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RECORDANDO NUESTRA INDEPENDENCIA

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RECORDANDO NUESTRA INDEPENDENCIA

INDICE

☼ JULIO DE 1816 ☼ EL MUNDO DE ENTONCES ☼ EL CONGRESO DE TUCUMÁN ☼ ACLARACIÓN VALIOSA ☼ LA MONARQUÍA INCAICA ☼ EL OFRECIMIENTO DE ALVEAR A INGLATERRA ☼ LOS DIPUTADOS FIRMANTES ☼ ¿QUÉ ES LA INDEPENDENCIA DE UN PAÍS? ☼ LOS FESTEJOS DE LA INDEPENDENCIA ☼ CIUDAD NI LINDA NI FEA, POBRE ☼ LA “ARGENTINIZACIÓN” DE LOS EXTRANJEROS ☼ LA CIUDAD DED TUCUMÁN ☼ JUEGOS DE GRANDES Y CHICOS ☼ ROMANCE DEL 9 DE JULIO ☼ LA INDEPENDENCIA EN LATINOMÉRICA

LA BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA SE ENCUENTRA EN EL CEDOC- CENTRO DE DOCUMENTACIÓN- DEL INFD: Teresa Eggers-Brass, Historia argentina. Una mirada crítica (1806-2006), Maipue, Buenos Aires, 2009 La Crónica Argentina, nº 24, 9 de noviembre de 1816. Colección de obras y documentos para la historia argentina, Biblioteca de Mayo, tomo VII, Buenos Aires, Senado de la Nación, 1960.En: Marcela Ternavasio, Historia de la Argentina, 1806-1852, Siglo veintiuno, Buenos Aires, 2013 Norberto Galasso, Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner, Tomo I, Colihue, Buenos Aires, 2012 David Rock, Historia Argentina, Alianza, Buenos Aires, 1985. En: Felipe Pigna (coordinador), Bicentenario. Dos siglos de la Argentina 1810-2010, AZ editora, Buenos Aires, 2010 Ambrosio Romero Carranza, Alberto Rodríguez Varela y Eduardo ventura, Historia política y constitucional de la Argentina, tomo 1. Desde el período hispánico hasta 1824, A-Z editora, Buenos Aires, 1993 Laura Marcela Méndez, Las efemérides en el aula. Aportes teóricos y propuestas didácticas innovadoras, Novedades Educativas, Buenos Aires, 2011 Groussac, P., citado por Busaniche, J. L., en Beatriz Goris, Historia y actos patrios. Propuesta para los más pequeños, Trayectos, Buenos Aires, 2007 Andrés Carretero, Vida cotidiana en Buenos Aires, 1. Desde la Revolución de Mayo hasta la Organización Nacional (1810-1864), Ariel, Buenos Aires, 2013 Ramos Mejía, J. M., A martillo limpio, citado por Clementi, H. (1984), Las fiestas patrias, Leviatán, Buenos Aires, pp. 123-124, en: Gonzalo de Amézola, Esquizohistoria. La historia que se enseña en la escuela, la que preocupa a los historiadores y una renovación posible de la historia escolar, libros del Zorzal, Buenos Aires, 2008

Historia de la Argentina. Dirección: Carles de Gispert, Grupo Océano, España, 2012 Emeric Essex Vidal, Buenos Aires y Montevideo, Memoria Argentina-Emecé, 1999. En: Elvira Garay y Perla Calvet, Actos patrios. Nuevos caminos para pensar. Nivel Inicial y EGB, Editorial Hola chicos, Buenos Aires, 2011 Mónica Kac, Silvia Brugnoni, Lourdes Hisaguirre, Carla Ottani, Susana Bertorello, Pablo Rosales, Ana Victoria Vigón Ruffa, Marta Magariños, Efemérides e historia. Caminos para abrodar las ciencias sociales. 0 a 5. La educación en los primeros años, Novedades Educativas, Buenos Aires, 2012

Marcela Mammana, Efemérides. El derecho a recordar, Comunicarte, Córdoba, Argentina, 2010

JULIO DE 1816

Días inquietos vive un grupo de hombres en julio de 1816. Darregueira, Sánchez de Bustamante, Malabia, Columbres, Serrano, Castro Barros, Thames, Maza, Medrano, Pacheco de Melo, Godoy Cruz, Sánchez de Loria, Santa María de Oro, Boedo, Laprida, entre otros diputados. Demasiado inquietos, para ser sinceros.

Ya lo presentían. La preocupación por lo que les interesa los tiene atrapados, se nota cuando se miran, hasta en el caminar. Esa obsesión en la cabeza, no se puede seguir así, piensan y escriben y explican. Piden tener fuerza, lucidez, responsabilidad y salud Es para tanto? Sí. Es para tanto tratándose de hombres conocedores por experiencia de las dificultades que imaginan enfrentar.

Los diputados saben adonde mirar, aunque son muchas las cosas que se vienen, recuerdan la atmósfera de las conversaciones, la escritura de párrafos con palabras luminosas empujadas por la acumulación de sueños. Aunque también reconocen que todo está por hacerse en este apartado territorio donde las realidades inoportunas pueden llegar a quebrar las intenciones más agraciadas.

