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FACULTAD DE FILOSOFÍA Modalidad no escolarizada Con reconocimiento de Validez Oficial ante la Secretaría de Educación Pública No. 933752 de fecha 12 de julio de 1993 CONSIDERACIONES BÁSICAS PARA EL LOGRO DE UN PENSAMIENTO RIGUROSO Y EL EJERCICIO DE UNA ÉTICA DE LA RAZÓN CORDIAL. TESIS PROFESIONAL QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN FILOSOFÍA P R E S E N T A MARÍA OLGA MONCADA RAMOS DIRECTORA DE TESIS: DRA. MARÍA TERESITA PAVÍA LÓPEZ MÉXICO, D.F. 2012

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FACULTAD DE FILOSOFÍA Modalidad no escolarizada

Con reconocimiento de Validez Oficial ante la Secretaría de Educación Pública

No. 933752 de fecha 12 de julio de 1993

CONSIDERACIONES BÁSICAS PARA EL LOGRO DE UN PENSAMIENTO RIGUROSO Y EL EJERCICIO DE

UNA ÉTICA DE LA RAZÓN CORDIAL.

TESIS PROFESIONAL

QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE

LICENCIADO EN FILOSOFÍA

P R E S E N T A

MARÍA OLGA MONCADA RAMOS

DIRECTORA DE TESIS:

DRA. MARÍA TERESITA PAVÍA LÓPEZ

MÉXICO, D.F. 2012

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Índice Introducción………………………………………………………………………….4 1. Persona, Filosofía y Educación 1.1. Acerca del concepto de persona. Significado y sentido. 1.1.1. Significado……………………………………………………………….10 1.1.2. Sentido…………………………………………………………………...19 1.2. Filosofía. Búsqueda de la verdad y práctica de la sabiduría..................24 1.3. Vinculación entre ambas y la eminencia de la educación personal. 1.3.1. Vinculación……………………………………………………………….31 1.3.2. La eminencia de la educación personal………………………………33 2. El arte de pensar con rigor.

2.1. Necesidad y esencia de aprender a pensar con rigor..........................44 2.2. Análisis de los distintos modos de realidad, la captación de las experiencias reversibles y el encuentro.

2.2.1. Análisis de los distintos modos de realidad…………………………52 2.2.1.1. Hechos y acontecimientos históricos.

2.2.1.2. Significado y sentido. 2.2.1.3. El rango de procesos de producción y creatividad. 2.2.1.4. Diferencia entre gestos y actitudes. 2.2.2. La captación de experiencias reversibles……………………………58

2.2.3. El encuentro…………………………………………………………….62

2.3. Importancia y desarrollo del juego………………………………………..72

2.4. Creatividad, palabra y silencio. 2.4.1. Creatividad y lenguaje .…………………………………………………73

2.4.2. La palabra y el silencio.………………………………………………...75

2.5. El pensamiento relacional y la captación de los valores……………….77 2.6. Las experiencias de vértigo y éxtasis……………………………………80 2.7. Las experiencias de éxtasis y el logro del ideal………………………...82

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3. Ética de la razón cordial.

3.1 Ética de la razón cordial…………………………………………………87

3.2 La obligación moral………………………………………………………91 3.3. Autonomía que obliga y razón humana………………………………..95 3.4 El valor……………………………………………………………………..99 3.5 Razones de la razón…………………………………………………….102 3.6 El reconocimiento cordial……………………………………………….105 3.7 Algunas consideraciones acerca del corazón humano……………...114 3.8 La voluntad………………………………………………………………..118 3.9 Educación para el amor………………………………………………….121 3.10 Hacia la civilización del amor……………………………………………127 Conclusión………………………………………………………………………...135 Bibliografía………………………………………………………………………...139

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Introducción

Esta tesis ha nacido de un profundo amor a la Filosofía y a la vida. Mi guía a lo largo de este trabajo ha sido la presencia honrosa y necesaria de algunas de las ideas vigorosas del pensamiento de sabios maestros, con la consideración del fondo y la forma de su pensar, ambos inseparables. Sin duda, la persona humana debe expresar su pensamiento por escrito, con el fin, de bien lograr su madurez y conocerse mejor. Quien contemple las doctrinas de los grandes filósofos, buscando parentesco y afinidad para salvar al hombre universal, con el reconocimiento previo de su dignidad personal, podría llegar a pensar que se trata de un gran estratega e invitarse a ser su propio maestro interno. Sus obras filosóficas son valiosas porque brotan del espíritu y del orden encarnado y su mente, a pesar de las dificultades encontradas, ha estado siempre por encima de ellas. Todas resultan ser escuelas de trabajo intelectual, esfuerzo, entrega, amor y arte. Esto me conduce a sacar luz y tomar conciencia de cuánto nuestra actualidad debe levantarse del conformismo con el mundo, con esta época, que nos hace ciegos de cara a nuestra verdadera vocación y mejores posibilidades. Alzar la mirada y descubrir que hay promesas de rango mucho más elevado que la ambición, el dinero, el poder y la superflua diversión, debe ser un propósito obligado. Son tres las partes nucleares del contenido de esta investigación. El primer capítulo dirige la atención, en primera instancia, hacia la consideración del concepto de persona ocupando su estudio un lugar central desde la reflexión filosófica del hombre. La vía de exposición inicia con la apreciación griega, acompañando la trayectoria a lo largo de los siglos, los planteamientos más significativos, algunos con aportaciones pertinentes, otorgando claro progreso. En esta dimensión tienen lugar, al mismo tiempo, aunque de manera suscinta, temas fundamentales que atiende la antropología filosófica: la dignidad, la racionalidad y la espiritualidad. Todos ellos, explicando desde su raíz, el horizonte creativo y abierto del hombre, al universo, a los demás y a Dios. Ahora bien, el ser que es el hombre depende de la filosofía que elija. Su conciencia y su comportamiento se hallaran en concordancia con el espíritu que haya formado o deformado. Siendo personas no podemos vender nuestra humanidad a precio barato y por lo tanto, perderla. De este modo, en las páginas de este capítulo se encontrará el ámbito de alianza con la filosofía, madre de las ciencias. A cada persona le evidencia su propio rumbo. Razón de más para no permitirse ser engañado e ir en pos de la verdad. Porque de cara a la verdad ¿quién podrá sentirse defraudado? Además, la filosofía da testimonio de la dignidad del pensamiento, del conocimiento limpio y desinteresado con fundamento, de la recta moral y de la plenitud de lo eterno.

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Destaca en tercer lugar la eminencia de la Educación y los temas que afronta con la experiencia de humanidad recogida, hasta nuestros días. Casi siempre se ha reconocido que la persona debe ser educada. Es un ser unitario que no merece ni debe recibir fragmentación inconexa de enseñanzas para que su educación sea satisfactoria. La educación integral no diluye la humanidad de la persona, por el contrario, regula de modo inteligente el conocer, pensar, amar y actuar del hombre. Parcializar la educación no es conveniente porque se cierra la apertura ilimitada de la inteligencia a todo aquello que es. La persona no tiene solamente un componente material, también le ha sido otorgado uno, de índole espiritual, un alma inmortal. Ella, siendo buen interlocutor de sus talentos sabrá configurar su destino terreno y a su vez, el eterno trascendente. Por lo tanto, antes de ser informada, la persona ha de ser educada, para desde el inicio dar forma acertada a las virtualidades del espíritu de carácter intelectual y moral. El fin del segundo capítulo es ofrecer mediante la metodología del filósofo español Alfonso López Quintás, más arte y responsabilidad en el saber pensar. Se advertirá con la lectura que su punto de aplicación es la vida diaria puesto que una vez, que el ser humano se encuentre despierto y cuerdo, no existe ningún estado en el cual no pueda pensar, aún atravesando por la fatiga o la tristeza. Como todo arte necesita ejercitación seria y esforzada. Llama la atención la referencia a la verdad porque su manipulación distorsiona y enturbia nuestro pensamiento y nuestras aspiraciones. Pero hace falta algo más. Estamos obligados, no únicamente a mirar los caminos, sino a buscar el centro de nuestro indefinido interior. Saber elegir una idea no es fácil y menos en la juventud, pero una vez encontrada y elegida hay que desplegarla y purificarla de lo inútil. El quehacer intelectual tiene relación con la vida profunda. De una sola experiencia, reflexionada y recreada, se obtienen grandes enseñanzas. Para ello, es necesario el buen olfato, para localizar lo universal en las vivencias singulares y extraer el fondo sin dispersión sobre la superficie. Esta primera incursión en el arte de pensar con rigor abre paso a las distintas realidades de carácter abierto que nos ofrecen distintas posibilidades creativas, sean de índole material, espiritual, ambital1 y posteriormente, conducen a las experiencias reversibles en cuya cima se realizan los modos de encuentro más valiosos con sus debidas exigencias, descubriendo de este modo el ideal de unidad, el ideal generoso de la vida personal. Optando por éste último el ser humano adquiere un nivel de excelencia, pensando adecuadamente, ejercitando su libertad creativa, empleando el lenguaje auténtico, mostrando afectividad plena y acercándose al sitio de irradiación e imantación de los valores supremos para poder intimarlos. La Ética de la razón cordial ocupa el suelo del tercer capítulo. Adela Cortina, filósofa valenciana, propone lineamientos maestros de fundamento ético frente

1 Una palabra que evoca una realidad que está llamada a fundar todo tipo de encuentros. Sobre este

término se puede ampliar su significado leyendo la explicación de A. López Quintás en Inteligencia

Creativa. Madrid: B.A.C, 2003, p. 159.

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a la pérdida de principios morales y sensibilidad humana que ignora la dignidad de la persona. La tarea que se propone es dar a conocer sus planteamientos desde la razón humana integral. Su espíritu creador da una propuesta conveniente y gratificante. Los primeros esfuerzos están dirigidos a la forja del carácter, señalando la incorrección de atender prioritariamente la ética intersubjetiva en lugar de la intrasubjetiva. Debe entenderse que la conducta virtuosa está guiada por el conocimiento intelectual de principios asumidos por la persona y la sociedad. El hombre logra bien su desarrollo mediante la encarnadura de las virtudes porque gracias a su adquisición actúa con mayor facilidad y evita el error. Cada una de las virtudes cuenta con características aprovechables para nuestro comportamiento y mayor perfección moral. El eje vertebrador de la Ética de la razón cordial es la actualización de los principios éticos propuestos para una mejor convivencia y respeto entre los hombres, aunque pertenecientes a distintas etnias, con la cooperación de las facultades superiores del hombre, inteligencia y voluntad, unidas en armonía al corazón. Desde la interioridad de la persona se advierte la existencia del corazón, considerado como centro rector de la esfera afectiva. Las potencias y el corazón se incorporan al ámbito ético respetando el área de autonomía de cada uno. Ni el fundamento moral ni las convicciones morales se pactan. La persona humana es la encargada de reconocer su obligación moral para consigo misma y con los otros. Moral y Ética suponen dos modos distintos de consideración. La moral se instala en la conducta libre del hombre y la sociedad, en su comportamiento voluntario, en su cotidianeidad y la reflexión ética en el saber científico riguroso que estudia los actos humanos en cuanto relacionados al fin último del hombre2. En la unidad de su propuesta, pone de relieve la importancia del reconocimiento del vínculo que nos liga y nos obliga con los demás, no únicamente desde la lógica, sino también desde la com-pasión. Manifiesta su interés por la estima de lo valioso, el disfrute de la relación mutua, la tristeza por el sufrimiento, la indignación por el daño injusto y la estima de la dignidad propia y ajena. Según sean nuestras valoraciones así serán nuestras emociones. Y hay más cosas importantes: el reconocimiento recíproco y cordial, la identidad moral, el reconocimiento del potencial de cada persona, la predisposición sensible, la justicia, la argumentación, el diálogo, el valor, la cordura, el deber, la gratuidad y la felicidad.

2 Utilizo aquí dicha diferencia a causa del sentido indistinto brindado a los dos términos. Aludo a la

diferencia fundamental: la moral se aplica diariamente y casi en todo momento de nuestro existir ( saludo

o no, trabajo bien o mal, doy todo por las causas justas o no) y en la investigación de la verdad de las

cosas, con el apoyo del método científico propio de la ética, los actos humanos son estudiados por esta

ciencia con mayor rigor y más extensamente por causas últimas. Ciertamente, el hombre es, pero cuando

está consciente de su propia imperfección surge así su mejor lección de moral y la percepción del deber

llegar a ser mejor. Puede consultarse: L.García Alonso, Ética o Filosofía Moral, México: Trillas, 2006, p.

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Todo ello nos llama a caminar con justicia pero más allá del cálculo, de la prudencia, del derecho y del deber. El reconocimiento cordial quiere transformar el mundo desde la interioridad. No únicamente, dando a cada uno lo que le corresponde, sino compartiendo con el otro lo que ambos necesitan para ser felices. De la abundancia de los escritos filosóficos, escogí para el cierre del capítulo, textos y reflexiones de pensadores que guardan estrecha relación de identificación interior con el tema que nos ocupa. El amor que nos ha sido dado puede tornarse respuesta personal en cada uno de nosotros. Con la mirada puesta en el amor la persona es capaz de interpretar su vocación y orientar el camino de su corazón. Hay suficientes ocasiones para descubrir que es una exigencia moral relevante y que se aplica con esfuerzo al modo de quien posee un gran talento. El amor es entrega sublime que transfigura sin salir de nuestra propia vida. Mi investigación ha estado consagrada a mediaciones de reflexión y práctica entre persona, filosofía, pensamiento, ética y afectividad, vinculadas al ejercicio de la inteligencia, del juicio moral en situación - ¿qué debo hacer ahora? – y la educación. Interesa establecer puentes entre ellos porque cada uno, a su manera, se dirige a la acción. Resta encontrar, a lo largo de la lectura, la tensión viva del sí respondiente, la relación llamado-respuesta, poderoso lazo de la comprensión de sí mismo y del otro. Mi más profundo agradecimiento a la Dra. María Teresita Pavía López por su inigualable entusiasmo y aliento en la realización de esta investigación. Con su elevada calidad profesional y convincente vocación de filósofa, me acompañó y dirigió en cada etapa de mi recorrido académico. Asimismo, agradezco la experta orientación y guía del Dr. Vicente de Haro Romo quien supo además, facilitarme generosamente algunos textos que contribuyeron a la exitosa culminación de este trabajo.

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Capítulo 1

Persona, Filosofía y Educación

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El presente capítulo reúne tres temas que se complementan adecuadamente: persona, filosofía y educación. Cada uno de ellos ha sido colocado en una secuencia tal que ocupa el lugar que le corresponde, centrando la atención en su núcleo principal y determinante, dando de sí cada uno de ellos, su interna riqueza. Las reflexiones en torno al ser humano han sido redactadas poniendo el acento en la dimensión espiritual del hombre con el propósito de conocerla mejor. El tronco principal de la consideración de la persona está constituido por la narración de la historia del concepto de persona y la depuración del mismo, a lo largo de los siglos. Asimismo, se integran a este pilar, elementos fundamentales que complementan y esclarecen al lector su esencia y el sentido de su grandeza. El segundo tema informa acerca del ser y quehacer de la Filosofía, con el propósito de señalar su consideración necesaria e insustituible en el presente trabajo, logrado a través de su luz por el conocimiento de últimas causas y el camino de la verdad. ¿Qué puede esperarse de la Filosofía para el bien del hombre? Al salir al encuentro de la sabiduría, la persona comienza a nutrir su vida espiritual de realidades y valores que están situados más allá del tiempo y le otorgan razones permanentes para vivir y esperar. El filósofo crece, poco a poco, en su misión y adquiere conciencia de la necesidad del conocimiento de los fundamentos superiores de la naturaleza, del hombre y de Dios. Su tarea significa penetración metafísica del ser para mostrar con claridad las razones de verdad más allá o por encima de la física. Al final, se propone la Educación como fuente de perfeccionamiento humano alentando a la persona a captar con mayor nitidez la finalidad de la misma con la consideración de las distintas dimensiones que conforman su ser personal para dar cauce a sus mejores posibilidades. El hombre se autodetermina con su libertad en el arte de la educación. Hay un impulso dinámico que lo conduce a configurar la completud de su ser y de su existir. La Filosofía de la Educación reconoce la dignidad del espíritu y sabe de la consideración que subyace de una antropología filosófica del hombre. Así, el espíritu es el principio de la personalidad. Con el tiempo, merece confianza la persona que lucha con valentía, aunque se equivoque o falle pero que emprende la noble tarea de afinar sus recursos internos, logrando así, un acabamiento intrínseco, a través de la actividad intencional.

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1. Acerca del concepto de persona. Significado y sentido.

1.1 Significado El concepto de persona encierra en sí mismo la consideración más digna y fecunda del ser humano. Revela una realidad inmaterial y viva en estrecha unión con el espíritu, abierta al infinito. Designa lo que hay de más íntimo en el hombre y lo que hay de más valor en él. Cada realidad encierra dentro de sí su verdad propia. Con el discurso de nuestra inteligencia podemos significarla de un modo auténtico e integral. Para ello, es necesario considerar y escudriñar los elementos fundamentales acerca de la naturaleza de cada realidad y, específicamente, de la persona, por su mayor participación en el ser. Se aspira a penetrar en la verdad total para conservar su dignidad suprema entre los seres del universo. La realidad personal del ser humano, entendida desde su fundamento ontológico, manifiesta el anhelo siempre profundo, por parte del hombre, del conocimiento de la verdad. La “sabiduría”3 (sophia), forma suprema del conocer humano por causas primeras y principios universales, cala hondo en la verdad y asume la validez del vivir conforme a su luz. Entre las ciencias, la metafísica “juzga y ordena rectamente acerca de todas las verdades porque no puede darse un juicio perfecto y universal, a no ser por resolución a las primeras causas”4 y permite encontrar la eminencia de la condición de ser persona por cuanto conoce las razones supremas de la realidad, por ser el saber más comprehensivo, más abstracto, menos complejo, más instructivo y con mayor autoridad. La raíz de la palabra latina persona, procede del término griego prósopon, cuyo significado literal revela aquello que se dispone delante de los ojos, es decir, la máscara del actor. Este atributo surge de la capacidad que tiene el ser humano de ocultar su intimidad; puede disimular su ignorancia, su disgusto, su conocimiento, su pasión. Conviene hacer notar que la persona puede jugar un rol con una máscara sobre su rostro. Dentro de la cultura clásica, se encuentra también, la definición perteneciente al Derecho Romano. Se caracteriza por la consideración de un individuo humano que posee voz por sí mismo (per se sonans), sujeto de derecho y deberes y, reconocido para ser para alguien, desempeñando un papel en sociedad aunque todavía dicho reconocimiento dependía de su estirpe o familia. El individuo es las más de las veces un ente subordinado a la historia, la ciudad-estado o al destino voluntario de los dioses.

3 Aristóteles. Metafísica I 1-2 981b 25-30. Traducida por Valentín García Yebra. Madrid: Gredos, 1990.

Edición Trilingüe. 4 Aquino, Tomás de. Suma contra los gentiles I, L I c1. Madrid: B.A.C, 2007. Edición bilingüe.

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Aristóteles presenta en algunos textos de sus libros de la “filosofía primera”5, el problema decisivo de la sustancia o realidad suprema. Las notas que definen el concepto de sustancia y realidades a las que se aplica esta noción, las determina estableciendo ciertos datos o factores necesarios para distinguir lo que es y lo que no es substancia. En primer lugar, se llama sustancia a lo que no se inhiere en otra cosa y por lo tanto, no se predica de otra cosa. Es un ente autónomo, capaz de existir por separado del resto, en sí mismo y por sí mismo. Se denomina sustancia a lo que es algo determinado; no se trata de un atributo universal ni de un abstracto racional. Sustancia es una unidad intrínseca, no un agregado de partes y será, sólo lo que es en acto. La importancia de estas distinciones radica en que con ellas se distingue lo básico de lo accidental, lo permanente de lo transitorio. Por lo tanto, la metafísica de la persona aprovecha estas distinciones para asentar su afirmación principal: la persona es sustancia y no accidente, porque ella es el fundamento en que se apoyan un sinnúmero de accidentes. La persona no se confunde con sus accidentes, a pesar de estar llena de cualidades exteriores e interiores y de que sean innumerables sus relaciones con los demás; los accidentes no tienen una determinada forma de ser, están fuera de toda necesidad y regla. La figura externa de la sustancia humana está configurada desde dentro, por una forma interna, llamada por Aristóteles alma6. Esta forma interna es algo cualitativamente determinado que a su vez, cualifica a todo el ser y comunica existencia. La unión del alma con el cuerpo es tan intensa que esta forma viva comienza a actuar sobre la materia ya formalizada. La eminencia del alma humana le permite acoger el ser en sí, y al no verse el ser constreñido de manera inmediata por lo material, resulta infinitamente superior al ser de las sustancias únicamente corpóreas. El alma humana es intemporal, inmortal y permite afirmar que es de índole espiritual. “No se sumerge por entero en el cuerpo, permanece recogida en sí, en sus dimensiones más altas, constituyendo ese dentro ontológico”7. Vive de su esfuerzo incesante. Trasciende plenamente las condiciones de la materia. Estas precisiones nos ayudan a afirmar que la persona es indescriptible, es decir, inefable e incomunicable, su ser que posee no puede transmitirse a otro, por ser una sustancia primera particular. Es dueña de sus actos y menos dependiente del medio que la rodea a diferencia del animal; es autárquica y suficiente en virtud de su naturaleza racional. Boecio la define: “Persona es la sustancia individual de naturaleza racional”8. La persona es un supuesto que posee en sí misma el ser. Es una sustancia individual con sus particularidades que la distinguen de otros individuos de la misma especie. Posee una

5 Aristóteles. Metafísica IV 2 1004a 5.

6 Aristóteles. De Anima II 415 b 10-15. Madrid: Gredos, 2000, p. 90.

7 Melendo Granados, Tomás y Millán Puelles, Lourdes. Dignidad: ¿Una palabra vacía?. México: Loma

Editorial, 1998, p. 82. 8 Boecio. Sobre la persona y las dos naturalezas contra Eutiques y Nestorio, c 3, 920. Fernández,

Clemente. Los filosófos medievales I, Madrid: B.A.C., 1979.

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naturaleza, una esencia, por lo que una cosa es lo que es y con su naturaleza racional se abre cognoscitivamente a todo cuanto le rodea. Brevemente se puede aquí apuntar que con el Cristianismo, el ser humano sabe que es hijo de Dios por amor y, de este modo, adquiere una valoración intrínseca. Por su inteligencia, como facultad espiritual, participa de la perfección divina. Con el pensamiento cristiano se descubre la excelencia de la persona. La dignidad personal ontológica alcanza a todo ser humano, por su acto propio de ser, privilegiado en valor al de los demás seres creados. Ella no se ha otorgado el ser a sí misma, sino que le ha sido comunicado por Dios. Por lo tanto, su acto de ser es un acto derivado. Santo Tomás de Aquino, en la escolástica medieval, define a la persona como “todo ser subsistente en una naturaleza racional o intelectual”9. Con ello, señala el Doctor Angélico que la acción humana es exclusiva de la persona y no en razón de su naturaleza. Cada persona es responsable y dueña de sus actos. Es preciso indicar en este punto que otra es la dignidad personal moral. Ésta última radica en el ámbito del bien. Si la persona ejerce bien su libertad, sus derechos, sus obligaciones, su vida misma, añade razones de bondad a su mismo ser y alcanza mayor perfección. El hombre tiene dominio sobre sus propios actos. Su actuar es el resultado de sus ideas, propósitos y propias decisiones, a diferencia de los animales que obedecen al instinto. Aquello que se pondera es la acción, en tanto que buena o mala. Una persona es digna y buena gracias a las perfecciones accidentales aumentadas a sus innatas cualidades sustanciales. Posteriormente, entra en crisis el conocimiento metafísico con la filosofía empirista y las doctrinas nominalistas. Se rechazan las categorías aristotélicas de sustancia, esencia y naturaleza. Sólo son válidos los conocimientos a través de los sentidos, directamente y cualquier conocimiento de índole espiritual resulta incognoscible, entre ellos, la persona. No se puede afirmar su existencia, únicamente se postula. Con el racionalismo el ideal del conocimiento científico consiste en estructurar todos sus elementos como verdades de razón. Es un ideal que se va fraguando poco a poco y que consiste en que el conocimiento humano llegue a estructurarse del mismo modo que la ciencia matemática, la geometría, el cálculo. La razón humana se pone a prueba en la resolución de los problemas científicos. Todo aquello que se pueda comprobar de hecho por la experiencia se erige como verdad de razón, es decir, en juicios cuya verdad esté demostrada. La persona ya no se considera una unidad sustancial. La sustancia finita se divide en sustancia pensante (res cogitans) y sustancia extensa o material (res extensa)10. La persona, ahora, tiene su fundamento en una facultad suya. Su vía de acceso es la razón y su correspondiente operación pensar.

9 Aquino, Tomás de. Suma contra gentiles II, libro IV, c. 35. Madrid: B.A.C., 2007. Edición bilingüe.

10 Descartes, René. Discurso del método, cuarta y quinta partes. Barcelona: RBA Editores, 1994.

Traducción de Eugenio Frutos, profesor de la Universidad de Innsbruck.

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Para Kant la metafísica es imposible como ciencia porque conocer es una actividad regida por ciertas condiciones que convierten las cosas en objetos o fenómenos, en ser para el conocimiento. La actitud idealista había puesto el acento en el razonar filosófico, en la intuición del yo; el pensamiento y el objeto de conocimiento eran puestos por el sujeto cognoscente. Para este filósofo de Königsberg es necesario primero esclarecer la teoría del conocimiento y después abordar el problema metafísico. Pero si la metafísica es inalcanzable por vía de conocimiento científico físico-matemático, esto no quiere decir que no haya otros caminos conducentes a los objetos de la metafísica. El hombre puede ejercer múltiples actividades, el conocimiento es sólo una de tantas. Las dimensiones vastas de la actividad humana trascienden la sola actividad del conocimiento, entre ellas se encuentra la dimensión espiritual de la persona. En este ámbito de la vida espiritual del hombre, Kant afirma que existe la conciencia moral. Ella contiene dentro de sí los principios tan claros y evidentes en virtud de los cuales el hombre rige su vida. La persona acomoda su conducta a estos principios y éstos encierran en su interior los fundamentos para formular juicios morales acerca de sí mismos y de todo cuanto les rodea. La conciencia moral es tan real como el conocimiento. Hay algo en la conciencia moral que sin ser la razón especulativa se asemeja a la razón. De igual modo, son principios racionales, evidentes mediante los cuales podemos juzgar por medio de la aprehensión interna de su evidencia. Es la razón aplicada a la acción, a la práctica, a la moral. En este conjunto de principios que constituyen la conducta moral, encuentra Kant la base que puede conducir al hombre a la aprehensión de los objetos metafísicos. La persona humana es la única entre los seres creados que puede ser calificada con rigor de buena o mala porque sólo ella en sus acciones tiene mérito o demérito; ella verifica actos y con esta verificación determina su acción. Dos elementos se pueden distinguir en la acción, lo que el hombre hace y lo que quiere hacer; los predicados morales de bueno o malo corresponden estrictamente a lo que la persona quiere hacer, a la voluntad misma del hombre. Pudiera presentarse el caso de un homicidio involuntario y el acto no podría, a pesar de ser un desgracia, calificarse de voluntariamente malo. Advierte Kant que los actos voluntarios se presentan a la razón, a la reflexión como imperativos, en forma de mandamiento, antes de llevarse a cabo: hay que hacer esto, esto debe ser hecho. Lo importante en la acción no es el qué, sino el por qué se hace algo o se deja de hacer. Lo fundamental es que la voluntad se mueva a la acción por el respeto al deber y porque en la reflexión se ha dado con qué es el acto moral debido y no por el contenido de la misma acción, por esperanza de recompensa o temor de castigo. Esta forma pura de la voluntad proporciona a Kant la fórmula de su conocido imperativo categórico: “Yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal”11. Con ello, se observa la vinculación que establece Kant entre la ley

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Kant, Emmanuel. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, [402] 10. Traducción de

José Mardomingo. Barcelona: Ariel, 1996. Edición bilingüe.

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universal y la moralidad, específicamente, con la participación necesaria de la voluntad. Esta ley moral y su correlato en el sujeto, que es la voluntad moral pura, tiene su fundamento en la autonomía. Señala que la voluntad es autónoma cuando se da a sí misma su propia ley y heterónoma cuando la recibe de alguien o algo que no es ella misma como sería el caso de las éticas ya formuladas, éticas de mandamientos. Solamente es autónoma aquella ley moral que sitúa su formulación en la voluntad del hombre, ahí radica el origen de la propia ley. Esta autonomía de la voluntad abre el camino que nos conduce hacia el reconocimiento de la libertad humana allende el mundo de la experiencia. Si la voluntad moral pura es voluntad autónoma, significa que la voluntad contiene el postulado de la libertad. De otro modo, ¿cómo podría la voluntad ser autónoma sino fuese libre? ¿Dónde se encontraría el mérito? Para Kant el ejercicio de la conciencia es un acto de valoración y no de conocimiento porque no nos presenta la realidad esencial de algo; este acto de valoración es el que nos pone en contacto con el otro mundo del en sí, que no es un mundo de fenómenos, sino un mundo inteligible de realidades suprasensibles que se alcanzan a través de intuiciones de carácter moral y nos ponen en contacto con la conciencia moral. De tal manera que en la persona hay confluencia de dos vertientes: una, el yo como sujeto cognoscente en el conocimiento científico y el yo como conciencia moral; sobrepone al mundo natural de las leyes, la actividad estimativa y valorativa en la que la persona humana ejerce un rol importante como agente, entreabriendo su persona a los otros hombres. El alma humana es inmortal, ajena al espacio y al tiempo. Por medio de la purificación de la voluntad, del dominio libre de sus acciones sujetas a la ley moral, la persona puede alcanzar su santidad en ese otro mundo no fenoménico, metafísico de las cosas en sí. Más tarde, hacia la mitad del siglo XIX, el pensamiento filosófico ofrece un cambio de orientación en las ideas, en oposición a los idealismos. Las nuevas ideologías se dirigen hacia el positivismo, materialismo y socialismo materialista. Se crea un clima antiespiritualista, contrario a toda metafísica trascendente. El marxismo aspira a transformar el mundo desde su materialismo dialéctico. Se tiende a anular la dignidad personal colocando el valor del individuo no muy por encima de la materia. En el colectivismo la individualidad humana cobra sentido en el todo del Estado. Con ello, los intereses personales están sujetos a los fines del estado. Se niega la personalidad y el valor del individuo en aras del provecho colectivo. En la filosofía contemporánea, Nietzsche da por cierto que lo fundamental de la persona radica en el obrar y no en el ser. Ya no es el pensamiento el que ocupa el papel principal, sino la voluntad autónoma sin vínculo en la verdad y en el bien. Dios no es fundamento del hombre. El hombre es el sujeto fundante de lo verdadero y lo bueno. La estructura ontológica del ser humano es la de ser un cuerpo viviente.

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En respuesta a estos últimos planteamientos materialistas, nace a principios del siglo XX en Alemania, una de las corrientes más importantes del pensamiento contemporáneo. Esta filosofía se conoce con el nombre de Fenomenología y es obra de Edmundo Husserl, quien desde su estancia en Gotinga invita a un grupo de discípulos y colaboradores judíos y cristianos, a participar en las investigaciones fenomenológicas, entre ellos, Adolfo Reinach, Max Scheler, Heidegger, Edith Stein, Dietrich Von Hildebrand, Pfänder, Koyré, Héring, etc. Dicha fenomenología se presenta a sí misma como un nuevo inicio en la filosofía. Aspira a aplicar una forma fructífera y totalmente nueva de empirismo. Una filosofía que quiere volver a las cosas mismas como fuente de experiencia de lo dado. El origen de todo conocimiento y de toda verdad es el darse, es decir, la intuición en que se da algo originariamente, tal y como se ofrece el objeto de conocimiento. No se trata de una experiencia sensorial al modo del positivismo. Husserl amplía el alcance del empirismo tradicional, que tenía puesta la mirada en lo individual y real y conduce a la experiencia al ámbito de lo universal12. Este conjunto importante de pensadores, a su vez, se interesa por explorar las dimensiones del espíritu. Ellos adoptan actitudes metodológicas nuevas, perspectivas noveles de investigación y crean un vocabulario innovador. Se dan a la tarea de recuperar la noción de persona desde el método fenomenológico (desde la presentación al estado de conciencia, desde el encuentro con la realidad persona, desde la aprehensión que da pie al encuentro con la verdad y que da cauce a que otros agentes se manifiesten como los valores) y no metafísico. El resultado de sus investigaciones da origen al personalismo. Esta matriz intelectual asiste a la necesaria tarea de profundización en la estructura de la persona humana y deciden hacerlo desde el seguimiento de lo dado. El dominio cultural del marxismo y la crisis religiosa habían disuelto el valor integral de la persona sin perspectiva de estudio a propósito de su alcance espiritual. En sus primeros pasos, los filósofos personalistas prefieren hablar de la persona desde el análisis de la experiencia humana y no desde la definición sustancialista de las categorías que tiene su fundamento, en gran parte, en el análisis del mundo material (sustancia, mero sustrato en que se apoyan los accidentes materiales). Muchos de ellos consideran que la noción de sustancia implica determinación y el ser humano está llamado con su libertad a desplegarse y dinamizarse en su obrar, dado su carácter abierto e inacabado para realizarse. Lo cierto es que, el personalismo enriquece con sus aportaciones a la antropología filosófica con fundamento sólido, aunque de modo parcial. Da

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Este ámbito es ámbito de lo categorial, ambito de relaciones que dependen de ciertas partículas lógicas

(y, o, cópula). La experiencia de lo universal es una experiencia que esencialmente se diferencia de casos

particulares; hace posible remontar lo general empírico hacia un conocimiento enteramente abstracto.

Seguí la explicación de Jan Patocka, Introducción a la Fenomenología. Barcelona: Herder, 2005, p. 14 y

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respuesta a las interrogantes que era necesario responder ante el vacío que había que llenar. La persona constituye el núcleo de sus reflexiones y colabora con sus aportaciones a la desaparición del encasillamiento de posturas ideológicas radicales y de viejos prejuicios que impedían el conocimiento verdadero de la realidad personal. Sin embargo, aunque de entrada es inminente dar inicio al estudio del ser humano desde la experiencia con el apoyo del método fenomenológico, no se puede prescindir de la metodología metafísica en un estudio serio del ser personal. La metafísica es un saber que va más allá de la experiencia práctica; es el conocimiento puro de las causas. Por lo tanto, ella considera las aportaciones científicas particulares como datos de base pero conoce las realidades en su fundamento último y realidad universal; su fin es llegar a conocimientos exactos por causas primeras; posee la ciencia que se busca por sí misma y no por sus efectos prácticos. De ahí que, al reelaborar el concepto de persona se atienda a la superioridad ontológica para que sea posible desde su verdadero ser abrir la prospectiva de los valores y los fines. Sí, la persona es el sustrato de inherencia de los atributos y cualquier accidente podrá ser predicado de ella desde su sustancia. Pero, además, ella es el origen de sus operaciones y actos libres. Esta exposición permite concluir que tanto la fenomenología como la metafísica se complementan. En el plano dinámico-existencial la persona se determina y muestra crecimiento personal a través de su acción, asumida de modo libre. En el plano ontológico, tiene asegurada su individuación. Ella subsiste a pesar de los cambios; su yo personal se va determinando y concretando porque está llena de posibilidades abiertas, pero a pesar de no continuar siendo lo mismo sigue siendo la misma. Hoy en día el personalismo goza de buena salud. La tarea pendiente que tenía dentro del tejido filosófico de repensar la antropología conjuntamente con la metafísica, precisando los conceptos y relacionándolos entre sí, ha comenzado. Desde ahí, da inicio a la creación de un sistema, abierto, útil, iluminador y fecundo. Se sabe bien que, el posmodernismo complejo ofrece múltiples paradigmas inconexos y deformes en cuyos marcos particulares la persona, de algún modo, se ve reflejada. Sin embargo, ninguno de ellos da la respuesta verdadera de manera integral al ser de la persona. Por ello, la perspectiva actual del personalismo da cauce a una nueva comprensión y densidad antropológica de sesgo unitario, de cara a las limitaciones impuestas vertiginosamente por nuestro tiempo. El personalismo es un filosofía realista y original que insiste en ciertos rasgos antropológicos como puntos centrales: la capacidad cognoscitiva ajena al relativismo, la libertad de la persona como principio de acción, la subsistencia13 sin opacar la sustancia, la estructura de la personalidad como núcleo permanente, inalterable y común a todos los hombres, la radicación de la

13

Para comprender mejor el significado estricto “subsistencia: el no estar sujeto a la necesidad de

mantenerse recurriendo a lo ajeno” señalado por Leonardo Polo en La persona humana y su crecimiento.

Navarra: EUNSA, 1996, p. 157. De igual modo, con Tomás de Aquino en Suma de Teología I 2 q. 75 a.3

“Que subsiste por sí mismo se dice de aquello que no está adherido y que tampoco es parte”.

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persona en la dimensión ética que conforma su universo interior y regula los aspectos más íntimos de su vida y la relación con Dios, dimensión religiosa y trascendente. Para estos pensadores la persona necesita de categorías filosóficas propias distintas de las de los animales y las cosas porque ella es esencialmente diferente. Según esta concepción, muestran el carácter originario, autónomo y estructural de la afectividad y que en algunos aspectos tiene una dimensión espiritual. La afectividad es el tercer pilar junto con la inteligencia y la voluntad de la estructura personal teniendo como ámbito originario y referencial al corazón. Así las cosas, el diálogo abre la puerta al accidente relación aristotélico favoreciendo las relaciones interpersonales, a partir del común reconocimiento del yo frente al tú, “Yo-Tú funda el mundo de la relación”14. Con ello, Martin Buber expresa un modo de existencia distinto que se sitúa en relación. Surge, de este modo, la posibilidad de la solidaridad del querer y de la responsabilidad. Así, nace el personalismo comunitario, “lo radicalmente importante no es ni la sociedad en cuanto tal ni el individuo egoísta, sino la persona en relación con los demás”15. Lo fundamental es que la persona ponga su esfuerzo al servicio de los demás, sin alimentar posturas egoístas e irresponsables. Para el personalismo, el sujeto personal es la confluencia de cuerpo y espíritu. Su unión es indisoluble. Ambos participan en el movimiento de personalización. El cuerpo es un medio de expresión del espíritu. Emmanuel Mounier, padre del personalismo, afirma que, “no puedo pensar sin mi cuerpo, ni ser sin mi cuerpo: el me expone a mí, al mundo, a los demás”16. Con ello, indica el pensador que el cuerpo no es un objeto material, simplemente, es un camino de acercamiento a las experiencias humanas; desde las más humildes y próximas a la materia hasta las posibilidades espirituales más sublimes. Ciertamente, que el espíritu de la persona tiene necesidades intrínsecas siendo el espíritu la parte más elevada del alma. En el hombre hay anhelo de plenitud existencial. La persona, por su alma incorruptible e imperecedera, es sujeto eterno. Es un fin en sí misma. Por el espíritu, la persona se abre al infinito y tiene libertad no dependiente de la materia. La materia por sí sola no puede dar respuesta a las realidades espirituales. Es por el espíritu, apoyado por sus características propias, apertura, acción y posesión, que el ser humano descubre su vocación y su misión. La tarea más urgente en el ser humano es la de llegar a saber quién es, quién debe llegar a ser y cómo puede llegar a serlo. La persona fue creada para cumplir su misión, siendo por sí misma, con “toda la belleza de su propia figura y con todo el gozo de su libertad”17. Su existencia es un proceso de desarrollo que se va completando poco a poco. La persona tiene una meta ulterior que

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Buber, Martin. Yo y tú. Madrid: Caparrós, 2005, p. 13. 15

Burgos, Juan Manuel. Reconstruir la persona. Madrid: Palabra, 2009, p. 30. 16

Mounier, Emmanuel. El personalismo. México: Jus, 2005, p. 34. 17

González de Cardedal, Olegario. Gesché, Adolphe. El sentido. Slamanca: Sígueme, 2004. Prólogo, p.

15.

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esta fuera de sí misma, un destino final. Tiene un fin que no es el hombre mismo. Por tanto, para morir bien, debe vivir bien, si no ¿de qué le sirvió vivir? Por otro lado, la racionalidad del hombre le permite la apertura al ser, a la belleza, al bien y a la verdad, propiedades que se encuentran presentes en la naturaleza del mundo material, en las demás personas y en Dios mismo. Esta apertura es precisamente la que posibilita la libertad personal del ser humano. Además, la apertura a toda realidad incluye la apertura también hacia sí mismo en la medida en que surge en cada ser humano la autoconciencia y la intimidad. El personalismo propone una antropología integral, fuerte y de fundamento cristiano. Con el posmodernismo, el hombre y la mujer asisten a una fragmentación ideológica y el mundo multicultural inconexo actual presenta el riesgo de la pérdida de sentido acompañado de estructuras conceptuales débiles que no alcanzan a iluminar el ser auténtico y originario del ser humano ni tampoco, los caminos interiores de la persona humana contemporánea. Esto resulta evidente cuando el hombre brinda soluciones de índole económica o biológica, incompletas o frágiles a los problemas humanos. En el presente, la posición del personalismo respecto de la ideología de género es de franca contraposición respecto de muchas cuestiones nucleares. Esta teoría postula que el hombre y la mujer no nacen tales en razón de su naturaleza humana, sino que son constructos culturales. Afirman que la persona forja su identidad sexual mediante decisiones libres por encima de los datos biológicos, poco importantes para ellos y que, de hecho, no deben ser considerados como factores definitivos en la estructuración de la personalidad. Por lo tanto, el hombre y la mujer son el resultado de las influencias recibidas por el predominio de la cultura y de la sociedad. Ante dicha postura, el personalismo reafirma que se es hombre o mujer, negando la aseveración de que ambos son producto de la cultura y la educación. El carácter sexuado de la persona afecta a toda su estructura, señala Julián Marías18 y no, únicamente, a la dimensión corporal. Para los filósofos personalistas cada persona es un quien único e irrepetible y todos los hombres y mujeres comparten una naturaleza mediante la cual se saben seres humanos. La sexualidad reparte en dos a la humanidad entera: varón y mujer. Para ello, el personalismo parte del principio de igualdad y del principio de diferencia. Hombres y mujeres son convergentes y divergentes, iguales pero diferentes. Comparten la misma naturaleza humana pero de forma variada, como naturaleza humana masculina y naturaleza humana femenina, teniendo cada una de ellas, su modo propio masculino y femenino de actuar y de comportarse. Dicha antropología ancla sus cimientos en la verdad integral. Varón y mujer comparten la misma naturaleza humana y, por ende, la misma dignidad y facultades: inteligencia, voluntad, afectividad, libertad, etc. Ser hombre o mujer

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Cfr. Marías, Julián. Antropología Metafísica. Madrid: Alianza, 1987, pp. 120 y ss.

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es una realidad ontológica que los presenta a cada uno en su integridad personal, desde los estratos biológicos hasta las dimensiones más espirituales. Me gustaría señalar que la filosofía personalista privilegia en el orden de la eficacia, la acción en su estructura bidimensional, transitiva e intransitiva, dejando un sello interno en el sujeto que la realiza y externo en el objeto en que se realiza. En este plano, la acción se comprende como el modo de interacción del hombre consigo mismo, transfigurándose y autodeterminándose y, con la realidad, adquiriendo la acción nuevo relieve e introduciéndola con amplitud al pensamiento y a la más elevada experiencia espiritual. Consiste en un despliegue operativo del ser. La acción humana no se reduce a la inmanencia en el ser, sino que desde ahí, con su fuerza transformadora modifica el entorno que le rodea. Además, para el personalismo el filósofo no está solo ni aislado, es sujeto civil con responsabilidades sociales, colabora con su acción a la mejora de la sociedad, a la cultura y al auténtico humanismo. Por lo tanto, la acción humana se estructura en concordancia con dos prioridades fundamentales. A la prioridad metafísica, “al obrar por sí mismo corresponde al existir por sí mismo”19, operari sequitor esse, porque sin el hombre no puede haber praxis, se añade la prioridad ética. Con ello, se quiere significar que a la acción debe añadirse la prioridad de aquello que conviene al hombre verdaderamente. “La praxis afecta al mismo sujeto porque su contenido lo forman acciones de tipo ético que implican una decisión sobre el bien y el mal”20. Las acciones morales son inmanentes a la persona y es precisamente mediante su obrar moral que ella se va determinando como buena o mala, virtuosa o viciosa. Por ello, es tan importante centrarse en la realidad específica que la persona busca adquirir a través de su acción. Por último, de esta estructura antropológica, deriva la reflexión acerca del reconocimiento del empleo razonable de métodos y filosofías idóneas aprovechables para la renovación del hombre y con ellas hacer accesible y comprensible la verdad respecto de su ser personal. El método y la filosofía fenomenológicos son un recurso eficaz para progresar en la exploración de la realidad de modo diverso. Resta en virtud de los conocimientos recibidos, integrarlos en la estructura metafísica que es la verdaderamente esencial.

1.2 El sentido.

Cada hombre dotado por su propio ser, de espíritu y libertad, es un inicio original, con un encargo vital para desplegarse con holgura y confianza en su existir. Lo cierto es que cada vida humana bien lograda ha sido una aventura en suelo desconocido, habiéndose anticipado el mismo hombre a colocar sus esperanzas en lo propio y lo valioso. La presencia humana con sentido es distinta de aquella vacía. Si el hombre se tiene a sí mismo en sus propias manos alcanza la victoria de la vida con implicación personal e impulso vital.

19

Aquino, Tomás de. Suma de Teología I 2 q. 75 a.3. 20

Burgos, Juan Manuel. Reconstruir …. Madrid: Palabra, 2009, p. 109.

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La consciencia de sí mismo permite al ser humano ser constante en su acción. “Los hitos de la historia los construyen y los legan los grandes enamorados. De los mediocres no queda registro alguno”21. La alegría de lo que está por venir hace mucho más valioso el presente. La excelencia con que tantos hombres y mujeres han realizado lo humano ha sido la herencia más fecunda, generadora de sentido y entusiasmo. El sentido es una noción abarcante, radical, fundamental y por lo tanto resulta indefinible. Es una noción-límite. Sólo podemos pronunciarla, describirla y soñar con ella, pero sí es creadora de ámbito para avanzar hacia una finalidad. Cada uno la lleva en sus acciones y nos permite ir con confianza hacia el futuro. Así el trabajo humano no será en vano.

La donación de sentido es una tarea necesaria y un deber en la vida del hombre. El hombre advierte el sentido al ejercitar su propia existencia y al dejarse conmover por lo verdaderamente digno de aprecio, cuando las realidades nos dan noticia de que el sentido proviene de ellas mismas. Justamente, se accede a la realidad profunda porque el hombre es creador de sentido. Lo cierto es que el sentido nace del núcleo interior del hombre y sólo se le puede extraer mirando desde dentro. Cada orden de realidad requiere su órgano de conocimiento, su manera de mirar, su método y su horizonte rico en posibilidades. El sentido representa una exigencia necesaria para conducir al espíritu humano a los conocimientos más elevados. Tal vez se pueda comprender mejor su esencia en profundidad si se contempla el siguiente pensamiento: “El sentido se refiere, invariablemente, a un valor”22 ; es un valor inteligible que revela y orienta el esfuerzo de conocer, de amar, de expresarse, de comunicarse, de actuar. El sentido escudriña las raíces y valora la realidad. Se encuentra sentido en algo valioso por la concatenación de las partes en el todo. Entonces surge algo más grande: el mismo valor del sentido indica las exigencias de la más bella realización de una realidad. Al sentido se da respuesta con hechos concretos. El hombre también, introduce sentido en el mundo creando obras, empresas valiosas y bellas. Entonces la donación de sentido se torna una forma suprema de maduración, despojándose de lo inútil y vicioso. No toda la realidad ha sido descifrada y codificada, de ahí la importancia de la apertura y la invención por parte de la persona. Por ejemplo, la ciencia se elabora desde la sospecha, la duda, el interés, pero sobre todo, el sentido del conocimiento por causas radica en el amor a la realidad. “Amor a la verdad que libera de ataduras terrestres y que dota al espíritu del señorío y de la dignidad que le corresponde”23. El amor es inseparable de la verdad: el amor la esclarece, la posibilita.

