naguib mahfuz - entre dos palacios

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coTraduccin del rabe de Eugenia Glvez Vzquez,Rodolfo Gil Grimau, M.a Dolores Lpez Enamorado,Rafael Monclova Fernndez y Clara M.a Thomas de AntonioTtulo original: Bayn el-QasraynColeccin dirigida por Carmen Martnez AlsinetDiseo grfico: Bar/RicartFotografa: Jordi Esteva Naguib Mahfuz, 1956Primera edicin rabe, 1956, con el ttulo Bayn el-QasraynTraduccin publicada por acuerdo con The American University in Cairo Press 1989, Ediciones Martnez Roca, S. A.Enre Granados, 84,08008 BarcelonaISBN 84-270-1312-4Depsito legal B. 36167 - 1989Fotocomposicin: Pomertext (Baskerville, cuerpo 9.3/3.90)Impresin: Libergraf, S. A., Constituci, 19, 08014 BarcelonaImpreso en Espaa Printed in Spain

Nota preliminarCon la redaccin final de la Triloga de Naguib Mahfuz, en 1952, culmina la etapa de realismo crtico de este autor, tras la cual, en 1957, su produccin literaria sufre un giro con la aparicin deHijos de nuestro barrio, en la que se abandonan las descripciones minuciosas para inaugurar una nueva forma de realismo, ms cercano a la alegora.De los tres volmenes que componen la Triloga presentamos ahora la traduccin del primero,Entre dos palacios, que narra la vida de la primera generacin de, la familia Abd el-Gawwad entre los aos 1917 y 1919. A la publicacin de este libro, en 1956, sigui inmediatamente la de los otros dos, en 1957.En esta primera parte de la Triloga, la vida familiar tiene como teln de fondo una serie de acontecimientos polticos que marcaron profundamente la historia del Egipto contemporneo. Esta realidad histrica va cobrando importancia a medida que avanza la ficcin novelesca, imbricndose en la biografa de sus personajes y erigindose, a partir de aqu, como principal protagonista de las alegras y desgracias de los miembros de la familia Abd el-Gawwad.Cuando nos planteamos la posibilidad de traducir Entre dos palacios, el problema ms importante a resolver fue el de armonizar y coordinar la labor de los miembros del equipo. Dada la unidad y continuidad de la obra, la tarea de traduccin ha sido por tanto realizada y revisada por todos sus componentes: Eugenia Glvez Vzquez, Rodolfo Gil Grimau, M." Dolores LpezEnamorado, Rafael Monclova Fernndez y Clara M.a Thomas de Antonio. Este sistema de trabajo ha multiplicado los esfuerzos, aunque esperamos haber conseguido el objetivo que nos propusimos desde un primer momento: dar una mayor homogeneidad al conjunto de la obra.En la transcripcin de nombres rabes hemos optado, en la medida de lo posible, por aproximar la fontica castellana a la pronunciacin original. Asimismo, hemos procurado trasladar todos los conceptos, aunque se ha credo conveniente conservar algunos trminos en rabe, que aparecen en cursiva en la traduccin, dado que al pasarlos a nuestra lengua perdan parte de su contenido. Este es el motivo de la inclusin de un breve glosario al final del libro.Finalmente, queremos hacer constar nuestro agradecimiento al profesor Fernando Rodrguez-Izquierdo Gavala, de la Universidad de Sevilla, que con tanto acierto y sensibilidad se ha encargado de la correccin de estilo.LOS TRADUCTORES

1Se despert a medianoche, como sola hacerlo siempre en ese preciso momento, sin necesidad de despertador ni nada parecido, tan slo influida por el ansia que la obligaba a salir del sueo cada madrugada con puntualidad. Dud unos instantes de que estuviera despierta, pues se entremezclaban en su interior los sueos y los murmullos de los sentidos, hasta que la sorprendi la inquietud que la embargaba antes de abrir los prpados, por miedo a que el sueo la hubiera traicionado. Sacudi ligeramente la cabeza y abri los ojos en la oscuridad de la habitacin. No haba all el menor indicio que le pudiera aclarar qu hora era, ya que abajo la calle no se adormeca hasta el amanecer, y las voces entrecortadas que le llegaban de las tertulias nocturnas de los cafs y de las tiendas eran las mismas desde el anochecer hasta el alba. Los nicos indicios por los que se poda guiar eran sus propias sensaciones internas, que actuaban como un reloj consciente, y el silencio que envolva la casa, que demostraba que su marido todava no haba llamado a la puerta ni haba golpeado los escalones con la contera de su bastn.La costumbre que la haca despertarse a esta hora era muy antigua. La tena desde jovencita y segua conservndola en su madurez. Haba aprendido pronto, junto con otras muchas obligaciones de la vida conyugal, que tena que despertarse a medianoche para esperar a su marido cuando ste regresaba de su velada, y seguir a su servicio hasta que l se durmiera. Se sent en la cama sin vacilar para que no la dominara la clida tentacin del sueo y, tras rezar la basmala, se desliz desde debajo del cobertor hasta el suelo. Empez a tantear el camino guindose por la columna de la cama y el postigo de la ventana hasta que lleg a la puerta y la abri. En ese momento se filtr hacia el interior un dbil rayo de luz, procedente de la lmpara que haba sobre la consola de la sala.Se acerc lentamente, la cogi y regres con ella a la habitacin. Desde el orificio de la tulipa se reflej en el techo un crculo de luz tembloroso y plido, rodeado de sombras. Dej la lmpara sobre una mesita situada frente al sof. La habitacin se ilumin y mostr su suelo cuadrado y amplio, sus altas paredes y su techo de vigas paralelas, adems de su esplndido mobiliario, con la alfombra de Shiraz, el gran lecho con cuatro columnas de cobre, el gigantesco armario y el largo sof cubierto por un tapiz hecho de pequeos retales con diversos estampados y colores. La mujer fue hacia el espejo y ech un vistazo a su imagen. En la cabeza, el pauelo marrn apareca arrugado y cado hacia atrs, dejando algunos mechones de su cabello castao al descubierto y revueltos sobre la frente. Desat el nudo, arregl el pauelo sobre su cabello y at los extremos con gran esmero. Se restreg las mejillas con las palmas de las manos como para hacer desaparecer los restos de sueo. Tena unos cuarenta aos y era de estatura media. Pareca delgada pero su cuerpo era prieto y relleno, de complexin y proporciones agradables. Su rostro era ms bien alargado, de frente altiva y delicadas facciones, con unos ojos pequeos y bonitos en los que brillaba una soadora mirada de color de miel, una nariz fina y pequea que se ensanchaba un poco en los orificios, una boca de labios delgados bajo los cuales surga un mentn afilado y una tez triguea y transparente en cuya mejilla destacaba un lunar de intenso color negro. Mientras se envolva en el velo pareci sentirse apremiada y se dirigi hacia la puerta de la celosa, la abri y penetr por ella.Luego se detuvo ante la reja cerrada y volvi repetidamente el rostro a derecha e izquierda, lanzando miradas hacia la calle a travs de las pequeas aberturas redondas de los postigos cerrados.La celosa estaba situada frente a la fuente de Bayn el-Qasrayn, y bajo ella se encontraba la calle de el-Nahhasn, que bajaba hacia el sur, con la de Bayn el-Qasrayn que suba hacia el norte. La calleja de la izquierda era estrecha y sinuosa y estaba envuelta en una oscuridad que se haca ms densa en los lugares ms altos, adonde daban las ventanas de las casas dormidas, y se difuminaba en las partes ms bajas a causa de las luces procedentes de los faros de los coches y de los rtulos luminosos situados en los cafs y en algunas tiendas que permanecan en vela hasta que despuntaba el alba. A la derecha, la calle estaba envuelta en sombras, ya que en esa zona no se encontraban los cafs sino las grandes tiendas que cerraban temprano sus puertas. Slo detuvo la mirada ante los minaretes de Qalawn y Barquq, que relucan como fantasmas de gigantes, despiertos bajo la brillante luz de las estrellas. Era un panorama al que sus ojos estaban acostumbrados desde haca un cuarto de siglo y del que nunca se cansaba quiz porque a lo largo de su vida, y a pesar de su monotona, nunca haba conocido el aburrimiento; por el contrario, haba encontrado en l al amigo y compaero para sus horas de soledad, del que se haba visto privada durante tanto tiempo.Esto fue antes de que sus hijos llegaran al mundo, ya que aquella gran casa, con su patio polvoriento, su pozo profundo, sus pisos y sus amplias habitaciones de techos altos, slo la haba albergado a ella durante la mayor parte del da y de la noche. Cuando se cas era todava una nia, an no haba cumplido catorce aos, pero pronto, tras el fallecimiento de sus suegros, se haba visto a s misma como duea y seora de la gran casa. La ayudaba entonces en las faenas cotidianas una mujer anciana que la abandonaba a la cada de la noche para irse a dormir a la habitacin del horno, situada en el patio, y la dejaba sola en el mundo de las tinieblas, poblado de espritus y fantasmas.Dormitaba un rato y se despertaba otro, as hasta que su venerado marido regresaba de la larga velada.Para tranquilizarse, sola recorrer las habitaciones acompaada por su criada, sujetando con la mano la lmpara ante ella y lanzando miradas escrutadoras y asustadas a los rincones. Luego las iba cerrando con cuidado una tras otra, empezando por la planta baja y terminando en el piso alto.Mientras tanto, recitaba las azoras del Corn que se saba de memoria para expulsar a los demonios.Cuando llegaba a su habitacin cerraba la puerta y se echaba en la cama, sin dejar de rezar hasta que la invada el sueo. Tan grande haba sido su miedo a la noche en la primera poca pasada en aquella casa, que segua teniendo la idea, ella que conoca mucho mejor el mundo de los genios que el de los hombres, de que no viva sola all y que los demonios no podan extraviarse mucho tiempo por aquellas habitaciones antiguas, amplias y vacas. Quizs ellos se haban refugiado en stas antes de que ella fuera llevada a la casa e incluso antes de haber visto la luz del da. Cuntas veces los haba odo susurrar en sus odos y haba despertado con el fuego de su aliento! El nico consuelo era recitar la ftiha y la azora del Eterno o correr velozmente hacia la celosa