Días sin tregua vive este grupo de hombres que hoy calles de ciudades y efemérides rescatan saludablemente del olvido. El entusiasmo los sostiene, no hay sosiego en sus corazones a pesar de que algunos amigos, familiares y colegas prefieren quedarse al margen. Allá ellos, dicen, un poco de los labios para afuera, sobre todo cuando los roza el desánimo de la mano de una historia que es confusa, como siempre.

Para que no sea siempre lo mismo algo debe cambiar y los diputados hacen lo que humanamente pueden. Los deseos incitan a decidirse a pesar de los desenlaces no previstos. Las voces y las proclamas atraviesan las paredes, hay mucho por defender en el suelo donde se ha nacido.

Pero a pesar de que por momentos la rabia y el desaliento no se aguantan y no se disimulan, los diputados tienen motivos para confiar en sus fuerzas y en la buena suerte. Aunque saben de las dificultades, es hora de tomar decisiones para ponerle fin a ese orden ajeno y que se haga la luz.

No están para bromas. La independencia es una palabra que dejó de ocultarse, ya es una pública confesión, no los deja tranquilos, representa un destino y habla por ellos. Intuyen que llegarán a verla y a saludarla mediante gritos, aplausos, brindis, juramentos y baile con orquesta y elección de reina de la fiesta.

Más allá del entorno de los diputados, la gente vive a su manera en esa ciudad “ni linda ni fea, pobre” de siete mil habitantes, cuatro iglesias, un cabildo, y calles “polvorientas sin aceras”. Se levantan y acuestan temprano, las palabras les sirven para enterarse, siguen haciendo el amor como si se acabara el mundo, van a misa, son aficionados a la música, los juegos de azar y las apuestas, creen en los hechos, prefieren no tenerles miedo a nada que ser cobardes, piden ayuda, compañía, dan gracias por su suerte, les espanta el dolor físico, la traición y la muerte.

Hoy recordamos. Han pasado años, sólo queda la identidad de ustedes, los 29 retratos de los diputados firmantes, con la gloria de haber sido hombres de fama merecida, hacia quienes los argentinos sentimos eterna gratitud y reconocimiento.

En síntesis: Julio de 1816. Una sorprendente desfachatez de estos “próceres activistas” eso de empujar el tiempo fundando una nación, la que está ahí, tan obstinada como seductora, a la espera de algo de nosotros.

EL MUNDO DE ENTONCES

El Congreso fue convocado cuando la Santa Alianza promovía en Europa la restauración monárquica y combatía los movimientos liberales y democráticos. Comenzó en Tucumán, una ciudad del interior, por el creciente disgusto de los pueblos frente a Buenos Aires. Desde la supresión de la Junta Grande por el Primer Triunvirato en 1811 hasta el Directorio de Alvear, la conducción porteña había impuesto sus criterios centralistas, desconociendo las tendencias confederales de la mayoría de esos pueblos. Las provincias fueron convocadas para reunirse en Tucumán y enviaron sus diputados. Estuvieron incluidas algunas del Alto Perú, por entonces en manos realistas, pero se excluyeron Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y la Banda Oriental, por diferencias políticas. Entre los congresistas, predominaba el sentimiento antiporteño. Las sesiones comenzaron el 24 de marzo de 1816, con Alvarez Thomas como Director Supremo, en la casa de doña Francisca Bazán de Laguna y fueron anunciadas por una salva de 21 cañones. Pero pronto Alvarez Thomas renunció y el 16 de abril fue reemplazado por González Balcarce, quien también renunció. El 3 de mayo, Juan Martín de Pueyrredón, del grupo porteño, fue elegido Director Supremo, con el objetivo de pacificar y unir a todo el territorio.

Los diputados Esteban Agustín Gazcón, Teodoro Sánchez de Bustamante y José Mariano Serrano presentaron un plan aceptado por todos y cuyos puntos fundamentales fueron:

• Comunicarse con todas las provincias para insistir en la necesidad de unión y así enfrentar al enemigo externo.

• Declarar la Independencia. • Discutir la forma de gobierno más conveniente para las Provincias

Unidas. • Elaborar un proyecto de Constitución. • Preparar un plan para apoyar y sostener la guerra en defensa propia,

proveyendo de armamentos a los ejércitos patriotas.

9 de julio: Declaración de la Independencia

Tras una serie de medidas y después de arduas discusiones acerca de la forma de gobierno, el 9 de julio de 1816, a pedido del diputado jujeño Teodoro Sánchez de Bustamante, se discutió el proyecto de Declaración de la Independencia. Después de tres meses y medio de sesiones, el Congreso proclamó este día la existencia de una nueva nación libre e independiente de España u otras naciones: las "Provincias Unidas de Sud América". El diputado sanjuanino Francisco Narciso de Laprida preguntó: "¿Queréis que las Provincias de la Unión sean una Nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli?". Todos los diputados contestaron afirmativamente. De inmediato, se labró el "Acta de la Emancipación".

