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CRíTICA DE UBROS EL MULTICULTURALISMO y LA POLÍTICA DEL RECONOCIMIENTO A EXAMEN AMY GUTMANN (ed.): Multiculturalism: Examining the Politics of Recognition, Princeton University Press, Princeton, 1994, 175 pp. EMILIO LAMO DE ESPINOSA (ed.): Culturas, Estados, Ciudadanos. Una aproximación al multiculturalismo en Europa, Alianza Editorial, Madrid, 1995,258 pp. Estos dos libros, procedentes de ámbitos académicos bien distintos, muestran preo- cupaciones tan parecidas que merece la pena reseñarlos juntos. Ambos son inten- tos de aproximación a un fenómeno y a un problema, el del multiculturalismo, que se ha universalizado radicalmente en nues- tro tiempo. El multiculturalísmo como fenómeno hace referencia, de forma muy sintética y provisional, a la cohabitacion de culturas distintas en un mismo tiempo y un mismo espacio. A su vez, el multi- culturalismo como problema hace referen- cia a las formas posibles de articular esa pluralidad cultural en la multitud de ámbi- tos en los que este fenómeno produce con- flictos en las sociedades democráticas contemporáneas. El discurso multicultural encuentra su origen y su impulso en lugares dispares. Éstos serían, entre muchos posibles, el antioccidentalismo de la nueva izquierda ISEGORíA/14 (1996) pp. 203-241 (y su percepción de occidente como una cultura colonizadora); ell1amado comuni- tarlsmo (y su crítica del individuo abstracto y desencarnado de la tradición política liberal); en un terreno más cotidiano, la simple percepción de una pluralidad cul- tural creciente en las ciudades de occiden- te, la inmigración; el análisis sociológico de esta pluralidad; la persistencia en la bús- queda de reconocimiento de minorías nacionales (los hechos diferenciales, etc.) y étnicas en estos mismos ambientes, etc. En fin, el multiculturalismo hace referen- cia a una vida social en la que la pluralidad se ha afirmado con una instantaneidad has- ta ahora desconocida. Esto es, no es que la pluralidad cultural ysu convivencia cons- tituyan una novedad, pues no lo es, es sen- cillamente que esta pluralidad opera a una escala y a una velocidad hasta ahora des- conocidas. Y es, sobre todo, que esta plu- ralidad se manifiesta profundamente en aquellos Estados-nación modernos que hasta ahora habían estado dominados por una real o aparente homogeneidad cultu- ral. Otra de las circunstancias que hace, qui- zás, novedosa la pluralidad contemporá- nea, que podría explicar la centralidad del fenómeno y del problema en las huma- nidades y en las ciencias sociales, es el cam- bio de actitud desencadenado por el pos- modernismo. Hay una conexión entre el relativismo cultural de la nueva izquierda y la pérdida de firmeza en el caminar del proyecto ilustrado que ha acompañado a 203

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CRíTICA DE UBROS

EL MULTICULTURALISMO y LA POLÍTICADEL RECONOCIMIENTO A EXAMEN

AMY GUTMANN (ed.):Multiculturalism: Examiningthe Politics ofRecognition,Princeton University Press,Princeton, 1994, 175 pp.

EMILIO LAMO DE ESPINOSA (ed.):Culturas, Estados, Ciudadanos.Una aproximación al multiculturalismoen Europa,Alianza Editorial, Madrid,1995,258 pp.

Estos dos libros, procedentes de ámbitosacadémicos bien distintos, muestran preo­cupaciones tan parecidas que merece lapena reseñarlos juntos. Ambos son inten­tos de aproximación a un fenómeno y aun problema, el del multiculturalismo, quese ha universalizado radicalmente en nues­tro tiempo. El multiculturalísmo comofenómeno hace referencia, de forma muysintética y provisional, a la cohabitacionde culturas distintas en un mismo tiempoy un mismo espacio. A su vez, el multi­culturalismo como problema hace referen­cia a las formas posibles de articular esapluralidad cultural en la multitud de ámbi­tos en los que este fenómeno produce con­flictos en las sociedades democráticascontemporáneas.

El discurso multicultural encuentra suorigen y su impulso en lugares dispares.Éstos serían, entre muchos posibles, elantioccidentalismo de la nueva izquierda

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(y su percepción de occidente como unacultura colonizadora); ell1amado comuni­tarlsmo (y su crítica del individuo abstractoy desencarnado de la tradición políticaliberal); en un terreno más cotidiano, lasimple percepción de una pluralidad cul­tural creciente en las ciudades de occiden­te, la inmigración; el análisis sociológicode esta pluralidad; la persistencia en la bús­queda de reconocimiento de minoríasnacionales (los hechos diferenciales, etc.)y étnicas en estos mismos ambientes, etc.En fin, el multiculturalismo hace referen­cia a una vida social en la que la pluralidadse ha afirmado con una instantaneidad has­ta ahora desconocida. Esto es, no es quela pluralidad cultural y su convivencia cons­tituyan una novedad, pues no lo es, es sen­cillamente que esta pluralidad opera a unaescala y a una velocidad hasta ahora des­conocidas. Y es, sobre todo, que esta plu­ralidad se manifiesta profundamente enaquellos Estados-nación modernos quehasta ahora habían estado dominados poruna real o aparente homogeneidad cultu­ral.

Otra de las circunstancias que hace, qui­zás, novedosa la pluralidad contemporá­nea, que podría explicar la centralidad delfenómeno y del problema en las huma­nidades y en las ciencias sociales, es el cam­bio de actitud desencadenado por el pos­modernismo. Hay una conexión entre elrelativismo cultural de la nueva izquierday la pérdida de firmeza en el caminar delproyecto ilustrado que ha acompañado a

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la modernidad. Este desprestigio del pro­greso y de la modernidad como horizontenormativo universal han colocado, aparen­temente, en un mismo plano de igualdad,sin posibilidad de comparación, a todas lasculturas. En fin, éstos son los rasgos quede alguna manera dan cuenta de la cenotralidad de este tema del multiculturalismoen la reflexión inmediata. La inconmen­surabilidad cultural propicia, por tanto, elreconocimiento casi extremo de las cultu­ras. Ahora tal vez sería necesario haceralgunas puntualízaciones sobre otro de lostérminos del debate. El concepto quenuclea esta manifestación de la pluralidad:la cultura.

Cultura tiene aquí un sentido abierto,flexible, que conecta con esa percepciónde la pluralidad contemporánea. Culturaes, por dar un apunte somero, ese universosimbólico que comparten los grupos huma­nos y que les otorga una identidad dife­renciada. Así cultura sería casi cualquiercosa, y en este debate sin duda lo es. Yesto es así porque ni las culturas ni losgrupos humanos son lo que eran. Estánsujetos a cambios constantes y, lo que esmás, a solapamientos infinitos en los pro­pios sujetos que encarnan ambos, a sin­cretismos y mestizajes. Por tanto, tampocoha de sorprender que el debate multicul­tural sea un cajón de sastre en el que quepaun poco de todo. Un poco de todo, además,de lo viejo y de lo nuevo, donde los viejosproblemas, corno el del nacionalismo, sereformulan en términos de minorías nacio­nales, o donde los problemas mucho másrecientes (al menos en cuanto al debatepúblico) de las identidades sexuales tam­bién encuentran acomodo.

Se nos preguntará entonces si no hayun solo punto que unifique el espectromulticultural. Y, sin embargo, lo hay. Estepunto de enlace común que articula todoeste debate es precisamente la universa­lización de las instituciones propias de lademocracia liberal: instituciones destina-

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das a proteger la libertad de los individuos,su privacidad y, ahora también, presunta­mente, su identidad cultural. Es precisa­mente la discusión acerca de cómo hacercompatibles esta visión liberal de la liber­tad (negativa) con la percepción de losvalores «culturales» lo que define las dis­tintas posiciones en el debate. Estas posi­ciones se diferencian a su vez por los dis­tintos niveles del discurso, y éstos los mos­traremos al tiempo que comentamos losdos libros. Adelantemos tan sólo que vandesde una propuesta normativa acerca decómo tratar la diferencia cultural (la polí­tica del reconocimiento) a una ampliapanoplia de políticas públicas destinadasal tratamiento concreto de distintas facetasde este horizonte multicultural.

Culturas, Estados, Ciudadanos. Unaaproximación al multiculturalismo en Euro­pa, editado por Emilio Lamo de Espinosa,es -como su propio título indica- unaprimera aproximación, un acercamiento alproblema multicultural en su pluralidad demanifestaciones. Es un intento de tanteoy de organización del debate, de sus posi­ciones y de sus temas. Para ello el editorha dividido convenientemente la obra encinco bloques que definen cinco formasdistintas de abordar el problema y, al tiem­po, cinco problemas multiculturales dife­rentes. El libro se abre con el artículo deLamo de Espinosa «Fronteras Culturales»que figura (muy correctamente) comointroducción junto a «Reflexiones sobre elmulticulturalismo que nos viene», deAlfonso Pérez-Agote, Y es así porque suartículo tiene la ambición, en gran medidalograda, de poner claridad en este hori­zonte confuso y de hacer un catálogo deluniverso rnulticultural. Y esto, en la medi­da en que lo permite el objeto, resulta bas­tante logrado. El segundo de los artículosde la introducción tiene un carácter biendistinto. Si el primero se caracteriza poruna pluralidad disciplinar en la que con­curren desde la filosofía a la sociología

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(una pluralidad muy adecuada al tema),en este segundo se intenta hacer sociologíamulticultural, Y parece que la peculiaridaddel objeto exigía más bien el primero delos enfoques.

Los cinco bloques mencionados estánagrupados bajo el rótulo general «Proble­mas de la sociedad rnulticultural europea».El primero de ellos, dedicado a la lengua,lo compone un bello artículo de MiquelSiguan: «Las lenguas en la construcciónde Europa», El artículo de Siguan catalogalas lenguas europeas, reconstruye sus orí­genes y nos describe sus historias. Al mis­mo tiempo distingue entre sus valores cul­turales y sus valores pragmáticos, atiendecon ello el futuro y el valor de las lenguaspara Europa y apunta pragmáticamente asoluciones que permitan aunar a un tiempola defensa de la riqueza cultural con elvalor y la eficacia de la comunicación.

El segundo de los bloques está dedicadoal Estado. J. R. Llobera, en su artículo «Es­tado soberano e identidad nacional en laEuropa actual» realiza una reconstruc­ción, poco lograda a mi juicio, de la rela·cíón entre Estado y nación en el contextoeuropeo. Al margen de lo más bien confusode la exploración conceptual de Llobera,el hecho de que los problemas del nacio­nalismo reciban un nuevo tratamiento eneste contexto multicultural constituye, sinduda, un paso positivo en la senda de lacomprensión de uno de los más grandesy enigmáticos fenómenos políticos delsiglo xx,

El tercero de los bloques está dedicadoa la inmigración. Si el nacionalismo señala,en general, la existencia de diferencias noreconocidas, homogeneizadas o silencia­das, la inmigración apunta hacia el fenó­meno más llamativo de la llegada de ladiferencia. Esto es, la diferencia desarrai­gada o sin base territorial, la diferenciaque surge de la noche al .día, Éste quizássea el dominio más propio del multicul­turalismo, El capítulo lo ocupa un prevo-

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cador y chispeante artículo de AntonioRemiro Brotóns sobre los problemas deíndole legal y social de la inmigración enEuropa.

El cuarto de los bloques lleva por título«La ciudad» y lo compone un artículo deJohn Rex: «La metrópoli multicultural: Laexperiencia británica». Aquí la inmigraciónya se ha asentado para quedarse. El ar­tículo refleja las luces y las sombras dela políticas públicas (municipales) a la horade lidiar con poblaciones multiculturalcs,La experiencia es presentada como unejemplo de utilidad para otras partes deEuropa, como España, en las que se cami­na hacia situaciones sociales parecidas.

El cuarto bloque lo constituye uno delos temas favoritos de la filosofía políticadedicada a estos asuntos: la ciudadanía.Parece que el multiculturalismo exige, dealguna manera, una atención a la culturadesde dentro del concepto de ciudadanía.De qué manera se pueda integrar estavariable cultural dentro de esa ciudadaníaeuropea que ya es civil, política y social,es algo que intenta con elegancia el artí­culo de Marco Martinello (<<Inmigracióny construcción europea: ¿Hacia una ciu­dadanía multicultural de la Unión Euro­pea?») dedicado a este concepto.

Por último, el libro se cierra con el capí­tulo sobre la educación. Éste lo componenalgunas reflexiones más o menos erráticasde Carlota Solé sobre una llamada edu­cación íntercultural basada en experienciascon niños inmigrantes en la parte vieja deBarcelona.

En fin, como puede verse, muchosternas distintos que, sin embargo, dejan enel lector la sensación de que se trata deun problema importante necesitado deatención y que se avizora como algo queingresará ya de forma permanente en nues­tro muy inmediato futuro. Y para el que,por tanto, se hace necesario preparar des­de guías normativas que orienten nuestracomprensión a políticas públicas, cn con-

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CRíTICA DE LIBROS

sonancía con estas guías, que desactivenlos conflictos posibles y que preserven yrespeten al tiempo el valor mismo de lapluralidad.

El otro libro que queríamos comentarmerece algunas precisiones preliminares.Se trata de la segunda edición del ensayode Charles Taylor (et al.), Multiculturalismand ethe politics ofrecognition» (1992), librodel que hay, por cierto, tradución caste­llana en el Fondo de Cultura Económica.Lo centralmente importante de este libroes que se propone un modelo político nor­mativo, que se entiende como desarrolloy mejora del liberalismo convencional,como instrumento adecuado para el tra­tamiento del fenómeno multiculturaJ (almenos respecto a las minorías nacionales,aunque otros autores del volumen comoS. Wolf extienden su aplicación a otrosámbitos). En síntesis, se presupone que lademocracia liberal es la única forma legí­tima de gobierno, pero al tiempo se afirmaexplícitamente que el liberalismo de losderechos no está bien pertrechado paraocuparse (de forma no coactiva) de la dife­rencia. Para ello se propone una «políticadel reconocimiento» que de paso a unanueva forma de liberalismo (Taylor-Wal­zer) que avance más allá de la mera tole­rancia del liberalismo convencional en elrespeto de la diferencia. Ésta es la misiónencomendada a la política del reconoci­miento. Un modelo normativo en el quela supervivencia cultural ocupa el lugar devalor central y rector. Un modelo en elque la falsa neutralidad cultural (opresora)del liberalismo convencional da paso alreconocimiento cultural explícito y al res­peto del derecho a la supervivencia culturalen un futuro infinito.

El ensayo de Charles Taylor ha tenidouna enorme difusión, una difusión que ha

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hecho que la centralidad del multicultu­ralisrno se haya casi desplazado hacía lapolítica del reconocimiento. Así, si en laprimera edición el ensayo de Charles Tay­lar aparecía precedido de una completaintroducción de Arny Gutmann a los dis­tintos aspectos del debate multicultural yde varios comentarios de Susan Wolf, Ste­ven C. Rockefel1er y Michael Walzer (esteúltimo casi una colaboración en la elabo­ración de esta política del reconocimiento)en esta segunda las cosas son distintas.Aquello que formaba el libro originarioconstituye ahora la primera parte, estandocompuesta la segunda de dos críticas almodelo de la política del reconocimiento.La primera de ellas es el excelente artículode Jürgen Habermas «Struggles for Recog­nítion in the Democratic ConstitutionalState» y el segundo el de K. AnthonyAppiah «Identity, Authenticity, Survival:Multicultural Societíes and Social Repro­duction». La diferencia de las dos edicio­nes es importante. Si la primera celebrabala política del reconocimiento como elmodelo con el que enfrentar de forma ade­cuada los retos del multiculturalísmo, enesta segunda lo que está sobre todo a exa­men es la política del reconocimiento. Unapolítica que, como ven sus críticos, no pare­ce ser un paso más adelante en la arti­culación liberal de la tolerancia, sino unpaso más bien ambiguo que se aleja delliberalismo. Sea cual sea de los dos diag­nósticos el correcto, este segundo librorepresenta un intento claro de aprehendertodos aquellos problemas reseñados en elprimero de los libros dentro de una com­prensión general de la diferencia culturaly del tratamiento que merece desde losvalores de la sociedad liberal-democrática.

Ángel Rivero Rodriguez

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CRíTICA DE LIBROS

LA NUEVA BABILONIA. MULTICULTURALISMO,DERECHOS HUMANOS Y DEMOCRAGA

JAVIER DE LUCAS:

El desafío de las fronteras.Derechos humanos y xenofobiafrente a una sociedad plural,Temas de Hoy, Madrid, 1994, 261 pp.

DANIEL COHN-BENDIT

YTHOMAS SCHMID:

Ciudadanos de Babel. Apostandopor una democracia multicultural(est. intr. de Javier de Lucasy trad. de Guillermo Aparicio),Talasa, Madrid, 1996, 173 pp.

