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LA PRESENCIA DE HURTADO DE MENDOZA EN LA ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ DE MIGUEL HERNÁNDEZ. F. MOYA-C. BERMEJO* Universidad de Murcia 0.- Hace ya tiempo que la frescura y espontaneidad de la poesía de Miguel Hernández dejó de ser considerada producto de una inspiración que surgía exclusivamente de las vivencias íntimas de una persona de sensibilidad fuera de lo común, capaz de llegar a dar forma exquisita y a la vez llena de fuerza a imágenes interiores. Las lecturas de Hernández no fueron pocas; en ellas pudo advertir ecos de sus vivencias y se reconoció en las formas que otros poetas habían extraído de ese fondo común de las almas; esas lecturas se convirtieron también en semilla dispuesta a germinar en la nutriente tierra de su espíritu. Así, Miguel se inserta dentro de una tradición poética, que hace suya, de la que selecciona y recrea, evocando a su vez otros mundos poéticos. Intentaremos comprobarlo ahora contemplando cómo encontró ya convertida en excelente poesía una realidad cercana y familiar, y cómo asumió como propias las palabras. Incluirse en una tradición, imitar a un poeta, supone, como en tantos casos de que tenemos noticias desde la literatura clásica a nuestros días, rendir homenaje de admiración y afecto al imitado, decir con él lo mismo, y evocar, además, todo lo sugerido en el autor "copiado". 1.- Miguel Hernández, como poeta creator, que va dando vida, la misma y a la vez distinta, a creaciones de antes, se sentiría en comunidad mística con el corpus de poetas reunido en los volúmenes de la Biblioteca de Autores Españoles^. El joven provinciano, rebosante de cultura interior, leería ávido a los poetas allí recogidos, y con ellos iría reviviendo experiencias, ideas y sentimientos, comprobando con admiración que otros antes habían sentido, vivido y expresado cosas similares e, incluso, de modo similar. De aquellos poetas, como de los vivos, aprendió, y de ellos se sirvió y a ellos hizo perdurar en su palabra, la de Miguel Hernández 2 . D. Diego Hurtado de Mendoza recibió esa vida, ese aire fresco de fuerza y de poesía, y vive también en Miguel. Miguel Hernández vio en los versos de Hurtado dirigidos a Doña Marina de Aragón retratada y convertida ya en poesía una parte de la realidad demasiado cotidiana de su pueblo de Orihuela. Esos versos, creemos, sacudieron su espíritu, quedando allí Fecha de recepción año 1995. 1 Muy en particular los volúmenes dedicados a Los poetas líricos españoles de los siglos XVI y XVII, Colección ordenada por D. Adolfo de Castro, Madrid, Rivadeneyra, v. I (tomo 32), 1854; v. H (tomo 42), 1857. Remitimos a la edición de A. Sánchez-Vidal y J.C. Rovira, Miguel Hernández, v. I Poesía, Madrid, Calpe, Clásicos Castellanos, 1992; en la introducción y notas, amén de la bibliografía, se ofrecen abundantes noticias, que nos eximen de recordar datos conocidos. 317

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LA PRESENCIA DE HURTADO DE MENDOZA EN LA ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ DE MIGUEL HERNÁNDEZ.

F. MOYA-C. BERMEJO* Universidad de Murcia

0.- Hace ya tiempo que la frescura y espontaneidad de la poesía de Miguel Hernández dejó de ser considerada producto de una inspiración que surgía exclusivamente de las vivencias íntimas de una persona de sensibilidad fuera de lo común, capaz de llegar a dar forma exquisita y a la vez llena de fuerza a imágenes interiores. Las lecturas de Hernández no fueron pocas; en ellas pudo advertir ecos de sus vivencias y se reconoció en las formas que otros poetas habían extraído de ese fondo común de las almas; esas lecturas se convirtieron también en semilla dispuesta a germinar en la nutriente tierra de su espíritu. Así, Miguel se inserta dentro de una tradición poética, que hace suya, de la que selecciona y recrea, evocando a su vez otros mundos poéticos. Intentaremos comprobarlo ahora contemplando cómo encontró ya convertida en excelente poesía una realidad cercana y familiar, y cómo asumió como propias las palabras.

