"evasión del campo14", de blaine harden

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Hace veintinueve años, Shin Dong-hyuk nació en el Campo 14, uno de los cinco centros de reclusión para presos políticos situado en las montañas de Corea del Norte. Localizado a unos 90 kilómetros al norte de Pyongyang, este campo de trabajo es un “distrito de control absoluto”, una prisión sin salida donde la única sentencia es la cadena perpetua.Nadie nacido en el Campo 14, o en cualquiera de los otros campos norcoreanos, ha logrado escapar.Nadie excepto Shin. Esta es su historia."Evasión del Campo 14" es un bestseller internacional traducido a 28 idiomas. El testimonio de Shin y este libro fueron claves en la comisión de investigación de la ONU que concluyó que Corea del Norte ha cometido crímenes contra la humanidad.

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  • EVASIN DEL CAMPO 14

    Del infierno de un campo de concentracin en Corea del Norte a la libertad

    Blaine Harden

    Traducido por Alfredo Blanco

  • A los norcoreanos que siguen en los campos.

  • No existe ningn problema de derechos humanos en este pas,

    todo el mundo tiene una vida de lo ms digna y feliz.

    Agencia Central de Noticias de Corea [del Norte], 6 de marzo de 2009

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    ndiceAgradecimientos ................................................................... 13Prlogo: Un momento de aprendizaje ................................... 17Introduccin: Nunca en su vida haba odo la palabra amor 21Primera parte.......................................................................... 35

    Captulo 1 : El nio que se coma el almuerzo de su madre ... 37Captulo 2 : Das de colegio ................................................... 47Captulo 3 : La alta sociedad .................................................. 55Captulo 4 : El intento de fuga de su madre ........................... 69Captulo 5 : El intento de fuga de su madre, segunda versin 75Captulo 6 : Este hijo de puta no nos servir de nada ............. 79Captulo 7 : Incluso en las ratoneras brilla el sol ..................... 85Captulo 8 : Esquivar los ojos de su madre ............................. 89Captulo 9 : Hijo de puta reaccionario ................................... 93Captulo 10: En edad de trabajar .......................................... 101Captulo 11: Sestear en la granja .......................................... 109Captulo 12: Coser y chivarse ............................................... 117Captulo 13: Decidir no ser un chivato ................................. 125

    Segunda parte ....................................................................... 135 Captulo 14: La planificacin de la fuga ............................... 135Captulo 15: La valla ............................................................ 143Captulo 16: Robar ............................................................... 149

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    Captulo 17: El viaje hacia el norte ....................................... 159Captulo 18: La frontera ....................................................... 171Captulo 19: China ............................................................... 177Captulo 20: Asilo ................................................................. 185

    Tercera parte ........................................................................ 195

    Captulo 21: Kuredit kadus (tarjetas de crdito) ................... 195Captulo 22: Los surcoreanos no estn muy interesados ....... 207Captulo 23: EE. UU. ........................................................... 215

    Eplogo: Sin posibilidad de huir .......................................... 227Conclusin .......................................................................... 235Notas.................................................................................... 239Apndices ............................................................................ 245Dibujos de la vida de Shin en el Campo 14 ......................... 247Mapas................................................................................... 257

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    Agradecimientos

    Esta obra, obviamente, no podra haberse escrito sin el valor, la inteligencia y la paciencia de Shin Dong-hyuk. Durante dos aos y desde dos continentes, se tom el tiempo y resisti el dolor de contar su historia con todos sus horribles detalles.

    Tambin me gustara dar las gracias a Lisa Colacurcio, miembro del consejo del Comit de Defensa de los Derechos Humanos en Corea del Norte estadounidense, que fue quien me habl por prime-ra vez de Shin. Kenneth Cukier, corresponsal de The Economist, fue quien me dijo que la historia de Shin mereca publicarse en ingls, ofrecindome sugerencias tiles sobre cmo escribirlo.

    Dado que yo no hablo coreano, siempre depend de traductores e intrpretes. Me gustara agradecer la ayuda de Stella Kim y Jenni-fer Cho en Sel. Tambin en esa ciudad, Yoonjung Seo me ayud con los reportajes, como asimismo hizo Brian Lee. En Tokio, Akiko Yamamoto me ech una mano tanto con los reportajes como con la logstica. En el sur de California, David Kim fue un magistral tra-ductor y un amigo con Shin y conmigo. Tambin me ofreci conse-jos con respecto al manuscrito.

    En la sede de Liberty in North Korea (LiNK) en Torrance, Han-nah Song y Andy Kim me ayudaron a comprender la adaptacin de Shin a Estados Unidos. Adems, Song pas muchas horas resolvien-

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    do problemas de logstica de Shin y mos. En Seattle, Harim Lee tambin result de gran ayuda. En Columbus (Ohio), Lowell y Lin-da Dye, que han ayudado a Shin y a quienes l considera sus padres, me ofrecieron su punto de vista y su consejo.

