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Page 1: Manresa 2011 1-3. El Cuerpo en Los Ejercicios Espirituales

M A N R E S A R E V I S T A D E E S P I R I T U A L I D A D I G N A C I A N A

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cuerpo er Ejercicios espirituales

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Mariola LÓPEZ UILLANUEVA

Religiosa del Sdo. Corazón, Doctoranda en Teología. Granada

M a Clara L. BINGEMER

Profesora de Teología. Río de Janeiro

Asun PUCHE

Psicóloga, acompaña Ejercicios. Manresa

Josep M. RAMBLA

Jesuíta, colabora en EIDES-CiJ. Barcelona

Ceferino GARCÍA

Jesuíta, Superior de Comunidad. Salamanca

Carlos DOMÍNGUEZ

Jesuíta, Psicólogo Director del Centro Francisco Suárez. Granada

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MANRESA R E V I S T A DE E S P I R I T U A L I D A D IG N A C Í A N A

Sumario

Mariola LÓPEZ, rscj: El cuerpo en nuestra cultura. Habi­tar sabiamente y con otros el propio cuerpo 5

M a C l a r a L U C C H E T T I B I N G E M E R : El m i s t e r i o de la encarnación como "ejercicio". Reflexiones sobre la corporeidad en los Ejercicios 15

Asun PUCHE: Las bases somáticas del discernimiento 27

Josep M. RAMBLA, S.J.: El sentido de la penitencia corporal, hoy 39

Cefer ino G A R C Í A R O D R Í G U E Z , S.J.: Enfermedad , En­fermos y Cuidadores en los escritos de san Ignacio ... 55

Carlos D O M Í N G U E Z , S.J.: Claves psicosociales del éxito. Reflexiones de cara a la "Cuarta Semana" de Ejer­cicios 71

Recenciones 93

Vol. 83 - N° 326 - CENTRO LO YOLA - Madrid - Enero - Marzo 2011

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Director: José A. García, S.l.

Redactor Jefe: Pascual Cebollada, S.l.

Secretario: Carlos Coupeau, S.l.

Consejo de Redacción: Antonio T. Guillen, S.L; Javier Melloni, S.L; Diego M. Molina, S.L; Luis M . a García Domínguez, S.l; M . a Luz de la Hormaza, ACI.

Redacción: (Artículos. Reseñas. Notas bibliográficas). Centro Loyola. Pablo Aranda, 3. 28006 Madrid. Teléf.: 91 562 49 30 - Fax: 91 563 4 0 73. wvw.monomedia.biz/jesuitas/pages/compaF1 EDa-de-jesFAs/publicaciones/manresa.php e.mail: [email protected].

Diseño de cubierta: Belén Recio Godoy.

Precios de suscripción para 2011

España: 29 €

Europa 48 €

USA / Canadá 58 €

América Latina / África 55 €

Asia / Oceanía 66 €

Número suelto 8 € (IVA incluido)

En las tarifas al extranjera se incluye el transporte aéreo, por medio de un servicia especial de reparto, con garantía de entrega y en tiempo reducida.

M A N R E S A tratará durante 2011 los siguientes temas:

Enero-marzo: El cuerpo en los Ejercicios espirituales.

Abril-junio: La elección, camino y nombre de la unión con Dios.

Julio-septiembre: La vida cotidiana como vida en el Espíritu.

Octubre-diciembre: La tercera semana de los Ejercicios.

Depósito Legal: M-1.436-1958 I .S.S .N.: 0214-2457

TPG - La Granja, 45 28100 Alcobendas (Madrid^

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Presentación

iempre fue verdad que somos cuerpo, no que tenemos cuerpo, pero durante mucho tiempo la espiritualidad cristiana pudo olvidar esta verdad considerando al cuerpo como algo accidental al ser humano e

incluso como su enemigo. En los tiempos modernos, sin embargo, la vuel­ta de ese olvido ha derivado en el peligro contrario: como si sólo fuéramos cuerpo, como si el cuerpo fuera el único centro de atención de la vida.

Entre esos dos extremos la revelación bíblica se distancia por igual del primero y del segundo. La encarnación la aleja del primero ya que en ella la corporalidad humana es asumida por el propio Dios en ese maravilloso intercambio del que tantas veces nos habla la liturgia cristiana. El realismo bíblico se distancia también del segundo pues conoce muy de cerca los infi­nitos desvarios a los que puede llevar el "hombre carnal"

¿Y san Ignacio? ¿Cómo ha visto y tratado el tema del cuerpo en los Ejercicios? ¿Ha contado con él en el proceso espiritual del ejercitante cami­no del encuentro con el amor y la voluntad de Dios o lo ha dejado de lado? De eso precisamente trata este número de Manresa.

El artículo de Mariola López sobre el cuerpo en nuestra cultura tiene un carácter introductorio. De soporte de nuestra historia personal y de una vida abierta a la plenitud de Dios, el cuerpo se está con virtiendo actualmente en extensión de la imagen de nuestro ego. Desconectado de su intimidad se vive como objeto de las miradas exteriores y por ello se cosifica y tecnifi-ca como si fuera una mercancía... ¿Qué hacer ante tal presión cultural? ¿Cómo recuperar al poeta: "De un cuerpo se me ha hecho don... A quién, dime, debo agradecer por la apacible alegría de respirar y vivir"?

Siguen a continuación tres artículos que entran de lleno en el tema cen­tral de este número. Uno primero de M a Clara L. Bingemer rastrea la pre­sencia de la corporeidad humana a lo largo de todo el proceso: en las Adiciones para las que el cuerpo de quien se ejercita ocupa un papel cen­tral; en la Aplicación de sentidos que buscan con-formar en cuerpo y espí­ritu la persona del ejercitante con la persona o personas contempladas; en

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el uso de los sentidos, llamados a ejercerse al modo de los de Jesús, etc. Asun Puche escribe un segundo artículo sobre las bases somáticas del

discernimiento, tema muy poco abordado hasta ahora y muy original. "El cuerpo, dice la autora, contiene todos los niveles de profundidad del ser y habla de ellos mediante las sensaciones; más gruesas en las capas más exte­riores y más finas y sutiles en las más interiores. Abrirse al lenguaje de las sensaciones en todos sus gradientes de densidad es la escucha en el sentir" Ése es el tema y recorrido de este artículo que se apoya en descubrimien­tos neurológicos y en algunas técnicas llegadas a nosotros desde Oriente.

El tercer artículo es de Josep M. Rambla quien aborda el tema de las penitencias corporales en los Ejercicios. Con la solvencia y profundidad que le son propias, Rambla va recorriendo los momentos, objetivos, for­mas, condiciones y reservas que toma la penitencia corporal a lo largo de los Ejercicios. Un tratamiento modélico para quien desee comprender la importancia de que la corporalidad humana se adhiera también a la decisión de nuestro yo; de que el cuerpo se entere y secunde lo que Dios quiere de nosotros.

Todavía dentro de este tema monográfico el lector podrá encontrar un último artículo de Ceferino García sobre la enfermedad, los enfermos y los cuidadores en los escritos de san Ignacio. Se trata de un recorrido original de las Constituciones y Cartas del santo donde aparecen el pensamiento y los consejos que da Ignacio a estas tres categorías de personas. Muy actual ciertamente.

Y por fin, sin una relacionado directa con el tema pero sí en sintonía con él, un estudio de Carlos Domínguez sobre las claves psicosociales del éxito y su relación con la cuarta semana de los Ejercicios. En una primera parte al autor revisa críticamente el concepto de éxito en nuestra cultura. En la segunda se acerca al texto ignaciano para descubrir las luces que arroja sobre este tema y qué podemos aprender nosotros de él.

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El cuerpo en nuestra cultura. Habitar sabiamente y con otros el propio cuerpo

Mariola López

E l 16 de noviembre de 1989, aparecían en los medios de comunica­ción de todo el mundo las imágenes de ocho cuerpos esparcidos por el suelo, seis hombres y dos mujeres, abatidos impunemente duran­

te la madrugada por balas de ametralladoras. Ocurría en El Salvador y todos los que tengamos acceso a esta revista conocemos sus nombres. Sus cuerpos brutalmente enmudecidos, hablaban. La memoria de esos cuerpos continúa alentándonos hoy y han quedado unidos, solidariamente incorpo­rados, a todos los cuerpos heridos y violentados de la historia, a la multitud de cuerpos vulnerados; a esos cuerpos que sufren, resisten y sanan. Ellos son la otra cara, el reverso de los iconos por excelencia de la era de la glo-balización, de esos cuerpos jóvenes, musculados, bellos y etéreos que apa­recen por doquier.

El cuerpo es la primera condición de posibilidad de nuestro ser en el mundo1. De él depende cómo nos vamos situando y sólo cuando lo habita­mos realmente podemos recorrer un viaje sanador. Somos el único ser de la creación que posee la capacidad de habitar, el don de establecer en espa­cios y tiempos vínculos de comunión y de comunicación 2. Gracias a este cuerpo que somos, a este continente que nos contiene, podemos vincular­nos y establecer conexiones. Nuestras maneras de relacionarnos están con­figuradas por él porque no hay experiencia de amor, y por eso no hay expe­riencia de Dios y de los otros, que no ocurra en nuestro cuerpo.

Lo que vemos, lo que oímos, lo que tocan nuestras manos (Un 1) es aquello que conforma la realidad para nosotros y que nos hace existir de un

1 "El cuerpo no es solamente aquello que el hombre tiene delante suyo, sino que es sobre todo aquello que es el mismo en la multiplicidad de sus relaciones históricas... y el mundo es nuestra prolongación que, para bien o para mal, vamos actualizando en todos los instantes de nuestro tra­yecto biográfico". L . DUCH y J - C . MELICH, Escenarios de la corporeidad. Antropología de la vida cotidiana 211, Trotta, Madrid 2005, p. 238.

2 o.c, p. 250.

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Manola López

modo único y concreto. Nadie tiene nuestro mismo modo de sonreír, de enfadarnos, o de besar, y es a través del cuerpo como el cauce afectivo de nuestra vida toma forma y se despliega. No tenemos otro lugar ni otro acce­so a la experiencia de lo humano, a ese lugar único de Dios que somos cada

uno de nosotros.

El Cuerno es el soporte ^er0 ^a c i u t u r a e n ^a Que e s t a m o s inmersos no nos t conduce a habitar nuestro cuerpo, sino más bien a

precioso de nuestra v j v i r extrovertidos en él, a usarlo, a someterlo, a historia y de nuestra condicionarlo estéticamente... a convertirlo en un

apertura a la Plenitud ídol°' disponemos de medios para ejercer un grado de control sin precedentes sobre los cuerpos. Se han globalizado los hábitos de comportamiento

y es sorprendente el gran número de ofertas sobre la reconstrucción del pro­pio cuerpo y su recreación. Los cuerpos que nos muestran los medios apa­recen desprovistos de todas las señales que asociamos con la experiencia vital y el paso del tiempo. La otra cara de este deseo de diseñar el cuerpo, de querer detener los signos visibles del tiempo sobre nosotros, esconde el anhelo de una identidad lograda, de una aceptación de la propia realidad,

f- de una sed por coincidir al fin con nosotros mismos. El cuerpo es el sopor­te único y precioso de nuestra historia limitada en el tiempo y de nuestra vida abierta a la Plenitud.

Vamos a recorrer diversos registros sobre esta presencia del cuerpo en la cultura actual, sus aspectos preocupantes y peligrosos, y aquellos que nos ayudan a habitar sabiamente y con otros el propio cuerpo. Pero antes de adentrarnos necesitamos recordar y tener presente que "la mayoría de los cuerpos de nuestro mundo no son cuerpos occidentales bien alimenta­dos, con acceso a agua limpia, cuidados sanitarios y una vivienda digna, y cuyas inquietudes principales son alcanzar el bienestar psicológico, sexual y espiritual. Son cuerpos pobres, abandonados y enfermos que gritan pidiendo justicia a un mundo ensordecido por el poder, el militarismo y la riqueza. 3"

1. Cuerpos remodelados

Vivimos en una cultura obsesionada por el cuerpo, que valora la juventud, el erotismo y la belleza. La presión mediática de la sociedad de consumo nos lleva a desear conseguir "un cuerpo sano, en buena forma física, más o menos

3 T. BEATTIE, Reflexiones teológicas, corporalidad y misticismo, en Conciliura 295, Cuerpo y religión. Abril 2002, pp.85-97.

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El cuerpo en nuestra cultura

narcisista, volcado al exterior, dentro del canon estético dominante en el que se retrase lo más posible o se disimule su deterioro biológico4". ¿Quién se siente inmunizado ante el virus de querer permanecer el mayor tiempo posi­ble joven y sano? Se nos cuela silenciosamente por todos los poros.

"Comprar belleza", cambiar la apariencia per­sonal, la complexión individual o ponerse implan- Desconectado de SU tes corporales, se ha convertido en un elemento intimidad, atento SÓh esencial de la vida de las ciudades de Occidente. „ » „ . • i ;

w , . , a Las miradas y a Los Muchas personas consideran que una cara estirada o una liposucción son la mejor senda para mejorar espejos que lo su vida, su carrera profesional y sus relaciones. Los interpelan cuerpos, y especialmente los cuerpos de las muje­res, se convierten en el campo de batalla de la publicidad5. Los sociólogos sostienen que está emergiendo un nuevo individualismo basado en la actua­lización continua y en la reinvención instantánea del yo; se pretende com­prar éxito en la vida. Queda patente hoy día la presión que las técnicas de consumo ejercen sobre las personas para que transformen y mejoren todos y cada uno de los aspectos de sí mismos 6. Desde lo más externo (hábitos de vida) a lo más interno (prácticas de ingeniería genética) el cuerpo humano está sometido a múltiples prácticas de modulación.

El cuerpo se nos muestra así como una extensión de la imagen del ego, pierde su valor ético y sus dimensiones más gratuitas y aumenta su valor técnico y comercial. Su culto provoca una sacralización de la figura exte­rior del cuerpo, un narcisismo de la apariencia, como si los poderes del cuerpo cultivado propiciaran una mayor felicidad personal, mayor consi­deración y éxito sociales, liderazgo sobre los demás y mayor capacidad de atracción sexual.

Se da una sobreestimación del cuerpo como si éste fuera la esencial rea­lidad humana y se asume la cultura de la modificación del cuerpo (body-building) como un proyecto personal. Se dedican horas y horas, dinero, sacrificios... En bastantes ocasiones llevados a sus últimas consecuencias.7

4 C. PERA, "Pensar desde el cuerpo. Ensayo sobre la corporeidad humana", Triacastela, Madrid 2006, p. 24..

5 "Combate la celulitis", "ataca las zonas rebeldes", "elimina las arrugas", "lucha contra esos kilos de más", "stop a las grasas", "desafía a la flacidez".

* "Hay una generación emergente de consumidores a la que podría denominarse Generación Plástica, que equipara la cirugía estética con las compras, se consume rápidamente y con resul­tados inmediatos". A. ELLOT, Dar la talla. Cómo la cirugía estética transforma nuestras vidas, Ed. 45, p. 172.

7 Desde el adelgazamiento obsesivo en la mujer joven que puede abocar en una anorexia y el excesivo remodelado muscular de los gimnasios, hasta las restauraciones, las correcciones y las transformaciones, que afectan a la imagen estética y que en algunos casos llegan a costar la vida.

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Mariola López

Hasta en las ofertas de viajes podemos encontrar paquetes turísticos con "escapadas para remodelarse ."8

En un mundo acelerado, móvil, líquido, la cultura de la cirugía estética fomenta la fantasía de la infinita plasticidad del cuerpo y de sus múltiples posibilidades de transformación. Los anhelos más hondos del ser humano encuentran aquí un espejismo cautivador y adictivo. El mensaje de la indus­tria de la remodelación corporal es que no hay nada que detenga la capaci­dad de reinventarnos a nosotros mismos. Se quiere celebrar la transforma­ción personal, pero el tipo de identidad alimentada por esta cultura dista mucho de ser nutritiva... "Tal vez el botox haga parecer más joven pero es poco probable que favorezca la apreciación de la fragilidad y la finitud humana... que nos haga felices durante mucho tiempo9." El cuerpo se des­conecta de su propia intimidad y ya sólo presta atención a las miradas y a los espejos que lo interpelan.

Este excesivo cuidado externo conlleva una disminución del contacto con la propia hondura de los cuerpos, con su belleza interior, con su capa­cidad para evocar, en cualquier etapa de su limitada existencia, la trascen­dencia que los habita.

Frente a estos cuerpos modelables, "radiantes y bellos", preocupados por el más leve indicio de caducidad y de disfunción, emergen otros cuer­pos carentes, invisibles y no respetados, que buscan espacios donde poder afirmarse y sencillamente respirar y vivir.

2. Cuerpos invisibles y desechables

Los cuerpos necesitan su espacio vital para desplegarse. Es el espacio propio de nuestra corporeidad, de nuestro ser en el mundo, y vamos exten­diéndolo y ensanchándolo. A lo largo de la historia los seres humanos han manifestado, personal y colectivamente, esa tendencia a conquistar el espa­cio, por eso todo "cuerpo extraño" es percibido como un peligro potencial para el espacio vital en el que todo cuerpo se asienta, como si fuera un asal­to de sus fronteras. Así vivimos los países occidentales, levantando barre­ras: leyes, sanciones, muros... frente a aquellas personas "sin sitio", cuer-

8 "Los países de todo el mundo compiten para ofrecer una infraestructura médica y tecnoló­gica que facilite a los occidentales ricos la oportunidades de someterse a operaciones de cirugía... En lugares como Malasia, Thailandia y Dubai se ofertan paquetes turísticos quirúrgicos: una com­binación de tratamientos quirúrgicos, playas soleadas y compras... Esto conlleva "sacar" la cul­tura de la cirugía estética de su inserción y visibilidad en las grandes urbes de Occidente y tras­ladarla a otros lugares del planeta con salarios inferiores", O.c, pp. 138-148.

9 O.c. pp. 127-128.

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El cuerpo en nuestra cultura

pos humanos desprovistos de un espacio vital, que sólo disponen de su pro­pio espacio corporal y que buscan un lugar mínimo imprescindible para la intimidad y para la supervivencia. Cuerpos convertidos en objetos de con­sumo, en mercancías, en instrumentos de usar y tirar... ¡Se puede negar de tantas maneras el cuerpo del otro! 1 0

Son cuerpos anónimos para los medios que se E ¡ ¡ 0 ¡ ¡ c u e r p o s ^ W s ^ presentan ante nuestros ojos hacinados, en una bus-queda desesperada de un territorio, de otros espa- -V aeseCHüuOS, CUerpc cios donde poder coexistir. Muchos son cuerpos de que Sufren, resisten y color y cuerpos envejecidos antes de tiempo, ros- sünün tros de mujeres y de niños, que nos ayudan a tomar conciencia de su presencia aquí y ahora y a ensan­char nuestra capacidad de humanidad. Reclaman un mundo que debería ser compartido y cohabitado, y que se va haciendo cada vez más exclusivo y privado.

