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Varios Autores Publicaciones Embajada de Venezuela en Chile N<? 6

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  • V a r i o s A u t o r e s

    Publicaciones Embajada de Venezuela en Chile

    N

  • V a r i o s A u t o r e s

    H o m e n a j e a l P o e t a

    ANDRES ELOY BLANCO

    Publicaciones Embajada de Venezuela en Chile

    NO 6

  • PERSONAL DE LA EMBAJADA DE VENEZUELA

    A LA FECHA DE ESTA PUBLICACION

    VICEALMIRANTE WOLFGANG LARRAZABAL UGUETO

    EMBAJADOR

    SEÑOR GILBERTO ANTONIO GOMEZ

    CONSEJERO

    SEÑOR CORONEL JOSE ANTONIO BUENAÑO

    AGREGADO MILITAR

    SEÑOR LUIS RODRIGUEZ MALASPINA

    PRIMER SECRETARIO

    ti

    Santiago de Chile, 1

  • Por el extraordinario mérito que tienen

    para definir la personalidad y la obra de An-

    drés Eloy Blanco, la Embajada de Venezuela

    en Chile ha estimado conveniente reproducir

    los trabajos que figuran a continuación, se-

    leccionados de "Humanismo", Revista Men-

    sual de Cultura, N"s 31-32, correspondientes

    a julio-agosto de 1955; México, D. F.

  • 7

    CARTA A ANDRES ELOY BLANCO

    R Ó M U L O GALLEGOS

    Norman, 24 de noviembre de 1953.

    Querido Andrés:

    B A J O la ingrata fecha vaya la cariñosa carta, primera que te escribo, por cierto, y por lo pequeño del papel, de Five & Ten, supla lo grande y muy cordial de la sinceridad con que quiero aprovechar esta ocasión, para dejar en tus manos constancia escrita de algo que muchas veces he dicho al hablar de ti.

    La aventura política a que me llevaron mis letras —como a ti también las hermosas tuyas— me han producido sinsabores entre gran-des satisfacciones que constituyen la mejor experiencia de mí mismo, pero la mayor de ellas ha sido la de encontrarme y sentirme acompa-ñado por ti. Yo realmente no hice ningún sacrificio al lanzarme a ella, pero tú sí, uno, grande, que sólo podemos apreciar quienes conocemos tu intimidad, la extraordinaria calidad de tus sentimientos familiares. Tú renunciaste al agradable éxito, fácil para tu hermoso talento y ya tuyo, además, y luego te tocó tener dentro de tu casa, al lado de tus queridas y excelentes hermanas, la contradicción política y la amar-gura consiguiente a la recia lucha de los tuyos, en el partido contra los tuyos en tu casa. Ninguno de nosotros ha sacrificado tanto de lo hu-mano común y corriente, de lo humano consustancial como tú al en-tregarle tu nombre, tu talento, tu corazón y tu vida a una empresa ardua y a la que no te llevaban impulsos de vocación y cada vez que entre nosotros y fuera de nosotros se ha hablado en mi presencia de calidades humanas, más o menos admirables, yo siempre he dicho:

    —Admirable, realmente, sólo Andrés Eloy Blanco. Perdóneme tu consentido corazón el inmoderado vuelco que con

    estas palabras yo le haya causado, pero yo tenía que desahogar el mío de la afectuosa apretura en que me lo mantenía la necesidad de rendirle tr ibuto a lo que significa tu presencia en la lucha partidista venezolana. Tú y yo acaso hayamos cumplido ya nuestros compromisos en ese campo y otros sean quienes hayan de llevar a buen término la

  • 8

    empresa acometida, pero quienes mañana, entre íos cultivadores de las letras, miren hacia ayer y hoy buscando ejemplos orientadores, en tu nombre, en la integridad de tu persona —talento y corazón— encon-t rarán la cifra exacta y cabal de la dignidad venezolana.

    Deseo que la permanencia en Cuernavaca te sea provechosa y que puedas realizar, junto conmigo en marzo, el hasta ahora vagamente proyectado viaje a Europa. Saludos muy afectuosos para Lilina, ca-riños para tus queridos hijitos, de Sonia y míos y junto con el que ella también te envía recibe un abrazo de tu hermano espiritual.

  • 9

    PALABRAS QUE NO PUDE PRONUNCIAR

    J E S Ú S SILVA HERZOG

    HONRAR a Andrés Eloy Blanco es honor de quien le honra; es, al mis-mo tiempo, rendir homenaje a su patria venezolana, la tierra de pe-queños tiranos y la patria de Bolívar, el grande entre los grandes de América.

    Andrés Eloy Blanco fue un ciudadano ejemplar, un ejemplo de lo mejor que puede dar la especie humana. Desde su primera juven-tud se le clavó en el pecho el amor a la libertad; un amor encendido y perenne que le invadió el corazón, la sangre, la carne y los huesos. Por eso, por su amor a la libertad sufrió prisiones y destierros; por eso su pulso no dej-ó de latir en el solar de sus mayores sino aquí, en Mé-xico, en mi México, asilo de perseguidos que aman la libertad. Aquí cerró los ojos para siempre y se apagó la luz del poeta; del poeta grande y bondadoso que en medio de la noche iluminara el dolor de su pueblo con la luz de su poesía. El pueblo de Venezuela lo amará siempre con honda gratitud y repetirá sus versos en las llanuras y en las montañas, en la selva y f rente al mar, en los días lluviosos cuando la tarde agoniza o en las noches diáfanas bajo la luz de las estrellas.

    Ya lo dije antes y ahora quiero repetirlo: Andrés Eloy Blanco fue ciudadano ejemplar y gran poeta. Pero no sólo eso; fue un amigo gene-roso y cordial. Muchas veces me visitó acompañado de compatriotas suyos para que resolviéramos algún problema grande o pequeño, de los recién llegados. Muchas veces sus manos arrojaron en abundancia sobre el surco semillas de aliento y de bondad, sin preocuparle ni sa-ber si la simiente caía en tierra fértil o estéril. Yo, desde muy poco después de que llegara a la ciudad de México disfruté de la alegría de su amistad. Su conversación, siempre inteligente y en ocasiones car-gada de fecundas enseñanzas, solía estar salpicada de anécdotas diver-tidas y giros ingeniosos cuajados de gracia. Siempre corría de prisa el tiempo en su compañía aun cuando transcurrieran cuatro o cinco ho-ras. Lo estoy sintiendo en estos momentos cerca de mí. No sé si di-bujando una leve sonrisa o dejando rodar una lágrima.

    (1) El Ateneo Español de México organizó u n homenaje en honor de Andrés Eloy Blanco. Yo estaba en el programa; mas por alguna circunstancia imprevista no pude concurrir al acto y decir lo que aquí escribo.

  • 10

    Pasé una semana con él en un hotel de mi ciudad natal: San Luis Potosí. El, para participar en un recital con los poetas León Felipe y Carlos Pellicer; yo, para decir unas conferencias. Andrés Eloy Blanco estaba en la compañía de su mujer y de sus pequeños hijos. Entonces me di cabal cuenta de que aquel ciudadano ejemplar, que aquel gran poeta, que aquel amigo generoso y cordial también sabía ser buen esposo y buen padre; me di cuenta que le nacían del alma hermosas virtudes hogareñas. Cuando hablaba de los dos pequeñuelos se le desbordaba la ternura.

    Jamás a nadie oí decir versos mejor que a Andrés Eloy Blanco. Recuerdo que cuando buen número de amigos le oímos el poema a los hijos, en la casa del diligente y noble Ricardo Montilla, no pocos de los asistentes a la reunión sacaron el pañuelo y se lo llevaron a los ojos:

    Cuando se tiene un hijo, se tiene al hijo de la casa y de la calle entera, se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga y al del coche que empuja la institutriz inglesa y al niño gringo que carga la criolla y al niño blanco que carga la negra y al niño indio que carga la india y al niño negro que carga la tierra.

    Cuando se tiene un hijo, se tiene tantos niños que la calle se llena y la plaza y el puente y el mercado y la iglesia y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle y el coche lo atropella y cuando se asoma al balcón y cuando se arrima a la alberca: y cuando un niño grita, no sabemos si lo nuestro es el grito o es el niño, y si le sangran y se queja, por el momento no sabríamos si el ay es suyo o si la sangre es nuestra.

    Y cuando se tienen dos hijos se tienen todos los hijos de la tierra, los millones de hijos con que las tierras lloran,

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    los que escaparon de Herodes para caer en Hiroshima entreabiertos los ojos, como los niños de la guerra, porque basta para que salga toda la luz de un niño una rendija china o una mirada japonesa.

    Cuando se tienen dos hijos se tiene todo el miedo del planeta,

    todo el miedo a los hombres luminosos que quieren asesinar la luz y arriar las velas y ensangrentar las pelotas de goma y zambullir en llanto los ferrocarriles de cuerda. Cuando se tienen dos hijos se tiene la alegría y el ay del mundo en dos cabezas, toda la angustia y toda la esperanza, la luz y el llanto, a ver cuál es el que nos llega, si el modo de llorar del universo o el modo de alumbrar de las estrellas.

    Yo soy un hombre con algo más de 60 años y puedo agregar que mi vida ha sido una lucha sin tregua. La vida me aceró el corazón. Pues bien, debo confesar que cuando leí "A un año de tu luz", se me mojaron los ojos. Otra vez se me mojaron cuando una mañana un amigo común me dio la noticia de la muerte de Andrés, de la pérdida irreparable, do-lorosa y maserante; pérdida para Venezuela, para México, para Espa-ña, para todos los hombres de nuestra estirpe idiomática.

    Andrés Eloy Blanco ya está en la patria que a menudo añorara con honda nostalgia. Reposa ya en el amor eterno de la t ierra que él amó con entrañable amor. Su vida y su obra señalarán a su pueblo las metas a conquistar y el rumbo de la aurora.

  • 12

    EL ULTIMO LIBRO DE ANDRES ELOY BLANCO

    L U C I L A PALACIOS

    GIRALUNA tiene alas de color y de vida. Y repentinamente adquiere alas que se tiñen de muerte. La mano que escribió el libro se ha helado sobre sus páginas. La muerte de Andrés Eloy Blanco llega, casi junto con su obra. Y a través de un velo de lágrimas y recuerdos cada poema evoca un momento de la vida del hombre que antes que todo fue un poeta.

    Porque Andrés Eloy Blanco lo declaraba en todos los momentos de su vida. Era un espíritu en plenitud. Plenitud de paz interior. Sus manos estaban vacías de bienes materiales, pero volcaban riqueza espi-ritual en el mensaje lírico.

    Y por eso allí en "Giraluna" hay siempre luz, luz, luz en la estrofa, en el verso... La madre no se ha ido... La muerte no es negra... El sol alumbra... Y los hijos, los hijos son la prolongación del alma del poeta en el mundo de sus sueños.