EL CONGRESO DE TUCUMÁN En el Congreso de Tucumán no están representadas todas las provincias que actualmente integran la República Argentina. Deliberan diputados de regiones que no pertenecen hoy a la Argentina y, a su vez, no están representadas varias que son hoy importantes provincias de nuestra república. En el primer caso se hallan Charcas, Mizque, Chichas, La Plata y Cochabamba, provincias altoperuanas que hoy integran Bolivia. En el segundo, no solo se hallan ausentes aquellas habitadas en esa época por comunidades mapuches, tehuelches, matacos, tobas, etc., como son las patagónicas y las del nordeste chaqueño, sino, además, Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y Misiones. Esas han convergido en el congreso convocado por Artigas, el Protector de los Pueblos Libres, en junio de 1815, en el Arroyo de la China. Por su parte, Córdoba, también invitada por Artigas, participa finalmente en Tucumán, con escaso entusiasmo. Se realizan gestiones para que Chile y Paraguay envíen representantes, pero sin éxito. Además, no se declara “la independencia argentina”, ni tampoco la de las Provincias Unidas del Río de la Plata, sino la independencia de “las Provincias Unidas en Sud América”, según lo consigna el acta del Congreso correspondiente al 9 de julio de 1816, ratificando la concepción de “Patria Grande” que anima a los revolucionarios. Pocos días después –y ante versiones referidas a negociaciones y conciliábulos entre la burguesía comercial porteña y la corte de Río de Janeiro- don Pedro Medrano propone y se aprueba, que se incorpore a la declaración un aditamento que elimine toda clase de duda: “ “y de toda otra dominación extranjera”. Norberto Galasso, Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner, Tomo I, Colihue, Buenos Aires, 2012, p. 200

ACLARACIÓN VALIOSA

Las murmuraciones no eran infundadas: no sólo por la actuación de las distintas misiones diplomáticas, cuyos objetivos eran poco claros con respecto a nuestra independencia, sino por los comentarios de “poner fin a la revolución” que llegaron a oídos ingleses (ver la carta –archivada en el Foreign Office, Oficina de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, del 20 de julio de 1816- de Henry Chamberlain al Vizconde Castlereagh).

Es por ello que la insistencia del diputado Medrano y la aprobación de este agregado por todos los diputados encierra un gran valor. Teresa Eggers-Brass, Historia argentina. Una mirada crítica (1806-2006), Maipue, Buenos Aires, p. 141

LA MONARQUÍA INCAICA El vocablo “Sudamérica” expresaba la indefinición del momento respecto a cuáles serían las provincias que realmente quedarían bajo la nueva condición jurídica: ni la Banda Oriental ni las provincias del litoral- en conflicto con el Directorio- formaron parte del Congreso. Así, pues, mientras la guerra seguía su curso bajo la constante amenaza del envío de tropas desde la metrópoli –ahora disponibles luego de la derrota napoleónica-, a comienzos de 1817 el Congreso se trasladó a la ciudad de Buenos Aires para cumplir con su segundo cometido: dictar una constitución. Pero para ello era necesario definir previamente cuál sería la forma de gobierno a adoptar. Un problema difícil de resolver dadas las condiciones internacionales e internas vigentes. En el plano internacional, el clima conservador impuesto en Europa después de la derrota napoleónica hacía difícil pensar en el reconocimiento por parte de las principales potencias, de una forma de gobierno republicana. Sin esto, las Provincias Unidas tenían escasas posibilidades de consolidarse como entidad política independiente. No obstante, ninguno de los proyectos monárquicos constitucionales pudo ser implementado en el Río de la Plata, pese a la propuesta inicial de Belgrano de coronar algún descendiente de los Incas y de las misiones diplomáticas enviadas a las cortes europeas para buscar algún príncipe dispuesto a ser coronado rey en estas tierras. Más allá del sesgo conservador de los diputados del Congreso –que acuñaron el lema “fin a la revolución, principio al orden”-, la opinión pública no estaba dispuesta a aceptar una forma monárquica de gobierno; por otra parte, ningún príncipe europeo se mostró tentado de acceder a la proposición de los enviados diplomáticos. La monarquía incaica Más que nunca, la prensa periódica se hizo eco de las discusiones sobre las formas de gobierno. El periódico El Censor, por ejemplo, asumió una posición favorable a la monarquía constitucional mientras que La Crónica Argentina se expidió contra los proyectos monárquicos y encarnó la defensa de la forma republicana de gobierno. Esta última cuestionó el proyecto de instaurar una monarquía inca en el sur del continente americano: “En el año séptimo de estos Pueblos ha habido quien nos hable como los españoles el primero: ‘sería una injusticia el no acordarse de los Incas; a ellos, y a los indios, por consiguiente que fueron su familia les pertenece este terreno que pisamos’. Tal es el derecho

público que profesa el autor de la carta impugnada. ¿Y es posible que esta máxima robada de la boca de los peninsulares haya pasado a los labios de un Americano? ¿Tanto influjo conservan los tiranos sobre nuestro modo de pensar que nos transmiten sin conocerlo sus estudiadas opiniones? ¡ah! No quiera el Cielo que alcanzado este triunfo importante por los sangrientos españoles; no quiera el Cielo que hecha familiar la idea de una monarquía visionaria, cuya conveniencia se quiere apoyar en la costumbre, retrogrademos a la antigua, que es lo que querían los españoles con aquel astuto consejo; y en cuyo favor está también la costumbre verdadera, si es que ésta existe, y si es que ha de ser consultada en la ‘nueva constitución’, obra de la reforma. (…) Los que dicen que otra clase de constitución no conviene con nuestras costumbres, nos hacen la injuria más horrenda, porque vienen a decir en sustancia: ‘Los pueblos del Río de la Plata son viciosos, corrompidos, inmorales. Sus moradores jamás serán frugales, ni buenos ciudadanos. Sus habitudes anteriores lo prohíben, pues que en verdad antes de la revolución aunque no faltaban algunas almas superiores, tenían todos los vicios de españoles y de colonos’. Pueblos que prodigáis la sangre más preciosa por adquirir la libertad: ¿sentís bien esta grave ofensa? Pero estas costumbres de que habla con tanta ostentación cuando se toca la materia de forma de gobierno, o son anteriores a la revolución, o posteriores. Si lo primero, nuestros principios, nuestros usos, nuestras costumbres han sido ‘monárquico españolas’, que vale tanto como si nos dijesen que somos, por educación y por principios, ambiciosos, ociosos, bajos, orgullosos, enemigos de la verdad, adulones, pérfidos, abandonados, que no conocemos la virtud, y perseguimos a quien la tiene, o quiere tenerla, y claro está que estas dotes nos volverían a la dominación de Fernando. Si lo segundo: las costumbres son republicanas según lo ha sido nuestro estado, y todos los gobiernos de la revolución hasta el presente. Ellas no pueden pues formar un argumento para llevarnos a la monarquía que se inicia.”

