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Cuentos de la Venta Oaxaca

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Agradecimientos

A Dios, que me sigue dando licencia para andar por este mundo. A mi familia, que con paciencia me sigue apoyando en la guidxeras emprendidas. A mis amigos y a los amigos de mis amigos que tienen a bien leer lo que escribo. Al corporativo ACCIONA, que se une a esta causa en pro del fomento y conservación de nuestra identidad oaxaqueña. A la comisaría Ejidal de La Venta. Periodo 2013-2016, por su apoyo. A toda la comunidad de La Venta; por nutrirme de historias para contar.

"Hay libros cortos que, para entenderlos como se merecen, se necesita una vida muy larga." (Francisco de Quevedo y Villegas)

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Introducción

Y seguimos contando historias… Son tantas las historias que hemos vivido durante el curso de nuestra existencia que no bastaría ni uno, ni dos… ni muchos libros para contener el caudal de palabras y de hechos que se tendrían que asentar en los mentados libros, en el supuesto de que tuviéramos la voluntad de contarlas. Con el mismo afán que me impulsó en el primer volumen: “contar historias de venteros para los venteros y dejar manifestado que somos un pueblo de raíces zapotecas, cuya arma más poderosa es el trabajo.” Pretendo con este segundo volumen, seguir rascándo a los recuerdos y por qué no, también a la ficción, para ofrecerles nuevos relatos de hechos acaecidos o imaginados en nuestra tierra. Son historias muy simples, pero con un sentido muy humano. Enfatizando que no es la historia de La Venta; son historias en La Venta. Llevamos tantas cosas en el alma que vaciarlas de vez en cuando, nos hace bien, y si es en un libro mucho mejor todavía. Un español con respectiva pronunciación sui generis, son distintivos de las gentes oriundas de La Venta, de ello damos cuenta en cada historia que se plasma en este segundo volumen. Que los estudiosos o académicos no se rasguen las vestiduras pensando en que quizá nos empeñamos en zaherír las palabras de la lengua española; así hablamos en La Venta; estos son nuestros códigos de comunicación que hemos establecido con el paso de los años.

Extracto del discurso pronunciado en la presentación de la primera parte de este libro…

Hoy vengo a decirles que se acuerden que hubo un tiempo en que, estas calles de cemento fueron tierra y lodo, que no había agua potable y la teníamos que acarrear del río o de los pozos dulces o salobres, que eran carretas las que circulaban por doquier; que los patios se dividían por parales que cruzábamos a diestra y siniestra;

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que en aquellos corredores de las casas, en las tardes del mes de abril y mayo me la pasaba escuchando las grandes platicas entre familias y vecinos. Vengo a decirles que yo me niego a olvidar nuestro origen, que somos gente sencilla, de campo, gente simple; me niego a dejar que se muera el recuerdo de nuestros antepasados, de aquellos que hoy descansan el sueño de los justos, pero su espíritu está presente en cada palabra pronunciada en su memoria, en cada historia contada. Por tanto me niego rotundamente a dejar en el olvido a mis calles de lodo y arena, las planchas de cemento no podrán con mi memoria viva…no estoy contra el progreso, para eso trabajamos, pero si estoy contra la ingratitud.

Historias dispersas en la tierra del viento.

Es un compendio de pequeñas historias dispersas: anécdotas, vivencias, usos y costumbres del pueblo de La Venta, Juchitán, Oaxaca, de este pueblo, de ustedes. Un pueblo que ha sabido convivir con los fuertes ventarrones, que ha labrado su destino a base de trabajo, y que es precisamente el trabajo su mayor distintivo. Aquí los héroes son todos, aquí las historias se repiten, porque cada uno va a pasar por las mismas aventuras, aquí las batallas han sido para lograr el sustento diario. Este es el pueblo “de las dos mil almas”, porque nunca había rebasado ese número de habitantes, todos los que se han ido buscando el trabajo, el pan diario, han llevado en su corazón, en su memoria sus vivencias, sus anécdotas, sus costumbres, sus vivos y sus muertos. Son historias simples, humanas, que nos hacen evocar un pasado cercano: cuando sentados en los grandes patios, bajo los árboles frondosos con el aroma del café de olla y las memelas del horno, nuestros tatas nos deleitaban con sus narraciones extraordinarias, de la Cuchibruja, la Chuchaprieta y otras leyendas locales. Épocas en las que jugando al encantado conocimos todos los rincones del pueblo, nos bañamos con las cristalinas aguas del río que pasa precisamente a orillas de la población.

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Las historias se cuentan con las mismas palabras con las que se vivieron, modismos que quizá para quienes no han vivido en estos rumbos pudieran parecer faltas ortográficas o deformación del lenguaje, lo que parece no es, ya que se pretende ser fiel al lenguaje, es una manera de decir que así es este pueblo, así es su gente. Es la voz de un pueblo que quiere ser registrada en su libro, que se niega a sucumbir ante los embates de la era tecnológica y “la modernización” de las costumbres. En este libro, uno de los hijos del pueblo, narra en primera persona, hace hablar a sus paisanos, da vida a los difuntos, observa el ir venir de carretas, de los chuchos y de las cuches, evoca lo que le consta y lo que le han contado, lo cuenta como lo hacían los viejos del pueblo, con un dejo de nostalgia e imprimiéndole la picardía de la gente Istmeña. Son historias para testimoniar de dónde vinimos, para recordar que debajo de estas calles que se han cubierto de cemento, hay huellas de nuestros tatas y nanas, que no se quieren olvidar. Es por ello que: vengo a decirles que he escrito un libro para que nuestra huella y la de nuestros antepasados no se pierda con el polvo del olvido y… del cemento; que el día de mañana, cuando nosotros ya no estemos en este mundo, y para que, cuando para las futuras generaciones seamos sus antepasados, puedan entender un poco mas de los venteros… escribo de La Venta para los venteros. Lo que les he narrado, de eso habla este libro, anécdotas, tradiciones, mitos, etc., es un libro hecho más que con la cabeza, con el corazón; de esa forma les pido que lo lean: con el corazón; encontraran errores, si, pero si lo leen con amor, habrán de perdonarnos estos renglones medios torcidos que hoy les he escrito, de los cuales espero que sean la puerta que habrá de mostrar la luz a los venteros que sin duda vienen atrás de mí; que no me cabe la menor duda que son muchos, y ya verán que se van a escribir mejores libros.

E.O.C. (El Mayor)

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Índice

9.- LA VENTA (La rebelión de los venteros) 16.- Un nonato de La Venta 19.- La Chicaperica 21.- Aquél lejano día del niño de 1972 28.- El año de la sequía 34.- ¡Ya llegaron los cirqueros! 45.- Mamaneche 47.- Camino de la montaña 58.- ¡La canica es algo vivo! 64.- Los Ñeveros 67.- La mariguana 71.- Damian, el que nació con una becerrita 73.- Fabula de la Gallinita empedrada que quería volar 81.- “Todosanto” 88.- El pante 97.- El viejo Ingenio 100.- El chamaquito sacrílego (Casiodoro de la Reina) 111.- Mi tata “El Marimbero” 113.- ¡Las cenizas que nos llegaron en 1982! 119.- John Marcos (El regalo de los pobres) 123.- La Nauyaca en el cañal 131.- Historia de las tres tumbas 138.- De cuando pertenecí a la J.N.I. 142.- La extraña historia de la muchacha “endemonia da” 152.- El año en que hirieron a Higinio Ordaz 164.- Los Panchitos 172.- Así nace un Bolalari 179.- El lechero que contó la historia del “hombre guela” 186.- La casita prometida 188.- Los vigilantes eólicos 199.- La que te vino a mostrar el mar 201.- Día de fiesta 203.- La otra llorona…la de mi pueblo

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212.- La Pila 216.- El pueblo que dejó de pisar tierra (Los hombres chapulines) 224.- Los pequeños mercaderes de “Béla bihui” 233.- ¿Hasta que la muerte los separe? 243.- Bailando al compás del viento 254.- Mi barquito de papel que se fue andando por el río 259.- La despedida 261.- Apendice (Modismos y términos)

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LA VENTA (La rebelión de los venteros)

“Nuestra amenaza era la pobreza…y a eso se le agregaba la ´chinga´ que nos daban en el trabajo la gente del cacique Gonzalo Murga, que vivía en Santo Domingo Ingenio. Tuvimos luchando por siete años, legalmente…, hasta que llegó la sangre al ríu. La lucha fue contra el latifundista y su gente. Solo queríamos tené la libertá pa´sembrá en nuestros propios terrenos. ¿Eso era malo? Yo digo que no. A parte de que nos quitaban de lo poco que sembrábamos, nos trataban muy mal a los trabajadores de La Venta.”

A La Venta se llega atravesando montañas; este valle fértil que se resguarda entre los cerros, tierras de riego y temporal; es el camino que el viento ha elegido para llegar al mar. Esos ventarrones irreverentes que cruzan por el pueblo se pierden en el

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mar, se vuelven brisa suave; pero sabemos bien que han de retornar porque le han hallado el gusto de pasar por La Venta. Desde los tiempos prehispánicos, por estos rumbos pasaban los aztecas y zapotecas con destino a Chiapas y Guatemala; era el llamado “Camino Real”. (Haremos Tehuantepec. Laura Machuca) Muchos, como era el caso de los aztecas pasaron por aquí con la mira de llegar a Centroamérica para expandir sus dominios; otros, solo buscaron el intercambio comercial. Los zoques bajaban de la sierra de los Chimalapas, los huaves venían del mar y los zapotecas de Tehuantepec. Se cree por su ubicación geográfica, que este era el sitio donde convergían muchos de estos caminantes. Algunos, en especial los chimas, después de haber bajado de las agrestes montañas, les era imprescindible descansar y que era en este punto donde pernoctaban. Antes de llamarse “La Venta” pudo haber tenido otro nombre, lo desconocemos, o simplemente la llamaban “allá”, de esta forma a la pregunta de a donde se dirigía alguien, la respuesta era “vamos para allá…” o en el paroxismo de los desvaríos se le llamó “el lugar sin nombre”. La versión de tiu Sabino Jimenez, respecto al origen del nombre, dice: “el nombre ´La Venta´, según me cuenta tiu Germán, que los hacendados tenían muchísimo ganado vacuno, hasta onde te alcanzara la vista había vacas y mucha gente de los alrededores venían a comprar ganado en pie o carne de res; de hecho, por ahí por onde vivió tiu Sunano, debajo de un Guamuche mataban res, ahí podías vé la ´pedacería´ de huesos tirados; así que cuando la gente venía hacé negocio a esta hacienda decían “vamos a la venta”…y así se le quedó el nombre: La Venta. Así de simple.” Otra teoría es que los españoles la hayan bautizado así, en referencia a las ventas de España, eran sitios que los caminantes se encontraban a su paso y que les servía como posada; en ella encontraban alojamiento y comida, para ellos y sus bestias. En la famosa novela Don Quijote de la Mancha, hay un capitulo en donde se refiere a este tipo de lugares. Suposiciones nada más.

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En un abrir y cerrar de ojos, en los tiempos de la conquista estas tierras pasaron a manos de Hernán Cortés, como un “pequeño” obsequio por sus leales servicios a la corona española; otorgándole así el título de Marqués del Valle de Oaxaca, y asumiendo el dominio de estas tierras que a partir de ese momento se conocen como el marquesado del Valle y a las tierras en posesión haciendas marquesanas. Lo cierto es que los registros históricos que se han podido encontrar nos indican que por ser esta región propicia para el pastoreo del ganado, en un principio se constituyeron como estancias ganaderas (ranchos) y posteriormente esas estancias se consolidan como las haciendas, abarcando superficies enormes de terrenos que se incluían en dichas extensiones a lo que hoy conocemos como pueblo enteros. Una de dichas haciendas marquesanas era precisamente “La Venta de Chicapa”, que había sido heredada por el Marques del Valle al duque de Terranova y Monteleone siglos antes; en 1835 son adquiridas por aproximadamente $ 40,000 por el político y hacendado ganadero José Joaquin de Guergué y sus socios los hermanos Stephano y Giuliani Maqueo; el primero de ascendencia francesa y los dos últimos italianos. A partir de ese momento se derivan una serie de disputas con el pueblo de Juchitán por los límites de las referidas propiedades. La actividad económica preponderante de la hacienda “La Venta” lo relata de esta forma el Sr. David Maqueo Carrasco, descendiente directo de los compradores: La primera actividad a la que se dedicaron en la Hacienda La Venta, fue al cuidado, procesamiento y comercialización de los diferentes productos que se obtienen del ganado vacuno; incluyendo la propia venta en pie, aprovechando las grandes extensiones de terreno que poseían como pastizales, en aquel entonces llamadas “majadas”; y dedicando otras partes más cercanas al río Chicapa al cultivo de cereales y otros productos agrícolas para el consumo interno, tanto propio, como de los trabajadores; e inclusive se llegó a sembrar una planta llamada ´hierba de

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Jiquilite´ de la cual se obtiene el añil utilizado para teñir la ropa. (Memorias de mi vida. David Maqueo Carrasco) Después de varios años de disputas legales, se logran acuerdos y en 1872 los hermanos Maqueo le compran la parte correspondiente de dicha hacienda a la familia Guergué, quedando como propietarios absolutos. El encuentro con el cultivo de la caña de azúcar en el rancho denominado San Pablo, es lo que determina que la familia Maqueo decida cambiar su residencia a dicha ranchería en donde echan a andar la construcción del Ingenio “Santo Domingo”. Hasta estos rumbos habrían de llegar los vientos revolucionarios de 1910, ya que ante el temor y el rumor insistente en que se daban las proclamas revolucionarias: “desaparecer los latifundios y hacendados”, en 1911 los Maqueo venden el Ingenio y la hacienda a los señores Gonzalo Murga y Antonio Barros. En 1939 el Ingenio Santo Domingo es declarado Municipio y las tierras de La Venta pasan a formar parte de este nuevo municipio hasta que el 14 de Febrero de 1952 se publica en el Diario Oficial de la Federación la creación del Ejido La Venta, Municipio de Juchitán de Zaragoza.

La rebelión de los venteros.

“Ora Prisci, tírales…” Dicen que le decía su mujer a tiu Prisciliano, para que soltara los balazos a quienes lo quería matar. Y aún así, lo mataron esa tarde. Mucho del acervo cultural histórico de nuestro pueblo nos ha llegado de manera oral, es la voz del pueblo que se expresa de lo que le consta y de lo que les han contado sus padres y abuelos. Años tras años, y por mucho tiempo, la gente de La Venta vio pasar la vida de miseria y explotación a que eran sometidos por parte de los hacendados. La situación llega a su punto culminante con la venta del Ingenio y las haciendas a Don Gonzalo Murga, ya que el maltrato a los trabajadores cada vez se hace más

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evidente y las autoridades ejidales se vuelven cómplices de estos abusos. Demos voz a quien hablar quiere: “En aquellos tiempos vivíamos en puras casitas de palma, y nuestro sustento provenía de lo que sembrábamos” me dice tiu Rey Ayala, recostado en una hamaca vieja que se mece al compás del vientecillo que sopla al medio día en el pueblo “la gente vivía muy esclavizada por la gente del Ingenio; la empresa no nos daba libertá; queríamos hacé dismonte pa ´sembrá…pero ellos no daban lugar, limitado es que iba la gente a sembrá, escondido. De ese pedacito que sacábamos en la cosecha, todavía teniamo que dejarle lo de la renta, hasta allá íbamos a dejarle la mazorca. Si sacabas cuatro carretas de mazorca, le tenias que dejá una a la empresa; los que tenían ganado, cada año le tenía que dá una res a la empresa.” ¿Y por qué a la empresa, tiu Rey? Le pregunto. “Porque decían que era de ellos desde aquí a La Mata; hasta los mateños venían a pagá renta al´Ingenio. Y por eso mucha gente se sentía esclavizada, y muchos no lo soportaron y se fueron pa´Unión, allá fueron a formá el barrio ventero.” “De aquellos que peleamos pa´que se formara el ejido ya nos vamos acabando. No todos lucharon, muchos también agarraron rumbo pa´Ingenio, se fueron con el patrón. No quisieron quedarse, lo pensaron mal, porque la lucha era por todos. Pero los que andábamos al frente, aquí nos andaban ´bandiando´ los soldados. Yo si vi la vida de esclavitud en este pueblo…” A tiu Sabino Jimenez lo encuentro en el patio de su casa, busca algo, quizá ni él sabe bien lo que busca, sus ojos se pasean de un rincón a otro rincón. “Desde mucho antes, desde la época de los Maqueo…las cosas andaban mal, ellos eran terratenientes, esos eran italianos, su tierra era desde Chivela hasta Niltepec. Ellos siempre buscaban a los trabajadores y aquel que no quería ir a trabajá lo sacaban de aquí del lugar y muchos no iban porque no querían está sufriendo la esclavitud de parte de ellos y se iban a vivir a Unión Hidalgo.”Me dice tiu Sabino con su memoria prodigiosa que guarda tan bien los hechos, fechas y nombres.

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Las gestiones, el ir y venir de quienes mantenían la lucha por la separación de Ingenio, llevaba más de siete años. Cada día las fricciones se intensificaban, por un lado los ejidatarios venteros que buscaban su autonomía y la gente de Ingenio que de una u otra forma estaban ligados con los intereses de Gonzalo Murga. “Ya la cosa andaba caliente, pensábamos que en cualquier momento una chispa iba a incendiar toda la pastura. Hasta un pleito de cantina podía desencadená la trgedia.” Los recuerdos le llegan a tiu Sabino como una bandada de zanates que se arremolinan en los guamuches “cuando sembrábamos un pedacito de tierra, ellos cobraban la renta y se lo teníamos que ir a dejá a Ingenio. El latifundista cosechaba mas mazorca que aquél que sembraba. Con la llegada de Lázaro Cárdenas a la presidencia y ya que empezó a quitar los latifundios, la gente comenzó a formar los ejidos, Chivela fue uno de los primeros…Cuando se formó el ejido de Santo Domingo Ingenio, también abarcó a La Venta, al principio las autoridades ejidales trabajaron bien… pero después empezaron hacer cosas que ya no nos gustaron. Ellos estaban de lado de los caciques. Y a partir de eso es que la gente empezó a pensar en la separación. Se formó un comité particular, nombrándose como presidente a Rafael Jimenez Antonio, como secretario a José Ordaz Salinas y tesorero a Apolinar Antonio Enriquez. Teniendo como líder a un profesor de La Mata llamado Fernando ´El Güero”, y hasta allá iban para que les hiciera los escritos; después ya vino un maestro de Unión Hidalgo que se llamaba Eleuterio Rodriguez…” “Siete años luchando por la vía legal; hasta que vino aquel derramamiento de sangre.” Aquella chispa que iba encender la pastura, se dio cuando el grupo de tiu Prisciliano Santiago, que tenía el puesto de cabo en el Ingenio y que por cierto trataba muy mal a los trabajadores de La Venta, se metieron al pueblo y mataron a tiu Tomas Ordaz; a tiu Beto Ordaz le pegaron un balazo en el pie…y según

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testimonio de tiu Sabino, también a tiu Sioca le tocó recibir sus buenos balazos. Aquella tarde gris, el pueblo entero sucumbía ante el miedo y el coraje; tiu Prisci, el cabo, trabajaba en Ingenio pero vivía en La Venta; y hasta donde vivía fueron a buscarlo, le prendieron fuego a su casa. —Ora Prisci, tirales —. Le dijo su mujer, tratando de alentarlo para que se defendiera del ataque. Pero fue demasiado tarde, él ya no respondió. Mataron a tiu Prisci, a los gemelos Rufino y Roberto Santiago e hirieron a su madre, tia Zenaida. “Después de aquella tarde en que se derramó la sangre de los paisanos, pensamos que las cosas no se calmarían, pero no fue así, prevaleció el buen juicio de los que quedaron vivos.” Y fue aquel 14 de febrero de 1952 que el Diario Oficial de la Federación daba cuenta de la creación del Ejido La Venta, Municipio de Juchitán de Zaragoza, estado de Oaxaca. Los aires de libertad soplaron cada centímetro cuadrado de aquella tierra; a partir de ahora la gente de esta comunidad se encargaría de trabajar en busca del sustento diario sin las garras de la opresión. Aquel día en este pedacito de la patria se suscribieron las palabras de Zapata: “Tierra y libertad”.

Nota: Para esta narración sucinta de algunos hechos me he apoyado en: - Memorias de mi vida. David Maqueo Carrasco - Haremos Tehuantepec. Laura Machuca Gallegos - Versión oral de tiu Rey Ayala y tiu Sabino Jimenez. - Y lo que me contó mi Apá, Alejandro Ordaz.

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Un Nonato de La Venta

El acta dice que nací a las cuatro de la tarde, mi madre me dice que a las nueve de la noche, así que, como una madre sabe más de sus hijos que los papeles: nací a las nueve de la noche. Recordando al personaje de la novela de Carlos Fuentes: Cristóbal Nonato, hoy en la mañana hice un esfuerzo y me concentré en una retrospectiva de cuarenta y siete años con trescientos sesenta y cuatro días y ocho horas con treinta y cinco minutos; es decir: trece horas antes de nacer, y esto es lo que debí haber pensado antes de ser expulsado de mi Paraíso; y al momento de nacer: “Estoy nervioso, durante casi un año que estado aquí no me he preocupado de nada. Tengo muchas dudas, he estado escuchando muchas voces, ya no solo escucho a mamá y a papá; hay más gente que viene a darle consejos a mi amá, como soy el primer inquilino de esta casa, el primero que va caminar por estos

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senderos, mi amá no sabe a ciencia cierta de lo que se trata un parto, le dicen tantas cosas, que todas las ansias que yo ya tenía por salir se me van convirtiendo en miedo, si de por sí ´mis cueritos´ están arrugados, con la espantadera que ya me dieron ya tengo dudas de si asomarme a la luz o quedarme acostadito en la oscuridad. Ya me puse a pensar por ejemplo: ¿con quién voy a jugar? Si voy a andar solito, entonces pa´que salgo, aquí juego bien, subo y bajo mi manos, le pego pataditas a la panza de mi amá y ella rápidamente se soba, vuelvo a patalear y ella se vuelve a sobar, y así nos la pasamos a gusto, “juega y juega”, y también mi amá me cuenta muchas cosas, como si fuera yo gente vieja, a mí me gusta escuchar sus historias, hasta me muevo para pegar la oreja más cerca de la panza, así me quedo hasta que me “agarra” el sueño, porque también me gusta echar un poquito la flojera. Sé, por las platicas que escucho, que voy a nacer en un pueblo que se llama La Venta, la gente dice que pegan unos nortazos muy fuertes, que por eso la gente es muy “cueruda”, terca, ruda…pero muy trabajadora, y sé que son my trabajadores porque mi amá se levanta tempranito a darle desayuno a mi apá para que vaya a la milpa, a esa hora me despierto yo también, aunque me la paso bosteza y bosteza, ahí ando pegado de mi amá. Siento nervios pero al mismo tiempo curiosidad, he escuchado de los lugares y de las gentes de allá afuera que ya deseo conocer ese mundo, quiero ponerme unas ropitas porque aquí siempre he andado encuerado; usar huarachitos, ponerme un sombrerito, subirme a la carreta e ir a la milpa con mi apá. Ya quiero ser un niño. En estas horas se ha estado estirando y aflojando todo aquí dentro, hay una fuerza que me quiere expulsar hacia fuera, me resisto, estoy confundido, mi amá a estado gritando desde muy tempranito, su voz no es de ternura, es de dolor, grita y dice que le duele todo. ¡Que hago Dios mío, ayúdame Señor de los Nonatos. Sálvame de

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esta incertidumbre, no me expulses de este paraíso, si me dejas aquí te juro que seré un buen nonato para siempre! Con cada hora que pasa, escucho que mi madre grita más, está regañando mucho a mi apá, él no sabe tampoco que hacer, él solo le agarra la mano y le dice: - Aquí toy…ya va nacé. Las cosas se complicaron en la noche, a esa hora, escucho que han llegado tres parteras, cada una poniendo sus conocimientos y buenas prácticas, yo digo que para que me convencieran de salir de mi morada…y yo con mi terquedad alucinante, como si ya fuera a morir : “no salgo y no salgo. Al fin llegó la hora señalada: nueve de la noche… “ ¡¡¡es un machito!!!” gritaron las tres parteras como si fuera un coro….y yo en mi lenguaje de nonato lloraba y gritaba: “ ¡¡¡Nooooo, no me saquen de mi casa, quiero volver, tengo mucho frioooo, tengo mucha hambre…tengo dolor de cabeza, me duele la panza, se me va a tapar el “felgo”, maaaa…no me dejes con estas viejitas, tengo miedo….!!! Así llegue a este mundo…así llegue a este pueblo…así deje de ser nonato.

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La Chicaperica

“¿Chicaperica por onde sale el sol? “ Le decía. Entonces sucedía el milagro; la Chicaperica comenzaba a mover su cabecita y apuntaba hacia el rumbo del río. Había chicapericas verdes y otras de color chicozapote, estas últimas eran más flacuchas y alargadas. Las chicapericas no le entienden a cualquiera, solo a los niños; porque cuando uno se va haciendo grande, la voz nos va cambiando y se vuelve tosca y ese sonido ya no cabe en sus orejas. En aquel tiempo yo poseía el secreto que hay entre los niños, los animales y las cosas: el entendimiento. —Pero como crees que te va a entendé esa Chicaperica. —Solo mírale los ojos… ¿Ya viste como me queda viendo? —Yo solo veo que tuerce el pescuezo. —Solo acomoda sus orejas para que atrapen las palabras.

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—Mi apá me dijo que solo los guidxas hablan con los ani males. — ¿Quien tá mas guidxa…yo que hablo con un vivo, o él que cuando anda borracho dice que le habla tu tata muerto? ¿Que no el otro día se puso a regañá a un guamuche, le decía que como era posible que tan viejo y no supiera hablá? Yo creo que tá mas guidxa él. Así pasaban los días de la infancia, entre chicapericas, chuchos, talajes, chapulines, zanates, chincuyos, compeches, engolitas, chitoguís, sapo mú, lengucharros, pasaríos, guelas… Pero hoy me acordé de mis conversaciones con la Chicaperica.

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Aquel lejano día del niño de 1972

Dedicado para: Mis hermanitos: Mary, Mayo, Gabi, Karina, Alex y Damián; con quienes compartí juegos y un pedazo de queso seco en la vieja batea de Guanacasle que nos servía de mesa. A los niños de ayer, de hoy y de mañana.

*

“En unos días va habé fiesta en la escuela, ¿por qué no dejan que ellos vayan con nosotros?” —Pero… ¿será que los dejen? Como todavía no entran a la escuela.- Respondía mi madre un tanto dudosa. —Si los dejan. Ni cuenta se van a dá los maestros, con tanta chamaquitada que va andá suelta por el patio. Dejen que vayan con nosotros, los pobrecitos nunca salen; él por ejemplo, puritito en ese patio lleno de monte se la pasa.

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—Al rato que venga su papá le guá dicí. En aquel tiempo vivíamos por el rumbo del canal, nuestra casa se situaba entre la huerta de tia Tina Miguel y la casa de tiu Sabino Jimenez. Era la época de grandes patios, casa principal de tejavana con paredes de lodo, simulaba a un galerón pues se hacían sin ninguna división. Frente a la casa principal estaba la cocinita de palma con un tapanco en su interior. En el tapanco, mi padre guardaba su cosecha de maíz, normalmente se llenaba de cucuyuche ya que a las gallinas culecas les gustaba andar en lo alto y en soledad, eran esas gallinas las que reventaban demasiado cucuyuche. —Bájame un chiquigüite de mazorca, les quitas el totomoste y lo desgranas. Hay que hacer el ticiagual pa la cuche — me decía mi amá, en tanto atizaba la lumbre. Me subía al tapanco por una escalerita de otate que mi padre había construido. Llenaba el canastito de mazorcas y gritaba desde lo alto. — ¡Má…, aquí veu a la empedrada que ya puso un blanquillo! ¿Lo bajo también? —Trailo, haciendo falta mero tá uno pa tu desayuno. Fue precisamente desde el tapanco donde me encontraba supervisando gallinas y llenando chiquigüites de mazorcas, cuando escuché la invitación de mis vecinos: Tita y Cachí. Guardé silencio, para escuchar bien lo que decían, sosteniendo un blanquillo en cada mano; me quedé expectante, entrecerrando los ojos como para oír mejor. Luego vendrían las interrogantes a mamá, en el momento que ya me encontraba en el suelo. — ¿Qué´s el día del niño, má…? — ¿Qué día del niño, tú…? —Hasta te crees que no oí lo que dijieron Tita y Cachí. —Pues sí, pero eso es pa los que van a escuela. Tú ni de oyente vas todavía, y tu hermanita apenas si puede hablá pa pidí un pedazo de queso seco.

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—Si…pero yo quero ir. Sé que ahí dan horchata y galleta de animalito. El otro día que me platicó Cachí, yo pensé que era un cuento lo que me estaba contando, orita veu que si hacen una fiesta pa los chamaquitos.Yo nunca he ido a una fiesta. Ya te dije que gua ir. —Mira chamaquito, no te estés nomá vas a vé. Ya te dije, eso es pa puro chamaquito de escuela. Pa´l otro año que ya vayas te va tocá. —Si no me das lugar, me guá ir corriendo, cuando no me veas. —Ándale, pué…, así como te juiste al cine de tiu Mariano el otro día. De la ´patía´ te gua trai arrastrando —decía mi madre, sosteniendo en la mano un pedazo de leña de ganadillo que ya empezaba a arder—. Termina de desgraná el maíz, al rato que venga tu papá lo vemos. —Sí, má…, pero guá ir. Quero vé como es un día del niño. — ¡Aaaah¡ sos terco como mula, tú chiguitiu. Aquel día anduve tan hacendoso, que cualquiera diría que era otro el chamaquito el que vivía en aquella casa. En la tarde el permiso estaba concedido “Nomas que cuiden mucho a mis hijos” les dijo mi amá a Tita y Cachí, “Es que con tanto chamaquitero que va a ir, no se vayan a desparecé”. “No los vamo a soltá de la mano”, dijo Tita. Me desperté muy temprano, no quise levantarme para que no me regañaran. En cuanto vi que mi madre se levanta, ahí voy detrás. — ¿Y si me baño de una vez, má? —Pérate…, los infierno; ni los que de veras van a la escuela se han levantado, cuatimás tú que de arrimado vas. —Aquí gua tá pa cuando digas. Me senté en un viejo palmón, desde ahí vigilaría el movimiento de mis vecinos; yo no sabía de horarios, yo sabía de necesidades. Con el agua de una tinaja y una jícara de morro, nos bañaron. Actividad que en otro momento a mi madre le hubiese costado realizar, hoy, día de fiesta, día del niño, no hubo sobresaltos ni arrebatos, me tenía a su merced.

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De un ropero de media luna, mi madre sacó nuestra vestimenta que olía a alcanfor: para mí, un short color chicozapote y una playera blanca con rayitas anaranjadas, a mi hermanita Mary le fue peor, era un vestido solferino, almidonado y una cinta verde en la cintura. Por ratos el atuendo de mi hermana me recordaba a los santitos de la iglesia. Hasta el día de hoy llegué a entender que nos vistieron de ese modo para que no nos perdiéramos entre tanta chamaquitada, o al menos para ser localizados prontamente. —Ponte tus huarachos, ni creas que vas a ir con tus patotas de fuera. —Es que me aprietan… ¿Y si los llevo en la mano y allá me los pongo? —Bueno tú… ¿Tas guicha o qué…? Póntelos o aquí se acabó la fiesta. —Sí, má… —Y ponte aceite en esa cabezota, mira el pelo parado que trais. — ¿Del de almendra o del de comída, má…? —Aaay nana, ahora sí, tú me vas a dejá guicha, en serio. El de almendra sonso. ¿Qué, quieres ir hueliendo a garnacha, o qué? —Ta güeno…, el de almendra —me embarré las manos del ungüento mencionado. Lo tomé de un pomo vacío de nescafé, que yo había encontrado en la calle, se lo había traído a mi madre y ella con agua caliente lo lavó bien y lo llenó de aceite de almendra, que se usaba para ocasiones especiales, como en esta. Aclaro lo de la procedencia del pomo de nescafé, porque nosotros solo tomábamos café de olla, granulado, del que nos traía y nos daba fiado “Toña la cafetera” de Ixtaltepec. Para que así no vaya a haber algún mal pensado que diga: “Mira,…jodidos, pero tomaban nescafé”. A mi hermanita le hicieron sus trenzas en forma de rueda, de tal manera que la frente y la nuca le quedaron tilinti. Parecía chinita. —Vamo, los gua encargá con los muchachos.- Dijo mi madre al mismo tiempo que cruzábamos la calle, uno en cada mano. — ¡Jaj…, mira pué…! Los muchachotes de Lejandro.- Dijo tiu Sabino, cuando nos vio llegar a su casa.

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— ¿Y la Tita? – Dijo mi madre viendo hacia el interior de la casa. En ese instante los dos vecinitos salían, dispuestos para partir. — ¿Y tu vaso? – Me dijo Cachí. — ¿Vaso? ¿Que vaso? — ¿Y onde crees que te van a echá la horchata? Hay que llevá vaso. Mi madre salió disparada hacia su cocina, volviendo con dos sendos pocillos de plástico con sus respectivas agarraderas o “chuangas” como le decía ella. Con un pedazo de liste de hamaca nos aseguraron al cuerpo aquellos salvoconductos que nos servirían para beber la tan ansiada horchata. A mí me lo sujetaron en el ojal del short, a mi hermanita en la cinta verde que traía en la cintura. “Y hala…, vámonos.” Las recomendaciones de mi madre fueron: “No por andá abriendo la boca se vayan a perdé entre la chiguititada. Tú, Edi, como mayor, cuida a tu hermanita.No anden rogando pa´que les den, si no les quieren dá, se dan la vuelta y se van pa´otro lado. Limpio se van…limpio los quiero de regreso.Y ustedes Tita y Cachí, si estos dos no quieren obedecé, agárrenlos a coscorrón.” —Y si me da gana de oriná, má…—le dije sin verla; con la mirada puesta en mis huarachos. — ¡Bueno…, yo no sé qué clase de gente te hizo Dios, de verdá! ¿No hace ratito te pregunté y dijiste que no tenías gana? —Me regañaba mi madre. —Sí, pero hace ratito no me bía tomado la jicarota de agua. También el queso seco me dio sed. —Pues te aguantas, si no, te pegas a un paral que veas cerca, y listo. Apúrate. Salimos rumbo a la fiesta, la celebración era en la plaza cívica del pueblo, es decir, frente a la agencia municipal, pues la primaria estaba en la casona, la casa grande, ahí donde dicen que vivieron los Maqueos. Mis huarachos rechinaban, el vasote se meneaba “pacá y pallá” y mi corazón se aceleraba. Cuando llegamos a lugar de la fiesta,

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toda mi ansiedad, mis anhelos y mis ansias se hicieron mil pedazos al ver aquel gentío, toda la chiguititada; aquello era un autentico hervidero de gente enana; lo primero que pensé fue: “Ya´tuvo que no alcancé horchata, ni galleta de animalito”, “¿Qué tienes, pue…?” me dijo Cachí, al ver mi rostro desencajado, “Nooo..., onde crees que guá alcanzá un poquito de horchata con toda esta chiguititada” le dije, tremendamente decepcionado. Cachí se rió “si alcanzas, creo que un tambor fueron a llená al ríu pa hacé la horchata, hay bastante” me dijo. Un viejo tocadiscos se escuchaba desde lo alto de un lambimbo, “había un chorrito, se hacía grandote, se hacía chiquito; pobre chorrito tenía calor”. Un maestro tomó la palabra “por favor niños, vamos a comportarnos como nos han enseñado los maestros”, ni un alma se inmutó con las palabras del mentado profesor, todos se empujaban, todos querían estar cerca del tambor de horchata. — ¡Fórmense chamacos! —Fue la voz firme de una maestra que ya a punto de estallar, tomó el micrófono y arengó a la biuchitada—. El que no esté formado, no le toca nada. Santo remedio. Silencio. Solo se percibían los codazos por lo bajo. Una vez quieta la multitud, se procedió al acto ceremonial: unos recitaron, otros bailaron, otros solo hablaron; pero a ninguno en cuenta lo tomaron. Para esto, yo andaba formado entre los educandos, sin soltarme de la mano de Cachí. Ya no se sabía quién era quien, un chamaquito me dijo: “¿Tú sos el que va en primero B?”, “Sí…” Le dije. Temiendo que fuera a denunciarme con la maestra. Ya eran las diez de la mañana, lo supe por una señora que gritó “Ya son las diez, los diablo, denle horchata a esta chiguititada”; y la mentada horchata no llegaba hasta mi vaso. Era una fila larga, llegaba hasta la carretera. A lo lejos divisé a Tita y a mi hermanita, ya andaban tomando horchata y comiendo galleta de animalito. Yo estaba a dos metros, para llegar hasta el tambor de horchata. — ¿Y mi vaso?

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— ¿Que tiene tu vaso? — Me dijo Cachí. —Ya no tá mi vaso. Se cayó mi vaso. No se onde secayó… — ¡Tu vaso! —me dijo la maestra que repartía la horchata.

Fue en una bolsa de plástico, ahí me pusieron la horchata. La galleta de animalito en papel estraza. Aquel día, aparte de la horchata y la galleta, nos llenaron de: bolis de horchata, palomitas de maíz o de sorgo, no lo supe bien. Aquel día comí como los chuchos, como desesperado. — ¿Te gustó la fiesta del dia del niño? – Me dijo Cachí. — ¡Aaah bestia, tú…! Me llené tanto que quiero revesá. —Imagínate…, pa´l otro año que ya vengas a la escuela. —Sí…, ya quiero ir a la escuela. Ya quiero que sea día del niño. —Ya mero…ya mero.

* — ¿Y tu vaso…? – Me dijo mi mamá. —Se quedó. Me dijieron que lo dejará pa´l próximo año, pa cuando vaya a la escuela. —Aaah, chamaquito, chamaquito—dijo—. ¿Vas a comé? —No tengo hambre. Me retaqué allá en la fiesta. —Tú papá les trajo caña de la milpa. Solo dijo: “Es pa los chamacos”, ese ha de ser su regalo, yo creu. —Y… ¿Te gustó la fiesta? —Sí, má. Ahora todos los años gua ir al día del niño. —Mientras sigas siendo niño, sí. —Yo siempre gua sé niño, má… — ¡Si, pué…, guicha también vas a sé siempre!

De todo esto es que me acordé de aquel lejano día del niño de 1972.

Construyamos buenas historias con nuestros niños, así, el día de mañana, en donde quiere que vayan se llevaran en la memoria lo que se vivió en la infancia.

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El año de la sequía

“Ojala que cuando llueva en La Venta, esté ahí para empaparme todo.”

“El problema es el rio” dijo Chejota, en el mismo instante en que despertaba de la dormidera que le había dado en plena asamblea de ejidatarios. “Ya tamos en otra cosa, compañero” le dijeron, y se volvió a dormir. —Como íbamos diciendo compañeros, el agua que nos dan pa regar la caña ya no alcanza; hay que exigirle a Guzman que abran más las compuertas. —Cuando menos ustedes, en los terrenos de riego les llega un poquito de agua; en Pasochivo tá más cabrona la cosa, solo nos ha pegado un poco de “aguañeve”, eso es todo.

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—Aunque le apretemos el pescuezo a Guzman, no vamo a hacé nada. El año pasado casi no llovió por el rumbo de Jalapa, en donde está la presa. La presa está casi seca. —Ayer mi hermana vino de Puerto, y me dijo que allá si ha llovido. Me dijo que de este lado de las montañas en donde estamos es solo donde no llueve. —Sin agua nos va a cargá la chingada. —También hay pozos que ya se empezaron a secá. Ayer como a las ocho de la mañana, en el pozo de tiu Manchón, saqué una cubeta y en vez de agua salió llena de lodo. —La gente está yendo a buscá agua más temprano. —El problema es el río, compañeros —dijo nuevamenteChejota, despertando de su segundo sueño. —Bueno, tú Chejota, ¿Pa que diablo vienes a la junta si no vas a tá despierto, pué...? —Es que sí, el problema es el río…—repetía Chejota, medio adormilado. — ¡Oooh que la canción! Sigues con tu terquedá. Pero si ni agua hay en el río. Yo creo que con la sequía ya se te secó el cerebro, ya te quedaste guicha. —Bueno…, yo no mas lo digo, ayer que fui al Ingenio vi que habían desviado el agua hacia la fábrica. Por eso lo digo…, toy escuchando, no crean que toy dormido —dijo Chejota, con los ojos bien abiertos. —Sí, pué. Sí nomas tas mirandopa´dentro. ¡Jajajajaja! —Le respondieron y la vieja casona de la comisaria Ejidal retumbaba por las carcajadas de los compañeros. El río se había secado por completo, solo producía arena. Las pequeñas pozas que aun quedaban con un poco de agua, debajo de los grandes amates, eran ocupadas por las cuches, que se volvían salvajes por cuidar ese pequeño oasis. Las filas que se formaban para sacar agua de los pozos en el pueblo, cada vez eran más extensas, y menos el agua que te tocaba, en el supuesto que te tocara.

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—Dicen que el pozo que si tiene bastante agua, es el de tiu Beninio. —Si no alcanzo en este de Manchón, me voy pa´llá. En las mañanas, cuando el sol aún no brotaba por el rumbo del río, era un ir y venir de gentes acarreando agua de los pozos. Cuando muchos pozos se empezaron a secar, nos fuimos a hacer pocitos en el río. Los hombres con sus “palos pa carriá agua” enganchaban dos latas vacías de manteca; las mujeres con cubetas: verdes, rojas, amarillas, color ladrillo, color chicozapote; una en cada mano; los más biuchitos con cubetitas del mandado o las ánforas de cuatro litros. —Tata, hazme un palo “pa carriá agua”, que tenga lacurvita pa ponerlo en mi jiba, que esté liso y que vayan una sonadera las cadenas, eso quiero. — Le dije a mi tata Pocho, que era un experto en hacer cosas “curiosas”. —Claro que sí m´hijo. ¿Queres de Caulote o de Guanacasle? —De Caulote, tata…, pedazo se va hacé el de Guanacasle, ese solo sirve pa sombra. —Pa eso si tá listo ese viejo, pero díganle ir a trai leña; puritito que se le safa la mano… —Decía mi Nana desde su cocina, que por la humareda que había, solo escuchábamos su voz, como si fuera un fantasma. —Ni caso le hagas a tu Nana…, solita se conforma—dijo mi tata. El último invento de mi tata, había sido “un palo baja limón”: cortó una vara de caulote como de tres metros, le amarró una lata vacía de chile, le hizo un hueco en la panza de la lata, y listo, a bajar limón. Los días pasaban sin que se viera en el firmamento alguna esperanza de que fuera a llover. Sin agua no hay pasto, sin pasto el ganado muere, si muere el ganado...pues, atrás vamos todos. Cuando a la gente pobre le quitas su único patrimonio es como si le estuvieras quitando la vida. Tiu Mado Marcos, otrora adivino de los tiempos del clima de La Venta, se encerró en un cuartito de lodo que tenía cerca de la cocina; no quería salir a las calles

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para que la gente no le estuviera preguntado para cuando iría a llover. —Va a llové, cuando tenga que llové. Así de sencillo —le dijo a tia Velina, su mujer, que fue la única que se atrevió a preguntarle al respecto. Aquel cielo sin nubes se veía tan limpio, que por las noches parecía que lo que iría a llover serían estrellas; eran tantas, tan luminosas y tan cerca de la tierra, que daba la impresión de que el cielo se estaba desmoronando. La gente empezó a soltar el ganado para el rumbo de Pasochivo, simplemente les daban larga; ahí se iban a la de Dios. A las vacas se les veía en grupos, deambulando a diestra y siniestra, y llegaban hasta la falda de los cerros. —Pues aunque sea el frutito de los espinos que encuentren pa comé. —Ojalá y que no vayan a comé chilío. Les va a pegá la rabia. Y ya no solo va a haber Chucharrabia, sino también “Vacarrabia”. —Ya se olvidó Dios de este pueblo. —Pues mientras no muramos, todavía hay esperanza. —Así como anda la cosa, hasta las iguanas ya no salen de sus huecos, ya le tienen mucho miedo a los venteros. Si de por sí no las dejábamos en paz… —Ayer vi a una chiva comiendo papel estraza. —Esas son mañosas desde siempre… —Al menos de este lado de la serranía, todo está igual de seco. Por las tardes “la viejada” se sentaba en los patios de las casas, con la mirada perdida en el horizonte, buscando esperanzados alguna nube que despuntara. Y nada. A esa hora a la chamaquitada se le olvidaba la sequía y jugaban hasta que se les tapara el felgo. Se secaba la tierra, se secaban los montes; se secaban las almas de las gentes. Todo indicaba que Dios le había dado la espalda a la gente que vivíamos de este lado de la montaña.

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Ya llevábamos un año sin que una gota de agua nos cayera del cielo. Aquella mañana tibia, en que me levanté…o me levantaron, para el caso es lo mismo: de todas formas te tienes que parar; tomé mí “palo pa carriá agua”, enganché las cubetas y hala, al río. Iba por la calle entre el claro-oscuro de la mañana, con la sonadera de las cadenas de mi indumentaria; los chuchos ya no ladraban para no gastar saliva y les diera sed. Bajé al rio. Los pocitos ya estaba atestados de gente, esperando; siempre esperando. Estábamos inmersos en la resignación de la rutina, cuando de pronto vimos un resplandor por el rumbo de Ingenio, una luz que alumbró momentáneamente todo el panorama; seguido por un trueno sordo… y el grato olor a tierra mojada. Con la respiración entrecortada, nadie hablaba “no vaya ser que espantemos a la lluvia”; la algarabía se desató cuando empezamos a sentir las gruesas gotas del cielo que caían en nuestros rostros esperanzados; al poco instante aquello se había convertido en tremendo aguacero, pero sin hacer ninguna laguna, pues todo lo que caía de la lluvia la tierra sedienta se lo tragaba de inmediato. Gritamos, reímos…habrá quienes lloraron, pero por la llovedera nadie lo notó. Ese día pude ver la forma en que la tierra bebe agua cuando tiene sed. Salí corriendo rumbo a mi casa. Hasta los chuchos salieron a bailar bajo la lluvia. “¿Y el agua?” me dijeron, “Ahí´stá…que no ven, ahí´stá cayendo.” Dije riendo como guicha. —Dios aprieta pero no ahorca—dijo alguien de entre los acarreadores de agua. —Estos son milagros no chingaderas. —Yo dije que llovería cuando tuviera que llover. Y ahí´stá…—dijo tiu Mado Marcos. —Ya ven, por eso hay que cuidá el agua cabrones—dijo alguien, que por la llovedera no se distinguió quien era. — ¡Agua, vida, agua, vida, aguavida…! —Decía tiu Yayo Pupu, con su saco negro empapado de agua.

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Después de un año de sequía, el pueblo respiraba la humedad de la tierra, volvía la vida a resurgir de entre los montes secos; las iguanas retornaron a sus antiguos huecos. La Venta de vsitió de verde. Solo algunas vacas de tiu Chente Manuel, ya no volvieron; se volvieron pero…guichas por la sed. Y allá quedaron en la montaña, dicen que hasta ahora se aparecen de vez en cuando, sobre todo en tiempo de seca. Aquel día lluvioso, aprendí amar con intensidad la lluvia, vi como se entrelazaron: lluvia, tierra y hombre. La lluvia es el acto milagroso, a través del cual Dios, nos bendice y nos da la esperanza de vida.

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¡Ya llegaron los cirqueros!

“En aquel tiempo, cuando el circo se aparecía por el pueblo, se desataban los sentimientos más disímbolos: desde la alegría despampanante de quienes tenían la posibilidad de acceder a aquel mundo mágico; hasta el llanto más amargo de quienes solo serían convidados a ver, sin poder entrar en esa tierra prometida.”

El chamaquito que trajo la noticia de Ingenio, fue porque lo habían llevado a que lo santiguaran; allá vio el alboroto causado por la llegada del circo; él dijo que se llamaba “Gran circo de los hermanos Orozco.” Eso dijo, a ciencia cierta no recuerdo el nombre, pero… ¿por qué no darle su lugar al chamaquito y pensar que en verdad el circo se llamaba así? No nos cuesta nada. —Si ya andan por L´Ingenio, seguro que pasan por La Venta — decía. Y así fue.

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Todo el hedor de los animales se desparramaba por las calles de La Venta. La chamaquitada, conocedora de los tiempos de diversión, sabíamos distinguir, ya sea por el evento o por el sitio, los olores de acuerdo a quien o donde correspondiera. Así distinguíamos el olor del rio al del canal; el olor de los cañales al de los maizales; el olor del relleno de cuche al del mole negro; el de los hungaros al de los cirqueros; el olor de la palma verde al de la seca; el olor del Guamuche al del Sauce; el olor de la caña cruda al de la caña quemada. — ¡Llegó el circo! Segurito que llegó —le decía a mi Nana, sacando la cabeza del montón de “cola de chucho” en donde me encontraba jugando con mis botellas de vidrio. — ¿Y como es que sabes que ya llegó el circo, si no te has levantado de este patio, pué…?— Me preguntaba mi Nana cuando veía que detenía mi juego, levantaba la cabeza y miraba en dirección de la calle. —Ya lo ventié. Me llego el olor a “animal de circo”. A Lión viejo. A chango “chupi rosado”. —Al saber si no es el hedor de esos chuchos que se bañan solo cuando llueve. —No, Nana. Conozco bien el olor a circo. Ya deben andá por la Agencia. Ya me voy pa´llá abajo. Solo dame una memela con chicharrón—le decía. Y me levantaba de dentro de aquel malverío, buscando la cocina de mi Nana. Ella descolgaba un viejo chiquigüite que pendía del garabato, de ahí bajaba una memela; y tomaba del cazo que le habían vendido los hungaros, un pedazo de chicharrón caliente aún. —Jaaha, ten, agarra. No vayas a andá haciendo travesura. ¿Na? No tes muy cerca de esa gente del circo, se ve que tan medio guicha “todesos”. —Sí, Nana, ta güeno. Si viene al ratito por aquí mi amá, díganle que acabo de irme pa la casa. Díganle que ella que entraba por un lado, yo salía por el otro. No le digan que juí a vé a los cirqueros; capaz que me va a ir a sacá de la oreja de allá.

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—Ta güeno, chiguitiu de los diablos. Apúrate porque con toda tu habladuría le va a pegá el ataque a tu Tata… —Solo déjenme tomá un poco de agua de la tinaja —le decía y en una mano la memela con chicharron y en la otra una jicarita de morro; era la tinajita que tenía en el corredor; por toda la frescura se veía sudar a la tinaja; adornada con flores rojas y lama verde alrededor. Y entonces me dirigía para el rumbo de la Agencia; pasaba viendo el hermoso jardín de la casa de tia Marga; lleno de flores rojas, rosadas, color ladrillo, lilas y blancas. Del olor a gardenia pasaba al olor del guisado de tia Nacha de Chico: carne frita de res. Seguía caminando y me encontrada con una media docena de chuchos, algunos echados en la calle y otros caminando “quien sabe pa´donde”; ahí pude darme cuenta, por la mirada de estos animales que sentían envidia de mi memela con chicharrón; los chuchos no nos pueden engañar, se les ve en la mirada. De la casa de tia Chica Cheu me llegaba el sabroso olor del tamal de res. Al voltear la mirada hacia la casa grande, donde hoy está el mercado, ahí estaba un gran terreno en donde se ponían los circos. Ahí estaba instalándose aquel circo que había llegado de Ingenio. El hedor de los animales era ya muy evidente en ese momento. Ante mi vista se presentaban algunos camiones con jaulas llenas de micos, chuchos, leones, tigres, caballos y…gentes por otro lado. El espectáculo no solo era mirar a los animales, también a las gentes; animales y gentes por igual pasaban por mis ojos; hay momentos en que ya no sabes distinguir en donde está la diferencia. Varios chamaquitos, cruzados de brazos, contemplamos completamente absortos toda la parafernalia de la instalación de la gran carpa. A la par que engullo mi suculento manjar, empiezo a deducir de acuerdo a las características físicas quienes podrían ser los

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personajes que integraran el espectáculo: un hombre ojeroso vestido de negro, supongo que es el mago; un muchacho con un pantalón con el tiro hasta la rodilla, es el payaso; una muchacha bonita con un short apretadito, debe ser la bailarina; un enanito, seguramente es el enano; y uno que les grita a todos para que se apuren: sin duda es el dueño del circo. — ¡Niños, vengan! —Nos llama el hombre que grita mucho. Sin necesidad de que se nos vuelva a llamar acudimos presurosos hasta donde se encuentra “el viejón”, entre lonas, tablas, fierros y mierda de animales. — ¿Quieren ganarse la entrada para ver el circo hoy en la noche? —Dice el dueño. — ¡Síííí! —respondemos a coro, pues entre otras cosas, era precisamente esa la cuestión que ya nos tenía ansiosos por responder. Desde luego que sí; faltaba más, si para eso estamos ahí, ya que seguramente en casa nos dirán: “permiso hay…dinero es lo que no hay.” Por lo tanto esa pregunta nos ha abierto el cielo. —Bueno, miren, tengo algunas tareas para que hagan y se ganen un boleto en las gradas. Necesito agua y zacate para los animales, pero no tenemos ni cubetas ni machetes, así que pidan prestado o a ver cómo le hacen. —Si, aquí cerca vamo a pidí prestado. —Aaah, los que vayan a cortar zacate va a ser solo un tercio grande, los que vayan por agua al río…hasta que se les quite la sed a todos los animales. No hay tiempo que perder, a conseguir la indumentaria y repartirnos la tarea. Nos sentimos bendecidos, ya que atrás de nosotros han llegado otros chamaquitos y se les ha negado la oportunidad de ganarse la entrada. —Solo necesito cinco, si no, al rato todos van a querer entrar gratis y así se me acaba el negocio. — ¡No seas malo! Mi apá me dijo que sí me da permiso p´al circo, pero que buelto no tenía. Yo solo he visto el circo en la tele.

