mimesis y ficcion

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    El diálogo de ficción: Mímesis y simulacro

    Fictional Dialogue: Mimesis and Simulation

    Recibido: 23 de abril de 2012

    Aceptado: 7 de junio de 2012

    Carmen Alberdi Urquizu

    Universidad de Granada

    [email protected] 

    ResumenLas relaciones, variables, de mimetismo entre el diálogo de ficción y la conversación realinciden ampliamente sobre la impresión de realidad. En este sentido, el diálogo fílmico esespecialmente interesante, ya que comparte la ficcionalidad de los formatos novelísticos yteatrales, pero también está dotado de una riqueza particular y específica. Trataremos dedescribir algunas peculiaridades del diálogo fílmico considerándolo en relación con sushomólogos de ficción y no ficción.

    Palabras claveMímesis, diálogo de ficción, interacción cara a cara, Éric Rohmer.

    Abstract

    The relationship between fictional and real dialogue is not always straightforward; the moremimetic the fictional interaction is, the illusion of closeness to an apparent reality seems to bestronger. In this respect, filmic dialogue is especially interesting as it shares the fictionality ofnovelistic and theatrical formats but it is also endowed with a particular richness of its own. Inthis paper I attempt to describe some peculiarities of filmic dialogue by assessing it in relationto its fictional and non-fictional counterparts.

    KeywordsMimesis, fictional dialogue, face to face interaction, Éric Rohmer.

    ζ Todo diálogo de ficción se sitúa en unos márgenes variables de mimetismo con

    respecto a la conversación cotidiana, responsables en gran medida de procesos de

    identificación del lector/espectador basados en la impresión de realidad. Como miembro

    de la «familia» de los diálogos de ficción, el diálogo fílmico comparte ciertos rasgos

    con sus parientes cercanos –el diálogo novelesco y el teatral– pero presenta también

    características diferenciadoras. Tras una comparación entre estos tres tipos de diálogoficcional, abordaremos las similitudes y diferencias que presenta, en relación con la

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    interacción cotidiana, este simulacro comunicativo que desborda el marco micro-textual

    del diálogo entre personajes, creando un doble circuito enunciativo cuyos verdaderos

    actores se sitúan fuera del texto. Aun cuando la extensión, necesariamente limitada, de

    este artículo impida una ilustración exhaustiva de los conceptos expuestos, trataremos

    de ofrecer algunos ejemplos tomados del director francés Éric Rohmer –concretamente

    de la serie Cuentos de las cuatro estaciones (1990-1998)–, claro exponente de un hacer

    cinematográfico en el que el diálogo manifiesta sin complejos su soberanía.

    1. Cierto aire de familia

    Si tomamos como punto de partida el diálogo en la novela, la primera

    diferencia respecto a sus homólogos parece sin duda evidente: si bien los tres comparten

    generalmente un origen escritural, el diálogo de novela es el único que nunca recibe

    actualización, que no es jamás «dicho», que permanece invariablemente bajo su

    apariencia escrita, lo que conlleva una serie de consecuencias. En efecto, la palabra

    proferida y verbalizada entreteje informaciones verbales y no verbales que se dan

    simultáneamente y son percibidas como conjuntos de signos integrados en una relación

    interactiva o dialéctica: una variación en el tono, un gesto, una mirada refuerzan,

    matizan o contradicen el contenido del mensaje verbal. En la novela, todos los

    parámetros situacionales –marco espacio-temporal, identidad y actitud de los

    interlocutores, relaciones interpersonales, representaciones mutuas, intenciones…–, así

    como los elementos paraverbales y no verbales –entonación, vocalizaciones, velocidad,

    acento, silencios, gestos, miradas, movimientos, gestión del espacio interactivo...– se

    encuentran subordinados al discurso narrativo. La propia naturaleza de estas

    informaciones sufre una mutación sustancial: lo no verbal, e incluso la ausencia de

    verbalización adoptan apariencia gráfica. Dado el carácter necesariamente lineal de la

    escritura, todas las informaciones no verbales se encuentran fragmentadas y dislocadas:la escritura impone a los contenidos suprasegmentales, gestuales y situacionales un

    orden cronológico, de anterioridad o posterioridad, respecto del contenido discursivo

    del diálogo. El sincronismo y sincretismo de la doble información verbal y no verbal

    desaparecen pues en provecho de una sucesión que reduce los constituyentes

    paralingüísticos, kinésicos y proxémicos al estatus de comentario descriptivo.

    Dicho comentario asume una doble función: función de identificación, por una

    parte, que permite determinar la identidad de la instancia locutora (dijo él, dijo ella) –losenunciados atributivos, pese a su aparente gratuidad, se encargan así de facilitar una

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    tarea de identificación que la simple presencia de guiones consecutivos está lejos de

    poder garantizar, en particular cuando el marco participativo de la interacción implica a

    más de dos interlocutores– y, por otra parte, como responsable de restituir los parámetros

    que rodean a la comunicación, el comentario realiza igualmente funciones explicativas.

    Ahora bien, la reconstrucción de los elementos situacionales, así como la

    transposición del contenido de las intervenciones, ofrecen diversas opciones al narrador.

    Éste puede describir la situación en sus más nimios detalles, o bien silenciar cualquier

    explicación, dejando a cargo del lector la tarea de inferir las circunstancias en que se

    desenvuelve la comunicación. Cuanto más avaro se muestre el narrador en

    informaciones, mayor será el esfuerzo demandado al lector en la movilización de sus

    competencias y en la emisión de hipótesis que contribuyan a la creación de un contexto

    interpretativo en el sentido que le atribuyen Sperber y Wilson (1986), que designa nosólo el entorno discursivo co-textual, sino un constructo psicológico-cognitivo que

    englobará todos los elementos necesarios para la interpretación del enunciado. Las

    palabras de los personajes pueden ser introducidas por verbos neutros y genéricos

    (decir, preguntar, responder ), o matizadas por verbos más precisos (quejarse,

    murmurar, gritar a voz en cuello), acompañados, en su caso, de descripciones del

    comportamiento gestual. La intervención del narrador fluctúa así entre dos polos: de una

    mera constatación objetiva, a la clasificación enunciativa en términos de intencióncomunicativa; de la neutralización de su presencia, a la exhibición de una conciencia

    omnisciente capaz de penetrar los pensamientos más íntimos, revelar las

    contradicciones internas o las intenciones de los personajes y distinguir lo que se dice

    de lo que se quiere decir, la verdad de la mentira. Entre ambos extremos, cabe también

    la posibilidad de que el narrador tome el relevo de los personajes y no conserve de sus

    palabras sino una cita más o menos sintetizada, con todos los matices que introducen las

    variantes del discurso indirecto e indirecto libre en la fidelidad de la reproducción.

    En cualquiera de los casos, todas estas opciones deberán ser transcritas con la

    ayuda exclusiva de la tipografía, pero el abanico de procedimientos disponibles muestra

    pronto su exigüidad: puntos de interrogación y exclamación, puntos suspensivos,

    paréntesis, cursivas y mayúsculas constituyen en esencia los medios gráficos de los que

    se dispone para traducir toda la riqueza de la entonación y la vocalización. Los intentos

    de transcripción de los diversos acentos, como las transcripciones semifonéticas al estilo

    de Queneau, podrían incluso provocar el rechazo de un lector desprevenido. Sea cual

    fuere el efecto de realismo fonemático y fonoestilístico alcanzado, las transposicionesescritas del habla siempre resultan insuficientes (Kerbrat-Orecchioni, 2005: 317-318).

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    Algo parecido sucede con la restitución de la alternancia en el turno de habla.

