una lectura del problema del hÉroe en el acoso de …
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UNA LECTURA DEL PROBLEMA DEL HÉROE
EN EL ACOSO DE ALEJO CARPENTIER
PAULA MOYA GARZÓN
TRABAJO DE GRADO Presentado como requisito para optar por el Título de Profesional en Estudios Literarios
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Facultad de Ciencias Sociales Carrera de Estudios Literarios
Bogotá, 2016
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PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS
RECTOR DE LA UNIVERSIDAD
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
DECANO ACADÉMICO
Germán Rodrigo Mejía Pavony
DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE LITERATURA
Juan Cristobal Castro Kerdel
DIRECTOR DE LA CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS
Jaime Alejandro Rodríguez Ruiz
DIRECTOR DEL TRABAJO DE GRADO
Cristo Rafael Figueroa Sánchez
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Artículo 23 de la resolución No. 13 de julio de 1946:
“La universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus alumnos en sus trabajos de tesis, sólo velará porque no se publique nada contrario al dogma y a la moral católica, y porque las tesis no contengan ataques o polémicas puramente personales, antes bien se vea en ellas el anhelo de buscar la verdad y la justicia”.
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ÍNDICE Introducción………………………………………………………………...6
Una decisión teórica frente a la figura del héroe………………………...14
como punto de partida14
I. Una aproximación al héroe trágico griego……………………………….19
La visión Homérica………………………………………………………...22
La mesura…………………………………………………………………..25
La tragedia como respuesta a las apariencias…………………………....26
Aproximaciones al Héroe griego…………………………………………. 28
La nobleza…………………………………………………………………..31
El dolor……………………………………………………………………...32
Esquilo………………………………………………………………………34
II. La sinfonía eroica como un indicio sobre el problema del tiempo …….38
en el acoso: una introducción al universo trágico
Coro como presencia determinante en la naturaleza trágica……………40
Otras miradas sobre lo heróico en la novela……………………………....46
El héroe y la legitimidad…………………………………………………....54
El dolor, una mirada a El acoso…………………………………………....58
La justicia y el orden………………………………………………………..64
III. Conclusiones………………………………………………………………....73
Bibliografía…………………………………………………………………..80
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Introducción
En el marco de las distintas aproximaciones existentes a la obra de Alejo Carpentier, nos
acercamos a esta novela con el ánimo de seguir el estudio, sugerido por el texto mismo y por el
autor, del héroe trágico griego en cercanía con la novela El acoso, dejando de lado para este
estudio la aproximación romántica del héroe, y encontrando en el héroe trágico griego una
posibilidad de lectura que nos permita acercarnos a una serie de realidades que tienen sentido en
la novela por estar inscrita en el continente americano.
Así, este trabajo se reconoce como una posibilidad de lectura desde un horizonte hermenéutico,
que se sabe como no único y busca integrarse con el referente del héroe trágico griego, para
desde allí, en un segundo momento de este trabajo, asumir una lectura de la novela en la que sea
posible ver emerger al héroe de esta obra de Carpentier. Es decir, veremos cómo las condiciones
en las que está construído el universo de la novela establecen una relación específica con dicho
héroe.
Abordaremos nuestro estudio en dos capítulos principales, en los que, después de presentar un
pertinente marco de contextualización de la novela y el autor, encontraremos las razones por las
que el vínculo con el héroe trágico griego se pueden contemplar a partir de la novela. Por ello
nos aproximaremos al concepto de lo trágico en Grecia para comprender el universo del héroe
trágico griego, para, en un segundo momento, encontrar las asociaciones que resulta posible
establecer a partir del personaje del acosado en la novela.
El acoso de Alejo Carpentier es una novela poco visitada por los lectores, quizás por su año de
publicación: 1956, que la retuvo entre dos obras reconocidas por la crítica ampliamente, pues
ambas marcan un paso estilístico que desde allí será característica en el resto de la obra de
Carpentier; y una visión de América que no buscaría describir unas costumbres aun bañadas del
exotismo de una mirada europea hacia las prácticas de un nuevo mundo, sino buscar la
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comprensión desde adentro, desde América. Los dos textos a los que hago referencia son: El
reino de este mundo (1948), y El siglo de las Luces (1962). A continuación nos aproximaremos a
dos conceptos claves para la comprensión de la obra de Alejo Carpentier y su mirada sobre la
literatura latinoamericana. Estos conceptos se asientan con la publicación de El reino de este
mundo.
Carpentier se inscribe en la historia de la literatura latinoamericana con el deseo impetuoso de
escribir América desde una labor adánica en la que quiere e impulsa a otros novelistas a trabajar
en nombrar aquello que no ha sido nombrado en la literatura latinoamericana. Se distancia de una
literatura cuya herencia naturalista francesa del S. XIX describe con fervor el entorno, pues esta
misma literatura es la que puesta en América, deriva en un costumbrismo que al no verse
encumbrado en las imágenes de la literatura universal, al modo en que Europa lo está, se ve en la
curiosa necesidad de presentar la novedad de América, pero no lo puede hacer desde la literatura
misma porque no hay referentes.
Montar el escenario de una novela en Brujas, Venecia, Roma, París o Toledo, es cosa fácil y
socorrida. Los decorados se venden hechos. El espectáculo puede manejarse a distancia, si se
quiere, con tantos libros, fotografías, Baedekers, visiones del Greco, de Guardi, de Monet, puestos
a la disposición del escenógrafo. (…) Todas estas ciudades tienen un estilo fijado para siempre.
Las nuestras, en cambio, están desde hace mucho tiempo, en proceso de simbiosis, de
amalgamas, de transmutaciones –tanto en lo arquitectónico como en lo humano–. (Carpentier,
1987, p. 12)
La literatura latinoamericana para Carpentier debe encontrar su lugar en la literatura universal,
que quede inscrita allí, ateniéndose a su propia exposición desde los elementos estéticos que la
componen, es la labor del novelista latinoamericano. Para esto se requiere que las novelas
americanas dejen de enrarecer el paisaje americano, explicándolo a través de tratados botánicos
de la fauna con alusiones al pie de página. Como señala en sus ensayo de viajes en los que
también se refiere a lo comunicable de la inmensidad de nuestro contienente. Incita a sacar a
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América de su exotismo intrínseco de nuevo mundo interpretado a la luz de las formas europeas
que conciben para el inicio de siglo a América como “lo salvaje”. Un lugar remoto, desconocido
e impenetrable. Esto solo refleja una forma ajena de ver el continente. Carpentier insiste en su
ensayo Problemática de la actual novela latinoamericana (1964 ) en la necesidad de penetrar el
campo de lo desconocido, y en dejar de escribir desde una visión ajena.
No pretendo insinuar con ello que nuestros novelistas carecen de cultura suficiente para
establecer ciertas relaciones de hechos ni para alcanzar ciertas verdades. Pero lo que sí afirmo
es que el método naturalista-nativista-tipicista-vernacular aplicado, durante más de treinta
años, a la elaboración de la novela latinoamericana, nos ha dado una novelística regional y
pintoresca que en muy pocos casos ha llegado a lo hondo –a lo realmente trascendental– de
las cosas. (Carpentier, 1987, p. 10)
Carpentier destaca dos características que se aproximan a lo americano y a la esencia mestiza
que tanto destaca de la “América Mestiza” de José Martí. Las dos características son lo Barroco
y lo Real Maravilloso. Él procura una definición suya que se distancia de las contenidas en los
diccionarios, como lo hace en el ensayo que lleva el nombre de Lo Barroco y lo Real
Maravilloso (1967 ). Al referirse a lo barroco asegura que lo hemos entendido mal asignándole
una correspondencia histórica como un producto estilístico de las manifestaciones culturales, o al
pensarlo como un estilo que recorre la música, el arte y la arquitectura; alega que no se trata
solamente de un estilo histórico que pueda encerrar ciertas formas de composición en el arte
encerrado en una época entre el S. XVII y XVIII, y siguiendo la visión de Eugenio D´ors, lo
explica como un espíritu que circunda los momentos cumbres de una cultura con la búsqueda
exacerbada de las materias de lo artístico. Las fuerza de lo barroco proyectan “las formas con
una fuerza expansiva hacia fuera. Es decir, es un arte en movimiento, un arte de pulsión, un arte
que va de un centro hacia fuera y va rompiendo, en cierto modo, sus propios márgenes”
(Carpentier, 1987, p. 107)
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Esta es una cualidad que Carpentier le atribuye no solo a los movimientos artísticos sino al
continente americano, encontrando profundas saturaciones y exacerbaciones en la construcción
de sus ciudades por ejemplo, en sus templos indígenas (aztecas), en la música, que tomando de
muchos orígenes se encuentra mezclada con otros elementos de distantes ordenes geográficos y
mudan en algo distinto, renovado.
La escultura azteca jamás podrá ser vista como escultura clásica, por cuanto la estructura
azteca - piensen ustedes en las grandes cabezas de Quetzalcóatl, que están en San Juan de
Teotihuacán, piensen ustedes en la ornamentación de los templos- es barroca, desde luego
que es barroca, usando igualmente de lo geométrico como de lo curvo, en una especie de
temor a la superficie vacía. (Carpentier 1987, p. 111)
Las características principales que lo constituyen oscilan entre un juego de “policromía de las
imágenes, por los elementos que intervienen, que se entremezclan y por la riqueza del lenguaje.”
(Carpentier, 1987, p.111) Las formas arabésquicas, aquello que es mucho, que es excesivo,
desbordado es aquello que configura la realidad americana en los ojos del autor. Y América
como un lugar de mezclas ineludibles al ser un continente que se encuentra en especial contacto
con todo lo demás por sus trazados marítimos que conectan el caribe con un núcleo importante
de comercio, y por su vínculo africano con la raza negra en convivencia con el mundo indígena
de la costa y de la sierra.
¿Y por qué es América latina la tierra de elección del barroco? Porque toda simbiosis, todo
mestizaje, engendra un barroquismo. El barroquismo americano se acrece con la criolledad,
con el sentido del criollo, con la conciencia que cobra el hombre americano, sea hijo de
blanco venido de Europa, sea hijo de negro africano, sea hijo de indio nacido en el
continente (…) la conciencia de ser otra cosa, de ser una cosa nueva, de ser una simbiosis,
de ser un criollo; y el espíritu criollo de por sí es un espíritu barroco. (Carpentier 1987, p.112)
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El espíritu Barroco no lo describe como un elogio o una crítica, sino una condición propia del
mestizaje. Y de esta condición del continente americano deriva aquello que él denomina Real
Maravilloso. Dice en una entrevista con Joaquín Soler Serrano para su programa para la RTVE
en 1977, que la revelación de lo Real Maravilloso le sucedió a la distancia del continente,
estando aun en París y rodeado por la escena cultural del movimiento surrealista. Sucedió como
la revelación de que se trataba de aquello que buscaban los surrealistas, al encontrar que estaba
en estado bruto en otro continente. Y una vez regresa en el año de 1939 después del estallido de
la segunda guerra mundial, a Cuba, al Caribe, realiza un viaje a Haití, y le parece que allí, en la
sumatoria de un mundo negro con una religión blanca que avanza en todas direcciones e
interpretaciones, como sucede con la religión cristiana en las Antillas, se encuentra este
mestizaje profundo que no se detiene en las razas, sino que avanza en las formas de la cultura.
Sus rituales africanos se aferran a la creencia de los blancos y lo viven todo en la santería.
Cita a Simón Rodríguez:
“tenemos huasos, chinos y bárbaros, gauchos, cholos, y guachinangos, negros, prietos y gentiles,
serranos, calentanos, indígenas, gente de color y de ruana, morenos, mulatos y zambos, blancos
porfiados y patas amarillas y un mundo de cruzados (…). Con tales elementos en presencia
aportándole cada cual su barroquismo, entroncamos directamente con lo que yo he llamado lo
“real maravilloso.” (Carpentier 1987, p. 113)
Al considerar el término maravilloso, desecha la idea correlativa con algo digno de admiración o
hermoso, pues el significado en él alude a lo extraordinario. Porque indica que también “Lo feo,
lo deforme, lo terrible, también puede ser maravilloso. Todo lo insólito es maravilloso.”
(Carpentier 1987, p.114). Para Carpentier la diferencia principal en aquello insólito que se
descubre como lo real maravilloso y lo insólito de lo surrealista es que lo segundo puede ser
pensado con premeditación, y estructurado. Pero lo real maravilloso se encuentra en América en
un estado bruto.
"Pero es que muchos se olvidan, con disfrazarse de magos a poco costo, que lo maravilloso
comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de La realidad
(el milagro) de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o
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singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una amplificación de
las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una
exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de "estado límite" (Carpentier 1987, p. 96)
El estado límite debe ser percibido, y para él debe ser nombrado con un lenguaje que le
corresponda, y pueda hablar con fluidez de aquello. El estilo barroco de la escritura es el que
juega esa función de resaltar las formas arabésquicas que se encuentran en estado bruto en el
mundo de lo real maravilloso americano.
El rey Henri Christophe, de Haití, cocinero que llega a ser emperador de una isla, Y que pensando
un buen día que Napoleón va a reconquistar la isla, construye una fortaleza fabulosa donde podría
resistir un asedio de diez años con todos sus dignatarios, ministros, soldados, tropas, todo, y tenía
almacenadas mercancías y alimentos, para poder existir diez años como país independiente (hablo
de la ciudad de Laferrière) Y para que esa fortaleza tenga paredes que resistan el ataque de los
hombres de Europa, hace fraguar el cemento con sangre de centenares de toros. Eso es
maravilloso. (Carpentier 1987, p. 116)
La anécdota anterior se presenta como el surgimiento de un mundo cuyo origen se alimenta del
mito y de la fantasía. En El reino de este mundo Carpentier explora la creencia de la
reencarnación ligada a los ideales revolucionarios, en una aproximación a la revolución negra en
Haití. Y con esta novela queda planteado su visión sobre lo real maravilloso. Aproximarse a una
narrativa semejante requiere de un lenguaje que esté a la altura no solo de la descripción, sino de
la forma misma que se ocupa de narrar, reduciendo la distancia entre la narración y lo narrado.
El problema que para Carpentier permanece en la primera mitad del siglo XX es la necesidad de
que la novela latinoamericana deje de hablar en clave local, pero para ello se requiere de
novelistas que estén dispuestos a encontrar lo universal, y estén dispuestos a conocer desde
dentro, digamos su tierra, el lugar desde donde escriben y sobre el que escriben.
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“Puede producirse una gran novela en una época, en un país. Esto no significa que en esa
época, en ese país, exista realmente la novela. Para hablarse de la novela es menester que
haya una novelística. Y esto nos lleva muy lejos de la definición que de la novela, nos da el
Diccionario de la Real Academia: “Obra literaria en que se nos narra una acción fingida en
todo o en parte, y cuyo fin es causar placer estético a los lectores por medio de la
descripción o pintura de sucesos o lances interesantes, de caracteres, de pasiones y de
costumbres.” Si aceptáramos tal definición, todo sería novela en cuanto tuviese el menor
asomo de acción: la iliada sería tan novela como La canción de RolandooElCriticón.”(Carpentier
1987, p. 7)
Para producir una novelística se requiere de un grupo de novelistas que estén en el ámbito de la
escritura con la preocupación de no seguir el estándar de novela que se define por la acción de
una ficción. Una novela que esté pensada desde lo americano y que pueda dar cuenta de los
contextos, extraídos como Carpentier señala, del pensamiento de Jean Paul Sartre, son los
contextos necesarios para abordar la narrativa americana. Nos referimos a aspectos que rodean la
vida social, ineludibles al momento de abordar aquello latinoamericano. Son los contextos
raciales, económicos, ctonicos (hacen referencia a todas las creencias espirituales o
metafísicas), políticos, ideológico y de otros órdenes.
El sujeto de la novela latinoamericana, según esta visión, no puede ser aislado de su contexto
como sucede con la novela psicológica europea. Necesariamente debe estar inserto en su pueblo.
Carpentier se refiere a la responsabilidad del novelista de comprender los contextos para que
señalar las problemáticas latinoamericanas no entre en el campo de la denuncia, sino desde una
narrativa que explora el mundo americano desde sus aspectos más esenciales, y desde allí el
novelista pueda hacer aparecer alguna problemáticas que están a la espera de ser exploradas. La
Vorágine es un ejemplo de ello pues es capaz de señalar la problemática en torno a la venta del
caucho, sin que ello deje de operar como un contexto económico y racial, entre otros, en la
novela. El concepto de épica en la narrativa latinoamericana para Carpentier es un compromiso
con los contextos que la novela desarrolla; bajo este planteamiento el sujeto de la novela
latinoamericana no puede estar aislado y por ello resulta ser necesariamente un sujeto político.
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La preocupación comprende el abandono del retrato pintoresco local y la penetración de
una cultura, el entendimiento de ella desde adentro, para mostrarnos “lo que de universal,
relacionado con el amplio mundo, pueda hallarse en las gentes nuestras –aunque la relación,
en ciertos casos, pueda establecerse por las vías del contraste y las diferencias–.”
(Carpentier 1987, p. 10)
Motivados por otras lecturas que se han hecho sobre relaciones con referentes de un orden
clásico que están en otras novelas de Carpentier, encontramos la posibilidad de pensar un
contraste entre el contexto americano que contiene el referente de un mundo de otro orden,
cuando el mundo de otro orden tiene contacto con lo americano. Recordemos el prólogo del
Siglo de las luces y el barco que trae a América la revolución francesa con el Tratado de la
Abolición de la Esclavitud, y, en la misma cubierta, la guillotina. Pone en tensión inmediata el
concepto de libertad, fraternidad e igualdad, de la revolución francesa que llega a América,
bajo la inerte presencia violenta de un objeto como la guillotina.
A partir de esta misma mirada, buscamos aproximarnos a una obra menos reconocida en el
panorama de la obra carpenteriana, y creemos que a través de la propuesta de una lectura que
justamente pone en diálogo los referentes clásicos que aparecen en la novela El acoso, en el
contexto de una Habana que sugiere la década de 1930, puede pensarse una evocación del héroe
trágico griego como una figura del “amplio mundo” de la tradición occidental, que dialoga con el
contexto de la Habana, y pone en contraste la situación del personaje central de la novela, el
acosado. Se distancia de esa tradición y la propone de otro modo para su propio contexto
americano.
En el marco de las distintas lecturas que se han hecho sobre la obra de Carpentier, el autor
mismo sugiere por encima de la interpretación del héroe romántico, la lectura juiciosa y no por
ello menos americana del héroe griego. De su Ethos y su destino. Para comprender desde allí una
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serie de realidades que solo tienen sentido desde este continente. Así este trabajo de grado
muestra desde un horizonte hermenéutico (que se sabe como no único) la posibilidad que tiene
esta novela para ser leída desde lo que en un primer capítulo se verá como la presentación de los
elementos principales del héroe griego de la tragedia, con ello, en un segundo momento hacer
emerger el héroe de la novela de Carpentier, según lo planteado anteriormente y evidenciándolo
en la novela del autor latinoamericano.
La aproximación que buscamos realizar a lo heroico en la novela El acoso es con respecto al
héroe trágico griego. En la novela existe una mención a Electra de Sófocles que ha despertado el
interés de varios estudiosos y los ha llevado a establecer una relación entre El acoso con partes
de la tragedia, o con el personaje de Orestes. Parece un vínculo que salta a la vista por el modo
textual en que es sugerido por la obra. Adicionalmente a las citas textuales que se encuentran
dentro de la novela, y que más adelante abordaremos con mayor detenimiento en relación con la
novela, están los testimonios de Carpentier sobre su motivación para escribir El acoso.
Una decisión teórica frente a la figura del héroe como punto de partida
En la aproximación al estudio del héroe en la novela surgió inicialmente la posibilidad de hacer
un estudio del héroe a través de su concepto moderno, sin embargo nos encontramos con que el
héroe moderno se inscribe en el centro de la acción y es él mismo motor de ella. Esto se distancia
del concepto del héroe trágico griego, donde la acción está sujeta a una voluntad mayor: La
Moira, el destino. A continuación haremos una breve reflexión en torno al concepto de acción
para el héroe moderno, y de por qué creemos que el concepto del héroe debe ser abordado desde
la visión del héroe trágico griego.
El planteamiento funcional de Vladimir Propp a comienzos del S. XX, instalado de modo inicial
para los cuentos populares rusos, se compone de la suma de funciones narrativas. Las funciones
narrativas son Acontecimientos, que para definirse como tales deben proporcionar un cambio en
el curso del relato. El cambio es una muestra de que el Acontecimiento está presente en el relato,
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promueve su avance o el desarrollo del relato: la trama. Y se ubican como decisiones
intercambiadas entre los personajes, a través de las relaciones que los vinculan.
