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UNIVERSIDAD MAYOR DE SAN MARCOS

DISCURSO PRONUNCIADOHN LA CEREMONIA DE APERTURA

AÑO ESCOLAR DE 1891EL

Pn- p. £.

CATEDRÁTICO PRINCIPAD TITULAR DE MEDICINA LEGALV TOXICOLOGÍA EN LA FACULTAD DE MEDICINA, MIEMBRO TITULAR DE LA

ACADEMIA NACIONAL DE MEDICINA, MIEMBRO HONORARIO DELILUSTRE COLEGIO DE ABOGADOS, ETC.

LIMAImp, de Torres Aguirre, Mercaderes 150.

1691

UNIVERSIDAD MAYOR DE SAN MARCOS

DISCURSO PRONUNCIADOEN LA CEREMONIA DE APERTURA

AÑO ESCOLAR DE 1891EL

J)í\. p. 'jVI AJMUELCATEDRÁTICO PRINCIPAL TITULAR DE MEDICINA LEGAL

Y XOXICOLOGÍA EN LA FACULTAD DE MEDICINA, MIEMBRO TITULAR DE LA

ACADEMIA NACIONAL DE MEDICINA, MIEMBRO HONORARIO DEL

ILUSTRE COLEGIO DE ABOGADOS, ETC,

Lmp. de Torres Aguirre, Mercaderes 1501891,

£eÑOF( ijm i^tro:

Rector, Señóle?;

Hánme discernido la honra, que sólo acepto por loque podría llamarse imposición universitaria, de diri-giros hoy la palabra en esta fiesta anual, destinada áabrir, públicos y solemnes, los cursos escolares de nues-tra antigua y justamente estimada Universidad Mayorde San Marcos. Holgárame de tal cometido, si tuvierala inspiración ilustrada de los que, mejor dotados, hanhecho resonar su voz en este templo de Minerva, enlos años corridos y para tal objeto designados. Em-pero, la elección hecha en mi persona por la benevo-lencia del que fue digno Director de este ilustreClaustro, me anima y dá motivo á esperar que seréescuchado sin prevención y alentado con vuestra reco-nocida indulgencia.

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La circunstancia ele ocupar hoy un lugar conspicuoen esta Universidad, en el carácter de Rector, una altapersonalidad política y científica, me anima igualmen-te, porque es prenda segura de que estimáis en lo quevale la ciencia positiva, la única que puede guiar álahumanidad para el mejor cumplimiento de sus gran-des destinos.

Permitidme, señores, ante todas cosas, una verdadya trivial.

A los fines del pasado siglo, la tempestad políticaque conmovió el mundo de occidente, purificó la at-mósfera que enturbiaran el fanatismo en sus diversasformas y las costumbres sociales de la época, y sacudióel ingenio humano, imprimiéndole diversos rumbos yseñalándole objetivos nuevos. Resultado de la desvia-ción de las ideas, mejor dicho, de su aplicación á losverdaderos objetos de estudio, fué el despertar de lasciencias por el soplo genial de algunos séres superiorescuyo advenimiento era oportuno.

Hoy, en las postrimerías del siglo en que vivimos,siglo que las próximas generaciones mirarán con admi-ración y con religioso respeto, podemos exclamar queel reinado de las ciencias está definitivamente constitui-do. Las lucubraciones teológicas y metafísicas tuvieronsu época, allá en la infancia de la humanidad, quedandoasí como relegadas á meras curiosidades históricas.

Nuestro siglo, que será llamado de análisis , puesnada ha escapado á la investigación de los sabios, nilo que parecía de escasa importancia, y durante el cualse han acopiado cuantos datos y elementos de estudioson menester para la más sólida constitución de las

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ciencias, dá derecho á esperar que el próximo será elde la síntesis; y que, abarcándose lo investigado ycompulsándose lo observado y experimentado, se ar-monicen ideas al parecer encontradas, trasformándosemuchas y surjiendo otras de cuyos beneficios gozarála humanidad para continuar su marcha ascencionalhácia el perfeccionamiento y ventura, ya ideados porhombres de buena voluntad.

Entre estas ciencias, cuya órbita apenas concibe elentendimiento humano, las naturales son quizá las me-jor cultivadas y para más nobles objetos llamadas, yentre ellas, las que se refieren inmediatamente al hom-bre, conforme al precepto del filósofo griego nosce teipsnm, son las que más interesan hoy al pensador y alsociólogo.

