literatura i conflictos

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El conflicto armado en la literatura del caribe colombiano DESESPERADO Regresemos a que nos maten, amor. Tomemos lo que nos queda, lo poco que nos ha dejado esta ciudad. Atravesemos el puente y volvamos a que nos maten No olvidemos de llevar con nosotros el vaso cervecero, la jáquima del burro bayo, el vino de buen corozo; el hambre, la sed, las sandalias usadas y las ganas que no hubo tiempo de gastar. Dame un abrazo, enciende la antorcha de luz que hay en mis ojos y déjame mirar en los tuyos la ilusión del regreso Preguntémosela alguien que nos devuelva al camino de nuestros asesinos y nuestro muertos, alguien que sepa exactamente el origen de nuestra primera lucha, nuestro primer desastre. Alguien que sepa que hemos regresado para que nos maten. Por fin estaremos en casa. ADOLFO ANTONIO ARIZA NAVARRO No sé si haya los suficientes elementos para hablar de una antropología del conflicto, tampoco sé si haya los suficientes elementos para hablar de una poética o narrativas del conflicto. Recuerdo que hace muchos años Ángel Rama decía que podíamos hablar de unos novelistas de Latinoamérica pero había que pensar mucho más para hablar de una Novelística Latinoamericana, creo que este impase (si alguna vez lo fue, ya fue superado por el grueso volumen de narradores de buena, media y mala calidad) pero para el caso del conflicto aún es pertinente mantenerlo como un posible dilema en construcción. Algunos datos del conflicto en el Caribe colombiano: El Caribe colombiano, en cifras de su pasado violento, da cuanta de un registro amplio de hechos contundentes: entre 1990, tiempo en que arremeten las guerrillas y se multiplica la presencia de grupos de autodefensas, como estados confederados, los homicidios en esta región, a 2013, alcanzaron la cifra de 67.784. Distribuidos de esta manera: Atlántico: 13.840, Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina: 275, Bolívar: 9.923, Cesar: 11.546, Córdoba: 9.062, La Guajira: 6.448, Magdalena: 12.245 y Sucre: 4.445.

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Page 1: Literatura i Conflictos

El conflicto armado en la literatura del caribe colombiano

DESESPERADO

Regresemos a que nos maten, amor.

Tomemos lo que nos queda,

lo poco que nos ha dejado esta ciudad.

Atravesemos el puente

y volvamos a que nos maten

No olvidemos de llevar con nosotros el vaso

cervecero,

la jáquima del burro bayo,

el vino de buen corozo;

el hambre, la sed,

las sandalias usadas

y las ganas que no hubo tiempo de gastar.

Dame un abrazo,

enciende la antorcha de luz que hay en mis ojos

y déjame mirar en los tuyos

la ilusión del regreso

Preguntémosela alguien que nos devuelva al camino

de nuestros asesinos y nuestro muertos,

alguien que sepa exactamente

el origen de nuestra primera lucha,

nuestro primer desastre.

Alguien que sepa que hemos regresado para que nos maten.

Por fin estaremos en casa.

ADOLFO ANTONIO ARIZA NAVARRO

No sé si haya los suficientes elementos para hablar de una antropología del conflicto,

tampoco sé si haya los suficientes elementos para hablar de una poética o narrativas del

conflicto. Recuerdo que hace muchos años Ángel Rama decía que podíamos hablar de unos

novelistas de Latinoamérica pero había que pensar mucho más para hablar de una Novelística

Latinoamericana, creo que este impase (si alguna vez lo fue, ya fue superado por el grueso

volumen de narradores de buena, media y mala calidad) pero para el caso del conflicto aún

es pertinente mantenerlo como un posible dilema en construcción.

Algunos datos del conflicto en el Caribe colombiano: El Caribe colombiano, en cifras de su

pasado violento, da cuanta de un registro amplio de hechos contundentes: entre 1990, tiempo

en que arremeten las guerrillas y se multiplica la presencia de grupos de autodefensas, como

estados confederados, los homicidios en esta región, a 2013, alcanzaron la cifra de 67.784.

