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F La nueva familia: una espiritualidad de comunión P. BENITO GOYA, ocd Teresianum (Roma) INTRODUCCION La nueva familia, que ha surgido adaptándose a las exigencias económicas de la sociedad industrial, necesita urgentemente una espiritualidad renovada, una actitud religiosa que corresponda a las necesidades humanas básicas de comunicación y de relaciones inter- personales gratificantes. La espiritualidad de la comunión que se ha ido desarrollando en estos últimos años ofrece una respuesta adecuada a esta necesidad, incitando a una vida de constante comunicación y diálogo, vertical y horizontalmente. Aunque pueda parecer extraño, uno de los gran- des problemas de la familia nuclear es la falta de tiempo para una comunicación profunda y en consecuencia una amarga soledad, tan- to a nivel afectivo (<<cómo me siento contigo», «quién eres para mí») como a nivel espiritual (<<quién es Dios para mí»). Esta realidad es, en parte, una consecuencia de las profundas transformaciones que ha padecido la familia en la adaptación a la nueva sociedad industrial, como también una derivación de la falta de una educación capaz de adaptarse a las nuevas circunstancias y carente de los apoyos externos de la grande familia patriarcal I I ef. AA.VV., Nuevo modelo de pareja y familia. Madrid, N. Utopía, 1996, 10-20. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (59) (2000), 29-61

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La nueva familia: una espiritualidad de comunión

P. BENITO GOYA, ocd Teresianum (Roma)

INTRODUCCION

La nueva familia, que ha surgido adaptándose a las exigencias económicas de la sociedad industrial, necesita urgentemente una espiritualidad renovada, una actitud religiosa que corresponda a las necesidades humanas básicas de comunicación y de relaciones inter­personales gratificantes.

La espiritualidad de la comunión que se ha ido desarrollando en estos últimos años ofrece una respuesta adecuada a esta necesidad, incitando a una vida de constante comunicación y diálogo, vertical y horizontalmente. Aunque pueda parecer extraño, uno de los gran­des problemas de la familia nuclear es la falta de tiempo para una comunicación profunda y en consecuencia una amarga soledad, tan­to a nivel afectivo (<<cómo me siento contigo», «quién eres tú para mí») como a nivel espiritual (<<quién es Dios para mí»).

Esta realidad es, en parte, una consecuencia de las profundas transformaciones que ha padecido la familia en la adaptación a la nueva sociedad industrial, como también una derivación de la falta de una educación capaz de adaptarse a las nuevas circunstancias y carente de los apoyos externos de la grande familia patriarcal I

I ef. AA.VV., Nuevo modelo de pareja y familia. Madrid, N. Utopía, 1996, 10-20.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (59) (2000), 29-61

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Constatamos, ante todo, el hecho de hallarnos en un clima cul­tural reflejado en libros con títulos como éstos: Hacia una sociedad sin padre o La revuelta contra el Padre o Padre, patrón, padre­eterno, que hace difícil y problemático hablar de Dios como de un padre-autoridad y de los hombres come de «hijos» inmaduros, sumi­sos y dependientes 2.

Podemos recordar tres grandes movimientos sociales que han contribuido en forma crítica a la formación de esta mentalidad y que han influido también en el ambiente religioso en su lucha contra todo componente autoritario.

Se da, ante todo, la nueva situación social-industrial que ha delimitado el predominio absoluto del padre en la vida familiar. Él continúa presente, por lo que la expresión «una sociedad sin padre» no resulta precisa e indica sólo que no goza ya de una autoridad exclusiva y absoluta.

Hallamos, en segundo lugar, algunos movimientos filosófico­culturales ~las así llamadas «teorías de la sospecha»-, que son absolutamente contrarios a toda autoridad que limite la libertad in­dividual.

En tercer lugar, un sector considerable del movimiento feminista ha reivindicado con radicalismo la igualdad de los sexos y la libe­ración de toda autoridad superior.

Son tres grandes acontecimientos culturales y sociales que han impregnado buena parte de la cultura occidental con sus conquistas y errores y que han suscitado la sospecha hacia cualquier forma de autoridad en la que se haga alusión a la idea de la autoridad paterna.

De esos tres movimientos ha surgido un violento ataque anti­autoritarístico a la realidad misma de la paternidad y a su valor humano, y, sucesivamente, se ha pasado a la negación integral de la «religión de padre», ya que esa rechazaría la autonomía de la per­sona, traicionaría su condición de adulto y degradaría su dignidad.

En tal modo, se ha pasado de una glorificación del padre a lo que se ha denominado «odio socializado contra el padre» o «rechazo del

2 Cfr. A, MITSCHERLlCH, Verso una societa senza padre. Milano, Feltrinelli, 1970. G, MENDEL, La r¡volta contro il padre. Firenze, Vallechi, 1973. J, Lussu, Padre, padrone, padreterno. Milano, Mazzota, 1976.

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padre» o «el asesinato del padre» y en consecuencia a una sociedad sin padres.

Semejantes situaciones han inspirado la presente reflexión intro­ductiva antes de afrontar directamente el tema de una espiritualidad adecuada a las nuevas exigencias de la familia actual.

I. LA NUEVA FAMILIA

1. EN UNA «SOCIEDAD SIN PADRES»

La familia, en cuanto hecho social, está fuertemente ligada a todos los demás elementos de la sociedad. Cada acontecimiento externo significativo, como la revolución industrial primero y la cultural después, ha marcado profundamente su historia reciente. Las emigraciones en busca de trabajo seguro han alimentado no sólo el desarraigo de la tierra propia, sino también del estilo de vivir las propias tradiciones sociales, morales y religiosas.

El contacto con las nuevas ideologías, a veces contrastantes, como la secularización, el eficientismo, la civilización del consumo, han suscitado después cierta desorientación y la asimilación incons­ciente de modelos de comportamiento no compatibles con su tradi­ción secular y la han empobrecido en las relaciones íntimas y genui­nas, necesarias sobre todo para un crecimiento sano y equilibrado de los hijos. Este proceso de transformación más bien violenta, unido a la caída de los roles tradicionales y a la carente solución, en el seno de la familia, de los conflictos causados por los vínculos de sangre y por la pertenencia al nuevo mundo de la industria, han generado malestar individual y familiar y trasformado fuertemente la relación padre-hijo. Veamos el camino recorrido.

La familia patriarcal

En las sociedades estáticas de tipo tradicional cada grupo fami­liar comprendía varias generaciones: constituía una familia extendi­da, formada por el conjunto estrechamente coordinado de diversos

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núcleos familiares, que convivían bajo el mismo techo, usando un mismo patrimonio y actuando bajo la autoridad común del patriarca; era la llamada «familia patriarcal», típica de sociedades rurales y preurbanas, Poseía su autonomía económica, cultural y educativa, Se pertenecía a ella por el hecho del nacimiento y por la necesidad de un largo período de pertenencia del hijo necesitado de cuidados y de protección constante,

El jefe de la familia gozaba de una autoridad indiscutible con funciones bien definidas, constituía su fuerza de cohesión y garan­tizaba el orden inmutable. En tal contexto la imagen de Dios era la del Dios del orden, la del Dios de la ley. El contacto y la colabo­ración de los componentes con la figura paterna eran constantes y permitían observar y aprender directamente su modo de comportar­se, de afrontar la realidad y de aplicar los principios morales.

El niño podía captar plenamente todos estos aspectos de la exis­tencia. Ninguna de las prácticas de los adultos de su mundo se realizaba fuera de su mirada y sin su conocimiento. Así crecía na­turalmente, asimilando unos conocimientos anclados en la praxis diaria y garantizada por la tradición, que los había experimentado ampliamente y que por lo tanto le presentaban dignos de todo res-peto 3. .

La familia nuclear

Si se confronta tal situación con la nuestra no es difícil constatar sus diferencias. En un largo proceso de trasformaciones históricas iniciado en la primera mitad del ochocientos se inició la separación entre el mundo laboral y el ambiente familiar

Esta escisión entre el campo de trabajo y el lugar de habitación, el paso de la condición de productores independientes a la de em­pleado o de obrero que gana un salario lejos de su casa, ha contri­buido progresivamente al debilitamiento de la autoridad y a la re­ducción de la potestad paterna dentro y fuera de la familia.

3 Cfr. G. GATTI, Famiglia, en Dizionario di Pastorale Giovanile. LeUill¡¡nn (Torino), Elle Di Ci, 1989, 335-337.

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La disolución de la familia patriarcal como unidad económica, autónoma y autosuficiente, dio lugar a la creación de núcleos fami­liares más reducidos. La nueva familia nuclear, típica de la sociedad postmoderna, está compuesta casi exclusivamente por padres e hi­jos, que a veces voluntariamente rompen los lazos de parentesco 4.

