la comunicación en las grandes ciudades

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Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=11500903 Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica Mabel Piccini Acerca de la comunicación en las grandes ciudades Perfiles Latinoamericanos, núm. 9, diciembre, 1997, pp. 25-46, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales México ¿Cómo citar? Fascículo completo Más información del artículo Página de la revista Perfiles Latinoamericanos, ISSN (Versión impresa): 0188-7653 [email protected] Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales México www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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la comunicación en las grandes ciudades. Piccini

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  • Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=11500903

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y PortugalSistema de Informacin Cientfica

    Mabel PicciniAcerca de la comunicacin en las grandes ciudades

    Perfiles Latinoamericanos, nm. 9, diciembre, 1997, pp. 25-46,Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales

    Mxico

    Cmo citar? Fascculo completo Ms informacin del artculo Pgina de la revista

    Perfiles Latinoamericanos,ISSN (Versin impresa): [email protected] Latinoamericana de Ciencias SocialesMxico

    www.redalyc.orgProyecto acadmico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

  • PERFILES LATINOAMERICANOS 9 JULIO-DICIEMBRE 1996

    ACERCA DE LA COMUNICACI~N EN LAS GRANDES CIUDADES

    Mabel Piccini*

    Este artculo revisa o las transformaciones culturales & fin & siglo a partir de un anlisis & los espacios urbanos y su ntima relacin con los dispositivos audiovisuales. En este sentido plantea la aparicin & nuevos escenarios: cam- bios en los estilos & vida, en la percepcin &l tiempo y el espacio y en los usos de la ciudad. Asimismo, apunta a describir la emergencia & diferentes reg- menes de visibilidad y enunciacin y la construccin & lugares htbridos - s i n filiacin Uterritorial" a travs & las tecnologtae y relatos fundados en lapri- maca & la imagen y la velocidad.

    This article consiste of a look at the cultural transformations towanZs the e d of the century based on an analysis of urban spaces and their intimate relation with audio-visual &vices. In this sense the articlepostulates the appearance of new scenarios: changes in lifestyles, in theperception of time and space, and in the uses &ven to the city. zt also proposes the &ecription of the emergente of different regimes of visibility and enunciation and the construction of hybrid spaces - w i t h no Uterritorial" affiliation- through technology and reports founded on the primacy of the image and speed.

    1. Comunidades abstractas

    El poder poltico del Estado no es, entonces, ms que secunda- riamente el poder organizado de una clase para l a opresin de otra, en sentido ms material espolis, polica, es decir, red de comunicaciones (Paul Virilio, Vitesse et Politique).

    uiero situar el problema de las tecnologas culturales, y en general el conjunto de redes audiovisuales, en un campo en el que se entrecruzan diferentes dimensiones de la vida social en la actuali-

    * Departamento de Educacin y Comunicacin, Universidad Autnoma Metropolita- na-Xochimilco.

  • PERFILES LA TINOAMERKANOS

    dad. Las culturas de la imagen representan ian lugar excepcional pa- ra comprender algunos de los fenmenos ms significativos de las polticas y las formaciones simblicas de fm de siglo. Sin embargo, ese lugar que podemos atribuirle, no es ian lugar propio o aislado. Es parte de una cadena de situaciones -sitios en los que los problemas se materializan y revelan- que parecen definir, en buena medida, las alternativas y el rumbo que adoptan las sociedades de nuestra poca.

    Desde esta perspectiva, las redes audiovisuales y las terminales electrnicas son parte de un proceso que podramos describir como la proliferacin de lo urbano sobre el tejido social; lo urbano entendi- do como lo hace Francoise Choayl en su carcter de sistema opera- torio que se desarrolla en todos los lugares, en las ciudades y en el

    - - - campo,-en lospueblos-yenlos barrios, a partir-de redes materiales- - - e inmateriales y de un conjunto de objetos tcnicos que ponen a circu- lar un mundo de imgenes e informaciones que transforman los vncu- los que las sociedades mantienen con el espacio, el tiempo y los individuos. Esta avanzada de lo urbano sobre los dems espacios geogrficos, sociales y simblicos, comienza a redefinir los lmites y la propia materialidad de las comunidades, las cuales, sostiene Choay, ya no se fundan en la proximidad ni en la densidad demogr- fica local. Transportes y telecomunicaciones nos involucran en rela- ciones cada vez ms numerosas y diversas; ahora, integrantes de colectividades abstractas, las implantaciones espaciales ya no se presentan ni coin-ciden con la estabilidad en la d ~ r a c i n . ~

    Existe ya una vasta literatura que sita algunos de los proble- mas que redefinen las relaciones sociales, sobre todo en sociedades posindustriales, a partir de esta avanzada de tcnicas y tecnologas, as como de los modernos estilos de urbanizacin y el crecimiento acelerado de las ciudades, de los sistemas de alta velocidad y de la proliferacin de nuevos objetos culturales entre Prmdos y transna- cionales. Entre otros de los sealamientos, se suele mencionar, con

    ' Citado por J&l Roman en 'La ville: chronique d'une mort annonde?, en Esprit, Paris: junio de 1994. p. 6.

    Sin duda, es necesario aclarar que la proliferacin de lo urbano, as entendido, es un fenmeno que puede percibirse en toda su amplitud en sociedades posindustriales. De todas maneras, con otros ritmos de expansin y otras repercusiones, estos procesos de urbanizacin estn presentes o en vas de desarrollo en nuestros pases.

  • metforas de cierta intensidad, "el desmoronamiento de lo social" y de la vida pblica, el florecimiento del individualismo y el retorno a la vida privada, el predominio de lgicas de supresin del espacio y de "aceleracin" de los tiempos histricos, la proliferacin de los es- pacios del anonimato y, finalmente, el triunfo de la comunicacin a distancia como nuevo vnculo con el mundo.

    De todos modos, cualquiera que sea el ngulo desde el que se fije un punto de vista, existe una cierta coincidencia en un aspecto que se nos antoja esencial: asistiramos a una crisis de lo que tradicional- mente se ha entendido por vida colectiva sobre todo en las grandes ciudades, crisis de una forma de sociabilidad ligada a las relaciones en el espacio pblico y a las formas instituidas de la comunicacin social, el intercambio poltico y la accin poltica en su mxima lati- tud. Todo ello conduce tambien a replantear la cuestin de las iden- tidades individuales y colectivas, porque si la identidad de los gru- pos, por diversos que sean sus orgenes, depende del dispositivo espacial que los funda y los rene, las nuevas configuraciones urba- nas y los dispositivos de comunicacin planetaria, al cuestionar la estabilidad del territorio plantean, a la vez, nuevos problemas rela- tivos a una idea y a un sentimiento de comunidad y pertenencia.

