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  • Los sitios de la memoriaProcesos sociales de la conmemoracin en el Per

  • Los sitios de la memoriaProcesos sociales de la conmemoracin en el Per

  • Los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el PerFlix Retegui | Coordinador de la investigacin

    Investigadores y redactores: Rafael Barrantes y Jess Pea

    Primera edicin: agosto de 2010Tiraje: 500 ejemplares

    Instituto de Democracia y Derechos Humanosde la Pontificia Universidad Catlica del Per (IDEHPUCP), 2010Toms Ramsey 925, Lima 17 - PerTelfono: (51 1) 261-5859Fax: (51 1) [email protected]/idehpucp

    Konrad Adenauer Stiftung, 2010General Iglesias 630, Lima 18 - PerTelfono: (51 1) 242-1794Fax: (51 1) 242-1371 [email protected]/peru

    Derechos reservados. Prohibida la reproduccin de este documento por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

    Hecho el Depsito Legal en la Biblioteca Nacional del Per N.o 2010-08248

    Impreso en el Per - Printed in Peru

  • ndice

    Introduccin 9

    Captulo 1Tres casos de violencia y de conmemoracin 21

    1.1. La violencia en Putacca 211.2. La violencia en Toraya y Llinque 251.3. La violencia en la Universidad La Cantuta 28

    Captulo 2La memoria y las formas del dao 31

    2.1. Putacca 342.2. Toraya 402.3. La Cantuta 43

    Captulo 3Actores, motivaciones e intereses 49

    3.1. El proceso de constitucin de los sitios de memoria en Toraya (Llinque) y Putacca 523.2. El proceso de constitucin del sitio de memoria La Cantuta 703.3. Sostenibilidad de los sitios de memoria 75

    AnexoRelacin de sitios de memoria 79

  • inTROdUccin

    En la presente publicacin, se ofrecen los resultados de la investiga-cin sobre experiencias locales de memoria de la violencia, llevada a cabo por el Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Catlica del Per (IDEHPUCP) gracias al ge-neroso apoyo de la Fundacin Konrad Adenauer.

    El propsito general de esta investigacin fue contribuir, median-te la produccin de conocimiento, a fortalecer el proceso de conme-moracin de la violencia que tuvo lugar durante el pasado conflicto armado interno (1980-2000), proceso que se ha venido diseminando en distintos lugares del pas en los ltimos aos y cuya vitalidad se expresa en una diversidad de iniciativas en numerosas localidades del pas. En una seccin anexa a esta publicacin se presenta una relacin de sitios de memoria con informacin recogida casi en su totalidad por el movimiento ciudadano Para que no se Repita.

    La investigacin se ocup de explorar el itinerario que ha llevado a la constitucin de lugares de conmemoracin en tres localidades del pas. Se examinaron, as, los casos de Putacca, en Ayacucho; de Toraya, en Apurmac; y de La Cantuta, en Lima. En esos tres casos, correspondientes a otros tantos escenarios de violencia, se procur poner el acento en los procesos sociales de dilogo y negociacin que condujeron a la instalacin o creacin de un espacio u objeto consagrado a la rememoracin de las vctimas.

    El inters en hacer esta exploracin obedeci, a su vez, a un con-junto de interrogantes y puntos de vista tericos que se exponen a continuacin.

    En Los abusos de la memoria, Tzvetan Todorov hace una advertencia que no debera pasarse por alto: [...] la exigencia de recuperar el pasa-

  • 10 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    do, de recordarlo, no nos dice todava cul ser el uso que se har de l [...] En el mundo moderno, el culto a la memoria no siempre sirve para las buenas causas.1 Recordar es elegir en nombre de ciertos criterios. Nada debe hacer pensar, entonces, que aquello que se elige es siempre bueno ni que sea necesariamente el camino que lleva a la justicia.

    Esta advertencia es importante tanto en el Per como en otras sociedades que han sufrido perodos terribles de violencia y devas-tacin. Cuando la memoria se convierte en un mandato, se cae f-cilmente en la consigna de oponerla al olvido, como si este fuera un lugar vaco que hay que llenar de recuerdos que, solo por el hecho de ser tales, son positivos. Hoy el mandato de la conmemoracin est en auge. Pero hay que recordar que el culto a la memoria surge no solamente de su rechazo al olvido sino tambin de su rechazo a una tendencia dominante del mundo contemporneo: el desprestigio de la tradicin. Cuando lo que prima es el contrato, la observacin y la experiencia de la inteligencia y de la razn,2 y cuando se piensa la globalizacin como uniformizacin y al hombre como individuo, re-surge la memoria y con ella la necesidad de producir identidades co-lectivas que permitan diversas formas de reconocimiento. Una comu-nidad indgena, por ejemplo, encuentra en la memoria y la tradicin la fuente de reconocimiento y legitimidad.3 A este fenmeno se refiere Marc Aug cuando afirma que la multiplicacin y superabundancia de acontecimientos, la gran cantidad de informacin con que conta-mos en suma, la aceleracin de la historia, as como el achica-miento del mundo ms bien, la percepcin de que el mundo es ms pequeo debido a que podemos recorrerlo, atravesarlo, mirarlo de lejos con mayor facilidad que antes, no hacen difcil pensar el tiempo o darle un sentido. Pero el asunto, como sostiene Aug, no es tanto que el mundo tenga menos sentido sino la necesidad que expe-rimentamos de darle uno. As, un lugar se convierte para este autor en un espacio lleno de memoria, sentido e historia. Pero su impor-

    1 Tzvetan, Todorov. Los abusos de la memoria. Barcelona: Paids, 2000.2 Ib.3 Vase Sierra, Mara Teresa. La lucha por los derechos indgenas en el Brasil. Mxi-

    co D. F.: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropologa So-cial, 1993.

  • introduccin 11

    tancia radica en el hecho de que lo que hoy prima en el mundo son los no lugares: los espacios de trnsito en donde somos annimos, en donde no somos personas sino individuos. El espacio por donde se mueve el viajero que atraviesa aeropuertos y estaciones de ferrocarril sintindose solo entre personas solas. La memoria se opone a travs del lugar, y con ella cobra relevancia el terruo, el hogar o el lugar. En este no solamente reconocemos a esos otros con quienes compartimos referencias comunes sino tambin a nosotros mismos.4

    En medio del actual auge de la memoria est la tensin entre dos fuerzas que parecen oponerse: la disposicin a la homogeneidad y la uniformizacin del mundo y la tendencia al fortalecimiento de identi-dades locales. Para dar cuenta de esta contradiccin entre lo global y lo local se ha llegado a emplear el neologismo glocalizacin. As, hoy los humanos no son sujetos unvocos sino dislocados. Se puede conservar, sin incurrir en contradiccin, una relacin con el mundo global, el mer-cado o la internet, al tiempo que se fortalecen los lazos con la comuni-dad y el terruo. En algunos casos, incluso, la experiencia comunitaria o de redes sociales precedentes a la vida en modernidad facilita la in-sercin de muchos grupos sociales al mundo del mercado global.

    La memoria es una fuente de reconocimiento. Por ello las co-misiones de la verdad, uno de los ms importantes instrumentos de justicia transicional, ofrecen memorias alternativas a la oficial expandiendo el lenguaje habitual del Estado e incorporando a su retrica oficial voces que antes no haban sido consideradas: las de las vctimas. En contextos en los que los perpetradores inventan nuevas formas de negacionismo, la memoria se convierte en un bien preciado y en un instrumento capaz de incidir en la batalla poltica que se libra en el mbito de la cultura. Su influencia e instituciona-lizacin producen cambios en el imaginario social.5

    4 Vase Aug, Marc. Los no lugares. Espacios del anonimato, una antropologa de la sobremodernidad. Barcelona: Gedisa, 1998. Vase tambin Aug, Marc. El sentido de los otros. Actualidad de la antropologa. Barcelona: Paids, 1996.

    5 Para una relacin entre memoria y polticas culturales, vase Retegui, Flix. Memoria histrica, poltica de la cultura y democracia en el Per. En Gui-llermo Corts y Vctor Vich (eds.). Polticas culturales: ensayos crticos. Lima: Ins-tituto de Estudios Peruanos, Instituto Nacional de Cultura y Organizacin de Estados Iberoamericanos, 2006.

  • 12 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    En el Per, como en otros contextos, el auge de la memoria se re-laciona con la lucha poltica que se desarrolla en el plano de la cul-tura entre formas contrapuestas de entender y valorar el horror de los aos de violencia. En la disputa entre quienes reclaman que hay que luchar por la memoria contra el olvido y aquellos que propo-nen que mejor es olvidar y mirar al futuro, siempre hay una me-moria debajo, una actitud intencional hacia el pasado. Siempre hay recuerdos que se privilegian y otros que se decide pasar por alto. La memoria, por tanto, no opera en singular sino en plural. Como recuerda Elizabeth Jelin, a toda memoria se contrapone una contra-memoria.6 Lo que tenemos, en el marco de la lucha simblica que se lleva a cabo en contextos de violencia y conflicto es, en realidad, el correlato local de una batalla mundial entre una conciencia huma-nitaria7 y la justificacin de la violencia y las violaciones contra los derechos humanos cuando se trata de preservar un orden social.

    La conciencia humanitaria y las memorias que enmarcadas en sus principios se desarrollan deben buscar estrategias para ganar autori-dad e institucionalizarse en narrativas del pasado que les sean afines. Deben ganar adeptos, difundirse. Sin ello no ganaran nunca terre-no en la batalla que libran.8 De qu otra forma se comprendera el auge de sitios de memoria en el Per y los esfuerzos continuos con asignaciones presupuestales y tiempo invertido que dedican or-

    6 Vase Jelin, Elizabeth. Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo Veintiuno Edi-tores, 2002. En palabras de Steve Stern, ambas pueden denominarse memoria emblemtica. Vale decir, una memoria marco que da sentido y organiza me-morias concretas, basadas estas ltimas en las experiencias individuales que hemos tenido: La memoria emblemtica es una gran carpa en la que hay un show que se va incorporando y dando sentido, organizando varias memorias, articulndolas al sentido mayor. Este sentido mayor va definiendo cules son las memorias sueltas que hay que recordar, dndoles la bienvenida a la carpa y su show, y cules son las cosas que mejor es olvidar o empujar hacia los mr-genes. Stern, Steve J. De la memoria suelta a la memoria emblemtica: hacia el recordar y el olvidar como proceso histrico (Chile, 1973-1998). En Mario Garcs y otros (eds.). Memoria para un nuevo siglo: Chile, miradas a la segunda mitad del siglo XX. Santiago de Chile: LOM, 2000.

