unitarismo y sectores populares

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    1Quinto Sol, Vol. 15, N1 2011 - ISSN 1851-2879 (online)

    La intrincada relacin del unitarismo con los sectores populares, 1820 - 1829

    La intrincada relacindel unitarismo con los sectores

    populares, 1820-1829Ignacio Zubizarreta1

    ResumenA travs del presente trabajo se analiza la difcil relacin que entablaronlos unitarios con los sectores sociales ms populares, entre 1820 y 1829.Estos ltimos, de gran gravitacin en el amante juego de la poltica mo-derna, fueron ms proclives a solventar los intereses de sus inmediatos ri-

    vales, los federales. Sin embargo, al abordar un tpico menos estudiado,intentaremos analizar, de un modo general, cmo se gest dicha relacincon los sectores populares, y cmo uctu a travs del tiempo. Desdelas reformas rivadavianas, pasando por algunas medidas promovidas porel Congreso Constituyente (1824-1827), y ciertas prcticas polticas queidenticaron un modo de obrar propio, la faccin unitaria plasm unaimpronta simblica de connotacin negativa que sus opositores pudieronexitosamente explotar. Partimos de la hiptesis de que una visin dema-siado elitista e ilustrada labr una brecha considerable entre la cpuladirigente del unitarismo y los sectores subalternos, que en parte -y sloen parte-, pudo ser contrarrestada tardamente por el accionar de los l-deres carismticos que, dentro del Ejrcito, lucharon por los idearios dela faccin centralista.Palabras clave: grupo rivadaviano, unitarismo, sectores populares, lide-razgos militares, modernidad poltica.

    The intricate relationship between Unitarianism and the popular sec-tors, 1820-1829Abstract

    This work analyzes the difcult relationship between the Unitarians andthe subaltern sectors between 1820 and 1829. These sectors grew inimportance in the novel game of modern politics, and tended to supportthe interests of their rivals: the Federals. However, we will focus on aless studied topic, looking at how the relationship with Unitarians wasestablished and how it changed over time. Starting from the reforms im-plemented by Rivadavia, passing on to some of the measures promotedin the Constituent Congress (1824-1827), and nally to certain political

    1 Ignacio Zubizarreta, UNTREF-Universidad Libre de Berln. Correo electrnico: [email protected]. El si-

    guiente trabajo se desprende como fragmento de una investigacin en curso, mi tesis doctoral, bajo la direccin delProf. Dr. Stefan Rinke, a quien le gratifico sus siempre alentadores consejos. Agradezco los comentarios sobre el mis-

    mo que me ha brindado generosamente Ral Fradkin en las jornadasRevolucin, Nacin y sectores popularesen: 1810,

    1910, 2010. Organizadas por la Licenciatura en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes y realizadas

    los das 5, 6 y 7 de mayo de 2010 en esa sede acadmica.

    http://www.fchst.unlpam.edu.ar/ojs/index.php/quintosol

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    practices that identied a way of their own, the negative connotationslinked to these practices in which the Unitarians faction operated wassuccessfully exploited by their enemies. As a starting point, we take thehypothesis that an elitist and illustrated view opened a considerable gulf

    between the Unitarian leadership and the subaltern sectors, which in partand only in part was countered at a late stage by charismatic leaderswho fought from within the army for the ideas of the centralist faction.Key words: rivadavian group, Unitarianism, popular sectors, military lea-dership, political modernity.

    Fecha de recepcin de originales: 12/05/2010.Fecha de aceptacin para publicacin: 03/11/2011.

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    La intrincada relacin del unitarismo con los sectores populares,1820-1829

    A los unitarios llaman

    Por ajados cajetillas,Porque en lugar de calzones

    Debieron tener mantillas.Cielito, cielo que s,

    Cielito, esta es la verdadPorque estos antes no sirven

    De ninguna utilidad.En ponerse la corbata

    Y componerse el tup,Pasan las horas del da

    Para irse al caf.(cielito popular federal,

    BOSCO, Eduardo Jorge, Obras.)

    Introduccin

    Segn el imaginario desprendido de la tradicin historiogrca, se parte,

    habitualmente, de una premisa: los unitarios no fueron una faccin pol-tica que despert adhesiones dentro de las clases populares2. Esta nocin tienecomo correlato otro presupuesto: los federales fueron, como todava lo seguiraarmando mucho despus Lucio V. Mansilla (1870) para el mbito bonaeren-se, muy amados por los sectores rurales, pero tambin, por las clases urbanaspopulares. Premisas como estas suelen alimentarse de una serie de supuestosgenerales y en algunos casos, se fundan tambin en la tradicin popular y en losimaginarios colectivos. Sin embargo, si algunos recientes estudios como los de

    Gabriel Di Meglio (2008) nos han mostrado las evidencias de esa popularidaddel partido federal, en qu debemos basarnos para asegurar que los unitarios,por contrapartida, fueron realmente, en palabras del general Iriarte (1944), losmal queridos entre las clases del pueblo? Lo que aqu se presentar al respec-to, no puede pretender sino exhibir un panorama amplio y general sobre unsujeto de investigacin digno de mayor profundidad y dimensin. Una faccinpoltica que slo cosech descontento e incomprensin entre los sectores so-ciales ms numerosos, difcilmente hubiese podido representar una verdadera

    amenaza para los intereses federales, y sabemos que no fue as. Aunque en

    2 Sobre el trato que le dio la historiografa a la temtica del unitarismo, ver Zubizarreta (2007).

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    ocasiones poco conocidos, operadores polticos intermedios, muchos de ellosde modesto origen social, cumplieron un rol fundamental en colaborar a quela faccin unitaria haya podido lograr cierto soporte popular, tanto en tiempos

    electorales, como en diversos conictos blicos. A pesar de ello, es vlido su-poner que los cabos que unan los extremos de esa compleja estructura facciosano pueden, sin embargo, ocultar que la naciente rivalidad -y competencia- po-ltica que se instaurara entre los bandos de mayor relevancia al promediar ladcada de 1820, dara como corolario una clara preferencia en el inters de lossectores subalternos hacia los federales en detrimento de los unitarios. Si algu-nas causas, como la atraccin y el magnetismo que emanaban de los lderesdel partido federal, ya fueron con xito explicados (Di Meglio, 2008), nuestroobjeto, entonces, ser intentar analizar la contracara; es decir, interpretar des-de la cspide del unitarismo ciertos motivos que pudieron inuir en el procesoque llev, entre otros, a que Iriarte catalogara a sus integrantes como los malqueridos entre las clases del pueblo.

    De este modo, intentaremos explorar las representaciones que se pro-yectaron como fruto de ese complejo lazo que ataba los cuadros dirigentesde la faccin unitaria con los muchoms vastos sectores populares. Lo quepretendemos demostrar, en primera instancia, es que dichas relaciones fueronbastante problemticas. Caractersticas especcas de ndole cultural y relacio-

    nal llevaron a que los unitarios debieran cargar con una imagen poco amigableentre los sectores subalternos. Indagaremos, entonces, en los motivos que con-dujeron a una construccin de algn modo arquetpica de los unitarios, quebien sabran sacar rdito sus opositores polticos. Sin embargo, para ello, no nosadentraremos en el discurso federal que promovi esa construccin, sino en loscomportamientos y estrategias polticas que elaboraron los unitarios, y que die-ron como resultado colateral y posiblemente no deseado, ese distanciamientocon los sectores plebeyos. Si biennuestro estudio centrar su enfoque en lo

    sucedido dentro del mbito de Buenos Aires y su hinterland, nos serviremos dealgunos ejemplos de otras provincias para sugerir que existieron procesos simi-lares que tambin all colaboraron a desprestigiar la imagen de los unitarios.