El escritor Amin Maalouf señalaba en una entrevista: "Hay una crisis del vivir juntos que se manifiesta en todas partes... la experiencia del multi-culturalismo en Alemania ha sido un fracaso... pero no es el único país en el que la experiencia ha fracasado. Eso no quiere decir que no intentemos vivir juntos, porque no queda otra opción, pero hay que ver de qué mane­ra. .. La tarea de este siglo es enseñarle a la gente cómo vivir juntos 1 1".

Necesitamos aprender a respetar los espacios, a compartirlos y a huma­nizarlos para poder ver al otro (sacarlo de su invisibilidad) y ver en el otro (vislumbrar en su interioridad), no a un extraño, ni a un invasor... sino a alguien en quien puedo descubrirme y reconocerme a mí mismo.

Otros cuerpos que aparecen como desechables en nuestras sociedades son los cuerpos envejecidos. La cultura occidental devalúa activamente a las personas mayores y sobre todo el cuerpo de las mujeres mayores. El binomio cuerpo/envejecer evoca desencuentro, conflicto, y malestar. La vejez ha dejado de ser la época de la sabiduría, para convertirse en la época de la impotencia.

En su provocativo libro "Vidas desperdiciadas", Bauman sostiene que la principal angustia del siglo XXI es la del miedo a ser desechable. Se trata

l 0"Más de 27 millones de cuerpos humanos, hombres, mujeres y niños, son esclavos ilegales del siglo XXI: cuerpos esclavos para el mercado de trabajo o para el mercado del sexo... Cuer­pos humanos vergonzosamente rentables desde el punto de vista económico dada su indefensión total... comprados y vendidos al mejor postor por circuitos mañosos globales; cuerpos alejados de toda legislación sobre sus derechos como trabajadores y tratados por quienes de ellos se han adueñado como si fueran desechables". C. PERA, O.C, p. 79.

" Entrevista en el diario EL P A Í S , 20-10-2010.

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del temor que las personas sienten actualmente a que se prescinda de ellas, a quedar desplazadas o a ser desechadas: "Lo que todos parecemos temer es el abandono, la exclusión, el que nos rechacen... nos despojen de lo que somos, nos nieguen aquello que deseamos ser. Tememos que nos dejen solos, indefensos y desgraciados. Privados de compañía, de corazones que aman y de manos que ayudan...Tememos que se deshagan de nosotros' 2."

En cualquier etapa de la vida, nuestro cuerpo busca relación. Esos cuer­pos invisibles y desechables llaman a nuestras puertas como catalizadores de lo más valioso del ser: su profunda dignidad y gratuidad. Son cuerpos que sufren, resisten y sanan, nos sanan cuando nos volvemos permeables a sus presencias y a sus historias, y toman rostros y nombres concretos para nosotros. ¿Podremos ayudarnos a reconocer en nuestra cultura de la apa­riencia y de la eficacia el valor escondido de estos cuerpos y todo su poten­cial de humanidad?

3. Integridad de la creación y de los cuerpos

En este ensalzamiento actual del cuerpo necesitamos encontrar la justa cercanía y el cuidado necesario para relacionarnos con él, ni por exceso (la atención desmedida al cuerpo) ni por defecto, (no escuchar sus necesida­des), podremos establecer un vínculo sano con el propio cuerpo.

Mantener una relación saludable con nuestro cuerpo y restablecer el espacio digno y el respeto hacia el cuerpo de los otros, tiene que ver tam­bién con recuperar el contacto con la tierra. Una compañera comenzaba así hablando de ella: "Soy tierra, agua, fuego, aire, minerales, fragilidad y posi­bilidad de plenitud... La conciencia de nuestra propia corporeidad se con­vierte en la gran maestra de la vida porque a la vez que nos lanza a la cre­atividad y al futuro, nos hace tocar el límite y la vulnerabilidad que nos her­mana con todo y con todos... Te alegras con la belleza de las palmeras y te dueles con el humo contaminante del cobre o del dióxido de carbono..." 1 3

Somos con la creación y el daño que le infligimos a ella, recae sobre noso­tros. La violencia que hacemos al cuerpo de la tierra se multiplica en los cuerpos humanos. Necesitamos recuperar la tierra para sanarnos, necesita­mos dejar que pueda armonizar sus dimensiones, respetar sus ritmos y ciclos, honrarla en su misterio.

12 Z. BAUMAN, Vidas desperdiciadas: la modernidad y sus parias, Paidós, Barcelona 2006, p. 164.

1 3 "Pegados a la tierra que tocan nuestros pies nos hacemos barro con el barro, agua con el agua, viento con el viento, fuego con el fuego, humano y humana con el olor de los humanos y sus luchas cotidianas", C.M. FAGOT, en www.rscjinternational.org/es/profiles/2948-carmen-mar-garita-fagot-rscj-provinces-of-puerto-rico-haiti-and-cuba.html

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El cuerpo en nuestra cultura

Constatamos con dolor que la actual destrucción del medio ambiente en todo el planeta incide de lleno y de manera negativa en las personas. Cuan­do nuestro entorno natural ya no remite a un cosmos de belleza y armonía sino que se convierte en caos, este desequilibrio resulta desestructurador para la misma corporeidad humana. La degradación de la naturaleza pro­mueve la incomunicación, y "sirve de válvula de escape a la violencia.. .La actual crisis ecológica es un grito de alarma ante el posible trastocamiento, e incluso destrucción del cuerpo humano, en medio de una sociedad que ha aplicado hasta el paroxismo el mortal esquema economicista de la oferta y la demanda". 1 4 Sin un verdadero cuidado de la tierra, del respeto por su bio-diversidad, de tomar de ella sin avaricia.. .no podrá darse un cuidado esen­cial de los cuerpos. Una tierra herida es una de las mayores amenazas para las poblaciones más vulnerables.

¿Aprenderemos a dejar respirar a la tierra, a dejarla ser, para poder recu­perar con ella nuestra respiración profunda? Practicar con la tierra esa voluntad de no dañar, de no herir, de no violentar nada de lo que vive por­que todo está interconectado con todo y todo repercute en todo. Le decía una abuela indígena a su pequeña nieta en una novela de Laura Esquivel: "Somos como las cuentas del collar de la creación y estamos unidos unos con otros, cada uno ocupando el lugar y el espacio que le corresponde... El movimiento de los astros es sagrado y el nuestro también. Nos une el mismo Invisible 1 5"

4. Aprender de Oriente

Un rasgo de la cultura actual que repercute en nuestros cuerpos es la rapidez, la velocidad, la aceleración de la vida. También las redes provocan una "multipresencia" que tiene sus costos físicos y psíquicos. Nos sentimos fragmentados y divididos y necesitamos conectar con la sabiduría del cuer­po, recuperar su unidad esencial.

Las tradiciones espirituales de Oriente conceden una gran importancia al cuerpo. Es con el cuerpo que todas las cosas comienzan y la medita­ción es un arte que enseña el uso de los pulmones, el abdomen, la espina dorsal, los ojos... "El cuerpo es lo primero, Dios viene al final" (W. Johnston).

En las prácticas del hinduismo, el budismo o el taoísmo, el cultivo espiritual es, ante todo, corporal. Se cuida el crecimiento e integración

1 4 L . DUCH y J-C. MELICH, O.C. p. 215. " LAURA ESQUIVEL, Malinche, Ed. Suma, 2006.

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espiritual de la persona comenzando por prácticas de entrenamiento físi­co: "la espiritualidad, en Oriente, es corporalidad... Al monje que va a meditar se le recomienda que cuide primero la higiene de garganta, nariz y oídos; que haga gárgaras, limpie bien sus cavidades nasales y se ejerci­

te en respirar bien; que no se precipite a sumergir-, , , se en el mundo del espíritu sin dar antes importan-

Tendriamos que estar . , A , T , , , . ^ c i a a , o s p r e p a r a t l v o s ¿el cuerpo. También lo hacia

ante nuestro cuerpo así san Ignacio de Loyola en las adiciones y ano-

COmO el labrador ante taciones de sus Ejercicios espirituales." 1 6

„ Desde las artes marciales a la meditación, pasando V/Y tPYYPYiO

por la estética del adorno floral, de servir un té, o de esmerarse en la caligrafía, en Oriente se le da una

gran importancia a la respiración para que el cuerpo pueda retornar a su equilibrio primordial. Aprender a respirar bien tiene que ver con aprender a vivir hondamente porque en ese ritmo básico de la respiración está con­tenido el latido profundo de nuestra vida: recibir y entregar, anhelar y aban­donarse, nacer y morir. A través del contacto con la respiración nos hace­mos presentes a nosotros mismos, a esa Vida Única que nos trasciende, a las presencias que acontecen cada día: "A través de esta conexión con lo más elemental de la existencia, accedemos al mismo tiempo a las mayores profundidades de la experiencia interior...Tenemos la sensación, cuando estamos atentos al flujo y reflujo del aire en nosotros que experimentamos una extraña plenitud...reencontramos el contacto perdido con el cuerpo y con su ritmo sanador (...) Es también el camino de vuelta a casa 1 7".

En las grandes ciudades ha crecido la oferta de centros de salud inte­gral relacionados con el cuidado del cuerpo que adoptan prácticas de Oriente. Las imágenes occidentales, más dualistas, se encuentran someti­das a distintas influencias de regulación del propio cuerpo: las prácticas del yoga, el Tai- Qi ("energía fundamental"), el Qi-Gong ("trabajo sobre la energía") y las artes marciales japonesas, entre otras. Son herramientas que promueven la armonía y el equilibrio psicosomático de la persona y que aportan enormes beneficios cuando las incluimos en nuestras prácti­cas meditativas.

El cuerpo necesita mantener regulado su equilibrio interior y el de su relación con el mundo externo. "Permanecer en nuestro cuerpo con los ojos

1 6 J. MASÍA, Cuerpo, mente y salud en el budismo de CHIH-I, T H É M A T A . Revista de filoso­fía. Núm. 39, 2007.

17 J. MELLONI, El deseo esencial, Sal Terrae, Santander 2009. Recomiendo la lectura del capí­tulo 1: "Respiración y deseo esencial".

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El cuerpo en nuestra cultura

abiertos, los oídos abiertos, con las palmas abiertas, con los hombros abier­tos...con una postura de atención," 1 8 enteramente presentes. Reconocer en nuestro cuerpo el anhelo por recobrar la unidad, ese deseo de contacto y de intimidad verdaderos, una esperanza de totalidad y de completud.

5. Cuerpos amados y ofrecidos

Escribía Madeleine Delbrél: "Tendríamos que estar ante nuestro cuerpo como el labrador ante su terreno: saber lo que vale nuestro cuerpo, amar­lo. . . "" Y sólo podemos experimentar algo así cuando no nos sentimos pro­pietarios de él, ni intentamos retenerlo ni apropiárnoslo, sino cuando, con las manos extendidas, lo acogemos como el mayor regalo, el don más valioso que hayamos podido recibir. Cuando nuestro cuerpo se sabe amado podemos ponerlo al servicio de la vida de otras personas y es capaz de comulgar con otros cuerpos.

Porque respiramos y late nuestro corazón estamos vivos, y vamos des­cubriendo que nuestro cuerpo, hecho para la palabra, necesita el silencio. Silenciar el cuerpo para poder reconciliar en él, la exterioridad y la interio­ridad, que constantemente necesita ser rehecha. Y en este cuerpo nuestro que va poco a poco envejeciendo, en este cuerpo frágil y caduco, poder experimentar algo tan sencillo y gratuito como respirar, acallar los ruidos, entregarnos a la sabiduría profunda de nuestro cuerpo y gustar con él y en él toda la realidad. Dejarlo erguirse desde dentro, buscando la verticalidad, como la buscan los árboles y las flores, brotando desde el interior. Recep­tivo y presente, abierto sin rechazar nada, ofrecido sin retener nada.

Cuando venimos al mundo lo primero que experimentamos es que alguien tiende sus manos para recibir ese cuerpo único y precioso que nos acompañará toda nuestra vida. Alguien nos toca al comenzar a exis­tir y también seremos tocados por última vez algún día. Recibimos un cuerpo para permanecer en él mientras dure nuestro viaje y para estable­cer con él contactos humanizadores, transmitir con nuestra piel, y con todos nuestros sentidos, el afecto, la calidez y la presencia que necesita­mos para desplegar este anhelo de amar que nos habita. El tiempo pasa por nuestro cuerpo y deja en nosotros sus profundas huellas, y en cada arruga del rostro de un hombre o una mujer ancianos, en sus cuerpos vacilantes y temblorosos, si miramos con detenimiento podremos descu-

1 8 B.J. SAMAIN, "El Zen me ha encontrado", Collectanea Cisterciensia 6 2 ( 2 0 0 0 ) 2 8 7 - 2 9 0 1 9 M . DELBRÉL, La sainteté des gens ordinaires, Nous autres gens des rúes, Missionnaires sans

bateaux, Tome V I I , Nouvelle Cité, 2 0 0 9 .

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Manola López

brir aquel reflejo de su niñez, aquel cuerpo que recién estaba siendo, en toda su inocencia y su belleza.

Saber que algún día tendremos que despedirnos de este cuerpo, quizás con dificultad o con la misma naturalidad con la que acontecimos en él, emergiendo de la carne de tantas generaciones. Nuestro cuerpo nos ha rega­lado cuanto somos, desde aquel primer gesto de amor de los que nos engen­draron, hasta el último aliento que nos contendrá. Todo lo que vivimos se habrá grabado en su memoria, toda caricia y todo dolor quedarán final­mente guardados en su secreto y su ausencia nos devolverá esa Vida Pro­funda que no se pierde.

Aquella madrugada del 16 de noviembre en El Salvador esos ochos cuerpos violentamente traspasados nos hablaban de un gran amor, de una pasión por rescatar los cuerpos más indefensos, por no dejar que los dañe el mal. Ellos nos enseñan a reverenciar cada rostro humilde, nos muestran el poder de nuestros cuerpos para sanar y bendecir, nos conducen en silen­cio hacia el cuerpo vulnerado de Jesús; hacia el misterio de su cuerpo ofre­cido y comido.

"De un cuerpo se me ha hecho don ¿Qué hacer de este bien? ¿Qué hacer de este cuerpo tan único y tan mío? ¿A quién, dime, debo agradecer por la apacible alegría de respirar y vivir? "20

O . MANDELSTAM, poemas en http://amediavoz.com/mandelstam.htm

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El misterio de la encarnación como "ejercicio". Reflexiones sobre la corporeidad en los Ejercicios

M a Clara Lucchetti Bingemer

uizá nunca como ahora haya estado el tema del cuerpo tan en el • centro de la atención humana. La sociedad occidental, durante

^k^f largo tiempo identificada con una mentalidad dualista que desco­necta cuerpo de espíritu, material de espiritual, tierra de cielo, mantuvo la cuestión del cuerpo un tanto exilada y silenciada. Desde hace no mucho, sin embargo, el cuerpo ha vuelto a ocupar el lugar que le corresponde: estar en el vértice de la comprensión misma del ser humano. Somos cuerpo, el cuer­po es nuestra identidad. Cuanto más reprimamos todo aquello que se refie­re al cuerpo, más veremos cómo eso que intentamos barrer de la atención personal y comunitaria reaparece con vigor, exigiendo sus derechos. Nues­tro cuerpo dice quién somos y no prestarle atención significa perder el rumbo de nuestra propia identidad, incluso espiritual.

Nuestro objetivo en este artículo será demostrar hasta qué punto San Ignacio -al revés de lo que dicen muchos de sus críticos- es plena­mente consciente de la centralidad del cuerpo en la identidad humana. Esperamos demostrar igualmente que como fundamento de esta concep­ción suya está una sólida teología que emerge de su propia experiencia espiritual. Finalmente esperamos que la llamada de atención sobre estos puntos ayude hoy a quienes hacemos o damos Ejercicios buscando la voluntad de Dios y el crecimiento de su Reino.

De la importancia de "ser" cuerpo

En las sociedades occidentales se piensa normalmente que el cuerpo humano es un objeto sólo relevante para áreas del conocimiento como la biología o la fisiología. Ahora bien, los trabajos antropológicos, así como los filosóficos y teológicos, presentan una extrema variedad de concepciones del cuerpo y de su papel en las relaciones personales y comunitarias según las diferentes culturas. Y lo que se percibe en esa

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Ma Clara Lucchetti Bingemer

gran diversidad es que el pensamiento occidental no aparece en este punto más "racional" que el de las sociedades llamadas "primigenias". Para estas últimas, el cuerpo es uno de los elementos constitutivos de la persona. Y se le concibe como hondamente integrado con todas sus otras dimensiones.

La teología cristiana, que emerge del enlace entre la antropología hebrea con la filosofía griega, encontrará ante todo en la Biblia las orien­taciones que le van a enseñar cómo entender su cuerpo y regular su rela­ción con él. La visión semita del Primer Testamento comprende al ser humano como cuerpo animado por el espíritu de Dios, pero también frá­gil y mancillado por las muchas situaciones de conflicto y violencia que recorren la historia de la humanidad. Esa historia no es otra sino la misma historia de la salvación. Al leer el NT percibimos que la expe­riencia de Dios y la reflexión teológica son en el cristianismo experien­cia y reflexión sobre un Dios encarnado. Fuera de este dato central y absolutamente necesario, no hay cristianismo. 1 Sin encarnación, se eli­mina la posibilidad de que Dios asuma todas las cosas desde dentro y viva la historia paso a paso, a contramano, por así decirlo, de su eterni-

«r dad. Sin ella no hay cruz, no hay redención, no hay salvación... Tampo­

co alianza entre la carne y el Espíritu. El cuerpo humano está, por tanto, en el centro de la revelación cristia­

na, ya que se trata de algo asumido por el mismo Dios en la Encarnación de su Hijo Jesucristo, que toma cuerpo humano y habita entre nosotros.

Aunque ello lleve consigo consigo una fuerte Efl las Adiciones el dimensión kenótica y humillante, de acuerdo con

. ' las palabras del himno de la Carta a los Filipenses Cuerpo ae quien se (Fu 2,5-11), ese gesto divino eleva por oro lado y

ejercita buscando engrandece la corporeidad humana. La rescata para

encontrar a Dios y su s i e m p 5 e y a, q u*!í í, v i n i d a d a b r a z a l a c a r n e asu"

y miendo su fragilidad hacia dentro de Si misma. Voluntad, es Central Dios se revela encarnándose, asumiendo un cuer­

po que siente, que vibra, que goza y que sufre, una carne que tiembla, vulnerable al frío y al calor, al hambre y a la sed.2 Cuer­po que comulga con nuestra mortalidad, padeciendo la tortura, la agonía y la muerte, siendo sepultado entre las tinieblas de la tierra como toda cria­tura.

