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Zorina Núñez Molina La espiritualidad en la vida diaria Revista De Arquitectura / UNIFE 41 LA ESPIRITUALIDAD EN LA VIDA DIARIA SPIRITUALITY IN DAILY LIFE Arq. Zorina Cledy NÚÑEZ Molina Resumen El presente artículo constituye una aproximación a la espiritualidad y su importancia en la vida ordinaria. Desde la perspectiva teológica, establecemos que las dinámicas propias en la vida del hombre en medio de este mundo globalizado, limitan el ejercicio de una vida espiritual activa. Paralelamente se hace una observación sobre la historia de la espiritualidad y algunos aportes enriquecedores de sus representantes más destacados. También tratamos sobre la necesidad del silencio como principio elemental que dispone a la oración; así como de los vínculos espirituales y la responsabilidad personal. Finalmente el artículo sugiere que las prácticas que involucran la espiritualidad no se restringen únicamente al ámbito académico o intelectual, ya que por su naturaleza, precisa desarrollarse como una experiencia individual con relación a Dios. Abstract This article is an approach to spirituality and its importance in daily life. From a theological perspective, we establish that the dynamics in the life of men, in the middle of this globalized world, limit the exercise of an active spiritual life. At the same time, it makes an observation about the history of spirituality and some enriching contributions of its most prominent representatives. It also discusses the need for silence as basic principle that leads to prayer, as well as the spiritual ties and personal responsibility. Finally, the article suggests that the practices involving spirituality are not restricted to the academic or intellectual realm, since by its nature, needs to be developed as an individual experience in relation to God. Palabras clave: Espiritualidad cotidiana; Arquitectura y mística; Silencio espiritual; Arquitectura y espiritualidad. Key words Everyday spirituality; Architecture and Mysticism; Spiritual silence; Architecture and spirituality.

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Page 1: Zorina Cledy NÚÑEZ Molina

Zorina Núñez Molina La espiritualidad en la vida diaria

Revista De Arquitectura / UNIFE 41

LA ESPIRITUALIDAD EN LA VIDA DIARIASPIRITUALITY IN DAILY LIFE

Arq. Zorina Cledy NÚÑEZ Molina

Resumen

El presente artículo constituye una aproximación a la espiritualidad y su importancia en la vida ordinaria. Desde laperspectiva teológica, establecemos que las dinámicas propias en la vida del hombre en medio de este mundo globalizado,limitan el ejercicio de una vida espiritual activa. Paralelamente se hace una observación sobre la historia de la espiritualidady algunos aportes enriquecedores de sus representantes más destacados. También tratamos sobre la necesidad del silencio comoprincipio elemental que dispone a la oración; así como de los vínculos espirituales y la responsabilidad personal. Finalmenteel artículo sugiere que las prácticas que involucran la espiritualidad no se restringen únicamente al ámbito académico ointelectual, ya que por su naturaleza, precisa desarrollarse como una experiencia individual con relación a Dios.

Abstract

This article is an approach to spirituality and its importance in daily life. From a theological perspective, we establish that thedynamics in the life of men, in the middle of this globalized world, limit the exercise of an active spiritual life. At thesame time, it makes an observation about the history of spirituality and some enriching contributions of its most prominentrepresentatives. It also discusses the need for silence as basic principle that leads to prayer, as well as the spiritual ties andpersonal responsibility. Finally, the article suggests that the practices involving spirituality are not restricted to the academicor intellectual realm, since by its nature, needs to be developed as an individual experience in relation to God.

Palabras clave:

Espiritualidad cotidiana; Arquitectura y mística; Silencio espiritual; Arquitectura y espiritualidad.

Key words

Everyday spirituality; Architecture and Mysticism; Spiritual silence; Architecture and spirituality.