En estos dos libros, escritos en escenariosteóricos y geográficos diversos, se abordala cuestión del estatuto de los extranjerosen las modernas democracias de un modotan complementario que justifica ser rese­ñados conjuntamente. El profesor españolJavier de Lucas adopta un tono ciertamen­te más académico, aunque no exento deafán polemizador. Daniel Cohn-Bendit,uno de los protagonistas más conocidos delmayo del 68 y hoy político verde alemán,y el politólogo Thomas Schmid, ubicadoen el círculo francfortiano de Habermas,escriben desde sus experiencias directas enel trabajo de integración social con el deseoexplícito de alentar e iluminar el debatepúblico en la República Federal.

La presencia masiva y permanente deextranjeros dentro de las lindes de un Esta­do representa un reto para las sociedadesliberales, tanto en lo que concierne al res­peto integral de los derechos humanoscomo en lo que respecta al funcionamientode las instituciones de la democracia repre­sentativa. Sobre los pilares de los derechoshumanos y los procedimientos democrá­ticos se articula una arquitectura cuyos ele-

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mentos esenciales son la preeminencia delindividuo, la igualdad ante la ley, el gobier­no de la mayoría, la limitación del podery el respeto de las minorías. Aunque ladiversidad cultural de las sociedades con­temporáneas no supone en sí misma unpeligro para esos valores políticos que fue­ron concebidos desde (y para) el horizontede una cierta homogeneidad social, lamodificación de esas condiciones inicialesexige que sean revalidados y que su sentidosea adaptado a las nuevas circunstancias.Por supuesto que el pluralismo de voces,de creencias y de opiniones ya era un pos­tulado básico del modelo demócrata-libe­ral, mas ese pluralismo era entendidocomo una diversidad social limitada porun consenso explícito -el texto constitu­cional- o implícito -las tradiciones cul­turales compartidas del mundo de lavida-. Ante la emergencía de una realidadmucho más polifónica y no siempre armó­nica, el ángulo de la mirada debe ampliarsepara permitir que los añejos presupuestosnormativos se adapten a la nueva situaciónsocial.

Los autores de los dos volúmenes objetode esta reseña ofrecen un instrumental teó­rico capaz de afrontar óptimamente estatarea. En un necesario ejercicio de higieneconceptual, en ambos libros se distinguende modo nítido dos acepciones bien dife­rentes del término multiculturalismo, Enlas monografías y en los abundantes deba­tes académicos sobre esta materia seemplea ese vocablo para referirse al plu­ralismo y heterogeneidad cultural ya exis­tente en todas las sociedades modernas conmayor o menor intensidad, esto es, a lapresencia en una misma sociedad de gru­pos con diferentes códigos (el rnulticultu­ralismo como hecho). Otras veces, la pala-

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CRíTICA DE LIBROS

bra se usa para proponer una meta noalcanzada, un ideal de convivencia, queestá obviamente aún por construir (el mul­ticulturalismo como problema o comovalor). Esta segunda posibilidad podíaentenderse como una respuesta de carácternormativo al hecho social expresado en laprimera acepción. En un caso se trata deuna categoría descriptiva o sociológica yen el otro de una categoría normativa oaxiológica. Con el afán de distinguir ambossignificados, Javier de Lucas proponeincluso un nuevo término, interculrurali­dad, para referirse al multiculturalismo encl sentido de «propuesta de una sociedadregida por el diálogo, la convivencia entrelas diversas culturas, lo que plantea inme­diatamente el problema del código nor­mativo común a todas ellas» (De Lucas,71).

El libro de Javier de Lucas contiene unaponderada reflexión sobre las condicionesnormativas necesarias para eludir un riesgoque parece cernirse sobre Europa, a saber:el de conformarse como una fortaleza inex­pugnable para terceros en vez de conver­tirse en tierra de asilo y encuentro entreculturas, razas y tradiciones diversas. Setrata, pues, en primer lugar de un diag­nóstico y a ello no le resulta ajeno el hechode que el autor -un reconocido filósofodel Derecho-s- sea el director de un grupode investigación al que la Comisión Eu­ropea ha encomendado el informe sobreracismo y xenofobia correspondiente aEspaña. Ya en un libro anterior, Europa:cconvivir con la diferencia? Racismo, nacio­nalismo y derechos de las minorías (Tecnos,Madrid, 1992), abordaba con detalle lacuestión de la condición jurídica delextranjero en Europa y, en particular, enEspaña (regulación de los permisos deacceso, residencia y trabajo, estatuto de lostrabajadores emigrantes, regulación de losprocedimientos de expulsión, requisitosdel derecho de asilo, etc.), En él se enun­ciaban algunas medidas legislativas neceo

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sarias para adecuar dicha condición a lasexigencias generales emanadas de los dere­chos humanos. En el nuevo libro se expli­citan las razones para ampliar de manerainclusiva el ámbito de esos derechos atodos los grupos humanos.

El punto de partida del libro de Javierde Lucas es la constatación de una para­doja. Si por algo se distinguen los derechoshumanos es, sin duda, por su carácter voca­cionalmente universal: sus destinatariosson todos los seres humanos sin exclusiónalguna, sin ninguna discriminación porrazones de sexo, raza, religión, cte. Esabella teoría contrasta empero con el hechode que a lo largo de la historia la mayorparte de los seres humanos no han sidoconsiderados como tales y, por ende, nose les atribuían derecho alguno (cfr. DeLucas, 45-46). Incluso si se caracterizan losderechos humanos como una idea regu­lativa, tal como propone el autor, y, portanto, no quepa emitir nunca un juicio decomplaciente satisfacción, el panoramaresulta desolador: «Si la lucha por los dere­chos humanos es la lucha contra la exclu­sión, es decir, la lucha por su reconoci­miento más allá y por encima de las fron­teras, una mirada al mundo que nos rodeaparece acreditar más bien que, todavía hoy,las fronteras parecen más poderosas que losderechos» (De Lucas, 24-25).

Los criterios de exclusión utilizadoscomo vías para negar a numerosos sereshumanos un efectivo disfrute de los dere­chos humanos han sido numerosos y varia­dos, algunos de cuyos hitos principalesserían: la exclusión de género (sólo varo­nes), la exclusión de clase (sólo individuosautónomos, los burgueses), etc. Pero enla práctica, la forma de exclusión másimportante «es la que viene asegurada porla distinción entre hombre y ciudadano (...)y que afectará a los extranjeros>, (DeLucas, 46). Para resumir, cabría decir queen el principio fue la exclusión y el restode la historia es tan sólo una larga lucha

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por el reconocimiento: la del reconoci­miento del individuo como hombre y luegocomo ciudadano. De hecho, en todos losEstados se excluye de una manera u otraal extranjero como titular de algunos dere­chos: deben así aceptar las reglas en sudimensión onerosa, sin negar a disfrutarde sus ventajas.

Adoptando de modo crítico la idea ela­borada por Ernesto Garzón Valdés de queel disfrute de los derechos humanos --en­tendidos como un «coto vedado» a las deci­siones de la mayoría- es el requisito míni­mo de homogeneidad social necesario parael normal desarrollo de las democracias,Javier de Lacas postula la extensión de laciudadanía -esto es, la titularidad plenade todos los derechos-e- mediante la arti­culación de procedimientos de naturaliza­ción que posibiliten la doble nacionalidado mediante normas que generalicen el iussoli. Esta extensión es esencial, pues delestatuto de ciudadanía se deriva como con­secuencia primordial la atribución de losderechos fundamentales. Mediante lageneralización del estatuto de ciudadaníase superaría la mayor antinomia que afligea los derechos humanos desde la Revo­lución francesa: la contraposición entrederechos del hombre y del ciudadano. Elautor aboga por la abolición del antago­nismo entre pertenencia nacional y ciuda­danía, pues lo sustantivo y radical de esosderechos es precisamente su caráctersupraestatal y su eficacia por encima delas fronteras. Además mantener a personascon el estatuto de no ciudadanía alientasu consideración como auténticos súbditos-condición del todo incompatible con lospresupuestos demccráticos->, como amenudo se hace patente en el trato policialdado a los extranjeros (cfr. De Lucas, 196).

El profesor español polemiza aguda­mente contra la extendida opinión de quela lucha jurídica dirigida a erradicar la dis­criminación racial se ha de limitar al planomeramente negativo de la protección de

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los derechos individuales. Esa idea de queno hay otro problema que el del respetoa la igualdad de derechos de todos los indi­viduos resulta un planteamiento a todasluces insuficiente, porque cuando hay unasituación de desigualdad heredada queimpide hablar de igualdad en el punto departida, lo que se requiere es un trato des­igual, es decir, medidas de discriminaciónpositiva (cfr. De Lucas, 188-192). Además,el objetivo de las reivindicaciones de deter­minadas minorías nacionales no es sólo eli­minación de la discriminación y la exclu­sión social, sino el reconocimiento de supeculiaridad. Identificar la protección jurí­dica de las minorías exclusivamente conla garantía de los derechos individuales esconfundir lo que es tan sólo un requisitonecesario con una condición suficiente.

El libro de Cohn-Bendit y Schmid afron­ta también el reto del pluralismo culturaldesde fundamentos de la tradición demo­crática, así como desde su praxis. En estesentido, debe señalarse que Cohn-Benditha sido durante años el concejal encargadode asuntos multiculturales en Frankfurt,la ciudad alemana con mayor número deextranjeros (casi un 25 por 100), de ahíque conozca por experiencia propia la difi­cultad de ocuparse de minorías discrimi­nadas y de romper con algunas inerciasmentales de la ciudadanía.

Las reflexiones de estos dos autores sedirigen a presentar teóricamente el mul­ticulturalismo como un proyecto esencial­mente democrático y se inscriben en eseinacabable debate acerca de si Alemaniaes un país de inmigración. Parten de laconstatación del hecho -aunque con fuer­te carga polémica en esos lares, en dondechoca con declaraciones oficiales en sen­tido contrarío-e- de que Alemania es unpaís donde se han asentado de modo per­manente millones de emigrantes, de dondese deduce que es un país multicultural y,por ende, que tampoco cabe ignorar pro­blemas de convivencia que algunas veces

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GRineA DE LIBROS

adquieren dimensiones graves. La dificul­tad estriba en reaccionar de modo demo­crático, de manera que sea posible domes­ticar esa realidad conflictiva, esa nuevaBabel, hasta convertirla en Heimat paratodos los que cohabitan en ella. Más quecorresponder a la palabra de origen latino«patria», como suele traducirse, los ale­manes reservan el término Heimat paradesignar un lugar o ámbito en donde sesienten como en casa, en familia. Lo desea­ble sería -tal como preconizan los autoresde este libro a través de su apuesta porla democracia multicultural- dejar alIadoel modelo tradicional de exclusión de lodiferente como forma de aglutinar la iden­tidad colectiva -modelo tan caro a losEstados-nación como Alemania-. O,dicho ahora en positivo, la integraciónsocial habría de producirse de manera quelo diferente llegue a considerarse tambiéncomo propio, hasta lograr hacerlo familiar.Éste es precisamente el sentido del intra­ducible título original del libro HeimatBabylon. No parece, en todo caso, una sali­da civilizada, ni democrática, el modelo dela asimilación en donde la sociedad recep­tora no respeta la particularidad de losemigrantes y no está dispuesta a cambiarsus propios cánones.

Dentro del panorama europeo, la emi­gración ha alcanzado en Alemania una delas cotas más elevadas. La contratación detrabajadores de la Europa meridionalempezó como una mera operación de ren­tabilidad económica y duración limitada,pero que con el tiempo ha provocado efec­tos imprevistos, pues, como escribió MaxFrisch, «se contrató mano de obra y lle­garon personas». Nunca se planteó conseriedad la posibilidad de integrarlos ple­namente al quehacer social y político dela República alemana. Eran trabajadoresinvitados por tiempo definido (éste es elsentido de la palabra Gastarbeiter], no con­ciudadanos, por lo que se intentaba cons­truirles un nuevo hogar -algo que ni los

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propios interesados buscaban aferradoscomo estaban al espejismo de la provisio­nalidad-. El hecho es que ahora un 9 por100 de los habitantes de Alemania sonextranjeros, que en las grandes ciudadeseonfonnan de modo bien visible un mosai­co colorista. En este volumen se relata demanera clara y amena las secuencias his­tóricas de la inmigración masiva de tra­bajadores a la Alemania de la posguerra,así como sus razones económicas -cubrirlagunas del mercado laboral- y sus dura­deras consecuencias sociales: pues, aunqueel asentamiento estable no estaba previsto,los trabajadores acabaron trayendo a susfamilias y desplazaron a Alemania el cen­tro de su existencia.

El caso de Alemania, que en el marcode la Unión Europea representa un típicoejemplo de país de inmigración, puede ser­vir a países meridionales que de modo inci­piente se están convirtiendo en receptoresde emigración (como España con un 2 por100 de extranjeros, aunque tan sólo un 0,7por 100 son extracomunitarios), de espejo0, más bien, de laboratorio de pruebas,no necesariamente de modelo a seguir,para configurar una política más abiertade emigración y para prepararse mejor alas consecuencias de la misma. Siempreresulta más cómodo observar objetivamen­te algunas situaciones en un dominio exter­no que en la propia tierra.

Hay otro asunto objeto de debate, aveces virulento y obsesivo, en la actual Ale­mania que es tratado con gran atenciónen Ciudadanos de Babel: la cuestión de losfugitivos políticos en busca de asilo. Esnecesario tener en cuenta que la regula­ción del asilo más consecuente y más abier­taera en el mundo la alemana hasta sureforma en 1993. No es cierto que Europalleve sobre sus hombros el mayor peso delproblema de los refugiados, pues se con­tenta con acoger tan sólo el 5 por 100 desu totalidad. Los autores recuerdan, porun lado, los motivos que obligan a la gente

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CRITICA DE LIBROS

a huir de sus países y, por otro, ofrecenalgunas buenas razones en favor del reco­nocimiento del derecho de asilo en los paí­ses democráticos, sin que ello impida con­siderar también los abusos existentes enel ejercicio del derecho de asilo. Una cues­tión espinosa, sin duda, es señalar «la fron­tera entre refugiado político y emigranteeconómico, más exactamente, refugiado dela pobreza» (Cohn-Bendit y Schmid, 126).La solución propuesta es la de oficializara Alemania como un país de inmigración-estableciendo un sistema flexible de cuo­tas o contingentes anuales-, como uncamino que al menos pudiera poner enmarcha un tratamiento democrático delproblema. El siguiente paso sería recono­cer todos los derechos civiles y políticosplenos a los emigrantes, pues sin esta medi­da «la democracia se desmentiría y minaríaa sí misma» (Cohn-Bendit y Schmid, 155).Este paso adelante no es para un país con­cebido como república de ciudadanos unacuestión en absoluto baladí.

El multiculturalismo en cuanto tema dereflexión teórica surgió, como es sabido,

en las universidades norteamericanascomo respuesta ante fenómenos socialesque iban presentando rasgos cada vez másproblemáticos: la sociedad de la inmigra­ción por antonomasia, lejos de constituirse-según la ideología oficial- sobre unabase universalista consecuente, adquiríamás bien el aspecto de un amasijo de par­ticularismos. El famoso «crisol de los pue­blos y culturas» había fracasado comomodelo social. Ese debate llegó hace tiern­po también al continente europeo, aunquea veces daba la impresión de ser un pro­ducto importado del mismo modo queocurre con el cine o lashamburguesas ame­ricanas. Los dos libros que aquí se hanreseñado han sido escritos y pensados, sinembargo, desde el horizonte de experien­cias estrictamente europeo, esto es, desdeun espacio geográfico que tras ser durantesiglos lugar de emigración se enfrenta aho­ra al reto de una inmigración creciente quetodavía no ha encontrado una articulacióna la altura de los derechos democráticosproclamados.

Juan Carlos Velasco Arroyo

EL LENGUAJE POLÍTICO DEL CONSTITUCIONALISMOANTE EL RETO DE LA DIVERSIDAD CULTURAL

JAMES TULLY:

Strange multiplicuy. Constitutionalismin an age ofdiversity,Cambridge, Cambridge UniversityPress, 1995.

1. James Tully es un historiador de lasideas políticas poco conocido entre noso­tros aunque cuenta ya con una extensa pro­ducción intelectual. Especialista en la obra

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de John Locke, en torno a cuya figura hapublicado dos interesantes volúmenes, Adiscourse on property: J. Locke and hisadversaries (1980) yAn approachtopoliticalphilosophy: Locke in contexts (1993), Tullyse inscribe de forma voluntaria en una«corriente» renovadora de historiadoresde las ideas inspirada por los iniciales tra­bajos metodológicos de John Pocock yQuentin Skínner en la década de los seten­ta. A este respecto destaca especialmente

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su tarea como recopilador y editor de lapolémica suscitada en torno a los plantea­mientos de Q. Skinner, una polémica reco­gida por él mismo en Meaning and Context:Quentin Skinner and his critics (1988). Estacorriente de historiadores se propuso reac­cionar frente al inmovilismo de una dis­ciplina dominada, por lo que John Dunnllamó el espejismo de la identidad en lahistoria de las ideas. En realidad, piensanestos nuevos historiadores, no resulta fácilhablar de la historia de una idea o pro­blema. Más aún, semejante actitud presu­pone que esta idea o problema se haautorreproducido de forma idéntica a lolargo de la historia del pensamiento polí­tico. 1.0 que sí es posible es hablar de lahistoria de los lenguajes (Pocock) o lasintenciones textuales (Skinner) en los quese han venido expresando las ideas y losproblemas políticos. De modo que lo queesta corriente metodológica propone esuna oportuna aplicación del conocido «gi­ro lingüístico» a la historia intelectual y,en especial, de la particular metodologíawíttgensteniana de «disolución» de los pro­blemas filosóficos. (Recordemos que Witt­genstein nos invitaba a contener ese impul­so inicial que aparece en todo filósofo poraportar una nueva solución a los eternosproblemas de la filosofía, y nos conminaba,en cambio, a examinar previamente lasconvenciones lingüísticas que gobiernanlos juegos del lenguaje en que se expresantanto los problemas como las posibles solu­ciones que queremos aportar). En estalínea, el trabajo del nuevo historiador delas ideas consistirá preferentemente en unarevisión crítica de los lenguajes políticosen los que se manifiestan nuestras tradi­ciones y su aplicación a los debates de lafilosofía política contemporánea.