    7 Vase Orozco, Ivn. Justicia transicional en tiempos del deber de memoria. Bogot: Temis, 2009.

    8 Vase Jelin, Elizabeth. Ob. cit.

  • introduccin 13

    ganizaciones no gubernamentales y financieras internacionales a la instauracin de sitios de memoria en aquellos lugares donde ocurrie-ron tragedias humanitarias durante el conflicto armado interno 1980-2000? Toda memoria requiere, para ganar terreno y adeptos, de nudos convocantes alrededor de los cuales se vinculan imaginarios persona-les y el imaginario colectivo proyectado en la memoria colectiva.

    Esta batalla entre memorias y sus correlatos ideolgicos (que en la orilla de quienes defienden los derechos humanos podramos llamar una cultura de derechos o una conciencia humanitaria emergente) tiene lugar a nivel local. Ya desde el mensaje a la nacin de Alberto Fujimori en abril de 1992, anunciando la disolucin del Congreso de la Rep-blica, se haba comenzado a anunciar lo que ms tarde, en 1995, se sistematiz en el marco del debate congresal por la ley de Amnista. Se impona la idea de que la fuerza armada haba salvado al pas del flagelo terrorista, y que ello no haba sido posible antes porque la accin de los polticos tradicionales, una legislacin impertinente y la interferencia de las organizaciones defensoras de los derechos humanos lo haban impedido. Solo Fujimori haba sido capaz de to-mar las decisiones necesarias. Se justificaba, mediante esta versin, el dao producido a las vctimas civiles y las violaciones de derechos humanos, y se postulaba que a los militares y a dicho gobierno solo se les deba gratitud. Todo intento por encontrar en ellos responsa-bilidades penales en sus acciones heroicas, como la denuncia de los familiares de las vctimas de La Cantuta, era un gesto de ingratitud y una forma involuntaria o deliberada de favorecer a la subversin.9

    El historiador Steve Stern ha llamado a esta forma de concebir el pasado memoria de salvacin.10 A ella se le opuso otra estructura na-

    9 Para una descripcin ms detallada de este proceso, vase Sandoval, Pablo. El olvido est lleno de memoria. Juventud universitaria y violencia poltica en el Per: la matanza de estudiantes de La Cantuta. Tesis de licenciatura. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2002. Disponible en .

    10 Vase Stern, Steve J. Ob. cit. Se trata de la justificacin de las dictaduras y de las violaciones de los derechos humanos sobre la base del papel salvador de las fuerzas del orden frente a la amenaza subversiva. Este tipo de memorias es comn a otros contextos, como se ha constatado para pases del cono sur latinoame-ricano. Vase Marchesi, Aldo. Vencedores vencidos: las respuestas militares

  • 14 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    rrativa. Otra memoria de la que se deduce el derecho de las vctimas a satisfacer sus demandas de justicia penal mediante juicios a los responsables de los delitos contra los derechos humanos, sean estos miembros de las organizaciones subversivas o agentes del Estado. La versin ms acabada de esta narrativa puede encontrarse en el Infor-me Final de la Comisin de la Verdad y Reconciliacin (CVR).11

    La batalla descrita requiere, como cualquier otra batalla, de ele-mentos que vinculen a los sectores en contienda. Estos nudos con-vocantes unen lo que de otra forma podra mantenerse separado. Se trata, segn Stern, de: a) personas concretas que difunden las memorias. Son los que Elizabeth Jelin llama los emprendedores de la memoria.12 b) Hechos, fechas y aniversarios que exigen una posi-cin.13 c) Sitios fsicos, lugares, restos que aluden directamente a un

    frente a los informes Nunca Ms en el cono sur. En Eric Hershberg y Felipe Agero (comps.). Memorias militares sobre la represin en el Cono Sur: visiones en disputa en dictadura y democracia. Madrid: Siglo Veintiuno Editores, 2005. Sobre el caso peruano, Carlos Ivn Degregori ha utilizado el concepto de memoria salvadora en mltiples ocasiones. Vase Degregori, Carlos Ivn (ed.). Jams tan cerca arremeti lo lejos. Memoria y violencia poltica en el Per. Lima: Instituto de Estudios Peruanos y Social Science Research Council, 2003, introduccin. Tericamente, se puede comprender la memoria de salva-cin como una forma de la memoria manipulada a la que refiere Ricoeur. Vase Ricoeur, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultu-ra Econmica, 2004. Es decir, como una memoria motivada por la intencin de favorecer a quienes estn en el poder, justifica un sistema de orden y rei-vindica una identidad amenaza da. El relato que produce permite manipular una historia oficial.

    11 Para un anlisis sobre la forma en que se desarroll dicho debate una vez en-tregado el Informe Final de la CVR, vase Barrantes, Rafael y Jess Pea. Na-rrativas sobre el conflicto armado interno en el Per: la memoria en el proceso poltico despus de la CVR. En Flix Retegui (coord.). Transformaciones demo-crticas y memorias de la violencia en el Per. Coleccin Documentos de Trabajo, Serie Reconciliacin n.o 2. Lima: IDEHPUCP, 2006. Vase tambin Drinot, Pau-lo. El ojo que llora, las ontologas de la violencia y la opcin por la memoria en el Per. Hueso Hmero 50, 2007.

    12 Vase Jelin, Elizabeth. Ob. cit.13 Para quin ha pasado desapercibido el hecho de que en cada aniversario de la

    entrega del Informe Final de la CVR se actualiza el debate entre los promotores de la memoria de salvacin y su contramemoria, plasmada en la narrativa ofreci-da por la CVR?

  • introduccin 15

    acontecimiento traumtico. Es a estos ltimos a los que ponemos bajo observacin en la presente publicacin.14

    En este trabajo nos concentramos en los nudos fsicos a travs de los cuales se constituyen memorias emblemticas. Hablamos en-tonces de un nudo fsico que convoca a un sentido compartido. Un sitio de memoria aglutina recuerdos individuales y colectivos por medio de la marcacin de un territorio. Se trata, en este caso, de huellas materiales de una conciencia humanitaria que busca ganar sentidos comunes. No se trata de lugares privados sino de espacios reconocidos pblicamente. En tanto que buscan convocar y ganar espacio en un territorio, y en tanto que para instaurarse deben ser aceptados por una comunidad poltica, estn extremadamente po-litizados, como toda manifestacin de la memoria.15

    En las discusiones sobre experiencias locales de memoria no se diferencia, usualmente, entre dos tipos de experiencia que, si bien estn muy fuertemente interrelacionadas, son distinguibles. Por un lado, se entiende por experiencias de memoria las inicia-tivas desarrolladas en el mbito local y de tipo comunitario, em-prendidas para reconstruir la propia historia y elaborar una inter-pretacin compartida de los hechos o actos de violencia que han sido experimentados en el lugar. Un ejemplo interesante de esto es el proyecto desarrollado por la Comisin de Derechos Huma-nos (COMISEDH) en la comunidad ayacuchana de Luccanamar-ca; all se ha hecho un trabajo comunitario de reconstruccin de la historia de la masacre perpetrada por Sendero Luminoso en la dcada de 1980, trabajo en el cual se han evidenciado las tensiones entre diversos sectores dentro de la misma comunidad. En este tipo de experiencias, en suma, hacer memoria es construir partici-pativamente un relato.

    Por otro lado, las experiencias de memoria son tambin enten-didas en tanto actos de conmemoracin, es decir, de recuerdo y

    14 Vase Stern, Steve J. Ob. cit.15 Vase Jelin, Elizabeth y Victoria Langland. Introduccin: las marcas terri-

    toriales como nexo entre pasado y presente. En Elizabeth Jelin y Victoria Langland (comps.). Monumentos, memoriales y marcas territoriales. Madrid: Siglo Veintiuno Editores, 2003.

  • 16 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    homenaje a las vctimas de los lugares en cuestin. Esto suele tener, como punto de llegada, una manifestacin fsica: puede ser la crea-cin de un monumento, la consagracin de un espacio comunal al re-cuerdo, o el sealamiento de una fecha dedicada a recordar el hecho y las vctimas, o la instauracin de un acto ritual. En esta forma de entenderse la memoria, por tanto, no prevalece la construccin de una historia sino el rescate de nombres y vidas y la idea de la dignificacin y de instaurar lazos de solidaridad.

    En la prctica social de la memoria desencadenada despus del trabajo de la CVR, predominan las iniciativas que pueden ser iden-tificadas como iniciativas de conmemoracin. Esas iniciativas, por lo dems, aunque tienen su nfasis en la conmemoracin, no se disocian completamente de la elaboracin de una narrativa sobre la violencia. Por lo general, o son tributarias de una interpretacin preexistente, que es sometida a dilogo, o recrean una interpreta-cin en el proceso de decisin sobre el monumento o ritual que se crear. Finalmente, los ejercicios de memoria en las dos acepciones que se han identificado se asemejan por el hecho de ser, ambos, ins-tancias de deliberacin, conflictos y consensos comunitarios. Ponen en acto de manera muy intensa dilogos entre la poblacin concer-nida, pero entablan tambin dilogos con el Estado y con agentes del llamado tercer sector, organizaciones no gubernamentales, que participan o asisten a estas iniciativas. Ese elemento de dilogo y debate en la construccin de la memoria es de especial inters para los fines de esta investigacin.

    Los sitios de memoria que son objeto de anlisis en este texto tienen una dimensin temporal y espacial que les da sentido. La naturaleza especfica de los sitios de memoria les otorga posibilida-des y limitaciones especficas que definen su particularidad: si bien sostienen una narrativa del proceso o de los hechos a los que hacen referencia, esta es menos literal, ms multvoca y alegrica. Su sen-tido es ambiguo y cambia segn quin sea el espectador. Impactan sobre todo a travs de la expresin visual, no escrita. Son objetos materiales que pueden tomar distintas formas, pero siempre aluden a un espacio o un tiempo concreto sin pretender ser exhaustivos ni enteramente descriptivos. Se enfocan en nombres de personas y de hechos sucedidos en este mismo lugar.

  • introduccin 17

    Desde el punto de vista del proceso social, es importante explo-rar sitios de memoria que funcionan como nudos convocantes y mar-cas territoriales que favorecen la institucionalizacin de una memo-ria afn a la conciencia humanitaria emergente. Se trata de estrategias dirigidas a mantener o remarcar la necesidad de la rememoracin. Se piensa en ellos como una cua que permite el progreso de una conciencia humanitaria que abra posibilidades a la necesidad de jus-ticia.16 El reflexionar sobre ellos, sobre su sentido y el proceso que dio lugar a su constitucin, podra prevenir el impulso de sitios de memoria con una concepcin ingenua de la conmemoracin. Ini-ciativas inspiradas en el irreflexivo mandato de recordar para no olvidar suponen demasiados riesgos para las vctimas de un con-flicto. Recuperar el pasado no es un bien en s mismo. La memoria es importante en tanto el pasado al que alude no rija el presente. Como dice Todorov, Sera de una ilimitada crueldad recordar con-tinuamente a alguien los sucesos ms dolorosos de su vida; tam-bin existe el derecho al olvido.17

    16 Stern asegura que existe una tensin entre dos lgicas en el uso poltico-cultural de la verdad. Las comisiones de la verdad encarnan esa tensin y profundi-zan una tensin preexistente. La verdad puede entenderse como una frmula o como una cua. Cuando se entiende como una frmula, se trata de producir una verdad para cerrar rpidamente una etapa y dejar de mirar el pasado para fijarse en el futuro. Cuando se entiende como una cua, se trata de producir una verdad que se constituya en el primer paso para un camino ms largo, como un punto de partida para reconocimiento, reparacin y rendicin de cuentas. Vase Stern, Steve J. Las paradojas de la verdad. Conferencia magistral pro-nunciada en la conferencia internacional Inequidades Persistentes, Memoria, Justicia y Reformas Institucionales en una Sociedad Postconflicto, llevada a cabo en Lima, el 19 de agosto de 2008, por el Instituto de Estudios Peruanos y el Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Catlica del Per. Disponible en < http://www.iep.org.pe/videos_cvr.php>.

