la muerte de ivan illich-leon tolstoi

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  • 7/26/2019 La Muerte de Ivan Illich-leon Tolstoi

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    LLLIII BBBRRROOOdddooottt...cccooommmLen Tolstoi

    La muerte de Ivan Ilich

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    Durante una pausa en el proceso Melvinski, en el vasto edifico de la Audiencia, los miembros deltribunal y el fiscal se reunieron en el despacho de Ivan Yegorovich Shebek y empezaron a hablar delclebre asunto Krasovski. Fyodor Vasilyevich declar acaloradamente que no entraba en la jurisdiccin deltribunal, Ivan Yegorovich sostuvo lo contrario, en tanto que Pyotr Ivanovich, que no haba entrado en ladiscusin al principio, no tomb pane en ella y echaba una ojeada a la Gaceta que acababan de entregarle.

    -Seores! -exclamIvan Rich ha muerto!-De veras?

    -Ah est. Lalo -dijo a Fyodor Vasilyevich, alargndole el peridico que, hmedo, ola an a la tintareciente.

    Enmarcada en una orla negra figuraba la siguiente noticia: Con profundo pesar Praskovya FyodorovnaGolovina comunica a sus parientes y amigos el fallecimiento de su amado esposo Ivan Ilich Golovin,miembro del Tribunal de justicia, ocurrido el 4 de febrero de este ao de 1882. El traslado del cadvertendr lugar el viernes a la una de la tarde.

    Ivan Ilch haba sido colega de los seores all reunidos y muy apreciado de ellos. Haba estado enfermodurante algunas semanas y de una enfermedad que se deca incurable. Se le haba reservado el cargo, perose conjeturaba que, en caso de que falleciera, se nombrara a Alekseyev para ocupar la vacante, y que el

    puesto de Alekseyev pasara a Vinnikov o a Shtabel. As pues, al recibir la noticia de la muerte de IvanIlich lo primero en que pensaron los seores reunidos en el despacho fue en lo que esa muerte podraacarrear en cuanto a cambios o ascensos entre ellos o sus conocidos.

    Ahora, de seguro, obtendr el puesto de Shtabel o de Vinnikov -se deca Fyodor Vasilyevich -. Me lo

    tienen prometido desde hace mucho tiempo; y el ascenso me supondr una subida de sueldo de ochocientosrublos, sin contar la bonificacin.Ahora es preciso solicitar que trasladen a mi cuado de Kaluga -pensaba Pyotr Ivanovich-. Mi mujer

    se pondr muy contenta. Ya no podr decir que no hago maldita la cosa por sus parientes.-Yo ya me figuraba que no se levantara de la cama -dijo en voz alta Pyotr Ivanovich-. Lstima!-Pero, vamos a ver, qu es lo que tena?-Los mdicos no pudieron diagnosticar la enfermedad; mejor dicho, s la diagnosticaron, pero cada uno

    de manera distinta. La ltima vez que lo vi pens que estaba mejor.-Y yo, que no pas a verlo desde las vacaciones! Aunque siempre estuve por hacerlo.-Y qu, ha dejado algn capital?-Por lo visto su mujer tena algo, pero slo una cantidad nfima.-Bueno, habr que visitarla. Aunque hay que ver lo lejos que viven!-O sea, lejos de usted. De usted todo est lejos.-Ya ve que no me perdona que viva al otro lado del ro -dijo sonriendo Pyotr Ivanovich a Shebek. Y

    hablando de las grandes distancias entre las diversas partes de la ciudad volvieron a la sala del Tribunal.Aparte de las conjeturas sobre los posibles traslados y ascensos que podran resultar del fallecimiento de

    Ivan Ilich, el sencillo hecho de enterarse de la muerte de un allegado suscitaba en los presentes, comosiempre ocurre, una sensacin de complacencia, a saber: el muerto es l; no soy yo.

    Cada uno de ellos pensaba o senta: Pues s, l ha muerto, pero yo estoy vivo. Los conocidos msntimos, los amigos de Ivan Ilich, por as decirlo, no podan menos de pensar tambin que ahora habra quecumplir con el muy fastidioso deber, impuesto por el decoro, de asistir al funeral y hacer una visita de

    psame a la viuda.Los amigos ms allegados haban sido Fyodor Vasilyevich y Pyotr Ivanovich. Pyotr Ivanovich haba

    estudiado Leyes con Ivan Ilich y consideraba que le estaba agradecido.

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    Habiendo dado a su mujer durante la comida la noticia de la muerte de Ivan Ilich y cavilando Sobre laposibilidad de trasladar a su cuado a su partido judicial, Pyotr Ivanovich, sin dormir la siesta, se puso elfrac y fue a casa de Ivan Ilich.

    A la entrada vio una carroza y dos trineos de punto. Abajo, junto a la percha del vestbulo, estabaapoyada ala pared la tapa del fretro cubierta de brocado y adornada de borlas y galones recin lustrados.Dos seoras de luto se quitaban los abrigos. Pyotr Ivanovich reconoci a una de ellas, hermana de IvanIlich, pero la otra le era desconocida, Su colega, Schwartz, bajaba en ese momento, pero al ver entrar aPyotr Ivanovich desde el escaln de arriba, se detuvo a hizo un guio como para decir: Valiente lo haarmado Ivan Ilich; a usted y a m no nos pasara lo mismo.

    El rostro de Schwartz con sus patinas a la inglesa y su cuerpo flaco embutido en el frac, tena su habitualaspecto de elegante solemnidad que no cuadraba con su carcter jocoso, que ahora y en ese lugar tenaespecial enjundia; o as le pareci a Pyotr Ivanovich.

    Pyotr Ivanovich dej pasar a las seoras y tras ellas subi despacio la escalera. Schwartz no baj, sinoque permaneci donde estaba. Pyotr Ivanovich saba por qu: porque quera concertar con l dnde

    jugaran a las cartas esa noche. Las seoras subieron a reunirse con la viuda, y Schwartz, con labiosseveramente apretados y ojos retozones, indic a Pyotr Ivanovich levantando una ceja el aposento a laderecha donde se encontraba el cadver.

    Como sucede siempre en ocasiones semejantes, Pyotr Ivanovich entr sin saber a punto fijo lo que tenaque hacer. Lo nico que saba era que en tales circunstancias no estara de ms santiguarse. Pero no estabaenteramente seguro de si adems de eso haba que hacer tambin una reverencia. As pues, adopt untrmino medio, Al entrar en la habitacin empez a santiguarse y a hacer como si fuera a inclinarse. Almismo tiempo, en la medida en que se lo permitan los movimientos de la mano y la cabeza, examin lahabitacin. Dos jvenes, sobrinos al parecer -uno de ellos estudiante de secundaria-, salan de ellasantigundose. Una anciana estaba de pie, inmvil, mientras una seora de cejas curiosamente arqueadas ledeca algo al odo. Un sacristn vigoroso y resuelto, vestido de levita, lefa algo en alta voz con expresinque exclua toda rplica posible. Gerasim, ayudante del mayordomo, cruz con paso ingrvido por delantede Pyotr Ivanovich esparciendo algo por el suelo. Al ver tal cosa, Pyotr Ivanovich not al momento elligero olor de un cuerpo en descomposicin. En su ltima visita a Ivan Rich, Pyotr Ivanovich haba visto aGerasim en el despacho; haca el papel de enfermero a Ivan Ilich le tena mucho aprecio. Pyotr Ivanovichcontinu santigundose a inclinando levemente la cabeza en una direccin intermedia entre el cadver, el

    sacristn y los conos expuestos en una mesa en el rincn. Ms tarde, cuando le pareci que el movimientodel brazo al hacer la seal de la cruz se haba prolongado ms de lo conveniente, ces de hacerlo y se pusoa mirar el cadver.

    El muerto yaca, como siempre yacen los muertos, de manera especialmente grvida, con los miembrosrgidos hundidos en los blandos cojines del atad y con la cabeza sumida para siempre en la almohada. Aligual que suele ocurrir con los muertos, abultaba su frente, amarilla como la cera y con rodales calvos enlas sienes hundidas, y sobresala su nariz como si hiciera presin sobre el labio superior. Haba cambiadomucho y enflaquecido an ms desde la ltima vez que Pyotr Ivanovch lo haba visto; pero, como sucedecon todos los muertos, su rostro era ms agraciado y, sobre todo, ms expresivo de lo que haba sido envida. La expresin de ese rostro quera decir que lo que hubo que hacer quedaba hecho y bien hecho. Poraadidura, ese semblante expresaba un reprothe y una advertencia para los vivos. A Pyotr Ivanovich esaadvertencia le pareca inoportuna o, por lo menos, inaplicable a l. Y como no se senta a gusto se santigude prisa una vez ms, gir sobre los talones y se dirigi a la puerta -demasiado a la ligera segn l mismoreconoca, y de manera contraria al decoro.

    Schwartz, con los pies separados y las manos a la espalda, le esperaba en la habitacin de paso jugandocon el sombrero de copa. Una simple mirada a esa figura jocosa, pulcra y elegante bast para refrescar aPyotr Ivanovch. Diose ste cuenta de que Schwartz estaba por encima de todo aquello y no se renda aninguna influencia deprimente. Su mismo aspecto sugera que el incidente del funeral de Ivan Ilich no

    poda ser motivo suficiente para juzgar infringido el orden del da, o, dicho de otro modo, que nada podraimpedirle abrir y barajar un mazo de naipes esa noche, mientras un criado colocaba cuatro nuevas bujas enla mesa; que, en realidad, no haba por qu suponer que ese incidente pudiera estorbar que pasaran lavelada muy ricamente. Dijo esto en un susurro a Pyotr Ivanovich cuando pas junto a l, proponindole quese reuniesen a jugar en casa de Fyodor Vasilyevich. Pero, por lo visto, Pyotr Ivanovich no estaba destinadoa jugar al vint esa noche. Praskovya Fyodorovna (mujer gorda y corta de talla que, a pesar de sus esfuerzos

    por evitarlo, haba seguido ensanchndose de los hombros para abajo y tena las cejas tan extraamente

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    arqueadas como la seora que estaba junto al fretro), toda de luto, con un velo de encaje en la cabeza, salide su propio cuarto con otras seras y, acompandolas a la habitacin en que estaba el cadver, dijo:

    -El oficio comenzar en seguida. Entren, por favor.Schwartz, haciendo una imprecisa reverencia, se detuvo, al parecer sin aceptar ni rehusar tal invitacin.

    Praskovya Fyodorovna, al reconocer a Pyotr Ivanovich, suspir, se acerc a l, le tom una mano y dijo:-S que fue usted un verdadero amigo de Ivan Ilich... -y le mir, esperando de l una respuesta

    apropiada a esas palabras.Pyotr Ivanovich saba que, por lo mismo que haba sido necesario santiguarse en la otra habitacin, era

    aqu necesario estrechar esa mano, suspirar y decir: Crame... Y as lo hizo. Y habindolo hecho tuvo lasensacin de que se haba conseguido el propsito deseado: ambos se sintieron conmovidos.

    -Venga conmigo. Necesito hablarle antes de que empiece -dijo la viuda-. Dme su brazo.Pyotr Ivanovich le dio el brazo y se encaminaron a las habitaciones interiores, pasando junto a

    Schwartz, que hizo un guo pesaroso a Pyotr Ivanovich. Ah se queda nuestro vint. No se ofenda siencontramos a otro jugador. Quiz podamos ser cinco cuando usted se escape -deca su mirada juguetona.

