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Sintaxis y semántica de la identidad contemporánea. Estudio de la
configuración de la identidad personal a través de la autodescripción1.
Modesto Escobar ([email protected]), Estrella Montes ([email protected]) y
Marina Sánchez-Sierra ([email protected]).
Resumen
La presente investigación se centra en el examen de la identidad a través de las
respuestas a la pregunta quién soy yo. Sigue la línea emprendida por los interaccionistas
simbólicos y sugiere el carácter atributivo de las autopercepción de los individuos,
poniendo en cuestión las tesis sobre la naturaleza narrativa de la identidad. Para
fundamentar esta posición, se emplea una muestra representativa de la población
española y se analizan las definiciones que la gente da de sí misma empleando tres
dimensiones: el sentido, la referencia y la atribución, siendo esta última de importancia
central en los diferentes grupos de respuestas obtenidas.
Palabras clave: Identidad personal, identidad social, identidad colectiva,
interaccionismo simbólico.
Abstract
This research focuses on the examination of identity through the answers to the
question: "who am I?" It follows the symbolic interactionism approach and suggests the
attributive character of individual’s self-perception, calling into question the thesis on
the narrative nature of identity. A representative sample of the Spanish population is
used to analyze the definitions people give of themselves through three dimensions:
meaning, reference and attribution, the latter being of central importance in the shaping
of different clusters of responses.
Keywords: Personal identity, social identity, collective identity, symbolic
interactionism.
1 La investigación objeto de esta comunicación se está financiado con fondos el Programa Nacional del Plan de Investigación
Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica (I+D+I) 2008-2011 del Ministerio de Economía y Competitividad (CS02011-27005).
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Sobre la identidad
Tradicionalmente han existido dos posturas contrapuestas en el estudio de la
identidad: por un lado, la que cuestiona la existencia del yo como unidad mantenida a lo
largo del tiempo, destacando su transitoriedad, y, por otro, la que equipara la identidad
con la mismidad, sugiriendo la existencia de una entidad permanente. El fundamento de
esta investigación se orienta en la línea de considerar la identidad bajo la primera
perspectiva, pero concibiéndola en una doble vertiente: como un sentimiento consciente
personal que nos hace individuos únicos, estables y distintos de los demás, y como una
equiparación del individuo con otras personas o grupos sociales con los que se comparte
una serie de características. La tesis principal que se defiende a continuación es que
ambas vertientes se advierten de modo explícito cuando se pide a la gente que se
describa a sí misma a través de los atributos y las referencias que se emplean en las
autodefiniciones.
El origen del concepto de identidad desde la perspectiva psicosocial, se encuentra en
la obra de Erikson (1968). Para este autor, la identidad se forma a través de un continuo
proceso de reflexión, en su mayoría inconsciente y en permanente desarrollo, donde
cada sujeto emite un juicio sobre sí mismo en función de la percepción de cómo los
demás individuos le juzgan; a la vez que juzga su propia percepción de cómo él es
juzgado por los otros. Erikson diferencia ocho fases de la vida humana, en cada una de
las cuales el individuo atraviesa una crisis de identidad, definiendo esta como un
conflicto librado en el interior de sujeto, relacionado con la pérdida de los sentimientos
de mismidad y de continuidad histórica de la persona. Pero la noción de identidad en
Erikson no es homogénea ya que considera tres acepciones diferentes. La entiende en
primer lugar, como un sentimiento consciente de singularidad individual, de identidad
personal, mediante el cual el individuo se percibe a sí mismo como único y distinto a los
demás. Considera también una segunda acepción como reconocimiento de permanencia
temporal de la personalidad. Se trata de un esfuerzo inconsciente a través del cual el
sujeto se reconoce en la actualidad como el mismo individuo que fue en un espacio
diferente en el pasado, y toma conciencia de ello. Y a su vez, entiende la identidad
como un nexo de unión del individuo con otras personas, con las que comparte una serie
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de características y con las cuales se identifica (su familia, su grupo de iguales, personas
de su mismo sexo, etc.). De estas tres acepciones se derivan dos visiones sobre la
identidad. Por un lado, se denomina “identidad personal” a la condición, sentimiento o
conciencia de ser el mismo sujeto desde el nacimiento, a la vez que diferente de los
demás. La permanencia del yo a lo largo del tiempo es la que garantiza la identidad
personal. Por otro lado, el concepto de “identidad social” hace referencia a las etiquetas
que nos adjudicamos cuando nos sentimos o aspiramos a ser parte de un grupo humano,
a cuyos miembros se atribuyen socialmente unas características distintivas de las que se
atribuyen a quienes no forman parte de él.
Además de esta distinción básica entre identidad personal y social, el término
identidad puede abordarse desde tres puntos de vista (Escobar, 1987). En primer lugar
como asimilación, en la medida en que una persona desarrolla una tendencia de
progresivo acercamiento a algo –objeto, individuo o grupo- con el fin de equipararse
con él o emularle. En este sentido, nos identificamos con un grupo social cuando se
convierte en un referente de conducta e ideas que tratamos de compartir. En segundo
lugar está la idea de la identidad como sentimiento, como estado emotivo por el que nos
reconocemos como iguales tanto con nosotros mismos en el pasado o futuro, como con
otras personas o grupos con los que nos identificamos en el presente. Finalmente,
también puede concebirse la identidad meramente en términos de definición, cuando de
lo que se trata es de atribuirnos –o que nos atribuyan- una serie de rasgos estables que
reduzcan nuestra incertidumbre, o la de otras personas o grupos de referencia.
Antes de que Erikson definiera el concepto de identidad, desde el interaccionismo
simbólico se desarrolló intensamente el concepto de persona (self), en el que los temas
de identidad son centrales. Esta orientación teórica psicosocial, con raíces en la filosofía
pragmatista de James (1890) y Cooley (1902; 2005), se fundamenta en dos premisas
básicas. Por un lado, se considera que el individuo y la sociedad son unidades
inseparables e interdependientes. A través de la socialización, los sujetos van
adquiriendo los símbolos que les permiten desarrollar su capacidad de pensamiento y
que otorgan significado a la realidad social. De este modo, los individuos interpretan el
mundo social y actúan e interactúan en él, influyendo así lo social en la personalidad.
