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LA URBANIZACION INVERTIDA Alberto Cardín La mayor parte de las ciudades de México, qui- tando la capital, terminan de repente. Como si hu- bieran sido bajadas directamente del cielo sobre una servilleta, y depositadas, como un cuerpo ex- traño, sobre la llanura salve. D. H. LAWRENCE, Hueyapán Mi buen padre fue lo que en mi tierra llaman un indiano. Salió de jovencito de Vergara, su pueblo natal, y se e a México en busca de fortuna. Resi- dió en Tepic. Y a su vuelta a mi país vasco se casó y de este casamiento nací yo hace cuarenta y dos años. UNAMUNO, Mi visión primera de Méjico L a parada de la historia que, según Feijoó, convirtieron a los españoles en los «indios» de Europa por sus mis- mos pecados de Indias (1), parecen ha- ber hecho que la cuna de la España civilizadora de América resultara urbanizada por vía del regreso ultramarino. Sabemos, sin embargo, desde Russell al menos, si no desde Aristóteles, que las paradojas son un puro ecto retórico, ya que la realidad es com- pleja pero no sofistica -lo que no obsta pa que algunos, como Caro Baroja, tratar de las difíci- les relaciones (discursivas) entre el campo y la ciudad se declaren pirronianos (2). Bastará, pues, observar con cuidado las cosas para darse cuenta de que la paradoja antes enun- ciada en reidad no lo es, y es sólo uto de la disposición quiásmica de las proposiciones. En el ndo todo viene a reducirse a un problema de desigualdades en el desarrollo, o, como Meillas- soux corrige a Amin, de superexplotación de un modo de producción por otro, dentro de un mismo. ámbito político (3). La superexplotación, claro es, no se ve, sino que se deduce de lo que los marxistas llaman la 136 trasrencia de valor. El pille es siempre mucho más claro, pero entonces lo que se trasfiere no es «valor» sino bienes de uso hechos y derechos. Y el quid de la cuestión, para el caso asturiano está precisamente en que, cuando cesan las aceis trasmontanas con Alfonso III, y la capital del nuevo reino ya gotificado, se traslada a la tradi- cional zona de pillaje de los astures, la zona de tras los puertos queda convertida en zona margi- nal y «superexplotada» -y no se vean en esto connotaciones morales, sino una simple servi- dumbre terminológica. Hasta entonces, como tan bien han explicado Vigil y Barbero (4), lo que hay, sobre poco más o menos, es una jetura tribal, progresivamente co- ronada de ntasías góticas y bizantinas (5), pero que sigue trasmitiendo la sucesión por vía avuncu- lar, es decir, matrilineal. A partir del traslado de la capital a León, Astu- rias queda definitivamente sin urbanizar, y lo es- tará hasta el punto que ni siquiera verá la Suprema necesidad de sentar sus reales en la única ciudad del Principado: ciudad levítica, por otro lado, como suele ocurrir en las zonas orilladas de las altas culturas y como se demuestra, aún en la segunda mitad del XIX, si hemos de considerar a La Regenta como vera plasmación de lo «típico histórico». La urbanización de América se produce pues, no desde España como bloque, sino desde la zona meridional y tradicionalmente urbanizada de la Península, aquélla que, según Legendre, después de ser colonizada durante doce o trece siglos, e a su vez colonizadora durante tres o cuatro (6). Las estadísticas, en primer lugar, así lo confir- man, ya que ente a los 16.235 emigrantes que Andalucía envió a Indias, y los 7.684 de Extrema- dura, Asturias envió entre 1493 y 1579 -la época climática del travase de población a América-, Asturias envió tan sólo 252, teniendo por detrás, Indianos

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LA URBANIZACION INVERTIDA

Alberto Cardín

La mayor parte de las ciudades de México, qui­tando la capital, terminan de repente. Como si hu­bieran sido bajadas directamente del cielo sobre una servilleta, y depositadas, como un cuerpo ex­traño, sobre la llanura salvaje.

D. H. LA WRENCE, Hueyapán

Mi buen padre fue lo que en mi tierra llaman un indiano. Salió de jovencito de Vergara, su pueblo natal, y se fue a México en busca de fortuna. Resi­dió en Tepic. Y a su vuelta a mi país vasco se casó y de este casamiento nací yo hace cuarenta y dos años.