21

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización del amor. México: Fondo de Cultura Económica,

2006, p. 9. 22

Basave Fernández del Valle, Agustín. Filosofía del Hombre. México: Espasa-Calpe, S.A., 1978, p. 28. 23

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización…, p. 147.

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Si bien el hombre tiene una colocación natural en el mundo es necesario que ésta sea seguida de una posición personal en la existencia. La persona descubre, en primer lugar, el sentido metafísico de su vivir, pero además intenta develarlo en sitios que pertenecen a su propia antropología tales como la libertad, la esperanza, lo imaginario, el destino, la identidad. En este caso, interesa el lugar donde el sentido es ejercitado y vivido y no el a priori. El sentido aparece en estos ámbitos mostrándose a sí mismo con autonomía propia. Se sostiene por sí mismo sin necesidad de recurrir a justificaciones exteriores. El sentido es una interpelación que se dirige hacia nosotros pero muchas veces no nos damos cuenta. Busca llamarnos y conducirnos de forma personal. Ofrece un semblante nuevo a la vida, una transformación, es algo naciente que se da. Por lo mismo, el sentido es entrega, donación y de igual modo, conduce a la persona a consumar realizaciones insospechadas con los otros. La entrega de sí es un ejemplo de alianzas humanas. Su práctica trasciende en la edificación de la propia vida, siendo otro con los otros. Las variaciones de la definición de libertad guardan matices distintos. En la ciencia metafísica, la libertad es algo que pertenece a la esencia del hombre. Desde su origen, es un ser que es libre. Pero, a su vez, esta libertad, además de pertenecer a la esencia humana responde a una vocación. La libertad aparece entonces, con una dimensión dinámica que se torna creadora. Afortunadamente, el destino humano no está trazado y por ello, la libertad se le ha entregado al hombre para que, con visión y esfuerzo, dé vuelo a su invención y sea el autor de su propia vida. La libertad al abrir la posibilidad de elección, conduce a la razón a interrogarse sobre la validez de sus elecciones, sobre sus intereses e ideales. Por su misma libertad abierta, el ser humano es capaz de cuestionarse si está dispuesto a vivir con gratuidad, don y exceso porque es un ser para el amor y se le ha concedido ejercer a fondo su libertad. La libertad es un don para sí, que permite a la persona trascender en el amor al prójimo y en el amor a la persona Divina. Señala Tomás de Aquino: “El alma es más verdadera allí donde ama, porque en ese lugar se encuentra según su ser más noble, que es el correspondiente a su perfección última”24. En gran medida, el sentido de la vida radica en la entrega, conduciendo al hombre más allá de la esfera propia. Para comprenderse mejor y encontrar el sentido de su existencia, es necesario que el hombre sepa quién es él. ¿Cuáles serán entonces, los contornos de la identidad humana? ¿Acaso formarán parte de ella, la autoafirmación o la alteridad? “Mi identidad se pone en juego cuando aparece el otro”25. Esto revela que la alteridad es un factor constitutivo de la identidad, el ser humano es con los otros y con el Otro, a quien llama Dios. Ambos colaboran a constituir su identidad y a impedir que el hombre se repliegue en sí mismo. El otro lo salva de su soledad individual.

24

Aquino, Tomás de, In I Sent., d. 15, q. 5. a. 3 ad 2. 25

Gesché, Adolphe. El sentido, pp. 59 y 60.

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Ningún hombre puede verificar todo por sí mismo; ello favorece un descentramiento de sí y aparece la confianza en el otro. Esta confianza en el otro permite que el hombre se encuentre a sí mismo y no se pierda. El otro es mi semejante y permite afirmar mi identidad. Con el otro también doy respuesta no guardando mis derechos celosamente, sino que estoy dispuesto a abrir espacio hacia delante en la abundancia y gratuidad. Pero esto sólo lo puede lograr el hombre definiéndose a sí mismo, actuando libremente, respondiendo a su ser y desplegando su existencia. La identidad humana es un ofrecimiento a realizar pero sin imposición violenta porque se lastimaría la dignidad. Lo cierto es que la identidad humana no viene del todo hecha, en parte habrá que construirla. El hombre está llamado a darse nombre. Es libre para escogerse y hacer su destino. La persona humana busca incesantemente hacer algo con su vida. Alcanzar el destino propio no es cosa fácil. Olvidar a aquellos que viven excluidos, abrumados por el hambre, la pobreza, sin esperanza alguna de su futuro, no sería justo, puesto que, difícilmente, ellos podrán alcanzar su definición propia. Sin embargo, no podemos dejar de afirmar que el hombre es un ser que configura su destino; un ser que se apasiona, la mayor de las veces por dar sentido a su existencia. Con un cierto anhelo y esfuerzo por encontrar el global y fundamental significado y sentido esencial de su destino, el ser humano quiere una vida propia labrada con sus singulares fuerzas. La configuración del destino humano es el eje vertebrador de su empeño y trabajo. Es un derecho que tiene el hombre de proponérselo. Este logro es una exigencia metafísica que se presenta en la vida del hombre porque tiene que ver con su mismo ser y su propia identidad. Lejos de toda pretensión material, el destino aparece al hombre como una promesa de vida con vocación de servicio. El ser humano tiene el deber de reconocer que la voluntad le ha sido otorgada para imprimir sello a su vida personal y comunitaria. El hombre busca liberarse de la fatalidad. Va en pos de lo verdaderamente humano al dar batalla a favor de la moral, de los derechos y deberes y al insistir en los propósitos y fines de la ciencia y del pensamiento. “El tema del destino es una responsabilidad cultural y un reto de civilización”26. Se trata de consolidar un reto con horizontes propios y con las resonancias del mundo actual. El hombre va en pos de determinaciones más altas allende la cotidianeidad con el deseo de dar orientación a su existencia y la tarea de construir un destino que dará la impronta personal a su vida y trascenderá los límites de su finitud para encontrar una pauta más honda. El ser humano fue creado para más de lo que él calcula y es capaz de constatar; se trata del progreso en el ser a través de una profundización. De cara a la desesperación, a la caída de algún proyecto, a la ausencia de horizontes surge la esperanza en el corazón del hombre para continuar dando

26

Gesché, Adolphe. El sentido, p. 93.

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sentido a su vivir y a nuevas aventuras. En tales circunstancias, se puede afirmar que la esperanza salva la existencia otorgando sentido. Así la esperanza se presenta como un horizonte de amplitud, de extensión, abriendo un camino nuevo frente al vacío de perspectivas. El derecho a la esperanza en el hombre no se debe extinguir. La virtud de la sabiduría colabora a que las posibilidades de la esperanza sean reales. ¿De qué modo? La sabiduría participa como indicadora de camino, como amiga del hombre, como madre de la esperanza; la sabiduría está al servicio de la esperanza. La esperanza nos invita a salir del encierro repetitivo de nosotros mismos que a su vez, rechaza los valores que puedan venir de fuera; nos ofrece salir de la soledad y de lo mismo donde ya nada se puede renovar. La esperanza exige apertura y nos propone mirar otros cauces y no permanecer en los privilegios y seguridades de nosotros mismos. De este modo, la sabiduría señala la vía hacia la universalidad de culturas, hacia la alteridad, impidiendo el encerramiento. La persona debe estar abierta a los otros para hacer presencia en la sociedad y así suscitar una esperanza verdadera. De lo que se trata, es de abrirse a lo más excelente y tener en cuenta, todos juntos, la complejidad de lo real para aportar soluciones, con la consideración de los recursos valiosos que todos podamos brindar. La participación del imaginario se hace necesaria en la vida del hombre porque colabora a activar sus sueños, su sensibilidad, su afectividad, sus emociones. Es una potencia unificadora que va más allá de su razón. Obviamente, no se pone de lado a la razón para hundirlo en el abismo del delirio o el surgimiento de fantasmas. Pero la razón tiene sus límites, ella no puede explicar el ardor o la efervescencia que forman parte de la vida de los seres humanos. Para dar sentido a su existencia no basta la racionalidad. De igual modo, la imaginación desvincula al hombre del encerramiento en sí mismo y lo mueve a actuar hacia el porvenir. El buen imaginario y no el perverso y peligroso (cuya característica principal es la de separarlo de lo real), le permite penetrar con mayor fuerza en lo real para que con la apertura de la imaginación lleve a cabo realizaciones culturales inéditas. El imaginario es precisamente, el lugar donde se nos permite crear e inventar. Ciertamente que la razón también concede al hombre crear, pero sus funciones principales son el orden, la comprensión, la interpretación y encauzar aquello que la imaginación pasando sus límites pudiera tener de destructor. Pero resulta que la razón sería incapaz de abrir, ante los seres humanos, el mundo de lo imaginario. La imaginación abre el acceso al sentido secreto y el hombre debe aceptar que su rumor se escuche porque es un medio para que el hombre se ponga en contacto con sus confines. El imaginario es un espacio hondo para que el hombre se sumerja y traspase la materia, para no comprenderse a sí mismo

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únicamente en las repeticiones. La imaginación capacita al hombre para elevarlo y abrir su sentido, su corazón a lo que ellos le quieren decir. Es un lugar abierto en donde el hombre recurre a sí mismo para recibir sus propias vibraciones; es la energía de las fuerzas elementales que habitan en el hombre. Por ejemplo, la literatura permite al ser humano comprenderse mejor porque es un campo en donde todo es posible, en donde no se cancela aquello que podría ser el hombre o hacer. Se podría decir que, a través de este arte, se puede descubrir una antropología sin restricciones. Así las cosas, es la palabra que se abre a la realidad y revela el enigma del hombre. Lo importante es salvar nuestra vida de la falta de sentido. Es dar el paso de la esencia escondida al presente vivo sin que el hombre quede ensombrecido. La búsqueda de sentido es una ayuda para sobrepasar su miseria, porque ésta última no es su esencia. Sin la desvelación de sentido, el hombre permanece escondido e incomprensible a sí mismo. El hombre no está desprovisto de su capacidad de generar sentido. 2. Filosofía. Búsqueda de la verdad y práctica de la sabiduría La filosofía, en su dimensión más generosa, es fuente inagotable de reflexión al servicio de la verdad, de opción y modo de vida, de libertad. Todo comenzó con una explicación racional del mundo. Los primeros pensadores se inquietaban por conocer el orden subyacente del ser de las cosas mismas. El ejercicio filosófico obligó al hombre a superarse por sí mismo y lo condujo hacia una actividad del espíritu, crítica y discursiva en búsqueda de la verdad, cuya intervención lograba transformarlo. “Todos los hombres desean por naturaleza saber”27, afirmó Aristóteles. Poco a poco, la persona humana, comprendió que fue creada con la particularidad de poder calar hondo en el conocimiento del ser. Descubrió que con el apoyo de la razón, podía quitar obstáculos para hacer más transparentes y claras las ideas y las distintas realidades. Asumió su propia tarea humana de revelar y justificar racionalmente aquello que le rodeaba y comunicarlo a los demás. Estas expectativas han acompañado al hombre, desde el relato más antiguo hasta nuestros días, pero además, se han incrementado. Casi siempre, el ser humano ha anhelado calmar su tensión y esclarecer los enigmas y fundamentos sobre los que se construye la vida humana. Frente a este horizonte interrogativo la persona humana proyecta sus preguntas acerca de verdades insospechadas y se propone la búsqueda de aquellos cimientos que sostienen la más profunda estructura de todo ser. La respuesta a la verdad no está a primera vista. Se busca el fundamento de lo real y su transparencia por debajo de la primera apariencia. El punto de partida es la tendencia hacia la sabiduría y el asombro, como disposición expectante ante lo que la razón habrá de significar y otorgar sentido.

27

Aristóteles. Metafísica, I, 1, 980 a, 25.

25

“El término etimológico philosophia de procedencia latina, eco, a su vez, de la

voz griega de análogo sonido”28, φιλοσοφίαsignifica amor a la sabiduría y es precisamente, la expresión que designa la inclinación natural al saber por parte de la persona humana y el pulso de su posibilidad intelectual. Indica la participación humana en el ámbito mismo de la sabiduría sin llegar a poseerla de manera absoluta. A pesar de sus grandes logros, interpretaciones y hallazgos es un saber que nunca queda satisfecho. En la tradición griega, el filósofo era el mediador que revelaba algo del mundo de los dioses. Dejaba entrever su sitio entre la sabiduría y la ignorancia. Era un individuo que no pertenecía del todo a este mundo y que era fuertemente atraído por el bien y la belleza. Podía absorberse en la meditación porque amaba el saber e intentaba progresar en ello. Es así, que el hombre se inició en los misterios del amor, amando la sabiduría. Pero si el amor en sí mismo tiene sentido, crea y es fecundo, de igual modo, la filosofía por ser amor a la sabiduría es creadora y fecunda. Para Platón la tarea del filósofo consistía en actuar; llama a fijar la atención, justamente, en vivir conforme a la sabiduría superior fundamentada en el saber racional e inseparable del amor al bien. Con la acción el ser humano se trasciende a sí mismo en algo que lo supera. Lo importante es que el hombre se oriente hacia una vida espiritual e intelectual y lleve a cabo una conversión eligiendo lo valioso y lo mejor. Aristóteles también dotó de sólidos cimientos a la filosofía occidental. La filosofía era, al mismo tiempo, un modo de vida y un modo de reflexión, como en Platón. La vida filosófica aseguraba su independencia desprendiéndose de lo material y fundamentalmente, era vida del espíritu, amada por sí misma. Para Aristóteles, el discurso filosófico se realiza mediante el intelecto que representa lo más esencial en el hombre y tiene algo de divino. Así, la actividad filosófica es actividad del entendimiento. Con el ejercicio de la mente el yo individual puede llegar a ser un yo superior y alcanzar una consideración universal y trascendente. A diferencia de Platón, para quien la sabiduría pertenecía sólo a la divinidad, Aristóteles piensa que la sabiduría es asequible al hombre, en la medida de lo posible. El hombre debe buscar el saber por el saber y su estilo de vida estar consagrado a dicho tipo de conocimiento. Con ello, se refiere a una filosofía practicada, vivida, activa que brinda felicidad. La vida del espíritu consiste en observar, investigar y discurrir con esmero debido al sello divino que llevan las realidades. El punto culminante de la vida del espíritu, la felicidad, es la contemplación del Intelecto divino y sólo el hombre lo alcanza algunas veces. La idea originaria de Platón, a propósito de los lazos estrechos que establece el conocimiento con el deseo y la afectividad, es retomada en Aristóteles. El hombre bueno experimenta gozo en la contemplación de los seres creados. Para el filósofo, todo ser es bello; lo importante es saber situarlo y jerarquizarlo respecto del plan de la Naturaleza, pero además, es necesario dirigirlo hacia lo

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Millán Puelles, Antonio. Fundamentos de Filosofía. Madrid: Rialp, 1981, p. 14.

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supremo deseable. El alma goza no únicamente de la esencia del ser natural, sino también de su existencia. Este vínculo entre afectividad y conocimiento lo expresa en fórmula en la Metafísica: “Lo supremo deseable y lo supremo inteligible se confunden”29. El anhelo tan grande de sabiduría en la verdad por parte del hombre reúne al deseo y a la ciencia, con el apoyo de la inteligencia y abre la posibilidad de pertenecerse mutuamente. El gozo que se despierta en el individuo humano contemplando la belleza de los seres naturales, es un interés desinteresado. El hombre se desprende de sí mismo, elevándose de este modo, al nivel del espíritu y toma conciencia de la atracción que se genera entre lo supremo inteligible y lo supremo deseable. Todo develamiento se gesta en la serena atención a la verdad. La persona se siente llamada por una verdad y una vida infinita que la fundan y la trascienden. Juan Pablo II nos recuerda: “Tanto en Oriente como en Occidente es posible distinguir un camino que, a lo largo de los siglos, ha llevado a la humanidad a encontrarse progresivamente con la verdad y a confrontarse con ella. Es un camino que se ha desarrollado –no podía ser de otro modo—dentro del horizonte de la autoconciencia personal: el hombre cuanto más conoce la realidad y el mundo tanto mejor se conoce a sí mismo como ser único en su género. Todo lo que se presenta como objeto de nuestro conocimiento se convierte por ello en parte de nuestra vida. La exhortación “Conócete a ti mismo”30 estaba esculpida sobre el dintel del templo de Delfos, para testimoniar una verdad fundamental que debe ser asumida como la regla mínima por todo hombre deseoso de distinguirse, en medio de toda la creación calificándose como “hombre” precisamente en cuanto “conocedor de sí mismo”31. Con ello los siete sabios en Delfos quisieron ofrecer a Apolo las primicias de la sabiduría e invitar a los mortales a tomar conciencia de su no saber. El contenido de este texto conduce al lector a un cuestionamiento de sí y lo invita a reconocer que el saber no se recibe acuñado, sino que se engendra en el individuo mismo para seguir sin detenimiento, la irrupción de la verdad. El lenguaje de los comienzos de la filosofía anuncia la necesidad en el hombre de abrirse a la verdad y de contar con ella. El tejido de experiencias y conocimientos que se desarrollaron a partir de los primeros pensadores para descubrir el orden interior de la realidad tenía una idea central: la posesión de la verdad como resultado de la lucha espiritual del hombre. Justamente, la filosofía es esfuerzo de desarrollo espiritual y se propone sacar a luz la verdad como una de sus tareas primordiales. Lo cierto es que la verdad precede e ilumina a cualquier realidad y se entrega para ser develada. Se le puede acoger o rechazar. Se propone pero no se impone. No obstante, permanecer en ella es garantía de progreso porque la verdad, también, hace posible el obrar correcto. El hombre busca la verdad para aquietarse en ella. Pero una vez que se ha revelado la verdad, es necesario ordenarla. “Lo propio del sabio es ordenar”32 afirma el estagirita. Así pues, la sabiduría es la más alta

29

Aristóteles. Metafísica, XII, 1072 a, 26 y ss. 30

Platón. Obras completas. Alcibíades. Madrid: aguilar s a de ediciones, 1990, p. 256. 31

Juan Pablo II. Fides et ratio, n.1. 32

Aristóteles, Metafísica, I, 2, 982a, 15-20.

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perfección de la razón, a la que corresponde conocer el orden. Santo Tomás repite muchas veces, siguiendo a Aristóteles, que el sabio, y por tanto, el filósofo, es capaz de ordenar. Precisa, seguidamente, en el Comentario a la Ética: “Hay dos clases de orden. Uno, según se hallan las partes de un todo o de un conjunto entre sí, como las partes de una casa están ordenadas unas con otras. Otro, es el orden de las cosas respecto al fin y este orden es más principal que el primero”33. Es imposible ordenar varias cosas si no se conoce la relación de lo que se ha de ordenar entre sí y respecto a algo más alto, que es su fin. El criterio para ordenar u organizar se obtiene, por ello, del orden o dirección al fin. El sabio puede ordenar porque conoce las causas y especialmente, las causas primeras. Al sabio también pertenece juzgar y por lo tanto, ordena y juzga acerca de su fundamento mediante el conocimiento por causas últimas. La filosofía considerada como camino espiritual ascendente traslada al núcleo del problema moral. Desde tiempos remotos, la ética vela por la purificación del alma y la formación del individuo. El alma humana no debe confundirse con el alma irracional. Desde la raíz más antigua, comenzó el desarrollo moral y se traspasaron las fronteras terrenas para alcanzar la interioridad. El interior del hombre era tierra conocida y se esperaban mayores descubrimientos acerca de él que del mismo universo. La idea originaria de actuar conforme a la razón continuó vigente durante muchos siglos. Estaban acostumbrados a reconocer que el bien moral es una exigencia dictada por la razón que trasciende al individuo. Nadie estaba determinado más que el que aceptaba que ya lo estaba. La voluntad de hacer el bien se edificaba desde el interior de sí mismo. La filosofía era un medio que libraba del mal de la corrupción porque en su dimensión ética conocía con espíritu atento acerca de las acciones dignas del ser humano. Tenía la mirada puesta en ayudar al hombre a su propia perfección siendo maestra de vida y progreso axiológico. Cuando se pone de manifiesto la interioridad del hombre y su espiritualidad es necesario que el discurso filosófico llegue hasta su naturaleza espiritual y el fundamento en que se apoya. ¿Cuáles serán, entonces, los principios a partir de las cuales se fundamentan los contenidos esenciales y las verdades filosóficas? Los fundamentos que sostienen a la ciencia filosófica son múltiples: fundamentos en el orden del acontecer, en el orden del ser, en el orden del conocer, en el orden del pensar, en el orden del obrar…, abriéndose la capacidad primigenia de la persona para trascender el mundo material. Esta es parte de la misión de la filosofía. Buscar fundamento y contenido hasta alcanzar un conocimiento último de la compleja realidad humana. La filosofía tiene el privilegio de fundamentar y consolidar los conocimientos con el apoyo de la razón y de la verdad. El terreno filosófico supone todos los demás campos de ideas de las ciencias. La filosofía encierra dentro de su dimensión propia, los fundamentos estáticos y a la vez, principios dinámicos pero los sabe compartir con otras ciencias. Son contenidos esenciales y normativos que la constituyen y le permiten orientar. Posee los puntos de partida hacia los que se ordena cualquier empresa, sin por

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Aquino, Tomás de. Comentario a la Ética de Aristóteles, I, 1, 1094a1-a18. Pamplona: EUNSA, 2000.

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ello olvidar la más trascendente para todo ser humano, la de llegar a ser persona. A lo que parece, fue Aristóteles el que, en un pasaje, muy denso y no fácil de descifrar, de la Metafísica34, formuló explícitamente por primera vez el concepto de libertad, en el sentido de inmediata conexión con la filosofía. Dice, “sólo la filosofía es libre”. ¿En qué sentido? Libre para sí misma. “Filosofar es más bien un hacer que tiene sentido en sí mismo, que no se legitima precisamente por su aptitud para ‘servir para un fin”35. En ella encontramos la suprema posibilidad de lo humano y de la trascendencia. No es eficacia y poder. La reflexión filosófica no se inserta en el ámbito utilitarista, ni se sustrae al mundo de la explotación y el rendimiento. La persona que de verdad filosofa se abre a la verdad despojándose totalmente de toda pretensión. Posee el verdadero filósofo la cualidad interior de afirmarse en su misión recibida allende las categorías de dominio, rendimiento, aprovechabilidad, practicidad y vanidad de opiniones. El filósofo marcha en pos de las esencias permanentes e intemporales. Su pensamiento tiene que ser riguroso y metódico porque lleva cuenta y razón de todo para adquirir certeza. La filosofía es una actividad que descarta toda posibilidad banal, lejos de prejuicios, ilusiones o puntos de vista imprecisos. La visión filosófica de los antiguos contemplaba el vínculo existente entre el modo de vivir y el discurso filosófico, como ya se ha anticipado en párrafos anteriores. El discurso filosófico formaba parte de la forma de vida, pero era precisamente, la elección de vida la que determinaba el pensamiento discursivo. Sabio era el que sabía conducirse en la existencia y tenía habilidad de saber dirigirse a los demás. Se buscaba una identificación interior con lo comprendido, es decir, entre el modo de vivir y la reflexión filosófica. Por un lado, era necesaria la fidelidad a la razón y por el otro, su participación en la manera de existir. Estos pensadores tuvieron clara conciencia de que la filosofía permitía un vivir nuevo y concedía afirmar las aspiraciones supremas del individuo humano. La filosofía, amor a la sabiduría, era considerada entonces ejercicio de la inteligencia, forma de existencia y praxis de vida. Con el Cristianismo surge una nueva forma de aprender filosofía. Se inicia una forma racional de pensamiento que se elabora de forma consciente y voluntaria. El discurso filosófico comprende la racionalidad rigurosa. Se leen textos, se comentan, se interpretan. La búsqueda de la verdad es la exégesis. La verdad y la tradición histórica se identifican. Interesa la verdad revelada y se aprende filosofía comentando los textos. El ejercicio del comentario es considerado un adiestramiento formador y los contenidos de los textos invitan a una transformación de vida. La filosofía es considerada un camino espiritual ascendente. Vida en armonía con el discurso. A esta verdad primordial se añade la consideración de filosofía como la filosofía eterna. Si la filosofía era el ejercicio de la razón y “En el principio existía el

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Aristóteles. Metafísica, I, 2, 982b, 25-30. 35

Pieper, Josef. Defensa de la filosofía. Barcelona: Herder, 1970, pp. 47-48.

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Logos”36, el cristiano que discurría era filósofo porque se disponía a interpretar la Razón reveladora de Dios y vivía conforme a ella. Se establece, de esta manera, un parentesco entre el término propio acuñado por la filosofía y el Logos divino. De este modo, el cristianismo constituía la verdadera filosofía por tener fundamento en el Discurso verdadero y la Razón perfecta. Los filósofos cristianos se distinguían del común de los mortales. Vivían conforme al espíritu, acorde con el intelecto, anhelando siempre crecer con el conocimiento y así alcanzar la contemplación. El alma razonable no se podía detener en el discurso filosófico. Era necesario el tránsito del yo inferior al yo trascendente verdadero. De este modo, meditando sobre este itinerario, la mística tenía un sentido muy profundo. El término derivaba de misterio y ante todo era una experiencia de visión secreta. En la Edad Media, el discurso filosófico y científico era considerado vida del espíritu. La idea aristotélica de vivir conforme al intelecto y de este modo, encontrar sentido a la vida, es asimilada. “La filosofía era sabiduría vivida, una manera de vivir conforme a la razón”37. La reflexión filosófica era un medio privilegiado mediante el cual el hombre podía reconducirse y, de igual modo, reconducir el comportamiento de los demás. El discurso estaba destinado a favorecer los hábitos en el alma y provocar así la transformación del yo; buscaba afinar los juicios generadores de actos útiles, eficaces y de elecciones a favor del bien. La idea originaria de diálogo se ha unido al discurso filosófico, a través de los siglos. Más allá de lo común, saber dialogar es un arte. Invita a salir del punto de vista individual para asumir el universal. En el diálogo se reconoce la presencia del interlocutor y sus derechos a fundamentar su respuesta. Es necesario ponerse de acuerdo en cada etapa de la discusión y sobre todo someterse a las exigencias de la razón para encontrar la verdad y reconocer el valor absoluto de bien. Un verdadero diálogo, sólo es posible si se quiere dialogar. Mediante el diálogo el hombre aprende a ponerse en el lugar del otro sin imponer la verdad. En esta reunión dialogante los interlocutores aprenden a sobrepasar su propio punto de vista y con sincero esfuerzo descubren una verdad independiente de ellos en la medida en que se someten a la razón. Transforman su visión del mundo y su propia actitud interior, perteneciéndose y aceptándose mutuamente. De igual modo, otra consideración fundamental que no podía pasar inadvertida era el conocimiento del corazón. Señalaban que más allá de tener un sentido fisiológico o literario, tenía un sentido espiritual. Conocer las motivaciones conscientes e inconscientes, sus intenciones profundas puras e impuras era fundamental para la dirección de la conciencia. Por ello, recomendaban tanto guardar al corazón. Juzgaban necesario hacer vibrar sus fibras internas y despojarlo de amargura. Todo lo anterior confirma que el ser humano debe poner atención y concentración a sí mismo para lograr una conversión y orientarse hacia la parte

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Sagradas Escrituras. Evangelio de San Juan 1, 1. 37

Hadot, Pierre. ¿Qué es la filosofía antigua? México: F.C.E., 2000, p. 261.

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superior del alma. Es importante velar por el estilo de vida que elige la persona puesto que determina su forma de pensamiento. Se vive como se piensa. Y a la inversa, “las ideas gobiernan las acciones, las formas de vida y los comportamientos”38. Por ello, el hombre debe buscar la identificación de su pensamiento con la verdad para no esclavizarse. La reducción del hombre a su propio yo no lo libera. El ser humano debe de estar muy atento respecto de las doctrinas e ideologías que rigen su pensamiento. Se presenta una gran desorientación y una trivialización en el mundo intelectual actual. Las tendencias totalitarias de la técnica invaden el universo mental de las personas colaborando a apagar la iniciativa natural del discurso de la razón y señalando estilos de vida puntiformes, ausentes de todo sentido moral. A las universidades no debería únicamente interesarles formar funcionarios, sino hombres. La persona humana posee un conocimiento reunitivo, mediante el cual todo el conjunto de su saber ya discurrido servirá a sus valiosos propósitos en el cumplimiento de su ideal. La sola cultura no es suficiente. Se requiere la participación de la reflexión rigurosa y de las distintas dimensiones del ser humano. La plenitud personal es una conquista firme y verdadera, auxiliada por la razón y dirigida al fin último del hombre. Mientras el animal carece de ideales, el hombre vive bajo un mandato irrenunciable de perfección. Caben siempre en él afanes infinitos. Las verdades pasajeras no satisfacen su tendencia a la verdad. Los bienes transitorios no aquietan su aspiración de plenitud. La sabiduría está íntimamente ligada al destino final del hombre. De lo más hondo de su intimidad, brota un impulso trascendente que busca la introducción de sus actos en un destino sin fin. De otra manera, el sentido de la justificación, del perdón y de la enmienda no tendría sentido alguno. Este impulso hacia una felicidad completa, hacia una realidad plenaria, hacia lo absoluto, en suma es algo evidente. “Mi ser reclama la plenitud. Aspiro inevitable e ilimitadamente a la grandeza y a la perfección, a la felicidad y a la vida”39, invita Agustín Basave Fernández del Valle a reflexionar. Es un afán que ha de quedar satisfecho. De no ser así el hombre quedaría como incompleto, como fracasado, como irrealizado. En este caso la vida misma sería absurda. Pero esto con sólo imaginarlo repugna a la razón y lo rechaza la voluntad. Quizá sea necesario en tiempo presente, hacer silencio para encontrar el orden interior. El solo callar no es sinónimo de verdadero silencio. El silencio interior es el que le permite al hombre acrecentar el desarrollo de los sentidos interiores y facultades espirituales, el sentido de la conciencia y el sentido de lo eterno que abriga en su interior. A lo largo de la historia de la filosofía la persona advierte que la sabiduría ha sido considerada un modo de ser y un discurso filosófico, íntimamente ligados a la excelencia. El sabio ha sido figura de núcleo de libertad porque no se deja vencer ni persuadir por circunstancias exteriores, superfluas o indiferentes. Toma conciencia de sí mismo y tiene poder sobre sus juicios, al dirigirlos o suspenderlos. Da muestra de su sólida

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Droit, Roger-Pol. La filosofía explicada a mi hija. Paidós: México, 2005, p. 21. 39

Basave Fernández del Valle, Agustín. Filosofía del hombre, p. 166.

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libertad interior. Dos son sus prioridades: consagrarse al ejercicio del pensamiento y a la vida del espíritu. Esta corrección de curso es necesaria reaprenderla. La transformación interior implica una mutación de visión. Kant menciona las dos realidades que lo sobrecogían: “El cielo estrellado encima de mi cabeza y la ley moral dentro de mí”40. El apremio más profundo del hombre: estimar aquello que le ha sido entregado. Las estrellas en el firmamento brindan luz y con ella indican el camino para escudriñar, develar y alcanzar la verdad y la moral, como medio para hacer más humano al hombre, en cuanto viviente capaz de adaptarse a las exigencias de su alma, de elegir el bien y distinguir el mal y, con ello, ganar el núcleo de su libertad y dignidad humanas. 3. Vinculación entre ambas y la eminencia de la educación personal.

3.1 Vinculación Filosofía y persona, dos términos que adquieren majestuosa grandeza con su colaboración mutua. ¿Habrá, acaso, quehacer más digno que el que le corresponde a la razón para escudriñar el valor filosófico de la naturaleza, la dignidad y la trascendencia de la persona humana? Lo cierto es que la filosofía habrá de susurrarse en torno a la vida del hombre para conferirle sentido. La tarea filosófica es búsqueda incansable de la verdad y, de hecho, es un quehacer apremiante para el hombre. La filosofía, con su benéfico trabajo, estima las realidades de más alta valía , entre ellas, la más digna es la persona humana. Persona y verdad, crean un ámbito de excelencia. La noción de persona no está llamada a permanecer al lado del hombre mismo, sino que en sí misma, constituye la base filosófica y antropológica de toda vida humana. Descubrir con el apoyo filosófico, las distinciones y características que encierra el ser de la persona, entraña un deber y una verificación de su dignidad, además de ser imprescindible para una comprensión honorable de la misma, a lo largo de su existencia terrenal. La verdad acerca de la persona merece la aplicación de un método riguroso. Desde la metafísica, se revela su ser más hondo, su razón de ser, su conocimiento por causas primeras y más universales. ¿Qué privilegios pertenecen a la condición de persona? La concepción del cuerpo humano como epifanía -lugar de revelación- de la persona y mediador omnipresente de la vida del espíritu ayuda a aprender a integrar debidamente el cuerpo y el espíritu, con sus energías respectivas. “De esta manera, se gana la perspectiva adecuada para plantear eficazmente diversas cuestiones de suma importancia: el ejercicio de la inteligencia y la voluntad, como facultades superiores del hombre, la función del sentimiento y la afectividad –el corazón- en nuestro desarrollo personal, el sentido del amor conyugal, el papel decisivo

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Kant. Crítica de la razón práctica, Conclusión 162 <289> . Traducción de Dulce María Granja

Castro. México: Fondo de Cultura Económica, 2011, p. 190. Edición bilingüe.

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del lenguaje en el proceso de constitución de la realidad personal, la interpretación de la muerte como el final de la vida terrenal de la persona”41. Por otro lado, la condición abierta, relacional, dialógica, co-creadora, participativa y elocuente complementa la noción metafísica de persona y la enriquece, abriendo así, formas de cultura que permitan labrar el señorío del espíritu y abordar la realidad trascendente. La aventura filosófica permite penetrar y observar el aspecto positivo, sumamente fecundo que presentan las actitudes humanas cuando se las ve y vive como formas distintas de encontrarse (cursiva mía) con la realidad del entorno, orienta hacia las vertientes fértiles en orden a modelar la conducta de modo noble y ajustado al ser humano. El hombre al tomar conciencia de lo que efectivamente es se adentra inevitablemente en el mundo de la moral. Su deber ser se manifestará como una posibilidad elevada y esencial y comenzará a tener conciencia de sus obligaciones adhiriéndose a la solidaridad del querer y de la responsabilidad. La conciencia recta es iluminada por la verdad y capacita a la persona para elegir el bien. La filosofía es ciencia valiosa para el conocimiento del hombre porque el entendimiento al inicio está oscuro. Es menester brindarle la luz de la razón para obtener la claridad necesaria y develar las verdades más robustas que, sin separase de ellas, forman los pilares que sustentan la vida humana. En nuestro interior también habita la verdad, encontramos este pensamiento en San Agustín, “Noli foras ire, in te redi, in interiore homine habitat veritas”42. De este modo, lo oscuro se torna luminoso y lo sensorial deviene espiritual. La filosofía orienta hacia el encuentro de la dignidad ontológica de la persona y concede, que perviva en ella el anhelo por descubrir las fuentes nutrientes de su espíritu humano. “El espíritu del hombre, al saberse de sí mismo y conocerse, se ama y comienza la búsqueda de lo excelso para ejercer aquello que le corresponde propiamente: conocer y amar. Son su vida”43. La ciencia filosófica, convence con su verdad acerca de la bondad de la naturaleza humana, del alcance de la libertad, de la llamada a la perfección y de la responsabilidad que le compete a toda persona de pensar y amar a los otros. La persona es ella quien decide libremente su propia realización. Gracias a la afirmación de su voluntad, le ha sido conferido uno de los privilegios más grandes: la decisión. Para consolidar sus posibilidades y alcanzar su objetivo trascendente, el hombre necesita de la metodología filosófica que defiende esta llamada y rompe con idolatrías. Claro está que, pensar es una constante humana y pensar para que el hombre se conozca mejor es un actividad bella, expresiva del espíritu. “Entre todas las posibilidades del hombre, la actitud crítica de su propia realidad es una exigencia. Una apelación a permanecer siempre con la verdad. La antropología filosófica es una ciencia dotada de universalidad, una ciencia del hombre como

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Burgos, Juan Manuel, Antropología: una guía …, p. 11. Prólogo Alfonso López Quintás. 42

Agustín, san. De vera religione, c39, 474 72. Fernández, Clemente. Los filósofos medievales. Madrid:

B.A.C., 1979. 43

Stein, Edith. La estructura de la persona humana. Madrid: B.A.C.,2003, p. 11.

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persona espiritual. Abarca la estructura de todas las realidades espirituales del hombre y desde la antropología cristiana se advierte el ideal humanista, proyecta una imagen del hombre que conserva su integridad”44. El esfuerzo de ordenación y unificación de la cuestión central en la realidad humana concierne, por un lado, a la dimensión personal del hombre y por el otro, a la dimensión filosófica. Ambas se iluminan y ayudan mutuamente sin que una absorba o desdibuje a la otra; se funden las dos en unidad vital. 3.2 La eminencia de la educación personal.

Existe en el hombre una necesidad de educarse. Lograrlo no es provisional ni transitorio. Enseñar el camino e indicar los ámbitos en donde se reciben, paso a paso, los lineamientos del arte de la educación, es un trabajo escarpado. En él, se pondrán las semillas para amar de un modo intenso la búsqueda de la mejora personal. La estima, el respeto, el apego a la educación y su ejercicio, enaltecen la dignidad del hombre y favorecen el desarrollo de la civilización. De ello resulta que la educación está destinada a todos los seres humanos. Persona y educación son inseparables. La persona está llamada a aumentar su perfección. Se trata de un trabajo original en cada ser humano. Cada persona es única y está llamada a realizar su humanidad, según sea su propia forma de ser. Esta humanidad se verá reflejada en un solo modelo de excelencia. La buena educación da fruto, alegría y señala el camino de la vida de modo óptimo. Es un logro que nunca debe ser interrumpido, pues de lo contrario, no se daría continuidad a lo ganado y el riesgo de la incompletud es inminente. Perseverar en el acto educativo es el elemento fundamental para configurar, cada uno, su propia expresión de identidad, enraizar su personalidad y desde esta misma, comunicar aquello que tiene que decir a los demás. La persona humana está llamada a trascender su misma naturaleza, no permite troquelarse por agentes extrínsecos de su ambiente dado, ni se conforma con la necesidad concreta. En razón de la naturaleza espiritual de la persona humana, la educación recibida deberá exigir la participación de la espiritualidad en el acto educativo. La educación es una actuación propiamente humana de índole espiritual. El filósofo mexicano Agustín Basave Fernández del Valle comparte su reflexión acerca de la causa fundamental de la crisis que atraviesa la educación. Coloca el acento en un elemento general: la debilidad del hombre. Señala que, actualmente, se han perdido los criterios válidos y casi nadie reclama a la razón ni a sus axiomas. De igual manera, en virtud del nexo con el espíritu, advierte Joseph Ratzinger: “El verdadero problema de nuestros días es la ceguera de la

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Stein, Edith. La estructura …, pp. 13-14.

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razón para percibir la inmensa dimensión no natural de la realidad”45. Este modo de comprender la posición actual del ser humano indica que hace falta por parte del hombre un esfuerzo ascético para instalarse en el camino real e interrogarse acerca de lo más profundo que sustenta su ser y al mundo, que aunque no se vea sí se puede sentir su efecto. Si el hombre pensara que es fundamento de todo, cada vez se encontraría recluido en su misma soledad, desamparo, angustia, fragilidad y pequeñez. María Zambrano plasma esta realidad, brillantemente: “Porque en el fondo de toda esta época moderna parece residir una sola palabra, un solo anhelo: el hombre quiere ser, ante todo, ciego; antes de afanarse en abrir los ojos quiere ciegamente. Y cuando mira es para ser. Por eso no quiere ver otra cosa que lo absoluto. A su ansia de absoluto ninguna otra cosa puede serle dada que lo Absoluto también. Pero en realidad no ha ido a buscarlo, porque el Absoluto alienta ya dentro de él. No se siente, en verdad, incompleto el hombre de este momento; no se siente necesitado ni menesteroso de salir en busca de nada. Y sin embargo, debajo de su “absoluto” esta, mares de nada, ciega, indiferente la angustia. Y sobre la angustia, los altos muros del sistema”46. Esta manera de concebir la vida por parte del hombre choca con la verdadera naturaleza humana. Los absolutos modernos, construidos desde el dinamismo humano son íntimamente mezquinos. Hoy, se pide un cambio de orientación. A pesar del hundimiento del mundo, se busca, de un modo realista, el desarrollo auténtico de las posibilidades espirituales de la persona. Pienso que la vida debe afrontarse con confianza. La incredulidad es esencialmente contraria a la naturaleza del hombre porque sólo con confianza se puede vivir bien. El ser humano fue creado para la confianza. En gran medida, esta confianza se adquiere con la educación y esta última es esencial para el conocimiento integral de la vida humana. Construir por sí mismo aquello que se quiere lograr es una actitud digna del hombre maduro. El hombre no nace formado. Cuestión importante es la conciencia del íntimo compromiso personal. Con su propio esfuerzo, tiene que darse a sí mismo aquello que no posee. Nunca es ya suficiente. Apostar por la verdad del hombre, por respuestas positivas que siempre puede dar para conquistar su libertad interior es lo importante. ¿Cuál será la vía? Poner en orden y armonía su personal acción. El reconocimiento de la existencia del bien, de los valores eternos y el ejercicio de la virtud son dimensiones que se iluminan y ayudan mutuamente para que la persona suba al nivel verdadero de su más bella realización. Adviértase que el ejercicio de la virtud es profundamente personal y presupone un fundamento ya dado, en este caso el bien porque nadie puede ejercitar aquello que no posee. No hay que pasar por alto la verdad, el bien y el ofrecimiento del valor, vibran juntos para consolidar de modo personal la existencia.

La flexibilidad y la apertura humanas facilitarán la tarea. Renunciar a la necedad y estrechez de miras es conveniente. La misma indeterminación con

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Ratzinger, Joseph. Verdad, Valor, Poder. Madrid: Rialp, 2005, p. 100. 46

Zambrano, María. Filosofía y poesía. México: Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 22.

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la que nace el ser humano posibilita su docilidad y apertura. Éstas mismas facilitan el reconocimiento de la necesidad de recibir ayuda vital para su crecimiento personal, de asistencia a los dinamismos propios y esenciales del hombre. “La más temprana expresión de esta realidad se encuentra en Platón, bajo la forma de un mito expuesto en El Banquete para contar la concepción de Eros, el dios del Amor. En la mitología religiosa griega -donde hay dioses para cualquier realidad física o sentimiento humano- Eros es hijo de Penia, la diosa de la escasez, y de Poros, el dios de la abundancia. De su madre recibe indigencia congénita que busca remediarse insistentemente; y como hijo de su padre busca siempre el excederse en la retribución a la necesidad. Se ensancha y extiende así la indigencia radical; el amor no se conforma en nada y siempre quiere más. La posteridad histórica ha interpretado a Eros en este mito no solamente como representación del amor humano, sino como figura de la propia esencia humana, imperfecta originariamente, pero también tendente a una perfección inconmensurable. La culminación de esta doble raíz de la condición humana es la cultura y la educación. La cultura –precisamente en su variabilidad histórica, fruto de su continuo hacerse y rehacerse- es posible por la indigencia humana y por la trascendencia que va más allá del límite dado en la satisfacción de la necesidad. La educación, en cuanto que remedio de la indigencia y ayuda a la trascendencia, es posible y necesaria por la dimensión social de la vida humana”47. Con el don de la vida, le fue otorgada la autonomía al hombre y la capacidad de dar dones nuevos. El hombre debe ser capaz de llegar a lo más íntimo porque a medida que se adentre será capaz de dar la respuesta de un quien. Mi ser reclama el despliegue de mi intimidad personal como núcleo del aportar. La educación se ocupa directamente de la persona. Favorece la humanización de la vida y tiene carácter integral. Incide primordialmente en la razón y va conduciendo a la persona cada vez hacia un estadio más perfecto. Todo lo humano en su más profunda realidad se resuelve en la persona. La formación antropológica hace constante referencia a la razón debido a que es la facultad integradora. Desde esta integración de la razón se contemplan los hábitos como virtudes. Todo lo que somos, lo que tenemos y lo que queremos se sintetiza en la vida personal de cada uno. Por eso, la persona cobra carácter absoluto de fin respecto de sus acciones, lo que constituye un imperativo práctico, según la afortunada expresión de Kant: “obra de modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro siempre a la vez como fin, nunca meramente como medio”48. La persona no tiene un valor medial. No es elemento o valor de cambio para nada, pues es “lo más perfecto en toda la realidad”49. Por ello se estima que sería lo único que permanecería ante la ausencia del mundo terrenal.

47

Naval Durán, Concepción, Altarejos Masota, Francisco. Filosofía de la Educación. Navarra: EUNSA,

2000, p. 21. 48

Kant. Fundamentación de la metafísica de las costumbres, [429] 10. 49

Aquino, Tomás de. Suma de Teología, I, q. 29, a. 3.

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Cuando se afirma que la persona humana es una realidad irrepetible se manifiesta que pese a que todo ser humano participa de la misma naturaleza, la dignidad de cada persona va allende la primera dignidad de índole metafísica por el acto de ser. No hay réplicas configurando el ser personal. La segunda dignidad humana es una conquista a través de su obrar personal y de carácter único en cada ser humano. Interesa, además de qué es, quién es. La condición irrepetible de la realidad personal entraña de igual manera el ser irreductible a algo superior a ella y por ende, es incognoscible. Su intimidad únicamente le pertenece a ella. Si bien es verdad que todo hombre puede con su inteligencia teórica penetrar y conocer cuestiones universales y necesarias, no lo es así para el centro recóndito de la persona humana. Asimismo, en el ámbito de la educación, la inteligencia práctica presenta, la misma incapacidad para educar a la persona directamente en su intimidad propia. Por ello, la educación es una ayuda para el logro del perfeccionamiento personal, sujeta a la voluntad del educando, pues sólo él tiene la posibilidad de acceder a su núcleo más íntimo. La acción educativa incide en las acciones particulares de la persona, más no en su centro más profundo y de mayor privilegio reservado a ella. La razón conoce manifestaciones de la persona y juzgar es propio de ella pero no puede acceder a su núcleo personal. Como bien lo menciona Concepción Naval Durán, la educación sostiene su excelencia directamente en la atención y la afirmación de la condición personal del ser humano. El valor noble e importante de la educación se funda en su directa e inmediata relación a la persona; de la suprema dignidad de ésta resulta la excelencia de la educación. “La dignidad es una preeminencia o excelencia (excellere significa destacar) por lo que algo resalta entre otros seres por razón del valor que le es exclusivo o propio”50. La tarea de educar es excelente así, por su objeto propio que es la persona humana y no por su eficacia productiva. La educación se destina a la persona y suscita eficientemente el obrar racional del educando. El resultado óptimo de la educación atiende principalmente a la condición personal del educando. No produce sujetos, sino promociona realización fecunda de la existencia personal. Cabe afirmar una segunda propiedad acorde con la excelencia de la educación. Independientemente de la condición personal y de los resultados obtenidos por parte del educando, la educación en sí misma permanece inmune debido a que se encuentra en una latitud superior respecto de cualquier enriquecimiento o no por parte del educando. Si bien la educación es actividad, esencialmente es acción. Su más notable cualidad es permanecer inmanente en la configuración de la personalidad del ser humano. La acción nace del núcleo interior de ella misma. Por ser la persona un ente abierto a la realidad, cada acción libre modifica su modo de obrar y lo va determinando en su forma de ser.

