“andanzas y aventuras del emir baïbars y su fiel escudero

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Narraciones populares “Andanzas y aventuras del emir Baïbars y su fiel escudero Flor de Truhanes” E-LIBROS COLECCIÓN VIAJES III – LOS BAJOS FONDOS DEL CAIRO 36 – La derrota de Hasan “el Espantoso” Edición y traducción: Esmeralda de Luis Centro Europeo para la Difusión de las Ciencias Sociales

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Page 1: “Andanzas y aventuras del emir Baïbars y su fiel escudero

Narraciones populares

“Andanzas y aventuras del emir Baïbars

y su fiel escudero Flor de Truhanes”

E-LIBROS

COLECCIÓN VIAJES

III – LOS BAJOS FONDOS DEL CAIRO 36 – La derrota de Hasan “el Espantoso”

Edición y traducción: Esmeralda de Luis

Centro Europeo para la Difusión de las Ciencias Sociales

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Archivo de la Frontera

Andanzas y aventuras del caballero Baïbars y de su fiel escudero Flor de Truhanes III - Los Bajos Fondos del Cairo

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El Archivo de la Frontera es un proyecto del Centro Europeo

para la Difusión de las Ciencias Sociales (CEDCS), bajo la

dirección del Dr. Emilio Sola.

www.cedcs.org

[email protected]

Colección: Clásicos Mínimos

Fecha de Publicación: 2018

Número de páginas: 14

I.S.B.N. 978-84-690-5859-6

Licencia Reconocimiento – No Comercial 3.0 Unported.

El material creado por un artista puede ser distribuido, copiado y exhibido

por terceros si se muestra en los créditos. No se puede obtener ningún

beneficio comercial.

Archivo de la Frontera: Banco de recursos históricos.

Más documentos disponibles en www.archivodelafrontera.com

Relatos de la “Sīrat al-thāhir Baïbars”

III – Los Bajos Fondos del Cairo 36 – La derrota de Hasan “el Espantoso”

Edición y traducción para www.archivodelafrontera.com

[email protected]

Colección: E-Libros – La Conjura de Campanella

Fecha de Publicación: 09/07/2007

Número de páginas: 10

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Andanzas y aventuras del caballero Baïbars y de su fiel escudero Flor de Truhanes III - Los Bajos Fondos del Cairo

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36 – La derrota de Hasan “el Espantoso”

Esa misma noche Otmân preparó el equipaje, reunió las bestias de carga y contrató

a unos muleros; al día siguiente, cargaron las mulas y se pusieron en marcha. Unos

días más tarde, cuando llegaron a las cercanías de Mahalla, adoptaron la formación

de desfile, con Otmân a la cabeza, vestido con sus mejores ropas y rodeado de sus

truhanes. Avisados de su llegada, los habitantes del pueblo fueron a su encuentro.

Tomaron a Otmân por el nuevo jefe del distrito, y se propusieron organizar un

banquete para celebrar su llegada; pero Otmân lo rechazó, diciendo:

- No hagáis na d’especial, muchachos, es lo que m’ha ordenao el jefazo, el soldao

Nénars.

Hecho esto, se fue a instalar a la sede del distrito para esperar allí la llegada del emir

Baïbars.

Los habitantes acudieron ante él para presentarle sus demandas, pero Otmân los mandaba

de vuelta, diciendo:

- Yo no me meto en esas cosas.

Entre toda esa gente, se presentó una mujer de edad madura, que abrazaba un amasijo de

ropa totalmente ensangrentada; la arrojó a los pies de Otmân, al que tomó por el jefe del distrito,

gritando:

- ¡Justicia, oh, emir!

- Amos a ver, mi güena señora, dime quién t’ha perjudicao, pa que yo l’arranque los ojos.

- Señor –respondió la mujer-, ha sido Hasan el Espantoso, el alcalde del pueblo; él ha matado a mi

hijo. Y yo vengo a ponerme bajo tu protección; deshaz el entuerto que me ha hecho, y que Dios te

conceda larga vida.

