qué queda de nuestros amores marcusianos?, m. barot

3
39 | I d Z Julio Emmanuel Barot Profesor de Filosofía en Toulouse-Le Mirrail, autor de Camera Política y Marx au pays des soviets ou les deux visages du communisme, entre otros. “Si por revisionismo entiende usted el par- tido socialdemócrata alemán, he de decir que desde mi propia conciencia política, o sea, des- de 1919, he estado combatiendo ese partido. En 1917-1918 fui miembro del partido social- demócrata: salí de él tras el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, y desde en- tonces critiqué la política de ese partido. No porque crea poder trabajar en el marco de lo existente, pues eso lo hacemos todos, todos utilizamos la menor posibilidad de transformar lo existente desde el marco de lo existente; no por eso, pues, he combatido al partido social- demócrata alemán, sino porque ha trabajado en alianza con fuerzas reaccionarias, destructivas y represivas. Desde 1918 he oído repetidamente hablar de la existencia de fuerzas de izquierda en la so- cialdemocracia, y siempre he comprobado que esas fuerzas de izquierda se iban pasando ca- da vez más a la derecha, hasta que no quedaba nada de la izquierda. Comprenderán ustedes que no esté nada convencido de esa idea de la posibilidad de algún trabajo radical dentro del partido socialdemócrata.” Herbert Marcuse, El final de la utopía, 1968 Ilustración: Sergio Cena hombre unidimensional, publicado en Estados Unidos en 1964, que se celebra este año, es la ocasión ideal para comenzar a reabrir el expe- diente de aquello que es instructivo en él. El laboratorio de juventud: disolución progresiva de Heidegger en la matriz hegeliana-marxista Marcuse nació en 1898 y falleció en 1979 en Alemania, luego de pasar una parte esencial de su vida, a partir de 1934, en los Estados Unidos. Elaboró durante más de medio siglo un pensa- miento en el que se pueden distinguir tres gran- des períodos. El primero tiene comienzo con su tesis de 1922 sobre la novela de aprendizaje ale- mana, está marcado por Hegel y Lukács, y se detiene en los comienzos de la segunda guerra mundial. Miembro del consejo de soldados de Berlín en 1919, influenciado por los spartakis- tas y en ruptura profunda con el SPD, el joven Marcuse se forma en la escuela de la fenome- nología del también joven Heidegger que vino a romper las cadenas de los mandarines del vie- jo neokantismo que dominaba la universidad Desde la década de 1980 Marcuse ha desapa- recido del paisaje político-ideológico de la iz- quierda revolucionaria, contrariamente al rol que había jugado en las dos décadas anterio- res, en particular alrededor de 1968 y las re- vueltas estudiantiles de masas que, como en el caso de Francia, constituyeron el preludio de luchas obreras históricas. Una inversión tal de la situación no es de extrañar: el periodo post 68 estuvo rápidamente marcado por un reflu- jo de las teorías progresistas y del marxismo, una expresión específica del largo reflujo del movimiento obrero luego de un decenio de as- censo a nivel internacional, y que el colapso de la URSS en 1991 acentuó, abriendo un pe- ríodo de descomposición teórico-político de la izquierda, del que recién empezamos a sa- lir penosamente en la década del 2000. Pero es sorprendente que Marcuse, en el contexto actual de reactivación gradual aunque cuali- tativamente muy desigual del marxismo, si- ga confinado a los cajones como si hubiera en él algo explosivo que debiera ser dejado pru- dentemente de lado. El cincuentenario de El » ¿Qué queda de nuestros amores marcusianos? A 50 años de El hombre unidimensional

Upload: gato

Post on 14-Sep-2015

3 views

Category:

Documents


1 download

DESCRIPTION

Traducción de artículo de Emmanuel Barot Que queda de nuestros amores marcusianos? en revista Ideas de Izquierda.

TRANSCRIPT

  • 39|IdZJulio

    Emmanuel BarotProfesor de Filosofa en Toulouse-Le Mirrail, autor de Camera Poltica y Marx au pays des soviets ou les deux visages du communisme, entre otros.