    En la primera parte del artculo abordaremos lo que consideramos eldescubrimiento de los unitarios sobre la relevancia de los sectores subalternosy sus alcances polticos. Acto seguido, nos sumergiremos en los orgenes de unarelacin que, pensamos, naci problemtica. Al remontarnos al periodo rivada-viano, advertiremos que el proyecto de inclusin social que alent el gobierno

    liderado por Bernardino Rivadavia pec de ambicioso y de excesivamente ilus-trado, pretendiendo transformar al populacho en opinin pblica. Los fede-rales pudieron adelantarse a sus planes, y llevar a su causa a grandes sectores

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    sociales que luego les seran hostiles. Esta tendencia, como se comprobar en latercera parte del trabajo, no hizo ms que acentuarse mientras los unitarios si-guieron en el poder -tanto bajo la presidencia de Rivadavia (1826-1827), como

    durante la gobernacin bonaerense del general Lavalle (1828-1829)-. Tardaranen aprender la leccin: los sectores subalternos haban devenido un elementoineludible con que se deba contar si se pretenda vencer en el amante juegode la poltica moderna. Como se constata enel eplogo, algo ms tarde y en elexilio, los lderes militares devotos a la faccin centralista colaboraron en unintento por encauzaral bajo pueblo en sus aspiraciones por derrocar al rgi-men rosista, pero los postreros y magros resultados aunque, sin embargo, decierta consideracin- nos dan el indicio de que, tal vez, ese vnculo ya se habaroto denitivamente.

    El despertar de la conciencia sobre la importancia de los sectorespopulares

    Luego de la cada del Directorio (1820), cada provincia pas a ser, defacto, una unidad poltica y administrativa autnoma. En 1826, un CongresoNacional Constituyente le otorg la investidura presidencial a Bernardino Riva-davia, volviendo dbilmente a unicar las provincias. Un descontento bastante

    generalizado, causado, en parte, por las propuestas unitarias constituyentes tanto en el interior como en Buenos Aires-, pero tambin, por las consecuen-cias reales de la asxiante guerra contra el Imperio del Brasil, llevaron a larenuncia de Rivadavia. En Buenos Aires, el federal Manuel Dorrego tom elmando provincial en 1827, y permaneci en el cargo hasta que fue destituidopor una revuelta promovida por los unitarios y encabezada por las tropas quehaban vuelto de la guerra contra el Brasil. Lavalle asumi el poder a nes de1828 y en el comienzo del crepsculo de su precipitado gobierno, en abril de

    1829, el peridico unitario El Pampero, reej sus inquietudes de este modo:Parece increble, pero ello es cierto, que hombres nacidos al menos entre lagente decente, festejen con un placer, tanto ms criminal cuanto ms sincero, elltimo triunfo de los brbaros sobre las fuerzas del orden3. As de asombradosparecan encontrarse los redactores de la gaceta, pues de este modo, dabanpor descontado que si la gente decente no deba alegrarse de los logros fede-ralistas en los campos de batalla, era porque suponan que, por contraste, lossectores populares s lo haran con toda naturalidad. Existieron diversos motivos

    3 Se asocia a los brbaros o indgenas pampas en su mayora- con los federales, puesto que, en esas circunstancias, y

    gracias a la mediacin de Juan Manuel de Rosas, luchaban por una misma causa. Ver El Pampero, 3 de abril de 1829.

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    que nos ayudan a comprender el descontento generalizado que prim entresusodichos sectores hacia la dirigencia unitaria. Algunos se remontan, como loveremos luego, a tiempos rivadavianos; sin embargo, la mayor parte de ellos

    nos remiten al periodo en que Bernardino Rivadavia asumi como presidentede la Repblica. En el mbito rural reinaba el descontento a raz de las moles-tias ocasionadas por las levas forzosas durante la guerra contra el imperio delBrasil, las polticas de distribucin de la tierra y el aanzamiento de los dere-chos de propiedad como la enteusis. A eso debe sumarse, entre otros factores,la ascendente inacin de los productos de consumo debido al bloqueo navalbrasileo. Pero tambin, las amargas consecuencias de una devastadora sequaque padeci la campaa, de la cual, a nadie se poda inculpar; sin embargo,aument el malestar general (Gonzlez Bernaldo, 1987).

    Desde que Lavalle decidi tomar el gobierno por las armas diciembrede 1828-, el malestar de amplios sectores de la poblacin fue en considerableaumento. El bloqueo que se haba soportado por ro, ahora deba sobrellevarsepor tierra; las tropas irregulares que obedecan o no tanto- a Juan Manuel deRosas fueron cercando y estrangulando una ciudad que pareca acostumbrarsea vivir desabastecida4. Para contrarrestar los efectos indeseados de esa bruscamanera de arribar al poder, Lavalle haba decidido hallar un reemplazante pro-visorio pues l deba partir a la guerra- que fuese bendecido con una cualidad

    peculiar: la de ser estimadsimo y popular. En la nutrida correspondencia quereciba Lavalle, se suceden una serie de epstolas que felicitan la correcta elec-cin de su sustituto, el almirante de origen irlands Guillermo Brown. De supopularidad, pocas dudas nos caben si debemos guiarnos por los testimoniosque a mediados de la dcada de 1820 verta en las memorias de sus viajes elaventurero francs Jean-Baptiste Douville:

    Los habitantes de Buenos Aires mostraban naturalmente un vivo entusiasmo por

    los generales que obtenan victorias sobre sus enemigos brasileos. El almiranteBrown sobre todo se haba transformado en el dolo del pueblo. Todo el mundoquera verle, no se hablaba sino de l, se lo consideraba como el salvador de lapatria desde que haba derrotado a la flota enemiga en las aguas del Uruguay(Douville, 1984, p.71).

    Lavalle, cuando opt por Brown, saba cabalmente que ste era amado

    4 Algunos trabajos recientes cuestionan la estructura jerarquizada y piramidal a travs de la cual el estanciero Rosashabra controlado a las fuerzas rebeldes de la campaa. Las montoneras, o tropas gauchas irregulares, en muchos casos,

    tuvieron una capacidad de iniciativa y de autonoma bastante significativa, y actuaban con cierta connivencia con los

    designios rosistas por convergencia de intereses recprocos. Ver, con este argumento historiogrfico, la introduccin

    de la obra de Fradkin (2006).

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    por el populacho. Que la plebe portea haba seguido sus batallas desde lascostas del ro, y que lo vitoreaba en cada uno de sus intrpidos movimientosnavales (Ferns, 1968, p. 168). Adems, en elmismo sentido, Salvador Mara del

    Carril, consejero del general, le adverta que la imaginacin mvil de ese pue-blo necesita su distraccin a la muerte de Dorrego y para eso haga bulla, ruido,cohetes, msicas y caonazos5. Otro tanto le exhortaba su el ministro generalde Gobierno, Jos Miguel Daz Vlez. En aras de adquirir popularidad, a la horade aumentar el nmero de proslitos recomendaba armar nuevos escuadronessin reparar en clases para que fueran a sus rdenes a pelear con un ttulopomposo que los iname6. Pero por qu los unitarios, ahora, prestaban tantaatencin a la popularidad de sus medidas? Acaso buscaban recuperar un tiem-po perdido? Haban logrado percibir que su partido no posea una verdaderaadhesin de los sectores subalternos? La respuesta es, sin dudas, armativa.Para comprenderla, debemos remontarnos algunos aos hasta el origen mismode la faccin e indagar por la relacin que desde ese momento supo o pudoentablar con los aludidos sectores.

    Los tiempos rivadavianos y una relacin que naci problemtica

    En 1820 se conform el denominado Partido Ministerial. Este nuevo

    movimiento poltico representaba, en las palabras del historiador pero tam-bin joven testigo de ese tiempo- Vicente Fidel Lpez, a la burguesa porte-a. En el ltimo prrafo donde retrata el ao 1821 a travs de sus MemoriasCuriosas, Juan Manuel Beruti se vea esperanzado, pues: Por n, gracias aDios, se concluy el ao sin revoluciones, Dios quiera que el entrante con-cluya lo mismo, que as seremos felices (Beruti, 2001, p. 336). Eso se deba aque hombres como el mismo Beruti, temerosos de las revueltas constantes delas distintas facciones, haban concluido por apoyar a una sola, la liderada por

    Martn Rodrguez. Poco tiempo antes de la exclamacin anterior, el mismo cro-nista haba podido observar cmolas tropas de Rodrguez, bien acompaadaspor las de Juan Manuel de Rosas, haban tomado la plaza con una horriblecarnicera pues murieron ms de 400 hombres, y de este modo implacable,haban dado n atodos los movimientos subversivos y facciosos que se habanpropagado hasta hacerse carne en la vida de los porteos (Beruti, 2001, p. 323).Das antes, en su libreta ntima, anotaba:

    5 Carta de Salvador Mara del Carril a Juan Lavalle , 20 de diciembre de 1828.

    6 Carta de Jos Miguel Daz Vlez a Juan Lavalle , 16 de diciembre de 1828.

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    Desgraciado pueblo, que no hay gobierno que se ponga que los malvados notraten de quitarlo porque no es de su faccin, de manera que no hay orden, sub-ordinacin ni respeto a las autoridades, cada uno hace lo que quiere, los delitosquedan impunes y la patria se ve en una verdadera anarqua, llena de partidos

    y expuesta a ser vctima de la nfima plebe, que se halla armada, insolente y de-seosa de abatir a la gente decente, arruinarlos e igualarlos a su calidad y miseria(Beruti, 2001, p. 321).