Esa resulta considerablemente condicionada por la sociedad y alejada del contacto con la naturaleza. Ha perdido su relativa inde­pendencia educadora, cultural y económica y queda necesitada de integración y de complemento por parte de la sociedad civil, puesto que ya no está en condiciones de satisfacer por sí sola las ingentes necesidades educativas y funcionales que tiene. Los hijos carecen del contacto directo con las largas horas de trabajo profesional de los padres, que en los diversos sectores administrativos o técnicos se convierten solo en una rueda de una gran máquina invisible.

En tal situación, el padre ya no cuenta con su autoridad indiscu­tible y se pone el énfasis no ya sobre la autoridad, sino sobre la espontaneidad de las relaciones y sobre la gratificación afectiva, en una democratización del ideal familiar. La sociedad precedente que era una realidad interfamiliar pasa a ser una unión de personas y no unión de núcleos familiares 5.

La familia contemporánea, apremiada por éstas y otras instancias caracterizadas por dinámicas consumís tic as y adquisitivas, se siente inclinada a calcular en términos económicos sea el número creciente de hijos sea el vínculo conyugal mismo; son realidades que se sien­ten como un peso, como una pérdida de libertad, como un obstáculo a la realización libre propia y al bienestar económico. El nivel de la interioridad pierde progresivamente significado para dejarse sustituir por intensas preocupaciones económicas y sociales. Va surgiendo, al mismo tiempo, lo que se denomina «padre invisible»: su figura re­levante y activa antes, se esfuma o desaparece en cuanto a su fun­ción de dominio.

4 Cfr. C. VENTIMIGLIA, Di padre in padre. Essere, sentirsi, diventare padri. Milano, F. Angeli, 1993, 25-30. F. W ALSH ed., Stili di funzionamento familiare. Come le famiglie affrontano gli eventi della vita. Milano, F. Angeli, 1986.

5 Cfr. L. YABLONSKY, Padri e figli. Il piu arduo e stimolante di tutti i rapporti. Roma, Astrolabio, 1988, 45-50.

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Por otra parte, el hijo, ante la ausencia del padre y, cada vez más de la madre, experimenta su amarga soledad y manifiesta la fragili­dad de su personalidad en diversos síntomas y patologías. Con el aflojamiento de las relaciones familiares se generan nuevos momen­tos de tensión entre el individuo y la sociedad 6.

Los chicos con privación paterna revelan en las estadísticas an­siedad, dificultad de asimilación de su función social, «dependencia, inconstancia y falsa madurez» 7. La ausencia física de los padres hace que el 50% de los hijos de los divorciados tenga serios proble­mas de personalidad que provienen tanto de la dificultad de identi­ficación con el propio sexo como de la falta de serenidad en las relaciones familiares. Además el 40% de los hijos de los divorciados sufren stress y psicopatologías, con una propensión tres veces supe­rior a padecer disturbios mentales o inadaptación social que los otros chicos 8.

Los padres, relegados la mayor parte del tiempo al ejercicio li­mitado y limitante de su profesión, no están muchas veces en con­diciones de cumplir su función humana, es decir, la presencia afec­tiva y formativa. De este modo, cuanto más complejo se hace el desarrollo de la sociedad, tanto más aumentan las situaciones en las que maestros externos tienen que asumir la función educativa del padre y suplir su ausencia.

Le relación padre-hijo, en tal situación, viene seriamente afecta­da e incluso puede desaparecer; se desarrolla un desinterés general por los valores de los padres y por la tutela parental, sentida como un peso del que conviene liberarse cuanto antes 9,

6 Cfr. A. MITSCHBRLICH" Verso una societa senza padri, o.c., 171-172. E. Scalfari escribe: «La laguna de paternidad es una de las causas no marginales de la pérdida de identidad y de la neurosis generalizada que aflige los últimos años del siglo que está feneciendo», en Repubblica, 27-12-1998, p. 16.

7 G. CAVALLOTTO, «Immagini di Dio e figure parentali», en Orientamenti Pedagogici 34 (1987) 1037.

8 A. Araceli escribe: «El 40% de los hijos de padres divorciados sufre estrés y psicopatologías». Madrid, ABC, 22-12-1998, p. 66.

9 Cfr. G. F. GARBLLI, «Coppia, matrimonio, famiglia nella societa che cam­bia: quali le linee di tendenza?», en Coppia e famiglia tra desiderio di muta­mento e ricerca di stabilita. Interventi del Consultorio familiare. Milano, F. Angeli, 1998, 20-35.

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En una sociedad semejante, se presentan situaciones de precoz desafección hacia las figuras parentales, como abuelos y tíos, y el sentido mismo de solidaridad que distingue la comunidad doméstica de la sociedad circunstante, entra muchas veces en crisis, como se evidencia por el deseo de una vida autónoma e independiente que se manifiesta en los adolescentes.

Hacia la nueva familia democrática

El final del siglo XX deja atrás una era, en la cual las relaciones conyugales se transmitían según la óptica de la desigualdad. Para superarla, varios autores habían previsto o sentenciado la desapari­ción definitiva de la institución familiar. El 11 de enero de 1998 los periódicos anunciaban la posibilidad concr(!ta de una familia sin la necesidad de la colaboración física del padre. Informaban sobre la posibilidad científica de que en unos tres años pudiera venir al mundo el «primer mamífero sin papá», nacido en el laboratorio con la sola contribución de la madre, como producto de dos células femeninas. Presentaban titulares come éstos: «Llega el niño sin padre» lO. «Varón superfluo: se podrá nacer sin padre» 11. Es así cómo querían reducir la presencia del padre a un patrimonio d~l pasado.

Algunos grupos feministas radicales saludaban con gozo estos avances científicos, acogiéndolos como una contribución ulterior a la autonomía de la mujer y a la difusión de las denominadas «fami­lias de hecho» 12. Se quiere caminar hacia la apoteosis del single que puede prescindir de todos: es la canonización de un egoísmo desen­frenado.

Pero estos ideales extremistas han fracasado: la muerte de la familia vaticinada por numerosos autores en los años treinta, no se

10 Messaggero, 11-10-1999, p. 11: «Se construira, por 10 tanto el primer mamífero sin papá con i1 DNA (el patrimonio genético) de la madre solamen­te».

11 Corriere della Sera, 11 -01-1999, p. 16: «con un nuevo método que permitirá a la mujer concebir y dar a luz un hijo sin intevención alguna del semen masculino, ni siquera el «mediato» de la fecundación aritificial».

12 Cfr. P. DONATI, «Le famiglie di fatto come realta e problema sociale oggi», en La Famiglia 13 (1990) 3-20

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ha efectuado. Es más, el hogar constituye el ideal indiscutible de los jóvenes europeos: lo consideran el primer valor. Y así, aunque a través de numerosos fracasos y divisiones, se va renovando en un clima de igualdad y de reciprocidad. Se afana en la búsqueda de nuevas relaciones afectivas y fraternas que nivelen las desigualdades sociales 13.

El padre vuelve a estar de nuevo presente ya que ninguna otra figura es capaz de sustituirla; la relación con él se hace indispensa­ble. Pero éste, a su vez, asume una actitud amigable y concilidora, aunque exigente en los valores fundamentales. Solamente un vínculo gratificante de aproximación entre la madre, el padre y el hijo, les permitirá educar verdaderamente, es decir, poner las condiciones en las que el niño acepta sus valores porque los hace propios 14.

El crecimiento del niño se efectuará a través de la identificación con la figura paterna o materna en donde el componente afectivo juega un papel decisivo; sin él, el pequeño, privado de la figura paterna, queda empobrecido y desorientado en su normal desarrollo y crecimiento 15.

Por ello, en no pocos ambientes, se siente la nostalgia de un nue­vo espacio vital y de nuevas funciones serenas y armonizadoras que resultan insustituibles para una promoción integral de la humanidad. La sociedad entera tiene que intervenir en la búsqueda de soluciones nuevas, ofreciendo ayudas concretas a tales necesidades, como, por ejemplo, una mayor cercanía entre la habitación y el lugar del trabajo y una flexibilización de los horarios laborales. La sociedad de consu­mo, que se ha desarrollado de manera unilateral, necesita convertirse en una civilización promotora de una humanidad integral.

En tal ambiente se hallará el clima adecuado para promover la nueva familia, en la que quede tiempo suficiente para estar con el

13 Cfr. L. RIESGO M., Familia y empresa. Madrid, MC, 1994, 159-165. G. CHIOSSO ed., Nascere figUo. Le famiglie italiane verso il Duemila. Torino, UTET, 1994. R. COSTA-G. COSTA, L'arte di comunicare infamiglia. Leumann (Torino), Elle Di Ci, 1994.