1 Cf. lo que dice el Diccionario de las Religiones, voz "Encarnación"; "Entrar adentro de la carne", P. RODRÍGUEZ SANCHIDRIÁN, (aut.), Alianza Editorial, Madrid 2 0 0 4 .

2Cf. Ej 116.

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El misterio de la encarnación como "ejercicio "

'Ej 1.

La fe cristiana proclama, sin embargo, que ese mismo cuerpo vence a la muerte por la fuerza del Espíritu, resucitado por Dios su Padre al tercer día. Ese mismo Espíritu presidirá la continuidad de la revelación del Crucifica­do-Resucitado hacia la plenitud. Y lo realiza habitando ahora en el mundo, en la Iglesia y en la corporeidad humana, en esta carne unida para siempre a la divinidad del Hijo de Dios. Así, el Espíritu hace del ser humano su tem­plo, su morada. Eso hace que Pablo exclame, lleno de admiración: "¿No sabéis qué sois templo del Espíritu y qué el Espíritu del Señor habita en vosotros?" (ICor 3,16)

Es ese cuerpo habitado por el Espíritu Santo el que se va a ejercitar según el método y el itinerario que Ignacio de Loyola propone en sus Ejer­cicios.

"Ejercitarse": cuerpo y espíritu

La Anotación primera (Ej 1), pórtico de entrada de los Ejercicios, nos dice, utilizando una analogía, que "así como pasear, caminar y correr son ejercicios corporales, por la misma manera todo modo de preparar y dis­poner el ánima, para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, des­pués de quitadas para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima, se llaman ejercicios espirituales"^ Esa tónica permanecerá a lo largo de todos los Ejercicios, especialmente en su aparato crítico, las diversas Adiciones .

En las Adiciones, conjunto de orientaciones prácticas que da el Santo al director y al ejercitante (Ej 73-90), el cuerpo de quien se ejercita buscando encontrar a Dios y su voluntad, es central. Ignacio utiliza la cronología de un día de ejercicios para enseñar al ejercitante cómo posicionar y tratar su cuerpo en el reposo y en la actividad (Ej 73-74.84), en los tiempos de ora­ción y fuera de ellos (Ej 75-77), al comer y al ayunar (Ej 83), al aplicarse penitencias o dejar de hacerlo (Ej 85-89).

También el ambiente externo es parte importante de las adiciones, jus­tamente por el efecto que provocan sobre el cuerpo del ejercitante. Así es como san Ignacio recomendará durante la primera Semana (Ej 79) "privar­me de toda claridad para el mismo efecto cerrando ventanas y puertas el tiempo que estuviere en la cámara, si en el fuere para rezar, leer y comer", mientras en la cuarta Semana recomienda alterar el modo de proceder cor­poral, a fin de que la blandura de las estaciones y de la naturaleza puedan

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ayudar -por los efectos que producen en el cuerpo- a los sentimientos de alegría que deben acompañar la experiencia.4

Pero es ciertamente al detenerse en el tiempo de oración propiamente dicha cuando la importancia del cuerpo brilla de manera más plena. Igna­cio explícita diversas posturas corporales que puede tomar el ejercitante cuando reza y que deberán reflejar sus estados de alma. En ellos podrá sen­tir cuándo se le comunica más Dios. "Entrar en la contemplación, cuándo de rodillas, cuándo postrado en tierra, cuándo supino rostro arriba, cuán­do asentado, cuándo en pie, andando siempre a buscar lo que quiero. En dos cosas advertiremos: la primera es que, si hallo lo que quiero de rodi­llas, no pasaré adelante, y si postrado, asimismo, etc.; la segunda, en el punto en el cual hallare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener ansia de pasar adelante, hasta que me satisfaga. "5

El cuerpo es el lugar donde Dios escribe su "texto". Texto que deberá ser leído tanto por el ejercitante como por aquél o aquélla que lo acompa­ña. Las posturas corporales durante la oración deben, por tanto, ser muy bien observadas, ya que son altamente reveladoras de cómo está el ejerci­tante, siguiendo las mociones que el Señor le concede.

El tiempo que sigue a la oración es de gran importancia también, ya que en él va a examinar el ejercitante su oración para poder narrarla fielmente a quien lo acompaña. Hay que distinguirlo y desconectarlo del tiempo de la oración propiamente dicha para que se pueda ver más claro. Nuevamente el cuerpo entra en acción. Ignacio deja bien claro que no hay que examinarse en el mismo lugar ni en la misma postura en la que se hizo la oración. Al revés, "después de acabado el ejercicio, por espacio de un cuarto de hora, quier asentado, quier paseándome, miraré cómo me ha ido en la contem­plación o meditación; y si mal, miraré la causa donde procede y, así mira­da, arrepentirme, para me enmendar adelante; y si bien, dando gracias a Dios nuestro Señor; y haré otra vez de la misma manera."6

A través del rápido examen de estos párrafos tan importantes en el texto ignaciano, podemos ya ver más clara la importancia del cuerpo en los mis-

4 Ej 229, 4 a nota. En esta 4 a semana en todas las diez adiciones se han de mudar la 2 a , la 6 a, la 7 a, y la 10a. La 2 a será luego en despertándome, poner enfrente la contemplación que tengo de hacer, queriéndome afectar y alegrar de tanto gozo y alegría de Christo nuestro Señor. La 6° traer a la memoria y pensar cosas motivas a placer, alegría y gozo espiritual, así como de gloria. La 7 a

usar de claridad o de temporales cómodos, así como en el verano de frescura, y en el hibierno de sol o calor, en cuanto el ánima piensa o coniecta que la puede ayudar, para se gozar en su Cria­dor y Redemptor. La 10a, en lugar de la penitencia, mire la temperancia y todo medio, si no es en preceptos de ayunos o abstinencias que la Iglesia mande, porque aquellos siempre se han de cum­plir, si no fuere justo impedimento.

5 Ej 76, 4 a adición. 6 Ej 77, 5 a adición.

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7 Cf. PH. ENDEAN, Diccionario de Espiritualidad ignaciana, voz "Aplicación de sentidos".

mos. Ignacio en su texto - a pesar de que pocos santos en la Iglesia lo supe­ran en rigor y osadía ascética- no se mueve en las clásicas distinciones entre ascética y mística, meditación y contemplación, que introducen en la idea y en la práctica de la relación de Dios con el mundo y el ser humano una concepción indefendible para un cristiano. Está ahí en juego la fe en el propio misterio de la Encarnación, alrededor del cual gira todo el Cristia­nismo. Y los Ejercicios dan testimonio de eso.

Los sentidos, puertas del cuerpo

Si creemos verdaderamente que Dios asumió nuestra humanidad en su ser divino, ningún hecho o ejercicio espiritual está pensado para sacarnos de lo terreno y lo natural, perdiéndonos en elucubraciones men­tales sofisticadas o racionalizaciones sobre verdades abstractas. Lo que contemplamos y que se ofrece a nuestra oración hecha con todo nuestro ser, incluso de manera especial a nuestros sentidos, es la propia persona del Verbo Encarnado, camino único y privilegiado para el verdadero Dios. 7 Ignacio pretende hacernos experimentar este infinito misterio de manera directa y sin preámbulos, con nuestros sentidos, ya desde la pri­mera Semana.

Puede resultar curioso que la primera vez que se propone en los Ejer­cicios el modo de orar de la "aplicación de sentidos" sea en la medita­ción del Infierno, al final de la primera Semana. Ignacio no la llama con ese nombre, aplicación de sentidos, pero el contenido de los puntos no deja lugar a duda: se trata de ver, con la vista de la imaginación; oír, con los oídos; oler, con el olfato; gustar, con el gusto; tocar, con el tacto (Ej 66-70). Es exactamente la misma terminología que usará después en las otras tres semanas, cuando el objeto de la aplicación de sentidos sea la persona de Jesús.

Sin embargo, aquello que se presenta a los sentidos del ejercitante (que Ignacio califica como "de la imaginación" pero que, siguiendo la línea interpretativa que asumimos arriba, no pueden ser separados de la corpo­reidad) es otra cosa distinta. Se trata de aplicar los sentidos para sentir ver­dadera e internamente la ausencia de Dios. El ejercitante debe abrir las puertas de sus sentidos para que en ellas entren para siempre "los grandes fuegos y las almas como en cuerpos incandescentes; llantos, alaridos, gri­tos, blasfemias contra Cristo nuestro Señor y contra todos su Santos; humo, azufre, sentina y cosas en putrefacción; cosas amargas, así como lágrimas,

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tristeza y el gusano de la conciencia; cómo los fuegos tocan y abrasan las almas."

La composición de lugar propuesta para este ejercicio es el abismo sin fondo y sin perspectiva de salida de una situación de la que Dios

está ausente y en la que no hay modo de retomar la relación con Él. Ignacio usa aquí las mismas

Se trata de aplicar los palabras de Pablo en la Carta a los Efesios cuan-

sentidos para sentir d o s e r e f i e r e a l C r i s t o glorificado: "largura, , , anchura y hondura" (Ej 65; Ef 3,18-19). Por con-

Ver a era e traposición, Ignacio desea que el ejercitante internamente la "sienta" verdaderamente aquello que desea sentir

ausencia de Dios desde los ejercicios precedentes de la primera Semana: el aborrecimiento de sus pecados, del desorden de sus operaciones y del mundo con sus

engaños y falacias. Si este quinto ejercicio de la Primera Semana no es aún una aplicación

de sentidos en la plena acepción de la palabra, es innegable que moviliza el sentir. Y de una manera muy profunda. Se trata de pedir y consentir que los

n sentidos y la sensibilidad corporal sean afectados en el nivel de la repre-sentación bajo el ángulo negativo del rechazo, la repulsa.8 Esa petición de sentir internamente algo que duele y provoca asco y rechazo es motivado por el amor que se sabe débil pero desea ser fiel. Por ello suplica "al menos la fidelidad del temor" provocado por el "interno sentimiento de la pena que padecen los condenados, para que, si del amor del Señor eterno me olvida por mis faltas, a lo menos el temor de las penas me ayude para no venir en pecado." 9

Ahí está, según importantes autores, un argumento irrefutable contra la corriente de los comentaristas de los Ejercicios que ven en la aplicación de sentidos un modo de orar "más fácil", puesto al final del día de retiro, cuan­do lo esencial de la jornada ya fue vivido. 1 0 El ejercicio del Infierno, quin­to ejercicio de la primera Semana, exige del ejercitante mucho desprendi­miento de sí mismo, toda la apertura posible y entrega en manos de Dios para -después de haber constatado su pecado que llevó a la muerte de Cruz el Inocente (Ej 53); después de haber dado un grito de admiración ante la misericordia infinita de Dios que podría haberlo destruido y no lo hizo (Ej 61) - seguir aplicando sus sentidos en aquello que es repugnante y desagra-

8 Cf. sobre este punto el bello libro de F. MARTY, Sentir et gouter. Les sens dans les Exercices Spirituels de Saint Ignace , Paris, Cerf, 2005, pp 78-79.

9 Ej 65. 10 Ibid., p 79 n. 2.

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dable a su sensibilidad creada y poder así saborear el misterio del Amor creador, redentor y santificador.

La intención de Ignacio es, parece, configurar de tal manera el sen­tir de aquél que hace los Ejercicios que su imagen misma de Dios sea re-configurada. El Dios omnipotente y justiciero, que descarga su espada para castigar a los malos y recompensar a los buenos, debe dar paso al Dios débil e impotente, victima pura y sin mancha que toma sobre sí todas nues­tras violencias, enfermedades y pecados. Así es como nos salva. Alejarse del amor de ese Dios es caer en la nada donde sólo existe desesperación, gritos, llanto, lamentación y fuego que quema sin consumir ni dar calor. Eso es lo que le enseñará el ejercicio del Infierno con su impacto sobre los sentidos del ejercitante, para el resto de su vida.

Los sentidos aplicados sobre la(s) persona(s) contempladas

El quinto (o último) ejercicio de un día típico en los Ejercicios de Segunda Semana es el llamado por Ignacio "aplicación de sentidos" (Ej 121-126). A pesar de la línea continua que puede encontrarse en todos los ejercicios del día -dos contemplaciones, dos repeticiones y finalmente la aplicación de sentidos- hay una diferencia por así decir estructural entre este modo de orar y los otros.

Las contemplaciones, y las repeticiones que sobre ellas se hacen, se van a detener sobre dos sentidos apenas: la vista y el oído que son los sentidos de la distancia. Se ve y se oye algo exterior que está fuera de nosotros. Los ojos y los oídos captan la imagen o el sonido de algo que no está en noso­tros, en nuestra interioridad. A pesar de que Ignacio recomienda que no se tome el contenido de la contemplación como algo extrínseco a nosotros mismos e invita explícitamente al ejercitante a hacerse presente al misterio (Ej 114), se trata con todo de ver y oír a otros que no son yo, y que busco y percibo con mi cuerpo y mis sentidos. Después de ver y oír se pasa a un mirar, considerando lo que hacen las personas vistas y contempladas. Se busca con ello que su hacer penetre en mí a través de la mirada que ya vio y escuchó anticipadamente y que ahora lo deja reposar en sí, considerando lo que fue visto y oído. Después se pasa al coloquio.

En la aplicación de sentidos se nombran los cinco sentidos. Y justa­mente el paso de los sentidos de la distancia (ver y oír) a los sentidos de la cercanía e intimidad (oler y saborear) y por fin al sentido de la expresión amorosa íntima y directa, con los gestos de abrazar y besar, denota una intensidad afectiva creciente. Todo ello parece indicar que Ignacio está pro­poniendo un ejercicio que exige una mayor concentración emocional y

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afectiva que los otros del principio del día. Se trata de "pasar" explícita­mente por el cuerpo todo lo que fue vivido durante el día

Nos parece central, ahí, la reafirmación que hace Ignacio de su antropo­logía y de su concepción sobre la relación entre Dios y el ser humano. Lo

cual se vuelve más claro justamente al proponer la aplicación del olfato y del paladar al misterio con-

... que COn-foriTlCl la templado. El texto ignaciano no propone oler y persona del ejercitante saborear "la divinidad" o "el ser divino" o "la sus­

tancia divina", sino literalmente "oler y gustar con

con la suya en cuerpo y e l o l f a t o y c o n e l g m t o l a inflnita suavidad y dulzu-espiritU ra de la divinidad del ánima y de sus virtudes y de

todo, según fuere la persona que se contempla." (Ej 124) Se siente el perfume y el sabor de una divini­

dad personal y encarnada, dotada de alma y virtudes, divinidad ésta que puede encontrarse también en otras personas totalmente humanas (María, los apóstoles) y no sólo en Jesús, que es divino y humano.

La suavidad y dulzura infinitas de la divinidad de Jesús y de la santidad de las otras personas contempladas deberán conducir el "sentir" del ejerci­tante a máxima potencialidad. Absorbido por el amor que lo mueve, lo expresa tocando, abrazando y besando los lugares donde las personas pisan y se sientan.11 Podrá, sin embargo, llegar el momento en que el rumbo de la aplicación de sentidos se altere; en el que el ejercitante se vuelva cada vez más pasivo y sea admitido por el Señor a una comunicación amorosa táctil de la cual no sea sólo emisor, sino también receptor. Ejemplos varios en la tradición mística del cristianismo nos permiten suponer que tales experien­cias suceden y dan fruto, aunque esos fenómenos más extraordinarios nunca sean muy divulgados o valorados, sino mantenidos por los místicos bajo una profunda discreción y pudor.

La aplicación de sentidos recoloca así los horizontes del ejercitante sobre la humanidad del Señor en la apertura de toda su afectividad que reci­be, siente, ve, oye, huele, saborea y toca el misterio del Señor que lenta­mente lo transforma de pecador en discípulo, de indiferente en apóstol y mensajero de la buena noticia. En testigo de que el Señor se deja encontrar y derrama la suavidad de su persona humana y divina en los cuerpos y cora­zones humanos, transformándolos y con-formando la persona del ejerci­tante con la suya en cuerpo y espíritu.

11 Es de notar el detalle de Ignacio, que frena cualquier exceso erótico que pueda haber en este punto y que lleve al ejercitante a sobrepasar los límites de la reverencia debida. Solamente Dios podrá superar las fronteras, haciendo de la experiencia una experiencia donde el Eros se movili­za. Esta iniciativa nunca podrá ser de la creatura.

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El misterio de la encarnación como "ejercicio "

Imitar en el uso de sus sentidos a Cristo Nuestro Señor (Ej 247-248)

Al final del libro de los Ejercicios, después la Contemplación para alcanzar amor, Ignacio propone a quien da y recibe los ejercicios algunas sugerencias sobre modos de orar. El titulo, "Tres modos de orar..." puede parecer raro a quien ya practicó muchos más que estos tres a lo largo de sus Ejercicios.

Tal vez lo que desee Ignacio es salir al encuentro del futuro inmediato del ejercitante con la convicción de que éste, al final de su experiencia, conoce mejor sus facilidades y dificultades para orar y pueda entonces apli­car más libremente cada modo de orar a cada situación concreta.

La preocupación pedagógica de Ignacio es que las personas consigan el fin que pretenden, esto es, "sentir la voluntad de Dios y enteramente cum­plirla". Estos modos de orar pueden ayudarles a combatir sus cobardías y reforzar sus buenos deseos y mociones en su vida cotidiana. Lejos de ser modos de orar para principiantes, parecen ser, por el contrario, orientacio­nes para cristianos conscientes de dónde se sitúan los puntos en que nece­sitan más conversión y perfeccionamiento espiritual.

Basta para ello mirar al n°. 239 de los Ejercicios donde ya en el primer modo de orar, al proponer al ejercitante la actitud que debe buscar antes de entrar en oración, después de remitir a la segunda adición de la segunda semana (Ej 131.130,2.75), aconseja Ignacio considerar "adonde voy y a qué,\ mientras pasea o se sienta, "como mejor le parezca".

Ignacio desea que la persona espiritual que va a orar de uno u otro modo tome conciencia de adonde va y a qué. O sea, a qué mandamiento necesita ser más fiel, de qué pecado necesita convertirse y qué virtud debe practicar más intensamente, qué potencia del alma desea abrir para que sea más toca­da y configurada por la gracia, cuál de sus sentidos corporales desea santi­ficar más.