EL OFRECIMIENTO DE ALVEAR A INGLATERRA El general Alvear le escribe al embajador inglés en Río de Janeiro, Lord Strangford: “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés yo estoy resuelto a sostener tan justa solicitud para librarlas de los males que las afligen. Es necesario que se aprovechen los buenos momentos, que vengan tropas que impongan a los genios díscolos y un jefe plenamente autorizado que empiece a dar al país las formas que fueren del beneplácito del Rey”. David Rock, Historia Argentina, Alianza, Buenos Aires, 1985 En: Felipe Pigna (coordinador), Bicentenario. Dos siglos de la Argentina 1810-2010, AZ editora, Buenos Aires, 2010, p.13

LOS DIPUTADOS FIRMANTES De los treinta diputados que entonces integraban el Congreso, el único que no pudo firmar la Declaración fue el canónigo doctor Calixto del Corro por haber sido enviado en comisión a Santa Fe. De los veintinueve firmantes once eran sacerdotes. Presbíteros Ignacio de Castro Barros, Manuel de Acevedo, Antonio Sáenz, José Pacheco de Melo, Pedro Miguel Aráoz, José Thames, José Eusebio Columbres, Pedro León Gallo, Francisco de Uriarte, fray Justo Santa María de Oro y fray Cayetano Rodríguez. El diputado por Charcas, doctor Mariano Sánchez de Loria, quien fue uno de los firmantes del Acta de la Independencia, no era sacerdote en 1816, pero lo fue más tarde cuando enviudó en 1818. (…) En El Redactor del Congreso se estampó la fórmula elegida para que las autoridades civiles, eclesiásticas, militares y municipales de la provincia de Tucumán juraran mantener la Independencia que ha sido declarada: “Juráis por Dios Nuestro Señor y estas señal de la Cruz, promover y defender la libertad de las Provincias Unidas en Sud América y su independencia del rey de España Fernando VII, sus sucesores y metrópoli, y toda otra dominación? Juráis a Dios Nuestro señor y prometéis a la patria el sostén de estos derechos hasta con la vida, haberes y fama? Si así lo hiciereis Dios os ayude, y si no, Él y la patria os hagan cargo”. Después de haber narrado la ceremonia de ese juramento efectuado solemnemente en la sala de sesiones de la casa histórica del Congreso ante la presencia de un crecido número de ciudadanos, de todas las clases sociales, en cuyos semblantes estaba reflejada la imagen de la más pura y dulce alegría por lo augusto e importante del acto que se iba a solemnizar, fray Cayetano exclama: “¡Pueblos y habitantes todos del sud: a vosotros dirijo la palabra inundado en avenidas del placer más puro! ¡Llegaron los suspirados instantes de la Providencia! ¡Se abrió a la faz del mundo el gran libro del destino, para que en una de sus páginas leyesen los americanos el soberano decreto de emancipación de su metrópoli europea en los días de su decrepitud política! No debieron sin duda ser eternas nuestras cadenas, ni inconsolables nuestro llanto. Una mano invisible, que parecía habernos abandonado muchas veces a los funestos efectos de una suerte versátil e inconstante, había fijado el momento que reemplaza con

ventajas los muchos en que naufragó nuestra esperanza, y nos pone en la posesión de un bien que guardábamos distante de nosotros. (…) No inquietaremos las cenizas de nuestros padres con el ruido de nuestras duras cadenas, y los que nos sucedan no nos llenarán de execraciones porque no supimos quebrantarlas continuando su opresión. Bendecirán nuestros esfuerzos, y señalarán el día de su libertad con monumentos indelebles de su eterna gratitud. El día 9 de julio será para ellos, como para nosotros, tan glorioso como el 25 de Mayo. En el momento que aparezca el Sol que los preside, lo saludarán sin poder contener la abundancia del gozo: ‘O diem loetum, notandum nobis candisíssimo calculo!’ Quiera el cielo hacer prosperar nuestra resolución generosa, y que ella sea el vínculo sagrado que una e identifique nuestros sentimientos, la benéfica estrella que disipe nuestras desavenencias y el numen estelar que nos inspire virtudes que son exclusivamente las bases de la santa libertad que hemos jurado”. Ambrosio Romero Carranza, Alberto Rodríguez Varela y Eduardo Ventura, Historia política y constitucional de la Argentina, tomo 1. Desde el período hispánico hasta 1824, A-Z editora, Buenos Aires, 1993, p. 408,409