Propp postuló 31 funciones que no se definen por la particularidad de la acción sino por su
capacidad de promover el suceso. Entonces, por ejemplo el matrimonio dentro de un cuento del
folclor ruso, tiene para Propp la forma de acuerdo entre dos personajes, que en otro relato puede
verse reflejado en un negocio realizado. Lo importante de ello son los acuerdos y los desacuerdos
a los que los personajes llegan. La atracción y la repelencia que generen.
El esquema funcional de Propp tiene como centro el cambio en el sentido del relato por medio de
la intervención de una Acción. Aquel concepto de acción con algunas modificaciones nominales
y algunas más formales, persisten en autores como Todorov, Greimas, Barthes, Bremond,
quienes desarrollaron el sistema funcional de modo más extenso, privilegiando algunos aspectos,
según el autor, sobre otros: como el ordenamiento del relato, los enunciados, los Actantes, los
sintagmas. Sin embargo todos los anteriores, tienen en común la visión de la acción como el
centro de la constitución de la secuencia narrativa que a su vez constituye el relato.
Lo importante de la Acción es su importancia en cuanto vincula varios Actantes, que no se
refiere a personajes sino a sujetos de acción, esa relación entre sujetos de acción es lo que son las
funciónes para Propp: una marca de relaciones dentro del relato, y el centro de la teoría
Actancial que Greimas desarrollará, y que Bremond consolida en el concepto de Ciclo Narrativo,
atribuyéndole de modo esencial a la acción el concepto de cambio.
Aunque el concepto de Actante de Greimas, deriva de una apreciación del universo del mito a
partir de los estudios de Levi Strauss, cuando se refiere a personaje no se centra en un carácter
sino en una función, y por consiguiente un Actante no necesariamente debe ser una figura
antropomorfa que representa un carácter, sino que un mismo personaje puede hacer las veces de
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varios Actantes: traidor, ayudante, etc. Todorov, rescata la importancia del héroe como un
ordenador dentro del relato:
“El héroe casi no es necesario a la historia. La historia como sistema de motivos puede prescindir
enteramente del héroe y de sus rasgos característicos” escribe Tomachevski (TL, p. 296). Esta
afirmación nos parece, sin embargo, referirse más a las historias anecdóticas o, cuando mucho, a
los cuentos del Renaciemiento, que a la literatura occidental clásica (…) En esta literatura, el
personaje nos parece jugar un papel de primer orden y es a partir de él que se organizan los otros
elementos del relato.”(Todorov 1976 p. 165)
De modo que el personaje encuentra su centro en la narración porque es a través suyo que los
acontecimientos cobran sentido en tanto consecuencia que desarrolla el cambio. El héroe para
Algirdas Greimas surge del estudio de Strauss del mito. En el que clasifica dos Isotopías:
narrativa y discursiva. Esta distinción es la misma que Barthes hace con relación a fábula y
relato, complejizada por otras categorías con las que se relaciona.
“La Isotopía narrativa está determinada por una cierta perspectiva antropocéntrica que hace que el
relato sea concebido como una sucesión de acontecimientos cuyos actores son seres animados
actuantes o actuados. A este nivel, una primera categorización: individual vs. Colectivo permite
distinguir un héroe social que desligándose de la comunidad, aparece como un agente gracias al
cual se produce la inversión de la situación; que se presenta, dicho de otro modo, como mediador
personalizado entre la situación-antes y la situación-después.”( Greimas 1976 p. 48)
Esta es la primera mención que Greimas hace al Héroe en el Análisis Estructural del Relato, no
concibe un relato sin acontecimientos con actores, y además se presenta como un individuo que
se opone a una colectividad y un agente de cambio. Desde la teoría del héroe de Joseph
Campbell en El Héroe de las Mil Caras (1949), se aproxima desde antes dividiendo el relato
entre mito y el cuento, esta distinción Barthes en su Introducción al análisis estructural de los
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relatos (1967) la aborda desde el concepto de relato y de fábula. Pues según su visión, estas dos
reúnen todos los relatos posibles. Su teoría involucra el relato psicoanalítico desde una relectura
de La interpretación de los sueños (1889) de Freud, su aproximación psicoanalítica sin embargo
no será objeto de estudio, aunque aclarar que su planteamiento se sustenta en el mito como
estructura arquetípica de relato, lo enmarca teóricamente en el estudio contemporáneo de
estructuras del relato.
La visión del Héroe de Campbell antecede la visión de Greimas, y parece tener temas en común,
pues el tránsito que el héroe enfrenta para Campbell consiste en una separación del mundo para
penetrar una fuente de poder que le permita regresar a su vida de siempre, para vivirla con más
sentido, de base en el planteamiento de Campbell se encuentra la idea del héroe como agente de
cambio: “El héroe es el hombre de la sumisión alcanzada por sí mismo.” (Campbell. 1959 p.17)
El héroe en este sentido, representa el resurgimiento de la vida de una civilización a través del
cambio.
Los pormenores de un análisis como el presente deben quedar claros para el lector: Joseph
Campbell habla de la teoría del Monomito, que reúne la expresión del mito en torno a una forma
subconsciente de la cultura: “no sería exagerado decir que el mito es la entrada secreta, por la
cual las inagotables energías del cosmos se vierten sobre las manifestaciones culturales
humanas”(Campbell 1959 p. 10) esta visión no es nueva, y estaba presente de un modo muy
distinto en El nacimiento de la tragedia (1872) de Nietzsche, como una lectura que entiende el
comportamiento de un pueblo a partir del mito, como lo que subyace en él. Sin embargo, la
diferencia es fundamental entre el planteamiento Nietzscheano que aborda la cultura griega, a los
estudios fundados en el mito cuya preocupación extiende la estructura arquetípica para dar
sentido al mito como una estructura amplia y compartida entre distintas culturas, a partir de
generalidades. Esta visión fue compartida por Levy Strauss. La visión de Campbell fragmenta
el relato para su análisis a partir de motivos: funciones que se repiten dentro del relato y que
conducen el acontecimiento en torno a la acción del héroe. En principio su metodología se deriva
de un modelo estructuralista que busca dar cuenta de las partes de los relatos aduciendo una
estructura que es intrínseca al relato épico y trágico.
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El considerar el héroe como el centro de la acción reviste al héroe de una capacidad de
transformación de su mundo que en realidad es opuesta a la naturaleza del héroe trágico griego:
el héroe trágico griego no está relacionado con la acción del mismo modo, pues él no está sujeto
a ser el motor de cambio de su mundo, ya que fuerzas superiores lo sujetan y son más fuertes
que él. Luego la transformación del mundo está motivada por estas fuerzas: lo divino, el destino,
el dolor, el orden. El héroe trágico no regresa a un mundo para generar una transformación sobre
él, aunque en la Orestiada como veremos adelante, haya un acuerdo que explique el fin de los
sucesos trágicos en la casa de los Atridas. El fin de la venganza es un acuerdo divino que retorna
el orden, el equilibrio a las partes. El héroe trágico como única acción puede soportar el destino y
la crueldad del mundo trazada ya para él.
En nuestra aproximación al acosado, personaje al que intentaremos ver a través de una lectura
comparada con Orestes, encontramos que no tiene las capacidades de cambio o de
transformación de su mundo. La acción en él no es una capacidad correlativa a sí mismo. Esta es
la principal causa que nos hace abandonar el estudio del héroe desde una mirada moderna. La
segunda causa es que la referencia es a la tragedia griega, por tanto consideramos que desde
nuestra lectura no podemos abandonar el sentido original de tal referencia. Pues abordarlo desde
la categoría del héroe moderno reduce el sentido del héroe a una percepción externa que se
relaciona de modo distante con la obra. Y en tercer lugar los estudios anteriores que se citan en
este trabajo sobre la figura del héroe en El acoso, a pesar de vincular la figura de Orestes, tienden
a referirse a características del héroe moderno como la moral, la culpa y la acción. A través de
este estudio consideramos que estas categorías pueden ser vistas desde otra lectura posible
atendiendo a la figura del héroe trágico griego en la novela y las posibilidades de lectura que
desde allí pueden considerarse.
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I. Una aproximación al héroe trágico griego
Carpentier menciona Las Coéforas como anécdota que inspiró El acoso (1956) en una entrevista
con Muller-Berg, citada por Modesto Sánchez (Boldy 616). Esta mención pone en el panorama a
Esquilo, y con relación a la mención textual de Electra dentro de la novela, lo que ambos
trágicos ponen en común es el personaje de Orestes. Por este motivo estudios previos se
concentran en las características compartidas entre el acosado y Orestes. Dichos estudios tienden
a establecer rasgos comunes como el de la persecución a ambos personajes o la presencia de la
nodriza en el momento en que se ocultan. Es decir, tienden a comparar características generales.
Nosotros encontramos que en esta forma de abordar el personaje de Orestes como referente
implícito dentro de la obra, no se reconoce la potencia del referente y cómo el universo narrativo
de la novela transforma aquel referente. Agotar el análisis en el señalamiento de las similitudes y
dar cuenta a través de ellas de la referencia global que hay a Orestes y lo clásico en El acoso,
desconoce que Carpentier utiliza las referencias a otras obras literarias, obras de arte, obras
arquitectónicas y musicales, de un modo que da lugar para una comprensión distinta cuando
dichos referentes entran en contacto con lo americano dentro de la obra. Recordemos la
referencia de citas de El discurso del método (1637) en El recurso del método (1974): aluden a
un pensamiento de orden cartesiano que privilegia la razón, y en clave irónica contrasta el actuar
latinoamericano que no parece ser conducido por ningún tipo de método o rigor.
En la práctica Carpentier se vale de recursos que no necesariamente pertenecen al entorno nativo
americano pero que al situarlos en la obra toman una perspectiva que deja lugar para lecturas que
permiten pensar sentidos que se alejan de sus sentidos originales. Sin dejar de lado jamás que no
se trata de establecer una relación simplista entre América y Europa como si las herencias
culturales nos llegaran por oleadas, sino que justamente su obra destaca aquello que en este
continente, y en este contexto, revierte necesariamente cualquier cosa que sea puesta sobre su
suelo. Pues América no lo dejaría intacta, y su sentido sería otro al pisarla. Por ello, el presente
estudio se orientará a mostrar la necesidad y la pertinencia de la conexión con dichos referentes a
la antiguedad clásica presentes en la novela El acoso.
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Según esta visión la historia de América se ha construido de un modo distinto a la historia que en
Occidente ha destacado los ideales de progreso. La historia para Carpentier, revela que cada
concepto importado a América desde Occidente, ha llegado necesariamente siendo otro al suelo
americano. No es gratuito por ello que en El Siglo de las Luces el barco que trae a América
consigo el Tratado de abolición de la esclavitud, dentro de la novela ejerza un significado
distinto. A pesar de ser símbolo de Libertad, viene en el mismo barco con la primera guillotina
que llega a América, que en la visibilidad de la narración destaca como mástil. Luego en la
novela aquel tratado no ejerce la fuerza idealista de un ejercicio joven de la democracia, sino que
América recibe la revolución francesa al tiempo que recibe la imposición de la revolución, tras
cuyas formas de poder representadas en la novela, su ejercicio arbitrario, dispone un círculo de
confusión alrededor de los beneficios y los detrimentos de una misma norma, resaltando la
absurda humanidad ansiosa por el poder que se oculta tras el ideal de libertad.
Si la visión que Carpentier presenta de América desde la crítica y desde la literatura impulsa
resaltar las formas que constituyen el mosaico Americano, tan parecido a nada más, que
permanece como la característica esencial de su obra bajo la denominación de lo real
maravilloso americano, ¿por qué tendría sentido dar una lectura a la novela en la que el elemento
de la tradición del –héroe trágico griego– esté simplemente enmarcando la acción del personaje
de la novela como una repetición o una copia latinoamericana del motivo del héroe?
La novela tiene varias referencias a lo heroico: la Sinfonía Eroica, op 53, No III. Con la
dedicatoria de Beethoven a Napoleón enmarca las cualidades que hablan de él en tanto defensor
de la democracia, con el componente romántico que la rodea; las referencias a la tragedia de
Electra nos sugieren una relación entre Orestes y el acosado; la concepción de lo heroico para el
personaje acosado que menciona una y otra vez. Nosotros consideramos que hay en todas estas
referencias un giro en el sentido que nos permite pensar en un modo distinto al "héroe". Este
aspecto se haría visible si tomamos en cuenta la relación con sus referentes y aspectos de
composición dentro de la novela, que abarcarían más, tales como el problema del tiempo, que
analizaremos más adelante como marco del desarrollo de la trama.
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Para nosotros, este aspecto indudable de conexión con la tragedia griega que plantea El acoso,
nos ha impuesto la necesidad de dedicar un apartado de nuestro estudio a realizar una
aproximación a este importantísimo tópico de la literatura occidental. En principio, vamos a
dedicarnos a dicho acercamiento para que esto nos permita tener una visión global del héroe
trágico griego, y posteriormente nos sea posible reflexionar sobre el modo como es construida la
dimensión del héroe en la novela. Nos aproximaremos a partir de la referencia de Orestes a una
referencia más extensa que la obra de Electra, y abordaremos el personaje de Orestes en todo el
desarrollo de su tragedia. Para ello nos concentraremos en exponer las características de lo
trágico en un contexto griego, a partir de los dos trágicos Esquilo y Sófocles. Esto nos permitirá
contar con una claridad sobre las características del héroe trágico griego. Habiendo dispuesto los
términos de este referente nos aproximaremos a la novela para ver cómo se distancia y en qué se
acerca del concepto del héroe trágico griego, y qué sucede en la novela cuando lo hace.
El acoso incluye una referencia que para nada es arbitraria y cuya presencia libera el peso de una
tradición griega dentro de la novela. No puede pensarse de un modo sencillamente analógico
donde el personaje de la referencia y el personaje de la novela transitan un camino paralelo y
aquella es su esencia, que parece ser la más visible.
“de una tragedia metida en otra tragedia. […] Se me ocurrió que durante una ejecución de la
Sinfonía heroica en el teatro […] podía inscribirse la tragedia, dentro de esa gran tragedia que es
Las Coéforas. (Ramón Chao, 2013 p. 92)
Aunque esta referencia de Chao es a Las Coéforas de Esquilo, contamos también con citas
textuales de Electra de Sófocles dentro de la novela de Carpentier. Por esto, nos parece
pertinente preguntarnos si la relación que debería plantearse para pensar el problema del héroe
es, entonces, directa entre el personaje del acosado y de Orestes, a través de características en
común, o si, adicionalmente, el hecho de que exista una alusión a Esquilo podría extender la
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referencia a la tragedia griega como forma trágica, y al personaje de Orestes como un personaje
mítico que se completa a través de la épica hasta la tragedia, en la única trilogía conservada de
Esquilo: La Orestiada. Cuya forma de tragedia, a diferencia de la de Sófocles y Eurípides, es la
más cercana al mito o a la expresión ritual y musical que da origen a la tragedia griega.
Antes de entrar a analizar las características del héroe trágico, esbozaremos el concepto de lo
trágico en sí, desde la visión griega. Esta aproximación nos permitirá comprender las diferencias
en la concepción de la tragedia como género para Esquilo y para Sófocles.
De nuevo, queremos recalcar que la necesidad de hacer una aproximación al héroe griego no
tiene por objeto mostrar un listado de similitudes entre el personaje de la novela de Carpentier y
Orestes, sino realizar una exposición del referente: Orestes, el héroe trágico griego, para tener
una perspectiva inicial de la que la novela toma distancia o se aproxima, y ver cómo lo hace.
Pues es en ello que se encuentra la distancia de lo que intentaremos plantear aquí como una
posible lectura del referente del héroe trágico griego, sobre el cual la novela toma una postura.
La visión Homérica
Veremos a continuación algunas claves pertinentes para comprender, en alguna medida, el
mundo griego en su carácter trágico dentro del género teatral. En nuestra investigación hemos
encontrado que este aspecto abarca la relación entre hombres y deidades; a su vez, la relación de
éstos con la vida y la muerte, y una interpretación del caos y el orden, que estarán manifiestas
en la obra de los trágicos que nos interesa para este trabajo: Esquilo y Sófocles.
La divinidad griega como un conjunto de deidades que para nada representan algún ideal moral,
“santidad, espiritualización incorpórea, misericordiosas miradas de amor” (Nietzsche 2007 p.
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53), en nada tiene que ver con la deidad cristiana. Estas deidades reúnen “una existencia
exuberante, más aún triunfal”(Nietzsche 2007 p.53), y son ellas mismas manifestaciones de todo
en lo que la naturaleza existe. Pues en Grecia todo lo que existe tiene una manifestación divina,
no por una consideración moral cuyo aporte natural sea el bien o el mal porque no están
definidas en término de moral, sino que en ellas ambas cualidades conviven sin rechazarse, que
“en su beatífica congregación nos ofrecen a nosotros, hombres de la posteridad, la imagen de un
mundo contemplado de un modo maravilloso en sus poderes vivientes.”( Lesky 2010 p. 59).
Nietzsche plantea una transformación mitológica que mudó quizás lentamente la visión griega en
torno a lo divino, pues los dioses surgen de las fuerzas que no pueden explicarse de la vida, del
terror que éstas pueden representar en su violencia y de los horrores de la existencia. Esa
consideración de mundo caótico y sin sentido, tuvo una asignación estética que les permitió la
visión de un mundo delimitado formalmente. El “originario orden divino titánico del
horror”(Nietzsche 2007 p.55) es un ejemplo donde las fuerza incomprensibles y horrorosas del
sentido de la vida tienen una lucha en un campo externo a lo humano: en el ámbito de lo divino.
Y es allí donde hay una mudanza lenta a considerar en las mismas figuras de deidades la
presencia de un “orden divino de la alegría: a la manera como las rosas brotan de un arbusto
espinoso.”(Nietzsche 2007 p.55). Aquel orden titánico del horror, aquel devenir que puede
mudar la vida humana en algo que no puede ser explicado, el cambio de un sentido inesperado,
se presenta como la Moira o el destino, cuyo sentido es expresado a través de la presencia de sus
dioses, como un mundo de manifestación artística –mundo artístico intermedio, lo llama
Nietzsche– en el que conviven el horror de la naturaleza, o los sin sentidos, pero también su
belleza manifiesta las formas que constituyen estas deidades. El hombre griego, se pregunta
Nietzsche, “de qué otro modo habría podido soportar la existencia, si en sus dioses ésta no se le
hubiera mostrado circundada de una aureola superior?”(Nietzsche 2007 p.55). Los dioses son
una manifestación del sentido de la existencia en la que conviven el horror y la belleza. Y es la
capacidad del pueblo griego para vivir el sufrimiento, para vivir en el conocimiento del horror, y
enfrentarlo con formas estéticas que portan la exuberancia de la vida; la que se manifiesta en
forma de tragedia como un encuentro entre las formas apolíneas y dionisiacas, que trazan un
límite entre la vida de las deidades que viven una vida deseada por los hombres, y que limitan la
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experiencia de lo humano, porque “por una maligna envidia, destruyen la felicidad humana
cuando ésta es demasiado grande”(Lesky 2010 p. 100) precisamente esta destrucción la
experimenta Prometeo por considerarse amigo de los hombres.
Ese llamado superior de exuberancia que los dioses representan y limitan, es una forma
estimulante para vivir la existencia, para consumarla con esa misma exuberancia. Se manifiesta a
través de sus dioses un deseo de vivir, a pesar del horror que ellos significan al ocultarlo. Ese
aferrarse a la vida es aquello que provoca dolor, pues el hombre griego no quiere desprenderse
de la existencia. Y ese canto al dolor al abandonarla, es una oda al placer consumado que la
existencia significa.
Lo peor de todo es para ellos el morir pronto, y lo peor en segundo lugar el llegar a morir
alguna vez”. Siempre que resuena el lamento, éste habla del Aquiles “de corta vida”, del
cambio y paso del género humano cual hojas de árboles, del ocaso de la época heroica.
No es indigno del más grande de los héroes el anhelar seguir viviendo, aunque sea como
jornalero. En el estadio apolíneo la “voluntad” desea con tanto ímpetu esta existencia, el
hombre homérico se siente tan identificado con ella, que incluso el lamento se convierte
en un canto de alabanza de la misma (Nietzsche 2007 p.56).