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Introducción

Jamás como ahora vivimos inmersos en las activi-dades propias de nuestras vidas, de manera coti-diana y rutinaria nos levantamos en la mañana, va-mos a trabajar, o a estudiar en alguna institución edu-cativa, horas después regresamos a casa para aprove-char un momento la compañía de nuestros seres que-ridos; quizás disfrutaremos de algún tiempo de des-canso o nos haremos cargo de alguna labor domés-tica. Por más que tratemos de evitarlo, sin importar laedad que tengamos, de esta manera discurren nues-tros días, que se transforman en meses o años, y des-cubrimos que en alguna conversación afirmaremossorprendidos ante algún acontecimiento que creía-mos lejano: «el tiempo vuela». Y de cuando en vez,en ese trajín nos aprisionará una sensación de in-quietud o incluso de desasosiego y se cernirá ennuestras mentes una leve insatisfacción, un vacíode indeterminado origen, que comienza a ser no-tado desde nuestra interioridad, naturalmente algo

así resulta inquietante y hasta atemorizante en oca-siones. Y quizás también sea la causa del llamadomal de nuestro siglo, la depresión, tan común ennuestro mundo contemporáneo.

Ante este cuestionamiento buscamos alguna dis-tracción que disipe nuestras mentes a través de unadivertida película, un paseo en algún lugar agrada-ble, tal vez ir de compras buscando lo que está a lamoda, acaso una extensa conversación entre ami-gos; o por el contrario recurrimos al trabajo comoentretenimiento, de tal forma que algo siempreocupe nuestros pensamientos. Todo esto es buenoy agradable en sí, pero… como todo en esta vidatiene un fin, al terminar esas actividades, nos halla-mos exactamente igual, porque aquella sensaciónde vacío permanece.

Suele darse el caso de que por más que ensayemosesa misma receta para resolver este dilema, una yotra vez, acabamos de la misma manera, incluso atodo esto podríamos añadir, en cierto modo, queparecería que estamos en una constante huida denosotros mismos y de ese inquietante susurro inte-rior que nos sale al encuentro cuando volvemos lamirada hacia lo íntimo de nuestro corazón.

Una situación así nos lleva a preguntarnos: ¿Qué eslo que realmente necesito? ¿Qué falta en mi vida?¿Por qué no me siento feliz? Estas son preguntasde gran importancia y que merecen una respuesta;ya que, después de todo tú y yo, como todo serhumano, necesitamos sentirnos plenamente reali-zados para ser felices.

Para nuestro desconcierto estas preguntas nos en-caran ante una compleja cuestión. La conforma-ción de nuestra naturaleza humana, la cual no sóloconsta de este cuerpo físico al cual alimentamos,vestimos y de vez en cuando también mimamos;asimismo, tenemos una mente que encierra en sí,no únicamente nuestra parte intelectual, sino tam-bién comprende la estructura psicológica que noscaracteriza en términos de personalidad, tempera-mento y carácter. Pero además, hay un aspecto deimportancia capital y que de ordinario dejamos delado, nos referimos a nuestra alma1. Es cierto, to-dos y cada uno de nosotros poseemos en nuestro

1 Cf. I Tes. 5, 23 Biblia de Jerusalén, 1999, p. 1646.

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interior un alma espiritual2 e inmortal que tambiénprecisa ciertos cuidados esenciales para crecer.

Debido a eso es que de manera sutil nuestra almanos susurra su carencia de algo que no le estamosproveyendo, utilizando como medio aquella sen-sación de vacío e inquietud. La misma que sola-mente puede ser colmada con una vida espiritualactiva que la nutra y la ayude a crecer, en concor-dancia con todo el resto de nosotros mismos, esdecir nuestro cuerpo y nuestra mente, esto es bási-co para desarrollarnos y realizarnos como sereshumanos, hacerlo de manera integral.

¿Qué es la espiritualidad?

Para establecer el concepto diremos que etimo-lógicamente proviene del latín spiritus, espíritu. Quetradicionalmente se vincula con los aspectosreligiosos, es decir, la relación entre el serhumano y Dios, así como de la salvación del alma.Ahora la perspectiva filosófica hace referencia a laoposición entre materia y espíritu, la interioridad yla exterioridad.