    Por orientarme para que yo entendiera lo que ocurre dentro de Corea del Norte, quiero dar las gracias a Marcus Noland, director adjunto e investigador del Instituto Peterson de Economa Interna-cional de Washington. Me ofreci generosamente su tiempo y cono-cimientos y los estudios que realiz junto a Stephen Haggard sobre Corea del Norte fueron una fuente de informacin clave. Del mismo modo, las conversaciones con Kongdan Oh, investigadora del Insti-tuto de Anlisis de la Defensa de Alexandria (Virginia) me ayudaron a comprender lo que les haba escuchado a Shin y otros norcoreanos. Las obras que ha escrito junto a su marido, Ralph Hassig, un espe-cialista en Corea del Norte, tambin me resultaron muy valiosos. En Sel, Andrei Lankov, profesor de Estudios norcoreanos en la Universidad Kookmin, siempre se mostr dispuesto a compartir su punto de vista conmigo.

    Dos bloggers incansables, Joshua Stanton, de One Free Korea [Una Corea libre], y Curtis Melvin, de North Korean Economy Watch [Observatorio econmico de Corea del Norte], me propor-cionaron informacin til y constantemente actualizada, as como anlisis sobre la economa, el liderazgo, el ejrcito y la poltica de Corea del Norte. Del mismo modo, el estupendo libro de Barbara Demick, Nothing to Envy [Nada que envidiar], me result clave para comprender la forma de pensar del norcoreano medio.

    Me gustara agradecer especialmente la ayuda del Centro de Da-tos en favor de los Derechos Humanos de Corea del Norte. Fue di-cha institucin la que public las memorias de Shin en lengua corea-na y la que generosamente lo anim a que cooperara conmigo. Del mismo modo, el White Paper on Human Rights in North Korea [Libro Blanco de los Derechos Humanos en Corea del Norte], publicado por la Asociacin de la Abogaca Coreana, fue un recurso muy valioso.

    David Hawk, autor de The Hidden Gulag: Exposing North Koreas Prison Camps [El Gulag escondido: Los campos de presos

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    de Corea del Norte expuestos] y quiz quien mayor haya alerta-do a lo extranjeros de la existencia y funcionamiento de los campos, comparti conmigo sus conocimientos e investigaciones. Suzanne Scholte, que ha dirigido campaas por todo el mundo en favor de los derechos humanos en Corea del Norte, tambin cuenta con mi mayor agradecimiento. En Seattle, Blaise Aguera y Arcas me apunt sagaces sugerencias narrativas y Sam Howe Verhoek me ofreci su consejo periodstico.

    Mi agente, Raphael Sagalyn, realiz un magistral trabajo para hacer posible este libro. En Viking, la editora Kathryn Court abraz este proyecto, ofrecindome consejos que mejoraron significativa-mente el manuscrito, como tambin los hizo Tara Singh, la ayudante de Kathryn.

    David Hoffman, redactor de Internacional en el Washington Post que me envi a Asia, me dijo que investigara en Corea del Norte. Cuando dud, l insisti. Cuando yo me esforc, l sigui animn-dome. Los redactores del Post Doug Jehl y Kevin Sullivan tambin me exigieron y apoyaron. Donald G. Graham, presidente de la Was-hington Post Company, estuvo sorprendentemente pendiente de Corea del Norte y siempre que yo lograba escribir algo interesante sobre el tema, me lo hizo saber.

    Por ltimo, Jessica Kowal, mi mujer, ha representado un papel protagonista en la elaboracin de este libro. Adems de leerlo y co-rregirlo, me convenci de que contar la historia de Shin era lo mejor que yo poda hacer. Lucinda y Arno, mis hijos, plantearon un mon-tn de preguntas sobre la vida de Shin. Ellos no son capaces de com-prender la crueldad de Corea del Norte, pero reconocieron a Shin como una persona increble. Yo siento lo mismo.

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    PrlogoUn momento de aprendizaje

    Su primer recuerdo es el de una ejecucin.Fue con su madre a un campo de trigo cercano al ro Taedong,

    donde los guardias haban reunido a varios miles de prisioneros. Ex-citado por la multitud, el chico gate entre las piernas de los adultos hasta la primera fila, donde vio cmo los guardias ataban a un hom-bre a un poste de madera.

    Shin In Geun tena entonces cuatro aos, era demasiado joven para entender el discurso que precedi a aquel asesinato. En los aos siguientes, presenciara docenas de ejecuciones en las que escuchara cmo el guardia que estaba al cargo le explicaba a la multitud que al prisionero que iba a morir se le haba ofrecido redimirse a travs del trabajo forzoso, pero que este haba rechazado la generosidad del go-bierno de Corea del Norte. Para impedir que el reo maldijera al Esta-do que estaba a punto de quitarle la vida, los guardias le haban llenado la boca de piedras y le haban cubierto la cabeza con una capucha.

    En esa primera ejecucin, Shin vio cmo tres guardias apuntaban a su objetivo. Cada uno de ellos apret el gatillo tres veces. Los dis-paros de los rifles aterrorizaron al chico, que se cay de espaldas. Sin embargo, se incorpor rpidamente, justo a tiempo para ver cmo los centinelas desataban un cuerpo inerte y ensangrentado, lo envolvan en una manta y lo suban a un carro.

