aÑo cristiano. tomo 15 - p. jean croisset s.j

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AÑO CR I ST I ANO

JULIO

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AÑO CRISTIANOó

EJERCICIOS DEVOTOSPARA TODOS LOS DlAS DEL AÑO

C O N TIEN E

LA EX PLICA CIO N D EL M IS T E R IO , Ó LA VIDA DEL SANTO DE CADA DIA,

ALGUNAS R E FL E X IO N E S SOBRE LA EPÍSTO LA Y UNA M EDITACION SOBRE

E L EVA N G ELIO DE LA M ISA , Y ALGUNOS E JE R C IC IO S PRÁCTICOS DE

DEVOCION A PRO PÓSITO PARA TODA CLASE DE PERSONA S.

POR EL P . 3 . OROISSET, DE LA CAMPARÍA DE JESUS,

TRADUCIDO DEL FRANCÉS, POR EL P . J . F . DE ISLA, DE LA MISMA COMPASÍ V

S I E V l E O I C I O V

Aum entada con las adiciones y notas del P. CAPARROS y de los PP. CENTENO y ROJAS, con la vMas de algunos Santos nuevamente canonizados, y una noticia de otros Santos antiguos, con el M artirologio Romano íntegro; y seguida do las DOMINICAS del misino P. J . CROISSET, traducidas por D. JOSE MARIA DIAZ JIMENEZ, presbítero.

ARREGLADA Y DIRIGIDA

P o r D on Ju s to BARBAGERO, P resb íte ro , D o c to r en T eo log ía, L icenciado en Cationes } Catedrático de ’engua hebrea de la lea l U niver.'idad de A tcadá de llenares ,

Adoriindit con l á m in a s Anas,

T O M O VII*

P A R I SLIB R ER IA DE HOSA Y BOURET

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FONDOG£N0 W.HíSTa«>CO

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AMO CRISTIANOó

EJERCICIOS DEVOTOS

TARA TODOS LOS DIAS DEL ASO.

I M V 1 \ W \ W \ \ \ W H V V \ \ \ V \ W V V V V v v w v \V V V W V V \ \ \W V \ \ V \ V W V W W W W W W W t w

JULIO.

DIA PRIMERO.

SAN SIM EON E L s i m p l e .

P a r a confundir la vana sabiduría del inundo dispuso la divina Providencia enviar á él de cuando en cuando algunos siervos de Dios, tan dedicados á represen­tarse insensatos al presum ido concepto de los hijos de este sig lo , como estos hacen estudio en ostentarse discretos á los ojos de los mundanos. Uno de estos fue el santo cuya vida vamos á escribir.

Llamóse S im eón, y se le anadió el epíteto , ó por mejor d ec ir, el apodo de Salo, voz que significa el Simple ,• y fue su nacimiento en E desa, ciudad de Mesopotamia, en aquella parte de la Siria que se dilata al otro lado del Eufrates. Ignóranse los sucesos de su niñez, y solamente se sabe que fué de familia distinguida en el país, tanto por su opulencia como por su inviolable adhesión á la religión católica en aquellos desgraciados tiem pos, en que las herejías despedazaban y asolaban la combatida iglesia del

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2 AÑO C R IS T IA N O .

Oriente. Aprendió con igual facilidad que perfección asi la lengua como las ciencias de los griegos, prueba no dudosa de la excelencia de su ingen io , así como lo fué de la inocencia de sus costum bres el ardiente deseo que tuvo do sacrificarse á Dios desde su mis­ma niñez.

A los veinte años escasos de su edad era el ejemplo y la admiración de Edesa por su sabiduría y por su virtud. Sintióse movido á visitar los santos lugares Je Jerusalen , á cuya ciudad concurrían todos los aüos así los edesanos como los demás pueblos de la co­m arca , singularm ente el dia de la Exaltación de la santa C ruz , cuya fiesta se celebraba con gran solem­nidad. Juntóse con un amigo suyo , llamado Ju an , para em prender juntos este devoto viaje. A ia vista de aquellos preciosos instrum entos de nuestra eterna dicha y de los sagrados lugares donde se obraron los grandes misterios de nuestra redención, se re­novaron en el corazon de Simeón todos los fervorosos afectos de la mas tierna p iedad; y á estos virtuosos impulsos de la gracia se siguió inm ediatam ente el tedio y el disgusto de todas las cosas del mundo. Acabada la fiesta, y habiendo cumplido nuestros pe­regrinos con su religiosa devocion, tom aron la vuelta de su tierra por el valle (le Je ricó , donde descubrie­ron gran núm ero de m onasterios fundados á las riberas del Jordán. Suspendiéronse á la vista de un es­pectáculo de tan ta edificación 5 com enzaron á hablar de lo dichosos que eran aquellos nom bres ángeles que los habitaban •, las reflexiones excitaron los mo­lim ien tos, y tras estos naturalm ente se les encen­dieron los deseos de im itarlos.

¡ Felices hombres (d ec ian ) los que pueblan estos desiertos, distantes del tu m u lto , exentos de los vai­venes y á cubierto de las inconstancias, tan comu­nes en el siglo! ¡Qué san ta será su vida, qué dulce,

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hace ver por ios mismos términos de la ley, la infinita desproporcion del sacerdocio de Aaron, y de las cere­monias legales, con el sacerdocio eterno y el sacrifi­cio de precio infinito de Jesucristo. Como el santo apóstol escribía á los judíos instruidos en su ley, y encaprichados con sus ritos y sus cerem onias, no se sirve m as que de su misma ley, para dem ostrar que ella no era mas que la som bra de la ley n u ev a ; que todos sus sacrificios de expiación, de acciones de g racias, de propiciación, no eran mas que una débil figura del sacrificio y de la m uerte de Jesucristo en la c ru z , el cual ha sido la única victima capaz de borrar y de quitar el pecado del mundo. Todo su razona­miento se funda en la Escritura misma : su estilo es ajustado, alegórico, y todo figurado, conforme al genio y á la costum bre de los orientales.

Despues de haber dem ostrado san Pablo por medio de un razonam iento sin réplica, la indigencia, la im­potencia, el vacío de todo lo mas respetable, mas religioso, y mas sagrado que tenia la antigua le y ; despues de haber manifestado que todo en ella no era santo mas que con una santidad puram ente legal, puesto que nada era capaz de santificar al a lm a , do bo rrar el pecado , ni abrir el c ie lo , cerrado á todo el género hum ano desde el pecado del prim er hombre» hace ver cuán inferior era el sacerdocio levítico al de Jesucristo. Toda la v irtud de aquel se reducía á algu­nas purificaciones legales, á procurar algunos bienes tem porales; el gran sacerdote no entraba mas que una vez al año en el Santo de los santos, que era la parte mas sagrada de un tabernáculo m aterial hecho por mano de los hom bres; y la entrada de este taber­náculo estaba cerrada á todos. lié aquí el compendio

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de la virtud y de las prerogativas del antiguo sacer­docio. Jesucristo, dice el Apóstol, habiéndose pre­sentado como el pontífice de los bienes fu tu ro s , esto es , de los bienes eternos, de los bienes espirituales y celestes, de los bienes sobrenaturales, ha entrado una vez en el san tuario , es decir, en el c ie lo , y por la triunfante ascensión de su humanidad nos ha abierto á todos la entrada. También se vió que el velo que cerraba la entrada del santuario en el templo se desgarró en la m uerte del Salvador. El tabernáculo por el c u a l, ó con el c u a l, según el Apóstol, ha en­trado Jesucristo en el celeste san tuario , es la natura­leza humana de que se ha revestido, y con la que ha subido al cielo, para prepararnos allí un lugar, y para tom ar posesion de é l , dice san Juan Crisóstomo, en nom bre de todos. Por un tabernáculo, mucho mas excelente, mas perfecto y mas sanio, dice el Apóstol. En efecto, la c a rn e , la humanidad del Salvador es el verdadero tabernáculo del Verbo encarnado : este hom bre es en quien reside corporalmento toda la plenitud de la divinidad, el que no ha nacido ni sido ^concebido de la manera que los dem ás; no hecho con la mano del hombre. El Espíritu Santo le ha formado de un modo sobrenatural en el seno de la santísima V irgen; no de esta creación : no es el hom bre el que le ha form ado, sino la operacion del Espíritu Santo. El gran sacerdote no entraba en el Santo de los santos sino en el día de la expiación, llevando allí la sangre de las v íctim as, esto es, de los machos cabríos y de los novillos que habia inmolado por sus pecados y por los dei pueblo. Jesucristo, único pontífice eterno, no üa entrado en la estancia de los bienaventurados con La sangre de los animales inm olados, sino con su

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propia sangre derram ada voluntariam ente, no por é l , que era la inocencia m ism a, sino generalm ente por la remisión de los pecados de todos los hom bres; y por este divino sacrificio, por esta sangre adorable derram ada sobre el altar de la c ru z , sangre de la ruieva alianza, ha en trado , no una vez cada año como el gran sacerdote de los ju d ío s , sino una vez para siempre. El efecto de este sacrificio no es, como ios sacrificios de la antigua ley, el purificarnos de algunas m anchas legales y pasajeras; la expiación l}ue nos aplica, habiéndonos abierto el cielo para siem pre, produce su efecto en la misma e te rn id ad ; nos purifica de todas nuestras manchas in te rio res , nos da la gracia, la justicia, la inocencia, nos libra de la m uerte e terna, y nos hace hijos de Dios. Se llam aba el santuario del tabernáculo el Sanio de h s santos, esto e s , el lugar san to , la estancia santa de los santos, lo cual no conviene propiamente mas que al cielo, asiento de los bienaventurados, solo verdadero lugar santo de los san to s , cuya entrada nos ha abierto á todos Jesucristo habiendo entrado en é l , y del que el santuario del tabernáculo y del templo de Jerusalen era solo la figura.

Y si la sangre de los machos cabríos y de los toros, si la aspersión hecha con la ceniza de una novilla, santifica á los que están m anchados, purificándolos según la carne; ¿cuánto mas la sangre de Jesu­cristo , la cual por el mismo que no tenia m ancha se ha ofrecido á Dios por el Espíritu S an to , limpiara nuestra conciencia de la im pureza de las obras m uertas ?

Leemos en el libro de los Números que una de las ceremonias legales era inm olar solemnemente una

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i ,

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novilla roja. Despues de haberla degollado en presen­cia del pueb lo , se la quem aba; tomaba el sacerdote las cenizas, las cuales distribuía al pueblo, para que con ellas hiciese una agua de aspersión, esto es, que esta ceniza puesta en el agua servia para purificar de las m anchas contraídas en los funera les, y por el contacto de un cuerpo m uerto. Todo esto era m iste­rioso. Los israelitas, nacidos y criados en medio de las supersticiones paganas de los Egipcios, tenian necesidad de esta especie de ceremonias materiales y sensibles, capaces de bo rrar en ellos las ideas de las supersticiones á que estaban acostum brados. Una de las mas religiosas entre los Egipcios era el no m atar jam ás vacas; este animal era sagrado entre ellos, en consideración de Ysis, á quien adoraban en este vil anim al. Para inspirar, sin duda, á los israelitas horro r á las ceremonias y supersticiones egipcias, les ordenó el Señor que ofreciesen en sacrificio esta novilla, diosa de los Egipcios, cuyas cenizas mezcladas con el agua debían servir para la expiación de las m an­chas legales. Ahora b ien , dice san P ab lo : si la asper­sión de los toros y de los machos cabríos, si la as­persión hecha con la ceniza de una novilla, santifica á los que están m anchados, purificándoles según la carne , esto es, los hace capaces de acercarse á las co­sas santas, y de participar del culto del Señor, ¿cuánto mas la sangre de Jesucristo, Dios y h o m b re , derra­mada por un efecto de su elección, de sa am or, de su voluntad de redim irnos, nos limpiará de nuestras m anchas interiores y de nuestros pecados, que el Apóstol llama aquí obras muertas? La razón de esta consecuencia es que los animales no se ofrecían á sí mismos : el Espíritu Santo no era el m otor interior

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de esta oblacion, y no servían m¿s que para un culto figurado, al paso que Jesucristo se ofrece á sí mismo, por el movimiento del Espíritu Santo , como una .Víctima sin m ancha, y nos hace dar al Dios vivo un verdadero culto. Es decir, que la oblacion de Jesu­cristo era voluntaria, sa n ta , espiritual, y de un precio infinito : cualidades que faltaban á los sacrificios de los animales, y á todas las cerem onias legales-, y por esto él es el mediador del nuevo Testamento. Moisés ha sido como el mediador y el ministro de la antigua alianza entre el Señor y los israelitas-, la cual fué confirmada con la sangre de las víctimas inmoladas al pié del m onte S in a í: Jesucristo es el m ediador de la n u ev a , sellada con su propia san g re , que él ha derram ado para expiar nuestros pecados, para re ­conciliarnos con su P adre, y m erecernos la cualidad de hijos suyos.

Despues de la lectura de todos los preceptos de la ley, y de las promesas hechas á los que los observa-* s e n ,. empapó Moisés en la sangre de las víctimas inmoladas una ram a de h isopo , y roció con ella el lib ro , el pueblo, el tabernáculo , y todos los vasos que servían para el culto de Dios, pronunciando estas palabras : Hé aquí la sangre del testam ento y de la alianza que Dios ha hecho hoy con vosotros. La verdad debe responder á la figura ; era necesario , pues, que el pueblo cristiano figurado por el pueblo judío fuese rociado interiorm ente con la sangre de Jesucristo, de la cual era figura la de los anim ales, y por consiguiente que Jesucristo derram ase su san­gre. Ningún heredero en tra en posesion de la heren­cia sino despues de la m uerte del testador : era preciso, pues, <iue Jesucristo m uriese, á fin de que

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pudiésemos cnlrar en la herencia que nos había prom etido.

El Evangelio de la misa de este día no tiene menos relación que la epístola con el gran misterio de la ;>asion , cuya solemnidad , que continúa hasta la i1.ascua , comienza este dom ingo.

Hallándose el Salvador en el tem plo , cinco ó seis meses antes de su m u e rte , hizo un largo y adm irable discurso á una m ultitud de gentes que le escuchaban, en el cual les explicó su unión con el P a d re ; el carác ter y la potestad que habia recibido de é l ; la au toridad y autenticidad de su divina misión; la de­plorable ceguedad de los que rehusaban reconocerle y recib irle ; la excelencia, en fin , y la verdad de su doctrina. Habia estrechado m ucho á los judíos con vivas am onestaciones, y les habia hecho conocer el

.agravio que le hacían en no creer en é l ; y un razona­m iento tan justo y tan concluyente les hacia inexcu­sables. Porque al fin 3 les d ec ia , no puede haber mas que dos pretextos para justificar vuestra obstinada incredulidad : ó los defectos que advertís en m i con­du c ta , ó los errores que descubrís en mi doctrina. Ahora b ien , yo os desafío si podéis reprenderm e en alguna cosa , sea en mi d o c tr in a , sea en mi vida, no obstante que hace ya tan to tiem po que me obser­váis con tanta malignidad : porque ¿quién de vosotros podrá convencerme de la m enor cu lpa?S i, pues, no podéis acusarm e de nada ; si mis obras y mis leyes sen igualmente irreprensibles ; si no os predico mas que la pura verdad ; si au torizo aun todo lo que digo por la pureza de mis co s tu m b res , y con el esplendor de los mayores m ilagros; ¿porqué no creeis lo que os digo? Considerad a q u í, herm anos m ios, exclama

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san Gregorio, la extrem a dulzura de un Dios que se abate hasta m ostrar que no es un pecador, aquel que por su poder divino puede justificar á todos los peca­dores.

No os diré yo a q u í, continúa el Salvador, cuál es ia causa de vuestra incredulidad : solo os diré que todo aquel que está animado del espíritu de Dios, oye de buena gana su palabra : la razón porque vosotros no oís de buena gana la palabra de Dios, es porque no sois hijos de Dios. Esta reprensión tan bien fundada y tan caritativa ofendió á los jud íos, y no le respon­dieron mas que con injurias y blasfemias, tratando al Salvador de blasfemo y endemoniado. Tal es aun todos los dias el reconocimiento de los libertinos : advertidles sus ex trav ío s; ellos no responden mas que con injurias. Miraban los judíos con un odio y un desprecio extrem o á lo s Sam aritanos, á los que con­sideraban como enemigo? de su religión y de la ley de Moisés. D an , pues, el nom bre de Samaritano al Salvador, porque no se extrañaba como los judíos de aquel pueblo. Habia permanecido algunos dias en Sichem; -les habia predicado la palabra de Dios-, no les excluia de la salvación, teniendo tanto interés por su conversión como por la de los demás. Tampoco responde el Salvador á la prim era in juria, y se con­tenta con decirles con su ordinaria dulzura que no estaba poseido del dem onio; que.si les decia las ver­dades con mas fuerza que lo que ellos quisieran , no debían tom ar por furor lo que no era otra cosa que un zelo caritativo; que nada le movía mas que la gloria de su P ad re , y su salvación; que bien podían cargarle de in jurias, pero que no por eso desper­tarían en él el resentim iento; que en cuanto hombre

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pío buscaba su propia gloria; que dejaba todo el cui­dado de esto á aquel sobre quien recaían los ultrajes

i que á él se le hacían, y que, siendo el soberano Juez, ■no dejaría de vengarle de sus calumniadores. Que­riendo tem plar, por decirlo así, el Salvador esta te rrib le amenaza por una promesa agradable : Yo os aseguro, les añade, que cualquiera que observare mis preceptos, no morirá jamás.

Los ju d ío s , que despreciaban igualmente sus pro* mesas que sus am enazas, le respondieron con indig­nación : Nunca m ejor que ahora conocemos que es el demonio el que te hace hablar. Abrahan ha m uerto, los profetas han m uerto tam bién, y ¡te atreves á decir que los que guardaren tus preceptos no mo­rirán! ¿Eres tú m ayor que nuestro padre Abrahan? ¿ eres m ejor que todos los profetas á quienes no ha perdonado la m uerte? ¿quién piensas tu q u e eres? Todo este razonamiento rueda sobre un falso prin­cipio : ellos suponen que Jesucristo habla de una vida tem poral, y de lo que habla el Salvador es de la vida del a lm a , de la vida eterna.

Vosotros pensáis, continúa, que lo que yo digo es una vanagloria que me atribuyo. No tengo yo quo glorificarm e, bastante me glorifica mi Padre delante de vosotros por tan repetidos prodigios; él es el que hace brillar en mí su poder por las maravillas que obro á vuestra v ista , y por la verdad que os anuncio.Y no digáis que este Padre os es desconocido, y que yo os hablo enigmáticamente : este Padre es el Dios que vosotros ad o ra is , y cuyo testimonio os negáis á recibir : puede aun decirse que para vosotros es un Dios desconocido, puesto que no reconocéis las obras que ejecuta por mí. Si le conociéseís, descubriríais

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Zos /itdt'os. .. (ornaron pird/-a,r para apedrearte

como Idas/étno; p rrv ,/c.rn.r... desapareció de su s o/os. ■ ■

L

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en mi persona todos los caractéres del Mesías, y me reconoceríais por hijo suyo : para m í, yo le conozco perfectam ente, y baria traición á la verdad, si fuese capaz de decir lo contrario. Pueblo ingrato , vosotros no conocéis á vuestro Dios, ni á aquel que él os ha enviado para dárosle á conocer : Yo s í , yo conozco á Dios mi P ad re , y si dijese que no le conozco, seria tan mentiroso como vosotros diciendo que le cono­céis. Si le conociéseis, guardaríais fielmente sus pre­ceptos : Yo los guardo con extrem a fidelidad, porque le conozco claramente. Se ve que Jesucristo habla aquí como hombre. ¡ De qué honor no blasonais, añade, porque teneis á Abrahan por padre ¡Sabed, pues, que este gran p a tria rca , ilustrado con luz div ina, conoció el dia feliz en que yo debia venir al mundo ; le vió como lo habia deseado ardientem ente, y dió saltos de alegría. Los judíos que no habian comprendido el pensamiento del Salvador, le dijeron con un tono despreciante : No tienes todavía cin­cuenta años, y quieres hacernos creer que eres del tiempo de Abrahan. Tomando entonces el Hijo de Dios un tono de m aestro ; y queriendo darles á en­tender sin alegoría y sin figura que él era en toda la eternidad como Dios : En verdad os digo, les res­pondió, sí, Yo os lo d ig o , y es verd ad , Yo soy antes que Abrahan estuviese en el mundo. Los judíos com­prendieron muy bien que el Salvador decia que era tan eterno como su Padre; juzgaron-esto como una blasfemia, y tom aron piedras para apedrearle como blasfemo; pero Jesús que qucria m orir en la c ru z , y no apedreado, desapareció de sus ojos, haciéndose in­visible, y salió del tem plo, reservando el sacrificio do su vida para el tiempo que su Padre le habia señalado.

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La oracion de la misa de este dia es como sigue.

Suplicámoos , omnipotente Dios, que os digneis echar una mirada favorable sobre vuestros siervos, y al paso que liberalmente proveéis á las necesidades de su cuerpo con la asistencia de vuestra gracia, conservéis la inocencia de su alma : Por nuestro Señor Jesucristo.

La epístola es del cap. 9 de la carta de san Pablo á los Hebreos.

Hermanos mios : Habiendo aparecido Jesucristo como el pontífice de los bienes futuros, ha entrado por un taberná­culo mas grande y mas perfecto, el cual no ha sido labi'ado por mano de hombres, esto es, su estructura 110 es de aquí abajo; lia entrado, digo, una vez en el santuario, no con !a sangre de los machos cabríos ó de los becerros, sino con su propia sangre, habiendo con ella obtenido una redención eterna. Porque, si la sangre de los machos y de los loros, si la aspersión hecha con la ceniza de una novilla, santifica á los que están manchados, purificándoles según la carne; ¿cuánto mas la sangre de Jesucristo, el cual no teniendo mancha se ha ofrecido á sí mismo á Dios por el Espíritu Santo, limpiará nuestra conciencia de la impureza de las obras m uertas, para que sirvamos al Dios vivo? y por lo mismo él es el mediador del nuevo Testamento, á fin de que, habiendo muerto por la expiación de los pecados cometidos en el Testamento precedente, los que son llamados reciban la herencia eterna, cuya promesa se les ha hecho en Jesu­cristo nuestro Señor.

La epístola á los Hebreos, como se ha dicho en o tra p a r te , es uno de los mas bellos y de los mas preciosos monumentos que posee la Ig lesia; la gran­deza de las cosas y la importancia de la materia que con tiene , están en toda ella sostenidas por la nobleza de las expresiones, y por la elevación del estilo. En el capitulo 9 dem uestra san P ab lo , por lo que se obser­

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vaba en la antigua alianza y por las víctimas imper­fectas que en ella se o frecían , la perfección de la nueva, en la que Jesucristo nuestro pontífice, el cual se ha ofrecido una vez en sacrificio por nos­o tro s, purifica nuestras almas del pecado , y que ha sido necesario que muriese para confirmar su testa­mento ó alianza.

REFLEXIONES.

Jesucristo ha entrado en el santuario, no con la san­gre de los machos cabrios y de los toros, sino con su propria sangre , habiendo con ella obtenido una reden­ción eterna. ¿Comprendemos todo lo que esto signi­fica? y si lo com prendem os, ¿lo creemos? Que un Dios se.haya hecho hom bre por el am or que tiene á los hom bres, y que este Dios hom bre para sacar á los hombres de la servidum bre del pecado y de la escla­vitud del dem onio , para reconciliarles con su Padre y hacerles capaces de la herencia e te rna , se haya inmolado por ellos en la c ru z , no pudicndo ninguna o tra victima expiar sus pecados, ni m erecerles la vida e terna; era este el único sacrificio capaz de apaciguar la cólera de Dios, y de satisfacer á su justic ia ; único capaz de hacer que perdiésemos la cualidad de escla­vos, y que llegásemos á ser hijos de Dios. Este sacri­ficio se ha ofrecido; el mismo Jesucristo ha sido la víctima sangrienta; él ha cimentado sobre su sangre la alianza que ha hecho entre Dios y los hom bres, y habiéndonos hecho los herederos de los bienes celes­tiales por su testam ento , ha querido que adquiriése­mos el derecho por su m uerte. Hé aquí el compendio de nuestra creencia sobre este gran misterio que nosotros confesamos que es incomprensible : ni esta

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18 D O M IN G O

incomprensibilidad recae sobre los efectos adm irables de esta m uerte •, se comprende fácilm ente que esta exp iac ión , esta reconciliación, e s ta santificación y todos los efectos de esta nueva alianza eran debidos á las grandes expensas hechas de p a r te de un hom bre D ios: lo que hay de incom prensible es el am or que ha obligado al Salvador á que hiciese y sufriese todo lo que ha hecho y sufrido por los hom bres, cuya pérdida ó salvación nada anadian á su felicidad y á su gloria: y que, á pesar de nuestra in d ig n id ad , nuestra nada y nuestra indigencia, Dios nos haya am ado hasta querer que su Ilijo único y e te rn o , igual en todo á su Padre, se hiciese hom bre , viniese á se r nuestra v íc tim a, y espirase en la cruz por nuestros pecados : hé aquí lo que verdaderam ente es incom prensible. Pero ¿ y com ­prendem os mas el misterio de in iq u id a d , es d e c ir , nuestra ingratitud á un beneficio ta n insigne, y nues­tra incomprensible malicia? Un Dios se hace hom bre por am or de los hom bres, y estos hom dres corres­ponden con el desprecio y el aborrecim iento á este hom bre Dios. Jesucristo se inm ola por noso tros en la cruz : ¿y con qué ojos m iram os nosotros este sacri­ficio? ¡Qué indiferencia por este R edentor! ¡ qué in­gratitud para con este S alvador! ¿ qué caso hacemos de sus beneficios? ¿qué deferencia tenem os á su vo­luntad? ¡con qué irreligión no nos ponem os en su presencia! ¿son las reglas de nuestras costum bres sus m áx im as, sus m andam ien tos, su Evangelio ? ¿ cuál es nuestro ardor por Jesucristo ? ¿ cuál es nuestra decisión? ¿cuál nuestra te rn u ra? Cuando uno piensa el modo indigno con q u e los judíos le han tra tad o , con qué malicia le h a n odiado, con qué crueldad le han perseguido, se ve uno obligado á

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DE PASION. 1 9

decir que no le han conocido. ¿Podrá fundarse en la misma razón nuestra ingratitud? ¿y tenemos derecho para decir que Jesucristo seria mas am ado , mas res­petado de los cristianos, si fuese conocido de ellos? ¿Penetramos bien las horribles consecuencias de esto principio?

E l evangelio de la misa de este dia es del capitulo 8 , según san Juan.

En aquel tiempo, decía Jesús á los judíos: ¿Quién de vos­otros me argiiirade pecado? Si os digo la verdad, ¿porqué no me creeis? El que vive según el espíritu de Dios, oye la palabra de Dios; por esto vosotros no lao is, porque no es­táis animados del espíritu de Dios. Respondiéronle entonces los judíos : ¿No decimos nosotros bien, que eres un sama- ritano y un endemoniado? Repúsoles Jesús : Yo no tengo demonio, yo honro á mi Padre, y vosotros me liabeis des­honrado. Por lo que hace á mí, no busco mi propia gloria; hay otro que tiene este cuidado, y que hará justicia. En verdad, en verdad os digo, si alguno obedece á mi palabra, no morirá jim ás. Ahora vemos b ien , dijeron los judíos, que estás endemoniado. Abrahan ha muerto; los profetas han muerto tan bien; y tú dices: Si alguno obedece mi palabra, no morirá jamás. ¿Eres tú mayor que Abrahan nuestro pa­d re , el cual ha muerto? los profetas han muerto también; ¿por quién pretendes que te tengamos? Si yo me glorifico á mí mismo , respondió Jesús, mi gloria nada vale; pero quien me glorifica es mi P adre, de quien vosotros deci» que es vuestro Dios, y no obstante, no le habéis conocido : yo sí que le he conocido, y si dijere que no le he conocido, seré mentiroso como vosotros; pero yo le conozco y obe­dezco á su palabra. Vuestro padre Abrahan tuvo un gran deseo de ver el dia de mi venida : lo vió y se llenó de ale­gría. Dijéronle, pues, los judíos : ¿Apenas tienes cincuenta años, y has visto á Abrahan? Dijoles Jesús : En verdad, en verdad os digo, yo soy antes que fuese Abrahan. Al oiresto tomaron piedras para tirarle. Pero Jesús se ocultó, y se salió del templo.

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2 0 DOMINGO

MEDITACION.

S O B R E LA DESGRA CIA Q UE ES EL QUE JESU CRiSTO

SE R E T IR E DE NOSOTROS.

PUNTO rniMEKO.

Considera que la mayor de todas las desgracias para nosotros es cuando Jesucristo, cansado por nuestras infidelidades, disgustado por nuestra obstinación, in­dignado por nuestra m alicia, se retira por ün , y nos abandona á nuestro destino funesto. ¡ Qué felices somos cuando Jesús está con nosotros ! que la tem­pestad sea de las mas violentas, que los vientos sean furiosos, que las olas amenacen en cada momento sum ergir la barca; luego que se presenta Jesucristo, luego que se deja ver, todo queda tranquilo , todo se apacigua. Que por falta de todo alimento se vean cerca de cinco mil personas en peligro de desfallecer en el desierto : ¿se halla allí Jesucristo? nada fa lta , y con cinco panes de cebada todo el mundo queda satis­fecho. Muere Lázaro en ausencia de Je sú s ; pero no bien ha llegado este divino Salvador, la m uerte vuelve su presa, y Lázaro resucita. No, Señor, nada puede dañarnos, nada hay que tem er, cuando vos estáis presen te; pero de aquí mismo inferimos cuánta des­gracia es la de perderos; ¡ qué males deben caer sobre nosotros, y qué no tenemos que tem er si vos salís,, •si vos os retiráis de n o so tro s! Jesús sale del templo de Jcrusalen, y ¿ á qué funestas revoluciones, á qu0 desolaciones tan horribles no quedó espuesto desde entonces aquel tem plo? La ciudad se ve asediada, tom ada, saqueada, y aquel g rande, aquel magnífico tem plo, la maravilla del mundo* queda destruido.

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A chis, rey deG eth, Allí faé reconocido por el mayor enemigo de los Filisteos; de suerte que su asilo vino á ser para él el mayor peligro que corrió en su vida. Retiróse entonces á la cueva de Odolam, donde se cree que compuso este salmo.

¡ Compadeceos de m i , ó Dios m ió! Vos que veis la in- dignidadcon que me traían los hombres, y que me hacen la guerra y me persiguen sin descanso. Incesantemente me hacen probar mis enemigos los efectos de su odio y sus desprecios, y todos los dias crece el número de estos enemigos. Fácil es ver la relación que hay entre estas p a lab ras, por las cuales empieza la misa de este d ia , con los dias en que los fariseos, los escribas y los sa­cerdotes jud íos, encarnizados contra Jesucristo , no trataban en sus asambleas de otra cosa que de buscar pretextos y medios para qiiitarie la vida.

La Iglesia ha elegido para la epístola de la misa de este dia la historia de la predicación de Jonás á los ha­bitantes de Nínive, y su conversión.

Nínive era una de las mas antiguas y mas grandes ciudades del mundo. Fué edificada por Asur, hijo de Sem y nieto de Noé, sobre el rio Tigris, poco despues del diluvio; pero ella debia su principal acrecenta­miento á N iño, uno de sus re y e s , quien la dió su nombre-, tenia m as de veinte leguas de circu ito , y cerca de siete leguas de la rg o , y un poco menos de ancho, porque era oblonga. La E scritura dice que habia en ella mas de ciento veinte mil niños de pecho, y por consiguiente debia tener mas de ochocientas mil personas. A esta prodigiosa ciudad fué enviado Jonás por orden de Dios para anunciar en ella lo que Dios le habia m andado decirles. Además de que esta gran ciudad estaba en una profunda ignorancia dei

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verdadero Dios, e s tab a horriblem ente sum ergida en todo género de abom inaciones y de crímenes. Su pronta conversión y §u penitencia llenarán de con­fusión algún dia á lo s ju d ío s , y á un g ran núm ero de cristianos.

Sorprendido y espantado Jonás de un precepto se­m ejante, sea que q u ed ase apesadum brado al ver que Dios quisiese tra sp o rta r sus m isericordias de su pue­blo á los ex tran jeros y á los gen tiles, ó que conside­rase las dificultades y los peligros que habia en eje­cu ta r una comision ta n n u e v a , resuelto á no hacer n a d a , se embarcó p a ra irse á T arsis , es decir, muy lejos, y pasar m as a llá del M editerráneo, hasta Es­paña ó Mauritania. H abiéndose em barcado en Joppé y pagado su pasa je , sin otro designio que alejarse de su p a ís , se puso e n tre la gente de la tripulación. Pero el Señor de quien h u ia , supo también perseguirle. Inm ediatam ente envió un viento im petuoso , que ex­citó una horrible tem p estad ; el buque á cada instante corría riesgo de ser hecho pedazos ó sum ergido por las olas, y todo anunciaba un triste naufragio. En vista del peligro cada uno invocó á su Dios, porque habia de tantas religiones diferentes, cuantas eran las diver­sas naciones de que se componía la tripulación. Entre tanto Jonás habia bajad o á lo m as hondo de la nave- y allí dorm ía profundam ente. Habiéndolo advertido el p ilo to , le d isp e rtó , y le dijo que rogase también á su Dios que se com padeciese de ellos. Viendo los ma­rinero^ que la tem pestad se aum entaba , creyeron nacia de alguna cau sa ex trao rd inaria , y qu e podría m uy bien suceder q u e hubiese en la tripulación al­guno que la hubiese atra ído por algún crim en se c re to : resolvieron reducir la aclaración de su rezelo á la

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su e r te , y la suerte cayó sobre Jonás; quedóse sor­prendido : preguntósele de dónde e r a , adonde tenia ánimo de ir, y qué era lo que habría podido hacer para atraerles una tem pestad tan furiosa. Jonás les dijo que era hebreo , que servia al Señor Dios, cria-, d o r del cielo y de la tierra y del m ar, y Señor sobe­rano de todas las cosas •, les declaró ingenuam ente el motivo de su em b arq u e , y les dijo que no dudaba qu e esta tempestad fuese un efecto de la cólera de su D ios, que quería castigar su desobediencia y su fuga. Toda la tripulación, poseída de espanto, le preguntó qué podrían hacer para apaciguar un Dios tan pode­roso y tan irritado. Puesto que soy yo solo, respondió Jonás, la causa de esta tem pestad, echadm e en el m ar, y ella se apaciguará. Los m arineros, movidos d« compasion, tuvieron m ucha dificultad en resolverse á e llo ; pero á la vista del peligro que crecia , y protes­tando que eran inocentes de su m uerte , le arro jaron, aunque á pesar suyo, al m ar, y en el mismo mom ento cesó el v iento , y el m ar quedó tranquilo. Pero el Señor, que quería reportar su gloría del castigo de Jonás, y hacer de él la figura mas semejante de la m uerte y de la resurrección del Salvador del mundo, hizo que en el mismo momento en que Jonás fue arrojado al m ar, se hallase allí un pez de una grosura enorm e (créese que fuese una ballena, ó una lam ia) que le tragase. En el vientre de este m onstruoso ani­m al se m antuvo tres dias y tres noches sin sofo­carse. Al cabo de los tres d ias , mandó el Señor al pez que vomitase á Jonás, y por un prodigio bien m ar­cado , le arrojó sano y salvo sobre la ribera , en lo cual fué Jonás la figura de la sepultura y de la resur­rección de Jesucristo salido del sepulcro al te rcer dia

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despues de su m uerte , según que el mismo divinoSalvador nos lo ha querido dar á entender.

Despues de esta maravilla, mandó el Señor segunda vez á Jonás que fuese á Nínive, y predicase allí lo que él le inspiraría que dijese á sus habitantes. Jonás no tra tó ya de resistir á la orden de Dios, había apren­dido á ser obediente y d ó c il; partió inm ediatam ente, y sin detenerse un solo momento se fué á aquella gran ciudad adonde el Señor le enviaba. Nínive habia sido hasta entonces la mansión de la prim era m onar­quía del m undo, y la capital del imperio de los Así- ríos. Habiendo entrado Jonás en la c iudad , anduvo por ella todo un dia, clamando por las calles : Dentro de cuarenta días Nínive será destruida enteram ente. Una predicción tan positiva, hecha con un tono de p ro fe ta , por un extranjero que se decía enviado de Dios, causó una conmocion general en el ánimo y en el corazon de aquellos habitantes. íntrodújose la tu r­bación en la ciudad, y el espanto se comunicó por todos sus cuarteles desde el prim er d ia , y aun antes que el profeta hubiese recorrido la tercera parte de ella. Asustáronse todos al oir las amenazas del predi­cador extranjero. El rum or se esparció desde aquel mismo dia en la c o r te : lleváronle la noticia al rey, haciéndole presente que las desgracias que aquel desconocido acababa de anunciar á la c iu d ad , po­drían ser muy bien un castigo por la corrupción ge­neral que reinaba tanto en la corte como en tre el pueblo. El rey, que se cree fuese P h u l, padre de Sar- danápalo , conmovido al oir una predicción tan am e­nazadora, descendió del trono como fuera de s í , dejó la púrpura y la d iadem a, cubrióse con un saco , y se tendió sobre la cen iza, clamando por misericordia al

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/íaAiendo ettlrado ■ fo n á s e/i /a d u d a d , anduvo p o r

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Señor. Como 3os crím enes eran universales, quiso qu e la penitencia fuese general. Hizo publicar un edicto por toda la c iu d ad , imponiendo un ayuno uni­versal sin excepción de personas. Decia el edicto que se hiciese ayunar á los hom bres, los caballo?, lo> bueyes y las ovejas, sin que comiesen ni bebiesen por espacio de tres dias seguidos, y que todos los racio­nales, sin excepción de sexo ni edad, clamasen al Se­ñor con toda su fuerza, implorando su m isericordia; que cada uno se convirtiese, que todos se apartasen del mal cam ino , y que se renunciase á Ja iniquidad que había inundado toda la ciudad. ¿Quién sabe , docia este p ríncipe, si Dios se volverá á nosotros para perdonarnos •, si tal vez se aplacará su ira y 'su furor, y revocará el decreto de nuestra pérdida que ha pro­nunciado contra nosotros? Aseguran los santos padres que se hizo ayunar hasta á los niños de pecho, y se separaron las crias de sus m ad res , para impedirles que mamasen duran te los tres dias. Este ejemplo confundirá á m uchos judíos y cristianos, que, criados en el conocimiento del verdadero Dios, advertidos los unos por tantos profetas, los otros por tantos ze- losos pred icadores, todos amenazados tantas veces con la cólera de u n Dios irritado por tantos crímenes, se han hecho sordos á la y o z del Señor, han perseve­rado en el pecado , y han m uerto en la impenitencia. Los Ninivitas, decia el Salvador, comparecerán en el juicio con esta nación , y la condenarán, porque, luego que Jonás predicó, hicieron penitencia; y hé aquí uno que es mas que Jonás. ¡ Qué de zelosos predicadores durante la C uaresm a! Dios es el que habla por su boca 5 hace ya cerca de cuarenta dias que p red ican . que anuncian la palabra de Dios, que amenazan de su orden ■, ¿ y cuántas conversiones se han hecho?

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Una penitencia tan p ro n ta , tan general, y tan rigo­rosa , de la cual dieron los prim eros ejemplos el rey y los p ríncipes, aplacó la cólera del Señor, y detuvo los rayos de su justicia. Vió Dios sus obras, y que se ha­bían convertido, dejando su mala vida; y tuvo compasion de ellos, y les perdonó. Notemos aquí que la Escritura no dice sim plem ente: vió Dios las señales de su peni­tencia , porque podian ser equívocas \ sino que añade que Dios vió y consideró que se habian convertido de sus extravíos ; que habian no solo detestado sus pe­cados , sino que habian mudado de conducta. Hace Dios m uy poco caso de todos esos propósitos, de to ­das esas confesiones de pecados, ni aun de esas lágrim as de pen iten c ia , por edificantes que ellas sean-, ayunos, austeridades, todo no es mas que penitencia falsa, si no se m uda de vida, si se perm a­nece en el vicio, si no se deja el mal camino. El Señor perdonó á la verdad entonces á aquel pueblo; pero á este mismo pueblo algunos años despues, habiendo recaído en sus prim eros desórdenes, en el reinado de S ardanápalo , hijo de P h u l, ya no le envió Dios pro­fe ta , sino que hizo estallar su cólera sobre él de una m anera m uy terrible. Toda la ciudad fué d es tru id a ; el infame rey fué quemado dentro de su palacio , con toda su familia y sus riquezas : siempre son funestas las recaídas. Cuando se abusa de la m isericordia de Dios, se sienten muy pronto los terribles efectos de su justicia. Una conversión sin perseverancia es siem­pre seguida de la últim a desgracia.

El evangelio está tom ado del capítulo séptimo de san Ju an , en el cual se ve que, cuanto mas probaba el Salvador á los judíos con sus palabras y con sus mi­lagros que él era el Mesías, mas se aum entaba el odio

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y la malicia de los jefes del pueblo contra el Salvador. Alarmados los fariseos por haber oido decir pública­mente á m uchos, que creían que el Cristo, esto e s , el Mesías, no podia hacer mas milagros que los que hacia Jesucristo , se apresuraron á buscar á los prin­cipes de los sacerdo tes, les dieron cuenta de lo que p asab a , y les dijeron que si no se deshacian cuanto antes de aquel obrador de m ilagros, toda la nación iba á creer en é l. ¡ Buen D ios, y qué irracional es la pasión! Si se hubiese acusado al Salvador de que era un hom bre de m alas costum bres, un sedicioso, un homicida f ie ro , diestro y a trev id o , hubieran obrado consiguientes en quererle prender para impedir el que hiciese mas daño. Pero ¿de qué se acusa á Jesu­cristo ? de que hace tan grandes m ilagros, y en tan gran núm ero , que no se cree que el Mesías pueda hacerlos m ayores; y á consecuencia de esta queja , y por esta deposición, se envían soldados para que le sorprendan y le traigan preso. No bien hubieron re ­cibido los soldados una órden tan violenta y tan in justa , tra taron luego de ponerla en ejecución ; mas á la prim era vista del hom bre Dios, quedaron poseí­dos de un asombro respetuoso. Su aire m ajestuoso, su d u lzu ra , su m odestia, en una p a lab ra , solo su presencia les contuvo y les desarm ó. Encantados de oirle, olvidaron el designio con que habian ido.

El Salvador que nada ignoraba de todo esto , y que conocía todo lo que pasaba en el ánimo y en el cora- zon de sus enemigos : Esperad todavía un poco , les decia, poco es ya el tiempo que debo perm anecer con vosotros; mi vida tem poral de hoy mas no debe ser muy larga 5 el tiempo de mi misión va á con­cluir, y yo me vuelvo á mi Padre que me ha enviado.

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Inútiles, pues, son todos vuestros perniciosos designios antes que llegue este tiem p o , po rque no los podréis verificar. Vosotros me perseguís sin ra z ó n , no podéis sufrirm e, á pesar de que no ceso d e haceros bien •, m i presencia enciende vuestro odio co n tra m í , é irrita vuestros z e lo s ; vendrá tiempo en que m e echaréis menos y me buscaréis, pero no m e hallaréis. Y donde yo e s ta ré , vosotros no podréis venir.

Sorprendiéronse al oir estas p a la b ra s , las cuales fueron para ellos un enigma. ¿A donde i r á , se decían en tre sí, que nosotros no podrem os ir? Q ué, ¿habrá tom ado la resolución de ir á p red icar á los judíos dispersos entre los gentiles, ó acaso á los mismos gentiles? ¿Qué quiere d e c ir , cuando nos amenaza que por mas que le b u squem os, no le hallarem os, porque estará en un lugar adonde nosotros no po­drem os acercarnos ? ¿ qué lugar se rá este tan inacce­sible? Véase aquí, dicen los p a d re s , lo q u e produce la ceguera espiritual, y cómo im pide que haga im­presión una verdad terrible. La am enaza del Salvador asom bra á los judíos-, pero en lu g a r de entenderla á la le tra , le buscan un sentido qu e no t ie n e ; en vez de hacerse una aplicación sabia de e lla , encuentran hasta en sus dudas con que tranquilizarse. ¿No es esto mismo lo que hacen aun hoy todos los herejes ?

En las grandes ííestas que los jud íos celebraban con octava, el primero y el último d ia eran m as solemnes, y ordinariam ente en ellos se hacían cerem onias p ar­ticulares y sacrificios ex traord inarios. En la fiesta de los Tabernáculos, en la cual sucedió todo e s to , ha- bia sido costum bre el llevar al tem plo con gran so­lem nidad, y al son de instrum entos m úsicos, dos vasos ó urnas de plata. !a una llen a de agua, y o tra do

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vino. El agua era de la fuente de S iloe , y esta se derram aba sobre el altar, pidiendo á Dios la fecundi­dad y la abundancia de los frutos de la tierra. Aludia,< sin duda, el Salvador á esta cerém onia, cuando decia, en alta voz, en este últim o dia de la octava: Si alguno tiene s e d , que venga á mí, y que beba. Por­que yo os aseguro que todo el que crea en m í, tendrá dentro de s í , como dice la E scritu ra , una fuente de sgua v iva, que saldrá de su seno y jamás se agotará. Hablaba el Salvador del Espíritu S an to , fuente inago­table de g rac ia , de luz y de bienes espirituales. Compara aquí Jesús una alma llena de los dones del Espíritu S an to , al depósito de una fuen te , cuya capa­cidad , expresada en este lugar por la palabra seno, derram a el agua en abundancia á todas p artes, sin agotarse ja m á s ; y esto es lo que significa esta expre­sión, dicen los intérpretes. Del seno del que cree en m i, dice el Salvador, correrán rios de agua viva, como dice la Escritura. Las palabras del Salvador no se hallan m aterialm ente en la E scritu ra; pero el sentido se encuentra en muchos parajes de e lla , sobre todo en los profetas. Derramaré, dice Dios por Isaías, aguas sobre la tierra seca, y rios sobre la que está árida : derramaré m i espíritu sobre vuestra posteridad.

La oracion de la misa de este dia es como sigue.

Dignaos, Señor, santificar nuestros ayunos, y conceded­nos por vuestra bondad el perdón de tudos nuestros pecados*- Por nuestro Señor Jesucristo, etc.

La epístola de este dia es del profeta Jonás, capítulo 3.*/4

En aquellos dias, habló segunda vez el Señor al profeta Jonás, y le dijo : Levántate, y vé á la gran ciudad de iSmive, y predica allí lo que yo te ordene que le digas. Levantóse

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Inútiles, pues, son todos vuestros perniciosos designios antes que llegue este tiem p o , po rque no los podréis verificar. Vosotros me perseguís sin ra z ó n , no podéis sufrirm e, á pesar de que no ceso d e haceros bien •, m i presencia enciende vuestro odio co n tra m í , é irrita vuestros z e lo s ; vendrá tiempo en que m e echaréis menos y me buscaréis, pero no m e hallaréis. Y donde yo e s ta ré , vosotros no podréis venir.

Sorprendiéronse al oir estas p a la b ra s , las cuales fueron para ellos un enigma. ¿A donde i r á , se decían en tre sí, que nosotros no podrem os ir? Q ué, ¿habrá tom ado la resolución de ir á p red icar á los judíos dispersos entre los gentiles, ó acaso á los mismos gentiles? ¿Qué quiere d e c ir , cuando nos amenaza que por mas que le b u squem os, no le hallarem os, porque estará en un lugar adonde nosotros no po­drem os acercarnos ? ¿ qué lugar se rá este tan inacce­sible? Véase aquí, dicen los p a d re s , lo q u e produce la ceguera espiritual, y cómo im pide que haga im­presión una verdad terrible. La am enaza del Salvador asom bra á los judíos-, pero en lu g a r de entenderla á la le tra , le buscan un sentido qu e no t ie n e ; en vez de hacerse una aplicación sabia de e lla , encuentran hasta en sus dudas con que tranquilizarse. ¿No es esto mismo lo que hacen aun hoy todos los herejes ?

En las grandes fiestas que los jud íos celebraban con octava, el primero y el último d ia eran m as solemnes, y ordinariam ente en ellos se hacían cerem onias p ar­ticulares y sacrificios ex traord inarios. En la fiesta de los Tabernáculos, en la cual sucedió todo e s to , ha- bia sido costum bre el llevar al tem plo con gran so­lem nidad, y al son de instrum entos m úsicos, dos vasos ó urnas de plata. !a una llen a de agua, y o tra do

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vino. El agua era de la fuente de S iloe , y esta se derram aba sobre el altar, pidiendo á Dios la fecundi­dad y la abundancia de los frutos de la tierra. Aludia,< sin duda, el Salvador á esta cerém onia, cuando decia, en alta voz, en este últim o dia de la octava: Si alguno tiene s e d , que venga á mí, y que beba. Por­que yo os aseguro que todo el que crea en m í, tendrá dentro de s í , como dice la E scritu ra , una fuente de sgua v iva, que saldrá de su seno y jamás se agotará. Hablaba el Salvador del Espíritu S an to , fuente inago­table de g rac ia , de luz y de bienes espirituales. Compara aquí Jesús una alma llena de los dones del Espíritu S an to , al depósito de una fuen te , cuya capa­cidad , expresada en este lugar por la palabra seno, derram a el agua en abundancia á todas p artes, sin agotarse ja m á s ; y esto es lo que significa esta expre­sión, dicen los intérpretes. Del seno del que cree en m i, dice el Salvador, correrán rios de agua viva, como dice la Escritura. Las palabras del Salvador no se hallan m aterialm ente en la E scritu ra; pero el sentido se encuentra en muchos parajes de e lla , sobre todo en los profetas. Derramaré, dice Dios por Isaías, aguas sobre la tierra seca, y rios sobre la que está árida : derramaré m i espíritu sobre vuestra posteridad.

La oracion de la misa de este dia es como sigue.

Dignaos, Señor, santificar nuestros ayunos, y conceded­nos por vuestra bondad el perdón de tudos nuestros pecados*- Por nuestro Señor Jesucristo, etc.

La epístola de este dia es del profeta Jonás, capítulo 3.*/4

En aquellos dias, habló segunda vez el Señor al profeta Jonás, y le dijo : Levántate, y vé á la gran ciudad de ÍSmive, y predica allí lo que yo te ordene que le digas. Levantóse

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Jonás y se fué á tVínive en cumplimiento déla orden del Se­ñor. Era Ninive ana gran ciudad que tenia tres dias de ca­

rmino. Habiendo entrado en ella Jonás, anduvo todo un dia clamando y diciendo : Dentro de cuarenta dias será Ninive destruida. Creyeron los Ninivilas á la palabra de Dios. Orde­naron un ayuno público, y se cubrieron de sacos desde el mas grande hasla el mas pequeño. Habiendo llegado la cosa $ oídos del rey de Ninive, se levantó de su trono, se des­nudó de sus vestiduras reales, se cubrió con un saco y se sentó sobre la ceniza. Al mismo tiempo hizo anunciar por todas partes y que se publicase en Ninive de orden del rey y de sus magnates, que así los hombres, como los caballos, los bueyes y las gvejas no comiesen nada, ni se los llevase á pastar, ni bebiesen agua; que los hombres y los animales se cubriesen con sacos, y que clamasen al Señor con todas sus fuerzas; que cada uno se convirtiese y dejase su mal ca­mino y la iniquidad con que estaban manchadas sus manos. ¿Quién sabe si Dios se volverá á nosotros para perdonarnos, y cederá en el furor de su cólera á fin de que no perezca­mos? Vió Dios sus obras, y que se habian convertido y dejado su mal camino. Y el Señor nuestro Dios se compadeció de su pueblo.

Jonás, uno de los doce profetas m enores, era hijo de Am athi, de la ciudad de Geth en Ophes, de la tribu de Zabulón. Comenzó á profetizar en el reinado de Joroboam , segundo rey de Israe l, cerca d e 830 años antes de Jesucristo , y hasta mas de cincuenta años despues no le m andó Dios ir á Ninive.

REFLEXIONES.

Creyeron los Ninivilas á la palabra de Dios. Nada hay mas adm irable ni mas interesante en m ateria de conversión que la penitencia de los Ninivitas. Un ex­tran je ro , un desconocido,'u n sugeto sin n o m b re , sin reputación, sin elocuencia, dice simplemente á un pueblo inm enso , criado en los p laceres, en la gloto­

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n e r ía , en eM esó rd en , y sumergido en los mas escan­dalosos desarreg los, le dice que viene á anunciarle de parte de Dios que no tenian mas que cuarenta dias para hacer pen itencia , despues de los cuales Níniva iba á ser d e s tru id a ; y desde el prim er dia de la pre- dicacion todo aquel gran pueblo, tan d isoluto, tan p e rd id o , tan co rrom pido , se cubre de sacos y de ce­n iz a , ayuna, llo ra , gime. El mismo rey y toda la num erosa corte dan los prim eros el ejemplo. Espár­cese por todas partes el llanto de la penitencia; toda la ciudad resuena con los sollozos que produce el dolor y el sentim iento; la contrición es g en era l; los niños pendientes del pecho de sus m adres participan también de la severidad de la penitencia; y ni aun los animales quedan exentos de ella. Hé aquí lo que produce la palabra de Dios sin a r te , sin g a lan u ra , en la boca de un profeta. ¿Ha perdido por ventura esta divina palabra su fuerza y su virtud? ¿qué se ha hech o , p u es, su eficacia? Despues de tanto tiempo que tantos profetas enviados de Dios p red ican , cla­man , amenazan con los terribles efectos de la cólera de Dios, ¿dónde están los pecadores convertidos? ¿Es acaso difícil encontrar pecadores? Pluguiese á Dios que su núm ero fuese tan raro y tan ocu lto , como es raro el hallar almas inocentes. Jamás el vicio se m ostró con menos vergüenza ni con tan ta impu-' den c ia : nunca tal vez se vió tan extendida la corrup­ción de las costum bres. Aquella horrible recrim ina­ción : de que toda carne habla corrompido sus caminos sobre la tierra, ¿es solo aplicable al tiempo de Noé? Las amenazas de aquel santo patriarca no fueron recibidas con tanta docilidad como las de Jonás. Nuestro siglo no es tampoco mucho mas dócil. Dios

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tiene compasion de los INinivitas-, su penitencia des­arm a su ira : mas la impenitencia de los contem porá­neos de Noé es horriblem ente castigada por el diluvio. Nosotros no somos tampoco mas penitentes*, ¿á cuál í e los dos pueblos debemos tem er que se parezca nuestra suerte ? Jamás hubo tantos p e c a d o s , nunc? tantos pecadores, en ningún tiempo m enos penitencia. Se escucha fríamente á un predicador, conviénese con todo lo que d ice, alábase su zelo, y se sale del ser­món tan impenitente como se ha ido á él. Fam iliarí­zase con las mas terribles v e rd ad es , endurécese al tono de las mas espantosas am enazas. Todo enferm o se considera desesperado cuando y a no tiene sen­sación. ¡A cuántos confundirá el ejem plo de los Niniviías, y qué crueles sentim ientos causará la mise­ricordia de que usó Dios con aquel pueblo convertido, á los que habrán m uerto en la im penitencia!

El evangelio de la misa es lomado del capitulo 7 de san Juan.

En aquel tiempo, enviaron los príncipes de los sacerdotes y los fariseos oficiales para prender á Jesús; pero Jesús les dijo : Aun estoy con vosotros por un poco de tiempo, y luego voy á aquel que me lia enviado. Vosotros me buscaréis, y no me hallaréis, y adonde yo estoy, vosot ros no podéis ve­nir. Dijéronse, pues, al oír esto los judíos los unos á los otros: l Adonde irá este hombre que no le hallaremos? ¿irá tal vez á los que eslán esparcidos entre los gentiles, y habrá de en­señar á los mismos gen'iles? ¿qué quiere decir lo que acaba de pronunciar: Vosotros me buscaréis, y no me hallaréis,)’ adonde yo estoy, vosotros no podéis venir? El último dia de la fiesta, que era el dia grande de e l la , se presentó allí Je sú s , y dijo en alta voz : Si alguno tiene sed , que venga á m i,y beba.Del seno del quecreeen mi saldrán rios de agua viva, conforme á lo que dice la Escritura. Hablaba aquí del Espíritu que habian de recibir los que creyesen en é).

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M EDITACION.

DEL JUICIO PARTICULAR.

PU-STO PRIMERO.

Considera que en el momento que uno espira es j’uzgado, y que este juicio decide irrevocablem ente de nuestro eterno destino. Representémonos un mo­ribundo á quien acaban de adm inistrar los últimos sacram entos, y á quien no’resta ya inas que un soplo de vida-, es un criminal que va á com parecer ante el soberano Juez para dar cuenta del bueno ó del mal uso que ha hecho de todos los momentos de su vida. Pensam ientoslijeros, palabras inconsideradas, senti­mientos apasionados, deseos desreglados, acciones poco cristianas, m iras hum anas, motivos menos p u ro s , todo será exam inado, todo será juzgado , y es un Dios el que exam ina, y el que lo juzga todo con el último rigor de su justicia.

Concibamos, si es posible, cuáles serán entonces los espantos horribles de una alma que conoce que no está unida al cuerpo mas que por un soplo, y que dentro de dos ó tres instantes va á com parecer en el trem endo tribunal de Dios. Ella no tiene entonces peor enemigo que su conciencia; ella es la que la re ­presenta , aun antes que esp ire , todos sus hechos;^ ella previene, por decirlo así, el juicio y el decreto.

Buen Dios, qué te rro r, qué espanto, ver como renacen del fondo de la conciencia una multitud innu­m erable de faltas que hasta entonces habian estado sepultadas en el olvido. \ Ah, qué de pecados,de la juven tud , que se habian escapado ánuestras investí-

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gaeiones! ¡qué de pecados graves q acn o s habian p a ­recido acciones ind iferen tes! y ¡ cuántos de los mis­mos de que nos hemos acusado, que por falta de contrición no se nos han perdonado! Todo esto se presenta al espíritu en aquellos últimos mo-mentos, y ¡ qué turbación . qué su s to , á la vista de tantos mons­truos de iniquidad!

¡ Qué de om isiones en los deberes de nuustro es­tado! ¡qué de acciones hasta de piedad que tienen necesidad de penitencia! ¡q u é d e sacram entos profa­nados, y qué d e talentos sepultados! ¡qué de gra­cias , precio de la sangre de Jesucristo, despreciadas ó perdidas! Im portunos remordimientos , conciencia m o lesta , ¿qué pesares y qué espanto no causais? Si por lo menos quedase todavía algún rayo de espe­ranza de tener un añ o , una sem ana, algunos dias para a rreg lar estas cuentas, para reparar estas faltas, para ganar al Juez por la penitencia y por todo género de satisfacciones; pero está uno se g u ro , se yo , se conoce que el tiempo esp ira , que no hay mas tiempo.¡ O Dios m ió ! ¿ y no se previenen estos sentimientos ? ¿y no se piensa de continuo en este juicio terrible m ientras du ra la vida?

PUNTO SEGUNDO.

Considera cuán difícil es el no sucum bir á los pe­sares , al dolor, al miedo en este extrem o tan deses­perado. Conócese que el tiempo va á concluir, y se ve uno á la entrada d é la espantosa eternidad. La incer- iidum bre de su suerte , el tem or de una eterna des­dicha , las razones que hay para tem erla , reducen al alma á un estado que puede llamarse un anticipado infierno.

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Preséntasele toda la ley de Dios, y lo que es todavía m as triste, ve su importancia y su justicia, y concibe su dulzura y su facilidad. Vuelta en sí de todas sus preocupaciones, libre de los ataques impetuosos de tantas pasiones, reconoce y se persuade de lo mal que ha hecho en no haber vivido según las máximas del Evangelio.

Costumbres perniciosas, condescendencias exce-^ sivas, ideas frívolas, leyes imaginarias del m undo, abusos autorizados, placeres, diversiones vanas y engañosas, alegrías superficiales, ¡vosotras habéis desaparecido, no subsistís mas que en un amargo arrepentim iento! ¡O penas! ¡ó desesperación! ¡ó su­plicio !

Conócese entonces todo el peso de los deberes de su estado , de sus obligaciones-, com páranse con aquellos vanos, aquellos indignos pasatiem pos, con aquellos pretendidos derechos de la am bición, con aquellas especiosas inutilidades que han absorbido la mayor parte del tiempo de la vida : m olestas, deses­perantes comparaciones, que no sirven mas que para hacernos presentir el rigor fatal del juicio particular, desenvolviendo á nuestra vista toda la iniquidad de nuestra conducta.

Si por lo menos en tan horrible extrem o supiesen aprovecharse estos últimos momentos para recu rrir á la sangre y á los m éritos del Redentor, para im plorar con confianza la protección de la santísima V irgen; pero, hablando de buena fe , ¿es aquel estado muy á propósito para servirse de estos últimos socorros? ¡A h ! un accidente de apoplejía , un mal de corazon ocasionan trastornos y espantos m ortales que privan de su acción al alma, y la dejan incapaz de todo. Y en

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40 LUNESestos últimos momentos en que e l alm a no sabe si está todavía en el camino, ó si ha llegado al té rm ino ; en estos tristes mom entos en que se agolpan cien objetos funestos, todos á cual mas e sp an to so s; en estos m o­m entos críticos en que el a lm a se halla entregada á los do lo res, á las penas de la v ida y á los espantosos horrores de la m uerte , ¿ e s ta rá bastante tranquila , tendrá toda la confianza necesaria para p rocurar la salvación? ¿podrá encontrar los caminos secretos de la penitencia? ¿Y yo dilato p a ra esos c r ític o s , para esos peligrosos momentos mi co n v ersió n , el negocio tan delicado de mi sa lvación , el desembrollo del c a o s , la explicación de los m isterios de iniquidad de mi conciencia?

; O divino Salvador m ió , si despues de todas estas reflexiones no prevengo por u n a pronta penitencia el rigor terrib le de este ju ic io , ¿q u é debo yo esperar? No perm itáis, pues, mi d u lce Jesús, que la gracia que me hacéis hoy me sea in ú til ; yo conozco su im­portancia; haced que experim en te inm ediatam ente sus efectos.

JACULATORIAS.

Acusóme, Señor, y desde es te instante comienzo á hacer penitencia en el polvo y la ceniza. Job 42.

No en tréis, Señor, en ju ic io con vuestro siervo, porque no hay un solo h om bre sobre la tierra que pueda lisonjearse de aparecer inocente á vuestros ojos. Salmo 142.

PROPOSITOS.

1 .° ¿Queréis prevenir el ju ic io de Dios? dice el A póstol: juzgaos á vosotros mismos. ¿Quercis tener

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favorable al ju e z , y ventajoso el juicio? examinad sin cesar vuestra conciencia. Yo he pasado por el campo del perezoso, y por la viña del insensato, dice el Sabio ( í ) , y todo estaba lleno de o rtig as; todo es­taba cubierto de espinas, y la cerca estaba arruinada* La conciencia de los que 110 se exam inan, es una viña e ria l, que se llena de éspinas y de abrojos por falta de cultivo; es preciso tener continuam ente la podadera en la m ano, aplicarse sin descanso á cor­ta r, ó arrancar, y esto es lo que se hace por medio del exam en de conciencia. Este examen es el que, por decirlo así, corta el vicio por el pié, el que arranca las inclinaciones perversas luego que empie­zan á b ro tar, y el que impide que echen raices los malos hábitos. El uso del exámen de conciencia es el medio mas á propósito para prevenir y para calm ar los espantos que preceden ó que acompañan al juicio particular. Con facilidad se limpia un cam po, cuando todos los dias se arrancan los ab ro jo s; y se instruye bien un p roceso , cuando por muchos dias se ha exa­minado cada pieza en particular. Además de vuestro exám en gen era l, haced regularm ente todos los dias vuestro exám en particular sobre uno de vuestros defectos mas dominantes. Escoged la pasión que mas os dom in a , el vicio cap ita l, que puede llamarse ori-

'g in a l, porque es como el origen de otros m uchos; ¡haced de él el asunto de vuestro exám en particular. Vuestro n a tu ra l, vuestras imperfecciones habituales, vuestras ocupaciones, os darán m ateria bien amplia. Un general hábil se dirige siempre al paraje mas débil de la plaza que a taca ; lo mismo hace el demonio con respecto al alma. El exámen particular previene

1 5: P jo v . ■¿u .

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sus a stu c ia s , fortificando aquello que puede ser invad'do prim ero p ;r el enercrgo.

2.° Para asegurar m as el provecho de una práctica de piedad tan im portan te , aprovechaos de los avisos siguientes : 1.° Si teneis defectos groseros, ó exterio­re s , que ofendan y e-candalicen al prójim o, como a rreb a to s , inmortificaciones visibles,etc., comenzad cercenándolos por medio de este exám en. Cuando estos se hubieren c o rre g id o , no durarán los otros m ucho tiempo. 2.° Fijad á o c h o , á quince d ias, á lo m as á tres sem anas, el tiempo del exám en particular. Un tiempo mas largo entibia el fervor, y hace de­generar m uchas veces el ejercicio en costum bre. 3.°¿Quereis corregir un vició, un defecto? Tomad por asunto de vuestro exám en particular la práctica de la v irtud opuesta al tal defecto ó vicio. ¿ Sois coléricos, d u ro s , demasiado austeros? haced vuestro exám en particu lar sobre la dulzura. 4.° Pedid todos los dias á Dios en la oracion de la m añ an a , en la m isa , y en la visita del Santísimo Sacram ento , la gracia particular de corregir el defec to , ó de practicar la virtud que constituye el asunto de vuestro exám en. 5.° Haced regularm ente este exám en siempre á la misma hora. 6.° Señalad cada vez el núm ero de las faltas que habéis h ech o , para ver el fru to que sacais de este ejer­cicio. 7.° No os propongáis mas que un defecto , ó una virtud despues de o tra. El Señor vuestro Dios, dice la E scritu ra , acabará con esas naciones delante de vosotros , poco á poco y separadam ente , porque todas juntas no podréis exterm inarlas ( i) . Todos los tiempos son á propósito para desem peñar los ejer­cicios de piedad; pero es m uy cierto que Dios aprecia

(I) Deutcronora. 7.

t i l LUNES

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con extrem o la puntualidad con que se desempeñan estos piadosos ejercicios. La regla en todas las cosas es siempre según el espíritu de Dios.

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MARTES DE PASION.

Esperad, al Señor, obrad con ánimo, sosteneos en vuestras penas, y esperad con confianza el auxilio del Señor. E l Señor me instruyó con sus consejos, él vela por mi conservación; ¿qué tengo yo que temer? Así habla David perseguido, y perseguido tan injusta­m ente por S aú l, y por los mas cualificados de la c o r te ; pero intrépido en medio de los peligros por su grande confianza en Dios : figura que representa al Salvador perseguido y acosado por los jefes del pue­blo. David habia hecho á Saúl y á toda la nación ser­vicios especiales, y la persecución que sufre no tiene o tra causa que una maligna envidia. El Salvador ha colmado de bienes á todo el pueblo judío. Pocos hay que no hayan tenido parte en sus beneficios, todavía menos que no hayan sido testigos de sus milagros. ¿De dónde viene el encarnizam iento de los sacerdotes, de los escribas, de los fariseos contra este amable Salvador, que por donde quiera que ha pasado ha hecho tanto bien? La envidia e s , los zelos son los que habian producido aquel odio m ortal que no ha podido satisfacerse sino con su m uerte. La Iglesia, toda ocu­pada en estos dias de la pasión del Salvador, h a ele­gido por lo mismo este primero y último versículo del salmo 26 para el introito de la misa de este dia.

La epístola refiere la historia de la venganza de los Babilonios sobre el profeta Daniel, a quien hicieron

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sus a stu c ia s , fortificando aquello que puede ser invad'do prim ero p ;r el enentrgo.

2.° Para asegurar m as el provecho de una práctica de piedad tan im portan te , aprovechaos de los avisos siguientes : 1.° Si teneis defectos groseros, ó exterio­re s , que ofendan y e-candalicen al prójim o, como a rreb a to s , inmortificaciones visibles,etc., comenzad cercenándolos por medio de este exám en. Cuando estos se hubieren c o rre g id o , no durarán los otros m ucho tiempo. 2.° Fijad á o c h o , á quince d ias, á lo m as á tres sem anas, el tiempo del exám en particular. Un tiempo mas largo entibia el fervor, y hace de­generar m uchas veces el ejercicio en costum bre.3.°¿Quereis corregir un vició, un defecto? Tomad por asunto de vuestro exám en particular la práctica de la v irtud opuesta al tal defecto ó vicio. ¿ Sois coléricos, d u ro s , demasiado austeros? haced vuestro exám en particu lar sobre la dulzura. 4.° Pedid todos los dias á Dios en la oracion de la m añ an a , en la m isa , y en la visita del Santísimo Sacram ento , la gracia particular de corregir el defec to , ó de practicar la virtud que constituye el asunto de vuestro exám en. 5.° Haced regularm ente este exám en siempre á la misma hora. 6.° Señalad cada vez el núm ero de las faltas que habéis h ech o , para ver el fru to que sacais de este ejer­cicio. 7.° No os propongáis mas que un defecto , ó una virtud despues de o tra. El Señor vuestro Dios, dice la E scritu ra , acabará con esas naciones delante de vosotros , poco á poco y separadam ente , porque todas juntas no podréis exterm inarlas ( i) . Todos los tiempos son á propósito para desem peñar los ejer­cicios de piedad; pero es m uy cierto que Dios aprecia

(I) Deutcronora. 7.

t i l LUNES

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con extrem o la puntualidad con que se desempeñan estos piadosos ejercicios. La regla en todas las cosas es siempre según el espíritu de Dios.

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MARTES DE PASION.

Esperad, al Señor, obrad con ánimo, sosteneos en vuestras penas, y esperad con confianza el auxilio del Señor. E l Señor me instruyó con sus consejos, él vela por mi conservación; ¿qué tengo yo que temer? Así habla David perseguido, y perseguido tan injusta­m ente por S aú l, y por los mas cualificados de la c o r te ; pero intrépido en medio de los peligros por su grande confianza en Dios : figura que representa al Salvador perseguido y acosado por los jefes del pue­blo. David habia hecho á Saúl y á toda la nación ser­vicios especiales, y la persecución que sufre no tiene o tra causa que una maligna envidia. El Salvador ha colmado de bienes á todo el pueblo judío. Pocos hay que no hayan tenido parte en sus beneficios, todavía menos que no hayan sido testigos de sus milagros. ¿De dónde viene el encarnizam iento de los sacerdotes, de los escribas, de los fariseos contra este amable Salvador, que por donde quiera que ha pasado ha hecho tanto bien? La envidia e s , los zelos son los que habian producido aquel odio m ortal que no ha podido satisfacerse sino con su m uerte. La Iglesia, toda ocu­pada en estos dias de la pasión del Salvador, h a ele­gido por lo mismo este primero y último versículo del salmo 26 para el introito de la misa de este dia.

La epístola refiere la historia de la venganza de los Babilonios sobre el profeta Daniel, a quien hicieron

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arro jar entre los leones, por haber destruido los ob­jetos de su iUolatría; en lo cual no tan los padres una de las figuras de Jesucristo perseguido por los judios.

Iíabia cerca de cuarenta años que el profeta Daniel igozaba de gran favor cerca del rey de Babilonia , del cual era el prim er ministro y el favorito. Tenian los Babilonios un ídolo famoso llam ado B e l, al cual se sacrificaban diariam ente doce medidas de harina del trigo mas p u ro , cuarenta ovejas, y seis grandes me­didas de un vino exquisito. Era el rey m uy devoto de este íd o lo , al cual iba á adorar regu larm ente todos los d ía s , y se hubiera holgado m ucho que D aniel, su prim er m in istro , hubiese tenido la m ism a devocion • pero Daniel era muy ilustrado , y siervo m uy reli­gioso del único verdadero Dios, para no tener h o rro r á un culto tan vano. Preguntóle un dia el rey , por qué no adoraba al dios Bel. Yo no adoro , le respondió D aniel, á los ídolos que no son mas que obras de los h o m b res ; yo no adoro mas que al Dios v ivo , Señor soberano de todo el un iverso , c riad o r de! cielo y de la tierra. Pues si el Dios que ad o ra s , replicó el rey , es el Dios vivo, ciertam ente no hubo jam ás otro mas vivo que B e l, puesto que él solo com e y bebe m as que todos los otros juntos. Tú sabes, añad ió , lo que se ie da todos los dias á comer, y sabes tam bién que 110 deja ni lo mas mínimo. Daniel le respondió son- riéndose , que extrañaba que su M ajestad no viese el fraude de los sacerdotes, que com ian regalada­m ente en nom bre del pretendió dios B el, el cual no era mas que una estatua de bronce en lo e x te rio r , y de ladrillo en lo interior.

Incomodóse el rey, á quien no le gustaba que le engañasen. Inm ediatam ente llamó á los sacerdotes de

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B el, y les dijo : Si no me dcclarais quién es el que come todo lo que se emplea para B e l, os hago quitar á todos la vida al in stan te ; mas si me demostráis que es el mismo Bel el que come todo lo que se le provee para su alim ento , le costará la cabeza á Daniel, que es quien ha blasfemado contra este dios. Daniel, que estaba presente, dijo que consentia de todo su cora- zon en que se llevase á efecto la propuesta del r e y ; los sacerdotes de B el, que eran en núm ero de se­tenta , se vieron también obligados á decir otro tanto . Habiendo ido el rey, sin perder tiem po, ai templo con D aniel, fueron también allá los setenta sacerdo -1 te s , y despues de haber asegurado de nuevo al rey co n ju ram en to , que era el ídolo el que lo comia lodo, le dijeron : Señor, queremos que quedeis convencido por vos mismo. Nosotros vamos todos á salir; haga vuestra Majestad poner las viandas y servir el vino delante de Bel; cierre en seguida la puerta del tem ­plo, y séllela con seilo real. Si mañana por la mañana, abriendo vuestra Majestad mismo el templo, encuentra que el dios Bel no se lo ha comido to d o , consentimos todos en m orir, conforme lo habéis dicho. Hablaban con tanta seguridad , porque tenian un subterráneo por el cual venian estos trapaceros todas las noches á quitar lo que se habia servido para Bel. Habiendo salido todos los sacerdo tes, puso por sí mismo el rey las viandas delante del ídolo. Daniel em pero, que tenia un conocimiento sobrenatural de todo lo que pasaba, habia tenido la precaución de hacer que sus criados trajesen secretam ente ceniza ce rn id a , la cual hizo esparcir por todo el tem plo , en presencia del vev; y habiéndose todos sa lido , quedó la puerta cerrada y sellada. Los sacerdo tes, como tenian do

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costum bre , no dejaron de en tra r duran te la noche con sus mujeres y sus hijos, y despues de haber comidc y bebido , y llevádose todo lo que se habia ofrecidc al ído lo , se retiraron.

Al otro dia al am anecer vino el rey al templo : hallóse íntegro el se llo , el cual fué levan tado , y ha­biendo entrado el rey , vió vacía la m esa del altar. Volviéndose entonces á D aniel, le dijo con un tono severo é indignado : ¿Soy yo engañado? ¿adondeestá el fraude? Yo os ru eg o , principe m ió , le dijo Daniel sonriéndose, que no adelantéis el juicio. Mirad el pav im ento , y considerad de quién son estas huellas. S o n , dijo el rey, huellas de piés de hom bres, de m u­jeres y de niños. Descubierta la tra m p a , fué fácil des­cubrir los subterráneos por donde venían todas las noches. Estalló entonces la cólera del rey contra todos aquellos em busteros, los cuales fueron m uer­tos en el mismo d ia , con sus m ujeres y sus hijos • el .templo fué dem olido, y el ídolo reducido á polvo.

En la misma ciudad habia o tra divinidad ridicula, cuyo ídolo era animado. E ra esta un dragón mons­truoso , al que adoraban los Babilonios. Yo confieso, le dijo el rey á Daniel, que Bel era un dios m uerto; pero tú no me puedes negar q u e el dragón que nos­otros tenemos en singular veneración , no sea un dios vivo : ¿porqué, pues, no le adoras? Amaba el rey á D aniel; pero como este fiel m inistro m iraba con desprecio todos los dioses de los Babilonios, hubiera el príncipe deseado que hubiese profesado su misma relig ión , para que no fuese odioso al pueblo. Señor, respondió Daniel, el dragón q u e adorais como dios, por la mas lamentable de todas las supersticiones, no es mas que un vil an im al, al que, si vuestra Majestad

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me lo perm ite , m e ofrezco yo á hacer m orir sin palo ni espada. H abiendo, en e fec to , consentido el rey en e llo , tomó Daniel pez , sebo y pelo , y habiendo

: hecho cocer todo esto ju n to , hizo una masa que in ­trodujo en la boca del d rag ó n , y el dragón reventó al m omento. Viéndole Daniel ya m u e rto : Hé a q u í, ó príncipe, le dijo al rey , hé aquí, el objeto de vuestro culto.

Los Babilonios habian llevado muy á mal la demo­lición del templo de B e l , y la destrucción del ído lo ; pero cuando supieron la m uerte del d rag ó n , se exaltó su odio contra D aniel, se rebelaron contra el rey , y no guardaron ya consideraciones. El re y , dec ian , se ha hecho ju d ío , y este judío, hablando de Daniel, se ha hecho rey : él ha derribado á B el; ha m uerto al d rag ó n , y ha hecho m orir á los sacerdo­tes. Habiéndose, p u e s , amotinado el p u eb lo , embis­tió al pa lac io , gritando insolentemente al rey : Entréganos á D aniel, ó de n o , vamos á poner fuego al palacio, para que perezcas tú y toda la familia real. Estrechado el rey por la violencia de un pueblo fu­rioso, é intimidado por tales amenazas, se vio obligado, á pesar su y o , á entregarles su prim er m in istro , á quien amaba por los im portantes servicios que habia hecho al estado, por su exacta probidad, y por el don de profecía de que Dios le habia dotado. Luego que aquellos furiosos se apoderaron de Daniel, resolvie­ron arro jarle en el lago de los leones. Habia s ie te , á los cuales se daban diariam ente dos cuerpos y dos ove. jas, y este era el suplicio ordinario de los condenados á m uerte. En aquel dia no se les habia dado nada, á fin de irrita r mas su h am b re , y que Daniel fuera devorado con m as voracidad. F ué , en efecto, arro­

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jado el santo hom bre en el lago •, pero lejos de ser hecho pedazos por la caída, ó devorado por los leones ham brientos, Daniel se halló mas tranquilo en medio de los leones, que en medio de aquel pueblo bárbaro : estuvo allí seis d ias, en cuyo tiempo no habian querido los Babilonios dar de com er á los leo n es, á fin de que en caso que al principio hubie­sen perdonado á este hombre tan célebre por tantas m arav illa s , irritados al fin por una ham bre tan la rg a , hiciesen presa de él.

En este mismo tiempo sucedió que el profeta H abacuc, que iba á llevar la comida á sus segadores, vio un á n g e l, que le mandó de parte del Señor que fuese á llevar aquella comida á Babilonia, y se la diese á Daniel que estaba en el lago de los leones : asom brado algún tanto el buen viejo con esta orden : ¡Ah! exclam ó, yo no lie estado jam ás en Babilonia, ni sé dónde está el lago d eq u e me habíais : el ángel, sin volverle respuesta, le tomó por los cabellos, y le llevó con la presteza y actividad de un espíritu á T>abilonia, en donde le puso sobre el lago de los

Tines. Gritóle entonces H abacuc, diciéndole : Da- ■íbI , siervo de Dios, recibe la comida que Dios te

«nvía. ¡ Qué es e s to , el Señor se ha dignado acor­darse de m í! exclamó Daniel. ¡Buen Dios! ¡qué cuidado teneis de los que os am an ! seáis eternam ente bendito. Tomó incontinenti el ángel á Habacuc, y le trasladó al lugar en donde le habia cogido.

El séptimo d ía , según la costum bre de aquello pueblos, vino el rey á llorar á su quéíido favorito so bre su sepulcro que era el la g o , en el cual pensaba , como todo el m u n d o , que habia sido devorado desde el prim er d ia ; pero quedó agradablemente sorpren-

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d ido , cuando m irando por curiosidad á lo interior del lago vió á Daniel sentado en medio de los leones. Dando el rey inm ediatam ente un gran grito : ¡ Que grande sois, ex c lam ó , y qué poderoso, Señor Dios do Daniel! ¡ cuán visiblem ente manifiesta vuestro poder esta m aravilla! Habiendo al momento hecho sacar á Daniel del lag o , m an d ó traer los mas sediciosos de los que habían pedido la m uerte de D aniel, y los hizo arro jar en é l , en donde fueron devorados al m om ento y á su vista. Este milagroso acontecimiento interesó tanto al re y , que m andó que en todo su imperio se reverenciase el Dios de D aniel, porque él es el Salvador, que hace prodigios en toda la t ie r ra , y el que acaba de lib ra r á su siervo Daniel del lago de los leones, en el que la malignidad mas negra le habia hecho arro ja r.

El evangelio de la m isa del dia está tomado del capítulo séptimo de san Ju an , en el que se dice que Jesucristo poco tiem po antes de su m uerte , viendo con qué encarnizam iento los jud íos, esto es, los sace rd o tes , los fariseos y los escribas de Je rusa len , habían tram ado su m u e rte , se habia retirado á Gali­lea : no era que rehusase derram ar su sangre; pero no quería prevenir el tiem po determ inado por su Padre para la consum ación de su sacrificio, y para el cum ­plimiento de la g ran d e obra de nuestra redención. Fácil hubiera sido al Salvador sustraerse por un mila­gro á la persecución de los judíos $ pero cabeza de una religión que habia de ser siempre perseguida, no quiso hacer nada que no fuese posible á sus miembros el im itarlo. En la escuela del mundo es una bajeza el ceder uno á sus enem igos : en la escuela de Jesu­cristo , es una v ir tu d , es grandeza de alma sufrir su

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violencia con resignación. Sin em b arg o , estando próxim a la fiesta de los Tabernáculos, una d élas mas célebres en tre los jud íos, la cual ocurría siempre en el m es de setiem bre, le dijeron sus parientes (sea que lo fuesen en efecto por la santísima Virgen, sea que pasasen solam ente por tales por las relaciones con san Jo sé) que haria m ucho mejor en ir á Judea, y sobre todo á Je ru sa len , que en perm anecer por m as tiempo en una provincia tan pequeña como la Galilea. Que si era enviado de Dios, como lo dec ia , si sus m ilagros eran obras de Dios, y pruebas ciertas d e la verdad de su doctrina y de la divinidad de su pe rso n a , no debia sepultar en la oscuridad estos dones de Dios, y que debia presentarse en público : q u e , habiendo m uchos discípulos en Judea, y princi­palm ente en Jerusalen, era preciso que los hiciese testigos de las m aravillas que ob raba , para que de este modo se le aficionasen m as; y por fin, que en aquella capital e ra precisamente en donde debia dar señales brillantes de lo que él e ra , y darse á conocer en el gran mundo. El desprecio y la mofa tenian mas parte en este consejo, que la estimación y la buena fe; porque los que menos creian en Jesucristo , dice el evangelio, eran sus mas próximos parientes; acos­tum brados á m irarle como uno de ellos, de la misma condicion, de la misma familia que ellos, no habían form ado sobre él m as que ideas com unes, y no po­dían im aginarse que aquel que siempre habia pasado por el hijo de un artesano, pudiese ser el Mesías. El Salvador les dió una respuesta m isteriosa, que pocos comprendieron. Todavía no ha llegado el tiempo para mí de ir al gran m undo ; soy demasia­dam ente enemigo suyo, y mi espíritu es muy opuesto

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al suyo para que yo sea en él bien recibido *, por lo quehace á vosotros que t eneis su e sp ír itu , y vivis según sus m áxim as, nada teneis que te m e r ; el mundo recibe siempre bien á sus partidarios. Id vosotros á Jerusalen para asistir allí el prim er dia de la fiesta, l í o no estaré allí enese dia. En efecto, el Salvador no fué hasta la m itad de la octava. En las grandes solemnidades de los ju d ío s , como era la de los Taber­náculos , habia dos dias muy so lem nes, el prim ero y el octavo, que era el dia de la octava, tan célebre como elprim ero. Jesucristo no fu e á Jerusalen el prim er dia de la fiesta : por lo que hace á m í, no me hallaré en ese d ia , y da la razón de e llo , porque sabia que los sacerdotes y los fariseos habían resuelto prenderle el dia de la fiesta, bien persuadidos de que vendría á ella en el prim er d ia , y como no habia lle­gado aun el tiempo determ inado para su gran sacri­ficio , no quiso entregarse al furor de sus enemigos antes de tiempo. Mi tiem p o , les d ic e , aun no ha llegado ; para vosotros que no teneis nada que tem er, se tiempo de que vavais allá. Cuando se hubiere cumplido el tiempo de mi m isión , yo mismo iré á entregarm e á la m uerte para cum plir mi sacrificio. Perm aneció el Salvador todavía algunos dias en la G alilea; sin em bargo , fué á Jerusalen antes del fin de la o c tav a ; mas la razón misma que le habia obligado á no ir allá el prim er d ia , le obligó á no presentarse en público los últimos. Su falta dió que hablar á la m uch ed u m b re : los unos sostenían que era un san to ; o tro s, que participaban de los sentimientos y de la pasión de los fariseos, hablaban de él de un modo poco ventajoso. lié aquí lo que sucede en todos tiempos. Cada uno p iensa , cada uno habla según el

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espíritu de que está anim ado : si el espíritu es de Dios, nada m as m oderado , nada mas caritativo que sus juicios-, m as si uno está animado de un espí­ritu de partido , todo se interpreta á mala parte . No obstante, nadie se atrevía á tom ar abiertam ente su p a rtid o , porque se temía ’á los judíos. El respeto hum ano ha ejercido en todo tiempo su tiran ía , ^ cuando uno le sacrifica sus deberes y su conciencia» bien pronto le sacrifica su religión.

L a oracion de la m isa de este dia es como sigue.

H a ced , S e ñ o r , q u e os sean agradables nuestros ayu n os, á fin de q u e exp ian do nuestros p ecad o s, nos hagan dignos

de v u estra g r a c ia , y nos sirvan de rem edios para la yida

etern a. Por nuestro Señ or Jesu cristo , etc.

La epístola está tom ada del capitulo 14 de la profecía de Daniel.

En aquellos d i a s , habiéndose congregado los B abilon ios, se presentaron al r e y , y le dijeron : Entréganos á Daniel que

ha d estru ido á B e l , y m uerto al dragón; de no hacerlo te

quitam os á tí la v id a , y á toda tu casa. Viendo el re y qu e le

estrech aban con tanta v io le n c ia , y obligado por la necesidad, les entregó á D a n ie l, al cual le arrojaron inm ediatam ente en el lago de los le o n e s , en el que perm aneció seis dias. Ilabia en el lago siete le o n e s , á los qu e se les daban diariam ente

dos cuerp os y dos o v e ja s , qu e en aquellos dias no se les habían dado para q u e devorasen á D aniel. Estaba en aque tiem po en Judea el profeta H abacuc; este habia preparado q u e c o m e r, y puesto la sopa de pan em papada en una va­s i ja , é iba al cam po á lleva rlo á los segadores. A p arecióscle

el ángel d e l S eñ o r, y le d ijo : Eso qu e lle v a s , llévalo á B a ­b ilo n ia , para darlo á D an iel qu e está en el la go d e los leones.

R esp on dióle H abacuc : S e ñ o r , jam ás he estado en B abilon ia, y no sé dónde está el la g o . Entonces el ángel del Señor le lom ó por lo alto de la c a b e z a , y asiéndole de los cabellos..

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le llevó oo» la presteza de u« esp íritu celestial á B abilon ia , en donde le puso sobre la abertura del lago. Dió voces I la -

b a c u c , diciendo : D an ie l, siervo de D io s , toma la comida que D ios te envía. Entonces D aniel e x c la m ó : ¡O D ios! V os os habéis acordado de m í , y no habéis abandonado á los que os aman. Y levan tán d ose, co m ió , y el ángel del Señor volvió inm ediatam ente á H abacuc al punto de donde

le habia tomado. El séptim o dia fué el rey á llorar á Daniel, y habiéndose acercado al lago v m iró á lo interior de é l , y

vió á Daniel que estaba sentado en medio de los leones. AI m om ento dió el rey un gran grito diciendo : ¡ Qué grande so is , Señor Dios de D an iel! é hizo sacar á este del lago de

los leones. A l mismo tiem po hizo arro jar en él á los qu e

habían tratado de p erd er á D a n ie l, y á su vista los devo­raron los leon es.en el m om ento. Entonces dijo el rey : R e­verencien con temor todos los habitadores de toda la tierra al Dios de D a n ie l, p orqu e él es el Salvador que obra pro­digios y m aravillas en la tie rra , y ha librado á Daniel del

lago de los Icones.

N O T A .

Daniel, descendiente de la raza de los reyes de Judea, fué llevado cautivo á Babilonia á la edad do diez arios : fué escogido con tres de sus compatriotas, para que sirviesen de pajes del rey Nabucodonosor. A los doce años libró á Susana de la calumnia de los viejos. Habiendo despues explicado á Nabucodonosor el sueño que habia ten id o , fué hecho prefecto de la provincia de Babilonia, y de tal modo ganó por su sa­biduría la gracia del re y , que aquel príncipe le hizo su primer ministro.

REFLEXIONES.

