lo animal del hombre y lo especificamente humano
TRANSCRIPT
LO ANIMAL DEL HOMBRE Y LO ESPECIFICAMENTE HUMANO
Edith Stein
LO ANIMAL DEL HOMBRE
Una de las definiciones que se le dan al hombre es la de animal
racional, un animal pensante, “homo sapiens”, que se sustrae de los
datos aportados por la investigación científica del origen del hombre, el
cual según varias hipótesis vendría de un proceso de evolución debida
a la adaptación de los seres al ambiente con el fin de la supervivencia
y perpetuidad de la especie. Es así que se habla que el hombre
proviene de un desarrollo de un punto de partida de animal irracional
hasta llegar al ahora de un animal racional, y más que esto a ser
humano.
Dado esto podemos afirmar que en la estructura del hombre aún se
encuentran rasgos animales, que son controlados por la conducta
humana del hombre, pero más que esto, buscar qué pasa con estos
rasgos cuando el hombre se reconoce como persona. De esta manera
me propongo dar un breve vistazo a la estructura del hombre a través
de dos preguntas: ¿Qué sería lo animal del hombre? Y ¿Qué lo
humano?
El sustrato animal de la vida anímica puntual
El hombre posee gracias a su corporeidad una apertura sensitiva a
estímulos internos y externos, y también una capacidad de reaccionar
ante ellos de una manera consiente y de otra inconsciente, la cual la
llamaremos reacción instintiva. De esto anterior podemos decir que
somos nosotros mismos quienes percibimos lo que quiere decir ese
percibir sensitivo y ese actuar instintivo, puesto que no somos seres
meramente sensitivos, sino que también estamos dotados de un
conocimiento espiritual.
Al estar dotados de este conocimiento, los estímulos que percibimos
no son como simples impresiones sensoriales, sino que estos están
dotados de un significado objetivo inscrito en la estructura de un
mundo sensorialmente perceptible, vemos los estímulos como
pertenecientes de las cosas. Ante esto el hombre muchas veces
recurre a este significado para llegar a lo sensorial y en otras lo
sensorial es lo que afecta al hombre y lo lleva a reaccionar, por
ejemplo cuando miro al sol, la intensidad lumínica que este produce es
molesta para mis sentido por tanto, causa que el ojo se cierre como
reacción ante ese estímulo. De esta manera podemos concluir
diciendo que somos afectados sensiblemente, a través de nuestro
cuerpo, el cual es notado, por decirlo de alguna manera, a través de
estos estímulos a los cuales reaccionamos de manera consciente e
inconsciente.
En este punto, Edith Stein, nos va a hablar que con las sensaciones
van a ir unidos los sentimientos sensibles, percibimos las cosas como
agradables o desagradables, placenteras o dolorosas.
Vivimos en nosotros además las emociones, que no son estáticas sino
dinámicas (movimientos anímicos), las cuales las percibimos en
nosotros mismos y en el mundo externo, en los fenómenos expresivos
de los otros y de los animales: dolor, alegría, miedo y cólera. También
gracias a esto vamos a experimentar una cierta estima instintiva, por
algunos de los objetos que percibimos. Sin embargo hay que destacar
que los instintos del hombre no son tan finos y seguros como los de
los animales.
Interpretación analógica de lo ajeno por referencia a lo propio y
de lo propio por referencia a lo ajeno
En este punto las preguntas que se plante Edith son 2: ¿En qué
medida lo que percibimos de anímico en los hombres y animales es
fruto de una interpretación de los fenómenos externos por analogía
con lo que de anímico experimentamos en nuestro interior? o si será
más bien al revés. Es decir que, si el hombre a la luz de los estados de
su interior percibe los estados anímicos de los otros, o si a través de
los estados de los otros percibo mi propio estado.
Ante esto la respuesta que dará Edith será que, sobre todo “es en la
experiencia de la vida de cada momento donde interpretamos a las
demás personas tomando como referencia los resultados obtenidos en
el análisis de nosotros mismos”. Sin embargo también nos va a hablar
que es en la totalidad del hombre, en la captación de su ser anímico
duradero, donde nos contemplamos a nosotros mismos por analogía
con los demás.