Las ciencias médicas, comprendidas en ese grupo,tienen una altísima misión que cumplir, aparte de subenéfico fin de aliviar las dolencias á que está sujetoconstantemente nuestro organismo. Sus relaciones es-trechas con las demás disciplinas científicas, bastan porsi solas para abonar su trascendencia y su importanciaevidente. Por eso el papel del médico se hace cada díamás elevado y más necesario; por eso es, en los paí-ses bien constituidos, el consultor obligado en grannúmero de casos del que dirije una agrupación y delque administra justicia. La confección de ciertas leyes,la policía sanitaria, nacional é internacional, la higienede las escuelas, la de los ejércitos, el peritage médico,para no señalar sino lo más conocido, adolecerían deerrores sustanciales, y aún serían casi imposibles sinla opinión facultativa de quien hace estudios especiales

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que entrañan relación estrecha con esos asuntos de tanvital interés para el mejoramiento y porvenir del hom-bre, como individuo y como colectividad.

Por fuera, pues, de camino andaría quien creyese queel papel del médico se limita á considerar al individuocomo el solo objeto de su estudio y cuidados; su mi-sión trasciende á región más elevada. Así como parael médico el hombre es un organismo compuesto deelementos anatómicos, cuya sinergia funcional lo in-dividualiza, independizándolo en algún modo, así tam-bién lo considera como el átomo de ese organismocomplejo llamado sociedad, cuyo elemento anatómicoes la familia, y se halla estrictamente sometido á laslej'es evolutivas que rigen á las sociedades. Estas, co-mo los individuos, nacen, crecen, se reproducen ymueren, en el orden y forma con que lo hacen todoslos organismos vivos. Como el hombre, la sociedadtienen su infancia, su juventud, su virilidad y su vejez;y el desconocimiento de este concepto positivo de loque es la sociedad es la causa, según se ha dicho, detodos los errores que en materia política, económica,jurídica y moral se han cometido en todo tiempo.

El estudio hecho de las sociedades, conforme á losmétodos é ideas engendradas por el cultivo fructuosode las ciencias físicas y naturales, ha dado origen á esagran ciencia hoy llamada Sociología , constituida sobrebuenas bases, merced á la demografía, bien denomina-da anatomía de los pueblos y á la estadística, ese es-calpelo de las sociedades, como dice un pensador.¡Qué de extrañar, pues, que al lado de una medicinaindividual exista una medicina social, es decir, una ana-

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tomía que estudie los órganos sociales, una fisiologíaque penetre sus funciones y formule sus leyes, unapatología que investigue sus enfermedades y descubrasus causas, una higiene que las preserve y una terapéu-tica que las cure!

Así, mal podría conocerse al hombre á no considerarsino su propio medio físico; hay un factor mucho másimportante, como acción y poderío, y es el medio so-cial. Este medio descubre el secreto de la mayor partede sus dolencias y encierra el enigma de su porvenir.Es la eterna esfinge proponiendo al hombre problemasque resolver, totalmente nuevos, que abisman su inteli-gencia y cuyo desconocimiento dá motivo á erroresde consecuencias desastrosas en el orden jurídico ypolítico. Por eso, prescindir de ese medio social, ó seadel conjunto de condiciones deducidas de la relaciónmutua de los hombres entre sí, es perder el hilo con-ductor y quedar encerrado en un laberinto sin salida yá merced de vacilaciones peligrosas que afectan hon-damente las grandes cuestiones de la humanidad.

Queriendo escojer para mi disertación, en ese cam-po vasto de aplicaciones de las ciencias médicas, unpunto á éllas pertinente, me he fijado en las relacionesque existen entre la Medicina y la Jurisprudencia, li-mitándolo al papel que desempeña el médico ante losTribunales de Justicia, y á la necesidad de su inter-vención en la reforma de los Códigos. Asunto de

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importancia notoria, no pretendo, en los estrechos lí-mites en que debo encerrarme, tratarlos en todos susdetalles y señalar todos sus alcances. Básteme tocar-los siquiera en sus rasgos principales.

Hechos últimamente ocurridos, en que parece des-conocerse la opinión técnica del perito médico, ó almenos, no aceptarla sin someterla á la crítica desau-torizada, me han decidido también á llam ar la atenciónde este centro ¡lustrado sobre dicho tema, porquemucho tienen que esperar los administradores de lajusticia de las ¡deas y consejos del Claustro Universi-tario.

Sensible es, en verdad, que cuando todo en nuestraépoca marcha con vertiginosa rapidez, á punto queapenas es posible dar alcance á las ¡deas modernas ysus consiguientes aplicaciones, haya individuos y colec-tividades que parecen parodiar al monolito de Harpó-crates y que, mudos y silenciosos, ven desfilar á la hu-manidad sin contribuir á su mejor desarrollo y perfec-cionamiento. Esto importa un crimen de lesa civiliza-ción que no debía quedar impune.

Ese misoneísmo, ó sea el horror á la novedad, ca-racterístico de las razas inferiores, explica la tendenciaatavística observada comunmente y por la cual se créeque lo pasado es siempre mejor que lo presente, comosi tuviéramos los ojos detrás de la cabeza, conforme ála gráfica expresión de un historiador moderno; y es

la causa por qué resistimos á aceptar ¡deas que pug-nan con nuestra común creencia, firmemente arraigadapor una sugestión tan sostenida como inconciente lamayor parte de las veces.

