la clase social y su recusación etnográfica revisado
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Discusión sobre la categoría de clase en el estudio antropológico y etnográfico de los mundos popularesTRANSCRIPT
7/17/2019 La Clase Social y Su Recusación Etnográfica Revisado
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EtnograllasContemporáneas 1 1 117-138
L
L SE
SO I L YSU RE US iÓN ETNOGRÁFI
laudia
onseca
i
propuesta en este artículo
es
fruto de una doble preocupación. Por
un lado,
l
que remite a una antropología
que
se define por
el
método
etnográfico y por otro lado la de
un
enfoque analítico que pone a la
clase como categoría de relevancia fundamental para
l
comprensión de
l
sociedad contemporánea, al lado de género, generación, etnia
nación Esta formulación del problema surge de una cierta incomodidad
por lo que percibo como un silencio o, por lo menos, un murmullo mal
articulado en
el campo del análisis
antropológico
actual donde
en
fuerte contraste con otras áreas temá[jcas, las investigaciones orientadas
por
el
recorte de clase han quedado pulverizadas. Esto último
es
preo-
cupante en
l
medida en que la perspectiva etnográfica aporta a
l
dis-
cusión de l s sociedades contemporáneas una contribución singular,
l
tenrativa de entender otros modos de vida a través de subjetividad del
investigador
su
confrontación con lo
d ferente
como instrumento
principal de conocimiento. En estos términos,
l
negación etnográfica
de
l
clase iguala, suprime la diferencia,
l
proscribir ciertos grupos o
categorías del campo de análisis o
l
definir
su
cosmovisión como des-
provista
de
cualquier originalidad
y
por
lo tanto pasible
de
aplicación
de conceptos preestablecidos, previos a
o
directamente sin
l
investi-
gación de campo
Enrre los antropólogos las consideraciones sobre clase se desarrollan bajo
diferentes formas, en
los
estudios de otras áreas temáticas género, et-
nicidad, religión, etcétera .
sos
estudios se enriquecen ganan en
su
•
Profesora del Pograma de Pos Graduar:ao em Antropología Social de la
Universidade Federal do Rio
r nde
do Sul Entre
sus public ciones
se
encuentran los libros Caminhos
y Família fofoca e honra:
a emogr fi de violencia e relar: es de genero em grupos populares
117
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rileza
por
la
incorporación del
factor clase
pero mamienen
el norte
definido en
función
de sus
respectivas áreas. Son raros los
antropólogos
que
centran
sus análisis en el recorte ele clase Los que hacen
tien-
den a
apoyarse
en conceptos
y
abordajes analíticos desarrollados en las
disciplinas
menos etnográficas
sociología
y
ciencia
política .
Se
inspi-
ran, también, en
los sugerentes
paradigmas desarrollados para
el estu-
dio
antropológico
de los
recortes
de raza,
etnia, género,
etcétera. Sin
embargo, al contrario de sus colegas de ot[as áreas, rarameme
se
definen
en función de Su
objeto
y, en general, no traban discusiones entre ellos
ni l legan a formar
escuelas.
De este modo, el estudio antropológico de
clase,
en cuanto
área temática,
prácticamente desaparece elel
mapa.
n Brasil, encontramos
algunas notables excepciones
a esta
tendencia.
Creo,
por
ejemplo,
que
en
el
medio
urbano, investigadores inspirados
en
la
reflexión
de
Gilberto Velho
1981,1994
ocupados
generalmente
en
las capas
medias han formado últimamente una escuela de pen-
samiento importante.
En
la actualidad, estudiantes
de esa línea, a
base
de
sólida etnografía,
se concentran en
los llamados brokers
personas que
viven
en
el
margen,
sirviendo como mediadores entre
un
grupo y
otro
ver,
por ejemplo,
Velho
y
Kuschnir, 2001 . Está implícito,
en
el
uso
del
término
mediación,
el
axioma
de que
existen fromeras
simbólicas para
ser negociadas,
incluso de
clase. Sin
embargo,
cuando se trata
de
suje-
tos
de
origen modesto,
tiende
a
ponerse
el
énfasis en
las trayectorias
individu es
de
algún
músico
o artista
popular ,
dejando
la
estructura
de clase como telón de
fondo.
Cuando
el enfoque
se desplaza
hacia
categorías
sociales
empleadas domésticas y
sus
patronas, por ejemplo
el
punto de
vista
del
análisis
favorece
el territorio
de
los
dominantes, es
decir,
la
casa
de
las patronas.
ASÍ, no obstante
sus valiosas
contribuciones
a
la
reflexión
antropológica, la
preocupación
de
esos
investigadores
no
es,
en general,
el análisis
de
la
mediación
vista
desde
abajo
hacia arriba.
Sin
embargo
existe otra posibilidad:
la de
estudiar el tema
desplazando
el foco de análisis hacia el territorio de las escalas inferiores de la sociedad
de
clase.
Aunque
tal
perspectiva
haya
sido aplicada en
relación a
otros
tiempos y otros
lugares, me
parece que en la actualidad está poco tra-
bajada. a falta de
articulación y
el
escaso
impacto
político
de los estu-
dios etnográficos
que
siguen esta
línea
dejan
un
vacío
que resulta
cubierto por
visiones menos sofisticadas, que encuentran sospechosa
la
aplicación de nociones antropológicas
a
la sociedad
de
clases por
ejemplo, la
hipÓtesis
de universos
simbólicos
variantes y que
llegan a
negar
enteramente
esa posibilidad en
el
caso
ele
grupos
subalternos.
n
este
artículo
quiero observar
más
de
cerca
algunos
de
los
argumen-
tos que, en los hechos, reniegan de la
perspectiva etnográfica
aplicada
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a los
grupos
populares de
l sociedad
contemporánea. Está implícita
en
mi
perspectiva l importancia de
trabajar
en
los
márgenes ,
flujos
y en-
tre-lugares
para
evitar
l
reificación de este objeto Pero,
también
tengo
en cuenta
l
posibilidad
de
l
existencia
de
especificidades en
las ma-
trices
simbólicas de
los
grupos subalternos, especificidades que sólo
el
método etnográfico, con su énfasis en l experiencia vivida, consigue dis-
cernir. Esta propuesta
se
remite a
una
tradición que considera que
l
carac-
terística
del
análisis
etnográfico
es el hallazgo de
elementos que
sorprenden l
lógica
dominante
o el
sentido
común.
Autores
en
esta línea
(Bourdieu,
1992;
Williams;
1977; Sean, 1992;
Geertz,
1999)
acogen con
escepticismo
el
argumento de que no
existe
nada nativo que no sea
ex-
plicado por
l
influencia de las fuerzas dominantes o, si existe, cierta-
mente no
es
digno de l atención de los investigadores). Trabajan, al
contrario, en el espíritu
de
lo
afirmado
por
Ortner que,
en
respuesta
a
ese
argumento, sugiere
que los antropólogos deben,
en
todo caso, man-
tener
l
hipótesis
de
algo
no
explicado inmediatamente por ese
impacto.