para echar una ojeada a travs de sus aberturas hacia las luces de los vehculos y de los cafs, afinando el odo para captar una risa o una tos que le hicieran recuperar el aliento.Despus vinieron los hijos, uno tras otro, pero al ser tan pequeos y tiernos no disiparon su terror ni le trajeron la tranquilidad; por el contrario, su miedo se reduplicaba por ese sentimiento de ternura que senta hacia ellos y por la inquietud de que les sobreviniera algn mal. Los estrechaba en sus brazos a la vez que los cubra con grandes muestras de afecto, y los envolva, tanto en la vigilia como en el sueo, con una coraza de azoras, amuletos, hechizos y talismanes. Pero no saboreaba la verdadera tranquilidad hasta que el ausente regresaba de la velada. No era extrao que, mientras estaba a solas con su hijo pequeo durmindolo y acaricindolo, lo estrechara de repente contra su pecho, y despus, petrificada de terror e inquietud, elevara la voz, gritando como si se dirigiera a alguien presente: Aljate de nosotros, ste no es tu sitio! Nosotros somos buenos musulmanes!. E inmediatamente recitaba la azora del Eterno con fervor. Con el paso del tiempo y la prolongada convivencia con los espritus, sus temores se aligeraron mucho y se fue tranquilizando hasta llegar a bromear con ellos, los cuales, por su parte, jams le causaron mal. Si oa el ruido de alguno que rondara por all, deca elevando la voz con valenta: No vas a respetar a los siervos del Seor? Dios est entre t y nosotros, as que aljate de aqu de una vez!. De todos modos, ella no conoca la verdadera tranquilidad hasta que regresaba el ausente. Sin duda, la sola presencia de ste en la casa, despierto o dormido, era para ella una garanta de tranquilidad de espritu, ya estuvieran las puertas abiertas o cerradas y la lmpara encendida o apagada. Una vez, en su primer ao de convivencia, se le haba ocurrido manifestar una especie de protesta educada ante su continuo trasnochar. Como respuesta l la cogi por las orejas y le dijo elevando la voz en tono tajante: Yo soy un hombre, el seor absoluto, y no acepto ninguna observacin sobre mi conducta.Lo nico que t tienes que hacer es obedecerme, y ten cuidado, no me obligues a corregirte. De esta leccin y otras que siguieron ella haba aprendido que poda hacer cualquier cosa, incluso frecuentar a los ifrits, salvo encolerizarlo, y que le deba una obediencia incondicional; y as lo cumpli; se dedic a obedecerle con tal abnegacin que lleg a aborrecer hacerle cualquier reproche a su costumbre de trasnochar, incluso en su fuero interno. Se convenci a s misma de que la verdadera hombra, el despotismo y las veladas prolongadas hasta ms de medianoche eran atributos indispensables de una misma esencia. Con el paso de los das ella cambi; se enorgulleca de todo lo que proceda de l, tanto si la alegraba como si la entristeca. Y sigui cumpliendo con todos los requisitos de la esposa amante, sumisa y resignada; ni un solo da se haba sentido desgraciada por haber escogido la seguridad y la entrega. Y si en algn momento quera sacar a la luz los recuerdos de su vida, slo aparecan ante ella el bien y la felicidad, y cuando surgan los miedos y las tristezas eran como siluetas vacas que no merecan ms que una sonrisa compasiva.Acaso no haba convivido con este esposo y sus defectos durante un cuarto de siglo, y de su relacin haban florecido unos hijos que eran la alegra de su vida, un hogar rebosante de bien y bendicin, y una existencia frtil y feliz? Por supuesto. Y en cuanto al trastorno que le producan los ifrits, ella saba salir indemne noche tras noche, ya que ninguno de ellos haba extendido su mano con malas intenciones hacia ella ni hacia ninguno de sus hijos, salvo lo que pudiera entenderse como bromas y chistes. No tena motivos para quejarse, sino para dar gracias a Dios, que con sus palabras tranquilizaba su corazn y con su misericordia diriga el camino de su vida.Incluso esa hora de espera, a pesar de que la sacaba de las delicias del sueo y le exiga tanta disponibilidad, ella la consideraba digna de marcar el final del da y la amaba en lo ms profundo de su corazn, ya que se haba convertido en una parte inseparable de su vida, incluida entre sus numerosos recuerdos. Haba sido y segua siendo el smbolo vivo del afecto a su marido y de su entrega para hacerlo feliz y para hacerle sentir noche tras noche esa entrega y ese afecto. Todo ello la llen de satisfaccin all, de pie en la celosa, mientras lanzaba su mirada de un lado a otro, a travs de los orificios, hacia la fuente de Bayn el-Qasrayn, la desviacin de el-Juranfsh, el portn del bao del sultn y los minaretes; tambin la dej vagar entre las casas reunidas sin orden ni simetra a ambos lados de la calle, como si fueran un batalln del ejrcito en una parada de descanso para aliviarse de una dura disciplina. Sonri ante aquel panorama que tanto amaba, aquella calle que permaneca en vela hasta que despuntaba el alba, mientras que las otras calles, barrios y callejuelas dorman. Cunto la haba distrado en su insomnio, la haba entretenido en su soledad y haba disipado sus temores esa calle que la noche no transformaba hasta que envolva al vecindario en un silencio profundo, de manera que creaba un ambiente en el que sus voces se elevaran y se hicieran patentes como si fueran sombras que llenaran los rincones del cuadro y dotaran a la imagen de profundidad y nitidez! Por eso, la risa resonaba all como si anduviera suelta por la habitacin; cuando se escuchaba la charla habitual ella distingua cada una de sus palabras, cuando alguien emita una tos ruda llegaba hasta ella incluso su ltimo resoplido, que ms bien pareca un gemido, y cuando se elevaba la voz del camarero anunciando tamira mojada, como si fuera la llamada del almudano, se deca a s misma con alegra: Dios..., esta gente, incluso a esta hora, pide ms tamiral. Despus sus voces le hacan recordar a su marido ausente y deca: Dnde estar mi seor a estas horas...? y qu estar haciendo? Que la paz lo acompae en todas sus acciones!. Le haban dicho una vez que un hombre como el seor Ahmad Abd el-Gawwad, con su riqueza, su fuerza y su belleza, con sus continuas veladas, no poda carecer de mujeres en su vida. En su da sinti el veneno de los celos y la domin una inmensa tristeza, pero como no tena valor para hablar con l de lo que le haban dicho, fue con la pena a su madre. sta comenz a calmar su nimo con las ms dulces palabras que pudo encontrar y luego le dijo: l se ha casado contigo tras haber repudiado a su primera esposa, y poda haberla recuperado si hubiera querido, o casarse no slo contigo sino con dos, tres o cuatro ms, ya que su padre se cas varias veces. Agradece a Dios que l te haya conservado como nica esposa!. A pesar de que las palabras de su madre no haban conseguido calmar su tristeza cuando sta era ms intensa, con el paso de los das reconoci la gran verdad que haba en ellas. Y aunque fuera cierto lo que se deca, quiz formara parte de las cualidades de la hombra, como las veladas y el despotismo; en todo caso, un mal aislado era mejor que muchos males, y no le resultaba fcil permitir que una murmuracin estropeara su vida grata y llena de felicidad y bienestar. Despus de todo, quiz lo que se deca no fueran ms que imaginaciones o mentiras. Ella se dio cuenta de que la nica postura que poda adoptar ante los celos, al igual que ante las penalidades que se cruzaban en el camino de su vida, era resignarse, como si se tratara de una sentencia inapelable. No encontr mejor medio de defenderse que hacer acopio de paciencia y pedir ayuda a su capacidad de resistencia personal, su nico refugio para tratar de vencer lo que tanto odiaba. De este modo, los celos y lo que los suscitaba, as como los aspectos del carcter de su marido, y la compaa de los ifrits, se convirtieron en algo soportable.Observ la calle, prestando odo a las tertulias nocturnas, hasta que le pareci or el ruido de unos cascos. Volvi la cabeza hacia el-Nahhasn y vio un coche de caballos que se acercaba lentamente, con sus luces brillando en la oscuridad. Lanz un suspiro de alivio y murmur: Por fin!. Era el coche de uno de los amigos del seor que lo traa a la puerta de su casa tras la juerga, para seguir, como de costumbre, hacia el-Juranfsh, llevando a su dueo y a un grupo de amigos que vivan en aquel barrio. El coche se detuvo ante la casa, y se oy la voz de su marido que deca a gritos, riendo: Que Dios os proteja!Escuch la voz del seor, que se despeda de sus amigos, con amor y asombro. Si no la hubiera odo cada noche a la misma hora no la habra reconocido, ya que ni ella ni sus hijos conocan de l ms que la firmeza, la dignidad y la seriedad. De dnde le vena ese tono alegre y risueo que rezumaba afabilidad y delicadeza? Entonces, como si el dueo del coche quisiera hacer una broma al seor, le dijo: No has odo lo que se ha dicho el caballo cuando has bajado del coche...? Ha dicho que es una pena traer a este hombre cada noche a su casa cuando no se merece ms que montar en burro.Los hombres que estaban all estallaron en risas. El seor esper a que se callaran para contestar: Y t no has odo lo que l mismo se ha respondido...? Ha dicho: Si t no lo hubieras trado, se habra tenido que montar en nuestro amigo el bey.De nuevo los hombres se echaron a rer ruidosamente: luego el dueo del coche dijo: Dejemos el resto hasta la velada de maana.El coche se puso en marcha por la calle de Bayn el-Qasrayn y el seor se dirigi a la puerta. La mujer abandon la celosa para ir a la habitacin, cogi la lmpara, pas a la galera exterior a travs de la sala hasta detenerse en lo alto de la escalera. Oy cerrar la puerta de la calle y echar el cerrojo, y se imagin a su marido atravesando el patio con su elevada estatura, con su compostura y su dignidad recobradas, mientras se despojaba de ese tono de broma que, de no haberlo odo, lo habra credo totalmente imposible en l. Luego oy el ruido de la contera del bastn sobre los peldaos de la escalera y levant la lmpara por encima de la balaustrada para alumbrar el camino del seor.