Por otro lado, se destaca que los sujetos, antes de reaccionar a las acciones de los
demás, las interpretan. La respuesta de cada individuo está condicionada por el
significado que otorgue a las acciones ajenas. De este modo, el uso de símbolos
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(especialmente el lenguaje) y la interpretación de las acciones condicionan la
interacción humana.
El interaccionismo simbólico enfatiza el estudio de los estados interiores del ser
humano, por lo que su punto de partida es la conciencia. A través de ella, el individuo
presta atención al mundo exterior, identifica los estímulos que generarán en él una
reacción, selecciona entre las diferentes alternativas de conducta, demora la acción para
poder elegirla y organizarla, provoca en sí mismo la reacción que su acción podría
provocar en otro y es reflexivo. Gracias a la capacidad de reflexividad, el sujeto es
capaz de mirarse a un espejo y de reconocer la imagen que ve como suya,
convirtiéndose en objeto y tomando conciencia de sí mismo. Es esta capacidad de
autoconciencia la que proporciona al individuo la identidad, pero ésta no nace con el
individuo, sino que se construye socialmente. Así, y tal como expuso Cooley (1902;
2005), el self surge como reflexión, como reacción ante las opiniones de los demás. Esta
delimitación intersubjetiva de la persona viene prefigurada ya desde el nacimiento,
cuando los padres y la sociedad (representada en los registros civiles del Estado)
identifican al recién nacido como único al registrarle con un nombre que le diferencia de
los demás congéneres. De aquí surge una idea clave de esta orientación: para que la
persona tome conciencia de sí misma, requiere un entorno social que le considere un
objeto.
De acuerdo con Mead (1934), el self, “el proceso y resultado a través del cual un
individuo se autoconcibe” (Escobar 1987: 15), es decir, toma conciencia de sí mismo,
como sujeto y como objeto, se desarrolla a través de la experiencia social desde los
primeros años de vida en un proceso de tres etapas. En cada una de las cuales se pueden
distinguir los dos componentes del self: el self objeto (el “mí”, las actitudes de los otros
que el sujeto adopta) y el self sujeto (el “yo”, la reacción organizada ante las actitudes
de las demás personas). La primera fase es la imitación, en la que los niños repiten la
conducta de los adultos sin ser capaces de comprender el significado de la acción. La
segunda es el juego, donde los infantes interpretan diferentes roles de los adultos (jugar
a papás y mamás, a médicos, a policías y ladrones), por tanto, roles distintos a los que
socialmente les corresponden. Cuando un niño adopta un rol, se estimula a sí mismo y
provoca en sí las mismas reacciones que generaría en otros. De este modo comienza a
asumir el significado de la acción que realiza, poniéndose en el lugar de la persona cuyo
rol desarrolla, y pasando a ser objeto de sí mismo, ya que se ve a sí mismo desde ese
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rol. La tercera etapa es el deporte, en la cual tiene que adaptarse a las normas específicas
fijadas en él y adoptar las actitudes y reacciones que el resto de jugadores tendrán en su
propio rol, organizándolas para generar en sí mismo la respuesta adecuada y/o exigida.
Así, el surgimiento del self requiere de un contexto social que permita que el sujeto se
experimente a sí mismo indirectamente, a través de la asunción de roles y actitudes de
los otros, y tome conciencia de sí mismo.
A partir de estas posiciones teóricas preliminares, se desarrolla toda una serie de
estudios sobre identidad bajo la perspectiva del interaccionismo simbólico, dentro del
que se diferencian cuatro ramas fundamentales: los representantes de la Escuela de
Chicago, entre los que destaca Blumer (1969), que sugiere el estudio de la sociedad a
través de las vivencias de los sujetos en el proceso de construcción de la realidad social
cotidiana; la Escuela de Iowa, en la que sobresale la obra de Kuhn (1954) y Kuhn y
McPartland (1960) y sus intentos por operacionalizar el concepto de identidad a través
del TST (Twenty Statement Test); el análisis dramatúrgico de Goffman (1959; 1963)
que se basa en la consideración de la existencia de grandes semejanzas entre las
acciones e interacciones humanas y las representaciones teatrales; y por último, la
posición estructural de la identidad de autores como McCall y Simmons (1978) y
Stryker y Burke (2000) que consideran que un sujeto tiene tantas identidades como roles
o posiciones ocupa en la sociedad.
Cabe hacer especial mención a la Escuela de Iowa, cuyos principales representantes
diseñan el instrumento metodológico que se emplea en la presente investigación, el
TST. Para Kuhn (1954), los estímulos que recibe cada individuo influyen en el self (hay
una interacción entre el yo indeterminado y el mi determinado) y generan una conducta
específica, la cual es aprendida socialmente. Como indican Hickman y Kuhn (1956), el
tipo de conducta que un sujeto realice en torno a un objeto dependerá del significado del
mismo. Además, estos autores destacan el concepto de actitud, ya que conciben el self
como una estructura compuesta por identidades, por actitudes del sujeto hacia sí mismo,
visto como un objeto. Al verse como objeto, cada individuo está sujeto a planes de
acción expresados verbalmente en forma de actitudes hacia uno mismo, determinando
de este modo la conducta. Al igual que Mead (1934), Kuhn defiende que un sujeto se ve
indirectamente a través de los demás mediante la asunción del papel de la otra persona.
Más recientemente, algunos autores exponen una teoría narrativa de la identidad.
Así, Ricoeur (1996) parte de la diferenciación entre la identidad como mismidad y
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como ipseidad. La primera es la parte no reflexiva de la identidad, el carácter o rasgos
concretos del sujeto que permiten identificarle como el mismo, mientras que la ipseidad
es la parte reflexiva de la identidad, el relato mantenido por el sujeto frente al otro. Este
autor sitúa la identidad narrativa entre una y otra, entre la permanencia del carácter y el
mantenimiento de sí en la promesa, mediando entre ellas. Pero la identidad no es
estable, ya que se forma como resultado de la tensión entre la estabilidad que busca la
narración y la variabilidad de los acontecimientos que surgen en el contexto. Así, fruto
de la continua recomposición del relato, surge la persona como narrador y como sujeto
de la acción, haciendo que a través de la identidad de la historia narrada se forme la
identidad personal narrativa.