    Sin duda que el poema central, el gran poema, el que nació de un presentimiento, el que tiene sabor de adioses, el que dicta la última vo-luntad de Andrés Eloy Blanco, es el que se halla dedicado a sus hijos. Testamento, herencia de valor inapreciable por su contenido de amor. No, él no quiere que sus hijos odien. El odio es algo que amarga siem-pre. El alma de los que viven guiados por el rencor, por la venganza, por el odio, ha de estar siempre emponzoñada y sombría. Un mundo así, donde se odie sin compás ni medida tiene que ser pequeño, opaco, sin grandes horizontes. En cambio el amor ensancha las fronteras. Con una inmensa capacidad amatoria en el poema todos los niños del mun-do son hijos del poeta. Niños blancos, negros, indios, niños como la tierra, se acunan en el tibio regazo de la canción lírica. Andrés Eloy entrega sus hijos a "un mundo en desaliento". Si todos los que tienen hijos dictasen un mensaje semejante. Si todos sintieran en carne pro-pia el dolor ajeno, el mañana sería distinto. Y el "sabio taciturno" y el charro turbulento" tendrían lo que el poeta tuvo y añoraba por haber-lo perdido: "salud y libertad".

    Esta palabra conciliadora de Andrés Eloy Blanco en sus últimos ^omentos , no es nueva. Siempre tuvo la frase generosa en los labios.

  • 13

    En horas difíciles su oratoria fue ecuánime, tendiente a suavizar, a des-t ruir asperezas y dificultades. Tal vez la influencia materna, el manso espíritu hogareño de sus días infantiles privó en su vida y en su obra. Pero lo cierto es que él se mantuvo siempre en un plano espiritual de altura.

    "Giraluna", mensaje, herencia, testamento, pliega las alas de color en un momento de duelo, pero seguirá siendo luminosa. Bastaría para serlo por sus poemas de calidad indiscutible. Y la calidad literaria se halla robustecida por la intención que anima la obra. Y por esa invo-cación perenne de amor a la patria, a la tierra nativa en cuyo regazo —sin saberlo— Andrés Eloy Blanco se situó a sí mismo en la hora pos-trera al hablar de que "el hijo grande se le muere afuera...".

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    EL POETA Y EL HOMBRE (*)

    Luis BELTRÁN PRIETO F .

    E S T A asamblea de alumnos y profesores de la Escuela Normal de Costa Rica, convocada para rendir homenaje a un gran poeta muerto, al poeta de mi pueblo y de mi tierra, al gran cantor de la Raza, Andrés Eloy Blanco, es sin duda una clara lección de solidario afecto. La Escuela Normal de Costa Rica, al organizar este homenaje de recuerdo y ad-miración al gran poeta desaparecido, apenas a tres semanas de su ines-perada muerte, pone de manifiesto que para formar a un maestro, más que la lección magistral, llena de ciencia y de informaciones, vale el ejemplo de una vida plena, de una vida humana integrada en la obra de crear belleza y de for jar destino de pueblos. Lo que forma al maestro, y en general a los hombres, es el contacto con la personalidad ejem-plar que irradia la lumbre esclarecedora y esclarecida en que se baña su espíritu, y tal es la personalidad de Andrés Eloy Blanco. Ciudadano sin par, que se consagró al servicio de su pueblo, sin medir sacrificios; su entrega permanente en obras y en acciones le fueron conquistando primacía en el servicio y puesto destacado en el corazón de nuestras gentes, que en él se sentían vivir y padecer.

    Nació Andrés Eloy Blanco en los años finales del siglo XIX, en un hogar donde tenía la patria servidores fervientes. Su padre, mé-dico, poeta y maestro, que son tres maneras diferentes del servicio de-sinteresado de la humanidad, daba el ejemplo de consagración a la obra buena y al sacrificio, mientras la madre abonaba con dulzura y amor la conciencia que habría de florecer en la ejemplar conducta del poeta y del ciudadano.

    Por esa capacidad de entrega, porque expresaba en forma cabal sentimientos y anhelos populares en sus versos y en su vida, el pueblo venezolano le consagró como su poeta, porque ninguno antes que él, ni de su generación ni de las que le siguieron, logró captar el alma de Venezuela tan cabalmente como lo hizo Andrés Eloy, y en forma tal que el pueblo se sentía reflejado como en un espejo de multiplicadas ca-ras en la admirable y admirada policromía de sus versos.

    (*) Palabras dichas en el homenaje rendido con motivo de la muerte del gran Poeta, Andrés Eloy Blanco, en la Escuela Normal de Costa Rica, el 13 de junio de 1955.

  • 15

    De él se ha dicho que antes que García Lorca, en España, dio a la copla y al romance castellano nueva vigencia para cantar y exal-tar el alma popular, porque, el pueblo era la esencia de sus creaciones.

    Cuando apenas contaba 19 años, en 1916, gana con su "Canto a la espiga y el arado", los juegos florales de Caracas. Luego su voz se fue afirmando y al publicar en 1919 su libro: "Tierras que me oyeron", todos estuvieron acordes en sostener que un gran poeta estaba cre-ciendo entre la angustia de un pueblo que había perdido el canto, aho-gados en la garganta el acento y el modo de expresarlo. Esta opinión se confirmaba luego, y ya traspasados los lindes de la patria, gana en 1923, con su "Canto a España", el primer premio de poesía, en el Cer-tamen promovido por la "Real Academia Española", entre poetas de ha-bla Castellana. Publica después supoemar io "Poda", saldo de poemas de 1923 a 1928, y que aparece en 1934. Los versos de este poemario habían corrido dispersos en periódicos y revistas, habían sido dichos por el poeta en fiestas y recitales. Pero el pueblo esperaba verlos condensados en el libro. Podría creerse que entre 1919 y 1934, en que el poeta publica "Poda", es decir en 15 años, su producción se había detenido, pero no fue así. Mientras cantaba y cantaba, el poeta, se enfrentaba en lucha franca contra la tiranía de J u a n Vicente Gómez, y por ello padecitó cár-celes, torturas, confinamientos y destierro. Sus pies estuvieron car-gados de pesados hierros, como que si así se pretendiera anclar su es-píritu, pero el espíritu seguía alentando rebeldías y el canto fluía como una forma de comunicación con el pueblo, que sufría, a la par de él, sojuzgamiento de la voz.

    Varios de sus libros: "Barco de Piedra", "Baedeker 2,000", "Mal-vina Recobrada", "La Juanbimbada" fueron escritos, si no totalmente, sí en gran parte en la cárcel o en el confinamiento. Burlando la censura de los fríos carceleros de la dictadura los originales de esos libros, es-critos en pedazos de papel de envolver, salían a la calle, donde las her-manas o los amigos los transcribían a papel más adecuado. "Barco de Piedra", es un título alusivo al Castillo de Puerto Cabello, infierno le-vantado frente al puerto, en una pequeña isla, y en cuyas bóvedas y calabozos permaneció el poeta varios años. Los poemas de este libro son dolorosa revelación de lo que allí se padecía, pero también de la esperanza que crecía como una hiedra entre las grietas de los gruesos muros del castillo. En "Baedeker 2.000", el poeta, transfigurando la realidad mezquina en que vivía, nos lleva de la mano, como un guía que tramonta el tiempo, para mostrarnos el perfil de una Venezuela transformada, sin odios ni rencores, hermanados los hombres y las regiones en el t rabajo y en el afán de hacer una patria de todos. En uno de los poemas de ese libro, que es un recorrido desde los llanos orien-tales de Monagas, donde hoy crece un bosque de torres de petróleo,

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    hasta las empinadas cumbres de los Andes, va señalando cómo Vene-zuela crece y se desarrolla en usinas humeantes sobre las márgenes del Orinoco, en grandes y veloces ferrocarriles que cruzan llanos y mon-tañas, y al favor del olvido de las contiendas que ensangrentaron nues-tro suelo, que dividieron pueblos, diezmaron riqueza, sembrando odios que parecían irreconciliables. Allí exalta la generosa dádiva y en otro poema titulado "La Novia de Juan Bimba", que es el t rasunto de Ve-nezuela, invita a los pobres y sedientos de la tierra para que abreven justicia y calmen hambres en nuestra tierra liberada del año 2.000, porque estos, la Novia de Juan Bimba tiene un río entre las manos, tiene las manos de pan.

    Andrés Eloy Blanco, si es el cantor más auténtico, el verdadero poeta de Venezuela, como se le ha llamado, es también uno de los me-jores cantores de nuestra América, que es ya decir de lengua española. Su voz es auténticamente suya, intransferible en la emoción y en la forma, y expresando lo que hay de más puro y más original en nuestras patrias, su poesía cobra originalidad y acento nuevo. Se le señala como el punto de arranque en Venezuela de las nuevas formas poéticas, que como reacción frente al modernismo aparecieron después de la pri-mera Guerra Mundial. Pero Andrés Eloy no quiere formar coro en los grupos que se proclaman afiliados a uno u otro ismo. Consciente de su propio valer sostiene: "nunca me presté para coros fashionables"... "Yo quería mi voz". No abjura de la frondosidad de la que llama su adolescencia poética, que entrega en "Poda", porque confiesa: "Mi épi-ca tropical está menos en mis poemas circunstanciales que en la ca-liente resonancia que supe dar a los cantos que me venían de fuera". Expresaba en cantos la realidad de su tierra y de sus gentes, que en él eran la clara emoción que se transfundía a sus versos. Sostenía que el poeta de América ha de estar siempre en actitud descubridora, en actitud "colombista", para expresar a América, para encontrarla en sus veneros escondidos e inexplorados de emoción. Encontrar a América, era para él encontrarse a sí mismo, desentrañar la idea, el sentimiento, la vivencia de una realidad en la forma del ser de cada poeta. Esta au-tenticidad de América y de lo americano le obsesionaba y aun cuando reconocía la mezcla de sangres extrañas en la nuestra, que es mezcla de culturas también, decía que nuestro pueblo es distinto y tiene derecho a su expresión:

    "Y todo cuanto vino de extrañas latitudes vino a sumar a ella su caudal de virtudes. El ancestro mezclado de cosmopolitismo, ha dado flores nuevas, pero el tallo es el mismo.

  • 1?

    Es ésa, americanos, nuestra fuerza; tenemos en nuestros pueblos sangre de todos los demás; todo cuanto ellos puedan nosotros lo podemos, pero en cambio, nosotros tenemos algo más. Al menos yo declaro que tengo todavía en el mismo portal de mi abolengo, raza propia, aborigen y fresca, raza mía... Yo sé quien soy y sé de donde vengo y sé también a donde irá la estrella de América, en el fallo de la Divinidad, cuando Ella pase, mezcla de todos y de Ella, vivo en su hoguera un gesto de personalidad".

    Y lo que en "Poda" decía Andrés Eloy, lo fue realizando en su obra posterior, auténtica y suya, y más original por más humana, por expre-sar más cabalmente lo que estaba en la raíz de todas las conciencias, lo que siendo de todos no podía serle extraño: dolores y alegrías, fracasos y esperanzas, sentimientos e ideas, haz de ideales que son el fu turo que nos obliga al esfuerzo de todos los días en cada obra que concluye y en cada obra que empieza.

    El último libro de Andrés Eloy Blanco, publicado unos meses antes de su muerte, "Giraluna", es el f ru to de la luminosa claridad que había alcanzado su espíritu magnífico. Es un libro hermoso sin hipérbole, don-de la palabra tiene dimensiones que sólo puede medir el sentimiento:

    "Libro en que está presente la casa; el hijo y el dolor ajeno. Libro, para el doliente, de vino y agua lleno; lo que el maestro Antonio llamó bueno".

