hambre, gracias a dios, nunca pasamos

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Hambre, gracias a Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos Dios, nunca pasamos Memorias de seis mujeres de Facinas y Tarifa Beatriz Díaz

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"Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos"; Memorias de Infancia y Juventud de Seis Mujeres: Luz Manso y María Márquez, de Facinas; y Antonia Moreno, Luz Trujillo, Manuela Román y Mari Luz Díaz, de Tarifa. Testimonios recogidos y elaborados por Beatriz Díaz Martínez. Editado por Atrapasueños y LitOral. Sevilla, 2008."... han sabido contar su vida y la de su gente cercana con pinceladas de sentimientos y emociones. Ellas lo observaron todo desde sus tareas en la casa, en la reguera, en la fábrica de pescado... desde sus trabajos al márgen y su no escuela. En la escuela de la vida, aprendieron a percibir detalles cotidianos que quedaron fuera de la Historia oficial; por eso tienen tanto que aportar..."

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“He tenido la suerte de vivir esa época”. MEMORIA DE JUAN QUERO GONZÁLEZ, LABRADOR, PASTOR Y ESCRITOR. Editado por Litoral.A sus 89 años, Juan Quero nos relata lúcidamente su experiencia como zagal y como labrador propietario, nos habla de su tránsito por una guerra fraticida y de sus vivencias como ventero, recovero y pastor de ovejas en su madurez, cuando también fructificaría su pasión por la escritura. Su inigualable testimonio se engarza en hechos históricos como la presencia laboral española en Gibraltar, el impacto de la Segunda República en el despertar del campo andaluz, la programada represión tras el golpe militar de 1936, el racionamiento y el estraperlo de la posguerra y la crisis del campo que provocó la emigración en los años sesenta. Juan nos adentra en el trasfondo de la injusta propiedad de los cortijos y en las penosas condiciones de trabajo que marcaron la vida de tantos hombres y mujeres. Un pasado que es imprescindible retomar para poder entender el vertiginoso presente del Campo de Gibraltar.

Hambre, gracias a Hambre, gracias a Dios, nunca pasamosDios, nunca pasamosMemorias de seis mujeres de Facinas y Tarifa

““

””Beatriz Díaz

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He preparado este libro para mis hijos y demás familia, para el día que yo falte, que lo tengan de recuerdo y sepan todo lo que hemos pasado”, dice María. Antonia recuerda cómo al principio no quería contar porque, al acordarse de lo que había vivido, “me entraban ganas de llorar”; y Mari Luz sabe que ha podido retomar muchas cosas olvidadas, “con ayuda de personas que me han dado la confianza para contar”. Repasando su vida, Luz afirma, “no teníamos ropa, no teníamos distracciones como hay ahora; pero lo que tuve en mi juventud no lo cambiaría por lo de ahora”; pero Manuela dice que, si pudiera, “lo cambiaba todo desde que nací hasta los catorce años.

Hambre, gracias a Hambre, gracias a Dios, nunca pasamosDios, nunca pasamosMemorias de seis mujeres de Facinas y Tarifa

Beatriz Díaz

Seis mujeres del Campo de Gibraltar han sabido contar su vida y la de su gente cercana con pinceladas de sentimientos y emociones. Ellas lo observaron todo desde sus tareas diarias en la casa, en la reguera, en la fábrica de pescado, en su trajín por el patio, la plaza y la huerta; desde sus trabajos al margen y su no escuela. En la escuela de la vida, aprendieron a percibir detalles cotidianos que quedaron fuera de la Historia oficial; por eso tienen tanto que aportar para reconstruir la Historia de nuestro pueblo y comarca.

Hace diez años que empecé a dedicar mi pasión investigadora a recoger y sacar a la luz experiencias en primera persona; una necesidad surgida de la realidad inmediata que vivía en mi barrio, San Francisco (Bilbao). A través de las relaciones vecinales y de mi participación en diversos colectivos sociales, me acerqué a la vida de muchos inmigrantes, lo que fructificaría en publicaciones sobre su realidad cotidiana: Todo Negro No Igual; sobre el maltrato policial que vivían (realizado junto con el Defensor del Pueblo Vasco): El Color de la Sospecha; sobre el apoyo informal, que permite salir adelante: La Ayuda Invisible; y sobre el uso de las lenguas y la comunicación en el contexto de la emigración: Y Así nos Entendemos. Realicé también entrevistas en profundidad a mujeres inmigrantes, dos de las cuales serían editadas por la Asociación Mujeres del Mundo (Munduko Emakumeak): Marta Eugenia; de Argentina a El País Vasco, y Esperanza, refugiada angoleña en Zaire. Sus memorias confirmaron, una vez más, cómo el relato oral puede acercar a un público amplio la dimensión más social y humana de la vida de una comunidad. Desde que llegué al Campo de Gibraltar, la tierra de mis abuelos paternos, me propuse recoger testimonios de vida que dejaran traslucir la Historia y Sociología de esta comarca. Al tiempo que iba tomando forma el relato de Juan Quero, puse en marcha el Taller “La Historia de Mi Vida”, para ofrecer propuestas de trabajo y apoyar a quienes desean escribir y difundir sus memorias. Los resultados superaron con creces las expectativas…

Beatriz Díaz

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Memorias de infancia y juventud de seis mujeres: Luz Manso y María Márquez, de Facinas; y Antonia Moreno, Luz Trujillo,

Manuela Román y Mari Luz Díaz, de Tarifa

Recogidas y elaboradas por Beatriz Díaz

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Atribución 2.0

Usted es libre de:_ copiar, distribuir y comunicar públicamente la obra

_ hacer obras derivadas

Bajo las condiciones siguientes:_ Al reutilizar o distribuir la obra, tiene que dejar bien claro los térmi-

nos de la licencia de esta obra.

_ Alguna de estas condiciones puede no aplicarse si se obtiene el

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· ASOCIACIÓN LITORAL

www.weblitoral.com

e-mail: [email protected]

COLABORA: Área de Cultura Excmo. Ayto. Tarifa

DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Dani Quintero (www.retahila.es)

ISBN (13): 978-84-612-2959-8

ISBN (10): 84-612-2959-2

D.L.:

Printed by Publidisa. Hecho en Andalucía.

*Foto de portada: Familiares y conocidos de Luz Trujillo, en Pedro

Valiente (Tarifa), a principios de los años 40.

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Puerto pesquero de Tarifa, en la actualidad

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Antigua Escuela de Niños “Miguel de Cervantes”, en la plaza de Santa María o plaza de La Ranita (Tarifa), actualmente en rehabilitación para albergar el Archivo Municipal

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Luz Manso y María Márquez, de Facinas; y Antonia Mo-reno, Luz Trujillo, Manuela Román y Mari Luz Díaz, de Tarifa, son alumnas del Centro de Educación de Adul-tos de Tarifa que se animaron a participar en el Taller “La Historia de Mi Vida”, realizado en el curso 2004-2005, que yo misma coordiné. Mi propuesta era que recogie-ran recuerdos e imágenes de su vida, y los registráramos

al fi nal en un cuaderno que pudieran repartir entre sus familiares. No sabíamos qué frutos daría este trabajo, aunque era seguro que ellas tenían mucho que contar.

¿Cuál iba a ser el modo de plasmar lo que habían vivido? En primer lugar, contar grabando, entrevistarse y contarse unas a otras, apoyándose en los recuerdos de todas. Comenzamos contando entre lágrimas, construyendo confi anza, para seguir contando entre risas y cantos; en grupo o en privado. Se trataba también de escribir; escri-bir para leernos unas a otras y explicarnos luego, para entendernos mejor.

María Márquez se manejaba con facilidad a lo largo del papel; a Manuela Román le costaba más, pero no cesó en su empeño de es-cribir en casa, sílaba a sílaba, lo que recordaba. Antonia Moreno pidió que no la interrumpiéramos con preguntas, ¡pero hubo que hacerlo, cuando vimos que no terminaba nunca de contar! Aunque a veces se quedaban en blanco, Luz Manso supo contar con una cercanía admi-rable, Luz Trujillo fue honesta para hablar, a pesar de las lágrimas, y Mari Luz Díaz nos puso nombre a injusticias de muchos años.

Mi tarea posterior consistió en transcribir los escritos y gra-baciones, repasar después la ortografía y la gramática, dar un orden

Vivir, contar, escribir

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cronológico a los textos y, dentro de éste, un hilo temático, mante-niendo en la medida de lo posible el interés y la facilidad de lectura. Entre todas hemos reconstruido trozos de vidas entrelazados que, a fi n de cuentas, son piezas de una historia más grande, la Historia de Facinas y la de Tarifa, la del campo y la de la mar.

Ellas seis, como mujeres que son, y con sano orgullo de ser habladoras, han sabido contar su vida y la de su gente cercana con pinceladas de sentimientos y emociones, dejando a un lado fechas, nombres y números demasiado estimados por fríos registros histó-ricos. Como tantas mujeres, han visto crecer a muchos hijos e hijas suyos o cercanos y han cuidado de todos sus familiares. Ellas, y no tanto los hombres que junto a ellas vivieron, han sabido observar y valorar la amplitud de la vida desde sus tareas diarias en su casa y en casa ajena, en la reguera, en la fábrica de pescado, en el trajín del patio, la plaza y la huerta; desde sus trabajos al margen y su no escuela.

En la escuela de la vida, a Luz y María, de Facinas; y a Antonia, Luz, Manuela y Mari Luz, de Tarifa, sus madres, hermanas y abuelas les enseñaron a percibir muchos detalles cotidianos que no siempre se han considerado parte de la Historia. Por eso, precisamente, pue-den aportar tantos recuerdos para reconstruir la Historia de nuestro pueblo.

Las protagonistas de este libro han dejado sobre el papel su voz, su experiencia y su memoria porque necesitan contar y porque quieren luchar contra el olvido. Saben que el presente de sus hijos e hijas, de sus sobrinas y nietos, está construido sobre sus propias vidas. Esas vidas que son pieza clave, si queremos conocernos como comunidad y aprender a discernir lo importante de lo accesorio, en estos tiempos en que el color del dinero lo emborrona casi todo.

No desperdiciemos la oportunidad que nos brindan estas va-lerosas mujeres al compartir su experiencia y su sentir. ¿Qué lector o lectora no se verá refl ejada al leerlo, no sentirá avivar sus propios recuerdos... sus ligazones familiares quizás; o encontrará un saber oculto que no sospechaba?

Personalmente, yo he tenido el privilegio de ser canal de su voz y sus letras haciendo de diablilla, proponiéndoles lecturas y ano-taciones, enchufando la grabadora, tirando de la lengua, aporreando

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las teclas e imprimiendo, releyendo, agitando y tachoneando pape-les. Gran oportunidad es también haber podido situarme en la tierra de mi familia paterna y reaprender a amarla a través de sus propias vidas. No podía pedir más del breve e intenso taller que comparti-mos.

Beatriz Díaz

Vivir, contar, escribir

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Antonio Ríos Corrales y Petra Ríos Silva, delante de su casa, en la Sierra de Toriles, El Pe-dregoso (años 50). Esta choza, con paredes de piedra y techado de castañuela, constituyó la vivienda más común en la zona hasta fi nales del siglo XX. Imagen cedida por Nina Campano Ríos, de Facinas

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Vista de Facinas desde Vico

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“Luz Manso, mostrando con su mano la fl or de la tuna, y su marido. Hecha el 1 de enero de 1964 en el Huerto del padre de Luz.

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Me quedan todavía en la memoria cosas de antiguamente y, sin embargo,

de un momento a otro se me borran las de ahora. “”

Memorias de Luz Manso y

María Márquez; de Facinas

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Me llamo Luz Manso, tengo cincuenta y nueve años y vivo en Facinas, en la calle Huerta. Yo me dedico a las tareas de la casa de todos los días: la comida, la lavadora, limpiar la casa, una compra a la semana... a coser, y a visitar a mi nieto y a una vecina mía. Voy a la Escuela de Adultos todas las tardes, de cuatro a seis. Yo

visto de forma sencilla, y cuando tengo tiempo me gusta hacer cro-ché, pañitos y aplicaciones de lana. Me gusta mucho la alegría, salir y entrar y disfrutar de la vida; yo hago amistades en cualquier lado. Ahora que puedo, aunque tengo una pierna mala, me apunto a todos los carducetes* y excursiones.

Durante el curso 2004-2005, las mañanas de los viernes hemos estado trabajando con una profesora, sacando y grabando nuestros recuerdos, y así he preparado este librito, pensando en mis nietos y en mis hijos, para que sepan el día de mañana lo que hemos vivido.

MI PADRE, MI ABUELO Y MI BISABUELO ERAN CARPINTEROSMi abuela, la madre de mi madre, murió con treinta y tres años

y dejó siete hijos. Traía dos niñas cuando se cayó, se metió el pico de

Luz MansoSIEMPRE ESTUVIMOS EN FACINAS

““

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la palangana por el costado, y decidió meterse en la cama. Abortó las dos niñas de ocho meses y ella se dañó y se gangrenó por dentro. A los tres días murió. Tenía catorce años mi tía Teresa, su hija ma-yor; mi madre tenía tres años y Juan, el hijo más chico, tendría dos años.

La abuela de mi madre se había quedado viuda y se le murió la hija que tenía. Ella tenía tierras en Fuente Molí y también cerca de Tarifa, y en Tarifa tenía una casa cerca de la iglesia de San Mateo. Mi madre se crió en Tarifa con esta abuela. La abuela se casó por se-gunda vez con Juan Ramos, que le tiró mucho el dinero, y mi madre también tuvo que trabajar mucho para este hombre.

Ya después, cuando mi madre tenía uso y razón para trabajar, se la quitaron a su abuela y la trajeron a Facinas con los seis herma-nos para que ayudara en la casa. Cuando la abuela se quedó viuda por segunda vez, que estaba muy viejecita, mi madre se la trajo a Fa-cinas. Cuando la guerra, mi madre le hablaba* a mi padre, y su abuela siempre estaba con ella, que la cuidaba; y con ella murió.

Mi padre era carpintero; hacía las carretas y carros, los chambi-ros*, los biergos* y los arados. Antes se araba con los bueyes y cuando llegaron los tractores ya se acabó todo; la gente de campo* no tiene nada que hacer. Mi padre hacía unas biergas muy grandes: torneaba los dientes, hacía agujeros en la traversa y lo metía, ajustado con una mijilla de cola. No tenía que poner puntillas ni clavos. Yo le decía a mi padre, “¡Ohú*, qué tenedor más grande!”. Hacía también aradillos, yugos y gangas*. Pepe el de Palomas venía a encargarle la ganga y le traía la madera: “Mira, que se me ha partido la ganga”.

Para hacer las ruedas de las carretas, hacía los radios, la rue-da, la maza* y el aro de hierro. Se hacía el fuego con boñiga de vaca. Metían el aro y todos atizando la candela*, para que se ponga rojo. “¡Venga, que ya está rojo, a ponerlo!”; y se colocaba sobre la rueda de madera, apretando hasta que quedaba sellado. Se ponían unos clavos grandes y eso ya no se separaba nunca.

Mi abuelo, mi bisabuelo y mis tíos abuelos por la parte de mi padre también trabajaban así. De los hijos de mi abuelo, el único que salió carpintero fue mi padre. Él se podía haber quedado en ca-ballería cuando hizo la mili y haber vivido estupendamente, porque entonces vivían los militares muy bien. A él le gustaba la caballería y

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así se habría jubilado con su edad (porque él después decía que es-taba harto de trabajar); pero no quiso quedarse, porque era el mayor y era muy madrero. Mi abuela le decía, “Manolito, como tú te quedes en Sevilla, nosotros ¿qué hacemos aquí?”. A sus padres no les iba a pasar nada, se iban a morir cuando les llegara su hora, pero entonces las madres tiraban de los hijos.

Mi hermano Antonio, el mayor, sí salió carpintero, pero el pe-queño no. Antonio también tuvo la posibilidad de haberse quedado en Infantería de Marina en San Fernando, de carpintero. Y él dice que vio un viejecito trabajando y pensaba, “¿Para verme yo como el viejo ese? ¡Yo me voy para mi casa!”. Y ha tenido suerte que ha gana-do mucho dinero y ha estado bien siempre. Ya se ha jubilado y sólo hace cuatro arreglillos para la gente, pero los arados, los yugos y esas cosas ya no hace. Y, con los nietos, se pierde el ofi cio.

MI PADRE, TODA LA VIDA ESTUVO CON LOS DUQUESMi padre iba a trabajar al cortijo de Aciscar, donde ganaba una

miseria. Toda la vida estuvo allí, con los duques de Lerma. Ahora está en ese cortijo Irina, que es nieta de la duquesa vieja. Había un encargado, el aperador*, que era Curro González, y el administrador, que era don Facundo, de Algeciras.

Taller de carpintería de mi bisabuelo Antonio Manso, que está a la izquierda del todo. Después están: Paco y José, tíos abuelos (1 y 2), Antonio, mi abuelo, Candelaria, mi bisabuela, y Luz, mi tía abuela. El más pequeño es mi padre. Estaban haciendo carretas; se ven los borriquetes, los radios, la masa, la sierra pequeña y la bracera. Esta foto está fi rmada por detrás por Manuel Manso (su hermano), en Montevideo, en 1849.

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Mi padre estaba contratado por el señorito Fernandito (Fernan-do Fernández de Córdoba), y decía que se hartaba de trabajar y no ganaba nada. Y tuvo muchísima suerte, porque el aperador era muy bueno: si necesitaba dinero antes de fi n de mes, el hombre se lo daba a mi padre, si veía que otro podía esperar. En la misma fi nca de Acis-car sembraba mi padre, porque a todos los trabajadores del cortijo les dejaban para que sembraran y les daban animales, si querían. Ellos compraban el grano y sembraban, y los gañanes* del cortijo les pasaban el arado. Mi padre tenía gallinas y las llevaba a comer a los campos esos.

Él siempre tenía bestias de uno y de otro, un burro o un caballo, porque domaba las bestias. Después sí se hizo de bestias*. Una vez, estaba domando un caballo de Pepe Valencia en un sitio donde ha-bía toros bravos y el caballo se pasó a donde los toros bravos, con la mala suerte que el toro le metió, le sacó las tripas y mató al caballo. ¡Lo pasó mi padre...! Pero la señora duquesa le dio un caballo, por haberlo matado los toros suyos.

Todos los días iba al cortijo a hacer cosas de carpintería (las carretas, los yugos...), a arreglar una puerta o un cercado. A veces, en el invierno, se iba el lunes por la mañana y no volvía hasta el otro lu-nes. ¡Cuando no se quedaba dos semanas! Iban al cortijo mi abuelo, mi padre y mi hermano mayor. Si había mucho trabajo en medio de la semana mi hermano se venía con nosotros y mi padre se quedaba, porque entonces no había ni domingo ni sábado.

Y nosotros aquí con mi madre, que estaba siempre mala: si no tenía una cosa tenía otra. Con los nervios mal, con ganas de llorar, no quería ver a nadie y pensaba que no iba a ser capaz de sacar a su hijos adelante. Mi madre heredó dos o tres veces, pero se le fue la herencia en pagar médicos y medicamentos. Yo temía que llegara la noche, porque entonces los males son peores. Cuando mi padre se iba a Aciscar, estábamos loquitos porque volviera; como tres pollitos pegaditos a la gallinita clueca, deseando que llegara mi padre. Mi abuelo subía por la mañana a casa y nos compraba los mandados.

En otoño mi padre iba a la fi nca del Jautor a cortar la madera de chopo, de álamo, fresno; que son árboles que se crían dentro del agua. Nos decía, “por lo menos quince días voy a estar sin verlos a ustedes”. “¡Hay que ver, dejarnos solos!”. “¡Pues me voy para que

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ustedes tengan pan que comer”. Los que estaban en la fi nca con los animales le ayudaban, porque si eran árboles muy altos los serraban con la sierra de dos. Luego, a tumbarlos y a cargar en las carretas que se llevaba el arriero con las bestias (los caballos) o en camiones. La ponían a secar y la metían en una estancia de la carpintería.

Los meses que quedaban hasta otoño, mi padre los aprovecha-ba haciendo carretas en Tahivilla, que entonces eran unas chozas. Un hermano de mi abuelo, Manuel, era herrero, y le hacía material para las carretas. Le llamaban de otro lado, él le preguntaba al seño-rito y el señorito le decía, “aquí tiene usted fi jo el trabajo, podemos esperarle”. Iba a la venta de los Lucrecia, allí ponía su taller y allí comía y dormía. Esa fue la vida de mi padre: trabajando en un lado y en otro.

MI ABUELO NOS LLEVABA EN EL BURROMi madre estuvo mucho tiempo mala y mi abuelo subía a don-

de vivíamos, en la parte de arriba de Facinas, todas las mañanas. Nos montaba en un burro y nos metía en el serón*: a mi hermano Antonio en un lado y a mí en otro (yo tendría seis años y mi hermano tendría nueve añillos); y mi otro hermano, Manolo, que tenía ocho meses, puesto por delante en el burro. Mi hermano Antonio, como era tan diablórico*, se aupaba para arriba y dejaba ir el serón para abajo y yo me liaba a gritar. ¿Tú te das cuenta, si se caía el burro, lo que pasaba? ¡Se mataba mi abuelo y nos matábamos nosotros!

Mi padre trabajando y nosotros aquí con mi abuela. Así estu-vimos unos meses, porque mi madre estaba curándose en Tarifa. No sé si era de nervios o cosas de brujería; lo que sé es que mi madre en el momento que entraba por el portón de la casa se ponía mala. Un médico de Zahara que curaba esas cosas dijo que podía ser por envidias, porque tiempo atrás mi madre acogió durante unos años a una viejecita y a su nieta en su casa, y llegó un momento en que tuvo que sacarlas. Ella le dijo, “te vas a acordar”; mi madre siguió cuidándola, llevándole comida y trayéndosela a dormir cuando la nieta se iba con sus primas de fi esta a los cortijos, pero la viejecita no la perdonaba.

Mi madre tenía poca edad entonces, era gorda, guapetona, ¡daba alegría verla! Iba a Zahara a ver al médico y de Zahara pasaba para Tarifa. Como se tenía que dar todos los días un baño de agua caliente, caliente y otro de fría, se alojaba en casa de una hermana

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de mi padre que tenía bañera. El médico decía que cuanto menos nos viera a nosotros era mejor. Y ella se fue curando.

A ella le dio mucha pena irse, por el niño. Él se crió en una es-puerta terrera* que le hizo el abuelo, una mantita y la almohadita. El niño para arriba y para abajo, gordo, gordo. Le daban papilla de arroz molido y leche de vaca del guarda de la fi nca de La Arráez, Juan Ca-sas, que la traía acabada de ordeñar. A mi madre se le cortó la leche cuando mi hermano Antonio tenía meses y le crió una tía mía que tenía un hijo con seis meses más. A la única que crió mi madre sólo con el pecho fue a mí, durante tres años, que me crié gorda, gorda. Venía de jugar, “venga, mamá”, y me ponía a mamar. Mi madre decía que por eso no había tenido leche para mi hermano pequeño, pero es que después se puso mala.

TENÍAMOS QUE IR A LA REGUERA A LAVARYo jugaba con mis amigas en la era. Nos juntábamos en el tri-

llo y estábamos pendientes todas de que se pararan las bestias para montarnos en el trillo. Nos empujábamos unas a otras, nos escon-díamos entre las pilas de trigo; lo pasábamos muy bien.

Una o dos veces en semana teníamos que ir a la reguera que está en la sierra, al nacimiento del agua, a lavar. Preparábamos la burra, cogíamos los serones con los sacos de ropa y echábamos el día allí. Lava que lava dos sacos de ropa: uno de blanca y otro de oscuro (entonces había menos ropa que ahora).

Llevábamos un kilo de pan tierno, queso y una tortilla de pata-tas, y nos poníamos mano a mano, a ver cuál comía más aquel día. Lavábamos con pastillas de jabón, hincadas de rodillas en un char-co* en el suelo, y las piedras que eran buenas para restregar hacían de lavadero. Mi tío tenía una carnicería, derretía la enjundia* de las gallinas y con sosa hacía barras de jabón, que mandaba a mi madre. Ella hacía tres tacos para poder cogerlos bien.

Un día que estábamos lavando pasó un militar y nos dijo que estaban buscando a un soldado (entonces estaban aquí las dos tro-pas: la legión y los regulares*). Nos dijeron, “no asustarse si veis un soldado, porque está malo de la cabeza”. Estaba arriba en los he-lechos, donde tendíamos, mirándonos. ¡Nos entró un miedo horro-roso! Éramos unas criorras, doce o trece años tendríamos, más no. Cogimos toda la ropa, la liamos, llamamos a José, un vecino, y le

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dijimos que viniera a cincharnos los sacos de la ropa en la burra, porque no sabíamos.

Otra vez vino una tromba de agua y teníamos toda la ropa ten-dida para asolearla. Se lió a llover y nosotras debajo de un árbol, ¡ya tú ves lo que nos podía tapar el árbol! Una tía de Luz Jiménez nos dio cobijo en su casa, y quería que comiéramos allí. Cuando escampó, la mitad de la ropa se la había llevado la riada y otra estaba rota y sucia del barro. ¡Nosotras con un apuro! “¡Nos falta esto, nos falta lo otro!”.

Para no ponernos morenas, en el verano nos llevábamos unos manguillos que tapaban desde la muñeca hasta el codo. De tanto lavar y escurrir, a mí siempre se me abría y se me hinchaba la mano, y me la tenía que vendar. Una vez que todavía me quedaba ropa que escurrir, Josefa, que lavaba ajeno, me dice, “¡trae para acá, que te la voy a escurrir yo!”; y me la tendió y todo.

En el tiempo de la feria íbamos cuatro para la reguera, una o dos con burros y cuatro sacos de ropa, la otra detrás; y la cuarta con el bolso del costo*. Entonces mi marido estaba pretendiéndome y yo le decía que no fuera a salir nunca cuando yo fuera para la reguera, porque no me gustaba que me viera con la burra. Pero él era muy astuto: se asomaba trasmuro a vernos ir con la burra para arriba. Yo me ponía negra y me tapaba con el pañuelo la cara. ¡El tonteo de la juventud de entonces!

Entonces había que fregar el suelo hincada de rodillas. Friega que te friega todos los días (antes se decía jocifar). Ahora es con la fregona, pero antes era un saco de churra* que cortabas de modo que pudieras manejarlo y lo dabas con agua. Muchas veces era la jocifa* demasiado grande y, como tenía una mano estropeada, se me hinchaba de escurrirla. Mi madre me decía, “tú siempre, la jocifi ta, que sea chiquita”. Entonces, ni polvos, ni lejía ni nada de eso había; la lejía se hacía con ceniza: se hervía y luego se pasaba por un paño de loneta. Antes las calles eran diferentes, ¡el fango que había! Los suelos eran losa de piedra, no las losetas de hoy.

Los suelos de ladrillo había que darles con cepillo y arena y con palmito*. Íbamos a cogerlo de Saladaviciosa para arriba, por Los Quitones, el día de San Sebastián (el 20 de enero), que era cuando es-taba bueno para comer (el refrán dice, “San Sebastián, saca las niñas

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a pasear; y después las meas”, porque después llueve). El palmito se abría, las hojitas tiernas y la cabeza nos las comíamos y quedaba lo basto, de color marrón, que se usaba para fregar. La palmicha* del palmito, que es coloradita y redondita, también la comíamos. ¡Está más buena!

Ya casada, mi marido Antonio estuvo yendo un tiempo a Bar-bate a llevar el pan. Y un día me dice, “te voy a traer un regalo”. “A mí no me tienes que traer nada”. Entonces, es verdad, que una no que-ría nada. Y se me presenta aquella noche con una esponja grande, con forma de rodillero, para jocifar. “¡Hay que ver, la ocurrencia que has tenido!”. “¡Para que mires por tus rodillas!”. Ahora me acuerdo yo de eso, porque tenía razón. Hoy, lavadora, fregona, fregadero... Y tenemos quejas. Entonces, los tiestos* de la comida había que fre-garlos encima de la mesa con tres lebrillos*, uno para lavar, otro para aclarar, y otro para poner la loza*.

MI BISABUELA CANDELARIALa abuela de mi padre se llamaba Candelaria (era la madre de

Antonio Manso Serrano, el marido de mi abuela Luz). Cuando éramos pequeños vivíamos arriba con la abuela Luz (madre de mi padre) y bajábamos todos los días a ver a Candelaria. Cuando Candelaria se puso mala nos vinimos abajo, nos alquiló la casa e hicimos un tabi-que de caña (entonces había ladrillo, pero no había para comprar-los).

Del cañizo*, nosotros por un lado y mi bisabuela por el otro. Ella tenía mucha pasión por mi hermano pequeño, porque se lla-maba Manuel como su marido, y decía que se parecía a él. A media noche cogía un paquete de galletas que tenía guardado y le daba una galleta a mi hermano el pequeño, por entre la rajita del cañizo. Mi hermano y yo nos poníamos encelados* y cogíamos la galleta, y ella nos decía, “¡pícaros... (porque no decía palabrotas)... pícaros, esta no es la manita de mi niño, esta es de otro más grande!”.

Mi padre nos regañaba, “¿para qué se han metido con la abue-la?”. “¡Es que nos gusta que la abuela nos diga cosas!”. Ella decía, “¡yo los quiero a los tres iguales, porque estoy aquí criá con ustedes!”, y daba un bastonazo en el suelo. Un día se tropezó en dos escalones de la puerta de su casa, salió reboleada*, cayó en medio del patio y se partió la pierna por la cadera. Ya se metió en la cama y estuvo unos pocos meses así. Mi hermano, mi madre y yo le llevábamos la comi-

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da y la merienda, y estábamos pendientes de ella.

La hija (que se llamaba Luz) vivía en una fi nca a la vera de Be-nalup, que le dicen El Torero. Ella confi aba en mi madre, que la apre-ciaba a Candelaria. Mi bisabuela le decía, “¡te ha dejado encargada de cuidarme mi hija!”. A esa tía abuela mía la queríamos nosotros mu-cho, porque teníamos mucho rozo con ella. Un hijo que tiene Pepe en El Puerto de Santa María, no viene a parar a casa de las primas ni de las hermanas, sino a mi casa, porque dice que yo tengo las mismas formas de mi madre: ponerle la comida y decirle, “quédate a comer”.

MÁS TIEMPO ESTÁBAMOS EN LA CALLE QUE EN LA ESCUELALa maestra me tenía para hacerle mandados: me mandaba a

por huevos, aquí y allí, carrera para abajo y carrera para arriba. Si ha-bía verduras del campo, teníamos que ir a comprárselas. Más tiempo estábamos en la calle que en la escuela. A las doce y media se salía, a las dos y media entrábamos otra vez y salíamos a las cuatro.

Por la mañana izábamos la bandera y teníamos que cantar el “Cara al Sol”, y por la tarde otra vez la bandera. Y como no alzaras la voz como las otras, cogía la alpargata que tenía para pegar y, ¡bom, bom, bom! Te metía una mancha de alpargatazos en las manos y en el culo. Más de una llevamos la alpargata señalada en el culo (no es como hoy, que no le pueden pegar a un niño). El día de José Antonio Primo de Rivera le hacíamos un homenaje en la escuela y le cantába-mos todas las coplas del himno.

Doña Araceli se llamaba la maestra. Estuvo un montón de años (no es como ahora, que cambian en seguida los maestros). Era de Cádiz pero vivía aquí, y se casó aquí con Manuel, un maestro que era muy grandísimo, que dicen que para desayunar tenía que comer cinco o seis huevos fritos. Ya eran mayores los dos cuando se casa-ron. Yo soy torpe, pero no puso tampoco la maestra de su parte en mí. A mí no me daba nada de tarea para comprobar que yo era más torpe. Contra más pronto me echara, mejor. Era muy dura y tampoco se esmeraba. Ya podías llevar años, que no aprendías; tenías que ser demasiado lista para aprender con ella.

Entonces repartían reyes en el colegio. Y no porque yo le hicie-ra los mandados me dio mejores reyes. A Angelita Tejera, porque era huérfana, le dio un muñeco precioso que parecía un Niño de Dios; a

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Entonces no se ponían cordeles, se tendía en lo alto de un ro-sal, donde tenía mi madre unos jérguenes*, o se ponían sobre la pa-red con unas piedrecitas encima, para que el viento no se lo llevara. Yo fui en bajerita* a recoger el vestido para que le diera una mijilla de plancha (era una plancha de hierro que se calentaba en la can-dela). ¡Y me encontré que las ovejas me lo habían roído y magullado todo por abajo! “¡Mamá! ¿Tú cómo me vas a planchar esta bata, si se

Memorias de Luz Manso

En 1954, en la feria de Tarifa, en La Alameda con mis hermanos. Yo llevo el vestido de la comunión, que me lo cortaron.

la otra le dio una cocinita; a la otra, otra cosita buena... ¡Y a mí, des-pués que me tenía descanzoná* por los mandados, va y me da una pandereta! Del coraje* que me dio, le metí los dedos y salieron por el otro lado, y luego la cogí y la reboleé por medio de la escuela. “¡Te voy a castigar! ¡Ponte ahí, que te voy a pegar con la alpargata!”. “¡Usted me pegará, pero la pandereta ya la he roto yo!”. Yo, ¿para qué quería la pandereta? Ella tenía que haberme dejado otro regalo.

Para ir al colegio, me tenía que lavar mi madre el vestido la tarde antes, porque no tenía otro traje. Era una batita de percal frun-cidita, con unos piquillitos de los que se llevaban antes en el cuello y en los puñitos. Mi madre lavó el vestido y lo tendió en el patio nuestro.

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la ha comido la oveja?”. “¡Chiquilla! ¿La oveja se va a comer la bata?”. “¡Mira!”.

Yo aquel día no fui al colegio. Al otro día, mi madre por la ma-ñana fue a la tienda de un primo de mi padre donde recogíamos el subsidio (cobrábamos entonces del Estado por los hijos): “Currito, ¿tienes tela igual que esta que me llevé?”. Menos mal que le que-daba un restillo para el paño. Como era una bata fruncida con dos paños, uno alante y otro atrás, y las costuras a los lados, le quitó la parte roída y se la arregló. Al día siguiente, la maestra me preguntó que por qué había faltado, y le digo “porque se ha comido el borrego mi traje”. Las más estiraditas, que tenían a lo mejor dos o tres trajes, lo tomaron a risa y yo me vine cabreada de la escuela.

Mi madre me sacó de la escuela porque ni aprendía ni la maes-tra hacía por mí, y porque ella estaba siempre mala. Luego estuve dos o tres meses en la escuela de abajo, para prepararme para la comunión, pero me gustaría haber podido ir al colegio más tiempo, como otras chicas.

