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1 DE LAS FERIAS A LA INTERNACIONALIZACIÓN: ESPAÑA, AMÉRICA Y LA REORGANIZACIÓN DEL ESPACIO COMERCIAL EN LA EUROPA MODERNA 1 MANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ (Universidad de Cádiz, España) Resumen: Durante la Edad Media y un largo período de la Edad Moderna, las ferias constituyeron un instrumento eficaz de las relaciones comerciales y, en general, de las comunicaciones en Europa. Sin embargo, la apertura a los "Nuevos Mundos", especialmente hacia América, supuso un reto para su continuidad. El fortalecimiento de las rutas ultramarinas, la creación de ferias al otro lado del Atlántico obligó, en el siglo XVIII y, particularmente, con el desarrollo de la industria, a la reordenación de la red de ferias, la transformación del contenido de unas e, incluso, a la desaparición de otras; pero también a la creación de un nuevo sistema de ventas y al establecimiento de vías alternativas para el crédito y el transporte de los productos entre las ciudades portuarias y el interior. El artículo pretende dar una explicación coherente del proceso descrito, al igual que de sus tiempos, planteando algunas hipótesis al respecto. Palabras clave: Comercio, crédito, feria, red ferial, Edad Moderna, Europa, América Abstract: During the middle Ages and a long period of Modern Age, Medieval Fairs constituted an efficient means for commercial relations and, in general, for communications in Europe. However, the opening to "New Worlds", especially towards America, supposed a challenge for its continuity. The strengthening of the ultramarine routes, the creation of Medieval Fairs at the other side of the Atlantic forced ( in the 18th century and particularly with the development of industry) the reorganization of the network of Paris, the transformation of the contents of some, and even the disappearance of others, but also the creation of a new system of sales and the establishment of alternative ways for the credit and transport of products between the port cities and the interior of the country.. The article tries to give an explanation not only of the described process but also of its period of time, by making some hypotheses about it. Key Words: commerce, credit, Medieval Fairs, Fairs Medieval network, Modern Age, Europe, America. 1 El presente estudio es en origen una ponencia que, bajo el mismo título, dictó el autor en el Encuentro Internacional Ferias e internacionalización del pasado a los retos del siglo XXI, conmemorativas del tercer centenario de confirmación de la feria de Albacete, organizadas por la Universidad de Castilla-La Mancha y el Instituto de Estudios Albacetenses, en el año 2010. Revista Hispanoamericana. Publicación digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras. 2014, nº 4 ARTÍCULOS ________________________________________________________________________________________________________________

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Page 1: La historia económica de Europa está estrechamente unida a las

1

DE LAS FERIAS A LA INTERNACIONALIZACIÓN: ESPAÑA, AMÉRICA Y

LA REORGANIZACIÓN DEL ESPACIO COMERCIAL EN LA EUROPA

MODERNA1

MANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ

(Universidad de Cádiz, España)

Resumen: Durante la Edad Media y un largo período de la Edad Moderna, las ferias

constituyeron un instrumento eficaz de las relaciones comerciales y, en general, de las

comunicaciones en Europa. Sin embargo, la apertura a los "Nuevos Mundos",

especialmente hacia América, supuso un reto para su continuidad. El fortalecimiento de

las rutas ultramarinas, la creación de ferias al otro lado del Atlántico obligó, en el siglo

XVIII y, particularmente, con el desarrollo de la industria, a la reordenación de la red de

ferias, la transformación del contenido de unas e, incluso, a la desaparición de otras;

pero también a la creación de un nuevo sistema de ventas y al establecimiento de vías

alternativas para el crédito y el transporte de los productos entre las ciudades portuarias

y el interior. El artículo pretende dar una explicación coherente del proceso descrito, al

igual que de sus tiempos, planteando algunas hipótesis al respecto.

Palabras clave: Comercio, crédito, feria, red ferial, Edad Moderna, Europa, América

Abstract: During the middle Ages and a long period of Modern Age, Medieval Fairs

constituted an efficient means for commercial relations and, in general, for

communications in Europe. However, the opening to "New Worlds", especially

towards America, supposed a challenge for its continuity. The strengthening of the

ultramarine routes, the creation of Medieval Fairs at the other side of the Atlantic

forced ( in the 18th century and particularly with the development of industry) the

reorganization of the network of Paris, the transformation of the contents of some, and

even the disappearance of others, but also the creation of a new system of sales and the

establishment of alternative ways for the credit and transport of products between the

port cities and the interior of the country.. The article tries to give an explanation not

only of the described process but also of its period of time, by making some hypotheses

about it.

Key Words: commerce, credit, Medieval Fairs, Fairs Medieval network, Modern Age,

Europe, America.

1 El presente estudio es en origen una ponencia que, bajo el mismo título, dictó el autor en el

Encuentro Internacional Ferias e internacionalización del pasado a los retos del siglo XXI, conmemorativas del tercer centenario de confirmación de la feria de Albacete, organizadas por la Universidad de Castilla-La Mancha y el Instituto de Estudios Albacetenses, en el año 2010.

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INTRODUCCIÓN

La historia económica de Europa está estrechamente unida a las ferias. Señala F.

Braudel que existen dos niveles comerciales: el propio del pequeño comercio

(mercados, tiendas, venta ambulante, etc.), de carácter básico, y el de la “poderosa

superestructura de los cambios”, sin la cual el capitalismo no existiría2. Dentro del

comercio de amplio radio sitúa el historiador francés las ferias y la bolsa, que

constituyen para él, incluso en el XVIII, aun cuando los instrumentos del negocio se

multipliquen y diversifiquen en esta centuria (cámaras de comercio, consulados, etc.), el

centro de la gran vida comercial, a pesar de que no compendie todos los grandes

negocios.

Las ferias venían cumpliendo normalmente funciones indispensables en una

estructura de tipo feudal o señorial, caracterizada por la precariedad económica y las

comunicaciones difíciles. Procuraban, ante todo, intercambios de mayor radio de acción

que los ordinarios, de carácter local o, a lo sumo, comarcal. Y ello afectaba, tanto a los

productos y monedas objeto de tráfico, como al origen de los concurrentes a la feria. En

algunos casos (Champagne en el siglo XIII por ejemplo) su área de influencia podía

llegar a abarcar el conjunto de Europa. El reclamo estaba en su excepcionalidad; en

otras palabras, en las franquicias que le otorgaban reyes y señores. Esta iniciativa

permitía el contraste entre las numerosas y, a la vez, gravosas derramas que los

productos estaban obligados a pagar habitualmente para ser vendidos o comprados en el

mercado, y las exenciones de que se beneficiaban, cuando el lugar al que concurrían era

señalado como feria.

Aunque menos viejas que los mercados, el origen de las ferias se remonta a los

siglos de la Antigüedad. Su momento álgido se alcanzó con la restauración del comercio

en la Plena Edad Media, alargándose a toda la Edad Moderna, época en que, incluso,

aumentó su número hasta bien entrado el siglo XIX, si bien las transformaciones que se

introdujeron en ese tiempo afectaron de manera decisiva a su función, a la par que

disminuyeron su peso en el conjunto de la economía. Trataremos aquí de explicar, a

pesar de la complejidad del tema y de las importantes lagunas todavía existentes, los

factores que propiciaron tan trascendental cambio, ilustrándolo con algunos ejemplos3.

Afirmar que, a comienzos del período moderno, Europa estaba salteada de ferias

de diferente relevancia y contenido, resulta ya ser un lugar común. Suelen citarse los

nombres de algunas de las más importantes (Champagne, Besançon, Lyon, Bolonia,

Prato, Verona, Medina del Campo, Medina de Rioseco, Villalón, Leipzig, Frankfurt, La

Haya, etc.), en su mayoría, creadas en la época medieval. Un viejo catálogo de 1585

señala a la sazón 171 lugares de feria importantes en Europa, y, en el XIX, esos forman

aún en muchas zonas una tupida tela de araña4.

2 Braudel, F., Civilisation matérielle, économie et capitalisme.XVe-XVIIIe siècle. 2. Les jeux de

l’échange, París, A. Colin, 1979, p.77. 3 Aunque las ferias en la Edad Moderna no han recibido la atención debida a su importancia,

conviene recordar algún trabajo interesante de carácter general. Cavaciocchi, Simonetta, Fieri et mercati nella integrazione delle economie europee. Sec. XIII-XVIII. Prato, 8-12 maggio 2000, Florencia, 2001. 4Schultz, Helga, Historia económica de Europa, 1500-1800: artesanos, mercaderes y

banqueros, en Historia de Europa, Siglo XXI, p. 159. Vid los mapas que introduce F. Braudel, relativos a la Francia de 1841 y la a región de Caen en 1725 (Op. cit., II, francés, 81 y 36

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En puridad, a pesar de algunos casos excepcionales, la mayoría de las ferias se

instalaron en las zonas del interior, ya que las ciudades del litoral tenían sus medios

propios de intercambio, abastecimiento, transacciones y obtención de créditos. Influyó

también la importancia de la región, el hecho de que gozase de ciertos beneficios

geográficos, sobre todo el hallarse dentro o al cabo de rutas esenciales (así, la Castilla

del XVI). Importancia, por tanto, del determinismo geográfico5. El papel, mucho menos

conocido, de las vías de comunicación y de los medios y costes de transporte, incidió

sin duda en la creación y desarrollo de las ferias, pero el tema está todavía

prácticamente inédito6.

CARACTERES GENERALES DE LAS FERIAS

A diferencia de los numerosos mercados de carácter generalmente semanal

repartidos por Europa, las ferias tenían un radio de acción mucho más amplio que éstos

y el peso de los productos básicos (así, los excedentes agrarios comarcales) en sus

operaciones era mucho menor. Lo que no quitará para que, en ocasiones, lleguen a

adquirir algún tipo de especialización (por ejemplo, el ganado) y den salida a

manufacturas del entorno.

