espacio del poeta

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Revista N.º 5 ESPACIO DEL POETA REVISTA LITERARIA DE HABLA HISPANA Abril 2011 Autora Raquel Otaño Rosario Argentina

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Revista Literaria de habla Hispana

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Page 1: Espacio del poeta

   

                   Revista    N.º  5  -­‐    ESPACIO  DEL  POETA                                                              REVISTA  LITERARIA  DE  HABLA  HISPANA                                                                                              Abril 2011                        

   Autora      Raquel  Otaño  Rosario-­‐  Argentina            

Page 2: Espacio del poeta

    Sonata Ella

Blonda cascada que airosa se desploma

Sobre la tibia seda de la piel

suaves contornos que la carne aroma

de cálida fragancia, para él

Él

Bordón enamorado en la garganta,

Eco sutil y cálido a la vez

Moreno junco que grácil se levanta

Sobre el ágil escorzo de los pies.

Dos miradas, dos besos, dos caricias

dos abrazos cargados de pasión,

Y en el silencio de la noche inicia

Su apasionado diálogo de amor.

¡Mi alegría eres tú! ¡Tu vida es mía!

¡ No hay para mí más goce que tu voz!...

Abrió la noche el camarín del día…

Y cerró el sueño los ojos de los dos.

Maricruz Serrano J.- Madrid- España

Page 3: Espacio del poeta

PARANOIA   Dicen que sólo hay una realidad, ésta concretamente. En ella arrastramos nuestra

apesadumbrada existencia hasta que algún día, más tarde o más temprano, alguien

apaga la luz.

Resulta duro creerlo, resulta difícil llegar a aceptar que no somos dueños más que de

un montón de células misteriosamente unidas por Dios sabe qué extrañas fuerzas que

impiden que nos desintegremos y nos fundamos con el resto del Universo. Somos

individuos, entes definidos y diferenciados de los demás, aunque muchas veces nos

empeñemos en demostrar lo contrario.

Cada uno de nosotros vive sólo, rodeado de un montón de extraños hostiles con los

que intenta convivir de la mejor forma posible. Suele resultar complicado, muy

complicado. Nadie es dueño del destino de nadie, ni siquiera del suyo propio. La vida es

un imprevisto seguido de otro imprevisto que provocará un nuevo imprevisto. No se

puede controlar lo incontrolable, ni siquiera se puede intentar. Uno puede llegar a creer

que conoce a alguien pero siempre se demuestra que es mentira, porque nadie conoce a

nadie, ni tan sólo a sí mismo.

La racionalidad es una falacia, un entretenimiento con el que matamos las horas de

hastío. Al final no cuenta para nada, ninguna decisión ha sido nunca tomada basándose

en la razón, siempre han primado otros motivos: Amor, odio, intuición... Sentimientos

al fin y al cabo. Pero, nosotros, los patéticos seres humanos, seguimos empeñados en

demostrar que la inteligencia es el poder supremo que nos llevará a habitar en un mundo

perfecto. ¡Tonterías! Nos encontramos inmersos en un caso patológico de esquizofrenia

colectiva a nivel mundial. La escala de valores ha sido totalmente vuelta del revés, y lo

Page 4: Espacio del poeta

peor es que intentamos aparentar que nada pasa, que la normalidad reina por doquier.

En un planeta como este, es lógico que la generación que ahora llega sea totalmente

autista y carente de cualquier tipo de interés por mejorar el tipo de vida que llevamos.

Se refugian en videojuegos, en programas de televisión de diseño, en una concepción

materialista del sexo y lúdica de la violencia. Están luchando, a su manera. No se puede

cambiar algo que no tiene vuelta atrás, así que la mejor solución es destruirlo todo y

volver a comenzar desde cero. Ellos lo lograrán, conseguirán convertir el mundo en un

lugar totalmente mecanizado en el que no habrá sitio para la improvisación, conseguirán

prostituir finalmente todo lo que significa estar vivo y serán los alcahuetes de una nueva

religión completamente computerizada.

Supongo que incluso el amor dejará de tener sentido, pues será sustituido por

necesidades más hormonales y que suelen conllevar menos esfuerzo que no el intentar

convivir con alguien. Pero eso estará bien, estará bien porque será lo más parecido a lo

que la humanidad necesita: Un merecido tratamiento de shock. Entonces, alguien, en

algún lugar del mundo, despertará un día y descubrirá, bajo algún montón de metal, una

brizna de hierba que despertará sus más primitivos instintos. Se revelará en ese

momento contra la razón, y acompañado de otros como él, conseguirá derrocar la

dictadura de los chips de silicio e instaurar un nuevo comienzo. ¿Será el definitivo?

Quién sabe. A lo peor el problema es que todo lo que he dicho es mentira y que la

falacia radica en los sentimientos.

Quizás esa es mi maldición, y la de otros como yo, que los veneramos como si

fueran algo mágico, cuando, quizás no sean más que otra de las múltiples caras de la

racionalidad. En fin, a quién le importa, de todos modos el Universo nunca notará la

falta de 6000 millones de microorganismos que creen ser el centro de la Creación.

Charo Bustos Cruz © Sevilla-España

Page 5: Espacio del poeta

Canta Tú Al Amor CANTA TÚ AL AMOR, CORAZÓN HERIDO. YO TAMBIÉN LE CANTO CON EL ALMA EN CUEROS. CANTO A LA TRISTEZA DEL AMOR PERDIDO. SIN DESPECHO ALGUNO. CON DOLOR INMENSO. CANTO A LA DESDICHA, A LA DESESPERANZA. CANTO A LA AÑORANZA. A MI AMOR VENCIDO. Nieves M.ª Merino Guerra –Las Palmas de Gran Canaria-España

Page 6: Espacio del poeta

La batalla

Miro las luces del techo, los ojos las siguen en una carrera loca, no pueden parar.

Me asusto, tengo que cerrar los ojos, la cabeza no deja de dar vueltas. Me aferro al sofá,

clavo los dedos en él como mi último asidero mientras intento reducirme para ocupar

la mínima cantidad de espacio posible. Ignoraba que un tal problema comportase

semejante pánico. Puede hacer que se tambaleen los juicios de valor y en consecuencia

el amor propio o la valentía que están ligados a ellos. Poco a poco voy tomando

posesión de mis sentidos. La desagradable sensación ha pasado, pero ahora siento una

desconfianza total sobre mí, mis sentidos y sus respuestas. Pasa un tiempo que se

alarga en sí mismo. Estoy completamente inmóvil. Me animo a mí mismo. Ya ha

pasado todo- me digo-. Me siento preocupado pero bien, hasta podría susurrar una

canción, cosa que por supuesto no me apetece hacer lo más mínimo, así que echándole

valor, me decido a abrir los ojos nuevamente. Siento cierto temor, pero después de un

momento comienzo a abrirlos… Nada, no pasa nada. Voy tomando confianza… Busco

de nuevo las luces del techo con la mirada. Están fijas, quietas, como siempre, como ha

de ser y entonces, intento mirar más allá y de nuevo comienzan a tomar velocidad

siguiendo el camino que transitan mis ojos al desplazarse en la orbita que forman entre

los parpados superior e inferior…!Alto! - me digo- Y de nuevo he de cerrar los ojos si

no quiero caer al abismo de la nada. Tomo conciencia del suceso, empiezo a analizarlo

como un fenómeno que ha de tener una explicación. ¿Hasta qué punto puedo mantener

el control sobre mi mismo? Aparte de sentirme hecho un asco, si tengo los ojos cerrados

la cosa va bien. Si los tengo abiertos, pero fija la mirada al frente, bien, pero si los

muevo lo más mínimo o si hago el más mínimo movimiento con la cabeza… Entonces

parece que todo toma vida propia girando en mi alrededor como si fuera el centro de

una inmensa galaxia. No puedo permanecer impasible ante el fenómeno y poco a poco,

tomando un tiempo que puede parecer eterno, abro y cierro los ojos. Muevo, con toda la

calma del mundo, ligeramente la cabeza en uno y otro sentido, combino los dos

ejercicios en un loco intento de controlar este caos que me invade y tomar un dominio,

al menos relativo, sobre mi maltrecho organismo. Creo que estoy ganando la batalla.

Page 7: Espacio del poeta

Una vez leí que cuando una persona quiere alcanzar algo, piensa de manera espontánea

en tres cosa: ¿qué he conseguido hasta el momento? ¿En que posición me encuentro?