En la experiencia espontánea, previa a cualquier reflexión, es decir en
la reacción instintiva ante un estímulo, se puede captar al hombre y al
animal como una unidad corporal-anímica, a la cual se le atribuyen
características corporales y anímicas permanentes, tales como:
sentidos potentes o débiles, instintos seguros o no, un modo de ser
apasionado o tranquilo. Dado que de esto depende mucho la forma de
reaccionar instintiva del sujeto, la cual puede ser más rápida o más
lenta, segura o insegura, efectiva o perdida.
Estas características permanentes tienen cierta relación con los
movimientos anímicos, en la medida que nos dan a conocer el modo
de ser permanente del sujeto, Edith dirá que “en los actos de los
sentidos reconocemos la capacidad sensorial de la persona, en los
<<prontos>> emocionales su temperamento”
La vida anímica que se nos revela en los actos puntuales, tiene su
origen en la potencia, y las potencias adquieren en los actos
correspondientes una forma de ser distinta. Estas no son algo fijo, sino
que se transforman, se incrementa la facilidad de actualizarse, a esto
ella lo llamará ejercicio, en la escolástica tomó el nombre de hábito,
por eso las habilidades y virtudes serán potencias actualizadas.
La estructura del alma
Las potencias tienen su raíz en el alma, son ramificaciones de esta. Al
hombre no le es posible desarrollar estas potencias simultáneamente y
tampoco puede actualizarlas todas a su vez. Un ejemplo de esto sería
un hombre en una situación límite emocional, el cual está muy
afectado y no es capaz de valerse o si quiera utilizar su entendimiento.
El hombre solo puede actualizar muy poco de lo que él es
potencialmente, y por tanto no todas sus potencias pueden llegar a
convertirse en hábitos. Las capacidades del hombre que no
encuentran ocasión para actualizarse pueden quedar atrofiadas.
De esta manera el ser humano se revela como un organismo de
estructura muy compleja: como un todo vital unitario en continuo
proceso de hacerse y deshacerse, tanto la conformación anímica
como la corporal se desarrollan en continua actividad, que es el
resultado de la actualización de ciertas capacidades, y a la vez decide
cuáles de las diferentes posibilidades en el fin del hombre se harán
realidad.
Concluye Edith Stein esta parte con una pregunta muy Sencilla: ¿De
qué condiciones depende ese desarrollo para hacerse efectivo?, a la
cual propone dos soluciones, depende del entorno del ser vivo
(Circunstancias externas) y de la actividad a la cual la potencia está
ligada.
LO ESPECÍFICAMENTE HUMANO
Como se decía anteriormente cuando una potencia no se ha
desarrollado se atrofia, y esto es debido a que no se dieron las
condiciones necesarias para su actualización, es decir, que por
ejemplo si vemos a una planta marchita decimos que no ha tenido las
condiciones vitales favorables y por tanto ha muerto. Del mismo modo
en el hombre cuando no se desarrolla una potencia, se hace
responsable él mismo, solo él puede llegar a ser.
Estructura personal
Dado lo anterior surge un primer cuestionamiento ¿Qué quiere decir
que el hombre es responsable de sí mismo? “Quiere decir que de él
depende lo que él es, y que se le exige hacer de sí mismo algo
concreto: puede y debe formarse a sí mismo.”
Aparece algo interesante en esta solución que es la presencia de un
él, de un yo, y de verbos que recaen en un ente: debe, puede.
Formase. Él es alguien que dice de sí mismo <<yo>>. Es aquí donde
comienza a descubrirse la diferencia radical del hombre con los
animales, la cual comienza con el hecho de que el hombre puede salir
de sí mismo para revelarse al otro. Cosa que no pueden hacer los
animales pues tienen un “alma muda”.
Es así que podemos decir que el hombre que es espíritu encarnado,
es “ser con, y para los demás”, pues está en el mundo en compañía
de otros hombres los cuales se me revelan como un tú, como un
alguien que interpela mi existencia y me permite reconocerme como
un yo diferente a los demás. De tal manera el hombre no es animal
puramente, sino que es persona puesto que trasciende su ser
revelándose al otro y sobre todo dotando de significado al mundo que
lo rodea.
Sin embargo algo que hay que resaltar, que es muy importante es el
hecho de que <<yo>> no solo soy, sino que <<sé>> de mi ser y de mi
vida, soy consciente de mí mismo y de la existencia de otro diferente a
mí, lo que me abre a mi interior y a los demás.