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Ese misoneísmo llega á tomar cuerpo y aún á con-vertirse en espectro aterrador, cuando se deducen apre-suradamente consecuencias á primera vista peligrosas.Se ignora, como dice Doudin, que las paradojas de loshombres superiores se vuelven lugares comunes de lageneración que sigue.

Un ejemplo no más.El gran cánon de las seudo-ciencias metafísicas, la

existencia del libre albedrío, ha sufrido golpes tan ter-ribles que amenazan su desaparición. Cuando el filóso-fo Spinosa lanzó atrevidamente en el siglo XVII sufamoso apotegma, de que nuestra ilusión del libre albedrio no es sino la ignorancia de los motivos que noshacen obrar, vislumbró tal vez con su clara inteligen-cia que, antes de expirar el siglo XIX, la fisiología yla antropología criminal le concederían la razón. ¿Quién

ya que los fenómenos de la sugestión hipnóticahan dado el golpe de gracia á ese Aquiles de la esco-lástica? ¡Cosa notable, como observa un célebre autor,los defensores del libre albedrío son precisamente losenemigos jurados de la libertad, los defensores del ab-solutismo!

Tiempo es ya de que aprovechemos las conquistasde la inteligencia en el campo de las ciencias positivas;que no seamos una nota discordante en el gran con-cierto de las ideas modernas, porque la humanidadcumple su destino á despecho de esos declamadoresafectados de fotofobia, que tienen horror á la luz por-que la temen ó no la comprenden. Rompamos con latradición, que no es más que un género de atavismohistórico, al decir de un sabio, en todo aquello que

afecte la justa aplicación de la penalidad, caracterizan-do mejor la delincuencia. Asi, y sólo así, se evitaránlos asesinatos jurídicos y se castigarán menos los locosmorales. Así y sólo así, podrá ser verdadera la subli-me frase de Teognis, que «la justicia es lo más hermo-so que hay sobre la tierra.»

¿Y cómo podrá conseguirse este resultado en armo-nía con la ciencia y en provecho de los verdaderosintereses de la humanidad?

Tres son, á mi juicio, los medios que pueden em-plearse para alcanzar entre nosotros ese resultado ape-tecido.

Desde luego, la reforma de los Códigos, debiendoformar parte de las Comisiones codificadoras médicosde ilustración reconocida. Hacer obligatoria la ense-ñanza de la Medicina Legal á los que siguen la carreradel foro, sin olvidar los estudios antropológicos apli-cados á la ciencia del Derecho. Y, por último, la orga-nización de un servicio médico-legal.

Con vuestra venia, paso á ocuparme en desarrollar,aunque sea ligeramente, estas tres ideas enunciadas.

No debemos ni podemos, sin incurrir en la nota deretrógados, permanecer estacionarios cuando hoy seopera en todos los pueblos civilizados un movimientosaludable de reforma en la legislación, empeñándosetodos en poner sus Códigos á la altura que exige laciencia moderna.

No es posible que en esta fermentación del pensa-miento humano, la ciencia, es decir, el conocimientode las leyes necesarias é ineludibles, acometa todo yse detenga ante los lindes del Derecho, La Justicia yla Ciencia deben ponerse de acuerdo para conocer alhombre y para hacer intervenir al espíritu científicoen la solución délos problemas sociales.

Y como la tarea del legislador es más complicadaque ninguna otra, requiere, por ende, para ser llevadaá buen término, el conocimiento de los obstáculos quese presentan en la aplicación de las leyes, á fin de adop-tar las reformas adecuadas para obviarlos.

En el estado actual de la ciencia legislativa, es ya un

hecho que la Medicina Legal es un auxiliar tan pode-roso para la mejor aplicación de sus principios que,sin consultarla, no pueden resolverse muchas cuestio-nes biológicas, ni procederse sin una confusión espan-tosa en la solución de los problemas tan delicados queinforma, ni tenerse un seguro punto de partida paralos fallos judiciales, que, sin ese apoyo, corren el ries-go de incurrir, con frecuencia, en errores algunas ve-ces irreparables.

Las cuestiones de imputabilidad y de responsabili-dad criminal, entre tantas otras, son en muchos casosirresolubles por el mero precepto de la ley; muchas ymuy delicadas del derecho civil se hallan en el mismocaso; y sólo con el auxilio y cooperación de la Medi-cina Legal, pueden dictarse prescripciones que hande ser la garantía de los elevados intereses del ciuda-dano, para impedir la continuación de males sociales

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cuya extirpación puede obtenerse por disposicionesadecuadas á nuestro modo de ser social.