    La ordenada sucesión de guiones en un diálogo novelesco no llega en modo alguno a

    reflejar la vivacidad de una interacción real en la que, con frecuencia, las voces se

    entremezclan y se interrumpen. El solapamiento, incompatible a todas luces con la

    linealidad de la escritura, no encuentra más manifestación que la de la sucesión,

    dependiendo del comentario narratorial para ser percibido (dijo él al mismo tiempo). Las

    interrupciones, por su parte, normalmente se transcriben por medio de puntos

    suspensivos, un elemento de uso convencional, pero en absoluto sistematizado. Prueba

    de ello es, por una parte, su ubicación variable, dado que pueden aparecer al final del

    enunciado interrumpido o al inicio del enunciado que interrumpe, cuando no son

    utilizados ambos procedimientos a la vez. Por otra parte, tampoco su valor y sentido son

    únicos, pudiendo incluso expresar conceptos contradictorios: se emplean tanto paraseñalar la  presencia  de una palabra «interruptora», como para marcar una auto-

    interrupción o una pausa, dicho de otro modo, una ausencia de palabra.

    En definitiva, el diálogo novelesco se caracteriza por su falta de autonomía,

    sometido por entero al discurso narratorial en cuyo seno se inserta provocando una

    fractura a nivel de la continuidad gráfica, estilística y enunciativa. Consecuentemente, el

    lector no se enfrenta a la recepción-interpretación de estos signos del mismo modo que

    lo haría un interlocutor real, pues la información que le llega está necesariamentemediatizada por la intervención de un narrador-exégeta que asume la mayor parte de su

    labor interpretativa y le ofrece un «híbrido de significante y significado» (Kerbrat-

    Orecchioni, 2005: 318).

    Bien distinta es la naturaleza del diálogo en el cine y el teatro, aun cuando

    convenga en primer lugar preguntarse brevemente sobre la naturaleza e incluso la

    denominación de este último.

    Contrariamente al diálogo en la novela –que algunos autores como Blanchot

    incluso han calificado de «expresión de la pereza y de la rutina» (1959: 208-209)– y al

    diálogo fílmico –que, tras superar no pocas barreras en la transición del mudo al sonoro,

    aparece aún, para teóricos y analistas, como un elemento esencialmente subordinado a

    la imagen1–, el diálogo teatral parece tan consubstancial a la propia obra dramática que

      «Although today everyone graciously allows movies to talk commonplace attitudes toward dialoguestill betray suspicion and a fierce desire to regulate. Anti-dialogue dicta are not confined to the era ofthe transition to sound or to some benighted past; these prejudices seem to linger like the undead,periodically reappearing to poison our perception. Witness a 1991 statement by David Mamet:

    “Basically, the perfect movie doesn’t have any dialogue. So you should always be striving to make asilent movie”» (Kozloff, 2000: 8).

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    apenas si se ha cuestionado su pertinencia, salvo en experiencias de vanguardia –«el

    componente dialogado, tan “principal” sí puede llegar a anularse del todo, como en Acto

    sin palabras (I y II) de Beckett o El pupilo quiere ser tutor  de Peter Handke» (García

    Barrientos, 2001: 43), o en algunas obras del teatro pánico de Arrabal–.

    Sin embargo, caben ciertas matizaciones según lo consideremos desde el punto

    de vista estrictamente textual o desde la perspectiva de la representación; dicho de otro

    modo, al abordarlo como diálogo dramático o como diálogo teatral. Aun partiendo de

    la premisa de que la obra dramática debe siempre leerse desde la perspectiva de su

    representación (García Barrientos, 2001: 40), es evidente que la recepción difiere en el

    caso de la lectura y el de la audio-visión.

    La situación de lectura nos acerca a la ficción narrativa, en la medida en que las

    condiciones de actualización del diálogo y de sus parámetros situacionales dependen de

    las construcciones psico-perceptivas que efectúe el lector (Ouellet, 2000: 9-10) a partir

    de la información proporcionada por las acotaciones. Relativamente mediatizada, como

    el diálogo novelesco, por una instancia de enunciación sugerida por la articulación de

    dos subtextos, la palabra dramática escrita se presenta bajo un aspecto híbrido

    rápidamente detectable gracias a la distinción tipográfica entre diálogo y texto

    didascálico, este último generalmente en cursiva. Pero, contrariamente al modo de

    enunciación del diálogo novelesco, en el que el discurso del narrador prevalece sobre uncontenido dialogal en ocasiones difícil de delimitar, el enunciador del texto dramático

    «se ha ausentado» y no deja tras de sí sino huellas indirectas de su voz (Ubersfeld,

    1996: 9). No hay rastros de subjetividad en esta voz que jamás se expresa en primera

    persona: «¿quién habla en el texto de teatro?, la respuesta es para mí clarísima:

    directamente cada personaje en el diálogo, y nadie –sí, nadie– en las acotaciones. Pues

    si realmente “hablara” el autor en las acotaciones […] ¿por qué no puede nunca decir

    “yo”?» (García Barrientos, 2001: 42-43).Este enunciador, cuya presencia –fragmentada en las intervenciones actoriales,

    impersonalizada en las didascalias– es ya escasamente perceptible en el texto escrito,

    desaparecería definitivamente durante la representación, al tiempo que el diálogo teatral

    se libera de su potencial de mímesis narrativa para dejar únicamente subsistir un

    espectáculo desprovisto de instancias mediadoras.

    La situación de recepción audiovisual pone de manifiesto ciertas similitudes

    entre el diálogo teatral y el fílmico: captados e interpretados en la inmediatez de latransmisión –dado que apenas somos conscientes, como espectadores de cine, de la

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    existencia de una instancia mediadora–, ambos juegan con los registros verbales y no

    verbales de la comunicación. Ahora bien, frente a la clausura, al carácter definitivo y

    pregrabado del diálogo fílmico, el texto dramático aparece sometido a los avatares de

    cada representación, en la que se originaría un diálogo teatral cada vez único. El diálogo

    dramático –diálogo teatral sólo en potencia– espera, en estado embrionario, la

    actualización que le dará existencia y sentido, lo cual, según Rykner (2000: 28-29) no es

    sino una prueba de su debilidad, de su incapacidad para significar por sí solo, en la

    medida en que «apela apela al “texto” ausente […] del director y del regidor» y

    «requiere el apoyo de la realización escénica para liberar plenamente sus significados»  

    (Rykner, 2000: 28-29)2.

    2. Cuando la ficción supera a la realidad

    En términos de impresión de realidad, la mímesis novelesca se situaría en

    último lugar: el tiempo, el espacio, los personajes no tienen más existencia que la que

    perfilan los trazos gráficos, negro sobre blanco, y la imagen especular que suscitan en la

    imaginación del lector. La representación teatral sería, por el contrario, el más mimético

    de estos tres dispositivos comunicativos, capaz de extender la percepción incluso al

    ámbito táctil u olfativo, y el único con posibilidad de entrar en un verdadero circuito

    comunicativo interactivo: «representado por la línea que vuelve de la instancia final

    (público escénico virtual) al inicial (actor) y se traducirá en respuestas más o menos

    convencionales:  silencios,  aplausos,  pateo,  etc.»  (García  Barrientos,  2001:  31).  El 

    drama da origen a un espectáculo real, habitado por personajes de carne y hueso y

    anclado en un tiempo fenomenológico. Entre ambos, el cine, arte de la representación

    también, pero prisionero del simulacro bidimensional de la pantalla, que instaura una

    distancia infranqueable entre el espacio real y el espacio representado (García

    Barrientos, 2001: 144-145).Y sin embargo, el cine suscita en el espectador una impresión de realidad que

    supera a menudo a la del teatro, quizá porque este último, pese a su realismo

    fenomenológico –o tal vez, precisamente a causa de él–, conserva intacto el carácter de

    espectáculo. El diálogo teatral nos es ofrecido desde un lugar real y concreto inscrito en

    el mismo continuum espacio-temporal que la sala; el diálogo fílmico se sitúa en un

      Traducción propia. «[…] il appelle le « texte » absent […] du metteur en scène et du régisseur […]. ilréclame d’être soutenu par la réalisation scénique pour délivrer pleinement ses significations».