- D’acuerdo; pero ese sheij Hasan el Espantoso; cuando mató a tu hijo, ¿qué era? ¿verano, invierno

o primavera?

- Señor, fue un otoño.

- ¡Pero güeno, cacho e perra! ¿A tu hijo lo matan n’el otoño y vienes a quejarte n’el verano? Largo

d’aquí, a la que llegu’el otoño, presentas p’acá otra vez tu demanda y s’estudiará tu asunto.

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La mujer se marchó llorando.

- ¿Y éste es el nuevo jefe del distrito? ¡Mejor habrían hecho en mandarle al manicomio!

Mientras tanto, los miembros del tribunal no se tenían de la risa.

Ese mismo día, anunciaron la llegada de Baïbars; todos los habitantes salieron a su

encuentro y le acogieron a cierta distancia de la ciudad. Otmân, entre ellos. Instalaron un pabellón

de descanso para Baïbars, y se pusieron a preparar la comida. Baïbars tomó un café y unos

refrescos; luego extendieron los manteles; comieron, bebieron y pasaron un buen rato. Tras lo cual,

los batallones se formaron de nuevo, con la fanfarria a la cabeza, y todo el cortejo se puso en

marcha hacia la ciudad.

Y cuando estaban a punto de entrar, se produjo una parada repentina, en la que los

caballeros se amontonaron y rompieron la formación, interrumpiéndose el avance del desfile.

Entonces, Baïbars se volvió hacia Otmân y le dijo:

- Eh, tú que eres tan espabilado, vete ahí adelante y mira a ver qué pasa. ¿Por qué todos estos

empujones? Ya no podemos ni avanzar.

Otmân se fue a la parte delantera de la comitiva y se encontró con que el camino estaba

bloqueado por un brazo del Nilo, y sólo había un puente de madera, por lo que los soldados que lo

iban atravesando se veían obligados a romper la formación, por miedo a que el puente se hundiera

y les dejara caer al agua, en donde se habrían ahogado. Mientras Otmân contemplaba el

espectáculo, de pronto divisó a un grupo de mujeres, con una hermosa muchacha a la cabeza.

- Pero bueno, tíos –les gritaba la muchacha- ¿es que ya no se guardan las buenas maneras? ¡Qué

bonito! ¡Los hombres pasando los primeros, empujando a todo el mundo, y las damas se quedan

las últimas! ¡Cedednos el paso, tenemos prisa!

Otmàn se fijó bien en la chica, y se dio cuenta de que la conocía: era una cantante del Cairo,

llamada Haŷích.

- ¡Eh, Haŷích –la llamó Otmân-, ¿qué te trae por aquí?

- ¡Hola, Flor de Truhanes! Pues mira, que me voy con mis chicas al desierto de Mahalla, porque

unos beduinos nos han contratado para una fiesta que van a celebrar. ¡Y ya me gustaría poder

atravesar este puente, pero imposible que nos cedan el paso!

Visto lo visto, Otmân se fue a informar a Baïbars de lo que estaba pasando, y le comentó

lo del puente de madera. Entonces, Baïbars se dijo para su coleto:

- Hago voto solemne –y todo voto es deuda sagrada-, de que, si el Creador (¡exaltado sea!) me

concede la victoria sobre el enemigo del rey, Jidr El-Buhayri, yo reconstruiré ese puente, pero de

piedra y obra, a mis propias expensas, y si tengo medios para ello.

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La tropa acabó por fin de cruzar el puente, y todos se dirigieron a la sede del distrito; el

emir Baïbars y sus hombres tomaron posesión de los lugares, y allí pasaron la noche. A la mañana

siguiente (rezad por aquel al que las piedrecillas, en la palma de su mano, le cantan la gloria del

Señor), los dignatarios y notables de Mahalla se reunieron allí, en presencia del cadi y del muftí;

Baïbars les mostró el firman del rey, que establecía su autoridad y su poder.

- Escuchamos y obedecemos –dijeron.