2Cuando el hombre lleg a su altura, ella le precedi alzando la lmpara y l la sigui murmurando: Buenas noches, Amina! Buenas noches, seor! dijo en voz baja, revelando cortesa y sumisin.A los pocos segundos, la habitacin los acogi. Amina se dirigi hacia la mesita para colocar en ella la lmpara, mientras el seor colgaba el bastn del borde de la rejilla de la cama y se quitaba el tarbsh, que dej sobre el almohadn que haba en medio del sof. Luego, la mujer se le acerc para quitarle la ropa. As, de pie, pareca de elevada estatura, ancho de hombros, fornido, con un gran vientre compacto, totalmente cubierto por una yubba y un caftn, de una prestancia y soltura que denotaban magnanimidad y un gran sentido del bienestar. Su cabello negro, planchado a partir de la raya hacia ambos lados de la cabeza, no estaba muy cuidado, pero su solitario, con un gran brillante incrustado, y su gran reloj de oro confirmaban dichas cualidades. Su rostro ovalado, terso y expresivo, de rasgos bien definidos, revelaba, en suma, personalidad y belleza en sus enormes ojos azules; en su nariz grande y altiva que, a pesar de su tamao, estaba en armona con la longitud de su rostro; en su boca ancha, de labios carnosos, y en su bigote negro, poblado y de puntas retorcidas con una precisin insuperable. Cuando la mujer se le acerc, extendi los brazos para que le quitara la yubba, que ella dobl cuidadosamente y coloc acto seguido sobre el sof. Despus, le desat la banda del caftn, se lo quit y se puso a plegarlo con el mismo esmero, para dejarlo sobre la yubba, mientras el seor se pona la galabiyya y el bonete blanco, se estiraba bostezando y se sentaba en el sof con las piernas extendidas y la coronilla apoyada contra la pared. La mujer acab de arreglar la ropa, se sent a sus pies y empez a quitarle los zapatos y los calcetines. Cuando su pie derecho qued al descubierto apareci el primer defecto de aquel cuerpo tan imponente y bello: su dedo meique, corrodo por la accin repetida de la cuchilla sobre un callo recalcitrante. Amina se ausent de la habitacin unos minutos, y volvi luego con un barreo y una jarra. Coloc el barreo junto a los pies del hombre y se detuvo atenta con la jarra en alto, al tiempo que el seor se enderezaba en su asiento y le tenda las manos. Ella dej caer el agua mientras l se lavaba el rostro, se frotaba la cabeza y se enjuagaba abundantemente. Tom despus la toalla del respaldo del sof y empez a secarse la cabeza, el rostro y las manos, mientras la mujer recoga el barreo y se lo llevaba al cuarto de aseo. ste era el ltimo de los servicios que ella haca en la gran casa y que desempeaba desde haca un cuarto de siglo con un celo jams menguado por el cansancio; por el contrario, pona en ello la misma alegra y deleite, el mismo entusiasmo con que realizaba las otras tareas domsticas desde antes de salir el sol hasta que se pona, y que la haban hecho acreedora al apodo de la abeja que le dieron sus vecinas por su perseverancia y actividad incesantes.Volvi a la habitacin y cerr la puerta. Sac de debajo de la cama un pequeo puf, que coloc delante del sof, y se sent en l con las piernas cruzadas como si no hubiera pensado nunca en el derecho de sentarse decorosamente a su lado. El tiempo iba transcurriendo y ella permaneca en silencio hasta que l la invitara a hablar. El seor se apoy en el respaldo del sof. Pareca cansado tras su larga velada. Le pesaban los prpados, en cuyos bordes apareca un desacostumbrado enrojecimiento por efecto de la bebida, y empez a dar grandes resoplidos cargados de los vapores del alcohol. Aunque se daba al vino cada noche y lo beba sin tino hasta la embriaguez, no se resolva a volver a casa hasta que sus huellas haban desaparecido y recuperaba el dominio de s mismo, celoso como era de su dignidad y de esa apariencia de la que le gustaba hacer gala en ella. Su esposa era la nica persona de la familia con quien se encontraba tras la velada, pero no perciba de las huellas de la borrachera otra cosa que su olor, ni observaba en su conducta ninguna anomala sospechosa, salvo la que haba surgido al principio de su matrimonio y que ella haba fingido ignorar.Al contrario de lo que pudiera esperarse, a ella la enloqueca acompaarlo en aquel rato, por su predisposicin a charlar y a explayarse sobre sus asuntos, cosa que escasas veces consegua en los momentos de total sobriedad. A pesar de todo, ella misma recordaba cmo se sobresalt el da en que se dio cuenta de que volva bebido de su juerga. El vino trajo a su imaginacin la brutalidad, la locura y, lo que an era ms horrible, la transgresin de la religin que aqul llevaba aparejadas.Sinti asco y se apoder de ella el terror, y cada vez que volva sufra un dolor insoportable.Conforme fueron pasando los das y las noches fue advirtiendo que el seor, al regresar de su velada, era ms amable que en cualquier otro momento, pues se despojaba de su severidad y bajaba su vigilancia, a la vez que daba rienda suelta a la conversacin. Y as, ella se mostraba afable y se senta segura, sin olvidarse de rogar a Dios que lo guardara de pecar y lo perdonara. Cmo haba deseado ver en l esa relativa dulzura cuando gritaba, estando sobrio! Y cmo se asombraba ante ese extravo que lo volva ms agradable, y que haca que ella se debatiera largo tiempo entre la aversin religiosa heredada que senta hacia aquello y la paz y la tranquilidad que le proporcionaba!Pero enterr sus pensamientos en lo ms profundo de su alma, y los ocult como quien no se atreve a reconocerlos ms que ante s mismo.El seor, por su parte, era sumamente celoso de su dignidad y autoridad y slo mostraba amabilidad de un modo furtivo. Quiz recorra sus labios una amplia sonrisa, mientras estaba sentado, al evocar los recuerdos de su alegre velada, e inmediatamente se contena y apretaba los labios; miraba de soslayo a su esposa que, como de costumbre, se hallaba ante l con la mirada baja; entonces se tranquilizaba y volva a sus recuerdos. Lo cierto era que su velada no terminaba al regresar a casa, sino que la prolongaba en dichos recuerdos y en su corazn, pues los dejaba en libertad con la fuerza de una avidez indescriptible hacia las alegras de la vida. Era como si no se apartara de su vista aquella reunin de contertulios que se adornaba con la flor y nata de sus buenos e incondicionales amigos, agrupados en torno a una de esas guapas mujeres que destacaban a veces en el cielo de su existencia, que alegraban sus odos con bromas, gentilezas y chistes de los que su ingenio saba hacer alarde a la perfeccin cuando la embriaguez y el xtasis lo invadan. Tal ingenio era una peculiaridad que l sacaba a relucir con gran inters, lo que le colmaba de vanidad y orgullo al recordar el efecto y el inmenso regocijo que produca en los dems y que lo converta en el preferido de todos. No era de extraar, ya que a menudo senta que el papel que desempeaba durante sus veladas tena tanta importancia como si fuera la nica meta de toda su existencia. Su vida profesional era, en suma, una obligacin que cumpla para lograr despus unas horas rebosantes de bebida, risas, canciones y pasin, disfrutadas entre sus amigos y compaeros. Entre una cosa y otra canturreaba dulces y agradables melodas de las que se haban repetido en la grata reunin, llevando el ritmo y exclamando entusiasmado: Ah, Dios es grande!. Su grupo no poda prescindir de esas canciones, que le gustaban tanto como beber, rer y estar con los amigos y con bellas mujeres. Para escuchar a el-Hammuli, a Uzmn o a el-Manialawi, no le importaba la gran distancia que tena que recorrer hasta las afueras de El Cairo, donde estaban sus palacetes. Eso mostraba hasta qu punto se haban alojado las canciones en su generoso espritu como los ruiseores en un rbol frondoso. Era un entendido del canto y sus escuelas y una gran autoridad en materia de audicin y emocin esttica. Le gustaba cantar con el alma y con el cuerpo. Su alma se emocionaba, anegada de generosidad, mientras que en su cuerpo se despertaban los sentidos y sus miembros bailaban, sobre todo la cabeza y las manos. Por eso conservaba unos recuerdos inolvidables, espirituales y materiales, de algunos fragmentos musicales, por ejemplo: Por qu tus sufrimientos y tu ausencia?. Qu sabremos maana...?, ya veremos... o Perdname y ven, no te lo digo?. Bastaba que una de esas canciones volara hacia l, abrazada a su cortejo de recuerdos, para suscitar la embriaguez de su alma haciendo temblar su cabeza de placer, mientras afloraba a sus labios una sonrisa de deseo, al tiempo que chasqueaba los dedos y comenzaba a canturrear si estaba solo. A pesar de todo, no era el canto, ni mucho menos, una pasin aislada cuyos encantos lo atrajeran en exclusiva. Era, ms bien, como las flores de un ramillete que se complementaban entre s, bienvenido entre el amigo fiel y el compaero incondicional, entre el vino viejo y la historieta chispeante. En cuanto a dedicarse solamente al canto, como el que aprende en su casa a base de fongrafo, era sin duda bonito y apetecible, pero se hallaba fuera de su ambiente, de su medio y de su crculo. Adems, no se contentaba slo con eso, pues le agradaba intercalar entre cada cancin un chiste con el que animarse, tomar otra copa, ver la huella del placer en el rostro del amigo y en la mirada del ser querido, aplaudir juntos y lanzar todos unidos diversos gritos de alabanza exaltando la unicidad y la grandeza de Dios.Pero la velada no se limitaba a pasar revista a los recuerdos. Tena tambin la ventaja de habituarlo al buen modo de vida que ansiaba su obediente y sumisa esposa cuando se hallaba en presencia de un hombre de agradable compaa, que se desinhiba al conversar con ella y que la pona al corriente de sus proyectos, hasta llegar a considerarla no slo como una esclava, sino tambin como la compaera de su vida. Se puso a hablarle de las cosas de la tienda; le cont que haba encargado a un comerciante conocido suyo comprar la reserva casera de mantequilla, trigo y queso. Entonces ech pestes contra la subida de los precios y la desaparicin de los artculos de primera necesidad a causa de la guerra que asolaba al mundo desde haca tres aos. Tal como era habitual en l siempre que la mencionaba, se apresuraba a maldecir a los australianos que invadan la ciudad como la plaga de la langosta y arrasaban la tierra desolada. Lo cierto es que estaba furioso contra ellos por una causa absolutamente personal porque, con su tirana, se haban interpuesto entre l y los espectculos de diversin y esparcimiento de el-Ezbekiyya que haba abandonado descorazonado, excepto en raras ocasiones, pues no tena capacidad para enfrentarse l solo a las tropas que saqueaban con descaro las propiedades de la gente, se divertan provocando todo tipo de agresiones e insultaban impunemente a todo el mundo.Despus pregunt por los nios, como l los llamaba, sin hacer distincin entre el mayor de ellos, secretario de la escuela de el-Nahhasn, y el ms pequeo, alumno de la de Jalil Aga. E inquiri, con un acento lleno de intencin: Y Kamal? Gurdate de ocultarme sus diabluras!A la mujer se le vino a la memoria su hijo pequeo, al que realmente encubra siempre que el juego inocente no revesta gravedad, aunque el seor no reconoca la inocencia de ningn tipo de juego o distraccin. El acata la autoridad de su padre dijo con voz sumisa.El seor guard silencio un instante y pareci como abstrado, al evocar de nuevo los recuerdos de su feliz noche. Luego su memoria le devolvi a los sucesos del da que haban ocurrido antes de su velada. Record de repente que haba sido un da completo y, como no estaba en una situacin en la que le complaciera guardar el secreto de lo que pensaba, dijo como hablando consigo mismo: Qu hombre tan generoso es el prncipe Kamal el-Din Huseyn! Sabes lo que ha hecho? Ha renunciado a ocupar el trono de su difunto padre a la sombra de los ingleses.Aunque la mujer se haba enterado de la muerte del sultn Huseyn Kmil el da anterior, era la primera vez que oa el nombre de su hijo y no supo qu decir. Pero, impulsada por las manifestaciones de deferencia de su interlocutor, tema no hacer un comentario para satisfacerlo a cada palabra que l le diriga. As pues, dijo: Dios se apiade del sultn y honre a su hijo! El seor sigui hablando: Ha aceptado el trono dijo el prncipe Ahmad Fuad o el sultn Fuad, como se llamar de ahora en adelante. Hoy ha terminado la celebracin de su exaltacin y ha sido trasladado en cortejo desde su palacio de el-Bustn hasta el de Abdn. Gloria al Eterno!Amina le escuch con inters y alegra; ese inters que se despertaba en su alma ante cualquier informacin que le llegara de un mundo exterior del que apenas conoca nada, y esa alegra que le entraba, siempre que su esposo entablaba una conversacin con ella sobre las cosas serias, gesto que la enorgulleca tanto como la cultura incluida en la conversacin misma y que le complaca repetir a sus hijos, especialmente a sus hijas, pues, como ella, desconocan totalmente el mundo exterior. Y no encontr nada mejor para pagar la generosidad de su afecto que repetirle una invocacin que ya saba de antemano que le llegaba, como a ella, a lo ms profundo: Quiera Dios devolvernos a nuestro efendi Abbs!El hombre sacudi la cabeza. Cundo? Cundo? murmur . Dios sabr! Slo leemos en los peridicos las victorias de los ingleses. Triunfarn verdaderamente o al final lo harn los alemanes y los turcos?Respndeme, Dios mo!Entorn los ojos impotente, bostez y luego se estir diciendo: Saca la lmpara a la sala.La mujer se levant y se dirigi hacia la puerta despus de haber cogido la lmpara. Antes de atravesar el umbral, oy eructar al seor: Salud y bienestar murmur.