El surgimiento del mito manifiesta que el horror del mundo pudiera ser expresado en la ficción de un
poema en la tradición homérica en el que las formas de belleza helénica tienden a manifestar solo la
apariencia. Y que la naturaleza que subyace a esa belleza haya decidido quedar oculta al “derrocar
primero un reino de Titanes y matar monstruos, y haber obtenido la victoria, por medio de enérgicas
ficciones engañosas y de ilusiones placenteras, sobre la horrorosa profundidad de su consideración del
mundo y sobre una capacidad de sufrimiento sumamente excitable” (Nietzsche 2007 p. 56). Pues el caos
de la creación se deja atrás con la coalición de deidades que sujetan todo lo que viste el mundo de su
esencia material, y que de ellas explican el mundo tal y como se presenta, así que la Noche y Eris, diosa
del caos, hayan engendrado a Hypnos y a la tribu de los sueños, concuerda con el mundo que es
comprendido. Y como este ejemplo todas las relaciones entre las deidades y sus procreaciones. (Hesiodo
210)
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Para Nietzsche la esfera de la belleza en la tradición helénica oculta la condición de ese mundo
originario, que representaba la fuerza despiadada de la naturaleza, y como un valor correlativo a
ella, la capacidad del espíritu griego para sufrirla. Así se convierte en una ilusión llevada por
Homero que encierra las manifestaciones del mundo en una visión “ingenua” que desconoce las
fuerzas originarias que hicieron emerger el conjunto de deidades olímpicas como una forma de la
plenitud del mundo manifiesto en horror y belleza y conjugadas en deidades plenas de vida;
ocultas tras un velo de apariencia de belleza quedan las formas que motivaron al individuo a
configurar este mundo de sentido.
La mesura
La existencia de un mundo que aterraba al hombre griego por sus manifestaciones naturales
desbordadas fue la que inspiró la construcción de un mundo redentor (Nietzsche 2007 p.60), que
a través de su estética, respondiera a la violencia que ese mundo fuerte representaba frente a su
humanidad, finita y consciente de finitud: a su destino.
Nietzsche lo expone en una imagen en la que un hombre contempla ese mundo de apariencias
que le brinda certeza, mientras está en una balsa tambaleante, que necesariamente lo contiene en
la inmensidad de un mundo que lo supera en sentido comprendido en sus manifestaciones.
Siendo el individuo aquel que redime el mundo del horRor divinizándolo, él se convierte en la
medida de aquella belleza. Pues de él surge como una respuesta, un mundo de apariencia. Es esa
medida, o límite del individuo que manifiesta la belleza, aquello que será denominado mesura en
las formas culturales helénicas.
Y ahora imaginémonos cómo en ese mundo construido sobre la apariencia y la
moderación y artificialmente refrenado irrumpió el extático sonido de la fiesta dionisíaca,
con melodías mágicas cada vez más seductoras, cómo en esas melodías la desmesura
entera de la naturaleza se daba a conocer en placer, dolor y conocimiento, […] El
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individuo, con todos sus límites y medidas, se sumergió aquí en el olvido de sí, propio de
los estados dionisíacos, y olvidó los preceptos apolíneos. La desmesura se desveló como
verdad, la contradicción, la delicia nacida de los dolores hablaron acerca de sí desde el
corazón de la naturaleza. Y de este modo, en todos los lugares donde penetró lo
dionisíaco quedó abolido y aniquilado lo apolíneo (Nietzsche 2007 p.61).
La verdad tiene otro campo en el mundo griego, fuera del olimpo, en todo aquello que los dioses
no pueden ser: desmesurados. Tiene, quizás, un lugar manifiesto en el placer del sufrimiento,
pues el conocer la verdad implica caer en desmesura, y caer en la desmesura significa caer en el
dolor. Rendirse ante las formas horrorosas del mundo, ante lo deiforme, el sinsentido, implica sin
embargo un placer humano al tiempo de tener algo que los dioses no poseen, de llegar a conocer
la verdad a partir de fuerzas que no pertenecen al orden. “Así, la tragedia ática nos muestra
muchos grandes rasgos, y uno de los mayores es aquel vínculo que la une indisolublemente a la
vida y al pensamiento de su pueblo, vínculo que convierte ese arte en un arte social en el sentido
más noble de la palabra.”(Lesky 2010 p. 109) La unión entre las formas dionisiacas y apolíneas
de un arte dórico y un arte helénico, dice Nietzsche, producen la tragedia y sus rasgos surgen de
las formas de vida de ambos pueblos, por ello este arte no estuvo reservado para algunos, sino
que partía de la esencia de un pueblo.
La tragedia como respuesta a las apariencias
La tragedia griega surge, según la visión nietzscheana, como respuesta, a un desvelamiento de
las apariencias. Esto sucede a pesar de tratarse de una manifestación del arte propia de lo
Apolíneo, que opera en los ámbitos de la belleza y el equilibrio; la tragedia es pues una forma
apolínea que conserva las formas estéticas. Sin embargo, no opera por ocultamiento al modo en
que la épica mantenía al margen la naturaleza en desmesura, es capaz de revelar el mundo
inexplicable que aterró al individuo, la desmesura y la esencia dionisíaca de un mundo violento,
no desde grandes representaciones titánicas de un mundo que se sale del paradigma de lo
inteligible, sino desde un hombre que desea enfrentarlo.
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Estamos aquí frente a una forma de la tragedia que no tenía aun la acción propiamente
consolidada como centro, es decir el drama estaba centrado privilegiadamente sobre el coro.
“Hemos de concebir la tragedia griega como un coro dionisíaco que una y otra vez se descarga
de un mundo apolíneo de imágenes” (Nietzsche 2007 p.87). El coro dionisíaco es el que estaba
al servicio de Dionisos, original centro de la tragedia, según Nietzsche, pues cualquier personaje
sufriente de la tragedia es un poco Dionisos en esencia. Allí el coro veía y contaba los
padecimientos de Dionisos. En su voz hay una unificación del sentido “del baile, la música y la
palabra” (Nietzsche 2007 p. 88) y también “la expresión suprema, es decir, dionisíaca de la
naturaleza, y por ello al igual que ésta, pronuncia en su entusiasmo oráculos y sentencias de
sabiduría: por ser el coro que participa del sufrimiento es a la vez el coro sabio, que proclama la
verdad desde el corazón del mundo. Así es como surge aquella figura fantasmagórica, que parece
tan escandalosa”(Nietzsche 2007 p.88) contrapeso del dios y símbolo de la naturaleza.
En numerosas descargas sucesivas ese fondo primordial de la tragedia irradia aquella visión en
que consiste el drama: visión que es en su totalidad una apariencia onírica, y por tanto de
naturaleza épica, más, por otro lado, como objetivación de un estado dionisíaco, no representa la
redención apolínea en la apariencia, sino, por el contrario, el hacerse pedazos el individuo y el
unificarse con el ser primordial. El drama es, por tanto, la manifestación apolínea sensible de
conocimientos y efectos dionisíacos, y por ello está separado de la epopeya como por un abismo
enorme (Nietzsche 2007 p.86).
Es en la tragedia donde el hombre y su destino, la Moira, o el horror, se encuentran. Y las
apariencias son retiradas a través de un padecer que el hombre enfrenta. El héroe es víctima de
un poder que no le es explicable y frente al que bien solo puede enfrentar desde las formas más
humanas, y mientras lo hace, puede reconocerse humano frente a lo divino y frente a lo natural
como no lo había hecho antes. El hombre se encuentra en el orden al que pertenece, se sabe
entonces en la barca que oscila en el medio del mar, como Nietzsche lo describe. Edipo, nos
revela algo más sobre la experiencia de lo trágico: el necesario enfrentamiento con las fuerzas de
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la naturaleza que lo revisten de un saber que antes de esta experiencia no tenía. A pesar de tener
su vista, no vio aquello que sería su condena. Después de conocer que es el asesino de su padre y
el esposo de su madre, el profundo conocimiento sobre sí mismo lo sume en la paradoja final de
Edipo Rey: conocer lo que antes no había conocido sobre sí mismo, aunque ya no pueda ver con
los ojos que nunca vieron por haberse provocado la ceguera.
Cuando hablamos de tragedia en el orden del drama griego, no podemos referirnos a la tragedia
como un género homogéneo que comparte una visión griega en el mismo sentido para todos los
autores trágicos. Y no lo hacemos porque es una forma simplista de abordar la tragedia
desconocer las características peculiares de cada trágico, que se distinguen desde el
planteamiento formal del drama hasta la concepción total de lo trágico.
Esta aproximación a lo trágico nos permite trazar un camino hacia aquel que sufre la tragedia,
ese individuo que en términos formales en la tragedia se ha apartado del coro, y que lleva la
acción dramática por haber sido empujado por el destino. En el siguiente apartado veremos las
características de aquel que cambia: el héroe trágico, y los elementos que lo constituyen como
tal.
Aproximaciones al Héroe griego
Por medio del mito de los héroes la tragedia adquirió su seriedad y dignidad, άπε^ε νόνθη dice
Aristóteles en su Poética (1 449a) (Levsky 2010 p. 65)
Bajo una definición moderna aludir al héroe parece añadir como valor correlativo a él la
imitación, la carga moral de representar una conducta moral admirable. Esta visión está alejada
totalmente del héroe griego que no busca ser imitado, o en su condición no se encuentra serlo.
Esto se debe a que no representa un valor moral, o en sí no encarna el bien o el mal, pues esta
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visión no hace parte de la tradición griega: “está ya presente en Séneca– y es adoptada luego por
el cristianismo; puede ejemplificarse con el Macbeth o el Otelo, de Shakespeare, cuyos héroes
ceden a la seducción diabólica; al lado de ellos hay personajes puramente diabólicos, como
Yago, la mujer de Macbeth o Gonerila, y otros absolutamente buenos como Cornelia y
Desdémona” (Adrados 1962 p.14). La visión griega de los héroes coincide con la visión que
tienen sobre sus dioses, quienes no encarnan una moral admirable, sino un ejercicio de la
“exuberancia jovial” (Nietzsche 2007 p.53); del mismo modo los héroes griegos no están
llamados a vivir una vida moral, sino una vida mesurada, que responda al conocimiento de su
lugar en el universo griego. Y de enfrentar al destino con la misma jovialidad que los dioses
manifiestan la vida, con el arrojo de vivirla a pesar de en ello reconocerse mortales al sufrirla, y
finitos al morir.
Es importante aclarar que para el héroe trágico la condición trágica no viene a él por un error
moral, “el hombre que se ve afectado por la caída trágica, no ha de ser, según Aristóteles, ni
moralmente perfecto ni moralmente reprobable” (Lesky 2010 p.35) El dolor que carga, no se
debe a una consciencia de un error o de un fallo necesariamente en su actuar, pues reconoce en
aquello que viene sobre él, el destino o la Moira, sino por la conciencia suya sobre la condición
trágica ineludible. Su consciencia no es la de un reconocimiento sobre un error, sino consciencia
de aquello que se le presenta inevitable en el orden de su enfrentamiento. “El sujeto del hecho
trágico, la persona envuelta, en el ineludible conflicto, debe haberlo aceptado en su conciencia,
sufrirlo a sabiendas. Allí donde una víctima sin voluntad es conducida sorda y muda al matadero,
el hecho trágico se halla ausente” (Lesky 2010 p.27). El héroe trágico sufre un cambio en su
vida, se presenta frente a un conflicto que le parece que no tiene forma de resolverse de otro
modo que no le implique un gran dolor.
El héroe encuentra en este gran dolor una consciencia nueva, “así el problema de lo trágico se
hace, en Sófocles, problema de conocimiento o, mejor digo, de ignorancia, esto es, no de
ausencia de conocimiento, sino de un conocimiento ilusorio, de apariencia que entra en tensión
con la verdad.” (Lesky 2010 p.51) El dolor en la experiencia trágica desvela el problema de la
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apariencia del mundo, y lo pone en relación con la verdad de él mismo frente a lo divino. Esto le
implica necesariamente un cambio que lo arroja a la miseria de una vida indeseable. La razón por
la que no inspira ser imitado, es debido a que le suceden cosas por las que no quisiéramos pasar.
La visión de un héroe que encarne los ideales morales de un pueblo es posterior a Grecia, el
héroe trágico no quisiera ser seguido “ni siquiera cuando cumple una acción aprobada por los
dioses y que culmina en el triunfo, tal es el caso de Electra y Orestes en los diversos tratamientos
del tema de la muerte de Clitemnestra; porque para ello han de verse implicados en el horror de
tener muerto a su padre y de dar muerte a una madre” (Adrados 1962 p. 12).
Él héroe se encuentra en una posición nueva frente a lo divino: es mortal y está sujeto a un
destino que él no puede transformar. La ardiente voluntad del hombre tropieza con un orden
grande, basado en lo divino, que le señala sus límites y hace que su caída sea significativamente
un testimonio de dicho orden” (Lesky 2010 p.85). Es un conocimiento que antes de este
encuentro no tenía, y que le fue proporcionado por enfrentarse al reto de no traspasar el límite de
lo humano con lo divino “Porque tanto su caída como su triunfo tienen lugar por medio del dolor
y a través de decisiones que querríamos nos fueran evitadas” (Adrados 1962 p.13).
El héroe trágico es consciente de su tragedia, es consciente de aquello que se le presenta como
irresoluble, y esa consciencia lo configura como un ser doliente. “La separación entre hombre y
dios concentra el drama sobre el hombre, sobre su soledad, que ocupa el espacio escénico y
constituye la situación trágica.” (De la Vega 1981 p. 47) Así, en el héroe trágico encontramos un
hombre arrojado al mundo cuya distancia de los dioses es su mortalidad, el dolor que de ella se
genera, y su incapacidad para intervenir en su destino, dejando como única alternativa el
enfrentarlo hasta las últimas consecuencias, es una forma cruel de la soledad humana que se
expresa a través de los elementos fundamentales que constituyen su humanidad: el fin de la vida
y el sinsentido de los acontecimientos que hay en ella.
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La nobleza
El héroe trágico, aunque no representa ideales morales, actúa noblemente. Las decisiones a las
que se ve enfrentado son tomadas en relación con el sentimiento de aquello que lo supera como
individuo y entra en el campo de lo público. Para Oretes prima no dejar a su padre sin venganza
sobre terminar con la vida de su madre, o para Agamenón calmar las aguas a través del sacrificio
de su hija Ifigenia. Estos héroes, “vacilen o no, actúan siempre cuando es llegado el momento, y
actúan con arreglo a la más completa consecuencia consigo mismos, bien que a veces sólo el
acto de la decisión descubra su verdadero yo” (Adrados 1962 p.18). El héroe trágico griego
enfrenta la decisión en la que se ve sumido reconociendo que su decisión por el mal que
conlleve es la opción en la que debe reafirmarse porque pertenece a una esfera pública. En esta
forma de héroe clásico los intereses internos, emocionales, psicológicos no pueden ser
contemplados, porque el héroe actúa por una pulsión noble que convive en el ámbito público.
El personaje más doliente de la escena griega, el desgraciado Edipo, fue concebido por Sófocles
como el hombre noble que, pese a su sabiduría, está destinado al error y a la miseria, pero que al
final ejerce a su alrededor, en virtud de su enorme sufrimiento, una fuerza mágica y bienhechora,
la cual sigue actuando incluso después de morir él. El hombre noble no peca, quiere decirnos el
profundo poeta: tal vez a causa de su obrar parezcan toda ley, todo orden natural, incluso el
mundo moral, pero cabalmente ese obrar es el que traza un círculo mágico y superior de efectos,
que sobre las ruinas del viejo mundo derruido fundan un mundo nuevo. (…) Como poeta, primero
nos muestra el nudo prodigiosamente embrollado de un proceso, nudo que el juez va desatando
lentamente, lazo tras lazo, para su propia perdición (Nietzsche 2007 92).
El héroe actúa en una acción que no pretende el error sino que está basada en un ideal noble.
Para Orestes es justa la venganza y aun Apolo lo empuja a ejecutarla porque no debe dejar a su
padre sin ella. Antígona desobedece a Creonte por un motivo noble y es no dejar sin honras
fúnebres a Polinices, su hermano muerto. El héroe trágico “incluso cuando es vencido y
humillado, incluso cuando es muerto, es enaltecido por su afirmación de la acción y de una
acción noble en su fundamento, aunque por ignorancia o falta de medida choque con lo divino”
(Adrados 1962 p. 28) y ello le cause un mayor dolor. Un mayor conocimiento de su humanidad
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frente a los dioses cuya vida "discurre fácilmente en el Palacio olímpico, y su voluntad presenta
un carácter sumamente personal. No asumen la responsabilidad por imponer un derecho eterno
en el universo, ni se hacen cargo de la necesidad de los seres· humanos, para unirlos a su
divinidad” (Lesky 2010 p.59) Sin embargo sus acciones repercuten en el mundo de los hombres,
pero separados de toda responsabilidad procuran su bienestar sin adherir a los hombres en sus
consideraciones. Recordemos a Apolo en Las Euménides, quien defiende a Orestes, porque sabe
que si no lo hace desatará una ira mayor en el Olimpo. Sus razones para intervenir en el mundo
de los mortales se relaciona con ellos mismos.
El dolor
¿nos ofrece también la tragedia ática testimonios de aquel concepto absolutamente trágico del
mundo, en el que la destrucción y el sufrimiento no apuntan hacia ninguna otra cosa más allá de
ellos mismos, sino que constituyen el fin último de una amarga sabiduría? (Lesky 2010 p. 45)
El héroe trágico experimenta un dolor que atraviesa su forma de vivir. Esto, visto en las
tragedias, y en los orígenes de la tragedia, nos recuerda la idea de Nietzsche sobre el pueblo
griego, como un pueblo –capacitado para el dolor– pues lo que está oculto y es desvelado en la
tragedia, es el dolor que implica la existencia, el dolor humano trasciende sobre el dolor
particular de las vísceras siendo devoradas, del asesinato a la madre, del asesinato al padre.
Porque la causa del dolor aquí no está representada en un elemento externo como la caja de
Pandora, sino en la relación de los hombres con la divinidad en un mundo que es aterrador, “pero
el sufrimiento lleva al hombre a la comprensión, y la comprensión al conocimiento. Éste es el
camino de lo divino a través del mundo, tal como Esquilo lo ha visto” (Lesky 2010 p. 98).
Ese dolor no es una receta expiatoria, que le permita al héroe ganar una redención. En algunas
tragedias el final tiene medidas conciliadoras, pero estas medidas no están enfocadas en el héroe,
no están concentradas en cambiarlo a él o retribuirle un gesto de bondad por un dolor purga.
En Sófocles el dolor es absoluto, sin salida e insacudible (De la Vega 1981p. 19), es el abismo
que hay en la separación del hombre con el orden divino. En Sófocles el dolor no es un puente
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de redención. Y allí está el centro del dolor que llega a la profunda esencia del hombre griego. La
hybris como “aquella arrogancia que arrebata los límites de lo lícito”(De la Vega 1981 p.84) es
ese exceso humano que lo separa de los dioses por la forma de su naturaleza y que lo arroja al
dolor, es lo mismo que le permite el conocimiento de sí mismo como humano, el acceso
mediante el sufrimiento a un mundo que no está constituido de apariencias. Es de cierto modo
una característica que hace mella en la forma humana, y el tránsito de su dolor le descubre al
hombre mismo en su condición humana, en su verdad.
Pero, por otra parte, precisamente por ser un dolor tan absoluto, es el lugar humano donde sale a luz lo mejor y más verdadero del hombre: es de calidad que, al que lo padece, revela su verdadera verdad. El dolor sin salida, por su carácter inclusivo y total, porque no admite soluciones externas, posee la fuerza de revelar al hombre, levantándose éste desde lo más suyo hasta que llega a la conciencia de sí mismo por el dolor (De la Vega 1981 p. 49).
En esta apropiación al dolor como forma individual, puede verse como una consecuencia el
aislamiento total que en Sófocles está presente para aquel que sufre. “Y justamente parece ser la
misión dialógica del coro entre el héroe y el coro, la que remarca y profundiza en esa soledad
vital en la que el hombre se encuentra alejado de los dioses, y alejado del mundo” (De la Vega
1981 p.50). Edipo pierde la posibilidad en Edipo Rey de tener familia, pues a su familia la ha
dejado una nefasta mancha de horror entre el crimen del asesinato de su padre y el matrimonio
con su madre. Y en Edipo en Colono, renuncia de forma definitiva a la compañía de sus hijos
para que la pugna por su cadáver no resulte un problema. Decide perderse y morir en la soledad.
Aun, la soledad que lo aqueja en modo definitivo y trágico, no es la soledad humana, aunque esta
“se sobreañade y exacerba la más radical soledad que le nace a la existencia humana de su
excentricidad con respecto a lo divino.” (De la Vega 1981p. 51) sino la soledad de su sufrimiento
y no poder ser comprendido en él, porque a pesar de compartir la humanidad el dolor no puede
ser sino sentido por aquel que lo experimenta.