¿QUÉ ES LA INDEPENDENCIA DE UN PAÍS? Decimos que un país es independiente cuando establece de manera autónoma la forma de gobierno que lo va a regir y éste ejerce la soberanía sobre su población y su territorio, y organiza su Estado en función de sus propios intereses. Para decirlo con las palabras de Casullo y otros, la soberanía es “la capacidad de una sociedad política de ejercer el poder dentro de sus fronteras y de proteger a las mismas frente a las amenazas de un enemigo externo”. Tiene una faceta interna en la capacidad y el derecho de ejercer la fuerza para lograr la paz dentro de los límites territoriales y una faceta externa, que se expresa en la capacidad de convocar a los ciudadanos para defender su territorio de posibles agresiones de otros países. Este último aspecto era el que monopolizaba la atención de los patriotas en 1816. La invasión portuguesa en la Banda Oriental, la constante presión de los españoles en el Alto Perú y Chile, así como la amenaza de invasión al Río de la Plata de nuevas fuerzas realistas, concentraban toda la atención y esfuerzo. La necesidad básica era asegurar el frente externo. Asegurar la paz interior y organizar el país era posible sólo a partir de la solución del problema externo, pero el objetivo prioritario del Congreso era la organización interna de las Provincias Unidas. De hecho, la pacificación interna no se logró hasta muchas décadas después. Tampoco se logró la organización de un gobierno. Formas de Gobierno El problema mayor de los republicanos era que no había modelos de organización en funcionamiento, salvo el de las ex colonias que se constituyeron en los Estados Unidos. Es más, la idea misma del republicanismo en el contexto mundial estaba totalmente desprestigiada. Por esa razón, la idea de una restauración monárquica gozaba de la adhesión, tanto de quienes realmente creían en la justicia de esa forma de gobierno, como de quienes creían que, adhiriendo a la instauración de una casa real en el gobierno de las Provincias Unidas, se evitaban enfrentamientos con las naciones europeas vinculadas con la Santa Alianza. El Congreso, ya trasladado a Buenos Aires en 1817, dictaría una constitución dos años más tarde. Ésta pretendía disfrazar con un sistema electoral indirecto un gobierno prácticamente monárquico, con la conformación de una elite aristocrática y la concentración de

poder. Esta Constitución no entró en vigencia, por el rechazo de las provincias. Podemos ejemplificar las contradicciones políticas que atravesaban los patriotas en la búsqueda de la salida a la situación, en los trámites que realizaba Rivadavia –en el marco de la misión diplomática que emprendió junto a Belgrano, buscando el reconocimiento del gobierno revolucionario, y que no obtuvo resultados positivos- en Madrid, ofreciendo el sometimiento a Fernando VII, en tanto éste reconociera la facultad de las Provincias Unidas de organizar su propio gobierno sin saber que, para esa fecha, el Congreso de Tucumán ya había declarado la independencia. Obviamente, la gestión terminó con la expulsión del futuro primer presidente del país, cancelándose la misión, y obligando a Belgrano y a Rivadavia a regresar a Buenos Aires. En definitiva, el Congreso de Tucumán, tras la declaración de la independencia no logró los objetivos para los que estaba convocado: en el interior de las Provincias Unidas no existían los mínimos consensos que permitieran crear un estado que las representara. De hecho, el país estaba a las puertas de la desaparición del Directorio y de toda forma de organización que vinculara a las provincias. Laura Marcela Méndez, Las efemérides en el aula. Aportes teóricos y propuestas didácticas innovadoras, Novedades Educativas, Buenos Aires, 2011, p. 148-149

LOS FESTEJOS DE LA INDEPENDENCIA

El baile del 10 de julio, quedó legendario en Tucumán. ¡Cuántas veces me han referido sus grandezas mis viejos amigos de uno y otro sexo, que habían sido testigos y actores de la formidable función! De tantas referencias sobrepuestas, sólo conservó en la imaginación y revoltijo las luces y armonías, guirnalda de flores y emblemas patrióticos, manchas brillantes y oscuras de uniformes y casacas, faldas y faldones en pleno vuelo, vagas visiones de parejas enlazadas, en un alegre bullicio de voces, risas, jirones de frases perdidas que cubrían la delgada orquesta de fortepiano y violín. Héroes y heroínas se destacaban del relato según quien fuera el relator. Escuchando a doña Gertrudis Zavalía, parecía que llenaran el salón el simpático general Belgrano, los coroneles Alvear y López, los dos talentosos secretarios del congreso, el decidor Juan José Paso y el hacedor Serrano. (…) Pero en un punto concordaban las crónicas sexagenarias y era en proclamar reina y corona de la fiesta, aquella deliciosa Lucía Aráoz, alegre y dorada como un rayo de sol, a quien toda la población rendía culto, habiéndole adherido la cariñosa divisa de ‘rubia de la patria’. Groussac, P., citado por Busaniche, J.L., en Beatriz Goris, Historia y actos patrios. Propuesta para los más pequeños, Trayectos, Buenos Aires, 2007, p. 35-36