    Pyotr Ivanovich suspir an ms honda y tristemente y Praskovya Fyodorovna, agradecida, le dio unapretn en el brazo. Cuando llegaron a la sala tapizada de cretona color de rosa y alumbrada por unalmpara mortecina se sentaron a la mesa: ella en un sof y l en una otomana baja cuyos muelles se

    resintieron convulsamente bajo su cuerpo. Praskovya Fyodorovna estuvo a punto de advertirle que tomaraotro asiento, pero juzgando que tal advertencia no corresponda debidamente a su condicin actual cambide aviso. Al sentarse en la otomana Pyotr Ivanovich record que Ivan Ilich haba arreglado esa habitacin yle haba consultado acerca de la cretona color de rosa con hojas verdes. Al ir a sentarse en el sof (la salaentera estaba repleta de muebles y chucheras) el velo de encaje negro de la viuda qued enganchado en elentallado de la mesa. Pyotr Ivanovich se levant para desengancharlo, y los muelles de la otomana,liberados de su peso, se levantaron al par que l y le dieron un empelln. La viuda, a su vez, empez adesenganchar el velo y Pyotr Ivanovich volvi a sentarse, comprimiendo de nuevo la indcil otomana. Perola viuda no se haba desasido por completo y Pyotr volvi a levantarse, con lo que la otomana volvi asublevarse a incluso a emitir crujidos. Cuando acab todo aquello la viuda sac un pauelo de batistalimpio y empez a llorar. Pero el lance del velo y la lucha con la otomana haban enfriado a PyotrIvanovich, quien permaneci sentado con cara de vinagre. Esta situacin embarazosa fue interrumpida porSokolov, el mayordomo de Ivan Ilich, quien vino con el aviso de que la parcela que en el cementerio haba

    escogido Praskovya Fyodorovna costara doscientos rublos. Ella ces de llorar y mirando a Pyotr Ivanovichcon ojos de vctima le hizo saber en francs lo penoso que le resultaba todo aquello. Pyotr Ivanovich, conun ademn tcito, confirm que indudablemente no poda ser de otro modo.

    -Fume, por favor -dijo ella con voz a la vez magnnima y quebrada; y se volvi para hablar conSokolov del precio de la parcela para la sepultura.

    Mientras fumaba, Pyotr Ivanovich le oy preguntar muy detalladamente por los precios de diversasparcelas y decidir al cabo con cul de ellas se quedara. Sokolov sali de la habitacin.

    -Yo misma me ocupo de todo -dijo ella a Pyotr Ivanovich apartando a un lado los lbumes que haba enla mesa. Y al notar que con la ceniza del cigarrillo esa mesa corra peligro le alarg al momento un ceniceroal par que deca-: Considero que es afectacin decir que la pena me impide ocuparme de asuntos prcticos.Al contrario, si algo puede... no digo consolarme, sino distraerme, es lo concerniente a l.

    Volvi a sacar el pauelo como si estuviera a punto de llorar, pero de pronto, como sobreponindose, sesacudi y empez a hablar con calma:

    -Hay algo, sin embargo, de que quiero hablarle.Pyotr Ivanovich se inclin, pero sin permitir que se amotinasen los muelles de la otomana, que ya

    haban empezado a vibrar bajo su cuerpo.-En estos ltimos das ha sufrido terriblemente.-De veras? -pregunt Pyotr Ivanovich.-Oh, s, terriblemente! Estuvo gritando sin cesar, y no durante minutos, sino durante horas. Tres das

    seguidos estuvo gritando sin parar. Era intolerable. No s cmo he podido soportarlo. Se le poda or contres puertas de por medio. Ay, cunto he sufrido!

    -Pero es posible que estuviera consciente durante ese tiempo? -pregunt Pyotr Ivanovich.-S -murmur ella-. Hasta el ltimo momento. Se despidi de nosotros un cuarto de hora antes de morir

    y hasta dijo que nos llevramos a Volodya de all.El pensar en los padecimientos de un hombre a quien haba conocido tan ntimamente, primero como

    chicuelo alegre, luego como condiscpulo y ms tarde, ya crecido, como colega horroriz de pronto a Pyotr

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    La historia de la vida de Ivan Ilich haba sido sencill sima y ordinaria, al par que terrible en extremo.Haba sido miembro del Tribunal de justicia y haba muerto a los cuarenta y cinco aos de edad. Su padre

    haba sido funcionario pblico que haba servido en diversos ministerios y negociados y hecho la carrerapropia de individuos que, aunque notoriamente incapaces para desempear cargos importantes, no puedenser despedidos a causa de sus muchos aos de servicio; al contrario, para tales individuos se inventancargos ficticios y sueldos nada ficticios de entre seis y diez mil rublos, con los cuales viven hasta unaavanzada edad.

    Tal era Ilya Yefimovich Golovin, Consejero Privado e intil miembro de varios organismos intiles.Tena tres hijos y una hija. Ivan Ilich era el segundo. El mayor segua la misma carrera que el padre

    aunque en otro ministerio, y se acercaba ya rpidamente a la etapa del servicio en que se percibeautomticamente ese sueldo. El tercer hijo era un desgraciado. Haba fracasado en varios empleos y ahoratrabajaba en los ferrocarriles. Su padre, sus hermanos y, en particular, las mujeres de stos no slo evitabanencontrarse con l, sino que olvidaban que exista salvo en casos de absoluta necesidad. La hija estabacasada con el barn Greff, funcionario de Petersburgo del mismo gnero que su suegro. Ivan Ilich era le

    phnix de la famille, como deca la gente. No era tan fro y estirado como el hermano mayor ni tanfrentico como el menor, sino un trmino medio entre ambos: listo, vivaz, agradable y discreto. Habaestudiado en la Facultad de Derecho con su hermano menor, pero ste no haba acabado la carrera por

    haber sido expulsado en el quinto ao. Ivan Ilich, al contrario, haba concluido bien sus estudios. Era ya enla facultad lo que sera en el resto de su vida: capaz, alegre, benvolo y sociable, aunque estricto en elcumplimiento de lo que consideraba su deber; y, segn l, era deber todo aquello que sus superiores

    jerrquicos consideraban como tal. No haba sido servil ni de muchacho ni de hombre, pero desde sus aosmozos se haba sentido atrado, como la mosca a la luz, por las gentes de elevada posicin social,apropindose sus modos de obrar y su filosofa de la vida y trabando con ellos relaciones amistosas. Habadejado atrs todos los entusiasmos de su niez y mocedad, de los que apenas quedaban restos, se habaentregado a la sensualidad y la soberbia y, por ltimo, como en las clases altas, al liberalismo, pero siempredentro de determinados lmites que su instinto le marcaba puntualmente.

    En la facultad hizo cosas que anteriormente le haban parecido sumamente reprobables y que le causaronrepugnancia de s mismo en el momento mismo de hacerlas; pero ms tarde, cuando vio que tales cosas lashaca tambin gente de alta condicin social que no las juzgaba ruines, no lleg precisamente a darlas por

    buenas, pero s las olvid por completo o se acordaba de ellas sin sonrojo.

    Al terminar sus estudios en la facultad y habilitarse para la dcima categora de la administracin pblica,y habiendo recibido de su padre dinero para equiparse, Ivan Ilich se encarg ropa en la conocida sastrerade Scharmer, colg en la cadena del reloj una medalla con el lema respice finem, se despidi de su profesory del prncipe patrn de la facultad, tuvo una cena de despedida con sus compaeros en el restauranteDonon, y con su nueva maleta muy a la moda, su ropa blanca, su traje, sus utensilios de afeitar yadminculos de tocador, su manta de viaje, todo ello adquirido en las mejores tiendas, parti para una de las

    provincias donde, por influencia de su padre, iba a ocupar el cargo de ayudante del gobernador paraservicios especiales.

    En la provincia Ivan Ilich pronto se agenci una posicin tan fcil y agradable como la que haba tenidoen la Facultad de Derecho. Cumpla con sus obligaciones y fue hacindose una carrera, a la vez que sediverta agradable y decorosamente. De vez en cuando sala a hacer visitas oficiales por el distrito, secomportaba dignamente con sus superiores e inferiores -de lo que no poda menos de enorgullecerseydesempeaba con rigor y honradez incorruptible los menesteres que le estaban confiados, que en sumayora tenan que ver con los disidentes religiosos.

    No obstante su juventud y propensin a la jovialidad frvola, era notablemente reservado, exigente yhasta severo en asuntos oficiales; pero en la vida social se mostraba a menudo festivo e ingenioso, ysiempre benvolo, correcto y bon enfant, como decan de l el gobernador y su esposa, quienes le tratabancomo miembro de la familia.

    En la provincia tuvo amoros con una seora deseosa de ligarse con el joven y elegante abogado; hubotambin una modista; hubo asimismo juergas con los edecanes que visitaban el distrito y, despus de lacena, visitas a calles sospechosas de los arrabales; y hubo, por fin, su tanto de coba al gobernador y suesposa, pero todo ello efectuado con tan exquisito decoro que no caba aplicarle calificativos desagradables.Todo ello podra colocarse bajo la conocida rbrica francesa: Il faut que jeunesse se passe. Todo ello sellevaba a cabo con manos limpias, en camisas limpias, con palabras francesas y, sobre todo, en la mejorsociedad y, por ende, con la aprobacin de personas de la ms distinguida condicin.

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    Y as, pues, Ivan Ilich se cas.Los preparativos para la boda y el comienzo de la vida matrimonial, con las caricias conyugales, el

    flamante mobiliario, la vajilla nueva, la nueva lencera... todo ello transcurri muy gustosamente hasta elembarazo de su mujer; tanto as que Ivan Ilich empez a creer que el matrimonio no slo no perturbara elcarcter cmodo, placentero, alegre y siempre decoroso de su vida, aprobado por la sociedad y considerado

    por l como natural, sino que, al contrario, lo acentuara. Pero he aqu que, desde los primeros meses delembarazo de su mujer, surgi algo nuevo, inesperado, desagradable, penoso e indecoroso, imposible decomprender y evitar.

    Sin motivo alguno, en opinin de Ivan Ilich -degaiet de coeur como se deca a s mismo-, su mujercomenz a perturbar el placer y decoro de su vida. Sin razn alguna comenz a tener celos de l, le exigaatencin constante, le censuraba por cualquier cosa y le enzarzaba en disputas enojosas y groseras.

    Al principio Ivan Ilich esperaba zafarsede lo molesto de tal situacin por medio de la misma fcil ydecorosa relacin con la vida que tan bien le haba servido anteriormente: trat de no hacer caso de ladisposicin de nimo de su mujer, continu viviendo como antes, ligera y agradablemente, invitaba a losamigos a jugar a las cartas en su casa y trat asimismo de frecuentar el club o visitar a sus conocidos. Peroun da su mujer comenz a vituperarle con tal bro y palabras tan soeces, y sigui injurindole cada vezque no atenda a sus exigencias, con el fin evidente de no cejar hasta que l cediese, o sea, hasta que se

    quedase en casa vctima del mismo aburrimiento que ella sufra, que Ivan Ilich se asust. Ahoracomprendi que el matrimonio -al menos con una mujer como la suyano siempre contribua a fomentar eldecoro y la amenidad de la vida, sino que, al contrario, estorbaba el logro de ambas cualidades, por lo queera preciso protegerse de semejante estorbo. Ivan Ilich, pues, comenz a buscar medios de lograrlo. Uno delos que caba imponer a Praskovya Fyodorovna eran sus funciones judiciales, e Ivan Ilich, apelando a stasy a los deberes anejos a ellas, empez a bregar con su mujer y a defender su propia independencia.

    Con el nacimiento de un nio, los intentos de alimentarlo debidamente y los diversos fracasos enconseguirlo, as como con las dolencias reales e imaginarias del nio y la madre en las que se exiga lacompasin de Ivan Ilich -aunque l no entenda pizca de ello-, la necesidad que senta ste de crearse unaexistencia fuera de la familia se hizo an ms imperiosa.