    17 Lo importante aqu no es tanto la memoria sino su uso. Distinguir entre el uso literal y el ejemplar que puede hacerse de ella es una buena receta para distinguir las diferentes intensiones que se pueden tener respecto al pasado. Cuando una sociedad, grupo o persona mira al pasado de mantera literal, co-rre el riesgo de quedarse encerrada en l. El acontecimiento doloroso se hace, entonces, insuperable. La primera nos lleva al riesgo de hacer insuperable un acontecimiento doloroso. La segunda, por el contrario, nos puede permitir ex-traer lecciones de la historia, en tanto esta sea evaluada en funcin de criterios

  • 18 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    Los memoriales que se analizan aqu no son producto de un acto espontneo y casual, sino que dependen de alguna forma de actos de planificacin. Se trata de sitios de memoria que resultaron de un tra-bajo deliberadamente orientado a crear sentido o a transformar algn sentido preexistente. Como dice Jelin, no siempre se construye algo nuevo sino que, en ocasiones, se agrega una nueva capa de sentido a un lugar que ya est cargado de historia, de memorias, de significa-dos pblicos y de sentimientos privados.18 Las ruinas de una aldea estratgica, por ejemplo, no han sido trabajadas por nadie una vez que fueron abandonadas, pero significan, y mucho, para la poblacin local.19 Los edificios de la Escuela de Mecnica de la Armada en Bue-nos Aires (Argentina), o los centros de exterminio nazi, ya estaban llenos de sentido para sus vctimas antes de que se decidiera conver-tirlos en sitios de recuerdo y conmemoracin. Nos concentraremos entonces en sitios de memoria que han sido diseados y erigidos a travs de un proceso deliberado y planificado, en donde se puede dar cuenta de un proceso social. Consciente o inconscientemente, sus promotores toman decisiones que definen el tipo de diseo que los soporta. Durante el proceso de su constitucin, son personas las que deliberan acerca de su sentido, cunto dinero gastarn en realizarlo, si se consensuar su diseo o la obra ser encargada a un especia-lista (un artista). Se tendr que lidiar entre los mltiples intereses de quienes se involucran en las decisiones. Cada uno de los acto-

    universales y racionales, basados en el dilogo, en la posibilidad de comparar acontecimientos. Se basa en un ideal de justicia que, para ser tal, debe ser ge-neral e impersonal. Mientras que la memoria literal impide la discusin, pues se basa en recuerdos no negociables en tanto somete el presente al pasado, la memoria ejemplar, como su nombre lo indica, nos permite dirigirnos al pasado pero para extraer de l lecciones que nos permitan evitar que se cometan las mismas injusticias en el futuro. Vivir en la memoria literal asegura el sufri-miento continuo. Vivir ah, hace que uno se condene a s mismo a la angustia sin remedio, cuando no a la locura. Para qu hacemos un memorial si no es para marcar una forma de concebir la historia, para materializar una narrativa del pasado, para despertar nuestros recuerdos? Pero nada de eso asegura que aquello que se rememora nos dirija a la justicia o al bienestar. Vase Tzvetan, Todorov. Ob. cit.

    18 Jelin, Elizabeth y Victoria Langland. Ob. cit.19 Idea debida a Ricardo Caro. Comunicacin personal.

  • introduccin 19

    res involucrados, como veremos en el captulo 2, tiene intensiones particulares, algunas previamente convergentes, otras no. Nos con-centraremos en el dilogo producido entre los propios promotores del memorial. Especficamente, nos referimos al dilogo-negociacin entre las organizaciones no gubernamentales comprometidas con el impulso de una conciencia humanitaria y las organizaciones de afecta-dos. En esta discusin se promueven determinados sentidos.

    Es importante por tanto entender el dinamismo interno de estos procesos, puesto que tienen como resultado imgenes de lo pblico e interpretaciones del pasado resultantes que, sin embargo, pueden ser reinterpretadas con el paso del tiempo y la variacin del contex-to. Deben ser entendidos entonces como una produccin cultural en la que la cultura no es otra cosa que una dimensin o un campo con sentido pero tambin cambiante y heterogneo, en el que se producen deliberacin, dilogo, conflictos y consensos comunita-rios. En este campo se ponen en acto de manera muy intensa dilo-gos entre la poblacin concernida, y entre esta y otros actores como las organizaciones no gubernamentales. Ese elemento de dilogo y debate en la construccin de la memoria es de especial inters para los fines de esta investigacin.

    La concepcin de vctima o afectado, hay que aclararla, es tam-bin una construccin social, lo que no quiere decir que sea una arbitrariedad o un capricho. No todas las formas de victimizacin que conocemos fueron valoradas como tales en perodos histricos anteriores. Ser vctima supone la existencia de un derecho que ha sido vulnerado y que es reconocido como tal, sea porque existe ju-rdicamente o porque su existencia es reclamada por alguien. Todos los memoriales sostienen una teora implcita de cmo ocurrieron los hechos, del lugar que ocupan las personas en estos y de la mejor for-ma de abordarlos. Tiene implcita una cierta teora de la existencia de derechos que han sido vulnerados, del dao producido, de una cultura poltica y, por tanto, de la existencia de vctimas que deben ser reivindicadas. Sin embargo, no es una teora monoltica y est-tica. Ha sido construida a raz de un proceso social y poltico en el que se han enfrentado distintas perspectivas locales del pasado, que han pugnado segn los intereses y el capital poltico de los agentes inmersos en el juego.

  • 20 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    Esta concepcin del dao producido y de la victimizacin con-secuente influye fuertemente en el diseo del sitio de memoria y en el sentido que a este le proponen sus promotores. Por ello, en el captulo 3 se aborda su dimensin espacial y temporal y se in-terroga sobre las caractersticas y el alcance que deben tener estas dimensiones para dar cuenta del dao percibido. Al establecerse un pasado, se enmarcan los hechos y se posibilita su comprensin. Al establecerse un espacio, se delimita el nosotros que se rememora y conmemora.20

    Por lo dicho, se puede entender que en esta publicacin presen-tamos un atisbo de la vida social que subyace a las iniciativas de conmemoracin de la violencia que hoy en da proliferan en muy diversos lugares del territorio nacional. Ese atisbo tiene la forma de una interrogacin: qu interacciones se dan entre la colectividad y su pasado violento, qu interrelaciones se producen dentro de la propia comunidad una vez que se ha tomado la decisin de dar expresin material a su recuerdo, y de qu forma los lazos entre la colectividad y agentes externos aunque bien intencionados moldean o determinan las formas materiales de la rememoracin. En ltima instancia, las exploraciones que aqu se presentan estn dirigidas a alimentar un necesario dilogo acadmico y social so-bre las formas en que, de manera ineludible, los peruanos de las ms diversas condiciones vienen confrontando su pasado y sobre la manera en que esa confrontacin es un componente de un dilogo pblico ms general, que excede a la historia de la violencia pero que es indisociable de ella.

    20 Vase Jelin, Elizabeth y Victoria Langland. Ob. cit.

  • Captulo 1Tres casos de violencia y de conmemoracin

    1.1. La violencia en Putacca

    Entre 1980 y 1982, despus de un largo trabajo de proselitismo ini-ciado a fines de la dcada de los setenta, la organizacin subversiva Sendero Luminoso logr implantarse en diversas localidades rurales del norte y centro de la regin Ayacucho. Guiado por su proyecto de demolicin del viejo Estado, acos a las autoridades locales, atac puestos policiales y, al cabo de dos aos, logr controlar el campo ayacuchano. Ello se manifest en la creacin de bases de apoyo y co-mits populares en diversas zonas de la sierra central y sur central y en la conquista de cierto apoyo entre una poblacin que lleg a ver a ese temprano senderismo como un factor de orden social y de cambio social y poltico. Por esos aos, los distritos de Vinchos y San Jos de Ticllas, en la provincia de Huamanga de la regin Ayacucho, y Santo Toms de Pata, en la provincia de Huancavelica de la regin Huanca-velica, fueron considerados zona roja por parte del Estado.

    La respuesta estatal consisti en la declaracin de Estados de emergencia y el envo de una unidad militarizada de la Guardia Ci-vil, los denominados sinchis. La actuacin de los sinchis desprestigi la imagen que la poblacin local tena de los cuerpos de seguridad del Estado. Segn la CVR, fue el primer contingente del Estado que llev a cabo acciones de guerra sucia.1 Por otro lado, el proyecto

    1 Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Informe Final. Lima: CVR, 2003, t. II, cap. 1.2: Las fuerzas policiales.

  • 22 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    senderista no tard en revelar su lado perverso: hacia 1982 el Par-tido Comunista Peruano-Sendero Luminoso (PCP-SL) comenz a presionar a la poblacin, la que pronto comenz a oponrsele prin-cipalmente por tres razones:2

    La imposicin senderista del cierre de las ferias rurales, con lo cual se pretenda limitar el flujo de la produccin agrcola y ga-nadera a las ciudades. Tales ferias eran, en la poca, el nico espacio desde el que las comunidades podan vincularse al mer-cado, vender sus productos y obtener dinero.

    La realizacin de juicios arbitrarios los denominados juicios populares a autoridades y comuneros ricos o disconformes con el rgimen senderista. Castiga, pero no mates, se convirti en una frase repetida en mltiples contextos, cuando la poblacin comenz a notar que el precio que se deba pagar por tener or-den en sus sociedades era demasiado alto.

    La liquidacin del sistema tradicional de seleccin de autorida-des, al cual Sendero Luminoso reemplaz por la designacin de jvenes ligados a la organizacin, quienes mezclaron la lucha armada con intereses personales y familiares, lo que a su vez hizo recrudecer conflictos locales preexistentes e imprimi al conflicto mayor violencia e intensidad.3

    El descontento producido dio lugar a que en el seno de las comu-nidades se constituyeran organizaciones de respuesta civil armada a Sendero Luminoso denominados comits de autodefensa (CAD). Estos comits fueron apoyados por las fuerzas armadas que ha-ban ingresado al combate en la zona tras la creacin del Comando Poltico Militar de Ayacucho, en 1983. En ciertos casos, fueron las propias fuerzas estatales las que presionaron a la poblacin para

    2 Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. I, cap. 4: El des-pliegue regional; t. IV, cap. 1.1: La regin sur central, y t. V, cap. 2.1: El PCP-SL en el campo ayacuchano: los inicios del conflicto armado interno.