En ese momento, la mujer que, anteriormente, había venido a poner una denuncia ante

Otmân, penetró en la sala, gritando y gimiendo:

- ¡Justicia, oh, emir! –se lamentaba-, ¡Que Dios te conceda la victoria, que proteja tu honor y

derrote a tus enemigos y a los que te envidian!

Y dicho esto, arrojó a sus pies los vestidos manchados de sangre.

- Buena mujer ¿quién te ha perjudicado? –preguntó Baïbars.

- Señor, yo soy descendiente del Profeta, y tenía un hijo único, que era mi sostén, y fue asesinado

por el alcalde del pueblo, Hasan el Espantoso, sólo por pura maldad e injusticia, sin que mi hijo le

hubiera hecho nada malo. Ahora, yo vengo a solicitar reparación por su sangre: aquí están sus

vestidos.

- Pero ¿cuánto tiempo hace que tu hijo ha sido asesinado? Pues veo que las manchas de sangre

parecen ser de hace mucho.

- Dices verdad, señor; hace cuatro años que le mataron.

- ¿Y por qué has esperado todo este tiempo sin poner una denuncia ante el anterior jefe del distrito,

Sulaymân Agha?

- Hijo mío, claro que lo hice, pero él la rechazó, ya que temía a Hasan, pues es un hombre malvado.

Y quién sabe, puede incluso que le sobornara con algo de dinero…

- ¡Vete de aquí! –dijo entonces Baïbars-. Más bien me pareces una mentirosa o una loca. ¡Lo que

acabas de decir no es más que una calumnia que no se sostiene por ninguna parte!

Con aire encolerizado, hizo que echaran a la mujer de la sala; ella salió deshecha en

lágrimas. Pero en ese momento, Baïbars hizo una discreta señal a Otmân, que comprendió que

tenía que seguir tras la mujer y consolarla, asegurándola que el nuevo jefe de distrito le obtendría

una reparación.

Otmân la alcanzó, después de que saliera del palacio, y le dijo:

- Escucha, damita, el soldao m’ha dicho que no te priocupes. ¡Delante to el mundo, no podía hacer

ná de ná; pero es un tío listillo! ¡Ya verás, hermanita, el soldao, es un tipo increíble!

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Otmân la acompañó hasta la puerta de su casa.

- Por cierto –la preguntó antes de irse-, ¿cómo se llama tu enemigo?

- Hijo mío, es el alcalde del pueblo; se llama Hasan, y le apodan el Espantoso.

Otmân regresó adonde Baïbars.

- Eh, amigo –le susurró al oído-, por el amor de la Hassîbeh, dale una reparación a esa buena mujer.

- Por supuesto que tengo la intención de hacerlo, a Dios le pluga –le respondió Baïbars.

Entonces se volvió hacia los notables de Mahalla y les dijo:

- Buenas gentes, ese Hasan el Espantoso, ¿qué cargo tiene en el pueblo?

- Oh, emir, es el alcalde.

- ¿Y es cierto que ha matado al hijo de esa mujer?

- Señor, es lo que se dice, pero no se ha probado. No hay nadie que haya testificado contra él. Solo

Dios (¡exaltado sea!) conoce la verdad sobre esta historia.

- Ya veo –respondió Baïbars.

Al caer la tarde, la asamblea se dispersó; Baïbars se retiró a sus habitaciones privadas. Poco

después, el cadi, el muftí y algunos notables se presentaron a verle. Baïbars fue a recibirles, les

invitó a que se sentaran, e hizo que les sirvieran café y refrescos.

- ¿Va todo bien, si a Dios le place? –dijo entonces Baïbars-. Me da la impresión de que deseáis

pedirme algo…

- Oh, emir, venimos a darte un consejo a propósito del hombre que asesinó al hijo de esa mujer; la

que vino hoy a poner una denuncia ante tu señoría. Ese hombre es un crápula, peor que el que

degolló a la camella1. Si le condenas a muerte, será igual que si hubieras hecho el peregrinaje a la

Casa de Dios2, habrás quitado una piedra negra de en medio del camino de la Comunidad de

Muhammad. Lo que dijimos hace un momento era porque le tenemos miedo, pues alguno de sus

criados podría habernos oído y hubiera ido a advertirle. ¡Mal hace el que a Dios no teme! Y ahora,

si tu intención es restablecer el orden y la justicia en Mahalla, comienza por librarnos de ese

individuo; el Señor te recompensará.

