sabemos quiÉn matÓ a nisman

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Alfredo Germignani & Guido Moussa, dos escritores que se jactan de su exitoso fracaso, sobreviven a duras penas el caluroso enero en que apareció muerto el fiscal devenido en superestrella política, Alberto Nisman. Misteriosamente, mientras continúan sosteniendo sus vidas en la más anodina rutina, llega a conocimiento de Germignani y Moussa que ha sido un homicidio. Dan inicio a un raid de averiguaciones telefónicas, mensajitos de texto, e-mails y gestiones en oscuros ministerios, que desembocará en la certeza que todos buscan —o dicen buscar—: la identidad del autor del crimen. En el medio, el calor y las drogas irán deteriorando el lento discurrir de la feria judicial y administrativa en el Chaco, el lugar más alejado de la Capital del Mundo. Y sin embargo… el asesino pasará por Resistencia antes de abandonar el país. Y Germignani y Moussa darán con él: ¿lo detendrán? ¿lo dejarán ir? “Sabemos quién mató a Nisman” es una novelita escrita por la sociedad literaria Funes & Litter.

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SABEMOS QUIÉN MATÓ A NISMAN GUIDO MOUSSA – ALFREDO GERMIGNANI

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Germignani Alfredo – Moussa Guido

“Sabemos quién mató a Nisman” / Colección

Novelita 01.

Literatura Tropical .Com

1ra. Edición – Resistencia, Chaco, 2015

1. Narrativa Argentina. 2. Colección Novelita.

Mayo 2015

Dirección Editorial: Alfredo Germignani – Guido

Moussa

Diseño de Arte de Tapas, Interiores e

Ilustraciones:

Leonardo Guardianelli

[email protected]

Licencia Creative Commons Argentina

Sabemos Quién Mató a Nisman por Literatura Tropical se

distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-

NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta

licencia pueden encontrarse en www.literaturatropical.com.

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Nos pareció importante, en primer lugar,

ponernos a resguardo. Para ello, lo que se nos ocurrió de

primera mano, fue contactar a un autor de confianza,

explicarle lo que estaba pasando, lo que sabíamos sobre

el caso y solicitarle, ciertamente, absoluta reserva. <<Por

lo general una lectura ingenua de una novela confunde

personajes con personas. Tengan cuidado, sus vidas

corren peligro>>. Eso fue todo lo que nos dijo el Agente

Funes.

Acordamos que yo no le diría nada a nadie y que

Alfredo no le diría nada a nadie.

Además, como somos escritores, fracasados pero

escritores al fin, pusimos todo el rollo en un texto que

fue y vino dos o tres veces a nuestras casillas de correo

hasta alcanzar una versión más o menos definitiva, pues

todos los escritores sabemos, incluso los fracasados, que

no hay versiones definitivas. Así trabajamos. Escupimos

frente a la computadora todas las cosas, la trama, la

atmósfera, los personajes y todo lo demás. Arrojamos

nuestros soldaditos a un campo de batalla y tecleamos y

tecleamos y tecleamos hasta hacer que todos se maten

unos a otros. E indefectiblemente Alfredo y yo, que

también estamos ungidos en la gresca, nos salvamos.

Pueden oírse los gritos de clemencia de la sanguinaria

muerte televisada, mientras en la atmósfera reverbera

nuestro salvaje teclear equidistante. Nada importa

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Sabemos quién mató a Nisman

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cuando estás escribiendo. Abrazamos la peregrina idea de

que, de alguna manera, un montoncito de hojas podrían

servir para ponernos a salvo de asesinos a sueldo.

Quién sabe. Por las dudas —esto se me ocurrió a

mí, que soy un paranoico consumado— guardamos la novela

dentro de un sobre, lo firmamos, lo cerramos y lo

depositamos en una escribanía de confianza, con orden de

apertura <<si y sólo si ambos depositantes —Alfredo y yo—

hallan la muerte, en la circunstancia que fuere>>.

Esto fue el día 1 de nuestras epopeyas

personales. Porque saber quién mató al fiscal Nisman es

un conocimiento que puede tornar tu vida en un episodio

hercúleo. O incluso más.

A la escribana (la Dra. Fabiana Kolmann) tuvimos

que decirle la verdad, ya que se negó a certificar el

sobre si no lo hacíamos. Nos miró asombrada; y es que el

asesinato ya era, a esa altura, un bien de dominio

público. Íntimamente creo —y esto lo compartimos después

con Alfredo— que no nos tomó en serio; pero poco y nada

nos importó porque en definitiva nosotros sólo queríamos

que reservara el sobre que le dimos en las condiciones

en las que formulamos el requerimiento. Y punto.

<<Me da la impresión>> reflexiona Alfredo, <<que con

nosotros el problema no es lo extraño del caso, sino

nuestro aspecto. Tenemos aspecto de dementes>>. Yo le digo

que no sé sí dementes, pero sí de drogadictos: deberíamos,

al menos, habernos puesto alguna gotita en los ojos para

disimular. Alfredo se rió y al cabo de unas cuadras dijo,

en su característico tono de vacua pero impostergable

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solemnidad: <<Tengo a bien para mí, que es un buen momento

para fumar un faso>>.

Nos separamos en la esquina de Juan B. Justo y

Roque Sáenz Peña sin poder pitar el bendito faso atento

a la celosa vigilancia que en la zona llevaban adelante

los estudiantes de policía o reclutas o como sea que se

llamen los pibes con chalecos anaranjados

fosforescentes que las autoridades de turno sueltan en

las esquinas de la ciudad todos los veranos, camada tras

camada, para reforzar la sensación de seguridad de la

población.

Esto fue el día 1 de nuestra odisea personal;

pero no el día 1 del incidente: el incidente en sí se

produjo el 18 de enero. El 19 a la madrugada la muerte de

Nisman se volvió noticia; técnicamente y a los efectos de

la crónica, lo encontraron sin vida.

Yo leí la noticia en Infobae. Debieron ser las

ocho, ocho y media de la mañana. Lo llamé a Alfredo, que

estaba durmiendo pero de alguna manera se había

enterado de todo. <<Después te llamo>> me respondió

cortante, <<ahora necesito descansar un par de horas más,

ayer escribí de un tirón sesenta y seis páginas de Word

en Times New Roman interlineado 1,5, fuente 12. Estoy

exhausto>>.

A las doce del 19 de enero, recibí un mail del

Agente Funes. Decía así: “Germignani/Moussa: Jaime Stiusso

dio una entrevista a la revista Noticias. Se va a saber

todo. Ojo. Atentamente, Agente Funes”.

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Sabemos quién mató a Nisman

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Qué mierda. Una bosta. Me llama Alfredo y me

pregunta si recibí el mail —evidentemente fue con copia

oculta a él; de otro modo, el encabezado no tendría

sentido—; le digo que sí y permanecemos en silencio un

buen rato. Finalmente acordamos reunirnos en El Viejo

Café <<en media hora>>.

Llego puntualmente, media hora después. Alfredo

también. Entramos y elegimos una mesa de las de adentro,

de las que están arrinconadas contra las paredes; esto a

efecto de evitar ser sorprendidos ya sea por agentes de

inteligencia locales o sicarios (¿por qué no?)

contratados. Alfredo no cree —no al menos en esta etapa

del relato— en esa posibilidad; me recalca duramente que

debo <<relajar>> (así lo dice) y <<no pensar tanto, no darle

tanta rosca a la tuerca>>. Debo fumarme un faso, dice, <<te

vas a sentir mejor de inmediato; ¿querés?>> y me extiende

un porro armado con seda premium. No sé de dónde los

saca, pero Alfredo siempre tiene el último accesorio, el

último gadget lanzado al mercado fumeta, la última

tecnología en materia de marihuana. Declino la

invitación con cierto nerviosismo y le indico que guarde

de inmediato eso, que podrían estar observándonos.

<<Mirá. Mirá. Mirá ese ahí>> le digo y señalo con el

dedo a un petiso morcilla, de piel cuarteada, que se

hamaca unos metros más allá, en una de las sillas

director marquetineadas por cerveza Quilmes. <<¿Qué hay

con ese?>> pregunta Alfredo. <<¿Vos sabés quién es, eh? ¿Vos

sabés? No lo conocemos. Mirá como nos mira. Desde que

llegamos nos está mirando. Desde que llegamos está con

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ese cafecito>>. Alfredo me mira condescendiente y me

tranquiliza explicándome que el tipo es Dani, <<el que

tiene la imprenta acá a media cuadra. Relajá Moussa,

relajá>>.

<<No son días de faso. Son días de merca.

Necesitamos estar alertas. Necesitamos…>> el mozo me

interrumpe (evito mirarlo a los ojos, giro levemente hacia

la derecha, torsionando la cintura para esconder mi cara

de la peste humana en general) para tomarnos el pedido.

<<Para mí haceme marchar dos medidas de Criadores, sin

hielo; y para el señor… para el señor traé un agua de

medio. ¿Tenés agua de medio, no?>>.

Aparentemente hay agua de medio, porque el mozo

se va y casi de inmediato (como si hubiera estado

esperándonos; o como si fuéramos nosotros y Dani los

únicos clientes en el café el lunes por la tarde) vuelve

con el pedido. Desenrosca la tapa y me sirve un poco de

agua. Cuando se va, Alfredo saca una pastillita negra

del bolsillo de la camisa que lleva puesta y me la

extiende arrastrándola sobre la superficie de la mesa.

<<Tomá esto, y después mucha agua. Te va a hacer bien>>. No

sé qué es, pero me trago la pasta.

— ¿Qué te estaba diciendo? —pregunto sin mirar a

Alfredo. Antes de que me responda, me contesto solo: — Ah

sí, sí, claro: Stiuso ¿es con una o con dos eses?

Alfredo me dice que no sabe <<pero mirá esto>>: me

acerca su Smartphone, sobre cuya pantalla de 16 píxeles

se despliega un mensaje luminoso que acaba de entrar

(número desconocido) justamente ahora: <<El Perro sabe

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todo. Se lo encontró a Jaime en el aeropuerto de

Jalalabad. Sigan la pista siria>>.

¿Y eso?

Alfredo me explica: <<La pista siria. Debería

decirse mejor: la pista turca. El Carlo. OPERACIÓN EL CARLO.

Emir Yoma, sabrás quién es>>. ¿El gordo?, pregunto. <<Sí, el

Gordo. El indispensable mediador de los menemgocios, el

eterno “asesor”, el pariente indestructible. El Gordo

discutió con el Carlo y tuvo un pico de presión. Y ahí

cerró la boca por recomendación de su médico>>.

Alfredo sabe todo. Es increíble. Afuera pasa un

colectivo de la línea 5 a toda velocidad escupiendo a

raudales una espesa secreción azabache que va dejando

atrás, gratuitamente, a modo de estela contaminante.

¿Yoma está preso? <<Claro>>, retoma Alfredo su

relato: <<está preso con Bernasconi, el ex juez. Te acordás

del Yomagate ¿no?>>. Sí claro: tráfico de armas, corrupción

y puñaladas traperas entre viejos camaradas; leí eso en

alguna parte. Es el hermano de Zulema, la esposa de

Carlos Saúl. Está casado con una tal Samira. Y tenía una

secretaría llamada Lourdes Di Natale. ¿Te suena?>>.

Claro que me suena. Como noto que Alfredo

pretende que yo demuestre oralmente mis conocimientos,

me explico (para que él pueda seguir y finamente

explicarme qué carajo tiene todo esto que ver con el

mensaje que me acaba de mostrar): <<Di Natale es la mina

que sabía demasiado. Se chupó como una esponja y se tiró

al vacío desde su departamento. La suicidaron.

Convenientemente, la suicidaron>>. Exacto. <<Pero

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disculpame Alfred: no entiendo la relación de eso con

Jaime y la pista siria>>; le doy el pie para que siga. Y

sigue.

<<Cuando volaron la embajada de Israel —eso fue

el 17 de marzo de 1992— Emir Yoma estaba reunido con

Alfredo Yabrán. Ambos sabían de antemano que se iba a

producir la explosión. De hecho —y este es un detalle muy

literario, Guido— dicen que se sentaron cerca de una

ventana desde la que pudieron ver la voladura. Esa

noche, Monzer Al Kassar dio una fiesta en su lujoso

departamento de Avenida del Libertador. En la Capi>>.

Cuando Alfredo dice la Capi entiendo que está siendo

cínico.

¿Al Kassar?, pregunto. Al Kassar. <<Me suena, che. Sí.

