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Reencuentro con Los compañeros Lucrecia Méndez de Penedo El primer encuentro con Los compañeros fue un desencuentro. El momento- o como se decía en la época- de- terminó que la mayoría de lectores quedara atrapada más bien por el cuestionamiento político -inaudito entonces- a la izquierda clandestina militante ·desde la izquierda misma. O inquietó su crudo erotismo a lo Henry Miller. En todo caso, la polémica extraliteraria, que se convirtió en un "caso", propició que se perdiera de vista un hecho esencial: la calidad de escritura novelística y su valor inaugural dentro de la narrativa guatemalteca del siglo XX. Marco Antonio Flores realizó con esta obra una autocrítica y crítica demoledoras, mediante la ficcionalización de un asunto inmediato: las consecuencias del fracaso de la primera fase de la lucha guerrillera acaecida en la zona oriental de la república. De allí que no aparezcan tres figuras protagónicas de la segunda fase de la lucha armada: el indio, la mujer y el cristiano com- prometido. La originalidad de la novela residía en la lacerante visión que ofrecía desde la fractura del lenguaje y de las es- tructuras narrativas. Estos recursos expresan una conciencia juvenil en crisis, o una madurez nunca lograda, que se debate entre la entrega y la renuncia, entre la utopía y el desengaño. Ciertamente resulta difícil analizar esta novela testimo- nial-histórica dejando de lado el polémico elemento ideoló- gico, que revela, además, los conflictos internos en el seno de la izquierda. Aunque ahora el contexto aparezca diferente -el enfrentamiento de este/oeste se ha trasladado a norte/sur; ha surgido la nueva utopía neoliberal-, los problemas sociales de fondo que originaron la lucha guerrillera desafortunadamen- te persisten. No obstante, una valoración serena de esta obra se impo- ne después de más de diez años de su publicación y casi veinte 36

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Reencuentro con Los compañeros Lucrecia Méndez de Penedo

El primer encuentro con Los compañeros fue un desencuentro. El momento- o coyu~)tura, como se decía en la época- de­terminó que la mayoría de lectores quedara atrapada más bien por el cuestionamiento político -inaudito entonces- a la izquierda clandestina militante ·desde la izquierda misma. O inquietó su crudo erotismo a lo Henry Miller. En todo caso, la polémica extraliteraria, que se convirtió en un "caso", propició que se perdiera de vista un hecho esencial: la calidad de escritura novelística y su valor inaugural dentro de la narrativa guatemalteca del siglo XX.

Marco Antonio Flores realizó con esta obra una autocrítica y crítica demoledoras, mediante la ficcionalización de un asunto inmediato: las consecuencias del fracaso de la primera fase de la lucha guerrillera acaecida en la zona oriental de la república. De allí que no aparezcan tres figuras protagónicas de la segunda fase de la lucha armada: el indio, la mujer y el cristiano com­prometido. La originalidad de la novela residía en la lacerante visión que ofrecía desde la fractura del lenguaje y de las es­tructuras narrativas. Estos recursos expresan una conciencia juvenil en crisis, o una madurez nunca lograda, que se debate entre la entrega y la renuncia, entre la utopía y el desengaño.

Ciertamente resulta difícil analizar esta novela testimo­nial-histórica dejando de lado el polémico elemento ideoló­gico, que revela, además, los conflictos internos en el seno de la izquierda. Aunque ahora el contexto aparezca diferente -el enfrentamiento de este/oeste se ha trasladado a norte/sur; ha surgido la nueva utopía neoliberal-, los problemas sociales de fondo que originaron la lucha guerrillera desafortunadamen­te persisten.

No obstante, una valoración serena de esta obra se impo­ne después de más de diez años de su publicación y casi veinte

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de su escritura, a pesar, o por eso mismo, de estar ambientada en una época en que todos fuimos tocados por la muerte, desaparición, exilio de parientes o amigos irremplazables; pero también por la de muchos guatemaltecos anónimos. Con este trabajo me propongo específicamente el análisis de los recursos formales-estilísticos para mostrar que, desde su aparición en 1976, Los compañeros se perfiló como una novela-eje en la historia de las letras guatemaltecas recientes, por el ingenioso y sólido ensamblaje de la estructura con el significado.