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— ¿Y que quieren que haga? Esto es negocio; no somos hermanas de la caridad. — ¡Anda, malo! Te va a castigá Dios si no nos das chance de ganá la entrada. —Solo hay una forma de que los ayude. — ¿Cuál? —No más que no se si les vaya a dar vergüenza hacerlo — les dice el cirquero con una mirada llena de picardía que parece malicia. Un chamaquito jala de la camisa a otro y le susurra al oído “vámonos, al saber que diablo quiere este viejón, alguna leperada de seguro va a queré que hagamo.” —Ustedes dicen, de otra forma solo entran pagando su entrada. —Es que… ¿y que tal si es una leperada? —Pues…no sé si para ustedes sea leperada, para mí no lo es. Ultimadamente, si quieren, ustedes vinieron a pedir chamba, si no, hala, vayan a ver si ya puso la marrana o la cuche como dicen aquí en La Venta. —Bueno, ta bien, si queremo. —Bueno, pues al rato, antes de que empiece la función los quiero aquí a los tres, bien bañaditos y cambiaditos. Los tres susodichos salen disparados a bañar al río. Los cinco contratados para el corte de zacate y acarreo de agua, volvimos puntual trayendo en mano machetes ensarrados y cubetas viejas para ejecutar la labor. —Solo falta que este viejo nos pida que saquemos a pasiá por las calles a los changos. — ¿Y qué tiene? Yo si lo hago, con tal de entrá a vé el circo, si lo hago. — ¡Aaah sonso!, ni sabes lo que dices. Son muy léperos esos changos, el año pasado que estuvo el otro circo aquí en La Venta, un chamaquito de “allá abajo” se le ocurrió darle de comé un pedazo de memela que traía, el changón le agarró la mano y no lo soltaba… ¿Y saben que hizo el chango? Con la otra mano le aventó un poco de mierda en la cara al chamaquito…jajajaja…y

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santo remedio; se soltó del chango pero con la cara llena de mierda. Todos reímos a carcajadas, es tan grande nuestra motivación que la desdicha ajena servirá para alimentar nuestro estado de ánimo que anda como alebrestado. Tres se irán al río y cubeta tras cubeta comenzaran a llenar los estómagos vacíos de todas aquellas bestias sedientas; los dos restantes nos vamos por el rumbo del segundo puente, ahí encontramos zacate paral, de vuelta un paisano que pasa con su carreta nos da espacio para subir dos sendos tercios de zacate, mismos que serán la llave para entrar al mundo mágico del circo. La tarea se concluye ya casi entrando la oración, si se tratara de nuestra casa, este esfuerzo ya nos habría dado motivos para lamentaciones y lloriqueos, pero no, el cirquero no es mi padre y por tanto no le puedo rezongar, o hago lo que exige o no hay boleto para la entrada. Todo el esfuerzo se compensa cuando vemos en nuestras manos los pedacitos de cartón con el sello del circo: el boleto. — ¿Y qué vas a hacé si no te dejo que vayas al circo? —Me dice mi padre sin voltearme a ver. — ¿Qué…? No entendí apá… —Sí, si te digo que no vas, ¿A quien le dijiste antes de hacé compromiso con el cirquero? —Pero…, si hasta ya me gané mi entrada. —No te mandas solo, primero se consulta con los padres, al rato vas a meterte a hacé chingaderas nomas por tus pistolas, así no es la cosa. —Ya hombre. Si vas a ir. Vete a bañá. Ora, hala, refriégate ese pescuezo que está lleno de mugre —es mi madre que ha intervenido en la plática y ha salvado mi alma. —Ta bien —dice mi padre quizá convencido o ya porque no le queda de otra, o probablemente no tiene ánimos para entablar una discusión con mi madre, de todas formas lleva las de perder—. Pero onde mañana tempranito no te quieras levantá para ir a Pasochivo, del copete te guá agarrá.

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—Güeno nomas te guá dici —digo para mis adentros. De un tambor viejo que nos sirve de alberca, voy extrayendo jícara por jícara y las voy vaciando en mi cuerpo escuálido, correoso por la mugre. El agua se me resbala casi sin mojarme, pues todo el polvo que se me ha incrustado por los poros ha formado una capa impermeable en toda mi “cuerazón.” Pese a la refregada que me he dado con “gabazo” de campanilla, mi madre reprueba mi baño. Se repite la operación, pero ahora la refregada es con arenita “cueste” que he traído del río, precisamente para casos como estos cuando no me creen. Ahora sí. Los cinco contratados, somos los primeros en llegar a la carpa. En lo más alto de dicha carpa se escuchan tres grandes bocinas que anuncian: “¡Llegó El circo, el circo, el circo hermanos Orozco! Venga usted a ver el espectáculo más grande del mundo, la fantasía ha llegado a este pueblo. No se pierda el baile de los micos; la algarabía y picardía de los payasos : bracita y tizoncito, el milagro de la mujer muda que solo habla cuando ve dinero; el mago que le corta la lengua a un chucho y se la vuelve a poner sin que derrame una gota de sangre…y para los ojos alegres de la chamacada y los no tan chavos, se presenta hasta esta pista la espectacular, la única, la inigualable: “La Perla de Alvarado”, la mujer que baila como trompo y tiene cuerpo de diosa. Por primera vez en La Venta, un espectáculo de primer mundo, de los que se presentan en las Vegas”. Aquello es el comienzo de la fiesta, las emociones comienzan a fluir como en los sueños fantásticos. Un chamaquito pregunta “¿Y onde queda Las Vegas, tú…?”, otro responde “no dijo Vegas, sonso, dijo una leperada.” “Aaaah, con razón…” El grupito de “los cinco” nos hemos presentado a la función como Dios manda, bien pachucos: un pantalón tunco, una camisa con mas arrugas que la mas viejita del pueblo, huarachos de tres correas recién reparados con alambre recocido, ya que una cuche en protesta por no tener su ticiahual a tiempo ha arremetido con

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lo primero que encontró y ahí estaban los huarachos. Los cinco tenemos una mano metida siempre en la bolsa del pantalón, mano que no suelta el pedazo de cartón sellado por el cirquero. La gente comienza a llegar, todos son mirones, la mayoría son niños que probablemente no entraran a la función, quizá como en los tiempos bíblicos le paso a Moises: solo podrán ver la tierra prometida, sin poder entrar en ella. Los cinco estamos en la puerta como cuando los becerritos no han sido amamantados por su madre, solo esperan en la puerta para que al primer espacio se cuelen a buscar sus tetas. En eso estamos, cuando de la nada irrumpen los tres colegas que llegaron tarde a buscar empleo al circo; tres chamaquitos en las misma fachas que nosotros, pero con un poco mas de aceite en la cabeza. —Jaj… ¿y estos? Pero…si no estuvieron “carreando” agua… —A lo mejor sacaron a pasiá al changón viejo por las calles. —No. Miren pa´llá…, el viejón, el dueño del circo, ¿Ya lo vieron? — ¿Onde? —Allá en la esquina, en lo oscurito. Les está haciendo seña. —Ja…ha…, aaah, al saber que van a hacé esos… — ¿Y si voy corriendo a decirle a sus mamás…? — ¿Y qué les vas a dicí…? —Que se tan metiendo al oscuro con un viejón… —Ya está empezando a entrá la gente. Déjalos que los chingue el viejón pa´que se les quite. Nos olvidamos de los tres colegas y nos formamos en fila india, nos vamos riendo solo-solo. Legamos hasta el señor de los boletos, presentamos el salvoconducto. — ¿Y esto? – dice el portero. —Boleto, que más… —le digo. — ¿Boleto? Esto un pedazo de cartón. — ¿Pues no de cartón son los boletos, pué…? Le digo, un tanto sarcástico, pero con una risita nerviosa, volteando a ver mis compañeros que se miran aterrados.

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—Aaaah, y además vacilador el chamaco, ¿no? — ¿Por qué? Si eso fue lo que nos dio el vie…el dueño del circo. Dijo que si carreábamos agua y cortábamos zacate para su animalero, nos ganábamos la entrada. —Mmmm, me da mala espina esto —dice el cirquero volteando a ver a otro de sus compañeros—. Dile a Don Herculano que si él le entregó estos cartones a estos chamaquitos. Ustedes háganse un lado, orita van a checar “sus boletos”, para mí que ustedes se dedican a falsificación de documentos. — ¡Aaaah bestia, tú…! que transa son estos cirqueros… — ¿Qué dijiste? —No, nada. Que el zacate lo trajimos de un potrero —eso digo en eso que regresa el otro cirquero. —Que dice que no lo moleste, está ocupado. Ahí está en el camper con unos chamaquitos jugando con unos canastos. Chingado viejo pervertido. Que los dejes que entren, pero que los vigilen por cualquier cosa. Una vez pasada la aduana, se nos olvidaron los sinsabores, las molestias, las angustias, la familia…todo, hasta la tarea de la escuela. Aquella bóveda formada por la gran carpa de lona, llena de luces y bullicio, se nos figuró la antesala del paraíso. Nos sentamos en las gradas más altas. Y desde ahí a mirar, a reír, a gritar…estábamos como posesos. La primera y la última noche del circo, por lo regular se llena. Así que una vez cumplido lo que se tenía que cumplir, dio inicio el espectáculo. Era un griterío de chamacos, chiflidos de muchachos….y mentadas de madre de los más viejos que exigen que ya entre la bailarina. Estos viejos no se andan por las ramas, a lo que fueron. Con cada número, con cada personaje que se presenta he confirmado que mis predicciones a cerca de “quien es quien” son certeras. Los changos bailotean sin hacer caso a nadie, ni a sus propios padres; seguirá el mago que con un cuchillo cebollero nos hará creer que en verdad le rebana la lengua a un chucho cola tunca;

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los payasos se hacen bolas con chistes que a decir de una paisana malhablada se trata de puras chingaderas; malabaristas que hacen malabares con naranjas que les vendió Reyna de tia Juventina; para que después de esto aparezca el dueño del circo vestido de saco y corbata cantando esta canción: “cuando tuve, te mantuve, te sostuve y yo te dí; pero hoy no tengo ni mantengo ni sostengo y ni te doy; uyupa, uyupa, uuuyupa” y remata diciendo: “esto es el intermedio, una pausa y volvemos con lo mejor del espectáculo: la bailarina. Mientras tanto por sus lugares pasarán los vendedores ofreciendo los productos que la corporación circense Los hermanos Orozco, tienen para usted amable auditorio.” Lo que siguió fue la apoteosis del momento: de entre los telones raídos del acceso principal aparecen ni más ni menos que tres chamaquitos con sendos chiquigüites de palomitas, chicharroncitos y cuanta bisutería se les ocurre a los cirqueros que se ha de vender. Y efectivamente han adivinado, son nada menos que los tres colegas que llegaron atrás de nosotros buscando trabajo en el circo. Los tres chamaquitos venteros que perdieron la vergüenza. —Jaj…ha. .. ¿Y estos? ¿Ese no es el hijo de aquella mujer que vive por el canal? —Sí. Pero con la capota de payaso que le pusieron, hasta parece otro. — ¡Oooraaa Venteros, oraaa cirqueros, ooora payasos, Jajajaja...! —les gritan. Los tres caminan en distintas direcciones con sus respectivos chiquigüites a cuesta, con la bulla apenas se escucha su pregón: “palomitaaas” “chicharroncitooos” “bisuteríaaaa.” — ¡Aaaay nana, pobre mi sobrino, de cirquero y chicharronero terminó, mira pué...! —Dice una paisana desde las gradas al distinguir a uno de los vendedores. Los tres avanzan rápido-rápido, ya sea que vendan o no, el chiste es salir con vida de aquello que parecía el corral de la “toriada” de noviembre. Ya no voltean a ver a nadie. Al menos han

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cumplido el trato: salir a vender la mercancía para tener derecho a su entrada a la función. Al fin le dan la vuelta a toda la carpa, llegan al punto de partida: como entraron así se fueron, se esfumaron. Pero antes de salir, uno de ellos se voltea hacia el público y estira el brazo derecho y colocando la mano izquierda en el antebrazo estirado, logra flexionar una o dos veces dicho brazo, señal que la gente entiende muy bien y grita: —¡Vayanse a la chingada todos ustedes, bola de pendejos! — Aunque muchos dicen que solo movió la boca, pero sí dijo lo que les dije, yo lo supe por él, días después. Y si no lo dijo, al menos lo pensó. Solo faltaba el cierre del espectáculo, tocó el turno a la bailarina. El auditorio femenino se calló, los hombres nos desbaratamos la garganta para celebrar aquella escena digna de los cuentos árabes de las mil y una noches. Hasta ese día, yo jamás había visto a una mujer bailando en puro bikini. Hasta el día de hoy recuerdo aquella estampa de la muchacha con su tanga morada y flequitos que parecían cortina, como si una hamaca morada anduviera baile y baile. Esa noche no dormí pensando en “La perla de Alvarado”; ahí quedó demostrado que el amor no tiene edad. Porque siendo aún un niño, aquella imagen me impactó, al grado que todavía recuerdo a la cirquera. La función se terminó, volvimos a nuestras casas, al pasar por la casa de tia Fausta, un grupito de amargados que no pudieron ver la función nos gritaban: “ a la maroma, a la maroma…aunque mañana no coma.” Y yo me dije: “que me importa que hablen al cabo que ni pagué…”

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Mamaneche

Has sobrevivido a muchos, Mamaneche; tu fuerza radica en tus propios sufrimientos, pues la vida te sorprendió al dejarte viuda jovencita.Yo no sé si cuando enterraste al abuelo Marce también derramaste todas las lágrimas que te quedaban; tampoco sé si ese día juraste que ya no te verían llorar. ¡Yo no te he visto llorar o lloras a escondidas, no lo sé! Dejaste de comer por tus criaturas, llevaste el peso de la casa junto con mi apá, tan niño, pero era el mayor. ¿Recuerdas la casona vieja, la de tejavana? Desde esa casa antigua solías reunirnos de tarde en tarde Tú platicando con tus hijos y yo jugando con mis primas, corríamos por los patios, salíamos a las calles a tirarles piedras a las golondrinas que se paraban en los postes de luz. Me prometiste llevar a ver la tumba de mi abuelo Marce, a Santiago; cuando a mí ya se me había olvidado, me dijiste: “Ya es tiempo, vamos…”

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A tus noventa y tantos años, te acuerdas de todo y bien. Hoy entiendo que “tus muertos” siguen vivos en tu memoria, los evocas cuando cuentas sus historias, ahí están presentes. Por eso me gusta oírte Mamaneche, tus palabras no son solo tuyas; también hablas por los antepasados que se marcharon: tu voz es la de muchos… Eres rebelde, de ahí que la vida te quiera amarrar los pies; aún así, te la ingenias para salirte con la tuya. En cada fiesta de La Venta, en cada traje bordado, ahí te veo, ahí estás. Así como en tus recuerdos viven gentes, tú vives en mi memoria, ahí te veo libre, caminando, caminando y bailando. Cada vez que escucho que me dices: “eso es que está…”; es que reafirmas tu presencia…y aunque te hayan llevado a Puerto por salud, tú y yo sabemos, y tengo presente lo que me dijiste un día: —Nunca me guá ir de La Venta—, lo veo muy claro Mamaneche: “Nunca te irás de La Venta…mucho menos de mi memoria”

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Caminos de la montaña (Por la falda de los cerros)

Dedicado para mi padre, que me enseñó mucho antes que la escuela…, que sin decir mucho me mostró los distintos caminos, incluido el de la montaña.

* Hace ya muchos días que diviso los cerros azulados desde la lejanía; me trepo en un Lambimbo y desde ahí puedo mirar las imponentes montañas en la parte norte del pueblo. Hace ya muchos días que pienso, pienso y pienso… ¿Qué habrá en los cerros? ¿Cuántos arboles que nunca he visto habrán ahí? ¿Qué tipos de animales se arrastraran entre las piedras o volaran entre las ramas? Mis pensamientos se avivan aún más con las

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referencias fantásticas que tiu Cheno ya se ha encargado de contarme. Mañana habré de despejar la incógnita, mañana conoceré por fin el mundo de la montaña; después de algunos meses de constantes negativas, por fin mi padre ha accedido a llevarnos a conocer los cerros. Él piensa que ya estamos listos. Mi hermanito Mayo, mi Apá y Yo, iremos a cortar un “timo” de carreta, iremos a meternos entre las azules montañas. Nos vamos preparando desde la tarde previa; mi madre ha ido a pedir fiado en la tiendita de mi tia Chefa, dos triángulos de queso seco: —Es que mañana van los chamaquitos con su papá al cerro. — ¿Al cerro? ¿Ahí mero? Dile a Lejandro que los cuide mucho, por ahí hay mucho animal malo. Pero… ¿No tan muy biuchito pa´andá en el cerro, pué…? —le dice tia Chefa. —Ya se lo dije. Algo les llega a pasá a mis hijos…, que se cuide nomás, ni el polvo le va a quedá. De que tan biuchito pa ir, sí; ¿Pero como los atajo, pué…? Y es que desde que al mayor ya se le metió una idea en la cabeza, ¡Aaay, nana!, hasta que salga con la suya; el otro día amenazó que si no lo llevaba su papá al cerro se iba a pegar de algunos leñadores. —Ni modo…cuando empiezan a crecé los hijos ni quien los ataje. —Eso sí…, apúntame en la libreta el fiado.

De manera tosca, Mayo ha comenzado a imitar a mi padre, ha encontrado en el patio, entre los cachivaches, un machete ensarrado y ha comenzado a pasarlo sobre una piedra de afilar. — ¿Y pa que quieres ese machetón viejo, tú…? —le digo a Mayo. — ¡Aaaah sonso!, ¿Y que tal si te sale un tigre allá en el cerro? ¿Con qué lo vas a matá? — ¡Jaj…¿Piensas matá tigre, pué…?

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—Pues…si se dejan, sí —continúa afanoso sacándole el filo aquel machete tortillero. Este tipo de acontecimientos rompen con mi rutina infantil: el juego; desde que la noche es muy joven y sin que me lo ordenen, insinúen o mencionen, me despido de la chamaquitada en medio de lo más emocionante de las carreras de caballo, lo cual hacemos montado en sendas pencas de palma; me despido de manera abrupta y vanagloriosa. — ¡Listo! Se acabó la jugadera. Ya me voy, porque mañana voy con mi hermanito y mi Apá al cerro. — ¿Te van a llevá de verdá al cerro? —Preguntan entre el asombro y la incredulidad. — ¿Y qué pué…? Ya es tiempo, me dijo mi Apá. — ¡ Bestiaaa! Yo nunca he ido…, tú. —Dicen que es muy bonito pero…da miedo. —Hay muchos duendes. —También hay mucho chupamiel, de esos que le chupan el seso a la gente. —A lo mejor te toca vé la fiesta de los micos. Pregúntale a tiu Tomas “vivo” por donde vio a los changos que se taban casando. —No, no… ¿Sabes qué? Mejor busca el buelto que dejaron enterrado por ahí los rebeldes; mi nana me dijo que en el cerro escondían lo que robaban. —Pues…lo que yo vea se los guá platicá mañana, cuando regrese. La oscuridad de la noche servirá como preámbulo para entrar en el mundo fantástico del sueño; voy soñando que ando metido en el corazón de la montaña, en el territorio de los tigres, y me enfrasco en una pelea a muerte con un tigre que me quiere arrebatar el queso seco que traigo entre mis manos, mi hermanito me presta su machete ensarrado; “acabalo” me dice Mayo, estoy a punto de enterrarle la daga en el pescuezo…cuando de pronto, alguien me agarra el brazo que ya se elevaba por los aires.

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—Hey…, ya estuvo; despierta, ya es hora —es mi padre que me sacude para que despierte, pues ya es de madrugada y ha llegado la hora de partir —. Levanta a tu hermanito—me dice. — Un ratito más de sueño…y me echo al plato al tigrón, lo salvó mi Apá— pienso. Me dirijo a buscar a Mayo para despertarlo, me asusto al percatarme de un pequeño bulto que parece un Buda sentado en la cama. —Jaj… ¿Ya despertaste, pué? —Con esa habladuría que tenías, me despertaste. —Es que…en el sueño me pelié con un tigre. Vamo, ya estuvo, ya es hora. Comienza el camuflaje: un sombrerito de palma, un pantaloncito tunco, una camisita chipa que despide un tufo a alcanfor, huarachitos de tres correas que mi padre nos compró en Unión con un tal Chendré; como cinturón un pedazo de liste de la hamaca que está colgada en el patio y para rematar: dos tiras de palma para sujetarnos el pie del pantalón. Todo lo anterior en una real y autentica imitación de lo que hace mi Apá. Yo siempre he pensado que las madres nunca duermen o han de tener un complejo de “gallos”, pues siempre son ellas las que despiertan a los demás. Y en esta ocasión no es la excepción; mi amá ya se encuentra en la cocina de lodo, la de tejavana. Desde la otra casa diviso el bulto que lleva y trae cosas. — ¡Vengan a tomá un poco de café! —nos grita desde la cocina, un gallo se asusta y cacarea, debo suponer que con lo adormilado y en su entender el gallo supuso que mi madre dijo: “Vayan a matá al gallu café”. Falsa alarma. Ya en la mesa, los tres hombres fuertes de la casa toman café con pan capricho, ninguno de los tres emite palabra alguna. Mi madre rompe el silencio con un discurso que desde la perspectiva de las madres, nunca está de más “acuérdense a donde tan yendo ¿na?, no piensen que van a andá como en el patiu, si ven a un duende y les empieza a hablá, no le hagan caso, miéntenle la madre; tu tata dice que con eso se van corriendo y te dejan en paz.” — ¿Y los duende son chaparrito, má? — Pregunta Mayo.

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—Sí. De las estatura de ustedes. —Pues nos vamo a peliá con ellos, pa eso llevo machete—responde Mayo. —De veras que ustedes no entienden, lo primero que les digo que no hagan, eso quieren hacé. Culpa tiene tu papá de llevarlos. Allá él. No se les olvide el morral con su comida. —Pero…la coca tá caliente má —le digo. —No es coca, es café en botella de coca. Y como no encontré con que taparla, le puse un pedazo de olote. La carreta está lista, no sé si los bueyes lo estén, pero al fin bueyes, no les queda de otra. Lo negro de la noche aún permanece, en medio de esa penumbra salimos al encuentro de la montaña. Las ruedas de la carreta van moliendo la arenita del camino; el lucero de la mañana brilla con un esplendor inusitado, como si fuera la primera vez que se aparece en el cielo. Son los instantes de mayor oscuridad, dicen los viejitos que es la hora del pleito eterno entre la luna y el sol, entre que la primera no se quiere ir y el segundo que se entretiene dormitando, amodorrado, como los chamaquitos que no se quieren levantar para ir a la escuela. Pronto ha de amanecer. Nos vamos por el rumbo de la Tunita, por todo el arroyo seco. Los arboles que vamos viendo a los lados del camino se ven imponentes, como que la noche los hiciera crecer; aunque ya con la luz de la mañana exclamemos “¡ tan solo es un pobre espino!” Comienza a clarear, comienza la magia en la tierra, las luces del cielo nocturnal se han ido desvaneciendo, como si Dios nos apagara los foquitos con la luz que nos acarició durante el sueño de la noche y nos prendiera “la lumbrera mayor” para el despertar, para que veamos por donde andamos, por donde caminamos; para que no extraviemos el camino. Por ese gesto tan humano de su parte deberíamos agradecer a Dios todas las mañanas. El arroyo se va convirtiendo en una romería, el trinar de pájaros es estruendoso e incesante, pienso que es la oración matutina de

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los pájaros, le entonan canticos a Dios agradeciéndole el nuevo amanecer. Cuando el camino se desvía del arroyo, puedo ver que las montañas han crecido, además, han perdido el tono azulado para adquirir un color entre plomizo y color chicozapote. Este momento es maravilloso, ya que conforme vamos avanzando los cerros crecen más y más; puedo ver con mucho asombro algunas nubes blancas instaladas en el pico de la montaña, el cielo se ve tan cerca, que mi entender infantil me dice que para llegar al cielo, hasta donde está Dios, hay que irse por la montaña, por ahí queda más cerca. ¡La montaña es un buen camino! Mi padre rompe el silencio para decir “ya tamo en el pie de la montaña”, pero sucede algo curioso: la montaña ha desaparecido, los arboles que vamos topando son ya de estatura regular, lo cual no nos permite visualizar allende sus copas. Cuando parece que la hemos perdido, cuando parece que los cerros se esfumaron, sucede que estamos dentro de ellos, dentro de la gran montaña; es por ello que no la vemos. El camino se vuelve sinuoso, áspero; realmente ya no se ven huellas de carreta, el camino común ha desaparecido, es la hora de hacer nuestro propio camino, buscar la senda. Cuando la cuesta se va volviendo más vertical, la vegetación más exuberante, escucho: “Listo, aquí paramos la carreta” dice mi padre. Es un pequeño claro de la montaña, un poco inclinado pero no lo suficiente para voltear a una carreta. La yunta es desuncida, sujetos a unos árboles los bueyes se la pasaran comiendo totomoste que mi padre ha traído en una red. Percibo una quietud extraña, nunca antes sentida en mi corta existencia, los sonidos que me llegan parecen lejanos pero al mismo tiempo pareciera que provienen de los matorrales más próximos. Nuevos olores penetran por mi sentido del olfato: madera, flores, piedras, bejucos, frutos nunca vistos, hojas verdes y secas. Todo está tan puro, que me da por toser. — ¿Y qué tal? ¿Ta bonito? —Pregunta mi Apá.

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—Si, pá. Pero un poco raro… —Ya te acostumbraste al ruidero del pueblo, estos son sonidos de la naturaleza pura. — ¿Y qué tal si vinimos a viví aquí, pá? Yo puedo campiá…—dice Mayo, parado en la rueda de la carreta y sosteniendo el machete con el brazo en lo alto. — ¡Tas guicha, tú…! Una vez que ya estamos instalados, mi padre busca la “cantarilla” de barro negro y da un sorbo de agua, se limpia la boca con la manga larga de la camisa; toma el hacha y el machete, y nos dice: —Voy a ir más pa dentro de la montaña, por ahí hay más palos derechitos que sirven pa timo de carreta. No guá tardá, cuando ya tengan hambre coman, cuidan a los toros. — ¿Y si vamo también? —No. Tan muy resbalosa las piedras, pueden cae en un hueco. Un porrazo en la montaña dueli mucho. —Pero tenemo huaracho, podemo ir despacito. —Por eso mismo: con huaracho se resbalan y despacito no me alcanzan. —Pues…vamo sin huaracho y…rapidito. —No. ¿Y quen va a cuidá a la yunta, pué…? —Solos. Ya son toros viejos. —No…los diablo, se quedan, punto. —Es que tenemo miedo, por los duende. —Que miedo ni que la chingada, hombreee. Si los traje a la montaña es porque ya son hombres y valientes. Ya no son tan solo chiguitiítos pegado a su mamá. —Güeno…ta bien. Pero no tardes. Mi padre sube la montaña, en un abrir y cerrar de ojos lo he perdido de vista, probablemente la montaña es una mujer gigante que devora a los hombres. —No tengas miedo, Tito, aquí tengo mi machete — dice Mayo queriendo infundirme valor, que a él ya le hace falta. —Si pué…, con eso mero nos vamo a defendé.

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Comienzo a escuchar solamente los sonidos del machete que mi padre trae en la mano, se va abriendo camino entre ramas, pero cada vez van desvaneciéndose conforme se aleja y se ven opacados por el trinar de pájaros, y un sonido parecido a un “ iiii, chiiiii, jijijiji…” de repente me parece que es una risa infantil y por otros momentos creo escuchar quejidos de cuches parturientas. — ¡Son los duendes! —le digo a Mayo. —No creu, más bien parecen cuches—responde. —O… ¿Serán los Chupamiel? Por cualquier cosa no te bajes de la carreta. Los ruidos extraños cesan. Los bueyes, ajenos a lo que sucede, solo están mastica y mastica, devorando todo el totomoste que tienen a sus patas. Descubro que el miedo me ha dado hambre, encima de la carreta extendemos la manta que contiene: totopos, queso seco y camarón. Mientras comemos seguimos escuchando ruidos. Un bulto pasa volando entre las ramas, no distingo que es; una corriente de aire fresco nos da en plena cara, en ese momento veo a Mayo que se levanta y a todo pulmón grita: — ¡Vayan a chingá su madre duendeees! —entiendo que se ha acordado de la recomendación de mi Amá. Las ondas sonoras de su voz se expanden como las que hacen las piedras deslizadas encima de las aguas del río. Bastaron unos segundos para que la frase regrese repetidas varias veces: “madreee, madreee, madreee”, hasta que se vuelve difusa y desaparece. Es el eco de la montaña. De inmediato escuchamos nuevamente el “iiii, chiiii, jijijiji…” —Son los duende, ya se amuinaron. ¿Y ahora? Vuelve la quietud, los bueyes como si nada solo mueven la cola espantando a la retahíla de tábanos que los asedian. Van pasando los minutos, las horas; ahora solo se escuchan las hojas de los arboles que son sacudidas por los pequeños remolinos de aire que llegan de vez en cuando.

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—Mayo… ¿No se te hace raro que se tarde mucho papá? Si dijo que no iba a tardá. —A lo mejor no encuentra timo. —No, no creu que sea eso. No escucho los hachazos, no escucho los machetazos. —Gritale, a ver si te oye. — ¡Apááááá….Apáááá…, Apáááááááááá! — nuevamente la montaña responde presurosa a mis gritos devolviéndome mi propia voz. Habrán pasado ya dos horas desde que mi padre nos dejó al cuidado de la carreta y los toros, dos horas desde que desapareció por el sendero escabroso de la montaña. Vuelvo a gritar, Mayo se une a mi llamado. Seguimos gritando y la montaña sigue replicando. —Si “tuviera” cerca, ya habría oído. — ¿Y si lo llevaron los duende que andaban por aquí? —me dice Mayo, volteando a ver al sitio por donde vimos a mi padre por última vez. —Yo creu…que ya se lo comieron los tigre. Por eso lo soñé anoche —le digo y por mi rostro infantil comienzan a rodar gruesas lagrimas, son tantas las ganas de llorar que mis ojos se asemejan a los arboles cuando se les escurre el agua de la lluvia. —Papá es valiente, no lo puede comé el tigre —dice Mayo, solo por decir, sin estar muy convencido. —De seguro que el tigre se comió a mi Apá—y mi llanto, se acompaña de hondos suspiros—. Ya no tenemo papá, Mayo— mi llanto sigue. Mayo solo solloza y jala moco. — ¿Y como le amo hacé, pué…? —No sé…pero si ya no viene en un ratito, nos vamo caminando —le digo entre sollozos—. Ya se comieron los tigre a mi apáááá, Diosito, ayúdalo —lloro y grito con todas mis fuerzas. Mayo se levanta, se sube a la rueda de la carreta y grita: — ¡Apáááááá´!…, ¿Onde andas apááááá´….? La montaña se sigue burlando de nosotros con los ecos.

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Mas de pronto, dentro de aquellos ecos que regresan, se escucha: “que fueeee”, nos quedamos en silencio, tenemos miedo de aventurarnos a suponer algo que no sea lo que deseamos, pasan unos segundos que pudieron ser eternos y nuevamente el grito, pero ahora más cercano “que fueeee chamacos”; Mayo y yo nos quedamos viendo, entre la sorpresa, la alegría y el espanto; el sentimiento brota “¡es él…es papá…!”, lloro pero ahora es de alegría. Mi padre no ha muerto, sigue vivo. Lo vemos aparecer por el camino que desapareció, resurge de entre la hojarasca y la piedra, ahora lo veo como los dioses del Olimpo, es mi padre, mi padre vivo; Dios es grande. — ¿Que fue, pué…? —Dice al llegar junto a nosotros. —Es que, pensamo que ya no ibas a viní…, pensamo que el tigre te comió— es Mayo quien explica, mi voz se ahoga, ya no es momento de hablar, solo de reír y de llorar. —Me fui buscando por el rumbo de un aguaje, y ya no pude regresá por el mismo lugar. —Te tuvimo gritando, tuve mucho miedo que ya no vinieras, por eso lloro—le dije. —Ya hombreee, no pasa nada. Ya corté el timo, pero otro día vengo, porque hay que meté la yunta pa jalarlo y bajarlo. Ya hombreee, tranquilos —nos toca los hombros dándonos unos golpecitos, es su expresión más cariñosa. En tanto exclama: “¡Vamo pa la casa mis valientes!” Y ahí bajamos, desandamos el camino, nosotros sentados cabizbajos, agotados por el sufrimiento y los gritos; solo digo para mis adentoros: — ¡Ya nunca vamo a dejá que andes solo, pá...! La yunta que jala la carreta va bajando presurosa, busca el agua del canal, en tanto que mi padre, puya en mano entona su canción: “ya vamos llegando a Penjamo…” Llegamos a La Venta, llegamos a casa, mi madre que ha estado mece y mece en una hamaca, al vernos llegar también se llena de alegría y dice:

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—Yo pensé que les había pasado algo. ¿Por qué tardaron tanto, pué…? — Mayo y yos nos quedamos viendo y contestamos casi en coro. — ¡Nomás…! —Mmmm, pa la próxima que vaya solo tu papá, él ya ta viejo.- — ¿Viejo? Viejo tan aquellos cerros que ves allá…y todavía reverdecen —responde mi padre desde el patio donde desunce a la yunta — y la montaña es pa valientes como mis hijos. —Eso sí... —digo. O como dijera mi Mamaneche “Eso es que está…”

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¡La canica es algo vivo…!

“…Y que nombre le pondremos matarile rile ron.”

En una pequeña red blanca, de plástico, mi Mamaneche me ha traído una decena de canicas nuevas; las trajo de Puerto. “Ten…pa´que juegues” me dijo. Me he quedado mudo al contemplar este tesoro tan valioso para un niño de diez años. Los colores son variados: floreadas, gotas de agua, color vino, azul cielo, color ladrillo, verde tierno. Las veo una y otra vez, las pongo a trasluz para ver en las profundidades del vidrio, siento que en las entrañas de esas canicas hay un mundo de fantasía no revelado para los escépticos; es un mundo que solo lo pueden percibir los niños creyentes como yo, con una mente fantástica. Los viejonotes, los camastrones no entienden de lo que estoy hablando. Aunque pensándolo bien, mi tata si entendía de lo que hablo, pues él, a una chucha que tuvo le puso por nombre: Canica. Canica es algo vivo. El viejo supo entender el misterio.

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Estoy en medio de un dilema: no se si decírselo a la chiguititada o esperar un tiempo a que yo las haya disfrutado…y luego quelas vean todo el tiempo que quieran. ¿Si apenas soy un chamaquito, por qué me ponen estos grandes problemas? En tanto me decido, las envuelvo en un paliacate rojo chipa, de los que me amarran la cabeza para ir a la milpa, y guardo el valioso caudal debajo de mi cabecera. Ha caído la noche ya; mañana será inevitable la toma de decisiones, no se puede postergar. La chiguititada del vecindario, tarde o temprano se enteraran de lo que celosamente guardo. Yo sé muy bien, que mañana vendrán a merodear por los alrededores del patio, algunos chamaquitos malosos, los de once años, esos que andan recogiendo del suelo dulces que ya los chupó el diablo; van a venir a provocarme para que juegue y hagan sus mañas para robarme mis canicas nuevas; igualito como me lo hicieron con la pelota de “beis” que también me trajieron de Puerto, se las presté para que jugaran un partido, alguien pegó un “jonrón” y cuando el filder regresó con mi pelota que habían volado, traía una bola vieja, ´descosturada´ “esa no es mi pelota” dije, “¿cómo no?” me dijieron “ fue por el batazo que se puso así…” Ahí la perdí. Por eso tengo miedo. Ni bien he puesto la cabeza en la almohada y ya tengo una resolución tomada: mañana saldré con mis canicas a jugar, no soy mampo, no le tengo miedo a ninguno. Voy a llevar las canicas viejas para que juegue y las nuevas solo para que las vean, para presumir. O de plano les llevo las canicas de piñón. Tomo el montón de canicas entre mis manos, las acaricio suavemente, dejo que el vidrio fresco recorra mis terminaciones nerviosas, las hago chocar unas con otras para escuchar ese sonido que se produce cuando esas bolitas de vidrio chocan como meteoritos. Amanezco empapado por el sudor, en medio del reguero de canicas nuevas que rodaron sobre la cama al quedarme dormido jugando y contándolas una y otra vez.

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Por algún tiempo seguiré usando la redecilla blanca en que venían las canicas; cuando se hayan vuelto viejas las pondré en una botella vacía que esconderé debajo del viejo palmón que está al lado del chiquero de las cuches. Frente a ese lodazal nadie va a sospechar que haya un tesoro guardado. Miro y miro los colores del vidrio de las canicas; se ven chulas; ha habido ocasiones en que me ha entrado el gusto por comérmelas, hasta me las he metido en la boca, pero el vidrio no tiene sabor. Desisto. Del montón de canicas nuevas elijo una: mi tiradora; esa tiradora será con que la que voy a realizar mis combates; tengo la corazonada de que voy a tener mucha puntería con esta “gota de agua”. He esperado con muchas ansias a que llegue la tarde; en la mañana, en la escuela estuve contándoles a los chamaquitos, de mi tesoro; mi actitud presuntuosa desencadenó la envidia de muchos y aquello por poco y termina en un zafarrancho. Ni siquiera habían visto mis canicas y ya me estaban diciendo que de seguro eran de las que traen de tapón las botellas de licor; eso no me gustó y le dije muy recio a un chamaquito “tas pendejo, tú; envidioso es que sos…”. Ahí empezó el griterío que atrajo al maestro Toñito, el cual vino muy amable al principio preguntando “¿Qué pasa niños?” Y como nadie le hizo caso, con una regla de madera comenzó a soltar reglazos a diestra y siniestra. Como cuando se desbarata un panal de avispas salimos corriendo, para donde sea. Esa tarde en que presentaría mis nuevas canicas “en sociedad”, el viento se había retirado sepa Dios a donde; todo estaba en calma. Los chuchos dormían debajo de las carretas; las gallinas dormitaban en sus nidos llenos de cucuyuche; las cuches dormían con los ojos abiertos plácidamente en medio del lodazal de los chiqueros; y las gentes se disponían a hablar de la gente recostados en sus hamacas, en los corredores de sus casas. Ni bien he dado un paso a la calle y escucho a mi padre “Hey… ¿Onde vas; ya le picaste calabaza a la yunta? “ “orita que

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vuelva…no me tardo, solo llevo a enseñá mis canicas” le digo sin muchas esperanzas; ya sé que cuando dice “lo vas hacé” es que “lo vas hacé”. Termino la tarea. Con un pantaloncito tunco, de dril, roto de las rodillas; una camisa percudida que fue roja hoy se ha vuelto color chicozapote y mis huarachos de correas de cuero y suelas de llanta de hule de camión; salgo presuroso, abrazando mi preciado tesoro. Al pasar por la casa de tiu Fortino Santiago, me sale al encuentro el Lobo, un chuchón viejo que corre y alcanza solo a las carretas “ tate nomá Lobo…”, le digo, y el Lobo se calla y se queda echado en media calle. Tia Fania me grita “¡onde vas papá…, ven pa´cá mi chunco…!”, hago como que no la escucho; sé que va a querer que vaya su mandado, así me hace siempre; por tanto me sigo de largo. Llego hasta la esquina de la casa de tia Vitorina; entre la banqueta y la calle, hay un espacio de tierra plana y lisa; es ahí, en ese pequeño espacio, es donde se dirimen las más encarnizadas batallas de los chamaquitos jugadores de canicas y trompos. Ludópatas empedernidos que aún bajo las inclemencias del tiempo, no darán tregua a su pasión por concluir una partida de juego; porque para esta edad, lo más importante es el juego. Ya tendremos tiempo de sobra de preocuparnos por el mundo. Es tiempo de juego. Somos cinco, pero por la bulla parecemos diez; todos están ansiosos por ver mis canicas nuevas; dejo que las vean sin tocar, no suelto la red por pura precaución. — ¡Beeestia…! ¿Ya viste esa floreada? Como que algo se le menea por dentro. —Miraaa, esa color ladrillo, parece bolis de naranja. — ¿Onde te las compraron? —Mi Mamaneche me trajo el montón, de Puerto. —Si las pones pa´que juguemos, van a valé por cuatro… ¿sale? —No. Pa´eso traje estas…—saco mi botella hasta el “copete” de canicas viejas.

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Comienza el juego. Primero a la rueda americana, después al triangulón, seguiremos al triangulito y por último, de dar: perseguir hasta morir. He perdido ya casi media botella de mis canicas viejas; estoy en el dilema de seguir jugando y buscar el rescate de las perdidas o “pelarme” para asegurar que no pierda las demás. A esta edad, nunca falta un diablo que te aconseje. —Pon una nueva, vas a vé que´sas train mucha suerte.- Me susurran muy cerca de la oreja. —No. Como crees que guá poné mis nuevas. Qué tal si pierdo… —Solo una. No vas a perdé… A un jugador vicioso no se le insiste demasiado. — ¡Solo una nueva…y vale de a cuatro! Eso fue mi perdición. Como por arte de magia, empecé a ganar. Los mirones envidiosos decían que eran puros chiripazos los que yo estaba dando, pero yo solo me sonreía por lo bajo. Cuando alguien se ganó una de mis nuevas, como que me quise detener, recordando mi promesa que solo sería una. El problema de seguir era que cuando ponían solo canicas viejas, no tenía suerte. Así que decidí por otra nueva: “necesito recuperá la nueva que perdí…no la guá dejá”. Aquella decisión fue mi debacle. Estaba enganchado. Y si recuperé, pero todas las viejas que ya había perdido con anterioridad. De repente me vi con la botella repleta nuevamente, estaba rebosando. De los cinco jugadores, solo quedamos tres. Los dos restantes perdieron todo y salieron como tapón de sidra. Yo estaba completamente empapado de sudor y tierra; hasta un poco de mierda de chucho había machucado con mis huarachos sin darme cuenta. —Ya no juego —dijo uno de los chamaquitos que contendían. —Yo menos, ya no tengo más…—Dijo el otro. —Ora mampos…no que muy machos, sigan.- Les dije, retándolos con aire de orgullo y vanagloria, mirando el montonal de canicas ganadas. Hasta me reí, solo-solo.

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Los chamaquitos se fueron. Fue entonces que me percaté de mi catástrofe: mi redecita blanca de canicas nuevas estaba prácticamente vacía, solo me quedaba una solitaria caniquita floreada. Sentí un vacío en la boca del estomago. Sentí se me tapaba el felgo. Me sentí desesperado, amuinado, amargado, decepcionado…, y por ultimo lloré. Mi llanto fue de coraje y de tristeza. Mis lágrimas se convirtieron en lodo por la tierra que cubría mi cara. —Me chingaron estos ´hijuelachingada´…que rependejo soy…—Me empecé a regañar; y no tenía por qué decirme nada, puesto que bien merecido me lo tenía. Y ya no me quedó de otra, que llenar de canicas viejas la red blanca y sufrir por lo que había perdido. En casa solo mi madre se percató de mi situación: — ¿Lloraste, tú…?— me dijo. —Nooo. Es la goma del Guanacasle que se me pegó en la cara, orita que subí a baja un nido de chincuyo. — ¿Y ´todesas´canicas, de donde las sacaste? —Gané. Les gané a unos chamaquitos de ´allá bajo´. —Mira que no te vayan a ganá las nuevas que te trajo tu Mamaneche… ¿ná? —No, má. Esas tan bien guardadas. —Báñate pa´que cenes, pué… Por eso digo que “la canica es algo vivo”…te tienes que poné vivo. Con el paso del tiempo dejé de preocuparme por aquellas canicas…y ahora me preocupo por la canica mayor: el mundo.

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Los “Ñeveros”

“ Má, ´vesque ´el chamaquito nuevo que llegó hoy a escuela, dijo que quería un helado cuando divisó al vendedor en la calle, todos lo quedamos viendo y le dijimos ´tas guicha, eso no es helado, es ñeve; helado se come en Juchitán o cuando viene el camión y su bocina tocando la cancioncita.”

Las mismas manos callosas que arrastran por las calles a estos armatostes de madera, lámina y vidrio; son las mismas que de manera suave y delicada sostienen una cuchara de peltre larga, azul; y un barquillo que irán llenando conforme las posibilidades del comprador. En aquel tiempo se apostaban enfrente de la escuela, como leones viejos, agazapados, sabiendo que tarde o temprano llegarán los incautos a buscar el preciado tesoro. Ellos sabían que llegar a La Venta, era invertir todo un día de vendimia “los chamaquitos quisieran comprar pero nunca tienen

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buelto” decían. Una vez que la chamaquitada salía de clases era muy difícil encontrarlos en concentraciones tan tumultuosas como en la escuela: unos se iban al río, otros al monte, otros se perdían en los patios llenos de malva, otros se metían en las casas y ya no salían y otros agarraban rumbo “sepa Dios pa´donde”. Por lo que no les quedaba más que recorrer las calles del pueblo. A los Ñeveros me los llegué a topar en ocasiones muy contentos porque sus garrafas se habían vaciado o muy decepcionados por la falta de venta “Este pinche pueblo no compra nada…todo lo quieren fiado” “¿Y que guá sé con toda esta ñeve que me sobra? “Decían ellos; “pues… si das fiado…orita llamo a un montón de chamaquitos pa´que te lo acabemo…” les respondía. En las fiestas del pueblo, los Ñeveros, llegaban dispuestos a ser parte de toda la parafernalia que había en torno a los festejos del santito; conocían muy bien los vaivenes de la economía de este pueblo istmeño; “puede que los venteros se pasen todo el año comiendo totopo y queso seco, pero lo que es noviembre y diciembre…aquí sobra de todo”. Llegaban desde muy temprano “pa´la chamaquitada no hay horario cuando de trata de comé ñeve” decían. En algunas ocasiones llegue a divisarlos por calles donde no pasan ni los chuchos, extraviados, errantes, en completo estado de ebriedad, canturreando temas alusivos a la traición de las mujeres habidas y por haber. —Te va a regañá tu patrón, Ñevero…? – le decía. —Me vale madre…mi patrón, si me quiere corré…pues que me corra; además… orita yo soy el patrón— alardeaba en lenguaje típico de borrachos. —Pa´que yo te crea, regálame un poco de ñeve, pué… —Agarra…llévate la “carretía” si quieres… —Mmju, lo dices porque ya no trais nada… —Como chingaos que no…mira —y volteaba la carretilla. En el suelo solo se veían desperdigados unos pedazos de hielo.

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—Pues aunque sea hielo a falta de ñeve — y tomaba un trozo de hielo que me lo llevaba a la boca, pero al mismo tiempo lo escupía pues estaba más salado que el camarón o el queso seco. —No te espantes, mhijoooo, es el sabor del mar. —Yo no conozco el mar…pero si así es el agua del mar, prefiero el agua del ríu…esa es dulce.

El Ñevero seguía su rumbo, con paso de borracho…y yo me quedaba pensando en cómo sería el mar.

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La Mariguana

“La cucaracha ya no puede caminar, porque le falta mariguana pa´fumar”

A la mariguana la conocí siendo muy jovencito, desde que la vi por primera vez supe que era mala, pero tenía algo atrayente, algo, no sé qué; no es algo que se sepa bien a bien. Era solo atracción irracional. Mi padre, llegó un día lluvioso con el cargamento; dice que se la habían vendido unos comerciantes allá por el rumbo de Mogoñé; él dice que en cuanto le puso los ojos encima se percató de que aquella operación de compra-venta era una buena ganga. Al menos esa fue la historia que nos contó desde el principio. El mencionado cargamento constaba de seis vacas, entre ellas venía la mariguana, en un principio no se llamaba así, las distinguimos por los colores: tres blancas, una negra, una amarilla y una café.

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Yo deseaba ser cuida-vaca, ya había entrenado lo suficiente con mis botellas de vidrio; pero ahora era distinto, verlas en vivo, rumiando y mugiendo en el corral junto a la casa; me pasaba horas sentado en un palmón viejo y descascarado, solo por el simple deseo de contemplar aquellos seis cuadrúpedos que habían llegado para formar parte de la familia. Aquellos animales debían tener nombre, no podían ir por los caminos del Señor con la sola mención de “vaca hooo”; de ninguna manera; dicen que el nombre es lo de menos, pero aquí si importaba, es la identidad, es la marca, no podían ser ninguneadas. Así quedaron los nombres: Chaparrita, Cantinera, Carta Blanca, Amapola, Metralleta y la mentada Mariguana. El hato ganadero antes de las vacas estaba compuesto por una yunta: Jarocho y Cariño; dos toros mansos, con quienes de tarde en tarde llegue a compartir alimento: la caña. La mariguana era una vaca negra de panza blanquisca, cuernos medianos pero afilados, su mirada era dura, tan dura que parecía que siempre andaba de malas. Aún así, daba un aire de altanería, de prosapia, de abolengo, de aristocracia. Era muy raro verla con la cabeza gacha; siempre altiva, como los faros en la orilla del mar. Como las vacas ya venían cargadas, pronto empezaron a parir, uno tras otro fueron llegando la nueva camada de becerros; llegaron dos toritos y cuatro terneritas. En esa nueva camada llegó el cuervo y el payaso. “El Payaso es mío y el Cuervo es tuyo” le dije a mi hermanito Mayo. Entre los pobres la herencia se reparte en cuanto hay. Como la multiplicación bíblica de los peces, se gestó el milagro de la reproducción: el hato ya se componía de doce cabezas de ganado. Y debo suponer que ese era el número mágico, puesto que el número no variaba, o se vendían en pie, se llevaban al matadero o de plano se morían por la fiebre carbonosa.

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Ser cuida-vaca, para mí, más que oficio es un arte: el arte de la manipulación, al arte de la paciencia, el arte de la comunicación con el reino animal; por tanto, no es algo tan simple. El cuida-vaca tiene que ser un buen matemático así no haya llegado ni a tercero de primaria, siempre está contando cabezas de vaca, ya que en un descuido pueden suceder muchas cosas. En aquel tiempo, la fantasía de mi mente infantil se enardecía por las pocas imágenes que me llegaban de unos pastores bíblicos que había visto en las películas que exhibían los “Vangelios”, y era precisamente en la casa de mis padres, la cual, antes había pertenecido a tiu Mario Betanzos; por tanto ese galerón lo tenían como templo y de cuando en cuando había cine gratis para los venteros. Y yo, a mis escasos seis años era uno de los asiduos concurrentes a esas funciones; caminaba desde la orilla del canal hasta el centro del pueblo; tres veces pedía el permiso, a la cuarta ya había agarrado rumbo para ser el primero de la fila. Una vez que estábamos en el monte cuidando el ganado, cortaba una vara larga de caulote, me quitaba el sombrerito de palma y me amarraba un paliacate rojo; de un hombro me colgaba el morralito del almuerzo y del otro, el ánfora de agua. Y cayado en mano caminaba por los bordos altos de las regaderas como emulando a un “Moises” en el desierto; con la salvedad de que él cuidaba ovejas y yo vacas. Mi misticismo, mi caracterización se venía por los suelos cuando la vaca más mañosa llamada Cantinera, traspasaba los límites del terreno de mi padre y se internaba en las milpas de al lado y comenzaba a engullirse el milperío como desesperada, como energúmena, y yo tenía que salir corriendo, no sin antes despojarme de mi papel de “Moises” y gritarle: —Vacaaaa, vacaaaaa. Cantineraaaa, hija de la chingadaaaaa, sal de ahí vacaaaaa. Desde luego que la vaca ni se inmutaba, ni siquiera movía la cola para sacudirse el zancudero que se le pegaba al cuero. Yo creo que todavía no se acostumbraba a su nombre, no sabía quién era

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y presumo que lo que si sabía era que su mamá no se llamaba “la chingada”. Entonces ya amuinado y con la sangre que me hervía en el cuerpo, tomaba una piedra para lanzarle a aquel demonio troglodita y con tan buena puntería que le asestaba tremendo golpe en uno de los cachos, al mismo tiempo que los improperios los tenía que subir de tono, gritándole: — ¡Sal de ahí vacaaa putaaaaa! Y la vaca salía. Ya por el dolor de su cuerno malherido o por la ofensa del adjetivo recibido. Pero la Mariguana no era mañosa, era brava. No me podía a cercar a ella por miedo. Trataba siempre de hacerlas cruzar el canal de lado a lado para que se bañaran y para ver lo negro brilloso del color de la Mariguana. Me atreví a ordeñar a las cinco vacas restantes, menos a la Mariguana. Pese a que la teníamos de mala, nunca se me vino encima para “cacharme”, yo la respetaba y ella me respetaba. La Mariguana era una vaca de categoría, distinta, mala por su mirada, pero con un aire aristocrático que la distinguía del resto de la manada. Yo creo que el hecho de no meterme en su espacio, hacía que ella respetara el mío. Yo sabía que si la molestaba, ella se me echaría encima en legítima defensa. Así que digamos que la Mariguana era mala, pues no. Brava sí, pero si no te metías con ella te respetaba.