    Dentro de este contexto particular, lograba imponerse el partido quepronto erigira a Bernardino Rivadavia como su principal ministro, quien paraVicente F. Lpez, era y a eso debe su fama consistente, el estadista de lasclases dirigentes y superiores (Lpez, 1883, p. 43). A su vez, personificaba a

    ciertas fracciones de la sociedad que, temerosas del poder poltico que habandesarrollado algunos como Manuel Pgola, Carlos de Alvear o Miguel Estanis-lao Soler -que se expresaba en su capacidad de movilizacin de los sectores mi-litares y populares-, se inclinaron por sostener una nueva autoridad que pudiesereprimir y disciplinar dichos movimientos. Abraz este proyecto un grupo de laintelectualidad portea que, tutelado por la figura de Rivadavia, pretendi yhasta cierto punto, logr- montar la compleja estructura de un incipiente estadoprovincial. Gracias a las consecuencias palpables del conjunto de reformas en-

    carado por la nueva administracin, pronto se logr estabilidad y prosperidadal precio paradojal de soterrar, como veremos acto seguido, gran parte de supotencial popularidad.

    En un principio, las ya harto conocidas reformas rivadavianas, para untestigo de poca como el agente norteamericano Murray Forbes, parecen habergozado de cierta aceptacin pblica; sin embargo, quien las haba promulgado,nos cuenta, no era popular (Forbes, 1956, p. 176). La arrogancia y orgullo desu temperamento, al parecer, fueron algunas de las causas de esa impresin,

    que sus oponentes astutamente aprovecharon. Toms Iriarte, por ese entoncesocial del Ejrcito, dej en sus memorias el reejo de la altivez de Rivadaviaaduciendo que su aire prepotente de chocante superioridad, eran motivos aunms fuertes que la aversin a sus reformas, para hacerlo el hombre ms impopu-lar (Iriarte, 1944, p. 48). Al parecer, existen numerosos ejemplos que aducen ala arrogancia de quien fuera el ministro de Martn Rodrguez. Cuando Gregoriode Las Heras fue presionado por el Congreso Constituyente a dejar su cargode gobernador, opt por retirarse y rehacer su vida en Chile, resentido por elmodo pomposo y altanero con que Rivadavia lo haba tratado (Mitre, 1889).Con respecto a sus seguidores, Iriarte aade:

    Entre aquellos hombres se encontraban muchos de saber, pero estaban

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    fanatizados, dominados por la moda, porque moda era imitar a Rivadavia hastaen sus gestos, en el metal de su voz hueca, campanuda y prepotente; y en sumodo de decir custico, incisivo; sus decisiones sin apelacin, sin rplica. Con-cluyeron por hacerse insoportables; y los aspirantes, los revoltosos tuvieron un

    vasto campo para poner en ridculo, y hacerlos detestables ante el bajo pueblo(Iriarte, 1944, p. 54).

    Evidentemente, los modos o maneras de obrar del grupo rivadaviano, nopudieron nunca ser el nico motivo de la antipata generalizada con que fueronreconocidos por amplios sectores sociales. Entre las reformas aducidas, existila ley de sufragio general y sin restricciones, en el temprano ao de 1821. Enese momento, se dio un vuelco radical, pues los sectores populares pudieron

    participar activamente con algn grado de determinacin poltica. La elite diri-gente pensaba que, otorgando dicha participacin, lograra realmente canalizarlas vas facciosas y levantiscas que predominaban en momentos previos, o almenos morigerarlas. Sin embargo, paradjicamente, el grupo poltico que abriesa amante instancia democrtica no logr una signicativa adhesin popular.Podra argumentarse -como lo ha hecho Hilda Sabato (1995) para un periodoposterior de la historia- que dichos sectores no recibieron esa nueva prerro-gativa como un derecho que les estaba vedado y por el cual haban luchado.

    Tampoco eso signic que las, hasta ese momento, inditas vas de sufragio, nohayan despertado un vivo inters en gran parte de la ciudadana. Pero, parale-lamente, otras reformas de la misma coyuntura poltica, cuya evidente conse-cuencia se tradujo en un considerable aumento de la impopularidad de los sec-tores gubernamentales ante los sectores sociales ms bajos, pudieron, a su vez,colaborar a neutralizar los posibles efectos positivos de las noveles instanciaselectorales. Dichas reformas coartaban libertades de las que, en la prctica, sehaban beneciado los sectores subalternos. Entre estas, destacaremos la supre-

    sin del Cabildo con sus entidades caritativo-paternalistas- (Ternavasio, 2000),la reforma eclesistica ms que por la secularizacin de los bienes que ella im-plicaba, por la popularidad de la que an gozaba la Iglesia- (Di Stefano, 2004),las levas militares principalmente- en la campaa entre vagos y mal entreteni-dos sin papeleta de conchabo (Fradkin, 2007, p. 121), y las reglamentacionesque impedan ciertos divertimentos populares como la ria de gallos, los dados,las apuestas y las corridas de toros7. Para Gabriel Di Meglio (2008) el alinea-miento del gobierno con los sectores dominantes de la economa condujo en-

    tonces a una renovada embestida sobre los movimientos de la plebe urbana, y

    7 Sobre la supresin de los divertimentos populares, recomiendo la lectura de un sugerente artculo periodstico contem-

    porneo a los hechos, donde se descubre la impopularidad de la medida, verEl Centinela, 8 de noviembre de 1822.

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    asimismo de los sectores subalternos rurales (p. 223). Los cabildos haban sidosuprimidos porque all se haban desarrollado, desde tiempos coloniales, lasasambleas de pueblo resultando stasuna pieza clave aunque peligrosa para

    la elite- en el conocimiento de la opinin de los sectores populares ante situa-ciones polticas de crisis. Si bien entre 1810 y 1819 el Cabildo porteo se alinecon los sectores de tendencias centralistas, con la cada del Directorio (1820)los confederales comenzaron a gozar de mayor inujo en dicho ayuntamiento(Herrero, 2007, p. 192). Para Fabin Herrero (2002) tres actores relevantes per-dieron con la revolucin que llev al mando de la provincia a Martn Rodrguezen septiembre de 1820 y que acompa por entonces, Juan Manuel de Rosas-:el Cabildo, los lderes populares (Sarratea, Soler, Dorrego), y la plebe (p. 10).

    Con el arribo de Rodrguez al poder, la tendencia ilustrada del movi-miento unitario apost a la publicidad de sus actos, a la educacin pblica ya la prensa peridica como medios para cultivar e incluir paulatinamente a lossectores subalternos8. Para Ignacio Nez, el y competente colaborador deBernardino Rivadavia, la nueva gestin de gobierno que se haba iniciado conMartn Rodrguez haba introducido, por primera vez, el principio fundamentalde que era indispensable marchar de acuerdo con la opinin pblica, pues esaera la garanta de la misma estabilidad de su poder. Adems, el gobierno esta-bleci un decreto

    en que se prescribi como una obligacin la publicidad en sus actos; y suejecucin llevada hasta el trmino de haberse asegurado [...] oficialmente, queno existe en todos los departamentos un solo documento reservado, ha puestoal alcance del pueblo las leyes, los decretos, y las ordenes que ha producido(Nez, 1825, p. 26).