CRIÁBAMOS UNOS BORREGOS BUENÍSIMOSEntonces, cuando venían las ovejas de por ahí y tenían melli-

zos, los piareros quitaban de en medio uno y lo regalaban, para que el que quedaba saliera bueno. Y si parían muchos cochinos (podían parir hasta diecisiete), como la madre no tiene las tetas sufi cien-tes, también se regalaban. Yo criaba cochinos migajeros*. El cochino, para criarlo lechón, es lo más malo que hay encima de la tierra; es muy duro de cabeza, y no hocica. Yo le abría la boca y, con la cucha-rita, le metía las sopitas de pan con la leche americana. Dicen que el cochino agostero es el cochino más endeble*. Manuel y yo nos hemos criado muy gordos; “ustedes son agostones, pero el refrán no les pega”, decía mi madre, y yo decía, “mamá, ¿me comparas con un cochino?”.

Mi hermano Manolo crió una borreguilla con la cara blanca y negra, merinilla*, muy endeblilla, y dijo, “esa va a ser la bicicleta mía”, porque quería comprarse una con el dinero que sacara por la borrega, y mi hermano Antonio decía, “¡ahí viene la bicicleta!”. Y una cochina que estaba criando yo iba a ser mi reloj. Un día la cochina estaba hocicando en la puerta, y mi hermano Antonio se molestó, le dio un testarazo* y la dejó medio tullida. Yo no sé lo que tenía en las manos, que golpe que él diera era mortal. ¡Digo*! Él decía, “como yo

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le tire una piedra a ese perro, lo mato en el momento”. ¡Ya tú ves! Y así fue, ya no tuve reloj yo.

Y una vez crié siete borregos, que se subían por lo alto mío y yo dando un biberón a uno y a otro. “¡Mamá, mamá, que me comen!”. También les dábamos sopas de ajo. Cuando crié los borregos aborre-cimos los huevos en caldo en mi casa, porque los borregos cagaban parecido.

Mi padre siempre cogía borregos en Aciscar, y crió unos bo-rregos buenísimos con la leche americana. La leche la cocían los de Isabel Ríos y nosotros la tomábamos en la escuela, un vaso cada una. Estaba buena, pero estábamos hartos ya. La repartían arriba en la iglesia, pero quien tenía vacas o cabras tenía leche más buena y no necesitaba de esa. Mi padre iba a La Arráez y a Aciscar y traía leche de vaca buenísima.

El queso y la mantequilla americana estaban muy buenos. Eran quesos grandes cortados en trozos, que los traían para que los repartiera la iglesia para los pobres. También repartían ropa de gente de América que la daba. Yo le dije a mi madre que yo pasaba con lo que tenía y que no quería ropa de esa. Después de todo, era pobre y orgullosa. Murió mi abuelo y, como mi tía estaba de luto, me dio un traje nuevo estampado, que se lo había hecho el año antes para la feria de Tarifa. Me lo arregló mi madre y yo no quería ponérmelo. No me gustaba ponerme ropa de nadie, “¡que no y que no!”; me lo ponía un ratito y al ratito me lo quitaba. El traje se rompió más lavándolo mi madre, que por tenerlo yo puesto.

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RecetasFideos con tomate y arroz con tomate

Se hace un refrito con pimiento, tomate, ajito y cebollita. Se echa el arroz o los fi deos gordos. Mi abuela muchas veces le echaba una latita de atún. (Aportada por María Márquez).

Habichuelas y potaje de garbanzos

Les pongo ajito, cebolla, laurel, un trocito de tomate, un trocito de pimiento, pimiento molido, azafrán, su aceite y su sal. Mi abuela María le echaba después un chorrito de vinagre. Yo a los garban-zos les echo a veces un clavito. (Aportada por María Márquez).

Lomo en manteca y zurrapaSe compran pellas de tocino*. Se ponen en un perol, echas unos ajitos enteros, un poco de orégano, sal y agua; y se va calentando hasta que se derrite la manteca. El lomo se echa en adobo de vi-nagre dos o tres días, con orégano, pimientito molido y un ajo ma-chacadito. Y después se fríe con la manteca del tocino. Al tiempo que se fríen las tajaditas, se va sacando la manteca y colándola, para que no se ponga mala. Hasta que ya el lomo está frito. Cuando sacas el lomo, lo que queda en el fondo de la manteca es la zurrapa. Para conservarlo se mete el lomo en la manteca que se ha apartado. Para que esté colorado, se le echa un poco de pi-miento molido. (Aportada por María Márquez y Luz Jiménez).

SOPASSopa de tomate

Se fríe tomate, pimiento, ajo, cebolla y hierbabuena en un poco de aceite. Se añade sal. Se ponen las rebanaditas de pan en el agua en una cacerola, se añade todo eso y se deja cocer. (Aportada por María Márquez).

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Sopa de ajo Se fríen unos ajos. Se ponen las sopas de pan en una cacerola con agua y se echa el aceite, los ajos y su sal, y se deja cocer. (Aportada por María Márquez).

Huevos en caldo Se fríe uno o dos ajitos en aceite, luego se echa el agua y que hierva. Cuando se hierve el caldo, por lo alto echas huevo batido. El huevo se queda por arriba del caldo. Echas las sopitas de pan en los platos y sirves después el caldo con el huevo. (Aportada por Luz Manso).

REMEDIOS CASEROS

Horchata de arroz, para la diarrea Se pone a hervir un litro de agua con un puñado de arroz. Cuan-do está bien hervido se pasa por un colador. El agua se echa en un bote y se toma varias veces al día. Como no aguanta mucho, hay que tomarlo en el día y el día siguiente se hace otra nueva. (Aportada por María Márquez).

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DULCESMelojas

Se hacen tajadas pequeñas de cidra*, de calabaza, berenjena, ca-labacín, boniato... Cada una le echa lo que quiere. Se echan en cal viva. Cuando están duras, duras, se lavan y se cuecen con agua y mucha miel, hasta que se queda bien cocidito en la salsita de la miel. Cuando había higos chumbos*, se exprimían y se pasaban por un colador, y el zumo se agregaba a la miel. (Aportada por Luz Manso, María Márquez y Luz Jiménez).

Empanadillas de boniato A la masa de la empanadilla se le echa lo mismo que a los bo-rrachuelos: la misma cantidad de azúcar que de aceite frito con matalahúga* y cáscara de limón. Se pasa el aceite y se echa en el lebrillo. Si son dos vasos de aceite, son dos de azúcar y dos de vino blanco; y harina, la que te admita. No le echo levadura, por-que la masa se viene enseguida y entonces cuesta mucho trabajo hacerla. Le echo a veces una mijita* de bicarbonato, como media cucharilla chica. Cuando está la masa echa se estira con un rodi-llo y con la boca de un vaso grande se hacen tortitas. El boniato californio es más grande y más naranja; el boniato minina es el que se cría aquí, es más pequeño y más blanco. Se cuece con matalahúga, lo pelas y lo destripas. A esa masa le echas canela molida y una poquita de azúcar. Luego vas cogien-do una mijita para poner en la tortita, lo doblas, lo cierras con un tenedor y se fríe. (Aportada por Luz Manso).

Bollitos de limón Se hace una masa con harina, huevos (siete huevos por unos tres kilos de harina) agua, raspadura de un limón, aceite frito con un poquito de canela, cortecita de limón y matalahúga. Se hace como un bizcocho, pero para bollos. Con una copita se saca el re-dondel y se le hace tres cortecitos por los laditos. Al freír se tiene el aceite a fuego lento, para que se recalen por dentro. (Aportada por Luz Jiménez).

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EN UNOS AÑOS SE FUERON MI FAMILIA TODOS AFUERAEn los años sesenta se fueron mi familia todos afuera. De los

hermanos de mi madre, mi tía Teresa se fue a Reus. Mi tío Pepe se fue a Pamplona con su mujer, porque sus tres hijos se fueron allí. Las hijas de mi tío Joaquín se fueron a Barcelona. Se fue mi tío Antonio a San Fernando, mi tío Ignacio vivía en Algeciras y mi tío Juan al lado. La única que quedó en Facinas fue mi madre.

Mi prima Luz, la de mi tía Teresa, estaba viviendo en Tarifa, se casó con un soldado de Sevilla que estaba sirviendo en Tarifa, y se fueron a vivir a Gerona. Las hermanas de él y su gente vivían todos en Gerona; él conoció a mi prima haciendo la mili en Tarifa, la em-pezó a escribir y se volvió después a Gerona. El padre de mi prima le dijo, “¡ése se ha ido y ya se ha olvidado de ti!”. Al año justo le escri-bió, que para tal día venía a verla. Y vino con los papeles debajo del brazo, porque tardó dos meses en casarse. Después se fueron para Gerona, y viven en Figueras.

Mi primo Pedro trabajaba en la fábrica de pescado, abriendo pescado y sacándole la asadura*, trabajando muchísimo y ganando poco. Ya las fábricas se venían abajo en Tarifa; entonces los tres her-manos, que eran solteros, y la madre y el padre, ¿qué iban a hacer en Tarifa? Echaron cuenta y se fueron a Dragados a trabajar en obras.

Uno de los hijos se casó con una catalana y el otro se casó con una chavala de Tarifa que era huérfana y vivía allí con sus her-manas, que estaban sirviendo; ella era la más chica y estaba con la hermana mayor. El tercero se mató en una moto; iban los dos her-manos, saltó el paquete y se mató (fue un mes antes de yo casarme). Allí han estado viviendo toda la familia y allí se han muerto mi tía y el marido.

Mis primas las de mi tío Joaquín están muy bien ahora. Se fue-ron a Barcelona acompañando a una muchacha que se fue de aquí. A las cinco de la mañana se tenían que levantar para ir a una fábrica en Tarrasa; dice ella que tenía que ir de una punta a otra. Pasaron sus fatigas y no salían. “Ustedes aquí, con menos, se divierten más”. Tenían que estar todo el año trabajando y ahorrando para después poder decir, “voy a Facinas”, “voy a Tarifa”. Enviar, no enviaban dinero a la familia, porque la vida allí era muy cara. Mi tío Joaquín no quería irse por nada del mundo, pero mi tía sí; y se fueron para allá.

Memorias de Luz Manso

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Una de mis primas se casó con un muchacho de Almería, que también se fue con su familia a Barcelona, como tantas familias se fueron en esa época. Allí montaron una fábrica de telas, y hoy día tienen unas cuantas y les va muy bien.

Nosotros fuimos los únicos que nos quedamos. Mi madre de-cía, “¡Ay que ver: yo, que me crié en Tarifa y tenía más probabilidad de salir porque mi marido era carpintero, aquí estoy en Facinas; y en Facinas me voy a morir”. Nosotros éramos chicos y no sabíamos cómo nos podía ir la vida por ahí. Mi tío el de Algeciras decía, “¡Cu-cha*, que por ahí no amarran los perros con longaniza; al revés, ha-cen longaniza de los perros!”. Que irse no era tan fácil. Y era verdad, todos mis tíos tuvieron que vender sus casas para poder comprar otra casa por ahí.

ME GUSTARÍA HABERME CASADO ANTESYo me casé el 29 de noviembre de 1970, después de muchos

años hablando a mi marido. A mí me gustaría haberme casado antes, pero mis padres, para la época que vivieron, eran más antiguos que otros. Yo no pude agarrarme del brazo hasta que me casé. Un día, en la feria de Algeciras, íbamos cuatro jóvenes juntos: mi cuñada y yo en el centro, y mi hermano y mi novio a los lados. Vino una riada de gente y, cuando nos dimos cuenta, estábamos las dos solas y ellos

Yo, con 25 años.

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sehabían ido con la riada mucho más para alante. Salimos corriendo a buscarles y yo dije, “¡yo me agarro del brazo de mi novio y no me suelto, y que digan lo que digan!”. Así estuve todo el día de feria. Y le dije a mi hermano, “¡tú no le digas nada a mamá!”. “Yo, ¿qué le voy a decir? ¡Si yo también voy agarrado de mi novia!”.

Cuando íbamos al cine, él tenía que estar en el palco y yo aba-jo, no nos podíamos ver. Y había que ir acompañada de una mujer mayor; no podías ir sola. Mi tía Luz Manso decía, “ni de un beso ni de un abrazo sale un muchacho”. Y era verdad. Y cuando había un noviazgo arreglado, a la alcahueta que andaba buscando se le decía, “le pondremos las medias azules”.

Yo no pude disfrutar de mi novio hasta que me casé, y me casé tarde. Era un sufrimiento, porque le estuve hablando desde doce años antes. ¡Y eso que cuando se fue al servicio me dejó el baúl lleno de ropa! Las mantas y todo ya comprado, y dinero para casarnos. Porque otros se iban al servicio y no las dejaban nada.

Al principio vivimos donde uno de mi misma familia, Ignacio Silva, que me estuvo cobrando quinientas pesetas todos los meses por estar en su casa (yo se las ponía en el banco). Cuando Mari tenía tres meses nos fuimos a la casa de Curro González, el aperador de Aciscar. Allí estuvimos dos años y medio. Habló mi padre con él y él le dijo, “que se vaya tu hija a la casa mía, si hay que arreglarla la arregla, que yo no le cobro ni una gorda*. Con que me tenga la casa abierta, limpia, pintada y en condiciones tengo bastante”.

En el patio había un bater público, pero mis hijos nunca se sen-taron allí. Mi marido venía de llevar la corcha* a Sevilla en un camión a las cuatro o las cinco de la mañana y tenía que coger un baño, calentar el agua y bañarse. Dos años y medio después, cuando ya tuvimos la otra casa arreglada y nos fuimos para abajo, a Curro le dio un disgusto.

Mi primer hijo, José Antonio, nació en 1971. El primer hijo era una ilusión muy grande y, además, yo quería que fuera varón y fue varón. La siguiente nació dos años y medio después y la pequeña dieciséis meses después. Yo me quedaba en estado y mi madre me decía, “¡otro!”; porque creía que mis hijos me iban a quitar de que la atendiera a ella. Por eso, con mi padre tenía yo más confi anza para decirle que me había quedado embarazada.

Memorias de Luz Manso

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A mi marido le gustaba ir en coche a pasar el día por ahí con los niños y mi madre, como estaba mala y no le gustaba que me fue-ra, me decía, “ya te avisarán que me he muerto”, “cuando vengas me encontrarás lista”. Mi padre, que la conocía, decía, “vete y disfruta de tus hijos, que te queda tiempo de estar con tu madre”. Y era verdad.

El día de mi boda (29 de noviembre de 1970), con mi hermano Antonio y mi cuñada.

YO LLORO A MI PADRE TODOS LOS DÍASMi madre murió de una trombosis hace dieciocho años, el día

de San Antonio. Mi padre murió hace veintidós años. Yo había esta-do aquella noche a las once y media con él. “Esta noche, ¿qué vas a cenar?”. “Un vasito de leche me voy a tomar”. “Y la meloja que te he traído, no te la vas a comer?”. “No, no me apetece”. A la una y media o las dos llegaron mis hermanos y empezaron a charlar con él. “Mañana tiene que ir a tomarse la tensión. Cuando usted se des-pierte, me llama” (mi hermano le dijo de usted, porque nosotros no le podíamos llamar de tú).

Mi madre se desvelaba. Se levanta mi madre, se viene para la cocina y empieza a decirle a mi padre, “¡Manolo, levántate!”. Mi pa-dre no contestaba. Sale mi hermano de la alcoba y le toca los pies. “¡Venga, levántate!”. Y que no se movía. Me da aquella voz mi her-mano por una estancia que tenía, que estaba enfrente de mi casa.

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“¡Luz, vente para acá!”. ¡Eso lo tengo grabado mientras yo esté en este mundo!

No se sabe la hora que era, porque mi madre no sintió nada. No se había muerto la noche antes, como dijeron mucha gente en Facinas, fuera a las ocho, fuera a las seis, murió por la mañana. Se había quedado dormido de ladito. Bajó la doctora y le dije, “mira, échale una inyección, si hay que llevarlo donde sea, lo llevamos”. Lo que tenía yo era que no le había hecho lo último antes de morir. “Luz, no tienes nada que hacer. Está muerto”. Estaba con los calzon-cillos esos blancos así grandes hasta la rodilla y su camiseta. Enton-ces le puse los calcetines y lo vestí.

Después de nosotros darle tantas vueltas, se me orinó; y le digo a mi hermano, “coge otra ropa de ahí, que no quiero que vaya orinado”. Le puse otros calzoncillos y le dejé también otro panta-lón que no lo había estrenado siquiera. Cuando mis tías llegaron, decían, “¡parece que está vivo!”, porque no tenía desfi guración nin-guna. Veintidós años, y yo lloro a mi padre todos los días que sale el sol; no sé por qué.

ESTA ES MI VIDAEsta es mi vida. Unas cosas han sido mejores que otras. Me

gustaría haber ido al colegio más tiempo y, si volviera a nacer, no repetiría mi vida de soltera. A mí me gustaría haberme casado antes, que la vida de casada es muy bonita. Tener tres hijos también ha sido muy bonito; tengo un nieto y me gustaría tener muchos más.

Memorias de Luz Manso

Manuel Manso, en el Huerto de Las Mallas (de una vecina), de-lante de la angarilla de su padre, preparado para salir de caza (192?).

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Candelaria Serrano Quintana

1861?-1953?

Manuel Manso Sánchez

ÁRBOL GENEALÓGICOAntonio

Silva López?-1946

Luz Ochoa Ríos1883-1916

ManuelManso Serrano

1911-1982oo

IsabelSilva Ochoa1913-1986

AntonioMansoSilva1942

ManuelMansoSilva1950

AntonioJiménez

Lara1945

Rosariooooo

ooJavierLópez1976

LuzMansoSilva1945

oo Antonio1967

ooMaría JesúsGutiérrez

1974

AntonioManso Serrano

?-1954

LuzSerrano Pacheco

?-1954?oo

oo oo

RosarioJiménez Manso

1975

María de la LuzJiménez Manso

1974

José AntonioJiménez Manso

1971

José AntonioJiménez Gutiérrez

2004

Luz María

Manuel

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Memorias de Luz Manso

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Me llamo María Márquez, tengo sesenta y dos años y vivo en la calle Remedio de Facinas, con mi marido y mis hijos. Cuando era pequeña, parecía que iba a ser muy alta y después no ha sido así. No soy ni guapa ni fea. Soy una perso-na sencilla y me gusta hablar con todo el mun-do; he sido muy alegre y me ha gustado mucho

reírme y salir.

Ahora me dedico a las labores de la casa, a la compra y a cuidar de los míos. Todas las tardes voy a la Escuela de Adultos. Me gusta mucho el cante fl amenco, coser, hacer croché y hacer punto. Tam-bién me gusta pasear, me gustan los animales y el campo, por eso voy mucho a la parcela con mi marido, a cuidar los animales.

He preparado este libro con la ayuda de una profesora. Lo he hecho para mis hijos y demás familia, para el día que yo falte*, que lo tengan de recuerdo y que sepan todo lo que he vivido y lo que hemos pasado. Contar la historia que he vivido, que no ha sido poco, me ha servido para recordar muchas cosas de mi familia y de mi vida, unas muy agradables y otras menos agradables. También me ha servido

María MárquezTANTÍSIMOS AÑOS CON LOS SEÑORITOS

““

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para repasar fotos de mis familiares y para recuperar la memoria.

MI ABUELO SE FUE A ARGENTINA Y NUNCA VOLVIÓLa familia de mi madre era de Vejer. De Vejer se fueron juntos

trece hombres de emigrantes a Argentina: tres solteros y los demás casados. Los solteros regresaron al año, porque les iba muy mala-mente a los pobrecillos; de los casados, que son los que tenían que haber venido, no volvió ninguno. Mi abuelo, el padre de mi madre, Francisco Sánchez Alba (Paco), que trabajaba de carpintero en La Barca de Vejer haciendo carretas, arados y yugos, se fue con ellos y dejó a mi abuela Vicenta con cinco hijos.

Cuando se fue, mi tío Paco, el más pequeño, no había nacido. Cuando nació, a los tres meses de irse su padre, tenía como un grano grande en la cabeza, de lo que mi abuela sufrió, porque se tuvo que quedar trabajando de costurera con el señor marqués, de los Mora Figueroa (con ellos han estado también trabajando todos mis tíos por parte de mi padre).

Mi bisabuela Manuela se quedaba a cargo de los niños. La se-ñora y el marqués eran muy buenos con mi abuela y le daban muchí-sima ropita de los hijos, zapatos y de todo. Por la noche el chofer la llevaba a su casa y le dejaba comida para sus hijos. Ella dormía unas

Memorias de María Márquez

Tarjeta que le mandó mi abuelo a mi madre cuando iba para la Argentina. Dice: “Esta tarjeta se la dirijo a mi hija Pastora, para que pase muy feliz el día de mi santo, en compañía de su madre y de su hermano, dándole un millón de besos y abrazos a todos. Al escribir estas líneas vamos en alta mar, que vamos para la Argentina, para no volver e España más. Si otra cosa sucediera para volver mi palabra, tendría que tener mucho oro encima de mis espaldas. Adiós”.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

noches una hora y otras noches nada, porque tenía que arreglar la ropa para que sus hijos fueran a la escuela.

Cuando mi abuelo iba para Argentina en el barco, que echó un mes, escribió una postal a mi madre. Por detrás, aunque se entiende muy mal, ponía, “no volveré más a España hasta que no tenga las espaldas cargadas de oro”.

No volvieron a saber nada de él. Un primo hermano de mi madre (Paquito, que le decían “El Polvorones”) lo vio un día, que se lo encontró. Dicen que mi abuelo estuvo pasando hasta hambre en Argentina. Después, dicen que tuvo suerte y tuvo muchas tierras y muchísimo dinero. Allí se volvió a casar, tuvo nueve hijos y todos los nombres de los hijos y familia que tenía aquí los puso allí. Pastora, Manolo, Francisca, Pepe, Rafael, Paco... Su mujer en Argentina le pre-guntaba, “Francisco, ¿tú no tienes familia en España? ¿Ni madre, ni padre, ni hermanos?”. Él no contestaba nunca.

Estando mi madre muy mala, el cónsul de España en Argen-tina se puso en contacto con el gobierno de aquí, porque mi abuelo había muerto (murió un mes antes que mi madre). Entonces supo su mujer que sí que tenía familia aquí, y muy allegada. Empezaron a escribirse los hermanos de aquí con los de Argentina (escribían a mi tío Paco) y nos mandaron fotos de mis tíos de Argentina. Yo tenía dos tías más chicas que yo, y una era igualita que mi madre.

Le dijeron a mi tío Paco que, si él iba allí, algo le darían. Pero entonces había un guerrazo en el sitio que estaban ellos, y mi tío dijo, “¡a ver si por buscar dinero, busco la muerte!”. Cuando mi tío murió, ya no tuvieron más contacto, y ellos nunca vinieron por aquí.

A MI TÍO PACO LO SALVÓ DE MATARLO SU PRIMOMi tío Paco me contó que cuando empezó la Guerra Civil, él

estaba sirviendo y lo cogieron prisionero (él no había hecho nada). Todos los días salían camiones con los presos. Él me contaba, “cada vez que me iban a sacar, tu madre se me presentaba. Lo cierto es que yo siempre sobraba”. Él estaba pensando en ella; y nunca se lo llevaban.

Habían cogido a más gente de Vejer, y así mi madre supo que su hermano pequeño estaba prisionero en un sitio de Marruecos. Entonces se acordó de mi tía Rosalía, que se fue de ama de leche a

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Casablanca. Rosalía y Adelaida eran hermanas de mi abuelo Paco, el padre de mi madre. Una de las dos, cuando estaba criando un niño, era ama de leche con una mujer rica, que no tenía leche para criar a su hijo. Cuando la señora se fue para Casablanca, se fueron las dos hermanas de Paco y sus familias con ella, y allí les buscaron coloca-ción. Adelaida Sánchez Alba y Casimiro, su marido, tuvieron suerte: dos niños estudiaron y se hicieron militares (Salvador y Antonio), y tuvieron varias hijas: Nicolasa, Fátima, Angelita y Rosalía (primas de mi madre).

Mi madre se acordó de ese tío que tenía en Casablanca, que ha-cía muchísimos años que no tenían contacto. Le escribió para ver si podían hacer algo y la carta llegó a manos de Adelaida. Y vieron que Paco estaba en el mismo lugar donde estaba Salvador a cargo de los prisioneros. Le escribieron y metieron la carta de mi madre dentro. ¡Cuando Salvador recibió la carta, se puso de contento...!

Un día sacaron otros pocos de prisioneros para matarlos y a mi tío Paco fue el primero que nombraron. “Francisco Sánchez Vite, que dé un paso al frente”. Mi tío dio un paso y cayó desmayado: “Ya me llegó mi hora”. Salvador lo recogió y, cuando volvió en sí, le dijo, “soy tu primo hermano. Esto lo debes de agradecer a tu hermana, que se acordaba de mi padre y le ha escrito, aunque no sabe que hace dieci-séis años que murió”. Y Paco le dijo, “yo, cada vez que me iban a sa-car, sería de la endeblez que tengo, se me presentaba mi hermana”.

Salvador lo tuvo unos pocos de días en el hospital y cuando se puso mejorcito se lo llevó unos días a su casa. Después mandó una pareja de soldados para que fueran con él hasta Vejer, donde mi ma-dre vivía (porque él de soltero estaba con ella). Estuvo mucho tiempo en la cama, ¡porque tenía una anemia! Llegó a pesar treinta y cinco kilos. Estaba muy mal: se levantaba de la cama y decía, “¡ya están ahí, ya están ahí!”.

Después se casó con una hermana de mi padre y estuvo un tiempo en una aldeíta llamada El Algar, a la vera de Medina Sidonia, de maestro escuela con setenta alumnos. Mi tío no tenía carrera, pero sabía muchísimo. Fíjate si sabía, que don José Mora Figueroa, cuando iba a escribir cartas para alguien importante, lo mandaba llamar para que se las escribiera. Cuando sus niñas fueron mayores se fueron a Barcelona y allí murió.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

MI MADRE, AL TENERME A MÍ SE PUSO MALAMi abuela María, la madre de mi padre, tuvo dieciséis hijos:

ocho hembras y ocho varones; una niña se murió con ocho meses y un niño murió con siete. Mi abuela dice que tenía a los niños y al ratillo estaba lavando la ropa en el río. Dice que muchas veces cuan-do iban a nacer se iba a Vejer, con una mujer que se dedicaba a traer a los críos*, ¡porque había tantos muchachitos y muchachitas en la misma casa, viéndolo todo!

Mi padre estaba colocado de ganadero en un cortijo que le de-cían El Alburejo. Mi madre, al tenerme a mí cogió una anemia muy grande y luego se enfermó del pecho. Yo era la única hija, porque el médico le dijo a mi padre que mi madre así podía durar algo, pero que si tenía un niño se iba a morir. Y mientras durara tenía que estar en reposo.

Le dijo el médico que le iban a hacer los papeles para llevársela a Sevilla. Aquella mañana, antes de mi madre irse, mi padre me llevó con mi abuelo paterno, que vivía a la vera de Las Lomas, en una fi nca que le decían Malabrigo. Yo tenía dos añitos y medio y mi padre me llevaba en el caballo. Al pasar por las vacas que mi padre guardaba, vi yo a sus becerritos y le digo, “papá, ¿tú ves cómo están estas vacas con sus niños? ¡Así podía estar yo con mi madre!”. Mi padre el pobre, llorando, cogió el caballo y se volvió. Luego pensó, “¿para qué me vuelvo, si a su madre me la tengo que llevar al hospital?”.

En Malabrigo estuve cuatro años, con mis abuelos. Ya mi abue-lo se puso malo, y se tuvo que ir mi abuela a Vejer. Entonces arregla-ron para quedarme con mi tía Ana, una hermana de mi padre que vivía en Churriana. Allí estuve dos años con mis primas, hasta que mi madre salió del hospital y se fue para Vejer, que tendría entonces yo ocho añitos.

Para la feria de Vejer en agosto, mis primas me dicen, “vas a estar con tu madre unos diítas”. Mi madre me tenía unos trajecitos hechos y con mucha guasa me dice, “como estoy mala, no te he com-prado nada para la feria”. ¡Yo puse una cara! Ella me dio la mano: “ven acá, hija de mi corazón”. Me abrió el armario y me enseñó por lo menos cinco o seis vestidos hechos de ella, que era muy curiosa*.

Y me dio una muñeca que le había regalado a ella de chica una tía suya, de esas grandes de porcelana. ¡Yo estaba con mi muñe-

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ca loquita de contenta! Me pongo yo en el zaguán a charlar con mi muñeca y viene una muchacha y me la quitó. Contra las rejas, me la cogió por las piernecitas y me la estalló. Yo llorando a lágrima viva, y mi madre me decía, “no te apures, hija de mi alma, que tú no la has roto”.

Cuando terminó la feria vinieron mis primas a por mí, y yo llorando: “¡Yo me quiero quedar con mi madre y disfrutar un poco de ella!”. Hacía mucho tiempo que no estaba con ella y necesitaba su cariño. Me quedé con ella y ya no me retiré de su lado hasta que se murió.

YO SOLITA CON MI MADRE, DE NOCHE Y DE DÍAEstuve con mi madre por lo menos dos años en Vejer, y ya a mi

padre le salió una colocación de ganadero con don Joaquín Núñez Manso en Churriana, en una casa a la vera de Las Lomas, y nos fui-mos con él mi madre y yo.

Joaquín Núñez era hermano de Carlos Núñez Manso, que fue alcalde de Tarifa, y de Mariano, Maruja, Lorenza, Marcos y Juan; to-dos hijos de don Marcos Núñez Reynoso (El Viejo) y de doña Carlota Manso. Ya se ha quedado don José de Mora Figueroa con todo ese cortijo de Joaquín.

Mi padre, cuando hizo la mili, con 23 años; en Valladolid.

Antonia Vélez, Pastora Sánchez (mi madre) y Adela Lo-sada, en Barbate, el 14 de septiembre de 1935. Pasto-ra tenía entonces 24 años.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Era el año cincuenta y mi padre venía ganando diez reales y la cabañería*. Y contaba con los animalillos que criara: gallinas, gallos, pavos y cochinos (todos los años hacíamos la matanza de un cochi-nito o dos y hacíamos lomo en manteca y zurrapita). Mi madre se puso muy mala de cáncer; pero con el gasto de las medicinas noso-tros tuvimos suerte, porque ellos les ayudaban.

En la parte de arriba del cortijo estaban Antonio Rojas y mi tío Lorenzo de vaqueros, con todas las vacas de los Núñez, que los hermanos todavía no las habían repartido. Y le decía don Joaquín a mi padre, “José, tú vas ahí arriba y que te den la leche que te haga falta, porque tengo yo una parte”. Por eso no pasamos nunca hambre como otra gente, gracias a Dios.

Mi madre quitaba la gordura de la leche antes de cocerla y la metía en una olla hasta que juntaba mucha; la batía y hacía mante-quilla de Flandes, y le daba a mi tía y a todas las vecinas. Encargaba los papeles para liar la manteca a un hombre que venía de recovero* desde Algeciras, Joselito el de Quirol, y parecían comprados los pa-quetes. ¡Qué buena estaba!

Si se mataba un pavo grande, mi madre lo salaba en una olla muy grande para el puchero*, porque si no, esa carne se echaba a perder. Y en el tiempo de los higos chumbos mi madre los cocía en la miel y me hacía melojas.

En este tiempo mi padre tenía que ir a Jerez un mes o quince días de agostadero* con las vacas. Allí en el campo, ni mi madre ni mi padre tenían a nadie y yo era chiquitita; ¡ojalá hubiera sido ma-yor! Con nueve años yo me quedaba con mi madre, ¡ya ves tú lo que yo podía hacer! Calentarle el café, porque otra cosa... Estuvo en la cama veinticuatro meses sin levantarse, ¡con un dolor...! Cuando se levantó, tuvo que aprender a andar y la cara se le torció; siempre del mismo lado.

Yo solita con mi madre, de noche y de día, y al cuidado de los animales. Tenía que dar de beber agua a las vacas: me montaba en un caballo que era muy noble e iba donde mi tío Lorenzo, que tenía una noria con una burra, y cuando terminaba le decía, “tito, déjame la burra amarrada, que yo le doy de beber agua a las vacas”. Después soltaba la burra, metía las vacas para dentro y me llegaba para la casa con los pavos y otros animales, a bregar* con mi madre.

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Desde chiquitita estaba muy acostumbrada a trabajar, por des-gracia. Con nueve años yo me lavaba la ropa. Mi madre me iba co-locando trocitos de la sábana mía para que yo los lavara, y ella a la verita mía, llorando, porque entonces estaba ya operada por dos veces y no me podía ayudar.

Cuando empeoró, yo fui donde mi tía Ana y le dije, “tita, por fa-vor, ¿por qué no se viene alguno conmigo...? Por lo menos de noche, ¡porque a mí me da mucho miedo quedarme sola con mi madre, no le vaya a pasar algo!”. Mi tía mandaba por la noche a mi primo Pepe y mi madre le decía, “mira, cuando tú te vayas por la mañana, tú me llamas, hijo mío. Si no te contesto, no te vayas, porque si no tu prima se va a asustar”.

Una vez, cuando ya estaba muy mala y se le habían quitado las ganas de comer, se le antojó un trocito de sandía. Teníamos una vecina, Encarnación Rondón, que era muy buena con nosotros, como si fuera mi segunda madre. Ella mandó a su hijo Paco en el caballo a Benalup a por una sandía. Mi madre cogió un trocito y apenas lo probó, pero Encarnación decía, “aunque sea poquito, ¡pero ella lo ha probado!”.

Hasta que mi madre murió, que tenía yo once añitos.

NO QUERÍA ABANDONAR A MI PADREMi madre dejó encargada a mi tía Carmen, la hermana de mi

padre, que nunca me abandonara. Cuando murió, mi tía fue a ayudar para limpiar y quemar cosas, que es lo que se hacía antes cuando moría alguien, y le dijo a mi padre, “Pepe, yo me voy a llevar la niña a Las Lomas y todos los días te mando la comida con Pedro; y todas las semanas vienes o venimos nosotros para que tú la veas, te lim-pio la casa y me llevo la ropa que tengas sucia” (porque mi tío Pedro estaba en la traílla* y todos los días iba de Las Lomas a Churriana para arar).

Yo estaba afuera jugando, escuché la conversación y corrí para dentro: “Tita, ¿tú qué estás diciendo? ¿Yo me voy a ir contigo y voy a abandonar a mi padre? ¡Yo me iré contigo una semanita o dos, pero con quien tengo que estar es con mi padre, que lo quiero yo mucho!”. Mi tía y mi padre se hartaron de llorar. “Pepe, otra niña con diez u once años estaba loca de contenta por irse conmigo”. A mi padre,

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

jamás en la vida lo abandoné.

Estuve en casa de mi tía unos diítas y me volví con mi padre. Yo le hacía todo, la comida y la casa. Luego estuve en Las Lomas con mi tía veinticuatro días, para prepararme para la comunión. Llevaba una medalla muy grandota y un vestido negro, porque mi abuela te-nía mentalidad de persona antigua y no se le metía en la cabeza otra cosa que vestirme de negro.