Son muchos los artículos de nuestros Códigos,tanto Civil como Penal, en que se nota la sensible fal-ta de la intervención de los médicos en la formaciónde aquellos que requieren investigaciones y discusio-nes y que sólo ellos por sus especiales conocimientosestán en aptitud de acometer y resolver;

Las cuestiones relativas al matrimonio y al divorcio,á la preñez y al parto, al infanticidio, á la condición ci-vil de los hijos, á la interdicción, testamentifacción, su-cesión, donación y muchas otras, que pertenecen á losactos civiles de los hombres, reclaman la intervencióndel médico, único llamado á darles solución acertada.

Hay un punto muy esencial, apreciado de diversomodo en distintos Códigos y que se refiere directa-mente á la reponsabilidad, cual es el alcoholismo. Estefactor, cada día más común y peligroso de la crimina-lidad, reclama de los poderes públicos la reforma denuestra legislación para conjurar ese peligro social, cu-yas desastrosas consecuencias son incalculables. LaComisión codificadora debía tomar en consideracióneste punto y resolver si la embriaguez constituye undelito ó si sólo es una circunstancia atenuante ó agra-vante.

La aplicación racional de los principios médicos, cu-ya conquista está hecha, y que, aún cuando han sidoreconocidos no han sido todavía formulados con su-ficiente precisión, introducirá en los Códigos innova-ciones de necesidad sentida tiempo há, llenando de esamanera muchos de los vacíos de que adolecen.

No entra en mi propósito comentar ni hacer la crí-tica de los Códigos en todos aquellos puntos que tanestrecha é íntimamente se relacionan con los conoci-mientos médicos, tema tan vasto, que me sería imposi-ble exponerlo y discutirlo en los estrechos límites áque debo sujetarme.

Para llenar mi propósito, me bastará ocuparme deuno de esos puntos que en el fondo encierran unaverdadera cuestión social y cuya solución embarga to-das las inteligencias que se preocupan de estudios cri-minales. Me servirá, además, para poner de manifiestoque el Código Penal está muy lejos de satisfacer lasnecesidades actuales y reclama convenientes reformasde acuerdo con los adelantos de la ciencia criminal,adelantos basados en las doctrinas modernas, porquela ciencia del derecho progresa como todas Jas demásciencias, y ese progreso debe traer como consecuenciaobligada el de Jas legislaciones.

No basta al legislador el conocimiento de la cons-titución de la sociedad en abstracto y el estudio minu-cioso y concienzudo de la historia, no sólo del puebloque se vá á regir, sino de todos los demás, para dedu-cir de allí las leyes aplicadas á los diferentes gradosdel progreso porque han pasado esos pueblos y cono-cer los resultados producidos.

Cada uno de los grados de ese perfeccionamientoindividual, cada una de las situaciones en que se en-cuentran los miembros á él sujetos, y cada una de lasrelaciones que entre ellos nacen, exige una regla es-pecial ! á que tienen que sujetarse para mantener el

orden y la armonía general, poniendo así á la sociedaden aptitud de caminar siempre adelante.

Son de tal trascendencia, tan numerosas é indiscu-tibles las observaciones y los hechos que el espíritumoderno viene acopiando para vigorizar principios que,dada su antigüedad, dejan ya de ser sospechosos á laciencia penal; tan marcada es la corriente en que semueven los cerebros reflexivos, que ya es imposibledesconocer el molde más científico y por lo mismomás humano y fecundo en que debe fundirse la leyen materia criminal. Por eso, la reforma de las leyespenales, su mejor y más práctica aplicación constituyenel objeto de las aspiraciones de los que demandan álas ciencias lo útil y lo aplicable.

Quiero consignar un hecho por desgracia verdadero.El legislador cree que todos los hombres son idénticos,juzgándolos indistintamente por los actos practicados yno toma en cuenta las diferencias que la naturaleza yel medio social establecen entre ellos. El legislador nose preocupa de los individuos, sólo se ocupa del delitobajo el punto de vista abstracto, olvidando que, bajoel punto de vista social, importa salir de esa abstrac-ción, observar y estudiar al criminal y no al crimen.

La ley penal no hace mérito de las leyes positivasque reglan el medio físico y social en que el hombreevoluciona. Las circunstancias físíco-quimicas, las con-diciones biológicas y políticas, etc. constituyen modi-ficadores más ó menos poderosos y causas que esindispensable conocer bien para apreciar la génesisdel crimen y la formación del hombre delincuente.

La sociología criminal considera el crimen como unfenómeno social, como una enfermedad cuyas causasy remedios es necesario investigar. La investigación delos factores del crimen es tarea difícil, porque los fenó-menos sociales son el efecto de causas múltiples y com-plejas que es casi siempre imposible separar. El cri-men es la obra de un individuo colocado en ciertascondiciones físicas y sociales, de donde se desprende Jaclasificación de los factores del crimen en tres grupos:los factores físicos ó naturales, los factores sociales ylos factores antropológicos ó individuales.