CIUDAD NI LINDA NI FEA, POBRE

Haciendo un resumen de los escritos dejados por los viajeros entre 1780 y 1820, es posible decir que Buenos Aires no era una ciudad ni linda ni fea. Era una ciudad pobre, pero de una pobreza digna por la templanza y la moderación que predominaban en la mayoría de sus habitantes. La sencillez de sus edificios céntricos ya fueran de la administración como de los particulares, le otorgaba la dignidad de una pobreza asumida. Esta sencillez y esta pobreza han de ser las condiciones secretas que permitieron sobrellevar los años de la guerra de la independencia y de las civiles, con un enorme costo social. Lamentablemente aún no se ha estudiado con seriedad y en profundidad el costo social pagado por el pueblo, durante las guerras por la independencia y de las civiles que tuvieron lugar desde 1810 en adelante. Por ello, bien vale recordar esas palabras: sencillez y pobreza asumida con dignidad. A fines de diciembre de 1816, el periódico La Crónica Argentina indicaba que la mayor parte de la ciudad se estaba desmoronando. Esto ocasionaría la muerte de civiles, que quedaban aplastados por los desprendimientos ocurridos desde los planos superiores. A ese panorama calamitoso, la publicación agregaba las inmundicias en plazas o calles y el mal estado de las veredas. Ello, en la opinión de un caracterizado visitante como fue Parish, no había logrado aplastar el ánimo, ni morigerar el espíritu de independencia que se notaba en el común de los habitantes. A casi veinte años de Mayo de 1810, el inglés sir Charles Bagot, escribía:

“Nadie vio jamás un sitio más desagradable como Buenos Aires, haciendo hincapié en el barro callejero, las osamentas podridas en el mismo, que daban olores repugnantes hasta que los perros vagabundos y las ratas acababan con el cadáver de la res vacuna o equina.” El progreso material de la ciudad fue lento, sin armonía, y no siempre acorde con las necesidades de sus pobladores. Los gobiernos que se sucedieron desde 1810 en adelante estuvieron abocados de manera prioritaria a la tarea militar y política, pues había que consolidar esas prioridades, para luego poder dedicarse a atender los otros problemas, que se consideraban de menor importancia. Esa lentitud en la solución de las cuestiones materiales de la ciudad, se reflejaron en las opiniones contradictorias de los viajeros, que no siempre fueron objetivos en sus apreciaciones. Así, para 1820, uno de sus visitantes manifestó que la ciudad no presentaba nada placentero. Sus edificios eran bajos e irregulares, y las iglesias y torres rompían esta característica. Pero otro viajero del mismo año indicaba que los edificios públicos y las cúpulas de las iglesias le daban un cierto aire de grandeza. A su vez resaltaba que las quintas se adentraban en los suburbios, ya se tratara del norte, del oeste o del sur y que en ellas se producían frutas, verduras y aves de corral que se vendían en la ciudad. Al año siguiente se la comparó con la mayoría de las ciudades españolas al tener una edificación uniforme, alterada por las iglesias. Esta dualidad característica de las construcciones bajas y chatas, combinadas con las torres y cúpulas se repite en los comentarios de los viajeros entre 1825 y 1870. Andrés Carretero, Vida cotidiana en Buenos Aires, 1. Desde la Revolución de Mayo hasta la Organización Nacional (1810-1864), Ariel, Buenos Aires, 2013, p.43

LA “ARGENTINIZACIÓN” DE LOS EXTRANJEROS

En la década de 1880, la inserción plena del país en el mercado mundial produjo un notable crecimiento económico y requirió un aumento de la mano de obra que se logró mediante una inmigración que, comparada con la cantidad de pobladores ya residentes en el país, fue proporcionalmente la mayor del mundo. Este impacto demográfico produjo una gran complejidad en la sociedad y la cultura. Mientras esto ocurría, el orden político era controlado por la llamada “Generación del 80”, una elite que se había redefinido con una alianza de sectores oligárquicos de Buenos Aires y del interior que se consolidó como clase gobernante. Para estos sectores tradicionales, la incorporación del aluvión migratorio, aunque era necesaria para su proyecto económico, resultaba inquietante porque entendían que ese fenómeno perturbaría el “carácter nacional”. A partir de entonces, “la argentinización” de los extranjeros fue una preocupación que no podía solucionarse haciéndolos propietarios, ya que las tierras expropiadas a los aborígenes en la llamada “conquista del desierto” habían sido repartidas rápidamente en beneficio de los terratenientes. Sin poder absorberlos mediante anclajes materiales, sólo quedaba asimilar a los recién llegados a través de la creación de una representación en el imaginario colectivo, una nación mítica por todos compartida. En ello cumplieron un papel fundamental la Ley 1420 aprobada en 1884 –que hizo a la escuela primaria obligatoria, laica y gratuita- y la historia, mediante los rituales patrióticos y la exaltación de los héroes.