La maestra que teníamos era de Ceuta y me quería mucho. Le decía a mi tía Carmen, “¡qué lástima de niña, con lo que sabe y lo que le gustan estas cosas, y que tenga que estar en el campo! ¡Con veinti-cuatro días que lleva y ya está preparada de rezos”. Había niños que llevaban tres años preparándose y no pudieron hacer la comunión.

Todos mis tíos hermanos de mi padre y mi abuelo se criaron en Rehuelga con los marqueses de Mora Figueroa, que querían mucho a mi gente. La señorita doña Carmen de Mora Figueroa me hizo un regalo igual que los demás: el cuadro con el Corazón de Jesús y los niños comulgando, el rosario, el librito de la comunión, los zapatos... Muchas cosas. Lo pasé estupendamente.

Mi tía Carmen, la pobre, hacía las veces de madre y lloraba muchísimo. Ella estaba recién casada, y estaba esperando a mi prima Pepa. Fue muy buena conmigo: tuvo dos hijas y siempre decía que yo era su hija la mayor.

Mi tía Carmen Márquez Rivera y su sobrina Mari Carmen Már-quez Morillo, que murió hace unos diez años.

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MI PADRE GANABA MUY POCODe Churriana pasamos a la fi nca de Los Tejones, que también

era de los Núñez, con mi abuela María. Tenía yo once o doce años y me pedían hacer los mandados con la burra a Benalup, que esta-ba a media hora de camino. Mi abuela decía, “mírala, Pepe, no pone aprecio. ¡Ésta no va a traer nada! ¿Para qué va?”. Yo callada. Y me venía con todos los mandados para los que vivíamos allí: la mujer del carbonero, el guarda montaraz y nosotros. ¡Y ahora, de todos los mandados me traigo uno!

De Los Tejones pasamos a Tahivilla cuando yo tenía doce años. Al llegar a Tahivilla había gente que comentaba, “¡hay que ver, qué mujer más joven se ha buscado este hombre!”. Porque yo estaba muy grandota con doce años, y ya con el luto. Mi padre estaba con las vacas de don Joaquín, pero al poco de llegar a Tahivilla murió don Joaquín y quedamos con un hijo suyo, don Marcos Núñez del Cuvillo. Allí estuvimos lo menos veinte años.

Yo trabajaba en casa y le hacía la comida a mi padre. Le hacía unos fi deítos gordos con tomate o un arroz; le hacía habichuelas* y potaje* de garbanzos. A mi padre le gustaba mucho la sopa de ajo y la sopa de tomate. A mí, lo que más me gustaba de joven era la tortilla con perejil y cebolla (muy picaditos en el huevo batido), las patatas fritas y el arroz con leche, que hacíamos si había cabras o vacas. Mu-chas noches le decía a mi padre, “¿qué vamos a comer?”, y decía, “un huevo frito y leche esmigá*”. Y había noches que comíamos pan con higos chumbos, porque no había otra cosa. Pero yo, hambre, nunca pasé.

Yo, con 18 años, que vivía en Tahivilla.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

AcertijosEntre pared y paredcaen dos chorritos de miel.(La nariz y los mocos)

Entre vallado y valladohay dos bueyes atollados.(El pan: los bueyes son los puños, haciendo la masa)

Una iglesia muy menudita,la gente muy chiquititay el sacristán de palo.(La planta del pimiento:la iglesia es el pimiento y la gente las pipitas)

En altas torres me veo,moros veo venir,corona de rey tengo y no me puedo huir.(El chaparro o alcornoque: corona* es la de la bellota y los moros los cochinos)

Fui al pajar,le levanté el jato*,se la metíy salí corriendo.(Meter la paja en el saco)

Entré en tu casa,te encontré barriendo,te metí la puyay salí corriendo.(La abeja o la avispa)

Gorda la tengoy más gorda la quisiera,que en medio de las patasme cupiera. (La mula)

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Encima de ti me subo,tú te meneas,gusto me day leche te queda.(La higuera)

¡Y tantísimos animales como criaba! En Tahivilla crié doscien-tos pavos. Hasta una becerra crié. Se le murió la madre y Marcos Núñez le dijo a mi padre: “dásela a María para que la críe”. Y un mon-tón de cochinas migajeras. Y dientudos*, que no pueden comer con los dientes tan largos y les tenían que cortar los colmillos.

Ahí estaba yo, luchando por ayudar a mi padre, que ganaba muy poco. Yo me quería comprar mis cosas, porque era una mucha-cha que me gustaba ir como las demás. Pero mi padre no quería que yo me fuera por ahí a trabajar, a sacar un dinerito.

Ya don Marcos Núñez vendió el ganado, porque el padre murió y repartieron. Nos fuimos de Tahivilla al puente de La Vega, donde don Marcos dejó unas pocas vacas palurdas* y el ganado suizo, que lo cuidaba mi padre. En La Vega estuvimos dos años.

Estando en La Vega mi padre se partió la pierna por el peroné y la tibia. Entonces el señorito se creía que ya mi padre no le iba a servir más, que no se iba a reponer; y le dejó sin trabajo. Tantísimos años que estuvo con él (y fueron muy buenos con nosotros) pero al fi nal no se portó bien y nos dejaron fuera.

EL SEÑORITO NOS BUSCÓ UNA COLOCACIÓNEl señorito le buscó una colocación con un primo suyo, don

José des Allimes, que tiene en La Peña un camping. Hasta que estu-viera bien, lo colocó a mi padre en el economato, despachando; era un buen trabajo. Yo me fui a trabajar a Sevilla con Pilar Cervera, la mujer, y con sus cinco niños. Ella era muy buena conmigo.

Yo estaba para todo: para llevar los niños al colegio, para arre-glarlos, para llevarlos de paseo, para hacer la casa, para lavar, para planchar. Todo, todo; hacía a la señorita de compañía y lo hacía todo. Yo lloraba todos los días por mi padre, porque no me había despega-do nunca de él, y la señorita me decía, “Mari, tu padre está muy bien.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Tienes aquí el teléfono a tu disposición; tú coges el teléfono cinco, seis veces al día y hablas con tu padre”.

La noche de nochebuena la señora, que estaba esperando una niña, se puso de parto. “¡Dios mío! ¿Qué hago yo ahora?”. De repente llamaron a la puerta y era don José: se había acostado y no podía dormir; “parece que Dios me estaba diciendo que me viniera”. Se la llevó al hospital y yo me quedé esa noche con los cinco niños. ¡Qué nochebuena más mala pasé!

No me pagaban casi nada. Ya hoy es diferente, pero entonces me tenían por poco menos que nada. Y yo, con tal de que mi padre estuviera bien, no protestaba. Si mi padre ganaba un buen sueldo, entre eso y lo de la pierna íbamos tirando.

Mi padre le dijo al señor, “sepa usted que yo estoy cobrando por la pierna; no vaya usted después a decir que no sabía. Porque si no, no me voy con usted”. “¡Qué disparate!”. Y el señor le dijo que yo iba ganando menos porque le iba a dar a él más.

Así estuve dos años, hasta que las cosas se trambucaron*. ¡Y es que a mi padre no le pagaron nada! Le regalaba una chaqueta que le quedaba chica y cosas así, se creía que con eso mi padre iba a con-formarse y no le pagaron nunca.

Cuando mi padre vio eso, buscó trabajo en Tahivilla, se fue del camping y me escribió una carta certifi cada diciéndome lo que ha-bía. Yo le dije a la señora, “mire lo que le pasa a mi padre, ¿don José no le ha dicho a usted nada de esto?”. Ella dijo que no, ¡pero sí se lo diría! ¿No se lo iba a decir?

“Señora, eso no se hace; yo llego a saber que a mi padre le iba a pasar eso y no me vengo con usted, con lo que yo trabajo aquí y lo poco que usted me da. Yo me voy con mi padre, yo no lo abandono”. “¡Ay, no!”. “Mire usted, yo la espero una semanita o dos hasta que encuentre muchacha”.

Lo puso en los periódicos y venían muchísimas, yo les ense-ñaba las tareas para aquí y para allá y cuando veían el plan, decían, “¿Esto, tú sola? ¡Yo no!”. No encontró a nadie.

El día que me fui, estaban todos los niños para comer. ¡Qué lás-

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tima lo que lloraban los críos! No comieron. Me querían mucho los angelitos. Después no supe más nada de ellos y no he ido más allí.

Cuando empecé a hablar a mi novio tenía veintisiete años. Me casé con treinta y dos, y me fui a vivir a Facinas.

A MÍ ME GUSTAN MUCHO LOS POEMASA mí me gustan mucho los poemas y las historias. En Tahivilla

había un hombre que le llamaban Tirilla, que tocaba muy bien la guitarra y le llamaban para todas las fi estas de chacarrá*. Ese hom-bre era muy poeta. Yo iba un día buscando los pavos, preguntando, “¿No han visto ustedes los pavos, que se me han perdido?”, se para él y me dice: “Venimos del Suspiro; con muchísima alegría; se le han perdido los pavos; a la señorita María”. Otro día veníamos de coger caracoles. Se para con nosotros y me dice: “Te voy a decir una cosa; y después, te voy a decir ole; que vienes con estas niñas; de coger los caracoles”.

Una noche que estaban los muchachos de serenata y cantaban coplas, le sacaron una copla a mi padre: “Perdone usted señor Már-quez; que venimos a tocar tarde y oscuro; que yo vengo con estos niños; para ganarme diez duros”. Salió él a la puerta y les invitó. Y a

mi tía Isabel le sacó una copla sobre el albañil que esperaba que le arreglara la casa: “Tita, y de Felipe; no te debes preocupar; porque con tantas mentiras; la casa nunca la va a arreglar”.

Mi marido, con 22 años, que vivía en Las Cabreri-zas de Facinas.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Este poema lo saqué a dos niños de Facinas que se mataron hará seis años o siete. Se iban a ir en el coche de correo para sacar el carné en Cádiz, pero se les metió en la cabeza que un muchacho los llevara en su coche y fueron a buscarle. “¡Si tengo que trabajar ma-ñana!”. “¡Tú nos llevas a todos!”. En un cruce de Vejer, un camionero se atravesó en la niebla y el muchacho no lo vio. Se mataron dos y dos se salvaron.

En el pueblo de Facinas,señores lo que ha pasado,en accidente de coche,dos muchachos se han matado.

Los niños Juanito Silva Gonzálezy Juanito Sánchez Selván,dejaron de existir en la tierrapara toda la eternidad.

Todo el mundo los queríamospor ser humildes y tan buenos,por eso Dios los escogió;dos ángeles más para el Cielo.

Y este es el cuento del lorito: “Una señora tenía un lorito. Lo tenía en la cocina y tenía observando a la cocinera, para que no le quitara las mejores tajadas. Un día, la muchacha tenía el puchero hirviendo; cogió un hígado del pollo y se lo comió. El lorito le dice: “¡Cuando venga la señorita se lo digo! ¡Se lo digo!”. Y le dice ella: “¡Hoy no te escapas!”. Lo cogió al pobrecito y lo metió en el caldo del puchero. Y se puso el lorito en el balcón y pasó un fraile. Se asoma el lorito y le dice: “Fraile frailote, ¿quién te ha pelado el cocote?”. “A mí, el barbero”. “¡Ah! ¡Pues a mí el caldo puchero!””.

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Memorias de María Márquez

CoplasFandanguillos* y chacarrás

En Facinas compré un huevo,en Tahivilla el aceite,en Retín nos lo frierony nos lo comimos entre veinte.

Facinas, corral de cabras:los hombres son los cabreros,las mujeres son las cabras,y los chiquillos los cencerros.

Facinas, corral de cabras,en Tarifa, los cabritos,en Los Barrios, los cabrones;¡Vaya tres pueblecitos!

A Facinas llegué tardey me quisieron prenderun viejo con mucha barba;y yo le dije, “¡Mire usted,Facinas tiene su alcaldey también su secretaria!”.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Coplas de las postales que había antesEsta mañana temprano,paseándome en mi cuarto,se me vino al pensamientoque era el día de tu santo.

Por ser la primera postalque de mis manos recibes,guárdala en tu corazón,para que nunca me olvides.

Eres de cara bonita,de cuerpo también lo eres,eres hija de tus padresy amiga mía, si tu quieres.

LA NIÑA SE ME QUEDÓ ASFIXIADAYa casada, mi padre estaba en Tahivilla, trabajando en la gaso-

linera. Una noche se puso chorreando, la ropa se le secó en el cuerpo y cogió una pulmonía muy mala. A consecuencia de eso ya empezó su enfermedad de cáncer y lo traje conmigo. Estuve yendo en la am-bulancia con él mes y medio a Cádiz, para darle corrientes. Yo estaba embarazada de mi niña.

Estuvo tres meses más ingresado en el hospital de San Rafael y después me lo traje a Facinas y lo tuve tres meses, hasta que murió. ¡Una enfermedad muy traicionera! Mi tía Encarnación murió doce días antes. Él murió y no supo que la hermana se había muerto por-que, como estaba tan malito, cuando iban mis tíos a verlo yo les de-cía, “el luto, fuera. Si te pregunta por ella, dile que está mejor”. ¿Para qué íbamos a decirle?

A los dos años de mi padre faltar*, un día estaba dando de co-mer a mi niña, que tenía menos de dos años. Me acuerdo que era puré de patatas con carne de ternera, y a la primera cucharadita se me quedó asfi xiada. Yo pensé que se había tragado algo, corrí a avisar a la doctora Mayoral y después de reconocerla me dijo que corriendo para Algeciras.

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En Algeciras la tuvieron dos días observándola y la mandaron para Cádiz, donde estuvo mes y medio en observación. Decían los médicos que era un “cuerpo extraño”, y la pasaron al quirófano para quitarle el cuerpo extraño. La niña entró a las nueve de la mañana y salió a las nueve de la noche. Vino un médico y nos dijo que tuvié-ramos confi anza en el Señor, porque le habían metido una goma, con la mala suerte de que se les escapó y le había abierto el pulmón. Estuvo en la UVI cuatro días, y mi marido y yo en la sala de espera, a ver qué nos decían.

Cuando hizo el quinto día nos dijeron por el altavoz, “la madre de Pastorita, que pase, por favor”. Y el médico me dijo, “si tienes va-lor, prométeme que vas a ser fuerte y no vas a llorar”. Cuando vi a mi niña cómo estaba, se me partía el corazón. En planta estuve dos meses con ella. Me dijo el médico, “María, te voy a decir una cosa, de todas las enfermeras que hay aquí para tu niña, la más importante eres tú. La menor cosa rara que tú veas a tu niña, tocas la alarma porque, aunque la veas en planta, todavía no está fuera de peligro”.

Como le tuvieron que hacer una traqueotomía, un día empezó a llorar y se le presentó una hemorragia. Yo toqué la alarma. Subie-ron todos los médicos y me echaron para afuera. Estuvieron dos o tres horas con ella y cuando salieron me dijeron, “ahora es cuando tú tienes hija, antes no”.

No tenía ningún cuerpo extraño, sino que se le habían tapona-do los conductos de los bronquios, pero por poco no me la matan. A consecuencia de eso se le generó una poquita de asma y mucho pasé, pero gracias a Dios que la tengo bien.

ESTA ES MI VIDACuando estaba preparando este libro pensaba en mi niñez, en

mis padres... En fi n, en muchísimas cosas. También me he acordado mucho de un matrimonio que tuve de vecinos en Tahivilla, Baltasar y Pepa Calderón, que fueron muy buenos conmigo y me ayudaron todo lo que podían en mi niñez, como si hubieran sido de mi familia. Quiero darles las gracias ellos y a todos los que me han ayudado en esta vida, y al Señor por tenerme aquí.

Esta es mi vida. A mí me hubiera gustado tener otra clase de vida, ya que mi niñez fue muy dura, al estar mi madre siempre mala.

Memorias de María Márquez

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Por eso, si volviera a nacer me gustaría tener a mi madre buena y siempre tenerla conmigo. Hay cosas que me han gustado: el tiempo que estuve con mis padres, conocer a mi marido, haberme casado y haber tenido a mis hijos, que son lo más bonito de mi vida.

El consejo que me gustaría dar a mis sobrinos y a mis nietos, si algún día tengo nietos, es que estudien, ya que yo no lo pude hacer, y que sean hombres y mujeres buenos y trabajadores.

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Memorias de María Márquez

FranciscoMárquez Duarte

?-1944

María Rivera Jiménez

1874-1958

ÁRBOL GENEALÓGICO

Francisco Sánchez Alba

?-1955

Vicenta Vite Varo?-1937?

oo oo

JoséMárquez Rivera

1913-1979

PastoraSánchez Vite1911-1955

oo

FernandoSantos Gallego

1940

MaríaMárquez Sánchez

1942

oo

Fernando JesúsSantos Márquez

1976

Pastora Santos Márquez

1979

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

“Vista de La Caleta, Tarifa, en los años 20. Colección privada de Sebastián Trujillo.

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Todo lo que cuento es verdad. Como una lo ha pasado,

lo estoy escribiendo y lo estoy viviendo. “”

Memorias de Antonia Moreno,

Luz Trujillo, Manuela Román y Mari Luz Díaz;

de Tarifa

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Me llamo Antonia Moreno, nací el 26 de abril de 1941 en Tarifa (tengo sesenta y tres años), y vivo en la Barriada “28 de Febrero”. Soy una mujer bajita, porque antes éramos más bajitos. De joven tenía los ojos muy grandes y marrones, pero ya casi no se me ven del sufrimiento que he tenido. De cara me gusto, pero de cuerpo

quisiera ser más delgada. Vivo con mis dos hijas más pequeñas, que tienen treinta y un años. Yo soy una persona cariñosa y me da lás-tima de todo el mundo. Todo lo que tengo lo doy con voluntad, sin pedir nada a cambio. Ahora soy muy nerviosa, pero antes de morir mi marido no lo era.

Mi trajín de todos los días es lavar, recoger la ropa, repasarla y plancharla, limpiar la casa, barrer y hacer de comer. A la calle salgo poco, aunque desde hace cinco años voy todas las mañanas a la Es-cuela de Adultos. En mis ratos libres voy a casa de mis hijas, un día donde una y otro día a casa de otra. Me gusta mucho estar en mi casa

Antonia MorenoTODA MI VIDA TRABAJANDO EN LA FÁBRICA

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y en casa de mis hijas, hacer viajes, ir a la iglesia, hacer punto y gan-chillo, coser, pintar y bordar paños (voy a un taller de costura).

En octubre de 2004 mi profesora Mari Carmen me propuso con-tar la historia de mi vida. Me apunté al curso y, al principio, no quería contar porque, al acordarme de lo que he vivido, me entraban ganas de llorar. Luego mi maestra Beatriz empezó a tirarme de la lengua y me puse a contar las cosas de mi niñez. Así he escrito este cuaderno, para que el día de mañana lo tengan mis hijos y mis nietos.

MI NIÑEZ FUE MUY JODIDAMi niñez fue muy jodida. Cuando tenía siete años, mi madre

estaba trabajando en la fábrica de pescado y yo tenía que quedarme con cuatro niños chicos, dos hermanos y dos sobrinos. Por la maña-na tenía que darles el café que dejaba mi madre, que nunca lo ponía muy caliente, y pan con aceite y azúcar que yo les preparaba. Cuan-do venía mi madre me iba un ratito a la calle a jugar, pero cuando tenía que irse a trabajar, yo corriendo para adentro a cuidar de los niños. Así fue mi vida.

Mi madre, el día que había trabajo, trabajaba, y el día que no había nada que rascar, por la mañana íbamos al muelle a que nos dieran un poco de pescado y salíamos a venderlo para poder ha-cer de comer. O nos íbamos al campo a coger caracoles, tagarninas*, algún garbanzo, habas... de todo. Después nos llevaban a mariscar ortigas* y burugatos*, y todas esas cosillas las vendía para poder co-mer. Porque mi padre, el pobre, trabajaba en la mar y, por mucho que quisiera ganar, no ganaba. Cuando mi padre venía de la mar, en el bolsillo traía guardado el dinero para dar de comer a sus niños, ¡pero venía con una tajada*...!

A veces me iba a La Isla con dos amigas mías, a vender tagar-ninas y caracoles a los soldados. Cuando nos veía llegar, la mujer del teniente Púa, la señora Antonia, nos preparaba a las tres un café y un bollo de pan* con aceite.

Íbamos a lavar al río que está a la vera del Tejar. Nos turnába-mos entre las hermanas, pero a mí siempre me tocaba, porque yo me encargaba de asolear la ropa. Después de asolear había que refregar de nuevo, entonces me tocaba echarle agua, y lo último era tenderla. Nos llevábamos el día con una naranja, un pedazo de pan y una sar-dina arenque*, y a la vuelta nos tomábamos el puchero de mi madre.

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Mi padre traía cajas de sardinas arenques de Agadir (en Marruecos), que las arencaba él mismo allí.

En El Retiro daban una comida para los pobres. Yo, con ocho añitos, apunté a todos mis hermanos, a mi padre y a mi madre, para que nos dieran la comida. Algo teníamos que comer. Le dije lo que me pasaba a un jefe grande que había ahí, y lloró. “¿Por qué llora us-ted?”. “¡Porque, con la edad que tienes, la inteligencia que has teni-do!”. Y a la hora del recreo (que yo nunca estaba en la escuela, estaba en el recreo más tiempo) me iba a pelar patatas para que me dieran la comida la primera, para poder salir corriendo para mi casa.

Cocinábamos con carbón. Lo que más nos gustaba era el pu-chero y el potaje de habichuelas, que es lo que comíamos casi todos los días y la comida más barata. El puchero se hacía con mentraño*. El bofe* lo guisábamos con papas*. Mi madre lo hacía muy bueno, le echaba su pimientito, su tomatito, una hojita de laurel, su azafrán, la papita y el aceite. Todavía se hace, pero yo desde entonces no lo he querido comer más.

El pan duro, a nosotros no nos daba tiempo a comerlo, porque no quedaba para el otro día, y el huevo no lo veíamos. Mi madre compraba un huevo y al que le tocaba se lo comía. Cuando llegaba el último, el primero no se acordaba del color que tenía el huevo. Cuan-do me tocaba el huevo a mí, me ponía toda la boca pintada, para que viera la gente que me había comido un huevo.

LA CASA DE MI MADRE ESTABA EN LA PLAZOLETA DEL TONTITOLa casa de mi madre tenía dos habitaciones, pero cabíamos

todos. La tenía muy arreglada y cuando la gente entraba decía, “¡esta mujer vive como la marquesa!”. Nosotros éramos siete hermanos y todos nacimos en esa casa. Con mi padre y mi madre, nueve y con mis dos sobrinos, once. Mi hermana María se quedó embarazada con diecisiete años, era una cría. Él se quiso casar y mi madre estuvo buscándoles casa, pero no había por ningún lado y se quedaron con nosotros.

Dormíamos en colchones de paja y de palma, que mi madre hacía con tela, y todos los años se cambiaba el relleno. Después de trillar el trigo íbamos al Llano a comprar la paja a uno que le decían El Dormido, que siempre venía dormido en el borrico. “Dame tan-ta paja para tantos colchones”. También teníamos dos colchones de

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borra* en dos camas de tijerita. ¡Mi casa de noche era un hospital robado! Venía la encargada de la fábrica a buscarme y yo saltando de una cama a otra hasta llegar a la puerta.

Nosotros vivíamos en la plazoleta del Tontito. El Tontito vendía carbón y, en el invierno, cocía batata* y vendía algarrobas. Abajo de su casa tenía el carbón y arriba tenía un granero. Yo me subía arriba para ayudarle a partir algarrobas para dar a los burros que tenía, y le decía a mi hermana, “dame una espuerta chica; ponte abajo y me recoges la espuerta cuando te la eche”. Y las mejores algarrobas se las daba a mi hermana en la espuerta, atada con un cordel. Ella se las metía en la falda y salía corriendo para vaciarla. El hombre tenía una sobrina muy tonta y yo la decía, “¡como le digas algo a tu tío Antonio, te doy un guantazo!”.

Él era muy guarro: se meaba en el saco que ponía encima de la batata. Le decían tonto, pero era demasiado listo. La gente le cambia-ba pan duro por carbón o por batatas, y el pan duro él lo esmigaba y hacía sopas, para no gastar. Era un matrimonio solo, pero mantenían a muchos sobrinos y a sus hijos. Él decía, “El Camorro los hace, mi sobrina los pare y El Tontito los cría”.

TUVIMOS QUE TRABAJAR MUCHO PARA AYUDAR A MI HERMANAMi cuñado, el padre de los sobrinos, cayó enfermo de una cosa

que antes no se curaba y hoy se cura: era una diarrea que le decían colitis, y lo que comía no lo asimilaba. Él estaba en el cuarto de aden-tro de la casa, y en el otro cuarto estábamos los demás.

El seguro de mi cuñado era muy chiquitillo, de la marinería, y al pobre le hacían falta muchas medicinas. Para poder pagarlas compraba costo, lo metía en un canasto y mi hermana Carmen (que era más chica que yo) y yo, con siete u ocho años, íbamos a la puerta de la plaza con unas alpargatitas, a rifar el canasto por el cupón de los ciegos. Por la noche decíamos, “¡ay, que nos toque a nosotros!” (ya que así no perdíamos en la compra). Uno de los costos que ri-famos nos tocó a nosotros. ¡Mi cuñado se puso más contento! “La caja de bombones para ustedes!”. ¡Nos pusimos de bombones! Mi madre dijo, “mira, pichita*, si nos ha tocado a nosotros, déjalo para la casa”.

Mi cuñado era de Barbate y estaba en un barco de la fábrica de pescado de Feria que se llamaba El Marisol. Iban al boquerón y la

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sardina a Larache (Marruecos) y cuando acababa el oscuro* los mari-neros cambiaban el turno y volvían a casa. Los que eran de Barbate se iban a Barbate en un camión que ponía la fábrica.

Cuando su primer niño tenía menos de dos años, mi cuñado habló con el chofer de este camión, a ver si les llevaba donde su fa-milia. El camión cayó por el puente de La Barca de Vejer. Ahora el río está seco, pero antes estaba hasta arriba. Unos pocos se mataron, entre ellos el chofer. Mi hermana llevaba al niño liadito en un abrigo, y cayó con él al río. Salió mi cuñado del río y unos cuantos más, ¡y la que no salía era María con mi sobrino! Se tiró un muchacho a bus-carla y los sacó, pero él se cortó una pierna con el camión.

Mi cuñado fue a peor, a peor con su enfermedad, y no duró nada. El pobre murió con veintisiete años, y mi hermana María, que tenía entonces veintidós años, se quedó con dos niños, uno de seis meses y otro de dos añitos y pico. Nosotros tuvimos que trabajar mucho en la fábrica para ayudarle. Mi madre nos llevaba la comida, porque nosotras no pasábamos por la casa. Cuando salíamos eran las ocho, las nueve o las diez de la noche, te acostabas, y a las cuatro de la mañana estabas de pie, para trabajar otra vez; y había noches que no veníamos a la casa. ¡La de veces que daba cabezadas y me quedaba dormida! Porque lo que una quería era dormir, descansar.

Yo me fui a trabajar por primera vez con ocho años. El primer día que fui me subieron en un banco, porque no alcanzaba a la pari-huela*. Aquel día era el día del señor Pedro, el encargado de la fábri-ca, y empezó a echar una copita de anís a todas las que estábamos allí. Por una copita que me bebí con el estómago vacío, ¡me quedé dormida encima de la parihuela con una tajada de mil demonios! Me tuvieron que sentar en una silla dormida, y allí estuve hasta las cua-tro de la mañana, que mi madre vino a recogerme. ¡El frío que pasé!

Trabajábamos con canastas de pescado fresco con mucha sal y al salir parecía que veníamos almidonadas, con la ropa tiesa de la salmuera*. Entonces no había bañeras, era un baño de cinc que mi madre ponía en el patio a que le diera el sol. Cuando estaba templa-da el agua lo metía para adentro y nos bañábamos. ¡Virgen de la Luz! ¡Todo eso para nada, porque en la fábrica no nos daban nada!

Ya después, mi hermana María se fue para Ceuta con mis abue-los (los padres de mi padre, que se fueron allí muy jóvenes) y a los

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niños los teníamos aquí. En Ceuta, mi hermana trabajaba también en la fábrica de pescado y, cuando no había trabajo, se metía en otro lado. Cayó en gracia su forma de trabajar con unos valencianos que tenían una tienda y se quedó allí. Y les dijo, “yo quiero buscar una casita, porque tengo dos hijos y me los tengo que traer”. Se llevó a sus hijos y, mientras trabajaba, mi abuela o Mercedes (otra hermana mía) se quedaban con ellos.

MI PADRE TENÍA PASIÓN POR SU HERMANA LOLAA mi abuelo no lo conocimos, porque murió antes de nacer no-

sotras. A mi abuela sí porque, aunque venía de tarde en tarde, venía. Aunque estaba su hija Lola, le gustaba quedarse en mi casa, porque decía que mi madre era muy sencilla. El marido de Lola se creía más que yo qué sé, porque él estaba trabajando en el ayuntamiento fi jo y mi padre era de la mar. Mi tía fue una mártir de ese hombre. Él era muy bueno para sus hijos, pero no quería que fuera nadie a ver a su mujer, ni siquiera la familia.

Nosotros íbamos a veces a escondidas, cuando volvíamos de la escuela. Nos acercábamos y ella abría la ventana y se asomaba por un balconcito que tenía. Cuando la veíamos nos volvíamos locas: “¡Tita Lola!”; y nos daba un chuchito* o un pedacito de pan. “¡Corred, hijas, antes de que me vea tito Pepe!”. “¿Y por qué no quiere que vengamos?”. “¡Tú sabes que es muy raro!”.

Mi padre se llevó años sin ver a su hermana. La veía cuando bebía dos vasos de vino: “¡Hoy voy a ver a mi hermana Lola!”. “¡Si tienes que gruñir, gruñe! Esta es mi hermana y vengo a verla!”. Y luego se pasaba otra temporada sin verla. El marido murió antes que ella; entonces, mi tía iba a mi casa muchísimo. Una vez llevaba a una hija, otra vez llevaba a otra. “Juanito, hijo, ahora estoy tranquila, que nadie me dice nada”.

Era pasión lo que tenía Lola por su hermano, y él con ella. ¡No se parecían nada! Mi padre tenía otra hermana, pero ésa estaba en Ceuta. Cuando murió Lola, no querían decirle a mi padre nada. Él se vino atrás, calló malo y duró muy poco (hace catorce años que mu-rió). Lo llevamos al hospital, aunque no quería: “¡Yo me muero en mi casa!”. Mi padre le decía al cura del hospital, “yo he pasado mi vida en un bote de la luz*, para que a mis hijos no les falte qué comer”.

A mi padre le daban la comida en el barco, y esa comida ve-

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nía a casa; un huevo que le daban, un huevo que traía a casa. “¿Tú te crees que yo voy a comer sabiendo que ustedes no tienen?”. Los botes de la luz llevaban una bombonera con unas camisitas que se iban quemando. Como compraban de más, si quedaba alguna, mi padre la vendía: “Juan, esta camisa que nos dure hasta mañana, y esta otra la vendemos”, le decía a un compañero. El otro era muy asustón*: “Véndela tú, yo no la vendo”. Y repartían lo que sacaban para traernos pan.

Mi padre cantaba muchas coplas; de cualquier cosa cantaba una canción o sacaba una historia y se ponía a contar chistes. Nos cantaba unas coplas de un barco de Cádiz y nosotras llorábamos de lo bonitas que eran. “¡Papá, no la cantes más!”. Él era muy bueno; por carnavales nos disfrazábamos una hermana mía y yo. Íbamos a mi casa: “¡Papá, que somos nosotros!”. “¡Chochitos*, quitarse de en me-dio, que tu madre va a salir detrás de ustedes a darles una paliza con la escoba!”. El carnaval lo celebrábamos muy poco, porque entonces no se permitía. Ya cuando Franco murió sí salíamos corriendo por la calle y me reconocían: “¡Trompetera!”.

Al abuelo de mi padre, cuando chico le gustaba tocar la trom-peta. “¿Qué quieres para Reyes?”. “Una trompeta”. Trompeta, trompe-ta... le pusieron Trompeta. Después, mi abuelo, mi padre y nosotras, mis hijos y mis nietos, Trompeteros. Aquí, por los motes se conocía a las familias. A mi marido le decían Pichurra, porque su abuelo, que trabajaba en el campo, bebía el agua muy fresquita en una pichurra*. Pichurra, pichurra, pues Pichurra le llamaron.

Mi padre, con 88 años, y mi madre, con 85 años.

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NO PODÍA COMPRARME ZAPATOS No podía yo comprarme zapatos. Me compró mi madre unas

alpargatillas muy bonitas, que era lo que se llevaba, con un taconcito de madera y amarrado a la pierna. Y con el alquitrán de la carretera nos hacíamos tacones para las alpargatas. Ya zapatos no tuve hasta la comunión.

El zapato que me compró mi madre para la comunión era chi-co. Yo con el pie encogido; y mi madre me preguntaba, “¿te queda bien?”, y yo le decía, “si mamá, me queda bien”. Yo decía, “si le digo que no, no va a comprarme otros”. Yo hice la comunión porque la maestra me decía que tenía que hacerla. Ese día me los puse y, de mi casa a la iglesia, ¡llevaba ya una rozadura en el pie! Yo iba llorando de la sangre que me salía, y mi madre decía, “¡mira, está el angelito emocionada!”.

En el colegio ese día nos dieron un vaso de colacao y dos bollos de leche. Mi madre estaba en el portón con mis hermanos y sobri-nos, y yo dije, “¿cómo me tomo yo los dos bollos de leche y el vaso de colacao si están aquí los angelitos?” Me levanté de la mesa, los cogí y senté a dos y a los otros dos los puse de pie. Y me dice la maestra: “¿Por qué les das?”. “Porque yo ya me tomado la ostia y ahora mis niños que coman el bollo de leche”. Les repartí el bollo de leche para los cuatro ¡y aquel día no comí nada!

Entonces no había la ropa que hay ahora. Teníamos un traje puesto y otro quitado, que se lavaba y se secaba de la noche a la ma-ñana. Muchas veces me quedaba en la cama hasta que se secaba el traje, porque no tenía qué ponerme.

Una vez, mi madre compró unos zapatos preciosos para mi hermana y otros para mí. Yo corriendo con los zapatos, hasta que se partió el tacón. Para que mi madre no me pegara, le clavé un clavo por dentro, que le salía por abajo. Y mi madre decía, “¡chiquilla, esta el suelo todo arañado!”. El suelo era de ladrillos colorados, que lo teníamos que limpiar con un chupón de palmito* y arena. Hasta que le digo, “es que el zapato se me ha partido”. “¿Y por qué no lo has dicho? ¡Te lo hubiera llevado a Currito el zapatero! (que lo tenía al lado)”. Se lo llevé a Currito y el zapato me duró un poco de tiempo*.

