el viaje hacia el real de san felipe

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 1 El Viaje Hacia el Real de San Felipe Carlos B. Delfante

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La presente leyenda tiene por principio rememorar de un forma sensitiva y novelesca, las peripecias enfrentadas por una saga de emigrantes colonizadores que fundaron Montevideo al ser licenciados para cumplir con las Muy Soberanas disposiciones de su Rey español, cuando dejaron atrás de sí una penosa vidorria en una región comprobadamente castigada por el clima, por siglos de guerras interminables y por todas las otras penurias que se sucedían desde siempre en el viejo continente del siglo XVIII, principalmente en la península ibérica.

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El Viaje Hacia el

Real de San

Felipe

Carlos B. Delfante

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 2

La libertad, Sancho, es uno de los más

preciosos dones que a los hombres

dieron los cielos; con ella no pueden

igualarse los tesoros que encierran la

tierra ni el mar encubre: por la libertad,

así como por la honra, se puede y debe

aventurar la vida; y por el contrario, el

cautiverio es el mayor mal que puede

venir a los hombres.

Miguel de Cervantes Saavedra

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 3

El Viaje Hacia el Real de San Felipe

La presente leyenda tiene por principio rememorar

de un forma sensitiva y novelesca, las peripecias

enfrentadas por una saga de emigrantes colonizadores que

fundaron Montevideo al ser licenciados para cumplir con

las Muy Soberanas disposiciones de su Rey español,

cuando dejaron atrás de sí una penosa vidorria en una

región comprobadamente castigada por el clima, por siglos

de guerras interminables y por todas las otras penurias que

se sucedían desde siempre en el viejo continente del siglo

XVIII, principalmente en la península ibérica.

Algunos de los personajes verídicos que componen

la trama, son mostrados a manera de lograr conllevar los

supuestos hechos de su odisea con una condición singular,

para que el lector alcance a rescatar a través de su

imaginación, algunas de aquellas viejas efemérides que

comúnmente sobrevienen a la mente del mismo con alegre

evocación, al recordar historias familiares.

Los episodios y situaciones de este peligroso y

aventurero viaje son puntualizados y descritos sobre el

punto de vista imaginario del escritor, quien deja correr las

manifestaciones de algunos procedimientos del auténtico

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 4

muestrario de las características comportamentales de la

sociedad de una época en tránsito desde el Medioevo al

Renacimiento, que por su vez, buscan demostrar como

nuestros semejantes son un producto de su propio medio.

El escritor buscó exponer el cinismo, el descaro, el

simulacro, la envidia, la ironía y la desvergüenza de los

personajes, como fruto de ellos mismos, y como un

producto de las acciones de personas que existen hasta el

día de hoy en cualquier parte del orbe, o simplemente,

significan una muestra de nuestro cotidiano.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 5

Índice

Proemio 6

La Emigración Canaria 21

Del Reino de León a los de León y Castilla 54

El Inicio de la Tan Esperada Odisea 88

Otros Reinos de la Península Ibérica 110

La Primera Parte del Viaje 150

Conflictos e Interese de los Reinos Europeos 223

Ni Todo fue un Mar de Rosas 268

La Culminación del Viaje 319

Bibliografía 353

Biografía 355

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 6

Proemio

Ya han transcurrido casi trecientos años desde

aquella soleada mañana del día 19 de noviembre de 1726,

la inmemorial fecha en que la fragata “Nuestra Señora de

la Encina” -alias “La Bretaña”-, partiendo 89 días antes

desde el puerto de Santa Cruz de Tenerife bajo el mando

del enérgico capitán Bernardo de Zamorategui, finalmente

arrojaba sus anclas en las turbias aguas de la campestre

bahía que bañaba la costa de entorno del entonces fuerte

denominado de Real de San Felipe, nombre que entonces

había recibido Montevideo cuando allí fue establecida la

primera batería de cañones para defensa del pequeño

istmo, de su estuario y hasta la del propio río que lo

cercaba. La fortificación fuera bautizado un día con tan

solemne apelativo, en un honor espontáneo hacia el muy

querido monarca español Felipe V.

En dicha embarcación, más allá de su carga de

diversos géneros, pertrechos, también arribaban al fin las

primeras familias colonizadoras que obedecían a las

disposiciones tomadas por el rey Felipe V, en Aranjuez, el

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 7

16 de abril de 1725, a raíz de la devolución de la colonia

de Portugal, momento en que el rey vislumbró esa

peligrosa presencia lusitana en la deshabitada, vulnerable

y estratégica zona del Río de la Plata y sus reales dominios

de Indias.

Desembarco de las primeras familias canarias en el navío

“Nuestra Señora de la Encina”

Óleo de Eduardo Amezaga (Boceto)

Cuando el día finalmente clareó y los primeros rayos

de sol despuntaban desde el este iluminando de lleno

aquella frondosidad que circundaba todo el perímetro

campesino, su luz permitió que los animosos

colonizadores divisasen con nitidez las márgenes del

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estuario, y aquellos exiguos y escasos ranchos que allí

habían sido erguidos en la punta de la península. Pero

junto a la atónita mirada de estos y entre los muchos

“vivas”, “hurras” y el habitual cuchicheo particular de

cada una de las familias, en ese momento, las triviales y

apesadumbradas palabras proferidas por la pequeña María

del Cristo, estallaron como un látigo sobre la cubierta al

proferir una sentencia pavorosa y desanimada:

-¿Tres meses de penurias, para llegar a esto aquí,

mamá? Sólo consigo ver matorral y floresta por doquier…

Su madre quiso reconfortarla, pero también le faltó

el ánimo, pues las zozobras del viaje, la ilusión erigida en

su mente, el deseo siendo amilanado por tan escueto

paisaje, y sumado a su estado deplorable, la había dejado

en una casi desnudez de vestimenta, palabras y afición…

-¡Dios proveerá, hija mía! Sé que pronto lo verás… -

logró finalmente murmurar su madre en un suspiro

acongojado, y entonces, doña María de la Encarnación,

mientras le alisaba el cabello a su pequeña, con un gesto

cariñoso buscó atraerla más cerca de sí, como quien

buscase reconfortarla de una pena que de antemano ella ya

creía que no tendría solución.

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Muy cerca suyo, junto a Felipe, su padre, también

estaban Domingo y Bartolomé, ojos abiertos en demasía,

petrificados en la imagen del Cerro, único collado del

terreno que ambos observaban mirando hacia el oeste, del

otro lado del estuario.

-¡Que diferente, padre! -murmuró Domingo-, todo es

muy verde aquí.

-Sobre seguro, habrá indios feroces escondidos en

esos parajes -acotó su hermano, rostro y voz abrumados.

-¡Virgen Santísima! Pues digo a vuestras mercedes

que nada hay que temer, estas tierras son muy fértiles y ya

no quedan almas inhumanas ni impías… ¡Los indios que

aquí habitan son todos cristianos!

No obstante, observando la escena por otro ángulo,

quien desde la orilla divisaba el contorno de aquella

extraña fragata recién llegada, podía distinguir que por

debajo del bauprés ella largaba una cebadera. Igualmente

notaba que en el trinquete y en el mayor, había dos velas

en cada uno de los mástiles, en cuanto que la mesana, a

popa, izaba una cuadra, arriba, y tenía una jofaina. Su

casco era alteroso hasta la popa, y se le veía rematado con

un lujoso farol de hierro forjado. Poseía un entrepuente

donde se podía montar hasta 5 y 8 cañones. Claro que sus

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 10

dimensiones eran ridículas, si comparadas con las que

estamos acostumbrados a ver hoy en día.

Pero antes de todo esto suceder, es mejor retroceder

en la historia, pues todo tuvo inicio cuando el Rey, al

verse presionado sobre las circunstancias del tratado de

Utrecht, que había sido firmado en Holanda en 1713, en

donde se acordaba que la plaza de Colonia del Sacramento

sería devuelta nuevamente los portugueses en 1716, el

soberano decidió tomar de una vez el toro por las guampas

el día 12 de octubre de 1716, y confiar la Gobernación de

las Provincias de Plata, a Bruno Mauricio de Zabala, hijo

legítimo del Gobernador don Nicolás Ibáñez de Zabala,

caballero de la Orden de Calatrava, y de doña Catalina

Gortazar, ambos vecinos de Durango, señorío de Vizcaya,

España, dándole expreso dictamen sobre cómo proceder

con el referido territorio.

No en tanto, antes de llegar a ello, y por entender

cuán peligrosa era presencia lusitana en la deshabitada,

frágil y valiosa zona del Plata para sus reales dominios de

Indias, es que el monarca determinó en su disposición -la

que a posterior también sería aprobada por el Cabildo de

Buenos Aires-, que los colonos que llegasen a esos

remotos parajes de las Indias, serían instalados en la

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localidad denominada de Ribera del Puerto, al lado del

fuerte de Real de San Felipe, un territorio plano en el cual

el Ingeniero Domingo Petrarca, por orden del entonces

Gobernador Zabala, ya había delineado las primeras

cuadras de lo que vendría a ser todo el trazado posterior de

Montevideo.

Primer plano de la ensenada y ciudad de San Felipe de

Montevideo

Por la Real Orden de Aranjuez, el Rey también

pactaba determinados privilegios para los futuros

pobladores de Montevideo, disponiendo: “a quienes se

obligaren a hacer población, la hubieren acabado y

cumplido su asiento en ella, se los hará “hijosdalgo de

solar conocido”, beneficiarios de honras que tal título

apareja; se les adjudicará solares en la ciudad, tierras para

chacras y estancias donde las eligieren; doscientas vacas y

cien ovejas para principio de su crianza; carretas, bueyes y

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caballos; materiales para los edificios, herramientas de

todas clases; granos para semillar y, por el primer año,

suministro regular para la subsistencia de bizcocho, yerba,

tabaco, sal, ají y carne”.

La misma Real Orden igualmente imponía a los

colonos una permanencia de cinco años precisos so pena

de incautación y nuevo reparto de los bienes distribuidos;

y se les exoneraba de toda clase de impuestos, donde se les

autorizaba a disponer como dueños una vez pasados los

cinco años.

El propio mandato real, estipulaba por igual, que el

fraccionamiento y las adjudicaciones no deberían

comprometer en manera alguna la comunidad de bienes

que a todos habría de favorecer por igual. Así como los

vacunos de la jurisdicción que, “de no haber sido

procreados a expensas de ninguno de los pobladores”, se

les consideraría bien común, lo mismo que los pastos, los

montes, las aguas y las frutas silvestres, e igualmente la

leña y las maderas necesarias deberían beneficiar a todos,

al punto de vedar todo impedimento a los ganados que,

para pastar, debiesen pasar de una heredad a otra; y en el

deslinde, también se reservaba la garantía de pasaje para

los aguateros.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 13

Asimismo, el noble rey disponía que “…en vista de

la importancia de mantener los puertos de Montevideo y

Maldonado de forma que ni los portugueses ni otra nación

alguna, puedan en tiempo alguno apoderarse de ellos; he

resuelto asimismo pasen en los presentes navíos de

Registro, del cargo de Caballería, con armas y vestidos, a

fin de que con esa gente, y la más con que se halla ese

Presidio -guarnición de un castillo, fortaleza o plaza

fuerte-, puedan subsistir vuestras disposiciones, y para que

se puedan poblar los dos expresados puertos de

Montevideo y Maldonado; y ya he dado las órdenes

convenientes para que en ésta ocasión se os remita en

dichos navíos de Registro 50 familias, las 25 del Reino de

Galicia y las 25 de las Islas Canarias. También se dan las

órdenes necesarias a mi Virrey del Perú y Gobernadores

de Chile, Tucumán y Paraguay, para que os den cuantos

auxilios puedan para atajar los intentos de los portugueses

y particularmente para que del distrito de cada uno pasen

las familias que fueran posibles para que con las que (va

dicho) se os remiten de España, se apliquen en estas

poblaciones”.

En otra Orden Real datada ese mismo día, se hacía

saber al “Consejo, Justicia y Regimiento de la muy noble

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 14

y muy Leal Ciudad de la Trinidad y puerto de Buenos

Aires en las Provincias del Río de la Plata” que, “…siendo

de interés propio las poblaciones referidas, pues por medio

de ellas, aseguráis las campañas de la otra Banda, a donde

es preciso recurrir ya por falta de ganados que se

experimenta en ésas de Buenos Aires; os mando procuréis

también por vuestra parte con mayor vigilancia atraer a

vuestro distrito las más familias que pudiereis para que

vayan a poblar dichos sitios, suministrándoles los medios

que necesitaren (…) adelantaréis esto con la mayor

eficacia, haciéndose cargo de lo dificultoso que es, el que

de España vayan familias, por la distancia y gastos que

tendrá mi Real Hacienda en ello…”.