    Sobre estos aspectos, que son consideraciones relativas a socie- dades del capitalismo tardo, es preciso fijar algunos de los contras- tes y diferencias que se presentan en las sociedades urbanas perif- ricas. Aunque con otros ritmos y resonancias podramos adelantar que algunas de las nuevas sintaxis de las urbes del primer mundo es- tn en cierta relacin con nuestras ciudades. Tratar de aproximar- me a esas similitudes que marcan a la vez las distancias con nuestros espacios urbanos.

    11. Urbanizacin y marginalidad

    Mxico, Distrito Federal, megalpolis?, colectividad abstracta o ciudad multicultural?, Luna transciudad, o como refieren algunos, una posciudad? La ltima ciudad tal como la designan los poetas de este espacio aunque no admitan del todo la idea del apocalipsis?

    Desde la tradicin consagrada por los conquistadores hispanos, la ciudad es superposicin de poderes que se implantan con violencia

  • PERFILES LATINOAMERICANOS

    sobre los existentes para producir una realidad nueva y erradicar, ante las regularidades previstas, las "irregularidades" de la sociedad de los colonizados: la catedral barroca de los conquistadores sobre las pirmides antigua de los conquistados; la ciudad colonial, en el pre- sente, junto a los edificios art-deco de principios de siglo y, ya en el ocaso de la centuria, las catediales de vidrio del capital financiero; las lujosas residencias de los nuevos poderosos, mansiones tapia- das por bardas de encierro y proteccin al lado de los pedregales de la marginalidad. Este trazado contrastante es lo que lleva a Peter Ward a decir que la ciudad de Mxico es unpalimpsesto de las luchas anteriores y, podramos agregar, de las a c t ~ a l e s . ~ Porque, en efecto, la ampliacin de los conflictos y contradicciones, laextensa trama de contrastes que hoy exhibe la ciudad de Mxico, sigue siendo expre-

    -. . . s i n - d e varia-das-luchas-que, aunque diferentes.de las-anteriores, ma= - - nifiestan, por un lado, la multiculturalidad y, por el otro, como su sombra, los abismos de la desigualdad y la diferencia de oportunida- des entre los diferentes sectores sociales. Unos en la cspide, otros en el desarraigo urbano.

    El crecimiento acelerado y anrquico de las ltimas dcadas pro- duce toda suerte de deslocalizaciones de las relaciones sociales. El mapa es la ciudad mosaico, en la que junto con unc industrializazin salvaje, y en buena medida por esa razn, se mezclan estilos de con- vivencia, mestizajes de culturas, poblaciones transplantadas y, tam- bin, disparidades infranqueables de niveles econmicos y fronteras sociales. Es preciso recordar, a l respecto, como se ha dicho, que "un mosaico de territorios es algo completamente diferente de un espacio organizado alrededor de un centro con una ~erifer ia" .~ Se trata, sta, de una ciudad construida a partir de yuxtaposiciones, resultado de un orden que responde tanto al centralismo poltico como a la concen- tracin extrema de la riqueza, el desequilibrio de las migraciones, el crecimiento demogrfico desordenado y a lo que se designa, en las claves del urbanismo gubernamental como una "alta concentracin de asentamientos irregulares". Los flujos poblacionales -y las po- lticas que los hacen posible- han producido una desarticulacin

    Peter Ward, M6xi.o: una megaciudad, Mxico: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Alianza Editorial, 1990, pp. 244 SS.

    Isaac Joseph, El transente y el espacio urbano, Barcelona: Gedisa, 1988, p. 24.

  • ACERCA DE LA COMUNICACIbN EN LAS GRANDES CIUDADES

    creciente de la sintaxis y los ritmos urbanos que, como efecto de terri- torio, se expresan finalmente en la descentralizacin de la vida ur- bana y en un resultado magntico de dispersin de los segmentos sociales.

    Al mismo ritmo que los marginados de diferentes latitudes del pas llegan al centro, la capital del poder poltico y econmico, se efecta un continuo desplazamiento de las fronteras urbanas hacia pueblos y zonas rurales -lo que de manera singular, y sin duda muy sugerente- los topgrafos areos han dado en llamar la expansin de la mancha urbana.

    Los resultados se manifiestan en imprevisibles estilos de hibrida- cin en el mejor de los casos, cuando no de segregacin en la mayora, econmica, social y, naturalmente, espacial. La multiplicacin de los micromedios requerira tener a disposicin una lengua nueva, la len- gua de los intervalos, que pueda permitir la evaluacin de las rela- ciones sociales atendiendo a las distancias .5 Los intervalos deben entenderse, a mi juicio, como distancias de segregacin y desarraigo en nuestros pases. Y en una diferente aproximacin, como estados de extranjera para quienes no pertenecen ni pertenecern, con las polticas neoliberales, al nuevo orden internacional.

    La antigua ciudad de los palacios es hoy una ciudad sin centro que no por azar se.manifiesta en una geografa dislocada y en desloca- lizaciones recurrentes. Lo que queda del antiguo esplendor +o- rno espacio de congregacin y localizacin- es el centro histrico, en la actualidad espacio de mestizajes -sociales, culturales durante el da- y una fantasmagora nocturna cuando los turistas, los tran- sentes y los funcionarios locales desalojan el teatro colonial y pre- hispnico. Junto con el vaciamiento del centro, como enclave orde- nador, orientador, del territorio urbano se extienden, sin orden ni control, las periferias: el suburbio como submundo de la extrema po- breza y la extrema riqueza, espacio tanto de los marginados que ha- bitan los llamados cinturones de miseria como el lugar elegido para los nuevos emplazamientos urbanos en donde los inmensos comple- jos comerciales y las torres de espejos elevan un nuevo culto a la acu- mulacin material, selectiva y excluyente, de la modernidad.

    Sobre estos temas se puede consultar el captulo "Intervalon del libro ya citado de 1. Joseph.

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    Los contradictorios procesos de socializacin y desocializacin - c l aves para entender un proceso de inestabilidad permanente- no slo producen una excentricidad exuberante en la ciudad sino que amenazan el mismo espacio pblico y las identidades de grupos e individuos. En cierto sentido, todos somos inmigrantes en la ciudad de Mxico. Asistimos a nuevas formas de desarraigo y a la lenta de- sarticulacin de buena parte de los espacios tradicionales de encuen- tro colectivo, espacios que no slo se ligaban a rituales pablicos y gregarios (fiestas vecinales, celebraciones religiosas, intercambios coloquiales entre el vecindario, compra y venta en los tianguis, reu- nin en los parques, encuentros en cantinas y cafs, etc.) sino que constituan la base de orientacin y pertenencia de las diferentes comunidades en el territorio.