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    mundo ajeno a ella. De esta oposición entre un mundo percibido a priori  en su

    inmediatez y otro que nos sumerge de entrada en la ficción, derivan, según Vanoye, dos

    regímenes de recepción que determinan la diferencia entre los mecanismos de

    identificación que instauran ambos tipos de ficción: en el teatro todo es «desde el

     principio  concreto, físico, directo» y sólo con posterioridad «se construya acaso un

    mundo ficticio, y el diálogo sea percibido en su dimensión diegética», una vez que la

    diégesis y el diálogo consigan «imponerse en cierto modo, emerger del escenario y de

    los cuerpos»; en el cine, por el contrario, el diálogo «emana de un todo audiovisual que

    precipita de golpe al espectador en un mundo distinto del suyo […], pertenece

    naturalmente a la diégesis» (Vanoye, 1991: 180)3.

    En el teatro, el verbo conserva en general su soberanía y se impone sobre los

    elementos visuales escénicos (Larthomas, 1980: 441); en el cine, es la interacción

    dialéctica entre imagen y sonido la que encierra el sentido. El diálogo, como los efectos

    sonoros y la música, puede acompañar a las imágenes en sincronía, pero también

    desplegar todo un abanico de efectos asincrónicos jugando con las relaciones

    temporales de anterioridad, simultaneidad o posterioridad (Bordwell y Thompson, 1995:

    314): sonidos o voces diegéticas y no diegéticas, in, off, over   e incluso «through» 

    (Carmona, 1993: 108), variedades que Chion (1993: 32) resume en la dicotomía sonidos

    visualizados  vs acusmáticos. De hecho, en esta posibilidad de dejar algunos sonidos

    «errando en la superficie de la pantalla», en esas voces que no están ni dentro ni fuera,

    radica para Chion la especificidad del cine respecto de las otras artes: frente a las demás

    modalidades, que pueden tener su origen en otras prácticas –el teatro para la voz in, la

    linterna mágica en el caso de la voz off u over –, «los sonidos y las voces que vagan por

    la superficie de la pantalla, en espera de un lugar en el que establecerse, pertenecen al

    cine y sólo a él» (Chion, 1993: 18)4.

    En el teatro se da también cierto empleo acusmático del sonido, una especie devoz off –los ruidos y voces entre bastidores, procedentes del espacio fuera de escena–

    pero la diferencia deriva una vez más del modo de aprehensión de ambos medios. En el

      Traducción propia. «[Au théâtre] Tout est d’abord  concret, physique, direct […]. Ce n’est qu’ensuiteque se construira peut-être un monde fictif, que le dialogue sera entendu dans ses dimensionsdiégétiques […]. [Au cinéma] Le dialogue est issu d’un tout audio-visuel qui précipite d’emblée lespectateur dans un monde différent du sien […] il appartient naturellement à la diégèse. Alors qu’authéâtre, la diégèse et le dialogue doivent en quelque sorte s’imposer, émerger de la scène et descorps».

      Traducción propia. «[...] les sons et les voix qui errent à la surface de l’écran, en souffrance d’un lieuoù se fixer, appartiennent au cinéma et à lui seul».

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    teatro, esta voz acusmática se percibe «como procedente de un lugar distinto del

    escenario, realmente se la localiza en otro lugar» distinto de aquél en el que se sitúan las

    voces visualizadas. En el cine, ambas modalidades emanan de la pantalla, están

    «dentro» de la imagen, «y en ese encuadre las voces visualizadas y las voces

    acusmáticas no se reparten como tales más que en la mente del espectador, a medida de

    lo que va viendo» (Chion, 1993: 34)5.

    Propiamente cinematográfica, la manipulación de las relaciones espaciales

    entre lo «visto» y lo «oído» adopta, según Vanoye (1989: 58-60) cuatro modalidades:

    (1) el diálogo puede aparecer íntegramente in,  con co-presencia o alternancia de los

    interlocutores, o (2) desarrollarse total o parcialmente fuera de campo, lo que nos priva

    de numerosas informaciones visuales, pero amplía al mismo tiempo nuestra percepción

    hacia ese espacio imaginario que desborda el espacio visible, a menudo sugerido por la

    dirección de una mirada, y dotado así de una dimensión sonora que lo estructura en

    cierto modo; (3) el diálogo visualizado puede permanecer inaccesible a la escucha, ya

    sea porque existe un obstáculo –un cristal, por ejemplo– o por el ruido que lo rodea: no

    disponemos aquí más que de los datos que proporcionan los componentes kinésicos y

    proxémicos para inferir el tono de la conversación; y (4) por último, el diálogo puede no

    ser ni visto ni oído –«fuera de campo completo»– sino evocado o citado con mayor o

    menor detalle.

    Las cuatro modalidades aparecen en nuestro corpus, al servicio de funciones

    bastante diferenciadas. El diálogo in desvela de manera brillante los éxitos y fracasos

    que se producen a nivel de las relaciones interpersonales. A nivel icónico, la presencia

    simultánea o la alternancia permiten añadir matices significativos. Así, Tobin (1998: 6)

    opone, por ejemplo en  Cuento de otoño (Rohmer, dir., 1998) ,  la intimidad y

    complicidad sugeridas por las imágenes de Isabelle y Magali reunidas en el mismo

    plano mientras pasean entre las viñas, a la superficialidad de la relación entre Rosine yLéo, quienes pese a lo exiguo del espacio, no aparecen juntos en la imagen. Podemos

    igualmente señalar las diferentes lecturas que suscitan las dos rupturas de Félicie en

    Cuento de invierno (Rohmer, dir., 1992): cuando deja a Loïc, sigue existiendo un resto

    de intimidad entre ambos, subrayado por su presencia conjunta y por el contacto físico;

    durante la ruptura con Maxence, más violenta, la distancia que los separa se incrementa

      Traducción propia. «[Elle] est clairement entendue comme venant d’un autre lieu que la scène, elle est

    réellement localisée ailleurs. […] dans ce cadre les voix visualisées et les voix acousmatiques ne serépartissent comme telles que dans la tête du spectateur, au fur et à mesure de ce qu’il voit».

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    por el hecho de que la cámara sólo los reúne en una ocasión –contacto que Félicie

    rechaza amenazándole–. Prevalece en lo sucesivo el enfrentamiento que los muestra

    alternativamente de perfil. A nivel comunicativo, los gestos y desplazamientos de los

    personajes, y a menudo la ausencia de los mismos, crean una especie de conversación

    paralela que se plantea como contrapunto del discurso verbal. Pensemos en la escena de

    «seducción» de Jeanne por Igor en Cuento de primavera (Rohmer, dir., 1990) o en la

    escena de presentación entre Magali y Étienne en Cuento de otoño, cita preparada por

    Rosine para reunirlos:  miradas esquivas, brazos cruzados sobre el pecho en actitud

    defensiva o una distancia física demasiado evidente –reforzada en el plano verbal por la

    distancia simbolizada por el uso del usted– contradicen una situación que

    supuestamente debería acercar a los personajes. La escena de la cena que reúne a los

    personajes de Cuento de primavera es también significativa a este respecto: Ève trata de

    monopolizar la conversación imponiendo un tema –la filosofía– que debería permitirle

    hacer alarde de sus conocimientos situándola en igualdad con Jeanne y excluyendo al

    mismo tiempo a Natacha. Curiosamente, su pareja,  Igor, le negará el contacto visual. 

    No hay rastro de admiración, de apoyo o de complicidad en su actitud, ya que se

    mantiene absolutamente concentrado en su plato y es más bien a Jeanne a quien busca

    con la mirada.