! O Dios! Vos os habéis acordado de m i , y no habéis abandonado á los que os am an. Dios parece alguna vez que olvida á sus mas fíeles siervos, y que abandona á la malicia, á la envidia y al odio de sus enemigos

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á los que le aman. P ero , despues de todo lo que ha dicho , y de todo lo que ha hecho para convencernos de la solicitud paternal, y de la ex trem a te rn u ra que tiene por todos los que le s irv en , ¿se p u e d e , sin im­piedad , form ar una idea tan indigna de Dios? Pensad del Señor con sentimientos d ignos de su bondad. Yo s é , ó Dios mió , decia el P ro fe ta , yo s é , á no poderlo dudar, que no abandonaréis jam as á los que os buscan; pero á los que os buscan , añade el Sabio , con la sen­cillez de un corazon recto. ¡ Cosa e x tra ñ a ! nuestro propio corazon nos burla precisam ente cuando cre­emos haberlo fijado en Dios. L a inclinación natu ra l que tiene á las criaturas le a r r a s t r a , el am or propio favorece siem pre su re t i r a d a , y disfraza d iestra­m ente su rebelión bajo de los m as especiosos pre­textos. Motivos de zelo , de d evoc ion , de ca rid ad , de todos estos grandes nom bres nos ag a rram o s, para en tretener los rem ordim ientos bajo de tan bellos tí­tulos. El entendim iento, o rd inariam ente juguete del corazon, se sirve de su razón y de sus luces para tranquilizar la conciencia. Créese buscar á Dios, am ar áD ios, trabajar únicamente p o r Dios , no tener otra m ira que la gloria de Dios, y n o se busca mas que la propia g lo ria , los intereses p ro p io s , por un refina­miento sutil del am or propio. U na ap arien c ia , u n ex ­terior de virtud tan bien co n trahecho , tan parecido, hace que se engañen sus m ism os a u to re s ; y de aquí viene aquella seguridad p ro funda en que se vive. Pero de aquí viene tam bién que esos pretendidos siervos de Dios, esos devotos e n su opin ion , esas per­sonas engañadas por su propio co razo n , y por su es­píritu particular en m ateria de am or de D ios, do espiritualidad, en m ateria de devocion y de z e lo ; de

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aquí viene, d igo , que esos pretendidos siervos de Dios no experim entan los cuidados particulares de la Providencia, que experimentan sin c e sa rlo s que buscan á Dios con rectitud y con sencillez de corazon. Procedeis sin razón, almas santas, almas fervorosas, decia el P rofeta, en pensar solamente que Diosos haya olvidado en vuestras aflicciones, en vuestras persecuciones. Si permite que seáis condenadas á echaros en un horno ardiendo, ó en un lago de leo­nes , él os proporcionará refrigerio en medio de los fuegos, y los leones se convertirán en corderos en vuestra presencia. La casta Susana es calum niada, es juzgada, es condenada, está á punto de ser ape­dreada : parece hasta allí que Dios m ira con indife­rencia la injusticia que se le hace : no hay que te m e r; un niño de doce anos desenvuelve todo el misterio de in iqu idad , y la libra. Daniel está en el lago en medio de leones ham brientos, y ni uno solo se atreve á dañarle. Un ángel, desde muy lejos, trasporta al profeta H abacuc, para dar al siervo de Dios una co­mida que aquel profeta habia preparado para sus se­gadores. ¿ Porqué tantos prodigios á la v e z , sino para enseñar á toda la posteridad la atención, el cuidado que Dios tiene de los que le am an , y que solo padecen por su am or? Siempre he tenido al Señor delante de m ii ojos, dice David, persuadido de que estaba de continuo á m i derecha pa ra sostenerme. El Señor se digna tener cuidado de m i , yo no careceré jam ás de nada. Con esta dulce confianza habla un siervo de Dios; pero un siervo de Dios que lo es según el corazon de Dios; un siervo de Dios, que le dice á Dios : Vos sabéis, Señor, que nada hay en el cielo ni en la tie rra , que yo am e, que desee, que me agrade, sino vos, ó Dios mió. Vos

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sois el Dios de mi co razo n , el único objeto de todos mis deseos y de todas mis esperanzas. Sirvamos á Dios con esta pureza de am or, amemos á Dios con esta \ sencillez de co razon , busquemos á Dios con esta espi­ritualidad de m otivo , y experim entarem os la bondad infinita de Dios con los que le aman.

E l evangelio es de san Juan en el capitulo 7.

En aquel tiem p o , andaba Jesús por la G alilea, porqu e no q u ería cam inar por la Judea á causa de qu e los ju d íos le

buscaban para q u itarle la vida. A proxim ábase, pues, la fiesta de los T ab ern ácu los, una de las qu e celebraban los ju d íos. D ijéron le su s herm anos : D eja este p a ís , y vete á Judea para qu e tus d iscípulos sean testigos d e las obras qu e haces. P o rq u e ninguno q u e trata de darse á conocer hace nada o cu llám en te ; y p u es haces tantas m aravillas, m uéstrate a l m undo. Ni sus herm anos creían c a él. Di joles entonces Jesús : Mi tiem po no lia llegado todavía; mas para vosotros

siem pre es tiem po á propósito . El mundo no puede abor­

receros á vosotros; por lo qu e hace á m i, soy aborrecido de é l , porque doy testim onio de qu e su s obras son m alas. Id

vosotros á esta fies ta ; yo 110 voy á e lla , p orque m i tiem po no se ha cum plido todavía. H abiéndoles hablado de este m odo, se quedó en G alilea. Sin em bargo despues de la partida de s u s h erm anos, fu é él tam bién á la fiesta, no á la vista del p u e b lo , sino como en oculto. Buscábanle los jud íos d u ­

rante la fiesta , y d e c ía n : ¿D ón de está aquel? y entre la m uchedum bre se hablaba mucho de él. Los unos d e c ía n , es h om bre de b ie n ; otros d e c ía n , no lo es, antes engaña al pue­

blo. No obstan te, nadie hablaba de él en público, porque se tem ía á ios ju d íos.

S>G MARTES

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DE PASION.

MEDITACION.

D E L E U E N U S O D E L A S C H U C E S .

PUXTO PRIMERO.

Considera que es inútil cuanto se haga para huir de las c ru ces ; se hallan en todas partes. No hay con­dición, no hay estado que no las produzca. Cada uno lleva la suya •, crecen hasta en el tro n o ; y no son las mas invisibles lasque pesan menos. Todo nuestro es­tudio debe cifrarse en hacer buen uso de ellas.

No es cierto que las cruces sean desgracias ni ad v ersid ad esp u ed en sernos m uy ventajosas si que­rem os hacer buen uso de e llas; son un excelente rem edio ; pero se le puede convertir en veneno.

Nosotros sufrimos cuasi todas las penas que han sufrido los santos ; pero ellos han arribado á una san­tidad eminente por el buen uso que han hecho de las c ru c e s : m uchos réprobos han sufrido en este mundo tanto como los mayores san to s ; las mismas adversi­dades, las mismas calum nias, las mismas durezas, las mismas persecuciones; pero no han tenido los mismos m otivos, ni la m ism a paciencia. ¿Qué fru to , qué ventaja hemos sacado de nuestras cruces ? Nada mas saludable para las enferm edades del alma que su am argura •, pero es preciso recibirlas con resigna­ción. Los verdaderos israelitas sacaban siempre puras las aguas de los rios de Egipto ̂ los Egipcios no hallaban en ellas mas que sangre; eran los mismos r io s , pero no era el mismo el esp íritu , ni la misma la conducta de los que tom aban sus aguas.

¿Con qué disposiciones de corazon y de espíritu recibimos nosotros las cruces aue Dios nos envía?

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sois el Dios de mi co razo n , el único objeto de todos mis deseos y de todas mis esperanzas. Sirvamos á Dios con esta pureza de am or, amemos á Dios con esta \ sencillez de co razon , busquemos á Dios con esta espi­ritualidad de m otivo , y experim entarem os la bondad infinita de Dios con los que le aman.

E l evangelio es de san Juan en el capitulo 7.

En aquel tiem p o , andaba Jesús por la G alilea, porqu e no q u ería cam inar por la Judea á causa de qu e los ju d íos le

buscaban para q u itarle la vida. A proxim ábase,p u es, la fiesta de los T ab ern ácu los, una de las qu e celebraban los ju d íos. D ijéron le su s herm anos : D eja este p a ís , y vete á Judea para qu e tus d iscípulos sean testigos d e las obras qu e haces. P o rq u e ninguno q u e trata de darse á conocer hace nada o cu llám en te ; y p u es haces tantas m aravillas, m uéstrate a l m undo. Ni sus herm anos creían c a él. Di joles entonces Jesús : Mi tiem po no ha llegado todavía; mas para vosotros

siem pre es tiem po á propósito . El mundo no puede abor­

receros á vosotros; por lo qu e hace á m i, soy aborrecido de é l , porque doy testim onio de qu e su s obras son m alas. Id

vosotros á esta fies ta ; yo 110 voy á e lla , p orque m i tiem po no se ha cum plido todavía. H abiéndoles hablado de este m odo, se quedó en G alilea. Sin em bargo despues de la partida de s u s h erm anos, fu é él tam bién á la fiesta, no á la vista del p u e b lo , sino como en oculto. B ascábanle los jud íos d u ­

rante la fiesta , y d e c ía n : ¿D ón de está aquel? y entre la m uchedum bre se hablaba mucho de él. Los unos d e c ía n , es h om bre de b ie n ; otros d e c ía n , no lo es, antes engaña al pue­

blo. No obstan te, nadie hablaba de él en público, porque se tem ía á ios ju d íos.

S>G MARTES

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DE PASION.

MEDITACION.

D E L B U E N U S O D E L A S C H U C E S .

PUXTO PRIMERO.

Considera que es inútil cuanto se haga para huir de las c ru ces ; se hallan en todas partes. No hay con­dición, no hay estado que no las produzca. Cada uno lleva la suya •, crecen hasta en el tro n o ; y no son las mas invisibles lasque pesan menos. Todo nuestro es­tudio debe cifrarse en hacer buen uso de ellas.

No es cierto que las cruces sean desgracias ni ad v ersid ad esp u ed en sernos m uy ventajosas si que­rem os hacer buen uso de e llas; son un excelente rem edio ; pero se le puede convertir en veneno.

Nosotros sufrimos cuasi todas las penas que han sufrido los san to s; pero ellos han arribado á una san­tidad eminente por el buen uso que han hecho de las c ru c e s : m uchos réprobos han sufrido en este mundo tanto como los mayores san to s ; las mismas adversi­dades, las mismas calum nias, las mismas durezas, las mismas persecuciones; pero no han tenido los mismos m otivos, ni la m ism a paciencia. ¿Qué fru to , qué ventaja hemos sacado de nuestras cruces ? ¡Nada mas saludable para las enferm edades del alma que su am argura ; pero es preciso recibirlas con resigna­ción. Los verdaderos israelitas sacaban siempre puras las aguas de los rios de Egipto ̂ los Egipcios no hallaban en ellas mas que sangre; eran los mismos r io s , pero no era el mismo el esp íritu , ni la misma la conducta de los que tom aban sus aguas.

¿Con qué disposiciones de corazon y de espíritu recibimos nosotros las cruces aue Dios nos envía?

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Míranse por lo com ún como señales de su indiferencia, ó de su cólera •, y ellas son siempre y en toda ocasion pruebas sensibles de su bondad. El mismo fuego que reduce la paja á cenizas, purifica el oro y le hace mas brillante. ¡No se nos piden nuevas cruces, nuevas austeridades, m ayores penitencias; conten tase' Dío ̂con que recibam os de su mano con espíritu de peni­tencia todo lo que sufrimos en nuestra fam ilia, en nuestro em pleo , en nuestro estado. No nos pide que hagamos nuevos gasto s, desea solamente hagamos útiles los que hacem os, sufriendo con paciencia y con un espíritu cristiano todo lo que sufrimos. ¡Qué pesar, buen Dios, para el que hubiere hecho sus cruces infructuosas!

PUNTO SEGUNDO.

Considera cuánta desdicha es el estar sufriendo con tinuam ente , y perder todo el fruto de las penas que se sufren. Esta es justam ente-la suerte de todos aquellos que no saben usar de las cruces ni aceptarlas con el espíritu que Dios las envía. No solo pierden su fru to , sino que aum entan su peso; siéntese toda la am argura de los sufrimientos cuando se toleran con impaciencia y con disgusto.

Si las adversidades fuesen verdaderos m ales, Jesu­cristo , este soberano Médico, este Maestro benéfico, este buen P a d re , no las hubiera esparcido tan abun­dantem ente en todos los cam inos; no hay otro mal en todo e s to , sino la m ala disposición con que las aceptamos. Quitemos esta mala disposición, y cesa toda la am argura. La destemplanza de los humores es la que hace que se encuentren am argos los manjares mas dulces.

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Las cruces do que nosotros nos quejamos han sido el objeto de la complacencia de los mayores santos. Ninguno hay que no haya mirado las enferm edades, las pérdidas de la hacienda, las desgracias y todas las adversidades de esta vida como señales de predesti­nación •, y lo han sido en efecto en todos los que han sabido hacer uso de ellas. No consiste mas que en nos­otros mismos que sean tales para nosotros •, al mismo tiempo son un manantial abundante de méritos ; h á - cese uno m uy pronto rico para el c ic lo , cuando se sabe sacar provecho do todo.

Las cruces son el veneno del am or propio. Pocas almas hay en mejor disposición para vencer los ene­migos de la salvación que las atribuladas. La fuerza se aum enta en la flaqueza. dice san Pablo 5 por e s to , añade el mismo , me complazco en los op rob ios, en las m iserias, en las persecuciones, en los disgustos extrem os que sufro por Jesucristo •, p o rq u e , cuando soy flaco, entonces es cuando soy fuerte. San Pablo no era menos sensible naturalmente, á los torm entos que lo somos nosotros, y sus cruces no eran ni menos am argas, ni menos pesadas que las n u e s tra s ; pero él las recibía con otro espíritu y con o tras disposiciones que nosotros. La m ayor ventaja de esta vida no es - el no tener cruces, sino el usar bien de las que se .tienen.I Buen Dios ¿qué uso es el que yo he hecho hasta aquí de las que me habéis enviado ? Yo he olvidado igualm ente el precepto que me habéis impuesto sobre el uso que debo hacer de las penalidades, y el ejemplo que vos mismo me habéis dado. Yo veo, yo conozco todo oí valor de esta pérdida. Pero al fin lo que me consuela es que no se ha agotado todavía el cáliz .

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todavía tengo que sufrir, puesto qu e por vuestra mi­sericordia tengo todavía que v iv ir. Yo voy, con el auxilio de vuestra gracia, á m ira r desde ahora las adversidades bajo de otro a sp e c to , resuelto á reci­birlas como señales de vuestro am o r, y á servirm e de ellas como de medios de mi salvación.

JACULATORIAS.

Si he recibido tantos bienes de la mano de mi Dios, l porqué no recibiré con el m ism o espíritu los males que no me envía sino para mi b ien ? Jo6 2.

Vos, Señor, me habéis castigo por mis pecados; seáis bendito por e llo , y h aced que yo aprenda á hacer buen uso de mis sufrim ientos. Jerem . 31.

PROPOSITOS.

1.® Puesto que no hay cosa m as com ún en todos los estados y en todas las condiciones de la vida que las c ru c e s , importa m ucho el sab e r hacer buen uso de ellas. Son frutos que se dan e n todos los climas y en todas las tie rra s , pero cuyo m érito y su precio conocen pocos. Los enfermos los encuentran amargos y los desacreditan; el mal uso q u e hacen los que no conocen su virtud autoriza la fa lsa idea que se tiene de ellos. Cada uno tra ta de desem barazarse de ellos ; mas por esto mismo se le m ultip lican. Son espinas que en picando se ceban mas. El gran secreto es en­durecerse contra sus p u n ta s , robustecerse para no sentir sii peso. Todo el m undo puede poseer este se­creto , el cual no consiste m as q u e en m irar todas las adversidades de la vida como castigos ó rem edios, y muchas veces también como caric ias de un Dios, que

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nos tra ta como ha tratado á sus mayores favoritos y á su Hijo muy amado. A un ojo cristiano no le cuesta trabajo penetrar este misterio. Ve mas allá de la cor­teza , y no juzga de la virtud del fruto por su belleza. Comenzad desde hoy á adiestraros en esta ciencia que debe seros tan útil. De hoy en adelante no miréis ya lodo lo que se llama desgracias, m iserias, dolores, d isgustos, adversidades, sino como dones del cielo : á favor de las luces de la fe no los descubriréis bajo de o tro nom bre . O sois pecadores, y teneis un ju e z ; ó sois enferm os, y teneis un médico hábil; ó sois siervos, fie les, y teneis un Señor que recompensa con liberalidad. Imponeos una ley desde este dia de recibir todo lo que os sucediere m olesto, ó como una peni­tencia de vuestros pecados, ó como un remedio de vuestros males espirituales, ó como gracias muy á propósito para elevaros á una virtud em inente, y tan luego como os suceda alguna cosa desagradable pos­traos luego en tie rra , para dar gracias á Dios por este beneficio; besad vuestro cruciíijo para testificar á Dios que recibís de buena gana esta c ru z ; dad una limosna al prim er pobre que encontréis, en prueba de vuestro reconocimiento.

2 .ft iNo basta recibir las cruces con un espíritu y un corazon cristiano , es preciso que el exterior corres­ponda á la resignación interior, y para esto practicad los consejos siguientes •. i . ° Esforzaos á tener un aire m as sereno , un rostro mas risueño, y modales mas graciosos el dia que hubiéreis recibido algún digusto.2.c En aquel dia no reprendáis ni corrijais á nadie; la am argura del corazon se comunica fácilmente á las palabras. 3.° Si tratais de consolaros, que sea á lospiés de Jesucristo crucificado, ó en la Eucaristía,

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DE PASTOS. G'l

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repitiendo á m enudo estas p a lab ra s : Nada me es mas ventajoso que esta humillación. Bendito seáis eterna­m ente , ó Dios m ió , porque no me castigais sino para salvarme. Vos, Señor, sois todo m i consuelo y m ir e - ¡agio en todas m is adversidades. 4.° En aquel dia haced una visita á los pobres de los hospitales, ó á alguna persona aflig ida, y consoladlos por motivos de re ­ligión , haciéndoles conocer el precio y el mérito de los sufrimientos. Esta pequeña industria espiritua. sirve m ucho para fortificar y tranquilizar un corazon afligido.

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MIERCOLES DE PASION.

El introito de la misa de este dia está tomado del salmo 17, uno de los mas afectuosos y mas patéticos, cuyo estilo es sublim e, y todo él de una admirable belleza. David en medio de la prosperidad de su rei­nado j, y tranquilo en sus estados, describe en él todos los peligros que ha corrido •, hace de ellos un vivo re tra to ; cuenta en seguida en térm inos pom­posos el modo con que Dios le ha auxiliado en medio de tantos peligros, y reconoce que no ha triunfado de tantos enemigos sino por una protección muy m arcada del Señor. Además del sentido histórico que m ira á la persona de David, y su confianza en Dios en medio de tantas persecuciones, se descubren en él manifiestas profecías deí reino del Mesías, de (avo­cación de los gentiles á la fe y del triunfo de la Iglesia. San Jerónimo y san Agustín dicen q u e , describiendo el Profeta en este salmo sus combates contra sus

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enemigos, describe al mismo tiem po las victorias de Jesucristo sobre los ju d íos, y las de la Iglesia sobre sus perseguidores y sobre los herejes.

Señor, que me habéis arrancado a l furor de mis mayores enemigos, vos me habéis puesto á cubierto de los ataques de los que se levantaban contra m i, y habéis hecho inútiles su m alicia y sus malos designios. ¿Cómo podría m eno^de am aros? S i , yo os a m a ré , Señor, á vos que sois toda m i fortaleza . S i , el Señor es m i apoyo, m i refugio , m i libertador. Déjase ver muy bien la re­lación que tienen todas estas palabras con Jesucristo como hom bre, principalm ente en el tiempo de su pasión, que ha sido el objeto mas interesante de su triunfo.

La epístola de la misa contiene los preceptos mas detallados que Dios dió á Moisés para el arreglo de las costumbres. Es una exposición m uy extensa de los principales preceptos del decálogo, singularm ente de los que m iran al prójimo-, y lo que hay aun de mas particular es que, aunque la ley natural au to­rizaba ya bastante todos estos preceptos, añade Dios cuasi á cada artículo una consideración particular, que es que el que intim a estos preceptos, y pres­cribe su observancia, es el Señor y el Dios de aquellos á quienes los impone : soy yo el que os lo mando : Yo 7ue soy vuestro Señor y vuestro Dios.

No hay una cosa mas instructiva que el pormeno 3e los preceptos que Dios da á su pueblo en este déci< monono capítulo del Levítico, el cual comienza poi esta prim era lección, que comprende todas las de­más : Sed santos, porque yo soy sa n to ; yo que soy el Señor vuestro Dios. En seguida dice que cada uno obedezca á su padre y á su m ad re , y les rinda el res-

DE PASION. G3

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repitiendo á m enudo estas p a lab ra s : Nada me es mas ventajoso que esta humillación. Bendito seáis eterna­m ente , ó Dios m ió , porque no me castigais sino para salvarme. Vos, Señor, sois todo m i consuelo y m ir e - ¡agio en todas m is adversidades. 4.° En aquel dia haced una visita á los pobres de los hospitales, ó á alguna persona aflig ida, y consoladlos por motivos de re ­ligión , haciéndoles conocer el precio y el mérito de los sufrimientos. Esta pequeña industria espiritua. sirve m ucho para fortificar y tranquilizar un corazon afligido.

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MIERCOLES DE PASION.

El introito de la misa de este dia está tomado del salmo 17, uno de los mas afectuosos y mas patéticos, cuyo estilo es sublim e, y todo él de una admirable belleza. David en medio de la prosperidad de su rei­nado j, y tranquilo en sus estados, describe en él todos los peligros que ha corrido •, hace de ellos un vivo re tra to ; cuenta en seguida en térm inos pom­posos el modo con que Dios le ha auxiliado en medio de tantos peligros, y reconoce que no ha triunfado de tantos enemigos sino por una protección muy m arcada del Señor. Además del sentido histórico que m ira á la persona de David, y su confianza en Dios en medio de tantas persecuciones, se descubren en él manifiestas profecías deí reino del Mesías, de la vo­cación de los gentiles á la fe y del triunfo de la Iglesia. San Jerónimo y san Agustín dicen q u e , describiendo el Profeta en este salmo sus combates contra sus

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enemigos, describe al mismo tiem po las victorias de Jesucristo sobre los ju d íos, y las de la Iglesia sobre sus perseguidores y sobre los herejes.

Señor, que me habéis arrancado a l furor de mis mayores enemigos, vos me habéis puesto á cubierto de los ataques de los que se levantaban contra m i, y habéis hecho inútiles su m alicia y sus malos designios. ¿Cómo podria m eno^de am aros? S i , yo os a m a ré , Señor, á vos que sois toda m i fortaleza . S i , el Señor es m i apoyo, m i refugio , m i libertador. Déjase ver muy bien la re­lación que tienen todas estas palabras con Jesucristo como hom bre, principalm ente en el tiempo de su pasión, que ha sido el objeto mas interesante de su triunfo.

La epístola de la misa contiene los preceptos mas detallados que Dios dió á Moisés para el arreglo de las costumbres. Es una exposición m uy extensa de los principales preceptos del decálogo, singularm ente de los que m iran al prójimo-, y lo que hay aun de mas particular es que, aunque la ley natural au to­rizaba ya bastante todos estos preceptos, añade Dios cuasi á cada artículo una consideración particular, que es que el que intim a estos preceptos, y pres­cribe su observancia, es el Señor y el Dios de aquellos á quienes los impone : soy yo el que os lo mando : Yo 7ue soy vuestro Señor y vuestro Dios.

No hay una cosa mas instructiva que el pormeno 3e los preceptos que Dios da á su pueblo en este déci< monono capítulo del Levítico, el cual comienza poi esta prim era lección, que comprende todas las de­más : Sed santos, porque yo soy sa n to ; yo que soy el Señor vuestro Dios. En seguida dice que cada uno obedezca á su padre y á su m ad re , y les rinda el res-

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peto que les es debido; que observe con religión el sábado. Cuando hiciéreis la siega en vuestros campos, con tinúa , no recogeréis las espigas que se hubieren ca id o , no cogeréis tampoco en vuestra viña los ra ­cimos que se han escapado á los vendim iadores; todo esto debe dejarse para los pobres que van á espigar, esto e s , á recoger las espigas y los racim os perdidos y descuidados despues de la siega y la vendim ia, porque yo soy el Señor vuestro Dios que os lo m ando así.

Ninguno asechará á su prójim o ni por robo, ni por falso testim onio, ni por superchería. Por este precepto comienza la epístola del dia. No mentiréis. El texto he­breo dice-. Nada negaréis, no rehusaréis yolver el de­pósito que se os hubiere confiado. Algunos intérpretes lo explican por la obligación de dar limosnas. No os haréis mas pobres de lo que sois negándoos,bajo de un pretexto falso de indigencia, á ejercitar la caridad. Nada hay mas injurioso á Dios que tom arle por testigo de una falsedad; él mismo declara en m uchos parajes cuánto horror tiene al perjurio . No calum niaréis á vuestro prójimo. La calumnia es un crimen tanto mas detestable, cuanto que jam ás puede repararse el mal que hace. Por mas que se desdigan, la persona á quien se ha ennegrecido no vuelve jam ás com pletam ente á su prim era blancura. Puede restitu irse la hacienda que se ha robado , aun cuando fuese preciso reducirse á pedir limosna : no es imposible la res titu c ió n ; pero no puede volverse una reputación a ja d a , destruida tal vez en el concepto de seiscientas ó mas personas. ¿Y se salvarán muchos calum niadores? ¡ Qué admi­rable es Dios en este porm enor in teresante I No dife­riré is, dice el Señor, basta el o tro dia la paga del mercenario que os sirve , de los obreros que han tra ­

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bajado pfü'a voso tros, de los domésticos que teneis á sueldo. Ya que os lian dado el fruto de su traba jo , no les negueis el de sus penas : su salario no es vuestro, e s de e l l o s ; ¡qué injusticia retener el haber de o tro ! y m is si es un rico que por ahorrar sus propios bienes se sirve del de un pobre. No hablaréis mal de un sordo; no hay cosa mas infame ni mas injusta que- atacar á los que no pueden ni defenderse ni resistir: tal es el vicio de la m urm uración. No se m urm ura sino de los ausen tes, porque no están en estado de justificarse ni de cubrir de confusion á un m urm u­rador, que con la vileza mas maligna no habla mas que de aquellos que no pueden oirle y confundirle. No pondrás ningún obstáculo delante de un ciego,, que pueda hacerle caer. Nada hay, en efecto, mas- inhumano que insultar á un desgraciado, y añadir con toda intención un nuevo azote á su miseria. ¡ Qué. bien m arcadas están la sabiduría y la bondad de un Dios en estas santas ley es! ¡ qué bien se deja conocer su santidad en el menor de sus preceptos! No consi­deres la persona del pobre. Dios no es aceptador de personas; igualmente am a al rico que Sd pobre : as­es que quiere también que nosotros tengamos una caridad general. Siendo Dios el criador y el padre de lodos los hom bres, todos son herm anos, y quiere Dios que todos nos miremos como tales. ¡ Qué indig­nidad el no dignarse m irar á un hombre porque está mal vestido, ni tener consideraciones sino con los ricos. No consideres la persona del pobre, dice el Señor, ni honres la presencia del poderoso; ju zg a con justicia á tu prójimo. Estás en alto puesto : juzga á tu prójimo con justicia y con la integridad mas e x a c ta , sin teñe? consideración á la cualidad de las personas y sin de~

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ja rte im poner por la presencia de los mas poderosos. No tengas la baja , la m aligna, la perniciosa inclina­ción de m urm urar de otro ni en público, ni en secreto. Dios ha tenido siempre horror á estas pestes de la sociedad c iv il, execración de los hombres de b ien , y

jenemigos de la unión de los corazones y de la paz. / Yo soy vuestro Señor, y vuestro Dios, que os impongo

este precepto : No aborrecerás á tu hermano dentro de tu corazon. Todo está lleno de ficciones y añagazas en el m undo. ¡ Qué de malignidad bajo de unos exte­riores risueños, bajo de apariencias im ponentes! Alá­base , lisonjéase, hácense protestas de la mas sincera am istad , m ientras que se alimenta un odio m ortal en el corazon. Esta maligna simulación es la que Dios condena. ¿Tienes algún motivo de queja contra tu her­m ano? dice Dios : franquéate amistosamente con é l, sin que tu corazon esté jam ás ulcerado ni irritado. En fin, si alguno te ofende, deja al Señor el cuidado de vengarte. No le son indiferentes tus intereses, para que deje impune la injuria que se te ha hecho. Olvida au n las injurias recibidas; ama á tu prójimo como á tí mismo : Dios pretende, por decirlo a s i , que los nombres de prójimo y de amigo sean sinónimos. De este m o d o , con una bondad asom brosa, instruía Dios á aquel pueblo g rosero , m ateria l, á aquel pueblo en­teram ente carnal é indócil, á la m anera que un buen padre instruye á un hijo en su infancia-, no le da mas que lecciones proporcionadas á su pequeña edad , reservando dárselas mas espirituales y mas perfectas cuando llegare á una edad m adura. Esta edad madura era el tiempo de la venida del Mesías. F oresto vemos cuánto m as espirituales y mas perfectos son los pre­ceptos de Jesucristo que los de la ley antigua. Ésta

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no manda mas que olvidar la injuria rec ib id a ; la ley- nueva ordena que también se ame al que nos la ha hecho. Aquella no contiene mas que preceptos con­formes á la razón n a tu ra l; los preceptos y las m áxi­m as de la ley de gracia son aun sobre la naturaleza y la razón.

El evangelio de la m isa de este dia refiere lo que pasó en Jerusalen duran te la fiesta de la dedicación del tem plo , cerca de tres meses y medio antes de la m uerte del Salvador.

Esta f ie s ta , instituida solo ciento sesenta y cuatro años antes de Jesucristo, era muy célebre entre los judíos, y duraba ocho dias como las demás fiestas de prim era clase. Celebrábase en memoria de la purifi­cación del templo y su dedicación , hechas en tiempo de Judas Macabeo, gloria de su nación , y restaurador de su religión y de su patria. Habiéndose hecho dueño de la Judea, y en particular de Jerulasen el impío Antioco Epifanes, rey de S ir ia , profanó con todo gé­nero de abominaciones el santo templo. Muchos de los jud íos, cediendo á la persecución, apostataban todos los d ias, y ofrecían incienso á los ídolos. Judas Ma­cabeo , asom bro de su siglo por su zelo por la re ­ligión, y por su valentía , habiendo deshecho con un puñado de gente los ejércitos num erosos de A ntioco, y conseguido siete grandes victorias sobre A polon, Serón, Gorgias, Nicanor, T im otheo, Bacchides y Ly- sias, volvió á tom ar á Jerusalen , é hizo publicar el designio que tenia de restablecer la religión, y reparar el culto del Señor en su templo. Reunióse el pueblo fiel en el dia señalado •, mas apenas vieron hasta qué punto habia sido profanado el lugar san to , y que cuanto habia de mas respetable en. la casa del Señor

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íiabia sido ó destruido ó m anchado por los g en tiles, t'ué general la desolación. El religioso héroe hizo que inm ediatam ente fuese todo restablecido-, reparóse el santuario que habia sido cuasi enteram ente des­truido-, edificóse un altar uuevo santificóse el templo y el a tr io ; luciéronse nuevos vasos sag rados, y se restableció el santo templo á su prim er esplendor y antigua magnificencia. Acabado felizmente to d o , se celebró la dedicación, ó renovación solem ne, el dia 25 del mes C asleu , esto e s , el noveno mes ju - d á ico , que m uchas veces caia al principio de diciem­bre. Celebróse la fiesta de esta dedicación por espacio de ocho dias con gran so lem nidad , y quedó estable­cido que todos los anos en igual dia se renovase su m emoria con octava. Durante es ta solem nidad fué cuando el Salvador vino al tem plo. Como era invierno y la estación c ruda , no quiso Jesús detenerse en los atrios que estaban descubiertos y expuestos á la llu­via, y se mantuvo en una g alería que se llam aba la galería de Salomon, porque se h ab ia edificado en lugar ó sobre el modelo del antiguo pó rtico de Salom on, á la entrada del templo. Inm ediatam ente se reunieron los judíos al rededor de é l, y le dijeron : ¿Hasta cuándo nos tendrás en ansiedad ? Si tú eres el Mesías, dinoslo claram ente. ¿Será acaso un deseo sincero de saber la verdad lo que mueve lo s labios de los que hacen esta pregunta? Los judíos com prenden siempre m uy bien que Jesucristo se llam a el M esías, cuando se tra ta de hacerle un crim en y perseguirle por este m otivo; mas cuando se tra ta d e creerle sobre su pa­lab ra , autorizada con los m ilagros que o b ra , p re ­tenden que no haya hablado nunca con bastante claridad. Del mismo m odo los herejes no buscan en

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las d isputas, en las conferencias, en la Escritura misma, en los escritos de los santos padres, la verdad* sino autorizar su pasión y su rebelión contra la Igle­sia. Búsquese la verdad sin pasión, con sencillez y de buena fe, y se encontrará. El Salvador, que conocía el verdadero motivo y los verdaderos sentim ientos de aquellos espíritus malignos y disim ulados, les res­pondió : Os lo he dicho ya b astan te ; pero vosotros n o quereis c reerm e; y aun cuando no os lo hubiera dicho, los milagros que hago en nom bre y por la virtud de mi P ad re , dem uestran bien claro quién soy Yo. ¿ No os he dicho que Yo era la luz del m u n d o , el Hijo de Dios, el buen pastor, que he venido para salvar, para d ar la vida, para dar la lib e rta d , para re sca ta r; que debo m orir y resucitar; que soy e! dueño de mi vida y de mi m uerte? ¿no habéis notado- que veo hasta lo mas secreto que pasa en vuestro co­razon , y en vuestro espíritu? Os he dicho que mK Padre era Dios, y que yo era uno con mi Padre.. ¿Puede Dios hacer milagros para autorizar la mentira, y la im piedad? Dios, sin em bargo, ha autorizado* todo cuanto he dicho con m ilagros; vosotros, pues no creeis, porque no quereis creer, y por lo mismo no- sois de mi rebaño. Mis ovejas oyen mi v o z , Yo las- conozco; elias me conocen ; tam bién me siguen co a una docilidad perfecta; Yo les doy la vida eterna, y no- perecerán jam ás, á menos que ellas mismas quieran, perderse. Ellas creen en mí, y por medio de las gracias que les dispenso las pongo en estado de hacer su salud,. Yo velo continuam ente sobre ellas, de suerte que. todos los esfuerzos del infierno no son capaces de ar­rancárm elas , m ientras perm anezcan en mi redil 5 no hay poder en el mundo que pueda arrancarlas

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de mis manos. ¿Quién es capaz de sostenerse contra el Omnipotente, contra mi Padre? Lo que m i Padre me ha dado, es superior á todas las cosas; esto e s , el poder y la naturaleza divina que Yo recibo de mi P a d re , y que es la misma que la de mi Padre : es por consiguiente tan imposible el arrancarm e nada de las , m an o s, como el arrancarlo de las manos de mi Padre, .Vosotros quereis que yo os hable sin figuras, sin m e­táfo ra , y que os diga quién so y ; os lo d iré , mas no por eso me creeréis. Mi Padre y Yo no somos mas que uno. ¿Podia explicarse Jesucristo mas claramente? Estas palabras contienen una declaración tan expresa de la consustancialidad del V erbo, y de la divinidad de Jesucristo , que los mismos judíos no pudieron darles otro sentido. M i Padre y Yo somos una misma cosa. Hé aquí la distinción de las personas, y la unidad de na tu ra leza , en tre Jesucristo y Dios su Padre. Por esto, porque decía que era una misma cosa con Dios su P ad re , tom aron piedras los judíos para apedrearle como blasfemo. ¡Q uébien prueba esto la mala inten­ción de los judíos en la pregunta que le habían hecho! Preguntan al Salvador que les diga si es el Mesías: se lo d ice , y quieren apedrearle. El Hijo de Dios, sin a lte ra rse , les d ic e : Muchas obras buenas he hecho á vuestra vista por la v irtud de mi P ad re ; ¿por cuál de estas obras maravillosas m e apedreais? Como si les dijese : Yo he curado vuestros enferm os, he arrojado los demonios de los cuerpos de los poseídos, he re­sucitado los m u e rto s ; con cinco panes he alimentado cerca de cinco mil personas; todas estas maravillas son testimonios convincentes de quién yo soy , y pruebas concluyentes de la verdad de mi doctrina, y de la santidad de mi m o ra l: ¿ por cuál de estos

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milagros me quereis apedrear? No, no es por e s to , respondieron, es porque acabas de pronunciar una blasfemia, porque, siendo uti hom bre,quieres hacerte pasar por Dios. Es, pues, el nom bre de Dios que Yo me atribuyo lo que os escandaliza, y en verdad que \o hay razón para ello. ¿N o está escrito en términos,

expresos en los santos libros que contienen vuestr;?! e y : Yo he dicho, vosotros sois dioses? Si, pues, la Escri­tora , que es incapaz de contradicción y de falsedad, da á los jueces y á los m agistrados, que no son mas que puros hom bres, el título de Dios, porque tienen su cargo y su poder del verdadero Dios de quien son m inistros, ¿qué razón teneis para juzgar por blas­femo al que ha sido santificado y enviado al m undo por el Padre , y acrim inarm e por lo que he dicho ? Yo soy el Ilijo de Dios; Yo á quien mi Padre ha en­gendrado desde la eternidad , á quien ha comunicado su santidad, y á quien ha enviado para ser el Mesías, el Profeta esperado tanto tiem p o , el Salvador de los hom bres. Jesucristo no refiere las palabras del salmo 84 sino para confundir á los ju d ío s , y no para ex ­plicar en qué sentido ha tomado la cualidad de Dios. Si Yo no hago obras propias de un Hijo de Dios, de Mesías, de un hom bre D ios, no me creá is , yo con­siento en ello , decid que blasfem o; pero si las hago , dad á las obras el crédito que negáis á las p a lab ras; reconoced que, puesto que Yo hago las mismas obras que mi P adre, es claro que tengo el mismo poder, y por consiguiente la misma naturaleza; reconoced, pues, que mi Padre está en m i, y que recíprocam ente Yo estoy en mi Padre, y que mi Padre y Yo somos una misma cosa. Yo apelo á mis obras, puesto que en todas resplandece visiblemente el carácter, por decirlo así,

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.M I É R C O L E S

-de la divinidad. ¡O Salvador m ió! Los judíos mismos >que os acusan de b lasfem ia, son los reos de la mas horrible de las blasfemias, puesto que no pueden con­testaros la cualidad de Hijo d e Dios que os dais vos m ism o, sin pretender que Dios puede au torizar con los milagros mas evidentes la m entira y la impiedad. Admiremos aquí la sabiduría y la dulce providencia de nuestro Dios, que no ha querido obligarnos á creer misterios superiores á la ra z ó n , sin haber hecho él mismo para confirm árnoslos obras superiores á la naturaleza. ¡Qué no deben tem er, despues de §sto, •aquellos espíritus indóciles, que no son incrédulos sino porque la corrupción de su corazon ha cegado y embrutecido su en ten d im ien to !

La oracion de la m isa de este dia es como sigue.

O D io s, lleno de m is e r ic o rd ia , ilu strad los corazones de

vuestros fieles por m edio d e e s te santo a y u n o ; y escuchad 'favorablem ente las oraciones d e aquellos á qu ien es habéis

-dado el ardor y el deseo de u n a v erd ad e ra p ied ad . Por nues­tro Señor J e su c ris to , e le.

L a epístola está tomada del libro del L evitico , cap. 19.

En aquellos dias, habló el S e ñ o r á M oisés, y le dijo : Ha­bla á toda la congregación d e lo s hijos d e I s r a e l, y díles : Y o soy el Señor vuestro D ios. No ro b a ré is , no m en tiré is , y

n inguno engañará á su p ró jim o . No os se rv iré is de mi nom bre para p e rju ra r , no p ro fa n a ré is el n om bre de vu e s­

tro Dios. Y o soy el Señor. No calu m n iaréis á vuestro pró­j im o , ni le oprim iréis con v io le n c ia . No d iferiré is hasta el otro dia la paga de los o p e ra rio s q u e trabajan para vosotros, n i de los m ercenarios q u e o s s irv e n . No hablaréis m al del s o r d o , no pondréis delante d e l c ieg o obstáculos qu e puedan h acerle c a e r , antes bien te m e ré is al S eñ or vuestro D io s ;

.porque Y o soy el Señor. No h a ré is nada contra la eq u id ad ,

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ni juzgaréis con in justicia. No paréis la atención en la per­sona del p o b re , ni teníais la presencia del rico. Juzgad á vuestro prójim o según la ju sticia . No levanteis falsos tes­

tim onios en el p u eb lo , ni en p ú b lic o , ni en se c re to , y no desceis la m uerte de vuestro prójim o. Y o soy el Señor. No

abriguéis dentro de vuestro corazon el odio contra el h er­

m an o, sino rep ren dedle p ú blicam en te, no sea qu e se con­vierta para vosotros en una ocasion de pecado. No tratéis de ven ga ro s, ni con servéis el réncor con vuestros herm anos.

Am aréis á vuestro am igo como á vosotros mismos. Y o soy el Señor. G uardad m is le y e s , porque Y o soy el Señor vues­

tro Dios.

N O T A .

El Levítico es el tercero de los cinco libros de Moisés ó del Pentateuco. Llámase Levítico, porque contiene principalmente las leyes que miran á las obligaciones de los Levitas, y de todos lo que debían servir al altar y á los sacrificios-, la consagración de Aaron y de sus hijos, y las demás ceremonias sagra­das. Despues de lo cual hace Dios en él un compendia, de los preceptos generales que habia dado antes.

REFLEXIONES.

No diferiréis hasta el otro dia la paga de los obreros- que trabajan para vosotros, n i de los mercenarios que os sirven. Es un pecado que clama venganza á Dios el retener el salario de los pobres obreros y dé los m er­cenarios. ¡Qué inhumanidad y qué barbarie , recibir el fruto del trabajo de los que nos sirven , y re ten er

•. el precio de sus sudores! Los tiranos obligaban á los cristianos á trabajar en las minas ó en las obras pú­blicas sin salario. ¿Qué no exigen todavía los Turcos de sus esclavos? pero ni los unos ni los oíros han ne­gado jam ás el alim ento por lo menos á aquellos á

15. . s

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quienes liacian trabajar. ¡ Qué injusticia el agotar las fuerzas, y aun el poco fondo de los artesanos, por los adelantos que se les obliga á hacer, y despues re­tener su p ag o ! ¿No es esto un doble latrocinio? ¡Qué c ru e ld ad , hacer trabajar á los obreros que no viven m as que de su trab a jo , y negarles lo que han ganado con el sudor de su frente para v iv ir! Un jornalero pasa su ju v e n tu d , gasta sus fuerzas y su sa lud , con­súm elos mas hermosos años de su vida en el servicio de un señor delicado , extravagante, d u ro . y algunas veces para que se le paguen sus estipendios necesita seguir un pleito. Exígense de los domésticos servicios excesivos-, apenas se les deja lugar para parecer cristianos. ¡ Con qué atención y puntualidad se quiere ser servido-, pero con qué dificultad se paga! ¡ con qué rigor se indemnizan algunos con el salario hasta délos m enores descu idos! Cuanto mas se distinguen por su clase, por su au to ridad , por su nacim iento, mas duros son por lo común con el jornalero y el artesano. Han puesto los infelices su dinero y su trabajo , y ¡cuántos viajes, buen Dios, cuántas visitas tienen| que hacer! ¡C uántossinsabores que su frir! ¡Cuántas? sequedades que oir para hacerse o tra vez con e llo !} Despues de m uchos m eses, de años enteros de dila­ciones, de negativas, apenas se atreven á presen­tarse. No se les pregunta lo que se les debe, y se les reciba como si fuesen á pedir una limosna. Hay quien no tiene mas esplendor que el vestido, el cual lo debe aun al m ercader, y se arrebata y carga de inju­rias al que viene á pedirle que le pague. ¡Q uéde gentes arruinadas, qué de familias empeñadas, qué de pobres artesanos pidiendo limosna por esta especie de robos públicos! Un gran señor cree que un trabajador le

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falta al respeto cuando le pide su sa la rio ; por mas que se presente suplicando, jam ás es bien recibido cuando pide. Conócese bien que nada hay mas justo que esto-, pero se creeria, al parecer, deshonrado pre­sentándose como deudor. Así un hom bre envanecido con su c lase , con su c réd ito , con su n om bre , unaj m ujer m undana, despues de haber perdido en el juego hasta el salario de los trabajadores y de los domésti­co s , pagan solo con injurias á sus acreedores. No quede en vuestro poder hasta el dia siguiente la paga de los trab a jad o res , de los m ercaderes y de los jo r­naleros. El Señor vuestro Dios es el que impone este m andam iento. ¿Y se observa como es debido este precepto? No solam ente permanece en poder del deudor la paga de los jornaleros hasta el dia siguiente; ¿cuántos m eses, y á veces cuántos años se está recla­m ando, sin que se logre cobrarlo? Ese d inero , ese salario que negáis, cuyo pago d ila ta is, es precio del trabajo , del sudor del artesano : la sangre de Abel clamaba al cielo pidiendo justicia contra el asesino . tem ed que el sudor del jornalero no clame á Dios pi­diendo justicia del robo. ¡Q uéinjusticia! Quiérese ser servido en el dia determ inado, quiérese la o b ra , aunque sea necesario trabajar toda la n o c h e , y des­pues se hace esperar meses enteros por la paga.

E l evangelio de la m isa es tomado del de san Ju a n , cap. 10.

En aquel tiem po, se solem nizaba en Jerusalen la fiesta de

la renovación del tem p lo , y era invierno. Paseábase Jesús

en el te m p lo , en el pórtico de S alom on , y poniéndose los

jud íos en rededo rd e é l ,le d e c ía n : ¿Hasta cuándo nos has de

tener en ansiedad? Si tú eres el C r is lo , dinoslo claram ente.

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R espondióles, pues, Jesús : Os h a b lo , y no m e creeis . Las

obras q u e y o hago en nom bre de mi P a d r e , dan testim onio d trn ü ; pero vosotros no c re e is , p orqu e no sois de mis ove­

jas : mis ovejas oyen mi v o z , yo las c o n o zc o , y ellas m ¡ siguen . Y o les doy la vida etern a, y 110 se perderán e te rn a ­

m e n te , y ninguno hay qu e las a rra n q u e d e mis m anos. Lo

q u e mi Padre me ha d a d o , es sobre todas las c o s a s , y nadie puede arrebatarlo de la mano de mi P a d re. Mi Padre y Yo somos una m ism a cosa. Al o ír esto los ju d ío s lom aron p ie ­dras para apedrearle. D íjoles entonces Jesu s : Yo be hecho á vuestra vista m uchas obras bu enas p o r ia v irtu d de mi P a d re; ¿p or cuál de estas obras me a p ed re a is? R espon­

diéronle los j t u l io s : No es por las b u en as obras por lo que

te ap ed ream os, sino porque blasfem as, p o rq u e siendo hom ­

bre te haces á t! mismo D ios. D íjoles enton ces Jesus ? ¿No está escrito en vuestra ley : Y o lie d ich o , vosotros sois d io­ses? ¡Q u é ! habiendo llam ado la le y d io ses á aquellos á qu ienes hablaba, y no pudiendo ser desm en tida la E scritura,¿ me decís á m í , que lie sido santificado y enviado al mundo

por el Padre, que blasfem o, porque b e d ic h o : Yo soy e l Hijo

de Dios ? Si no hago las obras d e mi P a d r e , no m e c re á is ;

pero si las h a go , y no q u ereis c re erm e á m í , creed á las o b ra s, á fin de que conozcáis y creáis q u e el Padro está en

m í , y qu e Y o estoy en él.

MEDITACION.

S O B R E E L CA MINO D E LA P E R D I C I O N .

PUTJTO PRI3IKRQ.

Considera que hay un camino que lleva á la perdi­ción el núm ero de los que van por él es g ra n d e : ¿no somos nosotros de este núm ero? No es difícil conocer cuál es este pernicioso c a m in o ; despues de lo que Jesucristo nos ha dicho de é l , es m uy difícil engañarnos. Camino ancho , cam ino trillado , moral cómoda y complaciente-, n o , vosotros no fuisteis jam ás el camino de la salvación. No hay uno entre los

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santos que no haya tom ado otro camino. Esas ave­nidas tan floridas y tan llanas a traen la m ultitud ; pero ¿ adonde conducen ? Las flores trastornan la cabeza, el ruido a tu rd e , camínase sin desconfianza , cuando se camina con m ucha com pañía, y por ca­mino liano; pero ¿es allí el airé puro? ¿puede uno dcfenüerie del contagio que allí reina? ¿y puede ser el cielo el término de un camino q.ue aleja siempre mas de ti ?

Es ancha la p u erta , y espacioso el camino que lleva á la perdición. Formemos el sistema de con­ciencia que nos ag rad are ; formemos la m oral que se nos antoje-, hé aquí el oráculo. Indulgencia universal en favor de las pasiones; interpretaciones benignas de ia le y ; libertinaje del corazon y del espíritu, que tanto debilita la religión, hasta cuasi apagar la fe ; licencia de las costum bres perniciosas m áxim as del m undo, que proscriben todo lo que alarm a los sen­tidos, todo lo que incomoda ; imperio del am or pro­pio , en donde ei espíritu del Evangelio está cautivo, y en donde el lu jo , las pasiones y el placer triun fan , ¿tendréis por térm ino la felicidad eterna?

• ¡ Dios mió! ¡qué extravagancia el m archar desaho­gadamente por un camino que conduce infaliblemente al precipicio! ¡qué locura el seguir una moral que Jesucristo ha reprobado! ¡ qué erro r el abrazar unas máximas tan opuestas á la religión! Tal es la conducta de aquellos que, esclavos de sus apetitos, no viven mas que según sus deseos. Este camino ancho y llano que lleva á la perd ición , es esa vida blanda y ociosa, es esa vida m undana y entregada al placer. Este camino ancho es esa m oral relajada que pretende ensanchar los caminos del cielo, que autoriza todo

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R espondióles, pues, Jesus : Os h a b lo , y no m e creeis . Las

obras q u e y o hago en nom bre de mi P a d r e , dan testim onio

derm í; pero vosolros no c re e is , p orqu e no sois de mis oyc- j a s : mis ovejas oyen mi v o z , yo las c o n o zc o , y ellas m ¡ siguen . Y o les doy la vida etern a, y 110 se perderán e te rn a ­

m e n te , y ninguno hay qu e las a rra n q u e d e mis m anos. Lo

<nie mi Padre me ha d a d o , es sobre todas las c o s a s , y nadie puede arrebatarlo de la mano de mi P a d re. Mi Padre y Yo somos una m ism a cosa. Al o ír esto los ju d ío s lom aron p ie ­dras para apedrearle. D íjoles entonces Jesu s : Yo be hecho á vuestra vista m uchas obras bu enas p o r ia v irtu d de mi P a d re; ¿p or cuál de estas obras me a p ed re a is? R espon­

diéronle los j t u l io s : No es por las b u en as obras por lo que

te ap ed ream os, sino porque blasfem as, p o rq u e siendo hom ­

bre te haces á tí mismo D ios. D íjoles enton ces Jesus ? ¿No está escrito en vuestra ley : Y o he d ich o , vosolros sois d io­

ses? ¡Q u é ! habiendo llam ado la le y d io ses á aquellos á qu ienes hablaba, y no pudiendo ser desm en tida la E scritura,¿ me dccis á m í , que he sido santificado y enviado al mundo

por el Padre, que blasfem o, porque b e d ic h o : Yo soy e l Hijo

deD io s? Si no hago las obras d e mi P a d r e , no m e c re á is ;

pero si las h a go , y no q u ereis c re erm e á m í , creed á las o b ra s, á fin de que conozcáis y creáis q u e el Padro está en

m í , y qu e Y o estoy en él.

MEDITACION.

S O B R E E L CA MINO D E LA. P E R D I C I O N .

PUTJTO PRI3IKRQ.

Considera que hay un camino que lleva á la perdi­ción el núm ero de los que van por él es g ra n d e : ¿no somos nosotros de este núm ero? No es difícil conocer cuál es este pernicioso c a m in o ; despues de lo que Jesucristo nos ha dicho de é l , es m uy difícil engañarnos. Camino ancho , cam ino trillado , moral cómoda y complaciente-, n o , vosotros no fuisteis jam ás el camino de la salvación. No hay uno entre los

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santos que no haya tom ado otro camino. Esas ave­nidas tan floridas y tan llanas a traen la m ultitud ; pero ¿ adonde conducen ? Las flores trastornan la cabeza, el ruido a tu rd e , camínase sin desconfianza , cuando se camina con m ucha com pañía, y por ca­mino liano; pero ¿es allí el airé puro? ¿puede uno dcfenüerie del contagio que allí reina? ¿y puede ser el cielo el término de un camino q.ue aleja siempre mas de ti ?

Es ancha la p u erta , y espacioso el camino que lleva á la perdición. Formemos el sistema de con­ciencia que nos ag rad are ; formemos la m oral que se nos antoje-, hé aquí el oráculo. Indulgencia universal en favor de las pasiones; interpretaciones benignas de la le y ; libertinaje del corazon y del espíritu, que tanto debilita la religión, hasta cuasi apagar la fe ; licencia de las costum bres perniciosas m áxim as del m undo, que proscriben todo lo que alarm a los sen­tidos, todo lo que incomoda ; imperio del am or pro­pio , en donde ei espíritu del Evangelio está cautivo, y en donde el lu jo , las pasiones y el placer triun fan , ¿tendréis por térm ino la felicidad elerna?

• ¡ Dios mió! ¡qué extravagancia el m archar desaho­gadamente por un camino que conduce infaliblemente al precipicio! ¡qué locura el seguir una moral que Jesucristo ha reprobado! ¡ qué erro r el abrazar unas máximas tan opuestas á la religión! Tal es la conducta de aquellos que, esclavos de sus apetitos, no viven mas que según sus deseos. Este camino ancho y llano que lleva á la perd ición , es esa vida blanda y ociosa, es esa vida m undana y entregada al placer. Este camino ancho es esa m oral relajada que pretende ensanchar los caminos del cielo, que autoriza todo

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7 8 MIÉRCOLES

lo que lisonjea la codicia; es esa m oral hipócrita que, presentando unas entradas m uy estrechas, abre un camino muy espacioso, que, á favor de exterioridades austeras y reform adas, alejando de los sacram entos, conduce insensiblemente al libertinaje.

. ¡ Ah S eñor! ¿ Por qué camino voy y o , cuando v iro tan apegado á mis deseos, y tan poco conforme á vuestra moral?

PUNTO SEGUNDO.

Considera q u e , en m ateria de salvación, no es el camino mas seguro el mas trillado : síguense malos guias cuando se sigue á la m ultitud; no se raciocina cuando uno se deja a r ra s tra r ; ¿y es o tra cosa lo que hacen los que quieren vivir como los demás?

¿Qué regla de conducta mas perniciosa, mas falsa, que la que ha introducido el desarreg lo , y que auto­riza la licencia de costum bres? Un estilo contra toda reg la , una moda ex travagan te , el ejemplo de algunas m ujeres m undanas y de un m onton de libertinos; el a rte de hacerse ricos por medio de usuras reales, que se enmascaran bajo el especioso título de comercio industrioso; un lujo excesivo que confunde todas las condiciones, y que reina cuasi en todas partes bajo el nom bre de moda ó de costum bre; ¿son estos los modelos que debe proponerse un cristiano ? ¿ Se obra como hom bre sab io , camínase con seguridad, cuando sin raciocinar m ucho sobre el camino que se to m a , sin saber aun adonde se va , se descansa sobre la m ultitud que corre el mismo riesgo? Hé aquí lo que significa esa desgraciada m áx im a, que se ha hecho cuasi la regla de las costum bres de m uchas g en te s : « es preciso hacer como ios demás. » lié aquí la

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puerta ancha y el camino espacioso ijue conduce á la perdición; hé aquí la m oral emponzoñada que pierde á tantas almas.

Encuéntrase m uy estrecha la m oral de Jesucristo •„ pero ¿no nos ha dicho Jesucristo expresam ente quo el camino espacioso lleva á la perdición? Predica el m undo una moral mas cóm oda; pero ¿ es conforme al Evangelio? ¿puédese tem er el infierno y caminar tranquilam ente por el camino ancho? ¿puédese llevar una vida b la n d a , una vida m u n d an a , y estar seguro sin fascinación?

¿Hallaremos uno solo entre los santos que haya llevado este camino? No hay condicion en el mundo que no haya tenido san tos, y ningún santo ha habido que no se haya alejado de este camino espacioso, ninguno que no haya mirado con ho rro r esa m oral cómoda.

Yo m ism o, Señor, desde este m om ento detesto el camino an ch o ; demasiado tiempo he ido por é l , cor­riendo á mi perdición; pero puesto , Dios m ió , que vuestra pura m isericordia es la que me ha hecho ad­vertir que me extraviaba, dignaos conducirm e de hoy m as por el camino de la salvación.

JACULATORIAS.

H aced, Señor, que conozca siempre bien el camino que lleva á v o s , y enseñadme á seguir los senderos de la justicia. Salmo 24.

A lejadm e, Señor, del camino de perdición. Salm o 118.

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PROPOSITOS.

i .° ¿ Es proceder como sabios el elegir un camino porque es fác il, y está mas trillad o , aun cuando se sepa que nos aleja del término adonde se quiere ir ? Tal es la conducta de aquellos que no quieren mas que directores flojos y com placientes, y no gustan de o tra moral que la mas cómoda. Las gentes de cuali­d a d , las gentes ricas, los que pertenecen á clases distinguidas, son por lo común de este gusto; quieren ser contemplados hasta en la práctica de los m anda­m ientos, hasta en el tribunal y en el ejercicio de la penitencia. Expónense sin disfraz y sin consideración las órdenes del Señor al a rtesano; pero se necesita del a rte de la elocuencia para no ofender la delica­deza de los grandes cuando se les exponen las ver­dades de la religión y las máximas del Evangelio. Diñase que se hace odiosa una moral cuando es muy cristiana; es preciso saber sazonar con cien géneros •de correctivos las máximas de Jesucristo para que ag rad en : ¿y no se diria que es á los paganos á quienes se predica? Examinemos si tal vez somos nosotros cristianos de este carácter. ¿Acaso no hemos esco­gido un confesor flojo, ignorante, complaciente, poco í.eloso? ¿no seguimos una moral demasiado indul­gente ?Á un médico poco hábil, ó que lisonjease nues­tro m al, le despediríam os; ¿y piden por ventura menos resolución ó menos zelo las enfermedades del alma y su salud eterna? El amor propio ciega, el in- le r é s a tu rd e ; no consultemos ni al uno , ni al otro. No hay mas que una fe en nuestra religión , no puede haber mas que-una moral. Dios no defiere á nuestros e r ro re s , cuando el corazon tiene tanta parte en ellos

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como el entendimiento. No nos lisonjeem os sobre un punto de esta importancia.

2.° El camino que lleva á la perdición es espacioso, y el núm ero de los que van por él es grande. ¿No nos formamos un sistem a de conciencia á nuestro gusto ? R ígidos, austeros para los dem ás, ¿ no nos aplicamos toda la indulgencia ? Esa v i v a c i d a d , ese ardor cuando ce tra ta de nuestros intereses, esa tendencia á sos­tener nuestros derechos, ¿no hacen sospechosa nuestra moral ? Esas dispensas del ay u n o , acaso tam­bién de la abstinencia y de las dem ás austeridades necesarias-, esas sumas considerables, con crecido in terés; esa suntuosidad ó delicadeza de m esa; esas diversiones tan m ultiplicadas; esa continuación en el ju e g o ; esos refinamientos en los p laceres; ese estudio enfadoso por las com odidades; esas interpretaciones demasiado indulgentes de la ley; esas frialdades para observarla; ese gran tre n , ese lu jo , ¿prueba todo esto que se va por el camino estrecho? ¿No demues­tra mas bien que se sigue el camino de los rép robos, siguiendo á la m ultitud? lié aquí un gran motivo de exám en y de reflex iones; pero no paséis el dia sin ver en vosotros mismos el fruto por una m utación de conducta.

DE PASION. 8 1

JUEVES DE PASION.

La proxim idad del gran dia de las m isericordias del Salvador, y del sacrificio de su vida que debia hacer á Dios su Padre por la remisión de nuestros pecados, obliga á la Iglesia á acom pañar su lu to con los senti­mientos mas interesantes de la contrición mas viva.

S.

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PROPOSITOS.

i .° ¿ Es proceder como sabios el elegir un camino porque es fác il, y está mas trillad o , aun cuando se sepa que nos aleja del término adonde se quiere ir ? Tal es la conducta de aquellos que no quieren mas que directores flojos y com placientes, y no gustan de o tra moral que la mas cómoda. Las gentes de cuali­d a d , las gentes ricas, los que pertenecen á clases distinguidas, son por lo común de este gusto; quieren ser contemplados hasta en la práctica de los m anda­m ientos, hasta en el tribunal y en el ejercicio de la penitencia. Expónense sin disfraz y sin consideración las órdenes del Señor al a rtesano; pero se necesita del a rte de la elocuencia para no ofender la delica­deza de los grandes cuando se les exponen las ver­dades de la religión y las máximas del Evangelio. Diñase que se hace odiosa una moral cuando es muy cristiana; es preciso saber sazonar con cien géneros •de correctivos las máximas de Jesucristo para que ag rad en : ¿y no se diria que es á los paganos á quienes se predica? Examinemos si tal vez somos nosotros cristianos de este carácter. ¿Acaso no hemos esco­gido un confesor flojo, ignorante, complaciente, poco í.eloso? ¿no seguimos una moral demasiado indul­gente ?Á un médico poco hábil, ó que lisonjease nues­tro m al, le despediríam os; ¿y piden por ventura menos resolución ó menos zelo las enfermedades del alma y su salud eterna? El amor propio ciega, el in- le r é s a tu rd e ; no consultemos ni al uno , ni al otro. No hay mas que una fe en nuestra religión , no puede haber mas que-una moral. Dios no defiere á nuestros e r ro re s , cuando el corazon tiene tanta parte en ellos

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como el entendimiento. No nos lisonjeem os sobre un punto de esta importancia.

2.° El camino que lleva á la perdición es espacioso, y el núm ero de los que van por él es grande. ¿No nos formamos un sistem a de conciencia á nuestro gusto ? R ígidos, austeros para los dem ás, ¿ no nos aplicamos toda la indulgencia ? Esa v i v a c i d a d , ese ardor cuando ce tra ta de nuestros intereses, esa tendencia á sos­tener nuestros derechos, ¿no hacen sospechosa nuestra moral ? Esas dispensas del ay u n o , acaso tam­bién de la abstinencia y de las dem ás austeridades necesarias-, esas sumas considerables; con crecido in terés; esa suntuosidad ó delicadeza de m esa; esas diversiones tan m ultiplicadas; esa continuación en el ju e g o ; esos refinamientos en los p laceres; ese estudio enfadoso por las com odidades; esas interpretaciones demasiado indulgentes de la ley; esas frialdades para observarla; ese gran tre n , ese lu jo , ¿prueba todo esto que se va por el camino estrecho? ¿No demues­tra mas bien que se sigue el camino de los rép robos, siguiendo á la m ultitud? lié aquí un gran motivo de exám en y de reflex iones; pero no paséis el dia sin ver en vosotros mismos el fruto por una m utación de conducta.

DE PASION. 8 1

JUEVES DE PASION.

La proxim idad del gran dia de las m isericordias del Salvador, y del sacrificio de su vida que debia hacer á Dios su Padre por la remisión de nuestros pecados, obliga á la Iglesia á acom pañar su lu to con los senti­mientos mas interesantes de la contrición mas viva.

S.

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Ella comienza la misa de este dia por un reconoci­miento sincero de nuestra iniquidad, confesando que nuestros pecados merecen los mayores castigos; pero la vista de la infinita misericordia del Señor la asegura. Señor, todo lo que habéis hecho, lo habéis hecho por u n juicio m uy equitativo. Nosotros hemos me­recida todos los castigos, porque hemos pecado contra vo s , y no hemos guardado vuestros mandamientos. Pero dad gloria á vuestro nombre, y tratadnos según la grandeza de vuestra misericordia. Estas palabras están tomadas de la oracion que hizo á Dios A zarías, uno de los tres jóvenes hebreos de Babilonia, en el horno encendido adonde habia sido arrojado con sus dos compañeros de orden de Nabucodonosor.

La epístola de la misa es una parte de esta misma oracion, referida en el tercer capítulo del profeta Daniel, en donde se halla toda esta historia.

Entre los cautivos que fueron llevados de Jerusalen á Babilonia por el rey Nabucodonosor, habia muchos niños de la prim era calidad, entre los cuales hizo escoger este príncipe cuatro de los de mejor presen­cia, y que descubriesen mas ta len to , para que sirvie­sen en palacio entre los oficiales de su cám ara. El prim ero de los cuatro era D aniel, el cual por su sabi­duría y su talento llegó m uy pronto á ser el favorito del príncipe : los otros tres fueron A nanías, Misael y Azarías, todos cuatro de la sangre de los reyes de Judá. Habiéndose prendado de ellos Nabucodonosor, mandó que por espacio de tres años fuesen am aestra­dos en los ejercicios convenientes á su calidad, y á los empleos á que estaban destinados por el príncipe, que quiso tam bién que se les enseñase la lengua y los estiios del p a ís , y que se alimentasen de las viarldas

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y del Yino de su mesa-, pero exactos observadores do la ley del Señor, no quisieron jam ás tocar á las vian­das ca ldeas, y obtuvieron del oficial encargado de

•su educación el que Ies dejase comer solo legumbres \v beber solo agua. Habiendo sido Daniel elevado á las 'prim eras dignidades del re in o , despues de haber in­terpretado el famoso sueño que habia tenido el rey, no olvidó á sus amados com pañeros, y todos tres fueron nom brados intendentes de las obras de la provincia de Babilonia. Su fortuna no alteró su pie­d a d , ni su zelo por su religión-, pero Ies atrajo envi­diosos que resolvieron perderles. No tardó en presen­társeles ocasion para ello.

Embriagado Nabucodonosor con la altura de su poder, con sus conquistas y con todas sus prosperi­dades , quiso que se le rindiesen los mismos honores que se rendían á los dioses del imperio. Para esto hizo labrar su estatua de oro fino, de sesenta codos de alto y seis de ancho , y la hizo colocar en el campo de Dura, con orden á los príncipes de su co rte , á los magistrados de las c iudades, á los gobernadores de las provincias, y á todos los em pleados, de que se hallasen en la dedicación de la estatua. Hallóse allí una m ultitud increíble en el dia señalado, á la cual se le intimó de parte del rey , que en el momento que se oyese el sonido de las trom petas y de los demás instrum entos, adorasen todos la e s ta tu a , so pena á los que se negasen á obedecer de ser arrojados al instante en un horno de fuego. Postráronse todos á la señ a l; solo los intendentes de la provincia de Babilo­n ia , S idrac, Misac y Abdenago (estos eran los tres nom bres caldeos que se habian dado á los tres jóvenes hebreos, Ananías, Misael y Azarías) no creyeron

DE PASION. 8 3

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■8-í J U E V E S

que debían obrar como los demás. Fueron n o tad o s, y denunciados al rey como infractores de sus órdenes; llam ados á su presencia confesaron el hecho, y dije­ron resueltam ente al rey, que ellos no adorarían jam ás sino al verdadero Dios, único soberano Señor del universo, y que, aun cuando les debiese costar la vida, nunca adorarían ni sus dioses, ni su estatua. Esta respuesta irritó de tal modo á Nabucodonosor, q u e , arrebatado del furor, mandó que el fuego del horno se encendiese siete veces mas activo que era costum bre encenderlo ; y habiendo hecho atar en su presencia á los tres oficiales hebreos, los mandó arro­ja r con sus vestidos en el horno. Los encargados de fista ejecución eran soldados de su guard ia , escogidos de entre los m as robustos. Apenas los hubieron arro­jado en el horno cuando, la llama, saliendo como un torbellino, envolvió á los soldados y á los caldeos que se hallaron mas cerca del fuego, y en el mismo

• punto los consumió. Sin embargo, los tres hebreos se m antuvieron en el horno encendido como si estuvie­ran en un lugar de refrigerio , sin que el fuego hu­biese quemado mas que sus ataduras •, veíaseles pasear tranquilam ente en medio de las llamas alabando á Dios, y bendiciendo al Señor, que obraba en su favor uno de los mayores prodigios. Entonces Azarías, á i nien los Babilonios llamaban Abdenago, mantenién­dose en pie en medio del fuego , dirigió en alta y o z ,

en nombre de todos, á Dios la oracion que constituye el asunto de la epístola de la misa de este dia. Despues de haber bendecido al Señor, y expresado el deseo -de que fuese glorificado en todos los siglos; despues de haber confesado cuán justos son sus juicios orde-

, nando los niales que habían descargado sobre todo su

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pueblo y sobre Jerusalen ; despues de haber recono­cido que todos aquellos azotes eran castigos de sus pecados, implora al íin su misericordia infinita, y suplica en medio de aquel gran teatro de su bondad, en medio de aquellas llamas que no han podido da­ñarles, que no abandone á su pueblo , y le conjura por su nombre y por su gloria que no anule su alianza. Castigadnos, Señor, dice, lo merecemos-, pero de u n modo que no padezca vuestra gloria : no apartéis vues­tra misericordia de nosotros. Admiremos aquí el mo­tivo que presenta para ello : en consideración, d ice , de Abrahan vuestro m uy am ado, de Isaac vuestro siervo , y de Israel vuestro santo. Tanta verdad es que en todos tiempos se ha vivido en la persuasión de que el crédito de los santos para con Dios era poderoso, y que en consideración á ellos otorgaba Dios muchas gracias. Acordaos, Señor, con tinúa , que vos les ha­béis prometido multiplicar su posteridad como las estrellas del cielo , y estamos reducidos á un núm ero mas pequeño que el de cualquiera de las naciones de la t ie r ra ; vivimos en la oscuridad; no se ven ya entre noso lrosn i reyes sobre el tro n o , ni profeta* con au­to ridad , ni forma alguna de república arreglada. Jc- rusalen está arru inada , vuestro santo templo profa­nado , no tenemos ni sacrificios ni oblaciones: porque el estado á que nos vemos reducidos, no nos permite; apaciguar vuestra có lera , ni recurrir á vuestra cíe-; m encia, ofreciéndoos en vuestro templo sacrificios sangrientos : recibid, al menos, con bondad el único sacrificio que podemos ofreceros, que es un corazon contrito y hum illado, que implora vuestra misericor­dia. Dignaos, Señor, m irar con ojos favorables á vuestro pueblo afligido, y dejaos ablandar por núes-

DE PASION. 8 5

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tros gemidos y por nuestras lágrim as, como en otro tiempo por los holocaustos de los carneros y de los toros que se os ofrecían en el templo. Haced, Dios y Señor, que de ta l modo se presente hoy delante de vos el sacrificio que os ofrecemos, que os sea agradable. Estas palabras las ha ingerido la Iglesia en el canon de la misa. Por fin Ázarías, animado del Espíritu Santo, ño olvida en esta adm irable oracion ningún motivo que sea á propósito para interesar el corazon de Dios y desarm ar su c ó le ra : confesion sincera de sus des­barros , dolor de haber pecado , propósito de conver­sión , confianza en su m isericordia, de todo se vale en medio de aquel h o rn o , para apaciguar la indigna­ción de Dios sobre todo el pueblo.

El evangelio refiere la conversión de la célebre pecadora , que se hizo un modelo de dcvocion, de fervor y de penitencia desde el principio de su con­versión.

Un fariseo, esto es, uno de los judío-s que hacían profesion de observar con mas religiosidad los man­damientos de la ley, y de hacer una vida mas santa á los ojos de los hom bres, rogó al Salvador que fuese á com er á su casa. Aceptó el Salvador con el designio que tenia de a traer por su dulzura y por su compla* cencía á unas gentes que no le am aban , y sobre todo el de acabar la conversión de una alm a que habia vivido hasta entonces en el desorden, y á la que habia ya tocado su gracia. Mientras que estaban á la m esa, recostado cada uno sobre uno de aquellos lechos que se ponian al rededor, según la costumbre de los judíos y aun de los Rom anos, apoyada la cabeza sobre la mano izquierda, y el codo izquierdo sobre un alm ohadon, extendido el cuerpo á lo largos

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T. III.

Je ec/io //etia/de; con/iatijur/ o /o s p te s </e¿> Saf&tn/or,

los regó con> s u s latfrunos, io s enjugo con su s ctt/w-

//os, /os ieso con, respeto, // t/e rra n w so b r e efías un

perfil me- de y ron precio , y tt/i. //co r p re c io so .

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y los piés vueltos hacia atrás, una m ujer m uy desacre­ditada en la ciudad por su licencia y su m undanidad, habiéndose informado en dónde estaba el Salvador, vino, durante la com ida, á casa del fariseo, adonde habia concurrido una gran m ultitud de gentes; a tra­vesó por entre la m uchedum bre, y sin hablar mas que con su llanto, se echó llena de confianza á los piés del Salvador, los regó con sus lágrim as, los enjugó con sus cabellos, los besó con respeto , y derram ó sobre ellos un perfume de gran p rec io , y un licor precioso.

Viendo esto el fariseo, y no sabiendo el m otivo, formó mal concepto de un hom bre que permitía á una m ujer tan desacreditada que se acercase tanto á él. Si este hom bre, decia él entre s í, fuese pro­feta , como se d ic e , sabría cuál es la m ujer que le besa los piés.

Jesús, que leia en el alma del fariseo todo lo que pensaba, no quiso confundirle, echándole en cara públicamente un juicio tan falso y tan poco caritativo, y se sirvió de una parábola para corregirle. Débese siem pre, al reprender el vicio, tener consideración con el honor de la persona : ninguna cosa hay mas cortés, mas a ten ta , mas circunspecta que la caridad. Admiremos aquí la bondad del Salvador, q u e , dando caritativam ente la lección al fariseo, sin desacre­d itarle , hace al mismo tiempo la apología de aquella penitente. Dos p ersonas, le dice el Salvador, eraü deudoras de cierto hom bre, la una le debía qui­nientos denarios de p lata , y la o tra cincuenta; mas como las dos eran pobres, y no tenían con qué pagar, perdonó á entram bas la deuda. ¿C uál de las dos en tu juicio le am a masP esto es, ¿cuál de las dos ha debido

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am ar mas á su bienhechor para inclinarle á que le perdonase una deuda tan considerable, y cuál do las dos deberá estar m as reconocida por el beneficio recibido ? La pregunta del Salvador encierra dos sen­tidos, según el parecer de los mejores intérpretes. Es c la ro , responde S im ón, que aquel á quien ha perdo­nado m ayor suma. Has juzgado bien , replica el Salvador 5 y volviéndose despues hacia la pecadora penitente : ¿ Ves esta m ujer ? le dice ; pues juzga de su am or á su bienhechor por lo que e lk hace, y por la gracia que yo voy á hacerla : cuando he entrado en tu casa , no me has dado agua para lavarme los piés, según nuestro estilo o rd inario ; ella no cesa de re­gármelos con sus lágrim as y enjugármelos con sus cabellos : no me has dado el ósculo de paz , si bien apenas hay quien falta á esta co rtesía : y ella desde que ha entrado no ha dejado de besar mis piés : no has acompañado esta comida de perfum es, con­form e á la costum bre; y ella ha derram ado sobre rnispiéi un licor oloroso : ¿no son todas estas señales visibles de su contrición y de su am or? Por tanto, os digo que ss le perdonan muchos pecados, porque amó mucho-, ó , como dice el texto g riego , le han sido ya remitidos. El dolor y la contrición sobrenatural que acom pañaban, ó m ejo r, que habían prevenido las señalas exteriores de penitencia, habían procurado ya á aquella mujer el perdón , del que le da aquí el Salvador una entera seguridad, Aquel á quien se le perdona menos, añadió Jesucristo , ama menos. Estas palabras miran á Simón el fariseo, quien, lejos de haber tenido á Jesucristo aquel am or que obtiene el perdón do los pecados, ni aun le habia hecho aquellos ob­sequios de amistad que podían exigirse de un amigo.

8 8 JUEVES

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Vcia también el Salvador las verdaderas disposi­ciones interiores del corazon de Sim ón, y lo que aquí le dice es propiam ente una lección que le d a , y que él podía fácilmente com prender. Por fin , no. contento con haber justificado á aquella m ujer en público, quiso también este amable Salvador darle á ella misma una seguridad positiva del perdón de sus faltas pasadas, diciéndolo : Vé, tus pecados te s'on perdonados. Este decreto consolatorio de justifica­ción suscitó la m urm uración entre los que estaban á la mesa-, d ijéronseen voz baja los unos á los o tros: ¿ Quién es este hombre que también perdona los peca­dos? porque en fin , á solo Dios pertenece el perdonar los pecados, ni es este un poder que pueda confe­rirse á ningún hombre. Algunos interpretan esto en buena parte , y pretenden con bastante probabilidad, que las palabras de los convidados eran mas bien efecto de su admiración que de su censura. Como todos ellos estaban instruidos del m ilagro que habia hecho resucitando el hijo de la viuda de Naim , admi­raron aquí el poder de Jesucristo. Preciso e s , decían, que este hombre sea mas que un simple profeta, puesto que no solo resucita los m u erto s , sino que también perdona los pecados. Sea lo que se quiera do esto, el Salvador no respondió n ada; mas dirigién­dose á aquella dichosa penitente : Tu fe te ha salvado, la d ijo , vé en paz. Tú has creído en m i; te habías persuadido que yo podía concederte el perdón de tus pecados; has acudido á mí con esta esperanza. Tú has concebido horror á tus desórdenes pasados; has formado una verdadera contrición de ellos : sabe, pues, que tu fe, tu confianza y tu am or son la causa de tu salvación. Jesucristo , dicen los padres , opone

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c o JU EV ES

aquí la fe de esta m ujer á la incredulidad de los fariseos y de todos los q u e estaban presentes, y no querían creer que Jesucristo fuese el Mesías.

Piensan m uy mal los herejes creyendo apoyar en estas palabras del Salvador su sistema de la fe justi­ficante-, porque, si la fe condujo á aquella m ujer á los piés de Jesucristo, para e n c o n tra ren ellos su salud, fué empero la caridad la que la justificó , como expre­sam ente lo declara el Salvador : se le perdonan sus ■pecados, porque ha amado.

Con motivo de este ev an g e lio , se celebra hoy en algunas partes la fiesta de la conversión de la Mag­dalena , ó de santa María M agdalena pen iten te , que la m ayor parte de las casas de recogidas y de peni­tentes han tomado por titu la r de sus iglesias, y por patrona especial de sus com unidades.

La oracion de la misa de este dia es como sigue.

H aced, ó Dios o m n ip o te n te , q u e la naturaleza humana herida por la in te m p e ra n cia , se restab lezca á su dignidad

por una abstinencia s a lu d a b le , p or nuestro S eñ or Jesu­

cristo , etc.

La epístola está tomada del profeta Daniel, cap. 3.

En aquellos d ia s . hizo o ra c io n al Señor A z a ría s , d icien ­

do : Os p ed im o s, S eñ or, e n c a re c id a m e n te , por la gloria de vuestro n o m b re , qu e no n os abandonéis para siem pre. No

rom páis vuestra a lia n za , n i re tire is de nosotros vuestra

m iserico rd ia , en co n sid eración d e A braiian vuestro muy am ad o , de Isaac vuestro s i e r v o , y d e Israel vu estro san to,

é los cuales habéis p rom etid o q u e m u ltip licaréis su descen­

den cia como las estrellas d e l c ie lo , y com o la arena qu e está en la rib era del m ar : p o r q u e e s ta m o s , S eñ o r , redu cidos á un núm ero mas pequeñ o q u e todas tas dem ás n acion es, y

nos vem os boy h u m illa d o s p o r toda la t ie r r a , á causa do

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nuestros pecados. Nosotros no tenem os ya-en la a ctu a lid a d , ni p rín cip e, ni je fe ,n i profeta, ni h o locaustos,n i sacrificios, ni ob laciones, ni in cen sacion es, ni lu gar en qu e podam os

ofreceros nuestras prim icias para atraer vu estra m isericor­dia sobre nosotros. Muévaos á recib irn o s benigno el cora/.on contrito y el espíritu hum illado con qu e nos ponem os en vuestra presencia. Séaos e l sacrificio que os ofrecem os hoy

tan agrad able , como si os ofreciésem os los holocaustos do

los carneros y de los toros, y de m il corderos gordos, porque los que ponen su confianza en v o s , no caen en la confusion. Nosotros vamos ahora á vos de todo co ra zo n , os tem em o s, y

buscam os vuestro rostro. No nos arro jéis de vuestra p re ­sen cia , antes bien tratadnos conform e á vuestra bondad , y

según la m ultitud de vuestras m isericord ias. Haced b r illa r vuestras m aravillas para lib ra rn o s ,} ' dad gloria á vuestro nom bre. Sean confundidos todos los qu e hacen padecer á vuestros s iervo s, y sean confundidos por vuestra om nipo­tencia. Sea abatida su fortaleza; y sepan que vos so lo , Señor y Dios n u estro , sois el Señor, el D io s , y e l R ey de la gloria

en toda la tierra.

N O TA .

Daniel disfrutó de un gran favor en tiempo de Nabu- codonosor, de Evilmerodach su h ijo , de Baltasar, de Darío el M edo, que le sucedió, y de Ciro. La reputa­ción de Daniel era tan g ra n d e , aun cuando vivia, que era como un proverbio : « eres mas sabio que uu Daniel. » Puede decirse que Dios mismo ha hecho su elogio, diciendo en Ezequiel : « Si se hallasen en » una ciudad tres hom bres del mérito de N oé, de b Daniel y de Job , garantizarían á sus habitantes * del peligro. »

REFLEXIONES.

Nos vemos hoy humillados por toda la tierra} á causa de nuestros pecados. Justo es y religioso este senti­m iento; pero ¿es tan com ún como es verdadero?

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Reconócese la hum illación, gímese bajo delosaoztes con que Dios nos castig a , ríndese bajo el peso de las adversidades; pero ¿se reconoce la verdadera causa de esto? Una pérd ida, una desgracia, una muerto precipitada, un accidente m olesto, trastornan el sis­tema mejor fundado, hacen que se frustren todos los proyectos, a rru inan , pulverizan una familia flo­reciente : esos cedros que se elevan hasta las n u b es ,. tenian raíces proporcionadas á su a l tu ra ; un fuerte viento lia hecho pedazos su cabeza, y el a rdor del sol en menos de nada ha calcinado el tronco. A túr- denos el go lpe; pregúntase quién ha podido en tan poco tiempo trastornar este prodigioso coloso. No falta quien desde luego atribuya estos reveses d é la fortuna á la envidia de los concurrentes, á la malicia de un enem igo, á los artificios de la mala f e , a la fla­queza de los apoyos, á su inhabilidad, á su im pru­dencia. Quiérese siempre que haya habido subter­ráneos que se ignoraban , causas naturales y ocultas de nuestras desgracias : una enfermedad penosa, la m uerte de un p a d re , de un hijo ún ico , de un esposo, atribúvense siempre á un sinsabor, á un exceso de d isgusto , á la intem perie del a i r e , al desorden de las estaciones, á una indiscreción poco sensata; ¿quién es el que se reconoce y d ice , somos humillados y afligidos á causa de nuestros pecados? Sin em bargo, esta es la causa, y muchas veces aun la única de de nuestras desgracias. ¿Quién piensa en reconocer que la piedra que ha trastornado aquella alta estatua, que el gusano que ha hecho secar aquella encina tan verde, que el fuego que ha derretido y consumido todos aquellos ricos m etales, aquella casa tan opu­len ta , aquella fortuna tan b rillan te . es ese contrato

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usurario , esa hacienda mal adquirida, esa dureza con los pobres y los desgraciados, ese corazon irri­tado y ulcerado contra un enem igo; es esa impiedad desvergonzada que se lleva hasta los piés de los alta­res , esapoca religión, esas im purezas, y esos crí­menes enormes de que ya no se tiene vergüenza; son esos hijos tan mal educados cuyos desórdenes se tole­ran ; es la m undan idad , el lujo excesivo, y las intrigas de esa m ujer joven m undana; esos desarreglos de ese marido tan poco cristiano; que es todo esto , ó al me­nos algunos de estos excesos los que han excitado las tem pestades, han cansado los naufragios, han arru i­nado las familias, han hecho desaparecer la prospe­ridad , que parecía haberse hecho hereditaria en aquella casa ? No se quiere reconocer la mano que hiere; y de aquí es que se sienten los golpes sin fruto alguno. No busquem os, pues, en o tra parte que en los desórdenes de nuestro corazon el origen de todas nuestras desgracias; agotemos este manantial por medio de una verdadera conversióná Dios, y vere­mos agotarse nuestras desgracias, ó á lo menos vendrán á ser para nosotros todavía mas útiles qus la prosperidad, por el buen uso que harem os de ellas.

JJÍ evangelio de la misa es tomado del cap. 7 de san Lucas.

En aquel tiem p o, rogó á Jesús un fariseo q u e com iese con é l , y habiendo aceptado J e s ú s , se sentó á la m esa en casa del fariseo. Inm ediatam ente una m u jer, qu e v iv ía m al en la ciudad, sabiendo que él (Jesú s) estaba á la mesa en casa del fariseo , tomó un vaso de alabastro lleno de un licor olo­roso, y estando d elfás ju n to á los p iés d e Je sú s, com enzó

por regárselos c o ifs u s lágrim as, los enjugaba con su s c a -

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Reconócese la hum illación, gímese bajo delosaoztes con que Dios nos castig a , ríndese bajo el peso de las adversidades; pero ¿se reconoce la verdadera causa de esto? Una pérd ida, una desgracia, una muerto precipitada, un accidente m olesto, trastornan el sis­tema mejor fundado, hacen que se frustren todos los proyectos, a rru inan , pulverizan una familia flo­reciente : esos cedros que se elevan hasta las n u b es ,. tenian raíces proporcionadas á su a l tu ra ; un fuerte viento lia hecho pedazos su cabeza, y el a rdor del sol en menos de nada ha calcinado el tronco. A túr- denos el golpe; pregúntase quién ha podido en tan poco tiempo trastornar este prodigioso coloso. No falta quien desde luego atribuya estos reveses d é la fortuna á la envidia de los concurrentes, á la malicia de un enem igo, á los artificios de la mala f e , a la fla­queza de los apoyos, á su inhabilidad, á su im pru­dencia. Quiérese siempre que haya habido subter­ráneos que se ignoraban , causas naturales y ocultas de nuestras desgracias : una enfermedad penosa, la m uerte de un p a d re , de un hijo ún ico , de un esposo, atribúvense siempre á un sinsabor, á un exceso de d isgusto , á la intem perie del a i r e , al desorden de las estaciones, á una indiscreción poco sensata; ¿quién es el que se reconoce y d ice , somos humillados y afligidos á causa de nuestros pecados? Sin em bargo, esta es la causa, y muchas veces aun la única de de nuestras desgracias. ¿Quién piensa en reconocer que la piedra que ha trastornado aquella alta estatua, que el gusano que ha hecho secar aquella encina tan verde, que el fuego que ha derretido y consumido todos aquellos ricos m etales, aquella casa tan opu­len ta , aquella fortuna tan b rillan te . es ese contrato

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usurario , esa hacienda mal adquirida, esa dureza con los pobres y los desgraciados, ese corazon irri­tado y ulcerado contra un enem igo; es esa impiedad desvergonzada que se lleva hasta los piés de los alta­res , esapoca religión, esas im purezas, y esos crí­menes enormes de que ya no se tiene vergüenza; son esos hijos tan mal educados cuyos desórdenes se tole­ran ; es la m undan idad , el lujo excesivo, y las intrigas de esa m ujer joven m undana; esos desarreglos de ese marido tan poco cristiano; que es todo esto , ó al me­nos algunos de estos excesos los que han excitado las tem pestades, han cansado los naufragios, han arru i­nado las familias, han hecho desaparecer la prospe­ridad , que parecía haberse hecho hereditaria en aquella casa ? No se quiere reconocer la mano que hiere; y de aquí es que se sienten los golpes sin fruto alguno. No busquem os, pues, en o tra parte que en los desórdenes de nuestro corazon el origen de todas nuestras desgracias; agotemos este manantial por medio de una verdadera conversióná Dios, y vere­mos agotarse nuestras desgracias, ó á lo menos vendrán á ser para nosotros todavía mas útiles qus la prosperidad, por el buen uso que harem os de ellas.

JJÍ evangelio de la misa es tomado del cap. 7 de san Lucas.

En aquel tiem p o, rogó á Jesús un fariseo q u e com iese con é l , y habiendo aceptado J e s ú s , se sentó á la m esa en casa del fariseo. Inm ediatam ente una m u jer, qu e v iv ía m al en la ciudad, sabiendo que él (Jesú s) estaba á la mesa en casa del fariseo , tomó un vaso de alabastro lleno de un licor olo­roso, y estando d elfás ju n to á los p iés d e Je sú s, com enzó

por regárselos c o ifs u s lágrim as, los enjugaba con su s ca­

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b e llo s , los b e s a b a , y los frotaba con el licor. V iendo esto el fariseo que le habia co n vid ad o , decía dentro de sí mismo :

S i esto fuera un profeta, sabría siri duda quién es la m ujei

que le to ca , y cuál es su c o n d u cta , puesto qu e v iv e mal. Tom ando entonces Jesús la p a la b ra , le dijo : S im ón , tenia qu e d ecirle una cosa. H ablad, m aestro , respondió é l. Cierto a creed o r tenia dos d e u d o re s ; uno le debia quinientos de- n an os de p lata, y otro cincuenta. No teniendo ninguno de los dos de q u é p a g a r , perdonó á uno y otro la sum a que le de­

bían. ¿ C u á l, p u e s , de ellos te p a rece qu e le ama mas? Yo- ju z g o , respondió S im ó n , qu e aquel á quien ha perdonado m ayor sum a. Has juzgad o b ie n , le dijo Jesús. Y volviéndose hácia la m u je r , le dijo á Simón : ¿V e s esta m ujer? Y o he en­

trado en tu c a s a , y no m e has dado agua para lavarm e los p ié s , ella me los ha regado con sus l á g r i m a s , y enjugado con

su s cab ello s; tú no me has dado el b e s o , e lla desde que ha entrado no ha cesado de besar m is p ié s ; tú no has ungido m i cabeza con el aceite o loroso , e lla me ha frotado los piés

con un licor fragante : por lodo esto te digo qu e se le per­donan m uchos p e ca d o s, porqu e h a am ado m ucho. A a q u e l,

p u c s ,á quien se le perdonan m e n o s, ama menos. D espues

de esto le d ijo á la m u jer: T us pecados se te han perdonado. Los qu e estaban á la m esa con él com enzaron á decir entre sí m ism os •. ¿Q uién es este hom bre q u e tam bién perdona los

pecados? Por í in , Jesús le dijo á la m ujer : T u fe te ha sal­

vado , véte en paz.

M EDITACION.

SOBRE E L MODELO DE LA VERDADERA P E N IT E N C IA .

PUNTO PHIMEllO.