Esta clasificación de los factores del crimen conduceá investigar si existen medios para combatirlo y cualesson; siendo esta la parte más importante de la sociolo-gía y la que constituye la profilaxis y la terapéutica delos delitos y crímenes.

La antropología criminal dá en estos momentosnueva orientación al derecho penal, y por prematurasy exajeradas quesean algunas de las conclusiones quepropone, debe tomárseles en cuenta para aprovechar laenseñanza que de ellas se desprende.

No basta, como piensa la escuela positivista italiana,considerar ante todo las diversas anomalías físicas delos criminales, sino que debe darse toda la importanciaque merecen los otros factores del crimen, tales comolos factores sociales y los factores cósmicos.

No es mi ánimo exponer las teorías reinantes sobrela etiología del crimen, sus relaciones con el atavismoy el infantilismo, la degeneración, la locura, los hábitosy las profesiones; ni mucho menos ocuparme de la tan

controvertida cuestión actual, de si hay ó no un tipocriminal.

Diré sí, que me inclino á una solución ecléctica,admitiendo no un tipo en el sentido antropológico dela palabra, sino tipos en el sentido anátcmo-psicológico,y para la génesis de la criminalidad, la acción sobreellos de dos influencias: una social y otra individual;notándose, sin embargo, que si las condiciones indi-viduales por sí mismas pueden considerarse como unaresultante de las condiciones del medio, no es me-nos cierto que las influencias sociales y cósmicaspueden por sí solas poner en juego una predisposiciónespecial, cuando ella existe.

Lombroso y su escuela tendrán siempre el méritode haber llamado la atención sobre la necesidad deintroducir los datos científicos, y sobre todo, los de or-den biológico, en el estudio de la delincuencia, pormedio de numerosos trabajos seductores, aunque al-gunas veces, quizá, tachados con razón de exagerados.

La antropología criminal es una ciencia cuyas raí-ces son tal vez más antiguas que se piensa, pero cuyodesenvolvimiento es moderno. El gran movimien-to positivista de mediados de este siglo, la ha hechoprogresar con tanta rapidez que, los que han ignorado

su infancia y desconocido sus progresos se admirandel desarrollo que hoy ostenta y vislumbran cercana sumadurez.

Deben, pues, los legisladores reconocer y utilizarlas teorías de la antropología criminal en la redacciónde los Códigos penales. La escuela antropológica sólo

desea introducir el método y el rigor científicos en elestudio de las cuestiones criminales y que la Jurispru-dencia ocupe el lugar que merece entre las cienciasexactas. Por fortuna, las ideas se imponen y pasan dela ciencia á la vida práctica en virtud de sus propiasfuerzas, cuando han llegado á cierto grado de consis-tencia. En lo que á nosotros toca, debe esperarse quelas comisiones encargadas de la revisión de los Códi-gos tomen en consideración los principios de la antro-pología criminal, para la mejor elaboración de las leyespertinentes.

Tomado nuestro Código Penal del español, cuyasdisposiciones fueron casi todas textualmente copiadas,sufrieron mutilaciones, supresiones y alteraciones quehicieron así al Código peruano aún más imperfectoque el de la madre patria, á cada paso se descubreclaramente la no intervención del médico en su forma-ción.

Tratándose, por ejemplo, de la responsabilidad cri-minal, se vé que en la redacción de los artículos quele son referentes, no se designa por un término gené-rico las perturbaciones mentales, y se emplea una no-menclatura cuyo valor científico rudimentario inspirapoca confianza aún á los que no están versados en losestudios psiquiátricos, dándose á los términos de imbe-cilidad y demencia. una significación que está léjos deconcederle la ciencia médica.

La cuestión de los enagenados criminales que, contan justo título, preocupa á la administración y á lajusticia, presenta un vacío notable en la ley. ¿Debe la

sociedad moderna considerar á esos seres desgracia-dos al igual de los otros criminales? ¿No debería fun-dar asilos especiales para encerrar á esos infelices ylibrar asi á la sociedad de su contacto peligroso? Ma-chiavello que ocupa hoy una celda en nuestra Peniten-ciaria, debía tener su lugar en un asilo.

Trasportado el médico del estudio dogmático de laresponsabilidad al terreno de la práctica, palpa á cadapaso la necesidad de introducir en nuestras leyes dis-posiciones penales más en armenia con la verdad ycon la razón.

Innumerables son los casos en que el juez solicitala colaboración especial del médico para la solución delas variadas cuestiones á que dá lugar la infracción dela ley, tanto en el orden civil como criminal.

Pero el éxito de las investigaciones que el juez en-canga al médico depende del modo como las proponey de los elementos que le suministra. Y si al magis-trado corresponde no solamente apreciar la necesidadde la intervención del perito médico, sino tambiénproporcionarle cuanto le sea útil para sus investigacio-nes, debe, á su vez, formularlas de la manera más con-veniente, lo que supone ciertos conocimientos en lamateria, que servirán, además, para apreciar si el dic-támen médico está conforme á las prescripciones de laciencia y para estimar debidamente el valor de susconclusiones.