La novela se desarrolla en un contexto que abarca a Gua­temala y algunos países extranjeros. En el caso de nuestro país, el autor diseña un friso de capas medias ladinas emer­gentes durante un período de transición: se iniciaba un pro­ceso de industrialización, consumo, pero paralelamente se intensificaba la violencia, incubada a raíz del fallido experi­mento de la revolución democrático-burguesa del 44. Los años de ese período aparecen registrados desde la perspecti­va de conciencias infantiles, o por algunas menciones a per­sonajes populares de una Guatemala todavía somnolienta: el Pipo , el Caballo Rubio. Posteriormente, durante los años juveniles, los personajes hacen su ingreso a un submundo grotesco de cantinas y prostíbulos, donde, aún dejada atrás esta etapa adolescente, continúan ahogando su rebeldía y sueños. Al evadir ambientes percibidos como cárceles, sean familiares, escolares, religiosas, políticas, policiales, los per­sonajes vagan por los vericuetos de la ciudad de Guatemala que empezaba a crecer y se afianzan a los nombres de casas, calles, objetos, como para buscar mínimos puntos de apoyo a su existencia intrínsecamente nómada, a la búsqueda de algo que casi nadie encuentra al final.

Los escenarios extranjeros -La Habana, México, Praga, Madrid, París- a donde arriban los personajes por persecución política y/o deseo de aventura, abandono de ideales, huida de responsabilidad, tampoco alcanzan la altura de las expectativas que aquellos se habían forjado. Más bien el autor diseña estos lugares como mecas descoloridas que se suman al desengaño totalizador paulatino que sufren los personajes.

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El nomadismo adquiere un carácter simbólico en el personaje protagonista, el Bolo -alter ego del autor y supuesto autor ficticio de la novela- quien, después de deambular por este continente y el otro, finaliza momentáneamente su pere­grinaje al llegar a una isla (Inglaterra). Allí precisamente se aislará y realizará la sublimación catártica de su conflicto a través de-la escritura, en medio de la soledad y silencio que eran, en el fon­do, lo que inútilmente buscaba dentro y fuera del sistema.

Pocas novelas guatemaltecas presentan un conflicto tan desgarrado entre individuo y socit;:d;td. Aunque parezca atrevido afirmarlo, lo que subyace en su Rrofu'ndidad es la contradicción romántica insoluble yo/mundo. Entendida esta afirmación, por supuesto, como una transcodif¡cación que el autor realiza, pero contextualizándola en el momento histórico de la obra. En la base de la actitud romántica se encuentra la automarginación generada por la incapacidad de hacer concesiones debido a la exigencia de absolutos, en este caso, la utopía revolucionaria. Necesariamente llega la desilusión, al sentirse traicionado e incomprendido. El siguiente paso del héroe -o más bien antihéroe de cuño romántico- consiste en la condena implacable a los obs­táculos que impidieron no haber logrado algo a lo que supuesta­mente se tenía derecho, 'llámese amor o revolución.

En la lejana vertiente de romanticismo negro y maldito, que es donde se podría insertar la novela de Flores, existen dos posibilidades: adoptar la actitud patético-desesperanzada, o bien la arrogante y desengañada. Los compañeros se inscribe en esta segunda visión y finalizará en la anarquía casi con ribetes de nihilismo.

La nota común a todos los personajes de Los compañeros reside en su excentricidad. Desubicados, inadaptados, recha­zan cualquier imposición, sea por convicción, oportunismo, cobardía o inmadurez. Se empeñan en construir una contracultura que puede ir desde la utopía revolucionaria hasta la violencia gratuita, como cuando actúan como pandilla precursora de las actuales maras. Muchos sufren el exilio, donde se realizan amargas sesiones de recriminación mutua por la responsabilidad del fracaso político.