Considera en esta mujer pecadora el modelo de une Verdadera conversión. Movida del estado infeliz en que vivia, se rinde en fin á las ejecutivas solicita­ciones de la gracia. No piensa en dilatar su conver­sión para o tro dia, Al momento que Dios la hizo conocer sus desórdenes y las efermedades de su

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a lm a , toma la resolución de acudir al divino Médico. ¡Cuántos que arden en los infiernos estarían ahora en el cielo, si, habiendo tenido e l mismo conocimiento por las luces de Ja g racia , la misma inspiración, el mismo pensamiento de co n v e rtirse , no hubiesen diferido para otro día de fiesta, para o tro tiem po, para otra ocasion su conversión! ¡Desdichada dila­ción que condena á lautas almas! Magdalena tenia 110 obstante grandes razones para diferir su conver­sión ; era todavía joven, gozaba de una salud robusta; una edad mas m ad u ra , una disposición menos ri­sueña, parecían un tiempo mas á propósito para una mutación que podia desm entirse; por lo menos la circunstancia presentaba un grande obstáculo. Jesu­cristo habia sido convidado á com er en casa de un fariseo; la reunión era grande, todas gentes malignas y desapiadados censores, de los cuales era ella dem a­siado conocida. Si era necesario convertirse, ¿para qué con tando ruido? parece que lo que quiere es mas bien hacer ostentación de su reform a. Parece que dictaba la prudencia esperar á que el Salvador estu­viese en su casa; la dilación no parecía muy larga; un convite, un festín, parecía poco conveniente para dar al público una escena sem ejante : debe tam bién atenderse á su reputación. Un estrépito semejante era una confusion muy pública, y una publicación m uy ruidosa de sus desórdenes. Así raciocina el espíritu del mundo y de la carne; mas el espíritu de Dios raciocina muy de otra manera. No bien ha concebido Magdalena en dónde podrá encontrar á su Salvador, cuando corre a llá ; entra en la sala del fes tín , penetra por entre la m u ltitu d , y sin hablar m as que con sus liantes y con sus sollozos, se postra á los piés de

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3csucristo, y los riega con sus lágrim as. No hay cosa mas resuelta , no la hay m as generosa que una alma verdaderam ente convertida. El crim en es desver­gonzado, el vicio desprecia todo respeto hum ano; pero puede decirse que la verdadera conversión ins­pira todavía mas ánimo. Juzguem os del m érito y de la sinceridad de esas conversiones ap aren tes , de esas cobardes, tím idas, y siem pre perniciosas semicon- versiones, que temen hasta que se las tenga por una vuelta del alma á Dios, y por un á Dios al mundo. Ninguna consideración detiene á Magdalena : zumbas de los libertinos, censura picante de los m undanos, interpretaciones malignas, nada es capaz de aterraría. Ella se mantiene á los piés del Salvador, sus lágrimas son el lenguaje de su c o a tr ic io n , su sentimiento aboga por ella. Despues d e un arrojo sem ejante, des- pues de un paso como e s te , poco hay que sea capaz de hacerla volver a t r á s ; nada responde mejor de su perseverancia , que un a declaración tan pública.Y hé aquí lo que el dem onio teme-, él no impide que uno se conv ie rta , pero n o quiere que se haga con estrép ito ; esas consideraciones, ese respeto humano, esa vergüenza de parecer convertido , es siem pre un recurso para é l ; y hé aq u í en qué consisten tantas conversiones fa lsas, ó al m enos esta es la causa do que haya tan pocas que perseveren.

PUNTO SEGUNDO.

Considera que no se red u jo toda la conversión do Magdalena á detestar sus pecados pasados y obtenef el perdón de. e llo s; sigu ióse á ella una vida fervorosa, i penitente y ejemplar. ¡ Q ué reform a de costumbres | m as no tab le , qué deyocion m as afec tuosa , quéfer- j

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vor mas perseveran te , qué penitencia mas larga y mas austera, qué am or de Dios mas perfecto y m as generoso! ¿H ubo una sierva m as fiel de Jesucristo que Magdalena? ¿Hubo alguna ocasion de dar p ru e ­bas de su ardiente am or á su buen Maestro, que ella no la aprovechase? Si le queda algún resto de su lujo y de su vanidad, solo se firve de él para hacerle públicamente sacrificios. Elige siem pre el tiempo en que la reunión es mas numerosa para derram ar á los piés del Salvador sus tifas preciosos perfumes. Los discípulos mas adheridos al Hijo de Dios se retiran luego que le ven am arrado y preso; solo san Juan, el discípulo amado, es el que le sigue hasta el pié do la cruz, y Magdalena. ¡Oh, cuánta verdad es que ella lia ainada mucho á Jesucristo, y que es uno generoso cuando ama! No es fácil que se debilite su apego al Salvador; ella le ama en la cruz, le am a hasta en el sepulcro, y hasta allí corre para rendirle los últim os obsequios; ni los soldados arm ados, ni una piedra de un peso enorm e que cierra la entrada del sepul­cro, ni el sello público , son obstáculos capaces de detener su zelo. Nada cree imposible, todo lo cree fácil á su am or. En fin, la mas cruel persecución, el peligro visible de un triste naufragio, no alteran ni su fe ni su constancia en el servicio de su Dios. En el mar como en la tierra, en su p dria como en un país extranjero, en todas parles se declara por el Dios ú quien adora y áquien-am a. Ninguno jam ás tuvo una seguridad menos dudosa y m;;s positiva del perdón de todos sus pecados que Magdalena; pero ¿se co n ­tenta con la seguridad que tiene de su perdón ? bien lo sabemos, jam ás se vio una penitencia mas larga n i mas austera. Diez v siete años en el hueco de u n a

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espantosa ro c a , sin otro alimento que algunas raíces insípidas y am argas : hé aquí cual fué la vida de esta, m ujer delicada, criada en los placeres, edu­cada , por decirlo a s í , en la m undanidad , pero verdaderam ente convertida. ¡O qué bello y exce­lente modelo de penitencia! pero ¿ se encuentran el dia de hoy m uchas copias de un modelo tan per­fecto? Encuéntranse innumerables que imitan á Mag­dalena p ecad o ra ; pero m uy pocos que imiten á Magdalena penitente. Una confesion muy superficial, una contrición m uy d u d o sa , una penitencia muy Jijera, seguida de una vida toda m undana, alguna vez mas deliciosa, siempre muy indevo ta; hé aquí á qué se reduce la pretendida conversión de la mayor parte d é lo s pecadores de nuestros dias. ¿’fr despues de esto se m uere tranquilo?

Ea, Señor, no perm itáis que este gran modelo de conversión no sirva mas que para hacerm e mas cul­pable. Concededme la gracia de que no solo deteste verdaderam ente mis pecados, sino también la de que mi penitencia sea una prueba de mi sincera con­versión , y una señal del perdón de mis pecados.

JACULATORIAS.

Renovad, Señor, en mí aquella pureza de corazon, y aquella rectitud de espíritu , que son las señales de una verdadera penitencia. Salmo 50.

Vuestra indignación, Señor, no seria posible que se ensangrentase contra un corazon contrito y hu­millado. Dadm e, pues, esta contrición v erdadera , y este espíritu de penitencia. Salmo 50.

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PROPOSITOS.

1.° No os contentéis con adm irar en la Magdalena un modelo perfecto de una verdadera conversión; imitad un tan grande ejemplo. No basta haber detes­tado verdaderam ente todos vuestros pecados, haber hecho una buena confesion, haber aun reform ado vuestras costum bres y m udado de v id a ; es preciso añadir la mortificación y la pen itenc ia , si quereis perseverar. No dejeis de temer, aun por el pecado que está perdonado, dice el Espíritu Santo. Aun cuando estuviéreis tan seguros como la M agdalena, de que Dios os ha perdonado vuestros p ecad o s, no dejeis de temer con un temor acom pañado de confianza en Dios, al mismo tiempo que de una santa severidad en vuestras costum bres.

2.° No paséis dia alguno de vuestra vida sin hacer actos de contrición por vuestros pecados pasados, y sin practicar también algún ejercicio de penitencia. Estableced mortificaciones para todos los añ o s , algu­nas para todos los m eses, otras para todas las sema­nas , y usad alguna todos los dias.

VIERNES DE PASION.

La Iglesia .en el oficio de la misa de este dia nos anuncia ya de un modo m as expresivo la pasión y la m uerte del Salvador, para cuya celebración quiere que nos preparemos durante los ocho dias que la preceden.

El introito de la misa está tom ado del salmo 30 , que es una oracion hum ilde, afectuosa, llena de con-

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espantosa ro c a , sin otro alimento que algunas raíces insípidas y am argas : hé aquí cual fué la vida de esta m ujer delicada, criada en los placeres, edu­cada , por decirlo a s í , en la m undanidad , pero verdaderam ente convertida. ¡O qué bello y exce­lente modelo de penitencia! pero ¿ se encuentran el dia de hoy m uchas copias de un modelo tan per­fecto? Encuéntranse innumerables que imitan á Mag­dalena p ecad o ra ; pero m uy pocos que imiten á Magdalena penitente. Una confesion muy superficial, una contrición m uy d u d o sa , una penitencia muy Jijera, seguida de una vida toda m undana, alguna vez mas deliciosa, siempre muy indevo ta; hé aquí á qué se reduce la pretendida conversión de la mayor parte d é lo s pecadores de nuestros días. ¿’fr despues de esto se m uere tranquilo?

Ea, Señor, no perm itáis que este gran modelo de conversión no sirva mas que para hacerm e mas cul­pable. Concededme la gracia de que no solo deteste verdaderam ente mis pecados, sino también la de que mi penitencia sea una prueba de mi sincera con­versión , y una señal del perdón de mis pecados.

JACULATORIAS.

Renovad, Señor, en mí aquella pureza de corazon, y aquella rectitud de espíritu , que son las señales de una verdadera penitencia. Salmo 50.

Vuestra indignación, Señor, no seria posible que se ensangrentase contra un corazon contrito y hu­millado. Dadm e, pues, esta contrición v erdadera , y este espíritu de penitencia. Salmo 50.

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PROPOSITOS.

1.° No os contentéis con adm irar en la Magdalena un modelo perfecto de una verdadera conversión; imitad un tan grande ejemplo. No basta haber detes­tado verdaderam ente todos vuestros pecados, haber hecho una buena confesion, haber aun reform ado vuestras costum bres y m udado de v id a ; es preciso añadir la mortificación y la pen itenc ia , si quereis perseverar. No dejeis de temer, aun por el pecado que está perdonado, dice el Espíritu Santo. Aun cuando estuviéreis tan seguros como la M agdalena, de que Dios os ha perdonado vuestros p ecad o s, no dejeis de temer con un temor acom pañado de confianza en Dios, al mismo tiempo que de una santa severidad en vuestras costum bres.

2.° No paséis dia alguno de vuestra vida sin hacer actos de contrición por vuestros pecados pasados, y sin practicar también algún ejercicio de penitencia. Estableced mortificaciones para todos los añ o s , algu­nas para todos los m eses, otras para todas las sema­nas , y usad alguna todos los dias.

VIERNES DE PASION.

La Iglesia .en el oficio de la misa de este dia nos anuncia ya de un modo m as expresivo la pasión y la m uerte del Salvador, para cuya celebración quiere que nos preparemos durante los ocho dias que la preceden.

El introito de la misa está tom ado del salmo 30 , que es una oracion hum ilde, afectuosa, llena de con­

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fianza, que David hace á Dios en medio de sus ma­yores aflicciones, y cuando se veia en el mas inmi­nente peligro de su vida. Viéndose David en medio de sus enem igos, sin esperanza de evitar la muerte, que Saúl habia decidido d a r le ; abandonado d esú s deudos y de sus am ig o s, que no se atrevían á declararse por él 5 habiéndole proscrito S a ú l, ya sus enemigos 110 le guardaron mas consideraciones, y los grandes en tra ­ron en la pasión del príncipe. ¿Qué figura mas m ar­cad a , dicen los padres, d e Jesucristo en su pasión?

Compadeceos, Señor, de la extrema aflicción en que me veis sumergido. Libradm e, Señor, y sacadme de entre las manos de mis enemigos, que encarnizadamente me persiguen con el designio de perderm e ; no pase yo por el rubor de verme abandonado de vos, despues de haber invocado vuestro nombre. Yo he esperado siempre en vos, Señor; no tenga jam ás la confusion de haber esperado en vano , antes bien ármeos en mi favor vues­tra justicia. Se ha observado ya en o tra p a r te , q u e , habiéndose aplicado Jesucristo el sexto versículo de este sa lm o , nos ha significado con esto bastante que las persecuciones de David eran la figura de las suyas.

La epístola corresponde perfectam ente al salmo : está formada de las pa lab ras del profeta Jerem ías, quien, representando tam bién la figura de Jesucristo, pide ser libertado de su s enem igas. Predice que los que abandonan á Dios se rán confundidos, y que ¡os que se retiran de él se rán escritos en la a re n a , para ser inm ediatam ente b o rrad o s .

El profeta Jeremías rec ib ió orden de Dios para quo anunciase al pueblo ju d ío , al r e y , á los grandes de la co rte , y á los sa c e rd o te s , las desgracias que dentro

-SOO V IE R N E S

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de poco tiempo debían afligir á la ciudad de Jeru- salcn y á toda la nación. Dábales asi el Señor este aviso por medio de su pro fe ta , para moverles á que aplacasen por la penitencia á la justicia d iv ina, jus­tamente irritada por la corrupción general de las costumbres •, mofáronse empero de la profecía y del profeta. Despues de haber amenazado al pueblo con su ruina próxim a y con la cau tiv idad , y siempre inútilm ente, atacó á los grandes del pa ís , á los m is­mos sacerdotes, á los doctores ó intérpretes de la ley. Todos vivían entregados á una corrupción tan gene­ra! , y de tal modo endurecidos en la im piedad, en la idolatría, en la avaricia, en la disipación , y en todo genero de disoluciones, q tiende nadie fué bien reci­bida la verdad , é irritándose todos contra el que se la anunciaba, y que trataba de inclinarlos á la peni­tencia para apartar los males de que estaban ame­nazados, dieron en perseguirle de la m anera mas c ru e l, y desde entonces form aron el designio de perderle. No se desanimó por esto el profeta. Viendo que no se le quería escuchar, dictó á B aruch, su principal discípulo, todo lo que habia predicho con­tra Jerusalen y contra toda la nación. Cuando se lo manifestó la profecía al rey Joaqu ín , este p rín c ip e , incomodado por las desgracias que se le anunciaban , desgarró el escrito con un cortaplum as, y lo arrojó al fuego •, pero Dios mandó al profeta que volviese á escribir las mismas amenazas en otro volum en, y que -añadiese aun otras muchas. Esta santa libertad áq u o 1c animaba el espíritu de Dios, le e x p u so , no obs­tan te , á las persecuciones de los judíos. Fué puesto en prisión dos ó tres veces; y no pudiendo sufrir los cortesanos de Sedecías que , á pesar de su prisión ,

G.

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echase continuam ente en cara á los judíos sus desór­denes, y les anunciase las desgracias que les amena­zaban , le arro jaron en una m azm orra llena de lodo. Hubiera perecido en e lla , si un etíope llamado Ábde- m e lech , á quien su m érito habia dado un lugar distinguido cerca del rey, no hubiese obtenido de aquel príncipe el permiso para sacarle de ella. Los de la ciudad de A nathoth, pueblo de su nacim iento, fu e ro n , al parecer, los mas empeñados en perse­guirle. Sus conciudadanos le amenazaron que le qui­tarían la vida si persistía en profetizar en nombre del S eñor; mas no por eso perdió el ánimo para anun­ciarles los terribles efectos de la cólera d iv ina , de modo que fué como un milagro el que saliese de sus manos.

Habiendo ido á Jerusalen , continuó sus funestas predicciones con el mismo zelo que an tes , diciendo á voz en g rito , que el templo no garantizaría á la ciudad de la indignación del Señor, que la trataría como habia tratado á S ilo ; añadiendo que la reduciría á ser la execración de todos los pueblos de la tierra. Habiéndole oido los sacerd o tes , el pueblo , y los profetas que eran entonces lo que fueron despues de la vuelta de la cautividad los escribas y los doc­tores , se arrojaron sobre é l , clamando que era pre­ciso quitarle la vida en el in stan te , para impedir así que profetizase mas en nom bre del Señor. Asieron luego de é l, le llevaron á la presencia del rey, y pidieron su m u e rte , alegando que la habia merecido por haber profetizado contra la ciudad. Reuniéronse para deliberar; y habiendo reconocido los senadores que todo su crimen e r a , no el haber atraído desgra­cias' á la c iu d ad , sino haber prcdicho de parte del

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Señor las que la am enazaban, y haber tratado do inclinar el pueblo á la penitencia para evitarlas, le libraron. Jeremías fué despachado a b s o r to , á pesar del furor del pueblo y del odio de los sacerdotes.

Lejos de am ilanarse por tan injustas persecuciones, y á la vista de unos peligros tan frecuen tes, se enar­deció mas su ze lo , y sus predicciones fueron menos vagas y menos oscuras. Predijo que la cólera de Dios iba á estallar inm ediatam ente sobre Jerusalen , y que el instrum ento de que Dios se serviría para castigarla seria Nabucodonosor, rey de Babilonia. Estas últim as amenazas ya tan precisas no fueron todavía poderosas para ablandar aquellos corazones endurecidos. Aun podia haber sido tiempo de apaci­guar al cíelo irr itad o , si aquel pueblo infeliz hubiese implorado la clemencia de Dios, y recurrido á la peni­tencia. El suceso verificó muy pronto todas aquellas funestas predicciones. Nabucodonosor hizo adelantar su ejército hacia el Jordán para en tra r en Judea.

Habia al otro lado de este rio ciertos solitarios, lla­mados Recabüas del nom bre de R ecab, uno de los descendientes de Je th ro , suegro de Moisés. Eran gentes dedicadas á una vida muy a u s te ra , que no po­seían nada, y que en todo tiempo m oraban bajo de tiendas. Su abstinencia era asombrosa. Pasaban su vida cantando alabanzas á Dios, acom pañando siem­pre su canto con la sinfonía. Estando ya Nabucodo­nosor á punto de en trar en su país con su e jé rc ito , se marcharon de allí para ponerse á cubierto de los in­sultos de los soldados paganos, y habiendo pasado el Jordán, vinieron á refugiarse en Jerusalen como en un asilo. Apenas estuvieron en la c iu d ad , queriendo Dios confundir á los judíos rebeldes á su voluntad y á su

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ley. con el ejemplo de unas gentes tan exactas y tan religiosamente sometidas al instituto que su padre les habia p resc rito , dió orden á Jerem ías para que los tentase y probase su fidelidad, presentándoles vino para que bebiesen. Llevólos el profeta a todos al tem plo , y habiéndoles hecho en tra r en la cámara del te so ro , hizo que pusiesen delante de ellos tazas llenas de vino, y les dijo qu e bebiesen. Excusáronse to d o s, diciendo que habiéndoles su padre Jonadab , hijo de R ecab, m andado que jam ás bebiesen v ino , ni ellos, ni sus h ijos, ni toda su posteridad , nada sería capaz de hacerles violar este precepto. Sirviéndose entonces Jerem ías de este ejemplo de los ftecabitas, hizo ver á los habitantes de Jerusalen que ellos eran inexcusables violando tan insolentem ente los manda­mientos de su D ios, y con cuánto derecho los Reca- bitas se levantarían co n tra e llo s , y les acusarían en el gran dia de las divinas venganzas. Así tam bién debia servirse Jesucristo algún d ia , con el mismo fin , del ojemplo de los Ninivitas. Todas estas sabias amones­taciones del profeta no produjeron otro efecto que el irrita r mas aquel pueblo endurecido. Aproximán­dose, pues, Nabucodonosor, fué encerrado Jeremías en una p risión , para im pedirle que fuese á predicar al templo como lo tenia de costum bre. En f in , de?pues de la toma y del saqueo de Jerusalen , y cumplidos ya todos los males que el profeta Ies habia anunciado, lejos de reconocerse aquel desventurado pueblo , y convertirse de sus ex trav ío s , la tom ó con el santo profeta , que no cesaba de echarle en cara sus diso­luciones y su idolatría , po r m anera que, 110 pudiendo ya sufrir sus justas y saludables rep ren sio n es , le ape­drearon en Taphné. D urante el m ayor fuego de las

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persecuciones fue cuando Jeremías hizo á Dios la ad­mirable oracion que constituye el asunto de la epís­tola de la misa de este dia. Es demasiadamente visible Ja analogía que se encuentra entre las persecuciones de Jeremías y las de Jesucristo ; la causa del odio y los motivos de los perseguidores son sem ejan tes: por esto se ha mirado siempre este profeta en todo lo que ha sufrido d eparte de los judíos por la justicia, como la figura de Jesucristo en su pasión.

El evangelio del dia contiene el decreto de muerte, por decirlo así, dado en la asamblea de los judíos contra el Salvador del mundo.

Era demasiado brillante el milagro de la resurrec­ción de Lázaro, para no haber hecho grande impresión en ios ánimos. Un gran número de los que habian sido testigos de é l , habian creído en Jesucristo; al paso que otros, en lugar de rendirse á un milagro tan visible, se endurecieron mas en su incredulidad. Del mismo modo se ven aun todos los dias gentes que se endurecen en el crimen y en el e rro r, escuchando ó leyendo lo que convierte á aquellos que tienen un corazon recto , y cuyo entendimiento no está fasci­nado por alguna pasión dominante. Los judíos obsti­nados, habiendo venido de Bethania á Jerusalen, con­taron á los fariseos lo que Jesús acababa de hacer, y les confesaron que este milagro habia hecho una graiule impresión en los ánim os, y engrosaba cad.j dia mas el número de sus discípulos. Este maravilloso acontecimiento alarmó mucho la envidia y el odio da los enemigos del Salvador; creyeron que era indis­pensable jun tarse , sin perder tiem po, para deliberar. Verificóse, en e fec to , la reunión , compuesta de los ponliíices que presidian en e lla , de los fariseos, y da

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los escribas. No se pensó m as que en buscar algún camino para oprimir al Salvador, como si el bien que hacia por todas partes hubiese sido un mal público al cual debiera ponerse un remedio pronto. Véese aquí la relación que hay entre la epístola y el evangelio del dia. ¿Qué hacem os, decian , en qué pensamos? Este hom bre hace muchos m ilagros, los cuales le dan un crédito ex trao rd in ario , y hacen creer al pueblo que es el Mesías. Si le dejamos obrar, todo el mundo creerá en é l , y muy pronto va á ser reconocido por toda la nación como rey de los ju d ío s , y el Salvador prom etido á nuestros padres ; y los Romanos que no pueden reconocer o tra dominación que la su y a , ven­drán á atacarnos como rebeldes, y destruirán nuestra c iu d ad , nuestro templo y nuestra nación. ¡Qué mal se raciocina, ó Dios m ió , cuando es la pasión ó el espíritu de partido el que raciocina! Mientras que los fariseos han creído que podían desacreditar los mila­gros del Salvador, le han atacado como á un enemigo Je l verdadero Dios. Hoy que se ven forzados á reco­nocer su poder, tratan de perseguirle como á un ene­migo del estado. De esta m anera el espíritu del error lo hace servir todo á sus designios para perder á un adversario temible. Pero ¿en qué ha venido á parar toda esta previsión de la sinagoga? En el mal mismo que ella creia evitar. Parece que los judíos tienen miedo de que el pueblo elija á Jesucristo por rey, y que los Romanos en tal caso traten á su nación como rebelde y la d es tru y an ; pero el crimen á que los conduce este tem or im aginario, atrae muy pronto sobre toda la nación la desgracia que aparentaban querer evitar.

Despues que se hubo discutido el asunto, Caifas,

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que presidia la asam blea en cualidad de gran sacer­dote , cuyas principales funciones ejercía en aquel año, tom ando la palabra : Vosotros no lo enlendeis. les d ijo , no advertís que es interés nuestro que m uera un hom bre solo por todos los d em ás, y que, á menos que lodos queram os perecer, es indispensable sacri­ficar un hom bre para salvar á toda la nación. El evangelio añado que no habló así de su cab eza , sino que, como era gran sacerdote, dijo guiado de un es­píritu profético que Jesucristo debía m orir por la salud de la nación. ¡Q ué adm irable es Dios en los medios que emplea para e jecu tar sus designios! la pasión, el e rro r mismo, sirven aquí, según sus m iras, de órgano á la verdad. Caifas anim ado del odio con­tra Jesucristo concluye que se le debe quitar la vida para salvar al p u eb lo , y sus palabras, tom adas en el sentido que él las da, son absolutam ente falsas, puesto que á la m uerte de Jesucristo debe seguirse la des­trucción de la nación judáica. Pero Caifás es el sobe­rano pontífice, y sus palabras entendidas en el sentido del Espíritu S an to , que habla en esta ocasion por su boca, son el decreto de m uerte fulm inado contra Jesucristo por su Padre para la salud de los judíos y de los gentiles. Quedó, pues, resuelta la m uerte de Jesucristo en esta asamblea : ya no se pensó mas en deliberar sobre esto , sino solam ente en tom ar los medios seguros de ejecutar la resolución que habian tomado.

Por secreta que fuese la deliberación, no lo era ciertamente para aquel á quien nada se puede ocul­tar. Pero como aun no habia llegado el dia señalado por su P ad re , no quiso el Salvador presentarse ya en los parajes púb licos, y se re tiró al país vecino del de-

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f-.icvto, i\ una ciudad liamada Ephrem , y allí se m an­tuvo con sus discípulos. ¡Cosa extraña! lo que determ ina á los judíos para hacer m orir á Jesucristo , es el haber resucitado un m uerto que hacia cuatro d iasestaba en te rrad o ; esto es, porque lia hecho el mas grande y el mas sorprendente de todos los m ilagros. v que únicam ente podia obrar la omnipotencia de Dios. Es preciso quitarle la vida, porque prueba in­venciblemente que él es el Mesías prom etido, y lo dem uestra de un modo positivo con el mas admirable de todos los milagros. ¿Podían darse mas á conocer la pasión mas furiosa, la im piedad, la irreligión?

En muchas iglesias se celebra en este dia la fiesta de la Compasion de la santísima Virgen, ó de Nuestra Señora de la P iedad, que en algunas otras se celebra bajo el título de la fiesta de las Angustias de la santí­sima Virgen, y en otras bajo el de la fiesta de Nuestra Señora de los siete Dolores. La parte que la santísima Virgen ha tenido en la pasión y en la m uerte de su divino Hijo, en la que ha sentido de la manera mas viva todos los dolores que él lia su frid o , todos los oprobios de que él ha sido h a rto , todas las am arguras que han inundado su alma, todo esto ha dado ocasion á esta piadosa é interesante solemnidad. Celebrábase esta fiesta con mucha devocion en toda España, y es fiesta de obligación desde que fué aprobada por el papa Clem enteX: es muy célebre en la iglesia de P arís, y su oficio es m uy selecto y muy propio de esta fiesta, El modo afectuoso y tierno con que los santos padres hablan de lo que interiorm ente padeció la santísima Virgen en todo el curso de la pasión de Jesucristo, que ellos llaman la pasión y m artirio de la santísima Virgen j hace yer bastante la veneración y la devocion

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singular que los fieles han profesado en todos tiempos a las am arguras de esta m adre afligida, las cuales han movido á la Iglesia á darle el glorioso título de Heina de los m ártires. La fiesta de la Compasion de la santísima Virgen ó de N uestra Señora de la Piedad fué instituida ó prescrita el año 1423, en el concilio ile Colonia, para reparar en alguna m anera lo que los Risitas habian hecho contra el honor y culto de esta •íenaventurada m a d re , contra la q u e , á ejemplo de

[ios herejes de todos tiem pos, habian vomitado mil blasfemias, condenando sobre todo las imágenos que representaban á la santísim a Virgen con su Hijo muerto en sus brazos despues de habérsele desencla­vado de la cruz. Hásele dado á esta fiesta el nom bre de Compasion de la santísima Virgen , esto es, de la santísima Virgen com paciente, y como participante de todas las humillaciones y de todas las penas de su amantísimo Hijo, siendo, dice san Bernardo, la pasión del Hijo al mismo tiempo la pasión dolorosa de la Madre. En algunas partes se le ha asignado á esta fiesta un dia fijo en el ca lendario , con el fin de hacer de ella una preparación para celebrar la pasión de Je­sucristo ; se la ha colocado en el 18 de m arzo, ocho dias antes del 25, que es el dia en que se cree que el Salvador murió. En o tras partes se ha creído mas á propósito hacerla m ovible, y para darle también mas proporcion con la de su Hijo se la ha asignado el viernes que precede al Viernes santo. También se ve en algunos lugares celebrarse la fiesta de las Angus­tias de la santísima V irgen, ó de Nuestra Señora do ios siete Dolores, el sábado , víspera del domingo de liamos, como dia de la semana singularm ente consa­grado á la devocion de la santísim a Virgen.

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Puédese tam bién referir á este dia otra fiesta lla­m ada de la Pasión de la santísima Virgen, que era m uy antigua en O rien te , y que se llamaba en Francia Noíre-Dame de Pámoison} esto es, Nuestra Señora del Desmayo, que es poco mas ó menos la misma que la de Nuestra Señora de la Piedad. El cardenal Cayetano testifica que en su tiempo se celebraba esta fiesta con mucha solem nidad, y aun con octava desde el do­mingo de Pasión hasta el domingo de Ramos. Todo esto hace ver los sentim ientos der te rn u ra , de reco­nocimiento y de veneración que han dominado siempre en la Iglesia hácia las penas interiores de la santísima Virgen, inseparables de las del Salvador.En efecto , ella las ha padecido por causa nuestra , así como el mismo Salvador las habia aceptado por nuestro am or.

No puede dudarse de que la santísima Virgen estu­viese perfectam ente instruida acerca del misterio de nuestra redención desde que fué constituida m adre <!el Salvador, y de que conociese todas sus circuns­tancias. Habiéndola elegido el Eterno Padre para m adre de su Hijo, le habia dado sobre este Hijo todos , los derechos que una madre puede tener sobre su hijo. E ra , pues, necesario que ella consintiese en su m uerte y en su sacrificio por la salud de los hombres; este es el sacrificio que ella hizo de este Hijo am ad o , cuando fué por si misma á ofrecerle al tem plo, en donde el profeta Simeón la predijo que la pasión d d Hijo seria al mismo tiempo la pasión de la Madre : ¡ este n iñ o , le d ic e , está en el mundo para ser blanco á la contrad icción ; como si d ijese, que los judíos d ispu tarían , en cierto m odo, entre s í , sobre quién haria sufrir.al Mesías mas afrentas y malos ira- j

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tamientos, y que vendría á ser el objeto de su odio y de su crueldad : y tú misma verás traspasada tu alma con una espada, esto e s , sentirás dentro de tí el dolor mas vivo : los ultrajes que se harán á tu Hijo, serán para ti como otras tantas cuchilladas que se clavarán en tu pecho. El dolor que sentirás será mas cruel que la muerte m ism a, y si no m ueres con tu Hijo, será para morir tantas veces cuantas le vieres sufrir. Por nuestro amor consiente María en la m uerte de su Hijo, y acepta todo lo que debe costarlela pasión y la m uerto de este Hijo querido por la salud de los hom bres : era, pues, muy justo que, celebrándose por espacio de quince dias la pasión y la m uerte del Salvador de los hombres, hubiese á lo menos un dia consagrado para celebrar la pasión de la santísim a V irgen , y todo lo que ha sufrido por nuestro am or •, y hé aquí el prin­cipal motivo y el objeto de esta fiesta.

No es posible com prender lo que la santísim a Virgen ha sufrido durante la pasión y la m uerte del Salvador, y todo por la salud de los hom bres. Era un mismo holocausto el de Jesús y el de M aría , dice Arnaldo de Chartres (»), los dos se ofrecían á un mismo tiempo, María en la sangre, por decirlo a s í , que corría de su corazon, y Jesús en la sangre que corría de todas las venas de su cuerpo. E l amor compasivo hacia en el alma de la m adre, lo que los clavos, los azotes y la lanza hacían en el cuerpo adorable del Hijo. La Virgen ha sufrido, añade, mas allá de lo que la flaqueza de su sexo y las fuerzas de la naturaleza humana pueden sufrir; porque estaba mas atormentada con los tor~ menlos de su Hijo, que si ella misma los hubiese sufrido, en razón de que amaba mas que ó si misma lo que era

(J) De laudib. Virgin.

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la causa de sus dolores. Los demás han sido mártires, dice san Jerónim o, porque han muerto por Jesucristo; pero María lo ha sido mas que todos los demás mu­riendo con Jesucristo. María ha sufrido el martirio en su corazon, dice Ricardo de San Víctor (i) , y esta es­pada de dolor que ha traspasado su alma en la pasión de su amado Hijo, se le computa en lugar del mas rigo­roso martirio. En los otros m ártires, dice san Ber­nardo , el grande amor que tenían á Dios endulzaba el dolor qxce causaban sus tormentos; pero la V irgen, al paso que ha amado m as, mas ha sufrido •, su amor aumentaba sus dolores.

Fué tan grande el dolor que sintió la santísima Vir­gen, dice san Bernardino de S en a , que, si se hubiese repartido entre todas las criaturas capaces de senti­miento , les hubiera causado la muerte á todas. Vuestro Hijo, Virgen sania, exclam a san B uenaventura, ha sufrido en su cuerpo, y vos en vuestra alma ,■ pero todas sus llagas divididas en cada miembro de su cuerpo, se encuentran todas reunidas en vuestro corazon. ¡ O dul­císimo corazon de M aría! ¿porqué te lias convertido en un abismo de dolores ? ¿ Cuáles deben ser mis sen­timientos de am or, de veneración , de sensibilidad y de reconocim iento, considerando este santo corazon convertido en un m ar de am argura y de ajenjo ? Con estos religiosos sentim ientos de te rn u ra , de adm ira­ción y de reconocim iento lian honrado los santos las penas y la pasión de la Madre de Dios, y con los mis­mos debemos nosotros honrarlas á ejemplo suyo.

La santísima Virgen ha parido á su d i v i n o Hijo sin dolor •, pero no ln sido constituida m adre n u es tra , s in o , por decirlo a s í , en medio de los mas vivos do-

(1) Lib. 3, de lauü. Virg.

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lores de la pasión y de ia m uerte de este mismo Hijo. En el Calvario, al pié de la c ru z , en tre los e s trag o s , por decirlo a s í , del dolor mas vivo que hubo ja m á s , fué cuando el Salvador, espirando sobre la c ru z , pro­nunció, estas palabras : Hé ahi tu Hijo ¿ hé ahi tu Madre; y como san Juan , dicen los pad res, represen* taba allí á todos los hom bres, el Salvador declaró á todos, en la persona de su discípulo, que María era su m adre , y nos mandó á todos m irarla como t a l , honrarla, amarla y servirla con toda la te rn u ra , la confianza y el respeto que deben profesar á semejante madre los que tienen la fortuna de ser del núm ero de sus hijos.

« Dirijámonos al Salvador, dice el sabio y piadoso cardenal Belarmino (i), y llenos de confianza, pidá­mosle encarecidamente con las lágrim as en los ojos que nos presente á su santa M adre, y que, m ostrán­dola á cada uno de nosotros, le d ig a : hé aquí tu Hijo; que nos diga en seguida á nosotros m ostrándonos á la Señora: hé aquí tu Madre. ¡ Qué dicha para nosotros el estar bajo de la protección de una m adre tan po­derosa ! ¿quién será capaz de arrancarnos de sus b ra­zos? ¿qué ten taeion , qué adversidad podrá abatirnos mientras la Madre de Dios tuviere la bondad de sos­tenernos? No seremos los prim eros á quienes ha favo­recido con su asistencia en las necesidades mas urgentes. De cuantos la han invocado antes que nos­otros ¿se ha encontrado uno solo que tuviese motivo <io quejarse porque le haya despachado sin alivio? Todos han experimentado cuan dulce y ventajoso es ci tenerla por m adre. Ella ha quebrantado la cabeza de la serpiente antigua , y los que confían en ella caminan

(1) DoScptcm Vevbis Dona#

1)E PASION. -1 i 3

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con seguridad sobre el áspid , sobre el basilisco, sobreel león y sobre el dragón.

Veamos lo que dicen los san to s , los cuales pueden justam ente contarse entre aquellos á quienes el Sal­vador lia dicho, como á san Ju a n , hé ahi tu Madre. Comencemos por san Ephren, diácono de S iria, padre muy antiguo y tan célebre, q u e , com o escribe san Jerónim o, despues de haberse leido los libros sagra­dos , se leian los suyos públicam ente en la asamblea de los fieles. Este santo hom bre , este gran siervo de Alaría , m adre de Dios, en un excelente elogio que liace de e lla , dice que no hay m ancha en e lla , y que es del todo p u ra , que es Reina del universo , y que los que se ven tentados de la desesperación pongan en ella su esperanza : despues, dirigiéndose á la misma Señora : « Vos sois, d ice, un puerto seguro para los que se hallan combatidos de las b o rrascas; vos con­soláis á to d o s; los prisioneros y los cautivos os deben su lib e rtad •, vos protegeís á los h uérfanos, alegraisá los enferm os, y puede decirse que ninguno se ha salvado sin vos. Cubridme con vuestras a las, añade, tomadme bajo de vuestra protección, y tened compa­sion de m í, que no soy mas que lodo y basura. Y con cluye en fin con estas palabras : lié aquí lo que cons­tituye todo el motivo de mi e sp e ra n z a , ó Virgen purísim a : yo os saludo, paz , a leg ría y salud de todo el universo. O Reina del m u n d o , dice san Juan Damasceno, admitid la súplica de un pecador que, por mas pecador que sea , no deja d e am aros tierna­m ente , y de honraros como aquella de quien espera su consuelo , á quien expone toda la conducta de su v ida , por quien espera en trar en la gracia de vuestro Hijo, y cuyo favor mira como una prenda de su salud.»

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« Añadamos á estos dos padres griegos dos padres játinos, continúa el mismo sabio cardenal. San An­selmo en un libro compuesto ex profeso, sobre las grandezas d é la Virgen, dice estas palabras : Aquellos á quienes Dios ha hecho la gracia de que piensen con frecuencia en ella y la amen tiernam ente, tienen , á mi parecer, una gran señal de su predestinación y de su salvación. San Bernardo 110 cede á nadie en am or y devocion á la santísima V irgen; veamos como habla : Considerad bien, d ice , qué amor, qué devocion á María quiere inspirarnos aquel que ha puesto en ella ia plenitud de todo bien. Su intención es que reconoz­camos que en ella tenemos nuestra esperanza, nuestra santificación, y, por decirlo así, nuestra salvación# Empleémonos, pues, añade, con todo el afecto y con todos los deseos de nuestro corazon, en honrar á la incomparable M aría, porque así es la voluntad de aquel que ha querido que todos los bienes que goce­mos los obtengamos por ella. Queridos hijos m ios, esta es la escala por donde los pecadores suben al cielo, este es el grande apoyo que yo tengo (despues de Jesucristo), este es todo el sosten de mi esperanza. Las dos mayores lum breras de la escuela , santo To­más y san Buenaventura, animados de un mismo es­píritu , no tienen otros sentimientos. M aría, dice el prim ero, es bendita entre todas las m ujeres, porque ella sola ha alejado la maldición, ha traido la bendi­ción, y ha abierto la puerta del cielo ( 1). Así como todos aquellos ¡ ó bienaventurada Madre de Dios! ex-*

aclama san Buenaventura, así como todos aquellos que se alejan de vos, ó á quienes miráis con ojos desdeño­sos, 110 pueden dejar de p erecer; así, todos los que se

(i) Opasc. 1 de Salulat. Ang.

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acercan á vos, y áquienes miráis con ojos favorables, 110 es posible que perezcan ( i) . De todo lo que queda d icho , concluye el sabio card en a l, puede colegirse que la devocion á la santísima Virgen no es de las m enores señales de predestinación, porque es impo­sible que perezca un hom bre de quien el Salvador ha dicho á su Madre : hé ahi tu H ijo, y que ha recibido con grande afecto de gratitud y de am or esta otra palabra : hé ahi tu Madre. »

En toda E spaña, en la iglesia de P arís , de Colonia, y en otras partes, en donde se celebra en este dia con mas solemnidad la fiesta de la Compasion ó de los Do­lores de la santísima Virgen, la epístola de la misa está tom ada de las lamentaciones de Jerem ías, en aquel pasaje en que la ciudad de Jerusalen representa al Señor su extrem a aflicción, y la am argura en que está sum ergida, sin que nadie se halle en estado de consolarla , ni aun se digne únicamente tener com­pasion de ella.

El evangelio que se lee en la misa de esta festividad contiene la historia de lo que pasó en el Calvario al tiempo de la m uerte de Jesucristo, cuando este divino Salvador recomendó su discípulo amado á su Madre que estaba al pié de la c ru z , y su Madre al discípulo am ad o , según lo refiere el mismo san Juan en el capí­tulo 19 de su evangelio.

La oracion de la misa de la fiesta de los Dolores es como sigue.

O Dios , en cuya p a sió n , según la profecía del venerable' S im eón, fué traspasada e l alm a ternísim a de la gloriosa virgen María vuestra m adre con una espada de d o lo r, con­cedednos ben ign o, qu e ya que celebram os con veneración

ti) I» riiBfclr. lib. 1 , cap. u.

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DE PASION.

la m em oria de su com pasion y de sus d o lores, noo aprove­chemos de e l la , y por los m éritos é intercesión de todos ¡os santos q u e fielm ente lian perm anecido junto á la c r u z , con­

sigamos los dichosos frutos de vuestra pasión. Vos qu e v iv ís

y re in áis , etc.

La oracion de la misa de este dia es la siguiente.

D erram ad, S eñ o r, ben ignam ente vuestra gracia en nues­tros corazones, á fin de q u e , castigando nuestros pecados

cotí un castigo volu n tario ,evitem o s por las penas tem porales que sufrim os a q u í, el caer en los su p licios eternos. Por n ues­tro Señor Jesu cristo , etc.

La epístola de la misa está tomada del profeta Jeremías, capitulo Í7 .

En aquellos dias , dijo Jerem ías : S eñ or, todos los que os abandonan serán con fu n d id o s, los que se alejan de vos se­

rán escritos en la t ie r r a , p o rq u e lian abandonado al Señor, que es el manantial de las aguas v iva s. C u rad m e, S eñ o rj

y quedaré san o, salvadm e y se ré s a lv o , porqu e vos sois m i

gloria. Y o los veo qu e me dicen : ¿dónde está la palabra del Señor? cúm plase. Mas por lo q u e h a ce á m i, no m e lie p e r­turbado cuando os sigo com o á m i p astor, ni lie deseado e l dia del h o m b re , vos lo sabéis. Lo q u e lia salido de mis la ­bios, ha sido recio ante vu estros ojos. No seáis para mí un motivo de tem or, puesto q u e sois vos mi esperanza en el dia d é la aflicción. Sean confundidos los que me p e rs ig u e n , y no sea confundido yo : espántense e l lo s , y no m e espante y o : haced que venga sobre ellos un dia de d e sg ra c ia , y hacedlos

pedazos abrum ándolos con du p licados m a les, ó S eñ or, D ios nuestro.

N O T A .

La oracion que hacc aquí Jeremías está llena de alegorías, y de grandes sentimientos de religión y de confianza en medio de sus persecuciones. Representa á Dios les mofadores discursos que hacían los ju d ío s ,

7.

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acercan á vos, y áquienes miráis con ojos favorables, 110 es posible que perezcan ( i) . De todo lo que queda d icho , concluye el sabio card en a l, puede colegirse que la devocion á la santísima Virgen no es de las m enores señales de predestinación, porque es impo­sible que perezca un hom bre de quien el Salvador ha dicho á su Madre : hé ahi tu H ijo, y que ha recibido con grande afecto de gratitud y de am or esta otra palabra : hé ahi tu Madre. »

En toda E spaña, en la iglesia de P arís , de Colonia, y en otras partes, en donde se celebra en este dia con mas solemnidad la fiesta de la Compasion ó de los Do­lores de la santísima Virgen, la epístola de la misa está tom ada de las lamentaciones de Jerem ías, en aquel pasaje en que la ciudad de Jerusalen representa al Señor su extrem a aflicción, y la am argura en que está sum ergida, sin que nadie se halle en estado de consolarla , ni aun se digne únicamente tener com­pasion de ella.

El evangelio que se lee en la misa de esta festividad contiene la historia de lo que pasó en el Calvario al tiempo de la m uerte de Jesucristo, cuando este divino Salvador recomendó su discípulo amado á su Madre que estaba al pié de la c ru z , y su Madre al discípulo am ad o , según lo refiere el mismo san Juan en el capí­tulo 19 de su evangelio.

La oracion de la misa de la fiesta de los Dolores es como sigue.

O Dios , en cuya p a sió n , según la profecía del venerable' S im eón, fué traspasada e l alm a ternísim a de la gloriosa virgen María vuestra m adre con una espada de d o lo r, con­cedednos ben ign o, qu e ya que celebram os con veneración

ti) I» riiBfclr. lib. 1 , cap. u.

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DE PASION.

la m em oria de su com pasion y de sus d o lores, noo aprove­chemos de e l la , y por los m éritos é intercesión de todos ¡os santos q u e fielm ente lian perm anecido junto á la c r u z , con­

sigamos los dichosos frutos de vuestra pasión. Vos qu e v iv ís

y re in áis , etc.

La oracion de la misa de este dia es la siguiente.

D erram ad, S eñ o r, ben ignam ente vuestra gracia en nues­tros corazones, á fin de q u e , castigando nuestros pecados

cotí un castigo volu n tario ,evitem o s por las penas tem porales que sufrim os a q u í, el caer en los su p licios eternos. Por n ues­tro Señor Jesu cristo , etc.

La epístola de la misa está tomada del profeta Jeremías, capitulo Í7 .

En aquellos dias , dijo Jerem ías : S eñ or, todos los que os abandonan serán con fu n d id o s, los que se alejan de vos se­

rán escritos en la t ie r r a , p o rq u e lian abandonado al Señor, que es el manantial de las aguas v iva s. C u rad m e, S eñ o rj

y quedaré san o, salvadm e y se ré s a lv o , porqu e vos sois m i

gloria. Y o los veo qu e me dicen : ¿dónde está la palabra del Señor? cúm plase. Mas por lo q u e h a ce á m i, no m e lie p e r­turbado cuando os sigo com o á m i p astor, ni lie deseado e l dia del h o m b re , vos lo sabéis. Lo q u e lia salido de mis la ­bios, ha sido recto ante vu estros ojos. No seáis para mí un motivo de tem or, puesto q u e sois vos mi esperanza en el dia d é la aflicción. Sean confundidos los que me p e rs ig u e n , y no sea confundido yo : espántense e l lo s , y no m e espante y o : haced que venga sobre ellos un dia de d e sg ra c ia , y hacedlos

pedazos abrum ándolos con du p licados m a les, ó S eñ or, D ios nuestro.

N O T A .

La oracion que hacc aquí Jeremías está llena de alegorías, y de grandes sentimientos de religión y de confianza en medio de sus persecuciones. Representa á Dios les mofadores discursos que haci?n los ju d ío s ,

7.

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los cuales insultaban en c ie rto modo la paciencia del Señor, y se burlaban de su s am enazas, diciendo : Venial-, estalle su có lera , m ucho tarda en hacernos sentir sus efectos. Yo no he deseado el dia del hombre, d ice; como si dijera : yo no deseo que los males que les he predicho de vuestra p a r te , les sucedan-, no perm ita Dios que yo tenga e l m enor deseo de ven­ganza. Yo no he deseado ja m á s ni la pérdida, ni el castigo , ni la desgracia de m i pueb lo ; y si os pido que hagais venir sobre ellos u n dia de desd ichas, esto e s , que les hagais sentir el efecto de vuestras te rri­bles am enazas, es á íin d e que m ultiplicando sus aflicciones, se conviertan y se vuelvan á vos.

EKFLEXIOXES.

Todos los que os abandonan serán confundidos. Habla el profeta del Señor, y n ad a puede aplicarse mejor á la santísima V irgen, de q u ien los santos padres han dicho tantas veces que asi com o los que la am an con te rn u ra , los que la honran con perseverancia , y la sirven con fidelidad, no p u ed en p e rd e rse ; así los que se alejan de e lla , los que abandonan su c u lto , los que no tienen confianza en e l l a , ni le profesan aquella devocion religiosa que re ina en todos los elegidos, no pueden menos de perecer ( i ) . El que sirviere digna­mente á la santísima V irgen , dice san Buenaventura, será justificado y salvo-, m a s el que dejare su servi­cio, m orirá en sus pecados ( 2). Jesucristo m ism o, el Espíritu Santo es el que ha inspirado á todas estas in­signes lum breras de la Ig lesia tan grandes afectos de devocion, de confianza, de veneración y de amor

(i) Bonav. in Phar. — (2) ía P salter. M aría.

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á la Madre de Dios; el Espíritu Santo es el que les ha movido á form ar tan magníficos elogios. De aquí aquellas expresiones tan n o b le s , tan p a té ticas , aque­llos términos tan enérgicos, tan expresivos : Tú eres, Virgen santa, dice san A gustín , despues de Jesucristo, la única esperanza de los pecadores. Estamos poseídos del respeto y de la veneración, dice san Jerónim o, hacia aquella á quien en algún sentido debemos nues­tra salud. Algunas veces somos mas prontamente oídos, dice san Anselmo, imocando el nombre de M aria , que invocando el de Jesús ¡ de la misma m anera que con fre­cuencia se obtienen mas bien las gracias del rey por la intercesión de la re in a , que dirigiéndose inm ediata­mente al rey. De aquí todos los títulos pomposos y ver­daderos de M ediadora, A bogada, Madre de gracia y de m isericordia, asilo y refugio de los pecadores; de aquí el cantar muchas veces al dia la Iglesia aquellas bellas y afectuosas palab ras: Yo os saludo, R eina, Madre de misericordia ,• yo os saludo, vida nuestra , con­suelo nuestro, esperanza nuestra. Expresiones que jamás han agradado á los herejes : su aversión á la Madre es tan antigua como su odio al Hijo; no hay uno que no se haya alejado de M aría, al paso que lo ha hecho de la verdadera Iglesia. No tiene la santí­sima Virgen otros enemigos de su c u lto , que los ene­migos de Jesucristo. Hablando de María, decia un padre griego, que no se alejará jam ás de la verdad aquel que dijere todo lo que puede decirse de grande, de sublim e, de magnífico; antes b ie n , por m as que pueda decir, nunca podrá su discurso corresponder á la grandeza de su m érito , ni de su dignidad. ¿Pué­dese tem er el exceso en este p u n to , decia el sabio canciller de la universidad de P a rís , m ientras quo

DE PASION. -J19

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hablemos de e lla , como inferior á Dios, y en el rengo de las criaturas? no tem áis llevar muy lejos vuestras alabanzas y vuestros pensamientos •, sabed s í , única­m ente , lo que nadie ig n o ra , que todos los bienes que ella tiene vienen de Dios, y que ella no es rica sino por los bienes de su Hijo. Supuesta esta v e rd ad , no temáis nada m as, hablando de María, continúa el mismo doctor, que el decir muy poco, por grande, por extraordinario que. parezca lo que se d ig a , te­niendo presente que de quien se habla es de la Madre de Dios. El evangelista únicam ente dice de María que es Madre de le sus, pero diciendo esto , lo ha dicho todo. ¿ Débese tem er, en e fec to , decir m ucho, ó ex­cederse en el culto que se le rinda? ¿Quién no sabe que es honrar al H ijo , el honrar á la Madre? La de­voción que se tiene á María no divide el corazon; por el contrario le une m as estrecham ente á Jesucristo. La confianza que tenem os en la protección de Ja san­tísima V irgen , no disminuye la confianza que debe­mos tener en su Hijo, antes bien la aumenta. Nuestro cu lto , nuestra devocion, nuestra confianza y nuestro am or á lp santísima V irgen, es una prueba sensibh de nuestra fe en Jesucristo. Guiada de este espíritu , la Iglesia no pierde ocasion alguna de honrar á la Madre de Dios, autoriza con placer todo lo que tiende á aum entar la devocion de los fieles hacia este refugio

: de los pecadores , y multiplica tanto sus fiestas. Lai que se celebra en este dia bajo el título de Nuestra

Señora de la P iedad , ó de los Dolores, y de la Pasión de la santísima V irgen, dehesem os tanto mas intere­san te , cuanto que nosotros somos la causa de que su alma haya sido traspasada de dolor.

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DE PASION.

El cvcngclio de la misa es tomado del de san J u a n , capitulo 11 .

En aquel tiem p o , los sacerdotes y los fariseos juntaron consejo contra Jesús : ¿ Q ué hacem os, d e c ía n , porque este

hombre hace m uchos m ilagros ? Si le dejam os segu ir obran­do a sí, todo el mundo creerá en é l , y ven drán los Romanos y destruirán nuestro país y nuestra nación. Mas uno de ellos,

llamado Caifas, siendo gran sacerdote en aquel año, les d i jo : Vosotros 110 lo enlen deis, y no hacéis reflexión que ps interés

vuestro que un hom bre m uera por la n a c ió n , y no que toda ella perezca. No decia esto de sí m ism o, sino qu e como era gran sacerdote en aquel a ñ o , dijo con esp íritu p ro fé tico , que Jesús debía m orir por la n ació n , y no solo por la na­

ción , sino tam bién para reu n ir en un solo cuerpo los hijos

de Dios qu e estaban dispersos. A sí q u e , desde este d ia y a no pensaron mas que en qu itarle la v id a . Por tanto Jesús ya

110 se presentaba públicam ente entre, los ju d ío s , y se fu é al país vecino del d e s ie rto , á una ciudad llam ada E p liren , y

allí moraba con sus discípulos.

M EDITACION.

! DE LOS DOLORES DE LA SANTÍSIM A VIRGEN.

rUXTO PRIMERO.

Considera que no sin razón la Iglesia llama á la san­tísima Virgen reina de los m ártires. No hay ninguno er.tre aquellos héroes cristianos que haya sufrido un martirio mas doloroso que esta Madre afligida. ¿ Que­remos tener una idea justa de las penas de la santísima Virgen? Comprendamos, si es posib le , cuál ha sido la ternura, la grandeza, el ardor y la pureza de su amor á su querido Hijo. Los torm entos que obran sobre e\ c ec rp o , pueden endulzarse y aun hacerse deleitables por las dulzuras interiores que Dios derra-

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nía en una alma, y so han visto m ártires que hallaron refrigerio en medio de los b ra s e ro s , como sucedió á los tres niños hebreos-, pero ¿qué es lo que puede suspender ó dulcificar los do lo res del alm a ? El mar­tirio del alma es un suplicio sin alivio. Cuando la misma alma es la que se s ien te trasp asad a , debe ser muy dolorosa la llaga; y tal h a sido el m artirio de la santísima Virgen. Sentirás el d o lo r mas v ivo , le habia dicho Sim eón, cuando llevó su Hijo am ado al templo; los ultrajes que se harán á tu H ijo , serán para tí como otros tantos cuchillos que se clavarán en tu pecho. Jamás madre alguna amó á su h ijo como la santísima Virgen amó al Salvador. Sabem os lo que ha sufrido el Salvador durante su vida m o r ta l ; ¡ qué humillaciones, qué pobreza, qué persecuciones! y duran te su pasión, ¡qué dolores, qué oprobios! Concibam os por aquí lo que ha sufrido la santísima V irgen que ha sido testigo de todo lo que ha sufrido su querido Hijo. Nunca hubo m artirio mas largo ; la v ida de trein ta y tres años del Salvador ha sido la m edida de la duración del m artirio de su divina M adre. Sus penas excedieron aun á la vida del Salvador. ¿ Q ué no debió sufrir la santísima V irgen, viéndose en Delen cercana al parto, y rechazada de todo el m u n d o , reducida á retirarse á un establo, sin socorro , sin o tro alivio para un Hijo que es Dios, que el aliento de d o s viles animales y un puñado de paja? hagámonos ca rg o cuánto debió sufrir en aquella ocasion, la mas t ie rn a , la mas apasionada de las m ad res , en su persona y en la de su querido Hijo. Traigamos á la m em oria su s tem o res , pensando el cruel é impío designio de H erodes de quitarle la v ida; ¿qué no tuvo que pad ece r en su viaje y en su estancia en Egipto? Pero ¿estuvo mas tran q u ila , ó al

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menos fué mas feliz, según e! m undo, en Nazareíh? rQué sanias inquietudes por la faClta de todo lo nece­sario á que frecuentemente la reducía su estado pobre v oscuro! ¡Qué agonía no padeció en los tres dias que Jesucristo se quedó en Jerusa len ! Pero ¿ y qué no tuvo que sufrir viendo la ingratitud con que se pagaban los beneficios de su querido H ijo , y sabiendo hasta donde llevaban su odio y su envidia los escribas y los fariseos? Seria necesario conocer la te rn u ra , el ardor, la perfección del corazon de M aría, para com ­prender lo que ella ha sufrido á causa de los malos tratamientos que se han hecho á su querido Hijo.

PUXTO SEGUIDO.

Considera lo que la santísima Virgen ha sufrido principalmente en la pasión y en la m uerte del Salva­dor. Se ha mirado siempre como el colmo de la inhu­manidad , y el mas cruel de todos los suplicios, el obligar á los hijos á ser testigos de los torm entos que se hacían sufrir á su p a d re , y estar presentes á su muerte. Meditemos, pues, ahora , qué exceso de a n ­gustia , y qué aflicción tan m ortal seria para la santí­sima V irgen, el saber con qué ind ignidad , con qué ultraje y crueldad era llevado el Salvador por la ciu­dad de Jerusalen, con qué sacrilego desprecio era tratado en casa de los sacerdo tes, en la de P ila to s , en la de Herodes, y en todos aquellos impíos trib u ­nales. No sufre simplemente como la mas tierna de las m adres, sufre también como una m adre tierna que sabe que aquel Hijo tan q u erid o , á quien se tra ta con tanta in fam ia, es verdadero Dios. Presente á la flagelación ¿qué azote es el que descarga sobre el Hijo, que no descargue sobre el corazon y el alma de

LE PASION. 4 2 *

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la Madre? Jesús cuasi sin figura de hom bre, es mos­trado á aquel pueblo bárbaro para ver si se le mueve á alguna compasion •, y aquel pueblo, horror y exe­cración del género hum ano, cual bestia feroz, se pone mas sediento de su sang re , y grita que se le crucifique. ¡Qué impresión baria sobre el corazon de csla m adre desolada un objeto tan triste! ¡y qué cuchillos no clavarían en su corazon aquellos gritos bárbaros! Sin em bargo, las miras del Eterno Padre no se limitan á que la santísima Virgen consienta en el sangriento sacrificio de su querido Hijo-, es preciso además que ella lo presencie , que le vea con sus pro­pios ojos, exhausto de fuerzas y de sangre, sucum bir bajo el peso de su c ru z ; es preciso que oiga todos los golpes del martillo que se dan sobre los clavos que traspasan sus piés y sus m anos; es preciso, en fin , que le vea levantado en la cruz, ultrajado en la cruz, espirar, en fin, en la c ru z , en medio de los dolores mas crueles y mas agudos. ¿Qué llaga, qué torm ento, qué dolor hay en Jesucristo , que María no haya su­frido en su alma? y á no ser por uno de los mayores m ilagros, ¿no debia espirar la Madre de dolor antes que el Hijo? ¿ podía por lo menos sobrevivirle? ¿Hubo, p u es , jam ás martirio mas cruel que el que ha sufrido por am or de nosotros la santísima Virgen ? ¿ Y qué título mas ju s to , ni mejor adqu irido , que el de Reina de los mártires? Pero tengamos presente que ha su­frido con tanta resignación, en silencio y sin quejarse por am or de nuestra salud. ¿Qué sentimiento de am or, de te rn u ra , de veneración y de reconocimiento no debemos tener para con esta Madre de Dios, que ha tenido como un honor, por decirlo a s í , el serlo también nuestra7

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Yo os pido, Señor, por la intercesión de la santísima Virgen, estos piadosos y religiosos sentim ientos: dig­naos recibir y confirm ar para siempre el sacrificio que hago totalm ente de mí m ism o, en obsequio do vuestra santísima Madre.

JACULATORIAS.

0 Madre liona de am or, haced que yo sienta ios golpes de dolor que traspasan vuestra a lm a, á fin de que una mis lágrimas á las vuestras. La Iglesia en el himno Stabal Slater.

Haced, mi querida M adre, que yo mezcle mis llan­tos con los vuestros, y que el resto de mi vida parti­cipe con vos de los dolores que habéis sentido al pié- de la cruz de mi Salvador. Id.

PROPOSITOS.

l .° Una compasion seca y puram ente especulativa es poco interesante. Participar de los dolores de una persona afligida, es sentirlos verdaderam ente. Si el Salvador sufre y m uere por nuestra salud , también por amor nuestro sufre la santísima Virgen un m ar­tirio tan largo y tan cruel. ¡Qué dureza , qué ingrati­tud mas n e g ra , el tom ar poco interés por lo que la santísima Virgen ha sufrido por causa n u es tra ! Vitu« peraos el haber sido hasta aquí tan poco sensibles,; A h! ¿quién es el que piensa en honrar, en reconocer la pasión de la santísima Virgen? ¡ cuántos mueren sin haber pensado jam ás en e l la ! Reparad este irreligioso olvido, por el zelo que debeis tener de aquí en adelante en honrar particularm ente, con todo género de práe. ticas de piedad, esta fiesta ; celebradla con devocion,

DE PASION. 1 2 5

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comulgad con este fin, tened u n a devocion particular á la santísima Virgen bajo de es te título de Nuestra Señora de la Compasion.

2.° Es una práctica de devocion m uy religiosa el rezar todos los viernes del a ñ o , y todos los dias de esta octava, esto es, hasta el v iernes san to , la prosa que comienza por estas palabras : Sto.bat Mater dolo- rosa. Imponeos una ley de g u a rd a r de hoy en ade­lante esta santa práctica. H onrad singularm ente los m isterios que se llaman dolorosos de esta santísima Reina de los m ártires : contem plad estos misterios todos los viernes en el rosario . Estos misterios dolo­rosos son : la agonía de n u es tro Señor en el huerto de las Olivas •, su flagelación; s u coronacion de es­pinas : su postración bajo 4 el peso de la c ru z ; su cru­cifixión. Se medita cada uno d e estos m isterios en cada decena del rosario. A listaos en la cofradía de la santísima Virgen bajo del t ítu lo de Nuestra Señora de los Dolores. La Iglesia au to riza estas devociones, y nunca serán demasiadas las p rác ticas de piedad en que nos ejercitemos para h o n ra r á la santísima V irgen, y para m erecer su p ro tección .

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SABADO DE PASION.

El sábado despues de la dom inica de Pasión se ha llamado vacante en el o rden del rezo rom ano , esto es, que no tenia oficio p a rtic u la r ni estación p ú b lica , á causa de que el papa estaba en este dia ocupado en repartir la limosna á los p o b re s , con que les propor­cionaba el medio de que pasasen m as cómodamente

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la semana santa y fiestas de Pascua en los ejercicios de religión y de piedad. Estas limosnas se hacian en la iglesia de San Pedro en el Vaticano, no solo á los pobres de la c iudad , sino también á los ex tran jeros . y á los pobres enfermos de los diferentes cuarteles que no podian venir, ó que tenían vergüenza de pre­sentarse allí. Hacíase también la cerem onia de lavar los piés á los pobres, anticipando estas dos acciones que ahora se hacen el jueves san to , para que en este dia quedase mas tiempo para dedicarle á los oficios y á las ceremonias de la Iglesia que son muy largos.

El introito de la misa es el mismo que el de la misa del dia p recedente: Interesaos, Señor, en mi aflicción, ella no puede ser mas grande. Toda mi confianza la tengo en vo s; y aunque parezca que sucum bo al n ú ­mero y á la malicia de mis enem igos, y de todos los que se han unido á ellos para perderm e; vos podéis fácilmente sacarm e de sus m anos, y toda su malicia y su crueldad no servirán mas que para hacer mi vic­toria mas gloriosa y mas completa con vuestra asis­tencia.

La epístola contiene una especie de conspiración que los judíos habian formado contra Jeremías* la cual consideramos como una figura de la que con el tiempo formaron contra Jesucristo, cuya histeria re ­fiere el evangelio de ayer.

Hase dicho ya en el dia precedente cuál era el origen emponzoñado del odio m ortal que los judíos habian concebido contra este santo profeta. Anun­ciábales de orden de Dios las desgracias que debían sucederles en castigo de sus horribles desórdenes. ¿ Qué agravio les hacia en esto ? ¿ ni qué razón tenian por cierto para quererle quitar la vida ? Por lo menos

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comulgad con este fin, tened u n a devocion particular á la santísima Virgen bajo de es te título de Nuestra Señora de la Compasion.

2.° Es una práctica de devocion m uy religiosa el rezar todos los viernes del a ñ o , y todos los dias de esta octava, esto es, hasta el v iernes san to , la prosa que comienza por estas palabras : Sto.bat Mater dolo- rosa. Imponeos una ley de g u a rd a r de hoy en ade­lante esta santa práctica. H onrad singularm ente los m isterios que se llaman dolorosos de esta santísima Reina de los m ártires : contem plad estos misterios todos los viernes en el rosario . Estos misterios dolo­rosos son : la agonía de n u es tro Señor en el huerto de las Olivas •, su flagelación; s u coronacion de es­pinas : su postración bajo 4 el peso de la c ru z ; su cru­cifixión. Se medita cada uno d e estos m isterios en cada decena del rosario. A listaos en la cofradía de la santísima Virgen bajo del t ítu lo de Nuestra Señora de los Dolores. La Iglesia au to riza estas devociones, y nunca serán demasiadas las p rác ticas de piedad en que nos ejercitemos para h o n ra r á la santísima V irgen, y para m erecer su p ro tección .

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SABADO DE PASION.

El sábado despues de la dom inica de Pasión se ha llamado vacante en el o rden del rezo rom ano , esto es, que no tenia oficio p a rtic u la r ni estación p ú b lica , á causa de que el papa estaba en este dia ocupado en repartir la limosna á los p o b re s , con que les propor­cionaba el medio de que pasasen m as cómodamente

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la semana santa y fiestas de Pascua en los ejercicios de religión y de piedad. Estas limosnas se hacían en la iglesia de San Pedro en el Vaticano, no solo á los pobres de la c iudad , sino también á los ex tran jeros . y á los pobres enfermos de los diferentes cuarteles que no podian venir, ó que tenían vergüenza de pre­sentarse allí. Hacíase también la cerem onia de lavar los piés á los pobres, anticipando estas dos acciones que ahora se hacen el jueves san to , para que en este dia quedase mas tiempo para dedicarle á los oficios y á las ceremonias de la Iglesia que son muy largos.

El introito de la misa es el mismo que el de la misa del dia p recedente: Interesaos, Señor, en mi aflicción, ella no puede ser mas grande. Toda mi confianza la tengo en vo s; y aunque parezca que sucum bo al n ú ­mero y á la malicia de mis enem igos, y de todos los que se han unido á ellos para perderm e; vos podéis fácilmente sacarm e de sus m anos, y toda su malicia y su crueldad no servirán mas que para hacer mi vic­toria mas gloriosa y mas completa con vuestra asis­tencia.

La epístola contiene una especie de conspiración que los judíos habian formado contra Jeremías* la cual consideramos como una figura de la que con el tiempo formaron contra Jesucristo, cuya histeria re ­fiere el evangelio de ayer.

Hase dicho ya en el día precedente cuál era el origen emponzoñado del odio m ortal que los judíos habian concebido contra este santo profeta. Anun­ciábales de orden de Dios las desgracias que debían sucederles en castigo de sus horribles desórdenes. ¿ Qué agravio les hacia en esto ? ¿ ni qué razón tenian por cierto para quererle quitar la vida ? Por lo menos

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hubieran debido aguardar el cumplimiento. Su pre­dicción no era ciertam ente la causa de todos los males con que les am enazaba; por el con trario , era un medio que Dios les proporcionaba para prevenirlos : no ignoraban ellos sus crímenes •, ¿ qué hubieran, pues, arriesgado en corregirse y hacer penitencia? El suceso mismo 110 tardó en verificar la funesta predicción; pero ¿ se aminoró su odio ? lejos de eso se hicieron mas furiosos y mas encarnizados en conspirar contra él. Venid, dec ian , formemos nuevos planes contra Je­remías : por mas irreprensible que sea en su conducta y en sus costum bres, él nos ha predicho todas nues­tras desgracias, y es necesario perderle. Así racio- cina.la pasión; jam ás se discurre mejor cuando es la pasión la q u e domina. Nosotros, añadían, no deja­remos de bailar sin él sacerdotes que nos instruirán en la ley , sabios que nos com unicarán sus consejos, y profetas. Algunos intérpretes dan á estas palabras otro sentido que no presenta menos miserable el ra ­ciocinio de los ju d ío s : Venid , hagamos que perezca Jerem ías; porque, m ientras él viva, no olvidará jam ás la le y ; no cesará de echarnos en cara que nosotros la violamos •, y nos fatigará eternam ente con los im por­tunos consejos de su pretendida sabiduría, y con sus molestas predicciones. Venid, traspasémosle con los Agudos dardos de nuestras lenguas; desgarrem os su reputación con todo género de calumnias. Jeremías en todas estas persecuciones era una figura muy ex­presa de Jesucristo. Cuasi nada se ha dicho de este santo profeta , que no convenga todavía mejor al Sal­vador perseguido por losjudios. Vosotros decis : ¿Y cómo es que nosotros hemos hecho m orir á Jesu­cristo , siendo así aue Pilatos es el que le condenó á

1 2 8 sá b a d o

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m uerte, y sus soldados los que han ejecutado la sen- ! :• n c i a ? Y vosotros tam b ién , ó ju d ío s , vosotros Is habéis muerto , dice san A gustín ; ¿y cómo le habéis m uerto?i -oh la espada de la lengua, responde, vosotros hahp.is < f]tizado vuestras lenguas: y cuándo os habéis servido de esta espada para darle la m u erte , sino cuando gri­tasteis : crucificarle , crucificarle?

Señor, inclinad hácia mí vuestros o jos, dice Je­rem ías, y atended á las palabras de mis enemigos. ¿ A si se vuelve bien por m al? ¿Q uién pudo nunca quejarse así con mas razón que Jesucristo? Yo no os he hecho mas que b ien , les dice; ¡ cuántos m uertos re­sucitados ! ¡ cuántas gentes estrechadas por el hambre, satisfechas! ¿ por cuál de estos beneficios, de estos mi­lagros , quereis quitarm e la vida ? ¿ Debe ser todo el fruto de vuestro reconocim iento mi m uerte en la cruz, que pedis con tan to encarnizam iento? Acor­daos., Señor, c o n tin u a d profeta, que yo me he presen­tado delante de vos, para im plorar vuestra misericordia en favor de ellos, y aparta r vuestra indignación de sobre este pueblo ingrato . ¿No se diria que Jesucristo mismo es el que habla?

El profeta pide á Dios que castigue á este pueblo : Entregad, d ice, sus hijos al hambre. No habla así Je­remías, dicen los santos padres, llevado de un espí­ritu de acritud y de venganza, sino movido de un espíritu ele zelo por la gloria de D ios, y de caridad yor aquel desgraciado pueblo , que, no habiéndose ''echo mejor por las exhortaciones y las am enazas . pide el profeta que se convierta á lo menos por el castigo y las aflicciones. Pide que sea castigado el pecado, no fuese que la im punidad sirviese á sus des­cendientes de un motivo de escándalo, dice aquí san

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: :'{•) SÁBADO

Jerónimo. Vos conocéis, Señor , todas sus m alignas in~ tenciones, y su conspiración con tra m i ; tra tadlos, pues, según vuestra severidad, en el tiempo de vuestro furor. No se expresa aqu í, dicen lo s p ad res , el deseo de un zelo am argo; es solo una sim ple profecía, por la cualI redice el profeta en su o rac ion lo que les debia su­ceder muy pronto.

El evangelio de la misa de este dia está tomado del capitulo duodécimo de san J u a n , donde se refiere lo que sucedió á Jesucristo el d ia despues de haber ce­nado en casa de Simón el leproso en B ethania , en donde se hallaba Lázaro acallado de resucitar, y en donde María su herm ana h ab ia derram ado sus arom as sobre Jesucristo. Esta historia comienza por la relación del disgusto que tuvieron lo s principes de los sacer­dotes , al ver que muchos d e los judíos los abandona­ban despues de esta resu rrección m ilagrosa, y creian en Jesucristo. Como L ázaro , este hom bre resucitado, era un monumento vivo é incontestab le del poder di­vino de Jesucristo ; y com o su nueva vida era una prueba visible y perm anente de la verdad del Mesías, los principes de los sac e rd o te s , y los mas cualificados de la nación, resolvieron q u ita rle la vida. Pensa­miento tan extravagante com o c r u e l , dice san Agustín*. el golpe que quitaría la v ida á L á za ro , ¿le q u ita r ía á su bienhechor el poder de vo lvérsela á dar? Gomo si el que habia podido resucitar á L á za ro m uerto de muerte n a tu ra l, no hubiese podido resucita rle de m uerte vio­lenta. Todo el crim en de L ázaro para con los jefes de la sinagoga consiste en qu e es amigo de Jesucristo *, este milagro vivo, este p red icador m udo, pero per­suasivo de la santidad y de la om nipotencia del Sal­vador, irritaba la envidia y e l odia de los sacerdotes,

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porque aum entaba el núm ero de sus discípulos y in veneración del público.

Al otro d ia , que era lu n e s , cinco dias antes de su pasión, el Salvador, que habia dormido en Bethania. • se puso en camino con sus discípulos para ir á Jeru­s a le n , adonde se concurría de todas partes para so­lemnizar la fiesta de la Pascua. Apenas estaba á la mitad del cam ino , cuando, viendo delante de sí la población de Betphagé, que está al pié del monte de los Olivos, envió dos de sus apóstoles para que le tra ­jesen un borriqu illo , y habiendo m ontado en é l , para que se cumpliese hasta en las m enores circunstancias la profecía de Zacarías, en orden á ia en trada quedebia hacer el Mesías en Je rusa len , se adelantó hacia esta capital. Habiendo corrido la voz en él pueblo y enlre los extranjeros que venia el que habia resucitado ¿ Lázaro, le salieron en tropas al encuentro , llevando ramas de palmas en las m anos, y clamando : Hosanna bendito sea el rey de Israe l, que viene en nombre del Señor. Esta especie de triunfo convirtió en furor ia envidia de los fariseos: ¿ No veis, se decían los unos á los otros, que todos nuestros miramientos no sirven mas que para darle valor, qué todo el mundo corre en pos de él, y por poco que difiramos ia ejecución üo loque se ha resuelto en el último consejo, todo el pueblo va á declararse por é l , y nosotros dejamos de ser ya los señores?

Sin embargo,'*omo no era justo que solos los judíos conociesen al que habia venido para salvar á todo el m undo, inspiró Dios á los gentiles un gran deseo de verle. Es creíble que estos gentiles eran por la mayor parte prosélitos, y que trataban de abrazar c.1.ju ­daismo , ó por lo m enos, que creían y adoraban al

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Dios de los ju d ío s , único verdadero Dios; y que por un sentimiento natural de religión , habian venido ó Jerusalen para adorarle en aquella fiesta la mas so­lemne del ano. Dirigiéronse estos extranjeros á Felipe, uno de los doce apóstoles, á quien conocían, y le dijeron que deseaban mucho ver á Je sú s : habiendo conferenciado Felipe con Andrés , se fueron los dos á su buen Maestro y se lo dijeron. Entonces el Salvador tom ando ocasion de este deseo que los gentiles tenian de v e rle , declaró a sus discípulos grandes misterios. Ha llegado el tiem po, les d ice , en que el que hasta ahora no se ha llamado mas que e l Hijo del hom bre , será adorado de todos los pueblos como Hijo de Dios; de aquí en adelante en toda la tierra se le rendirán los honores divinos que le son debidos; atraerá á sí naciones enteras con mas facilidad que atrae hoy este pueblo y este pequeño núm ero de gentiles que le han reconocido. Pero debiendo ser la conversión de tantos pueblos el fruto de los oprobios de su pasión y de su m u e r te , añadió que seria semejante al grano de trig o , que no brota ni produce nada , si no m uere en la tierra donde se ha sem brado. Yo soy esle grano, d ice, que no debo m orir sino para resucitar, y por mi m uerte y mi resurrección debo reunir todos los pueblos en mi Iglesia. Añadióles también que ello:; mismos debían también m orir como é l , á fin de revi­vir gloriosam ente como é l ; que los que en este m undo aman demasiado su v ida, los que procuran m ucho los gozos y las com odidades, los que no viven sino para los placeres de la v id a , se hacen desgra­ciados para toda la e te rn id ad , y se procuran la muerte e te rn a ; que aquellos que por el contrario tienen una santa aversión á su propia c a rn e , que por am or del

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VZ I'AS.'OX. 183Señor tratan con dureza su cuerpo , que le niegan todas las dulzuras de la v id a , estos la conservan para la eternidad , y se aseguran una felicidad per­durable. Esta máxima es a u s te ra , añadió , ella rebela los sentidos y alarm a al am or propio; pero ¿debe quejarse el siervo de que se le tra te como á su propio señor? y cuando el señor no exige de su siervo mas que lo que ve hacer á él mismo, ¿puede decir que se le exige demasiado? En el m u n d o , el señor manda lo que él no h a c e ; Yo hago siem pre el prim ero lo que mando. En el m undo el siervo no habita nunca en la habitación del señor-, en mi servicio, en cua l­quiera lugar que estoy, allí está también el siervo que me sirve. Viviendo bajo de mis estandartes, hay que combatir, es v e rd ad ; pero la victoria indemniza bien del com bate, y mi Padre que corona todos sus tra ­bajos, colma de gloria á todos los que están en mi servicio. Todo esto será el fru to de mi m uerte; y no penseis, continuó , que aunque la m uerte dolorosa ó ignominiosa que debo sufrir, sea voluntaria y elegida por m í, dejaré por eso de sen tir todos los tem ores, y toda la am argura que le son naturales. La m uerte , los dolores y los oprobios de mi m uerte serán m u ­cho mas sensibles y mas crueles para mi, que podrian serlo para cualquiera o tro que no sea mas que un puro hom bre. La sola im agen de ella que se me re ­presenta, la sola idea que yo me fo rm o, sumerger. ahora mismo mi espíritu en la turbación. La perfecta conformidad se hallaba en tre la voluntad hum ana y la voluntad divina de Jesucristo , no disminuía h vivacidad del sentim iento que debia producir en la parlo inferior la idea de una m uerte cruel, y este sen­timiento tampoco se oponia á la perfecta sumisión

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que tenia á las órdenes de su P adre , á tas que él mismo habia suscrito librem ente. Éranle enteram ente libres al Salvador este pavor, esta turbación q u e aquí manifiesta á la vista de su pasión , del m ism o modo que la que pocos dias despues manifestó en el huerto de los Olivos-, pero quiso sen tir toda su acritud y toda su am argura , como cabeza n u es tra , dice san A gustín, para servir de ejem plo á sus apóstoles, y á tantos millones de m ártires. Muéstrales en esto , que tem e la m uerte com o cualquiera o tro hom bre , dice san C risó sto m o p ero que, p a ra obedecer á su Padre, se hace superior á su pena y á su repugnancia por nuestro amor.

Dirigiéndose entonces el Salvador á su P a d re , en medio de sus discípulos y del pueblo que le escuchaba-. Padre m ió, exclam ó, el h o rro r na tu ra l que tengo á la m uerte en la c ru z , me inclinaría á pediros que me dispensáseis de una m uerte tan ignominiosa y tan c ru e l; pero como yo he venido al m undo para m orir en la c ru z , y por esta m uerte salvar á los hom bres, satisfaciendo de este m odo á vuestra justicia , yo la acepto con todo mi corazon. A cércase, p u es, ya el tiempo de mi sacrificio, para el cual he venido-, y puesto que vos quereis qu e mi m uerte sirva para vuestra g lo ria , yo no pido mas sino que se cumpla vuestra santísima voluntad. H aced, p u es, Señor, que os conozcan vuestras c r ia tu ra s , manifestad á todos los pueblos de la tierra la g randeza de vuestro nom­bre , y pues que deseáis h ace r servir á vuestra gloria la ignominia de mi m u e r te , lo mismo que los traba­jos de mi v ida , d isponed , Señor, según vuestro bene­plácito.

Esta oracion de un Dios que so ofrecía íaa genere-

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sámente á la m uerte por l;i salvación de todos los hom bres, no podía menos de ser oída en el cielo. Respondió en efecto á ella sensiblemente el Padre Eterno, por medio de una voz venida del cielo, que decia : Yo he glorificado ya mi nom bre en t i , envián­dote al m undo, y dando á conocer por la santidad de • ín vida y por el resplandor de tus milagros que eres ¡ni Hijo ; y le glorificaré todavía mas por los prodigios t;ue acompañarán á tu m uerte , á tu resu rrección , á u gloriosa ascensión , y al establecimiento maravi­lloso de tu Iglesia. Oyeron esta voz celestial de una manera bastante inteligible todos los que estaban presentes; pero hirió tan vivamente todos los ánimos, que algunos la tom aron por una especie de tru e n o , y otros creyeron que era la voz de un ángel que habia hablado. El Salvador, que no quería mas que ins­truirles sin satisfacer su curiosidad , les dijo que aquella voz no se habia dirigido precisam ente á é l , sino mas bien á ellos, á fin de que no pudiesen ignorar que él era el Hijo del Altísimo y el M esías, y que no habia venido al mundo sino para santificarle. Esta es la hora, añadió , en que va á hacerse justicia al m undo, y el príncipe de este m undo va á ser a rro ­jado fuera. Quiere dar á entender Jesucristo pG-r estas palabras, que muy pronto iban á ser condenados el espíritu y las m áxim as del m undo, y destruido c3 imperio que hasta allí habia ejercido el demonio en el m undo, por la predicación del Evangelio. A nlesdala muerte de Jesucristo , habia obtenido tal imperio sobre los hombres el demonio, que habia establecido su culto por todo el universo. El verdadero Dios no fra conocido mas que entre los judíos, y aun allí muy ¡in’HTii'damen'e. Ln i lo la lm . y con olía lodo género

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¿le abom inaciones, habia inundado toda la tie r ra : ¡ y cuántas gentes estaban por todas partes poseídas de ella! Mas la m uerte de Jesucristo ha destruido el im­perio del dem onio sobre la tierra. El paganismo, sos­tenido de todas las potestades del m undo , ha caido •. la cruz de Jesucristo ha aniquilado todos los ídolos: el único verdadero Dios ha sido reconocido, adorado y servido por todo el universo. Esto es lo que hizo decir al mismo tiempo al Salvador, que, cuando fuese levantado de la t ie r ra , todo lo atraería á s i ; judíos, gentiles, Griegos, Rom anos, Escitas y bárbaros : el tiem po , intérprete seguro de las profecías, ha hecho ver claram ente la verdad de todo esto. Jamás la fuerza de las arm as dió tantos esclavos á los conquistadores profanos, como adoradores han adquirido á Jesu­cristo las flaquezas de la c ru z , y esta es la maravilla que siguió tan de cerca á su m uerte. El evangelio dice que el Salvador decia esto para dar á entender el género de m uerte de que habia de morir. Compren- diósele b ie n , y las gentes de la m uchedum bre le di­jeron -. ¡Nosotros sabemos por la ley que el Cristo existirá s iem p re ; ¿ c ó m o ,p u e s , dices que C risto, á quien frecuentem ente llam as el Hijo del hom bre, será levantado de la tie rra y concluirá su vida en una cruz? ¿quién es este Hijo del hombre? Aquellas gentes solo consideraban m aterialm ente lo que enseña la E scritu ra , esto es, que el reino del Mesías debe ser eterno ; pero les hubiera sido fácil saber también lo que tan claram ente han predicho la Escritura y los profetas de las circunstancias de la m uerte del Mesías. I‘or tanto el Salvador, que en los que le hacian esta réplica , veia mas ignorancia que malicia ; no con­siderándolos sin em bargo capaces de concebir el

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misterio de su pasión y de su m uerte , se contentó con darles esta respuesta tan saludable : Vosotros te- neis todavía la luz por un poco de tiempo; caminad’ mientras teneis la luz. Como si les dijese: de aquí en-: adelante es ya poco el tiempo que tengo de vivir cor> vosotros-, aprovechaos de esta ventaja, y de la facili­dad que mi presencia visible os da para salvaros, próximo está ya el momento en que los que no h u ­bieren creido en m í, serán abandonadosá sus tinie­blas y á su voluntaria ceguera. Mientras que la luz os a lu m b ra , abridle vuestro espíritu y vuestro cora­zon -, creed las grandes verdades que ella os descubre,, seguid el camino que ella os m uestra , no sea que sorprendidos de la n o c h e , seáis como ciegos que ca­minan sin saber adonde van. La fe simple, humilde y sumisa será para vosotros una luz que os iluminará v y os hará hijos de la luz. Viendo el Salvador la m ala disposición de la m ayor parte de la asam bea, y el designio que tenían de prenderle para complacer á los fariseos, y no habiendo llegado todavía la hora de su m u e rte , se r e t iró , y se sustrajo de ellos. ¡ Qué- desgracia, cuando Jesús can sad o , por decirlo a sí,, incomodado con nuestro endurecim iento , se retira!:

La oracion de la misa de este dia es como sigue :

H aced, Señor, que el pueblo que os está dedicado, ade­lante en el fervor de la p ied a d , á fin de que cuanto mas agradable se liaga á vuestra Majestad por los sagrados ejer­cicios de la relig ió n , merezca recibir mayores dones de- vuestra bondad. Por nuestro Señor J esu cr isto , etc.

La epístola es tomada del profeta Jeremías, cap. 18..

En aquellos d ia s, los jud íos im píos se dijeron mutua­mente : V enid, formemos planes contra el justo : no pos-

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¿le abom inaciones, habia inundado toua la tie r ra : ¡ y cuántas gentes estaban por todas partes poseídas de ella! Mas la m uerte de Jesucristo ha destruido el im­perio del dem onio sobre la tierra. El paganismo, sos­tenido de todas las potestades del m undo , ha caído •. la cruz de Jesucristo ha aniquilado todos los ídolos: el único verdadero Dios ha sido reconocido, adorado y servido por todo el universo. Esto es lo que hizo decir al mismo tiempo al Salvador, que, cuando fuese levantado de la t ie r ra , todo lo atraería á s i ; judíos, gentiles, Griegos, Rom anos, Escitas y bárbaros : el tiem po , intérprete seguro de las profecías, ha hecho ver claram ente la verdad de todo esto. Jamás la fuerza de las arm as dió tantos esclavos á los conquistadores profanos, como adoradores han adquirido á Jesu­cristo las flaquezas de la c ru z , y esta es la maravilla que siguió tan de cerca á su m uerte. El evangelio dice que el Salvador decia esto para dar á entender el género de m uerte de que habia de morir. Compren- diósele b ie n , y las gentes de la m uchedum bre le di­jeron -. ¡Nosotros sabemos por la ley que el Cristo existirá s iem p re ; ¿ c ó m o ,p u e s , dices que C risto, á quien frecuentem ente llam as el Hijo del hom bre, será levantado de la tie rra y concluirá su vida en una cruz? ¿quién es este Hijo del hombre? Aquellas gentes solo consideraban m aterialm ente lo que enseña la E scritu ra , esto es, que el reino del Mesías debe ser eterno ; pero les hubiera sido fácil saber también lo que tan claram ente han predicho la Escritura y los profetas de las circunstancias de la m uerte del Mesías. I‘or tanto el Salvador, que en los que le hacian esta réplica , veia mas ignorancia que malicia ; no con­siderándolos sin em bargo capaces de concebir el

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misterio do su pasión y de su m uerte , se contentó con darles esta respuesta tan saludable : Vosotros te- neis todavía la luz por un poco de tiempo; caminad’ mientras teneis la luz. Como si les dijese: de aquí en-: adelante es ya poco el tiempo que tengo de vivir cor> vosotros-, aprovechaos de esta ventaja, y de la facili­dad que mi presencia visible os da para salvaros, próximo está ya el momento en que los que no h u ­bieren creido en m í, serán abandonadosá sus tinie­blas y á su voluntaria ceguera. Mientras que la luz os a lu m b ra , abridle vuestro espíritu y vuestro cora­zon -, creed las grandes verdades que ella os descubre,, seguid el camino que ella os m uestra , no sea que sorprendidos de la n o c h e , seáis como ciegos que ca­minan sin saber adonde van. La fe simple, humilde y sumisa será para vosotros una luz que os iluminará v y os hará hijos de la luz. Viendo el Salvador la m ala disposición de la m ayor parte de la asam bea, y el designio que tenian de prenderle para complacer á los fariseos, y no habiendo llegado todavía la hora de su m u e rte , se r e t iró , y se sustrajo de ellos. ¡ Qué- desgracia, cuando Jesús can sad o , por decirlo a sí,, incomodado con nuestro endurecim iento , se retira!:

La oracion de la misa de este dia es como sigue :

H aced, Señor, que el pueblo que os está dedicado, ade­lante en el fervor de la p ied a d , á fin de que cuanto mas agradable se liaga á vuestra Majestad por los sagrados ejer­cicios de la relig ió n , merezca recibir mayores dones de- vuestra bondad. Por nuestro Señor J esu cr isto , etc.

La epístola es tomada del profeta Jeremías, cap. 18..

En aquellos d ia s, ios jud íos im píos se dijeron mutua­mente : V enid, formemos planes contra el justo : no pos-

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oslo careceremos de sacerdotes q u e nos enseñen la le y , ni de sabios que nos aconsejen, ni d e profetas que nos anuncien la palabra del Señor. Venid , m altratém osle con los tiros de nuestras lenguas, y no llagamos ca so de todos sus discursos. Señor, lijad vuestra vista sobre m í , y atended á las palabras de mis enem igos. ¿Acaso se v u e lv e mal por b ien , pues que lian cavado una hoya para h acerm e caer en ella? Acordaos que me lie presentado delante d e vos para suplicaros que tuvieseis misericordia con e l lo s , y que apartaseis de ellos vuestra indignación. Por esto abandonad sus hijos al ham­b re , y haced! >s pasar al lilo d e la esp ad a; pierdan sus m ujeres, sus h ijos, y ellas m ism a s queden viudas; sean entregados á la m uerte su s m a r id o s , y sus jóvenes sean pasados á cuchillo en el com bate; resuenen sus casas con los gritos v los lam entos; porque v o s haréis caer sobre ellos repentinam ente el ladrón, porque han cavado una boya para hacerme caer en e lla , y han ten d id o y escondido lazos bajo de mis piés. Mas v o s , Señor, co n o céis todos los designios de muerte que han formado con tra mí. No les perdonéis su in iqu idad, ni se borre jam ás s u pecado delante de vues­tros ojos : sean arruinados en v u estra presencia , y tratadlos según vueslra severidad en e l tiem p o de vuestro furor, Señor Dios nuestro.

NOTA.