Para Martuccelli (2007), la identidad “se constituye progresivamente gracias a un
trabajo discursivo por el cual el individuo logra dotarse de una representación unitaria y
coherente de sí” (p. 306). La identidad es, para él, “un espacio donde el individuo se
forja, por el relato, un sentimiento de continuidad a través del tiempo, e incluso a veces,
un sentimiento de coherencia interna que le permite justamente tomarse narrativamente
como un individuo singular, pero siempre con la ayuda de elementos sociales y
culturales.” (p. 307). Por tanto, mediante la narración, el sujeto intenta construir una
unidad que ligue los distintos fragmentos del yo en busca de una coherencia entre las
diferentes etapas de su biografía que asegure la permanencia del yo, esto es, la narración
selecciona determinados acontecimientos de la vida.
Por su parte, Revilla y Tovar (2009) consideran que es el propio cuerpo el que otorga
continuidad a la identidad, haciendo posible que los sujetos se reconozcan como
diferentes y únicos, dando lugar al sentido de identidad. Pero, como señalan ambos
autores, la identidad no es sólo diferenciación, también es igualación a los demás, y
ambas dependen del contexto social. Éste determina respecto a qué cuestiones “tiene
sentido igualarse o diferenciarse” (p. 124). Entre el sentido de la identidad y el contexto
social, surgen los procesos identitarios, los mecanismos mediante los cuales el sujeto
construye su identidad. En consecuencia, “la construcción de la identidad consiste en un
trabajo identitario de transformación de las diversas experiencias personales en una
narrativa, en unos relatos de identidad que han de dar cuenta las interacciones del
sujeto” (p. 126). Además, como existen diversos ámbitos sociales de interacción,
existirán también diversas narrativas autorreferidas, pudiendo dar lugar a que el sujeto
se muestre diferente en cada uno de ellos.
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A modo de síntesis y cómo ya habíamos destacado, confluyen dos posturas
contrapuestas en el estudio de la identidad: una que destaca su transitoriedad,
cuestionando la existencia del yo como unidad estable y constante a lo largo del tiempo;
y otra que sí la concibe como permanente, equiparándola con la mismidad. La presente
investigación se orienta hacia la primera postura, considerando que la identidad se
construye a lo largo de la vida, aunque son los propios sujetos quienes le otorgan
continuidad. Igualmente, se centrará en la identidad social, que engarza a la identidad
personal, o condición de ser uno mismo y diferente a los demás, junto con la identidad
colectiva, que comprende las características distintivas compartidas de los grupos y
asociaciones a los que el individuo se vincula para configurar su “identidad nosotros”.
Metodología
El universo de trabajo se constituyó con las personas entre 18 y 70 años residentes en
España (con la única exclusión de los habitantes de Ceuta y Melilla, así como personas
que no hablaran castellano). Se realizó una muestra con rutas aleatorias controladas con
cuotas de sexo, edad y Comunidad Autónoma. Se ejecutaron un total de 146 rutas y el
equipo de entrevistadores estuvo formado por 55 personas. Entre el 9 de junio y el 9 de
julio de 2012, se aplicaron un total de 1.007 entrevistas sobre un conjunto de 1.001
previstas. El error muestral, bajo el supuesto de selección aleatoria simple, sería de +/-
3.1%.
El cuestionario estaba compuesto de 28 preguntas. La primera de ellas era el TST,
(Twenty Statement Test o Test de las Veinte Respuestas). A fin de facilitar su aplicación
a la población general, tras una aplicación piloto, su única pregunta se redactó del
siguiente modo: Para este estudio necesitamos que nos hable de Vd., que se describa,
que nos diga quién y cómo es, o cómo se ve a sí mismo. Utilice, por favor, el espacio
reservado y escriba todas las respuestas que se le ocurran a la pregunta quién soy yo.
No se trata de pensar mucho, queremos que nos escriba con sus propias palabras lo
primero que se le ocurra. Pese a esta redacción, se le ofrecía a los entrevistados la
oportunidad de contestar oralmente, siendo el entrevistador quien escribiera las
respuestas. El resto del instrumento se componía de las siguientes temáticas: a) otras
preguntas sobre identidad; b) la relación mantenida con grupos o asociaciones; c) la
escala de post-materialismo; d) preguntas sobre política económica, y e) información
socio-demográfica del sujeto, incluyendo lengua, proximidad política, así como datos
familiares, laborales y económicos.
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El uso de respuestas abiertas a la pregunta quién soy yo conlleva la dificultad de
codificación de las mismas, lo que hace necesario describir el sistema de categorías, tal
como hicieron los investigadores pioneros que emplearon el test. Por ello, serán tenidos
en cuenta los sistemas de categorización de los siguientes estudios empíricos: los
clásicos del TST de Kuhn y McPartland (1954), Kemper (1966), McLaughin (1966) y
McParland (1971); pero también estudios más recientes de la identidad como los de
Bromley (1977), que empleó treinta y tres categorías para el análisis de historias de
vida; Kreitler y Kreitler (1987), que elaboraron cincuenta categorías agrupadas en
cuatro dimensiones para el estudio de la evolución del self en la adultez (de 18 a 90
años); McGuire y McGuire (1987), que investigaron a niños de entre 7 y 18 años y
elaboraron un sistema de codificación basado en la distinción sujeto/verbo/cualificador;
Rossan (1987), que trabajó sobre la identidad de rol en cuarenta mujeres madres
recientes manifestada en entrevistas abiertas; y especialmente, el que se empleó para el
estudio de la identidad social del parado en España (Escobar, 1987).
Inspirados en todos estos análisis, se han empleado tres dimensiones: el sentido, la
referencia y el atributo, para realizar un examen exhaustivo de codificación de las
definiciones que hacen las personas de sí mismas.
Por sentido se entiende el contenido que la persona está expresando de sí misma.
