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Psicoanálisis APdeBA - Vol. XXVII - Nº 1/2 - 2005 59 La situación traumática básica en la relación analítica Raúl Hartke 1 1 El autor desea agradecer a sus colegas del Grupo de Estudio sobre Bion y Meltzer el constante intercambio de ideas que mantuvo con ellos y sus útiles comentarios. INTRODUCCION Según las notas que introdujo Freud en su traducción de Leçons de mardi, de Charchot (Freud, 1892), sabemos que la noción de trauma psíquico estuvo presente en el psicoanálisis desde sus primeras etapas y, podría decirse, incluso en su prehistoria. Si revisamos las obras freudianas, la encontraremos en sus concepciones acerca del origen traumático de la neurosis en general (1939), en las formulacio- nes relativas a la neurosis traumática en sí (1920) y, por último, en la teoría del origen traumático de la angustia (1925, 1933). Si examina- mos dicha noción a partir de la primera de estas perspectivas, resaltan el papel de la memoria y el concepto de posterioridad (Nach- träglichkeit), asociados con las dos etapas de la formación del trauma (Laplanche, 1980, 1992). Dentro de la teoría de la neurosis traumá- tica, centrada en los fenómenos y mecanismos intrapsíquicos que operan tras el impacto del suceso traumático, aparece de manera notoria la denominada función o aparato protector antiestímulo (Reizschutz) (Freud, 1920). Por último, a partir del último vértice, que es la teoría del trauma generalizado de Baranger et al. (1988), surge en primer plano la noción de desvalimiento psíquico (Hilflo- sigkeit), vinculada con las de situación traumática y angustia automá- tica (Freud, 1925, 1933). No obstante, en toda esta gama de conceptos se mantiene el aspecto económico del trauma como un elemento indispensable y esencial de la teoría freudiana. En este sentido, la

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Psicoanálisis APdeBA - Vol. XXVII - Nº 1/2 - 2005 59

La situación traumáticabásica en la relación analítica

Raúl Hartke 1

1 El autor desea agradecer a sus colegas del Grupo de Estudio sobre Bion y Meltzer el constanteintercambio de ideas que mantuvo con ellos y sus útiles comentarios.

INTRODUCCION

Según las notas que introdujo Freud en su traducción de Leçons demardi, de Charchot (Freud, 1892), sabemos que la noción de traumapsíquico estuvo presente en el psicoanálisis desde sus primerasetapas y, podría decirse, incluso en su prehistoria. Si revisamos lasobras freudianas, la encontraremos en sus concepciones acerca delorigen traumático de la neurosis en general (1939), en las formulacio-nes relativas a la neurosis traumática en sí (1920) y, por último, en lateoría del origen traumático de la angustia (1925, 1933). Si examina-mos dicha noción a partir de la primera de estas perspectivas, resaltanel papel de la memoria y el concepto de posterioridad (Nach-träglichkeit), asociados con las dos etapas de la formación del trauma(Laplanche, 1980, 1992). Dentro de la teoría de la neurosis traumá-tica, centrada en los fenómenos y mecanismos intrapsíquicos queoperan tras el impacto del suceso traumático, aparece de maneranotoria la denominada función o aparato protector antiestímulo(Reizschutz) (Freud, 1920). Por último, a partir del último vértice,que es la teoría del trauma generalizado de Baranger et al. (1988),surge en primer plano la noción de desvalimiento psíquico (Hilflo-sigkeit), vinculada con las de situación traumática y angustia automá-tica (Freud, 1925, 1933). No obstante, en toda esta gama de conceptosse mantiene el aspecto económico del trauma como un elementoindispensable y esencial de la teoría freudiana. En este sentido, la

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RAUL HARTKE

conceptualización presente en las “Lecciones de introducción alpsicoanálisis” constituye un ejemplo:

“... esta concepción […] nos enseña el camino hacia una conside-ración, llamémosla económica, de los procesos anímicos. Más: laexpresión [situación] “traumática” no tiene otro sentido que ése, eleconómico. La aplicamos a una vivencia que en un breve lapsoprovoca en la vida anímica un exceso tal en la intensidad de estímuloque su tramitación o finiquitación por las vías habituales y normalesfracasa, de donde por fuerza resultan trastornos duraderos para laeconomía energética” (Freud, 1916-17, pág. 275) [AE, vol. 16, págs.251-52].2

En un comienzo, Freud sostuvo que los únicos responsables delexceso que provoca el trauma eran los estímulos externos, en virtudde una amplia fractura en la función de la protección antiestímulo.Sin embargo, más adelante consideró que esa misma condicióneconómica era consecuencia de las pulsiones internas, básicamentelibidinales. Cuando en su teoría final sobre la angustia introduce lasnociones de situación de peligro y de señal de angustia, expone demanera más clara el papel del objeto en el trauma. Una vez más, locitaré en forma textual:

“Con la experiencia de que un objeto exterior, aprehensible porvía de percepción, puede poner término a la situación peligrosa querecuerda al nacimiento, el contenido del peligro se desplaza de lasituación económica a su condición, la pérdida del objeto. La ausen-cia de la madre deviene ahora el peligro: el lactante da la señal deangustia tan pronto como se produce, aun antes que sobrevenga lasituación económica temida” (Freud, 1925, págs. 137-38) [AE, vol.20, pág. 130].

Sin embargo, es necesario señalar que, en última instancia, eltrauma en sentido estricto es esencialmente para Freud una condicióneconómica intrapsíquica que deriva del desvalimiento (Hilflo-sigkeit)del niño.

Autores posteriores a Freud, comenzando por Ferenczi (1949),

2 Para las citas de trabajos de Freud, daremos la versión de las Obras completas, de Amorrortueditores (AE), cuya paginación se indica entre corchetes. (N. del T.)

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destacaron la necesaria participación del objeto en el origen deltrauma. Por ejemplo, Balint (1969) ubica al objeto traumatógeno enel centro de su propuesta, que toma como modelo la teoría de lasrelaciones objetales o, según su propia terminología, el campo de lapsicología bipersonal. Más aun, critica la concepción freudiana porestar basada únicamente en consideraciones económicas. Según él,este criterio torna muy difícil la definición de un hecho comotraumático o no traumático, ya que las decisiones cualitativas funda-das en datos cuantitativos siempre resultan arbitrarias. Balint propo-ne una estructura trifásica del trauma infantil. De acuerdo con ella, elniño inmaduro mantiene, al principio, una relación de dependenciacon el adulto y confía en él. En una etapa posterior, ese adulto, encontradicción con las expectativas del niño, se comporta con él de unamanera que resulta sumamente excitante, amenazante o dolorosa.Las concepciones tradicionales sobre el trauma sólo consideran estainstancia. Por último, en la tercera fase indispensable, el adulto seniega a reconocer y comprender lo ocurrido en la etapa previa, y noconsuela al niño por el daño que le ha provocado.

Khan (1963) y Winnicott (1965), así como Stolorow y Atwood(1992), también exponen los conceptos vinculados con el traumadentro de un marco relacional, pero toman otros puntos de referenciateóricos. Por ejemplo, Winnicott se aproxima, en cierta forma, aBalint, al afirmar que “el trauma es una falla relacionada con ladependencia; es lo que destruye la idealización de un objeto a causadel odio que siente el individuo, quien reacciona ante la imposibili-dad de ese objeto de cumplir su función” (1965, pág. 113). Desde lamisma perspectiva, Khan (1963) añade que el objeto (la madre, en elcaso del niño) también cumple el papel de protección antiestímulo y,de ese modo, transforma un concepto originalmente económico eintrapsíquico en uno relacional, que se sitúa fuera del sujeto (Barangery Baranger, 1969).

Los autores nombrados creen que, por definición, no existetrauma sin un objeto. No obstante, Baranger et al. (1988) critican estapostura porque afirman que desdibuja la especificidad de la situacióntraumática y la confunde con la de cualquier situación patógena. Espor esto que retoman y defienden un concepto extremo del trauma,que vinculan con la noción de angustia automática:

“Todas las formas de la psicopatología, así como las técnicas decontrol ‘normales’, apuntan a evitar la aparición de la angustia de esta

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clase extrema, tan primitiva que sólo podemos describirla en térmi-nos económicos: ruptura de la barrera, inundación de cantidadesingobernables, desvalimiento total. Este tipo de angustia “automáti-ca” puede caracterizarse como el trauma inicial, el trauma puro,desprovisto de significado y totalmente perturbador” (pág. 124).

A continuación, los mismos autores agregan que, según estaperspectiva, la función primitiva del objeto es preservar el surgi-miento del trauma puro en lo subjetivo e intrapsíquico, ese traumaque, por subjetivo que sea, dependerá siempre de “alguien que nohizo lo que debía o hizo lo que no debía” (pág. 123).