    El uso del diálogo fuera de campo, por su parte, constituye uno de los rasgos

    característicamente rohmerianos, desestimando con frecuencia la focalización en el

    sujeto hablante para concentrarse en la persona que escucha. Se consigue de este modo

    «descentrar» la fuente del discurso, lo que redunda en una especie de autonomía de la

    palabra (Marie, 1970: 106), al tiempo que se incrementa el valor de la reacción de quien

    escucha, sometido al escrutinio de una doble mirada –la de su interlocutor y la del

    espectador–. En palabras de Prédal, Rohmer puede ser considerado más «el cineasta de

    las consecuencias de la palabra que de la propia palabra» (Prédal, 1985: 30)6. Esteprocedimiento contribuye asimismo a desvelar sutilmente el funcionamiento de los

    mecanismos de enunciación fílmica. Si el plano/contraplano constituye una convención

    suficientemente integrada en nuestros hábitos de lectura del film y no traiciona la

    presunta transparencia del relato, la insistencia sobre el personaje a la escucha revela

    por el contrario un gesto dirigido al espectador, una especie de guía de lectura centrada

      Traducción propia. «Rohmer est davantage le cinéaste des conséquences de la parole que celui de laparole elle-même».

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    en la identificación secundaria –identificación con el personaje– en detrimento de la

    identificación primaria –identificación con la cámara (Metz, 1977: 77)–. Nuestra mirada

    se funde con la del personaje que interroga tratando de adivinar las más íntimas

    reacciones en el otro.

    También la tercera opción planteada por Vanoye, la de la inaccesibilidad del

    diálogo aparece, por ejemplo, en Cuento de primavera, cuando Natacha y Jeanne llegan

    a casa de la primera y tan sólo percibimos el rumor de su conversación, o en Cuento de

    invierno, donde las palabras se pierden en el ambiente durante el paseo de Félicie, Loïc

    y Élise. Esta práctica interfiere en la percepción y cognición del espectador por cuanto

    le priva de un aporte de información, pero resulta, en este corpus, bastante menos

    importante que las pérdidas que se derivan del cuarto procedimiento, aquél en el que el

    diálogo no es ni visto ni oído, sino citado –o no– por los personajes. En Cuento de

     primavera, la información, previamente retenida y sucintamente evocada –cuando Igor

    le dice a Jeanne que le había confirmado a Natacha por teléfono que iría a

    Fontainebleau–, no hace sino aumentar la duda y la sospecha, doblemente suscitadas en

    Jeanne, que se cree víctima de un complot, pero también en el espectador, que descubre,

     junto con el personaje, que se le ha ocultado una información importante. Cuento de

     primavera ilustra de modo ejemplar otro rasgo típico rohmeriano, el de la ambigüedad

    en torno a la verdad. Convencido de que «no se miente lo suficiente en el cine»

    (Rohmer, 1989: 50), practica a conciencia un juego de equívocos en el que a veces no se

    sabe quién miente y quién se miente a sí mismo.

    Pese al artificio que sugieren estas manipulaciones, el cine posee, como

    decíamos, un potencial mimético bien constatado desde su nacimiento. El

    cinematógrafo respondía, en palabras de Burch a una pulsión «frankensteiniana» muy

    ligada a la ideología burguesa del siglo XIX: «el Cinematógrafo Lumière será percibido

    universalmente como el resultado de esta larga búsqueda de lo absoluto, del secreto dela simulación de la vida» (Burch, 1995: 31). Esta búsqueda, jalonada de etapas diversas

    desde el diorama y el daguerrotipo, habría culminado al fin con una técnica capaz no

    sólo de reproducir la imagen, sino sobre todo el movimiento, de captar y fijar el instante

    fugitivo y, eternizándolo, arrancarlo al olvido y la muerte, como anunciaban los

    artículos de prensa que el 29 de diciembre de 1895 dieron cuenta de la primera

    exhibición del Cinematógrafo. Si las primeras películas mudas y las actualidades

    reconstruidas de los Lumière fueron capaces de provocar tal efecto, losperfeccionamientos técnicos posteriores, sobre todo el sonido y el color, debían

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    obviamente contribuir a reforzar esa impresión de realidad. Más allá de la ingenuidad de

    quienes, en los primeros tiempos del cinematógrafo, temían ser arrollados por el tren

    que llegaba a la estación de La Ciotat, se constata, aún hoy, «esa misteriosa y

    apremiante impresión de realidad que destila el cine, más que ninguna otra expresión

    artística» (Carrière, 1997: 42). Y todo ello, insistimos, aun cuando es evidente que,

    aparte de los documentales –que tampoco escapan a cierto grado de manipulación–, el

    cine funciona menos en régimen de analogía absoluta que de analogía «construida»

    (Casetti y Di Chio, 1996: 166-167). Las películas no ofrecen una realidad bruta, sino

    una realidad seleccionada, puesta en escena, encuadrada, cortada, montada. Una

    realidad estilizada que crea un doble fantasmático del mundo real, un mundo posible,

    una realidad de ficción. De hecho, bien mirado, ¿cabe concebir algo más irreal que las

    imágenes sobredimensionadas que nos ofrecen los primeros planos, los cuerpos

    mutilados que crean las escalas de planos, la música que acompaña a los personajes en

    sus acciones, o incluso la posibilidad de penetrar en sus conciencias y oírlos

    literalmente pensar? Y sin embargo, caemos voluntariamente en la trampa. Cada

    espectador, paradójicamente aislado en la multitud de una sala oscura, se siente

    individualmente interpelado por el film, inmerso en una suerte de realidad onírica a la

    que difícilmente puede sustraerse.

    Gran parte de esta impresión de realidad se debe, indudablemente, al carácter

    analógico de la imagen y a las condiciones de recepción, próximas al sueño y que

    instauran un régimen de creencia particular (Stam et al., 1999: 169). Pero el sonido

     juega igualmente un papel nada desdeñable en esta mímesis, por cuanto contribuye a

    objetivar las sombras y luces de la pantalla, a dotarlas para nosotros, durante el tiempo

    de proyección, de una existencia real. Además del silencio, cuyos usos dramáticos son

    incuestionables, tres elementos participan de la construcción del sentido desde el punto

    de vista sonoro: la música, los ruidos y las palabras.La música ha ocupado siempre un lugar especial ya desde los inicios del

    Cinematógrafo, al que acompañó incluso en su primera exhibición en el Grand Café. En

    la época del cine mudo, en ausencia de diálogos sincronizados, la música y la voz del

    narrador-comentador se encargaban de crear la atmósfera del relato y subrayar las

    escenas clave, dotando a las imágenes del espesor narrativo del que aún carecían, así

    como de unir los distintos «elementos, a menudo dispares, del espectáculo

    cinematográfico, frecuentemente constituido por un  patchwork   de escenas cómicas,documentales, ficción, números filmados, etc.» (Chion, 1997: 44), y de disimular al

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    mismo tiempo los ruidos que rodeaban a la proyección. La llegada del sonoro, que

    habría de eliminar los elementos no diegéticos, pareció en un primer momento

    cuestionar su pervivencia. El primer reflejo fue así el de diegetizarla y justificar su

    presencia en el relato –no en vano los primeros años del sonoro coinciden con el auge

    de las comedias musicales–. Pronto se pondría de manifiesto que la música no había de

    competir con la palabra, podía sencillamente acompañarla, pues «añade a los

    significados producidos por lo icónico y lo verbal sus propias modulaciones y

    connotaciones (ya sea de modo redundante, como contrapunto, paralelamente o en

    contradicción)» (Gardies, 1993: 22)7. Investida de un poder catalizador en el plano

    afectivo y emocional, la música «de foso» (Chion, 1988: 90) recuperó su lugar. Es sin

    duda un elemento irreal, pero lo hemos interiorizado de tal modo que es su ausencia

    completa lo que llama la atención: «los planos sin palabras, las imágenes de

    desplazamientos mudos sugieren –por un reflejo condicionado, sin duda, derivado del

    hábito de los otros filmes– la presencia posible de una música que no oímos» (Chion,

    1997: 246).