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Millán-Puelles, Antonio. Léxico Filosófico, Madrid: Rialp, 2002, p. 457.

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El crecimiento personal se forja mediante las acciones que conducen al perfeccionamiento de la persona. Cada ser humano busca su mejora personal desde sí mismo. Su perfección consiste en no acabar de perfeccionarse. Respecto a la persona, cabe hablar de perfección en el sentido consignado por Aristóteles: no sólo lo acabado es lo perfecto, pues “también se llaman perfectas las cosas que tienden a un buen fin, siendo éste noble”51. Cada hombre es origen y dueño de sus actos por ello, debe caminar en cada caso por la correspondiente vía que no lo aparte de su anhelo de completud. El perfeccionamiento humano se ensancha con la entrega de sí. Para ejercitar dicha cualidad, la persona necesita establecer vínculos con realidades distintas a ella y manifestar de este modo su capacidad de donación. En este asunto es imprescindible una incesante disposición interior de aceptación de cara a las realidades de su entorno. El crecimiento humano es una gestión rigurosamente personal y fundamentalmente, un incremento de potencias. Las facultades superiores del hombre, inteligencia y voluntad, no están del todo acabadas, se van actualizando. Con la inteligencia siempre se puede conocer más y con la voluntad querer más. Estas dos potencias realizan su crecimiento a través de sus actos. Dicho desarrollo es intrínseco e inmanente. Las potencias desmaterializan la realidad y la incorporan al sujeto. Hay un punto que no hay que olvidar: la persona es el núcleo de integración y actualización de dichas capacidades y está por encima de ellas. Uno de los rasgos más eminentes en la formación de la persona es aprender a conocer. Este tipo de aprendizaje, que tiende menos a la adquisición de conocimientos clasificados y codificados puede considerarse un buen instrumento para la vida humana. La justificación de dicho aprendizaje es el gozo de comprender, de conocer, de descubrir. De igual modo, el aprender a hacer es considerado como la capacidad de la persona de aportar creatividad, iniciativa, innovación y de asumir riesgos. Acerca de los aspectos de la formación es necesario también el aprender a vivir unidos y realizar tareas comunes. Los aprendizajes intelectuales son tan formativos como la educación de la afectividad. El hombre es capaz de sentir espiritualmente. Los sentimientos, emociones y voliciones son objetos de la educación. Las relaciones interpersonales se sustentan en las instancias afectivas de la personalidad humana: sentimientos y voluntad. Por ello, a los padres, como agentes primarios de la formación humana en el ámbito natural de la familia, les corresponde la educación de la afectividad, que también se realiza naturalmente, partiendo del amor conyugal que se expande en amor paterno-filial y amor fraternal. La armonía y plenitud afectivas –que son la base de la maduración personal- se cimientan y desarrollan en el ámbito familiar.

51

Aristóteles. Metafísica, V, 16, 1021b.

38

La cuestión de la necesidad por parte del hombre de aprender a ser hace referencia al desarrollo global de cada persona: cuerpo y mente, inteligencia, voluntad, esfera afectiva, sentido estético, responsabilidad, espiritualidad, entre otros. Con ello se afirma la consistencia del ser humano como unidad. El despliegue completo del hombre lleva consigo la complejidad de sus expresiones y compromisos. Estos atributos son protagonistas en la configuración de la creación personal humana. Los hábitos y las virtudes son la consumación propia del crecimiento humano que ensancha la libertad, donde se realiza plenamente la real autonomía personal en la actuación cotidiana y son primordiales para aprender a ser. El hábito es el elemento perfectivo de una potencia y significa el crecimiento de esa facultad que conduce a la capacidad de obrar más y mejor. Se puede más y mejor porque la potencia ha crecido perfectivamente según la índole del crecimiento personal y al mismo tiempo ha aumentado su capacidad de operación. Quien escudriñe todavía más hondo en la persona para descubrir lo que está oculto, encuentra que el alma es un principio vital y espiritual altamente vinculado al hombre para elaborar su original personal. En la esfera de la posesión como dimensión esencial del ser humano, la persona puede llegar a poseer realidades inmateriales por medio del dinamismo de los hábitos. Se sabe bien que se pueden tener cosas u objetos materiales, disponer de ellas por vía de dominación, usarlas, incluso modificarlas pero, éstas se poseen débilmente, son externas y las puede perder con facilidad. Sin embargo, las realidades inmateriales permanecen en el ser humano debido al carácter inmanente de sus actos. Este tipo de realidades, ideas, afectos no cambian ni se pierden, al modo de un objeto material. Escribe Aristóteles en la Ética a Nicómaco: “las ideas pueden olvidarse pero la virtud no se olvida nunca”52. Podría suceder que una idea se olvidará o un afecto se extinguiese, pero las realidades inmateriales se pueden modificar desde la voluntad del sujeto buscando la persona perfección intrínseca. Estas realidades tienen mayor firmeza posesiva dado el carácter inmanente de los actos humanos. Por otro lado, la libertad humana tiene una dimensión relevante, el dominio o señorío de sí mismo. La libertad es una esfera fundamental del ser personal. Es así, que en al ámbito de la libertad, al manifestarse un valor en la inteligencia humana la persona humana asume dicho valor y lo torna hábito mediante el ejercicio de dicho valor. Con ello, las facultades superiores de la persona se van perfeccionando de tal manera que, a la dignidad enriquecida con el propio esfuerzo, allende la primera naturaleza humana, se le ha nombrado aunque, metafóricamente, segunda naturaleza humana. Esta perfección la logra el hombre mismo. Al hombre mismo le corresponde realizarla desde su libertad, la cual se prefigura así, como una progresiva posesión de nuestro ser que nos permite no estar inermes ante la vida, sino ir haciéndonos dueños de ella; tal es el despliegue y la autoposesión de nuestro ser personal en que consiste la libertad.

52

Aristóteles. Ética Nicomaquea, L I, X 1100b 15. Traducción de Eduardo Sinnott. Buenos Aires:

Colihue, 2010.

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Lejos de ser una constricción para la libertad, los hábitos son por el contrario la imprescindible vía, el verdadero cauce para su realización. Cuando esto no se entiende así es porque se ignora la verdad del crecimiento personal como actuación perfectiva y perdurable, quedándose en la fascinación del instante de la elección, que sólo es el primer brote o manifestación de la libertad personal. Entre todos los seres creados, el saber corresponde únicamente a la persona. La persona humana al conocer un objeto es capaz de trascender el mismo acto cognoscitivo puesto que ella está por encima de cualquier objeto y conciencia. En este ser más, está presente el valor pleno y perfecto que encierra la noción de persona. Ella sabe que no está subordinada a ninguna especie, ni siquiera la propia y reconoce que está llamada a trascender sus propias operaciones y logros porque nunca le deberían ser suficientes. Su mismo carácter absoluto la conduce a orientarse a un más allá. La persona humana supera sus propios límites externos e internos y ejerce así su propia autotrascendencia. Es un ser que está abierto al infinito. Cabe señalar acerca de la infinitud de la persona humana que se hace mención, únicamente en el sentido potencial o relativo más no en el sentido de actual o absoluto. La persona humana sin su libertad no podría trascender. Valga mencionar que ella misma es libertad y con esta aseveración se busca esclarecer y señalar la primacía de su referencia al futuro, a la libertad en el orden trascendental del ser y no como mera cualidad o atributo de la persona. Siempre puede llegar a ser más y mejor. La predeterminación no corresponde con el modo de ser hombre. Su naturaleza racional le permite comprender su superioridad y clara primacía acerca de su vocación y misión. Por otro lado, la persona humana es alguien abierto al futuro. El ámbito de amplitud sin límite y trascendencia, en el cual ella puede desplegar sus operaciones en el conocer y en el obrar está dado, es real. Este espacio acoge su crecimiento y por ende, el espíritu no se siente defraudado. El destino de la persona es una llamada de lo infinito a engrandecer su ser. “La persona está destinada a lo trascendente y esa destinación es lo que le permite trascender los objetos y las operaciones propias. Está llamada a superar lo propio para abrirse y ser autorizada en su ser”53. Por ello, una persona que logra bien su vida y deja obra inmortal, trasciende dada la índole resuelta de su herencia para toda la humanidad. Precisamente, da muestra de que ha tenido sentido preguntarse por lo infinitamente valioso, por la verdad, el bien y la belleza. En la alteridad trascendental propuesta por Ignacio Falgueras hace un llamado a la persona a autotrascenderse, esto quiere decir, ella se hace otro y se entrega a lo otro. “El trasciéndete a ti mismo”54 agustiniano y el pascaliano, “el hombre sobrepasa, infinitamente al hombre”55, implican simplemente reconocer que todavía el hombre no es lo que puede llegar a ser y que es un misterio mientras no se vea más allá de si mismo. El ser del hombre es potencial, está

53

Falgueras Salinas, Ignacio. Hombre y destino. Pamplona: Eunsa, 1998, p. 58. 54

Agustín, san. De Vera Religione, c39, 474 72. 55

Pascal, Blaise. Pensamientos. Art. XXII. México: Editorial Origen S.A., 1984, p. 155.

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latente aquello que puede llegar a ser. La persona se hace otra respecto de sí, deviene otra inconfundible. El hombre con su obrar libre actualiza la potencia de crecimiento que le ha sido entregada, trabajándola de modo paulatino. Así, se entiende bien, que la libertad actualiza junto con la llamada del destino su potencia de ser. Sobre estas bases, se comprende el sentido cuando se dice que el obrar supera en cierta medida al ser. Muestra el hombre mayor capacidad en su obrar y supera sus límites iniciales. En sus reflexiones, Falgueras menciona que subsistir es no rendirse a la mismidad, sino ser siempre más y así coexistir con la alteridad. Subsistir es sostenerse activamente ante la llamada del destino: un futuro inagotable garantiza la continuidad incesable de la respuesta personal. Como alteridad activa la persona es, además, coexistencia: la relación a otro le es intrínseca. Una persona sola sería una tragedia ontológica. La capacidad de compromiso y donación son reinos característicos de la persona. Son actividades en vital conexión con la persona, siendo ambas, efecto del obrar humano que atiende al futuro y a la entrega. En resumen, la persona es libertad y destino, intimidad o alteridad irreductible, coexistencia o en una sola expresión: diferencia trascendental, es decir, capaz de mejorar su ser con su libertad y destino. María Zambrano considera la autocreación de la persona como “una tarea ética que implica dar cuerpo a una finalidad que se manifiesta en forma de vocación o de destino”56. Así se aprecia entonces su separación del ser metafísico, que es persistencia y causalidad, es decir, ser como fundamento, no como destinación libre. Cada persona hará su propia diferencia. “La vida personal comienza con la capacidad de romper contacto con el entorno, de retomarse, de reconquistarse, con la mira de recogerse alrededor de un centro, de unificarse”57. La persona es una realidad que se configura así misma desde su capacidad para la vida interior. No negará nunca su condición encarnada, pero se elevará, si así lo quiere, a las posibilidades del espíritu. Las explicaciones anteriores respecto del ser personal encierran un valor intrínseco y universal. Hoy se impone un estilo de vida falaz, inmoral y peligroso para el hombre. Explicar la actual debilidad del ser humano, hastiado de sus propios principios metafísicos y valores supremos que lo sostienen, sin recurrir a la verdad, es arriesgado. Urgen argumentos sólidos para recuperar la primacía de la dignidad personal con la consideración de la Filosofía. Únicamente, la verdad engrandece la conciencia y no la declina. Sólo la verdad puede establecer valores que tienen su cimiento en la esencia del hombre y que son inviolables y no modificables al gusto de cada quien.

56

Gómez Blesa, Mercedes. María Zambrano, Las palabras del regreso. Madrid: Ediciones Cátedra,

2009, p. 15. 57

Mounier, Emmanuel, El personalismo, p. 61.

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La filosofía de la educación manifiesta la necesidad de beneficiarse con su visión y rectoría. En las páginas anteriores, se ha mostrado que el proceso educativo es un arte. Lo es porque, primeramente, consiste en una ordenación racional y, en segundo lugar, tiene carácter de movimiento que transforma la materia considerada, en este caso, el hombre, con la iluminación de la forma -la educación o el grado y conveniencia del desarrollo de sus facultades- y encontrar así la propia perfección. Los buenos hábitos conforman nuestra segunda naturaleza porque inclinan a la persona a lo conveniente. Es, de este modo, que la educación es una disciplina dinámica. El estado de virtud es el fin de la educación y representa una exigencia de primer orden para cada ser humano. El hombre es en verdad hombre cuando asume el serlo y no simplemente por haber nacido hombre.

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Capítulo 2

El arte de pensar con rigor.

43

Este momento histórico marca un instante para recordar el trasfondo moral e intelectual que rige nuestra realidad humana. Hoy, es lamentable vivir en un mundo enajenado que no permite ocasión de reflexión ni derecho a una intimidad propia y transparente. Es común prestar oído a todos los mensajes de la era de la comunicación; las vías y formas de información explosiva, se multiplican. En general, cada ser humano es testigo de los fenómenos más recientes: conciencia ecologista, igualdad de género, combate al narcotráfico, derechos humanos, responsabilidad social y laboral en las empresas, prioridad de la economía, globalización, entre otros.

Sin embargo, todo ello, no garantiza la mejora de una conciencia crítica que convierta las situaciones actuales en ocasiones favorables para el desarrollo cabal de toda persona humana. La civilización actual colmada de conocimientos, brinda tantas apariencias de sabiduría, tantos antifaces, tantos falsos apoyos, que el hombre de nuestros días, ya no discierne entre lo que sabe y lo que ignora. El osado trabajo de los manipuladores mengua la capacidad de los seres humanos para pensar con rigor, empobreciendo su poder creativo y estableciendo una atroz confusión en la mente de cada persona.

Pocas tareas y deberes hay tan urgentes en la actualidad como aprender a precisar los conceptos; razonar de modo coherente; tratar cada cuestión con la sutileza necesaria; ejercitarse en el conocimiento de los distintos tipos de realidad; favorecer los encuentros; crear una jerarquía propia de lo valioso conforme a los valores supremos.

Día a día, el abuso del lenguaje, distorsiona la realidad y la verdad. De ahí, la necesidad de conocer sus fines destructivos , que gustan de vencer sin convencer. En este contexto también se contempla la idea de hacer un buen uso del lenguaje mediante su adecuada expresión, por revelar el ser de la persona y las actitudes que le son propias.

Pensar de forma aquilatada es una exigencia de cada hombre. Urge encontrar la manera óptima de adquirir un poder de discurso y discernimiento fecundo que ayude al hombre a elegir la actitud adecuada de frente a cada realidad. Un pensar riguroso propicia el planteamiento de las cuestiones humanas con responsabilidad moral de crecimiento y, además, ampara el reconocimiento del buen sentido o razón encarnada, como saber práctico encaminado a una buena orientación y dirección en el actuar humano.

Pensar con rigor colabora a evitar el error en el juicio ético. El buen sentido, ayuda a distinguir lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto, lo excesivo de lo mesurado.

Ante la evidencia de un adecuado proceso racional valorativo y con el conocimiento de que la verdad está ordenada a la inteligencia, a la voluntad, a el corazón y a las manos del hombre para ser fuente de iluminación y faro clarificador de su misión, es posible exponer los temas cardinales del arte de pensar con rigor, a la luz del pensamiento del Dr. Alfonso López Quintás58.

58

López Quintás, Alfonso. Inteligencia Creativa. Madrid: B.A.C., 2003.

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1. Necesidad y esencia de aprender a pensar con rigor.

Plantear, intelectualmente, la necesidad de aprender a pensar con rigor, requiere de la disposición de principios rectores que permitan ordenar adecuadamente el repertorio intelectual para arrojar claridad sobre los problemas existentes y ofrecerles una solución óptima. Para ello, es necesaria la presencia de la coherencia como eje conductor. Se busca, adquirir la capacidad de pensar correctamente y por ende, un actuar mejor. Para que esta condición se dé es necesario permitir a la inteligencia ir por delante antes del propio actuar. Los planteamientos intelectuales deben ser correctos antes de obrar. En esta tarea, la inteligencia ilumina el pensar y actuar humano, sin que existan rupturas entre pensamiento y acción.

Urge dominar el arte de pensar de modo preciso y riguroso. Actualmente, se presenta una necesidad imperativa de custodiar la calidad en el pensar humano y no tanto la cantidad. Pensar profundamente, posibilita la visión del hombre para revalorizar la vida y a su vez, ayuda a superar situaciones peligrosas de baja autoestima. La inteligencia humana guía a la persona desde su interior, hacia la certeza del reconocimiento de su propia grandeza y valor. Sin embargo, en tiempo presente, se concede mayor valor a quien más tiene.

Por tanto, apremia formarse y obtener a través de la educación, un buen “criterio de valoración”59. Muchas veces, la persona pensante se encuentra con cosas de sencilla apariencia pero cuya trivialidad encierra el reverso de su profundidad y riqueza de sentido. El auténtico pensador se da al ejercicio de aprender a traspasar la fachada de la obviedad.

Es lamentable, en nuestros días, que la filosofía reinante sea otra: se construye desde la diversidad e individualidad y no desde modelos ejemplares universalizadores que de suyo, son presupuestos de elevación mediante los cuales el ser humano puede llegar a ser otro del que es, a ser mucho más, al transformarse hacia arriba en más espíritu que materia.

Es necesario que la subjetividad humana se complemente con un pensar objetivo siempre ajustado a lo real. Dirigir la atención al centro nuclear de cada realidad y desvelar la interna riqueza de contenido a través de sus manifestaciones, es vivir con la verdad. La fidelidad a lo real permite a cada hombre conducir, atinadamente, su propio vivir y errar lo menos posible. Además, discurrir bien, faculta a la persona humana para atraer hacia sí los valores nobles y supremos que regirán su existencia.

Alfonso López Quintás indica que, pensar con rigor precisa adoptar la actitud necesaria para adentrarse en los conocimientos de forma comprometida y así, posteriormente, poder ajustar la propia actitud a las exigencias de cada tipo de realidad. Informa acerca de dos tipos de realidades: los objetos, nivel uno de realidad, pueden ser poseídos, dominados, manejados. Las personas y en general, los ámbitos, comprendidos éstos últimos, “como campos de realidad y fuentes de posibilidad”60, “ostentan una condición superior, la propia del nivel

59

Zagal Arreguín y José Galindo Montelongo. Ética para Adolescentes Posmodernos. México:

Publicaciones Cruz O, 2007, p. 69. 60

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…Prólogo, p. XXII.

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dos de realidad y requieren ser tratados con respeto, estima y espíritu de colaboración. Si a una persona, por ejemplo, se le otorga el trato de objeto útil, la aproximación a esa realidad podría bloquearse y con ello, el desarrollo de su propia personalidad, simultáneamente. De ahí, que al obstaculizarse el ajuste de la conducta a cada modo de realidad, el hombre imposibilita el encuentro con los modos más valiosos de la vida, sea el estético, el ético, el científico o el religioso y permanecerá rodeado de vida intramundana y tangible.

¿Cuál será, entonces, el medio por excelencia para poner de forma bien articulada, la capacidad de pensar con rigor, afinar la sensibilidad para los valores más relevantes y conducir a la persona a una vida verdaderamente creativa? Señala el autor de Inteligencia Creativa que la vía más fructífera es la experiencia, considerando experiencias de diverso orden que permitan descubrir su estructura interna por su misma fuerza absorbente y fecundidad formativa.

Pero cabe preguntarse: ¿qué ideas nutricias se pueden extraer del azar de la vida y de la experiencia? La respuesta va más allá de la petición. Cada experiencia significativa conlleva su propia lectura. Una vez más, la idea de incursión en la entraña de cada realidad es inminente. Al llegar a esta consideración, quizás sea importante poner de relieve el siguiente ejemplo: en nuestro país, la ley del aborto es aceptada por los legisladores. En una familia, una de las hijas se embaraza a los quince años. Los padres, sin reflexión profunda, llevan a un hospital a la hija para dar fin a la vida que inicia. En la práctica médica, no únicamente muere el feto, sino también la hija. ¿Cómo descubre esta pareja el valor de la vida? ¿Acaso no es a través de la experiencia?

Haciéndose visible, de este modo, la fecundidad de la experiencia, el arte de pensar con rigor, busca el modo óptimo de conceder a la inteligencia sus tres cualidades fundamentales: “largo alcance, amplitud y penetración”61. Largo alcance significa conducir al espíritu más allá de sí mismo y mar adentro, ir allende la presente consideración, anticipar las consecuencias, recorrer todas las avenidas, las posibilidades existentes para colaborar con la rectitud de juicio y después tomar una buena decisión. Asimismo, requiere meditación.

La amplitud, por su parte, exige la apertura del espíritu cuando ignora algo, pero muestra siempre estar abierta al bien. Cuando el espíritu es abierto busca dilatarse para comprender aquello que hasta entonces le era refractario. Ser inteligente no es únicamente ser razonable es, además, ser flexible.

Y ciertamente, con razón, nada es tan necesario como penetrar en la verdad delicadamente porque ella es el alimento del espíritu, sin arrogancia ninguna, sólo con esfuerzo. Se trata de retener el pensamiento bajo la propia mirada para considerar su fondo y con atención paciente, remontar hasta encontrar el elemento más allá del cual no se podría ir. Posteriormente, descender hasta las consecuencias o aplicaciones o, hacia las ideas ocultas que encierra el pensamiento mismo para hacerlo florecer y frutecer.

Con esta clara toma de conciencia, corresponde el turno al compromiso con el orden. El mismo pensamiento requiere ordenar las ideas para poder subir,

61

Ibídem, p. XVII.

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descender y recorrer la cadena de causas y efectos. Cada eslabón de idea debe converger en un solo núcleo. Es decir, ¿qué lazo, qué relación, qué similitud encuentra el ser humano en una determinada obra? Se ha de conducir el pensamiento hasta las conexiones y decisiones más precisas y ordenarlas con su debida jerarquía, pues la perfección de la verdad está conciliada con la armonía, la vertebración, la nitidez y el equilibrio.

Posteriormente, se presenta un llamamiento del mismo pensamiento que conduce al hombre a conocer “el sentido profundo del lenguaje”62 para quedarse con la verdad. Es saber distinguir lo legítimo de lo ilegítimo, lo completo de lo incompleto, lo cierto de lo incierto, lo seguro de lo inseguro. De suyo, aprender a distinguir, contribuye a disociar nociones confusas y a saber establecer los vínculos necesarios entre dos conceptos. Pensar requiere de buenos hábitos cognoscitivos que colaboren a desenredar la madeja de lo aparente para determinar lo esencial. “Los hábitos son los títulos de nobleza del entendimiento”63. Los distintos procesos del pensamiento como la elección, la distinción, la comparación y la contradicción, que permiten avivar la inteligencia, son una trabajo digno.

Cada palabra asume un sentido, una línea esencial de fondo. El hombre debe saber encontrar los matices profundos de cada término, el influjo mutuo que guardan entre sí y la trama que pretenden desarrollar entre ambos. Pensar de forma aquilatada no se reduce a razonar de forma coherente y lógica; implica captar la riqueza de los diferentes modos de realidad que constituyen nuestro entorno, sin pasar de un plano de realidad a otro, atropelladamente. Ella se muestra al expresarla de forma adecuada con el lenguaje apropiado, oportuno y conveniente.

Dentro de su metodología, Alfonso López Quintás, menciona los siguientes ejemplos: “el uso constante del verbo tener y el uso constante de adjetivos y pronombres posesivos –mi, mío—es signo de la voluntad de reducirlo todo a objeto de posesión y disposición. El autor narra cómo el gran escritor León Tolstoi en su obra Historia de un caballo, nos invita a reflexionar al respecto. Dicho caballo, después de haber servido a diversos señores, les oía mencionar: “mi caballo”. ¡Caray! menciona el equino como si yo dijese “mi aire, mi yerba o mi agua”64. Ha de descubrirse con este ejemplo la instalación en la existencia individual.

Y continua en su exposición: “lo mismo sucede con el verbo hacer: se hacen sillas, trajes, relojes, pero no se hace el amor. El amor se crea, se colabora a que surja, se lo fomenta. Empeñarse en utilizar el verbo hacer en este contexto significa que se entiende el amor como una realidad infracreadora que uno puede realizar a su antojo sin atenerse a norma o cauce alguno. Esta interpretación supone un rebajamiento injusto y violento del rango que tiene el amor humano. Es una degradación ilegítima”65. Con ello se muestra la dificultad que tiene el hombre, hoy en día, de utilizar adecuadamente los términos. No debería dejarse confundir por los conceptos.

62

Ibídem, p. XXIV. 63

García Alonso, Luz. Gnoselogía. México: Ed. UCIME, 2009, Prólogo, p. 1. 64

Citado por Alfonso López Quintás. Inteligencia….p. 13. 65

Ibídem, p.13.

47

Señala López Quintás, una concordancia de relieve entre pensamiento y creatividad. “Pensar con rigor y vivir creativamente se exigen mutuamente”66. Este descubrimiento abre perspectivas magníficas, tanto en el orden del pensar como en el orden del actuar. Pensar y actuar creativamente es ir hasta lo más elevado de uno mismo. Se trata de un camino nuevo; descubrir las posibilidades creativas de la vida cotidiana. Desarrollar la facultad de ver una realidad a diferentes escalas de grandeza y mantenerse en la perspectiva más elevada para descubrir nuevos horizontes y crear, dar origen a algo nuevo con el apoyo del pensamiento: inventar objetos, renovar actos humanos, alcanzar nuevas verdades y obras en la ciencia, en el arte y la religión. Lo importante es la comprensión de la conexión a establecer con su previa penetración en la esencia del objeto y en la iluminación de su sentido.

El filósofo cita en su relato, el siguiente ejemplo: “Una silla vulgar, no artística la hace el carpintero, pero una silla artística es fruto de la inspiración. Surge a impulsos de un diálogo entre el artista y una serie de realidades que constituyen su entorno físico y espiritual. La silla artística se gesta en un proceso creativo, y éste constituye siempre un diálogo, que no puede ser dominado por el artista. Éste toma parte en él, participa de él, colabora con él, pero no es su dueño”67. Su creación está ante su mirada interior y lo conduce a un desdoblamiento personal que plasma en una condición concreta.

Naturalmente, que si la persona no adquiere el lenguaje de la vida creativa cae dentro del analfabetismo de segundo grado, con ello se expresa que todavía el ser humano no alza su mirar para comprender el sentido hondo, profundo, preciso y relacional de un término y este tipo de analfabetismo colapsa la vida personal. Junto a esto último, queda claro que “El analfabetismo de primer grado consiste en no saber descubrir el significado más a mano de los términos”68. Si alguien ve estás ocho letras l, i, b, e, r, t, a, d, y sabe que, unidas de esa forma, expresan el concepto de libertad. Pero ¿adivinará bajo tales letras lo qué implica la libertad humana, su relación viva con otros conceptos? ¿Libertad y cauce, qué lazo tienen?

Pensar con rigor es todo un proceso espiritual que toma tiempo como el aprendizaje de las artes. Se busca mejorar los procesos de pensamiento, modificar la conducta y el ser interno de la persona. Por ello, es necesario dotar a las personas de un poder de discernimiento que les permita orientarse y pensar con precisión en un clima social perturbado. La espiritualidad de la persona no puede ser impuesta por lo que viene de fuera. Lo externo no es parte de la labor interna del ser humano. Se trata de descubrir por dentro, por propia cuenta, los modos valiosos de la vida, formar para lo que exigen los tiempos actuales de manera sólida.

Además, no se puede entender el mundo circundante ni al hombre mismo si la sensibilidad intelectual está situada en otros registros distintos de los de la actualidad. “Parte del éxito de nuestra vida consiste en vivir en sintonía con nuestro tiempo”69. Afirmaba Goethe, “Quien es de su tiempo, es de todos los

66

Ibídem, p. XVIII. 67

Ibídem, p. 14. 68

Ibídem, p. 15. 69

Martí García, Miguel Ángel. La sensibilidad, p. 16.

48

tiempos”70. Los intelectuales no dan marcha atrás, antes bien, se anticipan al porvenir, poniendo de lado lo caduco del presente y atreviéndose a mirar nuevas perspectivas y trabajar por conquistas innovadoras.

Frente al deshonor que el hombre se impone actualmente, advierte López Quintás: “no hay mejor objetivo para darle a la vida un sentido que convertir al pensamiento en el gran protagonista de nuestra existencia”71. Distintas dimensiones conforman la vida y el ser humano necesita del ejercicio de la inteligencia para calar en lo profundo y abismarse en la finalidad real de su propio existir. En efecto, con la visión del entendimiento, el espíritu alcanza la verdad y con ella comunica el sentido al hombre permitiendo, de esta manera, que a través de la razón las realidades reciban su merecida valoración. “Vivir la vida no es vivirla del todo si no se vive reflexivamente”72. El trabajo del pensamiento no se puede quedar a medias. Es un trabajo hecho con aplicación. Pensar con rigor representa un estado de lucidez, de penetración, de coincidencia con la realidad considerada.

A diferencia del animal, el ser humano no tiene sus instintos seguros. Sus pulsiones instintivas le dan fuerza vital, pero no orientan su acción por el camino correcto. “Esta orientación debe imprimirla él a cada una de sus acciones mediante la luz del entendimiento y la fuerza de la voluntad”73. El hombre inteligente troquela su existencia hacia lo mejor de sí mismo. Para él no hay opción entre crecer o estancarse. Busca alcanzar la figura que le corresponde con lo que le está dado, reconociéndose a sí mismo y autocriticándose, a pesar de la pugna que se asienta entre la mediocridad y el esfuerzo por lo digno de mérito.

La promesa de crecimiento personal incluye el desarrollo de las capacidades más exclusivas del hombre: entendimiento, voluntad, sensibilidad espiritual, capacidad creadora. Para hacerlo, debe conocer las “leyes del desarrollo humano en todos los órdenes”74, saber interpretarlas y discurrir acerca del espíritu que se encierra en cada una de ellas para lograr la debida madurez. Los principios los da Dios pero corresponde al hombre encontrar el camino. Además, con el pensar riguroso se instauran las bases de una vida ética auténtica. La problemática actual sobre la moral debe ser esclarecida y enriquecida con una moral que corresponda a la dignidad inalienable de la persona humana. Aristóteles en la Ética Nicomaquea expresa este acto esencial del ser humano: “El acto propio del hombre es una cierta vida, y que ella consiste en la actividad y obras del alma en consorcio con el principio racional, y que el acto de un hombre de bien es hacer todo ello bien y bellamente”75. Se comprende en su génesis lo que significa llevar una existencia buena y valiosa y se diluye el malentendido de creer que las normas éticas vienen impuestas desde fuera. Vivir de modo ético conlleva una espléndida tarea creativa.

70

Citado por Ernest Dimnet en El arte de pensar. México: Anaya Editores, 1977, p. 53. 71

Martí García, Miguel Ángel. La admiración. Madrid: Yumelia, 2000, p. 20. 72

Ibídem, p. 20. 73

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 6. 74

Ibídem, p. 7. 75

Aristóteles. Ética Nicomaquea. Tradución de Eduardo Sinnott. Buenos Aires: Colihue, 2010, L I VII

1098a 10-15.

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Nada hay tan peligroso en la sociedad actual como el desequilibrio que existe a menudo entre la función social, política, académica que ejercen ciertas personas y su formación humanística. Frecuentemente, la ciudadanía se queja de que se hayan promulgado ciertas leyes, se obstaculice la enseñanza de la ética en las escuelas, se degraden las pantallas televisivas con productos infraculturales pero no basta lamentarse. Hay que investigar las causas de tales errores o desafueros. Entre ellas se cuenta la ignorancia de lo que es la persona humana y lo que implica su poder creativo. Sin duda, la desorientación en el mundo político, la trivialización del universo intelectual y las tendencias totalizadoras de la técnica son notorias.

Tras recorrer el movimiento interior del arte de pensar con rigor en su integridad, cabe considerar la inversa. ¿Qué consecuencias se constatan si no se piensa con rigor, si no se despierta al hombre de su sueño nocturno en un mundo equivocado? ¿Por qué estimar por encima de la formación profunda, la información superficial? Si se ignora este método, en primer lugar, se violenta la realidad y este acto de violencia se paga siempre muy caro porque la realidad toma venganza siempre. Esta venganza de la realidad consiste en no permitir al hombre desarrollarse debidamente porque su misma naturaleza humana clama la dinámica verdadera y correspondiente para lo que fue creada.

Pensar sin rigor causa estragos en la vida del hombre. Es sumamente peligroso. A tal grado que puede conducir a la humanidad al sufrimiento. Si se orienta la vida hacia un ideal equivocado, la vida personal se torna una desgracia. Es útil recordar que un error de planteamiento llevó al mayor sufrimiento bélico de la Historia. “La Primera Guerra Mundial(1914-1918) provocó una conmoción moral tan ingente como la devastación física causada por las armas. Multitud de intelectuales se preguntaron cómo era posible que un continente desbordante de cultura se hubiera desgarrado sin piedad. Un sencillo maestro austriaco, Ferdinand Ebner, advirtió muy pronto que podía haberse previsto este fracaso, pues la cultura promovida brillantemente en Europa durante siglos no siempre significó un verdadero cultivo de la vida espiritual; se redujo con frecuencia a un mero soñar con el espíritu”76. Lo cierto es que la vida interior tiene su respaldo en la afirmación del espíritu. La penetración de las realidades espirituales es necesaria porque la misma existencia humana es espiritual y no agota su sentido en la afirmación natural.

Con este acontecimiento histórico no perdió el hombre su total libertad pero sí el dominio que tenía de sí mismo, de sus pasiones, perdió parte de su capacidad de hacer el bien. Los ilusionistas siempre generan impresiones que no cuadran con la verdad.

Ferdinand Ebner con clara sabiduría proclama los frutos de su jugosa madurez: “El hombre encuentra su vida verdaderamente espiritual en la relación del yo con el tú; no se da allí donde el hombre sueña con el espíritu, en la poesía, en el arte, en la filosofía y en las religiones míticas, por muy genialmente que esto ocurra. Toda cultura no ha sido hasta ahora ni será en adelante más que el soñar con el espíritu que realiza el hombre en la soledad individualista de su existencia, al margen de las realidades espirituales de la vida”77. Las

76

López Quintás, Alfonso. La cultura y el sentido de la vida. Madrid: Rialp, 2003, p. 13. 77

Ebner, Ferdinand. La palabra y las realidades espirituales. Madrid: Caparrós, 1995, p. 31.

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decisiones de cada persona influyen en el destino de su país. Aunque siempre persista la relación consigo mismo, es necesario el ejercicio del espíritu en la verdad para que el hombre se supere con los otros. El comportamiento de cada quien repercute en su ambiente, en su país, en su mundo. Por ejemplo, si un ciudadano decide estudiar o trabajar, su decisión afecta al futuro de su patria pero si decide lo contrario, de igual modo, predispone el porvenir de su nación.

En toda Europa se pidió un cambio de ideal con fundamento realista ante el hastío del engaño. El ideal del poderío y del dominio egoísta debía ser sustituido por el ideal de colaboración y de unidad. Esta invitación enérgica a una saludable conversión de las mentes no fue oída sino por personas individuales y pequeños grupos. No hubo renuncia y sobrevino el segundo conflicto mundial (1939-1945). ¿Por qué admitir, tan solo, un tipo de racionalidad? ¿Hasta dónde puede el hombre dejarse engañar por sus elogios? Escindir las fuerzas humanas que están llamadas a integrarse, empobrece gravemente la vida humana, desarma y desampara al ser humano espiritualmente. En cambio, unir sin seccionar talentos y dominios, allanando espacios mentales vacíos, constituye el fermento vital para que la persona se desarrolle como toda una unidad y utilice sus facultades conjuntamente. El poder crítico de la persona escudriña en la verdad de los hechos o de los acontecimientos, de frente a las circunstancias, pensando y juzgando correctamente. La manipulación y el afán de dominio dan muerte a las urgencias más íntimas del hombre. Los hombres sabios no han de opinar al estilo del vulgo ni apoyarse en manifestaciones engañosas. Ninguna vigilancia es suficiente para controlar lo que entra y sale a nuestro espíritu. Habrá que reconsiderar con el célebre y bello diálogo de Platón, El Protágoras, el valor de la previa reflexión de cara a las falsas o medias verdades: “Y cuando se trata de una cosa que es, a tus ojos, más digna de estima que tu cuerpo, cuando se trata de tu alma, de la que depende tu dicha o tu desventura, según sea ella buena o mala, no consultas a tu padre, ni a tu hermano, ni a ninguno de los que somos tus amigos a fin de si debes confiarla a ese recién llegado, a ese extranjero, o si no debes de hacerlo”78. En este caso hay un valor que adquiere una importancia especial: la capacidad de distinguir entre lo auténtico e inauténtico en palabras, en conducta, en duración (en el sentido de encontrar aquello que edifica, sostiene en pie, conduce adelante y a su vez, el descubrimiento de fundamentos y defensas sólidas).

El manipulador de tipo ideológico busca dominar y no ilustrar. Cultiva el pensamiento falaz y no el riguroso. “La práctica de la manipulación fomenta el pensamiento frívolo”79. Cuando se actúa en virtud del afán de dominio, se tiende a rebajar el rango del hombre porque el afán de dominio es contrario a la libertad espiritual de la persona. El afán de dominar embriaga, produce vértigo y todo vértigo es violento y conduce a la destrucción, no a la felicidad. “Para convencer se necesita actuar sobre el espíritu y no sobre la materia”80. Aquí, juega un papel importante el desarrollo del carácter de la persona. La

78

Platón. Obras Completas, Protágoras 312e/314c. Madrid: aguilar s a de ediciones, 1990. 79

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 20. 80

Ibídem, p. 20.

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consolidación interior no representa fijeza y endurecimiento de mis actitudes y puntos de vista, más bien consiste en la convergencia de mi pensamiento, querer y sentir con mi núcleo interior.

Cabe, preguntarse: ¿la felicidad que tanto busca el hombre es de signo egoísta o generoso? ¿Distingue el significado de ambos términos? ¿Conoce el lenguaje de lo verdaderamente humano? ¿Cuáles son sus mejores pautas de interpretación? Además, ¿sabrá seguir ahondando e indicarse cómo el vértigo de la ambición, de dominar, lo que encandila los instintos provoca muchos otros vértigos? De ahí provienen el vértigo de la embriaguez, del erotismo, de la droga, de los celos, de la venganza. Todo ello destruye la vida social y la promesa de la libertad humana creativa. Las incoherencias en el pensar representan un choque frontal entre la luz y las tinieblas.

Este espejismo es definido por Santo Tomás de la siguiente manera: “El mal nunca es amado sino bajo la razón de bien, esto es, en cuanto bajo algún aspecto es bueno y se le aprehende como bueno en absoluto. Y en este sentido un amor es malo en cuanto tiende a lo que no es en absoluto un verdadero bien. Y así el hombre ama la iniquidad en cuanto por ella alcanza un bien, como la delectación, el dinero o cosas semejantes”81. La persona suele pensar que al lograr plenamente el ideal que se ha propuesto en la vida, consigue una felicidad colmada. Pero esta elección puede degenerar en ciega pasión si no tiene miras a una vida superior, más allá de lo temporal y transitorio. ¿Por qué apostar entonces por las sirenas de ilusión?

La misma naturaleza del hombre le proporciona recursos para superar la tendencia egoísta. Si el hombre no va adquiriendo, poco a poco, clara y vasta sabiduría, el error en su elección puede despeñarlo hacia la amargura, la desesperación y la aniquilación. “La felicidad o la desgracia del ser humano penden de la actitud básica que adopte en la vida”82. Tal descubrimiento implica saber prever y, este poder de anticiparse a los acontecimientos supone pensar con rigor. Es lanzar la mirada hacia delante, hacia lo que todavía no existe pero que formará parte de la unidad de mi ideal determinado personalmente. Abandonar la línea de acción que se ha trazado el hombre al descubrir la propia vocación es mísero y estéril. La firmeza interior, resultado de un pleno carácter, colabora en la realización del ideal. Señala López Quintás: “el ideal no es una mera idea. Es una idea motriz, una idea tan valiosa que constituye el impulso y sentido de la existencia”83. En efecto, el ideal centra y equilibra la fuerza que está en profunda continuidad con la realización de la auténtica vocación humana. Así, puede entenderse la enseñanza aristotélica: “la felicidad es el más excelente de los bienes humanos, es cierta especie de actividad del alma conforme a la virtud”84. Para hacerla nuestra es necesario consolidar el desarrollo de las cualidades del espíritu: profundidad, originalidad, grandeza, invención, esfuerzo. Se trata de acertar en cadena con la ayuda del pensamiento riguroso de hallar y descifrar los cauces sin el abandono del verdadero ser de la naturaleza humana y el orden universal.

81

Aquino, Tomás de. Suma de Teología, I-II, q. 27, a 1, ad 1. 82

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 28. 83

Ibídem, p. 29. 84

Aristóteles. Ética Nicomaquea, L I IX 1099b 10-30.

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Un ideal auténtico, es visible al ser humano. Se le regala. De algún modo, el ser humano le escucha y entra en contacto con él. Para ser tal, necesita que el hombre salga de sí mismo, vaya más allá y luego más acá en la verdad desde el conjunto de su vida. “La parte racional del alma aconseja y mueve hacia mejores acciones”85. Verdad y persona se interpenetran y acompañan en el logro del ideal. El ideal tiene un carácter básico: la fuerza de ascensión y el logro de la personalidad.

2. Análisis de los distintos tipos de realidad, la captación de experiencias reversibles y el encuentro.

2.1 Análisis de los distintos tipos de realidad. Como todo arte, pensar con rigor requiere una larga y paciente ejercitación. Es necesario conferir a la inteligencia la oportunidad de desarrollar su capacidad de penetración y poder, de este modo, ahondar en los diferentes tipos de realidades. El respeto al ser de cada realidad y a lo que está llamada a ser es fundamental para no reducirla de rango. El reduccionismo se opone frontalmente al pensamiento riguroso, como se ha visto anteriormente, porque pensar con rigor es hacer justicia a las diversas realidades, reconociendo lo que ellas son en verdad e implican.

Para llevar a cabo esta tarea hay que reconocer y distinguir, tres tipos de realidades: los objetos, los sujetos y los ámbitos. Los objetos son realidades “que están frente al hombre y pueden ser analizados por él sin comprometer su propio ser. Son realidades objetivas y son lo conocido. Estas realidades pueden ser medidas, pesadas, tomadas con la mano, situadas en el espacio, dominadas, manejadas”86. Los objetos son una forma de realidad tangible y, como tal, fácilmente captable e incluso valorable porque se dejan sentir; se imponen con su presencia y efectividad.

Por su parte, “el papel del sujeto es objetivar o fenomenalizar el ser”87. Fenomenalizar, en el sentido de hacer un esfuerzo para captar su esencia en los fenómenos concretos. El sujeto es una realidad con iniciativa y es la substancia que conoce. Si el sujeto apela a otro sujeto y no obtiene la respuesta adecuada para crear un ámbito, no se establece un nexo. Si la respuesta es conveniente y se establece un verdadero vínculo, la relación entre ambos responde al esquema sujeto-ámbito o sujeto-sujeto. De ello se desprende un pensamiento relacional y en su núcleo, pensar relacionalmente es pensar al mismo tiempo dos o más realidades interconexas. Pero hay todavía otro elemento determinante en la formación del pensamiento riguroso: el ámbito. Los ámbitos son tan reales como los objetos e incluso de mayor rango pero son más discretos, no se imponen, parecen ocultarse; sólo se revelan al que entra en relación activa con ellos. “Los ámbitos son realidades que son en un aspecto delimitables, asibles, pesables, dominables y

85

Ibídem, L I, XIII1102b 15. 86

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 36. 87

Vernaux, Roger. Epistemología General o Crítica del Conocimiento. Barcelona: Herder, 1985, p. 106.

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manejables y, en otro, no.”88 La persona humana puede ser medida en sus dimensiones físicas: altura y anchura pero lo que ella abarca en sus aspectos: ético, afectivo, profesional, estético, religioso…no puede delimitarse. Un ser humano no puede decir hasta donde llega su influjo sobre los demás y el de los demás sobre él. ¿Dónde finaliza el que ama? ¿Dónde principia el ser amado? El amor es una realidad, pero su realidad no es del mismo tipo de la de los objetos. Tiene un alcance mayor que escapa en buena medida a la vista, al tacto, al cálculo preciso. La persona humana se desarrolla creando vínculos de diverso orden con multitud de realidades que suponen un influjo mutuo: la familia, la escuela, el pueblo, el paisaje, la tradición, las amistades, las obras culturales, la vida profesional, la actividad creativa, los deberes éticos, el Ser Supremo…. “Cada persona es un nudo de relaciones. Está constituida por una trama de vínculos que en parte le vienen dados y en parte contribuyen a fundar; no está delimitada como los objetos es, más bien, un campo de realidad abierto. A este tipo de realidades que no están hechas de una vez por todas sino que tienen iniciativa y deben configurar su ser mediante la creación de vínculos fecundos con las realidades del entorno, se denominan ámbitos de realidad o, sencillamente, ámbitos”89. El concepto de ámbito amplía de modo impresionante la capacidad de análisis de lo que es la vida humana como facultad creadora, abierta a la realidad y a todas las formas de realidad; no sólo a los objetos. El descubrimiento de los ámbitos resulta extraordinariamente fecundo en orden a pensar con rigor. Este tipo de realidad que llamamos ámbito, debe su condición, en buena medida, al hombre porque él mismo colabora a que surja, superando diferencias esenciales o concretas entre las realidades participantes. Interesan las realidades como fuentes de posibilidades. En total armonía con todo esto, la trama de interrelaciones que va creando el hombre, constituye un gran campo de juego en el cual la persona va adquiriendo un modo de ser propio, una personalidad cada vez más definida, una especie de segunda naturaleza. “Esta segunda naturaleza se denominó en griego ethos y cuando la persona desea fundamentar su vida ética, ha de partir de esta idea relacional de personalidad”90, dado que el ethos (carácter) guarda dentro de sí los valores centrales de la personalidad. En la realización de estos valores se construye la vida moral y por la valentía de llegar a ser uno mismo. Naturalmente que, pensar con hondura, en el contexto de los ámbitos, pide ayuda a la imaginación. “Un ejemplar de un libro por ser material, pesa; está circunscrito a unos límites, es susceptible de manejo, puede deteriorarse pero, en cuanto obra literaria deja de estar fuera de la persona, le abre diversos horizontes de vida: plasma procesos, expresa sentimientos, incentiva la imaginación, transmite conocimientos… Es fuente de posibilidades y origen de

88

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 36. 89

Ibídem, p. 37. 90

Ibídem, p. 37.