Es precisamente este último compromi­so del historiador de las ideas lo que haceque su trabajo resulte tan atractivo parafilósofosy politólogos. En verdad, una par­te importante de estos trabajos históricos

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han contribuido a enriquecer enormemen­te las relaciones entre la filosofía políticay la historia intelectual, mostrando, endefinitiva, cómo en su ejecución toda tra­dición está siempre atravesada por unavariada textura de lenguajes -lenguajesque cuentan con una historia compleja,como ha mostrado Richard Tuck en rela­ción al lenguaje del Derecho natural, JohnPocock en el caso del republicanismo y,ahora, James Tully con el lenguaje delconstitucionalismo- y cuyas relacionescon los clichés históricos que construimos,en especial en el caso del liberalismo, son,cuando menos, ciertamente ambivalentes.

2. Como es sabido, una de las carac­terísticas más notorias del debate en filo­sofía política contemporánea es la vueltasobre la perspectiva constitucional (Rawls,Habermas, etc.). No obstante, este reno­vado protagonismo del lenguaje políticodel constitucionalismo bien puede tenersignificaciones diversas si nos detenemos,como propone TulIy, en una reflexiónsobre las fuentes intelectuales a las queapelamos en un caso u otro. Frente alsocorrido recurso a la «lealtad» constitu­cional como clave para la resolución delconflicto moderno, Tully nos presenta uncuadro mucho más complejo e inquietante.En realidad, el lenguaje del constítucio­nalismo moderno lejos de resolver nues­tros problemas es una parte más del pro­blema, y sobre todo una parte constitutivade éste, pues su origen nos descubre jus­tamente la incapacidad del lenguaje. encuestión para reconocer y acomodar ladiversidad y la pluralidad dentro de nues­tra moderna concepción de la polftica. Estasimple llamada de atención justificaríasobradamente la lectura del libro si no fue­ra porque el libro mismo exige (y, sobretodo, merece) un comentario más detalla­do por nuestra parte.

¿Puede una constitución moderna inte­grar la diversidad cultural? Sin duda, éstaes una de las preguntas más acuciantes y,

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al mismo tiempo, de respuesta más difícilde nuestra era política. El problema noconsiste en declarar si estamos a favor oen contra de la diversidad. No se trata aquíde avanzar una condena o justificaciónmoral del pluralismo. El verdadero pro­blema está en dilucidar de forma autocrí­tica cuáles son nuestras posibilidades ylímites a la hora de elaborar una teoríaliberal de la justicia que sea sensible ade­más a las demandas de reconocimiento cul­tural. Estas demandas pueden ser de signonacionalista, indigenista, o las propias delas «minorías» reconocidas dentro de lasmodernas sociedades complejas en qucvivimos. TulIy incluye en esta misma línealas demandas de los movimientos feminis­tas contemporáneos aunque, por mi parte,tengo serias dudas sobre si estas últimaspodrían ser clasificadas de la misma forma.En el caso presente, pienso que sería másadecuado considerar el feminismo desdela perspectiva de los trabajos históricosrealizados por autoras como Carol Pate­man, ya que lo verdaderamente importanteaquí es la reflexión sobre la génesis dellenguaje del consrítucionalismo moderno.En definitiva, de acuerdo con el proyectode Tully, si el lenguaje del constituciona­lismo es explorado históricamente sepodrán apreciar mejor sus límites y, sinduda, esto contribuirá finalmente a variarel modo en que solemos pensar en las cons­tituciones mismas.

La primera mitad del libro, en especiallos capítulos 2 y 3, se dedica a la explo­ración del lenguaje del «moderno» cons­titucionalismo, desarrollado en los últimostrescientos años de la historia europea yamericana, y a confrontarlo con el uso irre­gular de este mismo lenguaje por tres tra­diciones rivales aunque no siempre enfren­tadas: liberalismo, nacionalismo y comu­nitarismo, A pesar de sus claras diferen­cias, piensa Tully, las teorías liberales,comunitaristas y nacionalistas -en los dosúltimos casos, sobre todo las de signo con-

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servador, y en el primer caso sobre todoel liberalismo de signo procedimentalis­ta- siempre han abordado de partida elproblema de la diversidad cultural y la plu­ralidad política como una amenaza. Unaamenaza al orden constitucional estable­cido y garantizado por la uniformidad dela norma. Es precisamente el «imperio dela uniformidad» lo que caracteriza al len­guaje político del constitucionalismomoderno, una uniformidad encarnada enlos ideales de su peculiar teoría política:pueblo, soberanía, representación, Esta­do-nación y progreso. El lenguaje políticodel constitucionalismo moderno ha tratadosiempre de «excluir» (Locke, Pufendorf]o «asimilar» (Mili, Kant) la diversidad yla pluralidad, bien con el argumento dela igualdad ante la ley, bien con el argu­mento del progreso de la moral, aunque,al fin y al cabo, quizá no sea más que el«temor» (Hobbes) la causa que nos impideun reconocimiento sincero y una reacorno­dación adecuada de las diferencias.

Ahora bien, al lenguaje político del«moderno» constitucionalisrno Tully opo­ne en los capítulos 4 y 5 el lenguaje políticodel common law, el lenguaje propio de latradición humanista británica formado enel curso de negociaciones interculturalesy orientado a la resolución de los conflictospolíticos en base a tres convenciones clavesde este constitucíonalismo humanista: elmutuo reconocimiento, la continuidad y elconsentimiento. De forma que mientras ellenguaje del «moderno» constitucionalís­mo tiende a excluir o asimilar la diversidadcultural en nombre de la uniformidad, ellenguaje constitucional del common lawestaría mejor capacitado para abordar laexperiencia de la diferencia cultural comoalgo interno a la propia cultura, así comopara la aceptación del solapamiento e in­teracción de las culturas en base a las tresconvenciones citadas. De un lado, la con­vención del mutuo reconocimiento nosenseña quc la experiencia del otro también

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debe ser constitutiva de la propia identi­dad; de otro lado, la continuidad y el con­sentimiento son las convenciones que seoponen a la interpretación creacionista dela asociación política -el momento dis­continuo de la eonquista- que aparecede la mano del constitucionalísmo moder­no (Grocio, Hobbes, Pufendorf).

El héroe histórico del common law esSir Matthew Hale (1609-1676). TulJy seapoya para su reivindicación de la figurade Hale en dos estudios de la llamadaescuela de Cambridge, curiosamente sepa­rados por más de treinta años. El primeroes de John Pocock, The Ancient Consti­tution and the Feudal Law (1957), y elsegundo es el último trabajo de QuentinSkinner, Reusan and Rethoric in lJobbes(1995). En la estela de este lenguaje polí­tico Tully trata de responder a los interro­gantes que plantea al comienzo del libro.Con su noción de «federalismo diverso»,una noción propia de una filosofía políticasensible a la diversidad cultural, Tully creeposible llegar a conciliar los dos bienes pri­marios que son también las fuentes de todoel conflicto constitucional moderno, asaber: la libertad y la pertenencia.

En realidad, el problema que planteael reconocimiento de la diversidad dentrode nuestras constituciones es que los gru­pos que demandan este reconocimiento ]0

hacen desde la lógica del propio consti­tucíonalismo moderno. Las demandas dereconocimiento cultural son traducidas deforma inmediata en las aspiraciones pro­pias de soberanía y autogobierne. Lo cualpresupone una verdad clásica del consti­tucionalisrno moderno y del principio delas nacionalidades, esto es, que la culturaes un aspecto irrenunciable y constitutivode la política. Dicho de otro modo, la iden­tidad cultura] exige la autonomía política.La separación entre cultura y política queel liberalismo procedimentalista realizaráposteriormente es un recurso de urgenciapara ocultar este supuesto implícito al pro-

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pío constitucionallsmo moderno. Desdeesta perspectiva, las luchas por el recono­cimiento de la diversidad cultural dentrode las constituciones son justamente eso,luchas por la «libertad política» en el sen­tido moderno de la expresión.

Sin embargo, piensa Tully, si es ciertoque la única forma justa de constituciónes aquella que comienza con el pleno reco­nocimiento de las diferencias culturalesentre sus ciudadanos, no es menos ciertoque este reconocimiento no puede seguirdándose en base al supuesto clásico de quela única forma verdadera de reconocimien­to para una cultura es su traducción a laforma política del Estado-nación. Al con­trario, lo que Tully plantea es que la acep­tación de las demandas de reconocimientocultural ya no acarrea la lógica de la unidady la exclusión política, sino que ha de aco­modarse dentro de constituciones más plu­rales e integradoras. En cierto sentido,concluye Tully, esto significa que entramosen una nueva era para el constituciona­lismo, una era posimperíalista o posmo­derna.

«Una constitución (posimperialista) separece más a una serie inconclusa de con­tratos y acuerdos, logrados mediante undiálogo intercultural permanente, y nomediante una concepción del contrato ori­ginal situado en un pasado remoto, unasituación ideal de diálogo en el presenteo una unidad mítica de la comunidad (co­mo la que aparece) dentro del constítu­cionalismo liberal y nacionalista» (p. 26).En definitiva, «una constitución deberáconsiderarse como una forma de actividad,un diálogo intercultural en el que los ciu­dadanos soberanos y culturalmente diver­sos de las sociedades contemporáneasnegocian arreglos temporales en torno alas formas de asociación, de acuerdo a lastres convenciones de mutuo reconocimien­to, consentimiento y continuidad cultural»(p. 30).

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El federalismo diverso que Tully pro­pugna se traduce en el terreno de la praxispolítica que tiene corno horizonte (Oue­bec) en una distribución territorial delpoder de tipo confederal y no federal, pueseste último modelo está más asociado ala experiencia política de los Estados Uni­dos de Norteamérica, donde triunfó elmodelo del gobierno centralista de losFederalist Papers. Es el caso canadiense elque es considerado de forma especifica porTul1y. Como el autor recuerda, el conflictoentre el gobierno federal y las provinciascanadienses a partir de la empatriacíónconstitucional de Trudeau y la redacciónde la Carta Canadiense de Derechos yLibertades en 1981 -una Carta que enSu opinión dio origen a una constituciónliberal culturalmente «blindadas-i-, asícomo su experiencia en la Canadian RoyalCommission on Aboriginal Peoples, propor­cionan el laboratorio político a partir delcual desarrollará las ideas de este libro y,en especial, la citada idea de un federa­lismo diverso que relanza las percepcionesdel liberalismo ético frente al liberalismoprocedimentalista.

TulIy considera que la tendencia desdeel siglo XVII ha sido pensar en la consti­tución como el pilar de la política demo­crática. Pero esta misma constitución seconsidera como inamovible o, por lomenos, corno algo que no conviene tocar,y, por tanto, como el fundamento no fun­damentado de la democracia (pp. 28-29).Obviamente, esto significa que la consti­tución así entendida es un área de la polí­tica moderna que no ha sido democrati­zada. Y justamente esto es lo que proponeTulIy. La citada democratización sólo sellevará a buen término mediante una con­cepción esencialmente normativa del fede­ralismo, una concepción que desarrolle,junto a los valores tradicionales del libe­ralismo (libertad, igualdad y justicia), otrosbienes primarios corno el autorrespeto, con­cebido corno afirmación de la identidad

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y autonomía de la persona a través delreconocimiento de otras culturas e iden­tidades (pp. 190-191), y, sobre todo, eldisenso, un bien imprescindible para ellogro del espíritu crítico y la libertad indi­vidual (pp. 206-207).

3. Las dudas que plantea el libro deTulIy son muchas y desde luego todas ellasderivan del interés que SUscita. En estereducido espacio no he de abordar sinodos principales. La primera surge de laestrategia argumentativa que adopta elautor. Al contraponer el lenguaje del cons­titucionalismo moderno y el lenguaje delconstitucionalismo humanista encarnadoen el common law el lector tiene la impre­sión de que estos lenguajes políticos sonautoexcluyentes. Esto compromete laintención del libro de un modo innecesa­rio. Porque es justo reconocer que Tulíyapuesta por un «equilibrio» de los dos len­guajes del constitucionalismo (pp. 30-31).Sin duda, nuestra elección deberá favore­cer al segundo de los lenguajes, el lenguajedel common law, que para Tully es el len­guaje relegado, pero sin olvidar que estelenguaje ha estado siempre presente en lahistoria del constitucionalismo moderno.De otro modo, esta historia resultaríaincomprensible y además no resistiría lasimple prueba de un auténtico repaso asus protagonistas principales en lossiglos XVIU, XIXYxx,

Por último nos encontramos ante el retomismo que Tully nos plantea. ¿Es posibleuna reconciliación entre libertad y perte­nencia, entre la igualdad jurídica y la diver­sidad cultural? ¿Podemos pensar en unfuturo constitucional que resuelva estosconflictos? La respuesta de Tully es unainvitación a pensar bajo el espíritu de Hai­da Gwaii, el símbolo de una era pos oantiimperialista. La escultura de BilI Reidque Tully toma como referente para sulibro, un escultor de quien Levi-Straussdijo que había logrado introducir en laescena mundial el arte de los indios de

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las costas del Pacífico central, reproduceuna canoa de tamaño natural en la queviajan una serie de figuras. BiH Reid quisorepresentar la idea de hogar que tienenlos Haida mediante una reproducción figu­rada de los espíritus que habitan en susviviendas. El original de esta escultura seemplazó en el jardín de la embajada cana­diense en Washington en 1991 y el Museode Arte de Vancouver cuenta con unareproducción en bronce desde el año 1994.La característica principal de la esculturaes su capacidad para representar un mun­do en marcha, un viaje sin destino previoque Tully compara con acierto a nuestraexperiencia de la comunidad política. Suúnico fin es estimular nuestra capacidaddialógica en la aceptación de la diversidad.

«Cuando se pasea uno alrededor de lacanoa -nos revela Tully con el tono delvisitante fascinado-- en seguida se percibeque es imposible abarcarla desde un únicoy comprehensivo punto de vista. Al con­trario, estás obligado a contemplarla desdela perspectiva de un pasajero tras otro, ysus complicadas interrelaciones te llevana contemplar cl conjunto ora bajo unaspecto ora bajo otro» (p. 26).

En fin, la escultura de Reíd nos invitaa redefinir nuestra imaginación constitu­cional. Desde luego, la interpretación delespíritu de Haida Gwaii que Tully realizacon gran maestría en el primer capítulode su libro evoca, sin embargo, una visiónextremadamente optimista del conflicto

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cultural. Una VISlOn que contrasta conotros textos del mismo autor, si bien designo más escéptico, sobre las raíces cul­turales del mal político. Ya que el pro­blema consiste justamente en saber si lafilosofía política puede resolver estos con­flictos. Dicho de otro modo: sin duda nece­sitamos demandar de la política una res­puesta para los conflictos étnicos, religio­sos o culturales, pero ¿cuáles son los lími­tes de la política? Y, si aceptamos fijarestos límites, ¿que significado tiene nuestrarenuncia? ¿Habremos abandonado conello la dimensión normativa de la filosofíapolítica? La respuesta que se me ocurrepara terminar, a la luz de los recientes ydramáticos acontecimientos internaciona­les (Bosnia, Líbano, etc.), es que quizá laprimera «responsabilidad» que tenemos esla de alumbrar una paz «mediada» -taly como indica Tully en un párrafo finaldel libro, si bien más desde la perspectivadel especialista en un Locke próximo a lasfuentes del neoestoicisrno moderno--, enlugar de condicionar toda paz posible auna teoría general o comprehensiva de lajusticia, pues semejante ilusión teóricasiempre se verá «sorprendida» por la irre­ducible, curiosa e inesperada multiplicidad(strange multip/icity) en la que tercamentese nos hace presente la realidad, unas vecespara nuestra suerte y otras para nuestradesgracia.

José Maria Hernández

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¿MÁs ALLÁ DEL CONTRACTUALISMO?

JOHN RAWLS:

El liberalismo político,trad. para España de A Domenech,Barcelona, Crítica,1996, 440 pp.