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    En el Campo 14, una prisin para los enemigos polticos de Co-rea del Norte, estaban prohibidas las reuniones de ms de dos re-clusos, salvo durante las ejecuciones. A ellas, todo el mundo deba asistir. El campo de trabajo usaba el asesinato pblico y el miedo que este generaba a modo de leccin.

    Los guardias de Shin en el campo tambin eran sus profesores, as como quienes lo alimentaban. Haban sido ellos quienes escogieron a su padre y a su madre. Le haban enseado que los prisioneros que quebrantaban las reglas del campo merecan la muerte. En una ladera cercana a su escuela, se poda leer el siguiente eslogan: Todo segn las reglas y las normas. El chico memoriz las diez reglas del cam-po, Los Diez Mandamientos, como ms tarde los llamara, y que an se sabe de memoria. El primero rezaba: Todo aquel que intente escapar ser ejecutado inmediatamente.

    Diez aos despus de esa primera ejecucin, Shin regres al mis-mo campo de trigo. De nuevo, los guardias haban concentrado all a una gran multitud. De nuevo, haban clavado un poste de madera en el suelo. Tambin se haba construido un patbulo improvisado.

    Shin lleg esta vez en el asiento trasero de un vehculo conducido por uno de los guardias. Llevaba puestas unas esposas y una venda hecha de trapo. Su padre, tambin esposado y vendado, estaba sen-tado junto a l.

    Los haban liberado despus de que pasaran ocho meses en una prisin subterrnea que haba dentro del Campo 14. Como condi-cin para su salida, haban firmado una serie de documentos en los que prometan no mencionar jams lo que haban vivido bajo tierra.

    En esa prisin dentro de la prisin, los guardias haban tratado de sonsacarles a Shin y a su padre una confesin a travs de la tortura. Queran conocer los detalles de la fuga fallida de la madre de Shin y el nico hermano de este. Los vigilantes haban desnudado a Shin, lo haban atado por las muecas y los tobillos y lo haban suspendido de un gancho clavado en el techo. Lo hacan descender sobre un fuego. El chico se desmay cuando se le empez a quemar la piel.

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    Pero no confes nada. No poda confesar nada. No haba tramado escaparse con su madre y su hermano. l crea en aquello que los guar-dias le haban enseado desde su nacimiento dentro del campo: no deba escaparse y deba informar de cualquiera que hablara de hacerlo. Ni en sueos haba fantaseado Shin acerca de la vida en el exterior.

    Los centinelas nunca le haban enseado lo que aprenden todos los escolares norcoreanos: los estadounidenses son unos cabrones que planean invadir y humillar la patria; Corea del Sur es la puta del amo norteamericano; Corea del Norte es un gran pas, y sus lde-res, valerosos y brillantes, son la envidia del mundo. De hecho, Shin ni siquiera saba de la existencia de Corea del Sur, China o Estados Unidos.

    A diferencia de sus compatriotas, l no creci viendo la omnipre-sente imagen de su Amado Lder, como era conocido Kim Jong Il. Ni haba visto fotografas o estatuas del padre de este, Kim Il Sung, el Gran Lder que fund Corea del Norte y que sigue siendo el Eterno Presidente del pas, a pesar de su fallecimiento en 1994.

    Cuando un centinela le quit la venda, cuando vio a la multitud, el poste de madera y el patbulo, Shin crey que iba a ser ejecutado.

    Sin embargo, no le metieron piedras en la boca. Le quitaron las esposas. Un guardia lo acompa hasta la parte delantera de la mul-titud. l y su padre seran espectadores.

    Los vigilantes trajeron a una mujer de mediana edad al patbulo y ataron a un hombre al poste de madera. Se trataba de la madre y el hermano mayor de Shin.

    Un guardia apret la soga alrededor del cuello de su madre. Ella intent llamar la atencin de Shin, pero este desvi la mirada. Una vez que ella dej de retorcerse en la horca, el hermano de Shin fue fusilado por tres centinelas. Cada uno de ellos dispar tres veces.

    Mientras los vea morir, Shin se sinti aliviado de que no le hu-biera tocado a l. Estaba furioso con su madre y su hermano por haber planeado fugarse. Aunque eso no se lo reconocera a nadie durante quince aos, saba que l era responsable de sus ejecuciones.

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    IntroduccinNunca en su vida haba odo la

    palabra amor

    Nueve aos despus del ahorcamiento de su madre, Shin atraves serpenteando una valla electrificada y se adentr corriendo en la nieve. Era el 2 de enero de 2005. Nunca antes nadie nacido en un campo para prisioneros polticos de Corea del Norte haba logrado escapar. Hasta donde puede saberse, Shin sigue siendo el nico que lo ha conseguido.

    Tena veintitrs aos y no conoca a nadie al otro lado de la valla.Un mes ms tarde, se haba adentrado andando en China. Dos

    aos despus, estaba viviendo en Corea del Sur. Pasados cuatro aos, resida en el sur de California y era el embajador de Liberty in North Korea (LiNK), una organizacin estadounidense de defensa de los derechos humanos.