La
tenta(iva
de ver otros sistemas de abajo
hacia arriba
from t egroulld
leve/
es
l base,
tal
vez l
única
base, de
la
contribución
dis(inliva
de
antropología
a las
ciencias
humanas. s nuestra capacidad, elaborada en
gran medida por
la
investigación de campo, de asumir
la
perspectiva
del
pueblo en
el litoral
que nos permite aprender cualquier
cosa
inclu-
so
en nuestra propia cuhura) además de aquello que ya sabenlOs
COnner, 1994: 388,
traducción
del inglés al
portugués
por la
amora).
n
Brasil, para
sostener
esta posición,
encontramos elementos en
los
de-
bates de otra
área
temática de
l antropología,
aparentemente muy le-
jana al
área urbana:
l de las sociedades indígenas.
n
ese
terreno,
Viveiros
de
Castro
999),
al tratar
l
vida social y
simbólica de
los
pueblos amazónicos, es criticado por no centrar sus análisis en l influen-
cia de la sociedad dominante brasilei ia.
Como respuesta, inspirado
por
Florestan
Fernandes, sugiere
que
su
abordaje,
al
mismo
tiempo
que
no
tiene
pretensión de ser
el
único
adecuado, tiene l
ventaja
de provocar
un giro de perspectiva
en
relación
con
los
modelos
analíticos usuales,
un giro
de perspectiva que permite encarar
los
mismos procesos
des-
ele
el
ángulo ele
los factores
dinámicos
que operan a partir de las insti-
tuciones y organizaciones sociales indígenas .
n ese esquema
l situación
colonial
es sólo un contexto
de realización entre otros 0999, 115). Y
continúa:
Es
obvio
que se puede
estudiar
a los
indios
desde
otras
perspectivas;
la
antropología no tiene derechos de
exclusividad
sobre
ésta o
cualquier otra
parte
de la
humanidad.
l problema
comienza
sólo cuando se pre tende
sustituir
globalmente el abordaje distintivo
y la
agenda variada de
la
9
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etnología por una doctrina monolítica que toma
el
contacto
interétnico
como piedra filosofai de
ia
discipiina (1999,115-116).
Salvaguardando
las inmensas
diferencias
entre las sociedades
indígenas
y
los
grupos
populares urbanos, me gustaría sugerir
que
los investigadores
de ambos
grupos enfrentan
persistentes demandas de analizar sus daros
empiricos en términos del impacto de la sociedad dominante y, al no acep-
tar ese
objetivo como
el
principal
o el excluyente reciben el more
de
cul-
turalistas . Esa especie de censura
que
ya
pesa
en otras
áreas
temáticas
(ver Ortner, 1997),
encuentra
su apogeo en
la
discusión sobre grupos po-
pulares, amordazando, de cierta forma, la ponderación etnográfica en ese
campo.
a
tensión
entre
los
antropólogos clásicos
los
que
buscan algo
tan
i lusorio como
la visión nativa
del
mundo y lo que
iveiros de
as
tro llama los contactualistas (los que enfatiü 1n las fuerzas de dominación
e
integración)
refleja un debate académico de gran valor. Sin embargo,
este debate se contamina fácilmente por lo
que
Bourdieu I992) llama
sociología
espontánea, estereotipos y preocupaciones surgidos del
sen-
ticlo común sobre la supuesta pureza de los rústicos intocados por la ci-
vilización indios, campesinos, remanentes
de quilombos
en contraste
con la
miseria social
y
moral de
la
ralea o los degenerados. Los
grupos
populares
urbanos,
en
general, al no
parecer puros en
absoluro,
podrían
clasificarse fácilmente
del
lado de los degenerados. a hiposlIficiencia
cultural así como
la
carencia afectiva, moral y cultural constan
entre
las
acusaciones
aplicadas igualmente
a
pueblos
indígenas
corrompidos
por
la
sociedad de
consumo y
pobres
urbanos.
Frente
a ese cuadro, hablar
de ultur entre los variados grupos
ele bajos
ingresos sirve como con-
trapeso a la tendencia a estereotipar ese
sector
de la población como
perteneciente a un nivel precultural de existencia.
s de fundamental importancia recordar que nuestras investigaciones (por
lo menos, buena parte de
ellas)
están dirigidas simultáneamente hacia
dos
auditorios, el
académico y
el lego,
de
forma
que
las
consideraciones
intelectuales
y
teóricas
se
confunden
inevitablemente con inquietudes
políticas. as energías
consumidas en
torno del primer eje son de un gran
provecho. as acusaciones, por ejemplo, en cuanto a la reificación
de
nuestro
objeto
han impulsado un saludable
interés
por la sllbaltern
pr ti e theory y otros abordajes procesualistas Connell, 1987; Ortner,
1996).
l
eje
político
que
se
lOma
más evidente en
las
llamadas
investi-
gaciones aplicadas también ofrece desafíos estimulantes
para
el inves-
tigador. No obstante, en el encuentro con sectores extra-académicos no
siempre es fácil resistir la tent.ación de adherir a las actitudes típicas del
sentido común que empobrecen
la investigación. Como
producto de
las
tendencias
internas
de
la
academia,
como
de
este
encuentro
con
el
público surgen actitudes que, a mi
modo
de ver, dificultan
el
estudio etno-
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gráfico
realizado
con grupos
urbanos de bajos
ingresos, 1)
No debería
haber pobres; 2) si existen
pobres,
el trabajo del investigador debería di-
rigirse exclusivamente remediar su situación hacerlos ricos y 3 si no
es posible mejorar su situación, sólo le cabría al investigador denunciar
su
explotación por
pane
ele
la
sociedad dominante.
No debería haber
pobres
En primer lugar, deberían
considerarse
las
palabras
que son
usadas
para
describir los sectores más bajos de l jerarquía social. n los
últimos
tiempos, se ha
puesto
el acento
en
el término
excluidos
enfatizando el
tratamiento
discriminatorio que
los
sectores dominantes
les
reservan
a
aquellos. Sin
pretender
cuestionar la
importancia
de estudiar los meca-
nismos de discriminación, quisiera decir que ese término rae inserta cier-
ta
trampa. En
la
lógica
de
algunos
militantes,
se
desliza sutilmente
la
idea
de que la
exclusión no
debería existir
y de que
no debería haber
excluidos
y, por extensión,
pobres .
De allí hay un paso muy corto hacia
la
con-
vicción de que
la
vida de
esas
personas está
desprovista
de interés, 10
que justifica la negligencia con la cual son
tratadas
comúnmente.
La
tendencia
a negar cualquier positividad al modo de vida de la
población
económicamente inferior y
políticamente
débil no
es
mo-
nopolio de
los militantes ni
de
los
brasileños. Ortner
991 ,
entre
mu-
chos otros,
ha
constatado
la tradicional
aversión que
los
antropólogos
norteamericanos tienen
para con el
tema
de clase, actitud queJoan Vin-
cent expl ica
como un tipo de mistificación inherente a
la
ideología
norteamericana. La existencia de un
subproletariado,
vista desde el pun-
to de vista de esa
autora
como
elemento indispensable de
la
economía
capitalista, sería incompatible con la
creencia generalizada
de que los
diferentes sectores de
la
sociedad viven una integración justa y armoniosa:
... una economía capitalista exige la división del trabajo, el desplazamiento
de la mano de obra
y
la existencia de un ejército industrial de reserva,
por ejemplo una
underclass;
la sociedad
capitalista también exige
una
co-
munidad política, la representación de lo real como la
interdependen-
cia armoniosa de sectores especializados de trabajo y encargos recíprocos
de trabajo - y
todo
eso torna la aceptación de una mderclassideológi-
camente imposible 1993: 216
traducción
elel inglés al portugués por la
autora).