* Siendo ya muchacho, conocí a la otra mariguana…pero al igual que mi vaca, si no te metes con ella, tampoco es mala. Solo es una planta. Pero esa ya es otra historia…

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Damian, el que nació con una becerrita

Damián nació junto con una becerrita, la hija de la chaparrita. Cuando en La Venta todavía se podían tener las vacas en los patios, ahí estaban los corrales. Ahí dormía el ganado. Mi madre empezó con sus dolores desde temprano, en teoría era el último de la lista de siete biuchitos que tuvo, digo en teoría, porque en ese momento no estaban muy seguros, ya que con mi hermanito Alex habían dicho exactamente lo mismo, de ahí que hasta el nombre de mi apá le pusieron: Alejandro, y que se descuidan y se les cuela Damián. La chaparrita se miraba inquieta aquel día, pero como no decía nada, quizá yo esperaba que la vaca hablara, sin embargo nada… ni en cuenta, solo cabía la posibilidad de que en esos días tendría que parir. Entrando la oración de ese día me mandaron a que fuera a buscar a tia Juliana. —Que dice mi amá que vayan, porque cree que ya estuvo.

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— ¿Ya estuvo qué? —Pues eso…usteden saben tia Juliana, ya va a nacé el nunito. —Pues eso dime m´hijo, no soy tiu Mado mojarrita, para andar adivinando. —Bueno…yo ya cumplí, que se apuren, dice… —Bueno, pásale a avisá también a tu nana Lola. —Ya´stá allá. Cayó la noche, y mi amá decía que ya no aguantaba más, porque con este ultimo chamaquito le había crecido la panza casi al doble, pues ya casi llegaba a los diez meses el embarazo. A todo el chiguititero nos confinaron en la vieja cocina de lodo, ahí nos hacíamos bolas jugando y tratando de adivinar si sería niño o niña el séptimo de la lista. Mi apá miraba desde lejos, por ratos se metía hasta donde estaba gestándose la hazaña del nacimiento del shunco y por otro rato se iba al corral a ver el parto de la chaparrita. No sé quién habrá nacido primero, la cosa es que tia Juliana llegó a la cocina a decirnos que ya había nacido el nuevo, y era un “morrudito”, atrás llegó mi apá con linterna en mano diciendo que al fin la chaparrita había parido a una ternerita. Tia Juliana se asomó por el corral, mi apá se metió a la casa a ver al bultito. Así nació Damián, no con torta bajo el brazo, sino con ternera a su lado. Así nació Damián un catorce de noviembre.

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Fabula de la gallinita empedrada que quería volar

Para quienes aún les quedan sueños…y creen que es posible. *

De los siete huevos que empollaba la gallina culeca, ya habían reventado seis. La vieja gallina, como buena madre decidió esperar al séptimo, pasaron dos días y nada; al tercer día ya le andaba en darse por vencida, por el tiempo transcurrido y porque además el gallo papá había estado insiste e insiste. —Ya no tiene caso que sigas ahí…”gaína”; ese blanquillo ya se volvió güero—estuvo repitiendo durante dos días el patriarca. Al tercer día, la gallina cacareó lastimosamente, dando a entender que le dolía el destino del séptimo huevo; fue en el instante del cacareo en que sintió que el huevo se estaba moviendo e inmediatamente el cascarón se rompió y brotó un pollito gris, medio “peluco.” La gallina se sonrió y se dijo para sí “es bueno que una madre sepa esperar a un hijo.” Todas las mañanas se veía a la mamá con sus pollitos caminar por el patio de la casa; tres machitos y cuatro hembritas, así quedaron definidos.

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En tanto que los seis nacidos de primero se la pasaban haciendo escandalera con el maíz resquebrajado, la pollita gris se pasaba el tiempo mire que te mire hacia el cielo; le encantaba ver el vuelo de las golondrinas, a los zopilotes que parecían un punto negro en los confines del firmamento y una que otra Águila que planeaba desde las alturas. — ¿Por qué ellos andan arriba y nosotros aquí abajo? ¿Por qué nunca te he visto volar, mamá? — cuestionaba la pollita a su madre. —Es que nosotras somos aves de corral, solo servimos para alimento de los hombres. Si nos hubieran dado la posibilidad de volar, el hombre no nos alcanzaría y no podría comernos, y ahí se rompería un eslabón de la cadena alimenticia. Quizá el hombre moriría. Debemos sentirnos honradas al servir de alimento para la especie humana. —No te entiendo má…, yo solo quiero volar, no quiero que me coman. Quiero ver lo que hay después de este patio. Quiero acostarme en una nube. Un Zanate me dijo que las nubes son de algodón. ¿Eso es verdad, má? —No sé hija. Esas preguntas son para los hombres y gallos sabios; además, no creas todo lo que digan los zanates, de por sí son muy chismosos. — ¡Yo solo quiero volar, madre! Todas las noches sueño que me elevo por los cielos y me paseo entre las nubes de algodón, veo toda la tierra muy hermosa. Hasta toco las estrellas en mi sueño, má; pero en la mañanita…, me despierta el griterío de mi Papa-Gallo, que vive en el patio vecino. Solo me despierto para comprobar que sigo en este patio, en este viejo tapesquíu. —Con esos pensamientos nunca serás feliz, hija. Mira a tus hermanos, solo se preocupan por comer y dormir, conocen ya su destino; entonces ¿para qué preocuparse? Anda, ven, ya déjate de guicheras, vamos a comer maíz resquebrajado. —No. Si me salieron alas es para que yo vuele. Yo volaré, así sea lo último que haga en mi vida — y se aventó desde el tapesquíu intentando “agarrar vuelo”, pero solo fue a sembrar el

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pico en un montón de tierra que habían dejado las hormigas arrieras. Se limpió el pico y se fue corriendo; quizá llorando, nadie pudo verla entre el montón de totomoste en donde se metió. El Papa-Gallo que había visto y oído todo lo acontecido, le dijo a Mama-Gallina, “Ya ves lo que te dije…esa tu hija está zafada, su mismo nacimiento fue raro; pero todo eso es culpa tuya que te pones a escucharla. Dicen que está mas guicha el que le hace caso a un guicha.” La madre solo respondió “sea como sea, es mi hija y nunca la dejaré sola.” Fue pasando el tiempo, tiempo de gallinas; y la otrora pollita se convirtió en toda una gallinita, cambiando del color gris a empedrada, se convirtió en una toda una Gallinita empedrada. En ese transcurrir del tiempo, vio como sus tres hermanos fueron llevados gustosos al matadero el día del cumpleaños del hijo del patrón, ese día, la gente dijo que lo mejor de la fiesta fue el “pollo en mole” que sirvieron. Sus hermanas comenzaron a producir huevos, se convirtieron en todas unas señoras gallinas. Y ella, la Gallinita empedrada seguía con su mirada en el firmamento, viendo a las águilas, golondrinas y zopilotes; seguía soñando con volar. También seguía tirándose desde el tapesquíu, ahora ya sin sembrar el pico, pues aterrizaba con las patas. Pero además, ahora la Gallinita empedrada no solo soñaba y ensayaba, sino que además: oraba. Un día escuchó desde el patio la plática de unas vecinas de la patrona que decían: “si le oras a Dios con fe, el te concederá el anhelo de tu corazón…solo cierra los ojos y habla con Dios” Y eso hacía, cerrar los ojos y hablar con Dios “ Dios de las Gallinas, Dios de los patrones…yo solo quiero volar, quiero ver los patios desde allá arriba, recostarme en la nubes de algodón…aunque sea solo por una vez; si me dieron alas es para que yo vuele, pues…eso es lo que quiero, volar.” Eso era todos los días y a toda hora. Fue tanta la insistencia, la tenacidad, la constancia, la perseverancia, el empeño y la terquedad en su oración, que un

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día Dios la oyó desde lo alto; entonces llamó “allá arriba” a un Águila, un Zopilote y a una Golondrina. —Ustedes me ayudaran a cumplir el deseo de esta Gallinita perseverante— dijo el Señor de muy buen humor. —Pero… Don Señor, lo que esa Gallinita quiere es volar y la verdad con lo gordita que está, va a ser difícil…— dijo el Zopilote en tono amargado y de fastidio. —Además, pensemos que eso sería ir contra las leyes naturales que usted ha establecido en toda la tierra—dijo el Águila con una mirada altanera…como mirada de “águila”. —Mmm, pónganse en lugar de ella, ha vivido toda su vida con ese propósito, por lo que no me parece justo que se tenga que morir sin haber volado. ¿Y tú qué dices Golondrinita, te veo muy pensativa? — dijo el Señor volteando a ver a la pequeña ave. —Yo conozco a esa Gallinita desde que nació y es cierto, lo único que siempre ha deseado es volar, traspasar las nubes y ver al mundo desde lo más alto. Estoy pensando que sin necesidad de romper la ley natural, podemos ayudarla a cumplir ese hermoso deseo.- Dijo emocionada la Golondrina. — ¿Y…como? Respondieron al mismo tiempo el Águila y el Zopilote. —Trabajo en equipo, solo eso. Cada uno de ustedes la sostendrán de un ala y yo le iré sosteniendo la cabecita, de esa forma la llevaremos hasta las nubes, así se cumplirá lo que siempre ha deseado. El Señor asintió con el cabeza; orgulloso de la solidaridad mostrada por sus criaturas. “Vayan hijos, hagan lo que tienen que hacer.” Les dijo. Fue la Golondrina quien llevó la buena nueva a la Gallinita empedrada “mañana vas a volar por los cielos” le dijo, “ya está dicho, nosotros te vamos a ayudar, solo tienes que estar lista desde muy temprano”. La Gallinita no cabía de la dicha, al fin su tan anhelado sueño se convertiría en realidad; se subió al tapesquíu y desde ahí les dio la gran noticia al gallinero: “hermanas, ha llegado el momento que esperé toda mi vida, ha

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llegado el momento de que levante el vuelo, sí, mañana volaré, mañana estaré en el cielo, entre nubes de algodón”. Todas la ignoraron y siguieron comiendo maíz resquebrajado; el Papa-Gallo dijo “siempre dije que esta estaba guicha”; a la única que le impactaron las palabras de la empedrada, fue a la Gallina madre, quien desde un rincón lloraba amargamente. Eran lágrimas de dolor y de alegría. Fue una mañanita fresca, fue un diez de Junio el día señalado. Desde muy temprano, la Gallinita empedrada empezó a caminar por el patio, recorriendo uno a uno los rincones por donde solía jugar y filosofar; le habló a las plantas, a las piedras…hasta un viejo Chucho se enteró de la felicidad de la Gallinita: que ese día se iría por los cielos volando. “Cumple tus sueños, hija” le dijo el Chucho “para el tiempo que pasamos aquí en la tierra, bien vale la pena intentarlo ahora que puedes, yo siempre quise vivir en la montaña pero me faltó el valor para intentarlo y mira como estoy terminando: viejo y amargado, además olvidado por el amo. Pero además yo te aconsejo que cuando ya estés allá arriba ya no regreses, este no es tu lugar, traspasa las nubes y ve en busca de Dios; vuela…vuela hasta que estés en el paraíso de los animales” al decir todo esto, al viejo Chucho se les escurrieron las lagrimas…se recostó sobre sus patas y exhaló sus últimos suspiros. Durmió el sueño de los justos, quien sabe por qué, pero solo esperó a decir lo que dijo y se murió. La golondrinita llegó puntual, en tanto esperaban al Águila y al Zope se puso a dar recomendaciones a la Gallinita. Todo estaba listo para la gran hazaña. Fueron pasando los minutos y las horas, Águila y Zope no llegaban, llegó la tarde y con ella empezó a soplar un aire fresco, pero las dos aves que se habían comprometido no llegaban. La golondrina colocada en un Guamuche miraba poniendo sus alitas por encima de sus ojos y volteaba para todos lados esperando; la Gallinita un poco triste se consolaba viendo cómo iban cayendo algunas hojas de los árboles, como presagiando la caída de sus esperanzas. Una bachaca que ya estaba enterada de todo, llegó volando a decirles

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que ni esperaran al Águila y al Zopilote, ya que los había visto en sendos banquetes, entre la rapiña y carroña, “y cuando esos se ponen a comer, se olvidan hasta de sus madres” concluyó la bachaca y con la misma se fue volando. —No llores Chunca, Dios es bueno, nos va a ayudar. De que vuelas, vuelas…de eso me encargo yo— dijo la Golondrina de manera resuelta, levantó el vuelo hacia un Guanacasle que rebosaba de Zanates, había como cincuenta. Era tanto el barullo de aquel animalero que ni ellos mismos entendían su parloteo. Lo anterior orilló a que la Golondrinita pegara un sonoro y agudo grito, que hizo que todos se callaran. — ¡Heeeeey….callenseeeee! —. Y todos se callaron. Les explicó la situación; y como ya de por sí los zanates odian a las águilas y a los zopilotes, aceptaron gustosos ayudar a la Gallinita empedrada, no sin antes hablar pestes de los irresponsables —. Solo necesito a diez, los más fuertes— les dijo ya más calmada. La Gallinita empedrada que estaba ya bañada de lagrimas empezó a reír cuando le contó la Golondrina el plan. Cinco zanates en cada ala y la Golondrina sosteniendo la cabeza de la Gallinita. Se subieron al tapesquíu para agarrar vuelo y desde ahí lanzarse a las alturas. Todo el gallinero contemplaba la escena esperando el fracaso, sentían cosquillas por reírse. La gallinita solo dijo “dame fuerzas Dios mío”, la Golondrina que escuchó lo dicho, respondió “de hecho pide que nos dé fuerza a todos”. Así comenzó la aventura, ese fue el inicio del gran sueño. Se lanzaron por los aires, al principio los zanates comenzaron a trastabillar, pero una vez que se acoplaron, inició el ascenso paulatino. La Gallinita estaba loca de felicidad, su madre lloraba, el corazón le decía que seguramente ya no volvería a ver a su hija. Porque esa ley se cumple hasta entre los animales, cuando los hijos abandonan el nido, es para no volver. —Vuela hija…vuela, vete lo más alto que puedas, hazlo por nosotras que no nos atrevimos—dijo Mama-Gallina llorando y riendo al mismo tiempo.

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La Gallinita empezó a ver los patios vecinos, los grandes árboles se mostraban a su vista, pudo ver todo el pueblo, el río, el canal, pasó por los cañales, los extensos potreros llenos de ganado. —Gracias, amigos, gracias. Dios les agradecerá lo que hacen por mí —decía emocionada la Gallinita. — ¿Qué te gustaría ver, antes de bajar? Le preguntaron. —Quiero ver el mar—dijo. —Eso queda lejos, es hasta Chicapa— dijeron los zanates—. Además nosotros no estamos acostumbrados a volar tanto y tan alto, ya nos estamos cansando. —Yo los ayudaré— dijo la Gallinita, al mismo tiempo que empezó a aletear e impulsarse hacia arriba—. Ayúdenme a tocar las nubes—decía a la par que se impulsaba mas y mas, ocasionando que los zanates comenzaran a perder el equilibrio y a desfallecer por el cansancio. La Gallinita se impulsaba más y mas, ellos trataban de sostenerse como y de donde se pudiera. La golondrina trataba de contener a la Gallinita con palabras, pero ya no la escuchaba. — ¡Soy libreeee, estoy volandoooo, gracias Dios mío! —decía eufórica. Lo que se veía desde la tierra era un espectáculo “peliculesco”; los zanates en su afán de no dejar caer a la Gallinita, la sujetaban de donde fuera y comenzaron a arrancarle las plumas; una a una las plumas volaban por los aires, las alas de la empedrada se movían a ritmos impensados. El cielo se llenó de plumas, la Gallinita se quedó sin plumas. Por el gran esfuerzo, los zanates fueron cayendo uno a uno; la Golondrina se perdió entre las plumas, dejó de ver a su amiga. Con aquel tremendo esfuerzo por el aleteo, a la Gallinita se le paralizó el corazón y se desplomó. El cielo retumbó, un airecito fresco de la tarde elevó hacia las alturas un olor a gardenia proveniente de la tierra, y entre las nubes pudo verse la figura de una gallina que flotaba. Era el espíritu de la Gallinita empedrada que se trascendía hacia los confines; al fin se liberó del cuerpo que tanto había pesado y su

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espíritu ligero voló hacia las moradas celestiales; a su lado, en otras nubes se logró ver once figuras más de aves. Los cuerpos de aquellas doce aves fueron a parar al mar…pero los espíritus se fueron hasta el cielo. Al cielo de las Aves. Los cuerpos cayeron al mar y los espíritus se fueron volando por los cielos. Y desde la tierra, esa tarde vimos a doce espíritus volar…en un hermoso cielo empedrado. Y como castigo a las malas actitudes del Águila y el Zopilote, a la primera se le condenó a andar por aires en busca de los doce cuerpos y el Zopilote de tanto pensar en su maldad se le cayó “el pelo” de la cabeza, se quedó calvo.

* Y desde entonces, cada vez que el espíritu de la Gallinita empedrada se pasea en las alturas, el cielo en reverencia y honor se vuelve empedrado.

El cuerpo es pesado, finito, pero el espíritu es ligero e infinito. Nunca desistamos de nuestros sueños, aunque todo esté en nuestra contra. No sabemos si el día de mañana se habrá de cumplir…, aunque solo sea para llegar al cielo.

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“Todosanto”

Dedicado a mi tiu Che “Pan Blanco”, a siete años de haberse marchado. Aquel que agarró rumbo un día con los sueños de ser artista; la vida lo llevó hasta la tierra de los gringos, pero se negó a morir allá, le alcanzó la fuerza para llegar a morir a su pueblo.

“Hay muertos que no hace ruido, llorona…”

* — ¿Maneche, y pa que prenden las veladoras…? – pregunto desde una distancia prudente. —Son pa que los dijuntos encuentren el camino de vuelta, pa´que vean la luz —me responde Mamaneche, sosteniendo entre sus manos un manojo de “crestegallo” que irá colocando en hileras, encima de la mesa de santo.

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Mamaneche me ha contado que el día primero llegan los dijuntos biuchitos y el dos, los viejonotes. Y si le creo, porque me lo dice muy seria, yo supongo que ella ha visto a los dijuntos, porque si no… ¿Por qué habría de andar engañando a un chamaquito de diez años? El otro día le dije: —Yo nunca he visto un muerto que regrese, Maneche. —Esto es cosa de creencias, m´hijo. —Pues…yo lo creu nomas porque me lo dices, yo te creu Maneche. Pero nunca he visto a ni uno. —Es más el deseo de que vuelvan, lo que nos hace creer. Cuando seas grande lo vas entendé mas claro, cuando ya tengas tus propios muertos— me dice y suspira. En el fondo de la estancia de la casona de Mamaneche, se distingue un altar multicolor, un memorial en honor a sus difuntos. El olor que se desprende es una mezcolanza de: pan, frutas, flores y el humo de las veladoras. Fiel a su costumbre, Mamaneche, desde el treinta y uno de octubre dispone de la mesa de santo para adornarla con esmero, con la convicción firme de la llegada de sus visitantes. Ella sabe que no solo llegaran sus difuntos, también llegaremos de visita sus vivos, sus nietos como yo. —Ya es todosanto, voy antá mi Mamaneche, má…— le digo a mi madre, solo para que me pregunte el motivo, así tendré ocasión para decirle que ella solo puso una veladora en su mesa, en cambio mi Mamaneche, la llenó de todo. —Con ustedes no creu que mi mesa vaya a durá un solo día, ya los conozco…en cambio así, no creu que se vayan a comé una veladora —me dice mi madre para justificar que en su mesa de santo haya una solitaria veladora crepitando. Desde que pongo un pie en el corredor de la casona de Mamaneche, voy sintiendo la mezcla dulce de los olores que despide la mesa de santo y su ornamenta. Las veladoras, de manera intermitente van iluminando los rostros de los santos, los contornos circulares de las mandarinas y naranjas, las formas rectangulares de los marquesotes , los cilindros formados por los

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pedazos de caña y los triángulos blancos dibujados en el queso seco; el movimiento ondulante de las flamas logran imprimirle un vaivén a las sombras que parecen vivas. — ¿Y quen va llegá a comé a la mesa, Maneche? —le pregunto, sin dejar de observar las dos quesadillas de arroz que ha colocado en medio de la mesa. —Tu tata Marci…y tu tata Puli…, ellos primero, luego vendrán los muertos más antiguos. —A mi tata Puli si lo conocí, pero a mi tata Marci, no. —Tu papá taba muy biuchito cuando mataron a tu tata Marci, fue en la época de los rebeldes— me dice Mamaneche. Desde una hamaca de liste que se encuentra en medio de la estancia de la casa, recostado y con las manos sobre la nuca, observo el baile de las flamas de las veladoras. El mantel blanco que cubre la mesa, ha estado guardado en el ropero todo el año, en espera de estos días, ni la plancha ha podido quitarle las marcas que le quedaron al doblarse. Me fijo en cada cuadro del mantel queriendo ver un poco a trasluz, quiero adivinar que sucede por debajo de la mesa; Maneche me ha dicho que ahí se van a esconder los muertos a su llegada…y ahí estarán hasta que queden satisfechos de toda la comida y se tengan que volver a sus casas nuevas, a donde viven. — ¿Y onde es que viven los muertos, pue, Maneche? —En el corazón…en la memoria.- Me dice al momento que se persigna enfrente de la mesa. —Aaaah, no entiendo…—le digo. —Es que eso no se entiende, solo se siente. Agarra, lleva esta botella pa´la mesa —me dice al entregarme una botella de mezcal. — ¡Jaj...! ¿También mezcal, Maneche? — ¿Y qué pué...? Si eso les gustaba de vivo, no guá creé que ahora ya lo haya dejadu. Las calles están semivacías, el pueblo amaneció con unos ventarrones muy peculiares del mes de noviembre, constantemente se van levantando polvaderas. Los chuchos y las

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cuches se resguardan entre el totomostero que va arrejuntando el viento en las esquinas de las casas. Desde la hamaca de liste en donde me encuentro, alcanzo a divisar el viejo lambimbo de la iglesia, mas al fondo veo los arboles de la huerta junto al río. El viento arrecia, no es lo mismo ir “pa´rriba” que “pa´bajo”; la gentes que van “pa´rriba” caminan como entreverados o van caminando al revés; los que van “pa´bajo” van acelerados, como “corre-que-te-alcanza”. Ahora que estoy recostado en esta hamaca vieja, me pongo a pensar “¿ A donde se llevará el norte todas las cosas que arrastra?”; pienso en que un día me voy a poner a buscar ese lugar, probablemente ahí encuentre la pelota que se quedó tirada en el patio y al otro día que salió el norte ya no estaba; ahí estarán aquellas papalotas que con tanto trabajo hicimos, pero que un día con la ambición de que volaran lo más alto que se pudiera, se nos soltaron de las manos y se perdieron entre las nubes. En ese sitio encontraré muchos sombreros y vejigas. La voz de mi Mamaneche me saca de mis cavilaciones “filosóficas” —Voy antá tia Jacinta, a prestá el traste pa´rociá incienso. Te vas a quedá a cuidá la mesa, ¿na? Solo mira que no vayan a entrá los chuchos a comerse el pan. —Si Maneche, aquí guá´stá. Yo guá cuidá la mesa— le digo, tratando de contener mi emoción. Maneche se cubre la cabeza un rebozo gris, apenas se le ven los ojos; el rebozo hace juego con su nagua que arrastra por los suelos lo que el norte no se lleva, Mamaneche va barriendo con su nagua. Mis ojos se ha desviado hacia la mesa, en especial me concentro en dos artículos que atraen toda mi atención: las dos quesadillas. Nunca, en estos diez largos años que tengo de vida he comido una quesadilla entera. Yo no sé qué clase de crimen hubiese llegado a cometer por comerme una quesadilla entera. Ahora es el momento, no hay que matar a nadie, los “dueños” ya están muertos. Solo son escasos diez pasos los que me separan de tan

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suculento manjar, estoy a diez pasos de alcanzar el paraíso; estoy solo…bueno, no tanto, ahí debajo de la mesa deben andar los difuntos. Antes de dar el primer paso, lo primero que pienso es “¿Qué le voy a decir a Mamaneche cuando pregunte por la quesadilla que falta?” “¿Que yo nunca vi que pusiera dos, que solo era una?” ¿Que un chuchón negro entró corriendo y se llevó la quesadilla…y que apenas le vi la sombra? ¿Y si le digo que clarito vi que por debajo de la mesa salió una mano que agarró la quesadilla del plato?” “Me tiene que creer, si no cree… ¿entonces pa´qué llena la mesa de todo, si sabe que no lo van a comer los muertos?”. En este caso la gula ha superado al miedo; me dirijo hacia la mesa, pareciera que las llamas de las veladoras se van haciendo más grandes y esto hace que las sombras se muevan con mayor rapidez; mi vista se detiene cuando choca de frente con la mirada fija del santo , es un cuadro donde se ve la foto de un hombre peludo y barbón , con ropa larga y un corazón brilloso en su pecho, Maneche dice que es el sagrado corazón de Jesús; me detengo a escasos metro y medio de la mesa, exactamente enfrente de las tan anheladas quesadillas, me subyuga el brillo de la manteca que emiten estos panes, ahora , mi olfato canino es infalible al distinguir el olor de las quesadillas por encima del resto de las viandas expuestas en la mesa; recuerdo la palabra de Maneche “bajo la mesa, se meten los difuntos a comer lo que les ponemos encima”; de reojo y de costado, observo al levantar el mantel que dicho espacio está vacío y pienso “ o no han llegado o ya se fueron”; cualquiera de las dos hipótesis no me detendránpara conseguir mi objetivo; he comenzado a sudar, ya por el calor de la lumbre de las veladoras, ya por el nerviosismo o de plano ya por miedo; tomo entre mis manos unos de los panes, lo huelo, dejo que el olor me impregne el alma y tomo una pequeña porción de la parte inferior, donde no se vea; en mi lengua se deshace la levadura cocida, mi frente se llenado de sudor y la boca de saliva; dejo uno de los panes en el plato, para tomar el

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otro…y… fue en ese instante en que sentí que los difuntos se me aparecieron — ¡Que haces…!— fue la voz que escuché tan derrepente, que me hizo quedar paralizado, momificado, petrificado. Parecía que la voz salía de todos lados. Mi corazón enloquecía brincoteando, toda la saliva se me fue al estomago y el sudor…yo creo que el sudor volvió a meterse por los poros. — ¡Nada! Solo vine aquí...A… — Dije al fin; cuando el alma regresó a mi cuerpo y me percaté de que en la puerta estaba Mamaneche parada como una aparición. Si darme cuenta del tiempo, se me olvidó que ella no iba a tardar con tia Jacinta. — ¿Tas jugando la lumbre de la veladora? ¿ O tabas “peízcando” el pan? —No Maneche…te juro que… —Iba a comenzar con mi discurso del “yo no fui”, pero ella me interrumpió de manera firme y contundente. —No jures nada delante de la mesa de los dijuntos…, ven pa´cá, deja en paz a los muertos, los puedes espantá. Ven a la cocina… Como un cordero avergonzado me fui alejando de la mesa, no sin antes voltear a ver al sagrado corazón de Jesús…y para mí que se estaba riendo. Vi su mirada de picardía. — ¿Queres café con pan? – Me dijo Maneche al entrar en la cocina. —Si, Maneche—le dije. —Ven a la mesa, siéntate—me dijo, al momento que me servía una taza de café y un plato con una quesadilla— Aquella mesa es pa´los muertos…y esta es pa´los vivos. Anda, come. Comí como los condenados a muerte, por poco y se me tapa el felgo, apenas pude con la mitad del pan. Al fin conseguía mi objetivo, pero en la mesa de los vivos. Ese día entendí que entre la vida y la muerte solo hay un suspiro. Mi Mamaneche sabe cuando y donde comen los muertos y cuando y donde comen los vivos. De todas maneras el día tres de noviembre nos llegaba el convite.

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—Que dice tu Mamaneche que vayan, porque ya va a quitá la mesa de dijuntos. En ese momento los invitados éramos los nietos, sus vivos. Y ahora sí, como nos decía mi tata Pocho “atásquense ahora que hay lodo…”

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El pante

“Esta historia está dedicada para mi hermanito Mayo, que un día decidió quedarse en el pueblo a cuidar la tierra; él es de los imprescindibles que luchan a diario.”

Los rayos del sol caían de manera perpendicular en medio de aquel cañal entiznado. Decenas de hombres se trenzaban en la tarea cotidiana del corte de caña, como la armonía de un concierto se oía el “plin…plin…plin” de los machetes filosos que cercenaban la caña quemada. Desde la carreta, muy atentamente observaba a todos los trabajadores; aquello se veía tan fácil. De repente hasta lo veía divertido, entre ellos se contaban historias y de inmediato soltaban estruendosas carcajadas. —Ayer me platicó tiu Cheno de cuando cayó la avioneta de los gringos por el rumbo de la Tunita— decía un cortador a otro cortador, en tanto que con la mano izquierda sostenía tres varas de caña y con la derecha soltaba el machetazo. —Que diablo le crees a tiu Cheno. A parte de chismoso, es medio guicha. Que no el otro día se inventó que cerca de su casa

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viven dos chuchos cola tunca que se ponen a platicá todas las noches. “¿Y de que platican, tiu Cheno?” le pregunté siguiéndole la corriente. “Puras guicheras dicen, hablan de que en un tiempo ellos fueron los dueños de La Venta” Me dijo el viejito. —Jajajaja…Pues…a Yo me dio más risa cuando me platicó lo de la avioneta. Me dijo: “Un día me “juí” por el rumbo de la Tunita a buscá mi ganado. Ya casi por llegar a los cerros, en un claro del monte divisé un gran bulto blanco. Me escondí atrás de un manchón de palma. Cuando ya pude vé bien, me fijé que era una gran avioneta con un ala quebrada, y vi a dos güeros que trataban de componé el avión, pero como no podían, se sentaron a llorá. Me dio lastima ver a esos tremendos hombres llorando, aunque sean gringos, los guá ayudá a los pobres, dije. Llegué onde estaban, en cuantito me vieron empezaron a hablarme como hablan los gringos: ` Puro…guara guara y güiri güiri´; pues no les entiendo nada pero perenme, orita vengo; me juí a buscá un palo de Gulabere y corté un montón de esos frutos. Regresé y les dije: los guá ayudá pero no lo vayan andá contando, esprimí los gulaberes y lo revolví con el chicle motita que traía masticando; y con eso pegué el ala del avión. Solo dejen que se seque un poquito. Les dije. Y santo remedio, así se arregló la avioneta, aquellos güeros se reían solo-solo, pero seguían con su `guara guara y güiri güiri´. Ya váyanse mejor, les dije, no vaya sé que me den muina, no les entiendo, no vaya a sé que los agarre a planazo de machete”. Y así fue como salvé a los gringos, dijo tiu Cheno. —Jajajajajaja… —Y dice el viejo que cada vez que pasaban los aviones por La Venta, patente veía una mano güera que salía de la ventana del avión y él decía: “han de ser los gringos de la Tunita” y también les saludaba. Yo seguía observando y escuchando. Definitivamente aquello de cortar la caña quemada debía ser muy divertido, la muestra estaba al alcance de mi vista. Los machetes caían sobre las varas, una y otra vez, lo cañales cedían como ejércitos dominados e iba

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quedando solo la claridad del espacio que dejaban las varas al caer. “Tengo que hacerlo” dije para mis adentros, “necesito hacerlo…, quiero ganá mi propio buelto” Estas cavilaciones fueron interrumpidas por Ale de tiu Juan Ramo; traía en sus manos: el morral y el ánfora. Era la hora de su desayuno. — ¿Cómo ves paisano? ¿Ta güena la chamba…, no? — Me dijo, al mismo tiempo que se sentaba en el bordo de la regadera, debajo de un Caulote frondoso. —Sí. Y veo que andan risa y risa. —Pues…así tiene que ser. Si te amuinas, dos trabajo tienes. A la pobritada no nos queda más que chingarle y reírnos. —Fíjate que toy pensando agarrá un pante pa´mañana. Quiero ganá algo, va a haber fiesta en L´Ingenio…y hay una chamacona que me gusta. Aunque sea pa´invitarle un raspado que yo junte. —Ta güeno…ta güeno. Pero…, mejor pídele buelto a tu papá. No tas acostumbrado a esto. No es lo mismo ir a trabajá un rato con tu papá o a cuidá vaca. El corte de caña ta más cabrón. —Ya le pidí…, pero me dijo que con trabajo me dá pa mi estudio; cuantimás pa´que ande de gastalón en la fiesta. El otro día me dijo “todavía que te toy pagando pa´que estudies, ¿voy a pagarte también pa´que te diviertas…? Trabaja m´hijo. Yo le dije “pero quien diablo me va a dá trabajo, pué…” “ahí tá el corte de caña” me dijo. Por eso es que me estoy fijando como le hacen, pa´que yo venga mañana. — ¿Queres echarte solo un pante? —Sí…, si puedo, ya ví que es fácil. —Pa´l que está acostumbrado, sí. Pero pa´los estudiantes, no. Pero si de verdá queres; mañana temprano tienes que viní con la cuadrilla, pa´que hables con el cabo y alcances pante. A las cuatro y media de la mañana pasa el camión recogiendo a los cortadores, si no estás en la calle a esa hora, te van dejá. Y si te dejan, no alcanzas pante.

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—Pues lo tengo que hacé… ¿Y tú no vas al baile, Ale? Veo que tú, puro trabajando andas. ¿No te piensas casá, pué…? —A veces voy a Unión. Pero… de que me guá casá…, me gua casá. Eso es como la muerte, paisano, de que te llega, te llega. Los dos quedamos viendo hacia el horizonte, yo pensando en el pante del dia siguiente; y él, en que tenía que casarse a como fuera, porque eso es como la muerte. Mi experiencia laboral se sustentaba en una serie de tareas marcadas por mi apá: cuidar vaca, limpiar regadera, sembrar maíz y sorgo, destronque, leñar, ordeñar vacas; todas al amparo y compasión de mis padres. Ninguna relación formal entre patrón-trabajador. Solo como mención: siendo tan solo un infante, hay un recuerdo de subcontratación por parte del tiu John Blouse. A él, tia Marga, la mamá de Chupata, lo buscaba para limpiar su jardín. Arrancar monte; una vez que el tiu John recibía la encomienda, salía a reclutar hasta cinco chamaquitos para que hiciéramos el trabajo sucio. Y entonces él nos pagaba un minisalario. Nos alcanzaba pa´l dulce. Creo que a veces el mismo Chupata nos vendía los dulces; escena típica del Porfiriato.

Al volver a casa, les platiqué a mis papas lo del pante: —Ta güeno…llevate un machete chingón. Ponte afilarlo de una vez, ahí tá la piedra que traje del cerro— me dijo mi apá, contento de que yo estuviera tomando esa determinación—. Así, si no sirves pa´la escuela, al menos no te vas volvé vago y vicioso; porque con esos que te ajuntas, no se ve que vayan a dá buena pinta— escuché hablar a mi apá, lo cual me sorprendió que echara su discurso, ya que siempre ha sido de pocas palabras; no le cabía el orgullo y la satisfacción. —Pues yo no lo veo muy bien—dijo mi amá—. Ese es un trabajo muy duro; no tas acostumbrado. —Es trabajo pa´hombres—respondió inmediatamente mi padre—. Y m´hijo ya es un hombre. ¿O no..., tú? —Pues…sí. Y también yo ya quiero gana mi propio buelto. Pa´que yo vaya a la fiesta, pa´que yo vaya a Juchitán a comprá

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mi ropa. Y de una vez te digo Má…, ya no me gua pone esos pantalonsotes que me compras, ahora yo los guá escojé. —Güeeno… ¿Y qué digo yo, pué…? Pero nomas no te tes quejando cuando vengas con las manos llenas de sangre, como cuando vas al destronque. —Ya me fijé que es rete-fácil. Má…, mañana levántame tempranito. Se trataba de un acto de libertad, tomar mi propia decisión, mi propio camino. Aquella tarde comencé el preparativo para la mañana siguiente: un machete marca torito, un morralito chipa, una ánfora verde, una lima gastada, un páliate rojo “tipo Coalición”, dos pedazos de liste de una hamaca vieja que ya se estaba pudriendo en el patio…y muchas ilusiones por mi primer trabajo formal. Esa misma tarde me fui al río a llenar de agua mi ánfora; por ahí me encontré con Chupata; ya sea por orgullo o para darle un poco de envidia, le dije: —Ves que mañana voy al corte. Voy a echarme un pante, solito. — ¡Aaaah, chunco, ni sabes lo que tas diciendo! —me dijo, con una mirada llena de ternura. — ¿Que tiene? Es fácil. Además necesito “buelto” pa´que vaya a L´Ingenio a ver a la “Lapicero”, la ojo verde. —Bueno…yo nomas te digo que lo pienses. La semana pasada yo también agarré un pante…, no pude, lo dejé a medias, ni siquiera a medias. Hasta orita me reclama tiu Beto Ramos, dice que nomas fui a “juguetear” en su cañal. No pude. —Pues a ver…, de todas maneras guá ir… Aquella noche me acosté temprano. Soñé que el río agarraba mucha agua y yo parado desde el bordo, en compañía de la muchacha ojo verde de L´Ingenio, veíamos todos los bultos que pasaban arrastrados por las corrientes de agua chocolatosa. Estábamos en la contemplación del río y la muchacha me dice: “quiero que cruces orita el río, a ver si en verdá me quieres” la quedé viendo y le dije “¡Jaj…! sí te quiero, pero no ´toy guicha, chunca”. De todas maneras, con su mirada verde me convenció. Y ahí voy, con pura trusa, me aventé por el “prensadero” y fui a

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salir por el rumbo de tiu Miliano. Esos eran mis sueños eróticos. No sé si había relación entre el corte de caña y mi erotismo onírico, ¿O sí? La cosa es que uno no decide lo que va a soñar, lo sueñas y punto. A la una de la mañana me levanté, pensando que ya era hora; “acuéstate…que los diantre andas levantándote esta hora” me dijo mi madre; “escuché mucho ruido, pensé que ya…” dije; “no…, es tiu Pedro Santiago que llegó tomado y le tá cantando a tia Fana, creo…” Volví a soñar otro rato con “la ojo verde.” Me despertaron a la hora que debía ser. —Solo toma café con pan, a esta hora quien los infierno va a andá desayunando.- Dijo mi madre, no muy convencida de mi decisión. —Sí. Má… —Y si ves que no puedes, no te hagas el fuerte, ¿Ná? Es que tú, desde que entrá la terquedá, ni quien te convenza. Ahí va tu desayuno en el morral. El café te lo puse en una botella de Coca. Vestido para la ocasión y con toda la indumentaria que se requiere y con que se cuente, me fui a la calle, a la espera del camión. Era el camionsote anaranjado de mi tiu Juve, ahí nos subimos, como cuando llevan a vender ganado a Juchitán. Llegamos al cañal, a esa hora solo nos iluminaba la luna. Tiu Manchón era el Cabo; comenzó a repartir las tareas: los pantes; anotando en su libretita. Pante por pante se fue llenando de cortadores. — ¿Y Yo…, pue, tiu Man? —dije, con un dejo de decepción —Aaah, tras que ahí tás. ¿También viniste al corte, pué..? ¿Y vas aguantá? —Sí. Quiero un pante. —Bueno…, pues agarra ese pante de dos surcos. Son los últimos que quedan. La luna esplendorosa, como una linterna, alumbraba desde el cielo: desde lo hondo de los surcos hasta las hojas quemadas de las varas de caña.

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Empecé como empiezan los grandes: con enjundia, determinación, júbilo, fortaleza e ilusión. La mano izquierda era cómplice de la derecha, la primera sujetaba las varas y la segunda asestaba el machetazo. En estos casos siempre sabes cómo es el principio, más no el final. Apenas avanzado dos metros y comencé con el sudor y la sed. “Y eso que no ha salido el sol” me dijo el cortador que iba al lado de mi pante, pero que me llevaba ya tres metros de ventaja. No le dije nada, porque no tenía nada que decirle. Al llegar a los cinco metros de avance, el sol había hecho su aparición, los rayos se me incrustaban en la cara; remojé mi paliacate “tipo Coalición” y me lo colgué en el pescuezo; algo de su frescura me habría de llegar. “¡Desayuno!”, gritó un cortador, y casi al mismo tiempo cesaron los machetazos y todos fueron en busca del morral y el ánfora. Yo no me quedé atrás; abrí mi morral: dos totopos, un pedazo de queso fresco, chicharrón y cinco rebanadas de plátano frito, acompañado con mi botella de Coca llena de café de olla. Me sentí pesado después del desayuno. La gente ya me llevaba mucha ventaja. El sol había pasado de tiernos rayitos a rayos feroces que atravesaban los sombreros. Me empecé a inquietar. Solo escuchaba risas a lo lejos. “¿Que estarán diciendo?” Ahora sí que como decía tiu Cheno, de los gringos: “Puro, guara-guara y güiri-güiri”. Ya no entendía nada. Mis movimientos se alentaron, era un sopor intransigente; era complicado decir qué parte de mi cuerpo sentía dolor y abatimiento: me dolía todo. Parafraseando a la canción “se me acabó la fuerza de la mano izquierda”, pero también de la derecha. Las piernas se volvieron tembeleques. Por momentos, me quedaba en posición “de viejo con bastón”, había que ir enderezando poco a poco el cuerpo hasta quedar completamente erguido. Ya casi era medio día, ya casi terminaba la jornada y yo apenas iba a la mitad. Del tormento físico pasé al mental: ¿Alcanzaría a terminar el pante, antes de que la gente se marchara? Inmediatamente saltó a mi mente la otra pregunta:

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¿Lograría terminar? “Ma´ rayo joda…y me lo dijieron. Falta mucho, ya no aguanto…ayúdame Dios, ayúdame te lo suplico.” Mi catarsis se presentó cuando uno a uno los cortadores fueron concluyendo su faena, su pante. Se empezaron a escuchar “listo” “ya estuvo” “al fin” “ya quedó” “ni una más…”. ¿Y yo? A medio pante. Al fin cesaron por completo los sonidos de los machetes, los cortadores buscaban la sombra y el ánfora con agua. —Metele duro paisano, tu puedes hombre…falta poco. Solo piensa en la ojo verde— me dijo Ale de tiu Juan Ramos, cuando paso a mi lado. —Mmhju— nomás le dije. Me faltaba el aliento hasta para pronunciar palabras—. Ojo verde ni que la chingada, verde me va a quedá el cuerpo por la chinga—pensé. —Creo que por allá anda tu papá, orita le digo que venga a ayudarte. Vas muy despacio. —Dejalo. No le digas. Si viera querido, ya viera vinido. Guá sigui solo… —Güeeeno…nos vemos en L´Ingenio. Jajajajaja… —¡Vete a la chingada, Ale!- Dije sin que me oyera. “Vaaamonos”, fue el grito de la gente cuando vieron aparecer el camión anaranjado que los llevaría de vuelta a La Venta. Yo digo que hasta el sol se burlaba de mí, pues el vapor que se veía en aquel mundo de caña cortada “como que se meneaba, bailando en mi cara”. El camión se llenó de cortadores, solo faltó uno. “Deja eso, hombre; vámonos” me gritó alguien. Les di la espalda y con la mano les hice señas “váyanse, váyanse”. Y se fueron. El silencio sordo y los rayos inclementes del sol de medio día, eran el marco ideal para coronar mi frustración. Cuando una solución acuosa estaba a punto de desprenderse de mis ojos entiznados; empecé a escuchar un “plin, plin, plin”; “ora si me jodí…ya quedé guicha” me dije, tratando de ver de qué se trataba. Mi alegría no tuvo límite cuando vi a mi padre en mi pante, a dos metros de donde yo me encontraba. Sin decir nada se había metido sigilosamente entre los surcos y había comenzado a ayudarme. “Vamo, métele…ya falta poquito” me dijo.

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Renacieron mis fuerzas y entre los dos la tarea quedo concluida en menos que canta un gallo. Regresamos al pueblo en carreta, yo, completamente entiznado y muerto de cansancio, pero henchido de orgullo por haber concluido mi pante con la ayuda de mi padre. “No me dejó morí el viejo…” pensé, al ver el rostro duro de mi padre que apuraba a la yunta y de esta forma librarnos del solazo que caía. —Aaay m´hijo, mira como vienes! Dijo mi amá cuando me divisó con aquella cara llena de tizne. Solo me “coyoleaban” los ojos. El sábado, bien vestidito y bañado de perfume “siete machos”, llegué puntual a cobrar mi raya, mi primer sueldo. Me dolió gastarlo, porque me dolió ganarlo. A L´Ingenio ya no fuí, de todas formas la “Ojo verde” me mandó un recado de que ya no fuera: “ya no es necesario que vengas…ya no te quiero” me dijo. “Bueno..., al menos terminé mi pante” dije, apretando con mi mano la bolsa de mi pantalón donde estaba mi buelto de la raya. Yo terminé mi tarea, mi pante; no supe si Ale se casó; “la ojo verde”…no puedo hablar mucho de ella, solo “guara-guara y güiri-güiri.

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El viejo Ingenio

“Para mis hermanos del Ingenio Santo Domingo. Para Chuchi y su Banda, que tuvieron a bien tocar una pieza para complacerme cuando anduvimos por La Venta.”

Nos va amaneciendo en Pasochivo, la magia de la luz va transformando el entorno. La oscuridad se va esfumando poco a poco, como si los objetos hubiesen estado perdidos y ahora han empezado a aparecer. Es una mañana suave, el viento duerme entre los cerros, la tierra despierta de una noche cálida. Voy entre surcos, el arado que penetra en la tierra me va marcando el rumbo, mis huarachos no impiden que reciba la calidez al momento en que la tierra cede; me llega un olorcito a acacia y canela.

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Con la claridad que llega es el aviso de que el sol va a aparecer por el rumbo de Ingenio; avanzo tras la yunta volteando de vez en cuando para el rumbo “Delingenio.” Y es precisamente de aquel rumbo de Ingenio, que emergen imponentes dos grandes chimeneas, que arrojan bocanadas de humo negro hacia los confines del universo. Desde Pasochivo veo a Ingenio a través de estas gigantescas torres humeantes, desde aquí puedo percibir el olor a caña quemada, a melaza, a panela. Estoy absorto en la contemplación cuando se escuchan las sirenas de la fábrica, es un “tuuuu-tuuut…” que indica el cambio de turno para los obreros. Para mi apá y para mí, es la hora del desayuno, “¿Qué nos habrá puesto mi amá en el morral?”, voy pensando, en tanto el estomago que había permanecido quieto, ha comenzado a emitir pequeños ruidos. El banquete: cuatro totopos de buen tamaño, queso seco, camarón seco, dos pedazos de chicharron y varias rebanadas de plátano frito, todo acompañado de un ánfora de agua. ¡Dios mío…! Esto es el paraíso. A partir de ese momento, me pierdo, me enajeno, me entrego al pecado de la gula…hasta agua me salen de los ojos. He de volver a la realidad cuando se escucha nuevamente el “tuuuu- tuuut” de las grandes chimeneas, del viejo Ingenio. Más tarde quizá, me llevaran a Ingenio, pero al Seguro Social…, para ser curado de alguna dolencia estomacal, el doctor me dirá: “algo comiste de mas…”, yo pensaré: “más bien, algo comí…porque demás no creo…” Volveremos a La Venta, pero no sin antes pasar por el mercado: —Má…, quiero empanada. —Que no malo del estomago estás, los diablo… —Casi ya sané…ya me dio hambre, ha de ser por la pastilla que me dieron. —Orita que lleguemos a la casa te hago empanadas. —No. Yo quiero de las del mercado de aquí de L´Ingenio.

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—Culpa tiene una de salí con chamaquitos…, solo piensan en comé. “También en Jugá”, pienso. Después de las suculentas empandas y su respectiva horchata que me sirven en un vaso de veladora con la imagen del sagrado corazón de Jesús, nos subimos al autobús azul que nos llevará de vuelta a nuestro pueblo. Desde el autobús veo la fila de gente que se dirige a la fábrica, es día de raya, es día de fiesta en Ingenio…y en La Venta también. —Má…creo que allá va mi apá, va con otros tres, ¿ya lo viste? Es el más chaparrito de los tres. —Mira pué, bien catrín que se puso para ir a la raya. No más ruégale a Dios que no vaya a meterse a la cantina, porque si no, hasta la raya de la cabeza va a perdé.

* Años más tarde la maquinaria se detuvo, las zafras pasaron a la historia, la gente ya no sembró más caña…y el viejo Ingenio tuvo que cerrar.

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El chamaquito sacrílego (Las confesiones de Casiodoro de La Reyna)

“Contaré esta historia respetando la secrecía del protagonista; sucedió hace muchos años, mas sin embargo el otrora chamaquito, hoy ya hombre viejo y serio, ha decidido sacar a luz este suceso que pese a su arrepentimiento todavía le remuerde la conciencia. El jura que en repetidas noches ha despertado de un sueño o pesadilla en donde un santito llega a jalarle las patas y le dice: — ¡Tú fuiste, tu lo hiciste, no te hagas el santo!”

En aquellos día, el pueblo tenía una vieja Iglesia llena de santos, pero no tenía cura ni monjas; de Unión Hidalgo llegaban un grupo de voluntarios los domingos muy temprano a realizar cuanto quehacer religioso se necesitase para enderezar a tanta alma pecadora que vivíamos en La Venta. — ¡Ay hermana!, yo creo que estos venteros no se van convertir ni viendo a Jesús bajar del cielo— se quejaba una monja de

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Unión ante la madre superiora cada vez que regresaba de atender a la “catolicada” de La Venta. —Dios hará el milagro, hermana. No se entretenga mucho con la viejada, esos cabeza dura hay que dejárselos directamente al Señor; usted acérquese a la chiguititada, a esos jale pa´l camino de salvación. —Pues a ver…, porque a decir verdad, ya estoy harta, hermana, con el arenero que me pega en la cara al llegar al pueblo y la necedad de esta gente; además, son bien burlones, con todo eso pa´que más quiere. Mejor mándenme a Las Conchas, a Guevea de Humbolt, a Lachiguiri o al fin del mundo, pero ya sáqueme de La Venta. —Dios la está probando hermana, paciencia…ya va ver que pronto llegaran los frutos. Ya le dije, la clave está con la chiguititada. ¿Y como sabe usted que de ahí no vayan a salir mañana muchos curas para la obra del Señor? —Van a salir…, pero corriendo, hermana. En medio de esa chiguititada andaba Casiodoro, de escasos diez años. A su mamá le decían “La Reyna”; por tanto él, como buen ventero y haciendo uso de las costumbres de asignarle al sustantivo un adjetivo posesivo, le decían: “Casiodoro de la Reyna”. Podemos llamarlo también, Casio, Doro o simplemente Casi. El nombre lo había elegido su padre, en una ocasión que llegaron a su casa unos cristianos con una biblia, la del oso, y vio que el traductor había sido un tal Casiodoro. “Con ese nombre mi hijo va estar más cerca de Dios” le dijo a su mujer. Desde los siete años a Casiodoro le daba por leer; leía cuanto papel se topara; la gente del pueblo lo recuerda como “aquel biuchito que andaba como ido.” Por extraño que parezca, en ocasiones se le olvidaba comer, su madre se lo tenía que andar recuerde y recuerde. El habito de leer papeles que encontraba tirado en la basura se le quitó en una ocasión que andaba por la huerta y tomó presuroso aquella hoja llena de letras, sin darse cuenta que detrás de la hoja estaba llena de mierda y se embarró las manos, santo remedio, después solo leía libros. Se pasaba las

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horas sentado en un viejo palmón leyendo, y viendo pasar: chuchos, cuches y gallinas. Cuando en el pueblo alguien se pasaba mucho tiempo sumergido en el mundo de los libros lo tildaban de loco, guicha, huevón o simplemente lo ignoran, lo ningunean. El encuentro entre Casiodoro y la monjas, fue casual, era el mes de mayo, en ese tiempo en La Venta habían muchos árboles que daban flores amarillas; recostado bajo un árbol de flores amarillas estaba Casio, cuando llegaron dos monjas con una palangana en busca de flores para los santos. No sé por qué les encantan las flores a los santos. — ¿Qué haces chamaquito? — le dijeron. —Leyendo un diccionario—dijo Casiodoro. —Los diccionarios son para consultar, no para andarlos leyendo. —Sí…, pero como no había más que leer en mi casa, agarré un diccionario—dijo Casio levantándose, dispuesto a irse y prescindir de tan amena platica con las monjas. — ¿No te gustaría conocer a Jesús? —Ya lo conozco, es el hijo de la viuda Marga, le decimo Chupata. —Nooo, no a ese Jesús nos referimos. A Cristo, a Jesucristo. —Aaah,…bueno, está bien. ¿Y onde está? —Ahí…en tu corazón, está tocando a la puerta para entrar. —Mmmju, tan más guicha ustedes que yo— les dijo y se fue. Y a partir de este encuentro, por extraño que parezca, Casiodoro se convirtió en un asiduo asistente a las pláticas que las monjas impartían en la vieja iglesia. Desde las cuatro de la tarde llegaba de manera puntual con un “jicapesle” lleno de flores amarillas que cortaba en un árbol que estaba en la oficina ganadera. “Llévale flores al santito “le decía su madre, “no vaya a ser que el día de mañana haya que pedirle algo y nos lo tenga que refregar en la cara si no le llevas sus flores.”