    Si por revisionismo entiende usted el par-tido socialdemcrata alemn, he de decir que

    desde mi propia conciencia poltica, o sea, des-de 1919, he estado combatiendo ese partido. En 1917-1918 fui miembro del partido social-demcrata: sal de l tras el asesinato de Rosa

    Luxemburgo y Karl Liebknecht, y desde en-tonces critiqu la poltica de ese partido. No porque crea poder trabajar en el marco de lo

    existente, pues eso lo hacemos todos, todos utilizamos la menor posibilidad de transformar lo existente desde el marco de lo existente; no por eso, pues, he combatido al partido social-demcrata alemn, sino porque ha trabajado

    en alianza con fuerzas reaccionarias, destructivas y represivas.

    Desde 1918 he odo repetidamente hablar de la existencia de fuerzas de izquierda en la so-

    cialdemocracia, y siempre he comprobado que esas fuerzas de izquierda se iban pasando ca-

    da vez ms a la derecha, hasta que no quedaba nada de la izquierda. Comprendern ustedes

    que no est nada convencido de esa idea de la posibilidad de algn trabajo radical dentro del

    partido socialdemcrata.Herbert Marcuse, El final de la utopa, 1968

    Ilustracin: Sergio Cena

    hombre unidimensional, publicado en Estados Unidos en 1964, que se celebra este ao, es la ocasin ideal para comenzar a reabrir el expe-diente de aquello que es instructivo en l.

    El laboratorio de juventud: disolucin progresiva de Heidegger en la matriz hegeliana-marxista

    Marcuse naci en 1898 y falleci en 1979 en Alemania, luego de pasar una parte esencial de su vida, a partir de 1934, en los Estados Unidos. Elabor durante ms de medio siglo un pensa-miento en el que se pueden distinguir tres gran-des perodos. El primero tiene comienzo con su tesis de 1922 sobre la novela de aprendizaje ale-mana, est marcado por Hegel y Lukcs, y se detiene en los comienzos de la segunda guerra mundial. Miembro del consejo de soldados de Berln en 1919, influenciado por los spartakis-tas y en ruptura profunda con el SPD, el joven Marcuse se forma en la escuela de la fenome-nologa del tambin joven Heidegger que vino a romper las cadenas de los mandarines del vie-jo neokantismo que dominaba la universidad

    Desde la dcada de 1980 Marcuse ha desapa-recido del paisaje poltico-ideolgico de la iz-quierda revolucionaria, contrariamente al rol que haba jugado en las dos dcadas anterio-res, en particular alrededor de 1968 y las re-vueltas estudiantiles de masas que, como en el caso de Francia, constituyeron el preludio de luchas obreras histricas. Una inversin tal de la situacin no es de extraar: el periodo post 68 estuvo rpidamente marcado por un reflu-jo de las teoras progresistas y del marxismo, una expresin especfica del largo reflujo del movimiento obrero luego de un decenio de as-censo a nivel internacional, y que el colapso de la URSS en 1991 acentu, abriendo un pe-rodo de descomposicin terico-poltico de la izquierda, del que recin empezamos a sa-lir penosamente en la dcada del 2000. Pero es sorprendente que Marcuse, en el contexto actual de reactivacin gradual aunque cuali-tativamente muy desigual del marxismo, si-ga confinado a los cajones como si hubiera en l algo explosivo que debiera ser dejado pru-dentemente de lado. El cincuentenario de El

    Qu queda de nuestros amores marcusianos?

    A 50 aos de El hombre unidimensional

  • 40 IDEAS & DEBATES|

    travs de un consenso ampliado de fracciones oprimidas o alienadas, fundado sobre todo en el rasgo subjetivo comn de una oposicin al sistema experimentada como una contradiccin vital, que compense polticamente la desinte-gracin de una base social proletaria, pretendi-damente muy erosionada, al precio de caer en el riesgo de una autonomizacin de la poltica con respecto a determinantes econmicos objetivos. En este perodo mantiene una posicin ambiva-lente con respecto al marxismo.

