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El veterano de la vid

Por: Gianna Mendoza@gianna_mendoza

El amor hacia la Torre Eiffel no es lo único que atrae a miles de enamorados a la tierra de castillos y jardines. Francia es un país cumbre en la elaboración de técnicas de vinificación, y son obstinados a la hora de recrear, en cada copa, el milagro emblemático de su historia, arte y arquitectura.

Según la OIV (Organisation Internationale de la Vigne et du Vin), la producción mundial de vino del 2010 (sin contar zumo y mosto) puede situarse en 260 millones de hectolitros. El primer país productor de vino es Francia, con 44,9 millones de hl (17,3 % mundial), seguido por Italia, con 44,8 millones de hl (17,2 % mundial) y España, con 34 millones de hl (13,1 % mundial). Francia tiene una docena de regiones con viñas de alta calidad.

“Es abrir un álbum y escuchar el mensaje tangible y poético que las generaciones pasadas desean transmitirnos”,

Jean-Baptiste Audy

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Pensar en el origen del vino francés es un tema muy controversial. Muchos sugieren que los colonizadores griegos de

Marsella fueron quienes introdujeron el vino; otros, más visionarios, suponen que los celtas. Lo que sí es cierto es que sus viñedos datan de la época de los romanos quienes lo extendieron a la antigua Galia cuando la conquistaron. El cultivo de la vid se difunde en el siglo I por el Valle del

Ródano; en el siglo II en Bourgogne y en

Burdeos, para alcanzar el Valle

del Loira y, por fin, Champagne en el siglo III.

El emperador Domiciano ordenó el arranque de la mitad de las viñas en las Galias para proteger la viticultura romana. Más adelante el emperador Marco Aurelio Probo, devolvió los plenos derechos a los galos y se impulsó en la actual Francia. Este crecimiento no decayó con la caída del Imperio Romano. La Iglesia preservó la implementación de la viña, y las órdenes religiosas,

en particular los benedictinos, desempeñaron un papel importante en la extensión y mejora del viñedo. A partir del siglo XII, el vino francés fue producto de exportación. Su elaboración era ya controlada y, en 1395, Felipe de Hardi tomó medidas para la defensa de la calidad. En el siglo XVIII, la introducción del uso de botellas y el tapón de corcho permitió el envejecimiento de los vinos que hasta entonces se consumían jóvenes.

Es cuando en el siglo XIX la viticultura francesa se encontró con grandes dificultades. En primer lugar, la viña fue atacada por un parásito/plaga de origen americano denominado “la filoxera”, que destruyó en 1864 todo el viñedo francés. La penuria del vino fomentó la fabricación de vinos artificiales y el contrabando. La ley del 14 de agosto de 1889 fijó una definición legal del vino para culminar con estos abusos y en el siglo XX, exactamente en 1905, se estableció el servicio de represión de los fraudes. En 1907 la crisis de la venta a bajo costo llevó a la rebelión de los viticultores del Midi, dirigida por Marcelin Albert, llamado el “Emperador del Vino”.

La Primera Guerra Mundial fue un período de cosechas escasas, ya que las vides no recibían los suficientes cuidados. En cambio, entre 1931 y 1939, la producción experimentó un alza tan importante que tuvo que intervenir nuevamente el Estado para sanear el mercado con medidas de penalización por altos rendimientos y productividad de nuevas plantaciones. Desde su institución en 1935, el Código de regulación de denominaciones de origen controladas (A.O.C.) rige

la existencia de los grandes vinos de Francia. Hay muchas zonas de prestigio, pero las más conocidas son Champagne, Burdeos, Borgoña, entre otras. Herencia culturalExpertos en refinamiento y dedicación; no hay duda de que los franceses tienen la delantera en cuanto a calidad. La ciudad de Burdeos (Bourdeaux), al Sudoeste de Francia, es un ejemplo para el desarrollo de los cultivos de diversas partes del mundo. Allí cuentan con una elaboración de 9,000 bodegas (Châteaux) con las uvas de alrededor de 14,000 productores de vino, 117,514 hectáreas de viñedos, 400 comerciantes y un volumen de negocio de 14,500 millones de euros.

El nombre Burdeos proviene de la frase ‘Au bord de l’eau’, que significa al borde del agua por su división con el río Garonne y los dos afluentes que lo forman, el Dordogne y el Gironde. Los vinos de Burdeos son tan trabajados que en 1948 se creó la Academia del Vino de Burdeos, compuesta por 40 académicos que garantizan la calidad y la cultura del vino de estas tierras.