    3 Para un anlisis de la participacin de la poblacin civil en el conflicto armado interno, vase Theidon, Kimberly. Entre prjimos. El conflicto armado interno y la poltica de la reconciliacin en el Per. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2004.

  • tres casos de violencia y de conmemoracin 23

    que constituyera comits de autodefensa. Ya en agosto de 1984, el general EP Adrin Huamn Centeno, jefe poltico militar en Aya-cucho, se reuni con 8.000 campesinos en la plaza de Vinchos y les dijo que tenan derecho a defenderse de los asesinos con las armas que tengan en la mano.4 Tanto en los distritos de Vinchos, Ocros y Acos Vinchos en la provincia de Huamanga, como en el Valle del Ro Apurmac y Ene (VRAE) y en las alturas de Huanta, el cam-pesinado organizado militarmente infligi duros golpes a Sendero Luminoso y erosion el poder que dicha organizacin haba logrado conquistar entre 1981 y 1982.5

    Entre enero de 1983 y junio de 1996, la accin conjunta de las fuer-zas armadas y los comits de autodefensa logr derrotar al PCP-SL en Ayacucho, Huancavelica y Pasco. Durante la lucha producida no se ahorraron vidas: alrededor del 57% de muertos y desaparecidos de la regin sur central6 se produjeron en ese perodo.7 Segn la CVR, en Vinchos se produjo un enredo entre guerra popular, lucha con-trainsurgente, ajuste de cuentas, abigeato y robos comunes.8 Ya hacia 1985 disminuy significativamente la violencia en el campo del norte ayacuchano.9

    El centro poblado Putacca,10 que es el lugar que interesa a esta presentacin por ser donde se ubican los sitios de memoria bajo

    4 Desco. Violencia poltica en el Per: 1980-1988. Lima: Desco, 1989. Tomado de Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. II, cap. 1.5: Los comits de autodefensa.

    5 Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. II, cap. 1.5: Los comits de autodefensa.

    6 Segn la clasificacin de la CVR, compuesta por el departamento de Ayacucho, las provincias de Acobamba y Angaraes del departamento de Huancavelica y las provincias de Andahuaylas y Chincheros del departamento de Apurmac. Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. I, cap. 4: El despliegue regional; t. IV, cap. 1: La violencia en las regiones.

    7 Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. I, cap. 4: El des-pliegue regional.

    8 Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. II, cap. 1.5: Los comits de autodefensa.

    9 Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. I, cap. 4: El des-pliegue regional.

    10 El nombre del pueblo hace referencia a una planta muy comn en la zona, con hojas anchas verde oscuro y tallo largo, utilizada con fines curativos para el

  • 24 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    estudio, est ubicado al suroeste de la ciudad de Huamanga, en el distrito de Vinchos. Segn figura en el portal electrnico del Cen-tro de Memoria Putacca,11 habitan en l alrededor de 6.500 personas, buena parte de ellas quechuahablantes, distribuidas en tres barrios (Lliwakucho, Sunilla e Ichupata) y ocho anexos (Ingahuasi, Wariper-qa, Qochapampa, Millpa, Putacca, Condorpaqcha, Unin Paqchaq y Ccochaccocha). Al igual que en Soccos y Totos, lo que predomina en Vinchos y en Putacca es la crianza ganadera, por lo que la mayor par-te del territorio de Putacca est conformado por pastos destinados a esa actividad. Como en el resto del distrito, Sendero Luminoso gan en un inicio la aceptacin de muchos comuneros y logr vincular a su organizacin a jvenes de la comunidad. Esta aceptacin inicial fue perdida cuando la poblacin se desencant por la pretensin del PCP-SL de imponer un rgimen totalitario. Ah tambin reingres el Estado a travs de los sinchis, el Ejrcito y la coercin a la poblacin para que integren los comits de autodefensa.

    Si bien no fue una de las localidades ms fuertemente afectadas, si se la compara con comunidades cercanas del mismo distrito y de la provincia en las que ocurrieron eventos bastante ms dramticos,12 hubo al menos 7 vctimas fatales, entre autoridades locales y co-muneros.13 Pero el hecho que remeci ms contundentemente a la poblacin fue el incendio y el saqueo que cometi el PCP-SL a las 21 horas del mircoles 23 de septiembre de 1983. Segn la publicacin de la organizacin no gubernamental Paz y Esperanza,14 esa noche el PCP-SL entr a la comunidad en tres grupos por tres lugares dis-

    rin y las vas urinarias (se puede visualizar alrededor del monumento en la plaza central).

    11 Vase .12 En 1983 las vctimas fatales de otras localidades cercanas fueron: 20 personas

    en Sachabamba, Chiara y 32 en Soccos, Huamanga. En 1984: 32 en Huarapite, Chiara. En 1989: 10 en Sallalli y 22 en Paccha, ambas en Vinchos. En 1990: 48 en Acosvinchos. En 1991: 18 en San Pedro de Cachi, Santiago de Pischa.

    13 Principalmente murieron lderes, autoridades polticas y eclesisticas: Pablo Quispe Pariona (teniente gobernador), Gliserio Yupanqui Parado (pastor de la iglesia), Jos Quispe Rodrguez, Vctor Cuba, Barrios, Esteban Quispe, Mel-chor Cuba y Daniel Quispe (comuneros), entre otros.

    14 Vase Paz y Esperanza. Conociendo nuestra historia. Putacca. Ayacucho: Paz y Esperanza, 2007.

  • tres casos de violencia y de conmemoracin 25

    tintos, incendiando las casas y locales que encontraba a su paso. As, luego de un incendio de casi cuatro horas de duracin, prcti-camente la totalidad de viviendas quedaron destruidas, debido en parte al hecho de que estaban construidas con ichu.15 Luego saquea-ron las tiendas y la oficina del Ministerio de Agricultura, se llevaron parte del ganado, dinamitaron el puesto de salud, la escuela y el almacn de la comunidad.16

    Las consecuencias del atentado fueron terribles para la poblacin: se tuvieron que refugiar en las cuevas de los cerros y montaas, de-jando abandonadas las pocas pertenencias que les quedaban, los do-cumentos de los ahorros que haban logrado acumular durante su existencia como cooperativa desaparecieron, y con ellos toda opor-tunidad de recuperarlos. De no ser por el apoyo humanitario que recibieron de las comunidades vecinas (Ccochapcampa, Wari-perqa, Millpo) no hubieran tenido con qu abastecerse durante esos duros das. Ms adelante, al ao siguiente, la Base Militar de Casacancha se traslad a Putacca y se organizaron los comits de autodefensa.

    1.2. La violencia en Toraya y Llinque

    Tanto al inicio del conflicto como hoy en da, la productividad agr-cola en la zona alta de Apurmac era escasa y estaba dirigida prin-cipalmente a la supervivencia de los propios productores. Solo el ganado, a pesar de su baja calidad gentica y poca productividad, poda reportar ciertos ingresos. En ese contexto, la principal estrate-gia del PCP-SL para insertarse en las comunidades consisti en tra-tar de solucionar el problema del abigeato: el robo de ganado que entre 1980 y 1985 haba alcanzado ndices nunca antes vistos. Segn la CVR, el abigeato contaba con la complicidad de las autoridades

    15 Pasto del altiplano andino que se emplea como forraje para el ganado y como paja.

    16 Tras pedir apoyo a la base militar de Casacancha, estos persiguieron a los sub-versivos y los alcanzaron segn los militares en Antaqasa-Accomati, donde se libr un enfrentamiento en el que result muerto un militar y qued herido el capitn Mayo. Eso ocurri a las 14 horas del da 24.

  • 26 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    locales. Atacando el problema, el PCP- SL esperaba ganar una base social de apoyo a su guerra popular. Muy pronto, sin embargo, se revel toda la crudeza de la que era capaz la justicia senderista. Ello termin desencantando a la poblacin. Adems, tras eliminar el sistema de autoridades pblicas, el PCP-SL destap conflictos fa-miliares, comunales y locales que haban estado latentes, tal como sucedi en otras regiones.17

    La dinmica del conflicto armado interno en la zona alta de Apu-rmac fue una extensin de la que se daba en la sierra sur central. El conflicto llega a esta zona especficamente en 1986 con las primeras masacres de campesinos en Toraya, Lucre y Colcabamba en la pro-vincia de Aymaraes. Los enfrentamientos, ataques a comunidades y el asesinato de campesinos se incrementaron y expandieron a las dems provincias del departamento, siendo las autoridades el cen-tro de los ataques del PCP-SL. El nmero de campesinos muertos aument sustantivamente, as como las tomas e intervenciones en las comunidades, los ataques a los puestos policiales y el sabotaje de puentes y carreteras de las provincias de Aymaraes, Cotabam-bas, Grau y, en menor grado, Antabamba y Abancay.

    El pico ms alto de vctimas se report entre 1988 y 1992, etapa en la cual se incrementaron los asesinatos de tenientes gobernado-res, dirigentes campesinos y abigeos por parte del PCP-SL. En este perodo, como en otras regiones, las fuerzas armadas y policiales llevaron a cabo una estrategia contrasubversiva que consisti en establecer bases contrasubversivas en diferentes distritos y confor-mar comits de autodefensa en las comunidades campesinas. Con la instalacin de las bases, se produjo un ciclo de represin indiscri-minada contra las comunidades campesinas de la zona, lo que pro-dujo la desaparicin de varias personas. Pese a todo, la alianza en-tre las fuerzas armadas y los comits de autodefesa logr desplazar al PCP-SL de diversas zonas del departamento. Esto se dio en un contexto en el que el campesinado comenzaba a desencantarse de la forma como el PCP-SL administraba justicia. Adems, las fuerzas

    17 Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. IV, cap. 1.3: La regin del sur andino.

  • tres casos de violencia y de conmemoracin 27

    armadas tambin haban entrado a combatir con fuerza y contun-dencia el problema del abigeato. Finalmente, se produjeron diver-sas capturas de mandos senderistas y los integrantes de los comits de apoyo comenzaron a acogerse a la ley de Arrepentimiento.

    El sitio de memoria que trabajaremos en esta investigacin est ubicado en la comunidad campesina de Llinque, distrito de Toraya, provincia de Aymaraes, en la zona alta de la regin Apurmac. En los registros de la CVR, la provincia de Aymaraes es la que reporta el nmero ms alto de vctimas de dicha regin (381 personas).18 Segn los testimonios recogidos, algunas comunidades del distrito de Toraya, como Llinque o Tanta, eran estratgicas para el PCP-SL por tratarse de lugares escondidos, alejados y accidentados. El dif-cil acceso a estas zonas obstaculizaba la presencia de las fuerzas del orden, pero, al mismo tiempo, expona a la comunidad a incursio-nes imprevistas y bastante violentas.