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iniciativa; constituye todo un ámbito de realidad. Algo semejante puede afirmarse de una obra artística y de una institución”91. Por experiencia, el ser humano sabe lo que es su propio cuerpo pues su vida es corporal. El cuerpo humano, a primera vista, parece ser un objeto pero realmente, el cuerpo humano ¿se reduce a objeto? En cuanto cuerpo de esta persona ¿presenta posibilidades que desbordan las de los objetos? ¿Qué tipo de realidad tiene? Por ejemplo, “una persona da la mano a otra persona de manera efusiva y en la presión que ejerce la mano de la primera, siente el afecto que la otra tiene por ella y la alegría que la inunda al encontrarla. La mano muestra un poder expresivo que ningún objeto como tal puede poseer”92. En este caso el cuerpo es expresión de un despliegue interior, un campo de expresión personal, un ámbito, un campo de iniciativa. Puede jugar (actuar), al mismo tiempo, papeles muy distintos según las realidades con las que entra en contacto. Por lo tanto, hay una necesidad de ejercitar dicha captación y se debe adquirir con vistas a fundamentar sólidamente la vida creativa y acoger los encuentros. “Una misma realidad presenta dos vertientes: una objetiva y la otra ambital. Ambas se piden y complementan, se integran”93. Quedarse en la superficie del conocimiento reduce su valor, lo degrada, lo empobrece, lo despoja de su ámbito cabal. De este modo, se favorece la gestación de campos de juego, abriéndose la persona a otras realidades, que no son únicamente objetos. Con este propósito Alfonso López Quintás realiza cuatro distinciones ineludibles de carácter esencial en el arte de pensar con rigor: Hechos y acontecimientos históricos. El hecho es un acontecimiento anodino, no abre ninguna posibilidad nueva al hombre ni la cierra. Es necesario advertir que “con puros hechos no se teje una vida humana” 94. Constituye un simple suceso. Quizá, sea indispensable un hecho pero no es suficiente.

A diferencia del anterior, el acontecimiento o hecho histórico, es un saber que marca un hito en la vida de una persona, de un pueblo o de la humanidad. Abre todo un campo de posibilidades y cierra otro. Orienta la existencia de una determinada manera porque adquiere valor para la realidad que esté relacionada con él, de tal modo, que la biografía personal representa una impronta histórica. Asimismo, indica una neta y radical conexión con lo sucedido, en una sociedad, institución o nación…

Lo que marca la diferencia entre uno y otro, es, ante todo, el contexto en el que se da; es decir, la trama de relaciones en que se halla inserto. Con ello se insta a aprender, a distinguir los diversos elementos para integrarlos. Esta acción, representa una de las tareas más fecundas del arte de pensar con rigor. “La distinción que hay entre hecho y acontecimiento, hecho intrascendente y hecho

91

Ibídem, pp. 38 y 39. 92

Ibídem, p. 39. 93

Ibídem, p. 41. 94

Ibdíem, p. 43.

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histórico muestra que son algo distinto pero no ajeno, sino por el contrario, han de ser integrados, para dar lugar a un conjunto lleno de sentido”95. Valga decirlo, serenamente, “integrar es engranar dos realidades de modo tal que conserven su modo propio de ser y colaboren fecundamente a una misma tarea”96. La diversidad de situaciones no anula la unidad, sino que ésta última se afirma en lo diverso como es el caso de las distintas etapas de la vida del ser humano. Por el contrario, la práctica de la desintegración tiene un poder destructivo.

Significado y sentido.

Ahora puede entenderse, también, que estas palabras, significado y sentido se influyen, mutuamente. Son dos términos complementarios que se contrastan pero no se oponen; en cierta medida integran sus cualidades. Cuando dos realidades entran en relación mutua adquieren un sentido especial pero no se anula su significado, por el contrario, su relación las matiza y enriquece.

El significado nos comunica algo, nos da por enterados, nos expresa parte de lo que entraña una realidad. Puede ser signo de una idea, pensamiento o cosa tiene cierta importancia, pero no es suficiente para este trabajo.

Con el sentido se perfila un nivel de realidad distinto y superior en posibilidades al nivel en que se da el significado pero, ambos niveles deben colaborar y complementarse. El sentido alumbra y permite adquirir el vínculo con las realidades. “Pensar con rigor exige este tipo de atención bifronte, suspendida entre dos o más realidades de rango dispar”97. Con este apoyo se facilita establecer esta distinción de conceptos que constituye una cualidad de espíritu occidental.

“Posiblemente, no se pueda sospechar hoy, la eficacia que tiene en la vida ética esta capacidad de moverse, al mismo tiempo, en dos niveles distintos: el nivel en que se muestra el significado de una realidad o acción, y el nivel en que se alumbran sus distintos sentidos”98. Se hace necesaria la aclaración de que el sentido abarca siempre más que el significado, porque nace en un contexto.

El rango de los procesos de producción y creatividad. En este párrafo, se aborda la distinción de dos términos que de suyo se sitúan en un plano distinto de la realidad. “Ambos procesos se parecen en cuanto dan lugar a algo nuevo. Pero se realizan en niveles de realidad distintos”99. Digamos que, el artesano produce un objeto “con un material determinable a voluntad y con una idea clara de la forma que ha de dar: realiza este objeto cuando y como quiere. Actúa con dominio. Conoce la técnica de trabajar los

95

Ibídem, p. 44. 96

Ibídem. 97

Ibídem, p. 46. 98

Ibídem, p. 47. 99

Ibídem, p. 48.

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materiales y les imprime la forma que el cliente indica”100. Tiempo atrás, Aristóteles ofrece a la humanidad una formulación importante para explicar la génesis de un objeto. “Basta con determinar su cuatro causas: la eficiente – el agente que lo produce--, la material—la materia con que se hace--, la formal –la forma que se le imprime—y la final –la finalidad a que se lo destina--, que es la que ha dado origen al proceso de producción. Se trata de un proceso artesanal, y su resultado es un producto, un objeto”101.

Pero resulta que estas cuatro causas no son suficientes cuando se trata de conocer un poema literario o una obra artística. El fruto artístico es un proceso creativo. El poeta no crea un poema cuando y como quiere, porque la forma que va a imprimirle no le viene dada antes de comenzar este proceso de creación; se ilumina a lo largo de este proceso, amando va creando aquello que antes amaba a oscuras y en contacto con la materia expresiva, va dándole cuerpo en virtud del diálogo constante del poeta con la realidad que desea expresar.

El artista tiene una especial familiaridad con lo bello y es fecundo con su visión al hacer arte. Su obra artística es fruto de múltiples encuentros: encuentro con la realidad que se quiere expresar, encuentro con el poder expresivo de un determinado tipo de lenguaje, encuentro con los primeros versos que va plasmando y adquieren en seguida un poder inspirador de lo que va a seguir. “El poema es un lugar de vibración de diversos elementos; es una realidad llena de posibilidades de poderes expresivos, que ofrece a quien tenga sensibilidad para acogerlos. Por eso la persona se puede inmergir en él, asumirlo como una voz interior, recibir su mensaje. Si el poema fuera objeto no se podría entreverar un ámbito”102. La obra artística no puede ser considerada aislada del hombre, es participación.

Diferencia entre gestos y actitudes.

Todo tiene parte en el ser de la persona, es decir, en la colaboración conjunta entre el alma y el cuerpo. El gesto en apariencia, menos trascendente que la actitud, es la expresión de los diversos afectos de ánimo. Puede ser de carácter físico…un gesto en el rostro, dar la mano a alguien. Pero, en ocasiones, también, es la expresión o reflejo de una actitud moral.

Por su parte, la actitud es la disposición o postura de cada hombre, determinada por los movimientos del alma. Cada actitud interior es un convencimiento profundo y señala un rasgo fuertemente arraigado de cualquier personalidad. Toda actitud positiva supone un engrandecimiento activo. Encierra por ello más valor. Las actitudes positivas no se gestan atendiendo a los mandatos que vengan del exterior; no se conforman a ellos, sino que se acomodan a la conducta del hombre, a las exigencias más íntimas de su propia realidad. La realidad del hombre no está destinada al caos, sino a un modo muy fecundo de ordenación y estructuración. Esta estructuración es posible

100

Ibídem. 101

Citado por Alfonso López Quintás. Ibídem, pp. 48 y 49. 102

Ibídem, p. 49.

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cuando se distinguen, debidamente, los diversos gestos, actitudes y acciones del hombre.

Se puede pensar en la distancia que media entre dos tipos de abrazo: el que da el borracho a la farola y el que se dan dos amigos. “El significado de abrazo es el mismo, pero el sentido es abismalmente distinto. El borracho no crea con la farola una relación de encuentro, diluye sus límites personales en los de ella. El amigo no se pierde en la persona a la que saluda efusivamente mediante el abrazo. Se encuentra con ella en un campo de juego en el cual se supera la reclusión en la soledad del egoísmo y se alcanza la vinculación profunda de la amistad, que es un entreveramiento de dos ámbitos de vida. El borracho se mueve en el nivel de los objetos. Por efecto del alcohol, quiere diluirse en el entorno y lo hace por vía de la pérdida de sí. El hombre que abraza al amigo actúa en el plano de la creatividad y, en consecuencia, de los ámbitos. Por eso a quien abraza no es tanto al cuerpo del amigo cuanto a su persona total y al hacerlo, crea un campo de entrega, de compresión, de afecto desbordante, de júbilo festivo. Se trata de dos actitudes pertenecientes a niveles distintos”103.

Elevar el nivel de un objeto a un ámbito implica una relación dinámica, operativa con las diversas energías que entran en juego y se conjugan. Es fundamental reconocer como tarea del hombre, el esfuerzo personal para que estas distinciones de nueva lectura entren en diálogo entre sí y puedan comprenderse rectamente.

Para estimar lo anteriormente dicho hay que acentuar que no basta un modo de conocimiento apropiado, existe, además, una necesidad de usar vocablos precisos y conocer los distintos tipos de lenguaje. Cada uno de los tipos de realidad que se ha precisado anteriormente exige una forma de expresión ajustada al mismo, con los términos adecuados. Hay palabras que son perfectamente puntuales para expresar realidades o hechos que pertenecen a un plano o nivel de realidad, el nivel de los objetos, y no pueden ser aplicadas a realidades o hechos pertenecientes a un nivel distinto. Quien así las aplica no piensa con rigor y falsifica la realidad.

Por ello en la vida de las personas se dan lenguajes diversos: el prosaico y el poético, y dentro de este último, el literario, el musical, el arquitectónico, el pictórico, el paisajístico, el urbanístico, el escultórico, el científico, el de la vida creativa… La palabra no sólo alude a su contenido, crea un campo de sentido y acompaña al corazón. Para pensar con rigor es presupuesto necesario el aprendizaje de los distintos lenguajes, así como cómo aprender a ensamblar fecundamente los dos planos de realidad, el de los objetos y el de los ámbitos.

En el pensar riguroso es muy importante que la persona sea fiel al plano de la realidad al que pertenece el tema tratado. Dicha fidelidad se muestra sobre todo en el uso del lenguaje como instrumento expresivo por excelencia de la realidad y la creatividad. De suyo, por ejemplo, el método científico requiere el lenguaje de las ciencias, pero no por ello dejará de reconocer que el ético tiene el suyo propio. La teoría del conocimiento ha evolucionado en los últimos decenios lo suficiente para superar cualquier intento de reducir el conocimiento auténtico del hombre al área del saber científico. “Cada método tiene plena vigencia en el campo de la investigación para el que fue diseñado. Es una vía

103

Ibídem, p. 51.

58

fecunda de conocimiento dentro de su radio de acción, pero no la única, por fortuna”104. A propósito, una persona puede llegar a pensar de forma adecuada aunque no conozca algunos de estos lenguajes.

Sin embargo, el conocimiento del lenguaje de la vida personal es el de mayor trascendencia, debido a que expresa lo que es una persona y cómo se desarrolla. Más allá del entorno físico del cuerpo, la persona crea su propio mundo. Desborda sus límites corporales para abrirse con el espíritu. La persona es una realidad de alta jerarquía. ¿Quién es el hombre? ¿Quiénes son cada uno de los varones o mujeres con los que se relaciona? ¿En qué nivel de realidad se mueve, conversa? Descubrirlo es vital en el arte de pensar con rigor.

Para no violentar la naturaleza humana es preciso distinguir que “el hombre presenta una doble condición. Por un lado, está vuelto sobre sí mismo y por el otro, está abierto al entorno. Esta condición inconmovible de alianza, no implica una contradicción sino un contraste. Cita el Doctor López Quintás el pensamiento de Gustavo Thibon al respecto: “uno de los signos cardinales de la mediocridad de espíritu es ver contradicciones allí donde sólo hay contrastes”105. Ciertos esquemas son contrastes que se plenifican y no dilemas que se desgarran. Si alguien lo desconoce, tiende a dar por supuesto que los aspectos contrastados de la existencia se oponen insalvablemente entre sí.

Para finalizar es conveniente recordar que el analfabetismo de grado superior debe quedar atrás. Para ello se requiere la consideración de los distintos tipos de realidades y lo que se expresa a su través, cuándo se asciende de un nivel inferior a otro superior y cómo está distinción prepara al hombre para crear formas elevadas de unión. El ser humano al escuchar la palabra libertad debe ponerse en tensión y vibrar con las palabras vinculadas a ella: cauce, norma, obediencia, forma, creatividad ,valores, sentido de la vida, desinterés.

Si no se distinguen bien los diferentes modos de realidad, se corre el riesgo de tratar una realidad superior como si fuera una inferior, y viceversa. Así, con frecuencia, se trata a la personas como si fueran objetos y, por otra parte, se considera la posesión de todo tipo de bienes como una meta o ideal, lo que significa otorgarles una categoría desmesurada. El orden y el valor en los diversos modos de realidad, descubre algo decisivo en la vida: que los modos que existen en los distintos seres para entrar en relación, son diferentes y conviene abrirse muy pronto a ellos. La jerarquía de los seres les confiere su cabal sentido. El hombre capta este sentido vinculándose a las realidades con un modo de unión superior. El enlace será auténtico si el conocimiento de las realidades se adecua a la justa jerarquización.

2.2 La captación de experiencias reversibles.

Las distinciones que se han realizado, anteriormente, conforme a los diversos tipos de realidades permiten descubrir al hombre la posibilidad y la importancia

104

Ibídem, p. 71. 105

Citado por Alfonso López Quintás en Inteligencia…, p. 57. Thibon, Gustave. El pan de cada día.

Madrid: Rialp, 1956, p. 63.

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de las experiencias reversibles. Dichas experiencias, de doble dirección constituyen la base de la vida humana auténtica. En ellas se da una apelación y una respuesta. Tal invitación convoca a la persona a entrar en una relación de presencia e intimidad con los distintos seres o ámbitos de un modo muy fecundo. La experiencia reversible entraña una riqueza de matices. Busca un nexo profundo con realidades. La realidad que interesa, presenta un valor que llama e impulsa y muestra sus posibilidades. Es una relación con sentido que pone en actividad distintas vertientes de las realidades con otras. Una obra musical guarda dentro de sí, un estado virtual de configuración que se lleva a la superficie y se plasma en forma concreta. “Yo configuro la obra dejándome configurar por ella”106, a su vez. De esta manera, se establece, un campo de juego común, elevándose cada realidad a lo mejor de sí misma. Para captar las experiencias reversibles, el hombre debe pensar en suspensión, es decir, ver sinópticamente los diversos elementos que entran en juego. “Consiste en mantener ante la vista, conjuntamente, los elementos que integran una realidad o acontecimiento. Se piensa lo uno y lo otro en mutua conexión e influjo”107. No se puede atender primero al contenido de la obra sin atender a la forma, como si fueran dos aspectos totalmente distintos. Esta visión sinóptica y en relieve de las realidades sólo puede llevarse a cabo cuando se las considera como ámbitos y de este modo, es posible unirse con ellas. ¿Cómo se gestan y se viven las experiencias en las cuales dos o más realidades que son ámbitos se entreveran, se influyen y complementan? En primer lugar se asumen las posibilidades. Los seres se valen de ellas para realizar su actividad. “Yo actúo mis potencias merced a las posibilidades que recibo”108. Es requisito que las dos realidades presenten condiciones conjugables entre sí. Ambas proceden de la posibilidad de abrirse al entorno de forma activa y dialógica. Participan, colaboran y fundan campos de juego comunes, superando la extrañeza.

Sabemos muy bien, que “la participación exige colaboración”109. Participar exige ser sensible a las invitaciones o apelaciones que recibimos de todo aquello que presenta un valor. No se puede participar de algo valioso si se adopta una actitud pasiva, sin compromiso. Surge así una nueva figura vital en la que intervienen la participación, la apertura de espíritu y el valor en estrecha unión con la colaboración de hombres y mujeres a quienes se puede confiar la vida.

Además, descubrir la articulación interna de las experiencias reversibles es muy importante porque conociéndola, el hombre podrá adentrarse en el proceso creador que lo conducirá, posteriormente, a su plenitud. Entreverar dos ámbitos de vida es una relación activa - creadora de vínculos valiosos - no una mera vecindad física. Ésta última sin duda es necesaria, pero debe de ir

106

Ibídem, p. 110. 107

Ibídem, p. 119. 108

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 107. 109

Ibídem, p. 109.

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unida de cierta distancia para no empastarse ni fusionarse, a fin de hacer posible la fundación de un campo libre de juego entre realidades que se avecinan. La vecindad física se capta de forma inmediata a través de los sentidos. Por tanto, se puede afirmar que, la forma de presencia a que da lugar el entreveramiento de dos ámbitos sólo se descubre con la inteligencia mediante el auxilio de la imaginación. “La verdadera inteligencia está próxima a la simpatía; es una simpatía que se pone a tono con la realidad a conocer. Ser inteligente es poseer esta facultad de coincidir”110. Las experiencias reversibles deben estar llenas de densidad y coincidencia existencial, próximas a la simpatía. Por el contrario, la relación lineal, anula toda posibilidad de juego. No hay colaboración. En ella no se participa de los valores presentados en orden a crear algo que tenga sentido para la persona.

Los vínculos tejedores de la urdimbre espiritual forman parte de la vida creativa del hombre. En los procesos creativos surge una llama viva que ilumina el camino a seguir para transformar. Al descubrir dicha luz inicial se comprende, por dentro, lo que significa hallarse inspirado, frente al banal ser arrastrado. En el fenómeno de la inspiración se da una peculiar y fértil vinculación entre la receptividad y la actividad. Es por ello que el hombre inspirado recibe los valores latentes que le ofrece la realidad, se vincula a ellos y los realiza activamente en su vida. Es obediente al dictado de los latidos de esa idea que lo invade poco a poco y le pide ser realizada.

El verdadero valor filosófico no empieza cuando se conoce un aspecto de la realidad aislado de otros, sino cuando se descubre su nexo mutuo, su íntima conexión. “En el nivel de la creatividad nadie domina a nadie”111. Se da un mutuo enriquecimiento y configuración. La actividad creadora anula la distancia para tornarse íntima, con la intimidad de una voz interior que va diciendo cómo ha de realizarse la relación de reciprocidad. “Poco a poco, las realidades se robustecen, se conectan entre sí, ganan confianza y seguridad, se ajustan a la temporalidad y entran en un estado de madurez”112. Al dar vida a esta experiencia, la persona no obedece a una instancia exterior, deja de estar fuera; sigue el impulso que le imprime una realidad que ha hecho suya. Y lo es plenamente aún siendo distinta porque la trasciende.

Las experiencias reversibles nos descubren tres aspectos de la vida personal que constituyen una clave valiosa de interpretación. Primero, “se puede ser totalmente independiente y plenamente solidario a la vez”113, como los integrantes de un coro musical. Segundo, “es posible y necesario vincular la ob-ligación y la libertad, la vin-culación activa a una realidad valiosa y la actuación rebosante de dinamismo y pleno sentido”114. Ob-ligación de hallarse frente a mis ojos la ligadura, el vínculo que me permite ser plenamente libre. Tercero, “al vincular la independencia y solidaridad, la obligación y la libertad cada persona individual gana un poder especial de vibración con las realidades a las que se siente solidariamente ob- ligado. Esta vibración diluye, felizmente,

110

Guitton, Jean. Aprender a vivir y pensar. Madrid: Encuentro, 2006, p. 73. 111

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 111. 112

Ibídem, p. 110. 113

Ibídem, p. 116. 114

Ibídem.

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los límites que atenazan al individuo cuando se cierra en el círculo cerrado de su egoísmo”115 porque es seguro el espíritu vio, oyó, tembló, vibró.

La superación de los límites egoístas confiere a la persona una transparencia. En cada una de las experiencias reversibles vibran todas las relaciones que implican, todos los vínculos que están llamadas a establecer. Cuando varios cantores se entregan a la tarea común de interpretar una obra musical, ganan dinamismo interior que los lleva a despegar de la pista de sus intereses particulares, de su afán de afirmarse a sí mismos, de servir a sus metas propias. Cada uno se convierte en un elemento transparente de la misma obra que se instaura por vía de comunicación. “Actúan de forma personal y comunitaria, enfrascados en su quehacer y abiertos solidariamente al de los otros”116. Por eso en cada nota, en cada frase late la obra entera y se hace presente. Cada cantor siente, al interpretar una obra polifónica, mayor identidad personal.

Las experiencias reversibles son ambiguas y fecundas. Tienen una condición ambigua en su origen, en sentido de indelimitada, cambiante y, en la misma medida, imprecisa porque, posteriormente, mejoran la condición natural del hombre. Es decir, ayudan en la configuración de esa segunda naturaleza que el ser humano adquiere con su propia colaboración esforzada. Y justamente, por esto, la persona humana es capaz de fundar con ellas modos de encuentro valiosos.

Algo semejante puede afirmarse de una obra artística o literaria, una institución, un estilo…. La relación con este género de realidades es singularmente intensa: yo actúo sobre ti y tú sobre mí, y a través de este influjo ambos nos elevamos a lo mejor de nosotros mismos. El poeta modela el lenguaje y configura un poema nuevo. Pero lo hace en cuanto se deja inspirar por el lenguaje, que lo orienta e impulsa. Es una relación reversible. En ella dos o más formas logran una forma de unidad. No hay unidad más fecunda que la que surge en el entreveramiento activo de dos seres que se ofrecen mutuamente posibilidades y se enriquecen de forma progresiva.

Pensar con rigor contempla un horizonte abierto a las realidades, permitiendo al hombre ensanchar sus experiencias reversibles, saboreando lo escondido en el universo dado y en la cultura creada. Nada escapa para quien penetra en lo valioso y gusta paladearlo. Este es, precisamente, el reto: vivir siempre en amistad con lo encontrado en lo cotidiano.

La persona sensata aprende de la vida y con la vida. Disfruta creando ámbitos de encuentro. Abre sus posibilidades a las demás realidades. Crear ámbitos nuevos da lugar al enriquecimiento. Uno, ofrece las posibilidades que tiene de clarificar una cuestión al otro y, a su vez, este último al primero, las suyas. Dicho intercambio constituye un diálogo; un campo de juego y naciente vida. Al crearlo, ninguno de los coloquiantes invade el ámbito del otro y lo anula sino que, por el contrario, potencia su lucidez y su autonomía.

115

Ibídem. 116

Ibídem.

62

2.3. El encuentro.

El tema del encuentro ocupa una posición central en el conjunto de elementos configuradores del arte de pensar con rigor. En el presente subtítulo del capítulo, se expone el contenido esencial de esta relación de intercambio espiritual, con sus requeridas exigencias. Se ofrece una sencilla explicación de cómo tiene lugar un contacto íntimo entre distintas realidades. El microcosmos humano lo conforma, el estadio material y el espiritual. De ahí que el encuentro señale “cómo se imbrican la experiencia de sí mismo y la experiencia del ser externo, sobre todo la de otro ser humano”117. El ser humano siempre está en influjo o encuentro, o indirectamente en cuanto es afectado por su ambiente, su país o su mundo.

Es comprensible por tanto que la experiencia del encuentro propicie ámbitos de vida acogedores vinculando a los seres en la confianza y el amor. Protege la noble disposición humana de apertura externa e interna a las posibilidades que ofrecen las distintas realidades. Es un acontecer vivo con ellas. Con el encuentro, el hombre toma conciencia de su esencia misma y de sus relaciones con los otros.

En total armonía con todo esto, se puede afirmar que el encuentro, es posible gracias a la elevación de meros objetos y sujetos a la condición de ámbitos. Entraña un dinamismo interior con capacidad configuradora. “La primera condición para fundar modos elevados de unidad es ensamblar modos de realidad diversos y complementarios”118. Encontrarse es entreverar dos campos de iniciativa, dos cauces de posibilidades con una interrelación fecunda. Por ser ámbito de bondad y unidad permite al hombre estrenar un nuevo ánimo y escuchar nuevas melodías con religaciones nutricias. Constituye una verdadera iluminación entre pensamiento y acción.

Tal cumplimiento significa un cambio de actitud ante la vida y una seria toma de conciencia. “La actitud dominadora, posesiva, manipuladora, cede el puesto a la actitud respetuosa y colaboradora”119. El encuentro pide reciprocidad, colaboración, ofrecimiento mutuo de potencialidades para realizar acciones llenas de sentido. De este modo, se brinda a sí mismo un carácter distinto.

Encontrarse, no se reduce a acercarse tangencialmente a una realidad que presente carácter de ámbito. Baste indicar que el vacío espiritual se trueca en plenitud y la desesperación se convierte en felicidad interior cuando el hombre abandona el afán de dominar realidades reducidas a objetos y se consagra, voluntariamente, a colaborar con ellas, estimándolas, renovándolas e iluminándolas dentro del marco de su propia grandeza. El encuentro acontece de modo especialmente cualificado en la interrelación de dos personas, a través del juego creador.

117

Stein, Edith. La estructura de la persona humana. Madrid: B.A.C, 2003, p. 37. 118

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 154. 119

Ibídem, p. 160.

63

El encuentro es tanto más elevado y fecundo cuanto más ricos son los ámbitos que se entreveran y más dispuestos están a comprometerse entre sí. “Es así que, el encuentro es un acontecimiento relacional, se da en la relación mutua y activa de dos o más seres. La categoría de relación cobra, a la luz de la teoría del encuentro, un valor decisivo en la vida humana”120. La relación de encuentro no se genera, automáticamente, como fruto de la mera vecindad. Se crea con esfuerzo, mediante el cumplimiento de ciertas exigencias ineludibles: generosidad y apertura de espíritu, respeto, equilibrio entre la fusión y el alejamiento, veracidad y confianza, agradecimiento, paciencia, capacidad de asombro, sobrecogimiento, comprensión y simpatía, amabilidad, cordialidad, fidelidad…

El ser humano es fuente de iniciativa, altamente poderosa. Para el hombre, “encontrarse implica entrelazar el propio ámbito de vida con el de otra realidad que reacciona activamente ante su presencia”121. La persona puede ser apelada y responder al llamado y con tal respuesta, apelar a su vez a quien la apeló. “Apelar significa invitar a asumir activamente un valor y realizarlo en la propia vida. Responder implica asumir un valor y, la forma de hacerlo, constituye una apelación a quien hizo la primera invitación”122. En este caso se reúnen la valentía para ser uno mismo con lo dado y el riesgo hacia lo nuevo, hacia el aprovechamiento de la experiencia ajena.

A esto se añade que, la persona es un ser que ensambla modos de realidad distintos entre sí: “el material-corpóreo y el psíquico-espiritual”123. En virtud de esta doble condición corpóreo-espiritual, el ser humano, es sumamente expresivo y tiene un carácter propio. A diferencia del animal, por ejemplo, el hombre puede sonreír porque es capaz de advertir los contrastes.

La intimidad personal, la capacidad del hombre para conocer las realidades a una determinada distancia y el reconocimiento de ser incanjeable, señalan características de seres de un rango superior. Una persona goza de intimidad y puede revelarla u ocultarla. Sabe que lleva dentro, un lugar reservado, donde se siente independiente, libre, autónomo, absoluto. Asimismo, tiene el poder de tomar distancia de cara a aquello que le rodea. Esto significa que puede desligarse de todo, en el sentido de ver cada realidad desde su propio yo, es decir, a cierta distancia. Otra cosa importante, cada persona, en virtud del poder que tiene para actuar a partir de su interioridad, se experimenta totalmente diversa de aquellos seres no personales y distinta de los demás hombres. Es irreductible e insustituible, y, precisamente por ello, se une de otro modo muy superior a como se unen: el vegetal con la tierra en que hunde sus raíces y el animal con las realidades que componen su medio.

Martin Buber señala que el encuentro interpela, se ofrece “no está fuera de ti, te toca en lo profundo”124. El pensador tiene noticia de que el encuentro permite alzarse a un estadio superior y lo transforma todo, sin debilitar el sentido de la relación y sostiene esta fe. El encuentro es acción, creación, invención, donación, realiza la obra.

120

Ibídem, p. 153. 121

Ibídem, p. 155. 122

Ibídem, p. 157. 123

Ibídem, p. 156. 124

Buber, Martin. Yo y Tú, Madrid: Caparrós, 2005, p. 34 .

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Entre el Yo y el Tú hay reciprocidad del don, yo le digo tú a él y me doy a él y él me dice tú a mi y se da a mi. Lo importante no es el yo ni el tú, sino lo que acontece entre ambos.

Este proceso de asumir, esta compenetración entre realidades que encierran valor establece la conexión naciente con el diálogo. “El hombre es un ser constitutivamente dialógico”125, tiene una dimensión comunicativa y es creador en diálogo, no a solas. Esta fecundidad dialógica no es inmediata ni de mera vecindad. “Los ámbitos del yo-tú se convierten por la comunicación, en el ámbito del nosotros”126. “¿Es lo mismo estar presente que ser vecino? Heidegger comienza su conferencia Das Ding -La cosa- preguntándose por qué el hombre de hoy, aún habiendo anulado las distancias es incapaz de fundar una verdadera cercanía”127. Falta el conocimiento de las relaciones auténticas. La presencia supone cercanía lúdica, relación de juego creador e intercambio activo de posibilidades.

Al aprender a habitar, en sentido activo, creando tramas de vínculos amistosos, el mundo adquiere un carácter hogareño. Los frutos del encuentro –alegría, entusiasmo, felicidad, júbilo festivo, luminosidad, amparo…-- se manifiestan en este ámbito de altísima unidad.

Conviene, ahora, dirigirnos a conocer las exigencias del encuentro, consideradas clave, no para constituir un ser para sí mismo, sino un ser en relación, aquello que constituye su aspecto más integral.

1) La actitud de generosidad y apertura de espíritu.

El encuentro es una relación colaboradora que no asocia dominio ni acrecienta posesiones. Martin Buber afirma: “la palabra básica Yo-Tú funda el mundo de la relación”128. Esta afirmación muestra que estar en relación entraña un gran valor. Este valor procede del carácter creador de tal relación que en sí misma es reciprocidad.

Al entreverarse, los ámbitos deben renunciar a recluirse en sí mismos. “Esta renuncia no supone una pérdida de identidad, una entrega a lo ajeno y extraño significa, por el contrario, el cumplimiento de una exigencia de la propia realidad, entrar en colaboración”129. Es así que, una persona es ambital y brota de ella la fuerza operante porque está llamada a desplegar todas las posibilidades que alberga en su interior y a fundar ámbitos de envergadura superior, merced a su generosidad.

2) Segunda exigencia: Situarse a la distancia justa.

125

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización del amor. México: Fondo de Cultura Económica,

2006, p. 11. 126

Ibídem, p. 14. 127

Heidegger, Martin. Conferencias y Ensayos Neske: Pfulligen 2, 1959, p. 163-164. 128

Buber, Martin. Yo..., p. 13. 129

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 159.

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Tomar distancia, otorga lucidez. Para hacer juego con una realidad es necesario estar cerca pero a cierta distancia. “Esa posibilidad de cercanía a distancia se llama respeto”130. Cuanto más desea una persona unirse a una realidad, más desea respetarla en lo que es y en lo que está llamada a ser. A modo de ejemplo, si una persona se aproxima tanto a un cuadro artístico que desea contemplar, olvidándose de encontrar el punto medio entre fusión y alejamiento, pierde de vista la obra.

Es, precisamente, el respeto el que impide el avallasamiento y sitúa a la persona en la distancia justa para conocer y amar. “El conocimiento impulsa al amor”131. Según todo esto también, amar es estar cerca, a cierta distancia. Por tanto, “al unir ambas relaciones creadoras se funda un espacio de libertad, de libre juego, en el cual se gana una forma superior de inmediatez”132, un modo más excelso de estar cerca de algo o de alguien. A esta forma se le llama integración; intercambio de posibilidades. Justo este intercambio es crear presencia y la presencia pide equilibrio entre inmediatez y distancia.

Queda por explicar ahora que dos realidades que se entreveran deben ser distintas pero no extrañas; deben estar cerca, pero no fusionadas; han de hallarse a distancia, más no alejadas. “Esta distancia fecunda no entraña alejamiento sino perspectiva”133. El conocimiento reclama perspectiva y tomar perspectiva significa guardar una posición equilibrada.

Dicha perspectiva ha de ser entendida en un doble sentido: físico, que encierra tener presente la colocación de las realidades, y lúdico al fecundarlas creativamente, situándolas en el mundo donde juegan su papel expresivo. Si una persona quiere entrar en ese mundo de las realidades a considerar, debe tomar distancia respecto de la perspectiva física y verlo sobre el telón de fondo de un horizonte más amplio que el mismo. Al tomar los dos tipos de distancia –física y lúdica—la persona capta en todo su alcance, la realidad ante la cual está presente y la ve en su origen, como si comenzara a gestarse.

¿Cómo se puede mantener el equilibrio entre el acercamiento a una realidad pero desde cierta distancia? Precisamente, con la presencia equilibrada, el respeto y la colaboración. Además, se suma a éstos últimos, “la fortaleza de espíritu como la condición que permite acercarse y, al mismo tiempo, guardar distancia”134. Con ello, la persona logra más perfección en el amor porque amar significa el entreveramiento con otra persona, la creación de un campo de juego, la persecución de las mismas metas, el compromiso de la propia vida con la del otro, la adopción de ideales comunes.

En cambio, se complica la alianza si intenta dominarla o perderse en ella, si la inmediatez es tan grande que degenera en fusión, embriaguez o empastamiento. Si la persona se quiere perder se entrega pasivamente para ser dominada y no colabora con ninguna forma de distancia. Uniéndose de esta forma, el hombre pierde toda perspectiva y no logra ni la presencia ni el encuentro, diluye su ser perdiéndose.

130

Ibídem, p. 161. 131

Benedicto XVI. A los jóvenes. Discursos. Encuentro con los jóvenes en la Plaza Matteotti de Génova.

Madrid: Cobel, 2010, p. 108. 132

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 165. 133

Ibídem, p. 161. 134

Ibídem, p. 163.

66

Pero surge todavía otra posibilidad: si el afán es dominar algo, se aleja para tenerlo bajo control. Se puede vislumbrar , de esta manera, que el hombre pierde contacto con la realidad. La degeneración de la distancia es el alejamiento.

3) Tercera exigencia: evitar el reduccionismo.

El respeto al ser impide toda reducción del rango de una realidad. Antes bien, respetar trae consigo el enriquecimiento progresivo del uno con el otro. Para ello, es necesario evitar los reduccionismos depauperantes. Si una persona atrae porque es muy valiosa, el hombre no la puede reducir a medio para sus fines; de ser así, la estaría considerando como un objeto maravilloso, tal vez adorable, pero objeto al fin. En cuanto persona reducida a objeto, no puede encontrarse con ella pues como tal, no constituye un ámbito. Un objeto puede ser dominado pero nunca interiorizado. Aquí, interesa subrayar que, ir al encuentro de otra realidad no indica invadirla, sino conocerla para unirse; si son personas, unión de corazones en comunicación profunda.

Además significa respetar a la persona como una realidad que está llamada a realizarse a lo largo del tiempo porque respetar, no implica sólo dejar ser a cada uno lo que es, sino promoverlo a niveles superiores, ampliando el campo de la realidad que abarca dicha persona mediante la práctica de nuevas acciones.

4) Cuarta exigencia: Tolerar el riesgo que implica la entrega.

Muchas veces, no es posible prever de antemano las futuras reacciones del otro, de ahí, que el encuentro entrañe siempre un riesgo. Abrirse a una realidad cuyo control no se tiene expone a la persona a ver traicionada su confianza. No siempre, el espíritu es el mismo, ni la voluntad de edificar un encuentro sólido es la misma. Se espera la libre decisión del hombre. Todo ello, se traduce en hechos por las diferentes actitudes según las personas. Para encontrarse con alguien es necesario entregarse confiadamente en él para poder establecer un sincero lazo de unión.

Si reflexionamos un poco, podríamos preguntarnos: “¿qué es preferible: la creatividad a través del riesgo o la seguridad sin creatividad? La filosofía dialógica o personalista opta por correr el riesgo de mantenerse cerca y a cierta distancia y fundar así, el espacio libre de juego en que se da el encuentro”135. Estas experiencias son básicas en la existencia humana. En la vida siempre hay limitaciones y complicaciones pero hay que insistir.

Actualmente, muchas personas renuncian a su capacidad creadora para refugiarse en la comodidad de la entrega a las fuerzas instintivas, en el halago de las gratificaciones sensibles y ganancias inmediatas, atendiendo la propuesta de una libertad desvinculada de valores nobles y objetivos. La mejor

135

Ibídem. p. 167.

67

investigación axiológica rechaza claramente, toda referencia de apoyo esencial a actitudes egoístas y no participativas en el juego creador.

Los actos de la voluntad creadora conducen a la verdadera libertad dando sentido a relaciones valiosas de la persona con “su innata vocación al amor”136. Es comprensible ahora, que lo sensible y lo instintivo encierren un gran valor cuando se insertan en una actividad abastecida de honda riqueza. “La meta no es anular la energía de los sentidos y los instintos, sino darle todo su alcance y hondura”137. Aislados en sí, empobrecen la vida del hombre y la desvían de su cauce.

5) Quinta exigencia: Estar disponible para el compañero de juego.

El hombre de actitud disponible se halla en todo momento pronto a correr los riesgos que implica la creatividad. “La disposición de espíritu consiste en la decisión de asumir las posibilidades que las otras realidades ofrecen y otorgar las que uno posee”138. El hombre dispuesto no teme a este intercambio y tiene el convencimiento profundo que en él se logra. El ser humano se ve a resguardo, no cuando se recluye en la soledad de su egoísmo sino cuando colabora con realidades valiosas que le ofrecen ámbitos de juego y crea algo nuevo.

6) Veracidad y confianza.

La veracidad es una virtud que “consiste en decir lo que realmente se piensa”139. La persona puede manifestarse como es o como no es. Si no se manifiesta tal como es, demuestra que no desea compartir su ámbito de realidad con el otro. No ofrece su intimidad. Su lenguaje no será vehículo de creatividad, sino velo que oculta intereses egoístas. Es preciso recordar que la palabra falaz suscita desconfianza en la persona que escucha y quebranta de inicio la posible relación interior. Sin embargo, al compartir una misma actitud de confianza, se acelera el encuentro. “Un momento de confidencia fomenta más el encuentro que un largo período de trato superficial”140. Si la persona se revela tal cual es, con franqueza y transparencia, manifiesta una voluntad auténtica de entreverar su ámbito con el de la otra persona.

La disponibilidad generosa suscita confianza y mueve a revelar la propia intimidad. “Una relación cuando reúne fe, fidelidad, confianza y confidencias, engendra intimidad personal”141. Si se prescinde de alguno de estos elementos, no se podrá incrementar la intimidad porque ella se nutre de la comunicación frecuente y sincera de cuanto atañe a la propia persona: ideas, proyectos, actividades y, sobre todo, sentimientos nobles. “A medida que aumenta la

136

Benedicto XVI. A los jóvenes…, p. 198. 137

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 168. 138

Ibídem, p. 169. 139

García Alonso, Luz y Saiz Núñez María Begoña. Diccionario de valores , virtudes y vicios. México:

Trillas, 2007, p. 181. 140

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 170. 141

Ibídem, p. 170.

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intimidad en el encuentro, se acrecienta la personalidad de quienes crean esa relación; sus perfiles personales se hacen más precisos, pero cuanto más marcados están los perfiles de cada personalidad, más intensa es la comunicación y la intimidad, porque tales perfiles dejan de ser barreras que separan para convertirse en lugares vivientes de interacción”142. Estos acontecimientos relacionales se pueden traducir como amorosas compenetraciones del espíritu.

7) El agradecimiento y la paciencia.

“Esta comunidad de acción sólo es posible si las personas están impulsadas por una actitud de agradecimiento y no de resentimiento”143. El hombre sólo puede ser agradecido si es sencillo y sabe recibir con agrado todo lo valioso. “Si se está a gusto en la existencia fácilmente se comparte ese impulso interior que le hace a uno sentirse en gracia con lo que le rodea”144. “ El agradecido no entorpece sus relaciones con los otros, por el contrario, acoge de buen grado todo aquello que lo ennoblece y sea entrañablemente humano. Hay que recordar que “el resentido tiene pesar por un valor que lo supera y lo humilla”145. El hombre no puede sucumbir ante esta actitud de resentimiento porque, en verdad, con ella revela que hace malo aquello que le ha sido otorgado a otros pero a él no.

El hombre postmoderno debería advertir que la virtud está en peligro de extinción. Hoy, los hábitos buenos se consideran inservibles, trastos rotos. A la paciencia se la juzga como no idónea en una sociedad tan dinámica como la actual. Sin embargo, es necesario saber que “la paciencia no se resigna jamás”146, no se da por vencida, sino que favorece relaciones de largo aliento. Precisamente, ayuda, delicada y dulcemente, al ser humano a impedir que se extingan sus ideales más nobles. Las obras geniales e imperecederas de la humanidad han sido fruto de un proceso lento de maduración y paciencia.

El hombre paciente sabe ajustarse al ritmo de otras personas y muestra facilidad, apertura y entrega para escuchar a los demás, acogiendo el encuentro. Este ajuste sólo es posible cuando se pone límite a los deseos momentáneos y no se persigue tanto el logro de gratificaciones inmediatas.

8) Capacidad de asombro y sobrecogimiento.

La virtud de la humildad definida como “cierta moderación de espíritu”,147 es esencial para el surgimiento y ejercicio de la admiración. La persona admira lo grande y lo sublime cuando está orientada hacia lo alto y reconoce su pequeñez. El rebajamiento de sí mismo trae consigo la capacidad de asombro. Gabriel Marcel mencionaba: “lo más profundo que hay en mí no procede de

142

Ibídem, p. 170. 143

Ibídem, p. 170. 144

Martí García, Miguel- Ángel. El agradecimiento. Madrid: Yumelia, 2006, p. 14. 145

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, pp. 170 y 171. 146

Pronzato, Alejandro. En busca de las virtudes perdidas. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2001, p. 11. 147

García Alonso, Luz. Diccionario de …, p. 103.

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mí”148. De ahí, lo necesario que sea para la persona la actitud de apertura humilde, de prontitud para reconocer que lo más meritorio en ella se gesta “en el diálogo, en el intercambio, en el acogimiento de lo valioso y no en la retracción egoísta”149. De este modo, el hombre de carácter abierto no da pie al empobrecimiento de la realidad, no permanece ciego a sus guiños, sino que funda espacios de sobrecogimiento porque de cara a lo excelso y noble, la persona se sorprende e intima y aprende a mirar con cariño.

9) La comprensión y la simpatía.

La comprensión reclama estimación y compromiso. Es una cualidad moral, de mi conducta libre que asume una actitud comprensiva. Sale al encuentro del otro y se preocupa por descubrir su modo propio de ser. Requiere un inmenso respeto a la persona de los demás. Cada vez se hace más necesario sacar jugo a nuestros talentos. Esto se presenta poco a poco sobre todo en momentos de verdadera entrega porque hemos logrado comprender a los otros. Pensemos en lo que significa acoplarse a sus gustos y modo de ser, ritmar el paso con el suyo, vibrar con sus venturas y desventuras. Aquí la comprensión depende de que yo capte con exactitud y claridad la cuestión. Lo contrario de la comprensión y la simpatía es la hosquedad, la impermeabilidad, la oclusión, el encierro, la tendencia a interponer un desierto estratégico entre uno mismo y los demás.

Este tipo de comprensión va unido a la simpatía. La simpatía es una virtud fecunda que todo ser humano debiera cultivar porque facilita sintonizar con los demás. No hace falta poseer cualidades sobresalientes para estar atentos de esa forma, al modo de ser de nuestro prójimo. Se piensa a menudo que ser simpático es una cualidad connatural; se tiene o no se tiene. Cierto, que hay personas especialmente abiertas que hacen fácil y fluida la comunicación; son, por así decir, especialistas de la simpatía, virtuosos de la gracia. Pero en sentido estricto la simpatía es una exigencia en la vida que pretende benevolencia, humanidad, escucha, ayuda, entrega.

10) La ternura, la amabilidad y la cordialidad.

En gran medida, el encuentro es posible, gracias a cierta dosis de cualidades humanas como la ternura, la dulzura de trato, la cordialidad, la amabilidad, el buen humor, la suavidad de expresión. Todas ellas son oportunidades vitales y puestas en juego esenciales de valentía y de aceptación de los demás. Con la ternura, el hombre se mueve en los repliegues más íntimos del espíritu humano. Sentir ternura es una manifestación de nobleza espiritual. La amabilidad, es siempre oportuna e implica haber sido tocado por la presencia del otro; nace de una actitud inteligente y acertada. La cordialidad llamativa es expresión del corazón de cada quien. Es una dote inicial en la relación interpersonal y un éxito de la inteligencia. Todo ello viene dado con nuestra forma de ser y además, facilitado por un convencimiento propio, sólido ya bien reflexionado de honda acogida.

148

Marcel, Gabriel. Citado por Alfonso López Quintás en Inteligencia…, p. 171. 149

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 171.

70

11) La flexibilidad de espíritu.

La flexibilidad es una disposición interior que prueba y demuestra la pronta disposición de la persona para conectar con los otros. Conlleva el reconocimiento de su perspectiva y la adopción de la parte de razón que puedan tener. Sócrates nos da buen ejemplo de ello: “Tampoco yo hablo con pleno conocimiento de los asuntos que trato, sino que indago con vuestra colaboración, y, en consecuencia, si veo que el que disiente de mi opinión dice verdad, yo seré el primero en reconocérselo”150. De estas palabras resulta que quien es amable se esfuerza en ser flexible cuando es necesario, porque está dispuesto a reconocer la verdad y coordinar su vida con la de los demás. Obviamente, que esta coordinación debe hacerse con sabiduría, dentro de los límites que marca la fidelidad a las propias convicciones y a la línea de conducta que uno se ha marcado.

El hombre inflexible no admite más perspectiva que la suya y empobrece su vida cerrando caminos de inagotable riqueza. Con este criterio se presenta con postura unilateral. No reconoce que los otros pueden ser fuente de luz, capaces de sorprenderle con ideas y proyectos fecundos. Pero resulta que “amar la diferencia es la primera forma de respetar a los demás”151 y de esta forma, el comportamiento correcto y la flexibilidad de espíritu admiten fácilmente el encuentro convocando al diálogo de palabra auténtica.

12) La fidelidad.

“La fidelidad es la capacidad espiritual –el poder o virtus—de dar cumplimiento a las promesas. Prometer es una acción soberana del espíritu”152. La persona que promete se adelanta al tiempo de modo lúcido y libre porque sobrevuela el presente y el futuro. Corre un serio riesgo porque se compromete a actuar de la forma que hoy juzga óptima, y que quizás en próximas situaciones cambiantes, pueden llevarle a pensar y sentir de modo distinto. Pero el que es fiel a su promesa cumple, a pesar de los avatares que provoque el tiempo, ya sea en el universo de las ideas, de las convicciones o de los sentimientos. La identidad propia de cada hombre se salva cuando se mantiene fiel a sí mismo y fiel a sus promesas.

El hombre que cumple fielmente lo prometido lo hace consciente y voluntariamente. ¿Qué es lo que mueve su voluntad a mantenerse fiel? “Es la convicción personal y, de igual modo, la decisión de crear su vida en cada instante conforme al proyecto establecido en el acto de promesa”153. Esto significa que la vida del hombre tiene un argumento existencial al cual debe permanecer fiel mediante sus objetivos concretos, sus búsquedas, sus proyectos y su vocación personal para elevarse. “La fidelidad, por tanto, es una actitud creativa que se debe conservar y mantener. No se reduce a mero aguante, puesto que no somos columnas, al hecho de soportar algo de forma inconsciente e irracional. Por ser creadora, la fidelidad va de la mano con la

150

Platón. Obras Completas, Gorgias 398, 505 e/507 c. 151

Martí García, Miguel Ángel. El encuentro. Madrid: Yumelia, 2004, p. 75. 152

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 175. 153

Ibídem, p. 175.