En la fábrica de pescado, a veces había trabajo y a veces no; salíamos de una fábrica y nos llamaban de otra. En ese tiempo me

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apunté en la escuela por la tarde con Mariquita Gallurt, que íbamos muchas muchachitas. Mariquita me decía, “te tengo que enseñar”. “¿Y cómo me vas a enseñar, si vengo muy poco?”. “Pues las veces que vengas”. Yo ya me hablaba con mi marido. “Tú, ¿dónde vas?”. “Con Mariquita Gallurt”. “¡Ustedes van al cachondeo!”. “No, hijo, vamos a la escuela a aprender a leer y a escribir”.

Íbamos para coser y aprender, pero como no estábamos en eso, sino que sólo pendientes del trabajo, no aprendíamos nada. Estába-mos todo el día cantando a la bandera e izando la bandera; y con eso ya tenías bastante. La maestra se echó un novio y, cuando se iba al recreo con él, nosotras la vigilábamos. Entraba para adentro y ya se acababa la clase; la hora del recreo, y corriendo a casa. Yo cogí algu-nas letras, pero unirlas no sabía; me leía “aeiou” de carrerilla, pero de ahí no salía.

Entonces daban los Reyes del Ayuntamiento en la escuela. Po-nía el dinero un señor que tenía muchísimo dinero, don Juan Núñez, que era entonces alcalde de Tarifa. El primer año me dieron una ma-leta para llevar los libros que pesaba un quintal, pero yo lloraba por-que quería un diábolo. Y al otro año me lo pusieron.

Y un día dice Mariquita, “mañana vamos a juntarnos un coro de muchachas, vamos a alquilar un coche y nos vamos a Conil”. Nos llevó con todos los gastos pagados y aquel día nos hartamos de co-mer leche en polvo y queso. Pero tuvimos que bailar y tuvimos que cantar; porque si no, no nos daban de comer. ¡Estuvimos allí yo qué sé cuánto tiempo! Y otros zapatos que me compró mi madre, que va-lían muy baratos, ¡los traje yo sin suelas, de bailar tanta jota y tanta sevillana!

YO ESTABA LOCA POR IR A GIBRALTARYo me puse mala (desarrollé) cuando tenía unos nueve años.

Yo estaba en la fábrica, y se lo dije llorando a una vecina mía, una mujer mayor. “¡Lola, mira, que tengo una cosa que me corre por las piernas... Que se me han salido las tripas! ¡Llévame a la casa!”. “Ven conmigo”. Y fui con ella al bater. “No llores, hija, que eso no es malo, es que ya has ido a Gibraltar”. ¡Si mi madre nunca me había llevado a Gibraltar! Yo no lo entendía, porque era muy chiquitilla y no sabía nada, sólo sabía estar en la fábrica.

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En la fábricaLos trabajos que hacíamos

en la fábrica de pescadoEl pescado de la fábrica lo traían los barcos tarifeños de Los

Lances, de Marruecos, de Larache... En el muelle había una fl ota muy grande de barcos de Tarifa, y los dueños, los patrones, eran de aquí. Trabajábamos la caballa*, el atún de la almadraba*, la sardina y hasta los boquerones.

Al llegar el pescado, se descabezaba; luego lo cocían en unas calderas muy grandes y al otro día lo trabajábamos. Eran trabajos todos manuales y llevaban mucho tiempo. ¡Así salías con las manos! Y por eso había tantos puestos de trabajo. Entra-bas y pelabas, y cuando aprendías a estibar*, cambiabas. Tenía que enseñarse, porque era un trabajo que todo el mundo no lo sabía hacer.

Nos poníamos a pelar el pescado en unas parihuelas gran-des. Se ponían dos mujeres aquí y dos mujeres allí, lo abrían y lo ponían en unos platos grandes de plástico que había en el cen-tro. Después se pasaba a la mesa de las estibadoras, que metían el pescado en conserva. De allí venían las muchachas más joven-citas y cogían las latas a pulso para llevarlas a las máquinas. Hoy es todo de correderas, pero antes no.

Lo ponían en una andana*, en orden, y a la par que iban ha-ciendo la andana iban echándole el aceite. Después, otra andana encima, cada una a la contra que la anterior, como una torre en punta. Y llegaba a los cerros. ¡Como que te tenías que subir en un banco para poder echarle el aceite!

Al otro día las muchachas de las máquinas iban temprano, para cerrar las latas. Había una corredera que iba de la mesa del aceite a la máquina. Cogías la lata, echabas el aceite y otra mu-chacha ponía la tapadera. Un hombre, mayormente, era el que

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cerraba: la ponía en la máquina, cerraba y volvía a salir por el otro lado.

Después teníamos que meter las latas a una estufa* gran-dísima y ponerlas en pilas. Allí tenía que estar hora y media, como si estuviera cocinando al vapor en una olla exprés. Cuando se iba a quedar sin agua daba un pitido muy fuerte y salíamos corriendo para la calle, asustadas de que iba a explotar.

Cuando las latas estaban estufadas, las sacábamos ca-lientes y las poníamos en pilas otra vez en el suelo. Cuando ya estaban frías, había que llevarlas a unos tableros y ponerlas en orden.

Al otro día, unas pocas de mujeres limpiaban con serrín las latas, quitándoles el aceite con un trapo y algodones. Al fi nal había una mujer con una brocha, sacudiendo la lata limpia y me-tiéndola en las cajas.

Hoy están las fábricas más modernas, no tienen compara-ción. Hoy ganan más dinero pero también se matan trabajando. Hoy es la bulla*, y antes trabajábamos muchas horas pero no se hacía nada; con un camión de pescado que venía, teníamos tra-bajo para siete u ocho días.

Antes había menos control: decíamos, “¡vamos a ir al cuar-to de baño!”, y no era cuarto de baño ni nada, era un sitio que daba asco entrar. Ahora está todo moderno. Ahora van todas con su bolso y antes íbamos con el cuchillito liado en el trapito para pelar, porque nadie te daba nada. Es que no había bolso, había talegas de trapo. ¡Y una peste de pescado que llevábamos, que nos teníamos que lavar después!

El pescado viene congelado y no está tan bueno como an-tes. Hoy ya no descabezan el pescado, sólo tienen que pelarlo y abrirlo, y en el mismo día se coge, se pela, se mete en la lata y se cierra; meten la lata a una lavadora y de allí va directamente al envase. Hoy ya no hay trabajo.

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Si nos poníamos con la regla, nos íbamos al cuartito donde guardaban el aceite, cogíamos un cubo de agua caliente de la estufa, nos lavábamos y nos poníamos algodones que cogíamos allí mismo, de los que usábamos para limpiar las latas. Hasta que mi madre ve-nía y nos traía unos pañitos (las toallitas que se usaban entonces) y bragas limpias. “¡Ay! ¿Para qué se ponen esos algodones?”. “¡Tendre-mos que ponernos algo!”.

“Cuando tú vayas a Gibraltar...”. ¡Y yo, loca por ir a Gibraltar! Hasta que me llevaron. Yo tenía dos hermanas trabajando en la fá-brica de pescado de Gibraltar, Leonor y Mercedes. Había mucha gen-te de Tarifa trabajando allí. A mis hermanas y a tres más les daban una habitación. Estaban con otras dos chicas y su madre, Ana La Canita, que era ya mayor y se la llevaban para hacerles de comer con el dinero que ellas le daban.

Mi madre tenía que ir a Gibraltar para recoger el dinero que ganaban mis hermanas, y una vez me llevaba a mí y otra vez a otra hermana. Mis hermanas le daban el dinero y ella aprovechaba y compraba de todo. Nos traía pan chuche*, ¡y nosotros nos volvíamos locos con eso! Traía manteca, quesitos, leche, azúcar, café... Y nos veníamos para acá cargadas.

Un día de Reyes mi madre nos puso un muñequito de plástico, que le decían “de caré*” a mi hermana Carmen (más chica que yo) y a mí, que los trajeron mis hermanas de Gibraltar. Y ahora queríamos un carro. “¡Yo quiero un carro!”. “¿Cómo os voy a comprar un carro?”. En mi plazoleta vivía un muchacho, Ricardo, que era de Canarias. “¡Ay, Ricardo, que yo quiero un carro!”. “Anda, ve en ca’ Pedro Galera, que te dé un cajón”. Yo llorando, “Pedro, deme usted un cajón”. “Una gorda me tienes que dar”.

Ricardo se llevó toda la noche haciendo un carro para las dos. Sin pintar ni nada. “Ricardo, tienen que caber los dos muñecos”. Nos fuimos a La Alameda, yo en la punta de arriba y mi hermana en la punta de abajo; salía corriendo el carro hasta donde mi hermana, que subía corriendo a llevarme el carro.

MI ABUELO ERA LLAMADOREl día de Reyes nos llevaba mi abuelo el bastón lleno de ros-

quitas de pan con matalahúga. “Como no puedo ponerles Reyes, les traigo unas rosquitas, para que ustedes por lo menos desayunen”.

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¡Nosotras nos poníamos más contentas!

Mi abuelo era muy bueno, y por mi madre y por todos nosotros tenía pasión. Todas las mañanas se iba a llamar a mi madre muy tempranito, “¡Josefa! Levántate, que te traigo el cafelito y los churros para los niños”. Mi abuelo era llamador (le decían “Cayetano El Lla-mador”) y por la mañana temprano llamaba a la gente que iba a los barcos a trabajar. Entonces no había despertadores y casi nadie te-nía reloj. Mi abuelo tenía un reloj de bolsillo de oro muy grandísimo (porque a él no le faltó el dinero) y se levantaba a las dos, las tres o las cuatro de la mañana y llamaba de puerta en puerta a los marine-ros para que no se quedaran dormidos.

Cuando iba al muelle, los barcos le decían, “Cayetano, maña-na me tienes que llamar a la gente a tal hora”. Él ya sabía quiénes eran de uno y otro barco y dónde vivían. Nosotros lo escuchábamos llamar a la puerta, “¡mamá, ahí está mi abuelo llamando a fulano!”. Cuando salían los barcos y regresaban, de lo que ganaban le daban un parte. En todo el pueblo él era el encargado, y después de él fue mi tío Rafael el que llamaba. Después de Rafael ya no avisaba nadie, él fue el último.

Cuando se murió mi abuelo, que lo queríamos mucho, mi ma-dre nos vistió a todas de negro. Me puso unas medias negras gordas de Escocia, y que no cantara. Yo me iba a la fábrica, se me salía el cante y, cuando me acordaba (“¡ay, que tengo luto por mi abuelo!”), me callaba.

MI MARIDO NO QUERÍA QUE TRABAJARAYa pasaron los años, me hice una muchacha y la vida cambió

por completo. La casa era diferente, no faltaba de nada. Los niños eran más grandes y trabajábamos todas las mujeres de la casa me-nos las dos más chicas que yo, Carmen y Toti, que estaban en el co-legio.

A mi novio Manolo, con once o doce años lo conocí. Él fue mi vida: mi novio, mi marido y todo, y ese ha sido el único que me ha tocado. Fue un modelo, no había hombre nada más que él para mí. Me salieron hombres, pero el que se me metió en la cabeza era él y con él me casé a los diecisiete años. A los dieciocho tenía yo a mi hijo Manolo y ya he sido la mujer más feliz del mundo. A los diecinueve años tuve a Antonia, a los veintiún años a Carmen y a los veintitrés

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a Mercedes. Tuve otra niña más a los treinta años, María José, y a los veinte meses las gemelas, Luz Milagros y Leonor. A mis hijos los quería y los quiero con todos mis cinco sentidos.

Ha sido una vida amarga, porque mi marido siempre estaba en la mar. Yo he hecho de madre y de padre a la vez: compraba pol-vos de pintura, un color para el comedor, para el cuarto otro color, y a pintar la casa. Mi marido no quería que trabajara. ¿Cómo no iba a trabajar? Se iba un turno y echaban quince días, un mes o seis meses, según las fechas. “Tú te llevas mucho tiempo en la mar y yo tengo que trabajar. Somos muchos y todo lo que entre en la casa, bienvenido sea”. Estuve trabajando toda mi vida, pero trabajaba muy a gusto, porque le ayudaba a mi marido.

Mis hijos, a su padre le conocían porque yo cogía su foto y les decía: “éste es papá”. Cuando la patrona me decía que venía el bar-co, yo se lo decía a ellos y se ponían muy contentos. Se lo decían a sus amiguitos con mucha alegría, “¡que viene mi padre!”. Y su padre les llevaba a un sitio y a otro sitio. Una vez se llevó fuera seis meses ¡y vino con una barba! Los niños asustaditos metidos debajo de la mesa. “¡Quítate la barba corriendo!”. Así que cada vez que venía me

Esta soy yo con 14 años, en 1955. Me la hice porque me la pidió mi novio.

Mi marido, en el servicio militar.

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hacía uno. ¿Que iba a hacer la criatura? Y tengo siete hijos. Ahí están, gracias a Dios. Ya ves los angelitos el cariño que recibían.

Cuando me iba a trabajar, dejaba en casa a los niños dormi-dos y no cerraba la puerta. Cinco años tenía el mayor, y tenía cuatro hijos. Había un guardián de unas casas cercanas que me decía, “An-tonia, usted se va tranquila, que yo a los niños les doy una vuelteci-ta”. Salía de trabajar a las nueve de la mañana, regresaba donde mis hijos para darles el café y me encontraba que estaban en la calle. Si rompen un cristal, aquel día lo que ganaba era para el cristal; si les daba las llaves me las perdían; así que hice un boquete* a la puerta, le puse un cordel y abría tirando del cordel.

Ya se hicieron más mayores. Yo salía de la fábrica, les daba el cafelito, los peinaba, los arreglaba y corriendo que pasaba la carrete-ra para llevarlos al colegio. De vuelta a la fábrica y a las doce y media me venía otra vez para hacerles la comida. Hacer unas torcías* con carbón (porque antes no había ni butano) y de comer, yo me cogía un pedazo de pan y lo iba comiendo para abajo. No era porque no tenía, gracias a Dios tenía, pero no me daba tiempo de comer.

Tuve a otra niña porque yo quise tener otra: “los niños se van a la escuela y siempre estoy sola”. La más chica tenía entonces siete años. Después tuve mis niñas más chicas, que son mellizas, que no sé cómo vinieron.

Tuve una melliza con un catarro muy grande, y con los anti-bióticos al angelito me la dejaron la sangre baja de defensas. Los años siguientes, yo hartita de llevarla al médico. Todo el dinero que cogía el padre era para la niña y yo, hartita de trabajar. “¡Ay, Virgen de la Luz, que se ponga bien!”. Salía de la fábrica y corriendo a sacar-me sangre para mi niña. El practicante no me encontraba la vena ¡y me entraban unos mareos! Después, a preparar la comida y otra vez para el trabajo.

AL FINAL NOS ARREGLARON LA MATERNIDADYo entré en ca’ Peralta muy chiquitilla, me casé y seguí tra-

bajando muchísimo allí. En la maternidad de mis primeros cuatro hijos, me hacían fi rmar un papel todas las semanas, pero nunca me dieron nada. “¿Para qué me haces a mí fi rmar tantas veces?”. “No, mujer, eso es por si vienen los inspectores”.

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Yo paría hoy y a los dos días estaba trabajando. Reposo, ¿qué reposo iba a hacer si mi marido estaba en la mar? ¡Si a veces tenía a mis hijos dentro de la cuarentena! Tuve siete, y tuve un aborto de mellizos por un susto de la estufa de la fábrica, que me daba muchí-simo miedo: un día la estufa estaba falta de agua y yo salí corriendo del susto; tuve un esguince y al otro día parí.

Antonio Peralta me decía, “no Antonia, si tú estás asegurada”. “¿Y cómo no me han pagado a mí la maternidad? ¡Yo llevo muchos años trabajando aquí!”. “Es que no hay tiempo. Como el pescado sal-ta...”. A mí no me la daban, se la comían ellos. ¡Qué mancha de sin-vergüenzas! ¡Yo lo dejo en manos de Dios todo esto!

Cuando la fábrica cerró, nosotros no recibimos ni un duro. Me metí en Piñero y Díaz, y después volvieron a abrir ca’ Peralta y me llamaron para irme otra vez allí. Peralta decía que me quería allí por-que le gustaba la manera en que trabajaba, pero lo otro no: ni tenía paro ni tenía nada. Así que dije, “ya que estoy aquí, no me voy a ir otra vez para allá”.

En ca’ Piñero y Díaz había trabajado tres años cuando me em-baracé de una niña. Estaba toda hinchada, y me dijo el médico: “Así no puedes trabajar. Tú muévete, ve al sindicato, que te explican cómo es esto”. Un jefe de la fábrica me dijo, “Antonia, ¡a ver si te caes y te rompes una pierna! ¿Por qué no te vas a tu casa mejor?”. Yo entonces

Mis hijos, mi marido y yo, en 1974. De izquierda a derecha, Manolo (13 años), Carmen (10 años), Antonia (12 años), María José (2 años), las gemelas Leonor y Luz Milagros (de meses), y Mercedes (7 años).

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

ya estaba informada: “¡Usted está muy equivocado! Vaya con cuida-do a ver si se rompe una pata usted, porque yo voy a estar aquí hasta que tenga siete meses”.

De siete meses volví al sindicato. Vicente Muñoz me dijo que hablara con el abogado y el abogado ese día no llegaba, mis hijos estaban sin comer y me marché. Yo iba hablando sola bajando la es-calera, “¡serán sinvergüenzas! Me mandan al sindicato, del sindicato al Ayuntamiento...” y me cruzo con un hombre: “¡Señora! ¡Haga el favor de subir!”. Y yo me digo, “¡Ay, Dios mío! ¡Yo no he dicho nada y a la cárcel me mandan!”. “Yo soy su abogado. No me llore, cuénteme lo que le ha pasado”. Le conté y me dijo, “ha hecho usted muy bien, no se apure. Usted les dice que le den de baja y, si no le dan de baja, con esta cartita que voy a entregarle, va a Algeciras”.

Fui a Algeciras, entregué la carta y esperé turno. ¡Me entró una cagalera que me vaciaba viva, de ver lo que había armado sin saber lo que estaba haciendo! Cuando se pone a leer la carta ese hombre, que era el Gobernador Civil del Campo de Gibraltar, le digo, “yo no sé lo que pondrá en la carta. ¿Qué me van a hacer a mí?”. “Usted tranquila, a usted no le va a pasar nada, a usted le van a pagar la maternidad”.

El hombre me dio otra carta: “vaya a su casa y no vaya a tra-bajar más”. Con lo que me dijo ese hombre ya yo tenía otro ánimo, volví a la fábrica y les dije que iba a entregar los papeles para que me dieran la maternidad. “Tú estás chalada”. “Los que están locos son ustedes. Como no me des la maternidad, le voy a decir al Goberna-dor”. “¡No, mujer, que tú eres capaz!”. Y me la arreglaron.

Me quedé embarazada corriendo de las mellizas. Se llevan veintiún meses con la otra chica. Y me dice Dieguillo (Piñero), “¡A ti te gusta la maternidad!”. “¡A mí no me gusta la maternidad, a mí lo que me gusta es tener las cosas en condiciones! ¡Yo no he querido quedarme preñada pero, si me he quedado, es de mi marido!”. “No, mujer, no me refi ero a eso. ¿De qué tiempo estás? ¡No vayas a ha-cerme una trastada!”. “Tú no te portes mal con ninguna de las que estamos aquí, para que contigo no se porten mal”.

Nos arregló la maternidad a todas. Yo, nada más que cobré dos meses, porque mis hijas fueron sietemesinas.

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FÁBRICAS DONDE HE TRABAJADO1. Con nueve o diez años entré en Ca’ Titi (señor Pedro). Cuando cerraba, estaba de volatera* en Valenciano y en Feria.2. En Carranza (el administrador era Enrique Liaño). Cuando cerraba, estaba de volatera en La Tarifeña (de Salvador Pé-rez).3. En donde Juan Aranda (que era el administrador).4. En ca’ Peralta es donde más trabajé. Cuando cerraba, estaba de volatera en El Chato Utrera.5. En Piñero y Díaz (de Diego Piñero).

DESDE QUE MURIÓ MI MARIDO ME PONGO MUY NERVIOSACon las mellizas pequeñas, siempre estaba yo asustada, por-

que mi marido estaba siempre en la mar y había unos temporales muy malos. Yo no dormía cuando escuchaba el tiempo: “Se ha per-dido un barco”. “¡Ay! ¿Dónde estará? ¿Dónde le habrá pillado?”. Yo llamaba corriendo a la patrona: “Celia, ¿qué sabes del barco?”, y ella siempre me tenía informada. “No, hija, no te apures, que el barco está aquí en el puerto”.

Donde trabajaba mi marido era un barco de Algeciras. Una vez se iba perdiendo cerca de Canarias y a un cuñado mío (el marido de mi hermana la más chica, Toti, que también iba en este barco) lo trajeron muy malo, muriéndose. Lo querían dejar en Las Palmas y mi marido dijo, “yo no le dejo aquí. Mi cuñado, si se muere, lo meto en la nevera; ¡porque yo entro a Tarifa sin él y no sé lo que me hacen!”.

Lo trajeron muy malito y se curó en mi casa. Estaba el pobre que era un esqueleto; no quería comer. Del mismo susto que tuvo de que el barco se iba perdiendo, no sé lo que le entró. Después se volvió majarón*, trastornado. Le operaron de la cabeza a vida o muerte y era que tenía un coágulo de sangre. Salió de esa y después le opera-ron del corazón. Es un roble, fuerte, fuerte.

A mi marido no le pasó nada esa vez. Muchos apuros sí ha pasado. Cogían los moros al barco: se subían tres o cuatro moros y les tenían amarrados todo el tiempo que ellos querían. Con la me-tralleta apuntando, les quitaban las cosas de oro, el reloj... Les hacían toda clase de perrerías y no les dejaban ni que hicieran de comer. El dueño del barco tenía que buscarse el dinero para la multa y que lo dejaran venir. Entonces no había tantos acuerdos como ahora; los acuerdos han llegado después.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Yo era una persona muy alegre, me reía de mí misma y me gus-taba mucho el guaseo, pero ya no soy la misma. Cuando Dios se llevó a mi marido, me llevé cinco años sentada, nada más que meciéndo-me. Yo me levantaba, me bañaba, salía, pero no tenía ganas de nada. Trastornada perdida, con nervios y muchísimos dolores. Estaba des-compuesta. Desde que murió él, me pongo muy nerviosa.

A los cinco años de morir él (que se murió con cincuenta y seis años) y un año de morir mi padre, mi hija me apuntó a un viaje a La Coruña, para ir con Juana, una vecina, y me preparó la ropa y todo. Pasé una semana de purgatorio. Cuando veía las parejas que estaban allí, y yo sola, ¡qué pechá* de llorar me daba!. “¿Para qué has venido, para llorar?”, me decía Juana. “¡Es qué no puedo remediarlo!”. “¡Yo también estoy igual que tú!” (la pobre llevaba veintitantos años viu-da). “Pero yo no estoy acostumbrada todavía”.

Ya me he acostumbrado a los viajes, pero siempre me acuerdo. ¡Qué lástima, ahora es cuando podíamos nosotros disfrutar! Y digo, “Dios mío, ¿por qué me lo quitaste? ¿Por qué no lo dejaste conmigo, ahora que a cinco hijos ya los tengo casados, y con todo lo feliz que yo era? Me lo debías haber dejado hasta que hubiese sido viejecito”. Él me decía que, él sentadito en un sillón y yo en otro, me iba a leer las novelas.

ESTA HA SIDO MI VIDAEsta ha sido mi vida. Mi niñez ha sido muy dura y no querría

yo repetirla; mi juventud sí la he disfrutado. Entonces no había para distraerse nada más que “el paseo del burro” (que es como llamába-mos al paseo por La Alameda) y el cine, pero nos poníamos a bailar con las amigas y nos reíamos de todo, no como ahora. Además, antes había más respeto hacia las personas mayores.

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Memorias de Antonia Moreno

AntonioMoreno

Leonor Gutiérrez

ÁRBOL GENEALÓGICOCayetanoAlcaldeGarcía

María Mesa Cana

Juan Moreno

Gutiérrez

Josefa Alcalde Mesa

ManuelGonzález oo

Antonia Moreno Alcalde

Manuel

oo

oo oo

Antonia Carmen MercedesMaría José

LeonorLuz

Milagros

María José

LuzMilagros

Estefanía

MariLuz

Lidia

FranciscoManuel

Mercedes

Yenin

AntonioManuel

Cristian

Antonia

Miriam

(Gemelas)(1)

(1) Tuve un aborto de mellizas

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Me llamo María Luz Trujillo Aguilera, tengo se-senta y ocho años y vivo en Tarifa, en la barria-da Santo Domingo de Guzmán, con mi marido y un hermano mío. Yo me dedico a las labores de la casa y por las tardes voy a la Escuela de Adultos. Me gusta mucho hacer bolillos, hacer punto y coser.

Yo soy morena, pero tengo el pelo rubio de bote. No soy fea ni tampoco guapa. Tengo la nariz larga y los ojos eran oscuros de joven, pero ahora los tengo un poco marrones y tristes. Yo soy alegre, me gusta estar bien con mis compañeras, me gusta salir y también estar en casa. Algunas veces me pongo nerviosa, pero también me gusta la tranquilidad.

He preparado este librito porque quería tener un recuerdo para que lo lean mis familiares y todo el que quiera. Lo he hecho con ayu-da de una profesora. Algunas cosas las he escrito yo y otras las he grabado y después se han escrito. Al hacerlo, yo creo que he aprendi-do y también me ha ayudado mucho.

Luz TrujilloMI MARIDO VINO DE GUARDIA CIVIL

““

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RECUERDO QUE ERA MUY TRAVIESAYo nací en Tarifa, pero me crié en Pedro Valiente, que son las

primeras viviendas al entrar al Santuario. Mi padre era agricultor y tenía allí en Pedro Valiente su tierra. Éramos seis hermanos: la pri-mera se murió nada más nacer, luego va mi hermano Pepe, que está en Canarias, en Recife, luego mi hermano Antonio, Francisco, yo, Ra-fael y mi hermano Juan.

De pequeña, yo recuerdo que era muy traviesa. Jugaba mucho con mi hermano Rafael, que nos queríamos mucho. Íbamos los dos agarraditos por la era: “¡Nas catanás, nas catanás...!”. También jugá-bamos a las cuatro esquinas. Mi hermano Pepe me pegaba mucho y mi padre, que me quería mucho porque yo era la única hembra, le arreaba.

Éramos malísimos de chicos. Teníamos una tía en Pedro Valien-te, y mi hermano Quisco le hacía una travesura: como ella escupía, se iba por la ventana de atrás y le ponía un tiesto de mierda. Diabluras. Y ella: “¡Uy, qué peste! ¡Uy, qué olor!”; y al fi nal se daba cuenta. “¡Ay, ha sido Quisquillo! ¡Ay, que remalos que son ustedes!”. Mi abuela, la madre de mi padre, estuvo viviendo con nosotros allí y allí se murió. Cuando estaba la pobre en la cama, Quisco le metía una caña larga, y mi abuela chillando: “¡Ay, estos niños me van a matar!”.

Mi prima Rosalía vivía allí también. El marido era militar, y en-tonces estaba por allí haciendo maniobras. Ella tenía un gato blanco que se llamaba Popeye y, cuando iba a acostarse, se le metía en la cama. Su marido nos decía a Rafael y a mí, “Lucilla, te doy una peseta si matas a Popeye”. Un día cogimos el gato, le atamos una cuerda, lo metimos en un cañaveral que había cerca y allí se ahorcó el animali-to. Disparates de críos. Y mi prima: “¡Ay mi gatito! ¡Ay, que me lo han matado!”. Cuando se enteró que habíamos sido nosotros, ¡qué mal lo pasó! ¡Ahora podía yo hacer eso con mis gatos!

A nosotros de pequeños nos gustaba mucho el pan con aceite y azúcar. El pan macho* lo hacía mi tío Antonio, que vivía al lado de nosotros, en un horno que tenía entre nuestra casa y la suya. En ese horno, mi tía Antonia (que su marido era hermano de mi padre) hacía unas tortas redondas y grandes con la misma masa del pan, le hacía unos hoyos con los dedos y luego le ponía aceite por encima. Se llamaban “tortas de cardas”.

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Cocinábamos con carbón y con leña. Lo que más nos gustaba era el puchero, que lo comíamos casi todos los días, los potajes, las patatas fritas y las patatas a lo pobre, que era la comida más barata. Allí en Pedro Valiente teníamos un huerto de donde cogíamos para comer. Cuando no teníamos, mi madre iba a Tarifa y lo compraba. Con la cartilla de racionamiento*, que tenía unos cupones, recogía el pan, al aceite, el azúcar... Mi madre compraba al cura de Tarifa la leche en polvo, el queso y la mantequilla americanos. La ropa ameri-cana la regalaban, pero nosotras nunca la cogimos.

A mi padre, lo que más le gustaba era el vino; eso lo llevaba por tradición. Se venía desde Pedro Valiente a la Huerta de Carrizo (don-de ahora está la barriada de Huerta del Rey), donde trabajaba un pri-mo mío, para beber con él. Nosotros estábamos en clase media bien, lo que pasa que mi padre se murió de una enfermedad (a lo mejor sería cáncer, pero entonces no salía a relucir) y nos dejó pequeños.

Cuando murió mi padre, mi madre pasó muchísimo* para criarnos. La casita que teníamos la vendió, nos fuimos a Algeciras una temporada y luego a Tarifa, a la plaza de La Ranita. Había una señora en la calle San Francisco con una tiendita, que su marido era primo de mi padre, y como no tuvo hijos, le dijo a mi madre, “déjame a Antonio (el segundo), que yo lo crío”. Mi hermano se crió muy bien allí. Era muy buena mujer y para nosotros era como si fuera familia.

Luego nos fuimos a La Caleta, donde conocí a mi marido.

En Pedro Valiente, hacia 1944. Los que están sentados en la mesa son: mi primo Gabriel, Josefa, María (prima de Josefa) y Miguel “El Tito” (hermano de Josefa y Blascinda). El que está de pie es Martín, primo de mi padre. Sentados en el suelo es-tamos: mi hermano Pepe, Blascinda (hermana de Miguel y de Josefa), yo (con una muñeca) y otra niña, que no sé quién es.

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YO HE TRABAJADO EN LA FÁBRICA Y SIRVIENDODe soltera he trabajado en varias fábricas de pescado. La pri-

mera donde entré fue Carranza, también estuve en la de Feria, en El Chato Utrera y en la fábrica de Peralta. Trabajé bastante en la fábrica de Diego Piñero, que fue la última donde estuve. Cada vez estaba en una, porque íbamos a donde había trabajo. Nos levantábamos a las tres de la mañana y salíamos de allí a las seis o las siete, y salíamos con 28 ó 29 pesetas al día. Mi madre iba también a trabajar a la fábri-ca. ¡No trabajó nada la pobre para sacarnos adelante!

Mis hermanos estaban más mayores. Algunos trabajaban y otros no trabajaban, y mi madre pasó lo suyo. Mi hermano Rafael estaba colocado en la obra. El más chico, un mes trabajaba y al otro mes no trabajaba.

Después estuve sirviendo en La Ranita con don Marcos Núñez y Amalia, su mujer, que era muy buena persona conmigo. Era un ma-trimonio solo; no tenían hijos. Tenía yo dieciséis años y estuve allí unos quince ó dieciséis meses. Hacía todo lo que me pedían: lavar, planchar, fregar... Todo. Yo ponía la mesa, limpiaba el patio, limpiaba el portón... ¡Trabajaba como una negra! Entonces había que lavar a mano, no había máquinas. Tenía un cuartito arriba en la azotea, allí me subía yo; lavaba la ropa, la asoleaba y, al otro día, a planchar. Doña Amalia decía que le gustaba mucho cómo planchaba.

Mi abuela con mi madre, en La Caleta, aproxima-damente en 1957.

Memorias de Luz Trujillo

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RecetasPuchero maricón

Se llama así porque no lleva carne. Se pone la olla con el agua y se le echa un trozo de tocino, una costilla, un hueso de jamón, apio y zanahoria. Cuando lleva un rato hirviendo, se añaden los garbanzos y las patatas. (Aportada por Luz Trujillo).

Potaje de habichuelasSe ponen las habichuelas en la olla a cocer. En la sartén se echa aceite y se pica cebolla y ajo (y tomate y pimiento si quieres). Cuando está bien sofrito se echa a la olla con sal, azafrán y una hoja de laurel. También se puede poner chorizo y judías verdes. (Aportada por Antonia Moreno).

LentejasSe les echa tomate, pimiento, cebolla, patatas, chorizo, ajo, lau-rel, perejil, azafrán, aceite y sal. (Aportada por Manuela Román).

Patatas a lo pobre Se pone la cacerola con aceite y se hace un sofrito con cebolla, ajo, pimiento y tomate. Después se echan las patatas picadas y se rehogan bien. Se le agrega agua, sal, azafrán y laurel. Ahora le echo una pastillita de Avecrem. (Aportada por Luz Trujillo).

Menudo Para arreglar el menudo*, se lava muy bien con sal, agua caliente y vinagre, se corta a trocitos y se echa en la olla. Se pone en la candela y se le echa sal y aceite, y garbanzos remojados. Se echa un majadito de cebolla, ajo, pimienta y clavo en grano, hierba-

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buena, pimiento chile y pimiento molido; y se añade chorizo, morcilla, tocino de papada, carne, nuez moscada, vino y patatas. Se le puede añadir también laurel, perejil, jamón y patitas de cochino. (Aportada por Manuela Román).

Tortitas de harina de garbanzo Se pica cebolla y perejil, se mezcla con huevo batido y harina de garbanzo, y se hace como una tortilla. (Aportada por Mari Luz Díaz).

Rosquitos de huevo La masa se hace con seis huevos, tres vasitos de azúcar, tres li-mones rallados, una tarrina pequeña de mantequilla derretida, dos sobres de levadura Royal y la harina que admita. Se fríen y se pasan por azúcar molida. (Aportada por Manuela Román).

Memorias de Luz Trujillo

También estuve trabajando en la calle de La Luz. Era una casa de los Núñez, también. Él se llamaba José Núñez y la mujer se lla-maba Eugenia. Ellos tenían unos pocos de hijos, diez hijos lo menos, y uno de ellos, Carlos, fue alcalde. Ahí, además, estuve sirviendo la mesa a los señoritos.

Después me fui a trabajar con mi prima Rosalía, que vivía en

los pabellones militares. Ella tenía ya sus hijos y yo la ayudaba en la casa. De allí salí yo para casarme.