Desde mi punto de vista, los Botella, en su concepción del traumainfantil como una no-representación “que el yo experimenta como unexceso de excitación” (2002, pág. 92), también defienden la preser-vación del carácter esencialmente económico del núcleo traumático.Según ellos, el Hilflosigkeit esencial, que el ser humano quizásasimile a una experiencia de muerte, deriva de esta pérdida de larepresentación objetal y no de la pérdida del objeto en sí.

Mi objetivo en este trabajo es desarrollar formulaciones acerca deltrauma psíquico que cumplan lo más posible con las siguientescondiciones. En primer lugar, tendrán que preservar en máximamedida los elementos fundamentales de la noción freudiana original,evitando así el riesgo de incluir demasiados conceptos que la tornenindistinguible de cualquier situación patógena. Esto implica necesa-riamente introducir algunos conceptos acerca de lo que sucede dentrode la mente durante la situación traumática, esto es, a nivel intrapsí-quico (y no sólo en la relación), considerando que el núcleo yamencionado implica de manera indispensable una desorganizacióninterna.

En segundo lugar, y a la inversa, rechazaremos la tendencia alsolipsismo en la que siempre puede incurrir la concepción clásica,teniendo en cuenta el principio general defendido por muchos psi-coanalistas según el cual un sujeto no existe sin la participación deotro o incluso otros (Winnicott, 1971; Bion, 1962b; Green, 1990).Más aun, y siguiendo con la cuestión del objeto, creo necesario añadirque, como aduce Bion (1962b), su función no es únicamente satisfa-cer o frustrar las pulsiones del sujeto, sino hacer posible en el niño lagénesis y el desarrollo de la capacidad para pensar o, por el contrario,dificultarla, inhibirla u orientarla en sentido erróneo. Es por eso quelas formulaciones que expondré no sólo deberán contemplar al objeto

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(amén del núcleo traumático puro en el sujeto), sino esa dimensiónepistemológica (Meltzer, 1984) que introdujo Bion en el psicoanáli-sis (en el sentido de ser una teoría sobre los pensamientos y laactividad del pensar), junto con sus valiosos conceptos “ajenos alsignificado” sobre la función alfa, los elementos alfa y beta, lacontención y el ensueño materno, para citar sólo los inmediatamentepertinentes. Desde una perspectiva bioniana, la noción de protecciónantiestímulo (Reizschutz), que remite al nivel de las pulsiones, secorrespondería con la de un objeto de contención interno, que esresultado de la introyección de un objeto contenedor externo. A suvez, esto último se vincularía con la idea de Khan (1963) acerca delpapel de protección antiestímulo que cumple la madre respecto de suhijo.

En tercer lugar, deberá respetarse el principio metodológico pormí adoptado según el cual el único locus de observación, inferenciae intervención posible e indispensable para el psicoanalista como taly, por lo tanto, el de la investigación psicoanalítica en sentidoestricto, es la situación psicoanalítica. Este principio es defendidopor autores de diversas orientaciones teóricas, como Bion (1992),Meltzer (1975), Botella y Botella (2001) y Green (2003). Más aun,considero esencial contemplar en la relación analítica tanto la presen-cia de las dos subjetividades individuales implicadas –esto es, elanalizando y el analista–, con sus respectivas estructuras psíquicas ehistorias personales, como el surgimiento concomitante de los fenó-menos específicos de la díada (en otras palabras, las experiencias quelos dos comparten y que trascienden la suma de las mentes de ambos).Baranger y Baranger (1969) avalaron estos fenómenos. Desde unprisma teórico diferente, Ogden (1994) los reunió bajo la denomina-ción de tercero analítico intersubjetivo, y creo que su observación deque esto se halla en permanente tensión dialéctica con las dossubjetividades que continúan presentes en el encuadre es pertinentey necesaria a los fines clínicos.

El término surgimiento, que acabo de mencionar en relación conlos fenómenos de la díada analítica, se refiere a la noción de unapropiedad emergente, a saber: una estructura global que se origina enla interacción de las dos mentes involucradas, pero presenta nuevascaracterísticas generales de funcionamiento que no pueden concebir-se ni deducirse sólo a partir de las manifestaciones de los individuospor separado. Además, así como esta estructura se origina, porcausalidad ascendente, en estos últimos, también se despliega, por

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causalidad descendente, para influir en cada uno de ellos (Langton,citado en Lewin, 1992; Honderich, 1995).

Este vértice intersubjetivo también nos permite concebir la no-ción de una función de contención de la díada analítica, que trascien-de la suma de las funciones de contención de cada uno de susmiembros. Todo esto implica la necesidad de abstracciones teóricas(incluidas las metapsicológicas) sobre los fenómenos psíquicos quetienen lugar en esta situación particular y en la mente de susparticipantes, cuidando, además, que no constituyan solamente unaparáfrasis de la clínica (Green, 1990, pág. 84).

A fin de tomar en consideración los tres requisitos ya menciona-dos (el núcleo puramente traumático, la participación del objeto enfunciones vinculadas con el pensamiento, y el surgimiento necesariodel fenómeno dentro del encuadre), efectuaré una transformación(Bion, 1965) del concepto freudiano antes citado, arribando de talmodo a la siguiente formulación, que, desde mi punto de vista,concuerda con este marco de referencia ampliado. Definiré la situa-ción traumática como un suceso que provoca en la relación analíticacierta magnitud o calidad de emociones que sobrepasan la capacidadde contención (Bion, 1962b) de la díada involucrada. Este excesoalcanza un nivel u ocurre de una manera tal que origina en la mentede uno de los participantes, o de ambos, una zona o período dedesmentalización, suficiente, en caso de detectarse, como para re-querir un posterior trabajo de análisis sobre esta perturbación ygenerar un cambio psíquico importante en la relación, ya sea positivoo negativo.

Tal como yo la entiendo, la desmentalización es una falla en lasfunciones mentales necesaria para transformar las impresiones sen-soriales y las emociones elementales de la experiencia en un fenóme-no psíquico; en otras palabras, para convertir un hecho en unaexperiencia mental (Bion, 1962b). Dicho de otra forma, implica undesajuste en el sistema de representaciones que conforman la psique(Green, 1993; Botella y Botella, 2002). En la ampliación conceptualpropuesta, se correspondería con el núcleo traumático puro al quealudimos anteriormente y significaría el pasaje de una angustialigada a un objeto, a otra en la que básicamente no existe represen-tación psíquica, lo que posiblemente se vincule con el terror innomi-nado descripto por Bion (1962a). Este rompimiento del tejido de lasrepresentaciones constituye la fractura esencial del trauma psíquico,teniendo en cuenta que la palabra trauma, derivada del griego, alude

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propiamente a una “herida abierta” (Laplanche y Pontalis, 1973),esto es, implica roturas, rasgaduras y trastornos.

En la gran mayoría de los casos, percibimos sólo momentosfugaces o meras manifestaciones indirectas de esta desmentalización,ya que el analizando, el analista o ambos se las ingenian paraamortiguarla con mecanismos defensivos de emergencia con elpropósito de asegurarse la supervivencia psíquica. A este fenómenoocurrido en el encuadre lo denominaré situación psicoanalíticatraumática básica o mínima. Desde dicha perspectiva, se trata de unsuceso de transferencia y contratransferencia y, en tal sentido, de unconcepto técnico en su esencia, que se relaciona específicamente conla relación y el proceso psicoanalíticos, el funcionamiento mentaldurante la sesión, comparable en cierta forma con la manera en que,por ejemplo, nos referimos a una perversión de la relación analítica.Esto no excluye en absoluto la existencia de un trauma psíquico porfuera de este encuadre particular; se trata simplemente de formular unconcepto compatible con las características, posibilidades y limita-ciones del método psicoanalítico específico, y de estudiar la forma-ción y el desarrollo del proceso traumático durante la sesión en lugarde deducirlo únicamente a partir de un relato del analizando acercade un suceso externo. Por otra parte, creo que es lo suficientementemacroscópico como para ser localizado con facilidad. Sin embargo,no debe excluirse la posibilidad de que, después de esto, se detectenformas cada vez más microscópicas de esta misma situación traumá-tica, que incluirían, por ejemplo, las consecuencias de lasmicrofracturas descriptas por Ferro (2002) en la situación mental delanalista.

Partiendo del supuesto de que el analista no siempre se encuentrareceptivo ni contiene, comprende e interpreta de manera adecuada lasemociones presentes en la relación, y de que, por el contrario, esprobable que esto ocurra sólo en determinados momentos, quedaabierto el interrogante relativo a las circunstancias específicas en lasque la falta de contención conduce a una situación traumática segúnla describimos. No obstante, considero que es precisamente su deli-mitación conceptual dentro del encuadre la que permitirá realizar unainvestigación más detallada y profunda. Sea como fuere, pienso que esposible que sus condiciones determinantes abarquen un espectro queva de las que pertenecen al analizando a las derivadas sobre todo delanalista, con una zona central amplia e importante en la que ambosparticipan como agentes de la situación traumática. Las personas que

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han sufrido muchos traumas en el transcurso de su vida no sólo tiendenobviamente a llevar dichas experiencias al encuadre analítico, sino quetienen muchas más probabilidades de ingresar en un nuevo estadotraumático debido a algún suceso ocurrido en la relación, provocadoprecisamente por el déficit de contención que generó ese trauma delpasado. Sin embargo, es menester también tener siempre presente quedicha situación traumática puede desplegarse a causa de una limitacióno disminución circunstancial o específica de la capacidad de conten-ción del analista, o incluso por lo que Ferro (2002) describió como unainversión del flujo de las identificaciones proyectivas del analista haciael analizando.