    La apuesta a la transparencia institucional, a la multiplicacin de los es-

    tablecimientos educacionales y a la divulgacin pedaggica de los valores pol-ticos republicanos a travs de los medios de comunicacin de la poca, fueron,posiblemente, claros intentos por incluir a los sectores populares dentro de unproyecto de largo aliento y de aspiraciones ilustradas, tal vez, algo desmedidaspara ese contexto histrico (Myers, 2003).

    Esta mirada aristocrtico-ilustrada desde donde la cpula unitaria ob-servaba y comprenda a los sectores ms populares cuadra tambin con una

    8 Ya que no hemos tenido aun tiempo para formar escritores cientficos, los periodistas se propusieron dar socorros

    eficaces a las clases comunes, amalgamando sus ideas con las populares, purificndolas, mejorndolas y civilizndolas.

    Confesaremos de buena fe, que por lo general no han sido muy felices sus empresas. En La Abeja Argentina del 15

    de octubre de 1822.

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    descripcin de cierto nimo desprendido y magnnimo que cree ver DomingoF. Sarmiento en su coterrneo unitario Salvador Mara del Carril, cuando nos loretrata de la siguiente manera: Era Carril el generoso aristcrata, que otorgando

    instituciones a la muchedumbre, pareca estar de antemano convencido de queno sabran apreciar el don, y se cuidaba poco de hacerlo (Sarmiento, 1998,p. 30). De este modo, el axioma caracterstico del despotismo ilustrado, todopara el pueblo pero sin el pueblo, puede servirnos de gua para comprenderhasta dnde habra que remontarse para localizar la matriz ideolgica que re-ga en la mente de los integrantes de la faccin centralista a la hora de dirigirsehacia los sectores plebeyos.

    Los unitarios en el poder: esculpiendo una imagen de la que Rosassupo aprovecharse

    El exacerbado faccionalismo que dio por fruto la escalada de tensinante el inminente conicto con el Imperio del Brasil (1824-1825), exhibe uncontexto harto complejo en el que las tentativas unitarias hacia los sectores alu-didos no lograron completamente su propsito y fueron con xito contrarresta-das por los lderes del federalismo, como lo corroboran los recientes trabajos deGabriel Di Meglio (2008). Gracias a una gura de gran carisma, protagonismo

    y agresivos discursos, como fue la de Manuel Dorrego, y por medio de la ela-boracin de extensas redes clientelares, conectadas por la ecaz labor de lde-res intermedios, los federales lograron acaparar mayor popularidad (Di Meglio,2005). Sin embargo, aunque es un tpico poco estudiado, los unitarios tambinhabran contado con caudillejos y conductores intermedios que les facilitabanla tarea de lograr los votos necesarios para imponerse en tiempos electorales.La llave que dena el resultado del escrutinio se encontraba en el control delarmado de la lista de las candidaturas caracterizado como competencia nota-

    biliar-, y en la constitucin de las mesas electorales (Ternavasio, 2002). Iriartedestaca en sus memorias un ejemplo por dems elocuente:

    Yo toqu el resorte de todos los operarios del parque de artillera, ms de cientocincuenta en nmero, para hacer triunfar la lista del gobierno en la parroquia deSan Nicols donde aquellos con arreglo a la ley deban votar. El empleado delparque ms apropsito para conquistarlos era el guarda-almacn Munita, chi-leno de nacimiento; pero este era unitario: sin embargo, no pudiendo resistir alprestigio de mi autoridad, cedi y trabaj con empeo contra la lista de su incli-

    nacin; consegu por medio de los operarios del parque que la lista del gobiernotriunfase en San Nicols (Iriarte, 1945, p. 81).

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    Ignacio Zubizarreta

    En el mbito rural, las movilizaciones de votantes realizadas por los ha-cendados para ese entonces, en su mayora, sostenedores de la poltica delgobierno- resultaban an mucho ms ecaces que las que se daban en el medio

    urbano, al estar basadas en la lgica de autoridad que emanaba de la relacinpatrn-cliente9.A pesar de ello, en la campaa bonaerense las connotaciones negati-

    vas hacia los unitarios eran an ms acentuadas que en el mbito urbano. Amodo ilustrativo, en un extracto de los resultados arrojados por la Comisinclasicadora de unitarios y federales, organizada por Juan Manuel de Rosas en1831, cristaliza la visin arquetpica que sobre ellos se representaban ampliossectores rurales. De acuerdo a esta fuente, Pedro Serrano, un mdico originariode Buenos Aires y residente en San Nicols de los Arroyos, slo se relacionabacon otros integrantes de su misma faccin, mientras aije a la parte meneste-rosa, pues que no los asiste faltando en esto a su deber, a los ricos se sacrica,y mira con indiferencia y menos precio a todos los federales10. En tiempos enque Rivadavia se encontraba an en el poder, en la campaa bonaerense lasmontoneras se revelaban ante la autoridad civil vociferando, en aras de obtenerconsenso, un discurso contra los extranjeros, contra las notabilidades de los n-cleos urbanos, y contra los aristcratas o cajetillas, en su lenguaje coloquial-(Fradkin, 2001). Cuando Rosas, varios aos ms tarde, remita reiterativamente

    ante los sectores populares al carcter extranjerizante y antinacionalista delos unitarios pues se haban plegado a una alianza con los franceses (1839) conel nimo de derrocarlo-, lo har teniendo presente que la asociacin entre susacrrimos enemigos y los extranjeros se encontraba desde larga data asentada.

    9 Carta de Ignacio Nez a Bernardino Rivadavia, del 21 de enero de 1825, reproducida en Piccirilli (1943). Ha existido

    un debate historiogrfico por dems interesante con respecto a la relacin patrn-cliente. Para el historiador britnico

    John Lynch (1994), el caudillismo de Rosas as como tambin el de Jos Antonio Pez en Venezuela (1830-1850) o

    el de Antonio Lpez de Santa Anna en Mxico (1821-1855)- estaba fundado en una relacin desigual de patrn-cliente

    que, por otro lado, conformaba una organizacin econmica y social. El patrn gozaba de una gran estancia, hacienda

    o plantacin proporcionando proteccin y sustento a la mano de obra que para l serva, a cambio de lealtad. Pero, en

    tiempos de guerra, estos trabajadores eran armados por el amo y deban luchar en concordancia con sus intereses polti-

    cos personales, estableciendo una verdadera relacin clientelstica. A su vez, los caudillos-patrones como Rosas perte-

    necan a una elite econmico-social y actuaban defendiendo los intereses de la misma. Esta visin algo esquemtica fue

    contrarrestada para el mbito del Ro de la Plata por varios autores argentinos. Para Jorge Gelman, no slo no parece

    ser muy evidente que Rosas haya siempre defendido los intereses de los estancieros como grupo (Gelman-Schroeder,

    2003), sino que tampoco goz en todo momento de la mayor aceptacin entre los pobladores rurales (Gelman, 1998).

    Tanto Pilar Gonzlez Bernaldo (1987) como Ral Fradkin (2008) consideran que los sectores subalternos, no tan

    supeditados a Rosas, tuvieron ms capacidad de accin y mayor identidad poltica de lo que afirma la clsica tesitura

    de John Lynch. A pesar de lo recin expuesto, considero que las lgicas de comportamiento poltico en el mbito de la

    campaa durante los tiempos rivadavianos tuvieron, como lo tendran tambin despus, y como lo atestigua claramente

    la misiva de Ignacio Nnez arriba citada, ciertos tintes clientelares. Para una comprensin terica sobre la relacinpatrn-cliente, recomendamos la lectura del trabajo de H. Carl Lande, The dyadic basis of clientelism (publicado

    en Schmidt, 1977).