Por
supuesto que
Brasil
no es
los Estados Unidos. Al finalizar la dictadura
militar y con
la
apertura democrática tuvimos, al comenzar los años 1980,
un
período
de
impresionante producción antropológica
sobre
los sectores
desposeídos de la
sociedad,
una
serie
de investigaciones
reunidas
bajo
el
signo de
lo
popular
Los
más
brillantes
estudiantes se dirigieron
a los
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barrios de la periferia urbana
para
estudiar las
dinámicas
culturales
propias de
este
contexto: la música, los circos, los
clubes
de fútbol, la
organización
familiar, las formas de participación política, etcétera. Se -
inspiraron, en gran
parte,
en la escuela
inglesa: los
historiadores
al
estilo
de
E P
Thompson
998)
los
adeptos
a
la
escuela
de
Birmingham. Los
términos
marxistas fuerzas
de producción ,
capitalismo , clase
obre-
ra )
que
durante la
época de
la dictadura significaban
una postura
políti-
ca
de oposición,
cedieron lugar a
una discusión sobre
lo popu r la
cultura popular los grupos populares los harrias populares . De ello re-
sultaron innumerables debates
sobre
la
definición
las implicaciones del
término ver
Sader
Paoli,
1986; Duarte al. 1993;
Schuch) . Sin em-
bargo, justamente cuando una producción antropológica sobre
los gru-
pos populares
en Brasil
pareció levantar
vuelo, los
vientos
intelectuales
y
políticos cambiaron.
En los años 1990, en un clima de
creciente
conciliación entre partidos
políticos
de
derecha
de
izquierda, así
como ante
el
incentivo dado por
agencias de
Financiamiento
internacional
a la
investigación dedicada
a
problemas de género,
etnia
otras instancias
de
identity po/itics Turner,
1994; Ramos; 1991; Scott, 1992), la
cuestión de clase
y
junto con
ella,
la
de
los grupos populares,
pareció retroceder
a
un
segundo o tercer
plano. Aquellos elen lentos
del
panorama
popular que tienen
claro im-
pacto sobre
la
política institucional tales
como
el
presupuesto
partici·
pativo
O el
Movimento dos
Sem Terra)
aún
suscitaban
el
interés de
investigadores,
pero
salvo raras
excepciones ver
a Alencar, 2002; Borges,
2003),
la lente
analítica
dejaba de lado la posibilidad de entendimientos
diferentes del proceso
político
que pudieran ser
remitidos,
por
lo
menos
en parte, a la
cuestión de
clase.
Ciertamente
las
investigaciones sobre
género
etnia aportaron reflexiones
fundamentales
sobre
desigualdad
dominación, cubriendo,
incluso, evidentes vacíos
en
las discusiones
clásicas
sobre
clase. Pero, justamente, esas investigaciones que dejan de
lado el sujeto intencional
O
reducen
la
realidad a
la
negociación discursiva
de identidades
especialmente
las variantes
posestructuralistas), tienden
a
soslayar justamente
el material
más asociado
al
método
etnográfico
pdcticas experiencias
compartidas cotidianamente en
el ámbito de un
determinado
modo o
patrón ele
vida).
Las nociones que describen
la
globalización
de ter ritorios marchan junto
a las
que
describen la
fragmentación de la identidad individual frente a la sociedad de consumo.
En este caso, lo popular está subsumido
en
la idea de cultura de masas,
dejando pocas brechas para pensar otras lógicas asentadas en experiencias
concretas
de
vecindad,
por
ejemplo,
donde
la
segregación socio-económi-
ca
es capaz de dictar
gustos
estilos
de
vida
particulares
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Algunos investigadores sostienen que lo que cambió es la realidad, que
los grupos populares
no
son más lo
que
eran. Sin
embargo,
es igualmente
posible
que la desaparición de lo popul r refleje un cambio de las for-
mas
de
organización política y
de
las ideologías políticas
que
las acom-
pañan. Durame
los
años
1980,
en
la
época de
efervescencia
de
los
movimientos sociales surgidos para resistir las presiones de
un
estado
ilegítimo, lo popu/arera una referencia
de
buen tono lo popular
en cuan-
to noción, en cuanto campo ético-político producido por las fuerzas
unidas de los
intelectuales
de izquierda, de los agentes de la Iglesia y
ele las organizaciones
no
gubernamentales Doimo, 1995; Landim, 2001 .
Ya se comentó
ampliamente cómo,
en
esa
época,
el
exceso discursivo
lle-
vaba a los investigadores a ver la cultura popular inclusive allá donde
no existía. Sin
embargo,
en el actual clima
de
conciliación neoliberal cabe
preguntarse
si los
investigadores no hacen
lo
opuesto,
al
interpretar
el
silencio discursivo
en torno
ele
este tema
como prueba de
la ausencia
de
cualquier realidad distintiva de los sectores populares. ¿Es que esos
se LOres dejaron
de
existir, es
que
esos individuos dejaron
de
compar-
tir experiencias y un
modo particular de
vida
cuando
los sectores
dom-
inantes
redefinieron
el objeto de sus atenciones?, ¿no
es
más probable
que, con la caída del Muro
de
Berlín y el cambio
del
clima político mundi-
al,
se haya
afirmado
la inclinación apumada por Grtner y Vincent de que
simplemente no se ven aquellas dimensiones de la
realidad
que chocan
con la ieleología
hegemónica
Aun cabría preguntarse
sobre
las consecuencias políticas del abandono
del recorte analítico
popular.
Sin duda,
la
investigación
académica de
los
años 1980 ejercía junto
con
los movimientos
sociales
las
ONG)
una
cierta influencia sobre la realidad de los grupos a los cuales atribuía el
título
de populares. De la
misma forma
que
el movimiemo
black
is
be utiful agilizó
un cambio retórico
bl ck
en
lugar
de nigger
tornan-
do
relevante
una categoría estigmatizada, es
posible
que la
sustitución
del
término
pobre por
popul r haya contribuido,
durante algunos
años,
a
una representación
prestigiosa
de
los
pobres urbanos.
¿Entonces,
cuáles
serían
las consecuencias del abandono de este término? En el ám-
bito intelecrual ele hoy, ¿cuál es el
espacio que
se otorga a los individuos
de bajos ingresos que
no
encajan en las categorías políticamente correctas
del
momento
negro, mujer, niño ... ? ¿En el
panorama contemporáneo
existe
otro término que no sea exclu.idos categoría
definida casi
en-
teramente en
términos
de sus características negativas?