    A medida que su mujer se volva ms irritable y exigente, Ivan Ilich fue desplazando su centro degravedad de la familia a su trabajo oficial. Se encariaba cada vez ms con ese trabajo y acab siendo anms ambicioso que antes.

    Muy pronto, antes de cumplirse el primer aniversario de su casamiento, Ivan Ilich cay en la cuenta deque el matrimonio, aunque aportaba algunas comodidades a la vida, era de hecho un estado sumamentecomplicado y difcil, frente al cual -si era menester cumplir con su deber, o sea, llevar una vida decorosaaprobada por la sociedadhabra que adoptar una actitud precisa, ni ms ni menos que con respecto al trabajooficial.

    Y fue esa actitud ante el matrimonio la que hizo suya Ivan Ilich. Requera de la vida familiar nicamenteaquellas comodidades que, como la comida casera, el ama de casa y la cama, esa vida poda ofrecerle y,sobre todo, el decoro en las formas externas que la opinin pblica exiga. En todo lo dems buscabadeleite y contento, y quedaba agradecido cuando los encontraba; pero si tropezaba con resistencia yrefunfuo retroceda en el acto al mundo privativo y enclaustrado de su trabajo oficial, en el que hallabasatisfaccin.

    A Ivan Ilich se le estimaba como buen funcionario y al cabo de tres aos fue ascendido a AyudanteFiscal. Sus nuevas obligaciones, la importancia de ellas, la posibilidad de procesar y encarcelar a quien

    quisiera, la publicidad que se daba a sus discursos y el xito que alcanz en todo ello le hicieron an msagradable el cargo.Nacieron otros hijos. Su esposa se volvi ms quejosa y malhumorada, pero la actitud de Ivan Ilich frente

    a su vida familiar fue barrera impenetrable contra las regainas de ella.Despus de siete aos de servicio en esa ciudad, Ivan Ilich fue trasladado a otra provincia con el cargo de

    Fiscal. Se mudaron a ella, pero andaban escasos de dinero y a su mujer no le gustaba el nuevo domicilio.Aunque su sueldo superaba al anterior, el coste de la vida era mayor; murieron adems dos de los nios, porlo que la vida de familia le pareca an ms desagradable.

    Praskovya Fyodorovna culpaba a su marido de todas las inconveniencias que encontraban en el nuevohogar. La mayora de los temas de conversacin entre marido y mujer, sobre todo en lo tocante a laeducacin de los nios, giraban en torno a cuestiones que recordaban disputas anteriores, y esas disputasestaban a punto de volver a inflamarse en cualquier momento. Quedaban slo algunos infrecuentes

    perodos de cario entre ellos, pero no duraban mucho. Eran islotes a los que se arrimaban durante algn

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    tiempo, pero luego ambos partan de nuevo para el ocano de hostilidad secreta que se manifestaba en eldistanciamiento entre ellos. Ese distanciamiento hubiera podido afligir a Ivan Ilich si ste no hubieseconsiderado que no debera existir, pero ahora reconoca que su situacin no slo era normal, sino quehaba llegado a ser el objetivo de su vida familiar. Ese objetivo consista en librarse cada vez ms de esasdesazones y darles un barniz inofensivo y decoroso; y lo alcanz pasando cada vez menos tiempo con lafamilia y tratando, cuando era preciso estar en casa, de salvaguardar su posicin mediante la presencia de

    personas extraas. Lo ms importante, sin embargo, era que contaba con su trabajo oficial, y en susfunciones judiciales se centraba ahora todo el inters de su vida. La conciencia de su poder, la posibilidadde arruinar a quien se le antojase, la importancia, ms an, la gravedad externa con que entraba en la saladel tribunal o en las reuniones de sus subordinados, su xito con sus superiores e inferiores y, sobre todo, ladestreza con que encauzaba los procesos, de la que bien se daba cuenta -todo ello le procuraba sumo deleitey llenaba su vida, sin contar los coloquios con sus colegas, las comidas y las partidas de whist. As pues, lavida de Ivan Ilich segua siendo agradable y decorosa, como l juzgaba que deba ser.

    As transcurrieron otros siete aos. Su hija mayor tena ya diecisis, otro hijo haba muerto, y sloquedaba el pequeo colegial, objeto de disensin. Ivan Ilich quera que ingresara en la Facultad deDerecho, pero Praskovya Fyodorovna, para fastidiar a su marido, le matricul en el instituto. La hija habaestudiado en casa y su instruccin haba resultado bien; el muchacho tampoco iba mal en sus estudios.

    3

    As vivi Ivan Ilich durante diecisiete aos desde su casamiento. Era ya un fiscal veterano. Esperando unpuesto ms atrayente, haba rehusado ya varios traslados cuando surgi de improviso una circunstanciadesagradable que perturb por completo el curso apacible de su vida. Esperaba que le ofrecieran el cargo de

    presidente de tribunal en una ciudad universitaria, pero Hoppe de algn modo se le haba adelantado yhaba obtenido el puesto. Ivan Ilich se irrit y empez a quejarse y a reir con Hoppe y sus superioresinmediatos, quienes comenzaron a tratarle con frialdad y le pasaron por alto en los nombramientossiguientes.

    Eso ocurri en 1880, ao que fue el ms duro en la vida de Ivan Ilich. Por una parte, en ese ao quedclaro que su sueldo no les bastaba para vivir, y, por otra, que todos le haban olvidado; peor todava, que loque para l era la mayor y ms cruel injusticia a otros les pareca una cosa comn y corriente. Incluso su

    padre no se consideraba obligado a ayudarle. Ivan Ilich se senta abandonado de todos, ya que juzgaban queun cargo con un sueldo de tres mil quinientos rubIos era absolutamente normal y hasta privilegiado. Slo lsaba que con el conocimiento de las injusticias de que era vctima, con el sempiterno refunfuo de sumujer y con las deudas que haba empezado a contraer por vivir por encima de sus posibilidades, su

    posicin andaba lejos de ser normal.Con el fin de ahorrar dinero, pidi licencia y fue con su mujer a pasar el verano de ese ao a la casa de

    campo del hermano de ella.En el campo, Ivan Ilich, alejado de su trabajo, sinti por primera vez en su vida no slo aburrimiento,

    sino insoportable congoja. Decidi que era imposible vivir de ese modo y que era indispensable tomar unadeterminacin.

    Despus de una noche de insomnio, que pas entera en la terraza, decidi ir a Petersburgo y hacergestiones encaminadas a escarmentar a aquellos que no haban sabido apreciarle y a obtener un traslado aotro ministerio.

    Al da siguiente, no obstante las objeciones de su mujer y su cuado, sali para Petersburgo. Su nicopropsito era solicitar un cargo con un sueldo de cinco mil rubIos. Ya no pensaba en talo cual ministerio, nien una determinada clase de trabajo o actividad concreta. Todo lo que ahora necesitaba era otro cargo, uncargo con cinco mil rubIos de sueldo, bien en la administracin pblica, o en un banco, o en losferrocarriles, o en una de las instituciones creadas por la emperatriz Mara, o incluso en aduanas, pero conla condicin indispensable de cinco mil rubIos de sueldo y de salir de un ministerio en el que no se le habaapreciado.

    Y he aqu que ese viaje de Ivan Ilich se vio coronado con notable e inesperado xito. En la estacin deKursk subi al vagn de primera clase un conocido suyo, F. S. Ilin, quien le habl de un telegrama quehaca poco acababa de recibir el gobernador de Kursk anunciando un cambio importante que en breve seiba a producir en el ministerio: para el puesto de Pyotr Ivanovich se nombrara a Ivan Semyonovich.

    El cambio propuesto, adems de su significado para Rusia, tena un significado especial para Ivan Ilich,ya que el ascenso de un nuevo funcionario, Pyotr Petrovich, y, por consiguiente, el de su amigo Zahar

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    Ivanovich, eran sumamente favorables para Ivan Ilich, dado que Zahar Ivanovich era colega y amigo deIvan Ilich.

    En Mosc se confirm la noticia, y al llegar a Petersburgo Ivan Ilich busc aZahar Ivanovich y recibi lafirme promesa de un nombramiento en su antiguo departamento de justicia.

    Al cabo de una semana mand un telegrama a su mujer: Zahar en puesto de Miller. Recibirnombramiento en primer informe.

    Gracias a este cambio de personal, Ivan Ilich recibi inesperadamente un nombramiento en su antiguoministerio que le colocaba a dos grados del escalafn por encima de sus antiguos colegas, con un sueldo decinco mil rubIos, ms tres mil quinientos de remuneracin por traslado. Ivan Ilich olvid todo el enojo quesenta contra sus antiguos enemigos y contra el ministerio y qued plenamente satisfecho.

    Ivan Ilich volvi al campo ms contento y feliz de lo que lo haba estado en mucho tiempo. PraskovyaFyodorovna tambin se alegr y entre ellos se concert una tregua. Ivan Ilich cont cunto le habafestejado todo el mundo en la capital, cmo todos los que haban sido sus I enemigos quedabanavergonzados y ahora le adulaban servilmente, cunto le envidiaban por su nuevo nombramiento y cuntole quera todo el mundo en Petersburgo.

    Praskovya Fyodorovna escuchaba todo aquello y aparentaba creerlo. No pona peros nada y se limitabaa hacer planes para la vida en la ciudad a la que iban a mudarse. E Ivan Ilich vio regocijado que tales planeseran los suyos propios, que marido y mujer estaban de acuerdo y que, tras un tropiezo, su vida recobraba ellegtimo y natural carcter de proceso placentero y decoroso.

    Ivan Ilich haba vuelto al campo por breves das. Tena que incorporarse a su nuevo cargo el 10 deseptiembre. Por aadidura, necesitaba tiempo para instalarse en su nuevo domicilio, trasladar a ste todoslos enseres de la provincia anterior y comprar y encargar otras muchas cosas; en una palabra, instalarse talcomo lo tena pensado, lo cual coincida casi exactamente con lo que Praskovya Fyodorovna tena pensadoa su vez.

    Y ahora, cuando todo quedaba resuelto tan felizmente, cuando su mujer y l coincidan en sus planes y,por aadidura, se vean tan raras veces, se llevaban ms amistosamente de lo que haba sido el caso desdelos primeros das de su matrimonio. Ivan Ilich haba pensado en llevarse a la familia en seguid, pero lainsistencia de su cuado y la esposa de ste, que de pronto se haban vuelto notablemente afables e ntimoscon l y su familia, le indujeron a partir solo.

    Y, en efecto, parti solo, y el jovial estado de nimo producido por su xito y la buena armona con su

    mujer no le abandon un instante. Encontr un piso exquisito, idntico a aquel con que haban soado l ysu mujer. Salones grandes altos de techo y decorados al estilo antiguo, un despacho cmodo y amplio,habitaciones para su mujer y su hija, un cuarto de estudio para su hijo -se hubiera dicho que todo aquello sehaba hecho ex profeso para ellos. El propio Ivan Ilich dirigi la instalacin, atendi al empapelado ytapizado, compr muebles, sobre todo de estilo antiguo, que l consideraba muy comme il fau!, y todo fueadelante, adelante, hasta alcanzar el ideal que se haba propuesto. Incluso cuando la instalacin iba slo porla mitad superaba ya sus expectativas. Vea ya el carcter comme il faut, elegante y refinado que todotendra cuando estuviera concluido. A punto de quedarse dormido se imaginaba cmo sera el saln.Mirando la sala, todava sin terminar, vea ya la chimenea, el biombo, la riconera y las sillas pequeascolocadas al azar, los platos de adorno en las paredes y los bronces, cuando cada objeto ocupara su lugarcorrespondiente. Se alegraba al pensar en la impresin que todo ello causara en su mujer y su hija, quienestambin compartan su propio gusto. De seguro que no se lo esperaban. En particular, haba conseguidohallar y comprar barato objetos antiguos que daban a toda la instalacin un carcter singularmente

    aristocrtico. Ahora bien, en sus cartas lo describa todo peor de lo que realmente era, a fin de dar a sufamilia una sorpresa. Todo esto cautivaba su atencin a tal punto que su nuevo trabajo oficial, aungustndole mucho, le interesaba menos de lo que haba esperado. Durante las sesiones del tribunal habamomentos en que se quedaba abstrado, pensando en si los pabellones de las cortinas debieran ser rectos ocurvos. Tanto inters pona en ello que a menudo l mismo haca las cosas, cambiaba la disposicin de losmuebles o volva a colgar las cortinas. Una vez, al trepar por una escalerilla de mano para mostrar altapicero -que no lo comprendacmo quera disponer los pliegues de las cortinas, perdi pie y resbal, perosiendo hombre ~erte y gil, se afianz y slo se dio con un costado contra el tirador de la ventana. Lamagulladura le doli, pero el dolor se le pas pronto. Durante todo este tiempo se senta sumamente alegrey vigoroso. Escribi: Estoy como si me hubieran quitado quince aos de encima. Haba pensado terminaren septiembre, pero esa labor se prolong hasta octubre. Sin embargo, el resultado fue admirable, no sloen su opinin sino en la de todos los que lo vieron.