MI MARIDO VINO AQUÍ DE GUARDIA CIVIL Mi marido es de Cuenca, de un pueblo muy pequeño llamado

Villar de Cañas, y vino aquí de guardia civil. Después de conocerlo le destinaron a Valencia. Allí se fue aún de soltero, y a los dos o tres meses, en 1958, vino a casarse y nos fuimos juntos a Valencia, a un pueblecito que se llama El Marem de Vilches, que está en la playa. Mi marido hacía servicio en la playa. Allí no teníamos agua corriente, nos llevaban el agua con una cuba y lavábamos en una pililla.

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Recién casada, yo lo pasaba muy mal cuando íbamos al pueblo de mi marido. Mis suegros eran buenísimos, pero él se iba a los bares y, aunque casi no bebe, se le iba el santo al cielo. Yo, con mis suegros, sola, sola. ¡No lloraba yo nada! ¡Lo que me acordaba de mi madre! ¡Lo que la echaba de menos! Cuando veníamos de permiso, mi madre se ponía más contenta que unas pascuas.

En ese tiempo yo no sabía leer ni escribir, quería escribir a mi madre y mi marido no me escribía. Yo me acuerdo que empezaba a escribir y le preguntaba, “Antonio, ¿cómo se pone esto?”. Y ya iba escribiendo. Yo no sé cómo aprendí las letras, porque nunca pasé por una escuela, lo que sé es que cuando vine a la Escuela de Adultos te-nía muchísimas faltas de ortografía, pero escribía y leía los letreros. He tenido un don, porque he aprendido muchas cosas yo solita.

Recién casados, ganaba mi marido 800 ó 1.000 pesetas y lo pa-samos bastante mal. Allí en El Marem de Vilches se cultivaba mu-cha avellana* y patatas. Yo, con otra compañera, íbamos a trabajar, a coger avellana y patata. A veces pasaban otras civileras* y se reían, “¡Mira! ¿Qué te parece? ¡Bendito sea! ¡Cogiendo cacahuetes!”. “¡Tú charla, que tú sí que no vas a coger dinero!”, les decía yo.

Antonio se fue también a Valencia. Él no tenía novia y mi her-mano el de Recife le buscó una novia. Allá que le busca la novia y allá que va mi hermano a casarse. Cuando viene a Valencia, yo digo, “¡Madre mía! ¿Dónde has ido a coger esto?” (porque ella es muy po-

Mis suegros, mi marido y yo, en Villar de Cañas (Cuenca), en 1960.

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quita cosa).

De allí estuve cuatro años en otro pueblo que se llamaba Serra. Vivíamos en una casa particular y teníamos que ir con la ropa a unos lavaderos que había cerca del cuartel.

EN BERNEDO ME LO PASÉ MUY BIENDe Serra se fue mi marido a Madrid a hacer un curso para cabo.

Y nos trasladaron al norte, a un pueblecito de Álava con sesenta ve-cinos que se llama Bernedo. Yo tenía entonces veintitrés años. Es-tuvimos cuatro años, y me lo pasé muy bien. Mi marido tenía en la demarcación unos pocos de pueblos: Marquínez, San Román de Campezo, Urturi, Quintana, Navarrete, Villafría, Lagran, Villaverde, Bernedo, Urarte y Angostina. Laguardia era el pueblo donde estaba la línea que mandaba todos los cuarteles de la Guardia Civil.

Vivíamos a las afueras del pueblo, en el cuartel de la Guardia Civil y nos llevábamos muy bien con las compañeras. A mí me de-cían “la caba”, porque mi marido era cabo. Éramos seis compañe-ras, y una de ellas tenía un niño, Juan Antonio, que siempre estaba conmigo para aquí y para allá. Todos los días subía a preguntarme, “Mari Luz, ¿qué tienes de comer hoy?”. “Tengo lentejas”. “¡Pues yo me apunto!”.

Esto era en 1966 y, como no había televisión en las casas, íba-mos a ver la tele a un local que había en el pueblo, que tenía una estufa de leña y estábamos allí calentitos viendo el programa “Lluvia de Estrellas”. Los domingos íbamos a misa y después tomábamos el vermú. Por la tarde jugábamos al julepe* y al cinquillo*, a céntimo la jugada, porque no había otra distracción. Venían las del pueblo a ju-gar al cuartel con nosotras, y cada domingo nos juntábamos en casa de una compañera. Un día de invierno que estaba todo nevado, la madre de Juan Antonio venía con la lechera, se cayó el suelo, ¡y allá que se fue la leche!

También iba mucho a casa del médico a jugar a las cartas y a ver la tele. Para comprarme mi primer butano y los muebles de la casa fuimos a Logroño, que estaba muy cerca. Luego compré una televisión y éramos los únicos en el cuartel con una, aunque se veía muy mal porque, en el cuartel, la luz tenía muy poca fuerza. Como las escuelas estaban cerquita del cuartel, el día que había toros, los maestros, allá que venían a mi casa; y les ponía de merendar.

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Eran muy devotos de la Virgen del Pilar, la patrona de la Guar-dia Civil, y cuando llegué allí dijeron, “¡vamos a hacer presidenta de la asociación a la caba!”. Fue una época muy bonita, porque me lo pasaba muy bien.

Hice una amiga y cuarenta y tantos años después seguimos siendo amigas. Tuvo allí una cría que se llamaba Blanca. Cuando te-nía dos años, todos los días subía la escalera de mi casa para verme. Cuando nos marchamos, Blanca lloraba porque sabía que me iba. Se fueron trasladados a Badajoz, y allí fuimos a verlos alguna vez. Siguen siendo nuestros amigos, de los únicos que tengo.

Entonces no había problemas con los Guardias Civiles, eso fue después. Cuando la ETA empezó de lleno, ya nosotros andábamos por Tarifa. Juan Antonio se hizo mayorcito y se metió a la Guardia Civil. Cuando tenía veinte años, que estaba trabajando en La Rioja, lo mataron los de la ETA. Yo ya no estaba allí, pero cuando me enteré lo sentimos mucho. Fue un golpe muy duro. Esa amiga tiene otro hijo que también es Guardia Civil, que vive en Valdemoro. De vez en cuando nos llamamos por teléfono y nos vemos.

VOLVIMOS A VALENCIA, A ÁLAVA Y LUEGO A CEUTACuando tenía veintisiete años volvimos a Valencia, a un pueblo

que se llama Piles. Mi hermano Rafael salió entonces de la academia y fue destinado a Olivas (allí cerca), se hizo sargento de la Guardia

Mi novio y yo, en el Santuario de Nuestra Señora de La Luz, en 1956.

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Civil y se casó en Valencia. Nosotros fuimos después a otro pueblo cerca de Valencia: Torrente. “Torrente, bon poble y mala xente”, de-cían. ¡Anda que hablaba yo valenciano!

Y de allí otra vez a Álava, pero a la capital, dos años, porque mi marido entró de chofer, como sargento del parque de automovi-lismo. Me junté con una compañera, Delia, que era de Salamanca, y ella me dijo, “¿por qué no buscamos que nos den trabajo por ahí?”. Nos dijeron que en una tienda que se llamaba Cortivit, en el centro, daban ropas para costura. Hablamos con la jefa y nos dio uniformes para las niñas de la escuela del Sagrado Corazón.

Nos daban el uniforme cortado, lo que era el cuerpecito y la falda plisada, y teníamos que coserlo y unirlo. Yo me las veía un po-quillo negras, porque no sabía coser, pero mi compañera me daba un poquillo de idea y aprendí mucho. ¡Yo solita aprendí a coser! Nos juntábamos las dos para coser y nos ganábamos algo. Nos pagaban por cada uniforme que hacíamos, y así estuvimos un poco de tiem-po. Luego lo dejé, porque nos trasladaron para Ceuta. Con Delia me he hablado yo después muchas veces.

A mí me hubiera gustado tener críos. Como pasaba el tiempo y no teníamos, fuimos a mirarnos en Valencia. El problema era de mi marido. Había muchas solicitudes para adoptar y lo dejamos. Ya cuando fuimos a Álava capital, fuimos a otro centro donde se adop-taban críos y nos apuntamos, pero el director dijo que era muy difícil y no tuvimos la suerte. En 1971 nos fuimos a Ceuta, donde estuve catorce años. En Ceuta volvimos a intentar coger un crío, pero nos aburrimos.

Cuando teníamos permisos, veníamos a Tarifa unos diítas y luego íbamos directos para Villar de Cañas. Yo no podía estar con mi madre en Tarifa, que era cuando más falta le hacía. Hace veintiséis años, estando en Ceuta, mi madre cayó mala y perdió la cabeza. Yo no podía estar yendo y viniendo, así que me la tuve que llevar a Ceuta y allí la tuve más de tres meses. Le salieron llagas (de estar en la cama) y entre mi hermano y yo la tuvimos que cuidar. Se murió y la enterré allí, porque traerla era mucho dinero. Yo voy de vez en cuando a verla, y ahora tengo el proyecto de incinerar los huesos y traerme las cenizas, para quedarme tranquila.

Lo he pasado muy bien en Ceuta. A veces nos juntábamos unas

Memorias de Luz Trujillo

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cuantas compañeras para ir a Tánger, y nos montábamos en los ca-mellos. Los domingos, nos juntábamos y nos íbamos a Castillejos, pasando la frontera (de Ceuta a Marruecos) con el pasaporte. Allí comprábamos el pescado, la carne y la verdura para toda la semana, porque estaba todo más barato. Árabe no aprendí, porque es difícil; pero el dirham sí, porque tenía que cambiar dinero (entonces un dir-ham eran 166 pesetas).

También tenía amistades marroquíes, muy buena gente, que a veces voy a verlos. Había un vecino mío que le llamaban El Shai, que vendía ropa que se compraba al peso. ¡No tengo yo sábanas del kilo! La mujer se llamaba Maimona, era muy agradable y me invitaban cuando hacían Ramadán. Tenían tres hijos, uno de ellos mudo.

Los hijos de mi amiga, Blanca y su hermano, vinieron a Tarifa de vacaciones. Les gustó mucho Tarifa y los padres compraron un piso aquí. Viven en Madrid. Este chico se murió con treinta años: es-taba trabajando en una portería y de vez en cuando le daban ataques epilépticos. Apareció muerto en la casa, que tuvieron que llamar a la policía y echar abajo la puerta. Esto fue hace casi cuatro años, sus padres entonces estaban aquí, y se acabó el mundo para ellos: ni tele ni salir a ningún lado. Blanca se casó y tiene dos niñas preciosas que son las que están dando la vida a los abuelos.

Yo me lo paso bien con amigas y amigos, pero con mi marido no. Es una persona muy suya y le ha gustado mucho ahorrar. “¿Para qué ahorras, si no tenemos hijos?”. No tiene detalles conmigo ni me regala nada. Y si me compro algo, me dice, “¿para qué compras eso? ¡A ti no te hace falta!”. Se mete en todo. Lo tengo que decir porque es verdad. Son cuarenta y seis años lo que llevo ya casada con él y muchas veces me han dado ganas de irme, porque es inaguantable, y le digo, “¡un día te voy a dejar!”. Pero, ¿a dónde voy a ir yo? ¿Y qué va a ser de él? No lo haré, porque en eso estoy yo chapada a la antigua. Menos mal que ya no le hago caso: si me hace falta cualquier cosa, lo compro y no le digo nada.

MI HERMANO RAFAEL ME ESTÁ QUITANDO A MÍ LA VIDAMi hermano Rafael, desde hace muchos años vivía en Villato-

bas con su familia, un pueblo de Toledo que está muy cerca de Ma-drid, a unos 78 kilómetros. Él empezó con molestias el 15 de mayo, fue al médico a Madrid y le hicieron pruebas. Hasta que le diagnos-ticaron un cáncer galopante en el hígado y en el pulmón, y duró seis

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meses. Le dieron seis sesiones de quimioterapia. Yo iba a visitarlo de vez en cuando y cada vez lo veía más apagado. Ya al fi nal no hablaba, y yo lo pasaba muy mal.

El último día que lo vi fue el 18 de diciembre. Se murió el día 15 de enero en su casa. Lo llevaron al tanatorio de Ocaña a las seis de la mañana y mi sobrina me avisó a las ocho y salimos nosotros para allá. Tenía sesenta y seis años él y yo sesenta y siete. Como fue mucha familia y amigos, nosotros después del entierro no nos que-damos en la casa de Villatobas; nos volvimos para Tarifa.

DEDICADA A TI, RAFAELTodo parecía un sueño,pero era una auténtica realidad;aquella maldita noticiano se hacía esperar.

El día 16 de mayo,un cáncer se te diagnosticó;y la vida de los que a tu alrededor estábamospor completo nos cambió.

Te observaron unas manchasen el hígado y en el pulmón,la esperanza aún seguía viva,hasta comentarnos que no era de operación.

Te hicieron multitud de pruebas,seis sesiones de quimio se te realizópara paralizar ese cáncer,pero de nada sirvió.

Tu rostro se entristecía,tu sonrisa era cada vez menor,y la debilidad presagiabaque se acercaba lo peor.

Qué triste aquel 15 de enero,cuando Sergio me llamóy, con voy triste y amarga,me comentaba tu desaparición.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Sólo nos queda el recuerdode un hombre que supo luchar,y aunque ahora te encuentres muy lejosen nuestro corazón siempre estarás.

Lo escribió Inmaculada Ramírez Carrasco, que es ahora la mu-jer de mi sobrino Sergio.

Mi hermano es el que me está quitando a mí la vida. Nos llevá-bamos muy bien, siempre juntitos, y yo lo recuerdo mucho.

Tengo cinco sobrinos de mi hermano el de Canarias. Han veni-do alguna vez, pero a los cuatro sobrinos por mi hermano Rafael, tres varones y una hembra, los he tratado más. Me llaman cuando les parece. A la novia de mi sobrino Sergio la quiero más que a él, porque ella ha querido mucho a mi hermano y nada más que está pendiente de mí. Ella me llamó para mi cumpleaños y hasta el día siguiente no me llamó él. Mi hermano estaba loquito por su nieto, el de su hija, que vive en Madrid y está esperando otro niño.

Tengo un hermano en Tarifa, Antonio, que tiene una hija, pero ella es un poco despegada. Ni viene a mi casa. Ella tenía otro her-mano, que lo mató un camión cuando tenía dieciocho años el día de Reyes, cuando iba en bicicleta.

Mi hermano Rafael, en 1957.

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ESTA HA SIDO MI VIDAA mí me ha tocado vivir muchas fatigas y hambre; así tendría

que ser. Lo que más me ha gustado de mi vida es cuando era joven-cita, lo bien que me lo pasaba con las amigas y lo que disfrutábamos, por la inocencia que se tenía entonces. En ese tiempo no teníamos ropa, no teníamos distracciones como hay ahora, pero ahora lo que hay no se valora igual. Yo, lo que tuve en mi juventud no lo cambiaría por lo que hay ahora, y si volviera a nacer lo repetiría. Ahora, la vida de mayor no la repetiría.

Pensando en mis sobrinos, me gustaría que no les pase nada, que ni se acuerden de las enfermedades, y les daría el consejo de que sean buenos y trabajadores.

Memorias de Luz Trujillo

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Me llamo Manuela Román Valencia, tengo sesen-ta y ocho años (nací el 25 de febrero de 1936) y vivo en Tarifa, en la barriada de Santo Domingo de Guzmán. Tengo los ojos marrones y el pelo, que era negro, ya canoso; la frente pequeña, las cejas muy negras, la nariz cortita y la boca fi na. Yo me considero una persona sencilla y buena,

habladora, valiente y a la vez tranquila. Vivo solita pero tengo a mi sobrina: cuando me pongo mala la llamo y ella me lleva al médico. Yo me dedico a hacer las cosas de mi casa y voy a la Escuela de Adul-tos por las mañanas, para terminar de aprender a leer y escribir. Me gusta mucho la escuela y hacer primores, y me gusta más estar en casa que salir.

La maestra me preguntó que si quería contar la historia de mi vida y yo le dije que sí. A mí me ha gustado contar mi vida, lo mismo lo bueno que lo malo. Todo lo que cuento es verdad. Como una lo ha pasado, lo estoy escribiendo y lo estoy viviendo. Me gustaría tenerlo de recuerdo y que cuando me muera quede para mis sobrinas y mis

Manuela RománME QUEDÉ HUERFANA DESDE MUY CHICA

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amigas, que lo lean algún día. Contando me he dado cuenta de todo lo que he vivido y he aprendido a expresarme mejor.

YO ME QUEDÉ SIN PADRE CON TRES AÑOSMis padres tuvieron diez hijos. Cuatro se les murieron chicos.

Uno, Manuel, murió de una patada que le dieron jugando al fútbol; le entró la enfermedad del hueso, el tétanos, y se murió. A ese le conoz-co yo por las fotos. De los otros, no sé cómo murieron.

Dicen que cuando llegaron lo moros a Tarifa en 1936 mis pa-dres se asustaron. No sólo mi gente; todo Tarifa se asustó. Entonces todo el mundo salió corriendo para el campo a esconderse. Mis pa-dres salieron con todos los niños, y mi madre cogió la olla del puche-ro con la comida que tenía preparada. Yendo por la calle, le dice mi padre a mi madre, “¡Chana, tú has cogido la olla del puchero, pero a la niña te la has dejado en la cama!”. Se llevó mi madre la mano a la cabeza, se volvió corriendo para la casa y me recogió.

Se fueron para La Ahumada, donde tenía mi padre familia. Unos días después, cuando ya se calmó la cosa, volvieron para Tari-fa. En aquella época yo luego escuché que los moros, a lo que venían, era a ayudarnos a España.

Yo me quedé sin padre con tres años. Mi padre se murió en el 39; no sé de qué se murió. Yo nací en 1936 y claro, no me acuerdo de él. Mi padre, gracias a Dios, no se metió en la guerra. Yo lo conozco por fotos. Era un hombre muy recto. Trabajó de albañil en El Hospital (que ahora es la residencia de ancianos de San José).

Quedó entonces mi madre con seis hijos. Entre medio de morir mi padre y mi madre se murieron dos hermanas. Una, Josefa, mu-rió del tifus con dieciocho años. Y otra murió de diez o doce años (cuando murió ya había hecho la comunión), mi hermana Eugenia. De ella sí me acuerdo. Yo fui con esta hermana a la tienda, le entró una fatiga, y ya no la vi más. Yo no me di cuenta de más; sé que la eché mucho de menos y lloraba mucho por ella. Eso me contaba mi otra hermana, Dolores.

Después se murió mi madre, en el 42. Mi madre murió de algo raro: en tres meses le entró un dolor en el estómago y se murió. Yo entonces tenía seis años y ella tenía cuarenta y cinco. A mi madre la recuerdo como una persona mayor, gordita, gruesa, con el pañuelo.

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NOS FUIMOS EN CASA DE MI TÍAEntonces nos quedamos solos cuatro hijos, dos hembras y dos

varones. La mayor era Dolores, el segundo era Francisco, el tercero Eduardo y yo, la más chica, que tenía seis años. Nos fuimos en casa de mi tía Curra, hermana de mi madre. Ella nos recibió bien. Mi her-mano Francisco, el mayor, estaba trabajando en la mar; aunque mi padre en vida no quería que fuera marinero.

Yo libré a Eduardo de la mili, porque cuando le tocaba yo ten-dría ocho años más o menos, y al ser menor de edad él me tenía que mantener mientras no viniera Francisco. Eduardo estaba en la mar, y le daba el dinero a mi tía para comer nosotras. ¡Ya ves lo que me po-día mantener! Vino de la mili Francisco y se fue Eduardo. Hizo la mili en la Comandancia (que estaba enfrente de la iglesia de San Mateo), porque era muy listo.

La casa donde vivíamos con mi tía se llamaba La Casa Amarilla. En el piso de arriba vivía Prudencia, que tenía una casa muy grande y alquilaba habitaciones. En aquella época vinieron mucha gente de Chiclana y de Rota; y donde Prudencia paraba un chiclanero que era maquinista del tren en el puerto, cuando lo estaban haciendo. Este muchacho se enamoró de mi hermana, la habló una temporada y pasó lo que tenía que pasar: mi hermana se quedó en estado.

Este es mi padre y mis cuatro her-manos mayores: Dolores, Francis-co, Eduardo y Josefa (las niñas, con el luto de la abuela).

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Cuando se enteró el marido de mi tía Curra, nos echó a la calle a mi hermana y a mí. Nosotros teníamos la casa de mi padre, que estaba cerrada, y nos fuimos a esa casa. Yo tenía siete años. Su novio, cuando lo supo, se quitó de en medio y no quiso saber nada. Nunca más le vimos. ¡No la querría mucho tampoco!

Mis hermanos siguieron en casa de mi tía, porque a ellos no los echaron. Eduardo no había terminado la mili cuando dejó a la novia en estado, se casó con ella y se fue. Tenía él diecinueve años y mi cuñada también era una cría; tenía diecisiete años, faltaban dos me-ses, cuando tuvo a mi sobrina la mayor. Desde entonces no quisieron saber nada de nosotras. Y Francisco tampoco.

YA NOS QUEDAMOS LAS DOS SOLASMi hermana tenía dieciséis años más que yo. Ya nos quedamos

las dos solas y pasamos... ¡todo lo que estaba de Dios de tenernos que pasar! Mi hermana trabajó muchísimo. Con Juana La Chispas y yo, ibamos a Mojícar (que está detrás del cementerio) a coger caraco-les y tagarninas. Cocía los caracoles con poleo y las tagarninas igual, sancochadas*. ¿Qué vas a hacer? ¡Toda la vida así!

Yo iba a casa de mi tía Curra todos los días y me daba de comer. Mi hermana me ponía en la iglesia de San Mateo y yo cogía desde la esquinita e iba por el callejoncito de arriba hasta la Casa Amarilla,

Esta es mi madre con mi hermano mayor.

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donde vivía mi tía. Allí comía y pasaba el día, y la otra angelito, que se muriera.

Antes se comía lo que se encartaba*, porque no se podía elegir, y se cocinaba con carbón. Mi tía hacía patatas guisadas con un troci-to de tomate. Ponía su pucherito, su pescadito... Porque mi tío tenía un bote y traía pescado de la mar. Prudencia, la vecina de arriba, decía, “¡Curra! ¿Qué estás haciendo hoy de comer?”. Y le pasaba un platito, porque todo le parecía bueno.

A la noche me volvía a mi casa, para dormir con mi hermana. Muchas veces mi hermana me mandaba a pedir: “Ve en ca’ la señora Victoria y le pides, un poquito aunque sea, de aceite de pescado, que te voy a hacer una sopita de ajo”. Y claro, como era chica, la señora me lo daba. O me daba caldo de puchero y mi hermana me lo miga-ba.

Tuve otra tía que se llamaba Antonia, mujer de mi tío Eduardo y madre de mi prima Eugenia, que se me murió hace poco (se resba-ló en la iglesia y se cayó). Antonia también me dio muchos platitos de comida. Y las vecinas. Fuimos al Auxilio Social a comer muchas veces. Sin embargo, otras personas de mi propia sangre nunca me daban un platito de comida: cuando iba, siempre tenían los platos recogidos. Por eso mi hermana tenía muchos recelos.

Yo le vi a mi hermana sufrir mucho. La familia le daba de lado, como si hubiera hecho un crimen. Un día empecé yo a decirles mu-chas cosas: “Ustedes tuvieron la culpa, porque me le hicieron mu-cho daño”. Y Prudencia desde arriba me decía, “¡ya está, Manuela; ya aquello pasó!”. “¡Sí, ya se ve que ya pasó, pero eso está ahí dentro!”.

Mi hermana tuvo a su hija. Me acuerdo yo que era más bonita que un sol. Yo me acuerdo del padre, que era un hombre bajito, gua-pito, y la niña se parecía muchísimo al padre. Tenía unos ojos gran-des, negros, la cara de ella no se me ha olvidado. Yo me quedaba con ella y la cuidaba, porque mi hermana estuvo trabajando en casa de una maestra. Y tuvo la mala suerte que se le murió con seis u ocho meses, no sé de qué. ¡Como antes se morían tantos niños chicos de cualquier cosa...!

Como mi hermana estaba ya sirviendo, hice la comunión en el colegio del Retiro. Mi hermana estuvo delante de mí, me llevó y me

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trajo. Francisco estaba trabajando en una tiendecita por detrás de la iglesia, y yo pasé por delante y él no miró a mi hermana ni me miró a mí. Yo era una cría, pero me dio pena, porque hacía la comunión con mucha ilusión.

Antiguamente íbamos con la ilusión de que íbamos a recibir a Dios. Doña Teresa la maestra nos decía a las chiquillas, “la que, ves-tida de comunión, se mire en el espejo, le va a salir el demonio”. Yo no tenía espejo, pero ni me asomaba, para que no me fuera a salir. ¡Fíjate la ignorancia de antes! Hice la comunión con un traje blanco prestado, unos zapatitos y, como no tenía cadenita, una muchacha del barrio me prestó la suya. Como no recogí dinero para retratarme, no me retrataron.

Francisco estuvo en Canarias haciendo la mili. Él y otro mu-chacho que estaba con él vinieron malos de una enfermedad de mu-jeres. Estaban embarcados y, no sé dónde se metieron que vinieron malos. Al otro le afectó al cerebro y a mi hermano le afectó al híga-do. Le llevaron al hospital de Mora en Cádiz. Yo tendría doce o trece años, y ni mi tía ni nadie de la familia iban a verlo al pobre mío.

Se murió con veintitrés años. Del hospital mandaron avisar al Ayuntamiento y, cuando dieron la noticia, fueron mi tía y mi cuñada a Cádiz y no le dijeron nada a mi hermana; toda la familia la dio de lado. Le enterraron allí en Cádiz y mi hermana me vistió de negro.

Mi tía Curra no era mala, lo único es que el marido la infl uía. Mi tío le tenía dicho a mi tía que cuando tardara de venir de la mar, fuera su hijo al bar del padrino y le pidiera dinero. Mi primo, que era de mi edad, aparte del dinero que pidió para mi tía, pidió al padrino dinero para comprarse una chuchería a cuenta de su padre. ¡Cosas de chiquillos!

Vino mi tío de la mar y se lo dijeron, se lo tomó muy mal y se lió con mi primo a correazos. ¡La mentalidad que tenía esa persona! ¡Tan recto! Los antiguos eran así. La vecina Prudencia le dijo desde arriba, “¡Juan, por favor, que el niño no ha hecho nada malo, son cosas de críos!”. Tenía muy malas pulgas. La reñía a mi tía por cual-quier cosa. Cuando venía de la mar o cuando a él le daba la gana, a lo mejor venía con un vasillo de vino, y le daba a mi tía unas palizas la mar de grandes. Ella no se lo merecía, porque era una buena persona. Ella hacía lo que decía él. Cuando una es chica, no se da cuenta de las

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cosas, ¡pero ya cuando es mayor comprende una muchas cosas!

Antes las camas eran de cabecero alto. Un día la puso ahí y la tronchó para atrás. La pobre estaba en estado y escacharró* a la cria-tura. Mi primo Juan, mi primo Francisco, que era chiquitito y yo, nos fuimos en ca’ Prudencia llorando muchísimo.

CUANDO FUI MÁS MAYOR ME METÍ A TRABAJARCuando fui más mayor, con doce años, me metí a trabajar en la

casa de Pérez Quero. La mujer, Pepita, me daba un chupón y arena y me ponía a fregar el suelo. Y venía su cuñada, la mujer de Manolo Pé-rez, doña Josefi na: “¿No te da lástima, ponerla a limpiar con chupón y arena?”. “Eso no es malo. ¡Que se acostumbre la niña!”.

Estuve un tiempo cosiendo en casa de Loli la costurera. Des-pués, con catorce o quince años, me fui a casa de la abuela de Teresi-ta Vacas; le hacía recados y llevaba el trajín de la casa. Luego me metí a trabajar en la fábrica de pescado de Diego Piñero. La encargada, Isabel La Chiclanera, le decía al maestro (el administrador): “¿No le das trabajo al angelito? ¿No te da lástima? Además, ¡mira que cacho tetas tiene! ¡Y está muy gordita! Déjala”. Y él me dejaba para limpiar las latas.

En mi juventud también me he reído mucho y hemos hecho muchas diabluras, sin hacer daño a nadie. Una madrugada estába-mos jugando unas cuantas chiquillas: Milagros, Juana y otras. Doce o trece años tendríamos; más no. El Sordo de la Mosca tenía una carreta tirada por un borrico, para los trapicheos* de la fábrica: car-gar el pescado del muelle, llevar cajas vacías... “La calesa”, le decía él. Estábamos esperando a que abrieran y cogimos la carreta. ¿Qué hicimos con la carreta? La soltamos y nos montamos unas pocas. La carreta se fue andando y, ¿a dónde vino a dar? En el tabique donde descansaba la dueña de la fábrica (porque ella de noche no dormía). Salió para afuera y... ¡Madre de la Luz qué boca!

Después me metí ya a estibar. Me puse con mi vecina Juana y con otras personas mayores, para aprender. Yo lo he hecho todo: pe-lar, estibar, limpiar la lata... Lo hacía precioso, la mar de bonitas las latas. Era pura artesanía.

Trabajando en la fábrica de Diego Piñero yo caí mala. No sé lo que me pasó que eché mucha sangre por la nariz. Entonces fui a un

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médico, me mandó unas cosas y me dijo que estuviera un par de semanas sin trabajar. Y el maestro Miguel me sacaba el jornal todos los días (les daba lástima de mi y me pagaban). El maestro Miguel tenía muy buenos golpes; nos decía palabrotas. Venía: “¡Ustedes son todas unas fl ojas! ¡Ustedes no trabajan! ¡Ustedes sois unas tontas de los cojones!”; y él mirando, con la libreta en la mano.

A UNA SEÑORA DE NUESTRO PATIO LE MAMABAN LAS BICHASCuando tenía yo unos diecisiete añillos, estaba una señora de

nuestro patio criando a una niña recién nacida. Como era el mes de julio, las bichas* estaban muy revueltas. Como entonces las madres acostaban a los niños con ellas en la cama, las bichas iban a mamar-le a la mujer.

Ella no se daba ni cuenta, se creía que era la hija. Por la maña-na notaba la mujer que la niña tenía la boquita negra y que estaba llorando esmayaíta*. Porque mientras el bicho estaba mamando a la madre, era muy inteligente y le metía el rabo a la niña en la boca para que no se despertara llorando.

Una tarde estaba yo sentada en la puerta de mi casa, y tenía a dos niños, Rafaelito y mi sobrino Paco, uno en cada lado, que ten-drían un par de añillos. Entonces cayeron del techo cuatro bichas que tenían allí sus nidos y por la noche mamaban a la mujer. Esta-rían en celo peleándose y por eso cayeron.

Cogí los niños y me los abracé; no había quién me quitara los niños. Hasta que salió de la casa el padre de Rafael: “¿Qué pasa, Lela?”. Yo no podía ni hablar, no me salían las palabras. Se metieron las bichas debajo de las camas de la casa de ella, y una en la casa mía. El padre de Rafael cogió las bichas y las colgó en el cordel de los tendederos; las peló y el pellejo lo frió, porque era buenísimo para los dolores. Cuando yo vi las bichas colgadas, ¡no sé lo que me entró!

Yo tenía un vecino del mismo patio que se llamaba José Pas-tor. Él se ahogó en Los Mellizos, que eran dos barcos iguales que se perdieron la misma noche cerca de La Isla, por un sitio que le dicen El Torrecilla. Fue en 1949. Dicen que fue un golpe de mar y los dos barcos los puso boca abajo. Cuando se dieron cuenta estaban todos los marineros en la mar, por eso se ahogaron casi todos. Dicen que si el patrón, en vez de decir a los marineros, “¡meterse abajo!”, hubie-ra dicho, “¡subirse a cubierta y tirarse a la mar el que sepa nadar!”,

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habría sido mejor. Cada uno, a la aventura de Dios, y José se habría salvado, porque era un buen nadador.

Se salvó el patrón, que era el único que no se podía meter aden-tro. Pero al mismo patrón también se le ahogó un hijo, de diecinueve años. El hijo vio que se estaba ahogando el padre y fue a salvarlo. Y se lo quitó de los brazos la ola; se salvó el padre y el hijo se ahogó.

Cuando se ahogó José, su mujer se metió a trabajar y yo me quedaba con la cría, Antoñita. Porque antes en los patios éramos como una familia. Tenía otro hijo, Vicente, que ya era más mayor. El primer día que fue a trabajar la mujer ganó dos pesetas, y cuando llegó a su casa venía sin las dos pesetas, porque se le habían perdido. Ya se fueron a vivir a Cádiz y poco a poco perdimos la amistad.

A MI MARIDO LO CONOCÍ EN CASA DE UNA VECINAEstuve de volatera en ca’ Feria (donde trabajaba mi marido),

pero sólo dos o tres días, porque no me gustó. Pelar pescado y meter-lo en latas es lo mismo en todas las fábricas, pero a mí no me gusta-ban algunas personas que había allí. Volví a ca’ Diego Piñero y de ahí me salí para casarme a los veintidós años. Mi marido, lo que hacía era cocer el pescado. Otros hombres descabezaban, otros lo salaban, otros cerraban las latas; como mi cuñado, el hermano mayor de mi marido.

Yo conocí primero a otro muchachillo, que estaba haciendo el servicio militar aquí. Estuve saliendo con él tres o cuatro meses pero, como se fueron sus padres a vivir a Algeciras, cuando cumplió el ser-vicio se fue y ya desapareció. Luego conocí a José, mi marido, en casa de una vecina: su marido era compañero de trabajo en ca’ Feria.

Aquí estoy con Eduardo, de 5 años (el hijo de mi prima Eugenia, que se murió hace poco) y un vecino que siempre es-taba así, en invierno y en verano.

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Remedios caserosLa leche de burra

Se daba para la tos convulsiva. Un vecino de mi patio tuvo tos convulsiva, le trajeron una burra para darle la leche y, como vieron que yo también tenía, me dieron también a mí. En dos o tres días nos pusimos bien los dos. (Aportada por Manuela Ro-mán).

El aceite de oliva Para el dolor de garganta. Se calentaba el aceite y se ponía

en papel de estraza y el papel te lo ponías en el cuello. (Aportada por Mari Luz Díaz).

La molleja del pollo

Se usaba para el dolor de garganta, la roncura y el catarro. Cuando mataban al pollo, esa grasa que la llaman la molleja se metía en un jarrito de lata con agua, se calentaba, se engrasaba un papel de estraza y te ponías el papel en la garganta, atado con un trapo. Mi madre, cuando tenía un niño, le traían un pollo de campo: ya tenía caldo para toda la cuarentena y guardaba la grasa de la molleja. (Aportada por Mari Luz Díaz).

La tintura de yodo Se usaba para los catarros. Con un algodón o una brochita

mojada en yodo, se ponían rayas por el pecho y por la espalda. Mi hermana lo mojaba también en alcohol. Se ponía a hacer cua-dros, ¡y venga cuadros! ¡Yo quedaba con más cuadros que una libreta! (Aportada por Antonia Moreno).

La hierba pastora* Se usaba para las heridas del estómago. (Aportada por

Mari Luz Díaz).