Traficante de armas. Y drogas, claro. Lo encanutaron los

yanquis ¿verdad?>> concluyo preguntando y Alfredo me

explica que sí, que está guardado a la sombra en

Yanquilandia porque —supuestamente; enfatiza la palabra

supuestamente— quiso vender armas a las FARC.

<<El Perro sabe todo>> arranca diciendo Alfredo en

lo que será la segunda parte de su explicación: <<Él sabe

que Nisman no siguió la pista siria no tanto por

voluntad propia sino porque esas fueron las

instrucciones que le bajaron desde la Embajada de

Estados Unidos y la Embajada de Israel>>. Lo miro

asombrado y aprovecho para, de espaldas al mostrador,

hacerle señas al mozo para que me traiga otra botellita

de agua. Empiezo a sentir la boca seca, como si estuviera

masticando un puñado de algodón Estrella. Dragones

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Sabemos quién mató a Nisman

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verde-amarillos cruzan delante de mis ojos escupiendo

fuego, persiguiendo a pequeños ponis de colores

chillones sobre los que cabalgan unos tipos vestidos de

saco y corbata con aspecto liliputiense.

<<Cuando trataron de armar la falsa causa AMIA —

acordate Guido: eso fue el 18 de julio de 1994— lo primero

que instalaron fue la idea del coche bomba. Mentira.

Nunca hubo un coche bomba. Corach armó todo. Trianguló

con Jorge Antonio —que además de ostentar el título

nobiliario de ex-financista de Perón en el exilio, fue

quien lo trajo a Al Kassar a las pampas. Carlos

Vladimiro Corach: socio y abogado de las empresas

pesqueras de Jorge Antonio. ¿Sabías eso no?>>. No, la verdad

que no. Seguí.

<<Telleldín es un salame. Un perejil. Jamás hubo

coche ni Traffic bomba. Colosal mentira. Los israelíes

mandaron, inclusive, a un experto, un tal Jacobo Levy, que

concluyó que no hubo en esos atentados auto explosivo.

Ni en la embajada ni en la AMIA. El epicentro de la

explosión, Guido, y esto lo sabe todo el mundo, quien

quiera saber lo sabe, el epicentro estuvo adentro de los

edificios. ¿Cómo? Muy sencillo: en ambos casos estaban en

obras de refacción. 99,9% que los explosivos los metieron

valiéndose de esa fachada. ¿No me crees?>>. Lo miro con

cara de paranoico y Alfredo remata su explicación: <<En

la embajada dicen que hubo 28 muertos. Sin embargo sólo

se identificaron a 22 de esos 28 muertos. ¿Quiénes eran

los otros? ¿Albañiles bolivianos?>>.

Damos por concluída la reunión.

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Siento que dos serpientes multicolores se

enroscan a mis piernas fosforeciéndolas; mientras van

subiendo en espirales hasta llegar a mi cuello siento

pulsar mis venas. También siento un extraño hormigueo

en los dedos de las manos y los pies. <<Pero estoy bien

Alfredo, no te preocupes>>, le digo y él me responde con

otra pregunta: <<¿Por qué me decís eso si yo no te pregunté

nada?>>.

Dani nos mira raro. Disolvemos el mitin y cada

uno vuelve a lo suyo.

Por la noche me llama al teléfono fijo de casa

Beatriz Sarlo. ¡Qué mujer pedante e insufrible! <<Sí,

pedante e insufrible, pero brillante>> dice Alfredo cada

vez que le cuento alguna anécdota sobre “mi amistad” con

la Sarlo. <<Además, está vieja. Seguro no tiene felicidad

fálica hace décadas. Imagináte>>, remata con precisión

científica.

— ¿Hola? ¿Hola?

— Sí, ¿Guido? Soy Beatriz.

— ¿Qué dijiste? ¿Quién es?

— Ay Guido, soy yo Beatriz.

— Ah, Beatriz, qué hacés… llamándome a esta hora,

qué pasa.

— Quería hablar con vos, Guido… escuchar tu voz…

para contarte… estoy mal, estoy angustiada. Estoy muy

preocupada por lo que está pasando en el país. Todo

huele mal, las cartas de Cristina son cínicas, crueles y

vengativas, hay bandas de espías que operan en zonas

liberadas, el Estado fue cooptado por no sé qué

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enfermedad incurable y fatal de la semántica patriotera

oficialista, todo es tristeza, decadencia, depresión,

desolación, destrucción. Ya no puedo seguir escribiendo

así, Guido…

— Bueno, pará, tranquilízate, Beatriz. Tampoco te

pongas a llorar ahora… Mirá, sabés qué, hagamos una

cosa, primero te calmás, respirás hondo y después te

preparás un té verde, ¿estamos?

— Sí.

— ¿Estamos?

— Sí, Guido, sí querido.

— Bueno, chau –le digo y corto en seco.

Puta madre que lo parió. El teléfono vuelve a

sonar prácticamente al instante:

<<¡¿Qué pasa ahora, Beatriz?!>>. <<¿Beatriz? ¿Qué Beatriz? Soy

Alfredo, pelotudo. ¿No me digas que otra vez estás

perdiendo tu tiempo con la megalómana de tapa dura?>> me

reta y yo tengo que defenderme y entonces me defiendo

diciéndole que la vieja paga bien por página escrita, me

contrató de ghostwriter y ahora me anda usando de

autoayuda… <<Mirá, Guido, ya te dije que tenés que dejar de

leer Infobae, convierte tu cerebro en una usina de pensar

pelotudeces y ya bastante tenés con los capítulos de la

novela que estamos escribiendo a cuatro manos y no me

estás entregando a tiempo, y encima ahora la Sarlo viene

a comerte la oreja. ¡Dejate de joder, querés! Necesito que te

enfoques en Nisman, te necesito lúcido, Moussa, la

literatura no es escribir y listo. Hay que saber leer los

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signos, los símbolos que produce la realidad cuando la

estás mirando del otro lado>>.

Le digo a Alfredo que sí, que sí, que no tiene

importancia, la Sarlo es un dato menor, suelto, de la

historia. Como Dani el de la imprenta. Bueno, contame, le

digo, ¿qué novedades tenés? <<Hubo una marcha>>, me dice,

<<¿te enteraste no? Yo fui, estuve ahí el lunes pasado. Todo

el mundo lloraba. Fue en Plaza de Mayo. Vi un cartel que

decía NISMAN NO SE SUICIDÓ. LO MATÓ EL MIEDO A LA VERDAD. La gente,

el pueblo, insultó a mansalva a la Presidenta. Todo el

mundo estaba emocionado y confundido. Y unos poquitos

coléricos. Se abrazaban, buscando un cuerpo a cuerpo, un

colectivo, un sujeto cuyo plural superara el ruidito que

les produce en sus cabecitas los planes sociales y los

piqueteros a bordo de camionetas cuatro por cuatro. Pero

muchos lloraban, sí. Esta es la información que tenemos

hasta el momento>>. No es mucho eso; es un cartel que dice

“Nosotros Los Pelotudos”. ¿Y con eso qué? (pregunto).

<<Bueno, algo es algo>> dice Alfredo y concluye la

llamada.

Pasan un par de horas.

Llegan las 2 de la mañana. Lo llamo de nuevo a

Alfredo. <<Estoy durmiendo>> me dice y corta sin

preguntarme siquiera para qué lo llamé. <<Me llam…>>.

Track. Cortó.

Al día siguiente evito hablar de la llamada de

la Sarlo. <<¿Para esa boludez me llamaste anoche?>> Sí, le

digo, para esa boludez. ¿Viste que al diputado Axel Freyre

lo denunciaron en Estados Unidos por robo? —pregunto

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intentando distender la charla—. <<Sí, pero eso fue en los

90. Igualmente, Freyre es un pelotudo remachado>> me

suelta Alfredo. ¿Volvió a comunicarse Funes con vos? <<No.

Pero todavía no controlé mi correo>>. Yo tampoco, le digo,

esperá que chequeo.

En efecto. Funes volvió a escribir. Ahora dice:

<<Nadie sabe dónde está Stiuso. Se tomó el palo. En Uruguay

dicen no saber nada; los uruguayos, que nunca saben

nada, saben muy bien —en cambio— cuando no tienen que

saber nada. Pero El Perro me mandó un WhatsApp anoche y

me avisó que Stiuso salió del Uruguay el 15 de enero, 72

horas antes de la muerte de Nisman, a bordo de un ferry y

rumbo a Buenos Aires. Stiuso tiene una casa en Punta del

Este, alquilada —obviamente— con dineros públicos. Esa

casa es el punto de encuentro de los espías durante el

verano. Atentamente, Agente Funes>>.

Dame media hora, cuarenta y cinco minutos, le

pido a Alfredo, hablo con unos lobistas del Ministerio de

Gobierno y nos encontramos en la Plaza 25 de Mayo, al pie

del monolito del General Obligado, ¿te parece?

Dicho y hecho. Hago un par de llamadas. Hablo con

éste, hablo con aquél. Googleo un poco. Converso con

amigos, conectes, operadores, compinches a su vez bien

conectados con otros compinches y operadores

consuetudinarios de este sistema corrupto. Gente que sabe

<<cosas>> y que utiliza información privilegiada para

establecer pujas de poder y modificar la Historia Oficial

y sacar así provecho dinerario personal para los after

hours en puticlubs VIP.

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Cuando llego al pie del monolito del General

Obligado lo encuentro a Alfredo pitando un faso que

generosamente me convida. El policía más cercano está a

más de ciento cincuenta metros, boludeando en la vereda

de la Catedral, recostado contra uno —no sé cuál de los

dos— mamotretos escultóricos de Fabriziano.

Obviamente, hace calor soporífero. Las palmeras

danzan como guainas en recital de Antonio Ríos.

En Resistencia siempre hace calor.

Acá nadie recuerda la última vez que tuvo frio.

<<Mirá Alfredo. No vas a creer lo que averigüé>>

digo extendiendo la mano a modo de saludo; <<Stiuso es un

tipo peligroso. Es de los que te puede mandar a matar. Le

dicen Jaime, pero no se llama así, es sólo su nombre de

espía. Jaime, como el robot del Super Agente 86. Hace unos

días lo amenazaron; le mandaron unos mensajitos de

texto…>> ¿Y qué decían?, me pregunta cansinamente Alfredo:

<<No sé, pero el lobista con el que hablé es amigo del

ministro y éste último es su vez amigo personal de un

secretario de la Subsecretaría de Asuntos de

Inteligencia del Ministerio del Interior de la Nación —un

tipo que está casado con la cuñada de Gustavo Béliz, ¿te

acordás del chupacirio ese del Opus Dei, no? —, bueno, el

tipo ese le dijo al ministro con el que yo hablé recién

que a Stiuso le mandaron un mensajito de texto que decía

más o menos “Jaimito cagaste, Scioli y Matzkin se

pudrieron, te van a liquidar, el Chorizo Rodríguez ya

está laburando, chau gatito”. No sería nada la amenaza,

te imaginás Alfredo que un tipo como este se pasa por el

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quinto forro del ojete una amenaza de muerte; el tema es

que poco tiempo antes ya le habían despachado a uno de

sus hombre de confianza —un tal Lauchón Viale— en un

falso operativo. Lo acribillaron los del Grupo Halcón, de

la bonaerense. Justamente Jaime lo había soltado a Viale

para que le pusiera una cola a Matzkin. ¿Entendés? Mucha

coincidencia ¿no? Matzkin… ¿te suena? Es el jefe de la

Bonaerense y si gana Scioli las elecciones, no te extrañe

que Matzkin sea el nuevo Stiusso. Todopoderoso director

de contrainteligencia>>.

<<Mirá Alfredo: me dieron el número de Stiuso>>.

Alfredo mira el número (son muchos números; pareciera un

teléfono internacional) y con su celular de incógnito,

marca el número. Atiende el mismo Jaime en persona.

— ¿Sí, quién es?

— ¿Jaimito?

— ¡Quién es, carajo!

— Qué puta te importa quién soy —Alfredo baja el

celular y con la mano izquierda se tapa la boca para

ahogar el sonido de las risas, qué placer le produce la

situación de estar boludeándolo al gil ése. Ríe como el

perro Patán, fiel compañero de Pierre Nodoyuna—. Qué

carajo te importa quién soy, Jaimito.

— ¿Cómo conseguiste este número?

— Me lo dio el Gobernador real verdadero. Hijo de

puta.