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Dejaba la ofrenda en el altar y se dirigía al campanario; comenzaba a jalar el mecate que colgaba del badajo de la campana, lo hacía con tanto ahínco, de manera frenética, que parecía que se le quería salir la vida, hasta que se le tapaba el felgo. Una vez concluido ese ritual se formaba en la ringla que hacía la chiguititada para recibir un sobrecito de chocomil marca Milo, ya que sin esa dotación la clase se convertía en un completo estado de anarquía, en un desmadre diría la Nere de María Tocho. La vieja iglesia tenía la forma de las casonas del pueblo, un corredor con unos impresionantes pilares que nos servían para jugar a algo muy simple: el intercambio de pilares; que consistía en que todos los jugadores menos uno, ocupábamos un pilar y nos íbamos intercambiando de tal forma que desafiábamos al que no tenía para que ocupara un sitio en toda la rebambaramba que se hacía. Contaba además con un cuartito húmedo y oscuro que siempre se mantenía cerrado y todos decían que era la sacristía, de ese cuartito provenían los sobrecitos de chocomil marca Milo. Y en el patio se observaba un enorme y viejo árbol de lambimbo que suponíamos que tenía la misma edad de la creación del mundo; es más, algunos con mente mas fantasiosa como la de Casiodoro, creían firmemente que fue en ese árbol donde la mujer fue seducida por la enigmática serpiente para que comiera del fruto prohibido. “En ese caso” le dije un día “si tú dices que ese es el árbol del bien y el mal, entonces La Venta fue el paraíso del que habla la biblia.” Fin de la plática. Pero también en ese tiempo, además de lo ya referido, se escuchaba la leyenda de la gallina gigante y sus cien pollitos, que surgían de manera intempestiva de la sombra de ese viejo árbol, exactamente a la medianoche, ni un minuto más ni un minuto menos. Quienes atestiguaron la visión ya referida fueron algunos borrachos que los había dejado el carro en Unión y se tuvieron que regresar a La Venta “ a pura pata” o algún ordeñador que confundido con el canto de un gallo con insomnio, se levantó a la

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media noche, agarró su tiliches y se dirigió a su potrero a ordeñar. Casiodoro supo la historia de la gallina gigante por su tata; el viejito regresaba de Unión, lo había dejado el carro, según él se quedo dormido en la casa de su querida; según la nana de Casiodoro dijo que estaba perdido de borracho en una cantina con un mampo y se durmió. “Que los diablo le crees a tu tata, ni los dientes tiene completo cuantimás pa´andá con querida.” La cosa es que precisamente al pasar cerca de la iglesia dieron las doce de la noche en punto; un airecito fresco llegó juntamente con un olor a flor de coyol, flor de `crestegallo´ y veladora; empezaron a caer un montón de hojas del lambimbo como cuando cae el confeti en las fiestas de noviembre. El viejito se queda pasmado, la mirada clavada en el lambimbo; cuando de pronto, como salida de la quinta de los infiernos, emerge de entre las raíces del árbol una gran gallina empedrada del tamaño de un cristiano de metro y medio, con un cacarear lento y ronco, era una especie de “có-có-có-có”; una vez que la gallina empieza a dar los pasos hacia el rumbo del río, comenzaron a brotar de las mismas raíces un mundo de pollitos, como brotan los cucuyuches; siguiendo los mismos pasos de la mamá; comenzaron a formar una ringla que se veía hasta la huerta…en ese punto todos desaparecían. A tal grado llegó a impactarle la visión al viejito que se orinó en el pantalón, cosa que no se notaba porque era la tercera orinada que le daba desde que se había quedado embriagado. Al día siguiente que le cuestionaron el por qué hedía tanto a chuquía, “es el olor de un chingo de pollitos que reventaron de los blanquillos anoche en la iglesia”, respondió. Siguiendo el curso de la historia de Casiodoro; no sé si por casualidad o por designios divinos, al padre de Casiodoro se le dio la encomienda de ser presidente del patronato de la iglesia del Santo Niño de La Venta; en los círculos de los burlistos se le conocía a este paisano como “el San Pedro del pueblo”, ya que era el encargado de las llaves de la iglesia. Al principio la

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actividad la llevó a cabo personalmente, sentía el orgullo de “ser alguien”, después que se dio cuenta que todo era una rutina sin ninguna retribución terrenal más que la promesa de ser convidado al banquete celestial en las bodas del cordero, optó por encárgale a su hijo Casio tal custodia. —Pues…yo voy a abrir tempranito, pero a cerrá que vaya otro. De noche ahí no voy ni que me paguen—dijo Casi cuando le entregaron las llaves. Todas las mañanas, con el clarear del sol, aquel niño de diez años tomaba entre su manos un manojo de llaves; serían unas diez, aunque solo una servía para la encomienda, pero ahí tenían que estar las diez llaves, y se enfilaba con rumbo a su tarea: abrir el sacrosanto lugar; desde que entraba a la iglesia sentía el olor de la cera, la madera de las bancas, las flores marchitas y la humedad del encierro. Al principio le costaba identificar por su nombre a cada santo; a los santos biuchitos les agarró confianza luego-luego; pero a la virgen María que estaba en la puerta de la sacristía le tenía pavor, ya que era del tamaño de un cristiano y tenía en la expresión de sus ojos una luz que parecía que estaba viva. Y hubo ocasiones en que Casiodoro llegó a jurar que a dicha virgen la había visto moverse. Con el primero que “hizo amistad” fue con Santoniño, ya que estaba en medio del altar, le agradaba ver al santito metido en el nicho de cristal con su ropaje extraño desde su perspectiva, para ser un santito varón. —Má…, si Santoniño es como un chamaquito, ¿ por qué le ponen vestiditos de chamaquita? —No son vestiditos, m´hijo, son túnicas. Así se visten los santos en el cielo. —Aaah, con razón. Ya me había espantado. —Tú siempre estás pensado mucho, un día vas quedá guicha. A todo le andas buscando —le dijo su madre. Un día de tantos, se le hizo un poco tarde para ir a abrir la iglesia, todas las casas ya estaban abiertas, el ruido de los carros y carretas era incesante, tiu Mariano tenía su tocadisco a todo volumen anunciando “en la casa de la señora Jacinta Antonio de

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Marcos encontrará usted relleno de marrano gordo, pase usted y ella lo atenderá con mucho cariño” y este cuadro parlante era acompañado por un puñado de zanates que se habían instalado en el viejo lambimbo y chillaban como energúmenos. Cuando Casiodoro se disponía a salir a realizar su tarea divina, se le acerca uno de sus hermanitos y le dice: “yo también quiero ir a abrí la iglesia.” Casio lo mira y le dice: “vamo, pero onde te llegues a espantá de los santos, no es mi culpa.” Con toda su experiencia a cuestas le explico al hermanito todo a cerca de la vieja iglesia, agregándole un poco más, para hacerse el importante. — ¿Y esa otra puerta? — ¿Cuál? ¿Esa donde está la virgen María? —Sí. Pa´que sirve. —Es la sacristía, ahí solo puede entrá el cura o las monjas. — ¿Y tú no puedes? Tú sos el que cuida. Yo creu que tú si puedes entrá también… —Si, pero..., no quiero. — ¿O tienes miedo? Vamo a ve que hay ahí…ora, no le guá a dici a Papá. —Es que…sí me da miedo la virgen, de plano. —No hace nada, que no de lodo dicen los vangelio que es, pué… Armados del valor que infunde la adrenalina de la travesura y de la compañía de otro guicha, deciden violar uno de los mandamientos que las monjas habían dado para el que custodiara el lugar “no entrarás a la sacristía de esta iglesia”, “porque el día que lo hicieres un rayo te va a partir en tres pedazos”, en tres para que no se pueda volver a pegar. Co la mirada dura de la virgen, y la complicidad del hermano, abren el cuartito reservado para “la clase dominante”, al abrir la puerta se siente el vaho penetrante de la humedad y el cebo de las velas; en poco tiempo sus ojos se acostumbran a luz y tienen a su vista una cajería que contienen: sobres de chocomil Milo, bolsas

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de galleta de animalitos, una gran variedad de dulces habídos y por haber y un montón de vestiditos para Santoniño. Se llenaron la boca, las manos, las bolsas…hasta en los guarachos se encajaban las paletas, salieron de la sacristía sin voltear a ver a ninguno de los santos. —Solo chocomil, galleta y dulce, manito; lo demás es del santo. A partir de aquel día ya eran dos “los Sanpedros” que acudían presurosos a abrirle las puertas a la cristiandad. Ahí comenzaron los actos sacrílegos, ahí empezó el robo hormiga de aquellos chamaquitos, ahí comenzó Casiodoro a creer que la mirada de la virgen era más dura, acusadora; pero como su hermanito ya le había dicho del material que estaba hecha, ya no le importaba. Dicen que la ambición rompe el saco, y Casiodoro se percató de que las monjas ya no dejaban bastimento guardado, tan solo los vestiditos. Se le ocurrió que podía llevarse los vestiditos para venderlos con las chamaquitas, pero desistió, puesto que con las pocas niñas que tenía trato tan solo tenían como muñecas unas calabazotas “manunas”. Quizá fue accidental, quizá premeditado, pero un día se puso a limpiar el altar con un trapo viejo con el fin de hacer menor su cargo de conciencia; al pasar aquel trapo por encima de los cajones de las limosnas, se percató que el más pequeño no tenía llave; como buen niño curioso, decidió hurgar con una mano, por lo alto de donde se hallaba apenas alcanzaba, cuál fue su sorpresa , que al meter la mano comenzó a sentir el frio del metal: ¡eran monedas!. Había encontrado buelto. Era una mina que había descubierto y que lo hacía sentir el chamaquito más feliz de La Venta. Su hermanito no se dio cuenta, siempre andaba buscando chocomil en la sacristía. El día del sacrilegio mayor, fue en un día de noviembre, en las fiestas del pueblo. Casiodoro llegó con su hermanito a abrir aquel lugar sagrado; desde que abrió las puertas se fue directo al cajoncito sin llave, mientas su hermanito se distrajo en el patio viendo a unos chuchos pegados de colita, Casio arremetía con el cofre del tesoro; fue deslizando su mano poco a poco, de

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inmediato sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo; pero… hoy no tocaba monedas, estaba tocando papel, por un momento se desilusionó pues supuso que era un pedazo de papel que un feligrés había colocado ahí para pedir un milagro a Santoniño, pero cuando lo tuvo a la vista y se dio cuenta de que era un billete colorado, él también se puso colorado. Como un rayo se metió el billete en la bolsa del pantalón y caminó de prisa hacia la sacristía sin ver a la virgen; buscó un pequeño rayito de luz que venía del exterior y ahí pudo ver claramente que se trataba de un billete de veinte pesos, con la figura de Morelos, hasta sintió que le guiñaba un ojo, y que el siervo de la nación le decía muy condescendiente: “llévatelo hijo, es tuyo, lo necesitas pa´comprá dulce.” De inmediato se ideó un plan para que aquello pareciera “suerte” y su hermanito difundiera los hechos como a Casi le convenía. —Vamonos —le dijo a su hermanito, que entraba después de haberle tirado cinco piedras a los chuchos. — ¿Tan pronto? Si apenita tamo llegando. Todavía guá vé si queda chocomil. —Vamo te digo. Me duele mucho la cabeza, creu que me golpié con un candelabro. —Vamo pué… Apenas habían salido y avanzado cincuenta metros, Casiodoro ya iba por delante listo para lo que había pensado. Fue un movimiento tan rápido que en menos que canta un gallo toda la parafernalia estaba resuelta. Con la mano izquierda hizo que el billete volara hacia adelante y al mismo tiempo se tiraba como los garrobos, de los palos, voló, y ya en el suelo dio tres vueltas en medio de una nube de polvo al mismo tiempo que gritaba: — ¡Miraaaa, chunco, me encontré un billete de veinte Pesos! Al hermanito no le dio tiempo ni de percatarse de que se trataba la escandalera, hasta que el otro estuvo más tranquilo y le mostró el billete colorado. —Aaaah bestia. ¿Y como yo no lo ví, pué…?

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—Por sonso. —Pero…se ve nuevito. —A lo mejor anoche lo perdió un borracho. Fue un mes entero el que Casiodoro tardó en gastarse aquel tesoro, pues supo “administrarlo” bien “poquito a poquito” le dijo a su hermanito, “así, ni la gente ni papá se van a dá cuenta”, fue el diciembre más dulce que ha tenido en su vida Casiodoro. Quizá hubiese seguido por el camino del mal, pero gracias a los libros, a las amenazas de sus padres…pero sobre todo a la visión que tuvo del día en que a uno de sus tíos le pusieron las manos en la lumbre, por haber robado cinco pesos y él dijo que lo había perdído; jamás le quedó ganas de repetir esos actos. Fue el propio Casiodoro que se impuso la excomunión, el día en que se iba a realizar el acto de la primera comunión, no quiso ir “ pa´que voy si soy muy malo” le dijo a su mamá, “y que tiene” le respondió ella, “ tu crees que pura gente buena anda en las iglesias, por eso van, pa´componerse” No quiso ir, se fue al salado a cortar zacate pa´los toros, volvió con la mano ensangrentada, se la rebanó con el machete, “ ya ves, te castigó el santito” le dijo su madre.

* Hoy Casiodoro es ya un hombre viejo y serio, pero como dije al principio, el santito no lo deja beber agua, en sus pesadillas también le ha dicho “lo que hiciste es malo…y pa´que se te quite de la cabeza, esto también es como la chibiguicha, tienes que contarlo a todo mundo, si no, no te dejo en paz y te irás secando.” Por eso fue a verme Casiodoro el otro día que coincidimos en La Venta, con decir que hubieron algunos malosos que le achacaron el robo del mismísimo Santoniño; así que cuando nos vimos me dijo “te autorizo que lo cuentes, di el pecado…mas no el pecador.” Y eso hice.

De los buenos hábitos que si le quedaron al buen “Casiodoro de la Reyna” es el de la lectura. En eso coincidimos.

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Esta fue una de tantas historias que le pasaron al Casiodoro, y se irán contando poco a poco; claro está con el debido respeto que merecen quienes se sientan aludidos.

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Mi Tata “El Marimbero”

Mi Tata me decía: “Lo que te cuento hoy, ya se me había olvidado, solo por que me dijiste que querías saber es que me estoy acordando. Llevo años sepultando recuerdos, no sé si he enterrado mas gentes que recuerdos...pero al final ¿No es lo mismo? las gentes se vuelven recuerdos, hay días que no se si a quien me refiero es gente o recuerdo.” En esos días el tiempo era medido a través de nuestras sombras en el suelo, el sol nos iluminaba la mitad del cuerpo y de la otra mitad brotaba la sombra, dependía de que tanto se extendía para determinar que tan tarde era. —Cuéntame de cuando tocabas la marimba, tata. — ¡Mis buenos tiempos! Hacíamos hablar a la madera. La marimba es como una mujer, así nos acostumbramos a mirarla, con mucho cariño —me dice mirando hacia las ramas del Guanacasle. —Pero… ¿mero por qué dices que la marimba es como una mujer? — le digo, tratando de atraer su atención, ya que se ha quedado como ido mirando al gran árbol debajo del cual estamos sentados.

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—Porque tienes que saberla tocar, con el tiempo lo vas aprendiendo; con el tiempo te vas dando cuenta que el chiste es saber que nota tocar para que salgan las mejores canciones. —Mi Nana me platicó que eras “gallo fino” cuando te conoció en las fiestas, en tu época de marimbero, te veía desde donde ella estaba con el grupo de mujeres, con tu paliacate rojo en el pescuezo, alto y flaco, con tu bigotito fino…meneando las manos como con cuatro bolillos en cada una, dale y dale a la marimba… —Ahhh…como no me voy acordar, una mirada a la marimba, otra pa´tu Nana, una pa´la marimba y otra pa´tu Nana…, tuve más novias, pero de la que no me pude “safá” fue de tu Nana, ¡ahhh que chula morena! —Y… ¿crees que yo pueda sé marimbero, tata? —Si te gusta y practicas, sí. Empieza tocando esas latas viejas que veas en los patios. Pero acuérdate…la marimba es como la mujer, hay que saberla tocar. —Bueno Tata, voy a vé pa´que me quiere mi Nana, creo que me tá llamando pa´que la ayude a bajá el cazo de chicharrón de la lumbre… Debe ser medio día, pues al salir de la sombra del Guanacasle y ponerme al sol, noto que mi sombra ha desaparecido, aquí en el pueblo lo sabemos bien, cuando el sol te alumbra y tu sombra desaparece, es medio día. Ayudo a mi Nana con el cazo, me regala una memela caliente con un pedazo de chicharrón; salgo presuroso rumbo al patio de mi casa, a buscar latas viejas… Nunca llegué a ser marimbero como mi tata, me quedé a medias, solo tocando latas viejas…, cuando juntaba mis latas para tocarlas, dentro del corral de las vacas, nunca faltaba alguien que llegara a decirme que “dejara de estar jodiendo el alma con ese laterío…” a los únicos a quienes les gustaba que tocara era a los chuchos, siempre habían dos o tres a mi alrededor, me miraban y me miraban, ahí conocí la ternura, en los ojos de los chuchos, a lo mejor ellos si creían que podía llegar a ser marimbero como mi Tata.

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¡Las cenizas que nos llegaron en 1982…!

“Así recuerdo aquel suceso que me conmovió, cuando he platicado con algunos paisanos al respecto, me han dicho que exagero, que ellos no recuerdan que haya sido— tan así. Hasta pareces pariente de tiu Cheno con esas historias que cuentas— me han dicho. Yo solo respondo —bueno, yo así lo vi, que quieren que haga”.

Aquella tibia mañana de abril, el pueblo amaneció de color blanco; durante la noche había llovído ceniza. La capa fina de aquel polvo blanco se extendía por todas las calles; los arboles se volvieron blancos; las tejas de las casas completamente blancas; las vacas que eran negras se volvieron blanquizcas, hay quienes atestiguan que hasta el mismísimo Cobo, que salió en la madrugada al patio a darle ticiahual a sus cuches cambió de su color oscuro a un tono más bien pardo.

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Ya habían llegado algunas noticias, “No digan que yo lo dije…pero se los guá decí” , decía tia Reina Che : “ En Chiapas tan pasando cosas mus feas, mucha gente está agarrando rumbo pa donde sea, a cada ratito retumban las montañas como que se quieren cae encima de los pueblos.” Durante los últimos días de marzo y primeros días de abril del año 1982, “presente lo tengo yo” cantaría más tarde Juan Santiago, también había estado temblando en La Venta. En una de esas, el temblor nos agarró en pleno laboratorio de ciencias naturales, en la secundaria, “No se alarmen” decía el maestro Delfino, “Vayan saliendo de uno en uno, en fila, no va a pasar nada”, “¿No va a pasar nada?…aay tata vida…” dijo Chupata y arrancó la corredera hacia la puerta, “Toy muy biuche pa morí todavía” dijo cuando ya estaba en las jardineras. Los demás ya no hablamos, solo corrimos, como cuando bajan las vacas a tomar agua en el río, como chivos desbocados, en nuestra loca huída se nos olvidó nuestro experimento con el mechero de bunsen y el matraz de Erlenmeyer, por poco aquello se convertía en una rompedera de vidrios caros y la incendiada del laboratorio. —Ustedes los Venteros no tienen la cultura de que hacer en caso de sismo —dijo Chitavega, un muchacho del rumbo de San Miguel, le gustaba ser muy propio y opinar sin que se lo pidieran. — ¿Que ta diciendo ese guicha? —dijo Picho Bacardí, apuntando con el dedo índice al muchacho en cuestión. —Jo, Jo…mira la gran boca de ese Chitavega, ¿Y qué, no detrás saliste tú también hecho la madre? —dijo Chupata retando al pobre paisano que había querido dar una pequeña clase de civismo. —Yo salí rápido porque no me fuera a quedar encerrado —dijo el interpelado. —Ajá, si. Igual salimos todos a la hora del miedo Chitavega; mi tata Chente decía que el miedo no anda en burro, así como tú comprenderás—dijo Bacardí entre la risa alborotada de los que estábamos a su alrededor.

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Como al volver a la clase todo mundo se la pasó comentando el suceso, al maestro no le quedó de otra que adelantarse varias lecciones del libro, ese día terminamos hablando de temblores y volcanes. Se guardaron los mecheros y matraces para otra ocasión más propicia. Las cenizas que cubrían al pueblo nos llegaron después de que el volcán llamado el Chichonal que se encuentra en Chiapas, hiciera erupción, a finales de marzo y principio de abril de 1982, año y mes en que mi hermanita cumplía sus quince años, aún el día de su fiesta, todavía quedaban algunos árboles balluzcos. Lo que en La Venta ha abundado desde que tengo uso de razón y aún sin ella, ha sido el viento, las lluvias del cielo eran escasas, y ya que fuera a llover ceniza ni pensarlo. Sin embargo ahí estaba aquel pueblo blanco, como los pueblos gringos cuando les llega la nieve, bueno, más o menos. El suceso tuvo interpretaciones distintas: —Es la ira de Dios, se acerca el fin de los tiempos.- Decían los religiosos. —Seguramente una de las plagas de Egipto vino a pegar a La Venta —le dijo Che Hugo a tres borrachos que estaban cerca del corral donde había ido a amarrar becerritos—. Arrepiéntanse los diablo, no ven que ya llegó el fin del mundo, ya dejen de andá de borrachos. —Tú porque no puedes tomá, por eso tienes muina, te pega tiu Mario Betanzo —le gritaron los borrachos. —Es el diablo que anda jugando carrera de caballo allá en los cerros y está levantando toda esta polvodera —decía tiu Cheno. —Pa´que me preguntan, yo lo único que sé es cuando va a llové, de ahí pal´real no se nada —decía tiu Mado Marcos. —Es la naturaleza —gritaba por todo el bordo del río tiu Yayo Pupu. —Cállate tu guicha —le dijeron a tiu Yayo. Había una aparente calma en los rostros de la gente, pero en el fondo de sus pensamientos se remolineaban una serie de sugestiones respecto a los acontecimientos que estaban a la vista.

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Para muchos, como fue el caso de Nini y Cachón, no les cayó pesado el polvo fino que estaba cubriendo al pueblo, pues acostumbrados a las polvoderas que provocan los nortazos, como que se les hizo normal todo aquello. Hasta los chuchos caminaban un poco entreverados, como con la cabeza por un lado y el cuerpo por otro. A mi madre la escuchaba rezarle a Santo Niño: “¡Aaay nana!, Santo Niñito, te pido que no se vaya a hechá a perdé la fiesta de mi hija, ya pagamos casi todo, no nos lo van a queré devolvé”. Se supo por la radio de Juchitán, que por los gases y cenizas arrojadas por el volcán, en los lugares cercanos a la erupción, a veinticinco kilómetros de Pichucalco y a setenta y cinco de Villahermosa, en los momentos de más intensidad ya no pudieron distinguir el día de la noche, se cerraron muchos caminos, ya que la gran cantidad de lava semejaba a cualquiera de los ríos Chiapanecos; murieron muchos y los que desaparecieron debieron haber muerto también; más tarde sabríamos de un cálculo de dos mil muertos y nueve poblados que desaparecieron entre la lava. También se supo de un alcalde del poblado más afectado en Chiapas que murió salvando vidas. Eso dijo el radio. Dicen sin exagerar que la nube de ceniza que se formó de la erupción del Chichonal, en menos de un mes ya le había dado la vuelta al mundo. Tuvimos mucho miedo, en lo personal recuerdo haber hecho una serie recapitulaciones de todas mis “maldades”, en aquel tiempo se podían contar, con el propósito de decirle a Dios que si era por todas esas malas acciones que yo había cometido es que estaba sucediendo todo aquello, estaba dispuesto a pedir perdón y recomponer mi vida; ya ven que cuando pasan estas cosas el miedo no anda en burro, decían los viejitos. Creo que hasta la gente de La Venta por esos días como que andaban muy dadivosos, como muy amables, muy condescendientes, ni te regañaban, te quedaban viendo con mucha ternura, como arrepentidos de algo.

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—Su conciencia es que no los deja en paz —dijo Elia de tia María Mario—. Yo por eso todos los días voy al culto, aunque no haya nada, solo por echarle un ojo al templo. El sereno que caía por las noches apenas lograba limpiar un poco el pasto que las vacas tenían que engullir. Aquellos días se deseaba tanto la llegada de algún norte para darle una sacudida a todo y se pudiera limpiar y… nada. “Hasta el norte nos ha hecho el feu.” Decían. Las huellas de las ruedas de carreta se marcaban como líneas paralelas en aquellas cenizas finas. A los cuchos les gustaba correr sobre cenizas, nomas el polvo se les veía. —Lo que tá pasando en Chiapas, es un aviso pa´la gente de La Venta. No lo tomen a chanza, Dios está hablando—decía tiu Cheu Lopez. —Solo es el viento que nos trajo las cenizas del volcán, tampoco es pa´andá espantando a la gente —decían los escépticos. —Será lo que ustedes digan, pero de que Dios habla por medio de la naturaleza, es un hecho.- Respondía tiu Cheu. —Tá bien hombre, no nos vamos a poné a discutir como la vez pasada que nos entró la noche discute y discute, al final ni uno ni otro. Cada quien tiene su forma de vé las cosas. —Eso sí; así es bonito, que nos respetemos…—. Asentía tiu Cheu, al tiempo que se dirigía rumbo al río con pedazo de otate entre sus manos.

Por fin llegó una brisa suave del mar, del rumbo de Chicapa, que sacudió al pueblo. Y con unas lluvias pichicatas que llegaron después, aquel pueblo polvoriento se limpió. “Hasta parece pueblo nuevo” dijeron, “un poco percudido, medio chipa, pero ya se limpiara y volverá a ser el de antes: bendito sea Dios.”

Después la gente siguió su vida normal, unos afianzaron más sus creencias religiosas y daban mas diezmo, otros se acordarían de sus promesas e irían a Santuario a “pagar promesa” o en último de los casos ir de rodillas desde la puerta de la iglesia hasta el

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nicho de Santo Niño, cuando todavía el Santito estaba en su lugar. Según me llegó a contar tiu Cheno que uno de “alla abajo”, en recuerdo y honor a lo que sucedió le quiso poner por nombre a su hijo recién nacído: Chichonal. “Tás guicha tú” le dijo su mujer; “Tú y tu nombrecito se me van mucho a la chingada…” Y aquel paisano se fué…y no volvió. Yo supongo que se fue a Pichucalco, a llorar al pie del Chichonal.

Hoy el volcán yace dormido…no ha muerto, dicen que los volcanes cuando han hecho erupción despiertan otra vez cada cien o seiscientos años, pero así como andan las cosas en esta tierra y en estos tiempos, no sabemos.

Así fue como yo viví estos hechos en La Venta, ya si alguien no se acuerda, diga que él no lo vio así o se lo contaron de otro modo, ya nos es cosa mía, “así lo vi así lo cuento.” ¡Y eso que no les conté la versión de tiu Cheno!

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John Marcos (El regalo de los pobres)

Un domingo del mes de Junio; Jhon Marcos llegó desde temprano al templo; desde que lo vieron pasar sus vecinos, se les hizo muy raro verlo caminar despacio pero muy contento con aquel bulto en el hombro, algunos dicen que hasta lo oyeron silbar, lo cual era muy raro, ya que siempre andaba como amuinado, como caradura. —Bueno…que los diablo es que lleva ese Jhon en el lomo, pué… —decía tia Chana, que observaba desde la ventana de su casita de lodo. —Parece Chilacayota- le decían. —Pero…no, las chilacayotas son un poco alargadas, como las sandías —concluían de manera puntual.

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—Se me hace que es una piedrota de río, ora sí ya quedó mas guicha ese…, desde que se metió con la vangeliada le pegó más duro la guichera —así dijo tia Chana, en tanto se santiguaba haciendo la señal de la cruz. Con su caminar sereno, su frente en alto, sus ojos vidriosos, y varios chuchos que salieron a ladrarle, Jhon Marcos siguió andando, “como cuando la virgen le habla a la gente.” El bulto que cargaba era pesado, aún así, siguió hasta que llegó al templo, aun no abrían, colocó su bulto en el suelo y se sentó encima. Pese a su arrebato de felicidad, le quedó tiempo para quejarse. —Espero que el día del juicio final estos hermanos lleguen a tiempo, porque si no, les va a pasar las de Moises, solo van a vé la tierra prometida desde lejos, sin podé entrar. El pastor, que en ese momento ensayaba su sermón frente a la luna de un ropero viejo que le habían regalado en las Conchas, cuando pastoreaba por esos rumbos; divisó a los bultos desde su ventana, y gritó: —Bienvenido hermano, pásele, no se quede ahí sentado como limosnero…jajajaja…— Era un poco chistoso el pastor. — ¡Aaaaah hermano, hermano….! que pícaro es usté,¿no? pero si tiene llave el portón como guá entrá, pué… —dijo Jhon tratando de contener la molestia que ya le empezaba a causar el “ tonito” usado por el pastor. —Solo levante y empuje, no sirve el candado, así lo dejó el hermano pastor que estuvo antes. “Ya empezó la grilla”, pensó Jhon Marcos, pero su felicidad era más grande que la desdicha de cualquier otro cristiano que quisiera perturbarla, así que, hizo como le dijeron y levantó a duras penas el bulto del suelo. —Gracias por el regalo hermano, no se hubiera molestado…—dijo el pastor. —Perdón hermano…pero esto es para el Señor de arriba —interrumpió Jhon Marcos.

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—Aaaah, bueno, gracias de todas formas, en nombre de él, si quiere métalo y póngalo en la mesa de uno de los salones. —No, aquí me quedo en la puerta del templo, hasta que abran. “En este rebaño no hay oveja mas terca que J.Marcos” pensó el cuidador de almas, en tanto palpaba los probables sitios en donde pudieran estar las llaves para abrir el recinto sagrado. El manojo de llaves las encontró colgadas en la cuna de la última de sus criaturas procreadas, lo habían usado como sonaja al estar haciéndole chigiligui al nunito. —Ya está…, listo, pásele hermano Jhon. ¡Jaj…y esa gran calabazota cascara dura! , ¿Pa que es hermano? —Es un regalo pa Dios. – Respondió el interpelado, muy orgulloso. — ¿Regalo para Dios? ¿Y cómo sabe que a Dios le gustan las calabazas…y sobre todo, cascaraduras? Preguntó el pastor con un dejo de ironía. — ¿Y usted como sabe que no le gustan? —Respondió J.Marcos, sin perder su compostura—. Hace un mes, aquí nos hablaron a cerca de las primicias que debemos darle a Dios, pues esta “calabazota cascara dura” como le llama usted, es lo primero de la cosecha de mi terrenito que tengo por allá en la Tunita; se la quise ofrecer al Señor. ¿Eso es malo? ¿O piensa que las calabazas solo son para las cuches? —Bueno…así ya cambia la cosa —dijo el pastor un tanto apenado. —No cambia nada hermano, lo que pasa, es que los hombres piensan que mientras más caro sea el regalo más valor tiene. —No, lo está tomando por otro lado mi hermano, lo que pasa es que como nunca había traído una…bueno, un regalo para Dios, pues, se me hizo raro…y pues sabemos que usted es gente humilde…comprendemos que … —Ahhh, ¿entonces lo que damos los pobres no cuenta? ¿Es muy poca cosa esta calabazota? —No…no. Yo me refiero a que…no se hubiera molestado.

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— ¿Y quién le ha dicho que me molesté? Si con gusto he traído este bulto desde la Tunita…ultimadamente hermano este es un regalo para Dios, no pa´usté, hágase a un lado, no se le vaya a cae en el pie la “cascaradura” esta… Fue así como Jhon Marcos depositó en el altar aquella ofrenda para Dios , al mismo tiempo que se arrodillaba para dar gracias por todas las “calabazotas cascaraduras” que habría de cosechar aquella emporada…y oró también por todos aquellos hombres “cabezadura” que no entienden a cerca del valor de las cosas y desprecian el regalo de los pobres. Esa misma mañana en el templo el sermón del pastor se iniciaría así: “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.” ( Lucas 6:20); se habló también de la ofrenda de la viuda pobre; encima del pulpito relucía una gran “calabazota cascaradura”…, en tanto Jhon Marcos se había marchado muy contento a la Tunita…dicen que hasta la cara le cambió.

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La Nauyaca en el cañal

Para: Reynaldo Ordaz Velazquez (+), en donde quiera que ande campeando o pescando.

“Algunos años atrás, antes de que mi primo ´Rey Puya´ se marchara, compartimos esta historia.”

* — ¡La víbora está enroscada en ese montoncito de zacate picho! —le dije casi balbuceando a mi primo Rey Puya; entre dientes, como cuando hablan los ventrílocuos. — ¡No te mueva! Si te mueves se te va a tirá encima —me dijo Rey, lo más suave que pudo, susurrando casi en mi oído; fue como un siseo. —No puedo…No puedo quedarme así. Toy temblando mucho —le dije, sosteniendo en lo alto: con la mano derecha, el machete y en la izquierda el garabato.

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—Aguanta. Tranquilo. Si ventea el miedo va sé peor. N o te m u e v a s —dijo Rey deletreando la última frase. Desde muy temprano habíamos ido a limpiar regadera; los cañales necesitaban agua. Me tocó ir con mi primo Rey Puya y “Tacua” el hijo de Tomasita de Cobo. “Cada uno va a mandá su peón, tú vas a sé mi peón, hoy le toca ir también a tiu Tino Puya y otras gentes más, vas a tené que ponerte al nivel de ellos”, me dijo mi apá. “Pues va estar cabrón pero a ver cómo le hago” le dije sin muchas esperanzas. El primo Rey era muy atrabancado; cuando íbamos a Unión o a Ingenio a “buscá novia” y se suscitaba un zafarrancho, él era el primero que daba la cara. Su constitución robusta y un brazo beisbolero, de pitcher; imponían el respeto de cuanto “buscapleito” nos encontráramos en los pueblos mencionados. Yo, o Mayo de tia Mélida de Foncho iniciábamos el pleito, Rey lo terminaba. Aquella mañana los dos nos encontramos como peones en medio de aquellas largas regaderas. Al llegar al sitio referido, dividimos la tarea: cincuenta metros cada uno. A Tacua le tocó la parte complicada, el zacatón alto y viejo; a Rey el área de zacate estrella y a mí me dejaron el zacate más suave, el zacate picho. El sereno de la noche había rociado la tierra. A las hojas de los caulotes se les escurrían las gotas de rocío. El pasto empapado nos mojaban los huarachos, la frescura nos entraba por los pies. Las espigas de las cañas apuntan inmóviles hacia el cielo, nos embriaga a esa hora de la mañana el olor dulzón que provenía de los “cojoyos.” Después de afilar por ambos lados el machete; corté una rama del caulote que me sirvió de garabato. Y a darle a la chapeada. Con el garabato jalaba hacia mí el montón de monte y zacate, y con el machete asestaba el golpe letal. Con cada machetazo se iba abriendo un espacio en medio de la espesura, cada machetazo dejaba un claro, con cada filazo que rebanaba las malvas y el zacate, también brotaba una nube de zancudos. La humedad del

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ambiente y el rocío matinal me tenían completamente empapados: agua en los pies y sudor en todo el cuerpo. Cada paso que avanzaba, era terreno conquistado; la regadera tomaba su forma original. Cada metro era un triunfo, desde mi perspectiva, era una obra de arte lo que realizaba aquella mañana. Me detenía a respirar, limpiarme el sudor de la cara y beber agua de un viejo “lipo.” Eran ya casi veinte metros el avance obtenido. Fue al llegar a un gran Caulote, al pie de un matorral de panelita; con la mano izquierda, garabato en mano y machete en lo alto; separé el zacate para dar el machetazo. Y fue ahí donde me encontré de frente, a metro y medio con aquel endemoniado animal. Quedé paralizado, petrificado, como las estatuas. A la distancia Rey me divisó, por el tiempo en que me había quedado en aquella posición, se le hizo muy extraño. Como buen campeador que era mi primo, se dio cuenta que algo raro sucedía y me gritó “¿Qué pasó? ¿Qué es?” Yo estaba hipnotizado. Los ojos de la serpiente estaban clavados en los míos. Ni ella ni yo nos movíamos un milímetro. Mi corazón acelerado incrementaba cada vez más el “tun, tun, tun”. Al no recibir respuesta y ver mi inmovilidad, Rey, machete en mano se acercó hasta donde me encontraba en estado de piedra. Apenas pudo distinguir la cabeza triangular y los enormes ojos centelleantes. Fue ahí donde me dijo muy despacio “no te muevas”, entre siseos sentenció “es una víbora mala.” —Te vas a ir echando pa´tras, muy despacito. No hagas ruido, ni muevas mucho el zacate —decía suavemente Rey a prudente distancia. — ¡Sí! —le dije suavemente, pero firme, a la par que comencé a mover el pie izquierdo muy lentamente, casi nada. —Sigue, no le pierdas la mirada. Empieza a bajar la mano derecha también muy suave, primero gira la muñeca, que se empiece a perder el machete detrás de tu espalda.

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—Tengo miedo. Quiero corré —le dije susurrando, al mismo tiempo que pequeños surcos de sudor se resbalaban por todo mi cuerpo. — ¡Nooo! Va sé peor. Ya sabe que estas ahí. Sigue moviéndote pa´tras, muy despacito. —Ya empezó a sacá le lengua, manito —dije casi llorando. —Sigue moviéndote despacio pa´tras. Te está olfateado. Si levanta mas la cabeza, tírate de lomo pa´tras y yo me le voy encima con el machete. De repente, a lo lejos, escuchamos: “¿Qué eees? ¿Qué eess? Grita Tacua al mismo tiempo que caminaba hacia donde estábamos. Con la mano Rey le hace señas, le dice “quédate parado, no vengas”, pero Tacua, que no entendía las señales de los mudos, hizo caso omiso a los gestos y siguió. — ¿Pero mero que es, pué…? —gritaba Tacua entre pasos presurosos. — ¡Es una vibora, cabrón — le dijo rey, yendo a su encuentro —. Quédate parado o nos lleva la chingada. Yo seguía retrocediendo muy despacio. En aquel momento deseaba tener ojos en los talones. Pues me entró otro temor: meter la pata en un hueco, de los que dejan los toros con sus cascos en el lodo y después se secan. “Si caigo en uno de esos, ya me cargó la chingada” pensé. Alcancé a llegar al lomo de la regadera. Rey, a dos metros de donde yo estaba, seguía balbuceando sus instrucciones, Tacua se quedó inmóvil donde le dijeron, como en los juegos de encantado. — ¡Sácame de esta Dios mío! — dije casi llorando, lo cual era fácil disimular por toda el sudor que escurría de mi cuerpo; lagrimas y sudores se fundieron. Al fín llegué hasta donde estaba mi primo. Mi nariz resoplaba. En ese instante, como a dos metros del sitio donde había estado paralizado; la serpiente alzó la cabeza en posición de ataque. Rey exclamó:

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—Ta madre…, es una Nauyaca; esas son malísimas. ¿Qué hacemos? —Pelarnos. ¿Qué más? Yo no sigo. Ahí que venga mi apá, después... —le dije. —Alguien va a tené que regresá tarde o temprano. No puede quedá viva. O la matamos o ella va a matá a alguien. ¿Y qué tal si mañana se topa con tu papá? ¿O tu hermanito Mayo, o mis hermanitos? —dijo Rey. —Pues sí…pero, ¿cómo le entras? Ya está arisca, ya venteó… —Yo la guá matá, que madre… —dijo Tacua, de manera resuelta, al mismo tiempo que avanzaba hacia la víbora con el machete en la mano —. No le guá tené miedo a una pinche culebra. —Ya se le metió la guichera a este hijo de la chingada. Perate Tacua, no seas pendejo, no es fácil. Te va a chingá. Necesitamos una pistola —dijo Rey. — ¿Una pistola? ¿Y onde diablo vamo a sacá una pistola, Rey? —le dije, ya un poco repuesto, pero sin que me dejara de brincar el parpado de mi ojo izquierdo. —Voy a vé quien anda al otro lado del dren. Ustedes se quedan a cuidá que no se vaya. — ¿Qué? ¿Y coomo? Una vez que se diga a mové, ya estuvo, no hay nada que hacé —le dije en medio de la desesperación. —A puro machetazo no vamos a poder pararla, nos va jodé. ¿Y a donde madre se metió este cabrón de Tacua, pué…? Tacuaaa… —decia Rey, un tanto desesperado. —Aquí toy… —dijo el susodicho, al tiempo que salía de entre el cañal con una tranca en la mano—. Con esto no creo que se necesite una pistola —sentenciaba Tacua. —Con esa tranca se van a quedá cuidando a la víbora. Ya me acordé que al otro lado del canal anda Turo “Memela”, voy a buscarlo, quien quita y él trae una pistola. No tardo. Rey, salió como alma que lleva el diablo, se subió al bordo del dren. Comenzó a chiflar y gritarle a Turo Memela, “Primoooo, Turoooo, heeeey, ¿Onde tás?” Despues de unos segundos se

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escuchó a lo lejos “por aquííííí”, “¿Onde mero? Soy Rey Puya, primo” “Aquí primo, cerquita, en la carreta. ¿Qué fué?” “Aquí tá una Nauyaca. ¿Tienes pistola?” “Orita voy a vé con mi tiu Cacho. Cuiden que no se vaya.” “Voy pa´llá” Dijo Rey al mismo tiempo que cruzaba el dren. En tanto la serpiente, con todo aquel movimiento y los gritos ahogados; había levantado mucho mas la cabeza media chata. La lengua viperina se movía con mayor intensidad. —Mira…tá haciendo la vemia de moverse —dijo Tacua sosteniendo la tranca entre sus manos. También a él le brillaban los ojos, estaba como poseso. — ¿Y si se nos pela, Tacua? —le dije preocupado. —Ya oíste a Rey. No se puede ir. —Pues ya se está moviendo más. ¿ Y qué tal si dejamos que se vaya? Solo le avisamos a le gente que cuando anden por aquí, se cuiden. —Tengo que pegarle en la mera cabeza, si no, ya nos chingamos —decía aquel muchacho sin hacer el menor caso de lo que yo le había sugerido. — ¡Ya se tá desenroscando, Tacua…! Aquel temible reptil comenzó a moverse de manera ondulatoria, con la cabeza buscó abrirse paso entre el zacate y el monte. Se perfiló rumbo al camino de carreta, como buscando el dren. — ¡Se está yendo, Tacua! — ¡Reeey…, se está yendo la culebra, manito! ¿Onde andaaaas? —gritó Tacua a todo pulmón. A estas alturas ya habíamos dejado de hablar bajo. La Serpiente se había percatado de nuestra presencia. “Con este pinche ruidero que hicimo cualquiera nos descubre” dijo Tacua. A la distancia, por los cañales que hay detrás del bordo, Rey contestó al fin. “Ya voy…espérenme, ya encontramos pistola.” En ese momento el animal comenzó a reptar suavemente, se había desenroscado totalmente y comenzó a deslizarse. Ya había tomando rumbo.

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—Pues que Dios me ayude —dijo Tacua. Saltando la regadera con la tranca en posición de ataque. Iba siguiendo a la víbora—. No se puede ir viva… —dijo y se abalanzó con todas sus fuerzas, apuntando a la cabeza. El primer golpe dio en exactamente en la mitad del cuerpo de la Nauyaca, casi la partió en dos. Fue tan rápido y certero el segundo, que en menos que canta un gallo, la víbora tenía completamente aplastada la cabeza y yacía sin vida. Yo creí que en ese momento le iba a dar “el ataque” a Tacua, pues vi como de su boca salían unos chorritos de espuma. Solo era saliva, le brotó cuando asestaba cada uno de los diez garrotazos que le costaron la vida a aquel reptil. Quedamos mudos, a tres metros de distancia del cadáver. En ese momento llegaba Rey, cansado de tanto correr, se le había tapado el felgo. Pistola en mano con la firme intención de descargar el arma en el cuerpo de la víbora. Pero…ya había muerto. En frente de él estaban tirados más de metro y medio de cuero aplastado. —Con toda esa garrotiza, otro poquito y haces un cinturón, Tacua —risas relajadas. A lo lejos vimos una humadera que venía por el camino, era tiu Chato fumando sus “alas extras”. Al acercarse y percatarse de lo que era, dijo: —Eshteee…es una “cuatronariz”. Eshteee, estas son malísimas. —Es una Nauyaca. Lo bueno es que ya no le va a picá a ninguno —dijo Tacua, emocionado. —Esta sí…, eshteee, pero falta la pareja. Estas siempre andan de par en par. Eshteee… “¡Me lleva la chingada…!” Dijo Rey Puya, a la vez que soltó un balazo al aire. “Pues vámonos” les dije, no vaya ser el diablo y se aparezca la otra. “Aquí se rompió una jerga…” dijo Tacua. Y agarramos el mismo rumbo que tiu Chato.

Al otro día dicen que ahí seguía el cadáver de la Nauyaca, hasta los zopilotes le tuvieron miedo.

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“¿Y por qué la mataron si no les estaba haciendo nada?” Me dijo una muchacha del pueblo cuando se lo platiqué. “Como se ve que nunca has ido a los cañales a limpiá regadera” le dije.

Cuando se lo platiqué a mi amá, empezó a regañar a mi apá “Ya ves, por no pagar un peón que si sabe, ibas a dejá que se muriera m´hijo”, mi padre respondía “Que le haces caso a este, hombree…de seguro que una culebra ratonera fue la que mataron, estos chamacos se espantan por cualquier cosa. Nauyaca…mhmmju; como no.”

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La historia de las tres tumbas (La noche en que los chuchos ladraron hasta ver el sol)

Hace más de tres décadas, algo sucedió en este pueblo, que hubiese preferido el despertar de una pesadilla y no aquella agobiante realidad. Esta es la narración de hechos que recuerdo.

Dedicado como un homenaje a: Tia Marga, Rosa, Elizabeth, Lucía y Teófila; que se marcharon de este mundo el día menos pensado…pero son tan vivos sus recuerdos que parece que siguen entre nosotros. Y para quienes viajaban aquella noche siniestra en el carro teco… y les quedaron marcados cuerpo y alma.

“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” (San Juan 11:25)

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Los chuchos se dieron cuenta mucho antes que nosotros de que la muerte andaba rondando por los alrededores de La Venta. Lo supimos días después, cuando empezamos a buscarle explicaciones razonables a aquel incidente que enlutó a todo el pueblo, y digo que lo supimos, por las pláticas escuchadas durante el velorio: —Toditita la noche antes de que pasaran estas cosas, se escucharon los llantos de los Chuchos por el rumbo del canal. —El ladrido no era pa´espantá, sino que por espantado ladraban. —Yo todavía le dije a Teudocio: ¡Ay nana, Tocho! ¿No será que a la Coluda tan viendo esa chuchada?´ —Tia Reinache dijo que patente oyó muy cerca de su casa, por el rumbo de la carretera, el llanto de un nunito, hasta hipo dijo que le daba al chiguitiu. Aunque por ratos parecían chuchitos. —Mi tata me dijo que nunca bía escuchado ladrá tanto al Cholenco, su chuchón viejo que ya ´staba mas pa´llá que pa´cá; por ratos pensaba que ya se le bía tapado el felgo, porque parecía que se quedaba como ido en cada ladrido que pegaba el chucho. —Hoy entiendo que los chuchos le ladraban a las almas que andaban recogiendo sus pasos; ellos si pueden vé a los espíritus de los que van a morí. —Y fueron los mismos chuchos los que se querían comé vivo al cortamortaja esa tarde en que se llegó a pará en el palo de “limoncío”. Si bieran tenido alas, se bieran trepado por las ramas pa´cerrale el pico a aquel animal del diablo que taba chilla y chilla como si tuvieran cortando ropa con tijeras. Ese doce de mayo en que sucedió todo, La Venta amaneció radiante, un cielo azul se traslucía en el firmamento; las lluvias primerizas habían comenzado a caer en esta tierra sedienta, hay un verdor tierno que se desprende de la naturaleza; las chicharras cantan y mudan su piel, dejando la muda en cada árbol, cual si fueran esqueletos que se abrazan aferrados a los palos. Salvo por el detalle de los chuchos, parecía un día común; el pueblo renacía con cada amanecer. Todo mundo se dispuso a

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ocuparse de su cotidianeidad: casa, milpa y escuela…, y el vicio para los que andaban sin oficio ni beneficio. Recién habíamos concluido la secundaria: Elizabeth, Teófila y Lucía; la primera, amiga entrañable; las otras dos, mis primas y amigas también. Desde el primer año de secundaria, con Elizabeth hubo empatía, y siendo honestos ya me andaba enamorando de ella, de no haber sido por mi amigo Paco que se atravesó y se hizo novio de mi amiga…y no me quedó más remedio que convertirme en “corrichepi” de ambos. Rebosábamos de juventud, apenas estábamos alcanzando los quince años. A Elizabeth solíamos contemplarla desde la ventana del templo de los nazarenos, en el primero, en la casona de los Ayala, por el rumbo de la huerta. Ahí estaba ella tan bonita, tan viva, tan jovencita, escuchando las historias de la biblia. Además de convivir en la escuela en las clases de ciencias naturales, en el laboratorio; en los batideros que hacíamos cuando la maestra de industrias rurales nos ponía a cocinar dulces de manzanita y cacahuate garapiñado. Lucía era mi prima por la familia de tiu Chato y Teófila por mi tiu Yan. Con tia Marga y su hija Rosa, nos unía el cariño especial que un chamaquito vago como lo era yo, podía sentir por esta familia que me daba un espacio en su casa y en aquel hermoso jardín multicolor que la tia Marga cuidaba con esmero y nos pagaba para mantenerlo aseado. Tia Marga era muy condescendiente, bonachona, con sus hijos; me gustaba ver cuando los abrazaba, había tanta ternura en aquellos brazos y aquella voz, que un día faltó muy poco para que le dijera “tia Marga, yo también quero sé tu hijo…” En el año de 1982, en La Venta, apenas y teníamos escuela secundaria, por tanto, una vez concluida, agarrábamos rumbo a seguir estudiando donde se pudiera; normalmente se podía en Juchitán o Ixtepec. De lunes a viernes viajábamos a los citados lugares; era un ir y venir, desde luego que el viaje lo hacíamos encaramados en sendos autobuses democráticos: “El carro teco”. Los

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verdiblanco, los ruidosos, aquellos en donde ya no era necesario mostrar tu credencial de estudiante para pagar medio pasaje: “¿Mi credencial? ¿No tas viendo mis cuadernos…? ¿No tas viendo mi cara de todos los días, pué…? Que credencial ni que la chingada…” Para quienes, como era el caso de mis tres amigas, mi amigo Paco y yo, que teníamos horario vespertino, nos teníamos que regresar al pueblo en la última corrida del carro teco: la de las ocho de la noche. Como era la última corrida, por lo regular venía atestada de paisanos de La Venta y de Unión. Entre el ruidero del autobús, la pachanga particular del chofer con su música tropical, proveniente de su estéreo con sus “mil” bocinas instaladas en cada rincón del camión y el “güiri-güiri” de mas cuarenta cristianos inmersos en sus platicas personales, aquello parecía una “babilonia andante”. Era necesario cruzar ese laberinto si querías llegar hasta tu casa. La vida ha de seguir su curso como si fuéramos a vivir una eternidad. Así parecía ser aquel doce de Mayo; las pláticas, los planes se hacían todos a largo plazo. Pero…, salvo los suicidas, ¿Quien piensa en morir en los momentos más tempranos de su juventud? Al menos nosotros, no. El carro teco que salió a las ocho de la noche de Juchitán, avanzaba haciendo honor a lo descrito: “una babilonia andante”. El final de la jornada quedaba clausurado con ese viaje de casi cuarenta y cinco minutos hacia el pueblo. El tiempo del viaje era acortado o alargado dependiendo de la enjundia y de la “pata” del chofer. Aquella tarde la providencia nos marcó un camino distinto a Paco y a mí: no tuvimos clases las dos últimas horas y nos regresamos temprano a La Venta. Llegamos con sol al pueblo. Fueron los llantos de Chema Morales los que nos alborotaron a algunos del pueblo aquella noche — ¡Chocó el carro teco, hay muchos muertos…! —decía, llorando por toda la calle principal.