3En la paz de la maana naciente, cuando los resplandores del alba se aferraban an a los rayos de luz, se elev el sonido de la masa desde el horno, en el patio, con golpes intermitentes, como el eco del tambor. Amina haba dejado el lecho una media hora antes. Tras hacer sus abluciones y rezar, baj al horno para despertar a Umm Hanafi, una mujer de unos cuarenta aos que haba entrado muy joven a servir en aquella casa, de la que no se separ sino para casarse, y a la que regres al divorciarse. Mientras la criada se levantaba para amasar, Amina se dispuso a preparar el desayuno.La casa tena un amplio patio, en cuyo extremo derecho haba un pozo con la boca cerrada por una tapa de madera desde que los nios haban empezado a gatear por el suelo y tras la incorporacin de las caeras del agua; en el extremo izquierdo, cerca de la entrada del harn, haba dos habitaciones grandes, en una de las cuales estaba el horno y se utilizaba por consiguiente como cocina, y la otra, preparada como alacena. A pesar de estar aislada, Amina senta hacia la habitacin del horno un gran apego, ya que si se contara el tiempo que haba pasado entre sus paredes, sera toda una vida.Esta habitacin se inundaba de momentos felices con la llegada de las fiestas, cuando se dirigan a ella los corazones animados por las alegras de la vida, y las bocas se hacan agua por los platos de apetitosa comida que se ofrecan fiesta tras fiesta, como la compota y los dulces del Ramadn, el bizcocho y los bollos del da de la ruptura del ayuno, y el cordero de la Pascua Grande, que se engordaba y se criaba para luego sacrificarlo en presencia de los nios, sin que faltaran unas lgrimas de tristeza en medio de la alegra general. All estaba la abertura arqueada del horno, en cuyo fondo apareca un fuego ardiente como la brasa de la alegra encendida en los pensamientos secretos, a modo de adorno y presagios de la fiesta. Aun cuando Amina senta que en la parte ms alta de la casa ella era tan slo seora por delegacin, y representante de un poder del que no posea nada, en aquel lugar, por el contrario, era una reina que no comparta la soberana con nadie: el horno mora y viva segn sus rdenes, el carbn y la lea, que esperaban en el rincn derecho, tenan su destino sujeto a una palabra suya. El hornillo que ocupaba el rincn de enfrente, bajo las repisas donde estaban las ollas, platos y bandejas de cobre, dorma o crepitaba con lenguas de fuego a un gesto de su mano. Ella era all la madre, la esposa, la maestra y la artista de la que todos esperaban, con el corazn lleno de confianza, lo que sus manos ofrecieran. Seal de ello era que slo obtena el elogio de su seor, si es que l la elogiaba, por algn plato de comida que hubiera elaborado y cocinado con esmero. En este pequeo reino Umm Hanafi era la mano derecha, tanto si Amina se dedicaba a dirigir o a trabajar como si dejaba el lugar a una de sus dos hijas para que pusieran en prctica su destreza bajo su supervisin. Umm Hanafi era una mujer enormemente gruesa. Sus carnes haban tenido un desarrollo generoso, y conservaban su aparatoso volumen, dejando de lado toda consideracin a la belleza. Sin embargo, estaba totalmente satisfecha de ello, ya que consideraba que la gordura era en s misma la culminacin de la belleza. As, no era de extraar que cualquier trabajo que realizara en la casa se considerara casi secundario en comparacin con su misin principal, la de engordar a la familia o ms bien a las mujeres con las golosinas mgicas que preparaba para ellas, y que constituan el misterio y el oculto secreto de la belleza. A pesar de que el efecto de las golosinas no era siempre alimenticio, justificaba su valor en ms de una ocasin, hacindose digno de las esperanzas y sueos que se depositaban en l. Con esto, no era de extraar que Umm Hanafi estuviera gorda, aunque su gordura no disminua su actividad. En cuanto la despertaba su seora, se levantaba con el alma lista para el trabajo y corra hacia la artesa de amasar. Su sonido, que desempeaba la funcin de despertador en aquella casa, se elevaba y llegaba hasta los nios, que dorman en el primer piso. Luego suba hasta el padre, en el piso ms alto, avisando a todos que haba llegado el momento de despertarse.El seor Ahmad Abd el-Gawwad se volvi a un lado y a otro, luego abri los ojos.Inmediatamente frunci el ceo, furioso por el ruido que perturbaba su sueo, pero contuvo su clera porque saba que tena que levantarse. Su primera sensacin fue la que tena habitualmente al despertar: una pesadez de cabeza contra la que luchaba con todas sus fuerzas. Se sent en la cama, aunque lo dominaba el deseo de volver al sueo, porque sus noches estrepitosas no le hacan olvidar la obligacin del da. l se levantaba a aquella hora temprana, por muy tarde que se hubiera acostado, para poder ir a su tienda antes de las ocho. Despus, en la siesta, tendra todo el tiempo para recuperar el sueo perdido y recobrar las energas para la nueva velada. No obstante, el despertar era para l el peor momento del da. Dejaba la cama tambalendose de debilidad, mareado, y sala al encuentro de una vida desprovista de dulces recuerdos y agradables sensaciones, como si toda ella se redujera, por el contrario, a un martilleo en el cerebro y en los prpados.Los golpes de la masa resonaron en la cabeza de los que estaban durmiendo en la primera planta y Fahmi se despert. Tena un despertar fcil, a pesar de que trasnochaba aplicado sobre los libros de derecho. La primera sensacin que lo asalt en ese momento fue la imagen de un rostro redondo, marfileo y de ojos negros. Murmur en su interior: Maryam. Si se hubiera dejado llevar por el poder de la seduccin, habra permanecido bajo el cobertor un buen rato, para quedarse a solas con esa visin fugaz que haba venido a ofrecerle las delicias del amor. La contemplara embelesado e, impulsado por el deseo, charlara con ella y le revelara secretos y ms secretos. Se acercara a ella con una osada que slo era posible en esta ensoacin templada por las primeras luces del da. Pero como de costumbre, aplaz su confidencia hasta el viernes por la maana y se sent en la cama.Luego dirigi la mirada hacia su hermano, dormido en la cama de al lado, y lo llam:Yasn, Yasn. Despierta!El joven dej de roncar y lanz un bufido de fastidio: Estoy despierto...! Me he despertado antes que t balbuce con voz gangosa.Fahmi esper sonriendo a que el otro volviera a roncar y le grit: Despierta!Yasn se revolvi en su cama protestando y el cobertor dej al descubierto una parte de su cuerpo, que se pareca al de su padre en volumen y corpulencia. Despus abri unos ojos enrojecidos en los que brillaba una mirada ausente sobre la cual se dibujaba un ceo fruncido, fruto de la protesta: Uf!, qu pronto amanece! Por qu no podemos dormir hasta hartarnos...? La disciplina, siempre la disciplina, como si furamos soldados.Se levant, apoyndose en las manos y las rodillas, y movi la cabeza para sacudirse el sopor. Se volvi hacia la tercera cama, donde Kamal estaba sumergido en un sueo del que nadie lo sacara antes de media hora, y sinti envidia de l. Qu muchacho tan feliz!Cuando se despabil un poco, se acurruc sobre la cama con la cabeza apoyada en las manos, deseando juguetear con esos deliciosos pensamientos que endulzan las visiones del despertar. Pero, como su padre, se haba despertado con un gran peso en la cabeza que le estropeaba su ensoacin.Se imagin a Zannuba, la taedora de lad, sin que le hiciera sentir lo mismo que cuando estaba lcido, aunque en sus labios brill una sonrisa.En la habitacin contigua, Jadiga no haba necesitado los golpes de la masa para saltar de la cama. Era la que ms se pareca a la madre en la vitalidad y el pronto despertar. En cuanto a Aisha, se despertaba normalmente con la sacudida que su hermana imprima a la cama al levantarse y deslizarse hasta el suelo con intencionada brusquedad, provocando con ello una discusin y una pelea que, a fuerza de repetirse, se haba convertido en una especie de juego cruel. Cuando se despertaba del todo y dejaban de chincharse, no se levantaba, sino que se entregaba largo rato a uno de los ensueos del despertar feliz, antes de abandonar la cama.Despus, la vida avanzaba lentamente invadiendo todo el primer piso, se abrieron las ventanas y se precipit la luz hacia el interior, recibiendo despus el aire que llevaba el traqueteo de las ruedas de los suars, las voces de los obreros y las llamadas del vendedor de bala. Rein un vaivn continuo entre los dos dormitorios y el bao, y aparecieron Yasn, con su carne prieta y envuelto en una amplia galabiyya, y Fahmi, alto y delgado, que, exceptuando su delgadez, era el vivo retrato de su padre. Las dos chicas bajaron al patio para reunirse con su madre en el horno; en sus rasgos haba tales diferencias como raramente se encuentran en el seno de una misma familia: Jadiga era morena y sus facciones no guardaban armona; Aisha era rubia, e irradiaba una aureola de belleza.A pesar de que el seor estaba solo en el piso de arriba, Amina no olvidaba atender a sus necesidades. As, l encontr sobre la mesita un platillo lleno de al-holva para refrescarse el aliento.Fue hacia el bao y le lleg el aroma perfumado del incienso. All encontr sobre una silla la ropa limpia y ordenada con cuidado. Se lav con agua fra como sola hacer cada maana, mantenindose fiel a esta costumbre ya fuera invierno o verano, y regres a su habitacin con vitalidad y actividad renovadas. Tom la alfombrilla de la oracin, que estaba plegada sobre el respaldo del divn, y la extendi para cumplir el precepto de la maana. Rez con un rostro sumiso, diferente de aquel, sonriente y radiante, con el que reciba a sus amigos, y tambin del otro, enrgico y decidido, con el que se diriga a su familia. ste era un rostro apacible, de cuyas facciones, relajadas y suavizadas por la devocin, el afecto y la solicitud de perdn, emanaban la piedad, el amor y la esperanza. l no rezaba de forma mecnica: recitacin, puesta en pie y prosternacin, sino que su oracin era hecha con gran sentimiento y llevada a cabo con el mismo entusiasmo que lo sacuda al volcarse en todos los dems aspectos de la vida, como el trabajo, sacrificndose por l; la amistad, excedindose en ella; el amor, derritindose de pasin, y la bebida, emborrachndose y ahogndose en ella, fiel y sinceramente en toda ocasin. As, la plegaria era un pretexto espiritual para conocer a fondo la grandeza del Seor. Cuando terminaba su oracin se sentaba con las piernas cruzadas y extenda las manos, rogando a Dios que lo protegiera, lo perdonara y bendijera su descendencia y su negocio.La madre termin de hacer el desayuno y dej que las chicas prepararan la bandeja. Subi a la habitacin de los hermanos, donde se encontr con que Kamal an no se haba despertado. Se acerc a l sonriendo y pos la palma de la mano sobre su frente, recitando la ftiha. Empez a llamarlo y a sacudirlo con dulzura hasta que abri los ojos, y no lo dej hasta que sali de la cama.Fahmi entr en la habitacin y al verla le sonri y le dio los buenos das. Ella le devolvi el saludo diciendo mientras destellaba en sus ojos una mirada de amor: Buenos das, luz de mis ojos!Y con la misma dulzura dio los buenos das a Yasn, el hijo de su marido, que le respondi con el amor que le mereca la mujer que ocupaba en su corazn el lugar de una madre digna de este nombre. Cuando Jadiga regres del horno, Fahmi y Yasn, sobre todo Yasn, la recibieron con las bromas que solan gastarle. El motivo era tanto su fsico desagradable como su lengua afilada, a pesar de la influencia que ejerca sobre sus dos hermanos al cuidar de sus asuntos con una excelente habilidad de la que raramente gozaba Aisha, la cual apareca en el seno de la familia como el smbolo de la belleza, fresca, atractiva y carente de utilidad. Yasn la abord diciendo: Estbamos hablando de ti, Jadiga, y comentbamos que si todas las mujeres se te parecieran, los hombres no padeceran mal de amores. Y si los hombres se parecieran a ti salt ella , ninguno tendra quebraderos de cabeza.En ese momento la madre llam: Seores, el desayuno est listo!