UNAMUNO, Mi visión primera de Méjico

La paradoja de la historia que, según Feijoó, convirtieron a los españoles en los «indios» de Europa por sus mis­mos pecados de Indias (1), parecen ha­

ber hecho que la cuna de la España civilizadora de América resultara urbanizada por vía del regreso ultramarino.

Sabemos, sin embargo, desde Russell al menos, si no desde Aristóteles, que las paradojas son un puro efecto retórico, ya que la realidad es com­pleja pero no sofistica -lo que no obsta para que algunos, como Caro Baroja, al tratar de las difíci­les relaciones (discursivas) entre el campo y la ciudad se declaren pirronianos (2).

Bastará, pues, observar con cuidado las cosas para darse cuenta de que la paradoja antes enun­ciada en realidad no lo es, y es sólo fruto de la disposición quiásmica de las proposiciones. En el fondo todo viene a reducirse a un problema de desigualdades en el desarrollo, o, como Meillas­soux corrige a Amin, de superexplotación de un modo de producción por otro, dentro de un mismo. ámbito político (3).

La superexplotación, claro es, no se ve, sino que se deduce de lo que los marxistas llaman la

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trasferencia de valor. El pillaje es siempre mucho más claro, pero entonces lo que se trasfiere no es «valor» sino bienes de uso hechos y derechos. Y el quid de la cuestión, para el caso asturiano está precisamente en que, cuando cesan las aceifas trasmontanas con Alfonso III, y la capital del nuevo reino ya gotificado, se traslada a la tradi­cional zona de pillaje de los astures, la zona de tras los puertos queda convertida en zona margi­nal y «superexplotada» -y no se vean en esto connotaciones morales, sino una simple servi­dumbre terminológica.

Hasta entonces, como tan bien han explicado Vigil y Barbero (4), lo que hay, sobre poco más o menos, es una jefatura tribal, progresivamente co­ronada de fantasías góticas y bizantinas (5), pero que sigue trasmitiendo la sucesión por vía avuncu­lar, es decir, matrilineal.

A partir del traslado de la capital a León, Astu­rias queda definitivamente sin urbanizar, y lo es­tará hasta el punto que ni siquiera verá la Suprema necesidad de sentar sus reales en la única ciudad del Principado: ciudad levítica, por otro lado, como suele ocurrir en las zonas orilladas de las altas culturas y como se demuestra, aún en la segunda mitad del XIX, si hemos de considerar a La Regenta como vera plasmación de lo «típico histórico».

La urbanización de América se produce pues, no desde España como bloque, sino desde la zona meridional y tradicionalmente urbanizada de la Península, aquélla que, según Legendre, después de ser colonizada durante doce o trece siglos, fue a su vez colonizadora durante tres o cuatro (6).

Las estadísticas, en primer lugar, así lo confir­man, ya que frente a los 16.235 emigrantes que Andalucía envió a Indias, y los 7.684 de Extrema­dura, Asturias envió entre 1493 y 1579 -la época climática del travase de población a América-, Asturias envió tan sólo 252, teniendo por detrás,

Indianos

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Lugarín de Mareo. Luis Entralgo, Jesús Paz y Alfonso Camín en la casa de los Entrialgos de «El Encanto», de La Habana.

en el ranking emigratorio, tan sólo a Canarias -cuya población recién mestizada no estaba aúnpara migraciones (7).

Es de sospechar, por otro lado, y si hemos de continuar fiándonos del carácter representativo de las grandes obras literarias, que buena parte de esos 252 individuos, lo fueran del sexo femenino, y principalmente «mozas de partido» y «maritor­nes», del mismo modo que de Vascongadas pare­cían salir principalmente escuderos, cartógrafos y alféreces, de Extremadura capitanes, y de Casti­lla, cómo no, pícaros y labriegos -en ésto, mal que le pese a El País y a Caro Baroja (8), la inducción popular no se equivoca.

