niño de buena ortografía mata a su hada madrina

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El título de este libro sugiere una aventura infantil. Es un título engañoso. Si bien aparece un niño, éste no demora en esfumarse, y en su lugar actúa un personaje que no se preocupa por dar la impresión de madurez. Tema, lo que se dice tema, no tiene. A lo mejor, sí, pero lo suyo es asomarse en cada capítulo y enseguida perderse de vista, como hacen los gatos de verdad (los que ahora te lamen no son otra cosa que peluches de cuerda). ¿Te ha quedado claro? Espero que no: este rompecabezas entre autobiográfico y novelesco, a diferencia de los convencionales, no fue hecho para paliar tu sed de sentido.

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ISBN: 978-958-8794-27-3Niño de buena ortografía mata a su hada madrina

© Rubén Vélez© Sílaba Editores

Primera edición: Medellín, Colombia, marzo 2014Editoras: Alejandra Toro y Lucía DonadíoImágenes: Archivo del autor, Google, Lorenzo Jaramillo, Federico Ruiz, Juan Carlos Vélez y Rosa Vélez.Diseño y diagramación: Luisa SantaCorrección de textos: Janeth Posada

Distribución y ventas: Sílaba Editores. www.silaba.com.co · [email protected] 25A No 38D sur-04. Medellín, Colombia

Impreso y hecho en Colombia por: Artes y Letras S.A.S. / Printed and made in Colombia

Reservados todos los derechos. Prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento.

Vélez, Rubén, 1956- Niño de buena ortografía mata a su hada madrina / RubénVélez. -- Medellín : Sílaba Editores, 2014. 300 p. ; 21 cm. -- (Mil y una sílabas) ISBN 978-958-8794-27-3 1. Cuentos colombianos I. Tít. II. Serie. Co863.6 cd 21 ed.A1436326

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

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“Me horrorizan todos los oficios. Patrones y obreros, todos plebe, innobles. La mano que maneja la pluma vale tanto como la que maneja el arado. ¡Qué siglo de manos! Yo nunca tendré mano”.

Arthur Rimbaud

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De la carrera 74 a la eternidad

Yo tendría unos seis años. En la sala de velación yacía el cadáver de Beto, un vecino de mi edad que estaba dotado de resortes. No recuerdo si me puse triste o trascendental.

Mientras jugábamos a las escondidas, cayó de bruces sobre una de las estacas de la verja de su casa, y enseguida se desangró. Se es-condió para siempre. Beto, campeón precoz de salto mortal: en un santiamén pasó del todo a la nada. ¿O viceversa? Propongo la más trascendental de las cuestiones para que no salten de la indignación los lectores dotados de fe.

(La tienda de la esquina. Todavía existe. Tienda y cantina. Y la otra casa del intelectual de la cuadra. En sus paredes se manifestaba nuestra incipiente sociedad de consumo. “Mejor mejora Mejoral”. “Su fama vuela de boca en boca”. “La chispa de la vida”. Se lla-maba y se llama Los Chalets. Su atmósfera debía de contener un elemento extraterrestre: ahí no había peleas).

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Cuando la policía no podíacontrolar sus propios bostezos

No pienso abrumarte con un alud de preguntas sobre el otro mundo; ya sé todo lo que hay que saber al respecto. Te he invo-cado para decirte que puedes seguir descansando en paz, como

si nada: en este escenario no te esperaba una película maravillosa. Oh, sí, te has perdido auroras y atardeceres muy bonitos, pero también un sinnúmero de hechos horrorosos. En cuanto a las verjas de hoy, bueno, ya están en todas partes, y cada vez son más altas y recias. Cada vez más temibles. Y detrás de ellas, suele haber un animal con pedigrí, pero sin glamur. Si regresaras, tú, que gustabas de jugar por doquier (hasta en los techos), correrías el riesgo de caer en poder de la ferocidad. Beto, niño estacado (y destacado por un lápiz más o menos puntiagudo), creo que la habríamos pasado la mar de bien jugando a los fantasmas: escondién-donos de las jugadas de los más vivos.