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    En realidad, result lo que de ordinario resulta en las viviendas de personas que quieren hacerse pasar porricas no sindolo de veras, y, por consiguiente, acaban parecindose a otras de su misma condicin: habadamascos, caoba, plantas, alfombras y bronces brillantes y mates... en suma, todo aquello que poseen lasgentes de cierta clase a fin de asemejarse a otras de la misma clase. y la casa de Ivan Ilich era tan semejantea las otras que no hubiera sido objeto de la menor atencin; pero a l, sin embargo, se le antojaba original.Qued sumamente contento cuando fue a recibir a su familia a la estacin y la llev al nuevo piso, ya tododispuesto e iluminado, donde un criado con corbata blanca abri la puerta del vestbulo que haba sidoadornado con plantas; y cuando luego, al entrar en la sala y el despacho, la familia prorrumpi enexclamaciones de deleite. Los condujo a todas partes, absorbiendo vidamente sus alabanzas y r~bosandode gusto. Esa misma tarde, cuando durante el t Praskovya Fyodorovna le pregunt entre otras cosas por sucada, l rompi a rer y les mostr en pantomima cmo haba salido volando y asustado al tapicero.

    -No en vano tengo algo de atleta. Otro se hubiera matado, pero yo slo me di un golpe aqu... mirad. Meduele cuando lo toco, pero ya va pasando... No es ms que una contusin.

    As pues, empezaron a vivir en su nuevo domicilio, en el que cuando por fin se acomodaron hallaron,como siemp re sucede, que slo les haca falta una habitacin ms. Y aunque los nuevos ingresos, comosiempre sucede, les venan un poquitn cortos (cosa de quinientos rubIos) todo iba requetebin. Las cosasfueron especialmente bien al principio, cuando an no estaba todo en su punto y quedaba algo por hacer:

    comprar esto, encargar esto otro, cambiar aquello de sitio, ajustar lo de ms all. Aunque haba algunasdiscrepancias entre marido y mujer, ambos estaban tan satisfechos y tenan tanto que hacer que todoaquello pas sin broncas de consideracin. Cuando ya nada quedaba por arreglar hubo una pizca deaburrimiento, como si a ambos les faltase algo, pero ya para entonces estaban haciendo amistades ycreando rutinas, y su vida iba adquiriendo consistencia.

    Ivan Ilich pasaba la maana en el juzgado y volva a casa a la hora de comer. Al principio estuvo de buenhumor, aunque a veces se irritaba un tanto a causa precisamente del nuevo alojamiento. (Cualquier manchaen el mantel, o en la tapicera, cualquier cordn roto de persiana, le sulfuraban; haba trabajado tanto en lainstalacin que cualquier desperfecto le acongojaba.) Pero, en general, su vida transcurra como, segn su

    parecer, la vida deba ser: cmoda, agradable y decorosa. Se levantaba a las nueve, tomaba caf, lea elperidico, luego se pona el uniforme y se iba al juzgado. All ya estaba dispuesto el yugo bajo el cualtrabajaba, yugo que l se echaba de golpe encima: solicitantes, informes de cancillera, la cancillera mismay sesiones pblicas y administrativas. En ello era preciso saber excluir todo aquello que, siendo fresco y

    vital, trastorna siempre el debido curso de los asuntos judiciales; era tambin preciso evitar toda relacinque no fuese oficial y, por aadidura, de ndole ju

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    Despus de una escena en la que Ivan Ilich se mostr sobremanera injusto y tras la cual, por va deexplicacin, dijo que, en efecto, estaba irritado, pero que ello se deba a que estaba enfermo, ella le dijoque, puesto que era as, tena que ponerse en tratamiento, e insisti en que fuera a ver a un mdico famoso.

    y l as lo hizo. Todo sucedi como lo haba esperado; todo sucedi como siempre sucede. La espera, losaires de importancia que se daba el mdico -que le eran conocidos por parecerse tanto a los que l se dabaen el juzgado-, la palpacin, la auscultacin, las preguntas que exigan respuestas conocidas de antemano yevidentemente innecesarias, el semblante expresivo que pareca decir que si usted, veamos, se somete anuestro tratamiento, lo arreglaremos todo; sabemos perfecta e indudablemente cmo arreglarlo todo,siempre y del mismo modo para cualquier persona. Lo mismsimo que en el juzgado. El mdico famoso sedaba ante l los mismos aires que l, en el tribunal, se daba ante un acusado.

    El mdico dijo que tal-y-cual mostraba que el enfermo tena tal-y-cual; pero que si el reconocimiento detal-ycual no lo confirmaba, entonces habra que suponer talo-cual. y que si se supona tal-o-cual,entonces..., etc. Para Ivan Ilich haba slo una pregunta importante, a saber: era grave su estado o no loera? Pero el mdico esquiv esa indiscreta pregunta. Desde su punto de vista era una pregunta ociosa queno admita discusin; lo importante era decidir qu era lo ms probable: si rin flotante, o catarro crnicoo apendicitis. No era cuestin de la vida o la muerte de Ivan Ilich, sino de si aquello era un rin flotante ouna apendicitis. y esa cuestin la decidi el mdico de modo brillante -o as le pareci a Ivan Ilicha favor de

    la apendicitis, a reserva de que si el examen de la orina daba otros indicios habra que volver a considerar elcaso. Todo ello era cabalmente lo que el propio Ivan Ilich haba hecho mil veces, y de modo igualmente

    brillante, con los procesados ante el tribunal. El mdico resumi el caso de forma asimismo brillante,mirando al procesado triunfalmente, incluso gozosamente, por encima de los lentes. Del resumen delmdico Ivan Ilich sac la conclusin de que las cosas iban mal, pero que al mdico, y quiz a los dems,aquello les traa sin cuidado, aunque para l era un asunto funesto. y tal conclusin afect a Ivan Ilichlamentablemente, suscitando en l un profundo sentimiento de lstima hacia s mismo y de profundo rencor

    por la indiferencia del mdico ante cuestin tan importante. Pero no dijo nada. Se levant, puso loshonorarios del mdico en la mesa y coment suspirando:

    -Probablemente nosotros los enf~rmos hacemos a menudo preguntas indiscretas. Pero dgame: estaenfermedad es, en general, peligrosa o no?..

    El mdico le mir severamente por encima de los lentes como para decirle: Procesado, si no se atieneusted a las preguntas que se le hacen me ver obligado a expulsarle de la sala.

    -Ya le he dicho lo que considero necesario y conve.niente. Veremos qu resulta de un anlisis posterior -y el mdico se inclin.Ivan Ilich sali despacio, se sent angustiado en su trineo y volvi a casa. Durante todo el camino no

    ces de repasar mentalmente lo que haba dicho el mdico, tratando de traducir esas palabras complicadas,oscuras y cientficas a un lenguaje sencillo y encontrar en ellas la respuesta a la pregunta: Es grave lo quetengo? Es muy grave o no lo es todava? y le pareca que el sentido de lo dicho por el mdico era que ladolencia era muy grave. Todo lo que vea en las calles se le antojaba triste: tristes eran los coches de punto,tristes las casas, tristes los transentes, tristes las tiendas. El malestar que senta, ese malestar sordo que nocesaba un momento, le pareca haber cobrado un nuevo y ms grave significado a consecuencia de lasoscuras palabras del mdico. Ivan Ilich lo observaba ahora con una nueva y opresiva atencin.

    Lleg a casa y empez a contar a su mujer lo ocurrido. Ella le escuchaba, pero en medio del relato entrla hija con el sombrero puesto, lista para salir con su madre. La chica se sent a regaadientes para or lafastidiosa historia, pero no aguant mucho. Su madre tampoco le escuch hasta el final.

    -Pues bien, me alegro mucho -dijo la mujer-. Ahora pon mucho cuidado en tomar la medicina conregularidad. Dame la receta y mandar a Gerasim a la botica -y fue a vestirse para salir.

    Bueno -se dijo l-. Quiz no sea nada al fin y al cabo.Comenz a tomar la medicina y a seguir las instrucciones del mdico, que haban sido alteradas despus

    del anlisis de la orina. Pero he aqu que surgi una confusin entre ese anlisis y lo que deba seguir acontinuacin. Fue imposible llegar hasta el mdico y result, por consiguiente, que no se hizo lo que lehaba dicho ste. O lo haba olvidado, o le haba mentido u ocultado algo. Pero, en todo caso, Ivan Ilichsigui cumpliendo las instrucciones y al principio obtuvo algn alivio de ello.

    La principal ocupacin de Ivan Ilich desde su visita al mdico fue el cumplimiento puntual de lasinstrucciones de ste en lo tocante a higiene y la toma de la medicina, as como la observacin de sudolencia y de todas las funciones de su organismo. Su inters principal se centr en los padecimientos y lasalud de otras personas. Cuando alguien hablaba en su presencia de enfermedades, muertes, o curaciones,

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    especialmente cuando la enfermedad se asemejaba a la suya, escuchaba con una atencin que procurabadisimular, haca preguntas y aplicaba lo que oa a su propio caso.