Y así, por querer buscar el acatamiento de tan

determinante ordenanza real, es que por medio del Auto

del 28 de agosto de 1726, el Gobernador Zabala reflejó

una total redundancia en su escrita, pero se puede entender

que su expediente intentaba dar ánimo al precepto de su

Soberano y ofrecer las mejores condiciones posibles a las

familias que un día llegarían de España y de otros lugares,

y por él, exhortaba al Cabildo de Buenos Aires a poner de

su parte los medios que tuviere por convenientes, para

conseguir “algunas familias de las muchas que vagan en

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esta jurisdicción sin tener tierras propias en que habitar y

otras que voluntariamente se quieran disponer a pasar a

aquella población (Montevideo)”.

Y el gobernador agrega en su documento que “…por

honrar las personas, hijos y descendientes legítimos de los

que se obligaren a hacer población y la hubieran acabado y

cumplido su asiento, los haremos hijosdalgo de solar

conocido para que aquella población y otras cualesquiera

parte de las Indias sean hijosdalgo, y personas nobles de

linaje y solar conocido y por tales habidos y tenidos y les

concedemos todas las honras y preminencias que deben

haber y gozar los hijodalgo y caballeros de estos Reinos de

Castilla según fueros, leyes y costumbres de España”.

Dicho Auto también adiciona que para las familias

que voluntariamente partiesen para esa nueva plaza “…el

pasaje de sus personas, familias y bienes que pueden ser

navegables se les ha de suministrar sin que les cueste

diligencia alguna…, que de presente se les ha de repartir

solares en la planta de la nueva ciudad y lugares para

chacras y estancias a cada uno de los pobladores; esto se

entiende por repartimiento quedando al arbitrio de cada

uno pedir de merced los parajes que por bien tuvieran

como se observó en la población de esta ciudad…”.

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En su extenso dictamen, Zabala incluía que “…se

formará una vacaría en aquellos campos y a cada vecino y

nuevo poblador se les darán doscientas vacas para

principios de sus crianzas y también cien ovejas…, que se

han de poner a coste de Su Majestad el número de

carretas, bueyes y caballos que parezca conveniente según

el número de vecinos que se alistaren para que en esa

comunidad sirvan en todos los menesteres de acarreos de

maderas y materiales para los edificios que de pronto

fundaren, ayudándolos asimismo con indios costeados

para el corte y conducción de las maderas…”.

En el pliego, pedía también que “a coste de S.M. se

les ayudará con todo género de herramientas que servirán

en comunidad a distribución de la persona o personas que

su Excelencia (el Cabildo) disputare para este ministerio”.

…“Que se les ha de ayudar con aquella cantidad de

granos que sea competente para semillarse y que por el

primer año han de ser asistidos regularmente con las

subsistencias de bizcocho, yerba y tabaco, sal y ají que

pareciere precisa como también la carne que se les ha de

suministrar por semanas”.

… “Que se les ha de señalar jurisdicción de terreno

competente en que puedan tener sus graseadas y demás

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 17

faenas de campo y monte para que en erección de otras

nuevas poblaciones tengan su distrito conocido y

amojonado…”, añadiendo: “…que para gozar de lo

referido y contarse por pobladores y tener el derecho a la

nobleza que S.M. les comunica en ley citada y también

para adquirir el derecho de propiedad a las cuadras y

solares, chacras y estancias que se les repartieren, han de

ser obligados a mantener la vecindad por cinco años

precisos”.

Finalmente el Auto “autorizaba el favorecimiento

con la exoneración, por cinco años, de los derechos de

alcabala (impuesto a las ventas), de mojonería y de sisa

(impuesto que se cobraba sobre comestibles, tomando una

parte de cada medida). E incluso exhortaba al Cabildo a

costear una parte de los gastos, a los vecinos a contribuir

con bizcochos y, a los comerciantes, con yerba, tabaco,

vino y aguardiente”.

Creía el monarca y su abnegado gobernador, que los

muchos beneficios ofrecidos, eran parte de un conjunto de

esplendidos atractivos para lograr despertar el interés de

cualesquiera que tuviese espíritu de aventura y voluntad

para enriquecer en las abandonadas tierras de Indias y

asegurar así los dominios de su reino; pero entre aquellos a

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 18

estimular, sólo surgieron algunas pocas familias

bonaerenses llegadas con anterioridad a la fecha a que nos

referimos inicialmente, y la de otros pobladores de diversa

procedencia que, junto a las familias canarias que ahora

desembarcaban, serían los que iban a constituir el núcleo

primario de la fundación de la ciudad.

Pero en definitiva, como su Corte le había hecho ver

en determinado momento al monarca, de que resultaba ser

un poco más sencillo hacer venir solamente a colonos

desde Canarias y no más de Galicia, un cierto día el Rey

decidió variar su criterio anterior y ordenó únicamente el

embarque de cincuenta familias isleñas y nada más.

A esto hay que agregar que la fragata “Nuestra

Señora de la Encina” era uno de los cinco navíos que

entonces mandara construir el acaudalado armador

vizcaíno Francisco de Alzáybar, en sociedad con el

teniente de navío Cristóbal de Urquijo, para lograr dar

cumplimiento al asiento, y en los cuales se transportarían

géneros, pertrechos y frutos destinados al puerto de

Buenos Aires, de acuerdo con el trato que ellos firmaron

con la Corona en diciembre de 1724.

Posteriormente, el día 11 de abril de 1726, se

celebraría un nuevo asiento entre el armador y la Corona,

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para éste también hacerse cargo del traslado de colonos,

estipulándose que la expedición debería cumplirse en un

navío de 121 toneladas; donde fue pactado que el precio

del pasaje a cargo de la Real Hacienda, quedaba fijado en

ochenta escudos de plata por cada colono transportado.

En el nuevo asiento, se reglamentaban también las

condiciones del trasporte, el que debería ofrecer

comodidad suficiente, por lo que, si el número

sobrepasaba a la capacidad de la fragata, entonces debería

dejarse en tierra a las familias sobrante, para ser

conducidas más tarde, en los primeros Navíos de Registro,

de Alzáybar y Urquijo, que anclasen en el puerto de Santa

Cruz de Tenerife.

Para la manutención de las familias durante el

transporte, el contrato exigía que hubiera “todo género de

bastimentos, como también vinagre para regar las naos,

cajas de botica para los enfermos y provisión de

camas…”.

No en tanto, pese a las puntualizadas previsiones

reales y a que el propio capitán Zamorategui no admitiese

más que a trece familias que totalizaban un conjunto de

noventa y ocho personas a bordo, el viaje se cumplió en

muy malas condiciones, pues la fragata, cargada además

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 20

de mercaderías para la venta en Buenos Aires, resultó

insuficiente, por lo que los inmigrantes canarios, después

de 89 días de navegación, arribaron en estado deplorable a

las tierras del nuevo destino.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 21

La Emigración Canaria

Antes de narrar los sucesos acontecidos durante tan

largo viaje bajo aquellas circunstancias, es necesario

comprender cuál era la basa del perfil social de estos que

fueron los primeros pobladores de Montevideo, y las

contingencias que los envolvieron en ésta fundación.

Por lo tanto, creo que nada mejor que releer una

parte del material retirado de los estudios realizados por

los historiadores Francisco Hernández Delgado y María

Dolores Rodríguez Armas, donde sus letras nos explican

que entre las principales causas que motivaron la

emigración de gentes en las Islas Canarias, figuraba la

escasez de alimentos, la presión demográfica por la

llegada de nuevas familias huidas del continente, las

constantes sequías, la depreciación de algunos cultivos

como el azúcar, el vino, la cochinilla, la barrilla,

sumándose a todo ello la situación social, militar, política

y otras de cuño diverso.

Todo lo por ellos descrito, indica que, en aquella

época, ese grupo de islas sufrieron el acentuado fenómeno

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 22

de la emigración, pero según estos ensayistas, pocas de

ellas lo vivieron tan fuertemente como la isla de

Lanzarote, la que nos suministra una idea de todo el

contexto de ese archipiélago canario.

Además, son ellos quienes indican que además de

las causas generales ya nombradas, y comunes a la

mayoría de estas islas, los lanzaroteños sufrieron también

de terribles sequías, epidemias, impuestos de quintos y

diezmos, invasión de langostas, invasiones piráticas

venidas desde África, asimismo de las erupciones

volcánicas.

Todo un conjunto de causas fueron la motivación

principal de la salida de los isleños y los lanzaroteños

durante un periodo que abarca desde el siglo XV hasta el

mismo siglo XX.

Un ligero repaso por algunos de estos documentos,

nos permitirá entender un poco más todo el argumento de

esta obra, y del infrecuente escenario que fue dibujado en

aquel entonces.

Fases de la Emigración

Apoyado en sus erudiciones, estos ensayistas nos

cuentan que podemos observar que, desde el primer

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 23

momento en que Lanzarote es incorporado a la

Jurisdicción de Señorío, nació un movimiento migratorio

que, con más o menos fuerza en determinados momentos,

duraría hasta los años 50 del siglo XX.

En los años finales de la guerra contra los moros,

(últimas dos décadas de siglo XV), la presión sobre los

agricultores y ganaderos con impuestos como el Quinto y

los Diezmos, así como el establecimiento de un monopolio

sobre dos de las principales riquezas de la isla, como eran

la orchilla y la sal, obligó a los lugareños a emigrar en

principio a otras islas, en cuanto estos recapacitaban que,

sin dejar de ser agricultor o ganadero serían, al menos, con

su trabajo, dueños de su cosecha y su ganado.

Pero esta emigración forzosa de lanzaroteños

inquietó a los Señores de la isla, de tal modo que a

instancia de los mismos, la Corona ordenó en 1484, que se

evitase la emigración a otras islas para evitar el

despoblamiento de Lanzarote.

Las Islas que parecían ser más ricas, era inicialmente

el destino seguro de los lanzaroteños, quienes intentaron

buscar en otras tierras el alimento de sus hijos. Es así

como vemos que en una distribución de tierras realizada

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 24

en 1501 en la isla de Tenerife, se hace referencia “a los

vecinos llegados de Lanzarote...”.

Al llegar el año 1560, se crea el Juzgado de la

Contratación de Indias en Santa Cruz de la Palma y en

1566 aparecen los de Tenerife y Gran Canaria. Era a estos

puertos se tenían que dirigir todos los barcos para registrar

todo el cargamento y pasajeros con destino al Nuevo

Mundo.

Directa o indirectamente, este hecho originó una

nueva faz de emigración clandestina en Lanzarote, ya que

fueron varios los que se aprovecharon de la llegada de las

flotas y armadas a esta isla en 1501, y gracias a la

presencia en sus puertos de la flota del Gobernador Frey

Nicolás de Ovando, en la cual varios isleños se

embarcaron en los navíos que tenían como destino las islas

españolas del Nuevo Mundo.

No importando si llegados en forma clandestina u

oficial, el nombre de lanzaroteños también figuran entre

los primeros emigrantes del Nuevo Mundo, como Alonso

Rodríguez Lanzarote, hijo de Lanzarote Terreros y Juana

González, que llegó sobre 1540 a México. Y el de Marcos

Verde Bethencourt, que emigra con su familia en 1581; o

de Luis de León, que se establece en Cartagena en 1569.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 25

Los registros muestran que Beatriz Dumpierrez, hija

del Capitán Luis de León y de Luisa Dumpierrez, emigró

con cinco sobrinos y se estableció en Cáceres de

Antioquia, e igual destino tiene Diego de la Peña, hijo de

Diego de la Peña y de Inés Bethencourt, donde dejan larga

descendencia, pues habían tenido tres hijos en Lanzarote,

y todos habían emigrado en 1581.

Pero como si no fueran ya suficientes las grandes

hambrunas en aquella época, para motivar aún más la

emigración, al igual que las otras islas, la de Lanzarote

también llegó a sufrir más invasiones piráticas que

ninguna de las otras que hacen parte del archipiélago

canario.

Los registros muestran que del periodo que va de

1569 a 1586, más de 700 lanzaroteños entre hombres

mujeres y niños, fueron obligados a dejar esa tierra

convertidos en esclavos, y, de éste impresionante número,

sólo se pudieron rescatar unos 50 individuos.

