ustedes están llenos de vida

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USTEDES ESTÁN LLENOS DE VIDA Comunidad Ciudad Romero, Bajo Lempa, Jiquilisco, Usulután José Nohé Reyes Granados

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Libro de José Nohé Reyes Granados. Memoria de la historia de la Comunidad Ciudad Romero. Desde el el exilio en Panamá hasta su repatriación en la zona del Bajo Lempa/Usulután en El Salvador/Centroamérica

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USTEDES ESTÁN

LLENOS DE VIDA

Comunidad

Ciudad Romero, Bajo Lempa, Jiquilisco, Usulután

José Nohé Reyes Granados

En memoria de mi madre y de todas las mujeres y

hombres que con su compromiso y testimonio dieron y

siguen dando su vida por esta comunidad. De todo

corazón, un sincero y humilde agradecimiento.

José Nohé Reyes Granados

Prólogo

24de marzo de 2001: la Comunidad Ciudad Romero luce alegre y bonita.

Desde muy temprano nuestra gente se ha levantado a trabajar en los

preparativos para la gran fiesta con motivo de la celebración del vigésimo

primer aniversario de la resurrección en la lucha del pueblo salvadoreño, de

nuestro pastor y mártir OSCAR ARNULFO ROMERO, además del vigésimo

aniversario de la fundación de nuestra comunidad Ciudad Romero en la selva

panameña, y, también, celebramos los diez años de nuestra repatriación de

Panamá a El Salvador para el reasentamiento definitivo de Ciudad Romero en el

Bajo Lempa, Jiquilisco, Usulután;

Las mujeres y algunos hombres preparan cientos de almuerzos; la gente ha

salido a regar las calles para que no haya tanto polvo a la hora de la procesión;

hay globos y palmeras en la entrada principal. La capilla y sus alrededores lucen

muy adornados y está repleta de gente de todas las comunidades de la zona, y

de personas y organismos nacionales e internacionales solidarios y amigos de

nuestra comunidad.

Al fondo de la capilla está el mural de San Romero de América que trajimos de

Panamá. En él se narra el martirio y resurrección de Monseñor Romero y

nuestra historia de lucha y sufrimiento que nos llevó al exilio hacia Honduras y

Panamá, donde permanecimos como refugiados por más de diez años. Los

visitantes preguntan por la historia de la comunidad y cada quien la cuenta a su

propia manera. El problema es que la gente adulta fundadora de esta

comunidad se está muriendo de insuficiencia renal.

Pepe Blanco, un periodista español que acompañó la comunidad desde Panamá,

había prometido escribir un libro sobre Ciudad Romero y yo siempre le andaba

preguntando por el libro.

Un tiempo después, yo leía los interesantes artículos sobre cine, que Elmer

Menjívar escribía en un periódico matutino. Elmer había estado en Ciudad

Romero junto a otros jóvenes estudiantes de la UCA, que vinieron a hacer sus

horas sociales, y cada año este grupo de amigos venían a nuestro aniversario.

Luego Elmer escribió un artículo muy bonito sobre Ciudad Romero que decía:

Ciudad Romero

San Salvador contuvo la respiración por 5 horas. Era el 24 de marzo de 2002 y los poderes civiles, militares y eclesiásticos agacharon la cabeza hasta los talones para que George W. Bush alzara la suya. Y la alzó como revisando esta esquina aforme de su dominio. En la capital, los protocolos se sucedían y el Presidente Flores cachaba el buqué de flores artificiales que le lanzaba su "amigo", el tejano. Mientras tanto, en Ciudad Romero se oficiaba la misa solemne de la fiesta patronal de esta comunidad en el Bajo Lempa, Jiquilisco. El santo que presidía la humilde solemnidad era San Romero de América, el santo clandestino de los pobres salvadoreños. Clandestino porque el "San" se lo robó esta gente al vaticano y se lo colocó a Óscar Arnulfo Romero, aquel obispo que mataron el 24 de marzo de 1980. La coincidencia de los eventos ha sido resaltada por diversas voces, sus matices han sido remarcados y la ironía siempre nos parece deliciosa y oportuna. ¿Quiénes estaban dónde? La capilla de Ciudad Romero estaba llena. Dos horas de misa no cansaron ni al coro de jóvenes ni a las decenas de niños que atendían, a su manera, las diversas partes de esta particular eucaristía. Los grandes, a pesar de estar muchos de pie, seguían con devoción cada invocación del padre Ángel y entonaban a todo pulmón los versos populares -entiéndase al menos contestatarios- de los cantos. También era domingo de Ramos y antes hubo procesión, pero no había burra ni Nazareno, sí había palmas y bienvenida, pero el que llegaba de nuevo, como cada día, era Monseñor Romero, sonriente, con sus gafas de obispo, eternizado en las serigrafías que los niños abanderaban. En San Salvador, tampoco lució mucho Jesús en la burra, no hubo tampoco muchas palmas. Lo que hubo: banderas de los Estados Unidos de América agitándose mientras pasaban las decenas de blindados donde entraba triunfante a la ciudad el jefe de los ejércitos de este mundo. Burros no faltaron, eso sí.

Pero Bush no pasó desapercibido en Ciudad Romero. Cuando se hicieron las peticiones durante la misa, una mujer de unos 70 años, con voz emocionada y mueca severa, pedía a Dios y a Romero por los hermanos emigrantes que viven en Estados Unidos y que trabajan ilegalmente para que la gente aquí, en Ciudad Romero, pueda sobrevivir. Entonces Bush sonó como perseguidor, como Herodes, Pilatos y fariseo: "Ojalá que Bush se toque el corazón y no nos siga matando de angustia por nuestros hijos que trabajan en su país"... "Te rogamos, Señor". También lo trajo al ruedo el padre Ángel al explicarle a la gente por qué el maíz gringo es más barato porque está subvencionado y como si entra al mercado salvadoreño, ellos, los de Ciudad Romero, no podrán competir, porque si bajan el precio no ganarán ni para tortillas. El TLC ofrecido será pecado porque roba, deshonra, miente y hasta mata. Romero sonaba también en su homilía del 6 de enero de 1980: "Un llamamiento a la oligarquía. Les repito lo que dije la otra vez: no me consideren juez ni enemigo. Soy simplemente el Pastor, el hermano, el amigo de este pueblo que sabe de sus sufrimientos, de sus hambres, de sus angustias; y en nombre de esas voces yo levanto mi voz para decir: no idolatren sus riquezas, no las salven de manera que dejen morir de hambre a los demás. Hay que compartir, para ser felices. El Cardenal Lorscheider me dijo una comparación muy pintoresca: hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los dedos. Creo que es una expresión bien inteligente. El que no quiere soltar los anillos se expone a que le corten la mano; y al que no quiere dar por amor y por justicia social, se expone a que se lo arrebaten por la violencia..." Ciudad Romero también contó su historia. Dramática, increíble, humana. Cada año San Romero de América recibe aquí un homenaje sincero, cotidiano, de santo patrón. No sólo los que habitan de continuo esas tierras del Bajo Lempa se daban cita. Misioneras, vecinos, universitarios, políticos, gente solidaria de todos lados rendía homenaje a Romero y a esta ciudad. En este 2002, el homenaje empezó después que el gallo cantara anunciando que el santo había sido negado por el hombre de su iglesia. Ciudad Romero no negó a Romero. Este pueblo dio sus espaldas a Bush y sus lacayos locales; y vive como siempre su tributo a San Romero: nuevo, rico, joven, digno y salvador. Elmer L. Menjívar Q. 26 de marzo, Ciudad Romero, Jiquilisco, Usulután”.

mí me gustó este artículo Y en seguida fui donde Elmer a proponerle

que escribiera un libro de la comunidad. “Ciudad Romero tiene una

historia muy interesante, me dijo, pero más interesante sería si alguien

de la comunidad la escribe. Vos mismo podés hacerlo, solo tenés que sentarte

ha escribir, porque sos parte de esa historia”.

Yo pensé que Élmer bromeaba o que simplemente no le interesaba nuestra

historia. De pequeño nunca tuve tiempo ni libros para leer y con costo había

leído dos o tres libritos en toda mi vida. “Pichula Cuellar”, de Mario Vargas

Llosa, fue el primer librito que don Erick nos obligó a leer en séptimo grado

cuando varios güirros y güirras de Ciudad Romero teníamos que caminar 12

kilómetros, con el charco a las rodillas, para poder llegar a clases en la escuela

de San Marcos Lempa.

Es en serio -insistió Elmer-, yo puedo ayudarte, o proponérselo a Silvia Elena.

Recién iniciaba en la Universidad Tecnológica como estudiante de Derecho,

pero como me gustaba la música, cantaba en el coro universitario y la

Licenciada Silvia Elena era la directora de la Unidad de Cultura. Es una poeta

reconocida, ha estado varias veces en Ciudad Romero y es una excelente

persona. Ella me regaló uno de sus libros, autografiado y me animó para que yo

escribiera el libro.

Pensé entonces que se podía hacer algo sencillo, como escribir un pequeño

resumen de las cosas más importantes de la comunidad, así como la gente me lo

había contado y lo que mi familia y yo habíamos vivido. El padre Ángel se

divierte escuchando esas pasadas chistosas que a veces cuento sobre la selva

panameña, y siempre me ha dicho que debo escribirlas.

Ya tenía unas entrevistas que le había hecho a mi mamá cuando me pidieron mi

autobiografía en la Universidad. Y cuando leí el contenido final, me di cuenta

que queriendo contar mi vida, sin darme cuenta había escrito una buena parte

de la historia de mi comunidad…

“Peor es nada”, decimos en Ciudad Romero, así que me compré una grabadora

usada en el mercado negro por solo 100 colones y comencé a entrevistar a a la

gente que en un momento determinado, estuvieron dirigiendo la comunidad.

Empecé con Neftalí Velásquez, Chungo Fuentes, Jorge Villatoro, Toño Amaya,

A

Don Chabelo y Mario Ordóñez. También entrevisté otra vez a mi mamá, a mi

papá, a Tito y mis hermanas Mabel y Cristina.

Dijeron cosas interesantes y me llamó la atención que todos contaban su propia

historia, pero coincidían en los puntos más importantes de cada entrevista y se

complementaban cronológicamente unas con otras así que reconstruí una sola

historia que junté de la siguiente manera:

Capítulo I

LOS HUMILDES

CAMPESINOS DE

NUEVA ESPARTA

LOS FUNDADORES Y FUNDADORAS DE CIUDAD ROMERO

Ya nos conocíamos desde muy pequeños, todos campesinos y campesinas, unidos

por vínculos familiares, de amistad o, simplemente, de vecinos de los cantones

El Portillo, Ocotillo, Corralito, La Hondurita y otros del municipio de Nueva

Esparta, ubicado al norte del departamento de La Unión, cerca de la frontera

con Honduras. La mayoría cultivaba sus tierras y bajaban al pueblo a vender sus

productos. Tenían sus animalitos como gallinas, cerdos, chumpes, cabras y muy

pocos tenían su vaquita.

Algunas familias tenían tierra propia para trabajar, otros arrendaban

pedacitos de tierra para poder cultivar lo poco que se podía en esos cerros

pedregosos, como maíz, frijoles, maicillo y guineo.

Todas estas actividades resultaban insuficientes para sostener a las familias,

pues eran numerosas, y en ese tiempo y lugar, lo normal era que una familia

tuviera cinco, ocho, diez, doce y hasta quince hijos. De manera que, por las

razones mencionadas, la gente permanecía trabajando sus tierras desde abril a

noviembre, y de noviembre a marzo salía con sus hijos a buscar trabajo en las

grandes haciendas del centro y occidente del país, a las cortas de café, a las

cortas de caña, de azúcar y algodón. Mas en las haciendas de agro-exportación,

ninguna o muy pocas condiciones sociales y económicas dignas se les

garantizaban. Trabajaban todo el día por tres colones, mal alimentados y por

las noches dormían bajo los árboles, cada quien llevaba su petate o hamaca y su

cobijita. Siempre estaban sujetos al maltrato de los patronos, caporales y

capataces.

Cuando tenían suerte ganaban algunas fichitas, pero otras veces se

enfermaban y debían regresar a sus casas para curarse con plantas y yerbas.

Los jornaleros estacionales constituían, de hecho, una fuerza de trabajo

movible de acuerdo a las demandas del sector agrícola de exportación que se

había apropiado de todas las tierras más fértiles de El Salvador. A través de

decretos legislativos, la oligarquía de este país abolió y expropió las tierras

comunales y ejidales, obligando a los campesinos a replegarse hacia las tierras

menos fértiles o a los cerros. Creo que eso explica por qué nosotros vivíamos

en esos cerros.

Casi nadie iba a la escuela porque estaba muy lejos y la gente no tenía como

cubrir los gastos. Por la misma necesidad, los niños teníamos que trabajar

desde muy pequeños. Se les compraba su cuma y, ya más grandecitos, se les

compraba su canastillo para llevarlos a las cortas de café.

La mayoría de la gente era muy creyente. Siempre se reunían los domingos para

celebrar la palabra de Dios. Cuando alguien moría siempre acompañaban a la

velación de cuerpo presente y luego a los nueve días de rezo.

Las fiestas se realizaban durante el día, con grupitos musicales de chanchona,

guitarra y violín. “Es que sonaban los caites a mediodía en punto, oiga”.

LA REPRESIÓN SOLO ERA PARTE DE NUESTRA VIDA

Para nosotros era como normal todo lo que la Guardia Nacional (GN) hacía. Con

frecuencia uno veía cómo los militares de la Policía de Hacienda (PH) y de otros

cuerpos represivos torturaban a la gente en las calles y caminos. Uno no podía

mirar a los ojos de un PH porque te dejaba escupiendo sangre de los grandes

culatazos y patadas que te daba en el pecho y estómago.

Si encontraban a un campesino buscando leña en las inmensas haciendas, allí no

más lo mataban y nadie podía decir nada. La propiedad privada de los ricos valía

más que la vida de cualquier campesino. Eso venía desde los tiempos de antes y

uno solo tenía que aguantar y dejarle las cosas a Dios, así nos habían enseñado

los sacerdotes de ese tiempo.

Las dictaduras militares nos obligaban a prestar servicio militar. Los hombres y

los jóvenes eran reclutados para llevarlos al cuartel o como reserva a las

“Escoltas cantonales”.

Isabel Ordóñez o Don Chabelo:

Yo era comandante cantonal del Ocotillo. En el Ocotillo

habíamos dos comandantes, Leonardo Villatoro y yo. Yo

comencé a prestar servicio militar desde 1957. Era ley

que uno tenía que prestar servicio militar y no podíamos

decir que no. Para la guerra con Honduras ya estaba en el

ejército, y como nosotros vivíamos cerca de la frontera nos mandaban con las

patrullas sin armas, sólo con los machetillos a esperar la tropa hondureña. Nos

mandaban de carne de cañón, eso sí que éramos buenos con los machetes.

Una vez teníamos un retén en la calle cuando venía un jeep militar, bien

despacito, porque la calle era muy mala. Nosotros teníamos ordenes de no

dejar pasar a nadie, entonces le salimos a hacer alto con los machetes y, como

no paraba, uno de los Yánez le gritaba con el machete alzado: ¡Si no para pico

llanta, si no para pico llanta! El carro paró y se bajó un militar bien armado y

sólo se puso a reír. ¡Si el ejército hondureño hubiera entrado, a nosotros eran

los primeritos que nos iban a matar! Pero gracias a Dios que lueguito se acabó la

guerra.

Raúl Velásquez:

En los tiempos que el PCN gobernaba, eran puros militares, y todo estaba

militarizado el día de las elecciones. A la fuerza lo hacían ir a votar a uno,

porque si la guardia y los soldados lo paraban a uno, y no le veían la marca de

que había votado, lo golpeaban todo y se lo llevaban preso. Por eso la gente iba

a votar. Pero los mismos soldados le marcaban la papeleta a uno, o lo obligaban

a votar por Conciliación Nacional. Después que uno había votado por ellos, le

daban un tiquete para que fuera a comer.

Pero para las elecciones presidenciales de 1972, la gente se arriesgó a votar

por otro partido, por el PDC, y ganamos. Pero los militares no entregaron el

poder.

En 1977, volvieron a haber elecciones, y ganamos otra vez, entonces fue con un

nuevo partido, La Unión Nacional Opositora (UNO), pero tampoco entregaron el

gobierno. Esa vez dejaron de presidente al General Romero. Ese viejo era más

represivo con el pueblo todavía. Entonces, la gente fue entendiendo que con

elecciones no se iba a cambiar nada, y que había que luchar de otra forma. Allí

en el cerro, nos organizamos en las Ligas Populares 28 de Febrero.

Participábamos en las marchas y protestas del pueblo, para exigir nuestros

derechos, porque el gobierno no respetaba nada, ni los derechos humanos, ni

los derechos civiles ni nada. Había que cambiar ese régimen. Por eso las

organizaciones populares tomaban cada día más fuerza, y comenzaron a tomar

acciones de hecho. Se organizaban grandes marchas pacíficas para exigir al

gobierno un alto a la represión, pero no. Nada de eso servía. A mi me enviaron a

cumplir una misión al cuartel de La Unión. Yo entré al ejército como voluntario

y desde allá estaba pasando toda la información. Teníamos que buscar la forma

de defendernos, porque no había de otra en esos tiempos.

PERO LA REPRESIÓN AUMENTÓ

Después del golpe de Estado al General Romero, el 15 de octubre de 1979,

aumentó la represión en todo El Salvador por parte de los cuerpos represivos y

de los grupos de exterminio de extrema derecha, entre ellos, la Organización

Democrática Nacionalista ORDEN, y los escuadrones de la muerte del mayor

D`Abuison.

El comandante Juan Martínez de Nueva Esparta, también reprimía a la gente

con sus escoltas cantonales, cuenta Don Chabelo:

Nos obligaban a reclutar la gente y no nos daban armas. La gente se nos corría

o se nos paraba con el machete dispuesta a morir antes de ser reclutada para

ese ejército asesino. Si algo nos pasaba estábamos fregados, porque nosotros

servíamos al gobierno bajo nuestro propio riesgo. La pobre gente estaba más

jodida porque ya no estaba segura en ningún lado, porque antes la gente no

salía para no ser reclutados, pero ahora los estábamos llegando a sacar de sus

casas y hasta de sus trabajos. La gente tuvo obligadamente que organizarse

porque no tenía otra salida.

Pero el mensaje de la palabra de Dios, el mensaje de Jesucristo estaba

cambiando. Aparecen las organizaciones de base de la Iglesia, y el mensaje

liberador de Monseñor Romero, el Arzobispo de San Salvador. En donde el

Reino de Dios ya no está únicamente en el cielo, sino que se empieza a construir

aquí en la tierra, y si el reino de Dios está también en la tierra, entonces no

puede ser la voluntad de Dios tanta represión, tanta explotación, persecución,

asesinatos, desapariciones etc. Monseñor Romero hacía el llamado a que ningún

cristiano debía quedarse callado ante tanta abominación. Y nos decía:

“Cada uno de ustedes tiene que ser un micrófono de Dios. Cada uno de ustedes tiene que ser un mensajero, un profeta. Siempre existirá la Iglesia mientras haya un bautizado, ahí hay que decir algo en nombre de la verdad que ilumina

las mentiras de la tierra. Y ese único bautizado que quede en el mundo, es el que tiene ante el mundo la responsabilidad de mantener en alto la bandera de la verdad del Señor y su justicia divina. Por eso da lástima pensar en la cobardía de tantos cristianos y en la traición de otros bautizados. ¿Pero qué están haciendo, bautizados en el campo de la política? ¿Dónde está su bautismo? Bautizados en las profesiones, en los campos de los obreros, en el mercado. No seamos cobardes, no escondamos el talento que Dios nos ha dado desde el día de nuestro bautizo y vivamos de verdad la belleza y la responsabilidad de ser un pueblo profético” (Monseñor Romero, Homilía 8 de julio de 1979).

“Yo denuncio sobre todo la absolutización de la riqueza. Este es el gran mal de El Salvador: la riqueza, la propiedad privada como un absoluto intocable y ¡ay del que toque ese alambre de alta tensión, se quema! No es justo que unos pocos tengan todo y lo absoluticen de tal manera que nadie lo pueda tocar, y la mayoría marginada se está muriendo de hambre” (Homilía 12 de agosto de 1979). “¿Qué otra cosa es la riqueza cuando no se piensa en Dios? ¡Qué sacrificios enormes se hacen ante la idolatría del dinero! No solo sacrificios, sino también iniquidades. Se paga para matar. Se paga el pecado. Y se vende. Todo se comercializa. Todo es lícito ante el dinero.” (Homilía 11 de septiembre de 1977.) Al igual que Jesucristo, Monseñor fue señalado y acusado por el tirano o la

oligarquía que siempre se creyó dueña de este país. Y fue amenazado por el

grupo de asesinos más sangrientos de la historia de El Salvador, los

Escuadrones de la Muerte, fundado y liderado por Roberto D’abuison. Pero

Monseñor les contestó:

“El Dios de los cristianos no tiene que ser otro, es el Dios de Jesucristo, el del que se identificó con los pobres, el del que dio su vida por los demás; el del Dios que mandó a su Hijo Jesucristo a tomar una preferencia sin ambigüedad por los pobres… …No hay más que un líder: Cristo Jesús. Jesús es la fuente de la esperanza. En Jesús se apoya lo que predico. En Jesús está la verdad de lo que estoy diciendo… …Volvemos aquí a la opción preferencial por los pobres. No es demagogia, es evangelio puro”. (Homilía 30 de septiembre de 1979).

“Ahora la Iglesia no se apoya en ningún poder, en ningún dinero. Hoy la Iglesia es pobre. Hoy la Iglesia sabe que los poderosos la rechazan, pero que la aman los que sienten en Dios su confianza… Esta es la Iglesia que yo quiero”. (Homilía 28 de agosto de 1977). “La persecución es una nota característica de la autenticidad de la Iglesia… Esto no quiere decir que sea normal esta vida de martirio y de sufrimiento, de miedo y de persecución, sino que debe significar el espíritu del cristiano. No estar con la iglesia únicamente cuando las cosas andan bien, sino que seguir a Jesucristo con el entusiasmo de aquel apóstol que decía: si es necesario muramos con él. (Homilía 11 de marzo de 1979). “Por eso insisto yo, mucha oración. Oremos, pero no con una oración que nos aliene, no con una oración que nos haga fugarnos de la realidad. Jamás vayamos a la iglesia huyendo de nuestros deberes de la tierra. Vayamos a la iglesia a tomar fuerzas y claridad para retornar a cumplir mejor los deberes del hogar, los deberes de la política, los deberes de la organización, la orientación sana de estas cosas de la tierra. Estos son los verdaderos liberadores” (Homilía 11 de noviembre de 1979). “¿Por qué sólo hay ingreso para el pobre campesino en la temporada del café, del algodón y de la caña? ¿Por qué esta sociedad necesita tener campesinos sin trabajo, obreros mal pagados, gente sin salario justo? Estos mecanismos se deben discutir no como quien estudia economía, sino como cristianos, para no ser cómplices de esa maquinaria que está haciendo cada vez gente más pobre, marginados, indigentes.” (Homilía 16 de diciembre de 1979). El mensaje se difundía rápidamente, los sacerdotes y los predicadores de la

palabra de Dios, fueron actores importantes en este esfuerzo.

Antonio Amaya:

Yo nací en 1942, en Lislique, en el cantón el Terrero.

Mi papá trabajaba en correos nacional, entonces nos

fuimos a vivir a Corinto. A pie le tocaba andar por

todos esos cerros, desde Corinto hasta Gotera o

Santa Rosa venía caminando. Entonces no había ni

bicicletas. Pero mi mamá murió cuando yo tenía ocho años. Entonces fue que me

fui para Nueva Esparta, con mis abuelos que vivían en el Portillo.

Nosotros trabajábamos igual que todos los campesinos en esos cerros,

sembrábamos maíz, maicillo y frijoles. Pero eso no alcanzaba para comer todo

el año, entonces lo que hacía la gente era vender las cosechas a los ricos, y

cuando uno de pobre venía a cosechar, ya todo estaba vendido. El que

trabajaba la tierra solo se quedaba con el trabajo y a veces uno no alcazaba a

pagar. A veces uno estaba bien sudado aporriando el maicillo, cuando llegaban

los viejos ricos con sus bestias y se sentaban debajo de los árboles, a esperar

que uno terminara de aporrear, para llevarse la cosecha. No nos dejaban ni

siquiera para las tortillas del siguiente día. Después ellos mismos lo

contrataban a uno de jornalero y nos pagaban con el mismo maíz que nos habían

quitado. Nos sacaban el jugo de todas formas.

Entonces yo me vine para Usulután a buscar trabajo. Estuve trabajando en la

Normandía y después me trasladé a las Californias, a trabajar en las salineras.

Allí me establecí pero venía a trabajar hasta La Maroma y Nancuchiname. Aquí

en el Zamorano era un campamento, porque el casco de la hacienda estaba en

San Marcos Lempa. Todas estas tierras eran puras algodoneras y arrozales. Yo

sufrí en carne propia la explotación. La guardia era pagada por el gobierno pero

cuidaba las haciendas de los ricos. En cada campamento había una pareja de

guardias para reprimir a los trabajadores. Un día yo estaba en la cola para la

pesa, cuando un viejito como de unos setenta años estaba con su puchito de

algodón que se lo estaban pesando, y como esos viejos le robaban a uno en la

pesa, entonces el viejito se le quedó viendo a la pesa y el pesador le gritó “y vos

qué miras, querés pesar vos”, y el viejito solo agachó la cabeza y le dijo que no,

y como los guardias siempre estaban encima apuntándole a uno con los grandes

fusiles; entonces llegó un guardia y preguntó qué pasaba. No le dijo el pesador,

este viejo que está de rebelde. Y el guardia le pegó una pechada al pobre señor

que lo aventó por allá. Daba cosa mirar aquello, y la gente sin poder hacer

nada, porque Dios guarde, a esos ni se les podía ni mirar; y unos hombres cholos

que estaban allí cerca con sus machetes, solo se restregaba la cara, pero cómo

podían hacer algo. Si a la guardia le pagaba el gobierno para que fuera a cuidar

las haciendas de los oligarcas y estaban al servicio de ellos, esa era la patria

que ellos y los soldados decían que defendían. Lo que ellos hacían en esas

haciendas con uno ni siquiera se le puede llamar injusticia, era peor que una

injusticia. Un peso con veinticinco centavos le pagaban a uno por trabajar todo

el día, y nos daban las famosas chengas que eran unas tortillas que hacían en

una maquinita. Esas chengas eran duras, que te aseguro que si te pegaban con

el filo de una chenga en la frente, te hacía una gran herida.

Eso fue como en 1958 y yo aguanté varios años trabajando para ellos. En 1971

yo regresé a Nueva Esparta y me casé. Luego fui invitado para venir aquí a

Jiquilisco, a pasar unos estudios para ser celebrador de la palabra de Dios,

estudios de pastoral comunitaria. A mí siempre me gustaron las cosas de Dios y

cuando estuve en Tierra Blanca, yo fui sacristán. Entonces me vine para

Jiquilisco a estudiar. Los pasionistas tenían un centro de estudios y allí

habíamos gente de todo el país y conmigo también venía Edelio Avelar.

A partir de 1973, yo regresé a Nueva Esparta y comenzamos el trabajo

pastoral con el hermano Rigoberto Portillo y Edelio. Cubríamos casi toda la zona

norte del departamento de La Unión. Nosotros fuimos preparados para

trabajar con la comunidad, para organizarlas y llevarles la buena nueva de la

palabra de Dios, del Dios de la vida y no del Dios de la muerte y del miedo como

tradicionalmente se nos había enseñado. Denunciando la injusticia y la opresión

que los campesinos vivíamos, tal como nos orientaba Monseñor Romero.

Yo conocí a Monseñor Romero allí en Sesori. Tuve el honor y la dicha de

estrechar su mano, y no lo digo por vanagloriarme, pero así fue. Él llegó para la

fiesta de la Concepción, el ocho de diciembre. Nosotros no trabajábamos

directamente bajo la línea de Monseñor, pero escuchábamos sus homilías y su

mensaje en la Radio YSAX, eso lo formaba y lo hacía crecer a uno. Y como dice

la palabra de Dios, la verdad os hará libres. A través de la palabra de Dios se le

iba abriendo los ojos a la gente. Después nosotros éramos cinco con el hermano

Neftalí Velásquez y el hermano Germán Benítez, y fuimos perseguidos por el

ejército. Ya nos había amenazado el comandante local de Nueva Esparta de que

a los cinco nos iba a cortar la cabeza, porque decía que nosotros éramos

comunistas. Pero ellos mismos se contradecían, porque también decían que los

comunistas eran ateos, y nosotros lo que andábamos haciendo era predicar el

evangelio, con la Biblia en la mano. Los ateos del diablo eran ellos, porque

asesinaban a los campesinos, a los sacerdotes y predicadores de la palabra;

porque al hermano Germán Benítez lo mataron y a nosotros nos buscaban por

todos esos cerros, pero la gente nos protegía. Al final solo quedamos Edelio,

Neftalí y yo, porque después que mataron al hermano Germán, el hermano

Rigoberto Portillo se fue exiliado para Canadá.

Fueron tiempos muy difíciles, pero también fueron tiempos hermosos, porque la

gente se liberó, perdió el miedo y se organizó para luchar en contra de la

injusticia. Era triste lo repito, pero era bonito ver a la gente manifestándose

pacíficamente por la vida, la gente estaba dispuesta a provocar un cambio como

decía Monseñor Romero. La gente nos apoyaba, teníamos muchas casas de

apoyo; los dueños de las casas de apoyo debían mantener en la clandestinidad a

los dirigentes porque eran perseguidos por la guardia, darles la comida y

colaborar en lo que fuera necesario. Tenía que ser gente de confianza porque

ellos pasaban a ser parte de la familia, así tuvimos varias casas de apoyo, como

la del compa Mencho y la comadre Antolina, la de Neftalí, la de don Ursulo y la

de la señora Chabela Jiménez.

Antolina Granados:

A veces yo cruzaba cerros y cerros para ir a una misa o a una

celebración de la palabra de Dios. Siempre escuchaba las

homilías de Monseñor Romero. Así fue que fui entendiendo que

tanta injusticia en contra del pueblo no era la voluntad de Dios,

y que era posible cambiar esa situación si todos nos

organizábamos. Dios guarde, si la gente temblaba cuando veía a

un guardia. Los jóvenes eran reclutados forzosamente y los

campesinos no teníamos derechos. Así fue que se hicieron las

primeras reuniones en mi casa con los catequistas. Y Mencho era

cabo de la escolta del Ocotillo, pero él no estaba de acuerdo con todas la

matanzas que el Comandante hacía contra nuestra misma gente.

Enemecio Reyes (Don Mencho):

Yo era cabo de la escolta del Portillo, y el comandante local

nos enviaba a reclutar gente. Era obligación traerle cinco

reclutas y, si no, nos cobraba cinco colones, que en ese

tiempo era mucho dinero. De manera que si no llevábamos

ninguno, nos tocaba pagarle veinticinco colones al

comandante, o someternos a un castigo. Por eso nos

veíamos obligados a reclutar hasta nuestra misma gente e

incluso a nuestros mismos familiares. Otras veces la gente nos daba los cinco

colones del comandante y los dejábamos ir.

La gente caminaba con un gran miedo porque hasta de los trabajos los íbamos a

sacar. Eso obligó para que la organización fuera mucho más rápida, y la gente

colaboraba porque apenas miraban la tropa salían corriendo para dar aviso a

los demás.

Pero al mismo tiempo yo estaba organizado, mi casa ya era casa de apoyo.

Acabábamos de terminar de construirla, era de teja y paredes de adobe, bien

grande, con dos corredores y rodeada de árboles. Tenía una gran vista para el

pueblo porque estaba en la mera puntita del cerro el Ocotillo. Allí dormían los

dirigentes de las organizaciones populares. Después también fue punto de

encuentro de los dirigentes de las demás zonas como Morazán, San Miguel y

San Salvador, porque la punta del cerro era bien estratégica.

Nosotros teníamos bien claro que este trabajo era clandestino. Hasta ese

momento nadie andaba armado, ni se oía hablar de guerrilla, ni, mucho menos,

de guerra, porque la concientización se estaba haciendo desde la fe cristiana,

los catequistas y delegados de la palabra ya estaban metidos de lleno en esta

misión.

Pero después nos fuimos dando cuenta, como dice la canción de los Guaraguaos,

que “no bastaba con rezar”, no bastaba con marchas ni protestas pacíficas,

porque la guardia incrementó sus operativos y las marchas las disolvían a

balazos.

Luego se nos planteó la necesidad de formar una guerrilla para luchar por la vía

armada en contra de la dictadura militar. Y fue entonces que llegaron el

comandante Gonzalo y el comandante Milton, con tres hombres más y algunas

armas. Ellos también se quedaban en mi casa, pero pasaban todo el tiempo

encerrados en uno de los cuartos, estudiando, planificando; allí conocimos

también a Rafael Arce Zabla, y me acuerdo que le gustaba jugar con vos cuando

estabas recién nacido, y decía que ibas ser un gran hombre porque habías

nacido el mismo día que nacieron las Ligas Populares 28 de febrero (LP 28).

Por las noches reuníamos la gente en el campo para recibir entrenamiento, unos

para incorporarse a la guerrilla y otros para estar listos en el momento

necesario, porque ya se veía venir la guerra encima y teníamos que estar

preparados. Lo primero que nos enseñaron fue a defendernos de un Policía de

Hacienda (PH), también nos enseñaron a usar y desarmar pistolas y algunas

estrategias de combate: cómo hacer una retirada, cómo rodar o avanzar en la

línea de fuego, etc. La situación ya estaba insoportable y entonces si ya se

hablaba de una defensa a través de las armas para liberar al pueblo de tanta

opresión.

En febrero de 1980 ya había bastante gente concientizada y un buen grupo

venimos a apoyar la manifestación pacífica y toma de Catedral de San Miguel,

porque en todo el país ya la gente no aguantaba y se estaba manifestando para

denunciar tanta injusticia. Pero esa vez murió mucha gente y, entre ellos, el

finado Juan Granados, que acababa de salir del cuartel; los soldados lo

agarraron a balazos mientras colocaba una pancarta frente a catedral. El

Obispo de San Miguel Eduardo Álvarez, que también era coronel, fue el que

autorizó la entrada del ejército a catedral, para que hicieran la masacre. Julión

Jiménez, que también estaba poniendo la pancarta, fue alcanzado por una

granada que le desgarró la pierna izquierda. A Julio lo llevamos para mi casa y

luego los compas lo sacaron para Honduras. Al finado Juan lo trasladaron a

Nueva Esparta, y bajó mucha gente a la vela. Durante la vela y el entierro, el

comandante local y los orejas estuvieron anotando en una lista a todo el que

llegó, porque dijeron que eran guerrilleros, y desde entonces quedamos

quemados.

LA MASACRE DE CATEDRAL

Virginia García y Vicenta, fueron algunas de las sobrevivientes de la masacre

de Catedral y ellas relatan:

Esa vez íbamos un buen grupo para la manifestación en San Miguel y allí nos

dijeron que la protesta era a nivel nacional y que se iba a hacer una sola

manifestación en San Salvador. Nos subimos a los buses y salimos. Desde la

Plaza Cívica hasta la Plaza Libertad, estaba que no cabía otra alma, protestando

y exigiendo un cese a la represión. De repente vimos que venía el gran poco de

animales con tanquetas y cañones. Desde los edificios nos empezaron a

disparar, mataban a la gente como matar hormigas. Linda tenía como doce años

pero yo nunca la dejaba, ahí la andaba en todas las marchas pero esa vez se me

perdió. Cuando pasó la balacera yo salí corriendo para la Universidad Nacional y

allí quedó el gran poco de gente tirada. Me perdí del grupo y de mi hija. En la

noche la gente estaba llegando a la Universidad Nacional y gracia a Dios un

cura llegó a dejar a Linda que se había refugiado en la Iglesia El Rosario. El

siguiente día nos llevaron para reconocer a los muertos y yo sólo conocí al

finado Tacho que estaba tirado en medio de aquel gran montón de muertos.

Hubo una misa por todos los caidos y allí estuvo Monseñor Romero, nos dio

palabras de consuelo y habló bien fuerte en contra del gobierno asesino.

Las últimas protestas pacíficas las hicimos en las tomas de Catedral de

Usulután y La Unión. En la catedral de Usulután casi muere Payinsito, que fue

uno de los primeros que llegó para organizar a la gente en el cerro. Se cayó

desde el campanario, pero como era chiquito, no se mató.

LA LISTA NEGRA

Enemecio Reyes, Matías Ramírez, Neftalí y Gabriel Velásquez:

Mientras tanto, en Nueva Esparta, estaban construyendo una cancha de fútbol

y el comandante local Juan Martínez ponía a trabajar a las escoltas de todos

los cantones. Los primeros días todos fuimos a trabajar, pero luego ya no

quisimos porque nos tenía de esclavos y había pisto para esa cancha. Entonces

nos reunió a todas las escoltas y muy enojado nos comenzó a amenazar, a gritar

que éramos unos subversivos; yo sé que aquí hay subversivos, y a todos los voy

a guindar uno por uno de este tirante, dijo, les voy a quitar la cabeza y la voy a

trabar en los palos para que quede de ejemplo. Y agarró a Matías del pescuezo

y le ordenó a Chevo que lo ahorcara.

Chevo era mi hermano, y mi propio hermanito me iba a guindar ese día. Yo era

soldado de la escolta del Portillo, pero los orejas ya tenían bien chequeado que

yo estaba participando en un cursillo de las familias de Dios, ya me habían

puesto el dedo porque las cosas de Dios eran prohibidas; si a uno lo veían en

una reunión o lo encontraban con una Biblia era segura ahorcada la que tenía. El

mensaje de liberación venía desde el evangelio y esa era la línea de Monseñor

Romero, por eso la gente lo quería tanto; y por eso mismo también ellos lo

odiaban y lo habían amenazado a muerte. Ellos nos acusaban de ser comunistas

y nosotros ni siquiera sabíamos qué significaba esa palabra. Lo asesinaban a uno

por andar una Biblia y predicar la palabra de Dios, pero a la gente le decían que

éramos comunistas y que los comunistas eran ateos. Se inventaban cualquier

cosa para matarlo a uno.

El Comandante Local ya me tenía en la lista negra. Esa vez me puso de rodillas y

me metió en cañón de la pistola en la boca. Verdad que vos sós subversivo, hijo

de puta, - me gritaba /, y yo sólo esperaba que mis sesos chispiaran la pared.! Y

Chevo haciéndose el loco, nunca encontraba el lazo para ahorcarme; Chevo era

comandante de un cantoncito por allá arriba y también era oreja, al igual que

Cornelio, mi otro hermano. Pero no tenía huevos de ahorcarme, y el viejo le

gritaba, que si no se apuraba lo iba a guindar a él también… ¡No, hombre, si esa

vez la vi bien cerquita!-

-Desde ese día la mayoría de los que andábamos en la escoltas ya no

regresamos al llamado del comandante, porque sabíamos que no estaba

bromeando, y si alguien no se presentaba decían que era subversivo. Por eso

cuando alguien faltaba a trabajar tenía inmediatamente que salirse de la casa y

dormir en el monte porque de lo contrario no amanecía.

Entonces el comandante mandó a sacar una gran lista de todos los soldados que

no quisimos seguir trabajando en la cancha, y la juntó con la otra lista que ya

tenía de los catequistas y los que habían ido a la marcha y al entierro del finado

Juan. Así habían anotado casi toda la gente de esos cerros.

En los retenes que ponían los soldados le pedían los documentos a la gente y

buscaban en la lista. El que aparecía en la lista hasta allí llegaba sin más

averiguaciones. Todos los días amanecía gente descabezada en los caminos. La

tropa subía por la noche a los cantones a sacar la gente, si no las encontraban

se llevaban las cositas de la casa y las que no las destruían. Y si lo encontraban

a uno en la casa, lo mataban con todo y familia.

Una de las cosas que más indignó a la gente fue cuando Juan Martínez mandó a

matar a toda la familia del finado Matilde Velásquez, sus dos hijos, y al yerno

que se acababa de casar. Los llegaron a sacar de la milpa donde estaban

trabajando. Los descabezaron, les cortaron las mejillas y ensartaron las

cabezas en los postes del cerco, mirando sus cuerpos descuartizados. También

mataron al finado Carmen Castellón. Él ya sabía que estaba en la lista pero esa

noche le dolía demasiado una muela y fue a la casa a buscar remedio, allí lo

estaban esperando. Después mandó a matar al finado Germán que era

catequista y rezador, al finado Adelio Velásquez, Juan Salmerón, al finado

Saturnino Villatoro. Llevaban corte parejo de todos los que estábamos en la

lista.

Ya nosotros no teníamos vida, porque esa lista la repartieron por todos los

cantones, ya no podíamos salir para ningún lado porque los orejas estaban en

todas partes, incluso dentro de la misma familia. La misma familia le cerraba

las puertas a uno porque si la tropa se daba cuenta que uno había llegado

también se los llevaban a ellos.

QUERÍAN MORIR DEFENDIENDO SU GENTE Y NO “LA PATRIA”

El reclutamiento en el ejército era forzoso, y reclutaban solamente a los hijos

de nosotros mismos, los pobres. Pero ya dentro de los cuarteles, les lavaban el

cerebro, y les decían que estaban allí para defender a la patria de los

comunistas, de los subversivos y terroristas. Por lo tanto, asesinar a un

campesino o a un grupo de campesinos que ellos señalaran de comunistas, era

defender y hacer patria. Hasta se corrió una frase que decían “has patria,

mata un cura”. Por eso muchos soldados del ejército se desertaron y varios se

incorporaron a las filas guerrilleras, algunos porque ya habían sido

concientizados antes de ser reclutados y otros que tomaban conciencia al

darse cuenta que su familia había sido asesinada a manos de su mismo ejército.

Eso hizo que el grupo armado en ese cerro creciera, porque hasta entonces

eran muy pocos los que andaban. Nadie quería meterse a la guerrilla y por eso

la gente luchaba en las calles, rezaba y se manifestaba de mil maneras, para

que esa pesadilla se acabara. El dolor, la indignación y el terror fue que los

obligó poco a poco a incorporarse.

Hubo una reunión con el grupo armado en donde se decidió que no había otra

salida que bajar a quitar al comandante, porque todos estábamos en la lista

negra y llevaban corte parejo. Planearon el ataque para las nueve de la mañana

de un día jueves, que es el día de comercio en el pueblo. Entre los que iban a

llevar a cabo la operación estaban el finado Mauricio Velásquez, que se había

desertado del ejército después de enterarse de la muerte de sus primos

Matilde y Adelio. Solo “el cubano” le decían porque era alto y moreno. También

iba el finado Rosa que solo le decían “Cabriíllo”, y el finado Tino, recién

desertados del ejército. Estaban muy bien entrenados porque ellos mismos les

habían enseñado.

Cabal, a las nueve de la mañana se escucharon los disparos. Dicen que todavía

fueron a recuperar la pistola, se agarraron los tres de la mano y salieron

corriendo juntos para el lado del cementerio y luego subieron por el Portillo

rumbo al Ocotillo. Todo el mundo cerró las puertas y nadie los conoció, y si

alguien los vio no se acordaba, porque a ese viejo asesino nadie lo quería.

Decían que habían sido unos cubanos.

Ese fue un duro golpe para el gobierno porque ese asesino era uno de los fieles

servidores de la burguesía y nunca imaginaron que la gente desesperada podía

responder de esa manera.

Como a las ocho de la noche subió el operativo militar y nosotros sólo

escuchábamos la gran balacera porque todo el mundo ya no estaba en sus casas

desde que publicaron la lista negra. Por eso estamos vivos, porque los que no se

salieron ya no están para contar el cuento.

A la casa de Mencho fue la primerita que le cayeron. Dice él:

Los orejas ya sabían que mi casa era casa de apoyo, por eso éramos de los

primeros en la lista. A Vicenta la habían puesto de comandante. Ametrallaron la

casa por todos lados, que si hubiéramos estado dentro no hubiera quedado

ninguno. Botaron las puertas y tiraron piedras en el tejado, pero esa vez no la

quemaron. Baliaron a los perros y vaciaron toda la cosecha que teníamos;

revolvían un saco de fríjol, otro de maíz, otro de maicillo y quebraron toditos

los trastes.

El siguiente día llegué a ver la casa. La habían dejado sin puertas, no había nada

que pudiera servir. La bala que le pusieron a la chapa de la puerta había pasado

una gallina que estaba echada, pero no pasó la pared de adobe. Yo estaba

dentro de la casa cuando escuché un tropelito afuera. Me tiré en el suelo con la

pistola en la mano, yo andaba dispuesto a todo. Les hice la consigna y luego me

contestaron. Era Santos, el novio de Cristina, que me habían ido a buscar. El

patio de la casa amarilleaba de conchas de balas de todo calibre, habían dejado

un buen poco de cartuchos de nueve milímetros, los recogí y se los llevé al

grupo armado.

Yo no me había incorporado al grupo armado porque no podía dejar a Antolina

con ese poco de güirros y ya estaba embarazada de Amilcar. Eran nueve

cipotes: estaba Vicenta que era la mayor, de ahí le seguía Cristina, Telba,

Marina, Oscar, Tito, Estenia, Leonel y vos, Nohé, que apenas tenías dos años.

Las armas eran escasas y tenían un gran valor en esos tiempos, y a pesar de que

yo no andaba en el grupo armado me habían dado una pistola: te la has ganado -

me dijo el comandante Milton -, pero primero muerto antes que entregarla. Ese

era un juramento sagrado.

Seguíamos durmiendo en el monte porque ya no teníamos casa. Pensábamos

irnos para Monteca pero en El Corralito nos encontramos con el compadre

Santos Castellón, y nos dijo que para qué íbamos a ir hasta allá a caminar con

ese montón de güirros, que mejor nos quedáramos en su casa.

Nos quedamos unos días donde el Compa Santos, pero Vicenta y yo, ya

estábamos “quemados” (señalados como guerrilleros), la tropa pasaba casi

todos los días, por eso siempre nos íbamos a dormir al monte. Después de ocho

días, decidimos irnos siempre para Monteca, porque allí era demasiado

peligroso. El compa Santos no quería que nos fuéramos, pero yo sabía que si los

soldados nos hallaban en su casa, también lo iban a matar a él. A mí no me

importa morir a su lado compadre - me dijo -, es que no es justo lo que hacen

estos desgraciados…

Nosotros siempre agarramos camino porque Andrés, mi hermano, nos había

llegado a decir que en Monteca no había ningún peligro. Llegamos con la

nochecita y encontramos a mi hermano peleándose con la mujer porque no

quería que nosotros nos quedáramos en su casa, que era muy peligroso que nos

vieran allí.