Una buena síntesis de este propósito la brinda en la época el presidente del Consejo Nacional de Educación, J. M. Ramos Mejía cuando dice: “En nuestro país en plena activa formativa, la primera generación del inmigrante, la más genuina hija de su medio, comienza a ser (…) la depositaria del sentimiento futuro de la nacionalidad (…) /A los niños inmigrantes/ sistemáticamente, y con obligada insistencia, se les habla de la patria, de la bandera, de las glorias nacionales y de los episodios heroicos de la historia; oyen el himno y lo cantan y lo recitan con ceño y ardores de cómica epopeya, lo comentan a su modo con hechicera ingenuidad, y en su verba accionada demuestran cómo es de propicia la edad para echar la semilla de tan noble sentimiento.” Ramos Mejía, J. M., A martillo limpio, citado por Clementi, H. (1984), Las fiestas patrias, Leviatán, Buenos Aires, pp. 123-124, en: Gonzalo de Amézola, Esquizohistoria. La historia que se enseña en la escuela, la que preocupa a los historiadores y una renovación posible de la historia escolar, libros del Zorzal, Buenos Aires, 2008, p. 22-23

LA CIUDAD DE TUCUMÁN En 1816 la ciudad contaba con unos siete mil habitantes: criollos puros, españoles y mestizos. Cuatro iglesias con sus torres y el edificio del Cabildo, dos pisos con amplias arcadas, marcaban el centro de la ciudad. La población se hallaba rodeada por un verdadero vergel que se introducía en las huertas y los patios de las grandes casonas coloniales, justificando con creces el nombre que se le dio de Jardín de la República, aún hoy vigente. Sus casas coloniales, con techos de paja o de tejas, rodeaban la plaza y algunas cuadras vecinas. Más allá, las calles polvorientas sin aceras mostraban una edificación más pobre: el típico rancho de barro y paja y añosas quintas con árboles frutales. Los habitantes de la pequeña ciudad vivían tranquila y sencillamente; se levantaban muy temprano, al tañir de las campanas de las iglesias que llamaban a misa, y se acostaban también muy temprano; a las diez de la noche la ciudad se sumía en el silencio. Como sede del Congreso se eligió una de las mejores casonas del pueblo, la perteneciente a la señora Francisca Bazán de Laguna, ubicada en al calle del Rey (hoy calle Congreso número 151), con una portada flanqueada por dos columnas salomónicas y rematada por una cornisa moldeada. Para utilizarla como sede del Congreso, hubo que demoler la pared divisoria de dos salones, quedando así un único salón de quince metros de largo por cinco metros de ancho. Como estas reformas llevaron cierto tiempo, las primeras sesiones se llevaron a cabo en la casa de Bernabé Aráoz, quien facilitó diversos muebles, entre ellos el escritorio y el sillón presidencial. Historia de la Argentina. Dirección: Carles de Gispert, Grupo Océano, España, 2012, p. 406

JUEGOS DE GRANDES Y CHICOS El 9 de julio de 1816 imprimió una huella en todos los argentinos; marcó el inicio de un camino que aún hoy estamos transitando. El patio de las casa coloniales cumplía entre otras funciones la de organizar los espacios, era el elemento que conectaba todos los ambientes. Esta organización fue propicia para los juegos infantiles, que encontraron en ellos grandes claros y oscuros, con diferentes sonidos y aromas. Fueron un disparador para la imaginación, un lugar de encuentro con los otros niños de la edad: hermanos, primos, vecinos y algún que otro hijo de esclavo. Entre las niñas “el arroz con leche”, “La farolera”, “Mambrú se fue a la guerra”, “La gallina papanata”, “La víbora del amor”, “en coche va una niña”, “aserrín, aserrán” y el juego de las muñecas (generalmente construidas en al casa) eran los favoritos. El juego con muñecas fue universal; lo jugaban las niñas de las familias acomodadas, las hijas de los esclavos, las niñas indígenas. Con ellas imitaban el mundo de los adultos. Entre los muchachos “la gata parida”, “las cinchadas” y el aro llevado por una varilla permitía medir diferentes estrategias. “La gata parida” era un juego propio de varones, los participantes, no menos de 5, se ponen de espaldas contra la pared, coco contra codo y hacen esfuerzos empujando, para que los que no puedan resistir la presión sean obligados a salir violentamente. Fue muy popular “el gallito ciego”, grandes y chicos comenzaban a jugar preguntando lo mismo con algunas variantes:

-Gallito ciego.

-¿Qué has perdido? -Una aguja y un dedal. -¿En dónde? -En la cuesta del totoral. -Yo te los he hallado y no te los voy a entregar. O recitando estos versos: Gallito ciego si tu quieres ver, a la que toques la has de conocer. El “fideo fino” y el “fideo grueso”, saltar a la cuerda, hacer adivinanzas, caminar con zancos llenaban también de algarabía estos patios. Fideo fino fideo grueso mirá quién viene allá a lo lejos. Con cerámicas y tejas rotas preparaban las fichas que necesitaban para “la rayuela”, “el sapo”, “la payana” o el “cara o cruz”. Este último trata sin dudas reminiscencias de los primitivos cristianos, cuando ante Cristo crucificado, los saldados echaron suerte sobre su túnica. Se cree que este juego derivó en tierras americanas dando origen al conocido como “juego de la taba”.

En espacios tan amplios poblados de macetas y plantas, “la mancha” permitía variantes y “la escondida” era un desafío a la discreción. Había barriletes, también llamados cometas o pandorgas que se remontaban, en lo posible, desde las azoteas. A causa de los peligros y perjuicios que causaban, por edicto de la policía se prohibió este juego en septiembre de 1857.