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Una propuestade Nono Emperatriz

Lo que me joroba de los poetas es que se vuelven demasiado poé-ticos cuando hablan de Lola. Hola, soy Lola, estoy sola y a solas nos quedaremos para siempre. Se me está pegando tu estilo.

Lola Puñales. Lola Pañales. Más lo segundo, pues gracias a mi puñalada de gracia tus congéneres vuelven a dormir como en los tiempos de la cuna. ¿No te parece, joven poeta, que tu flaca del alma sólo debería ins-pirar arrullos y villancicos? Y no patetismos. Y no seudopoesía. Yo que tú dejaría de ser poeta para tener otra clase de colegas. Hablemos de pilotos.

(Barrio Laureles, 1962. Sueño que ese avión se viene a tierra, justo en frente de mi casa. Todos sus ocupantes mueren, menos un niño de mi edad. Es muy hermoso y habla un idioma incomprensible. En una banca del parque más cercano, mientras nos chupamos una paleta, él me enseña las palabras que me servirán para hacer buenas migas con los monstruos que moran debajo de mi cama. Sueño que me entero de un sinnúmero de historias que no vienen en los libros).

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Manifiesto mediocrecontra la mediocridad

Así debió ser el barrio Laureles. No era pedir la luna, y, sin embar-go, ese proyecto se realizó a medias. ¿Por qué nos gustará tanto la mediocridad? ¿Consideramos que los mundos bien hechos

son aburridos? Digámonos, para consolarnos (para seguir siendo me-diocres), que en Suiza nos moriríamos de la depresión.

(Por el camino de la mediocridad. No se sabe con certeza quién ha sido el señor del señorito del cuento, si el cuadrúpedo o el cuader-no. “Ningún criado puede servir a dos amos”. No hay día en que el primero no lo apremie a salir, y no hay día en que el segundo no lo apremie a quedarse. Pese a la advertencia bíblica, él se ha preocupado por satisfacer a los dos. Y los ha satisfecho, pero a medias).

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Un pedazo de manzanaque no sabía a paraíso

Pese a que no pasaba nada, el perro que vivía en esa perrera de primera no se cansaba de ladrar. Ladraba porque sí y porque no. ¿Presentía noches horribles? Una carne adobada con vidrio mo-

lido nos libró para siempre del pesado de Káiser. El intelectual de la cuadra sugirió un ajuste de cuentas ajeno a la realidad colombiana. “Era un pastor alemán. Un símbolo del nazismo. Luego, fue ultimado por un judío”. El intelectual de la cuadra a veces utilizaba palabras comunes y corrientes: dejaba de ser un símbolo de Alemania.

(¿Qué hacer para que el título de intelectual no nos quede grande? Nuestros columnistas lo tienen claro: basta con ser columnista de la gran prensa. “Si lo suyo no son los números, es que tiene usted madera de intelectual”, me decía, para consolarme, el profesor de trigonome-tría, una materia que me anulaba el ego. Velásquez, el enano del grupo, se crecía a la hora de resolver un problema matemático. “¿Cómo lo hacés?” “Es un juego más”. Como en mis cuadernos constaba que los

