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I. Primera contemplación: Introducción al retiro: necesidad del encuentro Señor, yo te traigo el vacío, llena tú mi odre. Te traigo el desierto, florece Tú mi campo. Te traigo el hambre, sé Tú mi Pan. Te traigo la soledad, sé Tú mi acompañamiento. Te traigo mi noche, sé Tú mi luz. Te traigo mi afán y empeño presentes, sé Tú mi esperanza. Te traigo mi búsqueda, sé Tú la respuesta, el hallazgo, la presencia fascinante que me conceda la serenidad interior. Te traigo la súplica, sé Tú el oído atento y la respuesta providente. Yo me expreso con palabras humanas, Tú eres la Palabra fiel, permanente, estable. Por tu Palabra, de nuevo emprendo el camino. Convierte los golpes recibidos en el trecho recorrido en señales ungidas, en sabiduría para acompañar a otros. Quizá sea verdad que, para convertirme en samaritano, has permitido las heridas, que me has curado en la posada de tu misericordia. Amén 1. Una constatación dolorosa En la tabulación de la encuesta que el CELAM realizara en 1994 a los Obispos y Superiores mayores de América Latina sobre las causas del abandono del ministerio sacerdotal, se hacía notar que, en un número considerable de respuestas: «Se tiene la impresión de que, durante todo el período del Seminario, no se logra un encuentro personal con Cristo capaz de invadir todos los ámbitos de la persona del futuro sacerdote; que la espiritualidad se hace consistir en prácticas religiosas externas, desconectadas del seguimiento radical de Jesús; que hay mucha apariencia, pero poco convencimiento interior». -Vamos a elegir esta “emergente”, o este dato como puntapié para el retiro, que busca, de alguna manera, poner los antídotos necesarios para que no caigamos en esta realidad, recién descrita y ampliada de la siguiente manera: No es de extrañar que después de la ordenación, ante la ausencia de convicciones e ideales evangélicos interiorizados se termina por abandonar la vida sacramental a nivel personal. Da la impresión de que durante todo el período de seminario no se logra un encuentro personal con Cristo que llama, de quien debe consagrarse al servicio de los hermanos. Parece que no salen del seminario con una experiencia muy fuerte de Dios, de oración, de actitudes profundamente evangélicas. Carencia de un encuentro personal con Dios que sea capaz de invadir todos los ámbitos de la persona del futuro sacerdote. Muchas fórmulas y poca vivencia real en Cristo y su seguimiento. 1

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I. Primera contemplación: Introducción al retiro: necesidad del encuentroSeñor, yo te traigo el vacío, llena tú mi odre. Te traigo el desierto, florece Tú mi campo. Te traigo el hambre, sé Tú

mi Pan. Te traigo la soledad, sé Tú mi acompañamiento. Te traigo mi noche, sé Tú mi luz. Te traigo mi afán y empeño presentes, sé Tú mi esperanza. Te traigo mi búsqueda, sé

Tú la respuesta, el hallazgo, la presencia fascinante que me conceda la serenidad interior. Te traigo la súplica, sé Tú el

oído atento y la respuesta providente.Yo me expreso con palabras humanas, Tú eres la Palabra

fiel, permanente, estable. Por tu Palabra, de nuevo emprendo el camino. Convierte los golpes recibidos en el trecho recorrido en señales ungidas, en sabiduría para acompañar a otros. Quizá sea verdad que, para convertirme en samaritano, has permitido las heridas, que me has curado en la posada

de tu misericordia. Amén1. Una constatación dolorosa

En la tabulación de la encuesta que el CELAM realizara en 1994 a los Obispos y Superiores mayores de América Latina sobre las causas del abandono del ministerio sacerdotal, se hacía notar que, en un número considerable de respuestas:

«Se tiene la impresión de que, durante todo el período del Seminario, no se logra un encuentro personal con Cristo capaz de invadir todos los ámbitos de la persona del futuro sacerdote; que la espiritualidad se hace consistir en prácticas religiosas externas, desconectadas del seguimiento radical de Jesús; que hay mucha apariencia, pero poco convencimiento interior».

-Vamos a elegir esta “emergente”, o este dato como puntapié para el retiro, que busca, de alguna manera, poner los antídotos necesarios para que no caigamos en esta realidad, recién descrita y ampliada de la siguiente manera:

No es de extrañar que después de la ordenación, ante la ausencia de convicciones e ideales evangélicos interiorizados se termina por abandonar la vida sacramental a nivel personal.

Da la impresión de que durante todo el período de seminario no se logra un encuentro personal con Cristo que llama, de quien debe consagrarse al servicio de los hermanos.

Parece que no salen del seminario con una experiencia muy fuerte de Dios, de oración, de actitudes profundamente evangélicas.

Carencia de un encuentro personal con Dios que sea capaz de invadir todos los ámbitos de la persona del futuro sacerdote.

Muchas fórmulas y poca vivencia real en Cristo y su seguimiento. Aunque hubo fidelidad en los momentos de oración comunitaria, la oración

personal es deficiente.Nos alargaríamos demasiado si quisiéramos consignar todas las observaciones al respecto. Hay un hecho innegable: en el fondo de casi toda defección, a veces como causa principal, otras al menos como causa concomitante más o menos influyente en el resultado final, se encontrará una deficiencia de vida de oración, un enfriamiento en la vida espiritual, una rutinización en la recepción de los sacramentos, una progresiva 'acedia' espiritual; una marcada búsqueda de la propia comodidad, una huida sistemática de la abnegación. En una palabra, se encuentra uno ante el síndrome tradicionalmente llamado por los autores ascéticos: La tibieza espiritual.

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Específicamente se sugiere para la formación insistir en cuatro puntos básicos:Trabajar intensamente para que las prácticas piadosas del Seminario se

interioricen y se conviertan en una verdadera necesidad tan urgente y sentida como el comer o el respirar. Así se prevendrá el peligro de que durante la formación se cumpla con determinadas prácticas al son de campana, como una imposición pesada y no raras veces odiosa que hay que llenar, o bajo la presión del grupo de compañeros o al menos como un formulismo vacío y se abandonen después de la ordenación, porque no se habían interiorizado vivencialmente, ni brotaban de la necesidad sentida de un permanente diálogo con el Señor y con su Madre Santísima. Lo mismo podemos afirmar respecto a la recepción de los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.

Enseñarles a practicar métodos diversos y adaptados de oración personal, de meditación, de contemplación, de oración bíblica (" lectio divina"). Inculcar la convicción de la necesidad ineludible de orar, no sólo para obtener la perseverancia, el don de la castidad, la perfección, sino también para la fecundidad del apostolado; una conciencia profunda de la importancia de la recepción digna de los sacramentos.

Es urgente formar a los futuros sacerdotes en una espiritualidad sólida, que para que resista las tempestades de las pasiones y tentaciones y no se marchite y muera en la aridez desértica de la soledad afectiva. que muchas veces tiene que afrontar lo mismo el neo-sacerdote. que el presbítero maduro o quien atraviesa por la "crisis del demonio meridiano" o ya ha alcanzado la tercera edad. Sin una formación espiritual sólida, no puede haber perseverancia en la vocación sacerdotal.

Pero sobre todo y como síntesis de todo, se debe fomentar por todos los medios posibles entre los seminaristas un encuentro personal con Jesucristo y una sólida y tierna devoción a la Santísima Virgen, madre y modelo de todo sacerdote.

Sólo así podrá superarse el grave peligro de secularismo, que mencionan varios de los respondentes a la encuesta. (F. ARIZMENDI ESQUIVEL, Causas del abandono del ministerio presbiteral en América Latina, «Boletín OSLAM» (1995) n. 28, 6).

2. El Evangelio del diálogoEl Evangelio de San Juan comienza con la revelación de la decisión divina de venir a nuestro mundo

como Palabra encarnada, por la que se ha hecho todo. Dios tiene Palabra. Con esta verdad se afirma que Dios es diálogo, relación interpersonal. El Padre se comunica con su Palabra, colmada de Amor. “Ella estaba en el principio con Dios” (Jn 1,2). Desde antes de los tiempos, en la eternidad divina, Dios era Palabra. Dios es comunión, circularidad permanente en relación trinitaria. Y en el tiempo lo es también con la humanidad, por la Palabra encarnada. Para siempre, desde la encarnación del Verbo, nuestra naturaleza está en la mesa de la comunión de Dios.

El ser humano es fruto de la Palabra. “Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra»” (Gn 1,26). “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,3). El ser humano es prolongación divina. De tal forma que, al principio, Dios bajaba a pasear por el jardín y hablaba con el hombre, capacitado para la relación con su Creador. El hombre tiene la vocación de la relación, está hecho para el Otro, y de cumplirlo depende la plenitud humana.

Una vez que los primeros padres desobedecieron, al oír, como cada tarde, a Dios, sintieron miedo y se escondieron. Cuando a la hora de la brisa, bajó Dios al jardín (Gn 3,8) y no encontró a Adán, “Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?»” (Gn 3,9). Y el hombre no supo responder adecuadamente. Comenzó a dar una serie de excusas y respuestas evasivas (Gn 3,10-12). A partir de este momento se interrumpió la intimidad de la humanidad con su Hacedor. El jardín se convirtió en desierto, la amistad del hombre con Dios, en herida y en experiencia de soledad. Desde entonces, el género humano caminó errante por la tierra poblada de “cardos y abrojos”, teniendo que ganar el pan con sudor y sintiendo que había roto el fin para el que había sido creado. Tuvo que llegar la plenitud del tiempo para que el hombre pudiera responder a la pregunta primera, porque en el Verbo hecho carne se le devuelve al género

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humano la capacidad de hablar con su Creador, vocación esencial introducida en el corazón de la criatura desde el principio.

La primera pregunta de Dios al hombre «¿Dónde estás?» seguía sin respuesta. Adán evadió la pregunta. Jesús, nuevo Adán, es quien, en nombre de todos sus hermanos, responde: “He aquí que vengo a hacer tu voluntad” (Hb 10,9). La humanidad, desde el acontecimiento de la Encarnación, tiene posibilidad de responder correctamente a la pregunta que le hace su Creador: “¿Dónde estás?”. Ahora es posible responder sin huir ni esconderse: “Aquí estoy”. Ya no hay respuestas evasivas ni excusas por el comportamiento del otro. Desde este momento es posible hablar con Dios personalmente, porque nos ha dado su Palabra, que nos capacita para establecer el diálogo interrumpido.

3. El don de la PalabraPor el don de la Palabra, podemos entrar en conversación con Dios en su misma lengua. En la opción

divina de encarnarse, se demuestra la voluntad del Creador de darse a conocer, de querer tratar con la humanidad, y de que el género humano pueda relacionarse con Él en la mayor intimidad. En una asamblea presidida por alguien con autoridad, los asistentes no pueden intervenir, salvo que el presidente conceda la palabra. Por el nacimiento de Jesús, el Verbo hecho carne en las entrañas de María, “nacido de mujer”, se nos concede la Palabra, se nos posibilita intervenir en la asamblea, en el diálogo divino, entrar en el circuito de la conversación trinitaria. Ahora el diálogo no solo es del Padre con el Hijo en el Espíritu Santo, sino que junto a Dios también está la carne, la humanidad con la que el Verbo se ha desposado. No es pretenciosa la interpretación de que el hombre está llamado a la intimidad con Dios.

A través de los diferentes diálogos que mantiene Jesús a lo largo de su vida, podemos descubrir la universalidad del ofrecimiento de la salvación que hace Dios, por los diferentes interlocutores con los que su Hijo, hecho uno de nosotros, entabla conversación. Si además llevamos cuenta de cuándo y en qué circunstancias se realizan los encuentros, saltará a la luz la apertura que mantiene la Palabra encarnada para hablar con todos y en toda circunstancia.

Los discípulos de Juan el Bautista, a las cuatro de la tarde (Jn 1,35-39), los sirvientes en la boda de Caná, al tercer día (Jn 2,3-8), Nicodemo, de noche (Jn 3,1-5), la mujer samaritana, al mediodía (Jn 4, 6-10), el funcionario real (Jn 4,46-50), el paralítico de la piscina probática (Jn 5,5-9), los discípulos, junto con la multitud, sobre el pan de vida (Jn 6,25-29), la mujer pecadora (Jn 8,10-11), los judíos (Jn 8,12-59), el ciego de Siloé (Jn 9,1-41), sus amigos de Betania (Jn 12), los apóstoles (Jn 13), su Padre (Jn 17), María Magdalena, al alba del primer día (Jn 20), Simón Pedro, después de haber comido (Jn 21), son los interlocutores, y al sumar los diferentes diálogos y las distintas circunstancias, se demuestra por un lado, la universalidad, y por el otro, la llamada a escuchar la Palabra, a conocerla, a amarla, no importa quién sea ni dónde se encuentre, ni la hora del día.

De las distintas conversaciones que mantiene Jesús con cada uno de los personajes más emblemáticos, casi todos con nombre genérico, con lo que se demuestra que cada uno de nosotros nos podemos sentir invitados a tratar con Él, resaltan, a modo de aforismos, algunas de sus frases, que se convierten en fuertes llamadas, más aún si en una composición de lugar personalizamos el encuentro con Jesús en un diálogo directo, dejándonos mirar por Él. Las preguntas y el diálogo que se nos ofrecen son personales, no cabe socializarlos para eludir la responsabilidad. El amor de Dios es único y para cada uno. Es amor de consagración, de pertenencia. En la pregunta sobre el amor personal no se debe mirar a los lados ni atrás para responder, sino fijar los ojos en Aquel que va delante. Hacer depender la respuesta personal de lo que otros hagan o digan es una actitud que el Maestro corrige con firmeza: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme».

4. Declaración enamoradaPuede parecer exagerada la afirmación del autor sagrado de que no solo somos hijos de Dios, sino que

Dios se ha hecho una misma cosa con nosotros al tomar nuestra naturaleza. Estremece asumir la verdad de que llevamos la misma naturaleza del Hijo de María, del Dios humanado. En cada uno de los capítulos del Cuarto Evangelio se llega a encontrar alguna expresión, imagen, presencia o diálogo en labios de Jesús, que son en realidad verdadera declaración enamorada. De la fe que prestemos a esta verdad depende el grado de identificación posible con el Evangelio, el gozo interior y en concreto, el encuentro personal con el Maestro. Más pronto o más tarde, al contemplar el texto de san Juan sentiremos la pregunta insoslayable con la que Jesús invita a celebrar alianza: ¿Me amas? Como afirma reiteradas veces el Papa Benedicto XVI: el cristianismo es haberse encontrado con la persona de Cristo y amarla. Y

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puesto que es Dios quien nos ha amado primero (1Jn4,10), ahora el amor ya no es solo un mandamiento, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro (Deus caritas est 1)

5. Invitados a tratar con DiosEl Cuarto Evangelio nos ofrece la invitación personal al encuentro con la Palabra, y quien la acoge y

deja entrar a su interior se convierte en hijo de Dios, en discípulo amado, en testigo predilecto. Desde la Encarnación del Verbo, gracias al Espíritu de adopción que hemos recibido, al acoger la Palabra, tenemos la posibilidad de dialogar con Dios como hijos suyos. Pues vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron; a los que la recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios (Jn 1,12). Somos el grupo de los que están llamados a hablar con Dios. Somos el grupo que debe testimoniar la fuerza del diálogo, el don de la Palabra, la comunión esencial, vengan y lo verán. Todo enmudecimiento va contra la vocación que recibimos de ser testimonio de la Palabra, del diálogo, de la comunión.

En esta lectura caben aplicaciones personales y comunitarias, aplicaciones eclesiales y diocesanas. El rompimiento del diálogo nos conduce a la escena más dolorosa de la Biblia. Por el contrario, el testimonio de hablar con Dios y con los hermanos es siempre signo de Pascua.

6. El espacio privilegiado de la oraciónCon este planteamiento, la oración ya no es un gesto pretencioso, ni una falta de respeto por pronunciar

el nombre de Dios. Él nos ha entregado su Palabra y solo espera que ahora seamos nosotros quienes la pronunciemos, como retorno agradecido. Además, una vez que Dios compromete su Palabra, no la retira. El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará (Sal 132[131],11). Recordando su santa alianza, y el juramento que juró a nuestro padre Abraham (Lc 1,72-73). La Palabra de Dios no vuelve vacía, cumple su encargo. Así decía Pablo a los tesalonicenses: Nosotros, por nuestra parte, no cesamos de dar gracias a Dios, porque cuando recibieron la Palabra que les predicamos, ustedes la aceptaron no como palabra humana, sino como lo que es realmente, como Palabra de Dios, que actúa en ustedes, los que creen (1 Ts 2,13). Otra traducción dice: que permanece operante en ustedes. Esto nos recuerda las palabras que Dios en boca de Isaías: Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé. Dice el Papa Francisco: La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor duerme (cf.  Mc 4,26-29). La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas (EG 22).

Nos corresponde responder con respeto filial a la pregunta divina. Ahora se comprende mejor que en el momento del bautismo de Jesús, la voz del cielo proclame: Éste es mi Hijo, el Amado, escúchenlo. De la escucha que hagamos del Hijo, que es la Palabra entregada de Dios en favor de toda la humanidad, vamos a saber responder y a saber dialogar con Dios y con nuestros semejantes. Conocer es amar. A quien ama la Palabra, se le promete ser habitado por ella, por el misterio divino. Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y vendremos a él y haremos morada en él (Jn 14,23).

En el Cuarto Evangelio, la Palabra encarnada nos desvela cómo vivir nuestra corporeidad habitada por la entrega divina. La respuesta adecuada es hacer de nuestra existencia una obediencia agradecida. El ¿dónde estás? de Dios al hombre, la vocación y el ministerio recibidos, deberían tener correspondencia, unidos entre sí, con la respuesta del Verbo hecho carne y entregando su vida por nosotros, por todos los hombres: Señor, aquí estoy. Me has dado un cuerpo para hacer tu voluntad. Ahora también se comprenden las palabras de María, la madre de Jesús, en Caná de Galilea: Hagan lo que Él les diga. En esto consiste el discipulado, el seguimiento y la identidad cristiana. De ahí que sea necesario hablar, dialogar con la Palabra y desde la Palabra. Sorprende que el evangelio de Juan se articule en diferentes diálogos y sobre todo que en ellos se nos revela de muchas maneras que somos amados por Dios.

7. ResumiendoDios toma la iniciativa en este diálogo. Él nos crea con su Palabra y nos sale a buscar cuando nos

escondemos de Él. Siempre es Dios el que toma la iniciativa. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados (1 Jn 4,9-10).

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-María supo hacer silencio y por eso, la Palabra se hizo carne en Ella, que era pura disponibilidad. Las palabras más hondas brotan de los silencios más hondos. Las personas más sabias, son aquellas que dejaron madurar la palabra en el silencio de sus corazones.-En la Misa: hacemos muchos silencios, en el momento penitencial, antes de la oración colecta, para poder recibir la Palabra, para poder acogerla, también después de recibir la comunión. Silencio que se hace vacío para dejarnos llenar por esta Palabra. Silencio que nos acompaña durante el día, que no es ausencia de ruidos o de molestias, sino plenitud de una Presencia, de una Palabra que necesita el silencio para poder ser escuchada. Silencio que acompaña la oración de las horas, el santificar cada momento del día. Luego nuestra palabra será alabanza, intercesión, súplica, ofrenda, pero primero debe ser silencio, para que todo lo posterior sea con sentido, con peso, con hondura.

Algunas actitudes necesarias para entrar en esta dinámica de la escucha de la Palabra:1) Permanecer para conocer y amar. Estar y escuchar.2) Silencio orante, silencio de prejuicios, pensamientos, ideas.3) Apertura y disponibilidad para recibir la Palabra que me habla. Al hablar crea, hace, confiar en su fuerza capaz de hacer nuevas todas las cosas, de recrearnos: Oh Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve dirá el Salmo. Tal vez a esta altura del año estamos cansados y necesitamos esta recreación de la fuerza de la Palabra de Dios. 4) Dejarme hacer: el retiro es recibir la Palabra: vino a los suyos y no lo recibieron, a los que sí, les dio el poder de ser hijos de Dios. Dejar en sus manos toda expectativa, los temas que queremos resolver, alguna decisión a tomar, etc. Dejemos que sea la Palabra la que decida los temas de oración y no nosotros.

II. Para tu oración personal…-Volver a ese silencio para dejar hablar a la Palabra. Hacer memoria agradecida de la propia vocación, sentirme llamado personalmente por Jesús. Disfrutar, agradecer, gozar con el amor de Jesús que se detiene y me llama. Ir a ese momento fundante de mi vida que sostiene mi vocación. Podemos ir a otros momentos y llamadas de Jesús a lo largo de mi vida. ¿Cómo me sigue llamando hoy Jesús a seguirlo, de qué manera?-Más allá de todas las voces oscuras que pude haber escuchado en mi infancia, niñez, adolescencia, esta Palabra de Dios no la puede callar nadie. Es fuente de profunda sanación de nuestra historia, de nuestras heridas. Dejémonos sanar por esta Palabra que

nos rescata de nuestras heridas y desvela nuestra belleza que está cimentada en la belleza del Verbo.-Disfrutemos de la gratuidad e iniciativa de Dios, frente a lo cual, la única respuesta nuestra es la gratitud y la alabanza. Acallemos un poco nuestro ego que busca y exige, que le den más, como un niño que nunca se satisface, y que siempre anda mendigando más, convirtiéndose en el centro de todo. Dejemos que la fuerza de esta Palabra que viene, acalle toda otra voz. Nos podemos preguntar:1. ¿Cómo está tu vida en este momento en que empiezas el retiro?2. ¿Qué es lo que está haciendo ruido ahora en tu corazón? 3. Leer las causas del abandono del ministerio, déjate interpelar por estas palabras y pregúntate cómo estás viviendo el encuentro con Dios.4. ¿En qué momentos de tu vida has sentido más de cerca la Palabra amorosa de Dios para ti y su iniciativa generosa?5. ¿Cómo son tus encuentros con tus hermanos, contigo mismo y con Dios? ¿Te dejas encontrar? 6. ¿Descubres en ti alguna actitud fugitiva, escondidiza, semejante a la de Adán para con Dios? ¿A qué le tienes miedo? ¿Estás abierto a dejarte sorprender por el encuentro?Lecturas bíblicas sugeridas: Parábola de los terrenos (Mc 4,1-20); Vocación de Samuel: (1Sm 3,1-10.19-20); Prólogo de Juan (Jn 1,1-18).

III. LECTURAS COMPLEMENTARIAS: La Palabra (André Gromolard, LA SEGUNDA CONVERSIÓN)

Somos los herederos de una Tradición espiritual antigua y extraordinaria completamente centrada en la Palabra dada, acogida y devuelta. No la palabra explicativa e ideológica, sino la Palabra eficaz que hace lo que dice. En efecto, para el hombre bíblico, la

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realidad no ocurre más que cuando es nombrada por Alguien, y la salvación se realiza cuando el hombre escucha la Palabra que le es dirigida personalmente y a la que responde dando su palabra más personal, la más oculta y prohibida. Nada existe, ni vive ni crece fuera de la Palabra. Si «el Verbo -la Palabra- se hizo carne» (Jn 1,14), es para que nuestra carne se haga palabra y nuestra humanidad expresiva. La curación de nuestras angustias se nos da cuando nos atrevemos a decir la palabra que nos condena y nos aplasta a alguien que crea suficientemente en nosotros como para ofrecernos la estima, el tiempo y el espacio que necesitamos para levantarnos a nosotros mismos. Para la Biblia, sólo Dios es este confidente lo bastante grande, bueno y libre como para recibir la confesión del hombre sin condenarlo, abandonarlo o salvarlo a pesar suyo. Y para que el hombre no sea eternamente el deudor insolvente del perdón divino, Él le llama a ser para sus hermanos el «padre» que Dios es para él. Intercambiando entre nosotros la palabra que nos habita y escuchándonos recíprocamente, hacemos la obra de Dios y avanzamos hacia nuestra propia liberación. Entonces, en nuestras relaciones más cotidianas -nuestras relaciones afectivas, amistosas, profesionales, familiares- se opera el paso de la primera a la segunda conversión, pues es en el encuentro con la persona humana más próxima donde puede oírse y darse la divina Palabra que libera.

Pero por desgracia nadie nos ha enseñado qué quiere decir hablar y escuchar de esta forma, y son demasiados los obstáculos que se levantan en nuestro camino, de tal modo que hemos perdido el uso de la Palabra y la capacidad de escucha, renunciando así a marchar hacia nuestra liberación. Si tantas personas están mal hoy en día, es porque no llegan a decir lo que les pesa y aplasta. Y si alguien no habla, no es generalmente porque no tenga nada que decir, sino más bien porque no encuentra a nadie con quien hablar. Si hoy hay tantas depresiones, es porque nadie escucha a aquel o aquella que languidece por exceso de silencio. Y si no sabemos escuchar, es porque jamás hemos podido hablar verdaderamente con alguien que nos escuche. Caminamos hacia una sociedad en la que la mayoría vivirá con su teléfono móvil pegado a la oreja, pero donde nadie escuchará a nadie. La mayoría de la gente no sabe escuchar, porque ellos mismos no han sido jamás escuchados, y no será la multiplicación de los medios de comunicación la que mejorará la situación.

Todos los observadores de nuestras sociedades desarrolladas nos lo dicen: una soledad desesperante paraliza a nuestros contemporáneos y los encierra en un silencio explosivo o mortal. Soledad en la ciudad, incomprensión en el trabajo, falta de comunicación dentro de la pareja, crisis en la transmisión de los valores, soledad en las iglesias tradicionales, donde los fíeles están reducidos al silencio y los ministros condenados al inmovilismo y al conformismo. Sin embargo, considerándolo desde más cerca, nuestros semejantes no están más solos hoy que ayer. Antes bien, sus relaciones han mejorado en comparación con la soledad miserable de las zonas rurales de antaño. Lo que hoy es terrible es el desierto interior en el que viven la mayor parte de nuestros conciudadanos. Nada habla en ellos, ningún diálogo interior, ningún placer en el encuentro consigo mismo, ninguna alegría en el silencio, porque cada uno vive en una casa vacía. La princesa que habita en ellos está dormida, y ninguna voz viene a despertarla. Y lo más grave quizá es que esta enfermedad es indolora. ¡Es tan fácil olvidarla en medio de un exceso de actividades, de un hiperconsumo de bienes materiales, placeres e imágenes! Nuestros contemporáneos pierden cada vez más el contacto con la fuente del placer de ser. Un indicio de esto es la obesidad, enfermedad que ha invadido a los Estados Unidos y amenaza ya peligrosamente a Europa. Satisfacemos desesperadamente nuestra vida interior por medio de una bulimia compensadora y multiforme.

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Es urgente, si no queremos ver cómo desaparece la humanidad del hombre, volver a aprender lo que quiere decir hablar y lo que significa escuchar. Hemos multiplicado los lugares del saber y los medios para actuar y comunicarse, dejando sin cultivar nuestras capacidades para sentir y expresar nuestros pensamientos y deseos más verdaderos. La humanidad divina del hombre se muere ante la sacrosanta necesidad de la guerra económica o la ilusión del progreso técnico. Es cierto que los profesionales de la palabra y los especialistas en la escucha no faltan, y son muy necesarios cuando la enfermedad mental se instala en un sujeto. Pero su presencia no debe dispensarnos de trabajar, en todos los niveles, para abrir caminos de escucha recíproca a fin de que la Palabra viva circule entre los hombres y les devuelva el gozo de existir. Porque sólo la Palabra dada y escuchada entre nosotros puede permitirnos saber quiénes somos y amar nuestra humanidad.

Pero para esto hay que aceptar «perder» el tiempo para aprender lo quiere decir existir. Si las Iglesias cristianas no son lugares donde la Palabra se da y se recibe libremente, ya no sirven para nada, han fallado en su misión. En efecto, no somos los creyentes de una religión del Libro. Nos hemos puesto en pie ante la llamada de una Palabra que nos ordena que tomemos nosotros mismos la palabra corriendo riesgos y peligros. Somos los discípulos de Aquel que dijo: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3; Mt 4,4; Lc 4,4).

Hoy, un cristiano no es interesante y útil más que si es un hombre de la Palabra y de la Escucha. Todo lo demás: la teología, la piedad, la generosidad o el Culto, no tiene sentido más que al servicio de esta estructura interior que hace de él un hombre que se mantiene en pie ante el silencio de Dios y que permanece atento al desamparo humano sin venirse abajo. El peligro que corren las iglesias es responder a esta necesidad de diálogo creando nuevas instituciones especializadas. Ahora bien, la respuesta a las grandes cuestiones que se plantea nuestra humanidad ante el siglo XXI no vendrá de organismos expertos en la toma de la palabra o en el aprendizaje de técnicas de escucha. Éste sería el medio más seguro para hacer callar toda palabra verdadera y sentida. La única forma de que las iglesias sean útiles al mundo es que se transformen, abriendo en ellas, en todos los niveles, espacios para la Palabra libre y responsable. Pero para esto deben liberarse del miedo a hacerlo mal y a no ser comprendidas. La preocupación por los otros es a menudo la excusa que ponemos para justificar nuestro inmovilismo. Urge llamar a los miembros de nuestras comunidades a que emprendan el paso de la primera a la segunda conversión, favoreciendo el nacimiento de la Palabra creadora y liberadora.

Pero ya basta. Ya que toda palabra justa conduce a la escucha silenciosa de la Presencia interior, me gustaría terminar con una meditación sobre el prólogo de Juan. Que me perdonen los puristas por parafrasearlo ligeramente. Es una invitación a hacer que resuene para que trace en cada uno su camino de luz: «En el comienzo era la Palabra, y la Palabra estaba en el Aliento de Dios, y la Palabra era Dios y no era más que una con él. Todo fue creado por la Palabra, y sin ella nada se hizo. De ella salió la vida, y la Palabra fue luz para los hombres, y la luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no pudieron atraparla. Todo hombre había nacido de la Palabra, y la Palabra estaba en el aliento del hombre, pero el hombre prefirió el silencio a la Palabra. Temió que, dando su Palabra, fuera a perder el aliento y a morir. El hombre construyó una prisión de odio y violencia para rumiar a placer su sufrimiento infinito y no escuchó el viento agudo de la divina Palabra. La Palabra era la luz verdadera que transfigura e ilumina a todo hombre. Vino al mundo, este mundo hecho por ella, y el mundo no la reconoció. Vino a su casa, y los suyos no la acogieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que hirió con su luz y la acogieron en su aliento, les dio el hacerse humanos llegando a ser hijos de Dios. Sí, la Palabra se hizo carne, y

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habitó entre nosotros, y hemos sido deslumhrados por ella, y su luz nos ha colmado. De su plenitud, en efecto, hemos recibido todo, gracia tras gracia.

IV. ORACIÓN COMUNITARIASalmo 139Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto

de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso,

todas mis sendas te son familiares.No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda.Me envuelves por doquier, me cubres con tu mano. Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco.¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, tu diestra llegará hasta mí.Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí», ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día.Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has formado portentosamente, porque son admirables tus

obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos.Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra,tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro, calculados estaban mis días antes que llegase el primero.¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto! Si me pongo a contarlos, son más que arena; si los doy por terminados, aún me quedas

tú.Señor, sondéame y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno. Señor, sé que Tú me habitas y que dentro de mí hay un recinto sagrado donde acontece

el amor. Pero, si reconozco que soy anfitrión de tu presencia, ¿cómo te pido tantas veces que vengas a mí y vivo como huérfano de tu mirada? El secreto está en que me haga consciente y reconozca y celebre tu estancia amorosa en mis entrañas. Si por mi inconsciencia tú te alejaras de mí, podría justificarme. Pero si a pesar de ella soy habitado por ti, mi estado es aún más indigente, por desagradecido. ¿De qué manera te mostraste a San Agustín, para que cantara a tu Hermosura eterna y permanente y concentrara todo su amor en ti? Desde la contemplación de tu belleza, confiesa la dulzura que satisfizo todo su anhelo de amor y su búsqueda de felicidad. La inquietud de su corazón se calmó con la melodía de tu Palabra y él gustó la suavidad del aroma de tu presencia y se sintió tocado por tu ternura. Tú respondes a la necesidad de amor que tiene el corazón humano. Tú has creado los sentidos para colmarlos, en la percepción de tu inefable claridad, de tu mirada engendradora de quietud, consuelo y paz interiores.

Quien se encuentra contigo cambia su vida, deja de sentir la ausencia de la relación personal, la temporalidad del destello, la fugacidad del rostro deseado. Aquel al que bendices con tu paso por su vida, se convierte en testigo de lo que estabiliza el corazón, unifica a la persona, engendra la donación total de sí mismo, el olvido de lo propio y colma de paz el alma .Tú te dejas buscar y te dejas encontrar. Tú me buscas y esperas hasta que se abran mis sentidos interiores a tu hermosura. Te dejas gustar en la medida de la sinceridad de mi deseo. No eres susceptible de ninguna especulación, ni haces chantaje con tu bondad. Eres fiel para quienes ardientemente buscan la verdad, el amor y la belleza en todo lo que existe, porque Tú los has creado.

Enamorarse de ti, tenerte como el único amor, saber que nada ni nadie pueden colmar el anhelo de felicidad sino Tú, dejar de mendigar reconocimientos humanos por permanecer

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en el saboreo de la única verdad, es una oración que pongo en mis labios como deseo sincero, como súplica: Señor, que jamás me separe de ti. Que siempre seas Tú mi único Señor, que Tú seas la razón de mis actos y de mi espera.

No quiero pedirte aquello que quizá no pueda soportar, ni una gracia a la que tal vez no pueda ser fiel. Tú me sondeas y me conoces. Tengo la certeza de que Tú deseas que te pertenezca. En la medida en que puedo pronunciar con los labios la sinceridad del corazón, te pido que seas Tú mismo quien haga coherente mi vida diaria con lo que busco, pido y anhelo. Sólo Tú satisfaces la sed del corazón, fuente de amor viva ¡tan antigua y tan nueva!

¡Cuántos itinerarios quebrados por poner el afán en lo material y visible, hasta encontrarte a ti! ¡Cuánta insatisfacción, a pesar del éxito en la tarea, hasta saberse enviado por ti! ¡Cuánta soledad por la limitación de toda relación humana, hasta experimentar tu amistad! ¡Cuánto paso perdido y camino errado, hasta saberse mirado por ti! ¡Cuántos días vacíos o llenos de agotamiento, hasta descansar en ti! No puedo pretender aquello que Tú no tengas previsto para mí, pero si de mi respuesta depende que Tú me permitas gozarte, haz de mi vida la circunstancia favorable para encontrarnos y así pueda unirme a los que te han cantado como el amor de su alma. Líbrame, Señor, de buscarte como alternativa al fracaso y haz que me mueva sólo la certeza de que no hay plenitud fuera de ti. Que no te busque para acallar mi conciencia distraída en las criaturas, sino que por tu bondad vea la belleza de todo lo creado, la dignidad de toda persona y llegue a la reconciliación conmigo mismo. Que tu paciencia me dé lugar a descubrir mis falsas expresiones orantes, hasta que por tu misericordia llegue, al menos, a expresar una razón de fe en tu persona y una motivación de amor en mi deseo de encontrarte.

Ahora mi súplica se torna diferente: No me apartes de ti, que no huya de la luz de tus ojos, ni me refugie ensimismado en mi inconsciencia y torpeza, perdiendo la memoria de tu mirada y la seguridad de tu presencia.

V. PARA ANTES DE LA SIESTA (Examen de oración)A. En presencia del Señor, me pregunto: 1. ¿Cómo viví esta media jornada de oración del retiro? ¿Me predispuse lo suficiente? ¿Aproveché cada momento?2. Durante el tiempo de oración ¿experimenté un encuentro profundo con Jesús? ¿Hablé yo solo o dejé algún espacio de silencio y de escucha? ¿Me distraje mucho? ¿Me fui en pensamientos o en deseos voluntaristas?

3. ¿Qué sentimientos más fuertes tuve durante la oración personal? "Consolación" = aumento de amor, fe y esperanza, paz, alegría, confianza, ánimo, valor, experiencia, sentido de la vida... "Desolación" = ansiedad, miedo, sentimiento de fracaso, angustia, tristeza, desconfianza, desánimo, oscuridad, confusión...4. ¿Cuáles son los versículos de la Palabra de Dios que más me llamaron la atención, que más me gustaron y me hicieron bien?5. ¿Qué aspectos del misterio de Dios comprendí mejor o me quedaron más claros? 6. ¿Qué aspectos de mi vida comprendí mejor o me quedaron más claros?7. ¿Hay algunas invitaciones de Dios: deseos, llamadas que experimenté durante la oración? ¿Cuáles son? 8. ¿Sentí alguna especial repugnancia, dificultad, miedo, resistencia ante esos llamados, inspiraciones y deseos? ¿Qué dificultades? ¿Por qué?

Resumir en una frase significativa mi experiencia de oración de esta media jornada.B. Rezo la siguiente oración de San Ignacio:

Toma, Señor y recibe, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a ti, Señor, lo devuelvo. Todo es tuyo. Puedes disponer de todo según tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que eso me basta.

VI. Segunda contemplación: Buscando al Señor y siendo buscados por ÉlSeñor, si acaso deseas que guste la ausencia, que no me falte, al menos, el deseo de encontrarte. Si me asalta la sed, que no

cese de ir al pozo por agua, aunque sea al mediodía. Si me parece que no veo ni siento tu presencia, que yo no deje de

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purificar mi mirada y Tú no ceses de aumentar mi fe. Señor, concédeme, al menos, el don de no dejar de buscarte, y cuando Tú quieras, que se colme mi corazón con el hallazgo de tu mirada, con experimentar tu presencia, oír mi

nombrepronunciado por ti, y así me inunde la alegría del encuentro.

-El autor del cuarto evangelio, el discípulo amado, fue aquel que puso su cabeza en el corazón de Jesús y desde ahí escribió. Vamos a tratar en estos días de hacer lo mismo, posar nuestra cabeza, nuestra vida, en el seno de Jesús, y desde ahí encontrarnos con Él de manera nueva. -El Evangelio de Juan tiene una finalidad muy clara que nos la deja en sus versículos finales: 20,31: creer y tener Vida. Juan va a usar mucho el término Vida. Para Juan la vida es vivir en comunión con el Padre y con los demás, la Vida es el amor. El amor es lo que en definitiva nos hace vivir. Cuando andamos tristes, sin amor, no queremos vivir más. Cuando encontramos el amor, volvemos a vivir. Vamos a tratar en estos días de dejarnos enamorar nuevamente por Jesús.

Jn 1,35-42: La Palabra eterna del Padre que se hace carne y que aparecía en el Prólogo, ahora empieza a manifestarse con más claridad. Vemos que va pasando y va llamando.-Empieza la entramada de búsquedas y encuentros. Estamos no sólo delante de relatos de vocación, sino de búsquedas y encuentros. Los que más se repite es: hemos encontrado… Este Evangelio fue escrito para buscadores, para campeadores de Dios. Se experimenta la vida como un dinamismo de búsqueda, de deseos, de encuentros y desencuentros. Si lo buscamos, es porque primero Él nos encontró, Él nos buscó.-Juan está con dos de sus discípulos. Juan es testigo para enviar a otros, no para seguirlo propiamente a Jesús. Contempla a Jesús que pasa, que camina. Jesús pasa y Juan queda y dice: Este es el Cordero de Dios. Los discípulos al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. -En tiempos de Jesús, no era fácil cambiar de Maestro. Ellos lo habían elegido a Juan, lo habían seguido a Juan, habían elegido el estilo de vida de Juan. Y porque lo escuchan a Juan, lo dejan: Juan se queda y ellos se van. Gran docilidad de estos discípulos que hacen un cambio de vida, de aquello que les daba seguridad, firmeza, sentido, se ponen en camino para otra cosa. Ya no están con Juan, siguen al Cordero de Dios señalado por su anterior maestro.-Juan se desprende de “su obra”, de su grupito, de sus hijos, para dárselos a Jesús. Síganlo a Él, no a mí, yo no soy el Mesías, sólo ÉL es que tiene palabras de vida eterna. Desprendimiento hermoso. El quedarse solo, para que sigan a Jesús. El pasar a la penumbra, porque la luz ya llegó y anda, tímidamente, como un amanecer, entibiando la tierra con su calor…-Contemplemos a Jesús que va caminando, Juan el Bautista que señala, ellos lo siguen a Jesús, quien se da vuelta y les pregunta: ¿Qué quieren? Literalmente: ¿qué están buscando?: son las primeras palabras de Jesús en este Evangelio. Uds. que me vienen siguiendo, les pregunto: ¿qué están buscando?-¿Rabbi, dónde vives? (literalmente: dónde permaneces: palabra muy gustada por Juan). No se busca un lugar geográfico, una dirección, sino, sobre todo, un lugar de permanencia, un lugar para echar raíces, un hogar. La necesidad de poder permanecer, arraigar, establecerse. Aquí está el grito de la humanidad de encontrar un lugar de permanencia.-Si tenemos en cuenta la resonancia que cabe establecer entre el primer capítulo del Evangelio de san Juan y los relatos de la creación del libro de Génesis, ante la pregunta que Andrés y el otro discípulo dirigen a Jesús: Maestro, ¿dónde vives?, se puede observar el paralelismo con la primera pregunta que hace Dios al hombre: ¿Dónde estás?. -Jesús les responde: Vengan y vean. No les da un dato cierto. Hagan la experiencia. Esto es la fe: el camino de Abraham de Gn 12,1-4: deja y ve al país, yo haré de ti… Invitación y promesa. Si quieren venir, si se animan a venir, yo les garantizo que van a ver… -Si en el Evangelio se afirma que la Palabra estaba junto a Dios, de alguna forma, la revelación de dónde habita la Palabra indica, también, dónde deberemos permanecer nosotros, para encontrar lo que buscamos. Jesús invita a los discípulos a conocer dónde vive. De esta intimidad va a depender la fidelidad del discípulo. Al igual que la Palabra está vuelta hacia Dios, los que siguen a Jesús deberán permanecer vueltos hacia el Maestro, con los ojos puestos en Él, en la contemplación del rostro de Cristo, al menos en el rastreo de su presencia. El secreto del seguimiento está en no perder de vista a quien nos precede y va por delante en el padecer. El evangelista, tanto en el relato del

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encuentro de los primeros discípulos con el Maestro, como en el de María con el Resucitado, sitúa a los personajes ante el rostro de Jesús, ante el atractivo de su persona. Una clave para el discernimiento vocacional es saberse mirado por el Señor y desear ir detrás de Él.-El Evangelio plantea la pregunta ante un rostro. No se trata de una cuestión especulativa, sino identificadora de una relación posible, la que cabe tener con quien sabemos que es el Cordero de Dios-La Palabra empieza a hablar, empieza a interpelar con preguntas: ¿qué es lo que queremos?, ¿qué buscamos? Son preguntas esenciales de Jesús, que no va con vueltas, sino que va al centro de la cuestión. Ellos buscan una morada, un reposo, un sentido para sus vidas. La única manera de encontrarlo es ir a hacer experiencia de Él: Fueron, vieron donde permanece y se quedaron con Él (permanecieron junto a Él): esta es nuestra experiencia como discípulos, estamos llamados a este estar con Él, permanecer junto a Él. No buscaban un lugar, sino un vínculo. Ese es el dónde de Jesús, Jesús permanece pasando. Su permanencia le viene del misterio de su persona: el Hijo único de Dios, ese es el donde de Jesús que descubrirán sus discípulos.-¿Qué es lo que busco? ¿Qué es lo que deseo profundamente? ¿Lo estoy encontrando? En definitiva, todos buscamos ese pecho donde reclinar nuestra cabeza, buscamos profundamente amar y ser amados.-¿Dónde vives? ¿En dónde te encontramos? ¿Cuáles son los lugares frecuentados por Jesús? ¿Dónde permaneces?-En este camino de seguimiento, podemos rezar con esto: venimos hace tiempo siguiendo a Jesús, algunos más años, otros menos. Jesús se da vuelta, nos mira y nos dice: ¿qué estás buscando? ¿lo encontraste? Podemos invertir la pregunta, preguntarle a Jesús: ¿qué buscas en mí? ¿lo encontraste? ¿me dejé encontrar por Vos?-Ellos hicieron experiencia de estar con Él y de ahí la hora que queda grabada, la experiencia que es compartida, testimoniada: hemos encontrado al Mesías. No se sabe lo que pasó en ese encuentro, sí lo que provocó en ellos. De saludar a un Rabino, pasan a confesar a un Mesías. El salto de fe es impresionante. Se va profundizando el camino de la fe, ¿cómo sucede este paso? Es un gran secreto, pero la clave está dicha: permanecieron con Él. Si permanecemos en el vínculo con Él, vamos profundizando en su conocimiento, en su amor. El discípulo es el que permanece. De hecho, será una de las últimas frases de Jesús: Jn 21,20-24: Juan hasta el último momento es el que permanece, el que queda, el que está. Todo el Evangelio de Juan viene salpicado por este hermoso verbo que encontraremos más explicitado en el Capítulo 15: permanecer: hacer morada, estar, encontrar nuestro lugar, nuestro verdadero hogar, por tanto nuestra más profunda identidad…-Andrés le testimonia a Simón este encuentro y lo llevó hasta Jesús, lo arrastró hacia Jesús (había que arrastrarlo a Pedro, llevarlo, no era alguien fácil para dejarse conducir. Antes de pastor fue oveja conducida, llevada por su hermano). Ahora Jesús lo mira a Simón, lo llama por su nombre, por su identidad. Luego le cambia el nombre: Cefas, Piedra de base, donde otros pueden hacerse pie, lo que da firmeza y protección a los demás. Nueva misión, nueva identidad.-Nuestra vocación si bien es muy personal, sin embargo siempre tiene una connotación eclesial, provoca otros llamados, se contagia. Podemos ver también en este rato de oración lo que fue provocando en otros nuestra entrada al seminario: familias, amigos, reacciones diversas. Cristo me llama y a través mío llama a otros, como a Leví en Lc 5,27 ss. primero lo llama a él, luego Leví, ya discípulo, hace un gran banquete en su casa donde hay numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. A través de Leví, Jesús se encuentra con otros pecadores y publicanos, para llamarlos.-El encuentro con Jesús nos da una nueva identidad, nos re-crea. No quedamos iguales luego del encuentro con Jesús. La hora justa: grabada en el corazón: ¿cuál es el día, la fecha, mis 4 de la tarde?