Nosotros dimos la vuelta y como todos estábamos muy cansados, sobre todo

Antolina con esa gran panza, nos quedamos en una lomita arriba de la casa, al

pie de unos palos de pino. Yo pasé vigilando toda la noche por los coyotes que

podían comerse un güirro, o los soldados que nos podían encontrar.

Yo solo me acordaba de lo que me había dicho el compa Santos antes de salir:

“Compa, si le va mal, recuerde que las puertas de mi casa siempre estarán

abiertas”. A las cuatro de la mañana salimos de regreso. Cuando nos vieron

llegar, toda la familia del compa Santos salió corriendo a encontrarnos, y nos

alojamos en una casita que tenían aparte, pero siempre por la noche nos íbamos

a dormir al monte.

QUISIERON CALLAR LA VOZ DE LOS QUE NO TENÍAMOS VOZ Nosotros ya teníamos varios meses de andar huyendo en el monte, el ejército

asesinaba, quemaba y destruía, pero cada muerto que caía, creaba más

conciencia en la población y la resistencia y la lucha aumentaban.

A finales del 79 ya había un grupo armado en el cerro, pero la gente le pedía a

Dios que la represión no siguiera, porque el dolor de perder a nuestros seres

queridos era demasiado grande. Por eso la gente escuchaba y seguía el mensaje

de Monseñor Romero, porque él llamaba justamente a eso, al cese de la

represión, al cese de la violencia, pedía y exigía una salida negociada al

conflicto. Sin embargo, el gobierno y el ejército seguían matando y

reprimiéndonos. “Queridos hermanos, quiero hacer un llamamiento a todos los sectores del país para que evitemos tener que llegar a una guerra civil y de todos modos logremos en nuestro país una auténtica justicia.” (Homilía 20 de enero de 1980). “Espero que este llamado de la Iglesia no endurezca aún más el corazón de los oligarcas si no que los mueva a la conversión. Compartan lo que son y tienen. No sigan callando con la violencia a los que les estamos haciendo esta invitación, ni mucho menos, continúen matando a los que estamos tratando de lograr haya una más justa distribución del poder y de las riquezas de nuestro país. Y hablo en primera persona porque esta semana me llegó un aviso de que estoy yo en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana. Pero que quede constancia de que la voz de la justicia nadie la puede matar ya.” (Homilía 24 de febrero de 1980). “Este es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano, porque es vida de los hijos de Dios y porque

esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz. ¡Lo que más se necesita hoy aquí es un alto a la represión”. (Homilía 16 de marzo de 1980, VIII p. 349) Y Monseñor hacía llamados a la conciencia de los soldados y muchas veces era

escuchado y se desertaban del ejército:

“Quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos; y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la dignidad human, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en el nombre de Dios; cese la represión”. (Monseñor Romero, Homilía 23 de marzo, 1980)

El siguiente día lo asesinaron los escuadrones de la muerte de Roberto

D´Abuison, mientras celebraba misa en la capilla del Hospital “La Divina

Providencia”.

Pero el 24 de Marzo, con el asesinato de Monseñor Romero, nos habían

mandado un claro mensaje: o se callan y se someten a la dictadura asesina, o se

mueren. Entonces entendimos que era el final de cualquier esperanza de paz

por la vía pacífica, porque nosotros escuchábamos sus homilías y su mensaje de

aliento en la radio YSAX, y Monseñor Romero en la medida que el dolor del

pueblo lo fue haciendo hablar, en esa medida fue denunciando la injusticia y

tanta muerte que nosotros los pobres sufríamos. Eso significaba un ataque

fuerte para el gobierno, porque al igual que ahora, el gobierno salía diciendo

que todo estaba bien, y Monseñor Romero desmentía todo eso, denunciaba la

injusticia y pedía a los cristianos a no quedarse callados ante tanta

abominación. Porque en ese momento, como pastor de la iglesia debían tomar

una decisión, porque al igual que Cristo, él sabía que podía morir. O se sometía y

compartía el pecado, la injusticia, la violencia y la corrupción; o se enfrentaba a

ellos. Pero monseñor Romero al igual que Jesús, optó por la verdad, por la

justicia, y tomó la opción preferencial por nosotros los pobres y se enfrentó al

tirano.

Por ese mensaje profético de Monseñor Romero, mucha gente se abstenía de

agarrar un fusil, porque su mensaje daba esperanza. Pero ahora, ¿qué nos

quedaba? Si habían sido capaces de matar al arzobispo de San Salvador, y de

masacrar públicamente a toda esa gente en su entierro, imagínense nosotros en

esos cerros que nadie sabía que existíamos; porque así era, en el campo

mataban los pocos de campesinos y nadie podía decir nada. Bastaba con que el

gobierno dijera que eran subversivos, terroristas o comunistas para

justificarlo. La gente no sabía leer, ni mucho menos sabía que era comunismo,

nosotros solo sabíamos que había un gobierno y un ejército asesino que nos

estaba matando y ya no solo a los campesinos sino también a los estudiantes, a

los profesionales, a los curas y hasta al obispo de San Salvador.

La paciencia se había acabado y estábamos dispuestos hasta dar nuestras vidas

para cambiar esta situación, para darles a nuestros hijos un futuro mejor.

Para nosotros, Monseñor Romero era como el representante de Dios aquí en la

tierra y era el único que tenía voz para exigir la justicia terrenal y denunciar la

injusticia, porque nosotros ¡cómo íbamos a denunciar un asesinato, una masacre

o una violación, si era el mismo gobierno el que daba las órdenes y era el mismo

ejército y la Guardia Nacional los que las ejecutaban! Los jueces era parte del

mismo aparato opresor; entonces la gente iba a quejarse con Monseñor Romero.

Él era la voz de los que no teníamos voz. La gente llegaba todos los días de

todas partes del país, o le enviábamos cartas, y él sabía escuchar y en las

homilías incluía estas denuncias que eran transmitidas por la radio YSAX.

Esa fue una pérdida tan grande que nosotros sentíamos que todo se nos caía,

que todo se nos derrumbaba y los soldados ni siquiera nos dieron tiempo de

llorarlo, porque ese mismo día subieron al cerro y la gente tenía que salir a

refugiarse a otro lugar. Los soldados y los orejas tenían bien controladas las

entradas y salidas de los pueblos, el comandante de Lislique por el norte, el

nuevo comandante de Nueva Esparta y el de Anamorós por el poniente, y el de

Polorós al sur. Sólo nos quedaba Honduras por el oriente. Y para donde nos

hacíamos pues. Eso era duro oiga.

El otro mensaje que le quedó muy claro a la gente es que no había otra opción

que empuñar las armas y luchar contra la dictadura militar que nos estaba

matando. Ya no había espacio para las protestas pacíficas. La vía electoral se

había agotado, porque la dictadura había perdido en las dos últimas elecciones

(1972 y 1977), y no había entregado el poder. Con Monseñor Romero se

mantenía la esperanza, pero con él mataron esa esperanza de paz negociada, y

entonces había que defenderse y luchar de cualquier manera.

“Estoy seguro que tanta sangre derramada y tanto dolor causado a los familiares de tantas víctimas no será en vano. Es sangre y dolor que regará y fecundará nuevas y cada vez más numerosas semillas de salvadoreños que tomarán conciencia de la responsabilidad que tienen de construir una sociedad más justa y humana.” (Homilía 27 de enero de 1980). Un Obispo morirá, pero la Iglesia que es el pueblo, no perecerá jamás. Si me matan, resucitaré en la lucha de mi pueblo. EL MIEDO PUEDE MÁS QUE CUALQUIER COSA

(Antolina Granados, Enemecio o Mencho, Cristina, Tito y Oscar)

Antolina:

Allá en el Corralito estábamos nosotros cuando mataron a Monseñor Romero, y

no pudimos ir al entierro porque los soldados nos tenían cercados, no podíamos

movernos mucho porque había retenes por todos lados. Ya Dios lo hace, porque

cuando nos ametrallaron la casa, yo me salvé de puro milagro. Unos minutos

antes había llegado Victorino del compa Ruperto a sacarme. ¡Sálgase madrina, -

me dijo - , porque vienen los soldados! Y fue que se echó los cipotes al lomo y

salió corriendo, entonces yo agarré al niño y salí detrás de él… Al ratito se

escuchaba la gran balacera y los latidos de los perros. Esa noche dormí en una

zacatera con todos los cipotes, y los niños bien calladitos, nadie hacía bulla,

como que si supieran el peligro que corrían, ya Dios lo hace.

Allí en El Corralito estuvimos todo ese tiempo. Pero ya el grupo armado se

había fortalecido, la mayoría de hombres y algunas mujeres ya andaban con el

grupo armado, así le decíamos al principio.

Con la comida sufríamos porque no había qué comer, por eso a finales de abril

cuando ya estaba para caer las primeras tormentas, Mencho pensó hacer un

pedazo de milpa en el Portillo, en las tierras del compadre Virgilio. Se fue con

los cipotes más grandes, Oscar y Tito, que tenían como siete y seis años.

También se llevó a Cristina que tenía como catorce años, para que les hiciera el

almuerzo.

Enemecio Reyes:

Comenzando a trabajar estábamos cuando venía un hombrecito de rompidas con

el sombrerito en la mano. Era Necifor Bustillo que venía huyendo de los

soldados; ¡corra Don Mencho, que nos van a matar!, me dijo, y fue que siguió

corriendo; y cuando yo levanté la cabeza vi que por la loma de enfrente venía el

cordón de soldados que comenzaron a dispararme en ráfaga. Inmediatamente

yo caí de panzas al pie de una piedra con la pistola en la mano. La tierra

temblaba y se despolvoreaba de la gran balacera que caía. Los cipotes estaban

atrás de mí y Cristina estaba detrás de un palo de verberíllo. Tírense al suelo

les gritaba yo. Cristina me gritaba desde el palo: ¡Papá, no vaya a disparar

todavía, no vaya disparar papá! Yo me fijé que a ella no le tiraban, solo a mí. No

teníamos salida, sólo había un gran barranco como de treinta metros de altura.

A vos no te han visto, le dije a Cristina, no te vayas a mover de allí, yo voy a

hacer la retirada, tal vez así se salvan ustedes. Si cree que puede hágala, me

dijo, pero no vaya a disparar. Eso me dio valor porque en los entrenamientos ya

nos habían enseñado todo eso, y Cristina también había pasado todos los

entrenamientos. Así que me dejo ir rodadito con la pistola en la mano hasta

caer en aquel gran abismo. No me acuerdo como caí porque cuando vine a

despertar estaba en una quebradita todo lleno de sangre, y la pistola a saber

que la hice. Yo creía que tenía más de algún balazo porque ya comenzaba a

sentir dolores por todo el cuerpo. Me limpié la sangre y esperé allí un ratito.

Comencé a rodear el cerro para ir a buscar a los cipotes. Me escondí porque no

sabía si todavía estaban allí los soldados, pero ya no había nadie.

Comencé a buscarlos y subiendo la lomita encontré las huellas de los zapatillos

de hule que les había comprado en Anamorós. Entonces corrí a buscarlos a la

casa de Agustina. Le habían quemado la casita de zacate de jaraguas que tenía.

Allí estaban las dos cumitas de los cipotes y yo salí corriendo para donde

Ruperto, el hermano de Antolina. Aquél me salió con una tortilla y un pedazo de

carne. ¡Qué iba andar comiendo yo! Tampoco sabía nada de Cristina.

Cristina:

Yo me había quedado detrás del árbol y nunca había visto antes como era ese

barranco de alto, pero yo también me aventé porque los soldados se seguían

acercando. Rodé y rodé hasta llegar al abismo, ratos sentía que pegaba en las

ramas y bejucos y otros ratos en el aire hasta que fui a caer a una posita que

estaba abajo. Caí toda golpeada, pero como el miedo puede más que cualquier

cosa, seguí corriendo para el lado de Lislique, y por suerte me encontré con el

grupo armado que estaba en el otro cerro. Ellos se asustaron cuando me vieron

toda golpeada y llena de sangre. Les dije que a mi papá quizás lo habían matado

y que los cipotes se habían quedado allí, que los fuéramos a buscar.

Oscar y Tito:

Nosotros nos habíamos quedado tendidos en el suelo sin mover un solo dedo.

Ese día Cristina se había puesto un vestido rojo de Vicenta, y cuando salió

rodando, los orejas y los soldados le gritaban: ¡Allí va Vicenta, dispárenle!,

¡Párate, Vicente!, le decían, pero Cristina siguió rodando hasta caer al

barranco. Vámonos, dijeron, que ya se fueron estos hijos de puta.

Nosotros seguíamos allí tirados de barrigas en el suelo hasta que ya no

escuchamos ningún ruido. Cuando los soldados se fueron, salimos corriendo para

la casa de tía Agustina pero no había nadie y los soldados habían quemado la

casa. Había unos gajos de guineo manzano maduritos pero no agarramos ninguno

porque pensamos que nos podía regañar mi tía. Nos fuimos para donde tía

Ángela, donde estaba la gente que andaba huyendo, y cuando subimos a la punta

del cerro vimos a los soldados cuando le estaban poniendo fuego a la casa de

nosotros. Nos acercamos con cuidado y conocimos a los orejas que andaban

enseñándole las casas y la gente a los soldados.

Llegamos a la casa de tía Ángela y la gente estaba muy asustada porque ese

mismo día también habían matado a Eduardo, el hermano de René Sorto. Se

estaban haciendo cuadrías para ir a buscarlos cuando vimos a mi papá que venía

llegando. Y ahí no viene el muerto, dijo la gente, y corrimos a encontrarlo.

Enemecio Reyes:

Yo andaba bien preocupado por la pistola, a nadie le daban una pistola si no

andaba en el grupo armado, pero no me dijeron nada. En esos días llegó desde

Morazán el comandante Gonzalo y me mandó a llamar. A gente como ésta no

podemos dejar que la maten, le dijo al comandante Milton, tenemos que sacarla

de aquí inmediatamente. Los vamos a llevar para San Miguel, allí les vamos a dar

una casa. Para San Miguel no me voy, le dije, porque yo soy bien conocido y lo

más seguro es que voy a amanecer descabezado cualquier día. Mejor que se

vaya Antolina con los cipotes y yo me quedo con el grupo. Pero Antolina no quiso

porque ya andaba para reventar con aquella gran panza y tampoco quería irse

ella sola viendo que se quedaba toda la gente. Ustedes han dado todo lo que

tenían por esta causa y no vamos a dejar que los maten, dijo el comandante

Gonzalo. Tenemos que sacarlos de aquí de cualquier forma, porque los cuilios

andan tirando un operativo que no dejan piedra sobre piedra, y de ese si que no

se van a salvar.

OPERATIVO TIERRA ARRASADA Y EL EXODO HACIA HONDURAS

Antolina Granados:

El primero de mayo, el ejército metió el último operativo de Tierra arrasada.

Ya habían metido otros operativos, pero ahora entraron por tierra y aire. Los

batallones subieron desde El Portillo arrasando con todo lo que se movía. Allí en

el caserío El Potrero, donde vivía Mauro y la señora Chabela Jiménez, quemaron

toditas las casas.

Desde la punta del cerro se miraba la gran humazón; eso le dio tiempo a alguna

gente para correr hacia el lado Honduras, y los aviones bombardeaban desde el

aire con bombas de quinientas libras y ametrallaban, mientras los soldados

seguían subiendo el cerro, terminando de quemar las últimas casitas que habían

quedado paradas.

A El Corralito estaba llegando la gran cantidad de gente y no sabíamos que

hacer. Muchos no se habían querido salir de sus casas porque decían que ellos

no se metían con nadie. Pero ese día se dieron cuenta. Los compás ya nos habían

avisado la noche anterior, la misma gente también avisó al resto de sus

familiares y por eso se salvó la mayoría.

El tercer día de bombardeo, la mayoría de familias ya estaban reunidas en El

Corralito y el ejército seguía avanzando, los aviones sobrevolaban la zona, pero

la gente estaba escondida, solo nos movíamos durante la noche.

El grupo armado estaba pendiente de nosotros y ellos tomaron la decisión de

sacarnos para Honduras, porque no había más salida. El compa Santos también

agarró sus maletas y se fue con nosotros.

Yo iba bien cargada, porque te llevaba a vos (Nohé) en los brazos y pesabas,

llevaba una mochila en la espalda y la gran panza ya para reventar. Panchito

Bustillo que era bien pegado con nosotros, llegó corriendo y me dijo: ¿Con qué

le ayudo, Antolina, con la mochila o con el niño? Con la mochila, le dije yo, como

si supiera, porque ese pobre hombre se perdió, quizás lo mataron porque nunca

más supimos nada de él, ¡imagínense que le hubiera dado al niño!...

Solo de noche caminábamos, porque en el día andaba el ejército y los aviones

bombardeando, caminábamos toda la noche, y yo ya para reventar. Al final, el

niño se lo dejé a Cristina porque yo ya no podía ni con los pies, ¡así andaba los

grandes tamales! (los pies hinchados)… La noche que cruzamos la frontera yo ya

no podía más y para acabar de fregar me descompuse el dedo de un pie.

Al no más cruzar la frontera me tocó tener el niño. Ese niño nació tan

resentido que lloraba y lloraba y no se conformaba con nada. ¡Pobre Catracho,

con razón es tan bravo ahora! Éramos varias mujeres embarazadas y digamos

que yo tuve suerte porque Berta, la mujer de René Sortos, tuvo otro niño que

ya venía muerto.

En total éramos como seiscientas personas que estábamos allí como animales,

según el trato que nos daba el ejército hondureño. Así comenzó el éxodo de

ésta comunidad en el exilio.

LA CÁRCEL SIN PAREDES

Oficialmente, entre Honduras y El Salvador, aún no se habían saldado las

disputas causadas por la mal llamada “Guerra del Fútbol” (1969). De hecho,

gran parte de la frontera entre ambas naciones constituían aún una zona en

litigio y era constantemente vigilada por la Organización de Estados

Americanos OEA.

Raúl Velásquez:

En ese cerro habíamos varios hombres y mujeres armados para combatir la

dictadura. Porque después de las elecciones del 77, y después de la muerte de

Monseñor Romero, nos había que dado bien claro que no había otra salida que

tomar las armas. Pero ese día del operativo de tierra arrasada, nosotros

habíamos enviado la mitad del grupo, para reforzar un operativo en Morazán.

Solo quince nos habíamos quedado en el cerro. Nosotros ya conocíamos la

estrategia del enemigo, por eso advertimos a la gente un día antes. Con ese

operativo de Tierra Arrasada, iban a matar a toda la gente, allí no iba a quedar

nadie. Entonces, la idea de nosotros fue ayudar a la gente civil a cruzar la

frontera con Honduras, y luego regresar. Porque no era lo mismo pelear con los

cuilios donde no había población, porque ellos eliminaban a la población de los

cerros, y nosotros la protegíamos. Por eso, donde no había población, los

soldados nos respetaban, allí no nos iban a buscar, porque sabían que no eran

pancartas ni megáfonos los que teníamos, allí no era a una manifestación a la

que le iban a disparar. Por primera vez en la historia de El Salvador, ellos iban

a recibir balas también. A la guerrilla le tuvieron miedo desde el principio, con

la población civil es que se empinaban ellos, por eso nuestra obligación era

protegerla.

Eran más de 600 personas las que salimos huyendo de todos esos cerros.

Nosotros los conducimos durante las noches, hacia la frontera con Honduras,

porque con tanta gente no podíamos caminar en el día. La cuarta noche de

camino logramos llegar a Honduras en dos grupos. El primer grupo pasó como a

las cuatro de la mañana. Con el segundo grupo veníamos nosotros, los de “el

grupo armado”, Porque esa era nuestra misión, garantizar que la gente cruzara

la frontera con Honduras, y luego regresarnos. Pero ya en el día, los soldados

hondureños nos rodearon y nos agarraron. Nosotros andábamos bien armados,

pero nuestro objetivo no era pelear con el ejército hondureño, y tampoco

pedíamos poner en peligro al resto del grupo. Nos quitaron las armas y nos

hicieron prisioneros. Algunos tuvieron suerte y lograron esconder las armas,

por eso solo a once capturaron, nos separaron del grupo y nos encerraron en

una casita bien pequeña. La primera semana no nos dieron de comer. Estábamos

sueltos pero no podíamos movernos, la casa estaba con llave por fuera y seis

soldados vigilando. Ahí estuve yo, Jorge, Foncho Gómez, Don Chico Ventura,

Cristóbal, Rómulo, René, Rubén, Moncho, Isidro Jiménez y el Finado Rosa.

Neftalí Velásquez, Antonio Amaya, Antolina Granados:

Al resto del grupo nos dejaron en un llano, a campo libre. También nos trataban

como animales, nos decían que todos éramos guerrilleros y que nos iban a matar

a toditos, o sino que nos iban a entregar al ejército salvadoreño para que nos

mataran.

A partir de ese momento nos torturaron psicológicamente todos los días.

Pusieron a los hombres a hacer un hoyo y nos dijeron que era para meternos a

nosotros mismos y nos iban a enterrar vivos. En la noche no podíamos encender

lámparas ni hacer nada de bulla porque nos castigaban y decían que la tropa

salvadoreña estaba cerquita y nos iban a venir a sacar. A cada rato disparaban

y gritaban, ¡ahí viene el ejercito salvadoreño a matarlos! y nosotros sólo

esperando el momento, porque ya nos habían dicho que el que se corriera lo

mataban; por eso nosotros tirados en el suelo ni siquiera podíamos levantar la

cabeza y tapándole la boca a los cipotes para que no lloraran fuerte. Luego

llegaban y decían: ¿no han visto unos salvadoreños aquí, que venimos a

matarlos? Nosotros sólo cerrábamos los ojos y esperábamos que las ráfagas

nos cayeran encima. A mucha gente metieron presa sólo porque encendían su

lámpara en la noche y se las quitaban. Ellos tenían un hoyo como de cinco

metros de hondo para castigar a los mismos soldados, pero cada vez que les

daba la gana nos metían a nosotros también. A veces a media noche nos

llegaban a levantar y nos llevaban a punta de fusil a encerrarnos a una casita,

porque decían que ya venía el ejército salvadoreño a matarnos.

No teníamos nada qué comer, todo el mundo durmiendo en el puro suelo

húmedo, sin cobija, y como era en invierno nos tocaba aguantar las grandes

tormentas. Alguna gente ya iba enferma. En los primeros días ya nos habíamos

llenado de granos, piojos, pulgas, garrapatas y el hambre nos desesperaba,

sobre todo de ver a los niños enfermos, llorando de hambre y nosotros sin

poder hacer nada porque nos tenían bajo la estricta vigilancia de un cerco

militar.

No nos daban comida, pero tampoco nos dejaban salir a ningún lado para buscar

qué comer, y si alguien reclamaba lo metían al hoyo, porque la idea de ellos era

que nadie nos viera, para acabarnos allí mismo sin que nadie supiera. Hasta para

hacer nuestras necesidades fisiológicas teníamos que pedir permiso y nos

llevaban bien escoltados con uno o dos soldados a la par, y como era en el

monte, nos tocaba hacernos delante de los soldados que no dejaban de

apuntarnos con los fusiles. Era como estar en una cárcel sin paredes, porque no

podíamos salir, a pesar de que estábamos en el monte a campo libre.

Como a los ocho días de estar en ese infierno, vimos un helicóptero que pasó

bien bajito y toda la gente comenzó a brincar y a levantar trapos para pedir

auxilio. El helicóptero dio varias vueltas y la gente más brincaba hasta que

aterrizó.

Eran los agentes de la OEA, que vigilaban la frontera entre El Salvador y

Honduras. Se bajaron los agentes y medio les explicamos la situación. Luego

fueron a ver a los presos que hasta esa fecha seguían encerrados en aquella

casita y no los habían sacado ni siquiera al sol; si nosotros estábamos mal,

imagínense ellos.

Los de la OEA no entendían lo que estaba pasando, por eso llevaron a un militar

salvadoreño y ese comenzó a decir que nosotros éramos unos haraganes, que

nos habíamos salido del país porque queríamos, que en El Salvador reinaba la

paz y todo el mundo trabajaba tranquilamente y que sólo nosotros éramos los

vagos que andábamos haciendo escándalo fuera del país, y que teníamos que

regresar inmediatamente a nuestras casas; y todos gritamos: ¡Pero si no

tenemos casas porque ustedes las quemaron! Esos son puros inventos de ellos,

si el país se encuentra en completa normalidad, decía... Antonio Amaya se le

paró frente a uno de los agentes y le dijo: Nosotros le suplicamos que ustedes

vayan a ver con sus propios ojos si es verdad lo que nosotros decimos, vaya a

ver cómo han quedado nuestras casas, y si es mentira nos regresamos ahora

mismo.

Todos estábamos muy asustados porque ya estaban haciendo la lista para

enviarnos de regreso a que nos mataran en el camino. A muchos los

convencieron o simplemente prefirieron morir antes que seguir en ese infierno

que nos tenían los soldados hondureños y agarraron camino de regreso. Pero el

resto de la gente preferimos seguir sufriendo con tal de salvar nuestras vidas

porque no teníamos donde regresar.

Por fin logramos convencer a los agentes de la OEA, y se fueron en el

helicóptero a inspeccionar la zona. Al rato volvieron convencidos y nos dijeron

que habían visto las casas quemadas y el cerro quemado también. Entonces

ellos nos prometieron buscarnos ayuda.

Salió en las noticias que había guerra en El Salvador y que ya había un primer

grupo de refugiados salvadoreños en Honduras. Ese fue un golpe al gobierno

salvadoreño porque a pesar del asesinato de Monseñor Romero y de la masacre

de catedral, entre otras, se seguía negando que en El Salvador hubiera

represión, ni mucho menos una guerra, que todo estaba bien.

A la semana siguiente llegó un sargento hondureño de origen nicaragüense que

le decían el sargento Sánchez, mal encarado y represivo. Nos reunió a todos y

nos comenzó a insultar, diciendo que éramos unos hijos de puta, comunistas,

que no teníamos por qué estar vivos: “Si yo hubiera estado aquí cuando ustedes

llegaron, no los dejo pasar la frontera, dijo, los hubiéramos agarrado como

acabamos de agarrar a otro poco de guerrilleros igual que ustedes allí en al Río

Sumpul; yo mismo me encargué de que no quedara ninguno vivo.” La gente

escuchaba aterrorizada y lloraban de miedo. Que si ese asesino hubiera llegado

antes, nos hubiera matado a todos.

Posteriormente nos enteramos que se refería a la masacre del río Sumpul el día

anterior, en donde murieron cientos de campesinos de Chalatenango que, al

igual que nosotros, iban huyendo de las bombas. Eso fue a sólo quince días

después que nosotros cruzamos la frontera. Usaron la estrategia del yunque y

martillo, donde el ejército salvadoreño acorralaba la gente en la frontera y los

hondureños les cerraban el paso. Los soldados hondureños eran el yunque y los

soldados salvadoreños el martillo. Igualito que como hicieron con nosotros. El

ejército nos acorraló en la frontera, pero con el apoyo del grupo armado

logramos pasar de noche. Si no, nos hubiera tocado lo mismo y seguramente la

historia registraría este hecho como la masacre de más de seiscientos

campesinos en el Río Torola.

Las cosas cambiaron un poquito después de la llegada de la OEA, porque si ellos

no llegan, el ejército hondureño nos iba a matar allí, ya nos habían puesto a

cavar un gran zanjo, y nos decían que era para enterrarnos a nosotros mismos.

Por eso no querían que nadie nos viera.

Pero después de eso, dejaron entrar a un viejito, que era pastor de una iglesia

evangélica, y él se conmovió de ver tanto sufrimiento, habló con alguna gente y

se comprometió a regresar el siguiente día con algo de comida. Le decían don

Emilio. El siguiente día llegó con un poco de aceite, harina y leche para los

niños, luego se fue a Marcala y regresó con unos sacos de maíz, un molinito de

mano y algunas cobijas para los niños porque hasta entonces así dormían sin

nada. Luego, otra gente, al darse cuenta también trató de llegar pero el

ejército les restringió el acceso. Mientras tanto nos seguían matando

psicológicamente.

Una vez la gente estaba haciendo cola como a las cuatro de la tarde para

quebrar maíz en el molinito de mano que nos había llevado don Emilio, y los que

habían llegado temprano ya estaban echando las tortillas, cuando llegaron con

el gran escándalo que venía el ejército salvadoreño a matarnos, nos botaron las

pailas de maíz y las pelotas de masa y nos metieron como ganado a una casa.

¡Nadie haga bulla decían!, y tápenle el hocico a esos cipotes porque si los

escuchan los soldados ya saben lo que les toca.

Quedamos todos amontonados uno encima de otro con aquel cipotero llorando,

no nos alcanzaban las manos para taparle la boca a tanto güirro. Para nosotros

las horas eran incontables, era tanto el terror que sentíamos que mucha gente

caía al suelo brincando; a Fabián Granados le dio un paro en el corazón y de

puro milagro lo hicimos volver, ahí a dentro ni aire había. Hasta el siguiente día

llegaron a sacarnos. Luego nos dimos cuenta que todo eso, fue porque se fueron

a un baile y no podían dejarnos libres.

La gente nos llevó plástico para que hiciéramos champas. Hicimos unas

champitas bien chiquitas que para poder entrar teníamos que hacerlo gateando.

Así fueron pasando los días y poco a poco nos fueron dando algunos permisos

restringidos y bajo custodia para ir a buscar qué comer. Algunas gentes nos

daban pailadas de salmuera, tortillas y mangos tiernos.

También salíamos a buscar leña; era divertido ver a los hombres buscando leña

sin machete, tortoleando los palos a pura fuerza con las manos y pies.

Quedaban los montes como si toros hubieran andado peleando, y en esas

condiciones estuvimos en ese lugar seis largos meses.

Fuimos allí visitados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los

Refugiados (ACNUR), y siendo reconocidos como “refugiados” nos propusieron

exiliarnos en México, Canadá, Nicaragua o Panamá. México ofrecía asilo

político solo para los prisioneros, y Nicaragua estaba en conflicto con la

contrarrevolución. La gente mayor dijo que a Canadá no, porque estaba muy

lejos y luego les sería muy difícil regresar a su tierra natal (pensaban que iba a

ser otra guerra de cien horas como la de Honduras).

Elegimos Panamá por sentirlo más cercano a nuestro país al que añorábamos

tanto y queríamos regresar. Fue entonces cuando llegó a visitarnos una

delegación panameña a cargo de Guillermo Castro, enviado especial del

presidente de Panamá, general Omar Torrijos Herrera.

LOS QUE SE QUEDARON

El ejército hondureño militarizó la frontera y ya nadie más pudo pasar.

Nuestros familiares que se habían quedado ya no pudieron pasar. Regresaron a

los cerros pero ya no podían andar juntos, si no que cada familia debía buscar

un refugio o incorporarse al grupo armado.

Tío Gabriel, Tío Virgilio y Tío Ruperto regresaron a El Ocotillo pero no se

metieron al grupo armado, estaban huyendo de un lugar a otro, tratando de

salvar a sus hijos, aunque sí colaboraron de muchas formas con la guerrilla. A

Tío Virgilio lo mandaban hasta Morazán a traer cargamentos de armas - cuenta

Tío Gabriel - y se tiraba varios días porque solo de noche se podía caminar. Un

día casi nos queman vivos en ese cerro, porque los soldados le pusieron fuego y

nosotros estábamos escondidos en medio de la zacatera, esa vez nos aculamos

a una cueva que nosotros mismos habíamos hecho y por poquito nos asamos.

Pasábamos semanas escondidos en el monte. Ruperto siempre andaba

totopostes en una matatilla y unos pellejos duros de chancho, y con eso medio

engañábamos el hambre. La pichinga de agua sí nunca nos faltaba. A veces

conseguíamos alguna casita para defender la familia, pero a toda casa que

llegábamos los soldados la quemaban aunque no fuera de nosotros. Por eso

nadie nos daba donde vivir.

Lito Velásquez o Lito de Gabriel:

Yo me incorporé a la lucha armada desde el principio. En ese cerro ya habíamos

unos ciento cincuenta hombres armados, y desde Morazán mandaron a pedir

refuerzos para una misión especial. Allá en Hecho Andrajo estábamos nosotros

preparándonos para la primera toma de Corinto, al mismo tiempo que se tomaba

Lislique y otros pueblos importantes en el Oriente del País. Cuando nosotros

regresamos al Ocotillo ya era demasiado tarde. Esos cerros habían quedado

pelados porque los cuilios habían arrasado con todo. Al principio pensamos que

habían masacrado a toda la gente, porque allí no se veían ni animales. Pero luego

nos enteramos que habían logrado escapar hacia Honduras. Formamos las

columnas y salimos a buscarlos, pero ya no los alcanzamos. La frontera estaba

topada de soldados hondureños y nosotros nos hicimos pasar por soldados

salvadoreños, estuvimos platicando con ellos. Nos contaron que tenían

prisioneros a unos guerrilleros que iban bien armados. Si se nos hubieran

opuesto quizás nos hubieran matado, nos dijeron.

Y a nosotros nos daban ganas de meternos a rescatar a los compas que estaban

presos, pero eso era poner en peligro el resto de la gente, y allí estaba toda

nuestra familia, porque cada compa que empuñaba un fusil, dejaba a su familia

desprotegida. Y nos alegramos porque la gente se había salvado pero nos dolió

la pérdida de las armas que tanto nos habían costado. Al principio de la guerra

las armas tenían un gran valor y la consigna era que primero muertos antes de

entregarlas, pero los compas valoraron la vida del grupo que era lo más

importante.

SOLO EL PUEBLO SALVA AL PUEBLO Muchos otros jóvenes se escaparon del cerco militar en Honduras y se

regresaron a El Salvador. Ese fue el caso de Santiago de tía Toña y mis dos

hermanas mayores, Vicenta y Cristina. Los tres se incorporaron a las columnas

guerrilleras en diferentes momentos.

Vicenta o Mabel Reyes:

Yo había sido señalada por el ejército salvadoreño, como comandante

guerrillera y eso me presionó de alguna manera para finalmente tomar las

armas.

Me incorporé a las organizaciones populares desde 1979, cuando estudiaba

quinto grado en el pueblo de Nueva Esparta. En la casa éramos diez hermanos y

solo yo estudiaba porque no había recursos para que todos fueran a la escuela.

Ya para ir a cuarto grado teníamos que bajar hasta el pueblo porque en el

cerro solo había hasta tercero. Mi papá dijo que ya nadie iba ir a la escuela

porque no había pisto. Él siempre se iba para las cortas de café y ese año yo le

dije a mi mamá que quería ir a las cortas para pagar la escuela. Ella no quería

pero yo insistí y al final me fui con mi papá para Berlín que queda aquí en

Usulután.

En esa finca me pude dar cuenta todo lo que la gente sufría: aguantábamos

hambre, nos robaban en la pesa del café y el trato que nos daban era bien

pésimo. Nos trataban como animales y por la noche todos dormíamos debajo de

los árboles. Yo había salido buena para cortar café, pero nos regresamos

antes de terminar las cortas porque mi papá se enfermó.

El pisto que ganamos no alcanzó ni para hacerle remedio. Entonces yo decidí ir

a buscar trabajo al pueblo para poder estudiar en la nocturna. Durante el día

trabajaba haciendo los oficios de la casa de Israel Villatoro que era uno de los

ricachones del pueblo, y por la noche iba a la nocturna. Habíamos dos cipotas, la

otra ayudaba en vender en la tienda. Así fue como hice hasta sexto grado.

En esa casa se oían muchos comentarios aterrorizantes del comunismo, que los

comunistas le quitan las tierras a la gente y un montón de cosas que generaban

temor. Entonces a mí me daba miedo oír de comunismo y todo eso. De mi cantón

había otra muchacha que se llama Carmen García, ella era la que me había

ayudado a conseguir trabajo. Trabajábamos y estudiábamos juntas en el pueblo

y una monja nos estaba convenciendo para ir a estudiar a Nicaragua. Dijo que si

nos hacíamos monjas, íbamos a tener la oportunidad de seguir estudiando lo que

quisiéramos: para enfermera o para profesora. Y como mi interés era estudiar,

entonces yo estaba motivada. Ella nos decía que si alguien quería impedirnos el

viaje, que era el diablo que estaba metiendo su mano, por eso nosotras no le

contábamos a nadie. Cuando ya teníamos las maletas listas decidí contarle a mi

mamá. Pero resulta que para entonces la casa ya era casa de apoyo de las Ligas

Populares, y a mí, como estaba en el pueblo, tenían miedo que contara por eso

me mantenían al margen de todo lo que estaba pasando, aunque yo algo

sospechaba cuando llegaba a la casa.

Cuando mi mamá supo que me iba a Nicaragua, decidieron informarme de la

situación. Fíjate que aquí vienen unas personas que están organizadas para

defender los intereses de la clase campesina y trabajadora, me dijo, y quieren

hablar con vos. Cuando oí aquello me entró un gran miedo, porque en el pueblo

se escuchaban tantas cosas de los comunistas y decían que todos los que se

organizaban eran comunistas. De repente salió un hombre del cuarto, y yo me

asusté porque ese cuarto tenía tiempos de estar cerrado, no si podía abrir, y

me hizo tres preguntas que para mí eso bastó para que agarrara conciencia

rápidamente.

Mirá, cipota, me dijo, y ¿por qué de esta familia solo vos estás estudiando? y

yo le dije que no había pisto. Bueno pero vos ya fuiste con tu papá a trabajar y

ganaron pisto me dijo, ¿porqué no estudian con eso? Porque se enfermó mi

papá… ¿Como es el trato que le dan a los trabajadores? Y yo comencé a

contarle todo lo que había visto en las cortas de café. Aquí pronto va a haber

una guerra porque la situación a la que estamos llegando es insoportable me

dijo. El pueblo ya no aguanta más. Tus padres quisieran poner a todos a

estudiar pero aquí no hay escuela. Aquí hay un pequeño grupo de oligarcas que

se han acaparado todo el país. Todo eso que vistes en la finca, los dueños de

esas fincas son un pequeño grupo de catorce familias que acapararon las

mejores tierras de El Salvador y ahora se han hecho millonarios explotando la

clase trabajadora, a la clase campesina. Y cuando los trabajadores queremos

reclamar nuestros derechos, entonces nos reprimen, entonces nos matan, para

eso tienen al ejército y la guardia nacional. Los escuadrones de la muerte

asesinan a los dirigentes de las organizaciones y el ejército disuelve las

manifestaciones a punta de ametralladoras, bombas y fusiles. En Nicaragua por

eso hay una guerra, allá está peor que aquí. Si vos entendés esta situación, es

mejor que te incorpores a la lucha aquí. Hay muchas organizaciones populares

como las LP28, el Bloque Popular y otras, y si nosotros los pobres no luchamos

por nuestros derechos, nadie lo va a hacer. Solo el pueblo salva al pueblo.

Ese momento fue muy fuerte y decisivo en mi vida. Desde ese día me incorporé

a las organizaciones populares. Ya estaba planificada la toma del Ministerio de

Trabajo en San Salvador y mi mamá nos dejó ir a las dos con Cristina.

Pobrecita mi mamá porque después estaba muriéndose del miedo, esa toma

duró toda una semana y nosotras allí estuvimos metidas todo el tiempo y era la

primera vez que salíamos.

Luego participamos en la toma de catedral de San Miguel. Allí estuve yo

cuando mataron al finado Juan, pero la gente del pueblo me vio y lueguito le

fueron a contar al señor con el que yo trabajaba. Entonces me dijeron que ya

no necesitaban muchacha en la cocina, me dieron un regalito y me mandaron

para la casa. Lueguito de eso fue que sacaron la lista donde yo aparecía como

comandante de la guerrilla y yo sólo era una cipota, pero como aparecía en la

lista tenía que irme al monte porque el que no se iba no amanecía.

Carmen García también se había ido conmigo, pero no andábamos armas,

solamente recibíamos entrenamiento. Después nos llevaron para Morazán. Sin

zapatos me fui. Allí en Santa Rosa me compraron un par de zapatos y cuando

regresé venía con zapatos y con un fusil. Entonces sí ya andábamos armados.

Luego seguimos organizando a la gente y dando entrenamiento. Nosotros ya

andábamos en la clandestinidad y la gente nos apoyaba.

En la medida que los soldados iban matando más gente y quemando más casas,

la gente sobreviviente buscaba apoyo en nosotros y cada sobreviviente o gente

sin casa era un combatiente más que se nos unía. Cuando sacamos la gente para

Honduras mi mamá iba a punto de dar a luz, y vos (Nohé) que eras el niño más

pequeño te había dejado con Cristina. Al pie de un palo de pino estaba Cristina

con el niño en los brazos, bien dormidos estaban los dos a la orilla del camino.

Entonces fue que decidí esconder el arma, me puse el niño en el lomo y salimos

corriendo para alcanzar el grupo de gente que iba adelante porque no sabíamos

qué había pasado con mi mamá. Caminamos toda la tarde y toda la noche y como

vos eras bien gordito nos cansábamos rápido y ahí nos íbamos turnando, a mí

me daba lástima porque no llevábamos comida ni leche y una señora nos regaló

un atado de dulce, y apuro dulce de atado pasaste esos días. Casi amaneciendo

cruzamos la frontera y cuando alcanzamos al grupo ya lo tenían bien

encañonado los soldados hondureños. A nosotras nos pusieron manos arriba, nos

quitaron las blusas y comenzaron a registrarnos buscándonos armas. A los que

iban armados ya los tenían presos.

Cuando por fin la OEA nos descubrió, ordenó que se les diera asistencia a los

presos. La única enfermera que había necesitaba una ayudante y como yo sabía

leer, me mandaron a mí. Todos los días el teniente Navas me firmaba un

permiso para salir con la enfermera. Al principio yo era la única que podía

movilizarme y la única que podía ver a los presos. Pero después, alguien le dio la

lista negra al teniente donde yo aparecía como comandante guerrillera, y la

enfermera me contó. Usted está en peligro, me dijo, y yo no esperé que me lo

dijera dos veces. Tía Toña me ayudó a escapar, a ella fue la única que le conté.

No tuve el valor de decirle a mi mamá… Pedimos permiso para salir a orinar y

como estaba lloviendo aproveché para escaparme.

Santiago Reyes:

Cuando comenzó la guerra yo solo tenía diez años. Uno a esa edad no entiende

mucho las cosas pero mi papá todas las noches nos sacaba de la casa y nos

llevaba a dormir al monte. Mi papá era cursillista, estaba pasando unos

cursillos de la iglesia y por eso eran perseguidos. Entonces cuando llegamos a

Honduras ya estábamos acostumbrados a dormir en el monte, pero allí en Las

Estancias, de tanto dormir en el suelo, ya habíamos perdido el zacate, y cuando

llovía, se hacía la gran lodacera, y allí en los charcos nos tocaba dormir como

chanchos. Entonces mucha gente se escapaba y se regresaba para El Salvador.

Yo aguanté como tres meses y como a los cipotes no nos vigilaban tanto, un día

me escapé. Después me daban ganas de regresarme, porque yo solito en esos

cerros, pero me podían matar los soldados si regresaba. Julio mi hermano se

escapó antes y ya se había metido al grupo armado, entonces yo me fui con él.

Allí terminé de crecer yo, en el grupo armado; mi papel al principio, era de

correo, yo llevaba la información de un campamento a otro y desempeñaba

otras tareas en el grupo... después me llevaron para Morazán y allá si me

dieron un fusil… de mi mamá, de mi papá y de todos ustedes no volví a saber

más nada, todo lo que supe fue que se habían ido para Panamá.

Capítulo II

CIUDAD ROMERO EN

PLENA SELVA PANAMEÑA

NOS VAMOS A PANAMÁ

El 31 de octubre de ese mismo año (1980), en una caravana de 22 camiones

militares, nos llevaron de Las Estancias hasta San Pedro Sula, y el 1º de

noviembre llegamos por vía comercial aérea a la ciudad capital de Panamá, 353

refugiados salvadoreños.

Nos ubicaron en el Centro de Instrucción Militar de Fuerte Cimarrón, con el

beneplácito, autorización y financiamiento del ACNUR. Allí las cosas cambiaron

completamente: fuimos muy bien alimentados y sometidos a un intensivo

tratamiento médico, debido a la crítica situación de salud en que nos

encontrábamos. Nos quitaron el pelo porque todos estábamos bien mechudos,

llenos de piojos y garrapatas. La gente le tenía miedo a los soldados panameños.

Cuando la gente escuchaba los aviones se ponía nerviosa, los niños gritaban y

buscaban donde esconderse; los soldados se quedaban impresionados al ver esa

reacción de la gente.

Nos explicaron que en Panamá todo sería diferente porque ellos no querían

hacernos daño, que lo que querían era ayudarnos, y así fue. Durante el tiempo

que estuvimos en El Cimarrón nos trataron muy bien. También se nos dio

algunas nociones de geografía e historia de Panamá, mientras tanto se decidía

el sitio y algunos elementos básicos de planificación para nuestro asentamiento

en Panamá.

En El Cimarrón se dieron algunos pequeños incidentes, porque tal como lo

dijimos anteriormente, a la hora de salir huyendo para Honduras, no salimos

solamente la gente organizada, sino que salió toda la gente de esos cerros,

cada quién trataba de salvar su pellejo; incluso gente enemiga que eran orejas,

porque los soldados y las bombas no distinguían a nadie. En Honduras no hubo

problemas entre la gente porque teníamos la represión militar las veinticuatro

horas. Pero en Panamá nos trataban diferente, y algunos se aprovecharon de

eso, por ejemplo sacaban las pitas de los paracaídas para hacer hamacas. Eran

cosas que nosotros no podíamos controlar, porque como grupo de refugiados

todavía no teníamos una organización, y los guardias toleraban eso de alguna

manera porque no los castigaban.

Después de 3 meses de recuperación las enfermedades que nos estaban

matando ya habían desaparecido o estaban controladas; ya no estábamos

hinchados ni teníamos piojos y estábamos dispuestos a trabajar. Entonces los

delegados del gobierno de Torrijos, nos reunieron y nos dijeron: “Los

salvadoreños son gente muy trabajadora y ustedes han pedido tierra para

trabajar, pues Panamá tiene tierra suficiente, los vamos a llevar a las montañas

de la costa abajo, de la provincia de Colón.”

La propuesta nos pareció excelente pues todos éramos campesinos y lo que

mejor sabíamos era cultivar la tierra. En nuestro país no habíamos tenido

mayores oportunidades de desarrollo, ni siquiera tuvimos acceso a la educación

primaria, muestra de ello es que cuando llegó a Panamá nuestro grupo era en un

95% analfabeta.