La espiritualidad desde la faceta religiosa se entiendecomo: «la cualidad de lo que es espiritual»; es sinónimo depiedad realmente poseída; es la ciencia que estudia y enseñalos prin-cipios y las prácticas de que se compone dicha piedado dicho servicio de Dios». (Ancilli, 1983-1984, 3 vols).

De acuerdo a este autor la espiritualidad tiene quever con piedad y servicio a Dios. Pero ¿Por qué yohabría de servir a Dios?; ¿Por qué yo necesitaría lapiedad? Esas son preguntas que nos dirigen a unaspecto apasionante: nuestra relación con Dios.Estamos vinculados con Dios de manera signifi-cativa, aunque muchas veces no nos demos cuentade ello. Resulta que Dios es eterno, Él nos ha crea-do y como diría San Agustín: «la parte tiende al todo»,ese todo es Dios y nosotros, nuestra alma es esaparte que necesita volver a ese todo para estar com-pleta, eso no puede ocurrir de manera total sinohasta que hallamos fallecido. Esto quiere decir quemientras vivamos en este mundo necesitamos uncontinuo y constante acercamiento a Dios.

La naturaleza de Dios es el amor3, y precisamenteel amor es lo que da sentido a nuestras vidas. Elamor perfecto y absoluto de Dios solo puede sa-ciar ese anhelo de eternidad que está inscrita ennuestras almas; por eso mismo es que parecieraque no nos basta el afecto que nos dan nuestrosfamiliares, amigos, etc. Porque ellos al igual quenosotros probablemente padecen la misma difi-cultad, y como un vacío no llena otro vacío, fre-cuentemente nos hallamos disconformes, hasta in-cluso enfadados; si tomáramos conciencia de estarealidad espiritual probablemente tendríamos unpoco más de tolerancia, como lo expresan las pa-labras del sacerdote Ignacio Larrañaga (1994: 151)diremos: «si comprendiéramos, no haría falta perdonar».Retomando la definición de Ancilli (1983-1984)debemos resaltar la idea de piedad, la razón por lacual necesitamos de la piedad es porque ella nossirve de herramienta para poder tener una verda-dera relación de amor con Dios; dicho de otromodo la piedad es un don del Espíritu Santo4 quenos capacita e instruye para relacionarnos con Dios.Esto se hace imprescindible, ya que Dios es un serperfecto y todopoderoso; en tanto nosotros, te-nemos una parte física que por lo general nos in-fluencia a través de lo que distinguimos con nues-

2 Cf. #363 Catecismo de la Iglesia Católica, 1993, p. 87.3 Cf. I Jn. 4,8.16 Biblia de Jerusalén, 1999, p. 1706.4 Cf. #1830, #1831, Catecismo de la Iglesia Católica, 1993, p. 414.

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tros sentidos corporales, eso entorpece la formaen que percibimos y entendemos a Dios. Debidoa eso es que las prácticas de piedad nos hacen faltapara abrirnos a esta dimensión espiritual por me-dio de nuestros sentidos espirituales5, los cuales sinel ejercicio que implica estas practicas de piedad,se adormecen y apagan, de tal manera que termi-namos creyendo que sólo aquello que apreciamosy sentimos corporalmente existe y es real, la faltade este ejercicio nos causa mucho daño, porquenos impide experimentar de forma directa queDios es parte de nuestra vida, o aún mejor quesomos parte de Dios. Dichas prácticas de piedadpueden ser, por ejemplo, la Coronilla de la DivinaMisericordia, el rezo del Rosario, una visita al San-tísimo, participar en la Santa Misa, etc.

Como definición operativa «(La espiritualidad) es unparticular servicio cristiano de Dios, que acentúa determi-nadas verdades de la fe, prefiere algunas virtudes según elejemplo de Cristo, persigue un fin secundario específico y sesirve de particulares medios y prácticas de piedad, mostran-do a veces notas distintivas características» (Matanic, Citpor Ancilli 1983-1984: 36).