    Más ligados al realismo, los ruidos son elementos indisociables de cualquier

    situación real, incluida la interacción comunicativa. Al igual que nuestras

    conversaciones se desarrollan en entornos rara vez silenciosos –hasta el punto de que el

    ruido llega en ocasiones a impedir la comunicación–, el diálogo fílmico se presenta

    rodeado de efectos sonoros cuidadosamente escogidos y montados, como prueba el

    siguiente testimonio de René Clair, que evoca los primeros tiempos del sonoro, en los

    que quedaban registrados prácticamente todos los sonidos al alcance del micrófono:

    «Pronto se advirtió que la reproducción directa de la realidad daba una sensación tan

    poco real como posible y que los sonidos debían ser “seleccionados” de la misma

    manera que las imágenes» (Martin, 1996: 127).

    Sin embargo, sería erróneo presuponer que los tres elementos constitutivos dela banda sonora gozan del mismo estatus. Más allá de su necesidad o contingencia,

    música y ruidos se encuentran subordinados a las palabras. Dicho de otro modo, el

    sonido en el cine es «vococentrista» por naturaleza, «la voz jerarquiza todo en torno a

    ella», rasgo que refuerza su mimetismo: «la escucha humana es naturalmente

    vococentrista y, por fuerza, el propio cine sonoro, en su gran mayoría» (Chion, 1993:

      Traducción propia. «Elle ajoute aux significations produites par l’iconique et le verbal ses propres

    modulations et connotations (que ce soit en redondance, en contrepoint, en parallèle ou encontradiction)».

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    18-19)8. La palabra ocupa así un lugar preferente en esa banda sonora que se encarga de

    estructurar. Su importancia relativa respecto de la banda imagen depende en gran

    medida de la película considerada, convirtiéndose incluso en seña de identidad del

    cineasta. Los personajes de Rohmer, poco dados a la acción, aparecen prisioneros de sus

    discursos. En sus películas, «el dualismo o la alternancia palabra/acción, que se impone

    en otros (se habla, después se actúa; o bien se habla y paralelamente se actúa), es

    superado en beneficio de una utilización de la palabra como acción» (Chion, 1989: 17).

    Vector de acción simbólica, más si cabe que en la vida cotidiana, puesto que

    deriva de un cuidadoso cálculo, el diálogo de ficción se encuentra sometido a un

    objetivo funcional. Este carácter instrumentalizado del diálogo perfila ya las fronteras

    entre mímesis y simulacro.

    3. El simulacro

    La funcionalidad del diálogo de ficción constituye un elemento clave que lo

    diferencia de la comunicación cotidiana. Esta última no tiene, en principio, ninguna

    finalidad instrumental, ningún objetivo fuera del mero placer de relacionarse –al menos

    en apariencia, pues el deseo de afirmar una relación interpersonal o proyectar

    determinada imagen de uno mismo puede constituir un objetivo conversacional en sí–.

    En términos de Durrer (1999: 65-66), la conversación se define esencialmente por su

    finalidad «interna», mientras que lo propio del diálogo de ficción es la preeminencia de

    una finalidad «externa» superpuesta a la aparente finalidad interna de la comunicación

    entre los personajes. El sentido del diálogo reside menos en su interpretación «local»

    que en la comprensión «global» de la obra (Reboul y Moeschler, 1998: 178).

    En el diálogo fílmico, como ya hemos señalado, este sentido nace de la

    dialéctica instaurada entre dos tipos de mensajes: el mensaje verbal –oral o escrito– y el

    mensaje icónico, vehiculado por la imagen y las operaciones de encuadre y montaje. Encuanto a las funciones que el mensaje lingüístico asume respecto del icónico, cabe

    recordar la distinción de Barthes (1964: 44-45) entre funciones de «anclaje» y «relevo».

    La primera, vinculada a la fotografía fija, tiende a reducir la polisemia inherente a las

    imágenes; la segunda, por su parte, ligada al cine o al cómic, va más allá de la función

    de elucidación y hace avanzar la acción, disponiendo a lo largo de los mensajes sentidos

      Traducción propia. «La voix hiérarchise tout autour d’elle […]. Appelons ça, si vous voulez,

    vococentrisme. Naturellement vococentrique est l’écoute humaine, et par force, le cinéma parlant lui-même, dans sa grande majorité».

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    que no se encuentran en la imagen. Gardies (1988: 130-138), por su parte, señala un triple

    nivel de funcionamiento del mensaje verbal: pre-textual, diegético y discursivo. A nivel

    pre-textual, lo verbal cumple una función contractual, genera un horizonte de expectativas:

    la voz off  de un narrador o un texto insertado instauran el mundo del relato y la lógica a

    partir de la cual deberán ser interpretados y evaluados sus componentes.  A nivel diegético,

    lo verbal asume la tarea de crear el relato a través de tres funciones: (1) explicativa:

    exposición de hechos y antecedentes; (2) accional, cuando el propio diálogo se convierte

    en acción, y (3) atributiva, relacionada con la caracterización de personajes y componentes

    del mundo diegético. En el tercer nivel, discursivo, el mensaje verbal estructura el

    discurso fílmico, asumiendo tres nuevas funciones: (1) demarcativa, diferenciando las

    secuencias en el plano sintagmático y modal –distinción entre presente, pasado y futuro,

    entre mundo real e imaginario–; (2) económica, permitiendo acelerar el relato, y (3)

    selectiva, función próxima al concepto barthesiano de anclaje, que nombra y selecciona

    un elemento de entre todos los mostrados en la imagen, reduciendo la polisemia.

    Existen diversas tipologías funcionales (véase, por ejemplo, Kozloff, 2000: 33-

    60), pero con objeto de presentar un esquema relativamente sencillo y unificado,

    podemos partir de la distinción que Gaudreault y Jost (1995: 78-79) realizan en su

    estudio de los intertítulos del cine mudo –cuyas funciones habría de heredar el diálogo–

    entre los niveles semiótico y narrativo. Con el primero se relacionan todos los efectos

    por los que la palabra aporta cierto número de informaciones que la imagen no puede

    vehicular por sí sola. Como en la función selectiva de Gardies, el anclaje de Barthes se

    amplía a una función denominativa –es la palabra la que nombra personajes y lugares– y

    a una función de control de la atención e interpretación del espectador: «In addition to

    controlling the viewer’s sense of pace, sometimes dialogue is used merely to draw our

    attention to someone or something. […] dialogue guides our interpretation of what we

    are seeing» (Kozloff, 2000: 50). Del orden narrativo derivan las siguientes funciones:(1) la función de exposición –de «información» según Vanoye (1991: 169), o

    «explicativa» de Gardies–. El diálogo es el responsable de proporcionar al espectador

    un mínimo de datos que le permitan identificar las localizaciones, los antecedentes de

    una situación, así como la identidad de los personajes. Ahora, bien, además de velar por

    no comprometer la ilusoria verosimilitud conversacional –el espectador debe seguir

    «creyendo» que los personajes se hablan entre sí ajenos a su presencia– la exposición

    debe lidiar con una dicotomía antinómica, pues la eficacia del diálogo reside en elequilibrio entre información desvelada e información retenida: debe dar suficiente 

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    información, pero sin desvelar todas las claves (Vanoye, 1991: 169), en caso contrario

    se incurriría en lo que Chion (1989: 194) considera uno de los peligros más frecuentes

    para los guionistas, el del diálogo «explicativo».