LA CONQUISTA DEL ATLÁNTICO

Desde la década de 1970, el Estado panameño había iniciado una política de

ampliación de la frontera agropecuaria hacia la vertiente del Caribe del istmo

panameño, la que denominó “La Conquista del Atlántico”. En 1977, ésta, incluso,

fue señalada por el General Omar Torrijos Herrera, como parte de los

objetivos prioritarios del gobierno revolucionario en la política interna del país,

luego de “resuelto” el objetivo central de recuperación de la antigua Zona del

Canal, con la firma del Tratado Torrijos-Chárter, que fue firmado por Torrijos

y el presidente Carter, de los Estados Unidos, para devolver el canal a Panamá

en el año 2000.

El eslogan “La conquista del Atlántico” se hizo muy frecuente y etiquetó la

mayor parte de las acciones de inversión, servicios y diversas medidas de

promoción para la colonización de la vertiente atlántica de Panamá. Algunos

científicos sociales en Panamá le tomaron importancia al estudio de este

fenómeno colonizador, y han identificado que esta estrategia del Estado ha

propiciado una gran inmigración hacia la Costa Atlántica de un gran número de

campesinos, en especial de los llamados “interioranos”. Respecto a este caso, es

esa misma política la que propicia la idea de llevar nuestro grupo de campesinos

salvadoreños a la Costa Abajo de Colón.

Desde un principio la propuesta del gobierno de Panamá fue de realizar un

programa de colonización en suelo panameño en el marco de los planes de

desarrollo nacional, bajo las acciones de desarrollo y colonización de su política

“La conquista del Atlántico”, a casi nueve años de iniciada la primera

experiencia dirigida que constituyó la Comunidad Coclesito. En esta ocasión

pretendiendo realizar un programa similar y tomando en cuenta los criterios de

buena aceptación por los panameños vecinos y la disponibilidad de grandes

cantidades de tierras no ocupadas, se eligió como sitio de asentamiento de la

nueva comunidad, las riberas del río Caño, afluente al río Belén en su curso

bajo, en el corregimiento de Coclé del Norte, distrito de Donoso, provincia de

Colón, a unos cinco kilómetros al interior de la línea costera (playa).

Proyectos Especiales del Atlántico (PROESA) era la institución gubernamental

que daba cobertura a esa zona, cuya área de acción circunscribe a la región

centro occidental del Atlántico. El proyecto ya estaba montado y era hora de

distribuir responsabilidades mínimas de cada parte: el ACNUR financiaría el

proyecto y nuestras necesidades; el gobierno de Panamá proporcionaría la

infraestructura administrativa y orientación del programa en materia técnica y

social; y nosotros aportaríamos principalmente nuestro trabajo.

Es así como el 17 de febrero de 1981 se trasladó en helicóptero, el primer

grupo de veintiséis hombres y cuatro mujeres hasta Santa María de Belén,

ubicado en la orilla de la bocana del río Belén.

Allí fueron alojados en unos ranchos y viajaban por el río Belén todos los días

en cayuco, hasta la montaña donde se construiría la nueva comunidad. Se

empezó a zocolar y derribar montaña para construir los dos primeros ranchos

grandes para alojar a la gente mientras se construían las casas de cada familia.

Las cuatro mujeres preparaban la comida en una cocina colectiva que había en

Belén, pero cuando llegó el segundo grupo de mujeres se trasladaron a la

montaña junto con los hombres.

Antolina Granados:

En la medida que fueron llegando las demás mujeres, fuimos haciendo grupos

de trabajo de seis. La cocina siguió colectiva hasta que se construyeron todas

las casas. No había nada qué comer y solo comíamos guineo sancochado. Pero las

cosas cambiaron cundo llegó el General Torrijos. Él vio que la gente sí

trabajaba porque tronaba esa montaña cuando caían los palos a cada ratito y

palencones que a veces entre seis hombres los botaban. Él se conmovió de ver

la situación que nosotros teníamos en esa montaña. Nos reunió a todos y nos

habló de sus proyectos para nosotros: Ustedes no me conocen pero yo sí, - nos

dijo -, ayer yo estuve aquí entre ustedes, observando que trabajan con mucho

empeño; y me he dado cuenta que no son lo que su gobierno dice. En verdad

ustedes son gente campesina que lo que quiere es trabajar. Nos dijo que

limpiáramos la punta de una lomita que estaba enfrente, porque iba a mandar

unos pajaritos con comida. No les vayan a tener miedo, - dijo -, que estos no

tiran bombas. Todo el mundo se echó a reír. Al siguiente día cayeron dos

helicópteros llenos de comida y toda la gente estaba muy contenta con el poco

de arroz, tunas y sardinas que nos llevaron. Nosotras cocinábamos las grandes

olladas de arroz con tuna o sardina.

Al igual que otras comunidades vecinas como Concepción, Veraguas y

Calovébora, el proyecto de la Comunidad Coclecito había hecho el ofrecimiento

de algunos servicios, como los de transporte en avionetas, sistemas radiales de

comunicación. Y la propuesta del Estado a los pobladores de Belén de realizar

un proyecto de colonización tuvo buena aceptación al considerar que ésta

podría traer muchas ventajas para la zona, sobre todo si se abría una

carretera, nuevos empleos y mercado a la población local.

Proyectos Especiales para el Atlántico (PROESA) definió tres etapas por las

que debía transitar nuestro asentamiento: una pionera, que comprendería el

conjunto de las acciones iniciales de apertura del asentamiento, para hacer de

lo que, hasta entonces, era selva, una comunidad. Esta etapa comprendería la

construcción del centro del poblado y de los servicios más básicos. Durante ella

se introducirían algunos programas productivos, una organización incipiente de

los refugiados, a pesar de que durante ella tendríamos un alto nivel de

dependencia. A esta le seguiría una segunda etapa de consolidación del asentamiento, en la que se introducirían y desarrollarían los principales

programas que constituirían la base económica de la comunidad. Se

formalizarían en ella las formas organizativas del asentamiento. En ella el

énfasis de los objetivos estaría dado por la disminución de la ayuda por parte

del ACNUR, y la asimilación en materia de servicios públicos por el Estado

panameño en igualdad de condiciones que los nacionales. Con los ingresos

generados por la producción durante esta etapa se procuraría la transferencia

de la dirección y administración del proyecto a la comunidad. Mas para que esa

transferencia fuera exitosa, esta etapa tendría que ser sucedida por una

tercera de crecimiento y desarrollo autosostenido, en la que los frutos del

trabajo del grupo de salvadoreños nos permitiría la autosuficiencia. Esta etapa

obviamente involucraría la modificación de las condiciones de la región y de los

panameños vecinos a la comunidad, cuyos ingresos promedian hasta los 200

balboas anuales, cifra que obviamente no podría ser tomada como parámetro

para medir la autosuficiencia de los refugiados en este caso.

Bajo estas proyecciones y directrices, se siguió trabajando con muchas ganas,

ya que era un ambiente completamente diferente al que estábamos

acostumbrados. El mar, el río y la peligrosa montaña en la que teníamos que

trabajar era completamente nuevo, teníamos que transportarnos sólo por el

agua y nadie sabia nadar; así, uno de los trabajadores murió ahogado en los

primeros días.

Chungo Fuentes nos cuenta como los pobladores de la zona nos apoyaron:

Algunos beleneños eran nuestros guías, sobre todo un

buen hombre llamado Martín Navarro, moreno, no tan

alto, pero con una fuerza impresionante. Había crecido

en la selva y la conocía muy bien. Él nos acompañaba

todos los días y siempre nos advertía de los peligros

en la selva: tengan cuidado que por aquí hay mucho

bicho venenoso que en poco tiempo te mata; tengan

cuidado con el tigre porque es muy peligroso; para

pelear con el tigre tienen que amolar el machete por

los dos lados, etc. Él siempre iba adelante dándonos una nueva lección,

mostrándonos las diferentes clases de árboles: los que eran buenos para la

construcción de las casas, para leña, para fabricar cayucos y canaletes, etc.

Fue nuestro maestro en la montaña y lo que más nos impresionaba era que

siempre andaba sin zapatos y no le importaba si había espinas o lo que fuera.

LA SELVA FUE TRANSFORMADA

Al principio nos daba miedo porque todo el

tiempo estaba lloviendo y nos tocaba

trabajar debajo del aguacero todos los

días, montar en esos cayucos y caminar

por los grandes charcos montosos,

expuestos a las culebras que a veces

cuando estábamos trabajando las

partíamos con el machete sin haberlas

visto, eran brincos los que nos sacaban. El

tigre (jaguar) también nos acechaba, pero

nos manteníamos juntos todos y nos fuimos

adaptando a ese ambiente. Seguimos

chapodando y derribando inmensos árboles que

hacían temblar la tierra al caer. Esas eran

montañas vírgenes donde nadie entraba.

Comenzamos a construir las casas al estilo de

esa región panameña, en donde todos los

materiales de construcción los sacábamos de la

montaña a excepción de los clavos. Toda la

armadura de la casa se hacía con pura madera y

clavos. Los pisos de las casas no se construían en el suelo, sino que debido a las

condiciones del clima y al peligro de los animales de la montaña, estos debían

hacerse en el aire, soportados por

unos horcones que van enterrados y

sobre los cuales se construye la casa;

se cortan de un árbol conocido como

palo frío; estos horcones aguantan

años sin podrirse. El resto de la

madera se corta y se pela para armar

la casa. El techo se cubre con una palma o penca un poco parecida a la de coco

llamada guágara; ésta se corta, se hiende por la mitad de la vena y luego se

amarra con bejuco en la armazón del techo. El piso y las paredes se cubren con

jira. Para sacar la jira se corta a la medida necesaria el tallo de la palma, que es

alto y delgado como el coco, con una tripa o fibra suave en su interior. Luego se

pica suavemente con el hacha a lo largo del tallo, en diferentes puntos, de

manera que se flexibilice y no se parta; cuando ya se ha picado bien, se raja de

una punta a la otra para poderlo abrir y sacar el pliego de jira. Luego se le saca

la tripa y queda listo para extenderlo y clavarlo sobre la armadura del piso y

las paredes. De esta forma se construyeron dos galeras o casas grandes, para

alojar la gente que seguía llegando y en la medida en que se fueron

construyendo más casas así se fue trasladando el resto de la gente hasta la

montaña.

Ya estando todos en la montaña había que continuar con el proceso de

asentamiento de la comunidad. Se hicieron grupos de hombres para todos los

trabajos en la selva: para cortar,

pelar y halar la madera de las

casas; para cortar, picar y halar

la jira; para cortar, halar y

hender la penca; otros para

buscar bejucos; otros para armar

las casas; otros que ayudaban a

las mujeres en la cocina y

vigilaban por cualquier peligro,

etc.

Se hicieron grupos de mujeres para preparar la comida para toda la gente en la

cocina comunal, cuidar de los niños, etc. De manera que todos teníamos una

tarea asignada y trabajábamos fuertemente todo el día y con todas las ganas

como buenos salvadoreños. Hasta los niños tenían sus tareas asignadas porque

ellos halaban (transportaban en sus hombros) la penca para el techo, los

bejucos, pelaban la madera, ayudaban en la cocina etc.

Nos tocaba levantarnos a las cinco de la mañana y trabajar hasta las cinco de la

tarde, todo el día bajo la lluvia y con poca comida.

Lo único que oíamos estando allá arriba, era el ruido del mar, el ruido de las

hachas y motosierras que estaban derribando la montaña, y la bulla de los

pájaros. Habían unos así grandotes que se llaman picotes. También se oía la

bulla de los monos que aullaban allá en la montaña. Todo el día se escuchaba el

golpe de las hachas, el zumbido de la motosierra y la caída de los árboles.

Temprano en la noche nos acostábamos y escuchábamos el zumbido de los

zancudos que no nos dejaban dormir, pero también escuchábamos el rugido del

mar y el canto de los grillos.

Seguimos así dibujando con nuestras manos en esa montaña aislada la pequeña

ciudad. En total construimos sesenta y cinco casas que luego distribuimos a

cada familia. Cuando ya estábamos en nuestras casas se empezó a repartir la

comida en crudo, y cada familia, en su casa, cocinaba su propia comida.

EL NOMBRE EN HONOR A MONSEÑOR ROMERO

Antonio Amaya, Antolina Granado:

Hasta esa fecha aún no teníamos un

nombre de la comunidad, sólo nos

decían los refugiados salvadoreños.

Había que darle un nombre a nuestra

comunidad y en una asamblea general

salieron varios nombres de lugares de

El Salvador como: La Unión, Nueva

Esparta, El Ocotillo, La Esperanza,

Nueva Esperanza, etc, pero al final

nadie se puso de acuerdo y, como no

nos poníamos de acuerdo, entonces el

padre Murillo intervino diciendo: No

necesitáis poner el nombre de un lugar,

podéis darle el nombre de una persona

muy querida por todos, alguien que

ustedes quieran recordar. El padre

José María Murillo, fue el primer

sacerdote, de los claretianos, que nos

visitó en la montaña, era nuestro sacerdote. Inmediatamente se escucharon los

cuchicheos entre la gente y no tardó mucho para que alguien dijera: Entonces

que se llame Monseñor Romero. Todos hicimos gestos de aprobación y la gente

sonreía diciendo, ese era el nombre que necesitábamos, Monseñor Romero. De

repente alguien levantó la mano y dijo: Yo estoy de acuerdo con que sea

Monseñor Romero, pero propongo que se llame Ciudad Romero. El padre Murillo

intervino y dijo: Lo importante es que ya os habéis puesto de acuerdo y todos

se ven muy felices con la decisión; yo os propongo que vayáis a vuestras casas,

por la noche lo pensáis muy bien y mañana a las tres de la tarde celebramos una

misa para bautizar la nueva comunidad.

El siguiente día se celebró la misa con toda la comunidad, usando el tronco de

un gran árbol como altar y bautizamos la comunidad con el nombre de Ciudad Romero, en memoria del Arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero,

asesinado por los Escuadrones de la Muerte, cuyo martirio fue ejemplo de

amor, lucha y solidaridad con los oprimidos, y con la ilusión de que la Comunidad

fuera un testimonio vivo del gran amor que el pueblo tiene a Monseñor Romero

por su entrega a los más sedientos de justicia.

EL QUE DA CARIÑO RECIBE CARIÑO

Antolina Granados:

La tercera vez que el General Torrijos llegó, siempre aterrizó en Belén, pero ya

no se vino en la lancha. Yo me asusté cuando vi al presidente de Panamá

saliendo de la montaña. Nosotros vivíamos cerca de la quebrada y frente de la

casa del compadre Macario estaba el puente de palo por donde él venía

cruzando, venía con sus botas, una calzoneta tunca, su sombrerito y una

camiseta blanca, porque eso sí tuvo él, nunca llegó vestido de militar, porque

entendía el trauma que nosotros teníamos con los militares. Toda la gente salió

a encontrarlo y tuvimos una larga reunión con él. Qué gobierno más ingrato

tienen ustedes –decía-, un gobierno capaz de tirarles bombas a estos pobres

niños, esa es la ayuda que da el imperio de los Estados Unidos a los pueblos,

armas, aviones y bombas de quinientas libras.

Nos dijo que ya estaba iniciando los trámites para la construcción de la

carretera desde Coclecito hasta la comunidad, pero mientras tanto iba a iniciar

la calle desde Ciudad Romero hasta Belén. Allí en Belén queda una máquina que

va a romper la calle, dijo, pero ustedes tienen que ir a echar una mano también.

Nos habló de la pequeña represa hidroeléctrica que iban a construir en el río

para que tuviéramos energía eléctrica.

En esta comunidad yo me siento como en mi casa; hoy sí podemos hablar del

tema que ustedes quieran. Otras veces no he podido, ni vamos a poder siempre

porque dentro de la guardia nacional están mis enemigos y esa es la razón por

la que no pude visitarles cuando ustedes estaban en El Fuerte Cimarrón, porque

allí también están los que quieren matarme. La CIA me quiere quebrar. Cuando

vengo aquí, ni mi mujer sabe para donde voy. Ustedes deben tener mucho

cuidado y hablar de estos temas sólo cuando yo les diga que he venido con mi

gente, también ustedes son mi gente, la lucha del pueblo salvadoreño es justa,

por eso los que quieran prepararse para regresar a luchar por la liberación de

ese pueblo hermano lo van a poder hacer y yo mismo me encargaré de eso.

Yo viví unos años en El Salvador mientras estudiaba mi carrera militar y tengo

muy buenos recuerdos de los salvadoreños. Está lleno de gente por todos lados;

una vez venía de Santa Ana para San Salvador y traía grandes ganas de orinar,

pero cuando paraba en un lugar solo, veía que enfrente había una casa, me iba

más adelante y había gente trabajando, seguía más adelante y había gente

vendiendo por las calles, oye me tocó aguantarme hasta llegar a mi casa, allí no

se puede ni orinar.

Pero también fui testigo de los atropellos y las injusticias que se cometen

contra ese pueblo y ustedes son el testimonio vivo de lo que estoy diciendo, y

estoy dispuesto a dar apoyo a los que decidan regresar, para que con el mismo

coraje y valentía que ha derribado estas montañas puedan derribar ese

régimen que les mató, les echó de su propia tierra y que en estos momentos

sigue masacrando campesinos salvadoreños.

El presidente Torrijos nos visitaba bien seguido y siempre expresó y demostró

su afecto por la comunidad, nos dio un trato muy especial, siempre estuvo

pendiente de las necesidades básicas, sobre todo de la educación. Siempre nos

repetía una frase que él decía: “El que da cariño recibe cariño”.

Antonio Amaya, Enemecio Reyes:

Cuando cumplimos cuatro meses de estar derribando montaña sacó a pasear a

todos los jefes de familia, nos llevó en helicóptero hasta Penonomé, allí nos

dieron una mudada nueva y cien dólares a cada uno. Por la noche nos tenía

preparada una gran fiesta con un grupo de música típica, con bastante comida y

bebida. El siguiente día nos llevó a conocer el Canal de Panamá y nos compró un

radio a cada uno: “Esto es para que escuchen la Radio Venceremos”, nos dijo. Nosotros nos pusimos a reír, pero la sorpresa fue que cuando llegamos a la casa

pudimos escuchar la voz de Santiago y Mariposa por la Venceremos. Esa noche

hicimos una fiesta con el conjunto que nosotros teníamos. Todos los días a las

siete de la noche (porque allá hay una hora adelantada), la gente estaba pegada

a su radio, informándose de los avances de los compas en El Salvador.

Pero todos los planes de Torrijos

y nuestras ilusiones se vinieron

abajo cuando lo mataron. Eso fue

el 31 de julio de 1981, apenas

cinco meses de haber llegado a la

montaña. Nosotros escuchamos

las noticias por la radio que él

mismo nos había regalado. La

comunidad entera lo sintió en el

alma y lloró la muerte de

Torrijos. De la comunidad fue una

comisión al entierro. Aparte del gran cariño que le teníamos, sabíamos que

estábamos perdidos en esa montaña, y efectivamente así fue porque las cosas

nunca fueron igual. Sólo había pasado un año de que nos mataron a Monseñor

Romero y nosotros sentíamos un sentimiento de dolor bastante parecido.

El general Paredes continuó de alguna manera con la relación que teníamos con

Torrijos; la esposa de Torrijos también nos visitó algunas veces para la navidad

y nos llevaban un paquete navideño a cada familia, allí venían juguetes para los

niños, vino o ron para los adultos, manzanas, uvas, peras y una chuleta de cerdo.

El general Noriega también nos visitó una navidad.

NUESTRA ORGANIZACIÓN Y LOS GRANDES PROYECTOS

COMUNITARIOS

Chungo Fuentes, Enemecio Reyes, Gonzalo Reyes:

Nuestra ilusión era regresar a El Salvador algún día, pero mientras tanto

teníamos que sobrevivir en esa montaña. El 30 de junio de 1981 se había

formado en Asamblea general la primera Junta Directiva Comunal encabezada

por Simón Guzmán. En 1982 inician los proyectos colectivos a largo plazo:

cacao, ganadería y coco, para lo cual fue necesaria una mayor organización. Se

comenzó a derribar montaña en el Río Belencillo para el proyecto de Cacao, en

ese tiempo, un producto de fácil comercialización y buen precio según la visión

de PROESA, el cual se convertiría en la principal fuente económica para Ciudad

Romero. Luego se derriba parte de la montaña cercana a la comunidad para el

proyecto de ganado y en la misma época se inicia la derriba cerca de la playa

para el proyecto de coco. Se hacen las primeras milpas y arrozales colectivos y

se inicia la construcción de una Porqueriza para la cría de cerdos. Todos los

proyectos que se desarrollaban eran dirigidos y administrados por PROESA.

Los hombres están organizados en grupos de diez, donde cada grupo de trabajo

tiene un encargado. El encargado se reunía con la directiva para informarse de

los proyectos que tenían que realizarse. Las mujeres también se organizan en

grupos de 10. Las mujeres coordinan el trabajo de cocina para llevar la comida

a los campamentos de trabajo. Tanto los grupos de mujeres como hombres se

rotaban en los diferentes campamentos. De manera que toda la gente se

mantenía ocupada permanentemente.

Gonzalo:

Yo estaba en el grupo de los solos, nos decían así porque no estábamos casados

y no teníamos más familia. A veces dejábamos a Moncho haciendo tortillas

porque hubo un tiempo que nos tocaba cocinar. En una lata de leche hacíamos

arroz sin sal y sí cocinábamos cualquier cosita. Mi familia se quedó en El

Salvador, y yo me pasé con la gente que venía huyendo para Honduras. Bueno yo

si tenía familia pero antes de la guerra no la conocía, estaba Fabián, Antolina y

Toña, que eran mis primos, pero hasta entonces comenzaba a conocerlos. Yo

solo tenía 18 años y allá en el Ocotillo a uno lo crecieron bien sumiso, casi no

nos dejaban salir, solo fui a la escuela hasta primer grado, toda la gente casi

era analfabeta, y allá en Panamá tampoco tuve oportunidad de estudiar porque

como yo solo, lo que me dieron fue una gran guarizama (especie de machete

largo) y un hacha de ocho libras para chapodar y derribar montaña.

Amanecíamos y anochecíamos trabajando en esa montaña. Yo entregué toda mi

juventud a esta comunidad y me siento orgulloso de eso, lo que a mí me duele es

que no tuve la oportunidad de prepararme, porque ahora le estuviera sirviendo

mejor a la comunidad. El sufrimiento que nosotros hemos pasado nos unió como

hermanos, como una verdadera familia. Yo ahora siento que mi familia es la

comunidad, y por ella soy capaz hasta de dar mi vida. Como te repito, yo

entregué toda la energía de mis mejores años de juventud a los proyectos

comunitarios, yo fui encargado de producción por varios años.

LOS SEMBRADORES DE MAÍZ EN PLENA SELVA EXTRANJERA

Ciudad Romero tenía que estar muy unida para poder sobrevivir en esa selva, un

nuevo clima, un nuevo ambiente; había que desafiar los ríos, la montaña y el

océano Atlántico; viviríamos de la pesca, la caza y la agricultura.

El maíz no existía en esa montaña y la gente se desesperaba por las tortillas,

ya no querían guineos sancochados, así que pedimos semilla de maíz y

comenzamos a sembrar aunque en pocas cantidades. Las primeras milpas las

cuidábamos como un tesoro y en esas tierras vírgenes, no necesitábamos abono.

Cada persona debía saber nadar y tener su cayuco; no sabíamos cómo hacer los

cayucos pero derribamos los árboles y empezamos a fabricar unas canoas todas

cuadradas que se veían bien feas, pero que servían para transportarse. Poco a

poco fuimos perfeccionando la técnica de fabricación, e incluso inventamos

nuevos modelos de cayucos. Luego cada quién se transportaba en su cayuco de

remo a los diferentes campamentos. En los cayucos de motor solo viajaban las

mujeres y niños.

Lo más difícil era eso, el aislamiento en que estábamos. Para poder salir a la

ciudad de Colón, que era la más cercana, había que navegar doce horas por el

mar en un cayuco con motor fuera de borda. La otra opción era por Coclesito, la

comunidad más cercana donde entraba carretera, que estaba a 4 días a pie por

la selva, expuestos a todos los peligros. De esa manera se nos hacía casi

imposible transportar nuestros productos y conseguir los artículos más

necesarios en el hogar.

Mario Ordóñez y Jorge Villatoro eran los promotores de salud, andaban su

pequeño botiquín, se trasladaban con los trabajadores hasta los campamentos y

permanecían allí para dar los primeros auxilios en cualquier emergencia, porque

con frecuencia alguien resultaba herido, lo picaba una culebra o le pasaba

cualquier cosa como cuando había algún accidente en el río o un árbol le caía

encima a alguien. Si el caso era grave había que bajar el paciente hasta Belén

para luego enviarlo al hospital de Panamá o Penonomé en la avioneta de las

Naciones Unidas o enviarlo por el mar.

Nos manteníamos unos pendientes de los otros. Había una solidaridad tan

grande que si había problema con una persona allí iba un grupo que se

encargaba de ayudarle, o todos si era necesario.

BELENCILLO

Río arriba en

lo profundo

de la

montaña,

estaba

Belencillo, el

lugar

escogido para

llevar a cabo

el proyecto

de cacao, que

era el más

grande de

todos; estaba

a unos quince

kilómetros de la comunidad, y la única forma de llegar hasta allá era por el

agua. Había que bajar el río Caño, subir el río Belén y luego el río Belencillo.

Como todo el tiempo estaba lloviendo se tenía que viajar bajo la lluvia y contra

las crecientes.

Ciudad Romero tuvo que reforzar su organización. No se podía estar viajando

todos los días, pues se perdía mucho tiempo y los costos eran muy altos, por lo

que fue necesario construir en las riberas del río Belencillo dos campamentos,

para pasar ahí durante

las jornadas de trabajo

de una a dos semanas.

Mientras los hombres

derribaban montaña, los

niños y las mujeres

trabajaban en el vivero

llenando bolsas y

sembrando las semillas

de cacao. Aquí las

mujeres trabajaron muy

organizadas porque el

trabajo de la cocina no

era nada fácil. Cocían las grandes peroladas de arroz para todos los

trabajadores. El arroz era la comida de todos los días porque la tortilla solo la

comíamos de vez en cuando. El platillo típico era la platada de arroz, aunque el

conqué sí variaba de vez en cuando: arroz con tuna, arroz con sardina, arroz

con jamón, arroz con frijoles, arroz con pescado, arroz con coco, arroz en

leche etc.

Los sábados por la mañana regresábamos

a la comunidad, se reunían las familias y

por la noche todo el mundo iba a misa o a

la celebración de la palabra de Dios

cuando no había sacerdote. El domingo

por la tarde, salíamos de regreso para

Belencillo.

A este ritmo logramos sembrar en

Belencillo ochenta y dos mil plantas de cacao. Rosario Ramos, Sedeño,

Francisco Jiménez y Francisco Alcocer, que eran panameños miembros del

equipo técnico, permanecían con nosotros en la montaña coordinando y

supervisando los proyectos. En este proyecto, Ciudad Romero lo dio todo. Puso

todas sus esperanzas, era bonito ver a toda la gente trabajando bien

organizada, y con una increíble fuerza de voluntad y trabajo.

La escuela funcionaba hasta sexto grado, con maestros pagados por el

gobierno panameño, que viajaban desde la Ciudad de Panamá para quedarse con

nosotros durante todo el semestre. Los niños y jóvenes trabajábamos duro

pero también íbamos a la escuela. En los últimos años, los que se graduaban de

sexto grado con mejores notas y querían seguir estudiando se los llevaban

becados para Coclecito y regresaban de visita hasta los seis meses. Para los

niños más pequeños había una guardería atendida por el Comité de Madres

Maestras de la Comunidad.

También había una sastrería atendida por el Comité de Amas de Casa, donde se

hacía la ropa para toda la gente de la comunidad; el centro de salud; el equipo

evangelizador, que venía funcionando desde El Salvador; y también había un

grupo musical que amenizaba todas las fiestas y actividades de la comunidad,

cuyo director y experto violinista era Don Serapio Reyes, de unos sesenta y

cinco años, quien también era el peluquero oficial de la comunidad. Ese era su

trabajo y aporte a la comunidad porque lo sabía hacer muy bien. Niña Tomasa

era la partera o comadrona de la comunidad. Como allí no había hospital ella

atendía todos los partos desde que vivíamos en Nueva Esparta y el refugio en

Honduras. Niña Tomasa recibía los niños al mundo. Tía Adriana era la rezadora

cuando alguien moría, y toda la comunidad rezaba y los despedía a la hora de la

muerte, para asegurar que llegaran con bien al cielo. Nadie tenía dinero pero

tampoco nadie tenía

necesidad de pagar

por los servicios

básicos, incluso el

corte de cabello, y las

fiestas también eran

comunitarias, el

dinero casi no

circulaba, la gente

caminaba tranquila sin

un solo cinco en la

bolsa.

Como no había luz

eléctrica no se podía ver televisión; entonces nos llevaron un televisor grande y

una planta eléctrica para ver el mundial España ochenta y dos; así que

estábamos contentos, pero cuando lo encendieron solo se miraba el gran

hormiguero, no tenía nada de señal. El siguiente día llegaron en un helicóptero

con una gran antenota pasamontañas, sembramos un palo bien alto y la subieron

hasta allá arriba y otra vez la gente se reunió en la casa comunal, pero tampoco

funcionó. Apenas se miraba la sombra de los muñequitos corriendo y la gente

que se le salían los ojos por ver mejor, y otros colgados de la antena dándole

vueltas.

La tele se la llevaron, pero nos dejaron la planta para alumbrarnos cuando

habían fiestas o alguna velación, porque hasta entonces todo se hacía en lo

oscuro sólo con unos candilitos.

Después lo que hicimos fue organizar torneos de fútbol. La comunidad estaba

organizada en cuatro sectores enumerados del uno al cuatro. Se formó un

equipo de fútbol por cada sector y se organizaban los torneos por temporadas

y todos los domingos había partidos.

Como no había otra diversión toda la comunidad asistía a la cancha de fútbol

para apoyar al equipo de su sector. Nosotros vivíamos en el sector tres y era

divertido verlos jugar debajo de aquellas grandes tormentas; la pelota se les

quedaba pegada en los charcos y cuando se metían todos se caían y salían los

bultos negros de lodo, corriendo detrás de la pelota; los uniformes no se

distinguían y no se sabía quiénes eran de cada equipo. Los jugadores gozaban el

partido, pero la barra lo disfrutaba mucho más. Menos mal que la cancha

estaba a la orilla del río y al terminar el partido todo el mundo incluso la barra,

salía corriendo a tirarse al agua que siempre estaba bien calientita y daba

gusto estar allí metidos. Nos poníamos a jugar “coyo” y nos divertíamos

muchísimo. El que tenía el coyo, debía perseguir a los demás, y solamente podía

pasarle o pegarle el coyo, si le tocaba el pelo. Y como todos éramos buenos en

el agua, eso era lo bonito, alcanzar a alguien, era como querer tocarle la nariz a

un pez en el agua. Y uno se rebuscaba para que no le pegaran el coyo, porque si

el juego terminaba, decían que era la mujer de Meco.

LA FE CRISTIANA ESTUVO SIEMPRE PRESENTE

Gracias a Dios, desde un

principio tuvimos también el

acompañamiento de la iglesia,

que nunca se alejó. El equipo

misionero de Colón estuvo

siempre dándonos ánimo para

seguir caminando como

comunidad en la fe de

Jesucristo. Con nuestra

llegada, la iglesia, desplegó un

plan pastoral para toda la Costa Abajo. El padre Celestino Sáez fue nombrado

jefe del equipo misionero. La misión salía cada cuatro meses desde Colón,

visitando varias comunidades y por último llegaban a Ciudad Romero; allí se

quedaban una semana con nosotros. El Padre Celestino era nuestro sacerdote al

menos por una semana. Durante esa semana, habían cursillos, talleres de

costura, de cocina.

Los sacerdotes, las

monjas y los seminaristas

eran figuras muy

importantes en la

comunidad, aunque no

estaban todo el tiempo

con nosotros; pero cuando

llegaban, la gente se

alegraba mucho y los

trataban muy bien. Había

un equipo pastoral en la

comunidad que también daban catequesis a los niños y jóvenes. Yo asistí a la

catequesis desde muy pequeño, incluso desde la parvularia nos hablaban de

Jesús y cantábamos cánticos a la Virgen María. Se había construido una capilla

bien grande para que cupiera toda la gente porque casi toda la comunidad

siempre estaba en misa. La señora Eulalia era de las que nunca faltaban a misa,

era la primera en llegar y siempre se sentaba adelante. Al fondo de la capilla,

estaba el mural de San Romero de América que describe toda nuestra historia

hasta llegar a Panamá, y en el centro un salvador del mundo (nuestro santo

patrono). Este mural fue pintado por el padre Maximino Cerezo Barredo,

claretiano. Él llegó y se reunió con la comunidad para conocer la historia, y de

las ideas de la gente él pintó este gran mural que nosotros ahora consideramos

como uno de los tesoros de la comunidad. Este mural es especial nos dijo, será

único, porque son las ideas de ustedes. Después que sacó toda la información,

nos dijo que iba a cerrar la capilla por un mes, que él se iba a encerrar a pintar

y necesitaba concentrarse, por eso nos pidió que nadie lo interrumpiera, ni

siquiera a mirar por la ventana. Y la gente tenía la gran curiosidad por saber

qué era lo que el padre estaba pintando. Cabalito al mes había terminado, y

abrió las puertas de la capilla para que todos lo viéramos. La gente nunca había

visto algo tan bonito y todo el mundo estaba mirando.

Este mural en

realidad refleja

nuestra historia

desde la

represión en El

Salvador, hasta

nuestra llegada a

Panamá. Las

primeras escenas

reflejan la

represión en El

Salvador en 1980, nuestras casas quemándose, los catequistas escondiendo su

biblia, los helicópteros bombardeando nuestras casas y la gente corriendo para

salvar sus vidas en, cruzando la frontera con honduras. El río que allí aparece,

representa al río Torola que cruzamos, los ríos en Panamá que representan la

vida y el inicio de una nueva etapa de nuestras vidas en el exilio. A parecen

también las manos abiertas, simbolizando el buen recibimiento que nos dio el

pueblo panameño, nuestra gente trabajando, sembrando maíz. En la escena

siguiente, aparece otra vez, el sufrimiento del pueblo salvadoreño, porque la

comunidad ya se encuentra a salvo en otro país, pero sigue pensando en El

Salvador, en su gente, en sus hijos y familiares que se quedaron, otra vez

aparece la violencia, las armas, los soldados; los niños y Monseñor Romero

asesinados. Pero también aparece la denuncia y el llamado enérgico de

Monseñor Romero “a los soldados, les suplico, les ruego, les ordeno en el nombre de Dios: ¡cese la represión!”; también aparece el mensaje de vida y

esperanza “Si me matan resucitaré en la lucha de mi pueblo”, y aparece

Monseñor Romero resucitado, con los brazos abiertos y lleno de vida, su cuerpo

herido sigue sangrando en el piso, pero su espíritu ha salido de este cuerpo y

ahora se encuentra de pie, como diciendo: yo vivo en ustedes, en sus mentes en

sus corazones, y estaré presente en todas las luchas de éstas y las futuras

generaciones.

El ACNUR siguió apoyándonos con la alimentación y en los proyectos colectivos.

Seguimos trabajando organizados en comunidad, porque así era nuestro

sistema de trabajo, y sin mayores problemas, porque lo que trabajábamos era

de todos y para todos.

La gente sembraba árboles frutales y otros en sus solares como marañón

japonés, guanábana, mango, coco, pifa, naranja, limón, guayaba, café, pan, caña

etc. Todo era una belleza, porque a los pocos años la comunidad parecía que

estaba en medio de una finca.

CRISIS EN LOS PROYECTOS COLECTIVOS

Chungo Fuentes, Neptalí Velásquez, Enemecio Reyes:

Todo funcionaba muy bien, la gente vivía en armonía y todo el mundo trabajaba

sin andar reclamando nada, porque la misma organización que teníamos y la

ayuda alimentaria por parte de las Naciones Unidas, permitía solventar las

necesidades básicas de cada familia. Cada grupo o cuadría de trabajo hacía sus

tareas: en la montaña, en la coquera, en la cocina, en la sastrería, en la escuela,

en el jardín de párvulos, en el centro de salud, en la tienda comunal, en los

cayucos, en la catequesis; don Serapio cortando pelo y tocando el violín, don

Jacinto reparando la tubería de agua y Matías en su función de vocero oficial

de la comunidad.

En 1986, El ACNUR comienza a recortar la ayuda, y nosotros no teníamos

individualmente ningún trabajo o cultivo. Todo lo que teníamos era colectivo y

como eran proyectos a largo plazo, aún no daban frutos. El proyecto de coco

todavía no producía, el de cacao apenas comenzaba a producir, ya se cosechaba

el cacao y lo bajábamos hasta la comunidad. Como nunca hacía sol, hubo la

necesidad de comprar una planta secadora y ahí se metía el cacao para secarlo,

pero cuando se sacaba a la ciudad a venderlo, éste no podía comercializarse

porque los precios habían bajado, nuestros costos de transporte eran muy

altos y no era para nada rentable, la gente lo seguía trabajando porque no había

otra opción.

Todo ese tiempo, la gente había estado trabajando en la montaña, y en ningún

momento se había capacitado a nadie de la comunidad para administrar y darle

continuidad a los proyectos; todos los técnicos y administradores de los

proyectos llegaban de fuera, y nosotros sabíamos trabajar muy bien, pero

nunca se preparó a nadie en la parte técnica y administrativa.

La comercialización de los productos era otro pisto. El proyecto de ganadería

era el único que ya nos estaba dando beneficios, porque como solo lloviendo

pasaba siempre había buen pasto en abundancia. El ganado se reproducía

rápidamente, la leche se repartía a cada familia. Pero hasta entonces la gente

trabajaba cien por ciento en los proyectos comunales sin tener que

preocuparse por la comida ya que el barco nos la traía y no se preparó a la

comunidad para la transición. Así no más, de un solo, nos cortaron todo.

Allí comienzan los problemas: hay una escasez tremenda de alimentos y nadie

tenía qué comer. La gente desesperada comienza hasta ese momento a derribar

su propio pedazo de montaña para sembrar arrozales, milpas, yucales,

dacenales, etc., pero en los tiempos libres, porque ante todo, estaban los

proyectos colectivos. Siempre habíamos cultivado estas cosas pero en

cantidades mínimas para comerlas de vez en cuando. Ese es el alimento de la

gente de la zona. Pero ya se nos había terminado todo. Otros trabajaban doble

o triple y sembraron fincas de café porque eso sí estaba dando en esos

momentos. La gente amanecía y anochecía derribando montaña.

Los primeros cuatro o meses sin ayuda, sí que aguantamos hambre.

Anteriormente la gente iba a pescar para salir de la rutina y comerse su

pescadito fresco pero ahora nos habíamos acabado los peces de todos los ríos

y hasta la gente que nunca se había metido al mar ahora estaba desde las

cuatro de la mañana en la bocana del río Belén, esperando que amaneciera para

entrar todos en bandada a buscar el pez de cada día. Apenas amanecía, aquel

poco de cayucos parecía una maratón para adentro del Atlántico, pero habían

veces que ni en el mar conseguíamos un pez, era como si ya nos tuvieran miedo

los peces porque ni los tiburones que siempre estaban rondando y midiendo

nuestros cayucos se veían. Otros se metían bien adentro de la montaña para

cazar algún animalito. Las comunidades vecinas que en un principio habían sido

beneficiadas con nuestra llegada a la zona, ahora se quejaban porque

estábamos acabando con todo; la plaga de Romero acabó con todos los peces

decían algunos beleneños.

Muy a pesar de todo supimos soportar esa crisis y no nos dejamos morir de

hambre. En pocos meses teníamos en la comunidad una tremenda producción

que ni los mismos lugareños habían tenido jamás. Es que daba gusto ver la

inmensidad de hectáreas y hectáreas de siembras de toda clase: arrozales,

dacenales, yucales, milpas, ñampí, etc., La cuestión de la alimentación se

empieza a superar personalmente, y ya no estábamos atenidos al barco, cada

quien había sembrado lo suyo pero eso implicaba dedicar menos tiempo a los

proyectos colectivos.

El problema fue que cuando la gente vio que podía arreglárselas por su propia

cuenta, le fue dedicado más tiempo a lo propio. Los proyectos siempre

continuaban porque la mayor parte del trabajo más pesado ya se había hecho,

ahora solo había que darles mantenimiento, y para eso no siempre era necesaria

toda la gente, de manera que en temporadas podíamos turnarnos y seguir

trabajando en lo propio para asegurarnos que no nos faltara la comida de todo

el año.

La gente estaba desmoralizada porque con mucho dolor veía que el proyecto de

cacao no estaba dando ningún beneficio sino más bien pérdidas. Todo el mundo

seguía trabajando fuerte y las bodegas llenas de sacos de cacao en oro solo de

venderlo, pero nadie los compraba; se perdía menos dejándolos perder o

regalándolos. El resto nos los repartíamos.

Algunos querían seguir los trabajos colectivos y otros no, decían que no valía la

pena seguir trabajando en algo que no era rentable. La comunidad y toda su

organización comienzan a tambalear y a dividirse. Los otros proyectos seguían

funcionando, pero el proyecto de cacao que se suponía iba a darnos la

sostenibilidad en esa montaña ya no era rentable. La gente sólo cosechaba para

el consumo.

TODA LA ORGANIZACIÓN SE VINO ABAJO

En enero de 1987, la Comunidad se parte en dos grupos: el primer grupo formó

una cooperativa con 37 socios y el resto se quedó en el grupo comunal.

Al principio, los dos grupos trabajaban separadamente con su propia

organización, pero los proyectos seguían siendo colectivos. Sólo la tienda

comunal se había dividido. Se turnaban para darle mantenimiento a los

proyectos. La organización comunitaria prácticamente se acabó, aunque

siempre hay una directiva comunal formada por representantes de los dos

grupos. Los grupos empiezan a hacer sus propios reglamentos. El de la

cooperativa era el más estricto de todos, el que faltaba un día a trabajar, tenía

que pagar, y cuando no pagaba, entonces lo echaban. Empieza la competencia y

la rivalidad entre cooperativistas y comunales. Se llega a un momento bien

difícil de confrontación. Nadie podía controlar la situación. Cada quién pone su

tienda, fabrican su propio cayuco grande fuera de borda, y se encargan de

traer su propia mercancía desde Colón. Compran mercancía para vender a la

comunidad y a los demás vecinos.

Finalmente se toma la decisión de dividir los proyectos también, cada grupo

saca su producción, pero igual no la puede comercializar, y el cacao se sigue

perdiendo por cantidades. El proyecto de coco que era a largo plazo para

entonces apenas empezaba a florear. El proyecto de ganado era el único que

seguía funcionando.

Entonces la comunidad se fracciona aún más. Aparece otro grupo de siete

familias, que luego les pusieron el grupo de los “canadienses”. Posteriormente

se separaron otras cinco familias que formaron el grupo de “los neutrales”;

luego el grupito de “los independientes” que estaba formado por dos familias;

quedando la comunidad dividida en cinco grupos.

Se repartieron todos los proyectos y cada quién administraba su parte.

Estos fueron los momentos más difíciles de nuestra organización, pero

nosotros tuvimos la valentía de soportarnos y resolvíamos los problemas

mediante el diálogo. La directiva comunal jugó un papel muy importante en la

solución de conflictos, ya que allí no había ni policías ni tribunales; la directiva

era la máxima autoridad y la gente la respetaba porque, por muy grande que

fueran los problemas, se solucionaban dentro. Hubo problemas muy serios que

pudieron terminar en muertes violentas, pero el sufrimiento nos había unido

tanto que, gracias a Dios, nunca llegamos a esos extremos. Vivimos diez años en

esa montaña y nunca hubo un lesionado o muerto por otra persona, nos

tratábamos como verdaderos hermanos.

La iglesia permaneció todo ese tiempo con nosotros. Ellos nos aconsejaban,

nunca nos abandonaban, pero la situación era tan difícil que ellos no hallaban

qué hacer con tanta división en la comunidad. De alguna manera éramos

manipulados, porque cuando alguien llegaba y decía hagan esto nosotros lo

hacíamos, y si éramos mal orientados nos iba mal.

El exilio fue una escuela para nosotros. Primero porque allí aprendimos a leer

un poquito, pero desgraciadamente después que murió Torrijos, el interés por

la educación también bajó. Si nosotros hubiéramos tenido gente capacitada

para manejar los proyectos no hubiera pasado todo esto. Nosotros siempre

fuimos manejados, hay que aceptar que así fue, nosotros hacíamos lo que nos

decían: sembramos cacao porque nos dijeron que esa iba a ser nuestra

salvación en esa montaña, sin tener nosotros ni idea de como era el cacao, o si

iba a funcionar o no. Nosotros allí estábamos trabajando con todo, sin

preguntar absolutamente nada. Nosotros nos encargábamos de la organización

interna del trabajo, pero de los proyectos no.

No fuimos lo suficientemente listos. Pero aprendimos muchísimo. Creíamos en

los proyectos colectivos, pero nos faltó capacidad. Lo cual pudo haber sido

previsto, y no dudamos que Torrijos iba por esa vía, porque lo primero que hizo

al llegar a esa montaña fue traer profesores y montar la escuela, así fue como

algunos aprendimos a leer; o tal vez habría orientado los proyectos de forma

diferente, porque si en vez de cacao hubiéramos sembrado café, por ejemplo,

el café sí lo pagaban muy bien en ese tiempo. Y no es que nos estemos quejando

por eso, simplemente que nuestra historia pudo ser otra, y la organización sí

funciona cuando la gente está capacitada y nosotros teníamos muchas

condiciones a favor.

LOS NIÑOS TENÍAMOS NUESTRO PROPIO MUNDO

Nosotros habíamos

crecido en esa montaña

y todos nuestros

pensamientos e

ilusiones estaban allí.

Durante la gran

hambruna nosotros

hasta anduvimos

cortando todo las

palmas de la clase que

fuera, para comernos el

palmiche o cogollo. El

platillo típico del día era la tortilla con limón y sal.

La ropa la lavábamos sin jabón, y nos íbamos días enteros a las playas buscando

cocos para sacar aceite o cocinar con coco. También buscábamos de un material

que quemábamos para alumbrarnos en la noche, porque tampoco teníamos gas

para los candiles.

En ese tiempo fue que nos tocó trabajar más que nunca para tener raíces que

comer lo antes posible, y la semilla para sembrar era muy escasa, pero la gente

se rebuscaba como podía y hacíamos trueques con los indígenas y la demás

gente de las comunidades vecinas. Daniel se hacía pasar por pastor y se iba a

bautizar a los indígenas, y ellos le regalaban chanchos y gallinas. Cada quien

sembró lo que pudo y también hacíamos trueque entre nosotros mismos. Nos

buscábamos prestado un saco de yuca, un poquito de arroz, aceite, azúcar, sal,

y hasta los huevos, etc. La cosa era no dejarnos morir de hambre.