Kuhn y McPartland (1954), los desarrolladores del TST, establecieron básicamente dos
categorías de sentido: los enunciados consensuales (aquellos que para comprender su
significado no requieren que sean explicados por quienes lo emiten; por lo que
proponemos llamarlos objetivos, pues incluyen aquellos “enunciados sobre posición
social del sujeto y sobre los roles que de ella se derivan, incluyendo enunciados de
categorías sociales, tales como nombre, edad, afiliación religiosa, relaciones de
parentesco, etnias, nacionalidad, pertenencia a otros grupos formales o informales y
también respuestas sobre características físicas del sujeto” (Kuhn; citado en Schwirian
(1964)), y los subconsensuales (a los que llamaremos subjetivos), que son aquellos que
contienen una descripción que necesita aclaración por parte de quien la emite para
comprender su sentido, incluyendo tanto “las especificaciones del modo de ser o
preferir de los sujetos” como la de “aquellos asertos del individuo que proporcionan una
información tan vaga que no se puede hacer ninguna inferencia sobre su
comportamiento” (McPartland, 1971).
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Para desarrollar y profundizar en la clasificación khuniana, se han distinguido dentro
de las categorías objetivas las siguientes: las respuestas físicas, que se refieren a
aspectos físicos o personales (nombre, edad, enfermedades, características corporales,
etc.); las referencias a la propiedad, que incluyen todos aquellos enunciados en los que
las personas hablan de su posesiones personales; las respuestas de actividad, que
reflejan los hábitos a los que hacen referencia los sujetos cuando se autodefinen; los
enunciados colectivos, que se refieren a menciones de roles desempeñados o estatus
adscritos o adquiridos de los sujetos que los emiten, y finalmente, las globales
consensuales, que son respuestas objetivas aplicables a todo el género humano.
Ejemplos respectivos de cada una de estas clasificaciones serían los siguientes:
“Morena” sería una contestación de sentido físico; “tengo coche” indicaría propiedad;
“juego regularmente al fútbol” sería clasificada como actividad; “cajera” constituiría
una muestra de enunciado colectivo, y “ciudadana del mundo” se clasificaría entre las
autodefiniciones globales.
Por su lado, entre las frases subjetivas, se han distinguido cinco grandes categorías:
las autoevaluaciones, cuando el individuo expresa su modo de ser; las preferencias,
caracterizadas por indicar los gustos de las personas; las creencias, cuando los
enunciados expresan un juicio u opinión sobre una realidad ajena su propia persona; las
aspiraciones, siempre que los sujetos se refieran a su futuro para dar cuenta de sí
mismos, o las indefiniciones, si las frases son de naturaleza indeterminada.
Ejemplos de oraciones subjetivas sobre uno mismo serían las siguientes: “Creo que
puedo decir que soy una tía maja”, “soy un tío lleno de confianza y felicidad” y “soy
capaz de hacer bien las cosas diarias de mi vida” constituyen ejemplos de frases que se
consideran autoevaluaciones. “Me fascina el progreso y la tecnología” o “me apasiona
la gastronomía” son ejemplares de preferencias. De igual modo alguien puede
caracterizarse de este modo: “Pienso que el destino baraja las cartas, pero nosotros
somos los que jugamos”, en cuyo caso se clasificaría como una creencia. En cambio,
“lo que quiero es seguir haciendo trabajos bonitos y potentes” quedaría etiquetada como
aspiración. Finalmente, también es posible, aunque poco frecuente, que la gente exprese
de modo indefinido su identidad con dudas, desconocimiento e incluso respuestas
evasivas, como sería el caso de decir que se es “uno más.”
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La segunda dimensión de análisis es la referencia, definida como la entidad o
conjunto de entidades, ajenas al sujeto definido, mencionadas en un enunciado sin la
consideración de la aproximación que se tenga con ellas. En términos gramaticales
puede identificarse como el sujeto del verbo, siempre y cuando no sea el pronombre
personal “yo” –obligatorio en la mayor parte de las lenguas modernas, pero pleonástico
en castellano-, y con los atributos nominales2 o con los complementos de los verbos,
principalmente el directo.
Las clasificaciones de las referencias podrían ser infinitas. Para el análisis de la
autodefinición han sido consideradas principalmente categorías sociales, que se han
agrupado en las siguientes apartados: biosociales, características físicas objetivas del
sujeto desde su propio nombre a la edad, pasando por la referencia a su género o a
posibles enfermedades padecidas; familiares, relacionadas con los seres con los que se
tienen vínculos consanguíneos; grupales, en el caso de mención de grupos primarios no
familiares o secundarios a los que pertenece o con los que se relacionan los sujetos;
activas, cuando se hace mención a roles o estatus relacionados con el trabajo, los
estudios o el ocio; sociales, donde se incluyen otras referencias más débiles de inserción
social de los sujetos como puedan ser la territorial, la política, le religión, la clase social
o diversos otros generalizados, como es el caso de grupos sexuales, marginales, etc., y
genéricas, en el caso de que en la autodefinición el sujeto se identifique con una
referencia aplicable a todo el género humano, como puedan ser una “persona” o
“alguien”.
En el caso de las referencias muchos ejemplos son obvios, tales como “mujer” o
“joven” como categorías biosociales; “padre” como categoría familiar; “amiga” en el
apartado grupal; “estudiante”, “arquitecta”, “catalán” y “católica” entre las categorías
sociales; o ser humano en un agregado genérico. Sin embargo, otras menciones
plantearían más de una duda a cualquier codificador como “mi amor”, que podría ser
familiar o grupal; las chicas, grupal o social; “tía” o “tío”, biosocial o familiar;
“motorista”, actividad u otro generalizado, dependiendo del contexto donde aparezcan
2 En la gramática castellana, se denomina atributo a los complementos de los verbos copulativos (ser, estar, parecer,…). Según
la RAE es una función sintáctica que desempeña la palabra o grupo de palabras (generalmente un adjetivo o un sustantivo, precedido o no de preposición) que, a través de un verbo copulativo, atribuye una cualidad o estado a la entidad designada por el sujeto. También se denomina predicado nominal. Sin embargo, aquí nos referimos a atributos nominales, porque descartamos los atributos adjetivales, que serán objeto de la tercera dimensión por referirse más a cualidades (adjetivos) que a estados (sustantivos).
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los vocablos. En algunas ocasiones es irresoluble la duda a pesar de conocer dónde se
han emitido y con qué otras palabras aparecen.