Es probable que los factores vinculados con el analizando y conel analista operen en una serie complementaria (Freud, 1916-17) y,como ya mencionamos, la desmentalización puede aparecer demanera predominante en uno de los miembros de la díada analítica oafectar a ambos por igual, pero, en cualquier caso, creo que resultaesencial a nivel heurístico y técnico considerarlo un fenómenointersubjetivo. Siendo así, el analista, como observador participante,debe utilizar un punto de vista binocular (Bion, 1962b; Meltzer,1978) con el fin de poder investigarlo desde dentro y desde afuera almismo tiempo.

Siguiendo la posición metodológica adoptada, presentaré algunoscasos clínicos que servirán para sostener las consideraciones concep-tuales y teóricas pertinentes. Me centraré en diferentes aspectos de lassituaciones traumáticas que presenta cada caso y haré hincapié en ellas,pero sin dejar de tener como referencia permanente sus manifestacio-nes y vicisitudes en la relación analítica.

CASOS CLINICOS

Comenzaré por una situación que, a mi entender, fue desencade-nada por el analista dentro de la relación, lo cual no implica queignoremos la participación del analizando.

Luego de un período en que dejé de atender a mis pacientes porqueme fui de vacaciones, A retomó el análisis mostrándose muy angus-tiado, e hizo referencias a ciertas actividades homosexuales en lasque participó durante el mes de mi ausencia. Comenzamos a analizarsu estado en términos de la angustia y el resentimiento que le habíaprovocado el hecho de que yo lo hubiera dejado solo, abandonado,

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como el obstáculo excluido [sic], en asociación con lo que él siemprehabía sentido con respecto a su familia de origen, ya que había habidovarias señales indicativas de esto. Hubo cierta disminución de laangustia y un momento de acercamiento analítico, pero luego latensión durante las sesiones comenzó a aumentar. Reaparecieronmanifestaciones del síndrome de las piernas inquietas, que hacíatiempo no se presentaba. El paciente repetía sin cesar que el análisisno lo había ayudado en nada, que era una manera de explotar a laspersonas con dificultades mentales, y que todo lo que yo le decía eranmeras construcciones teóricas. El contenido de sus críticas y, sobretodo, su forma de expresarlas, provocaron en mí un deseo deresponder de manera rotunda e incluso agresiva, o simplemente deponer fin a la sesión. En cierto momento, comenzó a decir que él yano podía escuchar, que se estaba volviendo completamente sordo.Afirmaba que sentía netamente en su cabeza una masa esponjosa quese desarrollaba a toda velocidad, comenzando por los oídos, y lorelacionó con la otosclerosis temprana que le había diagnosticado unmédico algunos años antes, pero de la que, hasta ese momento, no sehabía manifestado ningún otro síntoma clínico claro. El médico lehabía mencionado que era probable que comenzase a formarse algoesponjoso en sus oídos. Al principio, A me pedía que hablara con untono de voz más alto, pero luego adujo que ya no podía escucharmedebido a un zumbido interno que era cada vez más intenso. Además,comenzó a sentir terror ante la idea de volverse loco y de que sucerebro se transformara en una masa llena de agujeros (similar a lade una esponja). Más aun, empezó a asistir a las sesiones con unapequeña radio portátil, que amenazaba con encender para reducir elzumbido y porque lo poco que podía escuchar de lo que yo le decíano le interesaba. En silencio, toqueteaba los botones del aparato–aunque nunca llegaba a encenderlo–, procurando mostrarse com-pletamente indiferente ante mi presencia. Yo seguí insistiendo enseñalarle y abordar de diferentes formas sus sentimientos relaciona-dos con nuestra separación por las vacaciones; no obstante, en ciertomomento me percaté de algo que hasta entonces no había advertido:en varias de las sesiones previas, mientras A se quejaba o se manteníaen silencio, yo recordaba y repasaba mentalmente algunas escenas delas placenteras vacaciones que había disfrutado con mi familia juntoal mar. Además, por momentos las comparaba con la aspereza y ladificultad que experimentaba en esas sesiones. Comprendí que estosrecuerdos reconfortantes habían aparecido con mayor intensidad

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durante los primeros días de regreso al trabajo, y que los disfrutabacon un placer particular, como si, de hecho, retornara a las vacacio-nes. En esos instantes, sentía que A era un obstáculo, del mismo modoen que él se imaginaba a sí mismo con relación a su familia. Una vezque tomé conciencia de esto, percibí que en realidad yo no estabamentalmente presente en la relación analítica como creo que sueloestarlo. Me di cuenta de que, como resultado de lo dicho, había estadorepitiendo casi mecánicamente las interpretaciones acerca del aban-dono durante las vacaciones, y me vino a la mente la idea de queestaba trabajando como un piloto automático. Entonces le dije que,a mi parecer, sus sentimientos más importantes de dicho período nose vinculaban en realidad con el hecho de haberlo dejado solo, sinocon que yo aún no había regresado del todo ni había entrado ensintonía con él.

Tras esta revelación, A respondió con un silencio incómodo.Luego, agarró la radio y comenzó nuevamente a manipular susbotones. Temí que esta vez decidiera encenderla, pero, en formaparalela, percibí que en ese momento el silencio creaba una atmósferallena de emoción, que difería totalmente de la de sesiones anteriores.Al final, A dijo lo siguiente:

– Mire cómo funcionan las cosas hoy en día: hace algunos años,yo tenía otra radio que se sintonizaba de manera mecánica, de modoque no siempre podía ubicarse y retenerse la emisora deseada. Comoconsecuencia, solía haber interferencias. Esta tiene una tecnologíamucho más avanzada: la sintonización es electrónica, automática,por lo que uno puede localizar la emisora en forma aproximada y elaparato ubica el punto exacto en el dial. ¡Sintoniza perfectamente!

Permanecimos en silencio, pero yo sentía que esta vez noshabíamos escuchado uno a otro y habíamos entrado en sintonía.Señalé solamente que cuando no hay interferencias, cualquier comu-nicación se torna mucho más eficaz.

En los días siguientes, la situación mejoró, e incluso pudimosretomar el análisis de las fantasías y sentimientos de A con respectoa mis vacaciones y mi ausencia mental durante las sesiones (incluidaslas asociaciones con experiencias infantiles de abandono y exclu-sión) en una atmósfera relacional diferente. Esto no excluía quehubiera turbulencias, pero las actitudes repetitivas y estériles presen-tes en la situación anterior habían desaparecido. El paciente no aludiómás a la sordera o a la masa esponjosa que albergaba en su cabeza,y a medida que avanzamos en las sesiones, este episodio se convirtió

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en una contribución importante para nuestro conjunto de recuerdospositivos sobre la relación.

Otras instancias anteriores en las que había tenido lugar unaseparación analítica constituyeron un fuerte indicador de que Acarecía de un objeto de contención interno. En ocasiones próximas auna interrupción de las sesiones, era común que A incurriera, porejemplo, en acting-outs sexuales riesgosos, así como que intentasecrear un vínculo sadomasoquista conmigo. No obstante, en la situa-ción que acabamos de describir, mi ausencia mental relativa no sólotornó prácticamente imposible durante varias sesiones la contención,el procesamiento y la verbalización de la turbulencia emocionalsentida en la separación, sino que aumentó la sensación de abandonoen ese preciso momento. Comenzó entonces a aumentar la angustiay la agresividad, y surgió otro fenómeno en la relación analítica, quediscutiremos luego de la presentación de las formulaciones teóricas,las cuales me permitirán explorarlo con más detalle.

Sin duda, mis reacciones y ensoñaciones en ese período podíanservir –y, de hecho, sirvieron– como indicadores de importantesfantasías estructurantes de nuestra relación, cuyo posible origen eraalgún rasgo del mundo interno y la historia del analizando. Concre-tamente, en un nivel más profundo, creo que de manera inconscientecapté la angustia, la ira e incluso la desesperación que le provocabaal paciente la experiencia de confrontarse con un objeto ante el cualse sentía inexistente. Cierto es que, durante un cierto período, nologré percatarme de esto, transformarlo en un hecho clínico yanalizarlo junto con A. De ahí que consideré que en ese momento elprincipal factor desencadenante de la psicopatología relacional –o almenos lo que debía registrarse y modificarse antes que nada, porqueestaba en primer plano, como algo urgente– era mi ausencia mentalen sí. Ella era la responsable de la desmentalización del analizando,que, a mi entender, funcionaba como una defensa. Por lo demás, enese período yo también estaba desmentalizado respecto de la expe-riencia emocional actual; por decirlo de algún modo, tenía mi mentecapturada por gratificantes fantasías encubridoras.