Cerca de esta zona, para el año 1906, nace uno de los acervos familiares actualmente más importantes en el arte del vino. Jean-Baptiste AUDY, fundador, se instala en Libourne y funda una empresa en las márgenes del río Dordoña, en el Quai du Priourat, célebre por su comunidad mercantil. Ya en aquel entonces distribuía los grandes vinos de la región de Burdeos, con una predilección evidente por la margen derecha, en especial, el viñedo de Pomerol.

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En el Quiai de Priourat se albergan varios millones de botellas, lo que les ha permitido ofrecer a los distribuidores del mundo todos los vinos de Burdeos en perfectas condiciones de conservación. Más del 65% de sus ventas se destina a la exportación, en especial, a Norteamérica, Europa (Bélgica, Reino Unido, Suiza, Alemania), Asia (Japón, China, Corea), Centro y Sudamérica (México, Brasil, Colombia) y Oriente Medio (Líbano, Dubai). El resto de las ventas se realiza en Francia, a través de las redes tradicionales y las grandes tiendas.

Para ese entonces, la familia se involucra en diferentes viñedos: Clos du Clocher, Courlat, Clinet, Bonalgue, La Cabanne, y la empresa Jean-Baptiste AUDY se incorpora al selecto círculo de los grandes negociantes de la plaza de Burdeos, reconocida por la calidad de sus servicios a la exportación y sus particulares nexos con los Châteaux.

En 1991 a 2002, Pierre Bourotte, nieto de Jean-Baptiste Audy, asume la dirección de la empresa y luego en el 2003, toma las riendas de la dirección el bisnieto Jean-Baptiste. Este empresario, de 38 años de edad, trabajó durante una larga temporada para la casa Cartier en Sudamérica y Europa, y respaldado por un equipo especializado, actualmente se dedica a expandir la compañía y los viñedos familiares.

Comenta Jean Baptiste Audy a Pauta que el precio la botella de Pomerol y Saint Emilion está entre los $49 y $64. Una comida en familia, y con estos vinos, es la ocasión para rememorar las condiciones climáticas y el carácter de aquel que, en la época, dirigía la bodega o lideraba a la tropa

de vendimiadores. Cuenta que un profesor le dijo alguna vez: “Para que dé lo mejor de sí, debes hacerle creer a la viña que es el último año que produce”. Desde su perspectiva los viñedos hoy en día son el resultado de la proyección que hicieron varias generaciones a lo largo del siglo. Le impresiona pensar que hoy está podando una viña que plantó su bisabuelo, en un tiempo donde invertir en las viñas era una locura financiera. “Sí, hay que tener audacia para construir”, agrega.

En una relación especial con la comida no compiten con ella, sino que se conjugan en un juego en el que cada uno trata de resaltar al otro. Es ese toque de elegancia y de refinamiento, de complejidad de aromas más que de potencia. Es esta facultad también de evolucionar a lo largo de los años (no todos los vinos por supuesto, sino los mejores de Bordeaux, Borgogna) y de contarnos una historia distinta cada vez.

Un Clos du Clocher, por ejemplo, es para compartirlo con una persona bien conocida en un momento intimo de amistad. Mientras un Bonalgue es el

vino que probablemente usarás para seducir a una dama en la primera cita por su sus toques de cariño, aroma y calidez. “Cuando sentimos el terciopelo de los taninos de Château Bonalgue en la boca no es más que la representación de la arcilla azul y residuos de hierro que constituyen los suelos de Pomerol, en conjunto con el amor y la pasión de los que trabajamos para poner toda la historia en una botella” comenta Jean-Baptiste.

Han pasado más de 100 años desde que su bisabuelo creó un vínculo entre el amor a este arte y lo eterno. El francés está abriendo paso para gente que quiera catar y probar nuevas sensaciones, y, aunque sus bodegas son antiguas, hay mucha gente que todavía no las conoce.

Por cuarta vez, Jean Baptiste Audy toca suelos panameños para enseñarnos un poco de este arte francés. Comenta, muy feliz, que cada vez hay más gente interesada por el vino y tienen mucha curiosidad, a pesar de ser un mercado muy controlado por los chilenos y españoles. Esa es su misión, traer Francia a Panamá.