« Lo que dice aquí el p ro fe ta á m anera de im pre- n cac ion , y al parecer com o por un deseo de ven- » ganza, es una simple p red icc ió n , cuya verdad y » efecto conocía el profeta. D ice que les suceda esto, '> en lugar de decir, esto les sucederá . Esle modo de » hablar es familiar á los p ro fe ta s . Por la expresión » de ladrón, entiende Je rem ías á Nabucodonosor, que ) m uy pronto despues c o n q u is tó y se apoderó sin ) ningún derecho de toda la Judea. Todas estas des- j gracias que predice el p r o f e ta , y que él mismo ■ vió suceder, eran la fig u ra de las desgracias infi- i n itas que debían suceder á los judíos en castigo

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o del horrible deicidio cometido en la persona del » Mesías. »

REFLEXIONES.

Venid, maltratémosle con los Uros de nuestras len- c ,im ,y no hagamos caso alguno de todos sus discursos. üé aquí á lo que se reduce todo el o d io , toda la rabia de los enemigos de la virtud contra los buenos. Un desprecio insolente de sus sabios consejos y de sus buenos ejemplos, zumbas picantes, empalagosos chis- íes, discursos extravagantes, negras calum nias; hé aquí las arm as, hé aquí los medios m iserables, de que el m undo, el libertinaje y la herejía se sirven para vengarse del agravio que les hace la verdadera v irtud con su exacta probidad , y del disgusto que les causan ias gentes de bien con la pureza de sus costum bres, con el resplandor de sus grandes ejemplos. No haga­mos caso alguno de todos sus discursos. Una vida m ó­cenle , una conducta irreprensible y re lig iosa, una sólida devocion, son lecciones m u d as , pero elocuen­tes y patéticas, de que los mundanos y los libertinos no pueden gustar, y que les incomodan por la conti­nua censura que hacen de sus extravíos y de su insigne locura. Pregúntase ¿ de dónde nacc que los impíos hayan estado siempre de tan mal hum or con­tra las personas piadosas, no obstante que la m odes­tia y la moderación de estas, igualm ente que su espíritu de retiro y de soledad, debiesen ponerlas al abrigo del encono de los libertinos? Pero ¿quién no ve que esto m ism o, quiero decir, esta regularidad de costum bres, esta conducta tan edificante, es lo queencicnde su bilis? Este contraste pone enteram ente de manifiesto lo que hay de- mas irrelig ioso, de mas

RE PAS'ON. 43Í)

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defectuoso, y de mas indigno e n la desarreglada con- duela de las personas m undanas, y el brillo inamisi­ble de la virtud penetra b as ta el fondo de su con­ciencia, y causa , á pesar su y o , en ella crueles rem ordim ientos. Irritados furiosam ente contra los que vienen á tu rbar así su funesto re p o so , se arre­batan , se a lte ra n , conspiran co n tra el ju s to , y quer- rian exterm inarle de sobre la faz d é la tierra, para no verse turbados en su falsa seguridad . Kn defecto de otras a rm a s , emplean los tiro s de sus lenguas para herirles. No hay acción lim pia que ellos no enne­grezcan •, no hay obra buena q u e no desacrediten ; no hay práctica de piedad de qu e no se mofen necia­m ente. Si su negra malicia n o puede oscurecer una conducta y una probidad q u e aplaude todo hombre racional, se agarran á la in tención y á los m otivos, y viéndose tan horrorosos y ta n disformes á los ojos ̂cristianos, querrían por lo m enos persuadir á los simples que no hay verdadera v irtud sobre la tierra.De aquí aquellas m urm uraciones, aquellos discursos irreligiosos, aquellas calum nias horribles. Pero ¿qué puede toda su malignidad c o n tra la verdadera virtud? Ella no puede oscurecerse s in o á los espíritus ciegos.Lo que hace la virtud en el corazon corrom pido de los libertinos, lo hace la v e rd a d en el esp íritu dañado de los h ere jes; es el e sp ír itu del e rro r el que les anima contra ios católicos ̂ sus eternas calumnias prueban sus extravíos y su s e rro res . /

E l evangelio de la misa es tomado del de san Lucas,cap . -12. :

En aquel tiem po, pensaron lo s príncipes de los sacerdotes dar la m uerte á Lázaro; p o rq u e á causa de é l , muchos ju- |

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B E PASION.

dios Ies dejaban, y creían en Jesús. Al olro dia unalurú;* numerosa que habia venido para la fiesta, habiendo oid<t decir que Jesús venia á Jeru sa len , tomó ramas de pailitas t y le salió al encuentro clamando : Hosanna, bendito se ¡ \ ’cl rey de Israel que viene en el nombre del Señor. Y Jesús, encontró un borriquito, y se montó en é l , según lo que eslá* escrito : No tem as, hija de S ion , hé aquí tu Rey que viene, montado en un asnillo. Los discípulos no entendieron esto* al pronto, sino euando Jesús fué glorificado; entonces s o acordaron que estas cosas habian sido escritas de é l, y qm>. todas le habian así sucedido. Las gentes que le acompañabais* cuando mando á Lázaro que saliese del sep u lcro , y le resu - ciló de entre los m uertos, daban testimonio de él. Por esto.,, porque el pueblo habia oido que habia obrado este portento* salieron á encontrarle. D ijéron se, p u es , los fariseos recí­procamente-. ¿No veis que nada hacem os, ni aprovechamos cosa alguna5Ved,pues,co:ii!) lodo el mundo le sigue.A lgunos ■ de los gentiles que habian venido para adorar en el dia de la Íiesla, se acercaron á Felipe que era de Belhsaida en C ib ­ica , y le rogaron, diciéndole : Señor, nosotros desearíam os ver á Jesús. Felipe f u é , y se lo dijo á A ndrés, y Andrés y Felipe se lo dijeron á Jesús. Jesús, p u es , les dió esla res­puesta : Ha llegado el tiempo en que el Hijo del hombre va» á ser glorificado. En verdad os digo que si el grano de trigo,, sembrado en la (ierra no m u ere, se quedará solo; pero si' m uere, llevará mucho fruto. El que ama su vida, la perderá mas el que en este mundo aborrece su v id a , la asegura para la vida eterna. Si hay alguno que pertenezca á mis^ siervos, que me siga; y en cualquiera parte que yo estoy,., allí eslará también mi siervo. Si alguno se dedica á mi ser­vicio, mi Padre le ensalzará con honor. Ahora mi espíritu está turbado, ¿y qué diré yo? Padre, salvadme de esta hora; pero precisamente por esla hora he venido. Padre mió glorificad vuestro nombre. Al instante vino una voz del cielo (que d ijo ): Yo le he glorificado, y le glorificaré todavía. La turba que estaba a l l í , y que habia oido el ru ido, decia quor habia sido un trueno. Otros deeian : es un ángel que le ha hablado. Entonces respondió Jesús : No ha sido por mí por quien se ha hecho oir esta voz, sino por vosotros. Ahora se ■ya á hacer el juicio del m undo; ahora va á ser arrojado-.

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f \1 SABADO

fuera el príncipe de este y cuando yo fuere elevadode la tierra, todo lo atra-sr* A vní (decia esto para significar qué género de muerte liab a de sufrir). Dijéronle algunos de la m uchedum bre: Nosotros hemo-, o.do según la ley que el Cristo perm anece eternamente: ¿cómo. pues, dices tú que conviene que sea exaltado el Hijo del hombre? ¿quién es este Mijo del hombre? A esto les dijo J e sú s : Todavía teneis entre vosotros la luz por un poco de tiempo. Caminad mien­tras tenéis lu z , no sea que la noche os sorprenda: el que camina en las tinieblas no sabe por dónde va : mientras tenéis lu z , creed en la lu z , á fin de que seáis hijos de la luz. Esto es lo que dijo Jesús; en seguida se retiró , y se escon­dió de ellos.

MEDITACION.

Oí- L JJOlVriFiCACiON DEL CUEIU-O.

pu.vro riiDiEiio.

Considera que !a maceracion de la carne no es únicam ente la virtud de los desiertos y de los claus­tros ; fru to es de la penitencia que crece en todas las t ie r ra s , y sed a en todas las estaciones. Llevamos con nosotros un cuerpo de pecado, que es preciso des­tru ir crucificándole con Jesucristo. Nuestros sentidos están de inteligencia con el enemigo de nuestra salva­ción ; no hay uno que no sea, por decirlo a sí, para nosotros una ocasion de pecado, ninguno que no nos tienda lazos. La m uerte ha entrado en nuestras ca sa s , dice el P ro fe ta , porque ha subido por nuestras ventanas. Desengañémonos, no es posible conser­varse en la inocencia sin la mortificación de los sen­tidos. Es necesario m acerar la carne con los ayunos y las austeridades; es indispensable que el recato y la modestia sean como un freno que contenga la licencia de los oios5 ñor donde se desliza el veneno

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mas sutil hasta el alma. El contagio apoderado ya cío los sentidos, garia muy pronto el corazon.

Son en verdad temibles nuestras pasiones; sin em ­bargo , apenas deben su fuerza á o tra cosa que á nuestra inm crhíicacion. Nuestra sensualidad es la que Jas n u tre ; se rebelan contra noso tros, luego que nos­otros les damos las arm as. Detestemos sus perni­ciosos designios todo lo que gustárem os; hagamos resoluciones cuanto quisiéremos-, el medio de enfla­quecer este enemigo in terio r es m acerar la ca rn e , mortificar los sen tidos, llevar una vida penitente. Si se quita esta ce rca , ¿qué extraño es que la vina quede expuesta al robo , que los pasajeros la p isen , que todo género de anim ales pasen por ella? El que mantiene delicadamente á su esclavo, dice el S abio , le verá muy pronto rebelarse contra él. El alma se resiente siempre de la disposición del cuerpo -. bús- canse en todo sus com odidades; llévase una vida blanda y sen su a l: ú n a n se los mas bellos dias en las delicias y en la ociosidad; nada se niega á los senti­dos; refínase todavía sobre la misma delicadeza; ¿y se quiere que la concupiscencia no diga una palabra, que las pasiones estén sometidas á la razó n , que al tiempo mismo que por todas partes se enciende ei fu eg o , pueda uno pasearse sin sentir ni aun el calor, como en medio del horno de Babilonia? Contar ccn seme­jantes m ilagros, ¿no es quererse a tu rd ir para per­derse con menos rem ordim ientos? ¡Y me quejo y o , Señor, me adm iro después de esto de mis enferm e­dades y de mis cu idas!

DE PASIO.V i 'j.'i

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SÁBADO

PUNTO SEGUIDO.

Considera si hay uno so lo en tre los graneles santos <¡ue forman el objeto de n u es tra veneración, y que la Iglesia nos propone todos los dias por m odelos, que no haya mortificado sus sen tidos, m acerado su carne, y llevado una vida au ste ra . Los que no habian jamás perdido su inocencia, com o los que habian pecado•, los que vivian en el m u n d o , como los que estaban "en los desiertos •, el p asto r y el a r te sa n o , como los que habian nacido entre el esplendor del trono , todos lian crucificado su c u e rp o , y no hay uno que no haya practicado la penitencia. N osotros nos espantamos al solo nom bre de m ortificación; la abstinencia y el ayuno de Cuaresma se n o s re sis ten ; ¿ y pretendemos salvarnos? ¿esperam os to d o s ser santos? ¡ Qué con­fianza mas p resu n tu o sa !

San Eduardo es jo v e n , es rey , su vida ha sido siem pre p u ra é inocente; y san Eduardo ayuna, ma­cera su carne , vive en treg ad o á una austera peni­tencia , y en el dia de hoy son pocas las gentes del m undo que no tengan h o rro r a la s austeridades. Edad, condicion, motivo de s a lu d , negocios, em pleos, de­licadeza de tem p eram en to , todo clam a por dispensa. La religión no ha envejec ido , la m oral de Jesucristo ro se ha m udado , los sentidos no se han hecho menos enem igos, el te n ta d o r no se ha cansado , la> pasiones no están ex tingu idas. ¿ Somos acaso nos­otros mas privilegiados? ¿Se ha ensanchado el camino del cielo? Digámoslo m e jo r , ¿habrá m uchos que se salven?

i Cosa extraña! Una jo v en va á sepultarse en un

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claustro con toda su inocencia , y se consum e á fuerza de austeridades para m erecer el cielo-, y su herm ana, entregada á todos los pasatiempos del m undo, pasa sus dias en tre la molicie y los placeres, y no puede oir hablar de ay u n o , de mortificación de los sentidos, de cu a re sm a ; ciertam ente una de las »’.os va mal : consultem os el Evangelio, y sabrem os ruü de las dos es la que está en el camino de per- (’cion.

Al abrigo de las borrascas, lejos de los escollos, ¿on las pasiones cuasi extinguidas en el estado reli­gioso , estas alm as puras no creen todavía poder labrar su salvación sin el auxilio de la penitencia ; y almas llenas de pecados, esclavas de las pasiones mas peligrosas, en medio de los m ayores peligros; creen poder pasar sin esta sal que impide la corrup­ción , sin estos rem edios tan saludables contra el contagio, sin estas arm as tan necesarias contra el enemigo de la salvación, sin estos frutos dignos de penitencia. ¡Qué ilusión! ¡qué extravagancia!

Conozco, Señor, la necesidad de estos poderosos auxilios, y mi pasada delicadeza, cubriéndom e de confusion, me hace todavía conocer mas la indis­pensable necesidad que tengo de hacer penitencia : desde este momento declaro la guerra á mi am or propio y á mis sentidos, y lleno de confianza en vuestra m isericordia, espero que una completa vic­toria será muy pronto el fru to de las resoiucione i que hago ahora.

JACULATORIAS.

Si, mi dulce Jesús, clavado estoy en la cruz con ? y no me separaré ya jam ás de ella. Galat. 2.

DE PASION. '14ü

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Yo lo v eo , Salvador mió Jesucristo , y no puedo d u d a rlo , que no hay ninguno de los que son verda­deram ente v u e s tro s , que no haya civ.ciíicado su carne con sus vicios y concupiscencias. Ibid.

PROPOSITOS.

1.° De todo lo que habéis leído^ y do todas las reflexiones que acabais de hacer, concluid que la mortificación del cuerpo os es absolutamente nece­saria , y haceos cargo cuál es el error y el peligro en que están todos los que pasan su vida en el regalo, que reíinan hasta la delicadeza, y á quienes la absti­nencia , el a y u n o , y las demás ausleridadc:> corpo­rales asustan. No olvidéis nunca aquellas hermosas palabras de san Pablo, el oráculo que acabais de leer : Los que pertenecen á Jesucristo, han crucificado su carne; luego ¿ á quién pertenecerán los que la tra tan tan delicadam ente? ¿de quién son discípulos? Desengañémonos, puesto que esas m ujeres m unda­nas , esos grandes del siglo, esas personas de calidad, esas gentes del m undo , son de la misma religión do los san tos, preciso es que como los santos lleven una vida crucificada. Considerad hoy cuáles son vues­tra s prácticas sobre este punto. Reglad con el parecer de vuestro director las penitencias exteriores que : nbiéreis de h ace r, y no paséis dia alguno c l l hacer . Iguna mortificación corporal.

2.° Los ayunos de la Iglesia y las abstinencias de , recepto deben ocupar el primer lugar. ¡ Qué irreli­gión el dispensarse de ellos, porque uno es joven, porque tiene un temperamento delicado, porque es (1-í , porque goza de una salud d éb il; mientras que estas saludes tan flacas, estas delicadezas de

I4Í) s á b a d o

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DE iViSIOrí.

temperamento tienen bai lante fuerza para pasar las tres y las seis horas en el ju e g o , con una intensa aplicación de cuerpo y de espíritu que gastaría la salud mas robusta! El ayuno incom oda, se d ice, la cuaresma enflaquece; m iserable razón, y aun ridicula para quien es cristiano. ¿Es acaso Ja penitencia una sensualidad? ¿Pretendes acaso lisonjear el gusto , y alimentar el am or del placer, cuando se hace peni­tencia? No os dispenséis jam ás de las abstinencias y de los ayunos de precepto sin una extrem a necesidad, y aun entonces tra tad de reem plazar por alguna buena obra trabajosa el ayuno y la abstinencia d i que os habéis dispensado. Ko os contentéis con las penitencias de obligación; informaos de vuestro direc­tor cuáles podéis hacer de elección y de superero­gación todos los añ o s, todos los m eses, todas las semanas-, si consideráis áv u estro amor propio , no hay mortificación alguna que os convenga, porque ninguna hay que no le sea contraria. Incomódase lauto por el mundo y por la diversión, ¿y no.se ha de hacer nada , nada se ha de sufrir por salvarse ?

•SEMANA SANTA.

La semana que precede inm ediatam ente al dia de Pascua ha sido m irada desde el principio de la Iglesia entre los fieles como el tiempo mas santo del a ñ o , y que exige de nosotros m as devocion y san tidad , á causa de los grandes m isterios cuya memoria celebra la Iglesia, en atención á los que se ha lla­mado en todo tiempo Sem ana santa por excelencia.

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Yo lo v eo , Salvador mió Jesucristo , y no puedo d u d a rlo , que no hay ninguno de los que son verda­deram ente v u e s tro s , que no haya civ.ciíicado su carne con sus vicios y concupiscencias. Ibid.

PROPOSITOS.

1.° De todo lo que habéis leído^ y do todas las reflexiones que acabais de hacer, concluid que la mortificación del cuerpo os es absolutamente nece­saria , y haceos cargo cuál es el error y el peligro en que están todos los que pasan su vida en el regalo, que reíinan hasta la delicadeza, y á quienes la absti­nencia , el a y u n o , y las demás ausleridade:> corpo­rales asustan. No olvidéis nunca aquellas hermosas palabras de san Pablo, el oráculo que acabais de leer : Los que pertenecen á Jesucristo, han crucificado su carne; luego ¿ á quién pertenecerán los que la tra tan tan delicadam ente? ¿de quién son discípulos? Desengañémonos, puesto que esas m ujeres m unda­nas , esos grandes del siglo, esas personas de calidad, esas gentes del m undo , son de la misma religión de los san tos, preciso es que como los santos lleven una vida crucificada. Considerad hoy cuáles son vues­tra s prácticas sobre este punto. Reglad con el parecer de vuestro director las penitencias exteriores que : ubiéreis de h ace r, y no paséis dia alguno c l l hacer . Iguna mortificación corporal.

2.° Los ayunos de la Iglesia y las abstinencias de , recepto deben ocupar el primer lugar. ¡ Qué irreli­gión el di-pensarse de ellos, porque uno es joven, porque tiene un temperamento delicado, porque es (1-í , porque goza de una salud d éb il; mientras que estas saludes tan flanas, estas delicadezas de

I4Í) s á b a d o

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DE iViSIOrí.

temperamento tienen bai lante fuerza para pasar las tres y las seis horas en el ju e g o , con una intensa aplicación de cuerpo y de espirita que gastaría la salud mas robusta! El ayuno incom oda, se d ice, la cuaresma enflaquece; m iserable razón, y aun ridicula para quien es cristiano. ¿Es acaso Ja penitencia una sensualidad? ¿Pretendes acaso lisonjear el gusto , y alimentar el am or del placer, cuando se hace peni­tencia? No os dispenséis jam ás de las abstinencias y de los ayunos de precepto sin una extrem a necesidad, y aun entonces tra tad de reem plazar por alguna buena obra trabajosa el ayuno y la abstinencia d i que os habéis dispensado. Ko os contentéis con las penitencias de obligación; informaos de vuestro direc­tor cuáles podéis hacer de elección y de superero­gación todos los añ o s, todos los m eses, todas las semanas-, si consideráis áv u estro amor propio , no hay mortificación alguna que os convenga, porque ninguna hay que no le sea contraria. Incomódase lauto por el mundo y por la diversión, ¿y no.se ha de hacer nada , nada se ha de sufrir por salvarse ?

•SEMANA SANTA.

La semana que precede inm ediatam ente al dia de Pascua ha sido m irada desde el principio de la Iglesia entre los fieles como el tiempo mas santo del a ñ o , y que exige de nosotros m as devocion y san tidad , á causa de los grandes m isterios cuya memoria celebra la Iglesia, en atención á los que se ha lla­mado en todo tiempo Sem ana santa por excelencia.

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Hánsele dado también otros m uchos nom bres. Euse- bio habla de ella bajo del nom bre de semana de las Vigilias, porque se pasaban cuasi todas las noches enteras en ejercicios de piedad para honrar la pasión del Salvador, y particularm ente aquella nochfc cruel en la que se hicieron sufrir á Jesucristo tantos tor­m entos, y se le hartó de oprobios. En aquella noche fué cuando se entregó á aquella m ortal tristeza que je hizo sudar hasta sangre-, en aquella noche fué cuando fue vendido por el apóstol apósta ta ; preso y atado como un m alvado; arrastrado por las calles de Jerusa len ; llevado de tribunal en trib u n a l; abofe­teado-, cubierto de llagas y de salivas-, abandonado, en fin , á la insolente barbarie de los soldados, los cuales ejercieron toda la noche sobre su sagrada per­sona cuanto la impiedad mas desenfrenada, la inso­lencia mas desm edida, la crueldad mas desencade­n ada , pudo hacerle sufrir de doloroso y de infame. Para honrar estos tormentos nocturnos del Salvador, por espacio de muchos siglos pasaban los fieles todas las noches de la Semana santa en oraciones, en peni­tencia y en ejercicios de piedad , v e s te fué el motivo porque se dio á esta semana el nom bre de semana de las Vigilias. Hállase también apellidada con el nom bre de P enal, ó según el vulgo de Francia la sem ana Penosa, á causa de las penas y de los dolores de Jesucristo , y en este sentido los Griegos ia han llam ado, dias de dolores, dias de cruces, dias de suplicios, y los Latinos semana laboriosa y dias de trabajos. Llamóse también semana de indulgencia, en razón de que estos son ios dias de las grandes misericordias del Salvador, y en que .se recibían los penitentes á la absolución, y en seguida á la comunion de los fieles.

l / i .8 SEMANA

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Pero el nom bre de Semana santa y Je Semana mayor es el que se ha hecho universal en toda la Iglesia. Si se liama Semana mayor, no e s , dice san Crisóstomo, porque tenga mas dias que las o tra s , ni porque sus dias sean mas largos, sino porque Jesucristo ha obrado en ella los mas grandes mis­terios. Ha librado á los hombres de la tiranía del demonio-, ha satisfecho plenamente á la justicia divina por nuestros pecados; ha instituido el divino sacri­ficio; nos ha vuelto la v id a , como lo hizo consigo m ism o, según la expresión de san Pablo , rem itién­donos todos nuestros pecados -, ha borrado el acta que estaba escrita contra nosotros, el decreto que nos condenaba, y le ha anulado clavándole en la c ru z ; ha conseguido les despojos de los principados y de las potestades, triunfando de ellas en su persona. Esto es lo que ha hecho que se llame á esla sem ana, la Semana m ayor; y esta es la razón, añade san Cri- sóstomo, porque muchos heles aumentan en estos dias sus piadosos ejercicios. « Algunos hacen ayunos austeros, d ice, otros la pasan en vigilias continuas, y otros hacen grandes limosnas. Los em peradores mismos honran esta semana y conceden vacaciones á todcs los m agistrados, á fin de que libres de los cuidados del mundo pasen estos dias dedicados al culto de Dios. Honran también estos d ias, enviando á lodas partes despachos por los cuales ordenan quo • abran las puertas de las prisiones. Honremos (sigue ilcmpre hablando san Crisóstomo), honremos, pues, estos d ia s , concluye, y en lugar de ram os y de palm as, ofrezcamos nuestro corazon á Jesucristo. »

La Semana santa se ha considerado siempre como una semana de mortificación y de penitencia. Desde

SANTA. 149

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los prim eros sig los, los ayunos eran mas largos y las abstinencias m as rigorosas. Mingan cristiano, por poco zeloso que fuese, se dispensaba de este rigor salu­dable. Algunos pasaban mas de un dia sin com er; apenas habia uno que no añadiese algunas otras austeridades á su ayuno. San Dionisio, obispo de /•■lejandria, testifica que le era muy extraño que s e ' ¡íaiiascn gentes que en ei viernes y sábado santo se contentasen con el ayuno ordinario de los demás días. San Epifanio liama á la Semana santa., la semana de las xerophagias ó de los ayunos rigorosos, esto e s , en la que los ayunos estaban reducidos á pan y agua, ó á lo mas á frutas secas sin condimento ni delicadeza. Las constituciones apostólicas dicen que por espacio de seis dias no se comia mas que p an , agua, sal y hortalizas; en las mismas es llamada la Semana sa n ta , semana de Pascua, esto e s , la semana que servia de preparación á esta gran solemnidad. A la verdad , la observancia de esta xerophagia , ó abstinencia de legum bres, de lacticinios y de pes­cado , no era de p recep to , como pretendían los mo­nasterios ; pero era tan generalm ente p racticada, que era vergonzoso el dispensarse de ella. En la sucesión de los tiempos quedó reducida á los dos dias que preceden á la víspera de Pascua , despues única­mente al Viernes san to , y aun esto el dia de hoy no se observa m uy escrupulosam ente (i).

Las vigilias acompañaban á los grandes ayunos de la Semana san ta; la mas considerable era la del Jueves al Viernes santo. Esta se observa todavía por un gran núm ero de personas religiosas que pasan toda

(l) En el dia solo se observa en a’gcnai c o reunida;] es reli­giosas.

i 5 0 SEMA?!.!

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la noche en oracion delante del Santísimo Sacra­m ento , para honrar allí con sus oraciones y con los ejercicios de su piedad las humillaciones del Salvador, y iodo lo que to leró de mas ignominioso y mas aflic­tivo en toda la noche que precedió á su m uerte , y que siguió á la institución de la adorable Eucaristía.

En los prim eros siglos de la Iglesia toda la Semana sarita era festiva, lo mismo que la que la sigue, á causa de la m uerte y de la resurrección de Jesucristo, que se celebraba en estas dos semanas. Así se lee en las constituciones apostólicas. .Phocio, en el com­pendio de las leyes imperiales y de los cánones, dice que la quincena de Pascua era festiva, y el papa Gregorio IX, en su decretal de las fiestas, cuenta también estos quince dias como festivos de obligación. San Crisóstomo dice que no solam ente los pastores de la Iglesia mandaban á los fieles honrar y santificar la Semana san ta , sino que tam bién los em peradores lo ordenaban en toda la t ie r r a , haciendo suspender las causas y los procedim ientos crim inales, y dejar todos los negocios civiles y seculares , á fin de qnc estos santos dias quedasen libres de la confusion, de las disputas y de los em barazos de los procesos, y de todo otro bullicio que hubiera podido impedir eS que se empleasen con sosiego y tranquilidad en ia piedad, en el culto de la re lig ión , en los ejercicios de la penitencia y en las buenas obras. No sola entre los Griegos fueron entredichas toda obra servil y toda abogacía, durante la quincena de Pascua- también los Latinos observaban religiosísimamente la fiesta de la Semana santa y de ia siguiente, con obli­gación de guardarla, y asi se hacia en Italia, en Francia y en España. Mas adelante se permitió al pueblo el

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trabajo de m anos, contentándose con prohibir todoejercicio forense en toda esta sem ana.

La Semana santa se ha considerado siempre como un tiempo de indulgencia y de perdón. Los príncipes y los magistrados cristianos, teniendo presente eí perdón y las gracias que Dios concede á los hom bres por los ̂ méritos de la m uerte d e Jesucristo , hacían abrir las prisiones durante estos dias de las miseri­cordias divinas, y conform ando, por decirlo a s í , su policía con la de la Igesia que en estos dias recon­ciliaba los penitentes en el a lta r , ellos perdonaban á los. criminales y les absolvían. San Crisóstomo nos refiere que el em perador Teodosio enviaba despachos de remisión á todas las ciudades para que se pusiese en libertad á los presos, y se concediese la vida á los r e o s , en los días que preceden á la gran fiesta de Pascua. También era costum bre en Francia desde el siglo séptimo conceder sem ejantes gracias á los cri­minales en la Semana .santa. Habiendo resuelto el rey Carlos VI castigar algunos rebeldes, que se cus­todiaban estrecham ente en las prisiones, mandó sin embargo que se les diese lib e r ta d , porque ocurrió la Semana santa. Esta costum bre no está del todo abo­lida. El Martes san to , que es el último dia de audien­cia , se trasíiere el parlam ento á las prisiones del p :Jac io ; allí se hace un in terrogatorio á los presos, y se da libertad á una gran parte de aquellos cuyas cau­sas son mas favorables. Lo mismo se hace todavía en Francia el dia que precede á la vigilia de Navidad y á la de Pentecostés (t). De todo lo que acaba de de-

(1) Eslo mismo se practica en España en todas las audiencia» i y á mas se conserva la piadosa costum bre de presentar al rey e! Viernes santo tres causas de reos de pena capital, y sobre la que

152 SEMANA

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cirse , se puede venir en conocimento de la veneración singular que los fieles han profesado siempre á esta semana privilegiada, en la cual se han obrado los mas grapdes misterios de nuestra religión, y en la que también el Señor derram a tan abundantem ente los tesoros de sus grandes misericordias sobre todos los íieles. Todo nos inclina á pasarla con aquel espíritu de religión que de-be anim ar todos los actos de ella. La elección y la celebridad délos oficios; la majestad misteriosa de las ceremonias ■, el luto universal de la Iglesia, todo nos predica la compunción , la con tri­ción , la penitencia, todo nos instruye. Son estos dias santos por ios grandes misterios que en ellos se cele­bran ; pero cada uno debe santificarlos por medio de ejercicios santos. Son dias de indulgencia, dice san Crisóstomo; ¿ y se negará un cristiano á perdonar? Los em peradores romanos, por un efecto de su piedad y por una observancia ya an tigua , dice el grande san León, abaten y suspenden todo su poder en honor de la pasión y de la resurrección de Jesucristo ; endul­zan la severidad de sus leyes, y hacen gracia á aque­llos que son reos de diversos crímenes. Justo e s , continúa el mismo p a d re , que los pueblos cristianos imiten también á sus príncipes, y que estos grandes ejemplos de clemencia les estimulen á usar entre sí, de indulgencia en la coyuntura favorable de an tiempo tan san to , puesto que las leyes domésticas 110 deben ser mas inhum anas que las leyes públicas. P re­ciso es , pues, perdonarse recíprocam ente, rem itirse las ofensas y las deudas, reconciliarse, y ren u n cia rá todo resentim iento, si se quiere tener parte en las

S. M- pone la mano al tiempo de la adoracion do la cru z , queda el reo contenido en ella absuetlo de esta pena.

SANTA. 153

9.

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gracias que Jesucristo nos ha merecido con su pasión ; y si querem os que nos perdone nuestras deudas, perdonemos nosotros á nuestros deudores, y per­donemos de lo íntimo de nuestro corazon todas las injurias.

154 SEMANA SANTA,

DOMINGO DE RAMOS.

Pocos domingos hay en todo el auo mas solemnes en la Iglesia que el domingo de Ram os, y ninguno tal vez en que la religión se presente con .mas brillo , y en que la fe y la piedad de los fieles se haga mas sen­sible. La Iglesia ha creido que debia honrar con un culto particular la entrada triunfante que Jesucristo hizo en la ciudad de Jerusalen cinco dias antes de su m u e r te , porque está persuadida que no carece de misterio. Asi es que desde que la Iglesia se víó en li­bertad por la conversión de los em peradores á la fe de Jesucristo , instituyó esta festividad. La ceremonia de las pa lm as, ó de los ram os benditos, de que la acom pañó, no fué mas que el símbolo de las disposi­ciones interiores con que los fieles deben ce leb ra rla , y una justa representación de la entrada triunfante que hizo el Salvador en Jerusa len , y que los santos padres m iran como una figura de su entrada triun­fante en la Jerusalen celestial.

La bendición de las palmas y de los ram os, la pro­cesión pública en que se llevan las palm as, han sido siempre tan solemnes en la Iglesia , que los solitarioí y los monjes que se retiraban á lo interior de los de­siertos despues de la Epifanía, para prepararse á la

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t r a n fiesta de Pascua lejos de todo comercio h u ­mano , no dejaban de volver á su m onasterio , para •celebrar la de Ramos con sus herm anos; y despues de haber asistido á la procesión con su palm a, se ¡volvían á su soledad, para pasar allí toda la Semana 'santa, entregados á la penitencia y á la contemplación de los misterios de la pasión.

Puédese fácilmente concebir cuál ha sido el motiv;* que ha tenido la iglesia en la institución de esta fiesta y lo que se ha propuesto en la ceremonia de lo; ramos. Q uiere, en prim er lugar, honrar la brillan!;) entrada de Jesucristo en Jerusalen entre los gritos de a leg ría , los aplausos y las aclam aciones del p u eb lo ; quiere por un culto verdaderam ente religioso, y por un homenaje sincero de todos los corazones cristia­nos, suplir, por decirlo a s í,’ lo que faltaba á un triunfo puram ente ex terior, seguido pocos dias des­pues de la mas negra y de la mas infame perfidia. Con este espíritu de religión deben recibirse y llevarse los ram os, y debe asistirse á todas las ceremonias de estos dias, conformándose así con las intenciones déla Iglesia. Las mismas bocas que en este dia clamaban : Salud, gloria y bendición al hijo de David, que viene en el nombre del Señor, al Rey de Is rae l, al M esías, gritaban cinco dias despues : Quítalo, quítalo de de­lante de n o so tros; sea crucificado cual lo merece un m alvado; sea clavado en una c ru z , como si hubiese sido el mas perverso de todos los hombres. Para re­parar esta cruel impiedad qui-ere la Iglesia que todo.5 sus hijos reciban en triunfo á su divino Salvador, y resarzan en alguna m anera la superficial y falsa re­cepción de los pérfidos judíos.

Pero ninguna cosa ofrece una idea mas justa dt

DOMINGO DE RAMOS. 4 5 3

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gracias que Jesucristo nos ha merecido con su pasión ; y si querem os que nos perdone nuestras deudas, perdonemos nosotros á nuestros deudores, y per­donemos de lo íntimo de nuestro corazon todas las injurias.

154 SEMANA SANTA,

DOMINGO DE RAMOS.

Pocos domingos hay en todo el auo mas solemnes en la Iglesia que el domingo de Ram os, y ninguno tal vez en que la religión se presente con .mas brillo , y en que la fe y la piedad de los fieles se haga mas sen­sible. La Iglesia ha creído que debia honrar con un culto particular la entrada triunfante que Jesucristo hizo en la ciudad de Jerusalen cinco dias antes de su m u e r te , porque está persuadida que no carece de misterio. Asi es que desde que la Iglesia se vió en li­bertad por la conversión de los em peradores á la fe de Jesucristo , instituyó esta festividad. La ceremonia de las pa lm as, ó de los ram os benditos, de que la acom pañó, no fué mas que el símbolo de las disposi­ciones interiores con que los fieles deben ce leb ra rla , y una justa representación de la entrada triunfante que hizo el Salvador en Jerusa len , y que los santos padres m iran como una figura de su entrada triun­fante en la Jerusalen celestial.

La bendición de las palmas y de los ram os, la pro* cesión pública en que se llevan las palm as, han sido siempre tan solemnes en la Iglesia , que los solitarioí y los monjes que se retiraban á lo interior de los de­siertos despues de la Epifanía, para prepararse á la

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t r a n fiesta de Pascua lejos de todo comercio h u ­mano , no dejaban de volver á su m onasterio , para •celebrar la de Ramos con sus herm anos; y despues de haber asistido á la procesión con su palm a, se ¡volvían á su soledad, para pasar allí toda la Semana 'santa, entregados á la penitencia y á la contemplación de los misterios de la pasión.

Puédese fácilmente concebir cuál ha sido el motiv;* que ha tenido la iglesia en la institución de esta fiesta y lo que se ha propuesto en la ceremonia de lo; ramos. Q uiere, en prim er lugar, honrar la brillan!;) entrada de Jesucristo en Jerusalen entre los gritos de a leg ría , los aplausos y las aclam aciones del p u eb lo ; quiere por un culto verdaderam ente religioso, y por un homenaje sincero de todos los corazones cristia­nos, suplir, por decirlo a s í,’ lo que faltaba á un triunfo puram ente ex terior, seguido pocos dias des­pues de la mas negra y de la mas infame perfidia. Con este espíritu de religión deben recibirse y llevarse los ram os, y debe asistirse á todas las ceremonias de estos dias, conformándose así con las intenciones déla Iglesia. Las mismas bocas que en este dia clamaban : Salud, gloria y bendición al hijo de David, que viene en el nombre del Señor, al Rey de Is rae l, al M esías, gritaban cinco días despues : Quítalo, quítalo de de­lante de n o so tros; sea crucificado cual lo merece un m alvado; sea clavado en una c ru z , como si hubiese sido el mas perverso de todos los hombres. Para re­parar esta cruel impiedad qui-ere la Iglesia que todo.5 sus hijos reciban en triunfo á su divino Salvador, y resarzan en alguna m anera la superficial y falsa re­cepción de los pérfidos judíos.

Pero ninguna cosa ofrece una idea mas justa dt

DOMINGO DE RAMOS. 4 5 3

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esta fiesta, y de la santidad de esta religiosa cerem o­nia de los ram os, que las oraciones de que se sirve la Iglesia para bendecirlos. Comienza por aquel grito de a leg ría , y aquella aclam ación del pueblo que', lle­vando palmas en las m anos, y ram as de o livo , babia salido de Jerusalen al encuentro del Salvador para honrar su entrada en aquella capital, clam ando : Viva el hijo de David, salud y gloria al Rey de Israel, bendito sea el que viene en el nombre del Señor, Hosanna en lo mas alto de los cielos. Léese en seguida aquel pasaje del É xodo , capítulo l o , en el que refiere Moisés el segundo cam pam ento que hicieron los is­raelitas, despues de su paso del m ar Rojo, en E iim , en donde habia doce fuentes y setenta palmas : Lle­garon, d ice , los hijos de Israel á E lim , en donde habia doce fuentes y setenta palm as, y acamparon junto á las aguas. Todos los santos padres dicen que las doce fuentes de agua viva significaban los doce apóstoles, y que los setenta discípulos estaban significados por las setenta palma?. Pocos de estos pasajes tan m arca­dos hay en el antiguo T estam ento , que no sean una figura de algunos hechos del nuevo. Continúa des­pues la bendición de los ram os con la oracion si­guiente.

« Aumentad, ó Dios, la fe de los que ponen en vos toda su confianza, y dignaos escuchar favorablemente i á los que imploran con hum ildad vuestra clemencia.]

} Multiplicad sobre nosotros los efectos de vuestra mi­sericordia. Bendecid estas ram as de palm as y de olivos; y así como para darnos una'figura excelente de las gracias que derram ais sobre vuestra ig lesia , habéis bendecido y enriquecido á Noé al salir del a rc a , y á Moisés al salir de Egipto con los hijos da

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Israel; haced también que , cuando llevamos estas palmas y estos ram os de olivos, salgamos al encuen­tro de Jesucristo enriquecidos de buenas o b ra s , y por él entremos en el regocijo eterno.

» Os suplicam os, Señor, Padre san to , Dios omni­potente y e te rno , que bendigáis y santifiquéis estos ramos de olivo, que habéis hecho nacer del tronco del árbo l, y de los que en otro tiempo llevó la paloma un ramo en su pico cuando volvía al a rca , á fin de que lodos aquellos entre quienes se distribuyeren estos ram os, al tiempo que los llevan reciban de vos una protección especial para ei aima y para el cuerpo; y que lo que es símbolo de vuestra g rac ia , venga á ser para nosotros un remedio eficaz de salud.

» O Dios, que reunís lo que está disperso, y que des­pues de reunido lo conserváis, continúa el sacerdote, así como habéis bendecido al pueblo que llevaba los ramos delante de Jesús, bendecid también estos ra ­mos de palma y de olivo que vuestros fieles siervos llevan en honor de vuestro nom bre, á fin de que los que habiten en cualquiera lugar en que f ueren guar­dados , partieípen de vuestra bendición, y que vuestra mano proteja y líbre de todos los males á los que han sido rescatados por vuestro Hijo, Señor Je­sucristo , que, siendo Dios, vive y reina con v o s , en unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos.

» O Dios, que por un orden maravilloso de vuestra providencia, habéis querido serviros de las mismas tosas insensibles, para hacernos com prender la eco­nomía admirable de nuestra salvación ; dignaos ilu­m inar el espíritu y el corazon de vuestros siervos, y dadles un conocimiento útil y saludable de los mis-

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loB D0M1KG0tevios que nos habéis querido representar en la acción de aquel pueblo q u e , conducido por una inspiración del c ie lo , en tal dia como hoy salió al encuentro del Redentor, y echó ram as de palmas y de olivos en el camino por donde transitaba. Las palmas indicaban 3a victoria que habia de conseguir sobre el principo de la m u e rte ; y los ram os de olivo publicaban en al­guna m anera la unción espiritual de vuestra gracia que habíais derram ado sobre la tierra. Porque aquel dichoso pueblo com prendió entonces que esta cere­monia era una figura del combate que nuestro Salva­dor, conmovido de las miserias del hom bre, debía dar al príncipe de la m uerte para dar la vida á todo el m undo , y de la victoria que debía conseguir m u­riendo. Con este espíritu llevó á su encuentro ramos de árboles que representaban su triunfo g lorioso, y la efusión abundante de su misericordia. También n o so tros, teniendo presente esta acción y los miste­rios que la fe nos descubre en e lla , nos dirigimos á vos, Señor, Padre sa n to , Dios omnipotente y eterno, y os suplicamos hum ildem ente por el mismo Jesu­cristo, nuestro Señor, que, así como os habéis dignado por vuestra gracia hacernos miembros suyos, nos hagais tam bién triunfar en él y por él del imperio do la m u erte , á fin de que merezcam os tener parte en la gloria de su resurrección.

» O Dios, que habéis querido que una paloma anunciase en otro tiempo la paz á la tierra por medio de una ram a de o livo, dignaos concederme la gracia de santificar con vuestra bendición celestial estos ram os de olivos y de otros á rb o les , á fin de que sir­van á todo vuestro pueblo para su salud; por ios méritos de nuestro Señor Jesucristo,

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» Suplicám oos, Señor, continúa el sacerdo te , quo bendigáis estos ramos de palma y de o livo , y que ha­gais que vuestro pueblo , triunfando del enemigo do su salvación, y aplicándose con todas las veras de corazon á las obras de m isericordia, haga espiritual­mente en su interior, por una piedad sincera y fervo­rosa, lo que exteriorm ente hace hoy en vuestro honor.

» O Dios, que habéis enviado por nuestra salud á íste m undo á vuestro Hijo Jesucristo, nuestro Señor, áfin d eq u e , abatiéndose hasta nosotros, nos atrajese á vos, y que dispusisteis qu<? á su entrada en Jerusa­len , para que se cumpliesen las Escrituras, una m u­chedum bre de pueblo í ie l , conducido por una sincera p iedad , extendiese sus vestidos, y echase ram as de palmas en el camino por donde pasaba; dignaos con­cedernos vuestra gracia para prepararle el camino con la fe, y quitar de él toda piedra de tropiezo y de escándalo, á fin de que, llevando delante de vos los rangos espirituales de las buenas o b ra s , podamos se­guir los pasos de aquel que vive y re'.na con vos. »

Concluye el sacerdote la ceremonia de la bendición de los ram os con esta oracion : « Dios omnipotente y e te rn o , que quisisteis que nuestro Señor Jesucristo en trase montado sobre un asnillo, y que inspirásteis á un pueblo innum erable que extendiese sus vestidos y echase ram os de árboles por donde pasaba, can­tando en loor suyo , esto es, Hosanna, salud y glo­ria ; concedednos, si es de vuestro ag rad o , vuestra gracia para que imitemos su inocencia, y merezcamos tener parte en su m érito , por el del mismo Señor nuestro Jesucristo. »

Véese en todas estas oraciones el motivo y el fin de

DE RAMOS. 159

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esta fiesta, y con qué espíritu y con qué disposiciones debo asistirse á la cerem onia de los ram o s, los cuales t:an tenido en todo tiempo los fieles la devocion de conservar en sus casas con respeto , persuadidos que por la bendición que t ie n e n , no pueden dejar de ser saludables. Las alabanzas, que tributa la Iglesia en las oraciones de la bendición al pueblo judío que palió al encuentro del Salvador, hacen relación á las sontas disposiciones y á los sentim ientos verdaderos ¡le respeto y veneración de que estaba verdadera­mente poseído aquel pueblo, que miraba entonces al Salvador como el Mesías. Y si algunos dias despues su estima y veneración se cam bió en un sumo des­precio y en furor, debe atribu irse esto á la impiedad y á los artificios malignos de los sacerdotes y de los fariseos, que les hicieron c reer que habian ellos por fin descubierto que aquel á quien habian recibido de buena fe , como el ¡Mesías p rom etido , era un insigne impostor, que les habia engañado con milagros falsos.

Por célebre que haya sido la fiesta de las palmas ó de los ram o s, desde los prim eros siglos de la Ig lesia, se ha creído á propósito reducir toda la cerem onia de ella á la bendición y á una procesion solemne quo representa la entrada triunfante de Jesucristo en Je­rusalen , igualmente que su en trada triunfante en la man?ion de su gloria. Por esto la procesion se hace-

' - aera de la iglesia, la cual está cerrada no sin m iste­rio , y no se abre hasta la vuelta de la procesion,. cuando el subdiácono ha golpeado á la puerta con el cabo de la cruz. Esto nos recuerda que el cielo es­taba cerrado á los hom bres, y que Jesucristo es el que nos ha abierto la puerta , y merecido la entrada por su m uerte en la cruz. En m uchos paraje:) se haca

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la bendición y distribución de los ramos fuera del pueblo, y por esto se ven cruces próximas á las aldeas y á los lugares, y junto á ellas mesas de piedra que es! m donde se bendicen los ramos-, y desde allí se va; jrocesionalmente á la iglesia ( i) .

Antiguam ente, hecha ya la distribución de los ra ­mos al pueblo, y pronta ya á partir la procesion, tomaban dos diáconos de encima, de la credencia el libro de los evangelios puesto sobre una rica almo­hada, y lo llevaban, como se hace con las urnas de las reliquias , sobre sus espaldas, rodeados de una m ultitud de cirios, entre continuas incensaciones, precedidos de lodo el c lero , y seguidos de todo el pueblo que llevaba las palmas y los ram os en la mano. Todo esto iba acompañado de la c ru z , de-banderas, de bandero las, y de cuanto podia aum entar aun la pompa de esia representación del triunfo de Jesu­cristo. En algunas partes en lugar del libro de los evangelios se llevaba el Santísimo Sacramento de la Eucaristía en triunfo , bajo la idea d eq u e la presencia real de Jesucristo, bajo los símbolos de p a n , repre- sentaria mucho mejor lo que pasó en su entrada en Jerusalen , y haría mucha mas impresión en el pue­blo , que la representación de su espíritu bajo la letra, del evangelio. Lanfranco, arzobispo de Cantorberyjj en el undécimo sig lo , dice que se llevaba el Santí-} simo Sacramento en triunfo en esta procesion, cer­rado en una caja en forma de túm ulo. Esta costum bre ha cesado en todas pa rte s , fuera de Rouen en donde todavía se lleva el copon en una u rn a , sobre las es­paldas de dos sacerdotes, en la procesion de ramos.

(1) En España ya no se hace esto en ninguna parle, aun-iue en lo antiguo se hizo en muchas.

DE ROJOS. -lCi

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Yl famoso himno : Gloria, alabanza y honor á vos, llc.ij, Cristo Redentor, que se canta en ella , ha sido compuesto por T heodulfo , obispo de O rleans, en su prisión de A ngers, donde le habia hecho poner Luis el P iadoso, por haber tenido parte en la conspiración de B ernardo, rey de Italia. Asistiendo el emperador á la procesion del domingo de Ramos en A ngers, lo oyó cantar á dos niños en la puerta de la prisión ; y fué tanto lo que le m ovió, que dió libertad á su au­to r, y le restableció en su silla.

Este domingo se ha llamado con diferentes nombres en la Iglesia. En el tiempo que se observaban én él ios usos de la antigua disciplina, en orden á la re ­conciliación solemne de los penitentes públicos, y al bautism o de los catecúm enos, se llam aba el domingo de Indulgencia. El dom ingo, ó pascua de los compe­tentes ó -postulantes, que eran los que mejor instruidos y a , eran adm itidos al bautism o. Se llamaba también el dia de Lavacabeza, en latin capitilam um , porque en este dia se hacia la cerem onia de lavar la parte superior de la cabeza á los que debian ser bautiza­d o s , especialm ente á los niños, para que recibiesen en ella con mas decencia la unción santa. Pero entre todos los nom bres que se han dado á este dom ingo, los mas com unes, y los que se le dan todavía univer­salm ente el dia de hoy, son el de domingo de Ramos y el de Pascua flo rid a , á causa de las flores de que sehacian ram ille tes, que se llevaban en varas altas en la p rocesion , y que se habian bendecido con los ram os de árb o les , de donde los Españoles han dado el nom bre de Florida á una gran parte de la América, por haberla descubierto el dia de Pascua florida del año de 15-13.

i C>2 DOMINGO

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D5 RAMOS. ÍG 3

Toda la misa de este dia es de la pasión del Salva­dor. El introito está tom ado del salm o 2 !, el cual debe entenderse á la le tra de Jesucristo. Véese en él 3a oracion del Salvador en la cruz , e l re tra to de su pasión y de sus dolores. Su resurrección está allí p in­tada, del mismo modo que su reino y la vocacion de los gentiles á la fe. Todos los an tiguos ju d ío s 'h an convenido en que este salmo hacia relación al Mesías; y solo despues de establecido el c ristian ism o es cuando los judíos modernos han tra tad o de extraviar el sentido.Todas las circunstancias de la pasión y de la m uerte de Jesucristo se hallan expresadas c lara­mente en él. Señor, no dilatéis mas el ven ir en m i auxi­lio, cuidad de defenderme; arrancadme cuanto antes de entre estas bestias feroces y crueles, y e n lugar de esta vida tem poral que voyá perder, po rque así lo orde­n á is , haced que inm ediahm ente resucite á otra nueva. Dios mió, Dios mió, m irad el estado en queme hallo, ¿porqué me habéis abandonado á la rabiade mis enemigos ? Los peca los de los hom bres con que he querido cargarm e os piden justicia, y yo voyá satis­facerla abundantem ente con mi m u erte .

La epístola está tomada de la ca rta de san Pablo á los Filipenses, en la que el santo apóstol exhorta á los fieles á que entren en los verdaderos sentim ientos de hum ildad, á ejemplo de Jesucristo, que, siendo la imágen esencial y consustancial de D ios, y por consi­guiente el Dios mismo, se h a anonadado por nuestro amor, hasta tom ar la figura de e sc lav o , habiéndose hecho semejante á los hom bres, y constituídose en la condicion del hom bre, á excepción d e l pecado. ¿ Qué motivo m as poderoso para insp irarnos el am or á la hum ildad, y qué im presión no debe h ace r en nuestro

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corazon y en nuestro espirita un ejemplo semejante ? 'Se ha anonadado á si mismo, tomando la figura de jn'eri'o y de esclavo. En efecto , ¡qué abatim iento mas ; profundo! ¿No es una especie de anonadam iento el (stado en que Dios se ha puesto haciéndose h o m b re , queriendo ser tratado como el últim o de los hom bres, y espirando en una cruz ? El nom bre ó figura de que aquí se sirve san P ab lo , no significa una simple apa­riencia exterior sin rea lid ad ; del mismo modo que el nom bre de imagen de Dios de que se sirve mas arriba, no significa una representación v ac ía , una simple se­mejanza. Por estos dos térm inos entiende el apóstol la naturaleza divina y la naturaleza hum ana, hipos- táticam ente unidas bajo una sola persona en Jesu­cristo. Por la imagen de Dios entiende san Pablo que Jesucristo es verdadero Dios en todo igual á su Padre; y por la figura de esclavo, que es verdadero hom bre como nosotros, á excepción del pecado. El m ism o apóstol lo explica, cuando dice que, siendo el Salva­dor la imagen de Dios, no ha creído que el ser igual á Dios, y llamarse ta l, haya sido para él una usurpa­ción , puesto que por su naturaleza divina era igual á Dios su Padre, así como por su natu raleza hum ana era igual á nosotros.

El evangelio de la fiesta de este d ia , esto e s , de la entrada triunfante de Jesucristo en Je ru sa len , es del capitulo 21 del evangelio según san Mateo. Habiendo 'cenado Jesucristo en Betbania, seis dias antes de Pascua, en casa de Simón el lep ro so , en donde se habia hallado Lázaro resuc itado , y en donde su her­mana María habia derram ado sobre su cabeza un ex­quisito perfum e, salió al otro dia para ir á Jerusalen á consum ar su sacrificio. Habiendo llegado ccrca do

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Bethnbagé, que estaba al pié del monte de los Olivos, á una media legua corta déla ciudad, mandó á d o s de sus discípulos que fuesen al lugar, y le trajesen una pollina que encontrarían atada á una puerta , y su bu- eheeito con e lla , y que si alguno les decia alguna cosa, le dijesen que el Señor los necesitaba y que in­mediatamente los'dejaria. Este acontecimiento veri­ficó la predicción , cumpliéndose entonces la del profeta Zacarías, que representa alMesías haciendo su entrada en la capital de su reino, entre las aclam a­ciones y los aplausos de los habitantes de Jerusalen : Decid á la hija de S ion , esto es, á la ciudad de Jeru ­salen, de la que hacia parte la montaña de Sion (los Hebreos dan muchas veces á las ciudades el nom bre de hija), decidle : Mira á tu Rey, que viene á li con un espíritu de d u lzura , montado sobre una pollina, y sobre su buchecito que lleva el yugo , ó , lo que es lo m ism o, sobre el buchecito que es la cria de la pollina, como dice el profeta. Apenas hubo profecía alguna que se cumpliese mas visible y literalm ente que esta en la en­trada triunfante de Jesucristo en Jerusalen. El profeta promete la venida del Rey Salvador, del Mesías que era la esperanza y el consuelo de los judíos. Los ca­ra ctéres con que la designa, y que son los mismos con que le pinta el profeta Isa ías, no convienen mas quí al Mesías, y se encuentran tan perfectam ente en Je> rjcristo , que jam ás hubieran podido desconocerle ios judíos, si su endurecim iento y su obstinada malicia no les hubieran hecho indignos de las luces del cielo

„y de las gracias necesarias para conocer y para amar á este Dios libertador. Pero no hay ceguera mas incu­rable quela que es voluntaria. Pocos sacerdotes, pocos doctores de la ley hubo que no reconociesen siempre

DE luiros. 16o

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en Jesucristo las señales características del Mesías*, pero su orgullo , su insaciable codicia, la disolución de sus costum bres, sufocaban todos estos buenos sentim ientos, y extinguían todas estas luces saluda­bles; y si resolvieron deshacerse de é l , fué solo por librarse de sus rem ordim ientos demasiado im por­tunos. No bien habian ejecutado los dos apóstoles la úrden de su divino M aestro, cuando todos se ap resu­raron á cual mas contribuiría á la pompa y á la ale­g ría de su entrada en Jerusalen. Los discípulos dieron el ejemplo á los dem ás; trajeron la pollina con el bor- riquilio , y habiéndolos cubierto con sus capas, en forma de m antilla, le hicieron subir encima. Una m ultitud prodigiosa de pueblo, á quien el rum or de su venida habia hecho salir de la ciudad para venir á su encuentro , le acom pañaba, y daba tantas pruebas de afecto á su Rey y á su Salvador, que la mayor parte extendían .sus vestidos á lo largo del camino para que pasase; muchos cortaban ramas á los á rb o les , y las esparcían por el mismo cam ino; otros venían de todas parles con palmas y ramos de olivo en las m anos, y todos generalm ente clamaban : Hosanna al líijo de David; ¡bendito sea el que viene en el nom bre del Señor! ¡ I l^ a u n a en lo mas alto de los cielos! Ho­sanna significa g lo ria , sa lud , bendición. Era un grito de alegría, y una aclamación del pueb lo , que deseaba al Mesías todo género de prosperidades. Según el He* b reo , la palabra Hosanna significa salvadnos, ó sal- rad ie ; pero, adem ás dé esta significación literal, tiene un énfasis particular en las aclamaciones y en los gritos do alegría, como la de viva el R ey , salud al Ilij.ide ><vid, larga vida y toda especie de bien al Mesías que. viene en el nom bre del Señor para libertar

iGC) DOMINGO

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J/acJws corlaba/) ram as a /os á r ío /es, y b is espur­

rían por t>¿ mismo aunino; otros venia/// de todas partes

con p a b n a s // ramas dé o/i»// en /as manas, y lat/os /Jair -

rn///imfo c/a//ia//un :/lo.ni///M. a / /Jijo da fían id .

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á su pueblo. Hosanna en lo mas alto de los c ie los, e s to e s , espíritus celestiales, unid vuestras aclama­ciones y vuestros deseos á los n u es tro s , para a traer todo género de felicidad y de gloria al Hijo de D avid, til Rey de Israel, al Mesías, al soberano libertador. Este grito de regocijo está tom ado del salmo 147, que 53.cantaba en el dia de la fiesta de los Tabernáculos. Colmad, Señor, de vuestras bendiciones, dice David, al que el Dios omnipotente ha enviado para reinar sobre nosotros.

La Iglesia comienza en este dia á hacernos leer en la misa la historia de la pasión del Salvador, conforme á la descripción de san Mateo. Dejamos para los dias siguientes, y sobre todo para el Viernes santo, las re* flexiones que pueden hacerse sobre esta historia.

La oracion de la misa de este dia es como sigue.

Dios omnipotente y c iern o , que qu isisteis que nuestro Salvador se iw is tie se de nuestra c a rn e , y sufriese el su p li­cio de la cruz, á fin de que los hom bres no rehusasen imitar al menos lu humildad del mismo Dios ; concedednos vuestra gracia para seguirle en sus torm en’o s , á íin de que ten­gamos parle en su gloriosa resurrección. Por el mismo Jesucristo, etc.

La epístola es una lección sacada de la caria del apóstol san Pablo á los de Füipos.

Hermanos míos : entrad en los m ism os sentimientos que ha tenido Jesucristo, que, siendo la imagen de D ios, y no habiendo creído arrogarse cosa que no le perteneciese a considerarse ij>ual á Dios , se ha anonadado sin embargo á si m ism o, tomando la figura de esc la v o , habiéndose hecho semejante á lo ̂ hom bres, y halládose en la condicion de hombre. Se ha abatido á sí m ism o, habiéndose hecho obe-» dieute hasta u io iir , y morir en una cruz. íJo,* lo que Dios

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á su pueblo. Hosanna en lo mas alto de los c ie los, e s to e s , espíritus celestiales, unid vuestras aclama­ciones y vuestros deseos á los n u es tro s , para a traer todo género de felicidad y de gloria al Hijo de D avid, til Rey de Israel, al Mesías, al soberano libertador. Este grito de regocijo está tom ado del salmo 147, que 53.cantaba en el dia de la fiesta de los Tabernáculos. Colmad, Señor, de vuestras bendiciones, dice David, al que el Dios omnipotente ha enviado para reinar sobre nosotros.

La Iglesia comienza en este dia á hacernos leer en la misa la historia de la pasión del Salvador, conforme á la descripción de san Mateo. Dejamos para los dias siguientes, y sobre todo para el Viernes santo, las re* flexiones que pueden hacerse sobre esta historia.

La oracion de la misa de este dia es como sigue.

Dios omnipotente y c iern o , que qu isisteis que nuestro Salvador se iw is tie se de nuestra c a rn e , y sufriese el su p li­cio de la cruz, á fin de que los hom bres no rehusasen imitar al menos lu humildad del mismo Dios ; concedednos vuestra gracia para seguirle en sus torm en’o s , á íin de que ten­gamos parle en su gloriosa resurrección. Por el mismo Jesucristo, etc.

La epístola es una lección sacada de la caria del apóstol san Pablo á los de Füipos.

Hermanos míos : entrad en los m ism os sentimientos que ha tenido Jesucristo, que, siendo la imagen de D ios, y no habiendo creído arrogarse cosa que no le perteneciese a considerarse ij>ual á Dios , se ha anonadado sin embargo á si m ism o, tomando la figura de esc la v o , habiéndose hecho semejante á lo ̂ hom bres, y halládose en la condicion de hombre. Se ha abatido á sí m ism o, habiéndose hecho obe-» dieute hasta u io iir , y morir en una cruz. íJo,* lo que Dios

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le ha exaltado, y le lia dado un nom bre que es sobre todo nom bre, á fin de que al nombre de Jesús doble la rodilla lodo cuanlo hay en el c ie lo , en la tierra y en los abismos , y confiese toda lengua que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre.

NOTA.

Declara san Pablo que de todos aquellos á quien,§ había predicado la palabra de s a lu d , y á quienes había convertido, no habia habido ningunos que le testifi­casen mas reconocimiento y generosidad que los Fili» penses. Ellos fueron los únicos que le enviaron so­corros de dinero á los parajes en que predicaba •, ellos le sostuvieron por dos veces en T esalónica, y ellos en­viaron á Epaphrodita á Roma para socorrerle en las prisiones.

REFLEXIONES.

Entrad en los mismos sentimientos que ha tenido Je­sucristo. No habla solamente san Pablo á los fieles de Filipos; habla á todos los cristianos. Los m iembros no deben tener otros sentim ientos que los de su cabeza. Jesucristo es nuestra cabeza*, ¿deberem os pensar nosotros de otra m anera que él? ¿no deben ser sus sentimientos la regla de los nuestros? y siendo él el cam ino, la verdad y la v id a , ¿deberem os nos­otros estar animados de o tro espíritu que el suyo! El que no sigue mi cam ino, se ex trav ia ; el qu¿ piensa de o tro modo que la v e rd ad , vive en el e rror y se engaña; el que no vive de esta vida, está en es­tado de m uerte. Jesucristo es la verdadera sabi­duría ; todo lo que se le opone no es mas que lo c u ra , y nuestras luces no son puras sino en tan to que par­ticipan de su espíritu. De aquí es que ningunas ideas son re c ta s , sino aauellasde las cuales se Jesucristo el

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motivo: ningunas máximas Verdaderas, sino las que Jesucristo nos enseña; ningún p lan , ningún sistema sólido, sino el de la religión de Jesucristo. De estos grandes principios saquemos las consecuencias. ¿En­tra el mundo en los sentimientos de Jesucristo ? ¿piensa, raciocina, obra como él? ¿no sigue otras máximas que las suyas? aun las personas consagradas á Dios, y las que hacen profesion de discípulos de Je­sucristo , las que están dedicadas á la p iedad , ¿entran siempre en los sentimientos de este divino Maestro? ¿Tenemos la misma idea de los bienes de esta vida que la que tiene el Salvador? ¿pensamos como él de todo lo que lisonjea las pasiones, de todo lo que im ­pone á los sen tidos, de todo lo que deslum bra por su falso brillo y por sus encantos? nuestros juicios sobre los males y los bienes de esta vida , ¿son conformes con los suyos?¿pensam os aun de los mismos de­beres de la religión y del negocio de la salvación como él piensa? Comparemos nuestra conducta con la de los san tos, ajustemos nuestras máximas á las del Evangelio. ¡Buen Dios! ¡qué horrible despro­porción! ¡qué oposicion! ¡qué infinita diferencia!¡ Ah! ¡ Se busca ei dia de hoy el cristianismo en medio de los cristianos! apenas hay mas que un exterior muy superficial, una so m b ra , por decirlo a s í, de re ­ligión en la m ayor parte de los fieles. ¿Con qué ojos se m ira n , con qué docilidad se escuchan las impor­tantes lecciones que tantas veces nos dió el Salvador; aquellas lecciones de hum ildad, de du lzura , de m ortificación, de rec titu d , de abnegación , y todo lo que nos ha dicho acerca del perdón de las injurias? Tales son los sentimientos de Jesucristo, sus consejos, sus preceptos : ¿y son ellos la regla de nuestrossen-

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timientos y de nuestra conducta? En el dia de hoy se p iensa, se juzga como el m undo, como el amor p ropio ; se habla el idioma de la codicia, de las pa­siones : nadie se avergüenza de un desorden tan vo­luntario , de un extravío tan un iversal; pero ¿ cuál será el término ? Entrad en los mismos sentimiento* que ha tenido Jesucristo, si quereis ser verdadera­m ente discípulos suyos. ¿ Nos honrarem os de tenerle por maestro si pensamos de o tra m anera que é l, ó si, pensando como é l , vivimos según el espíritu y las m áxim as.del m undo , tan contrarias al espíritu de Jesucristo y á las m áxim as del Evangelio ?

E l evangelio de la misa de este dia es la pasión de nuestro Señor Jesucristo según san H ateo, cap. 20 y 27.

En aquel tiem po,dijo Jesús á sus d isc íp u lo s: Vosotros sa ­béis que de aquí á dos dias se ha de celebrar la P ascua , y que el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado. Entre (aillo los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se juntaron en la sala del gran sacerdote, llamado Caifás, y deliberaron prender á Jesús por sorpresa , y qu i­tarle la vida. Decían em pero: No lohagam os durante la fiesta, no sea q u esesu sc ite una conmocion popular. Estando.pues, Jesús en Betiiania en casa de Simón e l lep ro so , se llegó á él una mujer con un vaso lleno de un licor odorífero de gran precio , el cual le derramó sobre su cabeza cuando estaba á sa me¿a. Visto esto por algunos d isc íp u los, se incomodaron v dijeron : ¿Porqué se lia desperdiciado eslo? pues podio haberse sacado mucho dinero de e l lo , y haberle dado á los pobres. Penetrando Jesús lo que m urm uraban, les dijo : ¿Porqué dais esta pesadumbre á esta mujer? lo que acaba de hacer conmigo es una acción buena. Siem pre tendréis pobres entre vosotros; pero á mí no siem pre me tendréis. Derramando este licor sobre mi cuerp o , m e ha preparado para !a sepultura. En verdad os digo , que en todo el mundo y cu cualquiera parle de él donde se predicare e sle evan-

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DE RAMOS. 171g e lio , esto que ella lia hecho se publicará para memoria suya. Entonces uno de los doce , llamado Judas Iscariotes, se fu é á ver á los príncipes d é lo s sacerdotes,}' les d ijo : ¿Qué quereis darm e, y yo os le entregaré? Obligáronse ellos á darle treinta piezas de plata, y desde aquel momento an­daba procurando una ocasion oportuna para entregarle. El primer dia de los Azimos se llegaron los discípulos á Jesús, y le dijeron : ¿Dónde quieres que dispongamos para comer la pascua? Respondióles Jesús : Id á la ciudad á un tal, y d e c id le : Esto es lo que dice el Maestro; mi tiempo se acerca, yo hago en tu casa la pascua con m is discípulos. Hicieron los discípulos lo que Jesús les habia mandado, y prepararon la pascua. Llegada la prima noche, se puso á la mesa con sus discípulos; y estando com iendo, les habló a s í : En verdad os digo que uno de vosotros me ha de entregar. Ellos muy afligidos empezaron cada uno á preguntarle: ¿Por ventura soy y o , Señor? mas él les respondió : El que me ha de en ­tregar m ete la mano en el plato conm igo. En verdad el Hijo del hombre va ( á morir*), según está escrito de é l ; pero ¡ ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entre­gado! muy ventajoso hubiera sido para él si no hubiese na­cido. Entonces Judas, que era e l que le entregaba, respon­diendo dijo : M aestro, ¿soy yo acaso? Tú lo has d ich o , le respondió Jesús. Estando, pues,cenando,tom ó Jesús el pan, lo ben d ijo , lo partió, y lo dió á sus d isc íp u los, d ic ién d o les: Tomad y com ed, esto es mi cuerpo. Tomando en seguida la copa, rindió acciones de gracias, y se la dió diciendo : Be­bed todos de esto , porque esta es mi sangre que constituye el nuevo Testam ento, y que será derramada por m uchos, á iin de que sean los pecados perdonados. Ahora b ien , yo os aseguro que en adelante no beberé ya de este v in o , hasta el dia en que lo beberé nuevo con vosotros en el reino de mi Padre. Y despues de haber dicho el h im no, fucronse hácia el monte Olívele. Díjoles entonces Jesús : Todos vais á escandalizaros en mí cu esta noche , porque está e scr ito : Heriré ni pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño; pero cuaiido yo hubiere resucitado, iré delante de vosotros á Galilea. Tomando entonces Pedro la palabra, le dijo : Aun cuando todos se escandalizasen cu v o s , por lo que hace á in i , yo nunca me escandalizaré. Repúsole Jesús : En ver­

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172 DOMINGO

dad te digo que en esla misma noclie antes que el gallo c a n te , m e negarás tres veces. Aun cuando fuera necesario morir contigo, le dijo P edro, no le negaré. Y todos los dis­cípulos dijeron lo m ism o. Poco despues se fué Jesús con ellos á un huerto que se llama G elhsem aní, y les dijo •. Per­m aneced a q u í, m ientras que voy allá á hacer oracion ; y tomando consigo á P edro, y á los dos hijos del Zebedeo com enzó á entristecerse y afligirse. Díjoles entonces : Mi alma está poseída de una tristeza mortal; esperad aquí, y velad conm igo. Y habiéndose adelantado un poco, se postró pegado el rostro contra el su e lo , orando y diciendo : Padra in io , si es posible pase este cáliz sin que lo beba; sin em ­bargo no sea como yo quiero, sino como tú. Volviendo adonde estaban sus discípulos, los encontró durm iendo, y dijo en­tonces á P ed ro; ¿Xo habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no caigais en la tentación. Verdade­ramente el espíritu .es fuerte , pero la carne está floja. Ha­biéndose retirado segunda v e z , oró y dijo : P adre, si no es posible evitar el que yo beba este cá liz , hágase tu voluntad. Volvió en seguida ( adonde estaban sus d isc íp u lo s) , y los encontró durm iendo, porque sus ojos estaban cargados (d e su e ñ o ); y habiéndoles dejado, se fu é , y por tercera vez repitió la misma oracion. Entonces volvió á sus discípulos , y les dijo : Dormid j a , y descansad. Ved aquí que ha liegado la hora, y el Hijo del hombre va á ser entregado en manos de los pecadores: levantaos y vam os; mirad que j a s e acerca el que me ha de entregar. Estando todavía hablando , llegó Judas, uno de los doce , seguido de un gran núm ero de gente armada con espadas y pa los, enviada por los príncipes de los sacerdotes y por los ancianos del pueblo. El que le entregaba les habia dado por señal (para que conociesen cual e r a ) : Aquel á quien yo besare, ese e s , p ren d ed le: y acercándose inmediatamente á J esú s, le d ijo : Dios te sa lve , Maestro; y le besó. Díjole J e sú s: Amigo, ¿con qué intención lias venido? mientras tanto ellos se adelantaron, y apode­rándose de J esú s, le prendieron. Al mismo tiempo uno de los que allí estaban echando mano á su espada, la sacó , é hiriendo con ella á un criado del gran sacerdote, le cortó una oreja. Entonces le dijo Jesús : Vuelve tft espada á la va ina, porque todos aquellos que (d e este m odo; hicieren uso de

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r . m .

P a d re s i no es po .n /t/e em itir que y o í e i a e.rte

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DE RATiíOS.

la e s p a d a , perecerán por la espada. ¿ Piensas lú que m puedo yo rogar á mi P a d r e ,)’ q u i él no me enviaría inmediata­mente mas de dos legiones de ángeles? ¿C óm o,pues, se cum ­pliría entonces lo que dicen las E scrituras, según las que todo esto debe suceder así? V olviéndose en aquel momento Jesús á aquella tropa, les dijo : Vosotros habéis venido á mi como si hubiéseis venido contra un ladrón , armados de e s ­padas y de palos para prenderm e. Todos los dias estaba sentado entre vosotros, enseñando en el tem plo, y no m e habéis preso. Pero lodo esto se ha hecho a s i , á fin de que se cum pliese todo lo que estaba escrito por los profetas. En* tonces todos los discípulos le abandonaron, y huyeron. Los- que tenían preso á J esú s, le condujeron á casa de Caifas r gran sacerdote, en donde se habian juntado los escribas y- los fariseos. Pedro le seguia á lo lejos hasta el atrio del prín­cipe de los sacerdotes; y habiendo entrado en é l , se sentá con los oficiales para ver en qué paraba esto. Entre tanto los príncipes de los sacerd otes,y toda la asam blea, buscaban algún falso testimonio contra Jesús para condenarle á muerte pero no lo encontraban, á pesar de haberse presentado m u­chos testigos falsos. V inieron, por f in , dos que d ijeron: Este ha dicho : Yo puedo destruir el templo de D ios, y e a tres dias volverle á edificar. A consecuencia de esto , levan­tándose el gran sacerdote, le dijo : ¿Nada respondesá lo que. estas gentes deponen contra tí? Mas Jesús no decia palabra.. Entonces el gran sacerdote le dijo : Yo le conjuro de parte de Dios v iv o , que nos digas si lú eres el C risto. Hijo de D ios, Tú lo has d ich o , le respondió Jesús. Y yo os digo tambieiv que veréis muy pronto al Hijo del hom bre, sentado á la diestra de Dios om nipotente, venir sobre las nubes del cielo. En aquel punto desgarró el gran sacerdote sus v estid os, d i­ciendo : Ha blasfem ado; ¿ qué necesidad tenem os ya de tes» ligos? Vosotros acabais deoir la blasfem ia; ¿qué os parece? Merece la m u erte , dijeron ellos. Escupiéronle entonces en el rostro, diéronle de puñadas, y hubo quienes le abofetea­ron , d ic iénd ole: Cristo, muéstranos que eres profeta; ¿ quién es el que te ha herido? En este tiem po estaba Pedro fuera sentado en el atrio, y llegándose á él una criada, le d ijo : ¿Tú también estabas con Jesús de Galilea? Mas él lo negó delante de todos, d ic iend o: No sé lo que m e d ices. Al salir é l de !*

40.

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174 DOMINGO

puerta .le apercibió otra cr ia d a ,y dijo á los que estaban pre­sentes : También este eslaba con Jesús de Nazareth. Nególo él segunda vez, diciendo con juramento que no había conocido á aquel hombre. Poco despues los que estaban presentrs se acercaron, y dijeron á Pedro : Seguramente tú también eres de e llo s , porque tu mismo idioma manifiesta quién e r e s: entonces com enzó á hacer im precaciones, y á jurar que no conocía aquel hombre. Inmediatamente cantó el ga llo , y Pedro se acordó de lo que Jesús le liabíadicho : Antes que cante el gallo me negarás tres veces ;y habiendo salido fuera, lloró amargamente. Luego que am aneció, hicieron consejo los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo para entregarleá la muerte. En seguida le llevaron atado, y le remitieron al gobernador Poncio Pílalo. Viendo entonces Jud as, que le había entregado, que le habian condenado, movido de arrepentimiento volvió las treinta piezas de plata á los príncipes de los sacerdotes y á los ancianos. He pecado, les d ijo , entregando la sangre del justo. Mas ellos le d ije- ion : ¿Qué nos importa á nosotros? A tí te toca el verlo. Arrojando el dinero en el tem plo, se salió fuera , y se ihorcó. Recogido aquel dinero por los príncipes de los sa­cerdotes, dijeron (en tre s í) : No es permitido ponerle en el tesoro , porque es precio de sangre-; y despues de haber conferenciado entre s í , compraron el campo de un alfarero para enterrar á los extranjeros; por lo cual hasta hoy se llama aquel campo Ilaceldam a, esto e s , campo de sangre. Cum­plióse entonces lo que liabia dicho el profeta Jerem ías : Recibieron treinta piezas de p lata , precio en que ha sido apreciado aquel á quien los hijos de Israel han puesto en p r e c io , y las han dado por el campo de un alfarero, como el Señor m e lo ha prescrito. Jesús compareció ante el gober­nador , y el gobernador le preguntó : ¿ Eres l ú , le d ijo , el rey de los judíos? Tú lo d ic e s , respondió Jesús. Despues de es­to , acusado por los príncipes de los sacerdotes y por los ancianos, no habló una palabra. Díjole entonces P ila lo : ¿No oyes cuantas cosas dicen contra tí? y no respondió una pala­bra á ninguna de e lla s , de suerte que el gobernador quedó extraordinariamente admirado. Acostumbraba el gobernr.dor en el día solem ne de la Pascua rem itir un preso al p u eb lo , e l que el rr.isnopueblo queria. Había eaa<juel entonces uno

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T.U J. ( L ^ I a') P.IJ4.

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A'n ¡res/uida. fe /fe»aran a ta d o .y fe /'em itieron a /

gobernador Pone/o J 1dato.

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DE RAMOS. 1 7 3

fam oso,llam ado Barrabás. Estando, pues, todos, juntos, les dijo Pilato : ¿Cuál quereis que os suelte, Barrabás, ó Jesús que se llama Cristo? Sabia bien que solo por envidia se lo liabian entregado. Guando estaba ya sentado en su tribunal, le envió su mujer á decir : No te m ezcles en nada de lo que pertenece á este hombre ssn to , porque hoy he sufrido m u­cho por su causa en un sueño que he tenido. Entre lanío los' príncipes de los sacerdotes y los ancianos persuadieren al pueblo que pidiese á Barrabás, y que clamase por la m uerte de Jesús. D irig iéndose, p u es , á ellos el gobernador, les dijo : i Cuál de los dos quereis que os suelte ? A Barrabás, dijeron ellos. Repúsoles Pilato : ¿Qué haré luego de Jesús que se llama Cristo? Sea crucificado, respondieron todos, ¿íjo les el gobernador : ¿ Pues qué mal ha hecho? pero ellos clamaban mas y mas : Sea crucificado. Viendo Pilato que todo era inú til, y que cada vez se hacia mayor el tum u lto , liixo traer agua, y se lavó las manos á la visla del pueblo , diciendo : Soy inocente de la sangre de este hombre justo; vosotros lo veréis. A lo cual respondió todo el pu eb lo , di­ciendo : Venga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Entonces les dió libre á Barrabás, y á Jesús que había sido azotado se le entregó para que fuese crucificado. En aquel tiempo también los soldados del gobernador, habiendo llevado á Jesús al pretorio, juntaron en rededor de él la corte entera, y despues de haberle despojado, le cubrieron con un manto de púrpura; y habiendo tejido una corona de esp in as, se la clavaron en la cabeza: pusiéronle también una caña en la mano derecha, y doblando la rodilla delante do é l , le decian por burla : Sa lve , rey de los judíos. Y escu­piéndole, tomaban la caña, y le herían con ella en la cabeza- Despues de haberse mofado así de é l , le desnudaron del manto de púrpura, le volvieron á poner sus v estid o s , y ie llevaron para crucificarle. Al salir, encontraron un hombro de C irene, llamado Sim ón, y le obligaron á que llevase la cruz de Jesús, y así llegaron al sitio que se llama Golgotha, eslo e s , Calvario. Allí le dieron á beber vino mezclado con h ie l; mas luego que lo hubo g u stad o , no lo quiso beber. De?pues que le hubieron crucificado, dividieron sus vesti­dos entre s í , echando suertes, para que se cumpliese lo que se habia anunciado por el Profeta, cuando dijo : Dividieron

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onlre si mis vestidos , y mi tánica la han echado á la suerte; y habiéndose sen tad o ,le guardaban. Pusiéronle sobre la ca­beza ( estas palabras) que indicaban la causa de su muerte : Este es Jesús, rey de los judíos. Crucificaron al mismo tiempo con él dos ladrones, el uno á su d iestra , y el otro á su siniestra. Y los que pasaban por allí le cargaban de mal­d ic ion es, m oviendo sus cabezas, y diciéndole : Ea , tú que destruyes el templo de D io s , y le vuelves á edificar en tres dia s, sálvate á tí mismo. Si tú eros el Hijo de D io s, baja ahora de la cruz. Los príncipes do los sacerdotes, mofán­dose también de é l , con los escribas y los ancianos, dec ían : Él lia salvado á otros, y no puede salvarse á sí mismo : si es el rey de Isra e l, que baje ahora de la cru z, y entonces creerem os en él Él ha esperado en el auxilio de D ios; lí­brele ahora, si es que le qu iere, porque él mismo ha dicho: Yo soy el Hijo de Dios. Los ladrones que estaban crucifica­dos con é l , le echaban también en cara las mism as cosas. Desde la hora de sexta hasta la de nona se extendieron espesas tinieblas por toda la tierra , y hacia la de nona ex­clamó Jesús con una voz fuerte, d ic ien d o : E u , E l i , lamma sabactiiani ? esto e s , Dios m ió , Dios m ió , ¿porqué m e habéis desamparado? Algunos de los que oslaban a l l í , y le oyeron , decían : A Elias llam a; é inmediatamente uno de eilos echó á correr, y lomando una esponja, la llenó de v i­nagre, y poniéndola-en el cabo de una caña, se la aplicaba para que beb iera; los dem ás decian: D ejad, veam os si viene Elias á librarle. Entonces Jesús dando un gran grito , espiró (Aquí lodos se arrodillan). Al mismo tiem po, el velo del templo se desgarró en dos partes de alto á bajo , la tierra tem bló, las piedras se hicieron pedazos, los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de m uchos santos que habían muerto resucitaron; y saliendo de sus sepulcros despues de su resur­rección , vinieron á la santa ciudad, y aparecieron á m uchos. El cenlurion y los que con él estaban allí guardando á Je­sú s, viendo el terrem oto, y las cosas que pasaban, quedaron m uy espantados, y d ijero n :E ste hombre era verdadera­m ente Hijo de Dios. Había allí á lo lejos muchas m ujeres que habían seguido á Jesús desde G alilea, cuidando de é l , entre las cuales estaba María M agdalena, María, madre de Santiago y de J o sé , y la madre de los hijos del Zebedeo.

H 6 DOMkNGO

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r. n i .

Y /la tién dole' tom ado, le en vo lo td etu uncu sábana.

»nuy lim püi/, le*puso en un / sepu lcro .n a /o n u eu u .. . ■

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BE RAMOS.

Cerca ya de la noche vino un hombre rico, llamado José, que era de la ciudad de Arimalhea , y é¡ mismo discípulo de Jesús. Este fué á ver á Pilaío, y le pidió el cuerpo de J>‘.sus. Pilato mandó que se le d iese inm ediatam ente; y habiéndole tomado, le envolvió en una sábana m uy lim pia, le puso en un sepulcro suyo n u evo , que había hecho cavar en una roca, y habiendo llevado rodando una gran piedra, la puso á la entrada del m onum ento, y se f u é ; pero María Magda­lena y la otra María estaban allí sentadas delante del mo­numento.

Al dia sigu ien te , que era sábado, se reunieron los prín­cipes de los sacerdotes y los fariseos en casa de P ila to , y le dijeron: Señor, nos acordamos que aquel seductor dijo cuando aun vivia : Resucitaré al cabo de tres dias. Manday p u es, que se guarde el sepulcro hasta el tercer d ia , no sea.- que acaso vengan los d isc íp u los, lo roben , y digan al pue­blo : Ha resucitado de entre los m uertos. Y este error seria peor que el primero. Respondióles entonces Pilato : Teneis guardia, id , guardadle como sabéis. Fuéronse inm ediata­mente al sepu lcro, cerráronle b ie n , pusieron el sello só b re­la piedra, y dejaron la guardia.

E l evangelio de la misa de la ftesia de los Ramos es lomado del de san Mateo, cap. 21.

En aquel tiempo : Acercándose Jesús á Jerusalen , y ha­biendo llegado á Bethphagé al p ié del monte O lívete, envió dos de sus d iscípu los, diciéndoles : Id A esa aldea que está enfrente de vosotros, é inm ediatam ente hallaréis una pollina atada, y con ella su buchecillo. Desatadlos y traédm elos, y si alguno os dijere a lg o , decid le que el Señor los n ecesita , y al instante los dejará traer. Todo esto sucedió así para- que se cum pliese lo que estaba anunciado por el Profeta* cuando dijo : Decid á la hija de S¡on : Mira á tu Rey que viene á t í , en espíritu de dulzura , montado sobre una pollina, y sobre el buchecillo de la que lleva el yugo. Fueron los d iscípu los, é hicieron lo que Jesús les había mandado. Trajeron la pollina y el b orriq u illo , y habiéndoles cubierta con sus vestidos, le hicieron subir encima. Al mismo tiem po, innumerables gentes extendieron sus vestidos por donde

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r. n i .

Y /latiéndole' tomado, le envolato en/una/sábana

oi/ay limpia/, le/puso en un/ sepulcro su /a nueua.. . ■

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BE RAMOS.

Cerca ya de la noche vino un hombre rico, llamado José, que era de la ciudad de Arimalhea , y éi mismo discípulo de Jesús. Este fué á ver á Pilato, y le pidió el cuerpo de J>‘.sus. Pilato mandó que se le d iese inm ediatam ente; y habiéndole tomado, le envolvió en una sábana m uy lim pia, le puso en un sepulcro suyo n u evo , que había hecho cavar en una roca, y habiendo llevado rodando una gran piedra, la puso á la entrada del m onum ento, y se f u é ; pero María Magda­lena y la otra María estaban allí sentadas delante del mo­numento.

Al dia sigu ien te , que era sábado, se reunieron los prín­cipes de los sacerdotes y los fariseos en casa de P ila to , y le dijeron: Señor, nos acordamos que aquel seductor dijo cuando aun vivia : Resucitaré al cabo de tres dias. Manday p u es, que se guarde el sepulcro hasta el tercer d ia , no sea.- que acaso vengan los d isc íp u los, lo roben , y digan al pue­blo : Ha resucitado de entre los m uertos. Y este error seria peor que el primero. Respondióles entonces Pilato : Teneis guardia, id , guardadle como sabéis. Fuéronse inm ediata­mente al sepu lcro, cerráronle b ie n , pusieron el sello só b re­la piedra, y dejaron la guardia.

E l evangelio de la misa de la ftesia de los Ramos es lomado del de san Mateo, cap. 21.

En aquel tiempo : Acercándose Jesús á Jerusalen , y ha­biendo llegado á Bethphagé al p ié del monte O lívete, envió dos de sus d iscípu los, diciéndoles : Id A esa aldea que está enfrente de vosotros, é inm ediatam ente hallaréis una pollina atada, y con ella su buchecillo. Desatadlos y traédm elos, y si alguno os dijere a lg o , decid le que el Señor los n ecesita , y al instante los dejará traer. Todo esto sucedió así para- que se cum pliese lo que estaba anunciado por el Profeta* cuando dijo : Decid á la hija de S¡on : Mira á tu Rey que viene á t í , en espíritu de dulzura , montado sobre una pollina, y sobre el buchecillo de la que lleva el yugo. Fueron los d iscípu los, é hicieron lo que Jesús les había mandado. Trajeron la pollina y el b orriq u illo , y habiéndoles cubierta con sus vestidos, le hicieron subir encima. Al mismo tiem po, innumerables gentes extendieron sus vestidos por donde

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había de pasar; otros cortaban ramas á los árboles, y con ellas sembraban el cam ino. Las tropas que iban delante, y las que seg u ía n , clamaban : ¡Hosanna al Hijo de D avid!¡ Bendito sea el que vi<>ne en el nombre del Señor! i Hosanna en lo mas alio de los c ie los! ,

M E D IT A C IO N .

SOBRE E L M ISTERIO DE E S T E DIA*

PUXTO P11I3IERO.

Considera que jam ás hubo demostración de rego­cijo mas ju s ta , m ejor fundada, y aun se puede añadir, mas afectuosa, ni m as sincera, que la que el puebio que habia salido de Jerusalen manifestó en este dia á la llegada del Salvador. Movidos de las maravillas asom­brosas que Jesucristo obraba , hacia ya tres años, en toda la Judea , y de las que la mayor parte de aquellos que contribuían al triunfo habían sido te s tigos, 110 podían dudar que aquel que venia á Jerusalen , fuese su Salvador, su Redentor, y su Mesías. Animados de aquel zelo que inspira la veneración, y que el amor hace tan generoso , salen al encuentro de aquel á quien esperaban hacia tantos siglos; acompañan con deseos piadosos y gritos de viva el Mesías, de H osannas, de bendito sea el que viene en el nom bre del Señor al triunfo del Salvador del m un d o ; todo resuena con las aclamaciones de aquel piadoso pueblo. La m ultitud , los caminos sembrados de ram as da árboles y de flo res, los ram os de palmas y de oli­vos en sus m anos, la adm iración, la veneración, la alegría derram ada en todos los corazones, pintada en todos los rostros ; todo concurría para hacer esta entrada del Salvador la mas augusta, la mas religiosa, la mas santa que hubo jam ás. Fué propiam ente la

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entrada triunfante del Mesías en Jerusalen, á pesar de la envidia, del o d io , y de la maligna obstinación de los sacerdotes y de los fariseos en no.quercr reco­nocerle. Entre tanto el Salvador entra allí en cualidad üe Mesías m ontado sobre una pollina, como lo había predicho el profeta Zacarías-, toda la ciudad está en m ovim iento, todo anuncia su triunfo. Todo esto era necesario para que se cumpliesen las profecías. Bas­tantes veces habia venido el Salvador á Jerusalen , y siempre sin esplendor, sin ra id o , sin distinción que honrase su persona adorable, lloy observa o tra con­ducta , porque viene para ser inmolado en e lla , para acabarla obra de nuestra redención, para consum ar allí su sacrificio , y c-ta es la causa porque entra con tanta solemnidad. Llevábase como en triunfo la víc­tim a que se debia inm olar; y hé aquí uno de los moti­ves de esta entrada triunfante. Pero ¿qué frutos tan lisonjeros no dehi-?.u esperarse de una demostración de respeto y de' alegría tan general ? Sin em bargo ¡ cuán tristes fueron los efectos de esta fiesta! Los sacer­dotes, los doctores d é la le y , el pueblo mismo de Jerusa len , tom aron como un motivó de alarm a en lo que hacia la a leg ría , el consuelo , la confianza de los extranjeros-, porque solos los ex tran je ros, que hablan venido á je rusalen para la fiesta do la Pascua, fueron los que salieron al encuentro del Salvador, y le recibieron con tantas aclamaciones los habitantes de Jerusalen que- habían sido con mas frecuencia tes­tigos de su santidad y de sus m ilagros, ya por tem or, ya por o rg u llo , ya por respeto hum ano, no qui­sieron tenor parte en este triunfo presagio evidente de la vocaoion de los extranjeros y de los genti’es a la fe , y de la fu n ed a reprobación de los judíos.

