneo insuficiente.

- ¡Nena! ¡Menos mal que viniste! ¡Estos carniceros me quieren operar!- No, don Guido, cómo lo van a operar, si usted está lo más bien.- ¡Ay, no, Silvanita, qué voy a estar bien! Estaba mejor en el intensivo, rodeado de aparatos, todo

conectado como un robot. Ahí, al menos, me dejaban tranquilo. Ahora me tienen de un lado para otro. Yoles digo: "¿esto es un hospital o un campo de concentración?". No sé por qué me sacaron del intensivo.

- Porque está mejor, don Guido. Debería alegrarse.- ¡Y la atención! ¡Qué desastre, las enfermeras! Se encierran ahí, en ese cuartito de nombre ridículo,

tisanería, meta charla. Los enfermos, que los parta un rayo. Claro, si ellas están lo más bien, en la tisanería,qué se van a preocupar de nosotros, viejos y jodidos como estamos.

- Don Guido, no exagere.- Qué exagere ni exagere. Andá a ver, ahí, salí por ese corredor, al final dice en la puerta, tisanería, debe

venir de la época de Galeno. Pues bien, en la tisanería vas a encontrar dos o tres comiendo bizcochos,tomando el té, charlando por los codos, cualquier cosa menos ocuparse de los enfermos. Y podés tocar eltimbre, tirar de la piolita, desgañitarte gritando o lo que quieras. Cuando se les antoje venir, será parataparte con la sábana y llamar a la cochería.

- ¡Don Guido, no diga esas cosas!- Bien poco digo, que para decir habría. Ayer vino el doctor Luján. ¡Si no fuera por él!Solicitada: radiografía de tórax, verificar cardiomegalia, vasos sanguíneos prominentes, líneas B de

Kerley, derrame pleural. Otros estudios: cuadro hemático, creatinina, electrocardiograma, ecocardiografía.Tratamiento: anticoagulante, enoxaparina sódica; diuréticos, furosemida 30 miligramos por vía intravenosa;vasodilatación arterial, captopril 25 miligramos cada 8 horas por vía oral; inotrópico, dopaminaintravenosa.

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- Muchachas, el 403 es un pintor famoso. Pintor de cuadros.- ¿Quién te dijo?- El médico particular. Vino ayer.- Yo lo ví. ¡Estaba para comérselo! ¡Qué hombre divino!Despertó solo, inmerso en una luz azulina. Temperatura perfecta, ni frío ni calor. Agradables al tacto,

las sábanas. Un zumbido apenas audible, cada tanto un clic, un bip o un clac para compañía. En medio de lanoche, muchos puntitos de color. Sobrevolaba una ciudad.

- Soy un ser extraterreno, mitad biológico, mitad mecánico. Lo más sofisticado de la Creación.Monitoreo electrocardiográfico continuo: ritmo, frecuencia cardíaca, evolución del segmento ST. Leve

hipoxemia por trastorno de ventilación perfusión, oxígeno por mascarilla a 2 litros por minuto, 48 horas; norequiere ventilación mecánica. Dieta hiposódica 1200 kilocalorías diarias. Sedación: diazepan 5miligramos, por vía oral, cada 8 horas. Un punto brillante saltando en la pantalla, reflejos transparentes defantasmas en los vidrios, enfermeras verde claro nadando en las peceras como delfines.

- He vuelto al espacio. Se cuelan estrellas por el tragaluz.Veintitrés veinte, o acaso treinta, los dígitos verdes, abajo a la derecha. Lilita estaría durmiendo en

Malvín, profundamente, como siempre dormía, por las pastillas o porque sí. Franchi con su esposa, sus doshijos, no le iba tan mal, después de todo. Acaso siempre se preocupó demasiado por ellos, sin necesidad. Enlos últimos años, menos mal, había sabido quedarse en el taller, bajo el tragaluz de estrellas, como aquí, enel silencio, rodeado de aparatos laboriosos, concentrados cada uno en su tarea, como él en suspensamientos.

- Salud, aparatos.El punto verde recorría la pantalla dibujando olas.- En los lugares donde estoy bien, siempre se ve el mar.Lucía tenía la llave. Podía entrar en cualquier momento. Siempre tendría la llave, como siempre estaría

en sus cuadros. En una pincelada. En un símbolo. En una sombra fugitiva. Se habían visto alguna vez, peroa ella no le hacía gracia. Le miraba fijo, con una atención conmiserativa, como si le tuviera lástima. No, noera por lo pasado, era lástima de él. No sabía bien por qué. Ella se había casado de nuevo, con un escribanojubilado aficionado a la carpintería, un hombre capaz de aserrar, clavar, encolar, barnizar. Había construído,en su campo de San José, una hermosa cabaña, con dos peones y sus manos, madera dura de Brasil, tejafrancesa, dos plantas. ¿Sería eso amor? ¿Una buena compañía? ¿Una forma de olvidar, de sobrevivir? El lallevaría a su cabaña, ella le hornearía rosca sueca para el té, se darían calor en las noches de invierno, oiríanel canto de los pájaros al romper el día. ¿Le llamarían amor? ¿Le llamarían compañía? ¿Rehacer la vida,como decían las viejas? Rótulos. La vida estaba llena de carteles, como una carretera. Pero los rótulos nocambian las cosas. ¿Quedaban, todavía, rótulos? En la vieja botica, alineados en los estantes, los frascos devidrio color caramelo enseñaban, en tonos de azul, sus etiquetas mudas.

- Recorro las galaxias oculto en una nube de polvo cósmico. Fotografío recuerdos.Cerrando los ojos se balancean las luces de la ciudad, aproximando el aterrizaje. La maniobra es suelta,

ondulante, suave. Los motores, discretos, seguros de sí, mueven toneladas como si fueran plumas. Laciudad desconocida, anticipa rostros nuevos, recuerdos parecidos, sueños conocidos, la misma preguntaacuciante y final, insistente, olvidada.

Paro cardíaco irreversible a maniobras de resucitación.- Nadie sabe que existo.Las vistas de la ciudad se suceden ante él, pletóricas de vida, radiantes de color. El sol de este planeta es

más blanco, más fuerte; todo brilla reluciente. Aquí no es posible ser pintor, no puede haber cuadros, el artees la realidad. No hay museos, no hay artistas, no hay enfermedades. No se conoce el color de la sangre.Nadie oyó hablar de la muerte. No se siente el dolor. Todos los animales están sanos.

- No les diré nada.Las casas son de ensueño, los árboles traídos del Paraíso. Más adelante hay un parque, una enorme pista

circular con una cruz blanca en el centro. Los hombres se pasean con las manos en los bolsillos. Lasmujeres se protegen del sol con sombrillas multicolores. Los niños juegan a correr el aro.

- No tienen por qué saber.Los paseantes se apartan, despejando la pista. La poderosa nave bascula sobre ella. Todos miran hacia

arriba, las manos en visera sobre los ojos. El piloto automático ajusta sin prisas la maniobra. Los niñosagitan las manos en señal de saludo. La nave, delicada como una flor, comienza a descender.

- Soy un viajero del espacio. He perdido la memoria. Vengo del infinito. ¡Salud!

La Investigación. La investigación. Enero, 1997.

- Extraño, como si me faltara algo. Fue una sorpresa lo de Molinari, pero no quiero escribir nada sobre

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él, el estudio de Eliana Bas es muy bueno como crítica; no haría nada de eso. - Decime, hombre inquieto, ¿no podés tomarte un descanso?- Sí, de hecho lo estoy haciendo.- ¡Vaya forma! Preocupándote por no tener un trabajo enloquecedor.- No es por no tener un trabajo enloquecedor, burlona mujer. No sé, me parece no haber encontrado aún

una línea profesional concreta. Me he dividido entre una crítica literaria un tanto narrativa, el diseño gráficocon el Varilla... ¿te dije que ya le llegaron los equipos audiovisuales? Me quería meter en eso.

- ¿Qué le dijiste?- Que no.- ¡Menos mal!- Me insistió, vos sabés cómo es.- Sí. A veces me parece una desgracia que te tenga tanta confianza. ¡En algo seguro le aflojaste!- Bueno, acepté ayudarle con la parte técnica.- ¡No te digo! Ya tenés para entretenerte.- No seas malpensada, preciosa, es sólo estudiar los manuales, no te voy a abandonar.- No es sólo el abandono; me parecen entretenimientos, pretextos; no sé, no lo veo como algo afín a

vos. Yo también creo lo mismo, no encontraste tu línea profesional. El domingo pasado te pasaste dos horashablando con el Pony de cultivos. En cualquier momento te veo chacarero.