Así pues, el miedo a posibles ataques y las

condiciones climatológicas de la isla, terminaron por

originar la salida de numerosas familias, que en principio

se establecieron en Las Palmas y Tenerife, mientras que

otras optaron por emigrar al Nuevo Mundo.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 26

Igualmente los registros de la época muestran a las

familias de Francisco y Juan Betancort, la de Beatriz

Umpierrez, de Pedro Monguía y la familia Sanabria, que,

junto con otros lanzaroteños, se trasladan a Panamá,

Colombia, Venezuela, Perú, diversas islas de las Antillas y

otros terruños de las Indias.

También un lanzaroteño, José Martínez, figura entre

los primeros emigrantes del siglo XVI, llegados a Costa

Rica.

Pero la preocupación de las autoridades ante la

importancia de la fluente corriente migratoria de los varios

canarios, hace que Felipe II, en 1574, prohíba ante decreto

Real, la salida de los vecinos de estas islas.

No en tanto, en la visita del tribunal de la Inquisición

realizado en 1583 a Lanzarote, ya se habla de la gran

sequía que sufre la isla y de cómo sus vecinos han huido a

otras islas con sus ganados, por no haber allí frutos ni agua

para beber.

Pero en 1593, el hambre volvió nuevamente a

adueñarse de esta isla, por lo que la corriente migratoria

no paraba a pesar de las órdenes de la superioridad.

Igualmente hay anotaciones de que, durante la

invasión de 1618, parte de la isla emigró para

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Fuerteventura y que más de 800 lanzaroteños fueron

llevados al continente africano. De ellos, solamente unos

200 fueron liberados en el estrecho de Gibraltar, y otros

tantos fueron rescatados por las órdenes redentoras,

volviendo algunos a la propia Lanzarote.

También se dice que en la procesión que se realizó

por las calles de Madrid el 23 de septiembre de 1618, por

los padres Trinitarios con los cautivos rescatados, entre

ellos se encontraban más de 300 lanzaroteños marchando

alrededor de la imagen de la Virgen del Rescate, que en

palabras de Don Antonio Romeu de Armas, es el “símbolo

espiritual del Lanzarote heroico”.

Ya entre 1626 y 1632, esta isla sufre el azote de una

terrible sequía, y la mayor parte de sus vecinos tuvieron

que emigrar a otras islas. El Cabildo Catedral en una

sesión de 1628, haciendo referencia a los emigrantes de

Lanzarote y Fuerteventura, ya relataba que eran más de

dos mil los emigrantes llegados y que muchos morían en

el trayecto hasta el Puerto a las Palmas.

En realidad, los vecinos de la isla parecía que

llevaran en su corazón ese fuego interno de sus volcanes, y

no pasaba un año sin que los sobresaltos de una hambruna

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 28

o los peligros de las invasiones, les obligara a emprender

ese camino no deseado de la emigración forzosa.

Pero es también el amor a su tierra, el que les hace

volver una vez que el peligro pasa. Así vemos como en los

años 1647 a 1693 los lanzaroteños se convierten en

nómadas entre islas. Pero cuando la lluvia era abundante,

no sólo regresaban los lanzaroteños, sino también otros

emigrantes, tanto de las islas como de España y Portugal,

sobre todo por el intercambio comercial que existía entre

Lanzarote y Madeira, llegándose a contabilizar en 1640,

unos 200 lusitanos en esa isla.

Ya entrando en el siglo XVIII y lejos de dejar atrás

el problema de la emigración, ésta aún continúa. Ahora, es

verdad que de una forma un tanto más ordenada, pues las

emigraciones ya se hacen por grupos familiares. En un

principio, esa emigración tiene como destino Las Palmas y

Tenerife, donde más de 75 matrimonios de Lanzarote

fueron registrados en Tenerife en el periodo de 1701 a

1725.

Del mismo modo, existen datos que muestran que,

entre febrero y septiembre de 1703, salieron de Lanzarote

unos siete barcos cargados de emigrantes, de los cuales

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 29

cinco tenían como destino Las Palmas, otro Tenerife y el

último a la isla La Palma.

En un estudio sobre la sociedad de Las Palmas a

principios del siglo XVIII, se registran los bautismos

inscritos en el libro 17ª del año 1703 de la parroquia de la

Catedral Canaria, y en el mismo figura con el número 52,

Antonia, hija de Antonio Felipe, labrador, y Juana

Gutiérrez, vecinos de Lanzarote; y con la inscripción 79,

José, hijo de Antonio Chamorro, labrador, y Teresa de

Jesús, vecinos de Lanzarote.

Esta corriente migratoria se agrava en la crisis de

1721, en que esta isla y otras, quedaron casi desiertas.

Fueron tantos los emigrados, que el Cabildo acuerda que

no entren en Gran Canaria nada más que los tres mil

llegados desde las islas de Lanzarte y Fuerteventura. A la

isla de Tenerife emigró otro número similar, de los cuales

unos 600 se establecieron en el pueblo del Sauzal.

Como la sequía parecía no ser suficiente mal para

los sufridos habitantes de esta isla, un golpe casi de gracia,

les llegó con la mayor catástrofe natural de la historia de

Lanzarote, las erupciones volcánicas de 1730.

Se cuenta que las consecuencias de ese fenómeno,

terminaron por afectar al 57 por ciento de la población,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 30

haciendo emigrar a un 44 por ciento de la misma, la cual

fue calculada en unas 1.848 personas. La mayoría de ellas

llegaron a Fuerteventura.

Así lo reseñan los propios lanzaroteños que hablan

de los beneficios recibidos en la vecina isla, como

alimentos y tierras para edificar, dados con tanta

generosidad, que al final, los habitantes de Villaverde,

eran casi todos procedentes de Lanzarote.

No en tanto, en razón de las penurias, la Audiencia

encaminó a los emigrados lanzaroteños también hacia

otras islas como La Palma, La Gomera, Tenerife, Las

Palmas del Hierro, mientras algunos más aventureros,

optaron por emigrar hacia las tierras americanas, y entre

cuyos objetivos estaba preferentemente Cuba, Texas y

Montevideo, y luego después Venezuela, Argentina y La

Florida.

Registros de aquella época muestran que en la

propia fundación de Montevideo, participaron también

algunas familias lanzaroteñas. En la primera expedición

realizada en el buque Nuestra Señora de la Encina, que

partió de Santa Cruz de Tenerife el día 21 de agosto de

1726, se encontraban las familias de Aquino Rivero

García y Bernabé González, y en la segunda leva realizada

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 31

en 1729 , y que fue trasladados en el barco “San Martín”,

el cual llegó a Montevideo el 27 de Marzo de 1729, se

encontraban las familias lanzaroteñas de Lorenzo Calleros

Sosa, la de Antonio Méndez y la de Cristóbal Cayetano de

Herrera, y todas ellas contribuyeron a la fundación de la

ciudad de Montevideo.

Aquí se merece destacar el papel del lanzaroteño

Cayetano de Herrera, hombre que formó parte del primer

Cabildo de Montevideo. Asimismo, uno de sus 10 hijos,

también tuvo una actuación destacadísima, el Dr. Nicolás

Herrera (1774-1831), desempeñando diversos cargos

políticos y diplomáticos. De esta familia Herrera escribía

en 1926, don Luis Enrique Azarola Gil lo siguiente:

“Por espacio de doscientos años y seis generaciones,

esta prosapia histórica prolonga sus hilazas en el telar

nativo y presenta sus jalones humanos en cada etapa de la

evolución nacional. Sus faltas o sus méritos nos incumben

menos que su presencia en los anales de la patria”.

Igualmente figura en la Real Orden del 14 de

Febrero de 1719, dictada entonces por Felipe V para

atender a las peticiones realizadas desde las provincias de

Texas y Nueva Filipinas, manifestando en dicho mandato

que: “Mando y ordeno que se haga conocer mi Real

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 32

voluntad en esas islas y vea si hay familias que quisieran ir

a la Habana y a Texas, si ellos lo deciden voluntariamente

y no en otra forma...”. Ello termina por motivar a siete

familias de Lanzarote que sumaban 43 personas, a iniciar

una de las mayores aventuras americanas protagonizadas

por unos lanzaroteños: La fundación de San Fernando de

Bejar (Texas).

Consta que Juan Leal Goraz, vecino de San

Bartolomé y que en Lanzarote formaba parte del Cabildo

General, fue proclamado el 1 de Agosto de 1731, Regidor

y Primer Alcalde de San Antonio de Texas.

Pero para tener una visión de la situación real de lo

que sucedía en estas islas, veamos parte del discurso

pronunciado por el Síndico Personero en La Villa de

Teguise:

“La falta de alimentos y de agua se hizo general,

abandonados de todos, aquellos desgraciados se vieron al

fin en la necesidad de comer pencas de tuneras, para

conservar la vida, este alimento nocivo, los condujo a la

muerte con más brevedad, pero después de padecer mil

tormentos con las enfermedades que les originaba.

…Era una fortuna para cualquiera encontrar un

caballo, un burro, un perro o un gato muerto para devorar

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 33

una parte y ocultar la otra con que satisfacerse más tarde.

La esposa desgraciada se arrojaba sobre el cadáver de su

marido y le quitaba los zapatos para alimentar a sus

hambrientos hijos con unos pedazos de cuero que les

conservaba su penosa existencia por unos días más.

…Murieron a cientos en los pueblos, en los campos,

los unos de sed, los otros de hambre y muchos quedaron

sin sepultar sirviendo de pasto a las bestias y a las aves”…

¿Qué más cabe agregar a tan profunda y brutal

declaración emitida y registrada en los anales de la

historia? Nada, a no ser asimilarla sorprendidos y

comprender mejor lo que lleva al ser humano a adaptarse a

su medio ambiente.

El Perfil Social del Conquistador

De igual forma, vale aquí destacar otro conjunto de

las peculiaridades de aquellos individuos que hicieron

parte del éxodo respaldado de una manera directa o

indirecta por parte de la Corona durante el largo periodo

en que éste ocurrió desde el siglo XVI al XIX, y dirigido

hacia la conquista, población y manutención del extenso

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 34

territorio de las Indias. Más adelante tendremos

oportunidad de cuantificar este contingente en su

comienzo.

No en tanto, consta en documentos oficiales que las

regiones que más hombres aportaron al Nuevo Mundo

durante el siglo XVI, fueron Andalucía, Castilla y

Extremadura, entre otras varias. Y los contingentes que

nutrieron esas empresas de conquista, sin duda estaban

formados principalmente por hombres cuyas edades

fluctuaban entre los 30 y los 45 años; es decir, eran

personas ya maduras en una época en la cual alguien

mayor de 40 años ya era considerado viejo.

Por consiguiente, y como lo veremos con más

detalles en las próximas páginas, es sabido que el

Conquistador español provenía de una Europa marcada

por su rígida sociedad estamental, donde quienes no

poseían bienes y riquezas, tenían muy pocas posibilidades

de modificar su situación social en el lugar donde vivían.

Ha quedado pues supeditado, que los

Conquistadores y Colonizadores no procedían de la clase

alta o dirigente (la nobleza, excepto la más baja, no se

embarcó hacia América). Se trataba entonces de hidalgos

(hijosdalgo = “hijos de algo”, es decir, gente sin apellido

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 35

de cristiano viejo que buscaba de alguna forma colocarse

en la nobleza), quedando claro que eran casi todos

denominados de segundones, artesanos, labradores,

pastores, marineros, mercaderes, clérigos, oficiales reales

y otros varios representantes de las múltiples profesiones

liberales de la época. Pero salvo casos muy excepcionales,

estos profesionales abrazaron su oficio sólo por necesidad,

y no por vocación.

Eso sí, todos ellos albergaban en el alma la ilusión

de superar su condición social y acceder a privilegios que

en la Europa de entonces estaban reservados sólo a la

nobleza. Tampoco la mayoría de ellos tenía experiencia

militar, por lo cual, se convirtieron en improvisados

combatientes una vez llegados en América.

Tampoco eran gente culta, pero debe tenerse en

cuenta que en el siglo XVI, incluso las clases altas, la gran

mayoría adolecía de cultura. En aquella época, la

educación constituía un fenómeno eminentemente urbano,

y aprendían a leer solamente aquellos cuyos oficios así se

lo exigían (clero, nobleza, mercaderes, profesiones

liberales, funcionarios), y todos aquellos que podían

adquirir un libro, cuyo precio resultaba prohibitivo para

muchos. Tampoco hay que olvidarse que recién se acababa

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 36

de inventar la imprenta, y la oferta de libros era aún

mínima.