La tercera dimensión ha sido introducida como novedad en esta aplicación del test a
una población general. Se trata del atributo, básicamente reconocida como los adjetivos
calificativos siempre y cuando se refieran al sujeto que se está definiendo y no a otras
personas u objetos mencionados en sus enunciados. En muchas ocasiones, aparece
como el único elemento en la contestación del individuo, desprovisto de referencias y
mayoritariamente con un sentido autoevaluativo. Para la elaboración de esta tercera
dimensión, se ha procedido del modo siguiente: en primer lugar, se ha realizado una
exploración con la distribución de todas las palabras mencionadas en las respuestas
abiertas a la pregunta quién soy yo. Entre ellas se han seleccionado todas aquellas que
pueden desempeñar la función de atributo en la definición personal. Básicamente, se
trata de adjetivos, aunque se encuentran también sustantivos que pueden desempeñar la
función de atributo nominal (por ejemplo, mujer, padre, sevillana, cocinero, etc.). En la
codificación de los atributos se distinguieron tres tipos de adjetivos: en primer lugar, los
llamados externos, aplicados a otras personas o entidades distintas del sujeto
autodefinido, como por ejemplo, el adjetivo “risueño” en la frase “me gustan las
personas risueñas”. Por otro lado, los adjetivos nominales, que fueron subclasificados
en cuatro categorías básicas: los vinculados con el género (mujer); los relacionales, que
implican posiciones sociales no laborales (padre); los gentilicios, relacionados con la
pertenencia a colectivos territoriales (sevillana), y los ocupacionales, referidos a la
actividad de los sujetos (cocinero). Finalmente, estarían los adjetivos calificativos
(trabajadora, simpático, alegre, etc.), de los que se codificaron específicamente para un
estudio posterior aquellos que, independientemente de su género, presentaron una
frecuencia de aparición superior a 20 menciones en el conjunto de los 1.007
cuestionarios.
Análisis
Además de emplear las tres dimensiones recién explicadas (sentido, referencia y
atributo) en el análisis de las respuestas de los sujetos a la pregunta quién soy yo, se han
distinguido tres niveles: el sintagma, la sentencia y el individuo. El primero abarca la
categorización de una palabra o conjunto de palabras con una función sintáctica única,
el segundo comprende los análisis de cada una de las sentencias que los entrevistados
profirieron, mientras que en el tercero, la unidad de análisis son las personas.
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Nivel sintagma
Como las referencias y atributos han sido codificadas sintagmáticamente, la unidad
de recuento de ambos coincide en la mayor parte de casos con las palabras. Sin
embargo, no vamos a detenernos en el análisis de este nivel, puesto que también estas
categorías pueden ser analizadas en el nivel de la sentencia, que es la unidad de sentido
del lenguaje. En cualquier caso, debe ser mencionado que en el conjunto del millar de
respuestas se han codificado 12.140 sintagmas distintos, lo que proporciona una media
algo superior a los 12 sintagmas por sujeto, siendo algo mayor el número de atributos
(7.521), que el de referencias (5.144) Obviamente, su suma supera el conjunto, porque
algunos sintagmas son al mismo tiempo referencias y atributos. También debe
mencionarse que las apariciones más frecuentes han sido las de trabajador/a (435),
simpático/a (222), alegre (188), responsable (170) y amable (155), correspondientes a
autoevaluaciones de tipo práctico y sociales.
Nivel sentencia
Más interesante que un análisis sintagmático de estas menciones es considerarlas
ubicadas dentro de las sentencias que las enmarcan. Por ello, será en este nivel donde se
realizará el análisis más pormenorizado de las categorías detectadas en el nivel anterior,
es decir, las referencias y los atributos, ya que su inserción en las sentencias es
manifiestamente evidente. Sin entrar en las múltiples unidades de codificación, que
sirven para la construcción de las categorías generales que se van a emplear tanto en
este nivel de sentencias, como en el próximo de personas, para la caracterización de las
respuestas van a emplearse once categorías: tres de ellas correspondientes a los sentidos,
dos atributivas (las calificativas y las nominales) y seis referenciales (biosocial, familiar,
grupal, activa, socia y general).
Como aparece en la Tabla 1, la mayor parte de las 10.741 sentencias son
actitudinales (83,2%); también hay una elevada proporción (69,2%) que se caracterizan
por incluir adjetivos calificativos, mientras que solo en un 45.1% de las sentencias se
encuentran referencias, de las cuales las más numerosas son las relacionadas con
actividades de los sujetos (24%). Esto es, las personas optan por proporcionar
principalmente respuestas subjetivas a su identidad y, más en concreto, como se verá
más adelante, autoevaluaciones varias.
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Tabla 1.- Número de sentencias en las que aparecen tipos de sentencias, atributos y
referencias
De gran interés son los distintos grupos de referencias que se mencionan. El más
frecuente es el de las activas, es decir, aquellas que están relacionadas con actividades
laborales o complementarias. Podríamos decir que estas conforman el núcleo central de
la identidad social, seguidas a gran distancia de las referencias familiares, grupales y
sociales que sólo se hacen expresas en poco más del 5% de los enunciados de identidad
analizados.
Además de ver y estudiar por separado la aparición de los diferentes aspectos
identitarios, conviene ver hasta qué punto aparecen conjuntamente para ofrecer una
descripción más detallada de cómo son los enunciados que la gente emplea en su
definición. Para ello, hemos seleccionado cinco categorías centrales por su alta
aparición: las respuestas actitudinales, las consensuales, las indefinidas, los atributos
calificativos y las referencias3. Empleando estas cinco categorías, se hubieran podido
conformar 12 modelos distintos de sentencias de identificación, de los que solo cinco
aparecen en más el 5% de los enunciados sobre el yo analizados.
Tal como se refleja en la Tabla 2, el enunciado más típico es el compuesto por una
sentencia actitudinal que emplea calificativos (“Soy alegre”); en segundo lugar, los
enunciados de este mismo sentido compuestos al mismo tiempo por una referencia y un
calificativo (“Soy una buena madre”), y en tercer lugar, tendríamos las mismas
sentencias actitudinales acompañadas solo con referencias (“Me gustan las chicas”). Es
más que evidente que las personas se identifican a sí mismas mayoritariamente con
atributos calificativos incluidos en enunciados subjetivos.
