la tradición guatecana de la literatura

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La tradición guatecana de la literatura Sebastián Santisteban El primer problema es que en Guateque no hay escritores. Hubo un poeta en el siglo pasado con cierto reconocimiento; Eduardo Mendoza Varela, a quién se le dedicó un colegio de primaria en el pueblo que me parece que aun existe. Especificar y determinar la tradición de la literatura guatecana, entonces, resulta un proyecto superfluo y destinado al fracaso, tanto porque no hay escritores, como porque el proyecto mismo es vacío y anodino – en términos literarios, al menos -; y este es el caso de todos los demás casos. Dice Borges que la poesía gauchesca es artificial como cualquier otra, que todos los géneros son artificiales; y tiene razón. No solo son artificiales en tanto se nutren de múltiples fuentes dispares y con diversos orígenes, sino en tanto productos de la tecnología del lenguaje que pierde, que no logra captar completamente la esencia de lo “argentino” o de cualquier otro lugar. Y no solo del lugar, sino de la cosa misma. El problema al que nos enfrentamos, me parece, excede la “genuinidad” de la representación literaria de un nombre geográfico – sea lo que sea que signifique dicho nombre -, y nos estrella contra la nostalgia de reconocer, así sea solamente por intuición, que nunca podremos alcanzar dicha “genuinidad” de lo representado. Platón estaba parcialmente en lo cierto; la representación artística no está al mismo nivel de la “realidad”, pero tampoco está por debajo, sino que es paralela, es un universo propio que se conecta con el de acá mediante corrientes eléctricas que producen imágenes, como tubos catódicos. Por aquí se puede encontrar una posible salida – distinta a la del mercado y la sociología - respecto al problema de la tradición “argentina”, que como bien lo señala Borges, no hay

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Ensayo corto sobre la tradición literaria, psicoanalisis lacaniano y conferencia de Borges.

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Page 1: La tradición guatecana de la literatura

La tradición guatecana de la literaturaSebastián Santisteban

El primer problema es que en Guateque no hay escritores. Hubo un poeta en el siglo pasado con cierto reconocimiento; Eduardo Mendoza Varela, a quién se le dedicó un colegio de primaria en el pueblo que me parece que aun existe. Especificar y determinar la tradición de la literatura guatecana, entonces, resulta un proyecto superfluo y destinado al fracaso, tanto porque no hay escritores, como porque el proyecto mismo es vacío y anodino – en términos literarios, al menos -; y este es el caso de todos los demás casos.

Dice Borges que la poesía gauchesca es artificial como cualquier otra, que todos los géneros son artificiales; y tiene razón. No solo son artificiales en tanto se nutren de múltiples fuentes dispares y con diversos orígenes, sino en tanto productos de la tecnología del lenguaje que pierde, que no logra captar completamente la esencia de lo “argentino” o de cualquier otro lugar. Y no solo del lugar, sino de la cosa misma. El problema al que nos enfrentamos, me parece, excede la “genuinidad” de la representación literaria de un nombre geográfico – sea lo que sea que signifique dicho nombre -, y nos estrella contra la nostalgia de reconocer, así sea solamente por intuición, que nunca podremos alcanzar dicha “genuinidad” de lo representado. Platón estaba parcialmente en lo cierto; la representación artística no está al mismo nivel de la “realidad”, pero tampoco está por debajo, sino que es paralela, es un universo propio que se conecta con el de acá mediante corrientes eléctricas que producen imágenes, como tubos catódicos.

Por aquí se puede encontrar una posible salida – distinta a la del mercado y la sociología - respecto al problema de la tradición “argentina”, que como bien lo señala Borges, no hay que verla atada exclusivamente a las cosas y los sucesos que ocurren en ese país, sino más bien como un archivo vivo que se construye a partir de ciertos textos inspirados en fenómenos psíquicos y emocionales, más o menos compartidos; y que se reglamenta a partir de unas operaciones que, sin embargo, se le escaparon a Borges. Quiero decir que si bien sus argumentos llegan a un destino feliz, son débiles y habría que enriquecerlos. No solamente porque el pudor y la dificultad para las confidencias, o porque la cercanía con una historia sangrienta sean posibles lecturas para la Argentina y casi cualquier otro lugar, sino además porque el problema de fondo, como lo señalé en el párrafo anterior, es del lenguaje y su incapacidad para agarrar “lo real” en su totalidad – es decir, incapaz de representar lo propiamente “argentino” –; y además porque invariablemente lo que el lenguaje, y sobretodo la literatura hacen, es crear otras realidades que no tienen por qué parecerse o seguir las lógicas taxonómicas del mundo “real”.

Hablamos, en consecuencia, mi estimado D., de llegar a un punto que no existe, como la tradición guatecana de la literatura, o como pelar cebollas buscándoles un centro

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que no tienen. Lo único real son las lágrimas. Tal vez metáfora un poco telenovelesca pero sin embargo útil para reflejar eso que pasa con el lenguaje y su obsesión fallida de querer decir o remitirse a algo “verdadero”, a algo genuinamente “real”.