71

flexibilidad, no con la terquedad”154, porque como ya se ha visto la persona flexible valora posiciones distintas.

13) Compartir valores y, sobre todo, el gran ideal de la vida. La dignidad humana es el criterio fundamental de planeación y organización de cualquier proyecto personal, social, cultural, económico y queda garantizada y promovida, atendiendo a las categorías morales esenciales. En el diálogo Cármides de Platón, Sócrates pregunta a Critias acerca de aquello que más contribuye a la felicidad del hombre y al bien colectivo y cuál es la ciencia que aventaja a todos los demás saberes. Critias responde: “la ciencia del bien y del mal”155. La razón de esta respuesta es que la moral tiene como fin alcanzar la felicidad del hombre y el logro del bienestar en la convivencia. Lejos de restarle valor al saber particular científico, la Ética se erige como la ciencia que otorga verdadera felicidad frente a las demás que por sí solas son insuficientes. Otorga dicha a las personas y sostiene la armonía social.

Por su parte, Alfonso López Quintás advierte: “No hay nada que una tanto a los hombres como hacer el bien en común. Para entreverar el propio ámbito de vida con el de otra persona y crear un campo de juego común se requiere compartir valores, especialmente, los más altos, que culminan en el valor supremo que inspira y da sentido a todo: el ideal”156. Las modalidades en que se presentan en nuestra vida los valores sublimes son múltiples. De ahí que el verdadero ideal del ser humano sea crear formas valiosas de unidad para trabajar conjuntamente y amarse. La única manera de conservar el amor, es darlo. La felicidad se crea y se comparte con los otros. No existe la felicidad para uno solo. Vida en plenitud significa ser solidario humanamente.

Todas las exigencias mencionadas, anteriormente, encierran para el ser humano un gran valor por cuanto le permiten realizar diversos modos de encuentro y desarrollar así, su personalidad conviviendo con sus semejantes. De este modo no se vaciará nunca de la experiencia de su presencia. Lo fundamental es asumir las posibilidades que nos muestran un valor para entrenarnos en el logro de nuestra libertad interior. Gracias a las exigencias del encuentro la persona descubre los valores y la importancia del ejercicio de las virtudes, favoreciendo la unidad entre seres humanos, el crecimiento personal y el logro de la debida madurez.

El encuentro supone un alumbramiento y hay que vivir su transcurso desde dentro. La colaboración de la persona viene a ser como la inmersión en una realidad envolvente que proporciona experiencias para actuar con pleno sentido. Algo la inunda de luz, pone a su alcance todo el valor que tiene para su propia vida y ofrecerla a los próximos. Es una experiencia en doble dirección, una experiencia reversible creadora de vínculos.

Además, el encuentro gesta sentimientos de alegría. Surge en el hombre interior preocupado por realizar su vocación de hombre. Por eso la alegría y la creación de modos elevados de unidad van unidas. El sentimiento de alegría puede alcanzar grados diversos. Un grado muy alto viene dado por el

154

Ibídem, p. 175. 155

Platón. Obras Completas, Cármides 174 a / 175 b. 156

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 176.

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entusiasmo. “Para los griegos, estar entusiasmado significaba hallarse inmerso en la divinidad, es decir, en lo perfecto. En el lenguaje actual se puede decir que se siente entusiasmo cuando se encuentra uno con una realidad tan valiosa que se eleva a lo mejor de sí mismo”157. Esa elevación es el proceso de éxtasis. Cuando la alegría se transforma en entusiasmo, la persona se halla bordeando la plenitud humana. Al darse cuenta de ello, siente una gran felicidad interior y anhela ayudar a los demás en esa tarea.

Esta actitud de fondo lograda en la plenitud del encuentro suscita sentimientos de honda paz. El hombre sólo puede sentirse en paz consigo mismo cuando acepta el reto que le plantea su desarrollo y es capaz de cumplir las exigencias del encuentro siendo generoso. En este clima de bien ganada paz, el hombre siente el júbilo propio de los momentos festivos. Toda fiesta lleva en sí la fecundidad, el gozo, la libertad, la felicidad, el amparo, la paz y la luminosidad del encuentro, más allá de lo momentáneo y sus urgencias.

Aristóteles corresponde a esto último con el siguiente pensamiento: “Esto se alcanza si se consigue lo que es propio del hombre”158. Me parece oportuno señalar que el encuentro sostiene y da fuerza a la vida del hombre, lo transforma y colabora a plasmar su historia. Cuando uno realiza un encuentro, alcanza una cima. Todas las personas están llamadas a fundar encuentros. Cada uno de ellos constituye un acontecimiento relacional.

3. Importancia y desarrollo del juego.

El juego es fuente de sentido en nuestra ocupación vital. Es una actividad creadora que colabora en un campo de acción común. Señala López Quintás: “Jugar es crear ámbitos bajo unas normas que encaucen la actividad humana hacia el logro de las metas propuestas”159. La claridad y luminosidad de las jugadas emanan desde dentro del mismo juego expresivo, con la previa ponderación de las mismas para descubrir su sentido o sinsentido y su posible éxito o fracaso. En el fondo, la práctica del juego exige libertad interior, ésta última entendida como capacidad de actuar en todo momento en virtud de la meta perseguida.

Naturalmente que en esta actividad nadie desde fuera puede indicar lo que se hará. De lo que se trata es de entender que el juego mismo es el propio guía. Participan dos elementos necesarios para conseguir tal finalidad: la eficiencia y la eficacia. La eficiencia respecto de la habilidades requeridas y la eficacia para la obtención de la meta. En tal logro radica el gozo (tensión, alegría, broma) que proporciona el juego.

Del mismo modo, el juego dialógico es un juego creador. Exige el cumplimiento de unas normas y persigue una finalidad propia. “Su finalidad es crear un ámbito de iluminación de ideas, de participación de sentimientos, de incremento en la amistad160. Las normas son: el respeto mutuo, la apertura de

157

Ibídem. 158

Aristóteles. Ética Nicomaquea, L I VII 1098 a 5. 159

Ibídem, p. 185. 160

Ibídem, p. 187.

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espíritu, la capacidad atenta de escucha, la aceptación agradecida de cuanto pueda a uno sorprenderle y enriquecerle. Cumplidas estas condiciones, el diálogo se convierte en fuente de verdad y va creando un ámbito de revelación que conduce a la solidaridad humana. El juego dialógico es vocación comunicante y afirmación de apertura a los otros. Funda, por sus caracteres intrínsecos de iniciativa, intercambio fecundo y validez, ámbitos expresivos de muy diverso orden –estético, ético, social, histórico, religioso— facilitando al hombre, de este modo, el ascenso a un alto nivel de creatividad, tan alejado de la masa.

El juego concede al hombre energía espiritual, a modo de impulso interior que procede de las posibilidades creativas que la misma realidad con la que la persona está en juego le ofrece y que, a su vez, es capaz de acoger activamente. El juego es acción intensa y se distingue de la vida común y corriente. El ser humano jugando va creando.

4. Creatividad, palabra y silencio

4.1 La creatividad y lenguaje.

Introducir en la vida la capacidad creativa del hombre es decisivo, porque colabora a definir el vivir humano. Este talento humano establece vínculos de gran relevancia con el pensamiento del hombre y tiene una capacidad multidimensional, de tal modo que se palpa el arraigo en el arte, la ciencia, la moral, la religión, el progreso, la innovación, la palabra.

El secreto de esta actividad consiste en disponer las potencias y posibilidades que cada persona posee al servicio del ideal que intenta lograr, dando origen a algo nuevo. Todo lo que el ser humano es y aquello de lo que dispone debe de ser considerado como un medio, y no como un fin, para conseguir su finalidad.

La persona creativa siempre tiene algo que comunicar. “El hombre que no se comunica no es hombre”161. El hombre aprovecha sus recursos, conocimientos, inteligencia, lenguaje, motivación, analogía para que incidan en el acto creador. La creatividad se relaciona positivamente con el conocimiento y cierto nivel intelectual es necesario, para que el pensamiento genere ideas originales sabiendo mirar la realidad desde distintas perspectivas.

También, la motivación intrínseca se hace presente en este acto creador y la persona trabaja porque quiere y disfruta haciéndolo, siguiendo sus propias decisiones, valores y necesidades.

Con ello habrá que abordar la cuestión crucial de la formación cultural humana para el desarrollo de cualquier tipo de talento. El pensamiento creativo se construye desde el conocimiento previo, como es el caso de la música, la pintura, la literatura. Toda persona necesita un bagaje básico de contenidos relevantes. La creación comienza en una persona cuando tiene una actitud abierta hacia las realidades en todos los ámbitos de la vida y de la cultura.

161

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización…, p. 16.

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Desde la cultura también se interpreta la vida humana y facilita la interacción con el entorno. Ambos son fuente de ideas.

En el campo de la creatividad, influye la calidad de los sentidos porque a través de ellos se descubren matices. La sensibilidad humana es educable. En su desarrollo es necesario el ejercicio de la atención y de la observación delicada descendiendo hasta el detalle. La sensibilidad exige, para su crecimiento, un largo proceso de interiorización y profundización. Se cultiva y proyecta desde dentro hacia fuera, desde la riqueza espiritual de la persona. Lo importante no son las manifestaciones exteriores, sino el espíritu encarnado que se plasma en ellas.

La madurez es fundamental en el proceso creativo. Permite comprender, interiormente, al ser humano la transformación que debe experimentar en su modo de tratar las realidades de su entorno. La persona madura integra todas las capacidades y posibilidades, los aspectos luminosos y sombríos. En este camino de ascenso, reconoce la responsabilidad de su existencia como fuente de sensibilidad hacia los demás, expresada en actitudes de sobrecogimiento, de asombro, de reverencia, de gratitud. De igual modo, por su inteligencia y experiencia es capaz de advertir el punto de confluencia de diversas realidades distintas y complementarias. En el arte de pensar con rigor, es sumamente necesario este dinamismo creador porque eleva a la persona del nivel objetivo al lúdico pudiendo señalar la distinción entre dilema y contraste, lenguaje coloquial y poético, contradicciones, entre otros.

Cada realidad que se eleva de objeto a la categoría de ámbito por medio del impulso creador, tiene el poder de remitir a otras realidades y acontecimientos. De esta manera, todo cobra un valor propio, se está en relación, se funda orden, se jerarquiza, se llena de sentido y se vuelve comprensivo. Es así que, en ese nuevo entorno, el hombre crea y da origen a realidades nuevas. El mismo afán de ser creativo conduce al ser humano a instaurar modos elevados de unidad y fundar cultura.

La vida humana debe ser interpretada correctamente. La creatividad en el arte de pensar con rigor pende de la comprensión recta de los esquemas mentales que orientan nuestro pensamiento y nuestra conducta: yo-tú, yo-ámbito, apelación-respuesta, aquí-allí, dentro-fuera, interior-exterior, cercano-distante, íntimo-extraño, propio-ajeno, identidad-personal-apertura a las realidades valiosas, vida personal-vida comunitaria, autonomía-heteronomía… Si alguien piensa que estos esquemas constituyen dilemas que se oponen y obligan a optar por uno u otro, si advierte la distinción entre el yo y el tú como una escisión insalvable, nunca logrará crear formas auténticas de encuentro con las realidades de su entorno.

En cambio, al considerar estos esquemas como contrastes, se adopta una actitud creativa. Los términos que forman un contraste se complementan y potencian entre sí, se enriquecen. No hace falta optar por uno de ellos como en el dilema (amor/odio, fidelidad/perfidia, inspirar/arrastrar). Más bien, el dilema que desgarra y empobrece debe convertirse en contraste. Por ejemplo, si una persona se relaciona con otra de forma incomprometida, no comparte proyectos, no establece ideales comunes, ni colabora con ella en ningún aspecto, su mundo es exterior y ajeno; en cuanto esa misma persona adopta respecto de la otra persona, una actitud positiva de creación de vínculos, y

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corresponda, de la misma forma, fundarán entre ellas un campo de juego, de intercambio de posibilidades. En este campo lúdico ya no existe el aquí y el allí, el dentro y el fuera, lo propio y lo extraño. Ya no será distante, sino distinta e íntima. Con esta nueva lectura, se pierde el carácter de escisión y alejamiento y hace presencia el dinamismo creador.

Las disposiciones interiores del hombre, no sólo definen su modo de entender, sino también de actuar. “Son los convencimientos profundos los que marcan los rasgos más sobresalientes de cualquier personalidad”162. El dilema resentimiento-agradecimiento muestra una superior importancia en todos los aspectos de la vida humana. Ambos son incompatibles. “El resentimiento acaba atacando no sólo a las personas o instituciones sino a los mismos valores”163. Sin embargo, el agradecimiento abre las puertas al amor. El agradecido mostrará siempre aprecio por el enriquecimiento exterior que lo ilumina y para valorarlo, se situará en la verdad. “Lo que yo no puedo lo haces tú, por eso te doy las gracias”164. El hombre sabio y sensato conoce que el valor número uno lo constituye la unión justa de la verdad y el amor.

Hoy, tenemos que aprender que la belleza de la vida se manifiesta conociéndola a profundidad. Así, el ámbito vital hará un llamado a la persona a reconocer los valores que la sostienen y establecer la vinculación interna de la creatividad con la asunción activa de los valores supremos. Sin ellos son muchos los peligros que amenazan a la sociedad en su conjunto. La ruptura de la creatividad responde simultáneamente, a la quiebra entre el hombre y los valores más hondos de la vida sin olvidar, a su vez, la destrucción del entramado moral. La entrega al egoísmo, a lo fascinante, a lo cutáneo, a lo superfluo, no fomenta la creatividad.

Pero además, esta asunción de valores reconoce la conexión de las distintas realidades entre sí y con el ser humano. Por ello, López Quintás plantea la necesidad de la correcta comprensión del significado de los conceptos brindando aquel algo esencial que les hacía falta. Advierte: “Únicamente es posible si se recupera el recto uso del lenguaje”165. De lo que se trata es de examinar con referencia al lenguaje y la plenitud de su contenido, la importancia de la asunción a los valores para interpretar en el acontecer vivo y concreto la transparencia del sentido real y noble de nuestro existir. Entonces, verdaderamente, podrá celebrarse la fiesta de la creatividad.

4.2. La palabra y el silencio.

“La palabra y el silencio que van inspirados por una actitud de amor”166, se potencian mutuamente y son el suelo fecundo del encuentro y la creatividad.

La palabra es un don prodigioso. Tiene la cualidad de expresar los ámbitos que se van creando y su posible densidad. Una vez que se expresan las palabras, desaparecen en cuanto a su realidad sonora pero el ámbito que expresan y

162

Martí García, Miguel Ángel. El agradecimiento, p. 17. 163

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 241. 164

Martí García, Miguel Ángel. El agradecimiento, p. 34. 165

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 242. 166

Ibídem, p. 203.

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encarnan, subsiste porque su comprensión llega a la mente y al corazón de quien nos escucha.

La palabra permite la comunicación y da muestra de la distinta instalación de cada persona en la vida. A través de ella se manifiesta nuestra sensibilidad, inteligencia, capacidad acogedora, temperamento, carácter, liderazgo, simpatía o antipatía, sociabilidad… A través de ella pueden nacer lazos interpersonales o destruirse. Dicha con amor, la palabra engendra un campo de convivencia, de intercambio creador, de encuentro, de afecto porque la palabra hace nido en el corazón del hombre.

No podemos hacer uso de la palabra como si fuera algo del todo hecho. No es un objeto. La palabra actúa como vehículo de la creatividad en el cual se crean modos valiosos de unidad si es acogedora.

La palabra, es voz del espíritu de cada persona. El hombre, con su palabra, se juega su ser o su no ser. La palabra es ambivalente, puede ser constructiva o destructiva y por ello, la persona debe cuidar con sumo respeto su forma de expresarse. Hablar y callar presentan un significado constante y un sentido diverso, según la actitud del que calla y del que habla.

Cuando alguien ofende a otra persona con sus palabras, lo que verdaderamente lacera el ánimo no es la gestación más o menos ambigua y oscura del ámbito de odio, sino la “manifestación clara y rotunda que hace de éste, el lenguaje”167. Expresada con odio, la palabra disuelve todo vínculo afectivo e imposibilita el encuentro.

Pero, ¿ambas funciones de la palabra son legítimas? ¿Puede ser considerada una palabra comunicada con odio, verdaderamente humana? La palabra no es un medio para crear vínculos y romperlos. Esta forma de interpretar el don de la palabra responde a una mentalidad utilitarista y posesiva, propia del hombre egoísta. No hay que olvidar que la palabra nos remite a los otros.

Hablar no se reduce a comunicar algo concreto; significa dar cuerpo expresivo a realidades que son fruto de una confluencia activa de seres que se influyen mutuamente. Esta confluencia es el encuentro, es creación esforzada, lo saca de la vulgaridad que es el mayor enemigo del ser humano y lo sitúa en la verdad, le confiere su plena identidad y autenticidad. Esa acción de sacar de se dice en griego, ec-stasis. La creatividad que florece en el encuentro es de carácter extático.

Todas las desgracias que ocurren entre los hombres proceden de que, éstos, rara vez pronuncian la palabra con rectitud y amor. “La esencia invisible de nuestra alma se revela a través de las palabras”168. A la hora de escoger las palabras, se deben aquilatar debidamente los conceptos.

El silencio y la palabra no se oponen, se complementan, se exigen, se enriquecen, como la materia y la forma. La palabra silencio no se debe pensar únicamente como el silencio que guarda mudez, sino como campo de resonancia de la palabra-lugar en el que las palabras ganan todo su poder de

167

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 205. 168

Hamann, J.G. Citado por Ebner, Ferdinand. La palabra…, p. 30. Las citas de Hamann se han tomado

de la pequeña edición: Hamann, Johan Georg, Hojas sibilinas del lago seleccionada y prologada por

Rudolf Unger, 1903. Tomo perteneciente a la colección Educadores para la formación alemana, de la

editorial Diederich.

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vibración, de interpelación y enriquecimiento mutuo. Lo mismo sucede con la palabra que es vehículo de la creatividad y no mera cháchara (basurilla) -lenguaje superficial que es sólo comunicación incomprometida y puro pasatiempo.

El ámbito humano de acogimiento es el silencio. El silencio verdadero no es la falta de palabras; es la atención simultánea a las realidades que se dan cita en un determinado momento. La vía del silencio es vida interior. Es en palabras de Teresa Guardans: “seguir las huellas del silenciamiento del yo como actitud fundamental a la hora de orientar las facultades”169. “Este tipo de silencio va unido con el recogimiento y el sobrecogimiento. La persona se recoge no para quedarse a solas, en su egoísmo, sino para dejarse sobrecoger por lo verdaderamente digno de aprecio. Se concentra y gana su plena identidad, el que entra en relación de encuentro con lo profundo y lo valioso. Lo contrario del recogimiento es la disipación, la entrega a lo superfluo.

La palabra y el silencio se vinculan para captar mensajes profundos. Entre ellos no hay dilema, sino contraste. Ambos hacen al hombre un buen oyente. El pensamiento no es riguroso si no concede densidad, relieve y peso a cuanto piensa; para vivir creativamente y pensar de forma rigurosa necesitamos cultivar la palabra con su capacidad expresiva y el silencio como vía de conocimiento y acceso a las realidades espirituales.

5. El pensamiento relacional y la captación de los valores.

El hallazgo importante de las experiencias reversibles, así, como la oportunidad de vivir la experiencia del encuentro conducen al hombre a pensar objetiva y responsablemente, con un criterio recto, capaz de fundar modos de existencia valiosos. El ideal de solidaridad le permite superar la soledad y crear relaciones íntimas, a través del pensamiento relacional y el descubrimiento de los valores, como punto de orientación, impulsándolo a asumirlos. La solidaridad tiene poder configurador.

El pensamiento relacional prevé acercar al hombre a las realidades que constituyen la trama de su existencia y de esta manera, afinar su sensibilidad para captar los valores por vía de la experiencia. Las realidades circundantes son fuente de recursos para el desarrollo de la capacidad creadora y la actitud creativa permite al ser humano hacerse íntimo de realidades distintas a él.

El pensamiento relacional permite al hombre servirse de la palabra en forma comprometida. Los conceptos, por su carácter abierto se interrelacionan, se vinculan, se contraponen, se complementan y permiten al pensamiento relacional fundar esquemas reversibles y descubrir el verdadero sentido de la palabra, llenándola de contenido, sin contradicción alguna.

Cuando los esquemas son rectamente entendidos y aplicados, la palabra adquiere plenitud de sentido y permite establecer una conexión fecunda. Por ejemplo, libertad- cauce, libertad-norma, libertad-ideal. “Los esquemas mentales no sólo ordenan nuestro modo de pensar; lo orientan”170. Para ello,

169

Guardans, Teresa. La verdad del silencio. Barcelona: Herder, 2009, p. 51. 170

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 292.

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es necesario ganar soltura con la interpretación de esquemas mentales e incorporarla a los hábitos de la mente. Es decir, no basta con conocer las reglas sino que debe prevalecer el esfuerzo de asimilarlas activamente.

La intimidad tiene una gran propiedad que es la de incrementar la identidad personal. Con el adecuado uso del pensamiento relacional, la persona deja de ser distante y extraña, participando en un mismo campo de juego, conservando su propio modo de ser, transformando su dimensión espiritual sin caer en la alienación del mundo.

Es de capital importancia recordar que los problemas humanos, sólo pueden ser resueltos por vía de ascenso, por el camino de la creatividad, de la elevación. Esto incluye también, aprender a relacionar las realidades y circunstancias y sostener el pensamiento en la altitud del rigor. Interesa de modo especial el “estilo de pensar”171. Aquí se exige una gran lucha espiritual para poder alumbrar los caminos de certeza y rectitud. La persona debe procurar vivir advirtiendo las situaciones de riesgo para no encaminarse hacia un futuro incierto y peligroso.

El ser humano debe solucionar sus problemas considerando su ser auténtico y no el inmediato. Hoy, se desprecia la vida espiritual añorando lo infrahumano. Hay vida, es verdad, pero no hay fe ni estima por los valores supremos. Existe una fuerte tendencia a fomentar las experiencias fascinantes que conducen al vértigo, tales como la embriaguez, la droga, la ambición de tener y dominar y todo ello ha dado origen a amplias alteraciones en el ámbito social y en el de la sociedad misma.

Ante todo, el pensamiento relacional requiere de “finura de espíritu”172 e intelectual. Detenerse a transformar el estilo de pensar, expresarse y actuar hasta cobrar nueva vigencia, es la afirmación fundamental. Dicho estilo de cambio es una tarea exigente. Tal ajuste es fuente de autenticidad y plenitud. Cuando el hombre crea, establece vínculo con lo verdaderamente digno de estima; de este modo, ya no siente nostalgia por los modos de existencia infrahumanos, sino que cede lugar a la excelencia de la realización cabal de su propio ser.

Todo pensamiento relacional se realiza en la cercanía y, al mismo tiempo, desde cierta distancia; de no ser así, la realidad es incapaz de ser advertida en su verdad. Estos pensamientos se pueden decir por igual de la siguiente manera: el amor implica un acto creador de la voluntad, su primera condición es el respeto y, por lo tanto, consiente un modo elevado de unidad. Característico del amor es no comenzar por la ambición sino por la reverencia. Busca la aproximación y no el distanciamiento. Renuncia a hacer del amado un objeto más del propio entorno y le deja espacio libre para que siga siendo lo que pretende ser.

El hombre de hoy asiste a un cambio de valoración falto de suelo racional. El nuevo estilo de vida malinterpreta los principios fundamentales del pensar y actuar. Profundizar en el reconocimiento de la condición humana incumbe a todos los hombres. No es fácil señalar el cambio de rumbo significativo de las categorías fundamentales. El sentido que da el ser humano a las distintas

171

Ibídem, p. 265. 172

Platón. Obras Completas, Cármides, 159 e / 161 b.

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realidades, depende de su pensamiento y de su actitud ante la vida: dominadora o de colaboración respetuosa.

¿Qué valores tendría que asentar el ser humano en el futuro? Los valores que perduren auténticamente. Aquellos que inspiren y perfeccionen el modo de pensar, de ver, de contemplar y ser del hombre. La transparencia de los elementos expresivos autoriza acceder a las realidades y descubrir los valores a través de experiencias ricas y clarificadoras. Cada valor pide ser admirado, asumido, acogido y convertido en impulso del propio obrar. Quien acepta un valor es porque sabe que existe y que es fuente de realización inagotable. Los valores supremos son firmes y fecundos; merece la pena mencionar que, el valor supremo, es una espléndida posibilidad de cultivo. Los valores no son, sino que se hacen valer. La forma de entusiasmarse con los valores es adentrándose en su campo de irradiación e imantación.

Vivir los valores, no sólo es una experiencia intelectual, sino un compromiso personal. Una vez descubiertos y encarnados los valores dan testimonio propio. Tienen una capacidad interna para imponerse a todo el espíritu. Se dan a conocer a las personas que son capaces de estimarlos, de participar en ellos. Los valores valen por su fecundidad relacional y confieren dignidad a las acciones de las personas.

El hombre asume el valor voluntariamente y lo encarna como virtud. Cada virtud es una fuerza activa, bien ejercitada y constituye el valor de ser de cada persona si se aúna a todas las demás posibles. “El alma necesita la fuerza de las virtudes para dominar la vida. Las virtudes contribuyen a que la vida salga bien”173. Ésta, es la tarea primordial de integración del ser humano en la vida.

Por lo demás, me gustaría enfatizar que descubrir los valores supone un poder de penetración y de irradiación de sentido. Si el hombre se arraiga al dinamismo inmediato difícilmente podrá realizar superaciones interiores y tornarse transparente para la captación de sentido. Con la soberanía de espíritu la persona distingue la diferencia de rango de los distintos valores; hace evidente el sentido y le da una singular efectividad con su actitud.

Hoy en día, se mencionan tanto los valores que con frecuencia se soslaya u olvida la verdad. Pero recordemos que “la verdad es el cimiento de todo valor y, por ende, de toda virtud. La verdad precede e ilumina a cualquier valor. No es la praxis la que crea la verdad, sino la verdad la que hace posible la praxis correcta”174. Los valores supremos son inviolables porque son verdaderos y corresponden a exigencias verdaderas de la naturaleza humana.

El descubrimiento de la diferencia de realidades es lo que permite jerarquizar. “Jerarquizar los valores significa otorgar a un valor primacía sobre el otro, al tiempo que se marca la influencia mutua que ejercen ambos entre sí”175. Los valores se jerarquizan, se ordenan conforme a su importancia, se imponen en la medida que son relevantes y por ello impulsan el desarrollo de la persona humana.

La situación de riesgo al dejar de jerarquizar adecuadamente, es evidente. No obstante, si el hombre ordena debidamente los valores se orienta hacia el

173

Grün, Anselm. Dirigir con valores. Santander: Sal Terrae, 2005, p. 14. 174

Ratzinger, Joseph. Verdad, valores, poder. Madrid: Rialp, 2005, p. 86. 175

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 316.

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éxtasis y la vitalidad creadora. Es necesario considerar las realidades en su mutua relación y en el influjo que ejercen entre sí. Pensar en suspensión otorga gran libertad interior para sobrevolar las diversas realidades y verlas en mutua interacción.

Al elegir entre una acción u otra, entre una realidad u otra, la persona no ha de hacerlo con relación a sus gustos o intereses sino en función del valor que presenta cada una y de aquello que pueda contribuir óptimamente a la realización de su vocación y misión. Al distanciarse de sus apetencias particulares, prestando atención preferente a la realización del ideal de su vida, comienza a ser libre interiormente, libre para vivir creativamente, para asumir activamente la llamada de los grandes valores.

6. Las experiencias de vértigo y éxtasis.

Constantemente, el hombre tiene que solucionar conflictos ya sea consigo mismo o con otros seres humanos. Siempre habrá personas a su alrededor con actitudes difíciles, quizá porque se sientan excluidas por los demás o porque les hubiera gustado permanecer en el útero materno sin fin, sin atreverse a lograr la debida madurez.... A los espíritus enfermizos habrá que cuidarlos mejor, con fino olfato por la debilidad que muestran para que no se sientan abandonados y su soledad no llegue a ser causa de alejamiento interior. ¡Cuántas personas no consoladas a tiempo, han caído en el vértigo de la conducta viciada! El ser humano que se pierde a sí mismo en sus propias dificultades cae en un abismo existencial. La situación a que ha dado lugar la vida disipada de nuestros días, insta a la persona a decidir realizar una correcta jerarquización de los valores que rigen su diario vivir. La temática del vértigo se ve reflejada en el comportamiento actual de jóvenes y adultos, dirigido en pos de una “vida en plenitud”, sometiéndose al disfrute sin exigencia, ejercitando una libertad radical y existiendo sólo para sí mismos. Pero resulta que el auténtico futuro debe comenzar por la aceptación de sí mismo. Crecer como persona no significa querer salirse de sí misma. El comportamiento ético no significa entrega a la diversidad de situaciones no convenientes. Es así, que el proceso de vértigo “promete todo y al final, lo retira todo”176. Ofrece un camino de deslumbramiento falaz y de seducción, prometiendo otorgar riquezas, poder, felicidad pero que, en realidad, conduce a la menesterosidad, despojando al ser humano de lo esencial y alejándolo del bien. En efecto, incita a la persona a entregarse a falsas ilusiones, a gratificaciones sensibles, a perderse en la fascinación y de este modo, a adquirir la seguridad ofrecida por este mundo. Suspende además todo tipo de diálogo, disminuyendo al máximo, la capacidad creadora y el dinamismo personal.

176

Ibídem, p. 336.

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El encandilado se fusiona, no guarda la debida distancia respecto de la realidad que lo atrae y ofusca; rehúye la jerarquización, se lanza a la acción febril para saciar sus pulsiones instintivas y se somete a servidumbre. Esta actitud implica la enajenación y su autodestrucción.

Lo anterior es considerado por el egoísta como cumbre de la propia realización. El vértigo comienza produciendo euforia y exaltación. Es importante reconocer que lo que el hombre puede dominar está por debajo de él, al nivel de los objetos. San Agustín, advierte acerca de las consecuencias de este comportamiento: “un corazón desorientado es una fábrica de fantasmas ”177. Interesa aquí la fidelidad a lo real. Se “confunde, el ser persona con tener dominio”178. La persona se cierra así, de forma aguda y surge una oposición con los valores supremos, pues limita la capacidad de conocer.

Sin duda, existe también un camino recto y lleno de sentido con el mundo que se ha regalado. El hombre debe instalarse a la verdadera altura de su condición humana.

El ser humano se siente seguro y amparado cuando se orienta creativamente, a tejer interrelaciones valiosas, buscando perspectiva y ejerciendo su capacidad de visión en relieve. El éxtasis eleva al hombre a lo mejor de sí mismo y le permite construir puentes hacia las realidades dignas de aprecio y agradece que le hayan sido otorgadas como un don.

La experiencia extática es inspirada por la actitud generosa, realista, a su vez, amorosa del bien común . De ésta última, se derivan actitudes muy fecundas tales como, el respeto, la receptividad, la humildad, el agradecimiento, la responsabilidad, la perseverancia, la confianza, el realismo, la tenacidad, la firmeza y que son las condiciones de la creatividad. La persona comparte una comida, un paseo, un trabajo, un deporte, un proyecto, una pena, una preocupación… El éxtasis es un movimiento de ascenso hacia paisajes de vida personal siempre nuevos y superiores.

La experiencia extática comprende todo el dinamismo y la energía para orientar al hombre hacia el ideal de unidad, considerado como un valor supremo que unifica a todos los demás. El valor brota en la relación viva y comprometida del hombre, con las realidades que forman su entorno por vía de participación y adquiere pleno sentido cuando se desarrolla verdaderamente en referencia al ideal.

La energía que mueve a la persona a establecer vínculos con lo valioso, es su misma libertad interior. Ésta última definida como “capacidad de actuar en todo momento en virtud de la meta”179. Al ejercitar correctamente su libertad interior, el hombre aprende a elegir, y es por ello que se afirma y lleva una vida sensata. El valor de alto rango se impone porque de suyo es imponente y va siempre vinculado a la libertad interior y al pensar riguroso porque la vida creadora es vida de participación.

La libertad interior reclama desprendimiento pero, a la vez, sacrificio para el logro de la meta. El hombre se decide por éste último cuando se ve elevado a lo mejor de sí mismo; la plenitud recibida colma su ánimo de un profundo

177

Agustín, san. In Ps., 80, 141. 178

López Quintás, Alfonso. Inteligencia…, p. 347. 179

Ibídem, p. 187.

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sentimiento de felicidad que, a su vez, acompaña a la conciencia de estar realizando su propia vocación y misión. Esta elevación constituye el éxtasis, significa salir de sí, de un plano inferior a uno superior.

Además, la libertad interior entraña en el hombre el poder de mantenerse en tensión hacia el ideal. Esta tensión supone esfuerzo pero viene aligerado por la energía que nos brinda el tender hacia un valor que ejerce la función de ideal. Cuando dos realidades crean espacio de libre intercambio se mueven con toda la energía, la decisión y confianza, participando en una tarea común. Es una clave fecunda en el paso de la inmadurez hacia la madurez, del ego a la generosidad, de la inactividad a la creatividad y cruza el umbral de la vida científica, ética, estética y religiosa. La experiencia de éxtasis produce balance espiritual, gozo y optimismo de vida.

7. Las experiencias de éxtasis y el logro del ideal.

La unidad del hombre viene propuesta como una contienda a resolver y una conquista a realizar. Cada persona, al escudriñar con mente alerta su condición humana, reconoce la necesidad de aprender a integrar las distintas facultades y vertientes de su mismo ser. Pocas tareas hay tan decisivas como ordenar debidamente las energías y los modos distintos de realidad que conjugan su persona. Saber unirlos es el mayor logro de su formación.

En realidad, el hombre debe superar la escisión interior. La persona siempre afronta una lucha entre vida y espíritu, voluntad y razón, sentimiento y entendimiento. Por su misma naturaleza alberga en su ser una multitud de fuerzas y energías, ajenas unas y complementarias, las otras. Por ejemplo, los diversos sentidos, apetitos y potencias, que sacian las necesidades básicas del ser humano y por otro lado, las espirituales. La multiplicidad de las partes no debe hacer olvidar el conjunto integrador del ser humano.

En ocasiones, el hombre puede bloquear su desarrollo por falta de apertura. El encapsulamiento lo priva del dinamismo necesario para poder ver, a través de la experiencia, la relación de vida y espíritu, de cuerpo y alma, de sensibilidad e inteligencia, de instinto y razón. Aun cuando esta relación es un privilegio suyo que le permite optar por los ideales y valores, puede dejar de aprovecharlo y permanecer indiferente, al margen y a un nivel infrahumano.

La persona deberá utilizar, con su propia capacidad de comprensión, los fundamentos verdaderos de la existencia profundizando en ellos a la luz de la verdad y la sabiduría. Una acción que no está iluminada por una teoría lúcida es nula. La formación consiste en saber abordar las cuestiones de modo riguroso. Para ello, la teoría exigente y la práctica comprometida deben ser vinculadas.

Así, el hombre realiza una apuesta por la vida creativa. Integra tendencias, valores e ideales. Cada uno de ellos con un impulso distinto. Las primeras buscan satisfacción inmediata; los segundos, se abocan a impulsar la voluntad del ser humano. La opción por un ideal elevado otorga equilibrio y facilita el cultivo de las experiencias de éxtasis, por medio del esfuerzo. El esfuerzo constituye un ejercicio fecundo de la libertad interior.

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El ideal es una revelación viviente de nuestro quehacer humano. La meta no es la seguridad ni la superioridad, sino la riqueza espiritual. El ideal es búsqueda afanosa, a pesar de la fatiga humana. Naturalmente, inspira, entusiasma y enamora.

Para el logro del ideal la persona confía en el valor que se deja entrever, revelando su fecundidad, porque decide y adopta en su existencia una actitud de perfeccionamiento y asume las posibilidades que tiene a la mano. “Entrar en el radio de acción de los valores significa orientarse por la vía del éxtasis”180. El valor está en relación con la vida creadora de participación, de lenguaje, de silencio, de encuentro y de amor.

Por último, menciona López Quintás al amor como la estación final de la experiencia extática. El ser humano tiene el privilegio de optar por el amor auténtico. El amor se revela libremente en un proceso creador. Es abierto y se entusiasma; concede energía al hombre para jerarquizar correctamente y ceder el paso a lo excelente y exigente. Confianza y esperanza lo acompañan. El amor funda modos valiosos de unidad y solidaridad deseando la felicidad fundamental para todo ser humano. Señala el Doctor López Quintás: “El entusiasmo extático es un singular estar fuera de sí que no destruye las mejores potencias del hombre; las lleva a pleno logro al hacerlas participar de lo más valioso”181. Quien descubre la red universal del amor reconoce sus fuentes vivas de profundidad y benevolencia. El amor en plenitud desborda al hombre permitiéndole entrañar un comportamiento nuevo de carácter visible.

A lo largo de este capítulo se ha procurado encauzar el pensamiento a grados de precisión y esplendor más elevados lo cual, representa una tarea propiamente humana. Otorgar a la razón su verdadera valía, conduce a la persona a vivir con las evidencias básicas, las verdades primigenias y las grandes certezas. Lo cierto es que, sobre el reconocimiento de ellas se construye el pensamiento riguroso y un mejor posicionamiento en la verdad. “El rigor es una exigencia en todo intento de saber humano porque una razón sin rigor y método para alcanzar la verdad es irrespetuosa con el objeto del saber porque lo deforma”182. Se requiere un fundamento firme en la mudanza de los tiempos.

A su vez, la metafísica, fuente ontológica de verdad, adoctrina sobre la razón de lo verdaderamente humano. Únicamente ella permite al hombre honrar la razón sin despojarla. Ella instruye, igualmente, acerca de por qué el ser humano debe ser. Para volver a recuperar los cimientos firmes y sólidos de la civilización actual, es necesario descubrir y aceptar la íntima armonía existente entre metafísica, gnoseología, antropología y ética, es decir, entre el ser, el conocer y el vivir del hombre. No se deben disociar estos ámbitos.

La participación de la libertad interior purifica al hombre de todo apego a satisfacciones inmediatas. Para configurar una vida feliz es necesario el entendimiento íntimo, logrando la armonía de la multiplicidad. Cuando se busca la verdad es porque de algún modo ya se está en ella. Pero sucede que en

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Ibídem, p. 442. 181

Ibídem, p. 434. 182

Fernández, Aurelio. Pensar el futuro. Madrid: Ediciones Palabra, 2003, p. 113.

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nuestros días es fácil perder el rumbo porque de tanto poseer verdades ya no se sabe dónde está la verdad.

Se ha considerado también, que quien escapa hacia la gran libertad perdiéndose en el deseo, cosecha opresión. Para elevar el espíritu no se debe vender el alma a los caminos del vértigo. ¿Por qué dar crédito a todo aquello que hace añicos nuestra existencia?

Aparece la invitación suplicante a cuidar nuestros hábitos mentales. De nuevo resplandece la verdad suprema de conducir el acto de juzgar a su más alto grado de transparencia y penetración para pensar con rigor y elegir el ideal de vida acertadamente.

Pero, además, la dimensión de la unidad y solidaridad implícita en el texto movida por la voluntad, apunta al esfuerzo por integrar las distintas vertientes de nuestra naturaleza humana, así como, el círculo de nuestros semejantes.

A todo el empeño y brío de los intelectuales a favor de la verdad, debe sumarse el amor, no únicamente teórico, sino también la eficacia práctica del mismo. Platón aspira a trabar cuerdas para armar y fortalecer la red humana con el siguiente pensamiento: “El amor que se manifiesta en el bien unido a la moderación y a la justicia, es el que posee el mayor poder y el que nos proporciona la felicidad completa, de suerte que podamos tener trato los unos con los otros”183. El amor es una realidad de la vida espiritual del hombre y lo pone en movimiento hacia los otros. Sólo así alcanza dirección y sentido.

183

PLATÓN. Obras Completas, El Banquete, 187 c /188 e. Madrid: aguilar s a ediciones, 1990.

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Capítulo 3 Ética de la razón cordial

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Mi interés en la Ética de la Razón Cordial surge como respuesta a una convicción profunda desde mi juventud por la unidad de la vida y de la obra, comprendiendo por unidad la coherencia racional y ética con la participación de la parte más sublime y noble del corazón. Nada más valioso, en nuestros días que la consideración de la Ethica Cordis como instrumento preciado de compañía en nuestro actuar con toda su riqueza antropológica y axiológica. Expresa una constante humana: la pasión por la verdad y el anhelo de libertad espiritual. Respeta la diversidad de criterios apostando por su unidad, enfatiza la complementación en lugar de la confrontación y habla de las bondades de un mestizaje cultural y étnico con la presencia del entendimiento, la libertad y el amor. Se abordan las ideas madres de la Ética de la Razón Cordial generada por Adela Cortina y de la Civilización del Amor ofrecida por Agustín Basave Fernández del Valle, con el enriquecimiento adicional de la iluminación de otros grandes filósofos.

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3.1 Ética de la razón cordial. Hoy en día, las sociedades pluralistas han descubierto que pueden convivir con una ética cívica, que permita hacer justicia a todos los ciudadanos. Dicha ética cívica comprende las exigencias que todos los ciudadanos deben compartir y respetar, a pesar de los distintos códigos morales pertenecientes a las diferentes etnias, para construir sus propias vidas juntos. Se perfila como el conjunto de principios éticos y valores de las personas en tanto que ciudadanas, que permiten y favorecen una vida en comunidad en la que les concierne ser las protagonistas auténticas. Es la ética que puede y debe transmitirse en la educación pública- estatal, independientemente de cualquier confesión, y es aquella en que pueden y deben apoyarse los comités y comisiones de las distintas esferas: salud, empresa, política, profesiones, medios de comunicación, informática, deportes, consumo y pertenece a la vida cotidiana. Esta perspectiva parece la verdadera referencia al problema ético social, pero desafortunadamente, es incompleta. Es necesario el reconocimiento de una ética social, más no por ello se debe olvidar la ética del sujeto. Así, esta estrecha relación entre la ética intersubjetiva y paralelamente, la intrasubjetiva denota que subyace una unidad profunda entre ambas. Se invita a una posesión más lúcida de la verdad y se requiere, para nuestros días, mayor penetración en el conocimiento de la realidad personal con vistas al logro de una vida feliz y con los otros. El verdadero y más profundo problema de la conducta libre del hombre en nuestros días, radica, a mi juicio, en el derrumbamiento real del concepto de persona. Apremia conjugar la creatividad con la fidelidad a las nociones metafísica y fenomenológica de persona. Además, existe, actualmente, una gran enemistad entre el hombre y la moral. ¿Por qué adorar dioses menores, la fama, el dinero, el éxito, el poder, el goce? Todos ellos alejan al ser humano del principio que lo fundamenta. La persona no puede prescindir de los fundamentos éticos ni demostrar desprecio por ellos. La ciencia ética es un modo humano creado para colaborar en el desarrollo completo del hombre y en el despliegue de todas sus dimensiones humanas. Por su parte, la ética tradicional sitúa a la persona en el centro de su atención y siempre ha pretendido desde sus principios dirigir la transformación del comportamiento humano. “Es ciencia de lo necesario y específicamente de los actos humanos, en cuanto están relacionados con el fin último del hombre”184. La ética nace de

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García Alonso, Luz, Ética o Filosofía Moral. México: Trillas, 2006, p. 21.

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una interpretación cuerda de la existencia humana iniciando con la obligación moral que esta sobre de ella y de la dignidad que le brinda esa obligación. Por otro lado, el desarrollo del saber ético, desde su origen, ha entrañado el desenvolvimiento y crecimiento de la forja del carácter, del êthos griego que nunca puede darse por concluido y completado. “El carácter, es ese conjunto de predisposiciones, de hábitos, para obrar en un sentido u otro, que nos vamos forjando día a día, a golpe de elección. No tenemos más remedio que forjarnos uno, y por eso desde la Grecia clásica viene diciéndose con razón que más vale que sea bueno”185. Es un modo de ser y una autocreación de la persona regidos por las facultades superiores del hombre, inteligencia y voluntad y armonizado por éstas últimas, incluyendo el dominio de la afectividad, que bien orientado y trascendido colabora a la perfección moral de la persona conduciéndola al bien, no únicamente desde su voluntad sino también desde su corazón. Actualmente, se vive una crisis del êthos, existe un gran desconcierto. No se mencionan las virtudes, es más, se desconocen y cuando no, se piensa que pertenecieron a otra época, haciendo referencia al prejuicio cronológico, según el cual por el solo hecho de ser antiguo, está superado. Pero a pesar de la crisis, el hombre encarna un anhelo muy grande de felicidad. Es por ello que se precisa otorgar a la existencia el sentido pleno de lo humano y no ceder el lugar al objeto utilitario y de consumo, al goce, al egoísmo… Reconquistar la identidad humana ante el vacío y la incertidumbre, es necesario. La persona durante su peregrinar en esta vida, deberá ordenar sus actos al fin último y tender, siempre, a una conducta moral estable, que se logra con la posesión de buenos hábitos o virtudes. Las virtudes son hábitos que disponen al ser humano para obrar bien. Estas cualidades perfeccionan su ser y sus facultades espirituales a través de su acción múltiple y determinan a dichas potencias, rectamente. “El desarrollo del carácter, en una primera instancia, persigue la armonía y sintética relación entre los tres principales aspectos de la realidad del hombre: la inteligencia, la voluntad y el sentimiento. De la armoniosa conjugación de estos tres elementos antropológicos, no siempre bien articulados, surge lo que llamamos carácter y otros denominan personalidad”186. Estas facultades por excelencia del hombre tienen sus leyes propias. No dependen del gusto de cada quien, ni tampoco ningún ser humano las ha inventado. Están donde deben de estar, con su función propia. La inteligencia, por ejemplo, tiene su modo propio de razonar, de penetrar, de conocer. Es una potencia que con su luz nos orienta hacia la verdad, lo conveniente, lo acertado, el bien. Posteriormente, la formación del carácter entraña una lucha continua para la adquisición de actitudes firmes y estables. A través de la virtud se adquiere habilidad y eficacia y se consigue el estado o condición de virtud por medio de la formación de costumbres voluntarias. La virtud orienta las aprehensiones y tendencias, los sentimientos y afectos para ayudar al ser humano en su misión

185

Cortina, Adela. Ética de la razón cordial. Oviedo: Ediciones Nobel, S.A., 2007, p. 23. 186

Llano Cifuentes, Carlos. Formación de la inteligencia, la voluntad y el carácter. México: Trillas,

2000, p. 116.