— ¿Qué gobernador?

— Callate, gil.

Page 21: SABEMOS QUIÉN MATÓ A NISMAN

21

Stiuso queda ahora como desconcertado. No corta

la comunicación. Pero hace silencio.

— Las preguntas las hago yo —retoma Alfredo,

impostando la voz. Es el Conde Drácula que le habla al

Todopoderoso Agente del Recontra Espionaje argentino,

cosa impensada en los 90—. Escucháme bien, narco,

proxeneta, tratante de blancas…

— Pero qué cantidad de pelotudeces que decís —

retruca Stiuso.

— Bueno, escucháme papafrita. ¿Lo conocés a Raúl

Martins?

— Estás en pedo vos… ¿quién te dio mi número? No,

no lo conozco a Martins, ni sé quién es. ¿Sos pelotudo o

te hacés vos?

— Mirá Jaime… te la hago corta: Raúl Luis Martins

Coggiola, ex profesor de historia e instrucción cívica en

un colegio católico allá por los setenta, se unió a la

SIDE y la Triple A en la banda de Aníbal Gordon. Como

agente de la SIDE usaba el nombre de fantasía Aristóbulo

Manghi. ¿Te suena? Vaaamos, Stiuso, haga un esfuerzo de

memoria: usted se tiene que acordar —no sé por qué, pero

ahora Alfredo deja de tutearlo y carajearlo, se pone

serio, intenta transmitir miedo—. Sobre todo porque su

querido y ametrallado Lauchón Viale, al que usted sí

reconoce como agente propio, era íntimo del proxeneta

Martins, y hasta le avisaba cuando algún juez le

ordenaba a la SIDE pincharle los teléfonos. No me diga,

Stiuso, que eso Viale lo hacía por las suyas y usted no

se enteraba.

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Sabemos quién mató a Nisman

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>>Chau, hasta luego.

Corta la llamada. El sol se filtra entre las

copas de los árboles en la plaza 25 de Mayo de

Resistencity Tropical, y amenaza partirnos al medio. <<¿Y

ahora?>> pregunto. <<Ahora nos vamos, cada uno a la suya,

seguimos con lo nuestro y vemos qué pasa. A ver para

dónde sale disparada la laucha. Ahí capaz nos enteramos

de algo más. Algo más sustancial>> responde Alfredo. Y yo

consulto si avanzar no pondrá en peligro nuestras vidas,

y mi amigo y socio creativo me responde que sí, que

probablemente nos ponga en peligro, pero qué más da, que

nos tiene que chupar un huevo todo, que no nos tiene que

importar, que nosotros tenemos que leer, pensar en

literatura y escribir. Y nada más, <<todo lo demás no

importa; no importa si nos ametrallan en La Biela o en

La Vaca Atada. Al fin y al cabo es muy improbable que

nosotros vayamos a La Biela, ¿no? Ahí van los garcas

nomás. Fijáte que hay pocos escritores en La Biela, porque

para ir ahí si sos o te jactás de ser escritor, tenés que

ser un garca pero no uno cualquiera: un garca

consagrado a nivel nacional, ¿entendés?, ¿no me digas que

no sabías eso?>>, remata pasándome la tuca del faso que

comenzamos a fumar un rato antes.

Dos secas finísimas, y cada uno sigue su camino.

Recibo un mensaje. Estoy preocupado, en la

oficina, encorvado sobre el escritorio, bordeado entre

decenas de torres de expedientes judiciales. Porque

cuando no estoy escribiendo soy abogado. Pero yo odio a

los abogados. Los mataría a todos en primer lugar; si

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tuviera que escribir una novela sobre esos tipos lo

primero que diría es que “Todos los abogados han muerto,

yo mismo los maté”, a ver, en una de esas, quién dice, la

ficción inexorablemente no podrá negar toda relación

entre personaje y persona, lo que sería invariablemente

absurdo de todos modos, ya que los personajes

representan a personas, según modalidades propias de la

ficción. Morirían todos, eso sí, ajusticiados por manos.

Pero ahora miro mis torres de expedientes y pienso que

algún día seré el Nick Cave de la literatura. Mientras

tanto: ejecuciones fiscales, apremios, ejecuciones

comerciales, desalojos, desahucios, remates. Pero sin

embargo todo parece remitir dramáticamente, de una u

otra manera —y parece no haber nada que podamos hacer

al respecto— a la muerte del Fiscal Nisman. ¿Se suicidó o

lo suicidaron? (<<Ojo, todos los mundos son posibles,

también pudieron haber ocurrido las dos cosas>> fue lo

primero que me dijo Alfredo, cuando aún no sabíamos el

giro que tomaría la cuestión).

El mensaje dice: <<Guido: averiguá cuánto sale

contratar los servicios de un sicario>>. Presiono

responder: <<Dame diez minutos y tiro un textito y te

confirmo eso>>. Busco en mi agenda. Busco. Busco. Lo

encuentro. Hace mucho no hablo con él, pero es un

contacto privilegiado en mi agenda de contactos

privilegiados: Miguel Ángel Toma. Redactar: <<Miguelito

querido como estás. Disculpame que te joda chamigo pero

¿no tenés idea de cuánto sale contratar un sicario?>>. Dejo

descansar el teléfono y vuelvo a mis actividades. En el

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Sabemos quién mató a Nisman

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mensaje que acabo de enviar no se nota, pero estoy

intranquilo. Voy al baño, corto dos líneas y esnifo. Me

lavo la cara y siento que el corazón va a salírseme por

el culo.

Tengo ganas de cagar.

No sé cómo hace Alfredo para estar tan tranquilo.

Siempre logra convencerme.

De nuevo en mi escritorio, el mensaje fue

respondido: <<Una operación de un sicario profesional

sale cinco mil dólares, más viáticos. Hace el trabajo y

enseguida se toma el avión. No deja pistas. Todo limpito.

Divino. ¿Necesitás uno? Avisáme, pero llamáme al otro

teléfono, es más seguro, este me parece que lo tienen

pinchado>>. Consulto la hora: trece y veinticinco minutos.

Marco el número de Alfredo (pasaron mucho más de los

diez que le pedí originalmente) para contarle la novedad.

<<Ah, Moussa, qué tal, justo quería hablar con vos.

Transmisión de pensamiento>> me abaraja. Averigüé, le digo,

cuánto sale contratar un asesino profesional, un sicario,

un esbirro; <<¿cuánto?>>, cinco mil dólares, le respondo, me

lo dijo Miguelito Toma, que curiosamente se llama —¿te

diste cuenta? — Ángel, además de Miguel, claro, Ángel,

justamente Toma, ¿qué cosa no? Pero mejor, por el momento,

tenerlo de compinche a ese gordo nefasto ex represor de

la dictadura cívico-militar; en algún momento, sí, lo

vamos a ajusticiar, pero por el momento ajustémonos

considerar la correlación de los sistemas teniendo en

cuenta las leyes inmanentes a cada sistema. Es una

operación nefasta desde el punto de vista metodológico.

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Pero —concluyo—podemos encarar dos relaciones de

fuerzas posibles, no necesariamente antagónicas, entre el

texto literario y el conjunto de representaciones que

forman la ideología.

Alfredo me pregunta de dónde lo conozco al gordo

represor, y le cuento que una vez fuimos a tomar un

helado, porque él estaba moviéndose a una pendeja que

vivía en Nordelta y yo no sé realmente qué hacía ahí

pero, bueno, yo estaba ahí con una minita cuyo nombre no

soy capaz de recordar porque evidentemente por ese

entonces yo cogía mucho, también leía de vez en cuando,

pero también tomaba mucho de todo, y en fin, no me

acuerdo, pero a Toma sí lo recuerdo perfectamente porque

el tipo lo primero que hizo fue mostrarme una hermosa

Glock de cuarta generación, para la que tenía dos

cargadores y una óptica laser, que me mostró

apuntándole, disimuladamente claro, a la espalda de la

chica que nos sirvió helado de crema americana y

granizado, y me acuerdo que él se lastró un kilo de

helado solo, solito un kilo de helado, sin compartir nada

con la chica con la que estaba saliendo, según recuerdo,

y ella, en fin, muy dura la chica, no sé, aun pasado de

rosca como estaba yo, y mirá Alfredo que casi no me

acuerdo de nada de esa época de mi vida, aun así y todo

me pareció que la chica estaba empastillada hasta el

moño, única forma por otro lado de cogerse al teólogo ese.

<<Bueno, mirá>> me corta Alfredo: <<Acabo de recibir

otro mail del Agente Funes. Dice que está en Costa Rica.

Por su seguridad. La está pasando bien. Se consigue buena

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Sabemos quién mató a Nisman

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frula allá. Hay muchos jipis, me dice en el correo.

Martins es el Yabrán de los burdeles. Estoy acá

transitoriamente, pero sigo trabajando. Me vine porque

Lorena Martins, la hija del proxeneta, le pidió al

Lauchón que le sacara la molestia de encima. El finado

Lauchón Viale soltó antes de estirar la pata unos

pistoleros que no pudieron dar conmigo. ¿Quién autorizó

la operación? No lo sé. Así dice, Moussa, el correo. ¿Qué

opinás?>>.

No tengo opinión, Alfredo, sobre qué puede

significar el correo. ¿Le contestaste? (escucho que pita

profundamente un faso del otro lado de la línea). <<No. No

le contesté. ¿Querés que le conteste?>> me pregunta. Sí,

respondo, dejáme que te arme un borrador y te lo paso a

tu mail y mandálo desde tu casilla. <<Bien>>.

Tecleo: <<Agente Funes: ¿quién mató a Nisman? ¿Fue

Cristina o Cristina mandó a alguien? ¿Fue Stiusso? ¿Fue

la propia estupidez de Nisman la entidad abstracta y

supranormal que jaló el gatillo con ambas manos?

Discúlpeme por la utilización de la palabra “jaló”, el

verbo “jalar”. Sabrá usted —al fin y al cabo, ustedes y

Google son las entidades supranormales mejor informadas

de todas las que conocemos— que el asunto este generó

todo un jaleo a nivel nacional e internacional que hasta

van a querer convertirlo en héroe al occiso.

>>Si me permite el punto y aparte, quiero contarle

que con mi socio literario Guido, hace dos semanas que no

dormimos. No podemos pegar un ojo. No es porque lo hayan

despachado al fiscal: es porque, creo, estamos tomando

Page 27: SABEMOS QUIÉN MATÓ A NISMAN

27

demasiada merca. Pero en fin, eso nos mantiene sharp y

edgy. Afilados. Usted entiende. Una vez, un escritor nos

dijo: “Ustedes sí que hablan y manejan bien el inglés,

che”. Nos lo dijo sarcásticamente —creemos nosotros—, y

nos dolió y no lo podemos olvidar. Justamente hoy Guido

averiguó y los servicios de un esbirro cuestan

aproximadamente cinco mil dólares. La verdad es una

suma muy onerosa, no la podemos pagar. Nosotros vivimos

bien, es cierto, no nos falta nada, pero no podemos pagar

cinco lucas por un sicario. Por eso nos vendría bien

saber quién mató a Nisman: podríamos usar la

información para escribir un bestseller literario,

aprovechar el tema, el escándalo. Podemos vender miles de

ejemplares y hacer buena guita con el diez por ciento de

lo recaudado que nos dejarán las editoriales como

margen de ganancia para nuestros propios gastos

privados particulares. Y con una parte del dinero

compraríamos terrenos y edificaríamos casas y complejos

habitaciones en la zona Sur de Resistencia y en Colonia

Benítez, para ir a veranear y bañarnos en la pileta, los

alquilaríamos a todos y viviríamos tranquilamente sin

mayores preocupaciones, en uno de los complejos, leyendo

y escribiendo la mayor parte del día, en horario

comercial de cuatro horas por la mañana y cuatro horas

por la tarde, como sugiere el maestro Stephen King. La

otra parte de la guita la usaríamos para comprar drogas,

usted sabe, Agente Funes, que la farmacopea de los

placeres terrestres son efímeros y hay que darse ciertas

licencias que nos permitan diluirnos de la realidad real

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Sabemos quién mató a Nisman

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verdadera por la tangente del goce psiconauta.

Naturalmente, con todo ese dinero encima abriríamos una

cuenta en el exterior, quizá una cuenta secreta en Nueva

York no estaría nada mal, el propio Nisman tiene una

allá, eso me dijeron. Lo que quiero decirle, en definitiva,

Agente Funes, es que necesitamos un respaldito dinerario

para el sombrío supuesto de un regreso del

neoliberalismo al gobierno argentino.