Las ferias son capaces por tanto de animar también el desarrollo agrícola y

ganadero de su hinterland y de comarcas más distantes. Es lo que se puede ver en las

principales castellanas, con el cereal de la Tierra de Campos, los vinos de Medina o, en

general, los ganados meseteños; pero también con los pescados del Norte peninsular o

la pañería riojana y segoviana. Rompen, pues, el estrecho círculo de los intercambios

ordinarios y son capaces de movilizar la economía de amplias zonas, a veces de casi

toda la Europa occidental, al amparo de las libertades y franquicias que se ofrecen en

ellas, suprimiendo temporalmente las tasas y peajes, tan habituales y gravosos en la

época7. De esta forma, el espacio ferial permitía ahorrar en los costes de transacción y

disminuir el riesgo comercial de los productos, al garantizar la concentración temporal

de la oferta y la demanda, así como la existencia de un sistema regular (con operaciones

previsibles) de transferencias de fondos entre plazas8. Por último, las ferias constituyen

un eslabón entre regiones económicas diversas de Europa y su comercio ultramarino9.

Así sucedió, tempranamente, dado el lugar ocupado por la Monarquía Hispana en el

contexto internacional del Quinientos, con las principales ferias castellanas,

estrechamente conectadas a la economía americana. O, más tardíamente, entre ésta y

respectivamente). Sólo en Castilla, según Felipe Ruiz Martín, debieron existir más de setenta ferias de carácter regional en el siglo XVI. 5 Braudel, F., Op. cit., vol. III (Le temps du monde), pp. 343-344.

6 Una excepción a la regla para el caso español, interesante desde el punto de vista de las

interacciones y vínculos: Marcos Martín, A., “Comunicaciones, mercado y actividad comercial en el interior peninsular durante la época moderna”, III Reunión Científica de Historia Moderna / Asociación Española de Historia Moderna / coord. por Vicente J. Suárez Grimón, Enrique Martínez Ruiz, Manuel Lobo Cabrera, Vol. 2, 1995 (El comercio en el Antiguo Régimen). 7 Vid Braudel, F., Op. cit., vol. II, p. 79. La feria como elemento de integración del sector rural

en la economía monetaria es objeto de estudio por parte de Margairaz, Dominique en “Les forres et les marchés, instrument d’intégration des campagnes à une économie marchande au XVIIIe siècle”, en Cavaciocchi, S., Op. cit. 8YUN, Bartolomé, Marte contra Minerva. El precio del Imperio español, c.1450-1600, Barcelona,

Crítica, 2004, p. 151. 9 Schultz, H., Op. cit., p. 159.

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otras ferias europeas como Lyon. Tales lazos permitirán, en particular a las élites, el uso

y consumo de bienes, incluidas no pocas rarezas (especias, colorantes, azúcar, etc.),

procedentes de lugares lejanos, a veces confundidos, en la mentalidad popular, con

mundos míticos o fabulosos10

.

Se vinculan por ello –ya veremos en qué grado- a los príncipes que les otorgan

los referidos privilegios y, por ende, al Estado-nación o al Estado-Imperio y sus

progresos11

. No se trata, por tanto, de un libre comercio “avant la lettre”.

Otra característica digna de recordarse es la estacionalidad de las ferias. Su

celebración tenía lugar en varios momentos del año (cuatro para Lyon, tres para Medina

y París, uno para Portobelo y Jalapa, etc.), coincidiendo con fechas señaladas del

calendario, generalmente vinculadas a fiestas religiosas, a los ciclos estacionales, las

faenas agrícolas o la llegada de las flotas; su duración es variable12

. En principio, la

frecuencia no es directamente proporcional a su importancia. Suele existir, eso sí, una

cierta coordinación entre las fechas de una y otra feria, de manera que pueda llevarse a

efecto la autocompensación de los préstamos, los pagos y las compra-ventas en cadena.

Así, en el XVI, caso en general bien conocido, entre las ferias castellanas y las de

Amberes y Bergen-op-Zoom. Se puede decir, de esta forma, que las ferias vienen a

facilitar la creación de circuitos.

En ellas se dan cita los comerciantes al por mayor y al detalle, de diferente

origen13

. Los segundos se surten de los productos, algunos de importación, que les

llevan los primeros y que ellos a su vez distribuyen en sus comarcas respectivas. Esta

actividad anima la movilización de una parte variable de la producción autóctona con

vistas al consumo local y, sobre todo, a la exportación, siendo a la vez los responsables

de esta última operación los propios comerciantes mayoristas, responsables también del

suministro de los productos de importación14

.

Paralelamente, como aval de las operaciones de compra-venta en la misma feria

o con posterioridad a la misma, se desarrollará una actividad financiera, que permite la

adquisición de créditos a devolver en la feria siguiente, con el aval de las rentas y

10

Yun recuerda el asombro que, entre los viajeros que visitaban España en la primera mitad del siglo XVI, causaba el consumo que hacían determinados grupos de bienes (objetos artísticos, telas bordadas de oro, alfombras de múltiples colores, azafrán, holandas, etc.), cuyo origen estaba en otras partes de Europa, a veces muy alejadas de la Península, y que llegaban a ellos gracias a las pujantes ferias castellanas (Op. cit., pp. 148-149) 11

En cambio, los mercados se vinculan mayormente a los señores y las autoridades locales, que son quienes les confieren las exenciones. 12

Las de Medina del Campo, por ejemplo, duraban alrededor de treinta días al año, entre mayo y octubre; las de Medina de Rioseco y Villalón tenían lugar coincidiendo también con ciclos agrícolas religiosos: la “Pascuilla” y agosto la primera, Cuaresma la segunda. La de Jalapa (Nueva España) permanecía durante dos-tres meses prorrogables; la de Albacete, en cambio, sólo cuatro días, por la Virgen de septiembre, hasta su tardía ampliación a ocho. 13

A las castellanas de Medina, Villalón y Medina de Rioseco concurren comerciantes de Burgos, Córdoba, Sevilla, Granada y de otras ciudades de las antiguas Coronas de Castilla y de Aragón, junto a otros de origen extranjero, en busca de materias primas, manufacturas o créditos. 14

Un ejemplo “excéntrico”, en relación con la Europa Occidental es el de Polonia. María Bogucka da un resumen de las características del mismo en “Peoples of the Fairs. Fairs’ Organisers and Participants in the Early Modern Poland”, en Cavaciocchi, S., Op. cit.

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salarios percibidos por los tomadores15

. Por tanto, el comercio de las ferias animaba

asimismo los negocios bancarios, creando auténticos “bancos de ferias”.

Abreviando las cosas, los elementos económicos intervinientes en la feria se

pueden reducir básicamente a tres: las mercancías, de distinta índole y naturaleza; la

moneda y el crédito. Su combinación varía de una a otra y depende también de la

evolución que experimente la feria en particular.

Característico de la feria propiamente dicha es la plena participación en la vida

de la ciudad, con la que se suele confundir, así como de sus habitantes. Durante el

tiempo de su duración, la urbe se convierte en un escenario efímero, donde se da cita la

multitud desde días antes a la apertura de sus puertas. No se trata sólo de la

concurrencia de los comerciantes, si bien ellos constituyen la pieza esencial, sino

también de otros grupos procedentes del medio rural que aportan sus productos16

. En el

terreno de lo lúdico, las ferias son a su vez escenario de ruidos, bullicio, juegos,

representaciones, desfiles y procesiones, convocando al conjunto de los participantes.

Una prolongación de las ferias europeas, especialmente de las hispanas, son las

ferias de América, en particular las de Jalapa y Portobelo, que tenían un carácter

internacional. Sirven de mercado a los productos europeos, particularmente las

manufacturas, llevados a través de la Península por las flotas, suministrando por su parte

la plata y las materias primas que más tarde se distribuirán por Europa, llegando las

primeras, incluso, hasta las Indias Orientales. Pero a diferencia de sus homónimas

europeas, estas ferias dependían del monopolio establecido por la Corona española con

las Indias, y que obligaba a sus comerciantes a ejercer, por medio de ellas, sus

operaciones de compra-venta. Formaban parte, en definitiva, del complejo

monopolístico comercial con cabecera en la Península, en concreto en Sevilla y Cádiz.

DEL APOGEO A LA CRISIS

Pero si las funciones desempeñadas por las ferias son, en general, bien

conocidas, no lo son de la misma manera los motivos de su pérdida de relevancia en el

tiempo, así como de las transformaciones experimentadas, con importantes puntos en

común, pero otros dependientes de cada caso. Obviamente, a nosotros nos interesa aquí,

sobre todo, detectar y analizar los primeros.

Evidentemente, el cambio de modelo económico estará en la base de dicha

transformación. En la medida que el orden feudo-señorial decae, pierde una parte

sustancial de su razón de ser la feria, debiendo ser progresivamente sustituida por otras

“fórmulas” más útiles y eficaces para el capitalismo internacional en desarrollo.

Sin embargo, a pesar de esta afirmación de carácter general, no debemos

precipitarnos a concluir la incompatibilidad entre la feria y el nuevo sistema económico

desplegado en los tiempos modernos. Por el contrario –y ello es para nosotros un

elemento relevante sin duda-, esta “fórmula” tradicional continuó utilizándose

(recordemos su aumento en el siglo XVIII y principios del XIX) y, en algunos casos, se

rehizo con éxito para adaptarse a las nuevas circunstancias. Su flexibilidad está, por lo

15

Para Braudel, el “depósito” que se paga de ordinario asciende al 10% anual; es decir, el 2,5% a tres meses (Op. cit., vol.II, p. 87). 16

Braudel, F., Ibidem, pp. 86-87.

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tanto, más que sobradamente demostrada, y constituye un rasgo fundamental de su

pervivencia más allá de la crisis del sistema. Ferias, como las castellanas en general,

reordenaron sus funciones, priorizando a la postre el mercadeo sobre la financiación;

otras se transformaron en el sentido contrario17

o mutaron en ferias eminentemente

agrícolas y/o ganaderas, y, por tanto, difícilmente distinguibles de los mercados

semanales tradicionales. Pero la mayoría dejó ya de ser eslabón imprescindible entre las

diferentes regiones económicas europeas y el comercio ultramarino de larga distancia,

de donde provenían los productos más caros y sofisticados para el consumo local.