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— ¿Qué dices? ¿Qué fué? —le gritamos, sin poder entender bien lo que nos decía. —Chocó el teco —decía sin detener su marcha ni su llanto. — ¿Por onde mero, Chema? —gritamos. —Adelantito de la caseta de Guzman —dijo y siguió llorando. Solo nos miramos. Caminamos hacia el centro de la calle; la gente ya estaba alborotada. Camionetas y coches salían por doquier en auxilio de los accidentados. Los corazones acelerados, impulsaban a rajatabla la sangre por las venas con una velocidad inusitada. Eran momentos de angustia y desesperación; en pensamiento se temía lo peor, pero los labios, mecánicamente repetían sin cesar “no puede ser que esté pasando, no puede ser…” Algunos de los pasajeros contaron que el autobús del Ingenio y el carro teco venían jugando carreras y otras cosas más que se dijeron. Lo cierto es que aquel camión de pasajeros ya había cruzado el Ojo de agua cuando se encontró de frente con un tráiler; fue un impacto brutal; en afán de esquivar el golpe, la cabina del tráiler intentó desviarse a un costado, pero la plataforma fue rebanando al autobús, cercenando lo que a su paso encontraba. Todo se llenó de confusión. Los gritos comenzaron a brotar de las gargantas; los cuerpos intentaban zafarse de entre los fierros retorcidos; la sangre circulaba por el pasillo como corriente de lluvia; hubo quienes venían dormidos y ya jamás despertaron. La oscuridad era intensa como los mismos gritos de quienes llorando pedían que los sacaran. A la par de los gemidos de miedo, terror, y de dolor, llegaba de manera repentina un olor a chuquía, era la sangre derramada que comenzaba a enfriarse. Quienes podían ayudar, ayudaban; otros gemían; otros más…simplemente ya no hablaban. Al poco rato la gente del pueblo estaba presente en el lugar de la tragedia, primero buscando a sus parientes y rescatando a cuanto cuerpo de cristiano se fueran topando a su paso. Parecía que solo había heridos, la verdad no tardaría en revelarse.

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Fue la noche más larga, dolorosa y sinuosa que haya vivido el pueblo de manera colectiva. La quietud de la noche era siniestra, ya que era propicia para escuchar los llantos lejanos por todos los rincones de la población. Los chuchos no dejaron de ladrar en toda la noche, se callaron hasta que se les tapó el felgo o simplemente se quedaron dormidos de cansancio; los más resistentes aguantaron hasta que vieron la luz del sol. Fue de mi amiga Elizabeth de quien, en primera instancia, me llegó la noticia dolorosa de que había fallecido. Solo me quedé viendo con Paco, no teníamos nada que decirnos, nos despedimos en silencio. Como imaginar que un año más tarde, sería mi amigo el que le seguiría los pasos a Elizabeth; aunque de manera distinta, pero siempre hacia el más allá. Desde ese instante me fui enterando de las otras muertes. ¿Cómo llorar por el capullo que apenas se abre para que en ese momento fenezca? ¿Como llorarle a cinco personas apreciadas, al mismo tiempo? ¿Basta con recluirte en un rincón oscuro y solitario de algún monte, en medio de la tribulación, para darle rienda suelta al llanto más amargo de desamparo que se pueda concebir? ¿O haz de caminar casa por casa, como en una procesión amarga y desconsolada, para ver aquellos cuerpos, otrora llenos vida, hoy inermes e inertes? Le siguió un día triste y gris, a la noche amarga. La mirada perdída de los rostros venteros dejaba ver un signo de incredulidad ante aquella catástrofe, ante tamaña cruz que se le encasquetaba a sus espaladas. Al igual que el maestro de maestros, era menester beberse aquella copa amarga que la vida nos tendía sobre la mesa. Mi amigo Chupata, por ratos le lloraba a su mamá, por ratos le lloraba a su hermanita. En casa de Elizabeth me crucé con el maestro Delfino, nuestro mentor en secundaria; solo nos abrazamos, no había nada que decir, ante la muerte temprana no hay nada que decir, porque mientras más dices menos entiendes, en el supuesto de que algo se pueda entender.

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Ese mismo día se supo de un hombre que “apareció” ahorcado en la huerta, colgado de un Cuajilote (Pero esa es otra historia que ya contaré). El pueblo se quedó sin cinco de sus hijas, cinco mujeres de La Venta se fueron de este mundo. Convertidas en ángeles remontaron el vuelo a las regiones celestes. Se arreglaron las cosas para que las tres amigas fueran sepultadas juntas, unidas hasta la muerte. El recuerdo y el dolor aún perduran. Ellas no se han ido, siguen aquí, entre nosotros. Siempre estarán en un espacio de mi alma y mi memoria. Cuando voy al pueblo, las visito. Las buenas amistades se conservan aún después de muertos. Las tres tumbas permanecen como testigos de la vida y la historia de aquellas mujeres, trabajadoras y estudiantes, que un día cualquiera y sin pensarlo siquiera, caminaron por la senda de los justos hacia las moradas celestes.

¡Y hasta parece que las escucho…!

En este instante solo parafraseo a la biblia para decirles:

“Subid vosotros a la fiesta; yo no subo todavía a esa fiesta, porque mi tiempo aún no se ha cumplido.” (San Juan 7:8)

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De cuando pertenecí a la JNI

Para mis entrañables, siempre hermanos de la Iglesia del Nazareno.

* “¿Y sabes en donde te andas metiendo?” Me dijeron mis amigos cuando les llegó la noticia de que aquella noche me había doblegado al engrosar las filas de la JNI. A decir verdad, mis amigos tenían razón, no supe de manera razonada el por qué había tomado esta determinación; mas tarde lo entendería y lo disfrutaría, pero en ese momento el hecho es que era uno de ellos y a eso debía atenerme.

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La tarde en que empeñé mi palabra, la recuerdo “como si fuera ahorita”, era un domingo, era el domingo más aburrido que había tenido en toda mi vida, sí, hasta ese momento había vivido más o menos novecientos domingos con sus respectivos lunes. Como que el pueblo estaba vacío aquella tarde, como que la gente se había marchado a otros pueblos, hasta los chuchos que pasaban a mi lado emitían un bostezo en cada paso. Basta decir que hasta el mismo sol había llegado al hartazgo, empezó a languidecer, comenzó a dormirse, pues, de tan aburrido que estaba todo aquello; las sombras de las casas comenzaron a cubrir las calles. Mi atención se centra en un hormiguero que se halla junto a la piedra donde estoy sentado, y digo para mis adentros “que pensaran las hormigas de mí”, “porque para ellas debo ser un gigantón, me tendrán miedo o respeto.”Aunque, por la actitud de las hormigas, se diría que les importaba un carajo mi persona, pues ellas seguían llevando sus hojitas hacia el hueco. Esas eran mis cavilaciones, cuando llegó mi amigo Chupata —Vamos pa´lla arriba, aquí todo está aburrido —me dijo, a la par que me ofrecía un “cañuto” de la caña que traía masticando. —Pero… ¿a donde mero?, no hay nada hoy aquí en La Venta, tan siquiera Lipe Sandía apareciera pa´chiflarle — le dije, levantándome, no sin antes dejarle un bocado de la caña a mis compañeras hormigas. —Vamos pa´donde sea, es lo mismo —me dijo mi amigo. Al pasar frente a la Iglesia del Nazareno, escuchamos unos gritos al principio, luego se escucharon expresiones más audibles — ¡Heeey, muchachos, espérense! ¿A onde es que van, pué…? —nos decía ya enfrente de nosotros “la María”, hermana de Chupata. —Vamos pa´llá arriba. ¿Qué quieres? —le dijo de manera áspera, Chupata. —Que vengan hoy a la Iglesia, va haber un culto especial. Vengan chunquitos, ustedes son almas descarriadas que necesitan a Dios.

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—Jaj... ¿Y ahora esta? Que diablo tienes María…a darle “aguemasa” aquella cuchinada que anda en el patio es que fueras… —le dijo sarcástico, al mismo tiempo que reía Chupata. —Tú, sí, manito, tú si vas a escuchá la voz del señor. – Era la María que se estaba dirigiendo a mi persona, al mismo tiempo me agarraba la mano. Pese a nuestros constantes viajes de conquistas de muchachas, a Unión y a Ingenio, así que digamos que mucha experiencia en el arte de tratar a las mujeres, yo no la tenía. Por tanto al ver que la María seguía aferrada a mi mano, pero al mismo tiempo me clavaba la mirada y lanzaba sus suplicas dulzonas (Ya ven que las mujeres tienen la capacidad de hacer muchas cosas a la vez) —Anda chunquito, tú si vas a viní al templo, ¿verdá?, di que sí manito. — ¡Vamo tú cabezón...! Ya deja en paz a este, tú María —decía Chupata con más seriedad. —Hoy me entrego a Jesús —les dije; bajando la mirada al suelo y encontrándome otra vez con un hormiguero. — ¿Queeé…? ¿Qué diablo tienes, tú…? ¿Tas guicha o qué…? —me decía Chupata, entre asombrado e incrédulo. — ¿En serio chunco? ¿No es juego? —comentaba María, sin poder dar crédito a lo que oía. —Sí, hoy me guá entregá —le dije levantando la vista hacia el horizonte. —Sale manito…te voy a está esperando en el templo al rato. ¿No me vas fallá? —No. Ya te dije…hoy me entrego —le dije y nos soltamos las manos. —Ni sabes lo que tas haciendo tú sonso —decía Chupataentre risas. Seguimos caminando hacia “donde sea”, a cada paso que daba iba cayendo en la cuenta de mis últimas palabras pronunciadas: “hoy me entrego”, ya no le ponía atención a las palabras de Chupata…, solo pensaba “en qué momento fui a soltá la lengua,

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¿Y ahora? ¿Qué hago, Ni modo...a cumplí. ¿Y si no voy?...total, que mas dá.” Llegó la noche, se encendieron las luces del templo, comenzó todo, y ahí estamos, Chupata y yo en la última banca, por cumplir y para salir los más rápido de entre la gente… Al final del culto, hacen el llamado…me agacho, nuevamente mi ojos se topan con una hormiga, de las negras; Chupata me codea, me dice “ahí te hablan…”, alzo la mirada y me encuentro con los ojos de María que se encuentra en primera fila, y desde ahí creo adivinar lo que sus labios balbucean: “ ¿Qué pasó? ¿No que te ibas a entregar? No entiendo lo que me pasa en ese momento, me levanto como impulsado por resortes…y ahí voy, al frente, hasta el altar. Entregué el espiritu. Cumplí.

Así fue como ingrese formalmente a la JNI, en donde llegué hacer grandes amistades que hasta el día de hoy seguimos cultivando. También aprendí muchas cosas relativas a la vida, al ser humano…a Dios. Fuimos una generación de jóvenes “muy rebeldes e irreverentes”, pero todo lo hacíamos con el “debido respeto”, han quedado para el anecdotario las obras de teatro que llegamos a representar en compañía de “la muchachada” de la JNI. (Juventud Nazarena Internacional)

Esas historias las iremos contando a su tiempo con “el debido respeto.”

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La extraña historia de la muchacha “endemoniada” (La Monalisa)

Esta historia fue verídica. Sucedió en La Venta. En el viejo templo de los Nazarenos se vivió lo más intenso. Se modifican algunas cositas para no despertar suspicacias en la gente malpensada. Esto fue lo que yo vi y oí…

No es lo mismo una mujer endiablada que una mujer endemoniada; la diferencia está en que la endiablada, por lo regular, reacciona por lo que le llega del exterior; la endemoniada, por los malos espíritus que se le menean por

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dentro. En lo primero la risa es sinónimo de salvación; en lo segundo, de perdición.

* En La Venta, ya se habían escuchado rumores, pero como siempre, todos suponían pero nadie aseguraba nada. El único argumento de quien había iniciado el chisme era que había visto a la Monalisa cambiar de genio en menos que canta un gallo: “se estaba riendo y empezó a llorá, luego empezó a insultá…y luego, luego se puso a cantá, pero cantaba con voz ronca…, como voz de marimacho. Y yo digo que eso solo les pasa a las endemoniadas.” Solo eso bastó para que la lápida del enjuiciamiento popular cayera sobre la Monalisa. “Ya pa´que le buscan, hombreé…, esa muchacha tiene el demonio por dentro.” Decían. Lo del nombrecito de Monalisa, solo lo sabía yo, le decía así, porque era muy bonita y me daba gana decirle así. Es bueno aclararlo porque no faltará quien diga: “De seguro que le decían así porque era muy mona y estaba completamente lisa. No. En realidad su nombre era S… Por mis indagatorias, supe que ella no había nacido en La Venta, procedía de una ciudad donde, según me contó mi nana: “hay mucha gente, mucha bulla…, y mucho demonio por las calles”, así que es fácil imaginar de donde pudo haber contraído el mal esta muchacha. Eran mis tiempos de juventud, mi amistad con “Cara grande” se había acentuado al ser miembros adherentes de la JNI de la Iglesia del Nazareno. Lo del mote de “Cara grande” se le quedó en una ocasión que presentamos una obra de teatro en la Iglesia; en dicha obra, él representaba a un amigo ausente; entonces ya en plena actuación y con la efusividad de los aplausos de Manuelito de tia Carme de Genaro, me entregué de lleno a mi papel y se me salieron estas palabras que no estaban en el guion, “¡Qué pasó mi amigo Cara grande!”, él, solo me quedaba viendo de manera atónita, sin saber que hacer o que decir; en ese instante, solo estiró el brazo, puso su mano en mi hombro y comenzó a

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apretarme la clavícula…, y dijo entre dientes “ chiaaale…, chiaaaale, te pasaste.” En toda la noche me dejó de hablar, pero al día siguiente le pedí perdón, me perdonó, pero el apodo le quedó. Solíamos salir de tarde en tarde a buscar novia en todo el pueblo, sí, así de sencillo, a buscar novia, como si se hubiesen extraviado y nosotros fuéramos a encontrarlas; puesto que en la congregación Nazarena las posibilidades de hallar alguna noviecita, eran nulas; nos lanzamos en busca de alguna inconversa que no nos hiciera el feo, ya que en la Iglesia nos tenían de “gente guicha”; motivo por el cual a cuanta hermana, desde las jovencitas hasta las mayorcitas, le habíamos declarado nuestro amor, el rechazo era rotundo e inmediato: — ¡Aaay, hermano…! ¿Qué cree? —Qué —respondíamos ingenuamente. —Ya tengo novio —nos decían las muchachas, seriamente. —Que vá a sé. Nunca te he visto con ninguno. Mala. No queres mero…, mejor dilo claro. —En serio. Ya tengo. — ¿Quen es, habé…, quen es? —Cristo —decían con una sonrisita angelical, hasta bonita se les veía la boca cuando decían: Cristo. —Jaj…, ora si me mataste. Así… ¡cuando vamo a encontrá novia nosotros…! —Tengan fé también ustedes, si no, ¿Cómo?…. Sigan orando. Así que a la par que orábamos, decidimos emprender la búsqueda en todo el pueblo, por los resultados nos percatamos de que la fama nos precedía, las que no nos ninguneaban, nos daban largas o de plano decían: No.En esas andábamos, cuando conocimos a la Monalisa, y para ser sinceros, me quedó viendo tan bonito, con esos ojos negros que parecían “canica bulón”, que dije: “esta es la señal divina, es la respuesta a mis ruegos”. Y de inmediato me entró un enamoramiento repentino, más o menos como le sucedió años mas tarde a mi primo Higinio Ordaz, con otra muchacha.

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El rumor ya se conocía, yo no estaba al tanto, o a lo mejor sí me dijeron, pero, hice caso omiso; cómo se iba uno a imaginar que en semejante belleza se incuben espíritus inmundos y chocarreros. Y de plano dije “en el caso de que tenga demonios, yo se los gua quitá; el amor quita demonios.” Típico macho mexicano. Y en este caso, además, Ventero. Yo estaba conforme con el solo hecho de que cuando nos topáramos en la calle, ella me mirara bonito, me sonriera y me dijera: “Hola, que tal… ¿Cómo has estado, chunco?”. Eso era suficiente para que mis noches se llenaran de estrellas blancas y mi mente fantasiosa se le escurriera las imágenes más inverosímiles, en donde solo existíamos ella y yo. Bueno…, y también un chuchito blanco y peludo que trajo de donde vino, y era su adoración. La Monalisa, era hermosa, gallarda, altiva, excelsa, majestuosa; en pocas palabras era la reencarnación de una princesa zapoteca. Y no para que anduvieran en el pueblo con el chisme, con la palabrería de que estaba endemoniada. Esto último ya me empezaba a calar. Un día del mes de noviembre, miraba a través de la ventana de mi casa, la forma caprichosa que el viento jugueteaba con los arboles del patio; esa tarde gris, aguardaba entre sus sombras algo misterioso. “Chanza bonita tá la tarde, tu mero sos el triste.” Me dijo mi madre. Intenté discutir, me faltaron ánimos. Esas eran mis cavilaciones, cuando de repente, como una aparición, ví la imagen celestial de la Monalisa que atravesaba el patio de mi casa. Llegaba acompañada de mi hermana y un grupo de muchachas y muchachos del pueblo. Algo celebraban y habían decidido que ahí terminarían sus andanzas de la tarde. Me quedé como piedra, pasmado; ella al verme me sonrió y me dijo: “Hola, que tal… ¿Cómo has estado, chunco?” No sé que dije, en el supuesto de que haya dicho algo, solo supe que ella estaba ahí, bajo mi techo, en mi terreno. El sol agonizaba entre los tules del canal, atrás del bordo. Y luego el sol murió para que naciera la luna; desde la ventanita

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donde me hallaba podía escuchar muy bien las grandes risotadas del grupo de muchachos, me concentré para escuchar solo la voz de Monalisa, era un ángel no demonio como trataban de achacarle. Y claramente oí cuando la Mona dijo “denme esa ánfora que me quiero beber todo el mezcal, estoy contenta, estoy viva.” Esta última frase también fue escuchada por mi madre, me quedó viendo, meneó la cabeza y dijo: “No creu que esto acabe bien.” Habían transcurrido quizá dos horas desde que Monalisa y compañía se apostaron en la sala de la casa, el grupo ya se había desinhibido por completo y aquello era una romería, como una calenda. Hay un dicho popular que dice: “La fiesta estaba bien hasta que un borracho soltó un botellazo.” Y en efecto, no fue una botella, pero sí un vaso de vidrio, de los de veladora, se estrelló o lo estrellaron en el piso, solo escuché el “plimmm” y los pedazos se esparcieron en aquel cuarto de la sala. Llegué corriendo, me detuve en la puerta y lo que vi me dejó si habla, sin aliento, estupefacto: en el piso, en medio de sala estaba tirada la Monalisa, se revolcaba echando espuma por la boca. Mis pensamientos bellos se esfumaron para dar lugar al miedo y al desencanto. —Solo vean que no se muerda la lengua —dijo alguien del grupo. — ¿Qué tienes, manita? —le decía entre sollozos otra muchacha, sosteniendo la cabeza entre sus manos. — ¡Me quiero irrr! —decía la Mona lisa, con una voz ronca, ronca; como salida de las profundidades del infierno. Los ojos se le veían casi blancos, vidriosos; le brotaba una espuma amarillenta. Y seguía con su: “¡Me quiero iiirrr. Denjenme! Algunos ayudaban a calmarla, otros solo mirábamos, perplejos. La consola seguía tocando un disco de Juan Gabriel; mi madre gritó “callen a ese mampo, por favor.” La música cesó, la Mona se estaba apaciguando, alguien pidió alcohol para ponerle en la frente. “No hay, pónganle mezcal, es lo mismo.” Cuando ya todo parecía que estaba controlado; de un salto, la Mona lisa se puso

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en pie y arrancó a correr hacia el patio, dos muchachos salieron tras ella; ella corría como loca, como posesa: los pies entreverados y la melena alborotada. “Me quiero iiirrr… No soy de ustedes” decía. Con la bulla, mi padre que ya le había agarrado el sueño, se despertó: — ¿Qué es, pué…? — me dijo bostezando. —Es la hija de…Se le metió el demonio, creo. — ¿Y por eso anda retobando? ¿Y por qué no dejan que se vaya, pué…? Dejen que se vaya esa…, si es lo que quiere. Así les hago a las vacas retobadas, les abro las trancas, salen y ya se calman. Nuevamente lograron calmar a Monalisa, no sin antes haberle escupido en la cara a uno de los muchachos, quien de manera resignada, con las dos manos se quitaba el gargajo endemoniado que había recibido. “Ora si muchachos”, dijo mi amá, “lleven a esta muchacha a su casa, allá que la cuide su mamá, suficiente ya tengo yo con estos siete `demonios´ que tengo aquí, como para venga otro, hala…” Pese a lo observado, me quedaron dudas de aquel comportamiento extraño de la Monalisa, al día siguiente la encontré en la calle como si nada “Hola, que tal…, ¿Cómo has estado, chunco?”, me dijo y vi de nuevo aquellos ojos chulos, como de canica bulón, que me acariciaron suavemente. Por lo que, no tuve más remedio que justificar aquel suceso de la noche anterior, echándole la culpa al mezcal que se habían ingerido. La noche en que mis dudas se disiparon por completo y tuve que descender a los infiernos, fue un mes después, en diciembre. Eran los meses en que los muchachos del pueblo que habían suscrito algún compromiso de índole religiosa, con alguna de las congregaciones evangélicas, decidían hacer una tregua para “aclarar” sus pensamientos, en pocas palabras: se salían de la religión y volvían a sus costumbres “mundanas y paganas”, como dijera tiu ` Vito maistro´. En esas treguas, en esas aclaraciones del pensamiento andaba junto con mi amigo “Cara grande”, es decir; “íbamos pero no

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íbamos”, “estábamos sin estar”, “entre azul y buenas noches”, “haces como que la virgen te habla”; “son unos tibios” nos decían en la iglesia. “Cásate, hermano”, me dijo la mujer del pastor, “En primera ¿Con quién, pué…? Y en segunda, tampoco ´toy tan guicha.” Le respondí. Esa noche en que nos fuimos a tirar “las redes del amor” por el rumbo de “allá abajo”, en una fiesta; Cara grande y yo andábamos de lo mas campante; que por cierto hice que mi amigo se cambiara de pantalón, ya que cuando estábamos para irnos, de la nada apareció con un pantalonsote color amarillo huevo, “Jaj… ¿Y con ese pantalón piensas ir a la fiesta, pué…?”, le dije “¿Que tiene? De Puerto me lo acaban de trae… ” Me dijo, “Aaah mira, tú, retírate a cambiá de ropa, antes que yo le grite a mi prima; de seguro que de ella es el `amarillón´ ese…” le dije. “ Chiaaale” me dijo y luego se puso un pantalón caqui y nos fuimos al baile. Estábamos de lo mas campante platicando con una muchacha que se llama Roymara y que vive por el rumbo del panteón, cuando se escuchó la bulla, en un principio supuse que se trataba del típico pleito entre borrachos. Me fui acercando al grupo de curiosos, lo único que pude ver, fue la polvadera que dejó el coche donde se llevaron, ni más ni menos que a la Monalisa. “Pobre muchacha, tan bonita y con el diablo adentro” decían “se lo están llevando al templo de los Nazarenos, pa´que le saquen el diablo que trae metído.” Busqué a mi amigo con la mirada, “pélate, vámonos” le dije apresurado, “¿Que fué?” “Vámonos p´al templo, orita le van a saca el diablo a la S…” Y salimos como “alma que lleva el diablo”, hasta el felgo se nos tapaba de repente por toda la corredera. Lo que vimos al llegar, disipó toda duda de las sospechas anteriores: frente al altar, en pleno piso, tenían agarrada a la Mona lisa, entre cuatro muchachos fortachones. El grupo de gente que estábamos dentro del templo se componía de: hermanos con biblia, el pastor, los muchachos fortachones y nosotros “los tibios”. Y el pastor dijo:

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—Esto que vamos a hacer, es delicado. Voy a pedirle a todos aquellos que se sientan espiritualmente débiles, o que de plano no anden bien con Dios, que mejor se salgan. No vaya a ser que cuando los demonios salgan de este cuerpo se les metan al suyo, y entonces sí, ni quien se los saque. No hubo necesidad de que la instrucción se repitiera. Los primeros en salir fuimos “los tibios”, mi amigo y yo. Luego otros que suponíamos que eran muy rectos, ahí se vio que no lo eran tanto. Los rectos se fueron a sus casas y nosotros a mirar por la ventana. Ahí empezó la bulla, la escandalera, el drama. Un versículo de la biblia recitaba el pastor, cinco leperadas le regresaba la Monalisa, pero con una voz de hombre ronco; le resoplaban los huecos de la nariz, brotaba la espuma amarillenta de la boca; y los cuatro muchachos fortachones eran sacudidos con los jalones que la muchacha endemoniada les pegaba, como cuando matan a los cuches. —En el nombre del hijo de Dios, te reprendo Satanás. ¡La sangre de Cristo tiene poder! —decía el pastor. —Este cuerpo es mío, mío, nunca lo dejaré…, jajajajaja —era la voz ronca que salía del cuerpo de la Monalisa. —Yo te reprendo y te ordeno en el nombre del Señor Jesucristo, que abandones este cuerpo.¡La sangre de Cristo tiene poder! ¡Rajamayama mayanarama¡ —dijo el pastor; la última frase ya no la comprendí. — ¿Y quien eres tú para ordenar? ¡Ja, ja, ja, ja…! Nunca me van a sacar de aquí —dijo el engendro con cuerpo de la Mona.Y luego, luego empezaba a soltar una retahíla de puras leperadas, mismas que no viene al caso andar repitiendo, pero ya se podrán imaginar. —Dime cómo te llamas, cuál es tu nombre, demonio. ¡Dímelooo…! —decía el pastor ya entrado en calor, alterado y envalentonado por la comunicación lograda con el súcubo que habitaba en las entrañas de la Monalisa. — ¡Que te importa! —dijo la “vocesota” y se calló.

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Hubo un silencio. El pastor sudaba, ya se había quitado la corbata, yo creo que se la había puesto desde el principio para impresionar a los demonios. La Mona lisa, solo jadeaba. Los muchachos fortachones estaban agotados y…empapados de baba pegajosa y amarillenta de la Mona lisa. Mi amigo y yo, inermes, pasmados, agarrados de los fierros de la ventana. Parecía que todo iba terminando, cuando de pronto, con voz más pausada pero ronca, profunda y cavernosa, la Monalisa, el súcubo, el demonio o lo que fuera…, comenzó a mencionar nombres de personas, pero personas jóvenes del pueblo: —Estos son los míos…míos: José, Pedro, Luis… —Letra por letra, nombre por nombre, como si Monalisa estuviera vomitando; yo estuve a punto de gritar “que diga también los apellidos…, o los apodos”, pero tuve miedo de que se fuera voltear y se me metiera el diablo por la boca. —Apunten, apunten los nombres hermano — instruyó el pastor, alguien tomó el plumón y empezó a escribir la lista en el pizarroncito de la escuela dominical. Ya llevaban como diez nombres, fue en el onceavo que la Monalisa, dijo: “Jhon, el Pelón”, todos se quedaron viendo azorados, el pastor abrió los ojos desmesuradamente sin dar crédito a lo escuchado; no cabía la menor duda; el susodicho onceavo, era su hijo; “Es el hijo del pastor, chiaale…” me dijo entre dientes Cara grande. En el pizarrón solo escribieron “John”, “no pongan el apodo por favor, es grosería andarle poniendo apodos a la gente” dijo el pastor, con la mirada en el vacío. “¿Sabes qué…?” le dije a mi amigo…”Vámonos, no vaya a sé el diablo y aparezca yo también en esa lista…”, “sí…, mejor, también yo puedo está ahí…” Dijo. Y buscamos la salida, muy despacio, para que el súcubo no se diera cuenta. Pero al llegar al portón de la salida escuchamos aquel grito ensordecedor, agónico, fue un “Aaaayyy” que debió oírse hasta en el fondo de los infiernos, esta vez la voz no fue ronca y cavernosa, fue un grito agudo. Salimos disparados, como caballos desbocados, como cuando las vacas bajan de los cerros; yo creo que volábamos, hasta llegar a nuestras casas.

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Al día siguiente, dos almas amigas habrían de ser las primeras en llegar al viejo templo para congraciarse con el divino; se contaron muchas cosas, entre ellas que aquel grito final había sido cuando el demonio abandonó el cuerpo de la Monalisa. De aquella famosa lista no supimos más; quizá nuestros nombres pudieron haber sido mencionados, pero sin una prueba que lo atestiguara, solo quedó como chisme. Al pastor no sé si le habrán quedado ganas de seguir sacando demonios, un día se fue del pueblo llevándose a John Pelón, por delante. La Monalisa, siguió viviendo en el pueblo por un tiempo, en cuanto yo la divisaba me metía por otro rumbo. Y ya después, dicen que volvió a la ciudad, donde “Hay mucha gente, mucha bulla…, y mucho demonio por las calles” y que una vez ya casada, se curó completamente de todos los demonios que la acechaban. Al menos eso fue lo que se supo, por boca de su marido. Y el súcubo, el demonio de la Monalisa, no crean que abandonó por completo el pueblo, anda por los aires; si ponen atención en los nortazos de noviembre, cuando el viento chifla, por ahí anda, en posición de ataque, buscando almas débiles en donde reposar. Por eso, casi ya no voy al pueblo por ese mes, no vaya ser que me reconozca y me agarre debilitado. Mucha gente incrédula y mal intencionada, llegaron a decir: “Que va ser hombree, una de dos: o fue el gusano del mezcal que se tragó y se le fue al cerebro o la calentura del cuerpo que la enloqueció…, Cómo se explica que después de casada ya nunca tuvo más demonios?” Pues…sí. Eso sí…, pero quién soy yo para andar de mal pensado. ¿Y mi amigo Cara Grande? Ahí sigue, en el pueblo, ordeñando vacas y formando más congregaciones.

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El año en que hirieron Higinio Ordaz

Pasarían algunos años para que Higinio Ordaz pudiera digerir el dolor causado por lo sucedido en aquel tormentoso año de 1987. El año en que conoció a quien habría de causarle la herida fué “El del mundial del 86”, era probable que contagiado con la fiebre futbolera de aquel año en México, este joven se hubiese dejado envolver de dicha pasión y rompiera con sus propios paradigmas. Tan solo tenía veinte años, su vida era de mañita apenas. Tenía solamente dos años de haber llegado a Puerto, sin embargo ya había recorrido todos los rincones de la ciudad: sus anchas avenidas, los mercados, la playa y sus sargazos, el embarcadero del río Coatzacoalcos, hasta en los paraderos de autobuses le gustaba acercarse para escuchar las conversaciones. El día que salió del pueblo, que “agarró rumbo”, cargaba en el hombro una maleta con unas cuantas mudadas de ropa y muchísimas ilusiones; en la mano sostenía una caja de cartón

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llena de totopo y queso seco que llevaba para sus tíos, la casa donde habría de vivir en Puerto. Su madre se quedó llorando, era su primer hijo que “agarraba rumbo”. —Parece que fue ayer que estabas recién nacido —decía la madre entre sollozos—. Si apenas hace unos años jugabas con tus botellas y tus cazolejas, mira ahora…,¡Aaay nana, Diosito lindo que te acompañe, que te eche la bendición, ya le pedí a Santo Niñito que te cuide mucho porque para mí eres todavía un niño como él ! Guarda bien tu buelto, un billete en tu pantalón y otro en el calcetín; si tienes hambre, ahí en Matías compra arroz con pollo, mira que no te vayan a dá la sobra. Acuérdate que no tas acostumbrado a andá en casa de la gente, obedece lo que te digan, no vayas a andá saliendo de noche, por ahí onde vive tu tiu en Puerto, es “La Zona”, hay mucho mampo y mucha mujer mala, no te vayan a engaratusar, m´hijo. El padre solo lo miró, una mirada profunda que quería decir mucho pero que no iba a decir nada en ese momento, mas tarde le daría rienda suelta a sus sentimientos con una gran ánfora de mezcal. Solo le apretó la mano y le dijo: “¿Ya estuvo? Cuídate, no te vayan a agarrá de sonso ahí en Puerto.” Sus seis hermanos solo agacharon la cabeza y no dijeron nada, como los chincuyos en los cercos de paral. Solamente uno de ellos lo fue siguiendo hasta la parada del autobús “¿Queres que te ayude con tu maleta, manito?” “No, no pesa, chunco, regrésate a cuidá a los viejos y…cuida también a las vacas” le dijo Higinio. Se subió al Chicapeño, se sintió raro, en todas las veces anteriores que se había subido al autobús era para regresar más tarde, pero ese día era muy difícil entender que significaba “más tarde”, quizá un mes, un año, diez, treinta años, no lo sabía, lo único certero era que se estaba yendo de la tierra de sus querencias. “¿Y si ya no volvía?” Se preguntó, sabía de casos de gente del pueblo que su mamá le había contado “que se fue como la piedra en la hondura”, un día agarraron rumbo y ya no supieron mas de ellos “¿Y si yo soy de esos…?” se quedó pensando.

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“Pero yo no voy a ser así”, se dijo, “como voy a olvidarme de los míos, de esta tierra bendita donde se guardan mis recuerdos y secretos, que me ha enseñado a vivir de la manera más simple. Esta es mi tierra, de aquí soy, solo me voy de mientras, pa´que yo estudie”, en ese instante se acordó de las palabras que su tata le había dicho debajo del Guanacasle “nunca vayas a sé ingrato con tu gente y con tu tierra; si un día sales de La Venta que no se te olvide el camino, regresa, aunque sea con las patas por delante”. Ni bien había llegado por el rumbo del Ojo de Agua y ya estaba “anegado” en un mar de lagrimas, vio con mucha nostalgia como los grandes cerros desfilaban muy rápido ante sus ojos, los potreros llenos de ganado se quedaban atrás, se vio a si mismo arriando ese ganado, creyó ver a lo lejos a su padre con una pala en la mano arreglando la regadera del terreno, en tanto su madre tendía la ropa en un cordel; también se le revelaron una a una la cara de sus seis hermanitos: solo le miraban sin decir nada, así, como los chincuyos en los cercos de paral. “¡Dios mío! Ayer les dije que no los iba a extrañar…y ya los estoy extrañando. Tienes mucha razón tata, no se me va a olvidá el camino, voy a regresá, aunque sea con las patas por delante como me dijiste”. Dijo sollozando. Aquellas cinco horas de camino le sirvieron para ir recordando uno a uno los momentos vividos en el pueblo, “cuando salgas del cascarón, cuando te vayas lejos de tu casa, cuando ya no esté tu Mamá para atenderte, entonces sabrás lo que es el desamparo; pero así es la vida…un día tienes que aprender a volar y tienes que volar…”, estas palabras le resonaban en los oídos. Ahí comenzó a sentir el desamparo. Aquella primera noche lejos de casa, pese a lo deslumbrante de la ciudad, sintió el peso de la soledad. Recostado en una camita de campaña pensó en sus padres y hermanos, lloró hasta que no hubo lágrimas, ya solo le quedaba resollar y resollar hasta que se quedó dormido.

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Ya habían pasado más de dos años; durante seis meses, a diario le tocaba pasar “entre mampos y mujeres de la vida galante”, vivió a un costado de la zona de tolerancia de Coatzacoalcos, eran sus vecinos. Ahí aprendió precisamente la tolerancia para respetar a las gentes sin importar su condición social, de género o preferencias, “¿Quién soy yo para juzgar a esta gente?”, se decía, “cada quien que responda por su vida…ni con la mía puedo a veces, cuantimás pa´andar juzgando a estos…” y aquella sociedad de “mampos y mujeres de la vida galante” se acostumbró a verlo como: “el flaquito, chaparrito y peludito, que siempre pasa cargando libros…” Ahí vivió seis meses, después anduvo del tingo al tango, de casa en casa, de un tío a otro. Hasta que se encontró con un tío que le decían “John Blouse”. Fue en este tiempo en que conocería la gloria y el infierno en fases sucesivas. —Mañana nos vamos a cambiá de casa —le dijo John Blouse, emocionado. — ¿Y pa´ onde mero vamo pué…? —respondió Hignio, sin mucho ánimo, pues de acuerdo a sus propias expresiones “Ya estaba hasta el copete, hasta la madre…de tanta cambiadera”. Y ahora le salían con que “Mañana nos vamos a cambiá…, mejor me hubiera quedado con mis amigos mampos y mujeres de la vida galante…” Pensó. —A una nueva colonia, a la Iquisa. Déjame decirte que cerca de ahí vive una muchacha rete-chula, de seguro que te vas a enamorá de ella —dijo John, emocionado. — ¿Ah sí?...Ahh bueno, así sí. ¿Y cuando nos vamo tiu Jhon?- Dijo Higinio, contagiado del fervor del tio John Blouse. —Mañana. Además por aquel rumbo te va a quedá más cerca pa´irte a Mina. —Pues de una vez…ya estoy listo. Yo siempre estoy listo pa´jalá pa donde sea —decía Higinio a la vez que señalaba una maleta, una caja de jabón roma llena de libros, una guitarra rota, una bolsa hecha de tela de pelusa, llena “ de cuanto recuerdito y

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chingaderas” y una hamaca balluzca y deshilachada. “Pa´luego es tarde tiu John, además…esta pinche colonia ya apesta.” Por la emoción de esta narrativa, se me había olvidado decir que Higinio ( Higy, Higito o Giño, como quieran decirle, da igual, el nombrecito no pierde su esencia. Las muchachas del burlesque le decían Higito, los mampos le decían Higy y su tia le decía Giño), estudiaba su carrera profesional en el Tecnológico de Minatitlán; lo puntualizo para que no se piense que Giño se dedicaba a la vagancia y a gastarse el poco dinerito que con muchísimo esfuerzo sus padres le mandaban para sus estudios. Al concluir el mundial de futbol, despertamos del sueño, México no fue campeón, para muchos esa fue la “novedad” o frustración: que el equipo Mexicano no hubiese ganado el campeonato, “tenía todo para ganar” “¿Y que es todo?” “Pues todo…ni mas mi menos”, “Sí, nomas le faltó ganarle a Alemania…” “¿Y de veras creíste lo que dijeron en la tele, que ya estábamos listos para ganar?” “Soy patriota, creo en mi país, creo en nuestras instituciones, en mi equipo, en el partido…” “Un pinche Priísta es lo que eres”. Después de aquel mes de pasión futbolera solo nos quedaron: deudas, un sabor amargo y una mascota: un chile jalapeño enfundado en un sombrero de charro que bailoteaba al son que le tocaran. Todo aquel fervor patrio y futbolero quedó arraigado en el corazón de Higy, como le decían los mampos, por lo que no es de sorprender que ya viniera encarrerado en asuntos pasionales; como quien dice: sabía que era ya el momento de amar a alguien, volcar sus pasiones a “una hija de Dios” que quisiera, aunque sea con la cara por un lado, ser su compañerita amorosa. “Si medio mundo tiene su noviecita: ¿Y yo pué…Señor? también soy gente”. Decía mirando hacia las alturas.

Y fue en la mañana fresca de ese otoño, que de acuerdo a las propias palabras de Higinio “el cielo le abrió las puertas pa´que entrara”, “ven chunco…”, dice que le decían unos angelitos

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rosados, hasta ese día supo como sonríen los ángeles. Si él jura que vio todo esto, es porque lo vio. Fue esa mañana, ese día, ese año, que vio por primera vez a Vilma. Una bella mujer, en la frescura de la juventud, de mirada encantadora, de sonrisa subyugante, de labios sensuales, de piel de porcelana, “biutiful”, habría dicho John Blouse; de un cuerpo como de montaña inexplorada: de esas que mientras avanzas, más perdído estas, pero te adentras más. Cuando Higinio puso su mirada en aquellos ojos negros como la noche, pero iluminados por la intensidad y resplandor de la mirada, enmarcados en las cejas más largas y de media luna que había conocido; ahí supo que era la señal divina, no había duda. Aquella era la fuente que se le había destinado para apagar su sed. Como quien dice: se enamoró en menos que canta un gallo de La Venta. Aquella hermosa mujer lo atrapó de inmediato, sus encantos eran mucho más de lo que Higinio podía soportar, le habría dicho su madre después “te fuiste de boca, m´hijo…pero ni las manos metiste.”

La expresión más sublime del deseo, se conjugaba en la belleza de aquella mujer, sus encantos hicieron del pobre Higinio un satélite girando en torno de un planeta. Ella lo llamaba Higy, le parecía más tierno y más apropiado para las características físicas del susodicho. —Higy, hoy quiero que vayamos a caminar por toda la orilla del mar —sí Vilma, decía el enajenado muchacho. — ¿Cómo crees que guá decir que no, Vilma? Me encanta el mar. Además estoy deseoso por ir donde tu vayas. —No. Mejor vamos a sentarnos debajo de esa Acacia, me gusta ver las hormiguitas que cargan pedacitos de hoja — decía Vilma en tono meloso. —Pues nos quedamos bajo la Acacia, ¿no te he dicho que en La Venta me gustaba jugar mucho con hormigas? Pues sí… —decía

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Higinio muy convincente. Hasta se dejaba adrede que las hormigas le picaran. En aquel tiempo, en el pueblo a Higinio le habían enseñado que tenía que respetar mucho a la que fuera su novia, besos y abrazos, no más. —Cuidadito, vas a andá haciendo leperada con hija de la gente —le decía su madre. —Pero qué tal si ellas quieren, pué, Má… —Pues te aguantas “jijo” de la chingada, vas a estudiá no andá con novia. —Pues a ver… — ¿A ver qué? —A ver si aguanto. —Mira los infierno, no te estés nomas, vas a vé…, un poco de hielo te guá hechá pa´que se te quite la calentura del cuerpo. —Joj…mi Amá, además no guá andá diciendo lo quehago. —Bueno, hazlo vas a vé como te va. Nomas que llegues a dejá panzona a una, te va a cargá la chingada, hasta ahí se acabó todo tu estudio. Ya lo sabes: te carga los infierno y se acaba todo. Como es de suponerse, los consejos, la lógica y el razonamiento a esta edad se ven superadas por la pasión desbordante , por unos besos arrebatados, una dulce mirada y una vocecita melosa que te diga: “ven pa´cá chunquito, descansa, acuéstate aquí…hasta que salga el sol.” Higinió fue, descansó y se quedó con Vilma hasta que el astro rey salió, se amaron toda la noche como condenados a muerte, como si fuera el fin del mundo. A él se le olvidaron los consejos de su madre. Aquella noche, Higinio simplemente la recuerda con un trozo del poema de García Lorca: “Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos.” Y luego remataba diciendo “Y no voy a decir por hombre, cosas que ella me dijo.” Hasta escalofrío dice que sentía cada vez que recitaba aquel poema. — ¿No te dije, pué…?- Le decía el tiu John, cuando veía toda la miel que derramaba aquel muchacho.

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—Si, tiu John, también unos ángeles rosados me lo dijeron… —Nomás no te vayas a enredá, come lo que puedas y te vas… — le dijo John. —Yo no soy así tiu John, estamos muy enamorados. —Que enamorado, ni que la chingada. Bueno, yo nomás digo, allá tú, luego no digas que no te dijeron. —No tiu John, cuando hay amor verdadero, no se le puede hacer daño al ser querido. —Aaahhh, pero mero fuerte te pegó el enamoramiento sobrino; no te vayas olvidá de la escuela nomás; conozco gente que dicen que se volvieron guicha por tanto amor. —Ella me quiere tíu, me lo dice todos los días. Y yo le creo. —Ta bien, ta bien sobrino. Eres un chingón, sin casarte ya tienes una mujer chula. Así transcurrieron seis meses, entre la miel y la fantasía, entre pasiones borrascosas, siempre tocando las puertas del paraíso. Ni en sus noches de sueños más fantasiosos Higinio llegó a visualizar todo aquello que estaba viviendo. “Dios es bueno conmigo” se repetía de cada en cuando. Todo marchó bien, hasta una tarde plomiza de febrero, en Puerto se había desatado un nortazo con “aguañeve” dijera mi Nana. Giño volvía de la escuela, pese al norte y el frio, venía contento, pues había quedado de verse con Vilma para darle rienda suelta a las pasiones del cuerpo. Ya lo esperaban, debajo de un gran árbol de Acacia, muy cerca de un hormiguero. —Higy… ¿Qué crees?... creo que estoy embarazada, no me ha bajado la regla —le dijo Vilma sin ningún rodeo, total para que, de un solo disparo escupió las palabras. Aquella frase se le clavó en el cerebro a Higinio. — ¿Queeé? ¿Cómo? ¡No puede ser! — ¿Cómo? Pues como se embaraza la gente…que más. Y sí, sí pudo ser… — ¿Tas segura? ¿No será que se atrasó…o algo así? —Balbuceó el muchacho, mirando hacia donde las hormigas

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intentaban cargar un trocito de madera, mucho más pesado que ellas. —Si estoy segura. Ya fui con mi amigo el doctor, y me lo ha confirmado. Tengo dos meses. —Pero…no puede ser, tú me dijiste que eras estéril, que no habría problema de embarazo ¿No eso me dijiste, pué…? Que no había de que preocuparse, ni tomar precauciones…eso dijiste. —Pues sí…eso te dije, pero…me dijo el doctor que a veces pasa, sobre todo cuando el hombre es muy seguro, como es tu caso. —Ahhh, ahora resulta que yo tengo la culpa.- Dijo Giño sentándose en una piedra y sosteniendo entre las manos su cabeza. —La culpa es de los dos. Me habías dicho que pasara lo que pasara, siempre estaríamos juntos —le dijo Vilma, abrazándolo, sosteniendo la cabeza de Giño en su cintura. —Pues si…pero…nunca pensé en esto. No sé qué decir ni qué hacer, nunca he embarazado a nadie. ¿Y mi escuela? ¿Y mi futuro? ¿Cómo es que le guá hacé, pué…? ¿Y ahora que vamos hacé…? —decía Higy al borde del llanto. —Enfrentarlo —dijo Vilma con firmeza. — ¿Enfrentarlo? ¿Y qué vamos a enfrentar, pué…? Si yo no tengo ni onde caerme muerto. Si con trabajo me mandan dinero pa´la comida y el pasaje. De onde diablo guá sacá dinero pa´mantené una familia. ¿Como se lo digo a mi amá? Si clarito me lo advirtió, que no fuera a meter en chingaderas. ¡Ya se me cerró el mundo…! — Al decir esto, Higinio, se tendió a llorar, no pudo más con la pesada losa que le había caído encima. No paraba de llorar, años más tarde contaría Giño que patente veía que varias hormiguitas meneaban sus cabecitas, como reprobando el hecho o como sintiendo pena por él. Aunque pensándolo bien, en una de esas, hasta las hormigas se contagiaron del llanto.

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La noticia estaba dada, solo habría que seguir el curso de los acontecimientos, cada uno jaló por su lado. Uno se fue “hacia allá arriba” y el otro se fue “hacia allá abajo.” Fue una noche triste para Higinio Ordaz; se la pasó en vela, en los ratos que dormía, soñaba que una tonelada de pañales sucios se le caía encima…y se ahogaba. En su desesperación llegó a pedirle a Dios que le hiciera un milagro: que solo fuera pesadilla lo escuchado y al día siguiente no hubiese pasado nada. Y en efecto, nada pasó, volvió a escuchar la misma historia. El embarazo. A partir de este suceso la vida le cambió, se la pasaba piense y piense. “La vida es dura y traicionera” se dijo “si tan solo ayer tocábamos el cielo, hoy esto es un infierno.” Cuando sus padres se enteraron, lloraron mucho. —Pues ya se lo llevó la chingada —dijo el padre. —Y se lo dije al pendejo: ten cuidado, no te vayan a engaratusar. Y lo primero que hace es meté las cuatro patas el mula —decía la madre sollozando. — ¿Y ahora que…? —Que se case, pa´pendejo no se estudia. Pa´que aprenda. Que busque trabajo. Pero no deja la escuela. —A menos que se venga de leñador o chechiador a La Venta; porque en Puerto nadie le va a dar trabajo. Se fijó la fecha de la boda, precisamente para el día del trabajo. Antes de la citada fecha, sucedieron acontecimientos un tanto dudosos. Ante un nuevo examen de embarazo el resultado fue negativo, a Vilma se le empezó a ver en la colonia en pláticas “muy amenas” con hombres desconocidos. Para Giño los dos sucesos no tuvieron importancia, pues consideraba que el amor que se profesaban mutuamente era tan grande que era imposible un engaño. Así de simple. —Lo que pasa es que como a toda mujer bonita le tienen envidia —le dijo a su hermana cuando le contó lo de los hombres desconocidos—. Si ella dice que no es cierto, es que no es cierto y punto —y nadie lo hacía entrar en razón.

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Entre dudas, sobresaltos y sinsabores la boda fue celebrada. Higinio se casó por lo civil, por la iglesia no hubo forma de hacerlo, “a menos que te vistas de gris” le dijeron a la novia. El se fué a seguir estudiando y a buscar trabajo a Puerto, ella se quedó en La Venta, con sus suegros. De bolalari, pero al revés. Solo bastaron treinta días para que aquel matrimonio se derrumbara, bastaron treinta días para que a Higinio Ordaz le asestaran aquel golpe certero en pleno corazón. Así relató la hermanita de Giño el suceso: “Estábamos, Vilma, su hermanita y yo, sentadas en el patio, jugando Cinco Piedritas. En eso llegaron dos tipos extraños, venían en un gran coche, se bajaron y en cuanto Vilma los vio salió corriendo, como alma que lleva el diablo; se abalanzó sobre los brazos de aquellos tipos, quienes a su vez la llenaron de besos…pero besos raros. Vámonos pa´Juchitan le dijeron, y ahí vamos todos; a Vilma y a uno de los tipos les perdimos la pista por más de una hora en la ciudad.” “Vámonos al Ojo de agua”, dijeron, fue allí donde se vio a Vilma en pleno arrebato amoroso, en pleno besuqueo con uno de los tipos del gran coche, consumando el acto traicionero en contra del pobre Higinio, que en ese momento andaba en Puerto comprando una tarjetita postal para enviarle a su amada. Vilma se olvidó de Higinio por unas horas entregándose a brazos extraños, a otro hombre. Y Vilma, a la mañana siguiente abandonó para siempre la casa de los suegros, desapareció de la vida de Giño. No pudo con aquella carga. Le acababa de asestar tremenda puñalada a quien no hacía mucho le habría jurado lealtad. Cuando Higy se enteró de lo sucedido, se quedó como ido, con una tristeza infinita, con un dolor del alma que atravesaba todos sus sentidos. Todos los días lo veían llorar, tendido en el piso de la casa. Recordaba uno a uno, todos los momentos felices que recién había vivido. Al verlo así, también la madre lloraba. Higinio pensó que ya nunca volvería a amar como amó a Vilma. Aquella herida de amor que le infligieron fue tan grande que

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pensó que se volvería guicha. Pero en él se cumplió aquel dicho que nadie ha muerto de amor, desamor o traición. Así fue como ocurrieron los hechos del “año en que hirieron a Higinio Ordaz.” Años más tarde encontraría a la mujer con quien verdaderamente lo haría sentir un hombre pleno. Quedando de aquella herida, un recuerdo de sucesos interesantes que contar. El día de hoy, Higinio Ordaz vive lejos del pueblo, pero con la esperanza de volver. Recuerda dos cosas de aquellos tiempos: lo que le dijo su tata “nunca olvides el camino, regresa, aunque sea con las patas por delante” y la porción de aquel poema de Garcia Lorca “no quiero decir por hombre, cosas que ella me dijo.” Algún día alguien escribirá una balada para Higinio, recordando el año en que lo hirieron.

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Los Panchitos (Cuando las pasiones se desbordan)

Historia basada en hechos muy reales. Se han modificado algunos detalles y nombres de los personajes por que se les caería la cara de vergüenza si se da a conocer públicamente; no diré mis fuentes. Cualquier parecido con la coincidencia es pura realidad.

“Cuando todos pensaban que sus años se habían consumido en la cantidad de los mismos, cuando muchos pensaban que sus pasiones habían quedado sepultadas en la oscuridad de sus tiempos mozos, resurgieron como por arte de magia, como tocados por una varita mágica que les hizo renacer el viejo deseo de ser hombres viriles.” —Pero… Pá, ya tas viejo para que andes en boca de la gente — le decían sus hijas a tiu Chico Mezcal.

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—Viejo tan los cerros y todavía reverdecen, m´hija, cuantimás yo, que ´toy mas vivo que ese chucho cola tunca que va corriendo ahí en la calle; ahí, atrás de esa chucha pinta —respondía aquel viejito, sujetando con la mano su dentadura postiza para que no se saliera de lugar. —Ya me dijeron que seguido te ven salir de una cantina de Juchitán; puras muchachitas de veinte años dicen que hay ahí, de seguro que ahí vas a tirá todo tu buelto. Aaah…viejito, viejito…desde que murió mi Amá ya no hay quien te detenga, a tus setenta y nueve años, ya es pa´que tuvieras sentado cuidando tus gallinas de patio y a tus nietos. —Setenta y ocho…, y… ¿pa´que me siento si todavía puedo caminá…y hacé otras cositas, pué…? En aquellos días se llegó a saber en La Venta, que un grupo de octogenarios, ancianos que andaban rebasando los ochenta años, se les habían desatado a destiempo las pasiones del cuerpo, que traían suelta la libido, que andaban como adolescentes, como arrechos, como con una fiebre interior, como “chucho en brama” diría la Chita de Fidel Nerre. Todo el pueblo sospechaba, pero nadie podía atestiguar con certeza y señalar directamente nombre alguno. Se contaban anécdotas que le pudieron haber pasado a todos “los de setenta y más” como se les conoció en un principio. Lo más curioso es que quienes contaban esas historias eran precisamente de quienes se sospechaba. Era una especie de cofradía, hermandad, que a diferencia de los solterones no se les veía en bola; sus miembros estaban constituidos de: viudos, dejados y uno que otro casado amargado que ya lo habían aventado al patio; tenían un método de comunicación muy efectivo: el chisme, si querían que los demás se enteraran de algo, entonces esparcían un rumor que iba de boca en boca, en un pueblo tan pequeño y un gusto por la rumorología, el comunicado no tardaba ni bien una hora y ya era del conocimiento de todos los miembros del grupo.