A primera vista, la oración sobre los sentidos corporales no parece dife­rir de las anteriores que aplican éste primer modo de orar a los manda­mientos, a los pecados mortales y las potencias del alma. Tanto es así que Ignacio no se alarga en mayores explicaciones al presentar esta oración como el cuarto modo de aplicar el primer modo de orar. Dice solamente: "4 o . Sobre los cinco sentidos corporales. Modo. Cerca los cinco sentidos corporales se tendrá siempre la misma orden, mudando la materia dellos."(Ej 247)

En la nota que añade a este cuarto modo refuerza, sin embargo, su importancia y nos permite conectarla con la aplicación de sentidos. A nues­tro entender, ahí esta la clave de lectura para la centralidad del cuerpo en

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los Ejercicios: "Nota. Quienquiera imitar, en el uso de sus sentidos, a Cris­to nuestro Señor, encomiéndese en la oración preparatoria a su divina majestad y, después de considerado en cada sentido, diga una Avemaria o un Pater noster; y quien quisiere imitar, en el uso de los sentidos a nuestra Señora, en la oración preparatoria se encomiende a ella, para que le alcance gracia de su Hijo y Señor para ello y, después de considerado en cada un sentido, diga un Ave María. "(Ej 248)

Se trata de orar sobre los cinco sentidos para imitar, en su uso, a Cristo Nuestro Señor... o a nuestra Señora. Ignacio deja que se desborde ahí, aun­que con el estilo sobrio del libro de los Ejercicios, todo aquello que consti­tuyó el núcleo amoroso de su vida y que lo transformó de gentil hombre y noble caballero del Rey de España en peregrino y servidor de la Divina Majestad, "puesto" para siempre con el Hijo que carga con la Cruz. Imitar a Jesús era el gran deseo que lo apasionaba.

Todo el itinerario de los Ejercicios está puntuado por la gracia de esta imi­tación que debe ser deseada, querida, pedida y suplicada en todos los tonos. En los momentos álgidos de la jornada, ahí estará la petición de la gracia de imitar al Señor, siguiéndolo en la pena y en la gloria (Ej 91-98); siguiéndolo e imitándolo desde su Encarnación (Ej 109); pidiendo gracia para conocerlo como vida verdadera y "más imitarlo" en su pobreza, humillación y humil­dad (Ej 139. 147); queriendo y escogiendo más la pobreza, los oprobios y menosprecios con Él para más imitar y parecerse a Él (Ej 168).

La imitación de Cristo es el único y verdadero camino para el cristiano que quiere ser fiel a su Bautismo y vocación. Y de esta imitación no pueden quedarse fuera el cuerpo y los sentidos. El primer modo de orar desea ayudar a que éstos se conviertan cada vez más a la persona de Jesús conformando al discípulo con el Maestro. Así, después de haber hecho al fin de cada día de las tres últimas semanas el ejercicio de la aplicación de sentidos que lo fue embebiendo del misterio de Jesús, se invita al ejercitante a que considere en el uso de sus cinco sentidos al Señor Jesús y su santa Madre.

Después de "encomendarse a su Divina Majestad', considerará por dónde anda y cómo es su mirada, su escucha, su olfato y paladar; por qué espacios y superficies se mueve su tacto, teniendo como horizonte a Jesús que mira, escucha, huele, saborea y toca. Y así con María. Y después de eso un coloquio, un Padre Nuestro, un Ave María.

El proceso de cristificación vivido en los Ejercicios sigue en la vida dia­ria. Se trata de ser en el mundo ojos, oídos, sentidos, cuerpo del propio Jesús. Ser otro Cristo, sintiendo como Él para poder vivir como Él. Practi­car humildemente ese modo de orar sobre los cinco sentidos irá decantan­do toda la re-configuración que el Espíritu realizó durante los Ejercicios en

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El misterio de la encarnación como "ejercicio'

la carne y en el cuerpo humano, marcados para siempre e inscritos en la persona del Señor Encarnado.

Conclusión: el Señor para el cuerpo, el cuerpo para el Señor

El gran teólogo Karl Rahner afirma que "el misterio del Verbo Encar­nado y el misterio de nuestra vida en gracia son un solo y mismo misterio". Si es verdad que el Dios que nadie vio nunca tomó carne semejante a la nuestra en el seno de María; si es verdad que ése que se encarnó, el Verbo de la vida, fue visto, oído, tocado y palpado por pecadores como nosotros (Un l , lss); entonces es verdad también que Dios tiene y revela una mane­ra humana de mirar, de oír, de oler, de saborear, de tocar. Una manera humana de estar en su cuerpo que abre el camino hacia la comunión con Dios. Una manera plenamente humana que es divina y en la que la divini­dad pasa salvíficamente por la corporeidad humana, santificando la carne débil y mortal, reconfigurándola a semejanza de Jesucristo Señor Nuestro.

Si el mismo Espíritu que viene del Padre y que movió a Jesús de Naza-ret en todo su camino terreno fue derramado sobre cada uno de nosotros con su resurrección, eso quiere decir que podemos -gracias al grande, infi­nito amor con que somos amados- comunicarnos con los otros con la cor­poreidad y los sentidos de Jesús. El mismo Espíritu que lo movía habita en nosotros. Y transfigura nuestro cuerpo y sentidos para que podamos ser vis­tos, oídos y tocados por todos aquéllos y aquéllas necesitados hoy de que alguien les haga ver la luz en medio a las tinieblas; oír una palabra de con­suelo en medio a la desesperación; sentir el perfume de la vida que vence la muerte; sentir en su boca el gusto del vino de la Nueva Alianza; tocar la salvación que llega bajo forma de manos amorosas

y compasivas que curan y acarician, de brazos que Podemos rezClf YIO SÓl sostienen, de labios que besan. C Q n h g ¡ a

El cuerpo en los Ejercicios es parte constitutiva de todo el proceso espiritual que en ellos acaece. mente, Sino COn el Con él y a través de él, la afectividad tocada por el cuerpo, porque el Sef, Espíritu, se pacifica exponiendo los sentidos al ^ fl/ a k a n c e d e

Creador que los recrea constantemente en su amor. r

Y eso es igualmente —¿por que no?—y sobre todo nuestros Sentidos una profesión de fe en el misterio de la Encarna­ción. Podemos rezar no sólo con los labios y la mente, sino con el cuerpo, porque el Señor, misericordiosamente, se puso al alcance de nuestros sen­tidos. Al hacerlo así nos está repitiendo, como dice San Pablo, "el Señor es para el cuerpo y el cuerpo para el Señor" (ICor 6,13).

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LA DIALÉCTICA DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

MENSAJERO • SAL TERRAE

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Las bases somáticas del discernimiento

Asun Puche

1. Ignacio y la escucha en el sentir

gnacio de Loyola se dejó seducir plenamente por Dios, dando así un giro radical e integral a su vida. Convertido en peregrino, fue apren­diendo a escuchar los movimientos que en él se daban en ese proceso

de atracción transformadora hacia - y desde- Dios, en un ejercicio cada vez más afinado de plena consciencia.

Ignacio compartió la trascripción de esa escucha inscribiéndola en sus Ejercicios Espirituales, para así "ayudar a muchas ánimas". De manera muy intuitiva, y arriesgándose en la ausencia de marcos conceptuales en los que apoyarse, Ignacio se adentró implícita e inductivamente en un modelo integrado del ser en el que el cuerpo se sitúa como medio, y lugar de reso­nancia, de la vida espiritual.

Es en este aspecto en el que voy a tratar de centrarme, apoyándolo desde una nueva concepción psicológica y médica de la unidad cuerpo-mente, a la que la cultura occidental ha llegado muy recientemente y que ha estado presente, desde tiempos lejanos, en las sabidurías orientales. Esta concep­ción apunta ya a identificar, también por parte de las ciencias humanas, a una conciencia unitaria que asume, integra y trasciende ambas dimensiones y en la que podríamos ubicar las experiencias propias de la vida espiritual.

En este nivel, tanto la propuesta ignaciana como la de los nuevos mode­los de unidad cuerpo-mente, parten de las sensaciones y afectos para entrar en lo más hondo de ellos, buscando el sentido más noble y elevado desde el que se originan y hacia el que mueven, y hallar que éste no es otro sino el de la vida que lleva a su Plenitud. Para ello, convendrá conocer lo que se interpone en este dinamismo.

A todo modo de prepararse interiormente con ese propósito Ignacio le llamó ejercicios espirituales. Y propuso una serie de procedimientos y dis­posiciones con los que transitar un recorrido para abrirse a la vida del Espí­ritu teniendo la humanidad de Cristo como eje central.

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Asun Puche

Ignacio profundizó en los movimientos aparentemente duales que se daban en su deseo de seguir a Cristo Jesús hasta llegar a ver en ellos el modo por el que Dios mismo le llevaba a recorrerlos y trascenderlos en el encuentro con Él. Encuentro cuyo fruto tomará forma de servicio, un modo

de actuar y de ser en el mundo. El cuerpo contiene Esta profundización llevó a Ignacio a conectar con

todos los niveles de f S m t i r : b a s e 1 discernimiento implica sentir los matices de ambos impulsos -el de movimiento

profundidad del ser y hacia la mayor vida y el que la aleja de ella- en sus labia de ellos mediante diferentes manifestaciones, para llegar a diferenciar-

, . los desde su misma impronta corporal. Un sentir que las sensaciones „ , , , „ • , •

va transparentándose hasta llegar a percibir el movi­miento más hondo del que la persona pueda ser

receptora. Hasta llegar ahí, se atraviesan otras densidades de movimientos que producen diversos tipos de sensaciones internas, y que apuntan a dife­rentes respuestas. Desde los diversos niveles del sentir, Ignacio fue perci­biendo las resonancias corporales que se daban en él y fue aprendiendo a identificarlas y a diferenciarlas según su naturaleza y sus efectos sentidos.

>o El cuerpo contiene todos los niveles de profundidad del ser y habla de ellos mediante las sensaciones, más gruesas en las capas más exteriores y más finas y sutiles en las más interiores. Abrirse al lenguaje de las sensa­ciones en todos sus gradientes de densidad es la escucha en el sentir.

Una escucha desde la que somos interpelados, pues la Palabra de Dios se hizo carne, y desde entonces estamos llamados a ser eco de la palabra que en nosotros desea ser pronunciada. El eco resuena en nosotros, y de la mano de Ignacio se nos ofrece una vía de transformación para desalojar otros ruidos ajenos y así abrirnos a la escucha cada vez más nítida del soni­do de la palabra en lo más hondo de cada uno. Para así dejar que se pro­nuncie en la asunción cada vez más plena de su expresión particular, a la que todos somos invitados, y cada uno lo es para beneficio de todos.

Si bien los ejercicios que Ignacio propone son espirituales, éstos lo son en el cuerpo, pues no hay "sujeto" sin un cuerpo que se sepa como tal.2 La transformación personal -conversión- se da de forma integral en el ser, y éste se recibe y se da en y desde su cuerpo.

1 Para una revisión del término ignaciano sentir, remito a lo expuesto por JAVIER MELLONI en: GRUPO DE ESPIRITUALIDAD IGNACIANA (ed). Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2 0 0 7 , pp 1 6 3 1 - 1 6 3 6 .

2 Para enmarcar el lugar del cuerpo en los Ejercicios, véase la reflexión de José A . García-Monge, "Los Ejercicios corporalmente espirituales" en Psicología y Ejercicios ignacianos. CAR­LOS ALEMANY Y JOSÉ A . GARCÍA- MONGE, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1 9 9 6 , pp 2 9 4 -3 0 9 .

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Las bases somáticas del discernimiento

A continuación voy a tratar de exponer, apoyado desde el modelo cien­tífico actual de las emociones, cómo el discernimiento de las mociones de consolación y desolación tiene su arraigo en el cuerpo. Desvelar su base somática es de gran ayuda para poderlas reconocer, identificar y actuar con­forme a lo que ellas nos dicen sobre el roce de Dios en nosotros.

2. Una perspectiva integral del cuerpo como locus del ser

El ser humano está constituido por diferentes dimensiones: física, psi­cológica, energética y espiritual. Cada una de ellas tiene un desarrollo y un modo propio de expresarse, y un único vehículo en el que realizarse en tanto que ser: el cuerpo. La integración de sus diversas dimensiones le da al ser su unicidad. Esta integración se produce en el cuerpo y a través del cuerpo, de un modo integrado. Es en el cuerpo y desde el cuerpo donde el ser va a vivirse, a ser vivido, y a dar vida.

En la actualidad se ha ampliado con nuevas perspectivas el conoci­miento sobre la importancia de incidir en la integración de las diferentes dimensiones del ser para el desarrollo espiritual. Ha llegado a partir de las corrientes actuales de la psicología y los modelos de alineación Cuerpo-Mente sustentados desde las neurociencias, así como de las aportaciones de las antiguas tradiciones de sabiduría orientales.

La moderna cultura occidental se consolidó como dueña de la razón y desdeñó asuntos que consideró menores como las emociones, y en general el mundo de lo corporal. Se cayó en la negligencia del cuerpo en tanto que lugar originario de la vida, y la atención que éste recibió fue la banaliza-ción. Todo ello ha ido alejando a las personas del acceso vivencial a su fuente, que no se halla en los conceptos, ideas o razonamientos sino en lo más íntimo y profundo de cada una de sus células. La vida no es abstrac­ción, sino vivencia.

3. La escucha interior y la alineación cuerpo-mente

Uno de los mayores cambios en la psicología contemporánea se da en la nueva comprensión de la inteligencia, que va de la mano de los avances de la medicina en su nueva concepción de la unidad mente-cuerpo. Los pasos se han dado desde la apertura a la inteligencia emocional hasta el descubri­miento de la inteligencia corporal. Lo intelectual cede el paso a lo viven­cial. El cuerpo es quien percibe. El cuerpo es sujeto inicial en todo predi­cado de significados culturales. Antes de poder razonar, el cuerpo percibe y siente. La mente conjuga la información que el cuerpo proporciona y

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cuya sabiduría confirma. En el proceso de decisión, la mente humana añade elementos de capacidad ejecutora, que son funcionales y adaptativos en la medida que están sintonizados con las sensaciones y señales producidas en el cuerpo, que es quien conecta con la realidad e informa sobre ella. La capacidad de la mente de atribuir significados coopera - o interfiere- en este proceso.

Para que la mente decida, el cuerpo ha de sentir. Es la mente corporal o el cuerpo pensante. Es esencialmente, la mente-en-el-cuerpo.

Nuestra existencia es encarnada; así pues lo son los procesos mentales y los fenómenos espirituales. Esto nos posiciona en un modelo integrado del ser.

Desde la inteligencia del cuerpo queda expresada la sabiduría del ser. A partir de recientes hallazgos procedentes de las neurociencias ya se dispo­ne de la evidencia para poder concluir que no es tan sólo el "cerebro quien piensa", sino que es la totalidad del organismo físico, y lo hace a partir de la información sentiente. Como consecuencia de su aprendizaje adquirido, el cuerpo genera lo que se ha denominado "marcadores somáticos", sensa­ciones propias que informan de las consecuencias de una decisión antes de que el cerebro haya razonado sobre las diferentes opciones. 3

La inteligencia del cuerpo se manifiesta a través de diversas expresio­nes, que van coordinándose a partir de un complejo recorrido. El conoci­miento se elabora a partir de un gradiente de cambios físico-químicos que denominamos sensaciones, emociones, sentimientos y pensamientos. Todos ellos son diversos movimientos -mociones- del cuerpo interno de los que podemos tomar consciencia y llegar a diferenciar, si bien se inter­comunican unos con otros, indisociablemente.

Así, por ejemplo, las emociones son cambios internos que genera el cuerpo como respuesta a una determinada situación. Su raíz etimológica del latín "moveré" más el prefijo "e-") expresa un "movimiento hacia" e indica que en toda emoción hay un impulso hacia una acción. De hecho, la e-moción es energía en movimiento. Es un cambio energético que se pro­duce en el cuerpo y que guía hacia algún tipo de acción. Por ejemplo, en una situación de pérdida de alguien o de algo significativo para nosotros el cuerpo produce un patrón de respuestas orgánicas internas específicas. Es un estado corporal que nos prepara para un tiempo de menor energía vital

3 El autor de la hipótesis de los marcadores somáticos es el Dr. Antonio Damasio, neurólogo, investigador de reconocido prestigio especializado en el estudio de la interacción mente-cuerpo. Sus principales libros son: El error de Descartes, Ed. Crítica, 2001 y En busca de Spinoza, Cri­tica, 2005.

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Las bases somáticas del discernimiento

y descenso de la actividad en el que podemos tomar consciencia del valor de la persona o de la situación ausente y asimilar esa pérdida, así como pre­pararnos para iniciar una nueva etapa. A este estado corporal lo denomina­mos "tristeza". La tristeza nos lleva también a buscar consuelo y la cerca­nía de otros seres queridos.

3.1. Diferencia entre emoción y sentimiento

La diferencia entre emoción y sentimiento es tan sutil como importante de conocer. La emoción -en cuanto conjunto de cambios internos en el organismo- se da como respuesta automática a un estímulo. Luego, aso­ciamos esa reacción del cuerpo con ideas relacionadas con ella y con el objeto de la reacción. La consciencia de todo este proceso, la percepción de todo ese conjunto, es lo que constituye el sentimiento. En el ejemplo ante­rior, la toma de consciencia del estado corporal y la capacidad de designar ese conjunto de cambios adecuadamente, nos permite decir: "siento triste­za" o bien "me siento triste, afligida, desorientada".

Las cinco emociones básicas son: asco, miedo, enfado, tristeza y alegría. En su génesis más primitiva, estos estados corporales fueron llevando a situaciones que permitían, de un modo u otro, la supervivencia. En el com­plejo entramado evolutivo, en el que el lenguaje entró a formar parte, se fueron desarrollando matices derivados de estos patrones básicos en una bella y sofisticada interacción entre sensación y consciencia. Así, aparecie­ron los sentimientos, que descienden de los cinco grupos de emociones básicas. Cada uno surge ante situaciones específicas y apunta a diferentes tipos de respuesta para la mejor resolución del estado del que informan.

Así por ejemplo, los sentimientos derivados del miedo, como la indeci­sión o la inseguridad, señalan la conveniencia de realizar acciones encami­nadas a reducir la vulnerabilidad frente a una situación, favoreciendo la capacidad de afrontarla, lo que conllevará un aumento de la confianza. Los sentimientos como la satisfacción, la dicha, o el gozo hablan de la conve­niencia de la situación en la que nos hallamos e invitan a proseguirla, pro­fundizarla y enriquecerla. Asimismo, como todos los sentimientos deriva­dos de la alegría, invitan a un compartir.