Si
los
pobres existen, nuestra tarea
es
transformarlos
l
apartarse de
la
hipótesis de dinámicas populares,
los análisis realiza-
dos
en
los últimos tiempos tienden a asociar a la población
de
bajos in-
gresos
con
asuntos
problemas particulares:
personas
sin techo,
jóvenes
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en
conflicto
con l
ley, tráfico
de drogas y
otras categorías subsumidas
en
la categoría de violenci urb n De allí
surge
el
segundo
obstácu-
lo
para
el
desarrollo de
una
reflexión etnográfica en torno de
los gru-
pos populares: el ansia
de
intervenir
para
transformarlos.
n
este
caso
la idea es: si tenemos que reconocer la existencia de los
pobres,
todo lo
que
hacemos en relación con ellos la propia motivación
de
investigación)
debe
ser remediar
su
situación.
Se trata de una preocupación hasta cierto punto válida (que de alguna
forma
nos concierne
todos
que surge lógicameme en función de l s
innumerables
demandas
hechas
por O G Yagencias del gobierno al in-
vitar al antropólogo a participar de la
consultoría, definición, ejecución
de pol ít icas
de
sistenci
Ahora bien:
s bemos
que
serí
imposible
hacer abstracción de
l
escandalosa distribución de
l
renta
en
Brasil,
que
condena
a
buena
parte
de l
población a
vivir en
condiciones
de
extrema
pobreza. Sin embargo, sin l preparación
adecuada, el
investigador
cede
fácilmente a las trampas
de l
sociología
espontánea l
buscar
en
los datos
etnográficos no sólo las soluciones de l miseria sino también,
sus
causas.
Estoy persuadida
de
que existe
una conexión
funesta entre el ansia de
ayudar
y
l
aspiración
de
esrudiar etnográfica
mente
a los
grupos popu-
lares. Hay
un t l
entre
un
análisis que encuentra
en l
política económi-
ca global las causas estructurales de l
desigualdad y
una investigación
etnográfica que toma
como
punto de partida determinados individuos
y
sus sensibilidades. Con
un
eclecticismo
poco convincente,
el
investi
gador denuncia las estructuras capitalistas
como
causa última de la po-
breza al mismo
tiempo que
busca, a
tr vés de
su etnografía, mecanismos
educ tivos
(obstáculos
culrurales a superar,
palancas
a accionar..J, ca-
paces
de
provocar una transformación liberadora
de v lor s
entre los pro-
pios
pobres.
¿Esto no sería imputarle a los hallazgos etnográficos algo
que se
origina
y
se resuelve en un nivel de lo social que
queda
fuera del
foco de la
etnografía
En l mejor de las hipótesis, el investigador busca darle una oportunidad
a aquellos elementos inherentes a
l
cultura local
que
resisten a las fuerzas
de
dominación. Ese
abordaje tiene
el mérito
de poner
a los sujetos es-
tudiados
como
agentes
de su
propia
historia, siendo el investigador un
[ipo
de
auxiliar
en
el
proceso
de
transformación histórica del
grupo.
Sin
embargo,
aún
acechan dos
peligros:
1)
el
de l resisten i reifi d
cuan-
do
se reduce el modo de
vida
de la población estudiada a sus aspectos
reactivos,
ignorando
lo que los Comaroff 1992)
llaman
l
historicidad
endógena de
mundos
locales
y
2) el del
idealismo
romántico
en
el cual,
admitida l posibilidad de algo
endógeno ,
ese modo de vida
sea
re-
124
7/17/2019 La Clase Social y Su Recusación Etnográfica Revisado
http://slidepdf.com/reader/full/la-clase-social-y-su-recusacion-etnografica-revisado 9/21
alzado a tal
punto de que no
se divisen
más
los conflictos, las de-
sigualdades O las formas
de
dominación inherentes a las dinámicas in-
ternas del grupo. De una forma u orra, se produce una imagen
caricaturesca del
grupo en
cuestión
que poco contribuye
a
la
etnografía
densa de la realidad.
Sin embargo, es más
preocupante
el uso del método antropológico
por
cieltos investigadores de áreas
conexas
selvicio social,
educación
...)
que,
inclusive habiendo trabado
contacto
personal con
sus
n tivos no
con-
siguen ver nada más allá de la miseria. nuna descripción absolutamente
llana, pero portadora de la autoridad de la investigación llamada etno-
gráfica, se documenta la
carencia
moral
y
espiritual que parece acom-
pañar
fatalmente la carencia material en la
conciencia
del investigador.
Las reiteradas críticas al análisis culturalista ejemplificada
en
la obra
de
Oscar Lewis y su reflexión sobre la cultura de la pobreza ,
que
ac-
tualmente
parecen de rigor
en
todo trabajo sobre
pobres,
permanecen
al nivel de la retórica. Las
actitudes
ignor ntes lien d s o tr s d s
de los pobres son
tácitamente
presentadas como causa principal de su
miseria y con eso, el problem se desplaza
de
la pobreza hacia el po-
bre. Con
un
resultado analítico que difiere
poco
del
amiguo
ulp r l
víctim
se abre
el
camino
a
programas
de
intervención que, hacen
más
por
disciplinar a las poblaciones
incómodas,
que por
alterar sus condi-
ciones objetivas
de
vida.
De ninguna manera
es
mi
intención
menospreciar los innumerables
programas
de investigación-acción entre poblaciones
pobres.
Enviar
agentes
de
intervención para dialogar frente a frente a su público
de
des-
tino y descubrir elementos inesperados
de
su realidad es una política que,
sin dudas, da resultados positivos. Pero es posible que esos resultados
sean debidos
a
la
transformación
de
la
mentalidad
de
los
propios
téc-
nicos
de
intervención y no a
la de
los
n tivos
blanco explícito del proyec-
to). En fin, conforme
con
una noción
de
cultura
como
proceso, que
implica constante mutación negociación de fronteras,
sería
imposible
concebir
un
lado de la intervención separado del otro. Sería aún más pro-
blemático imaginar
cualquier transformación
que no englobase a los di-
versos agentes involucrados. Sin embargo,
parece que
muchas veces los
proyectos de intervención se desarrollan
con ese
espíritu misionero, de
cambio
unilateral la
verdad
llevada por nosotros para ellos), usando
una
versión
pobre
de
la investigación
etnográfica
para legitimar el
esfuerzo.
Si
la
etnografia no sirve para remediar la
situación
del pobre, por
lo menos s irve para denunciarla
Existen etnógrafos
que
postulan causas estructurales para la pobreza,
pero
tienen el
buen tino de
no buscar
la
llave
de la
transformación social en
125
7/17/2019 La Clase Social y Su Recusación Etnográfica Revisado
http://slidepdf.com/reader/full/la-clase-social-y-su-recusacion-etnografica-revisado 10/21
sus
datos
etnográficos. En ese caso, sin embargo, aún resta una última
trampa. lconcluir que no
es
posible remediar
la condición
del
pobre
a través
de
estudios etnográficos, el
investigador decide usar
su estudio
para denunciar la miseria. Una vez más: existe cierto mérito en esa
perspectiva.
pues
resaltar los
deterioros inherentes
al
sistema vigente
po-
dría servir como estímulo para encauzar políticas públicas fallidas. Sin
embargo,
mi impresión es
que
eso raramente
ocurre
y que la
denuncia,
ostensiblemente formulada
para
ayudar a
la
causa de los subalternos, con-
tribuye muchas veces a una lectura maniquea de la realidad. Con el mun-
do
dividido entre verdugos malvados y víctimas indefensas, los pobres
explotados
parecen pasivos, apáticos, casi
subhumanos
... a
la espera
de
la emancipación traída desde fuera por
personas
menos embrutecidas.