En mi opinión, mi reconocimiento indirecto ante el analizando demi ausencia mental interrumpió la perpetuación de la tercera fase delproceso traumático descripto por Balint (1969). Dicha interrupciónactuó a favor de los efectos terapéuticos, al menos en tanto no alterómás aun el juicio de realidad en el analizando. Por último, creo queuno de los factores responsables del aumento de la ira de A durante

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las sesiones fue su desilusión ante la imposibilidad de que yo, duranteun período, ejerciera mi función, de acuerdo con los criterios seña-lados por Winnicott (1965).

Otro analizando, B, había estado en tratamiento alrededor de dosaños hasta que se presentó la situación que relataré a continuación. Bera una mujer soltera de alrededor de cuarenta años, proveniente deuna familia muy humilde y que había alcanzado un notable éxito ensu carrera profesional debido a su inteligencia, empeño y grancapacidad operativa. Había perdido a su padre a los cinco años, yhabía hecho vagas referencias, con pocos recuerdos concretos, aposibles episodios o intentos de abuso sexual por parte de adultos quevivían en una casa en la que su madre había trabajado como empleadadoméstica. Sus relaciones afectivas duraban sólo un breve lapso y norecordaba haberse entregado nunca emocionalmente a nadie.

En el momento de mi relato, las sesiones se caracterizaban por ladescripción fáctica de situaciones básicamente profesionales. Bhablaba de una manera superficial, práctica, que me repercutía muypoco en el plano emocional y no me permitía tener muchas asociacio-nes. Esto solía remontarme a la descripción hecha por Bion (1962b)de los pacientes que, al finalizar su discurso, hacían que el oyente seinclinara para preguntarles: “¿Y entonces qué?”. Por otra parte, enalgunas ocasiones, por las noches y estando sola en su departamento,B había experimentado crisis de angustia intensa, al extremo dellamarme aterrorizada, con temor de volverse loca y terminar sus díasen un neuropsiquiátrico. Nunca lograba ubicar un factor desencade-nante de estos episodios, a lo que se añadía la carencia de uncontenido ideativo específico. Por momentos, ella, por sí sola o conmi ayuda, encontraba un motivo aparente que, no obstante, nuncallegaba a convencernos como factor emocional y no contribuía aampliar ni profundizar las asociaciones. A veces, ella recordabaalgún fragmento de un sueño y me lo narraba; siempre se trataba departes dispersas, desconectadas y discontinuas de escenas violentasy agresivas, pero era evidente que ella evitaba examinar dichasexperiencias.

Con frecuencia, yo me sentía en el papel de un oyente que seencontraba frente a una persona extremadamente sensible a cualquierdesorden o alteración del encuadre, por lo que tenía que mantenermemuy atento a todos los detalles de su relato. Ella no daba muchoespacio a mis intervenciones y, en general, parecía no registrarlas o,por el contrario, se sentía rápidamente criticada y herida. Temía que

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las interpretaciones en las que yo intentaba señalarle su participaciónen alguna situación pudieran descompensarla (sic), perturbando elequilibrio emocional que ella creía haber podido preservar hastaentonces. Necesitaba sentir que controlaba todas las situaciones,tanto en las sesiones como en su vida profesional. Al mismo tiempo,nunca dejaba de asistir a nuestros encuentros. Yo me sentía frente aun caso de equilibrio inestable, el cual traía a mi mente la imagen deun envoltorio delicado que en su interior contenía algo peligroso,algo que en cualquier momento podía estallar con efectos desastro-sos, pero que, empero, debía ser abierto si pretendíamos entablar uncontacto eficaz.

En las situaciones en las que ella descubría con certeza que algúnser querido la menospreciaba o incluso la hería, comenzaba a dudarde sus percepciones y a buscar una explicación que le brindara algúntipo de consuelo, negando y reconociendo la situación al mismotiempo, como ocurre con la renegación o desmentida (Verleugnung)(Freud, 1927). Además, llegaba a pensar que tal vez ella mismadistorsionaba los hechos que relataba. Sin embargo, luego del sucesoparticular que enseguida habré de relatar, comprendimos que reac-cionaba así debido a la convicción de que no soportaría enfrentarsea esa realidad dolorosa porque la destruiría.

Después de un tiempo, desarrolló una transferencia intensa ymanifiestamente amorosa que yo consideré pueril, similar a unacaricatura, ya que me aseguraba que si yo me convertía en su novioo, mejor aun, me iba a vivir con ella, todos sus problemas seresolverían. En dichas ocasiones, yo sentía como si estuviera lidian-do con un niño demandante, desesperado y desvalido. En general,mis interpretaciones contenían referencias a la ausencia paterna, a labúsqueda protectora y defensiva de un objeto idealizado y al deseo detraer a las sesiones –mediante puestas en acto– recuerdos de posiblesabusos sexuales sufridos en la infancia.

En cierto punto, tomé conciencia de un síntoma que yo habíadesarrollado con respecto a ella. Percibí que durante algún tiempo–aunque sin haberme percatado– había estado preocupado por loszapatos que me iba a poner cada vez que tenía sesión con ella, detalleque no suele ocupar demasiado mi interés. Durante cierto período,procesé este descubrimiento sólo internamente, sin poder transfor-marlo en algo utilizable dentro del ámbito terapéutico. Cierto día, Bcomenzó a relatarme una situación difícil, delicada e incluso riesgosaque enfrentaba en el trabajo. La comparó con el hecho de cruzar un

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sendero peligroso y estrecho de terreno pedregoso, y este uso de unametáfora, a la que ella rara vez recurría, me llamó la atención. Noobstante, de inmediato e inesperadamente, vino a mi mente la escenade una persona que caminaba descalza por ese sendero, imaginé lavívida sensación de dolor resultante, y recordé mi síntoma de loszapatos. Sin pensarlo dos veces, le describí esta imagen de alguienque estuviera caminando descalzo y dolorido sobre suelo pedregoso.La atmósfera de la sesión sufrió un brusco cambio y me pareció que,de pronto, un silencio atemorizante, angustiante, problemático ydenso se apoderaba del consultorio. Con un tono de voz y unaexpresión general por completo diferentes a los de otras ocasiones,que denotaban una clara alteración de su estado emocional, B mecontó que a cada uno de los amantes que había tenido le habíaregalado un par de zapatos, pero que nunca se había detenido areflexionar sobre eso. Luego, entre lágrimas, contó que su padre sehabía suicidado ante sus propios ojos en el patio de su casa, y que, enese entonces, la familia era tan pobre que lo enterraron con los piesdescalzos. Me comentó que, en ese momento del relato, la imagen sele aparecía con una claridad pavorosa: su padre yacía muerto en uncajón de mala muerte, hecho con tablones, y tenía los pies descalzos.Incluso yo tuve dificultades para soportar la emoción desplegada poresta revelación, y temía echarme a llorar como ella en cualquiermomento. Al final, sólo le dije que comprendía el dolor que alberga-ba en su interior a raíz de toda esta situación.

B ya me había relatado antes la muerte de su padre (no como unsuicidio), pero, en las pocas oportunidades en que lo había hecho, lomostró como un hecho casi desconectado de ella, un acontecimientomás de su infancia difícil, un dolor que –para emplear la conocidaexpresión de Bion (1970)– no conseguía sufrir. Más tarde, fuenecesario reelaborar mucho esta situación emocional (y otras), peroesto supera mis propósitos en este trabajo. Del mismo modo que enel caso de A, diría que, en un nivel más profundo, capté de manerainconsciente la angustia que B intentaba transmitirme, incluido loque para ella significaba sentir que caminaba con los pies descalzospor la vida, es decir, desprotegida, sin sostén material ni emocional,indefensa y, sobre todo, en una condición que ella experimentabacomo humillante. Sin embargo, durante mucho tiempo, nuevamentefui incapaz de transformar todo esto en un hecho psicoanalítico yutilizarlo como tal en las sesiones con B, por lo que, en este sentido,otra vez la dejé indefensa.

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Hoy no sabría cómo explicar la forma en que tomé conciencia demi preocupación por mis zapatos y el posterior desarrollo de unsíntoma, hasta que pude contener la emoción de ese descubrimientoy expresarla como una imagen que al principio era indefinida, peroque B captó y aprovechó de inmediato. Es probable que ella hubieraobservado subrepticiamente mis zapatos durante las sesiones y queyo lo percibiera de manera subliminal.