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Sobar la barriga con aceite Que se hacía para el empacho de los niños. La gente que

había nacido de pie o eran mellizos o sietemesinos se decía que tenían gracia para curar. En mi casa somos unas cuantas que tenemos gracia (y hay quien dice que todas las madres tienen gracia para curar). Mi hermana la mayor es melliza y, cuando ha-bía algún niño con empacho, malo de la barriga, lo llevaban a mi casa y durante tres mañanas en ayunas le curaba la barriga. Se le ponía aceite de oliva en la barriga, le hacía una cruz y le sobaba; luego le ponía por la espalda y los riñones, la hacía una cruz y también le sobaba. El empacho es una infección del vientre, que se les forma como una pelota que no pueden echarla y por eso devuelven. Al sobarle, eso bajaba para abajo. El último día cogía un poquito de aguardiente o una poquita de agua, se la echaba al niño, se asustaba, y eso lo largaba. Ya ese niño estaba curado. (Aportada por Antonia Moreno).

La mierda de caballoPara el dolor con la regla. Mi madre, cuando nos dolía el

vientre por la regla, ponía a cocer mierda de caballo seca en un cacharrito (el cacharro lo usaba sólo para eso), nos daba un po-quito a beber y se nos quitaba el dolor. “¡Tómalo, que está muy bueno!”. “¡Ay, mamá, que no me gusta!”. Nosotras no sabíamos lo que era. (Aportada por Antonia Moreno).

La planta de la malva Es muy buena para la infección de orina. Se coge la planta

entera: la rama, la fl or y la raíz, en un sitio donde no haya pe-rrillos. Se cuece, y se toman los vahos de la cocción. El agua que queda, se pone en una palangana o un bidé y te lavas los bajos con ella. (Aportada por Manuela Román).

La quebrantapiedraPara el dolor de piedra en el riñón. El padre del chico que

criamos era arriero y traía muchos hierbajos del campo, entre ellos quebrantapiedra. La traían también de Ceuta y Tánger. (Aportada por Manuela Román).

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Memorias de Manuela Román

Estuvimos hablándonos dos años y pico. Yo tenía a mi amiga Juanita (que la dicen Juana La Conilata*, porque su abuelo era de Conil), que la conocí en el barrio del Moral. Muy buena muchacha, y salíamos juntas siempre. Él no quería que yo saliera a la vez con mi amiga, sino sólo con él. Ella también se echó novio y ya cada una fuimos por nuestro lado, pero no dejamos la amistad.

Mi hermana no lo quería, porque decía que paseaba con mu-chas muchachas y ninguna era suya. Digo yo que él era mío y yo era para él. Yo he sido muy feliz con él, la verdad; y mi hermana ya no me decía nada, porque sabía que me gustaba y yo no lo dejaba. También era muy rarillo: no le gustaba que me pintara, porque decía que no me hacía falta pintarme. Yo muchas veces le decía, “si todo el mundo se pinta, ¿por qué no me voy a pintar yo?”.

José me llevaba por ahí, y yo no quería salir, porque me daba vergüenza, pero al fi nal iba muy a gusto con él. Él me echaba una cer-vecita, y yo le decía, “José, ¡qué mala está la cerveza, parece meada de burra!”. “Bébetela, que está buena”. Y yo me bebía la cerveza, pero sin gustarme.

Me casé el día 21 de diciembre de 1958, que llovía a mares, en la capilla de la Virgen de La Luz. Primero nos quedamos a vivir en la casa de mi padre: un soberado* grande, una alcoba y una cocinita hacia afuera. Para aquellos tiempos, era una casa en condiciones.

Y siempre con mi hermana, que no volvió a casarse. Le salió un novio, el novio decía que con ella cargaba pero que conmigo no, y mi hermana le dijo que a mí no me dejaba por nada del mundo. Toda la vida ha estado ella conmigo y yo con ella. Nos vinimos con mi hermana a la casa donde estoy ahora con treinta y cinco años, y ella me ayudaba mucho.

Después de casarme ha sido la lucha de mi marido en la fá-brica: yo todo el día en la calle, porque le llevaba el desayuno, el almuerzo, la merienda, y muchas veces hasta la cena. Yo le hacía lentejas, le hacía menudo, rosquitos y todas las comiditas que a él le gustaban. Venía a la noche, se duchaba, comía y se acostaba; y a las cuatro o las cinco se levantaba otra vez para la misma lucha. Como se trabajaba antiguamente. Esa era la vida mía: no íbamos a ningún lado, siempre trabajando.

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Él dejó de trabajar en el 79, porque la fábrica se vino abajo y la hipotecaron. De una pedrada que le dio un hermano suyo en Facinas, de pequeño le salió un tumor blanco en la rodilla. Entonces no había los adelantos de ahora: se curó con yeso y se la dejaron un poco es-tropeada. No le estorbaba para trabajar, pero cuando la fábrica cerró, que tenía él unos cincuenta años, se dio de baja y le quedaron 16.000 pesetas de paga.

Luego le fueron subiendo algo la pensión, y teníamos la ayu-dita de la paga de mi hermana, que se llevó veinte años limpiando en la tienda de Villanueva con un sueldecito bueno. Y después me arreglaron a mí una paguita en el Ayuntamiento, por la Junta de An-dalucía. Estábamos bien y no nos faltaba el potajito. Mi marido no volvió a trabajar más.

Una vez se embarcó con mi primo en los botecillos de la traíña* a llevar pescado a Algeciras. Y yo, como lo tenía permanente todas las noches, viendo que no venía, ¡me entró una pena! Llamo a mi prima y le digo, “chiquilla, ¿el bote no ha venido todavía?”. “Lela, no te asustes, que no viene hasta mañana”. ¡Yo me di una pechá de llo-rar! Porque no estaba acostumbrada. Y le dije, “tú no te embarques, porque con lo tuyo, lo de Dolores y mi paguita tenemos bastante”.

Estuve con él en muchas excursiones: en Riotinto y, en Fátima,

El día de mi boda.

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Memorias de Manuela Román

dos veces; porque me puse mala del riñón y el médico me dijo que a lo mejor me tenían que quitar el riñón. Y me dijo él, “Lela, hay una excursión, ¿no dices que quieres ir a ver a la Virgen de Fátima?”. Fuimos tres días, después me hicieron pruebas y nos enteramos que tenía una tuberculosis renal y que no hacía falta quitarme el riñón. Y le dije a José, “si más tarde o más temprano sale otra excursión, yo iba a darle las gracias a la Virgen”. Salió otra excursión en el 81 y José me llevó. Desde entonces no he ido más, hasta el año pasado, que el padre Agustín organizó una excursión.

Muchas veces José se resfriaba: “¡Ay, José, con el frío que hace y tan descotado! ¡Vas a coger un catarro malo! Te voy a dar un vasi-to de leche, un poquito de coñac y una aspirina”. Y él me decía, “la aspirina y la leche te la tomas tú, y el coñac me lo das a mí”. Y yo le decía, “¡anda ya, chiquillo, que eras más bruto...!”.

NOSOTROS CRIAMOS A UN HIJO DE MI VECINOA mi suegro no lo conocí. Mi suegra tuvo dieciséis hijos. Se le

fueron muriendo chiquitillos y quedaron ocho, que vivían en un sólo cuarto en la calle de Silos de Tarifa. Mi marido nació en el año 30. Él me contaba que cuando la guerra él tenía seis o siete años y estaba en Facinas; mis suegros vivían en Tarifa y mandaban a los chicos con la abuela, a Facinas, y una señora de allí les hacía la ropilla.

Vivían a las afueras del pueblo, en un sitio que le decían El Tajo del Chorro, que había una fuente. Los críos se metían por todos los lados. Un día, su hermano, él y otro crío estaban jugando por allí y dice que vieron a dos personas que sacaban a un huerto a dos hom-bres de Facinas que conocían. Y allí en el huerto los mataron. Así me lo contaba él, que lo presenciaron ellos porque estaban escondidos jugando.

Se asustaron, se fueron a casa de su abuela y se lo contaron a ella. Entonces se enteraron de la familia que eran los que habían matado y más luego supieron que los que fueron a matarlos eran dos hombres de Tarifa que conocemos. Que entraron a su casa y les dije-ron, “aquí venimos nosotros, a que nos eche un cafelito”. La señora de la casa les dijo que sí, que se lo echaba. Cuando se lo tomaron, les dijeron que salieran al huerto, que iban a charlar y a echar un ciga-rrito allí. Entonces fue cuando los críos vieron que los mataban.

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A mi vecino también lo cogieron por una frase que dijo. Era un hombre muy agradable, muy chistoso, y como antes había mucho chivato, lo chivatearon. Lo vinieron a buscar: empujaban a la mujer y todo, porque se creían que lo tenía debajo de la cama, pero él estaba trabajando. Se lo llevaron luego y lo metieron preso. La madre de este vecino estaba sirviendo desde hacía mucho con una señora, y esa señora hizo mucho por él. Tres veces lo metieron en el camión para matarlo y tres veces que lo devolvieron a la cárcel.

El pobre vivió hasta el año 59, y dejó un hijo mayor y otro de nueve años, Rafael, que nosotros criamos. Estábamos en el mismo patio, siempre estábamos juntos y, como no teníamos niños... Mi hermana era su segunda madre y yo le hacía la ropita y me lo lleva-ba a todos los lados. Cayendo chorros de punta se venía conmigo a llevarle a José el desayuno y el almuerzo. Como se quedó sin padre y la madre aún no trabajaba, no tenía para hacer la comunión. Yo le pedí a mi cuñada el traje de mi sobrino Paco, que la había hecho el año antes, y así hizo la comunión.

Ya después, con dieciséis años, se fue a Recife, se casó y no he-mos perdido la amistad. Mi hermana iba mucho por allí, pero yo no podía ir porque tenía a mi marido. Ellos venían todos los años, y a los diez meses de morir mi marido vinieron. Seis años después, cuando murió mi hermana, no pudieron venir, porque los niños estaban en el colegio y ellos trabajando.

TODOS SUS HERMANOS HABÍAN MUERTO DE LO MISMOMi marido tenía una voz muy fi na. Me decía, “ven, siéntate

aquí, que te voy a decir una cosa”. “¿Qué me querrá decir ahora?”. Y me decía cantando: “Era Consuelo la granaína, la más bonita de las chavalas, los ojos negros como la endrina, los labios rojos como la grana”.

En el año 90 se me puso malo. Le salió una escamita en la oreja, pero no quería saber nada de médicos. Un médico de Algeciras me dijo que lo llevara a los curanderos y fuimos a Olvera, un pueblo de la sierra donde había una señora que curaba cosas de la piel. Estuvo poniéndose parches con pólvora y yo se lo tenía que quitar y lavár-selo. Él se echaba sobre mí en la camita al lado de la ventana, para tener claridad, y con vino blanco le lavaba yo la oreja. ¡Le entraban unos sudores y daba unos botes, que se le caían las lagrimitas! Hasta que en el 91 la señora me dio el alta. Le digo, “yo le voy a llevar al

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Memorias de Manuela Román

médico por el dinero”; y me dice, “si quiere llevarlo al médico, llévelo por el seguro”.

En el 91 fui de promesa solita detrás de la Virgen de La Luz. Él no quería que fuera, porque no me fuera a caer. Él siempre estaba, “Lela, ten cuidado que hay una cáscara de naranja”, “Lela, que hay un cañillo, no te vayas a caer”. Si íbamos a cualquier lado que había bullicio, siempre se ponía detrás. No quería ni que me tocara una mosca. Llegué hasta la puerta de la casa de mi sobrina, cerca de La Luz, donde estaba él, y se levantó y me jaló*: “¡Ya no sigas más, por-que te van tirar ahí arriba y te van a matar!” (de la cantidad de gente que había en el Santuario).

Lo llevé a un otorrino el 10 de octubre, el 17 le hicieron pruebas en la Residencia* y me dijeron lo que había. Fuimos a Cádiz con mi sobrino a hacerse un TAC y un escáner. Y me dijo el médico, “¡tó-mense un platito de sopa calentito mientras esperan el resultado!”. Estaba yo en un banquito, entra don Diego (un médico que, cuando me acuerdo de él, me acuerdo de su madre) y me dice, “aquí hay una cosa mala, mala, de mucha envergadura, pero todavía puede tener arreglo”.

Le comenté yo a otro médico y él dijo, “Diego, ¿qué vida va a tener después de operado?”. Y digo yo, “¡pues que se me muera en un rincón de pena!”. Me desmayé para atrás, me di contra la pared y me hice un bollo horroroso. ¡Si nos hubieras visto a los dos abrazados llorando! El pobre decía, “esta es la herencia que mi padre nos ha dejado”. Sabía ya lo que tenía, todos sus hermanos habían muerto de eso, porque es heredado: primero un hermano, después una cuñada con cuarenta y ocho años y después él. Se llevaron seis o siete meses cada uno.

Nos tomamos el platito de sopa los tres, avisé a mi hermana y nos volvimos cerca de las nueve de la noche. Mi casa estaba llena de gente esa noche. Mi cuñada, que quería mucho a su hermano, estaba llorando muchísimo. Yo también la quería mucho a ella y le daba cosas para sus críos, porque eran muchos. José me quitaba las cosas: “Lela, me hace falta esto”, y yo sabía que era para su madre o para su hermana.

Entre Algeciras y Cádiz, y Cádiz y Algeciras, me llevé cuatro meses: del 10 de octubre hasta el 25 de enero. El médico hablaba

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conmigo y me decía que en vez de mejor iba para peor, y cuando veníamos en la ambulancia me entró un día un dolor en el pecho y en la espalda: “¡Ay, que me ahogo! ¡Ábrame la ventana, que estoy muy nerviosa!”. Dice otra señora que venía con nosotros, “pero, ¿el que está malo no es el marido?”. Y le dijo el chofer, “algo la han dicho hoy”.

Tenía que ir al 20 de octubre y se me murió el 18. En Algeciras me dijeron que lo ingresara y él dijo que no, que el hospital no. Lo llevé para hacerle pruebas y no quería la comida que le ponían. Él decía que a él le gustaba la que le ponía su mujer y cuando volvía a casa yo me ponía a hacerle mis comiditas. Ya él comía con una jerin-guilla que me enseñaron a manejar y con un grifo por la nariz, ¡y se le antojó un día conejo guisado!

Él se quedó ciego del ojito izquierdo y se quedó que no po-día hablar. Con las tortas*, me llamaba cuando quería algo. Antes de aquello no quería tomarse una pastilla y después estaba pendiente de la hora que le tocaba su medicina. “José, ¡quién te ha visto y quién te ve!”. Él no me decía nada, porque el pobre no podía hablar.

Yo, cuando lo veía muy fatigado, dormía en el suelo a su lado, en una colchoneta. Aquel día parece que lo vi yo mejor, y me metí en la cama. Por la mañana del día 17 hacia las ocho menos cuarto, me toca las tortas y echa la comida para afuera. ¿Cómo me dio Dios valor? Le limpié la mano y la boca, llamé corriendo al médico y me dijo, “no lo mueva”. Cuando vino, estaba yo vistiéndolo de limpio y poniéndole las calcetas como pude. Me lo llevé al hospital de Algeci-ras ese día y el 18 se me murió.

En el hospital, yo decía, “tiene fatiga, está muy inquieto”. Ha-bía una señora en la habitación que me dijo, “usted lo que tiene que hacer es salirse para afuera y cerrar la puerta”. Y yo le dije, “¡yo no lo dejo solo, porque no es un perro! ¡Y que usted no se vea como yo me estoy viendo!”.

Yo creí que llevaba en el bolso un abanico precioso que me regalaron, pero no lo encontré. Voy al mostrador y le pido un trocito de cartón para abanicarle. Él se puso de ladito y empezó a echar una babita. Yo metí la mano en el bolso para coger un pañuelo y salió el abanico. “¡Dónde estabas metido que no te he encontrado!”. Cuando volví a casa cogí el abanico, lo guardé y hoy ni sé dónde está.

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DESDE ENTONCES NO ME HE IDO A NINGUNA FERIAA otras se les muere de pronto y se llevan el susto, pero es una

muerte más buena porque no lo ves sufrir. A mí me afectó muchísi-mo, porque estaba muy unida con él. Él era mi madre, mi padre, mi hermana y mi marido; y yo, siendo la más chica, me sentía madre de él y madre de mi hermana. Estuve nueve años sin salir, y todavía no me he ido a ninguna Feria ni a ningún Carnaval ni Semana Santa. Yo voy a la escuela, a la costura y, si tengo que ir, salgo a una misa o a ver a alguien. Él ha sido muy bueno para mí, por eso yo me acuerdo tanto. Como estoy tan sola, me tengo que acordar. Si hubiera tenido un hijo hubiera sido otra vida distinta, pero no pude tener hijos y mi marido no quería recoger ninguno.

Mi hermana siguió conmigo después de morir mi marido. Cuando tenía setenta y nueve años, a los seis años y medio de morir mi marido, la entró una hemorragia y me llevé treinta y un días en la Residencia de Algeciras, solita con ella de noche y de día. Le daban unas fi ebres altísimas.

Mi sobrina iba el viernes y me decía, “vete y por lo menos des-cansas”. Una vez que me fui a Tarifa, me avisaron mis sobrinos, y en el camino a Algeciras yo lloraba muchísimo, pensando que cuando iba a llegar ya estaba muerta. Llegué y ella notó que yo llegaba, me acerqué y la dije, “Lola, dame un besito, hija”. Y ella me decía bajito, “¿dónde has estado?”. “Yo no he estado en ningún lado”. Y ella me decía que sí con la cabeza. La doctora me dijo que estaba “estable”. Y yo ese día estaba encorajada*. “¿Cómo va a estar estable si se está muriendo? ¡Yo le noto una cosa muy rara!”. Como no sabían lo que tenía, tenían que hacerle una prueba de la espalda. La doctora estaba hablando conmigo y, un muchacho muy bueno que trabajaba allí, me decía por detrás de ella, con el dedo, que le dijera que no; que no fuera a hacerle la prueba. El lunes de madrugada se me murió, a las ocho menos cuarto. La eché mucho de menos. He tenido una niñez triste y, de mayor, mira.

Ya casi a los diez años de morir mi marido, que es cuando em-pecé a respirar, he ido a dos excursiones con el padre Agustín, a ver monumentos y catedrales, que me gusta a mí. Me fui también a Re-cife. Estuve allí un mes y cuatro días y me vine, porque fui con una señora y ya ella se tuvo que venir. Y también, como era pronto el día de San José, yo quería estar aquí para ir al cementerio el día de mi marido.

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Yo no tenía ganas de venirme, porque estaba muy contenta y me trataban con mucho cariño: “Lela, no te vayas a caer”, “Lela, ten cuidado con eso”; muy pendientes. Cuando vine, me harté de llorar: “Rafaelito, ya me voy a la soledad, hijo de mi alma. Yo aquí estoy muy a gusto con ustedes”.

Me llaman cada quince días y otras veces los llamo yo. Tengo más apego con ellos que con la propia familia. Mi niño ya tiene cin-cuenta y cuatro años. Sus niñas están casadas, pero él está trabajan-do en una fábrica y, mientras que no se jubile, no puede venir. “No te apures, que en cuando yo me retire vamos a estar una temporada grande contigo”. Cuando me llama y me ve caída se lía a llorar y no quiere ni que se lo diga. “¡Saca el billete y te vienes!”. “No, hijo, eso no lo puedo hacer ahora. Estoy esperando que me llamen para ope-rarme de un ojo”. Su mujer, Dorosita, me dice, “¡no le vayas a decir que te has caído!”.

Después de morir mi marido y mi hermana, ya ven ustedes como estoy. Poquito a poco. Estoy arrancando y ya me voy acostum-brando a esta situación.

ESTA HA SIDO MI VIDAEsta ha sido mi vida. Así me tocó vivirla, porque me faltó lo

principal, mi madre, y nos quedamos solas mi hermana y yo. Por eso, si volviera a nacer lo cambiaba todo desde que nací hasta los catorce años. A partir de ahí está lo que más me ha gustado en mi vida, conocer a José.

Esta es mi hermana Dolores, con 70 años

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Escribiendo este libro he pensado mucho en mi familia, que ya no está. Quiero dar las gracias a mi marido, porque con él fui muy feliz. Y por último, decir que deseo para mis sobrinos lo más grande de la vida.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Me llamo Mari Luz Díaz Muñoz, tengo cincuenta y ocho años, y nací en Tarifa, el 20 de febrero de 1947. Vivo en Tarifa, en la Barriada “13 de Enero” (que la llaman La Riada), con dos hijos míos. La lucha mía diaria es, por la mañana, arreglarme para ir a la Escuela de Adultos, donde estudio dos horas todos los días, y hacer las tareas de

casa. A la escuela he venido muchos años pero, cuando me sale tra-bajo, lo tengo que dejar. Después de la clase hago las tareas de la casa y la comida (a veces se vienen mis hijos a comer). En mis ratos libres estoy con mis nietos, con mis hijas Inmaculada o Susana (que es la que más viene a verme); me llaman mis hijos o voy a casa de mi madre. También me gusta coser. Así se me pasan los días.

Yo soy alegre y me gusta mucho cantar y hablar; pero a la vez triste, porque las circunstancias me han hecho triste. Cuando tengo que dar algo, lo doy y no miro si me lo agradecen, y tengo lástima de cualquiera, niños o mayores. Últimamente soy nerviosa hasta para comer (desde que trabajé en Algeciras, que no tenía tiempo de co-

Mari Luz DíazERAN OTROS TIEMPOS

““

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mer), aunque nunca he sido nerviosa. A mí me gusta estar en mi casa, porque nunca he tenido intimidad y ahora, cuando estoy sola, me relajo y me siento bien. Amigas no tengo, porque no voy a nin-gún lado; tengo compañeras. Mis amigas son mis hijas, que no me dejan sola.

Este cuaderno lo he hecho para mis hijos y nietos ya que, fa-milia, dejaré bastante cuando me muera. Al contar estas cosas de mi vida, he tenido una oportunidad que creí que nunca iba a tener, porque soy casi analfabeta. Yo he puesto la voz y la vivencia mía y, con ayuda de personas que me han dado la confi anza para contar, lo he hecho.

Aunque se piense que esto no tiene valor, para mí lo tiene, por-que mis hijos mayores han vivido conmigo muchas cosas que cuen-to aquí, pero no saben cómo lo vivía yo. Y porque, por casualidad o por curiosidad, el día de mañana mis nietos llegarán a conocer lo que he vivido yo y las cosas que cuento de mis padres. Yo he apren-dido mucho, me ha hecho volver atrás y recordar muchas cosas que tenía olvidadas, lo mismo lo bueno que lo desagradable. Sacar y re-vivir estas cosas, aunque sea duro, yo creo que es para bien.

MI ABUELA ERA UNA PERSONA MUY ANTIGUAMi abuela se quedó viuda con cuarenta años. Yo la vi siempre

como una vieja, porque se murió el marido, se quedó con muchos hijos y se enterró en vida. Era una persona muy antigua. ¡Fíjate que murió de un catarro viejo y no consintió que le echaran una inyec-ción porque nadie le viera sus carnes, nada más que su marido!

Murió el marido de mi abuela y poco después mi madre se tuvo que casar. Eso para mi abuela, ¡una mujer tan antigua en aque-llos años!, fue un show. Se quedó con mi madre en un cuartito en La Cruz de los Caídos y vivían allí muy malamente muchos vecinos. Luego mi madre se vino a La Caleta, es una casa que ya no existe, un poquito mas abajo del túnel. Ahí vivían unas pocas vecinas y ahí nací yo. Mi madre tenía que ir a coger agua a La Bajada del Macho y tenía que venir cargada.

El día que yo nací mi madre se vio matada y empezó a acarrear agua para lavar, antes que yo naciera. No le dio tiempo: se puso con los dolores, llamó a mi abuela y cuando ella vino ya estaba yo en el mundo. ¡Fíjate lo lista que fui! No dio tiempo ni a llamar a la co-

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madre. Cuando yo nací tenía dos hermanos mayores: uno se llama Pedro, pero le dicen también Pimienta, como mi abuelo y mi padre; y otra Mercedes, que me lleva cuatro años y pico. Después nació mi hermano Miguel.

De La Caleta pasamos a La Puerta de la Mar, adonde tenía una vecina que tenía una carbonería, que la llamaban Pela Jopo*. En el mismo corredor vivían mi abuela María, la madre de mi padre, y unos pocos de vecinos: La de Paciencia, La del Manco Reja... Dicen que yo era muy bonita de chica, con los pelos muy rizados y rubia, y las vecinas me llevaban a mí para allá y para acá. Un día me llevaron a Algeciras y el parque de Algeciras con las palomas se me quedó a mi grabado, ¡porque yo no había visto nada de eso!

Yo siempre estaba con una vecina del mismo pasillo que esta-ba trabajando en un cortijo, y me llevó con ella unos días. Era cerca, a donde está ahora la gasolinera; ¡pero antes La Puerta de la Mar era el fi n del mundo! Yo estaba la mar de contenta en el cortijo, porque estaba allí sola con ellos. Mi hermano Miguel se llevaba conmigo dos años y siempre estábamos juntos, yo lo gobernaba en todo y era más cómica. Mi hermana Mercedes, que tenía cuatro años más que yo, era una niña grande para él.

Y ahora escucho yo decir con el Levante*: “¡Mari Luz!”. “María, parece que estoy escuchando la voz de mi padre y de mi hermano”. “¡Chiquilla, si es que están tu padre y tu hermano Miguel!”. “Venga, que te vienes para el pueblo”, me dice mi padre, “porque tu hermano está hasta malo, no quiere jugar, no quiere comer ni nada. Está en-celado de muerte, que lo que quiere es que tú vengas para acá”. Hoy eso sería depresión, pero entonces decían que estaba enceladito, de que me llevaron a mí y él se quedó.

MI MADRE NOS HA CRIADO CON EL PECHO A TODOSMi madre nos ha criado con el pecho a todos pero, cuando lle-

gaba la hora de comer, nos quedábamos secos*, porque no quería-mos comida, nada más el pecho. Con mi hermano José Manuel igual, y siempre estaba maluquillo. Un día mi madre estaba dándole de comer al niño sentado, se va a la cocina, se cae el niño y se hace san-gre en la boca. Entonces le vimos la boca verdosa. ¡Todos asustados! “Esto, ¿qué es?”. Y en el cielo de la boca tenía como un sebo. Eso era algún bicho que estaba entrando en la casa, le estaba mamando el pecho a mi madre y al niño le metía el rabo en la boca.

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Hay un hombre que le dicen Boquita Chica, porque de peque-ño se le puso toda la boca mala de mamar al bicho. Vivía más arriba de donde nosotros. Y dice mi madre, “vamos a ir en ca’ Micaela (la madre de ese niño). Ella tiene que saber si es lo mismo”. Nos dijo Micaela que, lo mismo que tenía el cielo de la boca, tenía la garganta. Por eso el niño estuvo malo, con infección en los oídos.

¡Sabía Dios el tiempo que llevaba la bicha mamándole a mi madre! Porque el niño ya era grande. ¡La que armamos en mi casa! Todos cagaditos de miedo. Yo me llevé mala, sentada en una silla, dos días. Me parecía que el bicho venía detrás de mí y por todos los lados lo veía.

Fuimos a donde tiraban las basurillas, a buscar cuernos de to-ros, zapatos viejos y todo lo que echaba peste al quemarlo; para es-pantarlo. Pero qué va, nosotros no dimos con él, porque los bichos sabían mucho: se iban a la calle de día y de noche entraban. La bicha iba de casa en casa, salió de ca’ La del Pollo, que tenía una sobrina que estaba criando, de ahí pasó a ca’ La del Duende; y de ahí a donde nosotros. Tapamos todos los agujeros, cerramos las ventanas, y en-traba por la chimenea. Pusimos serrín en el suelo y se veía la marca: tenía por lo menos dos metros y medio.

ELLA TENÍA QUE PEDIR DINEROMi padre era patrón de barco con Pepe Fuentes, su tío, herma-

no de mi abuela paterna. Tenía un hijo único, primo hermano de mi padre, que se llamaba también Pepe Fuentes (yo lo conocí), pero sabía que era un cabeza loca y no quería que llevara barco ninguno. Se fi aba más de mi padre como patrón.

Pepe Fuentes tenía una casa muy grande enfrente del antiguo hospital y tenía una fl ota de barcos en el muelle, pero fue vendiéndo-los poco a poco, porque tenía solamente ese hijo. Cuando murió, en un año su hijo lo perdió todo, porque jugaba muchísimo a las cartas. Yo lo sé porque me lo han contado.

Mi padre iba a la costa de los moros, a Larache. Cuando venía de la mar traía las sardinas y los boquerones y los guisaba con fi deos. A veces se llevaba días en la mar y en cuanto venía íbamos corriendo a darle un beso. ¡Un día le cogió un temporal y una niebla! Y como antes los barcos no llevaban radar, se embarrancó en un banco de

Memorias de Mari Luz Díaz

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piedras que hay llegando a Tarifa. Todos los marineros eran gente de Tarifa y la única radio que había aquí era la de mi madre, que era más grande que una tele.

Mi padre ese día hablaba por la radio. Yo me fui de la casa de La Puerta del Mar con seis años, y recuerdo ver a todas las madres y mujeres de los marineros en casa de mi madre, para informarse y escuchar. El barco fueron a buscarlo, lo sacaron y se salvaron los marineros.

Lo más lejos que iban antes era a Canarias, y cuando se lleva-ban diez u once días en la mar pescando, si no llegaban a puerto, ¿por dónde iban a mandar dinero? Las mujeres tenían que ir al dueño del barco a pedirle dinero. Iban a Pepe Fuentes y Pepe les daba algo; pero no siempre, porque él no sabía si el barco tenía pescado. También mi madre tenía que pedirle fi ado, porque éramos muchos hijos.

Todo el que tuviera algo lo llevaba en ca’ Presenta y lo vendía o lo empeñaba. Mi padre, antes de irse iba por allí: “Mi mujer, todas las semanas te va atraer algo para que le fíes y, cuando venga de la mar, yo te pago”. No nos faltaba de comer, porque teníamos cosas para llevar (por ejemplo, un sillón). Esa radio tan grande, mi madre no tuvo más remedio que empeñarla, y al fi nal se quedó Presenta con ella, porque decía que se pasó el plazo que le había puesto. Y es que estaba encaprichada con la radio. Esa mujer se quedaba con muchísimo oro y con muchísimas cosas.

Una época se tuvo que ir al Servicio mi hermano el mayor. Mi madre tuvo que ir a trabajar a la fábrica de pescado de Salvador Pé-rez, para pedirle dinero para ir a la Jura de Bandera (Salvador les prestaba dinero a las mujeres y después todos los días les quitaba del sueldo). La tienda de La Diamontina también nos ha fi ado siem-pre, porque mi padre era muy cumplidor. Le daba a mi madre un potaje, un cuarto de aceite (los avíos* para hacer una comida) y una telera* de pan. Mi madre, el pan y el café lo hacía por la mañana y por la noche hacía el potaje. Otras veces hacía el potaje por la mañana, y el pan y el café por la noche.

Mi madre nos daba una rebanadita de pan que se veía hasta las estrellas por ella, y una gotita de aceite, que la arrechuchaba con el dedo para esparcirla. Nos poníamos en la mesa y decía, “cuando venga tu padre, vamos a comprar chuletas”. Y mi hermano mayor,

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que era muy comilón, decía, “¡ay, chuleta no, mamá, que tiene mu-chos huesos! Tú me pones a mí un plato de lentejas y una telera de pan macho para mí solo”.

Yo veía a otras familias que pasaban más necesidades, porque eran los padres de otra manera. Mi padre, gracias a Dios, ha sido bue-no y trabajador (lo tengo que decir, porque es verdad). Yo veía a otros que venían borrachos y pegaban a las mujeres; y a mi padre jamás en la vida le he visto discutir con mi madre. Así que cuando mi padre se ha muerto, mi madre se ha venido abajo y no lo asume; porque era un hombre que no le dejaba hacer nada desde que se jubiló. Son dos añitos ahora y ella no lo admite. Aunque vayamos nosotros, ella se encuentra sola.

YO SABÍA TODOS LOS TRABAJOS DE LA FÁBRICADe la Puerta del Mar, con seis añitos, pasamos a La Barriada

de Pescadores. Ya de eso me acuerdo exactamente. ¡El que tenía una casa de esas era un pobre, pero bien montado! Porque era una casa

Memorias de Mari Luz Díaz

Está hecha para el libro de familia, después de nacer mi hermana más pequeña, aproxima-damente en 1963. Mi padre acababa de llegar de la mar, por eso está así. De izquierda a derecha, por detrás están: mi hermana Petronila, yo, mi hermano Miguel (siempre a mi lado), Pedro (que estaba en el servicio y pegaron ahí su foto), Rosi y Mercedes. Delante de ellos están: Dolores, mi padre, José Manuel y mi madre, con Susana en brazos.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

con tres habitaciones grandes. Ahora esas casas ya no las hacen. Ahí ya nacieron mis otros cinco hermanos y ahí nos hemos criado los nueve.

Y clase de pueblo, es verdad. Vamos, de pasar necesidades. Por-que yo me he tenido que levantar a las cinco de la mañana para estar todo el día descabezando pescado en la fábrica, casi sin comer. Y mi madre tenía los otros chicos en la casa. Yo trabajaba en ca’ Titi con mi hermana Mercedes. Íbamos muertecitas de frío para la fábrica, con las chanclas esas de dedo de goma, ¡que la mitad de las veces las llevábamos en la mano una y otra puesta, porque se me partían por el camino!

Fíjate si era chica yo cuando entré en la fábrica, que me decían “la muñeca”. Yo era endeble, endeble, como mis hijas, y mi madre me hacía la ropa muy fruncida. Al principio no me dejaban entrar, porque tenía unos diez años o por ahí, pero si tenías una hermana mayor o la madre, te dejaban. Me pusieron a limpiar las latas, que venían en cajas de madera. Entonces yo formaba como una escalera con las cajas, para poder coger las latas que estaban arriba.

Luego me fui con mi madre a trabajar a la fábrica de Salvador Pérez (La Tarifeña) para que nos prestara el dinero. Tenía once años y pico y estaba loquita por trabajar. Con una lata y dos cañas me hice un cuchillo. Me quedé dos horas sentada en la ventana de mi madre, esperando a la madrugada, cuando pasaba una vecina de la mis-ma barriada, que era portuguesa; para que ella hablara con Salvador. Salvador me dijo, “la voy a dejar trabajar, porque la he visto desde las tres de la mañana sentada en la ventana, con la luz encendida”. Pero vamos, me quedaba dormida en la parihuela, pelando pescado.