14 Cfr. N. GALL!, Educazione familiare alle soglie del terzo millennio. Bres­cia, La Scuola 1997,172-194.

15 Cfr. W. VISCONTI, Genitori, en Dizionario di Scienze dell'educazione. Leumann (Torino), LDC-LAS-SEI, 1997, 460-462. V. MELCHIORRE ed., Mas­chio-femmina. Nuovi padri e nuove madri. Milano, Paoline, 1992, 55-65.

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otro, en una convivencia serena y gratificante, en un «hogar», donde las aspiraciones y las esperanzas vayan reconocidas y aceptadas, donde puedan encontrarse y comunicarse como amigos sus necesi­dades personales y donde sea posible una vida privada rica de con­tenidos y de bienestar 16.

2. LA REVOLUCIÓN CULTURAL Y EL RECHAZO DE LA FAMILIA

TRADICIONAL

Tres grandes revoluciones culturales han incidido de modo pre­dominante, en este sector, en la transformación de la mentalidad contemporánea: la existencial-atea, la marxista-proletaria y la psi­coanalítica. El elemento común de estos movimientos y de sus tres grandes maestros de la sospecha, -que todavía hoy hacen escuchar su voz-, ha sido el rechazo del llamado «despotismo paterno» como factor absolutamente negativo, ya que toda «religión del padre», y en particular la religión cristiana, es según ellos fuente de sentimien­tos de culpa, de ansiedad y de voluntad de poder y contribuye a que, instaurando la idea y la realidad de padre-poder, degrade y anule primero la personalidad humana y después el desarrollo pleno de la sociedad. Su rebelión contra Dios Padre ha sido en buena medida una reacción contra formas parciales e inmaduras de una religiosi­dad no asimilada por muchos creyentes y generadora de pasividad personal y social.

La rebelión individualista

Inspirándose en las teorías de L. Feuerbach (1804-1972), el exis­tencialismo ateo, iniciado a fines del siglo pasado por F. Nietzsche (1844-1900), ha expuesto los principios del rechazo del padre y de la sospecha hacia toda dependencia capaz de limitar la autonomía y

16 Cfr. AA.VV., Scuola per genitori. Formazione alla vita di coppia e alla famiglia. Brescia, Istituto Pro Famiglia 1993. AA.VV., Famiglia e fígli. Ten­denze, prospettive, educazione. Torino, SEI, 1995. AA.VV., Une idée neuve. La famille, lieu d'amour et líen social. Paris, Bayard-Centurion 1996.

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poder absoluto de la persona, Las realidades superiores eran sólo fruto de una vana «proyección de los deseos humanos»; por eso su filosofía se revelaba con decisión contra toda fuerza que intentara limitar su libertad 17.

La persona, si desea liberarse de la tutela infantil, debe comenzar por rebelarse contra la autoridad paterna. Es la condición para alcan­zar la verdadera libertad, ya que la fe en realidades superiores es pura ilusión o mentira real y la raíz de toda limitación que debilita, estropea y echa a perder una humanidad digna de este nombre. Tras las huellas de Nietzsche vendrá una amplísima serie de negaciones del padre y de Dios mismo, presentado como padre-patrón, enemigo de la felicidad, de la libertad y de la madurez del ser humano y, sobre todo, del «super-hombre» que él aspiraba a crear 18.

La crítica marxista

En la perspectiva precedente, todo poder paterno se convertirá, para C. Marx y para el pensamiento marxista, en una consagración alienante, en el «opio del pueblo», frente a la realidad bien concreta del opresor y del patrón terreno 19.

Para él, toda autoridad superior era contraria a la liberación so­cial, ya que se prestaba inevitablemente a la aprobación y a la ben­dición de las opresiones que mantenían todos aquellos pequeños padres-patrones reales, en el ámbito de la familia y de la sociedad, oprimiendo al proletariado, expropiándolo de su misma dignidad humana. Marx afirmaba: «La religión, no es otra cosa que el reflejo fantástico en la mente de los hombres de aquellas potencias terrena­les que asumen la forma de poderes trascendentes» 20. Esas entidades

17 Cfr. P. VALADlER, Marx, Nietzsche, «Freud et la Bible», en NRT 108 (1976) 784-798.

18 Cfr. M. FERRARIS, Nietzsche e la filosofia del Novecento. Milano, Bom­piani, 1989, 45-55. G. PENZO ed., Il Nichilismo da Nietzsche a Sartre. Roma, Citta Nuova, 1976, 30-45. G. CAMPIONI, Sulla strada di Nietzsche. Pisa, ETS, 1993.

19 Cfr. M. L. SALVADORl, La parabola del comunismo. Bari, Laterza ,1995, 20-45.

20 K. Marx-F. ENGELS, Opere complete. Roma, Ed. Riuniti, 1975, XXV,304.

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superiores se convertían en aliados de los opresores y se oponían a cualquier intento de construcción de un mundo renovado, más justo y libre.

Pero hay que constatar que sus promotores, que prometían la creación de un mundo nuevo, se encuentran hoy en día decepciona­dos. A pesar de los innegables progresos, no disminuyen los des­equilibrios sociales ni mejoran la condiciones humanas, sino que continúan en situación de humillación de su dignidad y de conflicto, de división y de guerra 21.

La crítica psicoanalítica de la autoridad

En este contexto filosófico-social, el rechazo del padre, se deli­neaba para el psicoanálisis como condición esencial para la conse­cución de una «evolución humana» completa; sin tal rechazo, el hombre continuaría siempre en un estado de minoría perpetua. Por eso exigirá la eliminación de los dos condicionamientos más fuertes que impedían al ser humano ser él mismo y alcanzar su madurez: la ilusión religiosa y el sentimiento de culpa 22.

S. Freud (1856-1939), a principios del siglo, identificaba en el culto de un padre omnipotente y protector, la esencia misma de la religión y, por lo tanto, la fuente de falta de madurez humana. Asu­mió por ello una actitud absolutamente negativa frente a tales for­mas de autoridad en cuanto se le presentaban como claramente impersonales y orientadas a sublimar una afectividad narcisÍstica e infantil 23 •

Esta necesidad de una omnipotencia protectora engendraba en la criatura frágil la urgencia de la invención de un padre todopoderoso

21 Cfr. P. M. SWEEZY, Il marxismo e il futuro. Torino, Einaudi, 1983, 45-59. E. DussEL, Las metáforas teológicas de Marx. Estella, Verbo Divino, 1993.

22 Cfr. M. ALETTI, Psicologia, psicoanalisi e religione. Studi e I1cerche. Bologna, EDB, 1992, 73-95. J. M. POHIER, Ricerche di teologia e psicanalisi. Assisi, Cittadella, 1973, 30-68. G. FOSSI, Miti, religione e psicoanalisi. Una nuova proposta psicodinamica. Milano, F. Angeli, 1990.

23 Cfr. P. RICOEUR, Dell'interpretazione. Saggio su Freud. Milano, Il Sag­giatore, 1967.

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capaz de resolver sus problemas y de tranquilizar sus sentimientos de culpabilidad con una veneración absoluta hacia tal ser superior 24

La renuncia a tal potestad debía ser fruto de una clara toma de conciencia de esa esclavitud y debía señalar el fin de toda ilusión y de todo sentimiento de culpa, es decir de toda religión y autoridad, decisión esta indispensable en el camino de la civilización hacia su madurez 25.

3. LA EMANCIPACIÓN FEMINISTA Y EL RECHAZO DEL «PADRE»

A estas profundas transformaciones sociales y culturales ha dado un fuerte apoyo en los años setenta, la explosión del movi­miento feminista, que ha completado la crítica radical a toda concep­ción autoritaria de los padres y ha promovido un estilo de relaciones padre-hijo a nivel igualitario 26.

El feminismo, que desde hacía dos siglos concentraba sus esfuer­zos en la consecución de la igualdad de sexos en el derecho al voto y en la igualdad de oportunidades en el campo profesional, ha desen­cadenado en su última fase en la protesta femenina; y, en relación íntima con la contestación juvenil del 68, se ha difundido amplia­mente, con orientaciones y opciones sociopolíticas muy diferentes entre sí, pero que hallan un común denominador en el rechazo de la sociedad heredada, en cuanto expresión de la opresión machista.

Tal protesta atacaba directamente el predominio masculino tanto a nivel estrictamente personal como en el ámbito de relaciones in­terfamiliares y de la reciprocidad esposo-esposa, reivindicando la autonomía de la mujer en las decisiones familiares y en las actuacio-

24 Cfr. A. PLÉ, Freud e la religione. Roma, Citta Nuova 1970. D. STEIN, «Dio come Padre in Freud», en Concilium 17 (1981) 3, 27-40. P. KAUFMANN ed., L' apporto freudiano. Elementi per un' enciclopedia della psicoanalisi. Roma, Borla, 1996.