    10 Lista de Unitarios segn Jueces de Paz, 1831.

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    La intrincada relacin del unitarismo con los sectores populares, 1820 - 1829

    Durante las gestiones de Martn Rodrguez, y luego de Gregorio de LasHeras, se promovieron una serie de tratados en algunos casos sloqueda-ron en tratativas- con algunos gobiernos europeos que posiblemente no hayan

    despertado el entusiasmo de gran parte de la poblacin. Con Espaa, se buscun acercamiento: enviados de la Corona llegaron en 1823 con instruccionesde lograr un acuerdo perofueron cautelosamente recibidos. Las resolucionesante ese llamado no podan ser slo impulsadas desde Buenos Aires y Riva-davia aprovech ese momento clave para dar participacin a las provincias yconvocarlas a un congreso constituyente. Algn tiempo despus, y tal vez enforma ms consecuente con las aspiraciones y labores de Manuel Garca quedel mismo Rivadavia, bajo la gobernacin de Gregorio de Las Heras se pact unacuerdo de amistad, comercio y navegacin con el Reino Unido.

    Por otro lado, el rivadavianismo haba impulsado el establecimiento decolonias que seran nutridas con inmigrantes de origen britnico y francs11. Lasideas de colonizacin de la campaa guardaban algo de sicratas; tenan porobjeto alentar la agricultura y suplir la escasez de mano de obra con la intro-duccin de colonos extranjeros. Segn la Comisin de inmigracin, en 1825haban arribado a Buenos Aires 1.317 colonos, sin embargo, eran muchos mslos que esperaban an recibir12. Las pocas experiencias concretas que redun-daran de tales iniciativas se plasmaron en la creacin de la colonia de Santa

    Catalina, la que se pobl por 500 familias de origen escocs bajo el amparo delos clebres hermanos Robertson. Las mismas ventajas del ciudadano, ademsdeuna carga menor de obligaciones como por ejemplo no prestar asistencia,salvo voluntaria, al servicio militar- bendijeron a los nuevos colonos. Para JulioDjenderedjian (2008), el apoyo de las lites urbanas y polticas a la radicacinde inmigrantes extranjeros

    chocaba en las campaas y en las provincias interiores con la plena vigencia

    que an se asignaba all a las antiguas tradiciones ligadas al derecho hispnico,para las que slo los vecinos o avecindados tenan derecho a las tierras, mientrasque los forasteros deban antes lograr su plena integracin al medio local parapoder aspirar a ellas [A su vez, la misma tradicin hispnica] vea en la diferen-ciacin con el exterior una fuerza nucleadora y un recurso para la conformacinidentitaria de los miembros de esos grupos. Segn antiguas leyes y costumbresfuertemente arraigadas, quienes arribaban tenan derechos distintos de los que

    11 Entre stas, tampoco debemos olvidarnos del impulso dado por Salvador Mara del Carril, cuando fuera gobernador de

    San Juan, a la promocin de capitales forneos y al ingreso de extranjeros con miras a la extraccin de minerales; asse deduce de una muy interesante carta que le enva a Rivadavia (Del Carril al gobierno de la Provincia de Buenos

    Aires, 21 de diciembre de 1823).

    12 Comisin de Inmigracin, 1825.

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    eran considerados vecinos y avecindados en los pueblos rurales; los forasteroseran en principio vistos como sospechosos (p. 202).

    Al avanzarun poco en el tiempo, tampoco debieron ser ajenas a los

    odos de los sectores subalternos las prdicas de Dorrego sin dudas, ampli -cadas desde El Tribuno- ante dos posicionamientos que los unitarios juzgaronrelevante defender en el Congreso Constituyente de 1824-1827. Con referenciaal primero de ellos, en los acalorados debates parlamentarios, centralistas yfederales se posicionaron respectivamente a favor y en contra de otorgarlesfacilidades de naturalizacin a los ciudadanos espaoles que an no la habanmaterializado. Posiblemente, los federales saban que su postura era, sin embar-go, la ms popular; mientras que los unitarios, como lo ejemplica el caso de

    Valentn Gmez conspicuo integrante de esta ltima faccin- en los debatesconstituyentes de 1824-1827, consideraban que en el pas debe haber un in-ters especial hacia el aumento de la poblacin por los espaoles, ya que lasventajas derivadas dela igualdad del idioma, la religin y la cultura los hacanpredilectos frente a inmigrantes de otras latitudes (Ravignani, 1937, t.III, p. 644).De este modo, se encontraban defendiendo la postura de cientos de pulperosy comerciantes que, incluso en el mbito rural y siendo mayoritariamente deorigen ibrico, no podan mirar sino con buenos ojos la defensa que los unita-rios realizaban de sus intereses. Pero paralelamente, acrecentaron el crecientemalhumor de un elenco localista que, a travs deeptetos groseros como car-camn, gringo o cajetilla, solan asociar tanto a los extranjeros como a losdefensores de la unidad (Isabelle, 1835, p. 257).

    En relacin a los intentos por promover la inmigracin fornea, no senos debe escapar que si bien la libertad de cultos fue proclamada con bastanteantelacin a que los unitarios ocuparan el poder, stos la pretendieron llevara la prctica, tal vez, ms lejos que nadie hasta ese entonces. Desde las refor -mas eclesisticas13, los rivadavianos haban sufrido las crticas propaladas poraquellos que no se avenan a los cambios. Como consecuencia de ello, se trans-formaron en el centro de la infatigable mordacidad vertida por las plumas dereligiosos como Cayetano Rodrguez y Fray Francisco de Paula Castaeda, y di-vulgadas en efmeros lbelos calicados de antiiluministas (Weinberg, 2001,p. 461), como el Desengaador Gauchi-Poltico o El Ofcial del Da.

    El otro posicionamiento que defendieron los unitarios en el CongresoConstituyente, y que fue contestado por Dorrego a expensas de la popularidad

    13 Reformas que dejaron, sin duda alguna, enormes secuelas en la imagen pblica de la faccin que las promovi. No

    olvidemos que un sector de la poblacin, an identificado con prcticas de antiguo rgimen, consideraba que el buen

    gobierno era el gobierno cristiano, y que las relaciones entre Iglesia y Estado no an conceptualizadas totalmente

    como mbitos ajenos o estancos- no podan resentirse y romper con una armona que databa de siglos atrs.

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    La intrincada relacin del unitarismo con los sectores populares, 1820 - 1829

    de los primeros, consisti en la promocin de la restriccin del derecho de es-crutinio a los domsticos y jornaleros: aquellos que por no poseer empleo jo opropiedad se consideraban en extremo dependientes de la voluntad de un pa-

    trn, y por ende, de poca capacidad para conservar su libertad poltica de caraa la prctica electoral. La polmica despertada por dicha iniciativa llev a unencolerizado Dorrego a clamar contra las pretensiones de la aristocracia deldinero. Valentn Gmez, conocido por sus ideas centralistas, arga que cuan-do la ley electoral de 1821 fue promovida, se la consideraba apta para el domi-nio de la ciudad de Buenos Aires y su hinterland, pero no fue jams concebidapara el ms abarcador y complejo mbito nacional. De este modo, pretendaGmez que gradualmente la ilustracin y sus prsperos frutos impulsaran queen el interior sectores sociales ms amplios pudieran, en un futuro mediato, par-ticipar de la libre eleccin de sus representantes (Ravignani, 1937, t.III, p. 746).Este avance unitario por la restriccin del derecho electoral coincida con lasderrotas en los escrutinios de legisladores provinciales que les haba propiciadoel federalismo de tinte dorreguista durante el ao 1824. A su vez, proyectabanneutralizar a los sectores populares del interior del pas consideradoscomo losms proclives a solventar los designios caudillescos.

    Al explicarla distribucin urbana legada de la poca colonial, VicenteFidel Lpez, en su clebre Historia de la Repblica Argentina, advierte:

    Consecuente cada una de estas dos clases con su ndole peculiar, las orillas, olas gentes situadas en el ejido, constituyeron una masa federal; a la vez que porantagonismo de condiciones, las clases ubicadas en el centro constituyeron unamasa unitaria, sin que se controvirtiera otra cosa entre ambas, que predileccio-nes personales o analogas de conjunto social. Tomados en grupo cada uno delos dos partidos, poco saba uno y otro de los principios peculiares y orgnicosde ste o de aquel rgimen. [] Eran, en fin, federales porteos en contrapo-sicin a los unitarios porteos que vivan en la opulencia del centro y que los

    provocaban titulndose gente decente (Lpez, 1883, p. 537).