4El comedor estaba en el piso alto, donde se encontraba el dormitorio de los padres. En el mismo piso, adems de estas dos habitaciones, se hallaban la sala de estar y una cuarta, vaca, ocupada solamente por los juguetes, en la que Kamal se entretena en sus ratos libres. El mantel ya estaba dispuesto y se haban alineado los pufs a su alrededor. Lleg el seor y ocup la presidencia.Siguieron los tres hermanos; Yasn se sent a la derecha de su padre, Fahmi a su izquierda y Kamal enfrente de l. Todos lo hicieron con cortesa y humildad, con la cabeza gacha como si estuvieran en la oracin de la comunidad, pues todos eran iguales en ese momento, el secretario de la escuela de el-Nahhasn, el estudiante de derecho y el colegial de la escuela de Jalil Aga. Ninguno de ellos se atreva a dirigir la mirada al rostro de su padre, evitando adems intercambiarla entre s en su presencia, no fuera que les diera la risa por una causa o por otra y se expusieran a una terrible e implacable reprimenda. Slo se reunan con su padre en el momento del desayuno, ya que volvan a la casa por la tarde, despus de que el seor hubiera salido para ir a su tienda tras almorzar y dormir la siesta, y ste no regresaba hasta pasada la medianoche. Esta reunin, a pesar de ser tan breve, era dura de soportar por la disciplina militar que tenan que mantener durante la misma, adems de que su propio temor, que se redoblaba debido a su sensibilidad, los converta en blanco de sus errores, por muy pendientes que estuvieran de evitarlos. Por otra parte, el desayuno en s mismo se desarrollaba en un ambiente que les estropeaba todo su disfrute, pues no era de extraar que el seor pusiera fin a la breve tregua que preceda a la llegada de la madre con la bandeja de la comida, examinando a sus hijos con ojo crtico hasta que daba con una falta, y si la haba en el porte de alguno de ellos, o una mota en su ropa, le echaba una enorme reprimenda. A veces le preguntaba a Ramal con rudeza: Te has lavado las manos?, y cuando ste responda afirmativamente, le deca en tono tajante: Ensamelas. El muchacho extenda las manos tragando saliva asustado, pero en lugar de alentarlo por su limpieza, le deca amenazador: Si te olvidas una sola vez de lavrtelas antes de comer, te las cortar y te aliviar de ellas. O le preguntaba a Fahmi: Ha repasado sus lecciones el hijo de perra?. Fahmi saba muy bien a quin se refera, porque el hijo de perra era para el seor una alusin a Kamal, y responda que se haba aprendido muy bien sus lecciones. La verdad era que las travesuras del muchacho que excitaban la clera de su padre no le impedan esforzarse y ser aplicado, como su xito y su talento demostraban. Pero el seor exiga de sus hijos una obediencia ciega, insoportable para un muchacho que prefera el juego a la comida. Por eso el padre interrumpa la respuesta de Fahmi, diciendo con irritacin: La disciplina es antes que el saber. Despus se diriga a Kamal y prosegua en tono cortante: Escucha, hijo de perra....Lleg la madre llevando la gran bandeja de la comida, que coloc sobre el mantel, y retrocedi luego hacia la pared de la habitacin, cerca de la mesita que sostena la jarra, donde se detuvo dispuesta a obedecer cualquier indicacin. En el centro de la resplandeciente bandeja de cobre haba un gran plato ovalado lleno de habas cocidas con mantequilla y huevos; en uno de sus extremos se amontonaban panes calientes, mientras que en el otro se alineaban unos platillos con queso, limn y pimientos en vinagre, pimentn, sal y pimienta negra. A los hermanos se les hizo la boca agua al ver la comida, pero conservaron su impasibilidad, fingiendo ignorar, inmviles, el esplndido espectculo que se ofreca a sus ojos, hasta que el seor cogi un pan y lo parti por la mitad mientras murmuraba: Comed. Entonces las manos se tendieron hacia los panes por orden de edad: Yasn, Fahmi y luego Kamal, y se dispusieron a comer sin olvidar por ello su compostura y buenos modales, aunque el seor se zampaba su comida vidamente, con sus mandbulas convertidas en una infatigable cizalla, de manera que reuna en un gran bocado parte de los platos ofrecidos las habas, los huevos, el queso, el pimiento y el limn en vinagre . Y si bien l los trituraba con energa y apresuramiento, mientras sus dedos preparaban el siguiente bocado, los hermanos coman con parsimonia, a pesar de que la paciencia no iba con su naturaleza vehemente.Pero cada uno de ellos tena presente la dura observacin o la mirada implacable a la que se expona si se distraa o flaqueaba, descuidando en consecuencia los buenos modos. Era a Kamal al que ms duramente se le regaaba, porque era el que ms miedo tena de su padre, pues si a lo ms que uno de sus hermanos se expona era a una reprimenda, l a lo menos que se arriesgaba era a una patada o un puetazo. Por eso coma con circunspeccin y angustia, mirando a hurtadillas de vez en cuando el resto de la comida, que disminua rpidamente; y cada vez que esto ocurra se intensificaba su inquietud, y esperaba con desasosiego que su padre diera muestras de haber acabado de comer y le dejara el campo libre para llenar el estmago. A pesar de la prisa de aqul en tragar, de sus impresionantes bocados y de que se atracaba de los diversos manjares, Kamal saba por experiencia que la peor amenaza para la comida y por consiguiente para l provena de sus hermanos, porque el seor se apresuraba a comer y a saciarse, pero la verdadera batalla empezaba una vez que ste se haba retirado de la mesa; entonces los otros dos no se apartaban de ella hasta vaciar los platos de todo aquello que se pudiera comer. Por eso, apenas el seor se levantaba y abandonaba la habitacin, Kamal se pona manos a la obra y atacaba la bandeja como un loco, con ambas manos; una se diriga al plato grande, la otra a los pequeos, aunque su diligencia era ciertamente de escaso resultado, tan pronto como renaca el ardor de los dos hermanos. Entonces se refugiaba en la astucia, a la que recurra siempre que su paz se vea amenazada, y estornudaba deliberadamente sobre el plato. Eso fue lo que hizo en esta ocasin. Inmediatamente los hermanos se echaron hacia atrs y lo miraron irritados. Luego, abandonaron la mesa muertos de risa, y se realiz as el sueo matutino de Kamal: encontrarse solo en la plaza. El seor volvi a su habitacin tras haberse lavado las manos, seguido de Amina, que llevaba un vaso en el que haba mezclado tres huevos crudos con un poco de leche. Se lo ofreci y l se lo bebi; luego se sent para tomarse a sorbitos el caf de la maana. Ese vaso sustancioso era el colofn de su desayuno, una de las tantas recetas a las que se entregaba tras las comidas o entre horas como el aceite de pescado, las nueces, las almendras y las avellanas garrapiadas para cuidar la salud de su enorme corpachn y resarcirlo de lo que le consuman las pasiones, mediante el consumo de toda clase de carnes y alimentos reconocidos como reconstituyentes, hasta el punto de considerar las comidas ligeras, ms an las habituales, como un juego o un pasatiempo impropios de un hombre como l. Le haban recomendado el hachs como estimulante del apetito entre otras ventajas y lo prob, pero no se habitu a l y lo dej sin lamentarlo, pues no le gust porque produca un aturdimiento considerable que le ocasionaba apata y lo inclinaba a un mutismo que lo haca sentirse aislado incluso entre sus mejores amigos. Tom aversin a aquellos efectos que no encajaban con su naturaleza apasionada por los deseos juveniles de vivir, el xtasis exultante, las delicias de la unin con otros corazones y las cabriolas de las bromas y de las carcajadas. A fin de no perder su imprescindible prestancia de macho enamorado tomaba, a cambio del hachs, una cara variedad del manzul que le compraba a Muhammad el-Agn, un vendedor de smola en la cuesta de el-Salihiyya, en el barrio de los orfebres. Lo preparaba especialmente para la flor y nata de los clientes que tena entre los comerciantes y los notables del barrio. El seor no era adicto al manzul, pero lo tomaba de vez en cuando, siempre que se le presentaba un nuevo amor, y especialmente cuando la amada era una mujer experta en hombres.El seor termin de sorber su caf. Luego se dirigi al espejo y empez a ponerse la ropa que Amina le presentaba prenda por prenda, mientras l diriga una mirada escrutadora a su atuendo y se peinaba el negro cabello con raya en medio; luego se atus el bigote y se lo retorci mientras escudriaba el aspecto de su rostro, volvindolo a derecha e izquierda para verse por los dos lados, hasta que qued satisfecho de s mismo. Tendi entonces la mano hacia su esposa, que le entreg el frasco de agua de colonia que le haba regalado Amm Hasaneyn, el barbero, y se ech en las manos y en la cara, al tiempo que humedeca tambin la pechera del caftn y el pauelo. Se coloc entonces el tarbsh sobre la cabeza, cogi el bastn y sali de la habitacin, despidiendo un grato aroma toda su persona. Ese aroma destilado de distintas clases de flores lo conoca toda la gente de la casa, y cuando alguno de ellos lo ola se imaginaba al seor con su rostro grave y enrgico; entonces, revivan en su corazn, junto con el amor, el respeto y el miedo. Pero a esta hora maanera tal efluvio era el signo de la partida del seor y lo reciban con un alivio innegable y digno de excusa, como el prisionero cuando tintinean sus cadenas al soltarse de sus manos y de sus pies, pues todos saban que recobraran en seguida su libertad para hablar, rer, cantar y moverse sin el menor peligro. Yasn y Fahmi ya haban acabado de vestirse, mientras que Kamal corra a la habitacin, una vez que haba salido su padre, para saciar su deseo de imitar los movimientos que haba contemplado a hurtadillas desde el quicio de la puerta entreabierta. Se par delante del espejo mirando su imagen con atencin y calma. Luego dijo, dirigindose a su madre con acento imperativo y la voz ronca: Amina, el frasco de colonia. Saba que ella no acudira a esta llamada, pero se puso a hacer como que se friccionaba la chaqueta y el pantaln corto y como si los humedeciera con la colonia. Su madre, aunque estaba a punto de echarse a rer, sigui fingiendo seriedad y compostura mientras l se aplicaba a pasar revista a su propio rostro en el espejo, de derecha a izquierda. Luego se atus el bigote imaginario y se retorci las guas, se alej despus del espejo y eruct mientras miraba a su madre, y cuando vio que sta se echaba a rer le dijo en tono de protesta: Por qu no me dices salud y buen provecho?. Y la mujer mascull riendo: Pues salud y buen provecho. Entonces l dej la habitacin imitando el modo de andar de su padre, moviendo la mano derecha como si se apoyara en su bastn. La madre y las dos chicas corrieron a la celosa y se detuvieron detrs de la ventana que daba a el-Nahhasn para ver a travs de sus orificios a los hombres de la familia por la calle. Apareci el seor caminando con parsimonia y dignidad, rodeado de majestad y belleza, alzando las manos de vez en cuando para saludar. A su paso se iban levantando Amm Hasaneyn, el barbero, el haggDarwish, el vendedor de habas, el-Fuli, el lechero y Bayumi, el de las bebidas, mientras las tres mujeres lo seguan con los ojos llenos de amor y orgullo. Iba a continuacin Fahmi con su marcha apresurada, luego Yasn con su cuerpo de toro y la prestancia del pavo real. Finalmente apareci Kamal, quien apenas dio dos pasos se volvi y levant la vista a la ventana tras de la cual saba que su madre y sus dos hermanas estaban ocultas, y sonri. Luego reanud la marcha con la cartera debajo del brazo buscando un guijarro para darle una patada...Esta hora era el momento ms feliz de la madre, aunque el temor de que el mal de ojo cayese sobre sus hombres no conoca lmite, y no pudo por menos que recitar Del mal del envidioso, lbranos, hasta que desaparecieron de su vista.