Y así, esperanzados y movidos por los fabulosos

relatos de quienes ya conocían las nuevas tierras, la

mayoría se embarcaba en los navíos apostados en Sevilla o

en San Lucas de Barrameda con destino a América. Pero

las motivaciones para salir de España no se limitaban

únicamente a un afán de ascenso social. Poder y riquezas,

honra y fama, eran ingredientes fundamentales para

enrolarse en las huestes indianas y eso era lo que

condicionaba el accionar de los españoles. En aquel

momento se aspiraba a ser reconocido y recordado, y

cuando más, poder regresar a las tierras de origen cargado

de riquezas y títulos.

Solamente entendiendo las características

comportamentales de estos hombres, es lo que nos hace

posible comprender aquella búsqueda incesante que ellos

tenían por encontrar la Fuente de la Eterna Juventud o del

mítico El Dorado; la internación en parajes inhóspitos y a

menudo inaccesibles para conquistar súbditos en nombre

del Rey; el esfuerzo físico desplegado en extensas

jornadas bélicas; y la ostentación de una vida centrada en

las apariencias.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 37

El Perfil Cultural del Conquistador

Por ser así, es posible entender que los hombres que

formaban las tropas conquistadoras y los colonizadores,

fueron individuos que vivieron entre la Edad Media y la

Edad Moderna. En su mentalidad, eran gente entre

medievales y modernos, por lo que se manifestó en ellos

una serie de características aún propias de ambas épocas.

Pero las características positivas suelen atribuirse a su

Medievalismo, y las negativas a su Renacentismo.

Las Características de raíz Medieval:

Providencialismo: Era lo que les llevaba a

considerarse como siendo los portadores de la verdadera

fe, que, por su intermedio, hallaban que ésta debía

propagarse a quienes aún la desconocían. Su religiosidad

parece probada por el hecho de que jamás se rebelaron

contra sus jefes, mismo cuando éstos destruyeron los

ídolos indígenas poniendo en peligro la supervivencia de

la misma hueste.

Predestinación: Al ser relacionado con el

providencialismo, esto solía justificar los hechos como

siendo el producto de un entramado de origen divino que

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 38

les debía conducir inexorablemente hacia un destino

determinado e inevitable.

Espíritu caballeresco: Era un arquetipo de tipología

que los impulsaba a servir ciegamente a Dios y al Rey.

Buscar obtener mercedes Reales (asociadas al

Espíritu Caballeresco): Esta característica se asociaba con

el servicio prestado a la Corona, y a las mercedes

otorgadas por ésta en pago a los servicios por ella

recibidos.

Ideal Señorial de Vida: Consistía en lograr tener

vasallos como una manifestación externa de autoridad y de

prestigio. La imagen señorial constituyó la verdadera

obsesión de todo conquistador, pero en realidad, muy

pocos lograron realizarla. La Corona -luego después de los

primeros viajes-, estuvo siempre en guardia contra las

tendencias señoriales que minaban su realengo, y cortó

muy pronto sus mercedes de títulos nobiliarios a los

conquistadores (apenas se dieron los del Marqués del

Valle de Oaxaca y Marqués de Cajamarca). La nobleza

castellana apoyó y aplaudió la medida, pues consideraba a

los conquistadores como unos advenedizos que pretendían

ensalzarse por haber matado unos cientos o miles de

indios. Más fácil les fue conseguir encomiendas o cargos

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 39

administrativos, pero la mayor parte de ellos carecía de

preparación adecuada para ejercer los últimos.

Escaso espíritu crítico, que le llevaba a creer en

leyendas fascinantes: Era lo que los conducía a efectuar

descripciones falsas y sobredimensionadas sobre lo que

veían (y lo que no veían) en sus viajes y exploraciones,

llegando a perseguir mitos como el Paraíso Terrenal, la

Fuente de la Eterna Juventud, las ciudades áureas de

Cibola, El Dorado, y los pueblos de gigantes y de

amazonas, etc.

Fanatismo: Era una genealogía que les hacía

concebirse irreductibles y ciegos ante las situaciones que,

en condiciones normales, los habrían llevado a desistir del

esfuerzo realizado por alcanzar un propósito.

Espíritu combativo: No hay dudas que esta fue una

característica muy evidente, pero hay que tener en cuenta

que usualmente era exteriorizada como resultado de la

situación en que se encontraban: metidos en territorio

enemigo y rodeados de adversarios, sin posibilidad de

volver atrás.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 40

Las características de raíz Renacentista:

Individualismo: Los Conquistadores anhelaban

realizar hazañas con el fin de ser recordados después de

modo personal. Era la concepción Renacentista de la fama.

Afán de obtener riquezas: La codicia se advierte

fácilmente en muchos personajes principales (Cortés,

Ordás, Pizarro, Alvarado, Benalcázar, etc.) quienes, una

vez logrado un buen botín, volvían a invertir todo lo

ganado en nuevas empresas conquistadoras; pero esto no

debía ser lo frecuente, sino lo anómalo, y propio de

hombres muy ambiciosos. Lo que de verdad buscaba el

soldado Conquistador, era retirarse después de haber

obtenido un buen botín o, lo que es mejor, una

encomienda, para no tener que empuñar la espada por el

resto de sus días. Su codicia, la del soldado, hay que

comprenderla desde otro ángulo, como si ella fuese un

pecado natural de quien nada tiene y lucha por conseguir

algo para mejorar su vida.

Sentido pragmático: Era la eterna disposición de

querer legitimar cualquier medio que los condujera a logar

obtener un fin determinado. En concreto, en cuanto a su

crueldad para con los indios, esto no puede comprenderse,

salvo en el caso de que lo hiciera para aterrar al enemigo y

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 41

obligarle a rendirse lo antes posible. Pero en realidad, los

Conquistadores hicieron barbaridades, como encerrar a los

indios en chozas y prenderles fuego, aperrear a los

naturales, cortarles manos y narices, etc., cosas que

parecen indicar un refinado sadismo propio de seres

inhumanos.

En verdad, es que para ellos, las guerras coetáneas

les eran prolijas en ejemplos de salvajismo humano.

Aterrar al enemigo para que se rindiera, parece que era -

quizá todavía lo es-, la regla áurea de toda campaña

militar. Quizá la mejor aproximación que puede hacerse a

la figura del Conquistador, es la de pensar que se trata de

un maldito de la sociedad española que trataba de

distinguirse mediante su sacrificio personal, y hasta el de

alcanzar los límites extremos, para convertirse finalmente

en un funcionario o en un encomendero.

Otros aspectos:

Al margen de los cambios que se sucedían

intermitentemente en la mentalidad europea, en tránsito

del Medioevo al Renacimiento, hubo muchos aspectos que

formaron parte de una cultura propia peninsular, y que

terminaron por marcar el espíritu de aquellos aventureros,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 42

y eso puede ser visto aquí más adelante, cuando

mostramos el comportamiento histórico de varios reinos.

Sin embargo, el impulso del Conquistador por

propagar la fe, al margen del providencialismo medieval,

respondía a una situación singular y especial de la

Península Ibérica: la Reconquista. No hay que olvidarse

que durante 800 años se desarrolló allí la acción que se

convino llamar en aquel entonces, por Reconquista.

Durante la mitad del siglo XV -que fue la época en

la que nacieron muchos de los Conquistadores de

América- fue la etapa decisiva en la lucha de la monarquía

castellana por terminar con lo que quedaba del dominio

político musulmán en su territorio. Por ello, la

Reconquista no fue sólo un conflicto político, sino que

fundamentalmente era una guerra de religión, y que hasta

podría llamarse de una “cruzada”.

Entonces, tenemos como resultado que los

Conquistadores se formaron bajo ese espíritu de cruzada,

de lucha contra los “infieles”. Por ello, se dice que éste es

un factor más para poder entender el afán de una ferviente

propagación del cristianismo que se mostró en América.

Evidentemente que ninguno de ellos fue un

antropólogo, ni eran arqueólogos o etnógrafos, y por tal

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 43

motivo, estos terminaron destruyendo por ignorancia, lo

que encontraron en sus campañas militares de Conquista.

Lo destruyeron por querer erradicar las idolatrías que ellos

mismos consideraban pecado contra Dios y contra la

Naturaleza.

La Amenaza Lusitana

Volviendo un poco nuestro foco hacia la región

territorial mencionada en el inicio de éste relato, nos

remontamos a finales de enero de 1680, cuando los

portugueses, queriendo extender sus dominios hacia el sur

de Brasil y aprovecharse de la debilidad española en esos

territorios, buscaron establecerse finalmente en la costa

norte del Río de la Plata, donde fundaron la ciudad de

Colonia del Sacramento, desde la cual podían los

portugueses comerciar su contrabando, siendo entonces la

ciudad de Buenos Aires la más perjudicada, y comenzando

de este modo muchos años de luchas entre las dos

naciones por el dominio del actual Uruguay.

En aquel momento, aquella expedición estaba al

mando del maestre de campo don Miguel Lobo,

gobernador de Río de Janeiro desde 1678, y fue compuesta

por 400 soldados embarcados en dos navíos, dos

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 44

bergantines y otros buques menores que zarparon de Río

de Janeiro. Dicen que llevaban 18 cañones, aperos de

labranza y elementos de construcción. Y pocos días antes,

el 20 de enero, ya habían ocupado la isla de San Gabriel.

Ese mismo año, el gobernador de Buenos Aires, don

José de Garro, mandó una zumaca, la San José, a la isla de

San Gabriel para tomar contacto con los portugueses. A su

regreso a Buenos Aires, estos informan al gobernador

Garro que los portugueses habían establecido un

asentamiento. Entonces el gobernador envió una airada

carta a Miguel Lobo para que se retiren, al ser la nueva

colonia considerada ilegal.

Ante la negativa portuguesa, Garro movilizó las

tropas disponibles. Pidió apoyo al virrey del Perú y,

después de varios meses de preparación, atacó la plaza el 7

de agosto con 3.000 indios tapes y 400 soldados puestos al

mando de don Antonio de la Vera Mújica, con hombres

procedentes de Buenos Aires, Paraguay y Tucumán. Pero

poco antes, tropas portuguesas de refuerzo habrían

naufragado a bordo de una zumaca y un lanchón en la

zona de la entrada del Río de la Plata, por lo que las tropas

de Miguel Lobo se encontraban solas. El militar español

intimó a que Lobo se rindiera para evitar una masacre,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 45

como así sucedió, pues en el asalto perdieron la vida 150

portugueses y 300 atacantes, la mayoría indios tapes.

Ante las protestas de la Corona portuguesa, los

españoles trataron de resolver la cuestión de forma

diplomática. Y así, cediendo a las pretensiones

portuguesas, se desaprobó el proceder del gobernador

Garro y se les devolvió la plaza, la artillería, y las armas y

pertrechos, conforme consta en el Tratado Provisional del

7 de mayo de 1681, haciéndose efectivo el traspaso el día

12 de febrero del año siguiente por Herrera y Sotomayor,

representante legítimo del nuevo gobernador de Buenos

Aires, al entonces gobernador de Río de Janeiro.

En 1704, la guerra de Sucesión española termina por

generar un nuevo enfrentamiento con los portugueses por

la posesión de la Colonia. Entonces, el gobernador de

Buenos Aires, don Alonso Juan de Valdés e Inclán, pone

sus tropas al mando de Baltasar García Ros, estas

compuestas por 800 soldados, 600 milicianos y 300 indios.

Todo muestra que el día 2 de octubre de 1704 habían

cruzado el río de la Plata y allí esperan a que se les

uniesen 4.000 indios, para comenzar el sitio el día 18 de

octubre. Pero el día 5 de marzo de 1705 llegó al lugar una

escuadra portuguesa compuesta de dos fragatas, de 44 y 30

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 46

cañones, la fragata Estrella de 20 y el patache Santa

Juana, de 8 cañones, con la misión de forzar el bloqueo y

evacuar a los vecinos y las tropas.

Les hace frente el capitán de mar y guerra don José

de Ibarra y Lazcano con el navío de registro Nuestra

Señora del Rosario, armado con 36 cañones, el bajel Santa

Teresa, alias Popa Verde, portugués apresado y armado

con 16 cañones y al mando del capitán D. Francisco

Valero, y además, un brulote del cual no consta nombre.