    Este elocuente fragmento induce a pensar que la inclinacin hacia unafaccin poltica por parte de los agentes poda decidirse en la pertenencia a unacondicin socio-econmica que se encontraba, por otra parte, inserta en unalgica emanada de la estructura del entramado urbano. Algunas investigacio-nes, como las efectuadas por Jorge Gelman (2004), sugieren que los unitarioseran notablemente ms ricos que los federales. Entre los primeros, un 31%

    posea grandes fortunas, frente a sloun 8% de los segundos, segn los datosarrojados por un censo realizado en la campaa bonaerense durante 1831.Otro estudio, elaborado por Fabin Herrero (1995) para un periodo anterior

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    (1816), conrma que los centralistas porteos antecesores directos de los uni-tarios- conservaban los puestos de mayor jerarqua dentro de la administracinnacional y provincial. Lo mismo corrobora Toms Iriarte (1944): haciendo una

    comparacin entre las dos facciones discordantes, asevera que los unitariostenan la ventaja de haber servido en empleos pblicos ms elevados, y por lotanto (esto es claro) tenan ms medios de fortuna era ms ventajosa su posi-cin social (p. 218).

    En el interior del pas, y al igual que en Buenos Aires, la magnitud de ladistancia entre las aspiraciones y concepciones de los unitarios con respectoa la plebe, y la realidad con la que luego deban confrontar, se ve elmenteretratada en el desencanto que experiment uno de sus principales lderes, elgeneral Paz, al caer prisionero enmanos de las montoneras federales en 1831 yser conducido desde Crdoba hasta Santa Fe. Al pasar ante una pequea aldea,en la primera de esas provincias, exclamaba acongojado:

    Qu consideraciones se agolparon en mi espritu al pasar en esa situacin poraquella poblacin a la que haba manifestado una particular predileccin! Alver el horno de quemar ladrillos que acababa de mandar construir para edificarla iglesia, el cuartel y la escuela Al presenciar el alborozo y la grita con que sa-lan aquellos ilusos paisanos a celebrar mi desgracia, como un acontecimiento,el ms fausto para su prosperidad y bienestar! (Paz s/f, t.II, p. 292).

    Sin embargo, poco antes de que Paz hubiera sido capturado, y an sien-do gobernador14 de Crdoba, se sirvi de Lorenzo Barcala hijo de esclavos deorigen africano- para aumentar la popularidad de su faccin entre los sectoresplebeyos urbanos, al nombrarlo ocial de la milicia urbana15. El importante rolque cumpli queda de relieve en las palabras de Sarmiento (2001):

    Paz traa consigo un intrprete para entenderse con las masas cordobesas de laciudad: Barcala!, el coronel negro que tan gloriosamente se haba ilustrado enel Brasil, y que se paseaba del brazo con los jefes del ejrcito; Barcala, el libertoconsagrado durante tantos aos a mostrar a los artesanos el buen camino, y a

    14 El general Jos Mara Paz (1791-1854), guerrero de la Independencia, particip del conflicto contra el Imperio del

    Brasil comandando regimientos del interior del pas. Se pleg a la revolucin unitaria de Lavalle (1828), aprovechando

    la oportunidad para conducir las tropas que haban estado a su mando en la guerra contra el Brasil, ocupar Crdoba

    provincia de donde era oriundo- y derribar al gobernador federal Juan Bautista Bustos, lo que logr en abril de 1829

    en la batalla de San Roque.

    15 Lorenzo Barcala (1793-1835), nacido en Mendoza e hijo de esclavos, fue libertado por Jos de San Martn. Desde elinicio de su carrera militar estuvo siempre al servicio del centralismo poltico: ayud a Lavalle en su revuelta contra

    Gutirrez en Mendoza (1824), colabor a restituir en su gobierno a Jos Mara del Carril en San Juan (1826), luego

    luch contra el Imperio del Brasil (1827) y, finalmente, con Paz y Lamadrid contra las tropas del federal Facundo

    Quiroga (Cutolo, 1985).

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    hacerles amar una revolucin que no distingua ni color ni clase para condecorarel mrito; Barcala fue el encargado de popularizar el cambio de ideas y mirasobrado en la ciudad, y lo consigui ms all de lo que se crea deber esperarse.Los cvicos de Crdoba pertenecen desde entonces a la ciudad, al orden civil, a

    la civilizacin (p. 183).

    Vale remarcar la funcin que cumpli Barcala. Su importancia quedaatestiguada en el hecho de que fue unos de los pocos afrodescendientes en al-canzar el grado de coronel. Para Sarmiento, Barcala se haba transformado en elamo de Crdoba y de Mendoza, donde los cvicos lo idolatraban (Sarmiento,2001, p. 229). Su popularidad fue tal que Quiroga, una vez que lo hubo cap-turado, no se anim a ejecutarlo; y su recuerdo era tan vivo entre los sectores

    plebeyos, que cuando los unitarios volvieron brevemente a tomar el control deCrdoba en 1840, la lealtad de los artesanos negros a la faccin centralista fueinsoslayable (Meisel, 2005, p. 173). Es vlido recalcar que Barcala no consti-tuy el nico caso de un hombre que, proveniente de los estratos sociales msbajos, logr alcanzar una posicin de relevancia dentro de una faccin que eratildada de exclusivista, sirviendo de nexo entre sus altos mandos y los sectoresmilitares de orgenes ms modestos, aunque sin duda podra contarse comouno de los ejemplos ms representativos16.

    A pesar de la participacin de sectores populares, para Jos Eugenio delPortillo, representante por Crdoba en las Asambleas Constituyentes (1824-1827): Los pueblos ya he dicho que en su interior y en la parte ms sana yjuiciosa desean el sistema de unidad (Ravignani, 1937, t.III, p. 239). En otraspalabras, en las provincias eran tambin los sectores ms encumbrados los quecon ms celo defendan al unitarismo. Motivos no les faltaban, pero uno de losprincipales se deba al temor que padecan por el incremento del poder pol-tico y militar de los caudillos. Crean que un sistema de gobierno centralizado

    y nacional era el nico modo de ponerle coto a su creciente inujo (HalpernDonghi, 1972, p. 219). Un caso muy ilustrativo podra ser el que se dio en laprovincia de Mendoza. A pesar de que all, en un determinado momento, una

    16 Otros casos podran citarse, como el de Alico Ferreira (1770-1855), baqueano chaqueo de humilde origen que sirvi

    de inestimable ayuda a los tres generales unitarios ms clebres: Gregorio Aroz de Lamadrid, Jos Mara Paz y Juan

    Lavalle, ayudando a este ltimo a escapar hacia Bolivia (Lacasa, 1858). Tambin el de Anacleto Medina, militar

    oriental de sangre guaran que, abandonando las filas de Artigas, se pleg a las del caudillo federal Francisco Ramrez,

    hasta que comenz a colaborar con la faccin unitaria por la mediacin del general Mansilla. Acompa a Martn

    Rodrguez en sus campaas al Desierto (1824), contra el Imperio del Brasil, y en el levantamiento de Lavalle (Medina,

    1895). Otro ejemplo es el de Manuel Baigorria, que sin haber pertenecido a los sectores plebeyos, sirvi de nexo entrelas familias de ranqueles asentadas en el sur de la provincia de Crdoba y las fuerzas unitarias (Baigorria, 1975). Por

    ltimo, podemos mencionar el caso de Montao, soldado de color que fue siempre fiel al general Lamadrid, salvo

    cuando ste ltimo se pas al rosismo e intent convencerlo de que tambin diera ese paso, lo que fue respondido

    enrgicamente por Montao del siguiente modo: todo, todo, menos eso mi general. (Villafae, 1972, p. 52).