    Ahora se llama Shin Dong-hyuk. Se cambi el nombre despus de llegar a Corea del Sur, en un intento por reinventarse a s mismo como hombre libre. Es atractivo y tiene una mirada rpida y preca-vida. Un dentista de Los ngeles le ha arreglado la dentadura, que nunca pudo cepillarse en el campo. Disfruta de una condicin fsica general excelente. Sin embargo, su cuerpo es un mapa de todas las privaciones que supone crecer en uno de esos campos de trabajo cuya existencia siguen negando las autoridades norcoreanas.

    Mal desarrollado debido a la malnutricin, Shin es bajito y delga-do: 1,67 metros de estatura y unos 55 kilos de peso. Tiene los brazos

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    arqueados a causa del trabajo realizado durante la infancia, y en la zona lumbar y las nalgas conserva las quemaduras que le ocasion el fuego durante la tortura. En la piel de su zona pbica puede obser-varse una cicatriz causada por el gancho del que era colgado sobre el fuego. Tambin en los tobillos tiene marcas de las ataduras que lo mantuvieron boca abajo cuando estuvo confinado en aislamiento. Le falta el dedo corazn de la mano derecha desde el primer nudillo, a consecuencia de un castigo infligido por un guardia cuando se le cay una mquina de coser en una fbrica textil del campo. Asimismo, tiene las tibias de ambas piernas, desde las rodillas hasta los tobillos, mutiladas y quemadas debido a la valla electrificada que no consigui mantenerlo cautivo en el Campo 14.

    Shin tiene aproximadamente la misma edad que Kim Jong Un, el rollizo tercer hijo de Kim Jong Il que sustituy a su padre como lder tras la muerte de este en 2011. Coetneos, Shin y Kim Jong Un personifican las antpodas del privilegio y la privacin en Corea del Norte, una sociedad que formalmente no tiene clases sociales, pero en la que en realidad el nacimiento y los lazos de sangre lo condicio-nan todo.

    Kim Jong Un naci siendo un prncipe comunista y creci entre las paredes de un palacio. Fue educado bajo un nombre ficticio en Suiza y regres a Corea del Norte para estudiar en una universidad elitista que lleva el nombre de su abuelo. Gracias a su parentesco, vive por encima de la ley. Para l, todo es posible. En 2010, fue nombrado capitn general del Ejrcito de la Repblica Popular de Corea, a pe-sar de su completa falta de experiencia en el terreno militar. Un ao ms tarde, despus de que su padre muriera de un repentino infarto, la prensa oficial de Corea del Norte lo describi como otro lder en-viado desde el Cielo. Aun as, puede verse obligado a compartir su terrenal dictadura con algunos parientes mayores y lderes militares.

    Shin naci esclavo y creci entre las vallas electrificadas. Fue edu-cado en la escuela del campo, donde le ensearon a leer y escribir de forma rudimentaria. Dado que tena la sangre manchada por los supuestos delitos cometidos por los hermanos de su padre, vivi por debajo de la ley. Para l, todo era imposible. La trayectoria profe-

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    sional que le prescribi el Estado consista en trabajo forzoso y una muerte prematura debido a las enfermedades causadas por la desnu-tricin crnica Y todo ello, sin que existieran cargos, o juicio, o posibilidad de apelacin; y todo ello, en secreto.

    En las historias de supervivencia a los campos de concentracin, la narracin suele ser siempre similar. Las fuerzas y cuerpos de se-guridad secuestran al protagonista alejndolo del amor de su familia y de un hogar cmodo. Para sobrevivir, el personaje abandona sus principios morales, reprime sus sentimientos hacia los dems y deja de ser una persona civilizada.

    En la que puede ser una de las historias ms famosas de este tipo, La noche, escrita por el ganador del Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel, el narrador de trece aos explica su tormento a travs del relato de la vida normal de la que disfrutaba antes de que a su familia y a l los subieran a unos trenes con destino a los campos de concen-tracin nazis. Wiesel lea el Talmud a diario. Su padre era propie-tario de un comercio y velaba por el bien de su pueblo rumano. Su abuelo siempre estaba presente para celebrar las festividades judas. Pero despus de que la familia entera del muchacho pereciera en los campos, Wiesel se qued solo, terriblemente solo en un mundo sin Dios, sin hombres. Sin amor ni piedad.

    La historia de supervivencia de Shin es diferente.Su madre le pegaba y su padre, a quien los guardias solamente

    permitan acostarse con su madre cinco noches al ao, lo ignoraba. Su hermano era un extrao. Los nios del campo no eran de fiar y abusaban unos de otros. Antes que ninguna otra cosa, Shin aprendi a sobrevivir delatndolos a todos.

    Amor, piedad y familia eran palabras sin significado para l. Dios no haba desaparecido ni muerto. En realidad, Shin nunca lo haba odo mencionar.

    En el prlogo a La noche, Wiesel escribi que el conocimiento de la muerte y del mal que tiene un adolescente debera limitarse a lo que uno descubre en la literatura.

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    En el Campo 14, Shin nunca supo de la existencia de la literatura. All, solo vio un libro, una gramtica de coreano, en las manos de un profesor que vesta el uniforme de centinela, llevaba un revlver en la cadera y lleg a matar a golpes con el puntero de la pizarra a uno de sus compaeros de clase.