1 Expresión proverbial, fundada en un pasaje del Corán (VII, 73-77); se trata del pueblo del profeta Sâlih, que fue

destruido por haber degollado una camella consagrada a Dios. 2 La Kaaba de la Meca.

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- Ya veo, ya veo –respondió Baïbars-. De todos modos, nada sucederá que no sea voluntad de

Dios. En cuanto a vosotros, nada debéis temer de las vicisitudes del destino.

Tras estas palabras, partieron; entonces, Baïbars llamó a uno de los empleados de la

administración.

- Muchacho –le dijo-, ¿por casualidad no sabrás dónde vive el sheij Hasan el Espantoso, el alcalde

del pueblo?

- Sí, mi emir.

- Pues bien, vete a buscármelo.

El empleado se fue de inmediato. Cuando regresó, acompañado del sheij Hasan, Baïbars

se levantó rápidamente para darle la bienvenida, y le hizo sentar a su lado. En resumen, que le

reservó una de las mejores acogidas. Hasan era un hombre de unos sesenta años. Baïbars hizo que

le sirvieran unos refrescos y café,

- Bienvenido seas, padre mío –le dijo Baïbars, una vez que el alcalde hubo acabado de beber-. Tu

llegada es un gran honor para nosotros.

-Que Dios te guarde, hijo mío. ¿Hay algo que yo pueda hacer por ti?

- Tío mío, debes saber, que yo tengo a tu señoría en tan alta consideración como si fueras mi propio

padre. Antes de partir del Cairo, me han hablado mucho y bueno de ti, y que eres un hombre cuya

palabra se tiene muy en cuenta en este pueblo. Ahora bien, yo soy un extranjero en este país, y

como se suele decir: “fuera de su país, el hombre más perspicaz vale menos que un ciego y, a

nuevo que llega, nueva sorpresa”. Yo, de administrar y de gobernar no sé nada de nada; soy

bastante despistado; pero resulta que Su Majestad, el rey El-Sâleh me ha nombrado gobernador de

este pueblo. De modo que me gustaría que velaras y cuidaras de mí, dirigiéndome en mi trabajo,

pues me preocupan ciertos hipócritas… y, además, yo te voy a obedecer en todo.

- ¡Pues claro, con mucho gusto, hijo mío! –respondió el sheij Hasan-. Mientras permanezcas con

esas buenas intenciones, tendrás el éxito asegurado, y siempre que sigas mis consejos, obtendrás

beneficio. Si me obedeces, haré de suerte que los habitantes de la ciudad, grandes y chicos, te

obedezcan al instante, y tú acrecentarás fortuna a sus expensas. Para empezar, aquí tienes todas

estas denuncias, acumuladas desde hace diez años: vamos a declararlas ilegales, y así tú podrás

embolsarte las sumas vertidas por las partes1.

Dicho esto, metió la mano en su bolsillo y sacó un rollo de papeles: todas las quejas

acumuladas durante diez años en la ciudad de Mahalla. Comenzó a leerla: tal mes, de tal año,

fulano ha besado en público a la hija de zutano; o bien, fulano ha defraudado tal y tal cantidad de

1 El texto es particularmente obscuro y nuestra traducción hipotética. La naturaleza exacta del fraude al que alude el

sheij Hasan no está nada clara; evidentemente, lo esencial es que se trata de una práctica fraudulenta y rentable…

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dinero; o también: unos ladrones han saqueado la casa de zutano; fulano ha bebido vino, y etc.,

etc… Todas esas denuncias, habían sido bloqueadas por Hasan el Espantoso, que se había quedado

con la fianza; se las enumeró todas a Baïbars, y éste se quedó con la boca abierta.