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Es muy injusto señalar que todos los viejitos del pueblo fueran parte de aquella especie de logia que habíase constituido, se sospechó al menos de unos diez, sus reuniones era de par en par, como cuando andan predicando los mormones. A partir de aquella temporada se les veía muy catrines parados en las esquinas: bien bañaditos, oliendo a colonia Jockey Club o a jabón Nórdico, sus camisas y pantalones bien planchados, con sombrero nuevo, sus guarachos nuevos completamente rojos por tanto limón que le ponían para que soltara el tufo a cuero que desprenden cuando están nuevos precisamente. Cuando alguien se acercaba hasta donde estaban, la plática se cambiaba drásticamente: —Sí, hombre, ayer llevamos las vacas a Pasochivo. Ya no hay pasto por “allá abajo”. —Quen sabe cómo nos va a ir con las lluvias pa´este año. —Pero tú de qué te preocupas, desde que te empezaron a da el dinero de los ventiladores ya no tienes mucho de qué preocuparte. —Eso crees, el problema es que ahora mis hijos ya están reclame y reclame su herencia, cosa que antes ni de cerca le tenían cariño a estas tierras prietas, ahora salen con que ya les gustaría viní a viví al pueblo. —A lo mejor ya les entró el juicio y en verdá han aprendido a queré la tierra. —Nooo, que van a queré la tierra esos, se me hace que buelto es lo que queren. — ¿Tú crees? Al quedar solos nuevamente, volvían a darle rienda suelta a sus pláticas, sobre las cuales realmente se centraba el interés de aquel momento. — ¿Te dijieron que ya llegó una chamacona nueva al Zapote de Juchitán? —decían en tono suave, con un siseo como cuando zumban las avispas. —No me digas… ¿Y qué tal? ¿Ta igual que la salvadoreña que llegó la semana pasada?

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—Dice Chico Mezcal que está mejor. Tiene el pelo güero y suavecito como el pelo de elote; cuando la muchacha pasa a tu lado sientes el olor de su perfume como a palma verde, como enramada. Debe andar rondando los veinte la hembrita. — ¿Por qué será que mientras más viejo vamos quedando nos gustan más pollitas, pue tú…? —Yo que guá sabé. Pero unos dicen que es pa robarles juventud, lo que nos hace falta. Es la sangre joven que nos llama. —El otro día m´hijo se puso a regañarme, de algo se había enterado en la iglesia; bravo vieras que se puso, me dijo: “bueno tú anciano que los diablo no te tás nomás, pué…, ya me dijeron que bien pachuco andas saliendo a buscá querida a Juchitán o a Unión, ¿A tu edad viejo? vergüenza es que no tienes, andas dando de que hablá, ya tas viejo, esas chamaquitas que van a ver, solo se meten con ustedes por su buelto no creas que por que están muy guapos o por que sean muy potentes, en una de esas, lo que se les va a quedar parado es el corazón.” Aaah, no me hables así shunco, le dije, ¿Qué te estoy haciendo yo, pué…? Con mi dinerito voy, además, será que en mi cuerpo algunas cosas ya no me funcionan bien, pero mi pensamiento y me memoria siguen “vivitas y coleando” ¿qué quieren que haga? Todavía no he muerto, también ´toy vivo, pué… —Hasta que sean viejo nos van a entendé. Mi sobrino también se amuina, ayer mismo me dijo: “en lugar de andar de caliente con esas muchachitas, deberías arrejuntarte con la vende-pescado que viene de San Dionisio, a dos manos dijo el otro día que se iría a vivir con cualquier hombre de aquí de La Venta, a sus sesenta años se ve bien conservada, ha de ser por toda la sal que hay en el mar; ¿no mujer quieres pué…? Arrejúntate con ella…” — ¿Y qué le dijiste? —Nomás lo que se merecía. Le dije: ¿Bueno que, de tu troja ´toy comiendo, pué? ¿Y por qué no tú te vas a viví tú, con la vende-pescado, ah…a ver? No es la que tú digas, es la que yo quiera. —Ahí se quedó callado, me imagino.

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—No. Siguió. Me dijo: “Pero que los diablo van a hacé ustedes, dice la gente que a platicá y a dormí nomas se meten a los cuartos con esas muchachas, dicen que a puro chito se la llevan, ¿Por qué crees que aquí en La Venta les pusieron Los Panchitos, pué...? Sí, aunque te sorprenda, así les dicen aquí en el pueblo… Los Pan-Chitos; es por eso, porque a puro chito se la llevan, no les alcanza pa´mas.” El dialogo se detiene por el ruidero del carro teco que se frena precisamente para que suban los dos picaros ancianos, es decir, dos de los Pan-Chitos. En Juchitán se irán directo hacia el Zapote, ahí los estarán esperando, ya que son miembros honorarios de la cofradía de Los Panchitos; la “pelo de elote” los estará esperando para embriagarlos con su fragancia a palma verde, a enramada de noviembre, en pocas palabras: para juguetearles la cabeza, hacerlos guicha. Aquella misma mañana, tiu Chico Mezcal, amaneció un tanto inquieto, alebrestado, como viendo al horizonte; cuando se lo contó al doctor dijo: “Amanecí con un calor de los diablo, pero era un calor por dentro, como cuando arden los cañales…”. Aquella sensación calurosa le puso a tiu Chico Mezcal una idea en la cabeza: “necesito ir al Zapote”; y cuando un viejo dice voy, es que va. En esta ocasión quiso hacerlo diferente, quería hacer algo distinto, ya se había enterado de que en el pueblo les llamaban “Los Panchitos”, y todo mundo ya hacían burla de sus idas y venidas a Juchitán. La noche anterior uno de los cofrades, uno de los Panchitos para ser precisos, le había obsequiado una cajita llena de pastillas azules, le dijo simplemente “alguien me lo dió”. — ¿Y yo pa´que los diablo quiero todas esas pastillitas? — dijo tiu Chico Mezcal, un tanto sorprendido. —Les dicen “gallitos” también, te va a hacé sentí como cuando fuiste chamaco, en serio, no te rías, vas a vé, vas a andá como caballito brioso: relincha y relincha. Media hora antes de que llegues al Zapote, tomate una…de que funciona, funciona. Se acabaron los sufrimientos.

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—No necesito de chingaderas para demostrar mi hombría…pero, déjalas aquí de todas maneras. Tiu Chico mezcal, ya no tenía ninguna duda, estaba decidido a darse una ayudadita. Se preparó especialmente para ir a Juchitán, no se sabe por qué, se le ocurrió amarrarse al pescuezo un paliacate rojo, pero se lo quitó de inmediato al verse en la luna del ropero y darse cuenta que con esas fachas seguramente lo confundirían con gente de la Coalición. Antes de salir de su casa se tomó su pastillita de viagra y se guardó la caja entera en la bolsa del pantalón. —Yo creo que de aquí a que llegue ya surtió efecto “la medicina —se dijo un tanto divertido y con el corazón acelerado. Al subir al carro teco se resbaló, no volteó a ver a nadie para no sentir vergüenza, solo dijo para sus adentros “Aahh gusto de enamorado, carajo…”, se sonrió, la gente pensó que estaba saludando a todos los pasajeros. Se sentó en la parte trasera. Ahí comenzó a dar rienda suelta a toda suerte de fantasías habidas y por haber; quienes iban a su lado pensaron que ya andaba quedando medio guicha, porque de repente como que lo oían balbucear. —Pobre Chico Mezcal, desde que enviudó anda como perdído, dicen que el otro día lo encontraron una platicadera con varios chuchos —decían algunos pasajeros. Al pasar por La Ventosa, el viejo se percata que todo su organismo sigue igual, y se dijo “si al llegar por el rumbo de la gasera, nada, me “guá tené que tomá otro gallito.” A la gasera llegó y nada sintió. Sacó disimuladamente su cajita y tomó una pastilla más. Un chamaquito le regaló un poco de refresco para que pudiera tragar a gusto “su gallito.” Y como se lo dijo el doctor una hora más tarde, “la primera pastilla se te quedó atorada a la altura del esternón, y al tragar la segunda, se fueron las dos al estomago.” Y como estaban haciendo paro los Juchitecos a la entrada de la ciudad, el viejito se bajó y comenzó a caminar con rumbo a su destino, llevaba caminando unos quince minutos cuando empezó a sentir un

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cosquilleo desde la punta del dedo gordo hasta los parpados de los ojos, de pronto se le empezó a paralizar la lengua, quienes lo ayudaron cuando dio el porrazo dicen que estaba completamente azúl, del mismo color de las pastillas que había tragado. Le preguntaban por su nombre, pero “la vara de lengua” se le había salido, como las cabezas de res, de las que cuelgan en las enramadas en noviembre, solo balbuceaba. — ¿Cómo mero te llamas, pué, paisano? — le preguntaban. —Sis…co. Me a…mo —decía el paisano tirado en plena calle. — ¿Cóoomo? Sisco, dice. —Aaay nana, que nombre tan raro —decía una guetabinguera que se había detenido a curiosear. Fue una ambulancia del Seguro que pasaba por casualidad, bueno, realmente estaba regresando de dejar a un muertito hasta su casa, “es lo único para lo que son puntual los del Seguro”, dijo una paisana, fue en esa ambulancia en que se llevaron a tiu Chico Mezcal al primer consultorio que encontraron en esa calle. — ¿Que le pasó a este cristiano que viene completamente azul?—dijo el doctor al ver aquella figura digna de un personaje de los pitufos. —Taba tirado, nomás…a la orilla de la carretera, con la lengua de fuera. Así lo jallamos —dijo alguien de los curiosos. Le hicieron lo necesario para estabilizarlo, alguien del grupo de mirones, gritó: “Pónganle una jícara de morro en la cabeza y gonpeenle varias veces…, santo remedio.” Le pusieron suero en vez de jícara. Por pura casualidad uno de los cofrades, Panchitos, pasaba por ahí; ya ven que en Juchitán nunca falta un Ventero, se detuvo y preguntó al doctor. — ¡Viagra…eso fue! Sobredosis de viagra. Un poco más y hasta el corazón se le paraba —dijo el médico. Tuvieron que llevarlo en taxi hasta el pueblo, por unos días anduvo con la cara chueca.

— ¿Y que es que pensabas, pue, Chico viejo? Le dijo su hermana, entre el coraje y la risa.

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—Se me pasó la mano, nomás. Quise darme una ayudadita. — ¿Ayudadita? A tu cara es que le dieras una ayudadita. Los dientes es que te compusieras, los infierno. A ver si no quedas más guicha de lo que ya estás. Por un tiempo los cofrades, tuvieron miedo de morir de un paro cardiaco, se dedicaron a cuidar gallinas de patio y a jugar con sus nietos. Hoy la secta de los Panchitos se ha vuelto más hermética, se han renovado, hay nuevos miembros, pero como siempre, estas cofradías viven en la clandestinidad. Pudo haber sido cualquiera o ninguno…solo diré que sucedió en La Venta y nadie se enterará.

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Así nace una Bolalari

Para las suegras que gustosas reciben al yerno como un hijo mas…y para la “bola” de solteritos que andan ansiosos por conocer el mundo de los casados. Unos son Bolalari por necesidad…otros por comodidad. Para la paisanada de Unión, Hidalgo, Oaxaca.

* — ¿Y ahora como le vamos hacé para llevar la vida de casados?- preguntaba la María un tanto expectante. —Eso es lo que estoy pensando- responde aterrorizado José. — ¿Eso estas pensando? Antes es que se piensa…ahora ya pa qué, si ya estamos hasta las agallas. —Pensá también es difícil, no creas que solo te sientas y ya…si hasta eso tiene su chiste.

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—Pues no pienses mucho, de pensamiento no se vive, ni sirve de comida. Cuando mi apá te preguntó que como le ibas a hacé pa la manutención dijiste que ya estaba todo pensado. No hasta le dijiste que estabas engordando unos “caponcitos” y que tenías una cuche parindera que ya andaba medio cargada. Eso dijiste… —Sí…eso dije, pero… ¿Y la fiestota que me obligó a hacé tu mamá…? De onde crees que salió el buelto pa pagá todo lo que se le ocurrió que se iba a hacé. Todavía le debo a tia Jacinta como tres latas de manteca de cuche, me tuvo que dar fiado, no le quedó de otra, tiu Pancho es mi padrino. Así que de mientras nos quedamos aquí, me dijo mi amá que el cuartito de lodo que se usa de tapanco está bien pa que nos quedemos —dijo José mirando al vacío, sin dar la cara a su interlocutora. — ¿Aaah sí? ¿Y tú crees que me guá quedá en ese cuchitril?; lleno de cucuyuche debe estar ahí. Ahora me doy cuenta por qué lo tas pensando tanto… —dijo la María entre adolorida y amuinada. Así se desarrollaba la plática entre los recién casados. La fiesta había concluido, ahí se bailó, comió y bebió como si fuera el último día del mundo. Sentados en la “cama de regalo”, sí, porque los pobres no tienen “mesa de regalo” en alguna tienda; aquí es pura cama de regalo, todo lo que vayan recogiendo se va depositando en la gran cama que se encuentra en el cuarto grande, que para ser precisos una de las patas del armatoste se sostiene con un block de cemento. Che sonso, como le decían, se la había pasado trabajando intensamente durante meses para poder ahorrar y hacer la fiesta de su casamiento, en grande: que él a leñar, que él a piscar, que él a cortar caña, que él a chechiar, que él a agarrar iguana al pie del cerro, que él a pescar con pichancha en el río, que él a lavar panza de res, que él de albañil, que él de “cuidachiva”, en fin…como diría tia Reina Che “ hasta de mampo se hubiera metido, si no estuviera tan feu.” “Trabajador es…, suerte es que no tiene el pobre” decían algunos burlistos.

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El día de la boda, la gente acudió puntual llevando su limosna; aún así, al novio, no le alcanzó para cubrir toda la gastadera a que fue obligado a realizar, ya que recibió más cartones de cerveza que dinero, su mamá se lo había dicho: “Che, la gente ya no da como antes, ahora te dan pura cerveza, pa que tomen ellos mismos.” “Si van a da” dijo José sin mucha esperanza, sabedor de que no estaba muy de acuerdo con todo lo que estaban haciendo sus suegros, pero ni modo de decirlo a sus papás, con un problema era suficiente, para que quería dos. Como si la gente se hubiera puesto de acuerdo, en la gran cama se observa: una plancha, un par de toallas, palanganas de plástico, sartenes, cucharas, vasos, platos de china y “vaístos”, telas para vestido y pantalón, hasta ropa interior…por aquello de las dudas. Todo anotado en una lista ya que tarde o temprano se irá devolviendo. Los recién casados van cayendo en la cuenta de la situación en la que se acaban de meter, en otro momento solo habría sido el besuqueo y “jala” cada quien para su casa, ni yo te hago sombra ni tú me haces bulto; pero hoy es diferente, se trata de estar juntos, como les dijeron al casarse: hasta que la muerte los separe. José toma de la mano a la novia, y con todo el cariño que un “cuidachiva” pueda ofrecer, le da un chito en plena frente. “Si de besar se trata, saliva es lo que me sobra”, dice el novio. Aquella noche, la primera de “quien sabe cuántas” que iban a estar juntos, que si no de acuerdo pero al menos juntos , no hubo sorpresa alguna, ya hacía tiempo que se habían “sorprendido” mutuamente en aquella cocinita de palma, frente al pretil del horno, entre ollas y sartenes la María ofreció su pureza virginal al tal José, fue un sábado en la tarde, en la fiesta de noviembre, cuando todos andaban entretenidos en la regada de fruta , ellos se comían la “fruta prohibida”. Aquella noche, en tanto los novios daban rienda suelta a su pasión, en ambas casas trataban de responder a interrogantes, que quizá para los no enterados estarían hablando de religión:

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— ¿Irá a salí virgen la María, tú…? —Al saber, mamá… —Pues más le vale que lo sea, si no…vuelta pa tras. — ¡Aaaay nanaa!, San Antoñito lindo, haz el milagro… —Allá ella, por sonsa, porque ayer le dije “mira María, si cuando te fuiste a Puerto hiciste alguna leperada, vale más que te prepares bien, no creas que no se van a da cuenta, si no me lo quieres decí, ta bien, no más te digo que si algo falla, no le des ni tiempo de hablá: comienza la llorada, llora y llora, no pares de llorar…así lo hice…y mira que dichosos somos.” —Cuando veas que el hombre se pone a pensá y quiera abrí la boca…tu ponte a llorá. Santo remedio. Al amanecer, cuando los gallos estaban a punto de empezar a cantar, se escuchó la “cueteada”, y la gente del pueblo exclamó “ya estuvo, si salió…si fue.” Lo que ayer fue cuestión de fe, hoy es pureza certificada, oficialmente el acto ha sido consumado. Al menos por hoy, ya que mañana Dios dirá, la suegra atenderá a la nuera, en una mesita de madera de guanacasle, se sirve en un plato vaísto, de los hondos, un suculento caldo de hueso oreado de res, manjar especial para “crudos” y recién casados, acompañados de los imperdibles totopos. Al quedarse nuevamente solos, situación que José evitaba a toda costa, la Maria retoma su tema existencial: — ¿Entonces? - Le dice al novio mirando en lo profundo de sus ojos, como queriendo entrar en su pensamiento. — ¿Pero porque mero no te gusta el cuartito de lodo, pué…? No que dijiste que si había amor aunque sea bajo del Guamuche podíamos está… —dice José en un tono lastimero, que hasta los chuchos de su casa se sorprenden. — ¿El Tapanco ese que está lleno de Cucuyuche? —dice la María horrorizada. —Sí. Me dijo mi apá que con una rociada de asuntol se mueren no solo las garrapatas, sino también los cucuyuches. Anda mala…no tengo más.

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—No. No papacito. Si no hay aquí donde, le digo a mi amá que nos de espacio de mientras en su casa, al cabo que todavía es mía, y como soy la chunca, a dos manos va a queré. — ¿Quéeee… me tás diciendo que me vaya de bolalari? ¿Yo de bolalari, ni que estuviera guicha? Si de por sí aquí en La Venta son muy burlistos, imagínate cuando se sepa que me fui de arrimado con tus papás. Ya me imagino cuando vaya pasando por la casetita de tia Laura, los gritos de la plebe: “¡Ora mandilón, ora mushe, ora bolalari!” No María, de bolalari no, el primero que me va a “pendejear” es mi apá. No puedo… —Pues tú dices…; además a tu mamá no le caigo muy bien que digamos, seguramente a los tres días ya me va a está dando mala cara, así le hizo a tu primera cuñada —dice la Maria de manera resuelta. —Es que yo no quiero sé bolalari…, te juro que… —No tienes que jurarme nada —interrumpe la novia que está mas que decidida—. ¿O vamos a viví con mis papás o te quedas aquí solo…? Tú dices… —Dame chance de buscá algo…no sé, voy a hablá con mi Nana, ya me dijo que me va a dejá de herencia su casita… — ¿Y qué? ¿Le vas a pidí que se muera? Por favor Ché, ahora si ya quedaste guicha, pa que veas… —Aaah, no me hables así…, solo quiero ve si me presta su casa. —Una semana Che, te doy una semana, si pal viernes no tienes nada, yo me voy con mis papás —dice Maria mientras se aleja a lavar los platos vaístos. —Ma ´rayo joda carajo. Como los diablo es que fui a nacé pobre pué… —dice José en tanto se lleva las manos a la cabeza y queda recostado en la mesita de madera de Guanacasle.

Dicen que no hay plazo que no se cumpla, el viernes llegó, y con él la sentencia definitiva. Y como suele suceder en la vida, “los pobres…pobre son” todo lo que tienen es pobreza. José terminó peleándose con su Nana, la viejita le dijo que si lo que quería era

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verla muerta mejor se lo dijera de una vez, pero que de su casa la sacaban solo con las patas por delante. Con sus papas le fue peor “lo único que podemos hacer, es pintar el cuartito con cal, no hay mas” “¿Pa que te casaste? Bien que dijo tu papá: a este le van a ve la cara de pendejo…y sí” “Pues si te quieres ir de méndigo…allá tú”. Esa misma tarde, entrando la oración, su tiu Yenchito unció la yunta, la pegaron al timo de la carreta y la otrora “cama de regalo” se convirtió en “la carreta de regalo” echaron todo, en la carreta ya solo cabía Yenchito que con puya en mano arremetía sobre la yunta: “ Eeey…chiuuu, eeey, vámonos…” , comenzó la rechinadera, los padres del novio divisaban todo desde el cuartito de lodo, recién caleado, solo meneaban la cabeza, como diciendo: “ ¡Ahh gusto de hombre, carajo…!” En tanto los novios, cual si fuera una procesión o calenda, con una linternita de petróleo entre sus manos , caminan abrazados atrás de la carreta; piden a Yenchito que se vaya por la orilla del canal, por si acaso, para evitar habladurías de la gente mal intencionada. Pero… ¡oh fatalidad del destino!, precisamente al pasar por el campo de los Venados, aparecen de la nada tres de los amigos de José, que aun no se percatan quien puede ser el dueño de aquella carretada de regalos, solo han reconocido a Yenchito: — ¿Que hay Yencho? ¿Pa onde?¿ Ya le estás haciendo la competencia a Man Paleta, o qué? Ja, ja, ja, ja… —Ojalá…lo que pasa es que toy llevando las cosas de mi sobrino Che, pa´la casa de sus suegros, ahí viene atrás… —responde Yenchito muy contento. — ¿Qué…? ¿Cómo? —preguntan los tres a coro. —Sí, me voy de bolalari ¿Y qué….? ¿Algún problema? - Responde de ipsofacto José, sin dar tiempo y sin decir más avanza presuroso, dejando atrás a los amigos. Apenas hace tres días José les había jurado que jamás se iría a vivir a casa de sus suegros, y he lo aquí convertido en un autentico bolalari, un arrimado. Aún así, se reponen de la

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impresión y ni bien se han separado como veinte metros de la carreta, los tres gritan a coro: — ¡Ora mandilón! ¡Ora mushe! ¡Ora bolalari! Sueltan los tres, estruendosas carcajadas; pero en el fondo recuerdan el dicho que dice: “Mas rápido cae un hablador que un cojo” “Nunca digas de esa agua no he de beber”, por lo menos Che lo ha hecho por necesidad…de él dependerá si se convierte en comodidad. A partir de ahora comenzará a vivir su vida de Bolalari con la mayor dignidad posible…total: de eso nadie ha muerto. Y siendo justos Che sonso: No va a ser el primero ni el último.

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El lechero que contó la historia del “hombre guela”

Y como dijo Jesús: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.”

* El paisano Beto “Mano de lumbre”, acostumbraba echarle agua a la leche que sacaba de la ordeña de seis vacas que tenía. Todos los días tenía que cruzar el río para ir a ordeñar, pues el potrero estaba precisamente del otro lado del río. Al paisano lo levantaban antes que los gallos empezaran a cantar; se puede decir que servía de gallo para los gallos. Como tenía el sueño muy pesado, su levantar era muy brusco. Antes de abrir los ojos, abría la boca: “Puerta gabiá…vaca mañosa. Cabá´na´. Biása, biása…biása. Cacahui. Cayate´ nisa. Cayate ´, cayate ´… cayateeee ´.” (1) Así dice su mujer que decía, quien mejor que ella para saber lo que este hombre hablaba sin querer tan temprano.

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— ¡Beto…Beto, los diablo, despierta!, ya empezaste con tus guicheras otra vez; desde que empiezas con esa habladuría es que ya es hora —le decía su mujer, empujando a un lado aquella humanidad voluminosa. A pesar de no contar con ningún reloj mecánico, lo despertaba puntual: a las cuatro cincuenta y cinco de la mañana. Era más preciso el reloj biológico de Beto Mano de lumbre. Los gallos empezaban su cantadera a las cinco de la mañana. Por cinco minutos siempre le ganó a la fauna de despertadores matutinos. Al ponerse de pie, caminaba y se paraba frente a su mesa de santo, se santiguaba haciendo la señal de la cruz y le sobaba la cabecita al santo niño de barro, que con una sonrisa infantil, de santo, pues, le abría los brazos de par en par. Su mujer que ya se había puesto en pie y lo observaba desde el pretil del horno, le decía: —Yo no sé pa´que andas queriendo engañá al santo… ¿No a echarle agua a la leche vas orita? —Tú que sabes, esto entre el santo y yo. Además, no le toy poniendo veneno. El agua ayuda pa que la leche no vaya tan espesa y le lastime la panza de los chamaquitos. —Nomás deja que se entere la autoridá. — ¿Quién? ¿Los de la Agencia? Pero si esos son más trácala que la chingada. Ya te dije, yo pienso que no hago nada malo. Además, así doy un poco más barato el litro de leche. — ¡Sos mas terco que los cuche cuando piden ticiahual!…sino te castiga el santo, Dios te va a castigá —decía la paisana, al mismo tiempo que le prendía lumbre a una hoja de totomoste y encendía el montoncito de leña colocado entre tres piedras de cerro. Una vez que se hacía la lumbre, colocaba un viejo pato lleno de café; del café que compraba con Toña la cafetera, la que llegaba desde Ixtaltepec. — ¡Aaah bueno tá este café que vende la Toña ¿Ná…? Voy a despertá a Betito…ya empezó a cantá la gallada. Betito, de diez años, era el último de sus siete hijos, el shunco. Los seis restantes, hombres y mujeres, ya habían agarrado rumbo o se

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habían casado, que para el caso era lo mismo, la idea era irse a sufrir a otra parte. —Nomás no le grites al pobre. Ya tá quedando medio guicha por esos gritos que le pegas tan temprano pa´que despierte. — ¡Biása, Betito, biása! ¡Orale m´hijo…! ¡Ya es hora! ¡Vaaamonos….! —gritaba sin hacer caso a la última recomendación de su señora. Los chuchos solo meneaban la cabeza desaprobando el griterío de “mano de lumbre”, y volvían a echarse otro rato, no se levantarían a menos que los patearan. En ese instante la yunta de bueyes que dormía en el patio, se despabilaba girando la cabeza “pacá y pa´llá”, en la oscuridad solo se escuchaba en golpeteo de las orejas que chocaban con sus pescuezos. Betito se levantaba con la somnolencia de un puberto a las cinco de la mañana, mecánicamente se dirigía hacia un bañito de palma que tenían en el patio trasero, descargaba sus necesidades del cuerpo; regresaba medio sonámbulo aún, se dirigía al pretil del horno en donde lo esperaba su madre con un pocillo de café caliente y un pedazo de pan bollo. Eso era a diario. Una vez que se cumplía con el ritual mañanero, la parafernalia del despertar; emprendían el viaje en la vieja carreta. Ellos vivían por el rumbo del canal; por tanto tenían que atravesar toda La Venta para llegar al río. Con la última sombra de la noche, con paso cadencioso, la carreta avanzaba rechinando al son de la tronadera de los dos tambitos lecheros. El pueblo comenzaba a despabilarse, solo se escuchaban voces humanas somnolientas. Los gallos, ya engallados, se expresaban a diestra y siniestra. Hasta los gallos viejos pelucos se contagiaban desafinando con su “co-co-ro-có.” Y al instante se les iba “el gallo”. Desde que Betito ponía el pie en la carreta, se recostaba y comenzaba nuevamente a dormir. Su padre apuraba a la yunta propinándoles tremendas estocadas con la puya. Al llegar al río, con la penumbra de la madrugada aún, buscaban el bajadero de carretas, por el rumbo de tiu Julio “Gadobito”. Se

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detenían a mitad del río. El agua llegaba hasta la cama de la carreta, apenas. El paisano llenaba una cubeta de cinco litros con agua y la vaciaba en los tambos lecheros. Suspiraba y seguía su camino, cantando: “…pero sigo siendo el rey.” Llegaban al potrero con la claridad de la mañana. Y comenzaba otro ritual: lazar vacas, una por una; echar el rejo; darle larga al becerrito para que se amamantara en la ubre, teta por teta; hasta quela ubre ya estuviera a punto de reventar por la leche que había bajado; separar al becerro. El paisano se sentaba en un trozo de madera, debajo de la ubre. Y otra vez, teta por teta. Comenzaban a fluir los chorros blancos que caían en una cubeta roja, de plástico. La espuma generosa se inflamaba con cada chorro de leche que caía como lluvia torrencial. Con las vacas de teta dura, las cebúes, la cosa era diferente, al menos las que conocí, no fueron vacas lecheras. Solo perdías el tiempo “jale y jale” aquellas cuatro tetas callosas que solo aventaban un chorrito de leche. Y muy “chirri”, por cierto. —Ni pa la mamila de un nunito alcanza lo que le ordeñamos a la “Paloma.” —le decía el padre al hijo. —Es mañosa. Cuando el becerrito mama, baja la leche; cuando vamo a ordeñarla, sube la leche. En tanto las vacas iban pasando una a una, como procesión religiosa; padre e hijo se enfrascaban en pláticas amigables. Entre los mugidos de becerritos y vacas, la platicadera de los paisanos y el trinar de zanates bulliciosos, aquel pequeño espacio parecía el mercado de Juchitán. —Te platicaron lo que le pasó a tiu Julián Chía, la otra vez en el ríu? —decía el viejón. —No, Apá… ¿Qué pasó? ¿Se taba hogando? —Casi, por poquito. Esto lo platicaron en el velorio de la semana pasada. Ya ves como es la gente, nada es lo que ven pa lo que cuentan. No sé si jue así mero, pero así me lo contaron. — ¡Ya, pué…¡ ¡Apúrate si lo vas a contá…! Puro así andas… —le decía Betito a la par que le ponía rejo a la Amapola, la vaca mas lechera.

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—Bueno…, que no el otro día, el viejo, tiu Julian, le dijo a su mujer que se iba pal ríu, que iba a bañarse y de paso a recoger un poco de leña de granadío. “Bueno” dicen que le dijo la mujer, “nomás no te manches mucho la ropa; cada vez que vas a ese bendito ríu, regresas lleno de suciedá, como si te anduvieras arrastrando en el lodo” le recomendó la señora. “Mmju…ya vas a empezá con tus cosas tú…ni que yo fuera un chiguitiu pa que me digas todo eso. Aaah mujer…mujer.” Dicen que le dijo tiu Julian. Agarró su machechito “saca memela”, un trozo de mecate de palma, su sombrero…y sus huarachos; y salió con rumbo pal ríu. Cuando lo vieron pasar por la casa de tiu Nazario Felipe, dicen que iba ligero-ligero. “Onde es que van pué tiu Julian”, dicen que le dijo tia Ita de Nazario; “voy leñá y a bañá al ríu…” Dijo tiu Julian Chía sin voltear a ver a quien le hablaba. Cuando llegó al bordo, miró pa todos lados y lo único que veía eran carretas y chivas que cruzaban el ríu. —Cuenta todo de un jalón pa que le tas dando tantas vueltas, pué… —le dijo Betito, que seguía prendido de la ubre, exprimiéndole las tetas a la Amapola. —Entonces, dicen que tiu Julian cruzó también el ríu, se fue a escondé dentro un charral que había del otro lado. — ¿Y pa´que se escondió, pué…? — preguntaba el hijo, un tanto más interesado en la historia —No me tes parando, asi no gua terminá. Bueno…, pues ahí se quedó, escondido, agazapado. Eso hacía casi todos los días. —Pero…, mero pa qué hacía todo eso que dices que hacía… —Pa esperá a la presa, pa qué más. Dicen que por esa misma hora, bajaban al riu a bañar varias mujeres del pueblo; entonces tiu Julian se dedicaba a espiar al montón de mujeres bañando, esa era su diversión. Pero el día en que le pasó lo que te guá contá, dicen que ya estaba desesperado de ver desde lejos, quería tá más cerca pa mirá mejor. Entonces ese día se le ocurrió ir lo más cerquitita que pudiera. A duras penas se subió en un palo de sauce; se encaramó en una rama lo mejor que pudo. Y esperó. Ya tenía rato que se había subido y ninguna mujer llegaba pa que

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espiara. La sangre del pecho ya casi no le circulaba. Pero en ese momento llegó el mujerage, y al tíu se le olvidó el pecho adolorido. La mujeres ajenas al bulto que estaba a unos metros de ellas; se divertían en la bañadera y la contadera de chismes. Algunas empezaron a enjabonase; fue ahí donde la sangre le hirvió en el cuerpo a tiu Julian, y quiso avanzar un poquito más, pa quitá unas hojas que le estorbaban la vista. Solo se escucharon dos “crack-crack”; seguido de un “¡Aaaay!” ; el bulto se vino abajo, como zopilote herido. Dicen que en el aire hizo algunos manotazos, como desesperado, como queriéndose agarrá del aire, pero ya no se podía detené. Y fue en pleno vuelo que comenzaron los gritos de tiu Julian Chía: “¡La guela, la guela, la guela; agarren a la guela!” Y cayó de lomo en pleno ríu. Y aquel mujeraje que se habían quedado pasmadas; se dieron cuenta de la mañosería del tíu. Y también ellas empezaron a gritarle “Ora taganero, ora miraculo”, aventando piedras y garrotes a aquel hombre que había caído del cielo. Tiu Julian, todo empapado, con la misma salió del agua como alma que lleva el diablo, sin dejar de gritar “la guela, la guela”. Se metió al monte; fue tan grande el susto que se llevó, que él mismo llegó a creer que en verdá andaba siguiendo una guela. Unos exagerados dicen que la corredera fue hasta el puente de Ingenio. Y desde ese día, onde quiera que pase le dicen “La guela”, “tiu Julian guela”, “agarren a la guela”. Es el hombre “Guela”. Pero eso le pasó por mañoso. Por ambicioso. —Ahhh, esa historia si me gustó, apá. Ya hasta terminé de ordeñá. Voy a vaciá este balde en el tambito nomás y ya nos vamo. Si queres unce los güey, apá, pa´que nos vayámos —le dice Betito; ambos se dirigen a sus respectivas tareas. Es al momento de abrir uno de los tambos, cuando se escucha un grito ahogado, seguido del llamado a su padre: — ¡Apáááá…Apáááá´….purate, ven a vé esto! — ¿Que´s…, que diablo es? —grita también el padre, y viene corriendo hacia donde está su hijo.

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—La leche, Apá….la leche, se volvió chocolate. ¡Mira…! De color café la leche. —Ya me cargó la chingada.- Dice el padre, dándole una patada a la cubeta de plástico; la cual vuela por los aires hecha pedazos. — ¿Y por qué se hizo así, apá? Yo vi que de las tetas salió blanca. ¿Por qué? —Por pendejo…, por eso se hizo así. Fue el agua que le pusimo, el agua del ríu. De seguro que anoche agarró agua el ríu; me lleva la chingada. De seguro que anoche lluvió en el cerro. Eran los relámpagos que se vieron por Pasochivo anoche. Aaaah gusto, carajo. — ¿Lo llevamo así…? —Y como madre llevamo eso, así…, lo que siento es tu mamá, a ver quien le para la boca al ratito. Regresaron al pueblo, con la mira perdida. Voltearon a ver el agua del rio, corría lodosa hacia el mar, al cruzar e alguien los saludó, al mismo tiempo que les preguntaba: —¿A poco agarró agua el ríu anoche? Ya nadie contestó. Siguieron con su carreta vacía de leche, pero llena de historias. Cuando su mujer lo supo, le dijo hasta lo que no y luego solamente lo quedó viendo y le terminó diciendo: “Te lo dije. Eso te pasó por mañoso, por ambicioso.” Y fue así que se juntaron las historias del hombre que le echaba agua a la leche y la historia de “El hombre Guela.” Y hasta el sol de hoy, a la descendencia de tiu Julian se les conoce como “Los Guela.”

Traducc. (1) “Puerta de los infiernos…vaca mañosa. Estoy robando. Levántate, levántate…levántate. Se está nublando. Tengo sed. Me muero, me muero…me mueroooo.

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La casita prometida

Ella sabía que era yo muy pobre, que mis riquezas no eran de este mundo; " no me importa" dijo " al cabo que nos sobra amor...y cuando hay amor, aunque sea debajo de un Guanacasle se puede viví..." me susurraba en el oído. Y ya envalentonado le respondí " No, una princesa no puede viví debajo de un Guanacasle; ya le eché el ojo a una casita de material que está por el rumbo de tia Carme de Genaro; nomas te pido paciencia, voy arrejuntá todo el buelto que pueda, pa comprarla. Después del corte de caña, me voy a Pasochivo a chechiá; mi tata ya me ofreció pa que le cuide una vaca y vamos al partir; lo vamos a lográ, vas a vé... " Y hasta el dia de hoy, sigo sin entendé lo que me dijo en aquel recadito que me mandó al siguiente día con un chamaquito; quitado de la pena desdoblé aquel papel en forma de cruz, y leí lo que decía " Forto, soy poca cosa pa tú, bien lo dijiste ayer que

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soy princesa, y tú mereces una reyna...con esas ideas grandiosas que tienes vas a llegá muy lejos, no quero estorbar en tu camino, ayer me di cuenta que te quero como amigo...no me ruegues ni me busques, no me vas a encontrá, cuando leas este recadito ya habré pasado el cerro de la llovizna, me voy pa Puerto. Te quere. Plácida, tu amiga." Y como queren que no llore, si hasta las puertas de madera de cedro le iba pidí a Tata Másimo que me hiciera pa´la casita. Por eso cada vez que paso por el rumbo de tia Carme de Genaro y veu la casita, digo pa mis adentros " Ahí es que viera vivído con la Plácida"...de todas manera si alguno la ve por Puerto o por Las Conchas, o sepa Dios por donde ande, diganle que todavía la quero..., la casita y mi promesa sigue en pie.

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Los vigilantes eólicos

Para tiu Leocadio Carrasco. Un día me puse a platicar con tiu Leo y me contó parte de esta historia, fue verídica y le pasó al amigo de un amigo. El resto de la historia me lo “chismeó” tiu Cheno en uno de mis sueños.

* “Necesitamos gente que vaya a cuidar el material “dijo el Ingeniero de la CFE, “Nomás que van a tené que meté a pura gente de La Venta”, le respondieron los del sindicato, “Pues si no hay de otra…” concluyó resignado el mencionado Ingeniero. La reticencia del ingeniero, se debía, no a que la gente del pueblo fuera mala, sino que no le cuadraba la idea de que un par de campesinos le fueran a custodiar su material, o en el último de los casos como bien dijera uno de La Venta “Lo que pasa es que el Inge quería poner a uno de los suyos para hacer y deshacer…o a la mejor quería clavarse algunas chingaderas…”

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Al puro estilo del compadrazgo mexicano, el delegado sindical que había sido designado para el proyecto eólico La Venta II, eligió, porque así convino a sus intereses y porque así le dio su regalada gana, para ocupar los puestos vacantes a un pariente y a un amigo suyos. Cuando se lo echaron en cara, dijo: “¿Quien mejor pa´cuidá las cosas, que la familia y los amigos de uno, pué…?” Los dos venteros con “suerte” que se encargarían de tan importante labor, tenían algo en común: en toda su vida ventera solo habían trabajado como campesinos. —A estos háblenles de machetes, de carretas, de vacas, de campiar; de todo eso sí, ¿pero de vigilantes…? ¿Y que los diablo es que vana vigilá, pué…? — ¡Al saber…! A yo solo me dijieron que si no me agarraba el sueño por las noches, que si podía ir a cuidá un poco de cable y tubo que están dejando por allá arriba. “Mmju ese mero…” le dije a mi concuño, “nomás que me den una retrocarga y el que se me acerque en la noche lo baño a balazo.” —Aaay nana, Tino, en ese trabajo mero te juiste a meté, pué…, habiendo tanto monte pa ir a rozá y te metes de polecía —le dijo su mujer a Tino Chivigueta. —No es polecía, mujer, es: v i g i l a n t e; vigilante. Además ya necesito un trabajito de más categoría, ya no aguanto la chinga del campo. — ¿Y vas a andá con pistola, Tino? Si tú ni la salud tienes completa. —Yo creu que sí, una retrocargota nos van a dá. —En la madre es que te van a dá, Tino. Ya tas viejo, a cada rato se te trepan los nervios y…ya ni oriná bien puedes, te tienes que estar golpiando la cintura, hasta te crees que no te he visto. —Bueno…que jijo de la chingada; enteramente yo soy el que va a ir, no tú. La pareja asignada a Tino Chivigueta, resultó ser nada menos que Aquileo “el viejo”, mismo que era socio del club setenta y más.

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A Aquileo “el viejo” nadie trató de disuadir para que no engrosara a las filas de la “gendarmería eólica”, simplemente le dijeron “alabado sea el señor que vas a salí un rato de mi vista, espero que tomes en serio tu trabajo, porque si no, como tapón de sidra te van a sacá.” Él, solo quedó viendo a su mujer, sonrió, siguió afilando su machete y dijo “Aaah mujer, mujer.” La jornada laboral nocturna se convierte en una losa para quienes no están acostumbrados, este era el caso de la pareja de paisanos de La Venta. Una cosa es madrugar y otra no dormir en toda la noche. La primera de las recomendaciones para los principiantes, debutantes o primerizos vigías, fue que se durmieran unas seis horas antes de la jornada de trabajo, es decir, todo el día; si lo hacían así, el sueño se espantaría en toda la noche. Se acostaron pero no les agarró el sueño, pese a haber sido confinados al cuarto más oscuro de la casa y he aquí las seis razones: -Tiu Mariano comenzó a anunciar con su tocadisco: “Buenos días tengan todos ustedes, se le avisa a todo el público general que en la casa de la señora Jacinta Antonio de Marcos encontrará usted relleno de marrano gordo; pase usted y ahí lo atenderán con mucho cariño. -Desde una camioneta destartalada que pasaba por la calle se escucharon los gritos del chofer que decía “ el lecheroooo, el lecheroooo.” - Otro tocadisco, el de Mayo Guiba, se encendía a todo volumen para vociferar: “Atento aviso, atento aviso…el señor Otón Ordaz está haciendo esta atenta invitación a familiares, amigos, compadres y a todo el público en general para lo acompañen el día de mañana a echar el colado de su casa. No falte usted, habrá pozol frío. - “Traigo camarón, queso seco, totopo” gritaba a todo pulmón una paisana de Chicapa, que se asomaba a través de la ventana que daba a la calle.

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- Un chucho viejo comenzó a ladrarle a cuanto sombra se moviera por el patio, “Ya está dando las ultimas” dijeron, “el otro día se puso a ladrarle a su propia sombra, no solo ladrada, también se le iba encima…, yo creo que ya se le metió la guichera por el garrotazo que le dieron cuando lo agarraron atragantándose con una olla de frijol.” - En la mañanita fueron los zanates con su escandalera; al medio dia las gallinas con su cacareo y ya para la tarde otra vez la zanatada.

De tal forma que llegada la hora de acudir a su primera cita con su labor, los vigilantes ya tenían sueño. Se ciñeron la cintura con un viejo cinturón; se echaron al hombro un machete metido en su cubierta, una ánfora de agua y en un morral que ya estaba “mas pa´llá que pa´cá” les pusieron el almuerzo: dos totopos, un triangulito de queso seco, ocho camarones secos y cabezones; y como postre, cuatro rebanadas de plátano frito. La capacitación fue en cinco minutos: “¿Ven aquel palo de Guamuche que se asoma por allá? Bueno, pues de allá pa´cá y acá pa´llá van a cuidá. Si se duermen se los chingan, hay mucho ´roba-cable´ en estos días.” Una lámpara de mano y una macana, eso fue toda la herramienta de trabajo. —Cuídense mucho, no se duerman…y si ven que la cosa se pone seria, hay de dos: o se enrollan como los “cominanchi” o salen como “patada de mula”, pelense —les dijo el supervisor ya en un plano más humanitario, menos formal. — ¿Y la retrocarga, Inge?- Dijo Tino Chivigueta, un tanto confundido. — ¿Retrocarga? ¿Cual retrocarga? —dijo el supervisor. —Aaaah…la que dijieron que nos iban a dá…pa que cuidemos, pa vigilá, pué… — ¿Y quién les dijo eso…? —Bueno…no ustedes, pero en el pueblo la gente me contó que a los vigilantes les dan su retrocarga…

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—La cosa no es que maten a algún cristiano, solo espántenlos para que no se roben las cosas —les dijo el supervisor al momento que subía a su vehículo y se iba. Llegó la noche y con ella la oscuridad que agiganta todo; el par de centinelas se aprestaron de inmediato a trazar la estrategia para salir victoriosos en su primer día de labor; la primera impresión cuenta mucho, así que más valía que todo saliera bien. —De entrada, con este pedazo de garrote no se van a espantá pero ni los chuchos, cuantimás los rateros —decía Tino Chivigueta un tanto decepcionado. —Ya Tino, deja de estarte quejando; ¿Qué la chingada tienes, pué…? —Pues es que así, va tá cabrón. Pa ver sabído, me biera ido a prestá una escopeta con los Ordaz, esos dicen que tienen armas. —Qué van a tené…, puros faramallas son esos. Mira Tino, esto es sencillo, ya tamo aquí, si ellos van hacé como que nos pagan, pues nojotros vamo hacé como que chambiamo. —No te entiendo, viejo. Que tas queriendo dicí, pué… —Que de aquí no nos vamo a mové, tu ves pa´rriba y veu pa´bajo. No nos vamo a despegá. Y como bien lo dijo el jefe que se caba d´ir: si vienen “los rata”, pues que se lleven lo que quieran, primero ta la vida. — ¿Eso dijo? —No eso mero, pero más o menos así lo entendí… Bastaron dos horas que transcurrieran para que aquellos dos paisanos estuvieran en completo estado de aburrimiento, nada sucedía; el silencio de la noche apenas se rompía con el coro multitudinario de grillos; en las tinieblas parpadeaban lucecitas de luciérnagas que revoloteaban sin ton ni son. Con arrullo de grillos se quedaron bien dormidos, hasta que el sol les dio en plena cara. Así fueron pasando los días, nuestros valientes atalayas fueron sintiéndose en confianza con el puesto desempeñado. Desde que llegaban a su “mando de control”, Tino Chivigueta se metía entre los grandes tubos, se enroscaba como serpiente y se queda bien

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dormido; Aquileo “el viejo”, de plano, cargó con un petate viejo que tenía en su casa, lo extendía a escasos metros de Chivigueta, para estar atento y reaccionar a la par, por si se llegase a presentar algún incidente. Cuentan algunos malosos del pueblo que hasta los sapos que andaban bajo tierra se espantaron el primer día que escucharon aquella roncadera de los vigilantes. El día que cobraron su primera quincena; para celebrar, se pusieron a beber mezcal, a tal grado que cuando llegó la hora la entrada al trabajo, la cabeza les daba más vueltas que la rueda de la fortuna. —No, no, no…, nojotros somo gente responsable y vamo ir a cumplir nuestro deber —decía la pareja de vigilantes eólicos. — ¿Pero como van a ir así de borrachos? Hasta los chuchos se les alejan por el tujazo del mezcal que tan soltando ustedes —les decían en sus casas. —Vamo, Tino. Agarra esa anforita que está llena de mezcal y llévala por si nos da sé en el trabajo —decía Aquileo. — ¡Aaay nana!, yo no sé en qué hora les fueron a dá a ustedes mero ese cargo —le decía su mujer a Chivigueta. —Porque somos chingones, vieja. Por eso. Ni en Juchitán hay vigilantes tan chingones como nojotros. Somo tan cabrones que ni uno se acerca a queré robá lo que cuidamo. — ¡Aaah pobre! Una nomás les van a hacé. Con las talega de fuera los van a dejá, vas a vé. Los dos se fueron por la calle principal, abrazados; dicen que los vieron detenerse cerca de la casa de Chico Mezcal, se echaron un fajazo del aguardiente que traían en su anforita, brindaron por las muchachas de las cantinas y siguieron su marcha. Caminando por toda la orilla de la carretera y con toda la alegría desbordante que llevaban, les dio por recitar los versos de Antonio Plaza, ellos no eran de cantar, más bien les daba por declamar cuando se ponían ebrios; así que, abrazados y a una misma voz, decían:

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“¡Ámame tú también! Seré tu esclavo, tu pobre perro que doquier te siga.

Seré feliz si con mi sangre lavo Tu huella, aunque al seguirte me persiga

Ridículo y deshonra; al cabo, al cabo, Nada me importa lo que el mundo diga. Nada me importa tu manchada historia Si a través de tus ojos veo la gloria.”

Y en cada verso, en cada palabra emitida al viento, soltaban estruendosas carcajadas y gritos que desgarraban sus gargantas. La tarde era vieja pero lucía con claridad aún; el par de alegres centinelas se disponían a continuar “la fiesta”, en su area de trabajo, sorbiendo uno a uno del preciado elixir de los dioses, que guardaban celosamente en su anforita. Más de pronto Tino Chivigueta se quedó como pasmado, lívido, con la mirada clavada hacia un punto del camino. —Ora sí, ya nos cargó la chingada, viejo —dijo mecánicamente, como si hubiese recobrado el juicio y estuviera viendo al mismo diablo. — ¿Qué´s? —Ahí viene el pinche supervisor, y se va a dá cuenta que tamo hasta la madre. ¿Y ora? —Esconde el ánfora y párate derecho. Si se pone pendejo y nos corre…pues nos vamo a seguí la pachanga a Unión. Ya no hay nada más que hacé. El supervisor bajó de la suburban, no venía solo, traía compañía. —Buenas tardes compañeros —gritó, al tiempo que caminaba presuroso hacia la pareja—. Hoy tenemos visita, está por aquí el delegado regional. —Hasta aquí llegamo, Chivigueta. Agarra tus chivas y jalale —dijo en voz baja Aquileo. Cuando tuvieron al supervisor frente a frente, se dieron cuenta que traía el rostro más colorado que los camarones frescos que vendía la Chicapeña. Al mismo tiempo descendían de la camioneta, al menos seis personas más. Uno vestido de

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guayabera y cinco vestidos de charro. El supervisor y el delegado regional, estaban más borrachos que los vigilantes venteros. —No se espanten, hoy es el aniversario del sindicato. Trajimos unas botellitas y mariachi para convivir un ratito con ustedes, íbamos de paso, pero dijimos: “vamos a darle una vueltecita a los venteros”. Y aquí estamos. Orale muchachos cántenle aquí a los paisanos de La Venta. El delegado regional no habló mucho, solo dijo que quería vomitar. Se armó la “cantadera” y la “tomadera” en el monte. Jefes y subordinados, en plena efervescencia. Los vigilantes no tenían ya nada que decir, solo se acomodaron en un palmón viejo a meterle duro al whisky que habían llevado los visitantes. —Pásame el “güijsqui”, viejo; aaah que bonito es lo bonito.- Decía Tino Chivigueta. —Se bieran traído unas chamaconas del Zapote, hombreee… —dijo Aquileo. Ni los unos supieron cómo se fueron los que llegaron; ni los otros supieron cómo se quedaron los que ahí ya estaban. Ebrios a más no poder. Serían alrededor de la una de la madrugada, cuando Aquileo “el viejo” abrió los ojos, pues la necesidad de cuerpo lo apremiaba a levantarse, tenía ganas de orinar, pues. Al principio supuso que sería su estado etílico que aun no lo abandonaba, lo que estaba provocando que de repente empezara a escuchar unos ruidos, que provenían de la parte por donde había cables y tubos de acero. Buscó a Chivigueta, en medio de la oscuridad distinguió su cuerpo en posición de cubito dorsal, embrocado, abrazando al viejo palmón. Se apresuró hasta donde se hallaba el cuerpo y comenzó a sacudirlo. —Tino, Chivigueta…Chivigueta. Despierta cabrón, toy escuchando ruidos. —Eeeh, ¿Onde? ¿Que jué? —Escucha. Viene de allá, por onde tan los cables y tubos. —Sí, sí…ya oí. Son como serrucho, como seguetas…y parecen varias.

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En efecto, el ruido que provenía de la zona de materiales era una especie de “zzzrrrr, zzzzrrrr, zzzzrrrr”, todo indicaba que eran filos de seguetas que estaban siendo utilizadas para cortar metal. — ¿Y que hacemo, viejo? —Agarra el machete, yo llevo el garrote. Se me hace que nos están chingando material, tan cortando cables. —Vamo, pué… —Pérate, pérate…ya no se escucha. A lo mejor ya se van…déjalos. Así ta mejor… — ¡Ahí´stá…ahí´stá otra vez! Oyelo…viejo. Oye el ruido. ¡Me lleva la chingada! ¿Que hacemo? —Pues…vamo a tené que ir a vé. —Pero…ni sabemos cuántos hay ahí. ¿Y si train pistola? ¿Y si nos ponen una trampa? Nos pueden está esperando, para darnos en la madre...viejo. —Uta madre…ya me tas metiendo en duda, coño —decía Aquileo, un tanto destanteado, inseguro. — ¿Qué hacemo, pué…? —decía Chivigueta, sentado en el palmón, sosteniendo su cabeza entre sus manos. —No sé, cabrón. Ya me metiste en duda. Al viejo le sudaban las manos con cada palabra que salía de su boca. Comenzó a temblarle la quijada. — ¿Y si me voy corriendo a visarle a los poli de la agencia? —dijo Chivigueta, solo por decir. —Y como la chingada vas a salí de aquí, pué…? A lo mejor ya nos tienen sitiados. — ¡Que hacemo, Dios mío…ayudanos! —Imploró Chivigueta…volteando la mirada hacia las estrellas…y se les escurrieron las lágrimas—. Yo no quiero morí… —decía. Desde que habían escuchado por primera vez los ruídos habían pasado dos horas; lejos de ir disminuyendo, se mantenía el constante “zzzzrrrr, zzzzrrrr, zzzzrrrr” Al ver el llanto de Tino Chivigueta, Aquileo tomó la decisión de no hacer nada.