Desde que en 197] publicara John Rawlssu libro Una teoría de la Justicia, una obraque contenía la más nítida propuesta con­temporánea de liberalismo filosófico, suautor se convirtió en uno de los clásicosde la filosofía mora] y política del siglo.Rawls no sólo conseguía articular conabsoluta nitidez arquitectónica una posi­ción política liberal; definía, también, elsentido de una determinada forma dehacer filosofía política. Rawls señalaba quenuestras sociedades no están bien orde­nadas y que es menester proceder a unareconstrucción de su entramado normativoarticulando las ideas de libertad y de igual­dad. A esos efectos presentaba y razonabalos dos principios de justicia dentro de suconcepción que denominó «justicia comoequidad». El desorden de nuestras socie­dades tiene multitud de niveles y de causasy sería ingenuo pretender que una teoríanormativa, y más aún, un segmento de lamisma --como son las teorías normativasdel ámbito de la filosofía política y la filo­sofía moral- aprehenda o, más incluso,proponga soluciones para solventar dichocomplejo desorden. La reconstrucción nor­mativa del liberalismo político que Rawlspresentó y que ha ido reelaborando desdeaquella fecha hasta El liberalismo político,cuya edición original es de 1993, intenta,no obstante, apuntar a un núcleo centralde dicho desorden que es, en términos polí­ticos, especialmente relevante. Su propues­ta se encamina, en el nivc1 de la teoría,a aclarar las relaciones entre las intuiciones

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morales básicas de la tradición democrá­tico-liberal (y sus reconstrucciones teóricasen las diversas propuestas éticas de nuestracultura) y los procesos de legitimidad poli­tica y jurídica que constituyen el entrama­do básico de las nuevas sociedades com­plejas. Así, se establecía -en un primermomento-- una derivación o una funda­mentación de los mencionados principios(vía, en este caso, un artilugio contractua­lista: la posición original y las restriccionesde información de los que en ella parti­cipan para forzarles a una actitud equi­tativa e imparcial). Pero, en un segundomomento, se argumentaba que esos prin­cipios tendrían que ser susceptibles dereconocimiento por parte de los ciudada­nos habitantes de las sociedades democrá­ticas, por nosotros, y tendrían que formarel entramado básico de las constitucionesde esos países, y -en cascada, por asídecirlo-- de sus ulteriores procesos legis­lativos y judiciales. La apuesta teórica quesubyace a dicho planteamiento trataría deidentificar un punto de partida en el ámbi­to público, entre la moral y la política, ala vez moral y político, desde el que poderpensar y plantear todo un conjunto deotras cuestiones que son susceptibles detratamiento normativo, es decir, que pue­den entenderse desde la dimensión no delo que es o de lo que sucede, sino de loque debería ser, de lo que debería sucederpara reducir el desorden que, percibimos,aqueja a nuestras sociedades. La teoría,pues, conjuntaba diversas perspectivas: lade las partes que operan en el artilugiode la situación originaria, la de los cons­tituyentes en un momento histórico, la delos ciudadanos de la sociedad así regulada,la del teórico que presenta todo el procesoy escribe estos libros. Articulaba tambiéndiversos niveles normativos: el moral y el

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político, el que se dirige a la concepciónde bien que cada uno pueda mantener yel que expresa la capacidad moral delacuerdo equitativo con otros.

El planteamiento de Rawls, pues, esnormativo de una manera especial: lareconstrucción normativa de nuestrasintuiciones y de nuestras prácticas moralesy políticas aparece como una reconstruc­ción deontológica y se concreta en un con­junto de principios que son los que debie­ran regular nuestra convivencia y nuestroscomportamientos públicos. Pero, ese plan­teamiento deontológico revierte tambiénsobre nuestra misma percepción del desor­den. No sólo puede ayudar a aclararlo, sinoque también ayuda a percibirlo con perfilesmás nítidos. Si es adecuada, teóricamentecoherente y plausible, la reconstrucción deunos principios de justicia como los queRawls propone, el rasero normativo quecon ellos se introduce permite, posibilita,y aun fuerza una forma peculiar de diag­nóstico de nuestra cultura política. Desdeesa perspectiva se nos sugiere que la filo­sofía política (y, cabe sospechar, ningunafilosofía) no es inocua ni neutral, y sus efec­tos -en este caso efectos normativos­pueden percibirse cuando, como sucede enel caso de John Rawls o en el de RonaldDworkin, la reconstrucción filosófica delliberalismo se íntegra con la tradición devalores y de prácticas del liberalismo polí­tico. En el caso de Rawls, la inicial recu­peración, en la estela de Kant y Locke,dc la teoría del contrato social en su ver­sión liberal -una recuperación que es,también, epocal, como muestran, condiversas variantes y tonalidades, las apor­taciones de Buchanan, Dworkin o Gaut­hier, en el mismo ámbito sajón, o las deApel y Habermas, en el germano- teníaya un afán de intervención práctica queahora se refuerza: en concreto, y por rei­terar, presentar una articulación de lasideas de igualdad y de libertad. Dicho afánse expresa al señalar que el ámbito público

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de las democracias constitucionales es ellugar de encuentro entre la moral y la polí­tica y también el único lugar que permitepensar con claridad lo que de problemáticopudiera haber en las relaciones entre esosámbitos. El especial acento que esta filo­sofía política pone en la búsqueda de uncriterio y de un conjunto de principios -elcriterio de la simetría y los principios dejusticia- para juzgar y criticar a las socie­dades desarrolladas intenta reconstruir latradición liberal en algo más que su teoría.Dadas las torpezas de comprensión quepesan sobre la tradición liberal es menesterinsistir que asistimos a una revitalizaciónde la teoría política liberal en el sentidoprogresivo y originario del término, unateoría que parecía haberse difuminadodebido a la mayor potencia, o presencia,de las teorías económicas que también seapellidan liberales.

Pero si ese proyecto global pretendereferirse a las actuales sociedades comple­jas no puede dejar de lado sus caracte­rísticas. En concreto, no puede obviar queninguna teoría ni ninguna propuesta nor­mativa que partiera de una concepciónfilosófica, moral, religiosa, etc., podría seraceptada por otros ciudadanos que nocompartieran sus supuestos. Ni habríaacuerdo en los principios, ni las conclu­siones alcanzadas o los marcos normativospropuestos podrían ser estables. En efecto,el pluralismo moral, político, cultural,parece un rasgo estructural de las socie­dades contemporáneas, un rasgo que sólopuede suprimirse por medio de la opresióny la violencia. El liberalismo político, y adiferencia de lo que acontecía en la obrade 1971, parte de ese dato y a partir deél reformula la pretensión normativa queacabamos de señalar. Este pluralismo dediversas concepciones filosóficas, religio­sas -que Rawls denomina «doctrinascomprehensivas-c-- requiere y potencia undiscurso político liberal y acentúa, prosi­guiendo la reflexión sobre la tolerancia que

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se encuentra en el corazón del discursopolítico de la modernidad liberal, la segre­gación de la esfera pública política, en lacual habríamos de formular una teoría yun esquema normativo básico equitativopara todos, de los ámbitos creencíales enlos que diversas instituciones o diversasdoctrinas organizan o explican el mundo.En un quiebro radical en esa tradición,ahora se aplicará esa noción de toleranciaa la filosofía política misma: se diseñaráel procedimiento de acuerdo con los prin­cipios de justicia y todo el ulterior procesonormativo intentando que los argumentosempleados no supongan nunca doctrinaso supuestos sustantivos los cuales sólo pue­den comprenderse desde alguna de lasdoctrinas comprehensivas que otros ciu­dadanos podrían no compartir. (Así, laperspectiva misma de Una teoría de la jus­ticia pudiera entenderse, en gran parte,como una tal doctrina comprehensiva: ladel liberalismo filosófico de corte kantia­no). Tres ideas centrales de este libro sonejemplos del cambio de planteamientos ala luz de esas consideraciones: la restric­ción al solo ámbito político de la teoría,la idea de un consenso entrecruzado, quees como se traduce en la versión españolaoverlapping consensus, y la idea de unarazón pública.

En primer lugar, la teoría se presentacomo una reflexión sólo política, es decir,como no dependiente de doctrina compre­hensiva alguna: es, en términos de Rawls,no metafísica. Si un conjunto de ciudada­nos han de acordar sus formas normativasde convivencia, y si esos ciudadanos sus­criben diversas concepciones morales ofilosóficas, el terreno de su posible acuerdo-el objeto de aquello que discuten paraarticular su convivencia-e- tendrá quepoderse concebir como independiente decada una de esas concepciones. Las ideasde lo racional -que todos perseguimosalguna noción de bien, algún estilo o mode­lo de vida, por muy diferentes que éstos

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puedan ser- y de lo razonable -que esta­mos dispuestos a participar en esquemassimétricos e imparciales de cooperacióncon los demás-c-, junto al ideal de unasociedad bien ordenada y los requisitos deél extraíbles, le suministran a Rawls puntode partida suficiente para presentar plau­siblemente esta concepción política demanera que pudiera no necesitar el refren­do de una metafísica moral o de una doc­trina motivacional externa a aquello que,racional y razonablemente, se propone enel ámbito político.

Pero, para que la doctrina resultante-los principios de justicia y el entramadonormativo subsiguiente- puedan seraceptados por esos ciudadanos que suscri­ben distintas doctrinas comprehensivas ypara que el acuerdo de esos ciudadanospueda suministrar una base estable de laorganización política no bastaría ya conque cada uno se refiriera in foro internoal experimento mental del artilugio con­tractualísta, como acontecía fundamental­mente en el modelo de 1971. (Aunque,en la tercera parte de aquella obra se acu­mulaban reflexiones que superaban esemarco, los problemas que algunas de ellasle presentaron a Rawls están en la basede muchos de los desarrollos de la obramás reciente). Desde cada una de esas doc­trinas cada uno puede encontrarle acomo­do a la teoría política propuesta; y, señalaRawls, el que así acontezca posibilita laestabilidad social. Pues bien, cl Iibcralismopolítico busca el apoyo de esas doctrinasen un núcleo común que la teoría quiereformular y presentar. Cada uno, desde superspectiva propia, podrá suscribir las pro­puestas del liberalismo político, y ello bienpor razones sólo políticas (eso les suce­dería a quienes fueran sólo liberal-políticosy, o bien no suscribieran ninguna doctrina,o bien tuvieran una concepción pluralistade los temas que las diversas iglesias o lasdiversas filosofías han sistematizado), o

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bien por las razones que esas religioneso esas reflexiones les puedan suministrar.

Todo el proceso no se realizará, pues,in foro interno, sino en el diálogo y la argu­mentación de perspectivas distintas. Laforma de la argumentación que debeemplearse es la gue expresa la idea de unarazón pública. Esta es «característica dcun pueblo democrático: es la razón de susciudadanos, de quienes comparten unaposición de igual ciudadanía. El objeto desu razón es el bien público: aquello quela concepción política de la justicia exigea la estructura institucional básica de lasociedad y a los propósitos y fines que lasinstituciones han de servir» (pp. 247 y ss.),Rawls ejemplifica, posteriormente, esarazón pública en la forma de argumenta­ción, a la vez imparcial, racional y razo­nable, que un tribunal constitucionalempica (o debería emplear) para estable­cer sus dictámenes.

Así, las preguntas ¿cómo establecer unaforma de discurso público que a todos pue­da apelar y que permita articular una con­cepción pública de la justicia para la socie­dad en la que habitan esos ciudadanos?y ¿cómo pensar la justicia si hay diversidade incompatibilidad de los bienes y si losindividuos no pueden, no obstante, dejarde pensar en sí mismos como aspirantesa bienes? son respondidas por Rawls dela siguiente manera: que cada una de esasconcepciones pueda contener nocionessustantivas de 10 que es el bien para aque­llos que la sustentan, e incluso teorías queles explican a dichos sustentadores la cohe­rencia de sus creencias, no empece paraque cuando esas concepciones intentanaclarar los puntos de su convergencia -loque es el objeto del consenso entrecruzadoo por superposición y lo que se despliegaen el uso público de la razón- ponganentre paréntesis aquello que puede sepa­rarlas (y aun hacerlas incompatibles) enla búsqueda del núcleo común normativoque puede permitirles convivir.Así, la esfe-

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ra de lo justo político (lo que es, preci­samente, el ámbito normativo de las inte­racciones entre individuos o doctrinasdiversas) queda segregado -aunque rela­cionado- con las concepciones sustantivasde lo que es el bien, En palabras de Rawls,y como ya indicamos, se trata de proseguirla herencia de tolerancia que marca lamodernidad liberal y democrática y deaplicar, en un proceso de radicalización,la tolerancia a la filosofía misma: dejarentre paréntesis el carácter de verdad quetoda filosofía o todo conjunto de creenciasreclama para sí con objeto de establecer,en términos de una razonabilidad públi­camente compartible, las formas y los cri­terios de convivencia de una sociedadestructuralmente plural.

Quizá los cambios señalados entre laobra de 1971 y la de 1993 permitan pensarque el contractualismo rawlsiano ha bas­culado hacia una teoría de otro orden, decarácter constructivista, por emplear lospropios términos de Rawls, Ciertamente,el momento contractualista --e-l artilugiode la posición original-e- sigue presente enel modelo, pero éste busca ya objetivos máscomplejos que los que la teoría del con­trato alcanzaba -la estabilidad de laestructura normativa, la cuestión de la legi­timación democrática en condiciones depluralismo razonable-o No sólo son dife­rentes los objetivos, sino también la estruc­tura -constructivista- de la argumenta­cion, Pero, tal vez tenga que responder auna crítica -que ha presentado, por ejem­plo, Habermas- que afectaba a la teoríadel contrato y, tal vez, a toda teoría nor­mativa de la democracia: si la teoría, par­tiendo de supuestos (la concepción políticade la persona, el ideal de sociedad bienordenada, etc.) y considerando las condi­ciones de las sociedades complejas (plu­ralismo razonable de doctrinas compre­hensivas) formula principios y restriccionesdel ejercicio normativo, ¿no suplanta a losciudadanos, que según los supuestos

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democráticos habrían de ejercitar su auto­nomía como tales para acordar la formanormativa que estimen válida? Una posiblerespuesta podría formularse de la siguientemanera: con Rawls diríamos que la teoríapresenta, como resultado de ese procesoconstructivo, un conjunto de propuestas;pero con Habermas tendríamos tambiénque acordar que esas propuestas construi­das pueden ser, a su vez, entendidas comola reconstrucción teórica de los procesosdemocráticos de acuerdo normativo en elámbito político y en el legal. Lo primero-que son propuestas constructivistamentealcanzadas- puede satisfacer la cuestióndel quid iuris, es decir, la pregunta por lavalidez, apoyada en razones, de nuestrosprincipios. La segunda -que pueden serentendidas reconstructivamente- hacecomprensible que esa validez quede refe­rida a nosotros como ciudadanos que, porconsiderarnos libres e iguales, nos com­portamos política y jurídicamente comotales.

Así las cosas, éno debería el liberalismopolítico reconocer una deuda crucial conla tradición republicana y distanciarse, másnítidamente, de otras versiones anterioresal mismo? Estimo que Rawls hacc preci­samente eso, aunque a veces incorporandoa la sobria arquitectónica de su teoría ele­mentos que pueden desestabilizarla (comopor ejemplo, la versión, de tonos a vecesorganicistas, de la «unión social de unionessociales»), Pero, en cualquier caso, no pue­de pensarse que este liberalismo políticono pone en el centro mismo de su con-

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cepción los elementos cruciales de la par­ticipación ciudadana en el espacio públicoque formuló la tradición democrática.

Por último, ¿no sería, y a pesar de susprotestas a contrario, el liberalismo políticouna doctrina más -menos metafísica, sise quiere- que habría de entrar en el jue­go de acuerdos con otras distintas? O dichode otra manera, ¿no le subyace una «éticaliberal», como Dworkin señalaría, que nopuede por menos de suceder si el libera­lismo buscado quiere alcanzar sus objeti­vos? La respuesta, en este caso, ha de sermás matizada: que el liberalismo políticopresentado constituye él mismo una éticapolítica no sólo no puede negarse, sino queestá explícitamente afirmado; pero la éticatout court podría y debería ser más -otrosproblemas, otros contextos, otras razo­nes-. Que esa ética política que se nospropone alcance a formular y a recogertodas las intuiciones -ideales, razones,principios- que son esenciales para cum­plir los objetivos de la teoría es algo másdebatible; pero, como acontece con todateoría -aunque sea de filosofía política-,de debatirla, precisamente, se trata. y nohacen falta dones de profecía, sino sólouna mera percepción de la importancia delos problemas tratados, del rigor en su dis­cusión y de la claridad de las propuestas,para considerar que El liberalismo políticopermitirá centrar las discusiones de la filo­sofía política del cambio de siglo en la cru­cial relación entre igualdad y pluralismo.

Carlos Thiebaut

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¿MERECE LA PENA REINVENTAR LA TRADICIÓNDE LA TEORÍA CRÍTICA?

DAVID C. Hoy-TlIOMAS McCARTHY,Critical Theory,Oxford, U. K, Cambridge,Massachusetts, Blackwell,1994,280 pp.