    En este libro, dedicado a la dulce esposa Lilina I turbe de Blanco, la Giraluna del poeta, hay algo del presentimiento de la muerte, que venía acechándole con tenaz persistencia. En el poema a los hijos que contiene en 15 estancias, el testamento escrito para sus dos pequeños, ahora en orfandad; les dice:

    "Porque es bueno pensar que cualquier día, quizás muy pronto, sea para el ciprés mi alma y en una tarde de las tardes mías o en un amanecer de tus mañanas, te apartes una gota de otra gota

  • 18

    para que entre en tus ojos mi última mirada. Por eso, en este ocaso, ya es la hora de entregarte mi lámpara, ya nos llegó el momento de que tu mano encienda la luz que se me apaga".

    Ya antes les había dicho, en otra estancia del poema, al entregar-les, su divisa y los bienes de la heredad; Salud y Libertad:

    "Para vivir sin pausa, para morir sin prisa, vivir es desvivirse por lo justo y lo bello".

    En ese desvivirse por la justicia y la belleza consumió el poeta su vida entera. Pudo disfrutar la vida cómoda, como algunos de los hom-bres de su generación, literatos y poetas, que hicieron de sus letras es-carnio de su pueblo, pero prefirió la entrega total y hacer cada día más fecunda su dación en obras y en votos. Amaba a su pueblo con entra-ñable afecto y éste le correspondía en forma semejante.

    E n el poema a los hijos, antes mencionado, después de hablar a és-tos sobre la patria grande, en una "clase de ausencia y presencia" di-ce el poeta:

    "Los cuatro que aquí estamos nacimos en la pura tierra de Venezuela; amamos a Bolívar como la vida misma y al pueblo de Bolívar más que la vida entera y a Venezuela, inalcanzable y pura, sabemos ir por el "bendita seas".

    Esa devoción a la tierra y a sus gentes explica que ante su muerte, llena de doloroso estupor, la nación venezolana entera haya vestido luto. Hombres, mujeres y niños; viejos y jóvenes le han consagrado su tr ibuto de admiración y de cariño. Los estudiantes han bautizado va-rias de las promociones universitarias de este año con su nombre; han afirmado que su nombre y su obra será ejemplo y estímulo: "Mientras haya estudiantes, el nombre de Andrés Eloy Blanco y su poesía no mo-rirán", dijeron unos, y otros, para señalar la huella de su acción sobre la juventud indicaron: "La obra mejor de Andrés Eloy Blanco somos no-sotros mismos".

    Porque amó a Venezuela no fue nunca indiferente a lo que sobre su tierra acontecía y mientras escribía y cantaba hizo de su vida el me-jor de sus cantos. Político, en la hondura del concepto, que es entrega a la obra para todos, dación y servicio para que el pueblo alcance su

  • 19

    destino mejor, Andrés Eloy Blanco, sirvió con abnegación. Miembro de la Municipalidad de Caracas, y su presidente en dos períodos, luchó por la autonomía de la administración de la ciudad, sin interferencias que pusieran el servicio bajo la ingerencia de la mandonería, y escribió sobre el derecho municipal sus trabajos de paciente in-vestigación y de crítica penetrante sobre el municipalismo y el mu-nicipio neutro. Diputado popular libró batallas desde su asiento de la oposición por leyes más justas y por actitudes más limpias en la ad-ministración. Fue Presidente de la Asamblea Nacional Constituyente de 1946, Asamblea que aprobó la Constitución donde Venezuela demo-crática, por medio de sus representantes auténticos, de libre elección por primera vez, consagraba los derechos humanos de los venezolanos, y creaba las normas para el ejercicio cabal de la democracia. Desde ese alto sitial rindió un inestimable servicio a la Nación, limando las as-perezas de una lucha enconada de ideas y de partidos y conduciendo el debate, en forma admirable, hacia derroteros creadores y de compren-sión de los divergentes criterios, para alcanzar una síntesis conciliado-ra, cuando ella era posible o para af i rmar de manera incontrastable el pensamiento, siempre alto y en alto, de su grupo político, representación del sentimiento mayoritario de su pueblo. Luego, elegido senador de la República, pasó a desempeñar el cargo de Ministro de Relaciones Exte-riores, durante el corto gobierno de Rómulo Gallegos, cargo desde el cual le cupo representar a Venezuela ante la Asamblea de las Naciones Unidas, reunida en París en 1948, y desde allí, en un brillante discurso, el último de su carrera oficial, porque a poco dejaba de ser el represen-tante de un pueblo libre, para convertirse en un exilado político, exaltó la misión de paz de las Naciones Unidas y el papel que habrá de corres-ponderle en la obra de liberación y de cultura de los pueblos.

    Después, las incidencias del destierro le llevaron a Cuba, Estados Uni-dos, México.

    La muje r y los dos hijos modelaban el paso del poeta. En Cuba se disolvía en la clara alegría del pueblo, en el cual encontró siempre similitudes con el pueblo venezolano, según dijera en su celebrada Car-ta Lírica a Udón Pérez, pero sin poder participar, como en sus años mo-zos, en esa alegría. Allí ahogaba las penas del destierro dando en can-tos su fe por los destinos de una Venezuela liberada. En la t ierra de Mar-tí, desde la tr ibuna universitaria, desde la prensa, desde la radio, invita-ba a la armonía de pueblos, a la altura de pensamiento en el intelectual de América, a quien en la "Conferencia Interamericana pro Democracia y Libertad" le señalaba una función de defensa de la libertad, y la con-denación del mal uso de las armas hecha por los guerreros, empeñados más que en la libertad de los pueblos en el sojuzgamiento de estos, y la denuncia del mal uso de las conciencias en los soldados civiles.

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    "Mucha luz hay en América, decía entonces a los intelectuales, pero precisamente, por eso, hay más entraña, más angustia en el oficio de los pensadores: sereno al sol, lámpara encendida bajo la luz del cielo".

    Así quería él que se ejerciese el supremo magisterio de las letras, alumbrando siempre, esclareciendo siempre, exaltando siempre, en paz la conciencia, libre el pensamiento, sin sombras de soborno en la pala-bra, sin concesión al miedo ni al halago, sin ba ja r la cabeza f rente al poderoso ni levantar la voz f rente al humilde. Así quería que ejerciesen su profesión los intelectuales de América, y así la ejerció él. El ejercicio de sus letras fue una constante lucha, un afán desmedido por conquistar libertad para el pueblo y con ella, pan y justicia. Su obra toda está llena de esa fervorosa consagración espiritual, y su vida toda desbor-daba en la perseverante actitud de confirmar en los hechos lo que en la palabra se decía. Fue un hombre cabal, una personalidad integrada en la que pensamiento y acción marcharon juntos. Actitud que no le perdonarán nunca los que rebajaron la función literaria a un menester para la holgura y para el pan, porque en el ejemplo esclarecido de An-drés Eloy, el pecado de aquellos aparece más de bulto y es condenación a una actitud bastarda. No participó nunca Andrés Eloy de la absurda tesis del arte por el arte, que es una manera de fugarse de la realidad para encerrarse en la torre de marfil, que pone telarañas en los ojos y al-godones en los oídos, para que no asciendan hasta la conciencia y hasta el corazón el sufrimiento y la desdicha de los hombres. Pero si no practi-có el arte por el arte, la poesía por la poesía, tampoco hizo de su arte una vulgar cartelería de propaganda. Porque tenía la clara conciencia, la firme convicción de que la auténtica poesía, la que se siente, se vive, se padece por el solo hecho de expresar la hondura de un sentimiento humano es revolucionaria, sin que haya necesidad de estrangular la be-lleza para pedir justicia y para protestar f rente a la brutalidad de la fuerza destructora. Su poesía, además del gran acento lírico, de la per-fección artística de su forma, cuidada siempre, de la fulgurante rever-beración de sus metáforas, afortunadas siempre, trascendía una preocu-pación social. Sus "palabreos", muchos de ellos inéditos aún, otros dis-persos en periódicos y revistas, y que forman parte sustancial del libro que dejó en prensa: "La Juanbimbada", son testimonio de esa caracte-rística de su obra. En "Píntame angelitos negros" insurge contra la ab-surda discriminación racial, contra la manía extranjerizante en el ar-tista criollo, que desdeña los motivos de su tierra y de su ambiente para buscar inspiración en lejanos paisajes intelectuales, que conducen a las caricaturas del arte auténtico.

    "Pintor de santos de alcoba, pintor sin tierra en el pecho,

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    que cuando pintas tus santos, no te acuerdas de tu pueblo, que cuando pintas tus vírgenes pintas angelitos bellos, pero nunca te acordaste de pintar un ángel negro; pintor nacido en mi tierra con el pincel extranjero, pintor que sigues el rumbo de tantos pintores viejos, aunque la virgen sea blanca, píntame angelitos negros".

    En la angustia del pueblo encontró los más hermosos motivos para su poesía, en la esperanza del pueblo, en la libertad del pueblo sojuz-gado iba a buscar siempre la inspiración para sus cantos. Porque para él, ser poeta y escribir poesía era exprimir la sufridora entraña para dar en el verso la palabra de amor que restaña y que cura las heridas del alma, es dar en la sonrisa y en la palabra hermana, en el apretón de manos, en el abrazo fraterno, parte de la alegría que se lleva por dentro; es una manera de darse a todos y con todos sufr ir y con todos gozar en la buena y en la mala hora, y eso hacía Andrés Eloy Blanco, poeta, que es ser hombre cabal, según la significación que él mismo diera a la pa-labra. De él podría decirse, con los admirables versos que escribiera pa-ra la madre muerta:

    "Ignoraste el rencor y el veneno, tu pañuelo jamás midió el camino que había entre tu amor y el llanto ajeno. Eras cuidar el vaso y dar el vino, como el remanso, cuando da el lucero, pero se queda con lo cristalino".

    Le sorprendió la muerte en tierra extraña, sorbiendo aire de exilio en patria amiga. Entero en el amor de lo que fue su vida. En patria ajena vio agonizante a la abnegada madre, que vino hasta el destierro para darle su aliento en la mirada dulce y en la dulce caricia, y el do-lor le inspiró uno de sus más hermosos poemas: "A Un año de tu luz", del cual son los dos tercetos más arriba transcritos, porque en él, con la historia de la madre narra también su propia historia, que es poema de amor y sacrificios. En esa historia le vemos confinado inocente en la isla de Margarita al lado de los padres y de los hermanos, cuando ape-nas tenía cinco años, allí, el amanecer de su poesía, saeta de amor para

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    los ojos de la madre; la gloria, el peregrinar, la cárcel, el confinamiento, el destierro y en todo ello, servicio y devoción, que con la madre se daban íntegramente.

    Muere Andrés Eloy Blanco en un accidente de automóvil en Mé-xico, muere en el destierro. Lo presentía. Resentido el corazón por la angustiada vida, por el ir y venir, por la falta del calor que le venía del contacto diario con su pueblo, acaso pensó que ya el fin estaba cer-cano, cuando en mayor madurez su obra estaba cuajando en los más extraordinarios cantos. Sus últimos poemas son una confirmación de la grandeza del poeta y en él del hombre, del ciudadano, que era Andrés Eloy Blanco. Como muchos de los grandes hombres de mi pueblo muere en el destierro: Bolívar, Sucre, Miranda, Pedro Gual, Simón Rodrí-guez, de la pléyade de los libertadores; Andrés Bello, también poeta y grande, así murió, porque pareciera un sino adverso de esa Patria, co-mo dijera el propio Andrés Eloy,

    "más poblada en la gloria que en la tierra, lo que algo tiene y nadie sabe donde, si en la leche, en la sangre o en la placenta, que el hijo vil se le eterniza adentro y el hijo grande se le muere afuera".