    De-tZllmodo, podra-deCir9e que la cidadse fragmentaenimu- merables puntos apenas sostenidos por trazados viales que dan al paisaje una idea de continuidad y movimiento. Tal parece que el espacio urbano se ha convertido en eso: lugar de trnsito y de pasaje entre un lugar y otro, entre zonas de produccin y localizaciones de vida cotidiana, entre uno que otro espacio de esparcimiento y el re- greso a casa. En cierto sentido, quizs no sea exagerado sealar que los ejes viales, diseados como rutas veloces para el trnsito rpido, representan la metfora ms expresiva de la circulacin de la ener- ga urbana: se trata de llegar, no de detenerse; de circular y no de merodear o ambular. I r y venir por rutas prefijadas hacia lugares prefijados, en el mejor de los casos, es el arte de desplazamiento de los capitalinos. Pero la posibilidad de contacto con la ciudad y con los otros est a tal punto restringida a rutinas fijas que la "libertad de movilizarse", el "derecho a la ciudad" y hasta el simple hecho de co- nocerla -y habitarla- se reducen da a da.

    La dispersin urbana, que representa un nuevo estilo de la deso- cializacin de las prcticas colectivas, no 9610 se expresa en los iti- nerarios forzados y en la sobreexplotacin del tiempo de vida sino tambin en las representaciones y los afectos de quienes la habitan y le dan sentido. Se podria decir que la nica ciudad realmente exis- tente como espacio urbano continuo es la que aparece en los mapas de trnsito de la Gula Roji, o en algunos reportes grficos de vistas areas, y esto con muchas dificultades. Dficilmente existe una ima- gen global del territorio urbano en las prcticas y representaciones

  • ACERCA DE LA COMUNICACI~N EN LAS GRANDES CIUDADES

    cotidianas de sus habitantes. No lo conocen. La ciudad realmente ha- bitada, para la mayora de la poblacin, se mide por el intervalo existente entre los espacios de trabajo, la colonia donde se radica y algunos escasos lugares pblicos de esparcimiento; el resto son pro- longaciones o extensiones, por lo general conocidas de odas o por la televisin.

    Y ste es un lenguaje comn en las diversas representaciones de sus habitantes que manifiestan en sus relatos la intensificacin de las disciplinas de la indiferencia en la ciudad de Mxico, as co- mo de los lugares del anonimato y el vaco impersonal. Estos estilos del uso de la ciudad alcanzan su consumacin con los trazados de las redes audiovisuales, el lugar del no lugar, en los que el rumor an- nimo de la calle o de la oficina es sustituido por voces annimas o per- sonalizadas -segn los casos- que de todos modos, desde esas nue- vas disciplinas de la indiferencia (o de la inercia) reclaman el arraigo de los espectadores.

    Quiero subrayar, desde esta perspectiva, la idea de que los me- dios, particularmente los audiovisuales, forman parte de los equipa- mientos colectivos de los espacios urbanos. Aunque con diferencias marcadas por la naturaleza de su funcin social, cabe remarcar que como cualquier otro equipamiento (la fbrica, la escuela, los bancos o los hospitales, los centros comerciales o los ejes viales) las tecnolo- gas de la imagen tienen como objetivo producir integracin pero, a la vez, tienden a una distribucin del territorio, a producir divisiones y subdivisiones en el cuerpo social, a reorganizar el espacio y el tiem- po; en suma, a fijar todo aquello que es capaz de fluir. Como equipa- miento colectivo, la televisin y sus tecnologas adyacentes, represen- tan una codificacin del cuerpo social: instituyen una manera de diagramar los espacios colectivos, la vida ntima y la pblica, el tiem- po libre y el tiempo de trabajo. Las nuevas tecnologas, en este senti- do, exhiben una marcada tendencia a recluir y a encasillar los flujos poblacionales en determinados espacios y a fijar y regular los ritmos temporales de la vida cotidiana. Estos equipamiento son una suerte de hbridos sociales, espacios de interseccin entre las esferas p- blicas y las privadas. Sometidos a poderes fuertemente centraliza- dos son, al mismo tiempo, soporte de la vida domstica y de la priva- tizacin de las prcticas culturales.

    Los nuevos regmenes de visibilidad de los dispositivos audiovi-

  • PERFILES LATINOAMERICANOS

    suales instituyen, como lo refera, sistemas que definen la habitabi- lidad de los espacios. Por eso es posible hablar de ten?ritorios televisivos, aquellos lugares en los que las sociedades actuales pasan la mayor parte de su tiempo. E s t ~ s nuevos territorios forman un crculo sobre las sociedades ntimas: la familia, las redes amplias de parentesco, los micromedios, en tanto iluminan con nuevos matices las escenas de todos los das. El objeto tcnico -y sus proyecciones narrativas, simblicas- cambia nuestra relacin con el espacio y aqu, en este punto, cabe recordar el carcter mvil de los territorios audiovisua- les, su esencia ntimamente fragmentaria, su condicin perecedera que se implantan, precisamente, en espacios de extrema solidez co- mo son los que componen la vida cotidiana y las relaciones familia- res, con su perseverancia o su relativa inercia.

    Sobre este panorama generarintentar una aprOWmacin, por - cierto fragmentaria, desde diversos ngulos, a saber: la aparicin de lo que llamar culturas sedentarias y polos de inercia; en segundo lugar lo que puede designarse como culturas del olvido sobre la base de regmenes de mxima visibilidad y, finalmente, un abordaje a los gustos (y a ciertas "estticas") como espacios de jerarquizacin y desigualdad.

    111. Mediaciones (fragmentos)

    l . Culturas sedentarias y polos de inercia

    Desde hace tiempo estoy desarrollando una investigacin de campo, de carcter etnogrfico, sobre prcticas culturales y vida urbana en la ciudad de ha~ ico .~ Del trazado de estilos de vida que estas explo- raciones permitieron vislumbrar tomar algunos datos para las observaciones siguientes. Tambin estas informaciones son las que sustentaron buena parte de las ideas del apartado anterior.

    El estudio de campo consisti, a grandes rasgos, en observaciones directas y entre- vistas en profundidad a 20 familias, la mayora de sedores populares y, como contraste, algunas de sectores medios. A la vez, se seleccionaron unidades que radicaran en dife- rentes puntos de la ciudad y tambi6n se consider la pirtmide generacional en el ncleo familiar, entre los 60 y 18 aos aproximadamente. En circunstancias en que fue posible tambin se incorpor al estudio a la poblacin infantil.