Jn 1,43-51: Dos encuentros en este día: uno largo y conciso, otro más largo y complicado. Se repite mucho la palabra encontró… Si me buscás es porque te encontré: (palabras de Jesús a Pascal).-Después esta Palabra, resuelve partir desde el Jordán a Galilea, permanece caminando, pasando, es Casa, Morada, pero también Camino. Vuelve a hablar y le dice Sígueme a Felipe, con una fuerza única que mueve a Felipe a dejarlo todo para seguirlo. Basta la palabra de Jesús para moverlo a Felipe a dejarlo todo. Felipe encuentra a Natanael, y le dice: encontramos a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y

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los profetas. Es Jesús el hijo de José y es de Nazareth. Para Juan, el origen de Jesús es el Padre, como leímos en el prólogo. -Natanael, desconfía, sospecha mal de Jesús, tiene una mirada escéptica de Jesús. Parece que es un verdadero israelita, que sabe que ningún profeta puede salir de Nazaret. No reconoce que su origen está en el seno del Padre, sino en una aldea común como Nazaret. Es la objeción de alguien que sabe: de Nazaret no puede salir el Mesías. Felipe no debate, simplemente toma el estilo de Jesús: ven y mira (así sería literalmente). Le invita a hacer la experiencia de que vea, pero no le promete que va a ver, eso sólo lo promete Dios. No le puede asegurar la experiencia de fe, de que lo va a ver: por eso le dice: ven y mira. -Natanael, acepta la invitación, se anima a hacer su experiencia personal, aceptando el testimonio de Felipe. Natanael fue para ver, pero el que ve es Jesús: vio a Natanel viniendo hacia él y Jesús le dice un hermoso piropo: un verdadero israelita, un hombre sin doblez, sin engaño. El tema de la verdad es un tema muy importante en Juan. Esto es lo genuino de Israel. Natanael se sorprende, él iba a conocer y mirar a Jesús, y se encuentra con que Jesús lo vio antes, lo conoce. ¿De dónde me conoces? Yo te vi antes… Me fije en ti antes que nadie, te vi debajo de la higuera… La higuera es un secreto entre Natanael y Jesús. Ellos lo saben, pero nosotros no, para ellos dos es suficiente. Cuando vos estabas en lo tuyo, en tu mundo, antes de que alguien te dijera algo de mí, mucho antes yo te vi. -Ante esta afirmación, Natanael, el que sospechaba, el escéptico, larga de golpe 3 títulos juntos: Rabí, Hijo de Dios, Rey de Israel. Hasta aquí llega la fe judía: es mucho, pero no alcanza aún. ¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera crees? Verás cosas mayores (mejores o más profundas) todavía. Está bien la fe de Israel, decir que Jesús es Mesías, pero no alcanza. Israel no puede ver más si Jesús no se lo muestra. Por eso, abre al final del capítulo, en plural: Amén, amén (sólo en Juan es así), les digo, se los está diciendo a todos: llegaron hasta acá, pero verán a Jesús el Hijo de Dios. Los prepara a todos, para empezar a ver los signos que irá haciendo, se irá manifestando cada vez más. -Hasta ese momento, Juan recoge el cristianismo judío y el sinóptico. Ahora, a partir del capítulo 2, comenzarán los signos de las realidades más profundas, mejores, mayores. Antes de que empiece lo nuevo, lo viejo quiere ser explícito. ¿Hasta dónde llegaste? ¿Cuál es tu experiencia? Jesús, sin negar nada de eso, la abre a una esperanza y a una promesa mucho mayor. Veremos mejor… Esto nos saca de todo anquilosamiento, nos abre al asombro. A pesar de haber transitado, algunos, varios años de seminario, esto nos desinstala y nos abre un camino nuevo. -Con cada llamado, búsqueda y encuentro, Jesús tiene un trato personal con cada uno. Se va formando una comunidad a partir de llamadas distintas, de tiempos distintos. Así va formando su comunidad. Así nos fue buscando a nosotros, desde lugares, situaciones, momentos distintos. Dios va haciendo historia a través nuestro.

VII. Para tu oración personal…1. ¿Qué estoy buscando? O mejor, ¿estoy buscando? (Porque puede ser que ya no busque más. Me cansé y ya encontré, no busco, sigo la inercia, no hay más deseo de más. O me arriesgué y sufrí demasiado, por eso no busco más). Ponerle nombre a las búsquedas. Qué estoy buscando. Puedo hacer una lista de cosas que busco en mi vida: paz, reconocimiento de otro, el perdón de alguien, cambiar una actitud. Somos una usina de deseos. Sería bueno que se los podamos presentar a Jesús. 2. Mirar mi historia anterior: lo que busqué y lo que encontré. ¿Qué fui encontrando en el camino? Ponerle nombre a nuestras búsquedas.

3. Dar vuelta la pregunta: de mí, Señor, ¿qué estás buscando?, ¿qué encontraste?, ¿me dejé encontrar?4. Podemos hacer memoria de nuestra vocación. Buscar los Juan Bautista que me han mostrado a Jesús: padres, amigos, sacerdotes, consagrados, los que me lo han señalado.5. Hagamos memoria de personas, rostros, acontecimientos, presencias, detalles, que rodean la llamada de Jesús. Dejémonos nombrar por Él, como sólo Él sabe hacerlo. Antes de ser seminarista, somos personas, tenemos un nombre único que Jesús pronuncia, como pronunció el de Simón, cuando lo llamó por primera vez. Y cuando lo llama al final del Evangelio: no le dice Pedro, sino Simón hijo de Juan, ¿me amas? Como una nueva creación, Jesús re-crea a Pedro con su perdón. Vayamos a la desnudez de nuestro nombre original, sin condimentos, ni agregados, ni inflaciones. Nuestras ansias de ser reconocidos, fueron inflando nuestro nombre, escondiéndonos detrás de un título, de un personaje. Vayamos, en cambio, a la

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esencia más sagrada de nuestro nombre, y dejemos que la Palabra eterna de Dios se vuelva a posar sobre nosotros, nos vuelva a nombrar y a recrear.6. Mirar también a mis hermanos de comunidad y descubrirlos como amigos en El Amigo. Todos fueron llamados, amados, nombrados por Dios, puestos en la misma barca, en la misma empresa de amor de ir detrás de Alguien que nos nombró, nos cautivó, unificó todos nuestros deseos detrás de Él. 7. Ir a esa higuera, ¿qué habrá pasado ahí? ¿Lo vio llorando, riendo, robando, pensando en el sentido de su vida, lo vio suplicando, lo vio matando? Sin embargo, lo llamó, sin embargo nos llamó. ¿Cuál es mi higuera, mi secreto entre Jesús y yo?Lecturas bíblicas sugeridas: Vocación primeros discípulos (Jn 1,35-51); Jesús resucitado con María Magdalena (Jn 20,11-18)

VIII. LECTURAS COMPLEMENTARIAS: Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón

(Buscando mis amores, Ángel Moreno de Buenafuente)El ser humano es un rastreador de la verdad, del sentido último de su

vida, buscador incansable de la felicidad. De una u otra manera cada uno nos debemos plantear la pregunta que Jesús hace en el camino a los dos discípulos de Juan, y a María Magdalena en el jardín de Arimatea. Se puede buscar algo, o a alguien, con recta o torcida intención; con deseos de amar o de poseer. Caben muchas razones para buscar, algunas de ellas menos nobles, por las que ir detrás de alguien o de algo. Se puede dar fe o resistirse a creer, rendir la mente o permanecer escéptico, pero en cualquier caso, no se podrán echar a las espaldas las palabras incisivas y un tanto desestabilizadoras del Maestro. La pregunta de Jesús en el capítulo primero: ¿Qué buscan?, es abierta, a la vez que nos deja pocas posibilidades de eludirla. El plural puede inducir a cierta evasión. Sin embargo, al recibir cada uno el impacto de la mirada penetrante del Señor: Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que quiere decir piedra (Jn 1,42), es difícil soslayar la cuestión.

Al comienzo del Evangelio, se nos da la oportunidad para discernir la rectitud de intención que nos anima, en el deseo de hallar lo que buscamos. Hay quien busca por interés, de manera egoísta, por algo prosaico y material, por curiosidad, por razón de lo exótico o novedoso, por motivos colectivistas, sociales: en verdad, en verdad les digo: ustedes me buscan, no porque han visto señales, sino porque han comido de los panes y se han saciado (Jn 6,26), o también cabe buscar por un deseo noble, con intención sincera de encontrar la verdad, y a quien es testigo de ella. Se puede buscar algo, se puede buscar a alguien o, de forma egocéntrica, buscarse uno a sí mismo. La pregunta de Jesús lleva a una reflexión interior, al discernimiento, para purificar la intención y concentrar nuestra mirada en Él. Aunque no pertenezcan al mismo Evangelio, al hilo de la reflexión que suscita la pregunta que se nos plantea, resuenan otros interrogantes de Jesús: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? (Mt 11,7-9). Es paradigmático el texto de Lucas, en el que se describe la búsqueda de María y José, al no encontrar al Niño al final de una jornada de camino: ¿Por qué me buscabais?

En la actitud de búsqueda no falta el dolor, hasta la angustia, el llanto por la experiencia de soledad, impotencia, vacío y despojo. Una circunstancia coincidente con la actitud de búsqueda es la conciencia de necesidad. Quien está satisfecho no busca. El que cree tenerlo todo, nada anhela. Tampoco busca el decaído, el escéptico, el desesperanzado, quien perece en el desánimo y en la acedía, la peor tentación, según los padres del desierto. En cambio,

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busca el sediento, de agua o de sentido, busca a tientas, si es preciso, el que desea ver, el que quiere curarse, el que anhela encontrar aquello que dé sentido a su vida. Busca el enamorado, el que ama, el que desea mantener la relación con la persona a la que quiere. Así, buscan María y José a Jesús; María Magdalena busca a su Señor; los discípulos, a su Maestro; la esposa, a su amado. Desde esta constatación, se comprende el axioma que afirma: Buscar es ya haber encontrado. Quien busca es porque anhela, desea, ama y no ha perecido en la prueba, ni en el vacío, ni en el desaliento. La actitud de búsqueda hace salir de uno mismo hacia el otro, condición necesaria para alcanzar la plenitud humana. Dice Jesús que quien busca, encuentra, al que llama, se le abre y el que pide, recibe (Mt 7,8).

La pregunta ¿qué buscáis? es la más identificadora de la existencia humana. En definitiva, el ser humano es rastreador de la verdad, de la felicidad, de la bondad y de la belleza, de la amistad. La relación semejante fue un motivo de exultación de Adán. La razón de la búsqueda, el objetivo que nos mueve a salir de nosotros mismos son los que más nos identifican. La pregunta de Jesús a los discípulos y a María Magdalena nos hace más conscientes de cuál es la razón de nuestras pisadas. ¿Hacia dónde caminamos? ¿Detrás de quién seguimos? ¿Cuál es el motivo de nuestro seguimiento?

Si se descubre el Tú divino como motivo del seguimiento, todo se hace fácil, hasta el madrugar. Oh Dios, tú eres mi Dios, yo te busco. Mi alma tiene sed de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua (Sal 62,2). Un consejo siempre válido que nos dicta el salmista afianza la actitud de búsqueda: ¡Buscad al Señor y su fuerza, id tras su rostro sin descanso, recordad las maravillas que él ha hecho, sus prodigios y los juicios de su boca! (Sal 104,4-5). La búsqueda se centra en el espacio interior, en la bodega, en el jardín, donde vive el Señor; buscamos recostados en el pecho del Maestro, imagen que revela el lugar donde permanecía el Verbo, metido en los pechos del Padre: Alma, buscarte has en Mí, y a Mí buscarme has en ti (Santa Teresa). El silencio es hoy un verdadero regalo, un privilegio en las actuales circunstancias sociales. Si se tiene en cuenta el modo ordinario de vivir, en general nos invade el ruido, el exceso de comentarios y noticias, y nos desbordan los impactos sensoriales, que impiden un momento de sosiego; todo ello conduce a que quizá se esté perdiendo la capacidad de saborear el don que hace posible la escucha, el hallazgo y percepción de la presencia divina. El silencio es el ámbito sagrado del Misterio. En la medida en que participamos del silencio se hace posible la escucha, la acogida, la recepción del que habla. Es axiomática la expresión bíblica: Habla, Señor, que tu siervo escucha. Samuel escuchó la llamada de noche, cuando permanecía en el santuario.

“Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”: Jesús aparece en el jardín de Arimatea como el nuevo Adán, y en ese escenario, la mujer es símbolo de la nueva humanidad redimida. Las preguntas que el Resucitado dirige a María Magdalena, a quien primero llama mujer, son dos interrogantes abiertos que nos pueden producir desconcierto o consolación: ¿Por qué lloras?, ¿a quién buscas?. Preguntas que son como cuchillos que desnudan la intención de nuestros pasos, afanes y ansiedades. De cómo respondamos a estas cuestiones va a depender nuestro hallazgo, porque el que busca la verdad, aunque no lo sepa, busca a Dios, pero quien se busca a sí mismo, se pierde. ¿Qué relación identifica nuestra búsqueda? ¿Por qué nos afanamos? ¿Por qué lloramos? En muchas ocasiones, el dolor por las relaciones afectivas rotas, por las familias deshechas, por la pérdida de seres queridos, por el despojo o desengaño entre quienes se creían amigos es tan fuerte que impide ver nada más. María Magdalena llora por amor y por haber perdido de su vista la presencia de quien era su Señor y Maestro.

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IX. ORACIÓN COMUNITARIAAnte la pregunta de Jesús a sus discípulos, cuando muchos lo están abandonando, luego del discurso del Pan de vida: ¿ustedes también quieren irse? Pedro le responde desde el corazón: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios (Jn 6,67-68). Nosotros también, nos hemos quedado con Él. Compartimos: ¿Qué respondería a la pregunta de Jesús? ¿Por qué me quedé? ¿Qué encontré que me hizo quedar?

X. PARA ANTES DEL DESCANSO NOCTURNO (Examen de oración)A. En presencia del Señor, me pregunto: (ver p.8) Resumir en una frase significativa mi experiencia de oración de esta media jornada.

B. Rezo la siguiente oración de P.Carlos de Foucauld: Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en tus criaturas. No deseo nada más Padre. Te encomiendo mi alma, te la entrego con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre. Amén.

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I. Tercera contemplación: En María encontramos a JesúsMadre mía, Maestra del silencio, de la Fe, la Esperanza y el Amor,

de Ti aprendo la Oración Contemplativa, de Ti, que por años contemplaste en silencio a tu Hijo, de Ti, que rumiaste y guardaste

todo en tu corazón. Tú me enseñas a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar su Presencia y lo más profundo de

su Amor en mi ser. En tu paso por la tierra, Tú viviste y contemplaste cada uno de estos Misterios y a mí, a través del Rosario, me inspiras a contemplar y a caminar contigo para

acompañarte en los Misterios de tu vida y en los de la de Jesús. Tú y Él siempre están a mi lado, en los misterios de la mía. Al estar mis manos, boca y corazón orando y reflexionando sobre tu vida y la de tu Hijo, poco a poco me vas

llevando a la profundidad donde me habita el Espíritu, descanso... y continúo orando..., es como un subir y bajar al cielo y a la tierra, en la escala de Jacob; el Rosario es esta escala que me dispone a la contemplación que poco a poco va

penetrando mi vida ordinaria, uniendo el cielo y la tierra, la tierra y el cielo. La práctica del Rosario me mueve cada vez, a niveles más profundos de Fe, Esperanza y Caridad, me ayuda a caminar por mi vida en paralelo a la de Jesús; Él siempre está presente en toda circunstancia de mi vida; a conocerlo profundamente; a confiar en

Él; a imitarlo para alcanzar la intimidad y la Unión Divina como la de Él con su Abbá, mi Abbá, para que Él y yo seamos uno, para que todos sean uno.

-Jn 2,1-12:-Ante la pregunta ¿dónde vives? El primer lugar donde encontramos a Jesús es en María. Sin su palabra, seguramente Jesús hubiera pasado desapercibido en aquellas bodas.-El primer lugar que el Cordero, lleva a sus 5 discípulos, para iniciar su formación en la fe es a una fiesta, a una boda. Las bodas en aquella época duraban una semana, era un momento de encuentro, de fiesta de todo el pueblo. Cada uno se ponía la mejor pilcha, el tiempo no contaba, se iba a celebrar. Como aún en el campo, el tiempo no cuenta, la música y la bebida no falta, hay tiempo para compartir. Esa va a ser la primera lección de este seminario de seguimiento a Jesús: vivir juntos una fiesta.-Para poder reconocer los signos que nos mueven a creer tenemos que estar dispuestos a ver cosas más grandes todavía, a tener una mirada atenta y profunda para descubrir la gran manifestación de Jesús, la epifanía que va siendo todo el Evangelio de Juan.-En el texto de Caná aparece el tema del primer signo, aparece el tema de la hora, aparecen los 3 días, aparece el tema de la boda, de las nupcias, el vino nuevo, clara alusión del tiempo mesiánico: las nupcias del Cordero, la abundancia del vino, que marca la alegría de la salvación, de la novedad que viene a traer Jesús, un vino que se ignora su origen, como al mismo Jesús. Signo también de la nueva alianza que sellará Jesús con su sangre.-Por eso, por un lado parece ser unas simples bodas, donde a Jesús se lo ve divirtiéndose, compartiendo la alegría de la pareja nueva recién estrenada, pura promesa. Presencia de Jesús que luego le traerá la fama de borracho y glotón.-Pero por otro lado, unas bodas que anticipan, por eso la seriedad del momento: mi hora no ha llegado aún. Mucho simbolismo, mucha carga de sentido en lo que va a suceder. Jesús irá como María guardando estas cosas en su corazón. Se abre la puerta de un misterio, ya no será uno más del montón, sino alguien distinto que muestra una realidad nueva, que inaugura una etapa nueva en la historia, que culminará con la hora de su glorificación, la Pascua. Por eso, hasta nos podríamos imaginar una cierta resistencia de Jesús por comenzar a abrir el misterio, a transitar una etapa nueva. Cuesta arrancar, pero, gracias a Dios, está María, para ayudarle a dar el primer paso, la primera autorrevelación, de la cual ya no habrá vuelta atrás, comienza el camino hacia la hora.-Por eso, María acompaña todo el camino hacia la hora, lo inicia y lo recorre con Jesús. 2,1: la madre de Jesús estaba allí, nos remite a 19,25: Junto a la Cruz de Jesús estaba María su Madre. Jesús se refiere a Ella en ambos casos con el nombre de Mujer. Hay muchas similitudes, es el inicio y el cierre de un arco, en el medio, los signos y los preparativos. Jesús inicia y atraviesa su hora con María, con la Mujer. Una

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mujer nueva que en vez de tentar al hombre, en vez de escudarse en la tentación de la serpiente, en vez de esconderse ante los pasos de Dios, está presente con su sí, ayuda a la decisión de este Nuevo Adán, a dar su sí a la voluntad del Padre, a la hora anunciada. -María aparece como el centro del relato, como personaje principal, dice: Jesús también fue invitado. -¿Cómo está María? Mira atentamente, participa de la fiesta como una más, pero con una cierta distancia para percibir en las idas y venidas de los sirvientes, en el rostro de los anfitriones que falta algo esencial. Ella le pone palabra y va directamente a la raíz de la solución: no tienen vino. No da vueltas, no se desentiende, no mira para el costado, sino que le presenta a Jesús una necesidad real y concreta: es asunto nuestro, ya estamos implicados. -Ella se anticipa a lo que puede llegar a hacer falta: ese es el amor más delicado, antes de que se lo pidan, ella lo descubre. Ve lo que falta, se anticipa a lo que puede pasar, ve el peligro e interviene, no resolviendo ella, sino acercando a su Hijo la situación: No tienen vino.-Vayamos a nuestra vida. Entramos al seminario rodeados de amigos, fue una gran fiesta la recepción, la alegría de todos al ingresar en la comunidad, las experiencias previas, las ilusiones, los olores del lugar, los cantos, la liturgia, el silencio, la expectativa de la llegada al cuarto. Todo fue hermoso. Como lo fue a esta parejita todos los preparativos para ese momento. Parecería que toda la historia de ellos y toda nuestra historia se dirigía como a un solo punto de confluencia: para nosotros estar en el seminario, para ellos, casarse. Todo es alegría, ilusión, júbilo… Pero en lo mejor de la fiesta, se acaba el vino…Los compañeros no eran tan buenos como parecían… Levantarse a la mañana ya empieza a costar un poco más… Los oficios también… La comunidad ya no es la de mis sueños, sino la real, caras largas, malos días de alguno, etc… Yo no resulté ser tan bueno como parecía, empiezo a dudar si esto es realmente para mí, si soy digno… Se nos terminó el vino… ¿Qué hacemos entonces?-María interviene de forma rotunda, firme y clara: Jesús, hacé algo, no podemos dejar que esto quede así nomás trunco, sin final, cortado a medio camino. El vino se hizo vinagre, copa amarga, todo empieza a costar más, se nos fue el brillo de los ojos, empezamos a medir la entrega, a calcular, empezamos con los a mí no me toca, yo ya lo hice, empezamos a retacear nuestra entrega. Aparece la rutina de lo que no tiene gusto ni sabor como el agua. -¿Qué hacer entonces cuando el vino se acaba? Hacerle caso a Jesús, poner toda nuestra agua hasta el borde de las tinajas, ni más (porque de mí no depende transformarla en vino), pero tampoco menos (darlo todo, hasta el borde, hasta el extremo, según el decir de Jn 13,1). -Qué fe la de esta gente sencilla de los servidores: llenar 600 litros de agua, con lo que lleva hacer este trabajo, seguramente habrá sido cuestión de horas, ir a buscar el agua, llenar las tinajas. Parecía una locura, pero lo hacen. Se arriesgan, hasta que no la prueba el encargado, era aún agua, se arriesgan incluso al ridículo, de hacerle probar agua. -A veces pretendemos cosas espectaculares para salir de la rutina, para salir de una crisis y Dios lo que nos pide es obedecer y ser humildes y constantes. Como el programa para los adictos, no se trata de cosas maravillosas, sino un programa de humildad, con 12 pasos, con mucha constancia, como quien llena lentamente 6 tinajas. A veces, la sencillez rotunda nos da miedo, como le pasa a Naamán, general del ejército del rey de Aram, hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Aram, guerrero valeroso con una enfermedad en la piel (2 Re 5,1-19). Va a verlo al profeta Eliseo, porque una niña que había sido llevada cautiva comentó la fama de Eliseo. Leer v.10-14. Y así se cura, de lejos, sin verlo personalmente, bañándose 7 veces en el río Jordán. -Así, a través de la humildad, constancia y obediencia: Eliseo se cura y la fiesta de Caná continúa. Cuando se nos acaba el vino, no queda otra que confiar en Jesús, y en otro hermano que ve más lejos, que ve mejor y me invita a hacer algo muy sencillo (una oración, un servicio, un gesto de piedad).-Y viene el milagro de Jesús. Lo que tal vez en el milagro pueden parecer instantes, en nuestra vida puede durar un poco más, pero estamos llamados a creer y confiar que el buen vino está al final. -Jesús muestra el desborde, la exageración, la sobreabundancia de la generosidad de Dios, del don de Dios que excede la necesidad. Jesús necesita distanciarse de su Madre para decirle: Dios no depende de la necesidad del hombre, no es un intercambio, Dios excede con su don, la necesidad concreta del vino, 600 litros es una barbaridad. Jesús quiere dejar en claro el desborde del don. La abundancia del vino era señal de que el tiempo mesiánico había llegado: Am 9,13-14.

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-Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeran en Él. Jesús a través de este signo se empieza a manifestar, a darse a conocer, los discípulos empiezan a ver cosas mayores (como anticipaba en la escena de Natanael).-Jesús hace el signo, gracias a un montón de gente, involucrando a muchos donde cada uno tiene que hacer su parte para que se manifieste la gloria del Hijo: hacía falta la madre que se diera cuenta y presentara la necesidad, hacía falta el trabajo de los servidores, que escucharan a Jesús e hicieran lo que él les mandó; hacía falta el gusto refinadísimo del encargado del banquete que diera testimonio de la calidad del vino bueno y nuevo que en este momento se ofrece. Jesús lo hace, pero con mucha gente, en comunidad, trabajando juntos. Así manifiesta Jesús su gloria. -La nueva alianza empieza a manifestarse, se empieza a poder ver si uno se anima en este camino y toma la parte que le toca y lo hace con fidelidad, simplemente porque lo dice Jesús, por más que en el momento lo que haga parece no tener sentido.-Jesús se muestra si hay gente dispuesta a escuchar su voz y a hacer lo que Él dice. Qué humildad la de Jesús: para mostrarse, nos necesita, sin servidores no hay signo y no se manifiesta la gloria de Jesús. -Toda esperanza, toda alegría necesita ser atravesada por la realidad de la Cruz, de la Pascua, para que el vino se purifique, y venga uno de mejor calidad, no cualquiera, sino un vino nuevo. -María adelanta la hora de Jesús, que empieza a darse a conocer con claridad, empieza a manifestar su gloria, a través de signos de su divinidad, signos de su entrega. -Para que haya fiesta, debe haber alguien que ponga su cuerpo, que no lo saque, y que haga de su agua un vino nuevo, la sangre de la Nueva Alianza. Jesús con su Pascua nos permite celebrar la alegría y la esperanza de un mundo que ya tiene sentido porque Dios lo redimió. Nos devuelve la alegría de que mis cruces, mis debilidades, mis pecados han sido redimidos y lavados con este vino nuevo.-Nuestra vida tiene mucho de anticipar la hora, anticipar la vida nueva de Jesús. Lo vivimos en carne propia al abrazar la virginidad por el Reino de los Cielos, nuestra vida confiesa (a veces de forma clara y a veces opaca) que lo mejor está por venir, nuestro Esposo nos espera al final del camino, a quien aguardamos con las lámparas encendidas. Aguardamos con alegre esperanza y esto se transforma en signo para el mundo. Somos sacramento de que lo mejor está por venir.

-Si Juan comienza su Evangelio con Caná, ¿no será para recordarnos también la importancia de las comidas y de las celebraciones en nuestra vida? La religión no es algo aburrido, que nos ayuda a cumplir con nuestros deberes. El corazón de la religión de Jesús es amistad y celebración, es comunión en la alegría del amor. ¿Cómo vivimos nuestras Eucaristías, nuestras comidas, nuestros recreos, nuestros encuentros comunitarios? La vida cotidiana puede convertirse en algo tedioso, hay mucho que hacer. Pero están los momentos de comida, de encuentro, de celebración, no para hacer o producir cosas, sino para estar juntos, para celebrar nuestra amistad. La celebración es un momento profundamente humano y divino en donde le damos gracias a Dios por habernos sacado del pozo de la soledad hacia la unidad, la comunidad y la amistad. Celebramos nuestra unión, revelamos el valor del otro al dedicarle tiempo y estar juntos. ¿Cómo anda mi capacidad de celebración?-Ap 21,1-7; Ap 22,17.20: Yo hago nuevas todas las cosas… Nuestra vida está llamada a garantizar esto al mundo, siendo signos claros y no opacos del Reino.Por último podemos ver una invitación a reflexionar sobre nuestro modo de relacionarnos con la mujer1) Es muy significativo lo que narran los Evangelios de la relación de Jesús con la mujer. El Verbo hecho carne ha nacido de mujer. Nada más comenzar sus signos, en Caná de Galilea, se dirige a su Madre llamándola “mujer”, y al final de sus días, en la última hora, de nuevo la llama del mismo modo. En el Cuarto Evangelio, encontramos la escena de la samaritana, en la que el término mujer aparece trece veces. En el grupo de los que seguían al Nazareno aparecen las mujeres. Fue a una mujer samaritana a quien Jesús pidió de beber. Una mujer levantó la voz en medio de la multitud y gritó aquel piropo: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Liberó a una mujer de siete demonios, a la sirofenicia la curó de su enfermedad, escuchó los ruegos de la cananea, devolvió a la vida a una niña muerta, curó a la suegra de Pedro, conversó con la madre de los Zebedeos, perdonó a la mujer que le trajeron a la puerta del templo. El Maestro puso como ejemplo a la mujer que busca la dracma perdida y la alegría que tiene la madre cuando da a luz un hijo. Una mujer, en casa de Simón el fariseo, se atrevió a lavarle los pies, a perfumárselos y secárselos con sus cabellos. Una mujer, en Betania, rompió el frasco de perfume costoso a

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sus pies. Marta y María le sirvieron una cena familiar, como a un amigo. Las mujeres fueron las que le acompañaron durante todo el tiempo cuando le iban a crucificar, y permanecieron junto a la cruz. Y Él, cuando iba camino del Calvario, se detuvo para dirigirse a las hijas de Jerusalén. Se apareció resucitado a las mujeres y les confió la clave para seguir experimentado que Él estaba vivo: “Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán”, y en la mañana de Pascua, se dejó abrazar por María Magdalena, a quien había llamado “mujer”.

2) La vida de la comunidad parroquial y la fraternidad sacerdotal, evidentemente, no podrán nunca sustituir a la pareja, a los hijos, a la familia. Pero sí pueden y deben prestar apoyo a una vida que se vive en la renuncia a todo ello. A través de las muchas formas de presencia, de intercambio, comunicación y prestación mutuas, la comunidad puede ofrecer un ámbito que si no es el de una familia, puede y debe ser un espacio familiar. Un espacio en el que se comparte y se celebra la misma fe, un espacio en el que la interacción fraterna estimula el compromiso por el Reino y un espacio también en el que se favorece la paz y el descanso, la relajación que supone el poder estar y convivir en una expresión sana, franca, no funcional ni utilitaria. El afecto debe encontrar allí también su conveniente reposo.

La amistad es también un tesoro donde conviene tener una parte del corazón. Fue una de las dimensiones que Jesús quiso favorecer en su relación con los discípulos. Ya no los llamo siervos, sino amigos. Amigos con los que compartió sus alegrías y sus penas, a los que demandó compañía y solidaridad, con los que compartió su utopía y sus proyectos, con los que también expresó sus quejas y decepciones, incluso su indignación y desencanto. Pero sobre todo, con los que supo vivir la dimensión más esencial del vínculo amistoso y sin el cual no cabe hablar de él: el compromiso con el otro que se expresa en dar la vida por él.

La amistad en una relación en la que el deseo pulsional encuentra un espacio privilegiado de sublimación. En el vínculo amistoso el afecto fluye, la presencia gratifica y el intercambio de demanda y ofrenda viene a satisfacer y a realizar una dimensión esencial del deseo humano. Al célibe consagrado le proporciona la posibilidad de una canalización afectiva, diversa de la que puede experimentar en sus tareas apostólicas, en razón de que el lazo amistoso no guarda ninguna funcionalidad, sino que nace y se mantiene tan sólo en razón de la libertad y la gratuidad. Un auténtico escándalo es el que deberíamos todos experimentar cuando la dinámica celibataria ha bloqueado a tal punto la afectividad del sujeto que le ha imposibilitado, castrado, para establecer este tipo de relación profunda en su vida. Y parece obligado pensar que hubo demasiado miedo a las “amistades particulares” y demasiado poco a las “particulares enemistades”.

Capítulo delicado que merecería una atención especial y análisis aparte, es el de la relación amistosa con el otro sexo. Todos estamos convencidos de lo que una relación de este orden puede aportar a la estabilidad y al enriquecimiento personal mutuo. Ese tipo de relación supone el contacto y la participación con “el otro modo” de ver y sentir la vida. El intercambio por eso enriquece de un modo particular, ya que se participa de perspectivas y sensibilidades diferentes. El elemento erótico, en sentido amplio, se hace presente de un modo específico y no necesariamente genitalizado. La relación ofrece, por tanto, un otro “sabor”, inevitablemente diferente de la que se obtiene en la amistad con el mismo género. El afecto que fluye posee una coloración especialmente enriquecedora y saludablemente gratificante. Y tendríamos que pensar que quien se ha imposibilitado para gustarlo, convirtiendo al otro género en un ser desexualizado o, por el contrario, defensivamente idealizado, muestra también una castración que el celibato no debe justificar.

Sabemos también que esas relaciones puede, en determinados casos, suponer el derrumbamiento o el deterioro de un proyecto celibatario. Es un riesgo que nadie debería sensatamente negar. Y es un hecho que unos tienden a resaltar tan sólo las ventajas de este tipo de relación, mientras que otros ven tan sólo sus peligros y sus inconvenientes. La dinámica personal de cada uno habla probablemente en ello. No estaría mal, por tanto, interrogarse por la razón por la que cada cuál tiende a destacar o a minusvalorar uno de los dos aspectos innegablemente potenciales. Probablemente encontraríamos miedos y apetencias no del todo reconocidos que forman parte de la aventura personal por el celibato. Conocer hasta donde sea posible esos miedos y bloqueos o esas apetencias más o menos camufladas constituye una tarea que el célibe tendría que emprender para posibilitar un tipo de relación que suponga también un impulso y un estímulo en su proyecto global de vivir en función del Reino como pasión primera.

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Pero no deberíamos de olvidar que si el talante de Jesús como hombre célibe y su modo de conducirse en las relaciones humanas han de constituirse como el gran paradigma de toda vocación a la virginidad o al celibato, también en este punto habría de ser tenido en cuenta. No tuvo reparos en mostrarse acompañado habitualmente de algunas mujeres que compartían con él el proyecto del Reino y que iban con él “de pueblo en pueblo y de aldea en aldea proclamando la buena noticia” (Lc 8, 1-3). A veces, incluso, desconcertó por ello, pues un maestro religioso que se preciara se rebajaba en cercanía y conversaciones con mujeres, tal como él lo hizo con la samaritana. Todo parece indicar, por lo demás, que con alguna de esas mujeres le unió una relación de especial profundidad y cercanía. Y si de tantas cosas le acusaron, no parece, sin embargo, que en este delicado terreno diera pie para que quienes tanto le odiaban pudieran hablar mal de él.

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II. Para tu oración personal…1) Junto a María, podemos hacer memoria agradecida de nuestra vida y elaborar nuestro propio Magnificat.2) ¿Qué lugar ocupa la Virgen en mi vida? ¿La invoco con frecuencia? ¿La siento cercana a mi vida?3) Dialogar con la Virgen y renovar o comenzar una relación más profunda con Ella.4) Si deseo rezar mi sexualidad y mi relación con la mujer, podemos meditar el texto que citamos a continuación.5) Puedes también rezar el Rosario, siguiendo las sugerencias de las pp.

Lecturas bíblicas sugeridas: Las bodas de Cana (Jn 2,1-11); María al pie de la Cruz (Jn 19,25-27); la novedad de Dios (Ap 21,1-7; Ap 22,17.20) o algún otro texto donde aparezca la Virgen:

III. LECTURAS COMPLEMENTARIAS (Timothy RADCLIFE, Afectividad y Eucaristía)

En el cristianismo hablamos mucho sobre el amor, pero tenemos que amar como las personas que somos, sexuales, llenos de deseos, de fuertes emociones y de la necesidad de tocar y estar cerca del otro. Es extraño que no se nos dé bien hablar de esto, porque el cristianismo es la más corporal de las religiones. Creemos que Dios creó estos cuerpos y dijo que eran muy buenos. Dios se hizo corporal en medio de nosotros, un ser humano como nosotros. Jesús nos dio el sacramento de su cuerpo y prometió la resurrección de nuestros cuerpos. Así pues deberíamos sentirnos en casa en nuestra naturaleza corporal, apasionada… ¡y cómodos al hablar de afectividad! Quizás Dios se encarnó en Jesucristo pero nosotros todavía estamos aprendiendo a encarnarnos en nuestros propios cuerpos. ¡Tenemos que bajar de las nubes! Tenemos que aprender a amar como los seres sexuales y apasionados –a veces un poco desordenados- que somos, o no tendremos nada que decir sobre Dios, que es amor.

Quiero hablar de la Última Cena y la sexualidad. Puede que suene un poco extraño, pero pensad en ello un momento. Las palabras centrales de la Última Cena fueron “Este es mi cuerpo y os lo doy”. Cuando Jesús dice Este es mi cuerpo y yo os lo entrego, no está disponiendo de algo que le pertenece, está pasando a los demás el don que El es. Su ser es un don del Padre que El está transmitiendo. Dice Santo Tomás de Aquino: “La persona que ama debe aflojar ese cerco que le mantenía dentro de sus propios límites. Por esa razón se dice del amor que derrite el corazón: el que está derretido ya no está contenido dentro de sus propios límites, muy al contrario de lo que ocurre en ese estado que corresponde a la dureza de corazón.” Solamente el amor rompe nuestra dureza de corazón y nos da corazones de carne. Abrirse al amor es muy peligroso. Uno probablemente se haga daño. La Última Cena es la historia del riesgo del amor. Es por esto por lo que Jesús murió, porque amó. Uno despertará deseos y pasiones profundos y desconcertantes, puede correr peligro de arruinar la propia vocación o de vivir una doble vida. Necesitará de la gracia si quiere sortear los peligros, pero no abrirse al amor es aún más peligroso, es mortal. Escuchad a C.S. Lewis: “Amar en cualquier caso es ser vulnerable. Ama algo y tu corazón ciertamente estará partido y posiblemente roto. Si quieres asegurarte de mantenerlo intacto, no debes entregarle tu corazón a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo cuidadosamente en hobbies y pequeños lujos; evita todo enredo amoroso; enciérralo seguro en la urna o el ataúd de tu egoísmo. Pero en la urna –segura, oscura, inmóvil, sin aire- cambiará. No se romperá; se volverá irrompible, impenetrable, irredimible. La alternativa a la tragedia, o al menos al riesgo de tragedia, es la condenación. El único sitio aparte del cielo donde puedes estar perfectamente a salvo de todos los

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peligros y perturbaciones del amor es el infierno”. Cuando celebramos la eucaristía recordamos que la sangre de Cristo es derramada por ti y por todos. El misterio del amor en lo más profundo es a la vez particular y universal. Si nuestro amor es sólo particular, entonces corre el riego de volverse introvertido y sofocante. Si es solamente un vago amor universal por toda la humanidad, entonces corre el riego de volverse vacío y sin sentido.

Bede Jarret OP fue provincial de la provincia de Inglaterra de los dominicos en los años 30. En una ocasión escribió una carta preciosa a un joven benedictino llamado Hubert van Zeller, que llegó a ser un famoso autor espiritual después de la guerra. Este joven monje se había enamorado de alguien a quien sólo conocemos como P. Fue una experiencia espantosa. Temía que fuera el final de su vocación religiosa. Bede vió que era el principio. Permitidme que os lea una larga cita. Es impresionante pensar que está escrita hace setenta años: Me alegro (de que te hayas enamorado) porque creo que tu tentación ha sido siempre hacia el puritanismo, una estrechez, una cierta falta de humanidad. Tu tendencia era casi hacia la negación de la santificación de la materia. Estabas enamorado del Señor pero no auténticamente enamorado de la encarnación. Estabas realmente asustado. Pensaste (aquí me tienes achacándote toda clase de maldades sin permiso) que si en algún momento te relajabas saltarías por los aires. Estabas lleno de inhibiciones. Casi te mataron. Casi mataron tu humanidad. Te daba miedo la vida porque querías ser santo y sabías que eras un artista. El artista que hay en ti veía belleza por todas partes; el hombre que quería ser santo en ti decía “Caramba, pero eso es terriblemente peligroso”, el novicio dentro de ti decía “mantén los ojos bien cerrados”, el Claud (su nombre de pila) casi saltó por los aires. Si P no hubiera entrado en tu vida, podrías haber explotado. Creo que P salvará tu vida. Diré una misa en acción de gracias por lo que P ha sido, y hecho, por ti. Hace mucho tiempo que necesitabas de P. Tus parientes no podrían sustituirla. Tampoco los viejos y corpulentos provinciales.

¡No estoy sugiriendo que deberíamos salir todos corriendo de aquí a intentar buscar alguien a quien amar! Dios nos envía los amores y las amistades que son parte de nuestro camino hacia El, que es la plenitud del amor. Esperamos a quienes Dios nos envía y cuándo y cómo El los envía.

La castidad no es en primer lugar la supresión del deseo, al menos según la tradición de Santo Tomás de Aquino. El deseo y las pasiones contienen verdades profundas sobre quiénes somos y qué necesitamos. El simplemente suprimirlas nos hará seres muertos espiritualmente o hará que algún día nos disparemos. Tenemos que educar nuestros deseos, abrir sus ojos a lo que realmente quieren, liberarlos de los pequeños placeres. Necesitamos desear más profundamente y con mayor claridad.

La pasión y el deseo pueden llevarnos a vivir en la fantasía. La castidad nos hace bajar de las nubes, viendo las cosas como son. Para los religiosos, o a veces para los solteros, puede darse la tentación de refugiarse en la fantasía perniciosa de que somos etéreas figuras angelicales, que no tienen nada que ver con el sexo. Eso puede parecer castidad, pero es una perversión de la misma.

¿Cuáles son las fantasías en las que nos puede atrapar el deseo? Yo sugeriría dos. Una es la tentación de pensar que la otra persona lo es todo, todo lo que buscamos, la solución a todos nuestros anhelos. Esto es un capricho pasajero. La otra es no ver como es debido la humanidad de la otra persona, para hacerla simplemente carne de consumo. Esto es la lujuria. Estas dos ilusiones no son tan diferentes como podrían parecer a primera vista, la una es el reflejo exacto de la otra.

Supongo que todos nosotros hemos conocido momentos de total encaprichamiento, cuando alguien se convierte en el objeto de todos nuestros

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deseos, y en símbolo de todo lo que hemos anhelado, en la respuesta a todas nuestras necesidades. Si no llegamos a ser uno con esa persona, entonces nuestra vida no tiene sentido, está vacía. La persona amada llega a ser para nosotros la respuesta a ese pozo de necesidad grande y profundo que descubrimos dentro de nosotros. Pensamos en esa persona todo el día. Es como una prisión, una esclavitud, pero una esclavitud que no queremos dejar. Divinizamos a la persona amada, y la ponemos en el lugar de Dios. Por supuesto lo que estamos adorando es nuestra propia creación, es una proyección. Quizás casi todo amor verdadero pasa por esta fase obsesiva. La única cura para esto es vivir día a día con la persona amada y ver que no es Dios, sino solamente su hijo o hija. El amor empieza cuando somos curados de esta ilusión y estamos cara a cara con una persona real y no con una proyección de nuestros deseos.

¿Qué buscamos en todo esto? ¿Qué nos mueve a encapricharnos? Yo sólo puedo hablar personalmente. Yo diría que lo que ha habido siempre detrás de mis turbulencias emocionales ha sido el deseo de intimidad. Es el anhelo de ser totalmente uno, de disolver los límites entre uno mismo y otra persona, para perderse en otra persona, para buscar la comunión pura y total. Más que pasión sexual, creo que es la intimidad lo que buscan la mayoría de los seres humanos. Si vamos a vivir pasando por crisis de afectividad, creo que entonces tenemos que aceptar nuestra necesidad de intimidad.

Yo creo que cada ser humano, casado o soltero, religioso o laico, tiene que aceptar las limitaciones de la intimidad que podemos conocer ahora. El sueño de comunión plena es un mito, que lleva a algunos religiosos a desear estar casados, y a muchos casados a desear estarlo con otra persona diferente. La intimidad verdadera y feliz sólo es posible si aceptamos sus limitaciones. Podemos proyectar en las parejas de casados una intimidad total y maravillosa que es imposible pero que es la proyección de nuestros sueños. El poeta Rilke entendió que no podría haber verdadera intimidad entre una pareja hasta que uno no cae en la cuenta de que cada cual en cierta forma permanece solo. Cada ser humano conserva soledad, un espacio a su alrededor, que no puede ser eliminado.

Ciertamente ninguna persona puede ofrecernos esa plenitud de realización que deseamos. Eso solamente se encuentra en Dios. Para los que están casados es posible una maravillosa intimidad una vez que, como dice Rilke, se acepta que somos guardianes de la soledad de la otra persona. Y los que somos solteros o célibes, podemos descubrir también una intimidad con los otros profundamente hermosa. Intimidad viene del latín intimare, que significa estar en contacto con lo que está más al interior de otra persona. Como religioso, mi voto de castidad me posibilita el ser increíblemente íntimo con otras personas. Porque no tengo intenciones ocultas, y mi amor no debería ser devorador o posesivo, es por lo que puedo acercarme muchísimo al fondo de la vida de la gente.

La trampa opuesta al encaprichamiento no es hacer de la otra persona Dios, sino hacerles un simple objeto, algo con lo que satisfacer mis necesidades sexuales. La lujuria nos cierra los ojos a la persona del otro, a su fragilidad y su bondad. Santo Tomás dice, escribiendo sobre la castidad, que el león ve al venado como comida, y la lujuria nos hace cazadores, depredadores que ven algo que devorar. Queremos simplemente un poco de carne, algo que poder devorar. Una vez más la castidad es vivir en el mundo real. La castidad nos abre los ojos para ver que lo que tenemos delante es efectivamente un cuerpo hermoso, pero ese cuerpo es alguien. Ese cuerpo no es un objeto sino un sujeto. El voto de castidad evita que el instinto natural del cazador ponga trampas y salte sobre otros como un depredador.

Puede dar la impresión de que la lujuria es pasión sexual fuera de control, deseo sexual salvaje. Pero San Agustín, que entendió el sexo muy bien, creía que la lujuría tenía que ver con el deseo de dominar a otras personas más que con el

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placer sexual. La lujuria es parte de la libido dominandi, el impulso de hacernos con el control y convertirnos en Dios. La lujuria tiene más que ver con el poder que con el sexo.

El primer paso para superar la lujuria no es suprimir el deseo, sino restaurarlo, liberarlo, descubrir que el deseo es por una persona y no por un objeto. Muchos de los tristes escándalos de abuso sexual de menores han venido de sacerdotes o religiosos que eran incapaces de enfrentarse a relaciones adultas con iguales. Solamente podían buscar relaciones en las que ellos tenían el poder y el control. Ellos tenían que permanecer invulnerables. En la Última Cena Jesús toma el pan y lo da a los discípulos diciendo „Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros. El se entrega a sí mismo. En lugar de tomar el control sobre ellos, se entrega a los discípulos para que hagan con él lo que quieran. Y nosotros sabemos lo que harán. Es la inmensa vulnerabilidad del amor verdadero.

La lujuria y el capricho pasajero puede parecer dos cosas muy diferentes y sin embargo son reflejo la una de la otra. En el encaprichamiento uno convierte a la otra persona en Dios, y en la lujuria uno mismo se hace Dios. En el primer caso uno se hace a sí mismo totalmente falto de poder, y en el segundo uno se arroga poder absoluto.

Así pues castidad es vivir en el mundo real, viendo al otro como él o ella es y a mí mismo como soy. No somos ni divinos ni simplemente un trozo de carne. Los dos somos hijos de Dios. Tenemos nuestra historia. Hemos hecho votos y promesas. El otro tiene compromisos, quizás con una pareja o esposo. Nosotros como sacerdotes o religiosos nos hemos entregado a nuestras Ordenes o diócesis. Es tal como estamos, comprometidos y ligados a otros compromisos, como podemos aprender a amar con corazones y ojos abiertos. Esto es duro porque vivimos en el mundo de internet. Es el mundo de la realidad virtual, donde podemos vivir en mundos de fantasía como si fueran reales. Vivimos en una cultura a la que le resulta difícil distinguir entre fantasía y realidad. Todo es posible en el mundo cibernético. Por eso la castidad es difícil. Es el dolor de descubrir la realidad. ¿Cómo podemos bajar a tierra?

Yo sugeriría tres pasos. Tenemos que aprender a abrir los ojos y ver los rostros de quienes están delante de nosotros. ¿Con qué frecuencia abrimos realmente los ojos para mirar a la cara de la gente y verles como son? Cada eucaristía nos sumerge en ese ahora eterno. Es en este momento cuando podemos hacernos presentes a la otra persona, callados y quietos en su presencia. Ahora es el momento en el que puedo abrir los ojos y mirarla. Porque estoy tan ocupado, corriendo por todas partes, pensando en lo que pasará después, que puede ocurrir que no vea la cara que tengo frente a mí, su belleza y sus heridas, sus alegrías y sus penas. ¡En fin, la castidad implica abrir los ojos!

En segundo lugar, puedo aprender el arte de estar solo. No puedo estar a gusto con la gente a menos que sea capaz de sentirme a gusto solo algunas veces. Si me da miedo la soledad, entonces cogeré a otra gente no porque me deleite en ellos, sino como solución a mi problema. Veré a la gente simplemente como una forma de llenar mi vacío, mi espantosa soledad. Por tanto no seré capaz de alegrarme en ellos por su propio bien. Así que cuando uno esté presente con otra persona, que esté verdaderamente presente, y cuando está solo que aprenda a amar la soledad. De no ser así cuando uno está con otra persona, ¡se pegará a ella y la sofocará!

Finalmente, cada sociedad vive de sus historias. Nuestra sociedad tiene sus historias típicas. A menudo son historias románticas. El chico conoce a la chica (o a veces el chico conoce al chico), se enamoran y viven felices para siempre. Es una buena historia que se da con frecuencia. Pero si pensamos que es la única historia posible viviremos con posibilidades demasiado reducidas. Nuestra imaginación necesita ser alimentada con otras historias que nos hablen de formas de vivir y

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amar. Necesitamos abrir a los jóvenes la enorme diversidad de formas en las que podemos encontrar sentido y amor. Por eso eran tan importantes las vidas de los santos. Nos mostraban que había diferentes formas de amar heroicamente, como personas casadas o solteras, como religiosos o laicos.