    Segn la CVR,19 solo en el distrito de Toraya hay registradas 60 vctimas fatales, aunque representantes de distintas organizaciones que trabajan en la zona aseguran que la cifra es ms elevada. En la oficina regional de la organizacin no gubernamental Asociacin Pro Derechos Humanos (APRODEH) se habla de alrededor de 200 personas. En la comunidad campesina de Llinque existen registros de 7 dirigentes muertos por parte de miembros del PCP-SL. Estas muertes se constituyeron en el hecho ms saltante para los poblado-res de dicha comunidad. El PCP-SL realiz en la zona reclutamien-tos forzados, ajusticiamientos, torturas y asesinatos. As, entre 1982 y 1986, el PCP-SL incursion por lo menos tres veces en Llinque con ajusticiamientos y secuestros forzados que dieron lugar en algunos casos a la desaparicin de personas; y entre 1986 y 1990 hubo por lo menos tres casos de reclutamiento forzado. Muchas veces, en su afn de ahorrar municiones, el PCP-SL utiliz armas blancas para ultimar a sus vctimas. Los reportes de crmenes de las fuerzas ar-madas datan de 1987 y entre ellos se cuentan detenciones arbitrarias,

    18 Vase .

    19 Vase ib.

  • 28 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    torturas, ejecuciones extrajudiciales, violaciones, desapariciones for-zadas y malos tratos. Bajo la sospecha de formar parte del PCP-SL, algunos pobladores fueron detenidos y torturados. Algunos no pu-dieron resistir las torturas y murieron. Tambin hay testimonios que manifiestan que las fuerzas armadas entraron ms de una vez a los hogares para robar, y que algunos pobladores recibieron de ellas malos tratos cuando eran reunidos en la plaza. En ese contexto, a los pobladores solo les quedaba refugiarse en las cuevas de los cerros o en el bosque para protegerse de los senderistas y militares. Esto significaba sacrificar muchas de sus pertenencias.

    1.3. La violencia en la Universidad La Cantuta

    Parte de la estrategia de captacin de cuadros del PCP-SL fue contro-lar las universidades pblicas, en donde encontraban mbitos acad-micos deprimidos y estudiantes con amplias cuotas de frustracin y expectativas de ascenso social. Segn el Informe Final de la CVR, esto es consecuencia del fracaso de la poltica modernizadora del Estado a travs de la educacin universitaria destinada a la formacin de profesionales para impulsar el desarrollo local. La mezcla de la pol-tica de masificacin de las universidades con la reduccin de los re-cursos destinados a ellas afect profundamente la calidad acadmica de estas. mbitos acadmicos mediocres, junto a la burocratizacin interna y corporativismo gremial, posibilit la radicalizacin ideol-gica y una creciente tendencia a la confrontacin. Este fenmeno se produjo tanto en universidades de provincia como de la capital.20

    La Universidad Nacional de Educacin Enrique Guzmn y Valle (UNE), tambin conocida como La Cantuta,21 estuvo en principio destinada al fortalecimiento del sector magisterial a travs de la for-macin de jvenes provincianos, que vieron en ella una oportuni-dad de profesionalizacin y de insercin laboral. En una poca de gran radicalizacin izquierdista y deterioro universitario, el PCP-SL logr ingresar a La Cantuta y captar militantes de entre los jvenes

    20 Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. III, cap. 3.6: Las universidades.

    21 En alusin a la gran cantidad de flores cantuta que hay en su interior.

  • tres casos de violencia y de conmemoracin 29

    ya radicalizados por otras agrupaciones izquierdistas, que a su vez se encontraban cada vez ms debilitadas y fragmentadas. As, hacin-dose del control de distintos mbitos universitarios como diversos gremios y centros federados, asambleas, el comedor y la vivienda uni-versitaria, logr tener influencia en la toma de decisiones adminis-trativas de la universidad. Parte de la estrategia consista en destruir las organizaciones existentes para crear otras nuevas a su medida. La Federacin de Estudiantes de La Cantuta (FEUNE), por ejemplo, fue disuelta y reorganizada poco despus por el PCP-SL, pero ya no re-presentaba democrticamente a los estudiantes, sino que pas a ser una organizacin generada por el PCP-SL y dependiente de l.22

    Hacia fines de los noventa, las fuerzas de seguridad del Estado empezaron a actuar policial y militarmente en La Cantuta e infiltra-ron agentes del Servicio de Inteligencia del Ejrcito. En la madru-gada del 13 de febrero de 1987, cerca de 4.000 policas ingresaron a las residencias de tres universidades pblicas de Lima: la Univer-sidad Nacional Mayor de San Marcos, la Universidad Nacional de Ingeniera y La Cantuta, deteniendo a gran cantidad de estudiantes entre indocumentados y presuntos subversivos. De manera similar, en la madrugada del 20 de abril de 1989 policas y miembros del Ejrcito detuvieron a cerca de 500 estudiantes.23

    La percepcin de que La Cantuta era una zona liberada y contro-lada por el PCP-SL motiv que algunos estudiantes sean vigilados por los miembros del Servicio de Inteligencia del Ejrcito, quienes informaban semanalmente sobre sus actividades y orientaciones polticas a sus superiores. Junto a otras universidades pblicas, La Cantuta fue intervenida en la maana del 22 de mayo de 1991 y es-tuvo as hasta el 2000. Ello debido a que haba sido calificada como un centro de preparacin militar.

    El Ejrcito tom el control de la universidad e instaur mecanis-mos rgidos de control, con el objetivo de retomar el orden y liquidar a los dirigentes subversivos. Control los rganos de representacin estudiantil, impuso un toque de queda, militariz la vida universi-

    22 Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. V, cap. 2.19: La Universidad Nacional de Educacin Enrique Guzmn y Valle La Cantuta.

    23 Vase ib.

  • 30 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    taria y estableci un rgimen de vigilancia que inhiba cualquier forma de manifestacin poltica. Segn la CVR, durante ese perodo se reali-zaron detenciones arbitrarias; amedrentamiento a estudiantes, docentes y trabajadores, acusndolos de ser subversivos; torturas, desapari-ciones y violaciones sexuales. Durante los primeros meses del 2002, un informe de inteligencia identificaba a cerca de 50 miembros del PCP-SL que hacan trabajo poltico en distintas facultades, como Ciencias Sociales, Artes y Humanidades y Electromecnica.24

    En este contexto, en la madrugada del 18 de julio de 1992, el llamado grupo paramilitar Colina asesin a los estudiantes Juan Gabriel Mario, Bertila Lozano Torres, Dora Oyague Fierro, Robert Teodoro Espinoza, Marcelino Rosales Crdenas, Felipe Flores Chi-pana, Luis Enrique Ortiz Perea, Armando Amaro Cndor y Her-clides Pablo Meza, y al profesor Hugo Muoz Snchez. Luego de secuestrarlos de la vivienda universitaria, los asesinaron y sus res-tos, as como las evidencias del hecho, fueron desaparecidos. Se tra-taba de miembros de la comunidad universitaria que haban sido previamente objeto de seguimiento por personal de inteligencia de-bido a sus supuestas actividades polticas. Hugo Muoz haba sido sindicado como responsable del Movimiento Intelectual Popular, organismo de fachada del PCP-SL; Bertila Lozano como un mando del PCP-SL que haca proselitismo poltico en Raucana; y 3 de los alumnos haban sido detenidos anteriormente junto a otros estu-diantes que reaccionaron violentamente cuando el entonces presi-dente Alberto Fujimori ingres a la universidad en mayo de 1991.25

    El caso cobr una gran repercusin pblica y comprometi a las ms altas esferas del Gobierno. Tras las denuncias hechas por los fa-miliares y por annimos que hicieron llegar informacin sobre el caso a un congresista y a un periodista, se hallaron las fosas donde estaban enterrados los cuerpos. Como veremos ms adelante, fueron mltiples y repetidos los intentos por ocultar los hechos. Pasaron varios aos hasta que los familiares pudieron enterrar y conocer cul haba sido la suerte que haban corrido sus seres queridos y lograr justicia.

    24 Vase ib.25 Vase ib.

  • Captulo 2La memoria y las formas del dao

    La forma en que se concibe la victimizacin depende tanto del len-guaje en que ha sido moldeada (vase el captulo siguiente) como de aquello que forma su materia: el sentido del dao producido. El sentido de la victimizacin, as como la narrativa en que se organiza su memoria y las producciones culturales que inspiradas en ella se producen, tiene un sentido temporal y espacial. La memoria se prolonga en el tiempo hacia el pasado o el futuro lo suficiente como para que la narrativa y el dao cojan sentido; y traza fronteras espa-ciales respecto del grupo social que ser definido como vctima.

    Por ejemplo, cuando fue definido el marco temporal del manda-to de la CVR, se delimitaron dos dcadas entre las cuales se habran cometido las atrocidades que a esta le corresponda esclarecer: 1980-2000. Sin embargo, asumiendo la necesidad de dar un marco comprensivo consistente a la narrativa que en ella se iba a presen-tar, se tom la decisin de hacer referencia a sucesos previos a los iniciados en 1980 con la quema de nforas en Chuschi:1 los pro-cesos de modernizacin inacabados,2 la conflictividad precedente

    1 Se trata de la primera accin senderista. Con ella se da inicio a la lucha armada.2 O, ms exactamente, como dice el profesor Guillermo Rochabrm, a procesos

    de desestructuracin sin reestructuracin. Vase Instituto de Estudios Peruanos. Mesa Verde del IEP: modernizaciones truncas en la sociedad postconflicto. A propsito del VI aniversario de la entrega del Informe de la CVR. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2009. Direccin URL .