Las ferias hubieron de pasar su crisis, en diferentes momentos según los casos;

crisis que, en nuestra opinión, particularmente aquí, debe entenderse como sinónimo de

transformación.

Sin embargo, no se puede de ahí extraer la conclusión de que, en su conjunto, las

ferias viniesen a cumplir una función de rango similar en el siglo XVI que en el XVIII,

salvo casos excepcionales. Antes bien, la creación de algunas de ellas en fecha tardía –

como más adelante analizaremos- respondería a factores locales y/o coyunturales o a la

pertenencia de su zona de influencia a la periferia de la economía-mundo y a las

consiguientes dificultades para incorporarse a las grandes corrientes comerciales y

financieras de la época. Por tanto, donde no posee rival, la feria sigue marcando el paso

a la economía. Es más, si la vida económica se ralentiza, la feria vuelve a tomar el

relevo en ella18

. Tendríamos que llevar el cambio, por tanto, a las zonas donde la vida

económica es activa y termina afectando significativamente a las ferias. En todo caso,

aunque nos falten las cifras comparativas pertinentes, las ferias en su conjunto debieron

perder peso en el conjunto de la economía mercantil.

Uno de los casos mejor conocidos de esta evolución es, sin lugar a dudas,

gracias a varios trabajos de relieve, el de las grandes ferias castellanas: Medina del

Campo, sobre todo; Medina de Rioseco y Villalón19

. Su crisis era evidente en la última

década del siglo XVI, en consonancia con el viraje económico y demográfico que se

estaba produciendo en Castilla por la misma época.

Estas ferias habían aguantado muy bien los efectos de la globalización, derivada

de la incorporación del Nuevo Mundo a la economía europea. De hecho, parte del

impulso que experimentaron en el Quinientos se debe al desarrollo de la economía

17

Para Braudel, las grandes ferias evolucionan, grosso modo, dando ventaja al crédito en relación con la mercancía (Op. cit., vol. II, p. 87). 18

Braudel, F., Op. cit., vol. II, p. 92. 19

Sobre los antecedentes históricos de las ferias castellanas: Ladero, M.A., “Las ferias de Castilla del siglo XII al XV”, Cuadernos de Historia de España, 67-68(1982). Vid también el estudio clásico de Espejo, Carlos, Las antiguas ferias de Medina del Campo, Valladolid, 1908. Más recientes y con metodología historiográfica moderna: Marcos Martín, A., Auge y declive de un núcleo mercantil y financiero de Castilla la Vieja. Evolución demográfica de Medina del Campo en los siglos XVI y XVII, Valladolid, 1978; Yun Casadilla, B., “Ferias y mercados; indicadores y coyuntura comercial en la vertiente Norte del Duero. Siglos XVI-XVIII”, Investigaciones Históricas, 4(1983). Vid asimismo Cadiñanos Bardeci, I., “Mercados y ferias en la provincia de Burgos (I y II), Boletín de la Institución Fernán González, 233(2006), pp. 373-414 y 234(2007), pp. 203-244. Dos buenos resúmenes de dicha evolución en Hilario Casado Alonso, “Las ferias de Medina del Campo y la integración de Castilla en el espacio económico europeo (siglos XV y XVI)”, en Cavaciocchi, S., Fiere et mercati nella integrazione delle economie europee. Secc. XIII-XVIII. Prato, 8-12 maggio 2000, Florencia, 2001.

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americana y a los vínculos que llegaron a establecer con ella20

. Sin embargo, lo

principal de su actividad dependía por lo general de Europa, reavivada a su vez por la

expansión ultramarina. Incluso el considerable influjo de la Corona en dichas ferias, se

vinculaba en gran medida a su política europea y a los compromisos imperiales. En

otros términos, el Erario las utilizaba como medio para la obtención de créditos y pago

de sus acreedores, habitualmente banqueros y asentistas concurrentes a las

convocatorias feriales21

. Esta intervención provocaba en el siglo XVI al menos tres

efectos importantes: la introducción en las ferias de una abundante masa de mercancías,

transformadas luego en dinero, y letras de cambio con las que atender las crecientes

necesidades de la Monarquía; de otro lado, en esta ocasión por parte de ésta, una

inyección de dinero con el cual enjugar el pago de sus deudas, y, por último, la

consiguiente repatriación del mismo, en forma de lana y de otros productos exportables,

a cargo de los asentistas 22

.

Así, las ferias castellanas, en ésta su época dorada, fueron perdiendo su carácter

meramente regional y comarcal, en favor de su internacionalización, en la medida que

aumentaban los intercambios con la fachada atlántica europea y, en particular, con los

Países Bajos23

. De manera progresiva se irán imponiendo a su vez los elementos

financieros y especulativos sobre los puramente comerciales. En definitiva, de ferias de

mercancías pasarán a convertirse en el Quinientos en ferias de pagos y cambios.24

En esta transformación intervendrá, según hemos afirmado, la Corona, más

concretamente, la Hacienda pública, a partir de 1520, inyectando dinero25

. Pero ello, a la

vez que otorgaba a las ferias, sobre todo a Medina del Campo, una mayor proyección

internacional, las uncía a las vicisitudes que experimentara el Estado-Imperio. Así, a

partir de 1566-67, tanto las ferias de Medina de Rioseco como de Villalón, trocarán su

carácter de “ferias de pagos” por el de mercaderías de ámbito comarcal e interregional,

que ya habían cultivado antes. En cambio, la repercusión de la quiebra hacendística se

retrasó hasta aproximadamente el año 1575 en el caso de Medina.

A esta negativa influencia de las cuentas del Erario se sumaron otros eventos

importantes, como la subida del impuesto de alcabala de 1575, el comienzo por esos

mismos años de la guerra de Flandes y la consiguiente ruptura del eje comercial

Burgos-Bilbao-Amberes. O, más difíciles de precisar en el tiempo, los negativos efectos

del desplazamiento del peso económico castellano hacia Madrid, que estudiara

Ringrose26

(en detrimento de Toledo, de otras ciudades de la Meseta y de la red que

ellas articulaban), hacia Sevilla y el Levante en general, así como la consiguiente

ruralización de Castilla27

. Las ferias de Medina del Campo, al ser de mayor envergadura

y depender más de la Hacienda, acusaron con mayor fuerza el influjo de los

acontecimientos que las de Rioseco y Villalón. En todo caso, todas ellas prolongaron

20

Yun, B., Op. cit., pp. 152-153. 21

Marcos Martín, Alberto, España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y Sociedad, Barcelona, Crítica, 2000, p. 384. 22

Yun, B., Op. cit., pp. 151-152. 23

Marcos, A., Op. cit., pp. 384-386. 24

Los componentes escriturarios y el papel moneda negociable se impondrán a las mercancías y el dinero. 25

Carande, Ramón, Carlos V y sus banqueros, Madrid, Crítica, 1987. 26

Vid. Ringrose, David R., Historia de Madrid y la economía española, 1560-1850: Ciudad, Corte y país en el Antiguo Régimen, Madrid, Alianza Universidad, 1985. 27

Marcos, A., Op. cit., p. 385.

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durante algunas décadas más su prosperidad, gracias a su transformación en ferias

comerciales y de distribución de mercancías con el Noroeste peninsular.

En el siglo XVIII decaerían o desaparecerían las principales ferias castellanas, a

excepción de Madrid y de algunas ciudades del interior, convertidas a la función

señalada. En su lugar, el comercio que antaño se hacía por su mediación pasó a

realizarse por los puertos levantinos, Cádiz y algunas localidades costeras del

septentrión. Antes de concluir la Edad Moderna, la mayor parte de estas ferias y de

mercados periódicos habían reducido su actividad al intercambio de productos

agropecuarios28

.

Tampoco se resistieron a la transformación otras ferias europeas con solera. Así

le sucedió a las de Champagne (en realidad, vinculadas a cuatro villas diferentes), que

tras haber alcanzado su apogeo en el siglo XIII, comenzaron a decaer muy

tempranamente, a partir de 1320. A ello no fue ajeno la competencia de París y el

reforzamiento de la ruta marítima, a través de Gibraltar, para unir la península italiana

con los Países Bajos, convertida a la sazón en circuito “capitalista” esencial de Europa.

Con todo, en el Cuatrocientos, Champagne fue capaz de reconstruir el sistema que

habían creado, primero en torno a Ginebra y luego a Lyon, cuyas ferias, fundadas en el

XV, retomarán a su vez el modelo de las de Champagne. Más tarde, a finales del siglo

XVI, lo hará a su vez alrededor de las ferias de Besançon-Plaisance29

, alargando gracias

a ello su prosperidad hasta 1622 aproximadamente, cuando la caída de los flujos de

plata americana obligó, entre otros, a cambios en las fechas de celebración de las

ferias30

.

Por su parte, a la ciudad de Lyon, el rey Luis XI le había concedido, en 1464,

cuatro ferias, que restablecerá Carlos VIII más tarde, en 1494, a fin de contrarrestar la

dinámica actividad de Ginebra. A pesar de los cambios comerciales y financieros del

Quinientos, la ciudad mantuvo durante este tiempo su posición relevante como actor

esencial en el comercio entre el mundo mediterráneo y el Noroeste europeo, desde Suiza

a los Países Bajos e Inglaterra.

Aprovisiona por entonces el mercado francés de sedas y especias con ayuda de

la mediación italiana y portuguesa respectivamente. Será capaz a su vez de alimentar

sus ferias con las telas y paños de la zona, así como con metalurgia alemana, sin perder

por ello su carácter de plaza crediticia31

. En el XVII, la ciudad se convierte en gran urbe

industrial (fábrica de tejidos de oro, plata y seda), manteniendo su función distribuidora

de mercancías entre el Norte y el Sur; pero sus ferias no llegan ya a alcanzar el lustre de

antaño. Se produce, pues, la transformación: al tiempo de la mercancía sucede en el

Seiscientos el de la finanza, a diferencia de lo ocurrido, según hemos visto, en las ferias

castellanas32

.