    A diferencia de aquellos que han sobrevivido a un campo de con-centracin, Shin no haba sido separado de una existencia civilizada para ser obligado a descender al Infierno. l haba nacido y crecido all. Aceptaba aquellos valores. Lo consideraba su hogar.

    Los campos de trabajo de Corea del Norte llevan existiendo ya el doble de tiempo de lo que lo hicieron los del Gulag sovitico y unas doce veces lo que duraron los de los nazis. Nadie discute siquiera la ubicacin de los campos. Las fotografas de alta resolucin enviadas por los satlites, accesibles a travs de Google Earth a cualquiera que disponga de una conexin de Internet, muestran vastos recintos vallados que se extienden por las escarpadas montaas de Corea del Norte.

    El gobierno de Corea del Sur calcula que hay unos 154.000 pri-sioneros en los campos, mientras que el Departamento de Estado estadounidense y varias organizaciones de defensa de los derechos humanos elevan la cifra hasta unos 200.000. Despus de examinar una dcada de imgenes tomadas por satlite, Amnista Internacio-nal advirti en 2011 nuevas construcciones dentro de los campos y mostr su preocupacin por el hecho de que la poblacin reclusa es-tuviera aumentando en nmero, quiz debido al malestar ocasionado por el cambio de poder de Kim Jong Il a su joven e inexperto hijo.1

    Existen seis campos, segn los servicios secretos de Corea del Sur y algunas organizaciones de defensa de los derechos humanos radica-das en ese mismo pas. El ms grande tiene cincuenta kilmetros de largo y cuarenta de ancho, es decir, abarca un rea ms extensa que la de la ciudad de Los ngeles. La mayora de los campos estn ro-deados por alambradas electrificadas sembradas de torres de control y patrulladas por vigilantes. Dos de ellos, los nmeros 15 y 18, cuentan

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    con zonas de reeducacin donde algunos afortunados detenidos reci-ben clases de recuperacin sobre las enseanzas de Kim Jong Il y Kim Il Sung. Si los prisioneros son capaces de memorizar estas lecciones y de convencer a los guardias de su lealtad a las mismas, son liberados, aunque no dejarn ya de ser vigilados por las fuerzas de seguridad del Estado en toda su vida. El resto de campos son distritos de control absoluto, en los que los prisioneros, denominados irredimibles2 son obligados a trabajar hasta la muerte.

    El campo de Shin, el nmero 14, es un distrito de control absolu-to. Tiene la reputacin de ser el ms duro de todos ellos debido a sus condiciones de trabajo, particularmente brutales, a la vigilancia de sus guardias y a la visin implacable que tiene el Estado sobre la gra-vedad de los delitos cometidos por los reclusos, muchos de los cuales son antiguos mandos del partido, del gobierno o del ejrcito, a los que all se somete a purgas junto a sus familias. Construido en 1959 en la zona central de Corea del Norte K aechon, en la provincia de Pyongan del Sur, el Campo 14 alberga a unos 15.000 reclusos. De una extensin aproximada de cuarenta y ocho kilmetros de largo por veinticuatro de ancho, dispone de granjas, minas y fbricas dise-minadas a lo largo de valles de montaas escarpadas.

    A pesar de que Shin es la nica persona nacida en un campo de trabajo que ha conseguido escapar para poder contar su historia, existen al menos otros sesenta testigos de estos campos que residen en el mundo libre.3 Entre ellos se encuentran al menos quince norco-reanos que fueron reclusos del distrito de edificacin del Campo 15, ganaron su libertad y ms tarde acabaron viviendo en Corea del Sur; antiguos guardias de otros campos que tambin consiguieron pasar a este pas, y Kim Yong, un exteniente coronel del ejrcito norcoreano que haba recibido una privilegiada educacin en Pyongyang y que pas seis aos en dos campos diferentes antes de lograr escapar en un tren destinado al transporte de carbn.

    El anlisis de estos testimonios llevado a cabo por la Asociacin de la Abogaca Coreana, con sede en Sel, ofrece un retrato detallado de la vida diaria en los campos. Cada ao son ejecutados pblica-mente algunos prisioneros. Otros reciben palizas hasta que fallecen

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    o son asesinados en secreto por los guardias, quienes cuentan con permiso absoluto para abusar de ellos o violarlos. La mayora de los reclusos trabajan en los cultivos, en las minas, cosen uniformes mi-litares o producen cemento mientras subsisten gracias a una dieta que raya la hambruna a base de maz, col y sal. Suelen perder los dientes, se les ennegrecen las encas, se les debilitan los huesos y, al llegar a la cuarentena, su cuerpo empieza a encorvarse sobre la cintura. Reciben un conjunto de ropa una o dos veces al ao, por lo que habitualmente trabajan y duermen en esos inmundos harapos, y viven sin jabn, calcetines, guantes, ropa interior o papel higi-nico. Adems, son obligados a trabajar de doce a quince horas dia-rias hasta el da que mueren, normalmente debido a enfermedades causadas por la malnutricin, y casi siempre antes de cumplir los cincuenta.4 Aunque resulta imposible obtener datos precisos, los gobiernos y las organizaciones de derechos humanos occidentales calculan que en estos campos ya han fallecido cientos de miles de personas.