  • ACERCA DE LA COMUNICACI6N EN LAS GRANDES CIUDADES

    Aunque los relatos que utilizar aqu son de cierta generalidad permiten disear, sin embargo, un marco relativamente consistente de hiptesis sobre los nuevos estilos de vida urbana en la ciudad de Mxico en el llamado "tiempo libre" y en lo que se refiere, particular- mente, al consumo cultural. Por razones de espacio los relatos no aparecen -hasta el final- en las voces de sus protagonistas, pero subyacen, como sustrato de inteligibilidad, en todas las ideas que estoy exponiendo.' Como fue posible advertir, sobre todo en los sec- tores populares, surge con alguna nitidez una tendencia ms o me- nos generalizada hacia actitudes de repliegue en la intimidad do- mstica. Son los segmentos ms desposedos de la poblacin los que se refugian en estos mbitos por razones que aunque heterogneas responden a parecidas situaciones de privacin y marginalidad: jor- nadas extenuantes de trabajo, salarios o ingresos exiguos, bajos ni- veles de escolaridad, desorientacin ante los trazados urbanos, ex- traeza ante los bienes de la cultura superior y los equipamientos cu~ i~&s p-;ib!icos y abre t&c, &fic~!tos$ pusu;p de estides nrp- r- - modernos de vida (la mayora de las familias entrevistadas procede - e n primera o segunda generacin- de otros estados de la Repbli- ca, de zonas rurales o semirrurales) a las incitaciones de la moder- nidad urbana.

    En esta suerte de pausada declinacin de la vida pblica que se conecta de algun modo con el ocaso de estilos tradicionales de convi- vencia en vas de diluirse en el anonimato de la gran ciudad, las tec- nologas de comunicacin a distancia cumplen un papel relevante. No es aventurado sealar que las nuevas culturas audiovisuales, co- mo dispositivos de mltiples redes, redefinen en buena medida los trazados modernos de conexin con el mundo desde la intimidad de la casa. As como los equipamientos culturales pblicos tienden a una declinacin ms o menos irreversible, las autopistas de la comu- nicacin -espacios donde se manifiestan las dimensiones econ- micas, estticas y ldicas de la sociabilidad colectiva- empiezan a convertirse, de manera creciente, en lugares diferenciales de consa-

    Segn lo indican las ltimas cifras del Banco Mundial, estos sectores representan un 85% de la poblacin urbana que oscilan entre la pobreza y la pobreza extrema ("BM: se extingue la clase media mexicanan, en Lcr Jornada, 24 de junio de 1996, nm. 4238, Mxico.

  • PERFILES LATINOAMERKANOS

    gracin, reafirmacin, o simplemente sobrevivencia, social y simb- lica, de diversos segmentos de la poblacin.

    Es sabido que, en relacin a la cultura, y me refiero en particular a los pases latinoamericanos, asistimos a un lento ocaso de la tra- dicin del libro; los grandes cines ceden paso a pequeas salas adya- centes a los centros comerciales; los museos, los teatros, las salas de concierto se convierten en espectculos oficiales que renuevan viejas glorias del pasado. Las culturas populares, por su lado, sobre todo en las grandes urbes, cambian sus estilos de existencia y se reacomodan a los nuevos ritmos del vrtigo tecnolgico. En uno y otro caso lo que parece evidente es una poltica de redistribucin de los bienes cultu- rales que reafirma las jerarquas de clase y poder entre la poblacin as como las distancias y la desigualdad en los mapas sociales. Las minoras, de diferentes clases, @=en manteniendo-e.ipriuilegio de-. - serlo en relacin algustoque desarrollan por la cultura escrita, los museos y las ltimas expresiones cinematogrficas o musicales, las redes informticas y las autopistas de la comunicacin. Paralela- mente, el resto de los grupos sociales, los que pertenecen a la base de la pirmide (sin exagerar, aquellos que tendran que ser, en las dimensiones imaginarias de la poltica, los destinatarios del sueo de la revolucin tecnolgica: la llamada modernizacin) viven en un estado que flucta entre el escepticismo (o la desesperanza) y la alar- ma, el pasaje de la premodernidad y las tradiciones de origen a los nuevos estmulos de las culturas urbanas.

    En nuestros pases, la ilusin de comunidad fundada, en buena medida, en las redes audiovisuales como vnculo con los "otros" no slo significa, en ocasiones, la renuncia a espacios colectivos de con- vivencia sino, tambin, con cierta probabilidad (como es posible ad- vertirlo en el trabajo de campo) la emergencia de nuevos estilos de la cultura de la pobreza. La cultura que se extiende da a da, desde el imaginario audiovisual, sobre las comunidades marginadas de los diversos rdenes de la vida colectiva. Y con esto me refiero no sola- mente a prcticas especficas de la mayora de la poblacin, los p- blicos cautivos que se integran fluidamente, ante la inexistencia de alternativas reales, a circuitos culturales centralizados que coman- dan lo que hay que ver y oir sino tambin a la pobreza de la cultura tal como circula en la programacin de casi todos los canales privados de televisin as como en los sistemas de cable y finalmente en las

  • ofertas de los videocentros, grandes almacenes de pelculas frecuen- temente intercambiables, annimas, desechables, que actualizan una y otra vez una suerte de degradacin del lenguaje y los smbolos colectivos.

    ste es un punto de inflexin de las culturas contemporneas que representa, a la vez, nuevas modalidades de manifestacin y concen- tracin del poder y el surgimiento, casi en lnea paralela, de moder- nos estilos de vida: una poltica, pero tambin una esttica y una ti- ca de fines de siglo. Se dice con frecuencia que, en la actualidad, los grandes centros de poder y decisin de las sociedades estn estrecha- mente vinculados al control de la informacin y de las redes electr- nicas. Saber y poder, quizs de una manera indita en los procesos histricos, estn hoy inextricablemente asociados. Pero el poder se extiende, gradualmente, sobre la base de enclaves que fortalecen de manera creciente lo que Paul Virilio denomina "polos de inercian. El instante privilegiado sustituye la extensin del espacio o, de otro mo- do, contrae ei territorio favoreciendo ei despiazamiento en un mismo lugar: ste es el objetivo de los vehculos audiovisuales que instauran la inercia en los espacios privados e instituyen el triunfo de "culturas sedentarias que establecen el predominio del tiempo sobre el espa- cio:* la movilidad sin desplazamientos".

    Virilio sostiene que hemos pasado del tiempo extensivo de la historia al tiempo intensivo de una instantaneidad sin historia a partir de las tecnologas del momento y las tcnicas de la velocidad de los transportes, las redes audiovisuales y la informtica. La met- fora de esta tensin del vrtigo y la contraccin de las duraciones la formula con una simple pregunta: Cmo ir hacia ningun lugar, siempre menos lejos pero siempre ms ve l~zmente?~

    Lo que est en cuestin, dirn por su parte los socilogos de los micromedios que miden y evalan los intervalos que regulan la in- teraccin urbana, es la unidad dialctica de distancia y proximidad, constitutiva de toda relacin social.1 Lo que est en cuestion, para

    EA1 respecto se puede consultar el ah'culo de P. Viriiio, %l ltimo vehculo" en Anceschi, Baudrillard y otros, Videoculturas de fin de siglo, Madrid: Ctedra, 1990, pp. 37 SS.