Se trata, irónicamente, de una
imagen
no muy diferente de la presenta-
da
por
teorías
conservadoras
ya
ampliamente
criticadas.
El
ejemplo
más claro de los peligros de esta perspectiva
se encuentra
en
el trabajo de la antropóloga norteamericana
Nancy
Scheper-Hughes,
abogada de la investigación militante .
En
un artículo (995), al obser-
var atentamente las manifestaciones
más chocantes de
dos localidades
en las que realizó sus
investigaciones
-la muerte por abandono de
niños
enfermizos en el Nordeste brasileño, el linchamiento ejecución por fuego
de
jóvenes acusados
de
robo en África
del
Sur-, subraya la manera en
que
ella, literalmente,
ayudó
a salvar
la
vida
de
algunos
de
sus
infor-
mantes. Inclusive, de forma sistemática, ella apunta
con
el dedo del análi-
sis etnográfico a quien sea
culpable ele esas
atrocidades. Así,
la
culpa de
la muerte de los niños brasileños no solamente es atribuida a los médi-
cos de
la
salud pública,
cómplices
del sistema capitalista que
sólo
ad-
ministran tranquilizantes
para
calmar el hambre de los
que
agonizan sino,
también, a las propias
madres
supuestamente lobotomizadas por la mi-
seria. En el
caso
del
linchamiento
de los jóvenes sudafricanos,
apunta
a
la indiferencia de los blancos locales (incluso de los antropólogos), así
como
a
la
crueldad
de
los
hombres
n tivos
En
ese
tipo
de
narrativa, nos
induce
a
reconocer
en
la
antropóloga un
símbolo
de
la sensatez
hu-
manitaria, pero aprendemos
poco
sobre el complejo juego
de
fuerzas
las variadas sensibilidades que l levaron a
la
situación descripta.
La investigación militante de
Scheper-Hughes
ya fue
ampliamente
criti-
cada tanto en Brasil Sígaud, 1995) como en el exterior (d Andrade, 1995),
lo que nos dispensa de detenernos en ello. Existe, sin embargo,
otro
tipo
de
abordaje etnográfico (también construido en el tono
del que
privi-
legia la
pobreza espectacular)
que goza en este momento de gran po-
pularidad
por
tanto
merece
nuestra atención,
el
de
Lo ic
Wacquanr.
Del mismo
modo
que muchos trabajos
de
Scheper-Hughes ver, por ejem-
plo, 1992), las consideraciones de Wacquant sobre el gueto
negro
de
Chicago son,
en ciertos momentos,
de
una
gran riqueza. En artículos de
126
7/17/2019 La Clase Social y Su Recusación Etnográfica Revisado
http://slidepdf.com/reader/full/la-clase-social-y-su-recusacion-etnografica-revisado 11/21
cuño sociológico aporta un
análisis
comparativo
a
la discusión,
al yux-
taponer con gran
provecho
cinturón rojo periferia) de
París y el cin-
turÓn negro gueto) de Chicago Wacquant, 2001). En esos análisis, evita
las
aClIsaciones
fáciles contra los culpables locales, optando,
al
contrario,
por la descripción
de
los procesos macroestrucrurales
que
aceitan los
mecanismos de
opresión.
Además,
Wacquant
produjo por lo
menos
un
libro etnográfico
de
gran fuerza, Cuerpo y alma: anotaciones etnográficas
de aprendiz de boxeo 2001). Lleno de fotos
de
él, de su entrenador,
de los otros boxeadores del
gimnasio
que él
frecuentaba
en el gueto de
Chicago), el libro parece
dirigido
a un público amplio, posiblemente el
regalo que él le da a sus informantes, muchos de ellos semi-analfabetos,
para retribuidos
por
su
colaboración.
De este diálogo con sus nativos
Wacquant
produce una etnografía
rica
y
sutil, en
la
que las
interpreta-
ciones
la
moda
de
Geertz- no
se apartan
de
los
hechos.
Sin
embar-
go, en los
artículos
que Wacquant
hace
circular en revistas académicas,
en el diálogo con sus pares
vemos un
uso desconcerrante de sus
daros
de campo. s justamente
el
contraste, entre la gran sensibilidad en
cier-
tas
obras del autor y
los
inexplicables tropiezos
en otras, que
torna la
crítica de
estos textos
tan
productiva
en el
plano didáctico.
Consideremos, por ejemplo, n mariage dans l ghetto 996). En éste,
el aLltor
presenta
una descripción sensible
y
reveladora de su interacción
con
los
variados
personajes
y
acontecimientos
del escenario.
l
mismo
tiempo introduce
el material
con
frases que
se deslizan
de
enunciados
fácticos
hacia interpretaciones altamente
valorativas.
De constataciones
sobre el
deterioro
de las
condiciones
económicas de
la población
esta
cionada en el gueto
durante
los
años
1980, el
autor
salta a
pronuncia-
mientos sobre la pobreza
del
universo
social: el encogimiento de las
personas en un universo de fachadas y juegos de
espejo
donde cada
uno se
esfuerza
por
mostrar que, diferente
de los
otros , es alguien
que
vale más que
lo
poco que es o lo
poco
que posee
0996,
63 . Según
\Vacquant, los
habitantes
del
gueto,
al satisfacerse
con
copias
inferiores
de bienes
y ritos de esa
sociedad
que los
rechaza
no osan resistir, pero
simplemente existen en los términos
que
esa sociedad se los concede
996).
l artículo termina con una
visita
del autor
al departamento
de un
ami-
go, boxeador
aficionado, recién
casado.
Wacquant dice
estar alucina-
do por la escena
y
hondamente perturbado por la
incoherencia
total
de su amigo. Vale la pena considerar los detalles etnográficos que inspiran
tamaña
incomodidad. Luego
de pasar
por
entre medio de
la basura
en
la calle, los graffitis en los
muros
y las rejas
de
hierro
en
las puertas, el
autor
penetra en el
deparramento
de
su amigo
en
donde encuentra:
127
7/17/2019 La Clase Social y Su Recusación Etnográfica Revisado
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...pafedes
desnudas
una
cama
de
niño
en el suelo I... ropas dobladas
en el
suelo. colocadas en pequeñas pihls encima
de
sacos
de plástico.
En
el fondo de la sala de visita, los dos niños duermen en un sofá de es-
puma
bajo una leve
mama 0996:83 .
Incomodado
por
el mbiente
tropic l
su anfitrión cal ienta el departa-
mento con
agua calieI1le de la
ducha
ya
que
la calefacción no
funciona)
y el griterío de los niños, \Xfacquant se muestra cada vez más frustrado
a
medida
que
su
amigo se
aparra
ele la
entrevista
planeada y
toma cuen-
ta ele la charla.