    (2) la función de caracterización, que retoma en parte la que Gardies señala

    como atributiva. El diálogo, tanto por su contenido como en su forma, caracteriza e

    individualiza a los personajes, ya sea de modo puntual –humor, emociones,

    comportamiento durante una escena– o generalizada (Vanoye, 1991: 169). Dicho de

    otro modo, el personaje se muestra en lo que dice y en cómo lo dice, en lo que otros

    dicen de él y en cómo lo dicen, en el tipo de actos de habla que realiza, en su gestión de

    las negociaciones interaccionales…

    (3) la función accional de Gardies, de «dramatización de la acción» (Vanoye,

    1991: 170) o de «narración implícita» (Mylne, 1994: 75). En el caso de las películas de

    Rohmer, en las que la acción se reduce prácticamente a la dimensión dialogada, esta

    función parecería quizá un tanto obvia. Sin embargo, no basta con que exista diálogo,

    sino que éste debe constituir en sí mismo el origen de una acción, de un conflicto, de

    una tensión más o menos larvada. Así, por ejemplo, escenas aparentemente gratuitas

    como la discusión filosófica tras la cena que se presenta en Cuento de Invierno, poseen

    una importancia dramática. Como señala el propio Rohmer, es más que una simple

    escena en la que se enfrenta a una joven que carece de instrucción con unos pseudo-

    intelectuales que la aburren con sus discursos ampulosos: la única intervención de

    Félicie «trata precisamente sobre el punto que será el tema del film: está ligada a

    Charles más que por la vida por otra vida» (Curchod, 1992: 26)9.

    (4) la función de comentario aparece cuando los personajes se dedican a

    interpretar o comentar sus acciones pasadas. Este procedimiento, frecuente en Rohmer,

    le permite introducir divergencias de puntos de vista entre lo que el personaje cree haber

    vivido y lo que el espectador ha visto y oído, creando interesantes variaciones sobre lamentira (Vanoye, 1991: 170). En ocasiones, la evocación puede, asimismo, establecer

    una especie de comunicación con el espectador. En Cuento de primavera,  Jeanne

    efectúa una analepsis interpretativa de su comportamiento durante los primeros minutos

    de la película –un prólogo mudo con acompañamiento musical en el que se desplaza de

    un apartamento a otro– aludiendo a la falta de sentido que habría tenido para alguien

      Traducción propia. «Son intervention porte précisément sur le point qui sera le sujet du film: elle estliée à Charles plus que par la vie par une autre vie».

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    que llevara puesto el anillo de Giges y hubiera podido ser testigo invisible de sus actos:

    un guiño sutil que evoca la plausible perplejidad del espectador real (Bonitzer, 1991:

    85) y abre la vía a una explicación, sin romper, no obstante, la ilusión de realidad.

    (5) la función de transición, que Durrer (1999: 117) atribuye en la novela a

    determinados diálogos que no aportan nada en el plano de la acción o de la

    caracterización y parecen estar llamados a hacer creíble una acción posterior. Además

    de ello, en el film, en ausencia de narrador, los desplazamientos espaciales y elipsis

    temporales generan un vacío que sólo intervenciones analépticas y prolépticas en las

    que los personajes explican sus movimientos permiten llenar. Por otra parte, el sound

     flow añade fluidez a la transición entre distintas escenas suavizando los cortes operados

    a nivel de la imagen.

    El catálogo de funciones que asume el diálogo –más ampliamente, lo verbal–

    debería ser suficiente para erradicar el prejuicio sobre su supuesta redundancia en

    relación con la imagen. Como señala Chion, «basta con cortar el sonido para ver que en

    realidad era él quien prestaba a la imagen un sentido o una expresión que parecían

    emanar directamente de ella» (Chion, 1988: 145)10. Pero además, la inscripción de los

    diálogos en una estrategia narrativa permite dibujar el lugar del espectador y desvela el

    carácter sólo simulado de la comunicación intratextual.

    El diálogo de ficción presupone en efecto dos polos extratextuales de

    tratamiento de la información. Ya sean categorizados en dicotomías como «autor-

    lector/espectador implícitos», «enunciador-enunciatario» o «autor-lector/espectador

    ideal», más allá de matices terminológicos, es obvio que dos instancias –una real y la

    otra potencial– participan conjuntamente en este proyecto comunicativo:

    «respectivamente, la “lógica” que lo informa […] y la “clave” según la cual se observa

    ésta» (Casetti y Di Chio, 1996: 226). Dentro del universo ficcional, diversos personajes

    intercambian discursos cuyo contenido está destinado tanto a su interlocutor delmomento como al lector/espectador. La doble red de comunicación que de ello deriva

    participa de lo que Kerbrat-Orecchioni (1984: 49-50) denomina un tropo

    comunicacional. En la vida real, en particular en los lugares públicos, no es extraño que

    un receptor no ratificado capte informaciones que no le estaban destinadas en primera

    instancia o incluso que, por distintos motivos, un locutor envíe indirectamente un

      Traducción propia. «Il suffit de couper le son pour voir qu’en réalité c’est le son qui prêtait à l’imageun sens ou une expression paraissant émaner directement de celle-ci».

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    mensaje a un tercero, mientras finge dirigirse a su interlocutor directo. En el diálogo de

    ficción este doble mecanismo enunciativo constituye la esencia del dispositivo

    comunicativo y cada enunciado aparece en un lugar específico, destinado por entero no

    sólo a significar dentro de la conversación de ficción (comunicación «horizontal»), sino

    sobre todo a hacerse significativo a los ojos de un tercero, ajeno al texto –comunicación

    «vertical», en términos de Vanoye (1991: 198)–.

    No obstante, sería erróneo atribuirle al espectador el papel de simple espía o

    testigo que asiste pasivamente a una historia que se desarrolla ante sus ojos: no es un

    voyeur, ya que su presencia no es ajena al diálogo ni a los personajes (Ubersfeld, 1996:

    34), que en realidad sólo existen por y para él. Tampoco es un simple «consumidor» de

    signos, sino un verdadero hermeneuta. El film no sólo presupone la existencia de

    alguien a quien dirigirse, sino que «se construye un interlocutor ideal al que pide

    colaboración y disponibilidad» (Casetti, 1996: 13). La entrada del espectador en el

    mundo de ficción se basa en un pacto de interactividad (Gardies, 1993: 50). Del mismo

    modo que un interlocutor está llamado a participar activamente en la construcción del

    sentido del discurso, el film demanda de su espectador no sólo la capacidad de abolir

    determinados postulados lógicos para aceptar diversas convenciones, sino el despliegue

    de una actividad cognitiva constante de deducción y evaluación, desvelando sentidos

    ocultos, reuniendo pistas diseminadas para reconstituir el carácter de un personaje o la

    trama de una intriga, llenando los espacios vacíos en la reconstrucción del relato,

    eligiendo entre las diversas interpretaciones posibles, juzgando la coherencia de las

    informaciones que le son sometidas y reaccionando a los estímulos sensoriales y

    emocionales que se le ofrecen.

    La presencia prevista de este espectador también puede leerse en la exigencia

    planteada por la inteligibilidad. Característica típica del cine francés «clásico», según

    Vanoye (Marie y Vanoye, 1983: 71), la inteligibilidad es para Rohmer exigencia capitale ineludible, como él mismo reconoce en el documental realizado por Labarthe (Lagier,

    2005). Esta exigencia condena naturalmente los fenómenos de simultaneidad, ya se trate

    de reguladores –cuya presencia es sensiblemente minimizada– o de verdaderos

    solapamientos, frecuentes en la conversación cotidiana y sin embargo ausentes de los

    diálogos fílmicos, como tantos otros elementos. Ciertamente, no podemos obviar que la

    imitación del discurso oral, incluso cuando alcanza las mayores cotas de mímesis, es en

    definitiva resultado de un cuidadoso trabajo de escritura, reescritura, selección,descartes y pulido.