    Venezuela y América, los hombres y mujeres de nuestra lengua y de nuestra raza, por quienes él cantó, para quienes escribió sus maravi-llosas creaciones, guardan luto en el corazón. Pero la mejor manera de honrarlo no es el llanto, sino formular el propósito de seguir perseve-rando en su obra. Para los jóvenes, el ejemplo de la rectilínea conducta que se da en la apolínea forma de sus versos, en la hondura de sus pensamientos, en la devoción de entrega y de servicios. Para todos, hombres y mujeres la consecuente actitud en la obra de todos los días.

    Se fue el amigo y el hermano, pero nos dejó su ejemplo, que es claro espejo de vida, para asomarnos a vernos, claras las conciencias, limpias las manos, encendidos de propósitos nobles los corazones.

    Ante su muerte, como él dijera con motivo de la muerte de otro gran poeta:

    "No hay que llorar la muerte de un viajero, hay que llorar la muerte de un camino".

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    CUATRO ENCUENTROS CON ANDRES ELOY BLANCO

    R A Ú L OSEGUEDA

    H A C E ya muchos años llegó hasta Centroamérica un peregrino: era un poeta ausente que desgranaba versos desde las páginas de una edición modesta. Para los adolescentes que lo leímos, aquel desconocido se pre-sentaba con una tar je ta inquietante: Venezuela... cuna de libertadores y dictadores. Por aquéllos debía ser excelso; por éstos debía ser rebelde.

    Así conocimos en Guatemala a Andrés Eloy Blanco, mensajero de occidente, imaginero culterano, sabio en la cita de la historia y las letras universales, hechos todos adecuados para hacer impresión segu-ra en la cera del alma adolescente, soñadoramente evadida. Sin embar-go, el ropaje —aristocrático y foráneo del mensaje sureño— no encu-brió en modo alguno una temática virgen y fuerte, de moreno color y aliento poderoso, cabalmente reconocible como nuestra: el atuendo milenario, malabarista de asombro, solamente era vehículo de la tierra y el llano, del árbol equiscentenario, de sus festones de orquídeas, del tumultuoso río, de la madre y el niño, del hogar extraviado en un re-pliegue ardoroso del corazón de América.

    No exagero al decir que poeta nos t ra jo hacia la t ierra propia, sa-cudió nuestro sueño dogmático y —al par de desampararnos y dejar-nos solos frente a la realidad circundante— nos hizo abrir los sentidos, actualizar el dintorno y nos obligó a hacer del barro forma y del pe-druzco chispa.

    ¡Deuda impaga con Andrés Eloy Blanco: quede aquí tu constancia!...

    * * *

    Venezuela, esta vez. Recuperada al Señor de las Libertades que ahora descansaba en su tumba tras la soporosa vigilia impuesta por los sables pretorianos y los ayes de los moribundos. Ahora Bolívar dor-mía gracias al sedante simple de un asombroso sucedido: su pueblo pro-clamaba ese día como candidato para Presidente, a un hermano del poe-ta, poeta también, quien sin las trabas de la rima y el metro había va-ciado en prosa firme la imagen correcta de un pueblo vertebrado e in-tacto ante un seudodestino de pesadilla. Uno y otro habían recuperado Venezuela a su historia legítima desde el molde de plomo y los sueños

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    torturados. Ambos podían, dentro de la rebelión universal a la que tanto contribuyeron, hacer cuajar los anhelos y ajustarse amorosamente a la realidad cantada.

    Allí, en ese momento, conocí al poeta: menudo, suave, adolescente el porte dentro de la madurez actual; señor del verso, consagrado dentro y fuera del terruño; exaltado patriota dentro del martirologio de la liber-tad americana. Ahora actuaba la poesía: limó los grillos que aherrojaron a tantos hermanos suyos y los sepultó en el mar. Lo que no pudo hacer fue borrar sus propias marcas en muñecas y tobillos, más hondas de lo usual por su empecinamiento de hacer de los grillos pluma.

    * * *

    A pesar de los progresos de la Buena Vecindad, el respiro fue corto: Venezuela fue subastada al imperio por sus siervos y sus amos. Volvió a despertar Bolívar al t intinear del hierro y el tufo del petróleo; ante el tropel invasor y el entrechocar de sables forjados para la ignominia y el cipayismo. ¡Ay!... de los vende-Patrias!...

    Venezuela fue desgajada en su corazón y quedó perdida, llorando ausencias, sufriendo presencias. Por ese azar nefasto reencontré al poeta en La Habana, cabe una mesa de café, peregrino de la dignidad. El si no estaba caído sino enhiesto. Venezuela, en cambio, sufría: sus lobos provectos abrían campos de concentración en vez de escuelas, li-quidaban hermanos y desvelaban ante el crimen de lesa patria; se entre-mataban; su remordimiento era motor de ignominia creciente, de entrega incesante, de vender, regalar, despojarse hasta de la herencia de sus hijos. En cambio el poeta no estaba caído, vacilante o perdido. Antes bien crecía divinamente creando, t ransmutando el escarnio y la ofensa, el destierro y la ausencia, en versos argénteos, protéicos, anunciadores de libertad y justicia. Ni su propio corazón le respondía para mantenerse colosal-mente erguido. Pero, el poeta era más grande que su corazón para amar y perdonar a sus hermanos verdugos.

    * * *

    Antefinalmente. cuando el imperio, ebrio de torpeza, de falsía, de in-solencia, liquidó hasta la memoria de sus grandes hombres y erigió una moneda como motor universal de acción; cuando entre tantas de nuestras patrias cayó Guatemala, México me juntó con Andrés, en Cuernavaca. No supe de la pregunta necia ni la sonrisa conformista: solamente supe de sus brazos abiertos y su pecho tibio. Me brindó las primicias de su lu-cha callada, del poema magnífico que iba a ser su testamento. Supe de su voluntad de amor, de su clarividencia profunda, de su esperanza intrunca. Lo dejé con pesar... pero me sentí más americano, mejor hijo, mejor esposo que jamás lo fuera.

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    Poco tiempo más tarde un generoso hogar venezolano e ilustres me-xicanos apadrinaron el bautizo del canto del cisne. Todos sentimos la eter-nidad presente ante una voz de profesía, desligada del mundo pero viva en los hombres, como mensaje de rebelión y esperanza, como una orden de amor, como una dulce conminación de olvido para la ofensa y la ba-jeza. El pequeño arquero le acertaba al sol, cubría a los pueblos, alber-gaba los dolores, alumbraba la sombra... Todos sentimos esa mañana la presencia de lo inefable.

    Y fue el encuentro final. Era más grande que la vida y se absorbió en la vida no por deleznable azar sino por destino trágico.

    * * *

    ¿Cómo no hacerte caso, Poeta, zahori rebelado ante el hombre que se niega a sí mismo?... Ya apunta la aurora como tú la soñaste: sin dolor ni miserias. El Continente despierta. Seguiremos leyendo tus estrofas, brújula segura de una América grande, fuer temente enlazada en amor y en olvido.

    Guatemala, Caracas, Habana, México: cuatro encuentros y una soia presencia del Poeta que cantó el despertar cuya llegada cierta no estor-barán los ladridos. Y ese sol de victoria habrá de dorar tu recuerdo hecho bronce en Caracas. Allí, estaremos, Poeta: compartiendo tu tr iun-fo, sin posible desencuentro.

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    ANDRES ELOY BLANCO, VIDA Y POESIA

    J. M . Siso MARTÍNEZ

    EL 21 de mayo de 1955 un trágico accidente cancelaba una de las más nobles vida de la Venezuela contemporánea. La del poeta Andrés Eloy Blanco. En plenitud creadora desaparecía quien llenó con su nombre más de un cuarto de siglo la poética venezolana. En esta época del áto-mo y del industrialismo, de guerras frías y de convulsionados movi-mientos nacionales, parece que no hay lugar para la poesía. Sin embar-go, la muerte del poeta venezolano vino a dar la dimensión exacta del espíritu americano actual. Y señalar la correspondencia invisible que existe entre el poeta y su pueblo, entre el poeta y el mundo, cuando al primero lo avala esa imponderable intuición que lo hace ser intérprete de los más profundos anhelos colectivos expresado en lenguaje poético que es la voz de los pueblos desde su edad primaria. Correspondencia puesta de relieve cuando, desgarrado, el pueblo caraqueño acompañó a su poeta hasta la última morada, el Cementerio General del Sur, donde alumbra la cruz y donde los soñadores enmarcan el Dorado, en mu-do y doloroso testimonio.

    Andrés Eloy Blanco nace en Cumaná el l 9 de agosto de 1897. Cuma-ná fue antes la Nueva Andalucía. Fantasiosos soldados de la Andalucía Ibérica, "ni un doblón en la bolsa, pero vino en el vaso", poblaron la t ierra oriental bañada por el mar de las mitologías caribes. Allí llegó el abuelo fundador:

    Vinieron de la guerra hacia la guerra, que era un cambiar de luchas aquel cambiar de tierras.

    Allí transcurrió la infancia del poeta. Infancia alumbrada por el relámpago de las guerras civiles. Nicolás Rolando, uno de los caudillos de penacho romántico en los cuales fue pródiga la Venezuela del siglo XIX, señoreaba en el Oriente venezolano. Al conjuro de su nombre los campesinos abandonaban las mujeres y los hijos, el rancho en pierna y el conuco recién sembrado. Las guerras sociales americanas constituían en el siglo pasado el sustitutivo de las fórmulas modernas —huelgas, organización sindical— que el pueblo encontraba para realizar un más

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    justo equilibrio económico. Y los terrosos soldaditos venían cruzando los diez mil caminos venezolanos, a la zaga de los caudillos, en pos de un oscuro y certero sentido de justicia. Por eso el caballo de Rolando tenía una cauda rural. Eco de la emoción que sembraba lo recogió la copla:

    "Virgen Santa, yo te adoro, —dijo una mujer llorando— con tal que triunfe Rolando te doy un Rolando de oro".

    La estampa de ese tiempo la recogió el poeta:

    Un ruido de combate: "la gente" estaba entrando por Cerro Colorado; venía Manuel Córdoba; peleaban en las calles; Cumaná estaba toda dentro de un estampido.-plomo y "viva Rolando" y ayayay de cornetas y el cañón del Castillo bordoneando el ataque; la voz del Máuser, áspera, y los Remington Lees de armonioso disparo, como con bala de oro.

    (Elegía Inacabada).

    El padre, médico. La madre, castellana.

    Galaica flor en castellana piedra vaciada al acueducto segoviano la ría de candor de Pontevedra. Así te halló el Esposo y Hortelano, Doctor para saber cómo se tienta el pulso al corazón desde la mano.

    Así el hogar, Señora y Cenicienta, nodriza y enfermera en el manejo y en el combate al sol, lugartenienta.