  • 32 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    en las comunidades rurales, los efectos de la reforma agraria de 1969, los cambios en el sector educativo, la existencia de sectores estudian-tiles herederos de un discurso radical y con amplias expectativas de ascenso social no satisfechas, y la discriminacin tnico-racial y de gnero. Estas referencias permiten comprender por qu sucedi lo que sucedi. No poda comprenderse el conflicto armado interno sin mirar un poco ms lejos que la simple idea, cierta por dems, de que este fue originado por la voluntad criminal del PCP-SL.3 Ya en la descripcin de los sucesos de violencia ocurridos entre 1980-2000, la CVR clasific la violencia segn su dinmica en distintos perodos, permitiendo as comprender su carcter de proceso. Por otro lado, en tanto que el perodo de violencia no fue homogneo en todos los lugares del pas, el marco espacial no solo se defini na-cionalmente (el conflicto armado interno en el Per a secas), sino que se diferenci el territorio segn la intensidad y caractersticas que tuvo en las distintas zonas o regiones del pas. Todo un tomo del Informe Final dedicado a la distribucin geogrfica de la violencia y un cap-tulo destinado a su periodizacin dan cuenta de esto ltimo.4

    Ambos ejes (espacio y tiempo) no solo contribuyen a ordenar la narrativa ofrecida por la CVR sino que tambin moldean la for-ma en que esta defini una nocin de vctima. En efecto, con la evolucin del conflicto cambia tambin su localizacin espacial y el perfil sociocultural de las vctimas.5 Sin embargo, la organi-zacin del tiempo y del espacio no es exclusiva de la descripcin general de los eventos, sino tambin de la experiencia que de ellos se tuvo. Para comprender el dao producido a una vctima, no basta con ubicarlo en un lugar y en un momento concretos, sino que se debe dar cuenta tambin de la percepcin que esta tiene del

    3 Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Informe Final. Lima: CVR, 2003, t. I, cap. 2: El despliegue regional; t. IV, cap. 1: La violencia en las regiones; t. V, cap. 2: Historias representativas de la violencia; t. VIII, cap. 1: Explicando el conflicto armado interno.

    4 Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. I, cap. 1: Los pe-rodos de la violencia; t. I, cap. 2: El despliegue regional.

    5 Vase Comisin de la Verdad y Reconciliacin. Ob. cit., t. I, cap. 3: Rostros y perfiles de la violencia.

  • la memoria y las formas del dao 33

    dao y de los mrgenes espaciales y temporales que le dan senti-do: el familiar de un asesinado o un torturado ubican el dao en un evento especfico, mientras que el familiar de un desaparecido extiende este evento hacia delante por todo el tiempo en que ha debido vivir con la incertidumbre de saber qu fue lo que le ocu-rri a su ser querido.

    En el prximo captulo haremos referencia al proceso de creacin de los sitios de memoria y al juego de negociaciones y consensos que les dieron forma. Durante este proceso es clara la interaccin entre las concepciones e intereses de las organizaciones promotoras y los de la poblacin local o las vctimas concernidas en la creacin del memorial. Pusimos el acento en la forma en que esta percepcin fue moldeada por un discurso tico-jurdico sobre lo que es correcto o incorrecto hacer con los ciudadanos de una comunidad poltica que ha sufrido violaciones de los derechos humanos, y en la forma en que este discurso fue resignificado en funcin de las concepcio-nes e intereses locales frente al sitio de memoria.

    En este captulo nos enfocaremos en la materia sobre la que es-tas fuerzas trabajan cuando dialogan: el dao producido y la forma en que este fue percibido y significado. Siempre y cuando haya ha-bido un proceso social que involucre a las vctimas en el diseo del memorial (no como ocurre en algunos casos en que estos son im-puestos desde fuera en una localidad, sin permitir que se produzca ningn proceso social), los sucesos fcticos y la forma en que son concebidos definen el diseo y sentido del memorial.

    Los casos expuestos se sostienen en narrativas con alcances tem-porales y espaciales distintos, con nociones particulares de victimiza-cin. Estas narrativas y estas nociones, a su vez, estn directamente relacionadas con la forma en que se concibe la naturaleza del dao producido. Espacialmente, se trata de una memoria ntima y una memoria compartida entre prximos. Antes de la memoria colecti-va existe una memoria compartida. Hablamos de una espacialidad corporal y de entorno. Del centro poblado en el que se produjo un incendio (Putacca); de la comunidad y el distrito donde se realizaron asesinatos, torturas y desapariciones (Toraya, Llinque), y una universi-dad de la que desaparecieron 9 estudiantes y 1 profesor (La Cantuta). Estas memorias compartidas, transformadas en memorias colectivas,

  • 34 los sitios de la memoria: procesos sociales de la conmemoracin en el per

    aluden a un acontecimiento fundador (la fecha cero, el momento en que se produjo el dao), que recorre de manera distinta los inter-valos de tiempo hacia atrs o hacia delante (lo que ocurri antes o despus del acontecimiento). Para el caso de Putacca, se trata del atentado contra la capacidad de subsistencia material de una pobla-cin. Pero este acontecimiento fundador no puede ser comprendido si no lo situamos considerando la historia precedente, considerando el tiempo en el que acumularon lo que fue destruido en el incendio. En Toraya, se trata de vctimas en distintos momentos. Muchas fe-chas cero y distintas proyecciones hacia delante. Y en La Cantuta, en tanto se trata de personas desaparecidas, el acontecimiento no puede ser cerrado cronolgicamente. No se trata del da tal a la hora tal, sino de aos de bsqueda, de aos de sufrimiento e incer-tidumbre. El acontecimiento dur ms de una dcada.6

    2.1. Putacca

    En el siguiente captulo haremos referencia al proceso del desarrollo del sitio de memoria en Putacca, durante el que se tom la decisin de que sirva para rememorar el pasado de violencia y recuperar la tradi-cin y la historia previa de sufrimiento y desarrollo (desde la vida en la hacienda y su existencia como cooperativa agraria de produccin). Al visitar el Museo de la Memoria y los murales de la Plaza de Armas de Putacca, uno espera encontrar una constante alusin al conflicto y al drama vivido entre 1980 y el 2000; pero lo que prima son objetos y figuras que aluden a la historia y a la tradicin. No vemos solo sufrimiento y violencia, sino tambin objetos y figuras que aluden a una vida precedente, que es graficada en algunos momentos de manera idlica cuando se trata de rememorar las tradiciones y cos-tumbres, trgica cuando se trata de rememorar los sufrimientos padecidos durante la hacienda o heroica cuando lo que se relata es el desarrollo alcanzado desde que se conformaron en cooperativa.

    6 Para una reflexin sobre el espacio y el tiempo en la memoria, vase Ricoeur, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Econ-mica, 2004, pp. 190-199, de donde se han recogido las categoras que en este prrafo se sealan entre comillas.

  • la memoria y las formas del dao 35

    Una breve descripcin de ambos memoriales puede ejemplificar mejor lo dicho.

    El Museo de la Memoria de Putacca es un pequeo local frente a la plaza central. De todos los objetos que lo conforman, los nicos que aluden especficamente a la violencia poltica son las fotos de los fallecidos durante el conflicto y cuatro pinturas que narran los distintos momentos de la vida del centro poblado: cuando era una comunidad de una hacienda de un asentamiento disperso regida por un patrn prepotente y abusivo; cuando, durante la reforma agraria, pas a conformar una cooperativa agraria de produccin; cuando, durante el conflicto, sufri la quema de sus casas y el asesi-nato de algunas personas, y cuando hoy, por fin, vive en paz.

    Los elementos preponderantes en el museo no tienen nada que ver con el conflicto. Se encuentran herramientas de ganadera, pas-toreo y agricultura, cermica, vestimenta tradicional, instrumentos musicales, utensilios tradicionales de uso domstico, etctera; y recuerdos de pocas pasadas como monedas antiguas, la silla del hacendado y documentos de la reforma agraria. Estos objetos, en su mayora, fueron donados por los propios pobladores. Tambin se pueden encontrar diversas frases en tela de balleta dispersas por las paredes, que aluden explcitamente a la revaloracin de las costumbres: por la revaloracin de nuestras costumbres para una comunidad con buena salud mental comunitaria, el centro de la memoria se implement con la finalidad de rescatar los valores y costumbres de nuestros antepasados, para no olvidarlas y fortale-cer nuestra identidad comunal, practicando nuestros recursos co-munitarios como el ayni y la minka alcanzaremos el desarrollo de nuestro pueblo, no nos avergoncemos de nuestras costumbres, comunidad, ropa, comida y nuestro idioma quechua, el pueblo es nuestro padre y madre, por ello es deber de todos nosotros trabajar unificando esfuerzos e intereses para forjar el bienestar de l.

    Lo mismo podemos decir de los murales de la Plaza de Armas y del ttem que se encuentra en su centro. La decisin sobre la for-ma que tendran los murales que seran dibujados alrededor de la plaza y los temas que representaran fue discutida ampliamente mediante reuniones, talleres y asambleas. Se resolvi al final que se trataran cuatro temas: violencia poltica, vida anterior a la vio-

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    lencia, mitos e instituciones; y que estaran distribuidos intentando relacionarse con las instituciones cuyo muro iba a ser dibujado. A pesar de que al inicio del proyecto la organizacin no gubernamen-tal promotora supona que los dibujos representaran nicamente escenas del conflicto armado interno, solo 9 de los 52 tuvieron ese motivo. Estos retratan escenas de terroristas y militares maltratan-do o asesinando a la gente o combatiendo, y solo dos hacen espec-fica alusin al incendio de casas perpetrado por el PCP-SL en 1983. Entre los 52 restantes hay figuras diversas, en su mayora referidas a la vida cotidiana de la localidad: paisajes, animales locales, pro-ductos tpicos, etctera.

    Por ltimo, el ttem de la paz y la identidad. Se trata de un monumento de fierro sobre una base de cemento ubicado en medio de la plaza. La figura principal es una paloma, que representa el fu-turo y la paz. A sus lados hay pequeas figuras: una cabeza de toro, una mazorca de trigo y una trucha, que representan la vida cultural y productiva. Sobre la base y rodeando el ttem, hay plantadas pe-queas plantas putacca.

    No es obvia la razn por la cual se decidi conectar tan fcil-mente dos formas de la memoria que no siempre trabajan juntas: la memoria de la historia y tradicin local con la memoria de un suceso de violencia. Lo cierto es que no puede comprenderse plena-mente el significado del incendio de 1983 sin referirse al pasado de sufrimiento en la hacienda y de prosperidad como cooperativa. La temporalidad de la experiencia de violencia debe llevarnos varios aos antes del incendio. La fecha cero no es suficiente. La alusin al pasado, sea este concebido romntica e idlicamente o como una poca de sufrimiento o como una narrativa heroica de superacin, no es, como puede parecer a simple vista, ajena a la concepcin que se tiene del dao producido por el conflicto. Solo mirando deteni-damente la historia previa de sufrimiento durante la hacienda y el proceso de desarrollo sucesivo se puede comprender el significado del incendio de 1983 para los putaquinos.

    Hasta la reforma agraria, Putacca fue una comunidad de ha-cienda junto con la comunidad campesina de Qochapampa. Los expropietarios eran los hacendados Csar Garca y Manuel Ruiz. Haciendas como la de Putacca eran comunes en todo el norte de la

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    regin. Solo en la provincia de Huamanga haba 120. A pesar de ser tantas, en toda la regin se formaron solo 4 cooperativas, una de ellas en Putacca.