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    importante parte de su elite cultural y econmica sinti notorias simpatas porlas ideas federalistas, con el aumento del amenazante poder que a mediados dela dcada de 1820 cosech Quiroga, estos sectores viraronhacia un unitarismo

    faccioso y combativo (Bragoni, 1999, p. 167). De un fructfero trabajo efectua-do por Ariel de la Fuente se detecta tambin que la militancia unitaria de laelite de Famatina, que haba comenzado en la dcada de 1820, se mantuvohasta la de 1860. En ella se reunan los ms nobles y cultos de la provinciade La Rioja, adems de los mayores terratenientes. Dentro del mismo grupo sepodra incluir a las familias que acapararon como lo sealaba Iriarte para elcaso de Buenos Aires- los mejores y ms elevados empleos pblicos verbigra-cia: los Dvila, Gordillo, Soaje, Garca, San Romn, Iribarren y Noroa-, luegode la cada del rosismo (De la Fuente, 2007, pp. 69-70). En contraposicin, loscabecillas del partido federal de La Rioja pertenecan a la clase de pequeos ymedianos comerciantes y propietarios que, tambin a diferencia de los miem-bros del Partido Unitario, la mayora de estos lderes federales nunca habaocupado puestos administrativos en el departamento (De la Fuente, 2007, p.72). De estos ltimos, seis de los diez principales eran de origen indgena, encontraste con la composicin abrumadoramente blanca y espaola del Parti-do Unitario (De la Fuente, 2007, p. 73). Arrasadasprimero por las copiosastropas de Facundo Quiroga, luego de derrotado el federalismo, las familias de

    tendencia centralista muchas de ellas vueltas de su largo exilio- se aliaron almitrismo, cuyo representante ms preponderante para esa regin del pas fue,sin hesitacin, Domingo F. Sarmiento, gobernador de San Juan. Ariel De laFuente (2007) nos explica las dicultades constantes y antiguas que tena unamayora de terratenientes de tendencia unitaria para relacionarse, dentro de eseparticular contexto, con el grupo de gauchos y labradores que los serva, deneta inclinacin federal.

    A modo de eplogo

    Hemos, hasta el presente, observado algunas de las principales causasque hicieron del unitarismo un movimiento poltico de discutida raigambre po-pular. Era, acaso, el choque estruendoso entre dos culturas antagnicas, repre-sentadas magistralmente por Sarmiento en Civilizacin y Barbarie?; era, por lotanto, una cultura urbana y europeizante, que no lograba adaptarse a o

    adaptar- otra cultura que tena la popularidad del color de la

    nacionalidad?17. Toms Iriarte es elocuente a la hora de sealar las caractersticas

    17 Es evidente que el color de la nacionalidad no es algo sencillo de definir. Si, a pesar de que la combinacin del

    Congreso Constituyente de 1824-1827 y la guerra contra el Imperio del Brasil se avizoraba, como lo crea el cura

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    La intrincada relacin del unitarismo con los sectores populares, 1820 - 1829

    que pesaban en los unitarios y que los haca remarcables dentro del conjuntosocial, al argir que se trataba de:

    los hombres ms acomodados del pas, los que tenan ms fortuna y vivan msa la moda: eran ms elegantes, pero estaban dominados de un espritu antiptico-el del exclusivismo, y con sus doctrinas liberales formaban contraste el de la mspronunciada y chocante intolerancia: respiraban por todos sus poros un necioorgullo, una ultra fatuidad incompatible con el saber; y la apariencia de una pre-potencia insultante, los haba hecho del todo impopulares, y mal queridos entrelas clases del pueblo [] Eran hombres amanerados que con sus costumbres deimitacin, con su parodia a la Europea, ofendan los hbitos y costumbres localesque nunca es prudente extirpar instantneamente, ni fcil tampoco, sin estrellarsecontra los errores populares, que tienen siempre el color de la nacionalidad, y por

    lo tanto profundas races (Iriarte, 1946, p. 74).

    Desde la elevada Chuquisaca, pasando por Crdoba, o algo ms tardepor Buenos Aires, la elite unitaria se haba educado en la Universidad bajoformas modernas e ilustradas que parecan ya incompatibles, o demasiado dis-tantes, respecto a lo que se poda comprender, en ese entonces, por culturapopular.

    Son muy pocos los ejemplos de hombres de dicha faccin que, pese a

    haber accedido a una renada formacin, hayan podido confraternizar con loscnones de una cultura que la mayor parte de las veces parecan ignorar, cuan-do no menospreciar. Si, por citar un ejemplo, los unitarios ms notorios forjaronuna produccin potica fruto de una tradicin neoclsico-ilustrada o culta loshermanos Varela, Ignacio Nez, Avelino Daz, Esteban de Luca, Santiago Wil-de, etc.-, y dirigida a un pblico acorde; en cambio, otros, como GualbertoGodoy o el ms clebre Hilario Ascasubi, fueron innovadores incursionandoen una prosa gauchesco-costumbrista de tintes populares.18 Este ltimo intent

    Agero, como el medio ms poderoso y eficaz para reunir unas provincias, cuyos vnculos entre s estn tan rotos de

    un tiempo tan atrs (Ravignani, 1937, t.III, p. 63), es evidente que las intenciones distaban de hacer real un proyecto

    comn cuyo principal obstculo eran no slo los desacuerdos polticos, sino tambin la existencia de sentimientos de

    pertenencia discordantes. Segn el historiador Jaime Peire (2010): Mientras que argentina era Buenos Aires, antes

    de la Revolucin, durante el curso de la guerra de emancipacin el grupo porteo intentara que abarque un territorio

    mucho ms amplio, apoyndose en sus victorias y tratando de minimizar sus tropiezos, sintindose a la vanguardia

    de la patria americana (p. 30). Sin embargo, la disolucin del Directorio (1820) llev a un proceso en el que la

    autonoma de las provincias fue reforzndose. De todos modos, antes de ello, y luego del periodo de emancipacin, se

    articularon paralelamente sentimientos de pertenencia americanistas, localistas y algo despus- provinciales, priman-

    do incluso ms que los tibios de ndole nacional, que se reforzaran mucho ms adelante, incluso luego de la cada del

    mismo Rosas (Chiaramonte, 1997).

    18 Esa tensin que sin dudas existi, entre la veta urbana y culta del unitarismo y los intentos de acercamiento a los sec-

    tores populares, desde la literatura gauchesca en este caso, -y particularmente en Ascasubi, quien senta por el mundo

    del gaucho admiracin y rechazo- son muy bien analizados en Amar Snchez 1992,

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    Ignacio Zubizarreta

    mostrar, en tiempos de las guerras civiles, el rostro amable y popular del lderunitario Juan Lavalle, apelando para ello a una escritura atenta a las expresionespopulares: -teniendo en vista ilustrar a nuestros habitantes de la campaa sobre

    las ms graves cuestiones sociales que se debatan en ambas riveras del Plata,me he valido en mis escritos de su propio idioma, y sus modismos para llamar-les la atencin, de un modo que facilitara entre ellos la propagacin de aquellosprincipios- que eran, a la vez, de libertad y civilizacin (Ascasubi, 1872, prlo-go). Utiliz su discurso tanto para denunciar la violencia del rgimen enemigo-en La Refalosa-, pero tambin para hablar de las bondades del liberalismo y delcomercio con el extranjero en los ros interiores -en Los Misterios del Paran-.Ascasubi, como otros autores de su estilo:

    -apelan al gaucho para establecer alianzas contra sus adversarios. Profunda-mente comprometidos en la lucha entre federales y unitarios, los textos exacer-ban el enfrentamiento buscando atraer a un pblico preciso y sta es una delas claves que definen su especificidad: la intencin de lograr el apoyo de losgauchos, de aquellos a quien se dirigen, determina un cambio esencial de los su-jetos que narran. Se dibuja as una figura de narrado que canta-escribe-cuenta almismo tiempo que comparte un espacio comn con sus interlocutores- (AmarSnchez, 1992, p. 8).

    En estos intentos por congraciarse con los sectores populares, los cielitos-estilo musical folclrico tpico de la regin del Ro de la Plata- eran compues-tos por los poetas, con el n de defender las ideas polticas, pero tambin, paradesprestigiar al oponente, como se puede observar en el epgrafe del presen-te artculo (Becco, 1968).Gregorio Araoz de Lamadrid, segn relata BenjamnVillafae en sus memorias, sola componer vidalitas estilo musical de origencolla- y cantar con el clebre actor Casacuberta, durante los tiempos de la Coa-licin del Norte, para regocijo de sus tropas (Villafae, 1972, p. 59).