En este caso, es obvio que el trauma en sí no se originó en larelación analítica del momento, sino que ésta lo reactivó y, si yo nohubiera percibido y procesado esas emociones intensas ni ayudadoa la paciente a revivirlas y contenerlas, lo habría perpetuado yagregado una segunda capa traumática (mediante la nueva desilu-sión causada por otra falta de contención del objeto). Algún tiempodespués consideré que el uso que hizo la analizanda de una metáforaconstituyó, por decirlo así, un indicador de que tenía una capacidadmental y un nivel de simbolización suficientes, o incluso que serequería un enfoque más profundo para abordar las emocionespredominantes. Sin embargo, fue también un momento en el que micapacidad de ensueño (Bion, 1962b) o de figurabilidad (Botella yBotella, 2002) era apropiada y sintonizaba con B, de modo que lacapacidad de contención de la díada se adecuaba a la intensidad dela experiencia emocional que demandaba mentalización terapéuti-ca. Así como reconocemos la injerencia de la posterioridad (Nach-träglichkeit) en la significación o resignificación que otorgamos alas representaciones del pasado, podemos afirmar que una expe-riencia de contención en la relación analítica presente se basa en laexistencia de un objeto de contención interno en el pasado, pero quetambién logra por primera vez poner este objeto a disposición delanalizando, lo cual es fundamental para enfrentar y comprenderfuturos problemas psíquicos.

Un tercer analizando, C, tenía un trabajo sumamente técnico, yotro de sus intereses principales era la música clásica. De pequeño,había sido un niño débil y asmático, que desde temprana edad sededicó a la lectura y a la música, aislándose en su habitación mientrassus hermanos jugaban con los vecinos.

Había logrado progresar mucho a nivel profesional y, después dealgunos años de análisis, llegó a construir una relación afectivaestable y duradera, superando una verdadera compulsión a incurriren actividades sexuales de alto riesgo. Hacia los cincuenta años,cuando comenzó a padecer ciertos problemas de salud y a visualizar

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sus limitaciones profesionales, experimentó crisis de angustia, blo-queos en su productividad intelectual y una reaparición de suscompulsiones sexuales, que sólo satisfacía virtualmente, a través deInternet. No obstante, sentía que dichas compulsiones podrían con-vertirse en conductas reales y destruir su relación afectiva, que eramuy valiosa para él en ese momento.

Después de un examen médico, recibió la noticia de que losresultados de su Antígeno Prostático Específico [Prostatic SpecificAntigen, PSA] eran muy elevados, y el médico le informó que existíaun 40% de probabilidades de que tuviera cáncer de próstata y un 60%de que fuera una infección, por lo cual le ordenó realizar de inmediatouna biopsia. En la sesión en la que me comentó esta situación –quetuvo lugar un viernes–, se mostró muy verborrágico y ansioso (cosaque él no admitió en ningún momento), pero afirmó que básicamenteestaba preocupado por terminar ciertas tareas del momento. Declaróque prefería que se tratase de un cáncer porque creía que a través deuna operación el problema podría resolverse rápidamente, dado queel diagnóstico se había realizado a tiempo. Por el contrario, pensabaque una infección requeriría un tratamiento prolongado e incómodo.Como respuesta a mis intentos para analizar sus temores al respecto,dijo que consideraba su afección otro inconveniente más productodel envejecimiento [sic].

Días más tarde –el martes siguiente, cuando debía asistir a suprimera sesión de la semana–, C se sometió a la biopsia, y al díasiguiente, durante la sesión, describió, cual si estuviera transmitiendoun informe fáctico, el dolor que le produjeron diversas incisiones y losrastros de sangre, así como la incomodidad de tener que utilizar unpaño absorbente luego de abandonar el consultorio para pacientesexternos, que fue donde se realizó el examen. Además, agregó que alsalir de allí fue a tramitar la renovación de un documento y llamó porteléfono al médico del padre con la intención de informarse acerca deldesarrollo del tratamiento del cáncer que padecía este último. La parejahomosexual de C, que estaba muy alarmado con relación al examen,incluso hizo una promesa a un santo (lo cual no era común en él),rogándole que el resultado no indicara la presencia de un tumormaligno. C lo reprendió duramente por esta actitud, a la que consideróridícula. Luego, habló un largo rato acerca de sus proyectos intelectua-les, describiéndolos en detalle y sin prestar atención a mis intentos deseñalarle que la reacción de su pareja tal vez era una manifestación delos temores que él mismo no lograba expresar. Además, traté de asociar

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esta dificultad con el hecho de que –como ya le había advertido– no ibaa poder atenderlo el viernes siguiente, por lo que carecería de mi ayudaen ese momento difícil.

No obstante, hacia el final de la sesión relató un sueño que habíatenido la noche previa: “Estaba a punto de llamar a un abogadoconocido –que en la realidad tenía el mismo nombre que él– con elobjeto de discutir un asunto relacionado con las leyes de herenciapara las parejas homosexuales. Vaciló un momento y pospuso lallamada, pero su compañero lo urgía a realizarla. Sin embargo, sedespertó sin saber si en verdad lo había llamado o no”. Le señalé susvacilaciones para hablar consigo mismo sobre su angustia del mo-mento, incluido el temor a la muerte. Interpreté que su parejarepresentaba en el sueño a mi persona, esto es, a mis intentos parainstarlo a lograr ese contacto con su ser interno. No obstante, durantela sesión, mi mente se dispersaba en forma constante –al extremo deimpedir por momentos mi comunicación con él– hacia el recuerdo dela situación de uno de mis parientes cercanos que presentaba fuertessíntomas de un cáncer. Me vino a la memoria que, en ese caso, yohabía observado lo que me parecía una reacción normal de preocu-pación y angustia de mi pariente, y, de tanto en tanto, la comparabacon la que manifestaba C. Luego, creo que con un leve tono deexasperación, le dije que la reacción normal de cualquier persona ensu situación sería de mayor preocupación que la de él, como sucedíacon su compañero. C se limitó a responder de inmediato que, cuandouno es adolescente, ese tipo de preocupación no existe, lamentándoseotra vez por el inexorable paso del tiempo.

Esa noche, poco antes de recibir los resultados de la biopsia, C, alacostarse, comenzó a experimentar un estado de angustia creciente.Obviamente, no logró conciliar el sueño y, de pronto, se le vinierona la mente una serie ininterrumpida y alarmante de imágenes frag-mentarias que, según su descripción, parecían reales. Estas incluíansangre, trozos de carne, cerdos muertos y extremidades colgando deganchos de carnicero, instrumentos para cortar y perforar, cuchillos,escalpelos, eyaculación con sangre (el médico le había advertido queesto podía llegar a ocurrirle después de la biopsia), incisionesquirúrgicas y laceraciones.

En un intento por distraerse y deshacerse de estas imágenes (queél llamó casi alucinatorias), se colocó unos auriculares y, en primerlugar, escogió un CD de música clásica puramente instrumental.Como esto no dio resultado, optó por la Trilogía de la soledad, de

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Glenn Gould, la cual, según dijo, estaba compuesta por voces depersonas que vivían extremadamente aisladas en el norte de Alaska,cada una de las cuales no sólo cantaba con diferente tono de voz, sinoque entonaba una letra distinta. Pensó que si intentaba prestaratención en forma simultánea a cada una de las voces, lograría ocuparsu mente de modo tal de suprimir las imágenes alarmantes. Como nologró el resultado previsto, comenzó a rememorar pasajes de un textoque había escrito tiempo atrás sobre el inevitable empeoramientofísico de las personas con el paso del tiempo. Finalmente, cerca de lamadrugada, pudo dormirse.

Al día siguiente, cuando relató estas escenas, las asoció con laimagen que le había descripto un amigo, durante la adolescencia, enla que éste se vio a sí mismo en el espejo con el rostro cubierto porcompleto de sangre, luego de haber practicado sexo oral con su noviaque, en ese momento, atravesaba su período menstrual. C confesóque esto le había provocado cierta excitación que, empero, no habíapodido sostener, por lo que no logró satisfacer su deseo.

En la sesión, después de escuchar este relato, le dije que compren-día su angustia y que la relacionaba con su temor respecto delresultado de la biopsia, que él iba a conocer esa noche. Además,ambos entendimos que él había intentado erotizar la situación paradefenderse de su propia angustia.

El diagnóstico confirmó que C no padecía ningún tumor maligno.Durante las sesiones subsiguientes, retornaban a su mente con

insistencia, como un recuerdo vívido, fragmentos de sueños conimágenes abstractas [sic], que él vinculaba con planos de proyectosarquitectónicos que siempre se caracterizaban por ser muy rectilíneos,rectangulares y lógicos. C no asociaba dichas figuras más que con elhecho de que en los últimos años había desarrollado una preferenciapor el expresionismo abstracto de Jackson Pollock en desmedro delneoplasticismo de Mondrian. Yo interpreté esto último como unintento para dominar de manera lógica y abstracta las imágenesexpresionistas, fragmentarias y alarmantes que lo habían invadido lanoche anterior a conocer el resultado de la biopsia. Le dije, además,que tanto el contenido de lo ocurrido como, sobre todo, su manera deexpresarlo en las sesiones demostraban su utilización de la intelec-tualización como un mecanismo de defensa, así como su fantasía deexhibicionismo y superioridad con relación a mí, que ya nos eraconocida. Más tarde, él mismo vinculó todo esto con el intensointerés que había desarrollado por las teorías complejas y por la

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música clásica contemporánea cuando era un niño pequeño, solitario,asmático y frágil.