Así pues el primer paso de la castidad es bajar de las nubes. Muy rápidamente mencionaré otros dos pasos. El segundo paso, muy brevemente, es abrirnos al amor, para que no queden pequeños mundos a los que me repliego. El amor de Jesús se nos muestra cuando toma el pan y lo parte para que pueda ser compartido. Cuando descubrimos el amor no debemos conservarlo en un pequeño armario privado para nuestro deleite personal, como una secreta botella de whisky, guardada a escondidas para nuestro disfrute personal. Tenemos que compartir nuestros amores con nuestros amigos y con aquellos que amamos. De esta forma el amor particular se hace expansivo y sale al encuentro de la universalidad.

Sobre todo uno puede ensanchar el espacio para que Dios habite en cada amor. En cada historia concreta de amor puede vivir el misterio total del amor, que es Dios. Cuando amamos profundamente a alguien, Dios está ya ahí. Más que ver nuestros amores en competencia con Dios, éstos nos ofrecen lugares en los que podemos montar su tienda. Como Bede Jarret decía a Hubert van Séller: Si pensaras que lo único que puedes hacer es retirarte a tu mundo, nunca verías cuán amoroso es Dios. Debes amar a P. y buscar a Dios en P… Disfruta su amistad, paga el precio del dolor que trae consigo, recuérdalo en tu Misa y deja que El sea la tercera persona en ese amor. Si te alejas del amor nunca conocerás cuan amoroso es Dios. Pero a menos que dejes entrar a Dios en ese amor, y le honres ahí, nunca verás el misterio de ese amor. Si separamos nuestro amor a Dios y nuestro amor a las personas concretas, ambos se volverán agrios y enfermizos. Eso es lo que significa tener una doble vida.

El tercer paso, quizás el más difícil, es que nuestro amor ha de liberar a las personas. Todo amor, ya sea entre personas casadas o solteras, tiene que liberar. El amor entre marido y mujer debe abrir grandes espacios de libertad. Y esto es aún más cierto para los que somos sacerdotes o religiosos. Tenemos que amar para que los demás sean libres para amar a otros más que a nosotros. Esto implica negarse a dejar que la gente se vuelva demasiado dependiente de uno y no ocupar el centro de sus vidas. Uno debe estar siempre buscando otras formas de apoyo para la gente, otros pilares, para que nosotros podamos dejar de ser tan importantes. Así la pregunta que uno debe hacerse siempre es: ¿Está haciendo mi amor más fuerte a esta persona, más independiente, o la está haciendo más débil, y dependiente de mí?

¡Ya vale! Tengo que parar ahora, tras una última reflexión. Aprender a amar es un asunto difícil. No sabemos a dónde nos llevará. Nos encontraremos nuestra vida vuelta del revés. Seguramente a veces nos haremos daño. Sería más fácil tener corazones de piedra que corazones de carne, ¡pero entonces estaríamos muertos! Si estamos muertos, no podríamos hablar del Dios de la vida. ¿Pero como atrevernos a vivir pasando por esta muerte y resurrección? En cada eucaristía recordamos que Jesús derramó su sangre por el perdón de los pecados. Esto no significa que tenía que aplacar a un Dios furioso. Ni siquiera significa solamente que si nos equivocamos podemos ir a confesar nuestros pecados y ser perdonados. Significa mucho más. Significa que, en todas nuestras luchas por ser personas que aman y están vivas, Dios está con nosotros. La gracia de Dios está con nosotros en los momentos de fracaso y de lío, para ponernos nuevamente en pie. De la misma forma que el domingo de pascua Dios convirtió el viernes santo en un día de bendición, podemos estar seguros de que todos nuestros intentos por amar darán

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fruto ¡Y por eso no tenemos que temer! Podemos adentrarnos en esta aventura, con confianza y coraje.

IV. ORACIÓN COMUNITARIAMi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador. Porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.

Virgen María por tu sí, Dios pudo encarnarse a la hora providente en la que había proyectado manifestar su amor a la humanidad. ¿Acaso Dios está dependiendo ahora de que yo acepte su proyecto sobre mí para que acontezca algún bien a otros? María, virgen nazarena, gracias a tu obediencia, el Verbo de Dios cumplió la voluntad de su Padre de hacerse uno de nosotros y elevar así nuestra carne a la dignidad más alta. ¿Estará dependiendo de mi adhesión al querer de Dios alguna gracia en favor de la humanidad? María, mujer amada, tu virginidad enamoró a Dios, y fue fuente fecunda de gracia y de vida para todos los hijos de Eva. ¿Me sumo con mi vida a la belleza de la creación? María, tu conciencia de sierva de Dios atrajo la mirada del Todopoderoso, que te escogió como madre suya, y de esclava te hizo reina, y de humillada te elevó a la grandeza sin igual entre todas las mujeres. ¿Posibilitaré la acción de Dios, porque le dejo actuar, a través de mi debilidad? María, mujer sencilla y anónima, gracias a tu discreción y silencio, diste a luz a la Palabra, y todos nos beneficiamos de tu alumbramiento, porque la creación entera se vio beneficiaria de tu maternidad. ¿Permito con mi actitud discreta y silenciosa, que Dios sea el protagonista de mi historia? María, mujer conocedora de las Escrituras, tu cántico nos lleva a entonar la acción de gracias a Dios, nuestro Salvador, porque en ti ha mirado nuestra bajeza, y por tu carne y sangre nos hemos convertido en hermanos de tu Hijo, del Hijo de Dios. Quién me ve a mí, ¿podrá reconocer la semejanza divina que llevo impresa en el ser? María, mujer fuerte y valiente, no te arredró el miedo ni el dolor, y adelantaste la hora de la gracia suprema, por la que el mundo ha sido redimido y salvado. Ante la prueba, ¿me echo atrás o permanezco confiado, fiel a la palabra dada? María, entrañas mediadoras de amor, en las que el mismo Dios se sintió amado, y se hizo historia, tomando por apellido tu tierra nazarena; mi solidaridad y amor, ¿permiten que otros se sientan amados? María, presencia intercesora, que conviertes la precariedad en motivo de gracia, y la escasez en abundancia de bienes; ¿me excuso, por mi fragilidad y pobreza, para no dejar a Dios hacer su obra a través de mí? María, mujer que representa la nueva creación, el diseño primigenio de Dios, el reflejo perfecto de su divinidad; ¿me comprendo y acepto como imagen divina? ¿Me estimo desde mi identidad sagrada? ¿Soy consciente de que con mi aceptación personal arriesgo o potencio la obra de Dios en mí? María, mujer fuerte, a quien no derrumbó el sufrimiento de la cruz, concédeme la fortaleza y la fidelidad por las que Dios quiera edificar también conmigo su familia, cimentada en la certeza de su amor, a través del abrazo a la cruz. María, tierra nuestra, artesanía de Dios, déjame bendecir en ti y por ti la obra redentora, divina, por la que te podemos sentir y llamar “¡Madre nuestra”! Santa María, animados por el título de hijos tuyos que hemos recibido al pie de la cruz, acudimos, confiados, a tu presencia, porque necesitamos decirte palabras de afecto y acompañamiento en tu dolor y soledad. No somos los más aptos para consolarte, si hemos sido la causa de los sufrimientos de tu Hijo, el motivo de su muerte redentora; sin embargo, al escuchar de Jesús el perdón por la inconsciencia de los que le herían, nos atrevemos a dirigirnos a ti con gestos de piedad y condolencia. Virgen Nazarena, permítenos desahogar el alma, y si hemos sido motivo de sufrimiento por nuestras rebeldías, que nuestra presencia ante ti te consuele. Escucha en nuestra oración, que te dirigimos en favor de todos, el grito y el gemido de los que se sienten más solos y huérfanos de amor.

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V. PARA ANTES DE LA SIESTA(Examen de oración)

A. En presencia del Señor, me pregunto: (ver p.8) Resumir en una frase significativa mi experiencia de oración de esta media jornada.

B. Rezo la siguiente oración del Beato Manuel Gonzalez: ¡Madre Inmaculada! ¡Qué no nos cansemos! ¡Madre nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos! Si, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humanos, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo… ¡Madre querida!... ¡Que no nos cansemos! Firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos de la cara fijos en el

prójimo y en sus necesidades, para socorrerlos, y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno nos ha señalado Dios. ¡Nada de volver la cara atrás!, ¡Nada de cruzarse de brazos!, ¡Nada de estériles lamentos! Mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies, que puedan servir para dar gloria a Él y a Ti y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos… ¡Madre mía, por última vez! ¡Morir antes que cansarnos!

VI. Cuarta contemplación: Encontrar a Dios en la nocheSeñor, necesito estar contigo, autentificar mi palabra, hablar de ti, porque he hablado contigo. Necesito probar la intensidad del silencio, la anchura de la soledad, la inexplicable relación a la

que me llamas ante tu presencia invisible.Necesito poner mis ojos en tu rostro de amigo, entrañable, gustar la certeza de tu misericordia y la superación de mis protagonismos estériles, entrar en el secreto de mi celda

interior, donde nadie me ve, ni me mira, salvo Tú. Necesito volver a oír tu voz, o sentir al menos el sosiego en lo profundo del sonido de la paz que

procede de ti. ¡Qué gozo tan intenso se instala en el corazón cuando se ha superado la inercia, el nerviosismo de la prisa, el imperativo de la actividad

y se ha cruzado el instante en el que la mente imponía, despótica, sus argumentos hacendosos! Entonces se siente el bienestar de la calma, la

alegría de haber abandonado todo proyecto que no seas Tú y haber permanecido quieto, sereno, discreto, orante, ante tu presencia, en

obediencia a tu llamada. ¡Cómo me sorprendes con tu providente compañía a través

de acontecimientos y de personas que me llaman constantemente a ti! Y cuando se está percibiendo el universo íntimo, de pronto la estancia se llena

con todos los que están contigo; se percibe elacompañamiento de quienes en sus vidas acertaron a trabajar sin perder la

referencia a tus ojos, al saberse siempre mirados, guiados por ti. Se entra en la estancia de la mayor comunión contigo,

con todos los santos y brota el sentimiento reconciliador. Recibe, Señor, también a quienes creen que no tienen tiempo para pararse un rato y

mirarte, a todos los que se agotan en hacer buenas obras y se sienten solos, abatidos y probados. Sin querer eludir el tú a tú en intimidad contigo, déjame que recuerde ante ti la historia de tantos que en tu nombre se

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afanan y se desgastan y sienten el fracaso por creer que su cosecha es baldía. Gracias, Señor, por este tramo de vida que hemos recorrido

juntos. Sé que a pesar de que no te siento en muchas ocasiones, Tú siempre estás conmigo, y solo esperas a que alce los ojos para que me encuentre con

tu mirada.

-Jn 3,1-3:Entre los fariseos, un hombre llamado Nicodemo: -Jesús va a dialogar ahora con alguien de un grupo. Un grupo de gente que va a ser su principal adversario, y al que va a dirigir sus palabras más duras. Conocen mucho la ley, son autoridades morales para su pueblo. Pero, se la pasan juzgando a todos. No tienen una mirada de la persona, sino del caso. Se quedan en pensamientos, discusiones de escritorio, al margen del dolor del pueblo. Podemos recorrer infinidad de textos para descubrir la cantidad de controversias de Jesús con el grupo de los fariseos. Antes de llamarlo Juan por el nombre a Nicodemo, nos llama la atención de que pertenece a este grupo.-Fue de noche a ver a Jesús: la noche como un símbolo del estado de su alma. Mezcla de miedo, de vergüenza, de inseguridad, de búsqueda sincera también. Juan indicará también la salida de Judas, el entregador, ya era de noche: Jn 13,30-Jn 3,19-21: odiar la luz, andar en la oscuridad. Hay todo un combate entre la luz y las tinieblas. Las tinieblas que seducen al hombre, que rechazan la luz. Jn 1,5: La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la percibieron. Jn 12,35-36: el que camina en las tinieblas no sabe a dónde va…-Vamos a tratar de ir entrando en este misterio de lucha en nuestros corazones entre la luz y las tinieblas. El combate espiritual que se va dando en nuestro corazón. El corazón de Nicodemo, como el de cada uno de nosotros es este campo de batalla. Jn 9,41: si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen “Vemos”, su pecado permanece. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Luego lo veremos en el encuentro con el ciego de nacimiento, en una discusión de Jesús nuevamente con fariseos…-Maestro: reconoce a Jesús como tal, como jefe de una línea de pensamiento, como maestro de sabiduría-Sabemos: habla en plural, como parte de una masa anónima, como representante de un grupo, y no en su propio nombre. Comienza asegurándose, escudándose, y desde una certeza intelectual. Le presenta a Jesús un silogismo perfecto: Nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él, tú los haces, luego: tú has venido de parte de Dios para enseñar…-Jesús va directamente al grano: le pasa del plural al singular. Lo saca del razonamiento para implicarlo en la vida, del movimiento de la lengua, al movimiento interior del corazón: te aseguro, que el que no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios. Ya no se trata de saber o no saber, sino de ver el Reino, para ello, hay que dejar toda sabiduría humana, hacerse como niño para renacer.-Jn 3,4-10: ¿cómo se puede volver a nacer cuando somos ya viejos? ¿o cuando tenemos viejo el corazón? ¿cómo hacer para dejar de lado todo lo que ha sido nuestra seguridad?. Jesús pasa ahora del ver al entrar: nacer del agua y del Espíritu. O la carne o el espíritu. Esa es la cuestión. O bastarse a sí mismo, o depender totalmente de Dios, otra no hay. ¿Vivimos de la carne o del espíritu? ¿Cómo hacemos para darnos cuenta? Y ahora Jesús apunta al Espíritu: el viento sopla donde quiere, tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu…-Ahora Nicodemo queda sin seguridades, sin piso: ¿Cómo es posible esto? Jesús responde con ironía: ¿acaso no eres Maestro en Israel? ¿no te presentaste con la seguridad del sabemos? ¿ahora no sabes? -Jn 3,11-13: Hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto: Jesús le va a hablar no de ideas, o de cosas aprendidas en cursos o escuelas rabínicas, sino de un testimonio personal, eso le da la autoridad de maestro, sabe, pero en el sentido de gustar, de saborear lo contemplado.-Vamos ahora a detenernos en nuestro diálogo con Nicodemo, lo podemos seguir meditando por nuestra cuenta. Vamos a ir a mirar nuestras sombras:

El alma en búsqueda de lo sagrado vuelve a sí misma, a sus profundidades, a sus raíces oscuras e inconscientes y se acepta íntegramente... Todas las fuerzas biopsíquicas, no integradas a la personalidad consciente, entregadas a sí mismas, sin control, llevan en el inconsciente una vida sorda, clandestina y anárquica, una vida totalmente arcaica y terriblemente peligrosa para el conjunto de la personalidad... La inmersión humilde del hombre en su arcaísmo resulta ser el camino de una auténtica ascensión espiritual en la alabanza (E. Léclerc)

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Nuestras sombrasEs curioso constatar que la sombra aparece siempre cuando menos la esperamos;

cuando empezamos a pensar que somos bastante especiales, que en la vida nos va bien. Allí es cuando la oscuridad viene a romper nuestra complacencia. Tal vez nos habíamos quedado en la superficie de nosotros mismos, sin profundidad real, o sin tener en cuenta toda nuestra realidad interior. La sombra nos manifiesta que había, indudablemente, aspectos descuidados o negados, que ahora están exigiendo ser tenidos en cuenta.

La sombra es la parte de mi personalidad que he rechazado, generalmente de un modo inconsciente, para conseguir la aprobación y el reconocimiento por parte de los demás. En ella se encuentra todo lo que hemos arrojado al inconsciente por temor a ser rechazados por las personas significativamente importantes para nosotros. La sombra es la parte oculta de nuestra mente, ese «otro yo» que convive conmigo y que, cuando menos lo deseo, se deja ver por la puerta de atrás o amenaza con aparecer.

Al comienzo de nuestra vida, de niños, éramos pura necesidad; a nivel psicológico, necesitábamos sentirnos reconocidos y amados. Sin ser conscientes, comenzamos a construirnos un yo social que resultara aceptable para los demás. Ello implicó, por un lado, hacernos una imagen, máscara, un yo público o yo ideal (literalmente, una «persona») y, por otro, relegar al inconsciente todos aquellos elementos considerados no-aceptables. Ésta será la sombra que nos acompañará y condicionará, de un modo inconsciente pero absolutamente efectivo, durante nuestra vida. Ella será el origen de reacciones desproporcionadas, de nuestra división interior y del sufrimiento psíquico. Este gran abismo entre la sombra y la máscara es la fuente de ansiedad permanente, por el pánico que experimentamos ante el hecho de que nuestras máscaras se vengan abajo.

Como Nicodemo, nos enfrentamos al perfeccionismo. En la compulsión por ser aceptado, el niño crea una imagen de sí «aceptable», enviando a la sombra lo «rechazable». Ya en ese movimiento, está tratando de escapar del (inconsciente) sentimiento de culpabilidad que se ha generado en él como consecuencia de su no aceptación. No hay que olvidar que el niño se siente automáticamente culpable ante cualquier malestar que experimenta. Pues bien, intentará alejar la culpabilización mediante el perfeccionismo: el que se siente culpable se exige ser perfecto. Y así entrará en un círculo infernal. Adornará su «imagen idealizada» con la característica de la perfección, y no se permitirá ningún resquicio de imperfección, ya que por él podría aparecer lo que ha intentado ocultar, que a sus ojos es despreciable, y que le privaría del amor de los otros, que es lo que intenta conseguir con todo ese montaje.

La imagen o máscara así construida es protegida por el perfeccionismo y alimentada por el orgullo. El primero encierra al sujeto en la maraña de los «debería» y fomenta ineludiblemente un sentimiento de rechazo y odio hacia sí, internalizado inconscientemente, por cuanto quien se mira desde la «perfección» no puede sino despreciarse. El orgullo neurótico, por su parte, con su perfeccionismo y su culpabilidad encubierta, va reforzando progresivamente esa máscara y haciendo cada vez más pronunciada la distancia con respecto al propio sujeto y a los otros, evidenciando una conclusión patética: buscando el amor de los otros, ha renunciado a ser él mismo para ser lo que (él cree que) los demás desean que sea y, finalmente, termina alienado de sí y de ellos. En lugar de tomar como real su yo verdadero, se afana durante toda su vida por hacer real su yo artificialmente construido, en una carrera imposible y agotadora, fuente de desequilibrios personales y de perturbaciones relacionales.

Sólo la aceptación de nuestra verdad completa nos pondrá en camino de liberación. Y la verdad es que, en cada uno, yacen abrazadas la luz y la sombra. En cada santo duerme un pecador, y no reconocerlo conduce al fariseísmo y a la rigidez; pero en todo pecador duerme también un santo, y no percibirlo supone un empobrecimiento humano, desesperanza y vacío. El problema, pues, no consistiría tanto en que se genere una sombra, algo inevitable por otra parte, ya que todo proceso de

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socialización, en cuanto establece pautas, ha de generar sombra, sino en que no se reconozca, con lo cual la persona se encuentre, sin ser consciente de ello, separada de sí misma, dividida: con una parte aceptada y otra rechazada.De desolaciones y demonios

Cualquiera que se haya encontrado frente a los aspectos más sombríos de su persona ha podido experimentar que se metía en un infierno. Sin embargo, es un trabajo «espiritual», que consiste en dejarnos abrir y conducir por el Espíritu de Dios. Al abrirnos a toda nuestra verdad, podremos acoger la presencia y la acción del Espíritu en nuestra vida. No en vano, en la tradición cristiana, afirmamos que es un Espíritu de verdad, de unificación y de amor-comunión; frutos que empieza a vivir la persona (sólo) en la medida en que se reconcilia con su oscuridad. «Espiritual» no es algo contrapuesto a «psicológico» y mucho menos a «humano», como ha podido dar a entender un dualismo pernicioso. Todo lo humano, incluso todo lo psicológico, abierto hasta sus raíces más profundas, es ya espiritual. No son, por tanto, dos tareas que hubieran de correr paralelas. El trabajo con la sombra es, a la vez, humano y divino, psicológico y espiritual. Es una única tarea, que requiere esfuerzo y a veces se convierte en auténtico combate. Los relatos de tentaciones que podemos ver en la literatura bíblica y espiritual, pueden leerse legítimamente con esta clave, en cuanto expresan el enfrentamiento de la persona con zonas de sombra.

-En la tradición espiritual, encontramos dos modos de referirse a lo que puede ser el encuentro con la propia sombra: el encuentro con los demonios y la experiencia de la desolación.

1) En la tradición se ha hablado de diferentes demonios como «responsables» de la gula, lujuria, avaricia, tristeza, ira, acedía, vanagloria, orgullo. Para afrontarlos eficazmente, recomendaban descender a las verdaderas profundidades, desiertos de soledad y silencio, donde aceptarlos (reconocerlos como propios), sin reducirse a ellos. De semejante combate, la persona tenía que salir fortalecida en su vida y su misión. Fruto del trabajo espiritual con la sombra son las tres virtudes características del monje: humildad, dolor de corazón y ternura.

2) Personas de probada espiritualidad afirman que no se hace un verdadero camino de crecimiento sin que se alternen experiencias de consolación y desolación. Etimológicamente, tales términos vienen de suelo y ponen de relieve, de modo gráfico, el contenido al que se refieren: la persona siente que tiene (o no tiene) suelo bajo sus pies, con la consiguiente sensación de seguridad y confianza (o de vacío y desesperación). En la consolación, se vive fundamentalmente gratitud y gozo; en la desolación, únicamente se puede sobrevivir si se vive humildad y entrega a la gratuidad. Es comprensible que la desolación coincida con la emergencia de la sombra a la superficie consciente. Momentáneamente, da la impresión de que todo se oscurece, se nublan aparentemente todas las certezas anteriores, se hace presente el absurdo y el sin-sentido. De pronto, la persona se siente enfrentada a realidades que, removiendo afectos y sentimientos de todo tipo, disminuyendo la lucidez, aparecen como difíciles de manejar: ahí es donde va a librarse el «combate espiritual», con todo el esfuerzo que requiere. Combate, sin embargo, del que el sujeto saldrá siempre enriquecido.

-La sombra no es lo mismo que el pecado. Como ocurre con cualquier sentimiento. Nadie es responsable de sentir algo en particular; lo será, en todo caso, de lo que haga a partir de ello. La sombra es simplemente, en principio, una realidad moralmente neutra, como una fuerza de la naturaleza con la que de pronto nos encontramos. Hasta el punto de que al trabajarla, cuando llegamos a conocerla y a integrarla en nuestra vida, nos volvemos personas mejores no peores. Somos más tolerantes, más capaces de ponernos en el lugar de la otra persona. Quienes realmente han integrado su sombra se vuelven seres genuinamente bondadosos, humildes y capaces de compasión.Ascesis versus hedonismo

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El término ascesis, procedente del mundo del deporte y del campo militar, significa ejercicio, adiestramiento, entrenamiento. Como ocurre con las prácticas deportivas, el ser humano puede también adiestrarse en virtudes interiores, en una buena actitud. En este sentido, la primera ascesis no es otra que la del autoconocimiento y la autoaceptación. La aceptación progresiva de sí mismo, también cuando se hace presente la realidad de la propia sombra, constituye un ejercicio ascético, siempre sano y en ocasiones extremadamente arduo, como sabe quien ha pasado por él. A veces, hasta el punto de que se pueden vivir momentos depresivos, si bien con una diferencia crucial: en este caso, se tiene la sensación de estar haciendo algo importante, liberando alguna profunda fuerza interior, por lo que aun esa fase depresiva se ve acompañada de una confianza radical. Los grandes maestros espirituales, probablemente a partir de su propia experiencia, han hablado siempre del conocimiento de sí como primera y recurrente etapa de cualquier ascesis.

En segundo lugar, la práctica de la meditación constituye una inmejorable ascesis, en cuanto entrenamiento o adiestramiento práctico para avanzar en aquello en lo que estamos comprometidos. En efecto, el camino de la meditación o camino contemplativo no es una alfombra mágica a la felicidad; es más bien un ejercicio de desprendimiento (desidentificación) del ego, que implica la purificación del inconsciente, el trabajo con las propias sombras, en la dirección antes señalada.

En tercer lugar, la ascesis como renuncia, como negación. Si se entiende bien, tocamos con ello la sabiduría del «negarse a sí mismo». Buscar siempre «gratificaciones» (sensibles) en lo que hacemos, o a la hora de tomar decisiones o emprender cualquier actividad, se convierte en una trampa, no por sutil menos dañina. Tal actitud, fácilmente «justificable» y aparentemente inocua («no hago daño a nadie», solemos decir), tiende a mantener a la persona en un nivel sensible-corporal, por lo que frena el dinamismo del crecimiento y ahoga las aspiraciones del ser. Cada vez comparto más la sabiduría encerrada en la recomendación, a primera vista «inhumana», de san Juan de la Cruz: «Elegir no lo fácil, sino lo difícil; no lo agradable, sino lo costoso...». La sabiduría consiste en que esa actitud favorece el «temple» de la persona y la hace cada vez más dueña de sí misma. Por ella, la persona se va entrenando para vivir desde el fondo. La renuncia nos capacita para introducirnos en un camino interior de transformación, a la vez que nos aporta el gusto profundo para ello. Sin desprendimiento o desasimiento del yo es imposible la transformación. La ascesis (entrenamiento, renuncia, negación) nos facilita el camino para ser más dueños de nosotros mismos y para vivirnos interiormente «activos», «despiertos». Cuando nos quedamos en lo fácil, en lo cómodo, aunque sea absolutamente legítimo, terminará siendo nuestro cuerpo, nuestra sensibilidad o nuestras ideas quienes gobiernen nuestra vida; es decir, perderemos libertad y dominio de nosotros mismos. Para poder abrirnos a nuestra vida profunda, habremos de ejercitarnos (ascesis) en negar lo «fácil».

El dolor nos va a «educar» porque nos trae a la superficie de la conciencia conflictos personales negados y aspectos de nuestra sombra reprimidos, y con ello nos «exige» que los elaboremos, ya que, llegados a ese punto, de nada sirven los mecanismos de defensa que en otro momento nos dieron resultado. Todos tenemos experiencia de que, generalmente, se aprende más de los fracasos que de los éxitos; por lo que Jung afirmaba que una vida de éxitos era el peor enemigo de la transformación personal. El tallo de la dulce planta del éxito hunde sus raíces más profundas en el suelo de la inflación del ego que se alimenta del orgullo y la codicia. Mientras vivamos en función de nuestro «yo», tendremos y daremos muy poca vida. Desgraciadamente, en esa dirección suelen discurrir la mayoría de los mensajes en una sociedad que hace del hedonismo uno de sus objetivos más explícitos. Pero, ¿qué cabe esperar de una vida marcada por la búsqueda del propio bienestar a costa de cualquier otra cosa?

Según A. Grün, «es bueno que nos sintamos frustrados para que las imágenes que nos hemos hecho de nosotros mismos se rompan». «Sin sufrimiento no hay sabiduría», se atreve a afirmar Ignacio Larrañaga, y continúa: «Una gran tribulación hace crecer al hombre en madurez y sabiduría más que cinco años de crecimiento normal». Ahora

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bien, para que el dolor pueda percibirse realmente como ocasión de crecimiento, se requiere una actitud positiva de querer aprender de lo que nos ocurre y una determinación de favorecer la emergencia de lo mejor de sí. Es decir, se requiere estar embarcados en un proceso de crecimiento personal; de otro modo, el dolor puede que no consiga sino aplastar a la persona.

Es la experiencia de la propia debilidad puesta de manifiesto, a veces de modo tan intenso como inesperado, la que, cuando es aceptada (de nuevo la importancia crucial de la humildad), «reordena» nuestra jerarquía de valores, nos muestra indubitablemente nuestra pequeñez, librándonos del orgullo neurótico, y nos conduce progresivamente a realidades sólidas en nosotros, a capas más y más profundas de nuestra identidad donde hacer pie, en las que hacemos la experiencia de comunión-unidad en Dios con los otros y con todo. A lo largo de este proceso podemos reconocer y afirmar que el dolor, con las condiciones señaladas, nos ha conducido a nuestra verdad más profunda, sacándonos del engaño más cómodo en el que nos habíamos instalado. San Juan de la Cruz lo expresaba con su humilde sabiduría: «¿Qué sabe el que no sufrió?». En síntesis, la respuesta a aquella paradoja sigue teniendo forma paradójica, en estas palabras de A. Chevrier: «Cuanto más se muere, más vida se tiene y más vida se da».

Leído en otra clave, significa que la «noche» es indispensable para poder hacernos disponibles al encuentro con Dios. La noche, percibida como aridez, nos va quitando el gusto por todo aquello que antes buscábamos con tanto ahínco y, de ese modo, nos va purificando y desnudando de todo, para poder centrarnos más y más en Dios. Esta noche o aridez guarda una cierta similitud con la depresión, en cuanto que en ambas se sufre la «falta de gusto por todo», hasta el punto de que, en ciertos casos, puede errarse el diagnóstico. Sin embargo, hay una diferencia radical: en medio de la sequedad de la noche y de la purificación, aun sin saber ni sentir bien cómo, la persona vive con una sensación profunda de que «algo me sostiene de fondo», por lo que, de un modo incomprensible para ella en muchos casos, experimenta una confianza y seguridad profundas.

El ser humano es fácilmente prisionero de su ego, como sabe cualquier persona que se compromete en un camino serio de crecimiento personal. Muy pronto se hace consciente de hasta qué punto sus pensamientos, su actuar, sus primeras reacciones giran en torno a las exigencias insaciables del mismo. Sin embargo, en este supuesto, no puede haber encuentro interpersonal porque realmente y más allá de las intenciones subjetivas, no hay otra presencia que la del propio ego; el encuentro es imposible. Por eso, quien se asusta, o se echa atrás, ante la sequedad o noche de la vida espiritual, manifiesta que no es a Dios a quien busca, sino la satisfacción de apetencias de su propio ego; es decir, no ha salido del narcisismo. Pero buscando y alimentando el propio ego, aunque sea de modo inconsciente, no se produce crecimiento personal ni se podrá dar la apertura a Dios, Fuente del ser. ¿Cómo no reconocer la sabiduría encerrada en aquella máxima: «Niega tu deseo y Dios te dará lo que desea tu corazón»?

La ascesis, por tanto, se encamina a lograr la muerte del ego (la «negación de sí» en cuanto negación de lo que niega la vida). Para vivirla de una forma ajustada, sin caer en los riesgos doloristas del pasado, hay que tener muy presente la prioridad buscada: ser cada vez más la persona que soy de fondo.

VII. Para tu oración personal…1. Podemos volver a Nicodemo, a este encuentro: lograr identificar nuestras seguridades, en el diálogo sincero con Jesús, conociéndonos mejor delante de la luz. Poniendo al descubierto nuestras oscuridades. Algunas serán pecado, otras, tendencia al pecado. Pero desde la luz de Jesús, que es nuestra única verdad, nuestra luz. Dejarnos iluminar por la luz de Jesús, como un cuarto que parece limpio, cuando entra el rayo de luz, se pone de manifiesto las suciedades, la verdad.2. Podemos hacer el siguiente ejercicio espiritual:

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Guía para la integración de la sombra: pasos de una tarea espiritual1. Reconocimiento e identificación de aspectos de la sombra. Se trata sencillamente

de nombrar los aspectos de nuestra sombra que vamos descubriendo. Puede ser útil reconocerlos y nombrarlos como «pequeños yoes» que nos habitan y a los que queremos acoger en el conjunto de nuestra persona. ¿A cuáles de ellos necesito prestar atención de un modo prioritario (porque aparecen con más frecuencia o más intensidad; porque tienen repercusiones más negativas; porque me impiden vivir algo muy importante; porque me distancian de los otros de un modo especial...)?

2. Una vez nombrados en silencio y en clima de oración, me «dejo ver» con ellos ante Dios. En su presencia los contemplo, aguantando el dolor o el malestar que tal contemplación pudiera ocasionarme. Es bueno recordar que, con frecuencia, cuando algún elemento de nuestra sombra ha hecho sufrir a otros, el dolor experimentado, incluso llorado, es el que nos pone en camino de transformación.

3. Aceptación y no-reducción. Aun con dolor, el objetivo de la contemplación anterior es lograr una aceptación sin reservas de todos los aspectos de nuestra sombra que puedan aparecer. Para el creyente se trata de una experiencia originaria de ser amado y aceptado gratuita e incondicionalmente. Saberme y sentirme aceptado, aunque a mis propios ojos me parezca inaceptable, experimentarme objeto de la compasión de Dios, es el camino para crecer en humildad, gratitud y capacidad de compasión. La aceptación va acompañada de una actitud de no reducirse al aspecto en cuestión: sea cual sea, siempre seré más que él.

4. Diálogo. Gracias a él, entramos en comunicación con nosotros mismos, precisamente con algunos de nuestros aspectos más olvidados y, en la mayoría de las ocasiones, con el niño que fuimos. Dialogar con los «yoes» de nuestra sombra nos lleva a comprendernos incluso en lo que no habíamos aceptado bien y facilita que crezcamos en cercanía con nosotros mismos y, en consecuencia, con los demás.

5. Des-identificación. Supone un paso más, si bien sólo es posible en la medida en que se va integrando la sombra. Una vez aceptado e integrado lo que constituye el propio «yo», una vez alcanzado el nivel de lo «personal», deberemos avanzar des-identificándonos de lo que considerábamos nuestro «yo» y que, en realidad, sólo existe en virtud de mi pensamiento que lo sostiene por medio de la memoria. Todo pensamiento es alimentado, consciente o inconscientemente, por nosotros mismos. Si sencillamente lo observamos, sin dejarnos atrapar por él, constataremos cómo termina diluyéndose. Lo mismo vale para cualquier sentimiento, por lo que este ejercicio es también especialmente recomendable en momentos en que la emergencia de la sombra puede ser más intensa: ante cualquier sentimiento relacionado con la sombra, me sitúo como observador, sin cavilar, sin pensar, observándolo hasta ver cómo se diluye. Un texto de Ken Wilber puede darnos luz: «Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Puedo ver y sentir mi cuerpo, y lo que se puede ver y sentir no es el auténtico Ser que ve. Mi cuerpo puede estar cansado o excitado, enfermo o sano, sentirse ligero o pesado, pero eso no tiene nada que ver con mi yo interior. Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Tengo deseos, pero no soy mis deseos. Puedo conocer mis deseos, y lo que se puede conocer no es el auténtico Conocedor. Los deseos van y vienen, flotan en mi conciencia, pero no afectan a mi yo interior. Tengo deseos, pero no soy deseos. Tengo emociones, pero no soy mis emociones. Puedo percibir y sentir mis emociones, y lo que se puede percibir y sentir no es el auténtico Perceptor. Las emociones pasan a través de mí, pero no afectan a mi yo interior. Tengo emociones, pero no soy emociones. Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos. Puedo conocer e intuir mis pensamientos, y lo que puede ser conocido no es el auténtico Conocedor. Los pensamientos vienen a mí y luego me abandonan, pero no afectan a mi yo interior. Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos. Soy lo que queda, un puro centro de percepción consciente, un testigo inmóvil de todos estos pensamientos, emociones, sentimientos y deseos».

6. Gratitud. Por doloroso que sea, el trabajo con la sombra, desemboca en la gratitud, porque, gracias y ya en medio de él, la persona se descubre más «completa».

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Indudablemente, la integración de la sombra nos ayuda a avanzar hacia la plenitud. ¡Qué descanso, qué serenidad, qué liberación de energías para estar interiormente «disponible»... cuando se reconoce y acepta la propia sombra! Se acaba la actitud defensiva a ultranza y aparece la paz.Lecturas bíblicas sugeridas: Diálogo de Jesús con Nicodemo (Jn 3,1-13); Jesús como luz que ilumina nuestras tinieblas (Jn 12,44-50)

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VIII. LECTURAS COMPLEMENTARIAS: Las purificaciones y la noche en San Juan de la Cruz: En una noche oscura

1 En una noche oscura,con ansias, en amores inflamada¡oh dichosa ventura!,salí sin ser notadaestando ya mi casa sosegada.

2   A oscuras y segura,por la secreta escala disfrazada,¡Oh dichosa ventura!,a oscuras y en celada,estando ya mi casa sosegada.3   En la noche dichosaen secreto, que nadie me veía,ni yo miraba cosa,sin otra luz y guíasino la que en el corazón ardía.4   Aquésta me guiabamás cierto que la luz del mediodía,adonde me esperabaquien yo bien me sabía,en parte donde nadie parecía.5   ¡Oh noche que guiaste!¡Oh noche amable más que el alborada!¡Oh noche que juntasteAmado con amada,amada en el Amado transformada!6   En mi pecho floridoque entero para él sólo se guardaba,allí quedó dormido,y yo le regalaba,y el ventalle de cedros aire daba7   El aire de la almena,cuando yo sus cabellos esparcía,con su mano serenaen mi cuello heríay todos mis sentidos suspendía.8   Quedéme y olvidéme,el rostro recliné sobre el Amado,cesó todo y dejéme,dejando mi cuidadoentre las azucenas olvidado.

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El Padre nos soñó desde toda la eternidad para compartir su vida, su plenitud. Pero esta meta, este fin, no está en nuestras manos realizarlo, por más buena educación que hayamos recibido. El hombre no puede transformar su ser, solo Dios puede llevar a cabo nuestra divinización. Y esto lo hace en etapas sucesivas. El proyecto es uno, pero con distintos momentos: desmonte, saneamiento en el vacío, reconstrucción. A esto lo llamamos noche, noche de pasión, pasión de Jesús, pasión de amor. Dios no solo es origen y fin, sino actor. El misterio de Dios no solo es algo a contemplar, Alguien de quien aprender a vivir y a dejar actuar. Lo que podemos hacer es disponernos y acercarnos con todas nuestras capacidades de comunión abiertas. La vida es una aventura de amor en la noche, Dios y el hombre son sus protagonistas.

Dios es protagonista, pero en su mano hay un sin número de circunstancias y vivencias que le sirven de instrumentos. La noche es oscuridad, gozo, comunión serena, desorientación, tristeza, esperanza, descanso y restauración de fuerzas. Noche oscura es el camino hacia la unión; ya su punto de partida es oscuro al verse privado de todo gusto sensible. El medio que nos conduce es la fe y ésta es segura pero no clara; y por último el término también es oscuro, ya que para el hombre, Dios es noche oscura en esta vida. Quien tenga esta experiencia podrá distinguir tres momentos: 1) La vivencia de ruptura y desconcierto: El hombre normalmente imagina la vida como un ir creciendo, constante y progresivo. Sabe en teoría que hay penas y que existe la cruz. Pero algo muy distinto es imaginar y pensar, a padecer. Así ve un día cómo se apagan todas las luces de la mente y del corazón. Personas, doctrinas y cosas se vuelven insulsas, tienen sabor a nada y ya no dicen nada. La propia vida da la impresión que se escapa de las manos, ya no la tiene para sí, ni puede darla, simplemente la pierde. La misma oración se vuelve imposible, habiendo sido hasta ese momento: su apoyo y consuelo.2) La interpretación del hecho y de sus causas: ¿Qué pasó?, ¿Porqué pasó? El peor sufrimiento viene de la interpretación. Si pudiera asegurarse que esto es obra de Dios y que no rompe la comunión, todo sería gozo. Se ha desmoronado la imagen de sí mismo, ahora el pobre hombre se ha quedado al desnudo, solo con su miseria.3) La reacción o comportamiento que adopta: ¿Qué hacer? A pesar de todo, quiere servir mejor a Dios. A pesar de padecer un sufrimiento indescriptible en todos los planos de la vida, tiene una fidelidad ciega a su vocación, afronta los hechos y circunstancias con paciencia y en silencio.

Es un cara a cara entre un Dios que se presenta como es y un hombre que se descubre como es; pureza de Dios e impureza del hombre, fuerza y debilidad, divino y humano, grandeza y miseria (cf. 2N5-6). La noche es una influencia de Dios en el hombre, sin éste hacer ni entender nada. Es Dios que nos dispone para la unión de amor con Él, contrariando y desbordando nuestra consciencia, y produciendo un efecto desgastante y paralizante. Experiencia de Dios dolorosa y oscura. En la noche, Dios se vale de factores históricos y psicológicos, que forman parte de la pasividad existencial: injusticias, soledades, melancolía, depresión, etc. Pero para que sea noche oscura, en el sentido que hablamos, no basta padecer, hace falta que el hombre asuma e integre todo lo que acontece. Para eso es fundamental estarse quieto y no hacer nada por salir, obrar con maciza paciencia y, por sobre todo, confiar en Dios que es fiel y no deja a sus hijos (cf. 1N 10,3). La realización es gradual. Allí salen a la superficie los males arraigados, los modos de ser y de obrar, quedando vacío e incierto, sin lo viejo y sin lo nuevo. Con el tiempo, gracias a la confianza y a la perseverancia, van surgiendo lentamente nuevas formas en el corazón.

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Los peores males del hombre son los que la consciencia no percibe, ni juzga como tales. La noche no ataca nuestros pecados que nos avergüenzan e impacientan. Esos son tan solo el tallo exterior de una mala raíz. Esas raíces son las que persigue la noche oscura. La experiencia del que atraviesa la noche, es la de un derrumbe, de un terremoto, donde desaparece toda seguridad y todo piso. Parece que nos arrancan partes de nuestro ser, pero luego veremos que sólo han sido removidos los hábitos imperfectos que se contrajeron durante nuestra vida. Muchas veces el hombre se siente solo, vacío, flojo, porque está desapareciendo el hombre viejo (a quien se había acostumbrado) para dar lugar a la nueva forma de luz y de amor. El hombre, en esta experiencia, está adelantando en plena existencia y en plenitud de facultades, la propia muerte física, psíquica y espiritual. No deja casi nada para el final. Sólo quedará el último paso del romper la última tela que impide el encuentro glorioso. Noche es una fase normal y obligada del camino. El hombre tiene que centrar sus mejores energías en vivirla, no en soñar lo que hará cuando vuelva la normalidad. En cuanto a la duración de la noche, la experiencia dice que ‘si ha de ser algo de veras, por más fuerte que sea, dura algunos años’ (2N 7,4). El ejemplo del fuego y el madero es un capítulo síntesis de este tema (cf. 2N 10): De la misma manera se ha en el alma, purgándola y disponiéndola para unirla consigo perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí. Porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene: luego le va poniendo negro, oscuro y feo, y aun de mal olor, y, yéndole secando poco a poco, le va sacando a luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios a fuego: y, finalmente, comenzándole a inflamar por de fuera y calentarle, viene a transformarle en sí y ponerle tan hermoso como el mismo fuego. En el cual término ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia. Asume la gravedad más espesa del fuego, porque las propiedades del fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seca; está caliente, y calienta; está claro y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él estas propiedades y efectos.

A pesar de todo, la noche es hora de descanso, de encuentro, donde se estrechan los lazos familiares, donde todo entra en sosiego. Al mismo tiempo, es hora de peligro y confusión, donde la soledad puede hacerse más aguda y las horas más eternas. La noche sirve de lenguaje para el corazón del hombre, para expresar su dramática aventura. Es propio de la noche hacer consciente el subconsciente, encontrarnos cara a cara con toda nuestra realidad tal y como es; noche es descenso a los infiernos, al fondo de nuestro ser que se debate entre la luz y las tinieblas, la adoración o la resistencia; noche es compartir con Jesús sus cuarenta días de tentación en el desierto; noche es la pascua personal, la hora de terminar de asimilarnos a Jesús. La noche es un momento clave de la vida, un largo y gradual proceso, con horas de dramática intensidad, donde, por necesidad, dolor, angustia, soledad y –simultáneamente- por amor, que madura y busca su plenitud, se sale definitivamente de sí en búsqueda del otro, de la vida, de la felicidad, de Dios. Es una dicha, una dolorosa dicha, un parto.

La razón está madura cuando, humilde y sabiamente, comprende que es razonable dejar de razonar, y ha llegado la hora de escuchar y creer, para poder acceder más allá de sus estrechas fronteras: ‘Dime cuando, cómo y por donde’. La voluntad está madura cuando es capaz de amar sin sentir y la memoria cuando, no teniendo imágenes donde hacer pie, es capaz de esperar. Es un camino escondido, que nadie puede ver y donde no se ponen los ojos en otra cosa que no sea esa luz que arde en el corazón. La memoria del amor es la guía, el único guía cuando ya no hay caminos y ni siquiera parece haber metas. Cuando la mente y los sentidos no saben, no entienden y no encuentran, el corazón tiene algo que decir, él

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sabe. La noche puede tener características totalizantes, existenciales. Para algunos, será un fracaso pastoral, o un problema social, o de salud, o familiar, o afectivo, o eclesial, o vocacional. Hay muchos caminos, pero la experiencia de fondo es la misma. El corazón es un guía más cierto que la luz del mediodía, el sabe donde está el amor, donde está la vida. Solo el amor descubre la presencia. La vida y la felicidad no están en la gloria, en el poder, en la fama, en el éxito, en lo extraordinario. La vida y la felicidad se esconden en cada realidad, en cada circunstancia, aun la más humilde. La vida y la felicidad están en descubrir el tesoro escondido, es decir, la presencia que encierra todo presente. No está en lo que pasa sino en cómo se lo vive. La noche se hizo guía, se hizo amable, al invitarnos a trascender, a penetrar, a salir y permitirnos encontrar al que está más allá. La noche nos hizo salir y nos permitió encontrar, pero es capaz de hacer algo más profundo, es capaz de transformar. Salir es mucho, pero mucho más profundo que salir de un lugar es salir de un modo de ser a otro. Esa es la maravilla del amor, poder asemejarnos a aquel que amamos. La plenitud de la vida es la comunión, la unión; y esta solo es posible en plenitud, cuando nos transformamos. A eso llamamos unión transformante, cuando el amor nos hace semejantes. No es extraño encontrarse con personas que se aman a tal punto que, sin dejar de ser ellas, son de alguna manera el otro. ‘Allí quedó dormido’, un corazón duerme cuando encuentra otro corazón que vibra con la misma sintonía. Es Dios quien nos busca y es Dios quien duerme cuando nuestro corazón al fin lo acoge. Solo cuando somos capaces de creer que Dios, duerme y goza al encontrarnos, podemos descansar. Descansar es quedarse y olvidarse, reclinando el rostro sobre aquel que nos ama. Allí cesa toda preocupación y búsqueda, allí podemos al fin abandonarnos en aquel que nos ama dejándonos a su cuidado.

IX. ORACIÓN COMUNITARIAAnte la invitación de Jesús desde la Cruz: Aquí tienes a tu Madre, compartimos: ¿Qué lugar ocupa la Virgen en mi vida? ¿Cómo es mi relación con Ella?

X. PARA ANTES DEL DESCANSO NOCTURNO(Examen de oración)

A. En presencia del Señor, me pregunto: (ver p.8) Resumir en una frase significativa mi experiencia de oración de esta media jornada.B. Rezo la siguiente oración de la Liturgia de las horas: La noche no interrumpe tu historia con el hombre.

La noche es tiempo de salvación.De noche descendía tu escala misteriosa hasta la misma piedra donde Jacob dormía.

La noche es tiempo de salvación.De noche celebrabas la Pascua con tu pueblo, mientras en las tinieblas volaba el exterminio.

La noche es tiempo de salvación.Abrahán contaba tribus de estrellas cada noche; de noche prolongabas la voz de la promesa.

La noche es tiempo de salvación.De noche, por tres veces, oyó Samuel su nombre; de noche eran los sueños tu lengua más profunda.

La noche es tiempo de salvación.De noche, en un pesebre, nacía tu palabra; de noche lo anunciaron el ángel y la estrella.

La noche es tiempo de salvación.La noche fue testigo de Cristo en el sepulcro; la noche vio la gloria de su resurrección.

La noche es tiempo de salvación.De noche esperaremos tu vuelta repentina, y encontrarás a punto la luz de nuestra lámpara.

La noche es tiempo de salvación.