    La mayora de los norcoreanos que acaban en un campo son en-viados all sin ser sometidos a un proceso judicial previo, y muchos mueren en l sin llegar a conocer los cargos que se les imputan. Los saca de sus hogares, habitualmente de noche, el Bowibu, o Departa-mento de Seguridad del Estado, una parte del aparato policial forma-do por unos 270.000 funcionarios. En Corea del Norte est vigente la culpabilidad por asociacin, por lo que los delincuentes a menudo son encarcelados junto a sus padres e hijos. Kim Il Sung fue quien aprob esta ley en 1972: Sean quienes sean los enemigos de clase, su semilla debe ser eliminada durante tres generaciones.

    Conoc a Shin en una comida durante el invierno de 2008. Nos encontramos en un restaurante coreano en el centro de Sel. Locuaz y hambriento, devor varios platos de arroz y ternera. Al tiempo que coma, nos cont a mi intrprete y a m lo que sinti al ver cmo ahorcaban a su madre. La culpaba de la tortura a la que fue sometido en el campo, y haciendo un verdadero esfuerzo, nos confes que an

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    segua estando furioso con ella. Nos dijo que l no haba sido un buen hijo, pero no nos explic por qu.

    Nos relat que, durante todos sus aos en el campo, jams haba odo la palabra amor, desde luego no de labios de su madre, una mujer a la que segua despreciando, incluso una vez muerta. S haba odo hablar sobre el concepto de perdn en una iglesia surcoreana, pero le confunda. Pedir perdn en el Campo 14, dijo, supona su-plicar que no te castigaran.

    Shin haba escrito unas memorias sobre su estancia en el cam-po, pero estas no haban recibido mucha atencin en Corea del Sur. Estaba en paro, sin dinero, deba parte de su alquiler y no saba qu hacer. Las reglas del Campo 14 le haban impedido, bajo pena de ejecucin, mantener relaciones ntimas con mujeres. Ahora quera buscarse una novia, pero no saba cmo empezar a hacerlo.

    Despus de la comida, me llev al pequeo y triste apartamento que apenas poda permitirse. Aunque nunca me miraba a los ojos, s me mostr su dedo amputado y su espalda llena de cicatrices. Me permiti que le hiciera una fotografa. A pesar de las penurias por las que haba pasado, segua teniendo cara de nio. Tena veintisis aos, ya llevaba tres fuera del Campo 14.

    Yo tena cincuenta y seis aos cuando se celebr esa memora-ble comida. Como corresponsal del Washington Post para el nordeste asitico, llevaba ms de un ao buscando una historia que pudiera mostrar cmo estaba usando Corea del Norte la represin para evitar su derrumbe.

    La implosin poltica se haba convertido en mi especialidad. Tanto para el Post como para el New York Times, haba pasado casi tres dcadas cubriendo estados fallidos en frica, el colapso del co-munismo en la Europa del Este, la desmembracin de Yugoslavia y la lenta descomposicin de Birmania bajo la dictadura militar. Desde el exterior, Corea del Norte pareca estar ya madura de hecho, in-cluso un poco pasada para que all se produjera el tipo de colapso que yo ya haba presenciado en el resto de lugares. En una parte del mundo en la que prcticamente cualquiera se estaba volviendo rico, su poblacin se encontraba cada vez ms aislada, pobre y hambrienta.

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    Aun as, la dinasta de la familia Kim segua en el poder. nica-mente la represin totalitaria mantena en pie aquel Estado, que era un caso perdido.

    Mi principal dificultad para mostrar lo que el gobierno estaba haciendo era que me resultaba imposible acceder al pas. En todos los lugares del mundo, los Estados represores acaban fallando en el control de sus fronteras. Y as yo haba sido capaz de trabajar abier-tamente en la Etiopa de Mengistu, en el Congo de Mobutu y en la Serbia de Milosevic, y me haba colado como turista para poder escribir sobre Birmania.

    Pero Corea del Norte era mucho ms precavida. A los periodistas extranjeros, sobre todo a los estadounidenses, no se les sola dejar entrar. Yo haba visitado Corea del Norte solo una vez, haba visto lo que mis nieras haban querido que viera, y no me haba podi-do enterar de mucho. Si los periodistas accedan de forma ilegal, se arriesgaban a meses o aos de encarcelamiento como si fueran espas. Para poder ser liberados, a veces incluso necesitaban la intervencin de un expresidente de Estados Unidos.6

    Dadas estas restricciones, la mayor parte de la informacin sobre Corea del Norte era lejana y hueca. Escrita desde Sel, Tokio o Bei-jing, las historias comenzaban con un relato de la ltima provocacin de Pyongyang, ya fuera el hundimiento de un buque o el ataque a un tu-rista. Entonces, entraban en escena los convencionalismos ms mon-tonos: los altos cargos estadounidenses y surcoreanos expresaban su in-dignacin; los chinos llamaban a la prudencia; los grupos de expertos en la materia opinaban sobre las eventuales consecuencias de la accin Escrib muchos ms artculos de este tipo de los que me habra gustado.