    Paul Viriiio, op. cit. ' 0 A propsito de estos temas puede consultarse el captulo '%tervalos" del libro ya

    citado de 1. Joseph, El transente y el espacio urbano, pp. 80 ss.

  • PERFILES LATINOAMERICANOS

    decirlo de otra manera, es el repliegue de los ciudadanos a la vida . privada, la desmovilizacin progresiva que permite poner una cier- ta distancia con la esfera de lo pblico, o, al menos, conectarse, de una manera radicalmente diferente, con los asuntos de la comunidad.

    El estrechamiento del espacio pblico no slo conducira a una puesta en crisis del mismo espritu de lo urbano sino a una suerte de despolitizacin de las costumbres, a la disgregacin de los lazos de so- lidaridad que en muchos casos no trascienden los lazos de paren- tesco a la vez que se tambalean algunas de las claves que aseguran los principios de identidad, por ejemplo aquellas que definen la co- munidad como un grupo social compuesto por miembros que creen compartir algo. Hoy, "compartir algo", tiene otras dimensiones que por lo general estn relacionadas con un mbito comn: el de las re-

    - - -

    -des audiovisuales-y sus-relatos-sin clausura, - - -- - -- - - - - -- --

    2. Regimenes de visibilidad y culturas del olvido

    Se dice, con cierta frecuencia," que los saberes contemporneos tien- den a transformarse en un reflejo: el espejismo siempre renovado de la ilusin cinemtica. De este modo la repeticin de la informacin (ya conocida) perturbar cada vez m& los estmulos de la observa- cin extrayndolos automtica y rpidamente no slo de la memoria sino, ante todo, de la mirada, hasta el punto de que, a partir de en- tonces, la velocidad de la luz limitar la lectura de la informacin y lo ms importante en la electrnica informtica ser lo que se pre- senta en la pantalla y no lo que se guarda en la memoria.12

    Con la revolucin de las telecomunicaciones nos enfrentamos al ideal de la transparencia: si todo es visible nada escapara al control de la mirada, es decir, a un cierto saber de lo que acontece bajo esta vigilancia, lo que nos lleva a imaginar la abolicin del secreto en las culturas analgicas: vemos lo que es y la realidad es eso que vemos. O de otro modo, el mundo aparenta estar a nuestra disposicin, la informacin al instante, a la vez que experimentamos la sensacin de una cierta omnipotencia sobre lo que sucede ms all de nuestras

    " Paul Virilio, Estetica de la desaparicin, Barcelona: Anagrama, 1988, pp. 60-61. l2 Las cursivas son mas.

  • ACERCA DE LA COMUNICACIN EN LAS GRANDES CIUDADES

    fronteras individuales: se experimenta una nueva nocin del control y del poder sobre el entorno, contra la desproteccin o el no saber.

    La imagen como prenda de lo verdadero: ver para creer y simul- tanamente la renovacin de los lazos sociales en estas comunida- des imaginarias. La visibilidad de ciertos escenarios, multiplicada por la transmisin directa, tiende a producir un efecto de participa- cin a la distancia que purifica los temores esenciales, entre otros, el contacto como fantasa de contaminacin; permite, asimismo, quitar el cuerpo en la misma medida en que el Otro se convierte -por lo menos en los pasadizos imaginarios- en especie en vas de extincin y la imagen en imagen de s misma. Para Debray, las nuestras son culturas en las que prevalecen las miradas sin sujeto en la misma proporcin en que nuestras imgenes disminuyen, gradualmente, su dependencia de la realidad exterior. Lo visual procura certidum- bres. l3

    En pocas de las culturas de lo visual parece ser que slo lo visible es objeto de credibilidad, con el aadido de lo que la anterior afirma- cin nos sugiere como consecuencia o, por lo menos, como probabi- lidad que emerge de los nuevos campos culturales. De tal modo, po- dramos agregar, slo lo que se ve (lo que queda registrado en los nuevos campos de visibilidad) puede olvidarse porque los registros de la memoria no son ya los de la memotia interior sino lo que se guarda en la repeticin de imgenes siempre renovadas, un absoluto presente, en la televisin o en los archivos electrnicos de la compu- tacin. Son estas culturas de la mxima visibilidad culturas del olvido?

    As parecen sostenerlo algunos investigadores cuando estable- cen la distincin (que no es sino una oposicin) entre "sociedades con memoria (cuyo referente es la historia lenta como larga duracin y densidad cultural) y sociedades sin memoria (cuyo referente sera la comunicacin, y su paradigma la publicidad, el efecto de realidad construido sobre la corta duracin)". l4 Lo que se cancela es la percep- cin de la duracin y, por consiguiente, la temporalidad histrica. Se

    l3 Regis Debray, Vida y muerte de la imagen. -Historia de la mirada en Occiden- t e Espaa: Paids, 1994, pp. 254 SS.

    l4 Estos temas son planteados por Alain Mons en su libro La metfora social -1ma- gen, territorio, comunicacin-, Buenos Aires: Nueva Visin, 1994. Vase en particular el captulo "El alunizaje del bicentenarion, pp. 93 SS.

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    trata de culturas efmeras, o, como algunos prefieren llamarlas, cul- turas frgiles, diseadas para sustentar su indeclinable caducidad. Sobre estos aspectos ya haba alertado F. Jameson, hace varios aos, cuando sostena que la lgica profunda del capitalismo multinacio- nal radicaba en la desaparicin de un sentido de la historia en la medida en que todo el sistema social contemporneo, en sus diversas manifestaciones, ha empezado gradualmente a perder su capacidad de retener su propio pasado, viviendo en un presente constante y en un constante cambio que arrasa tradiciones de clase que todas las anteriores formaciones sociales haban tenido que preservar de un modo u otro.'=

    Hay que agregar a lo dicho, que los discursos televisivos se carac- terizan por la ausencia de clausura, o por lo menos, por la intencin de negar todaforma de clausura,lo que repfesentiiuna procliGdTd- a prolongarse hasta el infinito.16 Este discurso sin lmites, sin co- mienzo ni final, porque es de una fluencia ininterrumpida - e l ma- crodiscurso televisivo, como lo designa una corriente de la semi- tica- presenta por estas caractersticas un isomorfismo con las rutinas de la vida cotidiana. Es un juego de espejos en el que se jue- gan los trabajos sin final, los quehaceres que una vez resueltos co- mienzan nuevamente por el principio y encuentran un atenuante en esta proyeccin de las imgenes. Tambin son los efectos de despla- zamiento, la huida del sentido, ese estado de deriva de las imgenes lo que permite poner bajo un cono de luz la propia condicin efmera, perecedera de los trabajos domsticos, donde la fluidez - d e las im- genes, de los quehaceres- va en sentido contrario a la acumulacin.