5La madre abandon la celosa y Jadiga la sigui. Aisha se qued atrs hasta que el campo estuvo libre y se fue hacia la parte de la celosa que daba sobre Bayn el-Qasrayn, mirando a travs de los orificios de la ventana ansiosa e impaciente. Por el brillo de sus ojos y por el modo de morderse los labios, pareca que estuviera esperando algo. La espera no fue muy larga, ya que sali del callejn de el-Juranfsh un joven oficial de la polica que se dirigi tranquilamente hacia la comisara de el-Gamaliyya. En ese momento la chica sali corriendo desde la celosa al saln, fue hacia la ventana lateral y gir la falleba entreabriendo un poco los postigos. Se qued detrs mientras el corazn le saltaba violentamente en el pecho con una mezcla de emocin y miedo. Cuando el oficial se acerc a la casa levant los ojos con precaucin, sin alzar la cabeza pues no haba nadie que levantara la cabeza en Egipto entonces , y sus facciones se iluminaron con la luz de una discreta sonrisa quehizo brotar en el rostro de la chica una aureola sonrosada de rubor. Suspir y cerr la ventana empujndola con nerviosismo, como si ocultara las huellas de un crimen sangriento. Se alej de all y cerr los ojos a causa de la fuerte impresin, se dej caer en un sof y, apoyando la cabeza en las manos, viaj en el espacio infinito de sus sentimientos. No haba ni felicidad verdadera ni verdadero miedo, como si su corazn estuviera repartido entre una y otro y ambos se lo disputaran sin compasin. Cuando se dejaba llevar por la embriaguez y el hechizo de la alegra, golpeaba su corazn el amenazante y terrible martillo del miedo, sin saber qu le convendra, si abandonar su aventura o seguir los dictados de su corazn, ya que ambos sentimientos, el amor y el miedo, eran intensos. No se sabe el tiempo que estuvo hechizada, pues se acallaron las voces del miedo y la censura. Pas el tiempo en la agradable embriaguez del sueo y bajo los auspicios de la paz. Record, con el mismo placer con que siempre rememoraba, cmo un da que estaba sacudiendo la cortina por la ventana, ech un vistazo hacia la calle a travs de aqulla, que tena una hoja abierta para sacudir el polvo, y se encontr con l que la contemplaba con una mezcla de asombro y admiracin. Ella se ech hacia atrs medio asustada, pero antes de irse, l dej en su imaginacin, la huella profunda de su estrella dorada y su galn rojo, una visin que cautivaba su corazn y robaba su imaginacin y que sigui viva en sus ojos durante mucho tiempo. A la misma hora del da siguiente, y de los das siguientes, se qued tras la rendija sin que l la viera, y cada da notaba con una alegra triunfante cmo levantaba sus ojos con inters y ansia hacia la ventana cerrada y cmo despus empezaba a distinguir su silueta tras los agujeros de la celosa; entonces se le iluminaban sus facciones con la luz de la alegra. El corazn ardiente de la chica, que se despertaba por primera vez al amor, esperaba este momento con impaciencia, lo saboreaba con felicidad y lo despeda como en un sueo. Hasta que pas un mes y lleg de nuevo el da de quitar el polvo. Corri hacia la cortina y la sacudi tras la ventana entreabierta, mientras se aseguraba esta vez de ser vista. Y as da tras da, mes tras mes, hasta que la sed que aumentaba su amor venci al miedo subyacente y dio un paso adelante, una verdadera locura. Abri los postigos de la ventana y esper tras ella con el corazn latiendo violentamente de emocin y miedo a la vez, como si as ella le declarara su amor o, an ms, como quien se arroja desde una gran altura para salvarse de un fuego ardiente que lo estuviera asediando.Los sentimientos de miedo y censura se calmaron y qued en la agradable embriaguez del sueo y bajo los auspicios de la paz. Luego despert de su ensoacin y decidi alejar este miedo que turbaba su felicidad. Empez por decirse a s misma, procurando tranquilizarse: La tierra no ha temblado y todo ha salido bien, nadie me ha visto y nadie me ver. Despus de todo, no he cometido ningn delito!. Se levant de un salto, y para quitarse el temor canturre con voz dulce, mientras sala de la habitacin: Oh, el de los galones rojos, t que me tienes prisionera, apidate de mi desgracia!. Lo repeta una y otra vez cuando lleg desde el comedor la voz de su hermanaJadiga gritndole con irona: Esplendorosa y singular seora!, si eres tan amable...!, tu sirvienta ya ha puesto la mesa.La voz de su hermana, por el alboroto que produjo, la hizo volver completamente en s, y cay desde el mundo de la ilusin al mundo de la realidad, asustada de algo por un motivo desconocido, ya que todo haba salido bien, como se haba dicho a s misma. Pero precisamente el grito de su hermana haba espantado su canto y sus pensamientos, quiz porque Jadiga mantena ante ella una actitud de reproche. Pero luch contra esta inquietud repentina y le respondi con una risa breve. Se dirigi al comedor y se encontr con la mesa puesta de verdad y a su madre que llegaba con la bandeja de la comida. Jadiga dijo a su hermana en tono violento: T te quitas de en medio mientras que yo lo tengo que preparar todo sola! Estamos hartos de tus cantos!A pesar de que la hermana se mostraba agradable al conversar con Jadiga para librarse de su lengua afilada, la insistencia de la otra en provocarla cada vez que se le presentaba la ocasin consegua de vez en cuando hacerla participar en la pelea: No estbamos de acuerdo en repartirnos el trabajo de la casa? T las tareas y yo las canciones dijo fingiendo seriedad.Jadiga mir a su madre y dijo con irona aludiendo a la otra: Quiz tenga la intencin de ser cantora!Pero Aisha no se enfad; al contrario, dijo con un inters tambin fingido: Quin sabe? Mi voz es como la del alcaravn.Aunque las primeras palabras no haban suscitado la clera de Jadiga porque eran una broma, las ltimas s la haban enfadado, ya que eran una verdad evidente y porque ella envidiaba, adems, entre otras muchas cualidades, la hermosa voz de su hermana. Escchame, dama y seora! Dijo poniendo mala cara, sta es la casa de un hombre honrado que no reprocha a sus hijas el que tengan voz de burro, pero s les reprocha que sean un objeto sin utilidad ni provecho. Si tu voz fuera tan bonita como la ma no diras eso. Claro! T cantas y yo te contesto. T dices: Oh, el de los galones rojos, t que...!, y yo te responder: Me tienes prisionera, apidate de mi desgracia!, y dejamos que la seora sealando a su madre barra, friegue y cocine.La madre, que estaba acostumbrada a este tipo de peleas, se acababa de sentar y les rog: Callaos, por Dios, y sentaos para que podamos desayunar en paz! Las dos se fueron a la mesa y se sentaron. Mam dijo Jadiga, t no sirves para educar a nadie. La madre murmur con calma: Que Dios te perdone! Dejar que seas t la que te encargues de la educacin con la condicin de que empieces por ti misma.Luego, tendiendo la mano hacia la fuente: En el nombre de Dios, clemente y misericordioso!Jadiga tena veinte aos y era la mayor de sus hermanos, exceptuando a Yasn, hermano por parte de padre, que se acercaba a los veintiuno. Era fuerte, llenita gracias a Umm Hanafi, y no muy alta. Su rostro recoga los rasgos de sus padres, pero sin respetar la armona. De su madre haba heredado los ojos pequeos y bonitos, y de su padre la enorme nariz, o una versin reducida de aqulla, sin llegar al extremo de pasar inadvertida. Esta nariz, si bien confera dignidad y encajaba en el rostro del padre, jugaba un papel diferente en la cara de la chica.Aisha tena diecisis primaveras y era una imagen de inslita belleza. Era de talle y estatura esbeltos aunque en el mbito de su familia esto era considerado como un defecto que Umm Hanaf tena que remediar y tena un rostro de luna llena embellecido por una tez blanca y sonrosada. Sus ojos azules eran la hermosa herencia de su padre y la pequea nariz, de su madre.Incluso en el cabello dorado se haba visto favorecida por las leyes de la herencia, ya que fue la nica distinguida por el legado de su abuela paterna. Naturalmente, Jadiga no comprenda el porqu de tantas diferencias entre ella y su hermana. Ni su excelente destreza para cuidar la casa y para bordar ni su infatigable actividad le servan de nada. Senta en general una envidia hacia su hermana que no intentaba disimular, lo que llevaba a la guapa a burlarse de ella en la mayora de las ocasiones. Afortunadamente, esta natural envidia no dejaba rastros de mal humor en su espritu y se contentaba con aliviar su enfado con la irona y la mordacidad de su lengua. Con todo, la chica, a pesar de su problema innato, era de carcter maternal por naturaleza y tena el corazn lleno de ternura hacia la familia, aunque sus miembros no se libraban de la amargura de su sarcasmo. La envidia le sobrevena en perodos ms o menos largos sin que se transformara en odio o rencor, aunque su mana de burlarse de todos, que en la familia se reduca a meras bromas, alcanzaba a los vecinos y conocidos, lo cual haca de ella una criticona de primer grado. Sus ojos no se detenan sobre las personas, sino sobre sus defectos, como la aguja de la brjula que siempre seala el polo.Y si esos defectos estaban ocultos, ella trataba por todos los medios de descubrirlos y aumentarlos.Despus empezaba a dar a su vctima los calificativos ms apropiados a esos defectos, calificativos que triunfaban en poco tiempo en el crculo familiar. A la viuda de Shwkat Aqdam, amiga de sus padres, le puso el mote de La ametralladora, porque salpicaba de saliva cuando hablaba; a la seora Umm Maryam, la vecina de la casa de al lado, la llam Por Dios, seoras y seores!, por su forma de pedirles prestados de vez en cuando algunos cacharros de cocina; asimismo, al sheyj de la escuela cornica de Bayn el-Qasrayn, por su puesto y su fealdad, lo apod Por el mal que cre, porque repeta muchas veces esta aleya cornica dentro de su azora; al vendedor de habas, El tioso, porque era calvo; al lechero, El tuerto, por su corta vista, y as hasta unos motes ms suaves que aplicaba a su familia. Su madre era El almudano porque se levantaba temprano;Fahmi, La pata de la cama, por su delgadez; Aisha, El junco, por el mismo motivo, y Yasn,Bomba Kashshar, por su corpulencia y su elegancia. La mordacidad de su lengua no revelaba tan slo burla; la verdad es que no careca de crueldad hacia cualquiera que no fuera de su familia. As, su crtica a la gente estaba marcada por la virulencia y alejada de la indulgencia y el perdn.Asimismo, se apoder de ella da tras da la falta de inters hacia las desgracias de los dems. Esta rudeza se manifestaba en casa en su trato con Umm Hanafi, trato que no reciba de nadie salvo de ella, y an ms en su actitud hacia los animales domsticos, como los gatos, que gozaban de un cario indescriptible por parte de Aisha. Su actitud hacia Umm Hanaf era motivo de desavenencias entre ella y su madre, ya que sta trataba al servicio del mismo modo que a la gente de la casa; opinaba que las personas eran ngeles y no comprenda cmo se poda pensar mal de nadie. Por el contrario, y de