>>Usted entiende.

>>Vivimos con miedo, Agente Funes. Creemos que el

peronismo es una bomba y que puede hacer implosión en

cualquier momento. Le tiraron un muerto encima. Y no es

cualquier muerto. Es un muerto groso. Fíjese: hay una

palabra ausente hasta aquí y sin embargo muy

importante. Judío. Le tiraron un judío muerto a la

Cristina. Con todo lo que eso significa.

>>Debió mantener el silencio. Ahora no sabemos si

al fiscal lo mataron, lo suicidaron o qué carajo —perdone

la palabra, pero no hay otra mejor— pasó.

>>Por eso, justamente, digo —decimos— que el

peronismo puede reventar por los aires tal y como lo

demuestra la Historia Oficial y eso puede permitir el

regreso de las civilizadas hordas neoliberales y la

flexibilización laboral. Su baba cae espesa, blanca y a

raudales de sus fauces: añoran el regreso con la

intensidad efervescente del eterno saqueador. Fiestas,

papa, champaña, pizza, sushi, fotos, Facebook, Instagram,

Twitter. ¡Qué cosa! Si hasta lograron que músicos de la

Page 29: SABEMOS QUIÉN MATÓ A NISMAN

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electrónica les fabriquen a pedido cumbia berreta con

sintetizadores. Una cosa de locos.

>>Estamos viviendo días tremendos, un frío

materialismo quiere burlarse de la ternura…

>>Vivimos con miedo. Cada vez tenemos +miedo. Hay

que garrotearlos a todos por el lomo repiten en los cafés

la gente bien, y agregan: no hay otra forma de educar a

los negros que a los garrotazos. Trece palabras pueden

conjeturar la deshumanización del otro, la gente de bien

es espeluznante. Y nosotros nos hacemos los boludos, pero

escuchamos esos comentarios y nos cagamos en las patas

pero también nos llenamos de ira.

>>Por eso necesitamos saber quién mató a Nisman.

¿Se suicidó o lo suicidaron? Cómo murió Nisman. Tenemos

que usar esa información privilegiada para revolearle

el muerto a otro. No podemos quedarnos con el occiso de

nuestro lado de la cancha. Podríamos perder las

elecciones. Y ahí ¿qué mierda hacemos? Estamos en el

horno si perdemos las elecciones, Agente Funes.

>>Por lo tanto y a fin de poder coger por los

tobillos el cadáver de Nisman y revoleárselo en la jeta

al Monopolio Clarín, necesitamos saber. Disculpe que

escriba Monopolio con mayúscula, pero a esta altura ya

es nombre propio, un sitio de guerra, un descampado como

Niquivil o alguno de esos lugares donde allá ité los

argentinos nos descuartizábamos en guerras civiles,

batallas fratricidas que gracias a Dios —y nosotros no

creemos mucho en Dios; bah, creemos es un modo de

expresarlo, pero nos parece medio una mierda, una

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Sabemos quién mató a Nisman

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entidad espectral que no pincha ni corta: nos resulta

más sencillo encomendarnos a Google y Microsoft en

general— o a quién sea, a los yanquis por ejemplo, a

Julian Assange o inclusive a los iraníes.

>>Por favor, no haga pública esta carta porque ya

vio como son esos tipos: se morfan unos cartuchos de

dinamita, se abrazan a una columna de la Casa de

Gobierno y hacen explotar todo; son unos loquitos que,

encima, tienen petróleo: nos dan mucho miedo. Alabado sea

Mahoma y también Michel Houellebecq, entre otros

escritores de ficción política, para que la santa gloria

del señor y de los muertos y de las AK47 los tenga a

todos en la Santísima Gloria de la Reconcha de Su

Reputísima Madre, a los profetas en general, y que brille

para ellos la luz que no tiene fin y que lo haga hasta

el final de los tiempos o hasta que los nuclearicen a

todos esos hijos de puta, lo que ocurra primero: estará

bien para nosotros.

>>Para darle una mano —aunque usted seguro no la

necesita, Agente Funes— y no lo molestamos más: pusimos

en Google, Supraentidad Todopoderosa Que Todo Lo Sabe: <<LA

MUERTE DE NISMAN>> y apareció esto:

>>La bala que mató a Nisman salió de la mafia de

la SIDE.

>>Impactante carta de un familiar de Alberto

Nisman: Lo mataron.

>>Cristina “mató” a Nisman y “condenó” a

Lagomarsino.

Page 31: SABEMOS QUIÉN MATÓ A NISMAN

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>>La fiscal confirmó que la bala que mató a

Nisman salió del arma encontrada en la escena.

>>A Nisman le dieron pistas falsas. Lo sostuvo la

Presidenta y también una autoridad jurídica como

Zaffaroni.

>>Cristina confirmó que a Nisman lo mató la CIA.

>>Espero le resulte de utilidad todo esto y nos

responda, Agente Funes, a la brevedad. Cordiales saludos

y a disposición. Firman: Germignani & Moussa>>.

Despacho electrónicamente el archivo a la

casilla de Alfredo y tres minutos después me llama.

¿Hola? <<¡Estás en pedo vos! Eso que me mandaste es apenas

un esqueleto. Es increíble. Olvidáte. Me ocupo yo de darle

forma. Me voy a teclear un rato. Chau>>.

Y Germignani le escribe al autor, una vez

revisados los aspectos de estilo del texto, con copia

oculta a mi casilla de correos de Hotmail, usando su

acostumbrada contundencia de gacetillista velociraptor,

en la ventanita asunto del e-mail, le escribe: <<Agente

Funes: necesitamos saber sobre las realidades posibles,

las variantes, cómo podría —real y verdaderamente— haber

muerto el Fiscal Nisman. Si usted lo sabe, por favor

háganos saber urgente. Requerimos esa información.

Saludos>>.

Ahora tenemos que esperar, me avisa por WhatsApp

Alfredo. El día se apaga. Cae la noche. Refresca. No mucho.

Pero algo es algo en el Infierno tropical. Alrededor de

medianoche entra un mensaje de Toma: <<Che, ¿vas a

necesitar eso?>>. No, gracias, le contesto. No tenemos guita

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Sabemos quién mató a Nisman

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para pagar un sicario. Nunca la tuvimos, no sé para qué

averiguamos cuánto cuesta uno. Suena el teléfono fijo.

Atiendo. Es un mensaje grabado: debo dos meses de abono y

dicen que me van a suspender el servicio. Que se vayan a

la puta. No voy a pagarles. Son unos ladrones.

Vuelve a sonar el teléfono. Levanto el tubo y le

grito al mensaje grabado ¡¡HIJOS DE PUTA CONCHASUMÁ…!! y Alfredo

me interrumpe: <<Pará Moussa, relajá. Fumá un faso.

¿Controlaste tu casilla de e-mail?>>. No, le digo. <<Controlá

y llamáme. Chau>>.

Chequeo mi casilla: <<Moussa: me escribió el Agente

Funes y me pidió que te reenvíe su mail. Va abajo.

>>Alfredo, Guido: en Langley andan diciendo que

Nisman murió por una pelea interna de la SIDE. Ellos

dicen que los iraníes no tuvieron nada que ver. Que son

unos forros. Pero en este jaleo no están prendidos.

Hablen con Aníbal y tengan cuidado. Agente Funes>>.

¿Tengan cuidado? ¿Aníbal?

<<Alfredo ¿qué mierda es eso que me mandaste?>>

digo sin saludar cuando Germignani me atiende. Me

explica que es un correo del Agente Funes, le digo que ya

lo sé, que eso puedo notarlo sin que me lo indique nadie,

pero lo que no sé es qué quiere decir. Y me dice que nada,

que eso, lo que dice, quiere decir lo que dice. ¿Aníbal? Sí,

claro, la morsa Fernández. ¿Lo conocés personalmente? Le

pregunto. No, no lo conozco. ¿Y entonces cómo le vamos a

escribir? Yo tampoco lo conozco Alfred. Esperá —me pide— a

ver lo googleo… ajam… ahí está: triple doble ve anibal

(sin acento y sin mayúsculas iniciales, obviamente)

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fernandez punto com punto ar. Escribíle a Aníbal, me

sugiere Alfredo. <<Aníbal es groso. Se la banca. Le ladra a

todo el mundo. Tiene lengua filosa y mucha, mucha calle

pateada. No hay cómo pararlo ni con qué darle. Eso:

Escribíle a Aníbal y decíle que sabemos quién mató a

Nisman>> me dice Alfredo para salir del paso, para cortar

con la angustia del momento —él sabe que estoy

angustiado, yo siempre estoy angustiado, más cuando me

siguen—. Pero eso no es cierto, le respondo, no sabemos

quién mató a Nisman. <<Y eso ¿qué importa? ¿Qué importa si

no sabemos? ¿Sos o te hacés? Escribíle. Por ahí le sacamos

verde por maduro. Ponele un teléfono al pie de la nota,

un contacto, algo. En una de esas nos escribe>>.

<<Estimado Aníbal>> encabezo el mensaje: <<Ante todo

quiero manifestarle que lo admiro bastante. Quiero

decirle que yo y mi amigo, Alfredo Germignani, sabemos

quién mató a Alberto Nisman. Si quiere puede llamarnos

al cero tres seis dos quince sesenta cuarenta y cuatro

setenta y nueve. Gracias. Saludos>>.

Por supuesto: Aníbal no nos contestó jamás ese

mensaje. Sin embargo, no tenemos tiempo para relajarnos:

la tarde siguiente, me avisa uno de los pelafustanes del

Gobernador Gran Mono —uno con quien tengo fluido

contacto ya que soy su proveedor de drogas y homogays

bien predispuestos a dejarse empomar por drogadictos y

funcionarios públicos cocainómanos— que el comentario

sobre las averiguaciones que estamos realizando con

Alfredo llegó a sus simiescos oídos y su primera

reacción fue golpearse el pecho en señal de bronca. ¿Está

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Sabemos quién mató a Nisman

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enojado? le digo. Sí, me dice. Que se vaya a la puta que lo

parió, mono de mierda. Mirá —completa la información el

pelafustán traidor, adicto a la merluza y al asterisco de

cuero— que parece que dijo a los gritos y dando golpes de

puño sobre su escritorio que <<esos dos>> (por ustedes,

Alfredo, por vos y Moussa) <<son vagos que trabajan ad

honoren para la vagancia piquetera, no pueden dar la

cara porque no quieren laburar y pretenden mellar mi

autoridad institucional y alterar así el orden

democrático para instaurar el caos y la anarquía desde

la salvaje escritura de las palmeras>>. ¿Todo eso dijo? ¿No

será un poco exagerado? Y hay más, Guido —me chismosea el

pelafustán a las órdenes de Mono—: <<Obedecen a oscuros

intereses. ¡EN LA ARGENTINA NO HAY LUGAR PARA LOS PUSILÁNIMES! ¡NO HAY

LUGAR PARA FRACASADOS!>>. Todo eso dijo Gran Mono sobre

nosotros. Sí. ¿Lo dijo en tono de advertencia o de

amenaza?, pregunto sin que me interese realmente

siquiera un poco la cuestión de la coyuntura política

provincial de Mono y el Gobernador real verdadero*. No

* El Gobernador Gran Mono no es el “Gobernador real verdadero”. El

Gobernador real verdadero es otro. No tiene nombre propio. Simplemente le

decimos: “Gobernador real verdadero”, quizá porque posee el caudal de votos

para ganar elecciones y la medida de gobernabilidad de la ética, la poética y

la estética. En cambio, el Gobernador Gran Mono —así lo llaman en realidad,

Mono o Gran Mono o simplemente Gran Mono Chimpancé Esperpéntico—

es un segundón, cuatro de copas, sociópata consumado, que compartió la

fórmula ganadora dos veces en 2007 y en 2011, y la coyuntura política

nacional —trágicamente— lo dejó a cargo del Ejecutivo provincial durante

catorce (pesadillescos) meses. Mono instauró un régimen Zoocrático,

también llamado “Dictadura de las Bestias”. Administración de garrote,

balas, gaseada, y camioncito hidrante. Mucha joda, mucho afano. Mucha

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tengo ni idea. Pero aparentemente sí. Vamos bien, en todo

texto representativo el lector “cree” que el personaje es

una persona. ¿Tenés merca? Le doy merca y se va. Luego,

pongo al tanto de todo esto a Alfredo, que se mata de

risa. <<Quedáte tranquilo>> me dice Alfredo, <<el nabo ese no

va a mover un pelo: si muestro las fotos que tengo de él

enfiestado con chiquitas menores de edad, flor de

quilombo se le arma. Puro bla bla. No te preocupes, a Mono

y a sus monitos los tenemos acorralados, es cuestión de

tiempo que vuelvan a los árboles>>.