3 Aun siendo poco frecuentes, se han incluida las respuestas indefinidas por ser un tipo de sentido. No se han incluido, por
otro lado los atributos nominales porque muchos de ellos también están categorizados como referencias.
n % n %
Enunciados 10741 100.0 Referencias 4850 45.1
Actitudinales 8940 83.2 Referencias activas 2581 24.0
Consensuales 1409 13.1 Referencias familiares 825 7.7
Indefinidos 441 4.1 Referencias grupales 702 6.5
Atributos 8411 78.3 Referencias sociales 495 4.6
Calificativos 7438 69.2 Referencias biosociales 353 3.2
Nominales 973 9.1 Referencias genéricas 304 2.8
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Tabla 2.- Frecuencia de aparición de los tipos de enunciados más comunes
En un segundo orden, hay también enunciados con referencias que ubican a las
personas en el mundo social; pero incluso siendo así, la mayor parte de este modo de
expresar el anclaje se manifiesta en frases actitudinales con un componente subjetivo
importante. Esto se aprecia en la misma Tabla 2, donde se aprecia que menos del 8% de
los enunciados son consensuales con referencias, frente a un 14,3% de enunciados que
contienen referencias en enunciados actitudinales.
Nivel individual
Hasta el momento, se ha considerado como unidad de análisis cada una de las
sentencias que han sido emitidas por el millar de sujetos que ha participado en este
estudio. A continuación, la óptica se centrará en las personas que han contestado. Los
principales indicadores que se emplearán son las proporciones de aparición de las
categorías de análisis, con el objeto de considerar si es parte esencial en la presentación
del yo, y las medias4, que indicarían el grado de diferenciación de la categoría.
Finalmente, también sería posible analizar, aunque por razones de espacio no se haga en
esta presentación, el lugar u orden en los que aparecen atributos, referencias o
sentencias.
En cualquier caso, es conveniente comenzar con un examen del número de
enunciados que se emiten por sujeto. La media global es fácilmente derivable de la
división entre el número de enunciados. Así pues, como se han analizado 10.741
enunciados emitidos por 1007 individuos, corresponde a cada uno de ellos 10,7
respuestas. Ahora bien, la distribución sigue una peculiar pauta como puede apreciarse
en la Ilustración 1. De uno a 10, que es la frecuencia modal, sigue una curva ascendente,
4 Salvo para análisis y clasificaciones individuales, las medias no añaden más información que los recuentos de categorías
realizados en el nivel de los enunciados, ya que pueden obtenerse dividiendo las frecuencias por el número de sujetos de la muestra.
Tipo de enunciados n %
Actitudinal con calificativos 5,156 48.0
Actitudinal con calificativos y referencias 1,642 15.3
Actitudinal con referencias 1,566 14.6
Consensual con referencias 840 7.8
Actitudinal 533 5.0
Consensual con calificativo 470 4.3
Indefinido con referencia 191 1.8
Ninguno de los anteriores 343 3.2
Total 10,741 100.0
15
que alcanza al 10% en el valor medio. A partir de este número de respuestas, la
frecuencia va descendiendo con la excepción de los valores entre 13 y 15, en el centro, y
entre 19 y 20 en el final de la distribución. Puede considerarse que el primer repunte es
meramente aleatorio; pero no así el segundo, el de las máximas respuestas, en la medida
en que una proporción pequeña de las personas entrevistadas tienen una imagen
elaborada de sí mismos y menos del 8% son capaces de expresar en condiciones poco
propicias el máximo de veinte enunciados que permite el instrumento.
Ilustración 1.- Distribución del número de enunciados emitidos en el TST por
individuo
Si se compara con otras aplicaciones del TST llevadas a cabo en nuestro país, se
encuentra por debajo de la aplicación llevada a cabo entre parados en los años 80 por
Escobar (1987), donde se obtuvo una media de 14.4; de las de los jóvenes de 16 años
emprendida en colegios de ESO de Cataluña, País Vasco y Castilla y León (17.4); así
como la llevada a cabo mediante encuesta por Internet a una muestra panel (16.0). En
este último caso, el más comparable de todos, la diferencia tan notable en el número de
respuestas puede ser considerada como el efecto de la situación de la aplicación del test,
pues se elimina la interferencia del entrevistador así como el contexto en el que se
produce la respuesta. No es lo mismo contestar en el umbral de la puerta, en un
momento en el que se puede haber interrumpido alguna tarea por parte de una persona
extraña; que delante de un ordenador, en un horario elegido por el propio entrevistado,
motivados además por la obtención de una recompensa en forma de regalo, en un
espacio de confort donde se sienten seguros y relajados, sin la presión de “contestar
correctamente” que suele darse cuando la pregunta la formula un entrevistador, ni la
0
2
4
6
8
10
Po
rcen
taje
0 5 10 15 20Número de enunciados por individuo
16
presión de alguien esperando la respuesta. También la media obtenida está por debajo
de las primeras aplicaciones realizadas a estudiantes americanos, que rondaban las 17
respuestas (Kuhn y McPatland, 1954; Schwirian, 1964; Brooks, 1969). Sin embargo,
está más próxima a los 12,7 enunciados que encontró Driver (1969) en India y es
superior a las cinco respuestas que obtuvieron Mulford y Salisbury (1964) en la
población adulta de Iowa suprimiendo las veinte líneas numeradas para no forzar a los
individuos a emitir más respuestas que las espontáneas.
El siguiente paso es ver el porcentaje de personas que ha emitido alguna de las
categorías de análisis que estamos utilizando para caracterizar las autodefiniciones. Lo
más evidente es la práctica unanimidad en la emisión de enunciados actitudinales, ya
que el 99% los entrevistados han proferido sentencias de este tipo. También son
omnipresentes los atributos, en especial, los calificativos.
En contraste, las respuestas objetivas sobre uno mismo, aun siendo mayoritarias al
ser empleadas por casi un 60% de los entrevistados, no están presentes en el conjunto de
individuos, ni tan siquiera ocupan las primeras posiciones en la autodefinición, como
supusiera Kuhn (1960) a partir de sus aplicaciones a estudiantes universitarios
americanos en los años 60. Otro dato a destacar es el relativamente alto porcentaje de
personas que emiten enunciados indefinidos, lo que indica tanto un cierto
distanciamiento de las personas hacia el instrumento, como una ausencia del
componente cognitivo de la actitud hacia el sí mismo.