DE li.U JO S. ' i / 9

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Así también fueron solo los habitantes de Jerusalen los que aclamaron seis dias despues : Quítanoslo ( de d e lan te ), quítanoslo, crucifícalo. ¡O Dios m ió, y qué im portan tes, qué saludables instrucciones nos dais en todo este m isterio!

runo s e g u id o

Considera que lo que pasó en la entrada triunfante de Jesucristo en Jerusa len , se renueva todos los dias en la entrada que Jesucristo hace por medio del sa- -eramento de la Eucaristía en el alma de los fieles. Este divino Salvador viene á nosotros en la comu­nión , como un rey lleno de m ansedumbre. ¡ Cuántos le salen al encuentro en esta quincena de la P ascu a!¡ Qué de apariencias de re lig ión! ¡ qué de dem ostra­c iones de respeto! ¡ qué de señales hasta de devocion! ¿y qué no debería esperarse con razón de todo este aparato religioso? ¡qué reform a de costum bres, qué p iedad , qué arreglo de conducta! ¡ A h! ¿ sucederá «caso entre los fieles, lo que en este dia sucedió entre los judíos? Jesucristo es recibido como Mesías, y en el mismo dia es olvidado; todavía m as, es,cuasi desconocido. Nota el evangelio que, despues de haber entrado en Jerusalen como en tr iu n fo , en el mismo dia le abandonaron hasta tal pun to , que se vió obli­gado á salir de allí á la caida de la ta rd e , para ir á buscar habitación en Bethania. ¿No sucede algo de xjsto, aun en el mismo dia de la comunion? ¡ Cuántos term inan , por decirlo as í, con la comunion toda su devocion, y cuasi toda su religión y su reconocimiento! ¡Con qué desprecio fué tratado el Salvador divino seis dias despues de aquella entrada tan religiosa en Jerusa len! ¡Con qué c ru e ld ad , con qué ignominia.

1 8 0 ' D03IIKG0

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¿ Se deja pasar siempre tanto tiempo despues de la comunion pascual para m altra tar al Salvador? Esas reuniones m undanas, en las que se tiene tan ta ver­güenza de profesar el Evangelio; esas diversiones tan poco inocentes; esos espectáculos tan poco cristianos, digámoslo m ejor, tan paganos, tan profanos; todos esos lugares en donde el m undo y el demonio se indemnizan tan bien de unos tan cortos ejercicios de devocion, ¿están m ucho tiempo desiertos? ¿Sü esperan siempre seis dias sin gritar, por decirlo así, contra Jesucristo : Q u ita , quítalo de de lan te , c ru ­cifícalo? Consultemos el núm ero de los que perse­veran en la inocencia; consultem os el núm ero de las conversiones ru id o sas ; consultém onos á nosotros m ism os; nuestra propia experiencia puede instruirnos perfectam ente sobre todos estos hechos.

¡A h, Señor! ¿será posible q u e , despues de estas reflexiones, me encuentre yo todavía en el c a so , y que yo mismo sea una nueva prueba de esta im pía , de esta monstruosa ingratitud? No lo perm itáis, Señor, y haced que yo pierda la vida antes que perder vues­tra gracia y vuestro am or.

JACULATORIAS.

Hosanna al Hijo de D avid; bendito sea el que v icia en el hom bre del S eñ o r; Hosanna en lo mas alto do los cielos. Mat. 21.

S i, Señor, aun cuando fuese necesario m orir con vos, no os negaré jam ás. Mat. 2G.

I P R O P O S IT O S .

i°. Puede decirso que todas la fiestas solemnes,, y sobre todo los dius de com union , son un a especie.

15. l i

DE HAMOS. 181-

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de triunfo de Jesucristo. El concurso edificante de los fieles al tem plo , la majestuosa solemnidad del oficio divino, la magnificencia de la Iglesia en la celebra­ción de las grandes festividades, todo esto es un tributo de respeto , de honor, de religión, de reco­nocim iento, que tributam os al Señor; no omitáis nada para contribuir en cuanto esté de vuestra parte á él con vuestro z e lo , con vuestra devocion, con vuestro fervor, y singularm ente con el ejercicio do los actos de religión y de las buenas obras. La m o­destia, la reverencia , la devocion, el respeto de cada uno en particu lar contribuye mucho á estas santas solemnidadss , haced un estudio en que nadie os ex­ceda en esto , y sobre todo no paséis ningún dia de la Semana santa sin santificarle con nuevas obras bue­nas , y nuevos ejercicios de piedad.

2.° Jesucristo hace su entrada en vosotros por la com union; debe, pu es, ser triunfante. No cedáis en am or, en culto y en adoracion al pueblo judío. Pero 110 perm ita Dios que esta entrada de Jesucristo en vosotros sea un preludio de su pasión y de su m uerte, ■ como lo fué la que hizo el Salvador en Jerusalen' entre las aclamaciones del pueblo. No obliguéis al Hijo de Dios á que se salga de vuestra c a sa , para irse á aposentar en o tra parte. Retenedle despues de la comunion con vuestra devocion y con vuestro fer­vor. Alejaos de hoy mas de las ocasiones de negarle; desterraos para siem pre de esas reun iones, en que se hace profesion de no conocerle, y hacedle su estancia en vuestra alm a, dulce y agradable por vuestro am or, por vuestra inocencia, y por la reform a de vuestras costumbre?.

ÍB 2 DOMINGO DE RAMOS,

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LU N ES SAKTO. 183

LUNES SANTO.

Como la Iglesia en toda esta sem ana do se emplea mas que en la contemplación de la pasión y m uerte de Jesucristo , el oficio de la misa de este dia es un vivo é interesante compendio de las principales c ir­cunstancias de este tr is te m isterio. El introito de la misa está tom ado del salmo 3 4 , en el que David, aborrec ido , calum niado , perseguido , m altra tado , .pide á Dios justicia contra los que todo lo ponen en movimiento para perderle. No hay cosa que mejor convenga á Jesucristo pronto ya á ser inmolado.

A vos, Señor, dice el p ro feta , es á quien yo pido justicia contra mis perseguidores; y puesto que mis enemigos son los vuestro s, tom ad vuestras arm as y vuestro escudo para com batirlos, y levantaos para venir en mi a y u d a ; vos Señor, que sois la fortaleza de mi salud , sacad vuestra espada, y poneos entre mí y los que me persiguen. Oiga yo en el fondo de mi co- razon que vos sois mi salud. Sea que David compusiese este salmo con motivo d é la persecución de Saúl, ó con el de la conspiración de A bsalon, lo cierto e s , que el Espíritu Santo tenia presente en él al Salvador en su pasión , perseguido, acusado, calum niado, y acosado con tanta crueldad como injusticia. Conviene sin em­bargo este salmo tam bién á los justos tentados por los demonios, y perseguidos dé los hombres. Conviene también á la Iglesia que jam ás está sin persecución.

La epístola de la misa de este dia está tomada de aquel pasaje en que el profeta Isaías habla en persona

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de triunfo de Jesucristo. El concurso edificante de los fieles al tem plo , la majestuosa solemnidad del oficio divino, la magnificencia de la Iglesia en la celebra­ción de las grandes festividades, todo esto es un tributo de respeto , de honor, de religión, de reco­nocim iento, que tributam os al Señor; no omitáis nada para contribuir en cuanto esté de vuestra parte á él con vuestro z e lo , con vuestra devocion, con vuestro fervor, y singularm ente con el ejercicio do los actos de religión y de las buenas obras. La m o­destia, la reverencia , la devocion, el respeto de cada uno en particu lar contribuye mucho á estas santas solemnidadss , haced un estudio en que nadie os ex­ceda en esto , y sobre todo no paséis ningún dia de la Semana santa sin santificarle con nuevas obras bue­nas , y nuevos ejercicios de piedad.

2.° Jesucristo hace su entrada en vosotros por la com union; debe, pu es, ser triunfante. No cedáis en am or, en culto y en adoracion al pueblo judío. Pero 110 perm ita Dios que esta entrada de Jesucristo en vosotros sea un preludio de su pasión y de su m uerte, ■ como lo fué la que hizo el Salvador en Jerusaleri entre las aclamaciones del pueblo. No obliguéis al Hijo de Dios á que se salga de vuestra c a sa , para irse á aposentar en o tra parte. Retenedle despues de la comunion con vuestra devocion y con vuestro fer­vor. Alejaos de hoy mas de las ocasiones de negarle; desterraos para siem pre de esas reun iones, en que se hace profesion de no conocerle, y hacedle su estancia en vuestra alm a, dulce y agradable por vuestro am or, por vuestra inocencia, y por la reform a de vuestras costumbre?.

ÍB 2 DOMINGO DE RAMOS,

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LU N ES SAKTO. 183

LUNES SANTO.

Como la Iglesia en toda esta sem ana do se emplea mas que en la contemplación do la pasión y m uerte de Jesucristo , el oficio de la misa de este dia es un vivo é interesante compendio de las principales c ir­cunstancias de este tr is te m isterio. El introito de la misa está tom ado del salmo 3 4 , en el que David, aborrec ido , calum niado , perseguido , m altra tado , .pide á Dios justicia contra los que todo lo ponen en movimiento para perderle. No hay cosa que mejor convenga á Jesucristo pronto ya á ser inmolado.

A vos, Señor, dice el p ro feta , es á quien yo pido justicia contra mis perseguidores; y puesto que mis enemigos son los vuestro s, tom ad vuestras arm as y vuestro escudo para com batirlos, y levantaos para venir en mi a y u d a ; vos Señor, que sois la fortaleza de mi salud , sacad vuestra espada, y poneos entre mí y los que me persiguen. Oiga yo en el fondo de mi co- razon que vos sois mi salud. Sea que David compusiese este salmo con motivo d é la persecución de Saúl, ó con el de la conspiración de A bsalon, lo cierto e s , que el Espíritu Santo tenia presente en él al Salvador en su pasión , perseguido, acusado, calum niado, y acosado con tanta crueldad como injusticia. Conviene sin em­bargo este salmo tam bién á los justos tentados por los demonios, y perseguidos dé los hombres. Conviene también á la Iglesia que jam ás está sin persecución.

La epístola de la misa de este dia está tomada de aquel pasaje en que el profeta Isaías habla en persona

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de Jesucristo u ltra jad o , obofeteado, cubierto el ros­tro de salivas, y harto de oprobios en el dia de su pasión. No se dió jam ás figura mas sem ejante á la realidad, que la que nos hace el profeta de Jesucristo paciente en este capítulo quincuagésim o, en el que despues de haber declarado con un estilo vivo y pre­ciso la reprobación de la sinagoga y de los ju d ío sá causa de sus iniquidades : Yo os d e c la ro , dice el Señor por boca de su p ro fe ta , yo os declaro que , si habéis sido vendidos , culpa es de vuestros pecados, y vuestros crímenes son los que me han hecho repu­d iar á vuestra m adre. Hablando Isaías en persona de Jesucristo , cuenta en seguida los u ltra jes impíos que le han hecho, y las crueldades inauditas que han ejercido sobre é l , hasta el último térm ino de la bar­barie. Este porm enor p rofético , cuyo cum plim iento en la persona del Salvador se ha visto tan claram ente en el dia de su pasión, este porm enor, repito , tan m ar­cado no carece de m isterio. El p ro fe ta , ó mas bien Dios por su profeta, ha querido dar á entender que lo que ha determ inado, por fin, al Señor á rom per su alianza con el pueblo jud ío , á no m irarle mas como su pueb lo , á rechazarle , á rep robarle , y a repudiar la sinagoga, es el modo ind igno , in fam e, c ru e l, con

' \ u e han tratado al Mesías, á quien no han querido escuchar ni recibir, á quien han ultrajado hasta el ex trem o , y á quien han hecho morir en una cruz.

El Señor m i Dios me ha abierto el oído: como si d ije ra , me ha revelado u n gran m isterio , y por mas incre íb le , por mas incom prensible que me haya pare­cido , yo me he rendido , y no le he contradicho. Este m isterio tan poco verisím il, que escandaliza hasta al p ro fe ta , eran los u ltra jes sangrientos que debían

184 LU N E S

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hacer un dia los judíos al Mesías, pedido con tanto ardor, y esperado por tanto tiempo. Isaías no podia com prender cómo lo que Dios le revelaba acerca de los dolores y de la pasión del Salvador pudiese jamás suceder : tan opuesto le parecia esto á la ra­zón, á la religión, á los verdaderos intereses de los mismos judíos. ¡Qué! despues de haber suspirado tantos siglos por la venida del Mesías; despues de haberle tan ardiente y afectuosam ente ped ido , espe­rado , deseado; cuando este M esías, cuando este rey de Israel, cuando este soberano libertador, este di­vino Salvador hubiere ya venido , ¿debe ser odiado, perseguido, u ltrajado, abofeteado, cubierto d e sa li­vas, entregado á la m uerte por este mismo pueblo? Hé aquí lo que le era tan duro creer al profeta. Lo creyó sin embargo apenas Dios se lo hubo revelado, y luego hizo el porm enor de la m ayor parte de las circunstancias de la pasión tan dolorosa , como igno­miniosa para el Salvador del m undo, el Mesías.

He entregado m i cuerpo á los que me her ían , y mis mejillas á los q u e , por et último de los desprecios, me arrancaban el pelo de la barba. No he desviado m i ros­tro de los que me cubrían de in jurias y de salivas. El Hijo de Dios, hablando por boca de David, habia di­cho : Señor, bien veo que todos los sacrificios que se os ofrecen , no pueden seros m uy agradables : holo­caustos , hostias por los pecados, sangre de las vícti­mas , nada de todo esto es capaz de satisfacer á vues­tra justicia ofendida, ni de apaciguar vuestra cólera irritada por el pecado. Vos no habéis querido víctimas ni oblaciones-, solo por pura condescendencia , y en atención á la flaqueza de vuestro pueblo , los habéis tolerado. Por este medio habéis querido poner un

SANTO. 185

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freno á la propensión que este pueblo grosero y ma­terial tenia á la id o la tr ía , y fijar sus espíritus coa i a s ceremonias ex terio res, no fuese que se dejasen arrastrar al culto de los ídolos por el comercio que lenian con los paganos. V iendo, pues, yo que todas estas oblaciones, estos sacrificios de toros y de ca­britos os desagradaban, me he ofrecido á ser yo mismo esta víctima que debia seros infinitamente agradable , y que era la única que podia ser capaz de satisfacer abundantem ente á vuestra ju s tic ia , aplacar vuestra ira , y b o rra r .el pecado. Vos me habéis for­mado un cuerpo para e s to , y sabiendo, Señor, que deseáis que os le ofrezca en sacrificio, he entregado este cuerpo á todos los u ltra jes, á todos los torm en­to s , á las sa livas, á la m uerté misma. Esto es pun­tualm ente lo que se ha cumplido en la pasión del Salvador; él se ha entregado á los verdugos como una víctima inocente, como un cordero que no se queja cuando se le lleva al matadero.

Yendo Jesucristo por últim a vez á Jerusalen con sus discípulos, les previno de todo lo que debia suce* de rie , y les predijo hasta las m enores circunstancias de ello. Veis aquí, les dijo ( i ) , que vamos á Jerusalen, y se cumplirán todas las cosas que han escrito los pro­fetas del Hijo del hombre; porque será entregado á los gentiles, tratado con irrisión, azotado, y cubierto de salivas. Desde el momento de su encarnación había aceptado el Salvador todo e s to , y ahora dice : JU a q u í , Dios mió, que vengo para hacer vuestra volun­ta d (2). El Señor, añade el p ro fe ta , es mi p ro tec to r; ¿qué tengo yo que tem er? yo no puedo ser confun­dido. Yo he presentado mi rostro como una piedra

(i) Luc. 18. - (2} Is. 53.

jg r* LUNES

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durísim a, y yo sé que no seré tra s to rn ad o ; el que me justifica está cerca de m í , y yo soy inseparable de é l ; acúsesem e, calum níesem e, condénesem e, mi juez conoce mi inocencia y está de mi parte. Yo seré oprimido á la vista de mis enemigos-, pero con la protección del Altísimo, esta opresion exterior será el motivo de mi gloria. El mismo profeta explica to­davía mas esto, cuando en seguida dice, hablando del Mesías : Ofreciendo, sacrificando su vida por el pecado, verá su generación durar hasta mas allá de Igs siglos ( i ). Como si dijera : puesto que se ha dignado en tre­garse y sufrir la m uerte por la salud de los h o m b res, todos los hom bres han venido á ser siervos é hijos suyos. Él les com unica su cualidad de Hijo de Dios por la gracia de adopcion ; y por un pequeño pueblo su­m am ente reducido que se ha negado á reconocerle por su Salvador, por su Rey, por el Mesías, será reco­nocido por todos los pueblos de la tie r ra , y se verá constituido cabeza de la Iglesia cristiana, que debo subsistir hasta mas allá de los tiempos.

Únanse entre sí todos mis enemigos para perderm e: sacerdotes, doctores de la ley, fariseos, pueblos á quienes el demonio concita contra m í, juntaos tam ­bién con todas las potestades de las tinieblas, moved todos los resortes, emplead hasta la autoridad ro ­m ana; el Señor mi Dios está de mi parte , yo no temo ni los juicios ni la malicia de los hom bres; toda su malignidad no puede m anchar mi inocencia, yo triun­faré del mundo y del infierno. Toda esta nube de ene­migos encarnizados para perderm e, se desvanecerá; ellos se consum irán, caerán hechos pedazos, corrom ­pidos, y serán comidos de gusanos, al paso que yo

(I) lleb r . ífl

SANTO. 487

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.hallaré en la ignominia de mi m uerte una vida gloriosa, impasible y eterna. ¿Quién de vosotros teme á Dios y oye la voz de su siervo? Jesucristo es el que habla, por boca de su profeta, á sus fieles discípulos : Vosotros que temeis al Señor, y que eschuchais mi v o z , no os espanteis de las am enazas de los m alos; meten m ucho ru id o , pero hacen poco mal. Esperad en el Señor, y nada será capaz de dañaros. Dios os conser­vará en medio de los m ayores peligros; en medio de las oscuridades mas espesas él mismo os servirá de guia. Mas con respecto á los que no quieren seguirm e, que son indóciles á mi v o z , y que no quieren creer­me , yo compadezco su suerte. PoT mas pecadores que h ay a iss id o , por mas pobres, por mas abandonados, aborrecidos, perseguidos, por mas oprim idos que podáis veros, poned toda vuestra confianza en D ios, contad con su bondad , apoyaos en su m isericordia infin ita, y nada tem áis, porque seréis auxiliados.

El evangelio de este dia refiere lo que pasó la vís­pera de la entrada solemne que hizo el Salvador en Jerusa len , cuando á su vuelta de Ephrem se detuvo en Bethania, en donde estaba Lázaro á quien habia resucitado de entre los m uertos. 1 ,a veneración con

^que miraban á Jesús en aquella villa, sobre todo des- pues del milagro de la resurrección de L ázaro , hizo que cada uno se apresurase á recibirle, creyéndose muy dichoso en tener tal huésped. Mas el Salvador se fué á casa de Lázaro y de sus h e rm an as, en donde se le habia preparado la cena , y adonde habian acudido m uchas gentes, para ver al que todos m iraban ya como el Mesias. Lázaro era uno de los que cumian con él á la mesa, y Marta, como la m ayor de las dos h er­m anas , le servia. Apenas se habia acabado de servir

•3 8 8 LU N ES

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la mesa, cuando María, que excedía á todos los demás en amor á Jesucristo, quiso servirle un plato tanto mas exquisito cuanto que era mas precioso, y al mismo tiempo encerraba mayores misterios. Era un vaso lleno de un licor, sacado de la espiga del n a rd o , esto es, de un licor adorífero m uy exquisito y de gran precio. El nardo es una planta cuya caña termina en espiga : el ace ite , ó el licor extraído de la espiga era mas estimado que el que se sacaba de las hojas. El Yaso, pues, que llevaba Magdalena estaba lleno y contenia una libra de este aceite extraído de la espiga del nardo pistico, esto es, del nardo p u ro , que no es­taba falsificado •, y como el Salvador estaba tendido sobre uno de aquellos canapés que se ponían al re ­dedor d é la m esa, según la costum bre de los judíos y de todos los orientales, se llegó á ungir los piés de Jesucristo con el precioso licor, con el que se embal­samó toda la casa , y despues los enjugó con sus ca­bellos. Esta profusion no fué del gusto de todos. Judas, aquel indigno discípulo que debia muy pronto entregar á su buen Maestro, fué el prim ero que m ur­muró de e llo , y su mal ejemplo, como sucede de or­dinario, le siguieron algunos otros •, y como á la m ur­muración se la colora siempre con algún motivo especioso en la apariencia :¿A qué viene, exclam ó, el perder un licor de tan gran precio? ¿no valia mas ha­berle vendido, y se hubieran sacado trescientos dfina­rlos de plata (esta suma corresponde á ciento cin­cuenta libras de nuestra moneda) que podrían haberse repartido á lo s pobres? Las pasiones, especialmente en los que hacen profesion de piedad, hablan siempre un lenguaje devoto, y por lo com ún pretextan m o­tivos religiosos y plausibles. No era por caridad con

4íi

SANTO. 1 8 9

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los pobres por lo que aquel traidor decía esto ; le daba muy poca pena su miseria •, por otra p a r te , tam ­poco estaba encargado de hacer las limosnas; era el Salvador mismo el que las hacia; pero como Judas era el depositario de la bo lsa , y como Jesucristo , en señal de una benevolencia particular, le habia con­fiado el cuidado de la pequeña despensa, y de recibir como ecónomo las limosnas que le hacían para sus necesidades y las de sus discípulos, robaba secreta­mente , y separaba lo rnas que podia en provecho suyo , meditando sin duda mucho tiempo habia dejar la compañía de los apóstoles. Y siendo la suma de que se trataba de consideración, sentia haberse per­dido la ocasion de hacer un latrocinio tan fuerte.

Como todas estas q u e jas , ya fuese que se hiciesen interiorm ente y en secreto, ya que se hiciesen á las claras, no se ocultaban al Salvador del m undo; así es que tomó abiertam ente la defensa desu piadosa sierva, y justificó su acción. ¿Porqué censuráis, Ies d ice , una acción que será alabada hasta el fin de los siglos? Dejadle aprovechar este precioso licor para el dia de m i sepultura. Con estas palabras quiso dar á entender Jesucristo que estaba próxim o el tiempo de su m uerte, y que María, derram ando sobre él este perfum e, de­sempeñaba con antelación un deber que la piedad y la costum bre exigían que se tributase á los m uertos antes de sepultarlos. El Salvador predice aquí bien po­sitivamente su m uerte p róx im a; y para hacer ver que su pensamiento está todo ocupado en e lla , quiere que se considere la acción de María como el embalsama­miento de su cuerpo , cuya m uerte y sepultura pre­siente ella para dentro de pocos dias; es como si dijese : Aquí hay un presagio de mi próxim a m u e rte ;

1 9 0 LUXES

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ella me tra ta como un hom bre á quien se le tributan los últimos servicios; ella comienza á embalsamarme jomo á un hom bre que va á ser colocado en el se­pulcro. Ha querido con anticipación hacer los gastos ile mi sep u ltu ra , y si ha prevenido el dia de e l la , es porque tiene motivo para tem er que los autores de mi m uerte le im pedirán entonces el tributarm e este último obsequio. Por lo d em ás, añ ad ió , os he dado bastante á conocer cuánto estimo la limosna que se da á aquellos á quienes oca dura necesidad les obliga á pedirla; pero tened presente que jam ás os fallarán este género de p o b re s , al paso que debiendo yo per­m anecer ya poco tiempo visible sobre la t ie r ra , no debeis llevar á mal el que se apresure á ofrecerme esta clase de hom enajes. Entre tanto, habiendo corrido la noticia de su llegada á Bethánia en todo el país co­m arcano , acudieron m uchos ju d ío s , no solo por tener la satisfacción de ver á Jesús á quien se esperaba con im paciencia, sino tam bién por ver con sus ojos á-Lá­zaro , á aquel hom bre de milagro á quien el Salvador habia resucitado cuatro dias despues de haber sido puesto en el sepulcro. Jesús m erece , sin d u d a , por sí solo que se le vaya á ver, y la perfecta pureza de intención no se compone bien ni aun con una especie de curiosidad piadosa. ¿Qué se rá , pues, de las miras bajas é interesadas que con tanta frecuencia se mez­clan en nuestras buenas ob ras, y aun en la misma profesion que se hace de la piedad? Sabemos que el Salvador está realm ente en nuestros altares para re ­cibir allí nuestros votos y nuestros homenajes ; que está en los hospitales, en las cá rce les , en las casas de los pobres, para recibir allí el consuelo y el socorro ; pero ¿nos apresuram os m ucho para ir á v isitarle?

s a : ; t o . i 9 1

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¿E s grande la m uchedum bre que va á los hospitales y á las prisiones, para asistir y consolar, por decirlo a s i, á Jesucristo en la persona de los pobres? Y si alguna vez correm os á nuestros tem plos, ¿ es siempre solo por ver á Jesucristo y rendirle nuestros home­najes por lo que correm os ?

La oracion de la m isa de este dia es como sigue.

O Dios om nipotente, que sabéis que nuestra flaqueza es la causa de que sucum bam os á laníos m ales como por todas partes nos oprim en , dignaos concedernos que respirem os animosos por los méritos d é la pasión de vuestro Hijo ún ico , e l c u a l, siendo D ios, vive y rein a , etc.

La epístola es del cap. 50 del profeta Isaías.

En aquellos d ia s, dijo Isaías : El Señor mi Dios m e ha abierto el o íd o , y yo no lfe contradigo , ni me he retirado atrás. Yo he entregado mi cuerpo á ios que me herian , y mis m ejillas á los que las mesaban : no he apartado mi rostro de los que me cubrían de injurias y de salivas. El Señor mi Dios es mi protector, y por esto no he sido co:> fundido. Yo he endurecido mi rostro como una piedra dur;* sim a, y yo sé que no caeré en la confusion. El que me juo- tifica está junto á m i: ¿ quién es el que se declara contra m í! Presentém onos juntos delante del juez : ¿quién es mi ad­versario? Lléguese á mí. Hé aquí el Señor mi Dios que viene en mi auxilio: ¿quién me condenará? Todos ellos se gastarán como un v estid o , y la polilla los consumirá. ¿ Quién de vos­otros teme á D ios, y quién ove la voz de su siervo? El qu« camina entre tin ieb las, y no tiene lu z , espere en el nom brt del Señor, y apóyese en el Señor su Dios.

NOTA. |

Refiriendo el profeta Isaías todo lo que ha sufrido de los jud ío s , sus insultos y sus u ltra jes , y todos sus

-únalos tratam ientos, no tanto habla de sí mismo,

1 9 2 LUNES

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como de Jesucristo, de quien él era la figura , y cuya perso n a , acciones y torm entos representaba.

REFLEXIONES.

Yo he entregado m i cuerpo á ¡os que me herían. ¿No se ha entregado el Señor mas que á los insultos de loa judíos? ¿Son solos los judíos los que le han faltado al respeto , le han u ltra jado , han rehusado conocerle? Las sacrilegas profanaciones, las irrisiones impías, los insultantes desprecios al Santo de los san tos, ¿han sido excesos cometidos solo por los habitantes de Je­rusalen? estas impiedades ¿han pasado ya? ¡A h! Je­sucristo por un exceso de am or y de bondad, nos ha dado su cuerpo en la adorable E ucaristía ; Veismeaqui que estoy con vosotros para todos los tiempos, hasta la consumación de los siglos ( i) . Él mismo nos declara que lo que nos da es su propio cuerpo *, pero añ ad e : Este es mi cuerpo que será entregado (2). ¿No ha sido entregado este cuerpo adorable mas que á los insultos de los judíos? Este cuerpo precioso en quien habita corporalm ente toda la divinidad, ¿ no ha sido el blanco mas que de los ultrajes d é lo s gentiles? El cuerpo de Jesucristo -está realm ente sobre nuestros altares-, está allí para ser adorado de todos los cris* tianos-, está para ser allí indemnizado de los ultrajes; que ha recibido de ¡os judíos, por la fe, por la piedad, por el respeto y las adoraciones de los fieles. Pero ] Dios mió! ¿No sois todavía allí ultrajado por estos mismos fieles? ¿no se renuevan allí todos los dias los malos tralam ientos que recibisteis de los judíos en el tiempo de vuestra pasión? y lo que debe, por

SANTO. 193

(J) Slatl!. r- z . - (2) Cor. U .

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decirlo a s í , seros todavía mas sensible, es que los que así obran no son judíos ciegos y obstinados, son cristianos que hacen profesion de conoceros, son vuestros propios hijos. Recordemos en nuestro ánimo todas las indecencias, todas las irreveren­cias, lodos los actos de irreligión d e q u e hemos sido testigos en nuestros tem p lo s, y tal VCZ tEUUDiGll autores. Representémonos aquel aire orgulloso , y me atrevo á decir, insultante con que se entra en nuestras iglesias; las posturas tan irreligiosas, las inm odestias, las irreverencias con que parece burlarse de la paciencia de un Dios que calla. ¿So se diria que se trata á Jesucristo sobre nuestros al­tares con tanto desprecio como se haria á un rey de tea tro , cuando se habla, cuando se r ie , cuando se le insulta inclinándose delante de él á media ro ­dilla? Pero :y cuántos insultos secretos! ¡cuántas profanaciones invisibles! ¡cuántos besos traidores en tantas comuniones sacrilegas ! ¿ No se hallan sa­cerdotes en la nueva ley que ls tra ten todavía con mas indignidad que lo hicieron los do la antigua? ¿No tiene razón el Salvador para decir, en vista de la ingratitud, d é la indevoción, d é la irreligión de tan to j fieles indignos: yo he en tregado , yo he abandonado mi cuerpo á los que me herian? ¡Y cuántas quejas no tiene derecho para producir este divino Salvador, este Dios ocu lto , de tantos herejes sacrilegos q u e , imitando á los ju d ío s , por su falta de fe , y por su furor y su ra b ia , sob repu jan , por decirlo a s í, á las blasfemias y á las injurias de que este divino Salvador ha sido cargado y como harto durante su pasión! ¿Qué no deben hacer las almas piadosas, los siervos fieles, para reparar con su fervor y con

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su religión tantos ultrajes? Demos nosotros pruebas de nuestra fe con nuestra devocion y con nuestros respetos.

El evangelio de la misa de este dia es de san Juan , cap. 42.

Seis (lias antes de la pasión fue Jesús á Bethania, en donde habia muerto Lázaro, el cual habia resucitado. D ispusié­ronle allí de cen a r: María serv ia , y Lázaro era uno de los que cenaban con él. María tomó una libra de aceite de olor de un nardo puro y de gran precio, y con él ungió los piés de J esú s , y se los enjugó con sus ca b ellos, y toda la casa quedó embalsamada con este licor. Entonces Judas Iscariote, uno de sus d iscípulos, el que debia entregarle, dijo : ¿Por­qué no se vendió este licor en trescientos denarios de piala, y no se ha dado á los pobres? ~So dijo él esto porque se in ­teresase por los pobres, sino porque era ladrón , y estando encargado de la bolsa , tenia á su disposición lo que en ella entraba. D íjo les, p u r s , Jesús : Dejadla aprovechar este licor para el dia de mí sepultura; siem pre teneis pobres con vosotros, pero á mí no me tenéis siem pre. Habiendo sabido un gran número de judíos que estaba en aquel lugar, fueron allá , no solo por Jesú s, sino por ver á Lázaro á quien habia resucitado de entre los muertos.

MEDITACION.

DE LA FALSA DELICADEZA DE CONCIENCIA.

PUNTO PRIMERO.

Considera que la falsa conciencia tiene sus delica­dezas como la buena : m uchas veces afecta ser aun escrupulosa; pero en lo que lisonjea la pasión dom i­nante, de la cual es la protectora y el apoyo, ella no ieja de colorar siem pre sus ilusiones con motivos des­lum bradores y especiosos. Unas veces es zelo por el bien público, otras es amor de la verdad, otras es

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decirlo a s í , seros todavía mas sensible, es que los que así obran no son judíos ciegos y obstinados, son cristianos que hacen profesion de conoceros, son vuestros propios hijos. Recordemos en nuestro ánimo todas las indecencias, todas las irreveren­cias, todos los actos de irreligión de que hemos sido testigos en nuestros tem p lo s, y tal VCZ tEUUDiGll autores. Representémonos aquel aire orgulloso , y me atrevo á decir, insultante con que se entra en nuestras iglesias; las posturas tan irreligiosas, las inm odestias, las irreverencias con que parece burlarse de la paciencia de un Dios que calla. ¿No se diria que se trata á Jesucristo sobre nuestros al­tares con tanto desprecio como se haria á un rey de tea tro , cuando se habla, cuando se r ie , cuando se le insulta inclinándose delante de él á media ro ­dilla? Pero :y cuántos insultos secretos! ¡cuántas profanaciones invisibles! ¡cuántos besos traidores en tantas comuniones sacrilegas ! ¿ No se hallan sa­cerdotes en la nueva ley que ls tra ten todavía con mas indignidad que lo hicieron los do la antigua? ¿No tiene razón el Salvador para decir, en vista de la ingratitud, d é la indevoción, d é la irreligión de tan to j fieles indignos: yo he en tregado , yo he abandonado mi cuerpo á los que me herian? ¡Y cuántas quejas no tiene derecho para producir este divino Salvador, este Dios ocu lto , de tantos herejes sacrilegos q u e , imitando á los ju d ío s , por su falta de fe , y por su furor y su ra b ia , sob repu jan , por decirlo a s í, á las blasfemias y á las injurias de que este divino Salvador ha sido cargado y como harto durante su pasión! ¿Qué no deben hacer las almas piadosas, los siervos fieles, para reparar con su fervor y con

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su religión tantos ultrajes? Demos nosotros pruebas de nuestra fe con nuestra devocion y con nuestros respetos.

El evangelio de la misa de este dia es de san Juan , cap. 42.

Seis (lias antes de la pasión fue Jesús á Bethania, en donde hahia muerto Lázaro, el cual habia resucitado. D ispusié­ronle allí de cen a r: Marta serv ia , y Lázaro era uno de los que cenaban con él. María lomó una libra de aceite de olor de un nardo puro y de gran precio, y con él ungió los piés de J esú s , y se los enjugó con sus ca b ellos, y toda la casa quedó embalsamada con este licor. Entonces Judas Iscariote, uno de sus d iscípulos, el que debia entregarle, dijo : ¿Por­qué no se vendió este licor en trescientos denarios de plata, y no se ha dado á los pobres? ~So dijo él esto porque se in ­teresase por los pobres, sino porque era ladrón , y estando encargado de la bolsa , tenia á su disposición lo que en ella entraba. D íjo les, p u r s , Jesús : Dejadla aprovechar este licor para el dia de mí sepultura; siem pre teneis pobres con vosotros. pero á mí no me tenéis siem pre. Habiendo sabido un gran número de judíos que estaba en aquel lugar, fueron allá , no solo por Jesú s, sino por ver á Lázaro á quien habia resucitado de entre los muertos.

MEDITACION.

DE LA FALSA DELICADEZA DE CONCIENCIA.

PUNTO PRIMERO.

Considera que la falsa conciencia tiene sus delica­dezas como la buena : m uchas veces afecta ser aun escrupulosa; pero en lo que lisonjea la pasión dom i­nante, de la cual es la protectora y el apoyo, ella no ieja de colorar siem pre sus ilusiones con motivos des­lum bradores y especiosos. Unas veces es zelo por el bien público, otras es amor de la verdad, otras es

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delicadeza por la justicia. Compélese á un pobre deu­dor sin m iserico rd ia , quiérese quedar pagado hasta el últim o d inero , cualquiera que sea la indigencia en que se encontrase el d eu d o r: no se escuchan ni razo­nes, ni excusas, ni ruegos 5 ciérranse los ojos al estado miserable á que se le reduce; m uéstrase d u ro , insen« sible á la ru ina de toda una familia : ¿qué motivo puede tener un hom bre racional para una dureza tan bárbara ? pero ¿ le faltará jam ás pretexto á la avaricia, á la codicia, á la pasión del interés? Creeriase hacer agravio á sus h ijo s , á sus herederos, á su propia fam ilia , á sus d eb eres , si se disminuyese algo de la deuda. Rehúsase el perdonar una injuria a troz , ó , si se afecta p e rdonarla , no se quiere ver al que nos ha ofendido; pero ¿qué es lo que puede justificar una conducta tan opuesta al precepto de Jesucristo , una severidad tan poco cristiana? La delicadeza de una falsa conciencia. Es una persona de malas costum bres, se d ice , de un natural maligno y peligroso, con quien la pretendida prudencia corta todo com ercio ; por delicadeza de conciencia se juzga tan ma! del pró­jim o ; por delicadeza de conciencia se viola uno de los mas esenciales m andamientos de Dios. ¿Hubo ja ­m ás una ilusión mas criminal? Por mas obligado que uno e s téá rom per un comercio poco inocente, á ale­jarse de una ocasion próxim a de pecado , á 110 ver mas una persona cuya conversación es peligrosa á la inocencia y funesta á la salud , una falsa delicadeza de conciencia, fecunda en expedientes, da confianza: la reputación de la persona peligrosa, y la nuestra p ro p ia , deben hacer pasar por encima de todos los peligros; seria desacreditar á una persona rom per del todo con ella. Por fin» se halla uno desgraciada-

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mente empeñado en un p a rtid o ; el o rgu llo , el inte­rés , el libertinaje, la pasión , nos han extraviado del camino de la verdad •, pues por delicadeza de con­ciencia se pretende perseverar hasta la m uerte en su ex trav ío , quiérese m orir en la herejía por am or á la verdad. No hay lu te ran o , no hay calvinista que no sacuda hasta la mas mínima duda sobre la rebelión contra la Iglesia, y esto por motivo de conciencia ; es decir, que por una pretendida delicadeza de concien­cia se vive y se m uere en el e rro r. ¡ Buen Dios! ¿Ilubo jamás ilusión mas g rosera , mas perniciosa, mas horrible? Pero cuando se llega á caer en la ilusión, ya no se conoce ni g rosería , ni ex trav io , ni malicia. Judas nos ofrece un grande ejemplo de esta verdad.

PUXTO SEGUXDO.

Considera en este desgraciado apóstol bien m arca­dos todos los rasgos de la falsa delicadeza de concien­c ia , de la ilusión ydel erro r. Magdalena, abrasada del am or mas generoso á su Salvador, no deja pasar ninguna ocasion de darle públicamente señales de él. Seis dias antes de la m uerte de Jesucristo , cenando en B ethania, derram a sobre los piés del divino Salva­dor esencias de gran p rec io , y lavándolos tanto con sus lágrimas como con este precioso licor, los enjuga con sus cabellos; todos quedan edificados, y toda la casa embalsamada con este licor odorífero. Judas es el único que desaprueba una acción tan santa y $e escandaliza-, el motivo que tiene para ello es la cari­dad , y la causa de su m urm uración es la pretendida delicadeza de su conciencia. Si se le oye hablar, la pura caridad por los pobres es la que mueve su que ja ; una

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economía sabia y religiosa es la que le estim ula; el am or de la pobreza evangélica es lo que le anima.i Porqué se ha de perder e s to , puesto que se podía sacar mucho dinero de ello y darlo á los pobres? ¿No se diria que es la pura caridad la que le hace hablar, y que este discípulo no piensa mas que en aliviar la indigencia de los pobres? No ob stan te , lo que le hace m urm urar es la avaricia, y el ansia de robar este dinero es lo que le obliga á hacer esta advertencia. Le importaban muy poco los p o b res; pero habiendo ya resuelto hacer traición á su buen M aestro, y en tre­garle á sus enemigos por el d in ero , hubiera deseado que se hubiese vendido aquel licor precioso, con ia esperanza de q u e , estando encargado de la pequeña despensa, se le habría confiado á é l , y hubiera tenido ocasion de robar también esta sum a. El vicio y la virtud tienen m uchas veces el mismo lenguaje, y nosotros nos engañamos hasta en nosotros mismos. Nada contrahace mejor la buena conciencia que la falsa; motivos de religión, razones de p iedad, pre­textos de caridad y de ze lo , toda se pone por obra para dar confianza, para tranquilizar, para engañar, para seducir. ¡ Cuántos hay que no obran mas que por pasión , m ientras se lisonjean de obrar por vir­tud ! ¡cuántos son el juguete de su mal corazon y de su falsa conciencia i Cuando la corrupción del cora­zon ha ganado el entendim iento, la conciencia se pervierte muy pronto. Cuanto mas talento hay, tanto es mas incurable la ilusión; jam ás es el error tan per­nicioso como cuando es efecto de la malignidad del corazon , y d é la perversidad del entendimiento. ¿ Y porqué seremos tan ingeniosos y tan industriosos para perdernos? ¿ porqué no obrarem os con sencillez,

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con rec titu d , sobre todo en materia de salvación? ¿Creemos que la pasión, por mas disfrazada, por mas enmascarada que esté , puede engañar á Dios? Engañémonos á nosotros mismos cuanto queram os, Dios no puede ser engañado. Contemplemos esa mul­titud de herejes, y lloremos su su e rte ; pero no deje­mos de tem er por la nuestra. ¡Cuántos sugetos hay, por o tra parte hábiles, y de un carácter excelente para el comercio y el tra to del m u n d o , que sin em­bargo en materia de religión desbarran toda su v id a ! pues pocos de ellos son los que no obstante no se formen una falsa conciencia, á cuyo abrigo viven y m ueren tranquilam ente, al parecer, e rte i e x tra v ío y en el error.

No perm itáis, Señor, que yo caiga jam ás en tan la­mentable ceguera, ya en cuanto al dogm a, ya en cuanto á la regla de las costum bres. Concededme vuestra gracia para que os sirva con simplicidad y con rectitud , y no perm itáis que caiga jam ás en la ilusión.

JACULATORIAS.

Renovad, Señor, en mí aquella pureza de corazon, y aquella rectitud de espíritu , sin la que no es po­sible dejar de extraviarse del verdadero camino. Salmo 50.

No me arrojéis de vuestra presencia, y haced siempre que me iluminen las luces de vuestro santo espíritu. Idem.

PROPOSITOS.

1.® La falsa conciencia tiene sus delicadezas como la b u en a , y esto es lo que á muchos les engaña. Pué­dese aun asegurar que las delicadezas de la falsa son

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mas tenaces; y de aquí nace la dificultad de convertir á los que han caído en esta ilusión. Temed un mal tan pernicioso, v de ordinario tan incurable. Haced un estudio en servir á Dios con rectitud y simplicidad. El orgullo es por lo común el origen funesto de las ilusiones del entendim iento y de las del corazon. Te­n ed , pues, un corazon y un entendimiento dóciles. No hagais nada sin el consejo de un sabio y santo d irector; desconfiad siempre de vuestras propias luces; y decid m uchas veces á Dios, tom ando aquellas herm osas palabras del Profeta : Criad, ó Dios, en mí un corazon p u ro , y renovad en mi interior el espíritu de rectitud.

2 ° Uno de los medios para no dejarse sorprender de esta delicadeza de conciencia, es buscar á Dios con sinceridad. Desconfiad continuam ente de vuestro propio esp íritu ; no leáis jam ás ningún libro sospe­choso. Tened ho rro r á todo espíritu de partido y de cabala. Haced profesion de una simplicidad verdade­ram ente c ris tian a ; tened siempre una caridad univer­sal ; no juzguéis á nadie; juzgaos severamente á vos­otros mismos, y aplicaos á la reform a de vuestras cos­tum bres. Ved aquí cuál debe ser el continuo objeto de vuestro zelo.

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MARTES SANTO.

Al paso que se acerca el gran dia en que se com­pletó la grande obra de nuestra redención con la m uerte en la cruz del Salvador del m undo, exhorta la Iglesia á todos los fieles á que no se gloríen mas que en la cruz, instrum ento glorioso de nuestra salud,

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y á que cum plan en su c a rn e , á ejemplo del Apóstol, lo que falta á los dolores de Jesucristo , principal­m ente en estos dias de llan to , de luto y de peni­tencia.

El introito de la misa de este dia está tomado de la epístola de san Pablo á los Gálatas, en la que el santo apóstol, despues de haberles dado un gran número de preceptos m orales, que son un compendio de toda la m oral cristiana-, despues de haberles descubierto el verdadero motivo porque todos los falsos apóstoles querían obligarles á que se som etieran todavía á las ceremonias legales : So son tan eficaces, les d ice, para estrecharos á tom ar la circuncisión, sino para evitar la persecución que los judíos han declarado á los q u e , como nosotros, creen que las ceremonias legales están abrogadas. Aquellos falsos apóstoles creian en Jesucristo ; pero no creian que la ley de la circuncisión quedó abolida por el bautismo. No creáis, añade el santo a p ó s to l, que sea el zelo de vuestra sa lud , ó el am or de la verdad , ó la gloria de Jesu­cristo lo que les an im a: es la van idad , el respeto hum ano, el am or propio. Quieren gloriarse en vuestra carne, esto e s , quieren tener la necia gloria de ha­beros sometido á la ley de la circuncisión; un temor co b a rd e , se rv il, interesado , les impide predicar, como nosotros, la cruz de Jesucristo y la eficacia de la fe , para de este modo 110 verse perseguidos de los judíos por la cruz de Jesucristo. Los cristianos esta­ban expuestos á las persecuciones de los judíos y de los paganos. Los judíos les perseguían porque abro­gaban las cerem onias legales, y reconocían por Me­sías al que sus padres habían crucificado; los paganos, porque in troducían una religión nueva aue conde-

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mas tenaces; y de aquí nace la dificultad de convertir á los que han caído en esta ilusión. Temed un mal tan pernicioso, v de ordinario tan incurable. Haced un estudio en servir á Dios con rectitud y simplicidad. El orgullo es por lo común el origen funesto de las ilusiones del entendim iento y de las del corazon. Te­n ed , pues, un corazon y un entendimiento dóciles. No hagais nada sin el consejo de un sabio y santo d irector; desconfiad siempre de vuestras propias luces; y decid m uchas veces á Dios, tom ando aquellas herm osas palabras del Profeta : Criad, ó Dios, en mí un corazon p u ro , y renovad en mi interior el espíritu de rectitud.

2 ° Uno de los medios para no dejarse sorprender de esta delicadeza de conciencia, es buscar á Dios con sinceridad. Desconfiad continuam ente de vuestro propio esp íritu ; no leáis jam ás ningún libro sospe­choso. Tened ho rro r á todo espíritu de partido y de cabala. Haced profesion de una simplicidad verdade­ram ente c ris tian a ; tened siempre una caridad univer­sal ; no juzguéis á nadie; juzgaos severamente á vos­otros mismos, y aplicaos á la reform a de vuestras cos­tum bres. Ved aquí cuál debe ser el continuo objeto de vuestro zelo.

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MARTES SANTO.

Al paso que se acerca el gran dia en que se com­pletó la grande obra de nuestra redención con la m uerte en la cruz del Salvador del m undo, exhorta la Iglesia á todos los fieles á que no se gloríen mas que en la cruz, instrum ento glorioso de nuestra salud,

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y á que cum plan en su c a rn e , á ejemplo del Apóstol, lo que falta á los dolores de Jesucristo , principal­m ente en estos dias de llan to , de luto y de peni­tencia.

El introito de la misa de este dia está tomado de la epístola de san Pablo á los Gálatas, en la que el santo apóstol, despues de haberles dado un gran número de preceptos m orales, que son un compendio de toda la m oral cristiana-, despues de haberles descubierto el verdadero motivo porque todos los falsos apóstoles querían obligarles á que se som etieran todavía á las ceremonias legales : «No son tan eficaces, les d ice, para estrecharos á tom ar la circuncisión, sino para evitar la persecución que los judíos han declarado á los q u e , como nosotros, creen que las ceremonias legales están abrogadas. Aquellos falsos apóstoles creian en Jesucristo ; pero no creian que la ley de la circuncisión quedó abolida por el bautismo. No creáis, añade el santo a p ó s to l, que sea el zelo de vuestra sa lud , ó el am or de la verdad , ó la gloria de Jesu­cristo lo que les an im a: es la van idad , el respeto hum ano, el am or propio. Quieren gloriarse en vuestra carne, esto e s , quieren tener la necia gloria de ha­beros sometido á la ley de la circuncisión; un temor co b a rd e , se rv il, interesado , les impide predicar, como nosotros, la cruz de Jesucristo y la eficacia de la fe , para de este modo 110 verse perseguidos de los judíos por la cruz de Jesucristo. Los cristianos esta­ban expuestos á las persecuciones de los judíos y de los paganos. Los judíos les perseguían porque abro­gaban las cerem onias legales, y reconocían por Me­sías al que sus padres habían crucificado; los paganos, porque in troducían una religión nueva aue conde­

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naba todas las demás. Los falsos doctores de que habla aquí san Pablo, no eran ni judíos ni cristianos, n i paganos, puesto que reconocían á Jesucristo por el Mesías, se sometían á la ley de la circuncisión, y no adoraban los ídolos. Habiendo instruido san Pablo íi los fieles de Galacia sobre este punto de fe tan im ­portante, declara altam ente que, por lo que toca á él, hace consistir toda su gloria en predicar á Jesucristo, y Jesucristo crucificado, el cual es para los judíos un escándalo, y una loi.vrd para los gentiles; pero que es la fortaleza y la sabiduría de Dios para todos los verdaderos fieles. Con respecto á m í, dice, no permita Dios que me gloríe en otra cosa que en la cruz de nues­tro Señor Jesucristo. Del sentido de estas palabras del Apóstol ha formado la Iglesia el in troito de la misa de este dia.

Nada nos conviene mas que poner nuestra gloria en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual está nuestra v id a , nuestra resurrección, y por laque hemos sido salvos y libertados. ¿ Hay muchos cristianos el dia de hoy que pongan su gloria en la cruz del Salvador, esto e s , que no tengan o tra ambición que hacerse semejantes á este divino modelo? Por el con tra rio , huyese de la c ru z , tiénesi horror á la c ru z , y se está muy lejos de poner en ella su g lo ria ; sin embargo en ¡a cruz es en donde se halla la salud y la vida, mien­tras que en los honores y en los placeres de esta vida ío se encuentra sino la m uerte.

Dios tenga misericordia de nosotros, y derrame sobre nosotros sus bendiciones en abundancia. Difunda sobre nosotros la luz de su rostro. Esta expresión es bastante común en la Escritura para indicar la bondad y la benevolencia, y para decir que se digne m irarnos cor

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ojos favorables, y nos haga sentir los efectos de su misericordia y de su extraordinaria bondad con nos­otros. El salmo 66 es una viva y devota oracion que David hace á Dios en favor de su pueblo , y por la cual pide el profeta que todas las naciones conozcan y alaben al Señor.

La epístola de la misa de este dia nos representa una figura de Cristo paciente, y condenado á muerte en el árbol d é la c ru z , por los mismos de su pueblo, en la persona del profeta Jeremías.

Este santo hom bre, que era sace rd o te , habia re­prendido m uchas veces á los judíos por su infidelidad con Dios, y les habia amenazado con las penas c o r

que debían ser castigados por sus desórdenes y por su rebelión-, pero ellos en lugar de .aprovecharse de sus caritativas am onestaciones, se habian irritado contra é l , y habian jurado su pérdida. La analogía es bastante justa entre la figura y la realidad. Lo que el profeta dice despues á Dios con este m otivo, y que la iglesia aplica en este dia á Jesucristo , hace la analo­gía todavía mas perfecta.! Señor, dice Jerem ías,, vos me habéis hecho ver cuáles son los pensamientos de mis contrarios, y cuáles son sus perniciosos designios contra mí. Todas las iglesias convienen, dice san Jerónimo, en que estas palabras y las siguientes miran á Jesucristo y á su pasión. Contra él es contra quien so forman designios de muerte-, este divino Salvador es el que, como cor­dero m anso, conducido para ser víctim a, va á la m uerte sin resistencia, sin quejarse , sin proferir una palabra. No hay d u d a , dice el mismo padre, que Je­remías es visiblemente aquí la figura de este divino Salvador. Aquí comienza á sufrir de parte de sus her«

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m anos, y á representar en su persona aquel divino original que se ha cualificado como hom bre de do­lores. Yo soy como un cordero manso, sin h ie l, sin as­pereza , sin m alicia, conducido para ser victima por ios pecados. Yo ignoraba entonces todo lo que so tram aba contra m i, y no sabia lo que querían decir cuando decian : Pongamos leño en su pan , exterminé­mosle de la tierra de los vivientes, y sea borrado su nombre de la memoria de los hombres. Pero despues que os habéis dignado, Señor, darme la inteligencia de una expresión tan figurada, comprendo que ellos han resuelto quitarm e la vida en un leño. T ertu liano , san C ipriano ,L actancio , san Gregorio, san Jerónim o, y los demás santos padres entienden todos este lugar del profeta de la m uerte de Jesucristo en la cruz. Los propios térm inos de pan y de Jeño desenvuelven por si mismos el m isterio , y su explicación gira sobre la verdad del misterio de la Eucaristía. Jesucristo ha declarado en térm inos ex p reso s, claros y precisos que él era el pan v ivo , que era el pan de vida que habia bajado del cielo : el pan que yo daré, a ñ a d e , es mi pro­pia cam e¡ y esta misma, carne es la que será inmolada sobre la cruz por la salud y por la vida del mundo. Cuando los judíos han dicho por Jeremías : pongamos leño en su p a n , exterminémosle de la tierra , han dicho de JesuCi j sto : Preciso es deshacernos de é l , y para esto , clavemos su cu e rp o , que él dice que es el pan (vivo bajado del cielo; clavémosle en el leño de la \c ru z , y por esle medio le exterm inarem os de este mundo. Pero tú , ó Dios de los ejércitos, esto e s , Dios

>' ju s to , Dios so b eran o , juez vengador de los crímenes, qua castigas la iniquidad ; tú que juzgas con todo el rigor de la justic ia; tú que no te dejas deslum brar

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por exterioridades im ponentes, ni por apariencias engañosas, sino que penetras el interior del alm a, y ves el fondo del corazon; tú , en fin, que sabes bien desenvolver los motivos m as especiosos, y que des­cubres toda su m align idad , á pesar de todos los pre­textos mas plausibles con que se cubren y se disfra­zan, tú conoces la malicia de mis enem igos, que, bajo de una vana y frívola apariencia de religión, tra ­tan de impostor y de m alvado al que tú has enviado, á aquel cuya inocencia conoces-, déjame ver la ven­ganza que debes tomar de ellos. Vea yo la iniquidad ue los ju d ío s , su endurecim iento , su impenitencia casti­gada, sus designios confundidos, y tu justicia ven­gada. Vea yo ai ju s to , á quien ellos pretendían ex ter­minar de la tierra de los vivientes, triunfar de su crueldad y de su furor, triunfar de la m uerte misma. Vea vo á todos los que han conspirado para perderle, humillados, auonadados, y á él exaltado por aquellos mismos que no le han m altratado sino porque se han obstinado maliciosamente en desconocerle. El profeta, dice san Jerónim o, solo habla contra los que debían perm anecer en su endurecim iento. No desea él la desgraciado sus h e rm an o s; está por el contrario apesadum brado, su pérdida le hiere mucho mas que los malos tratam ientos que ha sufrido de ellos. Querría que Dios les castígase para obligarles á con­vertirse 5 pero previendo su tenaz obstinación , anun­cia las desgracias que deben sucederles en castigo de su endurecimiento y de su impenitencia. Como el Salvador predice la destrucción entera de Jerusalen y la del templo en castigo de la ceguera voluntaria délos judíos : ; O si á lo menos, exclam a, despues de tantas infidelidades pasadas, hubieses sabido conoccr

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en este dia lo que únicamente era capaz de darte la p a z ; si tú hubieses sabido conocer que estaba en medio de tí la verdadera fuente de tu felicidad! Pero estas verdades no están ahora á tu alcance; tú no las ves, nación desd ichada, porque has querido ser c ieg a , y no has querido ver la luz que te ilumi­naba.

La Iglesia, ocupada toda en esta santa semana de la pasión de Jesucristo, tiene el mayor cuidado en llenar de ella el entendimiento y el corazón de todos los fieles-, y como entre todos los m isterios de nuestra religión no hay otro mas interesante que este, desea que sus hijos no ignoren la mas mínima circunstancia de él. Con este mismo fin los cua tro historiadores sagrados, que nos han dado la historia de la vida de Jesucristo en el evangelio, se han como repartido en tre sí el porm enor de los principales hechos de e lla , habiendo querido en esto el E spíritu Santo, que les dirigía, Cormar de todos cuatro una historia com pleta; pero en cuanto á la pasión del Salvador, cada uno en par­ticu lar se ha aplicado á hacer una narración detallada y e n te ra , y solo algunas m enudas circunstancias, cual rasgos particulares, distinguen cada cuadro. No queriendo, pues, la Iglesia que ignorásemos nada de este gran m isterio, por el cual se ha obrado la grande obra de nuestra sa lud , nos hace leer en estos santos dias la historia d é la pasión de Jesucristo , según los cuatro evangelistas, que ha distribuido según el orden del tiempo en que han escrito. Asi el domingo de Ramos nos hace leer la historia de la pasión del Salvador, según san Mateo; el m artes la misma his­toria , según san M arcos; el m iércoles, según san L u cas; y el viernes san to , según san Ju a n , que es el

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que ha escrito despues de los dem ás evangelistas, Ninguna cosa hay tan útil para la sa lu d , dice sart A g u stin , como el pensar todos los dias en lo que lia padecido un Dios hom bre por nuestra salvación. Nada mas á propósito para obligarnos á sufrir con ¡ aciencia,y aun con alegría, cuanto hay de mas crudo \ de mas sensible en esta v ida , que el recordar de ontinuo á nuestro espíritu la m em oria de la pasión el Salvador, dice san Isidoro. -Seguro e s , decia Orí­

genes, que no podrá reinar el pecado en un corazon que piensa frecuentem ente en la pasión del Salvador.

Todos los padres de la Iglesia y los doctores con­vienen en que los torm entos que el Salvador se ha dignado sufrir por nuestro amor, son incomprensibles al entendimiento h u m an o ; y que su pasión es un misterio de humillaciones y de dolores que sobrepuja á toda inteligencia criada. Seria necesario com pren­der lo que es el Hijo de Dios, igual en todo á su P adre, y hecho semejante á nosotros por su encar­nación, para tener una justa idea de lo que este Dios hombre ha sufrido por rescatar á los hom bres. Seria preciso penetrar !a profundidad de sus Humillaciones, la vivacidad y el núm ero de sus dolores, la delicadeza de su carne, la extensión y la penetración de su espí­r i tu , y al mismo tiempo la desproporcion infinita de la reunión de todos sus to rm en tos, con la dignidad infinita de su adorable persona. Todo es exceso en la pasión de Jesucristo , dice santo Tom ás : exceso do malicia en los ju d ío s , á quienes habia colmado de lodo género de bienes-, exceso de crueldad en su: verdugos, que le hacen sufrir torm entos inaud itos, y que no dejan espacio alguno sin llaga ni sin suplicio en su delicado cu erp o ; exceso de ignom inia, en los

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ultrajes que se le hacen, en las irrisiones y oprobios de que se le c a rg a ; exceso de tristeza y de am ar­gura , á que él mismo se en treg a , y que le causan un sudor de sang re ; exceso , en fin, de do lores, los cuales no hubiera podido jam ás sufrir sin milagro. Sabed, dice santo Tom ás, que la grandeza de sus do­lores fué proporcionada á la pena que merecían los pecados de todos los hombres-, y esto , porque no solam ente quiso el Señor destru ir el pecado por la fuerza de su poder, sino también por las reglas de su justicia • así es que quiso que hubiese una igualdad perfecta en tre la deuda y la paga, entre el pecado y su pena : esto es lo que ha hecho creer á muchos sa­bios in té rp re tes , que el Salvador ha sufrido él solo tantas penas tem porales, cuantas merecían sufrir en esta vida todos los hom bres juntos por cada uno de sus pecados; de suerte que sus dolores fueron tan grandes, que , aun cuando no hubiera sido mas que simplemente h om bre , igualarían y aun sobrepujarían todas las penas que la justicia divina hubiera tenido derecho para exigir de todos los pecadores despues de la remisión de sus pecados. Así es que en la pasión del Salvador declara el Padre Eterno que ha agravado su brazo sobre su propio Hijo, á causa de los crímenes de su pueblo.

Pero nada nos descubre mejor los tesoíos que están encerrados en ia pasión del Salvador, que la historia sencilla de la misma pasión. No hay mas que seguir el porm enor que hace de ella el evangelio, y ver con ojos cristianos todo lo que Jesucristo ha sufrido en los tres principales teatros de su pasión , esto e s , el huerto de los Olivos, la ciudad de Jerusalen yol Cal­vario.

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Habiendo salido el Salvador de Jerusalen, despues de haber celebrado la última Páscua con sus após­toles, se retiró á la m ontaña de los Olivos, en donde tenia de costum bre o ra r durante la noche, y no per­mitió que le acom pañasen mas que san P ed ro , san Juan y Santiago, dejando á los demás en la aldea de Gethsemaní que estaba al pié de la m ontaña. Entróse en el huerto de la g ran ja de Gethsem aní, que era el lugar adonde iba m uchas veces con sus discípulos, el cual conocía Judas m uy b ien , de suerte que no du­daba que le encontraría en él. No lo ignoraba J e sú s : le hubiera sido m uy fácil re tirarse á o tra parte ; pero habiendo llegado ya lá hora m arcada de su sacrificio, se detuvo a llí , para inm olarse él mismo á su Padre sobre el altar de su co razo n , siendo á un tiempo el sacerdote, el m inistro y la víctima de su sacrificio. En todas las demás p artes puede decirse que sus ene­migos tuvieron parte en la inm olación; aquí es el. Salvador solo el que voluntariam ente reúne en su alma y sobre su cuerpo todo lo que los torm entos tienen de mas c ru e l, todo lo que la m uerte tiene de mas doloroso, todo lo m as horro roso , lo mas opre­sivo , lo mas sensible que un hom bre puede sufrir. Entrégase á un sobrecogim iento de tem or y de espanto capaz de quitarle la v id a ; y reuniendo su imaginación á la vez todos los objetos aflictivos, la traición de un apóstol pérfido , la fuga de los apóstoles fie les, las rechiflas, los u ltra jes, las imprecaciones de un pueblo furioso , los insultos ignominiosos del mas injusto de los tribunales, del m as indigno de los magistrados, las irrisiones inso len tes, los oprobios, la barbarie , la impiedad de parte de los soldados, las calumnias escandalosas, las injusticias horrib les, una m ons-

V 1 2 . y

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truosa preferencia, los azo tes , las espinas, los cla­vos, la c ru z , todo se p re se n ta , todo se hace sentir, todo abrum a al mejor de los co razones, y á la mas tierna de las almas. Jesús parece como que sucumbe bajo de un peso tan eno rm e; ni aun puede, al pare* cer, disim ular el exceso de sus penas : Me cubre, d ice , una tristeza mortal. Esta tristeza m ortal á que el Salvador se abandona, es mas el efecto de nuestra ingratitud y del poco fru to que tantos malos cris^ tianos reportarían de su m uerte , que del cáliz amargo que iba á beber. Si pide á su Padre que le libre de lo que él mismo habia aceptado tan voluntariam ente, es para que comprendamos que siente toda su amar­gura. Y á la verdad , lo qu e irrita su dolor, es ver el abuso sacrilego que harán tantos pecadores de las gracias que va á m erecerles con su sangre. Él quiere salvar á todos los h o m b res, y la m ayor parte de los hom bres se p e rd e rá n ; acepta todos los tor­mentos , y hasta la m uerte mas ignom iniosa, para la expiación de nuestros pecad o s, y la tie rra es­tará cubierta de pecadores; m uere por su pueblo , y este desdichado pueblo no se aprovechará de su m uerte.

El tem or y la extrem a tris teza á que se ha en tre ­gado el Salvador, habia por un efecto n a tu ra l recogido la sangre al rededor del co razon ; pero habiéndola rechazado , y derram ado con violencia por todo el cuerpo el am or y el deseo ardiente que ten ia de nuestra sa lu d , se dilató en un sudor t a n abundante, que quedó la tierra regada con ella. ¡Y qué ! ¿tanta sangre derram ada á consecuencia del excesivo amor que Jesucristo nos tiene, no arrancará jam ás una lágrim a de nuestros ojos?

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La lle¿aJa deí pérfido Judas á la cabeza de una compañía de soldados y de galopos, arm ados con espadas y con p a lo s , oprimió el corazon del buen Maestro, y el beso traidor que aquel infame apóstata le dió en señal de su tra ic ión , hizo una llaga en su corazon divino, que le lastimó hasta el último suspiro de su vida. Abrazando entonces por últim a vez el Salvador á aquel infeliz, y hablándole todavía con uu tono de padre : Amigo m ió , le d ice , ¿con un beso te atreves á entregarm e? ¡Qué! Judas, mi amado discípulo, á quien he distinguido con tantas señales de am istad; Judas, tú que has sido testigo de tantos milagros como yo he o b rad o ; Judas, uno de mis mas queridos apósto les, ¿ con un beso me entregas á mis mas m ortales enemigos? ¿Qué corazon h u ­biera sido tan bárbaro que no se hubiese conmo­vido y enternecido con una queja tan am orosa? Pero Judas es insensible á una reconvención tan afec­tuosa. ¡ O Dios mío! ¡ De qué no es uno capaz cuando os abandona despues de haberos conocido! ¡Oh, y qué cierto es que la insensibilidad sigue m uy de cerca á una comunion sacrilega! Facilísimo hubiera sido á Jesucristo sustraerse de las manos de aquella tropa de malvados, como tantas veces lo habia hecho de las de los que tenían orden de prenderle cuando aun no habia llegado su hora. Pero hoy que ha llegado ya el tiempo que él habia determ inado para su sacrificio , sale él mismo al encuentro de los que le b u scan , y no bien les ha dicho que es él mismo á quien tienen orden de prender, cuando su vo z , á m anera de un rayo , los arroja á tie rra : tanta verdad es que si él mismo no se hubiese entregado á la m uerte por la salvación de los h o m b res, jamás hubieran podido

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prenderle las potestades de las tinieblas : Se ofreció porque quiso, dice Isaías.

¿Qué estado m as santo ni mas perfecto que el del apostolado? ¿qué vocacion mas cierta ni mas mila­grosa que la de Judas? ¿En dónde podia estarse mas al abrigo de las borrascas de la pasiones, de las astu­cias del enem igo, y del contagio del mal ejem plo, que á la vista misma de Jesucristo , y en compañía de los apóstoles? Sin em bargo, Judas tan bien llam ado, en un estado tan san to , instruido por el mismo Jesu­cristo , en la escuela de los san tos, colmado de sus beneficios, testigo de sus milagros-, Judas se per­v ierte ; Judas com ete el crimen mas horrible que se ha imaginado ja m á s ; Judas se condena. Despues de esto, ¿quién no trabajará con tem or y con tem blor en el negocio de su salvación ? Jesús se digna llam ar todavía á aquel tra idor con el nom bre de am ig o , aun cuando le entrega. ¡O Dios mió! ¡qué violento es para vos el dejar que nos perdam os; cuánto sentis el vernos p e re c e r! Habiendo el Salvador perm itido que se levantasen aquellos á quienes solo su presencia y su sola voz habia echado por t ie rra , se entrega á ellos, y perm ite que se le ate como un m alhechor, y se le lleve ante los trib u n a les , en medio de la gritería del pueblo. ¡Cuán lam entable seria nuestra su erte , mi amable Salvador, si pudiésemos consideraros á sangre fria en el lastimoso estado á que os ha redu­cido la te rnura con que nos am ais! ¡Ah! este amor es el que os ata m ucho mas estrecham ente , que las cuerdas con que os vemos ligado. Y este mismo amor ¿no nos a traerá á y o s ?

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La oracion de la misa de este dia es como sigue.

Dios omnipotente y e tern o , concedednos vuestra gracia para celebrar los misterios de la pasión de nuestro Señor, de modo que merezcamos obtener el perdón de nuestros pecados por el mismo Jesucristo nuestro Señor, etc.

La epístola es del profeta Jeremías, cap. H .

En aquellos dias, dijo Jeremías : Señor, vos me habéis revelado y dado á conocer sus designios, y yo los he cono­cido ; y yo .me he conducido como un cordero manso que llevan para que sea víctim a, cual si hubiese ignorado la conspiración que habian formado contra m í, diciendo : Ponga­mos leño en su pan : exterminémosle de la tierra de los vivientes, y bórrese su nombre de la memoria de los hombres. Mas vo s, ó Dios de los ejércitos, que juzgáis según la justicia, y que sondeáis los riñones y los corazones, haced que yo vea el castigo que debeis ejercer sobre ellos; porque yo he puesto en vuestras manos la justicia de mi causa, Señor Dios mió.

NOTA.

El estilo de Jerem ías, dice san Jerónim o, no es ele­vado como el de Isaías y de Oseas, y algunos otros profetas; pero la sim plicidad del estilo queda bien recompensada por la sublim idad de los sentidos que encierra. El Espíritu Santo se ha servido con especia­lidad de este profeta para darnos u n retrato el mas semejante de la pasión de Jesucristo.

REFLEXIONES.

Yo me he conducido como un cordero manso que llevan para que sea victim a. Siempre fué la m anse­dum bre uno de los rasgos mas marcados del carácter de Jesucristo; pero jam ás apareció en él esta virtud con mas esplendor que en todo el curso de su pasión,

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y singularm ente sobre el Calvario. Ni fué tampoco una m ansedum bre de flaqueza y de inacción, que pro­duce la extenuación, ó que la necesidad adopta. í a im potencia hace algunas veces dulce y tratable hasla el despecho mas irritado , y á lo s hom bres mas. colé­ricos los amansa. Pero esta m ansedum bre aparente no fué jam ás una v irtu d . No es de esta naturaleza la de que Jesucristo nos da un ejemplo tan singular en medio de sus hum illaciones y de sus dolores. Los cordeles que le atan á la colum na, y los clavos que le fijan en la cruz, no habian ligado su poder. El Sal­vador bajo de aquel granizo de azotes, en medio del torrente de injurias, de ultrajes y de oprobios de que se ve como inundado, puede muy bien decirse que nunca apareció mas grande, nunca mas poderoso; nunca apareció mas Dios, por decirlo así, que en el profundo abismo de sus hum illaciones y sobreelCal­vario : Verdaderamente este hombre era hijo deDios (I), exclama allí adm irado el centurión. Por esta paciencia divina, y por esla dulzura inefable, se ha mostrado tal como era este divino Salvador. David habia tenido m ansedum bre durante su vida; pero en su m uerte or­denó á su hijo que tratase con rigo r álos que él habia perdonado. .Isaías, Ezequiel y Jerem ías habian sido moderados y aun pacientes; pero su mansedum bre se presentaba muy rígida , hasta forzada parecía alcunas veces; y los deseos que al parecer tenían de ver á sus enemigos hum illados, afligidos, anona­dados, por mas que sean m isteriosos, alteran su du lzura, y su paciencia la dejan ver como al vis­lum bre. Solo la m ansedum bre de este divino Cordero es la que nunca se desm iente. Hasta en la c ru z ,

•íl) Jíarc. 13.

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un momento antes de espirar pide á su Padre que perdone su 'm uerte á los que hasta entonces han estado tan sedientos de su s a n g re , excusando su crueldad con su ignorancia. En esla escuela es en la que tantos millones de m ártires han aprendido á ser pacientes, y todos los santos á conservar toda su vida una m ansedum bre inalterable. La lección es unir versal, sin embargo son m uchos los que la ignoran. Esos hum ores acres y m olestos; esos aires altaneros é im periosos; esos tonos eternam ente secos ó impa-« cienles; esos modales orgullosos y austeros no ca* racterizan jam ás la verdadera v irtud . En vano se trata de autorizar el mal hum or con el nom bre de zelo ; si es el espíritu de Jesucristo el que le anim a, debe ser dulce. Nunca fué incóm oda y m ucho menos colérica la piedad cristiana. Cuando hay en ella algo de hiel ó de am argura , ya es pasión, j Qué erro r pretender excusar uno su mal hum or con la indoci­lidad de un n iñ o , ó con la tontería de un doméstico! estos frutos salvajes nacen en nuestro propio terreno. No hay cosa que dem uestre m ejor un espíritu grosero y un corazon inm ortificado, que la impaciencia. La mansedumbre no solo hace el elogio de la virtud , la dem uestra. No hay virtud cristiana sin mansedumbre.

El evangelio de la misa es la pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos, cap. 14.

En aquel t iem p o : Debía celebrarse la Pascua y los Azimos de allí á dos d ias; y los príncipes de los sacerdotes, con los escribas, bascaban cómo prender á Jesús por sorpresa, y quitarle la vida. Pero decían : No se baga eslo durante ía fiesta, no sea que acaso suceda alguna conmocion popular. Estando, p u es , Jesús en Bcthania en casa de Simón el le­proso. sentado á la m esa , vino una m ujer con un vasa

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y singularm ente sobre el Calvario. Ni fué tampoco una m ansedum bre de flaqueza y de inacción, que pro­duce la extenuación, ó que la necesidad adopta. í a im potencia hace algunas veces dulce y tratable hasla el despecho mas irritado , y á lo s hom bres mas.colé­ricos los amansa. Pero esta m ansedum bre aparente no fué jam ás una v irtu d . No es de esta naturaleza la de que Jesucristo nos da un ejemplo tan singular en medio de sus hum illaciones y de sus dolores. Los cordeles que le atan á la colum na, y los clavos que le fijan en la cruz, no habian ligado su poder. El Sal­vador bajo de aquel granizo de azotes, en medio del torrente de injurias, de ultrajes y de oprobios de que se ve como inundado, puede muy bien decirse que nunca apareció mas grande, nunca mas poderoso; nunca apareció mas Dios, por decirlo así, que en el profundo abismo de sus hum illaciones y sobreelCal­vario : Verdaderamente este hombre era hijo deDios (1), exclama allí adm irado el centurión. Por esta paciencia divina, y por esla dulzura inefable, se ha mostrado tal como era este divino Salvador. David habia tenido m ansedum bre durante su vida; pero en su m uerte or­denó á su hijo que tratase con rigo r álos que él habia perdonado. .Isaías, Ezequiel y Jerem ías habian sido moderados y aun pacientes; pero su mansedum bre se presentaba muy rígida , hasta forzada parecía alcunas veces; y los deseos que al parecer tenían de ver á sus enemigos hum illados, afligidos, anona­dados, por mas que sean m isteriosos, alteran su du lzura, y su paciencia la dejan ver como al vis­lum bre. Solo la m ansedum bre de este divino Cordero es la que nunca se desm iente. Hasta en la c ru z ,

•íl) Jíarc. 13.

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un momento antes de espirar pide á su Padre que perdone su 'm uerte á los que hasta entonces han estado tan sedientos de su s a n g re , excusando su crueldad con su ignorancia. En esla escuela es en la que tantos millones de m ártires han aprendido á ser pacientes, y todos los santos á conservar toda su vida una m ansedum bre inalterable. La lección es unir versal, sin embargo son m uchos los que la ignoran. Esos hum ores acres y m olestos; esos aires altaneros é im periosos; esos tonos eternam ente secos ó impa-« cienles; esos modales orgullosos y austeros no ca* racterizan jam ás la verdadera v irtud . En vano se trata de autorizar el mal hum or con el nom bre de zelo ; si es el espíritu de Jesucristo el que le anim a, debe ser dulce. Nunca fué incóm oda y m ucho menos colérica la piedad cristiana. Cuando hay en ella algo de hiel ó de am argura , ya es pasión, j Qué erro r pretender excusar uno su mal hum or con la indoci­lidad de un n iñ o , ó con la tontería de un doméstico! estos frutos salvajes nacen en nuestro propio terreno. No hay cosa que dem uestre m ejor un espíritu grosero y un corazon inm ortificado, que la impaciencia. La mansedumbre no solo hace el elogio de la virtud , la dem uestra. No hay virtud cristiana sin mansedumbre.

El evangelio de la misa es la pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos, cap. 14.

En aquel t iem p o : Debia celebrarse la Pascua y los Azimos de allí á dos d ias; y los príncipes de los sacerdotes, con los escribas, bascaban cómo prender á Jesús por sorpresa, y quitarle la vida. Pero decían : No se baga esto durante ía fiesta, no sea que acaso suceda alguna conmocion popular. Estando, p u es , Jesús en Bcthania en casa de Simón el le­proso. sentado á la m esa , vino una m ujer con un vasa

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lleno de un licor oloroso com puesto de fa espiga del nardo, y de un subido p rec io , y rom piendo el vaso lo derramó sobre su cabeza. Algunos, indignados de esto, dijeron dentro de sí m ism os: ¿A qué viene el perder este lic o r , puesto que podían haberse sacado de él mas de trescientos dena- rios de p la ta , y haberlos dado á los pobres? y murmuraban allam enle contra ella. Mas Jesus les dijo : Dejadla q u ieta , ¿porqué la incomodáis? Lo que acaba de hacer es una buena obra , por lo que toca á mí. Siem pre tendréis pobres con vosotros, y podréis hacerles bien cuando q u isiéreis; pero á mí no siem pre m e tendréis. Ella ha hecho lo que podía; lia embalsamado mi cuerpo con anticipación para la sepul­tura. En verdad os d igo , que en cualquiera lugar, en lodo el un iverso , donde se predicare este evangelio , se contará también lo que ha hecho en memoria de ella. Entonces Judas Iscariote , uno de los d o c e , se fué á buscar á los príncipes de los sacerdotes para entregarles á Jesus. Alegráronse mucho oyendo esto , y le prometieron que le darían dinero; y ya en lo sucesivo 110 buscaba mas que una oeasion oportuna para entregarle. En el primer dia de los A zim os, en que se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron sus discípulos: ¿Adonde quieres que vayam osá preparar lo necesario para que comas la pascua? y envió dos de sus discípulos . y les d ijo : Id á la c iu d ad , y se os presentará un hom bre que lleva un cántaro de agua; seg u id le , y en cualquiera parte que entre, decid al dueño de la ca sa : El maestro dice : ¿En dónde está el lugar en donde he de comer la pascua con mis discípulos? y él os mostrará una gran sa la , bien amueblada; haced allí los preparativos. Fueron á la ciudad sus discí­pu los, y habiendo llegado á e lla , todo lo encontraron según se les había dicho, y prepararon lo necesario para la pascua. Ilácia la caída de la tarde vino allí con los d o ce ; y estando á la mesa mientras que com ían , habló Jesus de este m odo: En verdad os d igo , que uno de los que com en conmigo me entregará. Quedaron todos contristados (a l oir esto), y cada uno de ellos le dijo : ¿Por ventura soy yo? Respondióles Jesús : Uno de los doce que m ete conmigo la mano en el plato. A la verdad, el Hijo del hombre va (á consumar su carrera), según está escrito de é l; mas ¡hay de aquel homlre por quien el Hijo del hom bre será entregado J seria muy

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ventajoso para el (al hombre no liaber nacido. Mientras q u e com ían, tomó Jesús el pan, y despues de haberlo bendecido,, lo partió, y se lo dió diciendo : T om ad, esto es mi cu erp o : lomó en seguida el c á liz , y dando gracias, se lo d ió; todos bebieron de é l , y les dijo : Esto es mi san gre, la cual cons­tituye el nuevo T estam ento, y será derramada por m uchos. En verdad os digo, que no beberé ya mas en adelante de este- vino, hasta el dia en que lo beberé nuevo en el reino de D ios; y dicho el cántico, se fueron á la montaña de los Olivos- Díjoles J e s ú s : Todos os escandalizaréis por causa mia e i t esta noche, porque está escrito : Heriré al pastor, y se d is­persarán las ovejas : pero cuando hubiere resucitado, ir é delante de vosotros á Galilea. Aun cuando lo d o s, le dijo. P ed ro , se escandalizasen por causa vuestra, yo no me escan­dalizaré. En verdad te d ig o , le replicó J e sú s , que tú mismo » hoy en esta n o c h e , antes que el gallo haya cantado dos. v e c e s , tres veces m e negarás. Mas Pedro insistió diciendo i Aun cuando fuese necesario morir contigo, no te negaré;, y lodos los demás dijeron lo m ismo. En seguida fueron á una heredad llamada G elhsem aní, y dijo á sus discípulos : Per^ inaneced aquí mientras yo voy á orar. Tomó consigo áPedro» Santiago y Juan, y comenzó á temer y yerse abrumado d eí tedio. Mi a lm a , les d ijo , está poseída de una tristeza mortal j m anteneos a q u í, y velad. Y habiéndose adelantado un poco,, se postró en tierra, y rogaba (a l Padre) q u e , si podia ser , no vin iese sobre él aquella hora. Padre m ío , Padre m ío , d ecia , lodo es posible para t í : apartad de mí este cá liz; pero sin em bargo, no sea lo que yo qu iero, sino lo que tú quieres. Habiendo venido adonde estaban los d isc íp u los, los halló durm iendo, y dijo á P e d r o : S im ón, ¿duerm es? ¿No has podido velar siquiera una hora? Velad y orad , á lia de que no os veáis envueltos en la tentación. Verdadera­m ente el espíritu está fuerte , pero la carne está flaca : reti- 1 róse segunda v e z , y repitió la misma oracion; y habiendo v u e lto , los encontró de nuevo durm iendo (ten ían sus ojos cargados de su eñ o ),y no sabian qué responderle; volvió pues por tercera v e z , y les dijo : Dormid ya, y reposad. Basta; ha llegado la hora; el llijo del hombre va á ser entregado en manos de los pecadores; levantaos, vam os; ved aquí ya cerca el que m e ha de entregar. Aun estaba hablando, cuando.

U

, SANTO. 217r

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21C MARTES

llegó Judas Iscariote, uno de los doce, seguido de un grsn número de g en tes, armadas de espadas y de pa los, enviadas por los príncipes de los sacerdotes y de los ancianos. El que entregaba á J esu s, les liabia dado una se ñ a l, diciendo : Aquel á quien yo besare, e se es; prendedle y traedle con precaución. L uego, p u es , q u e lle g ó , adelantándose hácia Jesus : Salve, ¡Maestro, le d ijo ; y le besó. Inmediatamente se echaron sobre é l , y le prendieron. Uno de los que estaban a llí , sacando la espada, dió con ella á un criado del gran sacerdote, y le cortó una oreja. D irigiéndose entonces Jesus á la m ultitud , les d ijo : Vosotros liabeis venido á prenderme como á un ladrón, con espadas y palos. Todos los dias estaba entre vosotros, enseñando en el tem plo, y no m e habéis preso; pero lia sucedido así á fin de que se cum pliesen las Escrituras. Entonces sus discípu los le abandonaron,}'huye­ron lodos. Cierto joven que le seg u i» , cubierto solo con una sábana, fué también p reso ; pero soltando la sábana, escapó desnudo de sus manos. Condujeron inm ediatam ente á Jesus á casa del sumo sacerdote, donde se juntaron los sacer­d o te s, los escribas y los ancianos. Pedro le siguió de lejos hasta el atrio del gran sacerdote : sentóse allí cerca del fuego con los oficiales para calentarse. Entre tanto los príncipes de los sacerdotes, y todo el co n sejo , procuraban testim o­nios contra Jesus para condenarle á m uerte, y no los encon­traban ; p orqu e, aunque m uchos hacían falsas deposiciones contra é l , 110 concordaban su s testim onios. Presentáronse' millonees algunos que traian contra él un falso testim onio^ diciendo : Nosotros mismos 1c hem os oido d e c ir : Yo des-1’ truiré este tem plo, fabricado por manos de hom bres, y en tres dias volvere á edificar otro que no será obra de las manos de los hom bres; pero tampoco habia concordancia ea este testim onio. En tal estado, levantándose el gran sa­cerdote en m edio de la asam blea, preguntó á J esu s , y le dijo : ¿Nada respondes á lo que estos deponen contra tí? Pero Jesus guardaba s ilen c io , y nada respondió. Preguntóle d e nuevo el gran sacerdote, y le dijo : ¿Eres tú el Cristo, Hijo de Dios bendito? Yo s o y , le dijo J esu s , y vosotros Veréis al Hijo del hombre sentado á la diestra de Dios om ni­potente , y venir sobre las nubes del cielo . Entonces des­pajando* el gran sacerdote su s vestiduras, dijo : ¿Qué

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r.nr. f í f i? ) p.aiS.

Luego, pues, que llegó, míe/antandose //¿cid Jeautr:

J'/r//>e, .Var.rlra, /e di/o;!/ ff besó, inmediatamente .fe echa-

/ v / / / .1;>/?/•/> (i/, / /e j/re/u/ieron .

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r.UI. (L* 2 “) 'P.^8.

Entonce.'s desgarrando e l gran sacerdote su.r 've.rti--

dura.r, dijo. ¿ gn&nerarte/ttd /ene/no.r ya de leir/ii/os?

i oso//'os habas oído /a Idas/emui / ¿qi/e' ar pareces '?

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SANTO. 219necesidad tenem os ya de testigos? Vosotros habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece? Todos al punto pronunciaron que era reo de m uerte. Al m ism o tiem po algunos com en­zaron á escupirle, á cubrirle el rostro, y á darle de puñadas, diciénd ole: Muéstranos que eres profeta; y los soldados le abofeteaban. Entre tanto, estando Pedro abajo en el atrio, vino allí «na criada del gran sacerd ote , y viendo á Pedro( que se calentaba, despues de haberle mirado bien , dijo : Tú también estabas con Jesús Nazareno; pero él lo negó,, diciendo : Ni s é , ni entiendo lo que quieres decir. En se­guida se retiró al v estíb u lo , y cantó el gallo. Habiéndole divisado tam bién otra criada , dijo inm ediatam ente á los que estaban presentes : Tam bién es este de ellos : mas él lo negó segunda v e z , y poco tiem po despues los que allí se hallaban dijeron á P edro: Seguram ente eres tú de esta gente, porque eres también G alileo; pero él em pezó á hacer im­precaciones, y á decir con ju ra m en to : No conozco á ese hombre de quien habíais; é inm ediatam ente cantó otra ve*, el gallo, y Pedro se acordó de la palabra que Jesus le habia dicho : Antes que el gallo cante dos v e c e s , m e negarás tú tres v e c e s ; y comenzó á llorar. Luego que am aneció , los príncipes de los sacerdotes tuvieron consejo con los ancianos y los escribas, y con todo el concilio; y despues de haber hecho atar á Jesucristo , le llevaron y le entregaron á Pilato. Pilato le preguntó desde luego : ¿ Eres tú el rey de ios judíos? Tú lo d ic e s , le respondió Jesus. Mientras tanlo los príncipes de los sacerdotes le acusaban de m uchas c o sa s; y Pilato le preguntó de nuevo : ¿Nada respondes? le d ice. Mira de cuantas cosas te acusan. Mas Jesus no dió respuesta alguna, de suerte que Pilato estaba admirado. T e n ia , p u e s , de costumbre en el dia de la fiesta el soltarles el preso que ellos le p ed ía n , fuese el que fuese. Habia uno llamado Barrabás, que estaba en prisión con otros sed iciosos, y que habia hecho un asesinato en una sedición . Habiendo subido A m ultitud, comenzó á pedir lo que siem pre se les concedía. Dirigiéndose entonces Pilato á e llo s , les dijo: ¿ Quereis que os suelte al rey de los judíos? Porque sabia que solo por envidia se le habían entregado los príncipes de los sacer­dotes. Mas estos conmovieron al populacho á fin de que soli­citase mas bien la libertad de Barrabás. Volviendo á tomar

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Pilato la palabra, les d ijo : ¿Qué queréis que haga con el rey de los judíos? Ellos de nuevo gritaron : Crucifícale. ¿Pues qué mal ha hecho? les decia P ilalo; pero ellos cla­maban con mas fuerza: Crucifícale. Entonces Pilato, deseoso de dar gusto al p u eb lo , puso en libertad á Barrabás, y des- pues de haber sido azotado J esú s , se le entregó para que' fuese crucificado. En e l momento le llevaron al atrio del pretorio , y reuniendo loda la cohorte , le vistieron con una capa de púrpura; le pusieron una corona que ellos mismos tejieron de espinas, y comenzaron á saludarle de este modo • S alve , rey de los ju d ío s; y al m ism o tiem po le herían en la cabeza con una cañ a , escupíanle , y arrodillándose le ado­raban. Despues de haberse así mofado de é l , le quitaron el manto de púrpura, le volvieron á poner sus v estid o s, y le sacaron fuera para crucificarle. Acertando á pasar por allí un hombre de C irenc, llamado S im ón , padre de Alejandro y de R ufo, que volvía de su casa de cam po, lé obligaron por fuerza á que llevase la cruz de Jesús. Por f in , condu- jéronle hasta el lugar que se llama Golgotha, que significa Calvario: allí le ofrecieron vino m irrado; mas 110 le bebió. D espues de haberle crucificado, dividieron sus vestidos, echándoles á la suerte para ver lo que cada uno tomaría. Era la hora de tercia del d ia , cuando clavaron á Jesús en la cru z, y la causa de su m uerte estaba escrita en estos tér­m inos : Rey de los judíos. Crucificaron también con é l dos ladrones, uno á su derecha,y otro á su izquierda, cum plién­dose así la Escritura que d ec ia : Ha sido puesto en el número de los malvados. Los que pasaban por a llí, le cargaban de m ald iciones, moviendo la cabeza, y diciéndole : ¡V aya! Tú que destruyes el templo de D io s , y en tres dias lo vuelves áedificar, sálvate á tí m ism o bajando de la cruz. Mofábanse también los príncipes de los sacerdotes, diciéndose mutua­m ente con los escribas : Ha salvado á otros, y no puede salvarse á sí m ism o. Descienda ahora de la cruz el Cristo, el rey de Israel, para que nosotros lo veamos y cream os; y los que estaban crucificados con é l , le cargaban igualm ente de injurias. Llegada la hora de sexta , se extendieron por toda la tierra (e sp e sa s ) tin ieb las, hasta la hora de nona,- y á la hora de nona exclamó Jesús en alta voz : E loi , Eloi , ¿lamiia SABACTiiAíii? lo cu a l.s ig n ifica : D io sm io , D io sm io ,

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SANTO. 221¿porqué m e habéis desamparado? Algunos t'e los que allí estaban y lo oyeron , decian : Mirad como llama á Elias. Al mismo liernpo uno de aquellos salélites echó á correr, empapó una esponja en v inagre, la puso al cabo de una ca ñ a , y se la daba á beber, d ic ien d o : E sperem os, y veam os si viene Elias á quitarle de la cruz. Mas J e su s , despues de haber dado un gran g r ifo , espiró. En el mismo momento el velo del templo se desgarró en dos parles de alio abajo, y el centurión que eslabá al frente de é l , viendo que habia espirado, dando un gran gr ito , exclam ó : Ciertamente este hombre era hijo de Dios. Habia allí también algunas mujeres que lo miraban de le jo s , enlre las cuales estaban María Magdalena, M aría, madre de Santiago el menor y de J o sé , y Salomé, que le seguían cuando estuvo en G alilea, y cu i­daban de él. Habia también otras m uchas que habian subido con él á Jerusalen.