Otra pregunta que se plantea es ¿Qué quiere decir libertad? Edith
Stein resumirá su respuesta en dos palabras “yo puedo”. Este mundo
no se me impone, sino que las cosas me invitan, me llaman a ir por
ellas. Hay una atracción instintiva de apoderarse de las cosas, sin
embargo, el hombre no está entregado al dominio de los instintos sino
que al contrario, el hombre es capaz de bloquearlos y hacerles frente.
De tal forma que en él podemos decir que los estímulos que recibimos
quedan en manos del yo, el cual posee la llave de los cambios, para
pasar de impresión a expresión o acto, es así esto que hasta es libre
en elegir si quiere o no hacer uso de dicha libertad.
Ahora como conclusión de esta parte Edith nos mencionaba al
principio que el hombre puede y debe formarse a sí mismo. Ella daba
al pronombre “él” el sentido de la espiritualidad personal, a la cual se
añade necesariamente el poder como libertad. De este último se
deriva la capacidad del deber. El yo, que es libre, se siente llamado a
hacer esto y a omitir esto otro, por tanto está en condiciones de
ponerse fines y hacerlos realidad con sus actos.
<<Yo>> y <<sí mismo>>
En este punto al igual que los anteriores se parte de una pregunta, en
este caso sería ¿Qué quiere decir que yo me debo formar a mí
mismo? ¿Son idénticos el yo y el sí mismo? Comenzaremos
respondiendo la segunda cuestión, pues si y no. Edith Stein referente
a esto nos va a decir estos no se unen por completo, puesto que hay
algo que el hombre ha de llevar a su naturaleza animal a dar el paso
para llegar a aparecer la persona.
Para Edith únicamente por medio de una laboriosa abstracción
podemos llegar al material meramente sensible. Nuestra mirada
espiritual se dirige, a un mundo configurado por objetos accesibles a
nuestros sentidos. Sin embargo podemos cambiar la dirección normal
y fijarla en los datos sensoriales mismos, estos son quienes se
convierten en objetos. También se podría dirigir la mirada a las
sensaciones mismas, estas se convertirían en estados de nuestro
cuerpo, es decir, que el objeto que se nos da a través de ellas pasa a
realizar una nueva función cognoscitiva.
De tal manera se nos revela la forma básica de la vida anímica
específicamente humana, la “intencionalidad”, es decir, el estar dirigida
a objetos. Dentro de ella Edith nos viene a hablar de tres elementos: el
yo que mira un objeto (sujeto); el objeto al que el yo mira, y el acto en
el que el yo vive cada caso.
Vivimos en un mundo que nos entra por los sentidos y al que
precisamente por eso percibimos. Esta percepción no consiste en algo
aislado sino más bien en una compleja estructura de datos sensibles e
intenciones, de actos que se convierten unos en otros. En está
estructura es donde la libertad tiene su lugar propio, puesto que este
mundo que entra por los sentidos me invita a la contemplación, me
“motiva” a pasar a actos perceptivos nuevos que nos revelan
elementos nuevos de nuestro mundo.
Llegamos ahora al punto de conclusión, el cual parte de la siguiente
afirmación: “El espíritu que con su vida intencional ordena el material
sensible es una estructura y, al hacerlo, penetra con su mirada en el
interior de un mundo de objetos, se denomina “entendimiento” o
“intelecto”, donde la percepción sensible es la más baja de sus
actividades”. Es por esto que podemos afirmar que el intelecto puede
hacer cosas mucho más grandes o complejas, un ejemplo de esto es
la capacidad de volver hacia atrás, es decir, de reflexionar, de captar
el material sensible y los actos propios de su vida.
Puede, es decir, es libre. El yo capaz de conocer, el yo inteligente,
experimenta las motivaciones que proceden del mundo de los objetos,
las aprehende y les da seguimiento en uso de su “libre voluntad”.
Dado esto tenemos que el espíritu es entendimiento y voluntad
simultáneamente: “conocer querer se hallan recíprocamente
condicionados”, de tal manera que esta relación lleva al hombre
personal a darle un valor a los objetos que percibe libremente,
voluntariamente y sobre todo que entiende.
Bibliografía
La Estructura del Hombre, Edith Stein.
LO ANIMAL DEL HOMBRE Y LO ESPECÍFICAMENTE HUMANO
Edith Stein
CARLOS EDUARDO SORIANO LÓPEZ
Pbro. Gilberto
SEMINARIO MAYOR DE LA INMACULADA CONCEPCIÓNANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
II FILOSOFÍAGIRARDOT
2013