Para Matanic (Cit por Ancilli 1983-1984) el servi-cio a Dios es algo particular, esto es razonable siconsideramos que cada persona, cada alma, es únicae irrepetible. Lo que dejemos de hacer para cum-plir ese servicio quedará inconcluso, dicho serviciono es otra cosa que amar, ya que si estamos unidosa Dios por el vínculo del amor, por medio de lasprácticas de piedad en la oración; entonces necesa-riamente todos nuestros actos serán progresiva-mente impregnados de ese amor sobrenatural quenos capacita para ser misericordiosos, como Él loes con nosotros.

No realizar un servicio determinado puede traerrepercusiones trascendentes; esto me trae a la mentela narración, que nos hizo el padre Ángelo Costadurante un retiro de silencio en el Foyer de Charité enÑaña: Él nos decía que hace años atrás, unosreporteros le preguntaron a la madre Teresa deCalcuta ¿Por qué Dios permitía que existiera elSida? ¿Por qué Dios no hacía nada?, ella bajó lacabeza y en silencio se recogió interiormente porunos momentos en oración, mientras que, expec-tantes, los reporteros esperaban la respuesta a suspreguntas; poco después ella se incorporó y mi-rándolos fijamente les dijo: «Dios envió a tres per-sonas para que descubrieran la cura para el Sida,pero sus madres no les permitieron nacer.

Esto nos lleva a reflexionar sobre nuestra respon-sabilidad personal6, pues me incumbe de manerasingular todo lo que se refriere a mi alma y mi vidaespiritual, por lo tanto nadie más puede tomardecisiones por mí, ni limitar mi natural y necesariodesarrollo en esta faceta de mi vida. Después detodo Dios siempre nos espera con una miradacompasiva y una gran confianza en nosotros y enlo que podemos llegar a hacer si nos fiamos unpoco más de él.

Volviendo a la definición de Matanic (Cit por Ancilli1983-1984), se acentúan determinadas verdades defe y se prefieren otras virtudes, lo cual significa quecuando realizamos alguna práctica de piedad, a tra-vés de la oración, la fe y las virtudes crecen en nues-tro interior y se desarrollan en nosotros con ayudade la gracia7.

5 Von Balthasar, Hans Urs, 1985, p. 324.6 Cf. Jer. 18, 22 Biblia de Jerusalén, 1999, p. 1215.7 Cf. # 1818 Catecismo de la Iglesia Católica, 1993, pp. 410

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Por ejemplo si entre nuestras prácticas de piedadtenemos una devoción particular a la Virgen Ma-ría, entonces la fe en las verdades que correspon-den a los dogmas marianos serán acogidos pornosotros reverentemente. Más específicamente, sies el caso del dogma de la maternidad divina deMaría8, nos llegaremos a sentir verdaderamente sushijos; y por lo tanto corresponderemos de maneraamorosa y filial a su presencia en nuestras vidas.De igual manera nos veremos movidos a imitarlas virtudes marianas9, entre ellas tenemos la pure-za virginal de María. Entonces nuestro espíritu severá impelido por el amor a guardar la pureza delcuerpo y del corazón con especial delicadeza, re-conociendo la belleza inmortal que encierra la pu-reza y que embellece espiritualmente a quien la pre-serva con delicado interés.

La espiritualidad en el tiempo

En primer lugar, hasta alrededor del año 1,200 d.C.se encuentran las espiritualidades eremítico -monásticas y canonicales. Es en esta época que losmonjes asumieron esta naciente espiritualidad bajo laforma de un abandono de la ciudad, un retiro delmundo y de sus preocupaciones. Por lo tanto, paraellos la soledad es un lugar de encuentro con Dios.