25 Cfr. J. ANSALDl, «La paternité di Dieu, libération ou névrose?», en Étu­des Th. et Religieuse 55 (1980) 1-172. D. STEIN, «L'assassinio del Padre e Dio come Padre nell'opera di Freud», en Concilium 17 (1981) 365-378.

26 Cfr. M. FARINA, Femminismo, en Dizionario di Scienze dell'Educazione. Leumann (Torino), LDC-LAS-SEI, 1997,

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nes sociales y la completa igualdad de los roles femenino y mascu­lino 27.

La liberación de la mujer, según algunos movimientos america­nos más radicales, debía abarcar también la liberación de cualquier religión del padre, considerado como legislador supremo de la mar­ginación de la mujer, destinada a situarse siempre ante Dios en un lugar secundario. Identificaba en la religión patriarcal la razón fun­damental de tal subordinación y opinaba que cualquier esfuerzo por presentar desde la tradición bíblica una imagen más justa estaba llamado al fracaso más completo, ya que el aspecto femenino de Dios ocuparía siempre un rasgo de sumisión; concluyeron que la religión bíblica debía ser rechazada en bloque.

Sin embargo, otros grupos más objetivos, reconociendo el carác­ter esencialmente cultural e ideológico de la imagen de Dios como Padre-poder, intentaron demostrar que esa imagen no es ni la única ni la completa; en la Biblia Él viene representado también como madre o como esposo 28. La mujer creyente, en su búsqueda de la verdad, se presentaba abierta a una perspectiva evangélica y libera­dora, que superara los condicionamientos del pasado y que promo­viera la igualad de los sexos, en un amor auténtico que se trasfor­mara en solidaridad y en donación mutua 29.

4. EXPERIENCIA FAMILIAR Y ACTITUDES RELIGIOSAS

En la formación de las actitudes religiosas, el influjo de los padres es determinante. Por eso la reflexión y la investigación sobre la creación de la imagen paterna y materna en los niños ha gozado siempre de un interés particular en la psicología religiosa.

27 Cfr. B. FORCANO, «La familia en la sociedad de hoy». Problemas y pers­pectivas. Valencia, Edicep, 1976, 85-90: «La mujer moderna y el movimiento feminista». J. CHING, «Una prospettiva della teologia fernminista», en Conci­lium 32 (1996) 1, 149-150.

28 Cfr. A. V ALERIO ed., Donna, potere e profezia. Napoli, D' Auria, 1995, 60-69.

29 Cfr. Cfr. M. SALAS, De la promoción de la mujer a la teología feminista. Santander, Sal Terrae, 1993,51-61. A. RIVA, «Fernminismo», en N. Dizionario di spiritualita. Roma, Paoline, 1979, 638-655.

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En modo particular, se ha investigado sobre la conexión entre la experiencia filial, más o menos feliz realizada en los primeros años y la consiguiente actitud religiosa 30. Investigaciones de origen muy diverso revelan que la representación de Dios y de la Virgen María viene fuertemente caracterizada por el simbolismo y las acti­tudes paternas y maternas.

Tal representación constituye ante todo, la base de la futura es­tructuración de la personalidad humana. Estudios inspirados en el psicoanálisis y en E. H. Erikson descubren en las cualidades positi­vas de los contactos padre-hijo el punto de partida para el desarrollo de las actitudes de base de la personalidad. Si el niño crece en un clima de seguridad y de acogida, encontrando en los padres una actitud gratificante, su personalidad irá formándose entonces en la «confianza básica» 31.

Si, por el contrario, respira un ambiente desviado, aparecerán los «disturbios afectivos» que generan personalidades narcisísticas y egocéntricas, orientadas hacia la rigidez o la meticulosidad, el ansia y el sentimiento de culpabilidad.

Por eso alguien dijo: «La educación del hijo comienza veinte años antes de su nacimiento con la educación de sus padres». Se cuenta que una madre preguntó una vez al maestro: «¿Cuándo tengo que comenzar a educar a mi hijo». Le preguntó a su vez el maestro: «¿Cuántos años tiene su hijo?». «Cinco», respondió la madre. «¡Cin­co! Corra a casa que ya lleva cinco años de retraso» 32.

Entrando en el ámbito religioso se halla una influenza clarísima entre la personalidad de los padres y la actitud religiosa de los hijos. Si éstos se sienten aceptados, se abren espontáneamente a Dios y a los hombres en una actitud positiva. Lo que ellos van experimentan­do es lo que va formando sus comportamientos. Sobre todo la pri­mera relación afectiva entre padres e hijos constituye una prefigura-

30 Cfr. J. CIVELLI, Infinita e la sua tenerezza. Il volto umano di Dio. Milano, Paoline, 1998, 6-11. A. AMATO, II Vangelo del Padre. Dehoniane, Roma, 1998, 7-10.

31 Cfr. A. BERGE, Las dificultades de vuestro hijo. Madrid, Morata, 1976, 150-155. B. HANSKE, Elniiío agresivo y desatento. Madrid, Rialp, 1979, p. 19.

32 A DE MELLO, Shock di un minuto, per vivere a 360 gradi. Milano, Paoline 1995, 67.

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ción y ejercita un influjo directo sobre la futura relación afectiva los niños con su Dios 33.

Si sus contactos familiares han sido satisfactorios, va desarro­llándose en la seguridad, en la confianza, en la aceptación propia y en la generosidad y sensibilidad a las necesidades ajenas. Y, en el caso opuesto, las desviaciones en la actitud religiosa hallan su ori­gen en relaciones afectivas frustradas o agresivas, frías o distantes 34.

Son interesantes los estudios realizados sobre la estima de sí en los chicos; revelan que la percepción de un Dios bueno o severo tiene una correlación muy íntima con valoración de sí, positiva o negativa. La autoestima genera una imagen de Dios como padre y acogedor; por el contrario, una correlación negativa coloca al mu­chacho ante un Dios juez y castigador 35.

De ahí la convicción generalizada de que cada uno proyecta sobre Dios la imagen que deriva de las experiencias iniciales con los padres, ya que constituyen el primer encuentro experiencial con seres semejantes al Creador. Si tal experiencia está llena de serenidad, confianza y cercanía, se establece también con Dios una relación filial gratifican te. Si cada mañana el niño amanece con la sonrisa amorosa de los padres, entonces entrando en la Iglesia verá espon­táneamente un Dios que lo acoge con una sonrisa 36.

33 Cfr. E. H. ERIKSON, Identidad, Juventud y crisis. Buenos Aires, Paidós, 1971, 112-121. ID., 1 cieli della vita. Continuita e mutamenti. Roma, Armando 1991, 28-29. G. CAVALLOTTO, «Irnmagine di Dio e figure parentali. Teorie ed indagini positive», en Orientamenti Pedagogici 34 (1987) 1038.

34 Cfr. A. VERGOTE, Psicologia religiosa. Torino, Borla, 1979, 160-199. P. TROMBELLINI, Cosa jJensano i bambíni di Dio. Viaggio nella spiritualita infan­tile. Firenze, Salani 1998, 17-23. M. ALETTI, La religíosita del bambino. Appro­ccio psicopedagogico per insegnanti di religione e catechesi. Elle Di Ci, Leu­mann (Torino), 1993, 27-44.

35 Cfr. A. VAN KAAM, Religione e personalita. Brescia, La Scuola 1972, 175-192. A. RONCO, A. VINCENTI, «Religiosita adolescenziale, stima di sé e percezione dei genitori», en Oríentamenti Pedagogici 27 (1980) 7-30. R. VIA­NELLO, Rícerche psicologiche sulla religíosita infantile. Firenze, Giunti-Barbe­ra, 1980.

36 A. HAAsE, Swimming in the Sun. Cincinnati, OH, At. Anthony Messenger Press. 1993, p. 7. C. BECATTINI, <<lrnmagine di Dio e percezione dei genitori», en Orientamenti Pedagogici 38 (1987) 127-137. A. RONCO, E. FIZZOTTI, E. AMENTA, «Immagine di Dio, percezione dei genitori, cono se enza e stima di sé. Un'indagine esplorativa tra bambini romani dagli 8 agli 11 anni», en Orienta­mentí Pedagogici 40 (1993) 661-679.

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Así el paso de unos padres buenos al Dios misericordioso resul­ta muy fácil. San José, hombre bueno y fiel, enseñó a Jesús el significado de la palabra «abbá-padre», Santa Teresa inicia el primer capítulo de su autobiografía con estas palabras: «El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena. Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aun con los criados». «Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar ... tenía muchas virtudes ... muy apacible y de harto entendimiento» (Vida, 1,1).