- Pero, padre mío –le dijo por fin-, me da la impresión que esas denuncias son muy antiguas, y no

deben reportar gran cosa. Necesitamos otras nuevas. En todo caso, a partir de ahora, te pido que

siempre estés a mi lado: vendrás a verme todos los días. Y además… tengo que decir algo a tu

señoría, sólo que, verás, me da un poco de vergüenza…

- ¡Habla, hijo mío, no seas tímido! Desde este momento, tú eres como mi hijo. ¡Ábreme tu corazón!

- Pues verás, a mí es que me gusta un poco la bebida. Y ayer, al llegar a Mahalla, envié a uno de

mis hombres a buscar algo, pero el vino que me trajo estaba avinagrado, y no pude beberlo.

También querría que me indicaras un lugar en el que se venda buen vino, para poder proveerme.

- Hijo mío –respondió el sheij Hasan-, en esta ciudad no encontrarás vino en ninguna parte. Pero

no te preocupes; yo tengo en mi casa, embotellado por mí personalmente. Es un vino bueno y

viejo, ¡de dos años! Sólo tienes que ordenar a un criado que venga conmigo, y yo te daré para un

mes. ¡Y si te apetece que te mande una jovencita para pasar la noche, o un muchacho, no tienes

más que decírmelo!

- ¡Que Dios me permita disfrutar siempre de tu generosidad, tío mío! –exclamó Baïbars-. Eso es

justo lo que yo deseo. Para esta noche, aún me queda vino y, de lo demás, el viaje me ha fatigado

un poco… Pero mañana será viernes, y no habrá Consejo; así que me gustaría que vinieras por la

mañana y tú mismo me trajeras el vino. Del resto, ocúpate como mejor te parezca: una jovencita,

o un jovencito, qué más da. ¡Menuda fiesta vamos a darnos tú y yo, y lejos de miradas indiscretas!

- ¡Estupendo, que así sea!

Baïbars hizo que le trajeran un manto de gala, que echó sobre los hombros del sheij Hasan,

y ordenó a Otmân que le ensillaran un caballo. Viéndole salir del palacio, cubierto con su manto

de honor, y montado en su caballo, los notables de Mahalla se fueron a contar el asunto al cadi.

- ¡Sólo Dios tiene el poder y la fuerza, el Altísimo, el Todopoderoso! –suspiró el cadi-. ¡Y pensar

que nos quejábamos de Sulaymân Agha, el anterior jefe del distrito, y todo lo que le hemos

recriminado!

Y el narrador continuó de este modo…

Pronunciadas esas palabras, el cadi se levantó, con la intención de ir a contar todo al muftí;

cuando de pronto, Otmân se presentó ante él:

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- ¡La paz sea contigo, cadi! ¡El soldao Nénars, el jefe el destrito, quié verte! ¡M’ha dicho

qu’arrejuntes a los colegas del pueblo y que vayáis pa su casa, que sus necesita!

- Escucho y obedezco –respondió el cadi, convocando a todos los notables de la ciudad.

Una vez reunido todo el mundo, encendieron los candiles, y se fueron al palacio del

gobierno. El emir Baïbars salió a recibirles; les saludó e hizo que les sirvieran café.

- Hijo mío –le dijo entonces el cadi-, ¿por qué has reforzado el prestigio de ese tirano, del sehij

Hasan? ¡Y pensar que nosotros te teníamos por un hombre valiente, y creimos que te desharías de

él! Pero tu señoría ha hecho justo todo lo contrario de lo que había que hacer: le has regalado un

manto de honor y un caballo. ¡Eso es lo que se dice dar alas al vicio!

- Efendi –respondió Baïbars-, debes saber que habéis sido vosotros los que, por vuestra

incapacidad, le habéis dejado tener tanto poder sobre vosotros mismos y sobre la ciudad. ¡Pero

muy pronto vais a presenciar algo que os dejará boquiabiertos! Y ahora, decidme, ¿sabéis por qué

os he convocado aquí?

- No, desde luego que no; sólo Dios conoce el secreto de las cosas ocultas.

- Pues bien, yo querría que mañana, antes de la aurora, os presentéis todos, sin excepción, en mi

casa.