Incluirse en una tradición, imitar a un poeta, supone, como en tantos casos de que tenemos noticias desde la literatura clásica a nuestros días, rendir homenaje de admiración y afecto al imitado, decir con él lo mismo, y evocar, además, todo lo sugerido en el autor "copiado".

1.- Miguel Hernández, como poeta creator, que va dando vida, la misma y a la vez distinta, a creaciones de antes, se sentiría en comunidad mística con el corpus de poetas reunido en los volúmenes de la Biblioteca de Autores Españoles^. El joven provinciano, rebosante de cultura interior, leería ávido a los poetas allí recogidos, y con ellos iría reviviendo experiencias, ideas y sentimientos, comprobando con admiración que otros antes habían sentido, vivido y expresado cosas similares e, incluso, de modo similar. De aquellos poetas, como de los vivos, aprendió, y de ellos se sirvió y a ellos hizo perdurar en su palabra, la de Miguel Hernández2. D. Diego Hurtado de Mendoza recibió esa vida, ese aire fresco de fuerza y de poesía, y vive también en Miguel.

Miguel Hernández vio en los versos de Hurtado dirigidos a Doña Marina de Aragón retratada y convertida ya en poesía una parte de la realidad demasiado cotidiana de su pueblo de Orihuela. Esos versos, creemos, sacudieron su espíritu, quedando allí

Fecha de recepción año 1995. 1 Muy en particular los volúmenes dedicados a Los poetas líricos españoles de los siglos XVI y XVII,

Colección ordenada por D. Adolfo de Castro, Madrid, Rivadeneyra, v. I (tomo 32), 1854; v. H (tomo 42), 1857.

Remitimos a la edición de A. Sánchez-Vidal y J.C. Rovira, Miguel Hernández, v. I Poesía, Madrid, Calpe, Clásicos Castellanos, 1992; en la introducción y notas, amén de la bibliografía, se ofrecen abundantes noticias, que nos eximen de recordar datos conocidos.

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guardados, religiosamente. Era imposible dejar de recrearlos cuando, al morir Ramón Sijé, sintió la necesidad de escribir una elegía al amigo. Hurtado de Mendoza, hasta hace poco no demasiado conocido ni valorado3, tuvo también la suerte de encontrar en la sensibilidad sutil de Hernández al poeta que descubrió y valoró su poesía, a la que rindió público homenaje4.

D. Diego de Mendoza había escrito una Elegía a la muerte de Doña Marina de Aragón, dama principalísima en la corte, cuya muerte le sobrevino cuando apenas había cumplido veintiséis años.

La muerte prematura de la amada, hijos, amigos, contaba, debido a su realidad fatal, con una dilatada tradición poética, que remonta al mundo grecolatino5. En D. Diego ideas y metáforas, pertenecientes a los habituales loci communes, se renuevan en la forma del endecasílabo y tercetos, algunos de ellos muy logrados y hasta modélicos.

Cuando Miguel, al enterarse de la muerte de su amigo, se ve empujado a escribir, un cúmulo de sentimientos, recuerdos, lecturas acudirían agolpándose en su alma. Se trataba de un amigo auténtico, cuya lejanía, geográfica y espiritual en ese momento, debió de sacudir su pasado; el amigo que, una vez muerto, aparece a las claras como el amigo de verdad de siempre, desvanecidas lejanías y diferencias. Es el amigo, contra cuya muerte lanza Hernández su dolorido grito, y al que no se resiste a perder; por ello se rebela, lanzando clamores de impresionante fuerza poética.

De los recuerdos literarios que se hacen presentes6, un papel primordial ocupa una lectura, con la que Miguel Hernández había sentido, y que había sido guardada en su alma para emerger ahora con la vida que había permanecido latente, hecha semilla dispuesta a germinar en la buena tierra hernandiana.

La elegía a Doña Marina no pudo sino provocar el corazón de Miguel Hernández, pues este poema lo regresaba de alguna manera a Orihuela, a la vida que había abandonado; existían, además, ahora, otras cercanías. En ella lloraba D. Diego la muerte de una mujer muy joven; y muy joven era Ramón Sijé. D. Diego estaba lejos cuando acaeció la muerte de la amada; también lo estaba Miguel cuando murió el amigo. Hurtado dice que va a dar rienda suelta a su dolor. Miguel hará auténtica realidad lo que Hurtado pretendía hacer.