La ciencia de administrar justicia no es puramenteabstracta y filosófica; tiene en la vida real un carácterpráctico y positivo y para eso necesita, como auxilia-res indispensables, á las ciencias naturales y muy es-pecialmente á la Antropología y ála Medicina Legal,ciencias de aplicación que siempre han interesado álos hombres pensadores, como que sin ellas no es po-sible dar cumplida solución á los más árduos proble-mas de la biología.

La Medicina Legal se ha hecho, pues, una cienciasin la cual se presentan como irresolubles multitud decuestiones que atañen á los primeros y más sagradosderechos civiles del hombre y los no menos importan-tes que se derivan de la consumación de ciertos críme-nes. Sin los conocimientos que ella suministra, no pue-de haber buenos abogados ni perfectos magistrados.

La asiduidad con que los estudiantes de Jurispru-dencia de muchas naciones extranjeras concurren vo-luntaria y expontáneamente á los cursos de MedicinaLegal, es el reconocimiento expreso de la necesidadque tiene el hombre de la \ey de poseer esos conoci-mientos que son indispensables para el ejercicio de suprofesión.

La versación en la técnica que el médico emplea enel estudio de la enagenación mental, por ejemplo, fa-cilitará en mucho la tarea del juez y lo guiará por en-tre los escollos que ni siquiera sospecha al tratar delas delicadas cuestiones de interdicción.

No es difícil imaginar la perplegidad en que se en-contrará un juez ante uno de esos problemas de Me-

dícína Legal, propuesto en lenguaje que no comprendey sobre asuntos que le son desconocidos; y bien seadvierte cuáles serán las consecuencias de su insufi-ciencia en una materia, tratándose de ciertos puntosdel procedimiento civil y criminal.

Veámos, dice un notable abogado de Constantino-pla, al juez que por un hábito inveterado hace abstrac-ción del individuo real y viviente, cuando es precisa-mente el que debería reclamar toda su atención, si sepresenta bajo el aspecto de un delincuente. No le véla cara, no se preocupa de su pasado, no tiene un pen-samiento para su porvenir. Todas sus miras se dirigená la calificación legal del delito y al cálculo aritméticode las diversas circunstancias que deben determinar lapena; su operación es casi mecánica.

Los abogados, dice el mismo, habituados por su sis-tema de instrucción profesional y por los ejemplos desu medio social, al razonamiento más que á la obser-vación, á la dialéctica más que á la experiencia, se ale-jan en sus defensas de lo que toca á la fisiología, mien-tras que piden á la psicología llamada idealista algu-nos lugares comunes, que convenientemente revestidosde bella forma literaria, les sirven de argumentos,con mucha frecuencia empleados y nunca gastados.

Y si por las necesidades de la causa se presenta enel proceso un dictámen médico, se encuentran enton-ces en gran embarazo, aún los más hábiles, pues noles es bien conocido el lenguaje científico, y olvidandoque en ese documento hallarían los mejores argumen-tos de su defensa, no pueden acometer su discusión

científica, por desconocimiento de las ciencias naturalesque, si viven de la observación, mueren de silogismo.

La magistratura y el foro poco familiarizados conel conocimiento exacto de las afecciones mentales, des-conocen las causas que más comunmente pueden mo-dificar la culpabilidad de un individuo, así somo las dejustificación, de atenuación y de agravación.

Este concepto médico-legal presenta las mayoresdificultades. A veces es difícil establecer el diagnósticoy cuando éste se ha hecho, cuesta trabajo hacer ad-mitir por los magistrados que un hombre que razona yque parece gozar de una clara inteligencia, está, sinembargo, por su estado psíquico privado de su libre al-bedrío, desposeído de su voluntad y de su expontanei-dad; es decir, que es un sujeto incapaz é irresponsable.

Cuando la Jurisprudencia haya adquirido un co-nocimiento más exacto y profundo del delincuente, seráentonces más apta para llenar su doble fin de protejerá la sociedad y de corregir al culpable.

En tiempos aún no muy lejanos, cuando la patologíamental se encontraba todavía en su infancia, los erroresjurídicos fueron numerosos. ¡Cuántos hay que han pa-gado en el cadalso crímenes de que eran completa-mente irresponsables y en quienes hubiera bastado hoyel más lijero exámen para estimarlos en su verdaderovalor! Cada día el progreso de la ciencia, poniendo demanifiesto las distintas formas que se agrupan bajo elnombre de enagenación mental, permite arrancar mu-chas víctimas á los presidios y al patíbulo.

Por eso es indispensable que se agregue al estudio

del Derecho, como complemento necesario é importan-te, el estudio de la Antropología criminal y de la Me-dicina legal; y para que esa enseñanza sea proficua de-be tener un carácter práctico.