Su
anfitrión,
según
el autor,
deriva
en
un
lOrrenre ver-
bal interrumpido por
c1en10straciones
ele boxeo
y
ele taekwonclo)
alimentado
por
recuerdos
de juventud
y juicios sobre un
amigo
e el
boxeo,
la fábrica Fard, el kara[C, los
jóvenes
de
hoy,
su barrio
,
la cre-
ciente inmoralidad, los estragos de la
droga entre
sus amigos de
cia... Frente a
esa profusión
de informaciones, actitudes y otros elementos
simbólicos, Wacquant
no arriesga
un
análisis.
Ames vuelve, ahora
en
un
registro más personal, al mismo tono calamitoso con el cual abrió el anÍCulo:
Afectado por tanto tormento mental y sonoro siento al mismo tiempo pe-
na y disgusto.
Dios
mío, mi
Anthony,
tan cariñoso y simpático, ¿cómo acep-
tar verte
condenado
a esa vida
de
nada
sic
y estallando en tantos
proyectos ilusorios?
V
agotado, desorientado.
horrorizado
f rente a tanto
sufrimiento
e inseguridad 1...1 Wacquant termina la entrevisla en migajas
1996, 84 .
Aquí
encontramos la
denuncia
de una situación considerada por el au-
tor
como
chocante. Sin
embargo, como
en el
artículo
ele
Scheper-Hugh-
es, la denuncia nos enseña más sobre las pre-nociones del autor y su
deseo
ardiente
ele salvar a sus informantes
o,
por lo
menos
incluirlos
en
el
nivel
de
los humanos
...),
que sobre
las
ambivalencias
y
pondera-
ciones
de
sus
informantes
frente
a los densos procesos sociales
y
políti-
cos
de
su existencia.
El análisis de un segundo artículo escrito
por
Waequam,
y
publicado en
la
iseri
del uudo 1999), volumen
organizado
por P
Bourdieu y
con
inmensa circulación, revela perspectivas semejantes a las del
primero.
Se
trata de la
transcripción
y comentarios ele una emrevisla
con
Rickey,
que
nació
y
creció en el
gueto. En
este caso, el autor
orienta
sus
preguntas
casi exclusivamente sobre los aspectos penosos de la vida del informante,
conduciéndolo a la reflexión
sobre
su
familia pobre
su
infancia dura
su
barrio duro asesinatos, peleas y todo lo demás. Enseguida, construye
los contornos de ese
personaje
presentándolo como el prototipo del
hustler
Imalandrín], una
figu.ra genérica una
especie de
tipo ideal vivo
que ocupa un lugar central en el espacio del gueto negro norteamericano.
128
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¿ uál sería nuestra objeción a
ese
proceder analítico?
El
lector nos recor-
daría, con razón, que
estructurar
el análisis en torno
de
un caso ejem-
plar
es un
artificio clásico del
texto etnográfico
y que, por lo
tanto, no
suscitaría normalmente
grandes objeciones. El
problema es
que,
en el
artículo
de
Wacquant, el
argumento
se desliza sutilmente
e el
malandrín
como
uno
los tipos
hacia l tipo del barrio.
El
autor concluye, a par-
tir de ese relato, que el
guero
posee una lógica propia ... casi
carcelaria
organizada según el
principio de la
guerr e lodos cotllra todos
La
declaración
de
Rickey se
presenta
como una descripción objetiva
de
la
realidad que le permite al autor fundamentar conclusiones sobre las
condiciones
generales
del barrio:
la explotación
generalizada de las
mujeres
por
sus
amigos hombres,
la
rareza
de
verdaderas amistades,
la
poca solidaridad
entre
parientes. No parece haber mucho lugar para am-
bigüedades en
este
mundo del malanelraje que se opone punto por
pun-
to
al
del trabajo asalariaclo , Es difícil encontrar en ese relato cualquier
perspicacia n tiv que pudiese llevar al auror a revisar
sus
propios
conceptos.
La
agencia está
claramente
del
lado
del investigador que
percibe todo lo que su informante
no
ve. Lo extraño es que, en vez de
l imitarnos a las
palabras
de Rickey, cuando
miramos
hacia los v:uiados
datos
etnográficos presentados
en otro
lugar
por
el
propio autor
véase,
por ejemplo,
las
diversas
formas
de
sociabilidad
y
solidaridad
en
··Un
mariage elans le gueuo ),
vemos posibilidades
para
una interpretación
muy
diferente.
En los dos artículos analizados aquí, Wacquant comete muchos errores
ya descritos por antropólogos
y
en otro lugar, por el propio \Vacquant,
2001) en las críticas a
la
literatura
sobre
las underclasses: homogeneiza
la variedad de personas
en
el gueto, pinta sus estrategias como meramente
compensatorias
o
pobremente
adaptativas
y
privi legia el
recorte
económico como si
la
única preocupación del
pobre
debiera lógicamente
ser la supervivencia la mejora financiera). Irónicamente, tales inter-
pretaciones
parecen chocar contra
las conclusiones de
la
pequeña
obra
maestra del mismo autor,
Cuerpo
y
alma
Sin embargo,
en
muchos
medios
profesionales se
lisa el trabajo ele Wacquant indiscriminada-
mente
o inclusive haciendo énfasis en los análisis más pobres como pa-
trÓn
ideal ele etnografía
entre pobres
ele la sociedad compleja.
Sería
esclarecedor
hacer una
comparación
elel
trabajo
de
\X acquant
con
la
de Pil. Bourgois
999)
sobre los
moradores
de otro gueto
norteame-
ricano, en este caso, en Nueva York. Bourgois, a diferencia de \Xlacquant,
aprovecha el torrente verbal
de
uno
de sus
interlocutores que también
se
atreve a hacerse cargo
de
la entrevista) para, justamente, mostrar la
pluralidad de visiones en el
gueto
y las
ambigüedades
vividas por algunos
129
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moradores. Muestra cómo su informante Ramón, a pesar de traficar
con
drogas, nunca dejó
de
tener un empleo str ight asalariado. Paga impuestos
y
cuando
recibe
la devolución, invierte el
dinero en
la compra de dro-
gas
para
vender. Bourgois, al contrario
de
Wacquant,
en
el corto espa-
cio de ese
artículo
no
se
arriesga
a
analizar
los
valores
de
Ramón. Antes
bien,
se contenta con la descripción
detallada
de la trayectoria de su in-
formante negociaciones con la esposa, contacto con el juez, problemas
de
vivienda, inestabilidad laboral,
ayudas
recibidas
de
la asistencia
pública, etcétera). Por
ese
artificio, el lector es llevado a
sentir
que,
aden-
tro
de
aquel
campo de
posibilidades, Rarnón, a
pesar de duros
esfuer-
zos
y
gran perspicacia, difícilmente alcanzará el éxito la vida respetable)
que tanto
desea.