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La relación de los personajes consigo mismos, entre sí y con el medio, es muy dura. El proceso inicia geneqlmente con una infancia que los marca negativamente y que va co­ciendo a fuego lento una rebeldía cargada de rencor. Los com­pañeros es, pues una especie de bildungsroman -novela de la formación y educación- del fracaso.

El autor fija a los personajes en la intransigencia yespon­taneidad de los años juveniles, sin improbable final feliz. Ni siquiera para aquellos que claudican o se insertan en el sistema, como el Rata, o quienes traicionan la causa oportunísticamente, como Chucha Flaca, ya que la conciencia aflora con el alcohol, la marihuana; pero también con los fantasmas de los desapa­recidos y lejanos que acosan al Bolo en muda condena.

Crecidos en medio de un imaginario colectivo todavía ingenuo: Cantinflas, Sandokan, Tony Curtis, en la adolescencia los personajes se encontrarán con una serie de modelos que les propone la sociedad. Aunque se dan matices intermedios, básicamente se reducían a dos: el guerrillero y el hippie. El primero de ellos es pariente lejano del aventurero romántico y más cercano al militante de la Resistencia o de la Guerra Civil Española. Este personaje se cristalizará para los jóvenes de esas décadas en la figura del barbudo guerrillero de la Sierra Maestra. En los Estados Unidos surge el hippie que buscaba una alternativa al sistema de vida norteamericano, mediante un idílico y comunitario regreso a la naturaleza, evadiendo de la realidad -no hay que dudar VietNam-mediante el rock, las drogas y la emancipación sexual e inclusive el esoterismo. Su compromiso político era menos activo y procedía de un hu­manismo genérico. El hippie presentaba algún parentesco con el beatnik del Jack Kerouac de On the Road, a su vez empa­rentado de alguna manera con el existencialista de café fran­cés de posguerra. Un modelo intermedio eran los estudiantes del 68 , hijos del boom económico europeo, quienes exigían desde una precaria alianza con los obreros y con una visión marxista rígida "el paraíso aquí y ahora". En el otro extremo, se encontraba el ejecutivo exitoso, algo plástico, que generará en la década del hedonismo reganiano de los ochenta al yuppie,

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y, actualmente, al eficiente gerente neoliberal, convertido ahora en modelo transnacional.

En la novela de Flores aparecen contrapuntísticamente el personaje de el Patojo, valiente guerrillero que muere a manos de sus torturadores, y el Rata, arribista vergonzante. Otros personajes oscilan en hondas crisis ideológicas y personales, como Chucha Flaca, convertido en el escuálido mantenido de una hippie mexicana con veleidades revolucionarias, a quien cede a cambio su prestigio de ex guerrillero; el Bolo, huyendo de recuerdos agobiantes en medio de' tortuosos conflictos.

Los compañeros está constrlfida en forma fragmentaria, con ritmo quebrado, sobresaltado, con-virajes radicales espacio­temporales que van desde la infancia hasta una madurez nunca alcanzada y acaso tampoco deseada. Dentro del magma na­rrativo, la novela se ancla a algunos soportes estructurales que se resuelven sobre todo a través de dos recursos: la homofonía y la polifonía de las voces narrativas y la asociación de ideas.

Cada bloque está marcado por la voz y perspectiva de determinado personaje y el año en ~ue sucede. Será tarea del lector hilar la intriga y rehacer la secuencia en orden causal­cronológico. La estructura externa es circular: el primer y úl­timo capítulo sucede en 1962 en La Habana y los relata el Bolo. Detrás de este equilibrio existe una filuda ironía: en el antepenúltimo capítulo, perteneciente al mismo personaje, fechado en 1969, también en la misma capital, hemos sido informados que éste no encontró su reino de este mundo allá.

La novela pareciera irse haciendo sola, ya que el narrador cede la palabra a los personajes, elaborando así un juego de voces, cada una con registro propio, y, al mismo tiempo, con un tono similar a la de los otros. Flores formula las voces mediante intensos monólogos interiores o desdoblamientos dialógicos, logrando así captar la verdad Íntima de los personajes. Asimismo, atrapa la oralidad del caló juvenil de determinada época. Estos recursos también operan como medios para dilatar el tiempo, inclusive para atrapar dimensiones como la prenatal, o desdibujar las fronteras entre la vida y la muerte, como puede apreciarse en los monólogos finales del Patojo.