28

Ibidem, pp. 120-122. 29

Vid Bergier, J. F., Les foires de Gèneve et l´économie de la Renaissance, París, 1963. 30

Cfr. Bautier, R.-H., « Les foires de Champagne : recherches sur une évolution historique », en Recueils de la Société Jean Bodin pour l’histoire comparative des institutions. La foire (Bruxelas, 1953, pp. 97-145). También Braudel, F., Op. cit., vol. II, pp.88-90 y vol. III (Le temps du monde), p.32. 31

Vid Gascon, Richard, Grand commerce et vie urbaine au XVIe siècle : Lyon et ses marchands, environs 1520-environs de 1580, París, EP des Hauts Études, 1971. 32Le Gouic, Olivier, Lyon et la mer au XVIIIe siècle, Tesis de Doctorado, Université de Bretagne-

Sud, Centre de Recherches Historiques de l’Ouest, 2009, pp. 7-8.

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Sin embargo, en algunas ferias los cambios les llevarán a convertirse, a finales

del período moderno, en ferias-exposición o simples lugares de ocio, algunas tras haber

pasado antes por ferias de ganado.

Es el caso de Sevilla, cabecera del monopolio español con América durante más

de siglo y medio. Resulta significativo que esta ciudad llegue a perder el rastro de sus

ferias francas, concedidas en 1254 tras su reconquista a los musulmanes, a partir del

siglo XVI, justamente cuando alcanza dicha condición y se constituye en temprana

ciudad depósito o almacén con respecto a las Indias Occidentales, además de centro de

distribución de productos regionales. Así, durante los siglos que siguen, después de

reiterados esfuerzos por recuperarlas, no lo conseguirá hasta la tardía fecha de 1847, tras

la correspondiente solicitud por parte del ayuntamiento. Pero resurge esta vez para

dedicarse básicamente al ganado y devenir, finalmente, feria-festejo, cuyo apogeo

alcanza a finales de la centuria33

.

Muy similar le sucederá a Plasencia con su feria, al transformarse en “festividad

para el ocio”. Así, a principios del siglo XIX, sus mercados anuales agonizan en tanto

que lugares de intercambio, para, a comienzos de la siguiente centuria, terminar

imponiéndose en ellos la orientación ganadera. Esta situación, en cambio, contrastará

con el vigor adquirido por el mercado diario34

.

Al margen de estas transformaciones, las ferias en su conjunto perdieron peso

específico, según se ha dicho, en la globalidad de la economía europea. ¿En qué

momento se puede situar este giro? Sin duda, en términos generales, en el siglo XVII.

Braudel se atreve a proponer el comienzo de los años veinte como momento del no

retorno. A partir de entonces, ninguna feria volverá ya a situarse en el centro de la vida

económica europea dominando el conjunto.

El modelo prototípico pasa a ser a partir de ahora el de Ámsterdam, “ciudad

depósito o almacén”, que se organiza como una “plaza” permanente del comercio del

dinero. Además, sus ferias se vinculan en el Setecientos a la concentración de

mercancías y a su permanencia en reserva35

. En la ciudad se habilitan al efecto sótanos,

almacenes o varios pisos de granero, cuando no ha de dejarse la mercancía en el propio

barco al ser insuficientes dichos espacios. Tales almacenes dejan a sus propietarios

buenos dividendos, superiores a veces a los que obtendrían de querer cambiarlos por

una gran mansión. Y algo similar sucederá con Londres, y más tardíamente con Cádiz,

aproximadamente después de 1680, cuando venga a sustituir a Sevilla como cabecera

del monopolio con América. ¿Por qué se almacena? Por lo largo del ciclo de producción

y por la irregularidad de ésta; también por la lentitud de los viajes y de la circulación de

las informaciones, o, sencillamente, por el azar que acompaña a los mercados lejanos.

33

Madoz, Pascual, Diccionario Geográfico-Histórico- Estadístico de España y sus posesiones

de Ultramar, Sevilla, Madrid, 1845-1850, p. 346. Vid también: Salas, Nicolás, Las ferias de Sevilla, Universidad y Ayuntamiento de Sevilla, 1992, 2ª. 34

Linares Luján, A. M., El mercado franco de Plasencia en la Edad Moderna, Cáceres, Cámara de Cáceres, 1991, p. 17. 35

Braudel, F., vol. II, pp. 90-93.

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Se dibujaría así “una Europa de los almacenes, que sustituye a la Europa de las

ferias”36

. Las ciudades se llenan de almacenes privados y públicos. Hasta el XIX no se

empezará a modificar este panorama. En la Europa occidental, pues, el centro holandés

será quien termine dominando el sistema de pagos, que antes pasaba en buena parte a

través de los grandes centros feriales. Su fortuna, según Braudel, marca el declive, si no

de las ferias comerciales del Continente, al menos de las grandes ferias dominantes en el

sistema de crédito, no obstante la conversión de algunas de ellas a esta actividad. El

tiempo de las ferias, según el historiador francés, había sido rebasado37

. De esta forma,

aunque ferias y bolsas (Schultz, en principio, las califica de ferias de carácter

permanente38

) coexistan durante un período dilatado tiempo, las segundas terminarán

sustituyendo a las primeras.

EXPLICACIONES DEL PROCESO

Un cambio de tan considerables dimensiones en el panorama económico

europeo sólo fue posible por la concurrencia de diversos factores. Evidentemente, al

margen de los particulares que inciden en la transformación de cada feria39

, existen

otros de carácter más general a los que conviene acercarse ahora.

La mayoría de los autores están de acuerdo en otorgar a la expansión europea de

los comienzos de la Edad Moderna y a la consiguiente formación de la economía-

mundo un carácter central en la pérdida de vigor de las ferias. La ampliación espacial

del comercio (particularmente la incorporación de las Indias Occidentales y Orientales a

través de la fachada atlántica), su potenciación, incluso, en las rutas más tradicionales y

en las alternativas a éstas, así como la globalización de la economía, no sólo afectaron al

volumen y variedad de las transacciones, sino que reorientaron las preferencias

económicas y los vínculos interurbanos.

Así, en una ciudad tradicional clave del comercio mediterráneo como Marsella,

y, en menor escala, en las localidades de la costa provenzal y del Lacydon, el cambio se

tradujo en la primacía alcanzada por Cádiz y América como corolario, en su actividad

comercial durante el siglo XVIII (más concretamente, a partir de 1702-1703), en

detrimento del Levante peninsular, singularmente de Barcelona, su área tradicional de

relación. Este ámbito geográfico había centrado la mayor parte de la referida actividad,

a lo largo de la segunda mitad del XVII. Por otro lado, si antes los contactos con

América y su plata se hacían por la mediación de genoveses y maluinos, en esta centuria

se llevarán a cabo directamente, a través de Cádiz, que absorbe la parte más importante

de las exportaciones marsellesas con destino a la Península. De forma paralela, el eje

Lyon (la ciudad de las ferias)-Marsella se convertirá a partir de entonces en central

dentro de esta nueva reorientación40

.

En realidad, para dicho cambio de orientación en los puertos de la Francia

mediterránea en su conjunto desde el Mediterráneo al Atlántico, la Península y

36

Ibidem, p. 95. 37

Braudel, Op. cit., vol. II, p.90. 38

Schultz, H., Op. cit., p. 159. 39

Así, el estallido de la guerra en el caso de la crisis de la feria de Lyon en el XVII y en la sustitución del liderazgo de Frankfurt por el de Leipzig a partir de 1648. 40

Buti, Gilbert, “Marseille au XVIIIe siècle : réseau d’un port mondial », en Collin, Michèle (dir.), Ville et Port, XVIIIe-XXe siècles, París, L’Harmattan, 1994, pp. 209-222.

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particularmente Cádiz, con mayor fuerza en el XVIII, llegarán a actuar como

“vestíbulo” de América. El hecho de que esta ciudad sustituya a Sevilla en dicha

función, permite que una parte de la Península pueda seguir incorporada a los circuitos

de las grandes plazas internacionales y bancarias, hasta convertirse la propia urbe

andaluza con su bahía en «puerto mundial».

Lástima que la preocupación de la mayoría de los historiadores se haya centrado

sobre todo en el comercio exterior, sus fluctuaciones y su relación con la industria, antes

que en las repercusiones del mismo sobre los mercados interiores, la inyección de

crédito, las ferias y las redes urbanas y comerciales del país en cuestión. Este

conocimiento hubiese aclarado, entre otras, las condiciones bajo las que dichas

fluctuaciones tuvieron lugar.

En todo caso, la consolidación de la economía-mundo41

, tal y como se llevó a

cabo en la Edad Moderna gracias a dicha ampliación del comercio (y que podríamos

fácilmente identificar con una forma de globalización), tuvo no poco que ver con las

transformaciones experimentadas por las ferias europeas. Motivado por el crecimiento

demográfico y el aumento lento del consumo durante el siglo XVIII, la actividad

mercantil, sobre todo en los países del Norte vinculados al tráfico atlántico, desbordará

el cauce de las ferias, organizándose independientemente de las mismas por medio de

almacenes, depósitos y graneros, por lo general ubicados en localidades de la costa.

De entrada, la feria se vio desbordada a medio y largo plazo por el

establecimiento de una nueva red más amplia que aquélla de la que ella formaba parte,

fundamentalmente de naturaleza marítima, con frecuencia superpuesta a la anterior,

formada por nódulos portuarios que unían regiones muy distantes entre sí, tanto en el

litoral como en el interior, por encima de los ámbitos «nacionales». Sin embargo,

cuanto menos durante el siglo XVII, en el interior del Continente, actuarán mecanismos

de reajuste y adaptación, aunque de manera lenta y entrecortada42

.