Transcurren varios días hasta que surge algo

nuevo. En el medio, la política doméstica se adueña de

las portadas de los medios. El Gobernador Gran Mono

vuelve al despacho que tiene por árbol y el Gobernador

real verdadero asume de nuevo tras catorce meses de

ausencia política en la provincia. Sin embargo, lo que

finalmente nos puso sobre la pista adecuada, serán un

montón de incidentes de esos que no tienen relevancia en

la literatura: idas al baño, cervezas en La Vaca Atada,

fiestas nocturnas, una orgía —o quizás dos—, clubes de

lectura, un encuentro inesperado con la verdad. Y mucho

frula. Desidia. Pauperización. Atraso. Torturas. Vejaciones. Desnutrición.

Muerte. Privatización y despilfarro de recursos públicos. Espantos.

Brutalidad. “Peronismo Puro”, se excusaban sus lacayos demenciales cuando

ocasionalmente salían a defenderlo, que inversa e igualmente proporcional

suena a “Supremacía Blanca”. La más rancia derecha de los saqueadores de

justicia social. Todos estos avatares se encuentran cronicados en Yo, Mono, la

biografía novelada de los últimos días de Gran Mono en el poder, su

paupérrima administración bananera y el convite de chizitos y Coca-Cola y

su famosa máxima: “Yo doy las órdenes”. (Nota de los Autores)

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Sabemos quién mató a Nisman

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tecleo, muchas horas de escritura frente a la

computadora.

Y entonces, cuando pensábamos que ya no

podríamos descubrir la identidad del asesino o bien,

simplemente, saber qué pasó con Nisman, una tarde, un

viernes por la tarde, un moto-mandado nos acerca un

sobre lacrado a El Viejo Café. Con Alfredo estamos

desayunando café con leche y palmeritas, como solemos

hacer todos los viernes por la mañana, en homenaje a

Faulkner. ¿Quién manda esto? le pregunto al delivery, que

me dice no sé, ni idea, a mí me lo dieron en la base y me

pidieron que lo traiga acá, que se lo entregue a los dos

pelados. ¿Podés averiguar en la base? Sí, puedo, pero son

veinte pesos el mandado —me responde—. No gracias. Rajá

de acá.

Abro el sobre (dirigido a Sres. Germiganani -

Moussa) y adentro hay una nota. Alfredo putea porque

siempre escriben mal su apellido. La leo en voz alta:

<<Esta noche, en el hotel Alfil, en la habitación catorce,

estará alojado el asesino de Nisman. Mañana se toma el

palo. Cruza por Pilcomayo a Asunción. Y ahí chau, no lo

encuentran más. Saludos>>. ¿Quién manda eso? No sé Alfredo,

no está firmada. OK. ¿Qué hora es? Son casi las diez —

respondo—. Bueno, el Alfil ¿está acá nomás a unas seis,

siete, ocho cuadras, no? Sí claro, al lado de la joyería.

Bueno —dice Alfredo— vamos.

Salimos eyectados de El Viejo Café y noto que un

policía o agente o espía o algo así, vestido de civil, nos

observa aparatosamente. Nos sigue. <<Mirá ese tipo de ahí

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Alfredo y hacéte el boludo>>. Sí que pasa. <<Es un milico.

Nos está siguiendo>> le informo a mi amigo y le propongo

en susurros y tapándome la boca con la mano derecha que

en lugar de ir hacia el Alfil vayamos hacia la Peatonal,

que seguro y como de costumbre está atestada de gente y

ahí podemos escabullirnos de la persecuta.

Pasamos por la gigantesca marquesina de Frávega;

decenas de televisores encendidos muestran la jeta

arrugada y monstruosa del senil señor Chiche Gelblung.

El vídeograf, el zócalo, reza: “YO CREO QUE LO MATARON, ES LA

MANCHA DE SANGRE DEL GOBIERNO”. Está hablando del caso Nisman,

obvio.

Apuramos el paso. Cuando llegamos a la esquina

de José María Paz y Arturo Illia (nuestro plan es, según

dije, perdernos entre la muchedumbre de la Peatonal),

notamos que dos agentes más (también de civil) se suman a

la persecuta. No sabemos si son policías, agentes,

oficiales, cabos, espías o qué, pero nos siguen. Y parecen

armados. Parecen tipos capaces de acercarse por atrás y

meterte un corchazo en la nuca. Así que le digo a Alfredo

<<¡¡¡Corramos!!!>> y debo estar gritándolo porque me hace

gestos ampulosos que oscilan entre la inmediatez de la

desesperación por lograr que me calle y la vergüenza

insufrible que le produce que todo eso esté ocurriendo

en público. Alfredo es así. De modo que insisto:

<<¡¡¡Corramos, boludo!!! ¡¡¡Nos siguen!!!>>. Mira hacia atrás por

encima de su hombro derecho y me empuja contra la

vidriera de una tienda de ropa juvenil. Vuelve a mirar,

entornando los ojos, buscando ganar tiempo seguro, y me

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Sabemos quién mató a Nisman

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explica que tengo que dejar de gritar, que no soporta la

vergüenza, que corremos riesgo de que se meta para

adentro y no pueda salir en días si le sigo imprimiendo

presión a la situación, que necesita fumarse un faso, me

dice, o tomarse unas gotitas de Clonazepam, que,

justamente, mirá, acá tengo, dice y saca un gotero del

bolsillo izquierdo del pantalón, mirá, dice, siempre lo

llevo en el bolsillo izquierdo, por cuestiones simbólicas

¿viste?, y se mete dos gotitas en cada ojo, y agrega que

aun cuando quisiera no puede salir a correr porque está

excedido de peso y se agita, que él solo camina, que no va

con él correr ni hacer movimientos bruscos, que podría

lastimarse, y más vale muerto que lastimado, así que no

jodas Guido, calláte la boca y caminá, MUTE, MUTE, vamos

hasta la esquina de Frondizi y ahí vemos qué hacemos,

mirá, fijáte, los tipos están ahí, esos dos, de campera de

jean, esos son los que vos decís que nos siguen ¿no?, <<sí,

esos>> confirmo, bueno, fijáte, están hablando, no pasa

nada, es un bochorno que alguien me vea corriendo, se

derrumba mi imagen, además, mirá, mirá, le está prestando

—parece— una tarjeta SUBE o TARJEBUS, ni siquiera sé si nos

están siguiendo. No te paranoiquees, relajá, vos lo que

necesitás es fumarte un faso —dice y saca un faso y me lo

muestra, haciéndolo oscilar frente a mis ojos, justo a la

altura del eje de mi hueso nasal, como un encantador de

serpientes—.

Me tranquilizo. Alcanzamos la esquina de

Frondizi caminando. Los tipos que nos seguían ya no nos

siguen. <<Tomá>> dice Alfredo y me extiende el faso que

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antes había bamboleado frente a mí, <<andá al baño de ese

café, ese de ahí>> (sacude el índice derecho) <<y dale dos o

tres secas, te vas a sentir mejor, es flor, de mi propia

cosecha mía personal privada, Great White Shark, tomá,

andá, andá>>.

Diez minutos después nos encontramos en el mismo

lugar. Me siento mejor. Luces de colores luminiscentes van

y vienen atravesando las nubes en tonos claroscuros

medio desencantados. Veo a Skeletor riendo, abrazado a

Manatarms, mientras bailan una chacarera sombría y

lamentona. Creo que se están burlando y no puedo evitar

el ataque de risa. <<Ya veo>> dice Alfredo, haciéndome un

gesto para que le devuelva el faso, <<esperáme acá, ya

vengo>> y se va con su Wild-Charuto a darle unas secas.

No sé cuánto tiempo después, pero podrían ser dos

horas, tres minutos o quién sabe, nos encontramos, una

vez más, en el mismo lugar. Los que nos seguían, como se

dijo poco antes, ya no nos siguen. O nunca nos siguieron.

No importa. Volvemos en dirección al hotel Alfil. <<Yo no

pienso hacer la gran Patcher>> me dice Alfredo cuando le

consulto sobre la conveniencia y riesgos de ir a

confrontar con el asesino de Nisman.

Una vez en conserjería pedimos el libro de

huéspedes. El manager del hotelucho de mierda nos dice

que no, que no nos va a mostrar el libro, que quién

carajo somos nosotros para pedirle el libro. El tipo se

violenta. Alfredo me mira con expresión desconcertada. Me

dice, en voz alta, de modo que el tipo lo escucha, <<¿qué

carajo le pasó al histérico este que se sacó así?>> y el

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Sabemos quién mató a Nisman

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tipo da la vuelta al mostrador, enardecido, con evidentes

intenciones de golpearnos. Sin mediar palabra cuando lo

tengo a tiro le acomodo una trompada que va a dar

directo a la nariz del tipo. Es un pendejo, apenas se

puede mover, la piña que le coloqué lo dejó boleado.

Tendrá unos veintitantos años. Tambalea y retrocede

tropezando. Pierde el equilibrio y cae otra vez

aparatosamente contra una mesita ratona de algarrobo.

Alfredo me dice: <<¿Por qué la juventud de hoy día cree

puede responder y contestar como se le da la gana? ¡Qué

falta de educación! ¿Ves, Guido?, esto pasa porque no

leen>>. Asiento con la cabeza y con gran eficiencia,

mientras el pendejo sigue tendido en el piso, atontado,

corto cuatro líneas de blanca sobre el mostrador. No hay

nadie en el hotel. No pasa nada. Dos nariguetazos yo, dos

Alfredo. Me froto la nariz y desenfundo mi pistola

chimba. Una Bersa Thunder Compact Pro, calibre 40. Me

arrimo al pendejo, me agacho y le doy un irreversible

golpazo con la culata de la pistola. Se le abre un

agujero en la cabeza y comienza a sangrar profusamente.

Chocolate. <<Pendejo de mierda>> me agacho y susurro junto

en su oreja, <<eso te pasa por jodido, por choto, por puto,

por idiota, por pendejo de mierda. Ahora, a llorarle a

Magoya>>.

Cuando me levanto Alfredo ya está consultado el

libro de huéspedes. Tiene sus ojos como dos huevos fritos

humeantes recién despachados de la sartén crepitante.

Cierra el libro. Toma aire. Asume una postura solemne y

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anuncia: <<No lo vas a poder creer, Guido. No lo vas a

poder creer>>.

Nos parece que lo mejor es dejar ir al sicario. Al

fin y al cabo ¿para qué oponerse al curso de los hechos?

¿Quién es uno para tratar de detener el normal

desenvolvimiento de las cosas? ¿Es uno, somos nosotros,

acaso, parte del normal desenvolvimiento de los hechos?

Después de todo, nosotros sólo queremos guitarra para

comprar frula y que nuestros libros sean best-sellers,

por más que sean pura mierda.

Así que nos piramos y anotamos toda la historia

en un archivo Word que imprimimos —archivo que va y

viene por correo— y depositamos con carácter de

declaración jurada en una escribanía, la de la Dra.

Kolmann.

Ahí está todo. En ese texto. En esa declaración

jurada de novela.

Al salir de lo de la Escribana Kolmann

convocamos a una marcha de vecinos autoconvocados con

la idea de que la exposición pública obrará de muro de

contención contra cualquier acción que se intente contra

nosotros. Convocamos a una marcha <<espontánea>>

(insistimos en esta aclaración lo suficiente como para

que a nadie se le ocurra pensar distinto) y prometemos,

con bombos y platillos, revelar la identidad del asesino.

Llega la hora y en el mástil mayor de Resistencia hay

veinte, veinticinco gatos locos. Uno lleva un estandarte:

“LOS INDIGNADOS. BASTA DE KRETINA”. Otra pancarta: “LA YEGUA DEBE

SER AJUSTICIADA POR EL PUEBLO”.

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Sabemos quién mató a Nisman

42

Alfredo me mira y sin pronunciarlo me dice ¿qué

mierda es esto? ¿Qué hacemos acá? Y antes de darnos a

conocer esquivamos el bulto de la fallida marcha.