    La experiencia de vida en la hacienda es recordada como una vida dura, llena de maltratos. Segn nuestros entrevistados y la pu-blicacin de Paz y Esperanza sobre el sitio de memoria en Putacca,7 la relacin con el hacendado era, por decir lo menos, paternalista y vertical: estaban obligados a llamarlo pap, sino el hacenda-do poda percibir que le estaban faltando el respeto. El hacendado pretenda monopolizar el orden en la hacienda, castigando a los que eran indisciplinados. El libro de Paz y Esperanza relata cmo el hacendado hizo caminar descalzo a un comunero encima de un cac-tus rastrero por haber hecho desorden cuando estaba borracho. O cmo, cuando un animal se meti en los pastos de los hacendados, el hacendado se adue del animal y oblig al dueo a trabajar en doble horario para reparar el dao. Se cuenta, adems, que no los dejaba estudiar. Deca que la educacin poda hacer que se volvie-ran delincuentes. Por ello amenazaba con expulsarlos y despojarlos de sus tierras si pretendan hacelo.

    La vida econmica tambin estaba organizada por el hacenda-do. Era a l al nico al que podran vender la carne de vacunos o caprinos que producan. Lo mismo pasaba con los productos de la agricultura como la papa y la cebada. Si algn comunero quera pasar por encima de su intermediacin e ir a vender sus productos directamente a la ciudad capital, era castigado. Segn se relata, el hacendado andaba pendiente de la calidad del ganado que tenan sus comuneros para asegurarse de ser l quien se lo comprara y obtener as mayores ganancias. Era una vida de trabajo duro. Segn la publicacin de Paz y Esperanza, los varones estaban dedicados al cultivo de la chacra y el cuidado de los animales de la hacienda. A cambio, reciban una pequea parcela para autosostenerse. Ade-ms, debido a que su ganado se alimentaba de los pastizales del

    7 Vase Paz y Esperanza. Conociendo nuestra historia. Putacca. Ayacucho: Paz y Esperanza, 2007. Esta publicacin es uno de los resultados del proyecto For-talecimiento del proceso de recuperacin de la salud mental, revalorando los recursos comunitarios en comunidades de Totos, Chuschi y Vinchos.

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    hacendado, estaban obligados a pagar un tributo que era conocido como herbaje, a travs del cual deban abastecer al patrn con diversas clases de bienes. Las mujeres, por su lado, estaban a cargo de hacer el morn de los granos, la elaboracin de la chancaca y la chicha, recoger los frutos, teir las prendas, preparar los alimentos, pastorear el ganado, y hacer los quehaceres domsticos para el pa-trn y sus administradores.8

    Cuando lleg la reforma agraria9 se form la cooperativa agraria de produccin Los Libertadores N.o 269. El hacendado vendi su ganado y se fue a vivir a Ayacucho. La cooperativa produca tubrculos y cereales a nivel comunal, sobre la base productiva de la minka. Eran tiempos de prosperidad y bonanza, as que la comu-nidad obtuvo algunos ingresos econmicos que fueron depositados en el banco. La tragedia producida por el incendio de 1983 se com-prende recin en esta parte del relato: no solo se quemaron las casas y las tiendas, sino tambin los documentos que certificaban su pro-piedad sobre los ahorros depositados. El banco se neg a reconocer que el dinero era suyo, pues no haba documentos que lo probaran. Nunca pudieron recuperar el dinero y, segn cuentan, hasta hoy no han podido recuperarse econmicamente del todo.10

    El dao producido a los putaquinos cobra sentido si se extiende el marco temporal de la narrativa lo suficientemente atrs. El evento del incendio no es suficiente. Al mirar la vida anterior al acontecimien-to fundador, entendemos que lo que hizo el incendio fue destruir lo que los putaquinos haban construido con mucho esfuerzo luego de aos de trabajo y sufrimiento en la hacienda. En los documentos incinerados estaban materializados su trabajo y su riqueza. Todo fue destruido. No tenemos informacin suficiente como para estar segu-ros de que ese perodo fue todo lo exitoso econmicamente como di-cen los putaquinos. Lo que s sabemos es que lo recuerdan as. Si las fronteras espaciales son los contornos del centro poblado donde ha-bitaban quienes compartieron el mismo dao, las fronteras tempora-les no se limitan solo al evento de 1983, sino que se proyectan varios

    8 Vase Paz y Esperanza. Ob. cit.9 Ley 17716.10 Vase Paz y Esperanza. Ob. cit.

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    aos atrs de la fecha cero para hacer el dao comprensible. De lo que estamos hablando entonces, cuando pensamos en la memoria que se marca con los memoriales de Putacca, es de una memoria para el reconocimiento y el desarrollo.11 La reparacin, sea simblica o mate-rial, se justificara para los pobladores sobre todo por el dao produ-cido a su capacidad de subsistencia. La forma en que se organiza su memoria alude directamente al dao material recibido y conduce a la necesidad de recuperar su capacidad de subsistencia.

    Hoy el sitio de memoria en Putacca es comprendido por sus emprendedores, de manera abierta y deliberada, no solo como una estrategia de marcacin de la historia y de recuperacin de la iden-tidad local, sino tambin como una estrategia de desarrollo basada en el turismo. As consta incluso en las actas de la Asociacin de Fa-milias Afectadas por la Violencia Poltica de Putacca (AFAVIP) y en los documentos del proyecto que trabaj Paz y Esperanza. La propia pgina web del Centro de Memoria Putacca anuncia un nuevo tipo de experiencias para un [...] nuevo tipo de viajero que busca una experiencia distinta, menos masiva y con un mejor contacto con las sociedades rurales. A las comunidades que empiezan a tomar algu-nas iniciativas para incorporarse a los circuitos tursticos consolida-dos del Per, se les presenta una magnfica alternativa econmica de desarrollo, y el turismo rural comunitario podra convertirse en uno de los medios ms eficientes para mejorar la calidad y el bien-estar de vida de los pueblos ms excluidos del Per.12 Todas estas motivaciones pueden aparecer como distintas o divergentes solo si no se conoce de cerca lo vivido por los putaquinos. Qu mejor sentido reparador que hacer del sitio de memoria una oportunidad para recuperar lo perdido: oportunidades de desarrollo.13

    11 Conversacin personal con Carlos Ivn Degregori, Tamia Portugal y Renzo Aroni, quienes al momento de la impresin de este libro trabajan en una in-vestigacin sobre procesos de memoria nacional y local, dentro del cual est incluido el caso de los sitios de memoria de Putacca.

    12 .13 Como en otras localidades del pas, la historia de Putacca puede ser entendida

    tambin como el trnsito de una simple comunidad de hacienda a un cen-tro poblado, con aspiraciones futuras de convertirse en un distrito. Es este un desarrollo comn a otras localidades del campo peruano. Los logros de este

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    2.2. Toraya

    El sitio de memoria de Toraya no necesita mayor explicacin para referir el dao infligido. Se trata de un memorial conmemorativo ubicado en la comunidad de Llinque, y el diseo elegido para su construccin alude directamente a quienes son considerados vcti-mas. Se eligi como modelo el memorial El Ojo que Llora, ubicado en el distrito de Jess Mara, en Lima, que fue construido por la artista plstica Lika Mutal, y que se ha convertido en emblema de la conmemoracin y la memoria por lo menos entre la comunidad de derechos humanos del pas. As, el de Toraya es un monumento

    proceso son muchos: en el sector educativo se refleja en la creacin en 1965 de la Institucin Educativa Primaria N.o 38575, en 1982 de la Institucin Edu-cativa Secundaria, y en 1987 del Centro Inicial N.o 411. En salud tambin ha habido avances: hacia 1985 tenan solo un personal de salud, en el 2000 se cre la microrred de salud Putacca y en el 2005 esta se convirti en centro de salud. El proyecto ahora es que se convierta en minihospital. Respecto a la creacin de instancias de gobierno, gracias a una resolucin de la Municipalidad Pro-vincial de Huamanga, fue creada la Municipalidad Provincial y categorizada como Centro Poblado de Putacca en el 2006. Adems, se cre el Juzgado de Paz de Putacca en 1994. Segn algunos pobladores, falta colocar an un puesto policial y que se convierta en distrito.

    Otra fuente de desarrollo local son los proyectos gubernamentales desarro-llados en la zona. El proyecto Cachi (megaproyecto denominado Proyecto especial ro Cachi (PERC)) estaba destinado a la canalizacin del ro Cachi en las zonas altoandinas de los distritos de Vinchos, Paras y Chuschi. Su cons-truccin comenz a mediados de los aos ochenta para abastecer de agua al departamento. Para optimizar la coordinacin de las obras, se construy el campamento principal del proyecto en la comunidad de Putacca, y permane-ci ah de 1990 a 1997.

    Los espacios pblicos tambin han mejorado: antes, en lugar del ttem de la plaza, haba un asta. En la plaza no haba bancas ni los caminos que hoy la atraviesan. Era solo un terral cercado con alambres y uno que otro rbol al interior. Los lmites de la plaza haban sido colocados hace casi veintiocho aos dibujando una amplia rea, como dice un poblador, pensando en los parques que alguna vez haban visto en Lima. La idea era dejar sentadas desde el inicio las bases de una futura plaza distrital, que no poda ser pequea. Hoy la pla-za, realizada por la Municipalidad Distrital no ha sido an concluida. Pero se ha desarrollado notoriamente. La iluminan cuatro postes dobles, est rodeada con filos de cemento, tiene caminos que la cruzan y bancas, y en medio ostenta una base de cemento que soporta el ttem donado por Paz y Esperanza.

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    de piedra plana tallada de forma ovalada y con una piedra en me-dio de la que brota agua, que representa un ojo llorando. Toda la estructura est sobre una tarima de cemento. La figura del ojo est rodeada de piedras pequeas sobre un sardinel con los nombres de las vctimas de Llinque y el respectivo tipo de afectacin pro-ducida (desaparecido, torturado, fusilado). Los nombres de las piedras tienen los nombres de 13 vctimas de Llinque: 7 de ellas fueron asesinadas por alguno de los actores del conflicto; los otros 6 nombres corresponden a personas que, aunque sobrevivieron a la agresin, murieron algn tiempo despus.