A medida que avanzábamos en las sesiones, comenzó a aparecerel tema de Mowgli, el Niño Lobo de Rudyard Kipling, que atrajo granparte del interés de C en ese momento, más del que le deparaban susocupaciones cotidianas. Lo que más lo conmovía era el desvalimien-to inicial del niño y la forma en que lo acogió el Papá Lobo, jefe dela manada, protegiéndolo del tigre que intentó matarlo porque élrepresentaba a los hombres, portadores del fuego que había destruidoa la jungla. Siguiendo estas líneas asociativas, relató el siguientesueño: “Yo conducía a mi hermano menor a su encuentro con uno desus amigos, que estaba acampando con su hermana en medio de unbosque. Ambos éramos pequeños: yo tenía cerca de 12 o 13 años, yél, 5 o 6”. El chico al que buscaban había sido su mejor amigo de lainfancia, y durante muchos años fue su vecino. Su padre era alcohó-lico y había perdido un brazo en un accidente, por lo que pudocomprarse un automóvil con cambios automáticos importado deEstados Unidos, lo cual representó una novedad total en el vecinda-rio. El hombre solía llegar a su casa ebrio prácticamente todas lasnoches, y discutía con toda la familia, atemorizándola. En el sueño,“cuando llegamos al campamento, descubrimos que nuestro amigose había vuelto loco y disparaba tiros al azar, con altas probabilida-des de que sus disparos nos alcanzaran. Mi hermano y yo nosrefugiamos entre los restos de un automóvil abandonado en medio deese bosque, pero las balas llegaban hasta allí y comenzaron aatravesarlo. Yo intentaba proteger a mi hermano y sentía tanto temorque desperté”. Continuó diciéndome: “y me alivió reconocer quesólo se trataba de un sueño. Luego, me percaté de que el automóvilera el de nuestro vecino, el alcohólico manco”.

Este sueño nos permitió abordar diversos aspectos importantes desu vida emocional. Para los fines de este trabajo, sólo haré hincapiéen su deseo de tomar contacto con una parte pequeña, dependiente ydesvalida de sí mismo, que se enfrentaba con otra, agresiva ydestructiva, así como en las incisiones y amenazas surgidas a partirde su temor al resultado de la biopsia. Estos aspectos estabanasociados a la sensación de que yo sería incapaz no sólo de protegerloy de cuidarlo (los restos destrozados del automóvil abandonado, elhombre manco), sino de reprenderlo (el padre alcohólico que, enlugar de cuidar a sus hijos, los asustaba). Además, habían salido mása la superficie ciertas fantasías de castración. Todo ello fue vinculado

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luego con situaciones de su infancia, pero esto no nos concierne enla presente argumentación.

Mi interés principal es ilustrar con este caso los sucesos psíquicosque ocurren en el momento de la desmentalización o, al menos, enaquellas situaciones en las que existe un gran riesgo de que ésta sepresente. Me es imposible afirmar si los fenómenos ocurridos duran-te la noche de insomnio (o sea, en vísperas de que se dieran a conocerlos resultados de la biopsia), que el analizando describió como casialucinatorios, ya eran intentos para restituir el aparato mental tem-poralmente desestructurado o constituían un último recurso contraesta restitución. Sea como fuere, creo que fueron acontecimientosrayanos en la desmentalización y considero importante subrayar laposterior secuencia de fenómenos psíquicos, comenzando con unsuceso visual (las casi alucinaciones), pasando por otro auditivo (lamelodía sin letra), hasta llegar a uno verbal (la canción y la palabraescrita). En esencia, esto reproduciría la ontogénesis de la construc-ción de la psique según los postulados de Freud (1915b), para quienlas representaciones-cosa (que en este caso fueron básicamentevisuales) preceden a las representaciones-palabra (ligadas a residuosacústicos) y continúan como una forma de representación caracterís-tica del proceso primario. Además, debo subrayar la intención deerotizar la experiencia traumática contenida en el recuerdo del relatodel amigo sobre el rostro ensangrentado luego de mantener sexo oral,que, a mi entender, fue un intento de supervivencia psíquica en el quese utilizó la libido para contener la acción de las pulsiones destruc-tivas, pero que también podría constituir el punto de origen de unaperversión sexual.

Además, en mi opinión, este tercer caso presenta un vínculoinmediato con la relación analítica, que nuevamente incluye proble-mas de contención en la díada, pese a que, estrictamente hablando, las“casi alucinaciones” ocurrieron fuera de ella. De ahí que, más allá delas dificultades del analizando para contener experiencias emociona-les intensas, sugeridas por su funcionamiento psíquico habitual,importara el anuncio de suspensión de la sesión del viernes, queposiblemente generó en él un sentimiento de abandono, y, me parece,en mí la culpa por dejarlo solo en tales circunstancias. Es probableque el abandono y la culpa comprometieran la capacidad analítica dela díada, pero, de una manera mucho más directa aun, hubo signos deque en ciertos momentos yo me desconecté mentalmente tanto de lainmediatez de la experiencia emocional en la relación, como de mi

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capacidad de contención durante las sesiones. Dicha desconexiónadoptó la forma de los pensamientos sobre el cáncer que padecía mipariente cercano y se manifestó a través de cierta exasperación míapor intervenir. En otras palabras, mientras que, por un lado, yointentaba ayudar a mi paciente a tomar contacto con su propio ser, porel otro tomé distancia de su angustia y me incliné por exteriorizar unapreocupación, lo cual también constituyó una manera de defendermede la angustia más inmediata provocada por la sesión. Más aun,mientras que en el caso de B creo que logré captar y utilizar de maneraadecuada un momento de mayor capacidad mental suya y, por lotanto, de disponibilidad y aptitud para enfrentar emociones muydolorosas, en el caso de C, en cambio, no percibí suficientemente suincapacidad para afrontar la situación, lo que quizá me llevó apresionarlo con confrontaciones prematuras o, al menos, a no brin-darle mucha contención en mis intervenciones.

Desde mi punto de vista, todas estas fallas en materia de conten-ción se vieron reflejadas en el sueño sobre el bosque que relató elanalizando.

Por último, creo que las vívidas y recurrentes imágenes abstractasexperimentadas por C y relatadas por él durante las sesiones consti-tuyeron fenómenos con funciones psíquicas similares a los ocurridosla noche de insomnio, aunque, claramente, más evolucionados entérminos de mentalización.

FORMULACIONES Y COMENTARIOS TEORICOS Y METAPSICOLOGICOS

El concepto de una situación psicoanalítica traumática básica, queilustré con los casos clínicos que acabo de exponer, se basa en losconceptos “no saturados” de Bion que cité en la introducción a esteartículo, así como en la teoría de las representaciones de Freud(1915a, 1915b), según la sistematizó y desarrolló Green (1990,1995).

Después de resumir los elementos de dichas teorías que sevinculan en forma más directa con los objetivos de este trabajo,intentaré extraer de ellos las formulaciones correspondientes relati-vas a la situación traumática y, en algunos casos, las relacionaré conel material clínico presentado. Luego trataré de exponer la manera enque las utilizo en mi práctica clínica y en mis teorizaciones.

Como bien sabemos, según la proposición de Bion (1962b), la

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función alfa es la actividad mental responsable de la transformaciónde las impresiones sensoriales y las emociones elementales enpensamientos que ocurren durante el sueño y en ensoñaciones quesuceden en la vigilia (elementos alfa), las cuales hacen que elaparato del pensar asuma diferentes funciones en diversos nivelesde abstracción, cuya clasificación figura en la famosa grilla de1977. Cuando esta actividad no opera correctamente, dichas impre-siones y emociones sensoriales se mantienen como hechos nodigeridos (elementos beta), o sea, cosas en sí, que sólo se liberan através de la identificación proyectiva, generando puestas en acto,fenómenos psicosomáticos y alucinaciones. Su reversión origina loque denominamos objetos bizarros, esto es, elementos beta conrestos de rasgos psíquicos vinculado con el Yo o el Superyó. Lamadre, con su capacidad para el ensueño y su disponibilidad paraser incorporada como un objeto que originalmente cumple lafunción alfa para el niño con respecto a las emociones que ésteproyecta sobre ella, permite que poco a poco el niño pueda realizaresta función por sí mismo. Este proceso también tiene lugar en larelación analítica, o, más precisamente, puede inferirse a partir delo que se observa en ella.