«Si yo tuviese que definir el término "teo­ría crftica?», ha escrito Richard Rorty enun comentario al libro objeto de esta nota,«diría que es el intento de los profesoresde filosofía por convertir el estudio de loslibros de Kant, de Hegel y de otros autores,inteligibles tan sólo para los profesores defilosofía, en una tarea de interés para lalucha por la justicia social. Y no creo, laverdad, que este empeño haya gozado demucho éxitos 1. Por motivos distintos encada caso, ni Thornas McCarthy ni DavidCouzens Hoy comparten el severo diag­nóstico de Rorty. El primero de ellos,conocido desde hace años como el mejorexpositor de la obra de Jürgen Habermas,es también el representante más destacadode lo que podría llamarse la teoria críticanorteamericana, una notable empresa filo­sófica entre cuyos méritos se cuentan dosnada pequeños: haber adaptado el voca­bulario de la escuela de Francfort a losusos y modales de la filosofía anglosajonay haber sabido propiciar un fecundo mes­tizaje entre estilos de pensamiento antestan poco cercanos al francfortés como elanalítico, el postestructuralista, el herme­néutico y, sobre todo, el pragmatista. Aun­que el segundo de los autores de la obrano puede considerarse en sentido estrictoun seguidor de la teoría crítica -al menosno lo es en absoluto de su versión haber­masiana-, su relación con esta corrientede pensamiento se parece poco a la quetendría un antagonista o un observador

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exterior. Exegeta de Foucault y origina­Iísimo seguidor de Gadamer, David C. Hoyse ha empeñado en apropiarse a su modode la herencia de la escuela de Francfortponiendo tenazmente en práctica el idealde la «fusión de horizontes»: su tesis pre­tende nada menos que «desconstruir» lateoría crítica transformándola en una «ge­nealogía hermenéutica».

Thornas McCarthy ha dividido su expo­sición en tres partes, de las que va a inte­resarnos sobre todo la última, dedicada atrazar el perfil de una «pragmática de larazón comunicativa». Este texto retomamucho de lo expuesto en su anterior obra,Ideales e ilusiones 2, pero tiene, si no meequivoco, un tono programático que pare­ce anticipar desarrollos futuros más deta­llados. Haría bien McCarthy en tirar delhilo de lo que aquí esboza, porque su pro­grama teórico es ciertamente prometedor.La argumentación se apoya, creo, en unanoción fundamental y en el retrato idea­lizado de un personaje que viene a fun­cionar como el héroe teórico-práctico pre­dilecto del autor. La primera es lo quecabría llamar la normatividad implicita delas prácticas sociales. El segundo es unasutil criatura filosófica a la que puede bau­tizarse como el panicipantecritico-reflexivo.

McCarthy cree que la filosofía contem­poránea -y dentro de ella la tradición dela teoría crítica- no ha sacado las con­secuencias últimas y más radicales de latesis kantíana del primado de la razónpráctica. Preguntarse por la racionalidady por la validez de la acción humana sóloes fructífero cuando se tiene presente queactuamos en medio de prácticas socialesdotadas en sí mismas de una normatividadinterna. La ética y la política poseen «pro­fundas raíces en la sustancia de la coexis-

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tencia humana» y la vida social en sí mismase halla atravesada de una normatividad«impregnante» u «omnipresente» (perva­sive normativity, p. 63), de modo que seincurre en el mayor de los vicios teóricoscuando se cree que esta normatividadimplícita puede pasarse por alto en la crí­tica racional. (Es llamativo que McCarthyquiera derivar su tesis del primado kan­tiano de la razón práctica y no de la heren­cia hegeliana que inevitablemente viene enseguida a la cabeza.) El descubrimiento deesta normatividad impregnante no es unmérito de la teoría crítica. Han sido Mead,Wittgenstein, los foucaultianos y las femi­nistas quienes, según McCarthy, «hanhecho que sean visibles numerosas mane­ras -invisibles de ordinario- en las queel mundo social se construye en torno aconcepciones normativas>; (ibid.). A lapraxis la han sustituido, en suma, las prác­ticas, y esta sustitución no ha sido en vano.Las actividades humanas (McCarthy pare­ce sugerir que todas las actividades huma­nas) obedecen siempre a pautas internasde corrección, y el reconocimiento de estehecho impide de raíz que la crítica racional-una práctica entre otras y no una acti­vidad privilegiada- pueda obrar sinsupuestos previos o con la ilusión de unpunto arquímédico o un fundamento racio­nal absoluto. Naturalmente, McCarthyrehuye todo propósito relativista y no aspi­ra a una teoría que, confiando en la nor­matividad implícita, deje las prácticas (olas cosas) como están. De lo que se trataríaes de llevar a cabo una «crítica de la razónimpura>" una tarea que exige «estudiar lasprácticas racionales desde "dentro" y tam­bién desde "fuera", sincrónica y diacróni­camente, local y globalmente, estructuraly funcionalmente, normativa y empírica­mente» (p. 85). McCarthy echa mano dela etnornetodología de Garfinkel y en par­ticular de sus nociones de «deicticidad»(indexicality¡ y «practicidad- (practicalityJ,que contrapone y hace complementarias

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a los propósitos trascendentalistas e idea­lizadores de Habermas, de modo que pue­da abrirse «una vía intermedia entre lospropósitos inflacionarios del racionalismoclásico y el espíritu deflacionario del pos­testructuralismo contemporáneo» (p. 64).El resultado de este empeño sería el logrode una razón temporal, pragmática y con­textual y, al mismo tiempo, trascendentale idealizada:

«[L]a racionalidad comunicativa puedeentenderse temporalmente (es un logro conti­nuo), pragmáticamente (nunca es absoluta; loes sólo para los propósitos prácticos) y contex­tualmente (en circunstancias siempre cambian­tes), sin que porello haya de sacrificarse la dimen­sión trascendental (remite a pretensiones de vali­dez que van más allá de los contextos parti­culares en que se suscitan) ni tampoco la idea­lización (ya que se funda en supuestos prag­máticos que funcionan como ideas regulativas)»(p. 72).

Contra lo que pueda parecer a algúnlector malévolo, McCarthy no quiere serun componedor ecléctico dedicado a com­binar 10 bueno del racionalismo y 10 atrac­tivo del contextualismo. La «vía interme­dia» propuesta hallaría su justificación enque los contextos reales que enmarcan alas prácticas humanas revelan un potencialde universalidad latente en todas ellas.Tomarse el contextualismo en serio, da aentender McCarthy, obliga a ser modera­damente universalista, pues el relativismoes en realidad un contextualismo a medias.¿Por qué?

Para ver mejor en qué consiste la con­textualización de la razón comunicativaque propone McCarthy será útil acudir alo que antes llamé su «héroe teórico-prác­tico»: el participante cntico-refiexivo, Con­trariamente al teórico racionalista tradicio­nal y al cultivador de una teoría críticano pragmatizada, el héroe de McCarthyno es un observador distante que examinala praxis social como algo externo. (En rea-

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lidad, el teórico crítico que Horkheimeroponía en los años treinta al tradicionaltampoco lo era o tampoco quería serlo,pero McCarthy cree que la primera gene­ración de la escuela de Francfort no fuecapaz de ser coherente con sus supuestos.)El participante crítico-reflexivo es el per­sonaje ideal al que el teórico habría deparecerse, pero es sobre todo un buenretrato del agente humano ordinario talcomo actúa cuando no renuncia a com­prender el significado profundo de lasprácticas en que interviene. El héroe deMcCarthy se mueve en sociedades moder­nas complejas que le imponen la partici­pación en una considerable pluralidad deprácticas y que le prohíben el desempeñociego (no reflexivo) de esas prácticas. Elcontextualismo relativista parece, enton­ces, corresponder al tipo de visión de lasprácticas sociales que tendrían los miem­bros de una sociedad tradicional, pero noen absoluto al que poseemos los ciudada­nos de democracias postradicionales dota­das de una cultura planetaria. Si queremosconducirnos competentemente en mediode las exigencias que nos impone la estruc­tura misma de las prácticas en que par­ticipamos (si no queremos, en suma, fra­casar en nuestras actividades ordinarias),hemos de obrar con una inevitable alter­nancia de puntos de vista: hemos de vercada práctica, ciertamente, desde dentro,de modo sincrónico y local y conforme ala normatividad implícita de la práctica,pero esa visión por sí sola nos convertiríaen actores incompetentes; como no par­ticipamos en una sola práctica, sino enmuchas, cada una de ellas nos obliga amirar a las restantes desde fuera, de maneradiacrónica, global y empírica y a iniciarconstantemente esfuerzos de trascenden­talización y de idealización que nos resul­tan ineludibles y que, adecuadamentelogrados, nos sitúan en una perspectivauniversalizadora que supera todo particu­larismo. McCarthy ilustra estas ideas con

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su propuesta de un «universalismo mul­ticultural» 3.

Si en nuestra conducta responsable ymadura somos ya participantes crítico-re­flexivos, es hora de elevar tal modo de pro­ceder al rango de ideal de una teoría críticade la sociedad. El participante críticoreflexivo no es sólo un héroe práctico, sinoque debe ser también un héroe teórico,el héroe teórico de una teoría crítica prag­matizada y contextualista. Pero una teoríatal no podrá ser una actividad o una prác­tica autosubsistente ni desligada de lasdemás prácticas de un mundo postradicio­nal y cosmopolita. La teoría es posible por­que nuestras prácticas habituales la hacenposible o, mejor dicho, porque la hacennecesaria como reflexión sobre ellas. Lateoría crítica de la sociedad es, así pues,una de las formas que adopta la partici­pación crítico-reflexiva en las sociedadescontemporáneas, y podrá aspirar a ser unaforma fecunda de participación en la medi­da en que acierte a insertarse en el juegorecíproco de las distintas prácticas sociales(en la medida en que logre interactuar conellas). A años luz del elitismo de la primeraescuela de Francfort, el héroe teórico deMcCarthy hará buena teoría si se conducecomo actúan los agentes ordinarios cuandolo hacen con coherencia.

Pasaré ahora a decir algo sobre la partedel libro debida a David Couzens Hoy. Elprofesor californiano es, sin duda, contra­rio al proyecto de McCarthy de una teoríacrítica pragmatizada y contextualista:

«En vezde teoría crítica, algo que redescribeel ideal de autonomía racional en el vocabulariohabitual de la teoría de los actos de habla yde la ciencia social evolutiva, lo que se necesitaes la práctica más concreta de una historia crí­tica, esto es, criticas genealógicas de los modosespecíficos y concretos en Que estamos subli­minalmentesocializados" (p. 202).

Pero esta manifestación debe matizarseen seguida. Hoy no está interesado en arre-

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meter contra la teoría crítica en bloquey prefiere reelaborarla de modo que resul­te algo digno de ser defendido. Prefiere,según su jerga, desconstruirla; y para seme­jante desconstrucción halla un sorprenden­te aliado en el diagnóstico de la obra deHorkheimer yAdorno que Habermas llevóa cabo en El discurso filosófico de la moder­nidad. Estos dos clásicos de la escuela deFrancfort fueron, para Hoy al igual quepara Habermas, críticos radicales de larazón, hitos de un camino que conducea la genealogía de Foucault más bien quea la teoría de la acción comunicativa y ala ética del discurso. Pero Hoy quiere,naturalmente, salvar aquello que Haber­mas condenaba, librando a la teoría críticade inconsecuentes herederos comoMcCarthy o el propio Habermas. (En rea­lidad, Hoy va todavía más lejos: según él,la «genealogía» foucaultiana no se limitaa ser «la genuina heredera [...] de la tra­dición de teoría crítica de la escuela deFrancfort»: 10 es también de la fenome­nología de Hegel [p. 164].) De esta guisaentendida, la tradición de la escuela deFrancfort no se opone en modo algunoa la «historia crítica» apadrinada por Hoy:«Si se abandona la distinción tajante entrehistoria y teoría, yo creo que la historiacrítica y la teoría crítica podrían ser vistasmás útilmente como dos aspectos de lamisma actividad que se refuerzan mutua­mente» (p. 203). La teoría crítica tal comola practicaron Horkheimer y Adorno noha de derivar, cree Hoy, en «una teoríaplenamente explícita de la totalidad social»ni tampoco en «una concepción de unorden social ideal» (p. ID?). Genuinamen­te entendida, está en condiciones de res­ponder a las críticas de sus adversarios her­menéuticos, postestructuralistas o pragma­tistas, y lo está en la medida en que puedaverse en ella una actividad «fragmentariay pragmática» iibid.), Tan. fragmentaria ypragmática como, según Hoy, fue la inten­ción de la Dialécuca de la Ilustración, libro

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en el que no conviene buscar «una teoríafilosófica de la historia, ni de la razón, nidel conocimiento, sino una historia decómo se origina la concepción tradicionalde la teoría y de cómo acaba por desbo­carse» (p. 124). Horkheimer y Adorno noestán en realidad proponiendo «una nuevaconcepción de la teoría en lugar de la tra­dicional»: están tanteando la posibilidadde una «crítica inmanente» que haga plau­sible la práctica de una «crítica sin teoría»(ibid.). Han sido, en suma, Foucault y susseguidores quienes han entendido bien elverdadero significado de la teoría crítica,podría haber escrito Hoy si creyese en quehablar del verdadero significado de algotiene algún sentido 4.

Hoy trata de mostrar que el principalrendimiento crítico del programa genea­lógico es lo que él llama una «descons­trucción de la necesidad». El propósito deuna historia genealógica no es desvelar larealidad ni mucho menos contar las cosasal modo historicista «como verdaderamen­te ocurrieron»; lo que quiere el genealo­gista es convencer de que aquello que antesse tomaba por algo necesario puede tomar­se como contingente:

«La genealogía nos enseña que las autocorn­prcnsíones son interpretaciones, y ello puedellevarnos a sospechar que las concepciones denosotros mismos que hemos tomado como nece­sarias son sólo contingentes. Al hacer manifiestaesta contingencia, la genealogía hace posible ula gente el ver de qué forma podrían querer serdistintos de como son. (La cursiva es mía, A. V.)>>(p. 2(7).

Las historias genealógicas -fragmenta­rías y pragmáticas- están dirigidas sobretodo a liberar a los individuos de la creen­cia esclavizadora en la necesidad. Aquelloque usted tomaba como algo sometido auna necesidad férrea, como derivado dela naturaleza de las cosas o de la lógica(por ejemplo, de la lógica histórica) de larealidad, resulta ser ahora el producto de

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acontecimientos por entero azarosos y con­tingentes; acostúmbrese a pensar que enel origen de las cosas no se descubre unsentido escrito de antemano, sino tan sólouna casualidad a menudo inconfesable-pudenda origo-« , y desconfíe del carác­ter inevitable de aquello que le atormentao que le coarta. En algo parecido a estasadmoniciones radica el contenido eman­cipador de la genealogía, que Hoy quiereoponer a las «reconstrucciones racionales»postuladas por Habermas. (Hoy hace quesu propuesta sea más complicada en lamedida en que defiende, de un modo másnietzscheano que clásicamente pragmatis­ta, la genealogía corno una historia «na­turalizada»; no voy ahora a entrar en ladiscusión de esto, que muy probablementehabría hecho las delicias de Richard Rortysi Hoy lo hubiera desarrollado más).

Quizá algún lector desprevenido dellibro de McCarthy y Hoy iba buscando unadisputa acerba en torno al valor de la teoríacrítica a cargo de un fiscal severísimo yun obsecuente abogado. Pero en la mayorparte de la filosofía norteamericana -ysobre todo en la de influencia europea con­tinental- hace tiempo que el gusto porlas trifulcas a cara de perro cayó en francodesuso. Se diría que el estilo asertórico ypolémico, tan propio de la filosofía ana­lítica (de la mayor parte de la tradiciónfilosófica, en realidad), ha dado paso a otrodubítativamente hipotético y apaciblemen­te irenista, Entre refutar al interlocutor demanera concluyente y lograr un ponderadoacercamiento de posiciones hay un tipo depensador estadounidense de fin de sigloque tenderá a preferir casi siempre losegundo: el modelo de excelencia teórica

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no parece residir en que alguien triunfeargumentativamente sobre otro, sino enque las tesis del otro deban matizarse encierto modo después de la intervenciónpropia o se tengan que expresar echandomano del vocabulario de uno o hayan detener en cuenta de alguna forma lo quese afirma. Hubo un tiempo en que la filo­sofía era asunto de disputa; ahora lo es,por emplear un término en boga, de con­versación. McCarthy y Hoy han conversadointeligentemente sobre la tradición de lateoría crítica, y al hilo de esa conversaciónhan ido proponiendo unas mantas ideasde interés cuya evaluación no exige, meparece, el tomar partido acerca de la tra­dición examinada. Hablar de tradicionesde pensamiento es a veces un pretexto paradiscutir asuntos que han interesado a esastradiciones, y hay veces en que el pretextotiene no poca utilidad. Pero tanto Hovcomo McCarthy han mostrado por distid­tas vías quc una misma tradición de pen­samiento puede reinterpretarsc con extre­ma flexibilidad, hasta llegar un momentoen que esa tradición se convierte en Jo queel intérprete quiere hacer de ella. En lamedida en que esto sea posible con la teo­ría crítica, creo que va siendo hora de dejarde preocuparse por su reconstrucción o sudesconstrucción y pasar simplemente a dis­cutir sin ataduras tradicionales aquello queen cada momento sea oportuno discutir.Cuando uno administra caudales que pro­vienen de muchas herencias, el tratar deaveriguar de dónde viene cada parte delpatrimonio se convierte, me temo, en unobstáculo para la buena administración.