Poco dotados, al parecer, de las virtudes técni­cas que Caro Baroja otorga a los vascos (9), y desprovistos de las ventajas ecológicas y geográfi­cas que en Vasconia permitieron el desarrollo de la náutica y la acería -y con ellas el principio de una urbanización de pequeños núcleos, fuerte­mente enfrentados con su entorno agrícola-, no es de extrañar que la famosa ilustración asturiana, como breve pero contundentemente ha mostrado Juan Cueto, fuera cosa de frailes y rentistas (10).

Los rudimentos etnológicos que pueden ras­trearse en Feijóo y en Jovellanos, no dejan de ser

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apreciaciones un tanto librescas, que si bien refle­jan su incipiente extrañamiento con respecto del entorno agrícola, en modo alguno sirven para fun­dar una ciencia de los « survivals», a la manera de Tylor -la diferencia de un siglo no importa aquí, y sí la relación de contraste-, porque se trata en definitiva de una lucha entre lo apenas naciente y lo abrumadoramente atávico -sin tomar ya en consideración cuestiones tales como la incapaci­dad para utilizar como recurrencia los datos de los cronistas de Indias, lo que nos llevaría a tratar cuestiones tales como la relación de la cultura española en general con lo extraño, y de la cul­tura de los frailes y caballeros campesinos astu­rianos con la conciencia central española, que ex­ceden con mucho al caso de lo aquí tratado.

Más interesante es ver que los esfuerzos de Jovellanos por urbanizar su pueblo natal por vía de los estudios náuticos debieron dar tan poco resultado, que siglo y cuarto después la imagen que de Gijón vemos reflejada en AMDG es la de un poblachón con pujos de villa, muy por debajo en su separación del agro entorno a la imagen que deducimos, por ejemplo, del Santander de Soti­leza, por no hablar ya del Bilbao del último cuarto del XIX que Unamuno pinta en Paz en la guerra.

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Si, como Redfield dice, la ciudad es el lugar de lo heterogéneo y de los valores cambiantes y con­flictivos (11), habría que afirmar que en España sólo existió hasta principios del XIX una ciudad que, de manera reiterada pi.:¡diera ;eclamar para sí los rigores de tal definición, a saber, Cádiz. Las otras han cumplido dicho papel, o se han acercado a él, en forma transitoria: Córdoba, bajo los Ome­yas, Sevilla con los Abbadíes, Valencia en el pri­mer Renacimiento, Sevilla

1bajo los Austrias, y

desde mediados del pasado siglo, Madrid y Barce­lona -cada uno de estos ascensos estelares es­tando siempre precedido y seguido de épocas os­curas en las que las ciudades pasaban a ser los mausoleos de lo unánime: centros ceremoniales, a la manera de Teotihuacán.

Tal vez sea preciso recordar a este respecto que aglomeración urbana no es lo mismo que ciudad, como lo demuestran las «ciudades» del Nuevo Mundo, por más que algunos, como Toynbee se empeñen en equiparar con las ciudades europeas a Cuzco y a Chan-chan (12). Del mismo modo que Marx decía de las ciudades asiáticas que «ha­blando con propiedad no son otra cosa que cam­pamentos militares» (13), los núcleos urbanos del Nuevo Mundo, a pesar de las imponentes ruinas mayas, o de los 20 km2 edificados de Teotihuacán (14), no pasan de ser lo que los especialistas de las Altas Culturas mesoamericanas llaman «centros ceremoniales».

Sólo Tenochtitlán ( entendiendo por ello todo el aglomerado urbano del lago de Texcoco, con sus vías lacustres y sus aledaños urbanos o urbaniza­dos, como Tacuba, Tlalpan, Xochimilco, etc.), por la época de la conquista, había alcanzado una complejificación que la acercaba al concepto eu­ropeo de lo urbano: y ello debido al surgimiento dentro de la sociedad azteca de una potente clase mercantil -los pochteca (15)-, que era la fomenta­dora de aquel bullir humano heterogéneo que Ber­na! Díaz pudo contemplar en el tiaquiz (mercado) de Tlaltelolco.