- Escuchamos y obedecemos –respondieron.

Aún permanecieron un poco más en su compañía, y luego se fueron después de despedirse.

A la mañana siguiente, tras hacer la plegaria del alba, se fueron directamente a la casa del

emir Baïbars. Éste, les había preparado un escondite en el interior del salón de recepciones, en un

rincón separado por una cortina.

- Que a ninguno de vosotros se le ocurra toser ni hacer ruido alguno –les dijo-. El sheij Hasan va

a llegar en breve; prestad atención a lo que diga, de manera que luego podáis testificar contra él;

yo voy a llevarle a que confiese su crimen, para condenarle a muerte apoyándome en vuestro

testimonio, y conforme a la santa Ley de Muhammad.

- ¡Por Dios –le respondieron-, hay que reconocer que está bien pensado! ¡Pueda el Señor

conservarte largo tiempo entre nosotros!

Una vez hubo acabado sus preparativos, Baïbars se dispuso a esperar al sheij Hasan. Éste

llegó a media mañana, precedido de un criado que llevaba una jarra de vino, y seguido de una

jovencita y un muchachito que semejaban a las huríes y a los coperos del paraíso. Baïbars se

levantó de inmediato, le dio la bienvenida y le hizo sentar a su lado; la joven se quitó el velo y dejó

suelta su cabellera; fue a besar la mano del emir Baïbars y se sentó cerca de él, mientras el joven

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preparaba el vino y lo vertía en las copas. Baïbars había hecho preparar unos aperitivos y perfumes,

y ordenó a Otmân que los trajera.

Este último se imaginaba que realmente Baïbars tenía intención de beber vino, y al salir de

la sala, le dijo a Harhash:

- ¡Fíjate bien, hermano, el soldao va a darse al trago! ¡Por el Profeta, que como haga eso, yo me

vuelvo a enmorrar con la botella, mando a tomar por culo la penitencia, y me desambrocho1 tos

los botones!

- Sabes una cosa, osta Otmân –respondió Harhash-, yo creo que el soldao va a hacer eso por algo;

me parece que quiere acorralar a ese cabrón, igual que hizo con el sheij Muqallad, ¡y luego va a

ajustarles las cuentas a esos maricones! Espera un poco y verás.

- ¡No está na mal! ¡Seguro qu’es lo que tú dices! ¡Menudo tío es el soldao!

Mientras tanto, la muchacha estaba sirviendo vino en las copas; primero lo probaba ella, y

luego ofrecía una copa al sheij Hasan el Espantoso.

- Dásela al emir Baïbars –le dijo.

- Bebe tú primero, padre mío –respondió Baïbars-; de momento yo no puedo beber; cuando estoy

borracho pierdo el sentido y no puedo hacer el amor; sobre todo porque ya bebí mucho ayer por la

noche.

- Tienes razón.

El sheij Hasan, el chico y la joven se pusieron a meterse buenos lingotazos de vino, iban

como rabo de mula, volcando todo a su paso. El sheij Hasan se hacía servir la bebida por la

muchacha, y le metía mano al jovencito; abrazaba a uno y sobeteaba al otro, tanto y tanto, que

acabó por no saber ni lo que decía. Mientras tanto, la jovencita cantaba, y el muchacho se

contoneaba lascivamente; ¡aquello era como para resucitar a un muerto!

- Hijo mío –dijo de pronto el sheij Hasan-, me da la impresión de que este chico y la muchacha no

son de tu agrado, pues te encuentro muy reservado.

- Ni mucho menos, padre mío, cómo no iban a gustarme, son muy buenos… ¿Es que hay en la

ciudad mejor que estos?

1 Quiere decir “desabrocho”. Alusión a un episodio anterior (ver Flor de Truhanes) en donde Baïbars, para recordar a

Otmân todas las malas acciones a las que había renunciado al arrepentirse, asoció cada una de ellas a uno de los

botones de su guardapolvo; de modo que mientras el guardapolvo permaneciera abotonado, Otmân se abstendría de

cometerlas.