- Es interesante. Me admira el Pony, como le gusta su trabajo.- Es notable la gente del interior. A veces me dan ganas de dejar todo esto e irme para allá. Me asusta

hasta decirlo.- Es natural, yo también lo pensé, pero tenemos el trabajo acá.- La casa acá. ¿No pensaste nunca por qué nos quedamos siempre en tu casa? Por mis remilgos en

llevarte al apartamento de Rossina, pero tampoco nos quedamos nunca en San Pedro. - Sí, es raro. Fue algo natural, nos habremos acostumbrado. A nuestra edad las costumbres pesan. En

algún momento te violaré en casa de Rossina y nos iremos de vacaciones a San Pedro. ¿Te incomoda ir acasa?

- No, me pregunto, nada más.- ...- Al final, no es tan distinto.- ¿Qué, no es tan distinto?- Esto. Nosotros.- ¿Nosotros?- Sí. Nosotros dos, esta relación. También es una investigación.

La Adopción.Silvana. Febrero, 1997.

- Estoy decidida. Quiero adoptar un niño.- ¡ ...!- Vos no tenés que hacer nada, ninguna preocupación; yo me haré cargo de todo, no habrá molestias

para vos. Sé que no querés tener hijos, por la responsabilidad, el trabajo, todo eso, pero yo no lo puedotener sola, necesito un hogar constituído. Además, lo quiero hacer contigo, sin causarte problemas, perocontigo.

- ...- Bueno, ya está. ¿Qué decís?- ...- Decí algo, aunque sea que es una locura.- ...- ¿Qué estás haciendo? ¡Fernando!- Me voy.- ¿Qué?- Ya oíste. Me voy.- Se fue sin decir por qué, dejándome ahí, como una tarada, hecha un trapo. Me pasé toda la noche

llorando, estoy deshecha; no entiendo por qué reaccionó así, no era para tanto, le dí todas las seguridades, leevitaría toda preocupación, toda responsabilidad...

- ¡Pero Silvana, qué brutalidad! ¿Cómo se te ocurrió plantearle las cosas así? ¡Lo dejastecompletamente de lado! ¡Es algo para resolver entre los dos!

- El no quiere, nunca quiso tener hijos.- ¡Por eso mismo, mujer! Si sabés como es, como lo abruman las responsabilidades... ¡qué barbaridad!

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- ¿Qué iba a hacer? ¿Aceptar así no más? ¿Resignarme?- No, mujer, resignarte no, conversarlo entre los dos, tratar de aliviarle la responsabilidad, sí, pero no

tirarlo al agua de buenas a primeras diciéndole "ahora nadá". Si de veras querés un hijo, si querés un hijo delos dos, dale participación desde el principio, ayudalo a asimilar la idea. ¡No le estás hablando de compraruna lavadora! Lo estás obligando a ser padre, le guste o no, porque el niño lo va a ver ahí contigo, lo va aadoptar, es inevitable. Para una cosa así, debe estar convencido, o al menos decidido a emprenderlo.

- No quiere. Ahora al menos lo sé sin lugar a dudas; ni siquiera soporta la idea. - No sabés, no sabés nada. No le hiciste una invitación, no planteaste algo para resolver en conjunto, no

le diste el lugar. ¿Quién puede querer ser padre, con semejante comienzo? Mucho menos alguien ya pocoinclinado de por sí.

- Está claro, no quiere. No quiere de ningún modo.- ¡Pues así va a querer menos! ¿Cómo pudiste hacer algo así? Sería por el susto, la ansiedad...- Hubiera sido igual de todas maneras. - No sabés, Silvana, no sabés; el tiempo, la actitud, el amor, cambian muchas cosas. Hoy día muchos

hombres se resisten a la descendencia; la sociedad, nosotras mismas, los hemos cargado deresponsabilidades, les hemos inculcado imágenes de obligaciones, gastos extra, pañales descartables,mamaderas, noches sin dormir, sos el padre, hacé esto después lo otro y lo de más allá; ven la paternidad,aún el matrimonio, como una larga lista de tareas. No hay duda, la paternidad es sacrificada, eso lo hanentendido, pero también puede ser un gran placer, y esto lo han olvidado; si la pareja está bien, cada tareahecha por un hijo es una satisfacción en sí misma. Fernando necesita hacerse a la idea, anticipar el placer dela crianza, verse reflejado él, verte a vos en el niño o la niña por venir, sentir el placer de dar un ser a lavida en el sentido más pleno, más allá de la concepción. Ahí es donde entrás vos, donde entra la mujer; asícomo lo atrajiste hacia la pareja lo podés atraer hacia la paternidad, una consecuencia natural como pocas.La seguridad de él depende de vos, viene de tu parte, no basta decir "yo me hago cargo"; no es sólocuestión de trabajo. Esa necesidad, ese placer anticipado de tener un hijo, tal como vos lo sentís, lo debellegar a sentir él.

- Imposible. - Así como lo planteás no hay ninguna duda. Decime, vos a Fernando, ¿lo querés o no?- Sabés bien como lo quiero. Cuento los dos últimos años entre los mejores de mi vida. No puedo pedir

más.- Vos sola no podés pedir más, es cierto; como pareja, recién empiezan. Tienen todo para ganar. Si de

veras lo querés, ¿qué sentido puede tener un hijo si no es con él? Estuviste años sola, recién ahora, cuandotu relación empieza a ser sólida, decidís adoptar un niño. ¿Cuánto de esta decisión se lo debés a él, al hechode estar en pareja con él?

- ...- Silvana, una decisión así es entre los dos, o no es. El sentimiento del ser amado nunca es ajeno,

aunque no se comparta. El debe conocer tu deseo, vos no podés imponer su realización, en el tiempo lopueden llegar a compartir, pero no podés emprender algo así sola, dejarlo solo a él. No podés olvidarte delhombre por el hijo. ¿No te llamó?

- No.- Ya te llamará.- No sé. Esperemos. Estoy en agonía. Raquel...- ¿ ... ?- Gracias.- Dejate de pavadas. Siempre nos hemos ayudado; me alegró mucho verte encontrar un hombre que

realmente te mereciera; no lo pierdas, no te rindas. La última reserva de esperanza reside siempre en lamujer. Aunque el mundo sea un caos, un pantano de injusticia, la vida tiene derecho a continuar. Si querésser madre, ya sabés cuál es tu misión primera: abogar por la vida.

¡Ah, hombre!Fernando. Febrero, 1997.

Le había molestado, le había molestado enormemente la prescindencia, quiero tener un hijo, yo meencargo de todo, no te va a molestar, tu firma nada más; un hombre de palo, un testaferro emocional. Podíacomprender la buena intención: Silvana sabía de su negación a la paternidad, la forma como lo abrumabanlas responsabilidades, las limitaciones impuestas por los hijos; lo liberaba de antemano, asumiendo ella laspartes de los dos. Entrando en la adolescencia, él mismo había increpado a sus padres con las palabras sinrespuesta, yo no les pedí nacer. Ningún niño pedía nacer, la responsabilidad era de los adultos, ellos debíanvelar por él, darle las herramientas para valerse por sí, aún a su pesar. Fueran adoptivos o no, por laconcepción o el compromiso, la responsabilidad era la misma, las obligaciones se asumían con la misma

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intensidad. Una vez adoptado el niño, él no sería capaz, no soportaría escurrirse de sus obligaciones, daríasiempre mucho más de lo anticipado, como le había pasado en tantas cosas. Una vez adoptado. Le aterrabapensarlo; la sola idea lo precipitaba en caída libre, como estaba ahora en caída libre después de haberescapado como un ladrón de la casa de Silvana, distanciado de ella por un abismo de cocodrilos ansiosos depresa. El remedo de separación hacía arder las heridas viejas, esta nueva lo abriría fatalmente desde elpecho a la garganta dejándole el corazón latiendo encima de la piedra del sacrificio.

Se había hecho cargo de sus deseos de maternidad, había sentido el cosquilleo de saberse elegido,bastaría decir sí, ella le abrazaría el cuello, se hundiría en él para esconder las lágrimas de felicidad,conmovida hasta los huesos en la realización plena de su femineidad, experimentaría él la embriaguez de laposesión viendo crecer su vientre de mujer, está preñada de mí, nutriría ella con su cuerpo la conjunción degenes desatada por su invasión, fue él quien me preñó, nacería una criatura donde cada rasgo sería de losdos, desde la altura de la abstracción el amor enviaba un delegado, sonaba el llanto de un niño como lacampana del ascensor, planta baja salida, el mundo material. No sería posible para ellos. Silvana no podíaconcebir, él no había querido hacerlo ni lo haría ahora con otra mujer. El hijo de ambos sería un ser depadres anónimos, con rasgos afines elegidos en alguna clínica por la observación de un médico amigo delos dos, es sanito, el material genético se conserva separado del cuerpo, cada nuevo ser arranca de la nada,harán ustedes la más alta obra, mis labios están sellados, no puedo decir más.