Pero quizás el caso más significativo, por la brevedad de su vida, es el de S. Teresita. La conexión afectiva con un padre, descrito como tierno, atento, santo, justo y fiel ha sido muy intensa. Desde la tierna infancia hizo la preciosa experiencia de ser amada. En tal modo, ella pasará muy precozmente de la confianza filial al abandono total en el Amor Misericordioso. De un padre que la cogía con ternura sobre sus rodillas, pasará al Dios del profeta Isaías que se conmueve ante «el hijo de su seno» (Is. 29,15); más tarde, de la visión de su padre hu­mi1Iado por la enfermedad, dará el salto a la comprensión íntima del Siervo doliente 37. Casos semejantes constituyen los testimonios más evidentes del influjo positivo de los padres y de los demás miembros de la familia, sobre las actitudes espirituales de los hijos.

Al contrario, unos padres agresivos generan hijos demasiado desconfiados y llenos de miedos que, aún de adultos, viven actitudes espirituales caracterizadas por el miedo, la angustia y el consiguien­te sentimiento de culpabilidad. Si los padres descargan agresividad y autosuficiencia y humillan constantemente a los hijos con discu­siones y comportamientos violentos, entonces éstos respiran sufri­miento y amargura y se transforman en chivos expiatorios de los conflictos paternos 38.

Sus actitudes religiosas se modelarán inconscientemente sobre esta imagen de un Señor lejano y autoritario y producirá, por una

37 Cfr. S. TERESA DE LISEUX, Obras Completas. Burgos, Monte CarmeIo, 1989, Manuscrito A, p. 75.

38 Cfr. M. LACASSE, La Síndrome delto specchio. Come maturare una iden­tita piu consapevole, libera e felice. CiniselIo BaIsamo (Milano), San PaoIo, 1995, 18-33.

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parte, una ansia opresora y la sensación de la propia inutilidad y, por otra, un hambre neurótica de afecto y de aprobación. Su obediencia no brotará del amor filial, sino del temor al castigo o del sentimiento de culpa, con peligro de estados depresivos ya que no podrán tolerar por mucho tiempo una tensión semejante 39.

El acompañador espiritual tendrá una larga tarea, llena de pa­ciencia y constancia, para revisar esta imagen divina y conducir por un camino de liberación, a través del encuentro personal y prolon­gado con Cristo Salvador y Liberador, quien curará progresivamente sus heridas y la imagen deformada inicial y los conducirá hacia actitudes filiales y gratificantes ante el Padre o la Madre del Cielo.

n. HACIA UNA ESPIRITUALIDAD DE COMUNION

El siglo que está concluyendo ha padecido impresionantes des­ajustes de todo tipo, pero quizás el impacto más relevante se ha dado en el campo de las relaciones, tanto familiares como espirituales. «En el actual orden de cosas, escribía Juan XXIII, la buena Provi­dencia nos ha conducido a un nuevo orden de relaciones huma­nas» 40. Más en concreto, especificaba Juan Pablo 11:

«La familia en los tiempos modernos ha sufrido, qUlza como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones am­plias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar» 41.

En esta transformación de las relaciones va implícita la nostalgia de una nueva familia, fundada sobre una auténtica igualdad y sobre

39 Cfr. D. MONTGOMERY, Essere se stessi. 1 benefici di una persona lita equilibrata. Milano, Paoline, 1998, 163-171.

40 GIOVANNI XXIII, Discurso de apertura del Concilio Vaticano II, 11 de octubre 1962, en Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XX//L Vaticano, T.P.V. 1963, p. 582.

41 Familiaris Consortio = FC, 1.

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unas relaciones afectivas maduras, abiertas a la comunión, a la es­tima mutua y al diálogo doméstico.

Los hijos añoran una cercanía mayor de los padres que pasan el día trabajando lejos de casa. La infancia, sin la presencia del modelo paterno y de la figura materna ve comprometido su destino y su identificación individual. Dentro de las familias en crisis va crecien­do, a su vez, una prole psicológicamente frágil e insegura.

De ahí la tendencia hacia búsqueda de un tipo de hogar donde se pueda vivir con gozo la experiencia sálmica «¡Oh, qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos! ... allí Yahveh la bendición dispensa, la vida para siempre» (Sal. 133)

1. DIMENSIÓN ANTROPOLÓGICA DEL MATRIMONIO

La humanidad en estos últimos decenios camina abiertamente hacia la globalización y la sintonía de intentos. Esa fuerte tensión hacia la unidad se va revelando en los nuevos organismos interna­cionales, en las crecientes oportunidades de relaciones y en los in­tercambios culturales y comerciales.

La Iglesia, a su vez, ha tomado conciencia de su realidad de misterio de comunión y ha respondido a esa urgencia ofreciendo su realidad de Cuerpo de Cristo, de pueblo unido en el nombre del Señor, recuperando su fisonomía como misterio de comunión.

Todo ello ha llevado también a la familia a descubrir su signi­ficado íntimo de comunión, que ya se hallaba presente en su voca­ción misma, pero que se había ofuscado con las intensas transforma­ciones padecidas. Siente ahora la urgencia de una mayor transparencia y de un testimonio más evidente para poder desempe­ñar su misión de modelo e instrumento de comunión.

No será nada fácil el camino de renovación que debe recorrer para ello, puesto que debe armonizar su anhelo de libertad y de indepen­dencia con la fuerte propensión a la solidaridad. Es un proceso arduo de superación del individualismo económico y social y de la tentación de replegarse sobre sí misma y sobre sus problemas privados.

El hogar debe ir transformándose, ante todo, en lugar de la hu­manización de la persona, donde se aprende el difícil arte de ser

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uno mismo. Para ello la familia nuclear necesita ciertas condiciones humanas que faciliten el desempeño adecuado de su misión. Se pueden recordar algunos requisitos más indispensables para ello:

Conocerse

Para llegar a amarse de verdad es indispensable conocerse en profundidad. «No es posible amar lo que no se conoce»; no es po­sible amar en verdad a una persona a quien no se comprende desde dentro. Y para ello hay que comunicarse y no sólo sobre asuntos superficiales, sino y principalmente, sobre las vivencias y sentimien­tos actuales.

Muchas veces no se consiguen unas relaciones personales autén­ticas precisamente porque no ha existido la capacidad de «perder tiempo» en la comunicación. Y la puerta de entrada a una conviven­cia gratificante es la comunicación y el conocimiento mutuo. No basta contentarse con una comunicación pasajera que no llega a las profundidades de la personalidad, como fácilmente pueden preten­der los hombres: hay que arriesgarse y buscar el conocimiento res­petuoso y profundo del cónyuge.

Aceptarse

La comprensión mutua culmina en la aceptación del prójimo. En toda historia de amor se encuentra esa necesidad de aceptación del otro, tal como es, sin pretensión de cambiarlo o de imponerle el cliterio subjetivo o de aceptarlo solo en la medida en que se aproxima al propio modo de pensar y de actuar. La aceptación auténcita supone la capacidad de empatía que lleva a sumergirse en el mundo interior del otro y, desde allá, entenderlo, interpretarlo y acogerlo.

Para ello, es indispensable partir de la aceptación de un cierto pluralismo cultural, social y religioso. Si se pretendiera la uniformi­dad absoluta de ideas y la coincidencia completa en los gustos, nunca se llegaría a una comunidad madura. La aceptación de la

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diversidad de temperamento, de origen, de historia, de experiencias, predispone a salir de un yo exclusivo para avanzar hacia el tú con actitud abierta, hace acortar distancias y crea vínculos afectivos que superen las barreras del individualismo. Esta aceptación del otro en toda su originalidad y circunstancias es la clave para construir una fraternidad serena.

Reciprocidad

La familia satisface ampliamente esta necesidad básica de cono­cimiento, de intimidad y de colaboración del ser humano y de su liberación de la soledad y del miedo al futuro. Al mismo tiempo, le ofrece la oportunidad de desarrollar lo mejor de sí mismo, de inte­grar su compleja personalidad y de mejorar continuamente su cali­dad espiritual 42 .

La doble orientación hacia la libertad y la solidaridad, hacia la unidad y la distinción, que se hallan muy presentes hoy en día, exige esta nueva orientación de las relaciones recíprocas. Es indispensable relacionarse, reconociéndose el valor personal; de lo contrario se reducen a islas solitarias. Esto genera un clima favorable a la aper­tura al otro en la alegría de ser esposos.

El hogar se convierte en ámbito de comunión de personas adul­tas y establece entre los cónyuges un estilo existencial atrayente y constructivo, que favorece el espíritu de donación, de apoyo mutuo y de compromiso en proyectos comunes. Esta armonía entre los esposos constituye una base sólida para que también las relaciones filiales sean profundamente gratificantes.