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    Desde el punto de vista de su estructuración, el diálogo de ficción tiende a

    omitir las secuencias de apertura y cierre que enmarcan toda interacción cotidiana y que

    se vinculan más a los ritos de interacción –como negociación de la disponibilidad al

    contacto– que al intercambio de informaciones. El procedimiento más habitual consiste

    en presentar conversaciones ya iniciadas, lo que permite al mismo tiempo presuponer la

    existencia de una relación previa entre los interlocutores (Herman, 1995: 16) y estimular

    notablemente los procesos inferenciales cuando estas aperturas in medias res implican a

    personajes cuya identidad se desconoce (Ubersfeld, 1996: 46). Inversamente, la

    presencia de dichos intercambios fáticos o confirmativos se carga inmediatamente de

    significado: una despedida traducirá más una ruptura definitiva que una salida temporal

    negociada (Durrer, 1999: 80).

    Del mismo modo, se omiten en general lo que determinadas definiciones de la

    comunicación oral consideran «defectos» de construcción (Riegel et al., 1999: 36):

    repeticiones, frases inacabadas, interrupciones, auto-interrupciones, reformulaciones,

    etc. Derivada de la co-presencia pero sobre todo de la co-participación de ambos

    interlocutores en la construcción del discurso, la aparición de tales «defectos» parecería

    a priori  inevitable. Se trata, no obstante, de elementos altamente funcionales y en

    absoluto carentes de contenido informativo. Encierran, del mismo modo que la

    entonación, indicios relativos al estado de ánimo de los interlocutores –turbación,

    excitación, decaimiento...– y, con relativa frecuencia, su aparición coincide con una

    pérdida momentánea de atención que el locutor trata de reparar, lo que prueba su

    eficacia interactiva (Kerbrat-Orecchioni, 1996: 24-25). Funcionan, además, como

    procedimientos de validación interlocutiva (Kerbrat-Orecchioni, 1996: 4), que, desde

    ambos polos del circuito comunicativo, ponen de manifiesto la implicación mutua de los

    interlocutores. Para el locutor, es importante señalar no sólo que habla, sino que se

    dirige a su interlocutor. Las señales por las que manifiesta esta direccionalidad o trata derecuperar su atención en caso de fallo comunicativo constituyen lo que se denominan

     fatemas  (¿verdad?,  ¿eh?,  ¿no?). En cuanto al receptor, se espera de él que produzca

    diversas señales de escucha –reguladores– que realizan funciones de feedback : animan

    al locutor a que continúe, dando pruebas de una escucha activa, o informan de la

    existencia de un problema de comprensión. Se trata, en general, de actos reflejos,

    reacciones involuntarias de respuesta al límite de la verbalización –Luscher et al. (1995:

    66-67) los consideran incluso «no-turnos de habla fáticos»– generalmente asociados allenguaje no verbal o a breves vocalizaciones. En la conversación cotidiana, su presencia

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    es indispensable –en caso contrario, el locutor cree estar frente a un receptor hostil,

    maleducado o absolutamente desinteresado por su discurso (De Gaulmyn, 1987: 221)–,

    pero de llegar a producirse con la misma frecuencia en un diálogo de ficción, como ya

    señalábamos anteriormente, acabarían afectando a su inteligibilidad, por lo que son

    obviadas, o, en caso contrario, conscientemente utilizadas con alguna finalidad concreta.

    Las mismas observaciones pueden ser aplicadas respecto a los «accidentes»

    que se producen en el transcurso de la comunicación, que Larthomas (1980: 223-227)

    clasifica en dos categorías: accidentes de lenguaje y accidentes de habla. Los primeros

    se subdividen según sean atribuibles al locutor –imposibilidad física de hablar,

    balbuceos, problemas de elocución (tartamudeo, bostezos, estornudos), lapsus…–, al

    receptor –que no oye, no escucha o finge no hacerlo, o no entiende–, o a las propias

    condiciones del diálogo –interrupciones y solapamientos–. Los accidentes de habla

    engloban, por su parte, todas las construcciones «defectuosas» desde el punto de vista

    articulatorio, gramatical, léxico y el uso de tics verbales. Cuando dichos accidentes

    aparecen en un diálogo de ficción, resultan plenamente deliberados y por ende llamados

    a cumplir una función, generalmente al servicio de la caracterización del personaje

    (Larthomas, 1980: 228-229).

    Consideremos brevemente el caso de las interrupciones y auto-interrupciones.

    Entre un regulador que, como hemos visto, apenas constituye un turno de habla, y una

    serie de interrupciones inopinadas del discurso ajeno existe una escala gradual de

    intencionalidad que da fe de la compleja red de motivaciones que subyace generalmente

    a este tipo de infracciones al principio de alternancia propuesto por Sacks, Schegloff y

    Jefferson (1974): dificultades psico-cognitivas que impulsan a interrumpir para pedir

    explicaciones suplementarias –véase, por ejemplo, el caso de la Félicie de Cuento de

    invierno,  que en ocasiones parece afectada de afasia nominal, aunque es ella

    paradójicamente, quien más cerca está de la verdad y del conocimiento–, trastornosemocionales, presupuestos y representaciones compartidas, tabúes conversacionales…

    Frente a la aparente sencillez teórica del modelo de turnos de habla según la alternancia

    A-B-A-B, la interacción revela todo un entramado de negociaciones que afectan a lo

    que se puede y se debe decir, lo que no es necesario decir y lo que se debe callar. Por

    otra parte, como todo componente de la interacción comunicativa, la interrupción se

    halla inscrita en una cadena de causas-efectos-consecuencias que tendrá mayor o menor

    incidencia tanto en la estructuración dinámica del texto conversacional como en lanegociación de las relaciones de dominación que se establecen en la interacción. Pero

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    además este tipo de «accidente» aporta igualmente diversos matices al comportamiento

    comunicativo del personaje que permiten enfocarlo desde la perspectiva de un perfil

    interactivo: el «interruptor», cooperativo u hostil, el «interrumpido», víctima

    complaciente o no, el censor, el precavido respetuoso que evita los tabúes, y cuyo

    máximo exponente podría ser Jeanne de Cuento de primavera,  que parece someter

    constantemente su expresión al aforismo wittgensteiniano –«De lo que no se puede

    hablar hay que callar» (Wittgenstein, 2002: 183)–.

    El solapamiento, por su parte, se produce en general de manera involuntaria

    (Schegloff, 2000). Es frecuente que la simultaneidad no sea sino una muestra de la

    vivacidad de la conversación, incluso de la profunda compenetración entre dos

    interlocutores que les lleva a decir lo mismo en el mismo momento. Pero existe también

    una manifestación de solapamiento agonal, deliberado, conscientemente prolongado –aunque no de manera indefinida, pues daría lugar a dos monólogos paralelos e

    independientes, cercanos a lo que el lenguaje popular ha bautizado como «diálogo de

    sordos»– utilizado como estrategia que permite acaparar el turno de habla e imponer el

    silencio al otro. Este tipo de solapamiento se inscribe en una especie de competición

    locutiva en la que lo más importante es tener la última palabra y que traza claramente un

    perfil relacional e identitario de los personajes implicados. Encontramos un ejemplo en

    la discusión con tintes filosóficos que los pseudointelectuales amigos de Loïc mantienen

    en Cuento de Invierno: Edwige y Quentin monopolizan toda la primera parte de una

    conversación salpicada de interrupciones y solapamientos. La competición deja huellas

    a nivel de la construcción sintáctica de los enunciados en forma de repeticiones de los

    contenidos interrumpidos y rápidas reformulaciones. La segunda parte de esta

    conversación, en la que Quentin ya no participa activamente, asumida por Edwige y

    Loïc, pese a las posiciones diametralmente opuestas que cada uno de ellos defiende, no

    presenta interrupciones, lo que permite vincular estos fenómenos a la función decaracterización de Quentin y Edwige y su relación.