<<Qué poronga>> dice Alfredo mientras caminamos

hacia La Vaca Atada. <<Tomemos una birra>> propone <<y

después vemos cómo seguimos ¿te parece?>>. Le digo que sí,

que después vemos, pero que creo que lo mejor será

intentar venderle la historia a los de Anagrama. <<En una

de esas con semejante historia nos dan el Herralde. Qué

se yo. Son como cien mil euros, Alfredo. Con eso podemos

comprar muchas cosas ¿no?>>.

Sí, murmura Alfredo, sí, claro que sí. Aunque

añade, frotándose la barbilla con los nudillos de su

mano izquierda, dubitativo: <<Pero no creo que nos acepten.

Los de Anagrama, digo. Básicamente porque no podemos

seguir protagonizando nuestras propias novelas, no

podemos estar al mismo tiempo en todas, no es real ni

verdadero ni maravilloso fantástico, no es

literariamente pertinente, no es justo para nosotros

mismos en calidad de personajes, ¿me entendés, Guido?

Sobre todo tratándose de Nisman. Pienso que NO debemos

caer en la tentación de la autoficción, un embudo

ciertamente ambiguo y muy de moda entre los narradores

de todos los tiempos pero sobretodo en los de ahora, que

les gusta hablar de sí mismos en sus historias de nenes

bien. Por otro lado, me pregunto en voz alta, ¿qué escritor

no habla de sí mismo en sus historias aunque afirme lo

contrario? ¿Kohan? ¿Leíste Kohan, Guido? ¿No? Bueno, tenés

que leer más. De todas maneras, la tarea más urgente de

Page 43: SABEMOS QUIÉN MATÓ A NISMAN

43

la historia literaria es estudiar la variabilidad de la

función de un determinado elemento formal, la aparición

de una determinada función de un elemento formal, y su

asociación con esta función. ¿Entendés? Acá estamos

parados: los autores no existen>>.

Alfredo mensura el interior de La Vaca Atada

como si tuviera frente a sí una panorámica del

cementerio de muñecas de Xochimilco. Nos sentamos a una

mesa junto a la ventana que da a la vereda. Pido que me

traigan una Heineken bien helada. <<No tengo Heineken>> me

dice el mozo negando con la cabeza mientras Alfredo saca

una cuadernito de tapas negras y empieza a escribir.

Tira líneas. Yo lo miro al mozo esperando que me dé

alternativas y como pasan un par de segundos incómodos

y no obtengo respuesta le digo me traiga una Miller. <<No

tengo Miller>>. Le pregunto qué cerveza tenés entonces. Me

dice que recién pusieron todas las botellas de cerveza

en el congelador, que están calientes. Que solamente

tiene latitas de medio de Quilmes. Pero yo no tomo

Quilmes; al otro día me levanto con mucho dolor de

cabeza.

Ignoro exactamente qué está escribiendo Alfredo.

Pienso que sin dudas tiene que ser más importante que la

conversación que estoy manteniendo con el mozo de La

Vaca Atada.

<<Traé un vino>> irrumpe Alfredo, sin levantar la

cabeza, imbuido en lo que sea que esté escribiendo. Está

hablándole al mozo, quien a su vez responde en general:

<<¿Qué prefieren tomar? Tengo una botella de…>>. <<Traé una

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Sabemos quién mató a Nisman

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botella de El Peronista>> lo corta Alfredo en seco y ahora

sí, Alfredo levanta la vista después de decirlo así, como

él sabe decirlo, muy peronistamente aún sin parecerlo.

Entonces pasa que Alfredo nos mira. A mí y al

mozo. Nos mira. Y el mozo me mira a mí. A su vez yo le

devuelvo la mirada a Alfredo y después se la devuelvo al

mozo, que ahora mira a Alfredo. Todos nos miramos. Nadie

sabe bien lo que está pasando. Es una escena rara, que no

tiene mucho sentido pero ahí estamos todos, mirándonos

como pelotudos.

Entonces pasa que Alfredo finalmente habla.

Habla preguntando: <<¿Patricia Highsmith es “La Madrina

del Suspenso” así como Patti Smith es “La Madrina del

Punk”? Esto podría tener o no tener algún sentido. La

función del cuaderno de notas consiste en parte en tomar

nota de cuestiones de este tipo, experiencias que

involucran una emoción, aunque uno en ese momento no

sepa en qué narración terminará incluyéndolas>>.

El mozo de La Vaca Atada cabecea, mira para todos

lados como agazapándose, evidentemente nervioso. Su jeta

está perlada de sudor. Parece agitado. Se ve que quiere

decirnos algo.

<<Bueno, gordo, hablá o traé el vino>> lo tantea

Alfredo.

El mozo tartamudea, se pone nervioso, se inclina

hacia nosotros y nos dice, ahuecando la mano junto a su

boca, casi susurrando. Nos dice: <<Sí… sí… síganme>>.

Page 45: SABEMOS QUIÉN MATÓ A NISMAN

45

Da media vuelta revoleando sobre su hombro un

repasador percudido, de color blanco con líneas rojas,

como la casaca de River. Un repasador.

Alfredo y yo cruzamos miradas de complicidad

mientras el mozo da unos pasos en dirección hacia la

cocina y se vuelve sobre sí, diciéndonos: <<A-a-apúrense, no

tene-e-e-enemos mu-mu-mucho tiempo>>. <<Moussa>> me chista

Alfredo. Sí, qué pasa, le contesto. Y me dice que es <<LA

BISAGRA>>. Le repregunto a Alfredo cómo que LA BISAGRA.

<<ssshhhhhhh… hacéte el boludo nomás, después te

cuento. Sigamos al gordo. >>.

Sospecho que siguen ocurriendo cosas que no

podemos entender. De todas maneras Alfredo parece muy

convencido así que vamos, envalentonados, hacia allá. Al

fin y al cabo en la vida uno está de paso nomás.

Nos levantamos al mismo tiempo de la mesa y

seguimos al mozo, que acaba de atravesar una puerta

vaivén de aspecto metalizado y poroso. Antes de

atravesarla me digo a mí mismo que no puedo atravesar

la puerta sin tomar antes un trago de cerveza bien

helada; Alfredo sabe perfectamente que a mí ese vino de

mierda no me gusta. O sí, me gusta. Pero me gusta tomarlo

del pico de la botella. Eso no te dejan hacer en La Vaca

Atada, aunque sean peronistas. Y yo, a pesar de que

aborrezco a todos los seres humanos del planeta, soy muy

respetuoso de las personas. Por lo que decido hacer una

breve parada en la zona de barras y más o menos sobre el

vamos, es decir al paso, manoteo una botella del mismo

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Sabemos quién mató a Nisman

46

whisky que Janis Joplin usó para reventarle el cráneo

al vendehumo de Jim Morrison, ya que cerveza fría —

evidentemente— no tienen por muy peronistas que sean.

La cocina de La Vaca Atada es como cualquier

otra cocina del universo tropical. Ciertamente no es como

la cocina de los restaurantes del presuntuoso chef VIP

Gordon Ramsay, que se pasea en sus realitys parloteando

sobre la pulcritud a la que deben aspirar las cocinas

del mundillo culinario VIP y a la primera de cambio —¡oh

sorpresa!—, personal de Sanidad encuentra en su cadena

de restaurantes caca de ratas e insectos nadando en sus

exóticas sopas inglesas.

Tengo a bien a para mí que el Primer Mundo

Culinario es ciertamente escandaloso. Más a gusto me

siento cuando mensuro la extensión de los amarillentos

manchones de grasa que ilustran las paredes de aquella

cocina abarrotada de estanterías y vajillas sucias

desparramadas sobre una mesada de mármol encima de la

cual se levantan numerosas torres de platos sucios

alrededor de los cuales zumban las moscas como balas en

la tarde última de Resistencity. Un chorro de agua cae

permanentemente en la bacha. Una olla de agua hirviendo.

Milanesas fritándose. Papas hirviendo en otra olla.

Estanterías metálicas topadas de fuentes metálicas

chorreando aceite. Una bolsa de pan Felipe y tajadas de

mortadela sobre una tabla de madera sobre la mesada. El

mozo pasa al lado de la mesada, tantea un trozo de

mortadela y se lo lleva ampulosamente a la boca.

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47

Dice el mozo sin volverse hacia nosotros:

<<Síganme, es por acá>>.

El mozo camina veintitrés pasos y se para

delante de una heladera. Es una heladera gris, oxidada.

Está desenchufada. Alfredo escruta al mozo como si

supiera exactamente qué está sucediendo. El mozo está

parado frente a la heladera. Le pregunto qué hacemos

parados, como estúpidos, mirando la heladera. El mozo es

un tipo macizo con pansa de uva. No responde nada,

permanece en silencio un instante y luego empuja hacia

un costado la heladera barreteando el armatoste con sus

robustos brazos. Un chillido metálico de aguado

escalofrío se apodera del lugar.

<<Ahí está>> dice el mozo apuntando con su dedo

índice a una puertita de algarrobo, que evidentemente

estaba oculta detrás de la heladera.

La puertita de algarrobo tiene la altura de un

hobbit. Alfredo y yo nos cruzamos de brazos. Alfredo me

susurra, dice que esa puertita poronga es <<La Bisagra>>.

El mozo alcanza a escucharlo y nos devuelve la mirada,

asintiendo. Le pregunto a Alfredo qué es <<La Bisagra>>.

Pero el mozo se le adelanta y, siempre en voz baja,

responde: <<Es un portal que conduce a los mundos

posibles, cuando se trata de describir la historia en

clave de ficción política, hay una ética que consiste en

prohibirse toda hipótesis sobre la función de los

sucesos encarados y en caracterizarlos solo con la

ayuda de criterios espacio-temporales.

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Sabemos quién mató a Nisman

48

>>El afán de motivar enteramente un relato evoca

el problema de la arbitrariedad del signo Nisman (lo

designado, el designante y la representación). Los signos

son arbitrarios, los nombres no están inscriptos en las

cosas; pero todo peronista de un sistema de signos tiende

a naturalizarlo, a presentarlo como algo que se da de

por sí. La tensión que nace de esta oposición, traza una

de las líneas principales de la histórica literatura de

la barbarie>> explica el mozo escarbándose los incisivos

con un palillo usado que encontró sobre la mugrosa

mesada y remata: <<Esta puertita es un punto Jonbar.

Existen innumerables puertitas Jonbar en el mundo. Esta

que tenemos acá en La Vaca Atada los conducirá a la

mañana del sábado 17 de Enero de 2015, el día previo a la

muerte del Fiscal Nisman. No me pregunten cómo apareció

la puertita. Hace un par de semanas recibí un mensaje in-

box en el Facebook de La Vaca Atada, de un tal Agente

Funes. El mensajito decía que debía correr la heladera de

la cocina, que allí encontraría un portal espacio

temporal denominado La Bisagra. Lo primero que hice

obviamente fue preguntarme qué mierda era La Bisagra.

Pero la pregunta se respondió por sí sola cuando corrí

la heladera y encontré esta puertita de mierda. Funes

dijo también que vendrían a La Vaca Atada dos pelados

con cara de sociópatas, que me daría cuenta enseguida y

que debía conducirlos hasta la puertita Jonbar. Que

ustedes sabrían qué hacer, eso dijo el Agente Funes.

>>Al principio todo será profusamente oscuro.

Caminen despacio, tanteen con sus manos y se encontrarán

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con el picaporte de una puerta, ábranla y saldrán frente

a una subestación eléctrica en Avenida de los Italianos

y Marta Lynch, frente a las torres Leparc, en el barrio

porteño de Puerto Madero>>.

<<Good>> dice Alfredo a modo de despedida e

ingresamos por la puertita entrando a duras penas, ya

que, como dijimos, era muy chiquitita. Seguimos las

instrucciones que nos transmitiera el mozo de La Vaca

Atada.

Al principio todo estaba muy oscuro, formas y

penumbras diezmándose so pena de muerte entre párrafos

caóticos y cuneiformes, puzzles de complejas tramas

políticas desmoronándose entre arborescencias grisáceas

y oblicuas. Encuentro, debajo de lo que parecen ser

perturbaciones de la sintaxis, oxidado de vibraciones

fonéticas, el picaporte mencionado… Es metálico, está

frio. Enorme fue nuestra sorpresa cuando abrimos la

puertita, saliendo hacia el otro lado de la realidad real

verdadera. No nos encontramos con el matinal sol del

sábado 17 de Enero en la ciudad de Buenos Aires, tal como

nos había dicho el mozo de La Vaca Atada que —

supuestamente— pasaría. La escena en cambio transmutó

ante nuestros ojos, de la nada misma, la negrura espesa

del relato de fondo, estallando en luces estroboscópicas

y láseres multicolores, a la música de discoteca del

impensado devenir literario, que a estas alturas resulta

escandaloso y no menos que irregular. En efecto, para

discernir de manera rigurosa los rasgos estilísticos de

una historia, puede procurarse un doble acercamiento.