Ofrece seguridad en un mundo incierto

En la familia cada miembro viene reconocido como persona y se siente tranquilo, sereno, gratificado. La vida privada que garantiza

42 Cf. L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, «Solidaridad, valor humano», en Razón y Fe, 233 (1996) n, 287-297.

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se transforma en refugio sólido y oportunidad permanente de eleva­ción personal.

Hace mantener el conflicto mismo dentro de límites tolerables, facilita el diálogo doméstico y la estima mutua, genera un oasis protegido de paz en medio de las pruebas y tensiones cotidianas, estimula a caminar unidos, favoreciendo aspiraciones comunes y relaciones más sencillas y menos formales. Se convierte en lugar de acogida, confianza, sinceridad, concordia, tolerancia, comprensión mutua y atención a la virtudes humanas.

Exige un amor fiel

Dos jóvenes que van a casarse sueñan con un amor maravilloso que les hará felices para siempre. La perpetuidad es una de las ca­racterísticas básicas de todo amor auténtico. La vida matrimonial se nutre de una fidelidad constante que la refuerza y enriquece. Pero alguien ha afirmado que la una única cosa constante de la vida es la inconstancia. Por eso el mantener tal perseverancia en un clima plural y complejo resulta bien arduo. No es fácil convencer a los jóvenes de hoy, a veces decepcionados ya por el fracaso en amores fáciles o por el uso prematuro e infantil de la sexualidad y por ejemplos de familias frágiles e inestables, a ligarse a un vínculo estable y definitivo.

Tampoco está precisamente de moda la idea de un amor eterno; los medios de comunicación social exaltan abiertamente las uniones provisorias, y las que se hacen «mientras dure el amor». Por ello es más urgente que nunca renovar la esperanza en una fidelidad capaz de perdurar en el tiempo e infundir generosidad en sus decisiones.

El desarrollo de la capacidad de afecto, de solicitud y de dedi­cación plena genera la conciencia límpida de existir para la persona amada. La experiencia de los efectos de la amistad y de la confianza mutua conduce a estar dispuesto a gastar el tiempo y las energías que.haga falta para alcanzar dichos objetivos 43

43 Cf. S. BOTERO, Hacia una nueva ética conyugal. San Pablo, Bogotá, 1993, 22-25.

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En una comunicación decidida

La capacidad de comunicación viene considerada como la mejor dote que un cónyuge puede ofrecer el día de la boda. Los esposos necesitan, desde el primer momento, cultivar el diálogo, ya que, siendo cada uno único, tendrán siempre delicados problemas que resolver, obstáculos que afrontar, ansias que superar. La mejora constante en una comunicación siempre más plena y eficaz consti­tuirá la fuente de la comprensión y del entendimiento mutuo y su principal ascesis matrimonial. Irá ampliándose la capacidad de estar en sintonía y en intimidad, sin máscaras ni pantallas protectoras: es la trasparencia mutua, una apertura progresiva que durará toda la vida 44.

El activismo, el hacer agitado, podrá dejar postergada y condi­cionada esta comunión: la praxis del activismo va deteriorando la calidad de la comunicación. Por ello, solo el estar convencidos de su valor esencial infundirá energías para salvarla a toda costa45

En una familia abierta a la sociedad

Las familias que se cierran en sí mismas van perdiendo las opor­tunidades de respirar aire fresco y de enriquecerse a nivel social y espiritual en unas amistades constructivas. En cambio, quienes difun­den unas relaciones abiertas con otras familias, van desarrollando su espíritu de acogida y de solidaridad en el amplio campo de la ayuda mutua, de la apertura gratificante, de la hospitalidad salvadora46

Solo los grupos familiares en relación hacen madurar verdadera­mente a sus miembros como personas. Por ello, el área vital de la pareja debe extenderse más allá del individualismo imperante, crean­do nuevas formas de contacto y conexiones positivas.

44 Cf. M. ROTA, Saber comunicarse con los hijos. Bilbao, Mensajero, 1996, 50-56.

45 Cf. M. M. MARTlNE, Comunicarse en familia. Escuchar para entender. Bilbao, Mensajero, 1995, 100-110.

46 Cf. AA.VV., La función humanizadora de la familia. Madrid, Dussat, 1981, 45-50.

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2. LA DIMENSIÓN ESPIRITUAL DE LA FAMILIA

La vida doméstica, inspirada en la familia de N azareth, se nutre, además que en los medios naturales, en la doctrina evangélica, en la liturgia, y sobre todo en la Eucaristía y persevera en oración y en comunión en el mismo espíritu.

Reunida en el nombre del Señor, se alegra por la presencia del Señor (cf. Mt 18,20); el amor constituye la plenitud de su existencia y el vínculo de su perfección (cf. Col 2, 14); su unión manifiesta la venida de Ctisto (cf. Jn 13,35); sus miembros llevan «los unos las cargas de los otros» (cf. Gál 6, 2).

Sucesivamente esta energía expansiva se perfecciona con el descubrimiento del plan divino de llamarlos a participar activamente a la difusión de la comunidad eclesial en un apostolado comprome­tido sobre todo en el mundo familiar 47.

Desde una espiritualidad individual a una comunitaria

Gran parte de la espiritualidad tradicional contemplaba el Miste­rio Trinitario y la misma unión mística desde una perspectiva indi­vidual, intimista, olvidando su dimensión social y eclesial. La par­ticipación en la naturaleza divina se hacía a través de las facultades intetiores, sin conexión con los demás creyentes unidos en comu­nión eclesial. Incluso las imágenes bíblicas que se referían predomi­nantemente a la Iglesia como edificio, plantación, crecimiento, unión esponsal, venían interpretadas en sentido subjetivo 48.

La búsqueda de Dios llevaba a encerrarse en la propia intimidad, en una santidad hecha de un trato individual con Dios presente en el corazón del justo; era un camino que se otientaba hacia dentro y ptivilegiaba la soledad y el silencio, según el principio: «evita los hombres y serás salvo»; y también según el consejo de la Imitación

47 Cf. S. BOTERO" Per una teología della famíglia. Roma, Borla, 1992, 30-35.

48 Cf. M. PEREIRA, «La comunidad eclesial, ámbito del encuentro con Cris­to», en Sal Terrae 86 (1998) 909-923.

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de Cristo: «Quien se aleja de amigos y conocidos, se acerca a Dios y a sus ángeles».

Vivir en comunión

K. Rahner, poco antes de su muerte, hablando de la espirituali­dad de la Iglesia del futuro, individuaba, por el contrario, en la «comunión fraterna en el Espíritu el elemento peculiar y esencial de la espiritualidad del mañana» 49.

Después de recordar que la espiritualidad heredada era claramen­te individualista y que la intersubjetividad no había estado en el centro de la reflexión teológica y de la vida espiritual, invitaba a una amplia participación a la vida divina a nivel intersubjetivo 50.

Rahner soñaba «en una espiritualidad del futuro donde el ele­mento de la comunión espiritual fraterna y una espiritualidad vivida juntos, pudiera jugar un papel más determinante».

Hoy en día se está desarrollando ya en varios campos este mo­vimiento hacia ese objetivo «intersubjetivo». La espiritualidad apa­rece como «la comunión fraterna en la que sea posible la misma experiencia básica del Espíritu». La participación personal en la vida divina se va realizando en la medida en que de cada uno pasa de una situación de cerrazón en la propia individualidad, a una actitud de apertura y de relacionalidad, hasta la comunión en el amor: «Amaos como yo os he amado» (In. 13,34).

Primero está la Iglesia como Cuerpo de Cristo en crecimiento, pueblo de Dios en camino, esposa que espera al Esposo. La familia, precisamente porque crece en la Iglesia y con la Iglesia, vive en comunión con todos sus miembros, los mismos dinamismos, las mismas etapas de maduración; nadie camina en solitario, sino que madura progresivamente en la comunicación espiritual.

49 AA.VV., Problemi e prospettive di spiritualitii. Brescia, Queriniana, 1983, 440-441.

50 J. A. PAGOLA, «La familia, "escuela de fe". Condiciones básicas», en Sal Terrae 85 (1997) 741-754.

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Exigencia de unidad

Esta nueva actitud comunitaria es, al mismo tiempo, una res­puesta a la urgente demanda de unidad y de difusión de la armonía familiar: una comunidad viva que sea lugar para la experiencia de Dios, de libertad y de desarrollo de su gran fuente de energía.