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I. Quinta contemplación: Encontrar a Jesús en la misiónSi estuviéramos contentos de ti, Señor, no podríamos resistir a esa

necesidad de danzar que desborda el mundo y llegaríamos a adivinar qué danza es la que te gusta hacernos danzar,

siguiendo los pasos de tu Providencia. Porque pienso que debes estar cansado de gente que hable siempre de servirte con aire de

capitanes; de conocerte con ínfulas de profesor;de alcanzarte a través de reglas de deporte; de amarte como se ama en un matrimonio viejo y cansado. Y un día que deseabas otra cosa inventaste a San Francisco e hiciste de él tu juglar. Y a nosotros nos

corresponde dejarnos inventar para ser gente alegre que dance su vida contigo. Para ser buen bailarín contigo no es preciso saber adónde lleva el

baile.Hay que seguir, ser alegre, ser ligero y, sobre todo, no mostrarse rígido. No pedir

explicaciones de los pasos que te gusta dar. Hay que ser como una prolongación ágil y viva de ti mismo y recibir de ti la transmisión del ritmo de la orquesta. No hay por

qué querer avanzar a toda costa sino aceptar el dar la vuelta, ir de lado, saber detenerse y deslizarse en vez de caminar. Pero olvidamos la música de tu Espíritu

y hacemos de nuestra vida un ejercicio de gimnasia; olvidamos que en tus brazos se danza, que tu santa voluntad

es de una inconcebible fantasía, y que no hay monotonía ni aburrimiento más que para las viejas almas que hacen de inmóvil fondo en el alegre baile de tu amor. Señor, ven a invitarnos. Estamos listos para bailarte estas compras que hay que

hacer, estas cuentas, la comida que hay que preparar, esta noche en la que hay que mantenerse despierto. Estamos listos para bailarte la danza del trabajo, ésta del

calor, más tarde la danza del frío. Si algunas melodías están a veces en tono menor, no te diremos que son tristes; si otros nos sofocan un poco, no te diremos que son asfixiantes, y si las personas nos empujan, lo tomaremos a risa, sabiendo bien que eso sucede siempre que se baila. Haznos vivir nuestra vida, no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula, no como un partido en el que todo es difícil, no como un teorema que nos rompe la cabeza, sino como una fiesta sin fin donde se

renueva el encuentro contigo, como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia, con la música universal del amor. Señor, ven a invitarnos. Amén…

Juan el testigo-Vamos a contemplar, en este itinerario que venimos siguiendo, la figura de Juan el Bautista que, para Juan el evangelista, es solamente Juan, a secas, como una manera de resaltar que lo más importante del Bautista, no pasa por el Bautismo, por eso, nunca en Juan aparece el nombre de Juan el Bautista.-La primera referencia al Bautista (lo llamaremos así para no confundirlo con Juan el Evangelista), aparece en el Prólogo: Jn 1,6-8:

-un hombre enviado por Dios llamado Juan-vino como testigo, para dar testimonio de la luz-para que todos creyeran por medio de él-el no era la luz, sino el testigo de la luz

-Lo que más aparece es la palabra: testimonio, eso es Juan, un testigo de la luz, no la luz, sino un testigo, un mártir, que da su martiría, su testimonio para que otros puedan creer. Lo hemos visto en los relatos de encuentros y búsquedas señalando al Mesías. En Juan será muy importante el testimonio de otros para que lleguemos a Jesús.-El Bautista se convierte en el personaje principal del primer capítulo: 1,19-28:

-nuevamente empieza: este es el testimonio que dio Juan, nuevamente la centralidad del testimonio.-frente a los sacerdotes y levitas enviados desde el poder central de Jerusalén, Juan da su testimonio.-la pregunta es ¿quién eres tú?: primera pregunta en un juicio. Muy típico de este Evangelio, las

preguntas nunca son respondidas tal cual se las formula.40

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-El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: hay un énfasis enorme en este comienzo del testimonio: yo no soy el Mesías. El Mesías es… Yo no soy. El Mesías va a decir Yo soy, se identificará con el Padre. El Bautista en cambio es el que no es. Comienza el Bautista afirmando lo que él no es.

-Empieza la lista de los personajes: eres Elías, el Profeta: no…-Yo soy una voz que grita en el desierto, allanen el camino del Señor. Jesús es la Palabra, Juan

simplemente una voz que grita y señala la Palabra, que prepara la llegada del Viniente. Juan se identifica con una frase bíblica que lo nombra a él. Es como que se encontró en la Palabra, encontró su identidad, su misión. -En el desierto se toca la propia verdad, y se vive de acuerdo con ella, no frente a la expectativa ajena, sino frente a la propia verdad. En el desierto caen los títulos, el Bautista no se atribuye ninguno, ni siquiera el de Bautista, sino el de testigo de… -Estamos llamados a ser una voz que allana, que no obstaculiza, sino que facilita el encuentro con Jesús. Voz sin muchas palabras. Allanar y no ocultar con nuestros personalismos y protagonismos la voz de Jesús, no reemplazamos al Mesías, sino que lo mostramos.-¿Por qué bautizas? Juan no responde, sino que dice que él lo hace con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: ¡qué frase!: ¿lo conocemos a Jesús o es un desconocido? ¿Nos conocemos entre nosotros, o no le he dado oportunidad al otro para darse a conocer, ya que le puse la etiqueta de entrada? ¿Reconozco al Jesús escondido en medio de nosotros?

-1,24-34: Al día siguiente, Juan ve al Viniente, al que está viniendo, al que se está acercando: hermosa manera de llamar a Jesús, que tiene mucho que ver con nuestra vida, esperamos al que viene.-Nuevamente aparece: Juan dio este testimonio: he visto descender al Espíritu en forma de paloma y quedarse (permanecer) en Él. Nada dice del Bautismo, no es lo que le interesa al autor del Evangelio, sino mostrarlo, manifestarlo como el lleno del Espíritu Santo, de lo cual Juan dio ese testimonio. -Yo lo he visto y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios. -Es decir, el sentido de la misión del Bautista, no fue tanto el de bautizar, sino el de reconocer que aquel que sea lleno del Espíritu Santo (descienda y permanezca sobre Él), ése es el Mesías, el Hijo de Dios. Yo no lo conocía… es decir, no importa el parentesco, lo importante es que no lo conocía en la fe, en el misterio que Jesús de Nazaret escondía en su persona.-Por tanto, la misión de Juan, enviado por Dios, es estar en el río y mientras bautiza, reconocer el signo de que, el Viniente no es uno más, sino que es el Hijo de Dios y reconocerlo abiertamente ante los demás.-Este Evangelio no tiene relato del Bautismo, sino lo que acabamos de escuchar. -Por tanto, en esta misión del bautismo, podemos reconocer nuestra misión que también es, en medio de nuestra tarea, de nuestra oración, de nuestra vida cotidiana, de nuestra intercesión, reconocer al mismo Jesús que viene, reconocerlo, mostrarlo, manifestarlo claramente, para dar nuestro testimonio de Él.

-Vamos ahora a la última aparición del Bautista en el Evangelio de Juan, a su último testimonio:-3,22-36: aparece la discusión entre los discípulos de Juan y los de Jesús: ¿a quién seguimos entonces, ÉL también anda bautizando, qué hacemos? Juan vuelve a repetir su testimonio, él no es el Mesías, ustedes son testigos de que se los dije. Y aparece la hermosa comparación con la boda: Jesús el Esposo, Juan el amigo del esposo que está ahí y lo escucha y se llena de alegría al oír su voz, por eso su gozo ahora es perfecto. Hermosa definición de nuestra vocación de consagrados: estar ahí, ¿dónde estás? Será la primera pregunta crucial de la Biblia, seguida luego del ¿dónde está tu hermano? Pero quedémonos en la primera, ¿dónde estoy?, ¿estoy realmente con Jesús o mi cabeza va a mil, y me impide este estar y permanecer que en este 4to evangelio será importantísimo? Y lo escucha, ¿qué cosas ocupan mi oído que impiden la escucha del Esposo? Y se llena de alegría al oír su voz. Y acá nos podemos quedar gozando también de esto. Nos podemos ir a Juan 10, donde las ovejas escuchan su voz, y lo siguen y no seguiremos a un extraño porque no reconoceremos su voz. ¿A quién escucho? ¿A quién sigo? ¿Su voz me resulta familiar? ¿Reconozco su timbre de voz, su silbido amoroso de buen pastor? ¿Qué voces resuenan en mi interior? Y ahora su gozo es perfecto… Cada noche, rezamos el Cántico de Simeón, ¿puedo decir con él que puedo morir en paz porque mis ojos lo han visto, mis oídos lo han escuchado y por eso tenemos un gozo perfecto?

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-El único modo, entonces, de ser testigos es estar ahí, escucharlo y llenarnos de alegría. Esto es contagioso, la misión se hace por desborde de gratitud (Aparecida), como una cascada, donde el agua fluye naturalmente, una cuestión de espacio físico, se desborda y fluye. -Bueno, siguen palabras hermosas que podemos seguir meditando, nuevamente vuelve a zozobrar la palabra testimonio. Ahora es Jesús el que da testimonio de lo que ha visto junto al Padre, testimonio que es rechazado. Visto y oído: vuelve a aparecer en Juan, eso es propio del testigo: el que ve y escucha. -Aparecen también otras líneas para rezar: el que Dios envió dice las palabras de Dios, es decir, transmite con fidelidad el testimonio de lo visto y oído, porque Dios le da el Espíritu sin medida, nuevamente Juan va a poner a Jesús en relación con el Espíritu. ¿Estamos dispuestos a dejarnos bautizar por el Espíritu Santo (1,33), a dejarnos invadir por el Espíritu? Aparece también que el que cree tiene la vida eterna, ya tiene la vida verdadera. Creer es poner todo en las manos del otro: como El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos (3,35).-Por último, lo menciono nomás, podemos rezar con la noche de fe del Bautista, que no está en Juan, sino en los otros evangelios, cuando manda a preguntar desde la cárcel, si era Jesús el Mesías. ¡Qué duro para Juan esta prueba en su fe! ¿Habré gastado mi vida por alguien que en verdad no era? ¿Mi vida tuvo sentido, valió la pena lo vivido? Terrible tentación del atardecer de la vida, mirar para atrás y ver lo que dejamos y nos acedia esta pregunta del sentido… Y la maravillosa respuesta de Jesús, vayan y cuenten lo que ven y oyen. Es decir, Jesús lo vuelve a llamar a Juan con su propia misión, le devuelve con su misma moneda, enorme delicadeza y ternura de Jesús. Como si le dijera: vos que fuiste el testigo, ahora dejá que los demás, puedan darte su testimonio de lo que ven y oyen junto a mí. Eso lo podemos encontrar en: Mt 11,2-6: tanto Mateo como su paralelo en Lucas, Jesús les da el envío misionero a los discípulos: vayan y cuenten lo que ustedes ven y oyen…signos del Reino, signos del Mesías. -En la misa, luego de la consagración, decimos, gritamos como comunidad: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, Ven Señor Jesús: es un grito profético de anuncio del Señor Muerto y Resucitado y de espera activa de la venida de su Reino. Ese debe ser nuestro desafío…Jesús, el enviado de Dios

Nunca el amor es egocéntrico, y menos el amor de Dios. El que se siente amado de Dios se siente al mismo tiempo enviado. Nunca Dios está solo, es comunidad; el discípulo, testigo del amor comunitario de Dios, se convierte en expresión de esta relación trinitaria, sea en el fondo de sí mismo, sea en relación con los que le rodean. La santa Trinidad es la fuente de toda misión. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor (Jn 15,9). Como Tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo (Jn 17,18). Toda llamada de Dios contiene una misión, porque toda vocación divina explicita la identidad que Dios es, comunidad trinitaria en sus relaciones íntimas, y también en sus relaciones exteriores y solidarias. El ser de cada criatura es misión, se es luz, se es sal (Mt 5,13), mas la luz está para alumbrar a los de casa y la sal para sazonar el mundo. Ningún don se recibe para provecho propio (1 Co 12,7).Jesús hace la voluntad de su Padre

Si alguien podría haber realizado un proyecto personal autónomo, según nuestros criterios humanos, podría haber sido Jesús. Sin embargo, Él ha dicho de sí mismo: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra (Jn 4,34). Yo no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado (Jn 5,30). He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado (Jn 6,38). Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar (Jn 12,49). La autoridad se recibe de lo alto; así lo afirma Jesús ante Pilato: No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba (Jn 19,11). Uno es en cuanto es enviado, y la mejor referencia para saber si uno está donde debe estar y hace lo que debe hacer, es si puede responder: Aquí estoy porque me han llamado; aquí estoy porque me han enviado. Tengo para mí lo que parece un trabalenguas, pero que encierra una sabiduría experiencial: Cuando no se está donde se tiene que

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estar, se está donde no se tiene que estar. Nuestro lugar no debiera ser estancia independiente, como islas, sino siempre en relación con el envío o la misión recibida.La misión se recibe

El discípulo desea cumplir la voluntad del Maestro. No se inventa la misión, la escucha de sus labios y la lleva a término con la ayuda que también recibe de Él. En esto está su alegría, en hacer el trabajo que Dios quiere. La misión se recibe, no se inventa, se escucha normalmente en el silencio, en el tiempo de meditar la Palabra, en el trato de amistad con Jesús. Él, después de pasar la noche en oración, llamó a los discípulos: subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar (Mc 3,13-14). El enviado no debe perder la conciencia de serlo, ni dejar de mantener la relación con el que lo envía. Esta sensibilidad hace permanecer en humildad y disponibilidad. El trabajo independiente se hace estéril. No se debe olvidar la parábola de la vid y los sarmientos: solo si se está unido a la vid, se es fecundo. La misión depende de la llamada. La fuerza para llevarla a cabo viene unida a la misión que se recibe. La fecundidad no es del que siembra, ni del que siega, sino del que da el incremento. Es importante observar la misión que Jesús da a los suyos, que no es otra que la de prolongar la que Él mismo recibiera de su Padre. Actuar desde la misión recibida libera de todo afán de protagonismo y del propio deseo de hacer las cosas solo porque gusta o apetece. Actitud adecuada en la misión recibida

La respuesta adecuada a la llamada es la obediencia. María en Caná adelantó la hora de su Hijo, y fue mediación para que Jesús hiciera el primer signo. Ella dijo a los sirvientes: Haced lo que Él os diga (Jn 2,5). De esta obediencia se sigue la realización de un plan de Dios. A lo largo de la convivencia de Jesús con sus discípulos, en los momentos más intensos se escucha un mandato semejante al que María dio a los sirvientes. Cuando Jesús narró la parábola del buen samaritano, la concluyó con una misión: Vete y haz tú lo mismo (Lc 10,37). En este caso la misión era tener misericordia. En el momento solemne de la cena de Pascua, Jesús, según el evangelio de san Juan, se puso a lavar los pies a los discípulos. Cuando concluyó, les dijo: Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros (Jn 13,14-15). La obediencia a la misión nunca es estéril, sino que sigue, en muchos casos, el proceso de la siembra de la semilla. Exige desprendimiento, gratuidad, generosidad, fidelidad. Y el Señor da el incremento. En el proceso de plenificación de la vida, el ejercicio de la misión y el movimiento de alteridad son esenciales. De los textos evangélicos que se refieren a la misión, se puede extraer la exigencia de comunión. Todo don se recibe para servicio de los demás. Si nos sentimos amados de Dios, es para expandir ese mismo amor.Comunión y misión

La vocación, el seguimiento, la comunión, la consagración, en su proceso de madurez se plenifican en la misión. Misión, que es desbordamiento de la identidad y comunión con el que envía y con los hermanos.No se puede defender, en ningún caso, una llamada insolidaria. Si el modelo referencial es Jesús, el Hijo amado, el preferido de Dios, el enviado, quien a su vez nos entrega su Espíritu como máxima obediencia a su Padre, los que reciben la llamada a un seguimiento más de cerca no pueden estar exentos de la misión, que es comunión con Dios y con los semejantes. Los caminos independientes y personalistas, con la posible justificación de dar cauce a cualidades recibidas, si no tienen los límites de la referencia comunitaria y eclesial, conducen al individualismo solitario, hasta cabe que heroico, pero que conlleva el riesgo de perecer por cansancio o incomprensión, por perdida

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del sentimiento de pertenencia y de identidad, hasta cabe que se llegue a la ruptura de comunión.

La pertenencia a Jesús no se puede separar de la pertenencia al grupo de los que le siguen. Jesús dejó sobre la comunidad y en el amor mutuo la contraseña del mandamiento nuevo, de la especificidad cristiana. La fraternidad, la comunión son detectores de autenticidad y seguridad de que se sigue el Evangelio. No en vano Jesús envió de dos en dos a los primeros misioneros. Los auténticos discípulos son los que han recibido la gracia de comprender el amor de caridad: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Puede ser difícil a la hora de la práctica estar reconociendo el quehacer de los demás, pero de una u otra manera se debe significar que se es sensible al esfuerzo de los otros. Desde la fe sabemos que todo se debe hacer por Dios, pero no se puede quedar siempre en esa referencia sublime sin que se demuestre, en la comunidad, la valoración de los esfuerzos y trabajos de los hermanos. Condiciones de la misión

Un rasgo del discípulo es no saberse solo, o bien porque va junto a otro en una misión compartida, o, sobre todo, porque se sabe siempre acompañado de aquel que lo ha llamado junto a sí. Experimenta esta certeza de diversas maneras, interiores y exteriores, con signos que registra en la conciencia o con los que interpreta como regalo de la providencia y que le suceden históricamente. El discípulo es enviado por Jesús en condiciones menesterosas. El éxito de la misión no viene del equipamiento que se emplee, sino del que envía. El despojo es la condición para que se ponga de manifiesto quién es el que lleva a término la tarea. El Señor necesita la colaboración de los discípulos, les da poder para realizar la misión, pero a su vez les deja experimentar que la fuerza viene de Él y no de estrategias y prepotencias humanas. El que ha sentido la llamada y desea llevarla a término, debe sentir que la realiza en la misión y envío que practica. Una clave de discernimiento es si está donde le han enviado o llamado, y que el enviado no se apropie del fruto de su trabajo. Nunca el enviado se debe presentar en nombre propio. En caso de sentir debilidad o desánimo, si se está donde se tiene que estar, cuanto se haga por obediencia a la llamada será fecundo, nada se pierde. El que se sabe enviado por Dios gusta el don de la confianza, y se abandona a la Providencia.

II. Para tu oración personal…-Podemos pensar en nuestra misión cotidiana, si es un ámbito donde podemos encontrarlo a Jesús. Para ello, nos puede venir bien rumiar esta oración:

Presentemos a Dios nuestras tareas, levantemos orantes nuestras manos,porque hemos realizado nuestras vidas por el trabajo.Cuando la tarde pide ya descanso y Dios está más cerca de nosotros,es hora de encontrarnos en sus manos, llenos de gozo.En vano trabajamos la jornada, hemos corrido en vano hora tras hora,si la esperanza no enciende sus rayos en nuestra sombra.Hemos topado a Dios en el bullicio, Dios se cansó conmigo en el trabajo;es hora de buscar a Dios adentro, enamorado.

La tarde es un trisagio de alabanza, la tarde tiene fuego del Espíritu:adoremos al Padre en nuestras obras, adoremos al Hijo. Amén.

-Si no lo hemos hecho antes, cuando rezamos con la llamada de los primeros discípulos, podemos rezar también repasando por nuestro corazón los testimonios de la gente que me mostró a Jesús con su palabra,

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con su vida. Algo sencillo, puede ser recorrer las estampitas que tenemos en nuestros breviarios o biblias y ahí veremos gente, personas, frases que nos testimoniaron a Jesús.-Podemos rezar con los rostros de la gente a la que nosotros testimoniamos a Jesús: familia, amigos, comunidades parroquiales, jóvenes que se acercan. ¿A quiénes les hablo de Dios? ¿De qué manera es mi testimonio? -Podemos volver a mirar a Juan el Bautista y reflexionar:1) Más allá de las expectativas de los demás: mi familia, mis superiores, el obispo, mis amigos: ¿quién soy yo? ¿Cómo me definiría? Mi vida es mucho más de lo que esperan los demás de mí. Yo no soy lo que los otros esperan de mí. El primer paso en nuestra libertad y madurez es poder decirnos: no soy lo que los demás esperan de mí. Nos podemos pasar la vida saciando expectativas ajenas, siendo infieles a nuestro propio ser, a nuestra identidad más profunda. Nos podemos quedar aquí tratando de descubrir nuestra identidad, nuestra vocación más profunda. Reconocer las expectativas ajenas, o lo que interpreto de ellas, dejarlas morir, nos puede dar mucha paz para ser quiénes queremos y debemos ser. 2) Tal vez como Juan podemos encontrar algún texto de la Palabra que nos identifica y nos define. Tal vez no lo hemos encontrado aún. En verdad, no es que lo vamos a encontrar nosotros, sino que es la Palabra la que nos va a encontrar a nosotros. Podemos quedarnos meditando en algún texto que nos haya encontrado… ¿Qué texto de la Palabra me define?3) Yo no soy el Mesías: esto también nos hace bien pensarlo, rezarlo, decirlo. Cuántas veces nos encontramos queriendo solucionarle la vida a todo el mundo, haciendo todo, tentados de ser omnipotentes, de tener todo bajo control, cuando en realidad somos simplemente una voz…4) También nos podemos preguntar: ¿por qué hago lo que hago cada día? ¿cuál es la razón de ser de mi vida? O más bien, ¿por quién hago lo de cada día? Juan bautizaba para mostrar a alguien que estaba viniendo… ¿Nosotros qué es lo que hacemos, cómo lo hacemos, por qué lo hacemos?Lecturas bíblicas sugeridas: Misión del Bautista (Jn 1,6-8.19-34;3,22-36); Lavatorio de pies (Jn 13,1-15)

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III. LECTURAS COMPLEMENTARIAS: El cristianismo, fermento de una existencia universal

(Maurice Zundel: Otro modo de ver al hombre) EL CRISTIANISMO ES UNA PRESENCIA: Todo el cristianismo

es una Presencia, una Presencia que es un Presente, un regalo y una Luz, una Presencia que es la gracia de la eterna Belleza. No se trata de hacer una propaganda indiscreta y de estorbar a los otros con nuestras convicciones, sino de dejar resplandecer una Presencia, de dejarla transparentarse y de presentarla «graciosamente», sin decir nada. Se trata de estar ahí y de rodear a cada ser humano con ese honor con el que debemos anticiparnos los unos a los otros, como nos pide Pablo en la carta a los Efesios: rodear a cada uno de honor y crear a su alrededor ese espacio de luz y de respeto que le permitirá descubrir, en el centro de él mismo, el amor que buscaba en vano fuera y le estaba esperando dentro. ¿Quién podrá resistir a esa Presencia? ¿Quién podrá rechazar ese regalo y permanecer insensible a este respecto? ¿Quién no respiraría en este espacio donde circula el Eterno Amor? Por eso somos cristianos: el mundo está en nuestras manos, nuestra tarea es consagrarlo, revelar el hombre a sí mismo y glorificar la vida.

PARA MÍ, VIVIR ES CRISTO: La vida cristiana está centrada en la vida de Jesucristo que quiere expresarse en la nuestra: Para mí, decía san Pablo, vivir es Cristo. La santidad, el bien, la virtud, la plenitud de la alegría y de la libertad es siempre Jesús que vive en nosotros. No se trata de otra cosa más que de dejar a Jesús vivir en nosotros. Él será en los otros, a través de los otros, una acogida infinita. Será en nosotros el corazón de la Historia y el mundo empezará en nosotros, hoy, a través de Él, que es la Vida de la nuestra, y la Creación adquirirá su sentido último que es ser ofrenda eterna del amor. Ser cristiano, dar testimonio de la Presencia de Jesús y comunicarla es una y misma cosa. Eso significa que la vida mística es consubstancial a la vida cristiana. Recibir el bautismo, la confirmación o la eucaristía no significa nada si no nos unimos con ello a la persona de Nuestro Señor para vivirla, para dar testimonio de ella y para comunicarla. Estar inscrito en un registro sin vivir nuestro propio bautismo, participar en unos ritos sin hacerlos pasar a nuestra propia vida, es poner a Nuestro Señor fuera de nosotros y delante de nosotros, en vez de llevarlo dentro de nosotros. Únicamente este acceso a Nuestro Señor por el interior puede ponernos en contacto con Él, establecer el contacto entre Él y nosotros y arraigar Su Presencia en la Historia humana. El vínculo nupcial entre Dios y nosotros no es una especie de lujo en la vida espiritual. Se ha presentado con frecuencia la vida mística como una especie de floración suprema de la vida cristiana, pero la vida mística no es eso: es la vida cristiana sin más, donde la vida humana sólo puede realizarse a través de este vínculo nupcial con el Dios vivo

EL CRISTIANISMO NO ES UNA RELIGIÓN ABSTRACTA: sino más bien una vida infinita que se manifiesta en la humanidad cuando es transparencia de Jesús, la Vida que es infinita y, por consiguiente, no puede agotarse. Los santos son aquellos que siempre han visto en Dios a una Persona, una Presencia, una vida desbordante, ardiente, consumidora, que les penetraba hasta lo más hondo de ellos mismos, una vida que eran capaces de comunicar (mediante su transparencia de Jesucristo) incesantemente a los demás.

¿SOMOS VERDADERAMENTE CRISTIANOS?: Nuestra vida cristiana es con frecuencia una representación teatral, una falsa apariencia... Nos las arreglamos para hacer buenas obras que nos den la impresión de estar en regla. Recibimos los sacramentos y esperamos que nos santifiquen a pesar de que no adoptamos un compromiso total y radical. De cada uno de nosotros podría decirse lo que decía un

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poeta árabe a su novia Leila cuando venía a él con una ornamentación extravagante y envuelta en una nube de perfumes: «¡Quítate de ahí! ¡Quítate de ahí! Me impides ver a Leila, a la verdadera Leila». Eso significa que eres y que has hecho de ti mismo un personaje trucado. No es eso lo que busco en ti. Ve a buscarme a la verdadera Leila, a la auténtica Leila, a esa que es para mí una fuente, un origen, un comienzo, un misterio inagotable.

LA PASIÓN DIVINA DEL CRISTIANO: El verdadero cristianismo, el que está contenido en el Evangelio, es una llamada siempre nueva a un nuevo nacimiento, a la dignidad, a la grandeza, a la juventud, a la Belleza, a la victoria incesantemente lograda sobre la muerte. Es una llamada a resucitar. Y sería necesario que nuestro ideal estuviera marcado por esta divina pasión y que tuviéramos ese deseo de vivir con una intensidad cada vez más grande para dar testimonio de este Cristo que es la Vida de nuestra vida, de este Cristo en quien todo es Vida, y en quien «la Vida se convierte en la Luz de los hombres» (Jn 1,4). El cristiano está llamado a construirse por dentro cada día, a penetrar de la vida divina las mismas fibras de su carne. Está llamado a ir hacia su juventud inmortal y hacia su nacimiento eterno; entonces la muerte será para él, no ya la disolución de sí mismo, sino el último impulso de una vida unificada hacia la Fuente eterna. Si el envejecimiento significa el triunfo de la biología sobre la libertad, el triunfo de la fealdad sobre la belleza y el del dejarse ir sobre la dignidad, entonces el cristiano no debe envejecer, porque debe estar orientado a partir de la eterna juventud de Dios. Debe dar testimonio de Su Presencia tanto a través de su cuerpo como a través de su espíritu. Y ese espíritu no puede comunicarse a los demás más que a través del cuerpo que, en consecuencia, debe conservar siempre su dignidad.

EL EVANGELIO VIVIDO NOS TRANSFORMA DE MODO RADICAL: El Evangelio quiere evangelizar, primero, nuestra humanidad en nosotros mismos. Se dirige a nuestra carne, a nuestra sensibilidad, a nuestro corazón, para hacer de nosotros «un hombre nuevo» (Ef 2,15). El Evangelio quiere llevar a cabo una transformación radical en nosotros. En una vida cristiana normal debería quedar superada incesantemente la biología, y las pasiones deberían estar tan bien armonizadas que, al alcanzar su plenitud en el ámbito del Corazón de Dios, se convirtieran en el registro de las virtudes. Si fuéramos cristianos, seríamos hombres nuevos, y el mundo entero quedaría iluminado por nuestra presencia, porque llevaríamos en nosotros ese inicio de absoluto que es la Presencia del Señor. Esa Presencia escondida, esa Presencia nos alcanza en lo más íntimo de nosotros mismos, pero no puede manifestarse al mundo sin nuestra transparencia. Si fuéramos cristianos, viviríamos nuestro mundo interior intensamente y comprenderíamos entonces que el otro mundo no está fuera de nosotros, sino que forma una misma realidad con nosotros.

TENEMOS QUE SALVAR A DIOS EN NOSOTROS Y EN LOS OTROS: El cristiano sería entonces alguien que siente en cada instante que Dios está en peligro, y que iría en ayuda de Dios en cada instante tanto en él como en los otros, y que se esforzaría, superando sus propios límites, por hacer de su vida un espacio para dar cabida al Eterno Amor. ¡Un niño puede comprender eso! ¡Un niño puede comprender las lágrimas de Jesús! Para el cristiano no hay más que un solo problema, una sola llamada, la del Cristo peregrino y viajero que llama a todas las puertas de la Historia, y nos pide entrar en nosotros, del mismo modo que pedía la hospitalidad del posadero la noche de Navidad. Y como entonces, tal como ocurre con tanta frecuencia, no hay sitio para Él, y debe continuar Su marcha en las tinieblas y la soledad, en medio del fracaso y del oprobio hasta su muerte en la Cruz.

EL CRISTIANISMO APORTA UNA EXISTENCIA UNIVERSAL (LA CATOLICIDAD): Los cristianos tenemos el deber de existir universalmente, el

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deber de existir para todos. Todos están incluidos en este amor sin fronteras. Es en Jesucristo donde estamos llamados a encontrarnos, a reconocernos, a consumarnos y a reunirnos. Sólo Él, Jesús, puede hacerlo. Dado que Él no tiene fronteras, sólo Él puede liberarnos de las nuestras y convertirse en nosotros en un fermento de liberación que nos universaliza y nos hace «católicos» en el verdadero sentido de la palabra. Y es que «católico» no es el nombre de una secta, es el nombre inefable de la Caridad. Ser «católico» es ser universal. Ser católico significa no tener fronteras, no poseer nada, no monopolizar nada, convertirse en don respecto a toda criatura, como el mismo Jesús, que se revela y comunica personalmente en Su Santa Humanidad, en Su eterna comunicación de luz y de Amor. En la medida en que comencemos a vivir humanamente y en la medida en que, por medio de la sobriedad, la castidad, la justicia y el amor, nos desprendamos del bruto y de nuestros instintos ancestrales, liberándonos de las pulsiones animales, el Universo, al mismo tiempo que nosotros mismos, se transformará. Ya no será una cárcel, sino que se convertirá en el altar de la contemplación de los auténticos sabios y de los artistas dignos de ese nombre.

IV. ORACIÓN COMUNITARIADice Francisco en EG:

78. Hoy se puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad. Al mismo tiempo, la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora. Así, pueden advertirse en muchos agentes

evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Tres males que se alimentan entre sí.82. El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado. Esta acedia pastoral puede tener diversos orígenes. Algunos caen en ella por sostener proyectos irrealizables y no vivir con ganas lo que buenamente podrían hacer. Otros, por no aceptar la costosa evolución de los procesos y querer que todo caiga del cielo. Otros, por apegarse a algunos proyectos o a sueños de éxitos imaginados por su vanidad. Otros, por perder el contacto real con el pueblo, en una despersonalización de la pastoral que lleva a prestar más atención a la organización que a las personas, y entonces les entusiasma más la «hoja de ruta» que la ruta misma. Otros caen en la acedia por no saber esperar y querer dominar el ritmo de la vida. El inmediatismo ansioso de estos tiempos hace que los agentes pastorales no toleren fácilmente lo que signifique alguna contradicción, un aparente fracaso, una crítica, una cruz.87. Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien. Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos.88. El ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual. Muchos tratan de escapar de los demás hacia la privacidad cómoda o hacia el reducido círculo de los más íntimos, y renuncian al realismo de la dimensión social del Evangelio. Porque, así como algunos quisieran un Cristo puramente espiritual, sin carne y sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales sólo mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se puedan encender y apagar a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la

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pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura.273. La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás. Pero si uno separa la tarea por una parte y la propia privacidad por otra, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando reconocimientos o defendiendo sus propias necesidades. Dejará de ser pueblo.259. Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente. 261. Cuando se dice que algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. Una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. En definitiva, una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora. 262. Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón. Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración. Al mismo tiempo, «se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación». Existe el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad.

V. PARA ANTES DE LA SIESTA (Examen de oración)A. En presencia del Señor, me pregunto: (ver p.8) Resumir en una frase significativa mi experiencia de oración de esta media jornada.

B. Rezo la siguiente oración del Card. J.H. Newman: Haz de mí lo que Tú quieras. No pretendo regatear. No impongo condición. Seré nada más lo que Tú quieras. Y no digo que te seguiré por todas partes. Porque soy débil. Pero me entrego a Ti, para que me lleves adonde quieras.

VI. Sexta contemplación: Encontrar a Dios en el perdónSeñor, desde la experiencia de perdón, que tan

abundantemente me concedes, quisiera revestirme irrevocablemente de tus entrañas, que tienen la actitud permanente de misericordia, y así ser para los demás

mediación constante de tu bondad. Me duele la permanente comprobación de mi debilidad. Es tanta mi flaqueza, que me

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avergüenza seguir recibiendo constantemente tu perdón, sin llegar a superar la inclinación al mal y a la caída. ¿Será que soy cínico en la súplica

de tu misericordia? Si no llego a remontar la prueba, si se me rompen en las manos todos los propósitos y se quedan vacías todas mis palabras, ¿será mentira mi relación contigo? Me da miedo emplear el lenguaje sagrado y

que se quede después sin coherencia. Esta duda me hace gustar la tentación del desánimo y de la tristeza. Quizá, desde tu perdón generoso, deba

aprender yo también a perdonarme setenta veces siete. Pero me entra la duda de si con ello manipulo lo más santo, tu mismo amor. Dame, al menos, conciencia permanente de debilidad, sin que sea un sentimiento enfermizo, sino la sincera percepción de mi verdad. Infúndeme sinceridad de corazón,

que no conviva con lo que sé que no te agrada. Préstame valentía para reconocer mi pecado y apertura a tu gracia. Concédeme capacidad de

perdonarme desde tu ofrecimiento constante de misericordia. Revísteme de ternura y fortaleza, de compasión y limpieza de corazón, de sabiduría y

humildad, de honradez y sencillez, de honestidad y de amabilidad, de amor y de perdón, de rectitud y de misericordia, de temor y de confianza, de

conocimiento de ti y de mí mismo, de verdad y de bondad, de gracia y de entrega radical. Revísteme con la túnica de tu humanidad santa. No sé si

esto significa volver a empezar, y así cada día. ¡Cómo me cuesta reconocer que no he avanzado y sentir la inclemencia del tramo del camino

inconsciente! Comenzar siempre de nuevo quita toda conciencia de mérito y de proeza. Por el contrario, infunde sentimientos de menesterosidad, y si no fuera por tu paciencia, cabría el cansancio. Señor, que no resuelva por mí mismo la conciencia necesitada, ni me conforme con detectar mi pobreza, que no huya de la verdad más cierta, mi fragilidad. Que me postre siempre ante ti, aun avergonzado, para que me revistas, una de las setenta veces, con tu perdón. El secreto está en que yo mismo sepa descargar en ti, de manera confiada y creyente, setenta veces siete el peso de mi flaqueza,

superando todo movimiento de autojustificación.

Jn 9,1-41:-Si vamos a los últimos versículos del capítulo 8, vamos a ver una dura discusión de Jesús con los judíos, que termina de esta manera: Jn 8,58-59: Jesús se da a conocer, muestra su más profunda identidad: YO SOY, y esto le costará la vida, tendrá que salir escondiéndose del Templo para no morir apedreado. -Jesús, excluido y marginado de la religión judía, se acerca ahora a otro excluido y marginado, lo entiende y comprende, porque Él mismo sufre la misma situación. -Jesús mira al hombre ciego, como Él solo sabe mirar. Los discípulos no lo miran en verdad, sino que miran un caso, hablan sobre él, no hablan con él. ¿De quién es la culpa? ¿Quién pecó? Sin embargo, Jesús descubre en este hombre a alguien valioso, con una misión determinada: manifestar las obras de Dios, ser testigo de Jesús como luz del mundo.

-La debilidad nos conduce necesariamente a Dios: cuánta gente vemos en el mundo, autosuficientes, poderosos, fuertes. Vemos a los fariseos, encerrados en sí mismos, con el corazón duro para descubrir las obras de Dios. La soberbia es el peor de los pecados, no hay manera de salir de ella, sino por una intervención externa: la mano de Dios a través de alguna cruz: una debilidad que es como un resquicio por donde entra la gracia, el depender de otro para salir de eso, una enfermedad, un fracaso, algo que no nos sale como esperábamos, la experiencia de una impotencia, de un pecado, de un vicio desenmascarado que no puede seguir siendo justificado o relativizado. A nosotros, los hombres religiosos, nos pasa esto. Tal vez hacemos más hincapié en aquella espina, en aquella piedra en el zapato, pero lo importante es que

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se pudo abrir una brecha para que entre la gracia. Es decir, nuestra súplica, nuestro grito de “no puedo solo, ayudame”. -A los pobres les resulta más fácil, están más acostumbrados a ese vocabulario. En nosotros mucho no está. La soberbia es decir: yo puedo, yo lo haré, yo saldré por mis propios medios, me sobrepondré. La humildad, en cambio, nos hará decir: tirame una soga, solo no puedo. La humildad, nos hace dejarnos hacer por el Señor, dejarnos sanar por Él. Ya probamos por todos los medios y no pudimos, por tanto, se abre la súplica, la paciencia, la espera, el abandono, actitudes que no conoce la soberbia. -Esa es nuestra ceguera principal: decir que vemos, decir que podemos, por eso, nuestro pecado permanece. ¿Deseamos tener los ojos abiertos a la verdad? ¿Por qué tenemos miedo a la verdad? ¿Será porque nos parecerá tan terrible que si vemos la realidad demasiado claramente caeremos en la desesperanza? La verdad del mundo con sus tinieblas, desigualdades, dolores y gemidos. La verdad de nosotros mismos, con sus tinieblas. Sin embargo, Jesús nos invita a dar un paso más para descubrir la belleza en nuestro corazón, en el corazón del mundo, y así mantenernos en la esperanza. Esperanza que es conversión, que es asumir que estamos ciegos, que no podemos, que somos dependientes.

-Volviendo al relato, el gesto de Jesús es de una inmensa ternura, cura con su palabra y con el tacto. La voz y el tacto son extremadamente importantes para los ciegos. El tacto es el primero y principal de los 5 sentidos. Es el sentido del amor, pues implica presencia, proximidad y ternura. Es nuestro primer modo de conocer y de entrar en contacto con el mundo exterior. Nos defendemos frente a la dureza, nos abrimos frente a la ternura. Un bebé necesita ternura para vivir y crecer en plenitud. Una persona enferma, como el ciego, necesita ternura para confiar. La ternura nunca lastima, ni destruye lo débil y vulnerable, sino que les revela a las personas su valor y belleza. Implica respeto. Jesús toca a este hombre con profundo amor y respeto.-El tacto tiene que ver mucho con la ternura. Podemos ser distantes, podemos ser cercanos y respetuosos o podemos ser posesivos, donde traspasamos el límite de la otra persona, nos apropiamos de ella, la hacemos depender de nosotros. Por eso Jesús envía al hombre a lavarse a la piscina de Siloé (que significa Enviado). No se lo apropia, sino que lo envía, para que sea él, no para apropiarse de él.-Lo que resulta sorprendente, es que sea el barro el medio extraño y claramente inadecuado empleado por Jesús para hacer su obra (que es la de Dios) de devolver la vista al ciego y para manifestarse él mismo como luz. El barro aparece cuatro veces en el texto, y siempre en manos de Jesús como complemento del verbo hacer (Jn 9, 6.11.14. 15) y, aparte de la clara alusión al barro de la creación del Adam (cf Gen 2,7), quizá forme parte del humor que acompaña a todo el texto: es precisamente algo opaco y oscuro el instrumento para que el ciego recupere la vista y para que la luz vuelva a sus ojos.

-Comienzan ahora los diálogos. Los fariseos ciegos ante la evidencia. No atienden a lo que pasó, sino que juzgan a quien curó. No escuchan al ciego, se cierran, no le creen. Llaman a los padres, que tienen miedo de ser expulsados de la sinagoga si confiesan a Jesús como Mesías. -El contraste es bien fuerte entre fariseos, aprisionados en su ideología, y este hombre que vive en la realidad y que dice simplemente las cosas como son. -Los fariseos están aferrados a sus pensamientos, tan fuertes que les impide ver la evidencia. La ideología los aleja de la evidencia de la realidad. Son incapaces de ver las cosas como son. Nos podríamos preguntar nosotros, ¿cuáles son nuestras verdades que se transforman en barrera para no reconocer al otro? Esto también es falta de ternura. Es no ser capaz de renunciar a nuestras seguridades, por miedo a que se nos mueva el piso o por miedo a la intemperie.-¿Tenemos miedo a la verdad? A la propia a y a la de los demás… El ciego, eligió la verdad, y dio testimonio de la sanación que acababa de experimentar. Tal es así, que es echado, simplemente por decir las cosas tal como son. Ojo con los discursos únicos, ¿a quién dejo afuera con mis palabras y actitudes? ¿Somos capaces de reconocer otras experiencias de Dios más allá de las nuestras? ¿Hacemos de nuestra experiencia el único criterio de nuestra verdad? En definitiva, ¿de quiénes somos discípulos? ¿de Jesús o de nosotros mismos o de nuestras ideas o experiencias? ¿Estamos dispuestos a dejarnos llevar con Jesús a la intemperie, al mar adentro donde no se hace pie?-Que hermoso ver el proceso de fe del ciego, de la oscuridad a la verdadera luz. Primero no es reconocido como tal, tiene que hacer hincapié en su persona, en su identidad. Es puesto tan en duda que llaman a sus padres para confirmar que éste es su hijo. Luego va descubriendo de a poco quién es Jesús:

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ese hombre que se llama Jesús, luego lo reconoce como profeta, luego como alguien que proviene de Dios. Luego como el Hijo del Hombre, y luego lo llama Señor (Kyrie), reconociéndolo como Dios y se postra para adorarlo. Hermoso camino de fe que podemos hacer también nosotros de la mano del ciego. Dios nos va haciendo entrar en las profundidades del misterio de la fe, si nos dejamos llevar por Él. Empezando por reconocer nuestra identidad: soy realmente yo, aceptando mi historia, mi pasado, reconciliándome con mis oscuridades y tinieblas y empezando un camino de reconocimiento del Señor. -Jn 9,39-41: vine para hacer un juicio (krima), es decir, vine para hacer entrar en crisis. El Evangelio nos obliga a entrar en crisis, nos obliga a una opción. No podemos quedar indiferentes: que vean los que no ven, y queden ciegos los que ven. Jesús nos invita a cambiar de mirada, a tener unos ojos nuevos y reconocernos ciegos, para que él, con su infinita ternura, nos vaya de-velando nuestra propia verdad(a-leteia: quitar el velo). Ya no podemos decir: vemos, porque nuestro pecado entonces permanece. Sólo nos queda postrarnos en adoración para pedirle su mirada, unos ojos nuevos.

Jesús y el paralítico: Jn 5,1-18: -Jesús está nuevamente en Jerusalén, sube para otra fiesta. Yacían: estaban postrados, por el suelo y esperaban: era una creencia pagana que creían que con el movimiento del agua, el primero que se arrojaba se sanaba. Jesús va a un lugar de dolor, de marginación, donde la gente yace y espera. Entre esta multitud de rotos, separados, solos, se encuentra el más marginado, alguien que está así hace 38 años. ¿Cómo está?: Jn usa el mismo verbo: yaciente, acostado, tendido en el suelo.-Jesús lo mira y le habla: ¿Quieres curarte? Pregunta fundamental que Jesús le hace, como yendo a la raíz de su parálisis más profunda. Hay males que nos acostumbramos y nos hace aferrarnos a ese dolor: ya sea para ponernos en víctimas de la sociedad y ser alguien para otros, tal vez porque nos gusta identificarnos con eso, tal vez porque esa enfermedad nos da seguridad y no la queremos soltar. -El paralítico no le responde, sino que le lanza un grito que brota de lo más hondo de su ser, haciendo eco de muchos gritos: no tengo a nadie. Ése es el mal que sufre. Ese es el mal que sufren muchos hermanos, no tener a nadie, estar postrados, sin esperanza ya de ser sanados, ni incluso el deseo. Semejante grito lo escuchamos en la Samaritana: no tengo marido. El dolor de la soledad que me hace aislarme, separarme del resto y hundirme en la desesperanza de la soledad.-Aparece la palabra sanadora de Jesús, que no se queda en el lamento estéril, ni revolviendo el dolor, sino que le ordena: levántate, toma tu camilla y camina. Este hombre postrado es invitado a ponerse de pie. EGÉIRE: levántate, despierta, resucita. Esa es la orden de Jesús. -Algo parecido escucha Elías perseguido, cansado: 1Re 19,4-8: se acuesta, se desea la muerte y Dios lo invita a levantarse porque aún tiene mucho para caminar. -Podemos mirar a Pablo también tentado de desesperar por el tiempo en que lleva la espina en su carne: 2Cor 12,7-10, Dios le invita a confiar en su gracia…

-Volviendo al relato, todo parecería que iba bien, hasta que se encuentra con los judíos que le reprenden por llevar su camilla. En vez de alegrarse por la liberación de este hombre, lo cuestionan, la liberación de este hombre cuestiona sus propias parálisis, les molesta ver que este hombre esté de pie. ¿No nos pasa a veces lo mismo entre nosotros? ¿No preferimos que el otro siga postrado para mostrarle mi poder, su dependencia de mí? Tal vez les molestó verse de igual a igual, no verlo ya de arriba hacia abajo.-Volviendo al relato, podemos interpretar (una de tantas posibles, no sé si es la correcta) que no hubo encuentro entre Jesús y el paralítico, ni siquiera sabía su nombre. ¿No será que a veces lo usamos a Jesús para que nos sane de aquello que nos molesta o que hiere nuestra propia imagen? ¿No será que muchas veces vamos más detrás de nuestra propia perfección que detrás del rostro de Jesús? -Jesús se lo encuentra en el Templo y le dice no vuelvas a pecar, de lo contrario estarás con peores parálisis. Ahí recién conoce el nombre de Jesús…

VII. Para tu oración personal…-Mirar mi pecado como una realidad de misterio, pedir la luz del Espíritu Santo para reconocerlo. Asumirlo, aceptarlo, no evadirlo, reconocerlo como tal, primer paso para sanar. ¿Cuál es mi pecado? ¿Cuál es mi oscuridad más profunda? Hacerlo con la mirada de Jesús, no con la nuestra, que a veces niega, o a veces lo hace con una crudeza que no es de Dios, porque si es de Dios siempre va

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acompañada esta mirada de esperanza y misericordia. Pidamos para este rato una gran luz, sinceridad y humildad para reconocernos pecadores, y no maquillar o camuflar nuestra verdad más profunda. Nos preguntamos:1. En tu relación con Dios: ¿Dios es tu único Dios? ¿Tienes otras relaciones o afanes que desplazan a Dios? ¿Tienes doble cuenta de conciencia, la que comunicas y la que guardas? ¿Tienes algún sentimiento clandestino que no pronuncias por miedo? ¿Por orgullo? ¿Por conservar tu imagen? ¿Convives con fantasmas interiores? ¿Tienes paz? ¿Te preocupa algo delante de Dios? ¿Cuántas veces celebras el sacramento del perdón? ¿Quieres realmente dejarte curar por Dios?2. ¿Pides perdón? ¿Te defiendes? ¿Te justificas? ¿Relativizas tus fallos? ¿Te excusas en el modo de proceder de otros o en el ambiente?3. Cuando asumes que has fallado, ¿te dejas perdonar? ¿Descubres resistencias al perdón por amor propio? ¿Por tu vanidad herida? ¿Por tu humillación?4. ¿Te aceptas a ti mismo? ¿Eres capaz de agradecer a Dios tus fallos y de leer tu historia como Historia de Salvación? -También podemos hacer una oración de gratitud pensando de qué me ha salvado Dios, de qué me ha rescatado, o desde dónde me ha rescatado…-También podemos hacer la oración del publicano en el templo: Ten piedad de mí, porque soy un pecadorLecturas bíblicas sugeridas: Paralítico (Jn 5); Ciego (Jn 9); Adúltera (Jn 8,1-11); Jesús conoce lo que hay en nuestro interior (Jn 2,23-24); la raíz de nuestro pecado (Mc 7,14-23); el Espíritu de la Verdad (Jn 14,17; 16,8.13); reconocer y confesar nuestro pecado (1Jn 1,8-2,2)

VIII. LECTURAS COMPLEMENTARIAS: EL MISTERIOSO PODER DE NUESTRA DEBILIDAD

André Louf, en sus meditaciones del libro “A merced de su gracia” escribe al respecto: ¿Tuvo miedo San Pablo ante su debilidad? ¿Le es intolerable su imagen? Jesús no cede sin embargo. No se le suprime la tentación a San Pablo, porque le es mucho más provechoso permanecer en ella para que aprenda lo que el poder de Dios es capaz de hacer en el corazón de la debilidad. Ni la fuerza de Pablo, ni su victoria personal tienen importancia, únicamente su perseverancia en la tentación, y al mismo tiempo en la gracia. La gracia no viene a injertarse en nuestra fuerza o en nuestra virtud, sino sólo en nuestra debilidad. Entonces ella sola es suficiente. Somos fuertes cuando nuestra debilidad se nos hace evidente. Es el lugar bendito en el que la gracia de Jesús puede sorprendernos e invadirnos. Pensamos inconscientemente que hay que buscar la santidad en la dirección opuesta al pecado, y contamos con Dios para que su amor nos libere de la debilidad y del mal, y nos permita así alcanzar la santidad. Pero Dios no actúa con nosotros de esa manera. La santidad no se encuentra en el extremo opuesto de la tentación, sino en el corazón mismo de la tentación. No nos espera más allá de nuestra debilidad sino en el interior mismo de ella. Escapar de la debilidad sería escapar del poder de Dios que sólo actúa en ella. Tenemos que aprender a permanecer en nuestra debilidad al mismo tiempo que entregados a la misericordia de Dios. Sólo en nuestra debilidad somos vulnerables al amor de Dios y a su poder. Permanecer en la tentación y en la debilidad es el único camino para entrar en contacto con la gracia y para convertirse en milagro de la misericordia de Dios.