Yo sabía todos los trabajos de la fábrica, porque entré muy chi-ca y salí para casarme. Por las manos se ve lo que hemos trabajado. Yo me he criado ahí, con mis compañeras, y es un trabajo que me ha gustado. El maestro de la fábrica de Algeciras me ponía de ejemplo para las demás: “Haga usted una lata y cuente usted las tajadas que lleva” (de un canutero* se hacen cuatro fi letitos: las dos lomas y las dos ombligadas; de la caballa salen dos fi letes). Luego les decía a to-das, “esta lata lleva tantos fi letes y tantas andanas; quiero que vayan así”. En Algeciras las mujeres trabajaban con las tijeras, y el pescado quedaba todo molido. Ellos querían las mujeres de Tarifa, que lo ha-cíamos con cuchillo.

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Antes todas las muchachas cantaban en la fábrica, y hasta re-zábamos al rosario cantando. A mí me gustaba mucho cantar. Aun-que sea entre la lengua, yo cantando siempre. María Reyes, la madre de El Polaco, cantaba unas canciones antiguas en la fábrica que llo-rábamos, de lo bonito que cantaba. Cuando se murió mi abuela me prohibieron cantar durante seis meses. Con lo que yo quería a mi abuela, ¡tenía unas ganas de que pasaran los seis meses para cantar! Yo no veía que estaba haciéndole daño a nadie por cantar. El mismo día que hice los seis meses me volví loca cantando.

LOS ABUSOS QUE HABÍA EN LA FÁBRICASalías de trabajar y a lo mejor te pasabas tres horas para poder

cobrar. Llegaba una que era más grandota y le gustaba más al maes-tro, y a ella le daba más. Si había pescado trabajabas, si no había te ibas a otra fábrica de volatera. Llegabas a la puerta y estaban todas las mujeres esperando a la entrada. Se entraba a trabajar a las cinco de la mañana, y a lo mejor estabas allí a la cuatro, para que vieran que estabas antes que nadie. Llegaba la encargada y decía, “tú, tú, tú, entrad; y tú, para tu casa”. Si te cogía manía o no le gustabas, te dejaba en la calle. Esos eran los abusos que había en la fábrica.

En la fábrica de La Tarifeña, el maestro Salvador Pérez siempre era muy bromista con las mujeres. Le gustaba arrimarse a las traba-jadoras; y a las muchachas solteras, más. Se desbocaba con las mu-chachas; era muy campechano. Y se ponía en las mesas: “Yo me he acostado con fulanita. Me pidió dinero y le dije que, si quería, tenía que...”. Y nos hacía daño, porque no podíamos hacer nada.

Antes, si tu marido te pegaba y te ibas a casa de tu madre, tu madre te decía, “tú te tienes que ir con tu marido, aquí no te puedes quedar”. Tenías que volver, sabiendo que te iba a pegar otra vez. Las mujeres no estaban protegidas por nadie, ni por otra mujer misma. Yo tenía una compañera en la fábrica que se fue a vivir con el novio sin casarse, y todo el mundo la criticaba y decían que estaba emba-razada. Y es que el padre lo intentó con la muchacha, ella se lo dijo a su novio y él se la llevó a su casa.

Muchas éramos unas crías, y pasábamos a jugar cuando ter-minábamos de trabajar. Una vez cogimos el carrillo de las latas, se montaron unas pocas y otras las llevamos corriendo por toda la fá-brica. Se puso Salvador Pérez en la puerta, ¡y echaba unas palabrotas

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Coplas y RomancesAntes venían cantando romances por las calles. Venía un

hombre cantando y por una gorda vendía una hoja de romances que contaban las cosas que pasaban por ahí. Y cada uno le saca-ba la música y la cantaba. A lo mejor se perdía un barco y venían con la letra. Y canciones de nochebuena, que las cantábamos las chiquillas en la escuela:

Parrampín, parrampín, parrampiñaparrampín, parrampín, parrampánparrampín, con José y María,hay un niño en el portal.

Yo quisiera dar más cosasantes de verte en el portal,te daré mi madroñitoque corté de un madroñal.

Como antes había tantos soldados y tantos marinos en Ta-rifa (había todos los cuerpos del ejército), se enamoraban de las muchachas, y ellas de ellos. Alguien que estuvo enamorado de una muchacha tarifeña y ella no lo quiso, escribió esta copla y en Tarifa le sacaron la música:

Adiós, Tarifa querida,recuerdos llevó de ti,yo quise a una tarifeñay ella no me quiso a mí.

Y ella no me quiso a míy con otro se marchó,y ahora viene preguntandola vida que he traído yo.

¿La vida que traigo yo?es fácil de comprender:

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vengo borracho perdidopor una mala mujer

Por una mala mujerme llevan a la prisión,amarrado con cadenascomo si fuera un ladrón.

Memorias de Mari Luz Díaz

por la boca! Ponía a las muchachas como un trapo. Otra vez, me corté la mano con la pestaña de una lata y, a nada que hacía, sangraba (era una cría y todavía tengo la cicatriz). Me pusieron una tela en la mano y el maestro me dijo, “como digas algo, le digo a tu madre que te has cortado porque estabas dándole broma a los muchachos”. Yo tenía novio ya y estaba asustada; no quería perder el trabajo, así que no fui al médico.

Yo salí de Martínez y Ródenas para casarme, y me puso que dejaba de trabajar para asistir a la boda y que iba a volver; porque así no me daba las cinco mil pesetas. Te daban de alta el día que fi r-mabas y ya te daban de baja al día siguiente; y ahora, cuando he ido a pedir la vida laboral, solamente tengo dos días trabajados. Lo que pasa es que la mayoría no sabíamos leer ni escribir y, como además no estábamos aseguradas, te trataban como les daba la gana.

FÁBRICAS DONDE HE TRABAJADO1. En La Tarifeña (Salvador Pérez era el dueño).2. En Industrias del Mar (INDEMAR), que la llamábamos Ca’ Pedro o Ca’ Titi.3. En Vázquez (Ramón Vázquez era el dueño).4. En Diego Piñero (que era el dueño) estuve de volatera. 5. Martínez y Ródenas (La Chanca). De allí me salí para casarme. 6. Doce años después entré de nuevo a trabajar, en Carranza. 7. Se acabó el pescado en Carranza (con Enrique Liaño) y me fui a Feria.8. Se acabó el pescado en Feria y volví a Carranza. 9. Cerraron las dos fábricas defi nitivamente y me fui a Garavilla (Al-geciras).10. La última fábrica de pescado donde trabajé fue Martínez y Róde-nas.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

MI MADRE CONTABA COSAS DE CUANDO LA GUERRAHubo una época que lo pasamos muy mal, porque mi padre

se llevaba unos cuantos meses en la mar. En el invierno, a media tarde, nos poníamos en una mesa redonda pegaditos alrededor de mi madre, con una copa* de carbón y picón* debajo y con una vela o un quinqué, porque no había otra cosa. Para pasar el rato mientras duraba el calor, ella empezaba a contar cosas de cuando la guerra, de gente a quienes hicieron muchísimas cosas. La casa era muy grande y, como nos daba miedo, hasta que mi madre no arrancaba no nos íbamos ninguno a dormir. Ahí estábamos todos asustados y acurru-cados a la vera de ella.

Mi madre contaba que empezaron a llevarse gente sin que hu-bieran hecho nada y los metían en la cárcel. A ella le mataron un pri-mo hermano que era marinero. Le decía su madre (mi tía Antonia), “Jacinto, no te quedes aquí en el pueblo, que se están llevando a la gente. Tú te debes ir a la mar”. “¿Y a mí por qué me van a llevar, si no he hecho nada y no me meto con nadie?”. Mi primo era una per-sona muy humilde, como era mayormente casi todo el mundo antes (porque antes estaba todo el mundo acobardado, nadie hablaba; no es como hoy, que todo lo decimos).

Una mañana, estaba desayunando en su casa y llegaron dos de Tarifa que eran amigos de él y se habían metido falangistas: “Venga, que quieren hablar contigo”. Su madre se lo calculó: “Mi hijo ya no viene más”. “Mamá, no te preocupes que son compañeros; ¿qué me van a hacer?”. Se lo llevaron engañado. Un día fue su madre a llevar-le un poquito de café a la cárcel. “Tu hijo no está aquí”. Se lo habían llevado en un camión; detrás del cementerio lo fusilaron y lo echa-ron en una fosa. Aquí fueron muchísimos.

La gente se metían falangistas porque así tenían el poder y hacían lo que les daba la gana. Una conocida me contó que en ese tiempo su familia no quería que le hablara a su novio, sino a otro. Este otro se metió a falangista, fusiló al novio y, al fi nal, se casó con ella.

Mi madre nos contaba también de un hombre que estaba en la cárcel y cuando fueron a sacarlo para fusilarlo se escapó. Dicen que huyó por La Caleta y por la costa. Y otra mujer cuyo marido se escondió, la cogieron a ella, la pelaron toda, le dieron un purgante y la sacaron desnuda por todas las calles. Eran cosas que ella había

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vivido. Nos daba mucho miedo, ¡porque mi madre lo contaba con un misterio! Y fl ojito: “¡Chiquillos, callarse, no vaya a escuchar alguien por la ventana! ¡Y esto no vayan a hablarlo con nadie!”.

Los cuatro municipales que había en el pueblo también hicie-ron lo que les dio la gana en los años cincuenta y sesenta. Venía un marinero de la mar y, porque se ponía a cantar la nochebuena, lo metían en la cárcel. Los mismos dueños de los bares, cuando tenían a uno que ya molestaba y no gastaba más dinero, llamaban a los mu-nicipales, le daban la paliza y lo metían en la cárcel. Si robaban algo en el pueblo, cogían al más inocente, lo metían en el cuartel, le daban una paliza, y por cojones tenía que decir que había sido él. Estaban los criminales y los ladrones afuera y los inocentes en la cárcel.

Había una muchacha muy mozota, que su novio estaba encela-do con Salvador, el maestro de la fábrica de pescado. Un día su novio bebió, fue a la fábrica y se volvió loco tirando latas y metiéndose con el dueño. Salvador llamó a la Guardia Civil, ¡y le pegaron una paliza en la puerta…! Yo lo vi, porque la fábrica estaba enfrente de la casa de mi madre. Su novia y su madre estaban viendo que lo estaban matando y no se podían meter. Menos mal que pasaron unos solda-dos y se lo quitaron (porque antes había muchísimos soldados, que también son una autoridad, y a ellos los respetaba la Guardia Civil). Pero vamos, lo metieron a la cárcel.

Aquí no podía haber ni un médico bueno que ayudara a los pobres, ni un alcalde ni un cura, porque ese no duraba un año. Lo echaban. Había uno en el sindicato, Dios lo haya perdonado, que nos ha hecho muchas perrerías. Yo le he visto mandar a gente de campo veinte veces para arriba con los papeles, para hacer fotocopias (él tenía fotocopiadora y no se las hacía). Los tenía todo el día dando viajes y no les arreglaba las ayudas. A la gente de campo que le lle-vaban el pollo y los huevos sí les arreglaba todo lo que querían. A los cuatro humildes que no teníamos nada que darle, nos tenía como si estábamos pidiendo una limosna. Y te tenía horas y horas sentada, mirándole a la cara.

CUANDO EMPECÉ A HABLARLE A MI MARIDOYo tendría unos quince años cuando empecé a hablarle a mi

novio. Yo me ponía a charlar con mi novio, que era un crío y traba-jaba de barbero, y me veía mi madre: “¡Esta va con los muchachos!”. No me dejaba que me echara novio, me tenía en un puño. Estuve lo

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

menos seis años hablándole.

Mi marido era el más chico de todos los hermanos y estaba un poquillo mejor, porque todos los demás se habían casado. Era una persona muy rara, muy celosa, pero yo me llevaba bien con él, por-que es el único novio que tuve. ¡Cualquiera se echaba otro! Mi madre decía que si me peleaba con él ya no me echaba más novios. “¡Pues yo no me peleo más!”. Me casé embarazada y tuve a mi hija cuando todavía no tenía veinte años.

Cuando me casé vivía con mi suegra, que tenía una casita muy chica. Pasé muchísimo, sola y con los niños. Era una persona muy mayor, antigua y muy formal. No quería que pusiéramos butano, no quería tele, no quería nada moderno. Yo la conocí vieja siempre, como a mi abuela, a quien mi madre siempre la conoció vieja. Mi suegro era también marinero. Pescaba en el boliche*; con un bote-cito o descalzos en la orilla, tiraban la red a la mar. El pescado que recogían lo vendían, pero mi suegro no traía un duro: se metía en las tabernas y gastaba el dinero.

Para volver a su casa tenía que pasar por delante del Cuartel de la Guardia Civil, y empezaba a echar maldiciones y palabrotas a Franco y a los municipales. Mi suegra siempre estaba asustada y con un “¡ay!” en la boca. “¡Lo van a coger y lo van a meter en la cárcel!”. “Dios mío, por lo menos que le viva cinco añitos antes de morirme”, decía, de lo que había aguantado a su marido. Y así fue, se murió él y a los cinco años se murió ella de un infarto.

Luego nos fuimos a vivir a otra casa con una habitación y una cocinita donde nada más que cabía el butano.

Acertijo:Estaba en la cocina,vino y se me echó encima.Me dijo, “¿aquí en la cama?”,y le dije, “¡donde tengas gana!”.

(El sueño, que me vino en la cocina)

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NOS FUIMOS A BARCELONA El padre del tío de La del Pollo, que era vecino nuestro de la ba-

rriada, mientras estaba haciendo guardia en el barco que llevaba mi padre, se cayó y ya no apareció más. Mi padre, como era patrón, del mismo susto de tener que venir a decirle a su mujer que su marido se había perdido, ¡le entró unas semillas en el cuerpo*! No pudo salir más a la mar. Se tuvo que ir a Barcelona a trabajar con mis herma-nas, que eran más chicas que yo y estaban solteras.

Mi hermano Miguel, que ya estaba trabajando allí, les dijo, “us-tedes se vienen, yo sigo pagando la casa y nos ayudamos entre to-dos”. Y mi padre jaló de los demás y se fueron todos para allá. Lo primero pasaron mucho hasta que pudieron colocarse. Llegar a Bar-celona, ¡un sitio tan grande y sin saber cómo era! Al fi nal tuvo suerte: se colocó en la casa Seat, que es donde se jubiló, y allí ha estado muy bien.

Estando mi padre en Barcelona me quedé embarazada de los mellizos (yo no sabía que eran mellizos). Entonces ya tenía tres ni-ños chicos, el mayor tenía cuatro años y el más chico dos, y mis hermanos que habían quedado en Tarifa estaban todos casados. Yo me fui primero a vivir a la casa de mi madre, y mi madre me llamó desde Barcelona y me dijo que me fuera para allá. Me llevé la cama, un armario y un baúl donde cabía todo lo que teníamos.

En Barcelona, mi marido tuvo la oportunidad de entrar en la casa Seat, porque mi padre tenía amistades allí; pero él no quería ese trabajo. Él era encofrador, pero le gustaban muchísimo todas las

Mi marido, en la es-cuela de niños que ha-bía frente al Castillo,

con 6 ó 7 años.

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

cosas del campo. Desde chico se había acostumbrado a eso con su padre. Le gustaba mucho la cacería, pescar, coger tagarninas... La mayoría de las veces iba por necesidad, pero la cacería la tenía como un deporte. Por eso se había llevado a Barcelona los pájaros de se-ñuelo, con las jaulas y todo, y los varales*, para poner la red.

En Hospitalet tuve yo a Susana y a Florencio, los mellizos. Lo pasé bien a veces, porque estaba acompañada de mis hermanos y de mis padres; pero a la vez mal, porque mi marido no quería estar allí. Yo me veía con cinco niños iguales, y tampoco teníamos mucho, pero era peor venirme sola para el pueblo.

Estuve allí cerca de un año, porque decidimos volver a Tarifa. Vinimos de Barcelona en el tren que iba a Málaga. Yo pagué billete para mi marido y para mí, los demás no pagaron. El colchón de la cuna lo pusimos en el suelo del vagón, y ahí iban durmiendo los dos chiquititos. Con el trajín del tren se quedaron dormidos también los otros tres angelitos. Cuando la gente abría el vagón decía, “aquí no. ¡Vámonos!”. Cuando llegamos a Málaga, yo venía descompuesta. Te-níamos que coger otro tren para Bobadilla y para hacer el trasbordo cogimos un coche de caballos. ¡Con lo estropeados que veníamos! Todos desfi guraditos. Mis hijos con ropitas de lana y con los cachetes colorados, porque en Barcelona hacía frío, ¡pero en Málaga hacía un calor!

Yo iba con una maleta de cartón con una cuerda amarrada y con un mellizo a la cintura. ¡Yo no sé lo que traía en la maleta! ¡Si

Yo tenía unos 16 años y mi marido unos 19; estábamos de novios.

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nada más que traíamos lo puesto! Sé que traía una foto de mi sue-gro y mi marido con mi cuñada. Mi marido iba con los varales a las espaldas y con otro mellizo. Los tres niños grandes, de cinco, cuatro y dos años, con una jaula cada uno llenita de pájaros, se quedaban atrás, pero mi marido no lo sentía, sólo por los pájaros. “¡Sigue para adelante, que como llegue a Tarifa y un pájaro se haya muerto, des-graciados de ustedes!”. Yo le decía, “¡No le regañes más al chiquillo, con dos años que tiene el angelito!”. “¡Tira tú para alante también, anda!”. Nos montamos en un coche de caballos, ¡y parecíamos la película de Lola Flores con Miguel Ligero!

Cuando me di cuenta, estábamos otra vez en Tarifa. Mi marido, para venirse a Tarifa, vendió la llave de la casa de mi suegra, porque él allí había estado en fábricas y lo que ganaba era poco y era para comer. Así que nos vinimos a la casa de mi madre, que llevaba un año cerrada. Tuvimos suerte, porque se puso a trabajar corriendo, pero yo lo pasé muy mal sola y con cinco niños chicos. Mis hijos se ponían malos y yo no tenía con quién dejar a unos para llevar al otro al médico. Y yo, una cría que era, con veinticuatro años, se me iba pasando el tiempo y no me daba cuenta de nada. Si era Semana Santa, si era Feria, no tenía tiempo para darme cuenta. Un día me vi embarazada de mi hija Silvia: ya no eran cinco, eran seis.

Después me vine a vivir a La Riada, donde vivo ahora, porque mi madre quería echar los techos su casa y a mí me dieron esa casita y tenía que habitarla. Mi marido estuvo un año arreglándola. Aquí tuve a mi hijo Miguel y a mi hija Lili. Lo pasábamos muy malamen-te, unas veces trabajaba mi marido asegurado y otras no. Si no le contrataban, iba al campo a coger tagarninas o caracoles. Él le metía mano a todo, era un hombre muy de su casa y no se gastaba un duro en nada. Él tenía una manera de ser y yo otra. Yo siempre estaba cantando o contando chistes, aunque estuviera harta todo el día de trajinar, y todo me hacía gracia. En la calle no había penas, la tristeza era para mi casa. A mi marido le daba coraje* verme tan feliz con mis amigas, pero a mí me daba igual.

ÉL SE COLOCÓ SABIENDO QUE HABÍA MUCHO PELIGRO Cuando mi niña más chica tenía dos años y meses, mi marido

se colocó en una obra en Algeciras. Llevaba un año sin trabajar ase-gurado y cobrando una ayuda. Se colocó sabiendo que había mucho peligro en la obra esa, pero ya se le agotaba la ayuda. Cuando llevaba un mes trabajando, el 20 de febrero a la una del mediodía, estaba yo

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dándole un petisuis a mi hija en la calle y vino a avisarme su com-pañero: que se había caído en la obra, que no me preocupara, que estaba en la Residencia.

Cuando entré lo vi con los ojos negros, hinchados. ¡Me daba una pena verle! Él decía que tenía algo por dentro en la cabeza, por-que le dolía mucho. “Lo único que te encargo, Mari Luz, es que le digas a Gonzalo que ayer cuando fi rmamos el contrato dijo el con-tratista que no estaba bien hecho... Y vete a buscar, que cuando me caí se me cayó el zapato y la navaja y los dejé dentro del coche”. Se acordaba de todo.

No me dijo que había echado sangre por la boca, pero yo vi el paño encima de la mesilla de noche. La sangre no era de la herida, porque sólo tenía un punto en la frente; el daño estaba por dentro. Yo creo que él sabía que tenía más y no me quería asustar. Mi men-talidad no me daba para mucho, pero ese mismo día yo ya había cumplido treinta y siete años.

Estando allí sola en la habitación me dice, “¡Mari Luz, ven! Cuando me caí, me acordé de ti y de los niños. Si me hubiera matado, ¿qué hubiera sido de ustedes?”. “Si te hubieras matado, el que habría perdido habrías sido tú, que eres muy joven. Nosotros habríamos salido adelante”. Una vez, él creía que había escuchado a mi hija Silvia en el pasillo (porque él tenía pasión por Silvia). Mis hijos eran todos preciosos de chicos y él se volvía loco con ellos. Él siempre me había querido muchísimo y nunca perdió la emoción desde que me conoció. Los hijos los tuve porque quiso Dios que los tuviera, no era por más.

Al otro día empezó a empeorar y se lo llevaron a Cádiz, al hos-pital Zamácola (ahora Puerta del Sol), y a las setenta horas murió. Yo me encontraba mal, pero como había tanta gente alrededor no me daba cuenta. Cuando empecé a darme cuenta fue cuando todo el mundo se fue y me quedé sola con mis ocho hijos. Tuve que enfren-tarme a la vida. Las noches las hacía día y el día lo hacía noche, no podía dormir, no me entraba sueño ni de día ni de noche. Nada más que quería estar sentada en un rincón y a oscuras, con la persiana echada y que no me molestara nadie.

¡Entonces es cuando me acordaba de mi abuela! A mi abuela Rosario yo siempre la he conocido así: toda vestida de negro y a os-

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curas. Ella vivía en La Cruz de los Caídos y todos los días yo, cuando salía de la escuela en la puerta del Retiro, iba a verla. Mi abuela nada más que quería estar acostada, con todo cerrado. Yo la decía, “abuela, ¿qué haces a oscuras? ¡Levanta el visillo!”. “¡Chiquilla, no me abras la ventana! Déjame, que estoy mala”. “¡Siempre estás mala! ¡Venga, abre!”. “¡Cuando venga tu madre se lo digo, que no me haces caso!”. Yo no lo comprendí hasta que me quedé viuda.

NOS CAMBIÓ LA VIDA POR COMPLETOYo me veía sola con mis hijos. Ellos se quedaban dormidos

temprano, porque la mayor tenía dieciséis años y la más chica dos años. Y aquellas noches de tormenta de febrero, como yo era muy asustona y me daban muchísimo miedo los truenos, me quedaba despierta y me metía en la cama y pensaba que se me iba a caer la casa encima. Ponía la silla detrás de la puerta, porque me daba mu-cho miedo estar sola y no estaba acostumbraba (mi marido siempre había estado conmigo desde que me casé).

Me empecé a dar cuenta que mis hijos habían perdido a su padre y tampoco me tenían a mí, porque yo estaba siempre ence-rrada en la habitación. No salía para nada. A mi niña la mayor la tenía hecha una viejecita: todo el día a por mandados. Y a mi niña la más chica le pasaba igual, nada más que veía tristeza. “¡Papá, papá!”. ¡Porque ella tenía un empique* con el padre! A mi hijo Miguel lo tuve que llevar al médico, porque en la escuela no se quedaba con nada, y dijo que estaba desmemoriado de los mismos nervios, de echar de menos a su padre y de vernos vestidas de negro.

Nos cambió la vida por completo. Así me llevé yo dos años y pico, vestida de negro con medias y todo. Y tuve que volver a traba-jar, porque no tenía más remedio. Estuve dieciocho meses sin cobrar nada, porque no me arreglaron bien los papeles de la pensión. Se hizo cargo uno de Tarifa y, como yo no sabía nada ni tenía a nadie, me engañó: me pagaron como si mi marido se había muerto de for-ma natural, sin pagas extras, cuando él había muerto en un acciden-te laboral, por falta de medidas de seguridad.

Cuando cerró la fábrica de pescado, tuve que irme a Algeciras a trabajar. Mis hijas eran más mocitas. Se tuvieron que salir de la es-cuela para quedarse con los niños chicos. Inmaculada, con diez años empezó a faltar, y con dieciséis ella se tenía que quedar en casa. Mis hijas ya empezaron a echarse novio y no era lo mismo. ¡Ya tenía yo

Memorias de Mari Luz Díaz

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un sufrimiento! Si salían, yo estaba asustada, si entraban en la casa, lo mismo. Porque yo me iba a Algeciras y se quedaban solos. “¿Se habrán quemado? ¿Les pasará algo?”. Era un sinvivir. ¡Yo sola para todo!

A pesar de ser casi analfabeta, he sabido salir adelante. Cuan-do ya me quité el luto y empecé a arreglarme, todo el mundo pen-diente y todo lo que hacía era malo. La una me criticaba, la otra me decía, “¡qué lástima!”. Hasta ahora, casi todo lo que he hecho me lo han criticado. Mucha gente nos guarda las distancias, no sé si por mi manera de ser, que soy muy abierta y me meto en la conversación. Después me arrepiento, pero soy así.

ESTA HA SIDO MI VIDALas cosas que he vivido, yo pienso que estaban guardadas para

mí. Me gustaría que estuviéramos juntos mi marido y yo pero, si Dios me lo quitó, será que no estaba destinado para mí. La muerte con pan es otra cosa, pero nadie tuvo lástima de mí para ayudarme a cobrar la paga de mi marido como debía cobrarla.

Lo que más me ha gustado de mi vida es la forma de ser de mis hijas y mi manera de ser, porque nunca me he quejado ni he ambicionado más. A mí no me gustaban los críos, y lo he llevado con paciencia. He vivido feliz y no me amargaba por no tener nada. De pequeña y de joven, si había que reír, reía; y si había que bailar, bai-laba. Por mi forma de ser, no me ha importado trabajar en fábricas y limpiar pero, si hubiera aprendido a leer y escribir bien, me habría

Esta es la primera foto que nos hi-cimos después de morir mi marido (un mes después); para el libro de familia (invierno de 1982).

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servido para hacer otras cosas. Si volviera a empezar sabiendo ahora lo que quiero, aprendería a leer y escribir.

Yo veo que mis hijas han podido criar a los nietos con más po-sibilidades que yo pero, lo mismo mis hijos que mis nietos, no valo-ran lo que tienen. Lo que quieren, lo tienen al momento, y no valoran el esfuerzo de conseguirlo. Cada uno es como es, unos tienen mejor cabeza que otros y algunos son más rebeldes, pero me gustaría que mis nietos respetaran a sus padres y que cuando vayan a hacer algo que saben que está mal, piensen que, por mucho daño que hagan, el que sale más perjudicado es uno mismo. Me gustaría que fueran los mejores, que estudiaran y vivieran con una pareja que se llevan bien, que se quieran y vivan cómodos.

Memorias de Mari Luz Díaz

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Miguel Díaz Borrajo

(Tarifa)

María Fuentes Pelayo

ÁRBOL GENEALÓGICOPedro Muñoz

Bonasera

Rosa Ríos

Miguel Díaz Fuentes 1917-2002 (Tarifa)

Petronila Muñoz

1921-¿? (Tarifa)

José Antonio Fernández oo Mari Luz

Díaz

oo

oo oo

(Gemelos)

Pedro

Mercedes

Miguel

Rosi

Lili

Dolores

José

Susana

Inmaculada1967

M Luz1968

JoséAntonio

1969

Florencio 1971

Susana1971

Silvia1974

Miguel1976

Lili1981

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Memorias de Mari Luz Díaz

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Entre los años 50 y 70 hubo en Tarifa, trabajando a un mismo tiempo, hasta diez conserveras o “fábricas de pescado”. Era la población del Campo de Gibraltar don-de más fábricas había. Existieron en total veintisiete fá-bricas, ubicadas en Tarifa, Algeciras, La Línea, Gibraltar y Ceuta.

Hubo otra fábrica en Tarifa antes de los años 50, la del Consorcio Na-cional Almadrabero, que trabajaba con el pescado de la almadraba: atún, melva y otros.

Explicamos a continuación el nombre de las conserveras que existie-ron en Tarifa, y los dueños, administradores, maestros y encargadas que estaban en los años a los que se refi ere el texto.

1. Lloret y Llinares S.L.Fue fundada en 1887, como fábrica de salazones.La llamaban “Valenciano” o “El Cuartel de los Valencianos”, porque los dueños eran alicantinos.

2. Conservas FeriaLos dueños eran Romero y Feria.La llamaban “Ca’Feria”.Cerró en los años 80.

3. Conservas Carranza El dueño era Ramón Carranza.Los administradores eran Enrique Liaño y Paco Ruiz. El maestro era Escobar.Cerró en los años 80.

CONSERVERAS DE PESCADO EN TARIFA

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4. Industrias del Mar (INDEMAR) El dueño era Pedro Márquez.La encargada era Concepción, y la llamaban Titi.La llamaban “Ca’ Titi” o “Ca’Pedro”.

5. Conservas La EsperanzaEl dueño era José Utrera Martínez.La llamaban “El Chato Utrera”.

6. Conservas VázquezSus dueños eran Ramón Vázquez y Juan Aranda.Juan Aranda, antiguo administrador de Conservas La Tarifeña S.L., creó esta fábrica tras morir Salvador Pérez y heredarla los hijos de Salvador.

7. Conservas PeraltaEl dueño era Antonio Peralta Blanco.La llamaban “Ca’Peralta”. Cerró a fi nales de los años 90.

8. Conservas Piñero MorenoEl dueño era Diego Piñero Moreno. El maestro era Miguel Patrón y la encargada, Isabel La Chiclanera. La llamaban Ca’Diego.Después de morir Diego Piñero Moreno, se llamó Piñero y Díaz. Quien estaba entonces en la fábrica, entre lo herederos, era Dieguillo (Diego Piñero Triviño). Fue la última fábrica que cerró, hace pocos años.

9. Conservas La Tarifeña S.L.El dueño era Salvador Pérez, que fue alcalde de Tarifa.El administrador era Juan Aranda.La maestra era Tobalina.Está abierta actualmente, y los cuatro hijos de Salvador son sus due-ños.

10. Martínez y Ródenas Los dueños eran alicantinos.El administrador era José Marco.La llamaban “La Chanca”, ya que primeramente se dedicaba al sala-zón.Está abierta actualmente, con el nombre de Marina Real.

Conserveras de pescado en Tarifa

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Lloret y Llinares S.L. y Conservas Feria eran las únicas que fabrica-ban sus propios envases; las demás los encargaban a Metal Gráfi cas Malagueña.

Durante el auge de estas conserveras, en 9 horas de trabajo (jorna-da diaria de las mujeres, que constituían un 80% de los empleados) podía enlatarse 6.000 kilos de pescado fresco. Si tenemos en cuenta que en algunos años trabajaron en Tarifa las diez conserveras simul-táneamente, no es de extrañar que los caladeros se fueran agotan-do.

Desde fi nales de los años 70 y a lo largo de los años 80 se produjo el inevitable declive de esta industria. Cuando los barcos dejaron de llevar a puerto el pescado esperado, se empezó a traer de otras zo-nas, como Ayamonte. También se trasladan fábricas a otros lugares donde había más pesca, como Canarias.

De las tres conserveras que permanecen abiertas en Campo de Gi-braltar, una se ubica en La Línea (Conservas Ubago), y dos en Tarifa: Conservas La Tarifeña S.L. y Marina Real. Actualmente tienen ca-pacidad para envasar hasta 25.000 kilos de pescado al día. Trabajan principalmente con pescado congelado que proviene de otras zonas, como el Mar Negro (en el caso de la caballa), y se fusionarán próxi-mamente.

Información aportada por José Araújo Balongo, de Tarifa.

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Conserveras de pescado en Tarifa

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Sorprende, cuando se leen estas memorias, la capacidad de las mujeres para atrapar con su verbo al lector. No se trata, desde luego, de una destreza para la que ha-yan recibido una preparación específi ca, sino de una habilidad heredada de sus ancestros y desarrollada día a día para captar la atención de quienes las rodean. Al fi n y al cabo comunicarse y hacerse entender es una de

las facetas más destacadas y personales del ser humano, pero tam-bién un mecanismo natural para perpetuar oralmente la memoria de las diferentes generaciones de una familia y de un pueblo. Pero para poder envolver al oyente y que el mensaje sea más efectivo y más duradero es esencial aprender -de manera más o menos incons-ciente, claro- a utilizar recursos lingüísticos muy expresivos.

Parte de ese lenguaje expresivo lo constituyen los diminutivos, que en español, pero sobre todo en las hablas meridionales, suelen estar cargados de un valor afectivo. Ejemplos hay muchos en estas historias: “estábamos loquitos (...) como tres pollitos pegaditos a la gallinita”, “nueve añillos”, “una mijilla”, “se puso mejorcito”, “yo so-lita”...

Otras veces se trata de otros sufi jos también expresivos, como en “éramos unas criorras” o en “asustón”, o frases que buscan emoti-vidad mediante la exageración (“una tajada de mil demonios”, “¡qué pechá!”).

Estas historias están plagadas de un léxico muy habitual en el habla de Tarifa, aunque no siempre sea exclusivo de este territorio. Aquí no se habla de campesinos, sino de “la gente de campo”, que a su vez se refi ere a los animales como “bestias”. Cuando algo o al-guien es pequeño decimos que es “chico”, y para describir la acción de fregar el suelo hablamos de “jocifar”, deformación del arabismo “aljofi far”. Si un hombre cortejaba a una chica se decía que la “pre-tendía”, y los padres mandaban a los hijos a hacer “los mandados”, recados necesarios para la casa. Cuando los niños se sienten envi-

ANOTACIONES SOBRE EL HABLA LOCAL

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diosos o celosos de alguien se dice que “se ponen encelados”, y para hablar de dónde se aloja o reside alguien decimos que “para” en ese sitio. Muchas de esas palabras o acepciones van perdiéndose irremi-siblemente, eclipsadas por un léxico más general y más global, de ahí la importancia del glosario que se añade a continuación.

También hay ejemplos de apelativos comunes en la zona para dirigirse a los niños (“mira, pichita...”) o a las niñas (“chochitos”), aunque también se usan a veces para los adultos. Son propios de registros muy populares y su contenido sexista contrasta con el con-texto social actual, a pesar de su arraigo.

Hay otras construcciones no tan locales pero que también con-tribuyen a darle fuerza y expresividad al lenguaje. Por ejemplo, es mucho más gráfi co decir “se lió a llover” que “empezó a llover”, o “le tiró mucho el dinero” que “le derrochaba el dinero”. En ocasiones se combinan voces cargadas de afectividad con entonaciones exclama-tivas, como cuando una de las autoras se refi ere a “¡El tonteo de la juventud!”.