    (A un año de tu luz).

    La infancia es también el recoger la vendimia de las guerras ci-viles. El padre fue aventado por los odios crepitantes más allá de la mediterránea tierra donde soñó Las Casas su indiano falansterio:

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    Y tu niño en la flor del camposanto y el Esposo en el sol de los caminos y el exilio y el mar: cosas del llanto.

    (A un año de tu luz).

    Luego a Caracas a continuar estudios. Una Caracas aldeana, don-de parecía que anidaba el silencio y volaban por los techos rojos las blancas palomas de Pérez Bonalde. Y donde los Juegos Florales, vie-jas reminiscencias medievales, querían hacer olvidar la zarpa fiera del dictador montañés. En los que se realizaron en 1916, se reveló An-drés Eloy Blanco como poeta nacional, al ganar con el "Canto a la Espiga y el Arado" el primer premio.

    Después el título de abogado. Juan José Tablada, el poeta mexi-cano, dijo al felicitarle: "Ya tiene un título para la vida, procure que no pese mucho sobre su corazón de poeta". No lo olvidó jamás.

    En 1923 la gloria continental. En el Certamen Hispano-Americano de Poesía realizado en Santander su "Canto a España" le gana el pri-mer premio. América y España vibraron de júbilo, al reconocerse líri-camente en el cachorro venezolano. Poetas y escritores no escatimaron el elogio. Hasta Chocano, cantor de América, como gustaba llamarse, dejó por un momento su desbordado egocentrismo y proclamó que hu-biera firmado con orgullo muchos de sus poemas. Fue su hora dionisíaca. Fue también su hora más peligrosa. Rómulo Gallegos, recordaba en el prólogo a "Giraluna" que "la buena calidad de hombre que alentaba en él no le permitió al poeta deleitarse en la exclusiva contempla-ción de las formas estilizadas del acontecimiento natural o humano: el florido campo, el alba de oro, la bella mujer , el héroe gallardo; sino que induciéndolo a inclinar el oído escuchador de versos hacia los gi-mientes o broncos rumores de pueblo en apreturas y desgarraduras de sufrimiento, se lo aplicó a la cuenta que de sus desdichas hacía con sus dedos La Loca Luz Caraballo y a la de los azotes de tortura bajo los cuales se retorcía el prisionero a los acordes de La Juanabau-tista. La miseria y la crueldad que en su pueblo tenían modo de ser permanente y monstruoso y que no podían ser excluidas de la sensi-bilidad del poeta grande. El amargo mal, entonces, en el amor de su pueblo".

    Los retratos de esa época muestran a un adolescente soñador, ojos vivaces, luz mediterránea. Todavía el sufrimiento no había empe-zado a labrarle el rostro y ahondarle las pupilas y darle ese brillo vi-dente, que hizo pensar a Alfonso Reyes en un Bolívar de perfil. El aguafuerte de la vida no le había esponjado con su amargo sabor. De allí que surgiera esa su poesía risueña, esas coplas viajeras, amoro-

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    sas, andaluzas. Poesía que recorrió a Venezuela, se coló por las cárceles, alumbró el vivac en las noches de los guerrilleros y supo juntar en las estrelladas noches tropicales a más de dos amantes. Picón Salas ha encontrado en ella una reivindicación de la copla y el romance popu-lar mucho antes que García Lorca les diera dignidad universal. El pueblo los ha recogido y muchos de ellos se han incorporado a la in-mortalidad al recitarlos como propios:

    Ya pasaste por mi casa a flor de tí la sonrisa... Fuiste un ensueño de gasa; fuiste una gasa en la brisa...

    no sé si me olvidarás ni si es amor este miedo; yo sólo sé que te vas, yo sólo sé que me quedo.

    (Coplas del amor viajero).

    En 1934 reunió todas estas poesías en un libro de nombre signi-ficativo: "Poda". Y era que la vida había podado muchas ilusiones y las había sustituido por otras maceradas en el sufrimiento y en la lu-cha. Combatiente contra la dictadura conoció la Rotunda y el castillo de Puer to Cabello, en las piernas los grillos sesentones y magra ración cuando la había. Por años permaneció allí. En ellos tuvo su más pro-funda lección de venezolanidad. De todas partes de Venezuela venían hombres diversos, dialectos contrapuestos, parlanchines y reconcen-trados, de la montaña y de la selva, de la l lanura y de la mar, identi-ficados por un hilo invisible, el profundo, raizal amor a Venezuela, y por ese sentido igualitario que es esencia del pueblo desde sus días primeros.

    Allí hizo definitivamente suya la vieja frase de La Bruyeré: "Sí es necesario optar, no hay ninguna duda en mí, yo quiero ser pueblo". Allí se encontró definitivamente con el suyo:

    Madre, si me matan, ábreme la herida, ciérrame los ojos y tráeme un pobre hombre de algún pobre pueblo y esa pobre mano por la que me matan, pónmela en la herida por la que me muero.

    (Canto de los hijos en marcha).

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    Eso explica el nuevo sentido de sus versos. Sin sacrificar su hondo sentido estético, su poesía adquirió una categoría nueva. Se hizo más grave, más combatiente, más social. "Barco de Piedra", alusión al ve-tusto castillo donde habían encerrado sus sueños, recoge ese nuevo estilo. La muerte le ronda diariamente, no sólo en sentido metafórico, y la Libertad se identifica con la liberadora:

    O tal vez, aquí mismo, esperará una noche la amada Libertad, para hacerme más suyo: Me envolverá en un frío blanco y perderé el sentido horizontal del viaje y saldré vertical, en el record de altura con que los muertos libres suben a las estrellas.

    (Canto del prometido).

    Que distinto este canto a aquel, dionisíaco, que le arrancó la muerte de Vicente Batalla:

    El Sueño, El Sueño!... Pascua de la muerte... La muerte que no engaña, la Novia que no olvida, La Muerte, oh Mujer Fiel, que en el labio del náufrago descarnas el milagro de la eterna sonrisa...

    Pascua de la muerte... Un hombre ahogado... Oh Muerte, Mujer Fiel... ¡Alegría, Alegría!

    (Pascua de la muerte).

    Años más tarde alucinado, tomado por los inquietos espíritus satá-nicos, dirá lo mismo el colombiano Barba Jacob:

    Danzad al soplo de Dyonisos que embriaga al corazón. La muerte viene, todo será polvo bajo su imperio: polvo de Pericles, polvo de Codro, polvo de Cimón!

    ¡El Polvo reina! El polvo, el iracundo... Alegría... Alegría... Alegría...

    Al regreso de ese vivo infierno nos legó ese poema de hierro, donde se oye el chasquido del látigo, el ritmo negro del azotado, ese martilleante contar de los azotes, el ay profundo en la plenitud del me-

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    diodía, el silencio asombrado de los prisioneros, y la negra noche de la dictadura flotando sobre los cuerpos y las almas, que es la Juana-bautista.

    También por ello pudo vendimiar esos sueños del "Baedeker 2000". Arúspice, poeta, mira por sobre los espacios y los tiempos y en la vasta tierra desolada, al conjuro de su magia poética, se levanta la raza definitiva que poblará la América y cruzarán los pájaros de hie-rro en diaria romería el azulado cielo, y surcarán la tierra los ferro-carriles gigantescos, todo bajo el cobijo de la justicia impar, de la fe-licidad americana. Y el don del vaticinio lo libra de los barrotes de su "Barco de Piedra" y se pierde, viajero, por el camino transitado por la videncia de Homero, los sueños de Alonso Quijano y la frenética an-gustia civilizadora de Sarmiento.

    En 1935 muere el Dictador Gómez. Las cárceles se abren y vuel-ven los viejos desterrados. El pueblo se apodera de la calle y un des-bordado sentimiento de libertad cruza la nación toda. Andrés Eloy Blanco en inmortal oración arroja al mar los grillos que simbolizaban la barbarie. Y se mete hondo y confiado en la lucha de los hombres. El libro, el parlamento, la pública tribuna, el recital poético, la diaria militancia en Acción Democrática, el Partido que contribuyó a for-jar, constituyen razón de su existencia.

    Se remonta por el río de la historia venezolana y trae paradigma civil al sabio Vargas, albacea de la angustia. Y su pluma lo fija para la biografía en su exacta dimensión. Frente a los escritores que han ras-treado la historia para la justificación de los hombres del rebenque, los glorificadores de Rosas y de Francia, de Gómez y de Díaz, abro-quelados en fórmulas científicas, sin pasión, sin emoción, sin vida, se levanta la palabra del poeta y pone a caminar por la vasta tierra americana a sus hombres civiles, amigos de la justicia, sembradores de sueños, a Bolívar, a Martí, a Sarmiento, al sabio Vargas.

    Arribado su Part ido al poder, figura de excepción, Andrés Eloy Blanco preside la Asamblea Nacional Constituyente. De su seno sale una Constitución que sin hipérbole es considerada como la más demo-crática de América. Después asume, durante el mandato de Rómulo Gallegos, el Ministerio de Relaciones Exteriores. Ejercía su representa-ción en una reunión de las Naciones Unidas, cuando la militarada del 24 de noviembre echó por tierra el gobierno de Rómulo Gallegos y con él a los seculares sueños de justicia social del pueblo venezolano.

    Comenzó para él una nueva etapa. La del destierro. Pr imero en Cuba, la t ierra que tanto amó, la que colérica, viril, reclamó para sí la vida del poeta, cuando agonizaba en las cárceles de Juan Vicente Gó-mez. Después a México que lo atraía con su violenta historia en pos de la justicia y su Juárez, señalando para la eternidad la paz como

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    consecuencia del respeto al ajeno derecho. Aquí se dio total. En reci-tales, conferencias, charlas, consejos. Y aquí maduró definitivamente su "Giraluna", su tierna vuelta a la poesía del amor, y su mensaje en ese maravilloso "Canto a los Hijos", eterno, impersonal, geografía, his-toria, poesía, siempre maravillosa vida en su fluir eterno. Con razón Briceño Iragorry ha podido incluirlo junto con "La Silva a la Zona Tórrida" de Bello; "Vuelta a la Patr ia" de Pérez Bonalde; y "La Silva Criolla" de Lazo Martí, entre "los cuatro poemas de carácter miliar en el orden de la poesía nacional".

    Razón de sobra tiene el crítico. Estos cantos del siglo XIX, izados por hombres que se metieron en el cogollo del alma la pasión de Ve-nezuela tienen digno par en el "Canto a los Hijos". Sólo el sufri-miento sublimado, el mirar con los ojos del tiempo, el meterse en el mismo corazón de los hombres y de la tierra, pueden originar un canto así. Despedida y testamento se le .calificó tan pronto se conoció. Pos-trera voluntad, mensaje colgado por sobre las distancias y los años, disparado al futuro, aliento de tierra, la misma pura tierra donde se amasó el hombre y de cuyas entrañas surge el pan, milagroso dos ve-ces, por el esfuerzo humano y por el don divino que lo hizo alimento sagrado en la cristiana eucaristía. Voluntad de mantener y traspasar la luz con su más puro fuego. Eso y más que eso es el "Canto a los Hijos":

    Por eso, en este ocaso, ya es la hora de entregarte mi lámpara, ya nos llegó el momento de que tu mano encienda la luz que se me apaga. Mi luz, mi pobre luz a tí confío, farol en tu pasillo, veladora en tu cama; no digas que es linterna para encontrar a un Hombre, sino luz de sereno que ayuda a los que pasan. En las noches sin luna, cuélgala en el camino, en las de tempestad ponía en la playa, haz de mi luz un hecho que ilumine tu mano y de tu mano un hecho de tierra iluminada.