Silvana no había pensado tener un hijo en soledad; hubiera podido hacerlo mucho antes, le sobraban losmedios. ¿Cómo, entonces, podía venir ahora de buenas a primeras con un planteamiento semejante, frívoloal punto de dejarlo como una mera figura decorativa? ¿Dónde había quedado la pareja, las decisionescompartidas, el amor? ¿Era todo mentira, una capa de revoque en yeso moldeado cayendo a pedazos,ladrillos bastos de campo en paredes de establo, la casa solariega perdida en la niebla del siempre tristepudo ser?

Había descubierto luego de meses como sus vidas se habían mezclado. Se había acostumbrado acomentar con ella sus proyectos, los trabajos, las inquietudes, las dificultades de la vida diaria, esperando,sin darse cuenta, su comentario, la emoción compartida, la recomendación no te preocupes, sos demasiadoresponsable, tenés cara de cansado, mejor no salgamos hoy, miramos un video, yo lo voy a buscar.Paralelamente, ella lo había ido involucrando también en sus asuntos, no solo aquellos de todos los díassino decisiones relativas al campo, las opiniones del Pony, los movimientos de la bolsa de valores, detallesasimilados por él sin darse cuenta, simplemente por seguirle el diálogo. Se descubrió comentando como sital cosa una cierta caída en los bonos del tesoro, el reclamo de los productores de la cuenca lechera, losvalores obtenidos en el remate de una pinacoteca en la Casa Gomensoro, la cantidad de condimento verde aponer en el caldo de verduras. Se habían convertido en matrimonio por la vía de los hechos, sin papeles nicasa en común. Ahora, ante la disrupción causada en él por la idea de la adopción, se daba cuenta cabal dehasta dónde habían llegado: Silvana no tomaría decisiones graves ni medianas sin consultarlo, sin estudiarcon él las alternativas, ni siquiera aquéllas tan bien tomadas por ella cuando él aún no formaba parte de suvida; él postergaba la realización de muchas ideas esperando por ella, para obtener su comentario en lapalabra o en el gesto, la posibilidad de iluminar el objeto bajo otras luces, descubriendo insospechadasaristas. Curiosa, patética, cálida cualidad de la pareja humana, estos lazos de dependencia. Después demucho andar, de lidiar duras batallas por la causa de la libertad personal, empezaba a dudar ahora de lautilidad absoluta del bien. ¡Era tan agradable sentirse esperado, solicitado, interrumpido, homenajeado poruna mujer! ¡Saberse causa y objeto de esa felicidad! Rebuscando entre húmedos pergaminos, ya alguien lohabría formulado: la suprema realización de la libertad es elegir con quien perderla. ¡Qué diferenciaabismal, insondable, entre la frase y la vivencia! Podría haberlo oído mil veces, leído en pormenorizadasdescripciones, recibido en la enseñanza de maestros consagrados: jamás lo hubiera entendido. Habíandebido pasar cuarenta años, aguardar el azar de una mujer atesorada de afecto, destrozar a machetazos lasmalezas del orgullo, renunciar al acuerdo en la sinrazón de un beso, perderse en las nimiedades de la vidadiaria, para sentir alumbrar en él la luz de esta idea, simple como pocas. La libertad es como el dinero: sólomanifiesta utilidad cuando se entrega.

Deshecho de pena, ahora qué haremos, hozaba entre las raíces de su alma buscando explicaciones comoesos cerdos adiestrados para encontrar hongos. Inquietantes roedores se escurrían por galerías subterráneas,sin alcanzar él a verles ni las colas. Había una subestimación de su persona; era un hombre incapaz deaceptar un hijo, debía venir su mujer a decir yo me encargo de todo, haré el trabajo de los dos. Estacapacidad de sacrificio de la mujer, los hombres escurriéndose o abandonando, lo habían hecho avergonzarpor el comportamiento de los individuos de su sexo; las arteras maniobras de las mujeres, conocidas portodos, le parecieron siempre más disculpables; la conducta enérgica de un hombre bastaba para disolver lasartimañas femeninas, apoyadas siempre en el apetito masculino. Un tirón de las riendas sujeta al potro, lacarrera de la yegua se detiene, ambos vuelven a encontrarse en el potrero. Había dejado en Silvana lapenosa, certera impresión de su incapacidad para asumir un compromiso conjunto, consumando unabandono a priori. La patada juguetona de un infante sin rostro había bastado para hacer añicos la vitrinadonde exhibía las piezas de su noble moral.

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Mi lugar.Fernando. Febrero, 1997.

- Estás equivocada, no me enojé por eso, sabía de tu deseo de tener un hijo. Si yo fuera uno de tuspeones de San Pedro no me habrías tratado peor, aquí tiene, éste es su recibo, firme sobre la línea, alretirarse cierre la puerta por favor. ¿Qué te iba a decir? ¿Gracias señora? No te falta nada, tenés tuprofesión, dinero, el campo, la galería... jamás me entrometo en esas cosas, es todo legítimamente tuyo; sialguna vez te digo algo es porque vos me lo preguntás, pero en ningún momento me he olvidado quién es elúnico, verdadero propietario de las cosas, quién hace y deshace en todo eso. Sos una excelenteadministradora, ordenada, previsora, cautelosa; te has sabido ganar el respeto de todo el mundo, incluído elmío; yo no lo sabría hacer. Pero si pensás actuar en la pareja como en tus empresas no cuentes conmigo.Sos el mayor regalo de mi vida, no esperaba, a esta edad, con mi historia, encontrar una mujer como vos,capaz de detener el tiempo con la mirada. En estos años te has ido haciendo cada vez más importante paramí, me has ido llenando la vida, dándole un sentido propio, colmando un vacío donde sólo sabía poner eltrabajo, una suerte de sedante o narcótico, una distracción del sinsentido creciente donde me veníadesecando. Hoy no pasa un día, qué digo, una hora, sin sentir tu presencia anímica pasar como una brisa,moviendo las ramas, haciendo caer, por fin, algunas hojas muertas. No puedo llegar a enumerar losbeneficios de tu presencia, el regalo de tu compañía, el agradecimiento eterno por haberme extraído delestado de hibernación afectiva pronunciando las palabras más gratificantes que puede un hombre esperaroír de una mujer. Me despreciaría a mí mismo, estaría despreciando el amor de todos los amantes de lahistoria si no soy capaz de mantener mi lugar. Espero, deseo... ojalá encontrara las palabras...

- Basta, Fernando, no te tortures, no busques más. No te quiero perder, no quiero lejanías entrenosotros, no tolero la idea de volver a estar sola. También para mí han sido estos dos años los mejores demi vida. No quiero tener un hijo si no es contigo. Adoptar, quiero decir.

- Tener, querés decir. Una vez adoptado el niño se borra la palabra. No hablemos de eso ahora. Dameun beso y en paz.

¡Oh, mujer!Silvana. Febrero, 1997.

Había pasado tres días en el infierno, echada sobre el suelo sucio de una helada mazmorra, las paredesde piedra goteando de humedad, oyendo el crujir de los propios huesos temblando de frío, el aire ahogadoen ruidos de cadenas, encrespado de lamentos condenados, apretada la garganta en la amenaza de lainminente tortura, demonios indiferentes lacerarían sus carnes sin dañarla, la arrastrarían de regreso a lamazmorra con el cuerpo indemne tatuado de dolores frescos, sin el consuelo del silencio eterno, morirdormir tal vez soñar sería un premio aún por obtener. Había desconectado el contestador del teléfono, sillama oirá mi voz de veras, no la mentira de una máquina, se había comido varios llamados indeseados,cómo estás bien gracias, qué otra cosa podía uno decir, sostener malamente una conversación, resultardescortés a pesar propio, elevarse de las cenizas ansiando oír saludos chau chau, colgar de nuevo el teléfonopor fin, si llamaba justo ahora, cuanto mejor la soledad cuando se nos ha vedado la única compañía concredenciales de paso a través de la frontera vigilada de una nación enlutada por la derrota.

El mundo se le había cerrado como las valvas de una almeja gigante: se destrozaría las uñas sinconseguir abrirla, no tenía ella la voz de las mágicas palabras, un simple ábrete Sésamo bastaría para él,pero el minuto se había congelado en las manecillas del reloj, mil noches hacían una, Scheherezade no teníaseñor para sus cuentos, me he quedado sola en este palacio de oro, la voz del Narrador Inmortal se hacallado, ahora sólo este silencio y el infinito azul del mar. ¡Oh mujer, doliente eterna, apagando tu sed en elpropio llanto, elevando del barro la espiga! ¿Cómo no amarte en tu entrega, cómo no perdonarte siempre,cómo no volver a tí una y otra vez? Hirientes palabras, gestos crueles, injustos reclamos, armas deldisimulo, cobertura de tu corazón errante: hallarás la paz cuando un hombre murmure dormido tu nombrepor las noches, cuando se eleve tu alma hecha sueño en la suya; serás tú cuando no sepas ya si eres, elrompecabezas del mundo caerá armado en una lluvia de cartones, verás surgir la imagen del viejo castillo aldespertar en la mañana limpia.