Los modernos urbanistas, especialistas en equística, proxemáticos, y quienes como Toynbee -y en parte también Childe- estudian el desarrollode lo urbano como un desbordamiento progresivo,«como de lava», de las calles y el cemento urbanosobre los campos (16), son los culpables de que eldesarrollo de lo urbano se exponga como un purocrecimiento exponencial de los volúmenes de la­drillo sobre los territorios silvestres o cultivados,sin tomar jamás en cuenta las mutaciones del «et­hos» que supone el paso de lo aldeano a lo ur­bano.

Dicha concepción puede llegar a ser tan filis­téamente «suburbial» -en el sentido del «suburb» anglosajón, es decir, la zona residencial campes­tre-, que la famosa «ecumenópolis» toynbiana pa­rece sólo poder realizarse por la fusión progresiva de zonas urbanas o urbanizadas, a la manera del

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:Et Nuevo Mundo», soberbio edificio situado en Portal Hi­dalgo, 1245.

Vista general de la fábrica «La Vasconia».

«La Flor de México», el café de las familias de la capital mexicana.

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«La Carolina», vista del soberbio edificio.

«La Helvetia», antigua Casa de Santiago Galas y Hermano de la capital de México.

Calvo Hermanos, vista general.

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«strip» californiano, en.vez de concebirse sobre la base de un enlace cada vez más amplio y complejo de las formas de vida urbahas -que no tienen por qué realizarse en ámbitos formalmente urbanos: basta con que los nervios (17) de este tipo de civilización funcionen.

Y así es cómo podría hablarse del modo de urbanización que sobre Asturias revierte de Amé­rica, a través de los indianos: no se trata tanto de considerar la influencia de los indianos ricos que venían a establecerse en sus pueblos de origen, en una parodia del Heathcliff de Cumbres borrasco­sas, creando barrios residenciales nuevos en Oviedo, o dando nuevo tono a villas pesqueras como Llanes o la Isla, con sus casonas, sus cena­dores y sus palmeras. Estos no tenían otra preten­sión que la de asimilarse a la burguesía y la pe­queña nobleza rentista, ya existentes en el Princi­pado.

Fueron sobre todo los emigrantes no enriqueci­dos, que tuvieron que volver a sus pueblos con el rabo entre las piernas, después de haber visto mundo -y tal vez aprendido un mediano oficio, como el de sastre, o el de tendero, que practica­ban en su aldea-, y que por eso mismo no se resignaban a desvincularse del todo del modo ur­bano asimilado. Y fueron también los emigrantes de escaso acomodo, que no se atrevían ni siquiera a volver a sus pueblos, y que acababan muriendo casi indigentes en asilos creados por filántropos de la inmigración en los países donde se habían enri­quecido -como las fundaciones Mundet, o el Sa­natorio español en México- los que con sus car­tas, sus envíos de revistas, y sus baules por barco, desde Veracruz, La Guaira o La Habana, exten­dieron la conciencia urbana y un cierto cosmopoli­tismo por Asturias.

Habría que investigar, en este sentido, la labor de cosmopolitización llevaba a cabo en las aldeas y villas de Asturias por los envíos de Carteles y Bohemia, hasta la subida de Castro al poder, o las suscripciones a Life y a Selecciones -cuando no existía aún edición española-, hechas desde His­panoamérica, como no menos el efecto de los envíos de enseres, ropa y objetos de recuerdo, facturados por barco hasta principios de los se­senta.

La última emigración a América no fue, corno dice el Profesor Aranguren (18), la emigración po­lítica que tuvo lugar al final de la guerra. Esa, en todo caso, fue la última emigración masiva «aris­tocratizante» -intelectuales y socios políticos, que se beneficiaron de la protección de Lázaro Cárde­nas e hicieron aún dinero, algunos de los cuales han vuelto luego convertidos en figuras próceres. La última emigración de los pueblos de Asturias, mucho más callada que ésa, tuvo lugar desde me­diados de los cuarenta hasta finales de los cin­cuenta, y se realizó a travis del Marqués de Comi­llas, y posteriormente a través de. 1 aquellas dos

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motonaves alternantes, de nombres fÜertemente simbólicos, el Covadonga y el ,Guadalupe.