3 No olvidamos, además de las aportaciones de Morel Fatio, el magnífico estudio llevado a cabo por Ángel González Palencia y Eugenio Melé, Vida y obra de D. Diego Hurtado de Mendoza, 3 vols., Madrid, Instituto Valencia de D. Juan, 1941-1943, o trabajos importantes sobre su poesía dentro de contextos más amplios, o investigaciones notabilísimas sobre alguna parte de su obra (por ejemplo sobre las Epístolas), pero, pese a ello, hasta hace poco no hubo nuevas y modernas ediciones de sus poesías y carecía Hurtado de la atención de que hoy ya goza. Curiosamente, el año 1989 se leía una Tesis en la Universidad de Murcia con el título Obra lírica de Diego Hurtado de Mendoza. Edición y estudio literario (autora y directora respectivamente C. Bermejo y F. Moya), y casi al mismo tiempo apareció la edición de J.L Diez Fernández, Diego Hurtado de Mendoza, Poesía completa, Barcelona, Planeta 1989; un poco después, la de Díaz Larios y Gete Carpió, Diego Hurtado de Mendoza, Poesía, Madrid, Cátedra 1990.

4 El homenaje de situar su imitación encabezando el poema que publicó en honor de su amigo y de recrearlo en otros versos.

5 Ejemplos conspicuos en la literatura latina, por citar algunos, son Catulo (c. 96 [en el v. 5 habla de immatura mors], o c. 101), Virgilio (Georg., IV, 457-502 [episodio de Eurídice]; Aen. XI152-181, hablando de Palante [en 166-167 también aparece immatura mors]; Ovidio (Am. XSL 9, elegía a la muerte de Tibulo). En la literatura neolatina y en lenguas nacionales del Renacimiento los sigue habiendo.

6 Han sido vistos y analizados por los críticos que se han ocupado de la obra del de Orihuela.

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La presencia de Hurtado de Mendoza en la "Elegía a Ramón Sijé" de Miguel Hernández

1.1.— El comienzo de la elegía de Hurtado es especialmente literario; habla de su dolor y la imperiosa necesidad de expresarlo, una vez que razón no presta alivio7:

Si no puede razón o entendimiento

el cuidado aliviar a quien lo tiene,

siempre queda mayor el sentimiento.

Es mi mal sin remedio, y no conviene

pensar de refrenarlo con prudencia,

sino soltar la rienda a cuanto viene, (w. 1-6)

Reelaborará Hurtado los más felices tópicos de la literatura inherentes al amor/juventud/ muerte; la amada ha muerto en la flor de la edad ("en la flor de la hermosura", que evoca la hermosa flor pisada del arado de que hablaba Catulo, c. 11, 23-24), ha sido robada, "arrebatada", raptada por la Muerte. Las imprecaciones contra la muerte y el diálogo retórico con la joven asumen las expresivas formas interrogativas y exclamativas, logrando algunos felices momentos dentro de una larga elegía de 223 endecasílabos, en que abundan las amplificaciones o hay algunos pasajes de escaso valor poético, que la hacen decaer.

Pero, en ese largo recorrido, a veces monótono y hasta prosaico, Miguel Hernández no dejaría de apreciar "la flor de la hermosura"8, ni tampoco "te falleció la vida" (v. 12), que evoca, al menos a nosotros, la dedicatoria del poema ("se me ha muerto"); ni la "cruda guerra entre el huerco y el hombre" (vv. 31-32), tan real y experimentada; o la vivida imagen de "soltar la rienda" (v. 6).Ciertamente el dolor de Miguel en esta elegía aparece completamente desbocado; es una expresión de dolor que sabe a auténtica, espontánea, visceral, aunque sin dejar de rezumar lírica.

1.2- El recuerdo o presencia de una lectura suele derivar de la impresión que términos o grupos de palabras han causado en el lector. En Hurtado los había con la fuerza capaz de no resultar indiferentes: "necesidad" (v. 27), "muerte dura" (v. 37), "dura suerte" (v. 38), "sorda muerte" (v. 58), "tan temprana" (v. 67), etc. Pero un pasaje concreto (vv. 43-51) poseía otras propiedades. El terceto que ocupan los versos vv. 43 -45 se compadecía bien con la experiencia hernandiana:

Si el trigo no es maduro en el arista

no corta el segador la mies en berza

antes de la sazón venida y vista

pues sabía bien Miguel que hay que esperar a que el trigo esté en su momento para segarlo, y D. Diego lo había dicho con fuerza, con acierto (trigo no maduro, no corta el segador, etc.), como también, y sobre todo, sabía que el hortelano no utiliza la hoz en cualquier momento, sino que, en contra de lo que ha hecho la muerte, aguarda, espera, y no pone su hoz en tierna rama, lo que expresaba Hurtado, ciertamente, en unos versos dignos de perdurar (vv. 46-51):

7 Los versos y citas de Hurtado de Mendoza responden al texto y numeración de L.F. Díaz Larios-O. Gete Carpió.

8 Vv. 10-12: En el colmo, en la flor de la hermosura,/ de arrebatada suerte salteada,/ te falleció la vida y la ventura.

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No pone en verde rama, aunque se tuerza,

la hoz antes de tiempo el HORTELANO,

hasta que se endereza y toma fuerza.

Y tu, hada importuna, TAN TEMPRANO

cortas el hilo cuando no maduro!

o cruda ejecución, oh DURA MANO!

1.2.1- De ese lugar medial extrae Miguel Hernández idea y términos para situarlos al frente de su elegía:

Yo quiero ser llorando el HORTELANO

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, TAN TEMPRANO, (vv. 1-3)

Y un poco más adelante:

Un MANOTAZO DURO, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado (w. 10-13)

1.2.2.- Comenzar con unos versos que evocan tan de cerca a Hurtado indican a las claras la fuerte impresión que debieron de ejercer en su alma de poeta avezado en las tareas de la tierra, que leía en un poeta del siglo XVI lo que él había visto desde niño en su pueblo; en ella quedarían. Es evidente que hortelano, tan temprano y manotazo duro de Hernández llevan directamente a hortelano, tan temprano y dura mano de D. Diego. Con todo, los versos de Miguel Hernández son una recreación, en donde es posible, y preciso, hallar en mayor o menor medida libertad, originalidad, es decir, diferencias.

1.2.2.1.— Por lo pronto el "hortelano" del poeta de Orihuela no es la imagen del hortelano que lleva la hoz, que, pese a esperar el momento de podar, evoca la muerte9; en Hernández el hortelano es más que eso, es el amoroso cuidador de una tierra de la que ahora, desgraciadamente, ya el amigo forma parte, a la que ha vuelto para enriquecerla, para estercolarla, como afirma el poeta; ese hortelano quiere ser Hernández, y su llanto se convertirá en riego de la tierra que ocupa.

1.2.2.2- "Tan temprano", que utiliza D. Diego10, tan expresivo, con la sencilla naturalidad de la lengua corriente (tan temprano/ cortas el hilo, vv. 49-50), ha sido asumido por Hernández; lo ha situado, como D. Diego, en final de verso (vv. 3 y 49 respectivamente), pero, además, ha vuelto a repetir la palabra "temprano", ahora al principio de verso, en elocuente anáfora, introductora de muy bellas imágenes:

temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó L• madrugada,

temprano estás rodando por el suelo, (w. 19-21)

Marina. 10 En los vv. 66-67 vuelve a hablar de la muerte prematura ("necesidad'7'temprana"): "Mas la necesidad

que TAN TEMPRANA/ se te mostró enemiga y envidiosa".

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La presencia de Hurtado de Mendoza en la "Elegía a Ramón Sijé" de Miguel Hernández

1.2.2.3- La "dura mano" de Hurtado le debió de parecer insuficiente a Hernández, o carente de la fuerza que necesita la realidad de la muerte que lloraba; era más que eso; es un "manotazo", que merece la amplificación expresiva hasta llegar al empujón, que lo ha derribado, evocador de la caída, y la posterior marcha rodando hacia debajo de la tierra, la tierra de la que querrá sacarlo su amigo. Son tres momentos consecutivos: "manotazo", "golpe", "hachazo", que describen lentamente lo que está implícito en la "hoz del hortelano" de D. Diego; es una hipérbole llena de fuerza. Es evidente que no necesitaba un "hachazo" la vida del amigo; era demasiado joven y la rama demasiado tierna, pero, así indica el poeta el ensañamiento, el odio de la Muerte, no dispuesta a ser vencida; por fin, en el tercer momento, el empujón, que destruye la arquitectura de su vida y derriba su edificio.