Dicha traslación geográfica permitirá que las burguesías periféricas

(comerciantes mayoristas sobre todo), residentes en dichos nódulos portuarios,

adquirieran ahora un papel mucho más relevante que en la época dorada de las ferias, en

41

Si tomamos en consideración dicho concepto, tal y como, grosso modo, lo formularan en su día F. Braudel y E. Wallerstein, que duda cabe de que la expansión ultramarina de Europa, comenzada por españoles y portugueses, constituyó una pieza clave en el desarrollo del capitalismo, pero también en la división del trabajo a escala planetaria. Ésta, lejos de ser producto de un acuerdo concertado y revisable periódicamente entre asociados iguales, es fruto del establecimiento gradual de una cadena de subordinaciones que se determinan unas a otras. De esta forma, participa en la reconfiguración del mundo según nuevas zonas centrales o hegemónicas, semiperiféricas y periféricas, utilizando el mismo aparato conceptual de los referidos autores. La tesis, como es bien sabido, la desarrolla I. Wallerstein en su obra, The Modern World- System, publicada por vez primera vez en Nueva York (Academic Press, 1974, 1980 y 1989, 3 volúmenes). Su estudio ha sido traducido a varios idiomas, y si bien fue objeto de numerosas críticas (Gunder Frank, Sckocpol, Zolberg, Aronowitz, Dussel, etc.), su modelo explicativo de la realidad, así como varios de los conceptos en él utilizados, gozan hoy de una amplia difusión y aceptación. Vid también al respecto I. Wallerstein, Comprendre le monde. Introduction à l’analyse des systèmes-monde, París, La Découverte, 2009, y F. Braudel, Civilisation, III, 30. 42

Yun, B., “Las raíces del atraso económico español: crisis y decadencia (1590-1714)”, en Comín, F., Hernández, M. y Llopis, E. (eds.), Historia económica de España. Siglos X-XX, Barcelona, Crítica, 2002, p. 115.

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las funciones de abastecimiento de productos y crédito. En el caso español se trata con

frecuencia de una burguesía importadora, ligada al comercio exterior y con capacidad

de distribución en el interior peninsular43

. Existe, prácticamente, en todas las ciudades

portuarias. Lo que no impide la pugna más o menos larvada entre los comerciantes

autóctonos y los extranjeros, cuya relevancia es grande, y a los que los primeros

consideran sus competidores en contra de sus derechos. En Valencia, por ejemplo,

siguiendo en ello la crítica arbitrista, se les acusa en el XVI de llevarse fuera los metales

preciosos. Sin embargo, la crítica se apaciguará siempre que los extranjeros entren en el

mismo circuito de negocio y mantengan unos intereses comunes con los hispanos44

. En

Cádiz observamos un fenómeno similar después, a lo largo de los siglos XVII y XVIII,

pero, con particular virulencia, en torno a los años veinte de esta última centuria,

tomando como pretexto el asunto de la mediación ejercida por los hijos de extranjeros

en el envío de mercancías hacia América45

. Nos limitamos a señalar el problema, sin

que podamos aquí analizarlo a fondo.

Por su lado, las tiendas, constituidas en red, suelen asumir un importante papel

en el nuevo sistema de redistribución interior de productos46

. El tema es conocido en

España para el caso catalán. Así, según demostraría Pierre Vilar, fue, en parte, por

medio de esas “botigas” como los catalanes pudieron conquistar para sus productos una

parte importante del mercado nacional, durante la segunda mitad del siglo XVIII47

, en

conexión, frecuentemente, con comerciantes al detalle y comerciantes transeúntes

(trajineros y buhoneros)48

. En cualquier caso, a lo largo del Setecientos, la red de

tiendas –y no sólo las catalanas-, a cargo de la pequeña burguesía mercantil, pero en

contacto con los comerciantes al por mayor de la periferia, se fue extendiendo en

España. En el interior peninsular, incluso, llegaron a crear y consolidar durante la

centuria sus propios circuitos de intercambio, diferentes de los que constituyeran las

grandes ferias castellanas49

.

43

Marcos, A., p. 676. 44

Salvador, Emilia, “España y el comercio mediterráneo en la Edad Moderna”, en III Reunión Científica de Historia Moderna / Asociación Española de Historia Moderna / coord. por Vicente J. Suárez Grimón, Enrique Martínez Ruiz, Manuel Lobo Cabrera, Vol. 2, 1995 (El comercio en el Antiguo Régimen), pp. 44-46. 45

Vid García-Mauriño Mundi, M., La pugna entre el Consulado de Cádiz y los jenízaros por las exportaciones a Indias (1720-1765), Sevilla, 1999. 46

El fenómeno es general en Europa. Braudel expresa que “en el siglo XVII, es un diluvio, una inundación de tiendas”, de artesanos y de comerciantes (Op. cit., vol. II, p. 63); da varios ejemplos al respecto. 47

Ya Carrera Pujal avanzó detalles de este fenómeno en su estudio pionero "Los catalanes y las ferias en la Edad Moderna", Información comercial Española, 1944, junio 25, 1(97), pp. 22-29. En cuanto a la obra de Vilar, P., se trata de La Catalogne dans l’Espagne moderne. Recherches sur les fondements économiques des structures nationales, París, SEVPEN, 1962, vol. III, p. 143. Vid asimismo: Torras, J., “Redes comerciales y auge textil en la España del siglo XVIII”, en BERG, M. (ed.), Mercados y manufacturas en Europa, Barcelona, Crítica, 1992. Torras estudia aquí el desarrollo de las redes comerciales y su papel en el crecimiento de la industria textil catalana. También Musel, A., “Ferias y mercados al servicio del negocio catalán (siglo XVIII)”, en Torras, J. y Yun, B., Consumo, condiciones de vida y comercialización. Cataluña y Castilla, siglos XVII-XIX, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, Junta de Castilla y León, 1999, pp.323-334. 48

¿Qué papel correspondió a las tiendas catalanas situadas fuera del Principado en el suministro de la Península, en determinados productos originarios de Cataluña? ¿De qué manera influyeron estas ventas en el desarrollo de la industria catalana? 49

Marcos, A., Op. cit., p. 676.

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De cualquier manera, el cambio analizado estaba llamado, pues, a dar un mayor

protagonismo a las ciudades portuarias sobre las de feria, generalmente situadas en

zonas del interior. Pero, al mismo tiempo, abría la posibilidad, en el caso de existir unas

aceptables vías de comunicación con él, a una salida más fácil de sus productos con

vistas a la exportación, y, en definitiva, si la demanda era allí aceptable, a un mejor

surtimiento de bienes procedentes del exterior, a precios más económicos, incluidos los

poco asequibles.

También incidirá el cambio en una pérdida de valor y en la reconfiguración de

las ferias tradicionales. Así, como adelantábamos, aquellas zonas alejadas de la red

dominante y formando parte de la «periferia» del sistema (según la terminología de la

economía-mundo), o con accesos difíciles a los centros de distribución, asistirán, en

unos casos, a la crisis de sus antiguas ferias, pero también, paradójicamente, en otros, a

la extensión de esta fórmula comercial tradicional como paliativo de su difícil acceso a

la red comercial. Eso sí, en este último caso, sin el vigor y la importancia que llegaron a

adquirir las ferias creadas en el pasado.

En resumidas cuentas, la configuración de la economía-mundo moderna que

transformó la funcionalidad de las viejas ferias, cuando no redujo su atractivo comercial

y financiero, procuraría sin embargo, por chocante que parezca, el nacimiento de otras

de nuevo cuño en zonas de la periferia económica, insistimos, con un alcance

económico bastante más limitado que el de sus antecesoras. Es lo que sucedió, entre

otros casos, en la provincia de Almería, donde asistimos, en pleno siglo XVIII y a

principios del XIX, a la solicitud al Consejo de Castilla por parte de sus

representaciones municipales, de la creación de ferias con vistas a compensar las

carencias en el abastecimiento de productos. Se hacen notar con esta petición un tanto

«trasnochada», las consecuencias del aumento de la demanda con motivo del

crecimiento poblacional, pero, sobre todo, la marginación de la provincia con respecto a

los grandes circuitos abiertos desde tiempo atrás por la expansión50

. Y algo parecido

debió suceder en Extremadura, zona económicamente marginal del interior peninsular.

En efecto, aquí, uniéndose a las ya existentes, surgen en pleno siglo XVIII

algunas ferias (Torrequemada en 1737, Casatejada en 1790, Tornavacas y Trujillo,

etc.)51. De la misma manera, la feria pierde también su carácter de exclusividad en lo

que se refiere a los productos que comercializaba: las convocatorias semanales trabajan

prácticamente sobre los mismos que las anuales. Y se produce la confusión

terminológica consiguiente, de manera que, a finales del XVIII, se habla en Plasencia

de los mercados de San Andrés (los de los tres martes) en lugar de la feria. Este cambio

coincide con la competencia ejercida por los núcleos de población cercanos al mercado,

que disminuyen la concurrencia de mercaderes y productos a la feria de Plasencia. Se

expande, además, el mercado diario por el aumento y mejora de las comunicaciones, lo

50

López Álvarez, Mª José, “Las ferias de ganado vacuno en la ciudad de León”, Investigaciones Históricas, 17(1997), espec. p. 177. De la misma autora, vid asimismo: Ferias y mercados en la provincia de León durante la Edad Moderna, León, Universidad, 1998. 51

Melón Jiménez, Miguel Ángel, Extremadura en el Antiguo Régimen. Economía y sociedad en tierras de Cáceres, 1700-1814, Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1989, pp.137-139y 144-149.

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que favorece igualmente la posibilidad de compra productos, incluidos los de lujo y un

tanto exóticos, sin esperar a la convocatoria de feria52

.

Y otro tanto sucede en Galicia, donde se experimenta un proceso similar, con un

incremento notable del número de ferias y mercados en el medio rural a lo largo del

Setecientos, a pesar de la oposición de la ciudad principal y de las villas próximas. En

Mondoñedo, de donde procede esta información, el aumento del número de habitantes y

de sus necesidades (ganados, lienzos, aperos, etc.), hizo preciso buscar su

abastecimiento, en parte a través de la fórmula de las ferias y mercados53

.

Por su parte, la provincia de León, como nos hace ver Pérez Álvarez, se sumó

también, durante el siglo XVIII, a la red de mercados y ferias que se crearon por ese

tiempo, para suplir de esta forma las deficiencias del comercio e intercambios, como

ocurriera en esa misma época en Mondoñedo y las otras zonas españolas aquí

contempladas54

.