La historia cuenta que las dos escuadras llegaron a

combatir a tiro de pistola, no pudiendo evitar que los

portugueses entraran en Colonia y que el buque Santa

Teresa fuese tomado al abordaje. Incluso, fracasó

posteriormente un intento de quemar las embarcaciones

portuguesas con el brulote. Entonces, los portugueses

embarcaron a la guarnición y zarparon apurados el día 14

de marzo, abandonando los cañones y las armas de la

plaza a los españoles, que entonces es ocupada dos días

después.

Pero por el tratado de Utrecht, que fuera firmado en

Holanda en 1713, la plaza debería ser devuelta a los

portugueses en 1716, cuando nombran como nuevo

gobernador a don Manuel Gómez Barboza, siendo

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sustituido posteriormente el día 14 de marzo de 1722, por

Antonio Pedro de Vasconcelos.

La Llegada de los Primeros Colonos a

Montevideo

Buscando proteger el territorio en disputa, en una

carta del Rey portugués para su gobernador y capitán

general de Río de Janeiro, datada en el día 29 de junio de

1723, se ordena a éste enviar una expedición a

Montevideo para poblar nuevamente aquellos parajes.

Entonces, el 21 de noviembre de ese año, zarpa de Río de

Janeiro una fuerza naval compuesta por la fragata de 44

cañones Nossa Señora da Oliveira, el navío Chumbado, al

mando de Francisco Días, el Sacopira, y una zumaca al

mando del capitán de navío Manuel Enriquez de Noronha.

Llevaban embarcados una dotación de 250 a 300

personas, de ellas, 150 eran soldados. La expedición

estaba al mando del maestre de campo don Manuel Freitas

da Fonseca, y deberían ser apoyados con un contingente

de refuerzo por parte del gobernador de Colonia de

Sacramento, Antonio Pedro de Vasconcelos.

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Al alcanzar las costas del Río de la Plata, estos

desembarcaron y tomaron posesión de la bahía de

Montevideo el día 28 de noviembre, iniciando con ello la

fortificación del lugar con la instalación de una batería de

cañones. Tal como ya había ocurrido en 1680 con la

Colonia de Sacramento, los portugueses pretendían

establecerse ilegalmente.

En aquel entonces, el gobernador de Buenos Aires,

don Bruno Mauricio de Zabala, es informado de la llegada

de los portugueses el día 1º de diciembre por intermedio

del práctico del río, capitán D. Pedro Gronardo. Entonces,

el gobernador decide enviar al capitán don Alonso de la

Vega con 150 dragones, para que de esta forma hostigase

a los portugueses, mientras él comenzaba a preparar una

futura expedición por tierra y mar.

Como ya se encontraban en aquella zona cuatro

buques de registro, los cuales, de acuerdo con sus

capitanes y oficiales, fueron armados con varios cañones y

aumentada su tripulación, es que se provee el contingente

de ataque. Las tropas españolas hicieron incursiones y

golpes de mano, lo que finalmente dejaron a los hombres

de Fonseca en delicada situación, empeorando con la

llegada el 20 de enero, de un refuerzo de 420 hombres al

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mando del mismísimo gobernador Zabala, para instarlos a

que se retirasen.

Fonseca, viéndose en una situación crítica, sin

alimentos y sin apoyos, reembarcó sus tropas el 22 de

enero de 1724. No en tanto, por causa de la aligerada

partida, el gobernador se aprovechó de las instalaciones y

aparejos que habían dejado los portugueses, y Zabala halló

por bien comenzar una nueva fortificación en enero de

1724, llamándola en aquel entonces de Real de San Felipe,

convirtiéndose así en el fundador de la ciudad de

Montevideo.

Enseguida, el Gobernador mandó a las milicias y a

algunas tropas regulares que regresaran a Buenos Aires a

bordo de dos navíos, y con el resto del personal, comenzó

a instalar una batería de cuatro cañones al este de la

ensenada, resguardando el así lugar para futuras

providencias.

Sin embargo, durante la mañana del día 24 de

febrero, aparece a la vista de la plaza la fragata portuguesa

Santa Catharina, armada en aquel entonces con 32

cañones y con 130 soldados destinados a reforzar

Montevideo, ya que al zarpar de Río de Janeiro, estos

desconocían que los portugueses se habían retirado del

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 50

lugar. Y así, a las nueve de la mañana de ese día, esta

fondeó cerca de la batería española, desde la cual se la

hizo señal para que se acercaran con un bote.

Cuando el comandante de la fragata se percató que

Montevideo estaba en manos españolas, largó velas y viró

de vez para salir de la ensenada. Entonces, ni corto ni

perezoso, Zabala envió rápidamente un bote para dar caza

a la lancha enemiga, consiguiendo así capturar a cinco de

los marineros. Dos días más tarde, después de liberar a los

prisioneros, la fragata zarpó de vez con la cola entre las

patas rumbo a Río de Janeiro.

No en tanto, en ese mismo día aparecieron otras tres

velas portuguesas que venían de Colonia, pero estos

navíos se retiraron dos días después sin intentar ningún

ataque.

A seguir, Zabala se marchó hacia Buenos Aires el 5

de abril, dejando como comandante encargado de la

defensa de la plaza, al capitán don Francisco Antonio de

Lemos con tan sólo una guarnición de 110 soldados y mil

indios armados. A partir de ese momento, el determinado

gobernador Zabala, siguiendo las disposiciones de la Real

Orden de Aranjuez, concedió franquicias y privilegios

para todos aquellos que pasasen de margen del Río de la

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 51

Plata para poblar Montevideo, y así lo hicieron seis

familias, mientras que la gran mayoría llegarían

posteriormente desde las islas Canarias con la aprobación

de la Corona española.

Cuando finalmente arribó a esas orillas rioplatenses

la fragata de Registro “Nuestra Señora de la Encina” -

alias “La Bretaña”-, los escasos pobladores percibieron de

lejos que el buque contaba con tan solo 24 cañones y 121

toneladas, y tenía 24 metros de largo, 6 de manga y un

calado de 2.20 metros. Con este intrépido hecho, se había

logrado realizar con éxito el primer viaje hacia el Río de la

Plata trayendo a bordo las 13 familias canarias y un nuevo

contingente militar.

Sin embargo, se sabe que durante el viaje, las

mujeres y los niños pasaron la primera noche -y todas las

siguientes- abordo, alojadas en el entrepuente, mientras

que los hombres durmieron con la tripulación en cubierta.

Además, en ese viaje vinieron 80 misioneros de la

Compañía de los Franciscanos y Jesuitas.

Con relación al informe de la travesía, ésta fue

considerada relativamente buena por su capitán, ya que

había gozado de fresco en la línea, y teniendo sólo 30 días

de vientos contrarios. También habrían sufrido remediadas

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tempestades, lluvias y vendavales, pero por algún motivo,

el afanoso capitán Bernardo se omitió de declararlo.

Días después del nombrado arribo, “La Bretaña”

partió hacia Buenos Aires a fin de vender las mercaderías

que llevaba en la bodega, pero resulta que allí encontró la

plaza abierta al comercio de contrabando, tanto por los

portugueses de La Colonia, así como por los ingleses

embarcados en buques del “Asiento de Negros”.

En aquel momento, ya ancorado en Buenos Aires,

había siete buques ingleses anclados a sus orillas, y en La

Colonia, otros ocho de bandera portuguesa. Por ello,

resultó que los precios de las mercaderías que con tanto

trabajo habían sido traídas desde el viejo mundo, estos

resultaron ser iguales que los entonces practicados en el

puerto Cádiz. Lo que significaba la ruina para armadores y

comerciantes.

-“Di fondo en esta miseria y fatal desdicha”, -

maldijo al final entre dientes, y así lo escribió el capitán

Bernardo para sus armadores.

Luego después, el hombre ordenó el alije de los

bultos hacia las embarcaciones menores, y de éstas a

carretas para poder depositar las mercaderías en tierra;

pero el lento desembarque del enjunque, los géneros y los

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 53

utensilios domésticos transportados, pareció durar una

eternidad.

Esta descarga fue lenta, tanto es así, que un mes

después del arribo, habían sido depositado en tierra, sólo

la mitad de las mercaderías que ellos habían traído de

España.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 54

Del reino de León a los de

León y Castilla

Bien valdría haber resumido los acontecimientos que

envolvieron algunas de las Coronas europeas y los de sus

súbditos, en un sucinto relato, pero entiendo que al

realizarlo de tal forma, estaría cerceando al lector de los

diversos acaecimientos que ocurrieron durante siglos en

Europa, y mismo de que algunas veces pareciera ser

desnecesario referirlos, a la postre se verá como todos

ellos se unen en prácticamente una sola biografía y de la

manera como estos terminaron por forjar los

temperamentos, la naturaleza y la tipografía de las huestes

conquistadoras y de los futuros habitantes del territorio de

las Indias…

Es que callar, sería como querer ocultar hechos que,

en esos reinados, al final se trasformaron en un rico paño

que perece haber sido tejido por briznas e hilvanes

formados por los más diversos intereses particulares, por

intrigas, complots, tramas, acuerdos espurios, fanatismos,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 55

asesinatos, atentados a la vida del monarca y/o sus

descendientes, delitos y arreglos de todo tipo.

La Unión de los Territorios

La Corona de Castilla, como entidad histórica, suele

considerarse que tiene su comienzo con la última y

definitiva unión de los reinos de León y de Castilla en el

año 1230, o bien, con la unión de esas Cortes algunas

décadas más tarde. Así tenemos que en año de 1230,

Fernando III el Santo, rey de Castilla desde 1217 y en el

cual se incluía el reino de Toledo, anexionó el Reino de

León, quien inclusive circunscribía el de Galicia, estado de

su padre Alfonso IX, tras anularse el testamento de su

progenitor en el cual le legaba sus estados para las infantas

Sancha y Dulce.

El Reino de León surgió a partir del Reino de

Asturias, y Castilla fue, en principio, un mero condado

dentro del Reino de León. Pero en la segunda mitad del

siglo X, durante el desenlace de las guerras civiles

leonesas, se comportó con cada vez mayor independencia,

para caer finalmente en la órbita navarra en el reinado de

Sancho III el Grande, que aseguraría este condado para su

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 56

hijo Fernando Sánchez a través de su esposa Muniadona y

tras el asesinato del conde García Sánchez en 1028.

Pero en el año 1037, Fernando I se rebeló en

beligerancia contra el rey de León, Bermudo III, quien

murió en la batalla de Tamarón, y tras el desenlace del

conflicto, se convirtió en rey de León a través de su

matrimonio con la hermana de Bermudo, Sancha. Fue así

que el condado castellano por fin se convirtió en parte del

patrimonio regio.

No en tanto, cuando ocurrió la muerte de Fernando I,

muy pronto se dividieron sus estados entre sus hijos.

Su favorito, Alfonso, recibió el reino de León y la

primacía que éste título le otorgaba sobre sus hermanos.

Entonces a Sancho le correspondió el estado patrimonial

de su padre, el Condado de Castilla, ahora elevado a

categoría de reino, y el menor de ellos, García, recibió el

territorio de Galicia.

Pero esta división duró poco, pues entre 1071 y 1072

acaecieron batallas en la que finalmente Sancho derrocó a

sus hermanos y se anexionó sus estados, pero resultó que

este murió asesinado ese último año, con lo que su

hermano Alfonso logró reunificar de nuevo la herencia de

Fernando I, que permaneció indivisa hasta el 1157.

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Pero en ese mismo año también fallecía el

emperador Alfonso VII, legando así los reinos de León a

Fernando II, y el de Castilla a Sancho III.

Posteriormente, Sancho fue sucedido por Alfonso

VIII, y Fernando II fue por Alfonso IX, de cuyo

matrimonio con Berenguela de Castilla, hija de Alfonso

VIII, engendró entonces a Fernando, el futuro Rey Santo.

Al morir el hijo y sucesor de Alfonso de Castilla,

Enrique I, en 1217, Fernando heredó de su madre el Reino

de Castilla y accedió, en 1230, tras la muerte de su padre,

al de León. Asimismo, el rey aprovechó la debilidad del

reino almohade para avanzar enormemente con la

Reconquista, tomando para sí el valle del Guadalquivir

mientras que su hijo Alfonso conquistaba el Reino de

Murcia.