¿Qué debo de hacer? Si no se pueden contestar estas tres preguntas, sólo queda el

miedo, la falta de confianza en si mismo y el cansancio. Y en esa situación me

encontraba yo. Empiezo a sentirme enormemente cansado. No me apetece moverme lo

más mínimo, claro que tampoco lo haría por temor a perder de nuevo el sentido estático

de las cosas, así que decido descansar un momento. Cierro los ojos con ese objetivo:

descansar. No sé cuanto tiempo llevo así, he de hacer algo, no puedo pasarme la vida

tumbado sin moverme. Tengo sed, creo que tengo sed. Sobre la mesa, frente al sofá, hay

un vaso con agua. Tendría que beber un poco. El espacio hasta el vaso, apenas a diez

centímetros del brazo estirado, me parece interminable, y el esfuerzo para su

aproximación: enorme. No me siento capaz de realizar tanto esfuerzo. Me jaleo, intento

insuflarme todo el valor del mundo y … Muy despacio...Analizando detenidamente lo

que va sucediendo, como un bebé en sus primeros pasos, mi brazo, y yo con él, va

avanzando hasta alcanzarlo y acercarlo a mi boca. Siento cómo el agua fresca desciende

por mi garganta. He tomado sólo un buche, pues ignoro qué puede suceder, si es que

sucede algo. El hecho, lo considero como una gran victoria, así que animado, extiendo

nuevamente el brazo hasta alcanzar el móvil. ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! Buenos días. Podría

decirle al doctor…

Rafael Serrano Ruiz- Madrid- España

Page 8: Espacio del poeta

Sería Tan Bueno

Sería tan bueno que abraces cuando abrazo.

Que beses, cuando beso.

Que ansíes, cuando ansío

Que vivas, cuando vivo

Sería sorprendente si una mañana de esas me llamaras sin más.

Porque sentiste y llueve.

Sería extraordinario que lloraras si lloro.

Que beses cuando beso.

Si tu soledad acallara la mía.

Si siguiendo a tus miedos se alejaran los míos.

Sería todo un hallazgo si le cedieras al silencio una sola nota.

Que beses cuando beso.

Que si callo, prosigas.

Sería increíble para mí si mi mano interrogante encontrara la tuya,

acariciadora.

Si tus manos liberaran las culpas como bemoles.

Si dejaras libre a tu deseo encauzado en mi cuerpo

Que si callo, prosigas.

Y sería tan bueno si un día

te dejases convencer, cuando estoy convencida,

entonces, sería el comienzo

Diana Bravi- Rosario-Santa Fe- Argentina

Page 9: Espacio del poeta

A veces

A veces

La curva del día

Se hace noche,

Y la gota del tiempo cicatriza…

Etherline Mikeska - Neuquén - Argentina

Page 10: Espacio del poeta

CAMBIOS Cuando el señor A. se despertó y comprobó que no era su cama, la primera sensación

fue de disgusto. Estaba acostumbrado a su doble colchón de lana debidamente

escardada y éste, por lo visto, era un ordinario colchón de gomaespuma. Además,

bastante delgado. Por un momento se imaginó algún accidente, pérdida de memoria,

cama de hospital... Al tacto pudo ubicar el velador y, comprobando que no era su

velador, prendió la luz. Su inquietud creció algo cuando comprobó que a su lado yacía,

plácidamente dormida, una señora que no era la suya. Esta vez no sintió disgusto pues

no podía evaluar su apariencia. Así que, ligeramente confundido y prácticamente

olvidado del colchón, se levantó con sigilo y rumbeó hacia donde él pensaba estaba el

baño. Mientras lo hacía, dedujo que si ése no era el colchón ni ésta su esposa tampoco el

baño sería el mismo; evidentemente, no estaba en su casa.

El baño era amplio, con una hermosa lucarna por la que entraban las primeras luces del

día. Grande, espacioso, a lo antiguo, con una bañera de, por lo menos, cien años,

enlozada y con las patas rematadas en figuras quiméricas; todo como a él siempre le

gustó y nunca pudo tener. Grifos cromados o niquelados con el centro blanco y las

letras C y F en bajorrelieve y pintadas de negro. Un sueño. Antes de hacer lo suyo

disfrutó por un rato de lo que veía; aún dudaba sobre la realidad que palpaba.

La señora R. despertó de golpe y se extrañó de que su marido ya se hubiese levantado.

Eran las seis y normalmente lo hacía a las ocho. Escuchó ruidos en el baño y se

despreocupó. Un aroma que emanaba de la almohada le llamó la atención: no era el de

la colonia barata que usaba su esposo. Tal vez ya decidió reemplazarla -pensó.

Remoloneó un rato pensando en cuántas cosas cambiaría si pudiese y se levantó. Ya en

el baño se sorprendió de ver un frasco casi sin usar de la colonia que, según su creencia,

su marido había dejado de usar. Pero la fragancia que percibía en el aire no era de esa

colonia y era la misma que sintió en la habitación. Es demasiado temprano para resolver

enigmas baratos -se dijo mientras abría la ducha.

El señor A. se lavó la cara rápidamente al sentir ruidos en la habitación. Salió por el

pasillo e intuyó el camino hacia la cocina. Se dijo que, sea lo que fuere lo que hubiese

pasado, no dejaría de desayunar. Puso la pava a calentar y buscó algo para comer en la

heladera. Algo de manteca y unas rodajas de pan de ayer, la mejor manera de empezar

Page 11: Espacio del poeta

el día. En eso estaba cuando oyó que el agua corría en la bañera. No pudo dejar de

imaginar, aunque sin fundamentos, el cuerpo desnudo de la desconocida mujer que a

pocos pasos se duchaba. Se imaginó a sí mismo enjabonando una espalda sin rostro,

sumergiendo sus manos en una cabellera anónima...

El ruido de la pava hirviendo lo sacó del baño y lo trajo de nuevo a la cocina y su

desayuno. Empezó a preparar un té.

El baño resultó más placentero que otros días. No lograba identificar las razones pero

había sentido el agua más pura, renovada. Una sensualidad hacía tiempo olvidada se

había deslizado entre las gotas tibias y el jabón que la acariciaba. Sintió un poco de

vergüenza pero al momento se dijo: si a mi edad voy a tener temor de gozar, entonces

¿cuándo? Esa era una de las cosas que añoraba y sentía que tal vez nunca había tenido:

placer. Placer de estar viva, de gozar con cada sol y cada luna, de dejarse mojar por la

lluvia y despeinar por el viento. Placer de hacer las cosas que le alegraban la vida. Se

sorprendió pensando esto, ya que nunca se había cuestionado su suerte tan profunda y

sinceramente. El lejano silbido de una pava hirviendo hizo que dejara de secarse el pelo

y escuchara atentamente. ¿El sonido venía de su cocina? Su marido nunca tomaba algo

caliente a la mañana ni le preparaba a ella el té que tanto le gustaba tomar mientras veía

nacer el día por la ventana de la cocina. Empezó a pensar que al fin algunas cosas

estaban cambiando y...

Cuando dejó de escuchar el ruido de la ducha, puso el agua caliente en la tetera y dejó

que descansara el tiempo necesario para que las hojas de té exhalaran el aroma justo y el

color perfecto. No se cuestionó demasiado el preparar las dos tazas ya que sería

descortés tomar el desayuno solo. Aunque no conocía a la señora, sí tenía conciencia de

las reglas de urbanidad y gentileza a la hora de las comidas. Mientras esperaba, observó

con detenimiento a su alrededor. La cocina compartía la cualidad de amplitud con el

baño. Había mucho lugar para cocinar, para sentarse a comer o charlar tranquilo. Estaba

decorada con simpleza pero con buen gusto; económica y artesanal, ésa era la

definición. ¿Sería posible que esto fuera un sueño? ¿Una jugarreta de la mente

proyectando sus deseos simples pero eternos bajo la forma de realidad? ¿Cómo había

ido a parar allí?

Decidida a pasar una mañana algo más feliz, la señora R. salió del baño bastante más

arreglada que de costumbre: peinada con esmero, algo de rubor, un toquecito en las

Page 12: Espacio del poeta

puntas de los ojos para alargarlos, lápiz labial un tanto atrevido... Estaba segura de que

una sorpresa la esperaba. La fragancia, el ruido de la cocina. Mentalmente repasó fechas

y no encontró ninguna razón para ser homenajeada por su marido. Tal vez, simplemente

decidió dar un giro a esta vida chata.

Cuando entró a la cocina y vio a un perfecto desconocido sentado a la mesa con dos

tazas para té esperando, un plato con tostadas y manteca, la primera sensación de la

señora R. fue de placer. Ese placer tan escondido y buscado en los pliegues de su vida.