Este es el secreto que hace comprensible la confesión de Pablo: ¡Por lo tanto con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mi la fuerza de Cristo! Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y en las angustias sufridas por Cristo; pues cuando estoy débil, es cuando soy fuerte (2Cor 12,9). Su debilidad lo ha

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hecho vulnerable al amor de Dios y a su poder. Los días que permaneció en Damasco, sin ver, ni comer, ni beber, el tiempo que perseveró en ese dolor agudo que lo llevó a confesarse el último de los elegidos, como un aborto (1Cor 15,8) revelan cómo y en qué medida experimentó su miseria y pequeñez. No huyó de ella sino que la sufrió en silencio y dejó que se desplegara en ella la fuerza de la misericordia de Dios que no vino a llamar a los justos sino a los pecadores. Pablo no da vuelta a la hoja a continuación, como queriendo olvidar rápidamente ese episodio en su vida, por el contrario, lo recuerda una y otra vez, no para desmoralizarse o por el placer de sufrir, sino porque es allí, en esa circunstancia donde descubre que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.

Quien no ha tenido la oportunidad de llegar hasta el final de esta experiencia -la de la propia debilidad en su vida- construye aún sobre arena, permanece expuesto a las angustias de la subsistencia cotidiana, está todavía demasiado centrado en sí mismo, pendiente de sus logros, ahogado en sus criterios personales, incapacitado de llevar a cabo los encargos divinos porque no confía en su gracia, necesitado –por lo tanto- de conversión. Y dice José Kentenich a este respecto: A la larga, solamente podremos soportar la experiencia de la pequeñez si simultáneamente tenemos la vivencia de la entrega a un Tú grande. Por consiguiente, casi podemos decir: la vivencia de la pequeñez debe ser completada por la vivencia de la grandeza. Esta es precisamente la gran realidad; que yo pierda totalmente mi centro de gravedad. Esto quiere decir, debo trasladar mi centro de gravedad fuera de mí. Cuánto tiempo necesitamos hasta que nos hemos perdido en un tú, hasta que el tú haya llegado a ser el centro de mi ser, de mi vida, de mi actuar; hasta que el tú determine realmente mi sentimiento de vida. Mirad, cuando el tú, cuando Dios es el centro de gravedad, recién entonces comprenderéis lo que quiere decir: la piedad filial (o infancia espiritual) consiste en la pequeñez y la grandeza. En la experiencia del desamparo, pero también en la experiencia de la dependencia y de la adhesión. Esto supone también una cuota grande de humildad, entendida como esa actitud que nos capacita y motiva, basados en un clarísimo y veraz conocimiento de nosotros mismos y de Dios, de estimarnos -separados de Dios- como poca cosa, y de estimarnos en unión con Él, como personas de un gran valor y grandeza. Sí, es necesario llegar a ser milagros de humildad, no sólo en el de complacernos en nuestra propia debilidad, sino también en complacernos en que otros conozcan nuestra debilidad y nos traten de acuerdo a ella. Sólo así es posible llegar a ser además un milagro de confianza, de paciencia y de amor. En la medida en que realmente me experimento en mi debilidad, entonces, todo mi ser me impulsa hacia la profundidad de Dios. Y entonces, sé que la fuerza divina debe desposarse con mi impotencia, con mi debilidad. Me glorío en mi debilidad, porque así se manifiesta en mí la fuerza de Cristo. Todos estos son contrastes que nos hablan de ese orden nuevo que viene a instaurar el Señor, cuando nos exhorta: si no cambian y se hacen como niños (Lc 18,17). Porque sólo en el amor, en la experiencia del perdón, del ser amados y contenidos en nuestra debilidad -como lo experimentan los niños- es posible aceptar y comprender que la debilidad ante Dios es una ventaja, la ventaja del hijo sobre el corazón de su Padre. En la pequeñez radica pues el secreto de nuestra grandeza.

LA CONVERSIÓN (A. Louf)La Biblia habla de dejarse conmover totalmente, revolucionarse, para volverse

hacia algo o hacia alguien. Se trata de un cambio radical por el cual una persona vuelve sobre sus pasos para comprometerse en una nueva dirección. Y la gracia de Dios nos empuja día tras día a esta vuelta total. Dios nos toca de muchas maneras para llevarnos a este estado de conversión. Nosotros sólo podemos prepararnos para que Dios nos toque.

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Tendrán que ocurrir muchas cosas fuera de nuestra buena voluntad o de nuestra generosidad natural. Esta vuelta total no implica tan sólo que seamos heridos interiormente, sino también que se cuarteen nuestros cimientos. Habrá rotura y pedazos. Algo en nosotros tiene que venirse abajo. Como una construcción de hormigón en la que hubiéramos trabajado muchos años con gran cuidado, y que en un momento dado, funciona como una escudo contra nuestro yo más profundo, y contra los demás, corriendo así el peligro de protegernos contra la misma gracia de Dios.

Este hundimiento no es más que un comienzo, aunque lleno ya de esperanza. No hay que tratar de volver a edificar lo que la gracia ha destruido. Hay en ello algo que tenemos que aprender, pues es grande la tentación de construir un andamio ante la fachada que se bambolea y volver al trabajo. Tenemos que aprender a permanecer junto a nuestras ruinas, a sentarnos ante los escombros, sin amargura, sin dirigirnos reproches y sin acusar tampoco a Dios.

Tendremos que apoyarnos sobre estos muros en ruina, llenos de esperanza y de abandono, con la confianza de un niño que sueña con que su padre lo arreglará todo, porque sabe que todo puede reedificarse de otra manera, mucho mejor que antes. Como el hijo pródigo para quien tantas cosas había hecho jirones: dinero, honor, corazón; que había perdido todo lo que podía esperar de las criaturas y, sin embargo, lleno de confianza, toma la resolución de volver a casa de su padre. Por adelantado sentía instintivamente que además del criado que esperaba llegar a ser, podría también seguir siendo hijo. El que ha sido hijo una vez, lo sigue siendo siempre.

Y es que en el mismo momento en que el hijo perdido se reconcilia con sus escombros, está ya en su casa, en casa junto a su padre. Por el contrario, el que lucha contra sus propios escombros, lucha contra su padre y contra su Dios: no es capaz de reconocer el amor. El que se abandona hasta el punto de alegrarse y de permanecer contento con su propia miseria, está ya rendido al amor liberador.

Convertirse es ceder al dominio insistente de Dios, es abandonarse a la primera señal de amor que percibimos como procedente de Él. Abandono en el sentido de capitulación. Si capitulamos ante Dios, nos entregamos a Él. Todas nuestras resistencias se funden ante el fuego consumidor de su Palabra y ante su mirada; no nos queda ya más que la oración del profeta Jeremías: Haznos volver a ti, y volveremos (Lm 5,21).

IX. ORACIÓN COMUNITARIAAnte la figura de Juan el Bautista, damos gracias a Dios por los testigos de su presencia que pasaron por nuestras vidas. Compartimos: ¿Quiénes han sido testigos de Jesús en mi vida? ¿Con qué texto de la Palabra me identifico?

X. PARA ANTES DEL DESCANSO NOCTURNO (Examen de oración)A. En presencia del Señor, me pregunto: (ver p.8) Resumir en una frase significativa mi experiencia de oración de esta media jornada.

B. Rezo la siguiente oración de Charles Peguy: Me han dicho, dice Dios, que hay hombres que trabajan bien y duermen mal, que no duermen nada. ¡Qué falta de confianza en Mí! Eso es casi más grave que si trabajasen mal y durmiesen bien porque la pereza es un pecado más pequeño que la inquietud, que la desesperación y que la falta de confianza en Mí. Y sólo tú noche, hija mía, consigues a veces del hombre rebelde que se entregue un poco a mí, que tienda un poco sus pobres

miembros cansados sobre la cama y que tienda también su corazón dolorido y sobre todo que su cabeza no ande cavilando (que está siempre cavilando) y que sus ideas no anden dando vueltas como granos de calabaza o un sonajero dentro de un pepino vacío. ¡Pobre hijo! No me gusta el hombre que no duerme y

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que arde en su cama de preocupación y de fiebre. No me gusta el que al acostarse hace planes para el día siguiente ¡el tonto! ¿Es que sabe él acaso como se presentará el día siguiente? ¿Sabe siquiera el color del tiempo que va a hacer? Haría mejor en rezar. Porque yo no he negado nunca el pan de cada día al que se abandona en mis manos como el bastón en mano del caminante. Me gusta el que se abandona en mis brazos, como el bebé que se ríe y que no se ocupa de nada y ve el mundo a través de los ojos de su madre y de su nodriza. Pero el que se pone a hacer cavilaciones para el día de mañana, ese trabaja como un mercenario. Yo creo que quizá podrían, sin grandes pérdidas, dejar sus asuntos en mis manos, hombres sabios, porque quizá yo sea tan sabio como ustedes. Yo creo que podrían despreocuparse durante una noche y que al día siguiente ni encontrarían sus asuntos demasiado estropeados, a lo mejor, incluso, no los encontrarían mal, y hasta, quizá, los encontrarían algo mejor. Yo creo que soy capaz de conducirlos un poquito... Por favor, sean como un hombre que no siempre está remando sino que, a veces, se deja llevar por la corriente...

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I. Séptima contemplación: Encontrar a Dios en la Eucaristía y en la IglesiaCabe, Señor, que algunos me digan, un tanto críticos, que es perder el tiempo contemplarte, pues más les parece tramo

ensimismado, alejamiento de los gritosdesgarrados de los hombres; dirán que deje llegar hasta mi

mente las voces exteriores, que es mejor la solidaridad. En tal lucha, además, si no logro ni siquiera

el silencio interno necesario, a mí mismo puede parecerme inútil la estancia orante, egoísmo espiritual, porque es como si justificara la

estancia pasiva con dejarmeconsolar por tus promesas. Sé que estas voces se levantan para impedirme

entrarmás adentro, en la espesura de la relación más íntima, en la nada despojada,

en el vacío, donde Tú únicamente moras. Creo, Señor, que ante tanta confusión, es mejor abandonar toda estrategia, toda convicción de creerse avanzando, y subir más arriba, en el intento de amarte solamente. Acallo el ruido discrepante con las expresiones: «Aquí estoy sólo por ti, por la certeza de tu presencia, aunque esté escondida en el pan partido. Aquí estoy, y no quiero sentir la utilidad del tiempo transcurrido, en apariencia silencioso.

Sólo Tú sabes la verdad de mi atención serena y amorosa. A mí me corresponde quedarme adorándote, o permanecer a tus pies ensimismado, atrapado mentalmente en las tareas evasivas; invadiendo, pretencioso, los espacios del silencio, o receptivo. En este tiempo que transcurre ante ti, y

que es susceptible de otra historia, quiero mantenerme tan consciente como pueda, declinar todo otro oficio y ofrecerte tu mismo aliento que me

sostiene. Aquí y ahora, en la verdad que yo nunca sabré del todo, declino mi juicio y sentimiento. Sólo sé que mantengo la presencia, ni siquiera si gasto o malgasto el don precioso del tiempo entre mis manos. Sólo Tú conoces si

mi ofrenda corresponde a tu deseo, si mi obsequio mereció este trabajo. Convierte Tú, Señor, mi estancia en sacramento, el del humano

reconociendo su pobreza y adorando a su Dios, sin más resguardo ni deseo de mayor provecho.

Jn 6,1-15:-Jesús es quien se preocupa en este relato de darle de comer a la gente, quien toma la iniciativa del don.-Este relato tiene reminiscencias bien claras a la celebración de la Eucaristía de las primeras comunidades, donde se compartía el pan material, se ayudaba a los que menos tenían, esa era la manera de celebrar la misa de las primeras comunidades.-Es como si Juan nos mostrase que la Eucaristía va íntimamente unida con el amor al pobre, con la justicia, con saciar también el hambre material. Nosotros después lo redujimos al gesto de la colecta, que muchas veces –o la mayoría- no es para los pobres, sino para pagar la luz, los sueldos, etc.-Salgamos por un momento del relato y vayamos a la realidad de la comunidad de Corinto: 1 Cor 11,17-22: cada uno se apresura a comer su propia comida para no compartir, y eso Pablo lo llama comer la Cena del Señor, es decir, era parte del rito eucarístico el compartir la comida. Luego nos detalla lo que recibió del Señor y les transmitió a ellos: el relato de la Última Cena, con las palabras y gestos del Señor.Luego dice: 1 Cor 11,27-34:

-comer indignamente.-examinarse a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa, porque si come y bebe sin

discernir el Cuerpo del Señor (¿por qué no dice sangre?), come y bebe su propia condenación. -por eso hay muchos enfermos, débiles y son muchos los que han muerto.

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Pablo no se refiere al estado de gracia que después la teología interpretó como falta de discernimiento para comulgar, o como comer indignamente. Sino a algo muy simple que sigue en seguida: así, hermanos, cuando se reúnan para participar de la Cena, espérense unos a otros. Y si alguien tiene hambre, que coma en su casa, para que sus asambleas no sea motivo de condenación. Y de ahí arranca Pablo a hablar de los dones, de la Iglesia, y les dice: 1 Cor 12,27: Ustedes son el Cuerpo de Cristo. Y usa la maravillosa alegoría del cuerpo humano, donde aparece un especial cuidado por los miembros más débiles. Y luego sigue la hermosa y conocida exhortación al amor, el himno del amor.

-Por tanto, la Eucaristía está íntimamente ligada a la comunión con los hermanos, a la fraternidad, al compartir material con los demás. Todos estos capítulos de Pablo son eucarísticos, y en ningún lugar se habla de divorciados vueltos a casar, de estado de pecado mortal, esas barreras las pusimos nosotros. Lo que sí nos habla es de no comer sin discernir el Cuerpo de Cristo, es decir, sin estar en comunión con los hermanos: rivalidades, peleas, diferencias… ¿Cómo hacer entonces de nuestras Eucaristías un encuentro y mesa fraterna, anticipo del cielo? ¿Cómo podremos recuperar este sentido primero de la comunidad como Cuerpo del Señor, tan cuerpo como el Pan partido? Hemos vuelto la Eucaristía un trámite intimista, un ficharle a Dios para tranquilizar nuestras conciencias.-El nuevo ordo de la misa, en el n° 47 dice: una vez constituida la asamblea (otra traducción: una vez reunido el pueblo), comienza el canto de entrada…La Sacrosantum Concilium (Constitución del Vaticano II sobre la liturgia) dice en el n°7: Cristo está realmente presente en la misma asamblea reunida en su nombre, en la persona del ministro, en su Palabra y sustancial y permanente bajo las especies eucarísticas. -Por tanto, es una presencia real de Cristo en la Asamblea reunida. ¿Se puede comenzar la misa así nomás sin esta asamblea reunida? ¿No habrá que favorecer a través de algunos gestos esta congregación?

-Tal vez, nos olvidamos bien pronto de la primera parte del capítulo donde Jesús se nos presenta como pan de vida (de hecho yo quería pasar rápidamente al discurso salteándome este hermoso relato), recordemos que está precedida por una fiesta del compartir, de estar recostados sobre el pasto, mismo verbo (anapipto) que usa Juan para las cenas de intimidad de Jesús, como en Jn 13,25: el discípulo amado en la cena, recostado en el pecho de Jesús; 21,20: el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que en la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado…-Por tanto, este recostarse tiene resonancias eucarísticas, unidas a la intimidad y a la Cena. La gente se recuesta para compartir una cena de intimidad con el Señor.-Por tanto, es eucarístico el relato de Juan. La multiplicación de los panes es la introducción necesaria para lo que viene después, es el cuarto signo, de la manifestación que vendrá después, pero tenemos que entrar en el signo propiamente, sin pasar tan rápido al contenido que nos revela ese signo. Porque en el signo está la clave que nos quiere dar Jesús. -Volvamos al signo: la preocupación de Jesús, la intervención de Felipe que habla de dinero, Andrés que encuentra un niño con algo para compartir, los discípulos que hacen recostar a la gente, donde hay mucho pasto, el número de la multitud (5 mil), la solemnidad de Jesús para el gesto: tomó los panes, dio gracias y los distribuyó, lo mismo hizo con el pescado, dándoles todo lo que quisieron. Sin mezquinar nada, sobreabundantemente como en Caná. Él mismo es quien los distribuye, como en la Eucaristía, Él es el anfitrión, el dueño de casa que prepara un banquete para su familia. Al comienzo del texto se encuentra la referencia: se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Estamos frente a la cena pascual de Jesús con su gente, donde cada familia se reúne, Jesús convoca a su familia. No es la necesidad la que le obliga al milagro, sino que Jesús se anticipa, desea y sabe lo que va a hacer.Is 25,6-8: En la escena que nos narra el evangelio de Juan, cuando el pueblo comparte el pan de la tierra y los peces del lago, contemplamos un signo que evoca la utopía del reino de Dios, en continuidad con los grandes profetas del AT. En medio de una visión apocalíptica de la historia desgarrada y convulsa, entre imágenes de destrucción y de duelo, Isaías presenta todos los pueblos de la tierra, sin exclusión ninguna de raza, religión o cultura, sentados en torno a la única mesa de Dios, compartiendo los mismos alimentos en un gran banquete festivo. -Dios no aparece en un trono deslumbrante, presidiéndolo todo, sino acercándose a cada persona en el gesto maternal de enjugar con su mano las lágrimas de cada rostro. No hay miedo al futuro, pues la muerte será aniquilada para siempre. Es la fiesta sin fin. El cosmos y la historia ya estarán plenamente

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reconciliados en el encuentro definitivo con Dios (Is 25,6-8). Esta imagen será retomada por Jesús en la Última Cena, donde él mismo lava los pies de sus discípulos y se hace alimento de nuestras vidas. Cada vez que nosotros celebramos la Eucaristía, anunciamos esa reconciliación final de todas las cosas, que ya empezó en Jesús resucitado, de la misma manera que en el pan del altar ya están reconciliados el trabajo, las tierras, las industrias, los impuestos, los transportes y los mercados que fueron necesarios para elaborar ese alimento y que ahora están realmente dentro de él. -Imagen del paraíso, de fiesta, de encuentro, de pan partido y compartido, donde todos se sacian y nadie pasa ninguna necesidad, como los relatos de la primera comunidad de los Hechos 2 y 4: partían el pan en sus casas, se reunían asiduamente para la fracción del pan, nadie pasaba ninguna necesidad, ponían lo suyo en común, vendían sus propiedades, ponían el dinero a disposición de los Apóstoles para que sea repartido.-Los sinópticos dirán que se sentaron en grupos de 50, como signo de las primeras comunidades. Otra referencia clara a la unión intrínseca entre la Eucaristía, el compartir el pan y la Iglesia que es el Cuerpo del Señor.-Dios se preocupa de nuestro propio bienestar: ¿comemos bien? ¿descansamos bien? No es multiplicar sólo la comida, sino la alegría, la esperanza, los tiempos gratuitos y la creación de una comunidad atenta donde unos se preocupan por los otros.

1. El pueblo disperso se congrega en torno a Jesús-Jesús se ha retirado a descansar con los discípulos al otro lado del lago. Necesitaban tomar distancia, conversar juntos y de manera tranquila sobre ese momento dramático, en un espacio sosegado, más íntimo y profundo, sin la urgencia permanente que introducía en sus vidas la presión del pueblo, que no los dejaba solos ni para comer. -Cuando Jesús y sus discípulos se van por el mar, la gente sale caminando ansiosamente por tierra y los alcanzan. Jesús es punto de confluencia de todas aquellas hambres, dispersiones y diferencias. Es el pueblo pobre de las pequeñas aldeas que está sufriendo grandes injusticias y mucha pobreza. Dice el texto paralelo de Marcos (Mc 6,30 ss) que salieron «de todos los pueblos» y se fueron «corriendo», con prisa, con ilusión y esperanza, ansiosos por encontrarse con Jesús.-La escena se realiza en un «lugar despoblado», alejados de la vida cotidiana organizada según el pensamiento de la sinagoga y la lógica dominadora del imperio. De alguna manera, este «fuera», evoca la salida del pueblo judío de Egipto al desierto, donde se encontró con Dios en una experiencia que lo hará pasar, de muchedumbre desmigada de esclavos, a pueblo unido y libre . El pueblo ha puesto una distancia respecto de su mundo rutinario y ahora se encuentra con Jesús, que encarna la novedad de Dios al alcance de la mano. También puede ser el «fuera» de todos los excluidos de los siglos que se han encontrado con Jesús, desde donde ha nacido el don sorprendente de Dios. Salir del centro, o ser sacados del centro, puede ser una ventaja a la hora de percibir lo que Dios realiza en nuestras situaciones concretas.-Al ver a la multitud, dice Marcos, Jesús se conmueve hasta las entrañas, porque andaban «como ovejas sin pastor», con hambre, abrumados por los impuestos, con desconcierto ante el presente y con miedo difuso ante el futuro amenazante e inseguro. Como en otros pasajes del evangelio, Jesús cambia el plan de ese día para acoger el dolor que surge de repente en su camino. Contempla a las personas, y en su manera de acercarse al pueblo ya va encarnado en gestos, palabras y miradas el reino que anuncia. Jesús no sólo trasmite una enseñanza, sino que crea una relación nueva con el pueblo y de unos con otros, según el espíritu del reino.

2. El pueblo comparte la misma palabra de Jesús-Jesús empezó a enseñarles largamente, muchas cosas, de tal manera que las horas fueron pasando sin darse cuenta. Todos estamos hechos para encontrarnos con un Tú inagotable que nos ilumine la existencia y nos transforme enteramente de tal manera que seamos capaces de establecer relaciones nuevas con nuestra propia historia personal, con los demás y con toda la creación. -La palabra de Jesús no es sólo informativa, explicación de una enseñanza, sino también operativa, creadora del futuro al transformar por dentro la persona que la acoge.-Jesús mismo es la «Palabra de Dios» que se explica en palabras, la «Imagen» visible del Dios invisible en medio de tantos espejismos de espadas, oro y filacterias. La enseñanza es, ante todo, un encuentro con

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alguien veraz que se acerca al pueblo y le revela la dignidad infinita que lleva dentro de sí. Es una imagen que no viene envuelta en ropajes exóticos ni en rituales aprendidos, sino que su grandeza se expresa en una cercanía tan sencilla y vulnerable que la infinitud entra sin tropiezos por todos los sentidos en aquellas existencias humanas limitadas.-Los que se han encontrado con Jesús y se han transformado en ese encuentro son capaces de crear una nueva comunidad humana, de establecer con Dios y con los demás unas relaciones que no están medidas por los milímetros de una ley que encierra en el pasado, sino que se abren a todo el horizonte del amor de Dios encarnado en la historia humana universal. El reino de Dios ha llegado para todos. La Palabra que explica toda la realidad está ahí. Un nuevo comienzo se inicia a ras de tierra, con personas pequeñas abiertas como surcos por el arado de los que tienen el poder.

3. El pueblo ofrece y comparte su propio pan-No basta con compartir la palabra: no sólo de palabra vive el hombre, sino de todo pan que sale de la mano humana y de la generosidad de la tierra que podemos trabajar, pero también del sol y de la lluvia que no podemos manipular. Hay que ofrecer también el pan, el fruto de nuestro trabajo, para situarlo en el centro de la comunidad despojado de los mecanismos ordinarios de apropiación y de mercado que nos enfrentan en relaciones fratricidas.-Despídelos y que se vayan para que compren pan y puedan comer, dicen los discípulos. Ésa es la lógica ordinaria: remitir las personas a sus propias posibilidades limitadas, a la escasez y la privación a que la sociedad las ha ido relegando. Los discípulos son sensibles al hambre del pueblo empobrecido, pero lo dejan a merced de sus propios recursos. No conocen otra solución.-Jesús abre otra lógica: la de compartir, frente a la lógica del mercado, de la apropiación y de la costumbre. «¿Cuántos panes tienen?». Doscientos denarios de pan no bastarían. Es cierto. Los discípulos tienen cinco panes y dos peces. Siete es un número de plenitud. Son siete los días de la creación. Pero sólo se hará efectiva la «nueva creación» cuando los panes y los peces entren en otra lógica, la del reino de Dios. Sin ofrecer el propio pan, los propios recursos, la propia persona, no hay posibilidad de construir el reino de Dios. -Jesús toma los panes y los peces, los bendice y se los entrega a los discípulos para que los repartan. En cada migaja de pan, en cada pedazo de pescado, hay una historia de amores y trabajos que van pasando de mano en mano sin codicia devoradora. -Cuando oramos como Jesús nos enseñó, pedimos a Dios «el pan nuestro de cada día», no sólo el «pan mío», pues todos los bienes de este mundo llevan dentro una vocación fraterna y universal.-Lo que, en definitiva, hay que entregar no es sólo lo que tenemos, sino la propia persona, como nos revelará Jesús en la Última Cena, que comparte el pan, que es su propio cuerpo, y el vino, que es su sangre derramada. Jesús no sólo nos transmite palabras, sino que es él mismo quien se entrega, la verdadera e inagotable palabra del amor de Dios. Él es el pan y la palabra al mismo tiempo, en una coherencia plena, en una unidad sin fisura alguna.-En nuestro mundo hay mucha palabra que no es pan, porque no alimenta, y mucho pan que no es palabra, porque no es encuentro.

4. Nace el signo de la comunidad, de un pueblo nuevo-La muchedumbre dispersa, transformada por el encuentro con Jesús, ya es capaz de sentarse en grupos ordenados sobre la hierba verde, iguales, sin rangos de jerarquía alguna, que suelen crear fisuras en la comunión. Los que tenían algo para comer también lo fueron repartiendo entre los demás, como los discípulos habían empezado a hacer con lo que ellos tenían. Producir, multiplicar, se realiza todos los días en los sembrados y en las fábricas. Compartir gratuitamente con los demás, con desconocidos, con gente encontrada de ocasión, y no acaparar lo que sobra, eso sí es un milagro.-Una de las prácticas de Jesús que más escandalizaron fue el que comiera con pecadores públicos y con los publícanos que cobraban los abusivos impuestos de Roma. Era algo inaudito, y ningún profeta había hecho algo semejante, pues compartir la mesa y la comida era un signo de comunión íntima con las personas y con Dios. En esta comida de todo el pueblo sobre el campo verde no se discrimina a nadie, a nadie se le pregunta por su pasado, su profesión o su situación moral. Todos son acogidos como expresión de las entrañas compasivas de Dios, que llama a toda persona a compartir su mesa. Todos se sienten personas dignas y amadas. Algo inaudito está comenzando en ese pueblo con la llegada de Jesús. --En el

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reino de Dios no hay más que una sola mesa, a la que todos somos invitados, sin discriminación de ningún tipo para los últimos de este mundo, a los que ninguna persona «honorable» invita. Ésta es la utopía del Reino: un pueblo reunido armoniosamente por la misma búsqueda hambrienta y por la misma saciedad, donde la palabra y los alimentos de la tierra, producidos con esfuerzo, son compartidos entre todos, sin que nadie negocie ni acapare. -Los productos de la tierra están situados en la lógica del amor, que es lo único todopoderoso en la historia. Todo aparece reconciliado: el cosmos, con la naturaleza verde y en paz; los productos del trabajo humano, de la generosidad del mar y de la tierra; y las personas, en una relación entre ellas mismas y con Dios sin exclusiones, competencias ni privilegios. Esto es posible porque todos se han dejado llenar por eldon del mismo reino que crece ya en el corazón de todos.-Cuando Jesús celebra la última cena, comparte el pan y el vino y canta el himno pascual bajo el peso de la incomprensión, de la traición y del apresamiento presentido. Cuando las fuerzas de la muerte parecen omnipotentes y determinadas a destruir las comunidades cristianas y las verdaderas realizaciones humanas, entonces nos reunimos para celebrar en cada eucaristía el triunfo definitivo del amor sobre las fuerzas de la destrucción que se abaten contra la comunidad. Así seguimos el mandato de Jesús: «Hagan esto en memoria mía».

II. Para tu oración personal…En este rato de oración podemos reflexionar en nuestro modo de celebrar la misa, en nuestra adoración, nuestro culto eucarístico si tiene esta connotación festiva, de compartir, de compromiso real con los marginados, de comunión eclesial. Recordemos también que en Juan no hay relato propiamente de la última cena, sino el gesto del lavatorio de los pies. Eucaristía y comunidad, eucaristía y servicio. ¿La misa y la adoración cotidiana van cambiando nuestras vidas?La hostia consagrada es un milagro de amor, es un prodigio de amor, es una maravilla de amor, es un complemento de amor, y es la prueba más acabada de su amor infinito hacia mí, hacia ustedes,

hacia el hombre” (Cura Brochero)¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero, y que el cielo exulte, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo (Jn 11,27)! ¡Oh admirable celsitud y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan! Miren, hermanos, la humildad de Dios y derramen ante él sus corazones (Sal 61,9); humíllense también ustedes para que sean ensalzados por él (cf. 1 Pe 5,6; Sant 4,10). Por consiguiente, nada de ustedes retengan para ustedes, a fin de que los reciba todo enteros el que se les ofrece todo entero. (Carta a toda la orden, 21-29)No hemos de olvidar que comulgar con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto entregado totalmente por los demás. Jesús insiste en ello. Su cuerpo es un cuerpo entregado y su sangre es una sangre derramada por la salvación de todos. Es una contradicción acercarnos a comulgar con Jesús resistiéndonos egoístamente a vivir para los demás. (José Antonio Pagola).Lecturas bíblicas sugeridas: Discurso del Pan de Vida (Jn 6)

III. LECTURAS COMPLEMENTARIAS: En comunión (Eucaristía, Ángel Moreno de Buenafuente)

La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (1Cor 10,16-

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17). La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos (Hch 4,32)

La plenitud de vida no acontece por movimiento ensimismado y narcisista, sino por todo lo contrario, por la relación fraterna, por todo gesto generoso en favor de los otros, por la comunión. De manera especial, cuando se trata de la pertenencia cristiana. El principio de comunión es un referente insoslayable en el discernimiento de si alcanzamos o no la plenitud de vida; de él depende la garantía de que buscamos la verdad. De lo contrario, es más difícil discernir si el proyecto de vida es un intento personalista, que al final arroja a la soledad de uno mismo.El Cuerpo de Cristo

Desde la referencia a la sagrada liturgia, podemos descubrir y celebrar el título más noble que nos define a los cristianos, el de ser miembros de Cuerpo de Cristo. Solo existe un Cuerpo de Cristo. La Eucaristía es sacramento de comunión; no podemos comulgar con la cabeza y no comulgar con los miembros. No podemos refugiarnos en una presencia olvidando las otras. Jesucristo se hace presente de diversas maneras. Abrirse a una significa estar abiertos a todas. Él mismo ha revelado su presencia en el prójimo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hch 22,8). También ha afirmado: Quien coma de este pan vivirá eternamente (Jn 6,50; 6,58). Y habitará en mí y yo en él (Jn 6,56). Estas presencias no pueden ser excluyentes. Los que comemos del pan santo y bebemos del cáliz de salvación nos convertimos en miembros del cuerpo de Cristo. Por nosotros corre la misma sangre del Señor. Los cristianos nos hacemos concorpóreos y consanguíneos (Juan Damasceno). Cada uno de los que comulgamos somos fruto del amor divino, llevamos en nosotros la carne del Hijo único. Cuando participamos de la cena del Señor y nos hacemos un mismo cuerpo con Jesús, gracias al Espíritu Santo, nos constituimos en ofrenda santa, testigos vivos de la Pascua. En las diferentes plegarias litúrgicas, la Iglesia reza: Fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo, y llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. Congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para tu alabanza.

Al comprendernos en las ofrendas que hay sobre el altar, al participar de la celebración, por la acción del Espíritu Santo, se realiza no solo la oblación de nuestras personas, sino que recibimos la mayor plenitud posible, al quedar incorporados de manera sacramental al mismo y único cuerpo del Señor. En la participación eucarística coincidimos en la acción de gracias con todos los santos, con los seres del cielo y de la tierra y nos encontramos unidos con aquellos que nos han precedido en la fe. Gracias a esta unidad de todo el cuerpo de Cristo, se comprende la necesidad de amarnos unos a otros, si formamos todos el mismo y único cuerpo del Señor.

Desde el pan de Eucaristía somos llamados al encuentro con los otros a la vez que remecidos de la esperanza de sentir la presencia de todos. Porque en este pan está el único cuerpo, el cuerpo del único Hijo, el que formamos todos los cristianos en el Hijo amado. Jesús, que ha pronunciado las bienaventuranzas, ha practicado las obras de misericordia al dar de comer a la multitud hambrienta y al ofrecerse como fuente inagotable para los que tienen sed, nos ha dejado al pie de la cruz su túnica para revestir nuestra desnudez de obras buenas y ha curado nuestras enfermedades, con todo ello nos ha tratado como a su mismo cuerpo.

En Él aprendemos a tratarnos a nosotros mismos. Cristo nos ha conocido y amado en nuestra carne, y nos ha incorporado a mismo cuerpo en una relación íntima y esponsal. San Agustín explica espléndidamente este proceso (cf. Sermón 272). Nos recuerda que el pan no se hace a partir de un solo grano, sino de

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muchos. Para que todos los granos se transformen en pan, primero hay que molerlos. San Pablo llega a comprender el misterio en clave esponsal: Nadie aborreció jamás su propia carne, sino que la alimenta y regala, como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo y de sus huesos (Ef 5,29). Esta concepción de la Iglesia como esposa y de Cristo como esposo (Ef 5,22.33) se remonta al menos al siglo III. San Cipriano había hablado de la Eucaristía como celebración del banquete de bodas.Clave de plenitud humana

Llamamos a la Eucaristía sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo y lo es; en ella se nos presenta una realidad sacrificial a precio de muerte, la entrega total de la persona de Jesucristo. Mas, según la ley evangélica, quien da su vida, la gana. El pan de Eucaristía es sacramento paradójico. Hay ganancia perdiendo; se recibe vida desviviéndose. Cuando el cuerpo no se entrega por generosidad, sino para propia satisfacción, aunque sea en diálogo legítimo de relación matrimonial, no genera alegría ni plenitud. Queda en el corazón un sabor a experiencia insaciable. Cuando, a pesar del sacrificio, se da algo de sí en favor de los demás, crece y rebosa la alegría interior. La Eucaristía no es solamente el alimento de los cristianos, sino que es la manera de ser creyentes en Jesús, yendo por la vida entregándola, como Él, no de forma interesada, como quien la quiere invertir para ganancia propia, sino con actitud amorosa, gratuitamente, sin negociar con la propia entrega, pasando haciendo el bien, sin reclamar honores. Es la enseñanza del Maestro: les he dado ejemplo para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes (Jn 13,15). Los cristianos debemos comer la Eucaristía para ser Eucaristía. Sois aquello mismo que recibís, el Cuerpo de Cristo (San Agustín, Sermón 272). En este caso, conocemos lo que significa nuestra identidad esencial, gastar todo nuestro ser por los demás. Es la proexistencia, vivir en favor de los otros. Así nos lo ha enseñado Jesús en su discurso existencial, mostrado de manera emblemática en su rostro mofado y herido. Quien haya probado alguna vez este pan y este cáliz y creído en su significado, en la entrega de Dios al hombre, se sentirá movido, por haber participado en el altar, a entregarse a sí mismo. Empezará a comprender el discurso del pan de vida y la razón del escándalo que sufrieron algunos discípulos (Jn 6,60). El seguidor de Jesús se juega la vida y su sentido en la Eucaristía. Den gratis lo que han recibido gratis. (Mt 10,8). No es un movimiento impetuoso. Dios hace las cosas respetando a la persona. Mas quien comulga con sinceridad, lentamente cambia de vida hasta tomar las actitudes de aquel con quien forma una sola carne. Es relativamente fácil y cómodo disertar sobre la Eucaristía y hacer un hermoso discurso. Es más costoso creerlo y aun más vivirlo, pero la gracia no falta cuando se recibe la llamada y el don. Por estas afirmaciones puede parecer que no conocemos la contingencia y que las imágenes de entregar la vida corresponden a un lenguaje poético, a un proyecto inalcanzable. También se puede sentir la tentación del radicalismo dolorista o del escepticismo de quien se hunde en su impotencia: o todo o nada. La realidad, más bien, es un proceso de asimilación. Si recibimos conscientemente el Cuerpo y la Sangre del Señor, valoramos su significado y lo asumimos con coherencia, poco a poco nos iremos configurando con quien se nos da en la Eucaristía y nos invita a actuar de la misma manera que Él, como confesión de que le pertenecemos. El pan que yo le voy a dar es mi carne para la vida del mundo (Jn 6,51). Jesús nos habla de su carne: El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en Él (Jn 6,56). Éste es el secreto de la donación. Quien se entrega, desde la fuerza recibida en la Eucaristía, no pierde lo que da. El que come mi carne vivirá por mí. Nadie da lo que no tiene. La Eucaristía comunica a los fieles la vida que el Hijo recibe del Padre, para poderla entregar. Te puedes dar en la medida en que recibes. Aunque también en la medida en que te das, recibes. En la medida en que te entregas, te

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colmas del don de Dios. Es una circularidad amorosa y trinitaria: Dios, tú, el prójimo, clave para alcanzar la realización personal y la plenitud posible. El que se alimenta del misterio pascual anuncia la muerte del Señor hasta que vuelva, adelanta los valores del Reino de los cielos y es profecía de eternidad, porque con su misma donación, que es caridad, testimonia la virtud que no pasará, el amor. La Eucaristía es el sacramento del amor. Debemos alimentarnos del Cuerpo del Señor, dejarnos interpelar por su entrega y asimilar de manera armónica la esencia de la Eucaristía. La transformación que se realiza no depende del sentimiento –ya hemos sido expropiados– acontece por la acción del Espíritu Santo.La comunión eclesial

Por voluntad de Jesús, la Eucaristía nació de sus manos y de su palabra, por la fuerza de su Espíritu, la noche que cenó con sus discípulos por última vez. Fue cuando, reunido con ellos, celebró el rito pascual antes de padecer. Desde entonces la cena del Señor no se puede separar de la Iglesia; ni el banquete, del sacrificio; la presencia real eucarística, del altar; el discípulo, de la comunidad; el misterio de comunión, de la pluralidad. Sacrificio y banquete, acción de gracias y presencia real, expiación y alabanza se implican mutuamente. La Eucaristía no es solo comer del pan santo. Antes o al mismo tiempo exige la aceptación de formar parte de la comunidad eclesial. Un solo pan, un solo Dios, un solo Señor, un solo pueblo somos la multitud, mas cada uno es único. Como granos de trigo que forman un mismo pan, como piedras vivas de un mismo edificio, como miembros de un mismo cuerpo, así nos conforma la Eucaristía. Es necesario celebrar con los cinco sentidos, poner todas nuestras capacidades en el ejercicio del ministerio y en la participación sagrada, pero a su vez, desde la verdad sacramental que acontece, debe desaparecer todo personalismo protagonista, tanto del presbítero, como de los fieles. Cristo y su Iglesia son en verdad los que actúan. Desde esta verdad, asumida y creída, se evita la valoración litúrgica guiándose exclusivamente por lo externo más que por lo que acontece a través de las mediaciones sacramentales, y a la vez se nos libera de la tentación manipuladora de lo sagrado.

Celebrar la fe es hacerlo como pueblo de Dios en comunión, y la mejor manera es celebrando la Eucaristía. Ella es matriz de la Iglesia y la Iglesia, matriz de la Eucaristía. La Iglesia hace a la Eucaristía y la Eucaristía a la Iglesia (H. de Lubac). No es posible la Iglesia sin Eucaristía. Un termómetro para descubrir si nuestra fe en Jesucristo está viva, fresca, renovada, es si permanece la necesidad de participar en el pan del Señor partido. La Eucaristía, signo de pertenencia

Asistir a una comida, aunque sea de trabajo, conlleva unas relaciones que pueden convertirse en motivo de amistad. Dicen que a las personas se les conoce en la mesa. Comer y beber con el Señor manifiesta que se es del grupo del Galileo, y negarlo, si se forma parte de él, es la mayor traición. El discípulo amado se recostó sobre su Maestro mientras cenaban y recibió su confidencia en la noche terrible, cuando, en la última Cena, el Señor dio un trozo de pan mojado en salsa a Judas. Por este gesto se puede entender que le seguía declarando amigo y que lo seguía admitiendo entre los suyos. En el pasaje de la última Cena se narra el gesto más entrañable, el del discípulo amado recostado sobre el pecho de Jesús. Este discípulo no tiene nombre. Cada uno podemos sentirnos invitados en la Eucaristía a recostar nuestra cabeza sobre el Maestro. De esta actitud nacerá la intimidad mayor, el conocimiento amoroso por la experiencia de la mayor misericordia y la valentía de seguirle hasta el pie de la cruz. La participación en la Cena santa no solo nos hace testigos de la entrega amorosa del que donó su vida por nosotros, sino que nos concede la valentía de los mártires, el ardor de los confesores, el amor de los vírgenes, la fidelidad de los esposos, un lugar en su Reino, la intimidad de los amigos. Los que comemos el Cuerpo de Cristo estamos llamados a ser

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testigos de su vida y resurrección, como los discípulos más íntimos. No hay mayor contradicción que la de comer con el Señor y no pertenecerle, o la de sentarse a la mesa con Él y disimular que se es de sus discípulos. Sentarse a la mesa de la Eucaristía es ocasión de conocer más a Jesús y de conocernos mejor entre los fieles y a nosotros mismos. Demasiadas veces se puede convertir la Eucaristía en acto social. Comulgar implica pertenencia y seguimiento. Lo contrario sería gula espiritual o pietismo religioso, por no entrar en apreciaciones más graves, pues traspasaríamos el mandamiento de no juzgar. La comunión debe mover a una coherencia de vida cristiana. Comer de la cena del Señor implica conocerle y amarle por encima de la dificultad que supone nuestra debilidad.La Eucaristía, espacio de comunión

La Iglesia nunca disuade a los pecadores de comulgar, a no ser que permanezcan en situaciones irregulares públicamente, sino que los anima al gesto humilde de la reconciliación y a la comunión frecuente, práctica que ayuda a combatir la debilidad por la misma exigencia que implica comer del Cuerpo de Cristo. Si conociéramos el don de Dios, seríamos nosotros mismos quienes le pediríamos constantemente el pan de la vida (cf. Jn 4) y Él nos entregaría el título que salta hasta el Reino de Dios, la filiación divina. No debemos huir del Señor por causa de nuestros pecados. Lo recto es pedir perdón y acercarnos a Él. Los que comen y beben de la Eucaristía quedan libres de toda esclavitud. Son los hijos y herederos del Reino de los Cielos. No es posible mayor comunión. No solo llevamos en nosotros la presencia de Jesús, sino que entramos a formar parte de una comunión más amplia, que nos implica en la realidad total de la presencia cristológica. La Eucaristía es comunión. En ella nos debemos sentir invitados, y cuando en nuestra convivencia sintamos la limitación de nuestra debilidad, el recuerdo de que formamos el mismo cuerpo de Cristo detenga toda opción violenta, excluyente, crítica, y nos mueva siempre a hacer visible el don de transparentar la verdad de lo que somos, el cuerpo de Cristo, la Iglesia, la profecía del Reino de Dios, la levadura del pueblo sacerdotal en medio de la sociedad. Que nos duelan los hermanos como nos duele un miembro propio, y que amemos a todos como a nosotros mismos, como Jesús nos ama en este sacramento.

IV. ORACIÓN COMUNITARIAEl amor se goza en el amado.El amor busca la unión con la persona amada.El amor busca la visión del rostro amado.El amor piensa en el amado.

El amor se deleita en la voz del amado.El amor va tras las huellas del amado.El amor rastrea los vestigios del amado.El amor guarda la memoria del amado.El amor se aquieta en la presencia del amado.El amor busca la intimidad.El amor es discreto.El amor hace y deja libres.El amor siempre aguarda.El amor siempre perdona.El amor plenifica.El amor se deja amar.

El amor se sabe amado.El amor siempre es nuevo.El amor sólo sabe amar.El amor ama siempre.El amor es creativo.El amor ama en silencio.El amor ama en la espera.El amor es oblativo.El amor imagina lo que le gusta al otro.El amor se acredita en la paciencia.El amor se crece en la prueba.El amor se acrisola en el sufrimiento.El amor se afianza en la dificultad.El amor se purifica en la ausencia.El amor desborda.El amor busca el bien del otro.El amor es fecundo.El amor es abierto.El amor envía.El amor es de Dios.El amor se ha manifestado en Cristo.

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El amor de Cristo ha sido entregado en el Espíritu.

Dios es amor

V. PARA ANTES DE LA SIESTA (Examen de oración)A. En presencia del Señor, me pregunto: (ver p.8) Resumir en una frase significativa mi experiencia de oración de esta media jornada.

B. Rezo la siguiente oración de Miguel de Unamuno: Jesús entró en nuestro mundo por la puerta pequeña, pequeño Él, hecho Niño Él. Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar; la hiciste para los niños. Yo he crecido, a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad, vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar.