Un análisis más detallado de las emociones y de los sentimientos en interacción con el pensamiento y con las opciones de actuación excede el propósito de este artículo. La intención es apuntar al potencial que se halla en el adentramiento y el afinamiento de estos dinamismos, viendo en ellos manifestaciones de la vida evolucionando hacia una mayor plenitud. Seña­lar que desde esta clave, se puede hacer una lectura de los sentimientos, y

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por tanto de las emociones, como un movimiento vital que contiene la posi­bilidad de desvelar mayor realidad y de generar mayor comunión.

Para ello, una mayor capacidad para detectar estados internos y un mayor conocimiento sobre la naturaleza intencional de las emociones y los

sentimientos, permitirá una mejor adecuación de la respuesta personal ante los variados y ricos matices de nuestra experiencia. Este aprendizaje lleva con­sigo conocer también los modos de operar de la mente, en concreto, las interferencias y desviacio­nes que se producen en el proceso de toma de cons-ciencia del estado interior, así como en el de su interpretación. Por lo tanto, afectará también al tipo de resolución y acciones que se llevarán a cabo.

Estas interferencias vienen dadas por los condicionamientos adquiridos familiar y culturalmente tales como prejuicios, expectativas, valoraciones morales y demás construcciones mentales, como el temor o la culpabilidad.

Una lectura de las emociones que nos desvele niveles de mayor realidad y

comunión

3.2. Inadecuación de la respuesta

En el caso de que el estado corporal propio correspondiente a una emo­ción no sea adecuadamente identificado, o convenientemente expresado, debido a dichas interferencias mentales, el cuerpo continuará produciendo sensaciones más fuertes en un intento de guiar a la persona hacia la resolu­ción de su estado. A la intensificación de ese estado generado por las resis­tencias de la mente se le puede denominar un "estado mental", para dife­renciarlo del estado corporal originario -espejo pulido- que refleja limpia y honestamente la situación de la persona en relación a lo que está vivien­do. Corporalmente, ese estado mental se percibirá como malestar. "Mal­estar" indica que no estamos en el lugar adecuado, y eso remite directa­mente a un estado - o punto de vista- mental, pues el ser-en-el- cuerpo sólo puede estar en un solo lugar, que es en la realidad tal y como se presenta.

Así pues, aprender a tomar consciencia de las sensaciones internas y de los pensamientos momento-a-momento es una práctica de discernimiento continuado, y que se realiza desde una instancia superior, o más honda, que la de la propia mente.

4. La escucha interior en los Ejercicios espirituales: el discernimiento.

Ignacio, maestro de la escucha interior, llegó a captar con gran finura los diferentes y sutiles matices que resonaban en las diferentes capas de sus ser,

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Las bases somáticas del discernimiento

hasta escrutar en las honduras del mismo. Las consolaciones y desolacio­nes serían un tipo de emociones asociadas a vivencias de tipo espiritual: el impacto en la materia corpórea de la vida sutil del Espíritu. Abrirse a esa escucha y actuar desde ahí para ir realizando la expresión más auténtica y plena de cada ser.

Ignacio percibió lo que la neurología más actual ha descrito, y es que primero se da la sensación y luego el pensamiento, y que las emociones se acompañan de pensamientos. Todo ello queda recogido cuando anota que: "los pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensa­mientos que salen de la desolación" [Ej 317]. Y cómo se debe combatir a "las varias agitaciones y tentaciones del enemigo" [Ej 320], que hoy en día identificaríamos con el ego como conjunto de condicionamientos mentales que coarta la expansión de la persona hacia la mejor expresión de su ser. En este sentido, en una de las descripciones que hace Ignacio del modo de pro­ceder del "enemigo de natura humana" [Ej 326] es llamativa su correspon­dencia con la concepción actual del ego que actúa en el "modo inconscien­te", es decir en aquellas zonas psíquicas de las que la persona no ha alcan­zado aún plena consciencia [Ej 327].

Asimismo, las "razones aparentes, sotilezas y asiduas falacias" [Ej 329] son claramente mecanismos de la mente condicionada que apartan de la verdadera experiencia que se da a sentir, y que puede quedar enturbiada por una inadecuada interferencia mental. Esa es la razón de en las reglas de Segunda Semana centre Ignacio la atención justamente en los pensamien­tos [Ej 332, 333, 334], pues puede ser que a través de ellos haya entrado "serpentinamente" el ego aduciendo intereses que no conducen al mayor bien. Pues si bien la moción es previa al pensamiento, éste también causa efectos, movimientos, en el cuerpo interior. Una idea construida desde el ego y no desde la autenticidad del ser en la que se manifiesta Dios, también puede producir algún tipo de "consolación". Pero se la podrá reconocer como falsa bien porque en el curso de los pensamientos vaya derivando hacia alguna "cosa mala o menos buena que la que tenía propuesta hacer", bien por los efectos sensibles que produce, como inquietud, confusión, que alejan de la paz y serenidad. Efectos todos ellos perceptibles en el interior de la persona, y con claras resonancias corpóreas que remiten, todas ellas, al estado de mal-estar. Tan claras llegaron a ser esas resonancias, que Igna­cio las pone como pista a partir de la cual examinar todo el proceso. [Ej 334]. Cuando la persona está adiestrada en la escucha interior, el discerni­miento deviene hondamente sensitivo. La diferencia es tan sutil como dis­tinguir el tipo de eco que resuena en el interior: suave y dulce y sin resis­tencias "como gota de agua que entra en esponja", o agudo y con sonido y

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Asun Puche

topando con la materia "como cuando la gota de agua cae sobre la piedra" [Ej 335].

En el terreno de la certeza, sólo es atribuible a Dios "dar consolación a la ánima sin causa precedente" [Ej 330] pues la mente condicionada no

puede con sus facultades crear una experiencia de

La sabiduría oriental a m o , r t a n í n t e g r a lta" plena'y m e n o s a ú n e n ausen" cía de ningún estimulo -sentimiento o conocimien-

esarrolla prácticas que t o - previo. El plano de tal experiencia no procede, incorporan el cuerpo pues, de la mente, ni se da en ella, sino en un lugar

1 , 1 r que la antecede y la trasciende, asumiéndola al como vehículo en el ,. D ,., , . , . , ,

mismo tiempo. Por ello deja a la persona sin dudar Camino espiritual ni poder dudar de que esa experiencia de amor sea

verdadera, procedente de Dios. No hay juicio ni valoración, sino tan sólo experiencia; consciencia de pura gratuidad.

Cuando la persona se ha vaciado de sí misma, de sus propios conteni­dos afectivos y mentales -disposición a la que Ignacio desea llevar al ejer­citante-, puede Dios darle a sentir su Presencia y comunicarle su esencia de amor.

>A Como aventajado conocedor de los recorridos interiores, Ignacio advier­te de lo que puede suceder cuando la mente discursiva entra en acción des­pués de dicha experiencia [Ej 336]. "Como consecuencia de los conceptos y juicios", y por una inadecuada interpretación, o por ingenuidad, o por una enturbiada intención, puede la persona llegar a conclusiones que no se deri­van directamente de la gracia de la que ha sido receptora. Traduciéndolo a otro lenguaje, es como si Ignacio estuviera diciendo que la conciencia no-dual, que es aquella que se experimenta en la consolación sin causa prece­dente, no es frecuentemente sostenida. Y por tanto, en el retorno a la con­ciencia ordinaria dual, de separación, la persona puede "formarse pareceres que no son dados directamente por Dios". De ahí la recomendación de poner "mucha vigilancia y atención" en la observación y discernimiento entre un tiempo y el siguiente.

El tiempo en el que se da la consolación sin causa precedente es un tiempo de puro presente, de plena vivencia en la Presencia de Dios. Es un tiempo sin-tiempo. Un momento unitivo en el que se da en la persona una conciencia no-dual. Pasado ese tiempo de silenciamiento, la conciencia regresa al modo de procesamiento dual del pensamiento y del lenguaje, de la separación en el tiempo, y "muchas veces" se identificará de nuevo con él. Por ello, la elección por primer tiempo -en el que también se da la expe­riencia unitiva- ha entrado en el ámbito de la prudencia. Si bien, cuando se da, la decisión es diáfana pues a la persona le ha sido mostrada una con-

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Las bases somáticas del discernimiento

creción en un lugar de su ser al que no puede acceder por sí misma, sino a la que es conducida. Acompañar en el proceso de discernimiento y recono­cimiento de ese estado al que por la gracia, y a partir de la asunción de su pura receptividad, la persona es llevada, ayuda a que ésta permanezca en la conciencia de unidad desde la que ir aprendiendo a actuar. En definitiva, se trata de poder aportar todos los elementos de apoyo posibles para que la persona se viva desde ese estado a la que es convocada: "la contemplación de amor".

5. Afinar la escucha interior mediante recursos de otras tradiciones

La escucha más honda se realiza desde la quietud y el silencio interior. Como en el lago sin olas en cuya superficie alisada se reflejan las imáge­nes, el oído interno capta el sonido de vida creada y creadora sólo cuándo los ruidos construidos han sido acallados.

Es como escuchar el latido- el pulso vital- en la frecuencia que resuena en el interior de cada ser, y devolverlo en forma de acción en una invitación sorprendente a dejar una impronta de personalización en el eco de Vida. Es la acción congruente con la manifestación de Vida que pulsa en cada uno. Afinar la escucha permite ajustar la acción a la frecuencia vital, en un reso­nar conjunto entre lo escuchado y realizado.

Tradiciones milenarias de sabiduría oriental desarrollaron prácticas que incorporan el cuerpo como vehículo en el camino espiritual con una clara vocación integradora. Estas tienen en común facilitar la quietud y el silen-ciamiento interior, trascendiendo el discurso mental en el que el ego - "mal espíritu"- tan cómodamente se instala, apartando sutilmente de la plenitud a la persona iniciada y comprometida en un camino espiritual.

Podemos ver enriquecida la disposición "a quitar de sí los afectos desor­denados", así como la capacidad de percepción y de escucha interior a par­tir de la consideración de determinadas praxis procedentes de otras tradi­ciones. Se trata de ayudar a afinar más la capacidad de escucha interior para mejor sentir y discernir.

En concreto, consideramos a estos efectos la dieta y la práctica del Chi-Kung (Qi-Gong), prácticas que se pueden incorporar durante los Ejercicios, ya sea de ocho días como de Mes.

5.7. Alimentación

La dimensión física del ser humano tiene un componente muy determi­nante que es la alimentación. Se ha llegado a escribir que "somos lo que

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comemos". Esto es así desde el punto de vista energético, pues los alimen­tos son fundamentalmente energía. De hecho, la física moderna, con la teo­ría cuántica ya ha demostrado que la materia es energía condensada. Así pues al comer absorbemos el tipo y la calidad de energía de los alimentos ingeridos. Por eso desde diversas corrientes se aconseja no consumir carne, como parte del proceso de desarrollo espiritual -además de los criterios éti­cos y solidarios que lo acompañan. La carne animal tiene una vibración energética muy gruesa y de baja frecuencia, que promueve estados físicos y emocionales poco sutiles y que dificulta la capacidad de interiorización.4

Por otro lado, el arroz integral es el alimento recomendado para ayudar en prácticas meditativas y contemplativas, pues es el que más centra la energía en el cuerpo- facilitando la interiorización. El arroz integral predis­pone a la serenidad mental y a la quietud interior, pues es el que mayor capacidad tiene de armonizar y regular el organismo, aportando equilibrio energético, emocional y lucidez.

5.2. Qi-Gong

El cuerpo es un vehículo bio-energético que requiere una armonización de la energía. Desde las tradiciones orientales milenarias se otorga mucha importancia a las prácticas corporales energéticas como camino de desa­rrollo humano y vía de crecimiento espiritual. El desarrollo espiritual implica, desde una perspectiva energética, aumentar la capacidad de perci­bir la energía en sus recorridos internos más profundos y entrar así en con­tacto con la energía más sutil.

El Qi-Gong es una práctica corporal energética de origen milenario basada en la circulación del qi -energía- a través del cuerpo 5. Forma parte de la medicina tradicional china, y fue practicado por los sabios taoístas, los confucianos y los monjes budistas. Es una vía de profundización interior e incide en la salud y la longevidad.

La finalidad del Qi-Gong no es sólo modificar la energía interna para armonizarla, sino sobre todo, ampliar la conciencia. Su práctica es una vía para la transformación interior.

4 En nuestro contexto, el Dr. Jorge Pérez-Calvo expone un sistema de alimentación para la salud y para el desarrollo de la persona fundamentado en los conocimientos nutricionales más vanguardistas así como en principios energéticos procedentes de la medicina tradicional oriental y avalado por su experiencia clínica. Se puede consultar en su obra Nutrición energética y salud, Ed. Grijalbo, Barcelona, 2003.

5 Especialmente recomendada para introducirse en el tema es la obra de Isabel Calpe Rufat: Qi gong: Práctica corporal y pensamiento chino, Ed. Kairós, Barcelona, 2003, desarrollada a par­tir de su tesis doctoral en antropología cultural.

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Las bases somáticas del discernimiento

Según la tradición china y la concepción taoísta, la materia no es una realidad excluyente opuesta a la mente o al espíritu. La materia es densi­dad, forma pero contiene su opuesto, lo no material, lo leve, sutil, invisible. Es un estado de transición, un devenir en el movimiento de retorno hacia la Unidad primordial del origen.

El cuerpo y el espíritu son manifestaciones dife­rentes del qi, el principio universal. El cuerpo es qi en estado denso y compacto, mientras que el espí­ritu es una expresión muy sutil del mismo qi.

La práctica del Qi Gong amplia la percepción, tanto a un nivel sensitivo como energético, y tanto la exterior como la interior, haciéndose ésta cada vez más fina, y permitiendo percibir fenómenos más sutiles, hasta llegar a comprender "la naturale­za de las cosas".

Mi experiencia como acompañante es que es posible proponer cada mañana antes del desayuno 30 o 40 minutos de ejercicios de Qi Gong a aquellos que lo deseen. No se requiere ningún conocimiento previo para practicarlo. Sólo la disposición para hacerlo.

Conclusiones

El encuentro con Dioi

se realiza desde le

totalidad del ser..

podemos reconocerlo e

través del lenguaje de

nuestro cuerpe

Los EE ignacianos apuntan a buscar y hallar la voluntad de Dios sobre la propia vida y orientarla a tal fin.

San Ignacio tenía muy en cuenta - a pesar de los obstáculos que ello generaba en su época- la dimensión corporal y afectiva en el proceso de Ejercicios.

El encuentro con Dios se realiza desde la totalidad del ser; y en ese punto de unión las diferentes dimensiones de la persona se hallan alineadas dando lugar a una elección congruente con su realidad.

Desde los modelos actuales de integración cuerpo-mente, se puede hacer una lectura contemporánea acerca del planteamiento ignaciano del discernimiento de espíritus. Atender a las resonancias corporales, en forma de sensaciones y emociones, que son previas al juicio mental condiciona­do, para saber cómo el ser responde incondicionalmente frente a la materia que se está considerando.

Pues el cuerpo es el lugar, el medio, el vehículo para vivir el "aquí y ahora", la realidad tal y como se manifiesta y desvela en este instante; para acceder al eterno presente de Dios, que en la historicidad de cada persona despliega su Ser para que cada uno llegue a ser en Él.

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Ser en autenticidad es dejar que el Ser total se haga plenamente presen­te en cada uno de nosotros. El hecho de existir es voluntad - deseo- de Dios en nosotros. Desplegar la propia existencia es decir sí a esa Voluntad que se va revelando en el progresivo encuentro con lo Real. Ser en plenitud es unión de voluntades, encuentro de deseos. Ser la voluntad de Dios es dejar­se modelar por Él para que nuestro modo de ser sea Su ser en nosotros. Que advenga en nosotros y lo podamos reconocer a través del lenguaje y las resonancias de nuestro cuerpo.

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Vol. 83(2011) MANRESA pp. 39-54

I El sentido de la penitencia corporal, hoy Josep M. Rambla

Presupuestos

A bordar el tema de la penitencia corporal en la actualidad no puede f\ hacerse sin despejar antes algunos malentendidos que, a buen

JL J L seguro, todavía se encuentran en muchas mentes. Unos, debidos al lastre de lamentables experiencias pasadas; otros, quizá la mayoría, bajo el influjo de la mentalidad ambiental. Pasemos, pues, a un somero recorrido de algunos puntos que dejar bien asentados.

1. En primer lugar, conviene no olvidar en la práctica que Dios no es un Moloc, un ídolo que necesita nuestros sufrimientos o se complace con ellos. Esta manera de ver, es decir, hacer penitencias para agradar a Dios, sin más, es una deformación grosera de la imagen del Dios Amor, Padre misericordioso, del Nuevo Testamento, un Dios que se compadece del sufrimiento humano y que ha enviado al Hijo para libramos de nuestras dolencias. Por desgracia, esta ima­gen deformada de Dios no ha desaparecido del todo del inconsciente cristiano.

2. La penitencia, además, no es ningún mérito para conseguir algún bien espiritual. Si así fuera, se caería en un craso pelagianismo, como si median­te esfuerzos dolorosos pudiésemos hacernos merecedores de la gracia y el beneplácito de Dios.

3. Además la penitencia no puede ser de ningún modo una acción que perjudique al ser humano, ya que Dios es no menos autor de la naturaleza humana que de la gracia. Para el Nuevo Testamento, y también para Igna­cio, es el diablo el verdadero "enemigo de la naturaleza humana". Por tanto un modo de mortificación que causase mal físico o psicológico a la perso­na no se correspondería con los designios de un Dios que se ha revelado haciéndose hombre, humanizándose. Y, sin embargo, humanizar la vida, como veremos, es una tarea que tiene un alto precio de ascesis1.

1 Conviene tener en cuenta que aunque la penitencia es sólo el aspecto doloroso de la ascesis, que es ejercicio de vida y no de muerte, sin embargo no ha de apartarse de esta misma finalidad positiva; es decir, la penitencia corporal ha de ser una forma de desarrollo o de defensa de la per­sona humana. Son interesantes y de gran actualidad las reflexiones de Karl Rahner en su famosa conferencia de 1966, más tarde convertida en artículo: Espiritualidad antigua y actual, en Escri­tos de Teología, VII, p. 13-25.