Nunca había desayunado con su esposo o tal vez no se acordaba. Tampoco hubo un día

en que no tuvo que prepararse su té y sus tostadas. Con este sentimiento nuevo y por

temor a romper el buen momento, se limitó a desear buenos días al desconocido y

sentarse a desayunar.

El señor A. se sintió complacido con lo que veía. Comparado con la figura reseca que

contempló durante muchos años al despertar, ésta mujer era una fruta fresca, una hoja

llena de rocío, una delicada porcelana. Correspondió al saludo levantándose y corriendo

la silla para que ella se sentara. Le sirvió el té, ofreció azúcar y le preparó una tostada

antes de servirse. Comió en silencio contemplando con reserva a la mujer. Su primera

impresión no había sido falsa. Además de delicada era suave, muy suave. No sabía

cómo podía calificarla de suave pero eso era lo que emanaba de ella. Recordó su

fantasía mientras ella se duchaba y sus sentidos lo llevaron lejos, demasiado lejos. Al

instante casi, su conciencia le reprochó su falta de decoro. Al diablo vos y tus

prejuicios. Hace mucho que no siento esto -pensó mientras retomaba el hilo de su

ensueño.

Seguía sin creer lo que le estaba pasando. El desayuno servido, un hombre amable que

le corre la silla... Un sueño no era, una alucinación tampoco. Pese a ello, no quería casi

hablar; tenía miedo de adelantar un desenlace catastrófico. Quería gozar el momento,

disfrutarlo el mayor tiempo posible, después...

Terminaron el desayuno en silencio, cada uno evaluando la situación y sus probables

consecuencias. El señor A. se ofreció a lavar los trastos pero ella no lo dejó. Al fin, él le

dijo:

-Usted me perdonará, pero tengo que ir a trabajar. Que tenga buenos días.

-Usted también. Gracias por el desayuno...

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El señor A. trabajó con ganas ese día. No se acordaba cuándo había sido la última vez

que ello le ocurriera. Tan repetitivo y deprimente le parecía; hacía rato que había

perdido el entusiasmo. No le interesaba nada más que llegar al viernes para dedicarse al

jardín o a caminar por ahí. Pero este día tenía un ingrediente que lo hacía distinto y

prometedor. Hasta le pareció normal proyectar como algo natural el almuerzo en la casa

en la que había dormido y que no era la suya. Ni siquiera se permitió casi un poco de

remordimiento por la inquietud de su esposa que tal vez lo estaría buscando. ¡Que raro!

Ahora que lo pienso no me ha llamado en toda la mañana. ¡Que placer!

La señora R. se quedó un rato más en la cocina después de lavar las tazas. La sensación

de plenitud le pareció ominosa. Se acordaba de su padre cuando le decía que a cada

momento feliz le corresponde uno desdichado. Pero ahora era el turno de estar bien, y lo

aprovecharía. Casi sin pensarlo, organizó el almuerzo aventurando los posibles gustos

del señor que había desayunado con ella. Una brizna de remordimiento la hizo caer en

la cuenta de que su marido no había llamado. Ni siquiera una nota había encontrado.

Hasta ahí llegó su cuestionamiento. No vaya a ser que pensando en cosas feas, éstas

ocurran.

El señor A. llegó puntual al mediodía y, sin tocar timbre, entró a la casa. Un aroma

exquisito lo esperaba. Era una mezcla de asado al horno con unas hebras de romero, el

olor propio de la casa y unas trazas de delicado perfume de mujer. La señora R. lo

esperaba con el almuerzo servido. Ninguno de los dos consideró esto como una

casualidad o algo forzado. Para ellos era lo más natural sentarse juntos a almorzar.

Disfrutaron la comida y por primera vez charlaron largo rato. Y a medida que la

conversación avanzaba descubrieron sus coincidencias. Y se observaron, y se gustaron.

Interminables miradas seguían a largas confidencias. Pronto, la mesa fue un obstáculo.

Sin palabras y sin explicaciones decidieron probar lo que habían acumulado en sus

mentes.

La espalda de ella era suave.

Él era tan sensible como ella creía desde el fondo de los tiempos.

Después de todo, habían despertado en la misma cama ese mismo día.

     Cesar  Gustavo  De  Gerónimo  -­  Balcarce  –  Argentin  

Page 14: Espacio del poeta

   

     

Caprichos    I  

   

Si,  está  bien.  

Reconozco  que  esa  noche  tenía  el  sueño  liviano  y  me  despertaba  por  el  menor  

ruido.  Pero  el  colmo  fue  ese  sonido  horrible  del  piano.  Si  hubieran  querido  

desafinarlo  a  propósito  no  hubieran  encontrado  mejor  manera  de  hacerlo.  

Me  levanté,  fui  hasta  la  sala  y  encontré  a  mi  gata  caminando  sobre  las  teclas.  Creo  

que  la  levanté  y  la  arrojé  a  un  sillón.  Volví  a  la  cama,  tomé  una  pastilla  e  intenté  

dormir.  

En  eso  estaba  cuando  de  repente  volví  a  oír  el  piano.  Alguien  estaba  tocando  con  

total  perfección  el  Concierto  Italiano  de  Bach.  

Nuevamente  estaba  la  gata  sobre  las  teclas.  

La  miro,  me  mira  y  sonríe.  

 

II    

Estaba  esperando  mi  turno  en  una  carnicería  cuando  una  señora  que  estaba  

justamente  delante  mío  pidió  un  kilo  de  carne.  Para  milanesas,  creo.  

El  carnicero  busca  por  toda  la  heladera.  Nada.  Se  fija  en  otras  más  pequeñas.  

Tampoco.  

Finalmente  toca  un  timbre.  Del  interior  de  la  carnicería  sale  un  joven  empleado  a  

quien  la  mujer  le  susurra  algo  al  oído.  El  chico  parece  decir  “si”  con  la  cabeza  y  de  

inmediato  deja  parte  de  su  cuerpo  al  descubierto.  

Mientras  el  carnicero  iba  cortando  el  exacto  kilo  de  carne  ante  la  mirada  

indiferente  de  los  clientes,  el  joven  se  vuelve  hacia  mí,  y  con  su  mejor  sonrisa,  

comienza  a  explicarme  las  nuevas  reglas  del  mercado  laboral.  

 

III    

Page 15: Espacio del poeta

Paseaban  dos  señores  de  venerable  edad  por  la  avenida.  Estaban  discretamente  

vestidos  y  parecían  personas  muy  respetables.  

Caminaron  un  buen  trecho  con  las  manos  en  la  espalda  y  sin  cruzar  palabra,  hasta  

que  uno  le  dijo  al  otro:  

-­‐¡Entre  qué  gente  estamos,  doctor!  Recuerdo  que,  cuando  éramos  jóvenes,  antes  de  

hacer  una  mala  acción  lo  pensábamos  dos  veces.  ¡Hoy  por  hoy,  toda  la  gente  tiene  

una  justificación  para  cualquier  cosa  en  la  punta  de  la  lengua!  

-­‐  Así  es,  licenciado  –  le  respondió  su  acompañante,  mientras  ambos  comenzaban  a  

meter  las  manos  en  los  bolsillos  de  un  tercero  que  caminaba  delante  de  ellos.  

 

 Ezequiel  Feito-­Buenos  Aires  –Argentina  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Page 16: Espacio del poeta

 

En el insondable bosque

En el insondable bosque

despiertan grillos

Inquietos toman los faroles verdes

de las luciérnagas

para hablarle a las flores

y escribir por las noches

una hoja en el Libro de las Primaveras

Yo les confío hasta el ultimo

de mis retoños

les señalo incansables raíces

que tejen en la tierra telarañas silenciosas

Ellos cantan escondidos entre las hojas secas

intercambian símbolos que desconozco

dan el gran concierto

abren efímeras corolas

en el ombligo de lo eterno

                                                                                                                                                                                                   Laura  Colagreco  -­    La  Plata-­  Argentina        

Page 17: Espacio del poeta

EL HOMBRO DERECHO  Mi madre se sorprendió al conocer la noticia, iba a dar a luz a mellizas. El día esperado

llegó, allí sobre sus brazos estábamos ubicadas las dos, rozando su piel humedecida por

la energía que debió prodigar a causa de nuestros nacimientos. Desde entonces fuimos

inseparables, nuestros corazones palpitaban parejos. Cómplices a todas luces, pasamos

los primeros años disfrutando de esa fantástica realidad.