Antonio Valdecantos

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NOTAS

1 R. Rorty, «Tite Ambiguity of "Rationality?»,Constellations, 3,1 (1996), p. 8I.

2 T. McCarthy, ideales e ilusiones. Reconstrucciony desconstruccion en la teoría critica contemporánea,Trad. Á. Rivero, Madrid, Tecnos, 1992.

.1 Sobre esto puede verse T. McCarthy, Univer­salismo multicultural. Variaciones sobre un tema ilus­trado, trad. A. Valdecantos, Madrid, Fundación BBV,1993. El último parágrafo del tercer capítulo de! librorecoge en parte este escrito, texto de conferencias pro­nunciadas en Madrid y Barcelona en noviembre de1992 durante una estancia de trabajo en el Institutode Filosofía del CSIC.

, Quien crea que Hoy se toma demasiadas liber­tades a la hora de establecer filiaciones entre tradi­ciones de pensamiento puede completar su sorpresacon la siguiente proclama, en sentido inverso, deMcCarthy: «Mi opinión es que las potentes intuicionesy técnicas de Foucault no exigen ni su ontología delpoder ni sus concepciones totalizadoras de la sociedad,y que en realidad no son compatibles con ellas (la cursivaes mía, A. V.), Y que pueden desarrollarse con másfruto como continuación de la teoría social crítica quecomo alternativa a ella» (p. 230).

EVOLUCIÓN Y JUICIO NORMATIVO

ÁLLAN GIBBARD, Wise Choices,Apt Feelings. A TheoryofNormative JudgmentOxford, Clarendon Press, 1990.

1. A primera vista, puede parecer pere­grino pensar que autores como Hare,Habermas y el sociobiólogo Wilson con­verjan en algún punto. Sus enfoques yherramientas conceptuales no pueden sermás heterogéneas. Sin embargo, la con­cepción de la naturaleza del juicio norma­tivo que desarrolla Gibbard en este libroconstituye una original síntesis de elemen­tos aportados por estas diferentes aproxi­maciones a la naturaleza de las normasy de los juicios normativos. Aunque for­mado en la tradición analítica expresivistade Hare, este trabajo de Gibbard la enri­quece y transforma, como resultado de susensibilidad al nuevo impulso naturalista.Ideas tomadas de la teoría de la evolucióny de la psicología social, desarrolladas porla Sociobíología, le llevan a situar en elfoco de la reflexión ética a la argumen­tación normativa, su papel y sus condicio-

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ncs. Se produce así la convergencia conlos intereses habermasianos, si bien sinpretender un carácter trascendental parasus propuestas como el de la Pragmáticade Habermas. El resultado, lejos del pas­tiche, constituye una sólida revisión delexprcsivismo en clave naturalista.

Tres son los ejes centrales del argumen­to de Gíbbard: su rechazo del cognitivísmoo descriptivismo normativo, su propuestaexpresivista de normas, y Las consecuenciasque deriva para el modo en que debedesarrollarse la propia discusión moral. Elpunto decisivo, sin duda, es el segundo,y en él centraremos nuestra discusión. Elnúcleo de su propuesta es simple; si que­remos comprender la naturaleza de lasnormas y sus pretensiones de validez debe­mos reflexionar sobre su sentido, sobre sufuncionalidad evolutiva, sobre el porquéde nuestra tendencia a adoptarlas y res­petarlas (o violarlas), y a guiar nuestra con­ducta, cuando menos ocasionalmente, enbase a ellas, en especial a las que tienenque ver con lo bueno y lo malo. El resul­tado de esta reflexión es una forma de

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cxpresivismo que, a diferencia de la asepsiamoral del expresivisrno tradicional, recogela vieja aspiración socrática de que la corn­prensión filosófica contribuya a modificarlos términos de la propia discusión moral,al aclarar su sentido.

2. ¿Por qué y para qué tenemos nor­mas y discusión normativa? La respuestaa esta pregunta, según Gibbard, es la cl~v~

para comprender la naturaleza de los JUl­cios normativos, como hemos dicho. Y talrespuesta va a tener que ver con la nece­sidad de institucionalizar las relacionessociales, de consolidar las vías de coope­ración entre los individuos. Pero, en rea­lidad se trata de dos preguntas en una,puesto que, al menos a primera vista, lafunción de las normas no tiene por quéser la misma que la función de la discusiónnormativa. En efecto, bien en sociedadesno lingüísticas, bien en sociedades tiráni­cas, es posible que existan normas que pue­den servir para estabilizar y regular lasinteracciones entre sus miembros, sin queesas normas sean resultado de un procesode discusión y acuerdo. Estas normas, noobstante, conforman la conducta. segúnGibbard, de un modo distinto a como lohacen las normas adoptadas como resul­tado de la reflexión y el debate. En otrostérminos, se pueden distinguir tipos denormas en función de su correspondenciacon distintos niveles motivacionales, pos­tulando una jerarquía que recuerda vaga­mente la metapsicología freudiana deId-Ego-Superego. En efecto, además delnivel de los impulsos directamente fisio­lógicos relacionados con las necesidadesanimales simples, nuestra naturaleza socialy el proceso de socialización de la infanciahacen que «estemos cogidos» (la expresiónes de Gibbard) por normas de las quepodemos no ser siquiera conscientes, peroque constituyen las pautas de lo que cabeesperar a nivel social. Por fin, tenemos lacapacidad de juzgar y de actuar intencio­nalmente, en razón de lo que consideramos

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más sensato, más apropiado dadas las cir­cunstancias. Es este último nivelel que nosdistingue, el que debe ser examinado, portanto, para comprender la naturaleza delos juicios normativos.

En primer lugar, cabe señalar que estacapacidad de juicio presupone la capacidadde actuar en función de lo que uno con­sidera mejor, lo que Gibbard denominagobernancia normativa. No se ~rata de 9uese haga siempre lo que se considera mejor;la existencia de diversos niveles motiva­cionales puede crear conflictos (la debi­lidad de la voluntad sería el ejemplo másdestacado). Lo que interesa destacar aGibbard es que este nivel de juicio nor­mativo es el que introduce la cuestión dela validez y legitimación de las normas.

Pero para entender el sentido evolutivode la discusión normativa hay que com­pletar esta visión de la constitución indi­vidual con una perspectiva social. Dichode otro modo, se trata de considerar quésentido tiene una agrupación de individuoscon esta tendencia a juzgar, a preferir cier­tas conductas a otras. En este punto, Gib­bard sostiene que, además de las tenden­cias psicológicas señaladas, existe tambiénuna tendencia a ser sensible a las críticaso apelaciones de los demás, a sus discre­pancias y rechazos, así como a sus argu­mentos. Nuestra consideración de algo-una acción, una creencia, una emo­ción- como sensato o apropiado es sen­sible a la opinión que los demás puedantener al respecto, a los juicios que puedanenfrentarse al nuestro, a las demandas aje­nas de consistencia. Se plantea entoncesla necesidad de dar cuenta de nuestra pre­tensión de validez para nuestro juicio y lanorma que 10 respalda, en términos de lasrazones que contamos en su favor.

3. Éste es el contexto en el que se sitúala discusión normativa, y lo que interesaa Gibbard es el sentido evolutivo de esteconjunto de mecanismos y tendencias psi­cológicas. Su propuesta se inspira en el

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enfoque de la sociobiología y su aplicacióndel utillaje de la teoría de juegos: tratarde explicar las conductas sociales comosoluciones a problemas evolutivos, selec­cionadas por mor de su mejor razón cos­tes-beneficios, esto es, por su contribucióna mejorar la aptitud biológica de la especie.El problema, según Gibbard, al que losmecanismos de la discusión y la gobernan­cia normativa constituyen una solución esel de asegurar la coordinación interper­sonal en situaciones de negociación (esdecir, donde unos pueden ganar y otrosperder). En realidad, la idea de una fun­ción social para la moral no es nueva; seremonta a los primeros esfuerzos de con­siderar al hombre como un producto evo­lutivo. Lo nuevo es la mayor precisión yapoyo teórico de la propuesta. Es bienconocido que la salida al dilema del pri­sionero es contar con pautas y expectativasde acción que aseguren la cooperación(Axelrod, 1984). Gibbardi identifica la dis­cusión normativa como el mecanismo psi­cológico clave para establecerlas en unaformación social tan compleja como lahumana, donde mecanismos simples dereciprocidad resultan insuficientes. Lasnormas son útiles pero indirectamente, porser el resultado de un proceso de acuerdosocial que asegura la coordinación y, conello, la cooperación.

4. Éste es el meollo de la propuestade Gibbard, pero su desarrollo no resultacompletamente satisfactorio. El problemaradica en la distinción, ya introducida,entre utilidad adaptativa de las normas vs.utilidad adaptativa de la discusión norma­tiva. En cuanto a las primeras, como seha señalado ya, la cuestión ha sido acep­tablernente resuelta por la teoría de juegosy recogida por los teóricos de la elecciónracional (Elster, 1989). Pero no resultaigualmente aceptable que la propia discu­sión normativa tenga una función adap­tativa, como pretende Gibbard.

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Su idea consiste en que por medio dela discusión --que presupone la capacidadde aceptar normas y de guiarse por ellas­se alcanzan acuerdos estables (al ser acep­tados por los participantes, que se sientenconstreñidos a acordarse a la decisión delgrupo) que garantizan la cooperación y lacoordinación dentro del grupo, sancionan­do ciertas conductas y reprobando otras.Pero lo que precisa argumentar Gibbardes que este supuesto proceso de fijaciónde normas es evolutivamente superior aotros posibles mecanismos alternativos, enparticular, superior al proceso de fijaciónde las normas sociales en las que «estamoscogidos» por el proceso de socialización(esto es, que no hemos aceptado en sentidofuerte). En los términos de la teoría dejuegos, lo que precisa mostrar Gibbard esque la discusión normativa permite alcan­zar mejores resultados en la coordinacióngrupal. Y no lo hace: ni siquiera muestrapor qué una situación de agentes con capa­cidad para el juicio normativo ha de acabaren una forma de consenso, en lugar dedisolverse, por ejemplo.

Gibbard podría quizás sugerir que elgrupo está garantizado al nivel de las nor­mas sociales básicas, las que «nos cogen»•.De hecho, algo así se desprende de su con­sideración del lenguaje -prototipo de estaclase de normas- como el requisito clavepara la propia existencia de la discusiónnormativa. Pero entonces estamos en lasmismas: no se explica por qué se produciríael salto evolutivo a que lleva a la discusióny aceptación de normas.

Hay, no obstante, un tipo de conside­ración que podría tratar de incorporar Gib­bard en este punto: la existencia de pre­siones selectivas en favor de mejorar lacoordinación grupal, por la competenciacon otros grupos. Se basa en la idea deque la filogénesis humana consistió en unproceso de «carrera de armamentos»(Dawkins, 1986) para desarrollar formascada vez más eficaces de coordinar la con-

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ducta grupal, dado que el principal retoevolutivo que había que hacer frente eranjustamente otros grupos homínidos. Dichode otra forma, que la mejor cohesión intra­grupal permitía hacer frente a la compe­tencia intergrupal. La evidencia inmediataen favor de esta hipótesis consiste en lainexistencia de individuos solitarios abso­lutos y en la desaparición efectiva de todaslas especies homínidas a excepción de lanuestra. En este contexto, el papel de ladiscusión normativa como un medio supe­rior -por su flexibilidad, fluidez y efíca­cia~ de coordinación entre individuos consofisticadas capacidades intencionales y decontrol de los «aprovechados» podríaencontrar acomodo. Si bien esta hipótesisde la selección de grupo es todavía objetode controversia, recientemente ha recibidoun importante impulso (Alexander, 1989;Wilson y Sober, en prensa).

5. Más grave, no obstante, es la dobleconfusión cn que incurre Gibbard con res­pecto a la relación de los planos evolutivoy normativo. Escribe Gíbbard:

Lassituaciones de negociación humanatien­den a ser situaciones de negociación evolutiva.Los propósitos humanos tienden a la aptitudbiológica, hacía la reproducción. No se trata,por supuesto, de que el único propósito de cadapersona sea maximizar su capacidad reproduc­tiva; poca gente, si la hay, tiene ese propósito.Más bien, se trata de propensiones a desarrollarpropósitos. Aquellas propensiones que confirie­ron la mayor aptitud fueron seleccionadas; portanto, en una sociedad de cazadores-recolecto­res la gente tendió a querer aquellas cosas queproducían como resultado una mayor aptitud(p. 67; la traducción es mía).

En primer lugar, esta forma de plantearla relación entre el plano intencional y laevolutiva confunde el orden de la expli­cación: supone que los fines se dirigirána mejorar la aptitud biológica, dada lasituación de negociación de partida, peropara que se dé una situación de negocia-

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cíón hace falta ya tener objetivos; es delconflicto entre éstos que surge la situaciónde negociación. Esta confusión de Gibbardle conduce a una segunda: la reduccióndel plano intencional al evolutivo, algodecididamente falso: múltiples objetivosindividuales se dirigen a mejorar el estatuso el prestigio dentro de la sociedad, auncuando ello no tenga ninguna repercusiónen términos de aptitud biológica.

De nuevo, no obstante, el problemapuede ser enmendado: el plano evolutivoes previo y, como hemos sugerido, el nor­mativo surge como vía de adaptación indi­recta, no directa. De hecho, como se hademostrado, pueden entrar en conflicto(Richerdson y Boyd, 1985). Pero si estaposibilidad se toma en serio, obliga a cues­tionar también la vía de solución propuestapara la objeción anterior. Ni siquiera laselección de grupo puede garantizar quelos propósitos intencionales, basados enjuicios normativos acerca de qué es racio­nal, desempeñen la función que les atri­buye Gibbard.

Las opciones que le quedan parecenreducirse a tratar de establecer unaconexión mucho más íntima entre el nivelde las normas sociales y el del juicio nor­mativo. Quizá es lo que cabría esperar, dehecho, dada su insistencia, como buenexpresívista, en que el nivel del juicio yla discusión arranca en las emociones (pue­de ser estúpido temer a una hormiga, perosensato temer a un tigre herido; igualmen­te, puede ser razonable sentirse culpablepor no haber hecho algo que estaba enla mano de uno, pero no si estaba másallá de las propias capacidades). No es fácilestablecer que las normas que, rigen estasemociones no nos tienen «cogidos», sinoque las aceptamos, del mismo modo queaceptamos normas que condenan la tor­tura.

6. En cualquier caso, esta hipótesisacerca de la fílogénesis de nuestra capa­cidad para el juicio normativo se combina

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CRíTICA DE LIBROS

con toda una serie de análisis filosóficosde los conceptos clave. El mecanismo psi­cológíco de considerar que algo es sensatotiene sentido en ciertas condiciones, oresulta apropiado; que se aplica a acciones,creencias, deseos y emociones, es el puntode partida. Decir de algo que tiene sentidoes expresar la aceptación de normas quepermiten este algo. La noción de racio­nalidad se entiende en términos de este«tener sentido», y por tanto, remite tam­bién a la aceptación de un sistema de nor­mas. Y el ámbito moral constituye un sub­dominio de este ámbito de lo racional, ori­ginado en las emociones morales, comoel resentimiento y la culpa.

Es toda esta parte la que desprende unmayor aire analítico, con un gran énfasisen la formulación de definiciones y unadependencia de las tesis centrales del en­foque analítico, como la distinciónhechos-valores o verdades analíticas y sin­téticas, cuya problematicidad es precisa­mente el favor más importante en la revi­talización contemporánea del naturalismo.La cuestión no es meramente de estilo,sino que tiene graves implicaciones desdeel punto de vista semántico. Dicho bre­vemente, el expresivismo es un tipo deirrealismo semántico: los predicados mora­les (normativos) no tienen condiciones deverdad (ni siquiera de asertabilidad). Suviabilidad depende de la existencia de undominio efectivamente fáctico, pero estadicotomía estricta es lo que está en cues­tión.

De hecho, sin embargo, el núcleo dela propuesta de Gihhard es naturalista: seinspira en los datos de la psicología socialpara reconocer ciertas tendencias psicoló­gicas características en nuestra especie,que sostienen nuestra vida normativa, yque le permiten especular acerca de losmecanismos psicológicos necesarios parasostener tales tendencias y en el sentidoevolutivo de todo ello. Aunque los ropajesson analíticos, la investigación de Gibbard

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constituye todo un ejemplo de natura­lismo.