    No menguaba el dolor, pero Ivan Ilich se esforzaba por creer que estaba mejor. y poda engaarsemientras no tuviera motivo de agitacin. Pero tan pronto como surga un lance desagradable con su mujer oalgn fracaso en su trabajo oficial, o bien reciba malas cartas en el vint, senta al momento el peso enterode su dolencia. Anteriormente poda sobrellevar esos reveses, esperando que pronto enderezara lo torcido,vencera los obstculos, obtendra el xito y ga nara todas las bazas en la partida de cartas. Ahora, sinembargo, cada tropiezo le trastornaba y le suma en la desesperacin. Se deca: Hay que ver: ya ibasintindome mejor, la medicina empezaba a surtir efecto, y ahora surge este maldito infortunio, o esteincidente desagradable... y se enfureca contra ese infortunio o contra las personas que haban causado elincidente desagradable y que le estaban matando, porque pensaba que esa furia le mataba, pero no podafrenarla. Hubirase podido creer que sedara cuenta de que esa irritacin contra las circunstancias y las

    personas agravara su enfermedad y que por lo tanto no debera hacer caso de los incidentes desagradables;pero sacaba una conclusin enterament contraria: deca que necesitaba sosiego, vigilaba todo cuantopudiera estorbarlo y se irritaba ante la menor violacin de ello. Su estado empeoraba con la lectura de librosde medicina y la consulta de mdicos. Pero el empeoramiento era tan gradual que poda engaarse cuandocomparaba un da con otro, ya que la diferencia era muy leve. Pero cuando consultaba a los mdicos le

    pareca que empeoraba, e incluso muy rpidamente. Y, ello no obstante, los consultaba continuamente.Ese mes fue a ver a otro mdico famoso, quien le dijo casi lo mismo que el primero, pero a quien hizo

    preguntas de modo diferente. y la consulta con ese otro clebre facultativo slo aument la duda y elespanto de Ivan Ilich. El amigo de un amigo suyo -un mdico muy buenofacilit por su parte undiagnstico totalmente diferente del de los otros, y si bien pronostic la curacin, sus preguntas ysuposiciones desconcertaron an ms a Ivan Ilich e incrementaron sus dudas. Un homepata, a su vez,diagnostic la enfermedad de otro modo y recet un medicamento que Ivan Ilich estuvo tomando en secretodurante ocho das, al cabo de los cuales, sin experimentar mejora alguna y habiendo perdido la confianzaen los tratamientos anteriores y en ste, se sinti an ms deprimido. Un da una seora conocida suya lehabl de la eficacia curativa de unas imgenes sagradas. Ivan Ilich not con sorpresa que estabaescuchando atentamente y empezaba a creer en ello. Ese incidente le amedrent. Pero es posible que estya tan dbil de la cabeza? -se pregunt-. jTonteras! Eso no es ms que una bobada. No debo ser tanaprensivo, y ya que he escogido a un mdico tengo que ajustarme estrictamente a su tratamiento. Eso es lo

    que har. Punto final. No volver a pensar en ello y seguir rigurosamente ese tratamiento hasta el verano.Luego ya veremos. De ahora en adelante nada de vacilaciones... Fcil era decirlo, pero imposible llevarloa cabo. El dolor del costado le atormentaba, pareca agravarse y lleg a ser incesante, el sabor de boca sehizo cada vez ms extrao. Le pareca que su aliento tena un olor repulsivo, a la vez que notaba prdida deapetito y debilidad fsica. Era imposible engaarse: algo terrible le estaba ocurriendo, algo nuevo y msimportante que lo ms importante que hasta entonces haba conocido en su vida. Y l era el nico que losaba; los que le rodeaban no lo comprendan o no queran comprenderlo y crean que todo en este mundoiba como de costumbre. Eso era lo que ms atormentaba a Ivan Ilich. Vea que las gentes de casa,especialmente su mujer y su hija -quienes se movan en un verdadero torbellino de visitasno entendan nadade lo que le pasaba y se enfadaban porque se mostraba tan deprimido y exigente, como si l tuviera la culpade ello. Aunque trataban de disimularlo, l se daba cuenta de que era un estorbo para ellas y que su mujerhaba adoptado una concreta actitud ante su enfermedad y la mantena a despecho de lo que l dijera ohiciese. Esa actitud era la siguiente:

    -Saben ustedes? -deca a sus amistades-. Ivan Ilich no hace lo que hacen otras personas, o sea, atenerserigurosamente al tratamiento que le han impuesto. Un da toma sus gotas, come lo que le conviene y seacuesta a la hora debida; pero al da siguiente, si yo no estoy a la mira, se olvida de tomar la m~dicina,come esturin -que le est prohibidoy se sienta a jugar a las cartas hasta las tantas.

    -Vamos, anda! Yeso cundo fue? -deca Ivan Ilich enfadado-. Slo una vez, en casa de PyotrIvanovich.

    -Y ayer en casa de Shebek. -Bueno, en todo caso el dolor no me hubiera dejado dormir.-Di lo que quieras, pero as no te pondrs nunca bien y seguirs fastidindonos.La actitud evidente de Praskovya Fyodorovna, segn la manifestaba a otros y al mismo Ivan Ilich, era la

    de que ste tena la culpa de su propia enfermedad, con la cual impona una molestia ms a su esposa. lopinaba que esa actitud era involuntaria, pero no por eso era menor su afliccin.

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    En los tribunales Ivan Ilich not, o crey notar, la misma extraa actitud hacia l: a veces le pareca quela gente le observaba como a quien pronto dejara vacante su cargo. A veces tambin sus amigos se

    burlaban amistosamente de su aprensin, como si la cosa atroz, horrible, inaudita, que llevaba dentro, lacosa que le roa sin cesar y le arrastraba irremisiblemente hacia Dios sabe dnde, fuera tema propicio a la

    broma. Schwartz, en particular, le irritaba con su jocosidad, desenvoltura y agudeza, cualidades que lerecordaban lo que l mismo haba sido diez aos antes.

    Llegaron los amigos a echar una partida y tomaron asiento. Dieron las cartas, sobndolas un poco porquela baraja era nueva, l apart los oros y vio que tena siete. Su compaero de juego declar sin-triunfos yle apoy con otros dos oros. Qu ms se poda pedir? La cosa iba a las mil maravillas. Daran capote. Perode pronto Ivan Ilich sinti ese dolor agudo, ese mal sabor de boca, y le pareci un tanto ridculo alegrarsede dar capote en tales condiciones.

    Mir a su compaero de juego Mihail Mihailovich. ste dio un fuerte golpe en la mesa con la mano y, enlugar de recoger la baza, empuj corts y compasivamente las cartas hacia Ivan Ilich para que ste pudierarecogerlas sin alargar la mano. Es que se cree que estoy demasiado dbil para estirar el brazo?, pensIvan Ilich. y olvidando lo que haca sobrepuj los triunfos de su compaero y fall dar capote por tres

    bazas. Lo peor fue que not lo molesto que qued Mihail Mihailovich y lo poco que a l le importaba. Yera atroz darse cuenta de por qu no le importaba.

    Todos vieron que se senta mal y le dijeron: Podemos suspender el juego si est usted cansado.Descanse. Descansar? No, no estaba cansado en lo ms mnimo; terminaran la mano. Todos estabansombros y callados. Ivan Ilich tena la sensacin de que era l la causa de esa tristeza y mutismo y de queno poda despejadas. Cenaron y se fueron. Ivan Ilich se qued solo, con la conciencia de que su vida estabaemponzoada y empozoaba la vida de otros, y de que esa ponzoa no disminua, sino que penetraba cadavez ms en sus entraas.

    Y con esa conciencia, junto con el sufrimiento fsico y el terror, tena que meterse en la cama,permaneciendo a menudo despierto la mayor parte de la noche. Y al da siguiente tena que levantarse,vestirse, ir a los tribunales, hablar, escribir; o si no sala, quedarse en casa esas veinticuatro horas del da,cada una de las cuales era una tortura. Y vivir as, solo, al borde de un abismo, sin nadie que lecomprendiese ni se apiadase de l.

    5

    As pas un mes y luego otro. Poco antes de Ao Nuevo lleg a la ciudad su cuado y se instal en casade ellos. Ivan Ilich estaba en el juzgado. Praskovya Fyodorovna haba salido de compras. Cuando Ivan Ilichvolvi a casa y entr en su despacho vio en l a su cuado, hombre sano, de tez sangunea, que estabadeshaciendo su maleta. Levant la cabeza al or los pasos de Ivan Ilich y le mir un momento sin articular

    palabra. Esa mirada fue una total revelacin para Ivan Ilich. El cuado abri la boca para lanzar unaexclamacin de sorpresa, pero se contuvo, gesto que lo confirm todo.

    -Estoy cambiado, eh? -S... hay un cambio.y si bien Ivan Ilich trat de hablar de su aspecto fsico con su cuado, ste guard silencio. Lleg

    Praskovya 'Fyodorovna y el cuado sali a verla. Ivan Ilich cerr la puerta con llave y empez a mirarse enel espejo, primero de frente, luego de lado. Cogi un retrato en que figuraban l y su mujer y lo comparcon lo que vea en el espejo. El cambio era enorme. Luego se remang los brazos hasta el codo, los mir, sesent en la otomana y se sinti ms negro que la noche.

    No, no se puede vivir as! -se dijo, y levantndose de un salto fue a la mesa, abri un expediente yempez a leerlo, pero no pudo seguir. Abri la puerta y entr en el saln. La puerta que daba a la salaestaba abierta. Se acerc a ella de puntillas y se puso a escuchar.

    -No. T exageras -deca Praskovya Fyodorovna.-Cmo que exagero? Es que no ves que es un muerto? Mrale los ojos... no hay luz en ellos. Pero qu

    es lo que tiene?-Nadie lo sabe. Nikolayev (que era otro mdico) dijo algo, pero no s lo que es. Y Leschetitski (otro

    galeno famoso) dijo lo contrario...Ivan Ilich se apart de all, fue a su habitacin, se acost y se puso a pensar: El rin, un rin flotante.

    Record todo lo que haban dicho los mdicos: cmo se desprende el rin y se desplaza de un lado paraotro. Y a fuerza de imaginacin trat de apresar ese rin, sujetarlo y dejarlo fijo en un sitio; y es tan poco-se decalo que se necesita para ello. No. Ir una vez ms a ver a Pyotr Ivanovich. (ste era el amigo cuyoamigo era mdico.) Tir de la campanilla, pidi el coche y se aprest a salir.

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    -A dnde vas,Jean? -pregunt su mujer con expresin especialmente triste y acento inslitamentebondadoso.

    Ese acento inslitamente bondadoso le irrit. l la mir sombramente.

    -Debo ir a ver a Pyotr Ivanovich.Fue a casa de Pyotr Ivanovich y, acompaado de ste, fue a ver a su amigo el mdico. Lo encontraron en

    casa e Ivan Ilich habl largamente con l.Repasando los detalles anatmicos y fisiolgicos de lo que, en opinin del mdico, ocurra en su cuerpo,

    Ivan Ilich lo comprendi todo.Haba una cosa, una cosa pequea, en el apndice vermiforme. Todo eso podra remediarse. Estimulando

    la energa de un rgano y frenando la actividad de otro se producira una absorcin y todo quedararesuelto. Lleg un poco tarde a la comida. Mientras coma, estuvo hablando amigablemente, pero durantelargo rato no se resolvi a volver al trabajo en su cuarto. Por fin, volvi al despacho y se puso a trabajar.Estuvo leyendo expedientes, pero la conciencia de haber dejado algo aparte, un asunto importante e ntimoal que tendra que volver cuando terminase su trabajo, no le abandonaba. Cuando termin su labor recordque ese asunto ntimo era la cuestin del apndice vermiforme. Pero no se rindi a ella, sino que fue atomar el t a la sala. Haba visitantes charlando, tocando el piano y cantando; estaba tambin el juez de

    instruccin, apetecible novio de su hija. Como hizo notar Praskovya Fyodorovna, Ivan Ilich pas la veladams animado que otras veces, pero sin olvidarse un momento de que haba aplazado la cuestin importantedel apndice vermiforme. A las once se despidi y pas a su habitacin. Desde su enfermedad dorma soloen un cuarto pequeo contiguo a su despacho. Entr en l, se desnud y tom una novela de Zola, pero nola ley, sino que se dio a pensar, y en su imaginacin efectu la deseada correccin del apndicevermiforme. Se produjo la absorcin, la evacuacin, el restablecimiento de la funcin normal. S, as es,efectivamente -se dijo-. Basta con ayudar a la naturaleza. Se acord de su medicina, se levant, la tom, seacost boca arriba, acechando cmo la medicina surta sus benficos efectos y eliminaba el dolor. Slohace falta tomada con regularidad y evitar toda influencia perjudicial; ya me siento un poco mejor, muchomejor. Empez a palparse el costado; el contacto no le haca dao. S, no lo siento; de veras que estoymucho mejor. Apag la buja y se volvi de lado... El apndice vermiforme iba mejor, se produca laabsorcin. De repente sinti el antiguo, conocido, sordo, corrosivo dolor, agudo y contumaz como siempre;el consabido y asqueroso sabor de boca. Se le encogi el corazn y se le enturbi la mente. Pios mo, Diosmo! -murmur entre dientes-. jOtra vez, otra vez! j Y no cesa nunca! Y de pronto el asunto se le present

    con cariz enteramente distinto. El apndice vermiforme! jEl rin! -dijo para sus adentros-. No se tratadel apndice o del rin, sino de la vida y... la muerte. S, la vida estaba ah y ahora se va, se va, y no puedoretenerla. S. De qu sirve engaarme? Acaso no ven todos, menos yo, que me estoy muriendo, y queslo es cuestin de semanas, de das... quiz ahora mismo? Antes haba luz aqu y ahora hay tinieblas. Yoestaba aqu, y ahora voy all. A dnde? Se sinti transido de fro, se le cort el aliento, y slo perciba elgolpeteo de su corazn.