En medio de la crisis por el hambre, mi papá decidió que sembráramos café.

Don Chico era compadre de mi papá y nos ayudó a conseguir las plantitas de

café. Empezamos a socolar y a derribar montaña y como éramos bastantes,

avanzábamos bien rápido: estaba mi papá, Oscar y Tito que eran los más

grandes y luego estaba Leonel, Pablo, Amilcar y yo que tenía unos ocho años

para entonces y Amílcar tenía seis. Logramos sembrar dos fincas de café, una

que estaba relativamente cerca de la comunidad, y la otra que estaba un poco

más lejos, a la orilla del río Caño, cerca de la quebrada de Limón, donde estaban

los inmensos potreros del proyecto de ganadería. Los paisajes se miraban bien

bonitos cuando uno subía o bajaba por el río.

Los niños no teníamos mayores diversiones, nunca habíamos visto televisión y

nunca habíamos salido de esa montaña. Para nosotros todo lo que existía en el

mundo era la comunidad, los ríos, los cayucos, las montañas, el mar, Belencillo,

los beleneños, veragüenses y los indígenas guaimíes. La radio, que era la única

cosa que hacía bulla, los papás la tenían bien controlada y por lo general los

niños no teníamos permiso para usarla porque las pilas eran caras.

Entonces jugábamos a la guerra entre los soldados y los guerrilleros, y otras

veces los alemanes contra los franceses. Hacíamos pistolas y fusiles de madera

y nos andábamos por toda la comunidad; subíamos a la pista, bajábamos por la

casona, la escuela, seguíamos por donde tío Fabián, bajábamos la quebrada y

subíamos hasta la capilla. A veces subíamos hasta donde don Chico, bajábamos

por la guardería, la porqueriza y nos íbamos hasta los límites de la montaña, allá

por donde vivían los solos: Gonzalo, Eduardo, Santos Villatoro y Foncho Gómez.

Otras veces nos íbamos para el campo y nos poníamos a jugar con pelotas de

leche de hule. Hacíamos pelotas de esponja y las forrábamos con leche de hule

(caucho) porque allí había bastantes palos de hule.

Aparte de los candiles, la luna era la única luz que teníamos en la oscuridad de

la noche. Muy pocas veces salía porque siempre estaba nublado o lloviendo. A

veces nos poníamos a pelear por la luna. Tomábamos caminos diferentes para

ver a quién seguía la luna. A mí me va siguiendo decían, no, a mí me va siguiendo,

mirá, pues aquí viene…

Todos los días nos íbamos en grupos para el río, era tan limpio que uno se metía

hasta el fondo tomando agua mientras iba bajando. Hacíamos todo tipo de

competencias en el agua: poníamos brincas a la orilla del río para ver quien

saltaba más alto, cruzábamos el río para ver quien llegaba primero.

Misteriosamente, en el mero centro del río había una palma de guajara que

asomaba el cojoyo a la superficie; eso le daba un toque especial a esa parte del

río porque era bien profundo, y los niños que iban aprendiendo a nadar tenían

que llegar hasta la palma para poder ser reconocido como nadador por el resto

del grupo. Pero el más hombre era el que cruzaba el río primero o bajo el agua,

y el que llegaba de último era la mujer de Meco durante todo el día o hasta que

había otra competencia. Meco era un viejito interiorano que vivía solo río

arriba cerca de los indígenas.

En tiempos de la sardina todo

el mundo bajaba a pescar,

porque detrás de la sardina

venía todo tipo de peces en

cantidades exageradas. El

que quiera comer pescado

que se moje los pies, decían

los panameños, y todo el

mundo aprovechaba para

llenar sus cayucos. Los

romereños éramos los

primeros que estábamos en la bocana, pero para estas temporadas bajaba

gente de todos lados, los beleneños, la gente de Calle Larga y los indígenas de

La Gallina.

“Ñantore”, nos decían los indios para decir buenos días. Ñantore curí, les

contestábamos nosotros. ¿Mucho pescado? Sí, mucho pescado; o: No hay nada

de pescado, contestábamos nosotros o ellos, dependiendo quien preguntaba.

Esas eran las grandes pláticas que teníamos con ellos porque no hablaban

español.

Nosotros nunca buscábamos problemas con los guaimíes porque nos habían

dicho que cuando pelean con alguien es hasta que se matan, y si no, donde

quiera que te encuentren, se te van al tope sin andar hablando mucho. Pero los

salvadoreños teníamos fama de ser invencibles con el machete, entonces ellos

también nos tenían respeto y nunca se dieron peleas.

Un día veníamos de pescar con Leonel, Amilcar y Pablo. No habíamos agarrado

nada de pescado, veníamos con hambre, pero nosotros siempre andábamos

cantando ballenato o típico: “Se la llevó aquel maldito carro, aquel cero 39, hay

lo que me duele, lo que me duele, lo que me duele, válgame Dios”, cantábamos

todos en coro. ¿Qué doler? nos preguntó en tono ofensivo un indio un poquito

más grande que nosotros. A vos te duele la pepita del culo, respondió Leonel.

Seguir mono Branco dijo el indio más grande, seguir, seguir. Y nosotros

empezamos a remar con todo, éramos cuatro canaletes en el mismo cayuco y

ellos solo dos, pero nos llevaban bien cerquita. Corrimos y corrimos y esos

indios no se cansaban, ya casi se nos iban poniendo al par y nosotros no

andábamos machete. Delen más duro, decía Leonel, halen. Y ese cayuquito iba

bien pelado que solo eran pencas de agua que tiraba. De repente Pablo pone el

canalete y saca un corta uñas que tenían una pequeña navaja y se las enseñaba a

los indios; vengan pues, vengan si son tan gallones, les decía con la cuchilleta en

la mano. Y los indios de una vez se pararon, nosotros seguimos canaleteando

para tomar distancia, y Perica seguía parado con el cortaúñas en la mano todo

tembloroso. Mono Branco, nos gritaban los indios, mono negro, les

contestábamos nosotros, pero cuando ya estábamos bien lejos…

Así era nuestra vida llena de inocencia, casi nunca teníamos cosas novedosas

que aprender porque nadie salía de la montaña. Llegó un tiempo que sentíamos

que tampoco había mucho que aprender de los adultos porque estaban en la

misma situación que nosotros, siempre estaban trabajando en la montaña.

Cuando uno hacía preguntas que no sabían responder, se enojaban y muchos

papás castigaban a sus hijos por hacer preguntas. Pero siempre encontrábamos

espacios para divertirnos, incluso mientras trabajábamos.

Nuestras casas estaban ubicadas en lugares estratégicos y las inundaciones en

vez de asustarnos nos divertían. Sacábamos los cayucos y nos poníamos a remar

o a nadar contra la corriente. El río nos daba unas grandes arrastradas pero

era divertido porque después subíamos por los montes cortando frutas de los

árboles desde el cayuco.

UNA VENTANA EN LA MONTAÑA Todos los días íbamos a bañar al río, pero un día nos intoxicamos con unas

frutas que encontramos a la orilla del río. Cuando veníamos de regreso allí por

la casa de Moncho, comenzaron a vomitar los primeros. Moncho llegó corriendo

todo asustado, se echaba hasta dos cipotes en el lomo y salía corriendo para el

centro de salud. Nos daban de todo y nosotros no parábamos de vomitar. A

Julio, Tina y Vidal se los llevaron en un helicóptero para Panamá... La directiva

mandó a cortar el árbol para que nadie fuera a comer más papayitas.

Cuando los cipotes regresaron de Panamá ya venían con ropa nueva, y traían

zapatos puestos que les habían regalado la gente en la ciudad. Se les veían bien

bonitos, porque nadie más tenía zapatos, todos andábamos chuña y siempre

estábamos metidos en el agua. Comenzaron a contarnos que habían conocido los

carros, que los carros tenían cuatro llantas, que hacían ruido y que pitaban duro

¡pip pip!; que habían comido mangos, manzanas etc. Y nosotros escuchábamos

maravillados todas las cosas que ellos decían. Luego todo el mundo soñaba con

ir a la ciudad para conocer los carros o subirse en un helicóptero.

Seguimos nuestra vida normal, trabajando, estudiando, jugando, pero también

éramos muy católicos, siempre estábamos en misa y asistíamos puntualmente a

las catequesis. Además de que creíamos en Dios, era un motivo para estar

juntos y la gente aprovechaba para chambriar un poco. De alguna manera los

niños lo veíamos como una diversión.

Cuando alguien se moría, toda la comunidad estaba presente en la vela, y el

siguiente día también nadie trabajaba y acompañábamos el entierro porque

todos sentíamos que era un miembro de nuestra familia. Yo recuerdo que todo

el mundo lloraba.

Unos meses después de la intoxicación, andaba dando una epidemia en los niños.

Se comenzaron a hinchar, se ponían amarillos y si no eran tratados a tiempo se

morían. En Ciudad Romero ya había varios niños infectados. Carlos, de Toño

Amaya, fue el primero que se hinchó, tenía hasta los cachetes bien soplados;

Gladis de Eduardo, Jaime de Don Chabelo, Polo y Leonel, también estaban

hinchados.

Eran como las seis de la tarde y todo el mundo alarmado. Mario Ordóñez era

uno de los promotores de salud y estaba corriendo de un lado para otro,

Domiciano ya estaba listo con la panga, mi mamá y tía Adriana estaban bien

afligidas casi llorando buscando la ropa para alistar los cipotes. Yo no estaba

enfermo y nunca me habían enfermado, pero en ese momento estaba pidiéndole

a Dios que también me enfermara para ir a la ciudad a conocer los carros.

La gente estaba llorando porque ya iban a ser las siete de la noche y sus hijos

iniciaban ese viaje amargo de noche por el mar, yo también estaba llorando

porque todos se iban y quería ir también. Todos se fueron y yo me metí al

cuarto a llorar, cuando llegó tía Adriana y me preguntó: Bueno ¿y vos, de qué

lloras? – yo no le contestaba y ella seguía preguntándome. Si estás enfermo

decí ahorita porque la panga ya va a salir. Sí, estoy enfermo, le dije; ella me

alumbró con el candil y llamó a mi mamá: Comadre, venga, que este güirro

también está enfermo, hay que llevarlo antes de que se vaya la panga, porque

si lo dejamos, y después quién lo va a sacar de aquí. Al escuchar aquello yo

comencé a llorar más fuerte y, como todo el mundo estaba con los nervios

alterados, llegó mi mamá con otro candil y me comenzaron a alumbrar y dice:

Vos, cipote, andá a llamar a Mario, que venga a ver a este cipote. El cipote

regresa bien cansado y dice: Dijo Mario que se lo lleven así porque ya es muy

noche. Me alistaron rapidito y me llevaron corriendo, me subieron a la panga y

me metieron en la paneta junto con todos los enfermos. Domiciano arranca el

motor y por fin salimos. Bajamos por el río Belén y como el mar esta bien bravo

nos tocó caminar hasta el Escribano.

En toda mi vida lo más lejos que había salido era hasta Belencillo cuando íbamos

a llenar bolsas de tierra para los viveros de cacao, pero eso no era salir sino

meterse más en la montaña.

Navegamos toda la noche bajo la lluvia. Siempre me pregunté durante el

camino, cómo hacía Domiciano para manejar en esas noches tan negras, bajo la

lluvia, sin luz y sin salirse de la ruta, era impresionante.

El siguiente día por la mañana, salimos de la paneta para ver el amanecer y a lo

lejos podíamos ver la orilla de la costa, pero ya no podíamos disfrutarlo tanto

porque nos sentíamos bastante mal, yo sentía que me dolía todo el cuerpo y solo

quería tener los ojos cerrados, mis manos y mis pies estaban realmente

hinchados, y me comencé a afligir porque ya nos habían dicho que varios niños

habían muerto de eso. Yo apenas iba a descubrir el mundo, lo menos que quería

era morir. Yo no sabía que la enfermedad era contagiosa. Nos mirábamos unos a

los otros y nos reíamos haciéndonos burla, sobre todo a mí, porque era el más

gordito de todos y decían que me miraba bien redondo.

Por fin después de casi doce horas de viaje, estábamos llegando a la ciudad de

Colón. Se podían ver las lucitas de los barcos, que también veíamos por primera

vez. Pasamos por el rompeolas de la entrada al canal de Panamá en la parte del

océano Atlántico. La panga no llegó al muelle sino que se fue recto hasta

enfrente del Hospital Amador Guerrero. De lejos veíamos los carros que

corrían de un lado a otro, y nosotros los mirábamos maravillados, nunca olvido

esas imágenes.

En Belén se habían subido unos guaimís que también llevaban tres niños

infectados con la misma enfermedad. Los médicos nos ingresaron

inmediatamente, nos examinaron y nos metieron unas grandes agujas para

ponernos venoclís. Yo lloraba, y en ese momento me arrepentí de estar allí. Nos

daban solo comida sin sal, nunca habíamos estado solos fuera de casa, eso era

terrible. También andaban Don Toño Amaya y mi papá, pero ellos sólo llegaba

una vez al día y era una berreasón de cipotes cuando ellos se iban.

Pasaba todo el día desde la ventana mirando los carros que corrían de un lado

para otro, y yo veía todo aquello como si fuera de otro planeta, como cuando

uno ve una película de ciencia ficción, que sabe que nunca va a estar allí.

Cuando todos estuvimos de alta, nos subimos por primera vez a un carro que

nos llevó a la piquera donde tomamos el primer bus hacia Panamá. El siguiente

día nos llevaron en la avioneta 8-3-9 hasta Belén.

Fue toda una experiencia y cuando llegamos a Ciudad Romero, todo el mundo

esperándonos y los güirros haciéndonos mil preguntas sobre nuestro viaje, y

nosotros por supuesto emocionadísimos contando hasta los más mínimos

detalles de nuestra gran aventura.

Tan sólo habíamos abierto, por un momento, una pequeña ventanita en la gran

montaña, pero volvimos al mundo de inocencia y santidad, al paraíso donde los

niños y niñas no podíamos decir, escuchar, ni ver nada relacionado con la

sexualidad.

Un día estábamos en la quebrada pescando chacalines con agujas de jeringas,

cuando llegó Licho de Cornelio un poco asustado: “Hey, dicen que las indias

tienen a los inditos por la cuzuca” - No, no puede ser - ¿Por qué? - Porque las

mujeres de Romero los tienen por el ombligo – Ajá, pero sólo son las de

Romero, porque las indias sí los tienen por la cuzuca, porque le acabo de oír a

unos hombres que estaban diciendo, yo estaba escondido detrás de un palo… y

se armó toda una discusión que nos dejó más confundidos, porque otro dijo que

había visto una perra tener sus perritos y también los tuvo por allí mismo. Si

pero sólo son ellas, porque las mujeres de Romero los tienes por el ombligo. Si

es cierto, aquí por el ombligo se les abre una puerta y sale el niño caminando. El

problema es que era delito preguntar esas cosas, porque si los papás se daban

cuenta del tipo de pregunta que uno hacía, le daban una buena garroteada.

ALGUNAS FAMILIAS SIEMPRE NOS FUIMOS A CANADÁ

Cuando las fincas de café comenzaron a florear, mi papá decidió construir una

casa en la finca que

estaba cerca de los

potreros. Pero luego le

gustó el lugar y decidió

que nos fuéramos a vivir a

la finca.

Unos años antes, mi mamá

había recibido una carta

de Tío Evelio (uno de sus

hermanos que se había

quedado en El Salvador).

En la carta nos contaban

que finalmente pudieron

cruzar la frontera con

Honduras y que de allí les habían dado asilo en Canadá. Que estaban felices.

Que nosotros habíamos cometido un error al no irnos para Canadá, pero que

todavía se podía, que nos fuéramos con toda la familia, que él se encargaba de

los trámites. Que finalmente nos había podido localizar porque alguien les dijo

que vivíamos en Ciudad Romero, Panamá. Que tuviera cuidado con los niños que

no los fuera a matar un carro, (todos se rieron porque nosotros no conocíamos

los carros). Pero otra vez, mi mamá decidió quedarse con la comunidad y no

separarse del grupo.

Entonces, cuando la gente nos vio cargando nuestras cosas para finca, que

estaba a unos cuatro kilómetros de la Comunidad, nos decían, en forma de

broma, que nos íbamos para Canadá, y así le pusieron a ese lugar. Y cuando los

proyectos se dividieron, mi papá, que para entonces era el presidente de la

comunidad, decidió formar su propio grupo, por eso le llamaron el grupo de los

canadienses...

Habíamos formado allí, como una pequeña tribu, que luego fue creciendo porque

mis hermanas casadas nos siguieron también. A la orilla del río había un

plancito antes de subir la lomita donde estaban las casas en medio de la finca

de café. Ponciano Sorto, también se fue para Canadá con toda su familia. Él

había derribado otra lomita enfrente de la finca y allí construyó su casa.

Nosotros estábamos muy contentos porque ya habíamos más gente para

enfrentar el tigre si llegaba, porque a pesar de que teníamos tres buenos

perros, los animales nos comían las gallinas.

Los perros tenían un valor invaluable allí, se consideraban un miembro más de la

familia. Durante la hambruna, mucha gente aceptó hasta dos o tres chanchos

gordos por un perro, y todavía lo daba con lástima. Un perro cualquiera valía

más que uno o dos chanchos gordos; nosotros pensábamos al principio, que

tontos eran esos indios, dar dos chanchos por un perro, y ellos decían: “Yo

comer chancho en un día, núgre cazar animales y darme de comer todos los

días”. Una vez, el mejor perro cazador que nosotros teníamos se fue a la

montaña siguiendo un animal, y más nunca volvió. Pasamos días enteros en la

montaña buscándolo y nada que apareció, se llamaba Caminante.

LA FIEBRE DEL ORO Todos los días íbamos en cayuco a la escuela de Ciudad Romero, porque en

Canadá no había. Debíamos regresar inmediatamente terminaban las clases

porque el trabajo en la finca era lo que sobraba. Nosotros hacíamos todo el

proceso para sacar en oro el café, y como éramos bastantes no necesitábamos

pagar mozos. Luego bajábamos a venderlo donde Tío Fabián. Ese río siempre

estaba lleno de gente, unos pescando, otros que iban para los potreros y otros

a sus trabajos etc, y todo el mundo iba cantando y chiflando por el río.

A veces la gente organizaba las famosas juntas, donde alguien que necesitaba

limpiar un potrero por ejemplo, y no tenía plata para pagar, hacía la

convocatoria, preparaba grandes peroladas de comida y chicha de maíz para

todos, y los trabajadores llegaban de todos lados. Todo el mundo trabajaba,

comía, bebía y se la pasaba muy bien, y de esa forma la gente solucionaba sus

problemas.

Algo así era nuestra rutina diaria, hasta que se regó la bulla que Ernesto

Gómez había sacado una piedra de oro, y le habían pagado el gramo a ocho

dólares. Allí no había forma de ganar plata, solo tío Fabián es que a veces

pagaba tres dólares por todo el día derribando montaña o chapodando; y en las

temporadas de café que pagaba para pilar café. Debíamos rebuscarnos para

producir casi todo lo que consumíamos; en todo caso los negocios se hacían por

medio del trueque. Por ejemplo los pescadores cambiaban pescados por pollos,

por sacos de yuca, de dacen, etc.

Lo de la piedra de oro fue una gran novedad que se corrió inmediatamente por

toda la comunidad, y todo el mundo estaba ahora muy interesado en buscar oro,

pero no sabían cómo. La gente se rebuscó y en unos pocos días eran cuadríllas

de gente en las quebradas lavando oro, para luego ir donde Chaparro a vender

por ocho dólares el gramo.

Un día que bajé a Ciudad Romero, vi como la gente lavaba oro. Esa misma tarde

nos hicimos una batea cada uno con Nayo, y en la primera quebrada que

hayamos nos pusimos a escarbar. Las bateas eran redondas con un hoyito al

centro. Llenábamos la batea de tierra y la íbamos lavando como lavar maíz,

luego la movíamos en forma giratoria hasta que finalmente quedaba el fondo

lleno de hierro, y cuando uno movía la batea, brillaban los granitos de oro entre

el hierro. Esa tarde escarbamos sin parar, y bien decían que el diablo se lo

ganaba a uno, porque nosotros paramos hasta que ya no pudimos ver en la

oscuridad de la noche que cayó sin darnos cuenta.

Nosotros muy asustados porque decían que allí salía el hombre sin cabeza;

también decían que a Julito de Julio Ordoñez le salía una mujer que se llevaba

a los niños, y que después se convertía en un animal negro. Contaba Julio

Ordóñez, que todas las noches, al niño que tenía como tres años, se le aparecía

una mujer, y el niño lloraba y les decía que una mujer lo llamaba, los perros

ladraban y los chanchos chillaban, pero nadie veía nada. Después el niño prendía

en calentura y no podía estar ni un momento solo, que hasta temblaba del

miedo. Nosotros fuimos varias noches, porque toda la comunidad acompañaba a

la familia durante las noches, la gente llegaba y se ponía a jugar naipe, otros

montaban vigilancia, pero cuando había gente nunca llegaba el animal. Se hacían

rezos y hasta el cura llegó a celebrar misa, porque eso duró como cuatro

meses… y nosotros dos caminando en la oscuridad y sin zapatos por aquella

montaña, con las bateas y el botecito de oro. Pero más miedo le temíamos a la

gran marimbeada que nos iban a dar cuando llegáramos a la casa. Lo primero

que hice al llegar fue enseñarle el botecito con oro a mi papá, y le dije que

había estado con Mino y Nayo en la quebradita de al lado. Esa vez me salvé de

puro milagro.

En la Comunidad había todo un alboroto. En Canadá, mi papá nos mantenía

trabajando en las tareas cotidianas: como la finca de café, el ganado, la leña, la

milpa, el arrozal etc., ni siquiera teníamos permiso para bajar a Ciudad Romero

a jugar un partido de fútbol. Pero el siguiente día, nos llevó a cortar gambas

para hacer bateas. A partir de ese día tuvimos permiso para lavar oro.

Nosotros brincábamos de contentos.

A las cinco de la mañana del siguiente día, nuestro batallón cambió de ruta y

nos fuimos todos a la quebrada: Oscar, Tito, Leonel, Pablo, Amilcar y yo. La

regla era que las mujeres se quedaban en la casa, pero esa vez también nos

llevamos a Estenia y a Chana.

Cuando llegamos, ya estaba lleno de gente. La plaga romereña, como nos decía

don Bruno, amanecía en las quebradas con el agua a la cintura, lavando oro.

Hacían desraizados los árboles. Llevaban corte parejo.

Nosotros comenzamos a escarbar también, y pasábamos allí todo el día metidos

en el agua hasta que la noche nos echaba para la casa, era como si esa babosada

tuviera un encanto porque a veces hasta se nos olvidaba comer, sobre todo

cuando nos iba bien.

BUSCANDO LA NAVE PERDIDA DE CRISTÓBAL COLÓN

Un día, Julio, de Tía Adriana, llegó un poco apurado a Canadá y dijo: “Allí en La

Casona están unos gringos comprando canaletes, cayucos y otras cosas usadas,

pero fíjense que esos gringos son bien tontos porque solo quieren cosas viejas.

Yo ya vendí todos los canaletes viejos porque los nuevos no los compran”.

El siguiente día, en clases le pregunté al maestro Diógenes, que por qué los

gringos eran tan tontos comprando cosas viejas. “Esos gringos tontos, dijo,

están buscando una de las naves perdidas de Cristóbal Colón, que fue hundida

justamente en la bocana del Río Belén, es por eso que allí se llama Santa María

de Belén. Cuenta la historia de Panamá, que en 1502, durante el cuarto viaje,

Cristóbal Colón naufragó en la bocana de este río, y cuando logró llegar a tierra

exclamó, ¡Santa María de Belén! Fundó la primera población con ese nombre en

sus intentos de colonización del Istmo. Panamá todavía no se había

independizado de Colombia, es decir que efectivamente Colón llegó a Colombia,

justo aquí al lado, en Santa María de Belén. Pero tuvo que ser abandonada más

tarde por los españoles, debido a las malas condiciones del clima, trasladándose

hasta Portovelo que queda en esta misma Provincia de Colón. En El Salvador no

van a creerles cuando digan que estuvieron viviendo en este lugar. Y los gringos

necesitan todas estas cosas de ustedes para exhibirlas en el museo junto a la

nave que se supone está cargada de oro”.

Había toda una compañía de gringos todos los días alrededor de la bocana,

metiendo unas grandes máquinas que perforaban el río a grandes

profundidades como si estuvieran buscando petróleo. También se metían con

grandes aparatos y caminaban dentro del río.

La vida se ponía interesante en Ciudad Romero, porque en 1990 varios güirros

nos íbamos a graduar de sexto grado, y teníamos la gran oportunidad de

atravesar la montaña para continuar los estudios en Coclesito. Los estudiantes

que se graduaban de sexto grado con mejores calificaciones podían aplicar a

una beca del ACNUR y el gobierno panameño para continuar estudiando en

Coclesito, la Pintada o Colón. Y yo le ponía tantas ganas a mis estudios como

tantas ganas tenía de conocer el mundo. Mis dos hermanos Oscar y Tito, Julio

y otros jóvenes más, ya estaban estudiando en Coclesito.

Julio Turcios:

En Coclesito había un

Centro Estudiantil

que tenía un

Internado para los

estudiantes que

llegábamos desde

lejos. Era un

programa del

Gobierno del General Torrijos, uno sólo pagaba 27 dólares por todo el año, y

allí tenía uno comida, dormida y todo. Allí hacía uno hasta noveno y el ACNUR

nos daba una beca. Nos llevaban en helicóptero a principios del año y nos traían

hasta finales del año. En las vacaciones de medio año, si queríamos ir a Ciudad

Romero, teníamos que caminar por la montaña. Nosotros como éramos jóvenes,

solo hacíamos dos días caminando por la montaña, y la comunidad nos mandaba

un cayuco hasta Calle Larga; allí en Calle Larga dormíamos y el siguiente día

seguíamos el camino por el río. Una vez yo me perdí en la montaña, porque como

yo era el más pequeño de todos, no me dejaban venirme por la montaña, me

dejaban en el internado todo el año. Pero el siguiente año me dejaron venir, con

la condición de que me tenía que venir con el grupo de las mujeres, porque

siempre se hacían dos grupos, uno de hombres y otro de mujeres, y las cipotas

caminaban bien despacio, yo era pequeño pero me gustaba caminar rápido;

entonces me adelanté para alcanzar el otro grupo, yo solito por la montaña. El

problema fue de que llegué a donde habían dos caminos y como la lluvia borraba

las huellas, yo no sabía por dónde agarrar y me perdí. Fue un buen susto porque

todos me anduvieron buscando, pero me encontraron luego.-

Pero en la comunidad había iniciado un nuevo fenómeno que estaba cambiando

por completo las cosas. Era algo tan grande que estaba parando los proyectos,

los trabajos e incluso estaba parando la fiebre del oro. La gente estaba todo el

tiempo en movimiento, en reuniones, y otra vez estaban uniéndose, porque

últimamente la comunidad había estado bien dividida. Los papás nunca hablaban

con nosotros y era un delito que un niño estuviera escuchando una conversación

de adultos, y se castigaba con garrote.

Capítulo III

LA

REPATRIACIÓN

ALIÑEMOS EL RETORNO

Desde que salimos de El

Salvador, siempre

estuvimos pensando en

regresar a nuestra tierra

natal, ese fue uno de los

horizontes que nunca se

perdió de vista. Por eso no

nos fuimos para Canadá.

Pero el tiempo fue pasando

y la guerra nunca

terminaba. Mucha gente

quería la repatriación, pero

eso se veía como algo imposible y peligroso porque el país seguía en guerra. Se

hacían asambleas generales y unos llegaban pero otros no. La comunidad seguía

dividida en los cinco grupos y eso dificultaba aún más la organización.

En 1989, cuando la comunidad se enteró de las primeras repatriaciones de

otros refugiados salvadoreños en Honduras, la idea de retornar a El Salvador

tomó más fuerza después de diez años de permanencia en Panamá. Poco a poco

esa idea comenzó a tomar forma, y se inició la organización para la difícil tarea

de la repatriación.

Nosotros nos manteníamos informados a través de Radio Venceremos y para la

ofensiva del once de noviembre del ochenta y nueve, todos nos reunimos en la

casa comunal, cada quien con su radio a todo volumen escuchando los avances

de la guerrilla hacia las ciudades. Teníamos la esperanza que ese iba a ser el

final de la guerra y entonces nosotros podíamos regresar a El Salvador.

Chungo Fuentes, Jorge Villatoro:

Después de la ofensiva del 89, el gobierno salvadoreño se vio obligado sentarse

a negociar la paz en serio. Eso creó un ambiente diferente en el país, y guerra

seguía, pero la paz por la vía negociada era como más posible. La Radio

Venceremos nos mantenía informados, pero también en los últimos años, los

jesuitas nos visitaban de vez en cuando, y algunos de ellos eran salvadoreños o

habían estado en El Salvador, y nos contaban al detalle como estaban las cosas.

Todo esto fue motivando a la gente para organizarse y luchar para poder

regresar a nuestro país. En abril de 1990, cuando la mayoría estaba dispuesta a

retornar, se hizo del conocimiento del Organismo Nacional para Atención a

Refugiados-ONPAR, la decisión de iniciar un proceso de repatriación en

comunidad. Posteriormente se lo comunicamos al gobierno de El Salvador, al

ACNUR y al gobierno de Panamá.

En julio de ese mismo año, se inició la famosa campaña Aliñemos el Retorno, con el propósito de ver los problemas que se presentaban para la repatriación y

buscarles posibles soluciones. Se realizaron largas jornadas de reunión, donde

se expresaron los mayores problemas, allí se discutía el tema y la mayoría

quería regresar, pero siempre habían opiniones encontradas: unos decían que no

podíamos dejar tanto trabajo botado, pero otros decían que cuando salimos de

El Salvador lo perdimos todo y no nos hacía falta; otros decían que el Salvador

nos necesitaba y que debíamos regresar para contribuir con la paz de nuestro

país.

El 23 de septiembre de 1990 llegó una delegación del Gobierno de El Salvador,

encabezada por Gloria Salguero Gros, a dar respuesta a nuestra solicitud.

Hicieron una reunión general en la capilla y allí empezaron a preguntarle a la

gente si era cierto que querían la repatriación, y toda la gente dijo que sí.

Entonces comenzaron a meternos en miedo diciendo que el país todavía estaba

en guerra y que correríamos muchos peligros al regresar, que mejor nos

quedáramos allí: Ustedes aquí están en la gloria, nos dijo mientras miraba la

comunidad llena de vegetación y árboles frutales en medio de aquella montaña.

Al final se fueron sin llegar a ningún acuerdo. La comunidad estaba solicitando

que nuestro reasentamiento en El Salvador fuera en la Hacienda

Nancuchiname, Usulután, pero ellos en ningún momento estuvieron de acuerdo y

allí se generó el impase entre el gobierno y la comunidad. Nosotros no podíamos

ni queríamos regresar a Nueva Esparta, porque sabíamos cómo era la vida en

esos cerros, además la comunidad se había duplicado y la mitad de las familias

ya no tendrían donde llegar. Nosotros sabíamos que estas tierras habían sido

expropiadas con la Reforma Agraria, y eran muy buenas para trabajar, porque

mucha gente de la comunidad había dejado su vida en esas tierras cortando

algodón.

No podíamos regresar sin papeles. La organización de la comunidad era

necesaria para poder presionar al gobierno y aunque los problemas internos de

la comunidad no se habían resuelto, aún así se logra elegir un Comité de

Retorno.

Solicitamos el apoyo del Servicio Jesuita para Refugiados, quienes nos

acompañaron durante todo el proceso de repatriación. A través de ellos se

logró el acompañamiento de la Comunidad Ciudad Segundo Montes por haber

sido ellos refugiados en Colomoncagua, Honduras, y tener la experiencia de la

repatriación. De Segundo Montes, nos enviaron a Vicenta, ahora como miembro

de la directiva de esa comunidad.

Mi mamá emocionada esperaba a Vicenta (su hija mayor), no había sabido más

nada de ella por casi diez años desde que se escapó de Honduras. Estaba desde

muy temprano preparándose para el gran encuentro, y la comunidad también

esperaba impaciente alguna noticia de sus familiares.

Como a las dos de la tarde zumbaba el cayuco y estaba todo el mundo en el

muelle, esperando la delegación de los jesuitas. Venían varios jóvenes del

noviciado, entre ellos José Luis Benítez, Francisco El Chino, Tumbli, y Jefrin.

Todo el tiempo la gente hablaba de Nueva Esparta, Lislique, Anamorós, El

Ocotillo, Portillo, la cuesta de la mantequilla, El Corralito, eso era todo lo que

nosotros sabíamos de El Salvador. Pero tampoco conocíamos mucho de Panamá

más que lo que veíamos en clases. Todos los lunes cantábamos el Himno nacional

de Panamá y rezábamos la oración a la Bandera. Nunca nos cuestionábamos si

éramos panameños o salvadoreños, porque para nosotros sólo existía lo que

estaba dentro de la montaña, los ríos y el mar.

Ese día escuché por primera vez en mi vida el Himno nacional de El Salvador.

Casi solo Vicenta y los jesuitas cantaban porque nadie más se lo sabía. Vicenta

habló mucho sobre la situación en El Salvador y la gente hacía todo tipo de

preguntas. Con la llegada de Vicenta, se logra reunir en la capilla después de

mucho tiempo a toda la comunidad, y ella comenzó a contarnos todo lo que tuvo

que pasar después de escaparse del cerco militar en Las Estancias, Honduras.

Vicenta:

Después de todo lo que vivimos en Las Estancias, yo tuve que escapar porque la

enfermera me avisó que me iban a matar. Mi Tía Toña me ayudó a escapar. Yo

ni siquiera me despedí de mi mamá, y salí corriendo sin rumbo por el Río Torola.

Esa noche dormí en el monte y el siguiente día llegué a las primeras casitas de

Upire. Yo preguntaba por los compas y me decían que no los habían visto, que se

habían ido para Morazán. Así anduve como dos meses, hasta que me fui a

encontrar con un compa que venía de Morazán y me fui con él. En Morazán me

incorporé al campamento guerrillero y pasé varios meses sin saber

absolutamente nada de lo que estaba pasando con ustedes en Honduras.

Después de ustedes, salieron miles de refugiados para Honduras por

diferentes partes. Yo después tuve un hijo y tuve que ir a Honduras para dejar

el niño con sus abuelos en el refugio de Colomoncagua.

El mismo día que llegué había traslado de tropas y el relevo que llegó fue el

Teniente Navas, el mismo que nos reprimió y nos quiso asesinar en Las

Estancias. Cuando me vio me conoció inmediatamente y se fue directo para

donde yo estaba. Me dijo delante de todos que yo era una persona de alto

peligro, que yo era Comandante de la Guerrilla y que era yo quien estaba

sacando a todos los refugiados para Honduras porque en 1980 yo había sacado

otro grupo de refugiados que ahora estaban en Panamá. Vos te llamás Vicenta

Reyes Granados, me dijo, tu mamá se llama Antolina, tu papá Enemecio y ahora

ellos viven en Panamá.

Pero como ya me había cambiado de nombre, eso me sirvió. Le enseñé la cédula.

Yo me llamo Mabel, le dije, mi mamá vive en El Salvador, y agarré a Don

Ferdinando, y él es mi tío le dije, y al viejito le temblaban las patas pero no se

cortó; sí, ella es mi sobrina dijo inmediatamente, y cuando le preguntaba algo,

yo respondía primero, y el teniente se ponía más bravo y me gritaba que me

callara, pero la gente se agrupó y el viejo se fue. Inmediatamente me declaró

como una persona peligrosa y pasó el informe al Estado Mayor. Cortó durante

seis días el paso de la alimentación y la leña a la comunidad. Se puso más

represivo con la gente y me andaba bien controlada. Eso dio motivos para

denunciarlo ante las Naciones Unidas y luego fue trasladado a otro lugar.

Regresé a la línea de combate. Estuve un tiempo en la Radio Venceremos,

lástima que no sabía que ustedes eran fieles oyentes de la Venceremos aquí.

En septiembre del 85, el ejército metió un fuerte operativo para capturar la

Venceremos. Nos bombardearon durante dieciséis horas. Ese día yo me

convencí cómo los gringos metían millones de dólares en helicópteros y bombas.

Su objetivo era acabar con la Venceremos, y allí estaba ese día toda la

comandancia del FMLN, allí estaba Schafik, Leonel y Joaquín. No pudieron

localizar la posición exacta de la radio y nos defendimos a como pudimos, pero

una sola bomba mató a cuatro compañeros y tres quedamos heridos. Con todas

las bombas que tiraron era para que nadie quedara vivo, pero logramos escapar.

A las cinco de la tarde nos llegaron a sacar. También sacaron el equipo y nos

subieron al cerro Nahuaterique para darnos asistencia. En total éramos

catorce heridos y a los que no podíamos caminar nos dejaron escondidos. Nos

dejaron aterrados con monte y nos dijeron que nos iban a llegar a rescatar

hasta dentro de tres días porque el ejército tenía rodeado todo el cerro. Aquí

su vida dependerá de la disciplina que ustedes tengan nos dijeron, deben ser

fuertes…

A los dos días llegaron los brigadistas para darnos asistencia e informarnos de

las posiciones de los soldados. Esa noche nos cambiamos de lugar. Toda la noche

de arrastrados hasta donde nos estaba esperando un compa con unas tortillas

duras. Tratando de comer estábamos cuando nos informaron que los compas

habían atacado el Cuartel Cenfas de La Unión. Entonces se llevaron a todos los

soldados y nosotros pudimos salir. Yo tenía esquirlas de bombas en la pierna y

en el hombro. A los compas que estaban más graves se los llevaron a Cuba y a

nosotros nos llevaron a Honduras.

Así fue como regresé a Colomoncagua, donde me integré al proceso

organizativo de la comunidad hasta 1989 que decidimos repatriarnos a El

Salvador y fundamos la Comunidad Ciudad Segundo Montes. Esa experiencia de

la repatriación es la que voy a compartir con ustedes, para que vean que con

una buena organización es posible salir de esta montaña.

Vicenta, que ahora se llama Mabel, nos siguió contando su experiencia y la

gente se fue sintiendo más animada porque comenzó a sentir que sí era posible

la repatriación a su tierra natal. Toda esa experiencia conectaba a la gente

directamente con su país. A partir de ese momento, se comienza nuevamente a

hacer reuniones generales con todos los grupos en los que estaba dividido

Ciudad Romero.

LA RECONCILIACIÓN

Neftalí Velásquez:

Con la posibilidad del retorno, se plantea la

necesidad de una reconciliación en donde todos

arregláramos los problemas que habían ocurrido en

el exilio; ahora el objetivo era regresar a El

Salvador y si todo lo que habíamos trabajado se iba

a quedar botado, no había razones para seguir

peleando. Que todos los problemas se quedaran

junto al trabajo, para luchar juntos por una nueva

vida.

Mabel y los novicios jesuitas, propusieron que se

hiciera un muñeco de trapo relleno de hojas secas,

para quemarlo en la placita frente a la capilla, como símbolo de que los

problemas que habíamos tenido durante el exilio, quedaran quemados allí

mismo. Todos los grupos lo tomaron a bien y comenzamos a armar el muñeco de

trapo y por la noche se convocó a la comunidad a una misa de reconciliación. Se

guindó el muñeco en el árbol de almendra que estaba en la placita frente a la

capilla y se realizó toda una ceremonia. Teníamos que escribir y pegar el papel

en la parte del muñeco con la que uno había cometido la ofensa. Los que habían

peleado se los ponían en los puños, los que habían tenido malos pensamientos se

lo ponían en la cabeza y los que habían levantado chambres se lo ponían en la

boca. A ese muñeco le quedó topada la trompa de puros papeles. Habían unos

que les daba pena y mandaban a otro, ponérselo en la boca, le decían, y la gente

que se moría de la risa.

Luego de quemarlo, la gente opinó y al final nos dimos un fuerte aplauso y un

abrazo de reconciliación. Todos lo tomamos muy en serio porque a partir de ese

momento, ya los grupos se disolvieron para poder formar nuevamente una

comunidad unida y bien organizada. Se formaron varios comités para distribuir

el trabajo: el comité de animación, propaganda, seguridad, alimentación,

disciplina, etc.

En la Comunidad, de lo único que se hablaba era de la repatriación y la alegría

estallaba en los rostros tan golpeados por la experiencia de refugiados.

Estábamos tomando una opción por la vida, por una nueva vida en un país en

donde todavía no había paz, pero donde era posible vivir, con ganas de

trabajar, de sembrar la tierra y buscar otros medios de desarrollo para el

futuro de nuestros hijos.

CUATRO DÍAS ATRAVESANDO MONTAÑA POR LA REPATRIACIÓN El gobierno de Alfredo Cristiani, del partido Arena, nos había puesto un sinfín

de obstáculos para impedir o retrasar nuestra repatriación a El Salvador.

Cuando nosotros salimos durante el operativo de tierra arrasada, nadie llevó

nada, ni mucho menos documentos, nadie tenía documentos para regresar y el

gobierno no nos los quería dar. En la embajada de El Salvador en Panamá, nunca

quisieron atender a la comisión de repatriación que ya llevaba días en la capital

tratando de buscar acuerdos con el embajador, pero no eran escuchados. El

gobierno se mostraba intransigente y entonces era necesario ejercer una

mayor presión para poder ser atendidos.

El 16 de noviembre de 1990, emprendimos una caminata hacia Panamá 120

personas, entre niños y adultos, para exigir nuestro derecho de retornar a El

Salvador.

La noche anterior habíamos hecho la despedida con una misa y luego una fiesta

con don Serapio y su grupo musical.

A las cinco de la mañana, toda la comunidad estaba reunida en la placita frente

a la capilla, para despedir al grupo que salía. Rompió la lloradera y nosotros

iniciamos la caminata. En una asamblea general hicieron la selección de la gente

que salía, y ahí estaba yo caminando, despidiéndome de la gente. No entendía

por qué todos estaban llorando, yo estaba muy feliz de ir a conocer más allá de

la montaña.

En el camino la gente salía a despedirnos. En la casa de Juana Sosa, estaban el

maestro Luis y el maestro Diógenes, despidiendo a la gente. Ellos también

estaban llorando. Me abrazaron y me desearon suerte en el viaje hacia El

Salvador… Sólo entonces entendí que ya nunca más íbamos a regresar, que

estaba dejando para siempre la comunidad, mi montaña, mis ríos, el mar

Atlántico, y todo mi pequeño mundo.

Sentí que el alma se me partió mientras miraba toda la comunidad y los ríos

desde la loma. Sin darme cuenta comenzaron a rodar mis lágrimas. Todo el

mundo llorando y la gente nos despedía desde sus casas. Desde la loma podía

ver mi escuela, mi casa, la casa comunal, la clínica, la pista de aterrizaje, el

campo y todo el paraíso natural que habíamos construido.

Pasamos por el cementerio

donde quedaba parte de

nuestra gente. Bajamos por

una de las fincas de café que

teníamos y seguimos río

arriba viendo cientos de

hectáreas de tierra cultivada

con nuestras manos.

Penetramos en la montaña y

no podíamos dejar de llorar.

Cuando llegamos al río, me tiré hasta el fondo y permanecí allí por un buen rato,

pero mis lágrimas brotaban aún bajo el agua. Salimos a la playa pasando por el

proyecto de la coquera que empezaba a florecer.

Caminamos todo el día bajo el aguacero, con nuestra mochila al lomo, sin parar,

en silencio, sólo el ruido de la montaña y la lluvia. Por mi mente pasaba toda la

película de mi vida: los ríos, la escuela y todas las cosas que se quedaban.

Yo sentía un gran cariño, respeto y admiración por los profesores, los curas y

las monjas. Nunca imaginé que fuera tan duro despedirse de ellos. Ramírez fue

mi maestro hasta cuarto grado y luego pasé con el maestro Diógenes. Mientras

caminaba en aquel silencio, yo oía resonar en el eco de la montaña, las palabras

que el maestro Diógenes González nos había citado en el acto de despedida el

día anterior, y que yo nunca olvido:

La vida es un caminar.

Ustedes han caminado bastante. Y si la vida es un caminar,

Ustedes están llenos de vida.

Amigos y amigas de Ciudad Romero, Sigan caminando

Y que Dios les acompañe siempre.

Allí donde nos calló la noche nos quedamos. Solo pusimos los nailons y nos

acostamos en el suelo; aquel gran zancudero no nos dejó dormir y la lluvia no

cesó toda la noche. Si uno sacaba tantito la nariz le caían las pelotas de

zancudos, pero dentro del nailon tampoco se podía estar porque uno se

asfixiaba y se cocía del calor. Pasamos toda la noche un momento dentro del

nailon y otro momento dando de comer a los zancudos. Todavía se me eriza la

piel cuando me acuerdo.

El segundo día salimos muy temprano. Ya estábamos acostumbrados a ese clima

pero ahora llevábamos la ropa mojada por más de veinticuatro horas, ya

teníamos la piel frágil y la mayoría comenzaba a escaldarse, la gente caminaba

toda abierta; los que llevaban zapatos tampoco los aguantaban y los dejaban

trabados en los palos. Los ríos estaban por los montes, corríamos el riesgo de

ser arrastrados, así que los guías cruzaban primero y tiraban un lazo para que

pudiéramos cruzar agarrados. La situación se puso más dramática cuando

Marcial, por accidente, le hirió el pié a Neftalí, y no pudo caminar más. Los

hombres tuvieron que cargar con él en una hamaca el resto del camino.

Jefrin era un novicio jesuita que llegó a la comunidad para acompañarnos en el

proceso de repatriación y estaba a cargo de la comisión de animación. Después

del primer día de camino, Jefrin nos reunió a los de la comisión para elaborar

un pequeño plan de emergencia que levantara la moral de nuestra gente.

Nosotros corríamos adelante para esperar el grupo en alguna loma, y desde allí

gritábamos consignas y la gente contestaba:

- ¡La marcha es por la vida! ¡Queremos la salida!, contestaba la gente; y el eco

se replicaba en la montaña;

- ¿A dónde queremos ir? ¡A Jiquilisco, Usulután!

- ¿Al Zamorán? ¡Con Romero en el corazón!

- ¿Quién lo impide? ¡Cristiani, Cristiani!

- ¡Juntos vinimos! ¡Juntos nos vamos!

- ¿Nuestra decisión es? ¡Irrevocable!

- ¡Viva Ciudad Romero! ¡Que Viva!

- ¡Viva nuestra Repatriación! ¡Que viva!

Es increíble pero esto funcionaba, daba fuerzas para seguir caminando.