    Shin, no obstante, destruy estos convencionalismos. Su vida abri el cerrojo, permitiendo que todo el mundo viera cmo la fa-milia Kim se sostena mediante la esclavitud infantil y el asesinato. Unos das despus de que nos conociramos, la atractiva imagen de Shin y su atroz historia aparecieron de forma destacada en la portada del Washington Post.

    Guau, me escribi Donald E. Graham, presidente de la Was-hington Post Company, en el correo electrnico de una sola palabra

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    que recib la maana siguiente a que se publicara el reportaje. Un director de cine alemn, que se encontraba casualmente visitando el Museo Conmemorativo del Holocausto de Washington el da en que la historia sali a la luz, decidi realizar un documental sobre la vida de Shin.7 El Washington Post public un editorial en el que se deca que la brutalidad que haba soportado Shin era horrible, tan horrible como la indiferencia del mundo hacia la existencia de los campos de trabajo norcoreanos.

    Los estudiantes de bachillerato estadounidenses debaten por qu el presidente Franklin D. Roosevelt no bombarde las vas frreas que conducan a los campos de concentracin nazis c onclua el editorial . Sus hijos, dentro de una generacin, tal vez se pregunten por qu Occidente se qued mirando las fotografas tomadas por los satlites de los campos de Kim Jong Il sin hacer nada.

    La historia de Shin pareci tocar la fibra sensible de los lectores habituales. Muchos escribieron cartas y enviaron correos electrnicos ofreciendo dinero, alojamiento y oraciones para l.

    Mi artculo apenas haba tratado superficialmente la vida de Shin. Consider que un relato ms profundo revelara la maquinaria secreta que aplica el rgimen totalitario de Corea del Norte. Tambin mos-trara m ediante los detalles de la improbable evasin de Shin cmo parte de ese engranaje opresivo est empezando a quebrarse, permitiendo que un joven ingenuo a la fuga pueda vagar sin ser de-tectado a travs de un Estado policial y cruzar la frontera con China. Y lo ms importante, nadie que leyera un libro sobre un chico criado para trabajar hasta la muerte en Corea del Norte podra ya ignorar la existencia de los campos de concentracin.

    Le pregunt a Shin si le interesaba. Le llev nueve meses decidir-se. Durante ese tiempo, muchos defensores de los derechos humanos en Corea del Sur, Japn y Estados Unidos le instaron a que colabora-ra, convencindole de que un libro en ingls sensibilizara al mundo sobre el tema y aumentara la presin internacional sobre Corea del Norte, adems de que le otorgara a l parte del dinero que tanto necesitaba. Una vez que Shin accedi, se prest a siete rondas de entrevistas, primero en Sel, luego en Torrance (California) y final-

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    mente en Seattle (Washington). Shin y yo acordamos un reparto al cincuenta por ciento, cualesquiera que fueran los beneficios. Nuestro pacto, sin embargo, me permita controlar el contenido de la obra.

    Shin comenz a escribir un diario en 2006, aproximadamente un ao despus de su fuga de Corea del Norte. En Sel, despus de ser hospitalizado debido a una depresin, continu redactndolo. El diario se convirti en la base de sus memorias en coreano, Escape to the Outside World [Evasin hacia el mundo exterior], publicado en Sel en 2007 por el Centro de Datos en favor de los Derechos Humanos de Corea del Norte.

    Las memorias constituyeron el punto de partida para nuestras entrevistas. Tambin representaron la fuente de muchas de las citas literales atribuidas en este libro a Shin, sus familiares, sus amigos o sus carceleros durante la poca en la que estuvo en Corea del Norte y China. Sin embargo, cada uno de los pensamientos y acciones asig-nados a Shin en estas pginas se basa en mltiples entrevistas, en las que l explicaba sus memorias coreanas, corrigindolas en muchos pasajes cruciales.

    A pesar de colaborar, Shin pareca tener miedo de hablar conmi-go. Con frecuencia me senta como un dentista que le fuera a sacar una muela sin anestesia. Aquel tormento dur de forma intermitente ms de dos aos. Algunas de nuestras sesiones eran catrticas para l; otras lo suman en una depresin.

    l se esforzaba por confiar en m. Como admite abiertamente, en realidad tiene que luchar por confiar en cualquiera. Del hecho de haber sido educado as no podr escapar nunca. Los guardias le ensearon a delatar a sus parientes y amigos, y l da por sentado que cualquier persona a la que conozca har lo mismo con l.

    Aunque Shin se mostraba cauteloso, respondi a todas las pre-guntas relativas a su pasado que fui capaz de plantearle. Su vida pue-de parecer increble, pero se hace eco de las experiencias de otros exreclusos de los campos, as como de los relatos de antiguos vigilan-tes de estos centros.