El dinamismo económico corresponde en el Setecientos, sobre todo, a las áreas

del litoral, vinculadas al desarrollo del comercio internacional (¿qué parte correspondió

en ello a Europa y cuál a América?). Sin embargo, esta reconfiguración del espacio

comercial y financiero a favor de las periferias litorales no sólo estará constreñida por el

lugar ocupado dentro de la economía-mundo, sino por la propia capacidad de consumo

de su mercado interior. En efecto, como prueba el caso español, la pervivencia de una

economía dual, incluso después de la liberalización del comercio en la segunda mitad

del XVIII, delimitará a manera de dos zonas: la litoral propiamente dicha, con la ciudad

cabecera de red en primer término, donde la presencia de esa burguesía de negocios y de

unas élites acomodadas permite una demanda de valor, incluso sofisticada; y el interior,

ruralizado, en parte autosuficiente y con limitada capacidad de consumo, al que bastan

sus ferias y mercados preexistentes u otros, modestos, de nueva creación, para cubrir sus

necesidades. Espacio, pues, donde las importaciones apenas tienen curso y el

movimiento financiero es reducido. Los casos de varias áreas litorales importantes de la

Península en el Setecientos nos servirán para evidenciar este hecho.

Se trata de la España cantábrica y, quizás, con una mayor nitidez, de la

Andalucía atlántica, durante el siglo XVIII, a pesar de los decretos de libre comercio de

1765 y 1778. Hay, en ambas zonas un litoral con localidades portuarias abiertas al

exterior (Santander, Bilbao, San Sebastián, Cádiz, Huelva, etc.), que exportan productos

procedentes del interior, incluido su propio hinterland, de acuerdo con un radio de

distancia variable. Están conectadas a los grandes circuitos internacionales,

especialmente los de Europa y América, lo que les permite cumplir una tarea de

distribución, suministrando artículos de difícil acceso, con frecuencia sofisticados, a las

élites de consumidores de sus mismas localidades, así como a las del interior. Esta

apertura, su integración en la economía capitalista (en especial en el caso de Andalucía),

contrasta con la economía, básicamente rural que predomina en ese último.

Aunque no haya sido aún satisfactoriamente estudiado, es evidente que dichas

ciudades portuarias se sirven con frecuencia de la mediación de las ferias del interior,

52

Vid Linares Luján, Op. cit. 53

Saavedra, Pegerto, Economía, política y sociedad en Galicia: La provincia de Mondoñedo, 1480-1830-, Junta de Galicia, 1985, pp. 284-286. 54

Pérez Álvarez, Mª José, “Las ferias de ganado vacuno”, p. 44.

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cuando no de tiendas generalmente rudimentarias, para comercializar sus productos,

financiar compras y surtirse de productos procedentes del medio rural.

El fortalecimiento de la red ferial, la transformación experimentada por las ferias

en la España del Setecientos, puede, pues, relacionarse con la continuidad de dicha

economía dual y, más concretamente, con la dificultad para acceder directamente desde

el interior, a pesar de la mejora en los caminos (pensemos en las rutas de Reinosa-

Santander, Orduña-Bilbao o el camino real de Cádiz a Madrid), a los centros de

producción y/o de distribución para surtirse de mercancías. Pero no podemos tampoco

desdeñar como causa la exigüidad de dicho mercado por la débil capacidad de consumo

de la mayoría de la población, que hará mucho más rentable obtener los bienes

demandados a través de intermediarios, sean las ferias o, en menor medida tal vez, las

tiendas55

. Y, ¿hasta qué punto ello puede explicar igualmente el escaso interés de la

mayor parte de las burguesías comerciales periféricas, en aprovechar el comercio

directo que promueven los decretos de libre comercio?

Así, la actividad comercial internacional desplegada en el Cantábrico a través de

sus puertos principales (Bilbao, San Sebastián, Santander) no fue capaz de producir un

cambio significativo en sus respectivas regiones. El referido dualismo entre el litoral

comercial y el interior rural continuó, pues, manteniéndose a lo largo del XVIII y

primeras décadas del XIX, sin que la liberalización comercial sirviese como

transformación, realizando asimismo la integración entre el campo y la ciudad, no

obstante algunos avances temporales en el comercio de los puertos, particularmente el

de Santander56

. Las industrias de transformación (harinas, cervezas, etc.) surgidas en

torno a las grandes vías de comunicación entre el interior y la costa (por ejemplo, en el

eje de Reinosa) no se sostuvieron y tampoco forjaron el cambio; es decir, “no llegan a

definir un espacio industrial moderno”57

.

Por tanto, las ciudades portuarias, así como sus respectivas burguesías

mercantiles, no incidieron significativamente con sus iniciativas inversoras en el cambio

de dicha realidad dual; antes bien, aceptaron su “función conductora” habitual. Eso sí,

continuarán sirviendo, ahora con un mayor volumen de actividad, para el comercio de

tránsito y de distribución de ciertas mercancías, españolas y extranjeras (a veces, como

ocurrirá con algunas harinas de origen francés o americano, figurando como españolas),

tanto hacia el exterior (América y Europa) como hacia el interior, en el caso de los

productos importados58

.

55

Vid al respecto el magnífico resumen de Martínez Vara, T., “El Cantábrico y el comercio americano”, Manuscrits. Revista de Història Moderna, 7(1988), pp. 129-146. 56

Vid Martínez Vara, T., art. cit. El puerto de Santander tuvo dos momentos de expansión: Baja Edad Media-siglo XVI, tiempo en que se convierte en un enclave fundamental para la exportación de las lanas castellanas al Norte de Europa, y la segunda mitad del XVIII y casi todo el XIX, cuando deviene uno de los núcleos fundamentales de comercialización y transporte de harinas de Castilla hacia América, a la vez que centro receptor y distribuidor de productos coloniales para España y el Norte de Europa (Vid Mª José Echevarría , La actividad comercial del puerto de Santander en el siglo XVII, Natalia, 1995). 57

Martínez Vara, T., art. cit., p. 140. 58

Nada nos dice Martínez Vara de la incidencia de esta actividad mercantil en las ferias del interior; si mejoró la labor de mediación de las mismas, de cara al suministro de los productos importados por mar a través de los puertos; o si, por el contrario, redujeron actividad y constriñeron su función de intercambio y abastecimiento, al impulso del flujo de mercancías provenientes del litoral, y de la distribución y captación de créditos por las localidades del interior a través de la burguesía del litoral, y, por tanto, sin la mediación de las ferias.

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Desde una región distinta, el análisis que hace García-Baquero con respecto al

comercio andaluz atlántico es igualmente clarividente. Opta dicho autor por referirse a

“un sistema (que) contempla así, una maquinaria generalizada, más próxima a la

economía de subsistencia que al capitalismo pero con algunos engranajes monstruosos

técnicamente capitalistas”. Recuerda asimismo el desequilibrio a favor de la sección del

comercio colonial y a la imposible armonía entre los dos sistemas. “La parte más

sustantiva del comercio para el consumo interior que pudiera detectarse, con toda

probabilidad, corresponde a un sistema de flecos de la empresa dominante del comercio

americano y, en este sentido, quedará sometido a las alteraciones, exigencias y

oportunidades que aquel vaya marcando”59

.

Las bases socio-económicas sobre las que se erigió el sistema, precisamente por

su permanencia, fueron motivo de su debilidad, sobre todo cuando llegaron los

momentos duros de la crisis de finales de siglo (a partir de 1793 para Santander, de

1796 para Cádiz, etc.) y principios del XIX.

Pero esta cuestión nos lleva a otra, objeto también de debate durante las últimas

décadas. Se trata de la formación de los mercados nacionales60

y, en lo que a nosotros

aquí interesa, del papel que les cupo a las ferias en orden a su conformación, asunto éste

aún deficientemente estudiado para el Antiguo Régimen. Ello remite, a su vez, al

cambio de actitud con respecto a esta configuración y en el desarrollo y transformación

de la feria, le tocó desempeñar al Estado-nación incipiente. Veamos muy brevemente

los términos en que se plantea la polémica.

Según Braudel, hasta el mismo siglo XVIII sólo es posible encontrar una

realidad comercial fragmentada en el interior de los Estados europeos. Así, este autor

define el mercado nacional como una suma de espacios de menores dimensiones que

mantienen ciertas relaciones entre sí, aunque sigan a su vez ritmos distintos. Por otro

lado, es frecuente –añade- que prospere el mercado internacional en un país al mismo

tiempo que los mercados locales.

El destino a largo plazo de los mercados de reducido radio de influencia, según

el historiador francés, es el de fundirse en una unidad nacional, a pesar de las trabas de

un amplio elenco de obstáculos. Se refiere a las resistencias y rechazos de las poderosas

ciudades y de las provincias, que se oponen a la centralización; al intervencionismo

extranjero, así como al papel de los peajes y de las aduanas interiores, cuyos efectos no

podemos entrar aquí a detallar. Pero, ciertamente, hasta el XVIII, probablemente la

economía no llegue a situarse bajo el control de los Estados y de los mercados

nacionales. Por eso Braudel los considera «víctimas tardías», ya que, hasta entonces, no

habían sido capaces de desbancar a las ciudades del poder económico61

.

En cualquier caso, sólo el crecimiento económico conducirá a la extensión y

consolidación de tales mercados. La acción política (unión de territorios que

59

García-Baquero, A., “El comercio andaluz en la Edad Moderna: un sistema de subordinación”, en Lobo, M. y Suárez, V. (eds.), El comercio en el Antiguo Régimen. III reunión científica de la Asociación Española de Historia Moderna (1994), Gran Canaria, Univ. de Las Palmas de Gran Canaria, 1995, pp.93 y 95. 60

Vid Yun, B., Marte, p. 160. 61

Braudel, F., vol. III, pp. 228, 230-31, 345, 347-48.

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conformarán el Estado), según qué autores, ha debido tener lugar previamente, o, como

señala Braudel, ser posterior al crecimiento62

.