Los reyes de la Corona de Castilla (Juana I) poseían

los títulos de: Rey de Castilla, León, Navarra, Granada,

Toledo, Galicia, Murcia, Jaén, Córdoba, Sevilla, los

Algarves, Algeciras y Gibraltar y de las islas de Canaria y

de las Indias e islas y Tierra Firme del mar Océano y

Señor de Vizcaya y Molina. Su heredero portaba el título

de Príncipe de Asturias.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 58

La Unificación de las Cortes

La unión de los reinos bajo un solo soberano, tuvo

como consecuencia casi inmediata la unión de las Cortes

de León y Castilla. Esas coaliciones se articularon en tres

brazos, que correspondían respectivamente a los

estamentos Reales, como los de: nobles, eclesiásticos y

ciudadanos; y, aunque el número de ciudades

representadas en esas Cortes fuese variando a lo largo del

tiempo, fue el rey Juan I, quien fijó de una manera

definitiva las ciudades concretas que tendrían derecho a

enviar procuradores a Cortes. El decreto real incluía las

entonces urbes de: Burgos, Toledo, León, Sevilla,

Córdoba, Murcia, Jaén, Zamora, Segovia, Ávila,

Salamanca, Cuenca, Toro, Valladolid, Soria, Madrid,

Guadalajara y Granada, (esta a partir de 1492).

Con el rey Alfonso X, la mayoría de las reuniones de

Cortes eran conjuntas para todos los reinos. Pero las

Cortes de 1258 en Valladolid son según quedó registrado:

De Castiella e de Extremadura e de tierra de León,

mientras que las de Sevilla, en 1261 son: De Castiella e de

León e de todos los otros nuestros Regnos (conforme

registros gráficos de la época)

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 59

Posteriormente se realizarían algunas Cortes

separadas, como por ejemplo en 1301, de Burgos para

Castilla, y de Zamora para León, pero los representantes

de las ciudades pidieron que se volviera a la antigua

unificación.

Sobre varios alegatos, los representantes castellanos

lo solicitan (en lenguaje de la época): “Pues yo agora

estas cortes fazía aquí en Castiella apartada miente de los

de Estremadura de tierra de León, que daquí adelante que

non fiziese nin lo tomase por huso”. Movimiento igual fue

llevado a cabo por los leoneses, que solicitan (en igual

locución): “que quando oviere de facer Cortes que las

faga con todos los omnes de la mi tierra en uno en tierras

leonesas”.

Aunque en un principio, los reinos singulares y las

ciudades conservaron sus derechos particulares, entre los

cuales se hallaban el Fuero Viejo de Castilla o los

diferentes fueros municipales de los concejos de Castilla,

León, Extremadura y Andalucía, pronto se fue articulando

un derecho territorial castellano en torno a las Partidas

(1265), el Ordenamiento de Alcalá (1348) y las Leyes de

Toro (1505), que continuó vigente hasta 1889, año en que

fue promulgado el Código Civil español.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 60

La justificación providencialista de los orígenes de

cada reino y su primacía eran una cuestión importantísima

(no sólo en la Edad Media, sino durante todo el Antiguo

Régimen), y se suscitaron debates en cuanto a la entidad

sobrenatural que debía ejercer el patronazgo y en qué

territorio en concreto, con consecuencias incluso fiscales.

El origen se remontaba a batallas mitificadas de los

siglos VIII al X, de las que las crónicas recogían

intervenciones milagrosas: la batalla de Covadonga, la

batalla de Clavijo o la batalla de Simancas.

La Lengua Castellana

Como era de figurarse, en el siglo XIII existían en

los reinos de León y Castilla numerosas variedades de

lenguas y dialectos, como el castellano, el astur-leonés, el

euskera o el gallego. Pero a partir de éste siglo, el lenguaje

castellano comienza a ganar fuerza como un instrumento

vehicular y cultural de la España peninsular, como por

ejemplo así lo indica: “El Cantar de Mío Cid”.

Pero fue durante los últimos años de reinado de

Fernando III, que el castellano se comienza a utilizar para

la redacción de ciertos documentos. Sin embargo, la

lengua castellana finalmente alcanzaría el título de lengua

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 61

oficial, sólo con el advenimiento del rey Alfonso X, y a

partir de entonces todos los documentos públicos se

redactarían en castellano, asimismo también las

traducciones que, en vez de verterse al latín, deberían ser

redactadas en dicha lengua, conforme dicta la orden de

S.M.:

“Mandólo trasladar del arábigo en lenguaje

castellano porque los homnes lo entendiesen

mejor et se supiesen del más aprovechar”.

Mapa de fundación de Universidades castellanas y

aragonesas.

Hay quienes consideran que la sustitución del latín

por el castellano, se debe a la fuerza de la nueva lengua,

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no en tanto, otros estudiosos consideran que esto se debió

mucho más a la influencia de intelectuales hebreos, que

eran hombres hostiles al latín por ser ésta la lengua de la

iglesia cristiana.

Bajo la visión más erudita de los reyes y su Corte,

también en el siglo XIII comenzaron a fundarse una gran

cantidad de universidades en los territorios que formarían

la Corona de Castilla. Algunas, como las de Palencia o

Salamanca, serán las primeras universidades europeas.

No obstante, sólo en 1492, y con los auspicios de los

Reyes Católicos, es que se publicará de la primera edición

de la Gramática sobre la Lengua Castellana, de Antonio de

Nebrija.

Siglos XIV-XV: Reinado de los Trastámara

Con la muerte del rey Alfonso XI, pronto se da

inicio a un conflicto dinástico enmarcado en la Guerra de

los Cien Años, siendo éste llevado a cabo entre sus hijos

Pedro y Enrique.

Alfonso XI había contraído matrimonio con María

de Portugal, con la que tuvo a su heredero, el infante

Pedro. Sin embargo, el rey también tuvo con Leonor

Núñez de Guzmán varios hijos naturales, entre ellos el

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 63

infante Enrique, conde de Trastámara, quienes, unidos,

decidieron disputar el reino a Pedro una vez éste accedió

al trono.

La Corona de Castilla a finales del siglo XV.

En su querella contra Enrique, Pedro terminó

aliándose con Eduardo, el príncipe de Gales, también

llamado de Príncipe Negro. Y así fue que, durante el

transcurso del año de 1367, el Príncipe Negro terminó por

derrotar a los partidarios de Enrique en la Batalla de

Nájera. Pero resulta que posteriormente, el Príncipe

Negro, viendo que el rey no cumplía con las promesas

realizadas, decide abandonar el reino, circunstancia que

aprovechó Enrique, refugiado hasta entonces en Francia,

para retomar la lucha. Finalmente, Enrique venció de vez

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 64

en 1369 en la batalla de Montiel, cuando dio muerte a su

hermano Pedro.

Pero la trifulca no paró por ahí, pues Juan de Gante,

hermano del Príncipe Negro y duque de Lancaster, en

1371 contrajo matrimonio con Constanza, hija de Pedro, y

en 1388 reclama la Corona de Castilla para su mujer,

quien la consideraba heredera legítima según las Cortes de

Sevilla de 1361. Al fin de hacer valer lo que él creía ser su

fundado reclamo, finalmente llega a La Coruña con un

ejército, tomando primero esa ciudad y, más tarde,

Santiago de Compostela, Pontevedra y Vigo, cuando

entonces le exige a Juan de Trastámara, hijo de Enrique de

Trastámara, que le entregue a Constanza el trono.

Pero Juan no acepta el requerimiento y entonces

propone que en lugar de una nueva lucha, se lleve a efecto

el matrimonio de su hijo, el infante Enrique, con Catalina,

hija de Juan de Gante y Constanza. La propuesta es

aceptada y entonces se acuerda instituir el título de

Príncipe de Asturias que ostentaron por primera vez

Enrique y Catalina.

Este acuerdo fue el que permitió culminar el

conflicto dinástico, al afianzar la Casa de Trastámara y

establecer la paz entre Inglaterra y Castilla… O sea, a falta

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 65

de otra salida, se van los anillos, pero se mantienen los

dedos.

Las Relaciones con la Corona de Aragón

Pero fue durante el reinado de Enrique III, que al

final se restaura todo el poder real, y se desplaza a la

nobleza más poderosa de la Corte. Ya en sus últimos años,

el monarca decide delegar parte de sus poderes efectivos

en su hermano Fernando de Antequera, quien sería

regente, junto con su esposa Catalina de Lancaster,

durante la minoría de edad de su hijo, el príncipe Juan.

Pero tras el Compromiso de Caspe firmado en 1412, el

regente Fernando abandonó Castilla, pasando a ser rey de

Aragón.

A la muerte de su madre, Juan II alcanzó la mayoría

de edad, y con 14 años, contrajo matrimonio con su prima

María de Aragón. En ese entonces, el joven rey confió el

gobierno a Álvaro de Luna, la persona más influyente en

su corte y que a su vez era aliado con la pequeña nobleza,

las ciudades, el bajo clero y los judíos.

La intolerante determinación de Juan II terminó por

cautivar las antipatías de la alta nobleza castellana y de los

Infantes de Aragón, lo que provocó, entre 1429 y 1430,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 66

una cruenta guerra entre Castilla y Aragón. En el calor de

la contienda, Álvaro de Luna ganó la guerra y terminó por

expulsar a los infantes.

Segundo Conflicto Sucesorio

Ante las embarazosas circunstancias que rodeaban

su reinado, Enrique IV intentó restablecer sin éxito la paz

con la nobleza, que otrora había sido rota por su padre.

Empero, se dice que las condiciones de su entorno

llegaron a su ápice cuando su segunda esposa, Juana de

Portugal, da a luz a la princesa Juana, ya que la gestación

de ésta es atribuida a una supuesta relación adúltera de la

reina, con Beltrán de la Cueva, uno de los privados del

monarca.

El rey, que desde hacía tiempo se veía asediado por

las consecutivas revueltas y las cargantes exigencias de los

nobles, por fin tuvo que firmar un tratado por el que

nombraba heredero a su hermano Alfonso, dejando a

Juana fuera de la sucesión. Pero tras la fortuita muerte de

éste en un accidente, Enrique IV decide firmar con su

hermanastra Isabel, el Tratado de los Toros de Guisando,

en el cual la nombra heredera a cambio de que sólo se

casase con el príncipe que fuese electo por Enrique.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 67

Los Reyes Católicos: Unión con la Corona

de Aragón

Sin embargo, el tratado no fue respetado por la

hermanastra y, en octubre de 1469, se casan en secreto, en

el Palacio de los Vivero, de Valladolid, Isabel y Fernando,

el príncipe heredero de Aragón. Este enlace, tuvo como

consecuencia la unión dinástica de la Corona de Castilla y

la Corona de Aragón en 1479 al acceder Fernando a la

Corona aragonesa, aunque no se hace efectiva hasta el

reinado de su nieto, Carlos I.

Pero Isabel y Fernando estaban relacionados

familiarmente y se habían casado sin la aprobación papal,

razón por lo que fueron excomulgados. Posteriormente,

como los intereses económicos siempre pueden más, el

papa Alejandro VI finalmente les concederá el título de

Reyes Católicos.

Para alcanzar tal gracia, bastó que el 11 de agosto de

1492 fuese elegido como nuevo Papa, el cardenal

arzobispo de Valencia Rodrigo Borgia, quien pasó a

llamarse Alejandro VI. Pero resulta que éste cardenal tenía

una relación muy estrecha con Isabel y Fernando desde

1472, cuando como legado papal en la Península, los había

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 68

favorecido con su reconocimiento como los herederos al

trono castellano; sobre todo al facilitarles la bula papal de

dispensa que autorizó su matrimonio a pesar de ser primos

segundos.

Fernando le había correspondido de igual modo al

dejarlo acaparar cargos eclesiásticos en sus dominios y

otorgando favores a sus hijos: el ducado de Gandía para

Pedro Luis (1485), el arzobispado de Valencia para César

(1492) y la mano de María Enríquez, prima del Rey, para

Juan (1493).

En realidad, las “Bulas Alejandrinas”, fue el nombre

colectivo que se le dio a un conjunto de documentos

pontificios que otorgaron a los reyes de Castilla y León el

derecho a conquistar América y la obligación de

evangelizarla, los cuales fueron emitidos por la Santa Sede

en 1493 a petición de los Reyes Católicos, cuya influencia

ante el Papa Alejandro VI (de la valenciana familia

Borgia), era lo suficientemente poderosa como para

conseguirlas.

Tal vez por coincidencia, se llega a pensar que fue

un reconocimiento otorgado por el pontífice a los

Soberanos a cambio de los favores reales que le habían

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 69

concedido a él años antes… Así, una mano lava la otra, y

juntas se lava la cara.