    Todo lo que ha dicho Shin es coherente con lo que yo haba odo sobre estos campos, afirma David Hawk, un especialista en

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    derechos humanos que ha entrevistado a Shin y aproximadamente a otros sesenta antiguos prisioneros de los campos de trabajo para realizar The Hidden Gulag [El Gulag escondido], un informe que vincula los relatos de los supervivientes con las imgenes toma-das por satlite y anotadas. Este trabajo fue publicado por primera vez en 2003 por el Comit de Defensa de los Derechos Humanos en Corea del Norte estadounidense y se ha ido actualizando a me-dida que se iba disponiendo de ms testimonios y que las imgenes tomadas por los satlites ganaban en definicin. Hawk me coment que, por el hecho de haber nacido y haber sido criado en el campo, Shin saba cosas que otros supervivientes ignoraban. La historia de Shin ha sido asimismo verificada por el White Paper on Human Rights in North Korea [Libro Blanco de los Derechos Humanos en Corea del Norte], publicado por la Asociacin de la Abogaca Coreana. Sus miembros mantuvieron extensas entrevistas con Shin, as como con otros supervivientes de los campos que desearan contar su experiencia. Como ha escrito Hawk, el nico modo de que Corea del Norte rebata, contradiga o desmienta el testimonio de Shin y de otros supervivientes es que permita a expertos extranjeros visitar los campos. De lo contrario, declara Hawk, hay que dar por vlidas sus declaraciones.

    Si Corea del Norte colapsa, tal vez Shin acierte al predecir que sus lderes, que temen que se los juzgue como criminales de guerra, destruirn los campos antes de que los investigadores puedan acce-der a ellos. En palabras de Kim Jong Il: Debemos envolver nuestro entorno en una densa niebla que impida a nuestros enemigos saber nada sobre nosotros.8

    Intentando reconstruir lo que yo no poda ver, pas gran parte de tres aos informndome sobre Corea del Norte, su ejrcito, su lide-razgo, su economa, la escasez de comida y los abusos de derechos humanos. Entrevist a montones de desertores norcoreanos, entre los que estaban tres antiguos reclusos del Campo 15, y a un antiguo guardia y chfer que trabaj en cuatro campos. Habl con estudiantes y tecncratas surcoreanos que viajan asiduamente a Corea del Nor-te, y revis el creciente nmero de investigaciones sobre los campos,

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    as como las memorias personales de antiguos reclusos. En Estados Unidos mantuve extensas entrevistas con estadounidenses de ascen-dencia coreana que se haban convertido en ntimos amigos de Shin.

    Al evaluar la historia de Shin, uno debera tener siempre en mente que muchos otros presos han soportado penurias similares o peores. Segn An Myeong Chul, antiguo guardia y chfer del campo, Shin disfrut de una vida relativamente cmoda en comparacin con otros nios de los campos.

    Al realizar pruebas nucleares, atacar a Corea del Sur o cultivar una reputacin de beligerancia explosiva, el gobierno de Corea del Norte ha provocado una situacin de emergencia de seguridad semi-permanente en la pennsula de Corea.

    Cuando Corea del Norte se digna a entrar en los cauces de la diplomacia internacional, siempre logra sacar de la mesa de negocia-ciones el tema de los derechos humanos. Hasta ahora, ha sido la ges-tin de las crisis, habitualmente centradas en las armas y los misiles nucleares, lo que ha copado las negociaciones de Estados Unidos con Corea del Norte.

    Los campos de trabajo no han sido hasta ahora ms que un tema secundario.

    Debatir con ellos acerca de los campos no ha sido posible hasta ahora me cont David Straub, que trabaj en el Departamento de Estado durante los gobiernos de Clinton y Bush como alto funcio-nario especializado en la poltica de Corea del Norte. Se vuelven locos si les sacas el tema.

    Los campos apenas han pellizcado la conciencia mundial. En Es-tados Unidos, a pesar de los artculos publicados por la prensa, an est muy extendida la ignorancia sobre su existencia. Durante varios aos, un puado de desertores y supervivientes de los campos de con-centracin norcoreanos se reunieron cada primavera en el Mall de Washington para celebrar manifestaciones y dar discursos. La prensa local apenas les concedi atencin. Uno de los motivos fue el idioma. La mayora de los desertores solo hablaba coreano. Adems, en esta cultura meditica que se alimenta de la fama, no ha habido ninguna estrella de cine, ningn dolo pop, ningn ganador del Premio Nobel

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    que haya dado un paso adelante exigiendo que los extranjeros se in-volucren emocionalmente en un tema lejano del que encima no hay imgenes.

    Los tibetanos cuentan con el Dalai Lama y con Richard Gere; los birmanos, con Aung San Suu Kyi; los habitantes de Darfur con Mia Farrow y George Clooney m e dijo una vez Suzanne Scholte, que lleva aos siendo activista y que fue quien trajo a Washington a supervivientes de los campos. Los norcoreanos no tienen a nadie as.

    Shin me ha contado que l no desea hablar en nombre de las de-cenas de miles de presos que permanecen en los campos. Est aver-gonzado de lo que hizo para sobrevivir y escapar. Se ha resistido a aprender ingls, en parte porque no quiere tener que seguir contando su historia una y otra vez en un idioma que tal vez le vuelva impor-tante. Pero s desea desesperadamente que el mundo conozca lo que Corea del Norte ha intentado ocultar con tanta diligencia. Su carga es pesada. Nadie nacido y criado en un campo de concentracin ha escapado para poder explicar lo que le ocurri all dentro, lo que sigue ocurriendo all dentro.