En este destacado periodo vemos el surgimientode los Padres del Desierto, que identifican en eldesierto el espacio propicio para desarrollar unaactitud espiritual específica. La Hesychía que no esotra cosa que «el profundo silencio interior alcanzado através del silencio exterior, la tranquilidad divina del almadonde mora Dios, la oración continua mediante la custodiade los sentidos y los pensamientos». (Teja, 2007: 205).

Sin embargo, superficialmente puede darnos laimpresión que una vida eremítica no es más que laexpresión de un estilo de vida anti social. Pues di-remos que no hay nada más alejado de la verdad.En efecto, Evagrio Póntico nos ha legado unahermosa y breve definición de lo que es, o de loque debería ser, un monje: «Aquel que, estando separa-do de todos, está unido a todos» (Pontico Cit. por Louf,2008:75). Ciertamente es exacto afirmar eso, por-que quien está unido a Dios por el vínculo delamor, está unido a la humanidad entera.

En segundo lugar, desde el año 1,200 d.C. hasta elaño 1,500 d.C. aproximadamente se ubican lasespiritualidades de las órdenes mendicantes o apos-tólicas; precisamente es en esta época que emergela mística española Santa Teresa de Jesús (Fig. 5),doctora de la iglesia, una mujer de un temple ex-traordinario, la cual se dedicó a reformar la ordenCarmelita según la inspiración primitiva de los pri-meros monjes ermitaños.

Ella solía decir que en cosas de oración hace falta«una determinada determinación» (De Avila, 1844: 79)lo cual es muy cierto, porque sin la perseverancia yla fidelidad necesaria en la oración, es decir las prac-ticas de piedad, no lograremos ver los frutos a losque aspiramos11. Es más, ella también nos señalaque normalmente todos los problemas y dificulta-

La espiritualidad ha venido a ser enriquecida a lolargo de la historia con el aporte de innumerableshombres y mujeres de fe que desde sus respectivascircunstancias respondieron a Dios con generosi-dad. Gracias a ello existen escuelas de espirituali-dad que a lo largo de los siglos han nutrido a laIglesia Católica de manera extraordinaria.

Esto ha dado lugar al surgimiento de una gran can-tidad de familias religiosas, las cuales podríamosordenar en tres grandes ramas10:

8 Cf. # 963 Catecismo de la Iglesia Católica, 1993, p. 226.9 Grignon de Monfort, San Luís María,1964, p. 170.10 Matanic, Atanasio Cit. por Ancilli, Ermanno, 1983-1984, II, pp. 15-16.11 Cf. #1832, Catecismo de la Iglesia Católica, 1993, p. 414.

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des que tenemos en la oración se deben a que noestamos concientes, o que es lo más frecuente, ol-vidamos que a través de la oración nos estamosdirigiendo12 a una persona, Dios. Como toda per-sona y más aún aquella con la que pretendemostener un trato de amistad13, tenemos que corres-ponder con el cuidado que tendríamos con unamigo muy querido.

Sin casi percibirlo acabamos haciendo de nuestrotiempo de oración, un momento en el que nosdedicamos tan sólo a hablar con nosotros mismos,en lugar de hablar y escuchar a Dios en el silenciode nuestro corazón. Un hábito tan perjudicial quesólo conduce a convertir la oración en algo rutina-rio, pero que realmente no cala en nuestras vidas niproduce los frutos espirituales que nos hacen falta,como: paz, bondad, gozo, paciencia, etc.

Santa Teresa contaba con la ayuda Dios y los San-tos, según lo narra: «No me acuerdo hasta ahora haberlesuplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espantalas grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de estebienaventurado santo... No he conocido persona que de veras lesea devota que no la vea mas aprovechada en virtud, porqueaprovecha en gran manera a las almas que a El seencomiendan... Solo pido por amor de Dios que lo pruebequien no le creyere y vera por experiencia el gran bien que esencomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devocion...».14

En tercer lugar, todas aquellas espiritualidades quesurgieron desde el año 1,500 d.C. hasta el presentesiglo, entre ellas observamos las que correspondena las órdenes e institutos religiosos más recientes.Justamente es en la época moderna que Santa Te-resa del Niño Jesús (Fig. 6) irrumpe en la historiacon una visión muy singular y renovadora de lavida espiritual, la Infancia Espiritual, un caminode confianza y abandono infantil en los brazos delPadre Celestial.

