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ELABORADO POR LOS TEOLOGOS CONSULTORES
PERFIL HUMANO-ESPIRITUAL DE LA MADRE MARÍA BERNARDA BUTLER

Al terminar su período escolar, que duró ocho años, en compañía de
su papá, se dedicó con verdadera alegría al trabajo del campo.
La Sierva de Dios es una “suiza de pura sangre”, delicada y valerosa. Es una humilde y simple hija de campesinos; de carácter vivaz y
sencillo; inteligente fuera de lo normal; amante de la naturaleza y
sensible a las cosas bellas.

Después de una infancia serena y vivaz, organizada entre los juegos infantiles y la escuela, comienza a sentir la llamada siempre más fuerte a la oración, tanto que, resultó un verdadero don de Dios, como ella misma lo afirma. Jesús la transformaba y la atraía a sí, con una fuerza extraordinaria.

Su espiritualidad es marcadamente franciscana. Contemplativa por vocación.
Fiel hija de la Iglesia. Se convierte en ardiente anunciadora del Evangelio y testigo de la caridad de Cristo, para
aquellos hermanos lejanos.
La intensa vida espiritual y la sabia dirección de maestros del espíritu,
pusieron bien pronto en evidencia, el vivo deseo que Verena tenía de
consagrarse a Dios, en la vida religiosa.

Su personalidad es simple pero
decidida. Es una de las pequeñas almas, en quién
Dios se complace, en manifestar sus
maravillas.

Tenía un carácter vivaz, pero era reflexiva y modesta.
Siguiendo las inspiraciones del Señor, profundizó la vida
interior y la comunión con Dios, alimentada con la
oración, la penitencia y la mortificación. Su vida fue muy probada por Dios con
dolores, sufrimientos interiores, desolación de
espíritu. Todo lo soportó por amor a Dios.

Eximia misionera, se hizo “toda para todos”. Supo conjugar en su vida: trabajo y oración, contemplación y acción,
vida en Dios y vida con los hermanos.
Puso como fundamento de su
obra misional, la pobreza y la
fidelidad para con la Iglesia.

Reformadora del Monasterio de María Hilf. Vivió la perfecta pobreza
franciscana. Hizo progresos en el ejercicio de las virtudes cristianas y
consiguió un alto grado de perfección. La fe, la esperanza y la caridad, fueron la luz de su vida, de
sus palabras y obra.
Asumió con serenidad las incomodidades y trabajos.
Se abandonó confiadamente a la
Divina Providencia.

Cultivó una intensa vida interior, alimentada por la continua unión con Dios, la oración, la perfecta obediencia a la voluntad de Dios, diligente observancia de la Regla y de los Votos Religiosos y la huída del pecado.

Su ejemplo de austeridad, mortificación, caridad y espíritu de sacrificio, impresionaban.
De noche oraba horas enteras en el coro, para arrancar de Dios su bendición.
Cultivó una fervorosa piedad en el Misterio de la
Santísima Trinidad, la Eucaristía, la Pasión de
Cristo y la Virgen María. Y amó profundamente a la
Iglesia.

Desde el Monasterio de María Hilf demostró ser una sabia administradora, deseosa de un
radicalismo evangélico en el campo de la pobreza y de la vida religiosa.
Hizo amplio uso de la virtud de la prudencia para introducir la reforma.
Trabajaba todo el día en el campo. Era un ejemplo de austeridad, mortificación,
caridad, espíritu de oración y sacrificio.

La sierva de Dios tuvo una inteligencia innata y aunque de muy
escasa instrucción, era abierta y vivaz, con una sabiduría y
experiencia espiritual que hicieron de ella: la Madre, la Maestra, el Modelo y el constante y seguro punto de referencia de sus co-hermanas - hijas espirituales.

Mujer simple, humilde, laboriosa, habituada desde la familia a las duras faenas del campo, que maduraron su vocación sorteando muchas dificultades.
Asimila del ambiente familiar, el amor al pobre, lo cual será posteriormente una característica específica de su servicio apostólico.

Mujer enérgica y seria en su modo de ser y de
trabajar, consciente de los detalles más mínimos;
vigilante e incansable en el cumplimiento de su
deber; pero sobre todo, muy bondadosa y dada a
la oración.

Mujer sabia y mesurada, de carácter fuerte, no descuidaba ningún medio para
alcanzar el camino de la reforma del monasterio.
Actuaba siempre con bondad y firmeza.
Siempre obediente al Obispo. Sabia defensora de los derechos del
Monasterio.

Mujer bíblica, fuerte, prudente, sabia y buena.
Supo unir contemplación y apostolado, llevando a Dios a los
pobres y los pobres a Dios.
Mujer de gran espíritu ascético, mística, amante del silencio y del trabajo oculto.

Mujer simple, humilde, laboriosa; constantemente preocupada por la
búsqueda vocacional, que como hija de la obediencia perfecta, vive en
radicalismo evangélico, en un justo e invariable equilibrio moral, en serena y ejemplar firmeza de carácter, fundada sobre la más estricta coherencia entre
los principios inspiradores y la puesta en marcha en el actuar cotidiano.

Mediante la oración, espiritualizaba su trabajo físico. Su oración continua era por la
conversión de los pecadores, por los Sacerdotes y por las almas
del purgatorio.
Su vida se puede sintetizar en tres palabras: trabajar, sufrir, orar.

De espiritualidad exquisitamente franciscana.
Conservó, aún en las más dolorosas adversidades la
serenidad de ánimo, fruto de la pobreza de espíritu, propia
de aquel que ama a quienes le golpean en la mejilla.

Demuestra una admirable fortaleza para soportar las pruebas más duras
y los disgustos, infaliblemente ligados a su arduo compromiso
misionero, desarrollado en un estilo de vida desplegado en simplicidad,
silencio y ocultamiento en Dios .

María Bernarda sobresale: por su gran inspiración eclesial, por su obediencia a la Iglesia y al Papa,
como modelo de fe verdaderamente católica; lo que constituye, un eficaz llamado al
respeto y amor a la Iglesia.

Recorrió hasta el último término, un intenso y sufrido itinerario
espiritual, en silencio, en perenne ofrecimiento por amor a la Madre
Iglesia, a Cristo y a las almas.
La fama de santidad segura y luminosa, tuvo su esplendor, el día
de sus funerales y ha durado ininterrumpidamente hasta hoy.

La figura de María Bernarda Butler se
impone a la admiración del Pueblo de Dios,
sobre todo, por su amor a los pobres, y su
espiritualidad eclesial.