    Cuando yo ya no exista, qu habr? No habr nada. Entonces dnde estar cuando ya no exista? Esesto morirse? No, no quiero. Se incorpor de un salto, quiso encender la buja, la busc con manostrmulas, se le escap al suelo junto con la palmatoria, y l se dej caer de nuevo sobre la almohada.

    Para qu? Da lo mismo -se dijo, mirando la oscuridad con ojos muy abiertos-. La muerte. S, la muerte.Y sos no lo saben ni quieren saberlo, y no me tienen lstima. Ahora estn tocando el piano. (Oa a travsde la puerta el sonido de una voz y su acompaamiento.) A ellos no les importa, pero tambin morirn.

    jldiotas! Yo primero y luego ellos, pero a ellos les pasar lo mismo. Y ahora tan contentos... jlos muy

    bestias! La furia le ahogaba y se senta atormentado, intolerablemente afligido. Era imposible que todo serhumano estuviese condenado a sufrir ese horrible espanto. Se incorpor.Hay algo que no va bien. Necesito calmarme; necesito repasarlo todo mentalmente desde el principio.

    Y, en efecto, se puso a pensar. S, el principio de la enfermedad. Me di un golpe en el costado, pero estuvebien ese da y el siguiente. Un poco molesto y luego algo ms. Ms tarde los mdicos, luego tristeza yabatimiento. Vuelta a los mdicos, y segu acercndome cada vez ms al abismo. Fui perdiendo fuerzas.Ms cerca cada vez. Y ahora estoy demacrado y no tengo luz en los ojos. Pienso en el apndice, pero estoes la muerte. Pienso en corregir el apndice, pero mientras tanto aqu est la muerte. De veras que es lamuerte? El espanto se apoder de l una vez ms, volvi a jadear, se agach para buscar los fsforos,apoyando el codo en la mesilla de noche. Como sta le estorbaba y le haca dao, se encoleriz con ella, seapoy en ella con ms fuerza y la volc. Y desesperado, respirando con fatiga, se dej caer de espaldas,esperando que la muerte llegase al momento.

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    Mientras tanto, los visitantes se marchaban. Praskovya Fyodorovna los acompa a la puerta. Ella oycaer algo y entr.

    -Qu te pasa? ,:

    -Nada. Que la he derribado sin querer.Su esposa sali y volvi con una buja. l segua acostado boca arriba, respirando con rapidez y esfuerzocomo quien acaba de correr un buen trecho y levantando con fijeza los ojos hacia ella.

    -Qu te pasa, lean?-Na...da. La he de...rri...bado. (Para qu hablar de ello? No lo comprender -pens.)Y, en verdad, ella no comprenda. Levant la mesilla de noche, encendi la buja de l y sali de prisa

    porque otro visitante se despeda. Cuando volvi, l segua tumbado de espaldas, mirando el techo.

    -Qu te pasa? Ests peor?-S.Ella sacudi la cabeza y se sent.-Sabes,Jean? Me parece que debes pedir a Leschetitski que venga a verte aqu.Ello significaba solicitar la visita del mdico famoso sin cuidarse de los gastos. l sonri maliciosamente

    y dijo: No. Ella permaneci sentada un ratito ms y luego se acerc a l y le dio un beso en la frente.

    Mientras ella le besaba, l la aborreca de todo corazn; y tuvo que hacer un esfuerzo para no apartarla deun empujn.

    -Buenas noches. Dios quiera que duermas.-S.

    6

    Ivan Ilich vio que se mora y su desesperacin era continua. En el fondo de su ser saba que se estabamuriendo, pero no slo no se habituaba a esa idea, sino que sencillamente no la comprenda ni podacomprenderla.

    El silogismo aprendido en la Lgica de Kiezewetter: Cayo es un ser humano, los seres humanos sonmortales, por consiguiente Cayo es mortal, le haba parecido legtimo nicamente con relacin a Cayo,

    pero de ninguna manera con relacin a s mismo. Que Cayo -ser humano en abstractofuese mortal le

    pareca enteramente justo; pero l no era Cayo, ni era un hombre abstracto, sino un hombre concreto, unacriatura distinta de todas las dems: l haba sido el pequeo Vanya para su pap y su mam, para Mitya yVolodya, para sus juguetes, para el cochero y la niera, y ms tarde para Katenka, con todas las alegras ytristezas y todos los entusiasmos de la infancia, la adolescencia y la juventud. Acaso Cayo saba algo delolor de la pelota de cuero de rayas que tanto gustaba a Vanya? Acaso Cayo besaba de esa manera la manode su madre? Acaso el frufr del vestido de seda de ella le sonaba a Cayo de ese modo? Acaso se habarebelado ste contra las empanadillas que servan en la facultad? Acaso Cayo se haba enamorado as?Acaso Cayo poda presidir una sesin como l la presida?

    Cayo era efectivamente mortal y era justo que muriese, pero en mi caso -se deca-, en el caso de Vanya,de Ivan Ilich, con todas mis ideas y emociones, la cosa es bien distinta. y no es posible que tenga quemorirme. Eso sera demasiado horrible.

    As se lo figuraba. Si tuviera que morir como Cayo, habra sabido que as sera; una voz interior me lohabra dicho; pero nada de eso me ha ocurrido. Y tanto yo como mis amigos entendimos que nuestro casono tena nada que ver con el de Cayo. Y ahora se presenta esto! -se dijo-. jNo puede ser! jNo puede ser,

    pero es! Cmo es posible? Cmo entenderlo?Y no poda entenderlo. Trat de ahuyentar aquel pensamiento falso, inicuo, morboso, y poner en su lugar

    otros pensamientos saludables y correctos. Pero aquel pensamiento -y ms que pensamiento la realidadmismavolva una vez tras otra y se encaraba con l.

    Y para desplazar ese pensamiento convoc toda una serie de otros, con la esperanza de encontrar apoyoen ellos. Intent volver al curso de pensamientos que anteriormente le haban protegido contra la idea de lamuero t e. Pero -cosa raratodo lo que antes le haba servido de escudo, todo cuanto le haba ocultado,suprimido, la conciencia de la muerte, no produca ahora efecto alguno. ltimamente Ivan Ilich pasabagran parte del tiempo en estas tentativas de reconstituir el curso previo de los pensamientos que le protegande la muerte. A veces se deca: Volver a mi trabajo, porque al fin y al cabo viva de l. Y apartando des toda duda, iba al juzgado, entablaba conversacin con sus colegas y, segn costumbre, se sent abadistrado, contemplaba meditabundo a la multitud, apoyaba los enflaquecidos brazos en los del silln de

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    roble, y, recogiendo algunos papeles, se inclinaba hacia un colega, tambin segn costumbre, murmurabaalgunas palabras con l, y luego, levantando los ojos e irguindose en el silln, pronunciaba las consabidas

    palabras y daba por abierta la sesin. Pero de pronto, en medio de sta, su dolor de costado, sin hacer casoen qu punto se hallaba la sesin, iniciaba su propia labor corrosiva. Ivan Ilich concentraba su atencin enese dolor y trataba de apartarlo de s, pero el dolor prosegua su labor, apareca, se levantaba ante l y lemiraba. Y l quedaba petrificado, se le nublaba la luz de los ojos, y comenzaba de nuevo a preguntarse:Pero es que slo este dolor es verdad? y sus colegas y subordinados vean con sorpresa y amargura quel, juez brillante y sutil, se embrollaba y equivocaba. l se estremeca, procuraba volver en su acuerdo,llegar de algn modo al final de la sesin y volverse a casa con la triste conviccin de que sus funciones

    judiciales ya no podan ocultarle, como antes ocurra, lo que l quera ocultar; que esas labores no podanlibrarle de aquello. y lo peor de todo era que aquello atraa su atencin hacia s, no para que l tomasealguna medida, sino slo para que l lo mirase fijamente, cara a cara, lo mirase sin hacer nada y sufriese loindecible.

    Y para librarse de esa situacin, Ivan Ilich buscaba consuelo ocultndose tras otras pantallas, y, en efecto,hall nuevas pantallas que durante breve tiempo parecan salvarle, pero que muy pronto se vinieron abajoo, mejor dieho, se tomaron transparentes, como si aquello las penetrase y nada pudiese ponerle coto.

    En estos ltimos tiempos sola entrar en la sala que l mismo haba arreglado -la sala en que haba tenido

    la cada y a cuyo acondicionamiento-, jqu amargamente ridculo era pensarlo! -haba sacrificado su vida,porque l saba que su dolencia haba empezado con aquel golpe. Entraba y vea que algo haba hecho unrasguo en la superficie barnizada de la mesa. Busc la causa y encontr que era el borde retorcido deladorno de bronce de un lbum. Coga el costoso lbum, que l mismo haba ordenado pulcramente, y seenojaba por .la negligencia de su hija y los amigos de sta -bien porque el lbum estaba roto por variossitios o bien porque las fotografas estaban del revs. Volva a arreglarlas debidamente y a enderezar el

    borde del adorno.Luego se le ocurra colocar todas esas cosas en otro rincn de la habitacin, junto a las plantas. Llamaba

    a un criado, pero quienes venan en su ayuda eran su hija o su esposa. stas no estaban de acuerdo, lecontradecan, y l discuta con ellas y se enfadaba. Pero eso estaba bien, porque mientras tanto no seacordaba de aquello, aquello era invisible.

    Pero cuando l mismo mova algo su mujer le deca: Deja que lo hagan los criados. Te vas a hacer daootra vez. y de pronto aquello apareca a travs de la pantalla y l lo vea. Era una aparicin momentnea y

    l esperaba que se esfumara, pero sin querer prestaba atencin a su costado. Est ah continuamente,royendo como siempre. y ya no poda olvidarse de aquello, que le miraba abiertamente desde detrs de lasplantas. A qu vena todo eso?

    y es cierto que fue aqu, por causa de esta cortina, donde perd la vida, como en el asalto a una fortaleza.De veras? JQu horrible y qu estpido! JNo puede ser verdad! JNo puede serIo, pero lo es!

    Fue a su despacho, se acost y una vez ms se qued solo conaquello: de cara a cara con aquello. Y nohaba nada que hacer, salvo mirado y temblar.

    7

    Imposible es contar cmo ocurri la cosa, porque vino paso a paso, insensiblemente, pero en el tercermes de la enfermedad de Ivan Ilich, su mujer, su hija, su hijo, los I conocidos de la familia, la servidumbre,los mdicos y, sobre todo l mismo, se dieron cuenta de que el nico inters que mostraba consista en sidejara pronto vacante su cargo, librara a los dems de las molestias que su presencia les causaba y selibrara a s mismo de sus padecimientos.

    Cada vez dorma menos. Le daban opio y empezaron a ponerle inyecciones de morfina. Pero ello no lepaliaba el dolor. La sorda congoja que senta durante la somnolencia le sirvi de alivio slo al principio,como cosa nueva, pero luego lleg a ser tan torturante como el dolor mismo, o an ms que ste.

    Por prescripcin del mdico le preparaban una alimentacin especial, pero tambin sta le resultaba cadavez ms insulsa y repulsiva.