Asi, debe estudiarse no solamente la infracción dela ley en abstracto, sino al criminal en sus particulari-dades anatómicas y fisiológicas, por procedimientos deanálisis tan rigurosos como los que emplea el médicoen el estudio de las enfermedades.

De esta manera es como realiza su enseñanza unode los más brillantes penalistas de la escuela positiva,y licuando aún más lejos su carácter práctico, conduceá sus alumnos á las prisiones, los pone delante de losdelincuentes y profesa la clínica del crimen, por losmismos métodos que el médico acostumbra á la cabe-cera del enfermo.

Esta reforma entre nosotros se impone por sí mis-ma; magistrados y abogados han adquirido la convic-ción de que la Antropología criminal y la Medicinalegal les presta los mayores servicios en el ejerciciode sus funciones,, especialmente en la parte en que esnecesaria la cooperación simultánea del jurisconsultoy del médico.

Y esta convicción no es de hoy. Vá para quinceaños que el Gobierno más ilustrado que registra nues-tra historia, comprendiendo la necesidad de la reforma,implantó la enseñanza médico-legal en la Facultad deJurisprudencia, pero nuestra atormentada vida políticanos hizo perder esa conquista. Posteriormente variosDecanos de esa Facultad, y entre ellos el notable ju-

risconsulto Dr. Emilio del Solar, pidió en una de susmemorias anuales el restablecimiento de ese enseñanza,que dos distinguidos jóvenes, bachilleres en Derecho(*) han reclamado no há mucho, en sus respectivastésis, como un homenaje á los grandes servicios quepresta ála ciencia del Derecho la Medicina legal ylaAntropología criminal.

Deber del Juez es buscar la luz en todos los ele-mentos de un proceso, y el médico por su competen-cia suministra al magistrado un contingente de lucesverdaderamente útiles y especiales. De este modo, eihombre de la ley y el de la ciencia concurren al mismofin: servir los intereses de la justicia.

La opinión del perito médico no obliga, sin embar-go, al juez, que puede no aceptarla si su convicción esdistinta. Y si en cuanto al derecho puede fallarse encontra de las conclusiones del perito, es lo cierto queen cuanto al hecho los magistrados se atienen al in-forme médico-legal. Pero es menester para esto queel juez pueda apreciar por sí mismo el verdadero valordel dictámen médico para poder separarse convenien-temente de la opinión que el médico legista emita.

(*) M. I. Prado y Ugarteche—lnterdicción de los enage-nados—iBBp.

J. Pardo y Ugarteche—.£/ métodopositivo en el DerechoPenal.—iBgo.

A este respecto no juzgo aceptable una proposiciónpresentada en el último Congreso de Antropología cri-minal, que tiende á conceder al informe médico legal laautoridad de cosa juzgada, porque si esa medida fueraadoptada, el juez tendría que ceder su puesto al médico,el cual sólo debe permanecer en el terreno científico,preparando el fallo por su informe, no imponiéndolo.

Si el perito médico se consagra al triunfo de la ver-dad, obteniendo resultados que demuestran todo elalcance de un buen diagnóstico médico legal, al juezsólo incumbe aplicar las leyes. Y si éstas no marchancon los adelantos científicos, cumpliendo aquél con sudeber, tendrá de todos modos el médico la satisfacciónde haber llenado el suyo.

En pocas materias es más trascendental la influencia

del médico legista como en las que se relacionan con

la pérdida de la inteligencia. Hoy es un axioma científi-co'que la criminalidad está excluida por la locura. To-dos los comentadores del Código Penal están acordesen reconocer que aquella es causa de irresponsabilidad;pues, bien, sólo por un informe médico legal puedeestablecerse la prueba de la locura, porque sólo el mé-dico tiene la competencia necesaria, que es el fruto desus estudios especiales.

Y aunque muchos ilustres médicos al crear la cien-cia de las enfermedades mentales, han prestado á la jus-ticia el inestimable servicio de suministrarle las lucesnecesarias para distinguir el ciimen de la locuia, estono siempre es bastante y con frecuencia se necesita laobservación detenida, el estudio competente del médi-

co especialista, acostumbrado á descubrir esa línea,á menudo imperceptible, que separa la sanidad de la in-sanidad del espíritu.

Por eso, una de las más graves y difíciles cuestionesque se presentan al magistrado y al médico es la apre-dación de la responsabilidad de los acusados cuyo es-tado mental no parece normal. Si se considera, sin

razón, como enfermo á un acusado que es responsabley que, por consiguiente, merece castigo, la seguridadpública queda comprometida por la impunidad delculpable. Si, al contrario, por un error inverso, se apli-ca una condena que deshonra y priva de la libertad yla vida á un acusado que no es más que un enfermodigno de piedad, fácilmente se comprende las conse-cuencias de tan terrible error. Se hieren, así, la ver-dad y la justicia.