Raquel no había dudado, Lucía Garateguy habría dicho lo mismo: se había comportado como una necia,un egoísmo angurriento la había lanzado a la carrera contra una pared. No había sido capaz de aquilatar sustemores, de percibir bajo su negativa la certeza de un buen padre, la duda de sí mismo, la incógnita delriesgo, el no saber si soy capaz, guiar un nuevo ser hacia la vida es un acto supremo. ¿Cuántos hombresdejaban hijos por ahí como si tal cosa, orgullosos exhibidores de un machismo ridículo, como si el mundoestuviera necesitado de la archidudosa calidad de sus genes? ¿Qué hubiera preferido ella? ¿El conocido síquerida de los esposos sometidos o traidores? ¿Cómo se hubiera sentido ella ante esta salida fácil? Eracomo haber puesto la mano encima de una vela encendida para reafirmar en el dolor de la quemadura la

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certeza de existir: ahora, en riesgo toda su relación, recién medía lo ganado. Desde el principio había habido acuerdo tácito en quedarse en el departamento de él, despreciando las

comodidades del de ella, otrora de Rossina, mucho más grande, lujoso y caro, hermosa vista, calefaccióncentral, portero permanente. Se probaban uno al otro lo genuino de su amor, no había intereses de pormedio, ella podía quedarse con él, no extrañaría ninguna comodidad, él tenía una casa donde cobijar unamujer, compré media docena de perchas, te separé dos estantes del ropero para vos. Con frecuencia él veníapor su casa, pero siempre para llevársela, nunca dormían ahí. ¿Por qué había elegido plantear el escabrosotema de la adopción en su casa, no en la de él, donde estaban la mayor parte del tiempo? Era un gesto deprepotencia, de dominio, estoy en mi casa, mando yo. Había hecho estallar una bomba en el terreno reciénnivelado donde se estaban construyendo los cimientos de un magnífico edificio bellamente anticipado en elpapel. Había empezado varias veces una carta de disculpa, rompiendo enseguida las hojas donde laslágrimas superaban a la tinta. Se le nublaban las ideas al empezar a escribir, no quería argumentar, noquería defenderse, no quería disculparse, sólo quería oír la voz de él en el teléfono. ¡Caprichosa mujer! Si élno llamaba, ¿qué haría? No sabía responderse, no le entraba en la cabeza no verlo más, se dejaría morir. Sí,había tenido la osadía de confesarle su pasión, pero eso había consumido todas sus reservas, una situaciónextrema al borde de lo posible, no sucedería otra vez. Contra toda racionalidad, esperaba que fuera él, elofendido, quien llamara.

Y llamó. Un golpe de su mano volcó el cubilete de cobre sobre el tapete verde de la mesa, los dados demarfil mostraron suerte, el mundo se puso a derechas otra vez. En las peleas siempre era él quien reiniciabael contacto, fuera de quien fuera la culpa, si eso pudiera alguna vez determinarse, en una convención másde las miles construídas en el trato común, signos de la complicidad o la costumbre, ocultascompensaciones, códigos inexplicables como esas parejas siempre en guerra pero nunca separadas; tambiénaquí nada es lo que parece. Nunca la había dejado sola tantos días. El la extrañaba, ella lo extrañaba, ambosse sabían certeramente desgraciados, era tonto prolongar una agonía de remedio tan sencillo. El la habíallamado, sí, como hacía siempre, como cualquier día, interesado por ella, como estás, horrible, yo también,no querés venir a verme, si vos querés, te espero para el té, llevo días sin comer, pero Silvana cómo esposible, no podía tragar. Curiosamente, se reconciliaban siempre en la casa de ella; después, él se iba. Aldía siguiente dormían juntos en la casa de él.

El vacío de su ausencia, tan claro como no lo había sentido hasta ahora, había reafirmado suconvicción: con sus defectos, con sus temores, sea como sea, estaré con él, se hará fuerte en mí como mehago en él, ya está elegido, será éste o nadie. Inteligencia, intuición femenina, instinto, voluntad, no seríatrabajo sino placer conquistarlo de nuevo, atraerlo hacia la vida compartida, guiarlo por Venecia de museoen museo, despertar en él el apetito dormido, las moléculas de su ADN guardan la memoria de la especiecomo la guardan las mías, lo bueno para mí puede ser también bueno para él, no esperar ningún resultado,estar con él, hacerlo parte de mí. Había ya corrido junto a muchas mujeres de su tiempo los errantescaminos de Peer Gynt, ahora sería Solveig esperando por su hombre con la leña ardiendo en el hogar, laspostales de países visitados olvidadas en un álbum cerrado, la masa del pan levando en la artesa, irá alhorno cuando él esté golpeando a mi puerta, llegará hambriento y cansado, cubrirán los párpados sus ojoshartos de espejismos, traerá de regalo para mí una piedra labrada de sueños, amanecerá en mis brazos porsiempre jamás. El futuro es nuestro por prepotencia del amor.

Con el Cristo Sin Cara.La Investigación. Abril, 1997.

- La iluminación es notable. ¿De cuándo es esto?- No sé. Debe ser bastante antiguo; según dicen, fue la primera construcción de estas tierras, una

especie de ermita o algo así. - Un poco grande, para ermita. ¡Toda de piedra! Las maderas de la armadura están impecables, para la

edad. ¿Le hiciste algo? - No. Está tal cual mi tía la dejó. - ¿La conocías?- De afuera. Nunca había entrado. Le pregunté a mi madre, por si me hubieran traído de chica, pero no.

Después, cuando vinimos ya más crecidos mi tía la tenía cerrada, desde la muerte de Alberto. El últimooficio celebrado en esta capilla fue la misa en cuerpo presente.

- ¿Está enterrado acá, me dijiste? - Hay un pequeño cementerio unos cien metros hacia el arroyo, cercado por un muro bajo de piedra,

con losas de mármol y cruces de hierro, a la usanza antigua. El lugar fue elegido para evitar contaminar elagua. Mi tío era capaz de pensar hasta en eso. Si querés ahora vamos a verlo. Pedí mantenerlo arreglado,pero no he querido ir. Estoy muy maula para los recuerdos.

- No, hoy no; otro día. ¿Tu tía? ¿También murió acá?

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- No. Murió en Montevideo, en un sanatorio. Una intervención mínima; nadie, ni ella misma, creyó quepudiera pasar nada. La colocaron en un nicho en el cementerio del Norte. Cuando me devolvieron lapropiedad la hice trasladar para acá. Ahora están los dos juntos.

- ¿Y este Cristo? ¿Quién lo esculpió?- No tengo idea. Lo deben haber puesto cuando convirtieron la construcción primitiva en capilla. En la

iglesia de Colonia pueden saber algo, o en la parroquia de San Pedro. Algún cura viejo se acordará; alguiendebió oficiar acá. El Cristo debe ser obra de algún artesano local.

- El hombre se las traía. Lo hizo sin cara.- Sí. Ahora cuando entramos, me llamó la atención; pensé en un deterioro, pero no, claramente lo

esculpió sin cara. ¿Por qué sería? Para la época, para este lugar, es algo muy anómalo. - Acaso supo ver la osadía de esculpir una cara al Hijo de Dios.- Por el resto de la obra, no parece haber sido falta de técnica. Aunque una cara...- También puede haber dudado, dudado y dudado; le llegó el momento de entregar el trabajo, no había

logrado ver la cara, decidió entregarlo así; o se lo llevaron del taller porque ya no lo podían esperar, veníala Semana Santa, no había Cristo para la capilla...

- Deberías hacerle caso a Rodríguez, dedicarte a la ficción.- Prefiero la historia.- En casa tengo fotocopias de la escritura; ahí hay algunos datos, si querés mirar. Deberíamos también

revisar el escritorio de Alberto, ahí puede haber algo. ¿Vas a investigar la historia de los Altos del SanPedro?

- ¿Te molestaría?- Al contrario. Me encantaría.- ...- ...- Silvana.- ¿ ... ?- ¿Te casarías conmigo?

Amanece.La Investigación. Abril, 1997.