Un recurso para enganchar al oyente (más que al lector, porque aunque ahora vemos estos testimonios escritos, su elaboración ori-ginal pertenece al discurso oral) es el estilo directo, es decir, contar los diálogos textualmente, lo que da actualidad y viveza a la narra-ción. A veces las autoras incluso se dirigen directamente al oyente para introducirle emocionalmente en la historia (“¡Ya tú ves lo que nos podía tapar el árbol!”) o consiguen la atención mediante invoca-ciones admirativas (“¡Virgen de la Luz!”).

Como es habitual en el lenguaje oral no sólo de esta zona, sino también de otras, se utiliza el imperativo negativo formado por la negación más el infi nitivo (“no asustarse”) y hay casos de deforma-ciones debidas a vacilaciones o cambios de posición de consonantes (“diablórico”).

En defi nitiva, la lengua que aparece en estas memorias de in-fancia y juventud refl eja la creatividad y expresividad propias del discurso oral, pero también la voluntad de enganchar al oyente en-volviéndole con historias tan reales como merecedoras de quedar plasmadas por escrito.

Gaspar Cuesta Estévez

Anotaciones sobre el habla local

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Incluimos aquí algunas palabras que ahora no se usan como antes o que se conocen sólo por esta zona, defi nidas por las propias mujeres que relatan sus historias. En el libro están acompañadas de un as-terisco (*) cuando aparecen por primera vez, y aquí están colocadas por orden alfabético:

Agostadero - Llevar el ganado a los rastrojos y granos que quedan después de aventar el trigo.Almadraba - Es una forma de pesca para coger los atunes, con varios barcos y una red.Andana - Cada fi la o piso de latas para ir haciendo una torre.Aperador - Empleado de un cortijo, que dirige todos los asuntos de la fi nca.Asustón - Asustadizo. Avíos - Ingredientes.

Bajerita - Bajera. Combinación.Bichas - Bichos. Serpientes o culebras.Biergo; bierga - Horca o chambiro grande, con tres dientes.Boliche - Forma de pesca arrastrando la red de la mar hacia la cos-ta.Boquete - Agujero.Borra - Restos de lana, de color negro.Bote de la luz - Un bote con cuatro palos de hierro con luces de gas, para pescar con el arda.Bregar - Trabajar. Briega: Trabajo. Bulla - Prisa.

Cabañería - Animales, garbanzos y otras cosas que daban los señori-tos a algunos trabajadores del cortijo, aparte de la paga.Candela - Fuego.Cañizo - Una pared o puerta de caña, en las casas o en los patios.Carducete - Bullicio, jaleo, lío. Se dice, “está metida en un carduce-te”.

VOCABULARIO

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Caré - Es un plástico gordo y duro.Cartilla de racionamiento - Era una cartilla con cupones, para dar todos los días raciones de pan, de aceite, arroz y otras comidas.Cinquillo - Un juego de cartas.Civilera - Así llamaban a las mujeres de guardia civil.Conilata - Conileña (natural de Conil).Copa - Brasero que tiene la fi gura de una copa, que era utilizado an-tiguamente para la lumbre de carbón o picón.Coraje - Rabia, enfado.Corcha - La corcha es lo que se saca del descorche del alcornoque.Corona - Es como un gorrito que lleva la bellota.Costo - Comida que lleva quien va a trabajar. Comida.Cucha - Escucha.Curiosa - Que sabe hacer muchos primores, coser y hacer punto.

Chacarrá - Un fandango de la zona de Tarifa, que se baila de tres en tres.Chambiro - Biergo de cuatro dientes.Charco - Remanso o balsa de agua, en el río.Chochitos - Es una forma cariñosa de llamar a las mujeres.Chupón de palmito - La hoja del palmito dura, que no se come.Churra - La tela para jocifar, que era muy dura, de pita, de saco o de esparto.

Descanzoná - Cuando te desvives por una persona.Diablórico - Travieso.Dientudo – Es el cochino que nace con los dientes muy largos.Digo - Así es. Efectivamente.

Empique - Enganche, atracción.Encartaba - Lo que se encartaba: lo que había, sobre la marcha.Encelado - Enceladito. Que tenía muchos celos.Encorajada - Enfadada.Endeble - Débil. Endeblez: debilidad.Enjundia - Jundia. Grasa de la gallina.Escacharró - Rompió, estropeó. Mató.Esmayaíta - Desmayadita. Muy hambrienta y débil.Esmigá - Con miga de pan duro. Migar es hacer migas del pan duro o echar las migas. Estibar - Meter el pescado en la lata, bien colocado.Espuerta terrera - La espuerta que se usaba para cubrir de tierra el horno de carbón.

Vocabulario

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Estufa - La estufa es la caldera donde se cocina a presión (el auto-clave, que sirve para esterilizar). La lata está estufada cuando está cocida a presión.

Faltar - Morir. No existir.Fandanguillo - Es un cante de Andalucía parecido al cante fl amen-co.

Ganga - Es el yugo de la mula, que es diferente al de los bueyes. Tiene unos pinchos arriba, el arado va entremedio del yugo y el hombre va detrás, empujando.Gañanes - Trabajadores del campo que araban, cosechaban y todo, en los cortijos.Gente de campo - Gente que ha nacido en el campo (en el monte, al interior) y vive del campo.Gorda - Moneda antigua.

Hierba pastora - Tiene unas hojas que huelen muy bien y la fl or rosa. Se toma en infusión.

Jaló - Tiró.Jérguenes - Jérguen. Es una planta con muchos pinchos.Jocifa - El trozo de saco con que se fregaba el suelo de rodillas. Hoy se llama también así a la fregona. Jocifar es fregar el suelo de rodillas, y hoy también se le dice a fregar con fregona.Jopo - Burro.Julepe - Juego de cartas.

La legión y los regulares - Que se llevaron a las poyetonas*. Ellas bus-caban a los militares de clase (tenientes y eso). ¡Que vinieran otra vez a llevarse a las que nos quedan ahora!Lebrillo - Artesa o cuenco grande de barro, para amasar el pan, o como recipiente.Levantar el jato - Levantar el vestido o la falda.Levante - Viento del sureste que suele tener mucha fuerza.Loza - Vajilla.

Majarón - Majara. Loco.Maza - En el eje de la rueda del carro.Merinilla - Merina. Raza de oveja con el pelo rizado. Migajero - Se llama así el cochino que se cría con leche y con miga

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de pan.Mijita - Mijilla. Mija. Poquillo.

Hablaba (le hablaba) - Quiere decir que salía con él.

Ohú - Jesús.Oscuro (el oscuro) – El oscuro es la luna nueva. El claro es la luna llena.

Palurdas (vacas palurdas) – Son las vacas para carne.Parihuela – Es un cajón de caña para poner el pescado.Pasó muchísimo - Pasó lo suyo. Pasó muchas penas y difi cultades.Pechá - Hartá. Hartada.Picón - Carbón muy menudo.Pichita - Es una forma cariñosa de llamar a los niños.Pichurra - Es un cantarito como un botijo.Poyetonas - Solteronas.

Reboleada - Lanzada al aire con fuerza.Recovero - Un hombre que se de dedicaba a vender por el campo con un caballo. Traía cosas de Gibraltar como mantequilla, azúcar y de todo, y le pagaban con huevos, con chivos y con pollos. Residencia - Es el hospital Punta Europa de Algeciras.

Sancochadas - Cocidas.Seco - Delgado.Se hizo de bestias - Empezó a trabajar y cuidar ganado o animales.Semillas en el cuerpo - Granos o sarpullido.Serón - Espuerta que se usa para cargar cosas; que se coloca, en pa-reja, en el burro.Soberado - Sala, comedor.

Tajada - Borrachera.Testarazo - Cabezazo. Golpe en la cabeza.Tiestos - Cacharros.Torcía - Un papel retorcido mojado en aceite que se enciende para prender el carbón.Tortas - Palmas.Traer a los críos - Recoger a los niños. Ayudar a que nazca el crío, en el parto.Traílla - El tractor traílla es el que está arando, que tiene unos gan-chos parecidos a los arados.

Vocabulario

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Traíña - Barco pequeño.Trambucar - Se trambucaron las cosas: se torcieron las cosas.Trapicheos - Tareas, trajín.Tuna - Es la planta que da los higos chumbos.

Un poco de tiempo - Mucho tiempo.

Varales - Palos que sujetan la red para cazar pajaritos.Volatera - Que no está fi ja en una fábrica: está poco tiempo en cada una

Alimentos y comidas

Arenque – Sardina conservada en sal.Asadura – Es el hígado de un animal.Avellana - Así le decimos al cacahuete.

Batata - Boniato. Es parecida a la patata, pero alargada y dulce.Bofe - Es una parte de la asadura de la vaca, el pulmón.Bollo - Barrita de pan blando.Burugato - Es un caracol de mar.

Caballa - Es un pescado. Verdel.Canutero - Melva canutera. Un pescado parecido a la melva.Cidra - Una planta parecida a la calabaza, de hoja alargada y fruto redondo, con carne hilosa y dulce.

Chuchito - Chuchería, dulce.

Habichuelas - Judías blancas. Es una planta de hoja y fruto alarga-dito.Higos chumbos - Es el fruto de la tuna*.

Matalahúga - Anís.Mentraño - Es una parte del hígado de la vaca que es blanca.Menudo - Es el estómago que le quitan a las vacas y becerros.

Ortiga - Es una planta del mar. También se llama “chocho de burra”.

Palmicha - El fruto de la palma.

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Palmito - O troncho. Son las hojas jóvenes de la palma (palmera que se cría en el campo). Pan chuche - Es un pan dulce y muy blandito, que le decían “pan de Gibraltar”.Pan macho - Es un pan que se hace en el campo, que es moreno, por-que se muele la harina sin cernir.Papa - Patata. Papita: patatita.Pella - Es una tira larga que está pegada a las costillas del cerdo.Potaje - Un guiso en crudo, como el de habichuelas. Puchero - Un guiso como el cocido madrileño, pero nosotros le echa-mos hueso salado, y por eso sale el caldo blanco y tan rico.

Salmuera - Sal.

Tagarninas - Es una planta que se cría en el campo, que echa unas pencas con rejos y pinchos.Telera - Pan de campo grande.

Vocabulario

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

MAPA DE TARIFA

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Leyenda

1. El antiguo Hospital 2. Barriada de Pescadores Nuestra Señora de La Luz3. Barriada 13 de enero (La Riada)4. Barriada 28 de febrero (La Paz)5. Barriada Santo Domingo de Guzmán (Ciento Noventa)6. El Retiro (comida para los pobres / escuela)7. El Túnel (puente cerca de la Caleta)8. Huerta de Carrizo (Huerta del Rey)9. La Alameda 10. La Bajada del Macho 11. La Caleta 12 La Casa Amarilla (Calderón de la Barca, 6)13. La Cruz de los Caídos (plaza de Oviedo)14. La Puerta de la Mar 15. Plaza de la Ranita (plaza de Santa María)16. Calle San Francisco17. El Tejar 18. Iglesia de San Mateo

Mapa de Tarifa

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

MAPA DEL CAMPO DE GIBRALTAR Y ALREDEDORES

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Leyenda

1. La Ahumada 2. Barbate 3. La Barca de Vejer 4. Los Barrios5. Cortijo de Arráez 6. Cortijo de Aciscar7. Alcalá de los Gazules 8. Cortijo de Malabrigo - Churriana9. Cortijo de los Tejones10. Cortijo de La Vega - Tarifa11. Facinas 12. El Jautor13. Palomas14. Pedro Valiente 15. La Peña 16. Sierra del Retín17. Santuario de La Luz 18. Tahivilla19. Zahara de los Atunes

Mapa del Campo de Gibraltar y alrededores

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

- Testimonios de mujeres del Campo de Gibraltar:

De la memoria de Marina Ortega Bru, escrito por Marina Ortega Bru y Antonio Pérez Girón; editado por la Fundación Municipal de Cultura Luis Ortega Bru, de San Roque, en 2002.

Sencillamente Ellas, escrito y editado por África Redondo, con la co-laboración de la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Algeciras en 2005.

- Libros con escritos de alumnas de Centros de Educación Adultos de Cádiz:

Añoranzas, realizado por alumnas del Centro de Adultos Rafael Al-berti, de Chiclana de la Frontera, en 1995; coordinan la edición María Sánchez e Isabel Martínez.

Leo, escribo, cuento. Una experiencia en Educación de Adultos; ela-borado por los alumnos y alumnas del Centro de Adultos de Ubrique y editado en 1997. - Libros sobre Literatura Oral en Tarifa y Campo de Gibraltar:

Debajo del Puente. Adivinanzas Tradicionales Recogidas en el Cam-po de Gibraltar; Cien Cuentos Populares Andaluces Recogidos en el Campo de Gibraltar y Leyendas y Cuentos de Encantamiento Reco-gidos Junto al Estrecho de Gibraltar; elaborados y editados por Juan Ignacio Pérez y Ana María Martínez, de LitOral, entre 2002 y 2004.

La tradición oral del Campo de Gibraltar, elaborado por María Jesús Ruiz Fernández y editado por Diputación de Cádiz en 1995.

Tradición Oral en Los Barrios, recopilado por Domingo Mariscal Rive-ra y Juan Ignacio de Vicente Lara y editado por la Delegación Munici-pal de Cultura del Ayuntamiento de Los Barrios en 2005.

LECTURAS RECOMENDADAS

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- Un libro clave sobre el método de trabajo en Historia Oral:

La Voz del Pasado. Historia Oral, de Paul Thompson, editado por Edi-cions Alfons el Magnànim de la Institució Valencia d´Estudis i Inves-tigació, en 1988.

- Algunas obras que recogen el habla local de la provincia de Cádiz:

Diccionario Barreño, de Domingo Mariscal Rivera, editado por la De-legación de Cultura del Ayuntamiento de Los Barrios en 2004.

Diccionario de la zona de Barbate, del grupo Atutué, en la web www.tobarbate.com.

El habla de Benalup, recogida por Isabel Sánchez Buendía, que puede verse en la página web www.juntadeandalucía.es/averroes.

El habla de Cádiz, de Pedro Payán Sotomayor y Medel Vázquez, edita-do por Quorum, en 2005.

El habla de Jerez, de Pedro Carbonero y otros, editado en Jerez en 1992.

El habla de La Línea, que aparece en la página www.lalinea.com.

El lenguaje de la mar en Cádiz, de Javier Osuna García y Erasmo Ube-ra Morón, editado por Editorial Silex en 1998.

El habla de los pueblos de Cádiz. Diccionario Rural, de Paz Martín Ferrero, editado por Quorum en 1999.

- Para buscar datos de familiares se puede consultar, entre otros:

Los Archivos locales parroquiales y del Registro Civil.

Las bases de datos genealógicas (por apellidos) de la Asociación Española de Genealogía (www.hispagen.org), de los Mormones (www.familysearch.org) o las páginas blancas de telefónica (www.paginasblancas.es).

Lecturas recomendadas

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Este listado recoge todos los temas que se mencionan en las seis historias o memorias. Como comprobarás, la lista es muy larga; al fi n y al cabo, el conjunto de los te-mas encontrados son una modesta versión del inmenso puzle de la vida.

Ciertamente, estas mujeres tarifeñas, participando en el Taller “La Historia de mi Vida”, han reconstruido con humildad y va-lentía buena parte de la vida de muchas otras mujeres campogibral-tareñas de su época. ¿Cómo no reconocerles su trabajo en este Taller, y el de toda su vida?

1. EL MEDIO Y LA CASA- El tiempo: lluvias, insolación- Casas más comunes:

La casa unifamiliarLas casas de patio [ver “Vida y crianza en torno a los pa-tios”]El cortijo

- Descripción y condicionesConseguir casa (compra, alquiler, casa familiar)Distribución del espacioConstrucción, materiales

- Elementos de la casaEl mobiliario (los colchones, la bañera, el brasero y la mesa camilla) Los suelos de losa

LISTADO TEMÁTICO

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2. LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN - Comunicación personal

Boca a bocaPor teléfono

- Comunicación socialLa prensaLa televisiónLa radio

- Medios de carga y transporte terrestreIr a pieEl caballoLa burra (para lavar, comprar y trasladarse)El tren El correoEl autobús de la empresa El coche

3. LA FAMILIA Y LA SOCIEDAD- La vida en familia

Encontrar o conocer novio; el noviazgo Las relaciones en la pareja casadaActitudes y opiniones del marido hacia la mujerFidelidad en la parejaMaltrato en la parejaLa maternidad y la crianza Vivencias con los hijosEducar a los hijos (pegarlos, quererlos, cuidarlos)Criar a los hijos con un familiar o persona cercana [ver “Vida y crianza en torno a los patios”]Relaciones con familiares directos: apoyo, compañía, ce-los Los motes de las familias

- Ritos de transición socio religiososEl baúl. La boda El bautizoLa comunión El luto

Listado temático

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

- Relaciones sociales más allá de la familiaVida y crianza en torno a los patios Redes de apoyo; acoger a genteAmistades (hacerlas, mantenerlas)Espacios de ocio y relación social [ver “Juegos de infan-cia”]La feria y la romería Ir a la iglesiaEl cine Excursiones organizadasLa televisión, las cartasLa lotería

- El cambio social y moral Cambio a lo largo de la propia vidaCambio generacional: nuestras madres y abuelas

4. APRENDIZAJE Y DESARROLLO- Juegos de infancia

Jugar en el campo o en la calleJugar en el trabajoDisfrazarse por CarnavalLos ReyesLos juguetes (conseguirlos)

- La escuelaLos ritos franquistas en la escuelaLos maestros y maestrasEl método y se efectividad: aprender o noEl contenido (bailar, labores, las letras...)Los Reyes en la escuelaLa comunión en la escuelaCombinar escuela con trabajo y atención a hermanos

- Enseñanza de nuestros padres

5. SALUD Y ENFERMEDAD - Salud de la mujer

Fertilidad: fecundidad, intentar tener hijosEmbarazo y parto: embarazo deseado o no, vivencia del

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embarazo, evolución del embarazo Parto: parteras, muerte de la madre Crianza y alimentación del bebé: lactancia, las bichas, mortalidad infantil Menarquia Autovaloración

- Enfermedades y su proceso [ver “Condiciones laborales”]De mujeres: endeblez, anemia, fatiga, tos convulsiva, cáncer, nervios, depresión al enviudarDe hombres: accidentes (coche, caída), colitis, cáncer, se-millas, locura), dependencia de drogas sociales

- Formas de acercamiento a la enfermedadRemedios tradicionales o no ofi ciales Apoyo y acompañamiento [ver “Cuidado de familiares”] Remedios caseros Curanderas Brujería y maldicionesLa fe religiosa (ir a Fátima)Relación con el sistema sanitarioDemanda y atención médicaErrores médicos

- Muerte de familiares cercanosMotivos de muerte Proceso y vivencia

6. ALIMENTACIÓN- Qué se comía, qué gustaba y por qué

- Cómo se consiguen los productos que comíamos: Lo que se cultiva o cría en el cortijo o en el huertoLo que traen los vecinos cercanosLo que traen familiares (el marido: pesca y otros)Recoger plantas y animales silvestres Tagarninas, palmito, caracoles, pajaritos, burugatos, or-tigas y otros Lo que se compra (ir a comprar a Benalup, Vejer o Gibral-tar; volver cargada). Pedir o dar comida (aceite de pescado, bollo con aceite,

Listado temático

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

pescado)Comer donde la vecina El recovero Comprar y fi ar

- Respuesta institucional al hambre y la pobrezaEl racionamiento y la cartilla de racionamientoLa leche, el queso y la ropa americanosLas ayudas económicasLa comida para los pobres; la cesta de Navidad

- Recetas

- Cómo cocinábamos El carbónConservar la comida

7. EL TRABAJO DE LAS MUJERESA. Trabajo en relación con la casa y con la familia propias (no paga-do)

- Alimentación e higiene de la familiaConseguir ingredientes de la comida [ver “Conseguir ali-mentos”]CocinarLlevar la comida a familiares que trabajan fuera de casaFregar la lozaIr a por agua, calentarla al solAmasar

- Mantener el calzado y ropa de la familia y de la casaLa ropa de la casa (croché, punto, bordados) Conseguir, gastar y arreglar zapatosLa ropa de vestirEscasez de la ropaConfeccionarla, conseguirla (usada, prestada)Mantenerla (lavar, asolear, tender, planchar, remendar)

- Cuidado de familiaresCrianza de hijos e hijas

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Cuidado de familiares ancianos o enfermos Cuidado de familiares, hermanos o hermanas más pe-queñas

- Manutención y limpieza de la casaLimpiar los suelos (con palmito) y jocifarlos (con churra) Limpiar y renovar colchonesEncalado y pintado

- Huerta y ganado familiarMantener la huertaDar de beber a las vacasCría de ganado migajero

B. Trabajo fuera de casa (no pagado o mal pagado)

- Atención a personasTraer a los críos (partera)Ama de cría (lactancia)Crianza de niños o niñas Cuidado de personas mayores o enfermas

- Realizar tareas relacionadas con la casaCoser ajenoLavar ajenoLimpiarServir la comida

- Servir a los señoritos “para todo” [ver tareas anteriores]

- Otros trabajos: Sorteo de cestas Alquiler de habitaciones Recogida y venta de productos del campo y la mar [ver “Alimentación”]

- En la fábrica de pescadoLas tareas en la fábrica y su aprendizajeComparación con la actualidadFábricas fuera de Tarifa: Algeciras, Gibraltar y CeutaRelaciones sociales y de apoyo en la fábrica

Listado temático

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

C. Condiciones de trabajo y actitudes

- Condiciones de trabajo Contratación y remuneración, temporalidad Seguridad laboral /accidentes laborales Trabajo en la infancia; educación y trabajoCombinar el trabajo con la crianzaEn la fábrica de pescadoConseguir trabajo, contratación Reclamación de derechos laborales: el sindicato Abusos sexuales, acoso y chantajeIndemnizaciones, baja por maternidad, seguridad socialSalarios fi ados

- Actitudes hacia la mujer trabajadora De la propia mujer trabajadora (aprecio, orgullo)Del marido o del padreDel contratador o contratadora

8. EL TRABAJO DE LOS HOMBRES- En relación con la mar

Modos de pesca (almadraba, traíña, boliche, bote de la luz)Condiciones de trabajoComunicación entre los barcos y tierraAccidentes laborales, pérdida de barcos, accidente de au-tobúsConfl ictos pesquerosEl salario: cantidad, destino (drogas sociales, familia)El llamadorEn la fábrica de pescado

- Trabajo por cuenta propiaEn la tierra o cortijillo propiosZapatero, recovero, hacer pan, venta ambulante de pro-ductos del campo

- Trabajo por cuenta ajenaCamionero, encofrador, maquinista, guardia civil, gaso-lineroPara los señoritos del cortijo

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Ofi cios: ganadero, domador, labrador, corta de árboles, gañán, carpinteroPropietarios (duques, marqueses y terratenientes en ge-neral)Condiciones de trabajoSalario y donaciones Temporalidad e inestabilidad Poder y dependencia

- Emigrar a Argentina y Marruecos (fi nales del siglo XIX y principios del siglo XX); a Catalunya (1950-70)

La decisión de marcharRedes para salir y llegar El trabajo en la emigración Adaptarse, salir adelante, hacer familiaRelación con la familia de origenVolver

9. LITERATURA ORAL - Espacios de transmisión

En el trabajo (o fuera): cantar, reír, contar chistes En el ambiente familiar

- Cuentos, acertijos y refranes

- Poemas, canciones, coplas, fandanguillos y chacarrás

- Creencias. El demonio

10. AL HILO DE LA HISTORIA- La Guerra Civil (1936-1939)

Entender la guerraParticipar en la guerra, reclutamiento, regresoHuir al monteRepresalias tras el golpe: encarcelamientos, fusilamien-tos, humillaciones

- La dictadura franquistaPresencia del Ejército en la zona y sus efectos Servicio militar obligatorio

Listado temático

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

Represión, silencio y miedoRelación entre las fuerzas represivas y el pueblo

- La democraciaActuaciones de ETAVuelve el carnaval

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Listado temático

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Hambre, gracias a Dios, nunca pasamos

VIVIR, CONTAR, ESCRIBIR

MEMORIAS DE LUZ MANSO Y MARÍA MÁRQUEZ; DE FACINAS

- LUZ MANSO: “Siempre estuvimos en Facinas”Mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo eran carpinterosMi padre, toda la vida estuvo con los duquesMi abuelo nos llevaba en el burroTeníamos que ir a la reguera a lavarMi bisabuela CandelariaMás tiempo estábamos en la calle que en la escuelaCriábamos unos borregos buenísimosEn unos años se fueron mi familia todos afueraMe gustaría haberme casado antesYo lloro a mi padre todos los díasEsta es mi vidaÁrbol genealógico de Luz Manso

- MARÍA MÁRQUEZ: “Tantísimos años con los señoritos”Mi abuelo se fue a Argentina y nunca volvióA mi tío Paco lo salvó de matarlo su primoMi madre, al tenerme a mí se puso malaYo solita con mi madre, de noche y de díaNo quería abandonar a mi padreMi padre ganaba muy pocoEl señorito nos buscó una colocaciónA mí me gustan mucho los poemasLa niña se me quedó asfi xiadaEsta es mi vidaÁrbol genealógico de María Márquez

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MEMORIAS DE ANTONIA MORENO, LUZ TRUJILLO, MANUELA ROMÁN Y MARI LUZ DÍAZ; DE TARIFA

- ANTONIA MORENO: “Toda mi vida trabajando en la fá-brica”Mi niñez fue muy jodidaLa casa de mi madre estaba en la plazoleta del TontitoTuvimos que trabajar mucho para ayudar a mi hermana Mi padre tenía pasión por su hermana LolaNo podía comprarme zapatos Yo estaba loca por ir a GibraltarMi abuelo era llamadorMi marido no quería que trabajaraAl fi nal, nos arreglaron la maternidadFábricas donde he trabajadoDesde que murió mi marido me pongo muy nerviosaEsta ha sido mi vidaÁrbol genealógico de Antonia Moreno

- LUZ TRUJILLO: “Mi marido vino de guardia civil”Recuerdo que era muy traviesaYo he trabajado en la fábrica y sirviendoMi marido vino aquí de guardia civil En Bernedo me lo pasé muy bienVolvimos a Valencia, a Álava y luego a CeutaMi hermano Rafael me está quitando a mí la vidaEsta ha sido mi vidaÁrbol genealógico de Luz Trujillo

- MANUELA ROMÁN: “Me quedé huérfana desde muy chica”Yo me quedé sin padre con tres añosNos fuimos en casa de mi tíaYa nos quedamos las dos solasCuando fui más mayor me metí a trabajarA una señora de nuestro patio le mamaban las bichasA mi marido lo conocí en casa de una vecinaNosotros criamos a un hijo de mi vecinoTodos sus hermanos habían muerto de lo mismoDesde entonces no me he ido a ninguna FeriaEsta ha sido mi vidaÁrbol genealógico de Manuela Román

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- MARI LUZ DÍAZ: “Eran otros tiempos”Mi abuela era una persona muy antiguaMi madre nos ha criado con el pecho a todosElla tenía que pedir dineroYo sabía todos los trabajos de la fábricaLos abusos que había en la fábricaFábricas donde he trabajadoMi madre contaba cosas de cuando la guerraCuando empecé a hablarle a mi maridoNos fuimos a Barcelona Él se colocó sabiendo que había mucho peligro Nos cambió la vida por completoEsta ha sido mi vidaÁrbol genealógico de Mari Luz Díaz

CONSERVERAS DE PESCADO EN TARIFA

ANOTACIONES SOBRE EL HABLA LOCAL

VOCABULARIO

MAPAS

LECTURAS RECOMENDADAS

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Este libro es el resultado del trabajo, esfuerzo y apoyo de muchas personas. Debemos mencionar y agradecer, pri-meramente, a los y las familiares, vecinas y amistades de las seis protagonistas, que las acompañaron durante su participación en el Taller “La Historia de mi Vida”, les ofrecieron fotografías, les ayudaron con los árboles fa-miliares y repasaron los borradores fi nales.

Luz Jiménez, que participó en el grupo de trabajo de Facinas junto a Luz Manso y María Márquez, ha preferido no divulgar su his-toria personal y familiar. Queremos dejar constancia, sin embargo, de su participación, ya que también ayudó a mantener el ánimo y la coherencia del grupo. Las recetas, coplas y acertijos que Luz Jiménez aportó sí han formado parte de algunos recuadros.

Ignacio Teruel repasó los libros de bautizos y matrimonios del archivo parroquial de la iglesia de San Mateo de Tarifa, hasta dar con datos genealógicos de Manuela Román y de Luz Trujillo que ellas desconocían. José Manuel Oya trascribió parte de las primeras graba-ciones. Teresa Catalá y Teresa Ojeda, que trabajan en la biblioteca de Tarifa, y Vanesa Gutiérrez, que trabajaba en la biblioteca de Facinas, nos atendieron solícitas en la sesión de introducción a la informática que realizamos en estas bibliotecas. José Vicente Araújo realizó una paciente maquetación de los cuadernos previos a esta edición.

Aziz Jadyane (acompañado de Nora), Enrique Díaz, Álvaro Ne-breda y Manuel Garrido, hicieron los viajes entre Facinas, Monte Be-tis y Tarifa; para que fuera posible presentar el resultado de nuestro trabajo en estas tres localidades.

Mabel Carlos, profesora en la Academia Almadraba, Pedro Mar-tín, trabajador social, Jesús María Pérez y Quique García, profesores del Instituto Baelo Claudia de Tarifa, Antonio Alba, director de la es-cuela Divina Pastora de Facinas, y Gaspar Cuesta, profesor en el Cen-

Agradecimientos

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tro Hispalense de Tarifa, ayudaron en estas presentaciones, dando valor y dimensión comunitaria a este trabajo.

Mari Carmen Sánchez, Javier Pérez, Margarita Rodríguez y Elisa López, como profesoras del Centro de Educación de Adultos de Tarifa y Facinas, día a día apoyaron y animaron a las participantes del Ta-ller “La Historia de mi Vida”.

Javier Mohedano, Concejal del Cultura y Educación del Ayunta-miento de Tarifa y Chan Álvarez, Alcalde de Facinas, respaldaron el proyecto muy de cerca, creyendo en él desde un principio y dándole posibilidades materiales.

Wenceslao Segura, Gaspar Cuesta y José Araújo, participaron después como revisores de este libro, aportando sugerencias y datos concretos.

Haré mención, por último, a Mariví Marañón, quien hace ya muchos años escuchó mis divagaciones sobre la importancia de re-coger y difundir historias personales. Ella impulsó después la edición de testimonios de mujeres inmigrantes desde la Asociación Mujeres del Mundo de Bilbao (Munduko Emakumeak) y ese proyecto sería el embrión del Taller “La Historia de mi Vida” en Tarifa.

Si quieres comentar tus impresiones sobre este libro o cono-cer el Taller “La Historia de mi Vida”, puedes hacerlo en esta dirección: [email protected]

Agradecimientos

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“He tenido la suerte de vivir esa época”. MEMORIA DE JUAN QUERO GONZÁLEZ, LABRADOR, PASTOR Y ESCRITOR. Editado por Litoral.A sus 89 años, Juan Quero nos relata lúcidamente su experiencia como zagal y como labrador propietario, nos habla de su tránsito por una guerra fraticida y de sus vivencias como ventero, recovero y pastor de ovejas en su madurez, cuando también fructificaría su pasión por la escritura. Su inigualable testimonio se engarza en hechos históricos como la presencia laboral española en Gibraltar, el impacto de la Segunda República en el despertar del campo andaluz, la programada represión tras el golpe militar de 1936, el racionamiento y el estraperlo de la posguerra y la crisis del campo que provocó la emigración en los años sesenta. Juan nos adentra en el trasfondo de la injusta propiedad de los cortijos y en las penosas condiciones de trabajo que marcaron la vida de tantos hombres y mujeres. Un pasado que es imprescindible retomar para poder entender el vertiginoso presente del Campo de Gibraltar.

Hambre, gracias a Hambre, gracias a Dios, nunca pasamosDios, nunca pasamosMemorias de seis mujeres de Facinas y Tarifa

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””Beatriz Díaz

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He preparado este libro para mis hijos y demás familia, para el día que yo falte, que lo tengan de recuerdo y sepan todo lo que hemos pasado”, dice María. Antonia recuerda cómo al principio no quería contar porque, al acordarse de lo que había vivido, “me entraban ganas de llorar”; y Mari Luz sabe que ha podido retomar muchas cosas olvidadas, “con ayuda de personas que me han dado la confianza para contar”. Repasando su vida, Luz afirma, “no teníamos ropa, no teníamos distracciones como hay ahora; pero lo que tuve en mi juventud no lo cambiaría por lo de ahora”; pero Manuela dice que, si pudiera, “lo cambiaba todo desde que nací hasta los catorce años.

Hambre, gracias a Hambre, gracias a Dios, nunca pasamosDios, nunca pasamosMemorias de seis mujeres de Facinas y Tarifa

Beatriz Díaz

Seis mujeres del Campo de Gibraltar han sabido contar su vida y la de su gente cercana con pinceladas de sentimientos y emociones. Ellas lo observaron todo desde sus tareas diarias en la casa, en la reguera, en la fábrica de pescado, en su trajín por el patio, la plaza y la huerta; desde sus trabajos al margen y su no escuela. En la escuela de la vida, aprendieron a percibir detalles cotidianos que quedaron fuera de la Historia oficial; por eso tienen tanto que aportar para reconstruir la Historia de nuestro pueblo y comarca.

Hace diez años que empecé a dedicar mi pasión investigadora a recoger y sacar a la luz experiencias en primera persona; una necesidad surgida de la realidad inmediata que vivía en mi barrio, San Francisco (Bilbao). A través de las relaciones vecinales y de mi participación en diversos colectivos sociales, me acerqué a la vida de muchos inmigrantes, lo que fructificaría en publicaciones sobre su realidad cotidiana: Todo Negro No Igual; sobre el maltrato policial que vivían (realizado junto con el Defensor del Pueblo Vasco): El Color de la Sospecha; sobre el apoyo informal, que permite salir adelante: La Ayuda Invisible; y sobre el uso de las lenguas y la comunicación en el contexto de la emigración: Y Así nos Entendemos. Realicé también entrevistas en profundidad a mujeres inmigrantes, dos de las cuales serían editadas por la Asociación Mujeres del Mundo (Munduko Emakumeak): Marta Eugenia; de Argentina a El País Vasco, y Esperanza, refugiada angoleña en Zaire. Sus memorias confirmaron, una vez más, cómo el relato oral puede acercar a un público amplio la dimensión más social y humana de la vida de una comunidad. Desde que llegué al Campo de Gibraltar, la tierra de mis abuelos paternos, me propuse recoger testimonios de vida que dejaran traslucir la Historia y Sociología de esta comarca. Al tiempo que iba tomando forma el relato de Juan Quero, puse en marcha el Taller “La Historia de Mi Vida”, para ofrecer propuestas de trabajo y apoyar a quienes desean escribir y difundir sus memorias. Los resultados superaron con creces las expectativas…

Beatriz Díaz

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