    En relacin a las anteriores proposiciones cabria plantear unas cuantas preguntas. En primer lugar la cuestin es saber si existe una reapropiacin imaginaria de las representaciones televisivas, o si existen, dadas las actuales condiciones de vida de los sectores popu- lares, una cierta creatividad en las tcticas de los usuarios para ela- borar lecturas y respuestas ante la proliferacin de los mensajes audiovisuales. Y en un segundo orden de ideas, se tratara de anali- zar el efecto de desterritorializacin que las culturas de la imagen

    l5 Fredenc Jameson, "Posmodernismo y sociedad de consumo", en Ha1 Foster, J. Habermas y otros, ia Posmodernidad, Mbxico: Kairs, 1988, pp. 165 SS.

    l6 Jess Gonzlez Requena, El discurso teieoisioo. Espectculo & la posmodernidad, Espaa: Ctedra. 1988.

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    pueden producir en los destinatarios. La aparente multiplicidad de los mensajes audiovisuales favorece en realidad la apertura a otros mundos, los que habitualmente se designan como los de la globa- lizacin? Es que asistimos a la posibilidad de vivir experiencias multiculturales, polifonas, sincretismos, ante estas redes que pro- yectan supuestamente diferentes cdigos simblicos y registros cul- turales?

    Si es que existe una reapropiacin por parte de los sectores po- pulares de los bienes multiculturales de la posmodernidad, en qu trminos se produce dicha reapropiacin? Se renuevan y trans- forman las identidades en los nuevos escenarios comunicacionales en los que se desvanecen las fronteras territoriales y simblicas? Es posible hablar de culturas hbridas (para todos)? Y en caso positivo, es posible definir sujetos que pueden trascender los lmites y limi- taciones urbanas y los de las culturas de la pobreza para inscribirse en el orden de la hibridacin de estilos de vida, formaciones simb- licas, rituales del orden cotidiano? Voiver sobre esto.

    Por lo pronto, tengo la impresin, a partir de la experiencia de campo, de que los medios audiovisuales, a travs de una sintaxis ru- tinaria y de recursos discursivos propios de culturas efmeras que pretenden promover en todo momento efectos de realidad, prximos, familiares, ntimos, lo que se favorece es un anclaje profundo en un repertorio de saberes consagrados y en residuos de ideologas que forman parte del sentido comn y de las ideas dominantes en ciertos sectores urbanos. Si el arte es una forma de shock, como dice Walter Benjamin, y no puede sino cultivar como propio de su naturaleza profunda una situacin de extraamiento o desarraigo, los relatos efmeros producidos para el olvido, hundidos en los diversos meca- nismos de verosimilitud, tienen o tendran el objetivo opuesto: arrai- gar la percepcin y la visin a estados de cierta continuidad con lo ya conocido (es decir, el registro de lo "normal", lo aceptable, que induce a la creencia en una cierta estabilidad de las cosas y del mundo).

    En ese sentido es posible reconocer, en primera instancia, que la vida familiar, el enclave de las redes audiovisuales en los espacios ntimos, tiene, segn lo indican las observaciones de campo, un efec- to de territorio sobre el trazado de una narratividad que aunque con- tinua es casi siempre fiagrnentaria, imponiendo por el propio curso de las rutinas cotidianas una determinada orientacin a la posible

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    dispersin de los mensajes. Por lo dems, el anclaje en este centro magntico que es la familia (y lo familiar, por extensin) puede ope- ra r una mutacin sobre los efectos desterritorializados de otros mun- dos porque esa visin planetaria que tiene lugar en un no lugar se despliega (y repliega) sobre un horizonte estable de ideologas, frag- mentos de saberes, opiniones de uso cotidiano, sentido comin o, si se quiere, la moral corriente en estado prctico dentro de estos segmen- tos de espectadores.

    Hace ya tiempo, Roland Barthes intentaba marcar la enorme diferencia entre cine y televisin a la que aluda como la domestica- cin que finalmente se colaba en las esferas de la intimidad destru- yendo los estados hipnticos de la en~oacin.'~ En el cine, escriba por s u parte Christian Metz, la participacin afectiva puede ser par-

    - t iculamenk viva,-segn la-ficcin de-la-pelcula,segn la-personali-- .- dad del espectador, pero mediando esos matices y en el mejor de los casos, se manifiesta en un grado la "transferencia perceptiva", du- rante breves instantes de fugaz intensidad.18 "La conciencia del su- jeto es radicalmente diferente en la contemplacin televisiva; los estados de transferencia son ms que fugaces y estn interferidos, bloqueados, por una escucha que a cada momento cede el lugar a una interrupcin domstica. Ya no se trata de intensidades; antes bien, hemos referido la existencia de rutinas fijas, del encuentro y reen- cuentro con lo mismo, de la necesidad de confirmar, en la mayora de los casos, certidumbres elementales".

    He hablado, en pginas anteriores, de polos de inercia para si- tuar una modalidad de vida y de escucha que parece, por momentos, no slo remitir al olvido sino tambin, se podra agregar, a un tipo de selectividad poco reflexiva. Ea mayora de las experiencias de campo parecen sugerir una suerte de entrega voluntaria y a veces relativa- mente inconsciente de los espectadores a lo que se ofrece. Los polos o estados de inercia adquieren otra resonancia si los ponemos bajo el nuevo prisma. No se trata, en este caso, de una sala de cine oscura, annina y silenciosa lo que sita la experiencia del desciframiento y el goce esttico: por el contrario, la escucha, la visin, estn regidas por el propio centro de equilibrio y regulacin de las energas afec-

    l 7 Lo obvw y lo obtuso. Imgenes, gestos, voces, Espaa: Paids Comunicacin, 1986. IR El significante imaginnrw, Barcelona: Anagrama, 1979, p. 91.