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- Pues claro, hijo mío. Hoy, yo andaba un poco mal de tiempo y no he podido traerte lo mejor.

Pero, por tu vida, emir, te aseguro que tengo a mi disposición mujeres que ni siquiera en el Cairo

tienen igual. Si quieres, mañana, te traeré a algunas de las mejores familias de la ciudad, de la casa

del cadi, del muftí, del naqîb el-ashrâf; jamás habrás visto otras parecidas.

- Eres bien generoso. Pero, tío mío, me gustaría preguntarte algo; sólo que, jura ante Dios que no

vas a negarte a responderme. Si no supiera que me quieres más que a tu hijo, no me atrevería a

preguntarte nada. Ayer, una mujer llegó ante el Consejo, trayendo consigo un amasijo de ropa

ensangrentada, y presentó una denuncia en tu contra, diciendo que tú habías matado a su hijo. Por

lo que vino a decirme, este asunto se remonta a cuatro años atrás. Cuando me dijo eso, yo monté

en cólera y la eché de allí, declarando que la denuncia no era de recibo. Pero, dime, ese chico que

mataste, no cabe duda de que tú le amabas y él debió de traicionarte ¿no?; ¿o es que le mataste

porque sí, sin motivo alguno?

Ante esas palabras, el sheij Hasan exaló un profundo suspiro.

- ¡Ay, emir Baïbars –dijo-, acabas de abrir de nuevo viejas heridas! ¡Sí! ¡Pluga al cielo que no me

hubieras recordado a ese muchacho, porque, por Dios, que obré francamente mal con él, y sin que

me hubiera hecho nada que mereciera la muerte! ¡Ay! ¡Dios maldiga la perversidad y la cólera, y

más aún la bebida!

- Te conjuro en nombre de Dios –padre mío-, cuéntame lo que pasó entre vosotros dos, pues a mí

me gusta oir historias y relatos extraordinarios.

“Sabe, emir Baïbars, que esa mujer que ha visto tu señoría, tenía un hijo; jamás ninguna

otra mujer en el mundo, había amamantado a un niño parecido. Al menos, yo lo veía de ese modo.

Su padre había muerto; se llamaba sheij Mustafa, y era un reputado hombre de religión, de una

excelente familia. Cuando murió, su hijo, del que ahora hablamos, tenía trece años, era hermoso

como el claro de luna, y a mí me consumía una pasión devoradora. Todos los días, yo le acechaba

en el camino y le dirigía la palabra, pero él pasaba sin dignarse ni tan siquiera mirarme.

Desesperado de no poder conseguir lo que yo quería, un día, le acorralé en la callejuela y le propuse

darle dinero. Saqué diez monedas de oro de mi bolsa, diciéndole:

- Ven conmigo a casa, ¡aunque sólo sea una vez!

Pero él me lanzó una mirada furibunda, y luego me dijo, bajando los ojos:

- ¡Tío mío, rechaza al demonio! Tú eres un hombre con edad suficiente como para poder ser mi

padre. ¡Yo no me dedico a ese oficio!

Yo le ofrecí diez monedas más de oro, presionándole:

- Mi muchachito, tómalas de todos modos, y si vienes a casa conmigo, te daré aún muchas más.

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Pero él se escapó y se fue a su trabajo, pues estaba de aprendiz con un sastre. Después de

esto, yo continué acosándole a diario; incluso llegué a ofrecerle hasta cien monedas de oro; pero

todo fue en vano.

El chico acabó previniendo a su madre acerca de mis avances, y tuvo tal miedo de mí, que

no le permitió salir más a la calle. Entonces, yo hice que gentes a mi servicio le vigilaran, y que

me informaran de todos sus movimientos y cuanto hiciera.

Un buen día, salió con unos chicos de su edad, y fueron a los jardines que rodean la ciudad,

para tomar el aire. Mis espías vinieron a avisarme: “Mohammad está en tal y tal jardín”. Entonces,

yo me dirigí rápidamente al lugar indicado; yo iba borracho cuando divisé al grupo de jóvenes, y

saqué mi cuchillo. Los chicos salieron corriendo muertos de miedo, abandonando a su compañero

y dejándolo solo. Yo avancé hacia él, y le agarré.