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La polifonía se refiere al timbre de la voz de cada uno de los personajes. Entrar en contacto directo con la parte íntima de éstos produce viva impresión en el lector. Al darles hondura, el autor los vuelve humanamente creíbles. Pero estos personajes individualizados conforman a su vez un personaje colectivo: el de un sector de la juventud de la Guatemala de la década de los sesenta y setenta. Este nivel actorial colectivo posee notas comunes: la rebelión frente a un medio represivo y la vacilación ante el compromiso. Ésa es su contradicción de fondo.

Pero la homofonía va más allá. Flores logra dar cuerpo a una voz guatemalteca en sentido profundo: aquélla que por razones históricas se expresa sesgada, entre dientes o vertida en humo corrosivo y autodefensivo . La recelosa "pena" guatemalteca contrasta con la soltura caribeña:

Empecé a empujar/oiga, déme permiso, por favor! Siempre el por favor, nosotros debemos haber nacido serviles. Desde que llegué me di cuenta que aquí nadie nos oye, nadie se da cuenta de nuestra presencia, nadie nos nota. Hablamos quedito y con cuidado, con miedo, nuestros ojos están llenos de pavor. (p.230) .

Las transiciones fluidas entre la temporalidad presente y pasada también se realizan por medio de la libre asociación de ideas. Cualquier analogía o paralelismo formal o semántico entre dos elementos es utilizado por el autor para informar al lector acerca de la motivación actual de la acción narrativa. Esta técnica, además , rebaja la tensión del relato, o bien crea suspenso, como el relato del viaje del Bolo hacia Inglaterra después de la sesión de tortura cuando muere el Patojo. La acción también aparece ocasionalmente frenada por la alter­nancia descripción acción, como en el "Bestiario" , corrosiva galería de exiliados.

El ataque despiadado, y desde el lenguaje en la novela, debe entenderse no sólo como una afrenta a una de las insti­tuciones sociales de mayor peso, sino también como afortu­nado campo para la experimentación. Las voces narrativas

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revelan cercanía con el lenguaje lúdico y procaz de la Huelga de Dolores, esa especie de carnaval sombrío universitario. También muestran las incrustaciones de los códigos en boga: el marxismo manualero, el caló juvenil, el argot de los medios de comunica­ción masiva, etc. Por su afán desacralizador y su intencional tono "bajo" -en relación con el tono "alto" bachtiniano- la no­vela trata de simular relaciones con la subliteratura o con lo abiertamente corintelladesco. Una influencia cercana la consti­tuye el frondoso verbalismo humorístico del Cabrera Infante de Tres tristes tigres. Y, por supuesto, pueden rastrearse algunos puntos de contacto con la "novela de la onda" mexicana, aspectos todos abiertos a la investigación.

Los capítulos -o bloques narrativos- generalmente son extensos, con frecuencia no hay puntuación, pero sí abun­dancia de enumeraciones caóticas -cargadas de recursos anafóricos o de aliteraciones- que provocan la precisa sensa­ción de falta de orden y equilibrio. Lo anterior también por frases alargadas o súbitamente entrecortadas, así como por el acosante uso del gerundio. El lenguaje narrativo revela un humor grueso e ingenioso que el autor utiliza magistralmente como medio antipatético y antirretórico para expresar su actitud rabiosamente iconoclasta.

Los compañeros puede inscribirse dentro del filón de la novela de aventuras. En este caso resulta una suerte de mez­cla entre algunos elementos de la picaresca española y otros de la novela itinerante norteamericana. Los personajes no permanecen fijos, se desplazan laberínticamente dentro de sí mismos y en el entorno propio y ajeno. Hay quien da vueltas, como el Rata, ap resado en una "vida sin sentido" (p. 150). Sus pequeñas odiseas -de clara raíz joyceana, filtradas seguramente también por los escritores latinoamericanos del boom- no conducen más que al fracaso, la angustia, o en el mejor de los casos a una muerte heroica, aunque de acuerdo con la visión del autor, acaso estéril. De tal manera que la estructura misma de la obra revela una única y angustiosa certidumbre; la pérdida o falta de un código que explique y dé sentido al mundo.