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Josep M. Rambla

4. Finalmente, no podemos olvidar que ya participamos de la Resurrec­ción de Cristo: "hemos resucitado con él" (Col 3,1) y hemos entrado ya en su vida nueva. Es decir, el Cristianismo es Vida y afirmación de vida, es un "sí" y negación de todo lo que es "no" (cf. 2Cor 1,19-20). Por tanto, cual­

quier práctica de penitencia, en nuestro caso corpo­ral, que pretenda ser cristiana no puede olvidar este

Las razones para postulado elemental y, por tanto, ha de ser más bien practicar la penitencia reflejo existencial de una actitud de esperanza esca-

i r i ' tológica que de una negación de lo corporal y mate-

pueden formularse asi: rial,6 M 6 F J

rectificar, formar, vivir la gratuidad *• U n a P™mera aproximación ignaciana 3

Al centrarnos sobre todo en Ignacio, no podemos olvidar que la mistagogía ignaciana es un eslabón de la larga tradición bíblica y cristiana. Si Pablo habla de las exigencias y privaciones que com­porta el seguimiento de Cristo comparándolas con las del atleta que corre en el estadio, toda la tradición anterior a Ignacio desarrolla una larga sabi-

JJQ duría espiritual que ilumina el sentido de la penitencia. En los Padres y Madres del desierto (Apotegmas, Evagrio del Ponto, Casiano, Filocalia, etc.), que constituyen una escuela imponente de sabiduría humana cristia­na, la penitencia aparece como una búsqueda de la pureza del corazón, una disposición para la oración, una ejercitación para la lucidez del discerni­miento y la fidelidad a la voluntad de Dios en el seguimiento de Cristo.

l.l. La penitencia en los Ejercicios Espirituales

Cuando Ignacio presenta la penitencia en Ejercicios (Ej 82-89) distin­gue la penitencia interna, que es propiamente la actitud de conversión, de la externa, que se ejercita en el cuerpo: dormir, comer, mortificación del

2 A propósito de la respuesta de Jesús, "vendrán días en que se lleven al esposo, entonces ayu­narán" (Le 5,35), a la crítica de fariseos y escribas porque sus discípulos no ayunaban, escribe uno de los mejores especialistas en el evangelio de Lucas: "Lo mismo que la oración, el ayuno formará parte, para Lucas, de la liturgia cristiana, de aquel lugar y de aquel tiempo en que se sien­te la presencia de Cristo y en que los cristianos se hacen accesibles al Espíritu (Hech 13, 2). Durante la vida de Jesús, la presencia de la salvación se caracterizaba por el rechazo del ayuno, pero ahora, en el tiempo de la Iglesia, adquiere un nuevo significado, ligado a la presencia de la salvación, precisamente por la práctica del ayuno" (Francois Bovon, El evangelio según san Lucas Le 1-9, vol I, Sigúeme, Salamanca, 1995, p. 372-373).

1 Para una visión de conjunto de la penitencia en Ignacio de Loyola, véase el completo y exce­lente estudio de PASCUAL CEBOLLADA en el Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, (Grupo de Espiritualidad Ignaciana, GEI), Mensajero/Sal Terrae, Bilbao-Santander 2 2007, p. 1431-1440.

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El sentido de la penitencia corporal, hoy

cuerpo con algún instrumento. Aparte de dejar bien claro que esta peniten­cia externa no ha de dañar a la persona o al cuerpo, presenta tres motivos de ella (Ej 87): satisfacción de los pecados, ordenar a la persona de modo que las partes inferiores obedezcan a las superiores y obtención de alguna gracia. Estas razones para la práctica de la penitencia se pueden formular y explicar del modo que sigue: rectificar, formar, vivir la gratuidad.

Rectificar. La conversión es la reacción contra el pecado, la cual supo­ne de un modo u otro rehacer el mal hecho. Un mal del cual ha sido vícti­ma otra persona mediante un acto que ha perjudicado a sus bienes econó­micos o a su cuerpo o su vida. O tal vez el pecado ha dañado a la misma persona en su integridad física o sobre todo en su condición moral (alco­holismo, drogadicción, incompetencia en el ejercicio de la profesión, etc.). En estos casos se impone por justicia o por rectitud moral rehacer el mal causado mediante alguna forma de satisfacción dolorosa: inversión de dine­ro, esfuerzo por devolver la fama perjudicada, restitución de lo cometido contra la salud de otra persona, etc. Si el daño se lo ha causado uno a sí mismo, ya se ve que se impone un esfuerzo doloroso para combatir las adicciones, ordenar una vida descalabrada, ponerse al día en la competen­cia profesional para un ejercicio digno y justo de la misma...

Ordenar. El ser humano forma una unidad armónica. Pero la realidad es que solemos desviarnos un tanto de esta armoniosa condición humana. Nuestra vida a menudo es una contraposición de tendencias, de acciones, de fuerzas que convierten la existencia humana en disgregación y disper­sión de la vida. A veces, la sensibilidad se nos impone para reaccionar de modo destemplado; otras, el instinto domina lo que una serena reflexión nos llevaría a hacer al revés; con frecuencia, los miedos se nos imponen de modo irracional, etc. Ignacio dice que una de las finalidades de la peniten­cia es la de ordenar el propio ser: "que la sensibilidad {sensualidad, dice él) obedezca a la razón y todas partes inferiores estén más subiectas a las supe­riores" (Ej 87). Con palabras de Lanza del Vasto: "Sólo quien coloca el cuerpo en su lugar, debajo, merecerá el nombre de sabio, aquel cuyo cuer­po está so-metido". La penitencia podría ser una de las ayudas de auto-edu­cación o de formación, imprescindibles para llevar una vida equilibrada y madura, y no una vida arrastrada por impulsos descontrolados.

Vivir la gratuidad. Ignacio dice que la penitencia puede practicarse para "buscar y hallar alguna gracia o don que la persona quiere y desea" (Ej 87) La penitencia, pues, puede emparentarse con la oración de petición. Es

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decir, así como la oración de petición no es para convencer a Dios, que nos conoce y quiere nuestro bien, sino para abrirnos más a El, a su voluntad y a su don, del mismo modo la penitencia puede convertirse en una oración del cuerpo, en una oración existencial. Por la penitencia se da un cierto éxodo de nosotros mismos: intentando dejar de ser el centro de la vida y procurando no absolutizar nuestras acciones y proyectos, abandonándonos en Dios... Todos estos deseos que se pueden expresar con la palabra oran­te, se dicen también mediante la penitencia corporal, que encierra un cier­to grado de negación, para afirmar la primacía de Dios. Esta penitencia es, pues, una experiencia de gratuidad, de apertura al que es todo don, pero al cual no podemos acceder por nosotros mismos o por nuestras fuerzas y recursos. Así, pues, por la penitencia corporal, el cuerpo puede hacerse ora­ción.

Puesto que la penitencia no tiene un valor en sí misma, sino que forma parte del conjunto de la actividad de toda la persona, la práctica de la peni­tencia estará integrada en todo el proceso de la experiencia espiritual de los Ejercicios. Así, pues, en la medida que el ejercitante va consiguiendo lo que busca, hará más o menos penitencia o de un modo u otro (Ej 89,1-2). O, incluso, para superar el autoengaño de dejar la penitencia con falsos moti­vos de salud, para vencer la tendencia a evadirse en tiempo de desolación o de excederse confiando en exceso en su resistencia corporal (Ej 89,3-5; 319,2).

Además, conviene notar, como prueba del sentido humano que han de tener las penitencias en Ejercicios donde tienen una parte destacada, el con­sejo de Ignacio de que no se den al ejercitante "cosas que no pueda des­cansadamente llevar" (Ej 18). Y, aunque esto lo dice a propósito de perso­nas más bien débiles, el principio tiene un alcance general. De hecho, Igna­cio, después de haber tolerado a Pedro Fabro y a Francisco Javier en sus Ejercicios Espirituales penitencias que emulaban las que él mismo había practicado en Manresa, confesaba (refiriéndose a los ayunos) "que agora esto no se atrevería a consentillo más de un día a algún sujeto recio" 4.

1.2. Las reservas ignacianas

Ignacio fue un gran penitente y durante mucho tiempo rivalizó con los grandes penitentes: "Cuando se acordaba de hacer alguna penitencia que hicieran los Santos, proponía de hacer la misma y aún más" (Au 14). En

4 Recuerdos Ignacianos (Memorial de Cámara), n. 305-306, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1992, p, 209-211.

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Manresa las duras penitencias (ayunos, disciplinas, pocas horas de sueño, etc.) lastimaron su salud y acentuaron hasta tal punto sus crisis y angustias que se le cruzó el pensamiento de suicidio (Au 20-24). Como buen peda­gogo, sabe bien que el amor lleva a locuras, y también a "locuras santas", dirá él, pero que a la larga el exceso en este campo lleva a actitudes espiri­tuales de endurecimiento interior (dureza de juicio y autocomplacencia), y resta energías para otras obras espirituales o de servicio apostólico que han de tener una prioridad. Por esto, Ignacio en unos casos es muy firme en ata­jar los excesos y, en otros, dirige la atención hacia otras experiencias espi­rituales que son de más valor y utilidad.

En cuanto a atajar los excesos en las penitencias corporales, es ya clási­ca la doctrina que Ignacio expone a los escolares, jesuítas en formación, de Coimbra, llevados a penitencias excesivas y llamativas y, en cambio, escu­rridizos por lo que se refiere a las exigencias de un trabajo intelectual rigu­roso y, sobre todo, a la disciplina que comporta una vida comunitaria seria. Así, Ignacio, lejos de frenar los buenos deseos de los jóvenes jesuítas y de desaprobar sus "locuras santas,... útiles para vencerse y haber más gracia, mayormente en los principios", les anima a dirigir su fervor al trabajo del estudio, al progreso en las virtudes, al testimonio de vida y a la orientación de todo lo que se hace al servicio de Dios y bien del prójimo5. En definiti­va, Ignacio descubre en los excesos de aquellos estudiantes una tentación con apariencia de bien y, por tanto, les exhorta a apartarse del "indiscreto fervor"6.

En cambio, muy distinta es la situación de Francisco de Borja que, muy adentrado ya en la vida espiritual, pide orientaciones a Ignacio sobre su ora­ción y penitencia7. En cuanto a los ayunos y abstinencias, que Borja prac­ticaba con un rigor extremo, Ignacio le llama la atención sobre la impor­tancia de cuidar el cuerpo, que es del Criador, al que hay que darle cuenta también de él, pero además el buen estado corporal repercute en la correc­ta actuación de las operaciones interiores y es necesario para el servicio de Dios. Atendiendo a estas consideraciones de la relación del cuerpo con los ejercicios interiores, del cuidado del cuerpo por respeto al Creador y de la necesidad del buen estado corporal para el servicio de Dios en el servicio a los demás, el mismo Francisco deberá determinar la forma de sus ayunos y abstinencias.

5 Carta de san Ignacio a los hermanos estudiantes del colegio de Coimbra, en: Obras comple­tas de San Ignacio de hoyóla, BAC, Madrid 2 1963, p. 680-689. La cita se halla en la p. 687.

6 Ibid., p. 685. 7 Carta de san Ignacio a Francisco de Borja, duque de Gandía, de 20 de septiembre de 1548,

en op. cit., p. 711-714.

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Por lo que se refiere a lastimar el cuerpo hasta la sangre, Ignacio piensa que "es mucho mejor dejarlo, y en lugar de buscar o sacar cosa alguna de sangre, buscar más inmediatamente al Señor de todos, es a saber, sus santísimos dones", como lágrimas por los propios pecados o

en la contemplación de los misterios de Cristo o en la consideración y amor del las personas divi­nas. Con la convicción de que lo mejor es poner aquellos actos "donde Dios nuestro Señor más se comunica, mostrando sus santísimos dones y gra­cias espirituales, porque ve y sabe lo que más le conviene, y como quien todo lo sabe, le muestra la vía". Ignacio cita estos dones: "intensión de fe, de esperanza, de caridad, gozo y reposo espiri­tual, lágrimas, consolación intensa, elevación de

mente, impresiones y iluminaciones divinas, con todos los otros gustos y sentidos espirituales".

Por tanto, Ignacio, al dirigirse a los estudiantes previene sobre los posi­bles engaños que se infiltran en la práctica de las penitencias corporales, en cambio al responder a la consulta de Francisco e Borja, sitúa la penitencia corporal en la escala de la vida espiritual y, como se ha podido ver, subor­dinándola a valores cristianos más elevados.

Ignacio sitúa la

renitencia en la escala

de la vida espiritual,

subordinada a valores

istianos más elevados

2. Condiciones de una penitencia corporal cristiana: Libres, solidarios y amantes de la vida

El campo de las penitencias corporales, en la historia de la vida cristia­na, ha sido un terreno minado. Una larga retahila de manifestaciones de una triste patología espiritual han dañado a muchísimas personas de innegable buena voluntad, pero víctimas de costumbres y de orientaciones en sí mis­mas poco evangélicas: perfeccionismo, narcisismo espiritual, masoquismo, emulación, angustia, escrúpulos, etc. Por esto, al recuperar de modo evan­gélico la penitencia corporal, creo que al menos hay que tener en cuenta estos tres indicadores: libertad, solidaridad, humanización.

Libertad. Un test de que la penitencia corporal que uno practica es cristiana es que hace a la persona más dueña de sí misma, más libre para asumir la propia responsabilidad, más positiva en la consideración de sí misma y sus posibilidades. La persona ha de estar más liberada de com­plejos, de miedos, de escrúpulos, de inseguridades. En una palabra, la persona que practica algún modo de penitencia corporal debería, median-

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8 Se trataría de penitencias corporales aparentemente inútiles (ayunos, vigilias, austeridades, etc.), pero generadoras de una sensibilidad especial para captar desde dentro el sufrimiento de las personas que soportan habitualmente en toda su crudeza la pobreza real.

te ella, conseguir una mayor higiene psicológica y sentirse mejor "dentro de la propia piel".

Solidaridad. La penitencia cristiana no puede ser de ningún modo un ejercicio de perfeccionamiento propio a espaldas de las exigencias de soli­daridad que comporta el mensaje evangélico. No se nos oculta el riesgo, comprobado por repetidas experiencias de antes y de ahora, de encerrarse en un esfuerzo de autocontrol y de desarrollo de potencialidades humanas personales, pero al servicio de un deseo de auto-perfeccionamiento espiri­tual o corporal o de unos intereses humanos de poca calidad evangélica o de bajo nivel humano. La tradición cristiana, avalada ya por la historia de los primeros cristianos, en Jerusalén y en Corinto, practicó la privación material, una verdadera penitencia, para compartir y para poder ayudar a los más necesitados. Y yendo más al fondo de la penitencia corporal, ésta podría hacer a la persona que la practica más sensible a las realidad del otro y más capaz de valorar lo que es la privación de quienes por imperiosa necesidad del sistema social y económico dominante padecen privaciones, a menudo de una gravedad escandalosa8.

Humanización. En todo caso, si el cristianismo es profesión de Vida, la penitencia ha de ser motivada por razones de conservación o desarrollo de una vida humana que ya participa de la condición de Cristo resucitado. La penitencia corporal en ningún modo debe alimentarse de ideas negativas o concepciones platonizantes que minusvaloran el cuerpo, lo material o las cosas simplemente humanas. Debemos estar muy atentos a que nuestras prácticas no encierren o revelen poca simpatía hacia lo que es verdadera­mente humano.

Sigue siendo muy válido, y por cierto demasiado olvidado, el mensaje cristiano de amor a lo humano y a la vida de Pierre Tielhard de Chardin en El Medio Divino. Estas palabras de un verdadero cristiano teilhardiano expresan bien lo que quiero decir:

"Si nos atreviéramos a ver verdaderamente lo divino en la eflorescencia de lo humano, amanamos a los hombres, a nuestros amigos, nuestro trabajo, el arte, etc., con un ímpetu divino y a Dios con una espontaneidad humana. Pero nos detenemos conti­nuamente en nuestro amor de lo humano por el pretexto del amor a Dios, y en nuestro amor a Dios por el pretexto del amor a los hombres." (Egide van Broeckhoven).

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3. Mirando hacia el presente

3.1. El "cuerpo" como sujeto de la fe

Sabemos muy bien que, según la antropología bíblica, tan cercana a nuestra experiencia humana contemporánea, el cuerpo, el soma, es la per­sona misma en su totalidad, pero en su manifestación exterior y en su rela­

ción con lo que no es uno mismo. Por tanto, la peni­tencia corporal ha de ser expresión de la penitencia

La penitencia corporal i n t e r n a y de la profunda actitud de fe, que necesita tiene Valor Cuando expresarse en su corporalidad de distintos modos,

i 7 s i una corporalidad inextricablemente unida a la inte-ixpresa de algún modo T .„ • ,

^ ° nondad de cada uno. La penitencia es una, no la la totalidad del Ser única, de las manifestaciones verdaderamente

humanas de la propia fe y lejos de agredir a lo humano, es manifestación de la actitud personal

creyente, que se halla en el corazón de cada uno, pero que pugna por expre­sarse, por manifestarse, por salir al exterior. Y, en definitiva, la penitencia

^ corporal sólo tiene sentido cuando de algún modo es expresión de la totali­dad del ser humano y no como algo puramente exterior a él y no practica­da como un valor por ella misma.

Es, pues, muy comprensible que la penitencia no pueda imponerse, sino que ha de nacer de modo connatural a la persona creyente, con las distin­tas formas que mejor expresen su condición personal. Esto no quita que se puedan sugerir algunos motivos y modos de la práctica de la penitencia. Es más, dentro de una mistagogía, en la que se acepta con confianza la media­ción de un guía o una guía cabe la posibilidad de aceptar determinadas penitencias mistagógicas que dicho guía puede proponer a la persona que se ejercita espiritualmente9. En este campo, caen también las penitencias, que para expresar el carácter comunitario de la fe, puedan (siempre, creo yo, con mucho tino y sobriedad) imponerse a la comunidad eclesial en determinados momentos o situaciones (tiempos litúrgicos, constituciones de órdenes religiosas, acontecimientos que pueden invitar a una expresión colectiva de la conversión o de la solidaridad con personas o pueblos opri­midos o empobrecidos, etc.).

5 Éste es el caso de los padres y madres del desierto que a veces proponían determinadas acciones, sin sentido en sí mismas, pero formativas de actitudes importantes para la vida cristia­na ordinaria: libertad interior, discernimiento, docilidad a la voluntad de Dios, sentido comunita­rio, etc.