    (Canto a los Hijos).

    Así se eleva por sobre lo transitorio del destierro. Y para los hom-bres de la antipatria, que azuzaron contra él los canes del rencor y del odio, tiene una venganza digna del sándalo. Por eso cuando crepita el fuego en el hogar y el viento azteca cruza el cielo azul de Cuernavaca, él dialoga:

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    Pero aquí estamos cerca de los hijos, para darles la Patria como es buena, para darles la patria sin dolor de palabras como se dan las patrias, sin mojar sus ojeras, como se dan los ojos, sin cortarles el día, como se da la noche, sin cortarle la estrella, como se da la tierra, sin cortarle los árboles, como se dan los árboles, sin cortarles la tierra.

    (Canto a los Hijos).

    La muerte detuvo el Canto maravilloso con el cual soñaba. Canto de americanidad en sus hombres y en su historia, en su magia pasada y en su magia por venir. Hagamos alto para recordarlo. No para llo-rarlo. Porque ya nos lo dijo:

    No hay que llorar la muerte de un viajero hay que llorar la muerte de un camino.

    Y con su vida y con su poesía nos abrió un amplio, luminoso ca-mino por donde transitarán colectivamente los hombres y los pueblos por quienes se consumió en la viva lucha el poeta ya inmortal.

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    UN DISCIPULO DE SIMON BOLIVAR

    Luis N I C O L A U D ' O L W E R

    EL Ateneo Español de México, portavoz autorizado de la comunidad de hombres libres que llamamos la España en el exilio, debía un pú-blico testimonio de gratitud, de respeto y de admiración al gran amigo de España, de la Libertad y de la República que fue Andrés Eloy Blanco.

    Pero no queríamos estar solos en este acto. Debía resonar aquí la palabra de Venezuela —de la Venezuela libre y exilada, la Venezuela de Andrés Eloy Blanco. Y no podía fal tar la voz de México —el México hospitalario que a todos, a españoles; a venezolanos y a tantas otras familias de la emigración liberal, nos brinda su generoso refugio.

    Así, la velada de hoy es un acto de confraternidad hispanoameri-cana. No podía tener otro carácter el homenaje que rindiéramos a An-drés Eloy Blanco; puesto que nadie ha sentido —y, si me permiten us-tedes la palabra, nadie ha "profesado"— el hispanoamericanismo de una manera más cordial y más profunda. Es que el orador, el poeta, el po-lítico, el diplomático era, a la base de todo esto, un discípulo de Simón Bolívar.

    Recordemos que el Libertador, si mereció este nombre por haber llevado a la independencia los pueblos de la Gran Colombia y del Alto Perú, fue también el promotor del Congreso de Panamá, y fue asimis-mo, quien propuso levantar un cuerpo expedicionario para ayudar a la España liberal en su lucha contra los invasores de la Santa Alianza.

    "Una sola es la patria de todos los hispanoamericanos", dijo el Li-bertador. Así pensaba, así sentía Andrés Eloy Blanco. Bajo el signo de esta comunidad estamos aquí reunidos.

    Pese a las fronteras políticas, a la distancia, a la dificultad de las comunicaciones, la realidad del mundo hispanoamericano es un he-cho de conciencia. Desde el Mediterráneo hasta el Pacífico, desde Ca-lifornia hasta la Patagonia, nadie de nosotros se siente extranjero. "His-panoamericanismo" es, pues, ante todo este sentimiento bolivariano de supernacionalidad. Por ello sería grave error, absurda inconsecuencia, mutilar el contenido de Hispanoamérica, como se hace más allá del Bra-vo, no incluyendo en ella al país que le dio sus características esen-ciales. Más aún, los que en España sostuvimos siempre el ideal ibé-

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    rico de Oliveira Martins, integramos a Portugal y al Brasil en nuestra Hispanoamérica. Sólo así adquiere este nombre su verdadero y am-plio sentido.

    Los conceptos de madre patria y de hijas emancipadas son anacro-nismos superados ya por la Historia, hasta el punto de que Miguel de Unamuno pudo afirmar que "España tendrá que reconquistarse a sí misma desde América". Hispanoamérica no puede ser sino una her-mandad de pueblos libres, iguales, soberanos.

    No concebimos el hispanoamericanismo como un cuerpo de doc-trina, sino más bien como una idea-fuerza. Ella amalgama el impulso de pueblos jóvenes, que mantienen vivo el culto a sus Libertadores, con la experiencia de la vieja Península, desengañada ya de sueños imperialistas y hegemónicos.

    Hispanoamérica es una creación de la Historia, no de la antropolo-gía. Carece, por fortuna, de unidad de raza (a pesar de la consabida Fiesta) y constituye una familia espiritual con rico contenido de he-rencias milenarias. Su misión histórica es la de ofrecer, en mensaje de paz, su propio sentido de la vida, su cultura universalista, crítica, liberal, anti-racista. Cultura profundamente humana, que no admite supeditar el hombre a la máquina, ni la especulación a la técnica, ni la libertad al gregarismo.

    Penetrados de este hispanoamericanismo, al recordar la figura de Andrés Eloy Blanco, no podemos considerarlo como a un cordial ami-go extranjero (esta palabra nos quemaría la boca), sino como a uno de nosotros mismos, hermano entrañable, "mitad del alma nuestra", como Horacio llamó al cantor de Eneas.

    México 28 de julio de 1955.

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    VENIMOS A DESPEDIRTE ANDRES...

    DIEGO CÓRDOBA

    V E N I M O S a despedirte, Andrés, en la hora de tu patética vuelta a la pa-tria, ahogándose la palabra en las angustias de un pedazo de tu pueblo, de nuestro pueblo venezolano, aquí presente en el último adiós con que también te despide México, el de los trescientos varones de la libertad y la cultura, el que enamoraste con tu gracia de caballero completo del espíritu y tus excelencias de ciudadano de América; el México del que hiciste, como José Martí, tu dulce patria de préstamo. Desde ha-ce más de seis años saliste de la tuya a la pelea de la esperanza, limpio y garboso el corazón, en tu palabra de seda el fuer te lazo de unir pue-blos, en la espada del poeta los caminos encendidos de los sueños pa-trióticos, y ahora regresas a la tierra de nuestros quebrantos, peor que Don Quijote en su aventura final: tu pequeño, fino y nervioso cuerpo un haz de huesos y de coágulos crispados por la tragedia.

    ¡Qué precoz e infortunada tu odisea de caballero de la esperanza! En nuestra Cumaná, la cuna del Gran Poeta de Ayacucho, porque la espada del Mariscal fue también espada de poesía, te asomaste, cuando niño, a la clara rendija de tu hidalga casona de Santa Inés para mir,ar inquieto la vieja lucha armada de nuestro pueblo por la libertad. En Ca-racas, de estudiante, entraste briosamente en los primeros combates del civismo y, poeta soberano a los 20 años, ungido por la gloria de tu laureado "Canto a España", ya doctor en derecho y tr ibuno de la jus-ticia, te metiste tan hondo en el pecho de la Venezuela buena, que ella misma te hizo su joven soldado, en el deber del ciudadano, en la probidad del hombre de letras, en el agobio por una patria gallarda. Desde entonces trazaste para siempre tu destino: sufrir, soñar, bata-llar y sufr ir por tu pueblo, sin una sola aurora de asueto. Cuando no te maltrataban las lenguas de la incomprensión y el desdén, te herían los cardos del vituperio o te tor turaban la ergástula y las cadenas, apretándose contra las hambres de tu alma y de tu cuerpo, pero aun asi, entre los valerosos pug'idos de tus quebrantos físicos, en la negra cerrazón de muros que te oprimía, no descansabas, cantabas. Los di-tirambos de tus rebeldías, los ayes de tu angustia, el himno de tu fe

    * (Epicedio ante el cadáver del gran poeta de Venezuela, en el Panteón Español de la Ciudad de México, el 16 de junio de 1955).

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    en la patria, esencias de tu grandeza de poeta y de hombre ceñido al pavés de la altísima responsabilidad del venezolano, saltaban de los días sombríos de la prisión a encender las noches en la conciencia de tu pueblo.

    Cuando el dictador de los 27 años sólo fue vencido por la muer te transfigurada en cortesana y la reacción popular reclamaba libertad y justicia, tu voz se alzó en las plazas públicas, en la universidad, en la prensa y resonó por toda Venezuela en tus metáforas de bronce, y tus anatemas contra el despotismo. Hubo un instante de democracia en nuestro país, un oasis de esperanza. Se iluminaron los caminos y se re-part ió el pan de la patria, sin que tú, el más empeñoso en el milagro, pidieras nada para tí, ni el puesto pingüe, ni la prebenda, ni la re-compensa justa. Ni siquiera el derecho a empujar la puerta de palacio. Por mandato del pueblo, un día se te vio en la Comuna de Caracas de-fendiendo la autonomía del municipio con la misma santa pasión de-mocrática de nuestros antiguos patricios y, más tarde, en la curul de la Cámara de Diputados, conducido ahí por el voto indiscutible, pre-dicando decencia, concordia, cultura, pariendo leyes generosas, y, co-mo siempre, cantando. Cantando, al triste son del cuatro bien templa-do de tus Palabreos, las heridas del pueblo de Bolívar, el que se inde-pendizó para independizar pueblos, y al que tú, con humorismo con-movedor, protagonizante en el Juan Bimba de tu drama de poeta de la política.

    Llegó el día en que tr iunfó tu partido, del que fuiste corazón y escudo, ala de fuego en la t r ibuna y ala de luz en el consejo; nunca gavilán de la política sino azorada paloma, porque tu calidad de hom-bre cabía en la que concibió el gran poeta francés: "Un punto que vuela con dos alas: el pensamiento y el amor" y en tus ímpetus de idealista te remontaba a la galaxia de las más puras concepciones de-mocráticas, te paseabas —ibas y venías— por los Andes y los Popoca-teples de la fraternidad americana, y desde el limpio espacio de tus ale-teos anidabas en un mundo generoso, humano, nuestro y de todos, en que tu canto se desmayaba en amor del grande por la patria grande, se reencendía en la llama de la libertad y se deshojaba en rosas de América.