VI. Octava contemplación: Encontrar a Dios en la intimidad y en lo sencillo

Tú quieres, Señor, encontrarte con los hombres. Tu delicia es la relación de amistad en el corazón de cada ser humano. Tú llamas secretamente a permanecer en tu presencia para que el discípulo aprenda, a veces sin palabras, tu misma forma de vida. Tú prestas la confianza que se instala en la conciencia

de que nunca abandonas a los que se fían de ti, y dejas experimentar destellos de paz en quienes se abandonan

amorosamente a tu providencia. Tú concedes vivir sin estrategias, abiertos al curso de los acontecimientos en los que se desvela un plan superior a lo que nuestra mente puede imaginar. Tú aguardas, paciente, los procesos de

cada persona para hablar al corazón con las palabras que pueda comprender, y hasta llegas a hacerte silencio cuando por ansiedad busca

fuera de ti, hasta que, menesterosa, acude a tu mirada y misericordia. Tú no te mudas, pero eres sensible a todo gesto desinteresado y creyente. Señor, yo no sé si ahora mismo me mueve la total simplicidad del corazón o ando rebuscando conceptos definidores de la relación contigo, cuando lo mejor

sería quedar abismado ante tu presencia. Quizá tienes piedad al permanecer velado, porque así permites que me acerque con mi pobreza, pues si te

mostraras en tu identidad divina, debería descalzarme, arrojarme al suelo, esquivar tu rostro. Tú me conoces y sabes lo que me hace falta, y si en tu bondad me dejas sentir tu presencia, ¡bendito seas! Y si en tu pedagogía

prefieres que siga buscándote, ¡bendito seas! Lo que sí te pido es que nada ni nadie se filtre en mi corazón anteponiéndose a ti. Tú eres el absoluto, la relación plenificadora, la presencia que me habita y abraza. ¡Cómo fascina

conocer los procesos de amor que has concedido a los santos! ¡Cómo enamoras, tan callando! Aunque constantemente te responda con

torpeza humana, Señor, no cedas en tu opción de amor por mí.

Como decíamos al comienzo del retiro, el Evangelio de Juan es el Evangelio de los encuentros. En medio de las grandes multitudes, Jesús se encuentra cara a cara con distintas personas, con las que desarrolla un diálogo y una intimidad especial. -Los primeros discípulos hicieron experiencia de estar y permanecer con Jesús. Desde la primera pregunta: ¿Dónde vives? (literalmente dónde permaneces), hasta el comentario: fueron y permanecieron con Él todo ese día, nos dan la clave del discipulado. El discípulo es el que permanece. Si permanecemos en el vínculo con Él, vamos profundizando en su conocimiento, en su amor. De hecho, será una de las

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últimas frases de Jesús: Jn 21,20-24: Juan hasta el último momento es el que permanece, el que queda, el que está. Todo el Evangelio de Juan viene salpicado por este hermoso verbo que encontraremos más explicitado en el Capítulo 15: permanecer: hacer morada, estar, encontrar nuestro lugar, nuestro verdadero hogar, por tanto nuestra más profunda identidad…-Jn 15,1-11: para tener vida hemos de permanecer unidos a Jesús. Esto implica ser parte de Él, entrar en un nuevo modo de relación: Él en nosotros y nosotros en Él: Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes (Jn 14,20). Al permanecer con Jesús, nos insertamos en su relación con el Padre: Padre, todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío (Jn 17,10). La mutua permanencia incluye una mutua pertenencia. La imagen de la vid y los sarmientos es una imagen de vida y de comunicación de vida. Permanecer unido a Jesús nos da más vida: yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia (Jn 10,10).-Jn 15,12-17: aquí podemos tocar lo esencial del discipulado, qué significa permanecer con Él.

Jn 12,1-11-Se va acercando la Pascua, Jesús necesita humanamente ir al lugar de la amistad, de la intimidad, necesita de sus amigos, para poder pasar de la muerte a la vida, para poder beber el Cáliz que el Padre le propone y que Él acepta con docilidad y amor. Le preparan una cena. La comida es signo de intimidad y pertenencia, Jesús dedica tiempo a sus amigos, permanece, está, comparte. Jesús está invitado, luego será el anfitrión, ahora es huésped, por eso, se deja servir, agasajar. Él mismo, lo hará después en el Cenáculo, servirá, ungirá a sus discípulos, como María, con el gesto del servicio. -El gesto de gratuidad de la mujer es enorme, unge a un roto, a un fracasado, a alguien que humanamente no puede devolverle nada por este gesto gratuito. Intercambio o gracia. Esa es la cuestión. -La oración y el tiempo que destinamos para permanecer con Jesús forma parte de estos gestos gratuitos, desinteresados y aparentemente inútiles.-Nuestra vida consagrada tiene que ser signo de esta gratuidad. Cuando alguien, alguna vez, aunque sea una vez en la vida, sintió que hicieron algo totalmente gratuito y desinteresado por él, sin esperar nada a cambio, es fuente de una gran sanación: Soy valioso. Y descubrirme a mí como capaz de amar de ese modo. Despertar preguntas en nuestro alrededor: ¿por qué lo haces? Obviamente que siempre genera distintas reacciones: se podría haber usado ese dinero para los pobres, es como una manera de decir: podría haber tenido familia, ¿qué necesidad había de entrar al Seminario? Justamente, ninguna necesidad, sino por puro amor, hago esto porque te quiero. -Pero hay algo que precede siempre todo gesto de gratuidad: el haberlo experimentado antes nosotros. Seguramente Jesús con sus palabras, gestos, actitudes, había ungido a esta mujer previamente, tal es así que despierta en ella, esa necesidad de romper lo que es caro, valioso, para derramarlo por Él, gesto gratuito en el que no había necesidad, y eso lo hace, aún, más valioso.-No estamos llamados a hacer cosas heroicas, prometeicas, donde el centro somos nosotros. Estamos llamados a gestos sencillos, con los que se va tejiendo la trama de la vida real, y no la de nuestros sueños. Los grandes santos que hicieron grandes obras, fueron preparando esto a través de los gestos sencillos. Estamos llamados a hacer lo que podemos y hacerlo con amor. Ahí se juega el valor de cada obra, no en la cosa en sí, sino en el amor que le ponemos. Jesús no nos pide grandes cosas, simplemente, lo dirá en la Última Cena: lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros (Jn 15,17). Tal vez, nosotros nos mandamos o nos imponemos hacer otras cosas, Jesús simplemente desea que amemos. Fíjense el obsai de Pedro: Yo daré mi vida por ti… Y luego no es capaz de reconocerlo. Sin embargo, su frase verdadera, real, brotada desde lo más profundo, habiendo pasado por la purificación de su propio pecado y habiendo descubierto su debilidad e impotencia: Señor, tú lo sabes todo, sabes que te quiero.-Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura (v.7). Jesús invita a la libertad del gesto, dejarla que demuestre su amor, dejarla que entregue su reserva. Algo de mucho precio, de mucho valor, una reserva: todo para Jesús. Nos podemos preguntar: ¿nosotros le damos todo a Jesús o guardamos alguna reserva para nosotros, como si por las dudas la cosa no ande? En el seguimiento, hay que quemar las naves: este dicho viene de los misioneros que llegaban a América, como San Francisco Solano y tantos otros más, y al tocar la costa, quemaban sus barcos, para no volver más atrás, para no volver a poner la mano en el arado, para darlo todo. ¿Tengo reservas para Jesús? Hay un lugar del corazón que es sólo de Él, que está reservado para Él, en donde Él permanece, como un sagrario, que también le llamamos: reserva. Eso es suyo, no es de otros. Qué triste cuando ventilamos todo, cuando no tenemos

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intimidad, cuando no tenemos pudor de nuestras cosas. El pudor espiritual es justamente, reservar y cuidar lo más valioso que tenemos, solo para Jesús. Hoy en día, muchos dicen todo, cuentan todo y no guardan nada. Eso no es signo de transparencia o autenticidad, sino de vacío… Si no guardo, ni reservo, será que no tengo nada más para dar, ni para mostrar…-La oración tiene mucho que ver con el celibato. Guardo mi intimidad para mi Amado, no para otros. El pudor protege algo muy valioso de nuestras almas, pero también de nuestro cuerpo. Lo reservo, lo cuido, lo guardo para mi amado, no lo quiero exponer a otros, sino que lo guardo para Él. -Nos podemos ir a Lucas 14,13: invita a amar a los que no pueden retribuirte. Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos. Estos son los gestos gratuitos necesarios. -Qué vergüenza ajena nos da el comentario rastrero de Judas, hablando de dinero, cuando la cosa pasaba por la gratuidad. Qué palabras más desubicadas las de los apóstoles en la escena de la multiplicación de los panes, que hablan de cantidad de dinero, denarios necesarios para dar de comer, cuando Jesús propone la gratuidad del compartir.

-Podemos irnos a la escena de Marta y María en Lucas, similar las actitudes que encontramos en Juan: Marta sirve en Juan y María unge. Leamos el texto: Lc 10,38-42-El pecado de Marta, en su diaconía, es haber perdido el centro de por qué hacía lo que hacía. Parece que Lucas se refiere a algún servicio en la Iglesia. Las palabras de Marta son una queja a Jesús que brotan de su haberse centrado en las cosas y haber perdido su mirada en las personas.-La actitud de María implica acogerlo a Jesús que viene a visitarme. Nuestra excusa muchas veces es el activismo (solapado y maquillado) para no estar a la escucha. Ya que estar a la escucha, es ponernos a los pies del otro. Marta está de pie, dando órdenes, está en la actividad, María es pura receptividad frente al que llega. Esta misma actitud, es lo que nos permite después servir bien, desinteresadamente al que viene, como el buen samaritano.

-Hay un tema central que es el tema del tiempo. Para la intimidad necesitamos dedicar tiempo, como María y los apóstoles, en la espera del Espíritu Santo, que, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración (Hch 1,14). Vamos a detenernos en el tema del tiempo y lo haremos siguiendo la profunda experiencia del P.Cencini, en lo que respecta a la formación de los presbíteros:

El significado central del dinamismo de formación consiste en proponer a Cristo como forma de vida del presbítero, forma que se vuelve norma de su ser y de su actuar, del amar y del ser amado, o sea punto de referencia de la vida entera, a todo nivel, y punto desde el cual parten todos los dinamismos vitales, objeto del amor y fuente inspiradora del amar, centro que atrae todo hacia si mismo y energía que se difunde hacia todo y recoge todo en sí. Quisiera intentar que este concepto sea absolutamente central en un proyecto de vida virginal, con una idea que es otro tanto fundamental y que respecta al tiempo, al uso del tiempo, y a la apropiación del tiempo. Podemos decir entonces que aprender a usar el tiempo en modo inteligente quiere decir, para el presbítero, aprender a amar a Cristo sobre todas las criaturas, al punto de decir que no al amor, aunque tanto deseado, de una mujer, para amar con el corazón de Cristo a cada criatura.

La formación es permanente sólo cuando la persona ha dado una perspectiva definitiva y completa a su vida, y a partir de ese momento, no cuando ha acabado, ni porque ha acabado la fase llamada inicial. Cuando uno toma en su corazón la decisión de seguir a Jesús, ya entonces y solo entonces se inicia la formación permanente. Esta consiste en la continuidad temporal del proceso de maduración, pero esto no siempre es fácil. Vivimos acelerados, no tenemos tiempo y, lo que es curioso, donde más nos falta es a la hora de formarnos y de ponernos en contacto con Dios. Aquí se verá el tiempo como un desafío, momento cargado de sentido, pero que se nos puede escapar. Hay que superar la tiranía del tiempo, o de la cultura del “no tener tiempo”, sobre todo para uno mismo y para la escucha de Dios y de los otros. Sin embargo, todo tiempo de la vida es rico en gracia y nos ofrece la posibilidad de la formación permanente. El tiempo está preñado del misterio de Cristo. Tiempo concentrado = energía afectiva concentrada (enamoramiento de Cristo)

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De por sí, el tiempo se concentra cuando está todo dirigido hacia una sola dirección o gastado enteramente en tensión hacia un centro hacia su centro. Para el creyente, el tiempo concentrado es el tiempo humano que celebra el Evento divino de la muerte–resurrección de Cristo, hecho objetivo y ocurrido una vez para siempre, ya fuera del tiempo y sin embargo en el centro de la historia, aún más, “centro de todos los corazones”. Es tiempo concentrado porque y cuando todo está condensado en aquel evento y en su “celebración”, atraído y poseído en cada fracción por este mismo, casi recogido y completamente absorto en su contemplación. Pero es sobre todo tiempo concentrado porque y cuando quien celebra o hace memoria de ese evento está enteramente tomado, sin ninguna distracción o baja de atención o de tensión, por el evento mismo y por su misterio, por su fascinación de verdad y belleza, de su carácter de contemporaneidad, que lo vuelve extraordinariamente actual y presente en su vida. Por esto, la calidad de este tiempo es muy alta, en sí misma y en la economía de vida del presbítero: es tiempo esencial, ya que de alguna manera revela la esencia de la vida y de la vida creyente, de la existencia ministerial; es tiempo afectivo, porque indica la concentración de las energías personales en Cristo.

El tiempo concentrado es el tiempo de quien ha encontrado el propio centro y el corazón propio en tal evento, y siempre está dispuesto a dejarse atraer por éste, a descubrir la identidad y la vocación personal, celebrando contemporáneamente el proyecto divino y su cumplimiento en la historia, o recibiendo el don del Padre y respetándolo en su centralidad. Es como una doble concentración, o un doble dinamismo de tensión hacia el centro: a nivel humano – psicológico y a nivel de fe y revelación, de parte de Dios y del hombre.

Por este motivo es tiempo intensamente vivido, de una muy alta densidad de participación personal. El tiempo concentrado es tiempo fuerte y “compacto”, porque en éste actúa la atracción, casi gravitacional, de la que habla Jesús: Cuando sea elevado de la tierra atraeré a todos hacia mí, (Jn. 12, 32). El tiempo concentrado es la condición fundamental de la formación permanente, solo si existe este tipo de tiempo durante la jornada se inicia el proceso formativo, porque constituye el principal punto de referencia, o el punto de largada y después de llegada, es lo que debe crecer y juntamente lo que sostiene el crecimiento. Sin tiempo concentrado el individuo no sabe quién es ni quién está llamado a ser y a amar, y su tiempo se torna banal y disperso, inconsistente e inconcluso, tiempo vacío y suspendido en el vacío.

De este tiempo concentrado toma relevancia y sentido todo el tiempo del hombre ya que imprime un ritmo consecuente al resto de la existencia humana y, en particular a la vida afectiva del célibe, un gran amor puesto en el centro de la vida, se vuelve el motivo inspirador, central y dominante de todos los otros afectos, hace amar más y sobre todo en la misma línea, para que todo otro afecto no se distraiga de aquel amor central y originario, sino que esté en plena sintonía con él.

Me parece un punto muy importante de nuestro discurso. No para decir que el cura debe rezar más, sino para especificar que en su vida está y debe estar este tiempo concentrado, como calidad y sobre todo calidad de tiempo de la que deriva una correspondiente calidad de oración y de la que deriva, sobretodo, una concentración correspondiente de energía afectiva. Tiempo concentrado en la celebración (en sentido amplio) de la pascua de Jesús y/o en la contemplación de su misterio. O tiempo de efectiva celebración de aquello de lo cual se hace memoria (el memorial eucarístico), pero a la vez, espacio de meditación e intimidad con el Señor de la vida y de la muerte para dialogar con Él, “mi” Señor, para tener su misma mentalidad y vibrar con sus mismos sentimientos, para cruzarse con aquella mirada amante que se fija en el amado, para trasmitirle todo mi afecto; tiempo de oración y adoración, tiempo recibido “inútil” y entregado al misterio, como el aceite derrochado y volcado sobre los pies de Jesús, o capturado por la misteriosa fascinación de aquél que, elevado de la tierra, no solo atrae todo hacia sí, sino que está en grado de reunir y recomponer todo fragmento de vida y de humanidad, dando vida a huesos resecos y dispersos (cf. Ez 37,1-15), como a menudo es la afectividad y sexualidad del presbítero; reconducir cada componente de la personalidad al centro, desde los impulsos carnales hasta las aspiraciones espirituales; tiempo prolongado de oración verdadera, de desierto y soledad, pero también solo un fragmento de tiempo orante a través de la jornada en el que

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el contacto con el divino es intenso e inmediato, como un pensamiento fugaz pero rico, casi un concentrado, de intimidad y espesor comunicativo, o un espacio de desierto en la ciudad

El Tiempo concentrado es entonces tiempo que expresa cada vez más el amor del discípulo por el Maestro y lo intensifica, tiempo que habla de todo el deseo de intimidad con él, de una sintonía cada vez más profunda con sus deseos, en el estupor ininterrumpido de frente al Dios tiernamente amante; es el tiempo del diálogo intenso con El, en el cual resuena la pregunta fundamental en la vida del presbítero: ¿me amas tú más que estos?, y tiempo también de las respuestas: Señor, tu sabes que te amo. Es también tiempo en el cual las palabras no bastan más para decir el afecto que crece, la amistad que se pone cada vez más en el centro de la vida, el amor sin límites ni restricciones, cada vez más parecido a un enamoramiento, y aquella insaciable exigencia de algo más, de algo más que sólo los enamorados advierten y que el discípulo del Señor debe probar si no quiere reducirse a ser funcionario o alguien que sólo hace cosas. Tiempo también de descanso de todas las otras actividades, porque Aquél que está en el centro de la vida merece ser intensamente buscado y celebrado, dejando todo el resto para estar con El; tiempo concentrado es tiempo vacans (libre y gratuito) para Dios, gastado sólo por Él. Por tanto, para que nuestra vida no sea la sumatoria de fragmentos dispersos, ni una acumulación de actividades pastorales o de experiencias diversas, el camino que conduce a la unidad de vida pasa necesariamente a través de la decisión de reservar tiempo a la única cosa necesaria, sustrayéndolo de cualquier otra actividad, para concentrarlo en la contemplación y celebración exclusiva del misterio.

Si, por lo tanto, el tiempo concentrado es celebración del evento central en la vida de la persona, entonces tal tiempo, debe naturalmente ocupar cada vez más una posición central en la vida del creyente y en la distribución de su jornada, porque éste es el tiempo que da el tiempo a toda la vida, es el sustrato necesario que distingue la tonalidad general, y el ritmo del cual parten y al cual tornan todos los otros ritmos de la existencia, también y sobre todo el afectivo.

Es triste decirlo, pero podrían transcurrir jornadas enteras, en la vida de un cura, sin que haya un minuto o una fracción de tiempo concentrado, a pesar de la observancia y puntualidad con que lleva a cabo sus deberes de piedad, hasta el punto de merecer la amarga desaprobación de Jesús: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí (Is. 29,13). Más bien diría: existen las oraciones, pero no está LA oración, porque es un orar superficial y apático. La editorial de una revista para sacerdotes, recientemente se preguntaba con tono alarmado: ¿Por qué los hombres de Dios pasan tan poco tiempo con Él? ¿Por qué gente que dice tantas oraciones, pocas veces es gente de oración? Y concluía: Dios quiera que, antes o después, lleguemos a aquella sabiduría que nos hará ver como único radical tiempo “útil” de nuestra vida a aquel dedicado a aprender a amar. O sea a aprender a orar. A orar, podríamos especificar nosotros, en el espíritu y en el estilo del tiempo concentrado, donde la oración habla del amor y hace aprender el amor, el único tiempo radical útil de nuestra vida. ¡Una existencia que se encuentra privada de tiempo concentrado es una vida sin sentido en una persona sin centro y sin amor. Tiempo distendido = energía afectiva difundida (amor por las criaturas)

El tiempo distendido es tiempo que parte desde el centro, asume la memoria y revive el sentido, extendiéndolo al resto de la jornada e irradiándolo en cada instante de ésta. En el plano del dinamismo afectivo, es energía concentrada que, partiendo desde el centro Cristo, se difunde sobre las criaturas, con el mismo estilo, libertad y potencia de amor del Cristo amante sobre la Cruz.

Es tiempo “distendido” porque se extiende a lo largo de las distintas ocupaciones cotidianas, narrando en ellas el evento central, aquel evento que ha dado y da la identidad al yo mismo y a la salvación de la historia entera. Por lo que se dice también tiempo narrativo. El tiempo distendido tiene sentido, por lo tanto, en la medida en que nace del tiempo concentrado en el evento, que de él emana y en él confluye, es o se transforma en una expresión o una expansión, manifiesta la íntima potencialidad, cuenta los prodigios y canta la riqueza, vuelve accesible la verdad objetiva y en una existencia terrena subjetiva.

El tiempo distendido es también tiempo distensivo, porque el individuo, viviendo los tiempos, los compromisos y los encuentros cotidianos coherentemente con aquel centro que los genera y regenera continuamente, se distiende él mismo, en el sentido más pleno

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del término, porque encuentra paz, armonía y unidad de vida. Creo, de hecho, que esta es la verdadera distensión del presbítero, luchando con los quehaceres cotidianos, pero firmemente anclado en su centro. Su alegría y su conciencia, agradecida y humilde, de haber vivido y de vivir con coherencia el don y el amor recibido, de haberlo difundido y de seguir sembrándolo alrededor de él, de haberlo transmitido a los otros; y quizás todavía más con la sorpresa de haberlo encontrado al final en los eventos humanos vividos o cercanos de cada día, en rostros, palabras, personas, dramas, esperas. Aquel evento, contemplado – celebrado en el misterio y ahora reencontrado – narrado en lo cotidiano es lo que lo plasma y lo forma lentamente: lo forma mientras él lo celebra en el tiempo concentrado y mientras lo anuncia en el tiempo distendido.

La persona se mueve y vive muchas relaciones, pero permaneciendo siempre fija en su centro: todo en ella permanece íntimamente conectado con el centro. Es el sentido de la recomendación paulina: todo lo que hagan con palabras y obras, todo se cumpla en nombre del Señor Jesús (Col 3,17). Por esto el tiempo distendido no es menos noble ni menos importante que el tiempo concentrado: tienen necesidad el uno del otro; el amor humano no es menos que el amor divino, más aún, el segundo mandamiento es similar al primero. En cambio, si se ignora este vínculo entre centro y periferia, entre tiempo concentrado y tiempo distendido; el tiempo concentrado se vuelve vacío e infecundo, como si fuera menos creíble aun siendo correcto externamente, y el tiempo distendido se vuelve caótico y anónimo, mientras se abre el camino a todas aquellas formas de desorientación y esquizofrenia entre relación con Dios y con los hermanos, con las consecuencias de un celibato cada vez más privado de pasión, cada vez más pesado e incapaz de confesar el amor del Eterno.Tiempo cumplido = un único amor (la virginidad como sexualidad pascual)

El tiempo se cumple (se realiza) cuando logra armonizar tiempo concentrado y tiempo distendido, en la vida de un creyente cada vez mas volcado hacia el reino y cada vez mas conforme a los sentimientos del Hijo, a sus gustos y deseos. En el plano afectivo el tiempo cumplido hace referencia a la capacidad de síntesis entre dos amores, y de una síntesis que nace cada vez más en torno a la cruz, el corazón del universo, el punto central que “recapitula” todas las cosas.

Se trata, en líneas generales, de pasar de la sucesión articulada entre los dos tiempos y los dos amores, a su progresiva compenetración, sin que ninguno de los dos pierda su especificidad, y para que juntos se enriquezcan mutuamente transformando cada instante de formación general y de crecimiento en el amor virginal. De este modo, el objetivo de profunda unificación interior, lo alcanza aquel discípulo que sabe unir la contemplación a la acción, cuando uno vive al máximo grado la vida personal de intimidad con Dios y la dedicación personal a los otros.

Por esto cada fragmento de este tiempo contiene una validez formativa. Es un verdadero tiempo de formación: poder abarcar dentro de los límites de la existencia personal cotidiana, de la propia carne, de la afectividad personal, el misterio del amor crucificado y resucitado al punto de haberse plasmado hasta los sentimientos más profundos. Es la gran gracia que habla una vez más de la acción de Dios que precede y sostiene el actuar humano y llega allí donde nosotros no podríamos llegar jamás, a cambiar el corazón, a vivir los sentidos, los impulsos, la carne, como lugar donde está cada vez más misteriosamente presente el Espíritu para volvernos conformes al Hijo. Si el objetivo de la formación, implica esta concentración de energías alrededor del centro que es el corazón de Cristo, es indispensable que el proyecto se extienda y programe sobre toda la existencia, para que la vida entera se haga cargo. Solo entonces la formación se cumplirá: cuando idealmente todas estas energías humanas vitales (deseos y pasiones, instintos e impulsos terrenos, afectividad y sexualidad) estén llenos de Cristo, estén evangelizados, pasen a través de la conversión requerida por Jesús.

Es la vida la que forma. La formación permanente tiene el mismo ritmo que la vida, su respiración es la de la existencia misma. Allí donde el proyecto de Dios nos ha asignado para vivir, allí está la gracia de Dios preparada para nosotros, allí nos jugamos lo que somos y lo que podemos llegar a ser, nuestra propia historia, que si permitimos, puede llegar a ser historia de salvación.a. El carácter extraordinario de lo ordinario: La única forma de no sentirse vacío es darle sentido al vivir/acontecer cotidiano. La vida forma si se respeta, si se recibe como un

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don, si no se manipula y se quiere que actúe a nuestro antojo, si se ve como un misterio y se vive intensamente en el día a día. Uno se siente pleno/ realizado si acepta lo ordinario de cada día como voluntad de Dios.b. El ministerio, lugar natural de la formación: El ministerio forma porque es escuela de servicio y en cuanto lo es, sigue el ejemplo del Siervo por excelencia. Así nuestro ministerio/trabajo cotidiano debe estar inspirado por la mística del servicio.c. La vida común, lugar natural de formación: es el contexto normal en el que el religioso aprende el difícil arte de crecer juntos. El Padre Dios nos forma a través de los hermanos, no lo quiere hacer por separado/individual, sino entre y en medio de los hermanos. La comunidad es el lugar en que Dios nos ha puesto y en el que me hace crecer (contando con mi respuesta). Por tanto, la comunidad se hace corresponsable del crecimiento de los demás, responsables unos de los otros. La vida comunitaria aporta muchos beneficios, pero exige trabajo, cultivo, no basta ser consumidores, hay que ser constructores de la comunidad, para que la comunidad forme.d. Ritmo cotidiano: «Toda vocación es matinal»: Es precisamente la fidelidad a este tipo de llamadas diarias que hace al joven capaz de reconocer y acoger «la llamada de su vida», y al adulto del mañana no sólo de serle fiel, sino de descubrir cada vez más su juventud y belleza. Cada vocación, en efecto, es «mañanera», es la respuesta de cada mañana a una llamada nueva cada día». Entiendo por ritmo a las distintas actividades en la vida del creyente y consagrado según una sabiduría antigua y siempre nueva que distribuye los tiempos, energías y actividades de acuerdo a un orden a fin de que se haga interno al individuo; como una regla de vida, un horario no impuesto desde fuera y que articula de modo inteligente la jornada dando tiempo a cada cosa según un orden que expresa el diverso valor. Ritmo humilde y con frecuencia ignorado, articulado en los detalles del diario vivir. Un ritmo con diversos modos de vivirlo, y que custodia y protege como algo precioso lo que no puede dejar de celebrarse, lo que es menester repetir cada día, aunque parezca repetitivo. Todo ello dentro de una lógica ecológica, es decir, que respeta el sentido natural del tiempo, el ritmo elemental del vivir humano articulado por la alternancia del día y de la noche.

d.1. Los rituales cotidianos: no sólo la organización del horario, sino también los gestos, modos, actitudes, palabras, repetidos habitualmente. La persona ama y cree, y el empeño que pone en seguir amándolo y creyéndolo, o bien las atenciones pequeñas o grandes, o los signos y símbolos, oraciones y operaciones, escogidos por el individuo o por la comunidad, que pueden ayudar a permanecer fieles, diaria y creativamente fieles. Supone cierto orden, disciplina para que esa tensión de la que se habla se viva, se exprese, se confiese. Es el ritmo elemental del vivir humano articulado y expresa la libertad humana, que con actos ayuda a descubrir y mantener la identidad original. La ausencia sería la improvisación, el caos, la pérdida de todo dejándose morir en la inercia por no expresarlo.d.1.1. Rituales personales-individuales:

I. La escucha de la palabra al comienzo del día (tiempo de primera calidad), con todo lo que tiene de predisposición a acoger el don con sorpresa de la primera vez, a cumplir con el deber con plena responsabilidad, a vivir delante de Dios la propia consagración.

II. Ritual del trabajo cotidiano con sus pausas y conclusiones, para afrontar la tarde-noche.

III. La Eucaristía cotidiana.IV. Descanso-noche: rituales que deben ser creativos e inteligentes para experimentar el

ser elegidos por Dios y que nuestra vida tiene un orden y un sentido (lecturas, televisión, hábito buenos y liberadores).d.1.2. Rituales colectivos-comunitarios: La calidad de la comunidad depende de los rituales comunitarios, que son indispensables para ver con claridad los fines y lo modos concretos para conseguirlo. A través de los rituales se somete a la disciplina para aceptarlo desde un orden interno.Resumiendo:

Tiempo concentrado: cuando tiende todo a una única dirección o se consume por entero en la tensión hacía un centro, su propio centro. Si el tiempo concentrado es celebración del acontecimiento central de la persona, deberá ocupar un lugar central en la distribución del tiempo de las personas, pues es el que da sentido a

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los demás ritmos de la vida. Una existencia carente de tiempo concentrado, es una vida sin sentido, es una persona sin centro, sin amor.

El tiempo distendido parte del centro, asume su memoria y revive su sentido, extendiéndolo al resto de la jornada e irradiándolo en cada instante de la misma. Ante el ritmo de la vida que fluye, de las actividades que apremian, de los compromisos que urgen, la persona se mueve, pero permanece en su centro.

Tiempo cumplido: une tiempo concentrado y tiempo distendido en la vida de un creyente cada vez más tendente hacía el Reino y cada vez más conforme a los sentimientos del Hijo, a sus gustos y deseos. La formación permanente se dará allí donde el misterio celebrado en el tiempo concentrado alcanza las fibras más íntimas de la personalidad, en una tensión constante y capilar, en una vida que narra y completa en todo momento la Pascua de Cristo.

VII. Para tu oración personal…Podemos dedicar este tiempo simplemente a estar con Jesús y disfrutar de su compañía. Podemos también preguntarnos cómo andamos en nuestra oración personal, cuánto tiempo le dedico en el día, cuánta energía y ganas pongo en ese momento. Podemos repasar nuestra vida cotidiana y ver a qué cosas le dedico mi tiempo: dime cuánto tiempo inviertes en cada cosa y te diré lo que amas.Lecturas bíblicas sugeridas: Diálogo con la samaritana (Jn 4); la vid y los sarmientos (Jn 15,1-11); el discipulado (Jn 15,12-17); la unción en Betania (Jn 12,1-11); la oración de Jesús al Padre (Jn 17)

VIII. LECTURAS COMPLEMENTARIAS: La oración (Diversos autores)

1. Testimonios de oración: Vamos a leer algunos testimonios que nos pueden ayudar a motivar nuestra oración y a dedicarle un tiempo real y prolongado:Adolfo Perez Esquivel (premio Nobel de la Paz): Para mí es esencial tener la serenidad interior de la oración, para escuchar el silencio de Dios, que nos dice en nuestra vida personal y en el signo de la historia de nuestro tiempo, de la fuerza del amor. Y es por esa fe en Cristo y en los hombres, que debemos apostar nuestro esfuerzo humilde en la construcción de un mundo más justo y humano. Y quiero afirmarlo con énfasis: Ese mundo es posible… La oración es la fuerza espiritual que lleva a la comunión con Dios, al diálogo y la contemplación en el amor y la compasión.San Juan Clímaco: Dios concede el don de la oración al que ora. Jean Vanier (laico fundador de comunidades para personas con discapacidad: El Arca): No estoy seguro de saber orar, pero estoy ahí, quiero estar ahí con Jesús: mirándolo a él y él mirándome a mí. No hay palabras, sólo estar ahí. A veces cabeceo y me quedo dormido una y otra vez en la oración. Es oración, ¿importa eso? Otras veces los pensamientos rondan por mi cabeza. No muy interesantes. Entonces mi mente se calma nuevamente y vuelve a mi alma un momento de quietud. Tal vez orar es sentarse y esperar, esperar un encuentro con Dios que viene sin que sepamos el día ni la hora. La oración, para mí, es descansar en ese encuentro. Es acoger a Dios en mi corazón. La oración se ha convertido para mí en una inmensa acción de gracias. Un gran agradecimiento a Dios. (Carta del año 2013).Pedro Casaldáliga (obispo del Mato Grosso-Brasil): Un agente de pastoral que no haga individualmente siquiera media hora de oración diaria, además de la que haga en equipo, no da la talla suficiente como agente de pastoral… Conozco comunidades que se fueron a pique por dejar de hacer

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oración, según han reconocido ellas mismas después… El cristiano es un orante. Tener fe y no orar es una forma de no tener fe. La fe sin obras es fe muerta; la fe sin oración, también… En cuanto a la oración es necesaria una cierta ascética una cierta disciplina, porque la oración no es algo instintivo, que "nos salga de dentro" sin más. La oración exige su tiempo, y hasta su lugar, y hasta su instrumental. Si no se impone uno una cierta disciplina, es la oración la que acaba saliendo perjudicada. Un "estado de comunicación" más o menos estable, permanente, natural, gratuito... a la vez que esforzado y conquistado... De nuestra oración depende nuestra espiritualidad… Debemos vivir la oración, testimoniar la oración y también enseñar a orar. Los discípulos le pidieron a Jesús: enséñanos a orar. Los agentes de pastoral deben enseñar a orar. La pastoral de la oración. La oración de cada día, particular y comunitaria… Nosotros no seremos radicalmente revolucionarios si no somos radicalmente contemplativos. 2. Metodología de oración: Una consideración importante de la práctica de la oración se refiere al método de oración. Este es un aspecto que tendemos a ignorar demasiado a menudo. Pero el método es simplemente el ayudarnos, ayudar a nuestras facultades a concentrarse en Dios, a hacer la "ruptura" entre el quehacer diario y la oración. A partir de la experiencia probada, las escuelas de espiritualidad han ofrecido, y ofrecen, diversidad de métodos, a través de la historia. Ningún método puede imponerse, porque depende mucho de cada persona, y de la etapa de su vida. Con el subsidio de alguno de esos métodos, debemos llegar a un método simple, personal, que no estorbe al Espíritu Santo, y al cual no nos apeguemos. Pues los maestros del espíritu nos advierten que el método se hace más innecesario cuando más se progresa en la oración, y que al permanecer atados a métodos y prácticas cuando el Espíritu ha comenzado a dirigir e impulsar más directamente la oración, es contraproducente. Pero aun en sus etapas más elevadas, la oración mantiene su aridez, su cúmulo de distracciones, y la sensación de nuestra incompetencia. Es que la oración tiene mucho del misterio de la fe y de Dios mismo. En la oscuridad y en la incompetencia, Jesús nos ha pedido que oremos con constancia, sin desanimarnos. La oración cristiana no es tanto lo que nosotros logramos o descubrimos, sino lo que Jesús hace a través de su Espíritu. La oración está llamada a evolucionar y a progresar. Su tendencia es a simplificarse, a hacerse cada vez más contemplativa y conducida por el Espíritu, menos discursiva y metódica, hacia una presencia (experiencia) de Dios percibida sólo en el claroscuro de la fe y del amor. (Segundo Galilea)3. Una descripción de la oración: La oración es el privilegio que da la fe, la relación del creyente, distintivo de aquel que ha pasado de los conceptos y de los valores al trato con el Tú divino y personal, que ha querido invitarte a compartir con Él tus afanes, profecía de una vida permanente en amistad, aunque cabe el grito de auxilio y la experiencia desgarradora, pero siempre en referencia, en búsqueda, en percepción indecible de saberse ante Otro. En la oración reavivas la invitación del Creador a pasear con Él por el jardín. Es el momento de saberte criatura, el ámbito y el encuentro donde puedes escuchar el nombre con que Dios te llama. Orar es de quien se sabe creado y ha recibido la filiación divina, de quien se ha sentido invitado al seguimiento y ha sido llamado a la amistad, de todos los que comprenden que su vocación principal es la unión con Dios, pertenecerle. En la vida, la oración impide el camino independiente, emancipado, solitario y vagabundo. Te permite la experiencia de saberte siempre acompañado, conocido, esperado y entablar una comunión invisible con todos los santos. Por ella es posible el recurso constante a la misericordia. En la oración puedes interceder por aquellos que están lejos físicamente o cuyas dificultades no tienes capacidad de

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resolver, y por la relación orante logras también la misericordia del Señor para con los que amas y encomiendas. Decidir orar es una opción sabia que interrumpe la inercia de la acción y la inconsciencia del activismo, y evita la huida de uno mismo. La oración es el punto de partida y de llegada, el espacio en el que recibes el envío y al que vuelves menesteroso o agradecido, en todo caso consciente de que no estás solo. Estar con el Señor ayuda a que emerja en el propio interior la percepción de todo lo que se opone a Dios y a su voluntad. En la oración es imposible permanecer sereno si hay sombras en la conciencia. Tienes una invitación al ejercicio de comunión, de solidaridad y de confianza. Al orar se humedece la tierra de la sensibilidad espiritual, y con el jugo que recibe el corazón agostado, se acoge la Palabra en mayor hondura, condición para que dé fruto. Aflora en la conciencia la voluntad divina, aquello a lo que Dios llama o envía, lo que debes abrazar, por muy inesperado que haya sido. De forma suave brota la docilidad y la adhesión al misterio de la Providencia. La oración es el antídoto de todo protagonismo en la tarea. Orar te indica si Dios cuenta en tu vida, si entra en tu jornada y es tu compañía, si vas en su nombre, si te sabes enviado, si te apoyas en tus fuerzas o en su gracia. El que sabe invocar al Señor, percibe quién es la causa del fruto, quién da la gracia del acierto y el incremento, quién mueve el corazón de los destinatarios. Si rezas, descubrirás cómo se armoniza toda tu persona y te asiste una confianza en todo lo que llevas entre manos, sin que te asalte la ansiedad por lograr tu deseo, pues, por el contrario, como mejor resultado, sabes abandonarte a lo que acontezca. La oración reconcilia, porque te abre a la misericordia, te permite descubrir designios providentes, a los que no te abrirías desde tu afán pragmático y rentable. En la oración, aunque sea a través de un proceso, se llega a comprender la identidad esencial del ser humano. No dudes, reza y verás cómo Dios no te engaña, ni te retiene. Él siempre llama y envía, ensancha, esponja, alegra, da paz, consuela y te hace más universal y fecundo. (Angel Moreno de Buenafuente).4. El valor de los rituales: Sin rituales, la vida está vacía y sin sentido. Todo es mera banalidad. Sólo hay trabajo y diversión, pero no hay un sentido más profundo. Los ritos muestran que nuestra vida tiene un sentido, que tiene un valor divino. El ser humano necesita, para permanecer sano, algo que sea mayor que él. Esto se expresa en los ritos. Dado que nuestra vida tiene un infinito valor divino, le damos forma con los ritos, la celebramos con nuestros rituales. Los ritos son expresión de aquello que decía ya Atanasio, a saber: que el Resucitado celebra en nosotros una fiesta sin fin. Nuestra vida es digna de ser celebrada porque Cristo mismo nos ha elevado en su resurrección y nos ha dado una dignidad intangible. Si tenemos la sensación de que somos hijos e hijas de Dios y de que estamos a su servicio, esto nos da paz interior. Depender solamente de la carrera, ganar cada vez más: todo esto hace que la vida tenga aún menos sentido. Jung ve el secreto de la Iglesia católica en el hecho de que ella, con sus ritos y sus símbolos, ofrece siempre una existencia llena de sentido a las personas. Los ritos tienen la función de protegernos contra las tendencias inesperadas y peligrosas del inconsciente (Jung). Los ritos tienen la misión de exorcizar la angustia y conducirla por sus justos cauces. Donde faltan los ritos, la persona no es capaz de controlar las fuerzas desconcertantes de su inconsciente. Los ritos no me crean sólo un espacio de libertad en el que puedo respirar, sino también un lugar de quietud, un lugar en el que no puede entrar el ruido del mundo. Muchos ritos son una interrupción de la vida. De hecho, interrumpo mi trabajo, interrumpo mis pensamientos y mis planes para dar a Dios una posibilidad de entrar en mi vida. Justamente los ritos de la mañana y de la tarde suelen consistir en crear un lugar de silencio en el que puedo entrar en contacto con mi espacio interior de quietud, en el que Dios mismo habita en mí. En este espacio íntimo no pueden

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entrar los demás con sus expectativas y sus deseos; en él me siento verdaderamente libre, soy realmente yo mismo. Puedo respirar a pleno pulmón. Siento que hay algo en mí que no ha sido tocado por el ruido del mundo, por el trabajo, por la responsabilidad que tengo para con los demás. En todo lo que hago, la experiencia de este espacio interior me da una sensación de amplitud, de libertad y de seguridad en Dios. Los ritos crean sentido y esto vale tanto para los ritos personales como para los comunitarios. Los ritos personales me muestran que mi vida es valiosa. Si la vida tiene una dignidad intangible y divina, entonces está también llena de sentido. Los ritos son una afirmación del ser. Me comunican la sensación de que es bueno que yo viva, de que el mundo es bueno ya en sus cimientos. La bondad está también siempre llena de sentido. Las fiestas del año litúrgico, en las que lo divino irrumpe en nuestra vida, nos descubren el sentido de nuestra vida. Nuestra existencia tiene un sentido porque está sostenida, confirmada, regalada, hecha fecunda, liberada y querida por Dios mismo. Una fiesta significa y manifiesta siempre la adhesión a la vida. Quien asume su propia vida la experimenta también como una realidad llena de sentido. Sin fiestas, sin ritos, la vida se vuelve banal, insignificante, «mera trivialidad»: C. G. Jung. (Anselm Grün)5. El valor de la intercesión: La liturgia de las horas : A una sola voz, como una sola persona, se comienza el oficio divino con la invocación: Dios mío, ven en mi auxilio, con la que se simboliza que todos los que participan se constituyen en una sola voz, la de Cristo. Los actos litúrgicos se inician en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. La asamblea se reúne en el nombre del Señor. Todas estas expresiones manifiestan la identidad sacramental que subyace, la presencia de Cristo, porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20). La Iglesia, desde la invocación inicial, prolonga a Cristo y expresa, a través de los orantes, la oración eficaz del Señor ante su Padre. San Pablo llega a decir: No soy yo, es Cristo quien vive en mí (Gál 2,20). En verdad el orante es Cristo. Hay otra realidad en nosotros que, en vez de hacernos injusticia a la hora de rezar, nos habita, nos transforma y potencia: el Espíritu Santo, quien nos eleva y nos convierte en expresión amorosa y solidaria de la misma Iglesia en comunión, presidida por su cabeza, Cristo. ¿No saben que son santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? (1 Co 3,16) La pertenencia al ministerio de los que rezan libera de una posible pregunta: ¿Estaré rezando en verdad o será una práctica piadosa más o menos consoladora? La liturgia nos arranca de la duda y nos inserta en la Iglesia, incorpora a Cristo y convierte a los fieles y a los pastores en mediación, como el pan y el vino en la Eucaristía, materia sagrada de la alabanza del Hijo a su Padre, único Dios, a quien se debe todo honor y toda gloria.

La oración universal de los fieles, momento de la celebración que realza la identidad de la asamblea como pueblo sacerdotal, se recita no solo ante la mesa de la Eucaristía, sino también cuando la Iglesia se convoca para la recitación de la Liturgia de las Horas. Quien participa en esta oración, se abre a la dimensión eclesial, ora en nombre de todo el cuerpo de Cristo, e incluso en nombre de la persona del mismo Cristo. Teniendo esto presente se desvanecen las dificultades que surgen cuando alguien, al recitar los diferentes textos sagrados, sufre, tal vez, porque los sentimientos de su corazón difieren de los expresados en la letra del salmo. Quien ora con los salmos en nombre de la Iglesia, siempre puede encontrar un motivo de alegría o tristeza en solidaridad con toda la comunidad humana, porque también aquí tiene aplicación el dicho del Apóstol: Alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran (Rm 12,1). O como dice el concilio Vaticano II, la Iglesia hace suyos los gozos y las esperanzas, las tristezas

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y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren (GS 1).

La Iglesia, por obediencia al mandato de Jesús, es misionera, evangelizadora, casa abierta para los desvalidos y los pobres, espacio de misericordia para con los pecadores. La Iglesia, esposa fiel de Jesucristo, asistida siempre por el Espíritu, ha sabido mantener la solidaridad social y misionera, al mismo tiempo que ha entonado su poema de alabanza. La participación en la liturgia nos permite a todos los cristianos tomar parte en esta dimensión mística, amorosa, la de ser una misma carne, un mismo cuerpo, el cuerpo de Cristo que se ofrece en oblación por todo el pueblo. La oración es también una solidaridad pastoral. La oración de la liturgia significa el canto de amor, derroche del frasco de perfume costoso, amor de la Iglesia esposa a su Señor. El pueblo de Dios se abre cada vez más a la expresividad contemplativa y amorosa de la oración litúrgica. La oración adquiere todo el protagonismo. Es el momento del abandono. Se es oración. En este ser oración se manifiesta la actitud del contemplativo que reza en todo tiempo y a toda hora sin desfallecer.

Rezar con el Salterio, con las mismas expresiones que han ido recitando tantos creyentes, no tiene solo la fuerza de la Palabra de Dios, sino que, además, al saber que ha dado luz, esperanza y ánimo. Los textos revelados se convierten en tierra santa para los orantes de todos los tiempos. Cada salmo está cargado, además del sentido bíblico propio, al ser Palabra de Dios, de la energía de cuantos han puesto en sus labios, al cabo de los siglos, la misma plegaria. Con ellos han rezado los justos de Israel, Jesús, María, su madre, los primeros cristianos, los mártires; los santos y los justos de todos los tiempos, los pecadores arrepentidos, los rastreadores de la trascendencia; los buscadores de Dios. Al rezarlos hoy, en ellos se puede notar la fuerza misteriosa que han dejado, al paso de los siglos, los grandes orantes. El caso más reseñable es el uso que hizo Jesús de estas mismas oraciones bíblicas y en los momentos más recios de su vida. La oración litúrgica es el espacio y el tiempo que dejamos a Dios para que él nos transforme con su misma Palabra. La Liturgia de las Horas es la manera que tiene la Iglesia de santificar el transcurso de cada jornada; en ella se contiene, desde nuestra participación, un valor de consagración o santificación del tiempo y del trabajo, que ilumina y estimula al que ora.

Es preciso que la Liturgia de las Horas cobre centralidad en todo proyecto pastoral y en la distribución del tiempo y de la tarea; supone una fe en la Providencia divina y una valoración sincera de la presencia de Dios en la historia. Reclama disposiciones interiores de humildad y de fe, y exige una decisión firme y constante de introducir la trascendencia en la vida cotidiana. La obediencia a la oración litúrgica y personal libera cada día de justificarse en las urgencias que se presentan para no detenerse un rato a estar con el Señor, y además, arranca a las tareas apostólicas su brizna de orgullo. Es una osadía extraña presentarse delante de la comunidad como enviado a dar la buena noticia, como creyente o consagrado a Dios, y no saber por propia experiencia lo que significa el trato con el Señor ni haber gustado su misericordia. La oración de la Liturgia de las Horas evita quedar atrapado en la misma acción pastoral, que, a veces, en nombre del Evangelio, puede confundirse con una empresa puramente humana. (Angel Moreno de Buenafuente).

IX. ORACIÓN COMUNITARIA¿Qué experiencia tengo de la Eucaristía? ¿Qué me llega más de la piedad eucarística? ¿Qué disfruto más? Luego, completamos la frase, en forma de oración: Jesús tú eres el Pan que…

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X. PARA ANTES DEL DESCANSO NOCTURNO (Examen de oración)A. En presencia del Señor, me pregunto: (ver p.8) Resumir en una frase significativa mi experiencia de oración de esta media jornada.