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El sentido de la penitencia corporal, hoy

3.2. Redescubrir la "sobria ebriedad"

Estamos llamados a la vida, vida íntegra, en la que lo material y lo pro­piamente humano deben tener parte. Por tanto, al pronunciarnos como sole­mos hacer tan a menudo, contra el consumismo, deberíamos a la vez ento­nar una oda al consumo, es decir, a la participación de los bienes de la tie­rra por parte de todas las personas. Esto supone desde luego la resistencia a la manipulación de nuestro deseo realizada por la publicidad y los intere­ses de la sociedad neoliberal que la mueven. Pero, a la vez, la tarea de la educación del gusto de la vida: los auténticos goces de la vida, los más per­sonales como la amistad, la fiesta, el arte, la belleza, la contemplación, etc.; y también los más materiales como el bien comer y beber, el descanso y el deporte, el bienestar corporal, etc. La "sobria ebriedad" de que hablaban los antiguos, una ebriedad que era fruto del Espíritu, debe impregnar lo huma­no, sin ceñirse a lo puramente interior, ya que el Espíritu lo llena todo y cul­minará su acción cuando haga de nosotros un "cuerpo espiritual" (ICor 15,44). No es necesaria una gran lucidez para darse cuenta de que esta ple­nitud humana, que exige controlar el deseo todopoderoso manipulado desde fuera, es una tarea humana dura, fuente de dolor, verdadera peniten­cia.

3.3. Solidaridad y sensibilidad para el dolor ajeno

En el movimiento de solidaridad y de compromiso se produce una cons­telación de comportamientos humanos que constituyen verdadera peniten­cia llena de sentido cristiano. Ante el sufrimiento de los demás es humano comprometerse para aliviarlo o eliminarlo o luchar contra las causas que lo producen. Esto comporta entrega personal de tiempo, de energías, cargar con privaciones y fatigas; requiere una constancia en el trabajo y la lucha que sólo se consigue a fuerza de disciplina y de combate contra las resis­tencias de las tendencias personales. En la tercera semana de Ejercicios aparece repetidamente, en los puntos específicos, el verbo "padecer", y el ejercitante llega a preguntarse "qué debo yo hacer y padecer por él" (Ej 195-197). La solidaridad con Cristo, que se realiza en la solidaridad inter­humana (cf. Mt 25,31-40), conduce de modo inevitable, como fruto del amor, al sufrimiento también corporal.

Sin embargo, hay una profundidad humana en la forma de relacionarlos con las víctimas de cualquier tipo de dolor o de injusticia que supera la sim­ple acción por ellas: captar, es decir ser consciente de lo que le ocurre al otro; acompañar, es decir, estar al lado de quien sufre; compartir algo de lo

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que le acontece a la persona que sufre. Porque existe un conocimiento del sufrimiento ajeno que es el de la información, "conocimiento sobre", que es importante en un mundo de islas ambulantes y de anonimato gélido; pero existe un conocimiento más intrínseco y movilizador, que es el "conoci­

miento de", es decir el conocimiento que se tiene cuando se participa de algún modo del dolor del

La fe invita a una otro. mirada positiva hacia ¿ Q u é significa v i v i r con unos ingresos que no pcr-

/ • • J J A miten llegar a fin de mes? ¿Qué supone no poder las pasividades de l l e v a r a l Q S h i j Q S a l c o l e g i o p r e ferido? ¿Qué signifi-

disminUCÍÓn ca tener que privarse de unas vacaciones necesa­rias? ¿Qué significa sentirse amenazado de desahu­cio del piso? Algunas de las penitencias aparente­

mente inútiles (ayunos, recortes en el presupuesto de vacaciones, abstinen­cia de determinados gastos en vestir, en cenas, en espectáculos, en viajes, etc.) quizá no "arreglen" nada, pero puedan proporcionar un mayor cono­cimiento de lo que sufren muchas personas de nuestra sociedad. Y, claro, puede también dinamizar para el compromiso y la lucha más generosa y eficaz. En cualquier caso pueden despertar aquella solidaridad humana que no tiene resultados verificables, pero que se archiva en el corazón de la per­sona que sufre. Un joven que había pasado ya por el consumo de drogas, por el robo y por la cárcel, se expresaba así junto a compañeros a quienes quería ayudar, sin posibilidades de sacarlos de su hoyo: "no os podré libe­rar de vuestra marginación y exclusión, pero pasaré frío y calor con voso­tros".

3.4. Sensibilidad espiritual

Hacernos transparentes a la luz, hacernos atentos a la Palabra. Jesús en la parábola del sembrador se refiere al embotamiento que se produce en las personas a causa de sus apegos y compulsiones (dinero, confort, gula, etc.). Cuando una persona se halla atenazada por la obsesiva búsqueda de lo fácil y del placer sólo material, por el deseo de imponerse a los demás, por la ambición y por la carrera del éxito y aplauso a cualquier precio, no es raro que vaya endureciendo y anulando sus sensores espirituales. Posiblemente sentirá dificultad para la oración, resistencia a la libertad interior que pide un serio discernimiento, esclavitud del propio ego, vanidad, poca sensibili­dad y gusto por los valores evangélicos, etc.; en definitiva por el estilo de Jesús, lleno de matices que, para ser captados, exigen una "una sensibilidad entrenada" (Hebr 5,14). No basta con hacer, no basta con amar, hay que

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1 0 Cuentan de Pau Casáis que todos los días se sometía varias horas al ejercicio de interpretar a Bach...

amar "como yo os he amado" (Jn 15,12). Con una facilidad sorprendente escuchamos las palabras del himno de la caridad, "el camino excepcional" (ICor 13,1), y quizá no percibimos del todo que el amor es una generosi­dad no sólo cuantitativa, sino cualitativa.

Dejarse educar en la escuela de Jesús encierra una penitencia libe­radora de las esclavitudes que deterioran nuestra forma de vivir el evange­lio, sobre todo el amor. Vivir en el amor, vivir evangélicamente es un arte que pide un progreso y un afinamiento progresivos y que, como en la músi­ca y el arte en general, exige un trabajo personal, que poco a poco va sien­do connatural a la vida misma. Como decía Maurice Béjart en L'Art Sacre, sobre el bailarín:

"Cuando me preguntan qué es la danza, yo respondo: para los que no saben es ponerse de pie y hacer cualquier cosa; para los buenos bailarines es haber adquirido una disciplina de diez o quince años y hacer cosas bien codificadas; para el verda­dero bailarín, es ponerse de pie y hacer cualquier cosa, pero después de haber hecho veinte años de ascesis... Es reencontrar la inocencia y la libertad, pero con un tra­bajo preliminar"10.

3.5. Las disminuciones

Hasta aquí hemos considerado las penitencias que responden de algún modo a las pasividades de crecimiento de Teilhard de Chardin. Se trata de las penitencias que constituyen el precio de una vida evangélica humana­mente sana. Pero la vida humana está llena de situaciones inhumanas: acci­dentes absurdos, fracasos de todo tipo, pérdida de facultades intelectuales o físicas, conflictos relaciónales muy dolorosos e insuperables, etc. Asumir con serenidad, sin ansiedad, y quizá con humor, las limitaciones progresi­vas que la vida nos trae es una batalla contra sí mismo, que constituye una verdadera penitencia. Al mismo tiempo, la fe, que contempla la existencia como un proceso de crecimiento hacia adelante, como nos enseña el Nuevo Testamento (cf. Rm 8,18-39; ICor 15,20-28; 1 Jn 3,1-2), invita a una mira­da positiva hacia las pasividades de disminución y las hace sentir como un acercamiento a la Vida, que ya germina en nosotros por la participación en la resurrección del Señor. Como he apuntado más arriba, el mensaje de arraigo en la vida humana, con todas sus limitaciones y sufrimientos, y hondamente esperanzador de Teilhard de Chardin en El Medio Divino, y en general en todo el conjunto de su obra, mantiene toda su actualidad en

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nuestro tiempo. No me resisto a transcribir las palabras que escribió Teil-hard en el prólogo de una vida de su hermana Marguerite-Marie, largos años clavada en el lecho de la enfermedad, con un espíritu gozoso y espe­ranzado:

"Un sobreañadido de espíritu que nace de un defecto de materia. Sí, verdaderamente el milagro, constantemente renovado desde hace dos mil

años, de una posible cristificación de sufrimiento... ¡Oh Marguerite, hermana mía!, mientras que yo, consagrado a las fuerzas posi­

tivas del universo, recorría los continentes y los mares, apasionadamente ocupado en ver cómo ascienden todos los matices de la tierra, tú inmóvil, yaciente, meta-morfoseabas silenciosamente en luz, en lo más profundo de ti misma, las peores sombras del mundo.

Ante los ojos del Creador, dime, ¿cuál de nosotros dos tuvo la mejor parte?"".

3.6. "Sólo los que han recibido el don" (Mt 19,11)

La apertura total de nuestro ser es la experiencia más pura de Dios: dejarse invadir y poseer plenamente por Él. Esta experiencia que es el cora­zón de la vida cristiana, a veces puede tomar formas más expresivas o casi-sacramerítales. Pueden ser llamadas formas muy personales e irrepetibles que han vivido algunos cristianos y cristianas y que han respondido a ellas. Experiencias místicas de respuesta a Dios que quiere comunicarse de un modo particular y que mediante ellas se expresa la primacía absoluta del Dios Amor en la vida personal. Puede tratarse de prácticas más corrientes como un ayuno prolongado, un tiempo largo de soledad y de desierto, una vigilia nocturna, un dolor no perjudicial al cuerpo (por ejemplo, dormir en el suelo), la abstinencia que comporta el celibato o voto de castidad, etc. Sin embargo hay casos en que esta penitencia gratuita reviste una forma especialmente llamativa, sólo comprensible desde la gratuidad del amor: la dura vida de penitencia de Pedro de Alcántara que sorprendía a la misma santa Teresa de Jesús, el ayuno y privación de todo placer corporal de Gandhi, la vida de soledad y de silencio de los Cartujos y Cartujas, la vida en el desierto de Charles de Foucauld, la entrega sin medida a los pobres del Abbé Pierre, etc.

Todas estas formas de penitencia, que sólo tienen sentido si son expre­sión del don recibido (cf. Mt 19, 11), hacen más visible y perceptible el núcleo de la experiencia, la fe en un Dios que es Amor, de un Amor que es Dios, que nos ama gratuitamente y, que en consecuencia, nos puede sub-

" La activación de la energía, Taurus, Madrid 1967, p. 215.

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1 2 Es sobradamente conocida la insistencia de Ignacio en dar prioridad a la abnegación y mor­tificación, entendida como una disposición profunda de la persona. Cf. por ejemplo: Recuerdos Ignacianos (Memorial del P. Cámara), op. cit., n. 196, 256, pp. 148-182.

1 3 Por esto, Ignacio aconsejaba a los estudiantes de Coimbra: "si tenéis mucho deseo de mor­tificación, empleadle más en quebrar vuestras voluntades y subyugar vuestros juicios debajo del yugo de la obediencia" (Op. cit., p. 687).

yugar del todo y hacernos felices. "Dios mío y todas las cosas", dirá Fran­cisco de Asís" y "Sólo Dios basta", Teresa de Jesús.

3.7. Hallar a Dios en todo

Dios es siempre "más" y la relación con él pide siempre el despojo de lo que es sólo cosecha nuestra para dejarnos desbordar por Él, salir de nues­tro "propio amor, querer y interese" (Ej 189). Hallar, pues, a Dios en la acción y en todas las cosas, implica deshacernos del amor, sucedáneo del amor verdadero, y dejarnos poseer por el amor "derramado en nuestros corazones" (Rm 5,5), liberándonos de nuestras formas posesivas y devora-doras de de vivir la vida. Así se consigue que en todo nos mueva el amor de Dios, que desciende de arriba (cf. Ej 184, 338) y que podamos "en todo amar y servir a su divina majestad" (Ej 233).

Ahora bien, aquel éxodo de nuestro "amor, querer e interese", que según Ignacio, es la clave para aprovecharse "en todas cosas espirituales" (Ej 189), comporta en la práctica la continua "mortificación y abnegación de voluntad" 1 2, que conlleva obviamente la abnegación de nuestros juicios 1 3, de modo que nuestra manera de valorar las cosas y orientar nuestras deci­siones sea según los valores evangélicos, no pensando como los hombres, sino según Dios (cf. Me 8,33); y que también nuestra voluntad se adapte a lo que Dios quiere (cf. Me 14,36).

El resultado de esta experiencia de transformación continua, dejando que obre a través de nosotros y en nosotros el amor de Dios, es la posibili­dad de hallar devoción en todo o de hallar a Dios en todas las cosas, una experiencia espiritual de encuentro con el Señor que es fuente de vida, y de paz profundas. Que este encuentro con Dios exige un despojo personal grande, pero que es posible conseguirlo en cualquier condición de vida, lo podemos ver en un testigo excepcional de nuestra época. El segundo Secre­tario General de la ONU (1953 a 1961), Dag Hammarskjóld (más conoci­do por Míster H), escribe en su diario íntimo:

"Sufres la tentación de 'ponerte en primer lugar', sirva esto a la causa o no. Qui­zás, incluso, sin considerar si ocasiona perjuicio o no.

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¿Quieres, pues, desmerecer incluso de aquello a que tus esfuerzos te permiten acceder? Sólo si tu esfuerzo es guiado por una entrega al deber, en la que te olvides completamente de ti mismo, podrás conservar la fe en su valor. Pero si ha sido así, tu esfuerzo hacia la meta te habrá enseñado a alegrarte de que otro la alcance"14.

Parecería que me he apartado del tema de las peni-

Una penitencia que no t e n c i a s corporales, pero no es así. Porque del mismo modo que la penitencia corporal, si es ver-

nos lioeve daderamente cristiana, ha de expresar la realidad

personalmente y nos más íntima de la persona, también el trabajo, y a abra a los demás no es v e c e s e l d o l o r ' d e i r ^justando continuamente el jui­

cio y la voluntad propias a lo que Dios quiere en la cyi v / 7 a n a

práctica de lo cotidiano conlleva una pesada carga de privación, de incomodidad y de lucha contra

inclinaciones materiales que se resisten a someterse a los designios de Dios y a su voluntad. Es más, difícilmente se llega a adquirir la docilidad a la voluntad de Dios, en la cual consiste el encuentro real con Él, si, cada uno en la vida corriente no trata, con la conveniente discreción, de "buscar en el Señor nuestro su mayor abnegación y continua mortificación en todas cosas posibles" 1 5. Conclusiones

Para terminar quiero añadir unas conclusiones y consideraciones finales.

I a . Al fin de este recorrido por algunas pistas de penitencia, que tengan sentido en el mundo de hoy, conviene tener muy en cuenta lo expresado al comienzo, que el test de todas ellas es que en el fondo sean formas huma-nizadoras de vida 1 6. Se ha dicho que el ideal de los griegos era "conócete a ti mismo"; el de los romanos "véncete a ti mismo"; el de los cristianos: "date a los demás". Es elemental no olvidarlo nunca y tener muy presente

14 Te conocimos, Señor! El "hecho extraordinario" Manuel García Morente - Marcas en el camino Dag Hammarskjbld - Dios existe André Frossard, Edición preparada por Teodoro H. Martín. Introducciones de Juan Martín Velasco, BAC, Madrid, 1999, p. 195., n. .342.

15 Constituciones de la Compañía de Jesús, n. 103. 1 6 Más arriba he hecho referencia a las durísimas penitencias corporales de san Pedro de

Alcántara: durante 40 años no durmió más de hora y media entre día y noche, en una celda tan

. , . , • , • ¡ . „ ™ i . ™ P cinn sólo sentarse y recostar la cabeza, se pasaba a veces minúscula que no le permitirá acostarse, sino soiu scn«u¡>v. . ' r 8 días sin comer y ni en invierno ni en verano se defendía de las mclemencias del tiempo y siem­pre andaba descalzo. Y, sin embargo, Teresa de Jesús, verdadera experta en humanidad, decía de Pedro Alcántara, su confesor, que era "muy afable . muy sabroso porque tema muy hndo enten­dimiento" (Libro de la Vida, capítulo 27, 17-18). Porque si la penitencia deshumamza no es cris-ti ana.

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El sentido de la penitencia corporal, hoy

que una penitencia que no nos libera personalmente y no nos abre a los demás no es cristiana y hay que abandonarla decididamente.

2 a . Aunque es verdad que en tiempos no muy lejanos el campo de las penitencias y mortificaciones estaba muy minado con exageraciones, deformaciones y desviaciones de la verdadera línea evangélica, sin embar­go, no podemos caer en la ingenuidad de ignorar la carga de limitación y de sufrimiento que conlleva la vida humana. De esto hemos podido ser más conscientes estos últimos años cuando hemos experimentado las grandes limitaciones de la humanidad, limitaciones que constatamos en nosotros mismos, pero que en buena parte han sido las causas del triste panorama que ofrece el conjunto de nuestro mundo, donde lo que llamamos primer mundo, que no es más que un apéndice de la humanidad, no sólo ha sido en gran parte el responsable de que exista un "tercer mundo", sino que ha producido un "cuarto mundo". Por esto, asumir nuestras limitaciones per­sonales y sociales para superarlas y para integrar aquellas que no se puedan eliminar, es tarea que impone el buen sentido humano y, naturalmente, la conciencia cristiana1 7.

3 a . En algunos de los últimos puntos expuestos aparece la penitencia en el mismo corazón de la experiencia cristiana de Dios, y podría parecer que es extremar las cosas pensar que en estadios avanzados de la vida cristiana desparezca la penitencia, en el sentido expuesto. Por esto, es importante tener presente que todo estadio avanzado de cualquier empeño humano, y la vida cristiana es un empeño humano, creyente desde luego, pide un tra­bajo incesante de sí mismo 1 8. Recordemos con todo, como decía San Beni­to, que en la vida espiritual los inicios son trabajosos y dolorosos, pero a

1 7 Lo ocurrido hace pocos años en un concierto en el Lincoln Center de Nueva York es una parábola viviente de nuestra situación y también de las posibilidades abiertas a nuestra precarie­dad humana. Según una nota de prensa del año 2002, al extraordinario violinista Itzhak Perlman, que padecía una polio infantil que le limitaba la movilidad, en pleno concierto se le rompió una de las cuerdas del violín. Entonces, en lugar de desplazarse con dificultad para cambiar el violín, dio la orden de proseguir el concierto. Todo el mundo quedó sobrecogido al ver que seguía tocan­do con una cuerda menos. Pero lo hizo con tal arte que al terminar se hizo un silencio impresio­nante, cortado por un aplauso imponente. El violinista se enjugó el sudor, pidió silencio y dijo al auditorio: "Miren, a veces el deber del artista es descubrir cuanta música puede hacer con lo que le ha quedado... Tal vez la manera de vivir en este nuestro mundo agitado y cambiante es hacer música, primero con todo lo que tenemos y, luego, cuando esto ya no es posible, hacer bella músi­ca con lo que nos ha quedado".

1 8 Gandhi resume bien lo que digo: "La mortificación de la carne ha sido considerada en todo el mundo como condición para el progreso espiritual. No hay oración sin ayuno, tomando el ayuno en su más amplio sentido. Un ayuno total implica una completa y literal negación de uno mismo. Es la oración más auténtica" (GANDHI, Truth is God, Ahmadabad, 1997 1955, p. 50, cita­do por J. MELLONI, en Mistagogía de los Ejercicios, p. 156, nota 61).