En todo caso, vale decir que fueron cuatro

documentos papales: el breve Inter caetera; la bula menor

también llamada Inter caetera, que es la más conocida y la

que menciona por vez primera una línea de demarcación

en el Atlántico; la bula menor Eximiae devotionis y la bula

Dudum siquidem.

Por otro lado, se dice que las negociaciones entre los

Reyes Católicos y el Papado se llevaron con tanto secreto,

que hasta ahora no se han encontrado instrucciones ni

despachos diplomáticos sobre ellas. Se cree que el

principal negociador por parte de los Reyes fue

Bernardino López de Carvajal, obispo de Cartagena y

embajador permanente en Roma, y quien pronunció un

famoso discurso ante el Colegio Cardenalicio el 19 de

junio de 1493. Por sus servicios, de Carvajal fue

nombrado cardenal a petición de los Reyes el 20 de

septiembre del mismo año… De esta forma, todo quedaba

en casa.

Castilla y Portugal en el Atlántico Antes de

1492

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 70

El hecho de que en 1493 aún no se supiera de la

existencia de un Nuevo Mundo entre Europa y Asia, eso

no quita validez a la donación papal. Lo que en realidad se

sancionaba en la práctica, era un reparto del mundo entre

las dos potencias que optaban a ello: Castilla y Portugal.

Tampoco se puede decir que fue una simple

casualidad, ya que como se ve, todo contribuyó a ello: la

coyuntura del final de la Reconquista; la modernidad de

sus sistemas políticos donde se destacaban las monarquías

autoritarias de ambas; la dinámica de sus economías -la

lana castellana para el siglo XV, se ha comparado al

petróleo para el XX-; la geografía, ya que ambas naciones

ocupaban el ángulo suroccidental de Europa; las bases

avanzadas de Canarias y Azores; el capital humano de sus

marineros que se encargaron de heredar y actualizar a cada

generación su información sobre el Atlántico, con el

añadido de las colonias italianas, y su tecnología naval

punta.

Las bulas, a pesar de que parezca ser un triunfo

castellano, en verdad tenían una clara componente arbitral

reconocida por Pedro Mártir de Anglería en las seculares

negociaciones por las rutas atlánticas de la costa

occidental africana, y que fueron revalorizadas desde el

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 71

descubrimiento del Cabo de la Buena Esperanza, y

nuevamente desvalorizadas desde el descubrimiento del

territorio de la Indias por Colón.

Si hasta entonces se habían repartido el mundo con

una división en el sentido norte-sur siguiendo la frontera

un paralelo -interpretación controvertida del Tratado de

Alcáçovas, en 1479-, ahora se hacía lo mismo en el

sentido este a oeste, siguiendo la frontera un meridiano: el

que pasaría a cien leguas de las Islas Azores y Cabo

Verde.

La Santa Hermandad

Pero volviendo un poco atrás en el tiempo y

retomando el punto de los reinados, ocurrió que debido a

la realización del matrimonio de Isabel y Fernando, el rey

y hermanastro de Isabel, Enrique IV, consideró roto el

Tratado de los Toros de Guisando por el cual Isabel

accedería al trono de Castilla a su muerte, siempre y

cuando la dama contase con su aprobación para contraer

matrimonio.

No obstante, el rey Enrique IV, además de otros

deseos, ambicionaba poder aliar la Corona castellana con

Portugal o Francia en vez de con Aragón. Por estas

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razones termina declarando heredera al trono, a su hija

Juana la Beltraneja frente a Isabel. Al morir Enrique IV en

el año de 1474, comienza entonces una nueva guerra civil

que duraría hasta el año de 1479, cuando se trabó una

lucha por la sucesión al trono entre los partidarios de

Isabel y los de Juana, en la que vencen los partidarios de

Isabel.

Así pues, tras la victoria de Isabel en la guerra civil

castellana y la consecuente ascensión al trono de

Fernando, las dos Coronas pasaron a estar unidas bajo los

mismos monarcas. No obstante, Castilla y Aragón

continuarán separadas administrativamente, donde cada

Corona conservará su identidad y leyes, y las cortes

castellanas permanecerán separadas de las aragonesas.

Empero, la única institución común que habrá entre ellas,

será la famosa Inquisición.

Pero a pesar de ostentar sus títulos de Reyes de

Castilla, de León, de Aragón y de Sicilia, Fernando e

Isabel reinaban cada cual inmiscuidos en los asuntos de

sus respectivas Coronas, aunque también se dice que era

normal verlos tomar decisiones comunes. No obstante, por

la posición central de la Corona de Castilla, su mayor

extensión (3 veces el territorio aragonés) y su población

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(4,3 millones frente a los cerca de 1 millón de la Corona

aragonesa), es lo que hará que esta tome el papel

dominante en la unión.

No estando ubicada del todo al margen de la Corte,

como en su debido momento lo pudo comprobar Enrique

IV, la aristocracia castellana se había convertido en una

hidalguía muy poderosa gracias a la Reconquista. Es

entonces cuando los monarcas, al percibir que necesitan

imponerse cuanto antes a los nobles y al clero, terminan

por constituir medidas para alcanzar su fin.

Por tal motivo, en el año 1476 fue fundado el

Consejo de la Hermandad, que luego será conocido como

la Santa Hermandad. Además, se toman medidas contra la

nobleza, donde se llega a destruir algunos castillos

feudales, se prohíben las guerras privadas entre los

diferentes feudos, y se reduce el poder que había sido

otorgado a los adelantados. Es también el momento en que

la monarquía incorpora a las órdenes militares bajo el

Consejo de las Órdenes en el año 1495, e incluso refuerza

el poder real en la justicia a expensas de los señores

feudales, y la Audiencia pasa a ser cuerpo supremo en

materia judicial.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 74

El poder real también busca controlar más y mejor a

las ciudades, y es así que en las Cortes de Toledo en 1480,

se crean los corregidores para supervisar los Concejos de

las ciudades. Pero las visionarias mudanzas no pararon por

ahí, ya que en lo referente al aspecto religioso, -el clero, se

reforman las órdenes religiosas y se busca la uniformidad

como un todo. También es el periodo donde se presiona

para la conversión de los judíos, y en algunos casos, los

irascibles llegan a ser perseguidos por la Inquisición.

Finalmente, en 1492, para aquellos no conversos, se

decide por su expulsión de los territorios de la Corona,

estimándose que entre unas 50.000 a 70.000 personas

debieron abandonar la Corona de Castilla. Y desde el

1502, también se pasa a buscar la conversión de la

población musulmana.

Es durante el periodo que va desde 1478 a 1496, que

se conquistan las islas de Gran Canaria, La Palma y

Tenerife. Pero lo más significativo dice respecto a lo

sucedido el día 2 de enero de 1492, cuando finalmente los

reyes entran en la Alhambra de Granada, con lo que se da

fin al largo, cruento y brutal periodo de la Reconquista.

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Colón y los Reyes Católicos (El retorno de Colón).

Es también cuando aparecerá la importante figura de

Gonzalo Fernández de Córdoba, apodado el Gran Capitán,

y cuando Cristóbal Colón descubre las Indias occidentales.

Para completar, en 1497 se toma definitivamente Melilla.

O sea que, casi finalizadas las eternas luchas contra

los invasores moros, el agresivo contingente de los

ejércitos reales pasa a ser direccionado para buscar sellar

otras conquistas territoriales, y es cuando tras la toma del

Reino nazarí de Granada para la Corona de Castilla, la

política exterior entonces girará hacia el Mediterráneo, y

Castilla pasará a ayudar con sus ejércitos al reino de

Aragón en sus problemas con Francia, lo que culminará

con la recuperación de Nápoles en 1504 para la Corona de

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 76

Aragón. Más tarde, en ese mismo año, fallece la reina

Isabel, llamada la católica.

Siglos XVI - XVII: Del Imperio a la Crisis

La reina Isabel había excluido a su marido de la

sucesión a la Corona de Castilla, la cual pasaría a manos

de su hija Juana (casada con Felipe de Austria, apodado el

Hermoso). Pero la reina Isabel conocía de la enfermedad

que su hija adolecía y por la cual era conocida como Juana

la loca, y entonces nombra de regente a Fernando en caso

de que Juana “no quisiere o pudiere entender en la

gobernación de ellos”.

Entonces, en la Concordia de Salamanca (1505), se

acuerda el gobierno conjunto de Felipe, Fernando y la

propia Juana. Sin embargo, las malas relaciones entre éste,

que era apoyado por la nobleza castellana, y su suegro, el

rey Fernando el Católico, hacen que éste último renuncie

al poder en Castilla para evitar un enfrentamiento armado.

Y así, por la Concordia de Villafáfila (1506), el rey

Fernando entonces acuerda que se retirará a Aragón y

Felipe resulta proclamado como rey de Castilla. Pero en

1507, de repente muere el rey Felipe I, y Fernando el

Católico vuelve de nuevo a la regencia.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 77

Es a partir de entonces que el rey Fernando

continuará llevando adelante la política de expansión de

ambas coronas, la de Castilla hacia el Atlántico, y la de

Aragón hacia el Mediterráneo. Y es cuando en 1508 se

conquista la Gomera para Castilla, y entre 1509 y 1511 se

conquistan nuevos territorios en el norte de África, como

los de: Orán, Bugia y Trípoli y se somete a Argel. En 1515

se toma Mazalquivir.

Pero al morir Gastón de Foix, los derechos

sucesorios al Reino de Navarra pasarían a manos de

Germana de Foix, esposa del rey Fernando. Y es que,

utilizando estos presuntos derechos sucesorios, se firma el

Tratado de Blois por los reyes de Navarra con Francia en

1512, pero contando con la ayuda de los navarros

beaumonteses, el rey Fernando ocupa parte del Reino de

Navarra con tropas castellanas, unos 20.000 soldados bien

equipados bajo las órdenes del Duque de Alba y además,

el soberano Fernando también tiene el apoyo de su hijo, el

arzobispo de Zaragoza, quien cuenta con más de 3.000

hombres que sitiarán Tudela, donde hubo una fuerte

resistencia. Pero esta controversia la veremos

posteriormente con más detalles.

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Pero las Cortes de Aragón y la propia ciudad de

Zaragoza no le dieron autorización de reinar hasta

principios de septiembre, tras proclamarse la bula Papal

Pastor Ille Caelestis, cuando ya quedaban pocas

resistencias en el Reino. En 1513, Fernando es reconocido

como rey de Navarra por las Cortes navarras (a las que

sólo asistieron beaumonteses). Y es así que entre 1512 y

1515, Navarra forma parte de la Corona de Aragón.

Finalmente, en 1515 en las Cortes de Castilla reunidas en

Burgos se declara la anexión del territorio. A esta reunión

no acudió ningún navarro.

A la muerte del rey Fernando en 1516, le sucede

como regente el Cardenal Gonzalo Jiménez de Cisneros

para pasar las dos coronas al nieto de éste, hijo de Juana y

Felipe: que se convertirá en el futuro rey Carlos I.

El Advenedizo Carlos I

Al asumir su reinado, Carlos I recibe la Corona de

Castilla, la de Aragón y en una especie de suerte macabra,

también hereda un gran imperio debido a una extensa

combinación de matrimonios dinásticos y muertes

prematuras.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 79

o De su padre Felipe (fallecido en 1506), hereda

los Países Bajos

o Al morir Fernando el Católico (su abuelo),

recibe la Corona de Aragón en 1517 y también la

de Castilla (junto con los territorios de América),

al estar su madre (Juana I de Castilla)

incapacitada para gobernar.

o Y como nieto de Maximiliano, también recibe

en 1519 el Sacro Imperio Romano Germánico

bajo el nombre de Carlos V.

Pero resulta que el rey Carlos I no fue bien recibido

en Castilla. A ello contribuía el hecho de éste ser

considerado un rey extranjero (nacido en Gante). Y se dice

que ya antes de su llegada a Castilla, concede cargos

importantes a flamencos y el dinero castellano se usa para

financiar su corte.

Por consiguiente, la nobleza castellana y las

ciudades de estos, ya estaban cerca de un levantamiento

para defender sus derechos, pues muchos castellanos

preferían a su hermano menor Fernando (criado en

Castilla), y de hecho, el Consejo de Castilla llega a

oponerse a la idea de Carlos como rey de Castilla.

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Corona de Castilla (en azul) durante el reinado de

Carlos I.