La relación entre el hombre y lo divino no es, en Sófocles, de consonancia, como en Esquilo,
creyente de una conciliación futura como si la viera. El héroe sofocleo advierte una discrepancia
entre sí mismo y las fuerzas realmente actuantes en el mundo; pero no a la manera de Eurípides.
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El disolvente del conocimiento no ha liquidado, en el héroe sofocleo, el sentimiento íntimo de que
el hombre no es nada sin el dios. Su terrible drama íntimo radica, precisamente, en que su soledad
no es la de un individualismo desesperado, sino un reflejo existencial de la “excentricidad” del
humano en su relación con lo divino; y como el desarraigo del hombre con respecto al dios es
íntimo, es cosa de dentro que no tiene cura externa, por eso es particularmente doloroso (De la
Vega 1981 p. 46)
La soledad que resulta realmente dolorosa en Sófocles es la consciencia de la distancia con lo
divino, que subraya las particularidades de lo humano. Sin embargo en las visiones de los tres
trágicos, Esquilo, Sófocles y Eurípides, el final de la tragedia no se repite como característica en
común la miseria del héroe. Y por su ausencia no se deduce tampoco la ausencia de lo trágico en
la trilogía de La Orestiada, cuya resolución cierra el destino de la casa de los Atridas. Lesky
hace una distinción de dos tipos de tragedia, una que se distingue por una situación trágica, y una
que es absolutamente trágica. Ésta última corresponde a la definición de tragedia que Lesky cita
de Goethe: "Todo lo trágico se basa en un contraste que no permite salida alguna. Tan pronto
como la salida aparece o se hace posible, lo trágico se esfuma” (Lesky 2010 p.24). Esto nos
aclara que la tragedia no se encuentra en todas las decisiones sino en aquellas que reducen la
posibilidad humana de actuar a una aceptación única, porque no encuentran salida al dilema. Y
que para la primera que Lesky considera situación trágica hay resolución aunque esto dependa
de la intervención divina y no de una acción que el héroe pueda realizar. En ambas la
imposibilidad humana frente a lo trágico se hacen presentes.
Esquilo
Las características del héroe trágico que corresponden a la restauración de un orden a través de la
tragedia, las veremos en Esquilo, pues es especialmente ésta visión la que nos interesa para
nuestro análisis de la novela El acoso. La relación que intentamos establecer tanto con Esquilo
como con las características de lo trágico y del héroe trabajadas antes, será la de la proximidad y
35
la distancia de estos aspectos con la novela El acoso de Alejo Carpentier. En realidad veremos
cómo dicha distancia cualifica de un modo propio lo que al respecto se juega en la novela.
En Esquilo hay una mezcla del actuar humano con el sentir divino que conducen a la situación
trágica. En oposición a Edipo Rey de Sófocles que se ve inmerso por una fuerza divina
incontenible, que ya ha trazado el destino sobre él, y sobre la que su labor puede solo deshacer
los nudos de aquello que ya ha sido hecho. Por otro lado, el Agamenón de Esquilo tiene frente a
sí una disyuntiva que le resulta ineludible. Para la que nos es preciso acercarnos a la concepción
esquilea del destino del hombre.
En Esquilo el destino trágico ha sido dispuesto como un camino que Zeus ha preparado para los
hombres. Es en el inicio de Agamenón que mientras el recuento de los sucesos trágicos de la casa
de los Atridas lo hace el coro, queda Zeus como el causante de todas las cosas.
“Coro. –Sí. Das tu asentamiento a la existencia en este palacio de una poderosa deidad maligna
inspiradora de terrible rencor –¡ay, ay! –, ¡triste asentamiento a una funesta fortuna insaciable –
¡ay, dolor!–recibida de Zeus, causante y artífice de todas las cosas! ¿Pues qué les ocurre a los
hombres mortales sin Zeus? ¿Qué desgracia de éstas no se ha cumplido sin el concurso de los
dioses? (Agamenón 1482)
Sin embargo, estas causas provienen casi de un favor divino que conduce a los hombres al
camino del saber, y la sabiduría queda ligada al dolor inevitablemente. De esto se desprende el
hecho de que la sabiduría sea un don en el que intermedian los dioses a favor de los hombres
para conducirlos a ella, aunque solo se obtenga a partir del sufrimiento.
“Del corazón gotea en el suelo una pena dolorosa de recordar e, incluso a quienes no lo quieren,
les llega el momento de ser prudentes. En cierto modo es un favor que nos imponen con violencia
los dioses desde su sede en el augusto puente de mando.” (176 Agamenón)
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Y del sufrimiento se entiende que en Esquilo es un camino que no conduce al dolor como
experiencia última, como sí en un sentido sofocleo, que opera como un fondo en el que el
hombre cae fuera de la experiencia divina. En Esquilo está el componente de la disyuntiva
imposible de resolver, que recae en el actuar humano:
Entonces el mayor de los reyes habló y dijo así: “ Grave destino lleva consigo el no obedecer,
pero grave también si doy muerte a mi hija –la alegría de mi casa– y mancho mis manos de
padre con el chorro de sangre al degollar a la doncella junto al altar. ¿Qué alternativa está libre
de males? ¿Cómo voy yo a abandonar la escuadra y a traicionar con ello a mis aliados? Sí, lícito
es desear con intensa vehemencia el sacrificio de la sangre de una doncella para conseguir
aquietar los vientos. ¡Que sea para bien!” ( Agamenón 205)
Vuelve al hombre responsable en apariencia de la acción que va a tomar, pero impedido para
tomar otra decisión porque ello le conduciría de igual modo a la desobediencia a los dioses. Es
una manifestación más brutal de la distancia entre lo divino y lo humano, y un desconsuelo más
horrendo el de la naturaleza humana impedida para evitar su sufrimiento. El destino trágico del
héroe aquí no solo nos muestra la consciencia del héroe de estar frente al dolor que su acción causará y
a la voluntad de enfrentarlo, sino la imposibilidad de que sea de otro modo; ambas opciones
ligadas a una decisión.
En Las coéforas sucede de igual modo: para Orestes no dar muerte a su madre le representa
dejar a su padre sin venganza o el cabo de la justicia suelto en su mundo, aunque él mismo
tuviera que asumir en su cuerpo la venganza de la sangre que se derrama en tierra por las erinias.
Y cuando ya se hubo uncido al yugo de la ineluctable necesidad, exhaló de su mente un viento
distinto, impío, impuro, sacrílego, con el que mudó de sentimientos y con osadía se decidió a
todo, que a los mortales los enardece la funesta demencia, consejera de torpes acciones, causa
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primera del sufrimiento. ¡Tuvo, en fin, la osadía de ser el inmolador de su hija, para ayudar a
una guerra vengadora de un rapto de mujer y en beneficio de la escuadra!
Justicia facilita el aprender a quienes han sufrido y lo que ocurra en el futuro, cuando
haya sucedido, tú lo podrás oír" ( Agamenón 253).
La justicia para Esquilo es un eje fundamental de la experiencia trágica, pues hay un orden
representado en el Olimpo que el exceso humano quiebra, sin embargo esa caída es una ruta
trazada por los dioses, es decir, cuyo futuro no depende únicamente de una acción humana, sino
de la imposibilidad humana de responder de manera correcta a las demandas de la vida prudente.
Los hombres no han pedido los males, sin embargo los dioses ponen en su camino un conjunto
de hechos nefastos. La tragedia está necesariamente compuesta por diferentes deidades que han
sido molestadas por las acciones producto del exceso humano. Esto en nada tiene que ver con
una única deidad representante de un orden divino y los humanos como símbolos del mal. Dado
que el olímpico puede estar en pugna entre sí, involucrando a varias deidades en el conflicto, el
desequilibrio al que conduce la hybris, puede tardar en encontrar justicia para todas las acciones
que enfrentan a distintas deidades. Así es como Agamenón sacrifica a su hija Ifigenia para que
Artemisa detenga los vientos que retienen las naves para zarpar. Sin embargo, desata sobre sí la
ira de la venganza en Orestes y posteriormente la ira en las Erinias, que vienen a reclamar sangre
del asesinato de su mismo linaje. El mundo olímpico explica el horror de los destinos humanos
mediante su pugna. Y el hombre solo puede reaccionar actuando frente a aquello que no le
representa una salida, sino un enfrentamiento mayor con el recuerdo de su humanidad: el dolor.
La justicia es el motor de las obras trágicas esquileas, pues debe haber resolución. La tragedia no
concluye hasta que no encuentra equilibrio el mundo de los dioses y el mundo de los hombres,
hasta que la justicia no aparece, porque el mundo Olímpico reclama. Y por ello no hay forma de
detener la tragedia, pues el hombre no tiene opción frente al mundo divino, más que actuar frente
al hecho trágico con la voluntad de enfrentarlo. Este aspecto de la tragedia esquilea que tiene
como centro la necesaria resolución de la tragedia hasta que el equilibrio sea retornado, será de
gran importancia en el análisis que tiene lugar en el siguiente capítulo, para comprender la
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diferencia entre el universo de orden y caos del héroe trágico griego, y qué condiciones tiene el
personaje de El acoso que nos permita encontrar un equilibrio a restaurar.
Para el estudio que nos proponemos en el siguiente capítulo en el que retomaremos las
características del héroe trágico esquileo en Orestes para pensar cómo surge, si surge, y de qué
manera lo hace, la figura del héroe en la novela El acoso, es pertinente enunciar las condiciones
que nos ubican en un mundo donde las acciones de los hombres griegos tienen repercusiones en
el estado del orden. Nos encontramos frente a Orestes quien sobre él ve caer la fuerza del destino
trágico al encontrarse en una circunstancia que se le presenta como un conflicto ineludible. Aun
si estas acciones fueron motivadas por una deidad: Apolo, la venganza de la muerte de su padre
recae exclusivamente sobre él porque son los hombres aquellos que son presas del destino. La
fuerza que en Esquilo tiene la justicia, reclama una resolución del conflicto. Y esta resolución
aunque no depende de él, sino que está sujeta a fuerzas superiores a él mismo, enmarca la acción
del héroe trágico como aquello que desanuda los hilos del destino. Por tanto su muerte en el
contexto de la tragedia esquilea tiene trascendencia en el orden, porque él mismo está sujeto a
ese orden. Y si bien reestablecer o perpetuar el suceso trágico no depende de él, sino que
depende de la voluntad de los dioses, como sucede en Las Euménides, las acciones del héroe
tienen un sentido en tanto el héroe pertenece a un orden que le corresponde en sus implicaciones
últimas. Las acciones del hombre trascienden en el orden de lo divino y por tanto podríamos
sugerir que su muerte, si sucediera al quedar inscrita en el orden del mundo griego, quedaría
provista de sentido.
II. La sinfonía eroica como un indicio sobre el problema del tiempo en El acoso: una
introducción al universo trágico.
La mayoría de los estudios que se involucran con la presencia de la música en la novela, tienden
a enfatizar en una correspondencia formal entre las partes de una Sinfonía y la subdivisión del
argumento en apartados y capítulos; así como las voces en instrumentos. Emil Volek y H.
Giacoman en Análisis del sistema de estructuras musicales e interpretaciones de “El acoso” de
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Alejo Carpentier “plantean minuciosos seguimientos para demostrar la unión entre la música y la
novela de Carpentier” (Montoya 2013 p.140), otro estudio en una exploración aun más radical en
el rastreo de una intención del autor por establecer un paralelo exacto con la sinfonía, es el
estudio de François Escal (1990) Contrepoints. 1 Reconocemos en este esfuerzo un estudio
juicioso de la Sinfonía como estructura sin embargo, consideramos que quizás pueda figurar más
como un ejercicio esteticista que abandona la preocupación por la obra en un sentido más
englobante. En este sentido, nosotros encontramos en el énfasis que aparece en la novela sobre
esta relación con la sinfonía, un indicio, un signo, que obliga a pensar en la necesidad de esta
construcción que acentúa la presencia de un tiempo real ( de aproximadamente cuarenta y seis
minutos) durante el cual ocurren los acontecimientos del relato. Este tiempo es recalcado en el
primer capítulo y en el último, marcando la salida del Taquillero a casa de Estrella y su regreso
al teatro, como una consciencia del tiempo que ha pasado. Él Taquillero mismo verifica en qué
parte de la Sinfonía va la interpretación y se asegura de su buena o mala interpretación a partir
del tiempo, que el considera, debería durar cuarenta y seis minutos. Sin duda es una información
que induce a fijarse en la forma de abordar la novela. De hecho, no permite al lector olvidarse de
que no ha pasado tanto tiempo al momento de terminarla. Es esta cualidad temporal que está
dictada por la música la primera característica que abordaremos con relación a la tragedia. Esta
cualidad temporal está aferrada a todo el relato, y ya que no pretendemos abordar la novela desde
detalles en común con la tragedia griega. Primero estableceremos la cualidad temporal como un
campo en el que se juega el universo del problema del "héroe trágico" en relación con el del
acosado que estudiaremos más adelante.
1 “Y si se piens en la forma sonata […], mal se ve lo que podría en la novela de Carpentier corresponder a la exposición del primer tema o primer grupo de temas en la tónica y del segundo tema o segundo grupo de temas en el dominante; luego al desarrollo, con fragmentación, aumentación, disminución, inversión, combinación y superposición simultánea de temas en diversas tonalidades, el todo sostenido en una escritura tonal: inicio en la tónica y paso en la dominante, luego paso a otras tonalidades y regreso a la tónica […]” cita Montoya en su trabajo La Música en la obra de Alejo Carpentier, el trabajo de Escal. (Montoya 141)
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El coro como presencia determinante de la naturaleza de la tragedia
El aspecto que señalamos aquí de la relación planteada por la duración de la sinfonía, nos
condujo a una reflexión que, a nuestro juicio, entra en consonancia con la cualidad determinante
que se impondrá en la novela intrínseca al problema del tiempo. Se podría decir que el tiempo es
el motivo literario real que pesará sobre el acosado. Determinará su necesaria relación
problemática y disonante con su destino. Ahora bien, al meditar en este elemento del tiempo
como algo que ocurre en realidad en El acoso, nos ha resultado interesante referirnos a la
cualidad ocurrencial de la tragedia griega expresada en su carácter ritual-musical que conservó
una presencia determinante en el coro de la tregedia esquiela.
La presencia musical del coro en la tragedia griega es el principal vínculo con el origen ritual del
teatro griego: el culto a Dionisio. Su origen ritual marca una relación con el suceso del mito
como realidad en la celebración de su culto. La música y el baile sucedían en torno al dios. Los
rasgos que de aquello quedan en la tragedia griega, se fueron transformando, mudando las
formas orales en la palabra, hasta que perdieron todo rasgo de celebración oral y se fijaron en el
orden del discurso en la tragedia de Eurípides. Sin embargo los rastros de ella como una forma
que Nietzsche distingue entre una manifestación dionisiaca, por su origen y su relación con la
forma de la oralidad y del culto, se rastrean aun en la tragedia de Esquilo. Pero en Sófocles y en
Eurípides, asegura que ya las formas dialógicas más cercanas en características al pensamiento
socrático, o consonancia terrenal, “mediante artificiales matices y rasgos marginales, mediante
una nitidez finísima de todas las líneas producirá un efecto tan individual que el espectador no
sentirá ya en modo alguno el mito” (Nietzsche 2007 p.151).
Se ha visto en el distanciamiento del mito un acercamiento al pensamiento como modo de
representación, y sustitución de la música y sus características intrínsecas de realización de culto
religioso, en la que en el centro se encontraba Dionisos y en torno a él un culto llevado a cabo a
través de música y baile; donde todo lo que sucedía no implicaba la representación de un dios a
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través de las máscaras sino su presencia y su manifestación a través de las formas del
desbordamiento de esta deidad. Es decir, que la forma del culto al no ser representación, no
buscaba evocar a través de los elementos de su constitución la sensación de verdad, pues todo lo
que tenía lugar allí sucedía, y ante la ausencia de representación, el problema de lo real se
encontraba ausente porque no era cuestionado.
Nietzsche se pregunta “¿Adónde se ha escapado ahora el espíritu formador de mitos propios de
la música?” (Nietzsche 2007 p. 151) pues su postura de la tragedia propone justamente el declive
de ella desde Esquilo, Sófocles y Eurípides, como una mudanza de la tragedia que habita una
fuerza en tensión entre lo Apolíneo y lo Dionisiaco, hacia la predominancia del poder de lo que
Nietzsche llama "socratismo", una tendencia a hacer más consciente la experiencia vital desde el
punto de vista de la razón. El refugio del suceso trágico habría caído ante la representación en la
transformación del coro por la separación de un sujeto que dialoga con él, y cuya forma es
reconocida como la de un actor, en adición a cambios físicos de la presentación de la tragedia
sobre el escenario que juega a hacer las veces del universo de la tragedia. “Con esa misma
pobreza la música rebaja más aún, para nuestro sentimiento, la apariencia misma, hasta el punto
de que ahora, por ejemplo, una batalla imitada musicalmente de ese modo se agota en ruido de
marchas sonidos de trompetas”(Nietzsche 2007 p. 150) al hacer las veces de algo más que no
está presente y abandonar de modo definitivo el ser o el suceder en tanto realidad.
Ahora bien, nosotros encontramos una importante suma de indicios en la novela El acoso que
nos conduce a pensar una relación posible con lo real y en ello queremos centrarnos a
continuación. La relación que plantearé aunque está mediada por la música en ambas, permea de
realidad de modos distintos en cada una. El acoso está dividida en tres capítulos, que a su vez se
subdividen en apartados. El primer capítulo y el tercer capítulo tienen lugar en una sala de
conciertos, mientras la Sinfonía Eroica de Beethoven es interpretada. La novela comienza en la
voz de un narrador heterodiegético que nos cuenta la visión del Taquillero del teatro, quien
permanece silencioso detrás de las barras de la taquilla. El personaje del Acosado entra urgido
mientras paga con un billete que tiene un valor mayor al del valor de la boleta, e ingresa.
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Mientras el Taquillero se proyecta en la voz del narrador con todo lo que podría hacer con el
billete, y se encamina finalmente hacia la casa de Estrella, una prostituta. La primera parte de la
novela culmina con la visión del Acosado dentro del teatro, de quien todavía no podemos
conocer nada más que un monólogo ansioso, y que solo en el segundo capítulo nos será
introducido desde los ojos del narrador heterodiegético. El capítulo dos es en su totalidad un
ejercicio de retrospección del personaje Acosado, que sucede 6 días antes del evento de la sala de
conciertos, y aun se extiende más hacia un pasado no especificado en el tiempo. Este capítulo es
narrado a dos voces: la del narrador heterodiegético y la del acosado. Y el tercer capítulo vuelve
a nosotros con el taquillero quien logra llegar a tiempo antes del final del concierto para estar
presente en la salida.
En una entrevista Carpentier señaló que su intención era escribir “una novela en la que el tiempo
de lectura concordara con el tiempo de la acción y el tiempo de la acción, a su vez, con la unidad
de medida, con algo que por sus limitaciones de tiempo pudiera darle al lector la idea de que su
acción transcurre entre tales y tales minutos.” (Ramón Chao, 2013 P. 92 ) El taquillero, por su
vínculo con la música como estudiante, enfatiza en la duración de la obra a propósito de una
buena y una mala interpretación: “Bien dirigida la obra no debe pasar de cuarenta y seis”
(Carpentier 1956 p.43). Y es el taquillero quien toma la medida del tiempo en los capítulos de la
acción en la novela, con capítulos de la acción me refiero a aquellos que tienen lugar en el
tiempo presente, es decir el primero y el tercero. En el primer capítulo la medida del tiempo
sucede a través de la intervención de la progresión de la sinfonía a la par de la acción “Podía
arrogarse la facultad de no escuchar lo que sonaba en aquel concierto, sin faltar a la memoria del
Genio. “Letra E” –dijo, al advertir que se alzaba una tenue frase de flautas y primeros violines–. Y
bajó la escalinata a todo correr, salpicado por una lluvia que rebotaba en el pesado herraje de los faroles.”
(Carpentier 1956 p.24).