    Nunca te ensañaste contra el débil, ni contra el ignorante, pero sí contra el pérfido, que eso no era saña sino sanción; ni jamás chispa alguna de tu pluma hirió por la espalda sino de frente, en el duelo for-mal de las ideas, hermoseado por tu galantería de cumanés a lo Su-cre. Ni la calumnia, ni el odio, ni la venganza soplaron sus vientos de fur ia en tu noble corazón de combatiente, ni negaste el mérito a tus enemigos. Fuiste un siervo de la cultura, de la tolerancia y, por so-bre todo, de la bondad, la única, la excelsa vir tud del hombre que no se extingue en los recuerdos, porque supera a las más grandes glorias

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    del sabio, del artista, del guerrero, los libertadores de pueblos, los go-bernantes, y se purifica en la belleza del apostolado. Pasaste por las tormentas de la política y por entre los incendios de la demagogia, como un profeta de verdades creadoras de bien, como un sabio pastor de la justicia, como un ángel de la patria, hablador de donosuras. Así fuiste, en Caracas, desde la Presidencia de la Asamblea Constituyente de 1946. Así fuiste en los tempestuosos mítines electorales de tu par-tido. Así en la solemne Cancillería de nuestro país, en la que brillaste como titular señero, y así también en la sitial de las Naciones Unidas, en tu carácter de jefe de la delegación de Venezuela en 1948. Yo estaba en París por aquellos días, viéndote, escuchándote. ¡Qué fino, qué en-cendido me pareciste trepado como un rayo de sol venezolano en la tr ibuna oficial del universo! Hasta te parecías un poco a Bolívar. Bien recuerdo tu hermoso, tu histórico discurso. Hubo espectación en el público cuando te miró tan chaparrito, tan delgadito, tan magro... Em-pezaste a hablar con palabra humilde, calma, como arrullo de paloma, pero, poco a poco, tu voz fue encendiéndose, coloreándose en la pasi,ón, en tu honda pasión humana, hiriéndose con el vasto dolor del mundo, destrozado por la guerra, las fronteras, los prejuicios, los negocios, la ignorancia, el egoísmo, y de pronto se rompió; se rompió y fundió en metal de Cristo. Desde la altura de tu pensamiento de americano, antena y candil de las angustias del hombre, tu voz no fue canto sino treno. Treno desgarrador que rebosó los estrechos y secos recintos de la palabra protocolar, que se convirtió en parábola de justicia, de paz, de libertad, y la parábola en ancha bandera de amor, para arropar a to-das las razas, a todas las creencias, a todos los pueblos. Recuerdo también aómo el ilustre presidente de la magna asamblea mundial, sorpren-dido y conturbado, se levantó de su asiento con su aplauso, para pro-clamarte paladín de la cultura y de los más nobles sentimientos hu-manos. Te pareciste entonces un poco a nuestro Francisco de Miran-da, el abuelo defensor de los derechos del hombre.

    Después advino el infortunio, la caída de don Rómulo Gallegos de su sitio de dignísimo Presidente de Venezuela, y con su caída la tuya, el destierro largo, la pobreza sonriente, cincelada en el mármol de tu decoro, los solares meses de Cuba y tu grata residencia en Mé-xico. Ya tu nombre era amado —y será eterno en estas hermosas tie-r ras de Cuauhtémoc, Emiliano Zapata y Lázaro Cárdenas. Los mexi-canos, en aquel, tu magnífico discurso de 1946, ante Bolívar develado y desvelado en su estatua de Chapultepec, habían oído de tus labios estas palabras, más elocuentes que las piedras milenarias de Teotihua-cán o del Tahuatinsuyo; "América no caminará en tanto no se ponga en las manos del indio un pan del tamaño de su hambre".

    En este México que tanto te complacía recibiste un golpe mortal:

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    la partida para siempre de la madre valiente, amantísim^ y lejana, Cornelia de nuestra dulce Cumaná, a la que inmortalizaste en las li-ras trenzadas de tu admirable poema... Después llegaron tus días y tus noches de triunfos: los sonados recitales, uno, deslumbrante, en el palacio de las Bellas Artes; tus conferencias, tus discursos, aquel, mag-nifícente, en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, en el bicente-nario del natalicio del Padre de la Patr ia Mexicana, allá, en la amo-rosa Morelia; el embeleso de tus charlas, tus ironías sin bilis en las ter-tulias del festín, en las reuniones entre intelectuales, donde quiera que estuvieses tú; y, por fin, la consagración del orador insigne y el gran poeta de América, aclamado por la voz alta de México. ¡Cómo nos atabas, Andrés, a tu carro de relámpagos, a los caudales infinitos de tu memoria, a los hilos de tu cultura universal, a los duendes de tus versos, al encanto de tu palabra, a la suavidad de tus movimientos, y cómo nos enternecías con tu amor puro a la justicia, la belleza, la pa-tria, la amistad!

    Nos habías dado un tesoro de amor y pensamiento. Poda, el poe-mario de tu juventud, cofre de piedras preciosas; tus romances, colla-res de perlas originalísimas; Vargas, nuestro gran magistrado civil, al-bacea de las angustias del pueblo venezolano; tu canción misericor-diosa a Los Angelitos Negros, que ahora se estarán paseando contigo "por las barriadas del cielo"; tanta bella obra, y no ha mucho te des-pedías de la tierra, sin saberlo, en Giraluna, el libro de tus verdaderos amores, tu patético testamento a todas las patrias y a los hijos de todas las patrias, en que regaste de ternuras las raíces de todo lo que había crecido en ti.

    La soledad te dolía, Andrés Eloy Blanco. La soledad de tus cuatro almas en un solo ser: la esposa, buena y adorada, tú y los dos niños de tu corazón herido, trinchera de amor frente a la muerte amenazante. La soledad, impuesta, no por tu pobre reinado de poeta, ni por las mansedumbres del filósofo, sino por los impactos de la política y por los egoísmos y las precipitaciones de este mundo actual, que nos atro-pella, nos disgrega y nos esconde, tan adverso al canto ya quebrado de los ruiseñores.

    Por último vino la muerte, no de tu viejo mal del corazón, ya cu-rado por la ciencia mexicana, por tu profundo, angustioso amor a la vida, por tu miedo de irte dejando solo el torreón de tus cariños. La muerte. La poderosa enemiga, absurda y cobarde como nunca. Lan-zarse así, con todas sus fuerzas, contra tu cuerpecillo de fino David del pueblo venezolano, cuando bien hubieras podido cerrar los ojos, t ran-quilos, sentado en la silla de seda de tus versos o, ya anciano con-versador, enseñando a los niños de Venezuela el silabario de tu patrio-tismo.

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    Te has ido, Andrés, pero estás. No es cierto que te haya cobrado la muerte. Tú la vences. Ese es tu embrujo, tu hechicería de poeta. Tienes en cada ser que te conoció, que te conoce, que aún te escucha, un pe-dazo de ti mismo: una sonrisa, una mirada, un gesto, un decir, un ¡ay!, un camino que nunca podrá cerrar la muerte, VIVO ENTRE NOSO-TROS, a pesar de que tu tierra venezolana y tus tierras de América te están llorando. Te están llorando con lágrimas que no se secan en las ojeras, sino que penetran y limpian las entrañas del pueblo que tú soñaste, tan limpio como tu propio espíritu.

    Embalsamado y rígido, ya sin aquellos ojos que se ahondaban en el dolor del mundo, ya sin aquella lengua que lamía los huesos de nuestro pueblo, llegarás a la patria, y de las miserias de la carne se le-vantará tu voz de poeta para decir a todos los hijos de nuestra conmo-vida Venezuela, lo que dijiste a los hijos de tu propia sangre, que lia patria se da

    "...sin dolor de palabra, como se dan las patrias, sin mojar las ojeras, como se da la noche, sin cortarle la estrella, como se da la tierra, sin cortarle los árboles, como se dan los árboles, sin cortarles la tierra".

    Te escucharán tu pueblo y todos los pueblos, porque tu palabra, Andrés Eloy Blanco, penetra más allá de la palabra. Y porque naciste "en la pura tierra de Venezuela", amando "a Bolívar como a la vida misma y al pueblo de Bolívar como a la vida entera y a Venezuela, inal-canzable y pura", no serás tú quien le diga a la patria, sino la patria la que te diga a ti: "Bendito seas".

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    desde mi belvedere

    RECUERDO DE ANDRES ELOY BLANCO

    ANDRÉS HENESTROSA

    H A R Á ocho años aquel gran mexicano que fue Gabriel Ramos Millán me invitó a oír el discurso que una mañana iba a pronunciar en la consagra-ción de la estatua de Simón Bolívar, el poeta venezolano Andrés Eloy Blanco que, en circunstancias dolorosas, acaba de cerrar los ojos en nues-tra patria. Era una mañana de sol, alta y azul, propicia para las fiestas del espíritu. Andrés Eloy Blanco, entonces ministro de Relaciones de su país, había venido a México a alguna comisión propia de su cargo y Ramos Millán lo había conocido en la Cámara de Diputados en la que representaba al Estado de México.

    De muchos años atrás conocía yo la obra literaria de Andrés Eloy Blanco, pero iba a ser entonces cuando juntaría al nombre con el hombre, al poeta con la obra, la palabra con la boca que iba a pro-nunciarla. Y apareció el orador en la tribuna. Pequeño, seco de carnes, enjuto de rostro. Labios finos, cabellos negros untados a la erguida cabeza. Su sola presencia enteró a la concurrencia que ahí estaba un orador. Con ademán tranquilo, con palabra bien impostada, inició su discurso, en verdad uno de los más hermosos que dijera entre tantos magníficos que pronunció. El tema era muy sencillo: el diálogo entre el hombre de sombrero de palma que se había asomado a escucharlo y el hombre del caballo de bronce, (Bolívar, que a la entrada de Chapulte-pec se levantaba glorioso. Largo fuera, y quizás imposible, reseñar el discurso de Andrés Eloy Blanco. Bastará con decir que fue una reite-ración de sus ideales de unión hispanoamericana, una sílaba más de su vieja prédiea por la libertad, la independencia, la belleza y el bien. Todos los creadores de nuestra América pasaron allí envueltos en ráfagas de gloria. Y el final, así que la multi tud estaba presa en la red de su elo-cuencia, en las mallas de su palabra acariciante y embelesedora, postuló que hasta que no se ponga en las manos del indio un pan del tamaño de su hambre no caminará América; con lo cual de un solo golpe entraba a formar en la fila de los grandes escritores, poetas y ensayistas ameri-canos. Al lado de Martí para quien América no se pondrá en marcha hasta que el indio no camine. Al lado de Montalvo quien se dolía de que su pluma no tuviera don de lágrimas para escribir un libro sobre el in-

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    dio para hacer llorar al mundo. Cuando Andrés Eloy Blanco dijo los últimos renglones, un gran aplauso se levantó estruendoso, metálico, co-mo un batir de alas de paloma entre las hondas. De vuelta a la ciudad, Gabriel Ramos Millán quiso preguntarme por la historia del gran poeta venezolano, del ciudadano ejemplar que parece inseparable de los buenos poetas. Y le conté sus batallas contra la t iranía de Juan Vicente Gómez, de sus triunfos como poeta, de su férvido amor por la causa americana, que lo llevaba a proclamarse u n hijo de todos nuestros pueblos. Y le recité algunos de sus poemas más característicos. Convinimos en que México tenía en la palabra y en la pluma del poeta un defensor, un denodado soldado de su causa. Y así era, y asi fue hasta su muerte.