acuerdo con su disposicin a tener mala opinin de la gente en general, Jadiga segua pensando mal de la mujer y, sin ocultar su temor de que pasara la noche tan cerca de la alacena, deca a su madre: De dnde le viene esta gordura excesiva?, de las recetas que prepara?; todos nosotros las tomamos y no engordamos como ella. Es que se atiborra de manteca y miel sin medida mientras nosotros dormimos.Pero la madre defenda a Umm Hanafi tanto como estaba en su mano, y cuando se hart de la insistencia de su hija dijo: Que coma lo que quiera!, hay comida abundante y su estmago tiene un lmite que no va a sobrepasar. De cualquier modo, no estamos hambrientos!. Sus palabras no acabaron de gustar a Jadiga y empez a examinar cada maana las tabletas de manteca y los tarros de miel. Umm Hanafi observaba esto sonriente ya que, por respeto hacia su buena seora, ella amaba a toda la familia. En contraste con todo esto, estaba el cario de la chica hacia todos ellos, pues no poda estar tranquila si alguno de ellos sufra un tropiezo. As, cuando Kamal cay enfermo con sarampin, se empe en compartir la cama con l. E incluso no poda soportar que la propiaAisha sufriera el menor mal. No haba un corazn como el suyo, tan fro y tan misericordioso a la vez.Cuando se sent a la mesa, fingi olvidar la disputa que se haba desencadenado entre su hermana y ella, y se dedic a las habas y a los huevos con un apetito que ya era proverbial en la familia. Adems de su provecho alimenticio, la comida tena entre ellas una elevada intencin esttica en su calidad de pilar natural de la grasa, y ellas la tomaban con lentitud y cuidado, y se esforzaban en masticar y masticar. Cuando se saciaban an no terminaban, sino que repetan hasta estar llenas. Se diferenciaban segn sus respectivas capacidades. La madre era la ms rpida en acabar, seguida de Aisha. Despus, Jadiga era la nica en quedarse a la mesa, de la que no se retiraba hasta que los platos estaban rebaados. La delgadez de Aisha no guardaba proporcin con su esfuerzo en comer, por no hablar de su poca resistencia ante el hechizo de las golosinas, lo que induca a Jadiga a burlarse de ella diciendo que eran sus malas artes lo que la convertan en un terreno inadecuado para las buenas semillas que se sembraban en ella. Del mismo modo, le gustaba probar que su delgadez era debida a su poca fe y deca: Todos nosotros ayunamos en el Ramadn menos t; t finges hacerlo y te introduces sigilosamente en la alacena como un ratn, para llenarte la barriga de nueces, almendras y avellanas. Luego rompes con nosotros el ayuno con una voracidad que te envidian hasta los que han ayunado, pero Dios no te da su bendicin. La hora del desayuno era una de las raras ocasiones en que ellas se dedicaban a s mismas. Era el momento ms apropiado para las confidencias y para explorar los pensamientos ntimos sobre aquellos asuntos que invitaban a guardar discrecin, teniendo en cuenta el enorme pudor que caracterizaba a las reuniones de familia en presencia de los dos sexos. A pesar de su dedicacin total a la comida, Jadiga tena algo que decir, y habl con una voz tranquila, diferente de aquella con la que gritaba un momento antes: Mam, he tenido un sueo extrao. Dios quiera que sea para bien, hija ma! dijo la madre antes de tragar su bocado, en honor a su alarmada hija. Me he visto dijo Jadiga con una preocupacin redoblada como si estuviera caminando sobre el muro de la azotea de nuestra casa o de otra, cuando un individuo desconocido me empuj y ca gritando...Amina dej de comer con seria preocupacin y la chica guard silencio un momento para reservarse algo de ms envergadura, hasta que la madre balbuci: Dios mo, haz que todo sea para bien! No sera yo intervino Aisha, tratando de vencer una sonrisa la persona desconocida que te ha empujado?Jadiga, temiendo que se estropeara el ambiente con esta broma, le grit: Se trata de un sueo y no de un juego. Djate de desvarios!Luego, dirigindose a su madre, dijo: Me ca gritando, pero no me estrell contra el suelo como me esperaba, sino que ca sobre un caballo que me llev volando...Amina suspir tranquilizada como si hubiera comprendido lo que haba detrs del sueo. Se calm y volvi a comer, sonriendo. Quin sabe, Jadiga? Quiz fuera el novio...! dijo.La palabra novio no surga ms que en esta reunin, y siempre de pasada. El corazn de la muchacha, al que nada abrumaba tanto como el asunto del matrimonio, se aceler. Tena fe en el sueo y su interpretacin, y de ah que encontrara en las palabras de su madre una profunda alegra.Pero quiso disimular su confusin con burlas, como era su costumbre, aunque fueran de s misma, y dijo: T crees que el caballo es un novio?, mi novio no podr ser ms que un burro!Aisha se ech a rer hasta espurrear la comida. Luego, temiendo que Jadiga se ofendiera al comprender el sentido de su risa, dijo: Qu injusta eres contigo misma, Jadiga! No hay en ti nada que se te pueda reprochar.Jadiga le clav una mirada llena de desconfianza y duda, al tiempo que la madre le deca: Eres una muchacha como pocas. Quin posee la destreza, la actividad, el espritu vivo y la bonita cara que tienes t? Qu ms quieres?La chica se toc la punta de la nariz con el dedo ndice y pregunt riendo: Es que esto no corta el paso a los maridos? Tonteras! dijo la madre sonriendo , todava eres muy joven, hijita.Le disgust la alusin a su corta edad porque ella no se consideraba joven para casarse y, dirigindose a su madre, le dijo: Mam, t te casaste antes de cumplir los catorce aos. Este asunto no lo adelanta ni lo atrasa ms que la voluntad de Dios dijo la madre, que en realidad no estaba menos inquieta que su hija. Nuestro Seor nos dar pronto una alegra contigo, Jadiga exclam Aisha con franqueza.Jadiga la mir de reojo con recelo y record cmo una de sus vecinas haba pedido para su hijo la mano de su hermana, pero el padre se haba opuesto a que se casara la menor antes que la mayor. De verdad te gustara que yo me casara o lo que quieres es que te deje libre el camino para que te cases t? le pregunt. Las dos cosas a la vez! contest Aisha riendo.

6Una vez que acabaron de desayunar, dijo la madre:T, Aisha, te ocupas hoy del lavado; y t, Jadiga, de la limpieza de la casa. Luego os reuniris conmigo en el horno.Acostumbraba Amina a repartir el trabajo entre las dos inmediatamente despus del desayuno. A pesar de que ambas estaban satisfechas con su decisin, mientras Aisha lo aceptaba sin discusin,Jadiga se encargaba de dirigir las observaciones por medio de la superioridad o de la disputa; por eso dijo: Si te fastidia el lavado te cedo la limpieza, pero si el pleito por el lavado es para quedarte en el bao hasta que se acabe el trabajo en la cocina, me niego de antemano.La chica fingi ignorar esta observacin y se march al cuarto de bao canturreando mientrasJadiga deca irnicamente: Qu suerte! En el bao resuena la voz como en el fongrafo. Canta y que te oigan los vecinos!La madre abandon la habitacin para dirigirse a la galera y luego a la escalera, por la cual subi hasta la azotea para hacer por ella su recorrido maanero antes de bajar al horno. La pelea entre las dos chicas no era nueva; con el paso de los das se haba convertido en una costumbre, siempre que el padre no se hallaba presente en la casa o en aquellos momentos en que la tertulia entre los miembros de la familia era grata. Ella trataba de ponerle remedio con ruegos, bromas y considerable tacto; sta era la nica poltica que segua ante sus hijos porque tena una naturaleza que slo se ajustaba a esa manera de ser. En cuanto a la firmeza que a veces se requera para educar, era una cosa que desconoca; tal vez la deseaba sin poder lograrla y quizs intentaba ponerla en prctica, pero siempre podan ms la emocin y la debilidad, ya que no soportaba que entre ella y sus hijos existieran otros vnculos que el cario y el amor; y as dejaba al padre o a su personalidad, que controlaba desde lejos la tarea de enderezarlos y hacerles cumplir todas sus normas.Por eso la banal disputa no debilitaba toda la admiracin y la satisfaccin que senta por sus hijas: Aisha, apasionada por el canto hasta enloquecer y amiga de plantarse ante el espejo, no eramenos organizada y experta que Jadiga, a pesar de su indolencia. Esto habra proporcionado a la madre momentos de reposo, si no fuera por sus escrpulos rayanos en la mana, ya que ella se empeaba en dominar hasta el ms mnimo detalle de la casa. Cuando las dos chicas acababan sus faenas, ya estaba ella con la escoba en una mano y el plumero en la otra dispuesta a inspeccionar las habitaciones, las salas y los corredores, escudriando los rincones, las paredes, las cortinas y el resto del mobiliario, por si acaso se haba quedado una mota de polvo olvidada, y se senta complacida y aliviada como si se la hubiera sacado de su propio ojo. Por esos mismos escrpulos registraba la ropa preparada para lavar, y si daba con una prenda cuya suciedad se sala de lo ordinario, no dejaba de advertir amablemente a su dueo de sus deberes, desde Kamal, que casi contaba diez aos, hasta Yasn, que tena dos gustos contradictorios en cuanto a su aseo personal, que se revelaban, por un lado, en la exagerada elegancia de su apariencia externa en lo que se refera al traje, al tarbsh, la camisa, la corbata y los zapatos, y por otro lado, en su incalificable dejadez con la ropa interior. Era natural que este cuidado exhaustivo llegara tambin a la azotea y a sus habitantes, las palomas y las gallinas; es ms, el rato que pasaba all estaba lleno de amor y de alegra, de ganas de trabajar en ella, pues encontraba en hacerlo el placer y la satisfaccin de un pasatiempo. Y no era de extraar, pues la azotea era el mundo nuevo del que careca la casa grande antes de incorporrsela. Ella la haba reformado a su antojo, aunque sigui conservando la forma con la que haba sido construida en poca remota. Esas jaulas colgadas en algunos de sus altos muros, en las cuales, desde que fueron instaladas, zureaban las palomas. Esos gallineros de madera en cuyas tablas cloqueaban las gallinas desde el momento en que se construyeron... Cunto se alegraba al echar el grano o al poner en el suelo el cacharro con agua para que se precipitaran hacia l las gallinas detrs de su gallo, mientras sus picos se lanzaban sobre el grano con rapidez y regularidad, como las agujas de una mquina de coser, dejando al cabo de un momento en el suelo polvoriento diminutos agujeros como huellas de llovizna! Cunto se le ensanchaba el pecho cuando miraba y vea que la contemplaban embelesadas con sus minsculos y lmpidos ojos de modo inquisitivo e interrogante, cacareando y cloqueando con un amor recproco que haca vibrar su agradecido corazn! Amaba a las gallinas y a las palomas del mismo modo que a todas las criaturas de Dios, y les hablaba en voz baja y suave pensando que ellas la comprendan y se conmovan. Su imaginacin otorgaba a los animales, y a veces a los mismos objetos inanimados, la capacidad de sentir y de pensar. Tena la certeza de