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Estos laberintos internos y externos aparecen arquitecturados para apresar a los personajes en un caos in­terno y externo del que no encuentran salida_ Viven huyendo de sí mismos y de los otros_ El reproche de la hermana de Tatiana al Bolo es ilustrativo:

Te pintaste como un hombre normal y en cambio eres un tipo complejo, complicado_ Buscas sabe Dios qué cosa y no la encuentras, no la encontrarás j.ill:nás_ Te buscas a tí mismo y cuando te encuentras seguramente te da horror conocerte a fondo, porque no eres un hombre de paz, de amores estables, de vida tranquila y sin complicaciones psicológicas. Por eso vives huyendo. (p.I60). (El subrayado es mío).

La novela presenta una rica veta para el análisis que prac­tica la crítica psicoanalítica. Me limitaré a señalar algunos as­pectos sugestivos, que pueden ser desarrollados más a fondo y que se refieren básicamente al personaje protagonista, el Bolo. Las relaciones familiares tempranas lo marcan indeleblemente. Crecido en el seno de un matriarcado castran te, la ausencia de un modelo viril probablemente condicionó una posterior conducta machista y rebelde. De alguna manera se da un parricidio indiscriminado a nivel simbólico, evidenciado por el sistemático rechazo absoluto a los símbolos masculinos de autoridad y la grosera necesidad de dominio sobre la mujer.

Hacia la madre dominadora, la actitud de dependencia! independencia resulta un tanto ambivalente. El edipismo en­turbia cualquier relación estable con una mujer, porque es sentida como un nuevo e indeseable cordón umbilical:

Me estabas atando y tenía que soltarme. No había llegado a Cuba para quedarme, para atarme otra vez. Había huido de mi madre, del cariño insoportable de mi madre. Había soltado las amarras y no podía volver a anclar. Tenía que ser libre. Tú representabas hijos, hogar, casa familia, sueldo fijo, revolución hecha, condimentada,

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entregada en la boca. Eso no era lo que quería para mí. Tenía que irme lo más pronto posible o quedarme para siempre. Eras muy estable para mí (p.161).

Pero por otro lado, el retorno al paraíso prenatal perdido, no sólo está contenido en la alucinación del Patojo cuando recuerda el trauma natal y desearía que nunca hubiera sucedi­do, sino también de manera simbólica en la descripción del mar-cama de la habitación del hotel habanero, donde el Bolo pretende hallar una soledad feliz:

( ... ) el decorado del cuarto se confundía con el mar, mirando de donde yo estaba parado, el horizonte era el mismo; marcuarto, azul todo, me sentía mojado, nadando, bañándome en una inmensidad azul, acolchada, suave, mullida; los bronces me hamaqueaban, entonces me tiré, me zambullí, liberado, alegre, feliz, eufórico en el mar, estaba mullido, suave, di vueltas mientras el tema de con la calle donde tú vives terminaba dos tamborazos (p.229).

En la militancia-revolucionaria de una manera u otra los personajes de Flores buscan soluciones a sus problemas per­sonales. Inclusive el mismo Patojo:

Era la decisión más importante de mi vida y la única tomada por mí, mi madre, mi padre, los curas, los profesores, los catedráticos de la universidad, los dirigentes del partido, todos, todos, habían decidido por mí. Quizá por eso me quedé sentado esperando. Era mi decisión. Era un revolucionario. No podía traicionarme en el momento preciso (p.184).