B. Rezo la siguiente oración del poeta árabe Rumi: Si acaso dormimos somos el sueño de Dios,si acaso despertamos estamos en Sus manos,si acaso lloramos somos Su nube llena de gotas de lluvia,y si acaso reímos somos Su relámpago en ese momento,y si nos peleamos somos el reflejo de Su ira,

y si alcanzamos la paz somos el reflejo de Su amorDios no está lejos de cada uno de nosotros. En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos. Nosotros somos también de su raza (Hch 17,27-28)

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I. Novena contemplación: Encontrar a Dios en la CruzSeñor, al contemplarte, mirando tu anonadamiento bajo la forma de pan, he comprendido la riqueza que significa el

ofrecimiento total de la vida y cuánta firmeza se siente cuando se derrama por amor hasta el último aliento. Me he sentido invitado a vivir de una manera discreta, entregada, sencilla,

huyendo de todo protagonismo y vanidad, sin reclamar derechos o puntos de honra. En la transfiguración de tu

cuerpo y sangre, realizada en la Eucaristía, he comprendido que mi carne no es una carga, sino un don. Al tomar Tú mi naturaleza humana, que te

muestra en todo como nosotros, aunque sin pecado, me ha sobrecogido la verdad de ser, en ti, hijo de Dios. Has querido compartir conmigo

estrechamente mi condición. En tu humanísima Humanidad me he visto revestido con la túnica de tu semejanza. Siguiéndote camino de Jerusalén,

atento a tus últimas palabras, que diriges confiado a tu Padre, he aprendido dónde debo yo también poner mi confianza, en quién debo afianzar mis

pasos: Padre, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieras. Es la revelación del secreto para subsistir en toda prueba: depositar el espíritu en las manos de Dios. Reconozco que, cuando te miro y te llevo presente, hasta en los momentos oscuros y dolorosos, siempre hallo abierto un resquicio de

luz, que me deja el sabor indescriptible de bendecirte en medio de la prueba. Al mostrarte herido e invitar a tu discípulo a palpar tus llagas, me

has convencido, aunque yo me resistía, de que lo penoso de toda mi existencia se convierte en mi título noble de sabiduría, en la prueba más

tangible de tu misericordia, en escuela para aprender a ser yo mismo compasivo. El trance de la prueba es el instante paradójico de celebrar como Tú la luz transfiguradora, gloria de Dios, ocasión privilegiada de gustar que te amo por ti mismo, y me permites glosar tus palabras: Glorifica a tu hijo, mantenlo en tu fidelidad por tu misericordia, para que tu hijo te glorifique.

Al saberme en el recinto de la alabanza y de la adoración, sacramentos de tu gloria, me he encontrado con la posibilidad de compartir esta gloria contigo

anticipadamente. En tu presencia, me viene a la memoria tu oración sacerdotal: Ha llegado la hora. Padre, glorifica a tu Hijo. Al fijar mis ojos en ti y en la medida en que soporto sereno tu mirada, al verme reflejado en los tuyos, me dejas sentir la paz de la conciencia, luz que irradia transparencia

en mi propia mirada. No hay ojos más limpios que los de un niño y los de aquellos que, como ellos, gozan de la presencia de Dios y viven invocándola.-Ayer veíamos a María, en Betania, haciendo un gesto profético: anticipar la muerte de Jesús, al ungir su cuerpo, gesto que se hacía con los difuntos. María no tiene miedo de empujar a Jesús a que se mantenga fiel en su decisión. Este gesto sencillo y simple, confirmaba la voluntad del Padre, estimulaba a Jesús para la entrega total, otro signo de que no podía volverse atrás.-María podría haber negado la muerte de Jesús, como Pedro: Maestro, eso no te sucederá… Sin embargo, María hace el gesto contrario, diciéndole sin palabras: Maestro, eso sí te sucederá, y acá estamos nosotros para invitarte a que sigas fiel a la voluntad del Padre. Gestos similares encontramos en Jesús ante su muerte: Lc 18,31-34: Ahora subimos a Jerusalén… Ellos no comprendieron nada de todo esto; les resultaba oscuro y no captaban el sentido de estas palabras. (tercer anuncio).Lc 9,43-45: Jesús es claro, no se deja tentar por la admiración, los discípulos siguen sin entender. (segundo anuncio). Mc 10,32-34: Jesús se adelantaba (endurecía su rostro) ellos asombrados y con miedo

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-El Bautista presentaba a Jesús como El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Texto que nos remite al duro momento del sacrificio de Isaac, donde encontramos un diálogo muy crudo: Isaac rompió el silencio y dijo a su padre Abraham: ¡Padre! Él respondió: Sí, hijo mío. Tenemos el fuego y la leña, continuó Isaac, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto? Dios proveerá el cordero para el holocausto, respondió Abraham. Y siguieron caminando juntos. (Gn 22,7-8). -Jesús es el Cordero que Dios provee para el holocausto. Holocausto que es un sacrificio en el que el fuego consume la víctima entera, no se guarda nada, se quema todo. Ante la espera de tantos siglos, aparece al fin el Cordero de Dios para el holocausto, nada más, ni nada menos, que el propio hijo de Dios, entregado por el Padre a la humanidad, consumido por el fuego del Espíritu Santo que quema la ofrenda.-Vamos a tratar de contemplar algunas de las tantas imágenes de la Pasión. En Juan, el relato de la Pasión es precedido por el largo discurso de Jesús en la Última Cena relatado desde el capítulo 13 al 17.

1) El arresto de Jesús: 18,1-11-Después de haber dicho esto… comienza el capítulo, que enmarca todo lo anterior (los 5 capítulos) en el discurso de Jesús, por eso es bueno, ir a leer la solemne introducción de la Última Cena que es también el comienzo de la segunda parte del Evangelio de Juan: el libro de la hora: Jn 13,1-3:-Sabiendo Jesús que había llegado la hora: Jesús es consciente y plenamente libre, él busca llegar a esta hora, no le cae como algo de arriba que debe aceptar. Por eso, leíamos antes en los anuncios de la pasión relatados en los sinópticos, la gran decisión de Jesús para encarar su hora. Algo parecido encontramos en el texto del arresto: Jesús sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó ¿A quién buscan? (18,4). Por tanto, Jesús va decidido a pasar de este mundo al Padre. La entrega de Jesús nos enseña a cómo entregar lo nuestro: ¿doy las cosas como si me las quitaran, o las doy con libertad, como una decisión propia y profundamente mía? ¿cómo me encamino en cada entrega que me toca hacer, responsabilidades nuevas que implican cruz y sufrimiento? No es que me quitan la vida, sino que la doy por mí mismo (Jn 10,18). Jesús aparece en el Evangelio de Juan, en su pasión, con un gran señorío, como quien va dirigiendo la historia, porque sigue a una hora para lo cual se preparó y además fue dando signos para que crean.-de pasar de este mundo al Padre: ése es el fin del Evangelio de Juan, el camino de Jesús que estaba desde el Principio junto al Padre, siendo Dios, testigo privilegiado del misterio de Dios, descendió para contarlo, y dar signos de su testimonio, a fin de que habiendo visto y oído creamos y tengamos vida y así demos testimonio a otros, y luego de esta misión, el Hijo, vuelve al Padre, pasando por la Cruz, por su glorificación. Qué bueno que en toda la pasión, tengamos como telón de fondo el prólogo de Juan, esa misma Palabra es la que padece por nosotros, ese mismo Hijo eterno de Dios, pasa por la cruz, pasa por nuestras vidas, pasa de este mundo al Padre.-él que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin: todo lo que leeremos será signo de este amor hasta el fin, hasta el extremo, la ofrenda es entregada para que se consuma totalmente en holocausto. Ejemplo único para nosotros, espejo para aprender a entregarnos.-Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo: en Juan, es muy claro el combate entre la luz y las tinieblas, lo hemos visto en el Evangelio en distintos textos: tanto en el prólogo, como en Jn 3,19-21, podemos seguir con las de Jn 12,35-36, 12,44-50. Juan parece quitarle libertad a los personajes, para poner más en evidencia la acción del Mal, sin embargo uno de ustedes es un demonio (Jn 6,70) y en el v.71 aclara que se refería a Judas. En el capítulo 13, cuando Judas recibe el pan mojado por Jesús, como signo de amistad, el Evangelio dice: en seguida Satanás entró en él (Jn 13, 27). Y es como que nuevamente se ve el señorío de Jesús que le dice realiza pronto lo que tienes que hacer (Jn 13,27). Cuando Judas sale, ya era de noche (Jn 13,30). En el arresto, aparece Judas con soldados, guardias de los sumos sacerdotes, fariseos, faroles, antorchas y palos. Llegó la hora de las tinieblas… En nuestros corazones se da siempre este combate entre la luz y las tinieblas, como Ignacio compara con las dos banderas, como el corazón como campo de batalla de las distintas mociones… Nuestra vida se juega en esto, entre la luz y las tinieblas, entre el depender de otro en la completa pobreza luminosa y en la humildad, o en el yo puedo de la soberbia oscura… El hombre nuevo y el hombre viejo (en términos de San Pablo), en ser de la carne o del espíritu (según lo que Jesús le decía a Nicodemo). Las otras preocupaciones, son accidentales. Les aseguro el que cree tiene vida eterna (Jn 6,47); el que cree en Él, no es condenado, el que no cree, ya está condenado (Jn 3,18).

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-Sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios… Nuevamente aparece el verbo saber, Jesús sabe cada paso que está dando y lo hace por fidelidad al designio del Padre, quien lo envió y quien lo recibirá de nuevo. Es la hora de ser glorificado, de ser puesto en alto: Jn 3,14-17-Volvamos al arresto de Jesús, una vez que hemos leído la introducción solemne del cap. 13.-La escena transcurre en un jardín, en un huerto. Escena que nos remonta al Génesis, donde el primer hombre se escapa de Dios, ante la pregunta ¿Dónde estás? Ahora es Jesús quien la contesta, no se esconde, sino que se adelanta (para cuidar también a los suyos, como el buen Pastor que va delante y no huye ante el peligro, como León de Judá que cuida sus cachorros) y responde la pregunta original del Génesis: YO SOY (Ego eimí), respuesta que revela la divinidad y que por eso hace caer a los soldados, por la epifanía del misterio de Dios, en la fragilidad de aquel hombre desarmado. Respuesta que sana la respuesta de Adán: oí tus pasos en el jardín y tuve miedo, por eso me escondí, porque estaba desnudo . Jesús responde: Yo soy el Nuevo Adán, el Hombre (dirá Pilato), yo estoy, no me escondí, estoy desnudo, sin armas, con la defensa baja, vine a dar la cara por los míos, por eso me adelanté para recibirlos, porque soy yo el que da la vida, no me la quitan uds.-Vemos la triste reacción de Simón que nuevamente se pone delante del Maestro y no detrás y hace las cosas a su manera, por eso saca la espada, para esquivarle a la cruz. Jesús quiere beber el cáliz que el Padre le ha dado. No quiere atajos, elige el camino de la Cruz.

2) Los juicios y negaciones de Pedro:-Juan no le da mucha importancia a los distintos juicios. En verdad todo el Evangelio fue un juicio a Jesús, que continuamente le pedían explicaciones de sus signos. Jesús es el que habla abiertamente, en la luz, en la transparencia, no tiene por qué esconderse de la verdad que proclama abiertamente.-Aparece Pedro nuevamente en la escena negando al Señor. Su respuesta es la contracara de la respuesta de Jesús. Jesús es el que es. Pedro aquel que no es. No lo soy (ouk eimí) responderá. Al negar a Jesús, se niega a sí mismo, pierde la identidad. Sin Jesús no somos nadie, estamos perdidos y desorientados. Pedro no tiene razón de ser. Al alejarse de Jesús, perdió su centro, su esencia, su lugar. Sin Jesús no existimos, no tenemos identidad, no somos nadie. En cierto sentido, Pedro decía verdad al decir que no conocía ese hombre. Ya que él conocía al Jesús de sus sueños, no al Jesús real: roto, fracasado, maniatado, humillado. -Esta escena nos invita a mirar y amar a los demás como son, y no como pretendimos que sean. Cuando la cruz de la desilusión purifica nuestra mirada para ver la realidad como es, podemos elegir amar nuevamente esta realidad. Teníamos una imagen ideal de nuestra comunidad, o de una persona, o de una forma de vida, pero un día descubrimos la realidad. Huimos y culpamos a otros. El peligro es que elegimos ver a los demás como queremos verlos, no como realmente son. Sin embargo, seguimos un Mesías débil, pobre, frágil, no triunfante y glorioso. Pablo dirá: predicamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres (1Cor 1,23-25). Esto es lo que pensaba Pilato, para él, era un loco lindo, inofensivo, locura para los paganos. Y para los judíos, un blasfemo, una piedra de escándalo.-Por tanto, la gloria del Hijo se manifiesta, se percibe paradójicamente en la cruz. Como en el huerto, a punto de ser arrestado, se muestra como el Yo soy, el mismo que hacía prodigios en Israel, ahora es el mismo humillado en Getsemaní. ¿Podemos atrevernos a descubrir a Dios oculto en nuestra propia miseria y nuestra pobreza? Desde el fondo de nosotros mismos, él sigue clamando Yo soy. Como nos había anticipado en la última cena, profetizándonos nuestros momentos de cruz: les digo esto, desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que YO SOY (Jn 13,19). -El desafío de la Pasión es descubrir la gloria del Mesías en la oscuridad del fracaso, de la cruz, de la debilidad propia y comunitaria. Y cuando suceda la hora de mayor oscuridad, creamos que Jesús es, está y nos llama nuevamente.-Jesús comienza a quedar solo, pero lo que lo sostiene, es lo que nos decía en la Última Cena: Jn 16,32-33. Jesús no busca defenderse usando los medios de este mundo. La verdad brilla en toda su belleza. El Padre lo defiende. Jesús está totalmente entregado y abandonado al Padre.-Luego viene el extenso diálogo con Pilato. Jesús habla de la verdad, cuyo símbolo es la luz. ¿De qué verdad le pueden hablar a Pilatos que está en las tinieblas del miedo, del caer bien parado, de no querer

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líos, de rehuir al conflicto, por más que se resigne la verdad? Conocerán la verdad y la verdad los hará libres… Qué hermoso no escaparle a la luz de la verdad: nuestra verdad más profunda, que está debajo de nuestras faltas cotidianas, de nuestras debilidades, donde brilla el Yo soy; la verdad de los demás, de la comunidad, de la Iglesia. El pecado es la mentira, el engaño, la hipocresía, la simulación, el vivir para la imagen. Tenemos un terrible miedo de no ser amados, de ser despreciados. Por eso, vivimos detrás de las máscaras, buscando agradar a todos y a ese terrible juez que llevamos dentro nuestro, a quien le ofrendamos y pagamos ofrendas caras para ser aplacado. Jesús derriba todo eso, como en el Templo, ésta es la casa de mi Padre, lugar de oración, no de rendición de cuentas, o de exámenes siempre desaprobados. Este terrible miedo a no ser amados si nos llegaran a conocer bien, nos hace escudarnos, protegernos porque tenemos mucho miedo de ser heridos. -En la vida comunitaria salen a la luz las virtudes y riquezas de cada uno y también nuestros lados oscuros, impaciencias, temores, dobleces, etc. Que el Señor nos regale una mirada como la suya, donde los pecadores podían estar tranquilos con él porque no se sentían juzgados: Zaqueo, Leví, las pecadoras, los apóstoles, los publicanos y prostitutas. El sentido del acto penitencial en la misa no es tanto el de informarle a Jesús de nuestros pecados, sino de informarnos a nosotros que seguimos siendo amados a pesar de nuestros pecados. En la Cruz estará María Magdalena, junto a Jesús y a María. Lo que habrán dicho los demás que la vieron. Hasta en nuestros días se inventó un romance de Jesús con María Magdalena. Pero a Jesús no le importa el qué dirán, con Él estamos en paz. Qué lindo que nuestra comunidad pueda reflejar esto, estoy en paz, siento que me conocen y me aman. No esperan a que cambie para empezar a ser amada, sino que me aman sabiendo como soy y ese amor será el que me irá cambiando. Éste es el testimonio profético de una comunidad, que atrae, que cautiva. -Volvamos a Pilato: recién aquí, atado, humillado, rebajado, Jesús acepta el título de Rey, no delante de 5 mil personas luego de un maravilloso milagro, sino en la oscuridad del fracaso acepta ser un rey prisionero, un rey vulnerable, un rey sin poder en la tierra. -Y es tanto el rechazo de los judíos a este tipo de rey, que prefieren tenerlo al César como rey, ellos cometen la herejía de gritar: No tenemos otro rey que el César (Jn 19,15), dirán los sumos sacerdotes, herejía terrible, ya que el único Rey para el antiguo testamento era Yahvé.

3) Los últimos gestos y palabras de Jesús-Mujer aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu madre: terrible gesto de ternura para ambos, para madre y para el discípulo. La ofrenda es total. María se convierte en madre nuestra en el vértice de la historia. Es el primer fruto de este grano de trigo molido.-Tengo sed: podemos ir al texto de la Samaritana, para volver a buscar saciar esa sed de amor de Jesús. La ofrenda de nuestra vida entregada, la sed de una mayor comunión va siendo saciada con nuestros pequeños gestos, desinteresados y gratuitos como el de María de Betania, que son como un bálsamo al sufrimiento de Jesús. En el Crucificado, están los gritos de todos los crucificados de la historia que tienen sed de ser alguien para otro, sed de amor, sed de justicia, sed de comunión. -El sediento Jesús, no tiene agua para él, pero sí para nosotros, abre su costado para darnos agua y sangre, para saciar nuestra sed de comunión. Costado del que nacemos todos, la Iglesia, la nueva Eva, extraída del costado de Cristo, para tener vida en la comunión de la sangre de Cristo. Cada uno de nosotros vale la sangre preciosa de Cristo, todos poseemos una dignidad infinita, que nada ni nadie pueden pisotear. Los cristianos, estamos llamados como Juan nos invita en todo su Evangelio, a ser testigos de esta verdad: somos preciosos a los ojos de Dios, el frasco se ha roto, se ha abierto, uno de mucho precio y valor y su fragancia recompone y restaura nuestras roturas. Cada hermano que pisa este suelo vale la sangre preciosa del Hijo de Dios.-Podemos quedarnos mirando al que traspasamos, como dice la cita de Juan 19,37, haciendo referencia al Antiguo Testamento, o dejarnos traspasar, quebrar, romper nuestras cegueras, parálisis, para ser atravesados por este amor hasta el extremo y dejarnos mirar por Él.-La última frase es la fidelidad del Señor puesta en palabra: Todo se ha cumplido. En Cristo está todo dicho, hecho, salvado, redimido. Es el grito del hombre fiel, es el testamento final de quien derrama su vida para que tengamos vida. Lo nuestro ya será siempre receptividad de todo este misterio. Lo nuestro, siempre será respuesta a esta gran obra de Dios. -Jesús bebió hasta el fin el cáliz de su Padre con una tremenda responsabilidad y obediencia, siguiendo paso a paso el camino de su glorificación. Jesús cumple lo de otro, no hace la suya, no hace su propio

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camino. Es más, su propio camino es una identificación plena con el camino del Padre, con su voluntad, hemos llegado a la hora tan deseada por Jesús, tan preparada, anticipada en Caná por María, significada en cada uno de los signos que fuimos viendo para poder creer más.

La cruz en la vida sacerdotal:En el ritual de ordenación sacerdotal, cuando el obispo nos hace entrega de la patena y del cáliz, lo hace con las siguientes palabras: Considera lo que realizas, imita lo que conmemoras y conforma tu vida con la Cruz del Señor. No hace falta aclarar que la Cruz estará presente en nuestra vida sacerdotal, como lo está en la vida de todo cristiano que se tome en serio el seguimiento de Jesús. Él mismo nos dice con total claridad: El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga (Mt 16,24). La Cruz tiene mucho que ver con la pobreza. En el seguimiento de Jesús, la vida nos va despojando de distintas seguridades, para poner nuestra seguridad en Él. Y esto se realiza con dolor y sufrimiento. Nuestra vida ha de ser conformada con la Cruz de Jesús. En nuestra vida sacerdotal, la cruz tomará distintas formas, que podemos enunciar algunas: 1) La cruz de la propia debilidad: es la que cargamos muchas veces con dolor, al constatar nuestra miseria, debilidad. Continuamente tomamos contacto con la enorme desproporción entre aquello que se nos confía frente a nuestra pobre respuesta a tanta gracia. Es la confrontación continua entre el tesoro que es Cristo y las vasijas de barro que somos nosotros (cfr. 2Cor 4,7).2) La cruz de la soledad: la sentimos muchas veces en la vivencia del celibato. Si bien sabemos que Cristo está con nosotros, eso no quita el dolor de la ausencia de un amor más exclusivo e íntimo.3) La cruz pastoral: tiene diversas astillas: las dificultades en la siembra de la Palabra, en la respuesta a esa Palabra sembrada, en las desilusiones y aparentes fracasos, en la incomprensión, el rechazo, la indiferencia de muchos al Evangelio. Esto lo viviremos en el seno de nuestra comunidad, con nuestros hermanos sacerdotes, incluso a veces con el obispo. 4) La cruz de nuestros hermanos: al entrar en la intimidad de tantos hermanos, sufriremos sus dolores, enfermedades, injusticias. También entraremos en el misterio de la iniquidad, del mal en el corazón propio y de nuestros hermanos. Tocaremos de cerca la miseria humana que nos hará sufrir, preguntarnos, inquietarnos. Participaremos de profundos dolores que empezarán a ser los nuestros y ante los cuales no podemos permanecer indiferentes. 5) La cruz del cansancio: si deseamos ser fieles a nuestro ministerio, muchas veces llegaremos al límite de nuestras fuerzas humanas, cansados. Otras veces, la rutina, la repetición de cosas tan sencillas y cotidianas ensombrecerá nuestro corazón.6) La cruz del desarraigo y de tantas renuncias: los cambios de parroquias, el dejar alguna misión a la que pusimos mucho empeño, obedecer y empezar algo nuevo, traerá dolores y renuncias en el corazón. 7) La cruz de las arideces en el camino de fe: en el crecimiento de nuestra vida espiritual pasaremos por sequedades en nuestra vida de oración y en nuestro apostolado. Muchas veces estaremos tentados de bajar los brazos, dejar la oración, dejar de ser fieles a nuestros compromisos apostólicos. Nos sentiremos muchas veces en penumbras, sin claridades, caminando a tientas.

El dolor y el sufrimiento forman parte de la vida: ( Scott Peck psiquiatra): Cuando fuimos expulsados del Paraíso, fuimos expulsados para siempre. Jamás podremos regresar al Edén. Si recuerda usted la historia, el camino está obstruido por querubines y una espada llameante. No podemos volver. Sólo podemos avanzar. Regresar al Edén sería como intentar volver al vientre de nuestra madre, a la infancia. Como no podemos retornar al vientre ni a la infancia, debemos crecer. Sólo podemos ir hacia delante a través del desierto de la vida, abriéndonos paso dolorosamente sobre el suelo reseco y yermo hacia niveles de conciencia cada vez más profundos. Ésta es una verdad importantísima porque gran parte de la psicopatología humana —incluyendo el abuso de drogas— resulta del intento de regresar al Edén. Debemos progresar a través del desierto. Pero el viaje es difícil y la conciencia suele ser dolorosa. Por lo tanto, la mayor parte de las personas detiene su viaje tan pronto como puede. Buscan lo que parece un lugar seguro, se esconden en la arena y permanecen allí en vez de adelantar a través del penoso desierto, que está lleno de cactos y espinas y piedras afiladas… La vida es difícil. Esta es una gran verdad, una de las más grandes. Es una gran verdad porque, una vez que la comprendemos realmente, la trascendemos. Cuando nos damos cuenta de que la vida es difícil —una vez que lo hemos comprendido y aceptado verdaderamente—, ya no resulta difícil, porque una vez que se

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acepta esta verdad, la dificultad de la vida ya no importa. La mayoría de las personas no comprende de forma cabal la idea de que la vida es difícil. Sin embargo, no deja de lamentarse, ruidosa o sutilmente, de la enormidad de sus propios problemas, de la carga que representan y de todas sus dificultades, como si la vida fuera en general una aventura fácil, como si lavida tuviera que ser fácil. Estas personas manifiestan, de una u otra manera, la creencia de que sus dificultades constituyen la única clase de desgracia que no debería haberles tocado en suerte, pero que, por algún motivo, ha caído especialmente sobre ellas o sobre su familia, su tribu, su clase, su nación, su raza o su especie, y no sobre otros. La vida es una serie de problemas. ¿Hemos de lamentarnos o hemos de resolverlos? La muerte no tiene la última palabra: ( Maurice Zundel ): EN EL CORAZÓN DEL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN: Lo que estalla en el corazón del misterio de la Resurrección es que el amor es más fuerte que la muerte, porque Nuestro Señor ha entrado en la muerte únicamente por amor a nosotros. Entró en esa espantosa soledad a la que alude el «descendió a los infiernos» del Credo. Eso significa que conoció, solo, la más espantosa y desesperante soledad, y lo hizo para liberarnos de ella, a fin de que no muramos ya solos, puesto que, en adelante, Él atravesará la muerte con nosotros. Y cuando ya no estamos solos en la muerte, cuando la Vida nos transporta en la muerte, cuando en la muerte nos asiste el Amor, entonces la muerte queda vencida y superada definitivamente en lo que tiene de más inaceptable. El poder del Amor es un poder de despojo y de liberación. El que ama no se mira, se desprende de sí mismo, se convierte en un espacio para acoger al otro. Quien ama ya no presenta batalla a los ladrones ni a los fenómenos ni a la muerte, como de una manera tan magnífica nos reveló san Francisco en su propia muerte acogiéndola con júbilo y admiración, porque sabía que iba al encuentro de este Amor que habitaba en él y estaba oculto como un inmenso secreto en el fondo de su corazón. Y este secreto lo llevamos en nosotros mismos, puesto que Jesús no nos espera sólo en el momento de la muerte, sino ya desde ahora, en cada latido de nuestro corazón.LA RESURRECCIÓN Y PENTECOSTÉS: La Cruz no fue la última palabra, la libertad del Espíritu se acreditó en la Resurrección; ahora bien, la Resurrección fue una confidencia hecha a los íntimos y no una proclamación a los cuatro vientos. Jesús no fue a confundir a sus enemigos mostrándose a ellos en un desafío que los mataría, fue en una confidencia a sus íntimos como se manifestó en cuanto vencedor de la muerte con una forma de hombre libre, puesto que sus manifestaciones se adaptaron a cada uno, según lo que pretendían significar para cada uno. Por otra parte, los discípulos no supieron qué hacer con esta Resurrección hasta el momento en que, consumidos por el fuego de Pentecostés, recibieron el bautismo que los interiorizó y los condujo a reconocer a Jesús como interior a ellos mismos, dado que Jesús es interior al hombre. La Resurrección afecta hoy a nuestra vida y cada uno de nosotros está llamado, con una urgencia infinita, a resucitar. Si Dios no es para nosotros la respiración de la libertad y del amor, entonces no es interesante. No lo es más que si aparece de verdad en el corazón de la vida como una fuente que no cesa de renovarla convirtiéndola en una aventura infinita.La integración de la sexualidad en torno a la cruz: ( A.Cencini ) Hay un ejercicio que el presbítero tendría que aprender a hacer cada día y cada vez más: la integración de su afectividad, sexualidad en torno a la cruz. Ya hablamos de la cruz como símbolo cósmico, en el designio del Padre, de unidad y de convergencia de todas las cosas, de cada fragmento de humanidad, también de nuestra sexualidad, muchas veces considerada como algo que no tiene nada que ver con el misterio de la Pasión de Jesús, y por lo tanto nunca confrontada con ésta. Aún así existe un misterioso nexo entre la Pascua y el misterio de la sexualidad. En realidad la cruz es la realización al máximo grado de la energía sexual y de sus características esenciales (la relación con el otro y con la fecundidad), porque la cruz lleva al máximo grado una como la otra: nada como la cruz expresa la capacidad de relación con el otro, con el que es diferente de mí, nada como la cruz es signo de vida y de vida en plenitud. Integrar la afectividad personal en torno a la cruz significa:-dejar que el misterio–magisterio de la cruz de Jesús ponga en tela de juicio estas energías vivas y que muchas veces prorrumpen en el célibe poco dispuesto a aceptar una regla, un límite. Corresponde a la cruz y solo a la cruz cumplir este juicio;

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-aceptar que cada día la Pascua de Jesús oriente y vuelva a orientar continuamente la sexualidad humana, la necesidad natural de recibir y dar amor, de vivir las relaciones de manera a veces posesiva, de tener una creatura toda para sí mismos. La cruz da un orden a través de un proceso de formación continua; justo porque la cruz es la realización al máximo grado de la relación y de la fecundidad, da a la sexualidad humana una orientación en dichas direcciones, salvándola del peligro de encerrarse en sí misma volviéndose estéril-entender el nexo misterioso de la cruz y la afectividad – sexualidad: quien ama tiene forzosamente que morir, hay un drama inevitable en la vida de quien toma en serio la relación con el otro, con el diferente de sí, y quiere a toda costa su bien; así como también hay un drama inevitable en quien elige renunciar al ejercicio de un instinto profundamente radicado en la naturaleza humana o al amor tan deseado de una mujer-es esta pobreza o esta muerte que vuelve fecundo el amor, haciéndolo entrar en la dimensión pascual de la resurrección, y haciendo entender que el amor tiene una intrínseca estructura pascual y tiende siempre a tener las llagas;-así como toda debilidad, también la sensación de la impotencia personal, cuando es celebrada frente a la cruz, se torna un lugar misterioso de manifestación de la potencia de la gracia. De esta manera también el camino de madurez afectiva tiene una estructura pascual, y la virginidad lleva en sí misma los estigmas, es una herida, una herida imborrable que testimonia que Dios ha pasado. La virginidad es una sexualidad que pasa a través de la cruz y la resurrección, no es la negación ni el rechazo de la sexualidad, al contrario, es sexualidad pascual.

II. Para tu oración personal…Podemos mirar nuestras propias cruces, preguntarnos cómo las vivimos y llevamos. Podemos poner nombre a las diferentes cruces que nos toca llevar. Nos puede ayudar para ello, la siguiente oración: LA CASA DE HUÉSPEDES

Este ser humano es como una casa de huéspedes. Cada mañana, una llegada nueva.

Una alegría, una depresión, una maldad, un momento de conciencia viene como un visitante inesperado. ¡Dales la

bienvenida y entretenlos a todos! Aún si son una multitud de penas, quienes violentamente barren con tu casa y arrasan hasta

con los muebles, aun así, trata cada visita honorablemente. Te pueden estar limpiando para un deleite nuevo.

El pensamiento obscuro, la vergüenza, la malicia, recíbelas en la puerta sonriendo, e invítalas adentro. Sé agradecido por cualquiera que llega, porque cada uno ha

sido enviado como una guía del más allá.Podemos mirar la cruz de Jesús, mirar cómo la abraza, encontrarnos en alguna parte del relato de Pasión, sobre todo para dejarnos redimir, salvar, lavar por el Señor. Lecturas bíblicas sugeridas: Relatos de la Pasión (Jn 18 y Jn 19)

III. LECTURAS COMPLEMENTARIAS: El misterio de la Cruz (Diversos autores)

1. CURA BROCHERO: Villa del Tránsito, 28 de octubre de 1913(3 meses antes de su muerte). Al Sr, Obispo de Santiago del Estero Dr. Yañiz Martin. Mi querido: Recordarás que yo sabía decir de mí mismo, que iba a ser tan enérgico siempre, como el caballo chesche que se murió galopando; pero jamás tuve presente que Dios Nuestro Señor es y era quien vivifica y mortifica, y quien las quita: pues bien, yo estoy ciego casi al remate, apenas distingo la luz del día y no puedo verme ni mis manos. Además estoy sin tacto desde los codos hasta la punta de los dedos y de las rodillas hasta los pies y así otra persona me tiene que vestir o prenderme la ropa; la misa la digo de memoria y es aquella de la virgen cuyo evangelio es "extollens quaedam mulier de turba..."; para partir la hostia

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consagrada y para poner en medio del corporal la hijuela cuadrada, llamo al ayudante para que me indique que la forma la he tomado bien, para que se parta por donde la he señalado y que la hijuela cuadrada está en el centro del corporal para poderlo doblar; me cuesta mucho hincarme y muchísimo más levantarme, a pesar de tomarme de la mesa del altar. Ya ves el estado a que ha quedado reducido el chesche, el enérgico, el brioso. Pero es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios Nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la vida pasiva; quiero decir que Dios me da la ocupación de buscar mi último fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo... No ha hecho así contigo Dios Nuestro Señor, que te ha cargado con el enorme peso de la Mitra hasta que te saque de este mundo, porque te ha considerado más hombre que yo, por no decirte en tu cara que has sido y sos más virtuoso que yo... Me ha movido a escribirte tal cual ésta porque tres veces he soñado que he estado en funciones religiosas junto contigo y también porque el 4 del entrante enteramos 47 años a quienes eligió Dios para príncipes de su corte, de lo cual le doy siempre gracias a Dios y no dejo ni dejaré aquellas cortitas oraciones que he hecho a Dios, a fin de que nos veamos juntos en el grupo de apóstoles en la metrópoli celestial. J. Gabriel Brochero Última voluntad del Cura Brochero (1840-1914): Que me hagan un cajón con madera de pino, como para que el carpintero se gane unos panes” (...) “que vendan el cáliz, el copón… y una vez reducidos a plata se lo den a los pobres para que un día siquiera puedan gastar a su albedrío, y ojalá les tocase de a cien pesos”. Lo mismo hagan con los libros: “El valor de algunos que vendan lo den a los pobres, en mi nombre, o sea por mi alma”. Otras frases del Cura Brochero:-“El Señor me dio la salud, él me la quita; bendita sea su santa voluntad. Debemos estar siempre conformes con los designios de Dios.”-“En fin, mi amigo, yo, usted y todos los hombres somos de Dios en el cuerpo y en el alma. Él es el que nos conserva los 5 sentidos del cuerpo y las 3 potencias del alma, y el mismo Dios es quien inutiliza algunos o todos los sentidos del cuerpo y lo mismo hace con las potencias del alma. Yo estoy muy conforme con lo que ha hecho conmigo relativamente a la vista y le doy muchas gracias por ello. Cuando yo pude servir a la humanidad, me conservó íntegros y robustos mis sentidos. Hoy, que ya no puedo, me ha inutilizado uno de los sentidos del cuerpo. En este mundo, no hay gloria cumplida, y estamos llenos de miserias.”

2. P. SERGIO BRIGLIA: (sacerdote de Bs As que sufrió una larga enfermedad, que le fue quitando la movilidad. Al momento de dictar esta meditación, sólo podía mover el párpado de un ojo)

La cruz simbólicamente está clavada en la tierra y su vértice llega al Cielo para significar que Jesús se hizo hombre compartiendo lo más bajo de nuestra condición; el más hermoso de los hombres se hace el más despreciable. Así como muchos quedaron horrorizados a causa de Él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano (Is 52,14). Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada (Is 53,3). Se hizo un gusano no un hombre (Sal 22,7). Sufrió el castigo que nos trae la paz (Is 53,5). Encuentro que mi lugar en la Iglesia es estar escondido allí donde está clavada la cruz, ser parte de las raíces compartiendo los dolores de Cristo, siendo savia que alimenta el árbol de la cruz. ¡Qué privilegio me regala el Señor llamándome a ser raíz! La cruz tiene su vértice en el Cielo. La cruz siempre es gloriosa. Mi hora ha llegado: ¿Y qué decir,

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Padre, líbrame de esta hora? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre! (Jn 12,27-28)

Así como creo que mi vocación en este tiempo es ser raíz, sin poder asomar la cabeza, consumiéndome y ofreciéndome en la oración, así espero llegar a la cima, no es que lo tenga ya conseguido, pero por la misericordia de Dios espero alcanzarla. Considero que las, así llamadas, siete palabras de Jesús se pueden aplicar al ministerio de los presbíteros y a los seminaristas. Los que estamos llamados por nuestra situación de enfermos también nos podemos identificar y repetir con el corazón y las entrañas las palabras de Jesús. Me impresiona el último grito de Jesús en la Cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Sal 22,2) Me parece que en estas palabras se halla el clamor de la humanidad angustiada, oprimida por el peso del hambre, de las enfermedades y de todo lo que avasalla los derechos fundamentales e inviolables del hombre. Como sacerdote enfermo creo que mi misión es asumir ese grito, a veces, desesperado de los hombres. Esa es la voz de la humanidad que busca a Dios en las tinieblas y que clama: Oigo en mi corazón: Busca mi Rostro (Sal 27,8)

Esta misión la asumo como parte de mi vocación particular, pero en realidad pertenece a todos los sacerdotes por su ministerio de santificar e interceder. Me impresionó siempre el silencio de Jesús durante el juicio: Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abrió su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda, ante el que la esquila, el no abrió su boca (Is 53,7). El evangelista Mateo dice durante el juicio ante el Sanedrín: Pero Jesús callaba (Mt 26,63). Recibí la gracia de poder compartir ese silencio de Jesús. Por supuesto que no lo puedo imitar plenamente, todavía no callo lo suficiente. Como me comunico escribiendo siempre hablo de más. Espero poder llegar a un silencio auténtico. Cuando no logro hacerme entender me irrito mucho. Eso es signo de que todavía no logré el verdadero silencio. El mensaje de la Cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados (1Cor 1,18). Por eso, solo me gloriaré en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo.

Mi conclusión acerca de lo que me toca vivir en este tiempo es la misma que la de San Pablo: La cruz es una locura pero salvación para los llamados. Mi gloria está en la cruz. Estoy seguro, en la fe, que esta enfermedad es para gloria de Dios. Creo que es una gracia que me permite completar lo que falta a los padecimientos de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia (Col 1,24). Siento que recibí una gracia especial: cada vez que perdí alguna capacidad o sentido recibía un nuevo sentido espiritual. Por ejemplo: cuando perdí la voz recibí una mayor capacidad de silencio interior, la oración se volvió más fluida y aumentó en mí el deseo de pasar más tiempo con el Señor. Cuando perdí el olfato y el gusto el Señor me concedió saber gustar más las cosas espirituales y tener más olfato para discernir sobre los planteos o preguntas que me hacen. A veces me digo con el Salmo: Antes de sufrir yo andaba extraviado… Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos (Sal 119,67.71). La cruz es la fuerza de nuestro sacerdocio. San Pablo pidió ser liberado de lo que llama una espina de satanás, que para nosotros puede ser cualquiera de nuestras tentaciones, debilidades morales, afectivas o enfermedades y el Señor le responde: Te basta mi gracia porque mi poder triunfa en la debilidad (2Cor 12,9).

A veces siento una gran impotencia cuando me cuentan cosas graves o difíciles de solucionar. Estaba habituado antes, además de rezar, a moverme mucho para solucionar los problemas pero ahora sólo puedo rezar. Eso me infunde una gran confianza y a la vez tomo conciencia de mi poca fe. Entonces digo: Creo Señor,

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pero ayuda mi poca fe (Mc 9,24). Doy gracias a mi Dios porque me ha regalado esta experiencia dolorosa pero también de vida y resurrección. En este viernes santo quiero renovar mi ofrenda con Jesús al Padre para que se haga en mi vida su Voluntad. Me siento interpelado por el apóstol: Yo los exhorto por la Misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer (Rm 12,1). Quiero convertirme en una ofrenda permanente para poder gozar de su heredad junto con sus elegidos. Me gustaría terminar invitándolos a no tener miedo de dar testimonio de Cristo. No teman a nada de lo que pueda sucederles, sean enfermedades, persecuciones, obediencias difíciles de aceptar, etc. Jesús dijo, en efecto: YO HE VENCIDO AL MUNDO (Jn 16,33). Les pido que eleven una oración a Dios, por intercesión de Juan Pablo II, por mis intenciones. “¡Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo con su luz te iluminará!” Les deseo una FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN. (Para los seminaristas de Bahía Blanca. Bs.AS. 2/4/2009. Cuarto Aniversario de la muerte de Juan Pablo II)

IV. ORACIÓN COMUNITARIAAlgo le ha pasado a mi muerte futura con la resurrección de JesucristoAntes de que venga, yo puedo adelantarme y ganarle: No me puedes robar la vida,

simplemente porque yo puedo regalarla antes de tu visita.Jesús me ha enseñado a darla entera, cuerpo y alma. Cuando venga la muerte, se quedará con un cadáver, no conmigo.Mi cuerpo ya es del Señor. Mis miembros vivosson del Resucitado desde mi bautismo.Soy uno solo: cuerpo y espíritu, uno solo en la vida verdadera.La muerte no puede arrebatarme:estoy en manos de la Vida,para siempre en la misma fuente de la Vida.Este que llevan al cementerio ya no soy yo:que se quede la muertediluyendo bajo tierra lo que es tierra.No puede tocar a mi persona.No puede mi amor ser consumido por los gusanos.Aprendí de Cristo a darlo todo,y todo lo entregado quedará para siempre,ciento por ciento, en el Dios vivo.Muerte ¿dónde está tu victoria?Estoy aprendiendo a mirarte de frente,a reconocerte vencida en la Cruz.

Afirmado en mi Señor Resucitado, te mirocomo mira un niño la jaula de los leonesdesde los fuertes brazos de su padre.Todo entero incorporado, al primer nacido de entre los muertos, comparto desde ahora la vida nueva de mi Señor y Amigo.En su cuerpo y en su sangre lo he puesto todo:mi mundo, mis ojos, mis palabras y pensamientos;mis luces, oscuridades, gozos y lágrimas;mis acciones, mis sentimientos, mis posibilidades,mis límites, mi carne, mi espírituy hasta las oscuras profundidades de mi ser.¿Qué te queda, muerte, sino un poco de polvo?Eres dintel solamente. La Puerta es mi Señor.Quedan de este lado los tiempos, las duraciones, los caminos. Al atravesarte, se rompen los límitesy empieza la inagotable novedad.Voy con Cristo, me basta ahora su camino de pobres. Voy transfigurado, nuevo y yo mismo,gratuitamente vencedor y vencido. Cristo me arrebató, me tomó para sí: ya no soy tuyo, muerte. Así, humildemente vencida, te has hecho hermana: hermana muerte, pequeña, gris,servidora de nuestra Pascua.

V. PARA ANTES DE LA SIESTA (Examen de oración)A. En presencia del Señor, me pregunto: (ver p.8) Resumir en una frase significativa mi experiencia de oración de esta media jornada.

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B. Rezo la siguiente oración del P.Carlos Mugica: Señor, quiero vivir desde ahora en adelante como un hombre libre. Quiero recordar, de una vez para siempre, que mi futuro está en tus manos, y que tú eres mi Padre. Ayúdame a no olvidarlo nunca. Y cuando me asalte el temor, el desaliento o la desconfianza, recuérdame, Dios mío, que estás junto a mí, y que los hilos de mi vida están en tus manos, manos de Padre, manos de amigo, que nunca me dejarán en la estacada.

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VI. Décima contemplación: Encontrar a Dios en la vida cotidiana y en todas las cosas

SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!Cuando remamos a oscuras en medio de la noche, y nuestras

redes están vacías,tú estás presente, aunque nuestros ojos no sepan

reconocerte.SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!De madrugada, cuando la luz vence a las tinieblas, en el

primer día de la semana,tú estás en la orilla, y tu palabra ilumina nuestras sombras.SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!

Señor de la Vida en abundancia, Señor de las redes llenas: como Juan, queremos ser capaces de reconocer tu presencia; como Pedro, queremos

saltar de la barca para ir a tu encuentro.SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!

Nos das a comer un pan y unos peces que has preparado para nosotros, y en esa comida compartida

aprendemos a entregar sin reservas lo que gratuitamente hemos recibido de ti.

SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!Tú reclamas de nosotros la confesión de nuestro amor, y nos envías después

a sostener, a apoyar,a defender la vida de nuestros hermanos. No tenemos más que un poco de pan y la pobreza de nuestro amor, pero eso es lo que podemos ofrecerte, y

con eso estamos dispuestos a seguirte.SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO! Con todos los que creen sin haber visto, con todos cuantos buscan sin desfallecer, con todos los pequeños y humildes de corazón, creemos y proclamamos que en ti la

muerte ha sido vencida, que estás vivo y nos precedes en el camino. SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!

-Vamos a contemplar ahora a Jesús resucitado, que se encuentra con los discípulos en Galilea, en la vida cotidiana, en el trabajo de cada día. Ahí es donde Jesús nos sale al encuentro: Jn 21,1-14:-Después de tanto movimiento de los días anteriores, vuelven los apóstoles a la rutina. Es como la vuelta a la vida cotidiana. Vuelven a su antiguo oficio. Salen a pescar. Vuelven a experimentar el fracaso, que tantas veces habían experimentado. Esa noche no pescaron nada. La noche del fracaso vuelve a oscurecer el corazón de los discípulos.-Están sin Jesús, por eso es de noche. La iniciativa no viene de Él, sino de Pedro, por eso el fracaso. Puede ser el fracaso de la evangelización, de nuestros esfuerzos que no son proporcionales con el resultado esperado. Es un tiempo de exilio, de soledad, de fracaso. Tiempo en el que vivimos muchas veces como Iglesia, en donde sentimos que somos pocos, que el mar es grande, que los desafíos son muchos. Nos dispersamos en actividades, sin dar en el clavo. Nos falta hacer las cosas al estilo de Jesús, afinar más el oído a su Palabra, reconocerlo vivo y presente entre claro-oscuros.-Pero, al amanecer Jesús estaba en la orilla. Qué hermosa frase, siempre Jesús nos espera del otro lado, no nos abandona, aunque no lo reconozcamos, está y es el sol que va saliendo para iluminar nuestras noches. Frase que no debemos olvidar nunca: en esta noche de mi vida hay fracaso, pero sé que me esperas al amanecer, en la orilla, aunque aún no te reconozca. Y al alba lo conocemos cuando madrugamos. El alba tiene una luz velada, es de noche y es de día. Curiosamente suele ser el momento en que menos se ve. Se ve… pero no se ve. Se cree ver, pero como todavía no hay tanta luz, de alguna

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manera no se ve. No se sabe si se está engañando o no. En la noche no se ve nada, y no hay problema; y de día, se ve claro. El alba es esa mezcla de noche y de día. La angustia de la noche pasó, pero el sol todavía no ha brillado… El Señor se oculta y se muestra… Resume san Agustín: ¡Ay Dios, que buscas al que se te esconde y te escondes al que te busca…! Como diciendo: “cuando te queremos agarrar te nos vas, y cuando nos vamos nos andas buscando Vos a nosotros…” Dios se mueve así.-Viene entonces la pregunta, semejante a la que le hizo a la samaritana: Dame de beber. Ahora les dice: ¿Muchachos, tienen algo para comer? Parecería como una ofensa, les toca su orgullo, lo que más les duele. La negativa de ellos es rotunda: NO. Y aparece la invitación a probar de otra manera, tiren y encontrarán. Ellos obedecen casi instintivamente sin oponer resistencia. El discípulo amado, la intuición del amor es el primero en reconocer la presencia de Dios: Es el Señor. Pedro sintió ese empujón al oír esas palabras y se arroja al encuentro con el Señor.-Fuego preparado, pescado sobre las brasas y pan: Jesús como anfitrión que nos recibe en su casa, y nos espera para comer, en la salida del sol. Sin embargo, nos pide nuestra colaboración, pongan uds también algunos de sus pescados. Vengan a comer: como un padre que llama a sus hijos a la mesa, ya está listo, pasen a la mesa, con un gesto típicamente eucarístico: tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Él lo distribuye, él nos alimenta.-Cada día estamos llamados a este movimiento del mar adentro y de la orilla-hogar para dejarnos alimentar por Jesús.-Nosotros también somos pescadores, buscadores de Dios, volvemos al inicio del Evangelio, vamos buscando, vamos deseando. Lo mejor está por venir, el mejor vino está al final. Este texto nos abre a la esperanza cierta del encuentro final con el Resucitado, a contemplarlo cara a cara, a poder disfrutar de su amor. Ese es nuestro anhelo más infinito que llevamos dentro.-Este texto muestra una escena muy familiar, muy cotidiana, muy dulce. Jesús que cuida a sus discípulos, que los espera, que los reconforta, que los alienta.-Volvemos ahora, luego de este retiro, a nuestra vida cotidiana. Jesús nos envía a Galilea, que allí lo veremos. El desafío ahora es seguir con esta mirada atenta y amorosa para encontrar con el corazón al Señor que nos espera siempre a la orilla, para darnos de comer, para saciar nuestra hambre. Levántate y come porque todavía tienes mucho por andar, como le decía el ángel a Elías.-Es como que Jesús nos está diciendo, te espero a la vuelta de la esquina, en cualquier lado, allí estaré. En lo cotidiano, familiar, intrascendente, te estaré esperando, para hacer de lo más pequeño, lo más grande, para hacer de lo más limitado y simple, algo grandioso y maravilloso porque estoy Yo.