Del mismo modo que los primeros cristianos vivían reunidos en el nombre del Señor Resucitado y en la fuerza de su Espíritu, hoy como entonces, la comunidad familiar se presenta como lugar de la experiencia del Dios amor, de la realización de su plenitud terrenal y de la comunicación enriquecedora con los demás. La acogida re­cíproca en la caridad contribuye a crear un ambiente abIerto capaz de favorecer el progreso espiritual de cada uno de sus miembros.

En la familia cristiana se sigue dando el don de su Espíritu que la introduce en la relación filial con el Padre. «Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo pater­nidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor en la familia es el Espíritu Santo»51 . El matrimonio no aparece ya como un obstáculo para la unión con Dios; al contrario, se hace sacramento de Cristo y del encuentro con Dios.

A nivel puramente natural, el ser humano, solo viviendo en conexión con los demás, se realiza como persona y alcanza la ple­nitud de su vocación que lo impulsa a convertirse en semejanza de Dios. El Concilio afirma claramente el «carácter comunitario de la vocación humana en el plan de Dios» (GS 24) y la esencia del hombre que «es por su naturaleza un ser social y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás» (GS 12).

Este paso del individuo hacia una personalidad social se da pre­cisamente en la apertura y en la donación de sí. El mandamiento nuevo de Jesús no es algo extrínseco a la humanidad: «El Verbo de Dios -se lee también en el Concilio- nos revela que 'Dios es amor' (1Jn 4,8) y al mismo tiempo nos enseña que la ley fundamen­tal de la perfección humana y por ello de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo de amor» (GS 38).

51 JUAN PABLO n, Homilía, Seminario de Puebla, 28-01-1979.

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La familia se hace para ello servicio, testimonio, anuncio. La verdadera comunión, lejos de replegarla en sí misma, la abre a la donación de sí y al servicio de los además, con el fin de difundir la comunión en el mundo 52.

La familia en la eclesiología de comunión

Tiene su punto de referencia en el modelo trinitario. Nos halla­mos en el reencuentro con el Dios revelado que el Año Santo pro­fundizará adecuadamente. Las personas divinas, en comunión recí­proca, existen la una para la otra y constituyen el modelo originario de toda reciprocidad e intercambio mutuo de vida, bienes, esperan­zas. El Espíritu es criterio de unidad en la diferencia, de comunión en la alteridad, de personalización de lo que es único.

El Concilio Vaticano II, centrando su atención sobre la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo y pueblo reunido en el vínculo del amor trinitario, modifica el planteamiento de la espiritualidad y de la pastoral en sentido eclesial. Ello estimula hacia un camino comu­nitario que redescubre la unión con los hermanos como lugar de la presencia de la Trinidad 53.

La familia está llamada a reproducir en su interior el dinamismo trinitario y a transformarse en realización visible de la comunión a la que está llamada de modo más amplio toda la Iglesia. En un mundo dividido, en un ambiente de frecuentes separaciones matri­moniales, es importantísimo el testimonio concreto de la posibilidad de una comunión de bienes, de afectos, de proyectos de vida 54.

El objetivo central es llegar a vivir el único mandamiento que Jesús nos dio: «Amaos de verdad unos a otros» en una verdadera familia, unida en la diversidad, en la que se vive este precepto. Este nuevo estilo espiritual se apoya en tres columnas fundamentales: las

52 Cf. M. P. AYERRA, «El difícil arte de ... hacer familia», en Sal Terrae 83 (1995) 475-487.

53 Cf. GS 24: de la huída del helmano para ir a Dios se pasa a la búsqueda del hermano para ir con él a Dios, para encontrar a Dios en la unidad del amor fraterno.

54 Cf. M. ICETA, La familia como vocación. PPC, Madrid, 1993, 40-45.

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relaciones personales de amistad en el Señor; la misión evangeliza­dora y la cercanía al pueblo.

3. VIVIR EN COMUNIÓN ESPIRITUAL

La imagen de la Trinidad de Amor y su contemplación acelera el crecimiento de una espiritualidad de comunión. Se trata de una experiencia de vida inspirada en el modelo de las relaciones trinita­rias: un amor que se hace recíproco, que genera la familia unida en la caridad y que la convierte en icono de la Trinidad. Es un amor gratuito, al igual que el amor del Padre es pura gratuidad en su iniciativa que no espera recompensa. El Hijo es el modelo de la gratitud, de un dejarse amar como don que se ofrece al donador, como un recibir diciéndole gracias. El Espíritu Santo se convierte en el principio de la unidad.

El itinerario para seguir en este camino de comunión y de con­división es el siguiente: «De la unión vital con Cristo, alimentada por la liturgia, de la ofrenda de sí mismo y de la oración deriva también la fecundidad de la familia cristiana en su servicio especí­fico de promoción humana, que no puede menos que culminar en la transformación del mundo» (FC 62).

La familia debe contar con medios espirituales que le ayuden en esta tarea, la iluminen, la corrijan y la estimulen en el camino, te­niendo en cuenta que son gracia que perfecciona la dimensión hu­mana. Indicaremos algunos medios que consideramos más indispen­sables.

Centralidad en el amor

La reflexión contemporánea, abriendo nuevos senderos a la espi­ritualidad comunitaria, requiere una fe vivida en comunión e insiste en una vida familiar inspirada por el Espíritu Santo, como su elemen­to esencial. Lo característico de una espiritualidad de comunión es precisamente compartir las experiencias personales y los valores evangélicos para construir juntos un auténtico edificio espiritual.

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Se requiere ir a Dios junto con el hermano hallando en el com­partir el estímulo para la perfección y descubriendo el Dios presente en el otro. No se ama solo el recogimiento, sino también la compa­ñía del hermano, no solo el silencio sino también la palabra. Porque lo que no se comunica se pierde; por el contrario la comunicación es el mayor de los bienes humanos. Y, lo que se da, vuelve al donador infundiéndole nuevas energías 55.

Cuando el amor hacia Cristo se hace recíproco reproduce el modelo trinitario, donde los dos cónyuges viven a semejanza del Padre y del Hijo y entre ellos irrumpe el Espíritu Santo con sus dones, animando la comunión familiar.

Entonces Jesús se trasforma en el motivo primario del matrimo­nio y se realiza típicamente la palabra del Señor: «Donde dos o tres está reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Es la santidad de la comunidad familiar y de cada uno de sus componentes.

Así se comprende la llamada al amor como característica del cristiano maduro. Amar es realizar la dimensión social de la perso­na, es edificar la Iglesia, es vivir el mandato de Cristo «que todos sean uno para que el mundo crea».

«Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en noso­tros y su amor llega en nosotros a la perfección» (Un 4,12), El dilema entre el amor de Dios y el amor al hermano se resuelve en su raíz, en un único amor, idéntico en su naturaleza. El que ama al Señor, en consecuencia, ama también al prójimo. A su vez, «el que ama al prójimo» satisface al amor hacia Dios, porque el Señor lo toma como dirigido a El.

Esta persona madura en la caridad se va haciendo cada vez más paciente y benigna, «no es envidiosa, no se engríe, non tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se complace de la verdad. Lo encubre todo, cree todo, espera todo, soporta todo» (ICor 13, 4-7). .

Esta descripción de los frutos de la caridad nos da la mejor imagen de la persona que ha llegado ya a la madurez, al dominio

55 Cf. J. BURGALETA, «El sacramento del matrimonio, horizonte y potencia­ción de la vida conyugal», en Sal Terrae 82 (1994) 113-124.

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pleno de sí, al equilibrio, a la magnanimidad, que ha superado el egocentrismo y se ha convertido, según el ejemplo de Cristo, en pura donación, de modo que ya no vive para sí, sino para la edifi­cación del Reino.

La vía del cristiano consiste en «caminar en el amor» (Ef 5,2); y constituye la «vía mejor» (lCor 12, 19) ya que la caridad es el cumplimiento pleno de la ley (cf. Rom 13, 10) y vínculo de la perfección (cf. Col 3,14). Entonces, antes de ir a Misa o a trabajar, es indispensable verificar si se vive en familia el amor mutuo.

Se trata de completar, en la nueva espiritualidad, el recogimiento y el silencio, con el ejercicio de la caridad. Para ello hace falta redescubrir el valor santificante de las diversas ocupaciones matelia­les que llenan gran parte de la jornada: preparar la comida, limpiar la casa, ocuparse continuamente de muchas cosas aparentemente fútiles, encarnando en ellas el espíritu de la caridad 56.

La familia se convierte entonces en el lugar de la experiencia divina porque «aun entre pucheros» se halla la presencia del Resuci­tado y porque el Espíritu Santo con sus frutos llena de paz y gozo las mil pequeñas atenciones y servicios de cada día.