Además de Jefrin, también venía con nosotros Isabel, una española que nos

ayudó muchísimo en ese camino, al parecer ella era enfermera porque venía

atendiendo cualquier emergencia. Y como la mayoría veníamos sin zapatos,

veníamos aún más expuestos al peligro, por ejemplo a mí, me picó un animal que

no supe que fue, pero que el dolor era mucho más fuerte que cuando te pica un

alacrán, y se me durmió la lengua casi inmediatamente. Yo pensé que hasta allí

iba llegar, pero Isabel me atendió, y unos minutos más tarde me ayudaron para

seguir caminado, porque no podíamos parar por mucho tiempo. Por la noche

llegamos a un río llamado Aguas coloradas, en donde Don Efraín tenía un

ranchito para pasar la noche siempre que viajaba. Ahí por lo menos logramos

cocinar y todos comimos después de dos días de camino. Dormimos todos

apelotados pero bajo un techo y estábamos tan cansados que de los zancudos

no me acuerdo.

El tercer día no avanzábamos mucho porque caminábamos con el lodo a las

rodillas, y los hombres que llevaban la hamaca se cansaban más rápido. Pero

logramos llegar a San Benito.

En medio de la montaña habían construido como seis casitas, era como un

campamento de trabajo, nos estaban esperando con una perolada de yuca y

pescado, tuvimos una pequeña reunión. Allí nos tomaron la famosa foto que

luego se imprimió en el póster del primer aniversario de la comunidad, donde

estamos todos así como íbamos, sólo en chores, sin zapatos y sin camisa,

sosteniendo una pancarta que decía:

Marchamos a Panamá, a exigir el derecho de regresar a El Salvador. Al Zamorán con Romero en el corazón. Pasamos la noche en las casitas y el siguiente día bajaron desde Coclecito por

el río en un cayuquito para llevarse a Neftalí. Niña Ángela que tenía cerca de

sesenta años ya no aguantaban caminar, la montaron en un caballo y la botó.

Caminamos todo el día pero ya casi no llovía, ni teníamos que cruzar tanto río.

Por fin llegamos a Coclesito. Allí nos estaba esperando el Comité de Retorno,

la iglesia y la gente de Coclesito. También había periodistas y camarógrafos.

Queremos un hombre, una mujer y un niño, dijeron por el megáfono. Luego

llamaron a Toña, a mi papá y a mí, para hacernos una

entrevista, aunque en ese momento yo no estaba

consiente que estaba ante una cámara de la televisión.

Mirá hacia acá, me decía el hombre mientras me

mientras me enfocaba con la cámara, y yo me

preguntaba qué sería esa cosa.

Luego nos llevaron a comer arroz con carne de búfalo y

con la misma nos subieron a unos pick up 4 x 4. Llegamos como a las diez de la

noche a la iglesia de La Pintada, cerca de Penonomé, pero había que seguir

preparando los planes para llevar a cabo nuestro objetivo en la capital.

Cuando íbamos pasando por el puente de Las Américas, que atraviesa el canal

de Panamá, todos queríamos sacar la cabeza por las ventanillas del bus, pero los

adultos nos halaban del pelo y nos sentaban.

Nos concentramos en el Parque Porras, para luego salir en una marcha hasta la

embajada de El Salvador. La policía llegó a ver qué pasaba, luego nos dieron

seguridad y nos iban abriendo el tráfico. El embajador no quiso atendernos y

nos mantuvimos con carteles y pancartas alrededor de la embajada, gritando

consignas.

Nos alojamos en una iglesia

conocida como Las Esclavas, y de

allí marchábamos todos los días a

la embajada para ver qué

respuesta nos daban. Todo el

mundo andaba con los pies

hinchados por la caminata,

heridos, llenos de granos y

hongos.

¡ LOS ÚLTIMOS DÍAS EN LA MONTAÑA!

Alfredo Alvarado:

Alfredo, era miembro de la directiva central y estaba a cargo del resto de la

gente que se había quedado en la montaña. No había forma de comunicarse con

la gente que iba por la pica, pero en la comunidad teníamos un radio para

comunicarnos con Coclesito y Colón. En la casa de Ismael lo teníamos, yo era el

radista, con Joaquina.

Al segundo día que nuestra gente iba por la montaña, la noticia se había regado

por todo Panamá, y a nivel internacional también. Entonces llegó en un

helicóptero la diputada Gloria Salguero Gross amenazándonos y diciendo que

nosotros éramos los responsables si algo le pasaba a la gente en esa montaña

tan peligrosa. Nosotros le dijimos que sabíamos que eso era peligroso, pero que

su gobierno no nos dejaba otra opción. Ellos estaban preocupados porque la

noticia se había regado y no querían aparecer como culpables si algo malo

pasaba en esa montaña. Estuvimos pendientes de todo lo que pasaba con la

gente en el camino, hasta que llegó a Panamá.

Como a los quince días mandamos el

primer barco lleno de gente para

aumentar la presión al gobierno en la

ciudad. La gente estaba contenta

porque venía para su país, no nos

importaba dejar todo porque ya

nuestra gente estaba adelante. Todo

el mundo estaba regalando sus cosas:

los cayucos, las camas, los potreros,

los cafetales, los proyectos colectivos

allí quedaron.

Al final habíamos quedado en esa

montaña solo quince familias y la gente tenía miedo quedarse en sus casas.

Todas las demás casas estaban solas, nada de gente ya por los caminos y

aquella llorazón de perros. Entonces nos fuimos a vivir a las casas cerca de la

capilla. En la casa de niña Nicanor teníamos la cocina comunal, y en la noche nos

daba miedo aquella gran llorazón de perros, la gran oscurana, nada de candiles

ni bulla de gente, sólo el zumbido del mar y el ruido de los animales en la

montaña. Hasta a los hombres nos daba algo de miedito.

La gente de las comunidades no quería que nos viniéramos y nos decían que nos

quedáramos, incluso don Bruno, que nos decía la plaga de Romero, llegó a

decirnos que para qué íbamos a seguir rodando, que nos quedáramos... Yo fui de

los ultimitos que salí de la comunidad. Daba una cosita fea ver y dejar todo

aquello. Nos despedimos de los beleneños y salimos sin mirar atrás.

Era el mes de

diciembre, época muy

lluviosa, y el mar

estaba picado. Lo

difícil del transporte

en barco fue que como

no había muelle, tocaba

que meter los cayucos

hasta el barco que se

quedaba bien lejos de

la playa. Era bien

arriesgado, porque el

mar estaba tan picado

que había que estar

esperando días

enteros para entrar en

los momentos que estaba un poco manso y, a pesar de ello, siempre volcó algún

cayuco. Se perdieron todas las cosas y hubo gente que se escapó de ahogar…

Jefrin había regresado a la montaña, y esa vez que uno de los cayucos volcó, se

salvó de puro milagro. A las mujeres que eran más gorditas costaba mucho

subirlas al barco, algunas se cayeron al agua durante el trasbordo del cayuco al

barco. Los panameños, especialmente los beleneños, nos apoyaron con el

traslado de la gente desde la comunidad hasta el barco. Eran once años los que

teníamos de convivir como vecinos y habíamos aprendido a llevarnos bien,

porque siempre hubo un intercambio entre las comunidades.

Durante el viaje las mujeres

y los niños se marearon, y

todo el mundo estaba

vomitando. Lo triste era que

teníamos que navegar por

más de doce horas, sin poder

movernos mucho porque la

pequeña embarcación no

tenía mayores condiciones;

así que la gente, bien

mareada, vomitaba donde

podía. De manera que todos

venían vomitados, pero nadie reclamaba nada porque así eran las cosas, y

pasara lo que pasara nuestro objetivo era seguir adelante y la gente se

aguantaba.

En total éramos 600 personas

las que fuimos alojados en las

Esclavas y en el colegio María

Auxiliadora.

Desde allí caminábamos todos

los días a la embajada

salvadoreña para exigir que

agilizaran nuestra salida. Los

panameños nos dieron mucho

aliento con su muestra de

solidaridad; nos decían: Echen palante salvadoreños.

Algunos medios de comunicación nos

ofrecieron espacios para dar a

conocer nuestra lucha. Nos dieron

varios espacios en la radio, televisión

y los periódicos, de gratis. Mientras

tanto la gente decía: Salvadoreños,

sigan adelante, lograrán lo que

quieren. Y como siempre no faltó

alguno que nos dijera: Desde el

tiempo que andan recorriendo estas calles, ya hubieran llegado caminando a El

Salvador.

Llegamos al 24 de diciembre, y las cosas no avanzaban mucho después de un

mes de estar en Panamá.

Mientras tanto, en el Colegio María Auxiliadora donde estábamos alojados, las

monjas y gente solidaria estaban preparándonos una fiesta. Allí conocimos a

Mayra Scott, la monja panameña, trabajando, organizando, y también cantando

con su guitarra. Y la gente bien impresionada porque una panameña cantaba una

canción de las pupusas. (Qué es lo que te gusta, qué es lo que te gusta. A mi me

gustan las pupusas, con curtido y salsa de tomate, a mi gusta de queso,

revueltas o de chicharrón…) Nosotros (los niños), no conocíamos las pupusas,

pero después de escuchar la canción sabíamos que era algo bueno. Los jóvenes

y el comité de animación también estábamos preparando teatro y otras cosas.

Por la noche hubo toda una gran fiesta; nos visitó mucha gente, y nos llevaron

regalos, también llevaron música típica, piñatas y juguetes para los niños. Hubo

teatro y Tito como siempre con su guitarra, cantando mejoranas y animando a

la gente.

Al pasar la navidad sigue nuestra lucha, y como no nos escuchaban decidimos

tomarnos la embajada. Sólo así se pudo hablar con la cónsul, porque el

embajador había abandonado la embajada todo ese tiempo. Nos acompañó una

persona de las Naciones Unidas para lograr más presión, pero tampoco se llega

a ningún acuerdo. La gente se estaba desesperando.

En esos días estaban las noticias alarmantes sobre la guerra del golfo. En

Panamá todo el mundo estaba con los nervios de puntas porque solo habían

pasado unos pocos días de que el imperio de los Estados Unidos había invadido

Panamá, y todavía no se nos pasaba el susto. Cuando los gringos invadieron

Panamá, desde la montaña nosotros escuchábamos los grandes bombazos que

caían en Colón… Muchas veces nos encontramos con manifestaciones de

panameños que exigían al gobierno de los Estados Unidos la reconstrucción de

sus viviendas destruidas durante la invasión.

A LA HUELGA COMO ÚLTIMO RECURSO.

Jorge Villatoro, Chungo Fuentes, Ángel Bautista o Tito:

Nosotros iniciamos el proceso de repatriación en 1989, y a diciembre del 90,

todavía no habíamos logrado nada concreto. Después de intentar todos los

tipos de protesta pacífica sin lograr ningún resultado, marchando todos los

días hasta la embajada salvadoreña, los mensajes por los medios de

comunicación, las vigilias, la toma de la embajada, los cuatro días de caminata

por la montaña y toda la comunidad en las calles de la Ciudad de Panamá;

durmiendo en el suelo por más de tres meses. Se decidió como último recurso

hacer una huelga de hambre

para decir de una vez por

todas al gobierno

salvadoreño que ya no

podemos seguir en esa

situación, y que la

comunidad estaba dispuesta

a llegar hasta las últimas

consecuencias para exigir

nuestro derecho

constitucional de retornar a

El Salvador. El ACNUR

pagaba nuestro viaje, el gobierno de El Salvador sólo tenía que emitir la

documentación necesaria para poder ingresar a El Salvador. Y los mismos

diputados nos llegaron a leer textos de la Constitución, donde dice que todo

salvadoreño que se encuentre fuera del país tiene derecho a regresar, y un

montón de cosas muy bonitos que podrían ser hasta sagradas; pero ahora que

nosotros exigimos ese derecho, prácticamente se nos ha dicho que no. No nos

recibían ni nos escuchaban en la embajada a pesar de estar allí todos los día y

las noches.

Ángel Bautista Reyes o Tito:

Yo era parte de la comisión de comunicación y propaganda, junto con Julio,

Mino y Chepe. Nosotros fuimos de los primeritos que salimos de la montaña

para adelantar el trabajo en la ciudad; cuando la gente llegó por la pica, ya

teníamos las pancartas, los carteles y todo listo. El día de la toma de la

embajada, esa tarea se la habían asignado a los hombres adultos, pero muchos

no llegaron, y a la hora llegada nos dijeron a los jóvenes que nos

incorporáramos, entonces nos metimos a la embajada. El objetivo era entrar

para hablar con la cónsul, porque el embajador ya no llegaba. Al principio

forcejeamos con el guardia de seguridad, pero pasamos, subimos las gradas y

cuando llegamos arriba, ya se había escapado la señora esa. Luego llego la

policía y se formó toda una discusión y no se logró el objetivo. Entonces la

gente sintió todo aquello como un fracaso, porque estábamos allí todos los días,

luchando contra nadie, porque el embajador nadie sabía dónde estaba. Mucha

gente se desmoralizó y se querían regresar para la montaña. Entonces Mabel

reunió a toda la gente y nos dijo que teníamos que seguir luchando hasta lograr

nuestro objetivo, y nos motivó para pensar en otras formas de lucha, en otras

formas de obligar al gobierno para agilizar nuestra repatriación… …Entonces el

4 de Enero de 1991, doce compañeros y compañeras nos declaramos en huelga

de hambre por tiempo indefinido, o hasta que el gobierno de Alfredo Cristiani

nos dejara entrar a nuestro país. Yo me acuerdo de Lencho de Medardo,

Moncho, Virginia, Juan Castellón, Chepe, Calixto Sosa, Juan Ángel, Mino y

Oscar. En la acera frente al edificio de la embajada colocamos unos cartones y

allí nos acostamos; el resto de la comunidad también permaneció día y noche

frente al edificio. Todas las noches había vigilia donde se presentaba teatros

para denunciar los atropellos a nuestros derechos por parte del gobierno

salvadoreño.

Pasaron los primeros dos días y el gobierno como si nada. Solo agua con miel

era lo que podíamos tomar, pero luego ingresaron a Virginia al hospital, y como

al cuarto y quinto día, otros compañeros también ya estaban presentando

problemas de salud. La comunidad arreció la protesta con marchas y volanteo

en las calles. Eso provocó un escándalo porque los medios de comunicación a

nivel nacional, le dieron cobertura a nuestra situación, y no se hizo esperar la

respuesta de la población panameña y algunos organismos internacionales,

sumándose a nuestra lucha, abriéndonos espacios en los medios de

comunicación radiales, escritos y televisivos; haciendo presencia junto a

nosotros en la embajada, tratando de mediar ante el gobierno salvadoreño,

colaborando con la alimentación y alojamiento de nuestra gente etc; porque

todo lo que nosotros estábamos pidiendo era regresar a nuestro país del que

nos habían expulsado en 1980. Hasta un banco brasileño que estaba frente de

la embajada nos habilitó un espacio para que la gente descansara y fuera al

baño.

Es hasta entonces que el gobierno salvadoreño, a través de la embajada, se

compromete a iniciar la documentación para nuestro retorno en comunidad, ya

que antes habían intentado dividirnos. Nos habían ofrecido traernos en

pequeños grupos para llevarnos a diferentes lugares. Pero nosotros nos

mantuvimos firmes con nuestra consigna que “Juntos venimos, juntos nos

vamos”. Bajó la cónsul hasta donde estaba la gente y nos dijo que levantáramos

la huelga, que ella se comprometía a que se agilizara nuestra documentación,

pero nosotros ya no les creíamos, y le exigimos que nos diera ese compromiso

por escrito, de lo contrario, ellos serían los responsables de lo que pudiera

pasar con las vidas que ya estaban en peligro. En esas condiciones se levantó la

huelga de hambre, pero el resto de la comunidad se mantuvo vigilante para

asegurarnos que cumplieran los acuerdos. A nosotros nos llevó Mabel, Jefrin,

José Luis, y los del servicio Jesuita para nuestra recuperación. Al principio solo

nos daban sopitas y cosas liquidas.

Una vez iniciados los trámites para nuestra documentación, el gobierno

salvadoreño dijo que no podíamos repatriarnos en comunidad si no teníamos

donde llegar. Una comisión viajó a El Salvador para ver las tierras que ellos nos

ofrecían en el Pechiche, departamento de La Paz, pero no se les aceptó porque

nosotros pedíamos tierras para trabajar, y ellos solo nos ofrecían los solares

para las casas. Nos reiteraron que a Nancuchiname no podíamos ir porque era

una zona de conflicto, y que no podíamos regresar a nuestro país si no teníamos

donde llegar. Nosotros habíamos exigido desde el principio, venir a la Hacienda

Nancuchiname, aquí en el Zamorán, pero al ver que no era posible, se decidió

como estrategia, alquilar un terreno donde llegar provisionalmente, pues

sabíamos que ya estando en el puesto nos la arreglaríamos de cualquier manera.

Raúl Velásquez:

Yo fui parte de la comisión, y apoyados por varias organizaciones hicimos

contactos con mucha gente, hasta que al final, encontramos a un hombre que

nos alquilaba cuarenta manzanas de tierra allá en Cerro Bonito, Villa el Triunfo, Departamento de Usulután. Fuimos a ver la tierra y todavía estaba la

gran maicillera que acababan de cortar. No había ningún árbol en todo el

terreno y para sembrar el maicillo le habían metido el tractor.

Celebramos el contrato de arrendamiento ante notario y se le presentó al

gobierno. No tuvieron más opción que dejarnos entrar a nuestro país, y a partir

de ese momento, las negociaciones ya fueron directamente con el embajador,

el ACNUR y funcionarios del Ministerio del Interior, hasta que por fin, el 23

de enero sale el primer grupo hacia Cerro Bonito.

CIUDAD ROMERO EN EL SALVADOR

Ángela Alvarenga:

Yo he sufrido y he luchado toda la vida. Chico y Cristóbal

(su esposo y su hijo), estuvieron presos en Honduras y a

mí, casi me meten al hoyo por andar peleando por ellos.

Allá en Panamá, cuando el primer grupo se iba a venir por

la pica, allí habían anotado a Chico con todos los cipotes

míos, venía Luis, Carmen y Marta; entonces yo les dije

que me venía con ellos también, y fue que agarré las

maletas y me vine a pata por la montaña. Al cuarto día de

camino, como yo era la más viejita que venía en el grupo, me vinieron a

encontrar en un caballo. Y me monto yo en aquel animal, porque si que habíamos

sufrido en todo ese comino, pero para qué fue aquello, si al ratito me votó el

dicho animal ese, y de allí me llevaron toda golpeada.

Cuando ya nos íbamos a venir de Panamá para El Salvador, nos dijeron que

nosotros veníamos en el primer vuelo. Y yo me sentía bien contenta porque

tanto que habíamos luchado por nuestra repatriación, pero cuando llegamos al

aeropuerto, yo ya no sentía alegría, yo lo que sentía era un gran miedo, porque

todo aquello y todas las calles estaban llenas de soldados. Estábamos otra vez

ante aquellos uniformes sangrientos, ante aquella mirada represiva. Yo solo me

acordaba cuando ellos torturaron y casi matan a Chico y Cristóbal allá es

Esparta, y después nos quemaron la casita. Y cuando llegamos allí a El Triunfo,

hasta con tanquetas nos estaban esperando. No nos dejaban pasar, pero llegó

más gente a apoyarnos y entonces le hicimos huevos a enfrentarnos a los

soldados. Después el sacerdote celebró una misa en la iglesia de Villa El

Triunfo, y después agarramos camino para Cerro Bonito. Ya estaban hechas las

champitas de lona donde nos íbamos a alojar.

El último grupo llegó el 27 de enero de 1991 a Cerro Bonito donde se

reencuentra nuevamente toda la comunidad.

El apoyo de las comunidades se hizo sentir así como la solidaridad nacional e

internacional que nos había

acompañado desde Panamá.

Nuestros familiares seguían

llegando para vernos

después de tantos años. La

noticia se regó en todo el

país y la gente seguía

llegando.

En aquel terreno desolado

estábamos en pleno verano,

y las champitas de lona en el solazo, parecían hornos y se levantaban los

grandes remolinos de polvo que nos dejaban aterrados. No había ningún árbol

cerca de las champas y la tierra quemaba los pies descalzos.

De todas partes llegaban familiares. De mi familia habían llegado mis tíos

Ruperto y Gabriel y mi abuelita Chana. Todos emocionados, haciendo preguntas

y ellos comenzaron a contar sus historias: Tío Gabriel anduvo huyendo y vivió

un tiempo en las montañas de Honduras, luego regresó para apoyar la lucha. Tío

Ruperto también vivió en carne viva toda la guerra, no salió de la zona, allí

defendió su familia y siempre fue base de apoyo de los compas. Siempre

andaba de caites, sombrero, su pichinguita de agua, y su matatilla de

totopostes.

Yo estaba muy feliz de conocer a mi abuelita Chana. La última vez que ella me

vio, yo tenía dos años, pero seguía siendo el niño tierno para ella, porque me

consentía mucho. Mi mamá me había contado que en El Salvador teníamos otra

hermana que se llamaba Cristina, y que ella y Mabel eran las que me habían

cargado durante la guinda para Honduras, pero no supimos nada de ella en toda

la guerra. De repente, alguien gritó que venía Cristina, y mi mamá salió

corriendo. Yo solo me quedaba viendo como mi mamá la abrazaba, y me costaba

creer que tenía una hermana más. Cristina lloraba de la emoción al ver a su

familia después de tantos años. Ella también se escapó del cerco militar en

Honduras.

Cristina Reyes Granados

Este es mi hijo Joel, dijo Cristina, nació en medio de la guerra y luego se lo

tuve que dejar a su papá y a su abuelita, porque allí nos iban a matar a los dos.

Lo dejé con la condición que nunca le iban a negar que yo era la mamá. Me fui

para Morazán con Mabel, y las dos trabajábamos en la Radio Venceremos, yo

estaba en el área de Propaganda. Yo ya no pude ver más a mi hijo porque si los

soldados se daban cuenta que era mi hijo lo mataban. Yo solo llorando pasaba

los primeros días, y me quería salir para quedarme con él, pero si los soldados

me hallaban, nos mataban a los dos.

Con el tiempo me acompañé con el papá de mis hijas, pero a él lo hirieron en una

emboscada. Los compas lo sacaron y lo fueron a dejar a una casa de apoyo. Yo

estaba recién parida de Letis, pero me fui a meter hasta allá. A los pocos

minutos la tropa estaba rodeando la casa. ¡Corré, me dijo, aunque sea vos

salvate!... Dicen que lo bajaron a patadas de la cama y lo anduvieron por toda la

casa a patadas y culatazos.

Como al mes llegó una carta diciendo que él estaba preso en el Penal de

Mariona. Entonces fue que me dijeron que me tenía que ir para San Salvador,

para incorporarme allá. Me fui con las tres niñas, sin conocer nada. Allí fue

donde conocí a Noemí y otras monjas, luego busqué los contactos y me

incorporé nuevamente a la lucha.

Cuando nos tomamos la embajada de Costa Rica, el objetivo era exigir la salida

de los lisiados de guerra hacia Cuba u otro país donde se les diera asistencia

médica. Allí conocí a María Pegoste, ella andaba una papa envuelta en papeles y

liada con tirro. Con eso amenazaba a los vigilantes para que no se movieran.

Luego los compas capturaron unos coroneles y los canjearon por varios

comandantes que estaban presos, allí salió el papá de mis niñas y lo mandaron

para Cuba.

Para la ofensiva del 89 yo me fui a Morazán a dejar a las niñas donde la Señora

Jeña. Si no regreso me las cuida, le dije, y me vine que era una sola chillazón.

A mí me tocaba estar en San Ramón, pero cuando llegué a la Universidad

Nacional donde estaba el contacto, ya se habían ido los compañeros. Ni modo

me dijeron, aquí te vas a incorporar, ya no hay tiempo. Vladimir se llamaba el

compañero que había quedado al mando. Y lueguito cientos de soldados,

invadieron la Universidad con tanquetas y aviones.

Rapidito replegaron a los compañeros hacia San Ramón, y nosotros ya no

pudimos salir. Vladimir nos dijo que la cosa se había complicado porque la gente

armada ya no respondía. Que nos coláramos entre los estudiantes, y como había

un montón de gente refugiada en el sótano del edificio de medicina, nos

metimos allí también. Cuando llegaron los soldados, me agarraron del pelo y de

un solo halón me tiraron arriba. Del primer culatazo yo sentí que me quebraron

el pecho. Yo quedé que no podía respirar. Pero más me dolía ver cómo

torturaban a los compañeros. Nosotros ya estábamos preparados

psicológicamente, pero el dolor era insoportable. Nadie se hacía cargo de las

cosas de que se nos acusaban, yo dije que era una vendedora de dulces y nadie

me sacó de allí. El huevo fue que Vladimir nos entregó. Él fue con los soldados a

sacar los fusiles y luego nos fue a señalar uno por uno, incluso lo hicieron

señalar a gente que no conocía porque él a mí no me conocía antes de ese día.

Pero vieran como lo andaban de torturado al pobre, nosotros que sabíamos que

nos estaba entregando a la muerte, lo podíamos entender en ese momento

porque no hay hombre que aguantara eso, esos animales eran horribles.

Nos tuvieron ocho días torturándonos, amarradas, vendadas y sin comer.

Sabíamos que en la comida o en la bebida le ponían drogas para que uno hablara

cosas, por eso yo del tanque del servicio tomaba agua, pero no les agarré nada.

Uno no sabía cuado era de día o de noche.

Un día me dijeron que allí tenían a mi mamá. Si no hablas la vamos a empezar a

descuartizar me decían, y se oían los grandes alaridos de una mujer. Habla hija

de puta me decían: ¿Dónde están las armas? A veces cambiaban de torturador

y llegaba uno nuevo, hablando suave, diciendo que si yo entregaba a los demás y

las armas, nos iban a dar no sé cuantos miles de dólares y nos iban a mandar

para Canadá o cualquier país que nosotros eligiéramos. Pero cuando no nos

sacaban nada comenzaban a golpearnos nuevamente. Quítenle las chiches a esa

vieja decían, y otra ves se escuchaban los alaridos de la mujer que

supuestamente era mi mamá. Yo sólo apretaba los ojos y me ponía a pensar que

esos eran los momentos donde hacen hablar a la gente y decir lo que ellos

quieren que uno diga. Yo solo me acordaba de Vladimir, cuando nos entregó uno

por uno. Yo daba gracias a Dios de que mi mamá y todos ustedes se habían ido a

Panamá.

Cuando vieron que no hablamos, llegó un teniente y me sacó para otro cuarto

junto con una compañera. Yo solo quiero preguntarles qué quieren - nos dijo -,

que pasemos toda la tropa por ustedes y después las matemos, o salir ante las

cámaras entregando todas las armas. Enciérrense en ese baño y lo piensan muy

bien. Así para preparar a mis soldados, porque todos van a pasar por encima de

ustedes.

Cuando nos soltamos la venda en el baño, las dos caímos por allá, desmayadas.

Teníamos ocho días de no ver la luz y sin comer. Ella se paró primero y yo

después. Y usted como se llama me preguntó en vos baja. Yo me llamo Norma le

dije (ese era mi seudónimo). Yo soy Ismelda me dijo ella, soy licenciada… Y nos

abrazamos un buen rato, llorando las dos. Si salimos entregando esas armas nos

van a meter presas un montón de años me dijo. Pero mejor salgamos.

Entonces el cuilio nos llevó un peine y maquillaje para que nos arregláramos, y

cuando salimos donde estaba el Coprefa, allí tenían el gran poco de armas y el

poco de gente presa que también habían estado torturando hasta obligarlos a

hablar. Allí había médicos, profesores, estudiantes, ordenanzas hasta

vigilantes de la Universidad. Dicen que salimos en cadena por todos los canales

y luego nos metieron presos.

En la cárcel a mí nadie me llegaba a ver, y no sabía nada de mis hijas ni de mi

familia en Panamá, pero las visitas que llegaban ponían las cosas en una mesa

común, allí se repartían y también nos daban a las que no teníamos familia.

Cuando por fin salí de la cárcel, regresé a Morazán con mis hijas, y el partido

me asignó otras tareas. Ahora trabajo en CODELUM.

Siempre voy a San Salvador con frecuencia, y ayer (26 de enero 1991) yo

estaba en el Hotel Siesta en un foro, cuando se escuchó por los micrófonos que

diéramos un fuerte aplauso de bienvenida a los compañeros y compañeras de

Ciudad Romero que venían llegando de Panamá.

Ahí viene mi mamá dije yo, y pegué el brinco de donde estaba sentada y salí

corriendo a preguntar. Me dijeron que estaban en el Puerto El Triunfo y hasta

a allá fui a buscarlos. Después me dijeron que no, que era en la Villa El Triunfo,

pero como ya era de noche, me tuve que quedar allá. El ejército tiene retenes

por todas las calles ahora, no se puede andar de noche, por eso vine hasta hoy.

Santiago Reyes:

Lo último que yo supe de mi papá, de mi mamá y de todos ustedes, fue que se

habían ido para Panamá, y durante toda la guerra no supe más nada de ustedes.

Toda la guerra fue difícil, pero lo más difícil yo creo que fue la ofensiva del

once de noviembre del ochenta y nueve. Hasta el tope se llamaba. El objetivo

principal de esa ofensiva era ponerle fin a la guerra. Una de las cosas por las

que nosotros luchábamos era por acabar con la dictadura militar para liberar a

El Salvador de la opresión, y para que los campesinos pudieran tener sus

tierras. Pero el gobierno nuca quiso oír al pueblo y siempre creyeron que con la

millonaria ayuda de los Estados Unidos podían matarnos a puros bombazos. Los

gringos enviaron una flota de aviones artillados y con eso bombardeaban y

quemaban poblaciones enteras.

Al principio nos hicieron muchas bajas y masacraron a las poblaciones cercanas

a nuestros campamentos; pero nosotros cambiamos la estrategia de combate a

guerra de guerrillas, y nuestra fuerza aumentó y se desplegó en todo el país.

Ya no había grandes concentraciones de guerrilleros y difícilmente podían

golpearnos. La aviación ya no les funcionó lo mismo y los obligamos a combatir

en el terreno. Después nos vinieron los AK-47 y la artillería anti aérea. Cuando

nosotros ya teníamos una fuerza considerable, le exigíamos al gobierno que se

sentara a negociar, que resolviera las demandas del pueblo para que hubiera

paz en el país. Pero el gobierno nunca vio en serio nuestros planteamientos y lo

que hacía era aumentar la represión. Entonces el objetivo de la ofensiva del 89

era ponerle fin a la guerra. Habían dos planteamientos fuertes y así nos

explicaron a nosotros: el primero era que íbamos a ganar la guerra con una

victoria militar, a través de las armas; y el segundo era que de no ganar la

victoria militar, nosotros íbamos a golpear al gobierno y al ejército asesino de

Alfredo Cristiani, para debilitarlo de tal manera que se viera obligado a

negociar la paz.

Hubo todo un proceso de concientización a los combatientes, porque se nos

explicó clarito que muchos de nosotros no íbamos a regresar, y que teníamos

que estar dispuestos a ofrendar nuestras vidas para lograr el objetivo final,

que era la paz y la liberación nacional de El Salvador.

A mí me tocó estar en San Miguel. Y nosotros cumplimos con el objetivo,

liberamos San Miguel, estuvimos como doce días en el centro de San Miguel,

también se liberó Chalatenango y otros departamentos, pero el problema fue

en San Salvador. Soyapango fue práticamente destruido por la aviación, y allí

nos hicieron muchas bajas. El pueblo nos apoyó de muchas formas, entonces el

gobierno metía la aviación, por ejemplo Majicanos fue bombardeado también. El

avance de nuestra tropa continuó aunque fuera lento, y el gobierno siguió

bombardeando. Luego el 16 de noviembre ellos ejecutaron la masacre de los

seis sacerdotes Jesuitas. Eso provocó un escándalo y una presión internacional

en contra del gobierno de Alfredo Cristiani.

Nosotros logramos nuestro objetivo final que fue crear las condiciones para

obligar al gobierno a firmar la paz. Nuestra dirigencia del FMLN, no se

equivocó. No logramos una total victoria militar, pero obligamos al gobierno a

negociar. Y obligamos a los gringos también a entender que no iban a

derrotarnos tan fácilmente por las armas, porque aquí se murieron varios

gringos, y vieron caer muchos de sus aviones. Entonces el gobierno de los

Estados Unidos le cortó la ayuda militar al gobierno de Alfredo Cristiani. Eso

fue lo que definitivamente los obligó a negociar, porque sin la intervención de

los Estados Unidos, esta guerra se hubiera acabado hace tiempos.

Pero yo me eché toda la guerra. Nunca más supe nada de mi familia. Si cuando

ustedes vinieron, yo ni cuenta me di. Con Julio nos habíamos separado durante

la guerra y él sí sabía que ustedes habían venido, y con Pastora me habían

andado buscando por todo Morazán hasta que por fin me encontraron allá por

Cabañas donde yo estaba. Me trajeron a conocer la comunidad y a visitar la

familia, porque aquí estaba toda mi familia. Daba gusto ver esta comunidad

como trabajaba de organizada. Yo comparaba a Ciudad Romero con Ciudad

Segundo Montes, bien organizada. Entonces, cuando se firmó la paz, me vine

para Ciudad Romero.

Capítulo IV

CIUDAD ROMERO EN EL BAJO LEMPA

LA CONQUISTA DE LA TIERRA PROMETIDA

Cerro Bonito no era la Tierra Prometida. La comunidad tenía claro que allí

solo estábamos de paso, porque nuestro objetivo era llegar a Nancuchiname.

Me acuerdo que en Panamá, los sacerdotes comparaban la vida de nuestra

comunidad con el éxodo del pueblo de Israel hacia la tierra prometida. Y

nosotros seguíamos allí en Cerro Bonito sin hacer mayores cosas, cocinando,

halando agua, buscando mangos tiernos, yendo a bañar a río etc. Pero después

de casi un mes de espera, mucha gente ya se estaba desesperando y se querían

ir con sus familiares para Nueva Esparta. Entonces la directiva tuvo que

agilizar la salida y el 17 de febrero, se empieza a trasladar la gente en

pequeños grupos hasta El Marrillo, que estaba cerca de la Hacienda

Nancuchiname, donde nosotros habíamos pedido llegar desde que estábamos en

Panamá.

Estas tierras pertenecieron a dos de las catorce familias que dominaban el país

a principios de los 80, la familia Dueñas y la familia Regalado. Durante la

guerra, los grandes terratenientes tuvieron que abandonarlas y luego les

fueron expropiadas por la Reforma Agraria y éstas pasaron a manos de las

cooperativas.

Miguel Alemán, era el Presidente de la Confederación de Cooperativas de la

Reforma Agraria CONFRAS, integrada por siete federaciones de cooperativas,

entre ellas FENACOA, que aglutinaba veintiocho cooperativas, incluida

Nancuchiname.

Miguel Alemán:

En esos momentos, la comandancia general del FMLN, estaba negociando con el

gobierno la desmovilización de las tropas. Yo era parte de la comisión

negociadora y se acordó que cada fuerza integrante del FMLN se ubicara en

diferentes regiones. Así es que al ERP le tocó la zona Oriental y se

desmovilizaron las diferentes fuerzas militares del FMLN.

En el quinto punto de los acuerdos de paz está todo eso. También la estrategia

del Frente incluía alguna toma de tierra. Yo sabía que Nancuchiname tenía una

deuda terrible con el gobierno, era enorme, pasaba de los 34 millones de

colones y el gobierno les andaba cayendo para quitárselas. Entonces fue que se

entabló comunicación con la gente de Ciudad Romero que estaba en Panamá.

Vino una delegación, hicimos una asamblea general con la Cooperativa

Nancuchiname donde se les propuso que aceptaran a Ciudad Romero como

asociados. Ellos estuvieron de acuerdo y así fue, porque era la única forma de

poder entrar legales a estas tierras. De lo contrario era una usurpación. Se

sacó el acuerdo de asamblea general y el punto de acta extendido por la

cooperativa. La gente de la cooperativa estaba contenta porque también ese

era un apoyo para ellos, porque el gobierno ya les andaba encima queriéndoles

quitar la tierra. Nadie quería que el gobierno nos fuera a meter otra gente

aquí, en cambio todos sabíamos que Ciudad Romero era considerada como base

de apoyo del FMLN. Es decir que Ciudad Romero sí entró legalmente a estas

tierras y se siguió el proceso de inscripción a la cooperativa.

Pero ya estando en el puesto, la comunidad solicitó unas tierras que estaban

prácticamente abandonadas, eran grandes mangollaneras y no se trabajaban

desde principios de la guerra. La cooperativa aceptó. Pero la idea era de que

ellos trabajaran en cooperativa, que mantuvieran la tierra colectivamente,

porque es la manera de cómo los campesinos se pueden defender, y pueden

lograr juntos un desarrollo económico social diferente.

Yo tenía el punto de acta y la comunidad lo tenía también. El presidente de

gobierno de El Salvador, Alfredo Cristiani, decía que yo había falsificado la

firma y me hizo una campaña de desprestigio. El gobierno siempre pensó que

estas tierras iban a regresar a manos de los antiguos hacendados.

La primera comunidad Organizada que llegó a esta zona fue Ciudad Romero

Aquí venimos a empezar de nuevo, como si nunca hubiéramos trabajado, como si

nunca hubiéramos tenido nada. En El Marrillo estuvimos viviendo como un mes,

en las casas deterioradas por el tiempo y las balas, abandonadas entre el monte

porque en verdad esta era una zona de conflicto. Eran contadas las familias que

habían tenido el valor o la necesidad de quedarse. Allí conocimos a don Lolo con

su camión amarillo, era el único carro que entraba por esa calle. También

conocimos a Niña Letis, Niña Santana y la gente volvió a encontrarse con Mauro

Fermán. La gente bien contenta cuando lo vio allí.

Al igual que en la montaña, aquí también había mucho zancudos, pero ya

estábamos acostumbrados a convivir con ellos. Nos seguíamos alumbrando con

los candiles porque no había electricidad. Había carretera pero apenas podían

entrar los carros de doble tracción, y en el invierno no pasaban carros. No

había escuela cerca, así que ese año nadie estudió y todos los estudiantes

estábamos incorporados al trabajo comunitario, preparando el lugar de

reasentamiento porque, durante la guerra, el monte y los árboles habían

crecido.

La solidaridad nacional e internacional era una garantía para nosotros y eso nos

daba valor para resistir a las posibles agresiones del ejército que le tenían

miedo a los cheles con cámaras.

En pocos días derribamos la mangollanera, hicimos las champas de lona, y el 12

de marzo del 91 nos trasladamos para el nuevo lugar en Nancuchiname para

terminar de instalarnos. El objetivo era estar listos para el 24 de marzo,

porque Monseñor Romero, ha estado siempre presente en nuestra comunidad.

Nosotros siempre hemos celebrado el 24 de marzo, por eso, en asamblea

general se decidió inaugurar nuestro reasentamiento definitivo de Ciudad

Romero, el 24 de marzo, para hacer una sola celebración de las dos actividades

tan importantes para nuestra comunidad: el reasentamiento definitivo, y el

martirio y resurrección de nuestro pastor y mártir, Monseñor Romero.

Chungo Fuentes:

Gracias al FMLN, a CONFRAS, a las cooperativas Nancuchiname, La Maroma,

Mata de Piña, a otras instituciones y personas que ya vivían aquí en la zona,

como Don Lolo, Niña Letis, Niña Santana, Don Lencho, Remberto, Mercedes,

Niña Pimpa, etc., nosotros entramos legalmente a estas tierras.

Nosotros entramos sin mayores problemas. Lo bueno comenzó cuando Ciudad

Romero se convirtió en la base de apoyo del partido para todo el chorro de

gente que venía atrás de nosotros para la toma de estas tierras. Allí fue donde

al ejército y al gobierno no les gustó porque hasta ese momento digamos que

nos habían respetado, y estábamos trabajando tranquilos. Nosotros éramos la

primera comunidad organizada que llegaba a la zona.

El primer choque con el ejército lo tuvimos en El Marrillo, cuando vinieron los

Refugiados de Nicaragua. Nosotros les apoyamos un poco en la logística y

transporte. El gobierno había dado órdenes de no dejar pasar a más gente a

estas tierras y les pusieron como tres retenes en la entrada de San Marcos.

Allí los detuvieron y hasta baliaron la llanta del camión amarillo que nosotros

enviamos para traer la gente. Los soldados ya sabían que ese camión era de

Ciudad Romero y después nos estuvieron hostigando por eso, nos decían que no

nos metiéramos con la otra gente que ellos no se iban a meter con nosotros.

Ellos sabían que a nosotros no podían sacarnos, porque éramos socios de la

Cooperativa Nancuchiname.

Después vinieron los lisiados de Cuba, ya estábamos nosotros aquí en

Nancuchiname y los recibimos en nuestra comunidad, los alojamos en la casa

comunal que era una galerota de lámina. Luego llegaron unos refugiados de

Costa Rica que también los tuvimos un tiempo con nosotros y luego se fueron

allá para el lado de San Vicente.

Ya por último vino la gente de Segundo Montes y el ejército las sacó de

Lempamar y La Canoa. Estuvieron unos días con nosotros mientras se logró que

ellos tomaran esas tierras. De esa forma se fue llenando de gente esta zona

que ahora conocemos como el Bajo Lempa.

No había agua para tomar y nos tocaba buscar agua en el Río El Espino o en los

pozos de las casas de la gente que vivía en El Zamorano, como Mercedes,

Remberto y niña Pimpa, esa gente nos apoyó bastante.

Desde Cerro Bonito ya se habían incorporado algunos jóvenes a la guerrilla y los

compas venían a reunirse con los jóvenes de vez en cuando. Una noche que hubo

fiesta con el conjunto de la comunidad, vinieron los compas a bailar con los

grandes fusilotes trabados. Se quedaron varios días alrededor de la

comunidad, pero cuando los soldados venían ellos se iban para evitar un

enfrentamiento cerca de la comunidad. Una vez estaban los compas entrenando

en la cancha de fútbol cuando les avisaron que venían los soldados y ellos

salieron en guinda para el lado del río.

Lito, de tío Gabriel, era el que reclutaba los jóvenes. Explicaba las razones por

las que inició la guerra y las razones por las que era necesario seguir luchando

hasta la victoria final. Después de las reuniones varios jóvenes decidían irse

voluntariamente para el Cerro de San Agustín o a San Francisco Javier.

Ya se habían ido varios jóvenes activos en la organización de la comunidad,

entre ellos Pilo, Tito, Julio, Chepe, Sixto, y muchos más. Cuando se fue Tito, mi

mamá casi se muere, porque ella había sufrido durante once años por no saber

nada de mis dos hermanas Vicenta y Cristina que se habían incorporado desde

1980. Todo el mundo quería irse, el mensaje penetraba rápidamente y la gente

se incorporaba. Además la comunidad dio la orientación de que se incorporara

todo el que pudiera. A mí me daba lástima mi mamá, porque ella sufría cada vez

que alguien de la casa se iba. Pero un día, después de la reunión me subí al

camión. Ya se había ido Saúl de Neftalí, Carlos de Bartola y otros cipotes casi

de mi edad (13 años). La última que se había ido de mi casa fue Estenia, y mi

pobre madre sufría. Ya cuando estábamos por salir, llegó Lito, a contar la gente

que llevaba, y se asustó cuando me vio dentro del camión; - ¿Y vos, para dónde

vas? me preguntó. - Para el cerro, le contesté. - Ya querés que mi Tía Antolina

me mate, dijo, porque ella a mí me va a echar la culpa después, mejor bajate

del carro. Y yo me bajé algo avergonzado porque todos los cipotes me estaban

haciendo bulla.

La educación popular, siempre se había dicho

que los niños, que ahora

eran jóvenes, serían el

futuro de nuestra

comunidad. Pero la

mayoría se estaba yendo

al cerro. Es decir que

Ciudad Romero se estaba

quedando sin futuro.

A pesar de estar en

nuestro país, no teníamos una escuela. Desde Panamá se estaban capacitando

como maestros populares algunos jóvenes de la comunidad que habían

terminado octavo o noveno grado. En El Salvador, algunas instituciones como

CIAZO Y ASDI, dieron seguimiento a este programa. Luego también tuvimos la

ayuda de nuestro hermanamiento con Sant Paul de Minnesota.

Mino, Juan Ángel,

Polo de tío Macario,

Julio, Oscar,

Filomena y

Orbelina, fueron

capacitados en unos

meses como

maestros populares

y ellos

desarrollaron un

importante papel en

la educación

popular como se le

llamó. Las primeras

clases se dieron bajo unos árboles de mangollano. Los niños sentados en el

suelo, apoyaban el cuaderno en sus piernas para escribir.

Maximino Sorto fue uno de estos maestros y cuenta que fue una experiencia

muy bonita:

Andábamos todo el tiempo en reuniones tras reuniones y uno sentía que la

cabeza no daba más. Teníamos muchos intercambios y capacitaciones donde

conocíamos otras experiencias como la de Segundo Montes, en Morazán. Eso

nos daba mucho ánimo para seguir adelante, porque la educación popular es

alternativa y uno tiene que ajustarse a los medios con los que cuenta para

aprovecharlos al máximo en beneficio de los niñas y niñas.

Estudiando a cualquier costo. La

educación popular solo cubría hasta

sexto grado. Más de treinta

estudiantes que habíamos

terminado sexto grado en Panamá,

estábamos sin escuela. El siguiente

año, el Servicio Jesuita nos apoyó

con transporte y uniforme para

que estudiáramos tercer ciclo en la

Escuela de San Marcos Lempa, que

estaba a unos 12 Km. de la

Comunidad. Cuando entró el

invierno, la calle se puso muy mala

y los carros se pegaban en los

charcos; entonces nos llevaban en

los tractores de la comunidad. Era

divertido porque unos íbamos

colgados y otros montados en la

rastra. Pero luego ni tractores

pasaban. Todos tuvimos que abandonar la escuela.

El siguiente año (1993), Carlos, de Calixto me dijo que el padre Ángel le estaba

ayudando para estudiar en San Marcos. Decile a tu papá que hable con él, me

dijo, dicen que es bien bravo. Es el padre que vino con los de Nicaragua. Mi

papá no quería que yo estudiara, no sólo porque no tenía dinero y mi mamá

estaba muy enferma, sino también porque era una cuma menos en el trabajo, y

ese año estábamos preparando cuatro manzanas de tierra para la milpa.

Pero mis ganas de estudiar eran tantas que un día decidí hablar yo mismo con

“el cura enojado”. Yo no lo conocía pero ya me lo habían advertido. ¿Y qué

haces aquí tocando mi puerta tan temprano? me dijo (eran las 6 am). Y yo

olvidé las palabras que había memorizado antes de tocar la puerta. Y se echó a

reír. Luego yo le comenté sobre unos alemanes que apoyaban a la comunidad.