Jn 21,15-19: Ahora pasamos del momento comunitario, totalmente necesario, al momento personal. Lo comunitario precedió lo personal, fue necesario. Pedro, así como fue llevado al encuentro con Jesús por su hermano Andrés en el cap.1, ahora es llevado por la mirada de Juan para reconocerlo como El Señor. Por tanto, la misión de Pedro se apoya en la fuerza de la comunidad. Solo no puede. Lo comunitario preparó lo personal, lo dispone, no es que lo dispersa, sino que lo prepara. Lo comunitario nos ayuda a centrarnos juntos en la intimidad común con el Maestro. Y abre el camino para el encuentro personal, no lo sustituye. Nos centra, nos va haciendo entrar en la intimidad del contacto directo y necesario, del diálogo íntimo del Maestro con nuestra verdad más profunda.-Viene la triple pregunta, como una manera de ir entrando cada vez más en la espesura de la propia respuesta, de la propia verdad.-Del presuntuoso: Yo daré mi vida por ti al humilde Señor tú lo sabes todo, sabes que te quiero. Esa es la conversión de Simón, hijo de Juan. Aquella roca que había flaqueado, es ahora afirmada, no por su propia fuerza, sino por la fuerza del nuevo llamado. Eso es lo que nos hace fuertes, no nuestra fidelidad, sino la del Señor, que nos sigue llamando.-No es tiempo para mirar la propia flaqueza, sino la firmeza de la Roca que es Jesús. La tristeza de Pedro, es semejante a la tristeza del joven rico, que se apoyaba en sus seguridades. Pedro debe renunciar a esa seguridad, al no tener nada propio, ni siquiera méritos o la satisfacción de haber sido fiel. Esto es puesto de manifiesto delante de los otros discípulos, como para que no se envanezca, como para que recuerde y le recuerden, que es siempre un pecador perdonado. -Pedro es llamado al desprendimiento final, a extender los brazos para que sea Otro el que lo conduzca. Cuando somos jóvenes queremos decidir, ir, adelantarnos, conducir. Cuando la vida nos va golpeando, y se manifiestan con más crudezas nuestras fragilidades, nos damos cuenta, que sólo Jesús es el Pastor. Por

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eso, Simón es vuelto a llamar con su identidad más profunda, no con su función, sino en su ser más íntimo. Es volver a ponerse detrás del Maestro que vuelve a llamar. No es Pedro el que pide perdón, sino Jesús el que invita a sentirse sanado, perdonado por Él. -Esta es ahora la misión de Simón: apacentar, cuidar a sus corderos, primero a los más pequeños, a los más débiles, cuidarlos con su propia experiencia de fragilidad, no con su presunción, sino con la inmensa experiencia de misericordia.-Cuidar a sus ovejas, son de Jesús, se las ha prestado por un tiempo, pero se las debe devolver. -Jesús es celoso, no acepta competidores en su amor, quiere que lo amemos más, quiere la exclusividad de nuestro don, de nuestra ofrenda, de nuestro amor. Quiere que rompamos lo más valioso que tenemos para él, que no nos reservemos nada para él, que no tengamos miedo a la pobreza absoluta de darlo todo, que no guardemos nada en nuestros graneros, por si las dudas, que quememos nuestras naves en el seguimiento fiel de su amor. Su amor es el que nos sostendrá, el que no dejará que nos hundamos, el que nos tenderá la mano en medio del oleaje, el que nos conducirá, sólo resta abrir los brazos y dejarnos llevar.-El desprendimiento de Pedro también es a no controlar los caminos de Dios, respecto de la pregunta acerca del discípulo amado. Es la experiencia del exilio, de dejarse llevar, dejarse hacer, dejarse conducir, apoyado ya no en sus cualidades pastorales, sino en las del único pastor. Sígueme es la nueva invitación de Jesús a Pedro en Galilea.-En la Iglesia, cada uno tiene su lugar, su espacio, su misión. Ninguna es mejor que la otra, son complementarias. La misión de Pedro será conducir el rebaño. No podemos andar ambicionando lo que no somos o no estamos llamados a ser. Y menos aún, en la Iglesia no hay lugar para la comparación: ¿quién hace más?, ¿quién es más necesario?, etc. ¿Qué será de este? Pregunta Pedro. Jesús le responde: si quiero que permanezca hasta mi venida, ¿qué te importa?

-Vayamos nuevamente al primer amor, a esas primeras experiencias de encuentro y búsqueda, para dejarnos llamar nuevamente por Jesús. Es como que el Evangelio con este capítulo, cierra un círculo, nos vuelve a llamar. Quedémonos en este rato rezando con este diálogo entre Simón y Jesús, dejándonos interpelar por sus preguntas. Dejando mirar nuestra historia con Él y juntos soñar con esta misión nueva que nos confía. -Miremos con ojos nuevos cada uno de los detalles que salpican nuestra vida cotidiana: desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Los rostros que cruzamos, las tareas que realizamos, los oficios, etc. Descubramos la presencia de Jesús en cada uno de estos lugares. Dejémonos llamar nuevamente por Él en cada uno de estos lugares donde nos está esperando, para poder seguir haciéndolo a su manera, o tal vez, cambiar el modo en que lo hacemos, con más entusiasmo, con más profundidad, descubriendo este permanecer con Jesús en los distintos movimientos que tiene el día.-Miremos a Jesús vivo y resucitado que nos sale al encuentro para vencer todo fracaso, oscuridad, tiniebla, tanto nuestra personal por nuestra infidelidad, como la de los demás. Dejémonos contagiar por una mirada nueva de esperanza para encarar con corazón nuevo este nuevo camino que iniciamos. SÍGUEME: volvamos a dejarlo todo, para ponernos en camino…

VII. Para tu oración personal…Podemos releer la p.1, donde comentábamos las causas del abandono ministerial, como una manera de cerrar el círculo que se abrió en el comienzo, con la invitación de encontrarnos y dejarnos encontrar con Dios. Podemos también ir haciendo una repasada orante de las distintas luces que fui recibiendo en estos días de retiro, para agradecerlas y tomarlas como puntas de ovillo para elaborar algunos compromisos sencillos y realizables. Puedes también ir imaginando tu vuelta a tu Galilea para pedir a Jesús las actitudes nuevas que Él te invita a tener, al regresar a tu vida cotidiana.A continuación te dejamos un modelo de examen de vida, con preguntas y propuestas para ir viviendo en este tiempo de formación inicial, como para evaluarte

periódicamente y como material para el diálogo con tu director espiritual. Lecturas bíblicas sugeridas: Aparición junto al lago y diálogo con Pedro (Jn 21)

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VIII. LECTURAS COMPLEMENTARIAS: Pautas para el crecimiento espiritual Se trata de ponernos bajo la mirada de Dios, sin dejar que el mal

espíritu nos acuse y nos entristezca, ni tampoco nos impulse a quitarnos el lazo, para evitar que nos hagamos cargo de nuestra propia vida. La sugerencia es realizar lentamente este ejercicio, eligiendo 1 o 2

preguntas en cada rato de oración. Evita hacerlo de golpe. Puedes empezarlo por la mañana y dejar que esas preguntas resuenen a lo largo del día. Anímate a mirar tu propia verdad, con amor, como Dios te mira. Sólo es posible llegar a tu propia verdad, si te sientes profundamente amado y

aceptado por Dios. De ahí que sea necesario primero, ponerte en su presencia y renovar en ti, su mirada buena que confirma tu bondad, tus buenos deseos e inclinaciones más genuinas. Por último, presenta todo esto a tu director espiritual para que, juntos, elijan

algunas prioridades para trabajar en este año.a) Tu fe en Dios, tu consagración a Él (formación espiritual)

1. ¿Cómo te ha ido en la oración? ¿En qué momento del día rezas? Si tuvieras que definir tu experiencia de oración en estos meses, ¿qué dirías? (dispersa, aburrida, entusiasta, oscura, indiferente, etc.) ¿Has tenido alguna experiencia profunda de encuentro con Dios en tu oración? 2. ¿Has sido fiel a un tiempo y lugar determinado de oración, cada día? En el caso contrario, ¿a qué le atribuyes? 3. ¿Has crecido en una mayor intimidad y pertenencia a Jesús? ¿Han entrado en tu oración la vida de los demás? ¿Has intercedido por el pueblo que Dios te confió durante el día? ¿Cómo has vivido el celibato? ¿Qué fue lo que más te ha costado en este aspecto? ¿Cómo comienzas cada día? ¿Cómo lo terminas?4. ¿Has crecido en una mirada de fe: para con vos mismo y los demás, apostando por aquellas cosas que no se ven, pero que son importantes?5. ¿Cómo has vivido la Eucaristía cotidiana? A nivel vivencial, ¿ha sido lo más importante del día? ¿Has crecido en tu piedad eucarística?6. ¿Te has reconciliado con Dios frecuentemente? ¿Cada cuánto charlas en serio con tu director espiritual? ¿Eres totalmente sincero o te guardas algo? En el caso de no haber cuidado mucho este aspecto, ¿a qué se lo atribuyes? ¿Has buscado excusas con facilidad o te haces cargo?

b) Tu formación humana-comunitaria7. ¿Cómo te sentiste en este tiempo? ¿Te has hecho consciente de tus sentimientos? ¿Cómo te sientes ahora?8. ¿Cómo has vivido las exigencias de cada día? ¿Cómo has manejado y resuelto tus sentimientos y emociones? ¿Has descuidado el descanso y la recreación; la amistad y la familia? ¿Desatendiste alguna responsabilidad? ¿Te has sentido solo, enojado, frustrado, harto, aburrido? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Cómo has resuelto esos sentimientos? ¿Los has podido reconocer en el momento? ¿Te has enojado contigo por tener estas emociones?9. ¿Cómo has vivido los vínculos con los demás? ¿Cómo te llevaste con tus formadores? ¿Y con tus compañeros? ¿Has sentido celos, broncas, desprecios, complejos? ¿Te interesaste por sus vidas? ¿Fuiste indiferente?10. ¿Qué responsabilidades te costaron más? ¿Te has sobrepuesto a las dificultades para realizarlas igual? ¿Las has esquivado con excusas? ¿Has elegido siempre lo más fácil? ¿Has esquivado lo más difícil? 11. ¿Has podido salir de vos mismo? ¿Te has centrado en el prójimo? ¿Recuerdas algún momento en que pudiste amar en serio a alguna persona en este tiempo? ¿Has sido el centro de referencia de las relaciones o has podido ponerte en el lugar del otro? 12. ¿Has podido abrirte para darte a conocer a los demás? ¿Has podido establecer algún vínculo profundo con alguien? Ante algún error cometido, ¿has podido charlarlo o pedir perdón? ¿Has podido aceptar serenamente las correcciones? ¿Te has dejado formar por Dios y la gente? ¿Has sabido pedir ayuda y hablar cuando necesitabas? ¿Por qué?

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13. ¿Cómo has usado tu tiempo? ¿Lo has aprovechado? ¿En qué has perdido el tiempo? ¿Has sido puntual con tus obligaciones? ¿Has llevado un orden y disciplina en tus cosas? 14. ¿Cuáles han sido tus motivaciones principales? (aprobación del otro, agradar a los demás, que me reconozcan, miedo a que me reten, deseo que me admiren, que me tengan miedo, pasarla bien, hacer lo que me gusta, para sentirme conforme conmigo mismo, demostrarme y demostrar a los demás que puedo y que soy valioso, por amor a Dios, por amor a los demás, por obligación, etc.) 15. ¿Cómo ha sido tu relación con las cosas (bienes, dinero)? ¿Has sabido valorarlas y cuidarlas? ¿Cómo has administrado lo que se te ha confiado?

c) Tu formación intelectual16. ¿Cómo llevas adelante las responsabilidades del profesorado? ¿Le dedicas tiempo al estudio? 17. ¿Has dedicado tiempo a la lectura espiritual? ¿Qué has leído? 18. ¿Te has tomado tiempo para preparar adecuadamente tus exámenes y trabajos del profesorado?

d) Tu formación pastoral19. ¿Descubres en tu corazón actitudes de Jesús Buen Pastor? ¿Cuáles? ¿Has crecido en tu deseo de consagrar tu vida en la vocación sacerdotal? 20. ¿Te has involucrado de corazón con la comunidad en tu apostolado? ¿Has tomado iniciativas o esperaste todo de arriba? ¿Cuál crees que ha sido tu aporte a la comunidad en este tiempo? ¿Te sentiste conforme con vos mismo? ¿Qué te reprochas continuamente? ¿Qué crees que te diría Dios al respecto?21. ¿En qué momentos te has sentido más “cura”? 22. ¿Te ha surgido algún miedo o inquietud respecto de la vocación en este tiempo? ¿Has podido compartirla con alguien? 23. ¿Te imaginas ya como sacerdote de tu diócesis? ¿Lo deseas profundamente? ¿Qué es lo que más te gusta de este estilo de vida? ¿Qué es lo que más te atemoriza de la vida sacerdotal?24. ¿Cómo te sientes con tu identidad de seminarista? ¿Te dio vergüenza mostrarte como tal? ¿Te has sentido más que otros por ser seminarista? ¿Aprovechaste tu condición para sacar algún provecho o tajada de algo? 25. ¿Cómo te has posicionado con la gente? ¿Desde arriba, sintiéndote más? ¿Has despreciado a alguien internamente? ¿Has sido distante con los demás? ¿Has sido demasiado “confianzudo” y “amigote” de modo que alguno se haya confundido o le haya costado verte como consagrado? ¿Tu cercanía ha sido por necesidad del otro o por tu propia necesidad? 26. Los que se han encontrado contigo, ¿han recibido un testimonio de tu amor a Jesús? ¿O has sido obstáculo para encontrarse con Él? ¿Te has sabido correr del medio en las relaciones para centrarlo a Jesús?27. ¿Has dedicado tiempo a los pobres, sencillos, enfermos y ancianos? ¿Has realizado actos de amor ocultos y pequeños sin buscar la aprobación o la mirada del otro? 28. ¿Has crecido en tu inserción en la diócesis? ¿Te interesas por la vida diocesana? ¿Te sientes parte de su identidad y de su historia? ¿Has juzgado o criticado a algún agente de pastoral? ¿Te has prestado en algún chisme, ya sea escuchando o transmitiéndolo? ¿Has sido misericordioso en tu mirada y tus juicios?29. ¿Has vivido de un modo demasiado cómodo? ¿Te has animado a salir al encuentro de los demás? ¿Te has arriesgado por los otros? ¿Te has animado a quedar mal parado, con tal de defender una verdad o ser fiel a tus principios? 30. Si tuvieras que enumerar las cosas que aprendiste de los compañeros con los que convives, ¿cuáles serían? ¿Qué fue lo que más aprendiste de tu comunidad? 31. Resumiendo todo este sinceramiento con Dios, ¿qué cosas buenas has descubierto de tu persona? ¿Cuáles son tus mejores dones? Elige al menos 5 cualidades que Dios te dio y que son bien tuyas. ¿Cuáles puedes potenciar más? ¿De qué modo lo puedes hacer?32. ¿Cuáles son tus sombras? ¿Qué cosas debes aceptar más de ti mismo? ¿Qué cosas deberías corregir y cambiar?

NO TE OLVIDES DE COMPARTIR ESTO CON TU DIRECTOR ESPIRITUAL

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IX. ORACIÓN COMUNITARIACompartir un anhelo personal y otro comunitario en esta vuelta a Galilea (mi vida cotidiana).

X. PARA ANTES DEL DESCANSO NOCTURNO (Examen de oración)A. En presencia del Señor, me pregunto: (ver p.8) Resumir en una frase significativa mi experiencia de oración de esta media jornada.B. Rezo la siguiente oración del poeta árabe Rumi: Tú que has hecho camino con nosotros, tú que te has acercado a nuestras dudas, a nuestros temores, a nuestros desánimos: ¡QUÉDATE CON NOSOTROS!Tú que nos has abierto la Escritura y con tu palabra y tu presencia has hecho arder nuestro corazón: ¡QUÉDATE CON NOSOTROS!

Tú que has aceptado no abandonarnos al declinar el día, tú que has compartido nuestro techo y has partido para nosotros el pan: ¡QUÉDATE CON NOSOTROS! Tú que nos has devuelto el ánimo y has hecho renacer en nosotros el gozo; tú que nos envías a anunciar a los que tienen miedo, que nos precedes en el camino y nos preparas una mesa: ¡QUÉDATE CON NOSOTROS! Tu cuerpo es el pan que nos congrega, tu sangre es el vino de nuestra fiesta: al reunimos en tu Nombre, tu Eucaristía se convierte para nosotros en esperanza de una vida siempre nueva. ¡QUÉDATE CON NOSOTROS!

APÉNDICE 1: EL SANTO ROSARIOAntes de entrar de lleno en la oración contemplativa, debemos animarnos a dar el paso de abandonar lo

conocido para abrazar lo desconocido. Entrar en la inseguridad de la fe desnuda y pura. Dice Thomas Keating: En nuestro tiempo hay dos cosas que más se oponen al paso de la meditación discursiva al silencio interior. La primera es la hiperactividad – pensar que tenemos que hacer algo en la oración para complacer a Dios-. La segunda es una conceptualización excesiva, un riesgo especial para los que han recibido una formación especializada, y más aún para quienes han recibido una formación teológica especializada. Han asimilado gradualmente la idea de que pensar sobre Dios es orar. No lo es en absoluto. Los métodos de oración contemplativa son una forma de capacitar a nuestros contemporáneos a fin de que superen esos dos obstáculos culturales principales para su desarrollo en la oración.

Superados estos dos obstáculos, podemos animarnos a hacer este paso en cualquier tipo de oración que realicemos. Ya sea cuando estemos con la Palabra, el Breviario o el Santo Rosario. Escuchemos nuevamente a Thomas Keating: Al igual que sucede en la lectio divina, en el rosario hay un movimiento inherente de la reflexión al simple descanso en Dios. Imagínate que dedicas media hora al rosario cada día. Supón que mientras reflexionas sobre los misterios, sientes una atracción interior a guardar silencio en presencia de Nuestra Señora y asimilar únicamente la dulzura de su presencia con tu espíritu interior. Podrías sentir la cercanía de la divina presencia en tu interior de la misma manera que la proximidad de Nuestra Señora. Esto es lo que quiere decir con el término “descansar en Dios”. El camino hacia la contemplación es ir más allá de las oraciones vocales y más allá de la reflexión cuando sientes la atracción de guardar silencio. Éste es el momento en que deberías sentirte libre para dejar de decir las oraciones vocales y seguir la atracción de quedarte callado, porque tanto las oraciones vocales como la meditación discursiva están destinadas a conducirnos gradualmente a ese lugar secreto y sagrado. Éste es el único propósito. Muchos no lo comprenden y piensan que tienen que rezar un número determinado de misterios o un número determinado de oraciones. Éste no es el propósito del rosario. Cuando te comunicas con un amigo o un ser querido, la conversación ha de ser espontánea y cuando te sientes inclinado a descansar en el otro, tienes que permanecer en silencio. Si la otra

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persona habla o si tú dices algo, se rompe ese nivel particular de comunicación y volvéis a la conversación. Cuando pasa la sensación de descansar en Dios, puedes volver a tu recitación del rosario donde lo dejaste. Si no tiene tiempo para ello, no importa. No hay ninguna obligación de terminar nada. En realidad la compulsión a completar un cierto número de oraciones vocales dificulta la espontaneidad de la oración contemplativa. Es necesaria la libertad interior para seguir el movimiento de Espíritu tanto en nuestras reflexiones como en nuestra relación con la comunicación silenciosa. Esta libertad es renovadora. Conozco a muchas personas que han aprendido a rezar el rosario de esta forma. Pero también tenemos que enseñar a otros a orar de esta forma. Muchos se sienten atraídos a permanecer en silencio a pesar de sí mismos o por casualidad, y se sienten culpables porque no completan el número fijado de oraciones vocales. El Espíritu los lleva a ese espacio sosegado, pero involuntariamente en ocasiones se oponen al Espíritu, que los lama al silencio, por causa de sus ideas preconcebidas. En ese descanso oímos la palabra de Dios en el nivel más profundo, somos incorporados a Jesucristo y comenzamos a asimilar lo que Pablo llama la “mente de Cristo”, que se podría resumir como la experiencia del espíritu y las bienaventuranzas. Cuando los frutos del Espíritu se desbordan en nuestra vida diaria, experimentamos la plenitud real de la vida cristiana. Entonces la oración alimenta constantemente nuestra actividad diaria. Nuestro apostolado o nuestro ministerio –incluyo la vida familiar, la paternidad y la maternidad entre los ministerios más grandes de la vida cristina- se harán más efectivos. Todo el propósito del rosario es conducir a esta experiencia profunda de Nuestra Señora, que junto con Jesús infunde el Espíritu en nosotros. Lo que importa es la calidad de la oración y no tanto la cantidad. El desarrollo de la fe y del amor es el fruto de la reflexión en los misterios del rosario y, especialmente, del descanso en ellos.

La oración es obra de Dios y no nuestra. Está en nosotros procurar el tiempo, el espacio, la predisposición, el ánimo. Nuestra actividad será quitar todo obstáculo al trabajo de Dios en nosotros, no resistir a su gracia. Por tanto, si el Espíritu nos conduce al silencio, al descanso profundo, a la mirada amorosa y reposada, no hemos de ofrecer resistencia. Todo método ha de ser relegado, ya que estamos tocando la meta de nuestra oración, el encuentro silencioso, sin palabras ni ideas, experimentando la presencia mutua, en la comunicación amorosa. Es ahí cuando debemos quitarnos las sandalias, ya que pisamos tierra sagrada. Quitarse el calzado es un símbolo del abandono de todo método ya que, en esos momentos, están de más y pueden entorpecer el encuentro.

Dice Jean Lafrance (sacerdote dedicado a la espiritualidad y a la enseñanza sobre la vida de oración): A todos los que experimentan resistencia al Rosario, sentíos libres ante esta exigencia cotidiana y preguntaos: ¿qué es lo que más me ayuda a guardar el contacto con Cristo a lo largo del día, a vivir bajo la mirada benevolente del Padre, en la libertad de la oración del Espíritu en nosotros? Para muchos esta actitud será una verdadera liberación y podrán situarse ante el Rosario sin apremio y sin embargo sin descuido. Poco importa que meditemos o no, que tengamos distracciones o no, la recitación lenta y atenta del Rosario nos hará entrar en la oración misma de la Virgen. No se trata de reflexionar o de pensar, sino de murmurar con los labios una súplica estrujándola en nuestro corazón: ¡Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores!

Poco a poco y sin darnos cuenta, la oración de fuego del Espíritu se nos encenderá en el corazón. Volveremos así a una ley de la oración: Cuánto más nos sentimos llamados a realizar la oración del Espíritu en nuestro corazón más debemos agarrarnos a una oración sencilla, importa poco que sea mental o vocal. Hay que haber sufrido mucho en la vida de oración para comprender que no se va directamente a Dios sin pasar por esos intermedios que San Ignacio llama "mediadores". A menudo invita al ejercitante al empezar la

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oración, a suplicar a Cristo, a la Virgen o a los Santos para que le introduzcan ante el Padre. Si queréis convenceros de lo bien fundado de este consejo, ponedlo por obra el iniciar una hora de oración. Si llegáis a la oración y no conseguís entrar en contacto con Dios, tomad el Rosario y recitad lentamente una o dos docenas; muy pronto veréis el resultado. Sorprenderéis a vuestro corazón en "flagrante delito" de oración y seréis introducidos, sin daros cuenta en el corazón de la Santísima Trinidad por la oración de María. A algunos les gustará recitar el Rosario de una sola vez los días en que tienen tiempo. A otros les gustará decirlo a lo largo del día, al hilo de los acontecimientos o de los rostros encontrados, o mejor todavía para santificar su trabajo, o en los momentos de tiempo libre. El Rosario aparece entonces como una especie de hilo de oro que enlaza los instantes de una vida y los unifica en una mirada puesta en Jesucristo y en su Madre. Los que perseveran en esta oración, a veces austera y árida, están en el camino de la oración contemplativa del Espíritu. Si no pueden pasar una jornada sin haber rezado el Rosario, les llegará algún día una gran gracia. Verán los cielos abiertos y a Jesús sentado a la derecha del Padre sin cesar de interceder por los que se acercan a él con confianza. Igualmente entrarán en la oración de María en el cenáculo que no cesa de pedir el Espíritu, uniéndose a la oración de su Hijo: Pedid al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre.

Seguramente os habréis encontrado con hombres y mujeres de oración; entre ellos monjes, laicos, sacerdotes, ancianas, monjas o jóvenes, en su mayoría gente sencilla y pobre. Estas personas "han sido captadas" por la oración, aunque está oculta en el fondo de su corazón, es invisible; sólo la mirada del Padre ve en lo secreto. Estas personas continúan su vida normalmente: trabajan, hablan, duermen, comen y oran con sus hermanos, pero si no tenéis "ojo" en el sentido de "ver a través", no os daréis cuenta de que están siempre en oración en el santuario interior de su corazón. Se comprende que oculten su tesoro, pues es lo mejor y más precioso que tienen. Si les preguntáis un poco, os dirán que esta oración continua es una gracia recibida, y algunos, por no decir todos, añadirán que la han recibido por intercesión de la Virgen. Para muchos, el humilde rezo del Rosario fue el camino de humildad y de pobreza que les sumergió en la oración continua. Basta hacer uno mismo la experiencia al comienzo de la aventura de la oración. Nos rompemos la cabeza para encontrar el contacto con Dios o para hacer silencio, y no lo conseguimos. Nos ponemos a recitar el Rosario y la oración habita en el corazón antes de que nos hayamos puesto a pensar en Dios.

Hay ahí un secreto inaccesible a los sabios y a los inteligentes, pero revelado únicamente a los pequeños. No lo explico, sólo lo constato e invito a los lectores a que ellos mismos hagan la experiencia y juzguen por los resultados. Si no se puede explicar ni conocer el origen o el término de esta experiencia que nos supera, se puede al menos, dice San Bernardo, "discernir el momento de su venida y la hora de su retirada". ¿Por qué este discernimiento? Para dar gracias cuando la oración se presenta y para desearla cuando se ausenta.

Parece que en el momento que se repite la invocación "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores", la oración irrumpe en nuestro corazón. La oración que se inscribe aquí abajo en nuestras pobres palabras humanas repercute en la oración de la Virgen en el cielo. Somos muy conscientes de que María ha tomado el relevo de nuestra oración y que intercede por nosotros junto a Jesús, siendo aún más conscientes de que no hay más que una intercesión: la de Jesús al Padre (Heb 7,25). María, en la gloria del cielo, intercede por nosotros y nos hace experimentar las arras de la oración del Espíritu. Algunos días, tenemos como la intuición de compartir su oración del corazón y que nos parece bueno estar allí sencillamente con ella. Otras veces repasamos en la memoria del corazón el hilo de

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los acontecimientos de la jornada y descubrimos los humildes pasos del Señor, sus llamadas discretas y también los rechazos que le hemos opuesto haciéndonos los sordos. Como las cuentas del Rosario, estos acontecimientos forman un todo que presentamos al Señor en la acción de gracias y el arrepentimiento. A veces, en fin, esta oración del corazón se identifica con el silencio y el descanso bajo la mirada del Padre. Que María nos conceda el acoger la oración del Espíritu en nosotros como Dios quiere, tanto en la alegría como en la sequedad.

APÉNDICE 2: LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA (David Benner: Abrirse a Dios)Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno

silencio, y en silencio ha de ser oída del alma (Dichos de Luz y Amor nº. 99, San Juan de la Cruz)1) La oración contemplativa

De ordinario, en nuestra oración sólo desarrollamos las dos primeras fases, que son la oración y la meditación: repetir oraciones y pensar, de forma que abandonamos el proceso de la contemplación, que es el gran ausente de nuestra experiencia religiosa. Resulta necesario recuperar la contemplación, como experiencia interior de presencia. Este sendero contemplativo del silencio sonoro y de la oscuridad luminosa ha recibido formas distintas: oración del corazón, oración de quietud, oración centrante, que consiste en orar más allá de las palabras (pero sin renunciar a ellas). Así fue como surgió en la Iglesia Oriental la filocalia de la oración de Jesús, que se remonta a los Padres del Desierto, con el grito interior del ciego de Jericó que implora a Jesús cuando quiere ser curado o también la oración del publicano: Oh Dios, compadécete de mí, que soy pecador. Éste es también el Kyrie eleison (Señor ten piedad de nosotros) de la liturgia cristiana universal. Esta fórmula buscaba la interiorización y que el sujeto pudiera orar continuamente, como si estuviera recitando una letanía en un diálogo interior. Con la práctica y con una buena dirección espiritual la oración de Jesús se iba adecuando al ritmo respiratorio, de modo que el espíritu lograra el reposo (hesychia, en griego, de ahí luego el nombre del hesicasmo cristiano, como también se conoce a esta corriente y práctica espiritual). También, en nuestros días, en Occidente, se está desarrollando todo un trabajo similar a lo expuesto en la Iglesia Oriental. Se conoce con el nombre de oración centrante, porque te centra en Dios. Es un método y un camino hecho de silencio visual (y auditivo), que nos permite escuchar la palabra interior, contemplar la presencia sagrada del Dios de Jesús, del Dios universal. Su promotor fue el monje cisterciense Basil Pennington, aunque pronto sería acompañado por otros dos: William Menninger y, sobre todo, Thomas Keating. Este método es otro intento de presentar la enseñanza de los primeros tiempos en una forma actualizada y poner un cierto orden y regularidad en ella. Un método que deriva, fundamentalmente, del texto anónimo inglés del s. XIV “La Nube del no-saber” y de las enseñanzas de San Juan de la Cruz.2) La oración de Jesús

La tradición de la oración contemplativa más antigua del mundo cristiano ha sido la que ha formado parte esencial de mi vida de oración personal durante veinticinco años. Dios la puso en mi camino en un momento en el que mis oraciones se habían secado, porque habían estado demasiado tiempo en mi mente. Durante mucho tiempo, habían sido el resultado de mi esfuerzo, la expresión de mi actividad. En consecuencia, mi espíritu estaba angostado, y mis anhelos de abrirme más profundamente a Dios y encontrarme con Él eran realmente intensos. En medio de este período de anhelo de Dios, me encontré con un breve opúsculo titulado El peregrino ruso. Este libro, escrito por un ruso anónimo del siglo XIX que buscaba a un monje de la Iglesia Ortodoxa Rusa para que le enseñara a orar, me introdujo en la oración de Jesús: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy un pecador. Como el peregrino, comencé a decir esta oración una y otra vez a lo largo del día. Al principio, era muy consciente de que estaba haciendo algo, es decir, que no me limitaba a estar presente. Era totalmente consciente del esfuerzo que hacía al repetir las palabras de esta oración, a las que volvía una y otra vez cuando caía en la cuenta de que había dejado de decirlas para deslizarme hacia otras cosas. Pero, al hacerlo así, la oración

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comenzó de pronto a emerger de un lugar más profundo dentro de mí y dejó de ser simplemente el resultado de mi esfuerzo. Había comenzado a descender de mi mente a mi corazón, de lo consciente a lo inconsciente. Al seguir aprendiendo más sobre esta oración por medio de la lectura y con la ayuda de un director espiritual, comencé a coordinar las frases de esta plegaria con mi respiración: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios» -inspiración. «Ten piedad de mí, que soy un pecador» -expiración. De este modo, la oración llegó a instalarse mucho más profundamente en mi ser. Ahora sí que comenzaba realmente a conocerla como oración de presencia. Era como si la oración comenzara a orar por sí misma. Siempre que me libero de cualquier distracción, la oración comienza a emerger en sintonía con mi respiración. Ya no es simplemente una oración mental, sino que se ha convertido en una oración corporal o, como a veces la llamo yo, una oración respiratoria.

A continuación, al igual que el peregrino autor del libro, comencé a hacer esta oración mientras caminaba. A él le llevó mucho más lejos que a mí. Este libro es el diario en el que va anotando la experiencia que tiene de Dios durante su constante peregrinar a través de lo largo y ancho de Rusia. Yo camino mucho menos que él, pero mi praxis y mi experiencia se parecen bastante a las suyas. Mientras camino, simplemente dejo que la oración encaje con mi respiración. Me doy cuenta de que, al acelerarse mi respiración, la oración comienza a desacelerarse. En esos momentos, sin esfuerzo alguno, se inicia un nuevo ritmo entre la respiración y la oración: «Señor Jesucristo» -inspiración. «Hijo de Dios»- expiración. «Ten piedad de mí» -inspiración.«Que soy un pecador» -expiración.

Sin embargo, la mayoría de las veces no soy consciente de que estoy orando. Ya ni siquiera tengo que tengo que comenzar a orar cuando salgo a caminar. Tan pronto como me pongo a caminar, caigo en la cuenta simplemente de que la oración emerge de dentro de mí mismo. Ahora es la oración del Espíritu. Mi papel consiste simplemente en permitir que el Espíritu la ore a través de mí, mientras yo paso el tiempo con Dios. Ya no es algo que yo hago. Se ha transformado en algo que Dios hace en mí. Porque la oración no es propiedad mía, no exijo la forma que debe adoptar. A veces me doy cuenta de que el conjunto de la oración se ha reducido a una o dos de sus frases. Normalmente, consiste en repetir, en sintonía con mi respiración: «Señor, ten piedad». En otras ocasiones llega a concentrarse en una sola palabra: «Señor». No hago esfuerzo alguno por orar o mantener centrados mis pensamientos en Dios. En cuanto tomo conciencia de que estoy pensando en alguien o en algo, simplemente desecho ese pensamiento, repitiendo a continuación: «Señor, ten piedad». Elevo a quienquiera o cualquier cosa que me haya venido a la mente hasta Dios, y dejo en Él a la persona o la cosa en cuestión. Oro implorando misericordia, pidiendo que Dios bendiga a esa persona o situación. Simplemente, digo: «Señor, ten piedad», y me libero de cualquier pensamiento, regresando a la quietud ante Dios y dejando así que el Espíritu siga orando a través de mí.

No tienes que ser un cristiano ortodoxo oriental para hacer tuya esta oración, ni tienes que hacerla mientras caminas, ni esforzarte por coordinarla con tu respiración. Simplemente, deja que adopte en ti la forma que desee, como don del Espíritu. Si lo haces, llegarás a saber por qué esta oración es tan apreciada en la Iglesia Ortodoxa oriental. Estoy profundamente agradecido a Dios de que esta parte de nuestra familia cristiana haya conservado esta rica tradición de oración para nosotros, poniéndola a disposición de cuantos anhelamos abrirnos a Dios en una oración de presencia.3) La oración centrante

Mientras que la oración de Jesús implica centrar nuestra atención mediante la repetición de una palabra o frase, otra tradición principal de la oración contemplativa cristiana -la oración centrante- se fundamenta simplemente en dejar pasar todo pensamiento que te venga a la mente. Esta oración se inicia con la intención de estar totalmente abierto a Dios. Cuando esto se produce, todo lo que entonces debemos hacer es ofrecer nuestro consentimiento a la presencia y la acción de Dios en nuestro interior, sea cual sea la forma en que surja. Aunque no puede reducirse a un método, existe, no obstante, una pauta para ponerla en práctica. Esta pauta puede sintetizarse en dos frases breves: «permanece con Dios dentro de ti»; «usa una palabra orante en la que demorarte y a la que retomar de nuevo». Para explicarlo brevemente, organizamos su praxis en torno a cuatro directrices que pueden ser útiles:

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1) Elige una palabra de amor o de oración para dirigirte a Dios: Comienza eligiendo una palabra que te conecte amorosamente con el Señor o que te recuerde tu intención. Podría ser uno de los nombres favoritos con que nombramos a Dios (Abba, Señor, Jesús, Padre, Amor, etc.), o bien, simplemente, una palabra que te abra a Dios o te recuerde por qué estás haciendo lo que haces (confianza, quietud, abrirse o liberarse). No te preocupes si te lleva algún tiempo decidirte por esa palabra. Pero una vez que te decidas, deja que ella sea tu oración. No es un talismán mágico del que quepa esperar que produzca un efecto espiritual deseado. La palabra es en sí misma algo neutro. Es tu intención la que la hace sagrada.2) Siéntate relajada y silenciosamente: Siéntate cómodo y tranquilo, con la espalda derecha, las manos sobre tus piernas, los pies pisando la tierra. Aquiétate. Permanece callado. Cierra tus ojos y dirige una breve oración verbal a Dios pidiéndole ayuda y declarando tu intención de estar amorosamente con Él como Él lo está contigo.3) Dirige tu atención al Señor que está presente en tu interior: Respira lenta y silenciosamente, serenando tu corazón. Cierra tus ojos y pronuncia en silencio y lentamente tu palabra secreta en tu corazón. Quédate quieto y sentado. Ten paciencia. Dios está dentro de ti en el silencio. Aquiétate. Ábrete con fe y amor a Aquel que mora en el centro de tu ser. No tienes que hacer nada para captar la atención o el amor de Dios. Ni siquiera tienes que pensar o hablar con Él. Simplemente, limítate a permanecer con Dios en el amor.4) Cuando asalte tu consciencia algo distinto, con tu palabra de oración pronunciada suavemente, retoma tu intención de estar con el Señor: Cuando te des cuenta de que piensas en otra cosa, la quesea, di tu palabra clave de oración una vez con absoluta naturalidad, como un modo de dejar pasar lo que te ha venido a la mente y volver a estar tranquilamente con Dios. No la repitas como si fuera un mantra. Dila una sola vez para librarte de la distracción y volver junto al Señor. Date cuenta de que incluso el pensar en Dios puede ser una distracción. No es momento de pensar en Dios, sino de abrirse simplemente a Él y estar con Él.

La mayoría de los maestros de la oración centrante sugieren que se practique diariamente en dos sesiones de veinte minutos. Yo pienso que para comenzar bastarían entre cinco y diez minutos. Como ocurre con cualquier forma de oración contemplativa, es importante que encuentres ante todo un espacio en el que puedas estar tranquilo y donde nadie te interrumpa. Aunque sería difícil practicarla sin un cierto grado de silencio y soledad, una vez que te hayas hecho con ella, descubrirás que es perfectamente posible concentrarte en presencia de Dios aunque te encuentres en medio del bullicio normal de cada día. Todo cuanto tienes que hacer es inspirar profundamente, pronunciar tu palabra sagrada y soltar todo lo que bulle en tu interior, al tiempo que te dejas sumergir en la presencia amorosa de Dios.

La teología de la oración centrante gira en torno a los conceptos de entrega y vaciamiento de uno mismo (kénosis). Es liberarse de todo cuanto hace que nuestra identidad se fundamente en nuestro diálogo interior, en nuestros pensamientos, ensoñaciones y fantasías. Es practicar la entrega; pero, dado que es un acto de entrega a una persona, tiene una dimensión relacional. No es una mera técnica mental, sino que es oración, y una oración que consiste en estar con Dios sin necesidad de decir nada, abriéndose a Él con absoluta confianza.4) Algunos presupuestos básicos para la oración contemplativa

Nada es tan capaz de arruinar la oración como unas expectativas inapropiadas. Y esto es algo que puede afirmarse, sobre todo, de la oración contemplativa. No confundas la oración contemplativa (o cualquier otra forma de oración) con la experiencia. Quizás puedas llegar a tener una experiencia mística de unión con Dios o a sentir su presencia en un éxtasis; pero la mayoría de las personas que dedican toda su vida a la oración contemplativa no llegan a tener tal experiencia. Lo cual no significa que hayan hecho mal dicha clase de oración. La esencia de la oración contemplativa no radica en tener una experiencia extraordinaria de Dios, sino, simplemente, en pasar el tiempo con Dios. Arruinamos la oración si estamos constantemente tratando de averiguar qué es lo que conseguimos con ella. Cynthia Bourgeault nos recuerda que «lo que acontece en esas profundidades silenciosas durante el tiempo dedicado a la oración centrante no es asunto tuyo, ni siquiera

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te pertenece; es algo que acontece entre tu ser más profundo y Dios». De modo que, en la medida de lo posible, olvídate de lo que suceda. Lo único que se busca en la oración contemplativa es a Dios.

Intenta no pensar en el silencio como un recipiente vacío en el que Dios vierte el contenido. En su lugar, acepta el silencio como la forma de comunicación propia de Él. Thomas Keating nos recuerda algo que desde hace tiempo han enseñado los místicos cristianos, a saber, que «el silencio es el lenguaje propio de Dios, y que todo lo demás es una pobre traducción». Para aprender ese lenguaje tenemos que aprender a estar en silencio y a descansar en Dios. La oración contemplativa es la escuela de idiomas de Dios, el lugar donde aprendemos el lenguaje silencioso de Dios y el descanso espiritual auténtico.

¿Qué deberías esperar conseguir de la oración contemplativa? Si lo que pretendes es utilizarla para relajarte o tranquilizarte mentalmente, has de saber que te esperan la frustración y el fracaso más rotundos. Tan pronto como se desvanecen tus pensamientos, otros nuevos se precipitan para llenar el vacío dejado por el silencio. Aunque te ofrece el don de tener oportunidades ilimitadas para practicar la entrega, si utilizas la oración contemplativa como modo de conseguir la serenidad interior, llegarás a desesperarte. Pero si continúas desechando estos pensamientos, puedes esperar recibir el don de perfeccionarte en las virtudes y en el fruto del Espíritu, así como tener un encuentro transformador con Dios y contigo mismo. La meta es Dios, no el progreso espiritual. Pero todo encuentro auténtico con Dios implica un encuentro con el yo; y cuando esto sucede en la práctica habitual de la oración contemplativa, ello te transformará profunda y radicalmente.

En la oración contemplativa se te invita a caminar por el sendero de la fe pura, un sendero que nos exige perseverar en hacer de nuestro yo algo disponible a Dios con tranquilidad y en silencio, sin tener en cuenta lo que obtendremos de ello. A Thomas Keating le gusta decir que no tenemos que sentirlo, pero sí practicarlo. La práctica es sencilla, pero es sumamente exigente. Sin embargo, no se trata de las exigencias que tal vez esperarías, porque no se te exige firmeza ni determinación, sino fe. Sí, en efecto, debemos optar por crear un espacio para Dios. Pero el desafío verdadero consiste en seguir el sendero de la fe oscura que exige la oración contemplativa; oscura, porque debemos caminar sin ver. Con nuestras facultades naturales no podemos ver lo que encontramos en la oración contemplativa; eso únicamente puede verse por medio de la fe. La oración contemplativa -como toda oración- exige la fe. Sin la fe no existiría la oración.

La oración contemplativa no debe emprenderse como un proyecto para mejorar la propia vida espiritual, ni tampoco debería explorarse por curiosidad. Deja que sean tus anhelos los que te guíen en esta práctica y confía en que el Espíritu, que es el origen de esos anhelos profundos, oriente el proceso. Si anhelas tener una intimidad más profunda con Dios -no simplemente poseer unos niveles espirituales más intensos, sino tener un conocimiento auténtico de Dios, que procede de estar con Él tranquila y silenciosamente-, considera tu deseo como una invitación a la oración contemplativa que el Espíritu de Dios ha hecho llegar a tu espíritu. Tu tarea consiste, simplemente, en crear para Dios un espacio en la tranquilidad y el silencio de tu vida. Es posible que ya hayas estado deliberadamente creando un espacio para Dios, pero llenándolo de palabras y actividades. El espacio contemplativo es más abierto que este tipo de espacio instrumental en el que solemos intentar llevar a cabo algo, incluso de índole espiritual. Es un derrochar el tiempo con Dios. No esperes ningún resultado. Limítate a dedicar tranquilamente una cierta cantidad de tiempo -diariamente, si es posible; o, al menos, con cierta regularidad- a Dios y a la presencia silenciosa ante Él, que está, a su vez, presente en ti.5) Algunas sugerencias prácticas para comenzar:

l. Comienza con la lectio divina. Recuerda el ritmo fundamental de esta danza con el Espíritu: el silencio y la Palabra. Elige un breve pasaje de las Escrituras y escucha qué palabra te comunica Dios para este día. Es un modo excelente de avanzar hacia la oración contemplativa. Atiende, pondera, responde, y después, simplemente, permanece con Dios tranquila y amorosamente.

2. Una vez que te has consolidado en la lectio, piensa en agregarle la oración de Jesús. Durante los primeros meses, no hagas esta oración mientras caminas, sino cuando estés físicamente en reposo. No te esfuerces por coordinarla con tu respiración. Repite

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simplemente la oración de un modo no apresurado, durante el tiempo que le hayas reservado. Comienza con diez minutos al día, tal vez al final de la lectio divina. O bien, si te preparas un té o un café en algún momento durante el día, dedica ese tiempo a la oración de Jesús. Sé compresivo contigo mismo si adviertes que tu mente se pierde y que piensas de nuevo en una u otra cosa. En lugar de perder tiempo y energías dándote un tirón de orejas, pronuncia simplemente tu palabra clave y regresa a la oración. Prepárate para sentirla como una práctica durante un tiempo -a menudo, un mes como mínimo, si se practica diariamente. Pero con la práctica se irá perdiendo en tu experiencia y se convertirá en un marco estable para encontrarte con Dios en la quietud silenciosa.

3. Si, al cabo de unas cuantas semanas, la oración de Jesús se convierte en un espacio fecundo de tranquilidad ante Dios, sigue practicándola y no te distraigas pensando en la posibilidad de agregar la oración centrante. Ahora bien, si adviertes que esta experiencia no te ha ayudado a estar con Dios, olvídala de momento y prueba con la oración centrante. Algunas personas experimentan una de las dos como un modo profundamente natural de estar con Dios, pero no les ocurre lo mismo con la otra. Nunca intentes desarrollarlas al mismo tiempo, y evita obstinarte en asumirlas como un proyecto. Si pretendes que la oración contemplativa te sea útil por el mero hecho de que suena a algo «interesante» o porque conoces a alguien para quien constituye una fuente de bendición, te conducirá siempre a la frustración. Tras introducirte en una o en otra, espera simplemente a que el Espíritu te invite a explorar una u otra como marco para estar con Dios. Pero ábrete también a la posibilidad de que el camino que se te pueda abrir para acceder a Dios con tranquilidad y recíproca presencia pueda adoptar una forma exclusivamente suya.

Como en cualquier otra forma de oración, no existe ningún modelo que pueda adoptarse en la oración contemplativa. Conozco a personas que se limitan a permanecer tranquilamente sentados, con una vela encendida o con una música de fondo que para ellas constituye la visualización exterior de su presencia interior ante Dios. Otras piensan que el tiempo mejor para estar con Dios es cuando limpian la casa, trabajan en el jardín o realizan otras tareas cotidianas. La oración contemplativa no exige aislarse ni permanecer inactivo. Lo único que exige es estar con Dios en una silenciosa tranquilidad interior. Lo más fundamental que aporta la oración contemplativa no se reduce a una técnica o un método. Hay cosas que puedes hacer para apoyar una actitud de quietud tranquila con Dios, pero sin dejarte distraer por ello. De hecho, no se trata de hacer algo, sino de liberarse. Puede que te ayuden la oración de Jesús o la oración centrante, pero descubre tu propia forma de hacerla, que es un don del Espíritu. Agradéceselo a esto y no te preocupes de ser un purista. Recuerda que el objetivo es estar con el Maestro, no ser maestro de una práctica.

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