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—Mira, si nos quedamo sin movernos, dejamo que se lleven lo quieran, chance no nos pase nada. Cálmate, manito, ya no llores. En cuanto deje de sonar el ruido es señal de que ya se fueron, a esa hora vemo lo que se llevaron. Fueron horas eternas, el ruidero seguía. Todo lo que no habían vigilado en quince días, lo pagaron con esa eternidad de tiempo que transcurría. Apenas fue llegando la claridad de la mañana, también el valor les fue haciendo clarear el alma. —Ahora si, ya ta claro. Vamo, agarra tu machete. Yo voy por delante con el garrote. Ta muy cabrón que se hayan pasado toditita la noche cortando fierro. —Y siguen todavía. ¿Oíste? Si los agarramo orita, no me detengas a l´hora que le vaya a meté cuando menos unos planazo de machete a los jijos de la chingada —dijo Chivigueta. Avanzaron de manera sigilosa, el corazón les hacía “tun-tun-tun” y los “corta fierro” hacían “zzzzrrr, zzzzrrr, zzzzrrrr”; con cada paso se les iba tapando el felgo, con cada paso se acercaban y el ruido era más intenso. Solo los separaba un matorral. —Préstame el machete, yo voy a entrar primero. Tú no entres de una vez, espera un poquito pa destantiarlos —dijo Aquileo tomando el machete de manera resuelta. Soltó un filazo a un montón de higuería que le estorbaban la vista y el paso. — ¿Que jué Manito? —gritó Chivigueta, escondido en el matorral. — ¡Ora sí nos cargó la chingada! —Gritó Aquileo—. Miraaaa, miraaaa, mira a los jijos de la chingada que nos tuvieron espantando toda la noche.- Soltaba machetazos a diestra y siniestra, entre el “zzzzrrrr” y el “plin-plin” del machete; Chivigueta irrumpió con el garrote en mano dispuesto a dar la batalla a muerte contra quien fuera. Al ver aquella escena, Chivigueta se quedó atónito, no daba crédito. Comenzó a llorar y a reír a carcajadas al mismo tiempo. Ante su vista se presentaba un claro de terreno de siembra, lleno de milpitas recién nacidas; y entre surco y surco, se veían como si fuera un ejército, decenas de estacas de las cuales pendían

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mecahilos que se sujetaban entre sí, como si fueran tendederos de ropa. Eran varas para espantar zanates. Y cada vez que el viento se filtraba por entre los hilos producía un sonido que sonaba “ zzzzrrrr, zzzzrrrr, zzzzrrrr”. Tirados entre los surcos, los vigilantes reían como guichas, hasta pataleaban, uno de ellos dijo que el otro hasta se orinó de la risa, aunque más bien ya se había orinado de miedo. El misterio de la noche estaba resuelto, aquellos valientes vigilantes seguían tendidos en el suelo y entre risas y llantos agradecían que los “malhechores” hubiesen resultado: varas con hilo para espantar zanates. De no haber sido así, según ellos, aquello pudo haber terminado en una batalla campal muy sangrienta. “La sangre biera llegado al ríu.” Dijo Tino Chivigueta a Aquileo “El Viejo”. Ese día juraron tomar con más seriedad su trabajo. También juraron que esta historia no se debía conocer en el pueblo, pero a uno de ellos se les soltó la lengua un día que andaba de borracho. Y cada vez que algún malhechor quería hacer de las suyas en esos sitios, dicen que siempre portaban con una segueta para producir un ruido que espantaba a los vigilantes. “Son los mecatitos espanta zanates.” Decían. Esta fue la historia de los vigilantes eólicos de La Venta.

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La que te vino a mostrar el mar

Hijo mio: La vida es un mar, para sobrevivir hay que saber nadar. Mientras más te adentres en ella, mas tesoros vas a encontrar. Si tú decisión es quedarte en las orillas, ya por miedo o por pereza, solo haz de recoger arena. En el mar solo se perciben horizontes, pero la fe te dice que allende el horizonte hay lugares para vivir, hay tierra firme. Tendrás que hacer tus propios caminos...no temas por la cantidad de agua que veas a tu alrededor, recuerda que todo ese caudal ha bajado del cielo, y aquel que hizo los cielos y la tierra sabe de antemano de tus necesidades, no te deja solo.

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Y cuando navegues en medio de la oscura noche de tormenta recuerda que estaremos contigo, aunque no nos veas, de eso se trata la fe. Aunque sientas desfallecer, sigue, una brazada mas, quizá eso haga la diferencia entre llegar o fenecer. Hoy estás en mis brazos, pero mañana, con el dolor de mi corazón, te he de soltar en ese mar, en esa vida...y pasado mañana tú harás lo mismo con tus hijos. Y cuando me haya ido de este mundo,porque la vida es así, ten siempre presente a quienes te mostraron el mar, la vida...y honralos en tu memoria y con tus actos, nunca menosprecies sus consejos. Sabe bien que ellos gustosos habrían dado la vida por tí. Y si así lo hicieres, nosotros que estaremos en otras dimensiones nos alegraremos por haber dejado en este mundo a un hijo como tú. Y cuando te llegue la brisa fresca del mar, sabrás que andamos cerca, muy cerca de tí. Te quiere; Mamá, la que te vino a mostrar el mar.

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Día de fiesta

"Hay fiesta en mi pueblo...las campanas lo gritan riendo..."

El arco iris que bajó del cielo ha venido a colocarse en la enramada; la alegría contagiante del gentío se cuela por las calles, las casas, los campos...hasta los chuchos se sonrien. La chiguititada que se niega a quedarse en casa, son los primeros en llegar a la enramada, son los primeros en llenarse la cabeza de tier...ra...son los primeros en comer...son los primeros en reir y gritar...son los primeros en llorar...y son los ultimos a la par de los borrachos en quererse ir. Pero en medio de esta parafernalia, también subyace la presencia de los paisanos que se han marchado a otras dimensiones celestes; sí, porque a nuestros difuntos los llevamos en nuesta memoria y en nuestro corazón; por tanto, cuando el corazón se alegra, ellos también se alegran juntamente con nosotros. En medio del gentío puedo ver bailando al son de la sandunga a

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mi nana Lola abrazada con tia Yencha, a mi tia Joaquina bailando con su hermoso traje bordado, con la cabeza llena de "vejigas" multicolores; veo a tia Pana sonreir al ver que Lipe Sandía se ha quemado con el "tiempo"; aún veo a tia Felipa y tia Modesta bailar de extremo a extremo de la enramada, de un horcón a otro horcón...siempre las ví bailar juntas sin perder el paso. Esta fiesta es también un memorial para los antiguos que se fueron...

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La otra llorona…la de mi pueblo (Los amantes de la casita de Tejavana)

Para las mujeres que han amado, aman o amaran; a las que cayendo y levantando siguen creyendo en el amor. “Aquella mujer lloraba por todo; triste, lloraba; contenta, lloraba; amuinada, lloraba; hasta cuando dormía dicen que echaba su llorada. Como diría mi Nana: ´ni bien ni mal´.” Quizá el tiempo en que ubicaremos esta narración, nos parezca un poco distante y ajeno a nuestra época. Sucedió en los tiempos de los rebeldes; al menos eso es lo que recuerda de su época infantil tiu Cheno quien ha sido el que me transmitió, el chisme para muchos, la pura verdad para él y para mi es una historia. Y punto.

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Nicolasa Concepción, joven bella, originaria del ejido La Venta; solía pasearse por el pueblo con su palangana de carne de cuche, ofreciendo la mercancía a “familiares, amigos, compadres y a todo el público general”; en ese entonces tendría unos diez y seis años, lo que resultaba un tanto incomodo para sus padres, ya que empezaban a concebir la leve sospecha de que la “Nicochón” como le decían de cariño, ya se estaba convirtiendo en una mujer quedada. La edad madura para el casamiento en esos tiempos era a los quince años. Yo he llegado a pensar que buscaban economizar, boda y quinceaño juntos. —Es que no va bé un ´hijuedios´que se fije en m´hija, pué, tú…? —decía tia Chón de Nico; Chón por Concepción, su nombre y Nico por el nombre de su marido, tiu Nicolás. De esa combinación resultó el nombre de la muchacha: Nicolasa Concepción. — ¡Al saber!; Pero… nomás te digo que si me resulta marimacha, a puro planazo de machete me la guá garrá —decía tiu Nico, retorciendo entre sus manos el sombrero de palma que se había quitado de la cabeza. —Como vas a cree que sea marimacha m´hija, Nico. ¿No ves que delicadita es, pué…? por todo llora. Las marimachas no son delicadas como ella, al menos la Memelochera, no es así, dicen que a esa hasta con su tarraya la han visto pescando en el ríu. —Yo no tengo que ver con la Memelochera; yo nomás te digo que Nicolás Eleuterio Perez Alegría, no va andá teniendo hijos marimachos ni mampos, eso sí, te lo digo recio y despacio. —Deja de gritá, los diablo. Te va oí toda la vecindá. Y por andá de renegado, te va vení castigando Dios. —Yo ya te dije…bueeno… —Ya cállate esa bocota, y lávatela que llena de “aguemasa” debe está. —Aaah feu hablas, Chón —dijo tiu Nico poniéndose el sombrero en la cabeza y saliendo a respirar aire más liviano al patio.

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La Nicochón había nacido en tiempo de agua; decían en el pueblo que el día en que nació “no nacieron las flores ni cantaron los ruiseñores”, sino que cayó un porrazo de agua que duró veinticuatro horas con treinta y cuatro minutos, los segundos no los contaron, porque el viejo reloj no contaba con segundero. “Va sé un parto de agua” le habrían dicho las parteras a tia Chón. Y como fue, agua por fuera, agua por dentro. Esa era la explicación que la gente atribuía al carácter “chillón” de la Nicolasa Concepción. Nació en el agua, nació del agua por eso tiene tantas lagrimas y pues…lo del agua al agua. —Se me hace que a esa muchacha, pozo l´iba sé Dios. ¡Es un nacedero de agua! —decían algunos viejitos. Un año antes, cuando la Nicochón cumplió los quince años, La Venta toda quedó maravillada por la llegada de los trastes de peltre; todos los trastes que habían conocido eran de barro. Un muchacho vendedor que iba de paso, de Juchitán a Chiapas, se le hizo tarde en el camino y decidió quedarse en el pueblo. Toda su carreta iba llena de peroles, bandejas, pocillos…hasta cucharas, todas de peltre. Cuando las señoras de La Venta vieron aquel arsenal de trastes azules y brillosos, también les brillaron los ojos. Le pidieron al paisano de Juchitán que se quedara a vender, por lo menos un día aquella maravillosa mercancía. El muchacho aceptó “de todas formas el chingado viejo panzón de mi patrón, ni cuenta se va a dá” pensó. Y fue aquella tarde de la vendimia, aquella tarde que instalado en el corazón del pueblo, con todos sus utensilios de peltre regados por el suelo, alrededor de la carreta, recibiría la descarga eléctrica del amor. Un rayo fulminante de pasión y arrebato le atravesaría por en medio su corazón henchido de ternura. De entre una multitud de quince paisanas que parloteaban, y que parecía que hablaban lenguas extrañas, ya que de tan emocionadas que estaban al ver aquellos utensilios tan lisos y azules, no se les entendía nada, todas hablaban al unísono; en medio de esa multitud de quince, surgieron unos ojos brillosos y medio llorosos que extasiados contemplaban al joven

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vendimiador. Él sintió el fuego abrazador de aquella mirada, al buscar su procedencia, se encontró de frente con la mirada dulce, tierna, supra-terrena de la Nicolasa Concepción. Sus ojos se encontraron, sus miradas traspasaron el umbral de lo desconocido; se internaron por senderos insospechados e insondables de la vida humana, de la misteriosa conjunción del universo, de la armonía plena; en pocas palabras: se enamoraron; a decir de tiu Cheno “se los cargó la chingada”. Ahí conoció la gente de La Venta, el fiado. El noble enamorado, llamado Vicente Chiñas, perdió la noción de la propiedad privada y le dijo al mujerage que agarraran cuanto quisieran y que cuando volviera de Chiapas le pagaran. A una mujer no se le ruega que compre, solita va a buscar donde vendan y si es fiado, mejor. La gente se endrogó; decían “total…pa´cuando regrese, ya va bé mazorca pa´darle...” Pobre de aquellos enamorados que en aras de quedar bien con la dulce amada, no saben lo que hacen y se vuelven guidxas. Pues eso le pasó a Chente Chiñas, se volvió guidxa por amor. Ni que decir de la Nicolasa Concepción; prendida como manguito tierno de la rama más alta del palo, se aferró a ese cariño recién nacido. A partir de aquel día todo mundo salía a las calles llevando consigo sus trastes de peltre: para mercar la comida, acarrear agua del río, a ordeñar, vender mercancía, o simplemente se les veía por las calles con sendos peroles simulando que andaban en sus quehaceres. Era la novedad, la moda. Los cajetes y cazuelas de barro quedaban arrinconadas a sabiendas de que la gente retornaría al barro, esa es la ley de la vida: volver al polvo, a la tierra, al barro. El Chiñas apuntó en un cuadernito, los nombres o apodos que le fueron dando. Ya su mente estaba trastornada, extraviada en los laberintos de la sinrazón. Por tanto daba lo mismo que apuntara lo que fuera; aquí fue donde acuñó aquel pensamiento que mucho tiempo después se le atribuyera a Man Paleta “No importa que no me paguen, pero se los vendí caro”.

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No se supo quien buscó a quien; porque el amor va arrejuntando a las almas que la providencia ha destinado para que se fundan en los deleites del maravilloso arte de amar. Aquella tarde se encontraron en una casa abandonada a las orillas del pueblo; casita de tejavana que el tata de la Nicochón había dejado abandonada al morir. Sus miradas lo decían todo; hay palabras que sobran cuando la luz de una mirada ilumina el camino oscuro de la soledad. Ahí estaban ella y él, él y ella; frente a frente como si fueran las dos únicas almas que existieran sobre la faz de la tierra. El sol rojizo se resistía a ocultarse entre los cerros, sentía celos de que fuera la luna la única testigo del arrebato de aquellos seres embriagados de dulzura; cada vez la luz de sol se tornaba más roja, como sangre. Cuando el sol sucumbió entre los montes, ellos sucumbieron entre abrazos, besos…y la entrega del tesoro virginal que habían guardado celosamente para este día tan esperado. Se entregaron como cuando se entrega desde el cielo, el agua de la lluvia, para dejarse caer en la tierra seca, agreste, de Pasochivo. Con pasión, con sed, con ansias inusitadas y como dijera el poeta, Lorca: “sus muslos se me escapaban, como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frio”. Él, recordó a Neruda: “ Me gustas cuando callas porque estas como ausente”, ella se tendió a llorar, fiel a su condición de llorona empedernida; él la tomó de la mano y siguió insistiendo con Neruda “ Quiero escribir mis versos más tristes esta noche…”, le dijo; hasta las estrellas más lejanas y testarudas se estremecieron por la inmensidad de aquella pasión que desbordaban los “amantes de la casita de tejavana”, en ese instante un rocío inundó el pueblo, los arboles, las casas, las calles…hasta los chuchos quedaron empapados; el cielo también lloró; de alegría, de tristeza…¡sepa Dios! Puedes haber vivido toda una vida, pero hay algunos momentos que no cambiarias por nada. Ellos dijeron que todo lo cambiaban gustosos por esa hora. Juraron amarse hasta la muerte, ella llore y llore…y él duro y dale con Neruda.

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Entre suspiros y sollozos, la Nicolasa Concepción, le dijo: — ¿Me queres, Chente…? — Diamadre, Nicolasita —le dijo el interpelado, dejando por un momento a Neruda, con la desesperación de querer decir todo de un jalón; le salió del corazón “lo vende-peltre”. —Antonces, quédate —dijo ella, con una suavidad inusitada. —Voy y güelvo. Ta cerca Chiapas, llevo un entrego. Al regreso nos amo a casá, chunca, te lo juro por San Vicente Ferrer, patrono de Juchitán. Que me parta un rayu si no güelvo. La gente de Cheguigu tenemo palabra. ¿Si tanto que te quero, como no voy a volvé, pué…? —No me dejes, Chente... —decía la Nicochón y se anegaba en llanto, bebiendo un poco de sus lágrimas para que no se ahogara. —Así tiene que sé, Nicolasita. Me tengo quir…, en dos meses ya toy de vuelta —y lloraba más la susodicha. Aquella madrugada, con la luna y los luceros encendidos en el ancho firmamento, él, unció la yunta, los pegó al timo de la carreta y agarró rumbo por el camino que lleva a Chiapas. Ella fiel a su condición lacrimosa, no le quedó más que echarse a llorar; y bien se lo decía tia Chón de Nico, su madre: “Lo que no se te va en llanto, se te va en suspiros, m´hija”. Vicente Chiñas, iba cante y cante por el camino. Le compuso muchos versos a su amada, anotándolos en su cuadernito del fiado. A cada bandada de pájaros que veía pasar por los cielos le gritaba a todo pulmón “Heeeey pajaritos, estoy enamoradoooooo” “que viva mi Nicochón, que viva mi Nicolasaaaaa. ¡Que viva el amoooorrrr!”. Yo no sé si a esa hora los pájaros movían la cabeza por el viento, o por la pena. La Nicochón se volvió más retraída a partir de ese día, ya que del romance solo lo sabía ella, él y el cielo; por tanto no podía desahogarse con nadie. Ahora no solo tenía que tragarse sus lágrimas, sino también sus palabras. Pero, suponiendo que se lo contara a alguien, difícilmente la entenderían, ya que en el pueblo, en ese tiempo era raro que la gente se casara por amor. “¿Amor? ¿Y eso qués…? Aquí no andamos con chingaderas o

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mamperas, o te juyes a la güena o te arrastro por todo el ríu…” Así eran los hombres rudos y tercos de La Venta. Pasaron los dos meses fijados por Chente; no volvió. La Nicolasa Concepción que había jurado fidelidad, se mantenía firme y con la esperanza de que un día la vida le devolviera a su amado, que lo trajera de vuelta por el mismo camino por que el que agarró rumbo aquella madrugada. Y fue precisamente aquella mañana, en que la Nicochón recorría las calles del pueblo con su palangana en la cabeza, vendiendo “carne de marrano gordo”; después de un año de aquel juramento en la casita de tejavana y sin que el buen Chente Chiñas diera señales de seguir en este mundo; precisamente esa mañana, llegaba al pueblo un hombre gordo, pelón y panzón, en una carreta llena de trastes de aluminio. El cargamento venía de Juchitán, para ser más exactos, de Cheguigu. En cuanto Nicolasa se enteró, no cabía de los nervios, sabía que aquí se tendría que aclarar el misterio de su “amante de la casita de tejavana”. Se aseó como nunca; se vistió como nunca; machacó un poco de las llamadas flor de un rato, las coloraditas, para ponerse en los cachetes. Nunca en su vida la Nicolasa Concepción habíase transformado con tanto ahínco; nunca los lugareños habían visto semejante belleza femenina caminando por la calles rusticas y pedregosas del pueblo. Ahí va la Nicochón, garbosa, altiva, gallarda, majestuosa; su enagua se acompasa al vaivén del airecillo que viene del sur; de su cabello brota un olor a cintule. Es una princesa reencarnada. El vendimiador de hoy es Ta Chinto, el patrón de Chente Chiñas. Este no da fiado. La gente no se acerca por temor a que traiga entre sus pendientes el cobro de los fiados del año pasado. Por tanto, el tiempo y el espacio son para Nicolasa; ella pregunta, indaga, inquiere, averigua; en cada palabra que Ta Chinto profiere, el rictus de la Nicochon va adquiriendo un tono grisáceo, casi cadavérico; su mirada se pierde en la inmensidad de la nada, en el vacío absoluto. Pero, cosa curiosa, no llora. Se ha quedado pasmada, como tullida.

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—Soy su patrón. Hace un año, por allá por el rumbo de Arriaga, allá quedó tirado este pobre paisano, mi pobre vendedor, el Chente. Se murió. Cayó de la carreta, se desnucó. No hacía mucho, dicen que lo vieron pasar por una ranchería, lo oyeron que cantaba y gritaba al cielo. Iba a legre el pobre Chente; seguramente porque le estaba yendo bien con la venta de trastes. Solo nos trajieron a Cheguigu el cuerpo embalsamado; en la bolsa de su pantalón solo encontré un cuadernito enrollado; en las planas del cuaderno vienen muchos nombres y apodos de gente, ha de ser gente de Chiapas; pero también anotó unos versos, al saber a quen le andaba cantando ese gallito. Pobrecito, Chente; Diosito lo tenga en su gloria. Nicolasa estaba lívida. Sentía que el cielo, ayer su cómplice, hoy le daba la espalda. Pidió el cuadernito, se lo dieron. Vio en aquel cuaderno arrugado los renglones medio torcidos de su amado Chente: la lista de gentes y los versos, rescato uno de ellos como muestra:

“Ahora si ya me volvió la vida con mucha gana Mi niña me la ha degüelto Ora sé por qué toy vivo:

Es pa´queré a esa santa mujer; Y vamo a viví feliz en la casita de tejavana”.

Nicolasa ya no pudo mas, aquella losa era superior a sus fuerzas; en lo que Ta Chinto se descuidó, ella se metió el cuaderno entre el refajo y salió tambaleándose para el rumbo del panteón. Caminaba como borracha; algunos burlistos del pueblo le gritaban “¡Ora Nicochón borracha!”, uno que otro Chucho salió a ladrarle, pero al ver aquellos ojos negros como la noche, se espantaron mucho y se iban a esconder debajo de la carreta. Fue en la sepultura de su tata Eleuterio, donde el llanto contenido hasta ese momento, se desbordó, como cuando el río crecido sale de su cauce. — ¡Aaaay Chentitoooooo, on tás chuncoooooo. Yo te tuve esperando papá…, así como me dijiste que hiciera…! —gritó con todas su fuerzas, un grito que salía de los más profundo de sus

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ser y donde su alma se vaciaba frente a la tumba de su tata. Y agarró rumbo. Y desde ese día, ya nunca se supo más de la Nicolasa Concepción; la buscaron hasta por debajo de las piedras: se la tragó la tierra. Y a partir de ahí, surgieron los mitos, las leyendas, los chismes: unos decían que se había ido caminando hasta Juchitán, a buscar la tumba de Chente Chiñas, y ahí encima de la sepultura de su fiel enamorado, ella, la Nicolasa Concepción se murió de hambre, porque de lo que es de amor ya se había muerto. Otra versión que corrió es que se había internado en los cerros, y que todas las noches de luna clara, bajaba al pueblo, se metía en la casita de tejavana a darle rienda suelta a su llanto, siempre con su lamento “¡Aaaay Chentitoooooo, on tás chuncoooooo. Yo te tuve esperando papá…, así como me dijiste que hiciera…!” Pero también hubo quienes la desprestigiaban diciendo que era la Cuchibruja, la Coluda o la Chuchaprieta y que solo venía a La Venta a buscar hombre, a robar marido. Por supuesto que quienes esta tesis sostenían eran aquellas mujeres que quedaron registradas en la libretita del fiado de Chente Chiñas, y sabían que Nicolasa se llevó entre sus refajos. Por mucho tiempo se siguieron escuchando los lamentos, la gente lo aceptó como parte de su historia y aprendió a vivir con sus leyendas y sus muertos; la casita de tejavana se la llevó el agua del río. ¿Y las que agarraron fiado? Nunca pagaron; aunque a decir de mi nana Lola “Todo en esta vida se paga, m´hijo, lo que aquí haces, aquí lo pagas”. Por eso cada vez que escuchaba que decían en el pueblo, “fue Man Paleta el que dijo: ´no importa que no me pagues, pero te lo vendí caro´”, yo nomas me acuerdo de Chente Chiñas…y me entra la “risadera”…y ganas de llorar también, por los amantes de la casita de tejavana. Pues… eso es lo que quería contarles de la otra llorona…la de mi pueblo. Mi paisana Nicolasa Concepción; alias la Nicochón.

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La Pila

Hoy van a abrir las compuertas de la Pila; desde ayer corrió el chisme entre la chamaquitada del pueblo. Desde que empezó lo más duro de la sequía las compuertas se sellaron, Guzman el canalero llegó en su motocicleta y le puso los candados. “Si apenas hay agua pal riego, cuantimás pa andá tirándola por el dren” nos dijo Guzman el día que lo encontramos en su caseta, del otro lado de la carretera. Al parecer ha estado lloviendo por el rumbo de Jalapa, por eso el canal ya tiene bastante agua. Por eso es que ya se abrirán las compuertas de la Pila. ¿Que como lo supimos? Alguien lo dijo ayer en la escuela y una vez que el rumor se esparció, nadie lo pudo parar. Mi madre no quiere que vaya por el rumbo de la Pila “ese lugar no es pa chamaquitos biuchitos” me dice, “no toy tan bicuchito, má…ya tengo nueve, ya sé nadá” le digo y me voy corriendo para no darle más tiempo de pensar en otras objeciones.

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Hasta ahora no se ha ahogado ningún chamaquito en la Pila; no voy a decir que no han pasado cosas, claro que sí han habido a quienes los ha arrastrado la corriente hasta por lo tulares, también habido a quienes se los ha tragado por un ratito el remolino, pero luego salen, medio sonsos, pero salen. A la Pila solo se meten los valientes, a los cobardes los mandamos a bañar en la orillita del canal, junto con las señoras que lavan ropa, para que los cuiden. Yo si le tengo un poco de miedo al “corriental” de agua que sale por la compuerta, pero al ver a otros mas biuchitos que yo, el miedo se va, se hunde en el agua. Son las cuatro de la tarde; terminé la tarea de la escuela lo más rápido que pude, luego mi padre me pidió que le picara calabazas a los toros, también lo hice rápido. Antes de que me fuera a dar otra tarea me salí corriendo por el chiquero de los cuches, sin que se diera cuenta. Cuando me busque ya estaré bañando en medio de la Pila. Las cuatro de la tarde es buena hora para bañar en el canal. Ya solo es cosa de esperar que el canalero llegue. A este evento a concurrido los chamaquitos de allá bajo, los de allá arriba, los del centro; hasta me pareció ver a un chamaquito de Unión, yo creo que debe andar perdido o venía dormido en el carro teco y se bajó en La Venta y se perdió. — ¿Y quen mero es que dijo que a las cuatro venía Guzman, pué…? — ¡Al saber, tata…! Yo lo escuché en la casetita de tia Reyna Ché. Ha pasado una hora desde que las sombras nos indicaron que eran las cuatro de la tarde, de la algarabía hemos pasado a caras largas; algunos en su desesperación han ido a buscar a Cañero, el caballo colorado de tiu Beto Jimenez, siempre anda por estos rumbos y yo creo que se siente como un chamaquito, aunque a decir de mi tata: “este ya es un caballo camastrón.” Tres chamaquitos van sentados en el lomo de Cañero, otros tantos, le jalan la cola para que corra más aprisa, pero él lleva su paso, no tiene prisa de nada. Otros niños han comenzado a tirarse

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clavados desde el sifón; pero los más testarudos, los más ortodoxos, los más fundamentalistas: no damos un paso atrás; estamos parados en la carretera frente a la compuerta de la Pila; en espera del canalero que no llega y ya se nos ha empezado a calentar la sangre. —No va llegá este hijuelachingada —dice mi primo Rey puya. — ¿Y que vamo hacé si no llega? — ¡Pues denle en la madre al candado! —grita una voz infantil anónima, que brota como de las profundidades de las aguas del canal. — ¡Pues…eso vamo hacé! —dice mi primo, al tiempo que ya viene encarrerado con una piedra del tamaño de una cabeza humana. Entonces empieza un griterío endemoniado; los jinetes se bajan del Cañero y corren hasta donde estamos, los nadadores y clavadistas, salen del agua como mojarras hambrientas que se quieren comer las tripas que se le avientan. — ¡Dale, Rey…ora, dale! Despedaza a ese pinchi candado —le grita la chiguititada al primo, y este que no ha esperado ordenes de nadie, ya le ha propinado sendos machucones al candado que va cediendo lentamente hasta quedar completamente despedazado. Y por aquello de las dudas, atrás de Rey, estamos otros tres con tamañas piedras para rematar la hazaña. El júbilo es enorme, los gritos despiertan del letargo hasta a los difuntitos del panteón de al lado que cómodamente se hayan instalados en la modorra de la tarde. Rey comienza a girar la rueda metálica, especie de volante, que va aflojando la cuerda de acero que sostiene a las compuertas; la abertura de la compuerta va cediendo a la presión del agua, que sale disparada como los “cuetes”; el chamaquitero baja, comienzan a resbalarse por las corrientes dejando que el agua los arrastre a su antojo; todos ríen, gritan, aúllan, maúllan, balan, mugen…y hasta lloran; el que llora es un chamaquito de allá abajo que se ha golpeado con el muro de cemento, pero al ver que nadie le hace caso, se tira de

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nueva cuenta en la corriente y sus lagrimas se funden con el agua de la Pila. Todo es felicidad en la Pila. No sé si la Pila la hicieron cerca del panteón adrede, porque yo supongo que con este griterío en que andamos todo el chiguititero, a los muertitos también les entra la alegria. Seguiremos en el bullicio y la nadadera, hasta casi entrada la oración…o hasta que algún “viejo burlisto” grite desde el tular “¡¡¡Por aquí anda una masacuata!!!” Y todos habremos de salir en estampida. Volvemos a casa con el cuerpo “apozolado” y los ojos como “huevo de chuco” dijera la Nere de Maria Tocho. En casa me esperan…sí, pero darme una tunda de chirrionazos. — ¿No sabías que tenías que ir a trai agua al ríu, hijuelachingada? —me dicen. —No me dijiste —respondo. —Pues si te pelaste, como te lo guá dicí. —Ahí mañana tempranito voy —digo, llorando. —No. Vas ahorita, no hay mañana. ¿Ya te divertiste, no? Hala, agarra tus cubetas. Y ahí voy, entre “claroscuro” de la tarde, con mis cubetas a cuestas hacia el río; en el bordo me encuentro a mi primo. — ¡Jaj…! ¿También te mandaron acarriá agua, pué…? —Sí. Y también me metieron unos chirrionazos…pero que m´importa, ya me divertí. — ¿Y vas a ir mañana otra vez? Yo sí… —Yo también, aunque me chinguen. Ahora que se habían abierto las compuertas de la Pila, no perderíamos la oportunidad de disfrutarla. Mañana, no sabemos qué pasará, pero hoy: todos bañaremos en LA PILA.

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El pueblo que dejó de pisar tierra (Los hombres chapulines)

En mis sueños más profundos he llegado a escuchar historias verdaderamente fantásticas, que si uno las platíca, nadie te daría el menor crédito, corres el riesgo de quedar como gente de mente ociosa, como guidxa. Pese a lo anterior, me arriesgaré y les contaré una de esas historias.

* Este era un pueblo que existió hace muchos años, se situaba entre el mar y la montaña. Era gente pobre, pero no por ello dejaban de ser felices. El sustento diario provenía del campo, de sus animales domésticos; en pocas palabras: de lo que la naturaleza les proveía. Había una época del año que el pueblo por lo regular amanecía empapado de rocío, era un vapor que caía del cielo. Todo

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amanecía fresco, daban ganas de beberse el agua que quedaba impregnada en las hojas de higuería. Un día llegó gente de la ciudad, en donde “Hay mucha gente, mucha bulla…, y mucho demonio por las calles”; llegaron cargando grandes equipos, muy extraños para un pueblo acostumbrado al rechinadero de carretas. —Señores —dijeron los “sabios” de la ciudad—. Hemos estado estudiando a este pueblo y hemos encontrado que el rocío que cae por las noches, es mágico, por decirlo de una manera; en otras palabras: esa agua que cae del cielo, tiene elementos extraños que si los mezclamos en estas maquinas se puede producir energía eléctrica. Lo vamos a demostrar, solo dennos tiempo, vamos a probar con siete equipos, los pondremos en el lado norte del pueblo…y en poco tiempo podremos exclamar como en el génesis “hágase la luz…” —Y qué vamos a ganá con eso, Inge —dijo un viejito que había escuchado todo con el oído derecho, pues el izquierdo se le cerró después de que le explotará un “cuete” a treinta centímetros de distancia. —La luz para sus casas será gratuita. Este pueblo crecerá, vendrán gentes de todas partes a vivir aquí, habrá muchísimo trabajo, habrán muchas escuelas primarias…hasta una Universidad van a tener, ya verán. La gente se dio la vuelta y se fueron a sus casas, nadie tomó en serio las palabras de los “Inges sabios”; de gente guicha no los bajaron. Sin embargo, ellos, los “sabios”, tenían el terreno bien preparado. Hicieron lo que dijeron, apostaron siete maquinas en el lado norte del pueblo y comenzó el experimento. Al cabo de un tiempo, el proyecto funcionó y “se hizo la luz…” —Ahora a producirla en masa.- Dijo el “Inge sabio”. — ¿Ahora ya quieren el maíz, pa la masa? —dijo el viejito medio sordo. —No, hombre. Quiero decir que hay que producirla en grandísimas cantidades, llevarla a otros lados.

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—Pero… ¿no era solo pa´beneficiá al pueblo, pué…? — decía el anciano, un tanto confundido. —Por su puesto, para el pueblo entero de nuestro país. Este tesoro no puede quedar en este monte, tiene que salir a alumbrar al mundo. Se reunió al pueblo, el “Inge sabio” les dijo: “A partir de este momento, la vida les cambió, prepárense para ser ricos…, dejarán de caminar en el lodo, ahora sus calles serán de cemento; porque si no las hacemos de cemento, yo pregunto ¿van a meter sus camionetotas nuevas en el lodo? No señores, no; la abundancia y la modernidad ha llegado hasta Compechitlan.” Olvidaba decirles que Compechitlan era el nombre del pueblo y a la gente les decían Compechitecos. Y se llamaba así, porque había muchísimas compeches en ese rumbo. — ¿No han pensado que todo eso también trae problemas? Ahora, dígannos los problemas con que nos vamos a topá? —dijo el viejito medio sordo. —No necesariamente tiene que haber problemas, abuelo, ya tenemos todo controlado. Los estudios indican que todo va a salir de maravilla. Todas las dependencias de gobierno ya hicieron los estudios de impacto ambiental y nada grave salió. Todo va estar bien.Ustedes serán un ejemplo en el mundo —dijo el “Inge sabio.” —Pero…, paisanos, hay que pensarlo bien. Los que hayan ido a Puerto se van a dá cuenta como han quedado esas tierras después que se pusieron ahí las grandes refinerías. Hay que tené precaución… —dijo el viejito sin que pudiera concluir su arenga, ya que fue drásticamente interrumpido. —Lo de allá es otra cosa, tata. Lo de aquí es energía pura, limpia. Todo es transparente. —Ya callen a ese viejo, hombreeé. Aquí siempre hemos estado jodidos, nunca hemos tenido una vida descansada. Yo ya me cansé, quiero disfrutá. Quiero mi camionetota, la carreta ya rechina mucho. ¡Ahora es cuando compañeros…! Si este viejo no

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quiere…, pues que se haga a un lado…, que se vaya pa´l cerro si quiere, o le paso encima con mi camionetota. ¡Jajajajajaja…! —Solo déjenme decirles algo —dijo el anciano—. Piensen en nuestros hijos, nuestros nietos; no sabemo que clase de problema les vamo a dejá., con toda esta fierrazón que nos traen. —De entrada, eso ya es problema de ellos. Ahora nos toca a nosotros, esto nos tocó y vamos a disfrutarlo. Que se jodan, ellos, el día de mañana —le respondió el paisano mas cabeza dura del pueblo. —Un pequeño detalle—dijo el “Inge sabio”—. Sé que no nos van a querer vender sus tierras; dénnosla en renta; solo firmen este papelito y el domingo temprano les cae el billete. —De una vez, onde firmo…, güeno…onde guá poné mi huella, no sé firmá. —Firmen, pongan su huella. No tengan temores. El que tenga duda mañana se le explica, ahora lo importante es la firma, para que reciban la marmaja de billetes. Todos, menos el viejito medio sordo, consintieron en arrendar sus parcelas. Y en efecto al domingo siguiente les llegó dinero. La gente se reía sola-sola, “Ahora sí, encontramos una mina de oro”, “A comer y a chupar que el mundo se va acabar”, “Viva el rocío de la mañana”, “¡Vivan los Compechitecos listos!” “Muera el viejito medio sordo” Gritaban. Todos querían ser parte del “H” cuerpo de autoridades municipales; lo que otrora fue una carga, hoy se convertía en una actividad tan loable. Casi un acto patriótico, un acto de salvación. —Yo tan solo quiero servir a mi pueblo, buscaré el bien de la gente —decían los nuevos “mesías”, elevando sus ojos hacia el cielo, como buscando protección divina. —Si llego a ser Comisionado Terrenal, las cosas van a cambiar. Todo será transparente, nadie se va a robar un solo peso del pueblo —decía un candidato a presidir la Comisión Ejidal. Las calles se convirtieron en avenidas de cemento; el régimen alimenticio de los Compechitecos cambió drásticamente, ahora solo comían cosas enlatadas y en conserva. Se dejaron de ver

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carretas por las calles, fueron sustituidas por las camionetotas. Atraídos por la fama de que en Compechitlan todos eran muy ricos y felices, llegó mucha gente extraña al pueblo.

Los equipos “atrapa-rocío” comenzaron a multiplicarse, a diestra y siniestra. Al principio solo estaban en los terrenos que están cercanos a los cerros, luego se pusieron en los caminos, después en las escuelas, en las canchas, y finalmente en los patios de las casas. Aquel pueblo que un día tuvo el color verde de los arboles, pasó a convertirse en rojo oxido. Ya que muchos árboles se eliminaron como condición indispensable para que las máquinas “atrapa-rocío” funcionaran adecuadamente. El progreso nunca llega solo, llega primero pero nunca solo, viene acompañado de los vicios, el egoísmo, la insensibilidad, la delincuencia, el crimen y una retahíla de malos hábitos. Ahora el cemento no solo invadía calles, también los patios se llenaron de cemento. A pesar de tener mucho dinero, la gente dejó de ser feliz. A quienes les llegaba la muerte natural, les daba tiempo de confesar al final, que añoraban su vida antigua, donde eran pobres pero felices. La eliminación de los árboles provocó que las inclemencias del tiempo recayeran fuertemente sobre el pueblo: ya no caían los rayos normales de sol, se sentía como llamas ardientes; las calles y patios de cemento solo arreciaron el sufrimiento de aquella gente: aquel lugar se volvió en un infierno. La gente tenía que salir a buscar comida, el dinero no se come. Fue a partir de ese momento que les nació un nuevo hábito: caminar con puros brinquitos, con el fin de no quemarse con lo caliente del cemento. Hasta en las noches caminaban con brinquitos, pues el cemento tardaba mucho en enfriarse. El hábito lo tenían tan arraigado, que hasta cuando se iban a otros pueblos seguían caminando a brinquitos. Se les llegó a conocer con el mote de: “el pueblo de los brinquitos.”

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—De qué sirve ser rico, si no somos felices —dijo al fin un Compechiteco. Lo dijo en una asamblea para tratar asuntos relacionados con “lo caliente de nuestras calles y nuestros patios.” “Muy cierto…, muy cierto, muy cierto” Esta afirmación certera se fue repitiendo de boca en boca y a partir de ese momento crearon conciencia plena de lo que habían hecho con su pueblo y con sus vidas. Ya no fueron los mismos. Ya todo había cambiado. Fueron a buscar al viejito medio sordo, ya que no tenían idea de cómo revertir todo aquello. La casa del viejito estaba vacía, “La semana pasada se fue…” dijo el vecino, “solo me dijo que se marchaba con rumbo a la montaña, que aquí ya no se podía ser feliz…” Se nombró una comisión de Compechitecos, llamada “V.I.D.A.” (Vuelta Inmediata a los Días de Antes), su primera encomienda fue la de ir a hablar con los “Inges sabios de la ciudad”, los administradores de las maquinas “atrapa-vapor.” —Ustedes firmaron un contrato por “muchos años”, que no se puede cancelar —les dijeron los “Inges sabios.” —Pero…, es que nunca nos dijieron que esto iba a pasar. —La culpa es de ustedes, a ver…, ¿Quienes pidieron calles de cemento? ¿Nosotros? ¿No, verdad? ¿Quienes pidieron sus “camionetotas”? ¿Quienes solicitaron que se les pagaran rentas adelantadas por “muchísimos años”? ¿Nosotros? No. ¿Entonces? —Pero…, si tan solo nos lo hubieran advertido; los “Inges” que llegaron primero dijeron que no iba a habé ningún problema. —A esos “Inges” ya los corrieron de la empresa por mentirosos. Además…, en lo que firmaron venía las advertencias. ¿No leyeron las letras chiquititas, las trasparentes? Si hubieran puesto a trasluz los contratos los hubieron podido leer. Eso ya no es culpa nuestra, señores. Por cierto…, aprovechando su presencia les queremos informar que unos días más, colocaremos maquinas en los techos de sus casas, necesitamos incrementar la producción de energía.

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Los días y los años fueron pasando; los “Inges sabios de la ciudad”, al ver que la caída de rocío del cielo disminuía, encontraron la forma de producirlo de manera artificial dia y noche. La naturaleza, sabia en su proceso evolutivo, fue dotando a toda a aquella “gente de los brinquitos” de extremidades inferiores mucho más largas y elásticas. Para los Compechitecos, brincar era tan fácil y tan usual, que se olvidaron de que un día caminaron como hombres normales. Un día se reunieron todos para tomar una decisión definitiva. Era tan pesada y difícil aquella situación, que la vida era una losa muy grande para ser llevada a cuestas. Cuando la asamblea iba a dar comienzo, un Compechitequito entró corriendo y tropezó, pero lejos de caer, como podría suponerse, se elevó a un metro de suelo. La gente sorprendida, aterrorizada o enloquecida, veían que de los sobacos del niño salían dos extremidades que “papaloteaban” por los aires; no había dudas: el niño estaba volando. Fue la guichera total que inundó aquel recinto. Todos se dieron cuenta de que debajo de los sobacos y en la cabeza les veían brotando muñones. Todos comenzaron a llorar, porque sin duda, la naturaleza se cobraba la factura, la única duda que les quedaba era: “en qué clase de engendro nos convertiremos.” Fue aquel tiempo, aquel día, aquella maña del domingo, que todos decidieron abandonar el pueblo, se irían a refugiar a las montañas. Nadie llevó sus pertenencias, todas sus riquezas se quedaron en las casas. Y aquel pueblo, otrora humilde, se convirtió en una gran ciudad industrial, que en vez de arboles, sembraron torres. Y le cambiaron el nombre por, “La ciudad de la felicidad artificial.” Los duendes de la montaña se encargarían de lo último: cuando las gentes de Compechitlan llegaron hasta el pie del cerro, perdían la razón, quedaban guidxas y se convertían en chapulines. Y así se esparcieron por los montes, así quedaron convertidos en auténticos chapulines la gente de aquel pueblo llamado

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Compechitlan. Quizá algún día sea una más de esas civilizaciones que existieron en la antigüedad, de quienes debe haber algún vestigio por ahí, es solo cosa de escarbar un poquito para hallarla.

* Cuando desperté, vi que alrededor de mi pueblo habían grandes maquinas convertidoras de energía, dije: “no puede ser que mi pesadilla se haga realidad.” Cuando le pregunté a los “Inges sabios de La Venta”, me dijeron: “Tus fantasías no tienen nada que ver con nuestra realidad, esto está bajo control, esto es limpio, no contamina, no matamos arboles, no invadimos ni quitamos nada. Esto es ciencia, señor. No confundas ni espantes a la gente con tus historias” Entonces respondí…”Bueno…, que bueno que todo esté bajo control y sepan lo que hacen…, porque yo…no lo sé.” Y como dijera el poeta Sabines: “No lo sé de cierto, lo supongo…”

Esa fue la historia que me contaron en mis sueños profundos de mis noches más oscuras…, pero como me dicen los sabios, mis fantasías no tienen nada que ver con la realidad. Así que todo esto es producto de mi mente fantasiosa, ni me hagan caso.

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Los pequeños mercaderes de“Béla bihui” (1)

Para Karina y Alex, a quienes solía ver muy ufanos caminando por las calles del pueblo con la idea firme de que alguien los estaba esperando en cada casa visitada. Para los niños de ayer y hoy que han sabido combinar juego y trabajo, ya por gusto o por pura necesidad. Para los comerciantes de La Venta.

“En este pueblo todo se vende y se compra: desde el totopo hasta las piedras; en últimas fechas hasta el aire.”

* En la lumbre hierve el agua en una lata vieja; son apenas las cinco de la mañana, es la hora en que los matanceros alistan el arsenal con que cumplirán la tarea cotidiana. Una cuche se contonea al lado de un horcón que está en medio del patio, al ver el movimiento de los matanceros suelta algunos gruñidos muy agudos que rompen el silencio de la madrugada.

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Como si la genética le hubiese enviado señales a esta cuche negra, sus gruñidos son la antesala de un final que sabe que se aproxima y es inevitable. Es quizá el sonido que producen los cuchillos al deslizarse por la piedra de afilar, lo que provoca en ella unas ansias por zafarse del “ñudo” corredizo con que sus patas se hallan atadas al horcón. En una mesita de madera curtida por la manteca de los cuches finados, se muestra en una hilera los instrumentos de la muerte: un cuchillo puntiagudo, que traspasará la garganta del animal; otro de hoja despalmada, para desollar el cuero que se convertirá en chicharrón; un pedazo de machete viejo, para ir quitando la epidermis que contiene los pelos y una pequeña hacha para cortar huesos. Tiu Nicandro, hombre maduro con siete hijos que mantener, se ha visto en la necesidad de alternar como matancero de manera eventual, ya que dada la cantidad de bocas que alimentar, lo que se procura con las actividades del campo no le reditúa lo suficiente para la manutención de la “recua” de hijos que la providencia le ha mandado, así que, es matancero por que no le queda de otra; ya que si le quedara de otra, tal vez sería un político que viviría a costas del erario público; pero tanto él como su mujer han dicho que no tendrían estomago para la política. “Ahí se come mierda muy seguido…y nuestros padres nos enseñaron a trabajá no a comé mierda.” Argumentan. Los hijos de este campesino-matancero han nacido uno tras otro, “pa´que dar más tiempo a lo que se puede hacer de un jalón, pué…” le ha repetido hasta el cansancio a tia Marbella, su mujer; y la consecuencia ha sido un periodo ininterrumpido de siete años de embarazos, deseados o no, la cosa es que ya están aquí, ni modo de decirle a los chamaquitos que se vayan de regreso. Los hijos mayores de este matrimonio se levantaran desde el primer canto del gallo, saben que es día de matanza, se los dijeron antes de acostarse “mañana tempranito nos van a ayudá a mata la cuche”, saben bien que ese día no habrá descanso, ´desde que Dios amanece, hasta que Dios anochece´ se la pasaran

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haciendo “algo”. Los juegos serán pospuestos, primero están las responsabilidades de la casa y después la jugadera. Los más pequeños del “batallón” aun duermen, de vez en cuando se les ha pedido que vengan a agarrarle las patas a la cuche en medio de la somnolencia y el frío de la madrugada y con esto concluir el sacrificio. “Esta vida está llena de sacrificios”, dice tiu Nicandro en platicas con sus hijos; también les ha dicho “Unos tienen que morí para que vivan otros, hoy le tocó la de malas a esta cuche.” El amanecer ha traído la luz del sol y a un montón de chuchos que miran desde el cerco de paral, mantienen la fe en la benevolencia de este matancero; esperan algún pedazo de tripa o cualquier desperdicio que les llegue de pasada y con ello mitigar el hambre que traen desde que nacieron. La carne de cuche se extiende sobre la mesa; el humo que sale de la cocina inunda toda la casa de tejavana, por el color y el olor del humo se sabe que la leña es de puro espino. —Ya no se encuentra el “granadiu” cerca tia Marbella —responde Yenchito al reclamo recibido por la carretada de leña que les vendió a los matanceros. —Tú dijiste que pura leña buena vendes, ¿que los diablo voy a cocé con puro tronco de espino, pué…? —Pues aunque sea el frito… —Además burlisto, pues a ver quién te compra más leña… —No lo dije de malas, tia Marbe…es que ya no se encuentra leña de granadiu cerca, hay que meterse hasta dentro de la montaña pa podé encontrá estos palos, desde que empezaron a rozá se está acabando el monte… —Pues reclamale a la autoridá; pa que dan permiso que se acaben los palos. —Ya les dije…pero ni caso me hacen. —Si lo creu, como a pura gente cerrada nombraron de autoridá. Bueno, ahora que vas de pasada en la calle, dile a tiu Mariano que anuncie que hay carne de cuche.

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Hasta el medio día ha sido un ir y venir en la vendimia; la mayor parte ha sido fiado, pues muchos trabajan en el corte de caña y cobran cada siete días, en el supuesto de que llegue a quedarles algo después de todo lo que les descuentan en la fábrica del Ingenio. Llega la tarde y los chuchos siguen apostados en los alrededores de la cocina, quizá un poco mas resignados a la mendicidad ancestral a que han sido destinados; ya que entre el montón de chuchos y uno que otro zopilote que les ha velado el sueño llevándose las migajas que han sido aventadas al patio, no les alcanzará para mitigar la hambruna que los tiene asoleados desde siempre. Tiu Nicandro y tia Marbella, con sendos trapos enredados entre sus manos, se someten a las altas temperatura de la lumbre y de la manteca que hierve en el cazo lleno de chicharrón y en un arranque desesperado de aventar aquel cazo de los mil demonios por un lado, logran ponerlo en el suelo. La manteca hierve burbujeante, el otrora cuero convertido en trozos de crujiente chicharron, a pasado de un color “ballusco”, más bien chipa a un tono amarillento por fuera y café oscuro por dentro. “Ora sí…ya no aguanto más, hasta aquí llegué” Dice tiu Nicandro sobándose el voluminoso vientre que brilla por el sol y la manteca de los trapos que se le han pegado a la panza. Los pasos cansados se dirigen hacia la vieja hamaca que pide a gritos unos remiendos para seguir subsistiendo por lo menos una temporada de agua mas. Antes de abandonar su alma en aquel amasijo de hilos podridos, aún le queda aliento para gritar. —Nicandritoooo, Macorinaaaa; ahí les habla su mamá, ya es hora —el llamado ha sido para un par de chamaquitos que se entretienen en el patio agarrando compeches para amarrarlas del pescuezo y traerlas como mascotas. Son sus hijos menores. —Una compeche mas…y ya —dice Macorina, a quien su madre le ha pedido que de grande estudie para doctora, claro, en el supuesto de que su padre le permita seguir estudiando, ya que se le ha sorprendido en más de una ocasión rajando iguanas, por

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la simple curiosidad de ver que llevan dentro de la panza, luego las costura con hilo y aguja que se usa para remiendos de los pantalones de sus hermanos. Solo de escuchar su nombre los sapos tiemblan. —Ya es hora de que se vayan, no les vaya agarrá la noche por el zanjón; ayer vieron un guichita por anta tia Polonia Casimiro —le responde su padre una vez que se ha hundido en las vicisitudes del vaivén de la hamaca casi podrida. Nicandrito solo balbucea “ya es hora, vamo…” Macorina lleva puesto un vestidito tunco de terlenca; pese a que su madre la trenza todos los días, ella en su afán de libertad se arranca las ligas de los chongos para amarrárselas en los pies a los sapos, quedando completamente “aracha”. Nicandrito lleva puesto un pantaloncito con remiendo en la rodilla derecha, es con la que se sostiene en el suelo cuando juega a la canica; el cinturón es un pedazo de coyunda que su padre le ha confeccionado con mucho esmero, y cariño; el hijo solo ha respondido rezongando a media voz “Ni que juera yo güey pa andá con coyunda”. Pero así anda, con la coyunda en la cintura. Desde siempre la gente de La Venta ha vivido del trabajo cotidiano; la jornada diaria en el campo se complementa con las del comercio dentro del pueblo. Desde que los hacendados instalaron sus estancias ganaderas por estos rumbos esta gente ha vivido de trabajar para ganar el pan de cada día. Aquí no hay ninguna novedad en que los niños colaboren con los padres en ese quehacer de todos los días. De manera momentánea el juego se ha suspendido, los dos infantes se transforman en su nuevos personajes que irán a representar por todo el pueblo. Cuentan con escasos diez u ocho años. Ella se sube a la cabeza una tina de lamina galvanizada llena de trozos de chicharrón caliente y crujiente; el por su lado toma dos cubetas de plástico, la verde y la colorada, una va llena de frito y la otra llena de chorizo. Y reciben de su madre las últimas indicaciones y bendiciones:

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—No por andá abriendo la boca vayan a dejá que los chuchos se coman la mercancía, ¿na? —No, má… —responden al unísono. —Tú cobras Macorina…y por favor vean a quen le van a dejá fiado. Ya saben que los venteros son muy cuerudos pa pagá. —Si, má… —ahora solo ha respondido Macorina; a Nicandrito no le gustó la idea de que la tesorería quede en manos de su hermana. Por algo será. —Si no me compran dulce…no guá ir a vendé…- Dice Nicandrito con el rostro endurecido, y para sorpresa de los presentes, pues no esperaban este golpe bajo. — ¿No vas a ir? Déjamelo estar, orita le digo a tu papá que te tas a negando… —Dile…y ya te dije: no hay dulce, no voy —responde este pequeño ciudadano que ha empezado a conocer el valor de una negociación temprana. — ¡Aaah diablo carajo! Bueno, cuando pasen por anta Chon de Puli le compras los dulces, Macorina —responde tia Marbella de manera conciliadora, tratando de evitar la manifestación instantánea a que se vería expuesta en caso de seguir en la negativa a la petición del referido chamaquito. —Sí, má… —ahora la respuesta es de los dos mercaderes. —Vean que no se les vaya hacé muy tarde, anotan bien todo el fiado en la libretita…y no se anden metiendo onde no les importa. Que Dios les eche la bendición. De esta forma dan salida los mercaderes de béla bihui, los vendedores de carne de cuche, aquellos pequeños habitantes de este pueblo a quienes sus padres antes de enseñarles palabrerías les enseñan con el ejemplo a trabajar. Con la mirada en el horizonte y la tina en la cabeza, Macorina, avanza erguida, tilinte, cual si fuera un pequeño “tanguyú” que se desliza por la calle; aprendió de su madre que antes de saber leer, hay que saber contar, por lo tanto su mente está contando las casas a donde irá, los fiados que dejará, la utilidad que al final le

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quedará. Nicandrito solo piensa en dulces…y en el partido de futbol que jugará con la chamaquitada dentro de una hora. — ¿Van a comprá chicharrón? – Será la frase que anteceda al saludo en cada casa visitada. —Yo quisiera comprá, mhija, pero no hay buelto —ha sido la primera casa, la primera respuesta, la primera desilusión…el primer fiado. Así comienza la travesía de los mercaderes de béla bihui, entre el crédito y el contado, entre las casas que abren sus puertas y las que solo gritan desde dentro, entre la gente que los recibe con un vaso con agua y los que les echan los chuchos por malicia o diversión. Las penurias de Nicandrito están enfocadas en las palmas de sus manos, pues las asas de las cubetas le cortan la circulación de la sangre y se las van dejando entumidas y acalambradas. Pero además tiene que lidiar con varios chuchos que desde que iniciaron la vendimia caminan a la par, atraídos por el olor del frito que va dejando a su paso. Pese a la pedidera de fiado de la gente, la venta no iba tan mal; iban a mitad de la ruta del recorrido; mas de pronto el buen Nicandrito tuvo una visión que le cambió la perspectiva existencial: divisó el lote baldío donde se llevaría a cabo el encuentro de futbol, “hervía” de chamaquitos…pero al girar la vista a noventa grados tuvo ante sus ojos la tienda de Chon de Puli, la de los dulces. —Cómprame los dulces que dijo mamá, o ya no sigo —dijo Nicandrito, jugándose el todo por el todo, buscando un punto de quiebre para crear un conflicto y salir beneficiado “Si no me compra los dulces, me quedo a jugar futbol” pensó. —No tengo buelto, solo hemos vendido puro fiado —respondió Macorina sin voltear a ver al susodicho. —Si hay, yo vi que tia Petrona te pagó. —Pero eso es cambio de unas empanadas que me debía. —Entonces ya no sigo… —No sigas, que me importa.