Tabla 3.- Personas que mencionan tipos de respuesta, atributos y referencias
Ahora bien, el hecho de que no haya respuestas objetivas, no significa que los sujetos
no emitan referencias de este tenor, ya que casi el 90% de los entrevistados las emplean
en su respuesta. Las más frecuentes son las referencias activas, que incluyen tanto
aquellas menciones a actividades laborales, como las complementarias, relacionadas
con el ocio. Cerca del 85% de los individuos emiten estas referencias activas, con lo que
n % media n % media
Personas 1007 100.0 10.7 Referencias 901 89.5 5.5
Actitudinales 998 99.1 8.9 Referencias activas 844 83.8 2.7
Consensuales 592 58.8 1.4 Referencias familiares 516 51.2 0.9
Indefinidas 235 23.3 0.4 Referencias grupales 466 48.3 0.7
Atributos 1005 99.8 8.5 Referencias sociales 304 30.1 0.5
Calificativos 993 98.6 7.5 Referencias genéricas 250 24.8 0.3
Nominales 526 52.2 1.0 Referencias biosociales 243 24.1 0.4
17
son prácticamente universales. Las que le suceden en frecuencia, apareciendo
prácticamente en la mitad de cuestionarios, son las familiares y las grupales. En un
tercio de la muestra encontramos referencias sociales, mientras que las genéricas y las
biosociales son proferidas por menos de la cuarta parte de la muestra, en buena medida,
porque funcionan como apoyos de la definición, que no son necesarios cuando se
responde a un cuestionario en situación incómoda, ya que se prefiere emitir respuestas
más bien breves.
De modo complementario, pueden analizarse los promedios de cada uno de estas
respuestas. En correspondencia con la prácticamente unánime presencia de enunciados
actitudinales y atributos calificativos, vemos que los sujetos enuncian una media de
nueve respuestas actitudinales y emiten siete y medio adjetivos calificativos por
cuestionario. A continuación, son las referencias activas las que poseen mayor grado de
aparición por sujeto, superando las dos por persona. Mencionables también son las
respuestas consensuales, cuya aparición está por encima del 50% y su media mayor que
1, y las familiares, aunque el promedio de éstas no alcance la unidad.
Pasando del análisis de las categorías aisladas a su combinación en tipos de
enunciados, se observa la prácticamente universal presencia de respuestas actitudinales
con calificativos (93%), seguida por actitudinales con referencias y atributos
calificativos, que aparecen en más del 80% de presentaciones personales. Respuestas
actitudinales sin calificativos también se manifiestan de modo frecuente,
específicamente, en el 50% de los sujetos. Finalmente, cabe también decir que
respuestas actitudinales sin referencias ni calificativos son proferidas por un 31% de los
entrevistados.
Por su parte, las respuestas consensuales están menos presentes en las definiciones de
los sujetos. La más común es aquella en las que la respuesta objetiva está acompañada
con referencias, que es señalada por cuatro de cada diez encuestados, mientras que
respuestas consensuales con referencias y calificativos se encuentran en tres de cada
diez personas. Finalmente, entre los tipos de enunciados con más del 10%, se
encuentran las respuestas indefinidas acompañadas con alguna referencia.
18
Tabla 4.- Personas que mencionan los siguientes tipos compuestos de enunciados
En definitiva, se puede resumir la descripción del modo de responder a la pregunta
de quién soy yo diciendo que lo más común es ofrecer una respuesta subjetiva
actitudinal compuesta por atributos calificativos. Junto con este tipo de respuesta
también se pueden advertir descripciones más objetivas que emplean atributos
nominales y referencias, entre las que destacan principalmente las referidas a las
actividades laborales o recreativas de los sujetos y, en menor medida, las referencias a
las familias y grupos sociales. Las identidades sociales más débiles (clase, religión,
etnia, etc.), apenas son mencionadas en la repuesta espontánea de los entrevistados.
Tipos de identidad
Tras realizar el análisis de sintagmas, sentencias e individuos, cabe la realización de
una tipología de respuestas que conformen distintos grupos de sujetos que comparten la
estructura de la expresión de su identidad en las respuestas a la pregunta quién soy yo.
Para ello, se ha procedido a un análisis de conglomerados mediante el método k-
means con un arranque aleatorio de cinco grupos con las siguientes variables: número
de respuestas en total, número de enunciados actitudinales, frecuencia de adjetivos
calificativos, número de enunciados consensuales y frecuencia de referencias emitidas.
El resultado mostrado en la tabla 5 y el gráfico 2, muestra cinco maneras distinguibles
de definirse:
1) En la primera (xxx), los sujetos emiten muy pocas respuestas sobre sí mismos
con menos de 5 enunciados por individuo. De ellos, la mayoría son actitudinales,
pero el número de referencias (2,3) no es bajo, pese al bajo número de
enunciados objetivos o consensuales.
2) En la segunda (XXx), el número medio de respuestas se eleva a la decena,
principalmente a través de respuestas actitudinales y con adjetivos calificativos.
Tipo de enunciados n %
Actitudinal con calificativos 927 92.1
Actitudinal con calificativos y referencias 824 81.8
Actitudinal con referencias 513 50.1
Consensual con referencias 403 40.0
Consensual con referencias y calificativos 319 31.7
Actitudinal 308 30.6
Indefinidas con referencia 120 12.0
Ninguno de los anteriores 236 13.4
Total 1007 100.0
19
Ambas están en torno a nueve, mientras que las referencias emitidas son tres y el
número de consensuales está por debajo de la unidad. Cabe destacar que éste es
el grupo más numeroso de la muestra con un 28% de integrantes.
3) El tercer grupo también posee un número medio de menciones sobre uno mismo,
pero emplean de modo más frecuente que el resto las respuestas consensuales y,
en consecuencia, poseen un gran número de referencias (9,5) en comparación
con el número de enunciados.
4) La cuarta modalidad presenta una media en torno a los quince enunciados; pero
la inmensa mayoría de ellos son actitudinales, acompañados de modo lógico con
atributos calificativos. El número de referencias es, en términos absolutos,
mayor que en los dos primeros grupos, pero no lo es así en términos relativos.