    Desterrado de su patria que por una paradoja de su historia es a un mismo tiempo tierra que dio libertadores a América, y después ha dado los tiranos más sombríos, Andrés Eloy Blanco vino a México hace unos años. Y aquí encontró techo, tr ibuna y cielo: techo para vivir, t r ibuna para su prédica libertaria, cielo para el vuelo de sus cantos. Vista en su verdadera significación, no es un sentimiento piadoso ni compasivo el que deben inspirarnos los que por defender la libertad, mojan su pan en llanto; sino por el contrario, deben suscitar en nosotros un senti-miento de orgullo y de emulación: orgullo de que aun la arcilla ameri-cana dé hombres de esta naturaleza, y la sana emulación de defender nosotros, cuando la hora lo reclame, la libertad que tiene el hombre de pensar y de soñar, de poner en peligro nuestro pan. Cosas todas éstas que Andrés Eloy Blanco hizo sencillamente, como quien respira.

    Del amor que profesó a México quedan cien renglones, mil pala-bras repartidas en conversaciones y charlas entre amigos. De su libro Giraluna voy a t ratar de reconstruir un soneto inspirado en el Golfo de México:

    Sobre el Golfo de México. Testigo, del Viento Norte, el áspero oleaje te repartiste tu pasión del viaje; dos noches con el miedo y dos conmigo.

    Junto al Golfo de México, el paisaje de Veracruz por el azul postigo, agua de espejo en donde encuentra amigo nuestro querer de altura y cabotaje.

    Lo mismo aquí que en el azul sin playas, como en la bajamar, te me desmayas como en la pleamar, te me rebosas,

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    y sube a tus ojeras el zafiro de este mar del ciclón y del suspiro que hicieron Dios y Juventino Rosas.

    Yo dejo sobre su tumba y su recuerdo una lágrima y un cempo-alxúchitl cortado del jardín mexicano, al que adornó con nuevas rosas.

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    ANDRES ELOY BLANCO (Síntesis Biográfica) *

    RICARDO MONTILLA

    "Cantar bien o no cantar, Eso es cosa indiferente; Pero estando entre la gente, Cantar bien, o no cantar".

    ESA copla, que un saludable sentido de la discreción, característico de las gentes de mi tierra llanera venezolana, nos hace tener presente siem-pre a los allí nacidos, para cuando nos hallamos en trance similar a este en que yo me encuentro, y que Andrés Eloy placíase en recitar y hasta proponíase glosarla en uno de sus magistrales palabreos, la he estado re-pitiendo, en juicioso recordatorio, desde el instante en que acepté tomar parte en este acto. Y ya que no he podido eludir el compromiso, aquí la pongo, al comienzo de mis palabras, no en gesto de alardosa con-fianza, sino en prenda de conducta prudente.

    La España inmortal, la de la dignidad y el sacrificio, la de entraña generosa, retoñada en el suelo americano en esta procera institución, brote lozano del Ateneo que en el lar nativo cumpliera tantas nobles empresas, ha querido honrar la memoria de Andrés Eloy Blanco, el ve-nezolano ejemplar fallecido no ha mucho en esta tierra. Corresponde España así a la filial admiración que le tuvo hasta su muerte el poeta, cuyo nombre alcanzó fama internacional unido al de la Madre Patria, al consagrarle inspirado Canto, galardonado en 1923 en los Juegos Flora-les de Santander. Venezuela, en duelo por la pérdida de su hijo escla-recido, agradece este tributo enaltecedor.

    Asomarse a la vida de Andrés Eloy Blanco es contemplar el curso de una hermosa existencia. Y permite comprender mejor por qué fue tan umversalmente querido, por qué el pueblo se sentía tan identificado con él, por qué puede llamársele, sin hipérbole, el Poeta de Venezuela, su Poeta Civil. No el escritor de versos, de fácil estro para cantar vacuas alucinaciones de la fantasía, sino el vate, de inspiración superior, ena-morado de la belleza y de la justicia, —vivir es desvivirse por lo justo y lo bello, dirá como divisa a sus hijos, en sus postreros versos— que

    (*) Discurso en el Ateneo Español de México, en la noche del 28 de Julio de 1955.

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    supo penetrar en el alma de su pueblo y extraer de allí la esencia de su poesía. Soñó la grandeza de su patria, no para regodeo egoísta de sus moradores, sino como parte integral de una humanidad lograda. Novia de los pueblos, la llama en uno de sus poemas del Baedeker 2.000.

    Pero el poeta no se contentó con soñar y cantar solamente a la belleza, a la justicia, a la libertad. Huyó de las torres de marfil. Luchó en el campo de los hombres de acción y padeció las consecuencias, con-vencido de que la libertad y la justicia no se reciben como don del cielo sino como fruto de agónico esfuerzo, único medio de hacerlas perdura-bles. Por eso, mejor que a ninguno otro en nuestra patria, le cuadra el designativo de Poeta Civil. Fue un ciudadano en la cabal acepción del término. El instrumento de su numen poético lo puso al servicio de su ideal de patria, pero también su serena y ecuánime varonía. Se armo-nizaron admirablemente en Andrés Eloy Blanco, el intelectual y el hombre, el talento y la probidad. Su obra en el campo de las letras va pareja con sus acciones en el campo de la lucha civil.

    Del seno de un honrado hogar provinciano de escaso patrimonio, nace el poeta el 6 de agosto de 1897, en la más antigua ciudad fundada por los españoles en el continente. Cumaná. Es la cuna también de aquel Mariscal Sucre, llamado por Bolívar el Abel de Colombia, en quien el poeta tendrá un paradigma, orgulloso, además, de emparentarle. Del médico que fuera su padre, doctor Luis Felipe Blanco, recibe lecciones de generosidad y amor hacia la humanidad doliente, viéndolo ejercer la profesión como noble apostolado; asimismo, los primeros ejemplos de consecuencia con un ideal político, de repulsa a la iniquidad hecha go-bierno. La madre, Dolores Meaño, le dará a mamar la bondad y la dul-zura, y le ofrecerá inspiración para sus primeros versos en el hermoso rostro de criolla del oriente venezolano, que el hijo consentido se delei-taba en contemplar. Y la t ierra cumanesa le dará también algo para la estructura de sus huesos y sus células, porque el poeta fue en su in-fancia un geófago pertinaz. ¿No explicará un poco este hecho, aparen-temente trivial, pero en que lo telúrico juega su papel, esa compenetra-ción tan plena, tan absoluta, tan lograda, de Andrés Eloy con su suelo natal? La poesía de Andrés será siempre f ru ta jugosa, madurada en la mata y caída en sazón, con la miel de sus parras y sus piñas, el agridulce de sus jobos y su sal de Araya, cuyo polvo, en las noches de luna, veía el poeta flotar en fina niebla y sentía penetrarle los poros.

    Desde muy niño sabrá de las persecuciones políticas. El padre, opuesto al gobierno de Cipriano Castro, será confinado a la Isla de Mar-garita. Allá lo sigue la familia, compuesta por seis hijos, con Andrés de cortos años. En la Isla nacerá y enterrarán uno más, Carmen Margarita, muerta en temprana hora. Advenida una etapa de aparente libertad con el cambio de Castro por Gómez, se trasladan a Caracas. El hogar de los

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    Blanco Meaño será siempre un templo para el culto del más acendrado afecto familiar. Y de amor a la patria y a sus clases humildes. La osten-tación y la riqueza jamás fueron sus huéspedes. Tierno y acogedor co-bijo hallarán sí en su seno los perseguidos. Muertos el padre y el hijo mé-dico, Luis Felipe, Andrés quedará "hijo de cinco madres", como dice en un poema. Será el ídolo, único depositario del amor sublimado, de la admiración que le profesan la madre y sus hermanas Rosario, Lola, Ma-ría Luisa y Totoña.

    Publica sus primeros versos en 1913, en El Universal, de Caracas, aunque versificaba precoz desde los seis años. Sufre su primera prisión en 1914, cuando como estudiante tomó par te en las algaradas universita-rias contra el Ministro Guevara Rojas, ejecutor de una de las suigéneris medidas educacionales de Juan Vicente Gómez: el cierre de la Univer-sidad. En 1916 sorprende el mundillo literario capitalino alcanzando el máximo galardón en un certamen de poesía con su "Canto a la Espiga y el Arado". En oposición a la tendencia germánica del gobierno, que man-tenía a Venezuela en cómplice neutralidad, hostil a los aliados en la Pr i -mera Guerra Mundial, participa en 1918, el Día de Bélgica, en violentas manifestaciones estudiantiles y populares de simpatía hacia la heroica nación pisoteada por el militarismo alemán. De nuevo visita las aulas del civismo venezolano, las celdas de La Rotunda, en las que el poeta llegó a alcanzar su otro doctorado: en grillos y torturas, del que estuvo siem-pre orgulloso.

    Completó sus estudios de Derecho, obteniendo el título de Abogado en 1920. La profesión, que lo seducía como arma para su afán de lucha por la justicia, le sirvió de muy poco en un país donde la ley se aplicaba según la fórmula de Ño Pernalete, el simbólico personaje galle-guiano: Bachiller Mujica, quien tiene la razón es fulano. Sentencie aho-ra mismo a favor suyo. El recuerdo de este personaje de Doña Bárbara se me asocia en este instante al de la mujerona que da título al libro. Por-que, Andrés Eloy la tuvo como uno de sus primeros clientes el mismo año de graduado. Es decir, el personaje de carne y hueso, Doña Pancha Vásquez, en quien Gallegos se inspiró para su magistral creación. De este conocimiento extraordinario, que el propio Gallegos no llegó a hacer, puesto que supo de ella por referencias siete años más tarde, nos dejó Andrés una de sus páginas de mayor valor documental literario, Doña Bárbara, de lo pintado a lo vivo (1). Causará sorpresa esta reve-lación. El paladín de la justicia, abogado de quien es símbolo del atro-pello y la violencia en la l i teratura venezolana y en la universal.

    (1) Humanismo, México, diciembre 1952, I, N° 6, pp. 18-19; Diario de Centroamérica, Guatemala, febrero 7 de 1953; Revista Mexicana de Cultura, Suplemento Dominical de El Nacional, N° 395, México, octubre 24 de 1954; La Prensa Gráfica, San Salvador, noviembre 28 de 1954.

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    Pero, oigamos lo que él nos dice: Fui el abogado de Doña Bárbara, antes de que fuera Doña Bárbara. Fui el abogado de la bruta mujer, fea y oscura, como el puñado de tierra antes de que la mano creadora realizara la milagrosa transformación de barro en carne, de materia en verbo. Fui el abogado del carbón antes del diamante. Fui el abogado del barro antes del soplo... Doña Pancha era fea, oscura, casi negra. En su juventud quizás fue hermosa y juncal; ahora se había puesto grue-sa, muy gruesa... A pesar de sus carnes, Doña Pancha era un jinete extra-ordinario; y la pistola en sus manos era prolongación de un ojo... Pero, con todo, no era más que eso que vivía allí: una mujer que tenía que defenderse, sola en aquel medio y que para defenderse tenía que agre-gar a su valor personal una serie de leyendas acerca de sus poderes ocul-tos y sus cordiales relaciones con lo sobrenatural. Por lo demás, una in-feliz mujer, oscura y fea, a quien los rábulas robaban y los Presidentes de Estado explotaban a gusto. Esa fue la realidad que conoció el poeta. El genio del novelista creó la leyenda fascinante.

    En 1921 publica su primer libro de versos, Tierras que me Oyeron. Dos años después, con su Canto a España, gana el lauro mayor en los Juegos Florales de Santander, patrocinados por la Real Academia de la