    Para las evacuaciones tambin se tomaron medidas especiales, cada una de las cuales era un tormentopara l: el tormento de la inmundicia, la indignidad y el olor, as como el de saber que otra persona tenaque participar en ello.

    Pero fue cabalmente en esa desagradable funcin donde Ivan Ilich hall consuelo. Gerasim, el ayudantedel mayordomo, era el que siempre vena a llevarse los excrementos. Gerasim era un campesino joven,limpio y lozano, siempre alegre y espabilado, que haba engordado con las comidas de la ciudad. Al

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    principio la presencia de este individuo, siempre vestido pulcramente a la rusa, que haca esa faenarepugnante perturbaba a Ivan Ilich.

    En una ocasin en que ste, al levantarse del orinal, sinti que no tena fuerza bastante para subirse elpantaln, se desplom sobre un silln blando y mir con horror sus muslos desnudos y enjutos, perfiladospor msculos impotentes.

    Entr Gerasim con paso firme y ligero, esparciendo el grato olor a brea de sus botas recias y el fresco aireinvernal, con mandil de camo y limpia camisa de percal de mangas remangadas sobre sus fuertes y

    juveniles brazos desnudos, y sin mirar a Ivan Ilich -por lo visto para no agraviarle con el gozo de vivir quebrillaba en su rostrose acerc al orinal.

    -Gerasim -dijo Ivan Ilich con voz dbil.Gerasim se estremeci, temeroso al parecer de haber cometido algn desliz, y con gesto rpido volvi

    hacia el enfermo su cara fresca, bondadosa, sencilla y joven, en la que empezaba a despuntar un atisbo debarba.

    -Qu desea el seor?-Esto debe de serte muy desagradable. Perdname. No puedo valerme.-Por Dios, seor -y los ojos de Gerasim brillaron al par que mostraba sus brillantes dientes blancos-. No

    es apenas molestia. Es porque est usted enfermo.

    Y con manos fuertes y hbiles hizo su acostumbrado menester y sali de la habitacin con paso liviano.Al cabo de cinco minutos volvi con igual paso.

    Ivan Ilich segua sentado en el silln. -Gerasim -dijo cuando ste coloc en su sitio el utensilio ya limpioy bien lavado-, por favor ven ac y aydame -Gerasim se acerc a l -. Levntame. Me cuesta muchotrabajo hacerlo por m mismo y le dije a Dmitri que se fuera.

    Gerasim fue a su amo, le agarr a la vez con fuerza y destreza -lo mismo que cuando andaba-, le alzhbil y suavemente con un brazo, y con el otro le levant el pantaln y quiso sentarle, pero Ivan Ilich le dijoque le llevara al sof. Gerasim, sin hacer esfuerzo ni presin al parecer, le condujo casi en vilo al sof y ledeposit en l.

    -Gracias. jQu bien y con cunto tino lo haces todo! Gerasim sonri de nuevo y se dispuso a salir, peroIvan Ilich se senta tan a gusto con l que no quera que se fuera.

    -Otra cosa. Acerca, por favor, esa silla. No, la otra, y pnmela debajo de los pies. Me siento mejorcuando tengo los pies levantados.

    Gerasim acerc la silla, la coloc suavemente en el sitio a la vez que levantaba los pies de Ivan Ilich y lospona en ella. A ste le pareca sentirse mejor cuando Gerasim le tena los pies en alto.

    -Me siento mejor cuando tengo los pies levantados -dijo Ivan Ilich-. Ponme ese cojn debajo de ellos.Gerasim as lo hizo. De nuevo le levant los pies y volvi a depositarIos. De nuevo Ivan Ilich se sinti

    mejor mientras Gerasim se los levantaba. Cuando los baj, a Ivan Ilich le pareci que se senta peor.-Gerasim -dijo-, ests ocupado ahora? -No, seor, en absoluto -respondi Gerasim, que de los criados de

    la ciudad haba apren,dido cmo hablar con los seores.-Qu tienes que hacer todava? -Que qu tengo que hacer? Ya lo he hecho todo, salvo cortar lea para

    maana.-Entonces levntame las piernas un poco ms, puedes?-jCmo no he de poder! -Gerasim levant an ms las piernas de su amo, y a ste le pareci que en esa

    postura no senta dolor alguno.-Y qu de la lea? -No se preocupe el seor. Hay tiempo para ello. Ivan Ilich dijo a Gerasim que se

    sentara y le tuviera los pies levantados y empez a hablar con l. Y, cosa rara, le pareca sentirse mejormientras Gerasim le tena levantadas las piernas.A partir de entonces Ivan Ilich llamaba de vez en cuando a Gerasim, le pona las piernas sobre los

    hombros y gustaba de hablar con l. Gerasim haca todo ello con tiento y sencillez, y de tan buena gana ycon tan notable afabilidad que conmova a su amo. La salud, la fuerza y la vitalidad de otras personasofendan a Ivan Ilich; nicamente la energa y la vitalidad de Gerasim no le mortificaban; al contrario, leservan de alivio.

    El mayor tormento de Ivan Ilich era la mentira, la mentira que por algn motivo todos aceptaban, segnla cual l no estaba murindose, sino que slo estaba enfermo, y que bastaba con que se mantuvieratranquilo y se atuviera a su tratamiento para que se pusiera bien del todo. l saba, sin embargo, quehiciesen lo que hiciesen nada resultara de ello, salvo padecimientos an ms agudos y la muerte. Y leatormentaba esa mentira, le atormentaba que no quisieran admitir que todos ellos saban que era mentira yque l lo saba tambin, y que le mintieran acerca de su horrible estado y se aprestaran -ms an, le

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    obligarana participar en esa mentira. La mentira -esa mentira perpetrada sobre l en vsperas de sumuerteencaminada a rebajar el hecho atroz y solemne de su muerte al nivel de las visitas, las cortinas, elesturin de la comida... era un horrible tormento para Ivan Ilich. Y, cosa extraa, muchas veces cuando seentregaban junto a l a esas patraas estuvo a un pelo de gritarles: jDejad de mentir! iVosotros bien sabis,y yo s, que me estoy muriendo! jConque al menos dejad de mentir! Pero nunca haba tenido arranque

    bastante para hacerlo. Vea que el hecho atroz, horrible, de su gradual extincin era reducido por cuantos lerodeaban al nivel de un incidente casual, en parte indecoroso (algo as como si un individuo entrase en unasala esparciendo un mal olor), resultado de ese mismo decoro que l mismo haba practicado toda suvida. Vea que nadie se compadeca de l, porque nadie quera siquiera hacerse cargo de su situacin.nicamente Gerasim se haca cargo de ella y le tena lstima; y por eso Ivan Ilich se senta a gusto slo conl. Se senta a gusto cuando Gerasim pasaba a veces la noche entera sostenindole las piernas, sin querer ira acostarse, diciendo: No se preocupe, Ivan Ilich, que dormir ms tarde. O cuando, tutendole,agregaba: Si no estuvieras enfermo, sera distinto, pero qu ms da un poco de ajetreo? Gerasim era elnico que no menta, y en todo lo que haca mostraba que comprenda cmo iban las cosas y que no eranecesario ocultadas, sino sencillamente tener lstima a su dbil y demacrado seor. Una vez, cuando IvanIlich le deca que se fuera, incluso lleg a decide:

    -Todos tenemos que morir. Por qu no habra de hacer algo por usted? -expresando as que no

    consideraba oneroso su esfuerzo porque lo haca por un moribundo y esperaba que alguien hiciera lo propiopor l cuando llegase su hora.

    Adems de esas mentiras, o a causa de ellas, lo que ms torturaba a Ivan Ilich era que nadie secompadeciese de l como l quera. En algunos instantes, despus de prolongados sufrimientos, lo que msanhelaba -aunque le habra dado vergenza confesarloera que alguien le tuviese lstima como se le tienelstima a un nio enfermo. Quera que le acariciaran, que le besaran, que lloraran por l, como se acaricia yconsuela a los nios. Saba que era un alto funcionario, que su barba encaneca y que, por consiguiente, esedeseo era imposible; pero, no obstante, ansiaba todo eso. y en sus relaciones con Gerasim haba algosemejante a llo, por lo que esas relaciones le servan de alivio. Ivan Ilich quera llorar, quera que lemimaran y lloraran por l, y he aqu que cuando llegaba su colega Shebek, en vez de llorar y ser mimado,Ivan Ilich adoptaba un semblante serio, severo, profundo y, por fuerza de la costumbre, expresaba suopinin acerca de una sentencia del Tribunal de Casacin e insista porfiadamente en ella. Esa mentira entorno suyo y dentro de s mismo emponzo ms que nada los ltimos das de la vida de Ivan Ilich.

    8

    Era por la maana. Saba que era por la maana slo porque Gerasim se haba ido y el lacayo Pyotr habaentrado, apagado las bujas, descorrido una de las cortinas y empezado a poner orden en la habitacin sinhacer ruido. Nada importaba que fuera maana o tarde, viernes o domingo, ya que era siempre igual: eldolor acerado, torturante, que no cesaba un momento; la conciencia de una vida que se escapabainexorablemente, pero que no se extingua; la proximidad de esa horrible y odiosa muerte, nica realidad; ysiempre esa mentira. Qu significaban das, semanas, horas, en tales circunstancias?

    -Tomar t el seor? Necesita que todo se haga debidamente y quiere que los seores tomen su t porla maana -pens Ivan Ilich y slo dijo:

    -No. -No desea el seor pasar al sof? Necesita arreglar la habitacin y le estoy estorbando. Yo soy lasuciedad y el desorden -pensaba, y slo dijo:

    -No. Djame. El criado sigui removiendo cosas. Ivan Ilich alarg la mano. Pyotr se acercservicialmente.

    -Qu desea el seor? -Mi reloj.Pyotr cogi el reloj, que estaba al alcance de la mano, y se lo dio a su amo.-Las ocho y media. No se han levantado todava? -No, seor, salvo Vasili Ivanovich (el hijo) que ya se

    ha ido a clase. Praskovya Fyodorovna me ha mandado despertarla si el seor preguntaba por ella. Quiereque lo haga?

    -No. No hace falta. -Quiz debiera tomar t, se dijo-. S, treme t.Pyotr se dirigi a la puerta, pero a Ivan Ilich le aterraba quedarse solo. Cmo retenerle aqu? S, con la

    medicina.-Pyotr, dame la medicina. -Quiz la medicina me ayude todava. Tom una cucharada y la sorbi. No,

    no me ayuda. Todo esto no es ms que una bobada, una superchera -decidi cuando se dio cuenta del

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    conocido, empalagoso e irremediable sabor~. No, ahora ya no puedo creer en ello. Pero el dolor, por queste dolor? iSi al menos cesase un momento!

    y lanz un gemido. Pyotr se volvi para mirarle. -No. Anda y treme el t.Sali Pyotr. Al quedarse solo, Ivan Ilich empez a gemir, no tanto por el dolor fsico, a pesar de lo atroz

    que era, como por la congoja mental que senta. Siempre lo mismo, siempre estos das y estas nochesinterminables. iSi viniera ms de prisa! Si viniera qu ms de prisa? La muerte, la tiniebla? jNo, no!

    jCualquier cosa es mejor que la muerte!Cuando Pyotr volvi con el t en una bandeja, Ivan Ilich le estuvo mirando perplejo un rato, sin

    comprender quin o qu era. A Pyotr le turb esa mirada y esa turbacin volvi a Ivan Ilich en su acuerdo.-S -dijo-, el t... Bien, ponlo ah. Pero aydame a lavarme y ponerme una camisa limpia.E Ivan Ilich empez a lavarse. Descansando de vez en cuando se lav las manos, la cara, se limpi los

    dientes, se pein y se mir en el espejo. Le horroriz lo que vio. Le horroriz sobre todo ver cmo el pelose le pegaba, lacio, a la frente plida.