Silvana había quedado paralizada en estatua de sal, mirándolo sin ver. Clavados los pies en las losas dela capilla, se le había contraído el rostro en un espasmo de dolor, las lágrimas anegándole los ojos.Fernando, pálido como de mármol, borrándosele la vista, logró extender hacia ella los brazos. Se refugió enél convulsionada por el llanto, apretada en la fuerza de un abrazo de salvataje, el cuerpo tembloroso en eltemblor del cuerpo cercano, Fernando murmurándole al oído no sé qué palabras o sonidos, ella no dejandode llorar, respondiéndole con el movimiento de los dedos acariciando fuerte en la espalda. Aún después deserenarse permanecieron de pie abrazados, sin hablar, sin mirarse, viendo disolverse la luz en la nochecercana. Fernando volvió a secar las mejillas de Silvana con un pañuelo ya mojado. Cerraron la capilla.Caminaron abrazados, mirando el suelo, el sendero hacia la casa.

- ¡Señora! ¿Se encuentra bien?- Sí, Adelaida, no se preocupe, estoy un poco... indispuesta.Adelaida se volvió hacia Fernando, alarmada, interrogante.- Está bien, Adelaida. Yo me encargo.- Si precisa algo, señor Fernando, ya sabe...- Gracias, Adelaida, en un momento estará mejor. Está un poco... emocionada, nada más.Silvana, desde su abrazo, elevó los ojos hacia él, sonriendo ante la confesión involuntaria.- Silvana... señor Fernando... ¡Dios los bendiga! ¡Dios los bendiga a los dos!- ¡Bobo! La asustaste. Se fue corriendo.- Yo... no... ¿se habrá dado cuenta?- No era muy difícil.- ¡Qué... !- No te preocupes. Es bueno.- ¿Bueno?- Sí. Ya fue bendecida nuestra unión.Esa noche, sin haberlo programado, cancelaron el regreso quedándose en San Pedro. Hablaron, jugaron,

hicieron el amor, entre lágrimas y risas, hasta alborear el día. Se vistieron sin haber dormido. Salieronjuntos, a la primera luz, en la madrugada fría, para ver trepar el sol por la espalda del cerro.

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Ultimo de Silvana.Silvana. Mayo, 1997.

No hubiera sabido decir cómo había sido. No había hecho nada en particular. No habían hablado dematrimonio, ni de hijos, ni de convivencia. Se habían quedado una noche en el departamento de Rossinasólo por haber estado allí, por haberla ido él a buscar como siempre, haberse distraído conversando, estardísimo, quedémonos acá, qué dirá tu tía Rossina, ella tuvo su hombre yo tengo el mío, ella estaba casada,no soy su segunda edición, igual ya tenés cara de esposa, andá vos a verte en el espejo, cumplamosentonces las prometidas transgresiones, pronto no podremos, nuestros actos ya estarán consagrados por laley, estarás obligada por deber matrimonial, pensás solicitarlo con frecuencia, a toda hora, qué bien.

El matrimonio. Ninguno de los dos lo valoraba. Se habían casado con escasa convicción en sus unionesanteriores, por la familia, la sociedad, la simplificación legal, después de todo era para siempre. Siempre erapara siempre. Pasadas las instancias de sus divorcios, experimentados los inconvenientes, se hacía difícilver las ventajas.

- Se justifica, en algunos casos.- ¿Por ejemplo?- Si la pareja tiene hijos. Es más fácil del punto de vista legal, no hay necesidad de explicaciones, los

niños no serán segregados.- Una pareja con hijos debiera, además, ser más sólida; si los padres se separan es tan malo con divorcio

como sin él.- Con o sin hijos es cada vez más frecuente la separación, .- Sí, pero no para nosotros, maduritos, desilusionados y cuarentones.- No nos casamos, entonces.- Por supuesto que no.- Hagamos ya nuestros votos no matrimoniales.A los pocos meses de romance, el matrimonio seguía siendo para ambos una institución caduca, una

intromisión absurda del Estado en la vida privada, una forma inútil de intentar asegurar la permanencia, unaestratagema falsa en más de un sentido. En algunos casos... No era el caso de ellos. Ahora, dos añosdespués, el matrimonio, privado de significación social, estatal o religiosa, era un regalo mutuo, una formade consagrarse el uno al otro cometiendo un disparate.

No sabía cómo había sido, no había hecho nada particular, ahí tenía todo por delante, tan bien armadocomo no hubiera podido concebirlo ni aún en el territorio sin límites del sueño.

Cuando Fernando le había propuesto matrimonio, así de improviso, venía todo el paquete junto, críoincluído, por el "algunos casos" de aquella vieja conversación. El habría concebido la propuesta un tiempoantes, aunque desconociera el momento y circunstancia de concreción, aguardando una oportunidad, oacaso otorgándose la libre expresión en un momento inesperado. Conociéndolo, lo habría maduradolargamente, en silencio, único tema no compartido con ella. Aún antes de su infausto reclamo, él debíavenirlo pensando; en aquella oportunidad, el diferendo se había centrado en la prescindencia, no en ladescendencia. Con razón se había enojado; era como venir a cancelar el encargo de un trabajo a un artesanoextenuado de noches sin dormir por cumplir con el pedido.

Ella no le había hablado más. Habiendo entrevisto la angustia de la soledad, sus deseos se habíanretraído sin renuncia, a la espera de mejor oportunidad, determinada a no desesperar si no la hubiera. Habíamucho para ganar, mucho más para perder. Era cierto, sólo ahora, con él, había determinado adoptar unniño, poniendo de manifiesto lo absurdo de tomar la decisión sin su concurso, basada sólo en la certezaegoísta de saberlo responsable; una vez el niño ahí, sería el mejor de los padres, más allá de todo sacrificio.La certeza de este descubrimiento, la propia inclinación, una naciente satisfacción, algo la llevó a esmerarsepor él como no lo había hecho jamás por nadie. No en términos de atención: como hombre acostumbrado avivir solo, era muy autosuficiente; eso vendría después. Se trataba de cambios surgidos a veces del deseo, aveces de un propósito asumido por ella misma. Comenzó a ordenar sus obligaciones en la galería para salira una hora fija, a llegar a su casa temprano con la compra del supermercado, a recorrerle el ropero paraconvencerlo de eliminar camisas viejas. Conquistadora inconciente, fue ganando terreno por las provinciaslimítrofes, los suburbios descuidados, los desiertos, dejando de lado las ciudades populosas, los sembradíos,las zonas agrestes habitadas por guerreros montañeses endurecidos de muchas campañas. Lo había vistocambiar bajo el encantamiento de su resplandor de hada, fundírsele los rasgos angulosos de la cara en laexpresión serena de hombre con mujer, inundada en la certeza de ser ella la artífice de esta nueva armoníasurgida de la nada, sin pensar, un regalo mayor de la sabia madre naturaleza abriéndose camino una vezmás por los quebrados vericuetos de la civilización.

Había aprendido, quizás, no a escuchar, sino más bien a oír, las voces interiores, en una liberación delser. Por ignotos caminos laterales, sus deseos resultaban cumplidos sin haberse formulado, consecuencia deuna misteriosa simbiosis en la cual ella concebía sin saber, su hombre maduraba sin percibir, en unmomento cualquiera surgía la propuesta, como crece un yuyo de repente en un trozo de tierra mojada de

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rocío. No siempre estaban de acuerdo. Ríspida o amable, la discusión seguía sin cuidados, en un desparpajode expresión sólo posible por la certeza absoluta de conciliación. Le gustaba provocar su enojo, susextrapolaciones extremas, de imágenes violentas, groseras o absurdas hasta la comicidad, llenas desarcasmos o ironías, esa forma suya de cerrar el entrecejo, de apretar los dientes, estampa animada de uncolérico shogún. A ella le había sucedido, en más de una ocasión, soltar la risa en medio de una arduadiscusión, reduciendo el tema a caso de archivo. En cambio él, cuando ella se enojaba, suavizaba el tonoempleando manidas expresiones cariñosas, elaboradas en retruécanos melosos, asintiendo e ignorando susreclamos, haciéndola sentir burlada, querida, abrazada de repente por la espalda en grata posesión. Elacuerdo no siempre venía, pero era posible, increíblemente, llegar a disfrutar aún las diferencias, prolongarel desacuerdo en múltiples instancias, seguir el juego hasta aburrirse o hallar otro. Los misterios del almahumana se extienden en la dimensión del universo.

Debía cuidarse. Había sido siempre delgada. Ahora, corría el riesgo de engordar.

Ultimo de Fernando.Fernando. Mayo, 1997.