Veremos si ellos pueden ayudarte y también a otros de tu comunidad que ya

estoy llevando a San Marcos, porque sus padres me pararon en el camino para

pedirme que les llevara a clases todos los días. Vaya que tú si eres valiente,

mira que venir hasta acá tú solo, y a esta hora. Así me gusta la gente, que

defienda lo que quiere, si es bueno.

El padre Ángel me dio dinero para comprar mis cuadernos,

y mis hermanas, Mabel y Cristina, me ayudaron a

convencer a mi papá, para que me dejara ir a la escuela.

Allá en la escuela me encontré a Carlos, Ilsa, Martina,

Tina, Chovel, Santos, Arsenia, Romelia y Tina. Yo no sabía

que habían tantos romereños estudiando, pero es que

cada quien se las estaba arreglando por su cuenta.

En el verano los charcos de las calles se convertían en

capas gruesas de polvo y uno llegaba hasta cenizo de puro polvo. Pero cuando

entró nuevamente el invierno, la calle se cortó y ya no pudieron pasar los

carros, ni siquiera el del padre Ángel que era 4 x 4.

Entonces, decidimos caminar. Algunos papás como Isidro, Toño Jiménez y Toño

Bonilla, iban a encaminar a sus hijas hasta los manguitos que estaban a una hora

de camino. A las cuatro de la mañana echábamos los zapatos, el uniforme y los

cuadernos en la mochila y comenzábamos a caminar. Al llegar a San Marcos, nos

lavábamos en el río Lempa, sacábamos el uniforme todo arrugado y así nos lo

poníamos.

Casi no nos relacionábamos con los demás estudiantes, menos aún con los de

Nueva Esperanza, porque ellos se burlaban de cómo hablaba la gente de Ciudad

Romero. Ellos también hacían su grupito y varias veces pudimos oír como se

divertían burlándose de nuestra forma de hablar: “vos güirro, andite de juida,

traeme la paila, ya te vide”, y otras palabras que nosotros usábamos en Ciudad

Romero. “Ellos eran los civilizados y nosotros los indios que veníamos de la

selva”. Y de hecho se dieron algunas peleas entre jóvenes.

Don Erick, fue uno de los profesores que más nos ayudó, no fallaba con sus

consejos más que sermones, y siempre nos llamaba la atención por la actitud

que tomaban los dos grupos. Aunque poco a poco nos fuimos adaptando y luego

hicimos algunas amistades.

Las clases terminaban a las doce, y eran otras dos horas caminando de regreso,

para luego incorporarse al trabajo en la milpa. Y cuando yo llegaba a la milpa

como a las dos de la tarde, mis hermanos, que estaban allí desde las seis de la

mañana, me quedaban viendo de mala gana, decían que yo solo estaba

estudiando por no trabajar todo el día. Así que cuando llegaba al trabajo me

sentía obligado a reponer el “tiempo perdido en la escuela”. Salíamos cansados,

pero todavía teníamos energías para jugar un partido de fútbol ya con la

nochecita.

Julio de tía Toña se había comprado un televisor blanco y negro de doce

pulgadas, y como no había energía, lo conectaba en una batería de carro. En la

noche se le llenaba la champita de gente, que hasta le hacían agujeros en las

paredes de ajonjolí, para poder ver desde fuera. Pero después Julio se inventó

cobrar veinticinco centavos de colón para ir a recargar la batería hasta San

Marcos, y los cipotes se la ponían en el lomo desde allá, con tal de no perderse

las películas de Cantinflas y Pedro Infantes.

Lothar Rauer y Sigrid, eran los

representantes del Grupo “Un Solo

Mundo de Wesel”, Alemania, queines

establecieron un hermanamiento con

nuestra comunidad en diciembre de

1991. Ellos eran los que financiaban

nuestras becas a través de padre

Ángel. Nos visitaban cada año y nos

explicaron que estaban trabajando en algunos otros proyectos con la

Comunidad. Nosotros nos pusimos muy contentos porque por fin teníamos una

seguridad de poder seguir nuestros estudios en San Marcos. El siguiente año,

más jóvenes pudieron ir a la escuela junto con nosotros. La calle ya estaba un

poco transitable pero a veces nos dejaba el pick up y teníamos que caminar.

Oscar Armando (Camando) era un amigo en común

que teníamos todos los romereños allí en San Marcos.

A veces le invadíamos la casa y le comíamos todas las

charamuscas. Niña Fita (su madre) se convirtió

también en nuestra amiga, nuestra segunda madre.

Nos recibía muy bien. Allí agarren charamuscas si

quieren nos decía, y en ocasiones hasta nos daba de

comer. Nosotros muriéndonos del hambre, pero

también de la gran vergüenza porque nadie andaba ni

un cinco. Aunque sabíamos que ella lo hacía de todo

corazón, le conmovía ver tanto hambriento y también de ver tanto sacrificio

que nosotros hacíamos para estudiar; porque al principio, la beca solo nos

cubría los útiles y el transporte; para comida o refrigerio nunca teníamos nada.

Chungo Fuentes:

Estábamos saliendo de una guerra. La comunidad tenía un respaldo muy

grande en todos los aspectos. Había mucha gente que quería ayudarnos. Se

comenzó a planificar los grades proyectos para nuestra comunidad, empezando

por el de vivienda y ganadería.

Desde nuestra llegada, el servicio jesuita nos había acompañado en todos los

esfuerzos de proyectos para la comunidad. El ERP que era una de las cinco

organizaciones del FMLN, también nos estaba apoyando mucho, sobretodo con

la cuestión de las tierras para nuestro asentamiento, porque nosotros habíamos

pertenecido a las masas del REP, a las LP28.

Veníamos saliendo de una guerra, y nosotros de una montaña. La comunidad no

tenía capacidad técnica para manejar los grandes proyectos que se habían

planificado. La ayuda de los jesuitas y el ERP, era determinante. Ellos eran los

que sabían. La mayoría de veces, nosotros sólo seguíamos lineamientos; ellos

contrataban los técnicos y todo el personal para manejar los proyectos y los

dineros de los proyectos. Se compró una máquina para fabricar bloques, una

gran planta generadora de electricidad y otras máquinas que nadie sabía cómo

usarlas y nunca se capacitó a nadie. Vino un primero proyecto de viviendas para

la comunidad, pero no se terminó, porque se gastó buena parte de los fondos

para reparar la calle para San Marcos. Era algo necesario porque no había calle

en ese entonces. Las casas solo nos quedaron con el techo de duralita y postes

de cemento, cubierta con lona o jaral de ajonjolí. La directiva estuvo de

acuerdo, ese dinero se iba a reponer para terminar las casas.

Pasamos algunos años viviendo en las champas, pero finalmente iniciamos el

segundo proyecto de viviendas. Aprendimos a fabricar los bloques y

comenzamos a hacer las casas. El diseño para estas casas era grande, piso de

ladrillo, paredes de bloque y techo de duralita. La gente emocionada comenzó a

trabajar con gran entusiasmo. Se formaron los grupos de trabajo por cada

avenida y se comenzó a construir simultáneamente en cuatro avenidas,

cuarenta casas. Lueguito aprendimos a pegar bloques y esas casas iban para

arriba.

La organización funcionaba muy bien. La gente trabajaba parejo. Al mismo

tiempo se estaban desarrollando proyectos agrícolas en colectivo y como nadie

tenía tierras, nadie trabajaba individual, igual que en Panamá. Los dos

tractores amarillos trabajaban todo el día, hicimos decenas de hectáreas de

maíz, ajonjolí, maicillo y hortalizas. Todo el trabajo era colectivo. Fueron

nuestros mejores tiempos porque la comunidad se veía que iba creciendo

rápidamente. Con toda la experiencia en Panamá, nosotros éramos un modelo en

el trabajo colectivo para las demás comunidades, y eso llamaba la atención y el

interés de los donantes por colaborar con nosotros.

Ciudad Romero tenía una oficina en San Salvador. La Comunidad Segundo

Montes nos había apoyado mucho en eso. En la misma oficina de Ciudad Romero,

habilitamos un espacio para Nueva Esperanza que había llegado de Nicaragua.

Compartimos el espacio para que ellos pusieran su oficina, así como Segundo

Montes había hecho con nosotros. Ya estando las dos oficinas funcionando, y

tomando en cuenta que ya había otras comunidades en la zona, surgió la idea de

crear un solo organismo que velara no solamente por Ciudad Romero, sino por

todas las comunidades de la costa. Los jesuitas nos hicieron la propuesta y

nosotros estuvimos de acuerdo porque en ese tiempo teníamos bastante ayuda

y podíamos ayudar a otras comunidades. Ya teníamos tractores, carros,

camiones y ya estábamos construyendo nuestras viviendas.

El planteamiento era muy bueno, nosotros estábamos vivos gracias a la

solidaridad y queríamos ser solidarios. Empezamos a darle forma a la nueva

criatura y en unos pocos días nació la Coordinadora para el Desarrollo de la

Costa (CODECOSTA).

Nosotros la creamos, y a partir de ese momento siempre se siguieron

gestionando los fondos para Ciudad Romero, pero ya como miembros de

CODECOSTA, incluso nuestra oficina, nuestro teléfono y todos nuestros

contactos pasaron a CODECOSTA. La nueva organización comenzó a funcionar

y a recibir los fondos para los proyectos de las comunidades, principalmente la

nuestra. Se ejecutaron decenas de proyectos en beneficio de las comunidades.

Hasta se reparó la calle para San Marcos, porque estaba intransitable, no

podían pasar los camiones con los materiales de los proyectos. Todos

estábamos contentos con la nueva organización que iba a impulsar el desarrollo

de la costa, y Ciudad Romero era la comunidad número uno en el trabajo

colectivo y en la organización. Éramos ejemplo para las demás comunidades de

la zona.

El ERP estaba involucrado en todos estos proyectos desde el principio, y las

cosas iban muy bien, porque también a través de los proyectos, nosotros

apoyábamos la lucha del pueblo salvadoreño, y en ese sentido nosotros

colaboramos bastante con el ERP. Pero eso despertó el interés de gente

aprovechada que inmediatamente tomaron el control de CODECOSTA y

pusieron ellos un director fraudulento. Mauricio Aguilar se llamaba. Y desde

entonces las cosas cambiaron en CODECOSTA. Ya no se respetaron los

porcentajes de colaboración acordados, se pedía dinero a nombre de Ciudad

Romero y ahí venía. Pero a la comunidad no llegaba. Nosotros éramos como la

gallina de los huevos de oro, no hallaban qué hacer con Ciudad Romero, “nos

querían mucho”… Y de repente nos dijeron que ya no había dinero para

continuar el proyecto de viviendas. Solamente habíamos iniciado cuarenta y

cinco casas que tenían hasta nueve hiladas de bloque. Casi toda la gente se

quedó sin ni siquiera iniciar sus casas y condenados a seguir viviendo en las

champitas.

También desviaron setenta y cinco mil dólares de nuestro proyecto de

ganadería. Ese proyecto lo solicitamos recién llegados aquí porque en Panamá

nos fue muy bien con el ganado. Sabíamos que funcionaba por eso lo pedimos,

pero ellos se lo llevaron para California que está a unos quince kilómetros de la

comunidad, diciendo que ahora iba a ser manejado por CODECOSTA para todas

sus comunidades, y el acuerdo no era así. Ese proyecto era de Ciudad Romero.

Luego desviaron noventa y cinco mil colones que venían para la comida de la

gente que estaba trabajando en el proyecto de vivienda, y la gente trabajando

en los proyectos comunales no tenía qué comer. El cheque que nos dieron no

tenía fondos y la directiva no hallaba como hacer para darle de comer a los

trabajadores. Entonces la gente vio que se había parado el trabajo y no había

nada qué comer, el proyecto de ganadería nunca llegó, y entonces comenzaron a

reclamar.

La mayoría de convenios con CODECOSTA y el ERP, eran a nivel de directiva,

habían cosas que la comunidad no podía saber, porque estábamos saliendo de

una guerra y era muy peligroso. Pero las cosas ya no estaban funcionando bien y

nos vimos obligados a separarnos de CODECOSTA y también del ERP. Eso nos

trajo serios problemas porque tuvimos que salirnos de nuestra propia oficina.

Ellos no querían porque se les iba a hacer un gran escándalo, trataron de

impedirlo y no nos querían dejar sacar nuestras cosas porque decían que ya

habían pasado a manos de ellos. Nos amenazaron con quitarnos todo porque si

nos salíamos de CODECOSTA no podíamos llevarnos nada y tampoco podíamos

ser beneficiarios de ningún proyecto.

Nosotros siempre nos salimos, entonces para salvar su pellejo, hicieron una

campaña de difamación de la directiva, acusándonos de haber malversado y

robado los fondos de los proyectos. Nos bloquearon y desprestigiaron a nivel

nacional e internacional. Decían que nosotros éramos traidores, “vende-patria”,

e incluso llegaron a tildarnos de areneros.

Hasta entonces fue que nosotros reunimos a la comunidad, les explicamos todo

lo que estaba pasando. Ellos también llegaron a reunir a la gente e intentaron

desprestigiar a la directiva frente a la comunidad. Pero nosotros ya le

habíamos explicado a la gente. La gente sabía y criticaba los lujos que se daban

algunos directivos en San Salvador, y en ese sentido seguramente se malgastó

algo de dinero, y eso dio lugar a otras interpretaciones, y la misma comunidad

criticaba a la directiva, porque la gente es muy humilde y la mayoría no sabía

leer, pero no es tonta. Pero también la gente sabía que no era esa la razón para

que nos quedáramos sin dinero en la primera parte de ejecución de un proyecto

tan grande como era el de vivienda. Además, todo el mundo sabía que nosotros

no manejábamos la plata de ese proyecto. La directiva solo manejaba pequeños

proyectitos, porque a veces había personas que ayudaban directamente a la

directiva, pero como repito, eran pequeñas cantidades, los grandes proyectos

los manejaba CODECOSTA. La idea de ellos era acabarse a la directiva y seguir

usando la comunidad para sacar pisto. Pero no se los permitimos.

Nos unimos al Partido Revolucionario de Trabajadores Centroamericanos

(PRTC). Nuestro pensamiento ideológico estaba con el proyecto histórico del

FMLN, estos dirigentes del ERP y CODECOSTA con estas acciones estaban

muy lejos de esto, porque la comunidad quedó en la desgracia. Nos quitaron los

proyectos colectivos a pesar de haber sido aprobados para nosotros. Aquí

empieza la etapa más dura para Ciudad Romero después del reasentamiento,

porque con el bloqueo que nos habían hecho a nivel nacional e internacional, la

comunidad ya no pudo, ni ha podido hasta la fecha (2000) gestionar nuevos

proyectos. La comunidad entró en crisis porque la organización se cayó. Los

proyectos agrícolas eran colectivos, la directiva renunció y la comunidad se

había quedado sin dirección. No teníamos proyectos, no teníamos casas, no

teníamos comida, no teníamos directiva, la gente tenía miedo estar en la

directiva y qué hacíamos entonces. Cada quién comenzó a rebuscarse para

hacer su pedacito de milpa. Los proyectos agrícolas se quedaron a medio andar

porque no había fondos para continuarlos de forma colectiva y nadie quien

supiera administrarlos. Tuvimos que repartirlos para que la gente se aliviara un

poco. Nos pasó igualito que en Panamá cuando el ACNUR nos quitó la ayuda.

Acababa de pasar la guerra y todavía era peligroso. Sí había una directiva, pero

estaba tan desprestigiada y sin autoridad, que no servía de mucho. La compaña

de Codecosta había funcionado incluso dentro de un sector de la comunidad.

Nadie quería asumir la responsabilidad de ser directivo. A veces llegaban

delegaciones directamente a la comunidad y no había quién los atendiera,

porque los directivos que estaban medio funcionando estaban trabajando en su

milpa. La comunidad en ese momento se dividió en vez de unirse para buscar

una salida en común al problema.

Pero el problema todavía se extendió a las comunidades de la zona que se

quedaron con CODECOSTA, también se ocuparon de difamarnos ante las

comunidades vecinas, diciendo que nos salimos del ERP, porque nos habíamos

vendido y que éramos areneros, traidores nos decían… Después de la vida que

nosotros hemos tenido que pasar desde que los soldados nos quemaron las

casas, los años de lucha en esos cerros, los muertos que nos ha costado, los

diez años de exilio, y que ahora alguien nos llame areneros es una ofensa muy

grande. Y tuvimos que soportar toda clase de insultos.

Concientes o inconcientemente, algunas comunidades y personas se prestaron a

la campaña sucia de CODECOSTA. Yo creo que allí está el fondo de los

problemas que luego tuvimos con la directiva y los que dirigían Nueva

Esperanza, lo que llevó a romper las buenas relaciones que un día existió entre

las dos comunidades. Ellos se quedaron en CODECOSTA y con el ERP. Y

nosotros nos tuvimos que salir. En el PRTC, la cosa era diferente. Nosotros nos

salimos del ERP, pero seguimos dentro del partido; sin embargo, unos meses

más tarde, Joaquín Villalobos y Guadalupe Martínez que eran de la máxima

dirigencia del ERP traicionaron al partido, llevándose una buena cantidad de

diputados.

Finalmente CODECOSTA se quedó con todo, y siguieron manejando grandes

proyectos en aquellas comunidades que se quedaron con ellos. A Ciudad Romero

prácticamente la borraron del mapa con la gran campaña de desprestigio.

Nosotros sí queríamos trabajar en comunidad, porque desde que se fundó

Ciudad Romero en 1981, hemos trabajado juntos y tenemos una gran

experiencia en el trabajo colectivo. Por eso mismo sabíamos que las cosas no

iban a funcionar de la forma en que CODECOSTA lo estaba planteando. Incluso

hubo un momento en que estuvimos de acuerdo en compartir el proyecto de

ganadería porque dijeron que nos iban a dar el 25%. Pero cuando pedimos ese

veinticinco por ciento para que fuera administrado por la comunidad no lo

quisieron entregar. Querían que todas las comunidades estuvieran unidas pero

ellos querían tener el control de todo, eran ellos los que tomaban las decisiones

por encima de la voluntad de las comunidades. Allí fue donde nosotros no

estuvimos de acuerdo.

La ayuda técnica y en otras áreas por parte de las instituciones es muy buena

siempre que se respete la voluntad de la comunidad, pero ese no era el caso de

la nueva directiva fraudulenta de CODECOSTA. Eran un tajo de aprovechados,

vividores. El proyecto de ganadería terminaron repartiéndoselo, y como era de

esperarse, CODECOSTA desapareció más tarde.

Miguel Alemán:

El problema con CODECOSTA fue que hubo cambio forzoso y fraudulento de

directiva, porque hubo gente que quiso manejar las cosas a su manera, incluso

hay uno de ellos que se fue hoy con la última deserción del FMLN, junto con el

alcalde de San Salvador Rivas Zamora, se salió del partido hablando pestes.

Mauricio Aguilar se llama. Esa gente iba en el camino de buscar intereses

personales, eso fue lo que no gustó a la gente de Ciudad Romero.

Ciudad Romero cayó en un momento de decepción bien grave. También ellos

debieron cometer algún error, porque tenían el derecho de pedir información

sobre los proyectos. ¿Por qué lo empiezan? ¿Por qué no lo terminan? A saber de

qué manera es que estaban trabajando los directivos, y como después

renunciaron, no había forma de saber.

Mauricio ya no era del ERP. No hombre, si ese señor es como el mono que ha

andado toda la vida de rama en rama, y no estaba solo. Se hacía pasar como

miembro del ERP, pero no lo era, porque estuvo en FASTRAS y yo lo mandé al

carajo, él no era ninguno de los mandos del ERP. Tal vez algún mando medio.

No recuerdo quién era el presidente de CODECOSTA, pero este Mauricio hizo

una jugada bien fea. Hicieron una asamblea fantasma, eligieron a una nueva

junta directiva de CODECOSTA y se colocó él a la cabeza. Se fue al ministerio

a asentar la nueva directiva. Indudablemente pagó, porque le metieron juicio y

lo ganó. La abogada que pusieron para acusarlo era amiga de él y no le hizo el

trabajo a la comunidad sino a él.

No ha sido tan honesto. Incluso se había incrustado aquí. Nos dijo que las

comunidades lo estaban pidiendo para diputado y yo me quedé asustado porque

sabía quien era. Es una persona que no merece respeto por todo lo que hizo, en

esos momentos se venía saliendo de un conflicto y la gente venía atemorizada.

Hubo mucho dinero para ayudar a las comunidades y los que administraban esos

fondos se quedaron con ellos. Es posible que así fue como sucedió, y yo

descarto que haya sido orden del ERP. Aunque por supuesto que Joaquín

Villalobos debió estar detrás de todo esto. Yo entiendo que la comunidad o los

directivos hayan tenido temor, o respeto a esta gente por haber pertenecido al

ERP. Todavía hay gente que cuando ve a alguien que fue su jefe de pelotón, le

guardan un gran respeto, y hasta se le cuadran; aunque después se haya hecho

un gran pícaro o corrupto. No si la guerra ya había pasado y a esa gente había

que tratarla como lo que era. Con ese cheque sin fondos que les dio, era

suficiente para ponerlo preso, les dio un cheque sin fondos por setenta y cinco

mil pesos. Y la pobre gente después no tenía que comer.

Quien se tomó CODECOSTA fueron personas particulares que pertenecieron al

ERP durante la guerra pero en esos momentos ya no representaban al ERP.

Porque con FASTRAS lo mismo pasó, gente que había sido mandos medios del

ERP llegaron a destruirla, y se la acabaron. Yo por eso renuncié”.

Padre Ángel:

CODECOSTA fue llevada en sus principios por el Servicio Jesuita para

Refugiados. Ellos fueron quienes inventaron y sacaron adelante Codecosta. Tal

vez en concordancia con el FMLN. Y eran los que traían grandes cantidades de

dinero para el proyecto general a través de Servicio Jesuitas para Refugiados

mundial, que ellos tenían entonces. Y pusieron al frente de Codecosta a una

mujer técnica bien preparada- no recuerdo su nombre, pero yo la conocí y era

bien honesta, aunque era eso, una técnica, una profesional -.

Ella fue quien dirigió el desvío de fondos del primer proyecto de viviendas para

la primera reparación de la carretera entre El Zamorán y San Marcos Lempa,

primero por la urgencia y necesidad, porque estábamos aislados durante las

lluvias y, segundo, pienso yo, porque creerían recuperar ese dinero en algún

otro proyecto internacional solidario. Pero los fondos de la vivienda empleados

en la carretera nunca llegaron por otro medio y aquí fue el primer fracaso de

Codecosta y sus consecuencias en Ciudad Romero. Tengo entendido que al

menos se gastaron más de cien mil colones de los de entonces en esa primera y

vital reparación de la carretera. Allí estaban dirigiendo las obras gente de

Ciudad Romero, como Neftalí, Chungo y otros, que se turnaban viendo los

avances. También Nueva Esperanza participó con una pequeña cantidad en

proporción al total, como un 10 % del total, pero entonces sus directivos eran

Armando Martínez y Gloria Núñez y en un ejercicio de responsabilidad dijeron

que Nueva Esperanza no podía aportar más, que eran pobres, que no tenían

apoyos tan grandes como Ciudad Romero. Y, en efecto, fue Ciudad Romero

quien puso la gran mayoría del dinero para esa imprescindible primera gran

reparación de la calle de El Zamorán a San Marcos después de doce años de

abandono y guerra. Lo que sucede fue que nunca se logró recuperar los fondos

invertidos y la gente de Ciudad Romero fue la afectada en otros proyectos

importantes y le vino una gran crisis. Gloria Núñez y Armando Martínez

estuvieron directamente metidos en estos días en estos asuntos de parte de

Nueva Esperanza y pueden ampliar el testimonio. De aquí fue que Servicio

Jesuitas abandonara Codecosta y lo tomara el ERP. Pero, al comienzo,

Codecosta del ERP no lo llevaba Mauricio Aguilar. Eso fue después. Aunque sin

tantos fondos como antes, este primer Codecosta administrado por el ERP

ayudó a las comunidades con proyectos agrícolas, de letrinas y otros, que ellos

gestionaron bien. Más adelante fue que se metió Mauricio Aguilar y

comenzaron los problemas de manejo de fondos. Y los problemas no fueron

sólo con Ciudad Romero. Nueva Esperanza se salió pronto también de

Codecosta por manejos poco claros de ésta, a partir de entonces, y

organizaciones como la importante cooperativa de microcréditos de mujeres

del Bajo Lempa ACAMG, que se estaba formando, tuvo que romper con él y con

Codecosta por el mismo motivo que Ciudad Romero antes. Entonces fue que se

acabó Codecosta del todo.

Chungo Fuentes:

A la par de todo esto, nosotros traíamos la lucha por la tierra. Ciudad

Romero con más de 600 habitantes era la comunidad más grande de la zona.

Una vez me lo dijo el capitán Burgos (1992) cuando trajeron la gente de Nuevo

Amanecer: Dígannos hasta dónde quieren ustedes la tierra de Ciudad Romero y

nosotros mismos se las medimos, pero apártense de las otras comunidades, que

nosotros vamos a decidir que hacer con ellos. Incluso nos ofrecieron darnos

tierra comunal y parcelarnos tres manzanas a cada familia, pero que no

apoyáramos a las demás comunidades. Nosotros pudimos haber resuelto

nuestro problema de las tierras bien facilito y no nos hubiéramos complicado la

vida. Pero nosotros también estábamos aquí para apoyar el proceso y éramos en

ese momento como el corazón de todo el esfuerzo en la zona. No habían dado

una gran responsabilidad.

Entonces cuando el ejército vio que no podía negociar con nosotros en esos

términos, y como ya tenían la gente de Nuevo Amanecer allí en El Zamorán, lo

que hicieron fue meter la tropa por la fuerza y nos quitaron toda la tierra que

nosotros teníamos para el lado de La Limonera y comenzaron a meter su gente.

Nosotros hicimos la lucha pero fue imposible porque no solo estaba el ejército

sino también la gente que ellos habían traído. Eso podía terminar en una

matanza entre los mismos campesinos, porque ellos también eran campesinos.

Eso fue el 14 de enero del 92, dos días antes de la firma de los acuerdo de paz.

Aunque nosotros éramos el triple de gente que ellos, tratamos de evitar una

tragedia. Dejamos que nos quitaran una buena parte de la tierra que nos había

dado Nancuchiname, y después de ser la primera comunidad que aseguró sus

tierras, ahora no teníamos casi nada, nos quitaron más de la mitad de las

tierras. Nueva Esperanza ya estaba ubicada del otro lado del río, y para dónde

nos hacíamos nosotros, si para entonces ya todas las tierras estaban tomadas.

Al final tuvimos que andar peleando para conseguir un pedacito de tierra por

aquí, otro pedacito por allá. En Salinas del Potrero conseguimos una parte,

luego la Cooperativa Nancuchiname nos dio otro poquito allá por la Noria y como

no alcanzaba, al final tuvimos que tomarnos la montaña. Esa lucha si fue dura

porque allí si brincó el ejército y el gobierno, pero como ellos nos habían

quitado nuestras tierras, al final accedieron.

La población aumentó considerablemente debido a que nuestros familiares que

se quedaron durante la guerra, decidieron reunificarse en esta comunidad. Por

ejemplo, si alguien sabía que su pariente estaba en La Unión o Morazán, hablaba

con la directiva para conseguirles un solar o una parcela y se los traían. Así se

vino mucha gente incluso gente que no eran nuestros parientes pero que eran

vecinos de alguno de ellos y pedía ayuda. Para estos casos la comunidad se

reunía, porque las tierras ya estaban delimitadas y cada familia nueva que

entraba, hacía más pequeña las parcelas del resto de la comunidad. Pero a

pesar de eso, la comunidad siempre fue muy solidaria y así se le ayudó a

muchas familias.

Después de los problemas con CODECOSTA, la gente estaba desmoralizada y

la organización de la comunidad estaba tirada. La tierra nos había quedado

dividida, ya no había proyectos comunales. Entonces fue que se decidió

parcelar y repartir las tierras, en 1995. En 1996, la Unión Europea nos ayudó

para la escrituración de nuestras parcelas.

LA IGLESIA Y LA SOLIDARIDAD

Lothar y Sigrid, siguieron visitando la comunidad cada año, a pesar de que

también rompieron sus

relaciones con la directiva. Ellos

decidieron trabajar

directamente con ciertos

sectores de la comunidad como

las mujeres en el comedor, el proyecto de becas del padre Ángel, la

Cooperativa Romerito y la guardería infantil. Gracias a este hermanamiento se

fortaleció el comité de mujeres, se mejoró la guardería y la alimentación de los

niños, y muchos jóvenes tuvimos la oportunidad de seguir estudiando.

También sobrevivió el hermanamiento con St. Paúl de Minnesota, aunque ya no

con la misma intensidad. Los maestros populares seguían haciendo su trabajo

para garantizar la educación hasta sexto grado. Mientras tanto nosotros

seguíamos yendo a la escuela de San Marcos.

En la parte pastoral, la hermana Helena y el Padre Jesús de Jiquilisco, nos

estuvieron apoyando. Después, vino el padre Miguel Kenedy que era jesuita. El

padre Miguel trabajó mucho y aquí se quedaba con nosotros; ese fue el primer

sacerdote que se estableció en la comunidad, pero lamentablemente se fe

después de todos los problemas que luego hubo, con Jorge, con la directiva y

con Codecosta. Desde que se fueron los jesuitas nos habíamos quedado sin

sacerdote en la comunidad. Entonces el padre Angel Arnaíz, que habían venido

con la comunidad Nueva Esperanza, venía a celebrar la eucaristía hasta que

llegó el padre Paulino. El padre Paulino ya llevaba muchos años en Jiquilisco, y

nos lo mandaron para acá. Tenía como setenta años, era amigable pero muy

estricto en sus asuntos. Le gustaban mucho los cacahuates y siempre les

llamaba cacahuate o cacahuatillo a los niños. Por eso la gente solo le decía el

Padre Cacahuate.

Miguel Ángel La Fuentes, era un joven seminarista que había llegado junto con

el Padre Paulino. Ambos eran de la Congregación Pasionista, españoles y con

ganas de trabajar con la comunidad. la gente los recibió muy contentos, y

comenzaron a trabajar. Con bloques que habían quedado del proyecto de

viviendas, se construyó la casita pastoral, y con horcones de tigüilote y lámina,

si hizo una ranchita para celebrar las misas. Se levantó el trabajo pastoral con

el coro y la catequesis para los niños. Paulino vivía en Ciudad Romero, pero

también atendía otras comunidades como La Limonera y Sisiguayo. Miguel

Ángel realizó un gran trabajo con la juventud y los niños. Gracias a ellos y al

trabajo de la gente, luego se construyó la Capilla y se colocó el mural de San

Romero de América que traíamos desde Panamá. Cuando salimos de la montaña

cortamos la pared de la capilla y nos trajimos nuestro mural que es como un

tesoro patrimonial de la comunidad.

Se levantó con mucho éxito una

granja de gallinas, que el padre

extendió su mercado de huevos por

casi toda la zona. Estos son los

huevos de Cacahuate decía la gente y

todo el mundo compraba los huevos.

Con ellos se fundó la guardería

comunal. Las y los jóvenes

catequistas también colaboramos un

poco en este proyecto que luego fue

apoyado y mejorado por nuestro Hermanamiento con Alemania. La iglesia era

bastante fuerte entonces, todo el mundo estaba en misa, los niños en la

catequesis y con el grupo de teatro dramatizábamos los evangelios. Algo

parecido como en Panamá.

LOS JÓVENES DE CIUDAD ROMERO

Ya teníamos como tres años de vivir en este país y todavía no conocíamos San

Salvador. Jefrin que nos había acompañado desde Panamá, era nuestro

profesor de teatro y junto con Miguel preparábamos las diferentes actividades

de la comunidad; para semana santa, para el 24 de marzo, para el día de las

madres, las posadas y pastorelas en navidad etc.

Polo y yo,

estábamos en el

grupo de teatro

de la comunidad,

y Jefrin que era

nuestro

profesor de

teatro, decidió

llevarnos a San

Salvador. Voy a

llevarlos a que

voten el tufito a

monte, nos dijo

cuando estábamos subiendo al carro. Esa noche amanecimos viendo películas en

el tele. Teníamos que aprovechar porque en Romero se pagaban veinticinco

centavos para ver una novela. El siguiente día por la noche, Jefrin y Anayra nos

llevaron al cine para ver “La Garra”. Nunca olvido esa película porque nosotros

ya teníamos diecisiete años y nunca habíamos visto “un televisor tan grande”.

Nos parecía que el león ya se salía y nos comía ahí mismo.

El siguiente día nos dieron un librito a cada uno y nos vinieron a dejar a la casa.

“Cuando terminen el libro haremos otro paseo, nos dijeron”. Yo no estaba

acostumbrado a leer. Pero esa misma noche comencé a leer el libro con la luz

del candil, porque en el día no se podía, no había tiempo para esas cosas. Si uno

se ponía a leer durante el día, mi papá nos mandaba a hacer cualquier cosa, para

que no estuviéramos haraganeando, decía.

Yo admiraba mucho todo lo que Jefrin y Miguel Ángel hacían. A tal grado que

estuvieron a punto de convencerme de estudiar para sacerdote. Incluso Jefrin

me había llevado a la UCA, me presentó con el padre Tojeira como un joven de

Ciudad Romero y futuro novicio de la Compañía de Jesús. El problema fue que

ellos se casaron antes de que yo entrara. Unos años después, el padre Paulino y

Miguel Ángel se fueron de la Comunidad. Bueno, Miguel Ángel, como era

pasionista, se apasionó con una joven bióloga que vino a trabajar a la zona.

Nuestra relación con Lothar y Sigrid había venido creciendo a pesar de que

ellos no hablaban español. Nos dijeron que iban a ampliar las becas para los que

quisiéramos seguir estudiando Bachillerato en el Instituto Nacional de

Jiquilisco. Siete nos graduamos de noveno grado, en el 96, y ya había otros

cinco en el bachillerato. En Jiquilisco, algunas familias nos alquilaban pequeños

cuartitos para quedarnos durante la semana y el viernes por la tarde nos

veníamos para la Comunidad.

Ese fue un cambio drástico en mi vida, pero muy bueno, porque me di cuenta

que sin haberme

casado me había

librado de la Patria

Potestad, y la figura

del paterfamilia

desapareció de

repente. Entonces

yo tenía mucho más tiempo para estudiar. Los sábados trabajaba en las

actividades agrícolas y el domingo en las actividades comunitarias y religiosas.

Yo era catequista y tocaba la guitarra en el coro.

Fuimos los primeros romereños en la universidad, después de tanto

sacrificio. Aunque es justo aclarar que en Panamá, Eusebia Sosa, fue la

primera estudiante universitaria, que luego se graduó como una profesora. Ella

estaba casada con Diomedez, un panameño que trabajó mucho con nosotros en

los proyectos colectivos en la montaña, y decidieron quedarse en Penonomé.

Ese fue el caso de varias jóvenes en Panamá, sin embargo hubo dos mujeres que

se trajeron su panameño para El Salvador.

Pero aquí en el Instituto Nacional de Jiquilisco, se graduaron las primeras cinco

bachilleres y cuatro de ellas pudieron continuar sus estudios en la universidad.

Mena, Orbelina, Romelia y Tina, fueron las primeras romereñas en la

Universidad aquí en El Salvador. Arcenia, también era parte de este primer

grupo pero ella decidió irse a los Estados Unidos.

En el segundo grupo éramos siete bachilleres pero cinco se fueron a USA y solo

dos nos graduamos. El otro también se fue y solamente yo entre la universidad

para estudiar Derecho.

Del tercer grupo, todos terminaron su bachillerato pero solamente Estela tuvo

acceso a una beca para enfermería. Más sin embargo por esfuerzo propio y

gestión con otras instituciones, Polo y Yaneth, lograron sacar un profesorado

mientras trabajaban como maestros populares.

Durante el proceso de repatriación,

los jóvenes jugamos un papel muy

importante, sobre todo en las

comisiones de comunicación,

animación y propaganda. Una vez

establecidos en El Salvador, fueron

los pioneros de la educación popular.

En marzo de 1995 vino un proyecto

para los jóvenes, apoyados por el Centro para la Promoción de los Derechos

Humanos “Madeleine Lagadec”. En asamblea juvenil se definieron los talleres a

realizar: taller de dibujo, pintura, música y se establecieron los grupos y

horarios para dar seguimiento al proceso. Además, se formaron las comisiones

de deporte, de TV y video, y la comisión de construcción.

La preparación fue continua y progresiva. El involucramiento de 48 mujeres y

47 hombres, permitió que la junta directiva y los comités fueran conformados

por jóvenes de ambos sexos. La junta directiva juvenil tuvo un papel decisivo en

la resolución de las dificultades en todo el proyecto y se consiguió que los y las

jóvenes nos sintiéramos más responsables de lo que pretendíamos hacer.

Para la construcción de la obra comunitaria, nos organizamos en grupos de

trabajo conformados por 7 a 10 jóvenes que trabajábamos todos los días

laborales de 1.00 a 5.00 p.m. y los sábados todo el día. El proyecto contemplaba

la construcción de tres importantes obras como un centro juvenil, una galera

anexa a éste y la cancha de básketbol.

La inauguración del

centro juvenil tuvo lugar el

11 de noviembre del 95, y

con esto se cubría la

primera meta. En

diciembre se empieza la

construcción en la

cancha siguiendo el

mismo proceso utilizado

para la construcción del

centro juvenil y la

galera. La cancha fue inaugurada en mayo de 1996.

La construcción, si bien fue un buen motivo para la organización, que funcionó

muy bien en Ciudad Romero, resulto un proceso demasiado pesado, pero al final

lo habíamos logrado. Sólo de ver todo esto construido nos sentíamos felices,

porque ya organizados podríamos planificar lo que quisiéramos para conquistar

un mejor futuro para cada uno de los jóvenes, un mejor desarrollo para la

comunidad, un ejemplo bueno y orientado para todos los pequeños.

La organización se mantuvo fuerte y muy bonita durante los dos años que duró

el proyecto. Pero la situación económica en la comunidad era muy difícil y la

gente adulta estaba emigrando a los Estados Unidos. De los 95 jóvenes

organizados solamente como veinte estábamos estudiando, el resto se dedicaba

exclusivamente a las actividades agrícolas y de pastoreo.

Casi todos los miembros de la directiva se fueron a los Estados Unidos y la

organización se fue cayendo poco a poco, aunque el centro siempre siguió

funcionando de cualquier manera, hasta que el huracán Mitch acabó con todo.

Se dañó la mesa de pimpon, los instrumentos musicales, todos los libros de la

pequeña biblioteca entre otros.

El problema de las maras estaba azotando todo el país. En Ciudad Romero

nunca hubo maras, pero algunos jóvenes alienados decían ser mareros. Por

ejemplo el Mardoqueo que se metió al cuartel y de allí salió medio loco, fumaba

drogas y buscaba problemas con medio mundo, se desnudaba y caminaba sin

ropa por las calles, entraba a las casas y trataba de abusar de las mujeres,

hasta que alguien lo ultimó a balazos.

En la escuela había en esos momentos un caos total. Los maestros populares

todos se habían retirado en la medida que el gobierno iba creando nuevas

plazas y contratando nuevos profesores de afuera, dejando de lado a los

maestros populares. Entonces empezamos también la lucha para mejorar la

escuela.

En 1999 solo habíamos quedado unos 12 de los 95 jóvenes que estuvimos

organizados. De estos algunos se acompañaron y el resto continuamos

estudiando gracias al proyecto de becas y al programa de educadores

populares, porque nadie tenía dinero para pagar el privilegio de estudiar en

este país. Los pocos que pudimos entrar a la universidad, teníamos la obligación

moral de trabajar en las actividades comunitarias, y tratar de orientar y

motivar a los nuevos jóvenes para que se involucraran también. Casi todos e

incluso los adultos que inyectaban dinamismo en la comunidad, se habían ido y la

situación cada día se ponía más difícil, pues la mayoría de las familias ya

estaban desintegradas.

La mayoría no veía como sobrevivir aquí, irse de mojados no era lo más fácil

porque allí se juego la vida. Pero para muchos, eso es preferible comparando su

situación aquí. A veces yo venía de San Salvador los viernes por la tarde, y

después de hablar un poco con mi mamá y mi papá, salía a caminar por ahí; pero

todos mis amigos y la generación con la que yo crecí ya no estaban, el centro

juvenil cerrado, la cancha de fútbol y básquetbol, vacías y yo no hallaba que

hacer aquí.

Entonces me fui metiendo en el trabajo de organización con los nuevos jóvenes

que iban creciendo. Katherine, una inglesa que había venido a la zona, venía

impulsando un proyecto de música, y montamos una pequeña escuelita con

clases de guitarra que yo impartía en el centro juvenil… La Coordinadora del

Bajo Lempa era, una nueva organización que desde que nació en 1996, venía

tomando fuerza en la zona y tenía su oficina en Ciudad Romero. Habíamos

tenido reuniones con Chencho Alas, Arístides y otros representantes de La

Coordinadora. Ellos tenían el Programa “Cultura de Paz”, un proyecto financiado

por la Fundación para la autosuficiencia, orientado a los jóvenes de la zona, y

ese fue un buen gancho para las primeras convocatorias de jóvenes. Uno de los

proyectos que hicimos con La Coordinadora, fue pintar la mayoría de casas de

la comunidad. Ellos consiguieron la pintura y nosotros fuimos casa por casa

pintando. Hacíamos las cuadrías de jóvenes y nos distribuíamos por las casas.

Muchas de las paredes habían sido manchadas por los mareros que trataban de

meterse a la comunidad. Los dueños de las casas a veces nos daban una

colaboración y ese fondo nos servía para fortalecer la organización, o dar un

pequeño refrigerio a los trabajadores.

En marzo de 2001, se elige la nueva Directiva de Jóvenes de Ciudad Romero.

Estuvimos de acuerdo en que lo primero que había que hacer era cambiar la

directiva Central de la comunidad que no estaba funcionando. Convocamos a

reunión a la directiva central en funciones, integrada por dos personas, para

plantearles nuestra situación y solicitar que convocaran a elecciones porque su

período ya había terminado.

Unas semanas después, se formaron grupos de jóvenes para pasar una

encuesta en toda la comunidad y que la gente propusiera los candidatos a la

nueva directiva. Como era de esperarse, hubo toda clase de opiniones, “de

todos modos pasa una y otra directiva y nosotros seguimos lo mismo”, “si los

viejos no han hecho nada que van a hacer ustedes”, decían.

Sabíamos que mucha gente no aceptaba participar en las directivas. Entonces

hablamos con cada uno de los candidatos propuestos. Algunos aceptaban, pero

otros decían que no podían descuidar sus trabajos personales como la milpa, las

vacas, etc. Otros decían que mejor se iban para el norte, a buscar trabajo para

ayudar a su familia. Otros que ya estaban cansados de servir a la comunidad.

De manera que solo quedaron once de las cuarenta propuestas, incluidos Virgilio

y yo como propuesta de los jóvenes, pero entre estos habíamos parientes

cercanos como el caso de Mario, Chela y Wilfredo; o el caso de Cristina,

Virgilio y yo que éramos hermanos. Finalmente solo quedaron siete candidatos a

la nueva junta directiva comunal.

En julio del mismo año convocamos a asamblea general para la elección de nueva

Junta Directiva y ese mismo día se dio la toma de posesión. Sin duda alguna,

todo esto marcaba la historia de la Comunidad, no solo porque era un proceso

de reformas positivas impulsadas por jóvenes; sino porque además era la

primera vez que en los veinte años de fundada la comunidad, una mujer era

presidente, Santos Cristina Reyes Granados.

Durante los dos años de gestión de la nueva directiva (2001-2003) se lograron

grandes proyectos para la comunidad, entre ellos el de alumbrado público y

reparación de las calles, en gestión con la alcaldía de Jiquilisco gobernada por

el FMLN; el proyecto de agua potable que necesitó la organización de toda la

comunidad, que fue un gran proyecto para toda la zona, donde ya Ciudad

Romero se había quedado afuera por falta de organización, pero con la nueva

directiva le entramos con todo y logramos incorporarnos. Ciudad Romero era la

comunidad más grande y por lo tanto la que más mano de obra aportó a este

proyecto, cada familia trabajó al menos unos cincuenta jornales. Después se

consiguió un pequeño proyecto de viviendas a través de la Coordinadora, un

proyecto de letrinas con MSM. Además logramos reestablecer contactos con

nuestro hermanamiento en Minnesota, con quienes se inició la gestión para

construir la casa comunal. También hubo un mayor acercamiento con nuestro

hermanamiento en Alemania (Lothar y Sigrid). Formalmente yo no era parte de

esta directiva pero participaba en la mayoría de reuniones, con derecho a voto,

la directiva me dio esas facultades, y apoyé en todo lo que pude, especialmente

en la gestión y comunicación.

Durante ese período apareció como mandado del cielo, el padre Arturo

Escalante, porque como decía al inicio de este título, los problemas eran

grandes en la comunidad, pero además teníamos el problema con las maras que

trataban de meterse, y el padre Arturo inició un trabajo muy importante con

los jóvenes que estaban siendo inducidos a las maras. Nosotros ya estabamos

trabajando con el programa Cultura de Paz, y el padre Arturo vino a reforzarlo.

Al igual que el padre Paulino, además del trabajo pastoral, se involucró de lleno

en los problemas y los quehaceres de la comunidad, porque la verdad es que no

permitimos que las maras se establecieran. Supimos pararlos a tiempo. El padre

Arturo se ganó en poco tiempo el cariño de la gente, y lo considerábamos como

propio, de la casa, el padre de Ciudad Romero, decía la gente con toda

propiedad. Después siguió trabajando con La Coordinadora en otras

comunidades de la zona. Pero el padre Arturo solo venía por dos años y luego se

fue. Luego vino por unos meses más el padre Pilar, pero también fue. Desde

entonces, el trabajo pastoral que ellos realizaban se fue desvaneciendo, y

menos gente participaba en las misas, en el coro y en la catequesis.

En realidad no es que nos hayamos quedado sin sacerdote, porque desde el

principio siempre hemos tenido al padre Ángel y por lo menos las misas nunca

han faltado en la comunidad. La gente aquí es muy celosa y como Paulino,

Arturo y Pilar vivían y trabajaban en Ciudad Romero, ellos han sido los padres

de Ciudad Romero; y como el padre Ángel vive y trabaja mayoritariamente en

Nueva Esperanza, pues entonces el padre Ángel es de Nueva Esperanza. Así lo

ha considerado la gente, sin embargo en los últimos años, el padre Ángel ha

dedicado más tiempo a la comunidad, se ha ido ganando el cariño de la gente y

actualmente es el padre a cargo de atender a nuestra comunidad.