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de perfección. Esto no significa que los sentimientos deban desaparecer sino que “la acción es más virtuosa cuando al amor de la voluntad va unido el querer del apetito sensible, especialmente cuando éste ha sido suscitado por la misma voluntad”187. Es la voluntad la que decide la acción y la inteligencia, por su parte, propone su conocimiento, presenta atractivos o sugerencias. Finalmente, la excelencia o supremacía de una persona de carácter es el fruto de esa sabiduría ya encarnada que la viste espiritualmente y que se va configurando gracias a las decisiones de la voluntad, ya sea de manera autónoma o por dejarse mover por el entendimiento o sentimientos en cabal armonía y unión. Es la decisión de ser uno mismo. Cada hombre, de buen carácter, muestra su propio ser desde su crecimiento, y además manifiesta con su buen actuar la sensatez y belleza del vivir humano. Es mucho más importante formar el carácter y adquirir educación para convivir mejor. Es por ello, que la responsabilidad moral, nos obliga a no dejar pasar inadvertido, el planteamiento de una ética del crecimiento, en sus aspectos individual y social, el cual debe ir acompañado de las costumbres morales del momento actual para mejor cumplir su cometido y su misión orientadora. De lo que se trata, en nuestros días, es de abrir un horizonte nuevo. No basta un conjunto mínimo de normas restrictivas para hacer posible la convivencia. Es necesario integrar una perspectiva complementaria con una visión de responsabilidad ética que favorezca el crecimiento personal, el crecimiento de los demás, de la sociedad y de la cultura. La persona humana es un ser abierto capaz de interactuar con su medio de forma diversa y novedosa. El carácter abierto del ser humano le permite superar límites. El hombre se desarrolla en el tiempo, hace cultura, tiene historia. Es necesario dar consentimiento, asimilación y ejercicio a una ética que muestre los mandatos universales que cada hombre es capaz de conocer y escuchar desde su interior, y que entronque, perfectamente, con el sentir natural humano. Se busca un modo de vivir digno del hombre, que surja de las profundidades del espíritu, dada la común preocupación moral actual. Como respuesta a esta realidad, la ética de la razón cordial propone superar la propuesta de una ética de mínimos, ensanchando su contenido y actualizando sus planteamientos, no únicamente diseñando procedimientos sino dando origen a una ética de la razón humana integral. Se propone considerar como elementos indispensables de su teoría y práctica, la conciencia individual y social, la virtud, el carácter, el valor, el diálogo, la argumentación, el reconocimiento de vínculos, la obligación moral, los sentimientos de índole espiritual, bien cultivados y el sentir común, que todos convenientemente vinculados dan mayor solidez y calidez humana. La moral es un quehacer esencial del hombre. La ética de la razón cordial busca transparentar que ser hombre es una tarea ética, que da rostro en forma de vocación y destino y que además, es una decisión de la voluntad. Es responsabilidad del ser humano dar cauce a su vocación y hacerla extensiva. Sin embargo, el hombre contemporáneo se encuentra falto de horizonte, de

187

Ibídem., p. 141.

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seguridad y ambas ausencias afectan al fondo mismo del alma. Se produce como consecuencia un vacío metafísico, todo ello, resultado de nuestra crisis cultural. ¿Dónde está la originaria confianza del hombre? Es necesario recurrir a las “entrañas, sede del sentir, que albergan los verdaderos deseos que mueven a la acción”188. No se trata, únicamente del deber por el deber. Ha perjudicado al hombre permanecer en la sola razón o en la sola voluntad. Se busca una razón mediadora y armonizadora con lo real, más amplia, adoptando una actitud más integradora. La ética de la razón cordial, es razón práctica y activa, pide que el hombre despliegue su esencia, se escudriñe para hacerse más presente a sí mismo y logre transformarse con una comprensión más verdadera de su propia esencia. Esta autocreación requiere no permanecer en un hermetismo sino trascender. Mis cualidades adquiridas no permanecerán en mí sino que darán curso a mi libre actuación y encuentro con los otros. “Es el tiempo del encuentro con los otros hombres, el tiempo del diálogo social, el tiempo de la sociedad”189. Para María Zambrano, los tiempos de encuentro “son momentos creadores de la persona, son instantes de iluminación, fulgores en los que adviene la verdad”190. Es una apelación a configurar la convivencia con un espíritu nuevo y un modo superior de cultura. Es así que, después de partir de una adecuada comprensión de la ética en cuanto tal, es posible hoy, poner el acento en el corazón, en ese núcleo de la propia personalidad desde la que todo hombre o mujer puede decidir su destino. La intención de fondo es encontrar cuál debe ser la actitud existencial y espiritual que corresponde a un ser constitutivamente corporal y que posee alma. El actuar moral del hombre debe tener su raíz en el bien, en el acto de abrirse al bien. “La moralidad no está en el puro acto exterior, sino en el corazón, y en el acto exterior en cuanto que es fruto y expresión de la actitud del corazón”191. La ética, hace referencia, no únicamente, a la inteligencia y a la voluntad, sino a la totalidad de la persona. El êthos también está caracterizado por la apertura al otro, dando la espalda al egocentrismo, a la autosatisfacción y al dominio y siendo vivido desde la sencillez del alma. Brota de esta manera, un empeño ético a la promoción de un rescate del corazón que reintegre al hombre a la verdad y lo conduzca a un amor que se vierta en el respeto y la entrega a sus prójimos. Desde lo hondo del espíritu, cambiar la actitud del corazón para de este modo, con un corazón renovado ser capaz de valorar todas las distintas dimensiones de la persona. ¿Qué comportamiento se reclama desde la fidelidad a la ética? Se pide, en primer lugar, dar muerte a las obras del egoísmo y alcanzar desde un corazón revivificado, una libertad acorde con el mandamiento del amor. De este comportamiento cordial en el amor surge una belleza singular que impregna

188

Gómez Blesa, Mercedes. Introducción al libro de María Zambrano, Las palabras del regreso. Madrid:

Cátedra, 2009, p. 21. 189

Zambrano, María. Notas de un método. Madrid: Mondadori, 1989, pp. 83-84. 190

Citado por Mercedes Gómez Blesa. María..., p. 25. 191

Illanes, José Luis. Introducción al libro de Juan Pablo II. La redención del corazón. Madrid: Palabra,

2002, p. 10.

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toda convivencia mutua entre los hombres. La persona así, aprehenderá la realidad pero no desde la violencia. Además, será necesaria una conversión interna, entendida como superación de todo aquello que se opone a la dignidad personal. Cada hombre desde la cordialidad será una mejor persona y por ende, un mejor ciudadano. Desde lo más profundo de su ser, el ser humano está llamado a salir de sí y a estar en comunión con los demás seres manifestando buen ejemplo. Es verdad que existe una gama amplísima de acciones, pero a mi parecer el amor del buen ejemplo cala hondo y conforma un bien precioso. ¿De qué modo la persona deberá actuar desde su voluntad y corazón con los valores propuestos por la ética de la razón cordial? ¿De qué manera le comprometen a pensar y sentir y le obligan a la acción? Estas preguntas establecen un vínculo fundamental entre ética y praxis. En este ámbito se desarrolla el êthos cordial y la compenetración necesaria entre éste último y la práctica. Para ello, es fundamental redescubrir los valores que se han perdido. Dirigir nuestra mirada a una clarificación más profunda del nuevo êthos de la razón cordial y penetrar a fondo en las intimidades del corazón humano porque es a través de ellas que el hombre redescubre la plenitud de su humanidad. Considero que es fundamental dirigir nuestro pensamiento y acción hacia los impulsos más profundos del corazón, hacia ese llamado enérgico, valor supremo que es el amor. Pero es inminente todavía ir más lejos. “El rescate del corazón es una realidad y una verdad en virtud de la cual el hombre debe sentirse llamado, y llamado eficazmente”192. No podemos considerar que esta llamada se dirija al vacío, dadas las circunstancias actuales de desamor y violencia. Esta llamada debe convertirse en fuerza para la acción. Es verdad que atendiendo a este llamado se salva la dignidad de la recíproca relación. El hombre debe de impregnarse a sí mismo y de igual manera, empapar sus propias relaciones con los otros, del valor más noble y más bello, que es el amor. “Es así que la ética y el amor están llamados a encontrarse en el corazón humano y a fructificar en ese encuentro”193. Es urgente adoptar formas de convivencia más elevadas vinculadas a la confianza y el amor y fieles a las cuestiones verdaderamente esenciales de persona humana. 3.2 La obligación moral. Dar inicio desde la realidad es siempre favorable. El profundo y rápido cambio cultural de nuestros días, nos convoca a reflexionar acerca de la ruptura existente entre lo que se piensa y se puede valorar, y, la forma contraria de actuar. La transformación del mundo no se logra, desmintiendo, de esta manera, nuestras propias convicciones. Esto indica de entrada, que vivimos en un tiempo de contradicción. Si bien es verdad que se estima una moral pensada, la misma se relativiza a la hora de actuar. Comprendemos perfectamente, por ejemplo, que es un deber ser solidario pero poco hacemos

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Juan Pablo II. Audiencia General 29 X 1980. 193

Juan Pablo II. Audiencia general 5 IX 1980.

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para sanar la desigualdad. Entendemos excelentemente, la fuerza preñada de las necesidades humanas tales como la urgencia de defender los derechos humanos, dada la presente propensión a multiplicarlos, en función más de los deseos desordenados del individuo falto de integridad, alejado del sentido moral objetivo y del bien común de la humanidad. Sin embargo, no todo lo que es legal es legítimo. La legitimación del aborto, por ejemplo, es una seudo reinterpretación de los derechos del hombre, alejando a la persona de la dimensión ética y racional, que constituye su fundamento y su fin, a beneficio de un puro legalismo utilitarista. De forma un tanto parecida, se tiene conciencia hoy, de la necesidad de considerar y potenciar las capacidades básicas de las personas, el cumplimiento de los Objetivos del Milenio, entre los que se advierten la necesidad de combatir la pobreza, el hambre, el cuidado de nuestro planeta, la distribución de bienes públicos, la solución y el fin de los conflictos….Pero, realmente, no nos engañemos, “las actuaciones no están a la altura de las declaraciones”194. Tales contradicciones se deben denunciar y superar. “La contradicción consiste en la falsificación de la verdad y en la simulación del amor. La contradicción radica en la cancelación de la línea de demarcación entre el bien y el mal, en llamar humanismo a lo que precisamente no es”195. Es muy importante discernir con sabiduría que la realidad social clama compromiso en la acción. Quedarnos delante de la escalinata, no sirve de nada. Es necesario ponerse en movimiento, más allá de sí, más allá de nosotros mismos. Además, las carencias se superan con la cooperación, con la unión. Es falsa la idea de la autosuficiencia. Como lo indica Adela Cortina: “el reconocimiento de que necesitamos a otros, es sin duda síntoma de madurez, que urge potenciar”196. Todos nos necesitamos mutuamente. Para poder estrechar los vínculos entre lo necesario y el hombre en familia, en comunidad, en sociedad, en cada nación y conducirlo a la acción, es inminente atender a la exigencia del reconocimiento del vínculo. No basta presentar al entendimiento los conceptos de obligación y deber y comprenderlos. Es preciso distinguir que los vocablos obligación y deber casi se utilizan indistintamente, pero que existe un más peculiar en el término obligación. En este ámbito de referencia lo escribe la filósofa Cortina: “lo debido descansa en el reconocimiento de un vínculo, de una ligatio, de la que se sigue una ob-ligatio, y entonces la obligación puede ser o bien un deber, es decir, la respuesta a una exigencia, o bien el regalo que hace quien se sabe y siente ligado a otro. Sin ese reconocimiento del vínculo el deber o el regalo carece de sentido”197. Desde la consideración ética, ¿Cómo sucede esto al vivir el hombre? ¿Hay toma de conciencia y responsabilidad? Explica, asimismo, la existencia de dos tipos de vínculos, aquellos que es necesario crear y partir de cero, como sería el caso de crear uniones para conseguir las metas y, los otros, en los que el ser humano advierte que ya

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Cortina, Adela. Ética…, p. 36. 195

Juan Pablo II. Juan Pablo II conmigo día tras día. Madrid: Promoción Popular Cristiana (PPC),

recopilación de textos, 1986, p.186. 196

Cortina, Adela. Ética …, p. 42. 197

Cortina, Adela, Ética…, p.46.

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existe un vínculo que pide ser reconocido y reforzado: un vínculo que nos ob- liga. La conciencia humana, hoy, tristemente, niega los vínculos que de alguna manera, ya están ligados de modo natural. Es la persona la que debe de estar convencida en la aplicación de una norma moral, puesto que, a diferencia de las normas jurídicas, en las morales no se establecen sanciones. En la dimensión moral, la conciencia es el mejor juez. Existe “una justicia interior, que no juzga según la costumbre”198. La conciencia es una facultad que nos ayuda a distinguir el bien del mal. Sin embargo, el hombre deberá tener siempre presente que su conciencia no es infalible. Los remordimientos dan muestra de ello. Se trata de dirigir la mirada hacia la imagen viva del auténtico humanismo. Aún cuando ya se ha esclarecido el incumplimiento en la relación declaraciones-acciones, no se debe perder de vista que sucede lo mismo en el ámbito de la ética. “Existe un abismo entre las declaraciones y las realizaciones al hablar de principios y valores morales”199. Las declaraciones parecen no calar hondo en los corazones de los seres humanos, viviendo según un estilo de vida sin memoria del corazón. Tal parece que la ética tuviera su propia sepultura, evadiendo de este modo, las exigencias morales. Por eso se invita a cada ser humano a dar una respuesta personal, pensando, hablando y actuando desde lo comunitario, desde el nuevo hombre que está en continuo intercambio, desde el reconocimiento de su ob-ligatio. Ciertamente, una ley jurídica al menor descuido se puede violar. Lo mismo sucede con las leyes de la humanidad. Éstas últimas, a veces están escritas y a veces no. La gravedad del incumplimiento de estas últimas, radica en su fundamento interior. Al no cumplirlas, el hombre se torna inhumano. Actualmente, las personas muestran desinterés en el cumplimiento de dichas leyes porque no encuentran ganancia, no hay utilidad en ello o no sintonizan con ciertos sentimientos, particularmente, en empatía, en el afán de reputación y estima otorgadas a los otros. Otra de las razones es la incomprensión de la misma ley humana por desconocer lo que significa ser hombre. “No alcanzan a tener conciencia de sí mismos como seres libres, con capacidad autolegisladora, acuñada por ese vínculo que les obliga consigo mismos y con los demás”200; en otra vertiente, se muestran aquellos que son incapaces de estimar los valores porque obligan a quien intenta encarnarlos en la vida cotidiana; finalmente aparecen en el escenario aquellos que adolecen de “vínculo comunicativo que les lleva a reconocerse como interlocutores y, por lo tanto, son incapaces de exigir argumentos y de responder, asimismo, con argumentos.”201. Hay que buscar la llave para entrar en la relación con lo espiritual por medio de la razón. Por otra parte, la ideología del individualismo posesivo arrastra al hombre a introducirse completamente en el mundo de la materia, olvidándose así, que los bienes económicos, los honores, su colocación política, las riquezas sociales de las que disfruta han sido logradas en gran parte, gracias al

198

Agustín, san. Confesiones. Buenos Aires: Colihue, 2006, LIII. 7. 13, p. 57. 199

Cortina, Adela. Ética...,p. 48. 200

Ibídem, p. 51. 201

Ibídem, p.51.

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esfuerzo de la sociedad. Por lo tanto, como consecuencia de este convencimiento, el ser humano encarna “una ética del individualismo egoísta según la cual el que no debe nada a otros tampoco está obligado a compartir nada con ellos”202. Tal parece que la persona no se enseñorea de compartir y por lo mismo, es tan importante confesar el necesario uso de la inteligencia y entender que le conviene cooperar. Bien puede deducirse que la exageración del yo destruye al hombre y lo desintegra. De modo que San Agustín dejó escrito: “no seas vana, alma mía ni te ensordezcas en el oído de tu corazón”203. La claridad interior es necesaria. Tenemos que ser insobornables y ver las cosas como son. El hombre de hoy, no se avergüenza del abuso preciso de crear vínculos sólo con aquellos que le pueden ayudar a alcanzar sus propios intereses. Se trata de una cooperación interesada, no únicamente a nivel personal, sino de países e instituciones. El ser humano así, se torna servidor de la materia y no del espíritu, poniendo de lado el reconocimiento de la igual dignidad de todos los hombres. Introduce sin reparo ninguno, el Principio del Intercambio Infinito y el “Principio Mateo según el cual a quien tiene más se le dará más y a quien tiene menos hasta ese poco se le quitará”204. La capacidad generosa de la persona se depaupera cuando sólo reacciona dando ante sus propios intereses. Sólo el hombre libre da bien, aquél que es esclavo de lo material no da generosamente. Si se da se debe dar bien y felizmente. Importa mucho más el modo. Pero ¿qué sucede con los que no tienen nada que ofrecer a cambio, con los pobres? ¿Acaso se reconoce su pertenencia a la unidad y su integridad, en un mundo que guarda en la sede más honda de su sentir la aporofobia, la aversión al pobre? ¿Por fortuna, tienen oportunidades de prosperar en sus propias tierras, en la medida en que los que tenemos medios vivimos en un materialismo de disfrute y de consumo? Ellos están excluidos. “No entran en el sistema social del Intercambio Infinito, condenados a la invisibilidad, a ser objetos de beneficencia, pero no de reconocimiento en su profunda dignidad”205. Son muchos lo que están esperando una acogida cordial. Dadas las distintas respuestas de las personas, de cara a la realidad en nuestros días, la fuente de la obligación moral hunde sus raíces en el reconocimiento recíproco cordial, que es precisamente tener frente a sí el vínculo, la ligatio que genera la obligatio consigo mismo y con todos los seres humanos, que además de ser un vínculo real y lógico, es compasivo. Cabe recordar que, la dimensión completa del hombre se realiza buscando la perfección acorde con su naturaleza, teniendo presentes tantos dones que le han sido otorgados y que coadyuvan en el establecimiento de vínculos, tales como la imaginación, la intuición, la sensibilidad, el vigor volitivo y dinámico, capacidad y fuerza comunicativa, disponibilidad a la entrega de sí misma para ponerse al servicio de todos.

202

Ibídem, p.72. 203

Agustín, san. Confesiones, LIV.11.16, p. 81. 204

Cortina, Adela. Ética…,p. 38. 205

Ibídem, p.73.

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¿Cuál será, entonces, el interés más fuerte en la ética de la razón cordial? Es, sin duda, el interés que se conoce como valioso, haciendo partícipe a la razón, lejos de todo cálculo de vida, propiedad y seguridad. Pero más allá de atender a una moral aparente, que no vincula a la persona consigo misma, desde dentro, sin generar obligación ninguna, el êthos cordial invita a obrar a la persona, no desde el cálculo inteligente de la supervivencia o el bienestar sino desde “el aprecio por lo valioso, el disfrute de la relación mutua, la alegría de compartir el gozo, la tristeza por el sufrimiento, la indignación por el daño injusto, la estima de la dignidad ajena y propia”206. Es también el interés que recuerda, que la persona es un fin en sí misma, que tiene dignidad y está distante de ser una pieza de recambio. El núcleo de este empeño manifiesta la preocupación por el bien del otro, lejos de servir a la indiferencia y la violencia. Se trata con razón, de dar fin a la enemistad y el odio. Bajo esta mirada, es necesario tener presente, que con el reconocimiento de la ob-ligatio y el trabajo que implica la misma, el hombre se va creando a sí mismo como persona, desarrollando sus cualidades, aplicando sus conocimientos y ayuda a crear un mundo más humano con proyectos compartidos que forman parte del desarrollo social. Trabajando conjuntamente, se ejercen la libertad, la voluntad de poder, el dominio, la creatividad, la compañía y la amistad. Se trata en este asunto de una inquietud especial de los seres humanos, la posibilidad de una mejor convivencia humana para todos nosotros, un acrecentamiento del bien, un trabajo por la paz. 3.3 Autonomía que obliga y razón humana. Al reflexionar filosóficamente en torno al comportamiento moral del hombre, figura, con toda claridad, una modalidad de la voluntad que dimana autodeterminación: libertad. Esta capacidad humana de elección presupone la facultad de conocer aquello que es más conveniente para la persona, otorgándole un mínimo de criterios objetivos para definir su actuar moral. En la cultura contemporánea, el ser humano busca ejercitar su libertad más allá de condicionamientos estatales y de la interferencia ciudadana. “El hombre busca una libertad que supera las libertades civiles y sus realizaciones”207. Se trata de una libertad que tiene vigencia en la esfera propia del hombre, “entendida como autonomía, capacidad de darse leyes a sí mismo y de auto-obligarse a cumplirlas: yo me obligo a mí mismo, y yo formulo las leyes a las que me obligo”208. Este tipo de libertad se identifica con el término independencia. Cabe mencionar, por analogía, que los pueblos también son más libres cuando se obligan a sí mismos y son los autores de sus propias leyes. Pero, más allá de mi autonomía, al formular una ley, debo tener el conocimiento del fin de la misma para poder asumirla. Es por ello que se afirma que, “la raíz de la libertad es la inteligencia”209 porque gracias a ella conozco el

206

Ibídem, p.70. 207

Ratzinger, Joseph. El resplandor de Dios en nuestro tiempo. España: Herder, 2008, p. 264. 208

Cortina, Adela. Ética…, p. 103. 209

García Alonso, Luz. Ética..., p. 92.

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bien y el fin de la supuesta ley; después, yo me autodetermino. Además, hay algo que es fundamental esclarecer: es válida aquella ley que es digna de ser ley de humanidad. La ley de humanidad defiende la propia dignidad de la persona y regula las obligaciones de los hombres entre sí, hace posible la convivencia humana y favorece el encuentro. Es la ley universal y no individual, basta en vitalidad espiritual y humanización. No únicamente es importante el contenido de la ley, sino también su forma. Los contenidos deben pretender valer siempre, universalmente, además de tener la consideración de la integridad de la persona y la correspondencia de su ser esencial como fin. Yo ejerzo una ley porque mi referencia es la de la humanidad, compatible con los valores éticos universales, propios del ser del hombre. Por ello, se puede afirmar que la autonomía de carácter reflexivo, tiene dos vertientes, una, “la capacidad de auto-obligarse, y dos, la de optar por leyes expresivas de la humanidad”210. Estas leyes son las leyes de la consideración moral. Las leyes de humanidad manifiestan su centro de gravedad en la exigencia moral. Esta exigencia moral universal es cumplida, no porque sea una simple recomendación personal, sino porque se cita a juicio a la inteligencia, reconocida como facultad para elevar el conocimiento a pretensiones universales y necesarias, da leyes de humanidad y alcanza, además, la dimensión intersubjetiva. “Humanidad obliga, porque estamos ligados a nosotros mismos y a la humanidad de cualquier otro”211. La humanidad no es benevolencia impersonal, sino que todos juntos la hacemos. Por tanto, para formular las leyes morales, es requisito indispensable que preceda la existencia del ideal de humanidad, gracias al cual nos movemos a la acción mediante el vínculo que conocemos y sentimos. De este mismo ideal brotan las leyes y surge de esta manera, un doble vínculo: “conmigo misma, en la medida que tengo capacidad para auto-obligarme, y, con los demás seres humanos, en la medida en que me obligo a cumplir unas leyes que querría para toda la humanidad”212. Esta actitud se va formando progresivamente pero será necesaria la consideración de la dignidad del deber. No olvidemos que el ideal implica el cumplimiento del deber. Es preciso señalar que para conocer la naturaleza de la obligación moral es necesario como punto de partida, la reflexión que el hombre mismo puede hacer sobre algunos deberes a los que se siente sometido gracias a su capacidad de autoconciencia y, que él los haría extensivos a toda la humanidad, de un modo universal. “Nadie le impone la obligación de cumplirlos, sino que se auto-obliga”213, su fuerza obligatoria de estos deberes consiste en que el ser humano los ha dado por buenos. Y lo sorprendente es que el hombre mismo cree que deberían obligar a cualquier persona. Es así, que el ser humano advierte que ser persona estriba en reconocerse ligado a dichas leyes de humanidad y sentirse obligado a actuar según ellas.

210

Cortina, Adela. Ética…, p. 105. 211

Ibídem, p. 119. 212

Ibídem, p. 107. 213

Ibídem, p. 117.

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“La conciencia moral es entonces conciencia de deberes que mandan universal y necesariamente porque justamente es ese tipo de deberes el que alcanza a la humanidad en cuanto tal”214. La conciencia es condición de posibilidad de cualquier percepción del deber, y por ende de la ética misma. Otro elemento fundamental que participa para obligarse a cumplir una ley es la noción de identidad, y en este caso, interesa, específicamente, la identidad moral. Se trata de definir el horizonte del mundo moral de una persona, porque desde su propia identidad moral el hombre conoce perfectamente lo que es importante para él, qué le concierne hondamente y qué tiene mayor significación. “La identidad moral lleva a priorizar unos aspectos y a relegar otros, a preferir unos valores y postergar los restantes, lleva a evaluar el mundo moralmente y a actuar en consecuencia. Es el conjunto de valores por el que se orientan al tomar decisiones, el conjunto de valores desde el que dan importancia a unas cosas y dejan otras en segundo plano”215. Lo importante, en este caso, es la respuesta a esta concepción, de quien toma decisiones trascendentes o no. Menciona Cortina que en la ética kantiana la riqueza moral es mucho más amplia que la de la sola razón. El hecho de que la razón dé leyes no es acción de ella , sino de la conciencia moral. Nadie tiene el deber de adquirir deberes porque la conciencia misma es la condición de la posibilidad de cualquier percepción del deber. Es, precisamente en ella que el ser humano tiene conciencia de los deberes. Obviamente, que el sujeto autónomo tiene capacidad reflexiva y autoconciencia, pero cuando ejerce estas funciones advierte que en su bagaje existen unas dimensiones básicas de la sensibilidad sin las cuales el hombre no podría albergar ningún sentimiento de deber, ni conciencia de obligación. Ellas mismas son las “condiciones subjetivas de la receptividad del ánimo para el concepto del deber”216, son predisposiciones sensibles que tiene todo ser humano normalmente constituido. Perderlas de vista sería un error. Los hilos esenciales de dicha sensibilidad son: la conciencia moral, de la que ya hemos hablado anteriormente, el sentimiento moral, el respeto por sí mismo (la autoestima) y el amor al prójimo. El sentimiento moral es la capacidad que nos permite sentir gozo al realizar acciones acordes con el deber y el dolor; es la satisfacción del deber cumplido; es la alegría de haber hecho lo que se tenía que hacer; es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos. Obviamente, que esta alegría no es el motivo por el cual actuamos. El móvil principal es el espíritu de servicio, habiendo orientado bien nuestra libertad hacia las exigencias morales de una nueva hermandad. El sentimiento de respeto indica que es fundamental descubrir que cada persona es digna por sí misma, valiosa en sí misma y que puede regirse por

214

Ibídem, p. 118. 215

Ibídem, p. 112. 216

Kant. Metafísica de las costumbres, [399-403]. Gesammelte Schriften herausgeben von der Königlich

Preussischen Akademie der Wissenchaften 1900 ss.

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sus propias leyes sin atender a las ajenas. No se le puede intercambiar por una cosa, ni su autonomía descansa al servicio de un objeto por más prometedor que sea su paraíso. Lo que aquí se afirma es que yo tengo un vínculo, una ligatio conmigo misma. No solo exijo a los otros que me respeten sino que yo también he de respetarme a mí misma. “El vínculo que obliga moralmente me liga conmigo misma y con los otros”217. Lo dicho significa que “la fuerza de la obligación moral se expresa en un sentimiento de respeto ante la propia grandeza, un sentimiento que llega a serlo de lo sublime”218. Esto no significa reverenciar nuestra propia dignidad, sino la expresión de que todo ser humano es un fin en sí mismo, lejano a toda instrumentalización y cercano a su poder propio de desarrollo. Menciona Adela Cortina, que así como es un deber participar en el destino de otros, como exigen las leyes de la libertad, y como exige el sentimiento moral de respeto a todo ser humano, también, será un deber cultivar los sentimientos compasivos naturales, los sentimientos bellos, que nos inclinan a participar en el destino de otros porque el ser humano además de merecer respeto es digno de compasión. “Se puede llamar compasión a la faceta del amor manifestada para con el afligido, el infeliz, el desvalido, el desamparado, el indefenso, el sensible, el inerme, el débil”.219 Es así que la compasión es a la par un sentimiento de respeto por la dignidad del otro, sufriente o no. La “compasión es abrir nuestro corazón a la necesidad del otro”220, nos aproxima a quienes son víctimas del sufrimiento y nos mueve a tratar de eliminar las causas del mismo. Para ello es necesaria la humildad en el corazón, sin selección ninguna. Un corazón compasivo se habilita para la comprensión de los seres humanos y de la creación. San Agustín nos recuerda: “ si alguno no tiene el valor de pedir nuestra amistad temeroso de nuestros títulos y de nuestras dignidades, es menester bajarse a ofrecerle complaciente y humildemente lo que él no se atreve a pedir”221. Siendo la compasión expresión de amor, no humilla. Por el contrario, restablece la dignidad del hombre porque todos somos dignos de ser amados. La fuerza de la compasión radica en el amor y en el hecho de que mutuamente nos ayudamos a sostener las cargas. Pero hay algo más. Se presenta un requisito interior para amar al prójimo: el cultivo de los sentimientos. Es necesario troquelar nuestro sentir, enriquecerlo con vibraciones interiores, fecundarlo “para poder ayudar a cumplir aquello que ordena la ley de la libertad”222. Nuestra conciencia moral pone en marcha nuestro deber y sentimiento de respeto a la dignidad de todo hombre, independientemente de su condición social. Por ello, merece la pena amar en tiempo presente, expandir el corazón. Hay que recordar que aprendemos a amar amando, a perdonar perdonando y a ser compasivo siendo compasivo. Lo que más dignifica a un hombre es sentir como propio el dolor ajeno. El hombre debe ilusionarse fundamentalmente en compartir con los demás

217

Ibídem. p. 121. 218

Ibídem. p. 122. 219

Lachmanova, Katerina. Compasión. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2005, p. 11. 220

Rougier, Stan. Citado por Katerina Lachmanova. Compasión, p. 19. 221

Agustín, san. De diversus quaestionibus, q. LXXI, 6. Obras completas, Escritos Varios, Ochenta y tres

cuestiones diversas, t 40. Madrid: B.A.C., 1988. 222

Cortina, Adela. Ética…, p. 125.

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hombres su aventura de existir. En compartir está la verdadera sabiduría humana. El vínculo que nos une es el reconocimiento de nuestra grandeza y de nuestra situación vulnerable. “Si bien la razón interpreta los proyectos del corazón y los extiende en propuestas racionales, sólo cobran fuerza si no pierden su arraigo en el corazón223. Se puede incluso decir que el corazón debe estar en vela y ejercitándose apropiadamente en el amor; recibiéndolo para aprender a amar y dándolo sin esperar recibir a cambio. Terminada esta consideración, falta sólo reflexionar en el conjunto de estos elementos de la riqueza humana, autonomía, identidad moral y sentimientos nobles, como medio, en primera instancia, para llegar a un diálogo íntimo y personal y, posteriormente, relacionarlos con nuestra propia existencia tejiendo en nuestro espíritu una creciente confianza, fuente de inspiración para el logro de una mejor amistad con los otros. 3.4 El valor. Es tiempo de contemplar, ahora, una directriz cardinal en la trayectoria existencial del hombre. La instalación en la vida, requiere de uno de los dones más necesarios otorgados al ser humano: la capacidad de estimar. Esta capacidad es fundamental para reconocer el relieve de esa realidad, conocida por todos, llamada valor y que tan frecuentemente, se escucha, en nuestros días. El valor posee una magnitud que alcanza a todos los hombres y colabora al perfeccionamiento humano, porque el valor representa lo bueno. Lo que interesa aquí es que la persona se adhiera y ponga su existencia al servicio de unos valores que coadyuven a su integridad moral, con su correcta ordenación. ¿Cuál es el ser del valor? Pues bien, el valor posee una dimensión especial. Se aleja, un tanto, al modo de ser de las cosas. No podemos verificarlo a la manera de las realidades científicas, en un laboratorio. Pero sucede que el valor sí se puede descubrir, en la conciencia humana, en las experiencias personales y, también, degustar, gracias a la estimativa, facultad “entreverada entre el razonamiento y el sentimiento”224. El valor es real y por eso nos atrae. Lo dicho significa que los valores valen realmente, no son creación subjetiva. Las realidades son buenas porque descubrimos en ellas un valor. Este capital ético, los valores, requiere “practicar el ejercicio de la crítica y discernir en el conjunto de lo que hay las exigencias de lo que debería de haber”225. El hombre mismo, con su riqueza personal advierte, si prefiere o relega un bien. El valor está en relación con la persona, es relacional y no relativo. “El valor es una cualidad real del ser humano, de las cosas, de las acciones, de las sociedades, de la naturaleza, de las instituciones y de los sistemas, y precisamente porque lo es, se estima”226. Es una cualidad que se descubre en una realidad, puede ser en una obra de arte, en una persona, en un paisaje, en

223

Cortina, Adela. Ética…, p. 126. 224

Ibídem, p. 132. 225

Ibídem, p. 19. 226

Ibídem, p. 138.

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una conferencia, en una institución….El valor cualifica a esa realidad en la que se descubre el valor y se capta en ella. El valor no es una realidad física captable por los sentidos, como lo es el olor, el sabor, el color. Es un componente insoslayable de la realidad del hombre. Nuestro mundo sería impensable sin poder recurrir a la generosidad, a la sinceridad, a la lealtad, a la justicia, a la verdad. A su vez el valor nos permite captar dos variantes, si es positivo o negativo, si nos atrae o nos aparta. Esto nos permite identificar cuando las desigualdades entre los hombres son dignas o indignas, cuando constituyen una fuente de riqueza o no, independientemente de su cultura o grupo étnico. El valor posee un carácter dinámico y atrae, conquista, seduce cuando es positivo y repele cuando es negativo, más no nos consiente permanecer indiferentes. El valor dinamiza la acción. Los valores positivos nos impulsan a alcanzarlos, los negativos no nos mueven a la acción. Por ello, el valor es lo más ajeno a la neutralidad. Todo en nuestra existencia está cargado de valores sea en el ámbito de la enseñanza, sea en el ámbito político (con su buen o mal ejemplo), en la economía, en la cultura…. El dinamismo del valor garantiza la lógica del mismo, pues sería incongruente afirmar que un valor es positivo y negar, al mismo tiempo, que valiera la pena encarnarlo. Esta misma lógica del valor obliga a optar por los positivos y rechazar los negativos, dado que el valor dinamiza. Sin embargo, se puede justificar el motivo por el cual no se encarnó determinado valor. Siempre merece la pena recordar que la grandeza del valor radica en su propio dinamismo porque nos incita a realizarlo, pero, al mismo tiempo, constituye su debilidad porque “al atraer o repeler sólo con nombrarlos, sin necesidad de aducir razones, el lenguaje de los valores es sumamente manipulable”227. Ejemplos sobran, incrustando el emotivismo por doquier: en las campañas electorales, en el marketing, en la educación, en los medios de comunicación. Las razones brillan por su ausencia, lo que sobra es el lenguaje valorativo, dirigido a persuadir. Afortunadamente, el mundo del valor no es el de causar adhesiones ni tampoco, la expresión de emociones subjetivas. Quien posea una capacidad de estima bien articulada, sabrá corresponder a las exigencias verdaderas de la naturaleza humana, iluminando creativamente los valores positivos. La creatividad humana forma parte del dinamismo de la vida. Todo hombre, genio o peatón, es capaz de alumbrar lo que ya estaba latente, es apto para dar a luz nuevas perspectivas de valor. “Los valores valen realmente porque nos permiten “acondicionar” el mundo para que podamos vivir en él plenamente como personas y son cualidades que nos permiten hacerlo más habitable”228. Gracias a la creatividad se pueden diseñar posibilidades sin fin y mundos nuevos. Dar pasos hacia delante, acondicionando el mundo desde la creación y sus exigencias, desde su mismo fruto de libertad y no desde la aberración arbitraria. Para ello, es necesario el

227

Ibídem, p. 143. 228

Ibídem, p. 144.

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sentido creativo del hombre y el atenimiento a la realidad. Menciona también Adela Cortina, el buen gusto en el que conviene formarse. Se puede atestiguar muy bien que los valores poseen materia, se distinguen por su contenido unos de otros. Se relacionan entre sí pero no se identifican. De ahí que, filósofos de la altura de Max Scheler, ordenen los valores en una jerarquía, declarando que unos son superiores a otros. En nuestro caso interesan los valores morales. Se distinguen de los restantes porque dependen de la libertad humana, está en nosotros el incorporarlos o no. La persona va degustando, como con los buenos vinos, qué valores le conviene asumir en su existencia y de este modo, conforma su conciencia moral. Nadie nace con la conciencia moral formada, implica todo un proceso de degustación, mediante el cual se va comprobando cuáles convienen y cuáles no, cuáles acondicionan mejor nuestra vida, y lo más importante, cuál es la forma de realizar esos valores y ponerlos en práctica. Confluyen en este proceso, aspectos de índole espiritual, emocional, sentimental y cognitiva. Se encontrarán los óptimos, que cuestan caros como todo lo que entraña un gran valor porque encarnarlos implica un gran esfuerzo personal y compartido. Los valores supremos están al alcance de todos, sin excepción, independientemente de su fortuna vital. “Cada ser humano puede ser un excelente catador de valores y sólo cada uno de ellos puede serlo”229. El valor acompaña siempre al hombre ya sea en sus esfuerzos o en sus fracasos para levantarlo; ellos son fieles y nunca nos abandonan. Apremia en este punto precisar que, “el mundo del valor no se identifica con el del ser, porque hay cosas que son y, sin embargo, las valoramos negativamente, como podría ser el caso de una enfermedad, mientras que otras no son y las valoramos positivamente, como puede ser la justicia perfecta, que en ningún lugar de la tierra está realizada y, sin embargo, merece toda nuestra estima”230. Pero los hechos exentos de toda mezcla de causas, circunstancias, criterio personal, no existen. Ellos se interpretan, se comprenden, desde el carácter del lector y se estiman desde lo que la persona está habituada a valorar, con la ayuda, asimismo, de la razón evaluadora. Preferir es valorar algo, en más o en menos. Si las convicciones morales del hombre son buenas y bien cultivadas, las decisiones que resuelva tomar no se alejarán de la condición verdaderamente humana. Sabrá orientar su existencia desde los valores supremos y sus cualidades, voluntariamente adquiridas, no cesarán de forjar su carácter. Las valoraciones en el mundo humano siempre están presentes. Es verdad que la humanidad sufre en nuestro tiempo gran desconcierto. La mentalidad del hombre postmoderno no reconoce en su cabal dimensión, la razón de ser de la moral, ni sus fundamentos ontológicos, ni sus finalidades supremas. Es sumamente importante que el hombre conozca los criterios de moralidad sobre los cuales debe apoyarse para juzgar y actuar rectamente. No sabe dónde está el bien y dónde está el mal. Ya, Aristóteles afirmó, acertadamente, que sin principios éticos “el hombre es el peor de los

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Ibídem, p. 153. 230

Ibídem, p. 132.

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animales”231. “¿No es cierto que las voluntades opuestas tiran del corazón del hombre en diferente sentido, mientras deliberamos sobre el mejor partido a tomar?”232 Sin embargo, el hombre posee un sentido interior, un buen sentido que le permite reconocer desde lo más hondo de su ser, su propia dignidad. Es capaz de estimar que es valioso y que es dueño de un gran valor interno, digno de respeto y merecedor de crear sus propios planes de vida, de recibir apoyo para realizarlos. Como todos sabemos, la grandeza humana es el cimiento de los derechos del hombre. La persona tiene derecho a la vida, a la libre formación de su conciencia, la libre expresión, a la verdadera eternidad que tanto anhela…Y así llegamos al reconocimiento de sus propias raíces: “el propio yo es el lugar de la autosuperación más completa”233. Quien carezca de capacidad de estimar es ajeno al mundo del valor. 3.5 Razones de la razón. “El hombre es hijo de su medio” recuerda un proverbio libanés y es verdad que, desde que el hombre nace, se adentra en una serie de relaciones humanas, comenzando por la familiar, que le permiten impregnarse de manera progresiva en la cultura en que se haya inmerso. En el contexto de la globalización actual, dada la interdependencia entre los hombres y los pueblos, es inevitable “el reconocimiento recíproco, el mundo de la intersubjetividad”234. Este mundo de la intersubjetividad que nos constituye, denota ser ya en relación con otras personas desde el origen. Adela Cortina menciona este descubrimiento ético de tradición, citando a Hegel: el “reconocimiento recíproco es el núcleo de la vida social”235, mas no el hombre aislado. Muestra, de esta manera, la primera de las razones de la razón para orientarnos hacia una nueva humanidad, precisamente, porque la persona es un ser social por naturaleza y necesita del entramado de relaciones que establece con otras personas. A su vez, el reconocimiento del otro, es un bien moral. Nace de una “propiedad del acto humano y, en este caso, se relaciona positiva y plenamente, con el fin último del hombre, es decir, su felicidad”236. Surge de una percepción innata, inmediata y vital. Se fundamenta en una connaturalidad del espíritu con los valores y, compromete la inteligencia, el corazón y la voluntad.

231

Aristóteles. Política, Versión de Antonio Gómez Robledo. México: UNAM, 2011, I.1.1253 a. 232

Agustín, san. Confesiones, L VIII. 10. 24. 233

Ratzinger, Joseph. Verdad, valores, poder. Madrid: Ediciones Rialp, 2005, p. 68. 234

Cortina, Adela. Ética…, p. 160. 235

Citado por Adela Cortina. Ética..., p. 161. 236

García Alonso, Luz. Ética…, p. 107.

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Por ello, el reconocimiento del otro, exige igualmente, “agudizar la sensibilidad ante las diferencias”237. Todos los hombres y mujeres piden ser reconocidos en su identidad propia. Nace del corazón mismo del ser, como una invitación al reconocimiento personal único de cada quien con su merecido respeto. Todo ser humano libre, de inteligencia clara, tiene acceso a la conciencia y a la responsabilidad. La persona es capaz con su inteligencia de reconocer los fines de su propia realización moral. Aquellos que no son reconocidos manifiestan una dolorosa indignación ante el desconocimiento. Urge capacitar al corazón para amar, la misma naturaleza humana exige un trato cordial. En realidad, ningún ser humano debe permanecer encerrado en sí mismo. Todos vivimos unos con otros. Por ello, más allá de pertenecer a otros horizontes culturales y religiosos, es imprescindible valorar la dignidad del otro a través del reconocimiento, en su alteridad. Las diferencias nos constituyen. En el universo humano, las personas son iguales en dignidad pero esto no quiere decir que ellas en su personalidad sean idénticas, sino que son diversas. Si bien tiene características que la asemejan, también, cuenta con peculiaridades que las distinguen, fruto de la diversidad de culturas, o bien, de esa segunda naturaleza que se adquiere con el esfuerzo diario para el logro de una mayor perfección y que corresponde al deseo profundo de ser alguien cumpliendo su vocación y su misión personal. Del mismo modo y con toda razón, destaca, la importancia de la comunicación: “Es, precisamente, en la acción comunicativa que los hablantes se reconocen como interlocutores válidos y en ese reconocimiento básico se descubre el vínculo comunicativo que nos liga y nos ob-liga”238. Por tanto, para que el hombre descubra y admita el reconocimiento con los otros y establezca una comunicación comprometida, es necesaria la consideración del vínculo comunicativo, que lleva aparejadas ciertas obligaciones. Posteriormente, nos remite a una verdad primordial. El diálogo, con escucha amorosa, es un intercambio de bien. Es, justamente, por medio de él, con interlocutores de competencia comunicativa, con argumentaciones serias, que se descubre qué proposición es verdadera y qué norma es justa. Además, resalta la importancia de dejarse convencer por el mejor argumento. Sola la persona no puede descubrir qué es lo justo y qué es lo verdadero. Contempla este trabajo, de carácter urgente, para lograr un reconocimiento común de normas morales universales bajo un enfoque racional real, más allá de las convicciones religiosas y la diversidad de culturas. Dichas normas, desarrolladas mediante la reflexión y el diálogo, pueden ser interiorizadas por todos, para el logro de una mejor humanidad común. No hay que olvidar que el orden político y el social tienen su fundamento en el reconocimiento de las exigencias morales. “El vínculo comunicativo entraña, además, intereses más fuertes que otros, sentimientos sociales, capacidad de estimar valores y el vínculo consigo mismo y con los otros tal como se descubre en la autonomía. Es preciso contar con

237

Cortina, Adela. Ética…, p. 162. 238

Ibídem, p. 162.

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“razones de la razón y con razones del corazón”239 para hablar de justicia, no se puede reducir la comunicación al discurso lógico”240. Afirma que la persona para responder a la posibilidad de realizar cabalmente su propia autonomía y perfilarla en ambiente externo hacia el otro, depende de que sea capaz, primeramente, de realizar una relación intacta consigo misma a través de la experiencia del reconocimiento social. Apuesta por unas relaciones sociales que atiendan al principio de necesidad configurado por el amor, al de igualdad conformado por la ley y al de mérito respecto de la cooperación para contribuir al desarrollo armonioso de la justicia. Son tres modelos de reconocimiento. El primero se vive, principalmente, en la familia y en la amistad. En ambas se reconocen las personas como necesitadas. El segundo es un modelo jurídico mediante el cual el hombre es portador de derechos porque anteriormente se han reconocido las obligaciones con los otros. El tercero propone la mutua estima. “Lo bueno del otro se hace mío y lo mío se hace suyo”241. No es suficiente el Estado para el reconocimiento social. Propone, un progreso moral en la visibilidad para el logro de un orden más justo. Nadie debe ser condenado a la invisibilidad. La condición humana llama a extender el “lazo del nosotros”242. Es imprescindible conquistar la visibilidad, a pesar de la gran diversidad existente. Esta última, bien considerada, constituye una enorme riqueza. Somos heterogéneos, es una realidad. Lo que interesa en esta razón, no es reparar en las desigualdades naturales, sea el temperamento, la belleza, la inteligencia, el estilo emocional. Tampoco atañe en que estructura social se ha nacido, ni las diferencias en el carácter de cada persona. Se busca un cambio hacia lo mejor, un desplazamiento de acentos, más allá del color o la capacidad natural. Lo que importa es el reconocimiento de que una persona tiene necesidad de los demás para construir su propia vida y lograr las metas que se ha propuesto. Dadas las tendencias actuales de relativismo y racismo, es necesario atender, únicamente, aquellas expectativas que pueden mostrarse como legítimas, y no cualquier demanda. La presión y la lucha no son una razón suficiente para el reconocimiento de una petición. Cada petición, en razón de su objetivo, clama la asistencia de la jerarquía de valores y la escala de los males. Interesa, la presencia del criterio fecundo, su ámbito de lo verdadero, lo bueno, lo justo, lo práctico para distinguir la demanda legítima de reconocimiento de la que no lo es. El criterio atenderá a intereses universalizables, y no a grupales o sectoriales. Propone crear una comunidad de interpretación mediante la cual, por medio de su acción se alcance la comprensión del significado, entendida como un conjunto de investigaciones que establecen la relación entre los signos y los

239

Pascal, Blaise. Pensamientos, Art. XXII Sorprendentes contradicciones que se encuentran en la

naturaleza del hombre respecto de la verdad, de la felicidad y otras muchas cosas, p. 155. 240

Cortina, Adela. Ibídem, p. 161. 241

Ratzinger, Joseph. El resplandor…, p. 257. 242

Cortina, Adela. Ética..., p. 168.