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—Pues aquí se quedan estas dos cubetotas. — ¡Pues que se queden…allá tú…! —dijo Macorina sin detener la marcha y sin voltear la vista, ya por que le fuera a dar una tortícolis o porque pensó que aquel “valientito” repentino solo estaba amenazando o por que de plano de la valió madres. Ambos mercaderes “se montaron en su macho”, ambos medían sus fuerzas, ambos estaban en la creencia de que el otro no sería de capaz de hacer lo que decía. Si las cubetas hubiesen podido hablar, habrían dicho “¿Bueno y nosotras qué culpa tenemos, pué…?”; la verde y la colorada han quedado en el desamparo a media calle; Nicandrito se dirige hacia el lote baldío donde está la bulla, no voltea, supone que Macorina ha regresado por la mercancía; ella se ha perdido entre las casas, supone que él volvió arrepentido y ha continuado con la tarea cubetas en mano. La señal fue una mirada fugaz y profunda que intercambiaron los tres famélicos chuchos, como diciendo “Ahora o nunca” y se abalanzaron cual saetas por el aire, “volaban los desgraciados” fue el testimonio de tiu Juan Paleta, cuando fue interrogado por los mercaderes. La versión de tia Nuya fue “Hasta de los palos bajaba la chuchada, vi como algunos se les tapaba el felgo; hasta un coyote vi entre ellos…” Dijo. En menos que canta un gallo tartamudo las dos cubetas quedaron completamente vaciadas, todo el frito y el chorizo se esfumó, desapareció. Fueron a parar a la panza de los chuchos. — ¡Ya se comieron los chuchos tu mercancía! —les dijeron a los mercaderes. Regresaron los dos como alma que lleva el diablo, pero ya todo había desaparecido; hasta los chuchos volaron, solo encontraron a la verde y la colorada relucientes por las lamidas y un silencio que presagiaba una tormenta. Después de media hora de aventarse culpas mutuas y derramar alguna que otra lágrima de coraje, impotencia y miedo, al fin llegaron a un acuerdo de cómo se enfrentarían a la ley.

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— ¡Ya regresaron ellos, Nicandro! —dijo tia Marbella al ver a los dos bultos que ponían los pies en el patio de la casa. —Ja…y creu que todo vendieron, “vacidos” train los trastes —dijo tiu Nicandro, orgulloso de sus dos criaturas. — — ¿Ya vinierun chunquitos? Aaay nana, chunco paloma blanca, acabaron todo —dijo la tierna madre. —Sí…hasta querían mas.- Dijo Macorina sin volear a ver nadie. —No más que…casi todo fue fiado —dijo Nicandrito, al tiempo que mostraba la libretita llena de nombres de gente de La Venta. —Mmmhju, ahora el problema es cobrarle a todos estos venteros cuerudos.- Dijo tiu Nicandro. — ¡Nojotro lo amo a cobrá! —dijeron al unísono los mercaderes.

Y a partir de ese día los mercaderes tuvieron que hacer un doble esfuerzo en la vendimia, incrementaron sus precios para ir recuperando poco a poco lo perdido. Y ya nunca más tuvieron confianza ni en chuchos, gatos, coyotes…y toda fauna que pudiera poner en peligro su valiosa mercancía. Y en especial aprendieron que en el negocio es importante seguir una regla que su tata les había dado: “ Un ojo al gato y otro al garabato”.

(1) Bela bihui: Carne de cuche

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¿Hasta que la muerte los separe?

“El potro da tiempo al tiempo porque le sobra la edad; caballo viejo no puede perder la flor que le dan, porque después de esta vida no hay otra oportunidad.” (Simón Diaz)

* Fue hasta el doce de diciembre, sí, hasta ese día caímos en la cuenta que lo que había estado rumoreando en el pueblo era verdad: tiu Nicanor y tia Nemesia, rompían de manera “irrevocable”, después de casi cincuenta años, el lazo matrimonial. —Quien lo biera dicho. Parecía que se querían mucho. —Así es la vida… — ¿Pero mero por qué es que se tan dejando ellos, pué…? —Al saber, mamá… Ni siquiera eran de andarse peliando. —A lo mejor por eso, porque no se peliaban, todo se lo guardaban y eso les pudrió el hígado.

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— ¿Le dijieron a tiu Pancho y a tiu Laido para que vayan a platicá con ellos, a vé si los pueden convencé? —Si, pero dijieron que ellos solo van de chagola de novios jovencitos. “Estos camastrones ya no están pa´que les demo consejo” dijieron. —Ya ni los diablo con los chagola, también; pero díganles que va a bé mezcal, pero hasta corriendo van´ir, vas a vé. —Pues hoy van a platicá con sus hijos. —Pero sus hijos ya tan viejos también. Al saber que vida llevan, creu que hasta mampo es uno de ellos, ¿como los van a convencé? Deberían ir a buscar al cura de Unión. — ¿A poco él los casó, pa que le anden achacando esas chingaderas? —Pues no, pero…pa ver si los hace entrá en razón. — ¡Aaaay nana!; ¿cómo es que de viejo se güelve uno más pendejo, pué…? Yo digo como dijiera tiu Cheu Lopez “El fin de mundo se acerca ya…” —Yo todavía no lo creu. Tiu Nica ya debe andá por los setenta y tantos años y tia Nemesia, ya tiene sesenta. ¿Y cómo es que van a podé viví cada uno por su lado, pué…? —Eso está por verse. Tiu Nica y tia Neme, se conocieron, se enamoraron o el verbo que se quiera adjudicar, en el río; ella caminaba muy ufana con su batea de madera de Guanacasle en la cabeza; él montado en un caballo blanco medio percudido por el polvo del camino, procedía de los maizales del bajo.Tiu Nica apuró el paso del Güero, que así se llamaba el caballo blanco-percudido; los cascos del corcel partían las aguas cristalinas, salpicando a diestra y siniestra como lluvia sobre el río. Por muy lento que un caballo avance, siempre irá más rápido que una mujer con su batea llena de ropa mojada. La alcanzó antes de subir al bordo. — ¿Onde es que vas, pué…? —dijo el valeroso Quijote a tan bella dulcinea. — ¿Qué…? ¿A yo me hablas?

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— ¿A quen más, pué…? No veu otra muchacha bonita por aquí… —Pues…a mi casa, ¿a dónde mas voy a ir, pué…? — ¿Aaah, juiste a lavá ropa? —Si. ¿Por qué? —Nomás… Quería decirte que l´otro día te vi bailando en medio de la ramada. Vieras que chula te veías con tu traje y tus trenzas largas, largas… — ¿Ahí andabas, pué…? No te ví. Solo te veu cuando pasas por la calle de mi casa, así como orita, montado en tu caballo. —Es el güero, así se llama este amigo —dijo él, metiendo mano en su morral para sacar un elote tierno—. Ten, agárralo, te lo regalo —dijo, mirándole a los ojos. —Ta muy bonito…tá tiernito, hasta parece todavía una señorita. — ¡Como tú…! —le dijo él. Nuevamente se quedaron viendo como enajenados. Así empezó todo. Así nació aquel idilio, que para esos tiempos en el pueblo, no era muy común; ya que normalmente las muchachas, una vez que ya estaban en edad de matrimonio, deseaban que algún hijo de Dios las sacara de la casa paterna, así que con cariño o sin cariño, con consentimiento o sin él; eran pedidas o “juyidas”. No había día que la Neme, no quisiera ir a lavar ropa al río, para encontrarse con el Nica. El lecho del río fue el escenario para albergar a tan grato amor; fueron las sardinas testigos del primer chito que aquellos amorosos tortolitos se profirieron al amparo del bullicio de zanates, xahuis y bachacas. Los grandes sauces se meneaban al ritmo del viento, que se acompasaba con los latidos del corazón de aquellos seres que embriagados de amor, quedaban empapados de arena y sudor. Pese a la oposición consuetudinaria de la madre de la Nemesia, contrajeron nupcias. Se casaron por lo civil y por el cura. Ahí, frente al altar, se juraron amar hasta que la muerte los separe. Habían hecho un pacto de amor: “Viviremos juntos hasta envejecer; hasta ver crecer a nuestros nietos y bisnietos…, y si un

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respiro nos quedara de vida, ese solo respiro lo dedicaremos para estar juntos, y cuando la hora de la muerte llegue a nuestras vidas, buscaremos la manera de encontrarnos en el mas allá para seguir juntos por la eternidad.” Esta promesa revoloteaba en la cabeza de tia Nemesia aquel doce de diciembre; su mirada se perdía en la espesura del follaje de aquellos aboles de acacia, de cuya sombra y fragancia habíase alimentado por muchos años aquel amor añejo, que hoy se hacía pedazos. Solo pensaba “¿En qué momento es que nos juímos separando, pué, Dios mío? Si tan solo hace un mes, estábamos sentaditos debajo de esas acacias, platica y platica…” Tiu Nicanor se decía para sus adentros “cuando el cariño llega, llega; cuando se va…no hay quien lo detenga” —Es que ya no le tengo voluntá —decía el viejito, en medio de aquella reunión que sus hijos convocaron para tratar el tema del divorcio de aquel par de ancianos. —Pero , Pá, ya tas viejo ¿que los diablo es que andas buscando a tu edá, pué…? —le dijo el mayor de los hijos. —Chanza bonito es que sigan juntos —le dijo una de las hijas. —Quien los infierno los entiende, pué —dijo tiu Nica —. “Que si es joven, por qué es joven; que si es viejo, por qué es viejo”. Ultimadamente es mi vida. Ya no podemo tá junto, es todo. — ¿Y tú qué dices, Má? —le preguntaron a tia Neme. —Que queren que diga, pué…Si dice que ya no tiene voluntá de seguí, que le vamo a hacé, pué…Es triste, pero, ni modo. Pa qué va tá a la juerza. Ya tiene quince días que ni nos dirijimo la palabra, es muy feu…, es triste pué…como no. Hablaron y hablaron, hasta la una de la mañana y nada consiguieron. El viejo se montó en su macho. Se tomó la decisión, cada uno por su lado; aquí se torcieron los caminos y se rompieron las promesas. Al día siguiente, aquel viejito se vistió como nunca, se empapó el cuerpo de perfume “siete machos”; colocó en su cabeza un sombrero de palma; en el pescuezo se amarró un paliacate rojo

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“tipo Coalición”; un par de huarachos de tres correas se deslizaron por sus pies…y jaló para el rumbo de San Miguel Chimalapa. Ahí estaba la respuesta a todo lo que acontecía. Durante un mes, lunes con lunes lo veían partir para la serranía. El olor de su perfume debió ser más fuerte que el olor que despide el “chiliancho” quemado, ya que media hora después de haber pasado por el camino, todavía quedaba impregnado aquel tufo dulzón del perfume mencionado. —Pa onde es que va él tan catrín, pué… —decía la gente. La respuesta llegó con un chima maderero; procedente de las montaña de los Chimalapas bajó al pueblo vendiendo tablones de madera, obviamente. —Vayan ver a un paisano de La Venta, en San Miguel — decía el Migueleño en la cantina denominada: la Nagua Negra. — ¿Qué paisano tú, Che Vazque, que hace? —le preguntó Mario Manuel, que era el dueño de la cantina. —Solo vayan verlo. Es un viejito Ventero que anda de enamorado de una muchachita. Pero se burlan mucho de él. Da mucha lástima, el pobre. —Aaaah…jarajo. ¿Quén será, tú…? —Tiu Nica, ha de ser… —gritó el Mónico desde un rincón de la cantina—. Yo lo veu que todo los lunes se va bien pachuco, pa esos rumbos. Y a partir de aquel día, todo el pueblo supo que tiu Nicanor, como caballo viejo, andaba trotando con potranquitas de la serranía. Desde que el tufo dulzón del “siete machos” permeaba por las orillas de la calle principal, ya se sabía quién era y a donde iba. Con respecto a tia Nemesia, baste decir que se parapetó e hizo de su cocina un reducto para afrontar aquel trago amargo, que la vida se empecinaba en propinarle. Mientras más perfume “siete machos” tiu Nica se ponía; tia Neme, más “chiliancho” en su cocina sofreía. Por lo que, con el fuerte olor a perfume y el fuerte olor a “chiliancho”, aquel patio

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se volvió inhabitable para los chuchos, que solo llegaban a acercarse a veinte metros del cerco de paral. La muchachita, “la potranquita” como le decía el mismo viejo, tendría escasamente veinte años; de hecho en San Miguel, a dicha pareja ya los conocían como “La nieta y el abuelo”. La conoció en la cantina, platicaban en la cantina, se daban sus chitos en la cantina…en fín, se amaban en la cantina. Pero solo de lunes a miércoles. No más. Aquí el amor si tenía horario y fecha en el calendario. No sabemos a ciencia cierta qué fue lo que le habrán susurrado al oído, pero lo que él entendió fue “me quiero casar contigo, punto.” El día que tiu Nica decidió hacer la propuesta formal de matrimonio a Micaela, que así se llamaba la susodicha “potranquita”; quiso romper los protocolos, se fue a Juchitán a comprarse una mudada y aprovechó para meterse a un salón de belleza para que lo rasuraran y le quitaran un poco de espinilla negra de la cara. En aquel salón de belleza se topó con el mismísimo Satanás convertido en mampo (quienes hayan leído el secreto del diablo saben a lo que me refiero). —Tú no te apures muchacho —le dijo el mampo al viejo —. Déjalo en mis manos, te voy a quitar cincuenta años del cuerpo, si eso es lo que quieres. Al cabo de dos horas, cuando el viejo se vio al espejo, estaba totalmente transformado, se gustó. Solo para recalcar y no caigamos en la misma enajenación del viejito, diré lo que el mampo le hizo: la cabeza gris se convirtió en negra, como zanate; las cejas grises se volvieron negras, como cinta asfáltica; los bigotes blancos se volvieron negros, como el zapote mico. —Ora si, se volvió guicha el viejo —decía la gente de La Venta, cuando vieron aquella figura rara que bajó del carro teco. —Mira lo que hace el amor.- Le dijo Lipe Sandía a Lola de tia Laura.

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— ¿El amor? La pendejez, dirás, Lipe. La imbecilidá…eso es lo ques… —dijo Lola. —Déjalo, como sabes tú, si no en verdad se queren esos dos. —Aayy sandía, por favor. Que diablo sabes tú, si puro enmezcalado vives.Esa chamaquita solo le está chingando el buelto, al viejo. —Pero si a él le gusta, que hay de malu, pué… — ¿Un viejo de ochenta años, con una niña de veinte…? De seguro que enfermera anda buscando ese viejito. Desnudo van a dejá a este viejo pendejo… —No seas amargada…no seas envidiosa… —Mira Lipe, retírate de mi vista, antes que yo te eche en la cara ese perol de caldo hirviendo. A los pocos que quisieron aconsejar al “juvenil anciano”, los mandó derechito a la chingada. “Bola de envidiosos, es lo que son.” Les dijo y se fue para San Miguel. Era un domingo. En esta ocasión llevo su maleta de ropa para quedarse por varios días con su amada. Durante el trayecto de La Venta a San Miguel, mil fantasías pasaron por su mente. Por ratos se reia solo-solo, sobre todo cuando el chofer del autobús puso una canción que decía así: “Caballo le dan sabana porque está viejo y cansado, pero no se dan ni cuenta que un corazón amarrao, cuando le sueltan la rienda es caballo desbocao.” Era dia de fiesta en San Miguel. En cuanto llegó se dirigió a la cantina, ansiaba ver a su niña, quería que viera sus “cincuenta” años menos y entregarle el anillo de compromiso. Si no hubiese sido por su andar cholenco, la dueña de la cantina no se hubiese percatado que era tiu Nica de La Venta. — ¿Qué te hiciste en la cara, pué…, Ventero? —dijo la matrona, tratando de contener la risa. —Me asiaron un poquito —dijo—. ¿Y Micaela? —Que no te dijimos que no vinieras en Domingo, pué… — ¿On tá? —Vete, Nicanor. Tas a tiempo, no te va a gustá lo que vas vé…

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— ¿Por qué? Si es mi novia y nos amo a casá… —Tú lo quisiste. Ella ta en el cuarto atendiendo a un cliente. Es más…ya salió, ahí viene. — ¿Qué fue Doña…? ¿Qué anda vendiendo el señor…? —gritó la muchacha sin haber reconocido a su amado. Atrás de la muchacha venía un muchacho alto, flaco de pelo largo y amarillo, dicen que era familia de los Racilla del Porvenir. —Te dije que te fueras… —le dijo la matrona a tiu Nica —. Ahora ya es tarde… Es tiu Nica de La Venta —le dijo a la muchacha respondiendo a su pregunta. —Aaaah… ¿y qué haces hoy aquí, pué…? ¿Te vas de viaje…o qué? —dijo la Micaela, acercándose al viejo. —No tú dijiste que nos amo a casá, pué…a eso vine. Traje mi ropa, y todo el buelto que me dieron por unas vaquitas que vendí. ¿Ya te acordaste que me lo dijiste, chunca? - Dijo tiu Nica, tímidamente, que hasta le temblaba la quijada. — ¿Yooo…? yo solo dije, que me gustaría…y que lo pensaría. Y ya lo pensé, ya no te quiero. —Aaaah, no me hagas eso. Mira desde donde vengo, yo te quiero mucho… —dijo el anciano, al momento en que se le empezaron a escurrir las lágrimas de manera deliberada— ¡No seas mala…! —insistía el enamorado. Eran tan intensas y tan acidas sus lagrimas que al caer por los bigotes comenzaron a despintarse; al frotarse los ojos y pasar sus manos por las cejas, seguía el proceso de desmanchado, su cara le iba quedando como los cortadores de caña en tiempo de zafra. El joven de pelo largo y amarillo, gritó desde una mesa — ¿Qué pasa Micaela? ¿Qué pasa mi amor…? —No, nada…Jhonson. No es nada… —le dijo al joven. Y seguidamente se dirigió al anciano—. Vete Nica, por favor. Vete a tu pueblo, busca a tu mujer. Allá ta tu lugar. Yo no soy pa´ti. Lo que vivimos ya lo vivimos, ahora cada quien que se vaya por su lado.

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— ¿Qué pasa, pues…? ¿Algún problema…? —dijo el pelo amarillo, al mismo tiempo que se levantaba con una botella en la mano. —No…El señor ya se vá…Adiós.- La Micaela le dio la espalda al viejo Ventero que se deshacía en llanto. — ¿Y quién es el viejo? —Es un vendedor de santitos de barro, ya le dije que a mí me gustan los santos de madera. El anciano salió de la cantina, hecho un mar de lagrimas, con la cara negra por la pintura que se le escurría. Hasta en eso lo habían engañado, era pintura de mala calidad. Regresó a La Venta en un camión de la cervecería corona que le dio un aventón, cuando divisaron que el viejo ya había agarrado rumbo a pie. “Hay un espacio en la redila…ta un poco fuerte tu olorcito a “siete machos”, le dijeron, él subió mecánicamente. Durante muchos días estuvo como ausente, como ido. Quizá recordando lo que vivió y lo que no pudo vivir aquel “caballo” viejo y cansado. Los colores naturales volvieron a su fisonomía. Gustaba irse a sentar durante horas debajo de un “cuajilote”. Casi ya no hablaba con nadie. Había pasado un mes desde aquel domingo triste; tiu Nicanor, cada vez se iba quedando seco. Y fue en la tarde de aquel domingo caluroso, que la providencia se apiadó de aquellas almas que están tan cerca y sufrían en soledad. Él, sentando en su butaca de madera y cuero de vaca, seguía ensimismado en sus pensamientos. Solo bastó una palabra, para que el cielo se le abriera de par en par. — ¡Ten…un pedazo de sandía!— Era tia Nemesia que llegaba hasta donde se encontraba aquel hombre hecho bulto. En una palangana de peltre le ofrecía una rebanada de sandía roja y dulce, más dulce que la miel. Un gesto, una mirada; ahí estaba encerrado todo el misterio del amor. Tiu Nicanor, tomó entre sus manos aquel pedazo de sandía, y con la cabeza inclinada, comenzó a llorar, solo pudo decir:

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— ¡Perdóname Neme…perdóname! No merezco que medes sandía —y sus lágrimas se deslizaban por su rostro hasta caer en aquella dulce rebanada de sandía. — ¡Viejo pendejo! Eso es que sos… Una bola de chingadazos es lo que mereces. ¡Sonso! Ya comete esa sandía…y deja de ta llorando como chamaquito. Pa la próxima…te guá capá, hijo de la chingada. Se abrazaron, lloraron, rieron. Se mancharon de lágrimas saladas y miel de la sandía. Y recordaron la vieja promesa “hasta que la muerte los separe.” “Que así sea”, parece que se escuchó en el firmamento. Cuando su hijos y en todo el pueblo lo supieron, hubo fiesta, como las fiestas de mi pueblo, como las fiestas istmeñas. Y en medio de la enramada, tiu Nicanor pidió el micrófono y dijo: —Esta mujer que ven aquí, vale oro. Yo soy fierro viejo, pero ella es oro. Paisanos de La Venta, invitados y colados, solo quiero decirles una cosa: quieran mucho a sus compañeras, ¡no sean pendejos, como yo…! Un nutrido aplauso se escuchó seguido de la voz del cantante Chema Show, que decía: “Si yo muero primero, es tu promesa, sobre de mi cadáver dejar caer todo el llanto que brote de tu tristeza…si tu mueres primero es mi promesa que escribiré la historia de nuestro amor, la escribiré con sangre, con tinta sangre del corazón.” Un “tiempo” tronó y de inmediato hicieron volar unas palomas con un lienzo blanco que decía: “Hasta que la muerte los separe.”

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Bailando al compás del viento

“Quizá nuestra locura, terquedad, picardía, y hasta lo ´pleitisto´ nos haya llegado por el viento.”

* “Ese pueblo se pone muy feo con los nortazos, por eso no prospera; también por eso la juventud agarra rumbo en cuanto puede” Me decía una muchacha de Chahuites, en aquel tiempo en que estudiábamos en el ITRI de Juchitán. —Pues… puede ser que ustedes vivan en la gloria con tanto mango, pero mi pueblo no le pide nada al tuyo; y con respecto al norte, ya nos acostumbramos, ni de pesado nos cae —le dije sin querer seguir en la discusión; ya mi tata me había aconsejado que a las mujeres hay que darles la razón mas no el dinero. Le di la razón, dinero nunca he tenido. Aunque me doliera, lo que aquella muchacha me dijo era cierto: buena parte del año al viento se le ocurre atravesar por este

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pueblo, es su paso. Es tan inclemente la fuerza con que los ventarrones se abalanzan sobre el pueblo que hasta pareciera que lo quisiera arrancar y llevárselo volando. Aquí la necesidad hace que aprendas a caminar de espaldas. Con respecto a que la juventud agarraba rumbo, lo comprobé dos años después: me fui de La Venta. ´Si te quedas´ me dijeron, ´aquí lo único que te ofrece el pueblo es el campo, y esa vida es muy dura, y si a eso le agregas el viento constante y la sequía ocasional, esto se vuelve un pequeño infierno; mejor vete a buscar la vida por otro lado.´ Y me fui. Pasaron algunos años desde mi partida y mi plática con aquella chahuiteña; un día volví al pueblo, lo que vi me hizo recordar inmediatamente a una de las épicas batallas del caballero de la triste figura: Don Quijote de la Mancha. Por el rumbo de Pasochivo se asomaban siete imponentes aparatos, siete molinos de viento muy modernizados. — ¿Y esos pa qué son pá? —le dije a mi padre. —Pues esos guichas del gobierno andan con un proyecto de queré producí electrecidá usando el aire. — ¿Y que dice la gente de La Venta? ¿Como lo ven? —La gente dice que tan guichas. Otros dicen que pa que cuando eso suceda ya van a está tres metros bajo tierra, ya no lo van a alcanzá a vé. Aquellos siete grandes armatostes me impedían ver los cerros como antaño; suponía que como muchos proyectos del gobierno aquello sería lo mismo: siete elefantes blancos, que no iban a columpiarse sobre la tela de una araña, sino que iban a quedar columpiándose al compás de los ventarrones. Pero hubo gente del pueblo que alcanzaron a ver que aunque parecía algo lejano, era la oportunidad de que La Venta pudiera dar un paso hacia el progreso; ya que siendo honestos, para los cartógrafos que venían hacer los mapas del Istmo confundían a La Venta con La Ventosa: “para el caso es lo mismo, de los dos pueblitos no haces uno” decían.

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Así que, perdidos en la geografía, no solo nacional sino regional, La Venta era más conocida como un paso obligado para ir a Chiapas, “vas a pasar por donde el viento sopla tan fuerte que muchos carros quedan tirados en la orilla de la carretera con las llantas para arriba.” Platicaban los traileros. Nadie podía imaginar cómo y cuanto la llegada de aquellos aparatos iba a incidir en la vida de esta comunidad. Ya comenzaban a soplar vientos de cambios. “Teníamos claro de que algo bueno habían encontrado por estos rumbos” comentaba el paisano Carlos, que representaba a la comunidad de La Venta ante la CFE y empresarios interesados “sabíamos que si no nos poníamos abusados, este proyecto se iría a otro lado; así que se expuso en la asamblea, la mayoría estuvo de acuerdo en que era una buena oportunidad de ´algo´; sin tener bien claro que era ´ese algo´ no queríamos que nos fueran a comé el mandado.” El ritmo nos lo estaba marcando el viento; hasta estas tierras llegaban noticias de que los chinos andaban produciendo electricidad usando como materia prima el viento. Y si los chinos ya andan en esas, al rato van a hacer una copia de La Venta. “Si aquí lo que nos sobra es viento” Decían los paisanos. La materia prima siempre había estado ahí; la masa estaba lista, el problema era como conseguir el molino y el molinero. “Aquí estamos, esto es lo que somos, esto es lo que queremos. Estamos listos, vengan a La Venta” fue la invitación a los inversionistas en el coloquio Huatulco 2004. Después del plan piloto ´La Venta I´, Pasochivo, tierra de temporal, comenzó a llenarse de aerogeneradores vía CFE. Ya comenzamos a bailar con pareja, no era fácil, cada quien tenía su estilo. Estábamos aprendiendo. “Como no sabíamos bien como estaba todo este asunto, firmamos contratos con CFE sin entender claramente que era lo que firmábamos” Dicen algunos ejidatarios. “Después nos comenzaron a llegar noticias de de todos lados; de los que estaban en contra, en primer lugar; los pesimistas:

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—Fue una miseria lo que les dieron por la renta de sus terrenos. —En Europa los precios por hectárea son tres o cuatro veces más que lo que les están pagando. —Piensen en las aves migratorias que van a morir. El águila real, por ejemplo. — ¿Y el ruido? Acaso no se han puesto a pensar en la afectación de sus oídos. Se van quedar sordos. O guichas en el último de los casos. —Piensen en que les van a expropiar sus tierras. — ¡Piensen…piensen…piensen!

Y por otro lado los que estaban a favor; los optimistas: —No hagan caso, de por sí esas tierras ya eran ociosas. —Con trabajo salía un poco de pasto para el ganado, y eso cuando te iba bien; porque Pasochivo es un espinal seco. Así que lo que están dando es tres veces más de lo que puedes sacar de esas tierras. — ¿Cuáles aves migratorias, hombre? ¿Águila real? Solo zopilotes pasan por estos rumbos buscando carroña, además vuelan muy alto. —De por si la gente no oye bien con estos nortazos. Hacen más ruidos los “cuetes” y los balazos que se avientan aquí en La Venta. —Nadie les puede expropiar nada, esas tierras fueron fruto de los logros revolucionarios. Cualquier cosa les armamos otra revuelta. Los agarramos a machetazos. —Piensen que ya todos sus problemas están resueltos con la llegada de los ventiladores. — ¡Piensen…, piensen…, piensen!

El panorama hacia el lado norte, hacia los cerros, había cambiado; ahora nos teníamos que acostumbrar a que el azul de la montaña se viera salpicado por una retahíla de gigantones de cuarenta metros que estiraban sus brazos atrapando la nada para convertirla en luz. La danza con el gobierno era un tanto

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desigual, pese a que el compás lo ponía el viento; comenzó la danza de los millones, el dinero se metió hasta la cocina de los venteros, trayendo una serie de desavenencias en el sentido de que hacer, especialmente con los fondos otorgados por la renta de las tierras de uso común. Y llegó el consumismo cargado de despensas, cajas, latas y bolsas de Juchitán. Y trajo mucha basura, también. Planchas de cemento se regaron como ríos por las calles, una de las primeras calles era precisamente el camino a la primaria; ahí por donde muchas veces caminamos “hasta las chanclas” de lodo; donde los huarachos de cuero se reventaban por toda la humedad de aquel lodazal: hoy había un camino para los “biuchitos”.

En el sur también hace aire. El lado sur de La Venta, camino hacia el mar, el viento no deja de marcar el compás, sigue su marcha. Este valle que se riega con las aguas de la presa Benito Juárez; el sur, otrora, la joya de la corona de este pueblo, por sus cañales. El ejidatario que tenía una parcela por estos rumbos, puede decirse que podía gozar de los beneficios del azúcar. Anualmente asistíamos de manera puntual a la alegría que nuestros padres deslizaban por sus rostros cuando se dirigían al Ingenio “Santo Domingo” a recoger la utilidad de la caña. De ahí salió mi bicicleta “Búfalo” y el hato ganadero de las seis vacas que mi padre compró en Mogoñé. “Con esas vaquitas aunque sea pa una cuajada que nos alcance”. Decía mi madre. “Nos interesan esas tierras para un gran parque eólico” dijeron los empresarios de Maderas y Granos de la Laguna y/o Eurus, toda vez que ya habían constatado la calidad del aire de estos rumbos. Ellos lo sabían: la mejor calidad del aire para estos menesteres a nivel mundial, circula por La Venta. Y hasta este pueblito vinieron a buscar pareja para la danza de los vientos. Ahora por lo menos ya sabían donde quedaba La Venta, aunque a decir de algunos, ya se andaban perdiendo por La Ventosa.

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El día del amor y la amistad del 2007 los ejidatarios firmaban contrato de usufructo parcelario con la mencionada empresa; después de un “estira y afloja”, encontraban puntos de coincidencia, en los que trataban de no caer en los errores de los proyectos anteriores. Se incluyeron compromisos como la asesoría por parte de la empresa para el desarrollo socioeconómico de la comunidad; además de la estipulación de restablecer la calidad del suelo ocupado y el retiro de toda la estructura una vez llegado el término del contrato. Quedando como uno de los grandes pendientes la revisión y actualización de los precios pactados cada determinado tiempo y no hasta los treinta años, ya que solo se mencionaba la actualización como una consecuencia de la inflación. La pareja se comprometió a bailar durante treinta años; por lo que el acoplamiento y cumplimiento era vital si no se quería llegar a la conclusión del viejo refrán que dice: “nos tocó bailar con la más fea”. ¡Los gigantes llegaron ya…! Un gigante había llegado al pueblo. La gente lo percibió después de que ya se había construido el parque eólico más grande América Latina. Los de ACCIONA querían bailar al son de la sandunga, arribaron a la tierra del totopo, del queso seco y del camarón. Dos actos sin precedentes ya estaban inscritos en los anales de la historia de la energía eólica en México: En la comunidad de La Venta se ubicaban: el primer proyecto experimental en América Latina (La Venta I) y el parque más grande de toda América Latina (Eurus). ACCIONA, sabedora de todos los problemas que se habían originado en el lado norte, buscó la mejor estrategia para interactuar en la comunidad. La gente también ya andaba ciscada, así que no había más que: negociar, no había de otra. —Eso de que no esté en el contrato no es cosa mía, yo no los hice, se les habrá olvidado a los que lo hicieron. Me dan lo que pido o les cierro el camino. Les bloqueamos la entrada —decía

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un paisano sosteniendo con la mano izquierda el sombrero para que el viento no se lo arrancara con todo y cabeza; y la mano derecha colocada en la cacha del machete, cuando fue a reclamarle a la empresa asuntos relacionados con su cerco de paral que se había caído. —Bueno, le vamos a reparar su cerco. Tenemos alambre de púas nuevecito…mañana pasa la cuadrilla de trabajadores por allá. — ¿Reparar? Es cierto que ya estaba viejo, pero fue por la tembladera de sus aparatos que el cerco se cayó. Ahora lo quiero de malla ciclónica, pienso meté ´gaínas´ pa engordá. — ¿Y cuándo va aumentá la renta, pué…? —preguntó tiu Che Cabrera al tiempo que ponía la huella digital en la póliza del cheque que recibía cada mes de febrero desde hacía cinco años. —El aumento es de la inflación.- Le respondieron los Ingenieros encargados. — ¿Infla…qué? —Inflación. — ¿Y eso que´s…pué? —Lo que dice el contrato, ¿no ha leído el contrato, tiu Che? — ¿Cómo? Si no sé leer… —Aaaah, bueno. Pues la inflación es la inflación, ni más ni menos. Eso ya es cosa del gobierno. Pero no se preocupe ya estamos por implementar una campaña de alfabetización para que la gente aprenda a leer. Así eran los diálogos interminables entre ejidatarios y representantes de la empresa; era un ir y venir de preguntas y respuestas; demandas y ofertas; “Que si quiero esto, que si no te lo doy” “Que si estas pidiendo mucho, que lo que me estás dando es poco”; lo cierto era que nuestro molinero: ACCIONA, cada vez iba conociendo la idiosincrasia de los venteros y a su vez la gente del pueblo iba agarrándole confianza a la empresa. Así fueron instalándose más aerogeneradores y se fue cumpliendo aquella frase de los viejos que al día de hoy siguen repitiendo: “Lo que un día fue maldición, hoy es bendición.”

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Hoy las calles del pueblo lucen pavimentadas, ya se cuenta adicionalmente con una escuela de nivel medio superior; un pozo profundo que pudo erradicar los problemas de desabasto que se tenían con los viejos pozos, sistema de recolección de basura; tomando en cuenta a los ejidatarios que han firmado contratos de usufructo parcelario, el nivel de vida es mucho mejor que hace diez años. Es mi percepción a simple vista. El corporativo ACCIONA buscando acoplarse al ritmo, al paso de los venteros, construyó un centro comunitario en el que se busca capacitar a la población para crear microempresarios “enseñarles a pescar, para que un día, que la empresa se tenga que marchar, hayamos logrado sembrar en este ejido la mentalidad de ser emprendedores” me comenta una ejecutiva de ACCIONA, mostrándome cada rincón del edificio. — ¡Yo te conozco…! ¿Y tú qué andas haciendo por aquí…? —le pregunté al muchacho que estaba sentado frente a la computadora. —Aquí estudio mi carrera en línea, la empresa me está apoyando—dijo Fernando Santiago, ¿o era Armando?; era uno de los “cuachis” a quien yo conocí desde muy pequeño en el pueblo; ahora todo un hombre de familia, dejaba ver en sus ojos una mirada de orgullo y esperanza. Esa esperanza que se vio trastocada con la muerte de Aníbal, su papá; mas sin embargo tuvieron en Angelina, la madre; una mujer luchadora hasta lo indecible, la cual supo procurar lo necesario para encaminarlos bien. La escena del Cuachi frente a la computadora me hizo recordar aquellos lejanos días de nuestra infancia en La Venta; tiempo en que la única opción de progreso era agarrar rumbo apoyados por papá y mamá, pero la situación se tornaba doblemente difícil si uno de los viejos faltaban; y al día de hoy el cuachi sigue luchando, solo que ahora ya cuenta con más padrinos; vuelvo a la realidad y me emociona la imagen…solo pienso “ Que orgulloso debe estar Aníbal, aquí anda su semilla buscando superarse.”

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—Aquí vas a ver a las micro-empresarias de La Venta —me dice la licenciada Toledo, al entrar en un aula donde ocho mujeres, ocho paisanas están atentas a la clase que les imparte la maestra que llegó de Juchitán. En su mayoría son jóvenes que han aprendido a coser a máquina, el arte del bordado y a elaborar manualidades que pronto estarán vendiendo para ayudar en la economía familiar. Ellas, las mujeres, receptoras de la herencia ancestral de las paisanas istmeñas que saben fajarse bien los pantalones, hoy lo hacen de manera profesional. Rostros conocidos como: la hija de tia Reina Che y la hija de tia Maria Cacho; me sonríen como diciendo: “aquí estamos paisano, listas, más seguras del futuro.” “¿Y apropósito de aulas, han hecho algo en la primaria?” Pregunto; y la respuesta es directa y sencilla “Te lo puede decir Leonardo, el director.” Me responden. Leonardo, el director, es un ventero que un día, al igual que yo, se fue de La Venta a buscar la vida por otros rumbos; pero siempre le latía el corazón por su pueblo y su gente. Cuando volvió convertido en un maestro, y ya tuvo la oportunidad de estar al frente de la Primaria como director; dice “ me di cuenta de las carencias que había en la escuela; por la vía tradicional no se iban a poder conseguir apoyos o al menos iban a tardar una eternidad en el supuesto de que nos hicieran caso; pero en cuanto vi la labor que los de ACCIONA estaban haciendo en la comunidad me dije ´esta es la oportunidad que no debemos dejar pasar´; y en efecto a partir de ese día las puertas de la empresa y del cielo se nos abrieron: nos apoyaron con cuatros aulas, amueblaron la biblioteca, hay treinta y seis chamaquitos de escasos recursos que se ven beneficiados con becas. Y muchos apoyos más. Yo digo si ya están aquí, vamos a buscar trabajar juntos por la niñez, y eso hacemos; la verdad, ellos nos han apoyado bastante. Ahora les explicamos a la ´chiguititada de la primaria que sus papás han hecho bien al entrarle a los proyectos eólicos; y ya se han acostumbrado a ver los ventiladores como parte del escenario natural”, dice el director, convencido de que

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la llegada de la empresa ha traído muchos beneficios a la escuela que él dirige. Y hasta en las inmediaciones del rio veo las huellas de la empresa, en una casita que se levanta al lado del bordo; es el voluntariado social que las paisanas ejercen con esmero para convencer a las mujeres del pueblo de la importancia de la prevención y detección temprana de enfermedades propias de la mujer; girando y bailando en torno al Mexfam. Aquí se trata de que todos ganemos: los empresarios y los ejidatarios. Que se respeten los acuerdos, que se respete al medio ambiente, que se respeten los usos y costumbres. Antes de confrontarnos con las divergencias, busquemos las coincidencias. Siguiendo el paso, el ritmo del viento. No temerle al progreso, quizá eso nos sirva para seguir preservando nuestra identidad. La lección que nos da esta historia es que por esos caminos nuevos que se abrieron para los parques también transitan las viejas carretas; como una señal inequívoca que nos recuerda nuestro pasado, ubicándonos en el presente y pensando en el fututo que ha de venir. Aun quedan muchos pendientes, es ahí donde necesitamos bailar muy pegaditos. Todos. La responsabilidad social no es solo de la empresa, los pobladores también tenemos que impulsar los cambios, empezando por “la revolución del pensamiento”; llevando el beneficio hasta las periferias del pueblo; por ahí donde todavía viajan en carretas, donde el maíz se cuece en hornos de barro para ser transformado en masa para tortillas; ahí donde hay paisanos viviendo en casitas de lodo, que quizá las grandes casas de otros las han ocultado de la vista de la mayoría. Recordemos que no todos los venteros somos ejidatarios; hay paisanos muy pobres que viven al día. Y si esto hacemos el día de mañana pasaremos a la historia de La Venta, como la generación que marcó la diferencia, que supo entender el progreso sin perder la esencia de su origen.

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Y yo, espero encontrarme a la muchacha de Chahuites para decirle: “ Como ves a La Venta; cómo ves a mi pueblo ahora? Y en una de esas, invitarla a la vela de noviembre para que bailemos la sandunga, arrullados por el canto y el chiflido acompasado del viento que se cuela por las aspas de los ventiladores. Así que, cada quien haga su parte, que yo la mía haré.

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Mi barquito de papel que se fue andando por el río

Para los niños que nunca han visto pasar por sus casas a los “regaladores” de juguetes; esos que se visten de magos.

* Antes de soltar en la corriente del río a mi barquito de papel, lo pensaré. El tiempo de lluvias ha terminado; las corrientes de agua que fluyen por el rio de La Venta son cristalinas, toda el agua turbia se ha ido al mar o se ha asentado en las pozas que se forman en los recodos del camino de la corriente. Descender al rio es adentrarse en un mundo mágicamente constituido por: olores, colores, sabores, sensaciones y sonidos exuberantes y majestuosos. Estoy en el bordo, sentado en las grandes raíces del Guanacasle; por el rumbo del Prensadero; me llega una bocanada de brisa fresca que arrastra el olor de los sauces que están del otro lado

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del rio. Desde aquí puedo ver a varios bultitos que pasan corriendo por el arenero, es un grupo de niños que al salir de la escuela se fueron corriendo al rio a jugar de lodazos, imitando la guerra entre indios y vaqueros. Solo se escucha el gemir por los golpes del lodo que se proyecta en aquellos cuerpos asoleados, bayuscos y percudidos. Un chucho amarillo, cola tunca, baja por el camino de carretas que está por el “cirgüelar” de tiu Teba Moya; es tan grande la vara de lengua que le sale de la boca que la puedo distinguir cuando se pone a beber agua como desesperado; quisiera tragarse al rio entero, pero su panza se le ha llenado tanto que le cuesta trabajo dar el paso. Aun así comienza a cruzar por la parte menos honda; de repente desaparece, sospecho que se lo ha tragado el río; pero no, tan solo ha querido bañarse, ha aprendido bien de la chamaquitada. Se sacude, como se sacuden los chuchos y se va. Por la misma senda por donde vino el chucho, se levanta una polvodera, apenas percibo a la yunta que arrastra una carreta llena de calabazas; los bueyes quisieran volar, pero es tan grande el peso de las calabazas y lo tenso del fierro de las “nariceras”, que por mas pujadas que dan, solo consiguen ir al mismo paso. Un paisano jala las riendas de las bestias, a sabiendas de que si las suelta, la carreta se hará pedazos y el montón de calabazas se caerán al rio, e irán a parar hasta el rumbo de Chicapa. Ya han pasado cosas por este camino; más vale andarse prevenido. La yunta bebe agua hasta por las narices; el carretero baja, se coloca como cinco metros rio arriba de la carreta, se quita el sombrero y lo va llenando cual si fuera una jícara de morro y bebe. El agua dulce y fresca del rio le parece a este ventero como si se tratara de las aguas de los ríos que rodeaban al Edén. La carreta también atraviesa las aguas del rio, las ruedas se hunden en la arena suave, levantando pequeños borbotones que de inmediato los arrastra la corriente, se van, como el tiempo presente que se va entre la espuma. Una parvada de zanates se instala en la copa del Guanacasle, comienzan una danza emotiva y un barullo irreverente, semejante

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a las fiestas del pueblo; giran, como tornado; levantan el vuelo nuevamente para perderse entre los amates del río. En la lejanía se observa un cuerpo humano que avanza contracorriente, como un salmón, es un ventero que pesca camarones: viene “cueveando”. Por la desembocadura del zanjón una mujer camina con una batea de madera en la cabeza; con una mano sostiene su batea y con la otra jalonea a un chamaquito que se resiste a dejar el rio. El biuchito llora, la madre habla “Ya es hora, ya se te apozoló el cuerpo… ¿O caminas o te arrastro?” el niño responde “no me quiero ir…quiero quedarme en el ríu, má…” La respuesta: “ya es hora, hala…” Un leve y repentino cambio de las corrientes de aire trae a mi olfato el olor del pan capricho de tia Inés de Che Risa; trato de aspirar lo más profundo para que mis pulmones se saturen de pan capricho. Ya lo estoy probando en mi imaginación. Nuevamente sopla la surada, ahora puedo aspirar un olor intenso de cintule, diviso a una paisana sentada en una piedra; ella se enreda el pelo largo con raíces de la planta mencionada; aferrada a sus pies está una niña que baña a su muñeca con una jicarita de morro y la espuma del jabón Roma revuelta con arena “cuestecita”, suave. Un breve silencio es el preámbulo para percibir el canto taciturno de las tortolitas; me resulta tan triste el canto de las tortolitas, que me entran ganas de llorar, sepa Dios por qué. Entre mis manos sostengo el barquito de papel que un chamaquito me regaló en la escuela; lo hizo con las hojas usadas de su cuaderno, “pa´no desperdiciarlas…” me dijo. He venido a probar si este barco sabe andar en el río. Todo lo que he visto, olido, oído y sentido en compañía del río, me anima a echar mi barco al agua para que se vaya hasta el mar. Desciendo entre las raíces del gran árbol; el “paderón” liso me hace resbalar hasta caer al agua; ahora ya no hay nada que pensar, a mitad del rio solo queda avanzar. Coloco mi barquito de papel en un remanso, se mantiene a flote, choca con una hormiga arriera que cayó

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junto conmigo al rio; el barquito no se hunde; la hormiga busca la orilla, el barco gira, erguido, con aires de una gran embarcación. Ya estoy con el agua hasta el cuello, el barquito viene hacia mí, quizá ya se dio cuenta quien es su amo; da vueltas alrededor de mi cabeza como un chuchito que se quiere congraciar conmigo. Al girar mi cabeza, mis ojos se topan con los ojos de la niña, que se ha emocionado con los giros de la embarcación, me sonríe, le sonrío. Supongo que ya somos amigos. A estas alturas, ya no sé si quiero soltar a mi barquito río abajo; me he encariñado y no quiero que se vaya. Pero de inmediato me llega al pensamiento que se trata de un barquito de papel y si me tardo en decidir pronto se humedecerá y se hundirá para deshacerse en mil pedazos. “¡Vamos barquito! ¡Adelante, sigue tu camino! “Le digo al ponerlo en la corriente. El barquito de papel avanza sigiloso entre las pequeñas turbulencias de la corriente. Sube y baja. Acelera y se alenta. A prudente distancia lo sigo, sumergido a mitad del rio. Lo encamino hasta por el rumbo de la Huerta; a partir de ese punto lo dejo que siga el camino del rio; el barquito sigue firme a mitad de la corriente; se menea al ritmo de la corriente, se desliza como si fuera un gran barco que sale de un puerto llevando tesoros a cuestas; muy ufano, muy contento cada vez se va perdiendo en la distancia; ya solo es un punto blanco…después ya solo es…agua. Se ha fundido con el rio. “Vete derecho” le digo con un nudo en la garganta y me doy media vuelta. Ahora soy yo el que tiene que desandar el camino contracorriente, como salmón. Al llegar al Prensadero, la niña y su madre se han marchado. Así como se ha marchado mi barquito de papel. Mi amigos se han marchado; la niña a casa y el barquito al mar. Tiendo mi ropa para que se seque, en tanto escucho el canto melancólico de las tortolitas; quizá estén cantando la historia de mi barquito de papel que se fue por el camino del río hacia el mar.

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Con el agua hasta el cuello, me quedo pensando: El barquito era mi amigo. ¿Por qué se tienen que ir nuestros amigos? Pero también si no se iba, solo hubiera servido de adorno. Tenía que pasar la prueba. Y los barcos, así sean de papel, son para que sigan los caminos del río o de la mar. Muchos barquitos vendrán después, pero ninguno como aquel barquito de papel que se fue por el río hacia el mar. Han pasado más de cuatro décadas y el barquito de papel sigue andando, ahora se desliza por ese inmenso rio que se llama vida; ese barquito frágil, de papel: Soy yo.

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La despedida

Asómate a la ventana, mi Shunco, ¿Alcanzas a ver los cerros desde aquí? Sí, esos azules, como pechos de mujer; ¿Ya los viste bien, Shunquito? Bien; ahora baja un poco la mirada ¿Alcanzan tus ojos a ver los surcos en la tierra? Esa llanura que ahora ves, es Pasochivo; ahí, entre espinos, mezquites y guamuches hay un claro, un pedazo de tierra que tu Tata me dejó: “te la dejo pa´que no te mueras de hambre, cuídala” me dijo. En esa tierra se forjaron mis afanes y esperanzas; a la sombra del Guamuche, cuando la tierra ardía con el sol; el sudor de la frente se fundió con la tierra. Esa es la tierra de mis querencias, en esos surcos se fueron sembrando mis sueños y os sueños de muchos que llegaron antes que yo; no solo sembrábamos maíz, sorgo, ajonjolí, también ahí sembramos anhelos que nos daban esperanzas. Hoy que ha llegado el momento de ir a buscar a tu Tata que se fue hace mucho; hoy que ha llegado el momento de regresar a la

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tierra; hoy que mis suspiros se irán de mí y retornarán al viento; hoy, que ya no seré lo que ves, sino tan solo tierra y viento: te voy a dejar ese pedacito de tierra que me dio tu tata; cuídala, tenle cariño, ahí están nuestras querencias; recuerda bien que los anhelos que dejes en los surcos te darán la esperanza de un mañana claro, con mucha luz. Yo estoy viejo…pronto me iré; ya es tu turno, hijo mío, mi shunco. Y recuerda muy bien lo que día me dijera tu tata: “Te la dejo pa´que no te mueras de hambre, cuídala.” Y si para cuando me haya ido, quieras platicar conmigo, búscame entre los surcos de la tierra de Pasochivo, ahí estaré. Tu padre.

* Así es la tierra de los venteros, así somos. Aquí hemos dado testimonio y juntado las historias dispersas en la tierra del viento: La Venta, Juchitan, Oaxaca; en el año 2015.

E.O.C. (El Mayor)

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Breve relaciónde modismos y términos usados en nuestra comunicación cotidiana en La Venta.

• Biuchitada: Muchos niños pequeños• Biuchito: Pequeño• Bolalari: El casado que se va a vivir con los suegros• Buelto: Dinero• Chiguititada: Muchos niños, chiquillada.• Chiguitiu: Chiquillo• Chito : Beso• Chucharrabia: Chucho con rabia• Chucho: Perro• Chuquía: Olor del pescado• Cuche: Cerdo, marrano• Cucuyuche: Especie de pulga que tienen la gallinas• Felgo: Aire que respiramos• Guichera: Locura.• Guidxa o Guicha: Loco, en zapoteco• Lambimbo: Árbol frondoso• Mampo, Mushe: Homosexual• Nunito: Bebé• Pante: Tarea• Ríu: Río• Shunco: El menor, el más pequeño• Tia: Tía• Ticiahual: Maíz molido para los cuches• Tilinte: Tirante, estirado• Tíu: Tío• Totomsote: Hoja de la mazorca