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Sabemos quién mató a Nisman

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Por un lado, hacia el plano del enunciado, es decir, el

plano de aspecto verbal, sintáctico y semántico, así como

las divisiones que fijan las dimensiones de los mundos

posibles. Desde sus rasgos distintivos, fónicos y

semánticos, hasta el enunciado entero. Por otro lado,

hacia el plano de la enunciación, es decir, el plano de

la relación definida entre los protagonistas de la

historia.

Alfredo, ¿qué hacemos acá?, ¿dónde mierda estamos?

<<Tengo a bien para mí que estamos en una discoteca VIP…

pero… pará un poco, en serio Guido, ¿qué mierda hacemos

acá? Si el mozo nos dijo que…>> Pará, acabo de recibir un

mensajito de texto de un número desconocido. <<¿Quién es?

¿Qué dice?>>. Es el Agente Funes. <<¡Qué dice!>>. Dice que

busquemos a Florencia, es una de las modelos del entorno

Nisman. Eso dice, “modelos del entorno Nisman”. ¿Modelos

del entorno Nisman? <<¡Si este boliche está lleno de minas,

cómo mierda vamos a hacer para encontrarla! ¡Sólo en la

pista de baile debe haber miles de Florencias, cómo puta

vamos a saber cuál es cuál! Que se vaya a cagar; me tiene

podrido Funes con las idas y las venidas y las vueltitas

de rosca. Mejor vamos a tomar unas birras a la barra,

olvidemos este asunto de Nisman y todos los pelotudos

que forman parte del histeriqueo mediático>> sugiere

Alfredo, evidentemente fastidiado. Pará, eso no es todo,

boludo, hay más. Le digo que el Agente Funes dice que nos

relajemos, que fumemos un faso, que estamos cerca del

final. Sí, me digo a mí mismo, colocándome mis gafas de

sol, sintiéndome un Nick Cave de la literatura vernácula

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tropical, mejor, sí, definitivamente, vamos a por una birra

pero —antes— hagamos una paradita en el baño, cortamos

cuatro líneas y flipa flipa, ¿te parece?

<<Drogarse es siempre una buena idea. Todos

deberíamos poder drogarnos libremente sin necesidad de

estar dando explicaciones a los opinólogos de la

Libertad Televisada. Drogarse es un derecho, Guido, como

leer o tener aire acondicionado y televisión satelital,

¿entendés?>>.

No, no lo entiendo. No lo puedo entender. Para mí

es un constante revolcarse en el polvo de la

desintegración. Solamente tenemos que pegar un libro, con

un solo libro es suficiente Alfredo, un libro nuestro

circulando en el mercado editorial, en la vidriera de

“los más vendidos” de las cadenas de librerías de todo el

país, quiero que te imagines lo que te estoy diciendo. Le

digo a Alfredo dándome golpecitos en la sien con mi dedo

índice, mientras —y al mismo tiempo que miramos los

innumerables culos que desfilan ante nosotros—,

esquivamos bultos, extras, personas y personajes menores,

sin ninguna relevancia, apretujándonos como ganado en

la antesala del toilette, en medio de un bullicioso

pasillo habitado por posmo-boys y girly boys y fembois

de todas las edades: le digo a Alfredo que yo quiero que

él sea “el Jim Morrison de la literatura”. Le hablo de la

necesidad técnica —subrayo “necesidad técnica”— de

improvisar.

Ni bien terminamos de esnifar nuestras

respectivas líneas de cocaína —sobre la tapa del inodoro

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Sabemos quién mató a Nisman

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como es nuestra sana costumbre—, abrigamos la extraña

sensación de que los niveles de la narración dependen

del tipo de relación entre las secuencias en el interior

de un mismo relato. Apenas lo advertimos, la puertita del

habitáculo se abre súbitamente. <<¡A ustedes los estaba

buscando! ¿Qué hacen acá? ¿Están drogándose?>>. No, si

estamos escribiendo una novelita. Claro que estamos

drogándonos, y a vos quién te mandó, chirusa. <<Más

respeto que soy modelo. Mi nombre es Florencia, me mandó

Funes a mí. Dejen de dar lástima aspirando esa merca

húmeda de villa limítrofe, por favor… es indignante…

síganme>>. <<Escuchame una cosa, chirusa, la merca es buena

—interviene Alfredo, solemne, seriamente—, se la compramos

a nuestro dealer Maikol. Y la marihuana es del célebre

cultivador Luquitas Guerrasabo. No nos vengas a correr a

nosotros por izquierda, mosquita muerta, ¿quién te crees

que sos? No te conoce nadie a vos. Qué te hacés la diva si

a tu mortadela la probaron todos los obreros de esta

torre que tengo acá abajo… Alfredo agita el bulto en su

entrepierna de arriba hacia abajo y de abajo hacia

arriba, varias veces, repetidamente, mientras Florencia se

escandaliza imitando El Grito de Munch: <<¡Ay qué

horrible! ¡Ay no, horrible! ¡Horrible!>> dice la modelo

profesional, ahora tapándose los ojos con las manos, con

finita voz nasal, <<ustedes son unos guarangos, seguro

vinieron por el chori y la coca>>. <<Callate la boca,

mantenida, bien que sabés lo que es un chori ¿dónde

carajo nos querés llevar? ¿Por qué te mandó Funes a vos?

¡Cómo carajo nos encontraste acá!>>. <<Shhhhh, ya, dejen de

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exagerar… mamertos, ¿no se dan cuenta que está todo

filmado? Allá están las cámaras —Florencia elabora un

gesto descubriendo las camaritas de seguridad

empotradas en un ángulo remoto e improbable del baño, al

menos para nosotros—. Si quieren respuestas, sigan mi

lindo trasero>>.

Salimos los tres, en fila, del baño y la música

estalla en mi cabeza y supongo que en la de Alfredo

también. Florencia camina con el culo empinado,

abriéndose paso entre la multitud fiestera. Tiene una

pollerita estampada. Dientes de conejo. Tetas

veinteañeras. Está claro que innumerables pajaritos de

colores vuelan adentro de su trasnochada cabecita. Sin

pronunciar palabra le pregunto a Alfredo, sólo

apuntando con el mentón, cuánto debe salir mantener un

culo manzanita como ese. <<Tenés que tener mucha, mucha

guita, Guido, ser abogado, economista, banquero, hijo-de,

empresario de medios, político, historiador revisionista,

animador, conductor, lobista, en fin… Tenés que salir en

la televisión, es indispensable salir en la televisión al

menos de vez en cuando, de tanto en tanto, para que todos

te vean y sepan que sos famoso. Las minitas vienen solas

cuando te ven en la televisión hablando al pedo>>. Todo

esto me lo grita al oído, inclinándose hacia atrás. ¿Será

que algún día podremos lograrlo? <<Qué cosa. ¿Minitas o

fama?>>. Las dos cosas. <<Te voy a decir algo, Guido: si los

dioses fueron los primeros promotores de la fabricación

de objetos de deseo, ante quienes el fabricante

justificaba su propia subsistencia, a partir del momento

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Sabemos quién mató a Nisman

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en que la fabricación de ídolos fue considerada inútil

comienza la larga ignorancia del carácter propiamente

mercantil de la vida pulsional dentro de los individuos>>.

Caminamos unos metros más en dirección a una

enorme puerta roja alumbrada por un foquito rojo.

Sorteamos un grupúsculo de chicas Sex and the City

bebiendo gin tonics en elegantes copas azules, hasta que

Florencia dice <<a ver, a ver… chicas, háganse a un lado

un poquito… es por acá, síganme, chicos>>. Abre el portal

rojo sangre; ella pasa primero. Seguidamente ingresamos

nosotros y nos encontramos ahora adentro de un

habitáculo de dimensiones asimétricas y angulosas, una

zona VIP de la discoteca —aparentemente. Las paredes son

blancas con dibujos de burbujas negras. Sofás felpudos

en un rincón. Una lamparita LED que cuelga del techo

alumbra vagamente una mesa ratona laqueada sobre la

cual hay esparcidos —fácil— cientos de teléfonos

celulares, un cenicero y un puro La Aurora consumiéndose

con el dramatismo propio de las historias de espías y

muertos políticos mientras una espiral de humo blanco

remata la escena. También hay una botella de agua

mineral y un vaso de plástico. La forma ensombrecida de

una persona se aprecia sentada en uno de los felpudos.

No se ve su cara hasta que se asoma, lentamente, dejando

ver su jeta a la luz de la lamparita. Es el Agente Funes.

En las paredes empiezan a aparecer y desaparecer

puertitas bisagras, latiendo como faroles la

intermitencia estroboscópica de la noche tropical.

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Afuera, Martin Solveig y Dragonette estallan en

los altoparlantes. “Hello, I could stick around a little

longer with you. Hello, it doesn´t really mean that im

into you. Hello, you´re alright but im your darling to

enjoy the party don´t get too excited ´cus thats all you

get from me, hey, hello”. Qué cosa más ridícula. Pero qué

lindo entregarse a esta fiesta cocainómana con fondos

públicos. No resistirse. No tiene sentido resistirse.

— ¡Al fin! ¡Los autores reales verdaderos! Por fin

nos vemos la cara —dice Funes, enseñoreándose con los

brazos extendidos y el puro La Aurora, abruptamente,

aparecido ahora ladeado en su boca entre dientes—.

— Funes, qué significa este cambio de planes.

Deberíamos haber atravesado el punto Jonbar de La Vaca

Atada y haber aparecido en Puerto Madero —pasa factura

Alfredo, fastidiado, finalizando el reclamo con un sonoro

“chis” y un gesto despectivo con la mano—. Lo del Fiscal

es un escándalo, ahora salen todos a hablar al pedo.

Tengo en mi teléfono un filtro de Google enlazado al

motor de búsqueda con las palabras claves La Muerte de

Nisman. Todos los días recibo noticias, de todo el mundo. Lo

uso para mantenerme constantemente informado. Ahora

resulta que la actriz Mia Farrow tuiteó: “Parece que la

presidenta argentina no solo encubrió el atentado a la

Amia de 1994, sino que además mató al fiscal”. Y Martina

Navratilova: “La Presidenta ahora dice que la muerte del

fiscal no fue un suicidio” tuiteó la tenista, y junto al

link de otra nota del New York Times, agregó: “Todo esto

apesta”. Con solo imaginar la jeta ovalada de la

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Sabemos quién mató a Nisman

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descerebrada diputada dientuda, la Alonso, sí, la

diputada Alonso en la pantalla de la TV diciendo “Nisman

me miró a los ojos y me dijo: ‘Cristina lo ordenó todo’,

siento (todo junto y al mismo tiempo) mareos, náuseas y

malestar estomacal. Sin mencionar a la víbora Bullrich,

la pitonisa Carrió y a sus escoltas de caballos

desdentados y gorilas con careta republicana. Estamos

atrapados en una joda perpetua. Una puta joda perenne.

— Paciencia, mis pelados amigos. Paciencia —dice

Funes, envolviendo, otra vez, su cara en tinieblas—.

Ustedes no saben quién soy yo, creen saber, pero no saben.

En cambio yo sí los conozco a ustedes. Déjenme que me

presente formalmente. Soy el Agente Funes, puedo estar

acá o allá o en ninguna parte. No soy el autor. Los

autores murieron hace rato. Murieron en los 90. Yo estuve

allí, vi morir a uno. No era cualquier autor al yo que vi

morir. Era el autor real verdadero. También estuve en los

70, aunque ciertamente nací en los 80. Pero insisto con

que nadie puede negar que nadie, y cuando estoy diciendo

nadie quiero decir ningún autor, puede escribir la

palabra ficción sin avergonzarse aunque sea un poco.