LOS MAESTROS POPULARES

Maximino Sorto:

La lucha desde la educación popular fue grande. Se hizo mucho, pero a la par de

todos estos esfuerzos debía ir el desarrollo económico, y no era así. La

situación en el país estaba crítica, y en Ciudad Romero también.

Ya en los últimos años, a los maestros populares nos estaban dando un

reconocimiento como de sesenta dólares al mes, y con eso uno no llegaba a

ningún lado porque no teníamos tiempo para sembrar milpa ni nada de esas

cosas. Nos tocaba comprar todo y seguíamos viviendo en las champitas de lona.

En esas condiciones, qué esperanzas tenía uno de hacer su casita. Yo me había

acompañado y las obligaciones en la familia eran mayores. Inicié mis estudios

de profesorado a distancia en la Universidad Don Bosco, junto con otros

compañeros, pero con este gobierno arenero, no había esperanzas de que uno

fuera a tener una plaza en el futuro, y nosotros estábamos bien preparados

como profesores. Al final todos se habían ido a los Estados Unidos.

Habíamos luchado junto con algunos maestros del Ministerio para que nos

construyeran la escuela. Luego yo viajé a España y a los Estados Unidos,

siempre en la gestión para la educación. Logramos conseguir fondos para

construir la biblioteca de la escuela en Ciudad Romero, y otros proyectitos

más.

Habíamos creado la Organización de Educadores Populares para El Salvador,

con el objetivo de luchar por nuestros derechos, porque, por ejemplo, en

Segundo Montes, algunos maestros habían culminado sus carrera como

profesores en la universidad, y el gobierno no quería darles una plaza después

de tantos años de sacrificio; y si daban una plaza para la escuela, ellos traían

sus profesores de fuera, estando los nuestros mejor preparados y autorizados

por el Ministerio de Educación.

Estábamos fregados porque no teníamos recursos para estudiar, y tampoco

teníamos una seguridad de tener un empleo después de terminar nuestros

estudios. Al final todos terminamos yéndonos del país. Yo creo que sí valió la

pena todo nuestro sacrificio, porque se logró que los niños y niñas nunca les

faltara la educación que el gobierno arenero les había negado por casi diez

años; el gobierno no hacía nada aquí.

HURACANES Y TERREMOTOS EN LA TIERRA PROMETIDA

Mientras estas tierras

pertenecieron a la

oligarquía salvadoreña,

tenían un sistema de

bordas y drenajes en

constante

mantenimiento para

proteger la producción

del gran capital. Ahora

está en manos de las

comunidades campesinas

y no se les da ningún tipo

de mantenimiento. Para

el huracán Mitch (1998),

CEL abrió las

compuertas de las

represas hidroeléctricas

y toda la zona se inundó.

Como a la una de la

mañana comenzamos a

evacuar a la gente en la

lancha que habíamos traído de Panamá, y los llevábamos para la capilla, que al

padre Paulino se le había ocurrido construir con el piso mucho más alto.

Allí se refugió la gente, y aunque la

mayoría sabíamos nadar por nuestra

experiencia en Panamá, esta cose ara

algo que nunca habíamos visto aquí y

teníamos miedo a que siguiera llenando.

La carretera se había cortado en dos

tramos y no había paso con vehículos.

Sacamos a la gente en la lancha hasta el

desvío del Zamorano para que se fuera a

pie hasta San Marcos. Un helicóptero

sobrevolaba la zona y la gente bien contenta porque la iban a rescatar… En

Ciudad Romero la gente se subió al techo de la capilla con banderas blancas y

espejos para pedir auxilio, pero el helicóptero sólo venía a rescatar a los

policías que también se les habían llenado la casa. Nosotros que nos

ahogáramos.

Esta lancha heroica, la trajimos desde Panamá, y durante las inundaciones, ella

se convierte en

nuestra salvadora.

Desde la una de la

mañana estábamos

nosotros, haciendo

viajes y viajes con la

lancha llena de gente

por las calles y

avenidas de Ciuadad

Romero. Veníamos

llegando de El Zamorán de dejar un viaje, cuando de repente, vimos a un buen

grupo de gente que nos gritaba y levantaban las manos. Nosotros fuimos

inmediatamente a ver qué era lo que pasaba, y al llegar nos dimos cuenta que

era un buen grupo de gente de Nueva Esperanza que se habían quedado

aislados y no podían pasar el dreno. Nosotros andábamos la lancha sin motor y

eso complicaba más la pasada del dreno, porque otras veces ya habíamos

entrado hasta Nueva Esperanza en la lancha con motor, para rescatar a la

gente, pero sin motor era más riesgoso. Esta vez nosotros enviábamos a un

buen nadador para llevar un lazo a la otra orilla del dreno, lo amarrábamos de

los árboles y eso nos servía para cruzar la lancha, y también a la gente que

sabía nadar un poco se cruzaba agarrado del lazo. Llevamos a la gente hasta El

zamorán y regresamos a la capilla para seguir sacando la gente de la comunidad.

Después de El Zamorano, la gente tenía que caminar como cinco kilómetros con

la corriente de agua hasta las rodillas para poder llegar hasta donde había un

camión que los llevara hasta las escuelas de San Marcos Lempa o Tierra Blanca

y Jiquilisco. Los hombres y jóvenes nos quedamos en la comunidad para cuidar

las cosas y animales, porque estaban entrando en lancha por los esteros para

robar en las casas que habían quedado solas. El agua quedó estancada por

varios días y la gente no tenía qué comer ni donde cocinar, todo estaba lleno de

agua y lodo. Los cultivos se perdieron, las milpas, ajonjolineras y otros. Se

ahogaron muchos animales y las cosas que la gente tenía en sus casas fueron

dañadas o arrastradas por la corriente.

La ayuda del gobierno nunca llegó, a pesar de muchos países dieron su ayuda

para los damnificados. La única ayuda que llegó, fue la que vino a través de la

Iglesia y las ongs. Sin embargo, a Ciudad Romero le tocó la peor parte, porque

como la directiva poco funcionaba, y algunas organizaciones solo llevaban la

ayuda que venía para la zona, a las comunidades donde ellos trabajaban, y

Ciudad Romero después de lo de CODECOSTA se había quedado aislada. Casi

nadie nos visitaba y la ayuda tampoco llegaba.

Después del Mitch, mucha gente se frustró al ver sus cultivos perdidos, y el

fenómeno de las emigraciones hacia Los Estados Unidos que ya venía desde

1994, se disparó como nunca. Y como la mayoría no tenían casas, comenzaron a

vender sus parcelas devaluadas por la inundación y se fueron hacia el Norte.

Después, vinieron los terremotos del 13 de enero y febrero de 2001. Para el

primer terremoto, yo estaba con las mujeres en el Comedor Belencillo,

haciendo pupusas para recaudar fondos. De repente comenzó a temblar, y se

escuchaba un gran zumbido y temblaba cada vez más fuerte, entonces yo salí

corriendo de la casa pero la tierra se movía tan fuerte que uno caía al suelo y

no podía pararse, intenté pararme tres veces pero me volvía a votar y uno

aturdido solo esperaba que la tierra se abriera y nos tragara… Babilonia ha sido

una comunidad de las más vulnerables cerca de la bocana del río Lempa,

entonces salimos para allá con Jorge Villatoro y otros compañeros de la

coordinadora, y la gente nos contaba que allá la cosa fue peor, dicen que la

tierra se abría y se cerraba, y que el agua y la arena brotaban entre las

aberturas.

Unos años después, en el 2005, vino el Huracán Stand, que también nos inundó.

Otra vez se vuelve a repetir casi la misma historia del noventa y ocho con

Mitch; sin embargo, ya existían otras organizaciones en la zona, habían una

nueva directiva de la comunidad y esta vez la coordinación con las comunidades

fue mejor.

La Coordinadora

del Bajo Lempa,

una organización

que tomó más

fuerza después

del Mitch, había logrado junto a las comunidades, dar pasos importantes. Uno

de ellos fue el lograr que el gobierno declarara la zona, como zona de

desastres, la cual entre otros cosas, abría puertas para la gestión. Otro paso

importante fue el establecer el sistema de alerta temprana, para dar

respuesta, antes, durante y después de las emergencias. Este proyecto

contempla un sistema de radios de comunicación, en diferentes comunidades de

la zona, como Amando López, El Presidio Liberado, El Marillo, Las Mesitas, Las

Gavetas, Babilonia, Salinas, y la radio base que está en Ciudad Romero. Se

construyó en Ciudad Romero, las instalaciones, que reúne las condiciones

necesarias para establecer desde allí, el centro de operaciones que está

directamente conectado con CEL y Protección Civil.

La Coordinadora, a través del sistema de alerta temprana, logró un acuerdo

importante con CEL, que es la autónoma Estatal, que administra las represas

hidroeléctricas, para mantener informada a las comunidades, de la cantidad de

metros cúbicos por segundos, que las represas hidroeléctricas van a descargar.

Durante las emergencias, el Sistema de alerta temprana se activa y la

coordinación se lleva desde el centro de operaciones que está en nuestra

comunidad. De manera que las comunidades ya sabemos con unas horas de

anticipación si va a llenar o no. Y en base a eso tomamos las medidas

necesarias.

Estas cosas importantes que las mismas comunidades hemos ido logrando a

través de la organización, y de alguna manera hemos logrado dar respuestas

durante las emergencias. Pero sabemos que la solución al gran problema, va más

allá de las emergencias, y parte de la solución implica la construcción de la

borda en el río Lempa, el dragado y limpieza del los drenos, y sobre todo, la

voluntad política del gobierno. Y hacia allá esta orientada nuestra lucha ahora.

La gente de la mayoría de comunidades hemos trabajado con el apoyo de la

Iglesia, la pastoral y organizaciones de la zona como Comunidades Unidas, en la

construcción de tramos de borda con sacos de arena. Se conseguían los sacos,

se pedían cuotas por cada comunidad y la gente llegaba a trabajar; llenábamos

los sacos de arena del mismo río Lempa, y la cargábamos hasta la borda.

Producto de esta lucha, y con el acompañamiento de la fracción legislativo del

FMLN, se logró la reorientación de ocho millones de dólares de un préstamo,

para obras de mitigación en los ríos Lempa, Paz, Jiboa, y Grande de San Miguel.

En nuestro caso, para construir un total de dos kilómetros de borda, y reparar

otro tanto en ambas orillas del río Lempa. Pero además se logró el dragado y

limpieza de nueve principales drenos en el Bajo Lempa. El gobierno es el que

ahora está ejecutando este proyecto, sin embargo, a nosotros nunca se nos

olvida, que cuando estuvimos en la asamblea legislativa cientos de campesinos y

campesinas del Bajo Lempa, de Puerto Parada y de otros cuatro

departamentos, afectados cada año por los desbordamientos de los ríos Paz,

Jiboa, Lempa, y Grande de San Miguel, para pedir que se nos construyan las

bordas, ellos no votaron. Me acuerdo que en la agenda de ese día estaba la

discusión de nuestra pieza de correspondencia y la ley antiterrorista que el

gobierno de USA y El Salvador querían aprobar. Nosotros estábamos allí en el

palo de hule desde la mañana, exigiendo a la asamblea legislativa la aprobación

de los fondos para las obras de mitigación; y aprovechamos también para

protestar en contra de la ley antiterrorista que ese día iban a aprobar, porque

con esa ley el gobierno tiene el claro propósito de reprimir al movimiento

social, porque la ley no es clara en definir que es terrorismo y amplía

facultades a las autoridades, porque la ley deja espacios para el abuso de

autoridad que puede ser usado a conveniencia política del gobierno de turno.

Los diputados del fmln, propusieron al pleno que se discutiera durante la

mañana nuestra pieza de correspondencia, para que nosotros pidiéramos

regresara a nuestras casas, y los diputados areneros dijeron que no, que era

más importante aprobar la ley ante terrorista. Todo el día discutieron la dicha

ley hasta la una de la mañana que finalmente fue aprobada por los partidos de

derecha. A esa hora de la mañana nosotros seguíamos allí en el salón azul, y la

mayoría de la gente en el palo de hule. Esa vez habíamos ido bastante gente de

la zona, y también nos estaba apoyando la alcaldía de Jiquilisco, y allí también

estaba con nosotros el alcalde David Barahona gritando y sonando botellas. A

esa hora de la madrugada un diputado del FMLN, tomó la palabra, nos saludó y

comenzó a leer nuestra pieza de correspondencia para que fuera discutida en

el pleno legislativo. Pero todos los diputados areneros sin sentido humano, se

pararon y se salieron del salón azul, felices por su nueva ley terrorista, y ni

siquiera escucharon nuestra pieza de correspondencia. Sin embargo, ésta

siempre fue leída, y los diputados del CD, PDC y PCN, al menos por esta vez se

quedaron y votaron junto al FMLN para aprobar los fondos.

Capítulo V

Parte de Ciudad Romero

en

ESTADOS UNIDOS

En Nueva Esparta, muchos de nuestros familiares que se quedaron durante la

guerra, finalmente pudieron salir del país y se fueron hacia Estados Unidos.

Venían a visitarnos, y al ver su familia en crisis, les ofrecían un viaje a Estados

Unidos.

Así fue como en 1994, se fueron las primeras personas de la Comunidad, y

parece que les fue bien, porque luego ya estaban enviando dólares a su familia,

y unos meses más tarde se llevaron a sus hijos, luego a sus hermanos y después

se extendió a los amigos y compadres. Ellos prestaban el dinero sin ningún

interés, la gente pagaba cuando empezaban a trabajar allá.

Después del Mitch, la emigración aumentó. Cada mes salía sólo de nuestra

comunidad un promedio de ocho personas. Algunos que no tenían quien los

mandara a traer, comenzaron a vender su solar, su parcela, las vacas o

cualquier cosa, pero se iban.

Alfredo Alvarado:

Como la comunidad se quedó sin tierras, porque la tierra de nosotros la quitó el

ejército, a nosotros, los desmovilizados del FMLN nos tocó un pedacito de

tierra allá por Sisiguayo; entonces yo no tenía tierras donde trabajar cerca de

la Comunidad. Aquí no teníamos esperanzas de mejorar nuestras casitas. Mis

hijos ya estaban grandes, tenían que ir a la escuela y yo no tenía como cubrir

esos gastos. Ese fue mi caso, todos nos fuimos con la ilusión de cambiar la

champita de lona y paredes de ajonjolí, por una casa donde pudiéramos vivir

dignamente. En el invierno muchas veces el viento nos llevaba los ranchitos de

lona. Cuando venían las tormentas salíamos corriendo a cuidar que no se

mojaran las cositas que teníamos. Uno guindado de cada esquina de la lona y

otros poniendo todos los trastes de la cocina para que cayera el agua de las

goteras del techo…

En ese tiempo yo pagué cuatro mil dólares. El compadre Beto me mandó a

llevar. En ese viaje uno se juega la vida, porque yo crucé México hasta Puerto

Escondido, por el mar. Yo tenía buena condición física y mucha experiencia de

viajar por el mar en Panamá, y no soy muy católico pero en ese viaje bajé todos

los santos del cielo.

Gracias a Dios llegué con vida. Hay un montón de gente que no logra llegar, por

ejemplo el caso de Tibicho que murió en el camino, luego Rubenia que nunca se

supo más de ella, y Lino que le cortó la mano el tren…

En la misma semana comencé a trabajar y lueguito mandé a llevar a Rigo, mi

hijo mayor. Después me llevé a Roque, mi hermano, luego a Raúl mi yerno y así

se fue haciendo la gran cadena, porque Rigo mandó a llevar a Calecho y sus

amigos; Roque se llevó a Nino, mi otro hermano y aquél a su mujer, Raúl a mi

hija y esa cadena todavía no para. De repente ya estábamos como la mitad

Ciudad Romero en los Estados Unidos, porque esa cadena la hace cada uno que

se va, a tal grado que a ahora no hay nadie que no tenga un familiar allá.

Yo trabajé duro durante cuatro años y medio. Pagué todas mis jaranas, ayudé a

mi familia, y a veces también a los amigos; mandé a construir mi casita y

compré una parcela de tierra, porque al final, la gente que no tenía quien se lo

llevara vendía sus tierras y se iba.

Después de casi cinco años que yo consideré que había logrado mis objetivos,

tenía que tomar una decisión: mandar a traer a mi señora y quedarme o

venirme, porque no solo era mi señora, también tenía varios hijos pequeños. Y

después de ese tiempo cualquier cosa puede pasar, o uno se consigue otra

mujer allá o la mujer se rebusca con otro aquí, porque legalmente así es, uno

no se puede aguantar tanto lejos de la familia. Sinceramente hace mucha falta

y para mí la familia era lo más importante, por eso fue que mejor decidí

venirme. Ahora no tengo dinero pero por lo menos tengo mi casita y mi parcela

donde trabajar, y lo más importante, mi señora y mis hijas.

¿Y los jóvenes cómo son allá?

En la actualidad, para los jóvenes el viaje a los Estados Unidos puede ser un

bien o un mal. Allá se trabaja bajo el sistema capitalista, cada quien está en su

trabajo, hay gente que ni se acuerda de la comunidad, hay gente que

rápidamente es absorbida por el sistema, compran sus buenos carros, su casa y

derrochan el dinero en los vicios, y muchas veces su familia y la gente de su

comunidad pasando miseria, pero son insensibles a todas estas cosas. Pero

también hay mucha gente que sabe de dónde salió y sabe por qué está allá, es la

mayoría yo creo, porque ellos ayudan mensualmente a sus familias, y para los

aniversarios de nuestra comunidad siempre colaboran. Esa es la gente que

mantiene viva la memoria de la comunidad.

¿Piensa usted regresar?

Yo ya no regreso a Los Estados Unidos, porque allí se sufre, no es como estar

en su país, y como lo repito, nadie quisiera irse, pero la situación aquí está tan

dura que la gente busca a salirse como sea.

José de la Paz Villatoro (Chepe de Don Chico). Chepe, fue uno de los jóvenes

que estudiaron becados en Coclesito, y también uno de los jóvenes que luego se

incorporó a la guerrilla del FMLN. Unos años después llegó a ser presidente de

la comunidad:

Licho, mi hermano, se fue para Los Estados Unidos en 1994, y en 1998 después

de Mitch, me mandó a llevar a mí. Para entonces yo era el presidente de la

comunidad, pero era bien difícil porque la comunidad quedó bien desprestigiada

y desorganizada después de los problemas con CODECOSTA. No nos habíamos

podido recuperar. Con la mala propaganda, nadie confiaba en nosotros. Con

tantas necesidades que teníamos porque en todas las demás comunidades ya les

habían construido sus casitas, y nosotros seguíamos viviendo en las champitas

de lona. No había esperanza de gestionar algún proyecto como directiva,

porque teníamos el bloqueo. Todos los proyectos los rechazaban. No había

esperanza de nada.

Yo tenía cinco hijos y a la hora de la comida uno se afligía, ya no queríamos ver

la tortilla con sal. Por eso mejor decidí arriesgarme en ese camino

aprovechando que mi hermano me ayudaba con el viaje, no cualquiera tenía esa

oportunidad.

El coyote nos dejó botados y tuvimos que buscar otro coyote a medio camino,

pero digamos que en el primer viaje no sufrí tanto.

Cuando por fin llegamos, nos estaban esperando. Cuando uno llega todos van a

visitarlo y te dan tus quince, veinte y algunos hasta cincuenta dólares, porque la

gente sabe que uno va bien acabado de aquí. Esas fichitas son las que uno

manda al nomás llegar, porque uno sabe como queda la familia. Cuando me fui,

todo lo que tenía eran cien colones, que son como diez dólares. De eso le dejé

cinco a mi mujer, y yo solo me fui con cinco dólares para el camino.

Solo una semana descansé yo y lueguito comencé a trabajar. Uno puede sentir

la gran discriminación, porque hay patrones que te tratan como a un perro y

hasta peor que un perro, porque ellos a los perros los tratan bien, yo hasta me

quedaba asustado como cuidan a los perros. Quieren más a los perros que a un

ser humano que va buscando como ganarse la vida. Y uno, sólo agacha la cabeza

porque necesita el trabajo. Ellos piensan que solo ellos son americanos y la

verdad es que como dice la canción de los Tigres del Norte “somos más

americanos que el hijo de anglosajón”.

Pero también hay gente muy buena que trata de ayudarnos. Yo me cambié de

trabajo y luego mandé a traer a Digna, los niños se quedaron con mi papá. Ya

entre los dos pudimos ahorrar para ayudar a la familia y construir la casita.

Allá uno es esclavo del trabajo. Uno solo trabaja para pagar taxas, seguros y la

renta. Al final, de todo lo que uno gana, no le queda nada, y para poder ahorrar

un poquito tenemos que socar la tripa como decimos, lo que uno ahorra es a

apuro sacrificio. Pero si uno se sacrifica logra a hacer sus cositas.

Yo estuve siete años allá, y me vine porque los hijos ya habían crecido y se

estaban poniendo rebeldes, no les hacían caso a los abuelos, pues sí, ya no es lo

mismo, ellos son más alcahuetes que uno de padre. Las consecuencias uno las ve

después y muchas veces demasiado tarde, porque mis dos hijas mayores se

fueron de la casa al nomás que nosotros llegamos y sólo tenían como catorce

años.

La otra cosa difícil aquí es que todo está más caro, yo me quedaba asustado

porque el pistillo que uno trae solo lo ve salir y salir, y para que entre un cinco

es bien difícil. Allá uno está acostumbrado a recibir el cheque todos los viernes

y aquí de dónde cheque si no hay trabajo.

¿Y qué pensabas de la comunidad?

Yo venía pensando como allá, hacer mi vida individual. Pero en esos días fue que

vos me invitaste a formar parte del comité de festejos que estaban creando

allí en el parque. Así fue como me fui metiendo otra vez, porque uno se motiva

cuando ve el movimiento de los demás. Luego me eligieron presidente de la

comunidad y empezamos a trabajar con la directiva. El siguiente año también

me eligieron presidente del comité de festejos de la comunidad y organizamos

unas fiestas bien bonitas para el 2006, vino la orquesta de la policía.

¿Por qué decidiste irte nuevamente?

Como digo, la situación económica aquí es yuca. En eso que hablé con el patrón y

me dijo que si yo me iba, me daba el mismo trabajo que tenía anteriormente.

Entonces fue que decidí irme con mi esposa, con la idea de mandar a llevar a los

hijos después.

Renuncié a la directiva y me quedé algunos meses esperando la salida. La

comunidad se quedó como cuatro meses sin presidente porque nadie quería

asumir ese compromiso. No es fácil estar trabajando de gratis porque trabajo

hay un montón, pero y entonces de qué va a comer uno, y para acabar de joder,

la gente lo pasa puteando a uno a cada rato.

Después fue que me dijeron que vos habías aceptado ser presidente. Yo no

quise ir a esa asamblea porque ya estaba más pensando en el viaje. Me acuerdo

que antes de irme estuvimos planeando aquí con vos, la forma en que nosotros

pudiéramos ayudar desde allá; porque esa era mi idea también, apoyar a la

directiva y a la comunidad desde allá, ese era el compromiso que yo llevaba.

Eso fue lo último que hablamos. Porque aquí siempre queda gente que lucha por

sacar a la comunidad adelante, aunque uno no esté aquí, uno ve pues las

mejorías que los demás hacen por la comunidad, por eso es importante que

todos aportemos, porque los beneficios son para nuestra misma gente. Esta es

nuestra comunidad de donde salimos todos y a donde la mayoría vamos a

regresar algún día, aunque sea viejitos.

Pero desgraciadamente, esta vez nos fue mal. Yo creo que fue que nos

tendieron una trampa, porque ya estábamos en México cerca de Veracruz,

cuando el carro paró de repente. El guía mejicano nos gritó que nos tiráramos

porque venía la migra. Apagaron las luces y la noche estaba bien oscura.

Tírense al monte nos gritaba el guía, corran para el monte y nosotros no

mirábamos nadita y el cabrón ese tirándonos del carro, corran, corran… de

repente yo escuché los gritos de Digna, luego la comadre Tina, entonces los

demás corrimos para el otro lado porque eso parecía que era una película de

terror… De repente yo quedé en el aire y eso si es perro porque en lo oscuro

uno no sabe con qué diablos se va a ir a estrellar allá abajo. El carro se había

parado a mediación de un puente altísimo como de ocho metros. A las orillas no

tenía ninguna protección y el pinche guía empujando a la gente. Sólo

escuchábamos los gritos en medio de aquella gran oscurana… Yo tenía la pierna

y el brazo izquierdo bien quebraditos, no podía moverme.

Hay chepito me estoy muriendo, me gritaba Digna, y yo cómo me movía… era

doble el gran dolor que uno sentía, y yo sólo lloraba... El pinche guía se fue en

el carro y nos dejó botados.

A los gritos llegó un viejito y comenzaron a parar carros para poder llamar a la

policía. Jeovani no se había tirado y bajó hasta donde yo estaba, pero yo le dije

que se fuera antes que llegara la policía, que siguiera su camino. El cipote no

quería dejarnos pero al final se fue. La policía nos rescató y nos llevó al

hospital.

Todos nos trataron muy bien. El problema fue que las operaciones eran

demasiado caras. Tratamos de buscar el apoyo del gobierno salvadoreño a

través de la embajada, pero nos cerraron las puertas. Para este gobierno

arenero cuando uno está aquí en el país no vale nada, no hay trabajo, no hay

oportunidades, no hay nada. Cuando uno se va, se convierte en un mojado, en un

ilegal, en un criminal dicen los gringos. Pero si uno logra pasar, trabaja como

burro allá y comienza a mandar dólares, entonces ya somos “héroes”, los

hermanos lejanos que sostenemos la economía de El Salvador. Porque ellos

saben que al final, nuestras remesas van a parar a la bolsa de los millonarios,

comenzando por las grandes comisiones que nos cobran los bancos.

Allí no éramos hermanos lejanos, ni salvadoreños en el exterior, estuvimos

tirados en el hospital y nosotros sin conocer a nadie. Después alguna gente nos

ayudó a establecer contacto con la familia y hasta entonces fue que se

comenzó a hacer algo. Un día también llegó Yulma una monja que llegaba a la

comunidad, ella nos ayudó bastante.

Por fin pudimos regresar y ya tenemos dos meses de estar en esta silla. Pero la

comunidad también nos ha apoyado mucho. De repente llega la gente con su

puchito de maíz, y algunos nos apoyan con algunas fichitas también. Eso es lo

bonito de esta comunidad, la solidaridad que hay en estos casos. Estas cosas no

pueden olvidarse nunca, aunque ya no vivamos aquí, porque uno no sabe cuando

le va a cambiar la vida.

¿Y qué piensas ahora?

Yo ahora voy a luchar desde aquí. En la directiva es que no quiero participar,

pero en el comité de festejos sí. Cuando uno viene de allá después de varios

años, se da cuenta que hay muchas necesidades, y los que están en los Estados

Unidos pueden organizarse y ayudar desde allá, aunque sea con poco pero que

apoyen en algo, sobre todo los que están en Georgia, que es donde está los más

grueso de la comunidad. Yo el mensaje que les mando es que se organicen

ahorita que están allá, porque algún día van a regresar y van a querer ver la

comunidad bonita, no como cuando se fueron, y si ahora la comunidad está más

bonita es porque la gente aquí ha luchado, porque siempre hay gente que tiene

voluntad y dedica su tiempo al trabajo de la comunidad, dedicándole tiempo a

tantas reuniones y otras tareas de los proyectos, y las gente sin empleo pero

se las rebusca, en cambio allá, todo el mundo tiene su cheque cada semana y

bien puede aportar algo para el desarrollo de la comunidad. Al nomás me

recupere un poco vamos a entrarle nuevamente, gracias a Dios la directiva se

ha puesto las pilas y está consiguiendo buenos proyectos para la comunidad y

ahora es cuando vamos a necesitar más organización, y ojalá que la gente allá se

organice y puedan apoyar también.

Julio Turcios: Yo había sacado noveno grado allá en Panamá, y cuando llegamos a El Salvador,

yo daba clases como maestro popular. Luego la comunidad dijo que íbamos a

apoyar la lucha armada del pueblo, que todo el que estuviera dispuesto que se

incorporara a la guerrilla. Entonces en ese grupo me incorporé yo también y me

fui para el cerro. Después de los acuerdos de paz, nos desmovilizamos y

regresamos a la comunidad. El padre Angel me ayudó para sacar el bachillerato

a distancia, en Usulután, pero después ya no tuve oportunidad para poder ir a la

universidad, yo quería estudiar arquitectura y quería seguir estudiando, pero

no conseguí la beca. Entonces conseguí trabajo con los de derechos humanos,

para ver si así podía continuar mis estudios, pero la situación estaba tan difícil

que no me alcanzaba ni para sobrevivir; ya me había acompañado con Rosibel y

ya tenímos a Yeny. Por más que trabajara uno aquí, no se veía lo que uno hacía.

Mientras que los se habían ido para los Estado Unidos, rápido se veía el cambio.

Mandaban a hacer su casa y le ayudaban a su familia. Ya había un mantón de

gente allá y me llamaban que me fuera. A veces yo hablaba con Silvio y me

contaba como estaban las cosas por allá.

Yo nunca quise irme, porque lo que yo quería era estudiar. Pero después me di

cuenta de que de todas maneras aquí tampoco iba a estudiar, y tampoco

veíamos ningún futuro para nuestros hijos. Entonces fue que decidí agarrar

camino. Chabelo, Lito, Toño Bonilla, Rubén, Cántaro y entre varios me

ayudaron, pero Chabelo fue el que más me ayudó. El camino es duro, pero

comparado con otros, digamos que yo no tuve tantos problemas y luego

comencé a trabajar. No me gustaba para nada estar allá, pero como quiera, uno

ya estando allá tiene que adaptarse. Luego mandé a buscar a Rosibel y después

a la niña…

Y ahora cómo vive la gente allá?

Llegar a Atlanta es como llegar a Ciudad Romero, nosotros vivimos en la Ciudad

de Roswell, los domingos todo el mundo en el campo, fregando por allí. Donde

quiera ves a un romereño. Ahora como la población ha crecido, han cambiado un

poco las cosas. Antes cuando uno llegaba, todo el mundo iba a visitarlo y le daba

algo. Porque cuando uno llega allá llega hasta sin calzoncillo, el muy pantalón y

camisa. Por ejemplo cuando yo llegué, recogí como cuatrocientos dólares de lo

que me dio la gente. Ahora no; por ejemplo, si vos te vas, allá está Catra,

Oscar, Lione, que son tus hermanos y todos saben que ellos te van a apoyar,

entonces los demás ven que no es tan necesaria la ayuda.

A veces, cuando salimos todos juntos, los dueños de los restaurantes se quedan

admirados porque invadimos los lugares. Cuando yo me casé, fui a reservar el

restaurante, y el señor se asusto cuando le dije que iban a haber como

cuatrocientas personas. Voy a cocinar por poquitos, me dijo, porque nunca

vienen todos los invitados. Prepárelo todo de un solo le dije, estos si van a

venir, y el señor no me creyó. Y cuando llegamos, detrás del carro mío venían

toditos, y yo le pregunto, tiene lista la comida, y él dice, no, pero de dónde

sacan tanta gente ustedes?... Las compañías a veces hacen sus fiestas de fin de

año, y le dicen a uno, tráete unos amigos, y yo les digo, ¿cuántos querés? Allá

todos somos amigos o todos somos romereños, y por lo general somos bastante

unidos. La mayoría conserva su identidad como romereños, y el deporte más nos

une. Pero hubo un tiempito que tuvimos problemas, por puras tonteras, porque

Romero había sido campeón de fútbol varias veces. Nosotros tenemos cuatro

equipos, pero teníamos un equipo que nadie lo paraba. Entonces había otro

equipo que tenía un mejicano, y quizás tenía dinero porque comenzó a comprar

jugadores, y varios de Romero se metieron a ese equipo. Los dos equipos

quedamos de finalistas en un torneo, y en la final ellos nos ganaron. Pero ese no

fue el problema, el problema fue que uno de los jugadores que se habían ido con

ellos, se fue a burlar de la barra nuestra y la gente eso lo tomó como una

traición, y después ya no se hablaban, y como ese volado es como una cadena

porque uno es familia del otro el otro del otro y al final se había dividido como

en dos grupos la gente, y los dos equipos quedaron de rivales. Eso nos afectó

bastante porque hasta dejamos de colaborar con la comunidad para las fiestas

patronales y el siguiente año ya no les ayudamos en nada.

Pero ahora ya cambiamos de capitanes de los equipos, Mino es el capitán de

ellos y yo soy el capitán del de nosotros; y como yo me llevo bien con Mino,

entonces ya no hay problemas y todos andamos juntos otra vez. Todos los

domingos nos vemos en el campo, entrenamos juntos y después nos vamos

juntos a comer; restaurantes que están vacíos, los llenamos de un solo.

¿En qué trabaja la mayoría de gente allá?

La mayoría trabajamos en trabajos de mantenimiento. Unos cortando grama,

otros cortando o podando árboles y otros sembrando, por ejemplo yo trabajo

en una compañía que corta árboles; y la mayoría de las mujeres trabajan en

servicios de restaurantes. Alguno que otro trabaja en carpintería y algotros en

pintura, pero son pocos.

FIESTAS PATRONALES EN CIUDAD ROMERO

Las fiestas de aniversario

en Ciudad Romero son las

más grandes festividades

de la comunidad, sin

embargo no eran lo

suficientemente alegres.

Cuando terminé la

universidad, yo fui con

Efraín, uno de mis

compañeros de la

Universidad, a las fiestas

patronales su pueblo, San Felipe, un cantoncito de La Unión. Es un lugar muy

bonito cerca del Río Goascorán. La gente allí vive su vida individual, pero cuando

se trata de las fiestas patronales, la cosa es diferente. Todo el mundo se

organiza, colabora, y montan unas fiestas impresionantes. Eso fue en enero del

2005, y nuestro catorce aniversario se nos acercaba. Durante el viaje de

regreso, yo solo pensaba en cómo hacer más alegres las fiestas en Ciudad

Romero. Y al llegar a la comunidad, comencé a promover la idea de crear un

comité de festejos, para imprimirle un nuevo estilo a las fiestas de marzo.

Nosotros también tenemos un santo patrono, y se llama San Romero de

América. Hablé con Chungo Fuentes, Alfredo, Chepe, Eliseo, Mario, Estela

Ramírez, Cristina, Gonzalo, Toño Jimenez, Santiago y Don Toño. Curiosamente

todos estaban interesados y pensando también, en el aniversario que se nos

avecinaba. Convocamos a una reunión en el parque, y allí mismo creamos el

comité de festejos. Elegimos a un coordinador y creamos cuatro comisiones:

comisión de baile, de logística, de comunicaciones y de gestión.

Era necesario darle un mayor realce a nuestras fiestas, donde además de lo

tradicional, tuviéramos a partir de ese año, un campo de feria y fiestas con

grupos en vivo, que es lo que le gusta a la mayoría de la gente adulta, y es una

tradición que debemos conservar.

El Reencuentro con Panamá. Nuestras fiestas son precisamente para recordar

nuestra historia, para reflexionar y para divertirnos también. Y cuando

hablamos de nuestra historia, hablamos necesariamente de Panamá, la tierra

que vio nacer y crecer a muchos de nosotros. Todo el mundo ha querido

regresar a Panamá, y en medio de los preparativos para las fiestas, a mí se me

presentó la oportunidad de viajar.

Chungo se quedó como coordinador interino del comité de festejos, y yo salí sin

pérdida de tiempo. Me fui por tierra en Ticabus... En Penonomé, me estaban

esperando mi hermana y mis sobrinas, Cruz, y los cipotes de Cheva y Diomedez.

Desde el primer día hicimos planes con Calixto para ir a Ciudad Romero

caminando por la montaña, ese era mi objetivo principal, observar las ruinas de

los que un día fue en esa montaña, mi pequeño mundo, Ciudad Romero. Quería

sacar fotos y videos para que la gente los viera. El otro objetivo, era visitar

Las Esclavas, la Iglesia donde estuvimos durmiendo en el suelo por tres meses

durante la repatriación. María, que ahora vive en Panamá, me acompañó para

recorrer la ciudad durante todo el día. Panamá había cambiado muchísimo. Nos

costó encontrar Las Esclavas. La habían remodelado y estaban de fiesta,

música típica en vivo, baile de pollera y todo. Me costaba creer lo que estaba

viendo. Me senté un rato en el suelo, para contemplar detenidamente la iglesia

y recordar aquéllos momentos difíciles durante la repatriación.

El siguiente día llegué a la Ciudad de Colón donde está la mayoría de familias

romereñas, Eduardo y toda su familia, Chela, Miguel, Victoria y las guatas de

tío Fabián, etc. En Colón me aconsejaron que mejor fuera a la montaña por el

mar. En el muelle me encontré con unos beleneños. Me identifiqué y les

comenté que estaba allí durante toda la semana esperando un cayuco para ir a

Belén y Ciudad Romero.

Hey mira tu acá, un salvadoreño de Ciudad Romero. ¿Y Don Fabio que tal? y

toda esa gente ¿cómo les va? - Muy bien, les contesté, pero tío Fabián murió. -

Y qué tu vas a hacer pallá si esa vaina está sola. Después que ustedes se fueron

al Salvador, todo el mundo vino pa Colón. Unas cuantas familias no más que han

quedado por allí. Y tú tienes alguna herencia por ahí, porque mira que venir

desde El Salvador para esas montañas, debes tener muy buena herencia he. -

No, no, lo que pasa es que yo crecí allí y siempre he querido regresar, caminar

por ahí nuevamente, es algo que necesito hacer. -Vaya que tú sí eres

agradecido he. Pues mira, ese cayuco verde que está ahí parqueado sale hoy por

la noche pa Belén…

A las diez de la noche salgo, me dijo Samuel, un veragüense. Pero vamos a

desembarcar en Veragua porque con este mal tiempo no podemos entrar a

Belén. No importa le dije, yo conozco todo eso y puedo caminar hasta Belén por

la playa.

A las ocho estábamos Moye y yo en el muelle, listos para salir. Pero el

motorista nunca que llegaba. Luego apareció diciendo que el tiempo había

empeorado y no podía arriesgar la mercancía…

Bueno, la decepción se me pasó con una fiesta amenizada por los Plumas Negras

y Ulpiano Vergara. Ellos son de los grandes de la música típica panameña, y

como quien dice, no hay mal que por bien no venga, no podía perdérmela por

nada. Había escuchado, bailado y cantado su música desde muy pequeño y

estaba muy emocionado de poder verlos en vivo. Para mi sorpresa también

había cantadera con Lili Samaniego y Moyo Cisneros. Sin duda fue la noche de

mi vida porque bailé típico hasta que rayó el sol.

Regresé a Penonomé donde Telva, y un día nos fuimos a visitar a Ana de Hilario

Pérez, a la Pintada. Su hermana Lidia que sigue viviendo en la montaña, venía

llegando en esos momentos, caminando por la pica. Yo emocionado cuando la ví,

porque a demás tenía noticias frescas de la montaña. Me contó que ahora ellos

viajan por otro camino que solo les toma dos días para llegar a Coclesito, y que

viajan con frecuencia para visitar a su hermana. - Mañana nos vamos de

regreso, me dijo, así que si te animas coge tus maletas y vámonos hoy mismo

para Coclesito. - ¿Cómo están las cosas en la montaña? - Mira, yo casi no visito

Romero porque lloro cada vez que voy y me acuerdo de mi gente. Pero sí está

muy bonito por ahí. Cornelio (una de las familias que también se quedó), usa la

comunidad como potrero y todo está muy limpiecito. La mayoría de casas se han

caído, solamente han quedado los horcones de palo frío y eso más bien parece

una finca con todos los árboles frutales que la gente dejó. La casa comunal

todavía está allí, es la casa de Cornelio ahora. - ¿Y los árboles de pino y

marañón que estaban en la escuela, qué pasó con ellos? - Ah, todavía están.

Ahora que tú vayas te vas a dar cuenta qué bonito está todo eso.

Ya teníamos todo listo, cuando cayó una llamada diciendo que Gachi había

muerto en Colón. Suspendimos el viaje y salimos inmediatamente para Colón.

Hasta allí llegó mi viaje de reencuentro con la montaña, porque debía regresar

para las fiestas en Ciudad Romero, ese fue el compromiso con el comité de

festejos antes de salir.

Venía con mucho pesar de no haber llegado hasta la montaña. Pero cuando

llegué a Ciudad Romero, encontré a todo el mundo bien entusiasmado

trabajando en función de las fiestas. La idea de lo del comité de festejos

realmente había dado resultados. La gente participó con entusiasmo en las

diferentes actividades. Ese año vino el grupo de La Canoa, y uno de Morazán

que hicieron bailar a los viejitos y jóvenes hasta de cabezas, como decimos.

En el año 2006 se reforzó aún más el comité de festejos y los romereños en

USA también se organizaron para recaudar fondos y ayudar con el

financiamiento de las fiestas, especialmente con el almuerzo para todos los

asistentes. En Atlanta organizaron un torneo y en un fin de semana recaudaron

alrededor de $ 1,400 dólares. Cuentan los organizadores que un grupito de

romereños, se pusieron las pilas, organizaron el torneo, hicieron la

convocatoria, cobraron una cuota por equipo, hicieron colectas y pusieron cajas

para recibir donaciones. Fue una actividad muy bonita donde la mayoría

participó. Los romereños y romereñas se sintieron identificados, y otros

salvadoreños y centroamericanos también participaron.

Las fiestas patronales son un buen motivo para organizarse, para compartir,

para reunir las diferentes familias que vienen desde Nueva Esparta, San

Salvador e incluso de Los Estados Unidos. Familias que ya tienen su residencia,

designan esta fecha para visitar la comunidad, su familia y disfrutar de las

fiestas.

BELENCILLO Y SU MURAL

Otra cosa

importante

fue el haber

pintado el

mural en una

de las

paredes del

comedor

“Belencillo”.

Juliana

Baquero, una

voluntaria

colombiana que había

venido a través de la

Coordinadora del

Bajo Lempa y

ArtCorps, estaba

pintando un mural en

las paredes del

comedor “Belencillo”,

que es un proyecto

comunal,

administrado por el comité de mujeres. Este comedor fue construido en el

2000, financiado por nuestro hermanamiento en Alemania. Cristina, Chela, Niña

Celsa y Flora Rivera fueron las impulsoras de este proyecto. Mena y yo,

estuvimos apoyando desde la gestión del proyecto y luego yo seguí apoyando en

la ejecución del mismo. Cuando se terminó la construcción, los jóvenes ayudaron

a pintarlo, luego hubo mucho trabajo para echarlo a andar.

Se llama “Belencillo”, en honor al trabajo y sacrificio de nuestra comunidad en

la selva panameña, especialmente, el trabajo organizado de las mujeres en el

campamento de Belencillo. Es un elemento vital de nuestra memoria histórica. Y

cuando Juliana me dijo que iba pintar un mural allí, lo primeo que se me ocurrió

fue eso, una fachada de Ciudad Romero en Panamá.

En un principio Juliana no aceptó, porque cómo iba a pintar algo que solo existía

en nuestras mentes, algo que ella nunca había visto. Yo tenía esas imágenes tan

frescas y comenzamos a dibujar borradores. Luego llevé a mi mamá, a Neftalí,

Mario Ordóñez, tía Adriana, y viendo el borrador comenzamos a recordar hasta

los más mínimos detalles. Todos bien emocionados aportando un poquito cada

uno. Logramos convencer a Juliana y comenzamos a pintar en una de las

paredes. Ella se emocionaba al escuchar a la gente y hasta le agregaba algunos

adornos, y nosotros: No, no, allí no había volcanes, ni calles... eran lomitas llenas

de árboles...

Entonces yo conseguí fotos de la montaña, de las casas, de los palos de pifá

etc. Queríamos que el mural quedara lo más real posible, como si fuera una foto

tomada desde el aire. Y eso era muy difícil para ella. Ella era la artista pero

nosotros los que sabíamos donde y como estaba cada cosa. Pero al final ella

supo tenernos paciencia y todos quedamos satisfechos con el trabajo.

En este mural está pintada

nuestra vida en la

montaña. Ahora la gente

adulta puede ver el mural

y recorrer los caminos,

recordar todas las

experiencias bonitas y

difíciles en la montaña.

Primero reconocen las

partes más visibles como el muelle, los

cayucos, la pista, la escuela, la casa

comunal y la capilla. Luego buscan los

caminos que los conducen hasta lo que un

día fue su casa. Cuando la gente por fin

encuentra su casa, se ríe con una cara de

felicidad tremenda, y hay otros que

reclaman porque la suya no aparece. Un día

un señor llegó y se emocionó tanto con el

mural: Ésta era la casa de don Fabián, ésta la de Mencho, y por aquí estaba mi

casa… ¿por qué no está mi casa? - Me reclama el hombre y a mí me dio risa,

porque en realidad tenía razón. Es que Juliana no me dejó dibujar todas las

casas, porque dijo que ya eran muchas en un mural.

¡LLEGAMOS A EL SALVADOR, PARA UN FUTURO MEJOR!

Foto casa comunal Ciudad Romero se fundó con 353 habitantes (65 familias) en la selva panameña

en 1981. Reasentamos la comunidad en el Bajo Lempa con 600 miembros en

1991 y quince años después somos un poco más de mil habitantes (220 familias)

sin contar los más de 500 que se han marchado a USA. Unos 1,500 romereños y

romereñas, más los que ahora viven en Panamá.

Ahora nuestra gente vive principalmente de la agricultura, la ganadería y las

remesas que envían los que se van. Según un estudio realizado por La

Corrdinadora del Bajo Lempa y la Universidad de Monte Rey en el años 2007,

revela que la pobreza y la crítica situación económica generalizada en El

Salvador, se ve reflejada en Ciudad Romero. Ésta es una comunidad con algunos

problemas sociales importantes: bajos ingresos, entre $30 y 200 dólares

mensuales por familia. Emigración, un 35%. Familias mono parentales en un 42%.

Desempleo; y un alto déficit en la salud y educación pública, que se combinan con

una amplia gama de riesgos para la salud entre los que se encuentran aquellos

relacionados con la higiene, las condiciones de vida y de trabajo o las del

ambiente. Un 85% de los niños en edad escolar asisten a clases, mientras que el

75% de los que no asisten, proviene de las familias mono parentales. Un 80%

de las familias encuestadas, identificaron la educación y salud pública, de mala

calidad.

Los servicios con los que contomos: escuela pública, un dispensario comunitario,

apoyado por Voces de la Frontera y ASPS; agua potable, (un 90% de familias

tiene acceso directo al agua potable, del proyecto de agua de las comunidades,

mientras que el 10% restante la obtiene a través de sus vecinos); energía

eléctrica, alumbrado público, Internet, telefonía fija y celular.