    Empero, Ascasubi no fue el nico de los unitarios que desde el exiliose haba cerciorado de la gravitacin que los sectores ms populares podanejercer sobre la causa poltica que defendan. A nes de 1835, desde la BandaOriental, una organizacin secreta o logia, integrada por conspicuos miembrosdel unitarismo y cuyo objeto central radicaba en derrocar el rgimen rosista, ac-tiv la comunicacin entre sus distintas camarillas con el objeto de ver prontorealizados sus nes (Zubizarreta, 2009). En los Trabajos de la Logia, que recibien forma annima uno de sus integrantes, el joven doctor Daniel Torres anca-

    do en Colonia del Sacramento, se impela a seducir a los sectores subalternosque llegaban a los puertos orientales trabajando de marineros y comerciantes,alentndolos contra Rosas y otorgndoles pequeas ddivas:

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    cuatro reales a uno, un pauelo a ste, cigarros para el viaje a aquel, pequee-ces as que cuestan poco y pueden muchoen ciertos hombres. Esta operacinrepetida con constancia, y en todos lospuertos del Estado Oriental donde cada

    mes entran y salen cientos de ellos ir formando en la plebe de Buenos Aires unamasa de ideas que al fin neutralizar el prestigio de Rosas19.

    A pesar de que dichos proyectos logistas parecen haber logrado nimiosresultados, la propuesta esbozada ms arriba sera emulada, al menos discursi-vamente, por el ms amplio abanico que poco despus constituira el nutridoarco antirrosista y conformara la redaccin del peridico El Grito Argentino.Escrito por la pluma combinada de unitarios y romnticos, se redactaba en

    la Banda Oriental para ser distribuido entre la plebe portea20. En su pliegoi-naugural se puede comprobar a quin iba dirigida esta nueva publicacin:

    No hablamos con los hombres que estn enterados de las cosas; sino sola-mente con la Campaa, y con aquella parte de la Ciudad, que no sabe bienquin es Rosas, porque solo ve la embustera Gaceta Mercantil. Usaremospor lo mismo, de un estilo sencillo, natural, y lo ms claro que podamos21.

    El sector social para el que escriban es abiertamente revelado, ya que sumensaje era dirigido exclusivamente para los pobres, para los ignorantes, parael gaucho, para el changador, el negro y el mulato22. Tal como lo pretendaantes la logia unitaria, buscaban deslegitimar la obra poltica del Restauradorante uno de sus ms slidos sustentos sociales recurriendo a torcer el orgullo yel amor propio de dicho sector. Si en la cita previa se deba enrostrar a la plebeque es vergenza que valientes se dejen tiranizar algo similar propona ElGrito Argentino a los gauchos que siempre habansido patriotas y valientes23.

    Sin embargo, paralelamente, y durante las incursiones de los ejrcitosantirrosistas al territorio de la Federacin comandados por lderes militaresdel unitarismo- a partir de 1839, impondran un estilo en la relacin con losescalafones inferiores de su tropa que se distanciara sustancialmente de la fra,

    19 Carta annima, s/f.

    20 De esa ltima labor se encargaba, entre otros, don Antonio Somellera, como lo seala en sus propias memorias, en

    colaboracin con la seora Del Sar y su hermana Da. Victoriana Ela, vase (Somellera, 2001, p. 18).

    21 El Grito Argentino, Montevideo, 24 de febrero de 1839, n 1.

    22 El Grito Argentino, Montevideo, 24 de febrero de 1839, n 1.

    23 El Grito Argentino, Montevideo, 24 de febrero de 1839, n 1.

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    ilustrada y lantrpica visin que haban tenido las viejas elites unitarias sobrelos sectores subalternos. En sintona con las nuevas publicaciones antirrosistasde ese momento, como lo fueron El Grito Argentino, o Muera Rosas, se haba

    comprendido tal vez algo tardamente- que Rosas haba vencido sobre losrudos coraceros y tropas de elite unitarias pues haba advertido antes que sussempiternos enemigos la relevancia de los sectores subalternos. De este modo,los jefes del ejrcito unitario ensayaron otros medios distintos que los anteriorespara captar voluntades para su causa, como lo demuestra el rol que jugaronel carisma y el liderazgo en hombres como Gregorio Aroz de Lamadrid oJuan Lavalle. El primero, general guitarrero y payador, lograba las simpatas yadhesin de la plebe por actitudes mundanas como la de compartir su dineroen dulces, panales y caramelos, que parta fraternalmente con sus soldados...(Paz, s/f, t. II, p. 7). En cambio, Lavalle, quien segn Paz haba representado unverdadero modelo en ese ejrcito profesional que creara, ab nihilo, el generalSan Martn, se haba transformado en un dolo de los soldados gauchos, lostrataba bien, lisonjeaba sus inclinaciones, sus hbitos, lenguaje y maneras queconoce y sabe imitar: hasta en su traje estudia el modo de captarse al paisano(Iriarte, 1949, p. 4).

    El giro popular y campechano meditado y obrado por Lavalle24 lo

    haba, aparentemente, tornado ms querido entre sus tropas; segn Iriarte, Elejrcito libertador exista porque Lavalle era un dolo que todos adoraban: sinsu inmensa popularidad se habra desbandado25. No sera suciente. La tomade conciencia sobre la importancia militar y poltica- de los sectores subalter-nos y rurales por parte de Lavalle lo llevaron a descuidar otro elemento funda-mental: las notabilidades. Numerosos ociales lo abandonaron por su inauditoproceder, desertando a las las de Paz o Lamadrid. Con estos ltimos dos, elentendimiento tampoco fue mejor. Tal situacin, en parte, explica la postrera y

    denitiva derrota unitaria.De este modo, nos resta por concluir que la soberbia desprendida de la

    24 En realidad, no es del todo seguro ni fcil el comprender qu motivos hacan de Lavalle una figura popular. Para

    Alejandro Rabinovich, no eran los aires campechanos que se daba este general de notable trayectoria lo que le brin-

    daba esa gran celebridad en los sectores subalternos. Por el contrario, su abultada foja de servicios, prestada en forma

    brillante a lo largo de las campaas independentistas en las que iba vestido con el uniforme de oficial, era lo que

    tanta autoridad y admiracin despertaba. Lavalle, en su carcter de lder popular de origen acomodado -a diferencia

    de Gemes-, y siguiendo siempre la explicacin del mencionado autor, habra fracasado miserablemente. Vase

    Rabinovich (2010, p. 351).

    25 En este aspecto, recomendamos la lectura de Iriarte (1949, pp. 330-331). Tambin Pedro Lacasa, fiel y esforzadohombre de guerra que sigui las trazas de Lavalle durante sus incursiones por la Confederacin, da testimonio de la

    gran popularidad que este ltimo despert entre los sectores populares. Pero, por fuera del ejrcito que comand, en los

    distintos poblados que fueron invadiendo, las simpatas que por la causa de Lavalle sintieron sus humildes habitantes

    vari segn las zonas y sus puntuales contextos histricos. Vase Lacasa (1858).

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    ilustracin y de su saber, el dominio de la oratoria parlamentaria sin rplicas,el desmesurado exclusivismo porteo, la admiracin y envidia- que desperta-ron los xitos de su administracin, el renamiento de las maneras, lo pomposo

    de las formas, y el gusto por lo extranjero, llevaran al unitarismo con Rivada-via como su gura ms representativa- a propiciar una imagen antiptica en-tre los sectores populares, enajenndoles, de esta forma, la complicidad de unactor poltico de reciente y poderosa gravitacin. El no haber podido aceptarlossino intentando cambiar su naturaleza y pretendiendo elevarlos a una categoray cultura acorde a un modelo de corte ilustrado y europeizante, los llevara acavar una fosa demasiado ancha que los distanciara lo suciente como pararalentizar un proceso de alteridad harto necesario en la construccin de poder.Sin este ltimo, slorecapacitaran en sus estrategias y como hemos visto, encolaboracin con los lderes militares y con miembros de otras facciones- cuan-do, ante la evidencia de los resultados, ya era demasiado tarde.

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