Distribuidos de esta manera: Atlántico: 13.840, Archipiélago de San Andrés, Providencia y

Santa Catalina: 275, Bolívar: 9.923, Cesar: 11.546, Córdoba: 9.062, La Guajira: 6.448,

Magdalena: 12.245 y Sucre: 4.445.

Page 2: Literatura i Conflictos

Así mismo, las masacres –mecanismos usando como miedo inductivo- y penalizado por el

Derecho Internacional de los Derechos Humanos, como acciones terroristas, ofrece un

panorama sumamente complejo en el Caribe colombiano. Con excepción del Archipiélago

de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, quien no tuvo afectaciones de esta naturaleza.

Para el periodo tiempo comprendido entre 1993 y 2013, el número de masacres fue de: 343.

Atlántico: 18, Bolívar: 58, Cesar: 83, Córdoba: 42, La Guajira: 51, Magdalena: 59 y Sucre:

32.

Pero si los homicidios y las masacres ponen de manifiestos dígitos tan elevados, el fenómeno

del desplazamiento forzado, asociado al conflicto, es también desproporcional y este hecho

es tan significativo como cualquiera de las demás situaciones contundentes que imperan en

el conflicto. 1.569.087 es su registro y está distribuido así. Atlántico: 10.240, Archipiélago

de San Andrés, Providencia y Santa Catalina: 43, Bolívar: 435.907, Cesar. 269.825, Córdoba:

219.307, La Guajira: 103.317, Magdalena: 348.280 y Sucre: 182.168.

La primera pregunta que surge frente a estos datos es si será necesario unas poéticas o unas

narrativas sobre este proceso doloroso de nuestra no solamente historia sino presente vida

cotidiana? Decía Antón Chejov que el artista es la conciencia de la humanidad, sería bueno

mirar como esta nuestra conciencia y de qué manera esta conciencia se ha empoderado de

esta problemática y la ha hecho suya como de la evasión, de la denuncia, de la memoria, de

la reflexión, de lo que fuere a hacer el escritor que creo sigue siendo parte de su

responsabilidad como artista, como intelectual.

El Caribe colombiano ha sido epicentro de todos los procesos que han construido la historia

como la identidad colombiana, por supuesto que la literatura no fue la excepción y el llamado

boom literario trajo consigo toda una serie de realidades y fantasías que se reflejaron y se

resolvieron en buena parte en los amplios escenarios culturales del caribe colombiano: García

Marques y el Macondismo: Rojas Herazo y el hermetismo de la lengua, German Espinosa y

la universalidad de Cartagena, Cepeta Samudio la mirada desde New York, Marvel Moreno

desde la mira femenina del sufrimiento físico y de género, y muchos más que por tiempo e

ignorancia no menciono se convirtieron en los estandartes de la narrativa colombiana, pero

todos esos importantes nombres no fueron suficientes para consolidar lo que Robert Escarpit

llamo en su Sociología de la literatura: la integración del escritor, el libro (la editorial) y el

lector). Qué pasó? No es mi intención resolver esta pregunta, la hago porque en este momento

estamos en otra época, en otra realidad pero en la misma región y con un problema para mi

mucho más grave: el conflicto y sus impactos. Pero después de un silencio dejado como era

obvio por el peso descomunal de García Márquez y de repeso por una serie de escritores de

igual nivel pero de menos impacto comercial. Y ante la ausencia de una industria editorial,

de un público lector, de escenarios de formación literaria, de periódicos con suplementos

especializados, de universidades con espacios y recursos para el debate y la creación la

literatura del Caribe colombiano entro en una especie de letargo, de remordimientos en

algunos mementos o viviendo de glorias pasadas.

Sin embargo no todo estaba perdido y menos para la literatura como referente del conflicto.

