animas perdidas de san bernardino 3

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Animas perdidas de San Bernardino.

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Page 1: Animas perdidas de san bernardino 3

Animas perdidas de San Bernardino.

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Quintiño, el reparador de autos.

Creo que fue la primera vez que conocí un portugués brillante, Creo que es la única vez que conocí a un portugués brillante. Bo solo por el hecho de ser un extraordinario conocedor de los carros, y su mecánica y funcionamiento. Sino por el hecho de que Quintinho o Quintiño como le llamabamos, era un empresario brillante. No pagaba luz, teléfono, agua, condominio o alquiler alguno, mucho menos Impuestos nacionales, estatales o municipales de ningun tipo. Su costo era el, su nómina era el, su mano de obra era el, y no tenia gasto adicional alguno. El hombre hacia mecánica en cualquier esquina de la urbanización, aunque tenía sus esquinas favoritas, donde se establecía por tiempos. Allí llegaban sus clientes con sus vehículos a pedirle, a rogarle, a suplicarle, Milagros de mecánica. Y de verdad el tipo era como Milagroso, pues siempre tenía una solución oportuna para todo, y bien o mal, parapeteaba el carro de uno y el perol, seguía andando. Un par de veces le fui a pedir algún milagro, dentro de mi pelaron, acostumbrada para la época (Que como el desodorante Rexona, nunca me abandona). El hombre me pido parara el carro, abriera el Capot de mi Fiat Brava de aquel entonces, que como buen Fiat siempre daba problemas eléctricos. Prendía a veces si, a veces no. Como casi un doctor, con estetoscopio en mano, me miro, fijo a los ojos, con sus ojos azules, pero siempre rojos por tanta gasolina que tragaba, suspiro y me dijo... Doctor eshhhh ... laaa Triii yoooo deiiiii raaaa!. Admito sin recelos, que no sabía lo que era, y que aún no lo sé. Era una pieza del alternador, por la que me mando al Conde a repararla. Fui y vine el mismo día, no sin mentarle la madre varias veces a Quintiño por lo pesado del alternador que en una bolsita lleve y traje. En efecto, lo acomodo y el carro jamás y nunca fallo. Quintiño siempre tenía la cara y las manos siempre engrasadas a mas no poder, pero su sonrisa amable, su siempre servicial manera de atenderlo a uno, lograba esa confianza inmediata que uno pone en un médico cirujano cerebrovascular! Fue un habitante de esos que desaparecieron en el tiempo. A él, mi más sentido tributo.

Rubén Cantafio