Según la perspectiva de Bion, el concepto de trauma puedeconcebirse como una acumulación de elementos beta u objetosbizarros, producto de un ataque más o menos amplio que afecta lafunción alfa del analizando, el analista o, en términos intersubjetivos,la díada analítica, el cual constituiría un mecanismo de defensaradical contra las emociones provocadas por una experiencia relacionalque resulta intolerable. Esta destrucción más o menos localizada dela función alfa es responsable de la zona de desmentalizaciónimplicada en el concepto de situación traumática básica.

En dichas condiciones, por ejemplo, un analizando puede referir-se a una mesa de manera tal que el analista entienda que no estáaludiendo a lo que normalmente señalamos con esa palabra. Lareferencia no estará acompañada por el halo de asociaciones que,para cada uno de nosotros, se relacionan con su significado corriente,y aparecerá, según Bion, como una nota musical pura sin susarmónicos normales. Con respecto a las emociones, ese analizandoserá incapaz de nombrarlas o de adjudicarles una imagen, por lo que,aun si las percibe, no tendrá manera de atribuirles significado. Por lotanto, el dolor (o placer) es sentido, pero no padecido, y, por la mismarazón, no es posible descubrirlo (Bion, 1970).

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La función alfa restante se utilizará principalmente para la pro-ducción compulsiva de las formulaciones psíquicas clasificadas en lacolumna dos de la grilla de Bion, es decir, las formulaciones eviden-temente falsas que se preservan como una barrera para bloquear uncataclismo psíquico total al que se siente próximo. Esto incluye el usosaturado de la memoria, del deseo y de la comprensión por parte delanalizando, el analista o la díada (Bion, 1970). En términos genera-les, podemos afirmar que la configuración básica del trauma consis-te, en esencia, en un contenido que destruye al recipiente que locontiene.

Este proceso en su totalidad se diferencia básicamente de lainconsciencia por el desmantelamiento que Meltzer (1975) propusopara el estado autista, pero, además, por las perversiones (1973),conformadas por la suspensión pasiva de la atención, sin la partici-pación de fuerzas destructivas ni el agregado de sufrimiento psíqui-co. Meltzer vincula esto último con una falla en la función alfa, peroafirma que, en este caso, no se originan los elementos beta, y lo queen realidad sucede es una desconexión de los lazos consensuales quenormalmente unen los sentidos entre sí y, por lo tanto, los preparapara percibir el estímulo más llamativo del momento.

Dicho esto, cabe suponer, por ejemplo, que en la primera situaciónclínica descripta (la del analizando A), la falla de la función alfadentro del encuadre, provocada principalmente por mi ausenciamental, generó un fenómeno psicosomático (la reactivación delsíndrome de las piernas inquietas) y un objeto bizarro en la forma deuna posible alucinación cenestésica (la masa esponjosa que supues-tamente invadía su cerebro). Respecto de esto último, es interesantedestacar que, como objeto bizarro, implica tanto una concretizaciónde la sensación de una acumulación creciente de emociones noprocesadas (la masa en expansión) como de residuos de mentaliza-ción, al punto que también representa las zonas de desmentalizaciónen sí (los agujeros en la masa esponjosa).

En el caso de B, como resultado de la falta de capacidad para lacontención y de la función alfa respecto de las emociones traumáticasdel pasado llevadas a la relación analítica, tuvieron lugar crisisemocionales sin sentido –que Ferro (2000) denominó “síndromeKrakatoa”– y un funcionamiento mental permanente con una vidaimaginativa restringida.

Por otra parte, en el último caso, cuando C experimentó la extremainsuficiencia de la función alfa durante la noche de insomnio,

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también aparecieron objetos bizarros en su descripción de las casialucinaciones.

Dentro de la teoría de las representaciones sistematizada ydesarrollada por Green (1990, 1995) a partir de los conceptos deFreud (1915a, 1915b), una excitación endosomática produce unatensión en la psique y una demanda de elaboración, denominadarepresentante psíquico (psychischer Repräsentant) de la pulsión,un delegado de dicha excitación que aún no tiene representación(esto es, que carece de Vorstellung). Luego, este representantepsíquico se vincula con una representación-cosa que ya figuraba enla psique; para ser más precisos, instala la imagen mnémica directade la cosa o, al menos, sus huellas mnémicas más remotas (Freud,1915b). De este modo, aparece el representante de la representación(Vorstellungsrepräsentanz), compuesto por la representación-cosa(Sachvorstellung) –el elemento ideativo– junto con un monto deinvestidura de pulsiones (un elemento afectivo), siempre propensosa separarse una del otro y cumplir distintos destinos. El lazo entreel representante psíquico y la representación-cosa también se des-cribe como el cumplimiento alucinatorio del deseo. Por último, elvínculo entre la representación-cosa, aún inconsciente, con unaimagen verbal, o sea, la representación-palabra (Wortvorstellung),posibilita su acceso al preconsciente y, en consecuencia, suconcientización.

De acuerdo con Green (1993), todos estos enlaces vinculares, que,además, incluyen la búsqueda de un objeto externo y su reconoci-miento, es favorecida por la función objetalizadora de la pulsión devida. Por otra parte, la pulsión de muerte se manifiesta mediante unafunción desobjetalizadora, que produce una ruptura del vínculo. Lafunción del objeto no se limita a revelar la pulsión mediante frustra-ciones o satisfacciones, sino que promueve la fusión de las pulsionesde vida y muerte, cooperando así con los enlaces realizados por laprimera (Green, 2001).

Considerando estas formulaciones metapsicológicas, creo quepodemos concebir el núcleo traumático como resultado de lautilización defensiva de la función desobjetalizadora de la pulsiónde muerte (que se activa con la experiencia traumática) paradesvincular el representante psíquico de la pulsión de las principa-les representaciones-cosa inconscientes ligadas a una experienciarelacional intolerable, lo que implica un desmantelamiento de lamatriz fundamental del sistema de representaciones que constituye

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la psique. Dicha concepción se basa en los postulados de Green queaparecen, por ejemplo, en la siguiente observación:

“... la representación-cosa inconsciente puede ser atacada o aban-donada por las pulsiones debido a un trabajo psíquico insuficiente,como si éste –y por sobre todos las pulsiones destructivas– hubieratenido el poder de aniquilar la representación y no hubiera encontra-do más alternativa que no liberar lo salvaje en la realidad” (1995, pág.145).

Cuando se produce este desligamiento de la matriz, a partir de esaespecie de automutilación defensiva, surge, por un lado, un exceso depulsiones (sexuales y destructivas), desmezcladas y carentes derepresentación (que constituyen el núcleo traumático puro), y, por elotro, representaciones-cosa (o huellas mnémicas desinvestidas). Lasrepresentaciones-cosa y las representaciones-palabra conscientes ypreconscientes vinculadas con el trauma tal vez se mantengan, pero,en su mayoría, estarán desligadas de sus correspondientes represen-taciones-cosa insconcientes, lo que explicaría el fenómeno clínico,observable en los casos descriptos, de conocer algo o realizar ciertaacción sin vivenciarla a nivel emocional. Un ejemplo de esto sería laforma en que B me relató el episodio de la muerte de su padre durantesu infancia.

Además, pueden ocurrir los siguientes movimientos psíquicos,presentes en los casos clínicos expuestos:

a) Una reacción compensatoria de las pulsiones vitales, queintenta una y otra vez investir las mismas representaciones-cosa quedesinvistió la acción de la pulsión de muerte, con el objeto de evitarel descalabro del sistema psíquico, que se experimenta como lamuerte de la mente. Las “casi alucinaciones” y la serie de fenómenospsíquicos descriptos por C durante la noche de insomnio puedencomprenderse como reacciones psíquicas restitutivas de este tipo.

b) Una tendencia a continuar el desligamiento de la pulsión demuerte activada y desmezclada, que conduce a la desestimación oforclusión (Verwerfung) (Freud, 1918) del representante psíquico dela pulsión (Green, 1990) y a un consecuente retorno al cuerpo de laexcitación endosomática, el cual ocasiona una “depresión esencial”(Marty, 1990) y fenómenos psicosomáticos. Cabe interpretar que la

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manifestación psicosomática de A se basó en este proceso. Es sabidoque muchos pacientes con historias traumáticas presentanpsicosomatosis (Marty, 1990).

c) Una desestimación o forclusión (Verwerfung) en la vida real delas representaciones-cosa todavía dolorosas (Freud, 1918; Lacan,1966), que genera fenómenos alucinatorios. En mi opinión, éste es elcaso de la posible alucinación de A relativa a la masa esponjosa quedestruiría su mente.

Según la atinada observación de Green (1993), todo este procesode desvinculación o desligamiento que provoca la pulsión de muerteconstituye lo opuesto a la elaboración del duelo, promovida por lapulsión de vida, que metaboliza y preserva al objeto.