El rechazo ante el sistema se convierte en condena implacable cuando algunos de ellos, como el Bolo o Chu­cha Flaca, perciben al Partido como un sistema del anti­sistema. La necesidad de creer en absolutos incontaminados

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los conduce a renegar de la imperfección inherente a la acción humana. El escepticismo, decía al principio, resba­la en actitudes radicales que lindan con la anarquía: "A mí nadie me va a decir qué hacer con mi vida" (p.193) afirma el Bolo. Por el contrario, en una inolvidable e incisiva car­ta, que los Compas envían a este personaje durante su exi­lio europeo, se encuentra una visión realista de lo que im­plica la militancia y su futuro inmediato y posible. Los Compas califican al Bolo de "soñador empedernido" y lo incitan a realizar su aporte desde la especificidad de su ofi­cio de escritor para aliviar el peso de lo que se llamaba entonces "mala conciencia pequeño burguesa" . El individua­lismo exacerbado, pues , y la abolición de todo principio de autoridad y mal se podía conciliar con la militancia dis­ciplinada y a veces dogmática.

No obstante, si bien la visión del mundo de la no­vela es amarga, una lectura atenta revela que no es la aspiración a la justicia colectiva a través de la solidari­dad lo que se cuestiona, sino los procedimientos utili­zados. En todo caso , el acto mismo de la escritura -se esté de acuerdo o no con la postura ideológica que plantea la novela- constituye un proyecto realizado.

Los compañeros, como afirmaba al inicio, indiscuti­blemente constituye un punto de arranque para la na­rrativa guatemalteca de este siglo. Su frescura y actua­lidad proceden del cuestionamiento, como actitud irreductible -sin límites temporales- frente a la injusti­cia y el dogma. No debería leerse esta novela con áni­mo prejuicioso, ni con nostalgia condenatoria, y me­nos aún autocomplaciente. Los compañeros, con sus siem­pre jóvenes voces, no dejan que olvidemos que los pro­blemas subsisten .

Con esta novela de ruptura e inicio, aparecen ya incu­bados los gérmenes en algunos escritores de la actual narra­tiva urbana que cabría calificar como del "desaliento" o más bien de la "apatía", porque en ellos el realismo presenta un carácter casi aideológico. Ya no existe una utopía imaginada,

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añorada, traicionada o perdida. Estos autores se van reple­gando en el registro objetivo de lo circundante, como cro­nistas impasibles de mundos cotidianos intrascendentes. Nunca se han planteado un sueño colectivo y su esfera, en muchos casos no va más allá de un comprensible minimalismo.

Desde un autobiografismo desconcertante, Los compañeros constituye una lectura que es siempre un primer encuentro, por la cautivante rebeldía que trasudan sus páginas -antído­to contra el conformismo cómodo:' y porque aunque super­ficialmente no lo parezca, formula el legítimo y necesario derecho de la tensión hacia los otros o hacia el absoluto, por terrenal que sea, pero también revela el lado oscuro y humanísimo del heroísmo y la utopía.

Lucrecia Méndez de Penedo

Guatemalteca. Ensayista, crítica literariai y de arte, investigadora y docen­

te universitaria. Licenciada en Lengua y Literatura Española e Hispano­

americana por la Universidad de San Carlos de Guatemala y Doctora en

Letras por la Universita degli Studi di Siena, Italia, en ambos casos con

trabajos de tesis acerca de la figura y obra de Luis Cardoza y Aragón. H a

imparrido docencia en la universidad estatal y en la Universidad del Valle

de Guatemala y Universidad Rafael Landívar, donde se desempeñó como

Directora del Departamento de Letras y Filosofía. Su área de especializa­

ción es la literatura guatemalteca e hispanoamericana, así como el teatro.

Ha publicado Joven narrativa guatemalteca (antología) y Cardoza y Aragón:

líneas para un perfil.

Sus ensayos y estudios se encuentran diseminados en revistas universita­

rias y suplementos culturales, tanto guatemaltecos como extranjeros. Es Miembro

de Número de la Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente de la

Real Academia Española. Sus alros méritos intelectuales y académicos le han

valido varios reconocimientos y condecoraciones, entre ellos, la Orden Miguel

Ángel Asturias. Actualmente, es coordinadora del volumen Teatro de Miguel

Angel Asturias, para la ColecGión Archivos, París. Además, dirige el programa

de Maestría en Literatura Hispanoamericana de la Universidad Rafael Landívar.

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