En dichos barcos marcharon los últimos aldea­nos «reclamados» por parientes acomodados, o no tan acomodados, según aquel curioso sistema que vinculaba determinadas aldeas de Asturias con áreas concretas de la geografía latinoamericana. En ellos vinieron también toda aquella multitud de cubanos «que habían perdido la maleta por el ca­mino», y que, entre la paciencia y el escozor, hubieron de asentarse en sus pueblos de origen, intentando no perder el recuerdo de los buenos tiempos de el Malecón, el Vedado y La Habana antigua. Cuando Cuba era, como decía W. Mills, «el burdel de América», pero por ésto mismo for­maba parte de Cosmópolis.

El incendio del Marqués de Comillas a princi­pios de los 60, y la retirada de servicio, casi por los mismos años, de las dos ínclitas motonaves, pusieron fin a esta época de influencia urbana ultramarina, realizada silenciosa pero eficaz­mente, a través de los canales de la creciente urbanización interior del país -entre los que no eran los menores los carteros en bicicleta, que recorrían una media diaria de veinte kms. para traer o llevar correo a las estaciones de los ferro­carriles de vía estrecha: «el Vasco» o Económicos de Asturias.

Casi inmediatamente, vino a sustituir a esta in­fluencia la conexión directa con Europa estable­cida por la emigración a Suiza, Alemania y Ho­landa -realizada casi con las mismas característi­cas de enlace entre pueblos y áreas antes mencio­nada para América-, de la que resultó de nuevo una pléyade de dueños de bares, y tiendas de comestibles y electrodomésticos, que ayudados por el «boom» desarrollista, indujeron la segunda urbanización de Asturias.

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NOTAS

(1) Apud Marce! Merle y Roberto Mesa, El anticolonia­lismo europeo, Madrid, Alianza, 1972, p. 126.

(2) La ciudad y el campo, Alfaguara, 1966, p. 34.(3) Mujeres, graneros y capitales, México, S. XXI, 1979,

p. 136.(4) La formación del feudalismo en la Península Ibérica,

Barcelona, Crítica, 1979, cap. 7 passim. (5) Dubler afirma que el título de «flavius» aplicado a Ra­

miro III es consecuencia de una probable embajada bizantina, vid. «La crónica arabo-bizantina de 741», Al-Andalus, n.0 11, 1946, p. 292.

(6) Nueva Historia de España, Librería General, Zaragoza,1951, p. 23.

(7) Peter Boyd-Bowman, «La emigración española a Amé­rica: 1560-79», en Estudia Hispanica in Honorem R. Lapesa, T. II, Madrid, Gredos, 1974, pp. 139-44.

(8) Aunque éste no siempre es fiel, ni mucho menos, a lastesis contrarias a la noción de «carácter nacional» que expone en El mito del carácter nacional. Meditaciones a contrapelo, Madrid, Seminarios y ediciones, 1970.

(9) Vid. Vasconiana, cap. 3, S. Sebastián, Txercoa, 1974.(10) Heterodoxos asturianos, Oviedo, Ayalga, 1977, cap.

XXVII.

(11) El mundo primitivo y sus trasformaciones, México,FCE, 1963, p. 76.

(12) Ciudades en marcha, Madrid, Alianza, 1973, p. 104. (13) Correspondencia Marx-Engels, en Godelier, El modo

de producción asiático, Córdoba, Eudecor, 1966, p. 52: Levi­Strauss habla igualmente de «campamento idealizado», al des­cribir su impresión de las ciudades del Norte de la India (Tris­tos Trópicos, Barcelona, Anagrama, 1969, p. 415).

(14) M. Harris, Introducción a la antropología general,Madrid, Alianza, 1882, p. 184.

(15) Von Hagen, Los aztecas, México, Diana, 1961, caps.17 y 34.

(16) Toynbee, cit., p. 49.(17) Nervios en el sentido en que Deutsch habla de «los

nervios del gobierno» (The nerves of government, Models of po/itical comunication and control, NY, Free Press, 1966), es decir canales de información y control, que no tienen por qué realizarse en ámbitos formalmente urbanos: en este sentido, por ejemplo, la influencia del «Pony Express» en la urbaniza­ción del Oeste Americano.

(18) «La figura del indiano», en Estudios sobre la obra deAmerico Castro, Madrid, Taurus, 1971, p. 179.

Indianos