Había estado muerto sin saber. Silvana lo había dado de nuevo a la vida, en una carrera sostenida dearrojo, confianza en él, fé en el futuro, como sólo una mujer podía hacerlo. Había oído de boca de un tíoviajero sobre el bienestar previo a la muerte por congelación, en los fríos de la Patagonia, déjeme aquíquieto no más, me estoy durmiendo, durmiendo, no quiero nada más. Un veterano hombre de las nieveshabía sacudido a golpes al tío viajero, arrancándolo de la trampa del hielo, levántese carajo, no se da cuentadónde está, esta es tierra de hombres, no se puede dormir, ni morir, ni soñar, a pararse y caminar. Eso habíahecho Silvana con él: a pararse, a caminar, navigare necesse; el encanto de ella había hecho el resto, unafuente donde había abrevado gotas de resurrección la sensibilidad obnubilada de su masculinidad; habíalogrado ella desentumecer sus articulaciones al obligarlo, por obra del instinto, a correr en su persecución;si el futuro se abría en una ventana al sol, los dos años pasados habían sido un constante ascenso desde loshumedales sofocantes de la selva baja donde había convivido con reptiles peleando a mordiscos,esquivando colmillos envenenados, aletargándose en las cuevas.

No podía creer donde estaba. Anotado para casarse, con un hijo por adoptar, de carne y hueso; esta vezno sería un hijo intelectual como tantos tenía, esas creaciones sucedáneas alimentadas de su ser; ahora suobra sería compartida, Silvana y él estarían en el ser de un infante de padres desconocidos, natura lo traería,nurtura serían ellos, pater familias voluntario investido por el mandato sagrado de la vida, tendrá un nuevocaballero este ejército cruzado, sentará su dama en la cruz de su caballo portando un niño en los brazos.

¿Por qué había demorado todo tanto? ¿Por qué no había salido bien la primera vez? Era demasiadosimple creer dotados de superior inteligencia a sus compañeros de generación, rápidamente casados, confamilias constituídas en la temprana juventud, muchas veces divorciados, vueltos a casar, con nuevos hijosde nuevos matrimonios; no sabía uno ni por qué familia debía preguntar. Transcurrida la mitad de su vida,le parecía estar recién ahora comprendiendo algo de la naturaleza humana, un mínimo para poder encararsensatamente estas instancias de la vida. Algo andaba mal, muy mal, en la civilización. La cercanía deSilvana, las difíciles etapas de ajuste, dos personas ya crecidas, habían puesto de manifiesto anhelos,placeres, complicidades surgidas no se sabe dónde, contrarias a las consignas presentadas como grandesconquistas de la modernidad. La igualdad de los sexos, ingenuamente concebida, había resultado enmasculinización de la mujer, pérdida de seguridad en el hombre, distorsión de roles, desorientación,anomía. Sin embargo, las mujeres seguían menstruando, gimiendo, pariendo hijos tras nueve meses depreñez; los hombres seguían intentando imponer su fortaleza o jugar al macho furtivo urgidos por unapetito ciego, recibiendo sobre las espaldas la responsabilidad cuando las papas queman. La absurda actitudde omnipotencia de la raza humana precipitaba en la desolación: no era posible cambiar la biología,convertir mujeres en busconas, poner hombres a parir. Error, fatal miopía, confundir igualdad con simetría.Las figuras simétricas son igualmente importantes, tienen el mismo tamaño, la misma forma, pero estánvistas al espejo: no se puede desplazar una sobre otra, confundirlas en una sola; no coinciden. Buscandoremediar una injusticia, se había caído en la frustración.

Estamos construyendo una pareja a la antigua, decía a Silvana; ella se reía; no le importaba, era feliz, sehabía descubierto, lo había descubierto a él. Fernando, en cambio, especulaba, interrogaba la realidadcontundente de esa felicidad compartida. En una instancia casual, producto de la soltura adquirida en larelación, se descubrió dando una orden con firmeza insólita. Para su sorpresa, no solo fue obedecido;también pudo percibir la satisfacción de ella, como si en esa orden, en el tono, hallara un refugio de soñadaseguridad. Trató de cuidar esos desbordes; Silvana era una mujer del siglo veinte, él un hombre del mismosiglo, todo podía estropearse en un instante; ella podía mandarlo a pasear en un momento. Con el tiempofue adquiriendo la certeza: si él no se desbocaba, ella no lo rechazaría. El jefe de la familia era él, conconsentimiento de ella; como en la vieja relación feudal, el señor debía protección al vasallo como éste

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obediencia al señor. Si nadie se excedía, había lugar para la justicia, para honrar la biología. En su juventud,la novedad era condición necesaria del placer; hoy, la repetición siempre diferente de los actos cotidianosmarchaba invicta al frente; como en la fábula infantil de la liebre y la tortuga, la tenacidad vencía a laarrogancia.

¿Cómo sería para los demás? ¿Habrían descubierto, como él, la mentira de las proclamas? No saldría apredicar por las calles estáis equivocados, enderezad los caminos del Señor, habéis confundido igualdadcon simetría, os habéis hundido en la desolación. Casi podía oír las protestas airadas de las mujeresgritando machista, las voces indignadas de los hombres sentenciando opresor. Su comunicación hacia elexterior había ido menguando hasta la nada. Se había negado a escribir sobre Molinari; su insistencia anteRodríguez lo confirmaba, pero Rodríguez lo había echado a los perros a sabiendas, es tu obra, estás solo.Duras, certeras palabras, aunque no supiese aún cuál era la obra. No podía, no quería ya escribir; ahora,para él, escribir sería escribirse, un trabajo mediúmnico o testamental donde cada palabra sería cuenta derosario, un artesano del tiempo hermano de modestos alfareros hundiendo las manos en la arcilla,modelando en el torno un tazón marcado de su firma en kanji, en este recipiente se podrá comer o llorar,entrego con respeto a un lector desconocido.

Las seis y cuarto. Debía ducharse, preparar el bolso, encontrarse con Silvana en Cinemateca. Despuésde la película, cenarían en La Vegetariana. A medianoche, conduciendo él, saldrían para San Pedro, noquiero perder la mañana en viaje. El despertaría temprano, ella dormiría hasta más tarde, él la iría a rescatardel sueño con el mate ya empezado, acariciándola con dedos de plumas hasta recibir de regalo su primerasonrisa. Había engrosado ligeramente, rellenado unas formas demasiado angulosas para una mujer conhombre. El había debido batallar para hacerla aceptar esos pocos kilos más, no me prives del placer, estáshermosa, hermosa como nunca, mi ideal de belleza está pegado a tu piel como un envase transparente, missUniverso duerme conmigo en San Pedro, tiene ojos sólo para mí.

¡Cuánto le debía! Nunca podría devolverle lo mucho recibido. No cesaba de admirar en ella laserenidad, el aplomo, las ganas de vivir, como había insuflado en él el entusiasmo, la decisión, la seguridad.Sólo por ella podía pensar en la paternidad sin caer en el vacío, sabiendo de su presencia permanente juntoa él, correrían angustiados los dos cuando el niño hubiera tropezado, lo levantarían en coordinaciónperfecta, se mirarían a los ojos preguntándose nos habremos descuidado, se apoyarían uno al otro en lasdudas, las machacarían entre ambos a golpes sobre el yunque de su amor como esos obreros de lademolición descargando marronazos por turnos como marionetas de reloj.

No había ya para él ansia alguna de aventura; Silvana era el puerto destino de su bajel de altura, vengode los mares del Sur, he visto todos los colores del arcoiris, renuncio a toda nueva expedición, me retiraréen una vieja casona comarcal, quedan mis medallas olvidadas en el Salón de Honor del Almirantazgo,tendré un perro seguidor y perdiguero echado sobre la alfombra calentándome los pies, saldré a caminarentre árboles añosos por el sendero del arroyo, no suena mal ese nombre, Altos del San Pedro.

A las dos de la mañana, cuando Fernando y Silvana atraviesen las columnas de la entrada, los SeresBiformes, siempre despiertos, saludarán, guardianes de piedra, izando las garras en rampante.

El beneficio de la duda.La Investigación. Mayo, 1997.

- ¿Niño o niña?- Es lo mismo. ¿Tenés preferencia?- No.- El azar decidirá, entonces. En el segundo cambiamos.- ¿Segundo? ¿Estás hablando en serio? No querías tener ni uno...- Si tenemos uno tenemos dos. Es mejor para ellos. En uno o dos años, para no fatigar a la madre.- ...- ...- ¿Sos bautizado?- Bautizado, confirmado, comulgado. Todo, como exige la Santa Madre Iglesia. ¿Vos?- También, todo. Mi madre era católica, aunque no practicante; mi padre sería más bien agnóstico;

consideraba la religión cosa de mujeres. Mi madre hizo causa común con mi tía, mi padre se encogió dehombros... así llegué hasta aquí, toda sacramentada. No me casé por Iglesia, por supuesto.

- No, claro, yo tampoco. Mi madre sería un poco como la tuya, católica de entrecasa; mi padre creía enel cristianismo de la civilización occidental, me dieron educación religiosa con la idea de hacerme llegar ala vida adulta sin diferencias con la media predominante; supuestamente yo sería libre de elegir al hacermeadulto.

- ¿Y nosotros? ¿Qué vamos a hacer? Como te gusta decir a vos, nuestra falta de fé es tan grande que nisiquiera podemos creer en la inexistencia de Dios.