Marina y Luciana. Luciana y Marina. Nuestros nombres pronunciados por otras bocas

cruzaban los cuartos, el parque, llegando a nosotras como una fruta madura, alegrándonos

por la gracia que causábamos con nuestras caritas similares de ojos pícaros, y por forjar

el mutuo cariño que nos teníamos. Inviolable, invencible.

Una noche maravillosa, al cumplir los 10 nos llevaron al teatro que tanto ansiábamos ver

por sus funciones de danzas. Se encendieron las luces. Las bailarinas entraron al

escenario mágicamente, con sus frágiles figuras, sus trajes de galas y zapatillas

acordonadas, danzando como pájaros libres, armoniosas, blandamente. Sensualidad y

belleza. Arte y pasión. No hacía falta decir nada. A la semana siguiente comenzábamos

las clases en la Escuela de Danzas. Así aprendimos los primeros pasos que nos

transportaban a ese mundo asombroso. Luego de algunos años salimos a hacer la primera

gira. Al fin teníamos la ropa de luces, las volátiles zapatillas de raso y las tan codiciadas

pinturas que nos realzaba los rostros. Los corazones henchidos, nuestras almas juntas, tal

como las ilusiones que crecían dentro de nosotras con alegría desbordante.

Poco tardaríamos en comprender que ese don que habíamos recibido no era tal, si no un

infortunio que dio por tierra los sueños de Luciana.

El teatro iluminado con intensidad, estaba colmado. El murmullo del público nos llegaba

jubiloso. Era la hora ansiada. Sin embargo, esa noche comenzó la trama oscura de la

historia. Ese aserrín, ese polvillo inexplicable sobre el piso del escenario fue lapidario. En

un giro veloz Luciana rodó y cayó de espalda. Inmóvil, con los ojos cerrados, un gesto de

agudo dolor en su cara. Tal vez sentía solo una bruma helada y sombría, invadida por

imágines funestas y de vacío. Su ambiciosa carrera, puede decirse, había quedado

truncada desde el mismo comienzo. Con una lesión en la columna su futuro estaba en una

silla de ruedas. En tanto yo, flotaba en no se cuantos pensamientos fantasmales.

Page 18: Espacio del poeta

Las heridas que Luciana recibió en la piel mejoraron notablemente. Menos una en su

hombro derecho. Se debía esperar un tiempo que cicatrizara correctamente, según el

médico, esa era más profunda. No fue así, con el tiempo entendí que se trataba de una

lesión muy especial. De cáscara rugosa y oscura. Pegajosa. Pude percibir, a costa de mi

vigilancia, que la llaga cambiaba de color tornándose rojiza. Ella no hablaba del tema. A

mi me hubiese encantado concederle su mejor deseo, sabiendo que tal intención era un

sueño imposible. Luego de un tiempo yo decidí seguir con mi carrera, se lo comenté.

Luciana me expurgó de culpas dándome su apoyo, como si su mente despejada y

tranquila pensara en mi triunfo.

Entre tanto la herida no cicatrizaba. Permanecía con su piel rugosa y oscura. Pegajosa.

En sus momentos de dolor encogida en su silla de ruedas, afloraba en la superficie de la

llaga una gota de sangre, atenuándose al rodar. No dije nada, ella tampoco.

Llegué a ser figura principal. Luciana me veía partir y retornar de mis viajes, con una

triste sonrisa en su boca. Hablábamos y nos emocionábamos por igual. Eso creía yo. La

herida seguía sangrando, como si estuviese dando una señal, pidiendo socorro. Comenzó

a preocuparme.

Ese día estaba acomodando mi valija cuando oí un ruido y miré hacia la puerta. Era ella,

en su silla de ruedas, con la cara desencajada y los ojos rojos. Me enderecé, la miré. Supe

de qué se trataba. Me anunciaba sus celos, su bronca, grande y espesa. Nunca pudo

mentirme, lo sabíamos. Con su furia, con la herida abierta, el hilo de sangre fluía con

mayor rapidez, rodaba desde el hombro derecho hacia el brazo, seguía la línea del posa

brazos, luego se deslizaba por la rueda del sillón hasta el piso. Comprendí porqué sobre la

alfombra de su cuarto había una mancha granate y turbia, provocada por el torbellino de

sus emociones.

Dicen que ocurre cuando alguien sangra por su herida. Esas viejas astillas clavadas

brincan, están ahí, siempre atentas. No cierran, reaparecen con la nostalgia y el dolor.

Intenté abrazarla, me detuvo. La gota, el hilito de sangre emanaba apresurado, grueso,

bermellón.

¡El hombro derecho, Luciana! ¡El hombro derecho! Su cachetada sobre mi rostro me tiró

al piso, resonó en toda la casa. Jadeante se retiró a su cuarto. Yo quedé tiesa, helada.

Escuché aquellas voces de hace algunos años que nos llamaban con dulzura. ¡Marina,

Luciana! Se perdieron en el aire.

Irma Sambuelli Serrano- Rosario- Argentina  

Page 19: Espacio del poeta

Rojo  

 

Globo   rojo.   Pelo   rojo.   Labios   rojos.   Roja  manzana.   Carnes   rojas.   Ojos   rojos.   Rojo  

pasión.   Planeta   rojo.   Sangre   roja.   ¡Rojos!   ¡Colorados!   ¡Comunistas!   Rojo   punzó.  

¡Federales!  Rojo  ladrillo.  Tierra  roja.  Pieles  rojas.  

Gato  rojo.  

-­‐¡No!  ,  ése  es  imposible.  

-­‐  Te  aseguro  que  Clarita  tuvo  uno,  una  vez.    

Fueron  seis.  Tres  como  Clarita,  blancos.  Dos  como  el  padre,  grises.    

Y  uno  rojo.  

Rojo  con  ojos  verdes.  

Rojo  con  cola  corta.  

Rojo  de  pelo  suave.  

-­‐¡Es  una  monstruosidad  de  la  naturaleza!,  dijo  la  abuela  Berta.    

Adoraba  las  palabras  estrepitoso,  calamidad,  malformación,  anomalía.  Decía  que  el  

sonido   de   esas   palabras   era   parecido   a   lo   que   significaban,   y   adrede   marcaba  

fuertemente   las   consonantes   o  modulaba  moviendo   la   quijada   de   un   lado   a   otro  

para  que  el  sonido  saliera  ondulante,  así:  descuuaartizaaado.  

Mal  presagio.  Mal  agüero.  Mal  signo.  

-­‐Mal  sería  que  te  quedes  con  ese  rojo  gato,  sentenció  Berta.  

-­‐¿O  acaso  aceptarías  un  perro  verde  jade,  un  toro  amarillo  cromo  o  un  potro  azul  

cobalto?  

Page 20: Espacio del poeta

Siempre   aprovechaba   para  mostrar   sus   inverosímiles   conocimientos   sobre   todo.  

Acumulados  con  la  paciente  y  compulsiva  compra  de  fascículos  coleccionables  de:    

monedas  del  mundo,  dedales  holandeses,  armas  de  la  I  Guerra  Mundial  y  también    

de  la  II,  bordado  español  y  bolillos,  origami  y  pastelería  alemana.    

Hasta  uno  de  gatos  y  perros  tenía,  pero  no  halló  respuesta.  

No  la  había.  

Era  simplemente  un  gato  rojo.  

Uno  que  miraba  con  ojitos  de  gato  de    almanaque,  pero    rojo.  

Que  hacía   “miau”  para  pedir   leche  y  después  de  hundir   su   trompa  en  el  plato,   le  

quedaba  un  manchón  rosa  entre  los  bigotes  y  la  barbilla,  porque  era  rojo.  

Cuatro  patas  color  rojo  y  una  lengua  roja  también.  

Demasiado  diferente.  

Rojo  por  dentro,  rojo  por  fuera.  

 

Yo  hoy  estoy  sentado  acá,  como  todos  a  mí  alrededor.  

Veo  a  través  de  la  ventana  nacer  y  morir  al  día.  

Estoy    gris  por  fuera  y    también  por  dentro.  

Pero  no  soy  diferente  como  aquel  rojo  gato.  

Soy  igual  .Idéntico  a  los  demás.    

Sólo  en  algo  me  distingo.    Odio  el  color  azul  y  la  siesta.  

Recuerdo  aquella  tarde,  a  la    hora  de  la  siesta.    

Recuerdo  a  Berta  inclinada  sobre  el  balde  azul.  

Sus  ojos  rojos.  