    En efecto, es un perodo en el que va a traba-jar a pleno la conceptualizacin terico-crtica, interrogndose sobre la eventual obsolescen-cia de Marx. El capitalismo no se ha estabili-zado cuando deba explotar? El proletariado no parece haber abdicado de su misin revo-lucionaria? El aparato mundial de la domi-nacin tecnolgica no ha absorbido y nivelado las contradicciones del capitalismo dentro de una historia en la cual devino el verdadero su-jeto? La tolerancia represiva y la concien-cia feliz han fallado en vampirizar los espritus de toda bidimensionalidad (es decir, de todo pensamiento negativo capaz de evaluar aque-llo que es en los trminos dialcticos de aquello que todava no es2)? En resumen, la sociedad unidimensional de confort y de control burgus no nos ha derrotado ya? Marcuse est atrapado patentemente entre dos fuegos: se niega a aban-donar el proyecto revolucionario y la matriz marxista, pero se pregunta acerca de la capaci-dad de ste para estimular la teora y la praxis. En sus oscilaciones es fcil ver que se anticipan muchos de los posmarxismos explcitos o impl-citos que afectan a la extrema izquierda en la actualidad. Concentradas de manera emblem-tica en El hombre unidimensional, cae en una hipostatizacin, presentando como novedad es-tructural a un momento coyuntural del capita-lismo, y ms precisamente, la forma coyuntural de un tipo de organizacin, tambin histrica-mente determinado, del proletariado en los pa-ses centrales del capitalismo. En resumen, l presupone una homogeneidad ficticia de la cla-se obrera, para, a continuacin, dejarse cegar por el aburguesamiento relativo de sus sectores ms favorecidos y por el peso de los aparatos reformistas y contrarrevolucionarios (partidos y

    sindicatos socialdemcratas o estalinistas), que efectivamente estn bien integrados al poder del capital. Marcuse intent elevarse a s mismo de estas ambigedades despus de 1968, pero nunca pudo despojarse de ellas completamente.

    Negativa a la liquidacin del marxismo: entre el giro de 1968 y la Nueva Izquierda

    Por el profundo impacto que caus en l la emblemtica revolucin cultural francesa de mayo de 1968 va a producirse un giro mayor en su itinerario posterior a la guerra, ubicndo-lo en el terreno de la dialctica materialista, ba-tallando con Lukcs, Sartre, Mandel o incluso Althusser3, y alejndose del camino liquidacio-nista del marxismo que siguieron otros. Perry Anderson lo clasificaba entonces con razn dentro ese marxismo occidental cuyo centro de gravedad se desplaz, tras las derrotas de los aos 30 y la segunda guerra mundial, de la economa poltica a la filosofa, siguiendo un movimiento de desconexin parcial, pero ten-dencial, de la teora con una implicacin mi-litante organizada. Por lo tanto 1968: tercera etapa, o momento, donde su mquina prospec-tiva se inicia de nuevo, donde la esperanza ha renacido, no solamente bajo la forma de Gran Rechazo de las desesperanzas (evocacin de Benjamin, con la que concluy, en un ges-to de honor, El hombre unidimensional), sino hacindose eco de la bsqueda de renovacin de las dos grandes clases de condiciones pa-ra la praxis revolucionaria. Reafirmando, por un lado, la centralidad de la crtica marxista de la economa poltica, que l extiende al ni-vel de las condiciones subjetivas, con los es-quemas de Eros y civilizacin, en el sentido de una investigacin sobre los fundamentos biolgicos del socialismo, de los cuales, como en 1932, los Manuscritos de 1844, prolonga-dos por la metapsicologa freudiana, otorgan los ejes principales, que se correlacionan aho-ra con la nueva sensibilidad esttica de la que el Flower Power era su rostro ms medi-tico. Su texto de 1969 Un ensayo sobre la libe-racin, tiene un subttulo evocador: Ms all del hombre unidimensional. Marcuse retor-nar regularmente sobre la cuestin estratgi-ca y organizacional, todava cabalgando entre

    alemana. A partir de 1928 intentar hibridar fenomenologa y materialismo histrico inau-gurando una tradicin que contar con nume-rosos intentos ms adelante proponindose la tarea, que perseguir toda su vida, de determi-nar los medios adecuados para pensar, preparar y realizar la emancipacin radical, a la vez, in-dividual, existencial y colectiva, a travs de la revolucin proletaria. No se puede comprender su itinerario si se minimiza la continuidad de esta postura (condensada en su momento por Marx en la tercera Tesis sobre Feuerbach) que combina comprensin macro-social e histrica de la lucha de clases en el capitalismo (en parti-cular en la fase fascista), y la exploracin de los mecanismos subjetivos y psquicos de la aliena-cin. Cuando en 1932 es el primero en comen-tar la bomba que significaron los Manuscritos de 1844, recin publicados en alemn, en los que descubre que el joven Marx ya haba ata-cado (y mejor) la cuestin de la alienacin que Heidegger, y ya dentro de esta perspectiva, que constituye su laboratorio de juventud, produ-cir dos obras claves sobre Hegel, en particular Razn y revolucin de 1939, y pasar a conver-tirse en una de las grandes figuras de la teo-ra crtica frankfurtiana exiliada en los Estados Unidos desde 1934, y en un ardiente defensor de una matriz hegeliano-marxista iniciada por Lukcs y Karl Korsch, y continuada por el se-gundo Sartre y Kosik.