Y cuando ya la tarde declinaba (porqu e era el (lia de los preparativos, que es la vigilia del sábado), Joséde Arimatea, noble decurión , y que esperaba también el reino de D ios, fué sin ningún temor á casa de P íla lo , y le pidió el cuerpo de Jesús. Extrañaba Pilato que hubiese muerto y a , y ha­biendo hecho venir al cen turión , le preguntó si efectiva­m ente habia ya m uerlo; y cerciorado por e l centurión, dió á José el cuerpo de Jesus. José compró una sábana, en la que envolvió á Jesus despues de haberle quitado de la cruz. Despues le puso en un sep u lcro , abierto en la roca , y trajo rodando una piedra hasta colocarla en la entrada del se ­pulcro.

M ED ITA CIO N .

DE LA PASION DE JESU C R ISTO EN E L HUERTO DE LOS

OLIVOS.\

PUiVTO PRIMERO.

Considera lo que pasa en el prim er teatro de la pa­sión del Salvador.

Aunque jam ás sintió en su alma otras pasiones que las que. él excitaba en e lla , quiso entonces por núes-

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tro am or entregarse á las m as crueles y á las mas violentas. Él com ienza su pasión por los dolores in­teriores y por el suplicio del corazon.

Una m ultitud de objetos, á cual mas tristes y mas espantosos, so presenta á su im aginación, y le haco sentir anticipadam ente toda su pasión.

Se representa del modo mas vivo, con qué ignomi­nia va á ser arrastrado por las calles de Jerusalen como si fuese un m alvado, cubierto de salivas, desgarrado con los. gzo tes, y coronado de espinas como un im­postor ; clavado en fin en una c ru z , como el oprobio del género h u m an o , y la execración de su pueblo. ¿Qué impresión no debió hacer en el espíritu y en el corazon del hom bre Dios una imagen tan espantosa ? ¿Y qué impresión hace en el mió?

¡ Qué tristeza y qué dolor cuando se representaba la negra traición de su d iscípulo , la horrible ingra­titud de un pueblo colm ado de sus beneficios, y el cobarde abandono de sus apóstoles! Seria necesario poder com prender la bondad , la te rn u ra , la sensibi­lidad del mejor de los corazones que hubo ja m á s , para concebir lo que debió sufrir Jesucristo por la viva y sensible representación de este exceso de in­gratitud.

En efecto, es tan extrem ado el exceso de sus penas in te rio res , que no puede disim ularle, y lo declara él mismo á su s apóstoles. Yo sufro , les d ice , y mi tris­teza es tan extraordinaria y tan sensible, que es capaz de causarm e la m uerte. Los apóstoles son testigos de ella , y lejos de consolarle se duermen, j O mi dulce Jesús! ¡Esta indiferencia es para vos un torm ento c ru e l, y para mí una cruel infam ia!

El Salvador vuelve al lugar de su oracion, y rede-

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SANTO.

blando su fervor, redobla sus penas; nada se esconde ni á su espíritu,ni á su corazon; reúne en su imaginación todos los to rm entos, todas las circunstancias de su pasión; penetra todo su rigor, percibe muy despacio toda su am argura. El espanto se apodera de é l , y le reduce á una postración que le lleva hasta el deliquio. ¡0 mi dulce Jesus! ¡cuán to os cuesta el amarina con tanto exceso! ¡cuándo os am aré yo con menos indiferencia!

Pero lo que acibara su dolor, es el ver por un co­nocimiento anticipado el ex traño abuso que harán tantos pecadores de las gracias que él les va á m e­recer con su sangre. Nuestros pecados, nuestra in­sensibilidad , nuestra ingratitud son las que en parte constituyen la causa de su dolor-, es la traición de Judas, es el endurecim iento de su propio pueblo.

¡ A h , mi dulce Jesu s! • Qué trastorno es e s te ! ¿ Vos estáis oprimido de tristeza, á la vista de lo que debeis sufrir por mis pecados; y yo que he pecado, pretendo pasar mis dias en la alegría? ¿Vos sois arrastrado con infamia sin decir una p a lab ra ; y yo reviento en quejas, y me resiento con los mas vivos deseos de venganza, con solo imaginarme que no se me ha honrado tanto como deseo? ¿Creeré yo lo que acabo de m editar, sin que me enternezca una verdad tan interesante ? ¿Qué presagia entonces mi insensibilidad ?

PUttTO SEGUNDO.

Considera que es preciso que hayjm sido excesivos los dolores de Jesucristo en el huerto de los Olivos, puesto que de todas las peria& que el Salvador ha su­frido en su pasión, puede decirse que esta es la única de que se ha quejado.

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No espera á que sus verdugos vengan á derramar su san g re ; quiere convencernos que él mismo es el que con plena voluntad se en trega y se inmola por la salud de los hombres-, ¿y estam os de esto bien con­vencidos? Del lugar de su oracion hace un altar que riega con su sangre: el am or solo hace aquí propia­m ente el oficio de sacrificador ; este amable Salvador postrado sobre su altar es la victim a de este doloroso sacrificio , y el ardor en que arde su corazon es el fu eg o ; y todo esto se hace por n o so tro s ; por nuestro am or va á consumarse este sangriento sacrificio.

Descúbrese b ien , mi divino Salvador, que vuestra pasión es el efecto de vuestro am or, y lo único que encontram os en ella que no es de vuestro agrado son nuesti^as infidelidades y nuestra in g ra titu d , y esto es tam bién otro de los motivos de vuestra m ortal tris­teza.

No es el cá liz , aunque dem asiado am argo , el que ' Jesús rehúsa beber. Por lo que hace á los azotes , los oprobios, la corona de espinas, los clavos y la c ru z , hacia ya mucho tiempo que todo esto era el objeto de sus mas fervientes deseos, para que ahora lo mirase como un objeto de horror, y le causase una repug­nancia tan horrible. S o lo , p u e s , la perfidia de Judas, la reprobación del pueblo ju d ío , la pérdida de tantos rép robos, nuestros propios p ecad o s, nuestros desór­denes, son la causa de su tristeza y de su disgusto.

Sí, Señor, nuestros desórdenes presentes entonces á vuestro esp íritu , era lo que os aflig ía; pero ¿ y 110 os consolaré yo nunca con mi conversión y con mi penitencia? ¿Se reducirá toda m i religión á algunos sentim ientos pasajeros de com pasion, al paso que con m is pecados contribuyo tan poderosam ente á aumen-

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SANTO. 225tar' vuestra tristeza? y estas reflexiones que yo hago aho ra , y que debo á los méritos de esa sangre pre­ciosa de que os veo em papado, ¿no vendrán á ser para mí algún dia un nuevo motivo de condenación, si no me aprovecho de ellas? Un apóstol pervertido es el que entrega á Jesucristo, y le entrega con un beso.¡ A h, Señor ! ¿en (|ué lugar, en qué estado en la tierra estaremos en perfecta seguridad, y qué pretex to puede jam ás sufragarnos para no tem er? ¡O h! ¡qué áifícil e s , qué rara la conversión de un d iscípulo , de un apóstol pervertido! Así una alma que ha servido á Dios, que ha gustado de Dios, y que se extravía, cae en los mas profundos precipicios, y con dificultad vuelve de sus extravíos.

No perm itáis, mi divino Salvador, que me suceda semejante desgracia. Movido del estado sangriento á que os han reducido mis pecados, recurriré todavía á esta san g re ; mi confianza estriba en esta preciosa sangre-, y á ella espero deber mi salvación y todas las gracias que os p id iere , y que yo espero de vuestra misericordia para ser del núm ero de los elegidos.

JACULATORIAS.

S í, Señor, vos os habéis constituido el Salvador y el esposo de nuestras alm as, á costa de vuestra sangre. Exodo 4.

¿Porqué, Señor, teneis vuestra vestidura roja cc;; vuestra sangre? Isaías 63.

FROPOSITQS.

l .° La vista sola de nuestros pecados causa á Jesu­cristo una tristeza m o rta l, y anega su corazon en la

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am arg u ra , y estos mismos pecados apenas pueden arrancarnos una lágrim a. Estamos cargados de peca­dos, pero ¿estamos muy inconsolables? ¡Cosa ex­traña ! P ecase , y se queda uno tran q u ilo ; ¿ y qué tris­teza , qué vivo dolor sigue á nuestros pecados? ¿Hállanse muchos pecadores que puedan decir como David : Vos sabéis, Señor, cuánto llanto me han cos­tado ya mis pecados-, yo los lloraré todo el resto de mi v id a , y em plearé en llorarlos hasta el tiempo des­tinado para mi reposo? ¡ Qué gran motivo de asombro y de em barazo es esta rareza de contric ión! Exami­nad cuál ha sido hasta aquí la vuestra. ¿Ha sido ver­dadera? Muy difícil es que se haya detestado sincera­m ente una falta que se comete á sangre fria poco despues de esta pretendida detestación. La contrición para ser verdadera debe ser interior, so b ren a tu ra l, soberana y u n iversa l; esto e s , es preciso que el dolor esté en el co razon , que sea excitado por la fe y por un movimiento del Espíritu S an to , y 110 por un puro motivo n a tu ra l; que sea mayor que cualquiera otro dolor que podam os sen tir, aun cuando no sea tan sensible. Tiénese un dolor soberano cuando le es á uno mas doloroso el haber ofendido á Dios, que el haber perdido lo que tenia m as amado en el m u n d o , y se prefiere Dios á todas las cosas : tiénese un dolor un iversa l, cuando se detestan universalmente todos ios pecados m ortales que se han cometido, sin excep­

tu a r uno solo. ¿lia tenido siempre vuestra contrición estas condiciones? ¡Cuántos se imaginan haber tenido

¡contrición, porque han recitado de labios afuera un ' acto de contrición que han aprendido de m em oria , ó que han encontrado en su devocionario! Nada prueba mejor el vacío y la falsa apariencia de nuestras con­

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triciones, que nuestra poca enm ienda; desengañémo­nos, es una señal de no haber formado verdadera contrición, cuando no hay verdadera conversión. ¿Quereis conocer si detestáis verdaderam ente el pe­cado? m irad si detestáis verdaderam ente todas las ocasiones, si las hu is; si os valéis de todos los p re­servativos para no caer-, si recurrís á la oraoiou.¡ Cuántas malas confesiones por la falta de verdadera contrición! ¡cuántas confesiones nulas! Examinad hoy con cuidado, si todas las que habéis hecho están exentas de este defecto-, señalad los puntos que es necesario inm ediatam ente rem ediar, y tom ad todas las medidas para que de hoy en adelante no necesite vuestra contrición de penitencia.

2.° Ordinariam ente se cae en el e rro r de em plear todo el tiempo en pensar en los pecados, sin excitarse á la contrición que debe tenerse de ellos. Es necesa­rio , pues , emplear á lo menos tanto tiempo en exci­tarse á la contrición, como en hacer el exám en. Aplicaos á hacer frecuentem ente, durante el d ia , actos de contrición •, hacéoslos familiares para que no os coja de nuevo el hacerlos en las cercanías de la m uerte. No espereis á estar al pié del tribunal de la penitencia para detestar vuestros pecados; repasad todos los años de vuestra vida en la am argura de vuestro corazon cuantas veces hiciéreis oracion á Dios, ó asistiéreis á la misa. Muchas personas lo hacen á todas las h o ra s ; la práctica es fác il; una ojeada sobre todas las iniquidades pasadas, con vivo senti­miento de haber desagradado á Dios solo por su bon­dad infinita, apenas pide mas que un m om ento, y esta santa práctica trae una utilidad muy grande ; comenzad desde !iry á hacérosla familiar.

SOi'íO. 227

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MIERCOLES SANTO.

Tün este dia propiamente comienza el gran luto de ia Iglesia, porque en él fué cuando se reunieron los príncipes de los sacerdo tes, los escribas ó doctores <le la lev, y los ancianos ó m agistrados, para deli­berar sobre los medios de verificar por fin la prisión de Jesucristo , y en él quedó resuelta su m uerte. Por e s to , despues del Viernes san to , no hay otro que esté mas particularm ente consagrado á la pasión de Jesu­cristo . El Miércoles santo fué cuando se dictó el de­creto de m uerte contra este divino Salvador, y el Viernes santo cuando se ejecutó esta cruel é injusta sentencia. Esto es lo que ha movido á la Iglesia (según san Agustín y los demás santos p ad res) á establecer la estación , ó sean ciertas o rac iones, y el ayuno do ios m iércoles, como el de los viernes del añ o , cuyos dias han sido siempre mirados por los fieles como dias •singularmente consagrados á los ejercicios de la peni- lencia.

Dos días antes de la Pascua fué cuando los judíos 1uvieron este consejo de iniquidad. Convínose en él tjue se tom arían medidas á propósito para apode­ra rse con seguridad y con maña de Jesucristo 5 que t r a preciso que esto se hiciese duran te la noche, para que los que le seguían por el día no estuviesen en dis­posición de defenderle; y que no se haria durante la fiesta, no fuese que se suscitase alguna conmocion

'popular por este motivo. Pero sabiendo el Salvador <que ou hora habia llegado, hizo yer que él mrsmo era

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el que disponía, así del tiempo como de la manera de su m uerte; porque, habiéndose presentado el infeliz apóstata Judas para tra ta r con ellos sobre la entrega de su M aestro, les hizo m udar y adelantar sus re-:o- luciónes.

El introito de la misa de este dia está tomado deí segundo capítulo de la carta de san Pablo á los Fili- penses, en la que el santo apósto l, despues de ha- berles desenvuelto el gran misterio de las profundas humillaciones de Jesucristo , verdadero Dios y verda­dero hom bre, les hace ver la gloria inmensa que ha seguido á estas asombrosas humillaciones', y que si este divino Salvador se ha humillado sin m edida , ha sido á proporcion exaltado y glorificado. Que á la invocación del nombre de Jesus doble la rodilla todo lo que hay en el cielo, en la tierra, y en los infiernos, porque el Señor ha sido obediente hasta morir, y morir en la c ru z; y por esto, nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre; esto es, Jesucristo , Dios y hom bre, está verdaderam ente en el cielo , á la diestra de su Padre celestial, gozando de la gloria que le es debida como Dios, y de la que justam ente se ha adquirido por sus tormentos como Dios y hom­bre. Escuchad, Señor, mi oracion, y lleguen hasta vos mis clamores. Estas palabras están tom adas del pro­feta David, sumergido en la aflicción mas v iva , y en este concepto figura de Jesucristo.

Como el sábado siguiente es dia de órdenes, la Iglesia, como se ha dicho en otra parte , lee siempre el miércoles que las precede dos epístolas én la misa. Las dos que ha elegido para este dia están tomadas del profeta Isaías. La prim era anuncia la llegada del Salvador, pedido y esperado tanto tiempo hab ia , que

SANTO. 2 2 9

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vene en fin á salvar á su p u eb lo , sacándole de una autividad tan larga y tan d u ra , de la cual era 110

mas que figura la de Babilonia.Decid de parle del Señor á la hija de S ion , esto es,

decid á Jerusalen, q u e , tomándose aquí por el pueblo que el Salvador venia á rescatar, significa por consi­guiente á todos los hom bres; decidle que por fin se han concluido todos sus m ales, puesto que ha venido su R ed en to r, su L ibertador, su Salvador, y va á concluir su grande o b ra , que es la redención del gé­nero hum ano , cuyo cumplimiento y perfección es la recompensa de sus trabajos y de sus torm entos. En el nacimiento de Jesucristo , los ángeles enviados del cielo se contentaron con decir á los pastores, que les habia nacido un Salvador : mas aquí el profeta, mi­rando á este Salvador, no ya naciendo, sino m u­riendo ; no com enzando á trabajar en la obra de nuestra red en c ió n , sino consumando esta grande o b ra , nos le anuncia y nos le representa cargado con el fruto de sus traba jos, y llevando consigo la recom ­pensa de sus penas y de sus torm entos, que es nuestra redención. ¿Quién es el que viene de Edom , exclam a por el p ro fe ta ; quién es este conquistador que viene de B osrá, con su ropa teñida en sangre , que encanta y que deslum bra con la belleza y el resplandor de sus vestidos, y que m archa con tanta m ajestad , in tre ­pidez y fortaleza? E dom , esto e s , la Idum ea, está situada entre la Arabia Petrea y la Ju d e a , de la que

-la ciudad de Bosrá era antiguam ente la capital. Los Idumeos descendían de S a ú l; eran enemigos de los israelitas, y habiéndose juntado á los Caldeos en tiempo de Nabucodonosor, contribuyeron 110 poco á la tom a de Jerusalen , y á la cautividad de los judíos

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en Babilonia. El profeta nos representa al Salvador bajo de la persona de un conquistador que vuelve de' la ld u m ea , cubierto todo desangre , despues de haber triunfado de los enemigos de su pueblo. ¿Quién e s , pues, este héroe , d ice , todo cubierto de sa n g re , y cuya sangre da un esplendor tan grande á su triunfo? Soy y o , responde el mismo Salvador; soy y o , que he satisfecho plenam ente á la justicia divina con mi sa n g re , y que he empleado todo mi poder y todas mis fuerzas para salvar á los hom bres. ¿Y porqué está roja toda vuestra túnica? ¿y porqué vuestros vestidos se parecen á los de los que pisan la vendimia en el lagar ? Esto consiste en que he sido solo para pisar la u v a , sin que ninguno de todas las naciones del m undo me haya ayudado. El profeta hace siem­pre hablar al Salvador de los hom bres en sentido ale­górico y figurado. No ha habido pa tria rca , ni hom bre tan santo y querido de Dios, que haya podido jam ás quebrantar la cabeza de la serpiente infernal, ni pisar como se pisa la uva al enemigo de la salud á quien el pecado habia hecho tan poderoso en el mundo. No ha habido mas que yo, ni podia haber otro que yo que pudiese destruirla. Yo solo he triunfado de todo el infierno con la fortaleza de mi brazo*, no extrañéis , por ta n to , si aun llevo sobre mis vestidos las señales de una victoria tan sangrienta. Hace mu­cho tiempo ya que yo m editaba su derro ta; pero por fin ha llegado el tiempo de rescatar á mi pueblo. El conv- bate ha sido violento, la victoria ha sido sang rien ta ; yo me he encontrado solo con un enemigo tan formi­dable, y no he esperado socorro de nadie. La fuerza sola de mi brazo es la que me ha salvado. A mi valor solo, á mi san g re , es á lo que yo debo mi victoria.

SANTO. 231

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Parece que el profeta pasa en seguida de la victori? del Salvador sobre todo el infierno, á las gloriosa consecuencias y á los frutos maravillosos de esta sg ̂fialada victoria. El demonio habia subyugado cuas toda la tierra. ¡Qué de templos sacrilegos levantados on su honor por los paganos, y qué núm ero de ídolos infames en los mismos tem plos! La ido latría , exten­dida por toda la t ie r ra , reinaba con imperio en todas p a r te s : los re y e s , los em peradores eran los mas ze- losos defensores del paganismo. El Salvador, despues de haber vencido y desarm ado el infierno, ha triun­fado de todos sus partidarios; sus discípulos, sin a rm as, sin fuerzas, sin auxilios hum anos, por sola la virtud de su nom bre , han purgado toda la tierra de los ministros de la impiedad-, su cruz ha triunfado de todos los pueblos idólatras. ¿Puédense olvidar, despues de e s to , las m isericordias infinitas de nuestro Dios ? ¿ y qué alabanzas, qué acciones de gracias no deben tributarse al Señor por tantas maravillas ?

La segunda epístola de la misa de este d ia , tomada del capítulo 53 del profeta Isaías, mas parece una his­toria que una predicción de la pasión de Jesucristo , y al leerla se creería oir mas bien un historiador sagrado que cuenta lo que ha sucedido , que un pro­feta que predice lo que debe suceder al Salvador del m undo. Comienza Isaías quejándose de la ex traña incredulidad de los judíos y de su ceguera, no ha­biendo querido creer ni á su palabra ni á sus milagros. ¿Quién es, d ice , el que ha dado fe á lo que se nos ha oido decir ? ¿ y á quién se ha dado á conocer el brazo del Señor? El brazo del Señor indica aquí el poder divino que brillaba en los milagros de Jesucristo. Él es la pa­labra y el brazo del Señor, porque en él reside la sa­

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biduría y la fortaleza-, sin em bargo, apenas ha en­contrado en su propio pueblo mas que oidos sordos á su voz, y corazones endurecidos. Esto es lo que obligó al evangelista san Juan á decir que despues de tantos milagros como el Salvador h a b » hecho á su v is ta , no creían en é l, á fin, añade, de que se cum ­pliese lo que habia dicho el profeta Isaías : No eran infieles los judíos en consecuencia de la predicción de ísaías; su infidelidad voluntaria y obstinada está ya presente al Espíritu Santo que se la habia hecho pre­decir. Despues de este preludio, que tan exactam ente conviene al retrato tan sem ejante que va á hacer de Jesucristo en su pasión, toca como de paso la verda­dera causa del e rro r de los jud íos, q u e , habiéndose figurado siempre un Mesías rodeado del esplendor, de la grandeza y del poder de la tierra, han descono­cido á Jesucristo en su abatimiento. Os engañais, les d ice , representándoos al Salvador como un grande de la tie r ra , criado entre los honores del m un d o , en la abundancia y en la brillantez; os engañais repre­sentándoosle como un alto ced ro ; él se elevará delante del Señor como un arbolillo, y como un renuevo que sale de una tierra seca. Aparecerá á los ojos de los hombres sin belleza y sin lucimiento. Nosotros le hemos visto en el lastimoso estado en que vosotros le habéis puesto , y nos ha costado trabajo reconocerle, tan desfigurado es­taba. E ¡̂le divino Salvador, el mas herm oso de los hijos de los hom bres, nos ha parecido un objeto es­pantoso , un hombre de dolores que sabe bien lo que es sufrir, en fin , el último de los hombres. Cuanto mas lo hemos considerado, menos lo hemos conocido. Su rostro estaba como escondido bajo de un monton de sangre 5 de cardenales, de salivas; causaba horror el

SANTO. 233

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verle, y apenas hemos podido persuadirnos que fuese el mismo. En medio del asom bro profundo que nos lia causado un objeto tan sorprendente, hemos conside­rado de dónde podia venir esta deformidad y esta reunión de males sobre su persona adorable, y hemos reconocido que esto ha sido porque efectivamente he tomado sobre si nuestras flaquezas, y se ha cargado vo­luntariamente por nuestro am or con la pena debida á nuestros pecados, con nuestros dolores, y con todo lo que nosotros debíamos sufrir de la justa cólera de Dios su Padre. Él es en e fec to , dice el apóstol san Pedro ( i ) , el que sobre el leño de la cruz ha llevado nuestros pecados. Le hemos tenido, continúa el profeta, por un leproso, y como un hombre herido de la mano de Dios, y reducido á la humillación mas profunda. Hom­bres ingratos, reconoced aquí las obligaciones infi­nitas que habéis contraido con este divino Salvador, pues si ha sido traspasado de llag as , lo ha sido úni­cam ente por nuestras, iniquidades-, si ha sido despe­dazado á golpes, ha sido porque.se ha dignado tomar sobre sí la pena de nuestros pecados -. él ha querido que el castigo que debíamos sufrir antes de ser recon­ciliados con su Padre, para despues obtener la paz , recayese sobre él. Así q u e , por sus heridas y por la sangre que ha derram ado, hemos sido nosotros cu­rados de las llagas que el pecado habia abierto en nuestra alma. Com prended, hom bres sujetos á tantas m iserias, com prended á este Redentor de todos los m ortales; nosotros, despues del pecado de nuestro prim er padre , andábam os todos errantes como ovejas descarriadas ; arrojados del paraiso te rre s tre , está­bamos expuestos á todo género de penosos acciden­

ta T. Petr. 2.

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tes •, lejos del re d il , cada uno se habia desviado por seguir su propio cam ino, y cada uno hallaba en su camino mil peligros, y cuasi á cada paso un preci­picio, efecto todo necesario de la ceguedad causada por- el pecado. Este buen pastor ha resuelto dar la vida por todo el rebaño. El Señor le ha cargado, queriéndolo así él m ism o, con la iniquidad de todos nosotros. Si ha sido ofrecido é inmolado á la justicia de su P ad re , es porque él mismo lo ha llevado á b ien ; tampoco ha salido, por ta n to , de su boca ni justifi­cación contra los falsos testimonios de que se le ha cargado, ni m urm uración, ni queja. Será llevado á la m uerte cual oveja que es llevada á degollar sm que dé un balido *, y cual un cordero que está mudo de­lante del que le tra sq u ila , as; también este cordero divino, que quita los pecados del m undo, será inmo­lado sin abrir la boca. En fin , él ha m uerto en medio de los do lo res, y á pesar de habérsele reconocido inocente, no ha dejado de ser condenado á m uerte contra toda justicia. No obstante todo esto , este hombre de do lo res, y tratado como el último de los hom bres, es nuestro Dios; porque ¿quién es el quo podrá contar su generación e terna? ¿quién es capaz de comprender el m isterio inefable de su encarnación? No os escandalicéis por los oprobios de que ha sido harto , ni aun por la ignominia de su m uerte. Yo le he h e rid o , dice el Señor, á causa de los pecados do su pueblo. Era m enester para satisfacer pieriamente á la justicia divina ofendida por el p ecado , era me­nester una víctima inocente y de un precio infinito; era preciso que un hom bre que jam ás hubiese podido pecar, sufriese en su persona la pena debida al pecado para restablecerá los hom bres en la gracia, y esto es

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lo que ha hecho este divino Salvador. Así es que por su muerte mereció la conversión de los impíos y do los ricos, esto es, de los m ism os judíos que han co­metido la impiedad de quitarle la vida , y de los gen­tiles que parecían los señores de la tierra . Por mas que fuese la inocencia m ism a, Dios ha querido opri­m irle con los males. C om prended, pecadores, el mal tan grande que es el pecad o , al ver con qué rigor tra ta Dios á su propio I lijo , solo por haberse cargado con la apariencia del pecad o , sin tener consideración á su inocencia. Por lo dem ás, su gloria corresponderá á sus hum illaciones, y su triunfo al exceso de sus dolores. Y pues ha tenido á b ien dar su vida por el pe­cado de los hom bres, ¿qué dichosa y qué larga poste­ridad no verá? ¿qué de millones de m ártires no darán su vida por la gloria de su nom bre? No solamente subsistirá su Iglesia hasta el fin de los sig los, á pesar de todos los esfuerzos del infierno; él verá en el cielo por toda la eternidad en el núm ero infinito de elegidos el fruto de lo que ha p ad ec id o ; ¡cuántas gentes se justificarán por su d o c trin a ! La m ultitud innum erable de santos, que han triunfado bajo de sus órdenes y por su graciado todas las potestades del infierno, com­pondrán su corte en el cielo. A la invocación sola de su nombre doblará la rodilla todo cuanto hay en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Y no habrá uno solo de sus siervos que no en tre en su re in o , cargado con los despojos de la m uerte m ism a, á.la cual ha vencido con la su y a , y todo esto porque se ha entre­gado él mismo á la m uerte y ha sido puesto en la clase de los malvados ; he aquí el fruto de su m uerte. Por f in , concluye el p ro fe ta , no contento con haber tomado nuestros pecados sobre s í , lia llegado su

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íiondad hasta el extrem o de rogar por los violadores de su le y , los cuales hallan siempre en él un fondo de misericordias infinitas, y pasando todavía su bondad mas allá de todos los límites, ha pedido también por los que le han quitado la vida. Mas de setecientos años antes de Jesucristo era cuando Isaías hacia su retrato con unos colores tan vivos. Un evangelista no hubiera hablado con mas claridad.

La historia de la pasión que se lee en la misa de este d ia , ha sido escrita por san Lucas. No se dará aquí mas que un compendio de ella con las reflexiones que sugiere el asunto. Comienza por estas palabras : Acercábase la fiesta de los Ázim os, esto e s , de los panes sin levadura, llamada Pascua. El m iércoles, víspera del dia efi que el Salvador celebró la Pascua por última vez, convino Judas con los judíos en en­tregarles á Jesucristo. Hasc visto el modo con que aquel impío apóstata ejecutó su infame designio. Ha­biéndoselos soldados apoderado de Jesús en el huerto de los Olivos, le ataron , y tratándole con la mayor ignom inia, le condujeron en la misma noche á Jeru- salen, con linternas y hachas encendidas, entre un ruido tum ultuoso, que indicaba á todo'el m undo que llevaban algún preso famoso. ¡ Cuál fué la so rp resa , y cuáles los sentimientos de desprecio de todo ei pueblo, cuando se vió que era Jesús, aquel gran Profeta, á quien se habia recibido, tres dias habia. en aquella misma ciudad como el Mesías, el que aca­baba de ser preso de orden de los sacerdotes y del m agistrado como un insigne im posto r! Esta ocur­rencia impuso tanto en el momento los ánim os, que toda ia veneración se convirtió en indignación, y eíi el instante vinn á ser el divino Salvador el objeto cL*

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la execración pública. Llevósele desde luego á casa de Anás, que era gran sacerdote-, llamábase también Anajio, y tenia el prim er rango entre los judíos-, pero como Caifás, su y e rn o , era el que en aquel año de­sempeñaba las funciones del gran sacrificador, Anás le envió al Salvador para que le formase el proceso, y le condenase. Prevenido Caifás de que se le llevaba al que él aborrecía, y contra quien habia ya pronun­ciado el decreto de m uerte en el consejo que se había ,tenido algunos dias antes para proporcionar los me­dios de deshacerse de é l , habia reunido en su casa los sacerdotes, los escribas y los ancianos, que se con­sum ían por el ansia de verle á sus p iés , y poder satis­facer sobre él sus zelos y su rabia. Entre tanto Pedro, avergonzado de haber abandonado tan cobardemente á su buen M aestro, le seguía á lo lejos. El tem or le habia hecho huir, y el am or le habia hecho vo lver; pero este am or era todavía m uy débil para hacerle declararse por discípulo suyo. ¡ Dios mío ! ¡ qué fu­nestas consecuencias traen los miram ientos mundanos á la piedad y á la religión; y cuánta verdad es que un tem or irracional de pasar por discípulo de Jesucristo, tarde ó tem prano hace infieles, y algunas veces tam ­bién ap ó sta ta s!

Caifás para salvar las apariencias preguntó á Jesu­cristo acerca de su doctrina : respondióle el Salvador con su acostum brada dulzura, que él habia predicado siem pre en público , y que, si queria quedar perfecta­m ente instruido de su doctrina, no tenia mas que pre­guntar á todos los que le habian oido. Una respuesta tan sabia y tan modesta m erecía un aplauso universal; mas sin embargo le atrajo una insigne afrenta. Uno de los oficiales de justicia le descargó una gran bofef

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tada : era esto tra ta r como vil esclavo al Rey de los reyes; no obstante un tratam iento tan injusto se aprobó hasta el térm ino de aplaudirse en toda la sala. Este ultraje fué uno de los mas sensibles que se hi­cieron á Jesucristo. Por esto el divino Salvador, que nada ansiaba mas que sufrir, no pudo sin embargo en esta ocasion dejar de dar á conocer lo sensible que le era. Temió no se creyese que habia faltado al res­peto debido al pontífice del Señor, y esto fué lo que le movió á decir : Si he hablado m al, m uéstram e en q u é ; pero si nada he dicho que sea contra el respeto , ¿porqué me hieres de este modo? Algunos de la hez del pueblo, sobornados por los enemigos del Salvador, depusieron contra é l ; pero por mas que se valieron de todos los artificios para calum niarle, se contrade­cían tan visiblemente todos los falsos testimonios que producían , que jam ás pudo hallarse cosa alguna que diese algún aire de verisim ilitud, ó algún colorido á la calumnia. Solo la pasión, el furor y la injusticia eran las que podían condenar á Jesucristo.

Resolvió entonces el gran sacerdote preguntarle sobre un punto muy delicado, y al que se persuadió con fundamento que Jesús no podia dejar de respon­derle. Yo te con ju ro , le d ijo , por el Dios vivo, que nos digas ¿si eres tú el Hijo único de Dios, el Mesías? S í, respondió el Salvador sin detenerse ; yo soy el que tú dices. No necesitaba de pruebas esta resp u esta ; su v ida, su doctrina y sus milagros la probaban sufi­cientemente. Este oráculo tantas veces confirmado por el Eterno P ad re , fué un decreto de m uerte contra él en el ánimo del juez : reo es de muerte. lié aqu í, p u es , al Santo de los san to s, la inocencia m ism a, el Criador del universo y el Salvador de todos los hom­

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bres condenado á m uerte, por medio del mas enorme da todos los atentados, por el mas impío de todos los tribunales, y contra toda especie de derecho y de justicia. ¡Ay Señor, nosotros clamamos injusticia, venganza, al menor agravio que se nos h a c e , y el Hijo de Dios no dice palabra viéndose condenado á m uerte por malvados é im píos!

Determinada ya la m uerte , retiróse cada lino, y el Salvador quedó todo el resto de la noche abandonado á la crueldad de los so ldados, y á la insolencia de los sirvientes, que no solamente hicieron de él objeto de su diversión, sino que, m irándole como una víctima v i l , destinada ya á la m uerte , le trataron del modo mas bárbaro del m undo; los unos le escupían en el ro s tro , los otros le acosaban á puntapiés; estos le vendaban los ojos, y añadiendo la burla mas impía y mas injuriosa : Falso Mesías, le decían abofeteándole, adivina quién te hiere : en fin , todos iban á porfía á quien le cargaría mas de in jurias, y le m altrataría mas con golpes.

¡ O sabiduría e te rn a ! ¡O poder sin lím ites! ¡ O sobe­rano Señor del universo, ante quien deben doblar la rodilla todas las potestades del cie lo , de la tierra y de los infiernos! ¡ Vos hecho el objeto de la insolencia de un monton de malvados, y el juguete de una ca­nalla desenfrenada! Concibamos, si es posible, las injurias é ignominias que recayeron sobre Jesus, y lo que debió sufrir este Cordero divino el resto de la noche en medio de aquellas bestias feroces. Habiét'- dose juntado al amanecer los enemigos del Salvador, de quienes se componía él consejo de los jud íos, se determinó que para hacer á Jesus mas odioso aun á todo el pueblo era preciso hacer que fuese juzgado y

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condenado á m uerte por P ila to , que m andaba por los Romanos en Judea. Condújose el Salvador á aquel tribunal profano, las manos atadas á la espalda, cual si fuese un perverso , atravesando por Jerusalen cuyas calles estaban llenas de gente.

¡ Qué espectáculo! Jesús con la cabeza desnuda, el rostro magullado con los golpes, las manos atadas , por en medio de una m ultitud de pueblo que le car« gaba de imprecaciones •, conducido al gobernador pa« g ano , para recibir de él su último decreto de m u erte ; ante un juez extranjero que no conocía mas que de los delitos mas enorm es. Pesemos todas estas cir­cunstancias. ¡ Ah, mi Dios! ¿C uándocurarán nuestro orgullo vuestras hum illaciones, y servirán de freno á nuestra ambición ? Muy justo seria que ellas nos hicie­sen menos delicados en punto de honor, y mas hu ­mildes.

El juez pagano descubrió muy pronto la inocencia del pretendido crim inal, y la verdadera causa del odio de los judíos, y de su escandalosa injusticia. No habiendo podido la calumnia presentarle criminal en materia de religión, pretenden los judíos hacerle pasar en este tribunal por criminal de estado •, pero caducan luego todas sus acusaciones. Pilato reco­noció y declaró públicam ente su inocencia, y esto lo* hizo sin duda para no verse obligado á juzgarle ; y para ganarse un amigo á expensas del inocente, le envió á Herodes, te trarca ó gobernador de Galilea. Herodes deseaba ya m ucho tiempo habia ver á Jesús, pero solo por un motivo de curiosidad; así es que el Salvador no se dignó responder una sola pa­labra á todas sus vanas cuestiones, y todo concluyópor injurias y burlas m ordaces, y el que era la sabl-

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duría eterna fué tratado de loco por Herodcs y por toda su corte. ¿Preciso e ra , Señor, que no hubiese ningún tribunal, ningún estado en el m undo en donde no fuéseis m altra tado , odiado de los sacerdotes, maldecido del pueb lo , despreciado de los grandes y perseguido de todos? Por mas que se le declara ino­cente , se insiste en que m uera. Pilato quería librarle; pero el respeto hum ano se lo impide. Era cos­tum bre conceder la vida á un crim inal, á elección del pueb lo , la víspera de la Pascua. Pilato les propone á Jesus y á Barrabás. ¿Habia m ucho que deliberar para la p referencia? Jesu s , el Santo de los santos, que habia dado la vida á tantos m uertos, y la salud á tantos enferm os; y B arrabás, malvado de profe­sión, ladrón público, jefe de facción, y que habia sido preso por haber poco tiempo habia m uerto á un hom bre; tal es el concurrente de Jesus : ¿y sobre quién recaerá la elección ? Si es el mundo el que debe h a c e rla , ciertam ente Jesus será o lvidado, despre­ciado , pospuesto, condenado. En efecto , danos á B arrabás, se oye clamar por todas p a r te s , y cruci­fica á Jesu s : juicio del mundo, elección de la pasión, gritos de la irreligión y de la injusticia. Pero ¿qué mal ha hecho ? replica el gobernador; ¿ y es acaso la religión ni la razón á quienes se consulta, cuando no se obra mas que por pasión ? Insístese en pedir sa m uerte. Entonces el juez pagano creyó que el medio de apaciguar su ra b ia , ó á lo menos de endulzarla, era poner al Cordero inocente en un estado que cau­sase lástim a al mas bárb aro , y mandó que Jesus fuese desgarrado á azotes. Ejecutóse la orden con tan ta c rue ldad , que al mismo Pilato le causó horror, y pensó que bastaría m ostrarle para extinguir todo

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furor y toda rabia. H abiéndose, pues, presentado al pueblo sobre un balcón , hizo adelantar al Sal­vador, y m ostrándosele en un estado tan lasti­m oso, les d ijo : Hé aquí el hom bre que me habéis en­tregado para quitarle la v ida ; juzgad si puede restarlo mucho tiempo que vivir. M iradle, ¿podéis recono­cerle? ¿temeréis todavía que en adelante quiera ha­cerse vuestro rey? ¿Le creeis en estado de dogmatizar? Dejadle concluir á Tuerza de sus dolores y de su ex­tenuación un resto m iserable de vida. Un espectáculo tan lúgubre y tan patético solo sirvió para irritar mas á aquellos leones furiosos; la sangre del Salva­dor les puso todavía m as encarnizados en quitarle aquel resto de vida. Oyóse por todas partes gritar : Que sea crucificado, que m uera •, y Pilato, despues de haber protestado públicam ente que no tenia parte en aquella escandalosa injusticia, entrega, en fin, aquel Cordero sin m ancha para que sea inmolado. ¡Oh, y qué bien se ve que el pecado de todos los hom bres de que se ha cargado este divino Salvador, es el que con tanto encarnizam iento solicita su m u erte , y que la satisfacción de este pecado es lo que le inm ola; de consiguiente la pasión, la in justicia, la iniquidad pública es lo que le condena á m uerte , y lo que sufoca todos los sentim ientos de hum anidad en el pueblo.

A.un cuando una falsa prevención nos hiciese ver no mas que una ficción en lo que se lee en esta his­to ria , no podria menos de enternecernos. Estam os, em pero, seguros de la realidad. Este tejido de injus­ticias, de oprobios, de suplicios, y de crueldades hasta entonces inaud itas, es cierto¿ la persona ado­rable que sufre tantas crueldades y tantas infamias

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no nos es desconocida. ¿Debe, p u e s , sernos indife­rente? Sabemos que lo que sufre es por nuestro amor. ¿La veremos sufrir á sangre fria?

Esta noche comienza el oficio de las Tinieblas. Celebra la Iglesia en estos tres últim os dias las exe­quias del Salvador. Llámase oficio de Tinieblas á los maitines que comienzan en el oficio de las ferias m ayores de la Semana san ta , esto e s , del jueves, viernes y sábado santo. La solemnidad de las preces cantadas despues del cántico Benedicius en la oscu­ridad de la noche, estando apagadas todas las lám ­paras y I09 c irio s, ha dado m árgen á que se dé á todo el oficio el nom bre de Tinieblas.

La palabra maitines, propiam ente hablando , no conviene sino al oficio de laudes, que, según su anti­gua institución, debe cantarse por la mañana al ama­necer, y que por lo mismo se llama laudes, ó alabanzas m atutinales. De aquí es de donde ha venido la palabra m aitines, la cual no se ha atribuido al oficio de la n o c h e , que antes de esto se llam aba oficio nocturno, hasta despues que el uso de can tar pov la m añana el oficio de la noche se ha introducido en la m ayor parte de las iglesias catedrales.

Pénese durante el oficio de Tinieblas un candelero triangular en el que se colocan quince c irio s, los cuales se apagan sucesivamente al fin de cada salmo. Es esto todavía un resto tle la antigua costum bre de la Iglesia, que ella renueva en estos tres dias. Antiguamente no se ponian candeleros sobre los altares. Sin em bargo , el uso de las luces, de los cirios y de las lám paras es d é la prim era antigüedad para todas las iglesias del m undo. Poníanse estas luces en gran núm ero sobre arañas suspendidas,

2-14 s iii^ c o l e s

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ó sobre maderos elevados, que iluminaban todo el co ro , y aun toda la iglesia, ó en grandes candeleros fijos cerca del altar, sin hablar de los candeleros que llevaban los acólitos. Los candeleros fijos eran de diversas figuras: unos eran en forma de c ru z , otros eran triangulares, otros tenían muchas ram as; vense todavía de esta última figura en la iglesia de León y en otras partes. La costum bre de apagar los cirios al fin de cada salm o, en los oficios de Tinieblas de la Semana san ta , es muy antigua. Muchos dan un sen­tido espiritual á esta cerem onia, y dicen que estos cirios que se 'apagan sucesivamente representan los apóstoles y los discípulos de Jesucristo , que el Sal­vador llama la luz del m undo, y que desaparecieron y huyeron sucesivamente al tiempo de la pasión de nuestro Señor. El cirio que se conserva encendido, y que se oculta durante las preces que se dicen de rodillas despues del Benedictus, y que se vuelve á sacar concluidas las p reces , sirve para encender la lámpara que debe arder delante del altar, para no dejar sin luz al Santísimo Sacramento. El sentido es­piritual de este cirio escondido, y vuelto á sacar en­cendido despues del oficio de Tinieblas, e s , según muchos intérpretes, para significar la m uerte de Jesucristo y su resurrección , el cual, aunque m uerto y sepultado durante los tres dias, fué siempre la ver­dadera luz que no podia extinguirse; y dicen que por esto se toma el cirio que está á la cabeza del cande- lero triangular que representa á Jesucristo. El ruido que se hace al fin del oficio, no era antiguam ente mas que la señal que el oficiante, golpeando sobre su lib ro , ó sobre su asiento , daba al clero y al pueblo para que se fuesen. Otros pretenden que se hace a s í,

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no solo para significar la confusion que hubo en toda la tierra en la m uerte del Salvador del m undo , sine

I también para dar á entender con este palmoteo un '¡ aplauso universal en la resurrección de Jesucristo ,

que fué su triunfo glorioso sobre la m uerte y sobre el infierno , y que por esto el cirio encendido y oculto aparece al tiempo que se dan los golpes.

Dicense en la misa de este dia dos oraciones principales; la que se dice antes de la primera epístola es como sigue.

O Dios om nipotente, rogárnoste nos concedas que seam os libres de los niales que incesantem ente nos afligen por nues­tros pecados, mediante la pasión de tu único H ijo, q u e , siendo D io s, vive y r e in a , etc.

PRIM ERA EPÍST O LA .

Está tomada del profeta Isa ías , cap. 62.

l ié aquí lo que dice el S eñ o r : Decid á la hija de S ion , mira á lu Salvador que v ie n e , y que trae consigo su recom ­pensa. ¿Quién es este que v iene de Edom , y que sale de Bosrá con sus vestidos teñidos en sangre? Hermoso es (sin em bargo) bajo de este háb ito , y hace aparecer en su marcha la grandeza de su fortaleza. Yo soy el que anuncio la ju s­tic ia , y i;l que tengo el poder para salvar al mundo. ¿En qué consiste que está roja lu vestidura, y que tus vestidos pa­recen á los de los que pisan la uya en el lagar? Yo he estado solo en el lagar, sin que ni uno solo de todas las naciones m e haya acompañado. Yo los he pisoteado en mi cólera; í u sangre ha salpicado mis vestidos, y han quedado m an- ihados con ella. Porque lié aquí que ha llegado ya el dia en que he resuelto ejercer mi venganza, y el tiempo de rescatar á mi pueblo. Yo he mirado por todas partes si al­guno vendría para ayudarme , y no he visto á nadie. Yo he Luscado auxilio , y no le he encontrado; así es que solo

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mi brazo rae lia salvado, y mi indignación ine ha provisto de armas. Yo he aterrado los pueblos en mi fu ror ,'lo s he embriagado en mi cólera. Yo he anonadado su poder. Yo no olvidaré jamás las m isericordias del Señor. Yo alabaré al Señor nuestro Dios por todos los beneficios que hemos reci­bido de él.

La oracion que se dice antes de la segunda epístola es como sigue.

O D io s, que has querido que tu Hijo sufriese por nosotros el suplicio de la cruz para librarnos del poder de nuestro enem igo, concédenos á nosotros, siervos tu y o s , la gracia de que participemos de su resurrección. Por el mismo nues­tro Señor Jesucristo , etc.

SEGUNDA E P ÍST O L A .

Está lomada del profeta Isaías, cap. 53.

En aquellos d ias, dijo Isaías : Señor, ¿quién es el que ha creido lo que nosotros hemos oido? ¿y á quién se ha dado á conocer el brazo del Señor? Él se elevará delante del Señor como un árbol ¡lio, y como un vástago que sale de una tierra seca. No hay en él hermosura ni esplendor. Nosotros le hemos visto, y nada habia en él que llevase en pos de sí nuestras atenciones; hemos llegado hasta desconocerle. Le hemos visto despreciado y tratado como el último de los hombres. Un hombre de dolores que ha pasado por todo género de miserias. Su rostro estaba desfigurado, de modo *1 ae no le hemos conocido. Verdaderamente ha llevado nues­tras flaquezas, y ha cargado sobre sí nuestros dolores. Le hemos tenido por un leproso, y como un hombre castigado por Dios y humillado; sin embargo ha sido cubierto de llagas por nuestras iniquidades, ha sido maltratado por nuestros crímenes. El castigo que debia darnos la paz ha recaído sobre é l, y hemos sido curados por sus cardenales : todos estábamos como ovejas descarriadas; cadauno se habia extraviado por seguir su propio camino, y el Señor le 1 a

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no solo para significar la confusion que hubo en toda la tierra en la m uerte del Salvador del m undo , sine

I también para dar á entender con este palmoteo un '¡ aplauso universal en la resurrección de Jesucristo ,

que fué su triunfo glorioso sobre la m uerte y sobre el infierno , y que por esto el cirio encendido y oculto aparece al tiempo que se dan los golpes.

Dicense en la misa de este dia dos oraciones principales; la que se dice antes de la primera epístola es como sigue.

O Dios om nipotente, rogárnoste nos concedas que seam os libres de los niales que incesantem ente nos afligen por nues­tros pecados, mediante la pasión de tu único H ijo, q u e , siendo D io s, vive y r e in a , etc.

PRIM ERA EPÍST O LA .

Está tomada del'profeta Isa ías , cap. 62.

l ié aquí lo que dice el S eñ o r : Decid á la hija de S ion , mira á lu Salvador que v ie n e , y que trae consigo su recom ­pensa. ¿Quién es este que v iene de Edom , y que sale de Bosrá con sus vestidos teñidos en sangre? Hermoso es (sin em bargo) bajo de este háb ito , y hace aparecer en su marcha la grandeza de su fortaleza. Yo soy el que anuncio la ju s­tic ia , y id que tengo el poder para salvar al mundo. ¿En qué consiste que está roja lu vestidura, y que tus vestidos pa­recen á los de los que pisan la uva en el lagar? Yo he estado solo en el lagar, sin que ni uno solo de todas las naciones m e haya acompañado. Yo los he pisoteado en mi cólera; í u sangre ha salpicado mis vestidos, y han quedado m an- ihados con ella. Porque lié aquí que ha llegado ya el dia en que he resuelto ejercer mi venganza, y el tiempo de rescatar á mi pueblo. Yo he mirado por todas partes si al­guno vendría para ayudarme , y no he visto á nadie. Yo he Luscado auxilio , y no le he encontrado; así es que solo

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mi brazo rae ha salvado, y mi indignación ine ha provisto de armas. Yo he aterrado los pueblos en mi fu ror ,'lo s he embriagado en mi cólera. Yo he anonadado su poder. Yo no olvidaré jamás las m isericordias del Señor. Yo alabaré al Señor nuestro Dios por todos los beneficios que hemos reci­bido de él.

La oracion que se dice antes de la segunda epístola es como sigue.

O D io s, que has querido que lu Hijo sufriese por nosotros el suplicio de la cruz para librarnos del poder de nuestro enem igo, concédenos á nosotros, siervos tu y o s , la gracia de que participemos de su resurrección. Por el mismo nues­tro Señor Jesucristo , etc.

SEGUNDA E P ÍST O L A .

Está lomada del profeta Isaías, cap. 53.

En aquellos d ias, dijo Isaías : Señor, ¿quién es el que ha creido lo que nosotros hemos oido? ¿y á quién se ha dado á conocer el brazo del Señor? Él se elevará delante del Señor como un árbol ¡lio, y como un vástago que sale de una tierra seca. No hay en él hermosura ni esplendor. Nosotros le hemos visto, y nada habia en él que llevase en pos de sí nuestras atenciones; hemos llegado hasta desconocerle. Le hemos visto despreciado y tratado como el último de los hombres. Un hombre de dolores que ha pasado por todo género de miserias. Su rostro estaba desfigurado, de modo que no le hemos conocido. Verdaderamente ha llevado nues­tras flaquezas, y ha cargado sobre sí nuestros dolores. Le liemos tenido por un leproso, y como un hombre castigado por Dios y humillado; sin embargo ha sido cubierto de llagas por nuestras iniquidades, ha sido maltratado por nuestros crímenes. El castigo que debia darnos la paz ha recaído sobre é l, y hemos sido curados por sus cardenales : todos estábamos como ovejas descarriadas; cadauno se habia extraviado por seguir su propio camino, y el Señor le 1 a

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cargado á él con la iniquidad de lodos nosotros. Él se ha ofrecido, porque él mismo ha q u er id o , y no ha abierto su boca : será llevado como una oveja á la m uerte, y no dirá una palabra, como un cordero m udo delante del que le tras­quila. Ha muerto en medio d é lo s d o lo res, despues de haber sido injustamente condenado. ¿Quién contará su generación! Porque ha sido corlado de-la tierra de los viv ientes. Yo le he herido (d ice D ios) á causa de los pecados de mi pueblo. El dará los impíos por precio de su sepu ltu ra , y al rico por recom pensa de su m uerte; porque no ha cometido pecado, y la mentira no se ha hallado jam ás en su boca. Pero el Señor le ha querido destrocar en su flaqueza. Si él da la vida por el pecado, verá ana larga y dichosa posteridad , y la voluntad del Señor será cum plida felizm ente para é l : verá el fruto de las penas que su alma habrá su frido, y quedará lleno de satisfacción. Él e s mi siervo fiel y ju s to , que justificará por su doctrina á innum erables, y llevará sobre sí sus iniquidades. Por esto le daré en herencia gentes innum erables, y él distribuirá lo s despojos de los fu e r te s , porque se ha entregado á la m uerte, y porque ha sido puesto en la clase de los m alvados; ha llevado el pecado de m u­chos , y ha rogado por los violadores de la ley.

NOTA.

Isaías ha tenido siempre en todas sus profecías por primero y principal objeto la venida del Mesías , su pasión y la redención del género hum ano. Jesucristo, su pasión, su m u erte , sus v ictorias, su Iglesia, aquí es en donde se verifican todas las grandes y nobles expresiones de este profeta. Si Isaías hubiese escrito despues de la m uerte de Je su c ris to , no hubiera po­dido hacer una pintura m as ju s ta , mas parecida, ni un retra to mas verdadero d e s ú s to rm entos, Je su causa y de sus frutos, que el que ha resum ido en las dos epístolas de la misa de este dia.

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REFLEXIONES.

Un hombre de dolores, y tratado como el último de iodos los hombres. lié aquí todo lo mas fuerte , lo mas admirable, lo mas enérgico que puede dec irse , para expresar el dolor mas vivo, la pena mas extraordi­naria, el suplicio mas cruel que puede sufrir un hombre. Un hom bre de dolores es un hom bre cuyo corazon está anegado en la am arg u ra , y el espíritu oprimido de aflicciones; es un hom bre am asado, por decirlo así, en dolores y trabajos. Pero lo que pone ei colmo á la m iseria, es cuando el oprobio y el des­precio acompañan á las penas. Es por lo menos una especie de alivio en los m a les , cuando uno se ve compadecido, cuando se ve honrado en medio de los dolores •, pero es el colmo de la aflicción y de la desolación, cuando los m ayores dolores están acompañados de injurias, de desprecios, de insultos y de ulírajes todavía mayores. Tal es la suerte de nuestro divino Salvador. Es el hom bre de do lores, todos los su fre , y en medio de .estos dolores es tratado como el último y el mas despreciable de todos los hombres. Nos compadecemos de un vil esclavo á quien vemos padecer-, el mas malo de todos los criminales nos mueve á lástima cuando le vemos espirar en el suplicio. Este instinto tan na­tural á todos los hom bres, solo ha faltado en favor del Salvador. Diriase que durante su pasión se har trastornado todas las leyes de la naturaleza y de la razón. ¡Buen Dios! ¿y porqué no nos acordamos de este punto de nuestra creencia en tantas ocasiones en que nuestro orgullo nos hace obrar tan poco cristia­

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nam ente ? ¿ Qué no puede la envidia sobre aquellos corazones que ha infestado con su veneno? ¿y están mas exentas que las demás las almas mas religiosas al parecer? Hubiera estado el Hijo de Dios menos ex­puesto á la persecución de los sacerdotes , y á los tiros calumniosos de los escribas y de los doctores de la ley,si hubiese profesado menos santidad, á hubiese obrado m enos prodigios. Siempre será la virtud el blanco de la envidia. Las gentes de bien deben esperar, á ejemplo de Jesu c ris to , ser perse­guidas de mil m aneras •, pero ¡ ay de aquellos que ejercitan la paciencia de los buenos! ¡ Qué brillante aparece la paciencia del Salvador en medio de tantas crueldades! Durante su pasión , se encuentra en to­das las circunstancias en que es mas difícil callar. Hácensele injurias tan visibles; dirígense contra él tan negras y tan falsas acusaciones; hácensele sufrir indignidades tan brutales y tan inhum anas, que no es el menor de sus prodigios el que haya podido to lerar todo esto sin decir una palabra. ¿Qué bellos pretextos no hab ia , al parecer, para que hubiera confundido la malicia de sus enemigos con sus palabras? el procu- par la gloria de su P ad re , el sostener la santidad de su doctrina , el evitar el escándalo. E stréchasele, se le p regun ta ; y Jesús no dice una palabra. ¡ O h, y qué cosas tan grandes dice este silencio; y qué bellas lecciones nos o frece! Pilato reconoció la inocencia de Jesucristo , quiso salvarle, y con todo le condenó. ¡Oh Dios m ió, qué distancia hay entre conocer el bien y practicarle! ¡en tre conoceros y am aros! ¡Ah! lodo el m undo cristiano os conoce; ¿y hay m uchos que os am en? Pilato quería salvar á Jesucristo cuya inocencia conocía ; pero no quería desagradar á los

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SANTO.

judíos, cuyas amenazas y cuyo furor temía. Desdi­chada política, falsa prudencia de los hom bres, por la cual siempre es sacrificada la religión á la ambición y al interés.

El evangelio de la misa es la pasión de nuestro Señor Jesucristo, según san Lucas, cap. 22.

En aquel tiem po, se acercaba la fiesta de los Azim os, llamada P ascu a , y los príncipes de los sacerdotes en unión con los escribas buscaban cómo quitar la vida á J e su s ; pero temían al pueblo. En este tiempo eníró Satanás en Judas, apellidado Iscariotes, uno de los d o ce , el que in­mediatam ente se fué á tratar con los príncipes de los sacer­dotes y'con los magistrados acerca de los m»dios de entre­garle. Alegráronse m ucho, y se obligaron á darle d inero, y él por su parte quedó también obligado; y desde entonces andaba buscando ocasion oportuna para entregarle á excusas del pueblo. H abiendo, pues , llegado el dia de los A zim os, en el cual era preciso inmolar la pascua, envió Jesus á Pedro y á Juan : Id , les d ijo , preparadnos la pascua para que la comamos. Dijeron ellos : ¿Y dónde quieres que la preparem os? Al entrar en la c iu d ad , Ies respond ió , encon­traréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle á la casa donde entrare., y allí diréis al dueño de la c a sa : Esto es lo que te dice el M aestro: ¿ Dónde está el aposento en que he de comer la pascua con m is discípulos? y él os mostrará un gran comedor bien amueblado ; haced allí los preparativos. Habiendo, p u e s , ellos id o , todo lo encon­traron según se les habia d ich o , y prepararon la pascua. Cuando llegó la hora , se puso á la m e sa , y con él los doce apóstoles, y les dijo : Tenia yo un deseo extremo de comer esta patena con vosotros antes de padecer; porque os ase­guro que ya no la com eré m a s, hasta que ella tenga su cum plim iento en el reino de Dios. En seguida lomando el cáliz, dió gracias,y dijo : Tom ad, repartidlo entre vosotros; porque os aseguro que ya no beberé de este vino hasta que llegue el reino de Dios. Tomando despues el pan , dió gra­cias , lo partió, y se lo d ió » diciendo : Esto es mi cuerpo,

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que se ha entregado por vosotros. Iíaced esto en memoria de mí. Igualmente tomó el cá liz , despues de haber cen ado, y dijo : Esto es el cá liz , del nuevo Testamento en mi san gre, ¿que va á ser derramada por vosotros. Entre tanto, la mano 'del que me entrega está conmigo en la m esa. Por lo que hace a! Hijo del hom bre, se va según está decretado; pero desgraciado el hombre por quien será entregado. Inmedia­tamente comenzaron á preguntarse unos á otros , quién de ellos dehia hacer una acción sem ejante. Suscitóse al mismo tiempo entre ellos una disputa sobre quién de ellos debia pasar por el mayor; mas el Señor les d ijo : Los reyes de las naciones mandan en ellas como señ o res, y los que tienen potestad en ellas se llaman benéficos. Vosotros no habéis de hacer a s í , sino que el que es mayor entre v o so tro s„ hágase como si fuese el m enor, y el que obtiene el primer lugar pórtese como el que sirve. Porque ¿quién es el m ayor, el que está á la m esa , ó el que la sirve? ¿acaso i\i/ es el que está á la mesa? Sin em bargo, Yo estoy entre vosotros cómo el que sirve; pero vosotros sois los que habéis per­manecido constantem ente conmigo en las pruebas que he tenido. Por tanto, Yo os preparo el reino como mi Padre me lo ha preparado, á fin de que comáis y bebáis en mi mesa en mi «•ciño, y os sentéis en tronos como jueces de las doce tribus de Israel. En seguida dijo el Señor : Sim ón, Sim ón, Satanás os ha acom etido para acribaros como se acriba el trigo ; pero yo he rogado por t í , á fin de que lu fe no deca iga , v tú tam bién , cuando hubieres vuelto sobre t í , confirma á tus herm anos. Señor, le dijo P edro, pronto estoy á ir contigo á la prisión y á la m uerte; mas Jesús le respondió : Yo te aseguro , P ed ro , que no cantará hoy el ¿alio sin que hayas negado tres veces que me conoces. Entonces volviéndose á sus d iscípu los, les dijo : Cuando os envié sin saco y sin alforja, ¿os faltó alguna cosa? Nada, -lijeron ellos. Díjoles entonces : P ues ahora el que tenga -üi saco", tome también la alforja; y el que no lo tiene, venda su capa y com pre una espada; porque en verdad os digo que es preciso que se cum pla todavía en m i per­sona lo que está escrito; esto e s , ha sido contado en el nú­mero de los malvados : y todas las cosas que se han anun­ciado de mí yaná cum plirse. Señor, dijeron los d iscípu los:

2 3 2 MIÉRCOLES

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Aquí Iiay dos espadas; y el les respondió : Basta. Habiendo salido d esp u es, se encaminó según su costumbre al monte de los O livos, y sus discípulos fueron también con é l. Luego que llegó á aquel sitio , les dijo : O rad, para que no os arrastre la tentación; y en seguida se apartó de ellos á distancia de un tiro de p iedra , y habiéndose puesto de rodillas,hizo esta oracion : Padre m ió , si quereis, apartad de mí este c á liz ; sin em bargo, no se haga mi voluntad, sino la vuestra. Aparecióselc entonces un ángel venido del cielo que le foriificó. Viéndose reducido á un estado como de agonía , continuaba mas y mas en la oracion , y al mismo tiempo le sobrevino un sudor com o de sangre que corría hasta la tierra. Habiéndose levantado despues de la oracion, volvió adonde estaban sus discípulos, á los cuales encontró que se habían dormido , oprimidos de la tristeza. ¿Porr-ué dormís? les dijo : Levantaos, y orad, para que no os Yeds sorprendidos de la tentación. Hablando estaba toda­vía, cuando hé aquí una m uchedum bre, ácu y a cabeza iba uno de los d o c e , llamado Judas, el cual se acercó á Jesus para besarle. Jesus entonces le dijo : Qué es esto , Judas; ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? Entre tanto los que estaban en rededor de é l , viendo lo que debia su ce­der , le dijeron : Señor, ¿herimos con la espada? y al mismo

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Y a//itula entendió que /« w era. á? /w/jx/úrion

de fiero dr<r, /e reotúio a l nu.rnw ffero d e s .. ■.

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5;on(c? Hom bre, no lo soy, respondió P ed ro : cerca de una Fiora después decia olro afirmativamente : Este sin duda es­taba también con e l, porque es galilco. Hombre, dijo Pedro, no se lo (¡ue quieres decir : é inm ediatam ente, y hablando él todavía, cantó el gallo , y volviéndose e l Señor, miró á Pedro. Acordóse entonces Pedro de lo que e i Señor le habia dicho : Antes que el gallo cante, me negarás tres v eces: y habiéndose salido fuera, lloró amargamente. Entre lanío los que tenia» preso á Jesús le trataban con la mayor irrisión, v le herían. Vendáronle los o jo s , y dándole golpes en el rostro, le decían : Muestra que eres profeta, ¿quién es el que te ha herido? diciendo blasfemamente otras muchas cosas contra él. Luego que am aneció , se congregaron los ancianos del pueblo, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y habiéndole hecho traer á su concilio , le dijeron . Si tú eres el Cristo, dínoslo. Y él entonces les respbmlió : Si os lo d igo , 110 me creeré is: si os pregunto á m í'vez, no responderéis, ni me dejaréis ir libre. Por lo demás, el Hijo del hombre estará muy en breve sentado á la diestra de D ios omnipotente. D ijéronle, p u e s , todos entonces : ¿Luego tú eres el Hijo de Dios? á lo cual respond ió: Así e s , como vosotros lo d e c ís , que Yo soy. A consecuencia de eslo dije­ron : ¿Qué necesidad tenemos de otros testim onios, puesto ■jue nosotros mismos acabamos de oírselo decir de su propia

acriba el trigo ; pero yo he rogado por t í , á fin de que lú fe no decaiga, v tú tam bién, cuando hubieres vuelto sobre t í , confirma á tus hermanos. Señor, le dijo Pedro, pronto estoy á ir contigo á la prisión y á la m uerte; mas Jesús le respondió : Yo te aseguro, P ed ro , que 110 cantará hoy el gallo sin que hayas negado tres veces que me conoces. Entonces volviéndose á sus d iscípu los, les dijo : Cuando os envié sin saco y sin alforja, ¿os faltó alguna cosa? Nada. Jijeron ellos. Díjoles entonces : Pues ahora el que tenga mu saco', tome también la alforja; y el que no lo tiene, venda su capa y compre una espada; porque en verdad os digo (juc es preciso que se cumpla todavía en mi per­sona lo que está escrito; esto e s , ha sido contado en el nú­mero de los malvados : y (odas las cosas que se han anun­ciado de mí van á cum plirse. Señor, dijeron los discípu los:

í í í ’L M i É n c o L E S

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Ycuando entendió que Jesús era.de- fajurisdicción-

de Jíerodes, fe remitid a i mismo Hero d e s.. ..

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rodcs á Jesús, se alegró m u ch o , porque había mucho tiempo que deseaba v er le , en razo» de que había oído hablar m u­chas cosas de é l , y esperaba verle hacer algún milagro, llízole muchas preguntas; pero Jesús no le dio ninguna respuesta. Mientras tanto los príncipes de los sacerdotes y los escribas persistían tenazmente acusándole. Mas Herodes, con ía gente de su guardia, le despreció; y habiéndole hecho poner una túnica blanca, se burló de é l , y le volvió á Pilalo. Desde aquel mismo dia quedaron reconciliados Herodes y P ilato, que antes eran mutuamente, enem igos. Habiendo Pilato llamado inmediatamente á los príncipes de los sacerdotes, los magistrados y el pueblo, les dijo : Vosotros me habéis presentado este hombre como un revol­toso que conmovía al p u eb lo , y vosotros mism os veis que le he preguntado en presencia vu estra . sin que haya en­contrado en él motivo alguno para condenarle por los puntos de que le acusais. Ni tampoco Herodes ha encontrado cosa ninguna, pueslo que, habiéndoos enviado á é l, veis vosotros mismos que no le ha tratado como un reo de muerte. Le aplicaré, p u es , algún ca stig o , y le dejaré en libertad. Debia el gobernador por la Pascua darles libre un reo : mas toda la m uchedum bre exclamó á una v oz , diciendo : Q uí­tanos de en medio á e s t e , y danos libre á Barrabás; era este un hombre que habia sido preso por haber excitado una sedición en la ciudad, y haber hecho en ella un hom icidio. P ila lo . que quería salvar á Jesús, les habló por segunda v e z ; pero ellos gritaban con mas esfuerzo : Crucifícalo, cru ci­fícalo. Por tercera vez se dirigió á e llo s , y les dijo : ¿Qué mal es el que ha hecho este hombre? Yo no hallo en él ningún crimen digno de m uerte; así q u e , le castigaré y le dejaré libre: mas ellos multiplicaban las instancias,pidiendo á grandes voces que fuese crucificado. Y prevaleciendo sus gritos, dispuso Pilato el acceder á su petición. Dióles líbre al que ellos querían, y que habia sido preso por una m uerte y por una sed ic ión , y les entregó á Jesús para que h iciesen de él lo que qu isiesen . Cuando le llevaban , aprehendieron cierto hombre de C irene, llamado Sim ón, que venia de su casa de cam po, para que llevase la cruz detrás de Jesús. Seguía, p u es , á Jesús una gran muchedumbre de pu eb lo , y mujeres que lloraban y se lamentaban de él. Volviéndose

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•JIÉftCO LES

entonces á ellas : Hijas de Jerusalen , les d ijo , no lloréis por n ií; llorad s í , por vosotras m ism as y por vuestros h ijos; porque he aquí que viene el tiempo en que se d ir á : dichosas las estériles y las entrañas que no han llevado h ijos, y los pechos que no han laclado. Entonces comenzarán á decir ;¡ los m on tes: caed sobre nosotros; y á los collados, cubridnos: porque si esto se hace en el leño v e rd e , en el seco ¿qué se hará? Conducíanle, p u es , y con e l otros dos criminales para quitarles la vida; y cuando ya hubieron llegado al sitio llamado Calvario, crucificaron allí á Jesus y con él á los dos ladrones, uno á su derecha, y otro á su izquierda. En este tiempo decia Jesus : Padre m ió, perdonadles, porque no saben lo que hacen. Dividieron los soldados sus v estid os, sacándolos á la suerte. El pueblo, que presenciaba el espec­táculo , y los principales de la nación con é l , se mofaban, diciendo : A otros ha salvado, sá lv ese , p u es , á sí m ism o, si es el Cristo elegido de Dios. Burlábanse también de él los soldados, y acercándose, le presentaban vinagre, y le decían : Si tú eres el Rey de los ju d ío s , sálvale la vida. Veíase escrito sobre su c a b m , en griego , en lalin y en he­breo : Esle es el Rey de los judíos. Uno de los ladrones que estaban crucificados blasfemaba contra é l , diciendo : Si tú eres el Cristo, sálvate á tí y á nosotros. Mas el otro, tomando la palabra, le reprendía : Q ué, le d ec ia , ¿lú tampoco temes á D ios, no obstante que estás condenado al mismo suplicio?Y por lo que hace á nosotros, no es sin ca u sa , porque reci­bim os la pena que merecemos por nuestros crím enes; pero • él no ha hecho ningún m a l: y volviéndose á J esu s , le dijo : Señor, acordaos de nú cuando hubiereis entrado en vuestro reino. En verdad le digo, le respondió J e su s , que hoy mis-, mo estarás conmigo en el paraíso. Era cerca de la hora de sexta , v las tinieblas se extendieron por toda la tierra hasta la hora de nona; el sol se oscu reció , y el velo del templo se desgarró por m edio. A esle tiempo exclam ó Jesus con una gran voz : Padre m ió, en vuestras manos encom iendo mi alm a, y diciendo estas palabras, espiró. Entonces el centu­rión , q ae habia visto todo lo que habia pasado, dió gloria á D ios, y dijo : Verdaderamente e s le era un hombre santo. Todos los que habían estado presentes á este espectáculo, y ra e consideraban lo que acababa de su ced er , se volvían

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dándose golpes en el pecho. Todas las personas conocidas Buyas, y la s mujeres que le habían seguido de G alilea, esta­ban en pié á un lado viendo lo que pasaba.

Y lié aquí que un oficial llamado José , hombre de probi­dad y muy virtuoso, que no habia tomado parte en el desig­nio ni en los excesos de los ju d ío s , natural de A rim alea, ciudad de la Judea, y que esperaba también el reino de Dios, fue á verse con Pilalo, y le pidió el cuerpo de J e su s ; y habiéndole bajado, le envolvió en una sábana, y le puso en un sepulcro, abierto en una roca, en e l cual ninguno habia sido puesto todavía.

MEDITACION.

DE LA PASION DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN LA

CIUDAD DE JERUSALEN.

PUNTO PRIM ERO ,

Considera cuál debió ser la confusion del Salvador del mundo cuando se vio atado como un c rim ina l, llevado con infamia por las calles de Jerusalen como un m alvado, cargado de oprobios y de maldiciones por todo aquel pueblo que ya no le m iraba sino como un impostor, un falso p ro fe ta , un encantador. ¡ Duen Dios! ¡ qué ignominiosa es esta prim era escen a! ¡ qué suplicio puede darse mas am argo, ni mas hum i­llante ! Sin em bargo, esto no es todavía mas que el preludio.

Nosotros no ignoram os la m ultitud espantosa do torm entos, á cual mas crueles, que se hicieron sufrir á Jesucristo-, nos los representam os hasta en su por­menor-, sabemos todas sus circunstancias-, pero al través de esta barbarie inimaginable de malos tra ta ­mientos, en medio de aquella granizada de azo tes, por mas desfigurado que esté Jesucristo , no le con-

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entonces á ellas : Hijas de Jerusalen , les d ijo , no lloréis por m í; llorad s í , por vosotras m ism as y por vuestros h ijos; porque he aquí que viene el tiempo en que se d ir á : dichosas las estériles y las entrañas que no han llevado h ijos, y los pechos que no han laclado. Entonces comenzarán á decir ;¡ los m on tes: caed sobre nosotros; y á los collados, cubridnos: porque si esto se hace en el leño v e rd e , en el seco ¿qué se hará? Conducíanle, p u es , y con e l otros dos criminales para quitarles la vida; y cuando ya hubieron llegado al sitio llamado Calvario, crucificaron allí á Jesus y con él á los dos ladrones, uno á su derecha, y otro á su izquierda. En este tiempo decia Jesus : Padre m ió, perdonadles, porque no saben lo que hacen. Dividieron los soldados sus v estid os, sacándolos á la suerte. El pueblo, que presenciaba el espec­táculo , y los principales de la nación con é l , se mofaban, diciendo : A otros ha salvado, sá lv ese , p u es , á sí m ism o, si es el Cristo elegido de Dios. Burlábanse también de él los soldados, y acercándose, le presentaban vinagre, y le decían : Si tú eres el Rey de los ju d ío s , sálvale la vida. Veíase escrito sobre su c a b m , en griego , en lalin y en he­breo : Esle es el Rey de los judíos. Uno de los ladrones que estaban crucificados blasfemaba contra é l , diciendo : Si tú eres el Crislo, sálvate á tí y á nosotros. Mas el otro, tomando la palabra, le reprendía : Q ué, le d ec ia , ¿lú tampoco temes á D ios, no obstante que estás condenado al mismo suplicio?Y por lo que hace á nosotros, 110 es sin ca u sa , porque reci­bim os la pena que merecemos por nuestros crím enes; pero • él no ha hecho ningún n ia l: y volviéndose á J esu s , le dijo : Señor, acordaos de nú cuando hubiereis entrado en vuestro reino. En verdad le digo, le respondió J e su s , que hoy mis-, rno oslarás conmigo en el paraíso. Era cerca de la hora de sexta , v las tinieblas se extendieron por toda la tierra hasta la hora de nona; el sol se oscu reció , y el velo del templo se desgarró por m edio. A este tiempo exclam ó Jesus con una gran voz : Padre m ió, en vuestras manos encom iendo mi alm a, y diciendo estas palabras, espiró. Entonces el centu­rión , q ae habia visto todo lo que habia pasado, dió gloria á D ios, y dijo : Verdaderamente e s le era un hombre santo. Todos los que habían estado presentes á este espectáculo, y ra e consideraban lo que acababa de su ced er , se volvían

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dándose golpes en el pecho. Todas las personas conocidas Buyas, y la s mujeres que le habían seguido de G alilea, esta­ban en pié á un lado viendo lo que pasaba.

Y lié aquí que un oficial llamado José , hombre de probi­dad y muy virtuoso, que no habia tomado parte en el desig­nio ni en los excesos de los ju d ío s , natural de A rim alea, ciudad de la Judea, y que esperaba también el reino de Dios, fue á verse con Pilalo, y le pidió el cuerpo de J e su s ; y habiéndole bajado, le envolvió en una sábana, y le puso en un sepulcro, abierto en una roca, en e l cual ninguno habia sido puesto todavía.

MEDITACION.

DE LA PASION DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN LA

CIUDAD DE JERUSALEN.

PUNTO PRIM ERO ,

Considera cuál debió ser la confusion del Salvador del mundo cuando se vio atado como un c rim ina l, llevado con infamia por las calles de Jerusalen como un m alvado, cargado de oprobios y de maldiciones por todo aquel pueblo que ya no le m iraba sino como un impostor, un falso p ro fe ta , un encantador. ¡ Duen Dios! ¡ qué ignominiosa es esta prim era escen a! ¡ qué suplicio puede darse mas am argo, ni mas hum i­llante ! Sin em bargo, esto no es todavía mas que el preludio.

Nosotros no ignoram os la m ultitud espantosa do torm entos, á cual mas crueles, que se hicieron sufrir á Jesucristo-, nos los representam os hasta en su por­menor-, sabemos todas sus circunstancias-, pero al través de esta barbarie inimaginable de malos tra ta ­mientos, en medio de aquella granizada de azo tes, por mas desfigurado que esté Jesucristo , no le con­

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fundamos con el resto de los hom bres : reconoz­camos por en medio de tes llagas, bajo la corona de espinas, sobre la c ru z , á nuestro Criador, nuestro Salvador, nuestro Dios y nuestro Padre.

¡Jesucristo, el soberano juez de todos los mortales, la inocencia y la santidad misma á los pies de us juez im pío , que le condena á m uerte como al mas infame de todos los crim inales!

¡ Jesucristo , el rey de la gloria á quien adoran to­dos los ángeles desde el prim er instante de su vida m ortal, y á cuyo nom bre dobla la rodilla cuanto hay en el c ie lo , en la tierra y en los infiernos, entregado á la insolencia de un m onton de cañalla por espacio de una noche en te ra , abofeteado, in juriado, escar­necido por malvados que hacen de él un juguete y le tra tan como rey de fa rsa !

¡ Jesucristo , el Señor soberano del universo , el Salvador del género humano, atado á una columna y desgarrado á azotes como el mas v il, el mas infame de todos los esclavos!

¡ Jesucristo, objeto de las complacencias del Eterno P ad re ; la alegría y la felicidad de todo el cielo •, el paraiso de las almas san tas , clavado en una c ru z , es­pirando en el m as doloroso y el mas ignominioso de todos los suplicios! y hé aqui, dulce Jesus m ió , lo que habéis sufrido por mí 5 hé aquí lo que yo c re o ; hé aquí lo que yo os cuesto. ¿Y qué impresión hace en mi corazon lo que yo m edito , lo que yo creo?

Una gota de su sangre podia rescatarnos; una lá­grim a de Jesucristo podia lavar todas nuestras faltas. ¿P o rq u é , pues, tan ta sangre? ¿No era esto mas que suficiente, adorable Salvador mió? S í, nos respon­derá , éralo para aplacar á mi Padre j ¿ralo para ex­

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tinguir el odio de mis enem igos; éralo para borrar todos los pecados de la tie r ra ; éralo para apagar todo el fuego del infierno; éralo para m ereceros mi g loria ; pero ¿es bastante para mover vuestro corazon y para inspiraros el menor sentimiento de gratitud? Esta reconvención ¿no está bien fundada? ¿Y quk'n podrá en la ho rade la m uerte, y por toda una eterni­dad desdichada, resistir á esta reconvención ? ¡ Ah Se­ñor ! quitadm e este corazon de b ro n ce , y dadme un corazon de carne.

PUNTO SEGUNDO.

Considera si te ha movido m ucho lo que acabas do leer; y si permaneces insensible, examina si es ver­dad, y a u n , si es posible que lo creas.

Enterneceriase cualquiera leyendo una historia se­m ejante, aun cuando estuviese prevenido de que lo que leia era una fábula : aquí estamos seguros de la realidad; este tejido de injusticias, de oprobios, de suplicios, de crueldades, es cierto :1a persona ado­rable que sufre tantos rigores no nos es desconocida; ¿deberá sernos indiferente ? Y sabiendo que si padece es solo por nuestro am or, ¿podremos verla sufrir á sangre fría? ¿Pienso yo en el Dios que adoro y en el Señor á quien sirvo , cuando soy tan delicado sobre el punto de honor, cuando huyo tanto de la c r u z , cuando paso los dias en los placeres y en la molicie?

Jesucristo es el hom bre de do lo res, el hom bre de !as humillaciones; está harto de oprobios, ¿y yo quiero ser su discípulo y vivir entre contentos? Jesu­cristo todo lo sufre sin decir pa labra; ¡que no nos acordemos nosotros, en tan tas ocasiones, de este punto do nuestra creencia!

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Pilato conoció la inocencia de Jesucristo , quiso salvarle, y no obstante le condenó. ¡O Dios m ió , qué distancia hay entre conoceros y am aro s! ¡ A h! todo el mundo cristiano os conoce. ¿Y hay muchos que os amen? Pilato quería salvar á Jesu s , cuya inocencia conocía-, pero no queria desagradar á los judíos, cuyas amenazas y furor tem ía. ¡ Desdichada polí­tica , ciega prudencia del s ig lo , por la cual la re­ligión siempre es sacrificada á la ambición y al interés!

¡ Dios m ió ! ¡ qué gran rem edio deben ser la pacien­cia de Jesus que su fre , la du lzura inalterable de su rostro en medio de todas sus crueldades , la tranqui­lidad de su corazon, y aun su ternu ra con sus enemi­gos, á pesar de tantas indignidades y ultrajes; qué gran rem edio debe ser todo esto con tra los arrebatos de nuestras pasiones, contra los sentim ientos de la ven­ganza y de la i r a ! Amor p ropio , delicadeza h u m an a , orgullo de la v id a , ¿subsistiréis aun á la vista de este objeto ?

¡O amable Jesus! ¿era necesario sufrir tanto para persuadirm e que me amais? ¿Concibo yo bien cuánto me am ais? y si lo concibo, ¿cómo yo os amo tan poco? ¿Puedo asegurar y o , Señor, que os amo ? ¡ A h , Señor! ¿de qué me sirve la justicia que yo me hago, si mi corazon no muda? Pero esta m udanza debe ser obra vuestra; sea, pues, hoy el fruto de vuestros tor­m entos y de vuestra sangre.

JACULATORIAS.

¡Cuánta verdad e s , Señor, que os habéis cargado con nuestras iniquidades, y que habéis querido sufrir toda la pena que m erecían! Isaías 53.

2G0 wiÉncoLES

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SAJiTO. 26i

¿Qué daré yo á este Dios de bondad por todos los beneficios que he recibido de é l, y por todo lo que se ha dignado sufrir por mi? Yo aceptaré con toda v o ­luntad el beber su cáliz. Salmo 41o.

PRO PO SITOS.

1.° Las gentes del mundo miran las maceracioncs de la carne como frutos de países extranjeros que no pueden darse mas que en los desiertos ó en los claus­tros : si los ven entre las personas del sig lo , los con­sideran como frutos raros que no crecen sino muy resguardados y á fuerza de cultura : se admiran , se a lab an , y á esto se reduce todo. ¿ Desde cuándo las austeridades corporales no son mas que para los reli­giosos y los devotos, y de ningún modo para las gentes del mundo? ¿Son menos violentas las pasiones, menos temibles en el corazon de los m undanos, que en las almas puras y mortificadas ? ¿Hay dos evange­lios? San Pablo castiga su cuerpo con duras austeri­dades, y le reduce á servidum bre, no sea que, dice, despues de haber predicado á los o tro s, venga él mismo á hacerse rép ro b o ; y personas cargadas de pecados alimentan sus pasiones entre los p laceres, lisonjean sus cuerpos, se estremecen al solo nombre de m ortificación, se desmayan á la vista de un ins­trumento de penitencia. ¡Mi Dios! ¡qué bien prueba esta conducta lo pequeño del núm ero délos elegidos! Si en esas reuniones mundanas, en donde todo brilla, en donde no se habla mas que de placeres, se pensase en hablar de cilicios ó de semejantes austeridades, se baria reir-, pero en la m uerte , ¿no hará llorar y gemir el haber tenido horro r á estas penitencias?

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En cualquier estado en que os halléis, teneis necesidad de m acerar vuestra carne con las austeridades. Infor­maos de un d irector sabio y zeloso cuáles son las que os convienen : no escucheis á una seductora delica­deza, que, persuadiéndonos que las penitencias no son á propósito para n o so tro s , probaria por lo mismo que nosotros no somos á propósito para el cielo. Na practiquéis, sin em bargo, ningunas por lijeras que sean sin consejo y sin perm iso ; la indiscreción en el fervor puede ser tan nociva, como la cobardía en una vida tibia. Cuando se sigue á una buena guia, no es tan fácil extraviarse.

2.° Si vuestra delicadeza se alarm a por esta prác­tica , animaos con la reflexión que hacia san Agustin para vencer su cobardía : ¿y tú no podrás lo que esios y estas;5¿Porqué con el auxilio de la gracia no podré yo hacer lo que han hecho y hacen aun todos los dias tantas personas de mi e d a d , de mi sexo y de mi con­dición? ¿lo que hace mi herm ano en el estado reli­gioso? ¿lo que practica mi herm ana en el monasterio? ¿ En virtud de qué tí tu lo , de qué privilegio estaré yo exénto de ello? ¿ Es porque ellos son mas inocen tes, mas santos de lo que lo soy yo? Por esto mismo debo dispensarme menos de estas penitencias. Co­m enzad siem pre por observar con mas regularidad los ayunos de la Iglesia y las abstinencias que pres­cribe; pero no paréis en e s to ; añadid también ciertas pequeñas austeridades. Nada contribuye tanto para debilitar y dom ar las pasiones, y no hay cosa que consuele tanto en el fin d é la vida.

262 MIÉRCOLES

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JUEVES SANTO.

En todos tiempos ha sido el Jueves santo uno oe los dias mas solemnes de la Ig lesia , á causa de los grandes misterios que en él se han obrado. Los Grie­gos y los demás pueblos del Oriente le han llamado por excelencia el dia de los misterios. Celébrase en él el misterio de la hum ildad y del abatim iento de Jesu­cristo en el lavatorio do los p ié s ; el de su am or in­comprensible á todo entendim iento criado en la ins­titución de la divina E ucaristía , y del sacerdocio sagrado de la nueva ley ; su oracion m isteriosa, que fué como su prim era oblacion; su agonía sangrienta en el huerto de los Olivos, la cual fué como el p re­ludio de su pasión •, y su prisión voluntaria que fué la prim era escena. Pero el objeto principal de la fiesta del Jueves santo es la institución del misterio de la Eucaristía. Esta fiesta ha comenzado con la institu­ción de este augusto sacram en to , y puede decirse que su celebración es tan antigua como la Iglesia. El luto mismo, y la tristeza en que está la Iglesia durante estos dias consagrados á la pasión del Salvador, ce­dió, por decirlo a s í , desde entonces al regocijo espi­ritual, en que parece que consiste la verdadera nocios de esta fiesta. La Iglesia también suspende hoy su luto en la celebración de la m isa, por el color y la magnificencia de los ornam entos, cantando el cánticoGloria in excelsis...... El mismo rigor del ayuno de laSemana santa fué mitigado desde los prim eros siglos, á causa de la solemnidad de este d ia , permitiendo tomar la comida antes de nona como en los ayunos

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En cualquier estado en que os halléis, teneís necesidad de m acerar vuestra carne con las austeridades. Infor­maos de un d irector sabio y zeloso cuáles son las que os convienen : no escucheis á una seductora delica­deza, que, persuadiéndonos que las penitencias no son á propósito para n o so tro s , probaria por lo mismo que nosotros no somos á propósito para el cielo. Na practiquéis, sin em bargo, ningunas por lijeras que sean sin consejo y sin perm iso ; la indiscreción en el fervor puede ser tan nociva, como la cobardía en una vida tibia. Cuando se sigue á una buena guia, no es tan fácil extraviarse.

2.° Si vuestra delicadeza se alarm a por esta prác­tica , animaos con la reflexión que hacia san Agustín para vencer su cobardía : ¿y tú no podrás lo que estos y estas:5¿Porqué con el auxilio de la gracia no podré yo hacer lo que han hecho y hacen aun todos los dias tantas personas de mi e d a d , de mi sexo y de mi con­dición? ¿lo que hace mi herm ano en el estado reli­gioso? ¿lo que practica mi herm ana en el monasterio? ¿ En virtud de qué tí tu lo , de qué privilegio estaré yo exénto de ello? ¿ Es porque ellos son mas inocen tes, mas santos de lo que lo soy yo? Por esto mismo debo dispensarme menos de estas penitencias. Co­m enzad siem pre por observar con mas regularidad los ayunos de la Iglesia y las abstinencias que pres­cribe; pero no paréis en e s to ; añadid también ciertas pequeñas austeridades. Nada contribuye tanto para debilitar y dom ar las pasiones, y no hay cosa que consuele tanto en el fin d é la vida.

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JUEVES SANTO.

En todos tiempos ha sido el Jueves santo uno oe los dias mas solemnes de la Ig lesia , á causa de los grandes misterios que en él se han obrado. Los Grie­gos y los demás pueblos del Oriente le han llamado por excelencia el dia de los misterios. Celébrase en él el misterio de la hum ildad y del abatim iento de Jesu­cristo en el lavatorio do los p ié s ; el de su am or in­comprensible á todo entendim iento criado en la ins­titución de la divina E ucaristía , y del sacerdocio sagrado de la nueva ley ; su oracion m isteriosa, que fué como su prim era oblacion; su agonía sangrienta en el huerto de los Olivos, la cual fué como el p re­ludio de su pasión •, y su prisión voluntaria que fué la prim era escena. Pero el objeto principal de la fiesta del Jueves santo es la institución del misterio de la Eucaristía. Esta fiesta ha comenzado con la institu­ción de este augusto sacram en to , y puede decirse que su celebración es tan antigua como la Iglesia. El luto mismo, y la tristeza en que está la Iglesia durante estos dias consagrados á la pasión del Salvador, ce­dió, por decirlo a s í , desde entonces al regocijo espi­ritual, en que parece que consiste la verdadera nocios de esta íiesta. La Iglesia también suspende hoy su luto en la celebración de la m isa, por el color y la magnificencia de los ornam entos, cantando el cánticoGloria in excelsis...... El mismo rigor del ayuno de laSemana santa fué mitigado desde los prim eros siglos, á causa de la solemnidad de este d ia , permitiendo tomar la comida antes de nona como en los ayunos

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ordinarios. La fiesta del Jueves santo por mucho tiempo fué obligatoria de p recep to , y hubiera conti­nuado esta obligación, si la Iglesia no hubiera trasla­dado la fiesta del Santísimo Sacramento , del Jueves santo al jueves después d é la Santísima Trinidad, para hacerla así todavía mas solemne. El concilio de Tré- veris , celebrado el ano de 4543, redujo la fiesta del Jueves santo á la clase de las medias fiestas, en las que la mañana está destinada al servicio divino y á los demás ejercicios de p iedad , y desde mediodía al trabajo para el pueblo. El uso m as com unm ente re ­cibido hoy es dejar la fiesta á la devocion de los par­ticu lares, recom endándoles la asistencia al oficio divino, y que visiten despues de mediodía las esta­ciones con aquel espíritu de religión y con aquella devocion que pide una p ráctica de piedad tan santa y tan útil.

Por solemne que fuese la fiesta de la institución de la adorable E ucaristía, que form a lo principal de la celebridad del Jueves san to , ha creido la Iglesia en lo sucesivo, que esta g ran fiesta estaba demasiado com­primida en un dia en que la memoria de la pasión del Salvador participa de la solem nidad, y mezcla su-luto con la alegría espiritual de la fiesta. Por es to , hácia la mitad del siglo X III, le pareció mas á propósito trasferir la fiesta p articu lar del Santísimo Sacra­mento del Jueves santo al jueves despues de la octavé de Pentecostés, para celebrarla con toda la magnifi­cencia y la solem nidad que pide un m isterio que hace nuestra felicidad, que contiene la fuente de todas las gracias, y que puede llam arse el tesoro de nuestra religión. Reservamos para aquel dia el hablar mas á la larga de este adorable misterio.