 Y  el  gato  flotando                                                                                                                                                              

                                                 Roxana D’Auro-­La  Plata-­B  Aires-­  Argentina

Page 21: Espacio del poeta

UN  CUENTO  PARA  FRANCESCA    

                 La ilusión del escritor y la del lector se reúnen en un libro, como los regalos intercambiados en el banco de plaza de este cuento que te dedico con cariño.       A  Marita   y   a  Miguel   los   separaban  muchos,   de   veras  muchísimos   años   de  

edad,  pero  los  unía  el  mismo  interés  por  las  cosas  curiosas  que  la  gente  pierde  en  

la  calle.  

  Cuando   Marita   volvía   de   la   escuela   guardaba   de   la   merienda   algo   en   el  

bolsillo  para  su  amigo  Miguel  y  corría  a  buscarlo  al  banco  de  siempre,  en  la  plaza  

que  estaba  a  la  vuelta  de  su  casa.  

  Don   Miguel,   como   todos   le   decían,   mantenía   barrida   y   prolija   toda   esa  

manzana   arbolada   y   surcada   por   caminos   sinuosos,   limpiaba   los   juegos   de   los  

chicos   y   revisaba   que   no   quedara   un   clavo   o   un   alambre   suelto   que   pudiera  

lastimarlos.   Era   un   trabajo   que   no   le   correspondía   hacer,   pero   lo   cumplía   desde  

hacía   tanto   que   todos   los   vecinos   lo   consideraban   su   deber.   Él   no   se   quejaba   ni  

reclamaba   a   cambio  más   que   el   sonido   alegre   de   las   risas,   cuando   se   sentaba   a  

recuperar  el  aire  en  ese  banco  donde  Marita  corría  cada  tarde  a  encontrarlo.  

  La  cuestión  era  saludarse  con  un  apretón  de  manos,  como  Miguel   le  había  

enseñado,  y  contarse  rápidamente  las  novedades  del  día.  Cosas  de  la  escuela,  casi  

siempre  las  mismas,  o  de  la  plaza,  también  muy  parecidas  de  una  semana  a  otra.  

  Miguel  le  agradecía  la  media  luna  o  el  pedazo  de  pan  aplastado  que  Marita  

le  entregaba,  saboreaba  lentamente  y  aunque  no  siempre  esos  restos  de  merienda  

llegaban  hasta  él  en  muy  buenas  condiciones,  invariablemente  le  decía  que  estaba  

riquísimo  y  era  lo  mejor  que  había  comido  en  mucho  tiempo.  Marita  sentía  como  

un  cosquilleo  de  felicidad  al  ver  que  su  regalo  era  apreciado  y  por  eso  ni  una  sola  

tarde,   aunque   llegara   con   hambre   de   la   escuela,   dejaba   de   apartar   algo   para   su  

amigo.  Si  volvía  de  un  cumpleaños  traía  en  una  servilleta  una  porción  de  la  mejor  

de   las   tortas   para  Miguel,   aunque   fuera   la   última   y   ella   se   quedara   sin   probarla.  

Page 22: Espacio del poeta

Marita   era   delgada   como  alguna  niña  que  he   conocido  por   ahí,   y   eso  que   estaba  

muy  bien  alimentada.  

  Después  de  darle  las  gracias  Miguel  hurgaba,  como  distraído,  en  el  bolsillo  

más  hondo  de  su  pantalón  y  extraía  algún  objeto  oculto  en  el  puño  apretado.  Los  

ojos   de  Marita   se   agrandaban   de   curiosidad.   ¿Qué   habría   encontrado   hoy?   ¿Qué  

había  debajo  de  los  dedos  que  él  abría  uno  tras  otro,  como  si  contara?  Una  moneda  

oxidada,  un  brazo  de  muñeca,  una  honda   con   la   goma  cortada,  una   cadenita  que  

corría  por  su  mano  como  una  serpiente  inofensiva,  las  perlas  pálidas  de  un  collar  

disperso…   Todas   brillaban   como   por   un   encantamiento   y   parecían   agrandarse  

cuando  Miguel   las  dejaba  caer  sobre  su  mano  pequeñita,  como  si   le  entregara  un  

tesoro  para  que  ella  lo  guardara,  mientras  le  decía:  

  -­‐Esto   es   lo   que   hoy   cayó   del   cielo.   Es   un   regalo   de   Dios,   como   el   sol   y   la  

lluvia.  Desde  ahora  es  tuyo.  

  Marita   llevaba   coleccionadas   tapitas   con   figuras   extrañas,   dos   autitos   sin  

ruedas,   pañuelos   suaves   como   plumas,     seis   bolitas   pesadas   de   acero,   un   vidrio  

redondeado  de  un  color  tan  extraño  que  nadie  podía  nombrar,  docenas  de  lápices  y  

gomas   de   borrar   y   tantas   otras   cosas   que   aún   no   había   aprendido   a   contar.   No  

sabía   que   Miguel     encontraba   otras   que   devolvía   a   sus   dueños,   cuando   lograba  

hallarlos,  o   las  dejaba  en  algún   lugar  donde  pudieran   recuperarlas.   Sólo  aquellas  

que  nadie  reclamaría  eran  lo  que  él  llamaba  el  regalo  del  cielo,  y  las  guardaba  para  

su  amiga.  

  Muchas   veces   había   pasado   que  Miguel   sacaba   el   puño   del   bolsillo,   como  

siempre,   lo  abría  con   la  misma  demora,  pero  Marita  descubría  desencantada  que  

estaba  vacío.  

  Entonces  él  se  encogía  de  hombros,   levantaba   la  vista  hasta  más  allá  de   la  

copa  de  los  árboles  y  decía  simplemente:  

  -­‐Hoy  no  encontré  nada.  

  Después  de  un  suspiro,  continuaba:  

  -­‐¿Sabés  qué?  A  veces  pienso  que  los  lugares  vacíos  son  los  que  reserva  Dios  

para  recuperar  el  aire.  Si  a  mí  me  pasa  con  solo  barrer  y  mantener  esta  placita,  lo  

cansador  que  debe  ser  el  inmenso  trabajo  que  le  dan  el  mundo  y  la  gente.  

  Marita   también   se   encogía   de   hombros,   como   dándole   la   razón,   los   dos  

sonreían,  miraban  al  cielo  y  disfrutaban  del  sol  o   las  nubes,  o  de  los  trinos  de  los  

Page 23: Espacio del poeta

pájaros  o  de  las  risas  de  los  chicos  en  los  juegos.  Ella  pensaba  entonces  que  Miguel  

estaba   equivocado,   porque   esos   debían   ser   ese   día   el   regalo   de  Dios,   que   nunca  

descansa.   Entonces,   como   si   hubiera   escuchado   sus   pensamientos,   Miguel   le  

despejaba  la  frente  con  suavidad  y  le  respondía:  

-­‐Muy  bien  razonado.  Es  que  no  siempre  uno  debe  pensar  con  la  cabeza,  ¿no?  

Y   como   ella,   sin   decírselo,   se   preguntaba   con   qué   otra   parte   puede   uno  

pensar,   él   le   contestaba   apoyando   el   puño   sobre   el   lado   izquierdo   del   pecho   y  

aprovechaba  ese  momento  de  silencio,  de  paso,  para  recuperar  el  aire.  

Esos  días,  cuando  llegaba  a  su  casa,  abría   la  manito  vacía  en  un  hueco  que  

había  dejado  entre  las  cosas  que  coleccionaba,  la  volcaba  como  si  igual  llevara  algo  

y  sentía  que  un  poco  de  sol  dorado  o  el  algodón  de  una  nube,  o  un  trino  alegre  se  

acomodaban  ahí  para  descansar.  

Una   tarde  muy   gris  Marita   corrió   hasta   la   plaza   con   el   bolsillo   inflado   de  

galletitas.  Se  había  escurrido  después  de  la  merienda  para  que  su  mamá  no  se  diera  

cuenta,  porque  si  no  seguro  que  no  la  dejaría  salir.    

Desde  la  esquina  vio  que  el  banco  estaba  vacío.  Miró  debajo  de  los  árboles,  

donde  Miguel   solía   refugiarse,   en   los   juegos,   en   los   senderos.  Pero  nadie   andaba  

por   la   plaza   esa   tarde,   nadie   que   pudiera   perder   el   regalo,   ni   tampoco   quien  

pudiera  recogerlo  para  ella.  No  oía  trinos  ni  risas,  no  estaba  el    cielo,  ni  siquiera  las  

nubes,  sólo  una  niebla  opaca  que  le  mojaba  la  cara.  Había  pasado  lo  mismo  en  otros  

días  malos  y  Marita  pensó  que  Miguel  no  tardaría  en  llegar.  Se  sentó  a  esperarlo  en  

el  banco  húmedo,     y  así   estuvo  un   largo   rato,  hasta  que  sintió   frío,  pensó  que  su  

mamá  la  retaría  si  se  demoraba  más,  y  volvió  a  su  casa.  