    Detrs del freudomarxismo: proletariado integrado y premisas de posmodernismo?

    La segunda fase va de la Segunda Guerra Mun-dial a 1968, dominada por Eros y civilizacin en 1955, El marxismo sovitico en 19571 y El hombre unidimensional, es por la cual Marcuse es ms conocido, la de cierto freudomarxismo al que es reducido a menudo apresuradamen-te. Es el perodo en el que sus grandes tesis so-bre el totalitarismo tecnolgico, la reificacin de la sociedad industrial avanzada y la in-tegracin del proletariado al capital y la iden-tificacin de los fundamentos instintivos de la alienacin, se articulan mediante la consta-tacin de un mundo escindido entre un glorio-so capitalismo tardo, capaz de anestesiar por el fascismo cotidiano cualquier potencial sub-versivo, y la esclerosis represiva de la URSS, lo que dejaba definitivamente poco lugar a la es-peranza. Esto no le impide seguir buscando el agente para una revolucin (que sigue siendo tan indispensable como improbable), del cual ve premisas en las revueltas de los estudiantes, las minoras oprimidas y los movimientos an-ticolonialistas, outsiders que parecen ser los ltimos portadores de una revuelta absoluta contra el orden establecido. Alejndose del mo-delo leninista, reivindicando el espritu de Rosa Luxemburgo esboza, avant la lettre, una teo-ra antiautoritaria de las multitudes, y casi la idea de un anti-capitalismo basado en una amplia base de masas integrando movimien-tos feministas, antirracistas, ecologistas, y nue-vas fracciones asalariadas, en particular de las clases medias, otorgando a las vanguardias in-telectuales un rol particularmente marcado. Pa-ra lo cual funda una teora de la hegemona a

  • 41|IdZJulio

    Marx, el consejismo de Luxemburgo y una for-ma compleja de vanguardismo, en pos de la re-construccin de una base de masas, la nica capaz de transformar la revuelta en una real potencia poltica coherente, de las que Contra-rrevolucin y revuelta en 1972, y Actuels en 1974 sern las expresiones. Pero a semejanza de la Nueva Izquierda precursora del alter-mundialismo y el anticapitalismo amplio con la que dialoga, no volver a encarar, de manera sistemtica, la cuestin del proletaria-do, y nunca clarificar su visin de la base ma-terial de la estrategia revolucionaria.

    El peso del factor subjetivoSin recaer en las utopas pre-marxistas, Mar-

    cuse es, por otro lado y correlativamente, de los que, en las corrientes clidas del marxismo, militaron en favor de la defensa de un gran rela-to de la esperanza revolucionaria. Su teora de la utopa concreta, es decir del fin de la utopa en el sentido de la desaparicin como utopa de un proyecto de sociedad socialista, y al contrario, de la existencia objetiva de las posibilidades rea-les de su construccin, resuenan notablemente a E. Bloch o al mesianismo de W. Benjamin (que constituyeron una pujante inspiracin para Daniel Bensad en su Walter Benjamin, sentine-lle messianique); pero si Marcuse, a diferencia de Benjamin, an no ha sido objeto de ningn revival en el espacio intelectual del ltimo pe-rodo, tal vez sea precisamente porque su enfo-que, punto por punto y explcitamente (aunque en ocasiones tome un aspecto formal y a pesar de su insistencia, a veces, hipertrofiada en el fac-tor subjetivo), se basa en la evolucin combina-da de las relaciones de clase y de los aparatos productivos del capitalismo. De aqu que el lmi-te de la gran narrativa de Marcuse no es abando-nar la dialctica materialista, sino sobre todo, no estar a la altura de su propia exigencia materia-lista. Esta es su gran y paradjica leccin; mues-tra retrospectivamente el error que no hay que cometer, y l lo ha cometido con ms claridad que los que lo siguen cometiendo hoy: olvidar que la bsqueda materialista cientfica de qu es el proletariado, en sus estructuras y transforma-ciones, es la condicin de toda elaboracin es-tratgica consecuente y de una visin justa de

    donde reside su crisis de subjetividad y de sus recomposiciones en este plano.