Esta cualidad de lo temporal ha sido un aspecto de interés en la obra de Carpentier, y de ahí nos
parece pertinente recordar que El acoso, publicado en 1956, fue reeditado e incluido en un
volumen agrupado de relatos cortos llamado La guerra del tiempo (1958) en el que el tiempo
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juega con la historia, labor importante en El camino de Santiago, relato donde un hombre se
divide entre dos personajes que le permiten vivir un modo de dos vidas distintas pero
consecutivas entre América y Europa; Viaje a la semilla es el ejercicio de la regresión del relato
sobre el tiempo. Una vida completa contada en retrospectiva, en un viaje cuya duración es de una
noche y cuyo personaje es capaz de retrotraerse hasta el origen de su propia lengua ; Semejante a
la noche es un relato en el que la insistencia por la inmutabilidad humana persiste en un soldado
que despidiéndose hacia la guerra de Troya, parece que tras de sí tuviera un escenario cambiante,
o un equipo de tramoyistas dedicados a cambiar el siglo en el que tiene presencia capítulo tras
capítulo. Esto sucede a través de un ejercicio cíclico en el que el personaje cambia de siglo y de
continente y enfrenta distintas batallas, y en la noche va a dormir para despertar y embarcarse de
nuevo hacia Troya. La preocupación del tiempo en Carpentier no es anodina o casual. “¿Qué
Capitán es este, qué soldado de la guerra del tiempo?” se pregunta al comienzo del libro. Y la
respuesta relato a relato parece despejarse en que se trata de un hombre muy parecido a sí
mismo, un hombre que no cambia, y que a pesar del paso del tiempo cada vez es más él mismo.
Causa curiosidad la inclusión de El acoso en una reedición de La guerra del tiempo, debido a
que el mundo de la novela no está constituido por trastornos en la narración del tiempo, sino por
un reordenamiento de la novela que conduce a algo más… “In el acoso, perfectly real and even
ordinary events appear in such a way as to suggest that both for the autor and his hapless
protagonist, time and casuality are purely phenomenal, without meaning in view of a fixed
dramatic scheme.”(W.Weber 1963. P.440). El uso del tiempo está aparentemente jugado a la
normalidad de un relato no fantástico en contraste con los otros relatos, pero se introdujo en la
publicación, podríamos decir, no por una semejanza en el manejo de un tiempo de un orden
fantástico, sino por resonancia de la relación del tiempo con el hombre.
Ahora bien, en El acoso, como mencionábamos, hay una posición frente al tiempo del relato que
sume la experiencia de todo el libro en un suceso cuya duración es de aproximadamente 46
minutos. Desde la visión del Taquillero expuesta por el narrador, la descripción del transcurrir de
la sinfonía es más precisa, y desde el acosado –voz en monólogo– su apreciación es más
intuitiva, pero aun la sitúa como referencia, pues el indicio del orden de la Sinfonía lo ha
conocido ya tras escuchar repetidas veces el disco puesto por el Taquillero quien “dos semanas
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antes, había comprado los discos de la Eroica para prepararse a la audición directa” (Carpentier
1956 p.45), luego el Acosado para ese punto había escuchado de modo repetido la misma música
y es capaz de identificar las características sonoras de la parte del concierto en que está: “tras de
una pausa, es la otra música, la música a salticos, con algo de esos jugeutes de niños muy chicos
que por el movimiento de varitas paralelas ponen dos muñecos a descargar martillos,
alternativamente, sobre un mazo; ahora vendrán los valses quebrados, los gorjeos de flauta, y
serán las trompetas, las largas trompetas” (Carpentier 1956 p. 149).
En el segundo capítulo esta medida está planteada como una presencia que nos recuerda que
todo comenzó en la sala de conciertos, pero que a pesar de ello la música continúa sonando en el
edificio del lado de la azotea donde el Acosado se encuentra oculto. También nos permite intuir
el final porque el Taquillero llega a tiempo de regreso al teatro después de ser expulsado de la
casa de Estrella, para escuchar el final, frustrado por haber intentado satisfacer sus deseos con
ella y enfrentarse a un billete falso que se lo impide. Su frustración es doble pues ni hubo mujer,
ni concierto, “ “Abre” –dijo el taquillero, pasando llave a su puerta: “El director es infecto; llevó
la Sinfonía de tal modo que no debe haber durado sus cuarenta y seis minutos.” (Carpentier 1956
p. 157). Es un despliegue que coincide con una forma de contraer el tiempo de la acción y de
hacerlo corresponder con un tiempo que sucede en realidad, que hace parte del tiempo de la vida
y no parte simple del tiempo del relato.
Retomando, entonces, lo señalado sobre el coro en la tragedia de Esquilo y los rastros que
permiten entrever un flujo de realidad en el que no hay necesidad de aludir aun –en la mudanza
de la tragedia– a artificios que indiquen un espacio como igual a la realidad, sino que en realidad
suceden, como un tiempo legítimo que contiene la acción, en El acoso esa forma de aproximarse
al suceso durante la interpretación de la Sinfonía, imprime en el relato un tiempo que no narra,
sino que muestra la acción. Y esta intención se ve reforzada por la presencia inicial de la voz del
Acosado quien en primera persona introduce el interior de la sala de conciertos con la
descripción angustiante de un campo de visión limitado a una persona, a una experiencia, para
que así en el momento en que es introducida esta voz para la narración no resulte evidente de
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quién se trata, y solo hasta el capítulo II pueda descubrirse; esta misma forma cierra la novela de
modo parcial. La intervención del Acosado recae en el tiempo que sucede como voz de la
experiencia de quien lo vive. Esta forma de percibir el suceso en la novela construye su universo
sobre la base de algo real.
Para la tragedia, a la que hacemos referencia, la potencia del suceso en tanto real es poderosa en
cualquier caso, porque ante la ausencia de representación, lo que presenciaban no era la
condición representada del dolor humano como una abstracción, o como un reflejo de lo que el
dolor pudiera ser. La representación encarnaría un hombre genérico que soporta los valores de un
dolor abstracto, y así mismo encarnaría la percepción de un dolor que puede ser pensado. Pero lo
que la ausencia de la representación plantea es un hombre que se enfrenta con el dolor, y lo que
estamos presenciando es el dolor mismo de alguien. Y al pertenecer al orden de lo real, lo que se
presencia es un héroe trágico enfrentando el doloroso destino, donde no hay idea de dolor, sino
dolor mismo, y presenciarlo es ser testigo de lo insoportable.
El tiempo de la novela es un tiempo que transcurre y que podría transcurrir en el orden de lo real,
y cuyos acontecimientos tendrían lugar en ese tiempo. Esta forma de plantear los sucesos y de
introducir la experiencia de la novela en un ciclo temporal que termina, es la novela en la forma
de suceso, y que el universo de la novela pueda pensarse bajo las mismas condiciones. Es
sostener la novela en la condición de algo que carga con el peso de lo real, de lo que en realidad
ha sucedido. Luego la distinción está, guardando la distancia con la tragedia, en que en la novela
no es la misma relación que quedó planteada con el testigo de la crueldad ante la ausencia de la
representación, sin embargo en la forma de la novela ha quedado legitimado el universo donde
tiene lugar, y así nos encontramos frente a la crueldad de aquello que sucede, y sabemos que
sucede: del destino del acosado y sus implicaciones. Las que pasaremos a considerar a
continuación.
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Procederemos abordando algunas perspectivas previas estudiadas del héroe en El acoso, o
algunos paradigmas desde donde ha sido abordado el estudio, para posteriormente relacionar
nuestro héroe, “el acosado”, con el héroe trágico griego. A través de una aproximación al héroe
trágico griego, que consideramos un referente fuerte aunque implícito en la novela, buscamos
trazar un posible camino que nos permita hacer aparecer las condiciones por las que el héroe de
la novela, pueda ser más un anti-héroe. La metodología de este estudio no busca partir de un
concepto de anti-héroe para coincidir en su confirmación con respecto al acosado, sino del
concepto del héroe trágico griego, que es el referente que la novela plantea con respecto al
acosado, trazar la distancia con relación al héroe trágico griego.
Otras miradas sobre lo heroico en la novela
Repasemos algunos estudios que se han aproximado al problema del héroe en El acoso, de modo
que nos permitamos acercarnos o alejarnos de las posturas previas frente al problema. Para Pablo
Montoya, quien realiza su estudio sobre lo heroico en la novela, la presencia del héroe es
romántica a partir de la relación con Beethoven como figura romántica, presente desde la
Sinfonía que abarca toda la novela y la biografía, introducida en citas leídas por el taquillero, que
como un elemento anticipador introduce la presencia del Acosado en el capítulo I, aunque sobre
él no tendremos claridad hasta el capítulo II.
Pero el hombre que agoniza oye, de repente, una respuesta a su imploración. Desde el fondo de
los bosques que lo rodean, donde duerme, bajo la lluvia de octubre, la futura pastoral, responde
a la llamada del Testamento, el sonido de las trompas de la Eroica… (Carpentier 1956 p. 21)
La simetría por varios elementos salta a la vista, la desesperación y la imploración en la que el
acosado persiste con lo que le cuenta como una revelación metafísica, la gente que lo rodea
como los bosques a los que se refiere la cita, la lluvia de la que acaba de escapar refugiándose en
el teatro, el sonido de las trompas de la Eroica y él presenciando la Sinfonía… esta simetría se
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construye con cierto desfase temporal porque el acosado nos será presentado después, como toda
su condición ansiosa y las circunstancias que lo pusieron en ese teatro.
Montoya refiere la apertura de la novela con la dedicatoria de la Sinfonía Eroica op 53, No III.,
que en una referencia extratextual se refiere a una dedicatoria que Beethoven hizo de la Sinfonía
para Napoleón Bonaparte cuando trabajaba como Cónsul, en gesto de admiración por representar
los valores de la democracia, sin embargo al ver que Napoleón se autoproclamaba Emperador,
retira la dedicatoria. Esta cita nos ubica en lo que será la temática de la novela, que si bien no
entra en la categoría de novela de dictador pues no sigue el personaje de un dictador al modo en
que lo hace Yo Supremo (1974), El otoño del patriarca (1975), o El Recurso del Método (1974),
hay una descripción de un entorno político que se desarrolla en medio de una dictadura.
Quizás según la visión moderna del héroe romántico que Montoya aborda pensar la categoría de
anti-héroe tiene sentido, porque surge de una condición que describe la ausencia de
características heróicas y sugiere una forma interior en que el personaje lleva su lucha, puede ser
leída en este contexto como la forma de la consciencia. De esta visión nos distanciamos porque
como veremos, a través de la lectura realizada, creemos que las señales de culpa como reflejo de
la consciencia en la novela se plantean de un modo irónico en el que toda creencia puede ponerse
en entredicho. Pero siguiendo la apreciación de Montoya “La categoría de personajes
antiheroicos es ostensible en la novela. Su condición de anti-héroes, por ejemplo, se plantea al
ver que los dos personajes masculinos ni siquiera tienen nombres. Y no conocen la victoria de
una resurrección moral, como se establece en el “testamento de Heiligenstadt.”” (Montoya 2013
p.153) incluso por la sustitución de un drama clásico por el de una sinfonía romántica como
forma estructural de la novela considera por esto que en la novela hay mayor relación con “el
imaginario contemporáneo, [donde] hay una alusión más directa al heroísmo en la sinfonía de
Beethoven que en la tragedia de Esquilo.” (Montoya 2013 p.154) Sin embargo, la postura que
toma para abordar al héroe está ligada a las ideas del acosado sobre la revolución, y al
comprenderlo como un personaje revolucionario se encuentra frente a un héroe sin criterio o
capacidad de decisión, que lo convierte en anti-héroe, cuyos ideales políticos lo hacen
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embarcarse en un proyecto que no conoce bien y sin embargo toma las armas donde se revela
una ironía sobre el actuar del héroe. Y es justamente plantear un héroe cuyas acciones suceden
por la defensa de la nada lo que nos permite distanciarnos de este estudio, pues hay una mirada
moral externa que juzga los sucesos violentos como los asesinatos, en clave de lo “incorrecto”.
En oposición a esto creemos que es justamente la ausencia de noción de justicia que persiste en
este mundo de la novela en la Habana violenta de la década que se puede sospechar en los 30,
aquello que configura al héroe o lo despoja de sus características. No actuar en contra de las
normas, pues el mundo de la novela no posee dichas normas. “¿Qué puede haber de sublime y
portentoso en este recuento de asesinatos y excesos terroristas?” y cita un estudio de Alberto
Carlos sobre el anti-héroe en El acoso: “en El acoso se manifiesta más bien la torpeza y la
necesidad de un falso idealismo.” (Montoya 2013 p. 153), pues llama heroico a una serie de
acciones cuyo centro son los “asesinatos y excesos terroristas” (Montoya 2013 p.153). Esta
postura necesariamente está cargada de una visión del héroe moderna, cuyo héroe posee un
conflicto que está en sus capacidades resolver, y que pertenece a un orden moral, en parte
también porque el héroe moderno es quien carga los valores morales del pueblo, por ello los
actos del héroe cobran valor para el relato del héroe moderno, donde la acción está en el centro
del heroísmo y la acción que representa al resto del pueblo en el centro del reconocimiento, por
tanto un héroe que no cumpla con los ideales morales, no podrá ser considerado héroe pues el
reconocimiento social no estará de ningún modo aceptado. En la introducción esbozamos la
distancia que el héroe moderno tiene al privilegiar la acción con relación al héroe trágico, cuya
acción está sujeta necesariamente al destino, una fuerza superior a él. Por ahora es preciso aclarar
que no seguiremos la visión del héroe moderno en este estudio, pues el héroe romántico se
distancia del héroe trágico al sumarle a su conflicto una carga moral que lleva sobre sus
hombros. El héroe trágico esquileo, como ya vimos, tiene sobre sí la carga de ser mortal, y
descubrirla es la revelación de lo trágico, el problema se deslinda de una moral correcta o
incorrecta porque la base es un mundo que no está construido sobre aquella dicotomía. El
conflicto de lo trágico parte de ser mortal, pues es caer en el destino incontenible y desatar el
caos lo que el hombre griego debe asumir. Retornar al orden es el centro de la tragedia de
Esquilo, reflejado en la justicia. Este retorno en ningún caso le representa al hombre griego una
formación sobre la conducta.
49
Sin embargo, el tema de la ironía como una forma en que la novela acoge la acción del héroe, no
podemos dejarlo a un lado, pero no lo abordaremos desde las bases de un héroe romántico.
Considerar que la ironía está presente, es entender que la novela no atiende a los múltiples
referentes de modo unívoco, y por ello cabría el término ironía en planteamiento de personajes y
elementos que son susceptibles de adquirir una nueva dimensión, conforme avanza la novela,
con relación al mundo de la novela. Y justamente, el juego del ordenamiento del relato de un
modo no convencional o consecuente, responde muy bien al ejercicio de presentar primero las
consecuencias y después las causas. Sucede con la música como elemento que en el primer
capítulo martilla casi físicamente el estómago del acosado, y solo conforme avanza la novela
entendemos que es la misma sinfonía la que ha estado presente en el encierro en la azotea,
marcando el aire mortuorio del que será testigo en sus momentos de mayor dolor. Así, el cuello
marcado de acné, que también cobra sentido hacia el final del segundo capítulo, donde
entendemos que el atentado político del que es parte ha calado como experiencia dolorosa en su
memoria. Entonces, la ironía la definimos como aquella forma en que los elementos sembrados
en la novela tienen un nuevo sentido posible al quedar inscritos en la obra. Esto como ya vimos,
es una característica de gran parte de la obra de Carpentier, y es una posible interpretación de los
referentes en América, que al quedar localizados en este continente, con sus particularidades
políticas, sociales, culturales y naturales, se convierten en algo más.
A continuación nos acercamos a otro estudio breve sobre el héroe trágico y sobre Orestes como
un reflejo puesto en paralelo en la novela, en el cual la asociación con Orestes surge de un modo
extendido, es decir se aborda como un personaje cuyo mito se resuelve en tragedias de los tres
trágicos, “¡porque Carpentier concibió su propuesta en el marco amplio de la tragedia griega, es
decir, si bien el escritor cubano manifestó por sí mismo los orígenes temáticos y estructurales de
su relato, lo cierto es que en el plano del mito a su novela acude la trilogía de Orestes, en su
conjunto, y no sólo Coéforas, pues la presencia de la Electra de Sófocles es literal en algunos
pasajes, si se atiende la paráfrasis de las posibles traducciones.” (G Pérez 1963 p.93). En este
breve estudio la aproximación equipara la presencia de las Erinias con la presencia en la novela
de un flujo de consciencia en los monólogos del Acosado, y por ello un puente entre la tradición
clásica y la tradición judeo-cristiana. Este rasgo permanece como el más destacado en este
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estudio entre Orestes y el Acosado. Nosotros nos mantendremos al margen de este estudio, pues
el paralelo se centra en considerar al acosado primordialmente a partir de una construcción
psicológica del personaje, que no intentaremos seguir, pues nuestro estudio busca tener una
aproximación desde las acciones, siguiendo la forma de proceder del héroe trágico griego.
De otro lado realiza un análisis de algunas características que por la frecuencia con la que
aparecen en el relato, pueden llamar la atención. Por ejemplo, ambos personajes se refugian
donde sus respectivas nodrizas tras cometer un asesinato, y buscan refugios en lugares que
dibujan como paralelos entre el Templo de Delfos y el Teatro donde se interpreta la sinfonía para
el acosado, “incluso concuerda la descripción de su decadente apariencia física, el acosado siente
la boca terrosa, mientras que Orestes tiene grumos de espuma.” (G Pérez 1963 p.102).
La diferencia que se instaura en el final nos interesa, pues entiende bajo una inscripción formal
que la parte de la trilogía de la Orestiada que corresponde en modo cercano a El acoso es Las
Euménides, por la resolución, sin embargo su estudio está encaminado a establecer el paralelo
entre la consciencia y las erinias. Así, cuando se refiere a la resolución asume la muerte como un
modo de justicia y de tranquilidad del individuo como resolución de la consciencia, queriendo
seguir el final en paralelo de Las Euménides donde hay una restitución del orden mediante un
juicio. Sin embargo, esta perspectiva parece no cuidar el referente de la tragedia esquilea en sus
características particulares. Y en ningún caso nos permiten hacer un paralelo pensando en el
héroe trágico griego o pensando en Orestes, pues aunque establece el paralelo su fundamento de
la consciencia es un concepto moderno, en el que el héroe no enfrenta un conflicto externo, sino
un conflicto que se encuentra en su interior.
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Una reflexión en torno a las características del Héroe trágico griego
En el presente capítulo abordamos el concepto del héroe trágico en general y de Esquilo en
particular y vamos a intentar pensar cómo se presenta en la novela de Alejo Carpentier, no con el
objetivo de establecer un paralelo, sino de encontrar en la referencia elementos que nos permitan
comprender el sentido del referente inserto en la novela. Esto puede conducirnos a sentidos que
se encuentren cercanos al del referente inicial o alejarnos, proponiendo una lectura posible.
Nobleza
El actuar del héroe trágico griego no debe pensarse en términos de moral, porque su universo no
está regido por esos términos, ni su relación con el conflicto. En la novela por otro lado, hay un
criterio que muda conforme el relato del acosado avanza, y es considerar su actuar necesario,
que sí se relaciona con la necesidad que mueve el gesto noble del héroe trágico griegp. Y que
puede incluso oponerse a una visión moral, porque obedece a un ideal mayor que conduce al
héroe a actuar por encima de lo condenable por una necesidad superior a él mismo. En Orestes es
la decisión de no dejar a su padre sin venganza, en Agamenón es la decisión de no dejar las
naves en el mar y poder zarpar hacia Troya. El acosado se ve envuelto en un ejercicio político
que en principio no nos deja ver de modo claro su posición frente a la lucha política, entendemos
que perteneció a un partido comunista cuyas formas revolucionarias de proceder eran teóricas,
quienes le rodeaban le exhortaban a que “ no perdiese tiempo en reuniones de célula, ni en leer
opúsculos marxistas, o el elogio de remotas granjas colectivas, con fotos de tractoristas
sonrientes y vacas dotadas de ubres fenomenales, cuando los mejores de su generación caían
bajo el plomo de la policía represiva” (Carpentier 1956 p.61). De esta etapa teórica el acosado
salta a pertenecer al “Bando de los impacientes”. Es interesante ver que la revolución en la que el
acosado se inscribe ya deja de pertenecer al bando teórico, al bando lector, al bando letrado, y
pasa a las armas. Y quienes portan un arma no pertenecen de igual modo a un bando de ideales,
sino de acciones. Cuando el acosado recuerda el momento de la ejecución del “sapo” que tiene
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su juicio en una iglesia, el acosado solo recuerda su cuerpo desnudo en duchas públicas,
admirándolo después del deporte, e interviene él mismo sus pensamientos: “Podían escribirme
los intelectuales de mi provincia –asiduos contertulios de la sastrería, contempladores de la
fuente a cuya sombra meditara Heredia–, que los músculos eran necios y grande el espíritu. Yo
envidiaba aquella carne ceñida a su contorno más viril, que vivía entre nosotros, inalterada por
sus propios excesos, levitada por la garrocha, volando sobre los obstáculos, arrojando jabalinas
de guerrero antiguo” (Carpentier 1956 p.114) esta cita nos confirma que quienes están
involucrados con el bando de las armas no pertenecen al círculo intelectual, sino a los ejecutores
de la fuerza.