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- Mantendremos la tradición. Nos concedemos el beneficio de la duda: bautizamos y después que elija.- En la capilla de San Pedro.- Ante el Cristo Sin Cara.

Sueño.La Investigación. Junio, 1997.

¡Las vueltas de la vida! Sentado, él, ante el escritorio de Alberto. Silvana había insistido, así puedo yoocupar el de Rossina, somos los continuadores, te asusta, sí, a mí también pero contigo puedo, no hayvuelta y somos. Los dos habían apresurado los cambios, cada uno en el suyo, en una toma de posesiónsimbólica, la campaña de conquista sería fulminante como la de Alejandro Magno. Después se habíaninvitado cada uno a visitar el estudio del otro, dándose opiniones, sugiriéndose cambios, admirándose elcuidado, el buen gusto, las manías. El dormitorio fue tomado en estrategia de tierra arrasada: eliminarontodo, restaurando la habitación por completo; parte del mobiliario fue elegido en Montevideo, el restoconstruído por encargado según diseños de Silvana. Lo demás esperaría; se solazarían sin apuro en el placerde remodelar la casa detalle por detalle a complacencia de los dos. Debían también adecuar el departamentode Rossina; para cuando viniera el bebé debían estar ya instalados definitivamente allí. Fernando retendríael suyo, si alguna vez no soportás al crío o no me soportás a mí te vas para allá a sufrir la soledad, y si tehartás vos, qué vas a hacer, me vas a echar, por supuesto para eso conservás tu casa, no vas a tenernecesidad, me iré al primer síntoma, ya lo sé, no hablemos así, estamos por tener un hijo, después andamoslos dos como pollos mojados, sensata mujer, qué no haría yo por vos después de haber oído aquella tardetus mágicas palabras.

Alberto Maresca, ingeniero industrial, compró esto por una sensibilidad insospechada, diseñó lascanalizaciones del Gólgota de San Pedro cuando no existía ni la idea en la cabeza de su autor; Falcone lotomó de manos de Rossina para insertarlo en su propia obra, con o sin cambios, nadie nunca lo sabrá. Nohabía papeles sobrevivientes de Falcone, ni de Alberto, ni de Rossina; sólo Molinari había escrito,conservado, confundido con divagues a la posteridad, hablando de viajes por el mundo y fuera de él,abordajes de polizón en los barcos cargueros o las naves espaciales divisadas desde las ventanas de suimaginación o del taller. ¡Fascinante variedad de la fauna humana, búsqueda insaciable de un sentido,trabajos de héroes sobre tumbas sin nombre! Molinari, pintando cuadros uno tras otro en una sucesiónindefinida, con el único objeto aparente de abarrotar de láminas las estanterías del taller. Falcone,embriagado en la talla de sus piedras o en el olvido renovado del alcohol, dando la espalda al mundo,embarcado en una obra titánica destinada a vegetar bajo la flora salvaje de San Pedro. Rossina, enlutadahasta el final de sus días, presentándose insistente en su imaginación con los rasgos de Silvana peinada derodete, gastando generosamente dineros de su fortuna en una obra consagrada a un Dios desconocido. Elremoto, elusivo Alberto, agotando su tiempo bajo el sol en hacer magia con el agua surgente, construyendoun jardín colgante visible sólo para él en la ventana de sus planos, sabiendo que no vería jamás una gota desu obra.

No era posible entender. No se veían reglas. Todos los datos reunidos, las investigaciones realizadas,los documentos exhumados, los recuerdos removidos, no aportaban sino misterios. Todo estaba lleno dehuecos, de lagunas, de ausencias. Quedaban las piedras, mudas. Quedaban los cuadros, mudos. Seguíacorriendo el agua, rumorosa, allí no más, en la ladera del cerro. Los Altos del San Pedro, un paraje mágicoen tierras de campesinos, ¿dónde si no? Eso era todo. ¿Qué afirmaban las piedras? ¿Qué mostraban loscuadros? ¿De qué podía hablar el agua, el rumor de la hojas? De nada. Nada decía nada. ¡Honroso silencio!Siempre se trataba de uno mismo, el viejo conocido yo proyectándose en las cosas. Los artistas no son sinotaimados burladores, supremos posesos exorcizándose a sí mismos por la construcción de obras luegoabandonadas como desperdicios inútiles de su tortuosa hechicería; orfebres de fantásticos espejos en losque nosotros, estúpidamente admirados, contemplamos sin reconocer nuestra propia imagen distorsionada.Todas las obras de arte no son sino formas distintas de una sola: la misma eterna Esfinge observando lavida del hombre desde el sitial privilegiado del inicio de la Historia.

Los objetivos se han hundido con el sol. No es posible conocer los hechos, no es posible conocer laspersonas. No es posible saber donde reside el genio. Todo intento de reconstrucción, de explicación, es unmero atrevimiento. Hay miles de maneras posibles de engarzar los mismos hechos, miles de historiasdiferentes donde se pueden integrar los datos conocidos. Acaso habrá una más atractiva, o másconmovedora, o más creíble, ya sabemos, hemos vivido para verlo, la realidad supera siempre a la ficción.Nos paramos frente a los hechos de la vida como frente a la obra de arte, proyectando lo propio. Podríadecir más del misterio del ser una obra de pura ficción que la más cuidada reconstrucción.

Entra la noche en puntas de pie por la ventana. El estudio ha desaparecido. La mirada de FernandoLarriera se pierde en la profundidad marina de una pantalla de computador. Están, al alcance de sus dedos,todas las letras, todas las combinaciones, todas las historias de todos los seres vivientes: los cinceles

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oxidados de Marco Antonio Falcone en los restos del taller abandonado, las botitas jardineras de RossinaFiori pudriéndose de hongos en el cuarto vestidor; el escritorio de roble español del ingeniero AlbertoMaresca, cerrado a todas las miradas; las imágenes desleídas de Molinari, adivinadas tras sus lunascósmicas, girando en insensato caleidoscopio; el taller de la Ciudad Vieja, con sus ventanas llenas debarcos impregnados de lejanías. Bajo la luna campestre, en los Altos del San Pedro, el rumor de las aguasdescendentes no llega hasta los viejos portones de hierro, enredados de campánulas, cerrados ante el parqueahogado en la vegetación salvaje. Sobre las columnas, los Seres Biformes, ambivalentes, uno frente al otro,el ojo malo hacia adentro, mantienen la guardia. Ocultos por las hojas, oyen los últimos pasos apretando elpedregullo del acceso. Abrigados de musgo, tibios del sol de noviembre, arrullados por los pájaros, caensus párpados pesados de sueño. Esperarán años, con la paciencia inerte de las piedras. Un día cualquiera,oirán en sueños los pasos de las botitas ciudadanas de Silvana Fiori esquivando las malezas del acceso.Caerán sueltas las cadenas golpeando contra los hierros. Cruzará el hada mujer los portones. Subirán lospárpados de los Seres Biformes. Enseñarán sus ojos de piedra una vez más, a quien llegue a contemplarlos,la mirada firme, serena, burlona, eterna, de la vieja Esfinge sentada en el desierto.

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Índice de contenidoEl parque abandonado.

La Investigación. Noviembre, 1979....................3La interdicción.

Silvana. Junio, 1979.............................................3Vacaciones en San Pedro.

Alberto. Noviembre, 1943...................................6Rossina.

Alberto. Noviembre, 1943...................................8La boda.

Alberto. Setiembre, 1945.....................................9La vida adulta.

Silvana. Setiembre, 1979. .................................11La muerte y después.

Rossina. Setiembre, 1956..................................13Reencuentro con la familia.

Rossina. Julio, 1958...........................................16La primera contratación.

Silvana. Abril, 1987...........................................17Malvivientes.

Fernando. Julio, 1973........................................18El taller del Varilla.

Fernando. Setiembre, 1975................................21El diario.

Fernando. Marzo, 1987......................................22La restitución.

La investigación. Agosto, 1990........................25Los Altos del San Pedro.

Alberto. Octubre, 1949......................................27La compra.

Alberto. Noviembre, 1949.................................28Rossina en San Pedro.

Alberto. Noviembre, 1949.................................29No morirá.

Rossina. Octubre, 1959......................................30Regreso a San Pedro.

Rossina. Noviembre, 1960................................31La traición de la carne.

Rossina. Marzo, 1961........................................33El piano.

Rossina. Setiembre, 1964..................................35Ordenamiento de los campos.

La investigación. Setiembre, 1991....................37La clase de pintura.

Rossina. Abril, 1967..........................................40La repulsión física.

Rossina. Marzo, 1968........................................42La exhumación postergada.

La investigación. Julio, 1992............................43El capital, la soledad, la pintura.