    De la negatividad a la negacin: dar de nuevo un contenido estratgico al gran relato del fin de la utopa

    Mi nica objecin es que la democracia no existe en ninguna de las sociedades existentes, desde luego que tampoco en las que se llaman

    democrticas. Lo que existe es una cierta forma muy limitada de democracia, ilusoria, empapada de desigualdad, y las verdaderas condiciones de la democracia estn an por producir. Respec-

    to del problema de la dictadura: slo he formula-do una pregunta, porque no me puedo imaginar cmo podra mutar en su contrario, por va evo-

    lutiva, esta situacin de adoctrinamiento y ho-mogeneizacin casi totales. Me parece que de

    un modo u otro tiene que producirse una inter-vencin, que de un modo u otro ser necesario

    oprimir a los opresores, pues stos, desgraciada-mente, no se reprimen a s mismos4.

    En su gran lectura de Hegel (en particular de la doctrina de la esencia de la Ciencia de la L-gica) en Razn y Revolucin, Marcuse haba profundizado la distincin, antimecanicista por excelencia, entre la negatividad objetiva del ca-pitalismo, totalidad estructurada por una serie de contradicciones que se basan, en ltima ins-tancia, en la contradiccin de trabajo y capital; y las condiciones de su negacin revoluciona-ria. l escribi que:

    La negacin del capitalismo comienza al in-terior del capitalismo mismo [] Mientras que la revolucin depende de una totalidad de con-diciones objetivas. Sin embargo, estas condi-ciones adquieren un carcter revolucionario cuando son guiadas y orientadas por una activi-dad consciente en pos del objetivo socialista. La transicin del capitalismo al socialismo no est garantizado por ninguna necesidad natural, ni por ningn automatismo inevitable5.

    Poner en el centro de la reflexin esta acti-vidad consciente es mantenerse en el terreno, tan apreciado por Lenin y Trotsky, del factor

    subjetivo. Por lo tanto, si restauramos hoy en trminos de sus propios criterios la centrali-dad objetiva del proletariado, y escrutamos cui-dadosamente sus recomposiciones subjetivas actualmente ascendentes, entonces el conteni-do estratgico del Gran Rechazo y de su fa-mosa opresin de los opresores no puede ser otra cosa que la reactualizacin de la teora de la transicin revolucionaria por la dictadura del proletariado, junto con la reafirmacin y pro-fundizacin del proyecto comunista.Fifty years after, Marcuse es apreciado por no-

    sotros de diferentes maneras. Sin haber cedido jams a la tentacin oportunista, con una ver-dadera altura de miras y en algunas dcadas por anticipado, se enfrenta a los retos de la mayora de la extrema izquierda actual (incluyendo en Europa ciertas tendencias del trotskismo, entre otras), concentrando sus dudas, pero tambin encarnando sus impasses. Que esta extrema iz-quierda no est globalmente a su misma esta-tura, ni tenga los hombros suficientes para no doblegarse bajo el yugo de su propia descom-posicin, puede explicar su negativa de enfren-tar a Marcuse hasta el momento. A menos que ella ya sepa que Marcuse representara una ma-la conciencia, muy perturbadora, ya que merece las mismas crticas que se le han dirigido fre-cuentemente a l.

    Traduccin: Gastn Gutirrez

    1. M. Van der Linden, Western Marxism and the So-viet Union. A Survey of Critical Theories and Debates Since 1917, Chicago, Haymarket Books, 2009.

    2. H. Marcuse, Raison et rvolution. Hegel et la nais-sance de la thorie sociale, Pars, Minuit, 1968.

    3. Ver Sur le concept de ngation dans la dialecti-que en Pour une thorie critique de la socit, Pa-rangon, Lyon, 1969.

    4. H. Marcuse, El final de la utopa, Barcelona, Pla-neta-Agostini, 1986.

    5. H. Marcuse, Razn y revolucin, Hegel y el sur-gimiento de la teora social, Madrid, Alianza Edito-rial, 1995.

    ...si Marcuse, a diferencia de Benjamin, an no ha sido objeto de ningn revival en el espacio intelectual del ltimo perodo, tal vez sea, precisamente porque su enfoque, punto por punto y explcitamente (aunque en ocasiones tome un aspecto formal y a pesar de su insistencia, a veces, hipertrofiada en el factor subjetivo) se basa en la evolucin combinada de las relaciones de clase y de los aparatos productivos del capitalismo.