    Cuando le cambiaban de camisa se dio cuenta de que sera mayor su horror si vea su cuerpo, por lo queno lo mir. Por fin acab aquello. Se puso la bata, se arrop en una manta y se sent en el silln para tomarel t. Durante un momento se sinti ms fresco, pero tan pronto como empez a sorber el t volvi elmismo mal sabor y el mismo dolor. Concluy con dificultad de beberse el i t, se acost estirando las

    piernas y despidi a Pyotr.Siempre lo mismo. De pronto brilla una chispa de esperanza, luego se encrespa furioso un mar de

    desesperacin, y siempre dolor, siempre dolor, siempre congoja y siempre lo mismo. Cuando quedaba soloy horriblemente angustiado senta el deseo de llamar a alguien, pero saba de antemano que delante de otrossera peor. Otra dosis de morfina -y perder el conocimiento-. Le dir al mdico que piense en otra cosa. Esimposible, imposible, seguir as.

    De ese modo pasaba una hora, luego otra. Pero entonces sonaba la campanilla de la puerta. Quiz sea elmdico. En efecto, es el mdico, fresco, animoso, rollizo, alegre, y con ese aspecto que parece decir:jVaya, hombre, est usted asustado de algo, pero vamos a remediarlo sobre la marcha! El mdico sabeque ese su aspecto no sirve de nada aqu, pero se ha revestido de l de una vez por todas y no puededesprenderse de l, como hombre que se ha puesto el frac por la maana para hacer visitas.

    El mdico se lava las manos vigorosamente y con aire tranquilizante.-jHuy, qu fro! La helada es formidable. Deje que entre un poco en calor -dice, como si bastara slo

    esperar a que se calentase un poco para arreglarlo todo-. Bueno, cmo va eso?Ivan Ilich tiene la impresin de que lo que el mdico quiere decir es cmo va el negocio?, pero que seda cuenta de que no se puede hablar as, y en vez de eso dice: Cmo ha pasado la noche?

    Ivan Ilich le mira como preguntando: Pero es que usted no se avergenza nunca de mentir? Elmdico, sin embargo, no quiere comprender la pregunta, e Ivan Ilich dice:

    -Tan atrozmente como siempre. El dolor no se me quita ni se me calma. Si hubiera algo...-S, ustedes los enfermos son siempre lo mismo. Bien, ya me parece que he entrado en calor. Incluso

    Praskovya Fyodorovna, que es siempre tan escrupulosa, no tendra nada que objetar a mi temperatura.Bueno, ahora puedo saludarle -y el mdico estrecha la mano del enfermo.

    y abandonando la actitud festiva de antes, el mdico empieza con semblante serio a reconocer alenfermo, a tomarle el pulso y la temperatura, y luego a palparle y auscultarle.

    Ivan Ilich sabe plena y firmemente que todo eso es tontera y pura falsedad, pero cuando el mdico,arrodillndose, se inclina sobre l, aplicando el odo primero ms arriba, luego ms abajo, y con gesto

    significativo hace por encima de l varios movimientos gimnsticos, el enfermo se somete a ello comoantes sola someterse a los discursos de los abogados, aun sabiendo perfectamente que todos ellos mentany por qu mentan.

    De rodillas en el sof, el mdico est auscultando cuando se nota en la puerta el frufr del vestido de sedade Praskovya Fyodorovna y se oye cmo regaa a Pyotr porque ste no le ha anunciado la llegada delmdico.

    Entra en la habitacin, besa al marido y al instante se dispone a mostrar que lleva ya largo rato levantaday slo por incomprensin no estaba all cuando lleg el mdico.

    Ivan Ilich la mira, la examina de pies a cabeza, echndole mentalmente en cara lo blanco, limpio y rollizode sus brazos y su cuello, lo lustroso de sus cabellos y lo brillante de sus ojos llenos de vida. La detesta contoda el alma. y el arrebato de odio que siente por ella le hace sufrir cuando ella le toca.

    Su actitud respecto a l y su enfermedad sigue siendo la misma. Al igual que el mdico, que adoptabafrente a su enfermo cierto modo de proceder del que no poda despojarse, ella tambin haba adoptado su

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    Su hijo siempre le haba parecido lamentable, y ahora era penoso ver el aspecto timorato y condolido delmuchacho. Aparte de Gerasim, Ivan Ilich crea que slo Vasya le comprenda y compadeca.

    Todos se sentaron y volvieron a preguntarle cmo se senta. Hubo un silencio. Liza pregunt a su madrednde estaban los gemelos y se produjo un altercado entre madre e hija sobre dnde los haban puesto.Aquello fue desagradable.

    Fyodor Petrovich pregunt a Ivan Ilich si haba visto alguna vez a Sarah Bernhardt. Ivan Ilich noentendi al principio lo que se le preguntaba, pero luego contest:

    -No. Usted la ha visto ya? -S, enAdrienne Lecouvreur.Praskovya Fyodorovna agreg que haba estado especialmente bien en ese papel. La hija dijo que no.

    Inicise una conversacin acerca de la elegancia y el realismo del trabajo de la actriz -una conversacin quees siempre la misma.

    En medio de la conversacin Fyodor Petrovich mir a Ivan Ilich y qued callado. Los otros le miraron asu vez y tambin guardaron silencio. Ivan Ilich miraba delante de s con ojos brillantes, evidentementeindignado con los visitantes. Era preciso rectificar aquello, pero imposible hacerlo. Haba que romper esesilencio de algn modo, pero nadie se atreva a intentarlo. Les aterraba que de pronto se esfumase lamentira convencional y quedase claro lo que ocurra de verdad. Liza fue la primera en decidirse y rompi elsilencio, pero al querer disimular lo que todos sentan se fue de la lengua.

    -Pues bien, si vamos a ir ya es hora de que lo hagamos -dijo mirando su reloj, regalo de su padre, y conuna tenue y significativa sonrisa al joven Fyodor Petrovich, acerca de algo que slo ambos saban, selevant haciendo crujir la tela de su vestido.

    Todos se levantaron, se despidieron y se fueron. Cuando hubieron salido le pareci a Ivan Ilich que sesenta mejor: ya no haba mentira porque se haba ido con ellos, pero se quedaba el dolor: el mismo dolor yel mismo terror de siempre, ni ms ni menos penoso que antes. Todo era peor.

    Una vez ms los minutos se sucedan uno tras otro, las horas una tras otra. Todo segua lo mismo, todosin cesar. y lo ms terrible de todo era el fin inevitable.

    -S, dile a Gerasim que venga -respondi a la pre--' gunta de Pyotr.

    9

    Su mujer volvi cuando iba muy avanzada la noche. Entr de puntillas, pero l la oy, abri los ojos y al

    momento los cerr. Ella quera que Gerasim se fuera para quedarse all sola con su marido, pero ste abrilos ojos y dijo:

    -No. Vete. -Te duele mucho? -No importa.-Toma opio. l consinti y tom un poco. Ella se fue. Hasta eso de las tres de la maana su estado fue de

    torturante estupor. Le pareca que a l y su dolor los me. tan a la fuerza en un saco estrecho, negro yprofundo pero por mucho que empujaban no podan hacerlos lle. gar hasta el fondo. y esta circunstancia,terrible ya en s iba acompaada de padecimiento fsico. l estaba espantado, quera meterse ms dentro enel saco y se esforzab~ por hacerlo, al par que ayudaba a que lo metieran. Y he aqu que de pronto desgarrel saco, cay y volvi en s Gerasim estaba sentado a los pies de la cama, dormitando tranquila

    pacientemente, con las piernas flacas de su amo, enfundadas en calcetines, apoyadas en los hombros. Allestaba la misma buja con su pantalla y all estaba tambin el mismo incesante dolor.

    -Vete, Gerasim -murmur.-No se preocupe, seor. Estar un ratito ms.

    -No. Vete.Retir las piernas de los hombros de Gerasim, se volvi de lado sobre un brazo y sinti lstima de s

    mismo. Slo esper a que Gerasim pasas e a la habitacin contigua y entonces, sin poder ya contenerse,rompi a llorar como un nio. Lloraba a causa de su impotencia, de su terrible soledad, de la crueldad de lagente, de la crueldad de Dios, de la ausencia de Dios.

    Por qu has hecho T esto? Por qu me has trado aqu? Por qu, dime, por qu me atormentas tanatrozmente?

    Aunque no esperaba respuesta lloraba porque no la haba ni poda haberla. El dolor volvi a agudizarse,pero l no se movi ni llam ~ nadie. Se dijo: iHala, sigue! pame otro golpe! Pero con qu fin? Yo qute he hecho? De qu sirve esto?

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    Luego se calm y no slo ces de llorar, sino que retuvo el aliento y todo l se puso a escuchar; pero eracomo si escuchara, no el sonido de una voz real, sino la voz de su alma, el curso de sus pensamientos queflua dentro de s.

    -Qu es lo que quieres? -fue el primer concepto claro que oy, el primero capaz de traducirse enpalabras -. Qu es lo que quieres? Qu es lo que quieres? -se repiti a s mismo-. Qu quiero? Quiero nosufrir. Vivir -se contest.

    Y volvi a escuchar con atencin tan reconcentrada que ni siquiera el dolor le distrajo.-Vivir? Cmo vivir? -pregunt la voz del alma.-S, vivir como viva antes: bien y agradablemente.-Como vivas antes? Bien y agradablemente? -pregunt la voz. y l empez a repasar en su magn los

    mejores momentos de su vida agradable. Pero, cosa rara, ninguno de esos mejores momentos de su vidaagradable le parecan ahora lo que le haban parecido entonces; ninguno de ellos, salvo los primerosrecuerdos de su infancia. All, en su infancia, haba habido algo realmente agradable, algo con lo que sera

    posible vivir si pudiese volver. Pero el nio que haba conocido ese agrado ya no exista; era como unrecuerdo de otra persona.

    Tan pronto como empez la poca que haba resultado en el Ivan Ilich actual, todo lo que entonces habaparecido alborozo se derreta ahora ante sus ojos y se trocaba en algo trivial y a menudo mezquino.

    y cuanto ms se alejaba de la infancia y ms se acercaba al presente, ms triviales y dudosos eran esosalborozos. Aquello empez con la Facultad de Derecho, donde an haba algo verdaderamente bueno:haba alegra, amistad, esperanza. Pero en las clases avanzadas ya eran raros esos buenos momentos. Mstarde, cuando en el primer perodo de su carrera estaba al servicio del gobernador, tambin hubo momentosagradables: eran los recuerdos del amor por una mujer. Luego todo eso se torn confuso y hubo menos delo bueno, menos ms adelante, y cuanto ms adelante menos todava.

    Su casamiento... un suceso imprevisto y un desengao, el mal olor de boca de su mujer, la sensualidad yla hipocresa. Y ese cargo mortfero y esas preocupaciones por el dinero... y as un ao, y otro, y diez, yveinte, y siempre lo mismo. Y cuanto ms duraba aquello, ms mortfero era. Era como si bajase unacuesta a paso regular mientras pensaba que la suba. Y as fue, en realidad. Iba subiendo en la opinin delos dems, mientras que la vida se me escapaba bajo los pies... Y ahora todo ha terminado, iY a morir!

    Y eso qu quiere decir? A qu viene todo ello? Nopuede ser. No puede ser que la vida sea tan absurda y mezquina. Porque si efectivamente es tan absurda y

    mezquina, por qu habr de morir, y morir con tanto sufrimiento? Hay algo que no est bien.Quiz haya vivido como no deba -se le ocurri de pronto-. Pero cmo es posible, cuando lo haca todocomo era menester?se contest a s mismo, y al