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Josep M. Rambla

A lo largo de este artículo han aparecido repetidas alusiones o símiles relativos a la música o a la danza. Desde los salmos y el rey David, pasan­do por Francisco de Asís y Teresa de Jesús hasta Madeleine Delbrél, entre otros, la danza ha sido una forma de expresar la fe y la docilidad gozosa a la voluntad - la música- de Dios. Y la música es un medio privilegiado de acercamiento al misterio de Dios y expresión de su inefabilidad. Del Orien­te cristiano nos viene la definición del Espíritu como "poesía sin palabra" (Paul Evdokimov), es decir la misma música. Por esto, al fin de estas pági­nas sobre la penitencia corporal, que fácilmente nos ofrece un rostro hura­ño y repelente, conviene subrayar que la penitencia es algo así como el revés del tapiz de la belleza cristiana, ya que la belleza comporta siempre un esfuerzo escondido, que hace posible su esplendor. En la vida espiritual, en la vida cristiana, una vida al estilo de Jesús, que es de belleza iniguala­ble, se esconde un arte, el trabajo de todo nuestro ser para que emerja aque­lla. La penitencia corporal es, pues, una de las tareas necesarias para afinar el instrumento que ha de interpretar la sinfonía del evangelio. Porque "quizá nuestra vida sea un mal instrumento, pero vivir es música" 2 0. Noso­tros, en efecto, hemos resucitado con Cristo y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3,1-4) y, por tanto, sólo desde el gozo de la Buena Noticia tiene sentido la penitencia corporal.

19 Prólogo de la Regla, vv. 46 y 49. 2 0 Palabras del poeta catalán Márius Torres, el centenario de cuyo nacimiento se celebra este

ano: "Potser la nostra vida sigui un mal instrument, / pero és música viure".

medida que se avanza en el camino de la vida cristiana el progreso se hace llevadero, "con la inefable dulzura del amor" 1 9.

* * *

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I Enfermedad, Enfermos y Cuidadores en los escritos de san Ignacio

Ceferino García Rodríguez

Pocos santos ha habido que hayan tenido la experiencia de la enfer­medad tan viva como la tuvo Ignacio tanto en sus años de Manresa, como en París o Roma. Pero cuando narra en su Autobiografía estos

achaques no hace reflexión sobre ellos. Simplemente los cuenta. En cam­bio en las Constituciones de la Compañía o en sus cartas, a personas cono­cidas o a jesuitas, aparecen reflexiones numerosas sobre estas realidades. Por eso nos podemos preguntar qué pensaba Ignacio sobre la enfermedad con formulaciones derivadas de la concepción teológica del tiempo lo cual no impide que aprovechemos sus pensamientos y los formulemos con la teología actual

1. La enfermedad es un acontecimiento de lectura variable

Nadie entiende hoy que Dios sea el causante de la enfermedad directa­mente. La enfermedad es una consecuencia de factores físicos o psíquicos que residen en el ser humano. Es consecuencia de la interacción de la gené­tica y de los factores del medio ambiente en los que vive. A veces los genes se modifican, se alteran al azar y otras veces debido a malos comporta­mientos sanitarios de la persona que los posee (las llamadas mutaciones genéticas). Las interacciones genes-medio ambiente se manifiestan en fallos metabólicos, que constituyen la base de los síntomas por los cuales se caracterizan las enfermedades.

¿Que Dios en su infinito misterio ha dejado actuar a las causas segundas y son ellas las que al final se hacen responsables de sus hechos? Pues eso es lo que nosotros experimentamos: unas genéticas debilitadas, unos hábitos insalubres (sean conscientemente deliberados y aceptados o no) o unas condiciones de vida totalmente opuestas a la viabilidad de la vida humana. Y eso es lo que conduce a que determi-

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Ceferino García Rodríguez

nadas personas presenten las alteraciones que conocemos con el nom­bre de enfermedad. También es cierto el dicho de que "no existen enfer­medades, sino enfermos" porque cada persona responde de una manera propia debido al conjunto de factores que la caracterizan. Unas son más

sensibles, otras más resistentes. Sin embargo, lo que sí es cierto es que cuando llega

Para satl Ignacio la e l momento de vivir la enfermedad cada persona enfermedad es "una P u e d e h a c e r u n a lectura propia de ese hecho. Así,

i r\- » r\ ' i donde uno no ve más que fatalismo -"me tocó",

ita de Dios . /Que la , .. „ ,, t , ° ^ cuando nos llega nos llega - otro puede ver que no

define ? ¿ Cómo a todos los que están a su alrededor les sucede lo responderle en ella? mismo y por eso grita: ¡"esto es una injusticia"!.

Quienes están fuera de la situación pueden pensar que la enfermedad para alguno, es "un justo casti­

go" por el comportamiento desarrollado anteriormente... Finalmente están aquellos que como Job ven en la enfermedad un acontecimiento más de la vida: "si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?" Es una consecuencia de la teología del Antiguo Testamento en la que Dios pre­mia (en esta vida) al bueno y castiga al malo, ya que el Sheol era un lugar de difícil definición y donde nadie podía saber cuál era la situación de los que allí llegaban. 2. Para Ignacio la enfermedad es "una visita de Dios"

"He entendido que Dios N. S. os ha visitado, hermano carísimo, con enfermedad no ligera''' Y si hemos de comprender que quiere decir esto habrá que recordar los rasgos que definen esta "visita" tan especial.

En primer lugar es la llegada de algo no esperado, ya que la enfer­medad no se puede programar. Llega en cualquier momento. La mayoría de las veces nos cuesta precisar la causa, excepto en los casos de acci­dente: caídas, golpes... Podemos decir que la enfermedad se nos presen­ta, irrumpe en nuestra vida sin aviso previo, sin consentimiento personal. Y esto es lo que nos desconcierta porque no podemos prepararlo y reac­cionamos con "lo puesto". Quien ha tenido ya entrenamiento reacciona mejor; los que no, se encuentran frecuentemente sin armas, desconcerta­dos, como pensando que lo que les sucede no es normal, que no se ajus-

' Carta al P. Teutonio de Braganza en Obras completas de San Ignacio de hoyóla, BAC, Madrid H963, p. 846.

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Enfermedad, Enfermos y Cuidadores en los escritos de san Ignacio

2 Carta a Isabel Roser, Op. cit., p. 617.

ta a ninguno de sus esquemas. Pero lo curioso es que todas la "visitas" del Señor son así. ¿Quién podía esperar que el Hijo de Dios se presentara en forma de niño, naciendo en las afueras de un pueblo insignificante y sin ningún tipo de solemnidad? ¿Cómo iban a suponer los judíos que el Mesí­as les llegara desde Nazaret y fuera hijo de un carpintero? Y ¿quién espe­ra que el Señor se le presente en un accidente, una bancarrota económica o un fracaso amoroso? Las llegadas misteriosas del Señor son continuas y no nos puede sorprender que también nos llegue por medio de la enfer­medad

En segundo lugar nos cambia la inercia, porque es un parón en la mar­cha de la vida; un cambio de ocupaciones o de ritmo que antepone el cui­dado de la salud a todas las preocupaciones anteriores debidas a la realiza­ción de la misión. Hay que deshacer el calendario de actividades, de viajes, de encuentros... y sustituirlos por la "inactividad", si es que así se puede llamar a la dedicación a las visitas de los médicos, la recepción de los cui­dados prescritos...

Lo tercero que debemos tener en cuenta es que lo importante ante una visita semejante es saber lo que tengo que responder. Saber hacer la lectu­ra correcta de los acontecimientos es muy importante y es el primer paso, pero lo definitivo es la respuesta. Y para acertar con ella hay que tener claro quién nos llama y a qué. Solamente responderemos correctamente si somos conscientes de lo que tenemos delante, sin falsificaciones, ni subterfugios.

3. Pero San Ignacio continúa: "es una gracia de Dios"

"La enfermedad como gracia de la mano de Dios N. S. pues no es menos que la sanidad" (Co 272). Y también en otra parte: "Estas enferme­dades y otras pérdidas temporales son muchas veces de mano de Dios "2 Es una concepción de toda la vida. Toda ella es una gracia de Dios y por tanto no podemos separar los momentos "agradables" de los "desagradables". Juzgar de las situaciones y acontecimientos diarios según se adapten a nuestros gustos o no es, cuando menos, una superficialidad. Es creer que nuestra existencia es el centro del universo y que lo que nos agrada es lo "bueno" y lo que nos desagrada es lo "malo". En este paralelismo es pre­tender jugar a ser Dios: lo que le agrada, lo que es su voluntad es lo bueno y por tanto lo que desagrada es lo malo; no puede ser de otra manera. Pero en el hombre es una incongruencia porque pretender eso es caer en el peca-

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Ceferino García Rodríguez

3 Carta al P. Gaspar Berze, Op. cit., p. 854. 4 Carta a María Frassona, op. cit., p. 851.

do de los primeros padres. Lo malo que tiene este principio es que nos con­vierte en animales: ellos siempre aciertan dejándose llevar del instinto, del gusto. Ellos jamás se equivocan. Comen cuando, y lo que, les apetece y en la cantidad justa. Si en algún momento comen algo que no les gusta es por­que saben que les va a producir algún beneficio. Duermen cuando les viene en gana; se aparean cuando el instinto les llama a ello y nunca fuera de los períodos señalados.

Nuestra vida, sin embargo, debe estar regulada por otros criterios. La salud y la enfermedad son estados de la vida, tan importantes el uno como el otro. Es claro que a todos nos gusta más la salud que la enfermedad, pero también es cierto que si debemos aprovechar la salud para hacer lo que debemos hacer (para Ignacio: lo que Dios quiere de nosotros y está en la línea del último fin del hombre) no menos debemos hacerlo en la enferme­dad. El hecho del gusto o del disgusto no puede cambiar el sentido de las cosas.

"Y cuando estuviere enfermo, escribe el P. Polanco, no quiere (San Ignacio) que predique, si el médico no dijere que el tal ejercicio no le hará daño " 3 . Ver la salud, y la enfermedad como un don del Señor es dar el ver­dadero sentido a la vida y a nuestros actos.

4. Porque ¿de dónde nace nuestra preocupación?

El disgusto, la preocupación e incluso la ansiedad, cuando llegan estos momentos de enfermedad y de decaimiento de las fuerzas propias de la ancianidad, nacen de unas afecciones desordenadas, no bien orientadas, aunque no las tengamos suficientemente conocidas y aceptadas. Por eso nos dice: "y si alguna vía hay para evitar trabajos y aflicciones de espíri­tu en este mundo, es esforzarse en conformar totalmente su voluntad con aquella de Dios, porque si El poseyese enteramente nuestro corazón, no pudiendo nosotros sin nuestra voluntad perderlo, no podría acaecer cosa de mucha aflicción, porque toda la aflicción nace de haber perdido o de temer perder lo que se ama*

Bien claro está: de la falta de aceptación de la voluntad de Dios, de la falta de indiferencia ante la salud o la enfermedad. Cuando queremos una cosa y no la logramos nos sentimos defraudados. Si la tenemos y la perde­mos nos sentimos tratados injustamente. Y es que lo que hemos tenido

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Enfermedad, Enfermos y Cuidadores en los escritos de san Ignacio

5 Carta al P. Teutonio de Braganza, op. cit., p. 846. 6 Carta a Isabel Roser, op. cit., p. 617.

siempre y de lo que estamos acostumbrados a disfrutar, nos parece tan nuestro, tan natural y propio, que no entendemos cómo puede desaparece de un momento a otro.

Y no digamos nada cuando se introduce otro factor: el miedo a per­derlo. Entonces nos podemos convertir en esclavos de ese miedo. La carta a los Hebreos 2, 14 nos dice hablando de la resurrección del Señor: "libe­rar a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos" Si hacemos de la salud, de la vida, el máximo valor de la exis­tencia del hombre sobre la tierra, todo se podrá dar por bien empleado con tal de conservar la salud y la vida. Todo lo demás será insignificante con tal de lograr mantener lo más importante. Se puede llegar a dar incluso la misma salud mental. Tal puede ser la obsesión por la salud que se convier­ta en objeto de la existencia: cuidar la salud para poder cuidar la salud. Es una esclavitud que atenaza la libertad. Solamente la consideración de la resurrección del Señor devuelve la libertad al presentar unos valores de esta vida que tienen proyección en la otra.

5. ¿Qué podemos lograr en la enfermedad?

Si partimos de la base de que la enfermedad es un don de Dios tenemos que concluir que debe tener alguna utilidad, aunque no aparezca a primera vista y nos exija un esfuerzo de atención encontrarla. "Me persuado en su Divina Bondad, que para más importante salud y merecimiento vuestro, y ejercicio de vuestra virtud, habrá sido todo, y que habréis procurado de sacar el fruto que de semejantes visitaciones quiere Dios nuestro Señor se saque, cuya sapiencia y caridad infinita, no menos con las medicinas amargas, que con las consolaciones muy gustosas, busca nuestro mayor bien y perfección"5 (San Ignacio no es corto en presentar los efectos posi­tivos que podemos y debemos lograr en el tiempo de la enfermedad: "por­que más nos conozcamos y más perdamos el amor de las cosas criadas, y más enteramente pensemos cuan breve es esta nuestra vida, para adornar­nos para la otra que siempre ha de dura... pienso que un servidor de Dios en una enfermedad sale hecho un doctor para enderezar y ordenar su vida en gloria y servicio de Dios N. S. "6 "La Providencia... con aquellos que mucho ama... tanto más les purga con símiles trabajos en este mundo, en el cual no quiere podamos quietarnos, ni reposar en el amor nuestro; y por

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Ceferino García Rodríguez

7 Carta a María Frassona del Gesso, op. cit., p. 851. 8 Carta a Sor Teresa Rejadell, op. cit., p. 629.

eso a sus escogidos no solamente suele estimularles con los deseos del cielo, más también con el fastidio de la tierra. Lo cual, no obstante, sirve para aumento de gloria, si es aceptado con la paciencia y acción de gra­cias con que conviene aceptar los dones de su paternal caridad, de la cual

tanto los azotes como las caricias proceden"1 Por

L podemos caer en el t a n t o ha^ ^ l a b o r p o r * a c e r e n e l t i e m p o d e l a

B

i _ enfermedad, ademas... o al mismo tiempo que se yictimismo y pensar que procura la salud: "y no penséis ser poco negocio

c¡ estamos enfermos ya atender a recobrar la salud, no deseándola para no hay nada que hacer o t r o fin s i n o d e l s e r v i c i o d i v i n o y s e g ú n e l d i v i n o

beneplácito" (carta 119 al P. Francisco de Attino. p. 868) porque no podemos caer en el victimismo y

pensar que si estamos enfermos ya no hay nada que hacer sino dejarse y abandonarse a lo que sea. Por eso Ignacio, hablando por la experiencia pro­pia de sus años de Manresa, también nos dice: "con el cuerpo sano podréis hacer mucho, con él enfermo no sé que podréis hacer"*

5.1. Conocimiento propio

Para San Ignacio la motivación de la persona es la clave. Si tiene salud es para el divino servicio; si tiene que poner los medios para recuperarla es por la gloria de Dios. En todas sus argumentaciones el fin último es el obje­tivo al que el hombre tiene que tender con sus fuerzas y deseos. Porque cuando tenemos salud damos por sentado que nuestra actividad es por el Reino de Dios y que todo lo que hacemos no tiene más finalidad que llevar adelante lo que Dios quiere. Aquí coinciden la voluntad de Dios y la nues­tra. Pero cuando llega la enfermedad, y ya no coinciden las dos, ¿nos man­tenemos en la misma paz y aceptación de todo lo que lleva la enfermedad: duración de la inactividad, medios necesarios para salir de ella, secuelas que nos deja...?

En las reglas para conocer las mociones que se producen en el interior de la persona, las Reglas de discreción de espíritus, San Ignacio nos dice que la desolación nos sirve para "probarnos para cuánto somos, y en cuán­to nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de conso­laciones y crecidas gracias" (Ej 322) Es que cuando uno tiene salud todo parece fácil y aunque la lucha por la vida y el trabajo son duros, todo se

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Enfermedad, Enfermos y Cuidadores en los escritos de san Ignacio

lleva bien... al menos es lo que nos parece cuando nos encontramos en medio de la enfermedad y el retiro. De lo que antes nos quejábamos ahora nos parece insensatez y minucias sin fundamento porque lo comparamos con la situación actual. Y esto nos da la medida de nuestra aceptación de la voluntad de Dios. ¿Seguimos juzgando de las cosas de la vida con el crite­rio de "lo agradable", "lo fácil", "lo cómodo", "lo brillante"... y sobre todo de "lo eficaz"?

Y entonces la pregunta que nos hacemos es ¿soy capaz de mantener la paz interior y la paciencia, es decir, la tenacidad en la lucha por superar la enfermedad y la esperanza de lograrlo? Porque la enfermedad nos des­cubre nuestras capacidades y principalmente aquellas que son menos apa­rentes, porque son capacidades de resistencia, de pasividad. Y esta capa­cidad es tan importante que marca la diferencia en los enfermos. Los que no se dan por vencidos nunca y perseveran en sus tratamientos hasta el último día; y los que se acobardan y se encierran en algo que resulta peor que la situación producida por el mal físico: la depresión o el tirar la toa­lla en un victimismo que reduce la vida de la persona a un vegetar sin pulso vital.

5.2. Para que más perdamos el amor de las cosas creadas, les purga con símiles trabajos en este mundo...

Del conocimiento de nuestras afecciones desordenadas, en este caso del apego a la salud, podemos percatarnos de dónde y en qué cosas pone­mos nuestros amores, y todo el esfuerzo de nuestra vida. Por eso, esta nueva situación nos purifica de esos apegos por medio de las interrupcio­nes, los fallos de la programación, las disculpas a quienes no podemos contentar con nuestra actividad, la jubilación y el cambio de actividad que conlleva, de una más comprometida a otra más llevadera. Y lo hace de una forma "brusca", sin paliativos porque nos hace tocar fondo en la confianza en nosotros mismos y porque nos deja abierto el camino de la duda que hasta ahora no habíamos recorrido nunca. A partir del momen­to de la enfermedad las cosas no serán iguales que antes. Antes de acep­tar cualquier compromiso, por pequeño que sea, la duda se nos hará pre­sente: ¿cómo estaré entonces? ¿Volverá la enfermedad... la misma o de otra especie?

Esto nos hace perder "el amor de las cosas creadas" a las que hubiéra­mos podido dar la categoría de absolutas. Descubrir que no hay nada a lo que podamos llamar totalmente "nuestro".

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