Cristina Reyes:

Cuando yo llegué a Ciudad Romero, allá en Cerro Bonito, me quedé admirada,

porque a pesar de la desgracia y la gran pobreza en la que vivían debajo de

aquellas chanpitas de lona, tenían un nivel tan grande de organización que la

comunidad se veía alegre y motivada. Después se vinieron para acá, para

Nancuchiname; mi mamá y mi papá me dijeron que me viniera a incorporar otra

vez a la comunidad. Yo seguía viviendo en Morazán, entonces me vine, porque mi

papá ya había hablado con la directiva de la comunidad, y todos habían estado

de acuerdo. Yo también hablé con la directiva para que le ayudaran a Joche con

Doris, que eran mis vecinos allá en Morazán y estaban bien fregados. La

directiva aceptó porque esa ha sido una de las características de esta

comunidad, que ha sido bien solidaria; y nos venimos a incorporar a la

comunidad, nos dieron materiales para hacer las champas, porque toda la gente

vivía en champas de lona, nos dieron los solares y las parcelas para trabajar, y

desde entonces me incorporé al trabajo de la comunidad. Al nomás llegar me

eligieron presidenta del comité de padres de familia de la escuela. Esa fue la

primera responsabilidad que la comunidad me dio. No teníamos escuela todavía

pero los maestros populares daban las clases debajo de los árboles, y la

comunidad organizaba todo eso, con el apoyo de CIAZO y las organizaciones

que nos apoyaban. Era bonito trabajar con ese nivel de organización. Mi mamá

me contaba la forma en que trabajaban, y como habían trabajado en Panamá, y

yo fui a prendiendo muchas cosas que en el país nunca se habían visto; el nivel

de solidaridad que había entre la gente, y lo que más me admiraba es que

después de diez años en Panamá, la gente todavía conservaba las costumbres

que yo, que estuve todo el tiempo en el país, hasta ya se me habían olvidado,

por ejemplo el saludo con la cabeza, el acompañar a los difuntos en las

velaciones, o a los enfermos…

En 1993, retomé el trabajo con las mujeres, yo fui fundadora de Asociación de

Mujeres Salvadoreñas AMS, que era una línea del ERP, la organización a la que

la comunidad y yo habíamos pertenecido. Después de los grandes problemas con

CODECOSTA y el ERP, la comunidad estaba organizada con el PRTC. Entonces

comenzamos el trabajo organizativo de las mujeres, con el Movimiento de

Mujeres Salvadoreñas MSM, y nos metimos por todas estas comunidades. Yo

era de la directiva de MSM y atendía varias comunidades del Bajo Lempa. Aquí

en la comunidad ahora tenemos como unas cuarenta mujeres organizadas.

Después me eligieron de presidenta de la comunidad. Y lo que más me gusta de

esta comunidad, es que a pesar de que siempre tenemos algún tipo de

problemas, nunca se han dado problemas violentos entre la misma gente, nos

protegemos uno al otro. Aquí no hay pleitos por religiones o por partidos

políticos. Aquí todos creemos en Dios y somos católicos, pero creemos en el

Dios de los pobres, en el Dios de Jesucristo, el Dios de Monseñor Romero. Y

todos somos Fmln, aquí no hay de otros partidos. La gente está clara. El

opresor ha estado siempre en el gobierno, por eso salimos nosotros y muchos

salvadoreños del país y por eso seguimos luchando, para que haya un cambio.

La organización ha sido el motor de empuje en todos los grandes proyectos

de desarrollo que hemos logrado, ya bien nos lo contaba Cristina. Pero también

hemos aprendido que la comunidad debe prepararse y ser parte activa y

protagónica. No se puede dejar tanta responsabilidad en manos de unos pocos.

La experiencia nos ha demostrado tanto en Panamá como en El Salvador, que

debemos ser nosotros los actores de nuestro destino colectivo. Cuando la

comunidad responde, se logran grandes proyectos como el de cacao, coco y

ganadería en Panamá. Cuando la comunidad responde, se ha introducido el agua

potable a cada vivienda; se han reparado las calles, se han organizado los

jóvenes en el centro juvenil, las mujeres en Belencillo, el comité de festejo y

las fiestas patronales; y se logran grandes proyectos como el de la casa

comunal albergue que hemos construido entre todos y todas.

Yo acepté ser el presidente de Ciudad Romero en el 2005, cuando la comunidad

estaba en uno de esos momentos, que ni a las asambleas generales llegaba la

gente. No había ni siquiera directiva, porque el presidente anterior se había ido

a Estados Unidos a mitad de su mandato. Yo era el síndico de esa junta

directiva, y me tocó asumir para completar el mandato del presidente anterior,

porque nadie quería.

En el 2006 hubo elecciones

nuevamente y fui reelecto por

un periodo más 2006-2008.

Esta vez la elección fue

diferente: Gonzalo, Marcelina y

yo, fuimos los tres candidatos

presidenciales propuestos por

la asamblea, nos sentaron en

una silla viendo hacia el frente.

Todos los electores se

colocaron en fila detrás del

candidato o candidata de su

preferencia, y el que tenía más gente en su cola, ese sería el presidente o

presidenta... …Al final formamos una buena directiva, porque sí había gente que

querían servir, lo que no querían era ser presidente, porque al presidente es al

que le caen todos los palos y es el que más responsabilidades tiene, es el que

más tiempo y trabajo debe dedicar a la comunidad, es casi un trabajo

voluntario a tiempo completo. Esa ha sido la costumbre en los últimos años,

pero yo ahora trato de que sea la directiva en su conjunto, la que asuma la

responsabilidad de conducción.

Ahora tenemos nuestra personería jurídica en regla, porque después de tantos

años sin directiva formal, hasta ya nos habían borrado de los archivos en la

alcaldía. La participación de las mujeres en la directiva, sigue siendo todavía un

reto. Una de las causas principales es la migración: algunas porque se fueron a

los Estados Unidos, y otras porque su marido se fue y la carga en el hogar

ahora es mayor, y otras que simplemente no les gusta o sus maridos no las

dejan asumir este tipo de responsabilidades.

En los primeros meses de nuestra

gestión, conseguimos el proyecto de la

casa Comunal Albergue. Este era un

gran proyecto que la gente venía

pidiendo desde el Huracán Mitch

(1998), y sólo ha sido posible varios

años después, gracias a la solidaridad

Internacional de la Cruz Roja Suiza,

Cruz Roja Salvadoreña, Alcaldía de

Jiquilisco gobernada por el fmln, y

sobre todo, por el trabajo de la

comunidad como resultado del nuevo esfuerzo organizativo que internamente la

comunidad demostró. En este sentido es digno reconocer el trabajo esmerado

de cada uno de los miembros de la comunidad que participó, y el trabaja de

organización y conducción que realizaron los encargados de grupo y esta Junta

Directiva. También reconocemos y agradecemos el aporte en mano de obra, que

nos dio la Coordinadora del Bajo Lempa y Asociación Mangle, y las comunidades

la solidaridad, Nueva Esperanza, El Zamorán y El Cedro. Ha quedado

demostrado una vez más, que cuando la gente se organiza, la comunidad cobra

vida y progresa. Y que por el contrario, cuando la organización se cae, la

comunidad se estanca.

Todos se alegraron y

aplaudieron cuando en

asamblea general les

dijimos que por fin

tendríamos el proyecto

para la casa comunal

albergue. Que sería el

edificio más grande que

jamás se había construido en los veintiséis años de la historia de la comunidad.

Con una plataforma de treinta y cinco

metros, por veinte de ancho, y una altura

de uno punto cinco metros el piso.

Levantamos acta donde la comunidad

asumía el compromiso de aportar dieciséis

días de trabajo voluntario por familia.

Seleccionamos los encargados de los grupos

de trabajo y se inició la construcción.

En las primeras dos rondas de

trabajo, todos los doce grupos

respondieron. En total éramos trece

grupos con el de los y las jóvenes.

Cada grupo tenía entre 15 y 20

trabajadores.

Se levantó la fundación y esas paredes iban con todo para arriba. La directiva

coordinábamos el trabajo interno con la gente. Debíamos garantizar un grupo

de trabajo cada día. Pero luego hubo retraso en la entrega de materiales, como

la tierra de compactación, la arena y el cemento. Luego llegó la arena y el

cemento, pero no llegaron las

batidoras de mezcla; entonces

la gente sacó sus herramientas

y a pura pala batimos toda la

mezcla de la fundación de la

casa, con tal de que no se

parara el trabajo. Luego que

nunca venía la tierra para el

relleno y la gente llegaba a

trabajar pero no había materiales. Eso desmotivó a muchos, porque el trabajo

se paró casi un mes. Después se solucionó lo de los materiales pero la mitad de

la gente ya no llegaba a trabajar. La directiva había firmado un convenio con la

Cruz Roja, y teníamos que cumplir con nuestra parte del trabajo. De lo

contrario, la comunidad queda mal librada para futuros proyectos. Nos tocó

entonces reforzar el trabajo organizativo. Reunión tras reunión. Hasta hemos

hecho reunión en cada una de las nueve avenidas de la comunidad, reuniones

hasta con cada grupo de trabajo, para explicar el

retraso y hacerles conciencia. Finalmente la gente

respondió, no con el mismo entusiasmo que al

principio, pero respondió. Ahora estamos viendo los

resultados y la gente está muy contenta.

En teoría, cada grupo ha trabajado catorce días, sin

embargo hubo gente como siempre, que no quiso

colaborar, pero la mayoría aportó y otros pagaron un

mozo para que trabajara por ellos; y un porcentaje de

la gente que no aportó es porque están muy enfermos,

pero aún en algunos de estos casos, han pagado un

mozo para no quedarse sin aportar.

Hay esfuerzos para

reorganizar el grupo

juvenil y entre otras

cosas los jóvenes se

sumaron los fines de

semana, como un grupo

más de trabajo en este

proyecto. Me dio mucha

satisfacción un fin de

semana, cuando más de

treinta jóvenes

estábamos reunidos,

trabajando,

construyendo, haciendo

historia, porque este es un proyecto que va a trascender a las futuras

generaciones.

El 35% de familias no tenía letrina o estaba en malas condiciones. Este

proyecto de la Cruz Roja, también trajo como beneficio adicional, la

construcción de más de setenta letrinas aboneras en la comunidad para igual

número de familias.

Esta casa comunal

Albergue, ha traído muchos

beneficios a nuestra

comunidad. Será nuestra

Arca de salvación durante

las inundaciones, y el resto

del tiempo, será un espacio

común, donde la comunidad

se reúna, donde la

organización comunitaria se

fortalezca y cobre vida. Es

un espacio que genera condiciones para la vida

común de nuestra gente; donde la comunidad y

otras comunidades del Bajo Lempa convergen

para compartir nuestras preocupaciones,

nuestras alegrías o nuestras tristezas.

Las fiestas patronales son las festividades más

grandes de nuestra comunidad Ciudad Romero. Este año 2008, incorporamos dos nuevas

actividades: la primera fue la elección y

coronación de la Primera Reina de las fiestas

Patronales de Ciudad Romero; los criterios de

selección fueron la simpatía, la participación

comunitaria, el discurso, y por supuesto, la belleza que es algo que abunda en

Ciudad Romero. Finalmente fue coronada, la señorita Briseida Cecilia

Maldonado Velásquez, convirtiéndose asi, en la primera reina de las fiestas

patronales de Ciudad Romero. Y la segunda actividad fue la inauguración del

Mercado Lacal, en un esfuerzo conjunto de la Directiva, el Comité de festejos,

la Coordinadora, Mangle y la Alcaldía. Los productores de las diferentes

comunidades, trajeron sus productos agrícolas, la mayoría cultivados

orgánicamente, ya que la agricultura orgánica es un proyecto que se está

impulsando en la zona desde la Coordinadora, con una red de productores con

enfoque orgánico que se capacita y se

forman en la práctica y en la escuela agrícola

de formación agrícola de la Coordinadora del

Bajo Lempa. Ese día hubo mucha

concurrencia de productores y consumidores,

había más de cuarenta diferentes productos

locales.

La casa comunal albergue, que también se

inauguró en el marco de estas fiestas patronales 2008, es ahora el nuevo

escenario que se prepara cada año, para recibir a nuestro patrono que aún

sigue clandestino, pero que resucita cada año en Bajo Lempa, “nuevo, rico, joven, digno y salvador”. Ahora cada familia tiene su solar y su parcela agrícola que la gran mayoría

trabaja y conserva. La agricultura y la ganadería son la base de subsistencia de

nuestra gente, sin embargo, muchos, vendieron sus parcelas para irse a los

Estados Unidos, no lograron pasar o los deportaron, y ahora la tienen muy

difícil; pero muchos de los que sí lograron pasar, han recuperado sus tierras ya

estando allá y han mandado a construir su casa. Sin embargo, la vivienda sigue

siendo un problema para las nuevas generaciones aquí.

Nuestros hermanos y hermanas en los Estados Unidos, también son parte del

presente y futuro de esta comunidad; porque ellos son los que sostienen la

economía de un veinticinco por ciento de las familias de Ciudad Romero, y otro

porcentaje similar de familias es subsidiado de alguna manera por las remesas

familiares, de vez en cuando. Pero hay un cuarenta por ciento de familias que

no reciben remesas, y ellos también son parte de esta comunidad. En ese

sentido, nosotros hemos venido promoviendo una organización que busque

compartir estos beneficios, y que la acción de nuestros hermanos vaya más allá

de la ayuda directa a sus familiares, que trascienda al campo colectivo, al

campo comunitario, y al igual que nosotros ahora luchamos por reivindicar la

organización de nuestra comunidad: con el Comité de Festejos, con los jóvenes,

con las mujeres, con la directiva central, etc., ellos también se organicen para

ayudar en los proyectos comunitarios. Es algo necesario, y entendemos que no

sea nada fácil, pero es algo bueno que beneficia a todas las familias de la

comunidad. Ellos y ellas se están organizando y eso a mí me llena de mucha

alegría y satisfacción:

Julio Turcios:

Todo este tiempo la mayoría de la gente ha estado pensando que vive allá, es

decir, gastan el dinero como si siempre van a vivir en los Estados Unidos. Pero

desde hace algunos años ya no es tan así la cosa, porque hemos visto muchos

casos de gente que se enferma o tiene algún accidente de trabajo, y se tienen

que venir, o los últimos casos de la gente que ha vivido años allá como un gringo

normal, sin pensar en la comunidad, con buena casa, carros y lujos; pero de

repente los han tirado para El Salvador, sin nada, y lo han perdido todo.

Entonces todo esto ya pone en qué pensar a los demás. El pensamiento ahora es

más que todo ver cómo hacer sus cositas aquí, y ahora hay una mejor

disponibilidad de ayudar a la comunidad. Vos ya habías llamado a varios de

nosotros para proponer que nos organizáramos y formáramos una directiva,

para ayudar a la comunidad, y un año lo hicimos; en un fin de semana recogimos

mil cuatrocientos dólares y los enviamos para las fiestas patronales cuando se

acababa de formar el comité de festejos. Si la ayuda se paró por los

problemitas que te contaba (lo del partido de fútbol). Pero ahora sin muchos

problemas ya hemos formado una directiva y en Texas se ha formado otra,

porque queremos ayudar a la comunidad. La idea es que vamos a inscribir a todo

el que quiera colaborar con cinco dólares semanales, como allá te pagan cada

semana, o veinte al mes como quieran, y con esos fondos ya tenemos un acuerdo

con ustedes, los de la directiva, para desarrollar proyectos en la comunidad.

Ustedes administran los fondos, en este caso vos que sos el presidente, porque

esa es la otra cosa que ha ayudado también, la gente allá tiene confianza en

esta directiva, y ya hemos dicho que no vamos poner tanto requisito con los

fondos, lo único que queremos es ver los proyectos y que el dinero se invierta

en lo que hemos acordado. En este primer mes ya recogimos mil dólares que se

van a invertir en la casa comunal albergue. Pero la mara allá quiere hacer más

proyectos, como reparar las calles de la comunidad y mejorar la cancha de

fútbol, si es posible hacer un complejo deportivo. Dice la mara, vamos a

arreglar la cancha, por si un día nos echan, por lo menos vamos a tener donde ir

a jugar pelota. La gente ahora está más pensando en que algún día va a

regresar a la comunidad y eso motiva la idea de organizarnos, yo creo que

podemos hacer muchas cosas.

La organización Comunitaria, también nos ha permitido luchar junto al pueblo salvadoreño, para seguir resistiendo a las políticas privatizadoras y anti

populares de los gobiernos de Arena, que han acabado con la producción

agrícola en este país. Pero además de resistir, nos permitirá luchar por los

cambios que este país necesita. Después de las Privatizaciones y la

dolarización, es cuando la gente de nuestras comunidades más ha emigrado. Los

que salen de aquí, ya salieron mojados por las inundaciones del Río Lempa. La

mayoría se va con la esperanza de encontrar un trabajo y cambiar su situación

económica allá. En cambio los que nos quedamos debemos luchar por nuestra

propia sobrevivencia, pero también por el desarrollo de nuestras comunidades,

que depende en gran medida, de un cambio de gobierno en este país. Tenemos

ahora la oportunidad histórica de hacer verdaderos cambios, como lo dijo

nuestro profeta y pastor, Monseñor Romero:

“Estoy seguro que tanta sangre derramada y tanto dolor causado a los familiares de tantas víctimas no será en vano. Es sangre y dolor que regará y fecundará nuevas y cada vez más numerosas semillas de salvadoreños que tomarán conciencia de la responsabilidad que tienen de construir una sociedad más justa y humana, y que fructificará en la realización de reformas estructurales audaces, urgentes y radicales que necesita nuestra patria” (Homilía 27 de enero de 1980).

Esta es la oportunidad de hacer posible el primer gobierno en la historia de El

Salvador, que represente los intereses del pueblo salvadoreño, después siglos

de dictaduras tanto militares como civiles. De hacer posible el proyecto

histórico de nuestro partido, un proyecto que recoge los ideales por los que

lucharon nuestros padres, desde antes que el fmln naciera. Porque la comunidad

está clara que el desarrollo de la comunidad, del Bajo Lempa y del país entero,

no depende sólo del trabajo local, sino de las políticas gubernamentales; y

Arena nos ha tenido excluidos y marginados por casi veinte años.

Ahora lucharemos con más entusiasmo, porque no solo tenemos un partido

fuerte y unido, sino también a Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén, que

es la fórmula presidencial ganadora para el 2009. Pero además, creemos que

Mauricio Funes, es uno de los muchos hombres y mujeres luchadores en los que

ha resucitado Monseñor Romeo; así lo ha demostrado en el ejercicio de su

trabajo periodístico por más de veinte años. Él también ha sido la voz de los sin

voz, él también se enfrentó al poder y fue perseguido y calumniado… pero

ahora la historia será diferente. El anhelo más grande de nuestra comunidad en

este momento, es que ese cambio por el que hemos luchado toda la vida, se

produzca a partir del 2009.

No más mojados que se van, no más mojados los que nos quedamos.

Me dijo el Padre Ángel un día de estos: “Ustedes tienes derecho a que por lo menos se les trate como ciudadanos salvadoreños, ¡qué clase de gobierno tienen ustedes, vaya usted a saber!”.

Shafick explicaba en una reunión aquí en Ciudad Romero, en las oficinas de la

Coordinadora, que la oligarquía salvadoreña considera el libre mercado como el

ungüento mágico que soluciona todos los males. “Dicen que el libre mercado

genera las oportunidades, y el que no las aprovecha es porque es tonto.

Entonces, explicaba Shafick, ellos quieren decir que más del 80% de los

salvadoreños, somos tontos, porque no aprovechamos esas grandes

oportunidades que el gobierno arenero y el mercado generan, y por eso es que

más del ochenta por ciento de los salvadoreños no somos ricos, y la mayoría es

pobre”.

La crisis es tan grande que sigue obligando a miles de salvadoreños a emigrar.

Pero también ha forzado la organización como alternativa de las comunidades

del Bajo Lempa. Aquí han jugado un papel muy importante las juntas directivas

comunales, la iglesia, las ONG y asociaciones locales que han gestionado y

promovido la solidaridad y la ayuda internacional. Es gracias a la organización y

a esta solidaridad, que nuestras comunidades han ido sobreviviendo. El

gobierno aquí, brilla por su ausencia, y cuando aparece, es porque se le ha

obligado. Un ejemplo es cuando después del Huracán Mitch, vino la ayuda

internacional para la pavimentación de la carretera de San Marcos hasta la

Canoa. El Bajo Lempa fue una de las zonas más afectadas por el Huracán, pero

pasó el tiempo y nunca que construían la carretera, después se corrió la noticia

de que arena se había robado el dinero de la carretera para la campaña de

Francisco Flores. Entonces las comunidades nos organizamos y con el apoyo de

la Iglesia, la Coordinadora del Bajo Lempa y otras organizaciones de la zona,

nos tiramos a las calles de San Salvador y marchábamos hasta la casa

presidencial, a exigirle a Flores que devolviera el dinero y nos construyera la

carretera. Las marchas fueron constantes hasta que se les obligó a iniciar el

proyecto.

Pero esto solo fue posible con la participación y la organización de las

comunidades, que ya organizadas, formamos una identidad colectiva que

nosotros hemos ayudado a construir desde el principio, “el Bajo Lempa”, a

veces conocido como el Rojo Lempa haciendo referencia a una identidad mayor.

Creemos que sí es posible buscar mecanismos y formas para crear aquí mejores

condiciones, de seguir construyendo aquí nuestro futuro. La cosa es trabajar

con amor a nuestra gente, y no desmayar, porque siempre habrá personas que

traten de trabajar por la comunidad y otros que buscarán sus intereses

personales. Por eso debemos mirar siempre hacia el futuro. Hay que ir

pensando no en el yo, sino en nosotros, en los hijos de los hijos de nuestros

hijos. Porque la comunidad y el nombre de Ciudad Romero no terminan, eso va

creciendo cada vez más.

Pude haber incluido otros testimonios interesantes en este libro, pero los

protagonistas ya no están en la comunidad por distintas razones. Sin embargo,

al leer este libro, ellos y ellas sabrán que son parte de él. Porque el dolor de

uno fue el dolor de todos y los momentos de alegría también han sido

compartidos.

Un llamado, a todos

los romereños y

romereñas, desde

donde se

encuentren, a

rescatar y

transmitir esos

valores y principios

con los que fue

fundada nuestra

comunidad. A hacer

honor a nuestro

nombre, para que

nuestros mártires

vivan para siempre

en la lucha, en la

hermandad, en la solidaridad y en la paz de este pueblo.

¡JUNTO A MONSEÑOR ROMERO, CIUDAD ROMERO VIVE!

Anexos

LISTA DE TRABAJADORES Y TRABJADORAS VOLUNTARIOS EN LA CONSTRUCCIÓN DE NUESTRA CASA COMUNAL ALBERGUE DE CIUDAD ROMERO:

NOMBRE DEL TRABAJADOR O

TRABAJADORA GRUPO 1

1 JOSÉ LEONIDAS VELÁSQUEZ

2 MÁXIMO NÚÑEZ

3 PEDRO RAMÍREZ BONILLA

4 CATALINO REYES RAMÍREZ

5 OMAR NOE VELÁSQUEZ

6 SANTOS WILIAN SORTOS

7 EUGENIO CASTELLÓN

8 MARÍA ADRIANA VELÁSQUEZ

10 ALFONSO REYES

11 GLADIS DEL CARMEN MOLINA

12 ISIDRO GUEVARA BUSTILLO

13 FLORINDA MEJÍA GÁLVEZ

14 DIONISIO NÚÑEZ

15 ARMANDO COLINDRES

NOMBRE DEL TRABAJADOR O

TRABAJADORA GRUPO 2

1 SANTOS NELSON MEJÍA

2 SANTOS CRISTINA REYES

3 LADISLADO GÓMEZ

4 MARCIANO REYES GANADOS

5 JOSÉ DE LA PAZ REYES

6 BUENAVENTURA BONILLA

7 MARÍA SANTOS CRUZ BONILLA

8 AMALIA REYES BONILLA

9 MARIBEL JIMÉNEZ RAMIREZ

10 MARÍA RAMONA NÚÑEZ

11 FLORA MEJÍA GALVEZ

12 SIMEONA REYES

13 MIGUEL ANGEL TURCIOS

14 MARÍA MARGARITA PEREZ

15 GUADALUPE SORTOS

NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 3

1 JESUS REYES FUENTES

2 NEFTALI REYES JIMENEZ

3 JOSE AMILCAR SALMERÓN

4 MAURO RYES GÓMEZ

5 MERCEDES ESCOTO DOMINGUEZ

6 ENEMECIO REYES VELÁSQUEZ

7 JOSÉ NOHÉ REYES GRANADOS

8 NICOLAS REYES

9 TEODORA MANCÍAS

10 JOSÉ RENÉ SORTOS

11 NEFTALÍ VELÁSQUEZ

12 FRANCISCO VILLATORO

13 DIMAS VELÁSQUEZ

14 SANTOS AMAYA

NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 4

1 DANIEL MALDONADO

2 ANTONIO BONILLA

3 JULIO JIMENEZ

4 ROSA MARINA SANTOS RAMIREZ

5 RENE SORTOS MENDEZ

6 MARTINIANO VELÁSQUEZ

8 LORENZO MANCÍAS

9 GERARDO RUBIO

10 VICENTE CASTELLÓN

11 FREDIS GÓMEZ

12 LIDIA JIMENEZ

13 EDUARDO SALMERÓN

14 SANTOS CALLETANO VELÁSQUEZ

15

NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 5

1 MARIO ORDOÑEZ VILLATORO

2 GONZALO REYES GRANADOS

3 JESUS SOSA MANCÍAS

4 TEODORA SOSA

5 ISABEL ORDOÑEZ

6 ANTONIO AMAYA ARGUETA

7 VILMA HAYDEE MEJÍA

8 ANA MARIBEL REYES CASTELLÓN

10 SANTIAGO REYES GRANADOS

12 ROMÁN REYES

14 ARACELI CENEIRA VELÁSQUEZ

15 ANA COLOMBIA GÓMEZ AVELAR

NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 6

1 ALFREDO ALVARADO MALDONADO

2 SANTOS VILLATORO

3 JOSE DE LA PAZ VILLATORO

4 JACINTO RUBIO

5 SANTIAGO RAMIREZ

6 MARGARITO REYES RAMIREZ

7 ISIDRO CASTELLÓN

8 SONIA MARIBEL CASTELLÓN

9 VICTORIO JIMENEZ

1O EUGENIO SANTOS

11 OLGA EDELMIRA GUZMÁN

12 BARTOLO HERNADEZ

13 CARMEN RENÉ VENTURA

NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 7

1 ISIDRO REYES JIMENEZ

2 VICTOR MANUEL VILLATORO

3 PABLO CASTELLÓN

5 JOSÉ LUCAS VELÁSQUEZ

6 CARLOS HUMBERTO HERNANDEZ

7 RODOLFO AVELAR

8 PETRONA VILLATORO

9 MIRNA VELLATORO

10 LEONIDAS HERNANDEZ MONTEAGUDO

12 ANGEL GÓMEZ

13 MARCELINA VENTURA

14 JOSÉ SIMÓN GUZMAN

15

NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 8

1 FIDEL GÓMEZ AVELAR

3 JASE ANTONIO JIMENEZ

4 PONCIANO SANTOS

5 YADRIELA RAMIREZ

6 JOSÉ SANTOS RAMIREZ

7 IGNACIO SANTOS

8 PONCIANO SORTOS

9 EGIPCIA ORDOÑEZ

10 WILFREDO ORDOÑEZ

11 CRISTINO GÓMEZ

12 ENRQUE GÓMEZ

13 EDELIO AVELAR

14 ADRIANA VILLATORO

15 GERMAN REYES

NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 9

1 ISRAEL CASTELLÓN

2 OSCAR SANTOS

3 ELVIA REYES

4 MATÍAS RAMIREZ

5 ROSA ANTONIA VENTURA

6 EVELIO VÁSQUEZ

7 CEFERINA REYES

8 FERMIN ALVARADO

10 RAMONA SORTOS

12 JULIO ORDOÑEZ

13 MACARIO REYES

14 JENIFER ARMIDA

15 ELVIA AMELIA SORTOS

EUSEBIA SOSA

NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 10

1 ROMULO MANCÍAS

2 RAUL VELÁSQUEZ

3 MARÍTZA PEREZ

4 MISAEL PEREZ

5 SANTAMARÍA MANCÍAS

7 CATALINO SOSA

8 RAFAEL ALVARADO

11 FRANCISCO VENTURA

12 OSWALDO

13 MARÍA ÁNGELA MOLINA

14 RAMIRO VÁSQUEZ

15 BALENTIN REYES

NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 11

1 ERNESTO GÓMEZ

2 DONATO SANTOS

3 ISABEL MOLINA

4 ELISEO CASTELLÓN

5 OLIVIA RAMIREZ

6 BALENTÍN REYES RAMIREZ

7 ROSIBEL MALDONADO

8 ANA ROSA GRANADOS

9 BENITO VILLATORO

10 MARÍA INES CASTELLÓN

14 MARTINA REYES

15 LUIS ROBERTO ALVARENGA.

16 SELSA CERROS.

17 BALENTIN REYES

NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 12

1 JUSTO RUFINO LLANEZ

3 JUAN BAUTISTA CASTELLÓN

4 ANA MARÍA ALVARADO

5 MARÍA DE LA PAZ MOLINA

7 DESIDERIO CASTELLÓN

8 ANA VICTORINA VILLATORO

9 MARÍA MEJÍA GALVEZ

10 SATURNINO SALMERÓN

11 LIDIA CHICAS

12 BERNARDO CARRANZA

13 JOSÉ LINO ALVARADO

14 ALEX HUMBERTO SANTOS

15 SULEMA CERROS

NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA

GRUPO JUVENIL

1 JULIA ITZELA ALVARADO MEJÍA

2 VIRGILIO REYES GRANADOS

3 ELSI ORDONEZ REYES

4 ENIDIA ORDOÑEZ REYES

5 MAYRA ALVARADO MEJÍA

7 MIRNA ALVARADO MEJÍA

8 PASCUAL YANEZ

10 RAMIRO VASQUEZ

11 CARLOS HUMBERTO ORDONEZ

12 RONI SOSA

13 JESUS RAMIREZ ORDONEZ

14 MELQUI MANCIA

15 LILIAN SOSA

16 HUMBERTO CASTELLÓN

17 SANTOS WILIAN SORTO

18 RUDI MEJÍA

19 WILLIAN MEJÍA

20 NUMAN REYES

21 ERICA ROMERO REYES

22 OTILIA CASTELLÓN

23 CRUZ REYES GRANADOS

24 NOEMÍ REYES GRANADOS

25 LINA SANTOS

26 LUZ VELÁSQUEZ

27 BRENDA VASQUEZ

28 DORIS GOMEZ

29 BAUTISTA ALVARADO

30 YURI VELÁSQUEZ

31 LITA VELÁSQUEZ

32 SALVADOR ALVARENGA

33 IRSAN ALVARENGA

34 ARMANDO REYES

35 VICTOR VELÁSQUEZ

36 GUADALUPE VEÁSSQUEZ

37 YESEL COLINDRES

38 FANY ARELY BONILLA REYES

39 LILIANA BONILLA REYES

40 OSCAR AVELAR

41 ESTER YANEZ MEJÍA

42 ELDA CASTELLÓN REYES

43 JOSÉ NOHÉ REYES GRANADOS

177

Carta a mi Madre:

Queridos amigos y amigas.

En primer lugar quiero dar en nombre de mi

familia el mío propio, los más grandes

agradecimientos, por su muestra de solidaridad y

apoyo, que nos han mostrado en estos momentos

tan duros de nuestras vidas.

En segundo lugar quiero informar con todo el

dolor de mi alma, a los familiares, amigos y

amigas que aún no se han enterado, que mi madre

MARÍA ANTOLINA GRANDOS BONILLA,

falleció este domingo 27 de agosto de 2006, a las 04 AM.

No quiero entrar en detalles, solo quiero decir que mi madre fue una mujer de

fe, una de las fundadoras de esta Comunidad a la que tanto amó y por la que

luchó durante toda su vida.

Ella es la madre de 13 hijos e hijas a los que amó como solo ella sabía hacerlo.

Yo siempre la describí como la madre perfecta, que le alcanzaba su amor para

todos sus nietos, bisnietos, sobrinos, hermanos, hermanas y miembros de ésta

comunidad CIUDAD ROMERO.

De los 13 hijos e hijas, ninguno nació con asistencia médica por lo que una de

ellas murió al nacer. Uno nació bajo un árbol de amate inmediatamente después

de cruzar la frontera entre El Salvador y Honduras mientras huíamos de las

bombas y balas del ejército salvadoreño, a principios de la guerra. Mis dos

hermanos menores nacieron en la selva panameña, en similares condiciones.

Todo esto fue quebrantando su salud y en los últimos años estuvo luchando

contra múltiples enfermedades, entre ellas el hígado que fue dañado por

tantos medicamentos.

Ella luchó hasta el último respiro, y en medio de su enfermedad supo sacar

fuerzas para defender y transmitir sus ideales, y como buena cristiana se

mantuvo fiel a sus principios y a la palabra de Dios.

Ella manifestó siempre sentirse orgullosa de sus hijos e hijas, y nuestra vida

también ha girado siempre alrededor de ella.

178

Ella es una de las razones principales por la que yo sigo viviendo en esta

comunidad, y también se que es una de las razones por las que mis hermanos y

hermanas se fueron a Los Estados Unidos, para trabajar y pagar a los médicos

que la atendían, porque en este país o pagas o te mueres, puedo decir esto con

conocimiento de causa.

A veces durante los momentos de crisis de esta comunidad, yo me he

preguntado, si valdría la pena seguir viviendo en Ciudad Romero, si mi mamá ya

no estaba. Después de ver la impresionante respuesta que esta comunidad nos

ha dado, su muestra de solidaridad y hermandad, después de enterarnos que

ese gran dolor que nos embargaba, no era solamente mío, no era solamente de

papá, de mis hermanos, hermanas y familiares, si no que era algo compartido

entre toda la comunidad y amistades cercanas. No solo el llanto y el

sentimiento, sino también el trabajo en la cocina, en la logística, en la

construcción de la bóveda y muchas cosas más.

El Padre Ángel, que le tiene mucho cariño a esta familia, fue muy atinado en

seleccionar las lecturas dedicadas a mi madre durante la misa de cuerpo

presente. “Mi familia y yo, vamos a servir al señor, vamos a servir a la

comunidad, vamos a servir a este pueblo”. Al menos eso fue lo que yo entendí, y

eso es precisamente lo que ella quiso durante toda su vida, y se sentía orgullosa

de sus hijas he hijos luchadores, comenzando por Mabel, nuestra hermana

mayor. A veces decía: “Mabel quiere más al FMLN que a mí”. Pero nunca se

quejó por eso.

En mi casa siempre ha habido una taza de café, un plato de comida o cualquier

cosita para los visitantes. El corredor de nuestra casa era una pequeña

estación para todos los vendedores de la zona. Aunque un día se molestó con un

vendedor de vitaminas, que llegó como de costumbre, y comenzó a hablar en

mal de Schafik, el día de su muerte. Nunca más le compró nada al “vitaminitas”

como ella le llamaba. Aunque siempre lo recibía amablemente, ella decía que los

areneros, explotadores no tienen necesidad de andar vendiendo por las calles.

Mi madre se llevaba muy bien con las vendedoras de pescado, se sentaban a

platicar sobre sus penas y enfermedades. A todo el mundo le contaba la

historia de esta comunidad. Estos pescados son bien buenos decía, en Panamá

habían bastantes, los cipotes los agarraban por cayucadas. De éstos le gustan a

179

Virgilio, de éstos le gustan a Nohé. Estos también son bien buenos. Lo chistoso

es que ella nunca había probado un tan solo pescado, porque no le gustaban.

Pero lo que era bueno para sus hijos era muy bueno para ella.

Hoy por la mañana una de las vendedoras llegó como de costumbre. Dígale a

Niña Antolina que le llevo buenos pescados, así como a ella le gustan, me dijo, y

yo no pude contener el llanto... A la señora también le brotaron las lágrimas y

se fue sin decir una palabra.

En sus últimos días de lucha por su vida en la tierra, ella decía a la gente con

orgullo, mi hijo es Abogado, da clases de Ingles en el Instituto, trabaja en la

Coordinadora y es el presidente de Ciudad Romero. Esto último, el que yo

sirviera a la comunidad era lo más importante para ella. Todas las mañanas

antes de irme al trabajo yo iba a su cama para ver como estaba. No hijo yo

estoy bien, ándate tranquilo. Siempre me apoyó en todo. Para las inundaciones

siempre la sacábamos en la lancha hasta el desvío del Zamorán. Hasta aquí

dejadme, me decía, yo me voy sola de aquí, anda a ayudar a la gente…

También era una de las principales interesadas en la recuperación de la

memoria histórica de esta comunidad. Fue una de las mayores informantes

para el libro que estoy escribiendo, además siempre le estaba repreguntando

para confirmar alguna cosa mientras escribía los testimonios de otras

personas. Se sentaba en la hamaca cerca de la computadora, para escuchar las

entrevistas y a veces me interrumpía para agregar o profundizar algunas cosas.

El machote del mural que luego se pintó en el Comedor, solo fue posible con su

ayuda, sobre todo la parte del campamento en Belencillo, ella era la que se

acordaba perfectamente donde estaba la cocina, la casa comunal y hasta los

caminos. “Ahora yo estoy toda malienta, decía ella, porque a veces no me

acuerdo dónde he dejado las cosas, pero si me pregunta de la historia de la

comunidad, allí si me acuerdo de todo”.

Estoy escribiendo todo esto con mucho dolor pero con mucha sinceridad que

fue uno de los valores que ella me enseñó.

Reitero mis agradecimientos y ruego a Dios y a mi madre que nos llenen de

fortaleza desde el cielo.

José Nohé Reyes Granados

Ciudad Romero, 29 de agosto de 2006

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LOS HUMILDES CAMPESINOS

Canción comunitaria. - Antonio Amaya -

Voy a contar una historia

Lo que mi pueblo sufría

Por una junta asesina

Que compasión no tenía

Cuando el primero de mayo

Los aviones bombardearon

Y los soldados quemaron

Las casitas que teníamos

Salimos para Honduras

Llegamos a las Estancias

Allí estuvimos seis meses

Bajo mucha vigilancia.

El gobierno panameño

Fue el que asilo nos dio

General Omar Torrijos

General de división

Nos fuimos a Panamá

Llegamos al Simarrón

Allí estuvimos un tiempo

Solo en recuperación.

Al gobierno panameño

Y su guardia nacional

Yo los admiro y los quiero

Y al querido General.

Hoy panamá esta de luto

Lo sentimos su dolor

Porque ha perdido un gran Hombre

Hombre de mucho valor

El General fue un líder

Líder de fama mundial

Fue el que luchó por los pobres

Sincero y muy popular

Los latinoamericanos

Decimos en voz popular

No olvidaremos jamás

Al querido General.

El pulgarcito

Ya se nos llega el momento

ya todo está preparado

de nuestro sueño dorado

todos juntos regrezar

al Zamorán Jiquilisco

donde quiero trabajar

todos juntos como hermanos

nos queremos repatriar

cultivaremos la tierra

allá en nuestro país

sembrando arroz y frijoles

también la paz y el maíz.

No se porque a El Salvador

181

Le llaman el pulgarcito

Pero es que de centro América

Es el país más chiquito

Pero ese no es requisito

Que nos va a desanimar.

San Romero Nuestro Pastor.

(Nohé Reyes)

Mi pueblo sufrio la guerra

militares y escuadrones,

campesinos torturaron

San Romero asesinaron

Casas pueblos bombardearon

Al exilio nos mandaron

Honduras fue nuestro infierno

Panamá nos rescató

Torrijos nos dio la fuerza

Mi gente se organizó

La selva fue nuestro mundo

San Romero nuestro pastor

Las manos del campesino

Trabajan fuerte con mucho amor

La selva fue transformada

Ciudad Romero allí se fundó

Como un testimonio vivo

del gran amor que él profesó

San Romero tú que vives

En el que siembra la tierra

En el que estudia y trabaja

En el que clama justicia

El que cruzó la frontera

Para ver si allí respira

En la madre que llorando

Pide a Dios que la bendiga.

Creíste que tanta sangre

Fecundaría nuevas semillas

Tanto dolor tanto llanto

Tanto amor costó tu vida

Tu sangre corre en mis venas

Tu vos en mi corazón

Tu ejemplo cruza fronteras

Tu mensaje se escuchó

El salvador necesita cambios profundos

giro al timón

mujeres hombres concientes

una sociedad más justa

San Romero tú que vives

En el que siembra la tierra

En el que estudia y trabaja

En el que clama justicia,

El que cruzó la frontera

Para ver si allí respira

En la madre que llorando

Pide a Dios que la bendiga.

182

CRONOLOGÍA

- 1969 Guerra entre Honduras y El Salvador

1980

- Enero, primer operativo militar, asesinatos y ametrallamiento de casas en el Ocotillo.

- Enero 22, se unen todas las organizaciones populares, para la gran manifestación

en San Salvador. El ejército bombardea la Universidad nacional.

- Marzo 24 asesinan a Monseñor Romero

- Mayo 1- 4, Tercer operativo de Tierra Arrasada

- Mayo 5, 600 campesinos llegamos a Honduras y somos reprimidos por el ejército de

ese país.

- Noviembre 1, llegamos al Cimarrón en la Ciudad de Panamá.

1981

- Febrero 17, sale el primer grupo de 26 hombres y cuatro mujeres para Santamaría de

Belén, en la costa debajo de Colón, a preparar la condiciones de asentamiento de para

los refugiados salvadoreños.

- Marzo, Se lleva a cabo el asentamiento de los Refugiados salvadoreños en la selva

Panameña

- Juinio, en nuevo asentamiento, recibe el nombre de Comunidad “Ciudad Romero”, en

memoria del Arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero.

- Octubre, Muerte del General Omar Torrijos Herreras, presidente de Panamá.

1982,

- inicia el trabajo con los grandes proyectos colectivos, cacao, coco y ganadería.

1986

- Crisis en los proyectos y división de la comunidad en cinco grupos.

1987

- División y repartición de los proyectos colectivos.

1989

- inicia el proceso de Repatriación hacia El Salvador.

1990

- Otubre 23, nos visita una delegación de diputados salvadoreños.

- Noviembre 16 sale la caminata por la repatriación, por la pica durante cuatro días

hasta llegar a Coclesito, con destino a la ciudad capital de Panamá, a exigir el derecho

de retornar a El Salvador.

- Diciembre, toma de la embajada salvadoreña en Panamá, para exigir nuestra

documentación y nuestra inmediata repatriación.

1991

183

- Enero 04, inicia la Huelga de Hambre de 12 miembros de la Comunidad, para presionar

al gobierno salvadoreño agilice la repatriación.

- Enero 23, sale el primer vuelo para El Salvador

- Enero 27, se reúne toda la comunidad en Cerro Bonito, Vía El Triunfo, Usulután.

- Febrero 17, nos trasladamos hasta El Marillo, Bajo Lempa.

- Marzo 12, traslado de toda la comunidad para la Hacienda Nancuchiname, donde se

haría el reasentamiento definitivo de la comunidad.

- Marzo 24, se inaugura el reasentamiento Definitivo de la Comunidad Ciudad Romero,

en la Hacienda Nancuchiname de San Marcos Lempa, juntando así nuestra fiesta con

el Aniversario del martirio de Nuestro Pastor, Oscar Arnulfo Romero.

1994

- Construcción de la Capilla de Ciudad Romero, con el Padre Paulino, Miguel Ángel y la

comunidad.

1995

- Organización Juvenil y construcción del Centro Juvenil y la cancha de básquetbol.

1996

- Inauguración del Centro de desarrollo infantil de la comunidad.

1998

- Primera inundación en Ciudad Romero, a causa del Huracán Mitch y el desbordamiento

del Río Lempa.

1999

- Se construye en nuestra comunidad, el centro de formación y las oficinas de la

Coordinadora del Bajo Lempa.

2000

- Construcción del Restaurante comunitario, BELENCILLO.

2007

- Marzo, inicia construcción de la casa comunal albergue.

2008

- Marzo 24, inauguración de la casa comunal albergue.

- Abril, Romereños y Romereñas se organizan el USA en coordinación con la junta

directiva de la comunidad, para financiar proyectos de desarrollo en Ciudad Romero.

184

ALGUNAS DE PERSONAS Y ORGANIZACIONES QUE NOS HAN APOYADO.

Servicio Jesuita ( Padre Jon Cortina,

Padre Jose María Tojeira,

Padre Miguel Kennedy,

Jefrin Rodriguez, Jose Luis Benitez,

Omar, El Chino).

Mons. Aris,

Los padres Paulinos

Las Religiosas del Sagrado Corazón de

Jesús

Las Religiosas María Inmaculada

Los de la Comisión de Derechos

Humanos COPODEUPA.

Padre Conrado y Rosaura.

La Universidad Nacional de Panamá.

CARITAS NACIONAL DE PANAMÁ,

Carlos Lee

OMPAR

Pepe Blanco

Stuar.

Ciudad Segundo Montes.

FASTRAS,

CONFRAS.

FENACOA

El FMLN

Cooperativa Nancuchiname.

Cooperativa La Maroma.

Cooperativa Mata de Piña.

Voces de la frontera.

Médicos sin Fronteras

Hermanamiento Grupo Un solo Mundo,

Alemania (Lothar y Sigrid)

Hermanamiento Snt. Paul Minnesota.

Padre Murillo

Padre Toribio

Padre Celestino Sáez

Padre Cerezo Barredo

Padre Paulino

Miguel Ángel La Fuente.

Padre Arturo

Padre Pilar

Padre Ángel Arnaiz

Mayra Scott

Don Lolo

Don Lencho

Niña Tomaza

Niña Santana

Remberto

Mercedes

Niña Letis

Don Santos, Mala Hierba.

Mauro Chavez

Mauro Fermán

Niña Pimpa

185

Presidentes de Ciudad Romero.

1- Simeón Guzmán 1981

2- René Sortos 1982

3- Macario Reyes 1983

4- Raúl Velásquez 1985

5- Enemecio Reyes Velásquez 1987

6- Jorge Villatoro 1990

7- Eliseo Castellón 1993

8- José de la Paz Villatoro 1995

9- Cristóbal Ventura 1997

10- Jesús Reyes Fuentes 1998

11- Santos Cristina Reyes Granados 2000

12- Santos Cayetano Velásquez 2002

13- José de la Paz Villatoro 2004

14- José Nohé Reyes Granados 2005

186

“La vida es un caminar. Ustedes han caminado bastante. Y si la vida es un caminar, Ustedes están llenos de vida. Amigos y amigas de Ciudad Romero, Sigan caminando Y que Dios les acompañe siempre".

Palabras del Maestro Diógenes González, en el acto de despedida de Ciudad Romero en la

Selva panameña.