Rossina. Mayo, 1968.........................................45Muerte de Asunción.

Rossina. Julio, 1968...........................................47La Galería Ramallo.

Rossina. Agosto, 1968.......................................49Ludovico Ramallo se retira.

Silvana. Mayo, 1988..........................................51El olvido: matrimonio y final.

Silvana. Octubre, 1991......................................53Agustín.

Silvana. Octubre, 1992......................................55La fórmula del amor.

Silvana. Noviembre, 1992.................................56Infortunios del matrimonio.

Alberto. Abril, 1950...........................................58En brazos de Madeleine.

Alberto. Mayo, 1950..........................................60Entre el cuerpo y el espíritu.

Alberto. Agosto, 1950.......................................62El loco Falcón.

Silvana. Junio, 1993...........................................64Investiguemos.

La investigación. Julio, 1993............................65Remodelación de la galería.

Fernando. Julio, 1993........................................66Sobre Falcone.

La investigación. Agosto, 1993. ......................68La exposición de pintura.

La investigación. Setiembre, 1993....................70Juventud, divino tesoro.

Marc Antoine. Noviembre, 1961......................72La Morenita.

Marc Antoine. Agosto, 1967.............................75En la Comisaría.

Marc Antoine. Octubre, 1967...........................76Nace el amor.

Marc Antoine. Febrero, 1968............................79El adiós.

Marc Antoine. Setiembre, 1968........................82Con Carmen.

La investigación. Octubre, 1993.......................85El mundo de Carmen.

La investigación. Noviembre, 1993..................87Carmen contra su padre.

Marc Antoine. Abril, 1968................................89Ariel.

Marc Antoine. Agosto, 1968.............................90Te digo como sos.

Marc Antoine. Enero, 1969...............................92Todo corazón.

Marc Antoine. Marzo, 1969..............................95Las primeras piedras.

La investigación. Noviembre, 1993..................97Visita de Rosario.

Marc Antoine. Mayo, 1969...............................99Sobre Carmen y Marco.

Marc Antoine. Mayo, 1969.............................102Ante la pobreza.

Marc Antoine. Julio, 1969...............................103La protesta popular.

Marc Antoine. Agosto, 1969...........................105La promoción del artista.

La investigación. Diciembre, 1993.................108La construcción de la fama.

La investigación. Diciembre, 1993. ...............111Los hijos.

Rossina. Diciembre, 1973...............................112El Gólgota de Falcone.

Rossina. Enero, 1975.......................................113La reclusión.

Rossina. Abril, 1975........................................115La arquitectura.

Fernando. Noviembre, 1973............................116

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La falta de fé.Fernando. Diciembre, 1976.............................118

Carina.Fernando. Mayo, 1987.....................................119

Fernando en San Pedro.Silvana. Febrero, 1994. ...................................122

¿Falcone con Molinari?La investigación. Marzo, 1994........................124

El concurso.Molinari. Abril, 1937.......................................125

La inquietud. Molinari. Junio, 1942.......................................128

La vida familiar.Molinari. Setiembre, 1943...............................130

El embarazo.Molinari. Febrero, 1944...................................132

Años de trabajo. Molinari. Diciembre, 1952..............................134

Entrevista imaginaria.Fernando. Marzo, 1994. .................................136

Camino al Gólgota.La investigación. Mayo, 1994. .......................138

Consumación del amor. Alberto. Diciembre, 1950................................141

El manantial.Alberto. Abril, 1951.........................................143

Primera lección.La Investigación. Mayo, 1994........................143

La disconformidad.Fernando. Setiembre, 1994.............................144

Marco Antonio Falcone, Escultor.La Investigación. Diciembre, 1994. ..............146

La sustitución.Marc Antoine. Febrero, 1971..........................147

A San Pedro.Marc Antoine. Noviembre, 1972....................150

Separación.Marc Antoine. Agosto, 1974...........................152

Mujer sola.La investigación. Diciembre, 1994.................153

El pájaro.La investigación. Abril, 1995..........................155

La inspiración.Molinari. Julio, 1962.......................................156

La postergación.Molinari. Enero, 1963......................................157

Hacia el taller de Jesús García Abril.Molinari. Abril, 1963.......................................160

Contra Torres García.Molinari. Agosto, 1963....................................162

El camino de Falcone.La investigación. Mayo, 1995. .......................164

Ultima obra.Marc Antoine. Junio, 1980..............................165

Qué me pasa.La investigación. Mayo, 1995. .......................170

Ahora ya está.Silvana. Mayo, 1995. ......................................172

El predador.Fernando. Mayo, 1995. ...................................174

Viéndola irse.Fernando. Junio, 1995.....................................176

No fue por éso.

La investigación. Julio, 1995. ........................178Si me amas, sígueme.

La Investigación. Agosto, 1995. ....................180La inmortalidad.

La investigación. Setiembre, 1995..................181Bliss.

La investigación. Diciembre, 1995.................183La independencia.

Fernando. Enero, 1996. ...................................184Un nombre que cuidar.

La investigación. Marzo, 1996. ......................185Buscando apartamento.

Molinari. Junio, 1964.......................................187El primer cuadro.

Molinari. Setiembre, 1964...............................188Una muestra privada.

Molinari. Octubre, 1964..................................189La estrella.

Molinari. Noviembre, 1964.............................192Llueve en la ventana.

Molinari. Noviembre, 1964.............................193El nuevo mundo.

Molinari. Mayo, 1965......................................195Con Rodríguez.

Fernando. Marzo, 1996. ..................................197Crisis de inspiración.

Molinari. Octubre, 1966..................................198Reproches de García Abril.

Molinari. Junio, 1968.......................................199El cuadro roto.

Molinari. Agosto, 1968....................................201El retrato de Alberto.

La investigación. Abril, 1996..........................204Surge la enfermedad.

Alberto. Marzo, 1953.......................................205Cambios en la empresa.

Alberto. Abril, 1953.........................................207El retrato.

Alberto. Junio, 1953.........................................209Por qué el Gólgota.

Silvana. Abril, 1996.........................................211La enfermedad.

Alberto. Agosto, 1955.....................................213La muerte.

Alberto. Setiembre, 1955.................................214La descendencia.

La Investigación. Mayo, 1996.........................216La otra llave.

La Investigación. Junio, 1996.........................219La intimidad.

La Investigación. Junio, 1996.........................221No más allá.

Silvana. Julio, 1996..........................................223El reducto secreto.

Molinari. Diciembre, 1969..............................225Depresión de Amarylis.

Molinari. Noviembre, 1970.............................226Franchi.

Molinari. Mayo, 1971......................................228Casémonos.

Molinari. Marzo, 1972.....................................230El trabajo sin sentido.

Fernando. Agosto, 1996..................................232

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El testamento.La Investigación. Agosto, 1996......................234

Con Rodríguez, otra vez.Fernando. Setiembre, 1996.............................235

Con Lucía Garateguy.Silvana. Setiembre, 1996. ...............................237

Internación de Amarylis.Molinari. Agosto, 1972....................................238

La llave.Molinari. Noviembre, 1972.............................240

La inspiración de la pena negra.Molinari. Setiembre, 1973...............................241

Segunda lección.La Investigación. Octubre, 1996.....................243

Bronce.La Investigación. Noviembre, 1996...............246

La mujer de Jacinto.Rossina. Julio, 1975.........................................247

Interferencias.Rossina. Diciembre, 1975...............................248

Los planos del agua.Rossina. Junio, 1976........................................251

El nombre.Rossina. Noviembre, 1976..............................252

Con los Seres Biformes.La Investigación. Diciembre, 1996.................253

No soy católico.Rossina. Febrero, 1978....................................254

Ultima visión del Gólgota.Rossina. Junio, 1978........................................256

Papeles de Molinari.

La Investigación. Diciembre, 1996.................257Bunraku.

Fernando. Diciembre, 1996.............................260Un animal enfermo.

Molinari. Octubre, 1979..................................262Sábado.

Molinari. Junio, 1988.......................................263Viaje a las estrellas.

Molinari. Agosto, 1996....................................265La Investigación.

La investigación. Enero, 1997.........................267La Adopción.

Silvana. Febrero, 1997. ...................................268¡Ah, hombre!

Fernando. Febrero, 1997. ...............................270Mi lugar.

Fernando. Febrero, 1997. ...............................272¡Oh, mujer!

Silvana. Febrero, 1997. ...................................272Con el Cristo Sin Cara.

La Investigación. Abril, 1997.........................274Amanece.

La Investigación. Abril, 1997. .......................276Ultimo de Silvana.

Silvana. Mayo, 1997........................................276Ultimo de Fernando.

Fernando. Mayo, 1997.....................................278El beneficio de la duda.

La Investigación. Mayo, 1997.........................280Sueño.

La Investigación. Junio, 1997.........................281

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