No podemos excluir la posibilidad de que sea el exceso deestímulos externos o internos (pulsionales) en sí, y no una accióndefensiva impulsada por la pulsión de muerte, lo que impide surepresentación psíquica o la destruye. De hecho, ésta es la tesisfreudiana original sobre el trauma. Más aun, según Marty (1990), lapulsión de muerte está conformada por ese mismo exceso de excita-ción que persiste, con la consecuente desorganización de los sistemasfuncionales. Creo que, actualmente, la fundamentación clínica nopermite resolver por sí sola este tipo de controversia teórica.

Además, dejaré para trabajos futuros el examen de las correla-ciones y/o confrontaciones posibles del estado psíquico que resultadel desligamiento traumático de la matriz, con los pictogramasafectivos descriptos por Aulagnier (1990, 2001). Estos contienenrepresentaciones pictográficas de una zona objetal complementa-ria, un tipo particular de sensación alucinatoria (1990). Constitui-rían índices de existencia engendrados por la psique en un nivelinicial de metabolización, previo a las representaciones fantaseadas–propias del proceso primario y correlativas de las representacio-nes-cosa– y a las representaciones ideativas o enunciativas, carac-terísticas del funcionamiento secundario. Esto señala la posibilidadde que, luego del desligamiento de los representantes psíquicos delas pulsiones respecto de las representaciones-cosa, encontremosdichos pictogramas afectivos, antes de lo cual habría un vacíopsíquico total, que equivaldría a una disolución completa de lamente o, al menos, de una zona de ésta. Aulagnier (1990) tambiénrelaciona esta autodesinvestidura de la psique con la obra de la

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pulsión de muerte. Según la interpretación de Green (1995), lanoción del pictograma constituye una reformulación actualizada(desde una perspectiva relacional) del representante psíquico de lapulsión de la teoría freudiana.

Ambas formulaciones sobre la situación psicoanalítica traumáti-ca básica derivan de dos contextos teóricos no necesariamentecoincidentes y, además, posiblemente excluyentes entre sí en lo queconcierne a determinados aspectos específicos o incluso a su posturaepistemológica básica. Sin embargo, creo que si se utiliza el cambiode foco propuesto por Bion (1968), ambas pueden servir para abordarel mismo problema.

Al defender la necesidad de observar tanto el funcionamiento delgrupo como el supuesto básico acerca de él, Bion afirma lo siguiente:

“Se me pide que observe un corte de grosor excesivo a través deun microscopio; con un foco visualizo una imagen, quizá no conmucha claridad, pero con suficiente definición. Si realizo un pequeñocambio de foco, veo otra. Si aplicamos esta analogía al funciona-miento mental, observaré nuevamente este grupo, y describiré elpatrón visualizado con el cambio de foco” (1968, pág. 48).

A partir de esta analogía, es posible afirmar que, si intentamosobservar la situación traumática básica con un foco bioniano, estare-mos en mejores condiciones de comprender lo que ocurre entre elanalizando y el analista, en términos de un juego intersubjetivo deidentificaciones proyectivas e introyectivas. Asimismo, entendere-mos más cabalmente el estado mental y el trabajo psíquico que seprecisan para captar las emociones presentes en la relación, otorgar-les importancia y utilizarlas de manera analítica.

No obstante, sólo logro concebir la falla del funcionamientointrapsíquico en dicha situación en términos más generales. Hehablado de un déficit en la función alfa, pero ¿hasta qué puntosabemos lo que esto significa? ¿Conocemos realmente los factores(Bion, 1962b) que conforman esta actividad mental y que puedenverse comprometidos? Además, temo que al utilizar esta expresión“desprovista de significado”, como observa Bion (1962b), no sólopuedo cosificarla, sino, considerándola ya aclarada, utilizarla comouna formulación clasificable en la segunda columna de la grilla. Si,por el contrario, cambio el foco y utilizo la teoría de las representa-ciones, creo que puedo formular con mayor claridad y detalle el

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desestructuramiento instrapsíquico del sistema de representacionesque, insisto, conforma el núcleo de la situación traumática.

Por otra parte, no me siento en condiciones de teorizar sobre lasfunciones objetales ni de explicar lo que ocurre en la relaciónanalítica a nivel intersubjetivo.

Además, existe cierto riesgo de interpretar las representaciones-cosa (predominantemente visuales), derivadas de los órganos senso-riales, y la teoría de las representaciones en sí (que utiliza un lenguajebasado en la experiencia sensorial), como si fueran (en el caso de lasrepresentaciones) o expresaran (en el caso de las teorías) la realidadpsíquica en sí, olvidando, según advirtió Bion (1967), que lasemociones no tienen olor, forma ni gusto, y en última instancia sólopueden intuirse.

Obviamente, también puede ocurrir que las restricciones plantea-das para cada uno de los dos focos a los que me he referido tengan quever con mis propias limitaciones en mi conocimiento de cada uno deellos –esto es, continuando con la metáfora de Bion, que la dificultadla tenga el que observa a través del microscopio.

De cualquier forma, por todas estas razones, he descubierto quecon frecuencia realizo un cambio de foco mental, de acuerdo con lanecesidad primordial del momento. A veces, creo que incluso puedodetectar aproximaciones y posibles elementos comunes. Entonces,por ejemplo, el desligamiento de la matriz que se produce entre elrepresentante psíquico de la pulsión y la representación-cosa –elnúcleo de la situación traumática– puede equivaler a una modalidado nivel de ataque a los vínculos, tal como lo describió Bion (1957).Como es sabido, este ataque puede partir del vínculo con el analistay llegar hasta las matrices incipientes de la vida mental, y creo queesto es lo que ocurre con la desvinculación o desligamiento de queaquí hablamos. Con respecto a otras aproximaciones (o, al menos,superposiciones), basándonos en el principio metodológico adopta-do en este trabajo parece posible relacionarlas con las matrices de larepresentación psíquica –el objeto central del desligamiento traumá-tico– y con la función y participación del analista. Desde un encuadrefreudiano, los Botella (2002), con sus formulaciones sobre larégredience, la figurabilité y el travail en double, nos brindaninstrumentos para que reflexionemos sobre la función del analista enla relación terapéutica. Ya desde una perspectiva bioniana, conceptoscomo el de un agregado funcional, de Bezoari y Ferro (citado enFerro, 1999), el del holograma afectivo de la díada analítica, y el del

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fotograma de ensoñaciones durante la vigilia, de Ferro (1991), asícomo el de una imagen pictográfica, de Rocha Barros (2000),constituyen intentos para reflexionar, a partir de estos vérticesteóricos diversos, sobre los mismos problemas relativos a las repre-sentaciones o significados psíquicos básicos estudiados por la teoríafreudiana.

Todos estos conceptos apuntan a articular lo intrapsíquico con loinstrasubjetivo, en conformidad con el punto de vista adoptado eneste artículo.

Sea como fuere, siempre que nos enfrentamos con dificultades,limitaciones y, por qué no decirlo, la angustia que despierta lacomplejidad de los fenómenos que estudiamos, corremos riesgo deaislarnos (restándoles importancia), retraernos (evitando, al menosen forma transitoria, tomar contacto con ellos) o incluso eliminar demanera defensiva elementos fundamentales de la situación. Obvia-mente, es dable verificar que las proposiciones fundadas en la teoríade las relaciones objetales muestran menos interés por los sucesosintrapsíquicos –no es el caso de Bion–, mientras que el enfoquefreudiano clásico presenta formulaciones más generales acerca de lasfunciones del objeto y, en mayor medida aun, acerca de la relación.Todo esto sin considerar la inevitable reducción y simplificacióninherente a cualquier generalización teórica.

Es probable que las ausencias ocasionales de contacto entre lasdiferentes teorías psicoanalíticas actuales –o incluso las contradic-ciones existentes entre ellas– se resuelvan (nuevamente, de maneratemporaria) en una teoría nueva y de mayor alcance. Los descubri-mientos clínicos posteriores a Freud, que generaron nuevas formula-ciones conceptuales, junto con los profundos e innegables descubri-mientos del creador del psicoanálisis, constituirían en tal caso pensa-mientos a la espera de un nuevo pensador (Bion, 1970, 1977) capazde integrarlos en esa teoría más abarcativa.

Sin embargo, con respecto a todo esto, es fundamental no dejarnosdominar por la cosa estudiada y, traumatizados frente a la compleji-dad del problema traumático, desistir de representarla en nuestrasformulaciones teóricas, o bien utilizar estas últimas sólo para ocultarnuestra falta de conocimientos. Como recordamos al comienzo deeste ensayo, esa idea ha acompañado al psicoanálisis incluso desdesu prehistoria, y sigue originando hipótesis, controversias, debates ycongresos, lo cual es signo tanto de sus complicaciones como de suimportancia clínica y fertilidad heurística.

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Traducido por Leandro Wolfson.

Raúl HartkeRua Dr. Tauphick Saadi, 230 casa 2CEP:90.470-040 Porto Alegre, RS,Brasil