Miguel  no  fue  tampoco  al  otro  día,  ni  al  siguiente.  Marita  oyó  que  los  vecinos  

comentaban  que  era  una  lástima  que  el  lugar  quedara  descuidado,  porque  no  iban  

a  designar  a  ningún  reemplazante  del  placero.  Alguien  dijo  una  palabra  que  ella  no  

comprendió   del   todo   pero   le   recordó   la   tristeza   de   esa   tarde   de   llovizna   en   que  

Miguel,  por  primera  vez,  había  faltado  a  la  cita.  

Nadie   volvió   desde   entonces   a   arreglar   las   hamacas   o  martillar   los   clavos  

del   tobogán,   ni   a   recoger   los   alambres   y   los   vidrios   peligrosos.   Sólo   de   vez   en  

cuando  una  máquina  mantenía  el  pasto  cortado,   sin   impedir  que   los   senderos  se  

fueran  angostando  hasta  desaparecer.  

Page 24: Espacio del poeta

Pasó  el  tiempo  y  Marita  no  volvió  al  banco  de  la  plaza.  A  veces  la  cruzaba  sin  

verla,   preocupada   por   las   tareas   de   su   nueva   escuela   y   por   otras   cosas   que   fue  

encontrando  mientras  crecía.  Después  se  alejó  del  barrio,  estuvo  mucho  tiempo  en  

otra   ciudad,   estudió,   salió   a   bailar,   se   enamoró,   se   casó   y   tuvo   tres   hijos,   dos  

varones  y  una  niña  muy  deseada  a  la  que  pusieron  su  nombre.    

Cuando   su   hija   Marita   fue   creciendo   ella,   sin   darse   cuenta,   comenzó   a  

recordar   cada   vez   con  más   frecuencia   a   aquel   viejo   amigo,  Miguel,   al   que   nunca  

había  olvidado  del  todo.  Cerca  de  su  nueva  casa  no  había  plazas,  era  muy  poco  el  

cielo  que  se  veía  detrás  de  los  edificios  y  muy  escasos  los  árboles  entre  el  cemento.  

La  gente  se  apuraba  por  las  calles,  el  tránsito  no  dejaba  un  minuto  de  silencio  para  

oír  risas  ni  trinos.  

Pero  una  tarde  descubrió  que  su  pequeña  Marita,  después  de  merendar,  se  

guardaba  unos  trozos  de  pan  en  el  bolsillo  y  salía  a   la  puerta.  La  espió,  curiosa,  y  

vio  que   los   entregaba   a  uno  de   los   tantos   chicos  que  deambulaban  por   el   barrio  

pidiendo  monedas.  Esa  noche,  más  que  en  ninguna  otra,   recordó  a  Miguel.  Buscó  

en   los   muebles   aquellas   cosas   que   había   coleccionado   de   niña,   sin   saber   si   se  

habían  extraviado  en   las  mudanzas  o  por  casualidad   las  encontraría  esperándola  

en   algún   rincón.   Fue   inútil.   Aquel   vidrio   de   un   color   que   nadie   sabía   nombrar,  

aquellas  bolitas  de  acero,   los  pañuelos  como  plumas…  Solo  estaban,  aunque  muy  

vivas  y  reales,  apenas  en  su  memoria.      

Esa  noche,   en   la   sobremesa  de   la   cena,  Marita   le   contó   a   su   familia   sobre  

Miguel,   su   apretón   de  manos,   las   gracias   que   le   daba   cada   tarde,   cuántas   cosas  

hacía  por  esa  plaza  que  después  todos  olvidaron.    Les  describió  los  regalos  del  cielo  

y   les  dijo   también  que  estaba  agradecida  por   todo   lo  que  habían  conseguido  con  

gran   trabajo,   por   tantas   cosas   que   llenaban   la   casa   y   más   todavía   porque  

estuvieran   unidos.   Se   detuvo   un   momento,   se   acarició   la   frente   y   agregó   que  

siempre  se  debe  dejar  entre  todas  las  cosas  un  hueco,  un  lugar  vacío  para  que  Dios,  

como  Miguel,  pueda  recobrar  el  aire.  Al  principio  no   la  comprendieron.  Entonces  

ella  palpó  el  bolsillo  de  su  hija  Marita,  la  abrazó  muy  fuerte,  apoyó  la  mano  sobre  

su   pequeño   corazón   y   le   contó   que   había   visto   entregarle   su   pan   a   uno   de   los  

chicos  de  la  calle,  y  que  ese  vacío  que  ahora  tenía  en  el  bolsillo,  el  que  había  dejado  

su  entrega,  era  un  hermoso  lugar  donde  seguramente  Dios  estaría  descansando  de  

la  grave  tarea  que  le  dan  el  mundo  y  todos  nosotros.  

Page 25: Espacio del poeta

Desde  entonces  y  dondequiera  que  vayan,  los  cinco  se  cuidan  muy  bien  de  

llenar   por   lo   menos   uno   de   los   bolsillos,   para   que   al   regresar   puedan   sentirse  

felices  de  palparlo  vacío.    

La   gente   sigue   perdiendo   y   encontrando   cosas,   pero   ahora   el   placero   del  

mundo  tiene  cinco  rinconcitos  tibios  más  donde  recuperar  el  aire,  en  medio  de  su  

inmenso  trabajo.          Jorge  A.  Dágata-­  Balcarce-­  Argentina  

Page 26: Espacio del poeta

La humedad de las diosas

El jabalí jadeante oculto en la maleza.

Hieden los miedos. Los músculos se tensan.

La flecha surca el aire. Atraviesa el cuero y la pelambre hirsuta.

Artemisa siente una lágrima rodar sobre su vientre virgen.

La humedad de la diosa llega hasta el río y acaricia el reflejo de Narciso.

La imagen rota se irisa en círculos de ecos.

Lilí Muñoz Obeid Neuquén Argentina

Page 27: Espacio del poeta

                                                                                                                                                                       En  esa  esfera  incierta...               Imagino  paisajes,  tal  vez  personajes,  ¿quién  se  oculta  tras  su  esencia?  Rodeada  de  

brillantes   lentejuelas   que   tornan   su   lucidez   mientras   revisten   de   bruma   negra.  

Aparece  siempre  vestida  de  blanco,  su  piel  rugosa;  ¿vislumbra?  No,  se  aleja,  y  así  se  

empolva  de  sepia  tersa.    

Cuando   atina   a   deslizarse   deviene   la   aurora,   no   encuentra   razón  de   escape,   sólo  

quiere   estar   sola.   Las   luces   se   apagan  mientras   la   brisa   define   su   entorno,   pasa  

hora  tras  hora  descubriendo  la  incógnita  y  presume  que  cada  miembro  se  escurre  

en  su  alcoba.  No  entiende  que  duermen  y  deviene  en  deshonra.  Aduce  que  ellos  la  

odian,  supone  que  nadie  reniega  bajo  su  luz,  sino  tras  sus  sombras…  

Intenta  ser  libre,  pero  debe  acaecer  tiesa,  se  muere  en  silencios,  perpetúa  sus  horas  

y  ya  no   las  cuenta  porque  presiente   la  alondra.  Cuando  escucha  el  grito  del  gallo  

recurre  con  prisa,  procura  no  entristecerse  por  tantos  tiempos  de  huída.  

Se  pregunta  a  cada  instante  quién  recordará  su  risa,  tantas  noches  en  velas  habrán  

adorado   su  misa.   Todos   la   divulgan,   nadie   piensa   en   ella   como   una   virgen   viña,  

creen  que  su  misión  es  tan  pagana  que  ni  Cristo  la  ayudaría.  

Sin  más,  atiende  y  resiste,  se  muestra  quimera  y  derrumbe,  su  aura  brilla  incesante  

y  su  tamaño  la  engrandece.    

Su  marido  opina  de  ella  que  no  es  más  que  un  botón  de  prenda;  él  la  abandona  por  

las  noches  y  de  día  la  encandila  con  su  “nunca”  ausencia,  a  tal  punto  procurar  que  

jamás  en  su  vida  crezca.    

Su   entorno   se   resiste   a   lidiar   por   ella,   pese   a   su   afán   de   amigos   buenos,   todos  

temen  romper  las  reglas.  

Cumple   su   condena   por   ser   la  más   bella,   algunos   por   envidia   y   otros   tantos   por  

sospecha.  