>>La historia de los pelotudos debe considerar el

paso a un sistema de símbolos únicos. El tiempo es el

objeto de las interpretaciones diferentes, en cuanto a

los personajes que no se transformen, no serán más que

los signos de las transformaciones. O sea que puedo

hacer desaparecer cualquier cosa. Puedo, si yo quiero,

abrir un punto Jonbar en la vagina de Florencia; puedo

hacerlo ahora mismo si yo quisiera. Puedo… por ejemplo,

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ser Stiuso con una ese o Stiusso con dos eses, puedo ser

Bogado, Lagomarsino, Fein, Arroyo Salgado, Bullrich, Berni,

Larcher, Massino, Palmaghini, Fernández, La Yegua, la

Presidenta, los guardias, la mucama, la mamá, la testigo

rollinga, los peritos de parte, la jueza anti K, los

abogados, la boluda de Alonso o el boludo que está

mirando la televisión ahora mismo. Fatalmente, mis

queridos amigos, los boludos por lo general creen en las

boludeces que dicen los diarios y después van y repiten

las mismas boludeces que su vez multiplican la boludez

de manera sistemática y planificada, como la Dictadura,

juntándolos, amontonándolos en las calles abrazando el

odio y el rencor de los que cagan guita y no quieren

pagar impuestos. Podría, tranquilamente, chascar los

dedos y aparecer en el baño del lujoso piso de las torres

Le Parc donde murió Nisman. Puedo verlo ahora mismo. Sé

exactamente, con lujo de detalles, cómo murió Nisman.

— Dígalo, Agente Funes, el pueblo quiere saber:

¿quién mató a Nisman? —intervengo, metiendo mi bocado yo

también, mientras Florencia lanza risitas nasales

insufribles.

— ¿Nisman? Pufff… ¡A quién le importa Nisman!

¿Acaso no entendieron nada? El tiempo, en la morfología

de una historia, no entra en relación simple y directa

con lo que llamamos tiempo en el plano real verdadero.

Es sabido que una lectura ingenua de las obras de

ficción confunde personajes y personas vivientes. ¿Se dan

cuenta cómo son las cosas? Intentan vanamente adoptar

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Sabemos quién mató a Nisman

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el desprecio, pero al final lo aceptan todo, y la muerte

hace el resto.

— ¿Y entonces? ¿Esto es todo?

— Nooooo, hay más… Mucho más… Ni se imaginan… Es

solo el Principio, esto de lo que son espectadores —dice

Funes, chupando su puro, lanzándome una mirada severa

aunque manifiestamente cínica. Ladea una sonrisilla

farfullera alzando levemente la ceja izquierda y

agarrando uno de los teléfonos celulares que yacen

sobre la mesa, se pone a enviar mensajitos de texto, como

quien masca chicle y cruza la calle al mismo tiempo y

puede hacerlo todo, incluso enviar mensajitos de texto y

resolver la muerte de Nisman, todo, al mismo tiempo—. No

saben la que se les viene encima. Fantasmas pulsionales

oscilan entre la vida privada y la vida pública. La

sangre de la historia es necesaria para el equilibrio,

sus ideologías y sus vísceras son condiciones para un

país libre. No somos parecidos a quienes tratan de plegar

el mundo a sus deseos, a sus creencias, y pese a ello nos

está permitido tener deseos, e incluso creencias en

número escandalosamente ilimitado. Después de todo,

formamos parte del Espectáculo.

— ¡Los odio a todos! ¡Los odio a todos! ¡Los odio

a todos! —triplico yo, mostrando mi blanca dentadura de

rabia espumosa, y mensuro las horribles burbujas negras

que borbotean en las paredes. Los teléfonos celulares

empiezan a vibrar. Serpientes multicolores arborescentes

se enroscan a mis piernas. Pueden ser las drogas me digo

a mí mismo mientras la escena se loopea en tiempo real

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ante mis ojos. No puedo dejar de pensar en el culo

precioso de Florencia. La vida pulsional del Espectáculo:

no son ni la propaganda ni la publicidad los que la

expresan. Semejante paparruchada queda aún latente y

quizá no llegue a desprenderse mientras el régimen de

las corporaciones mediáticas no sepa prever las

condiciones del goce del otro más que a un nivel

doméstico, al interior de una legislación fundada sobre

la familia televisada. De todas maneras yo no puedo

dejar de pensar en embestir el culo manzanita de

Florencia. Exprimirla como a una naranja, sacarle el

jugo y beberlo y descartar el resto. Y pensando en que ya

nada tiene sentido, que la humanidad de todos modos está

perdida, me ofrezco, para rematar, como objeto sexual de

Florencia: — ¿Querés coger conmigo? Puedo hacer lo que

quieras.

Florencia se ríe insufriblemente: <<Ji ji ji>>, <<Ji ji

ji>>, <<Ji ji ji>>, y con su manita se cubre el piquito. Sin

embargo y a pesar de mis esfuerzos denodados en

boicotear la reunión secreta con el Agente Funes, con el

carnal y único propósito de morder la manzanita, denoto

que Alfredo empieza a gestualizar exageradamente, y me

digo a mí mismo, muy compungido, que ya no podré ponerla,

pues cuando Alfredo empieza a sermonear sobre lo real y

lo verdadero, sobre la noción del signo como ciencia

básica del lenguaje, innumerables puertitas Jonbar

aparecen y desaparecen entre flashes estroboscópicos. La

habitación se multiplica a sí misma. Podemos vernos a

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nosotros mismos en una serie infinita de reproducciones

televisadas. Presos de nuestro Espectáculo.

El Agente Funes envía otro mensajito de texto.

Puedo suponer que son las señales que emite desde el

Futuro. Se sonríe. Hace una pausa. Estira las piernas.

Todavía está allí sentado, en los sofás felpudos. Tiene

aspecto de no haber dormido en años. Podría ser

cualquiera. Alfredo, más cómodo con el devenir de los

sucesos, saca un faso y lo enciende. Sólo entonces el

Agente Funes desembucha: <<Nisman no pidió vacaciones

para irse a las playas con las modelos. Según los

registros, durante todos esos días de noviembre estuvo

trabajando. Esto significa que durante el tiempo de

playa y sol, él cobraba su sueldo habitual y, además, se

le iban a liquidar, por separado, las vacaciones, porque

en forma oficial nunca se las tomó. Viajaba al Caribe o a

Europa pero en los papeles figuraba que estaba

trabajando. Solamente durante 2013 y 2014 realizó varios

viajes de placer con distintas modelos. Ninguno figura

como período de vacaciones ni hay pedidos de licencia. El

sinvergüenza usaba la guita de la UFI AMIA para

enfiestarse con minitas, salir de joda, de parranda,

naturalmente: él pagaba todo>>. Yo les dije, muy

francamente, que a mí esto no me sorprendía para nada.

Siempre dije que lo primero que teníamos que hacer es

matar a todos los abogados. <<Y eso no es todo>>, prosigue

Funes: <<Nisman se quedaba con la mitad del sueldo

mensual de Lagomarsino y de los otros pelafustanes que

tenía contratados como asesores plenipotenciarios. Todos

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los meses, el “técnico informático” cobraba los 41 mil

pesos del contrato firmado por Nisman y concurría de

inmediato a un banco ubicado al lado de la UFI AMIA a

depositar 20 mil pesos en una cuenta del fiscal. La

cuenta está en el Merrill Lynch de Nueva York a nombre

de Garfunkel, la mamá de Nisman, Sandra Nisman, la

hermana, y Lagomarsino como supuesto testaferro. Lo

asombroso es que Nisman figuraba como apoderado, es

decir que tenía a sus familiares y al informático como

titulares, pero él manejaba el movimiento de fondos como

apoderado>>. Era un chorro, digo con toda la naturalidad

del mundo, y seguidamente Florencia vuelve a lanzar su

insufrible risita de minita que quiere caer bien en todos

lados: <<Ji ji ji>>, <<Ji ji ji>>, <<Ji ji ji>>. Funes actúa ahora

como si estuviera hablando con espectros. Alfredo cree

que todos estamos drogados. Yo sigo pensando que todos

debemos morir. Florencia lo único que conoce es

artificial, la pulsión de su vida está valuada en

dólares. Estoy seguro que algún día me convertiré en el

Nick Cave de la literatura vernácula. Nuestros libros se

leerán en los mercados tropicales de todo el mundo,

traducirán a cincuenta y siete idiomas Sabemos quién

mató a Nisman. Dirán que de los muertos no se puede

hablar. Dirán que ningún muerto puede hablar. ¡Idiotas!

¿Cómo haríamos entonces para construir el relato de la

historia sin interrogar a los muertos? ¿No hay que

meterse en su vida privada? ¿Cuál es la vida privada de

un servidor de la ley que usa dineros públicos para sus

fiestitas privadas? ¿Por qué los mismos que hablan de

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los muertos que se mueren no quieren enterarse de la

verdadera vida de esos mismos muertos? ¿Acaso no nos

hemos pasado juzgando a Sarmiento, a Perón, a Evita, al

Che, a Barín Biza, a Néstor, a Sofovich, a Ricardo Fort, a

Fernando Peña y el perro Fernando, que obviamente y como

todos más o menos saben que es de público conocimiento

están muertos y nadie se escandalizó?

<<¿Eso es todo?>> pregunta Alfredo. <<Es todo, sí>>

responde Funes. <<¿Y ahora qué hacemos?>>. <<Sí, y ahora qué

hacemos>>. <<Ji-ji-ji>>. Redondea Funes: <<Lamentablemente, me

encantaría quedarme a tomar unas cervezas con ustedes

pero otros asuntos me reclaman>>.

En la mesa ratona vibran y suenan varios

teléfonos celulares. Funes agarra uno y mientras se pone

a leer un mensajito de texto entrante dice en voz alta:

<<Pero… ¿Ustedes están al pedo, no?>>. <<Sí, claro. Siempre,

leemos y escribimos nomás>> responde Alfredo por nosotros

y agrego yo inmediatamente: <<Igual lo único que sabemos

hacer bien es fracasar>>. <<¡¡¡Puuuuffff!!! ¡Olvídense!>>, dice

Funes y lo hace como si no le pudiéramos decir que no,

<<Florencia los va acompañar; tienen que pasar por

aquella puertita…>>. <<¿Por esta puertita?>>. <<No, no. La otra.

Sí, ésa. A partir de este punto ya no se pueden buscar las

categorías del discurso literario, sino un determinado

ideal de época. Eso se llama horizonte de expectativa.

Esa puerta es una Bisagra. Un punto Jonbar, un horizonte

de expectativa>>. <<¿Vamos?>>. <<Ajá>>.

Una bola de discoteca desciende automáticamente

desde el techo. Luces estroboscópicas y potencias

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lumínicas bombardean la pista de baile donde miles de

Florencias menean sus culitos manzana al ritmo de

Holding Out For A Hero por Bonnie Tyler. Miles de

Florencias saltan y bailan seximente moviéndose de aquí

para allá, compenetradas en coordinar esa coreografía

pop que ejecutan imaginando que en realidad son

porristas norteamericanas en la final del Supertazón.

Son muchas las Florencias que bailan. Supongo que

alguna de ellas podremos, en mayor o menor medida,

empomarnos. Sobre el vamos, en el medio de la pista, se

abren pasos las Florencias y aparece, engalanado y

sonriente, el Fiscal Natalio Alberto Nisman. Natalio. Las

Florencias comienzan a repartir cotillón erótico y todos

nos sumamos a la fiesta, todos estamos invitados. A los

pocos segundos, sale un trencito de Florencias

encabezado por el propio Nisman, a quien se lo ve

cachondo y dicharachero.

Bonnie Tyler canta: ¿A dónde han ido todos los

hombres buenos y dónde están todos los dioses? ¿Dónde

está el espabilado Hércules para combatir el avance de

los misterios? ¿No hay un caballero blanco sobre un

fogoso corcel? Necesito un héroe, tiendo mi mano para

pedir un héroe hasta el final de la noche. Tiene que ser

fuerte, y tiene que ser rápido, y tiene que estar recién

salido de la lucha. Tiene que ser seguro de sí mismo, y

tiene que llegar pronto y tiene que ser más grande que

la vida.

<<Al final no todo está perdido, siempre podremos

sacarle una buena tajada al cadáver>>. <<Hay que

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aprovechar mientras podamos filetearlo>>. Pero hay que

apurarse antes de que aparezca otro Nisman y nos caguen

la primicia. Si liquidan a otro, este fiambre, que nunca

valió nada, ya no valdrá nada de nada después de nada.

Ni siquiera lo poquito que vale ahora.

Viste como es: es una pila de cadáveres que no

deja de crecer. El que vale, el que cuenta, es el que

corona la pila. Los de abajo no interesan a nadie.

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