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    tivas y morales de la familia. Es lugar de certidumbres que se resta- blecen cada vez ante los gestos -y los rituales- repetidos y conoci- dos de la convivencia y que trazan una continuidad sin sobresaltos. La hipnosis no tiene lugar, la identificacin y la proyeccin se pro- ducen dentro de otros registros. Siempre existe la posibilidad de re- currir al anclaje de lo conocido: la casa, la familia, los objetos de uso corriente. Se puede hablar entonces de actos en el sentido que le da Metz: el de una entrega, una descarga motriz que permanece bajo control.lg

    3. Los gustos: espacios de jerarquizacin y desigualdad Creo que las escenas multiculturales de las ciudades perifricas, en particular, pueden ser concebidas como efecto de conjunto y de la enorme superposicin de geologas simblicas que se manifiestan en los nuevos espacios sin fronteras. Resulta menos convincente pensar la multiculturalidad como lo propio de todos los sectores sociales o al ensamblado multinacional como un montaje de rasgos que cualquier ciudadano de cualquier pas, etnia, sexo, religin o ideologa puede leer y usar.20 Como el propio Garca Canclini lo reconoce -poniendo el acento en los conflictos derivados de la globalizacin-, el mercado al reorganizar la produccin y el consumo para obtener mayores ganancias y concentrarlas convierte las diferencias nacionales, que si bien no son homogeneizadas por el polo transnacional, en desi- g ~ a l d a d e s . ~ ~

    En este punto me parece necesario volver sobre algunas de las categoras sobre la distincin que Bourdieu acu para entender los estilos de viday los gustos de diferentes sectores sociales.22 No ignoro que Bourdieu ha sido fuertemente criticado, sobre todo por investi- gadores de Amrica Latina, en lo que toca a su manera de concebir las prcticas, usos y costumbres de los sectores populares. Algunas de esas crticas son atendibles puesto que nuestros pases de fuertes contrastes culturales exhiben todava la inmensa capacidad de sus

    l9 Op.cit., p. 92. 20 Nstor Garca Canclini, Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de

    la globalizacin, MBxico: Grijalbo, 1995, p. 16. 0 p . cit., p. 18. La distincin. Criterios y bases sociales del gusto, Madrid: Taurus, 1988.

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    comunidades -particularmente las que todava no han sido gana- das por la urbanizacin salvaje- para reinventar, desde las tradi- ciones profundas, nuevos estilos de crear y vivir las experiencias estticas, ldicas y rituales, reincorporando elementos de la moder- nidad. Sin embargo, creo que, en la actualidad, es de toda pedinencia volver sobre algunas de las proposiciones de Bourdieu para entender las experiencias de vida, el uso del tiempo y el espacio, las prcticas cotidianas y los gustos de amplios sectores entre marginales e in- tegrados de los espacios urbanos. Naturalmente, me estoy refiriendo a las mayoras silenciosas, al individuo de la calle, el que vive ama- rrado a las rutinas cotidianas y, en especial, a las rutinas de sobre- vivencia, espacios de las historias menores, aquellas que apenas de- jan huella ante los grandes episodios de la vida social.

    - . En lSinVestigaTi6Eque cit6anteriomente, los resultados de nu- merosas entrevistas y prcticas de observacin parecen confirmar, en la mayora de las dimensiones de la vida cotidiana, lo que podra- mos designar como la presencia generalizada de las culturas de la privacin. Con escasos matices de diferencia encontramos en la ma- yora de las familias entrevistadas una especie de afinidad de estiloz3 en las que unas y otras pueden reconocerse como en espejo. Las variaciones no son significativas, antes bien ratifican la obligada repeticin de ciertas prcticas que excluyen, en ocasiones, la posibi- lidad de una eleccin crtica y razonada. Porque, y en esto coincido con Bourdieu, si los estilos de vida y los gustos, como categoras tpi- camente burguesas, suponen una libertad de eleccin, jcmo conce- bir entonces el gusto por necesidad; el que es el resultado de la pri- vacin de la posibilidad abierta de elecciones?

    "Hacer de la necesidad virtud", se dice con frecuencia; en t6nn.i- nos mexicanos, la traduccin sera: "de lo perdido lo que aparezca". Suger antes la existencia de servidumbres; tal vez sera mejor ha- blar de cautiverio, aquellos que cautivos en el lugar al que pertene- cen (en trminos reales: al que han sido reducidos) estn condenados a ser cautivados por los mensajes efimeros que caen del cielo y pue- blan de a1gu.n modo las fronteras, cada da ms estrechas, de los que estn fuera de toda posibilidad de elegir. "Yo ando siempre cmbiele y cmbiele, ando pasandome por toda la televisin hasta que en-

    = Op. cit., p. 172.

  • cuentro algo ... O sea, no estoy viendo una cosa, le estoy cambiando, pongo un canal y me quedo viendo lo que haya...", cuenta una de las entrevistadas.

    Sobrevivir, cmo sobreviven los marginados ?: los marginados, es decir, casi la mayora de la poblacin en nuestros pases. sa es la nica realidad sobre la que puede pensarse la cultura (o habr que escribir La Cultura?), una red de privilegios que al definir el gusto, est tambin definiendo -junto con las jerarquas que sepa- ran y aseguran las diferencias entre los que detentan el poder y los que no lo tienen- los horizontes de vida de la mayora de la pobla- cin. Que es decir, para no entrar en los datos escuetos y decisivos de la economa: la vida con algn sentido, la fantasa, los sueos, la fic- cin, la sociabilidad entre los individuos. Hay un gusto por las cosas de primera necesidad? Cules son las necesidades primeras? las que tienen prioridad? No hace falta dar respuestas. Habra que preguntarse, cmo se vive en un espacio que se estrecha da a da en el que slo, solamente, hay que dar respuestas de primera necesidad.

    "El gusto", escribe Bourdieu en relacin a los sectores populares, "es amor fati, eleccin del destino, pero una eleccin forzada, produ- cida por unas condiciones de existencia que, al excluir como puro sueo cualquier otra posible, no deja otra opcin que el gusto de lo necesa r i~" .~~ "No habr de querer aquello que no puedo tener", se suele pensar, decir o sentir; las versiones son variadas: "quiero aque- llo que puedo tener"; es ms: "me contento con lo que tengo, no? por empezar, que tengamos para vivir, poder educar a los hijos, tener salud", explica Pedro; poder vivir al menor costo, es decir, sobrevivir. "Te voy a decir una cosa, cuenta Chela, casi no me gusta andar mucho as de paseo ... entonces casi no salgo ... Como toda la semana ando ya sea lavando, planchando, sacando los pjaros, entonces, para m, sbado y domingo son das de descanso, dejo que los nios hagan lo que quieran y como hay pelculas los domingos en la televisin, pues me acuesto a ver la tele". Las culturas de la privacin o, como antes he querido designarlas, las culturas de la pobreza, no solamente marcan a fuego y excluyen a los practicantes de casi toda y cualquier esperanza; estn ah -como la violencia inerte de las cosas- y per- manecern en los trminos que sociedades cada da ms injustas

    24 Op. cit., p. 177.

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    decidan su existencia o hasta que los "desigualesn puedan decidir cambiar los tCminos de la desigualdad.