7. Con esta propuesta expresivista denormas, sostiene Gibbard, se aclara el sen­tido de la discusión normativa, su relevan­cia adaptativa. En este punto radica su ven­taja frente a las propuestas cognitivistasque, en su opinión, imposibilitan la dis­cusión normativa al convertirla en termi­nológica. No puede decirse que diferentesconcepciones de qué sea lo bueno, dentrodel marco cognitivista, según Gibbard,resulten estar realmente en discrepancia,sino simplemente que hablan de conceptosdistintos, sólo que utilizando la mismapalabra. En cambio, la virtud de su pro­puesta, a su modo de ver, es que da cuentaperfectamente de la discusión normativa:no se discute acerca del significado de «ra­cional», sino acerca de qué sistema de nor­mas debería ser aceptado. De ahí que supropuesta sea un expresivismo de normas:decir de algo que es racional supone expre­sar aceptación de un sistema de normasque lo permite.

Esta perspectiva le obliga a dedicar unconsiderable espacio a toda una serie deproblemas técnicos que su propuesta abre:el sentido de hablar de sistemas de normasy su caracterización lógica, su relación conlas intrínsecas limitaciones psicológicas delos sujetos (inconsistencia, ignorancia,errores...), la posibilidad de hablar de nor­mas objetivas desde el expresivismo (lo queconduce a distinguir diversos órdenes nor­mativos, normas sobre qué normas acep­tar, etc.), de distinguir entre lo que tienesentido aceptar y lo que uno quisiera acep­tar, entre la funcionalidad evolutiva de laaceptación de normas ysu dimensión prag­mática, el sentido de la tolerancia.

Del mismo modo, intenta desarrollar lasconsecuencias que su propuesta deberíatener con respecto al desarrollo de la pro­pia discusión moral: si su función es laseñalada, entonces el reconocerlo deberíaservir como metacriterio de validez para

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cRíTrCA DE UBROS

la propia discusión normativa: la contri­bución a la coordinación del grupo deberíacontar decisivamente en el propio procesode discusión.

8. En el fondo, la concepción desarro­llada por Gibbard en este libro supone unintento de conciliar universalismo y comu­nitarismo. Un universalismo resultante delas condiciones evolutivas que nos carac­terizan como especie y que, por tanto, sonválidas en cualquier situación de discusiónnormativa, sin necesidad de apelar a unasituación ideal de investigación moral nia condiciones trascendentales que asegu­ren de algún modo el acuerdo, y que, sinembargo, hasta para establecer ciertasmetarreglas procedimentales. Y un comu­nitarismo que refleja simplemente el hechode que la discusión moral tiene lugar enel seno de un grupo con la finalidad dealcanzar formas estables de coordinación.Dada la función de las normas no tienesentido concebirlas en abstracto, al margende las condiciones efectivas en que hande desarrollar su papel.

Aunque su forma de reintroducir la teo­ría evolutiva en el ámbito de la discusiónnormativa dista de resultar plenamentesatisfactoria, este original esfuerzo de Gib­bard merece. sin duda atención, cuando

menos por ofrecernos una concepción delas normas ajustadas a seres de carne yhueso, con necesidades e intereses, y conlimitaciones en su racionalidad y capa­cidades *.

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

ALEXANDER, R D. (1989): «Evolution ofthe Human Psyche», en P. Mellan, yC. Stringer (eds), The Human Revolu­tion, Edinburgh University Press,pp. 455-513.

AXELROD, R (1984): The Evolution of Coo­peration, Basic Books.

BOYD, R, y RrcHERsoN, P. (1985): Cultureami the Evolutionary Process, ChicagoUniversity Press.

DAWKINS, R. (1986): The Blind Watchma­ker; Longman (trad. esp., El relojero cie­go, Ed. Labor, 1988).

ELSTER, J. (1988): Cement ofSociety, Cam­bridge University Press,

WILSON, D. S., Y SOBER, E. (en prensa):«Reintrodueing group selection to thehuman behavioral scíences», Behavioraland Brain Sciences.

Antoni Gomila Benejam

* Quis!era~acer constar mi agradecimiento al grupo «Medinilla» de Salamanca, por las esti­mulantes discusiones en torno a las ideas de Gibbard, así como a la Fundación Caja Madridpor una beca posdoctoral de investigación que contribuyó a la realización de este trabajo,

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CRíTICA DE LIBROS

HACIA LA ESTÉTICA POLÍTICADE MARTIN HEIDEGGER

JOSÉ LUIS MOLINUEVO:

La ambigüedad de lo originarioen Martin Heidegger,Iria Flavia-Padrón,Editorial Novo Século,Biblioteca Universitaria, 1994, 242 pp.

El proyecto de Heidegger está asentadoen una paradoja esencial que se presentacomo necesaria en el recorrido de su pen­samiento: la búsqueda de la autenticidad,de lo originario, del carácter esencial delente, a través de la inautenticidad, de laambigüedad de una existencia que incor­pora el desarraigo, la caída, la angustiacomo componentes ontológicos ineludi­bles. El libro de José Luis Molinuevomuestra cómo va formándose esa parado­ja, cómo va adquiriendo en el pensamientoheideggeriano una importancia fundamen­tal y cómo se va transformando ya desdeel inicio del camino filosófico del autoralemán. El marco elegido para llevar acabo el examen de tal tema es el que abarcadesde las primeras lecciones y escritos deHeidegger (todavía no primer Heidegger)hasta algunos textos de los años treinta.Es necesario tener en cuenta, además, queel libro tendrá una continuación, es partede un proyecto, y esto no puede pasarsepor alto. Así, el examen riguroso de esaindeterminación de las raíces (tanto his­tóricas como puramente conceptuales) enel pensamiento heideggeriano es la tareade La ambigüedad de lo originario en MartinHeidegger, que adquiría su significado com­pleto al concluir el proyecto ahora comen­zado.

Los cuatro capítulos en que se divideel libro recorren las transformaciones quesufre el desarrollo del acercamiento cons-

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tante a/de lo originario. La imposibilidadde que ese acercamiento alcance una meta,tenga un final feliz, permite entender eldestino trágico del Dasein, que asume suambigüedad desde una conjunción de sudestino histórico y su actuación, su force­jear contra lo inevitable de una forma cons­tante. Así, el capítulo inicial, dedicado alos primeros escritos de Heidegger (hastaSer y tiempo), muestra cómo éste, a travésde sus acercamientos (positivos o negati­vos) a la teología dogmática, el cristianis­mo originario, el neokantismo, el histori­cismo o la fenomenología, toma clara posi­ción ante la ambigüedad de una existenciaque incorpora lo inauténtico, la carenciade fundamento, el desarraigo en la com­prensión del ser, como ineludible puntode partida. La caída, la angustia, la ruinacomienzan a mostrarse corno aquello que,dentro y contra ello, debe situarse comocomponente fundamental en todo análisisesencial del ente y su relación con lo ori­ginario. Con esto, expone el libro, ya desdeel inicio, cómo la necesidad de una onto­logía fundamental exigida por Heideggerdesvela desde sí misma la ambigüedad dela experiencia del fundamento mismo,pues la búsqueda de éste comenzará poruna analítica existencial del Dasein, y nopor el fundamento mismo.

Todo esto, muestra José Luis Molinue­va, no debe situarse solamente en un mar­co conceptual, referido únicamente a«cuestiones de pensamiento filosófico»,sino que el propio comportamiento per­sonal de Heidegger ante la religión, antela nostalgia del Imperio alemán, ante laforma de entender el papel de la Univer­sidad, permite ver cómo se lleva a cabouna ruptura generacional que debe serentendida desde la mayor pluralidad de

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CRíTICA DE UBROS

sentidos, aunque siempre asentada en laambigüedad de unas bases comunes. Así,esa «lógica de la decadencia» de las lec­ciones de Friburgo o ese «filosofar es filo­sofar contra la ruina» deben entendersesiempre desde un destino histórico que alu­de tanto a hechos como a conceptos. Nopuede olvidarse que para Heidegger, y enesto insiste Molinuevo, la Filosofía (conmayúsculas) es «el conocimiento históri­co... de la vida fáctica». A partir de estose muestra la transición a Sery tiempo, asícorno sus límites: se trataría de explicar10 inexplicable, la experiencia del arraigoy desarraigo que somos en la comprensióndel Ser.

El segundo capítulo del libro, que tieneSer y tiempo corno referencia principal, exa­mina cómo Heidegger adquiere ya cornotema fundamental el preguntar mismo, lapregunta por el Ser, y se enfrenta a unaforma de acceso radicalmente ambigua: latemporalidad. Con ello, el intento heideg­geriano de llevar a cabo un discurso delo originario (genitivo, objetivo, subjetivo)auténtico desde la inautenticidad, sea deuna forma u otra, lo pone en relación direc­ta con el proceder metódico de la moder­nidad, de tal forma que la visión de unHeidegger posmoderno se presenta en estemomento corno insuficiente: la ruptura conla modernidad no queda consumada, yaquc incluso la fenomenología, al ser enten­dida por Heidegger como método filosó­fico por excelencia, remite a un poso demodernidad que en este momento no vaa ser superado. Con todo, no hay que olvi­dar que los fenómenos de la fenomeno­logía se sitúan ahora alrededor del Ser delente, y no de la conciencia; es ante y conese Ser donde el Dasein vislumbra suautenticidad, donde se muestra como unestar decidido precursando la muertecomo posibilidad más extrema. Molinuevopresenta claramente la importancia enHeidegger de este estar decidido: la deci­sión de asumir su destino histórico es clave

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en el acercamiento al hombre esencial, «eldestino común destinado del Dasein en ycon su generación constituye el total,auténtico gestarse del Dasein», escribeHeidegger.

Ahora bien, los problemas encontradosa lo largo de Ser y tiempo, que podríanconcretarse diciendo que la fundamenta­ción debía ser ontológica y no óntica, apesar de las preeminencias del Dasein,muestran cómo el final de la obra es elcomienzo mismo, con lo que se cuestionarála validez de la dirección seguida. Así, afir­ma Molinuevo en su libro, podría hablarseya de una Kehre en las obras de 1929, exi­gida por la necesidad de introducir unacorrección en el programa seguido. Estocomienza a llevarse a cabo ya en Kant yel problema de la metafísica y los escritosque lo rodean, cuyo análisis puede con­siderarse como objetivo fundamental en eltercer capítulo. Se examina cómo las rela­ciones con Kant, con Cassirer, con Novaliso con Meistcr Eckhart, situadas en el con­texto inmediatamente posterior a Ser ytiempo, permiten ver cómo Heidegger,ante un acercarse al ser desde las Stim­mungen, ante un construir desde la inse­guridad, desde un Urgrund como Abgrund,asume la radical ambigüedad que conllevala reconquista del Dasein, la ambigüedadde su destino, y presenta la imposibilidadde encontrar una bases firmes, unas sólidasraíces científicas, para llevar a cabo su exa­men, necesitando acudir al arte y la poesía.y es que la equívocidad del decir mismode la metafísica, que quiere ir más allánegándose a sí mismo, alude a un pen­samiento que piensa contra sí y que inelu­diblemente arrojará una ambigüedad radi­cal sobre los resultados.

Molinuevo muestra de forma claracómo el existir comprendiendo el Ser, laexistencia auténtica con fundamentosambiguos, es examinado ahora por Hei­degger a través del terna de la trascenden­cia. Así, el Dasein, que trasciende los entes

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y se encamina hacia el Ser en la diferencia,exige una libertad, «un liberar el espaciode lo abierto», que le permita su desve­lamiento, su dejarle ser. Esa libertad con­tiene de la misma forma la posibilidad deerrar, incorpora la no-esencia como mis­terio, y presenta de nuevo al ente en todasu ambigüedad, en toda su finitud; elDasein siente la inhospitalidad del mundoy se angustia. La angustia misma muestralos límites del lenguaje y del pensamientopara explicarla; la fascinada quietud, elanonadamiento ante la radical indetermi­nación que afecta al Dasein en el senti­miento de la angustia, muestra la conexióndel tratamiento heideggeriano con el delo sublime kantiano. Y no sólo con Kant,sino que además deja ver Molinuevo cómola relación con Novalis y con el MeisterEckhart es crucial para entender a Hei­degger en este momento. La ambigüedaddel hombre escindido que se siente entredos mundos, que percibe su existir fron­terizo, que desesperadamente intentaencontrar su ser auténtico, conecta de for­ma explícita con la dualidad luz/noche deNovalis y con el retiro para forzar a Diosde Eckhart: Heidegger está abandonandouna tradición dominada por el pensamien­to lógico e invierte la pirámide moderna,pues ya no se construye desde la sólidabase científica, sino desde la inseguridaddel Dasein como Ab-grund, desde unarazón diluida que emerge como Stimmung.La filosofía se encuentra en toda su ambi­güedad, el misterio produce vértigo en sugirar incesante, algo que no incumbe alcarácter lineal y progresivo de las ciencias.

A partir de todo esto, examina José LuisMolinuevo de forma explícita en el últimocapítulo algo que se ha venido presentandoya a lo largo de todo el texto: la conexiónexistente en Heidegger entre estética, polí­tica y metafísica, siguiendo el hilo conduc­tor basado en la idea de .la ambigüedadde lo originario. El análisis, entre otros tex­tos, del Discurso del Rectorado, así como

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de El origen de la obra de arte y de la rela­ción con Hegel y con Hólderlin, muestrancómo el Dasein, que simultáneamenteactúa y asume su destino, Se comprometecon el Ser y desde la indeterminación desu origen, pudiendo entenderse la relacióna partir de una estética política de ambi­güedades metafísicas. La idea de la Uni­versidad como ámbito en el que tiene queafianzarse la transformación de la existen­cia alemana que ha traído la revoluciónnacional socialista está situada en el inte­rior de ese proceso de cambio, de rupturacon la tradición, que busca Heideggerdesesperadamente y que tiene a la meta­física y a la estética como componentesnecesarios. La finitud y temporalidad dela existencia escindida del ente demarcanno sólo la penuria humana, sino tambiénla del Ser mismo, con lo que el conjuntose presenta como un entramado en per­petua lucha que no puede detener su movi­miento de transformación, y que, sinembargo, se ve impotente ante su destinohistórico. Es aquí, afirma Molinuevo, don­de puede entenderse la radical ambigüe­dad de la pregunta por el Ser, pues todasuperación, toda transformación, estáhecha siempre con y contra aquello sobrelo que se quiere saltar.

Ese carácter de lucha para forzar lavenida de un cambio, para obligar al Sera desocultarse (aunque éste ame el ocul­tamiento), es la esencia de la verdad. É8tatiene siempre su origen en la no-verdad,en el ocultamiento, en la negación: es poresto por lo que se acude a Hólderlin, cuyaGrundstimmung es el inicio como abismofundante. Y, como ve claramente Molinue­va, Heidegger acude a Hólderlin y no aotro poeta (Hólderlin, «el poeta de los ale­rnanes»), mostrando la consonancia en quese encuentran la profundización política yel giro estético. Heidegger necesita el arte,necesita la poesía, precisamente por nopoder utilizar un pensamiento objctivadorpara hablar sobre el Ser, y es que lo que

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aparece en una obra de arte es el ser deun ente, algo que es auténticamente, nodado simplemente como objeto, con lo quede nuevo, afirma Molinuevo, se muestranlas conexiones metafísicas de estética ypolítica: tanto el artista en relación a suobra de arte como el filósofo respecto ala obra del Estado desaparecen en esasobras, son sacrificados en su propio actuar.El poeta, el filósofo y el creador de unEstado están íntimamente unidos, pues elprimero descubre y funda la verdad de laexistencia originaria de un pueblo (en laobra de arte se pone-en-obra la verdad)y abre el Ser del ente; el pensador lo com­prende y lo muestra; y el creador de unEstado hace que tal verdad histórica sedetermine, adquiera realidad efectiva.

Así, culmina Molinuevo esta primerasección de su proyecto, la conjunción inelu­dible entre el poeta, el pensador y el crea-

dor de un Estado viene deducida por Hei­degger a partir de eso originario miste­rioso, vertiginoso, verdadero desde suambigüedad, que perrníte vislumbrar el Serdel ente. El hombre en su escisión, en suser fronterizo, encarna esa ambigüedadesencial del Ser, ese abismo fundante desu historicidad, que lo muestra en toda supenuria. La ambigüedad de lo originarioen el pensamiento de Heidegger es, pues,según José Luis Molínuevo, algo indispen­sable tanto para entender su camino filo­sófico como para comprender la conexiónentre estética, política y metafísica. Esaambigüedad es algo desde lo que hay quepartir, con lo que hay que luchar, contray junto a, pues se encuentra tanto en laspreguntas como en las respuestas de la filo­sofía de Heidegger.