Sin embargo, algunos, como Helga Schultz, van más allá y piensan que, en

realidad, en la Edad Moderna, más que mercados nacionales, lo que surgió fueron

mercados que incorporaron regiones europeas semejantes, por encima de las fronteras

de la soberanía respectiva63

. En este sentido, las ferias, tanto las ya existentes como las

de nueva creación, habrían desempeñado un papel poco relevante, como vendrá a

suceder en el caso hispano.

Otro aspecto, estrechamente vinculado al anterior, es, como se ha dicho, el papel

de los Estados emergentes durante la Edad Moderna, no sólo en tanto que sustitutos de

los señores en la creación de ferias, donde, ciertamente, su papel es relevante, cuanto en

la influencia que pudieron ejercer sobre su posterior evolución.

Lo primero es especialmente modélico en el caso de las ferias de la América

hispana, ligadas al Estado imperial, a la conciencia de su poder y, particularmente, a las

iniciativas del mismo para abastecer sus territorios ultramarinos y obtener así los

metales preciosos indispensables a su Erario. Lo que no le impide, sino todo lo

contrario, beneficiar a determinadas élites de su propia Administración, así como a

cosecheros y, atrincherados en sus respectivos consulados de comercio, a comerciantes

intermediarios. De esta manera verán la luz las ferias de San Felipe de Portobelo (en la

zona norte del istmo de Panamá), creada oficialmente en 1597, y, más tarde, la de Jalapa

(1720), en la costa oriental mejicana, llamada a sustituir la de Veracruz.

En relación con la primera, la feria estará bajo control de las autoridades locales

y nacionales, que se trasladan a ella cada año en los días de feria, encargadas a la sazón

de fijar los precios de los productos. Allí se daban cita los trasladados por las flotas de

la Carrera de Indias por un lado y, de otro, los metales preciosos peruanos, que llegaban

a la ciudad fortificada, una vez desembarcados en Panamá, después de un largo periplo

con mulas y barcas, por tierra y río (Chagres) respectivamente, a través del Istmo. La

pérdida de importancia de esta feria se vincula a los asaltos ingleses a la ciudad, pero,

sobre todo, a la relevancia que adquirirá la ruta alternativa a través del Cabo de Hornos.

La última feria se celebraría en 1739, tras el último ataque sufrido64

.

Establecida mucho más al Sur, Jalapa es una población mexicana, equidistante

del puerto de Veracruz-San Juan de Ulúa -a donde llegaban las flotas procedentes de

Cádiz- y de ciudad de México, capital del Virreinato, situada en el interior. La vida de

su feria se prolongó, con un largo parón entre 1736 y 1749, hasta 1776, fecha de salida

de la última flota procedente de la Península con destino a Nueva España65

.

Fruto como su antecesora de la voluntad de la Corona, en contra en esta ocasión

de los intereses del Consulado de México, que presionará a favor de que continuase en

62

Ibidem, p. 350. 63

Schultz, H., Op. cit., p. 158. 64

Vila Vilar, E., "Las ferias de Portobelo: apariencia y realidad del comercio con Indias", Anuario de Estudios Americanos, 39(1982), pp. 1-66. 65

Vid. Real Díaz, J. J., Las ferias de Jalapa, Sevilla, E.EE.H.A., 1959, y Juárez Martínez, Abel, “Las ferias de Xalapa, 1720-1778”, en Juárez Martínez et al., Las ferias de Xalapa y otros ensayos, Veracruz, Ayuntamiento de Xalapa e Instituto Veracruzano de Cultura, 1995, pp.17-44?.

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la capital, o de que se estableciese en localidades más próximas a la misma, como

Córdoba u Orizaba, Jalapa se convertirá en paso obligado de las mercancías, desde la

costa a México ciudad. Sin embargo, a pesar de dicha oposición, en la década de los

cincuenta, pudieron coincidir los esfuerzos estatales y privados en favor de resucitar el

sistema de flotas a Nueva España y su feria66

.

Jalapa, población acrecentada artificialmente, constituía un centro de

distribución de productos procedentes de diferentes partes de Europa hacia el interior

del propio Virreinato de Nueva España, especialmente hacia ciudad de México y

Veracruz, y, en general, hacia el Sur, al ser confluencia de las rutas comerciales

convergentes hacia esta zona. La aduana, establecida a finales del XVIII en la plaza de

Santo Domingo de Ciudad de México, presidirá oficialmente los intercambios.

Asimismo concurrían a la feria metales preciosos, resultado del pago de dichos

productos, así como materias primas más o menos exóticas y algunas –escasas-

manufacturas, prestas para ser embarcadas con rumbo a Europa, no pocas procedentes

de Veracruz y Acapulco

Las mercancías, al igual que en Portobelo, eran transportadas generalmente por

medio de mulas y caballos. La distribución de las mercancías se hace, pues, mediante

recuas de caballerías y carretas, por caminos casi siempre en mal estado, y bajo el

control de arrieros amerindios, sospechosos de prácticas de contrabando, con frecuencia

al servicio de auténticos monopolios de transporte (los “estancieros”), que ponen en

contacto diferentes mercados. Gracias a ello, permite su abastecimiento en bienes

llegados de muy lejos, el concurso del dinero, la instrumentalización del crédito y, lo

que es más importante, incorporan estas zonas periféricas de las Indias a los grandes

circuitos comerciales y a la economía de intercambio. En definitiva, parece seguir el

modelo transformado de feria exigido por los nuevos tiempos. Los arrieros recorrían las

casas de comercio en busca de mercancías para entregarlas en destinos distantes67

.

Sin embargo, se trata como hemos afirmado de una feria de origen

monopolístico (tal y como los reyes españoles entendieron sus relaciones económicas

con el Nuevo Mundo), a merced de los dos grandes grupos de agentes concurrentes: los

flotistas procedentes de la Península, representantes a su vez de los intereses

comerciantes peninsulares y de la Europa manufacturera, principales beneficiarios, y los

grandes comerciantes de ciudad de México, intermediarios oficiales para el

abastecimiento del Virreinato, agrupados alrededor del Consulado respectivo. Con todo,

no faltaron en la feria desajustes entre los mayoristas de la capital y los flotistas68

. Con

la supresión de las flotas de Nueva España (1776) y la posterior introducción del “libre

comercio” (1778), Jalapa cerrará sus puertas.

Indirectamente, tanto los municipios beneficiados con la instalación de la ferias,

como el propio Estado o, mejor, la Hacienda pública, en éstos y otros casos, se veían

beneficiados por las contribuciones que percibirían de los usuarios de las mismas.

Incluso, como hemos podido ver en el caso castellano, pudieron beneficiarse de las

capacidades crediticias y del sistema de pagos en ellas imperantes.

66

Stein, Stanley J. y Stein, B. H., El apogeo del Imperio. España y Nueva España en la era de Carlos III, 1759-1789, Barcelona, Crítica, 2005, p. 136. 67

Stein, S. J., Op. cit., p. 273. 68

Ibidem, pp. 152-53.

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Sin embargo, con el paso del tiempo, a diferencia del pasado, los Gobiernos

dejaron de proporcionar a las ferias, excepción hecha de algunas como las americanas y

otras de alto valor estratégico (la de Albacete en 1710, durante la Guerra de Sucesión),

exenciones y franquicias similares a las que habían gozado sus antecesoras. Esto se ve

reflejado, por ejemplo, en la feria de Plasencia, de origen medieval, cuya última

revalidación de sus privilegios por parte de la Corona se produce en 1725. Durante los

siglos XVI y XVII, hasta esta fecha, la Corona confirmará sus privilegios. A partir de

entonces cambiarán las tornas. Ello parece explicar las quejas de algunos miembros de

su cabildo a fines del XVIII, sobre el no respeto de la franquicia, ya que, según ellos, se

cobraban los mismos derechos que en otros pueblos de la zona. La posibilidad de un

acceso a un circuito comercial importante, unida a los cambios de la política

gubernamental, incidirá en la transformación referida69

. En la misma dirección apunta la

negativa a conceder a otras exenciones similares e, incluso, mucho más reducidas, que

las de las antiguas.

De esta forma, los Estados demostraban su capacidad para percibir las

transformaciones, y saber dónde se hallaba ahora la fuente eficaz de recursos que

necesitaba su agotada hacienda. Por eso no tuvieron empacho en acoger las tesis

mercantilistas, que primaban claramente el comercio marítimo y los pagos en las

aduanas costeras y, cuando llegó el tiempo propicio, de escuchar las de sus ministros

fisiócratas y partidarios de la liberalización, ya en pleno siglo XVIII. Éstos (Turgot por

ejemplo) consideraban las ferias como una forma arcaica de cambios, una costumbre

contranatura de comerciar (sin libertad), producto de unos privilegios unilaterales de los

gobiernos a costa de los intereses del resto del país.

Así, las exenciones que los Estados otorgaban a las ferias, se trasladan en el

Setecientos, como hemos dicho, a las aduanas de las ciudades portuarias (aranceles

sobre importaciones y exportaciones), desde donde se realiza ahora una parte

fundamental del comercio (recuérdese, en el caso español, el “Reglamento de libre

comercio” de 1778), sustituyendo así las exenciones que corresponden habitualmente a

las ferias y favoreciendo a cambio la concurrencia de aquellas mercancías que interesan,

con lo que el comercio a través de aquéllas disminuirá de año en año70

.

Por último, conviene ahora que nos ocupemos de otro tema mal conocido,

aunque importante a la hora de ver la funcionalidad de las ferias y los efectos de sus

transformaciones. Nos referimos a la que debieron desempeñar en la formación,

reorientación o desaparición de determinadas redes urbanas a escala regional e, incluso,

“nacional”. El asunto está todavía en barbecho, aun cuando algunos historiadores,

escasos en número, hayan llamado la atención, hace ya varios años, sobre él. Ringrose

lo hizo para el caso español hace varias décadas, si bien de manera un tanto tangencial,

en un estudio modélico sobre Madrid71

.

Según este autor, durante el siglo XVI, las ciudades del interior formaban una

red articulada de intercambios, sobre las exportaciones de lana, las grandes ferias de

69

Linares Luján, Op. cit., p. 17. 70

Braudel, Op. cit., vol. II, pp.90-91. 71

Vid. Ringrose, D. R., Op. cit. Asimismo, con un carácter general, pero con una preocupación metodológica similar: España, 1700-1900: el mito del fracaso, Madrid, Alianza Editorial, 1996.