    Señalemos igualmente que las conversaciones que implican a cuatro o más de

    cuatro participantes presentan con frecuencia fenómenos de simultaneidad que Traverso

    (2004: 63-68) denomina «crowding» y «splitting». El primero hace referencia a los

    intentos de introducción de líneas paralelas de conversación que interfieren de manera

    más o menos insistente con el tema planteado, lo cual, a su vez, provoca alteraciones en

    el formato de producción. El segundo, por su parte, designa un desarrollo del anterior,cuando la introducción de nuevos temas deriva en una escisión, momentánea, del grupo

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    . () 149

    en díadas. En una conversación real, los participantes no podrían seguir con verdadera

    atención más que una sola conversación. Del mismo modo, en presencia de un

    fenómeno parecido, el film está en principio obligado a elegir –aunque cabe la

    posibilidad de alternar entre las distintas parejas–, la imagen y el montaje sonoro

    tenderán generalmente a privilegiar una de esas conversaciones paralelas, tratando el

    resto como ruido, es decir, montándolo a un volumen más bajo. En Cuento de verano 

    (Rohmer, dir., 1996) , durante la cena que reúne a numerosos comensales en casa de los

    primos de Léna, la cámara y el sonido se concentran exclusivamente en la conversación

    que Gaspard mantiene con el primo de Léna.

    Esta labor de pulido y elaboración formal del diálogo de ficción que, aun

    reproduciendo determinadas características del habla cotidiana, no renuncia totalmente a

    su naturaleza escrita, constituye lo que Durrer (1999: 25) denomina el estilo oralizado.

    La creación de este estilo sitúa al autor en el centro de una dicotomía: de ser demasiado

    realista y mimético, corre el riesgo de rozar la banalidad o incluso la vulgaridad;

    demasiado elaborado, carecería de espontaneidad y eficacia, dos escollos entre los que

    no siempre es fácil navegar (Berthelot, 2001: 3). Se acusa a Rohmer de una tendencia

    exagerada hacia la segunda opción: sus personajes se expresan como personajes

    «literarios», embarcados en largas disquisiciones filosóficas y literarias que oscurecen la

    transparencia del relato (Marie, 1970: 43); los jóvenes, que con mucha frecuencia

    protagonizan sus películas, rara vez emplean un registro coloquial, menos aún vulgar.

    Esta opción se acompaña de otro rasgo que explica la aparente teatralidad de los

    diálogos en Rohmer: su negativa a utilizar las convenciones del «juego de escena», que

    tratan de disimular las conversaciones ocupando a los personajes en acciones

    simultáneas a su discursos. Los personajes no hacen algo mientras hablan, sencillamente

    hablan, sentados en un sofá o reunidos después de una cena, y no durante el transcurso

    de la misma (Chion, 1988: 93-94).Y pese a todo, para el espectador de Rohmer, el diálogo no suena forzado. Esto

    se debe a la lógica interna de una poética particular: la verosimilitud del diálogo reside

    en el respeto al conjunto de su estilo, en la coherencia de ese estilo, constante en cada

    película e incluso de una película a otra (Malpartida Tirado, 2006: 197-199).

    El mimetismo formal del diálogo no es, en definitiva, sino una opción estética,

    ya que la verdadera dimensión mimética no reside, como señala Lane-Mercier «en la

    forma y el contenido de las palabras que, en sí mismas, no son más que “probables”,“posibles”, “verosímiles”, sino más bien en el respeto/rechazo de ciertas normas y

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    convenciones dialogales institucionales» (Lane-Mercier, 1990: 51)11. El diálogo de

    ficción constituye en efecto un lugar privilegiado para la observación de los

    mecanismos interaccionales, «el lugar en el que las leyes conversacionales están en

    primer plano, expuestas para ser mostradas, vistas y oídas, y no como en la vida

    cotidiana, sobreentendidas, subrepticias o inconscientes» (Ubersfeld, 1996: 79)12. Como

    un espejo de aumento, la palabra de ficción nos devuelve, en sus más ínfimos detalles,

    el reflejo de nuestros comportamientos cotidianos en ese «espectáculo del discurso»,

    por retomar la expresión de Issacharoff (1985), en el que escenificamos nuestra práctica

    comunicativa.

    El mimetismo, que la forma rehúsa en ocasiones, podemos pues ubicarlo en el

    realismo «de fondo», que se aplica a la estructura profunda, a las reglas que rigen

    cualquier conversación (Mylne, 1994: 107). Desde esta perspectiva, resulta sin duda

    evidente que los diálogos ficcionales en general, y rohmerianos en particular, imitan la

    conversación en la medida en que (1) se desarrollan en el marco dialéctico de la

    observancia vs  violación de las leyes y principios conversacionales –principio de

    cooperación de Grice, pertinencia, principio de cortesía verbal–; (2) los personajes se

    ciñen al principio de alternancia en el turno de habla y, aun estando preestablecida de

    antemano, la distribución de los turnos parece desarrollarse progresivamente; (3) los

    distintos parámetros de la interacción son sometidos a negociación y (4) las relaciones

    entre los personajes pueden ser analizadas, del mismo modo que nuestras relaciones en

    la vida real, en términos de dominación y de gestión del espacio interactivo en sus

    diversas dimensiones –institucional, discursiva, intersubjetiva, enunciativa (Vion, 1995:

    182-186)–.

    El estudio del diálogo a la luz de las leyes discursivas resulta altamente

    revelador en la definición de los objetivos comunicativos del film y de sus funciones

    narrativas. Como en la vida real, la preeminencia de uno u otro principio, permitiráponer de relieve ya sea un objetivo marcadamente informativo –función expositiva–, ya

    sea un predominio de los fines relacionales o identitarios –función de caracterización–.

      Traducción propia. «[...] ne réside pas dans la forme et le contenu de paroles qui, en soi, ne sont que“probables”, “possibles”, “vraisemblables”, mais plutôt dans le respect / le rejet de certaines normes etconventions dialogales institutionnelles qui sous-tendent aussi bien la langue parlée quotidienne queles répliques actorielles».

      Traducción propia. «[...] le lieu où les lois conversationnelles sont en vedette, exposées pour être

    montrées, vues et entendues, et non pas comme dans la vie quotidienne, sous-entendues, subrepticesou inconscientes».

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    El principio de cooperación y el de pertinencia, que rigen la carga informativa en

    términos cuantitativos y cualitativos, permiten una doble lectura: aplicados en primera

    instancia al contenido propiamente dialogal,13 se revelan al mismo tiempo extrapolables

    al estudio de la información que el film transmite al espectador. Se puede así analizar en

    qué medida, y por qué medios, dicha información satisface sus necesidades cognitivas,

    es decir, cuál es el grado de pertinencia, informatividad y exhaustividad de los datos que

    le permitirán –o no– captar y recrear el universo ficcional, situando en él personajes y

    acciones. Cualquier infracción a nivel de la pertinencia «local» genera una actitud de

    vigilancia en el espectador, llamado a reconstruir retrospectivamente una información

    que le ha sido proporcionada de manera fragmentaria, y condiciona su grado de saber, o,

    en términos de Gardies (1993), el tipo de «polarización» dominante.14 Por su parte, el

    estudio del diálogo desde los postulados del principio de la cortesía verbal, basado en el

    concepto goffmaniano de «imagen» – face (Goffman, 1967)–, de los que se derivan las

    nociones de «amenazas» –Face Threatening Acts  (Brown y Levinson, 1987)–, y actos

    valorizadores –Face Flattering Acts  (Kerbrat-Orecchioni, 1996)–, así como los

    comportamientos auto-centrados en forma de auto-descortesía y auto-cortesía, permiten

    analizar los comportamientos de los personajes desde la perspectiva relacional e

    identitaria: la naturaleza de los actos realizados contribuye a crear un perfil interaccional

    que añade no pocos matices a la caracterización del personaje generando diversos

    arquetipos, desde los más altruistas y generosos a los más egotistas y narcisistas

    (Alberdi Urquizu, 2009: 53).

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