    El gusto por necesidad, piensa Bourdieu, slo puede engendrar un estilo de vida en s, que s610 puede ser definido negativamente por la relacin de privacin que mantiene con los dems estilos de vi- da.25 Emblemas electivos o estigmas ... A falta de capitales culturales (pero tambin, como es obvio, econmicos y sociales), a fuerza de vivir en los mrgenes de una ciudad que se devora a s misma y que mar- gina a la mayora, los gustos se convierten en esa condena (o en des- tino?) de la que hablbamos antes. El universo se puebla de algunos datos que son significativos para comprender las prcticas de los marginados: "del tiempo libre ni me hablesn, "qu es el tiempo li- bre?", "yo, descansar no descanso nunca, ando corre y corre todos los

    . -- da-s-. 99 u- - ' ... , que te-digo, iGe-mpre~ncueti.~ algo que-hacer, yo no me en----

    cuentro si no tengo algo entre manos.. ." Lo que en ingls se denomina sense of one'splace. Podramos hablar, si queremos designar con ma- yor propiedad esta situacin, de la existencia de un tiempo intersticial, el que se rescata con diferentes tcticas entre los intervalos que separan las mltiples actividades de reproduccin y sobrevivencia. Estos tiempos intersticiales no se manifiestan solamente en los es- pacios cotidianos de la jornada semanal. Se iiistali, de manera decisiva, en todos los espacios de vida, incluidos los fines de semana. "Programas que te pueda decir que veo diario, diario, en pedazos no? ... "-dice Vernica. Algo similar cuentan las dems entrevista- das: "que yo est mil horas viendo televisin, eso no; veo un ratito y en el anuncio me voy rpido y regreso ..."

    En este punto creo importante destacar que la amplitud pluricul- tural de sociedades como la mexicana puede exhibir rangos extremos de creatividad en regiones que de algun modo estn relativamente alejadas de lo urbano como sistema operatorio que coloniza mentali- dades y culturas sedimentadas. Los habitantes de los espacios urba- nos, muchos de ellos desarraigados de su territorio de origen pero a la vez de las culturas sobre las que edificaron principios de pertenen- cia e identidad, parecen demostrar algunas de las tesis de Bourdieu y lo que he llamado, apelando a una vieja designacin antropolgica, la presencia de la cultura de la pobreza. En numerosos casos se ha

    Op. cit., p. 178.

  • operado un salto, que es realmente una fractura de proporciones, en- tre las culturas de origen, particularmente campesinas con caracte- rsticas premodernas, a veces orales, a culturas y tcnicas de la velo- cidad que representan un estadio cualitativamente diferente en los ordenamientos simblicos de la poca.

    Ese salto cultural parece manifestarse como un proceso de pau- latino empobrecimiento de ciertos cdigos vitales y simblicos y que de algn modo son el resultado de los medios de comunicacin, es de- cir, de la imposicin de una regularidad de formas materiales y dis- cursivas que tienden a suprimir la posibilidad de la distincin (de distinguir valores y jerarquas como ejercicio de reconocimien- to de bienes culturales "legtimos" o aun los llamados populares, que exigen, unos y otros, una recreacin crtica y una elaboracin perma- nente). Segn esto, se producira una doble prdida que se manifies- ta en lo que podra designarse como una fractura, casi sin mediacio- nes, de la oralidad primaria a la oralidad secundaria; el pasaje de los relatos orales de las comunidades que de este modo se reconocen y perduran por ese reconocimiento a la oralidad a u d i o v i s ~ a l , ~ ~ que en muchos casos puede traducirse - e n un pas con altos ndices de analfabetismo real o funcional- en una adhesin acrtica o con es- casas perspectivas de lectura de los mensaje de la insignificancia. Y si quisiramos extender aun ms esta idea, lo que prevalece, a mi juicio, es la aceptacin -por necesidad, por privacin- de las reglas de una cultura en la que se manifiesta, sin trminos atenuantes, el predominio de la frmula sobre la forma, los rituales de la repeticin, un habla coagulada que parece hablar a todos para despojar de sen- tido a aquello que se nombra o que podra nombrar los sentimientos de una comunidad: lo que parafraseando a Barthes podramos desig- nar como el grado cero de la cultura.

    A esto hay que agregar que los estados de empobrecimiento cultural que estas redes propician en la mayora de los casos, no slo suscitan pasiones cotidianas y absorbentes, sino que no tienen con- trapesos en otras prcticas culturales; no hay selectividad en esta entrega que prefiere lo existente a la nada o al vaco, al tiempo que se desvanecen da a da las relaciones de sociabilidad urbana, las

    Sobre estos temas se puede consultar el libro de Walter Ong, Oraldud y escritu- ra. Tecnologas de la palabra, Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1987.

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    formas interpersonales de contacto y, en muchos casos, los niveles de politizacin de las masas, de organizacin y de encuentros colectivos. Esto es, la posibilidad del dilogo, la lucha comn, ciertas redes de solidaridad, la apertura al mundo y a los asuntos comunes, es decir lo que comunica y ampla los horizontes de visibilidad y enunciacin de una comunidad.

    Y para volver al comienzo de este apartado, cabra retomar cier- t a s pregcantas.Se puede hablar en estos casos de disposiciones del gusto hacia ciertas experiencias ldicas o estticas, hacia ciertas formas de la ficcin o las narraciones televisivas o simplemente nos encontramos con una red de determinaciones que hacen de la dispo- sicin una imposicin? Y la pregunta valdra por un doble motivo, el primero, porque en la mayora de estas situaciones no hay libertad

    -- - ... d ~ e l e m i n i e l segundo, -p-orque las culturas de- nuestros-tiempos-. -- tienen la capacidad -sobre todo en los medios audiovisuales- de sa turar todos los espacios de la experiencia y del deseo a travs de una narratividad incesante que responde bsicamente a las est- ticas de la repeticin.

    En estos aspectos se vuelve necesario, casi imprescindible, hacer una historia de las relaciones de poder en estas esferas. Y en par- ticular en nuestros pases. Si cona ocurre, lo mayono de lo, pob!acin vive sumergida en la historia de relatos anodinos, vive sumergida en un sueo que es probablemente el nico que no les da pnico soar -sobre todo si se t ra ta de los sueos de los marginados o de los que son objeto consecuente, cotidiano, de marginacin- de qu modo estudiar estas culturas de la pobreza sin "incurrir" en lo que los especialistas del campo han estigmatizado como una visin simpli- ficada del poder? Creo que los estudios de la vida cotidiana permiten distinguir poderes insidiosos que se cuelan por todos los resquicios y se convierten en estilos de vida, como juego de complicidades en los que el poder es transfigurado en placer o en pequeas compensacio- nes ante la privacin. Pero tambin es cierto que si aceptamos que el poder del mago radica en la creencia colectiva en las propiedades de la magia, los abusos del poder slo pueden ser sostenidos si qui- nes, en condiciones de verlos, no contribuimos a desmontar sus me- canismos.

    Ciudad de Mxico, julio de 1996