Domingo Hernández Sánchez

UNA TOPOGRAFÍA DE LA RAZÓN SOCIAL

PIERRE BOURDlEU:

Raisonspratiques. Sur la théoriede l'action, París,Éditions du Seuil, 1994, 254 pp.

l. Una topografla de la razón social

Hoy día es un hecho medianamente cons­tatable que la sociología ha venido a com­pletar, si no a sustituir, a la filosofía ensu esfuerzo de comprensión global de larealidad. 0, dicho de otro modo, que lafilosofía se ha tornado sociológica en esapretensión. Ignacio Izuzquiza 10 decía másclaramente al escribir sobre 1.uhmann: «lasociología continental parece ser reducto

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de tradiciones filosóficas, muchas vecesrevestidas con nuevos ropajes, que orien­tan decisivas cuestiones teóricas. Dehecho, muy bien puede decirse que, ennuestro tiempo, muchas de las antiguascuestiones y problemas filosóficos hantomado la forma de claras discusionessociológicas. Basta con analizar la obra dedos importantes sociólogos contemporá­neos como J. Habermas y P. Bourdieu paraadvertir esta presencia y obtener las con­secuencias pertinentes» (La sociedad sinhombres, Barcelona, Anthropos, 1990,p. 51). Y en cierto modo podríamos decirque la de Bourdieu es (como la de Haber­mas o Luhmann) una ingente obra filo­sófica con forma sociológica; aunque dichacaracterización, dicha así sin más explica-

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CRíTICA DE LIBROS

ción, quizás no gozaría del asentimientodel propio sociólogo francés que ha dedi­cado gran parte de su reflexión y su críticaepistemológica a desdibujar las fronterasentre la filosofía y la sociología, o entreésta y la antropología, como la única formade caminar en el progreso del conocimien­to. Lo cierto es que Raisons pratiques, elúltimo libro de Bourdieu, es también unlibro de filosofía, y como tal se presentaen la introducción: una filosofía de la cien­cia relacional (frente al modo de pensa­miento sustancialista) y una filosofía de laacción disposicional (frente a la oposiciónentre una perspectiva objetivista o subje­tivista en el análisis de las prácticas socia­les) (p. 9). Pero sobre todo lo es en cuantoque, en su intento por construir una teoríacoherente de la práctica y dar una expli­cación de la razón que guía las accionessociales, Bourdieu se ve obligado a enfren­tarse con los fundamentos antropológicosde su investigación y los problemas filo­sóficos que éstos plantean. Y de ese inten­to, podríamos añadir, resulta un interesan­te discurso, a veces incluso desconcertante,en la búsqueda por encontrar el lugar delhombre en el mundo, empezando porponer al mundo y al hombre en su lugar.El sociólogo francés, podríamos decir,sigue empeñado en traducir a la topografíadel papel, mediante las herramientasmetodológicas de su teoría de la práctica(nociones como campo, habitus, capital,estrategia...), es decir, a través del pensa­miento, esa imagen borrosa y poblada desombras que constituye la razón social. Ypoder así exorcizar los fantasmas y demo­nios con que dicha razón suele mostrarse,sosteniéndose en el desconocimiento conque transformamos leyes históricas, socia­les, en leyes naturales y universales.

Raisons pratiques agrupa una serie deconferencias y comunicaciones de Bour­dieu (lo que en un lenguaje academicistay estéril podría calificarse incluso de«obras menores», pero tIue no tienen nada

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de menores), algunas de las cuales yahabían sido publicadas con anterioridad endiversas revistas científicas. En este sen­tido, el libro podría agruparse con otrasobras del autor francés como Choses dites,Questions de sociologie, Réponses e inclusoLecon sur la leccon, en las que de una for­ma más general y dialogada ha expuestolos fundamentos y las conclusiones deinvestigaciones más exhaustivas y a las quesirven a la vez de complemento y de guía(como La reproduction, Le sens pratique,La distinction; Horno academicuso La noi­blessed 'Etat, por citar algunos de los títulosmás significativos). Desde esta perspectiva,en principio, el libro no ofrece nada nuevoque un especialista en el tema (o en Bour­dicu) no conociera ya. Se vuelven a pre­sentar el conjunto de nociones básicas queforman la «caja de herramientas» delautor, se discurre de nuevo sobre la cons­trucción que la ciencia social hace de larealidad diferencial de los espacios sociales(el tema de las clases sociales es una cons­tante en el libro); y se hace un nuevorecorrido por los diferentes campos socia­les que por otro lado ha sido, como deci­mos, objeto de investigaciones más espe­cializadas por parte del autor: el camporeligioso, el científico, el artístico, el jurí­dico, el político, el Estado... Sin embargo,además de matices concretos, Raisons pra­tiques supone una nueva «inversión» (enel profundo sentido bourdieuniano del tér­mino: investissement) del sociólogo francésen la dialéctica del pensamiento por com­prender la realidad.

2. Un homenaje que el vicio rindea la virtud

«Si hay una verdad -suele repetir a menu­do Bourdieu-, es que la verdad es un obje­to (enjeu) de luchas» (p. 91). Bourdieutambién apuesta en esa competición porla búsqueda de la verdad reconociendo de

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entrada su participación como profesionalde la producción simbólica en esa luchapor la definición legítima de la realidadque contribuye a crear la realidad. Es decir,sometiendo su propia crítica al mismo aná- .lisis que los objetos de la crítica, haciendode la reflexividad el primer criterio de lavigilancia epistemológica; una reflexividadque conlleva una doble ruptura: «rupturacon la representación ideal que los cien­tíficos tienen y dan de ellos mismos, rup­tura con la representación ingenuamentecrítica que, reduciendo la moral profesio­nal a una "ideología profesional", median­te una inversión simple de la visión encan­tada, olvida que la libido sciendi es unalibido scientificas (p. 95). Además, esa con­cepción conflictiva y contingente de la ver­dad supone una recuperación del análisishistórico en la comprensión de la realidad,rompiendo con el «encanto» de la expe­riencia absoluta, extraña a las contingen­cias de una génesis histórica (p. 79). Enotras obras suyas, por ejemplo, Bourdieuya nos había advertido que eso que otrosllaman «el fin de la historia» no es másque «el estado, susceptible de ser invertido,de una relación de fuerzas»(La noblessed'Etat; Paris, Minuit, 1989, p. 428), o queaquello que habitualmente llamamos «le­yes sociales» no son sino leyes históricas,que se hacen naturales en tanto perma­necen ignoradas en su historicidad y per­manecen como leyes (y como ignoradas)en tanto son capaces de servir a aquellosa los que sirven (Questions de sociologie,Paris, Minuit, 1984,p. 45). De ahí que todoel esfuerzo del autor se centre en descubrirese orden social e histórico oculto bajo lasapariencias de un orden natural absoluto,en reconocer la necesidad como único pasoposible para recuperar la libertad.

Pero esa historicidad y esa apuestametodológica por el relativismo no es lomismo, según Bourdieu, que una conside­ración nihilista de cualquier tipo de valoreso referencias culturales. Particularmente

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interesantes, en este sentido, resultan lasúltimas páginas del libro, en las que elautor francés se ocupa, aunque brevemen­te, de la fundamentación de la moral yde la moral política. Bourdieu parte de quela universalidad que se predica de la regla(como la regla moral) es en realidad una«estrategia universal de legitimación»,mediante la que se universalizan objetivosparticulares de quienes pretenden obtenerel provecho simbólico que se deduce delas apariencias de universalidad, de virtud,de la regularidad o la regularización formal(pp, 240-241). Además, el autor de Raisonspratiques ya nos había advertido cómo esasestrategias de universalidad adoptanmuchas veces la forma del «desinterés»,cuando socialmente todo acto se muevepor un interés y un interés en aparecercomo desinteresadas (que no es lo mismo,sin embargo, que decir que todo acto esegoísta, ver el capítulo 5 del libro: «Un actedésintéressé est-il possible1»). EntoncesZqué fundamentación podemos hacer dela regla (moral) como regla universal? ¿Se­rá el consenso sobre el interés lo que nospermita hablar de moral en la política'!¿Pero no es ese pretendido consenso unanueva forma de universalización comoestrategia legitimadora? Bourdieu norenuncia a su análisis previo del interésen su teoría de la acción, y necesariamenteparte de él, pero subrayando el hecho deque de él no se deduce la imposibilidadde buscar una moral en la política, sinoque hay que buscarla por otras vías: «eldesencantamiento que puede producir elanálisis sociológico del interés en el desin­terés no conduce inevitablemente a unmoralismo de la intención pura que, aten­diendo solamente a la usurpación de launiversalidad, ignora que el interés en louniversal y el provecho de lo universal sonindiscutiblemente el motor más seguro delprogreso hacia 10 universal. Cuando sedice, con el proverbio, que «la hipocresíaes un homenaje que el vicio rinde a la vir-

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tud», se puede estar más atento a la hipo­cresía, negativa y universalmente estigma­tizada, o, de manera más realista, al home­naje a la virtud, positivo y universalmentereconocido» (p. 242). Dicho de otra mane­ra, decir que la universalización es unaestrategia de legitimación no implica aban­donar la universalización como forma deprogreso en la fundamentación de valoresy objetivos sociales, sino reconocerla comoestrategia de legitimación. Así sucede enla crítica y la fundamentación ética de lapolítica como lucha por legitimar un estadode cosas.

Por eso mismo, no se trata de obviar(por imposible o por innecesaria socioló­gicamente) la moral de la política, sino depreguntarse «sobre las condiciones quedeberían cumplirse para que las prácticaspolíticas se encuentren sometidas, perma­nentemente, a un test de universabilidad».y en ese sentido, según Bourdieu, parafundamentar sociológica mente una moralen política es preciso «crear los mediosinstitucionales de una política de la moral»,que se traduce, de un lado, en sometera los agentes «oficiales» a su propio juegode «ofícialízación», y de otro (y sobre todo)en un trabajo constante por «elevar el costedel esfuerzo de simulación necesario paraocultar la distancia entre lo oficial y lo ofi­cioso, el proscenio y los bastidores de lavida política» (pp. 243-244). Es decir, enelevar el coste simbólico que permite legi­timar las acciones políticas y la tasa de uni­versalización para que una acción aparezcacomo desinteresada. En suma, por hacermás caro ese homenaje que el vicio rindea la virtud.

3. Un modelo de génesis del Estado

Para algún especialista puede que tampocosea una novedad (porque ya había apa­recido en la revista Actes de la rechercheen sciences sociales, que Bourdieu dirige)

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el trabajo sobre la génesis y estructura delcampo burocrático, en el que Bourdieupropone un modelo de la emergencia delEstado, en el que el autor francés pareceintentar responder a la vieja preguntasobre el Estado que ya se hacía Ortegay Gasset: «Es el Estado quien me impidecruzar la calle a voluntad. Miro en torno,pero por ninguna parte descubro el Estado.En derredor mío sólo veo hombres queme consignan uno a otro: el gendarme aldirector de Policía, éste al ministro delInterior, éste al Jefe del Estado y éste, últi­mamente y ya sin remedio, otra vez al Esta­do. Pero, ¿quién o qué cosa es el Estado?¿Dónde está el Estado? ¡Que nos lo ense­ñenl, lque nos lo hagan ver!» (El hombrey la gente, Madrid, Rev, de Occidente,1968, p. 218). En una perspectiva relacio­nal (o sustancialízadora, más que sustan­cialista, tal como hace la diferencia, porejemplo, el profesor Nicolás López Calera,Yo, el Estado, Madrid, Trotta, 1992), Bour­dieu, más que dar una respuesta concretasobre qué, cómo o quién es el Estado, nosofrece un modelo explicativo para quenosotros mismos podamos respondernos aesa pregunta. Un modelo que se desarrollaen el esquema global de campos socialesdel autor del libro, y que aunque tiene sureferencia histórica en el caso francés,como el resto de análisis de todo el libro,no dista mucho (si no nada) de las refe­rencias de otras sociedades «avanzadas»,como la nuestra.

Con Weber, pero un poco más allá deWeber, Bourdieu define el Estado comoaquel «X (a determinar) que reivindica conéxito el monopolio del uso legítimo de laviolencia física y simbólica sobre un terri­torio determinado y sobre el conjunto dela población correspondiente» (p. 107). Lanovedad, claro está, reside en la cursiva.Frente a otro tipo de análisis que habíanresaltado únicamente la concentración defuerza física en el seno del Estado, y sindespreciarlos, Bourdieu subraya la dimen-

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sión simbólica o de poder simbólico queprovoca el proceso histórico de emergenciadel Estado: «la génesis del Estado es inse­parable de un proceso de unificación dediferentes campos sociales, económico,cultura (o escolar), político, etc., que vaparejo con la constitución progresiva delmonopolio estatal de la violencia física ysimbólica legítima. Del hecho de que élconcentra un conjunto de recursos mate­riales y simbólicos, el Estado está en con­diciones de reglar el funcionamiento dediferentes campos, sea a través de inter­venciones financieras (...) sea a través deintervenciones jurídicas» (pp. 55-56). Másconcretamente, el Estado es, en el modelode Bourdieu, el resultado de la acumula­ción de diferentes especies de poder o tiposde capital: de fuerza física, económico, cul­tural-informativo y sobre todo simbólico,que es la forma que presenta todo capitalen tanto que representada simbólicamente(pp. 116 Yss.) y, por tanto, perceptible (re­cognoscible) universalmente (el ejemplopor excelencia del trabajo simbólico delEstado es el Derecho, a cuyo análisis socio­lógico Bourdieu ya dedicó, entre otros tra­bajos, un extenso e interesante artículo:«La force du droit», enActes, núm. 64!l986).De hecho, el Estado es, según el caso fran­cés analizado por Bourdieu, una invenciónfundada a partir de las ideas de lo público(bien común, interés general, serviciopúblico) generadas como estrategias delegitimación en la concurrencia de los cam­pos sociales. Pero decir que es invenciónno quiere decir que sea irreal. En cuantoficción jurídica o realidad imaginada, elEstado, por su propia fuerza simbólica, sehace también imagen de la realidad. Loque el análisis de Bourdieu sobre el Esta­do, como el resto de análisis de campossociales (del que el Estado es un caso espe­cial), trata de superar, en su dimensiónsimbólica, es la oposición entre un análisisde las relaciones sociales en términos derelaciones de fuerza (estructuras objetivas)

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o un análisis en términos de relaciones desentido (comunicación). Para Bourdieu nose puede obviar ninguno de ambos aspec­tos: «Las relaciones de fuerza más brutalesson al mismo tiempo relaciones simbólicasy los actos de sumisión, de obediencia, sonactos cognitivos que, en tanto que tales,ponen en práctica estructuras cognitivas,formas y categorías de percepción, prin­cipios de visión y de división: los agentessociales construyen el mundo social a tra­vés de estructuras cognitivas (...) suscep­tibles de ser aplicadas a todas las cosasdel mundo social y, en particular, a lasestructuras sociales» (p. 124).

Éstos podrían ser algunos de los (prin­cipales) argumentos de Bourdieu en sumodelo de génesis del Estado como «con­junto de campos burocráticos», que cons­tituye, a nuestro entender, una de las másimportantes aportaciones que Raisons pra­tiques, como libro, hace al conjunto de laobra de Bourdieu; y en sintonía con lasúltimas investigaciones que el sociólogofrancés, desde La noblesse d'Etat, ha dedi­cado al campo burocrático (fundamental­mente sus estudios sobre la política de alo­jamiento en Francia, publicados en la revis­ta ACles). Sin duda, la virtualidad delmodelo bourdieuniano de estudio de lagénesis y estructura del Estado como cam­po social exigiría un desarrollo más extensoy, sobre todo, un contraste con su apli­cación a investigaciones concretas, que nopuede ser objeto de estudio aquí.

4. Un lugar en el mundo

Las anteriores son sólo algunas notas bási­cas (y seguramente algo deshilachadas)entre otras muchas de Raisons pratiques,que, como decíamos antes, tal vez resultenya demasiado sabidas a quien haya leídoel resto de las obras del autor francés. Sinembargo, quizás por sabidas, Raisons pra­tiques ofrece una doble posibilidad de com-

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prender mejor a Bourdieu y de utilizarmejor su pensamiento. De utilizarlo, enefecto, puesto que toda su obra es, comoya hemos dicho, un esfuerzo continuo deencontrar el lugar del hombre en el mundo.Superando la oposición entre una perspec­tiva subjetivista, para la que las prácticassociales se explican en función de las inten­ciones y el cálculo racional de los sujetos,o una perspectiva objetívista, que explicadichas prácticas en función de las estruc­turas objetivas que las determinan, Bour­dieu sigue apostando (al igual que en obrasanteriores) por un construaivismo estruc­turalista (o «estructuralismo genético»)para el que dichas prácticas son el resul­tado de la relación dialéctica que se esta­blece entre las disposiciones (habitus) delos agentes y la estructura de situacionesen las que se encuentran. Una doble apues-

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ta, relacionaly disposicional, que trata deevitar los errores de la alternativa ingenuaentre la necesidad y la libertad. Y que ofre­ce precisamente la posibilidad de recupe­rar la libertad al denunciar o desvelar larelación de desconocimiento que mante­nemos con la necesidad. Como decía elescritor irlandés C. S. Lewis, «la necesidadno tiene por qué ser lo contrario de lalibertad, y quizás el hombre sea más librecuando, en vez de manifestar sus motivos,puede limitarse a decir "soy lo que hago"».La obra de Bourdieu puede servir, en esesentido, para descubrir las «razones prác­ticas» que nos hacen «ser» y las grandescoordenadas de la razón social en las quenos movemos. Que es, al fin y al cabo,otra forma de buscar nuestro lugar en elmundo.

Andrés Garcia Inda

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