Page 28: Espacio del poeta

Por  momentos  enloquece,  se  deja  morir  y  luego  vuelve.  Intenta  hacerlo  y  no  puede,  

sabe  que  como  Cristo  debe  cumplir  su  promesa,  de  nacer  cada  vez  que  las  aves  se  

callan  y  duermen  al  amparo  de  ella.  

No  recuerda  su  nombre,  sufre  pensando  en  la  amnesia,  mas  en  verdad  muy  pocos  

la  nombran  y  otros  muchos  la  desprecian.  

No   le   teme   a   las   sombras   ni   los   ogros   la   agreden,   y   cuando   todos   apuntan   sus  

miradas,   sólo  algunos   la  mantienen.  Nadie   intenta  besarla,  ni  mesar   sus  mejillas;  

sólo  desde  lejos  la  señalan  y  la  injurian  sin  palizas.  

Alguna  vez   fue  venerada   (episodio  que  quedó  en  cenizas),  el   clásico   imperio  que  

fue  tan  grande  en  concepciones  aun  más  míticas.  La  respetaban  por  su  presencia,  

agradeciendo   sin  par   su  benevolencia.  Dignificaron   su   apodo,   tal   cual   uno  de   los  

tantos  dioses  griegos,  “Selene”  era  ella.  Mas  en  tiempos  póstumos,  la  ciencia  acabó  

en   vehemencias.   Intentaron   violarla   un   16   de   julio,   allá   por   finales   de   los   años  

sesenta.  Fecha  que  repercutió  en  la  tierra  y  resonó  en  cada  una  de  sus  células.      

Por  un  don  de   regaño,   su  agravio  abrió  nuevas  brechas  y   su   imagen   tan  bella   se  

perdió  para  siempre,  en  la  mirada  excéntrica  del  viejo  poeta…  

Adoraré a la “Luna” por cielo y por tierra, mas si escribo estos versos es sólo gracias a ella.

Eva  Wendel  –  Rosario  Santa  Fe-­  Argentina  

Page 29: Espacio del poeta

                                                   La  muchacha  de  mis  cuentos      Las   cosas   nunca   son   normales.   Cada   vez   estoy   más   convencido   de   ello.  

Jamás  creí  que  la  muchacha  que  me  quitaba  la  sensatez,  esa  que  aparecía  en  todos  

mis   cuentos,   que   soñaba  en  mis   viajes  oníricos   al  mundo  de  mi   inconciente,   que  

esperaba  en  todas  las  esquinas,  existía  realmente.  

La  encontré  precisamente  en  el  lugar  donde  nada  había  ido  a  buscar,  donde  

nada  esperaba  hallar.  Y  ahí  estaba,  sin  registrarme,  como  si  fuera  un  ente  invisible.  

Al   principio   intenté   tranquilizarme,   disimular…   pero   nunca   pude   hacerlo  

totalmente.   Quise   captar   su   atención,   pero   no   lo   conseguí   hasta   antes   de   partir  

nuevamente.  No  siempre  las  cosas  son  fáciles,  lo  sabía.    

Y  así  fue.  Cuando  ya  estaba  a  punto  de  abandonar  aquel  lugar,  que  ahora  se  

había  vuelto  más  que  especial,  un  rayo  atravesó  nuestras  mentes,  cortocircuitando  

nuestras  almas  y  llenando  de  dulce  miel  nuestros  corazones.  Sin  duda  era  ella.  Lo  

supe  desde  el  comienzo.  Y  la  joven  mujer  de  rizos  caoba  también  sabía  que  era  yo  

quien   la   había   inventado,   quien   la   había   soñado,   quien   le   había   dado   vida   en  

aquellas  locas  historias  que  hoy  descansan  junto  a  ésta  en  un  viejo  cuaderno,  sobre  

la  mesa  de  un  pibe  que  no  sabe  que  hacer  con  sus  penas.  

Las   circunstancias  marcaron  el   guión  y   tuve  que  partir  de   todas  maneras.  

Creyendo  que  la  había  perdido,  que  se  olvidaría  de  mí,  que  huiría  con  personajes  

atractivos  de  cuentos  más  entretenidos  o  quizás  seduciría  otros  escritores  que   le  

dieran  historias  más  lindas;  tocó  una  tarde  de  abril  la  puerta  de  mi  humilde  casa.  

Aquello,   lo   que   estaba   pasando,   no   lo   había   escrito   yo,   sino   ella.   Ella   me  

había   inventado   de   la   misma   manera.   Me   había   soñado,   me   había   pensado,   me  

había   creado  del  mismo  modo;   y   utilizando   ese  mágico   lápiz   comenzó   a   escribir  

nuestra   historia:   ésta   historia.   Fueron   las   tardes   de   abril  más   lindas   de  mi   vida,  

más  mágicas,  más  llenas…  

Pero   tuvo  que  volverse,  como   la  2da   ley  de  Newton   lo  exigía,  a  aquel  sitio  

donde  esperaba  encontrarla  cada  vez  que  pase  por  allí.  Y  todo  lo  que  eso  implicó:  

yo  de  este   lado  del  papel  y  ella  de  aquel.  Antes  de  partir  me  dejó  un  disco  con   la  

cara  de  Dios  y  un  beso  en  el  bolsillo  del  pantalón.  

  Sigo  pensando  que  las  cosas  nunca  son  fáciles  ni  normales.  Hoy  sólo  espero  

volverla  a  ver.  

                                                                                                                     Fernando  García  Valls.    Cipolletti.    Argentina  

Page 30: Espacio del poeta

                                                                 Love  me  tender                                                                                                                                                                                                                                                    Sábado  en  la  noche.  Busco  el  verano  en  un  sueño  vacío.  Soy  un  espejo  roto.    Suena  la  radio.  Nostalgioso  programa  musical  que  acompaña  mi  corazón  herido.  Elvis  con  su  profunda  voz,  me  arrulla.    Love  me  tender…  Inevitablemente,  me  pongo  de  pie.  Flotando,  cierro  los  ojos.  Me  tomas  en  tus  brazos.  Como  antes,  como  siempre.  Tu  cálida  mano  bordea  mi  cintura.  Acaricio  la  nuca,  aprieto  tu  espalda.  Siento  el  calor  de  tus  sentidos.  Tu  respiración  levemente  agitada.  Te  acercas  más.  En  un  giro  del  baile,  apoyas  tu  mejilla  en  la  mía.  Es  el  paraíso.  Me  inunda  el  aroma  a  lavanda  que  usas  hace  años.    Obstinadamente,  esa.  No  otra.    El  mundo  desaparece.    Love  me  tender…  Dos  amantes  girando  al  compás.  Me  abrazas  y  tiemblo.  Tus  labios  rozan  mi  cabello.  Imagino  tu  voz,  cuando  eras  capaz  de  la  ternura.    Acaba  la  música  y  su  magia.  Abro  los  ojos.  Estoy  sola.  Sólo  mi  loca  memoria  pudo  reunirte  con  Elvis.  Nada  hubiese  cambiado  si  estuvieras  aquí.  Sólo  el  tiempo.  He  soñado  ya  todos  los  sueños.  Vivo  el  desembarco  de  la  melancolía  y  un  aroma  a  lavanda  se  queda  en  mi  mejilla.    Ana  Unhold-­  La  Plata  Argentina  

Page 31: Espacio del poeta

DON PABLO En las frías vías del ferrocarril, en el hermoso Parral

Nació tu Canto General, arrullado por musas

Que inspiraron versos y letanías

En alas de tu versos se soltaron las cadenas

De los que gritaron libertad en tierras lejanas

Adornaste con versos las penas del minero

Llenaste de amor y de pasión las noches estrelladas

Que con su fulgor daban fuego a tu alma de trovador

Desde tu cama, cada mañana al abrir los ojos

Lo primero que veían era el mar, tu amado mar

Que se fundió, en las caracolas y mascarones

Que adornan tu refugio en Isla Negra

Viste florecer días hermosos, que el mundo coronó de laureles

Premiando la belleza de tus palabras hecha poesía

Pero, un día la patria fue herida, y asolaron vientos de pena

Y lloraste.., sí, lloraste. En el silencio de los sin nombre

Que iban cayendo en la anónima fosa

Perdiéndose en la obscuridad de la noche de los lamentos

Tu vida comenzó a marchitarse, y emprendiste el vuelo

Y un pueblo sin voz te dio su último adiós

Escoltados de ruidos de sables y el fragor de metrallas

Un triste adiós para un gran poeta, un señor de la palabra.