Santa Teresa del Niño Jesús no veía en sus limita-ciones un motivo para desistir ante la idea deacercarse más a Dios, por el contrario, ella haceun extraordinario descubrimiento: «El secreto de la san-tidad para ella está basado en la correspondencia al amormisericordioso de Dios» (Belda, 2006: 107-108).

Por lo tanto la santidad, expresión de una auténticarelación de amistad con Dios no es inalcanzable,ya que para ello basta hacer todo con amor, aúnlas cosas más pequeñas o que parecerían insignifi-cantes a simple vista. El amor imprime un carácterde eternidad a nuestros actos y sobrenaturaliza aúnlos eventos más cotidianos.

12 De Ávila, Teresa, 1844, p.91.13 De Ávila, Teresa, 1844, p.47.14 De Ávila, Teresa, 1844, p.31.

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Vínculos espirituales

De acuerdo al Catecismo: «La espiritualidad muestracomo el espíritu de oración incultura la fe en un ámbitohumano y en su historia» (Iglesia Católica 1993: 583).Eso significa que mi espiritualidad necesariamenteafecta todos los ámbitos en los que me desenvuelvo,en mi hogar con mis padres, hermanos, hijos; enmi trabajo con mis compañeros; en mi ciudad, enmi nación, a través de la historia. Ya que mis accio-nes concretamente afectan a los demás, no sóloobservándolo desde un punto de vista material,sino también desde una perspectiva espiritual.

Recordemos que el Credo expresa: creo en «la co-munión de los santos» (Iglesia Católica 1993: 222-223).Antiguamente llamaban santos a todos los creyen-tes, así que no pensemos que este término nos ex-cluye directamente, al hablar aquí de comunión serefiere a una comunión de orden espiritual, en la quetodos estamos unidos espiritualmente al cuerpo mís-tico de la Iglesia cuya cabeza es Cristo Jesús15.

Para ejemplificarlo recordemos si alguna vez he-mos tenido un problema de salud, sabremos muybien que cuando estamos heridos o enfermos, elmalestar no se queda en la parte del cuerpo queestá lastimada, sino que toda nuestra persona sesiente mal y preferiríamos quedarnos en cama has-ta que nos recuperemos. En la vida espiritual ocu-rre lo mismo, la comunión espiritual implica quelas gracias espirituales obtenidas por la oración ylas prácticas de piedad nos beneficien a todos,mientras que los pecados, faltas e imperfeccionesigualmente nos afectan a todos.

Importancia del silencio

Un elemento indispensable para la oración es elsilencio16, porque esto permite y posibilita generaruna disposición interior receptiva a la presencia deDios y a la gracia. La verdad es que hasta ciertopunto es sencillo hacer silencio físico, pero hacersilencio interior entraña una dificultad mayor, yaque estamos acostumbrados a rehuir el silencio,pues, a nuestra mente vienen imágenes, recuerdose impresiones que nos distraen e inquietan.

Ahora bien, todo ese ruido interior expresa quenuestra mente necesita ser educada. Por otro lado,también implica que nos hallamos interiormentedispersos, lo cual hace que al parecer sea difícil dis-ponernos interiormente para la oración.

Por ejemplo, podemos hablar por el teléfono ce-lular, mientras navegamos por Internet, a la vezchateamos con algún conocido y de paso tipeamosun texto para una tarea, además de ver televisión oescuchar radio para no aburrirnos. Realmente es-tamos dispersos porque nuestra atención está di-seminada en muchas actividades, nuestros sentidosestán sobre estimulados por un entorno así, y conbastante frecuencia, esto continua de manera habi-tual a lo largo de nuestro día, sin que casi tenga-mos en cuenta de que en verdad no hacemos nadacompletamente.