que estos seres alababan la gloria de su Seor y se comunicaban coherentemente con el mundo del espritu puro, su universo, con su tierra y su cielo, sus animales y sus plantas; era un mundo vivo e inteligente, cuyos mritos no se limitaban a la gracia de la vida y se completaban con la adoracin. No era extrao, pues, que los gallos se hicieran decrpitos y que las gallinas enfermaran con tal o cual pretexto: sta porque era prolfica, sa porque era ponedora y aqul porque despertaba con su canto. Por ella, las habra dejado en paz sin consentir que el cuchillo actuara sobre sus pescuezos, y cuando las circunstancias la obligaban a degollarlas, escoga una gallina o una paloma con una especie de pesadumbre; le daba de beber, rezaba por ella, recitaba la basmala, le peda perdn y la degollaba con el consuelo de gozar de un derecho otorgado por Dios Todopoderoso y que se extenda a todos sus siervos. Lo ms maravilloso que haba en la azotea era su mitad sur, orientada hacia el-Nahhasn, donde ella haba plantado con sus propias manos, en el transcurso de los aos, un maravilloso jardn sin igual en todas las azoteas del barrio, que estaban cubiertas habitualmente de toda clase de excrementos de aves. Haba comenzado por unas cuantas macetas de claveles y de rosas que fueron aumentando ao tras ao hasta formar filas paralelas a los lados del murete, mientras crecan de forma maravillosa. Se le ocurri entonces colocar encima del jardn un tejadillo y llam a un carpintero que se lo instal; luego plant un jazmn y una hiedra. Enganch despus los tallos en el tejadillo y alrededor de sus postes, de modo que crecieron y se esparcieron hasta que el lugar se transform en un bosque de enredaderas con un techo verde del que se desbordaba el jazmn, al tiempo que se difunda entre sus paredes un agradable y embriagador aroma. Esta azotea, con sus habitantes, las gallinas y las palomas, y con su bosque de enredaderas, era su precioso y querido universo, y su lugar de distraccin preferido en este gran mundo del que no conoca nada. Era como si a esa hora se comprometiera a cuidarlo, y as barra la azotea, regaba sus plantas y daba de comer a las gallinas y a las palomas. Gozaba despus largo rato de la vista que la rodeaba con la sonrisa en los labios y los ojos soadores, para irse ms tarde hacia el fondo del jardn y detenerse tras los brotes entrelazados, y all extenda su mirada a travs de los huecos hacia el espacio ilimitado que alcanzaba su vista.Cunto la asombraban los alminares que se lanzaban hacia el cielo de forma tan sugestiva! A veces, a tan poca distancia como para ver sus lmparas y su media luna con claridad, como los de Qalawn y Barquq; otras, no tan lejos como para que le parecieran un todo indiferenciado, como los de el-Huseyn, el-Guri y el-Azhar; y en un tercer plano ms remoto, como fantasmas, los de la Ciudadela y el de Rifai. Volvi el rostro hacia ellos con devocin y agrado, amor y fe, agradecimiento y esperanza, mientras su alma se elevaba por encima de sus cspides, lo ms cerca posible del cielo. Luego, sus ojos se posaron en el alminar de el-Huseyn, el preferido de su corazn por el amor que profesaba a su patrn , y clav sus ojos en l con ternura y anhelo, enturbiados por una tristeza que la dominaba al recordar que le estaba prohibido visitar al nieto del Enviado de Dios, aun cuando estaba a slo unos minutos de distancia de su morada. Lanz un profundo suspiro que la sac de su ensoacin y volvi en s; se entretuvo en mirar las azoteas y las calles sin que la abandonaran sus anhelos. Dio luego la espalda al murete, saciada ya de examinar lo desconocido; lo desconocido con relacin a la gente en general, que era el mundo invisible, y lo desconocido por lo que a ella se refera, que era El Cairo, ms an, los barrios vecinos cuyos ruidos le llegaban. Qu era este mundo del que slo conoca los alminares y las azoteas cercanas? Haca un cuarto de siglo que estaba confinada en esta casa, sin apartarse de ella salvo en raras ocasiones para visitar a su madre en el-Juranfsh. En cada visita la acompaaba el seor en coche de caballos, porque no soportaba que ninguna mirada se posara en su mujer, ya estuviese sola o en su compaa.Ella no se enfadaba nunca ni se quejaba, estaba muy lejos de eso. Pero apenas miraba a travs de las enredaderas de jazmn y de hiedra al espacio, a los alminares y a las azoteas, afloraba a sus labios delgados una sonrisa de felicidad y ensueo. Dnde caera la Escuela de Leyes en la que estaba sentado Fahmi en este momento? Dnde estara la escuela de Jalil Aga, de la que Kamal afirmaba que estaba a un minuto de distancia de el-Huseyn?Antes de dejar la azotea extendi las manos invocando a su Seor: Dios mo dijo, te pido que protejas a mi seor, a mis hijos, a mi pobrecita madre, a toda la gente, musulmanes y cristianos, hasta a los ingleses, Seor, hazlos salir de nuestro pas en honor de Fahmi, que no los quiere!.

7Cuando el seor Ahmad Abd el-Gawwad lleg a su tienda, situada frente a la mezquita de Barquq, en el-Nahhasn, su encargado, Gamil el-Hamzawi, acababa de abrirla y de prepararla para la venta. El seor lo salud amablemente con una radiante sonrisa, y se dirigi a su escritorio. El- Hamzawi tena unos cincuenta aos, de los que haba pasado treinta en esta tienda como empleado de su fundador, el hagg Abd el-Gawwad, luego como dependiente del seor tras la muerte del padre de ste, a quien sigui fiel tanto en el trabajo como en el afecto. Lo veneraba y lo amaba como todos los que se relacionaban con l por motivos de trabajo o de amistad. La verdad es que el seor no era terrible y temido ms que con su familia. Con el resto de la gente, amigos, conocidos y clientes, era otra persona, que gozaba de una gran parte de veneracin y respeto, pero que, ante todo, era una persona querida. Querida por su encanto ms que por cualquiera de sus mltiples caractersticas elogiablesAs, la gente no conoca al seor en su casa, ni la familia conoca al seor que viva entre la gente. La tienda era de medianas dimensiones, con una seleccin de caf, arroz, frutos secos y jabn, apilada en sus estanteras y sus laterales. En la esquina de la izquierda, frente a la entrada, estaba el escritorio del seor, con sus libros de registro, sus papeles y su telfono. A la derecha de su asiento estaba la caja fuerte verde, empotrada en la pared, con un aspecto que revelaba su dureza y cuyo color recordaba al de los billetes de banco. En el centro de la pared, sobre el escritorio, estaba colgado un marco de bano en cuyo interior estaba escrita la basmala con letras doradas. La tienda permaneca tranquila hasta bien entrada la maana. El seor se puso a repasar las cuentas del da anterior con una laboriosidad que haba heredado de su padre y que haba conservado con su desbordante vitalidad. Mientras tanto, el-Hamzawi estaba de pie a la entrada, con los brazos cruzados sobre su pecho, recitando sin cesar las aleyas del Corn que se le venan a la cabeza con una voz interior, imperceptible, que se adivinaba por el movimiento continuo de sus labios y por un dbil bisbiseo que se le escapaba de vez en cuando con las letras sin y sad. No interrumpa su recitacin hasta que llegaba un sheyj ciego al que el seor tena asignada una cantidad por recitar el Corn cada maana. El-Gawwad levantaba la cabeza del libro de registro muy de tarde en tarde para escucharlo o echar un vistazo hacia la calle, donde no dejaban de pasar peatones, carretillas, carros, suars que se tambaleaban a causa de su tamao y su peso, y vendedores que pregonaban los tomates, la mulujiya y la bamia, cada uno a su manera. Este alboroto no interrumpa la concentracin de su mente, ya que se haba acostumbrado a l durante ms de treinta aos; incluso le produca tranquilidad y se inquietaba cuando cesaba. Despus vino un cliente y el-Hamzawi se ocup de l. Lleg tambin un grupo de amigos del seor y de comerciantes vecinos a quienes gustaba pasar un rato agradable con l, aunque slo fuera un momento, saludarlo y, segn ellos mismos decan, intercambiar sus salivas con una de sus bromas o chistes. Esto haca que estuviera orgulloso de s mismo como conversador magnfico y de gran habilidad. No faltaban en su conversacin destellos entresacados de la cultura general que posea, no a travs de la enseanza, ya que l haba dejado de estudiar antes de terminar la primaria, sino por la lectura de los peridicos y su amistad con escogidas personalidades, funcionarios y abogados a los que consideraba dignos de frecuentar de igual a igual debido a su agilidad mental, su cortesa, su encanto y su posicin como comerciante bien abastecido. Haba modernizado su mentalidad, distinta de la estrecha mentalidad mercantil, y el amor, respeto y honor con que lo agasajaban aquellos notables redoblaba su orgullo. Cuando uno de ellos le dijo una vez con sinceridad y franqueza: Si se te hubiera presentado la ocasin de estudiar derecho, seor Ahmad, habras sido un abogado excelente como pocos! , se hinch de un orgullo que logr disimular con su encanto, su humildad y su trato agradable. Pero no se entretuvo con ninguno de los que estaban all sentados, y se fueron uno tras otro. La actividad en la tienda aumentaba progresivamente cuando, de repente, entr un hombre corriendo como si le hubiera empujado una mano muy fuerte.Se detuvo en medio de la tienda y entorn los ojos para aguzar su vista; luego los dirigi hacia el escritorio del seor, pero, a pesar de que no los separaban ms de tres metros, estuvo forzando su vista intilmente y despus pregunt a gritos: Est el seor Ahmad el-Gawwad? Bienvenido, sheyj Mitwali Abd el-Samad dijo el seor, sonriente. Pasa! Vienes como una bendicin!El hombre inclin la cabeza al tiempo que el-Hamzawi se aproximaba a l para saludarlo, pero aqul no se dio cuenta de la mano extendida, y estornud inesperadamente. El-Hamzawi retrocedi sacando su pauelo y volvi la cara hacia un lado con una sonrisa forzada. Se precipit el sheyj hacia el escritorio murmurando: Gloria a Dios, Seor del Universo. Luego levant el borde de su capa y se enjug el rostro; despus se sent en la silla que le ofreca el seor. El sheyj mostraba una salud envidiable, a pesar de rebasar los setenta y cinco aos, y, a no ser por sus ojos cansados y de prpados inflamados y su boca ruinosa, no tena ningn achaque. Se cubra con una capa rada y descolorida a la que se aferraba, aunque hubiera podido sustituirla por otra mejor gracias a la generosidad que le mostraba la gente compasiva, porque, segn deca, en sueos haba visto que el-Huseyn le bendeca y difunda en ella un bien imperecedero. Era conocido no slo por sus poderes para leer lo oculto, hacer invocaciones curativas y fabricar amuletos, sino tambin por su franqueza y su ingenio; en l tenan cabida el chiste y la broma, lo que acrecentaba su valor ante el seor en particular. A pesar de que viva en el barrio, no agobiaba con sus visitas a ninguno de sus adeptos.Poda estar incluso meses ausente, sin que se supiera dnde se encontraba, pero si ha