1.2.3.- Hay, pues, diferencias de matices, pero, pese a ello, detrás de la Elegía a Ramón Sijé emerge la poesía hurtadiana.

1.2.3.1.- También, como ocurre en los tonos, las reacciones de Hernández ante la muerte serán otras que las de D. Diego. En Hurtado se observa que la inexorabilidad del morir ha acrecido su fatídica acción, al romper el orden secuencial de la vida: niñez, juventud, madurez, vejez; no es la juventud el momento de morir, piensa y dice Hurtado; la muerte de Doña Marina ha sido una cruda ejecución (v. 57), pero el poeta sabe que no hay remedio; se resigna y eso es lo que canta. Hay una clara correlación entre la imagen real del procer palaciego, del ilustre caballero, y su poesía elegiaca, que enmarca dentro de la más pura contención renacentista.

Hurtado sabe que la victoria es para la muerte ("Antigua inexcusable cruda guerra/ entre el huerco y el hombre", vv. 25-26); que es imposible hacer volver de su reino a nadie ("Pero la sorda muerte no consiente/ que quien gusta una vez la agua profunda/ otra torne a ser visto de la gente", vv. 58-60); que no hay llanto capaz de conseguirlo, pues, de ser posible, él lo habría logrado ("Si es posible que lágrimas y llanto/ hagan volver acá la sombra vana,/ ningún hombre lloró que pueda tanto", 64-66). Insistirá en la idea ("Poco valen suspiros y gemidos/ para abrir la cerrada y sorda vía, antes es el quejar tiempo perdido", vv. 76-78). Acudirá más adelante al mito de Orfeo para ilustrarlo; el mítico personaje, dice, sigue llorando, como lo hace D. Diego ("¡A[y] constante amador, mísero Orfeo,/ a los yelos y [nieblas] condenado,/ cuan conforme a tu mal el nuestro veo.!// Tu vas ahora por Tracia desterrado/ hench[i]endo tierra y cielo con tu queja/ y suspiros mezclando con cuidado", vv. 205-210).

Concluirá con "verdades racionales": no hay que llamar a quien ya ha bebido el agua del olvido ("No lo llame con llanto o con gemido,/ con ruegos, sacrificios y oraciones/, que todo le será tiempo perdido;// no con luengo discurso de razones/ ni con favor, destreza o violencia,/ no con oro, con plata o ricos dones, como una vez sea dada la sentencia", vv. 217-223).

1.2.3.2- Miguel, por contra, ante el mismo hecho de la muerte, se resiste, se rebela, no lo acepta, y está dispuesto a luchar contra ella. El Yo hernandiano no cuenta, no narra, no alaba, no recuerda, como hacía D. Diego en su larga elegía; sólo trasluce sentimientos, los suyos; se trata de un mundo visto desde su prisma y exclusivamente suyo. Desde ahí seguirá la recreación11.

11 Miguel Hernández nada cuenta de su amigo en este poema, pero sí dice muy claro que es su amigo; es el dolor de Hernández el que da forma a la poesía. En la segunda parte, mirando al futuro, se vuelve al pasado; la elegía "cuenta" lo importante: conversaban tranquilos en el huerto; él era su alegría; su amistad, su amor, su sangre se la disputaba toda la naturaleza animada, representada en la novia y abejas, o en la flor del almendro.

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Aunque es verdad -lo afirma- que el amigo ya "está rodando por el suelo" (v. 21), la evolución de sus pensamientos-sentimientos llevará a Miguel a atreverse a pensar en desenterrarlo12:

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera,

y desamordazarte y regresarte (w. 31-33).

La razón, la inexorable verdad, contiene con serenidad renacentista a la pasión, que triunfa, sin embargo, en Hernández. El encontrará primero la calavera; no se trata de la imagen, esculpida, que Hurtado quiere que le recuerde a la persona amada (vv. 175— 186); no se trata de sueños, en medio de los cuales D. Diego la vé y está con ella ("¡Cuantas veces me vi como soñando/ triste verte y hablarte en esta ausencia!/ Después hálleme solo y suspirando", etc., vv. 136-147); en Miguel se trata de un cuerpo convertido en cadáver.

1.2.4- El cambio producido en el verso 34 es abismal. Con la escena terrible de un imaginado desenterramiento (minar la tierra, besarle la calavera -ya calavera-desamordazarlo), que tiene como fin "el regresarlo", se camina hacia el esperanzado futuro.