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intérpretes, en este caso, los términos verdadero y justo; de esta manera se reconstruyen las bases para un posible y mejor entendimiento humano. Estas exigencias que advierte la razón respecto de la realización de las relaciones mutuas entre los hombres y la construcción de la vida en sociedad sobre cimientos justos, son signos de orden moral y modos de esperanza. Lo fundamental de esta filosofía es que a través de sus principios orienta y critica, no únicamente el conocimiento, sino especialmente la acción. Pareciera una pretensión ideal pero no por ser teoría puede pensarse que no tendrá realidad jamás. Es necesario trabajar por ella. Por ejemplo, es fundamental trabajar por la paz, aunque la paz perpetua no llegará a instalarse en este mundo. La consideración y compañía del principio de corresponsabilidad que complementa al principio individual de responsabilidad, son decisivas en esta empresa. Todas las razones de la razón expuestas en estos párrafos y dignas de merecida atención son necesarias, están presentes a la luz de la inteligencia, abren el camino pero nunca serán suficientes, para argumentar de manera seria acerca de lo justo y lo verdadero. La ética de la razón cordial invita a tener tiempo para contemplar determinados valores y distinguir los sentimientos morales del corazón con miras a salvaguardar las exigencias legítimas de todo ser humano y elevarse más ardientemente hacia el ser mismo de la realidad humana desde la abundancia inagotable de la verdad. 3.6 El reconocimiento cordial. Es verdad, que el hombre puede hacer mucho por el hombre. A pesar de las circunstancias actuales, en las que el ser humano muestra gran interés por lo tangible, lo inmediato, lo insustancial, lo entretenido, se consagra por parte de personas de valía intelectual, la atención seria a verdades profundas y el retorno hacia el reconocimiento de los valores supremos. Vale la pena mencionar que, el mayor riesgo del tiempo presente, es que la interdependencia, con la expansiva globalización, no se instale paraleladamente con la interacción ética, en beneficio del desarrollo realmente humano. La historia nos ha demostrado que la sola razón, ni la sola voluntad no bastan para lograr los objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador. Un hombre puede hacer casi todo por el otro, salvo una sola cosa: querer, amar. “Se trata del acto más puramente personal, de la más genuina manifestación del yo en lo que tiene de único”243. El amor tiene que tener ojos propios porque es a través de ellos que encuentra al amado. Se hace necesario y primordial, de este modo, el reconocimiento de la presencia del corazón en la existencia humana. La ceguera emocional de nuestros días cubre con su sombra al entendimiento y al corazón de la gran

243

Suárez, Federico. La puerta angosta. Madrid: Rialp, 1973, p. 28.

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mayoría de los seres humanos. La pregunta necesaria es ¿qué beneficio aporta hacer el mal? En pleno siglo XXI, se ha dicho adiós al compromiso responsable de la compasión y a la realización del bien del otro por falta de justicia. Sentir el dolor de los demás en carne propia, así como disfrutar sus alegrías, al lado de ellos, es vocación de la más pura cepa humana. El vínculo compasivo brota del corazón humano. La ethica cordis, muestra su empeño en enseñar que el vínculo comunicativo cuenta con una dimensión argumentativa sobre lo verdadero y lo justo, pero que además, cuenta con una dimensión cordial y compasiva sin la cual tampoco podría haber comunicación. “La compasión es el motor de ese sentido de la justicia que busca y encuentra argumentos para construir un mundo a la altura de lo que merecen los seres humanos, el vínculo compasivo que brota de lo más profundo del corazón”244. Es la compasión el sentimiento que cobija la justicia. Ella es el suelo fértil con capacidad de com-padecer el sufrimiento y el gozo, permite un nuevo crecimiento. Por lo tanto, “la razón íntegra es entonces razón cordial porque conocemos la verdad y la justicia no sólo por la argumentación, sino también por el corazón”245. Normas y valores van de la mano. La persona no puede renunciar al valor y sentirse obligada únicamente por la norma, pues se olvidaría de los elementos humanos fundamentales, que van más allá de la argumentación y lo conducen hacia una mejor humanidad. Es peligroso poner de lado los valores que siempre motivan a la persona a la acción y siente la obligación de realizarla. Si el ser humano es capaz de distinguir que un argumento es mejor que otro, que un procedimiento es más válido que otro para realizarlo, es porque el hombre tiene capacidad de estimar y reconoce que el argumento o el procedimiento son aceptados porque están ya preñados de valores. Asimismo, el hombre advierte su propia dignidad gracias a que posee capacidad para reconocer lo valioso que él es en sí mismo. Con el mismo don de estimar, la persona es capaz de admitir que la ética de la razón cordial se gesta y permanece en “el espíritu de finura”246. La fuerza que dinamiza nuestra manera de comportarnos, nuestro ethos, no proviene de fuera surge de nuestro propio interior. Ser el consuelo de los demás nace, también, de la finura íntima. En la tarea de mejorar la forma de convivir se puede sustentar que “la calidad de vida de un hombre se reduce en última instancia a la calidad de sus relaciones humanas y éstas al afecto que las vivifica”247. Los afectos muestran las preferencias de las personas, pero especialmente, los afectos nobles y sublimes muestran proceder de un corazón cariñoso, a su vez, inteligente, talentoso y espiritual. La existencia humana se ensancha cuando los afectos nos preparan para amar. Cada persona tiene una biografía única en la que permanece una reserva de vivencias personales que van perfilando su sentir.

244

Cortina, Adela. Ética..., p. 190. 245

Ibídem, p. 191. 246

Pascal, Blaise. Del espíritu geométrico, Diferencia entre el espíritu de geometría y el espíritu de finura.

México: Editorial Origen, S.A., 1984, p. 242. 247

Martí García, Miguel Ángel. La afectividad, p. 14.

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El hombre “prefiere aquello que se ordena mejor a su forma de ser y de entender la vida”248. Cuando la persona manifiesta tener un corazón afectuoso es porque previamente, ha interiorizado profundamente, que cada persona es un ser irrepetible, digno de consideración. Para poder vibrar en la misma latitud, es importante resaltar que en una acción comunicativa, el clima personal, por parte de las personas que la realizan, exige entendimiento común pero también, un sentir común. La sintonía es indispensable. Es verdad que los argumentos deciden qué es lo más justo, tienen la preeminencia pero lo más justo se descubre comprendiendo lo que está realmente en juego, cuáles podrían ser los intereses universalizables y qué experiencias se encierran en los recorridos biográficos únicos. Atender, con escucha respetuosa, las historias que nos permiten conocer el dolor ajeno y con ellas fecundar nuestra sensibilidad. La comunicación cordial, y no solo la argumentación, es necesaria. Hoy, se requieren corazones llenos de afectos, de empatía, de solidaridad, de sintonía de sentimientos y de ligadura en el reconocimiento de los intereses de otros. “La voluntad de justicia es imposible sin el reconocimiento cordial de los otros en su alteridad y sin conciencia de tener obligaciones morales consigo mismo”249. Debe surgir del modo como el hombre se concientiza de sus actos y los dirige por sí mismo. Las relaciones personales que el hombre realiza concientemente son más estables y tienen mayor solidez; pero, evidentemente, dependen de la historia personal de cada quien y de distintos factores difíciles de precisar. Sólo quien es capaz de reconocer que el carácter comunicativo de la persona se compone de un carácter dispuesto al reconocimiento, aspira ya a la verdad. La reflexión acerca del carácter, se extiende al mudarnos, nuevamente, a la esencia del carácter, generador de apertura. El carácter abierto ayuda al hombre a transformar su espíritu con “opción de ser más”250, a ensancharlo con el descubrimiento de horizontes nuevos, de pensamientos originales, diferentes y universales. La apertura de espíritu concede descubrir nuevos compromisos, nuevas esperanzas. Basta alzar la mirada para reconocer que hay promesas más fecundas que el dinero, el poder y la diversión. Este último pensamiento lo abordó Sócrates en el siglo V a.d.C. : “Hombre de Atenas, la ciudad de más importancia y renombre en lo que atañe a sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de afanarte por aumentar tus riquezas todo lo posible, así como tu fama y honores, y , en cambio, no cuidarte ni inquietarte por la sabiduría y la verdad, y porque tu alma sea lo mejor posible?”251. El ser humano siempre tiene la posibilidad de hacer algo mejor o peor. Lo importante es el reconocimiento del deber consigo mismo. La persona de carácter ya no pone la atención en la victoria fulgurante ni en la ilusión del gran éxito. Coloca su atención en lo valioso y permanente. Forjarse un buen carácter es la hazaña de mayor desafío para un ser humano. “Kant sí propone una antroponomía, un conjunto de virtudes que habría de

248

Ibídem, p. 32. 249

Ibídem, p. 208. 250

Sellés, Juan Fernando. La persona humana, tomo III. Bogotá: Universidad de la Sabana, 1998, p. 27. 251

Platón. Obras Completas, Defensa de Sócrates. Madrid: aguilar s a ediciones, 1990, 28 c/29 e.

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incorporar quien deseara obrar obedeciendo a los imperativos de su libertad. La predisposición a obrar bien no se improvisa, los arqueros se entrenan todos los días si quieren dar en el blanco”252. Hoy se propone, la apertura, como característica fundamental del carácter, como la fuerza silenciosa para estar abierto a la crítica racional porque muchas veces nuestras convicciones son falibles y nuestros intereses muy particulares y, además, no son los únicos. Un segundo rasgo del carácter comunicativo abierto es la presencia del reconocimiento “de los derechos de los demás miembros de la comunidad al exponer sus intereses, al aportar sus argumentaciones y al escuchar las propuestas y argumentos de los demás253”. Todas las variaciones del tema de la comunicación son innumerables pero se apuesta porque lleguen hasta la esperanza de erigir un mundo mejor. Adela Cortina habla de una tercera cualidad del carácter comunicativo abierto que es aconsejable contemplar: la capacidad de compromiso por la justicia. Estando en solidaridad mutuamente, nos pertenecemos y aceptamos atendiendo a nuestro destino de comunidad. Implica estar unidos y superar los propios prejuicios, las barreras, los límites y adelantarnos y encaminarnos con verdadero compromiso hacia una nueva dimensión y hondura humana. La afectividad es un elemento fundamental en el conjunto vital del ser humano; sostiene alianza entre personas. Dicha afectividad es la única capaz de explicar el orden del amor desde el interior de la persona y construir una comunión humana en torno a la comunicación por medio de la actividad de la virtud de la cordura. En la dinámica de la comunicación también está la ley de la reciprocidad. En la misma coordenada, es necesario cultivar el carácter con una cuarta virtud, la esperanza, que mueve al hombre a reunirse a dialogar en serio y conceder confianza magna en los intereses universalizables de todos los seres humanos. No hay que olvidar que “razón e inteligencia están ligadas a los afectos, que impregnan la dimensión del deseo. Construir al sujeto que afectivamente desea argumentar en serio porque le importa averiguar qué es más justo para los seres humanos es una de las grandes tareas de la educación moral”254. El carácter se forja tomando decisiones inteligentes. “En esta forja participan la inteligencia y el sentimiento, la lógica del corazón, que se expresa en el reconocimiento compasivo, lado insobornable del vínculo comunicativo”255. Aunque pareciera una conclusión obvia, bien sabemos que a lo largo de la historia ha provocado reacciones contrarias. Propone la cordura como virtud soberana. Esta virtud hunde sus raíces en el corazón. Su nombre procede del latín “cor-cordis que significa corazón, afecto, pero también inteligencia, talento, espíritu, incluso estómago, para ser justo y bueno”256. La virtud por excelencia en el universo griego era la “prudencia

252

Cortina, Adela. Ética..., p. 211. 253

Ibídem, p. 212. 254

Ibídem, p. 212. 255

Ibídem, p. 213. 256

Ibídem, p. 214.

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considerada como el arte de elegir entre el exceso y el defecto, pero sucede que la virtud de la cordura inscribe los cálculos de la prudencia en el corazón de la justicia. Sabe que vivimos en el horizonte de la justicia, y nuestros proyectos de vida feliz, más que prudentes, tienen que ser cuerdos: buscar vivir bien en el marco de la justicia compasiva”257. La virtud de la cordura sabe de juicios lúcidos pero a su vez compasivos. La cordura con actividad encauza desde la rectitud del corazón nuestra acción al bien. La virtud de la prudencia, por su parte, opta por lo que conviene a mediano y largo plazo, es una virtud, esencialmente individual. Invita a la cooperación pero también al conflicto. No incluye a todos, según sea la situación y contexto. El depende es su mejor aliado y se da tiempo para pensar si aquello que se considera es lo más conveniente en cada contexto específico de acción. Es bueno contar con ella, sin duda alguna, para evitar falsas ideologías, idolatrías, utopismos, pero puede olvidar que somos desde nuestra relación recíproca porque gestiona astutamente el propio bien. “Puede ser muy sabia, pero sin corazón”258. La prudencia es una virtud más intelectual que moral porque es formalmente intelectual y materialmente moral en cuanto que aplica los principios de la razón práctica a la materia moral. Por ello, se dice que es una virtud anfibia, media entre las virtudes intelectuales y la morales. La consideración de la prudencia y de la cordura en tanto que virtudes vivas y operantes en la vida del individuo y la comunidad, es distinta de la consideración ético especulativa. Aquí, de lo que se trata es de contemplarlas como medios conducentes y oportunos en la ética de la razón cordial. En el reconocimiento cordial yace un ser humano con dignidad. Se abre un sentido nuevo. El hombre es merecedor de satisfacción de necesidades básicas y de apoyo al incremento y potenciación de sus capacidades para favorecer la multiplicación de sus propios bienes humanos. De este modo se hacen claras las necesidades que nunca se pueden reclamar como derechos ni satisfacerse como deberes. “Son las necesidades que sólo satisface quien se sabe y siente obligado a la gratuidad, sin la mediación de deberes y de derechos, sino porque se sabe y siente con otros desde la abundancia del corazón”259. Se constata, así, que es necesario penetrar en el universo del corazón para distinguir entre los bienes de justicia, que pueden y deben exigirse como derechos y los bienes de gratuidad, que no pueden exigirse como derechos porque no se pueden satisfacer como deberes. De esta manera, el reconocimiento cordial es la fuente que genera exigencias de justicia y obligaciones de gratuidad, para que toda persona sea reconocida en el valor de su ser. Importa en la ethica cordis, como se puede apreciar, los aspectos cordiales y no únicamente los epistémicos del vínculo comunicativo. Es verdad que para que haya una comunicación auténtica es necesario un carácter abastecido de virtudes para dialogar en serio y una decidida voluntad de justicia que brota de la experiencia de la compasión.

257

Ibídem, p. 214. 258

Ibídem, p. 214. 259

Ibídem, p. 216.

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¿Hasta qué punto las personas tienen capacidad de defender sus derechos por medio del diálogo? Por medio de esta ampliación se facilita medir el desarrollo de un pueblo. Se presenta así como requisito indispensable capacitar a las personas para defender sus intereses. Con ello se dirige nuestro enfoque al motor de esta voluntad de justicia, el reconocimiento cordial de los que son iguales en dignidad, y diversos en capacidades, diversos en identidad260. La constatación del reconocimiento cordial abre las puertas para poder detectar las injusticias. Son los afectados quienes mejor pueden interpretar sus necesidades. Se respeta la libertad y la dignidad de los demás, informando, creando plataformas para la participación activa. En el diálogo serio, el vínculo, la ligatio, se debe de comprender en dos sentidos: el primero, como vínculo entre los posibles participantes hacia una búsqueda lógica de lo más justo por medio de la argumentación y el segundo, como vínculo entre seres humanos que se saben “carne de la misma carne y hueso del mismo hueso”261. Éste último pone de relieve, la participación interior que hace posible el sentir y saberse obligado a apoyar a los otros con espíritu atento a sus palabras, acontecimientos, situaciones, experiencias y con profundidad humana de lo particular. Estos dos vínculos se complementan porque difícilmente se daría el diálogo serio sin el reconocimiento del segundo. Asimismo, los principios son necesarios en la ética de la razón cordial. Su presencia es necesaria porque permiten una realidad visible y jerárquica. Ellos organizan adecuadamente las funciones para regular las multiformes relaciones entre las personas teniendo como fundamentos primordiales el amor y la compasión para garantizar y delimitar con esmero los derechos individuales y conservar, fortalecer y promover mediante sus normas las iniciativas comunes dirigidas a una vida humana cada vez más perfecta. Los principios de una ética cívica cordial, en la consideración de Adela Cortina serían: 1) no instrumentalizar a las personas (principio de no instrumentalización); 2) empoderarlas (principio de las capacidades); 3) distribuir equitativamente las cargas y beneficios, teniendo como referencia intereses universalizables (principio de la justicia distributiva); 4) tener dialógicamente en cuanta a los afectados por las normas a la hora de tomar decisiones sobre ellas (principio dialógico); 5) minimizar el daño en el caso de los seres sentientes no humanos y trabajar por un desarrollo sostenible (principio de responsabilidad por los seres indefensos no humanos). Si bien es verdad que las personas no deben de ser remitidas a fines que ellas no han elegido porque finalmente son capaces de elegirlos por sí mismas, significando así el verdadero respeto de la autonomía propia y ajena, de tal modo que el otro no sea manipulado en contra de sus fines y la persona no permita que otra la manipule, “el reconocimiento recíproco en la forma de dignidad exige considerar a las personas como fin positivo de las actividades

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Ibídem, p. 237. 261

Ibídem, p. 215.

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humanas. No se trata sólo de no manipular, sino también de sí empoderar, de actuar positivamente para potenciar las capacidades de las personas.”262 Cada persona debe ser la protagonista de su propia existencia que elige vivir. Pero quien considera en serio potenciar las capacidades de las personas, también entendidas como libertades, reconoce como discurso complementario, los derechos humanos, no como un mandato legal, sino como exigencia ética, como un derecho moral. El mandato legal sería ulterior al fundamento de los derechos humanos. Éstos últimos pueden inspirar una legislación, pero las leyes no son una característica constitutiva de los derechos humanos, su principio, su raíz está en la moral. Lo fundamental es el reconocimiento de los derechos y no la concesión de los mismos. El derecho del hombre, en primer lugar, es una exigencia que faculta llevar una vida digna. En segundo lugar, requiere reconocimiento de la misma exigencia. Y en tercero, es una obligación. Se presenta una responsabilidad para satisfacer las exigencias de los derechos. Por ello se dice que los derechos humanos tienen que tener en cuenta el proceso por el cual esas libertades o capacidades pueden encarnarse. Existen derechos mínimos frente a la privación total, por ejemplo, la libertad de estar bien nutrido, vivir sin enfermedad, libertad de movimiento, participación en la vida pública, etc. Siempre se atenderá a los contextos. Es necesario e importante distinguir “los valores favorecidos en una sociedad de forma dominante de aquellos para los que cabe esperar una más amplia adhesión cuando se permita una discusión amplia, con información adecuada, y cuando los desacuerdos puedan expresarse sin miedo”263. La cuestión no es sólo de medios, sino de favorecer el primado de las actividades en la vida del ser humano, reconociendo la capacidad de ejercer determinadas funciones con libertad. Aquí es central el valor personal y se hace un llamado a la libertad del hombre con el fin de mirar las posibilidades que puede dar la vida. Finalmente, incluye el principio de protección de aquello que es internamente valioso y vulnerable. La responsabilidad humana de cuidar aquellos seres que carecen de alma personal pero que colaboran inmensamente durante nuestra estancia terrenal. La vida realmente humana está preñada de afectos. No hay que olvidar que la realidad se advierte desde la alegría o la tristeza, desde la euforia o la admiración, descifrando con la inteligencia sentiente, si esa realidad es digna de rechazo o de preferencia, de atención o de desinterés. Cualquier persona con ceguera emocional se muestra indiferente y se verá imposibilitada para elegir entre distintas alternativas por más elevado que sea su coeficiente intelectual. En su realidad el ser humano está en constante formación de lazos afectivos, de lo contrario, se deterioran las relaciones humanas. El clima interior de cada persona, si ha sido bien cultivado, permite que su temperamento, a pesar de no haber sido elegido, sino dotado genéticamente,

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Ibídem. p. 225. 263

Ibídem, p. 229.

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sea modificable, a través de las propias elecciones forjando el carácter, progresivamente, y de esta manera, otorgando sentido a su vida moral. “Desde nuestras tendencias heredadas, vamos eligiendo las mejores posibilidades y apropiándonos de ellas, como el zapatero elige sus mejores cueros para hacer su zapatos, apropiarse de sí mismo es la clave de la vida moral”264. Para ello es necesario el convencimiento profundo. Es necesario, ahora, plantear el tema de la educación en la razón cordial. Ciertamente, en nuestros días, debido a las circunstancias actuales, resulta difícil para padres y maestros enseñar el camino de los valores y virtudes en un mundo en el que tanto hijos como alumnos parecen haber trazado sus proyectos vitales tan distintos de los de sus progenitores o maestros. Conviene advertir, que para forjar el carácter, es necesaria la educación del deseo, principalmente. Las energías de una persona deberán movilizarse para lograr sus propios fines. Aprender y querer diferir las gratificaciones es indispensable para consolidar la voluntad. Si el ser humano adquiere esta habilidad logrará resistir al impulso, demorándolo y con la educación del esfuerzo aprenderá a querer y no a permanecer en el deseo. Lo esencial y propio del esfuerzo es el sentido, el para qué, como fruto de una decisión personal. La persona con su inteligencia ordenará sus metas, con aplicación concreta en logros presentes pero con miras a un bien mayor a mediano y largo plazo. En el plano personal, se pondrá en relieve, motivarse a uno mismo, ser constante en nuestros empeños, dominar nuestros estados de ánimo, entrenarnos en el control de impulsos, evitar que la angustia interfiera en nuestros estados racionales y emocionales, graduar las diversiones y los entretenimientos. En el nivel social es aconsejable aprender habilidades que favorezcan las dimensiones sociales y cívicas de la vida, las relaciones humanas y de la educación para potenciar el desarrollo y el crecimiento de la sociabilidad. “Las dimensiones básicas de la educación de la sociabilidad constituyen el fundamento para la acción social en su vertiente de comunicación y participación”265. Aquello que nos une en la convivencia humana son la palabra y la acción, es decir, la comunicación y la cooperación. La cordura - la sabiduría cordial - hace presente la necesaria degustación de lo valioso por sí mismo para dar entrada en la vida del hombre, a aquellas virtudes que tallan y elevan el espíritu humano. “Por eso la educación del deseo es como un proceso de degustación de aquello que merece la pena por sí mismo, de un proceso de degustación de una vida digna de ser vivida. El deseo tiene una doble vertiente: el de lo útil y el de lo valioso por sí mismo, el de lo deseable por el beneficio que reporta y el de lo deseable como digno de ser deseado, el del cálculo, que se expresa en el lenguaje de los recursos, y el de lo admirable266. La valoración de la realidad es un aprendizaje que nos

264

Ibídem, p. 249. 265

Naval, Concepción. Educación de la sociabilidad. Pamplona: Eunsa, 2009, p. 12. 266

Cortina, Adela. Ética…, p. 252.

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conduce a abrirnos a realidades distintas. Ciertamente, tiene un doble componente: aprender a interesarse por lo digno de estima y a su vez, que los objetos de conocimiento sean interesantes. En cada cultura hay diferencias. ¿Cómo educar a los jóvenes para un futuro mejor? El signo de esperanza se encuentra en ellos. ¿Radica la respuesta en la propuesta de una ciudadanía cosmopolita cultivada desde el corazón de todo hombre? Tal vez nos resulte difícil admitir que una ciudadanía compartida se fragua con hombres de virtudes bien arraigadas y con propuestas comunes desde el respeto mutuo y la amistad cívica. Todo ello confluye merced a la buena educación: formar personas auténticas, sujetos morales, merecedores de confianza, dirigidos a obrar bien, pensar bien y animosos en compartir con otros acción y pensamiento. La educación implica un basto conocimiento. El ser humano enriquecido por la cultura se abre buen camino en la vida. La ignorancia no es buena compañera. Con la sola buena voluntad y sin conocimientos no crece una sociedad. El hombre debe estar siempre bien educado, formado e informado, así podrá aprovechar mejor sus recursos y ser menos permeable al engaño. Educar habilidades y adquirir conocimientos es un factor esencial de desarrollo. La información es necesaria para precisar un juicio moral, de lo contrario, se cede el lugar al prejuicio y precisamente el proceso de conocimiento tiene la función de esclarecer el pre-juicio hasta formular el juicio. No es desde la falta de conocimientos que se construye un mundo mejor. Es necesaria la colaboración de profesionistas y expertos, “diseñar cada uno en su campo, alternativas humanizadoras y viables, y no pronunciamientos abstractos y a intentar ponerlas en marcha, además de llevarlas a la esfera de la opinión pública”267. El contacto educativo es necesario y hoy, debe ser más ilustrado y más humano. Las desigualdades sociales permiten conocer al hombre el sufrimiento que está presente en el mundo. En el mal natural no participa la libertad humana escapa a la fuerza del hombre, pero el mal que es el resultado del equivocado uso de la libertad, ese sí supone una gran responsabilidad de cara a los inocentes y a la sociedad. Atender las demandas de justicia y hacer nacer obras de amor en las personas para formar una civilización humana en la cultura de la entrega de sí y del compromiso, requiere penetrar en la realidad del prójimo con mayor profundidad, dando testimonio del valor auténtico de la persona, que no toma en cuenta ni su eficiencia ni su apariencia, sino el valor de sí misma. De este modo, se abre un sentido humano inteligente, con dos aspectos a su vez inteligentes y sentientes: el sentido de justicia y el sentido de la gratuidad. El sentido de justicia, siempre ha proclamado dar a cada quien lo que le corresponde, pero en el reconocimiento cordial el ser humano no sólo se siente exigido a dar al otro lo que le corresponde, sino que sabe que es inaplazable compartir con el otro lo que ambos necesitan para ser felices. Más allá del derecho y del deber, desde donde dimana la exigencia de la verdad misma, se hace presente la ligadura honda de unos a otros, secreto de la felicidad. “De

267

Ibídem, p. 256.

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ella brota el mundo de las obligaciones, que no pueden exigirse, sino compartirse graciosamente, el mundo del don y del regalo, del consuelo en tiempos de tristeza, del apoyo en tiempos de desgracia, de la esperanza cuando el horizonte parece borrarse, del sentido ante la experiencia del absurdo”268. Estos bienes de gratuidad brotan desde la abundancia del corazón. Educar en el siglo XXI desde la ethica cordis, implica una lectura más profunda y espiritual, para captar lo que de más íntimo y singular posee el hombre, y así, descubrir la reciprocidad amable, inteligente y cordial desde los entes dotados de inteligencia, voluntad y corazón. En realidad, lo fundamental en la persona es su carácter espiritual y, no únicamente su lugar dentro de la sociedad. No importa solamente la función social que realiza el hombre, pues el ser humano se define no por lo que hace, sino por su mismo ser. Desde el ojo interior de la persona, nace el reconocimiento de lo definitivo, es decir, del concepto espiritual de sí misma. “Es una pretensión legítima que nuestra persona prevalezca sobre la función social que desempeñamos, porque la última manera por la cual una persona puede ser generosa consiste en que se reafirme a sí misma para darse al otro, y en este darse al otro encuentra su más cabal afirmación”269. Hay necesidad de educar en la colaboración, cooperación, participación y solidaridad. Lo verdaderamente humano es, dilatar el ser y las capacidades propiamente personales para posibilitar la apertura a los otros y así dar muestra de haber interpretado rectamente, el mejor patrón para lograr óptima grandeza, riqueza y dignidad personal. El cosmos espiritual del hombre no se agota en la ciudadanía. A modo de ejemplo, basta mencionar el ejercicio constante, que por amor asumen la madre y el maestro. La buena madre y el buen maestro viven orientados hacia la luz de lo alto. Su encargo es, desplegarse desde su riqueza interior, hacia la reserva humana, alumbrándola y transformándola con generosidad de espíritu. Primero ser, después dar muestras de ser un buen ciudadano. 3.7 Algunas consideraciones acerca del corazón humano. Un análisis profundo de la afectividad humana reivindica el origen espiritual de algunos sentimientos. A lo largo de los siglos se ha establecido una desconfianza hacia la esfera afectiva dada la frecuencia con que se emplea el término sentimiento como ilegítimo, liviano, epidérmico o pasional. Bajo esta consideración, es necesario esclarecer la ambigüedad existente en el uso de la palabra sentimiento. Si bien, es verdad, que el hombre es capaz de sentimientos corporales, como el dolor, la fatiga o la sed, también lo es de espirituales, como el amor, la tristeza, la compasión…que requieren, primeramente, la aprehensión de un objeto motivante y ponen en guardia al corazón para encenderlo en amor, en alegría o tal vez, en descubrirse acongojado ante el dolor sufrido por alguien.

268

Ibídem, p. 263. 269

Llano, Carlos. Ser del hombre y hacer de la organización. México: Ediciones Ruz, 2010, p. 129.

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En el terreno de la afectividad, Santo Tomás nos ofrece una fundamentación ordenada, segura y rigurosa. Con depurada riqueza de percepción, inteligencia y sensibilidad humanas indaga acerca del recinto ontológico de la afectividad. Lejos de toda óptica superficial actual, afectividad significa “la posibilidad de ser afectado por una realidad que bien puede estar dentro o fuera de la persona”270. Asimismo, nombra pasión a toda respuesta afectiva y, a su vez, la valora como un sentirse atraído o “padecer el influjo que media directamente en el hecho, con el concurso de la inteligencia y voluntad”271. Se aprecia que su modo de estimar la pasión se encuentra lejos de toda interpretación moderna en razón de instintos, impulsos, emociones, etcétera. La pasión es la afectación del sujeto por el objeto apetecido, en sentido genérico. Para el Aquinate el amor es una pasión porque es una respuesta afectiva. Posteriormente, lo considera, un movimiento personal hacia la complacencia en el objeto apetecible, que es el deseo y finalmente, señala, reposa en la quietud y el gozo. El factor desencadenante en cada estado afectivo, sea el vegetativo o natural, el sensitivo o el racional es todo aquello que posee razón de bien, causa de amor a modo de objeto, que se pone en movimiento cuando reconoce algo que lo complementa y perfecciona. De tal modo que el amor viene a ser ese caminar hacia el bien con el impulso del deseo272. Brota de esta última convicción una pregunta fundamental. ¿Estará el hombre siempre en condiciones de recibir el verdadero bien? ¿Cómo lo capta para su perfeccionamiento? Porque de cada estado de la persona, sea el natural, el sensitivo o el intelectivo emanan tendencias o apetitos proclives a ser afectados por agentes externos apropiados al correspondiente apetito. Advierte Santo Tomás: “La perfección para el hombre estriba no sólo en conocer y querer el bien con su razón y su voluntad, sino también con su afectividad y además que camine en la misma dirección con su actuación externa”273. Al comentar Santo Tomás el Salmo 83.3: “Mi corazón y mi carne se regocijaron en el Dios vivo”274 señala que pertenece a la perfección del bien moral que la persona se dirija al bien, no únicamente desde su voluntad, sino también desde su afectividad, de tal modo que se entienda por corazón el apetito intelectivo y por carne el apetito sensitivo. Así, abre la posibilidad al corazón, con su razón sentiente, de juzgar y sentir lo conveniente, el bien y el mal, en relación al fin último del hombre. Se sabe bien que, las experiencias afectivas auténticas deben ser autorizadas por la voluntad para ser válidas y desaprobadas cuando los sentimientos son

270

Aquino, Tomás de. Suma de Teología I q 80 2. 271

Aquino, Tomás de. Suma de Teología I q 81 3. 272

Sierra Álvaro. Preguntando por el corazón. México: Minos Tercer Milenio, 2009, p. 100. 273

Aquino, Tomás de. Suma de Teología, I – II, q 24, a 3. 274

Sagrada Escritura, Salmo 83, 3.

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ilegítimos. “Una respuesta afectiva autorizada posee tanto la plenitud afectiva, que es una prerrogativa del corazón, como la solidez garantizada por un acto de la voluntad” 275. Además, en el corazón del hombre radican fibras de las más nobles y dignas de la naturaleza humana. Un corazón capaz de amar, de conocer la ansiedad y el sufrimiento ajeno, capaz de afligirse con el otro, de conmoverse, está manifestando la esfera más tierna, más interior, más secreta de la persona. Asistimos a una época de despersonalización humana. En realidad, es un error ir en contra de la dignidad del hombre. Por ello, es tan necesaria la voz del corazón para permear la afectividad del ser humano, sobretodo, aquellas dimensiones desconocidas del corazón que en sí mismas son tan excelsas. El corazón, centro fundamental del alma humana, reconoce la amplitud, peso y profundidad del amor. Solamente quien entrega su corazón al amado sabe amar. Es así que el ser humano siente el impacto de esta bondad del corazón y de este modo, la realidad de la afectividad se transfigura. En el pasado, el error radicó en la consideración de la idea originaria del corazón en su carácter irracional y no espiritual. Es fundamental, conocer la razón de ser, el objeto que motiva para revelar la verdadera naturaleza del sentimiento y no reducirlo a un mero estado sentimental. Cuestionarse el por qué, el acerca de qué, qué lo engendró, de dónde deriva su sentido y significación, por ejemplo: albergar la esperanza respecto de qué objeto, ¿el bien, quizás?, alegrarse de que tal realidad exista… y la alegría responda a un acontecimiento culminante. En las relaciones afectivas legítimas hay una relación significativa conciente entre la persona y el objeto. Si se separa la experiencia afectiva de su objeto se destruye su intrínseca substancialidad, dignidad y seriedad. Es por ello que, las respuestas afectivas con resonancia espiritual, están motivadas y conocen la razón y conciencia respecto del objeto. Su existencia se debe siempre a un motivo y éste último, entendido como el conocimiento de un suceso que reviste cierta importancia. A diferencia de las voliciones, “las respuestas afectivas no son libres de modo pleno y directo. Por un lado, la toma de postura afectiva no está tanto en nuestra mano traerla al ser como la volitiva, pues la primera implica a la persona de un modo más pleno y global que la segunda y en la respuesta afectiva no se contiene el imperio sobre otras actividades, por falta de posibilidad en la realización de su objeto, o por falta de intensidad de la respuesta misma”276. Hoy, se requieren respuestas afectivas auténticas, profundas, genuinas dado que el corazón está expuesto a tantas perversiones, desviaciones y con ellas, se arrastra a todo el ser. “La experiencia de la felicidad es algo afectivo, porque es el corazón quien la experimenta, y no el entendimiento ni la voluntad”277. “La felicidad tiene su

275

Von Hildebrand Dietrich. El corazón. Madrid: Palabra, 2001. p.11. 276

Sánchez-Migallón, Sergio. El personalismo ético de Dietrich von Hildebrand. Madrid: Rialp, 2003., p.

27. 277

Von Hildebrand, Dietrich. El corazón, p. 53.

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lugar en la esfera afectiva, sea cual sea su fuente y su naturaleza específica, puesto que el único modo de experimentar la felicidad es sentirla”278. Las manifestaciones humanas más extraordinarias brotan del corazón y la misión del corazón es insustituible en la vida humana. Además, las mismas experiencias afectivas de índole espiritual son motivadas por valores supremos. La respuesta afectiva al valor presupone, a su vez, la cooperación del intelecto y la voluntad. Según sea la percepción del valor en el hombre, así será la anchura de su propio mundo. La vida es búsqueda fructuosa con la penetración de los valores en el alma. Es así, que la visión del valor debe traducirse en amor, testimonio y fuego del corazón. Al recorrer este sendero, interesa la afectividad humana y personal. Para millones de personas, hoy, el hecho de conmoverse se considera trivial. En respuesta a una racionalidad fría, pragmática, utilitarista, hedonista se captan tendencias antiafectivas, aunque se tolere y se afinque la fuerza de la ambición, el temperamento fuerte, la vivacidad. Contra todo subjetivismo patente, Dietrich von Hildebrand propone la afectividad tierna como capacidad esencial para la rendición a llamamientos nobles y en los que está implicado el corazón. La afectividad tierna “se manifiesta en el amor en todas sus formas: amor paternal y filial, amistad, amor fraterno, conyugal y amor del prójimo. Se muestra al conmoverse, en el entusiasmo, en la tristeza profunda y auténtica, en la gratitud, en las lágrimas de grata alegría o en la contrición”279. No obstante, la afectividad tierna se identifica, con cierta frecuencia, con experiencias afectivas de tipo inferior. Es importante señalar que en ambos reinos de la afectividad, el físico pasional o el afectivo tierno, el material puede ser legítimo, deformado o presentar aberraciones. Me gustaría señalar, por ejemplo, que la afectividad enérgica, propicia el deporte, su tenaz entrenamiento es una ejercitación para la vida y con ello se advierte su carácter realmente humano. La diversión social, por su parte, que muestre objetivos elevados, según el ángulo y el contexto, surge como valor positivo. Por su parte, la afectividad tierna desarrolla un gran dinamismo pero se trata, en esta consideración, de una plenitud interior. Es un estar con los valores elevados. Este tipo de afectividad reclama un tipo de conciencia, de alegría de conversión, una elaboración interior, una actitud de donación hacia el otro. La actitud del hombre debe adecuarse a la verdadera naturaleza, tema y valor del objeto para responder al bien, “en la felicidad dirige sus pensamientos a la razón por la que es feliz”280. La persona debe estar convencida del valor objetivo de su experiencia afectiva, de su sentido, de su atmósfera y con ello instalarse en el terreno de lo espiritual e inundar el corazón de profunda alegría y amor. La persona amante espera el llamado del corazón del amado. No basta que el amado decida amar. Se necesita el carácter generador de alegría ante su

278

Ibídem, p. 32. 279

Ibídem, p. 93 y 94. 280

Ibídem, p. 100.

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presencia, de comunión espiritual, de entrega del corazón, de manifestación profunda de su verdadero yo. Tampoco hoy, está en contra de la dignidad humana, el reconocimiento de las experiencias afectivas como dones naturales que proceden de lo más hondo del ser de la persona, internándose en el amor que todo lo transforma. Son expresiones de la propia personalidad autorizadas por la voluntad. “Nuestro amor profundo por otra persona es un don de lo alto, algo que no podemos darnos a nosotros mismos; sin embargo, sólo cuando unimos este amor con un sí de nuestro libre centro espiritual se alcanza el carácter de una autodonación completa”281. Este es el punto esencial vida en comunión, la unión personal. 3.8 La voluntad El hombre ¿hacia dónde es capaz de ir? Ambiciona, al salir de su estrechez, una búsqueda mayor y reclama algo más. El fundamento de su condición humana le permite al hombre tener memoria de su grandeza y sabemos que, únicamente, desde su altura se alumbra su esencia. El ser humano necesita ir hacia delante sin cesar, encontrar el camino, a través de una profundización interior, por medio de la cual, se abre al sentido de cada realidad y advierte su conveniencia o inconveniencia. Con ello, abordamos el contenido del tercer centro espiritual de la persona humana: la voluntad. Ella es “la facultad del querer libremente lo verdadero y lo bueno”282. Representa de manera especial aquella facultad que no se ordena a ninguna voluntad ajena. Le basta ejercer su propio acto de querencia. De frente a cualquier bien terreno, por razonable y bueno que se le presente o ante una límpida visión del mal, esta fuerza nunca pierde su libertad. Sin embargo, para el ejercicio de su plenitud es necesario un conjunto de principios morales de buena orientación para que su libertad, lejos de achicarse, aumente tomando las decisiones propicias a cualquier hora, en cualquier momento, en cualquier situación, en cualquier circunstancia, “pase lo que pase”. Por su parte, tanto los estímulos sensibles como las verdades presentadas por el entendimiento a la voluntad, no son en sí mismos, causa de decisión de la voluntad. Ésta última se despoja, se desnuda de cualquier influencia y toma bajo su custodia la exclusiva de sus firmes resoluciones. La enérgica rectitud que reclama la práctica de la voluntad, ha de darse la mano con la edificadora reflexión, siendo ésta última “una reflexividad expresa, por la que queremos querer”283. Es necesario esterilizar el entorno existencial e intelectual de lo sombrío para permanecer fieles al arte de saber decidir y al arte de saber actuar. Desde la misma personalidad consistente brotará un mejor sí, distinto del sí de aquellos seres humanos que no alcanzan a vencer, un no querer dejar de ser yo, con cada gusto, con cada apetito, siempre

281

Ibídem p. 139. 282

Llano Cifuentes Carlos. Formación…, p. 78. 283

Ibídem, p. 83.

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buscándose a sí mismos. La personalidad humana se embellece con nuestras decisiones y acciones; ella es muestra de dominio de sí mismo. Para que la voluntad decida correctamente, es necesario que la inteligencia se habitúe a recoger, sin aderezo ninguno, el bien real, en toda su integridad, manifiesto en la presencia del objeto en consideración. Aristóteles pone en guardia al ser humano cuando con una razón profunda precisa: “la voluntad mira al fin, pero este fin, para unos es el bien real y para otros el bien aparente”284. Asimismo, para el hombre es imprescindible, la visión panorámica con perspectivas amplias, que colabora en el desarrollo de la capacidad de síntesis del sujeto y le ayuda a advertir las consecuencias de sus actos. Pero querer el bien, tiene un umbral mayor. Querer el bien del otro, en cada gesto, en cada movimiento, en cada sentir, en cada tramo de la existencia personal sin determinaciones, ni términos, ni condiciones, abre los brazos al tránsito de la amistad. Para ser amigos “deben descubrirse los sentimientos de benevolencia que les animan recíprocamente”285. ¿Qué puedo yo ofrecer al otro? ¿Qué bien puedo hacer a los demás? Apoyado por la armonía de mis cualidades más nobles puedo presentar el bien objetivo a mi prójimo con carácter de amor y ejercicio de donación. Un éxtasis, un salir fuera de sí mismo, lejos de frescas sombras de comodidades y deberes omitidos. Reconocer la bondad del objeto y del bien del otro requiere, como en un diálogo de confianza, la virtud de la humildad. Siempre benigna e indispensable en el encuentro con la verdad. Humildad encarnada a manera de estructura de un modo de ser. Y es precisamente, por encontrarse en el ámbito del ser, que la amistad colabora, inmensamente, en la formación de la voluntad. “Mi más verdadero ser lo encuentro en el darme”286. Querer la voluntad del amigo descentrando la propia, habiendo conocido de antemano, el vuelo de su espíritu, la transparencia de su alma, la belleza integral de su persona, es signo de mismidad personal. El hombre, al entregarse, es más él mismo porque al hacerlo involucra todas sus dimensiones, su fondo personal y establece el compromiso de la voluntad, forjando a través de la amistad, la unidad de quereres. Gusta recordar que la voluntad ensancha sus posibilidades, cuando con clara visión, se vierte en el bien en sí, es decir, el bien mejor para mí, para el otro y para todos, el bien verdaderamente valioso. ¿Qué bien debe ser querido o quién amado? Realmente, ¿el bien que me cautiva o me es presentado, es el bien que yo buscaba? Momento crucial en la vida del ser humano. Conozco el bien pero ¿tengo dominio voluntario para no ser sujeto de persuasión? ¿Poseo la sensibilidad necesaria para descubrir los valores que deben regir mi existencia en cada circunstancia concreta?

284

Aristóteles. Ética Nicomaquea, Traducción de Eduardo Sinnot, LIII 4 6. México: Buenos Aires:

Colihue, 2010. 285

Aristóteles. Ética…, LVIII 2 30. 286

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización del amor. México: Fondo de Cultura Económica,

2006, p. 48.

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Ante los variados pareceres de cada persona, se podría pensar que los valores humanos hechos carne, no abrirían un arco triunfal de dicha más noble y más fuerte. Pero cada valor supremo impone su luz, su verdad y por esencia es perfectivo. La exigencia de los primores de la perfección en el hombre, lleva dentro de sí, la delicadeza de conciencia del valor y la participación de las virtudes en la formación de la voluntad. La presencia de virtud es la nota fuerte y característica de la existencia, que se efectúa con equilibrio y concentración de esfuerzo. Requiere horas fatigosas de raíces firmes que sepan mirar, que superen obstáculos, descubran ventajas e inconvenientes y muestren eficiencia y eficacia en la realización de sus decisiones. Pero al mismo tiempo, “la virtud es facilitación, ahorro de tiempo y naturalidad”287. Los hábitos buenos, además, deben de ir siempre acompañados del amor a la verdad y a la rectitud. “La persona se hace lo que ama”288 pero bien claro está que debe amar, ordenadamente. Saber plegarse continuamente al bien suscita el bienquerer. Es necesario aprender a querer para saber decidir dignamente, a través del cristal de los valores originales, que no admiten fallos en sí mismos. De ahí la importancia de la participación de la moral para determinar si aquello que se decidió querer, merece plena aceptación o no. Esta decisión valiosa y atractiva deberá unirse a la voluntad de sentido, mediante la cual nos establecemos, exitosamente, en nuestro quehacer existencial. Y en estos momentos de luz formativos, se requiere visión magna para el reconocimiento de la clara fusión que se establece entre voluntad y motivación. A modo, de una vela eterna encendida, la voluntad recorre el camino con el abrazo inseparable de los motivos. Ellos poseen la fuerza y eficacia suficiente para mover al hombre a pensar, actuar, hacer y amar. La voluntad motivada dispone a la persona a la acción, en pos de un bien. Menciona Oliveros F. Otero, dos tipos de motivaciones: “Las motivaciones de preponderancia nos mueven a buscar bienes exclusivos. Las motivaciones asociativas nos impulsan a buscar bienes comunicables”289. Las primeras responden al individualismo posesivo, saturando al yo de bienes privilegiados e impidiéndole, por difícil que sea, arrancarse de sí mismo, para ofrecer lo mejor de su estampa humana y favorecer un ambiente social compatible, requiriendo la presencia de los otros, sin comparación alguna, para ser plenamente feliz. En las segundas, la persona se instala en el darse y comunica su acervo espiritual a los demás, sin mengua ninguna de su libertad. Desciende al nivel de los demás y se abre a las necesidades ajenas : canta y ríe con el alegre, enferma con el que carece de salud, encarna humildad y pequeñez con aquél que sufre pobreza, suda con el trabajador infatigable. Descubre los valores espirituales y reconoce que los bienes exclusivos son medios, no fines. El roce con los bienes comunicables le permite asegurar que el núcleo de ellos yace en el mundo interior de la persona. Sus elementos no tienen forma, ni materia,

287

Otero, Oliveros F. La educación de la voluntad. Madrid: Yumelia, 1999, p. 24. 288

Citado por Oliveros F. Otero en La educación de la voluntad. Rodríguez Luño, A. Ética general.

Pamplona: EUNSA, 1993, p.33. 289

Oliveros, Otero. La educación…, p. 115.

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ni figura: la amistad, la salud, la solidaridad, la cooperación, el desprendimiento, el amor, etcétera. La esplendidez de esta facultad superior del hombre, cincelada con ensayos diarios, sin precipitaciones, abre las puertas al amor de carácter estable. Por experiencia sabemos que, el espíritu más libre es aquél que se rinde a las exigencias del amor. ¿La raíz secreta? La entrega de sí. ¿Cómo? Con sudor constante, día a día, limando las astillas del carácter, limpiando el corazón, siendo éstos, toques de cambio operados en la voluntad. 3.9 Educación para el amor. Nuestra identidad espiritual, en conformidad con la vida de amor, nos invita a enraizar nuestros propósitos, en suelo firme y a permanecer siempre, con voluntad decidida, cerca del bien verdadero. El hombre vive su vida, expresándola, con su pensamiento, con su tenaz voluntad o con su sentimiento, a través del arte, de la amistad, del trabajo, de la religión, del deporte, de la técnica, de la ciencia, de la moral, de las letras. En fin, hace cultura. En ello, el ser humano imprime su cuño personal y otorga a cada acción su sentido, logrando, en la mayor de las veces, un afinamiento espiritual de sesgo trascendente. Por ello, para la persona adherirse al bien verdadero es una especie de necesidad interna y de fermento vivificador para configurar su propia existencia. Pero la grandeza de las manifestaciones culturales del hombre reside en el amor que las haya animado a ejecutarlas. Todo se realiza mejor en la atmósfera del amor. “El objeto del amor es la posesión constante de lo bueno”290. La persona posee honda capacidad para amar y progresar con ella. Ama su trabajo y aquello que lo circunda. De modo especial, tiene conciencia de los beneficios de su amor con los seres humanos. Su futuro es prometedor, amando. Por tanto, el amor exige alejarse del poder del egoísmo para dar buenos frutos. El amor es un apoyo para el intelecto humano para conocer y mirar un bien con más claridad y posteriormente, escogerlo y amarlo. Marchar por la vía rumbo a la civilización del amor precisa educación para saber amar. Con ella, se busca dar paso a la integridad humana pues, “la finalidad de la educación debe estar ordenada al fin del hombre, a la perfección de su esencia espiritual”291. La educación para el amor realiza un cambio profundo en el ser de la naturaleza humana, enriqueciendo su forma primaria y dinamizando la nueva adquirida. Educar significa entregar a pleno pulso, lo mejor de sí mismo. Así, el educador va permeando la inteligencia de sus educandos de bellezas nuevas, que seguramente, ellos dejarán caer a su paso, en cada rincón de su existencia, quizás revestidas de la más sencilla forma.