“Las imprecaciones se cumplen; vivos están los muertos acostados bajo tierra; las víctimas de
ayer toman en represalias la sangre de sus asesinos…” (Agamenón ) Esta cita de Electra que
se encuentra justo antes del asesinato de Egisto, es una línea que sale del coro y aunque parece
advertir una consecuencia de la muerte de Agamenón, en realidad también es una prevención
extendida a Orestes, quien está a punto de derramar sangre que buscará represalias en él, como
consecuencia del destino. Así mismo este fragmento interpretado dentro de la universidad por
estudiantes de letras, aparece en un momento donde no se habla de los tiempos pasados, de los
tiempos del Tribunal, que es lo que al acosado le parece que la línea del coro hace referencia,
sino que anticipa la violencia en el porvenir. Es decir, en la novela anticipa su propia muerte, tal
como en la cita de Electra anticipa la persecución que vendrán sobre Orestes por parte de las
Erinias . En este apartado a través de la voz del narrador el raudal de violencia es presentado
como justo, heroico, sublime, recordando el comienzo. Y después de ello nos son presentados los
eventos violentos propios de los Tiempos del Tribunal, vale la pena apuntar que en un estilo que
resulta camuflar muy bien la violencia como se camuflan los impresos en las “cestas de
panadería”:
“Todo había sido justo, heroico, sublime, en el comienzo: las casas que estallaban en la noche; los
Dignatarios acribillados en las avenidas; los automóviles que desaparecían, como sorbidos por la
tierra; los explosivos que se guardaban en casa, entre ropas perfumadas con mazos de albahaca –
junto a los impresos traídos en cestas de panadería (…) Eran los tiempos de la sentencia
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pronunciada a distancia, del valor sin alarde, del juego a vida o muerte. Eran los tiempos de la
ejecución deslumbrante, cumplida por un emisario de sonrisa implacable” (Carpentier 1956
p.109)
Los tiempos del Tribunal son tiempos de poder desmedido y de juego de poderes, que en
principio se creían necesarios “para poder acabar de una vez, con manos más firmes.”
(Carpentier 1956 p. 111). Este exceso de poder siempre empaña aquella motivación noble desde
la visión del acosado. Aunque es para él en un principio justo y es necesario. Deja de serlo aún
intentando mantenerse presionado, a fuerza de participar e inducirse en una empresa que le
resulte valiosa: “Todavía se afirmaba que aquello era justo y necesario; pero cuando el arrojado
del Mirador, el sentenciado de ahora, regresaba de una empresa, tenía que beber hasta
desplomarse, para seguir creyendo que lo hecho hubiera sido justo y necesario” (Carpentier 1956
p. 118).
Es justamente la entrada a tomar las armas, el “bando de los impacientes”, lo que lo empuja a lo
que podríamos considerar un suceso trágico en principio, pues podemos rastrear el origen del
sufrimiento del acosado, sin embargo, ello no nos asegura rastrear el origen del caos que lo
sumen en el conflicto. “Los dedos hallaban, al sopesar aquella cartulina, la última barrera que
hubiera podido preservarle de lo abominable” (Carpentier 1956 p.60) señala el narrador en el
carné del partido comunista. De aquel ingreso se desprende encontrarse ahora envuelto en un
asesinato, y ser el último testigo vivo de la orden de ejecución. Esta situación cambia el curso del
camino del acosado y las similitudes con el héroe trágico porque él mismo deja de considerar
noble la acción que lo inició en su vínculo directo con la violencia. Adicionalmente lo que se nos
revela como un suceso trágico, aquello que él vive, es desconocida en su totalidad en un sentido
público, y las actividades que están comprendidas dentro de ese suceso trágico persisten en las
sombras, aun si sucedían a plena luz “Hacía dos, tres años, entonces, que la exasperación hubiera
desatado lo terrible a la luz del sol, emplazando y derribando, en un desencadenamiento de furias
expiativas que se volvían, implacables, contra los débiles y los delatores.” (Carpentier 1956
p.117). Es justamente el desconocimiento lo que se juega en la novela, pero por ello no dejan de
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volver las furias, que inevitablemente nos recuerdan a las erinias. Aquello que desata la tragedia
es público en la tragedia griega, y el reordenamiento del mundo a partir de las deidades afecta el
olimpo en las relaciones entre los dioses, por ello no queda en silencio, y se juega entre la ira de
los dioses recuperar aquella tranquilidad entre ellos mismos. En el universo de la novela aun si
los sucesos tienen lugar a plena luz del día son desconocidos, son silenciados también si resultan
conocidos. En oposición a ser reconocido por la acción que ahora es causa de su miseria, una
acción pública como resultaba el inicio del suceso trágico para el héroe trágico griego, el acosado
se enfrenta al dolor pero en un entorno donde nisiquiera se le atribuye a él de modo público la
acción que condujo al suceso trágico.
El héroe y la legitimidad
El gran esfuerzo del acosado entonces es ser reconocido y sobre este punto es importante
detenernos porque para Orestes igual lo es tras su regreso a la casa de los Atridas, pero de un
modo distinto que abordaremos más adelante. Sin embargo es claro que el suceso trágico recae
sobre él, pues el destino es el que se encarga de solicitar sobre sí la sangre, y son las erinias, y
Clitemnestra impulsándolas las que ratifican el hecho. Para el acosado los días que transcurren
en la novela son una búsqueda de legitimidad, a pesar de haberse visto implicado en las acciones
que generaron su desgracia. “Sólo él –sobreviviente que andaba entre las cortinas de hierro de
una tortuosa calle de tiendas cerradas– conocía el secreto del envío. Para constancia, conservaba
oculta la boleta del paquete certificado, remitido con falso nombre.” (Carpentier 1056 p.106), el
libro por el que fue sometido a juicio el hombre y a quien el acosado le gritó con grito mudo,
hacia adentro “Defiéndete”, está en la misma condición en la que todos conocen la verdad pero
nadie puede dar fe de ella. Y el acosado vive el efecto de ello, y todo lo que posee para que le
crean es el recibo del envío del paquete remitido bajo otro nombre.
La experiencia metafísica que el acosado tiene a partir de la llama del cigarro encendido, junto a
un librito de la liturgia “pequeño libro de la Cruz de Calatrava”, lo entiende para sí como una
oportunidad de confesar su culpa, buscando el perdón en la confesión en una iglesia apenas
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iluminada en la noche. Pero el librito que le proporcionó la cercanía con la verdad que se le
reveló como una, es el mismo que lo desacredita frente al sacerdote que lo expulsa de modo
cortés mientras lo motiva a seguir en el ayuno “a pesar del imprimatur rubricado en buena y
debida forma, [porque] tales libros eran de los que se ofrecían entre muñecos vestidos de rojo,
cencerros sacrílegamente marcados con un JHS, y cabezas de barro con ojos de caracoles, en las
tiendas de brujería” (Carpentier 1956 p. 137), y no deja de ser curioso que el narrador señale que
a pesar de la orden expedida por la iglesia de impresión –imprimatur– no sea digno porque se
pueda conseguir ese mismo libro para fines no ortodoxos. Así el libro de sus creencias que no
abandona en repetición ni en el final mientras la angustia lo persigue, sino que con más esfuerzo
recita las oraciones del libro memorizadas, no es avalado por el sacerdote, y la revelación que al
acosado le parece tan sublime, queda diluida en la apreciación de una autoridad que considera
que el acosado no sostiene una práctica de la creencia respetable pues “las oraciones eran buenas,
pero se recitaban con el pensamiento puesto en herejías de santeros, pidiéndose cosas que no
podían pedirse en una iglesia” (Carpentier 1956 p. 137). Y su creencia que es acaso lo único que
ha adquirido nuevo, queda ilegitimada: “el acosado salió de las sombras, agobiado por la idea
imprevista de que podía ser tomado por un ladrón. Como queriendo explicarse, mostró el libro de
la Cruz de Calatrava. El sacerdote lo miraba, desconfiado, dejando en suspenso un leve ademán
de defensa” (Carpentier 1956 p.136). Durante el dolor de caer en desmesura el héroe trágico
griego puede reconocerse en sus límites con relación al dios, con relación al mundo. Ese
conocimiento sobre sí que no tenía antes, podría entenderse para el acosado como un
conocimiento que no encuentra legitimidad.
Otra imagen que afianza lo desconocido de el acosado tiene lugar en el apartado que está justo
después de que él experimenta una sensación metafísica y una revelación sobre la divinidad, tras
su etapa de encierro en la azotea. La vieja nodriza muere y a su funeral asisten algunas personas
y aunque nadie lo conoce, nadie le pregunta quién es:
“Lo acompaño en su sentimiento” –dijeron algunos, pensando que si un blanco estaba en velorio
de negros, vestido de azul marino por tal calor, era porque algún parentesco ancilar lo ligaba a la
finada. Se miró, por encima del ataúd, en el espejo de la consola. Su rostro estaba tan adelgazado,
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tan librado de las grasas que en él hubiera espesado el constante beber de los días sin faena,
cuando trataba de olvidarse de la faena cumplida, que se sintió envalentonado por el disfraz
hallado en su propia persona.” (Carpentier 1956 p. 83)
Tras el encierro de algunos días todo su físico se encuentra desgastado y demasiado distinto
“Encontraba algo tan nuevo en su expresión que alguno, al salirle al paso en lugar poco
alumbrado, podía dudar –acaso– de que fuera él.” (Carpentier 1956 p. 84). De nuevo la imagen
del desconocido aun para él mismo permanece latente. Y entrando en la iglesia más adelante en
el relato la imagen de invisibilidad vuelve a repetirse “Entraban mujeres vestidas de claro,
hombres de gran ceremonia, niñas con ramos en las manos: gente que no lo miraba, que no lo
veía, moviendo, bajo las luces, un tornasol de lazos y de vuelos.” (Carpentier 1956 p. 134), y
quizás lo crucial de esa invisibilidad queda expuesto en este mismo apartado donde el acosado
asume que el párroco frente a quien planea confesarse, puede conocer al “Personaje cuya casa en
demolición estaba tan próxima” (Carpentier 1956 p. 134), de modo que lo que se juega en su
acercamiento es la ilegitimidad de su creencia y de la verdad que posee sobre el envío del
paquete, es decir lo confiable de su testimonio. En el medio de ello, se encuentra la verdad, que
queda invisible. En su nueva relación con el mundo después del encierro “nada le resultaba tan
temible, ahora que se había arrojado a la ciudad, como una mirada.” (Carpentier 1956 p. 86), y
destacamos que su única posesión para ese momento sea un billete ilegítimo, usado por Estrella,
una prostituta que tendrá que ponerse su vestido de luto para que le crean al usarlo.
“¿Estabas perdido?” a la puerta responde Estrella es la única persona que en realidad puede
conocer al acosado “la única persona que esta noche podía ayudarlo” ( Carpentier 1956 p. 91),
en cualquier caso es el personaje más cercano a quien se ha ido revelando lentamente para
nosotros, y de quien, para este punto, no conocemos los motivos trágicos que lo condujeron a la
azotea, ni a permanecer allí. Estrella no es la única persona con la que tiene intercambio de
diálogo, pero el Becario no se encuentra en todos sus sentidos, entonces el encuentro entre el
Becario y el acosado se resuelve como una evasiva más a lo inevitable.
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En Estrella por el contrario, el acosado encuentra un momento de descanso “le hacía considerar
la situación con mayor calma. oculto nuevamente” (Carpentier 1956 p. 91), y el narrador nos
indica cuánto tiempo ha permanecido huyendo, han sido dos semanas en que no ha frecuentado a
Estrella. Con ella habla y es ella quien en él reconoce los eventos que han sido públicos,
conocidos por todos, publicados en la prensa, pero que antes de este encuentro no había podido
unir “De súbito, en una encenderse de terribles luminarias, se le establecía el encadenamiento
implacable de los hechos. Las horribles fotografías le habían llegado por las planas de los
diarios, sin que ella hubiese visto, en su estúpida cobardía de aquella vez, el comienzo de todo.”
(Carpentier 1956 p.91) En esta circunstancia hay una relación que podría plantearse y es la de
Estrella con Electra, pues ambas son quienes pueden estar a la altura de la verdad, es la única que
puede escuchar todo el relato, que puede hilar los acontecimientos que aparecieron en público
con el hombre anónimo, está en la capacidad de reconocer al acosado en el contexto en que nadie
más. Siguiendo la relación que pretendemos entrever, Electra reconoce a Orestes después de su
desaparición de años, y el regreso para su venganza. Hay un elemento que no parece anodino en
el momento en que el Taquillero abandona la casa de Estrella: el narrador enlista elementos de
intercambio que podrían ser dejados en un “tronco que era buzón secreto de un amorío de niños:
madera donde las hormigas rojas caminaban por debajo de los sobres (…). Por aquella oquedad
habían pasado las poesías copiadas a lápiz, los juramentos escritos, el mechón de
pelo”(Carpentier 1956 p. 41) que recuerda la tumba de Agamenón en la que Orestes deja un
mechón de pelo suyo, y por el que puede ser reconocido al cabo del tiempo frente a Electra. La
diferencia importante estaría en que el acosado es completamente anónimo, incluso para él
mismo es extraño reconocerse. Y que Orestes en representación del héroe trágico esquileo, es tan
reconocido que es esperado con anhelo: Clitemnestra recibe la noticia de su falsa muerte con
alivio. Las noticias sobre Orestes las recibimos desde quienes rodean a Orestes. Pero el acosado
está sujeto a ser perseguido y por ello a permanecer oculto, sin embargo todo esto ocurre bajo el
peso del anonimato.
El motivo del billete que cruza la novela conduce una serie de intenciones que no se logran
concretar en acciones por su ilegitimidad, así transita desde el bolsillo del acosado como única
posesión que además de ser poco sería falso: “Por todo dinero tenía aquel billete nuevo, arrojado
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como una limosna, en la última casa de donde lo hubieran echado, la tarde en que una columna
acribillada lo salvara de la muerte. La cantidad no era suficiente para viajar hasta la sastrería del
padre.” (Carpentier 1956 p. 86). Inquieta que la novela comience con las ilusiones del taquillero
a partir de obtener ese billete del que no sabemos nada, y del que no podemos presumir falsedad,
pero que conforme la novela avanza entendemos que se trata de un billete particular. En el
mismo ritmo que el billete circula es que podemos llegar a conocer al resto de los personajes que
son presentados con sus historias entrelazadas por instantes.
El billete que es de pequeña cuantía es por pequeños momentos de la situación todo, o lo único
que poseen quienes llegan a manipularlo. El taquillero por ello inaugura sus ansias de estar con
una mujer y estar toda la noche, sin ser molestado, sin tener que dejar paso a otros clientes de
Estrella. El acosado dispone únicamente de ese billete para conducir a Estrella hasta la casa de la
Gestión y resolver su situación en la que la orden fue permanecer escondido, y Estrella también
porque al ver que el billete es falso, no tiene más fondos por haber pagado el arrendamiento y se
ve en la obligación de pagar con sus servicios el valor del trayecto. Es el conductor del taxi quien
asume que el billete es falso, y de ahí en adelante es Estrella misma quien le dará la duda a la
falsedad del billete por tener “el general de los ojos dormidos” en él, es de nuevo Estrella, quien
está en la capacidad de reconocer la verdad aunque sea aparente, porque hacia el final sea el
policía mismo quien ponga en entredicho la verdad que nos ha sido expuesta. Pero la falsedad
del billete aseverada por Estrella se connota al expulsar al Taquillero y empujarlo a acusar de
ladrón al acosado por haber pagado la entrada con un billete falso. Al unir a los tres personajes
en una relación temporal es remarcable que en el momento de la posesión del billete, sea lo único
que tengan y que además tenga la categoría de ilegítimo.
El dolor, una mirada a El acoso
El dolor es una característica ineludible del héroe trágico, pues es la consecuencia inevitable de
la tragedia, que como ya abordamos en Esquilo, corresponde a un dolor que no es puente hacia
ninguna redención, pero sí conduce al conocimiento, o mejor: el dolor es el camino necesario del
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conocimiento. Orestes a partir del suceso trágico desencadena sobre sí la furia de las erinias, y es
en esta tragedia, Las Euménides en donde el orden de la tragedia de la casa de los Atridas, queda
restaurado.
El dolor para Orestes no está en la condición física de ser perseguido, pues como ya vimos según
la visión Nietzscheana de la tragedia, el dolor no es una consecuencia. “Sí, y hasta ahora no
deploro mi suerte.” (Las Euménides 595) manifiesta Orestes mientras se inicia el juicio. En su
lugar hay cierta comodidad que se soporta en la presencia de Apolo durante el juicio, porque es
Apolo quien lo incitó a llevar a cabo el asesinato de su madre como cumplimiento de la
venganza de su padre, y además quien lo absolvió en su templo. La distancia con la culpa
cristiana es enorme, porque en primer lugar el dolor no viene por tratarse de una consecuencia de
una acción, y no hay en el dolor un arrepentimiento sobre la acción, sino que lo buscado es el
regreso al orden, y en Esquilo con mucha fuerza, el regreso a la justicia. ¿Dónde está entonces el
dolor? “Estoy tranquilo” replica, y visibiliza la ausencia de culpa. Sabemos ya que el dolor no
implica culpa. Y que aquello que el héroe llega a conocer no es algo que pueda aplicar sobre su
vida como un agente transformador o moralizante, en oposición a ello, el conocimiento es una
noción profunda de sí y de la crueldad de lo inevitable del destino.
Este dolor no queda necesariamente explícito en esta tragedia como una manifestación, aun,
sabemos también que Orestes asumirá lo que le corresponda, y que en ello queda expuesta de
igual modo la voluntad del héroe trágico, “Dicta sentencia tú ahora sobre si obré o no
justamente. Cualquier decisión que consiga de ti, la aceptaré en todos los términos.” (Las
Euménides, 465). El dolor en esta tragedia se ratifica en el reconocimiento de la crueldad del
destino del hombre en el hecho de que Orestes está sujeto a la vida que le corresponde. Y es así
que Apolo responde a Atenea por su protegido: “ Y yo ayudaré y salvaré a mi suplicante, porque,
tanto entre mortales como entre dioses, será terrible la ira que originará, si lo abandono por mi
voluntad.” (Las Euménides, 233), Apolo reconoce que no lo abandonará porque él incitó a
Orestes a matar a su madre y él mismo absolvió su crimen. Y de este modo la condición trágica
de sujeción al destino del hombre se hace explícita, con la crueldad que en ella opera,
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“Cosas así hacen los dioses demasiado jóvenes” Ejercen en todos el poder en detrimento de la
justicia: puede verse un trono manchado, de pies a cabeza, por la sangre de un asesinato. ¡Y el
ombligo de la tierra cargado con el espantoso sacrilegio de esa sangre!” (164)
El dolor se encuentra en el reconocimiento de la crueldad del destino, que revela su mortalidad y
su humanidad, y pone al hombre en una distancia enorme con lo divino y con una fuerza mayor a
la que está sujeto inevitablemente.
En El acoso tenemos un asunto central y es la culpa, que parece conducirnos a la revelación de
una culpa cristiana, sin embargo en nuestro acercamiento es pertinente preguntarnos si esta culpa
es una culpa redentora o qué sucede con el malestar que el acosado siente, y con relación a qué lo
siente.
“Había una fisura, ciertamente; un tránsito infernal. Pero, al considerar las peripecias de lo
sucedido en aquel tránsito; al admitir que casi todo en él había sido abominable; al jurar que
jamás repetiría el gesto que le hiciera mirar tan fijamente un cuello marcado de acné –ese cuello
que lo obsesionaba (…) pensaba que aún le sería posible vivir en otra parte, olvidando los
tiempos del extravío. (Carpentier 1956 p.62)
El acosado está rodeado con cierta esperanza que se rompe tan pronto sale del encierro, porque
sabe que la cuantía del billete no le será suficiente para escapar de allí. Sin embargo quisiera
detenerme en lo que a simple vista parece un arrepentimiento o una necesidad de encontrar
redención en la manifestación de su culpa, que se presenta como una apariencia donde los
tiempos como han sido establecidos en la novela: Los tiempos del tribunal, los tiempos del Botín,
Los tiempos del extravío, Los tiempos de la sentencia pronunciada a distancia, son telones sobre
los que se desplazan quienes deben vivir en este mundo. Es la misma ciudad, son los mismos
actores, pero hay transiciones en un continuo aumento del miedo, y su deseo de huir, de olvidar
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los tiempos del extravío nos aclara que el extravío no es una condición suya, sino una situación.