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El lavatorio de los piés es una dé las principales ce­remonias del Jueves santo. Habiendo dicho Jesucristo á sus discípulos que si él les lavaba los piés, siendo su Señor y su Maestro, también ellos debian lavarse los piés los unos á los otros; se ha considerado siem pre este orden como un precepto de hum ildad, v como una lección que era muy oportuno el observar á la letra. Los prim eros cristianos se la im pusieron como una ley de caridad con respecto á los huéspedes que recibían, á los cuales nunca dejaban de lavar los piés inm ediatam ente despues de su llegada. La misma práctica se conservó mas religiosam ente todavía en los monasterios. No queriendo la Iglesia dejar que se perdiese esta costum bre, creyó deberla establecer como una práctica sagrada, que redujo á sus princ i­pales m inistros, como quienes ocupan mas particu ­larm ente el lugar de Jesucristo por su clase de su­perioridad. Establecióse, pues, la costum bre de que así como el abad ó el prior lavaba los piés el Jueves santo á todos sus religiosos, á ejemplo de Jesucristo, el obispo ó la cabeza del cabildo los lavase á lodo el clero: como se aum entase todos los dias el núm ero de este, se redujo í doce, que era el núm ero de las per- sonas á quienes el Salvador habia lavado los piés. El soberano pontífice, como vicario de Jesucristo, ha m irado siem pre esta santa cerem onia como un deber de religión de que no podia dispensarse. Él mismo lava los piés á doce sacerdotes pobres, á cada uno de los cuales le da en seguida una buena limosna, y los despide tan enternecidos por un ejemplo tan edifi­cante, como gratos por su caridad. En Narbona cada canónigo lava los piésádoce pobres, lo que m ultiplica el número alguna vez hasta doscientos. Como la ac-

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cion de Jesucristo no era un acto del sacerdocio , los legos se han creído con tanto derecho para imitar el ejemplo de hum ildad que les ha dado este divino Sal­vador, como los p ap as , los obispos y los religiosos. Las personas mas cualificadas, los reyes y los empe­radores s e j ia n impuesto un deber, y mirado como un honor, el lavar en este dia los pies á doce p o b res , y servirlos por sí mismos á la m esa , despues de esta santa cerem onia , acompañando siempre este acto de hum ildad con una rica limosna. Las mas grandes prin­cesas no ceden en piedad y en liberalidad á los ma­yores principes en esta práctica de religión tan edifi­cante. Vense en este dia las reinas y las em peratrices lavar los pies á doce mujeres pobres, por el mismo motivo de religión y de piedad.

Es también una costum bre, universalm ente esta­blecida en toda la Iglesia, elegir el Jueves san to , esto e s , el dia de la institución de la adorable E ucaristía , y del sacrificio augusto de nuestra re lig ión , para consagrar los santos óleos, que deben servir para las unciones santas. Esta consagración, una de las mas augustas ceremonias de la Ig lesia, consiste en las so­lemnidades de tres bendiciones que hace el obispo, de las cuales la prim era es la del óleo de los enfermos para el sacram ento de la Extrem aunción. La segunda es la del santo crisma para el sacram ento del Bau­tismo , cuya unción se hace en la parle superior de la cab eza ; de la Confirmación, que se hace en la frente-, y de la Ordenación, que se hace en las m anos; y para o tras consagraciones, cuales son las de los a lta res , de las iglesias, de los rey es , y de otras personas que se consagran. La tercera bendición es la d^l óleo de los catecúmenos, el cual sirve también para los sacra-

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inentos del Bautismo y del O rden, para la consagra­ción de los rey es , y para otros usos santos.

Los santos padres mas próximos al tiempo de los apóstoles, prueban bastantem ente que estas bendi­ciones de los santos óleos y del santo c rism a , son de tradición apostólica. Hay alguno enfermo entre vos­otros, dice Santiago, haga venir á los presbíteros de la Iglesia, y que oren sobre é l , ungiéndole con el aceite en el nombre del Señor. La unción del óleo q u e , viviendo nuestro Señor, empleaban los apóstoles para curar los enferm os, y d eq u e se ha hablado en san M arcos, se ha mirado siempre en la Iglesia como un preludio, y como la figura y la representación del sacram ento de la Extrem aunción. Ungian con el aceite á muchos enfermos, y sanaban. Estas tres bendiciones se hacian en la misa que se llam aba crismal. El óleo do los en­fermos no tiene ninguna mezcla. El santo crism a se compone de aceite y bálsam o: los Griegos m odernos,' despues de su crisma, mezclan en él muchas esencias y perfumes. Por lo que hace á las sagradas ceremo­nias que acompañan á la bendición ó consagración particular del santo crism a, puede decirse que apenas hay en la Iglesia ninguna á que se haya dado mas ap a ra to , tanto en la iglesia latina como en la griega. El concilio de Meaux dió un decreto en el año de 845, prohibiendo á todo obispo el que hiciese el santo crisma en ningún o tro dia mas que en la feria quinta de la semana m ayor, que lleva el titulo especial de la Cena del Señor y de Jueves santo.

Llámase también el Jueves santo dia de Indulgencia ó Jueves santo , porque en los primeros siglos se re­conciliaban en él los pecadores públicos, dándoseles la absolución de sus pecados, de donde ha venido núes-

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tra palabra vulgar de absolución genera l: en seguida se les admitía en la iglesia que se Ies habia entredicho desde el dia de Ceniza despues de haberles impuesto una penitencia por sus pecados. Como en la Iglesia se reconciliaban en este dia los peniten tes, así también ios príncipes y los reyes, dice san Eloy, daban liber­tad á los p resos, y concedían gracias. Las demás ce­remonias de la Iglesia en este dia se reducen al silen­cio de las cam panas, á la visita de las ig lesias, y á reservar el Santísimo Sacram ento para el dia siguiente. Así como la cerem onia de tocar todas las campanas cuando se d ic e : Gloria in excelsis Dco.... es para hacer esta misa mas solem ne, así tam bién la cesación del sonido de las campanas debe m irarse como una señal de la profunda tristeza y del gran iulo de la Iglesia en estos tnes dias.

La visita de las iglesias que tan religiosamente se hace en todas partes el Jueves s a n to , es una especio de satisfacción pública que dan los fieles á Jesucristo, no solo por lo que ha sufrido de ignominioso y dolo­roso durante su pasión en el huerto de los Olivos, en las callos do Jerusalen , en las casas de Caifas, Pilato y H erodes, y sobre el Calvario, sino también por todas las irreverencias y ios sacrilegios com eti­dos en las iglesias desde la institución del Santísimo Sacramento. Puede fácilmente deducirse de aquí con qué espíritu deben hacerse estas visitas. Resérvase una hostia consagrada para el dia siguiente, porque el Viernes santo no ofrece la Iglesia el santo sacrificio de la misa; y para representar la m uerte de Jesucristo de una manera mas sensible en el o íH o , consume el sacerdote por la comunion el Santísimo Sacramento del cuerpo y de la sangre de Jesucristo» que ha es­

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tado expuesto veinte y cuatro horas á la adoracion de los fieles, habiéndonos dejado este divino Salvador la Eucaristía como un memorial de su pasión.

El oficio de la misa de este dia comprende la me­moria de todos estos grandes misterios. El introito está tomado del capítulo G de la epístola de san Pablo á los Gálatas ; Nosotros debemos colocar toda nuestra gloria en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual está nuestra salud, nuestra vida, nuestra resurrección, por la cual hemos sido salvos y rescatados. Compadéz­case Dios de nuestras miserias, y derrame sus bendi­ciones sobre nosotros. Vuelva sus ojos compasivos sobre laníos miserables mortales, y háganos sentir los efectos de su misericordia. Como hemos sido rescatados por la c ru z , solo en la cruz de Jesucristo es en donde te­nemos la gloria v e rd ad era , mediante la conformidad que ella nos da con este divino Salvador.

La epístola de la misa es del capítulo 11 de la pri­m era carta que san Pablo escribió á los fieles de Co- rin to , en la cual refiere la institución del sacram ento de la Eucaristía por Jesucristo en la últim a cena , y el crimen y el castigo de los que se acercan á él indig­nam ente. Además de lo que han dicho los evangelistas de la consagración que nuestro Señor hizo entonces de su cuerpo y de su sangre con el pan y el vino para hacerse él mismo alimento de nuestras a lm as; san P ab lo , escribiendo á los C orintios, ha hecho la his­toria de lodo lo que pasó en este gran misterio, según que él testifica haberlo sabido por el mismo Jesu­cristo. Hé aquí l.o que dió ocasion á las reprensiones que les da.

En los prim eros tiempos de la Iglesia, los fieles, ys fuese para representar la última cena que Jesucristo

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celebró con sus apóstoles, al fin de la cual instituyó la E ucaristía , ya para m antener la unión entre s í , y tener ocasion de practicar la caridad con los pobres., hacian unos pequeños festines, á los cuales daban el nom bre de Agapes, palabra griega que quiere decir caridad m u tua , y los hacian en los lugares mismos donde se juntaban para la celebración de los santos m isterios, y para comulgar. Abusaban los Corintios de esta costum bre en mas de una m anera. En prim er lugar, no siempre guardaban en estas comidas reli­giosas la debida templanza ni el recato conveniente; en segundo lugar, en vez de esperarse los unos á los o tro s , y poner en común lo que cada uno habia tra íd o , los que llegaban prim ero comenzaban desde luego á com er, y los ricos se separaban de los pobres; lo cual era contrario al espíritu y al fin de estas co­m idas, que era la caridad fra te rn a , la cu a l, según Jesucristo, debia anim ar y caracterizar á sus discípu­los, y nivelar, en cierto m odo, todas las condiciones. Esta conducta irregular de los Corintios no podia dejar de ocasionar incomodidades, y de excitar m ur­m uraciones ; pero el mayor mal era q u e , acercán­dose á la santa mesa con semejantes disposiciones, m uchos se hacian reos de un horrible sacrilegio.

Tertuliano en su apologético explica el origen de estos religiosos festines. El nom bre de nuestras cenas, d ice, manifiesta la razón de su establecimiento. Dá­seles un nom bre que en griego significa caridad. Cualquiera que sea el gasto que se haga en e lla s , se m ira como una ganancia, como un gasto en favor de la piedad. Es un refrigerio con que se alivia á los po­bres ; todos comen con modestia en ellas, y la comida term ina con >a oracion. Como estos agapes ó festines

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de caridad se hacian por la nochc para honrar !a cena que hizo Jesucristo con sus apóstoles cuando insti­tuyó la E ucaristía , la cual se verificó la tarde en que principiaba el dia de Pascua, conforme á la cos­tum bre recibida en tre los ju d ío s , y entre todos los pueblos del Oriente, de comenzar el dia al ponerse el s o l ; esta circunstancia de la n o ch e , jun ta al apa­rato suntuoso con que los judíos nuevam ente con­vertidos celebraban el fe s tín , para representar mejor el de la Pascua leg a l, todo esto dió motivo á los pa­ganos para acusar á los cristianos de que cometían im purezas en estas reuniones nocturnas. Esta palabra agape, que significa am or y caridad , fortificaba la sospecha y la calum nia, y esto fué lo que obligó á la Iglesia á abolir enteram ente los agapes, á causa de los abusos que se cometían en ellos. El concilio de Cartago celebrado el año de 397 los condenó, y la Iglesia se ha visto obligada en la sucesión de los tiem­pos á prohibir todas las reuniones nocturnas, por mas piadosas que hayan sido.

D éla m anera con que se hacen los agapes en vues­tras reuniones, decía el A póstol, escribiendo á los Corintios, sin unión y sin caridad , no es imitar aquella cena del Señor, al fin de la que instituyó el sacram ento de la Eucaristía. Comer la cena del Señor, no significa aquí recibir el cuerpo y la sangre de Jesu­c ris to , sino hacer una comida en memoria y á imita­ción de la cena que hizo Jesucristo antes de la insti» tucion del Sacram ento. San Crisóstomo cree que la comunion precedía á los ag ap es; p e ro , según san Agustín, los agapes precedían á la com union, y esto último parecer, á lo menos con respecto á los Corin­tios , parece mas conforme al texto del Apóstol. Cierta­

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m ente, el abueo que la Iglesia particular de Corinto hacia de esta práctica en el tiempo mismo de los apósto les, dem uestra bastante la razón con que la ha variado la Iglesia universal. San Agustín testifica que el uso de com ulgar el Jueves santo despues de haber com ido, era común en África y en Egipto, á ejemplo de Jesucristo, que instituyó este sacram ento despues de la cena de la Pascua. Con todo eso nota el mismo padre que el uso universal de toda la Iglesia en su tiempo era el com ulgar en ayunas. Es evidente, dice el santo doctor, que la prim era de todas las com u­niones del cuerpo y de la sangre de Jesucristo no se hizo en ayunas por los apóstoles. No por esto empero debe criticarse la práctica santa do la Iglesia, que quiere y ordena que no se comulgue sino en ayunas. Es el Espíritu Santo el que quiere que por respeto á un tan grande y augusto sacram ento , los que comul­gan no hayan tomado nada todavía cuando com ulgan: tal es el uso de la Iglesia en todas partes.

San Pablo rep ren d e , p u e s , á los Corintios por el modo tan poco religioso, y aun escandaloso, con que ejercitaban una práctica tan santa de piedad. Deja ya de ser una comida de ca rid ad , les dice el A póstol, cuando cada uno com e lo que ha traido, sin dar parte á los dem ás; y de aquí procede que los mas ricos comen opíparam ente, m ientras que los pobres, «n cuyo favor se habían establecido estos agapes, se m ueren de ham bre. ¿N oteneis casas para comeí y beber? ¿Es acaso para que ostenteis la glotonería, ó para que insultéis á los que 110 tienen que com er, para lo que se os perm ite venir á tom ar esta comida en la iglesia? ¿Qué desprecio no haríais de esta Igle­sia, de esta reunión de los fie les, de la que los pobres

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son miembros como vosotros, si no viniéseis á ella mas que para insultar su indigencia con vuestros excesos? Siempre se ha dado el nom bre de iglesia al lugar en que los fieles se reun ían , ya fuese una simple s a la , ó una casa particular, ó un templo con­sagrado al verdadero Dios. La Iglesia en este pasaje puede también indicar la reunión de los fieles. ¿Qué quereis que os diga? ¿ que os alabe? continúa el Após­tol. No ciertam ente, en esto no os alabo. El uso de estas comidas de caridad es laudable-, pero el abuso que hacéis de ellas es criminal. No pretende san Pablo reprobar ó prohibir absolutam ente los agapes; única­mente quiere enseñar á los fieles á distinguirlas de las comidas ordinarias, y á que no la miren sino como un medio establecido para m antener la caridad m u­tu a , que Jesucristo quiso inspirarnos, sobre todo al instituir el sacram ento de la Eucaristía, que es por excelencia un sacram ento de am or.

Queriendo el santo apóstol corregir los abusos que reinaban en estas reuniones, en las que se comulgaba, refiere la institución de la adorable E ucaristía , á fin de que esto les mueva á acercarse á ella con respeto y con las disposiciones que pide el mas augusto de todos los sacram entos, y el mas trem endo de todos los misterios. Del Señor m ism o, d ice , he aprendido lo que les lio enseñado yo tam bién, y que os vuelvo á decir aqu í, para que no lo perdáis nunca de la memoria. Las palabras de lo que os he enseñado yo también, dem uestran claram ente que los apóstoles en­señaban muchas cosas en particular á los fieles sobre la religión, que no todas han sido escritas, y que las sabemos de ellos solo por tradición. No es , pues, de los hom bres, añade, ni aun de los otros apóstoles,

sajXt o .

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de quienes sé yo lo que os he ensenado tocante ó estt artículo im portante de nuestra fe. EÍ mismo Jesucristo es el que me ha revelado que la misma noche en que debia ser entregado á la m uerte , despues de haber la­vado los piés á sus apóstoles, para que entendiésemos con qué pureza y con qué inocencia debemos acer* saraos á la santa m esa , tomó el p a n , y dando gracias á Dios su Padre por el milagro perm anente que iba í> obrar, á la m anera que lo habia hecho cuando quisa resucitar á Lázaro, partió el pan y d ijo : Tomad y co­m ed; esto es m i cuerpo, que sera entregado por vosotros: como si d ije ra , esto es realm ente el m ismo cuerpo ■que va á ser entregado por vosotros á la m u erte , y que debe espirar en la cruz de aquí á algunas horas. Tomando en seguida el vino en un cá liz , dijo : Este cáliz es el Testamento nuevo por mi sangre; esto e s , por esta sangre por la c.ual establezco la nueva alianza con los hombres. Del mismo modo que la antigua alianza fué confirmada por la sangre de los becerros y de los toros, así la nueva ha sido sellada por la sangre del Salvador. Ninguna alianza solemne se hacia en el an­tiguo Testamento sin efusión de sangre y sin sacrificio: asi Jesucristo quiere que la alianza que hace con e! pueblo nueyo, esté cim entada en su propia sangre. Cuantas veces hiciéreis esto, añade el Salvador, h a ­cedlo en memoria de mí. Como si nos d ije ra , haceó e s to , y acordaos que todas las veces que lo hiciéreis, haréis realm ente lo mismo que yoacabo deha^er-, las mismas m aravillas, los mismos m ilagros, la misma víctima •, puesto que la sustancia del pan y del vino se destru irá , y nada quedará de ella , sino la aparien­cia del uno y del o tro , y bajo de esta apariencia sub­sistirá este mismo cuerpo que va á ser inm olado, y

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esta misma sangre que va á ser derram ada por la re­misión de los pecados. Despues de haber referido san Pablo la institución de este adorable m isterio , excita en los Corintios reflexiones saludables, y al mismo tiempo les da lecciones im portantes. Tened p resen te , les d ice, que cuantas veces comiéreis de este p an , y bebiereis de este cá liz , anunciaréis la m uerte del Señor, hasta que él venga. No diferenciándose el sa­crificio incruento de Jesucristo sobre nuestros altares del sacrificio sangriento del mismo Salvador sobre el Calvario mas que en la m anera, debe despertar en el espíritu de los que participan de él la memoria de la m uerte de Jesucristo. Por estas p a lab ras, hasta que él venga, nos quiere decir san Pablo que el sacra­mento del altar durará hasta el fin del mundo. Nótese también que el Apóstol dice : Cuantas veces comiéreis este p a n ; pero no d ice, y que bebiéreis de este v in o , sino que bebiéreis de este cá liz; porque en efecto des­pues de la consagración no hay ya vino en el cá liz , sino sangre •, y si llama siempre al cuerpo de Jesu­cristo pan, es porque el Salvador se ha llamado á ¿í mismo pan v ivo , y pan de vida : Yo soy el pan vivo ( i) . El que come este p a n , dice en o tra p a r te , vivirá e ter­namente.

De todo lo que acabo de decir, continúa el santo apóstol, es fácil com prender, qué crimen es, y qué horrible sacrilegio el recibir en pecado la Eucaristía* ¿Quién no ve que cualquiera que come de este p an , ó bebe de este cáliz indignam ente, es tan crim inal como si hubiese m uerto á Jesucristo, y hubiese derra­mado su sangre? No dice san Pablo, el que com iere de este p a n , y bebiere de este cá liz , sino el que eo-

(U Joan. 0

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iniere de este p an , ó bebiere de este cáü z , para dar á entender que es permitido comulgar bajo de una sola especie, com a despues lo ha declarado la Iglesia. Exam ínese. p u es. á fondo el hom bre á si mismo ant >s de acercarse á la sagrada m esa, y si se encuentra reo de algún pecado m orta l, por mas contncion que pre­suma tener, recurra al sacram ento de la penitencia antes de comulgar. Esto es lo que el santo concilio de Trento ha definido, fundado en la práctica antigua de la Iglesia desde su establecim iento, y en el testimonio constante de los santos padres en todos los siglos. Añade san P ablo , que no ex traña que haya entre ellos tantas enfermedades y tantas m uertes repentinas, las cuales son muchas veces el castigo dé las comuniones sacrilegas. Si nosotros nos juzgam os á nosotros mis­mos sin m isericordia, no serem os juzgados, esto es, no seremos castigados de este modo como profana­dores de la sangre de Jesucristo.

El evangelio d é la misa de este dia no contiene mas que la ceremonia del lavatorio de los piés, que, según los intérpretes, fué una preparación para la comunion.

El prim er dia de los Ázim os, esto e s , de los panes sin levadura, en el cual debia inmolarse el cordero pascual (e s te dia comenzaba al ponerse el so l), ha­biendo venido Jesucristo , dice san Ju an , hacia ia tarde á Jerusa len , celebró la cena con sus apóstoles, según la ley lo prescribía. Disünguense como dos cenas en osla cerem onia legal : la prim era, en laque

■ no se servia mas que el cordero pascual, el que debia comerse con las cerem onias prescritas por la lev; y la segunda, que era una cena ordinaria, en la cual, en razón de no ser suficiente por lo común un cordero pascual para satisfacer una fam ilia entera, era permi-

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tido servir y com er lo que se quería.Fué, pues, aca­bada la cena legal cuando Jesucristo, sabiendo que había llegado su iieinpo de pasar de este m undo á su P adre , quiso darnos al fin de su vida tem poral un a señal de su am or que sobrepujó á todas las que nos habia dado hasta entonces. En efecto, despues de haber celebrado la cena legal, se levantó Jesucristo solo de la m esa , y habiéndose quitado el m a n to , tom ó un lienzo con el que se ciño : echó en seguida agua en uua palancana, y comenzó á lavar los pies á sus discípulos y enjugárselos con el lienzo con que estaba ceñido, despues de lo cual se volvío á poner á la mesa para la cena ordinaria; al fin de la que fué también cuando instituyó el sacramento de la Eucaristía y el sacerdocio de la nueva ley. Dice el evangelista que, cuando el Salvador llegó á san Pedro para lavarle los piés, absorto el apóstol al ver á sus piés á su divinoM aestro, le dijo con su acostum brada ingenuidad: ¡Q ué es esto,Señor! ¿Vos me habéis de lavar los piés á m í que soy un hom bre miserable, in ­digno de estar en el núm ero de vuestros discípulos ? No, divino Maestro m ió ; no lo consentiré jam ás. No desagradó al Salvador el ver en él estos sentim ientos de hum ildad; m as le dijo que esta ceremonia era un misterio que él no com prendía entonces, si bien en adelante lo com prendería; y que,si no se dejaba lavar los piés, no tendría parte en su reino. Espantóle esta amenaza, y le obligó á exclam ar: Si no basta lavarme los piés, estoy pronto á dejarm e lavar las manos y la cabeza. Jesucristo, dicen los padres, quería dar á en­tender á san Pedro y á todos sus discípulos con qué pureza se debe llegar al misterio de la Eucaristía, lo cual comprendió bien el Apóstol cuando Jesucristo

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instituyó el Sacramento. Muchos creen que el lava­torio de los pies era la figura del sacram ento de la penitencia, y esto era lo que san Pedro no comprendía entonces. Respondiendo el Hijo de Dios á lo que el Apóstol le había d ic h o , esto e s , que estaba pronto á dejarse lavar las manos y la cabeza : El que sale del baño , le dijo, no tiene necesidad de lavarse mas que los p ies, para limpiar el polvo que haya podido tomar cam inando; por esto vosotros estáis lim pios, aunque no to d o s : indicando por esta expresión que todos los apóstoles, á excepción d e lu d a s , estaban libres de todo pecado g rav e , y que solo tenían necesidad de ser purificados de sus imperfecciones y de algunos pecados Iijeros. Es á la verdad un espectáculo muy t ie rn o , y un acto de hum ildad que admira , el ver á Jesucristo a los piés de Judas •, pero Judas insensible viendo á Jesucristo á sus p iés , es un ejemplo que debe hacer tem blar, üespues que el Salvador hubo lavado los piés, y vuelto á tom ar su m an to , se puso á la m esa, y les dijo : ¿Comprendéis bien lo que acabo de hacer con vosotros ? Vosotros me llamais Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Si pues y o , siendo Señor y M aestro, os he lavado los p ié s , ¿ os costará á vosotros trabajo el humillaros m utuam ente, y ambicionaréis, como lo hacéis, los primeros puestos? No h a y a , pues, ya entre vosotros disputas por el pri­m er lu g a r ; sírvaos de lección eficaz el ejemplo que acabo de daros, y acordaos de lo que tantas veces os he d icho , que cualquiera que se humilla será exal­tado.

La Iglesia para honrar hoy la institución de la Eu­caristía y la del sacerdocio, quiere que á ejemplo de Jesucristo , soberano pastor, comulguen todos lo ss ,

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cerdotes en la m isa, de mano de su prelado ó de su ' cu ra , y los superiores de mano de su superior. Esta comuníon siempre es solemne. No se da paz en la misa de este d ia , á Causa de que en él fué en el que Judas entregó á Jesucristo por un beso sacrilego.

La oracion de la misa de este dia es como sigue.

¡Oh D io s , de quien Judas lia recibido el castigo de su pecado, y el ladrón el prem io de su confesion , haced que nosotros experim entem os el efecto de vuestra m isericordia; para que así como nuestro Señor Jesucristo ha tratado et> su pasión al uno y al otro según su m érito , así también destruido lo que hay en nosotros del hombre v iejo , nos dé parteen su resurrección g loriosa ,el que, siendo Dios, vive y rein a , ele.

La epístola está tomada de la primera carta del apóstol san Pablo á los cristianos de Corintoj cap. 1-i.

Hermanos m íos : Del modo que se verifican vuestras jun­tas , no es ya com er la cena del Señor. Porque cada uno se pone desde luego á comer lo que tiene para cenar, de tal manera que, mientras uno se m uere de hambre, otro se en­trega á la glotonería. ¿Acaso para hacer e s lo , 110 leneis casas donde comer y beber , ó despreciáis la Iglesia de D io s , y pretendéis avergonzar en ella á los que nada tienen? ¿Qué quereis que os diga? ¿Que os alabe? ISo por c ier to , en esto no os alabo. Porque yo he aprendido del Señor, lo q u e tam­bién os he enseñad o, esto e s , que el Señor Jesus en la misma noche en que fué entregado, lom ó el p a n , y dando gracias, lo partió, y dijo : Tomad y com ed ; esto es mi cu erp o , que será entregado por vosotros : haced eslo en memoria de m í. Del mismo m odo, después de cenar, tomó el cáliz y dijo 1 Este cáliz es el Testamento nuevo por mi sangre; cuantas veces bebiereis de é l , hacedlo en memoria de mí. Porque cuantas veces com iereis de este pan, y bebiereis de este cáliz, anunciaréis la m uerte del Señor, hasta que el venga j y así cualquiera que com iere do este pan, ó bebiere de e s le

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instituyó el Sacramento. Muchos creen que el lava­torio de los piés era la figura del sacram ento de la penitencia, y esto era lo que san Pedro no comprendía entonces. Respondiendo el Iiijo de Dios á lo que el Apóstol le había d ic h o , esto e s , que estaba pronto á dejarse lavar las manos y la cabeza : El que sale del baño , le dijo, no tiene necesidad de lavarse mas que los p iés, para limpiar el polvo que haya podido tomar cam inando; por esto vosotros estáis lim pios, aunque no to d o s : indicando por esta expresión que todos los apóstoles, á excepción d e lu d a s , estaban libres de todo pecado g rav e , y que solo tenian necesidad de ser purificados de sus imperfecciones y de algunos pecados Iijeros. Es á la verdad un espectáculo muy t ie rn o , y un acto de hum ildad que admira , el ver á Jesucristo a los piés de Judas •, pero Judas insensible viendo á Jesucristo á sus p iés , es un ejemplo que debe hacer tem blar, üespues que el Salvador hubo lavado los piés, y vuelto á tom ar su m an to , se puso á la m esa, y les dijo : ¿Comprendéis bien lo que acabo de hacer con vosotros ? Vosotros me llamais Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Si pues y o , siendo Señor y M aestro, os he lavado los p ié s , ¿ os costará á vosotros trabajo el humillaros m utuam ente, y ambicionaréis, como lo hacéis, los primeros puestos? No h a y a , pues, ya entre vosotros disputas por el pri­m er lu g a r ; sírvaos de lección eficaz el ejemplo que acabo de daros, y acordaos de lo que tantas veces os he d icho , que cualquiera que se humilla será exal­tado.

La Iglesia para honrar hoy la institución de la Eu­caristía y la del sacerdocio, quiere que á ejemplo de Jesucristo , soberano pastor, comulguen todos lo ss ,

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cerdotes en la m isa, de mano de su prelado ó de su ' cu ra , y los superiores de mano de su superior. Esta comuníon siempre es solemne. No se da paz en la misa de este d ia , á Causa de que en él fué en el que Judas entregó á Jesucristo por un beso sacrilego.

La oracion de la misa de este dia es como signe.

¡Oh D io s , de quien Judas lia recibido el casíigo de su pecado, y el ladrón el prem io de su confesíon , Iiaced que nosotros experim entem os el efecto de vuestra m isericordia; para que así como nuestro Señor Jesucristo ha tratado et> su pasión al uno y al otro según su m érito , así también destruido lo que hay en nosotros del hombre v iejo , nos dé parteen su resurrección g loriosa ,el que, siendo Dios, vive y rein a , etc.

La epístola está tomada de la primera carta del apóstol san Pablo á los cristianos de Corintoj cap. l i .

Hermanos m íos : Del modo que se verifican vuestras jun­tas , no es ya com er la cena del Señor. Porque cada uno se pone desde luego á comer lo que tiene para cenar, de tal manera que, mientras uno se m uere de hambre, olro se en­trega á la glotonería. ¿Acaso para hacer e s to , 110 leneis casas donde comer y beber , ó despreciáis la Iglesia de D io s , y pretendéis avergonzar en ella á los que nada tienen? ¿Qué quereis que os diga? ¿Que os alabe? ISo por c ier to , en esto no os alabo. Porque yo he aprendido del Señor, lo q u e tam­bién os he enseñad o, esto e s , que el Señor Jesús en la misma noche en que fué entregado, lom ó el p a n , y dando gracias, lo partió, y dijo : Tomad y com ed ; esto es mi cu erp o , que será entregado por vosotros : haced esto en memoria de m í. Del mismo m odo, después de cenar, tomó el cáliz y dijo 1 Este cáliz es el Testamento nuevo por mi sangre; cuantas veces bebiereis de é l , hacedlo en memoria de mi. Porque cuantas veces com iereis de este pan, y bebiereis de este cáliz, anunciaréis la m uerte del Señor, hasta que él venga j y así cualquiera que com iere do este pan, ó bebiere de e s le

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cáliz indignamente, será reo del cuerpo y la sangre de Jesu­cristo. Exam ínese, pu es, á fondo el hombre á s í m ism o, y de-pues de hacerlo así, coma de este pan, y beba de este cáliz; porque el que come y bebe indignam ente, come y bebe su propria condenación, por no distinguir el cuerpo del i'eñor: por eso hay muchos débiles y enfermos entre vosotros, y mueren muchos. Si nosotros nos juzgamos ¿nosotros mismos, sin duda no seremos juzgados; pues al mismo tiempo que de este modo nos j uzgamos, nos corrige el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.

NOTA.

En las jun tas fie los prim eros crisiiunos despues de la lectura de los libros santos y de la o rac io n , se ofrecía el divino sacrificio, y todo el mundo com ul­gaba : en seguida se hacia en común la comida de caridad que los Griegos llamaban Arjapes. San Agustín lia creído que Cena del Señor significa, en este pasaje, la cena eucarística tom ada en rigor.

R INFLEXIONES.

Por esto hay muchos débiles y enfermos, y mueren muchos. No hay, en e fec to , cosa mas adm irable que el ver tantos enferm os espirituales ,■ y aun m uertos, entre los que tienen la dicha de com ulgar á m enudo. ¡ Qué de gentes se alim entan del cuerpo y de la sangre adorable de Jesucristo! ¿Hubo jam ás un alimento m as saludable, ni un rem edio mas eficaz para todo genero de males? ¿dónde están las curaciones? Aquí está el pan de los fuertes : ¿ dónde están las almas ge­nerosas , te rro r de los enemigos de su salud , aquellas almas que cuentan el núm ero de sus victorias por el de sus com bates? ¿Dónde están las almas abrasadas en los ardores divinos que debe producir necesaria-

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mente la vianda celestial c-on queso alim entan? ¡Qué paradoja tan e x tra ñ a ! Llévase el fuego en el se n o , y no se sienten los ardores ; y alim entándose con este fuego divino, aun se perm anece todo hielo. Toca so­lamente con su mano Jesucristo á un enferm o, y le cura •, la mujer que habia tocado la fimbria de su ves­tidura recobra inm ediatam ente la sa lud : no me sor­prende; me sorprendería m ucho m as, si este solo contacto no hubiese obrado al punto el milagro. En efecto, ¿qué asom bro, qué sorpresa no hubiera cau­sado , si cuando el Hijo de Dios tocó solam ente el féretro donde estaba el joven m uerto que llevaban á enterrar, no hubiese resucitado el m uerto , y si la mujer que habia tocado la fimbria de su vestido no hubiese sido curada? ¿Y hay menos motivo para ad­mirarnos al ver que la m ayor parto de los que se acercan con frecuencia á nuestros sagrados m iste­rios , que tantos sacerdotes que todos los dias tienen esta divina victima en sus m anos, y que se alimentan con e lla , sean siempre los m ism os, e.íto es, siempre im perfectos, siempre tan enferm os espiritualm ente, siempre tan indevotos, tan groseram ente imperfec­to s , puede ser también tan viciosos, y no pocas veces, aun mas indignos cada dia de acercarse al altar y á la sagrada me^a ? No es la fimbria del vestido del Salvador ló que ahora tenemos la dicha de tocar, es el cuerpo y la sangre de Jesucristo lo que tenemos én tre las m anos, lo que se re c ib e , lo queso com e; ¿ y permanecemos tan lánguidos, tan enferm os, cada dia mas indevotos, mas irre lig io sos, como si jam ás le hubiésemos tocado? ¿Comprendemos esta para­doja? ¿qué pasión liemos vencido despues de tantas comuniones? ¿qué vicio hemos corregido? ¿qué virtud

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hemos adquirido? Una sola comunion puede ser bas­tante para hacer un san to ; nosotros podemos contar fin núm ero considerable de e llas. y somos tan colé- íicos, tan am biciosos, tan avaros, tan m urm ura­dores, tan indevotos, acaso mas perversos de lo que éramos antes que hubiésemos tenido la fortuna de recibir este divino alimento. Esta reflexión debe espantar á todo aquel que tenga religión; y por des­gracia hay demasiado fundamento para hacerla. En e fec to , ¿qué puede sernos saludable si el cuerpo y la sangre preciosa de Jesucristo no nos sirven ya de nada? ¿qué otro remedio podrá sernos eficaz, si este es inútil? ¡ Buen Dios! ¡ Qué pasmo para un sacerdote poco devoto , para una persona religiosa poco regu­lar, cuando llegue un dia en que, manifestándose esta terrible verdad á través de todas sus imperfecciones, se m ostrare con todas sus consecuencias! No se piensa en una verdad tan espantosa; ¿ y en qué se piensa pues? La inapetencia que tenemos de esle divino alimento ¿indica mucha salud ? y la languidez, la flaqueza y las enfermedades acompañadas de tan­tas recaídas, después de tantas com uniones, ¿no nos presagian una m uerte próxim a? ¿y estamos tran­quilos? ¿y no pensamos en ello? ¿quién nos asegura? v a ld ría , p u es, mas alejarse del altar y de la com u­nión, si ella debe sernos tan dañosa. ¡Miserable racio­cinio, e rro r grosero 1 se trata de dejar, ó los vicios, los hábitos crim inales, los defectos, las imperfec­ciones, ó el cuerpo y la sangre del mismo Jesucristo, y se concluye que vale mas alejarse de Jesucristo, que dejar los malos hábitos y la indevoción. Meditemos bien no solo la im piedad, sino también el ridículo de tan sacrilega preferencia-

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E l evangelio ds la misa es lomado del de san ,luan> en el capitulo 13.

Aníes de la fiesta (le P ascua , sabiendo Jesús que había llegado su tiempo para pasar de este mundo al Padre, como hubiese amado á los suyos que estaban en el m undo, los amó iiasta el fin. Y despues de la cen a , habiendo el dem o­nio inspirado á Judas, hijo de Simón Iscariote, qué le entre­gase; sabiendo que su Padre lo habia puesto todo en su s m anos, que habia venido de D ios, y que volvía á D ios, se levantó de la m esa , dejó sus vestidos, y tomó un lienzo con que se ciñó. Despues puso agua en una palancana, y co ­menzó á lavar los piés de sus d iscípulos, y limpiarlos con et lienzo con que estaba ceñido. L leg ó , p u es , á Simón P edro; pero Pedro le dijo : ¿T ú , Señor, me lavas á mí los piés? Respondióle J esú s , y le dijo : Lo que yo bago no lo com ­prendes tú ahora ; pero lo com prenderás despues. No per­m itiré, Señor, jam ás, le dijo P edro, que me lavéis los pies. Si no le lavo , le repuso Jesú s , no tendrás parte conmigo. Entonces Simón Pedro le dijo : Señor, lavadm e no solo los p iés, sino también las manos y la cabeza. Díjole Jesús : El que sale del baño no tiene necesidad de lavarse mas que los p ié s , porque con esto queda enteram ente lim ­pio; así que vosotros estáis lim p io s, aunque no lodos. Sabia bien quién era el que debía entregarle, y por esto dijo : No todos estáis lim pios. L uego, p u es , que les hubo lavado los p ié s , y volvió á tomar su s v estid o s, se pitso otra vez á la m esa, y les dijo : ¿Comprendéis lo que he hecho con vos­otros? ( Cuando me hab ía is) me llamais Maestro y Señor, y decís b ie n , poniue lo soy. Si pues y o , siendo Señor y Maes­tro , os he lavado los p ié s , tam bién vosotros debéis lavaros los piés los unos á los otros. Porque os he dado e jem p lo ,á fui de que vosotros hagais lo m ism o que yo he hecho con vosotros.

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MEDITACION.

SOBRE LA INSTITUCION DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO.

p o t o p im iF .u o .

Considera que en todos los m isterios aparece el am or inmenso que Dios nos lias tenido-, pero puede decirse que la institución del Santísimo Sacramento es el milagro y la obra m aestra de su am or, y como el compendio de todos los demás misterios. Sea que se considere el motivo que Jesucristo lia tenido para instituir el Santísimo S acram en to ; sea que se atienda á todas las circunstancias que concurren en esta ins­titución , todo nos manifiesta un am or incom pren­sible , todo nos da á conocer el excedo increíble de su amor. Este amor apareció excesivo en el misterio de la encarnación , en el cual el Verbo se unió hipoitáticam ente á la naturaleza hum ana ; en la Eucaristía el mismo Verbo que se ha unido á la hum anidad san ta , se une verdadera y realm ente á cada hom bre en particular. Apareció inefable esto am or en su nacimiento en un estab lo : ¡qué cuna para un niño que es Dios! En la Eucaristía este hom­bre Dios se a b a te , se anonada bajo las especies de pan y de v in o , en un espacio cuasi indivisib le, y todo esto para satisfacer el amor inmenso que nos tiene. Su vida pobre, hum illada, oscura por espacio do treinta años, es un misterio adm irab le: pero ¿qué misterio mas adm irable que Jesucristo sobre nuestros a lta res , hasta el fin de los siglos en el estado mas hum illado, el mas oscuro que pudo im aginar jam ás hombre alguno? Piérdese y se confunde ei entendimiento en la escena trágica de la pasión del Salvador : su

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muerte es un misterio verdaderam ente incom pren­sible-, ¿puede un Dios omnipotente dar una señal mas maravillosa de su amor á nosotros ? Pues , porque no puede, al parecer, dar una señal mas grande de su am or á n o so tros, quiere que este p rodigio , que no se lia obrado mas que una vez Fobre el Calvario, se perpetúe sobre nuestros altares en la adorable Eucaristía , y lodo esto por satisface!' el am or extrem o que nos tiene. Pero ¿cuál es el mo­tivo , y cuál el fin de la institución de este misterio ? El motivo es satisfacer el deseo inmenso ó incom ­prensible que tiene de darse á sí mismo todo á nos­otros , y de la m anera mas íntima, üiríase que tiene en nada todos los bienes que nos ha d ad o , todos los beneficios de que nos ha colm ado, si no se diese to ­davía á sí m ismo; y lo hace haciéndose nuestro ali­mento : y nosotros nos hacemos en verdad muy ricos, puesto que , como dicesan Agustín, Dios se hace una posesion nuestra. Verdad es que el fiel posee á Jesu­cristo por la f e , según el idioma de san P ab lo ; pero esta no es mas que una posesion de conocim iento, y de un conocimiento muy oscuro. El justo le posee por la caridad ; pero es una posesion que se hace por la conformidad de las vo luntades, y no por la unión de las sustancias. Mas en la comunion poseemos á Jesu­cristo por una posesion m uy íntim a, muy v e rd ad era , muy real; le poseemos con un dominio tan absoluto, que no podríamos poseerle mas absolutamente. Jesu­cristo en la Eucaristía es nuestro propio haber-, es al mismo tiempo nuestro pastor y nuestro alim ento, nuestro médico y nuestro rem ed io , nuestra g u ia , nuestro v iálico , nuestro Redentor, y el precio de nuestro rescate. El fin que se propone es que seamos

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todos suyos, que no amemos mas que á él, que en él hallemos nuestro consuelo en las adversidades, nuestra fortaleza en las mayores tentaciones, nuestro valor en los combates con el enemigo de nuest ra salud, nuestra patria en este lugar de destierro, nuestro cam ino en el viaje que hacem os, y la verdad que debemos escuchar y que debemos seguir. David llam a á este divino alim ento el compendio de las m aravillas del Señor; san Agustín, el térm ino de la om nipotencia de Dios; santo Tom ás, el m ayor de todos los milagros, y la reunión de todas las m ara­villas. Dios solo que las hace, puede com prenderlas; nosotros no podemos m as que adm irarlas, y am ar al que las hace.

ri'N T O SEGUNDO.

Considera que no hay cosa que así ofrezca una alta idea del exceso del am or que hace obrar á Jesucristo todos estos m ilagros en la institución de la Eucaris­tía , que las circunstancias, en que los hace, la víspera de su pasión y de su m uerte. Hace propiam ente aquí su testam ento, por el cual nos deja en herencia su cuerpo, su sangre, su alm a, su divinidad, se deja todo a s í m ism o; si hubiese tenido alguna cosa m ejor v in as preciosa, tam bién nos la hubiera dado.Nos da este don inestim able algunas horas antes de su m u e r te , esto e s , teniendo presentes en su im agi­nación lodos los torm entos que los hom bres le pre­paraban; todos los oprobios con que habían de h ar­tarle dentro de pocas horas; todas los instrum entos de su pasión, azotes, espinas, cruz, ignom inias, dor lores, sufrim ientos, la m uerte en fin en un a cruz. Y á la vista de todos estos torm entos instituye Jesu­cristo el sacramento de la E ucaristía , es decir, el

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milagro mas incomprensible de su om nipotencia, de su bondad y de su am or. ¿Puede concebir el entendimiento hum ano este prodigio? pero ¿y no seria otro aun mas incom prensible, si el corazon del hom bre, por quien se ha obrado este prodigio, negase a Jesucristo su reconocim iento y su am or? Pero ¿podría suceder que el Salvador ignorase el poco reconocimiento con que los hom bres corres­ponderían á un beneficio tan insigne? De ningún modo. Todo le era conocido : entonces mismo esta­ban presentes a su espíritu todos los desprecios, todos los sacrilegios, todas las irreverencias, todas las pro­fanaciones horribles que se com eterían contra su sagrado cuerpo. Tenia delante de sus ojos los horri­bles excesos á que se arro jaría contra este divino Sacram ento la malignidad diabólica de los herejes; todas las comuniones indignas de tantos malos cris­tianos ; todas las sacrilegas irreverencias que se com eterían en nuestras iglesias, A pesar de esta mul­titud espantosa de u ltra je s , de im piedad, de irreli­gión , Jesucristo instituye este misterio de am or que debia ser la m em oria continua de su pasión, y que por la malicia de los hom bres debia renovar, por decirlo a s í, todas las ignominias de ella. ¿Compren­demos bien el exceso del am or infinito que el Salva­dor nos testifica en la Eucaristía? Pero ¿podemos tampoco com prender el exceso de nuestra ingratitud hacia este amable Salvador ? Jesucristo no tiene nece­sidad de los hom bres, y sin em bargo es tanto lo que los a m a , que le parece nada el quedarse encerrado por ellos en una hostia hasta el fin de los sig los: tanto aprecia el placer que tiene de estar con ellos. Los hombres por el contrario no pueden pasar sin Jesu­

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c risto , y sin embargo 1c am an tan p o co , qiie tienen por nada esta m aravilla; tan poco caso hacen de la dicha que gozan de tener continuam ente á Jesucristo en su compañía. Jesucristo habita corporalm ente con nosotros, ¿y nosotros no nos apresuram os á hacerle la co rte , á indemnizarle en alguna m anera con nues­tras adoraciones, con nuestro resp e to , con nuestra devocion, de todas las ignominias que ha sufrido durante su pasión , y desde la institución de este ado~ rabie misterio ?

lié aq u í, Señor, lo que de hoy en adelante será el motivo de mi confusion, de mi sentimiento y de mis lágrimas-, y yo espero con el auxilio de vuestra gra­cia reparar con mi am or y con mi culto mis irreve- i’encias pasadas y mi olvido.

JACULATORIAS.

Yo os tengo realm ente presente en la Eucaristía ,; ó Dios de mi corazon! Nada tengo ya que desear ni en el cielo ni en la tierra. Salmo 72.

Vos habéis cuidado de prepararm e un alimento contra todos los esfuerzos de mis enemigos. Salmo 32»

PROPOSITOS.

l .° Puede decirse que la Iglesia no nos propone hoy otra cosa que el am or extraordinario que Jesu­cristo nos testifica en la Eucaristía , y las ignominias que ha sufrido desde la institución maravillosa de este adorable sacram ento , ya de parte de los judíos

4 en todo el curso de su pasión que comenzó inmedia­tam ente despues, ya de parte de los malos cristianos por sus irreverencias y sus comuniones sacrilegas.

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La solemnidad y la celebridad pomposa de la festi­vidad de este gran misterio está reservada para otro tiempo. E ntrad , pues, en el espíritu de la Iglesia, no omitiendo nada para, reconocer este am or, y para reparar; cuanto os sea posible, con vuestra devocion todos estos sacrilegios y todas estas profanaciones. Comulgad hoy con nuevo fervor en acción de gracias por la institución de este adorable misterio, y por la eoncesion de un beneficio tan insigne.

2°. La visita de las iglesias, además de este prim er motivo, debe dirigirse á reparar tantas indignidades y tantas irreverencias cometidas. Propiam ente estas visitas son una pública satisfacción que damos á Jesu­cristo en el Santísimo Sacramento. Evitad un defecto que es muy com ún en un acto de religión tan impor­tan te ; guardaos h ie n d e hacer estas visitas con u n espíritu disipado y del todo mundano, que nada tiene de religioso mas que la costumbre.Visitad las iglesias en s ilencio ; sea vuestra modestia una prueba de vuestra piedad, y vuestra devocion la de vuestra fe. Entrad en las iglesias con los ojos bajos, como un vasallo que, habiendo faltado al respeto á su príncipe, va á pedirle perdón, y reparar su falta con su hu­millación y su respeto. Deteneos algún tiempo en cada iglesia, considerando lo que Jesucristo ha pade­cido duran te su pasión, y lo que padece todavía de parte de los herejes y de los malos cristianos en la Eucaristía. Pensad cuántas irreverencias, profana­ciones y sacrilegios se han cometido en la iglesia erí donde os hallais : esta m ism a consideración debe *■ obligaros á perm anecer mas tiempo en aquella iglesia ¿n que vosotros mismos habéis faltado mas veces al respeto, y en vuestra parroquia. Acompañad estas

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reflexiones con u n verdadero sentim iento y un a rre ­pentim iento vivo : ¡con cu án ta razón podría regarse con lágrim as el pavim ento de las ig lesias! En el ca­m ino empleaos en m editar los ultrajes que sufrió el Salvador, cuando, fué llevado por las calles de Jeru- salen en medio de la g rite ría del pueblo. Despues de haber visitado todas las iglesias que pudiéreis, pasad todo el tiempo que os sea posible de la noche en la iglesia en donde debeis ser enterrados, y allí dilatad vuestro corazon en la presencia de Jesucristo, de­testando vuestras indevociones y todas vuestras irre ­verencias en el lugar santo . Dispensa Dios en este dia grandes favores á todos los que desempeñan con fidelidad y con fervor todas estas prácticas de piedad tan interesantes.

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SA ^TO.

VIERNES SANTO,

El Viernes santo , llamado también por excelencia el gran Viernes á causa del gran misterio de nuestra redención, consumado en e s ted ia , y cuya memoria celebra hoy la Iglesia, se ha mirado en todos tiempos como el mas san to , el mas augusto y el mas vene­rable de todos los d ia s , y el que los cristianos han celebrado siempre con mas religiosidad y con una devocion mas sensible. Este es el gran dia de las mi­sericordias del Señor, puesto que es el dia en que este divino Salvador q u iso , por un exceso de amor incomprensible á todo entendimiento c riad o , sufrir los mas crueles suplicio??, y espirar ignominiosamente en la c ru z , á f in , dice el texto sagrado , de que fué­semos curados por sus llagas, lavados con su sangro, justificados por el decreto de su misma condenacioi¡; y que hallásemos en su m uerte el principio de nues­tra vida. Este es el gran dia de las expiaciones, en el cual ha expiado Jesucristo con su sangre todos los pecados de los hombres. Todo el que no fuere afligido en este dia de expiación, decia el Señor, perecerá en medio de su pueblo. Quería Dios que en el dia so­lemne destinado para las expiaciones de su p u eb lo , se entregasen todos á los sentimientos de dolor, y si habia alguna alma tan endurecida, que no entrase en la aflicción com ún, ordenaba que fuese exterm inada, y que no se la contase mas entre su pueblo. Este es el gran dia de las expiaciones : ¿no es este el dia en quo Dios tiene derecho para decir : Todo el que no fuero

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reflexiones con u n verdadero sentim iento y un a rre ­pentim iento vivo : ¡con cu án ta razón podria regarse con lágrim as el pavim ento de las ig lesias! En el ca­m ino empleaos en m editar los ultrajes que sufrió el Salvador, cuando, fué llevado por las calles de Jeru- salen en medio de la g rite ría del pueblo. Despues de haber visitado todas las iglesias que pudiéreis, pasad todo el tiempo que os sea posible de la noche en la iglesia en donde debeis ser enterrados, y allí dilatad vuestro corazon en la presencia de Jesucristo, de­testando vuestras indevociones y todas vuestras irre ­verencias en el lugar santo . Dispensa Dios en este dia grandes favores á todos los que desempeñan con fidelidad y con fervor todas estas prácticas de piedad tan interesantes.

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SA ^TO.

VIERNES SANTO,

El Viernes santo , llamado también por excelencia el gran Viernes á causa del gran misterio de nuestra redención, consumado en e s ted ia , y cuya memoria celebra hoy la Iglesia, se ha mirado en todos tiempos como el mas san to , el mas augusto y el mas vene­rable de todos los d ia s , y el que los cristianos han celebrado siempre con mas religiosidad y con una devocion mas sensible. Este es el gran dia de las mi­sericordias del Señor, puesto que es el dia en que este divino Salvador q u iso , por un exceso de amor incomprensible á todo entendimiento c riad o , sufrir los mas crueles suplicios, y espirar ignominiosamente en la c ru z , á f in , dice el texto sagrado , de que fué­semos curados por sus llagas, lavados con su sangro, justificados por el decreto de su misma condenacioi¡; y que hallásemos en su m uerte el principio de nues­tra vida. Este es el gran dia de las expiaciones, en el cual ha expiado Jesucristo con su sangre todos los pecados de los hombres. Todo el que no fuere afligido en este dia de expiación, decia el Señor, perecerá en medio de su pueblo. Quería Dios que en el dia so­lemne destinado para las expiaciones de su p u eb lo , se entregasen todos á los sentimientos de dolor, y si habia alguna alma tan endurecida, que no entrase en la aflicción com ún, ordenaba que fuese exterm inada, y que no se la contase mas entre su pueblo. Este es el gran dia de las expiaciones : ¿no es este el dia en quo Dios tiene derecho para decir : Todo el que no fuero

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afligido en este dia perecerá? Y m ientras que el amor de un Dios le hace tan sensible á nuestro intereses, ¿qué seria si nosotros nos hiciésemos insensibles á sus torm entos? Semejante insensibilidad ¿no consti­tuiría un carácter de reprobación?

No hay dia alguno en el año mas respetable, nin­guno , por decirlo así, mas cristiano, ni mas distin­guido que el Viernes santo. Su celebridad ha nacido con la iglesia. Todos convienen en que los apóstoles instituyeron las fiestas de aquellos misterios que se habían verificado á su vista; ¿quién, pues, no ve, dice san A gustín , que la fiesta del Viernes santo ha prece­dido á todas las demás? Se puede decir que la Iglesia ha consagrado , en cierto m odo, todos los viernes del año, para que sean como una octava perpetua de la fiesta y del misterio del Viernes sa n to , á la manera que todos los domingos so.i la octava del misterio de la Resurrección y del santo dia de Pascua ; y condu­cidos de este espíritu los príncipes cristianos prohi­bieron el ejercicio del foro y los juicios el Viernes san to , por respeto á la pasión del Salvador, y aun quisieron que esta observancia se comunicase del

• Viernes santo á todos los viernes del año.Este dia constituye una doble época , esto es, el fin

de la antigua alianza, y el principio de la nueva. La m uerte de Jesucristo ha sido el nacimiento de la Iglesia, y la sepu ltu ra , por decirlo a s í, de la sina­goga; y su sangre, como un diluvio de bendiciones celestiales, ha renovado toda la t ie r ra , suscitando un nuevo pueblo de Dios, y reprobando el antiguo. Llámase este dia Parasceve, palabra griega que signi­fica preparación, en razón de que en este dia prepa­raban los judíos todo lo necesario para celebrar el

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sábado. E ntre los Griegos, se llam aba el Viernes santo la Pascua Staurossima, eslo es, de Jesús crucificado, y el domingo siguiente Pascua Anaslissima, es decir, de Jesus resucitado. La festividad de este dia ha si lo siempre como una solemnidad de llanto , de luto y de renitencia en la Iglesia; y en medio de la mitigación , por no decir relajación , que con el trascurso del tiempo se ha introducido en el ayuno de Cuaresm a, puede decirse que en nada se ha alterado el rigor del ayuno del Viernes santo : propiam ente h ab lando , este es el único dia en que se observa , especialmente en las casas religiosas, y aun en algunas casas de se ­glares, la xerophagia, esto es , el ayuno reducido á viandas secas , ó á las ra ices , y m uchos también ayu­nan á pan y agua.

Desde el tiempo de los apóstoles no hay misa en estedia. El gran luto de la Iglesia, y la m uerte del Salvador, son la causa de que no se ofrezca el divino sacrificio. Antes que se adelantase el oficio de la noche de Pascua al sáb ad o , tampoco habia misa en este dia : En eslos dos dias, dice el papa Inocencio I , no se celebran sacramentos. El cuarto concilio de To­ledo, celebrado en el ano de G33, dice que el Viernes" santo se cerraban en España todas las puertas de las iglesias para indicar la profunda tristeza y la aflicción en que estaba sumergida la Ig lesia ; sin embargo manda que se celebre el oficio , y se predique en él la pasión. Antiguamente el clero y el pueblo com ul­gaban el Viernes san to , cuyo uso ya no se observa el dia de hoy mas que en algunas antiguas abadías.

El oficio de este dia, el que se ha sustituido en lu ­gar de la m isa , es uno de ios mas augustos y de los mas patéticos : todo él inspira com punción, devo-

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cion y una religiosa tristeza. En todas sus ceremo­nias y oraciones se deja sen tir el espíritu del misterio y de la re lig ión : todo se resiente de la triste solem­nidad del d ia , que es el de la m uerte del Salvador, cuyas exequias celebra la Iglesia.

Extiéndese sobre el altar u n a simple sabanilla, que es la imagen del sudario en que fué envuelto el cuerpo del Salvador despues de haberle bajado de la rruz. Postrado el sacerdote y pegado su rostro con la t ie r ra , da á entender con esta postura la am argura en que está sumergido su c o ra z o n , la cual debe ser com ún en este dia á todos los fieles. Comienza por leer dos epístolas : la una es del profeta O seas, y la o tra está tomada del pasaje del Éxodo en que Moisés describe la ceremonia del co rdero pascual, figura de Jesucristo inmolado en este dia por todos los hom ­bres ; porque así como al cordero pascual se siguió el íin de la servidum bre en que los israelitas vivian en Egipto, asi la m uertede Jesucristo verificada en este dia nos ha librado de la servidum bre del pecado.

¡No hubo jam ás una profecía mas c la ra , mas p re­cisa , ni mas acabada de la m u erte , de la resurrección del Salvador y del establecim iento de la Ig lesia , que la del profeta Oseas, que es el asunto de la prim era epístola de este dia, y por donde com ienza el oficio que hace veces de misa. Hé aquí lo que dice el S eñor; E n el exceso de su aflicción se apresurarán á recurrir ó m i : venid, d irán , volvámonos al Señor. É l nos ha cas­tigado por nuestros pecados, esperemos que nos mirará con misericordia : su justicia es la que nos ha herido, su misericordia nos curará. Conforme al sentido ale­górico , es el género hum ano el que se ha atraído por el pecado el diluvio de m ales que ha inundado toda

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la tierra por espacio de cuatro m il años, y el que no podia quedar libre de la servidum bre en que estaba, sino por aquel que le habia condenado. Era á la ver­dad necesaria la sangre de un hom bre D ios, para curar todas las llagas del hom bre, y esto es lo que el profeta nos predice, y lo que se ha-verificado en e! misterio que celebramos. Este divino Salvador, d ic e , nos dará la vida en dos días, y el tercero nos resucitará, y en adelante viviremos á su vista, y 110 nos m irará ya sino con ojos de p iedad , y será nuestro Dios, y nos­otros seremos su pueblo. Entonces, mediante una fe v iva , sabremos quién e s , y le seguiremos con em ­peño y con fidelidad, y le reconoceremos mas y mas cada dia. Él se com unicará á noso tros, no en medio de relámpagos y tru en o s, como en el monte Sinaí, sino como un rocío suave de la prim avera, ó como una lluvia fecunda del otoño que cae sobre la tierra para hacerla fértil en flores y frutos : su aparición será semejante á la de la aurora que inspírala alegría. Esta profecía, tom ada en su sentido propio y l ite ra l, jam ás se ha verificado en todo rigor en los pueblos hebreos, dicen los intérpretes. En vano se buscaría en la historia el núm ero de dos dias despues de los cuales debia recibir la nueva v ida, y el tercero en el que debia resucitar. Oseas insinuaba en esto la re ­surrección de los fieles rescatados por la sangre de Jesucristo : designaba en este pasaje del modo mas expreso la resurrección del mismo Salvador, q u ie n , como dice san Pablo, nos ha dado la vida cuando es­tábamos muertos por nuestros pecados, nos ha resu ­citado también con Jesucristo ( 1), y en su persona nos ha dado un lugar en el cielo (2). A este pasaje del

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profeta alude el Apóstol cuando dice : Que el Sal­vador ha resucitado ‘al tercer dia según las Es­crituras. Aparecerá el Salvador como la au ro ra , continúa el profeta : Jesucristo en su resurrección ha sido el sol naciente que ha disipado todas las tinieblas del e rro r y de la idolatría : vendrá á nos­otros como una lluvia que cae oportunam ente sobre una tierra seca , la cual sin ella jam ás hubiera llevado fruto alguno. Qué haré por t i , Efraim? ¿Qué haré por t í , Jada? La Judea estaba dividida desde la m uerte de Salomon en dos re in o s , el de Judá que no comprendía mas que dos tr ib u s , y el reino de Israel que comprendía las otras diez • y porque Jeroboam , primer rey de las diez tribus, era de la tribu de Efraim , se entiende que Dios se dirige á todos los judíos, cuando les dice por su profeta : ¿Qué mas podéis pedirme que lo que acabo de hacer? Como si dijese : la m uerte del Mesías debe poner fin á vuestra cautividad , y su resurrección debe daros una nueva v id a ; ¿qué mayor maravilla podéis esperar de mi bondad ? Si yo no hubiese tenido consideración mas que á vuestras oraciones, á vuestras obras de caridad tan poco constantes, ó á vuestra penitencia tan lije ra , jam ás hubiera llevado tan lejos mi compa­sión y mi misericordia con voso tro s; á mi bondad sola os á quien debeis una maravilla tan grande. Por mas que os he amenazado por mis p ro fe tas, y os he predicho todos los males con que habia resuelto cas­tigar vuestras im piedades, no por eso habéis sido menos indóciles. Sabe, pueblo ingrato , que yo pre­tiero el sacrificio del corazon y la caridad á todos vuestros sacrificios, y que la ciencia de Dios, el co­nocimiento de Dios que se adquiere por la fe , me es

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mas agradable que todos los holocaustos que pudie­rais ofrecerme.

La segunda epístola está tom ada del libro del Éxodo. Ilabia m ucho tiempo que los israelitas gemían bajo d é la opresion de los Egipcios, cuando Dios, m o­vido de los clamores de su pueblo oprim ido, envió á Moisés á Egipto para que intimase de su parte al rev Faraón que dejase en libertad á su pueblo. Moisés, acompañado de su hermano Aaron, se presentó delante del rey, le declaró la orden de D ios, y habiéndose negado á obedecerla , le hirió á él y á su reino con muchos azotes, conforme al poder y á la orden que habia recibido del Señor. Endurecido F a raó n , se obstinó en no dejar ir á ios israelitas. Mas Dios, antes de dar el último golpe, el cual debia romper sus cade­nas y sacarlos de su larga cautividad , hizo que Moisés les dijese de su parte que se dispusiesen para celebrar la Pascua, esto es, el tránsito del Señor. Contiene esta epístola lo que Dios le ordenó tocante á esta cé­lebre ceremonia.

El mes en que estáis, les dice, será de aquí en ade­lante para vosotros el primer mes del año. Era esto hácia el equinoccio de la p rim avera, y en él se fijó para lo sucesivo el principio del año santo de los israelitas; porque el año civil comenzaba siempre hácia el equinoccio del otoño , como entre los Egip­cios. En el décimo dia de este m es, dice el Señor, to­m ará cada uno un cordero para su familia, y si la familia no es tan num erosa que pueda comer un cor­dero, reúnase ó de la parentela ó del vecindario el número de personas que sea suficiente para verificar esta ceremonia. Este número fué determinado por lo menos á diez. El cordero pascual no debia tener mas

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que un año; debia ser sin defecto y sin m ancha. El térm ino hebreo significa perfecto. Los apóstoles y los padres de la Iglesia nos hacen notar la semejanza del cordero pascual con Jesucristo, que es el único cor­dero sin m ancha, inm olado por nosotros en la cruz, el cual con su sangre nos ha librado de la servidum ­bre del pecado, nos ha puesto ¿f cubierto del ángel exterm inador, y sirve aun todos los dias de alimento á todos los fieles en el sacram ento de la Eucaristía. Le guardaréis, dice D ios, hasta el dia 14 de este mes (e ra el mes llamado Nisan, que corresponde á nuestro mes de m arzo ) , y toda la m ultitud de los hijos de Israel lo inm olará por la ta rde . Esta inmolación del cordero pascual era la figura m as m arcada del sacri­ficio sangriento del Salvador del mundo. Tomarán su sang re , añade el Señor, y se pondrá en el uno y otro poste , esto e s , á los dos lados, y en lo alto de las puertas de las casas en que !c com ieren , á fin de que el ángel que debia qu itar la vida á los primogénitos de los Egipcios, no entrase en las casas que tuvieren esta señal. No era esto , dicen los pad res, porque los ángeles tuviesen necesidad de esta señal para distin­guir las casas de los Hebreos de las de los Egipcios ; pero era necesario hacer com prender por medio de alguna cosa sensible, á aquel pueblo grosero , la pro­tección especial que Dios concedía á sus familias. San Jerónimo parece indicar que con esta sangre se m arcaba una señal de c ru z ; lo que sí es cierto es qu ií h sangre del cordero pascual era la figura y el sím* bolo de la sangre de Jesucristo , que nos libra mucho mas eficazmente del poder del ángel exterm inador, y poniéndonos á cubierto de la cólera de Dios, nos hace dignos de su misericordia. Haréis asar este co rdero ,

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continúa el Señor; nada comeréis de él crudo, in co ­cido en agua, sino solamente asado al fuego; comeréis la cabeza, los piés y los in testinos; todo debe consu­m irse en aquella noche, sin reservar cosa alguna para el otro dia. y si quedare a lgo , se quem ará y se reda - eirá ácenizas para evitar que sea profanado. Le c o ­meréis con panes sin levadura, y con lechugas sil­vestres. Cuando le comáis, tendréis ceñidos los r iñ o ­nes, calzados los piés, el báculo en la m ano, á la m anera de unos viajeros prontos á partir, y le come­réis de prisa, porque esta es la Pascua, esto es, el tránsito del Señor.Todo es m isterioso, todo figurado en esta célebre cerem onia tan detallada, y jam ás hubo una figura de Jesucristo inmolado por nosotros en Ja c ru z , mas ex p resa , mas significativa ni mejor simbolizada que esta inmolación del cordero pascual á la salida de Egipto, con todas sus circunstancias. Es el tránsito que el Señor ha hecho hacer á su pueblo de la cautividad en que vivia, á un estado lib re , del Egipto á la tierra de prom ision; y por Jesucristo in­molado, del estado servil del pecado al dichoso estado d é la gracia. Es claro que la libertad milagrosa de los judíos que se hizo en esta prim era pascua, no era mas que la figura de la libertad del género hum ano de la servidumbre del pecado por la m uerte de Jesucristo , cuya memoria celebramos en este dia. La sangre del cordero pascual preservó á los Hebreos de la carnice­ría que en aquella misma noche se hizo en las casas de los Egipcios; y la sangre de Jesucristo, d icesan Pablo, nos ha librado á nosotros de la cólera de su Padre. Él e s , según san Pedro , el cordero sin man­cha y sin lunar, cuya sangre nos ha salvado. Él mismo para cumplir en su persona lo que habia sido’predi-

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cho do él., bajo la figura del cordero pascu a l, fué á Jerusalen para ponerse en las manos de los que de ­bían inmolarle el décimo dia de la luna, esto e s , d mismo dia en que, según la ley, debian proveerse del cordero. Fué inmolado el dia 44, y espiró en la cruz á la misma hora en que se comenzaba en aquel dia ia inmolación del cordero pascual. No se le rompieron las piernas, como se acostum braba á hacer con todos los que eran crucificados; lo cual sucedió , dice san Juan, á fin de que se cumpliese la Escritura que pro­hibía quebrantar ningún hueso del cordero pascual, Comíase el cordero pascual para acordarse, dice !a E scritu ra , del tránsito del Señor. Nosotros comemos á Jesucristo , despues de haberle ofrecido á su Padre en el sacrificio de la misa, que es la continuación real del sacrificio de Jesucristo en la cruz. El pan sin levadura , esto e s , insípido, y las lechugas silvestres, y amargas con que se comia el cordero pascual, dan á entender con bastante expresión que la mortificación debe siempre acom pañar á la sagrada comunion y á la celebración del divino sacrificio: es este uno de los frutos de la memoria y de la celebración del misterio doloroso de su pasión.

Despues de estas dos epístolas se lee inmediata* mente la historia de la pasión según san Juan, quien, habiendo sido testigo de todo lo que ha pasado en e l la , asegura que dicc la verdad , y que se debe creer su testimonio.

Todo es adm irable, pero todo es incomprensible en la pasión de Jesucristo , tanto la rabia y la inhuma­nidad de los judíos, como el amor y la paciencia del Salvador. En medio de la m ultitud de crueldades y de oprobios, ¿quién no hubiera creído que solo la vista

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de este hom bre Dios en el estado espantoso á que le habia reducido la mas bárbara de las flagelaciones, la cual habia hecho una sola llaga de todo su cuerpo , hubiese debido dejar satisfecha la rabia y el furor que aquel pueblo cruel tenia contra un hombre divino fjue 110 les habia hecho mas que b ien , y que habia obrado tantas m aravillasen su favor? Sin em bargo, un objeto tan lam entable no hizo mas que irritar su crueldad : la sangre que corría por todas partes en­cendía todavía mas su furor. No bien habia sido con­denado á m uerte el Salvador, contra toda justic ia , cuando cada uno quería tener parte en la ejecución de tan injusto decreto. ¡Con qué barbarie se arrojan aquellos furiosos sobre el divino Cordero! Despója­sele de sus vestiduras, y como la sangre tenia pegada á su cuerpo la púrpura con que le habian revestido por m ofa, arráncase esta ropa con violencia, y con ella se arrancan también los pedazos de su ca rn e ; vuélvensele á poner sus vestidos á fin de que fuese mas conocido, y aunque estaba ya sin vigor y ex­hausto de fuerzas, se. le cargó con su cruz, bajo cuyo peso sucumbe.

Todo aparece extraordinario en la pasión de Jesu­cristo. ¿ A quién jam ás le hubiera ocurrido un hecho tan bárbaro como el de hacer llevar á un criminal su madero? Y quién se hubiera nunca atrevido á cargar con una carga tan pesada, especialmente á un hom bre agotado de fuerzas por tantos torm entos, de los que muchos eran mas que suficientes para quitarle la vida? Pero por mas flaco, por mas apu­rado que estuviese el Salvador, quería él mismo lle­var su c ru z , para hacernos ver la necesidad indis­pensable que todos tenemos de llevar la nuestra :

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pero ¿ no eran todas nuestras cruces las que llevaba el solo? Sale Jesus de Jerusalen con aquella pesada carga sobre la espalda : r ín d ese ; cae arrodillado á cada paso; es necesario un nuevo m ilagro para no espirar bajo de tal peso. Hubiérase tenido compasion de uivjj bestia de carga, viéndola abrum ada con el peso di¡ e lla ; pero para Jesucristo no hay ninguna compa-í s io n , ningún sentimiento de hum anidad. Cuanto mas| se le ve sufrir, mas encarnizados están para procu­ra rle nuevos tormentos. Llega por fin Jesus al lugar destinado para servir de altar al mas santo de todos los sacrificios. Desnúdasele segunda vez, y sacándole con violencia sus vestidos, se abren de nuevo todas sus llagas ; se le extiende sobre la cruz •, y por un exceso de crueldad , cuasi desconocido hasta enton­ces á los mas fieros tiranos, se le traspasan los piés y las manos con gruesos c lavos, que se hacen en tra r á golpe de martillo en la cruz que le sostiene.¡ O Dios! basta picar un nervio para causar horribles convulsiones : ¿ qu ién , p u e s , no ve él concurso de los mas vivos dolores que es capaz un cuerpo de su­frir, cuando contempla ro to s, desgarrados, traspa­sados con gruesos clavos las m anos y los pies que no son mas que un tejido de nervios, de m úsculos, de venas y de arterias? Concibamos, si es posible, lo que padece Jesucristo. Pero ¡qué to rm ento , ó Dios m ió ! ¡quéexceso de dolores cuando levantan la cruz, y la dejan caer en el agujero abierto en la p e n a ! ¡ qué dolorosa sacudida la de un cuerpo empujado por su propio p e so , y que entre tanto perm anece suspen­dido por tres clavos! ¡ Cuánta verdad es que el m orir en la cruz es m orir tantas veces cuantos son los m o­mentos que se vive en ella! Triste y cruol estado ea

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que Jesús se m antuvo por tres horas. Entonces fué, como dice san Pablo, cuando el Salvador de los hom ­bres, estando clavado en la c ru z , clavó consigo en ella la cédula de nuestra condenación, para borrarla con su sangre, y al m ismo tiempo desarmó las potes­tades y los principados, llevándose sus despojos, triunfando de ellas en su persona á la vista de todo el mundo.

Pero por lo menos entonces ¿filé compadecido de la m ultitud que habia concurrido al espectáculo? De ninguna manera. Apenas es levantado el Salvador á la vista de todo el pueblo, cuando se le in su lta , se le carga de oprobios, de ultrajes y de mil m aldiciones, sin que se ahorren contra él imprecaciones ni blasfe­mias. ¿Qué paciente se ha visto jam ás cargado de imprecaciones y de injurias sobre el suplicio en el cual se le veia espirar? Todo es singular, inaudito , increíble en la m uerte del Salvador. Pero su du lzura, su paciencia y su caridad son todavía mas admirables. Él ruega á'su Padre por los que le quitan la vida, m uere por ellos, y para ellos pide misericordia. Es un Dios el que sufre y m uere , pero que sufre y m uere como Dios. Una paciencia tan m aravillosa, una dulzura tan extraordinaria conmueve á uno de los criminales que morian á sus lados. ¡Feliz conversión, pero con­versión espantosa! Y q u é , Señor, ¡en el dia de vues­tras grandes m isericordias, en el momento mismo en que moris para la expiación de todos los pecados, y por la salud de todos los hom bres, de dos pecadores que habian diferido hasta la m uerte el convertirse , los dos á vuestros lados, los dos teñidos con la san* gre que corria de vuestras llagas, no hay mas que uno que se convierta, no hay mas que uno que so

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salve, y el otro se condena! ¿Quién puede diferir supenitencia hasta la m uerte , y lisonjearse de morirpenitente?

La santísima Virgen tenia mucha parte en este gran sacrificio, y am aba á su Ilíjo con extraordinaria te r­nura para que le abandonase en aquel apuro. ¿Quién es capaz de concebir cuál seria el dolor del Iíijo y da la Madre en aquella cruel circunstancia? Allí puntual­mente fue en donde se verificó la predicción de Simeón, y en donde fué traspasada su alma con una espada que le causó un dolor mas amargo que la m uerte. En íin , en medio de los dolores, de las humillacio­n es , de los oprobios de que estaba h a rto , viendo el Salvador ejecutados ya los decretos del ciclo, plena­mente satisfecha la justicia divina, verificados todos ]os oráculos de los profetas, cumplida la grande obra de la redención, pagadas todas las deudas de los hombres responsables á la justicia d iv ina , y su am or extrem o á estos mismos hombres satisfecho , dijo con una voz m oribunda : Todo está consum ado; y bajando al mismo tiempo la cab eza , para consum ar su sacrificio, puso su a lm a , como en depósito, en las manos de su Padre, diciéndole : Padre m ió, en tus manos entrego mi a lm a ; y en el momento espiró. Acaeció entonces un temblor de tierra un iversa l; el velo que separaba las dos partes del templo se des­garró por m ed io : este rompimiento indica con bas­tante evidencia el entero cumplimiento de lo que significaban las figuras de la antigua le y ; que el cielo se nos abriría por la m uerte de Jesucristo*, que se disiparían las sombras de la le y ; que la antigua alianza con el pueblo judío quedaría ro ta por es'e deicídio: que so daria al pueblo cristiano por las

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luces de la fe la inteligencia de los mas grandes misterios de la religión. Dice san Efren que al mismo tiempo de rasgarse el velo se vió salir una paloma del fondo del san tuario , como para significar que el Espíritu Santo abandonaba un templo en donde Dios no debia ya ser adorado en espíritu y en verdad. En medio del terrem oto acaecido al tiempo de morir el*- Salvador se abrieron muchos sepulcros •, pero no resucitaron los cuerpos hasta despues de la resur­rección de Jesucristo , que debia ser el primogénito de los m uerto s, y se cree que subieron al cielo con él en cuerpo y alma. En vista de tantas maravillas se dieron por entendidos los corazones mas d u ro s , y se ablandaron. Los judíos se retiraron dándose golpes de pecho, y detestando su endurecim iento y su error *, y el cen tu rión , esto e s , el oficial que habia quedado con algunos soldados para impedir que robasen el cuerpo de Jesús, conforme á la orden que se le habia d ad o , admirado de este maravilloso espectáculo, exclamó : Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios.

f¡A h, Señor! ¡qué caro os cuesto! ¡A qué precio habéis rescatado mi a lm a , ó divino Salvador m ió! ¿Puedo veros clavado en esa c ru z , y no mezclar mis lágrim as, á lo m enos, con vuestra sangre? ¿puedo acordarm e que mis pecados son los que os han cla­vado en e lla , y contentarm e con un dolor imperfecto de mis faltas? Los corazones mas duros se ablandaron por fin en vuestra m u e rte ; ¿y solo el mió perm ane­cerá insensible? N o, mi Jesú s , yo siento ya los efectos de vuestra g rac ia ; tiempo es ya que mi corazon se rinda á un objeto tan tierno. Acordaos que habéis prometido que cuando fueseis levantado en la cruz

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SOS Y lE i ’.XUS

todo lo atraeríais á v o s ; vedme a q u í, Señor, prontoá seguiros; cumplid en mi vuestro o ráculo ; no osresistirá ya mi corazon : vos habéis m uerto por mi;justo es q u e , por lo m enos, yo no viva mas que paravos.

Todo es misterioso en la historia de la pasión; pocas circunstancias hay que no encierren algún mis­terio ; muchas menos que no sean alguna instrucción. T rátase, p u e s , de dar aquí el sentido m oral ó alegó­rico de ciertos pasajes de esta historia sagrada, según la explicación de los santos padres y de los mas sabios intérpretes. Estas cortas interpretaciones se han reservado hasta aquí para no in terrum pir el hilo de la historia.

Aunque el alma de Jesucristo gozó continuam ente de la bienaventuranza, y vió á Dios in tu itivam ente, esta visión beatífica no impidió el que sintiese verda­deram ente aquella tristeza excesiva, aquel tem or, aquel tedio m ortal de que-hablan los evangelistas. Todos estos movimientos le e ran lib re s , y él mismo los.hacia n a c e r ; pero quiso sen tir toda su am arg u ra , reservando todo el alivio p a ra aquellos que en lo sucesivo debían padecer por su am or.

Cuando el Salvador dijo á su Padre q u e , si era po­sible, pasase lejos de él aquel cá liz , no ignoraba que su m uerte estaba resuelta en los decretos eternos de Dios, y el mismo habia suscrito voluntariam ente á e lla ; ni es esto arrepentirse : la voluntad hum ana no está aquí opuesta á la voluntad divina. El Sal­vador solo deja aparecer la repugnancia que todo hom bre tiene naturalm ente á los torm entos, y que Jesucristo sintió con mas viveza que todo hom bre : prueba es de esto su sudor com o de gotas de sangre

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que corre nasía la tierra. To;lo esto tía sido para pre­venir la duda que pudiera suscitarse sobre si la natu­raleza divina en Jesucristo abslrajo todo sentimiento de dolor á la naturaleza hum ana : el Salvador de­m uestra perfectam ente, en todo lo que pasa en el huerto de los Olivos, que ha sentido todo el rigor, toda la am argura de los dolores con mas vivacidad que hubiera podido jam ás sentirla ningún hombre. La repugnancia natural de la parte inferior hace na­cer el deseo natural de no p adecer; pero la sumisión perfecta de la pai te superior á las órdenes de Dios, dice san L eó n , le sobrepone al deseo de la parte inferior.

Viendo san Pedro que se apoderaban de su divino Maestro y que se le a tab a , dejándose llevar de su natural fogoso y del ardor de su zc lo , echó mano de una espada para defenderle, y arrem etió á uno de los ciiados del gran sacerdo te , llamado Maleo, el c u a l, queriendo esquivar el golpe, se halló con una oreja c o rtad a ; pero fué curado al instante por el Salvador, que reprendió severamente á San Pedro por su zelo mal entendido. No habia Jesucristo enseñado á sus apóstoles á servirse de las a rm a s , antes les habia prohibido hasta el que llevasen varas. Este aconte­cimiento sucedió por haber interpretado m al una? palabras del Salvador, y no haberse penetrado de su verdadero sentido.

Despues de haber recordado Jesucristo á sus após­toles que m ientras habia estado con ellos nada les habia faltado, que habían sido bien recibidos en todas partes y que habían tenido m uy poco que sufrir, Ies habia advertido que era llegado el tiempo en que carecerían de to do , y serian perseguidos do todo

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el mundo. Para hacerles com prender este estado de persecución en que debian encon trarse , se s irv e ,

Isegun su costum bre, de un modo de hablar alegórica y figurado, y les representa lo que sucede en ur ’iempo de miseria y de guerra, nácese entonces pov ision de víveres y de d in ero , y nadie va sin armas. Cuando os he enviado, les d ice, sin dinero, sin alforja y sin calzado, ¿os ha fallado alguna cosa? N ada, le respondieron e llos; pues ved aquí el tiempo en que va á llegar para vosotros lo que sucede en ira tiempo de miseria y de g u erra , en el que cada uno llena su bolsa de dinero para hacer provisiones de boca •, y para esto si faltan sacos, se buscan para lle­narlos de grano •, del mismo modo que en tiempo de guerra se vende hasta la capa para com prar una es­pada á fin de tener con que defenderse. Vosotros vais á veros muy pronto en tiempos tan penosos-, tendríais por tanto necesidad de las mismas procauciones y de los mismos au x ilio s , si vuestro recurso estuviese ceñido á los recursos hum anos; pero es en mí en quien estribará todo vuestro apoyo y vuestro único recurso ; y asi no leneis necesidad de hacer los mis­mos preparativos para el tiempo de la persecución. No impone aquí Jesucristo un precepto á sus discí­pulos de proveerse de arm as y de d in e ro , solo les advierte de las miserias y de los peligros á que estarán expuestos en lo sucesivo. No habiendo penetrado los apóstoles el pensamiento del Salvador, tom aron dema­siadamente á la letra lo que les acababa de decir; y esto

lo que Ies hizo decir que habían preparado dos espadas. Conociendo el Hijo de Dios que r,o compren­derían lo que habia querido decirles basta de?pues de su resurrección, no juzgó á propósito el darles

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mayor explicación, de la cual no eran todavía capa­ces; por esto interrum pió el discurso, diciéndoles : Basta. Vosotros comprenderéis en algún tiempo que las únicas arm as de que deberéis serviros en las persecuciones son la d u lz u ra , la confianza en mi y la paciencia.

Despues de todas las humillaciones á que se ha su­jetado voluntariam ente el Salvador, no debe parecer extraño que haya querido recibir, por decirlo a s í , el consuelo de un án g e l; queriendo enseíiar á todos los fieles, con su ejem plo, á vencer nuestras repugnan­cias, y á esperar de Dios el socorro en nuestras penas. No las ig n o ra , y está pronto para so co rre rn o s, h a ­ciendo invisiblemente con nosotros nuestros ángeles de guarda el mismo oficio que hizo visiblemente aquel ángel que vino á consolar al Salvador durante su tristeza m ortal.

Queriendo el Salvador que nos penetrásemos bien de cuánta era la am argura y cuál el exceso de los do­lores en que espiraba, un momento antes de morir exclam ó : Dios m ió, Dios m ió , ¿porqué me habéis desamparado f Esta queja 110 es ni efecto de la descon­fianza , ni una reconvención que el Salvador hizo á su P a d re , ni una queja de la injusticia de su castigo : seria-una blasfemia decir que el Salvador se ha que­jado á su Eterno Padre por haberle tratado tan cruel­mente , siendo como era la inocencia misma. Nada ha padecido Jesucristo que no lo haya padecido volunta­riam ente. Él se habia cargado librem ente de nuestros pecados; él ha querido libremente sufrir toda la p en a : por su propia elección ha preferido la m uerte mas dolorosa y la mas ignom iniosa, á una vida dulce y á una deliciosa prosperidad. Estas palabras son un tes­

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timonio de los excesivos dolores entre que espiraba en satisfacción de nuestros pecados. Quería el Sal­vador declarar por sí mismo el exceso de los tor­mentos que padecía, y cuyo rigor no lo endulzaba ningún milagro que embotase su p u n ta , para ha­cernos comprender mejor el rigor de los juicios de Dios, y lo que le costaba la obra de nuestra redención. Puede también decirse que es mas bien una súplica que una queja lo que dirige aquí Jesucristo ásu Padre. Padre m ió, Dios mió, haced conocer á todos los hom­bres por qué me habéis entregado y abandonado á unos tormentos tan ho rrib les, á una m uerte tan do- lorosa como ignominiosa. Haced conocer á todos los hombres la causa por qué me traíais con tanto rigor, que no es otra que sus pecados que yo he cargado vo­luntariam ente sobre m í; y si la sola apariencia de pecado, el solo título de caución os obliga á exigir de m í, que soy vuestro Hijo muy am ado en quien teneis todas vuestras complacencias, una satisfacción tan r ig o ro sa , ¿ qué será de ellos ? Si así se tra ta el leño verde, lleno de jugo y sin ta c h a , ¿qué se hará con el leño seco ? Esta expresión, u t quid, parece que au­toriza esta última in terpretación, que es una de las mas literales y que se acerca m ucho al sentido que san Cipriano da á estas palabras.

Algunos santos padres han creído que el Hijo do Dios, antes de espirar, quiso au torizar y cum plir la profecía de David, sirviéndose de las prim eras palabras del salmo 2 1 , todo el que se refiere á Jesucristo mo­ribundo, en las que el profeta hace decir al Salvador en la cruz : Dios mió, Dios m ió, considerad el estado en que estoy: ¿ porqué me habéis abandonado á la rabia de mis enemigos ? Los pecados con que yo he querido

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cargarme, son los que os obligan á tratarme con tanto rigor.

La Iglesia en este d ia , á ejemplo* de Jesucristo, ruega solemnemente por todo género de estados y condiciones; por sus hijos fieles, como por sus mayo­res enem igos; estas oraciones se llaman solemnes <» sacerdotales: todas están precedidas de una genu­flexión (excepto cuando se pide por los judíos), para hacerlas mas eficaces por este acto de profunda hu­mildad. La prim era de estas oraciones es por la Iglesia en general •, la segunda por el papa , que es su cabeza visible ; la tercera por los obispos, los sacerdotes, los diáconos, los subdiáconos y todos los demás órdenes clericales inferiores-, por los confesores de la fe , por las vírgenes, las viudas y por todo el pueblo de D ios; la cuarta por el rey ó el soberano del país donde so halla ; la quinta por los catecúm enos, esto e s , por los que se disponen para el bau tism o; la sexta es para pedir á Dios que purgue al mundo de todos los e rro ­re s , que preserve á su pueblo de las enferm edades, del ham bre y de todos los demás azo tes, que dé la libertad á los esclavos y á los prisioneros, que asista á los viajeros, que dé la salud á los enfermos, y haga que lleguen felizmente á puerto de salvamento todos ios que están en el m a r : nada dem uestra mejor las entrañas de ternura y de caridad de la Iglesia nuestra buena madre ; la séptima es por los herejes y los cis-

! m áticos, á fin de que Dios se digne disipar las tinie­blas de su entendim iento y de su co razon , y abrirles los ojos para que vuelvan al seno de la iglesia; la oc­tava es por los pérfidos ju d ío s , pidiendo á Dios que les quite el espeso velo que íes tiene ciegos y obstina­dos, y les haga en fin reconocer por so divino Sal­

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vador á Jesucristo, á quien siem pre han rehusado reconocer. Esla oracion es la única en que no se do­blan las rodillas, á causa de la impiedad de este pue­blo , que se arrodillaba por irrisión delante de Jesu­cristo ultrajándole y tratándole con sus zumbonas genuflexiones como rey de te a tro ; la novena y ú l­tim a es por los paganos, rogando al Señor que des­truya en todo el universo el resto del paganismo que condena todavía á tantos desgraciados pueblos á quienes el demonio tiene aun en sus cadenas.

Despues de la lectura de las dos profecías y de la historia de la pasión del Salvador, que es en lo que consiste la prim era parte del oficio, acabadas las ora­ciones solemnes que constituyen la segunda, sigue la adoracion de la c ru z , que es la tercera parte del oficio de esta dia. Teniendo el sacerdote la c ru z , cu­bierta con un velo en sus m anos, descubre una parte en un extrem o del altar, otra un poco mas ade lan te ; y habiendo llegado por fin al medio del altar, la des­cubre enteram ente, diciendo cada Yez que la des­cubre : lié aquí el leño do la c ru z , en el cual está clavado el que es la salud del m undo: á lo cual se res­ponde : venid , adorémosle. Esta santa ceremonia de descubrir la cruz en tres parajes diferentes , dice e!¡ abad Ruperto, significa que el misterio de la cruz, que ha sido un escándalo para los jud íos, una locura para los gentiles, pero que es la fortaleza y la sabiduría de Dios para los cristianos, nos ha sido revelado despues de haber estado oculto por tantos siglos 5 y que este adorable misterio no ha sido predicado al principio mas que en un rincón de la Judea, despues pública­mente en todo el pa ís , y por último en toda la tierra. En la adoracion solemne de la cruz se hacen tres

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genuflexiones, como para reparar por tres actos de religión los tres insignes desprecios, y por decirlo a s i, las tres solemnes irrisiones, las tres afrentas que se hicieron á Jesucristo : en casa de Caifas, en dondo fué tratado como un falso profeta y un insigne se­ductor ; en el pretorio y en la corte de Herodes, en donde fué mirado como un rey imaginario y tratado de loco ; en el C alvario, en f in , en donde fué mirado como el mas perverso de todos los im postores, pues que habia llegado su tem eridad hasta el exceso de atribuirse la augusta cualidad de Mesías, de Hijo de Dios y de Salvador.

El término de adoracion de la cruz es común á los Griegos y á los Latinos desde los primeros siglos de la Iglesia, y solo desde el nacimiento de las nuevas he­rejías es cuando los enemigos de la Iglesia han afec­tado escandalizarse de él. No hay cosa mas común entre los fieles que el saber y estar bien persuadidos que el culto supremo no es debido sino á Dios solo, y que siempre es á Jesucristo á quien se adora cuando nos postramos delante de la c ru z , en la cual ha es­tado clavado Jesucristo. Aquel cuerpo ado rab le , unido hipostáticamente á la divinidad, aquella sangre preciosa con que la cruz ha sido teñ ida ; esto es lo que constituye el objeto principal de nuestro culto. Seria una idolatría el referir la adoracion al leño en sí mismo, y separado de Jesucristo; porque el leño uo es Dios, y solo Dios debe ser el objeto de nuestro culto supremo. Cuando la Iglesia dice hoy, mos­trando la cruz á lodo el pueblo : Venid, adorémosla; cuando canta : Nosotros adoramos, Señor, tu cru z , no pretende por estas palabras adorar con el culto de lutria mas que á Jesucristo clavado en la cruz. En

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otras ocasiones se ha explicado bastante sobre e s to , y el atribuirle otra doctrina en esta m ateria, es ó ig- novanciaóm alignidad,ysiem pre unacalum nia atroz. Estas palabras : Hé aquí el leño de la c ru z , en el cual está clavado el que es la salud del m undo ; venid, ado­rémosle, no tienen otra significación que esta : Pos­trémonos delante de la cruz para adorar á Jesucristo que ha sido clavado en ella por nuestra salud. A la verdad, el térm ino adorar en nuestra lengua parece consagrado para significar com unm ente el honor y culto soberano que solo- se deben á Dios *, pero en la tin , como en hebreo y en g riego , tienen una signi­ficación mas extensa. Significa en general postrarse ó indicar su respeto, lo cual conviene á otros que á Dios, y todos los dias nos postram os delante de. los hom bres sin adorarlos •, la E scritu ra santa nos ofrece m uchos ejemplos. No se ha de juzgar, pues, de la fe de la Iglesia por la palabra adorar que puede tener m uchos sen tidos, cuando se encuen tra unada en las oraciones públicas , sino por el sentido que la Iglesia le d a , y por ía declaración solem ne que hace de su creencia. Ahora b ien , la Iglesia ha protestado siem pre que no adoraba mas que á Dios solo.