En el año 2006 la editorial Tusquets publica la novela del escritor bogotano Evelio Rosero

“Los ejércitos” San Luis un pueblo del sur del país. Don Luis un viejo profesor pensionado

son los protagonistas de esta novela desgarradora que por más que haya ganado el II premio

Page 3: Literatura i Conflictos

de Novela Tusquets no generó mayor expectativa si se tiene en cuenta que era uno de los

primeros que incursionaba en la denuncia del holocausto paramilitar. Paralelamente a esta

novela, editorial Intermedio publicaba del escritor Barranquillero Ernesto McCausland “El

alma del acordeón” si bien es una novela que dista mucho de la de Rosero, el escritor

barranquillero incluye en su trama el problema del paramilitarismo: El joven Karlheinz

enviado para resolver un dilema con un acordeón Juancho Polo Valencia se enamora de una

también joven doctora Leila Ustaríz que a su vez se ve enredada en una serie de problemas

que se dan en el hospital en que trabaja y que son cometidos por los paramilitares al mando

del comandante Nataganima. Muertes, violaciones, desapariciones, son los elementos que se

incorporan a la búsqueda de un acordeón y al amor de los dos protagonistas. El conflicto se

deja ver en sus formas más obvias.

En 2008 aparece la novela “Líbranos del bien” publicada por Alfaguara, del autor Alfonso

Sánchez Baute, para mí más que una novela, es una ruta de un viaje que deja ver todas las

precariedades, doble-morales y estupideces de un país que se ha construido sobre relatos

falsos y morales estúpidas y cuyo resultado más directo es el paramilitarismo y nuestra

relación directa o indirecta con él. Con tres personajes: Sánchez Baute, Jorge Cuarenta

(Rodrigo Tovar Pupo) y Simón Trinidad (Ricardo Palmera Pineda): Sánchez Baute además

de obviamente ser su “autor” es también el pretexto para enjuiciar a una sociedad que se ha

construido desde la artificialidad y que lleva su condición de gay como un sambenito que

está por encima productores de dolor y violencia de sujetos como Palmera y de asesinos

calculadores como Jorge Cuarenta. La novela de Baute nos deja ver la necesidad de

zambullirnos más en lo que la antropología clásica culturalista llamo “la personalidad

cultural” qué lleva a estos dos hombres a convertirse en estereotipos anhelados de imitar?

Sobre todo en Jorge Cuarenta cuál es la razón de que toda una región termine justificando

sus acciones solamente por la vaga idea de la “defensa”.

En 2009 el Grupo Norma publica Señor Sombra de Oscar Collazos. Una aparente novela

detectivesca se convierte en una representación de uno de los procesos más execrables del

conflicto: la masacre. Roberto Prado “El señor Sombra”, el industrial, el asesino paramilitar.

Que lleva una vida normal y es el ciudadano a imitar es en realidad el “jefe paramilitar” que

con solo una orden se pueden sacrificar cientos de víctimas inocentes en masacres como la

del Salao, la de Mampujan, las Montañitas, Trojas de Cataca, Nueva Venecia, Monte Líbano,

Guamachito, Santa Rosalia, Polvorín, Remolino, Macayepo, Capaca, Simiti, San Pableo, Las

Palmas, Malambo, Luruaco, Juan Mina, Repelon, Caño Dulce, Santa Cecilia, Curumani, etc.

Bertha Samudio, la campesina, la niña que escapa de una de las masacres, sufre todo tipo de

atrocidades como fue el de presenciar el asesinato de sus padres y hermanos. Una especie de