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intercambio e industrias varias, a comenzar por la textil, capaces de atraer, a su vez,

firmas internacionales. Ello permitía, tanto el abastecimiento de sus habitantes en bienes

de primera necesidad como suntuarios; así como los intercambios locales, comarcales e,

incluso, de largo recorrido, más allá de las propias fronteras regionales.

Sus ferias desempeñaron, qué duda cabe, un importante papel en todo ello,

aunque sólo unas cuantas (Medina del Campo, M. de Rioseco, Villalón y alguna otra)

llegaran a desempeñarlo en ese último ámbito geográfico. Por eso, cuando a finales del

XVI-principios del XVII comience la crisis, y con ella la desarticulación de dicha red, y

las relaciones interurbanas se reorienten de otra forma distinta en el interior peninsular,

se producirá la paralela –y ya aludida- transformación de dichas ferias en favor de una

reducción de su radio de acción y del predominio del carácter rural en las mismas.

Se trataría de un fenómeno similar al que se produjo en el interior mismo de la

red, por el cual se acentuará en las ciudades de ésta (a excepción de Madrid) el carácter

rural, al transformarse en centros abastecedores de productos básicos de la gran urbe

madrileña, convertida a la sazón, desde 1561 y, sobre todo, de 1606, en capital de la

Monarquía, a costa de una pérdida de peso demográfico y económico de dichas urbes y

de una atrofia de su economía, ahora de carácter casi autosuficiente; de una evidente

ruralización y de una restricción de su radio de acción con respecto al siglo XVI.

Entretanto, el consumo suntuario de la cada vez más amplia élite administrativo-

terrateniente y de la creciente población madrileña, quedará, siguiendo el esquema que

venimos trazando, a cargo de las ciudades portuarias y, particularmente, del eje Sevilla-

Cádiz, a través de una línea de comunicación directa con Madrid. Conforme se

concentraba en Madrid la vida urbana, diferentes rutas hacia las costas se vieron

favorecidas y los viejos mercados de Castilla la Vieja desaparecieron72

.

A cambio de estos productos, la capital pagará con toda una serie de servicios de

carácter administrativo, así como con el dinero procedente de las rentas generadas por

dicha élite e ingresos a la Corona en pago de las enajenaciones de bienes de realengo.

Esto hará necesario el afianzamiento del Camino Real hacia la costa, así como el

servicio de una burguesía mercantil mediadora, en buena medida de origen extranjero.

Además este carácter “absorbente” de la capital se unirá a la crisis del eje Medina-

Burgos-Bilbao-Amberes, tras la caída de esta última ciudad portuaria y el inicio de la

Guerra de Flandes. A las ferias castellanas ya no les quedará sino adaptarse a la nueva

situación mediante una reducción sustancial de su actividad exterior y el reforzamiento

de su carácter comarcal y de mercado agrícola-ganadero como compensación.

A excepción de Madrid, el interior peninsular quedó a la postre, con estos

cambios, en clara inferioridad demográfica y económica con respecto a la periferia

peninsular, con mayores posibilidades de apertura al comercio de amplio radio. Ya en el

siglo XVI, como anticipo, los comienzos de la guerra con el N. de Europa habían

provocado una pérdida de vigor en el eje Castilla-Burgos a favor del Mediterráneo y de

Sevilla. La red comercial, pues, se reorienta. Este cambio de dirección se afianzará

después, durante los siglos XVII y XVIII, aumentando con ello las diferencias entre el

centro y la periferia. Esta última, por su parte, se vio obligada a especializarse en

función de mercados lejanos, por mor del comercio europeo, como demuestran los casos

72

Ringrose, D. R., Madrid, p. 340.

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de los puertos de Barcelona, Cádiz y Bilbao. Ciudades como la misma Barcelona y

Bilbao referidas, así como Cartagena, Málaga o Sevilla se habían insertado en una

marco de expansión comercial de largo plazo en los años veinte del siglo XVIII73

.

ESBOZO DE UNA EVOLUCIÓN COMPLEJA

Resulta chocante o, cuanto menos, llamativo que un instrumento comercial y

financiero como el de la feria no haya merecido la atención debida de parte de los

investigadores74

. Y no sólo en lo que se refiere a la feria en sí misma, sino a los ámbitos

y cambios en los que ella aparece implicada (creación o no de un mercado nacional,

transformaciones en la jerarquía urbana, formación de redes de abastecimiento,

consumo, impuestos, financiación, etc.). Viendo la bibliografía consagrada al tema, se

tiene la sensación -y no nos referimos únicamente al caso español- de que, sólo en el

Medioevo, las ferias cumplieron un papel económico relevante en Europa, pero que, una

vez iniciada la llamada Edad Moderna, su ciclo estaba prácticamente concluido, con

alguna excepción (las grandes ferias castellanas del XVI, las briznas de actividad

mercantil de algunas, paradigmáticas, de origen medieval), tan sólo valida para

confirmar la regla general.

Sin embargo, los estudios de carácter local e, incluso, los mapas nacionales

relativos a los lugares de ferias y mercados, demuestran la extensión y, en algunos

casos, la relevancia del fenómeno, hasta bien entrado el siglo XIX. Tal vez, el

deslumbramiento causado en el historiador por las grandes líneas de la actividad

mercantil que plasman la economía internacional, y, sobre todo, la incontestable fuerza

del comercio ultramarino tras la expansión europea de los inicios de los tiempos

modernos, hayan terminado debilitando su capacidad de observación y su interés con

respecto a dicho fenómeno, paralelo, y estrechamente vinculado al comercio interior. Y

ello, paradójicamente, existiendo, como hemos tratado de poner aquí de manifiesto, un

vínculo tan estrecho entre este último, ligado preferentemente a las ferias y mercados, y

el primero, hasta el punto de que la evolución y desarrollo de aquel depende

precisamente, en gran medida, de la del comercio de ultramar.

Hemos tratado de demostrar aquí la impertinencia de este olvido. Yendo más

allá: se ha querido explicar las condiciones del cambio de sistema económico, en su

aspecto tanto comercial, como financiero. O lo que es igual: el paso de una Europa cuya

dinámica económica reposa muy marcadamente sobre la actividad generada en las

ferias, a otra Europa en que éstas han perdido con carácter general ese protagonismo,

cediéndolo a las ciudades portuarias almacén (a algunas de sus bolsas, en el ámbito

financiero) y a sus correspondientes burguesías mercantiles. En un nivel descendente,

cediéndolo en parte a las tiendas, de carácter estable y a la sazón formando una tupida y

extensa red de puntos de compra-venta.

Esta transformación, vital para conocer los cambios de profundidad

experimentados por nuestro Continente, no debe llevarnos a una minusvaloración de la

73

Ibidem, pp. 265 y 366. Vid también López Pérez, Mª del Mar, "El comercio interior castellano: las ferias y mercados del sureste andaluz a finales del Antiguo Régimen", Revista de Humanidades y Ciencias Sociales del IDEA, 19 (2003-2004), pp. 175-185. 74

Basta una mirada a los contenidos de la magna obra dirigida hace unas décadas por Cipolla, C.M., Historia económica de Europa, Barcelona, Ariel, 1979, vols.2 y 3. En el primero, no llega a la extensión de un folio el espacio consagrado a algunas ferias (pp. 84 y 367 principalmente).

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función ferial. Por esta razón, hemos intentado recordar igualmente la capacidad

demostrada por el viejo instrumento para cubrir ciertas necesidades, no tan

espectaculares como las exigidas por las élites, pero sin duda generalizadas entre una

gran masa de población.

El papel asignado ahora a las ferias exigirá una adaptación de las ya existentes,

pero impulsará a su vez la aparición de otras nuevas, acopladas a dicha función. Este

último fenómeno, aparentemente fuera de tiempo, adquirirá una fuerza mayor en las

regiones de la periferia de la economía-mundo y en los espacios fuertemente

ruralizados, incapaces de un acceso normal a las cabeceras de puerto o con una débil red

de tiendas.

El Estado-nación, pero también algunos Estado-Imperio como el español, lejos

de permanecer ajenos a esta evolución, mantendrán sobre ella un protagonismo evidente

en el tiempo. Al reservarse desde antaño, reforzándolo incluso con respecto a los

señores y los municipios, el poder de crearlas y de concederles franquicias, jugarán con

esta misma potestad en la nueva fase, para utilizarla según sus intereses y las exigencias

económicas. En unos casos, sirviendo a las necesidades hacendísticas (caso de las ferias

castellanas mayores) y, en otros, además, al servicio de las de funcionamiento del

sistema monopolístico (Portobelo y Jalapa).

Eso sí, aun cuando continúe usando de dichas facultades, al socaire de la

expansión sin precedentes del comercio ultramarino, preferirá actuar, cada vez de

manera más activa, sobre las aduanas costeras, a través de una política de control de

corte mercantilista, o de medidas “liberalizadoras” más tarde. Desaparecerá, pues,

progresivamente, esa tradicional “generosidad” que le caracterizaba en el otorgamiento

de privilegios y franquicias. El interés estatal por la feria en sí misma, estaba pasando a

ser ya historia. En compensación, continuaba siendo objeto de inquietud por parte de

muchas autoridades locales, preocupadas por el abastecimiento debido de sus lugares,

en una época (nos referimos básicamente al siglo XVIII) de continuado crecimiento

demográfico y de desarrollo cierto de ciertas actividades agropecuarias y

manufactureras próximas. Se necesitaban alimentos, animales para carne y ayuda en el

trabajo; aperos de labranza y textiles de consumo amplio, entre otros, que sólo una

adecuada red de ferias podía proporcionar. Con todo, su tiempo iba pasando y, al

alborear del período contemporáneo, la mayoría pasaron a ser ferias consagradas al ocio

y el entretenimiento o al certamen. Es, a partir de entonces, cuando se puede decir con

propiedad que el tiempo de las ferias había pasado a la historia.

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