Otra dificultad no menos importante es rompercon la abulia, esa pereza abrumadora que nos hacedifícil empezar a orar, o aún más sutilmente nosinduce a postergar nuestro tiempo de oración,

15 Cf. # 739, Catecismo de la iglesia católica, 1993, p. 177.16 Aleixandre, Dolores, 2000, p. 199.

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obviamente con motivos muy razonables, pero queen sí no son otra cosa que un excusa, ya que des-pués, sucederá como de costumbre, simplementese olvidará o desechará esa intención de orar. De-safiar un hábito así implica movilizar nuestra vo-luntad, aunque cuando hay amor todo se facilita17.

Una arquitectura con contenido espiritual

Burno Zevi refiere que: «La arquitectura no deriva deuna suma de longitudes, anchuras y alturas de los elementosconstructivos que envuelven el espacio, sino dimana propia-mente del vacío, del espacio envuelto, del espacio interior, enel cual los hombres viven y se mueven». (Zevi, 1981: 20).Extrapolando el concepto diremos que hay algoque siempre permanece vigente en la vida huma-na, esa es la contingencia de su naturaleza. Estonos lleva a descubrir y reconocer que hay espa-

cios al interior de nuestro corazón quenecesitan ser definidos por el amor, un amorde calidad sobrenatural que de un sentido másauténtico a lo que somos y hacemos, a través de laespiritualidad.

Un arquitecto tiene la capacidad de crear y trans-formar su entorno material, aunque cada ser hu-mano es en sí, un edificio espiritual18 en progresivaconstrucción, para un arquitecto no hay nada másfrustrante que una obra inconclusa, recordemos quetodo aquello que construyamos en nuestro interiorcon decidido interés, puede transformar nuestrasvidas y las de los que nos rodean.

Ahora bien, necesariamente tenemos que conside-rar la vivencia como un eje relacional, que nos re-mite a una realidad incuestionable, la espiritualidadno puede limitarse simplemente a un conocimien-to de orden intelectual, es eminentemente un co-nocimiento experiencial, en una relación personalcon Dios, algo tan singular y único como tú esti-mado lector.

En el año 2013 la Universidad Femenina del Sa-grado Corazón cumplió 50 años, a través de los

cuales la formación integral de la persona humanaconstituye su principal prioridad, la espiritualidadse manifiesta como una faceta más de estar her-mosa misión, en la que cada alumna es impulsadaa desarrollar sus talentos con el fin, no sólo de trans-formar sus vidas a través de la educación acadé-mica, sino también de transformar la sociedaddesde su vocación19.

Naturalmente, tenemos que reconocer que no ten-dría sentido hablar de Dios en la oración, sin ha-blar con él, por eso terminamos este artículo conun himno, el cual usualmente es rezado en la ora-ción de la noche, (Completas) en la liturgia de lashoras, espero concordemos todos en que es muybello y adecuado para empezar.

Antes de cerrar los ojos,Los labios y el corazón,Al final de la jornada,¡buenas noches!, Padre Dios.Gracias por todas las graciasQue nos ha dado tu amor;Si muchas son nuestras deudas,Infinito es tu perdón.Mañana te serviremos,En tu presencia mejor.A la sombra de tus alas,Padre nuestro abríganos.Quédate junto a nosotrosY danos tu bendición.Antes de cerrar los ojos,Los labios y el corazón,Al final de la jornada,¡buenas noches!, Padre Dios.Amén

Agradecimientos

A la persona más importante de mi vida, realmen-te mi mejor amigo, Dios. Por quien descubro yredescubro continuamente a alguien que verdade-ramente me ama, me conoce, camina conmigo yes parte de la historia personal de mi vida.

17 De Ávila, 1915, p. 196.18 Cf. Ef. 2, 20-21 Biblia de Jerusalén, 1999, p. 1628.19 Cf. Concilio Vaticano II, 1988, Gaudium et Spes, 25,1.

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