5) Finalmente, el cuarto modo de definición, el menos numeroso (12%) de todos,
tiene una media de 18 enunciados y combina tanto respuestas actitudinales como
referencias. Posiblemente, sea aquél que emplea respuestas de preferencias con
un alto número de referencias (13).
Tabla 5.- Composición de los tipos de identidad
En definitiva, hay dos grupos, el tercero y el quinto, en los que las personas emiten
muchas referencias. En el primero con pocas respuestas actitudinales, en el segundo con
mayoría de respuestas actitudinales. Por otro lado, hay otros tres grupos con un bajo
número de referencias emitidas: el primero, con un número bajo de respuestas (5); el
segundo con un número medio (10) y el cuarto con un número alto (15) de ellas.
Tipos Respuestas Actitudinales Calificativos Consensuales Referencias
xxx(*) 4,8 3,8 3,5 0,8 2,3
XXx 9,7 8,8 8,3 0,7 2,9
XxX 10,4 6,5 4,6 3,0 9,5
YYx 15,0 13,4 13,2 1,4 3,9
YYY 18,0 14,7 8,2 2,4 12,9
n 258 283 136 202 128
(*) Las tres letras representan respectivamente las respuestas, los atributos y las referencias.
Una x significa bajo número; una X mediano, y una Y alto número.
20
Ilustración 2.- Tipos de identidad
Comentarios y conclusiones
Se ha propuesto en esta ponencia un sistema de análisis de las respuestas otorgadas al
TST basado en tres niveles (desde la palabra al individuo, pasando por las sentencias) y
en tres dimensiones: la del sentido, centrada en el verbo; la de la referencia, articulada
en torno a los sustantivos, y la más novedosa de la atribución, basada principalmente en
los adjetivos.
Para ponerla a prueba se ha recurrido a una muestra de un millar de personas con
edades comprendidas entre 18 y 70 años, llevada a cabo en hogares españoles, que han
emitido por término medio entre 10 y 11 respuestas, lo que supone un total de 10.741
enunciados en los que se han distinguido 8.430 atributos y 4.369 referencias. A ello se
une que el sentido más frecuente de las frases analizadas es el actitudinal y, más en
concreto, el autoevaluativo, pues resulta particularmente notable que la identificación
que han hecho los individuos de sí mismos es más atributiva que referencial, lo que
significa que se tiende a pensar sobre nosotros mismos no tanto en términos de quiénes
somos, como en función de cómo somos. En contraste, pocas veces se hace uso de
definiciones narrativas basadas en relatos de acontecimientos pasados.
05
10
15
20
Me
dia
s d
e las c
ate
gorí
as
T. xxx (n=258) T. XXx (n=283) T. XxX (n=136) T. YYx (n=202) T. YYY (n=128)
Tipos de identidad
Respuestas
Actitudinales Calificativos
Consensuales Referencias
21
A pesar del gran peso del atributo en la identidad personal, no hay que dejar de
insistir en el alto componente referencial de la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Prácticamente, el 90% de los sujetos analizados emplean referencias en su
autodefinición. Las más numerosas son las activas, pero dentro de éstas no son más
empleadas, como cabría esperar, las referidas al trabajo o al aprendizaje, sino las
relacionadas con las actividades de ocio o complementarias. No se ha ahondado mucho,
por falta de espacio y tiempo, en la distinción entre tres categorías muy relacionadas
entre sí: las respuestas consensuales, las referencias y el anclaje. Aunque esta
presentación se haya centrado en la segunda, se considera que las primeras son muy
importantes para establecer la objetividad de la definición del sujeto, mientras que las
últimas son un indicador más preciso de la inserción social de las personas.
Además del carácter atributivo de la identidad moderna, debe también destacarse la
importancia del elemento preferencial. Más de una tercera parte de los entrevistados se
definieron a sí mismos con una frase en la que expresaban sus gustos o preferencias por
algún objeto u actividad Aunque en esta ponencia estas respuestas hayan sido analizadas
junto con autoevaluaciones y aspiraciones en la categoría de respuestas actitudinales,
merecen una atención especial, porque son un elemento central en la presentación de
buena parte de las identidades contemporáneas.
Aunque nada se haya dicho anteriormente sobre ello, no debe olvidarse que el
empleo de la narración es muy residual. Menos del 5% de los sujetos se relatan a sí
mismos mediante una acción pasada, o una aspiración futura, enunciándose
mayoritariamente en el presente y presentándose a los entrevistadores con una serie de
características estables y permanentes, lo cual no significan que sean fijas, ya que la
amplitud de las respuestas que uno puede dar de sí mismo, junto con la sorpresa de la
pregunta, hace que la estabilidad de la declaración de la identidad no sea muy alta5.
También se ha ensayado la construcción de una tipología de las respuestas de los
sujetos, en la que se han distinguido cinco distintas composiciones de respuesta,
articuladas en torno al eje del número de enunciados que emiten los entrevistados. Así,
se han distinguido dos extremos que conforman en su conjunto el tercio de la muestra,
tanto los que responden con pocos enunciados, como los que contestan casi todos los
5 Durante la realización de entrevistas cualitativas, se aplicó el test de las veinte repuestas a las mismas personas con un
intervalo de una hora, ofreciendo apreciables diferencias en el orden y el contenido de las respuestas; pero no en la estructura de la contestación.
22
posibles. En el primer caso, hay mayor proporción de adjetivos; en el segundo, las
referencias están tan presentes como los calificativos. Los conglomerados más
numerosos en integrantes son los dos intermedios (en torno a las diez respuestas): uno
con más atributos, el otro con más referencias. Finalmente, hay un quinto grupo, que
tiene una media en torno a las quince respuestas, la mayor parte de las cuales contienen
atributos.
Queda pendiente ver qué características socio-demográficas de los sujetos influyen
en su propia definición, así como un análisis más pormenorizado de los atributos. Un
análisis semántico de los adjetivos calificativos que las personas emplean para definirse
puede ser necesario para comprender mejor cómo nos vemos a nosotros mismos. Algo,
de momento, es más que evidente: del conjunto de 84 adjetivos que se han seleccionado
por su alta frecuencia, sólo una docena no son positivos y, entre estos, media docena
son claramente negativos, como nervioso y cabezón. Obviamente, nuestra visión de
nosotros mismos no es neutra, sino manifiestamente positiva.
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