Diálogo familiar

La comunión mutua y la caridad caracterizan la vida de los es­posos cristianos hasta convertirlos en signos de las relaciones nuevas en la Iglesia. Ellos hacen desarrollar más naturalmente una espiritua­lidad de comunión, manteniendo vivó el diálogo de la caridad que armoniza las diversidades de carácter o de proyectos 57.

La vida común desempeña una función fundamental en este camino espiritual de los esposos, manteniéndolos unidos en el amor y estimulándolos a ser apóstoles de unidad entre sus colegas. Fami­lias que, llenas de «alegría en el Espíritu Santo», iluminan el camino del mundo y ayudan a superar la soledad y la falta de comunicación.

56 Cf. C. MARTlNI, Meditaciones para la familia. PPC, Madrid, 1994,20-22. 57 Cf. M. de UNCITI, «Pastoral de la familia. Un ámbito para el diálogo

social; un lugar para estrechar fe y compromiso», en Sal Terrae 82 (1994) 655-660

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El diálogo de la caridad es también un método precioso para descubrir juntos la voluntad del Padre. Tal espíritu es indispensable para saber entrar en una comunicación evangélicamente abierta al otro. El conocimiento de sí y de los propios límites va facilitando el caminar hacia la liberación social, la integración afectiva, la sensi­bilidad hacia el otro, la capacidad de comunicarse, .el amor a la verdad y la coherencia entre el decir y el hacer 58.

Se debe iniciar para ello por la comunión de las experiencias vitales en la apertura recíproca. La confrontación personal en forma de coloquio abre los corazones hacia una relación sincera de amis­tad; el compartir las pruebas y los momentos conflictivos del camino espiritual hace crecer fuertemente en la unidad 59.

En constante reconciliación

La vida en comunión tiene una dinámica propia y requiere de­terminados «ejercicios espirituales comunitarios», de modo similar a los ejercicios espirituales que solemos hacer para fomentar la vida espiritual individual 60.

Un instrumento que debe ser reinventado para potenciar esta comunión de vida es la reconciliación constante. La comunión fra­terna está enraizada y fundamentada en la caridad, pero en ella «el justo cae siete veces» y se necesita que sus miembros se habitúen al perdón constante como un elemento normal. Es fruto de los esfuer­zos personales y se coloca a nivel de comprensión y de comunica­ción recíproca y del compartir los propios límites y defectos. Pero necesita la formación de las nuevas generaciones en ese espíritu de reconciliación 61.

La Iglesia, signo de comunión, será eficaz «sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el

58 Cf. MOVIMIENTO FAMILIAR CRISTIANO, Actitudes cristianas de la familia. Santander, Sal Terrae, 1997, 130-135. M. ROTA, Saber comunicarse con los hijos. Bilbao, Mensajero, 1996, 50-56.

59 Cf. M. IcETA, La familia como vocación. Madrid, PPC, 1993, 130-135. 60 Cf. J. M. MIRANDA, Tres para el matrimonio. Bogotá, Paulinas, 1983,

237-239. 61 Cf. C. M. MARTINI, Familia y vida laical. Madrid, PPC, 1993, 80-85.

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género humano» (LG 1) si sus miembros, curando sus heridas, se transforman en ejemplo de reconciliación con el Señor y con los hermanos.

Todo ello, como cualquier otra forma de imitación de Cristo, conlleva su carga de renuncia y su exigencia de ascesis: hace falta desprenderse muchas veces de las propias aspiraciones, superar los deseos de recogimiento, resignarse a un apostolado muy limitado ... , siempre y cuando un generoso sacrificio de amor lo requiera.

Orando juntos

La oración venía practicada en tiempos pasados desde una pers­pectiva individual, con fórmulas memorizadas que ponían más énfa­sis en la necesidad de petición que en la de agradecimiento y de alabanza. Ahora se tiende más bien hacia un nuevo tipo de oración comunitaria inspirada en la Biblia y en la liturgia, y generadora de un compromiso radical en la misión cristiana 62.

En este sentido va interpretada la pregunta de Pablo VI: «¿Y vosotros, papás, sabéis orar con vuestros hijos, con toda la comu­nidad doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo, en la rectitud del pensamiento y de la acción, ayudado de cualquier oración vale una lección de vida, vale un acto de culto de singular mérito» 63.

De grande valor es la meditación común del Evangelio; suscita un gozoso compartir las riquezas de la palabra de Dios, un saber estar juntos con capacidad de escucha de la propia conciencia y de la Pa­labra: hace crecer la unidad de la familia y desarrolla su vida espiri­tual.

Juan Pablo II en la Familiaris consortio presenta su función de la siguiente manera: «Sólo orando juntos con sus hijos, el padre y la madre, mientras ejercen su propio sacerdocio real, calan profun-

62 ef. V. PEDROSA, La familia cristiana, 'lugar' de oración y celebración de lafe, en La educación en la fe, un reto para la familia creyente. Bilbao, 1991, pp. 84-96. M. IcETA, Hogares en oración, 25 esquemas de oración familiar. Madrid, 1979.

63 PABLO Vl, Insegnamenti. T.P. Vaticana, Roma, 1977, vol. XIV, p. 640

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damente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los poste­riores acontecimientos de la vida no lograrán borrar» 64.

Hará falta encontrar instrumentos adecuados que favorezcan el discernimiento comunitario de la voluntad divina y estimulen el propio camino con nuevos ritmos de oración litúrgica y comunitaria en armonía con nuestro tiempo.

Característica propia de la oración familiar será la dimensión comunitaria que inducirá a perseverar «marido y mujer juntos, padre e hijos juntos» (Fe, 59). Los padres reunirán a la familia en tomo a la Palabra de Dios, que ayudará de manera eficaz a crecer en el camino de oración. Especialmente los Salmos poseen para la familia de hoy, según el Cardenal C. Martini: «la capacidad de leer la obra de Dios en el mundo, como expresión de la cercanía y la amistad del Señor con sus criaturas» 65.

En la liturgia eucarística la familia participa del misterio de Cristo que se ofrece como alimento propicio para seguir fortificando el crecimiento espiritual del hogar. En tal partiCipación festiva se va integrando en la oración de la Iglesia, rica en gestos, cantos, ritos y reflexiones y se convierte en un manantial de gracia donde todos se refrescan y se nutren para seguir con alegría su camino en total fidelidad a la Palabra escuchada.

Padres e hijos son los artífices de esta oración compartida. Cada uno es responsable directo de sus progresos y frustraciones; esta corresponsabilidad induce a implicarse personalmente en esta tarea espiritual. Juan Pablo II les recuerda que: «Una familia en la que la oración, la ayuda amorosa y la formación en la fe son objeto de una constante preocupación, aportará innumerables beneficios non sólo para los mismos miembros de la familia, sino también para la Iglesia y la sociedad» 66.

64 (Fe, 60), en La familia, futuro de la humanidad. Documentos del Ma­gisterio de la Iglesia. Madrid, BAC, 1995, p. 310.

65 C. Martini, o.c., p. 120 66 Homilía a las familias, Cebú (Filipinas) 19-02-1981.

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Misión cristiana

La oración no puede quedarse encerrada dentro de las paredes domésticas. La caridad tiende a difundirse en los hermanos y esti­mula a la evangelización para llevar al prójimo y, especialmente a los hogares, la fe que se posee y a cumplir el servicio de salvación trazado por Dios para ella 67. Es la realización de la feliz expresión de Saint-Exupéry que afirma: «Amar no significa estar mirándose en los ojos, sino mirar juntos en la misma dirección».

El crecimiento espiritual induce la familia que vive su realidad de «Iglesia doméstica» a cumplir su misión en el mundo. El Papa, en unión con los Obispos reunidos en Sínodo, les exhortaba: «La familia realizará esta misión como 'Iglesia doméstica', como comunidad de fe, que vive en la esperanza y el amor, al servicio de Dios y de la familia universal... Es necesario que la familia, para realizar su misión se nutra con la Palabra de Dios y con la partici­pación de la vida sacramental, especialmente en el sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía» 68.

Es la respuesta coherente a una auténtica espiritualidad que se da por la acción de la gracia divina, pero que, al mismo tiempo, nece­sita la colaboración y el compromiso constante de la familia. Su función apostólica viene animada por un continuo diálogo con Dios que renueva las energías y fortalece la esperanza.

67 Cfr. MOVIMIENTO FAMILIAR CRISTIANO, Evangelizar desde la familia. San­tander, Sal Terrae, 1998, 160-165. La acción evangelizadora de la familia ante el desafío de las sectas. Celam, Bogotá ,1996.

68 Mensaje del Sínodo a las familias. Roma, 26-IX-1980. O. MAIXÉ ALTÉS, La actividad apostólica de la familia en el Decreto «Apostolicam Actuosita­tem» del Concilio Vaticano JI. Roma, 1993.

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