290

Platón. Obras Completas…, El Banquete, 204 e / 205 e. 291

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización…, p. 118.

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La enseñanza, sabemos por experiencia, está vinculada a grandes renuncias y a grandes donaciones. El maestro por excelencia sabe que la vida misma nos compromete a vivir amorosamente dentro de una sociedad que se reconstruye sin cesar. Ante las exigencias de nuestro tiempo, Juan Pablo II nos recuerda: “amando se descubre esa honda capacidad de darse que eleva a la persona y la ilumina interiormente”292. Es una llamada a unir los corazones entre sí, a trabajar animosamente para vivir en un mundo mejor, renovando entregas porque el amor no es para unos minutos, ni para unas horas. Por experiencia sabemos que, en el corazón del hombre reside el cofre del amor. Sin embargo, sólo los esforzados podrán arrebatar el tesoro. Para este proceder se requieren corazones de seres humanos acostumbrados al calor fraterno, determinados por el amor. Sin desistir, ellos siempre amarán respetar a los demás aunque vayan por distintos caminos de los suyos. Amar significa dar pasos adelante en el ser para los demás. Implica mejora personal en el recibimiento a los otros, en el trato benigno, en el gesto del abrazo, en la hermandad plena. “La educación debería enseñarnos el modo de estar siempre enamorados y de qué nos deberíamos enamorar”293. Las nobles facultades del espíritu deben unirse armoniosamente y trenzar el amor. A la educación del amor va unida, también, la responsabilidad social. La actitud que se demanda es aquella que por sí misma establece un compromiso, revalorando a los hombres con sus necesidades propias. Vale la pena mencionar que la falta de justicia y el sufrimiento no representan impedimento alguno en nuestro afán de encomendarnos unos a otros. Antes bien, constituyen una referencia a romper la distancia y dar un paso decisivo con la unión de voluntades y el ejercicio de la libertad creadora. Ante las injusticias sociales, se debe formular una gran empresa: renunciar al bien propio exclusivo, en aras del bien común distribuido. Consagrar el empleo de nuestros propios recursos como ofrenda para hacer y decir en cada ocasión lo que haya de hacerse y decirse, sin abandono de un mejor que exista en el camino. Cada nación, debe preparar una entrega profunda y constante al bien común. La comunidad armónica se mantiene cuando el bienestar de la mayoría es alcanzado habiendo satisfecho las necesidades más simples. Es importante participar con voluntad de servicio y entera colaboración para ser todos en nuestra nación y en el mundo. El hombre es más humano, más semejante a sí mismo, cuando expande su alegría interna ofreciendo el bien. Al mundo le hacen falta hombres desbordantes de amor, contagiados de amor. La anticivilización del terror, del narcotráfico, de la guerra cubren con su ropaje de mentira la vida noble, sublime, alegre a la que aspiran los designios del amor. Urgen los principios supremos en las relaciones esenciales de convivencia. “Sobre la justicia de la ley esta la justicia del amor. El ordo amoris no deroga pero sí supera el ordo justitiae”294. El amor es inseparable de la vida.

292

Juan Pablo II. Encuentro con el mundo de la cultura. Presencia y palabra de Juan Pablo II en México.

México: Cydsa, 1990, p. 158. 293

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización..., p. 118. 294

Ibídem. p. 131.

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Ahora bien, el amor, por su misma anchura, altura y profundidad trae inmerso un tejido con el valor. “Esta posibilidad sólo existe cuando se está convencido de que sólo un sentimiento rico en valores es capaz de edificar un amor verdadero, un amor que es una virtud y, por tanto, debe ser una fuerza habitual para la convivencia”295. En la educación para el amor interesa, especialmente, el amor de benevolencia, el cual nace en el interior propio, “enseñando a transformar cada dificultad en un valor de la misma persona”296. Este amor de querer el bien conduce a actuar porque guarda una vinculación personal con la presencia de la persona amada. El amor es luz de la existencia del hombre. El valor puede abrir el camino hacia los demás o bien, cerrarlo, según sea el rango del valor. Se presenta un peligro grave si se alteran los valores más fundamentales. Es cierto que, los pensamientos inútiles invaden, el carácter resbala, las pasiones enredan reflejando en el ser humano confusión. De ahí la importancia de ordenar los valores . Todos ellos deben converger con el valor fundamental de la persona. No es digno del hombre caer en una actitud parcial, desordenando la jerarquía y, de esta manera, perdiendo la visión integral del hombre y de su vocación. La ordenación de los valores supone una lucha interior, exige situar el amor hacia otra persona en la horma del ser, porque el amor y el ser nacieron juntos. Y así como el amor es luz, es necesario no perder de vista que el valor, una vez descubierto, siempre y en primer lugar, debe ser entendido por la luz de la inteligencia, enseguida, presentado a la fuerza de la voluntad y posteriormente, sentido. Por otro lado, a cada valor sublime corresponde una obligación. La existencia que no se realiza con entrega, se desequilibra llena de vacío. Por ello, el amor ordenado hacia sí mismo, el amor de amistad, el amor conyugal, el amor de comunidad debe contener el aliento de la integridad ética. A modo de ejemplo, el cumplimiento del planteamiento utilitarista reserva a la persona dentro del territorio del consumo. Pero el trato con la verdad nos recuerda que en el ámbito del amor, los afectos no son un fin en sí mismos. La persona sí. Por lo tanto, resulta que toda esta acentuación pragmática es peligrosa porque se corre el riesgo de que cuando terminen los afectos también termine el amor. El verdadero amor, a diferencia de los sentimientos de placer, no se consume, sino que permanece. De ahí la importancia de lograr el tránsito del sentimiento expresivo, inmediato, espontáneo a la virtud. Al ser el hombre, unidad de cuerpo y alma, su amor humano es a la vez sensible y espiritual. Gracias a la fuerza del espíritu, quiebra el egoísmo, despobla al corazón del no dar, otorgando a la persona una pincelada bien lograda de perfección. El amor en el ser humano es un sentimiento intenso, también, una virtud, pero sobre todo, es un acto libre de la voluntad. Esta facultad, en lo más íntimo de sí misma, palpa y asegura que ese amor, sin rasgaduras, no únicamente permanezca, sino que se oriente hacia su crecimiento, ofreciendo siempre, un nuevo florecer.

295

Wojtyla, Karol. El don del amor. Madrid: Palabra, 2001, p. 114. 296

Ibídem, p. 115.

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La estructura del amor personal, a diferencia de otras operaciones del alma que comprenden un objeto, tiene dos objetos. Santo Tomás de Aquino, con el apoyo de la definición aristotélica, define el amor como una operación espiritual que “consiste específicamente en esto, en querer el bien del amado”297. Por lo tanto, el amor en su dinamismo, integra dos elementos que se requieren mutuamente: el bien objetivo que se quiere para la persona amada y el “amor a la persona como bien intersubjetivo”298. Es una unión afectiva, un acercamiento en el que la inteligencia está lista para otorgar la adhesión y esclarece el camino. Quizá la pluma humana no pueda expresar la grandeza de la experiencia amorosa. Las dimensiones intrínsecas que comparten esta donación son la belleza, la bondad y la verdad. Ante esta riqueza, se estima la imposibilidad de la bandera empírica o racionalista, pues, el amor, reclama no ser medido con medidas humanas, no encontrarse en latitudes parciales, sino asumir en el ser un algo siempre nuevo. ¿Cuál es la medida del amor? “La medida del amor es el don de sí”299. No podemos olvidar que la vida es un don de amor y, por ende, en virtud de nuestra experiencia, el amor humano también lo es. En el trasfondo de esta afirmación se hace necesaria la respuesta, por parte del hombre, del darse para trascender, rebasando sus propios límites. El don de sí es “una actitud de responsabilidad que se extiende a toda la vida y a todo el proceso de educación”300 ayudando a consolidar la madurez espiritual de la persona. La entrega de sí desvela constantemente el ser de la persona y el hombre se realiza en el amor porque amar es obrar para otro. Ciertamente que en el amor, también, hay sitio para el encuentro. Pero, ahora, éste último, viene configurado por una triple relación, presencia-encuentro comunión. Son tres momentos distintos de una misma relación interpersonal y que actúan como fundamento, revelación y fin del carácter moral de nuestras acciones. La presencia, entendida como fase inicial y aceptación de la persona; el encuentro, como acontecimiento revelador, partícipe con toda su verdad interna; la comunión de personas que contiene “la elección de la persona como fin intencional de mis actuaciones”301, la comunión es el elemento que ilumina la acción amorosa desde dentro. Sólo en esta comprensión, se esclarece la participación de los tres elementos que condicionan y surgen como respuesta al fin del amor pero que, además, exigen reciprocidad. Ésta última, entendida como “una acogida al propio don de amar”302. El vínculo de unión de esta triada es la dinámica comunicativa, que ya había mencionado, anteriormente y su fundamento último, el bien. Juan Pérez-Soba define, bellamente esta relación: “El bien original de la presencia se convierte en una promesa de comunión en

297

Aquino, Tomás de. Suma contra gentiles II LIII q 90. Madrid: B.A.C., 2007, p. 328. 298

Cid, Teresa. Persona, amor y vocación. Valencia: EDICEP, 2009, p. 95. 299

Wojtyla, Karol. El don..., p. 169. 300

Ibídem, p. 193. 301

Ibídem., 97. 302

Ibídem., 97.

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el encuentro, en la medida que pide una respuesta”303. Es la ejecución de una acción excelente. Cuando dos amigos se quieren bien y surge el amor de benevolencia, hace presencia la reciprocidad. En ella, actúa el donante y actúa el receptor. La reciprocidad es vida y actuar común. Se desea el bien mutuo para ambas personas y se da. Se trata de una donación interpersonal y libre, con sello de gratuidad y, además, dialógica porque supone una respuesta. El amor y el don piden ser correspondidos, no en el sentido de recibir otro don a cambio, sino de “llevar a plenitud el don que se da”304. El latido vivo del amor siempre comunica un bien que arde de gozo. Este bien que se comunica es la presencia interior de cada uno. Se comunica el propio amor a la otra persona: una conversación, un trabajo común, el interés en una preferencia, la estima, las acciones, los sentimientos…. Es necesario apuntar que es la persona quien da unidad a este dinamismo. El amor es a través de la acción que llama a la comunión. Con sus dos elementos participantes, ya mencionados, el amor da muestra de la irreductibilidad de la persona al considerarla en su acción, sujeto y objeto, al mismo tiempo. Corresponde mencionar aquí, la hermosa tarea de descubrir el sentido inconmesurable que subyace, que es, la apertura del amor a otra persona, para que su acto sea calificable de pleno. Ahora bien, con este acto de plenitud, el hombre “llega hasta la trascendencia personal, esto es, hasta reposar su intencionalidad en la persona del otro”.305 La perspectiva del amor es luz para la “interpersonalidad fundante del amor”306 y muestra con la suficiente nitidez, el acomodo del ser moral en la acción del amor, cuando se tiene conciencia de la vocación originaria al amor. Teresa Cid menciona las relaciones interpersonales básicas: “ser hijo, para ser esposo y llegar a ser padre. Por eso la verdad inicial de la libertad del hombre es el descubrimiento de un esse peculiar: el de ser hijo. Así pues, el conocimiento de la verdad de la persona nace por la recepción de un amor personal que vive a modo de presencia, se nos revela en plenitud por medio de un encuentro que concreta nuestra vocación al amor y está finalizada en la construcción de una comunión de personas”307. Esta perspectiva nos ofrece caminos de perfección a seguir conformes a la plenitud de lo humano. La vocación al amor establece un compromiso con el hombre, un ofrecer un sincero don de sí. La madre en su primer beso entrega a su hijo las llaves del tesoro de la vida. Es el milagro del amor, del ser, del crear, del servir, de la entrega. Es todo un acto de verdad, de bien, de belleza. El don de sí, en primera instancia, nos invita a ser hijos, encontrando el mejor modo humano de

303

Citado por Teresa Cid en Persona, amor y vocación. Cfr. J.J. Pérez-Soba, El corazón de la familia, p.

97. 304

Cid, Teresa. Persona…, p. 131. 305

Ibídem, p. 98. 306

Ibídem, p. 98. 307

Ibídem, p.98.

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hacerlo en nuestra vida. Si bien es verdad que se nos ha dado la existencia por amor también estamos llamados al amor. La vocación al amor es un “proceso de construcción personal”308, un llamado, mediante el cual forjamos una historia de amor, mucho más importante que la sola idea del amor. Los términos amor y libertad se unen a través de una conjunción y constituyen el fundamento del amor como una vocación. El término vocación ilumina la relación entre el yo y la realidad y permite a la persona descubrirse a sí misma. En esta idea se incluye la totalidad del hombre. De ahí la importancia de cuestionarse y responderse a sí mismo para realizarse en plenitud. Brotan del llamado, múltiples acciones. El realizar nuestra propia vocación nos conduce a una vida superior. Por ello, es tan importante dar unidad a todas las acciones desde mis virtudes personales. Es toda una vía de personalización. El amor es necesario para vivir. Es el amor el que da un sentido profundo a nuestra existencia. Nadie crece, adecuadamente, sin amor. Con el amor se desarrollan verdaderamente, las maravillosas potencialidades de la condición humana. Con él se experimenta lo más bello, lo más noble, lo más sublime. Por su parte, el don del amor antecede a cualquier sentimiento, a cualquier virtud, a cualquier acto libre de amor de la voluntad. Este don del amor siendo del todo espiritual es la vocación fundamental e innata de todo ser humano y remite a un amor primero, como a su fuente. Si nuestra vida nos ha sido dada, este mismo acontecimiento nos remite a nuestro origen. La educación para el amor, en oposición a la barbarización del ser humano, se cristaliza atendiendo, simultáneamente, al amor ordenado a uno mismo, al amor al hombre y al amor hacia el ser fundamental y fundamentante, Dios ser originario de todo cuanto existe. La persona, de esta manera, configura su auténtica promesa de ser. Con los mismos ojos que se contempla la belleza de lo creado, con los mismos se debe llegar a la alta visión de nuestro fundamento de ser y existir, a la inmersión en Dios, “origen ejemplar y eficiente de todo amor”309. Cuando el espíritu escudriña esta verdad se torna más diáfano y más radiante. Educar para el amor extiende sus brazos, al reconocimiento de la fuente de toda felicidad profunda y verdadera. “El amor a Dios es la respuesta par excellence al valor, el acto más trascendente y más objetivo del hombre”310. El Ser Supremo es un bien objetivo para todo ser humano. En la vida terrenal, el hombre que sabe contemplar y estimar, lo descubre merced a su infinita generosidad y comprende que debe responder a su Belleza. “Ninguna verdad, ninguna bondad, ninguna belleza habría sin la existencia de un Dios que no se confunde con lo creado, con lo participado y lo mudable”311. Se establece de

308

Ibídem., p. 105. 309

Woytila, Karol. El don…, p. 166. 310

Von Hildebrand, Dietrich. La esencia del amor. Navarra: EUNSA, 1998, p. 159. 311

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización…, p. 146.

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esta manera una dependencia ontológica con el Creador, porque gracias a Él, la persona se mantiene en el ser. La persona sabia reconoce que su existencia depende de Él. Existe una relación entre Creador y criatura. Por ello, cuando la persona tiene conciencia del valor de su existencia, agradecerá y gestará, más fácilmente, el amor a quien se la ha otorgado y en admiración deleitosa a Él, abrirá su espíritu a una dimensión nueva de entrega y compromiso personal. Es necesario dar testimonio del amor en nuestro entorno. Apremia modelar nuestra vida con el amor y poner a su servicio todas nuestras posibilidades. Sólo así, seremos personas verdaderamente humanas. Ser hombres y mujeres de verdad, de alegría, de misericordia, de compasión, de perdón. Enseñar a los demás que el amor es la estrella de la vida. Si bien, no tiene ojos pero que bien ve. No tiene oídos, pero sabe escuchar atentamente. No tiene voz pero habla todas las lenguas, está acostumbrado a la expresión. Tampoco tiene manos y pies pero brinca las fronteras de cualquier corazón humano. En fin, perfumemos de amor nuestros distintos ámbitos, de trabajo, de familia, de estudio, de amistad, de recreo. El dinamismo del corazón nos recuerda que el ser humano necesita siempre atención cordial y que el amor da testimonio de su nobleza cuando manifiesta gestos, favores concretos, relaciones fructíferas a favor de los otros. Es importante vivir cultivando el espíritu de comunión porque somos seres en relación. Educar para el amor es crecer en la verdad. Amar y ser amado es el anhelo mayor de todo ser humano. Cada ser humano es más él mismo, amando. Por ello, la inteligencia, en su eminente papel, necesita impregnarse del amor. “No existe la inteligencia y después el amor; existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor”312. Así se entiende la integración de la racionalidad propia de la acción desde la lógica del amor y el valor cognoscitivo del amor. 3.10 Hacia la civilización del amor. Qué difícil resultaría para el hombre ejercitar sus facultades superiores y no poder alcanzar la verdad. Su obrar, entonces, no tendría sentido. Pero la realidad es que la verdad nos precede y es trabajo humano descubrirla y develarla. En lo hondo de su intimidad, la persona advierte el llamado de la verdad inagotable. Lo cierto es que ésta última, no es creada por la mente del ser humano. Está para ser asumida por cada uno de nosotros y una vez, que se ha encontrado debe ser comunicada. Con cuanta prontitud la persona debe reconocer que la verdad y el amor van juntos. Ambos son fuerza de nueva creación. El amor alcanza las fibras más profundas del ser humano y lo transforma. Y la verdad, por su parte, resplandece con el diálogo de los hombres libres. Cada hombre, según su espíritu, les dará espacio o no en su interior. La apertura del mismo es

312

Ratzinger, Joseph. Yo Benedicto XVI. Madrid: Cobel Ediciones, 2010, p. 29.

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fundamental para que el hombre, más allá de su propio círculo, se sitúe al servicio de la verdad, enriqueciéndose con las cosmovisiones de los otros seres humanos. Por eso, la célebre máxima, Amor a la verdad, exige la totalidad de la entrega humana. Se trata de una búsqueda amorosa, sincera y vital. San Agustín advierte con lúcida conciencia que “el corazón vacío de verdad”313 deja sin suelo al hombre en el indigno abismo de la mentira. Si somos fieles a la verdad, sabremos ser solidarios con los demás. Sabemos que todos los seres humanos somos iguales por naturaleza, por origen y destino. Nada más necesario que la tolerancia hacia nuestros semejantes de todo el orbe. Ser tolerante implica flexibilidad, paciencia, comprensión. El rechazo, la marginación, la exclusión o la anulación del otro no forman parte de la civilización del amor. No se trata de sofocar a los otros con malas acciones o presiones. Cuando el hombre tiene clara visión y apertura hacia los demás y cree en un mundo mejor, se despierta con sed de conocerlos mejor y con esfuerzo común, participa con ellos en la verdad y conoce, a esta última, más profundamente. “La comprensión hacia los semejantes constituye el verdadero rostro de la tolerancia”314. Además, es precisamente, gracias a la tolerancia que la mayoría de las grandes manifestaciones de reciprocidad entre culturas y religiones se hacen realidad. De este modo, se hace presente el respeto por la dignidad y la conciencia humanas. Cada ser humano tiene su propia autoestima. A nadie le gusta recibir mal trato. La persona es un ser en el mundo que se interrelaciona continuamente. Es un “valor en sí y el primero entre todos los valores humanos”315. Tratar a cada persona con amor magnánimo como a mí mismo me gustaría ser tratado, es la norma por excelencia de la buena convivencia. En nuestros días, la consideración de la dignidad personal se encuentra adormecida. Tal parece que el mismo hombre ha olvidado su propio valor y manifiesta rebeldía en contra de su propia naturaleza. Todos estamos invitados a participar en la construcción de la civilización del amor; sea con la palabra, con la vida, con la donación plena, teniendo como fundamento sustancial, la justicia, la libertad y la verdad. Siempre bajo los designios del amor, sea en el diálogo y en la tolerancia, también. La civilización del amor propone la reconciliación entre los pueblos, repudia las murallas psicológicas que dividen a los seres humanos; ella misma está pensada para vivir en hermandad con los otros y además está abierta al perdón, como muestra humana del más caro signo de la esencia personal. Hay que luchar por el cultivo de la libertad espiritual para terminar con el fomento de valores superficiales y hedonistas. Importa mucho más el esfuerzo de unir y coordinar que atender a los conflictos de desconocimiento y separación.

313

Agustín, san. Confesiones, LIII. 6. 10. 314

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización…, p. 148. 315

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización…, pp. 150 y 152.

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La justicia por sí sola es insuficiente. Su rostro se enriquece cuando está unido al amor. Afirma Santo Tomás que la paz social es “obra indirecta de la justicia, en cuanto removedora de obstáculos, y directa de la caridad, en cuanto principio o fuerza de unión”316. Los conflictos externos no pueden ser eliminados, únicamente, con normas jurídicas; es necesario, dentro de cada hombre, fundar el verdadero amor con rectitud, sin espejismos ni fantasmas de virtud. La justicia, de está manera, se irá esponjando a modo de ternura con encantos de hermandad. Tras nuestro objetivo, eficacia en la primacía del amor. Todo brote humano ha de estar salpicado por el amor, sin arrugas de egoísmo en el corazón humano. A su vez, se requiere capacidad de simpatía para dolerse con el sollozo ajeno. Cada persona posee su propia llama de amor para participar en el amor colectivo. Por ello, es necesario atender al llamado de la coparticipación, corresponsabilidad y ayuda recíproca. En la civilización del amor no interesan los etnocentrismos: “comulgamos, no por la biología, sino por el espíritu”317, expresión en la que se manifiesta, terminantemente, el primado de la igualdad esencial de los hombres en el espíritu. Es necesaria la jerarquía de valoración para potenciar correctamente nuestra existencia en el ámbito cultural, espiritual y material. Hoy en día asistimos a una búsqueda insaciable de satisfacciones inmediatas y bienestar a todo precio. El hombre está inmerso en la técnica y el mercado. Así, estos días traen la carga de una confusión moral sin igual. Por el contrario, la persona está llamada a admirar y encarnar los valores nobles, dignos, desinteresados, merecedores de toda gratitud humana, porque ahí están, sin reservas, para ser asumidos por todos los seres humanos. ¿Qué sucede en nuestro tiempo? Casi nadie vive dentro de sí. Hay crisis de intimidad. El hombre acepta vivir extrovertidamente, únicamente, con verdades parciales, dejándose arrastrar por el espíritu de manada, sin pensar en la interioridad humana. Las mentes débiles y distorsionadas, todo lo trivializan y en su obrar impersonal constituyen una civilización sin amor, sin sentido y sin donación. “Un mundo que sólo es material, se vuelve inhóspito”318, advierte Benedicto XVI. Urge una renovada toma de conciencia, formación desde el interior, acciones amorosas para que camine la civilización del amor. Ir más allá de nuestras circunstancias, trascender, colocando la materia a un lado y reconocer, especialmente, el círculo del amor. Así pues, a partir de la confianza y la esperanza en el hombre, se puede proyectar un mundo más justo y más humano, sacudiendo la brecha entre pobres y ricos, devolviéndole algo de su brillo y belleza original. Hay motivos para alegrarse aunque la tarea sea inconmensurable. La sal del proyecto, no debe llegar únicamente al entendimiento sino que puede comunicarse también al corazón del ser humano.

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Aquino, Tomás de. Suma de Teología, II, II. q. 29, a. 3 ad 3um. 317

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización…, p. 267. 318

Ratzinger, Joseph. El resplandor…, p. 200.

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Hoy, el hombre - le guste o no - vive a escala global. La globalización, a pesar de sus problemas, debe aportar más beneficios y hay que aprovecharlos. Presenta, desde su orden exterior, corrientes más modernas de comunicación, de producción, de mercado, de financiamiento y alta tecnología. Como todos sabemos, cada nación puede dialogar en el escenario internacional, si así lo desea. Ahora bien, así como viven los seres humanos a escala universal, así- mismo cabe erigir, con inequívoco realismo, un entendimiento universal. Con la comprensión mutua estaremos más cercanos uno del otro y surgirá nuevamente el retorno a la sincera amistad. La cálida proximidad de la amistad nos ayuda a vivir diariamente. Tampoco está hoy en contra de la libertad, de la dignidad y de la grandeza del hombre plasmar un humanismo nuevo acorde con la integridad de la persona, fortaleciendo su formación humana universal, internándola en el amor. Si atendemos a las propiedades del ente, menciona el filósofo regiomontano, Agustín Basave Fernández del Valle, “a la unidad que nos salva del desdoblamiento y la disgregación, a la verdad que nos conduce a la autenticidad, a la bondad que nos libera de defectos y vicios y a la belleza que nos convierte en sujetos de complacencia”319, la persona adquirirá un mejor acabamiento en su afán de perfección amorosa. En la civilización del amor se busca un humanismo abierto a la trascendencia, llamado a considerar las distintas propiedades esenciales del hombre y no una sola, de índole absoluta, como podría ser el caso de la libertad, la materia o la razón. “Una postura unidimensional conduce al antihumanismo porque niega la totalidad del hombre. En el humanismo abierto la persona se eleva más arriba del universo, no excluye nada de lo humano y por ello incluye la dimensión de la trascendencia o de la fundamentalidad de la existencia humana, acrecentando el valor personal y procurando el bien de todos” 320. Dicho humanismo apunta a un más allá, a una esperanza que todo ser humano debe reconocer y encontrar apoyo. Para que el hombre complete su perfectibilidad necesita del amor. Para ello se propone el valor del intelecto amoroso con la inclusión de una síntesis constructiva y comprensiva de la cultura de nuestros días y con el retorno a las razones y valores universales y eternos. La idea de una sabiduría superior debe brillar fuertemente para lograr la necesaria recomposición ideológica y la reconstrucción del hombre integral. Es la difícil composición unitaria metafísica-ética-artística-política-científica-espiritual que recibe los valores esperados por el hombre como realizaciones perennes de la verdad, bondad, justicia, belleza y paz. Además, es primordial el reconocimiento del valor de la existencia humana. ¿Cuál es su razón de ser? ¿Acaso no es el amor? Si falla el amor en la vida del hombre, entonces, ¿qué hace sobre la tierra? El ser humano realiza bien su diario vivir, no solamente ejerciendo su trabajo en un taller, en un campo de

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Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización…, p. 277. 320

Ibídem, p. 278.

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cultivo o en un despacho, sino amando. Con qué fuerza, con qué insistencia y exigencia le obliga el amor. “El humanismo universal integral es síntesis personalista y comunitaria”321. Su supremo sello es la organización de la cooperación entre los hombres. ¿Qué bien hay que hacer y qué mal evitar? El bien común debe crecer numéricamente, distribuyéndolo. A ello tiende precisamente la formación plenaria de la persona, con sus cualidades propias: autoformación, autogobierno, disciplina externa y espíritu de servicio. El hombre al servicio del hombre. “La colaboración común conduce a la perfección común”322. Así se entiende mejor lo que significa trabajar unos con otros y convivir como verdadera comunidad. Hago votos porque nuestra existencia se realice en términos de semejanza, de proximidad, de hermandad, de buena ciudadanía y verdadero amor a la patria y al mundo. Recordemos siempre que “el amor es participación, comunidad y alegría”323. El hombre ha sido testigo, a lo largo de la historia, que sometiendo el espíritu a la materia, su vida se torna caótica y tragedia moral, dado que, de este modo, se destruye el orden de la realidad. ¿Por qué arrastrar al hombre hacia la pura materialidad? Así, la persona deviene causa y no, un fin en sí mismo. De esta manera, el amor humano es una promesa vacía. Hay que alumbrar el camino, tener muy claro, la primacía del espíritu, la libertad espiritual por encima de todo materialismo, sin miedo ninguno pues, el espíritu también sabe dignificar la materia. La experiencia del amor quedaría en un bello sueño, en un sentimiento transitorio, sin compromiso alguno, sin fuerza si no nos dejamos conducir por el espíritu. Para atender a esta interpelación es necesario el sentido crítico, para el logro de una verdadera elevación cultural y espiritual. Dada la teleparticipación y la comunicación inmediata en todo el orbe, el hombre o la mujer deben cuestionarse: ¿este programa televisivo o esta noticia, si la asumo, de qué modo me enriquece o me destruye como persona? ¿Realmente, debo pertenecer al mundo del espectáculo, de la mercadotecnia, a la generación de pantalla? ¿Qué modo de ser en el mundo debo elegir? ¿Me apego a fórmulas vacías de contenido? El ser humano constantemente, anhela un mundo mejor, un vivir noble y generoso. Proceder a la consideración de la transformación de la sociedad es tarea humana. Ojalá que la rebeldía que manifiestan los jóvenes sirviera para establecer las bases de un futuro luminoso. Jóvenes y adultos dan muestra de vacío existencial, de aburrimiento, de agotamiento de la vida, es decir, de la nada banal y cínica de nuestros días. Pero, afortunadamente, “el porvenir no es fatalidad, sino obra de libertad y esperanza”324. Hay que superar los temores para abrir la puerta a la esperanza y proclamar la importancia de la verdad y el bien.

321

Ibídem. p. 279. 322

Ibídem. p. 280. 323

Ratzinger, Joseph. El resplandor…, p. 82. 324

Basave Fernández del Valle, Agustín. La civilización…, p. 293.

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En las democracias pluralistas no cabe sofocar las libertades. Queremos rostros sonrientes pero espíritus serios. Creo, sin dudar un instante que, parecería imposible compaginar estas dos fisonomías, cuerpo y alma, en nuestro mundo actual. En la civilización del amor urge forjar, con ejercicio prolongado, la faz de la unidad en la diversidad. A su vez, se formulan múltiples interrogantes desde la ciencia ética porque los gustos de la vida espiritual no son fijos, la amistad puede fracasar, el sabor de sentirse admirado puede desvanecerse, por ser instrumentos mudables. Todo se torna desilusión. En los momentos de desesperación, dada la miseria de la condición humana, la ética desde su alto sitial quiere acompañarnos. Ella sube cuesta arriba con tal de que el hombre alcance los fundamentos sólidos por excelencia de la existencia humana. “¿Cómo hablar de desarrollo integral y de enfoque unificado con un puro desarrollismo económico, ayuno de los más altos valores de la especie humana?”325. ¿Por qué minusvalorar las certezas esenciales? De este modo, la tarea de transmitir las normas verdaderas de comportamiento se complica. La ética de la razón cordial nos llama a un humanismo solidario, respetando la autonomía de cada persona y de cada grupo, con todo el peso de su significado. Nos invita a vivir junto con las exigencias profundas del corazón humano. Es la hora de llevar a todas partes nuestra creatividad para poder servir a los otros, sin permanecer encerrados en nosotros mismos. Se requiere, el heroísmo diario y la fuerza que va empujando al alma para brincar los escollos. Los problemas se superan bien con un corazón que arde en amor. Quizás en la senda de nuestra vida variará el color pero nunca deberá variar la consistencia de los tres grandes centros espirituales que nos han sido otorgados para darnos a los demás: inteligencia, voluntad y corazón. Cada persona es un don para la sociedad. Según sea el obrar de cada una, así será su parte en el patrimonio de la humanidad. Se trata de una participación intensa y vigorosa como sujetos sociales imprescindibles. Ya desde la familia, como primer ámbito de encuentro, se aprende a vivir en comunidad. En ella se fomentan, tempranamente, los valores fundamentales de la existencia humana y sus miembros, al compaginar sus acciones, aprenden las bases de la solidaridad. La existencia que no se realiza en la entrega pierde su tono en la nada de la generalidad. Más allá de las últimas investigaciones acerca del DNA, el latido ardiente y vivo del amor define a cada hombre porque “el amor es un movimiento óntico antes de ser un sentimiento”326 debido a que la persona cristaliza su ser amando y siendo amada. Desde el amor, se revelan las cualidades auténticas de cada quien en su ser, en su quehacer y en su propia perfección lograda. El punto centro de la vida

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Ibídem, p. 294. 326

Ibídem, p. 297.

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humana ha de ser el amor. ¿Hacia dónde nos dirigimos? El sentido último del amor debe conducirnos a descubrir la red universal del amor para multiplicarlo. Fijarnos los unos en los otros. Derribar los muros de separación. Por su parte, la unidad, el diálogo, el caminar en la misma dirección son elementos fundamentales en la consecución de los fines. Las diversas opiniones y puntos de vista se solucionan con el diálogo y el discernimiento. En toda tragedia humana vibra un mensaje inmediato que insta al amor. Lo primero es que cambie el hombre para que cambie la sociedad. Se necesita del recurso de los valores para que mejore el ser humano. Valores humanos y trascendentes. Porque ¿cómo puede haber valores humanos sin el reconocimiento de su fundamento último? Ojalá que desde el hastío de su propio vacío actual, el hombre se incline hacia la eficacia, hacia el logro de la meta que le corresponde. ¿Qué significa civilización? Civilización se define como un “conjunto de valores y disvalores que configuran y expresan la cosmovisión de una comunidad humana”327. En la civilización del amor interesa, especialmente, “una socio-síntesis pacífica y amistosa”328. “Sólo cuando el amor es la tónica dominante, el ingrediente superior de una comunidad, cabe decir que hemos llegado a una civilización del amor”329. La civilización del amor es un anhelo y un proyecto realizable. Trabajar con gran afán es nuestra obra para que en cada día de nuestra existencia surjan estrenos de amor. Se requieren actos de amor para la consumación del ideal de dicha civilización, que a todos nos incumbe. Es necesario amar como nos gustaría ser amados. Por el amor se llega a la justicia y a la paz. El don del amor, en cada uno de nosotros, debe prepararse para ser lo primero a ofrecer de nuestra riqueza personal y fortalecer, así, las bases de una igualdad humana más justa. Si hay un orden justo, hay paz. Es mejorar el mundo desde los movimientos del corazón. Lanzar las mejores notas de nuestra vida a los demás sin dar espacio a la discriminación étnica, a la condición social, a la posición económica y política, a la postura ideológica, al estado de salud físico y psíquico, al credo religioso y a la situación cultural, procurando siempre armonizar nuestras relaciones interpersonales, familiares y sociales. Paz constructiva y conciliadora. Desde nuestra conciencia, demos el salto a una vida más perfecta y heroica. Recordemos que amar es el acto más extremo de humildad e implica una firme disposición mediante la cual yo comunico al otro que lo necesito, porque yo solo esterilizo mi existencia. El estandarte ético de la razón cordial permanece alto en las líneas de la espiritualidad. Renuncia a toda expresión de violencia y va en pos del amor mayor. La ética de la razón cordial propone el amor como su broche de oro; la virtud de la cordura como expresión auténtica de amor, sin cálculo ninguno, fuente de entrega sin reservas porque brota de los movimientos más regios del corazón

327

Ibídem, p. 299. 328

Ibídem, p. 299. 329

Ibídem, p. 299.

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humano; las actitudes y valores integrados al servicio del motor general que es el amor. Es así, que los distintivos identificadores de la ética propuesta son: el amor como actitud vital y global de la persona y la vestidura de los principios fundamentales de una ética que presta todo su caudal al servicio del hombre. Ética de procederes rectos, razonada con el prestigio ya conocido de la inteligencia y conducida con el eco sencillo del corazón donde anida el amor. En esta línea, el mérito humano será el reconocimiento del amor como fuente de esperanza que siempre posibilita volver a empezar. Redescubrir el potencial espiritual de la persona abre las puertas para un vivir mejor. El hombre observa y se descubre a sí mismo con plena conciencia de la dificultad que esta tarea representa. Hay muchos modos humanos de ser. Sin embargo, hay un llamado y una misión universal para todo ser humano anterior a cualquier profesión u oficio y es, precisamente, la de ser persona humana. Cuantas civilizaciones han surgido, unas con mayor y mejor desarrollo que otras. Cada una conduciendo al hombre a un cambio, ganando rasgos y perdiendo otros. Lo fundamental, en este caso, es que la persona no pierda su poder constructivo y creador. ¿Qué anhela hoy el hombre? ¿Qué propósitos tiene? Con amplitud universal de pensamiento y sentimiento conviene educar hacia sabios propósitos. La Ética de la Razón Cordial propone un intercambio fecundo y la asimilación, por parte del hombre con los otros, de ser potencialmente iguales y encomendados a responder con afinidades espirituales de pensamiento, corazón y gusto, al mismo tiempo, que a la labor provechosa de la construcción de la Civilización del Amor.

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Conclusión En los capítulos anteriores hay un rasgo común y esencial. Al reflexionar con atención se descubre que el camino de la Filosofía es un misterio de intimidad. La finalidad de la comunión, persona, filosofía y educación es la asimilación de la propia vida, la transformación y configuración con aquel espíritu de verdad que de modo natural ansía penetrar en el ser interior del hombre. En el universo creado, el lugar central e insustituible le corresponde al ser humano. La dignidad fundamental que le ha sido otorgada es la clave de entrada al descubrimiento de su ser personal. Acompañan a su excelencia: nobleza, espíritu, amor, novedad irrepetible, coexistencia, libertad, conocimiento…. Obra suya será configurar su ser personal. Cada quien dará su propia respuesta. La noción de persona indica su rango superior. Es una realidad creada capaz de mejora, de continua elevación. Con ello aborda su crecimiento, determinando su esencia, siempre de cara a un futuro nuevo. Es lícito considerar que todo aquello que haga la persona o deje de hacer a lo largo de su existencia, repercuta en su destino final. Más allá de las acciones del hombre se encuentran sus facultades superiores: inteligencia y voluntad. La primera, vinculada a la racionalidad y la segunda, a querer el bien; ambas le son exclusivas entre los seres vivientes corpóreos. Ellas lo conducen a experiencias nuevas de la realidad y a situar su primacía con apertura a la verdad y al bien. Tras las huellas del hallazgo de la inteligencia surge el nacimiento inseparable de la Filosofía. El pensar filosófico busca lo permanente; de este modo, es cierto que la evidencia de las verdades supremas no pueda someterse a la misma prueba de la evidencia empírica. Los pensamientos sabios van más allá de las cosas materiales y acompañan el camino del hombre en su perfeccionamiento humano y espiritual. A los ojos del mundo actual, su verdad transmitida puede parecer un mensaje difícil de aceptar pero resulta que en la filosofía está, la mayor de las veces, la respuesta satisfactoria a las interrogantes de fondo. La filosofía es un fin en sí misma porque con la eficacia de su esfuerzo se adquiere la fructuosa posesión de la sabiduría. De ahí, la colaboración estrecha de la verdad con el camino formativo de la persona humana. Dicha colaboración precisa una preparación personal y una profundización continua en el conocimiento de los hábitos intelectuales y morales. Con ello se presenta la necesidad de la difusión de una cultura de la verdad, del bien y de la belleza frente a los desafíos de la época contemporánea. Al revelarse este trasfondo, resulta evidente que la educación requiere sabiduría para que la persona viva de modo razonable. Por tanto, la

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participación de la filosofía tiene un rol trascendental en la tarea educativa porque es a través de la irradiación de los fundamentos últimos de la realidad que se gana el sentido personal íntimo. El dinamismo interior y transformador del quehacer educativo encuentra su razón de ser en los más profundos anhelos de concordancia con el bien total del hombre: ordenar sus actos al fin que le es propio. Por otro lado, el ser humano advierte en su existencia que nadie está dispensado de pensar. La inteligencia le ha sido otorgada para cultivarla y perfeccionarla. Así, el arte de pensar con rigor, ofrece un conjunto de principios intelectuales y éticos como opción fundamental e inicial en el proceso de desarrollo del pensamiento y de la vida creativa. La excelencia ética transforma hacia modos superiores de ser y el arte de pensar con rigor prevé las consecuencias, incluyendo las destructivas de algunos tipos de pensamiento y conducta, señalando qué actitudes se han de adoptar para configurar creativamente experiencias de riqueza personal. Su metodología ofrece una orientación decisiva en la fase de discernimiento logrando crecimiento y claridad en el espacio interior. El estudio profundo de los niveles de realidad y de conducta abre todo un horizonte de luz, precisando puntos esenciales de conocimiento y de trato con los seres de nuestro entorno. Dentro de la multiplicidad de realidades destacan, por excelencia, aquellas denominadas abiertas que ofrecen posibilidades a las acciones o actividades que la persona tiene entre sus manos. De este modo, se da paso al ámbito, que como tal, tiene un rango superior, debido a que ha transfigurado aquella realidad inicial, otorgándole sentido y reconocimiento como fuente de riqueza. La actitud respecto de los objetos es la de simple manejo y respecto de los ámbitos, es de colaboración respetuosa y no de afán de dominio. Con ello se presenta un ascenso de nivel y un modo superior de libertad: la creativa. Así, se funda un modo más valioso de relación con las realidades circundantes. Posteriormente, surge la experiencia reversible que nos conduce más allá de nosotros mismos, forjando una relación de íntima unión entre dos realidades que tienen cierto poder de iniciativa. En ella se crea un verdadero ámbito de libertad para dejar de ser extraños y ajenos. Se continúa, prestando atención al encuentro, como la experiencia reversible de mayor grado de excelencia que pide fidelidad a sus exigencias. El encuentro de valor supremo es el realizado entre personas. Es colaboración fecunda porque implica el entreveramiento de dos ámbitos de vida y la creación de un campo de juego común. Este ámbito de participación lúdica que se crea con una actitud generosa, supera la escisión entre el dentro y el fuera, el aquí y el allí, lo mío y lo tuyo. Esta generosidad es posible porque el hombre magnánimo se abre a lo valioso para constituirlo como principio de vida. El ideal de la vida del hombre se logra con la valoración positiva del encuentro. El encuentro da frutos: luz, energía espiritual, motivación, lenguaje viviente, alegría, unión de intimidad, entusiasmo, gozo, felicidad…. El verdadero ideal

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favorece la capacidad creadora y da la orientación justa a nuestra existencia. El entusiasmo espiritual va unido al logro del mismo. El hombre creativo por antonomasia, además de cuidar su capacidad de inventiva, es capaz con su acción viva de intensificar, de igual modo, la de otros seres humanos. Por ello, el auténtico ideal ofrece posibilidades de carácter generoso para actuar con sentido. Cualquier acción del hombre impregnada de entrega podrá ser fecunda. El ideal de unidad promueve el cultivo de la solidaridad y la vida comunitaria. La participación activa es la condición sine qua non para las tareas comunes. Para conservar la dignidad humana es necesario un trastrueque de los valores que vertebran la existencia humana actual. El egoísmo debe ceder el paso al valor de la unidad para que sucedan los quehaceres valiosos y promocionantes. Al adherirse a este comportamiento, la persona se encamina por la vía del éxtasis, de la elevación a lo mejor de sí mismo y no del vértigo y colabora a fundar el humanismo de la unidad. Esta colaboración establece una forma de liderazgo porque el verdadero líder se despoja de su bien individual para procurar el de la comunidad y ofrece su formación al servicio de sus semejantes. En el Arte de pensar con rigor la persona adapta su saber y sus principios a las situaciones siempre nuevas. Lo fundamental es escoger y considerar aquellos elementos con los que la persona se siente compenetrada y darles su luz propia. Interesa, en gran medida, la calidad de atención y cómo se transfigura lo dado. El hondo discernimiento nos libra del engaño. El esfuerzo intelectual requiere el paso de un plano al otro. Aprender a pensar es la cuestión. Con frecuencia se malogran nuestros proyectos porque cuando se trata de esfuerzo, distintos poderes se alían para comprometerlos. La obtención del ideal de la persona pende de dos tipos de libertad: la libertad frente a la fascinación del vértigo y la libertad para abrirse a lo verdaderamente digno de aprecio y ejercitar la capacidad creadora. La Ética de la razón cordial convoca a un renovado dinamismo de compromiso en el reconocimiento humano. Manifiesta sumo interés en la corrección y transformación de las relaciones vitales esenciales de la existencia humana, para alcanzar una justa y amorosa convivencia entre los hombres. Afronta con insistencia la inserción y la consideración del entramado vital de valores y virtudes, ambos convenientes para la forja del carácter y el perfeccionamiento integral de la persona humana. Con la adquisición permanente de hábitos mejorará la conducta humana y se podrán reavivar las fuerzas morales para configurar rectamente la vida social. Asimismo, se afinará la sensibilidad y la capacidad de estimar. Con dichas fuerzas espirituales será más fácil respetar, de manera auténtica, la autonomía de cada persona y ensanchar la cooperación entre los hombres con mayor sentido de responsabilidad. Naturalmente, el reconocimiento del otro es exigente en términos de justicia. Crear un orden justo entraña, en primera instancia, la rectitud de razón y la

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formación de conciencias para que el deslumbramiento del poder no la tiña y pueda realizar su cometido. Entre las exigencias de justicia se descubre la ob-ligación. Desde lo hondo, desde su interioridad, el hombre reconoce la ligadura de su relación intrínseca con los demás, que no únicamente debe exigirse, sino compartirse. El otro, es aquel que me necesita y que yo puedo ayudar en concreto. El acceso a una norma justa se alcanza a través del diálogo que ultime la mejor argumentación racional en este ámbito. Pero resulta que el ser humano, más allá de los bienes justos necesita de los bienes de gratuidad. Éstos últimos, brotan desde la abundancia del corazón y del amor. La felicidad se teje con iniciativas de amor, de apertura interior, de entrega, de servicio, de compasión, de alegría…con el dinamismo del corazón, reconocido, como la interioridad más profunda del ser espiritual de la persona. La afectividad es un dinamismo auténtico en el hombre. Surgen en nuestros días propuestas acerca de ella, más ajustadas a la realidad. La afectividad engendra operaciones que abrigan la totalidad de la persona y accionan unitariamente. La vida relacional del hombre se despliega de la mano de la sensibilidad, es el yo íntimo y personal que se gesta dentro del sujeto y es capaz de donarse. Donarse con amor es la forma más sublime de entrega, a su vez iluminado con la luz de la razón que inclina la voluntad, dinamizada por el motor de la afectividad. Educar para el siglo XXI requiere formación para el amor. Esta educación abre dimensiones nuevas a la persona. Al ser el amor el núcleo de la vida, con él se otorga profundidad y amplitud a nuestra existencia. La fuerza del amor se manifiesta en el encuentro, éste último, como comunión de voluntades, sintonía con lo esencial desde la inteligencia y expresión de sentimientos nobles. El hombre aprende con el amor a mirar a los demás más allá de la experiencia exterior porque se reconoce apto para descubrir con realismo y corazón, los anhelos interiores del necesitado, del afligido, del menesteroso… La civilización del amor nos invita a intervenir en el tejido de una nueva humanidad. Al parecer, en nuestros días, los hombres no se sienten llamados al amor ni sienten inquietud de entrega desde su corazón. Sería conveniente salir de la estrechez de la cotidianeidad y buscar trascender los límites de lo meramente superficial y terreno así, como establecer más trato con la verdad y el amor. No basta con preguntarse de dónde viene el hombre, sino más bien hacia dónde va. Su origen es el Amor y está orientado hacia Él.

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