- Vaya, vaya, granujilla –le dije-, ¿creías que te había abandonado?

- ¿Qué quieres de mí? –me preguntó.

- Sabes muy bien lo que quiero, ¡hijo de puta!

- Tío mío, por la gloria de Dios, jamás nadie me ha hecho algo así; mi cuerpo no está acostumbrado

a esas cosas. Déjame en paz, y que Dios proteja tu honor; te lo suplico, no me deshonres.

- ¡Tú no te me vas a escaparte –le respondí-, ni así te agarres a lo más alto de las nubes, o te

sumerjas en lo más profundo de los mares! ¡Hace mucho tiempo que esperaba este día; no me lo

puedo creer!

Entonces él se echó a llorar, aterrorizado; yo le arranqué los pantalones, y me avalancé

sobre él para satisfacer mi deseo. Pero en ese momento, me vi invadido por una locura violenta;

todo mi cuerpo se puso a temblar, y me encontré como si fuera una mujer; Yo intentaba que se me

levantara, pero nada que hacer. Entonces, llevado por el furor y la humillación, le metí el cuchillo

hasta la empuñadora en el vientre; sus entrañas se escaparon por la herida, y allí abandoné su

cadáver sin vida.

Sus compañeros, que habían observado la escena desde lejos, corrieron a avisar a su madre;

ella vino hasta donde estaba el cadáver de su hijo; se lo llevó e hizo que lo amortajaran. Entonces

fue a poner una denuncia ante el jefe del distrito; pero él no quiso aceptarla, en consideración hacia

mi persona; pues yo siempre le había hecho obtener buenas ganacias. Eso es, hijo mío, lo que pasó

entre ese muchacho y yo.

Y el narrador prosiguió su relato de este modo…

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Andanzas y aventuras del caballero Baïbars y de su fiel escudero Flor de Truhanes III - Los Bajos Fondos del Cairo

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Nobles señores, cuando Baïbars escuchó la confesión de aquel miserable, estuvo a punto

de acabar con él en el acto.

- ¡No habrá piedad para quien reconoce su crimen! –exclamó-. ¡Viejo canalla!

Sacó Baïbars su lett de Damasco, su mítico lett de diez ratls de peso y, de un solo golpe en

la espalda, lo arrojó por tierra, y sin conocimiento, derrotado y humillado.

- ¡Que el buen Dios te proteja, hermanote mío! –exclamó Otmân, que estaba detrás de la puerta-.

¡Por el Profeta, l’has trincao del primer estacazo!

Entonces, Otmân entró, se lanzó sobre Hasan el Espantoso, le amarró bien amarrado de

pies y manos, y al mismo tiempo salieron también los notables de Mahalla de su escondite.

- ¡Ojalá y que tus brazos para siempre guarden su fuerza, y haga el cielo que tus enemigos jamás

puedan gozarse de tu derrota! –dijeron.

- ¿Habéis oído la confesión de este miserable? –les preguntó Baïbars.

- Le hemos oído; ¡menudo canalla! ¡hasta se divertía con nuestras mujeres!

- Yo le condeno a la pena de muerte –dijo el cadi-. Aquí tienes la sentencia escrita y firmada de

mi puño y letra.

- Y yo –dijo el muftí-, doy mi conformidad; ya que este tipo es un asesino, y no tiene defensa

posible.

Entonces, Baïbars ordenó que fuera paseado por toda la ciudad; tras lo cual fue decapitado

en una de las grandes calles de Mahalla. Acto seguido, el emir Baïbars hizo venir a la madre de la

víctima, la consoló y, una vez confiscada la fortuna de Hasan el Espantoso, se la donó como

reparación por el precio de la sangre de su hijo. La mujer le cubrió de bendiciones y por fin

encontró la paz en su corazón.

FIN

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Próximo episodio…

37 – Persiguiendo a cuatreros