Juana Castillo Meneses - La Serena - Chile  

Page 32: Espacio del poeta

NIEBLA  Entro  al    horizonte    oscuro  de  aventuras,  

se  apaga  el  sol  junto  al  camino  

temblorosos  los  vientos  no  me  guían    

extraviada  busco  huellas  en  la  bruma.  

Las  estrellas  escondidas  en  la  noche,  

vagan  los  astros  confundidos    

y  el  canto  de  los  grillos  

se  perdió    junto  a  la  aurora.    

Emergen  caprichosas  máscaras  furtivas,    

se  alejan  y    acercan  insólitas  comparsas,  

mustios  mis  sentidos  imploran  impacientes  

un  soplo  de  luz  que  busco  entre  las  sombras.  

 

 Victoria  Gonzáles  Badani-­Santiago    

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Page 33: Espacio del poeta

LA PROXIMA VEZ

La próxima vez, bésame y quédate no ignores el temblor de mis ansias

en el aleteo de mi pecho de ausencias, no dejes vacío el hueco de mis brazos

porque el amanecer es opaco cuando las flores se marchitan de ausencia,

deslízate en mis sábanas y encuéntrame recorre el calor de mis tormentas y esperas.

La próxima vez regálame la luz de tus manos en el relámpago de las horas,

llévame hasta el puente sobre el río para caminar con las manos tomadas,

donde la niebla nos esconda de las miradas. Que no te vea ella, que no me vea el escondidos de todos, solos tu y yo,

soltemos las amarras del que llaman pecado que no debe ser pecado este amor de fuego

si mi corazón estrena un niño para esperarte, si la pasión estrena caricias para quemarnos

en el ardor que libera las almas. Mi piel se renueva a tu contacto,

recórreme, quédate en el hueco de mis brazos amantes,

en el espacio justo que ocupa tu cuerpo en mi lecho, deslízate en mis sábanas, en una sola brasa,

y luego, en la paz, con los dedos entrelazados, retengamos espacio y tiempo, como una luz,

que no se desvanece en los almanaques. Cuando regreses a mi almohada, quédate,

al menos un tiempo, para el regreso que no tiene regreso quédate, que mi sangre se vuelva adolescente

y me recorra, y este temblor me renueve y su caudal encienda pasiones dormidas .

Demórate, has mis labios frescos en el recorrido de mi piel sin pasado en el aura de luz de mis ojos cerrados deslízate en mis sábanas y quédate.

Regálame la noche, toda, entera, regálame la noche. Nelda Lugrin - Concordia - Entre Ríos - Argentina  

Page 34: Espacio del poeta

PÁJAROS DE PAPEL Y sigue siendo imposible abordar este hecho

sin aullar. Sigue siendo inconcebible. Marguerite Duras.-

Con tus ojos silenciados, tu boca humillada, pájaro de papel, te descubrí esta

mañana de otoño en el medio de la plaza. Uno más de la bandada posado sobre un hilo

tendido de un árbol a otro. El viento clandestino te balanceaba en la cuerda y tu helada

caricia me rozó la cara. El sol, ese que una vez encendiste en mi pecho, se eclipsó de

golpe. Ayer no pude creer tu ausencia. Aún hoy no la creo, pero estás ahí, pájaro de

papel, una vez más multiplicado en parques y edificios, con la sonrisa gris y el pelo

irreverente sin aliento.

La gente va y viene entre los pájaros de papel y aquel cielo azul, el mismo cielo

pese a todo. Algunos, muchos, pasean su indiferencia cómplice, como antes. Los chicos

los señalan, otros no los quieren ver, duelen sus alas rotas.

El ruido de la calle aturde: motores, bocinas. Tu voz no.

Y yo y mi sombra aquí sobre tus huellas. Más allá, la rústica palmera resiste.

Nutrido su verdor por la fuerza de tu cuerpo tenso y tu jugo que circula mezclado en su

savia. Estoy segura, ella custodia el recuerdo de aquellos abrazos.

Me he cuidado muy bien, todo este tiempo, de pisar tus calles, de mirar tu casa.

Ojos ajenos no me vieron nunca desde tu ventana.

No había nada más incierto que el futuro. Aún así, yo te escribí promesas en la

espalda, con la letra chiquita y prolija de esos años y vos me dibujaste en el pecho un

sol equitativo y justo, puro ardor, puro fuego, pura vida.

No había nada más cobarde que esa calle de ojos tabicados, nada más siniestro

que ese jeep sobre las vías del tranvía en la noche agazapada.

Pájaro de papel, el viento gritó para que todos oyeran y te buscó en las celdas, en

los pasadizos y estremeció la calle adoquinada.

Me cuidé muy bien todo ese tiempo de andar por tus calles, de pasar por tu casa,

de que alguien me señalara desde una ventana. Después te busqué y después supe. No

quise creer. Irracional, sin esperanza te sigo buscando.

Los pájaros de papel retornan en otoño, sin olvido. Anidan en los parques y en

las plazas. Los días que el sol calienta, equitativo y justo, se balancean con el viento

sobre hilos tendidos de un árbol a otro. El viento, el mismo viento.

Que aúlle hasta la náusea en las conciencias.

Silvia  Rodríguez.-­La  Plata  Argentina  

Page 35: Espacio del poeta

Equilibrio

Empiezo a saberme de memoria el perfil afilado del borde del abismo, esa roca que se clava en mi omóplato, esa breve cornisa en que apoyo los talones, la raíz del arbusto con sus falsas promesas... y el fondo oscuro al que no volveré mientras respire... hay jaurías de perros que huyeron de sus amos y lamen mis pies tomando por limosna los pedazos de carne desprendidos... me desmorono desencajo las piezas que solo él pudo abrazar unidas y volveré a ser entrega rota error en construcción cientos de hormigas cientos de voluntades abnegadas... el abismo me llama intento no escucharle mis dedos rozan la espalda de la ausencia que llena este vacío y le da forma... quizá no caiga pero hoy el equilibrio es un milagro si no tengo tus alas. Mayte Sánchez Sempere- Madrid- España

Page 36: Espacio del poeta

PAISAJE OTOÑAL  Veintiuno de Marzo anuncia el calendario, y sin esperarlo “Otoño llegó. los días y las noches se han hermanado y Febo sin fuerza parece llegar. Las hojas que antes muy verde lucían, amarillas y secas en el suelo están, el viento molesto que sopla del Norte, sin rumbo las lleva de aquí para allá. Pero cuando la tarde parece ya irse y el viento se detiene para descansar; un tapiz de hojas muertas “verde amarillento” como si fuese una alfombra me invita a cruzar. Una sombra que pasa frente a mi ventana, me crea intrigas de quien ha de ser, de tanto en tanto un crujido se oye como si a hojas secas pisando están. Me asomo y observo a una hermosa niña, con una sonrisa más que angelical, romántica ella rebosa alegría, y goza en el alma el paisaje otoñal. A veces el “Sudeste” se hace presente, durante semanas con un temporal, y la lluvia que en nostalgia a todo transforma, recuerdos lejanos hacen aflorar. El “Pampero” ya harto de tanto esperar, con toda su fuerza se hacer notar; ahuyenta a las nubes y el “disco de Oro”, de nuevo a la tierra vuelve a besar. ¿Has visto entonces.. que no es feo el “Otoño” y que a todos los gustos el quiere saciar..? Sergio Bravi- Cruz Alta- Córdoba

Page 37: Espacio del poeta

Estadisticas de Marzo NEW: Test Drive Our New Browser Stats

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Num Perc. Country Name 297 59.40% Argentina 153 30.60% Spain 26 5.20% Chile 7 1.40% United States 4 0.80% Mexico 3 0.60% Colombia 2 0.40% Belgium 2 0.40% El Salvador 2 0.40% Luxembourg 1 0.20% Venezuela 1 0.20% Malta 1 0.20% Russian Federation 1 0.20% Peru  

Page 38: Espacio del poeta

                                                                                                                                           Autores  Ana Unhold

Cesar Gustavo de Gerónimo

Charo Bustos Cruz

Diana Luz Bravi

Eva Wendel

Ezequiel Feito

Etherline Mikeska

Fernando García

Irma Sambuelli Serrano

Jorge Dágata

Juana Elsa Castillo meneses

Laura Colagreco

Lilí Muñoz Obeid

Maricruz Serrano Jimenez

Mayte Sánchez Sempere

Nelda del Carmen Lugrin

Nieves Mª Merino Guerra

Rafael Serrano Ruiz

Roxana D´Auro

Sergio Bravi

Silvia Rodriguez

Victoria G. Badani

  Grafismo  Raquel  Otaño