No hace referencia a sí mismo en la posición de alguien que ha perdido su camino.
“Eran gemidos las palabras con que los atormentados, los culpables, los arrepentidos, se
acercaban a la Santa Mesa, para recibir el Cuerpo del Crucificado y la Sangre del Sacrificio
Incruento. Bajo la Cruz de Calatrava que adornaba el pequeño libro de Instrucción Cristiana para
uso de párvulos que la vieja le había dado se escuchaba ese patético gemido, en las oraciones de
confesión” (Carpentier 1956 p. 62)
Esta es la descripción de quien ve de lejos el ritual de las letanías, no es algo que esté
presenciando sino es la idea que el acosado tiene sobre el padecimiento de la confesión. El
narrador nos pone al tanto de una culpa que en realidad no es una carga de responsabilidad sobre
su actuar:
Toda la culpa, además, no era suya. Era obra de la época, de las contingencias de la ilusión
heroica: operación de las deslumbrantes palabras con que lo hubieran acogido, cierta tarde (…)
tras de las paredes del edificio en cuya fachada de majestuosas columnas se estampaban con
relieves de bronce, bajo un apellido ilustre, los altos elzevirios de un HOC ERAT IN VOTIS…
(Carpentier 1956 p. 63)
Las manifestaciones de la culpa en El acoso, pierden peso y solemnidad pues el acosado
considera que se trata de algo más allá de él, y que en realidad el peso de sus actos no fue
producto único de su voluntad. Sumar a esto el gesto del sacerdote quien lo ignora por creer su
deseo de confesión ilegítimo por estar ligado a la santería nos aleja de la apariencia del
cristianismo que parece estar presente en la novela. El dolor en El acoso se muestra a través del
cuerpo que comienza a tener un peso enorme en las descripciones, haciéndolo para él visible de
un modo en que parece que para nadie más lo es: “Despertó al cuarto día, antes de la media
tarde, con la boca terrosa. Un sudor lento, de gotas crecidas sobre cada poro, le brotaba de las
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ojeras, de la nuca, de la frente, imponiéndole la idea de que estaba amarillo, demacrado, sucio
desde dentro.” (Carpentier 1956 p.66). Y con Estrella comparte la verdad y al hacerlo, su cuerpo,
el cuerpo de Estrella, comienza a parecerle algo ligado a ella “se peca con la cabeza”, “Hablaba
de su cuerpo en tercera persona, como si fuese, más debajo de sus clavículas, una presencia ajena
y enérgica dotada, por sí sola, de los poderes que el valían” (Carpentier 1956 p. 93) Decía ella,
aludiendo al momento en que nada tenía que ver ella, o un pecado, con el ejercicio de los
placeres de la carne como negocio, pues su cuerpo le parecía ajeno. Pero al terminar de
escucharlo y de ligar los eventos, la percepción que tiene de ella misma es de “puta”. La culpa
para ambos personajes aparece tras el conocimiento de la verdad, y aunque puede esa verdad
estar inscrita para el acosado en la pérdida del sentido de la revolución y su reconocimiento ante
ello, es la manifestación del cuerpo la que lo manifiesta.
Ofrecía a Dios la vaciedad de su vientre, como un primer paso hacia la purificación. Se sintió
ligero, recompensado, entendido. Y le pareció que una deslumbrante agudeza lo ponía en íntimo
contacto con las materias, las cosas, las realidades eternas que lo circundaban. Entendía la noche,
entendía los astros, entendía el mar, que acudía a él, en el reflejo de la luz del faro, mansamente
atormentado, cada vez que su rotación le coincidía rectamente con la mirada. Pero no entendía en
palabras ni en imágenes. Era su cuerpo todo, sus poros, el entendimiento hecho ser, quienes
entendían. Su persona se había integrado, por un instante, en la verdad. Se echó de bruces el
bochorno del día transcurrido. Sollozaba, de tanta claridad, al pie del Mirador en sombras.
(Carpentier 1956 p.65)
El dolor que siente no lleva al acosado a ningún aprendizaje moral. Aun cuando lo que pudiera
plantearse fuera culpa, en el universo del acosado su visión religiosa frente al cristianismo queda
deslegitimada frente a unas experiencias del cristianismo que encuentran nido en
manifestaciones de otros orígenes y se superponen con elementos como “muñecos vestidos de
rojo, cencerros sacrílegamente marcados con un JHS, y cabezas de barro con ojos de caracoles,
en las tiendas de brujerías” (Carpentier 1956 p.137). Debemos señalar que la experiencia
metafísica del acosado sucede de un modo burlesco: “La mano traía, al sacar la lumbre, un fuego
anterior a la materia que por el fuego se consumía y modificaba –materia que sólo sería una
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posibilidad de fuego, sin una mano que la encendiera.”(Carpentier 1956 p. 72), Esta revelación
surgida de la llama de un cigarro encendido, a él le parece de un estado de iluminación superior y
novedoso. Esto confirma la ironía que hay en la novela al respecto, pues la visión del acosado es
sumanente ingenua. “El ateísmo de su padre le parecía absurdo ahora, ante una imagen que
tantas cosas explicaba, extrañándose de que otros no hubiesen pensado, antes que él, en
demostrar la existencia de Dios por aquella iluminadora ocurrencia que había tenido en una
brasa” (Carpentier 1956 p.73) Lo que puede leerse, en nuestra opinión de modo rápido, como un
cristianismo de redención, creemos es desterrado como concepto a ser una posibilidad más entre
muchas otras ofertas espirituales en el mundo de la Habana de la novela: como la santería, la
música, las creencias de Estrella, la sugerencia de un superhombre en las palabras ebrias e
incongruentes del becario; un acercamiento metafísico con manifestaciones en lo apenas
conveniente para cada uno. Definitivamente la novela no contiene el sentido redentor de una
experiencia del cristianismo ortodoxo. “Era menester que hubiera un origen, un punto de
partida, una Capitular del fuego que, a través de las eras sin cuento, había iluminado las caras de
los hombres. Y ese Primer Fuego no podía haberse encendido a sí mismo…”( Carpentier 1956
p.73). El dolor que padece el acosado sí lo lleva a conocer algo más, pero mientras en Orestes
ese conocimiento se ve reflejado en la restauración del orden, que implica terminar la cadena de
muertes que la casa de de los Atridas, en el acosado el dolor no conduce a nada más. En Las
Euménides sucede por el acuerdo de que no haya más sangre derramada. En el siguiente apartado
abordaremos la diferencia esencial entre Orestes y el acosado, y por qué aunque pueda compartir
algunas características con Orestes, es la condición de la justicia y cómo ésta opera en la novela,
aquella característica que podría introducirnos en los campos de una posible lectura en la que el
acosado aparezca conforme avanza el relato como el anti-héroe, en la medida en que se distancia
de la forma del héroe trágico griega con la que comparte un paralelo sugerido por el texto, y
algunas características adicionales.
La justicia
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En Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides, se encuentra el inicio de la tragedia de la casa de
los Atridas desde Agamenón, pues recordemos qué desgracias tienen origen en Tántalo quien
devora a sus hijos y generación a generación llega la muerte hasta la casa de Egisto y de
Agamenón. El suceso trágico queda expuesto en la trilogía de Esquilo desde la muerte de
Ifigenia por la necesidad de emprender el viaje hacia Troya y verse impedidos hasta que el
sacrificio de una virgen no sea realizado para que Artemisa calme el mar, por sugerencia de
Apolo. Artemisa, diosa de la caza, reclama para sí la caza de dos liebres que fueron devoradas
por Agamenón y no fueron dadas a ella en sacrificio, y a cambio pide el sacrificio de una
doncella. Lo que está para los griegos en juego es la recuperación del orden entre los olímpicos,
pues el asesinato de Ifigenia lleva a que la venganza sea necesaria y se extienda, pero que por
ello sea muerto un hombre noble en condiciones deshonrosas, y la cadena se extiende hasta
Orestes quien necesariamente debe atender a la venganza de su padre. Las exigencias divinas
sobre los mortales se ven reflejadas en todo lo que el héroe trágico debe soportar para que el
orden sea reestablecido. El restablecimiento del orden en Esquilo es la búsqueda de la justicia,
para que no siga corriendo la sangre por motivo de venganza necesaria. Y la resolución del juicio
de Las Euménides, tendrá una repercusión innegable en el campo de los mortales. Esta tragedia
surge en un momento decisivo de la historia de la democracia griega, y es capaz de exponer el
origen necesario del Aerópago, con los hombres más destacados, escogidos por Atenea.
El universo de la novela transita un camino distinto, pues el acosado no enfrenta un suceso
trágico, porque de ninguna de las acciones en las que el acosado se ve envuelto puede rastrearse
el origen de un caos que pueda ser retornado a un orden inicial. Lukacs hace referencia al peso
que la búsqueda en la novela representa, “Ni la vida objetiva ni su relación con el sujeto es
espontáneamente armoniosa en sí misma (…) los personajes de la novela son buscadores. El
simple hecho de buscar implica que ni los objetivos ni el camino que conduce a los mismos
pueden ser directamente determinados”(Lukacs 2010 p.56). El universo de la novela no dispone
de un mundo cuyo orden encamine la búsqueda de los personajes hacia un fin. Los dioses que en
la tragedia griega organizan el mundo y frente a quienes los hombres deben actuar para restituir
el equilibrio, en la novela. El acosado se ve inmerso en una cadena de acontecimientos que si
bien lo conducen a circunstancias miserables, nos preguntamos si él está relacionado de alguna
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manera con el orden y el caos al que está sujeta su condición miserable. La novela es un
constante vaticinio sobre la muerte: hay alguien que está siendo velado en la casa del mirador, el
Taquillero sospecha que pueda ser la vieja: “el recuerdo de quien le hubiera enseñado el solfeo
no hacía tanto tiempo, mientras él, midiendo el compás, le detallaba lo oculto bajo telas vueltas a
ser teñidas de negro, se añadía a las incitaciones de la noche, acabando de vencer sus
escrúpulos.” (Carpentier 1956 p. 23). Este personaje en las primeras líneas tiene una semejanza
con el personaje de Estrella. Ambas mujeres vinculan al Taquillero y al acosado, y ambas tienen
vestiduras teñidas de negro. En Estrella estas vestiduras corresponden al traje que le da
credibilidad, y es su vestido de los velorios. Otra imagen de la muerte está presente justo antes de
que el acosado encontre a la vieja nodriza muerta, describe la pata de pollo de la sopa con “algo
de humano”, y la marcha fúnebre está presente con “algo de trompeta llamando al Juicio Final en
eso que vuelve a sonar en lo alto del edificio moderno” (Carpentier 1956 p.75). En este mismo
sentido, las citas de Electra de Sófocles corresponden a un momento de la tragedia en que
Orestes se encuentra entre un asesinato y otro, entre Egisto y Clitemnestra, y es llamado por
Electra a terminar con su madre, a “ rematar la tarea”, “Tenía razón la voz. Era preciso
apresurarse y llegar allá cuanto antes, por cualquier camino. Tampoco había un mal presagio en
el “sabremos rematar la tarea” (Carpentier 1956 p.120). Estos elementos anticipadores que se
presentan con bastante frecuencia en una primera aproximación, pueden resultarnos en
apariencia una consideración importante para atribuirle el rasgo de héroe trágico, al equipararse
con la visión de un destino trágico a quien le espera la muerte. HOC ERAT IN VOTIS, por
ejemplo, es una referencia de la que en estudios como el de Montoya o Volek, queda reducida a
su traducción literal, sin embargo su contexto resulta más interesante, y debemos atender a él
pues aparece varias veces en la novela, en momentos donde el acosado recuerda la decisión de
haberse vinculado al bando activo, al bando de los impacientes.
En el ensayo En busca de la zona sagrada: la representación de La Habana en El acoso (1956)
de Alejo Carpentier, se destaca la cita de Horacio, como una clave para hablar de la nostalgia
como un elemento que ubica al campo en un terreno lejano de la ciudad, que en Carpentier tiende
a un modelo de oposición, motivo en su obra. Y que en esta novela resulta relevante ya que es la
única novela de Carpentier que sucede en su totalidad en la ciudad de la Habana. Cuando el
66
acosado es abordado de modo definitivo por el bando de los impacientes cerca de la Universidad,
el acosado recuerda al detalle “HOC ERAT IN VOTIS”, aquí la cita completa de Horacio:
Hoc erat in votis: modus agri non ita magnus,
hortus ubi et tecto vicinus iugis aquae fons
et paulum silvae super his foret
Yolanda Izquierdo expone a partir de la fábula de Esopo que se encuentra justo después de la cita
de Horacio introducida en El acoso en una placa del edificio de la universidad, una analogía de
un ratón de ciudad que invita a comer a un ratón de campo, y que mientras la comida tiene lugar,
son espantados por el cocinero; el ratón de campo reflexiona y concluye que es mejor la
tranquilidad del campo que la abundancia de la ciudad. La reflexión del acosado no es ajena a la
raíz de la cita, pues la oposición entre ciudad y campo en la obra de Carpentier, opera de modo
irónico, resaltando la percepción social de esa diferencia. Es así como el acosado puede
considerar que al llegar a la ciudad por fin va a conocer el Estado. Sin embargo la ciudad con la
que se encuentra está lejos de ser la de sus ideas antes de pisarla.
La visión urbana es la del hombre sometido a un mundo regido por leyes ocultas (leyes
económicas; la súbita modernidad) y que ya no comprende. Fragmentado, no se reconoce;
disociado de la comunidad (de la re-ligio: los vínculos sagrados) y de la solidaridad de los otros
hombres, está expuesto de nuevo –como en otra selva– a la idea rousseauniana de que “el hombre
es el lobo del hombre. (Izquierdo 2002 p.104)
Hay un contraste que se sumerge en todo lo que dejó en el campo, a través del último monólogo
del acosado en el capítulo III, mientras describe sus planes de no salir del teatro, y en lugar de
ello quedarse dentro, escondido. De un modo sutil la narración traspasa el espacio del teatro y de
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súbito nos encontramos viendo su infancia y todo lo abandonado en Sacti Spiritus, el pueblo de
donde vino, y el relato se recubre de cierta nostalgia por un momento.
Las piernas debajo de las sillas como bajo techo, como bajo tejado, rojo como las tejas de la
sastrería; echarme como perro, en lo muelle, lo envuelto, en lo que ablanda el suelo; volver a las
chozas de la infancia, hechas de tablas, de retazos, de cartones, donde me agazapaba en días de
lluvia, entre las gallinas mojadas, cuando todo era humedad, borbollones, goteras –como ahora– y
no respondía a los que me llamaban, haciéndome gozar mejor de mi soledad en penumbras no
responder cuando me llamaban, saberme buscado donde no estaba… (Carpentier 1956 p.152)
No responder al llamado, no responder a todo lo que lo conduce a ser el perseguido, y a la
muerte, pues la cita finalmente dentro del hilo de la nostalgia pone al campo en un lugar remoto,
imposible de acceder, al igual que la escapatoria que planea del teatro. La muerte se presenta
ineludible, y la condición superficial que hay entre Orestes y el acosado de ser perseguidos, nos
cuestionan sobre el significado de la muerte tan trazado en la novela. Este aspecto es el que
puede permitirnos pensar si la muerte y los indicios de muerte en El acoso nos permiten pensar
en una muerte del héroe trágico en algún sentido cercano al referente en estudio. Pues se nos
revela como una muerte que no está cargada de sentido, y que confirma para nosotros la ausencia
de suceso trágico al ubicar de forma tan distante la esfera del conflicto de la violencia con
respecto al acosado. A pesar de que él haya sido el expositor de la condición violenta que se
apoderó de la ciudad.
Detengámonos un momento en un parecido inminente en la forma en la que está construida la
tragedia esquilea con relación a la acción, y la estructura de la novela El acoso. En la tragedia la
acción es introducida tardíamente, en un punto donde el drama mismo solicita que algo suceda,
abandonando el estadio de las palabras. Además del contexto que en cada obra nos sitúan en el
historial de la acción: en Agamenón, es el Centinela, en Las Coéforas es el coro, y en Las
Euménides es La Pitia; la acción se ve retrasada por el orden discursivo frente a ella. A Electra le
lleva tiempo creer que se trata de su hermano, tras haber recibido las noticias de su falsa muerte,
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y el curso de los acontecimientos no se altera. En la estructura de la novela, sucede algo similar.
En los primeros capítulos somos situados en el presente de un personaje que desconocemos, y es
en el segundo capítulo donde a dos voces (la voz del acosado y la voz de un narrador
heterodiegético), los acontecimientos nos son reordenados hasta ponernos en el orden de la
acción, en el orden del presente. Todo lo que sucede antes en la novela bien podría tomarse como
acción, aunque veremos un recuento en que todas las formas de acción parecen reducirse a forma
de intentos, no de acciones consolidadas.
Estrella va a la casa de la gestión y es un vago intento, porque de su encuentro no sucede
realmente nada, no provoca ninguna reacción que haga de la condición del acosado otro, a el
acosado intenta ir por su cuenta a la casa de la gestión y como si hubiera pasado un lapso eterno
de horas, se enfrenta con la casa derrumbada, como si nunca hubiera estado allí; la vieja muere y
nisiquiera muere por una muerte violenta, presumimos que por una enfermedad que la aquejaba
y que desconocemos, sumado a la inanición o –acto de no comer, provocado indirectamente por
el acosado. Incluso si nos referimos al Taquillero, estaríamos frente a un gran intento por tener
una noche de placer con Estrella, pero incluso eso, fracasa, y también su intento de estar en el
concierto. El acosado intenta confesarse, pero es rechazado por el sacerdote. En la estructura de
la novela el apartado once del capítulo II, al tiempo que tenemos toda la información sobre el
pasado del acosado, entramos lentamente en la acción del presente, es decir su asesinato. “¡Y con
qué extraordinaria maestría hace Esquilo que los negros nubarrones se condensen cada vez más
sobre el palacio, preñado de maldición, de los Atridas! De un momento a otro va a caer el rajo, lo
esperamos con tanta ansiedad como si hubiera de significar una liberación. (Lesky 2010 p.100).
Lesky describe la sensación de solicitar la acción en la tragedia esquilea por su retraso, por
aglomerar los sucesos en un nubarrón gris que debe pretender unicamente el aguacero de la
acción como una resolución que casi solicitaba el público.
En El acoso la acción también se retrasa, y es hacia el final de la novela que el acosado se
encuentra con el Becario quien en medio de una elocuencia de media lengua propiciada por el
alcohol, nos introduce la atmósfera de la última parte de la novela: “Apagábase la flotante
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exhalación y toda caída en tinieblas. “Debemos volver al sacrificio humano” –desbarraba el
Becario–, “al teocalli donde el sacerdote exprime el corazón fresco, jugoso, antes de arrojarlo al
pudridero de otros corazones; debemos volver al horror sagrado de las inmolacinoes rituales, al
pedernal que penetra las carnes y levanta los costillares”” (Carpentier 1956 p. 141). Sugiere que
la acción que se desata será la muerte. Sin embargo, la distancia que se abre entre el final de la
tragedia y el final de la novela es enorme, porque en Orestes está centrado el suceso trágico, esto
quiere decir que en su muerte se encuentra la posibilidad de tranquilizar a las erinias quienes
tienen sed de sangre por tratarse de su misma sangre la derramada por Orestes, pero de hacerlo el
equilibrio no estaría al alcance porque Apolo se ve obligado a asumir la incitación a Oretes de
vengar a su padre. Luego es preciso encontrar la forma de que ni las erinias ni Apolo se
encuentren en pugna. Por otro lado el acosado lleva una carga muy distinta sobre sí, y es la de
conocer la verdad pero no tener credibilidad ante lo público, y por ello necesitar pruebas físicas
de su intervención en la acción: el recibo anónimo del envío. Él es anónimo, y tiene dos bandos a
los que su traición lo llevó a encontrarse en el medio. Sin embargo, la lucha de poderes que en la
novela se plantea como una ola de violencia es algo que sí involucra al acosado aunque le sea, al
tiempo, completamente ajena una intervención en la que su acción tenga algún tipo de
repercusión real, y si no real, que al menos pueda verificarse.