Emma Zum de Borges que vuelve a hacer el recorrido y espera pacientemente a que su

agresor caiga en sus redes para hacer la justicia que nadie ha querido hacer o que nadie se

atreve a hacer. El gran aporte de la novela de Collazos está en la capacidad de investigación

que tuvo que realizar para reconstruir todo el andamiaje del conflicto y su principal actor de

guerra: el paramilitar. También reconstruir una realidad que parecería de perogrullo pero que

novelada adquiere un matiz más dramático: y es el de la relación entre las aristocracias

regionales y los grupos de autodefensas. Para bien de la memoria sobre el conflicto Collazos

ha mantenido su interés en el tema en el 2006 había publicado también sobre el tema del

desplazamiento Rencor y su última nóvela Tierra Quemada es su gran novela sobre el

desplazamiento, junto con las masacres y la desaparición forzada fueron los instrumento de

Page 4: Literatura i Conflictos

terror más angustiantes del ser humano, el despojo de sus territorios y sus caminos obligados

a territorios desconocidos inhóspitos y hostiles se convierten en esta novela en el centro de

atención del escritor.

Probablemente se quedaron por fuera muchas más novelas (rezaría porque así fuera eso sería

un indicio de que algo está pasando) pero no era mi intención hacer una balance, mi intención

no es otra que la de mostrar de qué manera se puede tener acceso a la memoria, de cómo esta

memoria tiene que valerse de muchos recursos para que el “Basta Ya” realmente tenga

sentido en un sociedad que en su mayoría aún no entiende las dimensiones del conflicto. Y

no las entienden no porque no tenga las capacidades de hacerlo sino porque hay unas

deficiencias estructurales que parecieran si hicieron de manera consciente para mantener

estas memorias inactivas y poco retroactivas. Cuál es el índice de lectura de nuestra

población? La ciudad en la que vivo, la más antigua de América tiene dos librerías, No sé

por fuera del Centro Histórico de Cartagena, cuántas librerías haya, en Sincelejo no pasa de

una lo mismo que en Valledupar, en Riohacha no hay librerías, en Montería no pasan de dos,

es decir cuántos libros estamos consumiendo, cuántos libros de nuestros escritores que

escriben sobre el conflicto estamos leyendo? Cómo consumimos literatura? Y en ese proceso

de consumo como lo propone Escarpit como socializamos la literatura?

Indudablemente que las dinámicas del conflicto en el Caribe colombiano cambiaron casi

todas las dinámicas de la cultura en la región: el desplazamiento de los campos transformó

la conformación de las ciudades y “alteró” ciertas identidades que se daban por fijas creado

relaciones que terminaron con procesos de transculturación que aún están por estudiarse, las

dinámicas del campo cambiaron y pasaron a ser dinámicas de la ciudad, con los cambios que

conlleva esto. Las narrativas populares articularon en sus contenidos los estruendos de la

guerra y sus décimas, poesías y relatos comenzaron a sentir el riesgo de la prohibición o por

el contrario comenzaron a utilizarlas como formas de denuncia. Los juegos tradicionales se

trasladaron de la calle, pues lo toques de queda impedían las reuniones infantiles para jugar

10, quemaos, el saldado libertador, rayuela, etc. y se tuvieron que encerrar a los niños para

que siguieran viendo la realidad pero en absurdas series que reproducían las realidades y que

además terminaban como héroes los que habían acabado con todo esto. En las poblaciones

indígenas oficios que por tradición eran de mujeres pasaron a hombres pues el miedo a salir

o los toques de queda los obligaron a tejer. La mujer se convirtió no solo en el centro de la

memoria, sino en la redentora de todo proceso cultural, los movimientos sociales se

desprendieron de sus artificios occidentales y fueron construidos a imagen y semejanza de

las realidades posibles de nuestras mujeres. Los pescadores, los artesanos, los campesinos,

giran en torno a la capacidad organizativa de la mujer que se vio obligada a cambiar su rol

de protegida a protectora.

De qué manera se está articulando la memoria a una propuesta de nueva sociedad que lleve

a un verdadero Basta Ya? De qué manera las literaturas se están alimentando de las memorias

pues sin ellas no hay posibilidad de Bastas Ya?

Fabio Silva Vallejo

Profesor-investigador: Unimagdalena

Director Grupo de Investigación Oraloteca