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filósofos griegos no se encogían ante los números –“Que nadie entre aquí si no sabe geometría”–, no consideraba que tenía madera de in-telectual y envidiaba el cerebro de ese compañero. Velásquez me hacía sentir liliputiense. ¿Era digno el profesor V. del título de intelectual? Mis compañeros lo trataban de sabio –¿el octavo sabio de Grecia?–, pero él no hacía otra cosa que recitar el libro más manoseado de Jo-hannes Hessen. ¿Y qué decir del profesor G? El profesor G. era el tí-pico profesor de facultad que sacaba de quicio a Sartre. “Un señor que ha hecho una tesis y que la recita todo el resto de su vida. Es también alguien que posee un poder al que se apega ferozmente: el de impo-ner a la gente, en nombre de un saber que ha acumulado, sus propias ideas, sin que quienes le escuchan tengan derecho a refutarlas”. Ni cierto profesor de bachillerato. Ni cierto profesor universitario. Ni el columnista grecotolimense que todos los domingos acude al lirismo para volver suculentos sus refritos, y sucede todo lo contrario. ¿Quién, entonces? ¿El profesor Juanes? Y dijo el Señor, diez, si yo hallare diez intelectuales de verdad en tu fotogénica tierra, dejaré de confundirla con el Sahara).

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Un corazón que hizo pum

Ahí, en el segundo piso, vivía una pareja de cuento. La Bailarina y el Piloto. Ambos eran jóvenes, hermosos y glamorosos. Dos lámi-nas de Hollywood. Cuando pasó eso –una cosa de radionovela–,

nosotros estábamos en la finca. Como el hombre actuó en “estado de ira e intenso dolor” su proceso no fue kafkiano: tuvo un final hollywoodense.

(En mi estadio de pichón de abogado le arrastré el ala a un piloto que tenía éxito entre las mujeres y mucho éxito entre los maricas con musa. Con las primeras se acostaba. Con los segundos entablaba una “bella amistad”. En su lista de buenos amigos figuran un excelente fotógra-fo y un excelente pintor. Ambos lo inmortalizaron a su manera. Me refiero a Hernán Díaz y a Luis Caballero. ¿A qué se debía semejante ascendencia? ¿A su apostura? ¿A su masculinidad? A mí me gustó por eso y porque era piloto. Para un marica, tenga o no musa, es más fácil enamorarse de un hombre de acción que de un gramático o un filósofo. Hablo de él como si ya se hubiera muerto. Su magnetismo se vino a tierra, que es lo mismo que morirse. El hombre ya no es piloto. ¿Tam-bién yo tendré que inmortalizarlo? Capitán Tumbalocas, no te hagas ilusiones conmigo: me tocó una musa que no gusta de los pedestales).

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Se oyen pasosde bailarina asesinada

No ha sido fácil arrendar la casa donde una mujer de pies alados fue asesinada por un hombre del aire. Betty, ¿qué esperas para irte? ¿Una voz que hable en tu favor? Betty, vete de una vez

por todas, que eso pasó hace ya más de cincuenta años. Si eso hubiese pasado hoy, la justicia no habría corrido a socorrer al hombre que te sorprendió in fraganti. El uxoricidio, así no interviniera el “monstruo de los celos”, no tenía la categoría de delito grave. ¿Cómo se le dice a la esposa que mata al esposo? Hace cincuenta años esa pregunta carecía de sentido. No casaba con la época. Betty, todavía estarías en la cárcel. A tu marido lo soltaron al otro día. No ha sido fácil arrendar la casa donde un hombre y una mujer atentaban contra la insigne institución del matrimonio, y sólo ella fue ajusticiada. Todas las balas del revólver de autos fueron para la adúltera. Seis tiros, amada mía, para que dejes de tirar al margen de la ley. El señor juez debió de considerar que el piloto amaba demasiado a su mujer, como manda la escuela ya pasada de moda del romanticismo.

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Menos chácharay más chachachá

Para qué sacar a bailar a las palabras Para qué el Vals del Mar Muerto Sería como sacar a bailar

A la momia de Sissi Emperatriz Viena no vale un baile El pasado al cuarto de San Alejo Y el vivo al piso de la mujer Que no necesita de las palabras Para seducir a los pilotos Y a los mortales de a pie Lo dicen los arrendatarios No lo dicen los arrendadores Betty no se ha ido Betty es un alma en pena Qué espera el poeta Para salir de Viena Y sacarla a bailar El chachachá de “La engañadora”.

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