¿Dónde está, cuál es el criterio que permita al juezdistinguir la perversidad moral de la perversidad mor-bosa? ¿En qué pruebas fundará, el que está investidode la misión de apreciar la responsabilidad de un acu-sado, la certidumbre de no condenar sino al culpabley de no absolver sino al enfermo? ¿Dónde acaba la res-ponsabilidad y dónde principia la irresponsabilidad?¿Cuáles son los casos en que sólo existirá una respon-sabilidad parcial y cuáles aquellos en que esa respon-sabilidad está disminuida sin quedar suprimida?

El buen sentido no basta para discernir y apreciarbien los casos difíciles; sin estudios especiales se puedever, por ejemplo, la locura donde no existe y desco-nocerla allá donde hace sus estragos. Larga es la lis-

ta de los errores cometidos por los que creen que elsimple sentido común es capaz de distinguir la per-versidad moral de la perversidad morbosa.

Estas son algunas de las delicadas cuestiones que elmédico-legista está llamado á resolver, lo mismo quelas que se refieren á la interdicción, ese amparo quela ley sanciona en favor de la persona que es ó se vuel-ve incapaz de ejercer, con pleno dicernimiento y conentera libertad, los actos de la vida civil; asunto de tan-ta gravedad por la influencia que tiene en la paz delas familias, como que se relaciona tan íntimamentecon los sagrados intereses de la libertad del individuoy de su fortuna privada.

Además de las cuestiones citadas y de tantas otras

en materia civil como criminal surgen en la prácticajudicial, otras de un orden completamente inesperado,y sobre las cuales sólo el médico legista puede suminis-trar la luz necesaria para su interpretación, tomando porguia la ciencia, la verdad y la ley.

El Médico legista debe, á su vez, conocer tambiénel espíritu de la ley para comprender las intencionesdel juez y para que puedan entenderse cuando colabo-ran en la misma obra.

Si, pues, la justicia tiene necesidad de médicos peri-tos, de consejeros técnicos, la organización del serviciomédico-legal con un cuerpo de médicos legistas con-venientemente instruidos y experimentados y capacesde corresponder á las necesidades de la administraciónde justicia, sería el mejor modo de garantizar los in-tereses de la sociedad y del individuo.

Una organización insuficiente comprometería losfueros de la justicia y la reputación de los jueces y pe-ritos.

Es ya tiempo de llenar, con la perfección que su im-portancia reclama, la necesidad de esta clase de servi-cio con un personal y material apropiados, que ase-guren á la administración de justicia peritos que sehallen á la altura de su misión.

Esta idea salvadora ha sido ya enunciada con sufi-ciente claridad en un Informe de la Facultad de Me-dicina, con motivo de un proyecto presentado para sudiscusión en la H. Cámara de Senadores, sobre orga-nización del servicio médico-legal en la República. Endicho informe se pide que se determine con precisiónlas relaciones de la magistratura con los peritos, quese señalen las formas de sus procedimientos, buscandolas mejores garantías de acierto, que se defina el valorjudicial que deben tener sus opiniones y, por último,que se fijen los requisitos que han de reunir los mé-dicos peritos y aún la manera de su elección, para quequede garantizada asi la competencia.

Todo esto importa, como se comprende, una verda-dera revisión de los Códigos de procedimiento civil ycriminal que ya varias veces tengo insinuada.

Señores Catedráticos:F>oy ya término al encargo cometido, habiendo

manifestado, aunque someramente, algunos de los va-cíos y defectos de nuestros Códigos, lo que supone lanecesidad de su reforma; haciendo palpable la conve-

niencia de que sea obligatorio para los jurisconsultosel aprendizaje de la Medicina legal y de la Antropolo-gía criminal; y lo útil é indispensable que es para losTribunales de Justicia que estén asesorados por uncuerpo de peritos médicos á cuyos informes acuerdensu verdadero valor.

Pero estas ideas, que son indudablemente las vues-tras, de conformidad con la ilustración que me com-plazco en reconoceros, no deben quedarse en la regiónde las abstracciones, deben llevarse ála práctica á lamayor brevedad, y para lo cual intereso la decididavoluntad que teneis por nuestro adelantamiento yperfección sociales.

Jóvenes Alumnos:

Como habéis oído, todas las ciencias se apoyan ycomplementan, por que su objetivo es la verdad y sufin mejorar las condiciones del hombre en sociedad.Habréis observado, también, que nos encontramos enel principio de una transformación radical de la cienciapenal; vosotros, jóvenes estudiantes de Derecho, ten-dréis Ja fortuna de ver concluida esa transformación yde poder juzgar de sus resultados; vosotros apreciaréislo que será verdadero, lo que será práctico, poniendoaparte las ilusiones y las exageraciones inherentes á to-dos los nuevos sistemas.

He dicho.