“El protagonista –sin nombre, reducido a referentes como “el amparado” (45,53) “el acosado”
(85,100,131,146), “el arrodillado” (92), “El arrojado del Mirador, el sentenciado” (118), “el
fugitivo” (121), “el emplazado” (147)” (Izquierdo2002 p.79), es sumido desde el universo de la
novela a interactuar con personajes que no parecen repercutir en su mundo, y que son personajes
genéricos todos, con excepción de Estrella, la única que tiene nombre. En Tientos y Diferencias,
Carpentier hace una referencia tangencial a Schiller en "el ánimo que lo llevó en la primera parte
de su trilogía famosa, a la hazaña insólita de escribir un drama sin protagonista, donde los
personajes se llaman: "unos croatas", "unos ulanes", "un corneta", "un recluta", "un capuchino",
"un furriel"… " (Carpentier 1967 p. 90) En este mundo anónimo desde el nombre hasta la acción
que busca legitimarse, nos encontramos con ese “Sacrificio humano” al que el Becario se refiere,
y también con la ausencia de significado en él, que refleja la muerte del acosado.
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Retomemos aquella anécdota con la que la novela comienza: una dedicatoria de “Sinfonía eroica
di un grandÙomo, e dedicata a Sua Alteza Serenissima il Principe di Lobkowitz, da Luigi Van
Beethoven, op 53, No III” (Carpentier 1956 p.15) Para esta parte de nuestro análisis la cita cobra
un sentido distinto, pues dialoga mucho más con el contexto de la desesperanza que se encuentra
en la novela; la retirada de la dedicatoria por parte de Beethoven es una decepción sobre aquellos
ideales que representaban la democracia en la revolución, que sucumben ante las ansias de poder
representadas en Napoleón. La desesperanza sobre la que intento hacer énfasis es la del héroe
que no puede ser Orestes en la Habana de la década de 1930. Y es aquí donde la lectura que
proponemos puede tener inicio, pues al encontrarnos con la referencia de Orestes en la novela lo
que encontramos también es que al haber sido puesta en América esta figura, que dentro de la
novela queda convertida en un eco del héroe.
El contexto de la novela, es el reflejo de la situación después de la caída de la dictadura de
Gerardo Machado que sucedió en 1933. Es la guerra de bandos políticos y de poderes que se
toma la ciudad en un encadenado de fuerzas que desatan un caos en la Habana.(Izquierdo 78) Y
que atentan contra el bienestar de cualquiera, así, no saber de asuntos políticos resultaba
perjudicial y saber también lo era. En la novela hay un seguimiento hacia los que “cantan”, los
que divulgan información entre bandos, cualquier forma del cambio político frente a la dictadura
solo conduce a la violencia. En este contexto el personaje que hemos analizado puede leerse
desde un universo de caos, propiciado por fuerzas mayores. Lo que para Orestes es el destino
trágico para el acosado es el poder de la dictadura. Sin embargo dentro de la novela no puede
rastrarse el comienzo del caos, no tenemos indicios de su origen. La necesidad de enfretarse a él
está desde tiempos que son contados dentro del relato de lo que siempre estuvo allí y no tuvo un
origen definido: Los tiempos del tribunal, Los tiempos del Botín, Los tiempos del extravío.
El héroe que pretendemos rastrear en la novela descubrimos que tiene algunos elementos que
podrían pensarse en torno a la tragedia, pero que en la novela se llenan de un nuevo sentido. La
forma en que Carpentier inscribe los elementos de una Europa distante que en América se revela
inviable, se repite de igual modo con el héroe trágico griego, pues al pensarlo en el acosado
71
encontramos que no puede retornar el orden en el valor de su muerte o el valor de su castigo, a
ese universo que persiste en el caos. No hay un equilibrio al que se pueda retornar. Su lucha
aunque es dolorosa es deslegitimada continuamente. Y el eco que nos queda de aquel héroe es el
de un anónimo que ni nombre lleva, cuya muerte queda lapidada por la ilegitimidad de su
reconocimiento de la verdad, tachada con un imagen de ladrón, que la ley representada en el
policía, no desmiente aun sabiendo verdadero el billete al que le atribuyen falsedad y por ello el
robo de la entrada al teatro. Este mundo de la novela es un lugar donde el orden es difícil de
pensar, y donde el individuo que se enfrenta a las fuerzas superiores a él solo puede ser
condenado al anonimato. Esta lectura posible resalta en la novela ese matiz político que puede
perderse entre la descripción arquitectónica maravillosa de ciudad que contiene, o el aspecto
temporal de la música. Esta lectura confiere una mirada que señala el anonimato en el que el
individuo es sumido por fuerzas políticas como las de una dictadura. Naturalmente el individuo
se encuentra sujeto por una moira que conduce un universo en caos, sin ninguna tendencia a la
justicia, donde la muerte de cualquiera no trasciende, y por ello la vida tampoco.
La novela se impregna de desesperanza y el héroe trágico no está presente en ella. Su muerte
sucede y no tiene valor alguno. El dolor que le ha permitido conocer ha quedado como una
experiencia individual y solitaria; ilegítima por la desaprobación de parte del sacerdote al
momento de solicitar una confesión y no recibirla; y anónima, en medio de la multitud que
abandona el teatro. “Bien poco pedía él: un visado, algún dinero, y gente –eso: ¡gente!– que lo
rodeara en el último momento.” (Carpentier 1956 p. 105), y no puede tenerlo, ni en el último
momento. En Las Euménides, las erinias hacen una descripción de lo que consideran será la
muerte de Orestes antes de que el juicio sea tenido en cuenta, y es la forma en la que el acosado
muere.
“Entonces, hundido en el centro del remolino irresistible, llama en su ayuda a quienes no lo oyen,
y la deidad se ríe de este hombre fogoso, al ver al desdichado, que nunca lo hubiera presumido,
en plena desgracia irremediable, sin superar la cresta de la ola y que, tras estrellar contra la
escollera de justicia la dicha que a lo largo de su vida antes disfrutó, muere en la oscuridad, sin
que nadie lo llore. (Las Euménides 560)
72
El acosado transita el camino del héroe trágico, pero no tiene las capacidades de restaurar ningún
orden, y en medio del caos de este mundo, el acosado muere y es sencillamente “Uno menos”
(Carpentier 1956 p.158), que tuvo el peso de cargar con el dolor, pero cuya muerte no tiene valor
alguno.
III Conclusiones
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Hemos intentado dar seguimiento en este trabajo al problema del héroe en la novela El acoso.
Establecimos ese propósito partiendo de referencias textuales y aspectos formales presentes en
la novela, así como las sugeridas por el autor, que nos permitieron pensar una posible lectura
del personaje de dicha obra a propósito del trayecto que transita de dolor, miedo y violencia, en
semejanza con la experiencia del héroe trágico griego y a través de ello, pensar sus repercusiones
para el universo de la novela.
La forma de abordarlo nos permitió definir que el personaje del acosado es más bien cercano a la
figura de un anti-héroe, pero esto ocurre no partiendo de la figura de un anti-héroe y de sus
características, sino a partir de las características carentes del héroe en la misma novela. Una vez
establecida la relación con la tragedia esquilea de La Orestiada y la imagen del héroe trágico
griego, hemos visto surgir la distancia que hay entre un héroe trágico en la Grecia clásica y
nuestro personaje. Esto nos interesó porque no establecimos una caracterización del anti-héroe,
pero sí lo vimos aparecer como la figura de un héroe imposiblilitado para serlo; que enfrenta de
modo definitivamente distinto al héroe trágico griego el sufrimiento y su trayecto hacia lo que en
la novela se puede presentar como una cadena de indicios inevitables que hablan de la muerte
como son: la estructura general de la sinfonía en las descripciones del acosado como “una
marcha fúnebre”, que haya llegado a la azotea huyendo de la muerte y ella haya llegado a su
encuentro con el fallecimiento de la vieja, y los pequeños indicios como las vestiduras de velorio
de las dos mujeres de la novela, entre otras.
La cercanía de la novela con la tragedia esquilea nos condujo a esforzarnos por plantear un
panorama completo de la tragedia de Orestes desde el inicio hasta el fin de su tragedia, esto es,
hasta que el universo de la tragedia encuentra el equilibrio en el orden olímpico. Encontramos
que es en esta cualidad, donde el héroe trágico griego encuentra un sentido en sus acciones,
porque están inevitablemente ligadas a un orden superior, el orden de los olímpicos. Y que la
caída en el caos repercute en la necesidad de encontrar el regreso al equilibrio. Orestes, aunque
no es dueño de su destino, se encuentra inscrito en un orden y ello hace que sus acciones estén
llenas de sentido, tanto su muerte como su perdón en el Aeropago, donde encuentran el
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equilibrio los olímpicos y la casa de los Atridas se despeja de la maldición. Esta característica es
la que no pudimos rastrear en el acosado: su imposibilidad para reestablecer el orden, pues si
bien se ve sujeto al sufrimiento, y a través de él se aproxima a un conocimiento sobre él, nada de
esto, a pesar de ser características en común con el héroe trágico griego, le permite retornar al
orden de su mundo, dentro de la novela el mundo no contiene un origen del caos originario, por
tanto retornar a algo que no existe allí arroja al personaje a surfir y a vivir sin que sus acciones
repercutan en el orden del mundo que lo contiene. Nos resulta imposible a nosotros rastrear un
suceso trágico en el que él esté vinculado como detonante de esa violencia y cuya muerte pueda
implicar aunque sea sugerida, un encuentro con el orden.
El mundo del acosado no contiene ningún orden que haya existido previamente y que pueda
rastrearse en un origen de un caos, por ello aunque el acosado sufra las implicaciones de
encontrarse en el mundo violento, no se relaciona con él en un modo directo. Esto resulta
reforzado por la imagen anónima del acosado construida en la novela, en la que el personaje
tiene un nombre genérico y donde todas sus acciones se ven deslegitimadas para cuestionar la
verdad de la que acaso sea portador. Así sucede con el hecho de verse implicado en el atentado y
con su descubrimiento sobre la religión. El personaje anda en busca de legitimidad
A partir de nuestra lectura de la novela y del problema del héroe trágico griego en ella,
encontramos que en la figura del acosado es posible rastrear un eco del héroe trágico, sin
embargo, el personaje del acosado se distancia notablemente de Orestes para subrayar que el
héroe aunque sufra, no puede encontrar la justicia, y que nada en su entorno tiende a ella,como
tiende al equilibrio la tragedia, aunque tienda a la muerte; pues es una muerte sin trascendencia.
Este anonimato en el que está inmerso es el que hace surgir a este personaje como un luchador
anónimo de ideales perdidos o indeterminados, en enfrentamientos en los que su vida fue
dispuesta ante lo que alguna vez consideró noble, pero que ahora carece de sentido aun al perder
la vida. El acosado puede revelarnos la furia del poder político durante una dictadura, período en
75
el que se inscribe tentativamente la novela, durante el posmachadato, o bien, durante las guerras
peores posteriores a la caída del poder absoluto, donde la vida de todos no vale nada, porque a la
verdad pueda accederse mejor pagando, que descubriéndola.
Texto leído ante el jurado de sustentación
La primera vez que leí El acoso de Alejo Carpentier tuve una sensación de profunda
desesperanza. Y quizás también la impresión de que las cosas no podrían ser diferentes en el
horizonte político de la novela, y que todo lo que aguarda a una mente que persigue el cambio
social, aun ingenuamente como sucede con el acosado, es la muerte. Fue esta sensación la que
me motivó a emprender este trabajo.
El trabajo inicia con una pregunta central: ¿es posible hablar de un héroe trágico en El acoso? La
relación que propuse surge de la referencia explícita que hay en la novela al personaje mítico de
Orestes de Sófocles y de Esquilo. La razón de esta lectura está centrada en la fuerza política que
la novela adquiere al pertenecer a un contexto de post dictadura de Gerardo Machado en Cuba en
la década de los treinta. Aquel que consideré en un inicio como el héroe de la novela, como
defensor de un ideal político, es sumido inevitablemente en el anonimato. A través de esta
lectura encontré que el acosado transita el dolor del destino trágico pero que su condición trágica
se desvanece por que tanto el sufrimiento como su propia muerte pierden el valor, y alejándose
de la tragedia griega, su muerte carece de sentido al no poder restaurar ningún orden. El
sufrimiento que en la tragedia permite al héroe conocer su condición de mortal, en la novela
parece verse deslegitimado y presentado con cierta ironía. Esta posible lectura que propuse nos
plantea la idea de que la muerte en la novela en oposición a la tragedia griega de la Orestiada, ha
perdido el valor en el contexto cubano de post dictadura en el que la novela se inscribe. Y
seguido a la pérdida del valor de la vida se encuentra el hecho de que en la tragedia griega la
muerte tiene lugar por la posible restauración de un orden cósmico que fue desequilibrado, que
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es origen del suceso trágico. Sin embargo, en la novela no hay un orden al que se pueda regresar,
y el caos de la violencia parece invadirlo todo.
Como metodología inicial abordé algunos trabajos que se enfrentaban con el problema del héroe
en El acoso. Sin embargo en los estudios revisados de uno u otro modo se apela al modelo de un
héroe moderno. En el estudio de Montoya, por ejemplo, estudio centrado en el valor de la
música dentro de la novela, resalta la figura del héroe romántico por la sinfonía Eroica que
atraviesa toda la novela y por una apropiación de los ideales democráticos encarnados en la
figura de Beethoven. Montoya se concentra en un análisis moral del héroe. Por otro lado en el
estudio de Pérez el paralelo sucede a partir de un sistema de funciones más cercano a un análisis
estructural del relato, en el que los intercambios entre personajes ejemplifican las similitudes
entre Orestes y el acosado. Así por ejemplo puede entenderse que Orestes sea perseguido por las
Erinias por haber dado muerte a su madre intentando vengar la muerte de su padre, del mismo
modo en que el acosado es perseguido por su consciencia mientras busca salvar su vida al
esconderse y huir de los miembros de su mismo partido político, quienes ahora buscan matarlo
por haberlos traicionado. Ambos estudios abordan en sentido esencial un héroe moderno, cuyas
acciones son capaces de transformar su mundo narrativo. Y por ello las acciones como funciones
dentro del relato son los núcleos del estudio, atribuyendo gran poder al héroe como gestor de la
acción. Sin contar que la presencia de un juicio moral o de la idea de consciencia o de capacidad
de transformación del destino por medio de la acción son en todo caso ideas ajenas al
pensamiento griego. En ambos estudios la presencia del mito de Orestes en la novela, según mi
mi horizonte de lectura, se convierte en un listado de funciones compartidas por los personajes
que termina desconociendo tanto el universo de la novela, como el universo del mito en
consonancia con la novela y también la relación que Carpentier extendió a lo largo de su obra al
otorgar un significado nuevo a referencias europeas puestas en su narrativa americana.
Es este sentido quise abordar una lectura posible desde otro horizonte hermenéutico. Valiéndome
de la figura del héroe trágico griego, quien es Orestes, la referencia directa desde el relato, me
dio pie para establecer acercamientos y distanciamientos con respecto del personaje del acosado,
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con el objetivo de ver cómo la referencia al mito de Orestes en la novela se ve desplazada por un
nuevo sentido.
Acercarnos a una visión del héroe griego marcó la diferencia entre pensar un héroe desde su
capacidad de actuar, que es una característica del héroe moderno, y pensar el héroe sujeto al
destino de los dioses, incapaz de cambiar el mundo, pero sujeto a que todo suceso incluída su
muerte, pueda regresar el orden perdido al cosmos. En este paralelo encontré un distanciamiento
de la novela del héroe trágico que se evidencia desde el esfuerzo narrativo por ubicar al acosado
en un lugar de legitimidad, este problema no lo enfrenta el héroe trágico pues es la gran víctima
del destino, y es reconocido como doliente por los dioses y por los hombres. Pero el problema
con el que el acosado lucha es el anonimato, pues sufre las consecuencias de haberse incluído en
un proyecto político movido por las armas y las traiciones de bandos corruptos ávidos de poder,
y de estar siendo perseguido por un crimen que ante la luz pública no se le atribuye a él, pero por
el que su vida peligra. Así todas las búsquedas de él por más reales que parezcan, como su
revelación metafísica de Dios y las causas originarias a través de la lumbre de un cigarro por
preguntarse por el origen de la llama o de la mano que lo encendió, deban ser legitimadas por
una visión más alta que al final no lo reconoce, se ve rechazado de este modo por un sacerdote.
Es tan fuerte y repetitiva esta condición de encontrar legitimidad para el acosado, que en el
último párrafo de la novela queda claro que ninguno de sus perseguidores le atribuye a él
identidad, a pesar de haberle propiciado la muerte. Desde esta lectura el anonimato convierte El
acoso quizás en una de las novelas más políticas de Carpentier, pues pesa sobre ella el contexto
del relato como un periodo en el que los partidos se reparten el botín tras la caída de Machado.
Este mundo en caos partido como trofeo, por las bandas criminales politizadas, en oposición a la
tragedia griega, no tiene un suceso trágico que haya fragmentado el mundo y lo haya convertido
en algo corrupto, ningún suceso específico como detonante que permita centrar el malestar del
mundo en un evento. Y es quizás por ello que el destino del acosado aunque sea la muerte, no
cumple ninguna función frente al restablecimiento de ese orden, es decir, no hay ningún orden
que espere ser restaurado. El acosado se convierte en un eslabón de una cadena de intereses
siempre superiores a él. Pero es un eslabón anónimo, y por ello según la lectura que propongo,
no cumple las condiciones del héroe trágico pues aunque deba padecer el sufrimiento del héroe
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trágico y el destino de enfrentarse con la muerte, ningún conocimiento o inmersión en él tiene
como consecuencia algo superior al anonimato que recubre el sujeto político en una dictadura.
Orestes es perdonado y el mito a través de su absolución inaugura en el poder de Atenea el
Aerópago en señal de sustituir la venganza por la justicia en Atenas. Pero el acosado, a pesar de
haber sufrido la persecución, el hambre y la mortalidad, está condenado a un mundo en el que
además de no encontrar justicia sino venganza en su lugar, debe morir anónimamente.
Los logros de este estudio están distribuidos entre la comprensión metodológica de abordar la
figura del héroe desde las claves que la obra misma entrega, que considero que esta
aproximación en la lectura del héroe trágico griego en El acoso nos provee, al no ir por el
camino del viaje del héroe moderno, sino desde las referencias mismas de la tragedia de la
Orestiada. Este trabajo buscó responder a otras lecturas sobre el héroe en la novela, y por otro
lado ver las posibilidades de lectura que pueden abrirse al dar visibilidad a una obra poco
estudiada del autor, para poder pensar en futuros estudios una lectura cuyo horizonte sea más
político. En varias entrevistas Carpentier señala que en El acoso él quería hacer una novela que
incluyera la arquitectura de la Habana, e insiste que se trata sobre eso El acoso, y aunque lo hace
sorprendentemente al exponer sus callecitas en sombra armadas por sus columnas, después de
pensar en el vínculo con la tragedia griega, es difícil no pensar que nos encontremos quizás
frente a una de las novelas más políticas de Carpentier. Por ello el logro quizás más importante
sea plantear el terreno para futuros estudios, uno de ellos por ejemplo es la relación entre la
referencia griega y la referencia romántica dentro de la novela, al ser atravesada por una sinfonía
de Beethoven.
Otro de los descubrimientos interesantes fue haber presentado el surgimiento de un antihéroe no
mediante la enunciación de sus características sino frente a la ausencia de heroicidad del
protagonista en un trabajo comparativo. Esto sugiere que a partir del análisis el anti-héroe surge
de a poco en el relato.
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La primera vez que leí el Acoso de Alejo Carpentier fue en una cátedra de autor, quizás si no
hubiera sido por esa clase, habría tardado mucho tiempo en llegar a esta novela corta. Cerré la
última página y tenía la profunda sensación de una secuencia cinematográfica ininterrumpida. En
clase pregunté si la novela no había sido ya adaptada al cine, pues la trama de personajes se
revelaba tan bien estructurada en una fábula que ocupaba un tiempo de 46 minutos
aproximadamente, que sentía que en una pantalla de cine tendría la capacidad de mantener a
cualquier espectador pegado a su asiento con la sensación de que todo lo que sucediera lo haría
en tiempo real. Tal como me sucedió con la lectura. Pero en clase nadie supo decir si había sido
adaptada o no. En una tarde en la biblioteca encontré una entrevista breve a Carpentier donde
decía que fue Luis Buñuel quien quiso adaptar El acoso al cine, pero al parecer se arrepintió.
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