Nadie duda que la adoracion de la cruz en el viernes santo es de tradición apostólica. Los padres de !a mas rem ota antigüedad y los concilios mas antiguos h a ­blan de ella como de una cerem onia piadosa estable­cida en toda la Iglesia. Es una p rác tica , dice el diá­cono R ústico , establecida y recibida en toda Ja Iglesia, el ad o ra rla cruz del Salvador. Era esta una de las reconvenciones que Juliano apóstata hacia á los cristianos. T ertu liano , Minucio F é lix , san Cirilo de Alejandría, dicen que los paganos acucaban á lo s

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S A M O .

cristianos porque adoraban la c ru z ; y en san Crisós- tom o, san Jerónim o, san L eón, san Gregorio, Teo- do re to , y en m ultitud de otros padres, se hallan pruebas ciertas de la tradición de la Iglesia en este punto. Pero ¡ con qué sentimientos de re lig ión , con qué respeto , y con qué afectos de am or, de contri­ción y de una devocion la mas tierna debemos hoy hacer esta adoracion de la cruz, y besar las sagradas llagas de nuestro Señor, puesto que somos nosotros los que las hemos ab ie rto , y él no las conserva mas que como señales eternas del exceso de su am or á nosotros!

En muchas iglesias, durante el oficio del Viernes sanio están todos descalzos, no solo los sacerdo tes, los monjes y todo el c le ro , sino también el p u eb lo , dice Lanfranco en sus estatutos. El santo abad de Claraval ( Cave) jamás oficiaba el Viernes santo sino con los piés desnudos; y la misma practicase observa todavía con grande edificación por los señores condes de ! con , y aun por el arzobispo cuando oficia, y no hay nn,£ :no que no tenga los piés desnudos en el alhir 'Jurante el oficio del Viernes santo.

rttlíiERA EPÍSTOLA.

Es!o es lo que dicc el Señor : En el exceso de su aflicción se darán priesa para recu rrir á m í : Venid, d irán , volvá­moslos al Señor, porque él nos lia tomado (b a jo d e su pro­tecc ió n ))1 nos salvará, nos lia herido y nos curará. Nos volverá la vida dentro de dos días , y el tercero dia resuci­tará v viviremos en su presencia. Tendremos la ciencia del S eñor, y ¡e seguiremos para conocerle. Se levantará como ¡a a n n v a , y vendrá á nosotros como un rocío de la ta rd e , cjtt!-cae á su tiempo sóbre la tierra. «Qué puedo yo hacer contigo, Efraim? ¿Que puedo yo hacer contigo, ó Judá?

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otras ocasiones se ha explicado bastante sobre e s to , y el atribuirle otra doctrina en esta m ateria, es ó ig- novanciaóm alignidad,ysiem pre unacalum nia atroz. Estas palabras : Hé aquí el leño de la c ru z , en el cual está clavado el que es la salud del m undo ; venid, ado­rémosle, no tienen otra significación que esta : Pos­trémonos delante de la cruz para adorar á Jesucristo que ha sido clavado en ella por nuestra salud. A la verdad, el térm ino adorar en nuestra lengua parece consagrado para significar com unm ente el honor y culto soberano que solo- se deben á Dios *, pero en la tin , como en hebreo y en g riego , tienen una signi­ficación mas extensa. Significa en general postrarse ó indicar su respeto, lo cual conviene á otros que á Dios, y todos los dias nos postram os delante de. los hom bres sin adorarlos •, la E scritu ra santa nos ofrece m uchos ejemplos. No se ha de juzgar, pues, de la fe de la Iglesia por la palabra adorar que puede tener m uchos sen tidos, cuando se encuen tra usada en las oraciones públicas , sino por el sentido que la Iglesia le d a , y por ía declaración solem ne que hace de su creencia. Ahora b ien , la Iglesia ha protestado siem pre que no adoraba mas que á Dios solo.

Nadie duda que la adoracion de la cruz en el viernes santo es de tradición apostólica. Los padres de ía mas rem ota antigüedad y los concilios mas antiguos h a ­blan de ella como de una cerem onia piadosa estable­cida en toda la Iglesia. Es una p rác tica , dice el diá­cono R ústico , establecida y recibida en toda la Iglesia, el ad o ra rla cruz del Salvador. Era esta una de las reconvenciones que Juliano apóstata hacia á los cristianos. T ertuliano, Minucio F é lix , san Cirilo de Alejandría, dicen que los paganos acucaban á lo s

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cristianos porque adoraban la c ru z ; y en san Crisós- tom o, san Jerónim o, san L eón, san Gregorio, Teo- do re to , y en m ultitud de otros padres, se hallan pruebas ciertas de la tradición de la Iglesia en este punto. Pero ¡ con qué sentimientos de re lig ión , con íjué respeto , y con qué afectos de am or, de contri­ción y de una devocion la mas tierna debemos hoy hacer esta adoracion de la cruz, y besar las sagradas llagas de nuestro Señor, puesto que somos nosotros los que las hemos ab ie rto , y él no las conserva mas que como señales eternas del exceso de su am or á nosotros!

En muchas iglesias, durante el oficio del Viernes sanio están todos descalzos, no solo los sacerdo tes, los monjes y todo el c le ro , sino también el p u eb lo , dice Lanfranco en sus estatutos. El santo abad de Claraval ( Cave) jamás oficiaba el Viernes santo sino con los piés desnudos; y la misma práctica se observa to d av ía con grande edificación por los señores condes de ! con , y aun por el arzobispo cuando oficia, y no hay nn,£ :no que no tenga los piés desnudos en el alhir 'Jurante el oficio del Viernes sanio.

rftirO EB A EPÍST O LA .

Es!o os lo que dicc el Señor : Ea el exceso de su aflicción se darán priesa para recu rrir á m í : Venid, d irán , volvá­moslos al Señor, porque éí nos lia tomado (b a jo d e su pro­tecc ió n ))1 nos salvará, nos lia herido y nos curará. Nos volverá la vida dentro de dos días , y el tercero dia resuci­tará y viviremos en su presencia. Tendremos la ciencia del Señor, y ¡e seguiremos para conocerle. Se levantará como ¡a aniv.va, y vendrá á nosotros como un rocío de la ta rd e , cjtt!-cae á su tiempo sóbre la tierra. «Qué puedo yo hacer conloo , Efraim? ¿Que puedo yo hacer contigo, ó Judá?

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Vuestra m isericordia es como una nube cíe la m añana, y como el rocío que desaparece luego que nace el sol. Por esto lie expuesto los profetas á los tormentos y á la m uerte, para anunciaros mi palabra, á fin de que vuestra justicia brille como la luz. P o rq u e ro quiero mas la misericordia que el sacrificio, y la ciencia de Dios ( me es mas agradable) que los holocaustos.

NOTA.

Créese que Oseas es el mas antigao de todos los profetas, cuyas profecías tenemos escritas. Profetizó en tiempo de Jeroboam , segundo de este nom bre, cerca de ochocientos anos antes del nacimiento de Je­sucristo, y continuó hasta el tiempo de Ezechías, rey de Ju d á , y por consiguiente ha desempeñado !as fun­ciones de profeta cerca de un siglo.

La orucion que se dice despues de esta primera epístola es como sigue.

¡Oh Dios , de quien Judas ha recibido el castigo de su pecado, y el ladrón el premio de suconfesion , haced que nosotros experimentemos el efecto de vuestra m isericordia, para que así como nuestro Señor Jesucristo lia tra tado 'en su pasión al uno y al otro según su m érito , así tam bién , destruido lo que hay en nosotros del hombre v ie jo , nos dé parle en su resurrección g loriosa, el q u e , siendo Dios, vive y re in a , etc.

SEGUNDA. EPÍSTOLA.

En aquellos dias,dijo el SeñoráM oisés y Aaron en la tierra de Egipto : Estem es será el principio de vuestros meses, y el prim ero de los meses del año. Hablad á ioda la reunión dé los hijos de Israel, y decidles : En el décimo dia de este mes tome cada uno de vosotros un cordero por familia y por c a sa ; mas si el número de la familia es demasiado corto para poder comer un cordero , llamará á su mas próximo vecino, basta el número de personas que sean suficientes para co­m er el cordero. E:to cordero debe ser sin m ancha, m acho,

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y que no tenga mas que un año. Lo mismo observaréis si es un cabrito , y le guardaréis hasia el dia lft de este ínisin'a mes. Entonces lodo el pueblo de Israel le inmolará por i a {arde; y tomando de su sangre , !a pondrán á los dos lados, y en lo alio de las pueríssdelas casasen donde lo com ieren; y en la misma noche comerán la carne asada al fuego con panes sin levadura , y lechugas silvestres. No comeréis nada de él c ru d o , ni cocido en agua, sino solo asado ai fuego; comeréis la cabeza con los piés y las en trañ as, y no rom peréis ninguno d e sú s huesos; nada conservaréis de él para el dia siguiente, y si ak u n a cosa quedare, la quem aréis al fuego. Para comerlo lo liaréis de esta manera : Ceñiréis vuestros lom os, tendréis calzados vuestros p iés , tendréis los báculos en las m anos, y le comeréis de p rie sa , porque es la pascua ( esto e s , el tránsito) del Señor.

NOTA­

LOS judíos comenzaban c! mes con la nueva luna. El mes de que aquí se habla es el que ellos llaman- iNisan , el cual comienza con la luna de m arzo. Dios quiso que fuese en adelante para los israelitas el pri­m er mes del a ñ o , en memoria de su libertad milagrosa que sucedió el 14 de la lu n a , por supuesto del mes de marzo.

REFLEXIONES.

Además del sentido literal y alegórico contenido en esta epístola, tiene también la misma un sentido m oral; todo es misterioso en el pormenor de ceremonias para com er el cordero pascual. Si Dios quiere que esta v íc tim a, figura del divino C ordero , sea sin m ancha , no exige menos pureza é inocencia en una alma que come realm ente el cuerpo y la sangre de Jesucristo en la comunion. Esta sangre adorable tiene m ucha mas virtud que la sangre del cordero pascual, que no era mas que la simple figura; pero es necesario

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que las señales de esta preciosísima sangro no sean borradas por el pecado, el que, ennegreciendo al alma, hace que desaparezca de ella todo lo que impedia el que pudiese recib ir daño : el pan sin lev ad u ra , y las lechugas am argas con que se obligaba á com er el cordero p ascu a l, dem uestran muy bien que sin la m ortificación no es posible conservarse en la inocen­cia con que debe uno acercarse á los santos altares y á la sagrada mesa. Una alma sensual no permanece m ucho tiempo sin pecado. La Pascua de los cristianos es infinitamente más santa que la de los israe litas, y así debe también celebrarse con disposiciones mucho mas santas. Dios les prohibía comer el cordero crudo, ó cocido en agua. Esta crudeza y esta carne cocida indican bastante el carácter do las pasiones, y el de uncorazon m uelle, de una alma floja, que comulga 7011 disgusto. Todo debia estar asado al fuego. Solo el am or es el que puede dar á una alma aquel gusto, aquel fervor, que son las disposiciones necesarias para acercarse con fruto á la adorable Eucaristía. Debia quem arse todo lo que sobraba de é l ; esto es decir que el fuego divino de que el alma debe estar abrasada al salir de la com union, todo lo debe consumir. Debia comerse el cordero pascual con prontitud y de p r ie sa , lo cual puede significarnos con qué fervor, con qué anhelo , con qué ham bre debe comulgarse. La indiferencia, el poco ardor por com ulgar, indica siem pre un disgusto esp iritu a l, señal cierta de qu? .uno está enfermo. Cada comunion debiera aumentar, nuestra ham bre. En fin , debia comerse el co rd e ro , á guisa de viajero pronto ya para partir. En e fec to , ellos salieron inm ediatam ente de Egipto; y hé aquí lo que da á entender bastante con qué disposición

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debe com ulgarse, es decir, prontos y del todo r e ­sueltos á salir del Egipto, á m udar de conducta, á re ­formar la vida y las costumbres, á dejar los hábitos pecaminosos. Si no es este el fruto de nuestra com u­nion pascual, si despues de la com union permane-. cemos aun en el Egipto, ¿qué debe pensarse de se­m ejante comunion?

E l evangelio es la pasión de nuestro Señor Jesucristo, según san Juan, cap. 18.

En aquel tiem po, salió Jesús con sus discípulos para ir ai otro lado del torrente de C edrón, en donde habia un huerto en el cual entró él y sus discípulos. Judas que le entregaba, sabia también el lugar, porque frecuentem ente se juntaban en él Jesús y sus discípulos. Habiendo, pues, Judas tomado una cohorte, y gentes enviadas por los pontífices y los fari­seos, vino allí con lin ternas, hacha» y armas. E n tre tan to sabiendo Jesús lodo lo que debia sucederle, se adelantó, y les dijo: ¿ A quién buscáis? A Jesús de N azareth, le respon­dieron elios. Yo soy, les dijo Jesús. Judas que le entregaba estaba también con ellos. Apenas Jesús les hubo dicho : Yo soy , retrocediendo cayeron en tierra. Por segunda vez les preguntó Jesús : ¿A quién buscáis? A Jesús de N azareth , le volvieron á responder. Os he dicho y a , les dijo Jesú s, que soy y o ; y pues que es á mí á quien bu scá is , dejad ir á estos, para que se cumpliese la palabra que habia dicho : No he perdido ninguno de los que me diste. En esto Simón Pedro que tenia una espada, la sacó , y dando con ella á un criado del gran sacerdote, le corló la oreja derecha; llamábase Maleo el criado. Jesús, em pero , le dijo á Pedro : Vuelve tu espada á la vaina. Q u é , ¿ no he de beber el cáliz que mi Pa­dre me ha dado? Inm ediatamente la cohorte y su coman­dante, y losoíicialts de los judíos, se apoderaron de Jesús, y le ataron. Lleváronle prim ero á casa de Anás, porque era suegro de Caitas, gran sacerdote en aquel año. Este mismo Caifas era el que habia dado á entender á los ju d ío s , que convenía que m uriese un hombre por la nación. Seguía á Jesús Simón Pedro con otro discípulo, y este discípulo que

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era conocido del gran sacerdo te , entró en el atrio de su casa con Jesus; mas habiéndose quedado Pedro fuera d a la puer­ta , el otro discípulo que era conocido del sumo sacerdote, sa lió , y habiendo hablado á la p o rte ra , hizo entrar á P ed ro : cíjole entonces la portera á Pedro : ¿No eres tú también de los discípulos de este hom bre? N o, le dijo él. Los domés­ticos y los oficiales estaban calentándose al fuego, porque hacia frió; y Pedro también estaba con ellos calentándose. Entonces el gran sacerdote preguntó á Jesus acerca de sus discípulos y de su doctrina; y Jesus le respondió : Yo he hablado 'abiertam ente á lodos : siem pre he enseñado en la sinagoga y en el templo en donde lodos los judíos se juntan , y nada he dicho ocultamente. ¿Porqué, p u es , me pregun­tas? Pregunta á los que me han oído, sobre, lo que Ies he dicho : ellos saben lo que yo les he enseñado. Dichas estas pa labras, uno de los oficiales que estaban al lado de Jesus, le dió una bofetada, diciendo : ¿I)e este modo respondes ai gran sacerdote? Repúsole Je su s , y le dijo : Si lie hablado fuera de propósito, m uéstram e en qué eslá el m al; pero si lie hablado al caso, ¿por qué motivo me h ie re s? Envióle Anás alado á casa de Caifás, gran sacerdote. Como estuviese Simón Pedro todavía calen tándose, le dijeron algunos : ¿No eres tú también de sus discípulos? Él lo negó , diciéndoles : No lo soy. Uno de los domésticos del gran sacerdote, p a ­riente de aquel á quien Pedro habia corlado la o re ja , le dijo : ¿Pues qué? ¿No le lie visto yo con él en el huerto? Pedro lo negó tercera vez , é inm ediatam ente cantó el galio. Llevaron, pues, á Jesús á casa de Caifás al pretorio : era esío por la m añana ,y ellos no entraron en el pretorio , para no m ancharse, y á !¡n de comer la pascua. Salió, pues, Pí­lalo afuera adonde ellos oslaban, y les dijo : ¿Cuál es el crimen de que acusais á esle hom bre? Si esle hombre no fuese un m alhechor, le respondieron, no te le hubiéram os entregado. A lo que Pílalo les repuso : T om adle, pues, vos­otros mism os, y juzgadle según vuestra ley. Mas los judíos lo dijeron : Nosotros 110 tenemos potestad para quitar la vida á nadie. Todo esto sucedió así á fin de que se cum­pliesen las palabras que Jesucristo habia dicho, para signi- iicar de qué m uerte habia de m orir. Entrándose en seguida Pilato en el p retorio , hizo que fuese allí J e s u ss al cual le

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dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondióle J e s ú s : ¿Dices tú esto como salido de t í , ó te lo lian dicho algunos otros de mí? ¿Por ventura soy yo judío? replicó Pilato. Tu nación y los grandes sacerdotes le han puesto en mis manos ■: ¿qué has hecho? Mi re ino , le respondió Jesú s, no es de este mundo. Si mi reino fuese de este m undo, mis soldados no dejarían de combatir para que yo no fuese entregado á los judíos; pero mi reino no es de aquí. Entonces le dijo P ila to : Luego ¿tú eres rey ? Respondióle Jesús : Tú mismo lo dices que yo soy r e y , y yo he nacido y venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Cualquiera que es partidario de la verdad, oye mi voz. ¿Qué cosa es la verdad? le dijo Pilato. Y dicho esto, volvió á los judíos, y les d ijo : Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarle. Hay, empero, un uso establecido entre vosotros, que os dé libre un reo en la so­lem nidad de la Pascua : ¿quere is, p u es , que os suelte al rey de los judíos? Entonces todos exclamaron de nuevo : No á e s te , sino á Barrabás. Era Barrabás un ladrón. Entonces Pilato tomó á Je sú s , y le hizo azotar. Los soldados en se­guida formando una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza; cubriéronle con una capa de p ú rp u ra , y acercán­dose despues á é l , le decian : Salve, rey de los ju d ío s ; y le daban de bofetadas. Saliendo otra vez Pilaío fuera adonde estaban los judíos, les d ijo : Veis aquí que os lo traigo fuera, para haceros ver que no encuentro en él motivo alguno para condenarle. Salió, pues, Jesús con la corona de espinas y con el manto de p ú rp u ra , y Pilato les dijo : lié aquí el hombre. Luego que le vieron los pontífices y los m inistros, clamaban y decian : Crucifícale, crucifícale. Díjoles Pilato ; Tomadle vosotros, y crucificadle, porque yo no hallo en éí por qué condenarle. Respondiéronle los judíos : Nosotros tenemos una le y , y según esta ley merece la m u erte , porque se ha hecho pasar por el Hijo de Dios. Oyendo Pilato estas palabras, temió mas todavía, y entrando en el pretorio, dijo á J e s ú s : ¿De dónde eres tú? mas Jesús 110 le dió respuesta. Díjole Pilato : ¿A mí 110 me hablas? ¿no sabes que íeng? poder para hacerle crucificar, así como también le tengc para dejarle libre? Nada podrias contra m í, le repuso en-* toncos Jesús, si no se te hubiese dado de lo alto ei poder : per esto el que me lia entregado á t í , es mas criminal. Desde

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arjuel momento bascaba Pilaío un medio para ponerle en libertad ; pero los judíos gritaban, diciendo : Si perdonas á este hom bre, no eres amigo del C ésar; puesto quecualquiera que pretende hacerse r e y , se declara contra el César. AI oir Pílalo que se expresaban en estos térm inos, llevó fuera á Je su s , y se sentó en su tribunal en el lugar que en griego .se llama Lithostrolos, y en hebreo Gabbatha. Era la víspera del sábado de Pascua, cuasi la hora de sexta, y les dijo á ios judíos : Hé aquí á vuestro rey : mas ellos exclamaron : Quítanoslo de d e lan te , crucifícalo. ¿Crucificaré, p u es, i vuestro rey? les dijo Pilato. Nosotros no tenemos otro rey que al César, respondieron los grandes sacerdotes. Entonces se le entregó para que fuese crucificado. Inmediatamente se apoderaron de Jesus, y le llevaron, y cargado con la cruz que debia servir para crucificarle, se encaminó al lugar lla­mado Calvario, y en hebreo Golgotha, en donde le crucifi­caron, y con él otros d o s , uno á cada lado, y Jesus en medio. Escribió Pilato un rótulo, y le hizo poner sobre la cruz. lié aquí lo que estaba escrito en é l : jesus de nazarf-th , rey de los judíos. Leyeron muchos judíos este ró tu lo , porque el lu ­gar en donde Jesus fué crucificado estaba cerca de la c iudad : estaba escrito en h eb reo , en griego y en latín. Decíanle á Pilato los grandes sacerdotes de los judíos : No escribas rey de los ju d ío s; sino que él ha dicho : Yo soy el rey de los judíos. Respondióles Pilato. Lo e sc rito , escrito. Despues de haber crucificado á Je su s , tom aron los soldados sus vesti­dos , de los cuales hicieron cuatro p a rte s , para cada soldado la suya : tomaron tam bién su túnica; era esta sin costura , y tejida de una pieza de alto abajo. D ijeron , p u e s , ellos entre s í : No la hagamos pedazos , sino echemos suertes y veamos á quien le toca; á fin de que se cum pliese lo que dice la Escritura : Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi túnica han echado suertes. Esto es puntualm ente lo que hicieron los soldados. Entre tanto la madre de Je su s , la herm ana de su m ad re , M aría, m ujer de Cleofas, estaban cerca de la cruz con María Magdalena. Habiendo percibido Jesús á la Madre y al discípulo que am aba, que estaba a llí, dijo á su Madre : M ujer, yes ahí á lu hijo. Despues dijo al discípulo : Mira ahí á lu m adre; y desde aquella hora él ia tuvo por tal. Despues de eslo , sabiendo Jesús que todo

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estaba cum plido, para que tuviese perfecto cumplim iento la Escri'.ura, dijo : Tengo sed. Habia allí un vaso lleno de v i­nagre. y habiendo los soldados empapado en él una esponja, ja envolví ron en una rama de hisopo, y se la acercaron á la bo¡a. Hai.iendo Jesús tocado el v inagre , dijo : Todo eslá cumplido; y bajando la cabeza, enlregó su espíritu . Como éra la víspera del sábado, á iin de que los cuerpos no que­dasen en la cruz el dia del sábado ( era este sábado un dia muy solemne), pidieron los judíos á Pilato que les mandase quebrar las p iernas, y lo^ quitasen de la cruz. V inieron, pues, los soldados, quienes quebraron las piernas al pri­m ero , y al olro que estaba crucificado con él. Llegando despues á Jesús, y viendo que oslaba ya m uerto , no le que­braron las piernas; pero uno de los soldados le abrió el costado con una lan za , é inm ediatam ente salió de la herida sangre y agua. Y el que lo lia v isto , lia dado testimonio de ello : y su testimonio es verdadero , y él sabe que dice la verdad , á lia de que creáis también vosotros. Porque todo esto lia sucedido a s í , para que se cum pliese la Escritura : No rom peréis ni uno de sus huesos; y además otra Escri­tura que d ic e : Vieron al que han traspasado-

Despues de todas estas cosas, José de Arimalhea ( que era discípulo de Je sú s , aunque oculto por tem ordelos ju d ío s), pidió á Pilaío que le perm itiese quitar de la cruz el cuerpo de ¿ jsu s. Fílalo se lo perm itió. Por tanto vino á quitar el cuerpo de Jesús. Nicodemus, que la prim era vez habia ido de noche á ver á Je sú s , vino tam bién a llí, llevando consigo cerca de cien libras de una composicion de m irra y aloes. Tomaron, p u e s , el cuerpo de Jesú s, y le envolvieron en lienzos con drogas arom áticas, según acostumbraban á se - pulían los judíos. H abia, p u es, un huerto en el lugar cu donde habia sido crucificado, y en este huerto un sepulcro nuevamente ab ie rto , en donde ninguno habia sido colocado, Allí pusieron á Je sú s , á causa de que e ra la víspera del sá< bado de los ju d ío s , y el sepulcro eslaba cerca.

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MEDITACION.

P E LA PASION DE NUESTRO SESOR JESUCRISTO EN EL

CALVARIO.

I*UNTO TR IM ER O .

Considera el espectáculo que aquí se nos presenta : Jesucristo abrum ado bajo de una pesada cruz quo lleva sobre sus hombros : Jesucristo espirando sobre la cruz. Hé aquí la prueba de su am or, el objeto de nuestra fe , el precio de n u estra redención; pero ¿ no es al mismo tiempo la prueba de nuestra infidelidad, el motivo de nuestra reprobación, y la medida de nuestra ingratitud ?

¡ Qué prodigioso concurso de d o lo res , de am argu­ra s , de ignominias y de torm entos para Jesucristo m oribundo en el Calvario! Si se le desnuda antes de extenderle sobre la c ru z , es para renovar en aquel m omento todos los dolores de su pasión , renovando todas sus Hagas. Habia ya perdido el sagrado cuerpo toda su sangre 5 pero aun conservaba todos sus ner­v ios, instrum entos del sentim iento y del dolor : para desgarrar, pues, á la vez todos los n e rv io s, se le tra s­pasan los piés y las manos con gruesos clavos, y se leclava sobre aquel lecho de dolor. Concibamos toda la extensión y la dureza de estos dolores : compren* d am o s, si es posib le , toda la crueldad de este su ­plicio.

Parece que el divino Salvador quiere sufrir en cada momento todos los dolores jun tos : una cruz levan- tada con frecuentes sacudidas • un cuerpo que p e sa , por decirlo a s í} sobre sus llagas, y que no está sus­

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pendido m asquo.por unos c lavos: esta sola idea hace estremecer-, y tal es el estado en que Jesus pasa las tres últimas horas de su vida.

Los oprobios de que se le ca rg a , las injurias que se le hacen , igualan al exceso de dolores que su fre : así es que no m uere hasta haber sido harto de ellos. Pero ¿porqué, adorable Salvador m ió, una m uerte tan dolorosa y tan hum illante? Vuestro Padre no pide estos excesos, nuestra redención puede hacerse á menos precio ; ¿tanto era necesario para confundir nuestro orgullo , para condenar nuestra sensualidad, para hacernos am arla cruz , para ablandar la dureza del corazon mas bárbaro? Pero todo esto ¿ha dismi­nuido nuestra ambición y nuestra vanidad? ¿amamos mas la cruz ? ¿ estamos mas conmovidos ? ¿ hemos derram ado m uchas lágrim as ?

Que la pasión, que la m uerte ignominiosa y amarga de un hom bre Dios asombre á los pueblos b á rb a ro s ; que parezca incrcible á los paganos; que no puedan cilos com prender que un Dios pudiese am ar hasta este exceso á los hom bres, nada de e~'to nos debe parecer extraño. Pero que un cristiano mire con ojos enjutos ó indiferentes á Jesucristo en el Calvario-, que la imagen de Jesucristo en la cruz se encuentre en todas p a r le s , menos en el corazon de la mayor parte délos cristianos; que todos los años se asista á sangre fría á la celebridad de este gran misterio 5 ¿se asombrarían menos los paganos en vista de nuestra insensibilidad y de nuestra ingratitud , que á la vista del precio de vm olra redención? ¡Dios mió! ¡qué impresión no debsria hacer esta reflexión bien m editada!

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Considera que el Salvador ha hecho de su cruz una cátedra : no es m enester, por decirlo así, mas que ojos para aprender las lecciones que nos da en e l la ; son sus llagas las que allí nos dan estas leccio-, nes : allí confunde nuestra necia vanidad, nuestro orgullo 5 allí condena altam ente nuestra molicie y nuestra sensualidad, allí nos echa en cara de una ma­nera viva y urgente nuestra dureza y nuestro am or propio. El crucifijo debe ser el símbolo de la vida c ris tiana , y el espejo mas fiel de todos los cristia­nos : viéndonos en él tales como som os, veámonos cuales deberíam os ser. ¡Dios m ió, qué elocuente es vuestro silencio en la c ru z !

Cuando yo fuere levantado de la tierra , decia el Sal­vador, todo lo atraeré á m i ' i ) . Es necesario estar muy apegado a la tierra para no ver en nosotros el efecto de este oráculo. Él se ha verificado en tantos pueblos bárbaros, en tantos príncipes infieles, en tantos peca­dores endurecidos despues de su conversión : ¿ y qué impresión hace el dia de hoy este divino objeto en la m ayor parte de los cristianos ? ¿despierta nuestra fo la v u ta d e u n crucifijo? ¿amortigua nuestras pasiones? ¿ es para nosotros un remedio eficaz contra ellas ?

Jesucristo crucificado es un escándalo para lo sju - d io s , una locura para los gentiles (2) ; pero ¿ le miran todos los cristianos como la fortaleza de D ios, y su sabiduría? ¿Podemos decir como san Pablo: Por lo que á mí to c a , guárdem e Dios de gloriarm e de otra cosa que de la cruz de Jesucristo , por quien el mundo

PUNTO SEGUNDO.

y) Joan. 12. - (2) Cor. 1.

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está crucificado para mí, y yo lo estoy para el m undo ? ¿Seria mirado un crucifijo con alegría y con respeto en esas reuniones m undanas, en esas academias de juego y de ociosidad, por esas personas que consti­tuyen una especie de honor en ser poco cristianas ? Sin em bargo, esle será el último objeto que se Ies p resen tará , el único en el que bascarán el consuelo contra los espantos de la m u erte , en aquel momento en el que deberán com parecer ante el soberano juez. Aquella m ujer m undana, aquel hom bre vano y poco relig ioso , aquel libertino , se tendrán por m uy di­chosos en espirar teniendo y aun besando el crucifijo. Dulce consuelo para aquel para quien Jesucristo cru­cificado no ha sido una locura ni un escándalo.

Presentaráseno.s al fin dé nuestra vida esle jJesus m oribundo por nuestro a m o r; ¡ qué consuelo! pero sen o s presentará muriendo en una c ru z , esto es, diciéndonos por tantas bocas como tiene llagas, lo que él ha hecho y sufrido por nuestro am or, y lo que nos­otros debemos hacer por amor de él. ¡ A h ! dulce Jesus m ió, decidme hoy con eficacia lo que vuestras sa­gradas llagas m e echarán en cara entonces sin fruto. Mi conciencia me hace ya estas reconvenciones, y todo mi recurso está en vuestras llagas. Mirad á la figura de vuestro Cristo : esto es todo lo que tengo que rep resen ta ros, Padre E te rn o ; m irad si los rayos que yo merezco pueden pasar al través de este m e­diador; m irad si puede subsistir vuestro enojó presen­tándoos esta víctima al abrigo de esta c ru z ; en esta cruz es en donde quiero vivir; y yo espero que ma concederéis la gracia de que m uera am ando , abra­zando y besando con confianza esta cruz.

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¿ACULA.TOP.IAS.

Com prendo. Señor, lo que significan esas llagas en medio de vuestras manos. Zacar. 13.

No permita Dios que yo me gloríe en adelante de o tra c o sa , que de la cruz de Jesucristo. Gal. 6 .

PROPOSITOS.

4.° No perdáis jam ás de vista este divino o b je to , y obrad conformes al modelo qus se os ha presentado en la montaña ( t) . Aun cuando Dios exigiese de nosotros el sacrificio de nuestra v ida, ¿exigiría demasiado des-- pues de lo que ha hecho por nosotros? Nuestra sal­vación cuesta bien cara •, la sangre de Jesucristo es el precio de e lla ; ¿ nos p a rece rá , p u e s , m uy costoso s i , para salvarnos, tenem os que privarnos de alguna li- jera satisfacción, si es necesario derram ar algunas lágrimas? Mirad, y obrad. Cuando de aquí en ade­lante experim entaseis alguna dificultad en obedecer la voz del Señor, m irad á Jesucristo en la c ru z , y ved si os atreveréis á negarle lo poco que os pide. Esta práctica es excelente para vencer nuestra re ­pugnancia, y confundir nuestra cobardía. No os con­tentéis con los pequeños sacrificios indispensables de h ley. Determinad todos los años el Viernes santo aigun pequeño sacrificio qac ofrecer á Dios durante el año (ó aun cuando no sea mas que en este dia ) ; por ejem plo, privaros de tal diversión, de tal ju e g o , de tal fruta, de tal adorno 5 de no hablar á nadie de los agravios que os hubiere h e c h o , de los'disgustos que 03 hubiere cau sad o , del motivo que os hubiere dado

¡J) ííxod. 23.

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para quejaros dñ él. Puédese también entender por esta palabra sacrificio ciertas prácticas de piedad algún tanto penosas, como el ir á pié todos los sábados á visitar alguna capilla distante, en la cual sea honrada la santísima Virgen de un modo particular, ayunar ün dia en la semana , visitar los pobres enfermos en los hospitales, hacer una lim osna, visitar cada se­mana los pobres encarcelados, etc. Y tened presente que en la hora de vuestra m uerte nada os consolará tanto como el sacrificio que hubiéreis hecho regu­larm ente en aquel último año.

2.° Es una devocion muy laudable el llevar siempre consigo la imagen del crucifijo, no movidos de una vanidad indigna que se atreva á hacer de la cruz de Jesucristo un d ije, ó un adorno de lu jo , sino por motivo de relig ión, y para tener en este piadoso y consolante objeto un remedio contra todas nuestras pasiones, y señaladam ente contra nuestro amor propio y nuestro orgullo , un memorial que excito nuestro fervor, y un modelo que arregle nuestra conducta. Muchos santos lo llevaban sobre el co­razon , y pocos hay que no lo hayan tenido con fre­cuencia á la v ista, sobre toi'.o cuando han hecho sus oraciones.

SANTO. 3 2 9

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330 SÁTUBO

SABADO SANTO.

El Sábado santo , que también se llama el sábado m ayor, se ha mirado siempre en la Iglesia como uno de los dias mas solem nes, aun antes de haberse ade­lantado los oficios do la noche del domingo de Pas­cua al dia que los precede. Propiamente el oficio del Sábado santo es la continuación de las exequias del Salvador, y en particular de su sepultura. La Iglesia aun está de gran luto. Su profundo silencio, y la ce­sación del divino sacrificio que , como en el Viernes santo, tampoco se ofrece en este d ia , todo esto indica su adicción. Está únicamente ocupada en llorar la m uerte del divino esposo, en honrar el misterioso descanso que Jesucristo guardó en este dia en el se­pulcro , y al mismo tiempo su descensión á los in­fiernos, esto es, como dice san Pablo , á los lugares mas bajos de la tierra . El alma santísima de Jesu­cris to , d é la cual jam ás se separó la divinidad, del mismo modo que de su cuerpo adorable, que filé puesto en el sepulcro-, esta alma santísim a, repito, inm ediatam ente despues de su m uerte descendió efectivamente á los lugares mas s u b te r rá n e o s a ll í triunfó de los demonios á quienes acababa de vencer enteram ente por su m u erte , y les hizo sentir las tristes consecuencias de su derrota. Allí consoló á las alm as del pu rgato rio , dándoles esperanzas d e q u e pronto se verian libres de sus dolorosos calabozos -, y a llí, en f in , sacó de entre, aquella's tinieblas las almas de. los santos patriarcas y de los demás ju sto s , esto

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es , de todos aquellos á quienes Dios con antelación habia hecho m isericordia, y concedido la remisión de sus pecados en v irtud 'de los m éritos de Jesucristo , pero que no podían gozar plenam ente del efecto de esta misericordia basta que Jesucristo hubiese satis­fecho á Dios su P ad re , con la efusión de su san g re , por los pecados de todos los hom bres. De estos di­chosos predestinados se formó inm ediatam ente el alma del Salvador como una corte que llevó en se­guida con él en triunfo al cielo , cuya entrada estaba cerrada á los hombres hasta que Jesucristo la hubiera abierto por su m uerte. La parte de lugares subterrá­neos en donde estaban los que habían m uerto en gracia de Dios antes de la m uerte de Jesucristo , es lo que la Escritura llama el Seno de Abrahan y nos­otros decimos Limbo. Nota Durando que la razón por qué la iglesia ha consagrado todos los sábados del año al culto singular y á la devocion especial de la santísima Virgen, es po rque , estando m uerto Jesu­cristo , y dudando todos los discípulos de su resurrec­ción, se halló toda la fe en sola la santísima Virgen; ella sola fué la que durante el sábado conservó cuida­dosamente el precioso depósito de la fe ; ella sola fué fiel.

Todo el oficio del Sábado sa n to , según el espíritu ,le la Iglesia, no se dirige mas que á honrar el doble tósterio de la bajada del alma de Jesucristo á los in-

{ e rn o s, y del descanso de su cuerpo adorable en el sepulcro. Este oficio no se term inaba hasta despues de la hora de nona, la cual se extendía hasta la puesta del so l, y entonces com enzaba con el nueyo dia el oficio solemne de la gran vigilia de Pascua. Era esta la prim era de todas las vigilias del ailo en dignidad,

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y os también la prim era por su antigüedad con res­pecto al establecimiento de la iglesia : ella ha pasado siempre por la mas célebre y la mas indispensable de todas; era también Ja mas la rg a , porque juntaba in­m ediatamente el oficio de la gran fiesta de Pascua al suyo. Como el dia civil en tre los judíos empezaba siempre al ponerse el s o l , por esto esta célebre vigilia comenzaba la tarde del Sábado santo á la puesta del sol. íbase entonces á la iglesia , y habia pocos fieles que no pasasen en ella toda la noche en ejercicios de piedad. El oficio que era muy la rg o , la lectura de las lecciones tomadas del antiguo T estam ento , las ins­trucciones, las cerem onias, las oraciones ocupaban hasta el, am anecer en que com enzaba el oficio de Pascua, al cual seguía la m isa, en la que los fieles que estaban todos en ayunas, los unos desde la austera y módica comida del Viernes s a n to , y muchos aun desde el Jueves, com ulgaban. Despues de lo cual se retiraba cada uno á su casa para descansar un poco, y volver en seguida á la iglesia. Esta re ­ligiosa costum bre subsiste aun en tre los Griegos. Pero desde que la Iglesia la tin a , conducida siempre por el Espíritu S an to , ha creido conveniente por .mu­chas razones el prohibir las reuniones nocturnas, el oficio del Sábado santo se ha adelantado com o el de las demás ferias mayores á la ta rde del dia prece­dente ; y todo el oficio del Sábado santo, que hasta la misa está dedicado á la m em oria de la sepultura del Salvador, se termina por la m añana en el oficio de nona. Entonces comienza el oficio de la gran vigilia de P ascu a ; mas la Iglesia, al m udar el tiempo de ce­leb ra rla , no ha mudado las cerem onias ni las o ra­ciones. '

332 SÁBADO

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S A M O .

Comienza, p u es, este oficio por la bendición so­lemne del nuevo fuego, despues de apagado el an­tiguo. Torio es misterioso en estas santas ceremonias. Apagado el fuego antiguo, parece quererse representar la ley antigua extinguida y abolida en la m uerte del Salvador, y en el fuego nuevo la ardiente caridad qivs debe ser como el alma de la nueva ley. Habiendo m uerto Jesucristo , luz del m undo, estuvo, por de­cirlo así, esta divina luz como extinguida por espacio de tres dias. En el m om ento , p u es, en que el Salvador resucitó á una nueva v id a , volvió á aparecer el nuevo fuego , del que es como el símbolo y la iigura el que hoy se saca del pedernal. Las oraciones de que la Iglesia se sirve para bendecir solemnemente el nuevo {«ego, desenvuelven por sí solas todo el m isterio , igualm ente que el sentido místico y moral.

O Dios, d ic e , que por medio de vuestro H ijo , el cual es la piedra angular de vuestra Iglesia, habéis derram ado en los corazones de vuestros fieles el lu ­minoso fuego de vuestra caridad; santificad este nuevo fuego que para nuestro uso hemos sacado del pedernal, y concedednos la gracia de que du ran te estas fiestas de Pascua estemos de tal modo abrasados en deseos del todo celestiales, que con corazones puros podamos llegar á la solemnidad de las fiestas de la eterna gloria. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor-.

Señor Dios, Padre omnipotente, luz e te rn a , criador de toda lu z , bendecid esta, como la habéis bendecido y santificado iluminando á todo el m undo, á fin il¿ que hagais nacer un fuego divino que nos abrase y nos ilum ine; y así como iluminasteis á Moisés al salir de Egipto con una luz m ilagrosa, dignaos también iluminar nuestros corazones y nuestros sentidos, pava

*9 .

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que algún dia podamos llegar á la vida y á la luzeterna. Por Jesucristo nuestro Señor.

Señor, Padre san to , Dios omnipotente y eterno, nos­otros bendecimos este fuego en vuestro nom bre, en nom bre de vuestro Hijo único Jesucristo , nuestro Dios y nuestro Señor, y en nom bre del Espíritu Santo;

• dignaos cooperar con no so tro s , y asistidnos con vuestro auxilio contra los tiros inflamados del ene­m igo, y derram ad sobre nosotros la luz de vuestra gracia celestial. Vos q u e , siendo Dios, vivis y reináis con el mismo Jesucristo vuestro liijo ú n ic o , y con el Espíritu S an to , por todos los siglos de los siglos.

La bendición de los cinco granos de incienso desti­nados para colocarse en el cirio pascual, no es menos significativa del sentido y del m isterio , y del espirita de todo el misterio. Os suplicam os, ó Dios omnipo­ten te , continúa el sacerdo te , que este incienso reciba una efusión abundante de vuestra bendición. En­cended vos mismo el fuego que debe iluminarnos en esta noche, vos que renováis el mundo por las opera­ciones invisibles de vuestro poder, á fin de que no solo el sacrificio que se os ofrece en esta noche reciba las impresiones secretas de vuestra lu z , sino que tam bién sean arrojados todos los artificios y toda la malicia del demonio de cualquiera lugar adonde se llevase cualquiera délas cosas que aquí santificamos, y que por una asistencia particular se haga sentir allí a virtud de vuestra divina Majestad. Por Jesucristo

nuestro Señor.Todas estas oraciones dem uestran bastantem ente

cuál es el espíritu de la Iglesia en todas estas miste­riosas ceremonias , y con qué espíritu de religión se debe asistir á ollas. Asegúrase que durante mucho

334 SÁBADO

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tiempo se vió todos los anos en Jerusalen en la iglesia del Santo Sepulcro un milagro el Sábado santo con motivo de este nuevo fuego. Este milagro consistía en q u e , estando apagadas todas las lám paras, en el m om ento en que se cree que Jesucristo resucitó se encendía milagrosamente una de e lla s , á la vista de una m ultitud innum erable de testigos, que la devo­ción y la maravilla atraian de todas partes, ü d o lric o , obispo de O rleans, á su vuelta de una peregrinación que habia hecho á Jerusalen en 1033, testifica haber traído la lámpara que el fuego del cielo habia encen­dido el año que él estaba allí, y haberla comprado al patriarca Jordán para hacer con ella un presente á su iglesia.

En honor de la santísima T rin idad. de la que es Jesucristo la lu z , inmediatamente despues de la ben­dición del nueyo fuego, se enciende un cirio que se divide en tres , y se convida en alto al pueblo á que dé gracias á Dios por el conocimiento que nos ha dado Jesucristo de este adorable misterio. Esta es la lu z ele Cristo : nuestra fe es propiamente la luz de Jesucristo. Demos gracias á Dios, se responde. ¿Qué acciones de gracias tan infinitas no le debemos por un beneficio tan insigne? El cántico de alegría que com unm ente se llama el E xultet... ( i) porque co^ m ienza por esta p a lab ra , es como un grito de alegría de toda la Iglesia por la nueva agradable de la resur­rección del Salvador. Por esto se cantaba en el mo­m ento en que el dia comenzaba á apun tar; y á la m anera que los ángeles anunciaron á los hom bres el nacimiento dichoso del Salvador por un cántico ce­lestial , Gloria á Dios en lo mas alio de ¡os cielos,, hoy la

SA N TO . 33o

U)En España la Angélica.

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Iglesia anuncia su triunfante resurrección , convi­dando á toda la corte celestial á que celebre con ella esle glorioso triunfo. Dé ya saltos de alegría toda la tropa celestial de los ángeles, y celebre con un santo regocijo nuestros divinos misterios. Resuene por todo el universo la trom peta sagrada que nos anuncia nuestra sa lu d , y publique la insigne victoria de un monarca tan grande. Regocíjese también la t ie r ra , viendo lucir sobre ella una luz tan brillante-, y los rayos brillantes de gloria que por todas partes esparce el rey e terno , háganle sentir la dicha que tiene de haber sido por fin libertada de las espesas tinieblas que estaban esparcidas por todo el mundo. Salte de júbilo la Iglesia nuestra m adre, viéndose adornada con el brillo resplandeciente de una luz tan grande. Resuene este templo con las voces de alegría de todo el pueblo, reunido en él para la celebración de una tiesta tan magnífica. Todo este cántico de alegría no es mas que un continuo entusiasmo. Por esto , herm anos mios muy am ados, continúa el diácono, vosotros que estáis aquí presentes, y que acabais de ser iluminados con la adm irable claridad de esta santa lu z , unid vuestras plegarias á las m ias, á fin de que así unidos, obtengam os que derram e sobre nosotros los rayos de su divina lu z , y q u e , sin atender á mi indignidad, me conceda la gracia do publicar todas las alabanzas de este cirio misterioso consagrado á su honor y á su nom bre.... Levantemos nuestros corazones á D ios, y démosle eternas accio­nes de gracias : es muy justo el ju n ta r el sonido de la voz con ios afectos del corazon para alabar al Dios invisible, Padre om nipotente, y á su Hijo único nues­tro Señor Jesucristo , el cual ha pagado por nosotros

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al Padre Eterno la deuda de Adán, y ha borrado con su misma sangre el acta que estaba escrita contra nosotros, y el decreto que nos condenaba como cul­pables á consecuencia tlel pecado del prim er hom ­bre. Hé a q u í, pues, las fiestas de la Pascua en las cuales es inmolado el verdadero c o rd e ro , cuj a san­gre consagra y santifica las puertas de las casas de los fieles. Esta es la no ch e , ó Dios m ió , en la cual sacas­teis en otro tiempo de Egipto á nuestros padres los hijos de Is rae l, y les hicisteis pasar el m ar Rojo á pié enjuto. Esta es la noche que ha disipado las tinieblas délos pecados con el resplandor de una columna lumi­nosa. Esta es la noche que , separando hoy por todo el mundo á los que creen en Jesucristo , de los vicios oel siglo y de las tinieblas del pecado , los restablece á la gracia , y los hace entrar en la sociedad de los santos. Esta es la noche en la que Jesucristo , rotos ya los lazos de la m u e rte , se ha levantado victorioso del sepulcro. De nada hub iera , en v e rd ad , servido para nosotros eLque hubiese nacido, sino hubiésemos tenido la dicha de que nos hubiese rescatado. ¡ O efu­sión admirable de vuestra bondad sobre noso tros! ¡O exceso incomprensible de vuestra caridad ine­fable ! Para rescatar al esclavo, habéis entregado á vuestro Hijo. ¡O pecado de Adán, detestable á la verdad por su m alicia, pero que ha sido ciertam ente la ocasion del mas grande de todos los bienes, puesto que ha sido borrado por la m uerte del Salvador! ¡ O culpa á la verdad desgraciada por sus tristes efec­tos, pero en algún sentido feliz, puesto que nos ha procurado un Redentor tan magnifico! ¡O noche verdaderam ente d ichosa , que sola ha podido saber el tiempo y el momento en qué Jesucristo ha re -

SANTO. ' 3 3 7

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sacitado! Esta noche es de la que está escrito : La noche será para m í tan clara como el d ia , y esta noche luminosa con su resplandor no contri­buirá poco al esplendor de mi triunfo. La santidad <le esta dichosa noche destruye los crím enes, lava las ofensas, restablece á la inocencia á los que la habian perd id o , vuelve la alegría á los que estaban en la aflicción , disipa los odios y las enem istades, resta­blece la paz y la unión en los corazones, y som ete á Dios los imperios del mundo. R ecibid, pues, ó Padre E te rn o , en consideración de esta noche sag rad a , el sacrificio de este incienso que vuestra santa Iglesia os ofrece en esta misma noche por las m anos de sus m in is tro s , en la oblacion solemne de este cirio cuya m ateria han proporcionado las abejas. Aquí el diá­cono coloca los cinco granos de incienso en el cirio pascual en form a de c ru z ; despues continuando bajo de la m ism a alegoría de la colum na de fuego m ila ­grosa que alum braba á los israelitas duran te la no­che, y que por el dia ponia á todo el pueblo á cubierto de los ardores del s o l : Ahora es, continúa, cuando reconocemos las singulares ventajas de esta colum na de cera , que un fuego brillante y sagrado va á e n ­cender en honor de la divina Majestad; y aunque este fuego bendito se divida despues en m uchas partes cuantos 'son los sugelos á quienes va á com unicar su, a rdor y su luz, nada pierde por esta comunicación,*1'

i alim entándose de la cera derretida que ha producido la abeja para componer la sustancia de esta m iste­riosa llam a. Y aquí es cuando se encienden las lám­paras.

I O noche verdaderam ente d ichosa, prosigue el diácono, q u e , despojando á los Egipcios, la en ri-

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querido á los Hebreos! El sentido literal cae sobre lo que pasó en la partida de los israelitas de todo el E g ip to ; pero el sentido alegórico nos representa á los cristianos enriquecidos, por decirlo a s i, con los despojos de los judíos, q u e , negándose á reconocer aj Mesías, y quitándole la v id a , han perdido para siem­pre la cualidad de pueblo escogido, y todas las ben­diciones que, abandonando á la sinagoga, han pasado á la Iglesia. Noche en la cual el cielo se une á la tie rra , y Dios á los hombres. Os suplicam os, pu es, Señor, que este cirio consagrado en honor de vuestro nom bre arda toda esta noche, para que se disipen sus tinieblas; y que, elevándose su luz como un perfume agradable, se mezcle con la de las antorchas celes­tiales : encuéntrele todavía encendido el astro de la m añana ; aquel a s tro , d igo , que no tiene ocaso, el cu a l, habiendo resucitado, y volviendo victorioso do los infiernos, ha hecho que luzca sobre todo el género hum ano una luz tan brillante en perfecta serenidad. Os suplicamos, Señor, que , concediendo á nuestros dias la tranquilidad de una paz d ichosa , os digneis en tre el regocijo de estas fiestas pascuales conservar por una protección especial á todos vuestros fieles siervos, á todo el clero y á todo este devoto pueblo , con nuestro santísimo padre el papa , y nuestro pre­lado. Echad también una m irada favorable sobre nuestro piadosísimo m onarca; y conociendo los votos y los deseos de su co razon , h aced , ó D ios, por una gracia especial de vuestra bondad y de vuestra mise­ricordia que goce de la tranquilidad de una paz inal­terable , y que con todo su pueblo consiga una vic- ria celestial sobre todos los enemigos d é la salvación. Esta gracia os pedimos todos por el mismo Jesucristo

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nuestro Señor, vuestro H ijo, q u e , siendo D ios, vive y reina con vos en unidad del Espíritu S an to , por todos los siglos. Asi sea.

Descúbrese demasiado el influjo del Espíritu Santo en la santidad de esta bendición solemne del cirio pas­cual , y en la celebridad de esta augusta y misteriosa cerem onia, para no creer que sea ella obra suya. No es posible dudar que sea de tradición apostó­lica , aun cuando no se hiciese con esta majestuosa publicidad en los tiempos de persecución , en los que los em peradores paganos teriian como cautiva á toda la iglesia. Pero luego que pasaron aquellos tiempos som bríos, y se dió la paz á la Iglesia, se vieron desenvolverse sus sagradas cerem onias, y celebrarse sus oficios con aquel o rd e n , aquella religión y aque­lla m ajestad, que indican la alta sabiduría y la su­blim e santidad del Espíritu divino que las dirige. Créese que fué el papa Zózimo el que ordenó la solemnidad de la cerem onia del cirio pascual, y se atribuye á san Ambrosio la bendición tal como la tenemos. Este cirio m isterioso no solo representa la nube y la columna de fuego de que ya se ha hablado en la bendición, sino también la luz de la fe que nos ilumina, y el fuego divino de la caridad que Jesucristo ha venido á encender en la t ie r r a , y en el cual quiere que se abrasen todos los hom bres. En su resu rrec­ción fué propiamente cuando se encendió este fuego d iv ino , y comenzó á esparcirse por el m undo esta luz sobrenatural ̂ y esto es lo que parece que signi­fican aquellas palabras de la bendición : Alégrese la tierra iluminada con laníos resplandores. Alégrese tam­bién la santa madre Iglesia adornada con los bi'illos de tanta luz. El sabio Durando, obispo de Menda, en sii

340 sAbado

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Racional de los oficios divinos, dice que los cinco granos de incienso que se ponen en el cirio pascual en forma de cruz,'significan las cinco llagas, cuyas cicatrices ha querido el Salvador conservar en su cuerpo glorioso , y que dan bastante á entender que la mortificación es una especie de sacrificio ofrecido á Dios en olor de suavidad, en el que el fuego del am or divino es el que consume la víctima.

A la bendición del cirio pascual se siguen doco lecciones de la santa Escritura que ordinariam ente se llaman profecías, cuya lectura es interpolada de cán­ticos y de oraciones. Las relaciones espirituales, mís­ticas y morales que tienen con la solemnidad del d ij, y sobre todo con la ceremonia del bau tism o , del que puede decirse que el Sábado sánto es la gran fiesta, dan una idea bastante justa del gran misterio de nuestra regeneración , la cual se llama la Pascua, esto es, el pasaje del Egipto, por decirlo así, á la tierra de prom ision; del estado de esclavos á la cua­lidad de hijos de Dios -, del estado del pecado al estado de la gracia. Léense sin titu lo , porque como era principalmente á los catecúmenos á quienes se le ia n , no se les leian mas que bajo del título de pala- labra de D ios, sin nom brarles los escritores sagrados cuyos nom bres, cualidad y m érito ignoraban.

La prim era de estas lecciones, tom ada del Génesis, es de la creación del m u n d o , y principalmente de la formación del hombre á imágen de Dios, la cual habia sido borrada por el pecado, y se repara en el bau­tismo de la regeneración en Jesucristo por el mérito de su m uerte y de su resurrección gloriosa, que ha disipado las tinieblas que estaban esparcidas por toda la tierra. Esta lección es una viva representación ale­

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górica de la redención, bajo del nom bre histórico de la creación.

La segunda lección contiene la historia del diluvio. Habiendo llegado la m alicia de los hom bres hasta el ú ltim o exceso, y corrom pido toda carne su camino sobre la tierra, resolvió Dios anegar, por decirlo así, la iniquidad en las aguas del diluvio, no conservando en el arca mas que un pequeño núm ero de almas ju sta s , las cuales debian en lo sucesivo repoblar todo el universo. Hablando con p rop iedad , solo en la sangre de Jesucristo es en donde la iniquidad ha sido verdaderam ente anegada, y destruido el pecado, según la profecía de Daniel. El arca es la figura de la Iglesia, fuera de la cual no hay salud.

La tercera lección refiere la historia del sacri­ficio de Isaac , esto e s , la historia de un padre com o sacrificador, y de u n hijo como víctim a ; jam ás hubo figura mas significativa del sacrificio de Jesucristo.

La cuarta lección es la h istoria del paso m ilagroso de los israelitas por el m ar Rojo al salir de la servi­dum bre de Egipto para ir á la feliz tierra prom etida, en la que corrían como rios de leche y m iel. Lo que allí sirvió para la salvación del pueblo de Dios, sirvió para la pérdida de los enemigos de este pueblo. ¿Quién no ve en esta figura la im ágen del triun to de la Iglesia sobre todos los enemigos de Jesucristo.

La quinta lección está tom ada del profeta Isaías, por cuya boca el Señor, despues de haber denotado en qué consiste la herencia que promete á los que debe adoptar por Jesucristo resucitado, convida á todo el m undo á abrazar la fe, á fin de que puedan recoger el fruto de sus promesas, y participar de esta

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herencia como coherederos con Jesucristo en el len­guaje de san Pablo.

La sexta lección contiene la profecía de Baruch. Este discípulo del profeta Jeremías declara á los hijos de Israel, que entonces gemian en la cautividad de Babilonia, que la causa de todas sus desgracias pro­cede de que han dejado al Señor su Dios, alejándose de sus caminos. En seguida, prediciéndoles la venida de Jesucristo : Él es , les d ice, el que es nuestro Dios: ningún otro que él, por quien todo ha sido hecho, ha sabido hallar el camino de la verdadera sabiduría; él es el que ha encontrado lodos los caminos de la verdadera sabiduría. É l la ha dado á Jacob, su siervo, y á Israel su pueblo muy amado. Despues de esto, este Dios hecho hombre se ha dejado ver sobre la tierra, y ha conversado con los hombres.

La séptima lección, tom ada del profeta E zequiel, nos representa el misterio de la redención de los hom bres, bajo de la imagen alegórica del estado la­m entable en que se hallaba el género humano á la venida del Salvador. Un vasto campo lleno de huesos secos se presenta á la vista del profeta, el cual ovo una voz que le dice : Hijo del hombre, ¿piensas tú que estos huesos podrán volver á v iv ir ? El milagfo no parecía muy posible-, sin em bargo, el milagro se hizo, I)ios mismo descubrió al profeta el misterio. Todos estos huesos, dice el Señor, representan la casa de Israel. Los israelitas dicen : Nuestros huesos están desecados, no nos resta esperanza alguna, somos perdidos sin remedio. Oye sin embargo lo que yo te mando que les an u n c ie s : Confía, pueblo mió : Yo abriré tus sepulcros, y le haré salir de tus sepulcros; y te llevaré á la tierra de bendición que te he prome­

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tid o , y sabrás por propia experiencia que yo soy el Señor. Esta profecía no se ha cumplido propiamente basta la m uerte y la resurrección del Salvador.

La octava lección está tornada del pasaje de Isaías, en que se dice que siete mujeres asirán á un hombre, á quien no pedirán otra cosa sino que puedan llevar su nombre, y ser así libres del oprobio. Habiendo pre- dicho el profeta la ruina entera de la sinagoga y de Jerusalen, nos da aquí la verdadera imágen do la Iglesia, cuya cabeza y esposo es Jesucristo. El número siete significa en la escritura un número indefinido; y estas mujeres significan aqui las almas rescatadas por Jesucristo y purificadas con su san g re , las cuales constituyen toda su gloria y su felicidad en ser por toda la eternidad las esposas del Cordero sin mancha.

La novena lección es del É xodo, en la que se nos representa el sacrificio de Jesucristo, inmolado en la c ru z , bajo de la figura del cordero pascu a l, cuya sang re , estampada en la puerta de las casas, pre­servó á los israelitas de la mano del ángel ex term i- nador, y cuya carne sirvió de alimento á todos los que salieron de Egipto pasando por entre las aguas del mar Rojo. Esta es la figura mas expresiva de la Pascua de los cristianos y de los efectos maravillosos uel Cordero de Dios, inmolado por nosotros en la c ru z , y hecho el alimento del verdadero pueblo de Dios en la adorable Eucaristía. Este mundo es un mar borrascoso y lleno de escollos ̂ y los enemigos de la salvación que hay que com batir durante el viaje de esta vida, no exigen un socorro menor ni un ali­mento menos prodigioso.

La décima lección es la del profeta Jonás, en la que ¿1 mismo está representado como una figura de Jesu­

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cristo , lanío menos equivoca., cuanto que el mismo Jesucristo nos le ofrece como figura suya. En e fec to , la m uerte, la sepultura y la resurrección del Salva­dor al tercer d ia , se indican con bastante c laridad , por el modo con que el p ro fe ta 'q u e se habia como cargado él solo con la iniquidad de toda la tripula­ción, fué arrojado al m ar, tragado por el pez, y arro­jado tres dias despues vivo en la ribera \ á lo cual se siguió inmediatamente la conversión de los Ninivitas á la sola predicación de Jonás.

La undécima lección está sacada de aquel pasaje del Deuteronomio en que se nota que Moisés escribió su segundo cán tico , y lo enseñó á los israelitas poco antes de su m u erte ; y como en él describía muy á la larga todos ios favores que habían recibido de Dios desde su salida de Egipto, expresando al mismo tiempo su extrem a ingratitud y las penas con que Dios les habia castigado, quiso que este compendio his­tórico se guardase al lado del arca de la alianza para que sirviese de testigo contra ellos. La Iglesia nos refiere hoy este hecho para darnos la misma lección , y advertirnos cor cuánta severidad merecemos ser castigados si hacemos inútil el bien infinito de la re ­dondo:? por la mas negra y la mas escandalosa de las ingratitudes.

La duodécima y última lección está tom ada del libro de Daniel, en la que se refiere la historia do la ajusta persecución excitada contra los tres jóvenes

hebreos, su condenación á ser quemados en un horno por no haber querido adorar la estatua del rey de Babilonia, y el milagro que Dios hizo en su favor, habiéndoles servido el fuego de refrigerio lejos de ab rasarlo s, y convertídoseles el horno en o ra te -

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rio , en donde alababan á Dios y cantaban sus ala­banzas. Como este milagro puede decirse que era un tipo del gran núm ero de maravillas semejantes que debían suceder en la Ig lesia, en la que habian de verse tantos millones de generosos m ártires de Jesu­cristo predicar su divinidad, y cantar sus alabanzas en medio dé los fuegos de tan crueles persecuciones, la Iglesia term ina las lecciones del oficio de este dia por esta profética historia,* y tal vez por la misma razón la lee en el trascurso del año todos los sába­dos de las cuatro témporas.

Todas estas lecciones se terminan con la oracion siguiente.

Dios omnipotente y eterno, única esperanza del mundo, que por las predicciones de vuestros profetas habéis mani­festado los misterios de estos tiempos; aumentad por vuestra bondad el ardor de los votos y de las oraciones, porque nin­guno de vuestros fieles puede adelantaren la virtud, sino por la inspiración y el auxilio de vuestra gracia. Por nuestro Señor Jesucristo.

La misa de este dia no se celebraba hasta la noche hacia la hora de la resurrección del Salvador, esto e s , al am anecer, y se llamaba la misa pascual dé la vigilia. En esta fiesta an tic ipada, la Iglesia deja sus testidu ras de luto, y denota bastante por sus cánticos le a leg ría , por el brillo y la magnificencia de sus o r­namentos y por el sonido de las cam panas, la alegría }ue tiene de ver á su esposo salir del sepu lcro , y triunfante de la m uerte volver á tom ar una nueva v ida, e te rna , g lo rio sa , b rillan teé impasible. Omítese el introito de la m isa, porque todo el pueblo estaba ya reun ido , y porque las letanías m ayores que se

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acaban de cantar para inv itar á todos los santos á que unan sus cánticos de alegría á los nuestros, sirven de introito. Esta m isa no es la m isa del sábado, sino de la noche del sábado al domingo , en la cual resu­citó el Salvador. Por eslo en la oracion y en el pre­facio no se hace mención mas que de esta noche sagrada, como si esta m isa se dijese todavía al fin de la noche. No se daba la paz, porque el Salvador no la habia aun anunciado á sus discípulos, y por la m ism a razón también se omite el Agnus Dei, porque en aquella hora no se le creia aun resucitado.

La epístola está tom ada de aquel pasaje de san Pablo, en donde dice á los Colosenses que, si por el bautism o están m uertos y resucitados en Jesucristo, deben llevar una vida del todo nueva y en alguna m anera toda celestial; que no deben ya tener afición sino por el ci¡ lo, deseos ni aun pasiones mas que para las cosas del cielo, considerándose en adelante como ciudadanos de esta patria celestial que viajan por la tierra , la cual debe ser para ellos un lugar de destierro. Vosotros estáis m uertos al mundo y al pe­cado por el bautism o, y no debeis ya vivir mas que en Jesucristo, y en él es en el que vuestra vida debé estar como escondida ; como si se dijera que la Yida de los cristianos debe ser una vida p u ra , una vida mortificada que anim e la fe y que alim ente la cari­dad ; de suerte que todos los cristianos, resucitados con la cabeza de que son miembros, deben poder de­cir como san Pablo : Yo vivo; pero 110 soy yo el que v ivo , es Jesucristo el que vive en mí.

Despues de esta ep ísto la , que es como una lección que la iglesia da á todos los que han recibido una nueva vida ¿>or el bau tism o, comienza propiamente

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la solemnidad pascual por la Alleluia, cuyo canto estaba interrumpido desde la víspera de Septuagésima en que la Iglesia habia en trado en la aflicción y en el luto de la penitencia. Es este un cántico de a labanza, de acción de gracias y de regocijo , el mas corto do los cánticos, compuesto de dos palabras hebreas, que expresan con mas energía que nosotros podríamos hacerlo en nuestra lengua lo que significa : es como si d ijo ra : Alabemos á D ios; démosle gracias, hagamos brillar nuestra alegría. Alleluia. Este cántico de ale­gría se ha Lomado del Apocalipsis. Era tan familiar á los fieles durante el tiempo p ascua l, que era el saludo ordinario que se hacían m utuam ente los unos á los otros. Conformábanse en esto con el espíritu de la ig lesia , que en todo este panto tiempo lo repite con m ucha frecuencia en sus oficios. Este uso en la Iglesia rom ana data desde el tiempo del papa san Dámaso : créese que san Jerónim o, que lo habia visto estable­cido desde mucho tiempo en la iglesia de Jerusalen , lo trajo á Roma. Como antiguam ente no se cantaba la Alleluia mas que en el tiem po pascual, Sozomeno <lice que era una especie de juram ento entre el pue­b lo , en todo lo restante del a ñ o , por el cual se pro­testaba la verdad de la cosa de que se tra ta b a , a-i como deseaban poder oir y cantar_l//e/m'« en la fiesta <le Pascua.

El evangelio de la misa refiere el santo empeño con quo al fin de la noche del sábado , esto e s , al am ane­cer del domingo, que era el prim er dia de la semana y el tercero despues de la m uerte del Salvador, las santas mujeres que habian profesado una devocioa mas tie rn a , mas ardiente y m as generosa á Jesucristo durante su v id a , se apresuraron por ir al lugar de su

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sepultura para rendirle los últimos obsequios despues de su m uerte. La fiesta del sábado concluía siempre despues de las seis de la tarde. Hacia el fin, pues, de la n o ch e , María Magdalena, y María madre de San­tiago y de José, con Salomé madre de los hijos del Zebcdeo Juan y Santiago, tomaron las drogas arom á­ticas , el bálsamo y aceite olorosos que habian com­prado desde las seis de la ta rde , esto e s , desde que terminó la fiesta del sábado , á cuyo tiempo se abrían las tiendas, las cuales estaban cerradas todo el sá­bado. Luego que tuvieron con qué embalsamar el cuerpo de Jesus, se pusieron en camino antes del d ia , y á favor de la claridad de la luna que estaba en su lleno, para i r á ofrecer los últimos obsequios á su buen M aestro, sin pararse en la promesa que les habia hecho de resucitar a! tercer dia. No habiéndoles permitido ser mas diligentes la fiesta del sábado, que comenzó á las seis de la tarde del viernes, ellas no llegaron al sepulcro basta cerca de salir el sol. Antes que hubiesen llegado, hubo un gran tem blor de tierra, y en aquel momento resucitó Jesus. El terrem oto y y e! trastorno de la piedra que cerraba la entrada del sepu lcro , sucedieron mientras que las santas mujeres estaban todavía en el camino. Oyeron el ruido que e.-panló á los guardias, y sintieron bien el terrem oto que obligó á huir á los soldados. Habiendo llegado allá , quedaron muy sorprendidas de no encontrar ni los guard ias, ni la piedra enorme que cerraba la en­trada de la prim era g ru ta , que servia como de vestí­bulo á la segunda en donde estaba el sepulcro. La prim era gruta tenia nueve piés y medio de la rg o , y un poco menos de ancho. En esta primera gruta fué ea donde estaba la g u ard ia , en la que apareció el

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ángel á los soldados en el m om ento del tem blor de tie rra que los obligó á h u ir. E sta prim era g ru ta daba paso á o tra m enos v asta , abierta en la roca; tenia esta seis piés de largo y cinco de ancho; su altura era de cerca de ocho piés. La entrada era bastante e s tre c h a , como que no tenia mas que tres piés y algunas pulgadas de a l tu ra , y cerca de dos piés de ancho. Estaba cerrada con una piedra de un peso enorm e, en la cual los sacerdotes habían puesto el sello. En esta segunda g ru ta era en donde se habia colocado, el cuerpo sagrado de Jesucristo. H abiendo, p u e s , llegado las piadosas m u jeres, y no habiendo encontrado so ldados, entraron desde luego en la prim era g ru ta . Allí percibieron un ángel bajo de la figura de un joven vestido con una ropa b la n c a ; su rostro brillaba como un relám pago, y su ropa resplan­decía mas que la blancura de la nieve : estaba sen­tado sobre la piedra que habia sido puesta por tapa á la entrada del sepulcro, la cual habia él derribado al lado derecho. Al principio quedaron poseidas de es­panto; pero calmándolas el ángel : No tem áis, les d ijo ; no teneis motivo para tem er, vosotras q u e , abrasadas de am or á vuestro Salvador, solo veníais á rendirle los últimos honores. Aquellos q u e , habién­dole perseguido hasta el fin , no le guardaban aquí en el sepulcro sino para hacer inú til, si hubiesen po­dido , la predicción que habia hecho do darse á sí mismo una nueva vida despues de su m uerte; esos son los que tienen que tem er por lo que hace á vos­o tra s , sé yo bien cuál es el religioso motivo con que buscáis á Jesus N azareno, que ha sido crucificado, el cual ya no está aquí. Vosotras pensabais encontrarle todavía en el sepu lcro ; ha salido de él glorioso y

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triunfan te , y despues de haber resucitado á tantos m u erto s , se ha resucitado á sí mismo. Si dudáis de. ello, no tem áis, pasad mas ad e lan te 5 ven id , mirad el lugar en donde se le habia p u e s to , á fin de que , convencidas de la verdad de su resu rrecció n , vayais á llevar esta agradable noticia á sus discípulos, y señaladamente á Pedro. Decidles tam bién que antes que ellos puedan ir á G alilea, estará él allí para de­jarse ver de ellos como se lo habia prom etido.

El amor diligente de aquellas santas mujeres las condujo desde antes del dia al sepulcro de su querido M aestro, y el Señor envió allí un ángel para que las instruyese de su resurrección. El fervor y la solicitud con Dios no están m uho tiempo sin recom pensa : solo las devociones fr ia s , las almas cobardes y perezosas son excluidas de la sala de las bodas, porque llegan siempre tarde. La resurrección de Jesucristo inspira á las almas fieles una alegría espiritual y muy du lce , al paso que llena de espanto á sus enemigos. Cuando lino es verdaderam ente de D ios, una verdadera pie­dad , una conciencia pura dan á las fiestas de Pascua, y á los demás misterios de todo el ano , aquella dulce alegría que es un gusto anticipado de los regocijos del cielo ; m ientras que una falsa p ied ad , una devo­ción aparente jam ás es mas triste ni siente nunca menos unción ni fervor que en estas grandes solem­nidades.

Como en esta noche se daba solemnemente el bautismo á los niños y á los adu ltos, estos comul­gaban todos al fin de la m isa , y despues de la comu* nion se les daba leche y m ie l, que se habian bende­cido antes, para significar que se les miraba todavía como niños tie rn o s, incapaces de otro alimento que

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de leche y miel. Hacíase tam bién esto para darles á entender que por el bautism o y la comunion habian adquirido el derecho de en tra r en la tierra de los vivos, esto e s , en la Jerusalen celestial que Dios habia prometido á sus elegidos bajo el nom bre de una tierra que manaba leche y m iel. También en este dia bendice el papa los Agnus Dei, que son unas meda­llas de cera nueva bendita, ó de la cera del cirio pas­cual del año precedente, am asada con el óleo san to , á las cuales la bendición del santo padre da virtud singular contra las b o rra sc a s , las tem pestades y los artificios dañinos de los espíritus malignos.

La oracion que se dice despues de esta primera epístola es como sigue.

O Dios, que ilustras y solemnizas esta sagrada noche por la gloria de la resurrección de nuestro Señor, conserva en los nuevos hijos de tu Iglesia el espíritu de adopcion que les hemos conferido, á fin de que , renovados en el cuerpo y en el espíritu , te sirvan con pureza de corazon Por el mismo Jesucristo nuestro Señor, etc.

La epístola está tomada de la carta del apóstol san Pablo á los Golosenses, cap. 3.

Hermanos mios : Si habéis resucitado con Jesu c ris to , buscad las cosas del cielo, en donde Jesucristo está sentado á la diestra de Dios. Gustad de las cosas del c ie lo ,y no de las de la tie rra ; porque estáis m u e rto s , y vuestra vida está escondida en Dios con Jesucristo . Cuando Jesu cris to , que es vuestra v ida, apareciere, tam bién apareceréis con ó) en la gloria.

NOTA.

3 5 2 SÁ BA D O

Los falsos apóstoles querían persuadir á los fielesdo Colosos, que estaban obligados á guardar las cere-

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monias legales, y sobre todo la circuncisión. San Pablo Ies dem uestra aquí q u e , estando muertos y re ­sucitados en Jesucristo y con Jesucristo por el bau­tism o, no estaban ya sujetos á las prácticas de la ley judaica; que si habían resucitado con Jesucristo , de­bían llevar una vida toda nueva y toda espiritual por la í'e.

REFLEXIONES.

Si habéis resxtcitado con Jesucristo, buscad las cosas del cielo, (justad las cosas del cielo. Cuando uno ha resucitado con je su c ris to , gusta poco lo que es de la t ie r ra ; apenas puede tener otros deseos ni otra soli­citud que por las cosas del cielo. La resurrección espiritual produce en el alma cuasi los mismos efectos que la resurrección corporal produce en el cuerpo. Es una nueva v id a , es un hom bre nuevo que nada retiene de las im perfecciona del antiguo. ¡Qué bri­llante luz en su entendim iento! ¡ qué pureza de deseos en el corazon! ¡qué regularidad de costumbres y de conducta durante la v id a ! Los deseos terrenos no nacen sino de un fondo corrompido. Un corazon agitado por las pasiones produce todas esas nieblas espesas que oscurecen el entendimiento. Todo es terreno en un hom bre poco cristiano. Verdades su-

' blim es, santas, m oral, espiritualidad p ráctica, es un lenguaje que no entiende una alma terrena. De aquí aquellos corazones d u ro s , aquellos entendimientos cerrados, aquellas tenacidades en el m al, aquellas cegueras espirituales, aquellas impenitencias íinales. La nocíon mas justa de una persona m undana, es decir que vive según el espíritu del m undo; esto lo dice todo. Cuando uno no es de las ovejas de D ios, está sordo á su voz; ni aun se conoce esta

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de leche y miel. Hacíase tam bién esto para darles á entender que por el bautism o y la comunion habian adquirido el derecho de en tra r en la tierra de los vivos, esto e s , en la Jerusalen celestial que Dios habia prometido á sus elegidos bajo el nom bre de una tierra que manaba leche y m iel. También en este dia bendice el papa los Agnus Dei, que son unas meda­llas de cera nueva bendita, ó de la cera del cirio pas­cual del año precedente, am asada con el óleo san to , á las cuales la bendición del santo padre da virtud singular contra las b o rra sc a s , las tem pestades y los artificios dañinos de los espíritus malignos.

La oracion que se dice despues de esta primera epístola es como sigue.

O Dios, que ilustras y solemnizas esta sagrada noche por la gloria de la resurrección de nuestro Señor, conserva en los nuevos hijos de tu Iglesia el espíritu de adopcion que les hemos conferido, á fin de que , renovados en el cuerpo y en el espíritu , te sirvan con pureza de corazon Por el mismo Jesucristo nuestro Señor, etc.

La epístola está tomada de la carta del apóstol san Pablo á los Golosenses, cap. 3.

Hermanos mios : Si habéis resucitado con Jesu c ris to , buscad las cosas del cielo, en donde Jesucristo está sentado á la diestra de Dios. Gustad de las cosas del c ie lo ,y no de las de la tie rra ; porque estáis m u e rto s , y vuestra vida está escondida en Dios con Jesucristo . Cuando Jesu cris to , que es vuestra v ida, apareciere, tam bién apareceréis con ó) en la gloria.

NOTA.

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Los falsos apóstoles querían persuadir á los fielesdo Colosos, que estaban obligados á guardar las cere-

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monias legales, y sobre todo la circuncisión. San Pablo Ies dem uestra aquí q u e , estando muertos y re ­sucitados en Jesucristo y con Jesucristo por el bau­tism o, no estaban ya sujetos á las prácticas de la ley judaica; que si habían resucitado con Jesucristo , de­bían llevar una vida toda nueva y toda espiritual por la í'e.

REFLEXIONES.

Si habéis resxtcitado con Jesucristo, buscad las cosas del cielo, (justad las cosas del cielo. Cuando uno ha resucitado con je su c ris to , gusta poco lo que es de la t ie r ra ; apenas puede tener otros deseos ni otra soli­citud que por las cosas del cielo. La resurrección espiritual produce en el alma cuasi los mismos efectos que la resurrección corporal produce en el cuerpo. Es una nueva v id a , es un hom bre nuevo que nada retiene de las im perfecciona del antiguo. ¡Qué bri­llante luz en su entendim iento! ¡ qué pureza de deseos en el corazon! ¡qué regularidad de costumbres y de conducta durante la v id a ! Los deseos terrenos no nacen sino de un fondo corrompido. Un corazon agitado por las pasiones produce todas esas nieblas espesas que oscurecen el entendimiento. Todo es terreno en un hom bre poco cristiano. Verdades su-

' blim es, santas, m oral, espiritualidad p ráctica, es un lenguaje que no entiende una alma terrena. De aquí aquellos corazones d u ro s , aquellos entendimientos cerrados, aquellas tenacidades en el m al, aquellas cegueras espirituales, aquellas impenitencias íinales. La nocion mas justa de una persona m undana, es decir que vive según el espíritu del m undo; esto lo dice todo. Cuando uno no es de las ovejas de D ios, está sordo á su voz; ni aun se conoce esta

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voz cuando uno no está en el redil. De aquí na­cen aquellas grandes dificultades para convertir á un m undano , á una m ujer que no está animada mas que del espíritu del mundo. De aquí es que son tan pocos los herejes que se conviertan. Pero liase resucitado con Jesucristo , ya se hace uno todo espiritual. Las pasiones extinguidas, ó á lo menos m ortificadas, no tienen fuerza para excitar rebeliones en el hombre interior. Un corazon purificado por la gracia , no es ya un fondo fecundo en malignas exhalaciones. El aire es muy puro para que pueda form ar nubes : la fe es muy viva para que sufra n ieb las; el cielo bajo del cual se vive entonces es muy sereno, y el m ar en que se ha em barcado goza de m ucha ca lm a, para que pueda privar al alm a de toda la libertad de pensar, y de obrar como cristiano. Ella descubre entonces el vacío y la nada de los bienes criad o s, el falso brillo de los honores m undanos, el veneno de los placeres que en­cantan. El que es ciudadano de la patria celestial, no puede m irar la tierra sino como un lugar de destierro. No se suspira mas que por el cielo , no se hallan otros bienes sólidos que los del cielo, no hay gusto mas que por las cosas del cielo -,todo otro gusto es un gusto ex traño , es un gusto depravado que siempre es señal segura de una alm a enferma. El espíritu y las máxi< mas del m undo causan lástima á los que verdadera­m ente han resucitado. Este corto núm ero de dias en que consiste la vida mas la rg a , deja de tener atractivo luego que se le com para con la eternidad. Todo es prestigio para el que no ha resucitado con el Salvador. Dignidades brillantes, empleos elevados, tesoros in­mensos, todo deslum bra, todo encanta á un corazon carnal, á u n espíritu terreno. Por la resurrección es*

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piritual se desvanece el prestigio, cae el encanto , y quitada la m ascara al fantasm a, no es ya mas que un fantasm a, y como ta l aparece. ¡ Qué desgracia para aquellos que en estas fiestas de Pascua no exper^J ünentan los efectos saludables de la resurrección r Desgraciado el que persevera en sus tinieblas! Dios lio hace maravillas sino en favor de los que han sa­lido de Egipto. El maná no es mas que para los que han pasado el m ar Rojo y han sido purificados con la sangre del cordero.

E l evangelio de la misa es de san Mateo, cap. 28.

Al fin de la noclie del sábado, en el prim er dia de la se­mana , María M agdalena, y la otra M aría, fueron para ver el sepu lcro , y de repente se sintió un gran terrem oto , porque un ángeldel Señor bajó del cielo,y acercándose (al sepulcro), trastornó la p ie d ra , y se sentó sobre ella. Su rostro era se­m ejante á un relám pago, y su vestido á la nieve. El espanto que causó á los guardias los a tu rd ió , y quedaron como m uertos. Mas dirigiéndose el ángel á las m u je res , les d ijo : No tem áis; yo sé que buscáis á Jesús que lia sido crucifi­cado; no está aqu í, porque lia resucitado , según que lo habia prom etido. Venid , y ved el paraje en donde se ha­bia colocado al Señor. A hora, id corriendo á decir á sus discípulos que ha resucitado, y que va á Galilea delante de ellos. A llí , p u e s , le veréis. Yo os lo profetizo.

M E D IT A C IO N .

SOBRE E L M ISTERIO DE E STE DIA.

PUNTO PRIMERO.

Considera la profunda tristeza y aflicción de que estaban poseídos todos los discípulos del Salvador desde el dia de su m uerte. Su fe sepu ltada , por de-

SA N T O . B o a

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cirio a s i , con é l , apenas sostenía su esperanza ;.á la v e rd ad , su am or á su divino Maestro , no estaba extinguido-, pero no podia mas que dar lágrim as. Toda la fe se encontraba solo en la santísim a Virgen ; ningún otro habia que no dudase de su resurrección. Magdalena y las o tras m ujeres piadosas se apresuran para ir á rendirle los últimos obsequios; pero notem os que no son mas que las que le habian seguido hasta el Calvario, y cuya fidelidad habia estado expuesta á la prueba de las ignominias de la cruz. ¡Qué ánimo inspira el am or de Dios, cuando es sincero y ardiente!¿ y qué le puede detener para ser fiel en las adversi­dades ? ¡ Dios m ió ! ¡ qué liberal so is , qué pronto estáis á recom pensar á los que os am an con te rn u ra! En la Magdalena y en las o tras m ujeres vemos la verdadera imagen de una alma verdaderam ente convertida, de una alma generosa y ferviente, de un corazon abra­sado en am or de Dios. ¿Qué santa impaciencia no les inspira el deseo de volver á ver á Jesucristo , y de rendirle todavía los últim os obsequios? ¿ Deliberan m ucho tiempo si se pondrán en camino para bus­carle? ¿Creen ellas, como la m ayor parte de las almas cobardes, que siem pre le hallarán pronto? Era necesaria toda la autoridad de la ley para tem­plar su a rd o r; el respeto que tuvieron al sáb ad o , suspendió sus conatos y su z e lo ; pero solo sirvió para acrecentar sus santos deseos. ¡Dios mió! ¡qué poco se te m e , qué poco se d e lib e ra , cuando se am a mu­cho ! Apenas espira el sábado , van á proveerse de perfum es; no esperan al dia para ponerse en cam ino; previenen la salida del so l; su am or les sirve de guia al través de las tinieblas, ¿Consultan acaso su delica­deza? ¿escuchan la timidez natural á su sexo, ni otras

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mil razones falsas que se presentan á su entendimiento, para disuadirlas de su designio? L'na piedad menos sólida, un am or de Dios menos puro, hubiera ¡'ido menos generoso, y se habría dejado persuadir-, pero se defiere poco á los sentimientos hum anos, cuando se siguen los atractivos de la gracia. Dios no quiero esos espíritus muertos é irresolutos que vacilan siem­pre sobre su conversión. Dios rechaza esas almas tibias, esos corazones tím idos, que parece que no cuentan mas que con sus propias fuerzas-, esas semi- voluntades que no sirven mas que para adormecer y para entretenernos. P ero , ¿acaso aquellas siervas generosas de Dios no han previsto las dificultades, é ignoran los obstáculos? De ningún modo. Apenas se han puerto en camino, cuando les ocurre la dificultad que tendrían en remover y quitar la piedra que cer­raba la entrada del sepulcro. Este solo obstáculo de­b ia , al parecer, hacerlas volver atrás; un cuerpo do de guard ia , una piedra de un peso en o rm e, el sello del m agistrado, eran razones poderosas para no pa­sar adelante. Sin duda lo hubieran sido para quien no hubiera tenido mas que un am or do Dios lánguido y flaco-, pero al que ama á Dios sin reserva, y que no busca mas que á Dios, la confianza le inspira un ánimo m aravilloso, y le sirve para acom eterlo todo.

PUNTO SEGUNDO.

Considera cuán poco tarda Dios en recom pensar á una alma que no le busca mas que á é l , y que no está animada mas que de su espíritu. No hay cosa que mas obligue al Señor á hacer milagros, que un am or generoso y una fe viva. ¡No detiene a aquellas santas

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m ujeres ni el tem or de bailar soldados que las impi­diesen el acercarse al sepu lcro , ni la imposibilidad de quitar ellas solas una p ied ra , que muchos hom bres [untos no hubieran podido rem over •, pero apenas se ban determ inado á pasar ad e lan te , los soldados son puestos en fu g a , y el sepulcro se abre. De este modo se allanan en el servicio de Dios los mayores obstá­cu los, y desaparecen las dificultades mas a rd u as , luego que se forma la resolución de vencerlas, apenas Dios ve que se le busca con re c titu d , con ardor, con ánimo , y de buena fe. Dios deja que sean probados por algún tiempo sus mas fieles siervos. Tinieblas, arideces, obstáculos, tentaciones, todo pone á prueba nuestra fe y nuestra v ir tu d ; dichoso el que persevera en am ar á Dios y en buscarle; feliz el que , lleno de confianza, no se desanima. El Señor no tarda mucho en recom pensar á estas almas generosas. Ellas tienen el consuelo de saber las prim eras que su buen Maestro ha resuc itado , y son elegidas para que sean los pri­m eros heraldos de su gloriosa y triunfante resu r­rección. Ningún soldado parece por a l l í , ningún obstácu lo , ninguna dificultad se presenta;. La piedra de un peso enorm e, que cerraba la entrada del sepul­c ro , está qu itada; en lugar de un cuerpo de guar­dia te rrib le , encuentran ángeles que las an im an , que las consuelan, que las instruyen de que Jesucristo ha resucitado , y las convidan á que por sí mismas lleguen á cerciorarse entrando en el sepulcro. ¡ O qué liberal y qué prontam ente es recompensada la perse­verancia en el servicio de Dios! Las so licitudes, el zelo , el fervor y las lágrimas de aquellas siervas fieles de Dios, obligan $1 Señor á que haga m uchas maravillas en su favor. No experim entam os nosotros

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lo mismo, porque somos flojos en el servicio de Dios, porque le amamos poco, porque no nos atreveríam os lili aun á asegurar que le am am os. Querríase ser todo de Dios, esto es, no se quiere, sino que se querria , si Dios quisiera contentarse con un corazon dividido, si Dios quisiera ser servido á nuestro antojo, y no según que él lo pide; querriáse llegar á la perfección, pero por el cam ino que nos agrade. Quiérese que la prudencia hum ana sirva de guia, y como si no h u ­biese que contar m asq u e con las propias fuerzas, so pierde el ánim o á la m enor dificultad. Desconfíase, por decirlo así, de la bondad de Dios y de sus promesas, y se querria que Dios comenzase por alia- nario todo antes de ponerse en cam ino; querríase que se levantasen ios obstáculos, que la piedra se quitase antes de em prender el viaje. Fiémonos en la palabra del Señor. Él podia aplacar la tem pestad, y caltnar las olas antes que san Pedro se hubiese puesto sobre las aguas para ir adonde él estaba; sin em bargo, quiso ejercitar su fe y su coníianza.

Concedeme, Señor, la un a y la otra. Mil veces he querido ponerme en cam ino para buscaros, y m il veces he vuelto a trá s , espantado por dificultades la mayor parte im aginarias. Mi cobardía y mi poca fe han aum entado mi flaqueza. Un poco m asdeconfianza en vuestra bondad me hubiera inspirado mas forta­leza; dadme esta fe y esta confianza, y yo espero que bien pronto sentiré los efectos de vuestro auxilio.

JACULATORIAS.

E sto es hecho, Señor, yo me levantaré, y o d a ré vuelta á la ciudad sin tem or alguno, y buscaré por las calles y por las plazas públicas al que amo con todo mi corazon. Cande. 3.

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No, Señor, yo tengo tan gran' confianza en Vos., que aun cuando viese todo el infierno formado en balaba contra m í, no tem ería. Salmo 28.

PR O PO SITO S.

1.° La Iglesia tío renueva todos los años la memoria de los m isterios.m as augustos de nuestra religión, sino para renovar la piedad y el fervor en los fieles. E ntrem os, pues, en el espíriUi de la Iglesia en estas grandes solemnidades. No os contentéis con tom ar parte en la alegría de la Iglesia en este dia de rego­cijo espiritual •, procurad con vuestra piedad que esta alegría no sea para vosotros una alegría superficial c indiferente : solo la pureza de conciencia es h^que produce la alegría interior ; se necesita un corazon puro para sentir el gozo que inspira la solemnidad de nuestros m isterios; una conciencia ulcerada turba todas las fiestas con sus rem ordim ientos. ¿Quereis gozar la alegría pura de la fiesta de Pascua? puri­ficad con esmero vuestro corazon po!\la*peniiencia, y celebrad esta gran fiesta con sum a devocion. Con­sagrad la mayor parle del Sábado santo á la oracion y á las buenas o b ra s ; y despues de mediodía pasad también la mayor parte en la iglesia •, asistid al oficio d? com pletas, y á la.salutación.

2.° Es una práctica m uy santa el levantarse por l¿c m añana antes de salir el sol. La opinion universal es que el Salvador resucitó al am anecer. No puede du­darse que este es un tiempo sagrado, y por decirlo así, privilegiado, en el que Dios derram a abundan­tem ente sus gracias sobre las alma.; fieles que pasan en oracion estos dichosos m om entos. Muchas perso ­nas emplean la media noche en ejercicios de piedad.

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