1.2.4.1- La vuelta del amigo, sentida ya como auténtica, la expresa con un "volverás" (v. 34), que implica que Miguel logrará "desamordazarlo", expresivo término con el que no se refiere sino al hecho de romper las ataduras de la Muerte; habrá podido, quiere y sueña, arrebatárselo a su dueña y por ello hacerlo regresar.

Esta vuelta (la vuelta a ese lugar familiar, de encuentro, el huerto y la higuera) se pinta en diversas acciones, "pajarear": el alma de Ramón pajareará, sintiendo los árboles cerca, acompañará al labrador ("volverá al arrullo de las rejas"), y alegrará el semblante sombrío de Miguel ("la sombra de mis cejas"); también a él lo disputarán la novia y las abejas, lo que, vemos, enlaza con el principio ("alma colmenera/ de angelicales ceras y labores", vv. 36-37).

1.2.4.2.- Con todo, el presente se impone como fruto de la realidad. Ha despertado Hernández de su sueño despierto. No hay quien alegre su cara, no hay disputa entre novia y abejas. Pero tampoco ahora se resiste Hernández y continúa su grito, dirigido a arrancar de la muerte al amigo. Su voz de enamorado llama al corazón del amigo para que venga al bien conocido campo de almendras ("Tu corazón, ya terciopelo ajado,/ llama a un campo de almendras espumosas/ mi avariciosa voz de enamorado", vv. 43-45).

1.2.5- Sin duda, son trasunto de la realidad total los últimos versos, el cuarteto que clausura la elegía. El distanciamiento que existía en los últimos tiempos entre Miguel y Ramón merecía una íntima y sincera conversación; en ella cualquier fisura quedaría completamente cerrada y reconstruido el edificio hermoso de su antigua amistad. Por ello lo requiere, lo llama y lo reclama, lo quiere bajo las hermosas flores del almendro; allí, al amparo de la gracia y favor de las rosas del almendro, almas aladas, como la de Ramón, deberán ellos hablar de muchas cosas:

12 Aparte del hecho real de estar en tierra, enterrado, quizá pueda percibirse una evocación de Hurtado en los versos 21-22 (Doña Marina, "otrora una lumbre que al sol escurecía, yace ahora tan bajo so la tierra").

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La presencia de Hurtado de Mendoza en la "Elegía a Ramón Sijé" de Miguel Hernández

A las aladas almas de ta rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero, (vv. 46—49)

Las diferencias entre los poetas son claras, pero el espíritu de Hurtado de Mendoza ha vuelto después de siglos, y también, como un compañero del alma, ha hablado a Miguel Hernández de muchas cosas. Lo descubrimos, o intuimos, en algunos otros lugares.

El amigo de su Orihuela volverá, dice Miguel; no será un sueño, vendrá a las rejas, vendrá, quizá en espíritu, como el espíritu de Eurídice, en Hurtado, marcha de nuevo hacia su morada.

Así, el regreso hermoso, idílico, del amigo, vivido como tal por Miguel, que se oponía a la sensatez pesimista de D. Diego, puede tener un correlato (uno vendrá, otra marcha) en los verdes campos a los que se dirige Eurídice (vv. 211-212: "Ella, vuelta en espíritu se aleja/ por extendido campo y yerba verde").13

1.2.6.- Hay otras evocaciones que pueden también establecer hilos de conexión entre los textos. Así, la tópica, por otra parte, contraposición vida/muerte, la vida del que queda, que no es vida, o no es justa o es muerte. Dice Hurtado: "Al cabo quedaré triste no viendo/ tu hermosura, vivo a maldecirme/ porque vivo he quedado, tu muriendo" (148-50), y encuentra un eco posible en el "No hay extensión más grande que mi herida,/ lloro mi desventura y sus conjuntos/ y siento más tu muerte que mi vida" (vv. 13-15 de Hernández).

Cuando repite que "no perdona a la muerte", habla Hernández de una Muerte enamorada, que busca y se queda con lo mejor; también en Hurtado es claro que la Muerte se ha quedado con Eurídice para siempre.

Las "alas de la gloria" (v. 110) de D. Diego pueden encontrar eco igualmente en "las aladas almas de las rosas del almendro de nata" (vv. 46-47), etc., pero, en fin, estas comparaciones no implican que afirmemos la necesidad de la imitación. Pertenecen al común poético, como la imagen del hortelano pertenecía al común real14.