Cuando la tarde caía los salones ofrecían la posibilidad de reunir a toda la familia en los juegos de lotería, naipes, dominó, ajedrez entre los hombres y proyectar sombras usando la luz de las velas o faroles. Si nos alejamos del ejido de la ciudad, en las afueras y en las viviendas rurales los juegos eran otros. Los espacios para llevarlos a cabo eran el campo mismo, salvo en algunos establecimientos con galería. Las diversiones eran compartidas por grandes y chicos: “carreras cuadreras”, “carreras de sortija”, “juego de bochas” o “la taba, entre otras actividades. Las “carreras cuadreras” toman su nombre del hecho de que los caballos no corren por metros sino por cuadras. El juego de bochas se gravó con alto impuesto en 1814. Hacían gala de habilidad boleando avestruces o utilizando el lazo para pialar ganado vacuno, yeguarizo o guanacos. Los chicos solían montar a caballo desde muy temprana edad y cuando se juntaban se desafiaban imitando a los grandes. Afinaban la puntería arrojando piedras, cascotes o fruta podrida sobre diferentes blancos fijos o móviles. Algunos datos sobre los juegos de entonces: - La sociedad de los mayores mostraba afición por los juegos de azar o de apuestas. - En las fiestas patrias disfrutaban el día trepando “la cucaña” (palo enjabonado), con los juegos de artificios y las carreras de embolsados. - El juego del “pato”, “la riñas de gallos” y las “corridas de toros” llegaron a ser prohibidas por sanguinarias. El juego del “pato” se jugaba con patos vivos. Esto hizo que el primer gobierno patrio lo prohibiera. Las “corridas de toros”, de origen hispánico, se realizaban primero en el hueco de Monserrat (detrás del actual Ministerio de Obras Públicas) y luego en una

edificación especial construida en Plaza del retiro (hoy Plaza San Martín). La última corrida se realizó en 1819 y luego se demolió el lugar. El juego reunió, en algunos casos, a distintas clase sociales igualándolas. Decía un soldado a un suboficial en oportunidad de un juego de barajas: “en el juego somos todos iguales”. Casi todos los juegos se heredaron de España. En tierras americanas sufrieron modificaciones adaptándose a las costumbres, materiales y espacios del país. Algunos aún mantienen vigencia, formando parte de nuestro patrimonio cultural. Lo ideal es que este tesoro perdure en el tiempo y en el espacio. LECHERITOS Casi puede decirse que los lecheros nacen a caballo, tal es la temprana edad desde la cual se enseña esta ocupación. La mayor parte de ellos son niños de menos de diez años, tan chicos, que para montar en sus caballos tienen que utilizar un largo estribo que no se usa para otro fin. Se sientan entre los tarros de leche y en tan incómoda postura galopan lo más furiosamente. Cuando se encuentran fuera de la ciudad, disputan carreras entre ellos y después de haber vendido la leche se los ve muy a menudo jugando en grupos, generalmente a las monedas de a real o cuarto de peso, como hacen entre nosotros los niños con los ochavos ingleses. Emeric Essex Vidal, Buenos Aires y Montevideo, Memoria Argentina-Emecé, 1999. En: Elvira Garay y Perla Calvet, Actos patrios. Nuevos caminos para pensar. Nivel Inicial y EGB, Editorial Hola chicos, Buenos Aires, 2011, p.20-23

ROMANCE DEL 9 DE JULIO Sube al estrado Laprida; se quedan todos atentos, y como un viento de gloria pasa hecho frío y silencio. Ya les interroga aquél si libres o no seremos. Todos a la vez se yerguen; al punto de pie se han puesto, para clamar por Dios vivo, cada uno el brazo extendiendo, que ser libres, eso quieren, la vida misma por precio. Uno a uno así lo juran, y todos también rugiendo. Del pueblo que invade el patio se oye clamoroso el eco. ¡La Patria jurada está por la espada y por el fuego, por la vida y por la muerte! ¡Señor Dios de los ejércitos! Acabados son los reyes ¡Manda soberano, Pueblo! Arturo Capdevila (Córdoba, 1889-Buenos Aires, 1967), Los romances argentinos, Editoriales Reunidas, Buenos Aires, 1943. Un fragmento de este romance se encuentra en Elvira Garay y Perla Calvet, ob. cit., p.26

Arturo Capdevila nació en Córdoba, 1889 y murió en Buenos Aires, 1967. Abogado, juez y profesor universitario de Filosofía y Sociología y de Literatura argentina e hispanoamericana. Poeta, novelista, dramaturgo, historiador, ensayista y jurista.

LA INDEPENDENCIA EN LATINOAMÉRICA

Un hecho interesante es que el Acta de Independencia fue impresa en castellano, quechua y aymará, para que los indígenas también pudieran leer la noticia. Desde principios del siglo XIX, las revoluciones se extendieron por todos los países de lengua hispana, de Latinoamérica. Algunos antes, otros más tarde, todos obtuvieron finalmente la Independencia.

Haití 1º de enero de 1904 Ecuador 10 de agosto de 1809 Colombia 20 de julio de 1810 México 16 de septiembre de 1810 Chile 18 de septiembre de 1810 Paraguay 14 y 15 de mayo de 1811 Venezuela 5 de julio de 1811 Costa Rica 15 de septiembre de 1821 El Salvador 15 de septiembre de 1821 Guatemala 15 de septiembre de 1821 Honduras 15 de septiembre de 1821 Nicaragua 15 de septiembre de 1821 Perú 28 de julio de 1821 Brasil 7 de septiembre de 1822 Bolivia 6 de agosto de 1825 Uruguay 25 de agosto de 1825 Panamá 3 de noviembre de 1903

Marcela Mammana, Efemérides. El derecho a recordar, Comunicarte, Córdoba, Argentina, 2010, p. 94