En
otras
palabras,
el autor, al llevar al
lector
hacia el
interior
de
la experiencia
de
vida
de
su protagonista, realiza la
denun-
cia
de
las condiciones injustas
que
éste
enfrenta,
sin moralismos. Ramón
aparece como
analista
agudo de
su propia situación, un
agente
históri-
co
que
enfrenta,
a lo largo de su
camino,
obstáculos casi
insuperables.
Los
comentarios ele
Bourgois
no se despegan de
los
datos
etnográficos.
No hay hiatos lógicos en la
conclusión.
La
consideración
de esos
diferentes textos
no
tiene como
objetivo
es-
tablecer una jerarquía
de
autores.
En otros
textos, Wacquant contribuye
a
la
reflexión socio-antropológica
con
intuiciones brillantes. Bourgois,
por su
parte,
ya produjo
textos
tan planos como los de Wacquant co-
mentados aquí
ver
por ejemplo Bourgois, 2002, así como las críticas ela-
boradas por Semán, 2002). Antes
que
eso estamos intentando ejemplarizar
diferentes estilos
de
análisis
unos
más y otros
menos
Fieles a
la agen-
da
etnográfica,
con
su forma
particular de
empirismo).
G
Marclls,
en
su
reciente
tratado sobre
los
deseos
políticos elel etnógrafo,
presenta
preo-
cupaciones semejantes a las mías:
Cierta parcela
de la
etnografía contemporánea está guiada por conceptos
teóricos y
sentimientos
con los cuales
la etnografía
es
incapaz de
lidiar
de
forma
coherente.
El
problema
de
cualquier
etnografía particular
es
enunciado
y
pensado en
términos
que la
etnografía,
como género y
méto-
do,
no
fue tradicionalmente equipada para investigar. O entonces, el et-
nógrafo L ] no hizo el trabajo difícil e incierto
de
tr du cir tr vés de
l investig ción
de campo
los términos teóricos para
un
proyecto
ele
in-
vestigación.
El
resultado es la superficialidad
que
caracteriza a tanta etno-
grafía del
campo
ele los estudios culturales,
y
a decir verclad, caela vez
más,
la del campo ele la etnografía antropológica
también Marcus
1998:18, el
destacado pertenece
a la autora).
Continúa
afirmando
el
autor que
el discurso
de compromiso
moral, hoy
reconocido como parte integrante del
análisis
etnográfico, no debe
3
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jamás servir
como
disculpa por una descripción rala , una descripción
que hace abstracción
de
la
historia,
que
ignora las
ambigüedades
del sis-
tema o
que
reduce el abanico inmenso de personajes a uno o
dos mode-
los formularios.
La
etnografía
mi ro
debe, sí, llevar a generalizaciones
y,
para
tener
sentido en
contexto
contemporáneo,
debe
orientarse
a
los múltiples
nexos
entre lo local
y
lo global. Sin embargo, bajo
pena
de
derivar en una
visión
enl t d
del
sistema
munclial
(evocando, por
ejemplo, un marxismo estereotipado), los términos del análisis propia-
mente
etnográfico
deben ser contestados y reconstruidos de abajo
ha-
cia arriba , es
decir,
a
partir de la
experiencia
de la
investigación
Marcus, 1998, 40, traducción del inglés al portugués por
la
autora).
Creo
que
la
gran
popularidad
de
ciert p rcel de l etnogr fí
se debe
en
parte
a las
conclusiones rimbombantes
que suenan
políticamente co-
rrectas. En muchos trabajos supuestamente etnográficos sobre los pobres
la
investigación
encuentra
su justificación en
la
denuncia del estado casi
subhumano
al cllalla sociedad capitalista y consumista redujo a esas per-
sonas. Observando los textos de Wacquant citados aquí, debemos re-
conocer, sin embargo, que tales conclus iones son muchas veces
inadecuadas
en términos metodológicos ya
que elaboradas independi-
entemente de los
datos
etnográficos)
y
aun dudosas
desde
punto
de
vista político.
Si
un
autor encuentra en todo lugar,
de
Nueva York a Chica-
go
y
de
Nicaragua
al Brasil, fuerzas
idénticas
de
dominación,
actuando
como
un hiper-actor
sobre
víctimas pasivas, podemos
deducir
con bas-
tante tranquilidad
que este autor no está aplicando la mirada
etnográfi-
ca. Pues en ésta, a través
de
los múltiples ajustes
provocados
por el
ejercicio comparativo, los conceptos preestablecidos, tales como violencia
estructural o neoliberalismo ,
asumen contornos
inesperados,
revelando
la singularidad de
cada contexto (ver
Semán, 2002).
onsider ciones
fin les
Nuestras reflexiones sugieren que es difícil, sino imposible, organizar una
discusión
sobre
las implicaciones puramente políticas o, al contrario, pu-
ramente académicas)
de
una investigación. Ambas marchan juntas, en jue-
gos variados de interacción. Fue en gran
medida,
que, a final de los años
1980, y debido a las críticas políticas
dentro de
la
disciplina, que se
comenzó a declarar
la
muerle del concepto de cultura. Legado
de
la
época
colonialista,
éste
pecaría de una visión a-histórica de pueblos aislados,
valores homogéneos
y sociedades
equilibradas ¿quién
no
conoce li-
breto ).
Ciertamente el
concepto de ultur que subyace en
la etnografía
de hoy
es muy diferente del de la época de nuestros padres fundadores o, in-
clusive, de lo que fue aplicado originalmente por Geertz. En esos últi-
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mas tiempos algunos investigadores hicieron algo más que atravesar
fronteras
para hablar del
otro
Decretaron como sospechosas las nociones
de frontera
alteridad.
Asumieron la complejidad de la
realidad con-
temporánea y se empaparon de
los
más variados fenómenos del sistema
mundial. Rompieron con
los
términos del paradigma de una cultura
cerrada reglas, estructuras, códigos y modelos) e instiruyeron en
su
lu-
gar un vocabulario
que
habla
de flujos y
procesos,
de fabricación y ne-
gociación de sentidos. Pasaron a concebir al investigador y lo investigado
como una relación de
este
mundo
no en algún espacio místico
de
cam-
po )
y abrieron la complicidad
entre
sujeto y objeto a sus dimensiones
políticas. Finalmente, incorporaron a la etnografía una epistemología an-
tipositivista que incluye el
posicion amiento
del autor y
su
relación con
los
variados) lectores como parte integrante
de
la verdad
del texto
Marcus, 1998; Abu-Lughod, 1999; Ortner, 1999).
Todo esto
en
una
línea
teórica
que se presenta, como en el título de
un
artÍCulo de Abu-Lughod
1991), contra
la noción
de cultura .
Sin
embargo, quizá
sea
el momento de ir
más
allá
e los
tÍ[ulos llama-
tivos e debate para reconocer que, salvo raras excepciones, ni
los
críticos
más
vocingleros del concepto de cultura recomiendan deshacerse
de la perspectiva nativa arraigada en un trabajo de campo etnográfi-
co
intensivo.