2 - Miguel había ido a Madrid, ávido de personas de quienes aprender, de lecturas que le ayudaran a dar expresión al caudal infinito de su alma poética. Unos libros que entre otros devoraría serían, sin duda, los volúmenes de la Biblioteca de Autores Españoles, dedicados a los Poetas líricos de los siglos XVI y XVII15. Allí aguardaba Hurtado de Mendoza, al que leería con agrado y no sin provecho, al encontrar refuerzos a su inspiración.

13 Aunque la marcha es "no sin dolor" porque abandona a Orfeo; "te deja" dice Hurtado en el último verso del terceto, dirigiéndose a Orfeo en dolorido apostrofe.

14 No es preciso recordar, por ej., el comienzo del soneto 26 del Rayo que no cesa: "por una senda van los hortelanos,/ a la sagrada hora del regreso".

15 Op. cit. En el volumen primero (tomo 32, pp. 52-103) se encontraban las poesías de D. Diego.

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También Hurtado tenía detrás de sí muchas lecturas16: una fundamental de los versos 43-51, fuente a su vez de Miguel Hernández, era Poliziano, en concreto, Orfeo, vv. 270-27517, como ya fue visto18. Poliziano había bebido también del caudal de la literatura clásica19.

Es hermoso contemplar cómo Poliziano renace en un Hurtado que canta elegiacamente a Doña Marina, y cómo, a su vez, Hurtado habita, apasionado, en el poema de Hernández que, dándole nueva vida, consigue una preciosa secuencia literaria.

16 Algunas de estas fuentes (Catulo, Virgilio, Ovidio, Horacio, Lucrecio etc.) las analizamos en una lección impartida en el VI Curso Superior de Filología Clásica, Universidad Complutense, julio de 1992, con el título "Algunas consideraciones sobre el pasado en Diego Hurtado de Mendoza"; sobre la presencia de la literatura clásica en su obra puede verse, entre otros, Arcaz. J.L. "Catulo en la literatura española" CFC 22 (1989), pp. 254-255; Cristóbal, V. "Una comparación de clásico abolengo y larga fortuna CFC(Lat) 2 (1992), pp. 173-75; ID. "Catulo, Horacio y Virgilio en un poema de Hurtado de Mendoza", CFC(Lat) 6 (1994), pp. 61-65; Alonso Moreno, G - Martín Puente, C , "La poesía amorosa latina en la obra de D. Diego Hurtado de Mendoza (I): Catulo", en La recepción de las artes clásicas en el siglo XVI, Eds. Sánchez Salor-Merino Jerez-López Moreda, Cáceres 1966, pp. 623-629 y "La poesía amorosa latina en la obra poética de Diego Hurtado de Mendoza (Π): Ovidio", ib., pp. 631-637.

17 COSí la ninfa mia per voi se serba/ guando sua morte gli dará Natura:/ or la teñera vite e Vuva acerba/ tagliata avete colla falce dura; chi é che mieta la sementó in erba/ e non aspetti ch 'ella sia matura ? Citamos por la edición de F. Fernández Murga, Angelo Poliziano, Estancias, Orfeo y otros escritos, edición bilingüe, Madrid, Cátedra, 1984, p. 174). Por otra parte, el mito de Orfeo, que cierra la elegía de Hurtado, sigue de cerca bastantes versos de este poema de Poliziano.

18 González Palencia, A. y Melé, op. cit., ν. m (1943), p. 84. 1 9 Aparte de la poesía epigramática griega de tema funerario o los poemas de Catulo, basten de ejemplo los

versos 306-311, en que habla Eurídice (Ohimé che 1 troppo amore/ n'ha disfatti ambedua./Ecco ch'V ti son tolta a gran furore/ né sonó ormaipiú tua;/ ben tendo a te le braccia, ma non vale/ che 'ndrieto son tirata. Orfeo mió, vale); ellos son casi una traducción de Virgilio, Geórgicas IV 494-498 (illa 'quis et me'inquit 'miseram et te perdidit, Orpheu,/ quis tantus furor? en iterum crudelia retro/fata vocant, conditque natantia lumina somnusJ iamque vale: feror ingenti circumdata nocte/ invalidasque tibi tendens, heu non tua, palmas'.)

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