    Como hemos adelantado, hubo por lo menos 70 vctimas fatales durante el perodo de violencia en Toraya. Adems, se cometieron otras vejaciones como torturas, asesinatos, violaciones, desaparicio-nes forzadas y ejecuciones extrajudiciales, reclutamientos forzados y ajusticiamientos. Una de las historias que ha quedado en la me-moria de la gente es el asesinato de Pablo Miranda:

    l fue un padre de familia, exmilitar, de aquellos aos que en el 87 u 88 fue presidente de la comunidad y l, como presidente de la comunidad, se senta protector de su pueblo. Se enfrent contra los senderistas, no frontalmente pero con sus ideas. Empez a de-cir que a la poblacin no le convena apoyar a Sendero Luminoso, pero cuando llega el ejrcito, delante de l comienzan a golpear, detener, torturar a las personas. l presencia una violacin sexual; entonces, l, al evidenciar este drama, se enfrenta a un soldado y le da una golpiza. El soldado se queja, viene toda la patrulla y lo descuartizan. En la noche lo desmiembran y distribuyen su cuerpo por distintos lugares. Luego, los campesinos reunieron sus miem-bros y lo enterraron. Segn un campesino, l haba muerto a pura pedrada.14

    Durante la violencia, la poblacin de Llinque haba tenido que guarecerse muchas veces entre las piedras de las cuevas cercanas cuando haba incursiones militares y senderistas. Durante esa po-

    14 Comunicacin personal con un poblador de la zona.

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    ca, tanto miembros de las fuerzas del orden como militantes del PCP-SL realizaban incursiones en la comunidad y en el distrito de Toraya. Como en otros casos reportados a la CVR, se sabe que los senderistas utilizaban piedras para ultimar a sus vctimas, puesto que queran ahorrar las municiones de sus armas de fuego. A pe-sar de no ser lo usual, el testimonio transcrito lneas arriba cuenta un caso en el que lo mismo fue hecho por las fuerzas del orden. El hecho es que, para los pobladores de Llinque, la piedra pas a constituir tanto un smbolo de sufrimiento como de proteccin. Por algunas moran y gracias a otras podan protegerse. El recuerdo de las piedras se constituy entonces en materia de representacin, que fue utilizada, al igual que en el Ojo que Llora de Lima, como material principal en la construccin del monumento.

    A pesar de que los nombres inscritos en las piedras son sola-mente de pobladores de la comunidad de Llinque, segn los po-bladores entrevistados y promotores del memorial, este representa a las vctimas de todo el distrito, no solo a las de la comunidad. El diseo del sitio de memoria por s solo parece oponerse a esta tesis, pero es cierto que, cuando locales y forneos hacen referencia a l lo llaman Ojo que Llora de Toraya, no de Llinque. El proceso de cons-titucin del sitio (que desarrollaremos en el captulo siguiente) nos permite comprender que la propuesta en un inicio estaba pensada para la plaza de Toraya, fue cambiada en el camino y al final se tom la decisin de hacerlo en Llinque. Esto, sin embargo, no parece haber impedido que la memoria compartida, que es base de la memoria colectiva que representa, d al memorial un carcter tanto distrital como comunal. La localizacin del memorial no obedece a ninguna especificidad en el tipo de dao que representa, sino ms bien al pro-ceso del que es producto.

    El sentido del tiempo del sitio de memoria alude directamente al momento en el que se produjo dao a las vctimas de Toraya. La narrativa que sostiene el memorial inicia con el sufrimiento duran-te la violencia, no antes. Es cierto que, si uno pregunta a los pobla-dores de las zonas ellos pueden jalar la extensin temporal mucho antes de estos hechos, como lo hace la CVR para explicar las causas o motivaciones del conflicto. Sin embargo, ello no est representa-do materialmente en el sitio de memoria. Como hemos mencionado,

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    el memorial alude a distintas formas de victimizacin. Algunas de estas aluden a una fecha cero especfica, cronolgicamente deter-minada en el da, mes o ao en que ocurri la tortura o el asesinato. Pero tambin hay inscritas desapariciones, que suponen una forma de temporalidad distinta, como veremos en la descripcin del caso La Cantuta.

    En lo que respecta a tortura y asesinato, los sucesos que ocu-rrieron en el distrito son suficientes para comprender la percepcin que tienen los pobladores de la zona de la magnitud de la tragedia. Sin embargo, las vctimas incluidas no son solo las que murieron durante la violencia. Entre los nombres de las personas inscritas en las piedras hay tambin torturados que murieron tiempo despus, presumiblemente por las secuelas del conflicto. Incluso, algunos fa-miliares han pedido que sus seres queridos que fueron vctimas de la violencia y que continan vivos sean incluidos cuando mueran. En estos casos, la temporalidad del memorial alude directamente al momento en el que se produjo el dao, pero se extiende hasta su supuesta consecuencia: la muerte de la vctima. Su muerte se con-sidera secuela de la tortura, y sus ltimos aos de vida, un tiempo de agona. El torturado habra estado muriendo por mucho tiempo y al finalizar su muerte se hace merecedor de ser incluido entre las vctimas del memorial. Sera esto posible si el sitio de memoria no llevara los nombres inscritos en piedras pequeas rodeando el ojo? Es pues el diseo del memorial el que permite las inclusiones reali-zadas y las que, probablemente, se realizarn ms adelante.

    2.3. La Cantuta

    En el sitio de memoria La Cantuta se alude concretamente a un gru-po de vctimas: las personas desaparecidas el 18 de julio de 1992 en la Universidad Enrique Guzmn y Valle-La Cantuta. Nueve estudian-tes y un profesor ejecutados y desaparecidos por el grupo paramili-tar Colina, en el marco de la intervencin militar en dicha universi-dad. El memorial construido se basa en dicho dao y toma la forma de un lugar de conmemoracin. Desde el inicio fue planteado de esa manera por los familiares. No es una plaza ni una placa en un lugar previamente significativo. Se trata de un mausoleo en un cemente-

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    rio.15 La presencia de los restos de las vctimas ocupa el lugar central y representa el motivo para la construccin del sitio de memoria.

    Cuando por fin tuvieron consigo los restos en 1994, una vez que los peritos de criminalstica se los devolvieron, los familiares comen-zaron a preguntarse por la forma en que deban enterrarlos. Solo uno de los restos estaba identificado y completo. El resto estaba mezclado y sin identidad en las cajas de leche en que fueron entregados. Como de las 10 vctimas solo algunas eran limeas, los familiares esperaban llevrselos a sus lugares de origen. Pero la incapacidad de identificar-los y el hecho de que el caso se estuviera llevando en Lima limitaba esa posibilidad. Ello, sumado al hecho de que todos haban estudia-do en la misma universidad y haban sido vctimas juntos del mismo crimen, los convenci de que deban permanecer juntos.

    Mientras buscaban dnde dejar descansar los restos, recibieron el apoyo de la iglesia San Francisco, donde les permitieron dejar los restos en las catacumbas. Ah estuvieron por cuatro meses. Intenta-ron insistentemente que la Beneficencia Pblica les diera un lugar en el cementerio donde pudieran estar juntos, pero lo que les ofre-can eran nichos separados. Gracias a las gestiones de APRODEH con una financiera lograron comprar un terreno en el cementerio El ngel. As, construyeron cuatro nichos bajo tierra en donde dejaron todos los restos juntos. Gracias nuevamente a APRODEH, tomaron contacto con el artista plstico Vctor Delfn, quien se ofreci a hacer una chullpa16 de piedra como mausoleo. La propuesta era que esta tuviera 7 metros. La Beneficencia no lo permiti, alegando que iba en contra del reglamento, tanto por el tamao como por la idea. La chullpa no encajaba, desde el punto de vista de los funcionarios, con lo que era adecuado para un cementerio.

    15 Nos referimos al cementerio El ngel. Existe otro memorial relativo al mismo caso ubicado en la Universidad Enrique Guzmn y Valle-La Cantuta. No ha-cemos referencia a aquel por haber sido promovido por las autoridades uni-versitarias, no por los familiares. Se trata de diez placas recordatorias con los nombres de cada una de las vctimas, frente a las cuales hay pequeos agujeros en donde se suelen dejar flores. Se realiz en el 2001, al trmino de la labor de la comisin reorganizadora de la universidad, la cual fue creada durante el gobierno de Alberto Fujimori.

    16 Un tipo de mausoleo en la sociedad y cultura aymara.

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    Finalmente, un conocido de uno de los familiares dibuj un diseo alternativo y la Beneficencia lo aprob. La construccin se realiz en 1998. Delante del mausoleo se puso una pequea piedra con la forma de una cantuta, que esculpi Vctor Delfn. En el mau-soleo se inscribieron los nombres de los estudiantes y las siguientes palabras: Escogieron la tarea ms difcil / Ser maestro en el Per / Mrtir y apstol a la vez / Perseguidos y encarcelados / Secuestra-dos y ejecutados y: recuerdo de los familiares que seguiremos buscando la verdad. / No a la impunidad!. Tambin se coloc una cruz con la frase De la tierra brota la verdad.

    Hacia el 2008, cumplindose una sentencia de la Corte Intera-mericana de Derechos Humanos, se reabri la investigacin y se nombr al Equipo Peruano de Antropologa Forense como peritos del caso. Se inhumaron los restos, se identificaron 4 vctimas y se lleg a un nmero mnimo de 8 personas individualizadas. Aparte quedaron restos sueltos sobre los que hasta hoy no se tiene certeza de a quin pertenecen. Todo se coloc en seis atades pequeos y se regres al terreno del cementerio donde haban estado antes. El mausoleo no fue modificado y, a pesar de que ahora algunos restos tenan identidad, permanecieron juntos.

    El caso presentado es un caso de desaparicin forzada. Las vcti-mas fueron ultimadas, algunas de ellas calcinadas y cambiadas de lu-gar con la clara intencin de ocultar la evidencia incriminatoria y pri-var a las familias de informacin sobre el destino que corrieron. As fue determinado en la sentencia condenatoria del juicio que se sigui contra el ex presidente del Per Alberto Fujimori por, entre otros, este mismo caso. La desaparicin forzada ha sido definida jurdica-mente como un delito continuado y mltiple. Continuado porque se sigue cometiendo en tanto siga la negativa de dar informacin sobre el paradero de la vctima o la suerte que corri. Mltiple porque afec-ta muchos derechos: libertad locomotora, derecho a la vida, y al debi-do proceso. El dao producido no es solo a la persona desaparecida, sino tambin a los familiares, pues se les priva de la posibilidad de conocer el destino del desaparecido y de darle sepultura. Debido a ello, tambin jurdicamente, los familiares de las personas desapare-cidas son considerados vctimas y el tiempo de espera que han sufri-do se considera una forma de tortura. En este caso, para comprender

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    la percepcin del dao sufrido, la fecha cero no puede restringirse al 18 de julio de 1992. Debe considerarse tambin el tiempo en el que los familiares estuvieron buscando sin obtener respuestas, y los ges-tos negativos que recibieron por parte de las autoridades estatales. Se trata de un tipo de acontecimiento fundador, no limitado a una fecha sino extendido en todo un perodo.

    En efecto, las declaraciones negando que el profesor y los 9 es-tudiantes desaparecieron, y que el Ejrcito tuvo algo que ver con eso fueron muchas. Se dijo que las denuncias de los familiares eran parte de una estrategia destinada a daar al Ejrcito, que se trataba de un autosecuestro, que el mapa annimo con la ubicacin de los restos haba sido filtrado por Sendero Luminoso, entre otras afir-maciones. Se promulgaron adems dos leyes que afectaron directa-mente el caso: la ley Cantuta (febrero de 1994), a travs de la cual se resolva la contienda de competencias entre el fuero militar y civil; y la ley de Amnista (junio de 1995) a favor de los miembros de las fuerzas del orden a los que se les haba encontrado responsabilida-des penales.

    Cabe