Ya se
trate de Abu-Lughod 1999), que
defiende una
etno-
grafía de lo particular para entender mejor
el
impacto de
las
telenovelas
producidas en
leairo
en
la vida
de
las
egipcias del
interior del país, o
de
Marcus 1998)
que propone
una etnografía multisituada
para dar
cuen-
ta
del lugar del rey en el minúsculo país oceánico de Tonga,
los
grandes
profesionales hoy se lamentan no del exceso, sino de la escasez de des-
cripción densa. o critican la hipótesis de la diferencia en
sí,
sino la sim-
plificación de esa hipótesis y su traducción en la dicotomía reificante:
nosotros investigadores modernos) versus ellos nativos tradi-
cionales). Al cubrir los vacíos y al atravesar las fronteras ¿ilusorias? o
por el contrario, ¿omnipresentes?), tenemos ahora dialogia, reflexividad
y experiencia.
P
Thompson
1998) apona esta línea de reflexión que incorpora
la
ma-
teria prima de la experiencia de vida para
los
grupos populares. Aunque
haya trabajado principalmente con fuentes históricas, sus reflexiones
so
bre
la
cultura
plebeya de la Inglaterra
decimonónica han
inspirado a al-
gunos antropólogos contemporáneos que buscan incorporar el conflicto
al
mismo tiempo que escapan de una visión
esencialista
en el estudio
de
grupos
subordinados. Thompson dice
que él:
r ] dudaría
antes
de describir
esa
cultura plebeya como una cultura de
clase
en
el sentido
en que
se
puede hablar
de una
cultura
de clase tra-
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bajadora en el siglo XIX en el cual los niños eran socializados en un sis-
tema de valores con códigos de clase diferentes. Pero no se puede com-
prender esa cuilura, en términos
de experiencia, en su resistencia a la
homilía religiosa, en
su
burla picaresca de
las
prudentes virtudes burguesas.
en su preslO recurso del desorden
y
en
sus actitudes irónicas con
la
ley.
a menos que se emplee
el
concepto de los antagonismos. ajustes y a ve-
ces) reconciliaciones dialécticas
de
clase 0998: 69).
Grimsoll 2004) suministra otro ejemplo
de
ese
paradigma
al
proponer
una concepción experiencialista , no
de
lIna
clase
sino
de la
propia
nación. Procurando evitar los extremos del esencialismo clásico del cons-
tructivismo posmoderno, su análisis
elel
caso argentino pasa por
la
se-
dimentación de una
experiencia
histórica que incluye, entre otras cosas,
la
hiperinflación
el
genocidio
de
las
dictaduras.
Irónicamente,
a
pesar
de
tratarse
de
experiencias
negativas
que minaron
la
legitimidad políti-
ca y
económica
del Estado, contribuyeron a
la
identificación de
la
nación. Según
Grimson.
La paradoja es que justamente un conjunto
de
personas que comparten
básicamente experiencias disgregadoras tienen en común haber vivido
esos procesos y estar atravesados por ellos Grimson, 2004).
Trasponer esta perspecliva en el eswdio de grupos populares contem-
poráneos apunta a las in1plicaciones ele vivencias particulares. Pueele ser
que los habitantes de los morros, villas periferias de las grandes ciu-
clades reciban muchas
de
las mismas influencias que sus contemporáneos
más ricos la televisión en particular, la red Globo son las que más se
citan). ¿Pero quién podría pretender que tienen las mismas experiencias
cotidianas, los mismos horarios para comer, los mismos recursos para com-
batir el frío del invierno, el mismo dormitorio, el mismo éxito en la es-
cuela,
la
misma relación con la policía
?
Justamente,
son
esas experiencias
cotidianas muchas de ellas
no
tan positivas) las que capta el método etno-
gráfico. Y es en esa
sellslt lS
human pr x s Hall, 1994, 527), con sus
luchas contradicciones implícitas, que enCOntramos
elementos
para
hablar de
un
recorte interpretativo
que
privilegia la óptica de clase. Es
en el
experientialpu/r0994
528) que
encontramos
pistas promisorias
que
pueden
llevarnos
más allá
del
reduccionismo económico
e1el de-
bate estéril
de
esencialismo versus constructivismo. Colocar la experiencia
en el meollo de la teoría de cultura es
una
manera de introducir no so-
lamente
carne hueso sino,
también,
conflicto,
movimiento
y
ambiva-
lencia
dentro
elel an{¡lisis. En suma:
presentar
diferencias sin reificarlas.
Comenzamos este artículo aprovechando los
avances teóricos en
el área
de los estudios indígenas; apelamos al final a
un debate en otro
polo
temático, el
de
la antropología
ele la nación. El punto que
estamos in-
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tentando exponer es que
las
cl ses sub ltern s no es un objeto
particu-
larmente privilegiado de estudio. elección de ese objeto no implica
por
parte del investigador ninguna nobleza de espíritu especial ni un nece-
sario
compromiso político
... Sin embargo, tampoco
existe ningún
moti-
vo para
que ese
recol1e
sea considerado menos
noble,
menos
re l
o
que
sea pospuesto en
favor de otros recortes posibles. Hace mucho
tiempo,
los antropólogos llegaron a
l
conclusión
de que
no existe, entre las pobla-
ciones humanas, ningún grado cero debajo del cual no existe cultura.
Demostrar
el paralelismo
entre
el análisis de
sociedades
indígenas, de
capas
medias,
de grupos populares
y
del
Estado-nación
es subrayar
lo
que,
en
términos
teóricos,
aceptamos
todos:
que éstos
son
todos
obje-
tos
bons
penser
En
conclusión,
reafirmamos
l
necesidad
de
mantener
abierta
l hipóte-
sis de clase como uno de los organizadores significativos de ideas y com-
portamientos en
la
sociedad
contemporánea, junto
con
sexo, etnia y
generación. Sugerimos que,
en
manos de
investigadores
precavidos,
que saben navegar entre los ardides metodológicos del tema, l etnografía
de
grupos
populares dará resultados ricos
en
el
plano
teórico y políti-
co.
No
se orientará al diagnóstico o a
l corrección de
mentalidades
retrógradas, tampoco se constituirá exclusivamente en denuncia ya sea
contra
los técnicos
ele
una política disciplinaria
del
Estado o contra las
fuerzas
de
un
capitalismo
reificado). Sin
embargo,
no
será
por
eso
menos
relevante políticamente al final l etnografía de calidad,
por
ser
uno
de los vectores
por
los cuales encuentran
espacio
de
expresión
vo-
ces e ideas
que desentonan
en relación
con
las
narrativas hegemónicas,
posee un papel
político
fundamental, sea
cual
sea
su
objeto de
estudio).
Finalmente, es de
esperarse
que, manteniendo el norte de l descripción
densa,
no
solamente
haya una contribución a
l
reflexión
académica
so-
bre procesos sociales
sino,
también, disponible para planificadores
y
agentes
de intervención
que,
a través del d iálogo
con
los múltiples
agentes de
l
sociedad
contemporánea
lo que
implica
necesariamente
l revisión de sus propios paradigmas preconcebidos), procuran
instru-
mentos
para combatir la
desigualdad
política y
económica,
desigualdad
que refuerza
diariamente
las fronteras de clase.
Traducción: Carlos Alberto Pasero
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