Por esas épocas, en las Cortes castellanas de

Valladolid en 1518, termina por nombrase presidente a un

valón (Jean de Sauvage), y esto termina por provocar

airadas protestas en las Cortes, las cuales rechazan la

presencia de extranjeros en sus deliberaciones. A pesar de

las amenazas, las Cortes (lideradas por Juan de Zumel,

representante por Burgos), resisten, y consiguen que el rey

jure respetar las leyes de Castilla, quitar de puestos

importantes a los extranjeros, y aprender a hablar

castellano. El rey Carlos I, tras su juramento, les concede

una subvención de 600.000 ducados.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 81

En ese entonces, debido a la herencia de territorios,

Carlos I es consciente de que tiene muchas opciones para

ser emperador, pero necesita imponerse en la Corona de

Castilla y así acceder a su riqueza para alcanzar su sueño

imperial.

En aquella época, Castilla era uno de los territorios

más dinámicos, rico y avanzado de la Europa del siglo

XVI, y por entonces sus habitantes comenzaron a darse

cuenta de que su ciudad podría quedar inmersa dentro de

un imperio.

Esto, junto a la falta de la promesa por parte del rey

Carlos I, hace que la hostilidad hacia el nuevo monarca

aumente. En cuanto eso, en 1520 el soberano convoca a

las Cortes en Toledo para otra subvención (el servicio),

que las Cortes rechazan. Entonces se vuelven a convocar

en Santiago obteniendo de ella el mismo resultado. Hasta

que finalmente se convocan en La Coruña, donde se logra

sobornar a un importante número de representantes,

mientras que a otros no se les permite la entrada. Es de

esta forma que el rey Carlos I consigue que le aprueben

finalmente el servicio.

Pero como resultado posterior, los representantes

que habían votado a favor, son atacados por el pueblo

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 82

castellano y sus casas quemadas. Pero como las Cortes no

eran la única oposición con la que se tropezara el rey

Carlos I, éste desiste y, al salir de Castilla en 1520, deja

como regente a su antiguo preceptor, el cardenal Adriano

de Utrecht, momento que estalla la Guerra de las

Comunidades de Castilla. Como resultado, los llamados

“comuneros” fueron derrotados un año más tarde (1521), y

en consecuencia, tras la derrota, las Cortes fueron

reducidas a un mero órgano consultivo.

La guerra en Navarra se reprodujo varias veces en

los años siguientes a la muerte del rey Fernando el

Católico, todo debido a los innúmeros intentos de

reconquista de los reyes navarros, ayudados por el Reino

de Francia.

Uno de ellos ocurrió nada más acceder al trono

Carlos I, en 1516, y que fue pronto atajado. Pero el más

importante se produjo en 1521, donde además de la

entrada de tropas por el norte, se produjo un apoyo de la

población navarra (incluida la beaumontesa), con una

sublevación generalizada que llevó a expulsar al ejército

castellano de todo el territorio navarro.

Posteriormente, el rey Carlos I envió un ejército de

30.000 hombres bien pertrechados, que en poco tiempo y

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 83

tras la cruenta Batalla de Noáin, devolvió el control de la

mayoría del territorio navarro a Castilla. Aún quedarían

dos focos de resistencia posteriores, en el Castillo de Maya

en 1522, y en el de Fuenterrabía en 1524, además de en la

Baja Navarra, donde las incursiones castellanas eran

inestables. Finalmente, en 1528, Carlos I se retiraría del

territorio de Baja Navarra al no poder defenderlo

eficazmente, y abandonando sus pretensiones sobre él, y

sin que existiera ningún tratado formal entre los reyes de

Navarra y el soberano Carlos I.

Política Imperial de Felipe II

No en tanto, como nada nuevo se crea en este mundo

y todo acaba por ser copiado, el rey Felipe II siguió la

misma política que Carlos I. Pero a diferencia de su padre,

hizo de Castilla el centro de su imperio, y pasó a

centralizar su administración en Madrid, época en que da

inicio a la modernización de esta ciudad. Sin embargo, el

resto de los estados mantuvieron su autonomía y eran

gobernados por virreyes.

Pero desde el reinado de Carlos I, que la carga fiscal

del imperio recaía principalmente sobre Castilla, y fue con

Felipe II que sus valores se cuadruplicaron. Durante su

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reinado, además de subir los impuestos existentes,

implantó otros nuevos, entre ellos el Excusado en 1567.

Por ese mismo año, Felipe II ordena la proclamación de la

Pragmática. Este edicto limitaba las libertades religiosas,

lingüísticas y culturales de la población morisca, y su acto

finalmente provoca la que fue denominada como Rebelión

de las Alpujarras (1568-1571) en que Juan de Austria es

reducido militarmente.

La Corona de Castilla respecto a los dominios de Felipe

II hacia 1580.

Pero ante tamaña carga fiscal, Castilla entra en

recesión en 1575, lo que provoca la suspensión de pagos

(la tercera de su reinado). En 1590 se aprueban en las

Cortes el Servicio de Millones, un nuevo impuesto que

gravaba los alimentos. Esto terminó por arruinar a las

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ciudades castellanas y eliminó sus débiles intentos de

industrialización. Por consiguiente, en 1596 se produjo

una nueva suspensión de pagos.

Reinado de los Austrias Menores

Durante los reinados anteriores, todos los cargos en

las instituciones de los reinos, se proveían con gentes que

tuviesen estudios, pero los administrativos de Felipe II

solían provenir de las universidades de Alcalá y

Salamanca. No en tanto, a partir del reinado de Felipe III,

es que los nobles imponen de nuevo su estatus para

gobernar, cuando se decreta ser necesario demostrar una

limpieza de sangre. Fue esa persecución religiosa la que

llevó a Felipe III en 1609, a decretar la expulsión de los

moriscos.

No obstante, ante el colapso de la hacienda

castellana y para mantener la hegemonía del Imperio

español durante el reinado de Felipe IV, el Conde-duque

de Olivares, valido del rey de 1621 a 1643, intenta llevar a

cabo una serie de reformas. Entre estas, se incluye la

Unión de Armas, un intento de que cada territorio dentro

de la Monarquía Hispánica contribuyera de forma

proporcional a su población en el sostenimiento del

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 86

ejército. Sus propósitos de unión no funcionaron, y la

Corona Española continuó funcionando como si fuese una

confederación de reinos.

A seguir, Luis Méndez de Haro sucede a Olivares

como valido de Felipe IV entre 1659 y 1665. Su objetivo

fue acabar con los conflictos interiores levantados por su

predecesor (sublevaciones de Portugal, Cataluña y

Andalucía), y así alcanzar la paz en Europa.

La Corona de Castilla respecto a los dominios de Felipe

III hacia 1600.

A la muerte de Felipe IV en 1665, y ante la

incapacidad de Carlos II para gobernar, se sucede el

letargo económico y las luchas de poder entre los distintos

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 87

válidos. En 1668 la monarquía hispánica acepta la

independencia de Portugal en el Tratado de Lisboa (1668);

simultáneamente se hace efectiva la incorporación de

Ceuta a Castilla que había escogido no sumarse a la

sublevación y mantenerse fiel a Felipe IV.

Con la muerte de Carlos II en 1700 y sin dejar

descendientes, se provoca la Guerra de Sucesión Española.

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El Inicio de la Tan Esperada

Odisea

Ya en aquella época, en Tenerife, algunos aldeanos

con ansias extremadas y corazón ensanchado por el deseo

de atravesar el ancho mar en busca de sentar plaza en

cualquier lugar del Nuevo Mundo, solían subirse a las

cumbres más altas de la isla, y entonces cuentan que a

medida que se desciende desde cima de la Montaña

Cabeza de Toro hasta el nivel del mar, en altitud discurren

otra media docena de barrancos que surcan el municipio

en dirección Sudeste/Nordeste dejando entre ellos espacios

llanos dotados de fértiles suelos, desde donde se puede

apreciar el acantilado de la Garañona, a donde se extiende

una extensa playa de arenas claras, piedras volcánicas y un

mar templado, y que en parte queda sumergida durante la

plenamar o cuando hay marejada.

La Nao en Santa Cruz de Tenerife

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 89

Repleto de bártulos, con la tripulación confesada y

comulgada, el barco ya había iniciado su periplo. Antes de

partir fuera inspeccionado por los oficiales de la Casa de

Contratación: las primeras veces en Sevilla, para

comprobar que el barco -pese a todo- podía navegar, para

revisar la carga, la identidad de los pasajeros, la

autorización del capitán, las provisiones y el armamento;

después, en Sanlúcar de Barrameda. Desde allí, todos los

barcos ponían rumbo a las islas Canarias, su primera

escala.

Sin embargo, quien allí estuviese oteando el

horizonte en la fresca alborada de los iniciales días del

mes de agosto de 1726, no hubiese notado la lenta

aproximación de una caravana de navíos que muchos ya

aguardaban desde bastante tiempo. La flota apareció de

repente en la tenue línea de la lejanía que se forma ente un

mar y un cielo tenue e interminable casi al amanecer.

Pero la noticia de su llegada sacó de repente de la

cama a los isleños después de estos ya haber descansado

sus comunes ajetreos diarios…

-¡Las naos! ¡La flota de Indias! -pasó gritando y

corriendo el muchacho, por la calle empedrada que sube

desde el muelle.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 90

A esa hora, recién estaba amaneciendo, pero en la

hostería “El Sauzalejo” ya empezaba a reinar el ajetreo de

gentes que andaban de arriba abajo por los mal iluminados

pasillos interiores, recorriendo las galerías camino a las

cocinas para preparar la comida a sus amos o familia,

mientras otros se dirigían presurosos a las cuadras para

ocuparse de los caballos.

El joven Antonio García notó que algunos vivales

pasaban ya con sus bandejas repletas de pitanzas

exhalando una mezcla de aromas apetitosos, así como

apreció de lleno en su nariz el vaho alcohólico del

aguardiente y el vino oloroso que los cuerpos de los

borrachos emitían tras una otra noche sudorosa...

-¡Las flota! ¡Los galeones! ¡Los navíos están

llegando! -volvió a repetirse afuera, en la calle, la misma

voz que ahora estaba desgañitándose.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 91

A escuchar los alaridos del aviso, todas las cabezas

se levantaron y, por un instante, se detuvo el ir y venir,

surgiendo un momentáneo silencio en los corredores.

Segundos después continuó el confuso alboroto y una

sucesión de exclamaciones fue llenando como un eco los

apretados corredores:

-¡La flota de Indias! ¡Los galeones! ¡Las naos! ¡Las

naves están llegando a puerto!

En ese momento, aquellos que atendían la posada se

olvidaron por un momento de los clientes del albergue, y

atolondradamente se precipitaron hacia la calle. Los que

aún continuaban sumidos en sus sueños, despertaron

sobresaltados y se incorporaron para sumarse al alboroto.

Los otros, los criados, corrieron en todas las

direcciones para buscar las alcobas de sus amos y llevarles

sin más demora la noticia. El joven Antonio García entre

ellos, subió al segundo piso y abrió una puerta sin

detenerse a llamar.

-¡Primo! ¡Primo! ¡Una flota viene a puerto!... -tomó

respiro y aun jadeante en la semioscuridad de la alcoba,

preguntó:

-¿Será que nuestra nave está entre ellas?…

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 92

-Calma, ya lo he oído; estaba despierto -contestó

Felipe Pérez desde adentro.

Antonio caminó en tres zancadas hasta la ventana y

descorrió una desanimada cortina que la cubría, con lo que

las primeras luces del día penetraron de vez en el cuarto.

La claridad dejó a la vista tres camas, una a lado de la otra.

En la que estaba más próxima de la ventana, estaba

sentado un hombre de media edad, barba oscura, pelo

lacio. Su rostro tenía ojeras azules alrededor de unos ojos

recién salidos del sueño. Era su primo Felipe.

En la otra cama que se encontraba más próxima de la

pared opuesta, bajo un enmarañado de sabana de lino

crudo, se distinguía los bultos de dos cuerpos que parecían

continuar a dormir a pesar de todo el bullicio de la

hostería. Eran los hijos de su primo, Domingo, de 15 años,

y Bartolomé, de 11. La cama del medio estaba vacía,

pertenecía a Antonio, que se había levantado antes que los

otros.

El hombre mayor, después de desperezarse, hizo una

seña con la mano para que su primo le acercase un gran

orinal de porcelana que se encontraba en el rincón opuesto

de la alcoba. Felipe alivió su vejiga y, mientras lo hacía,

comentó con cara de satisfacción:

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 93

-Si la flota de las Indias llegó, habrá que confirmar si

“La Bretaña” está entre ellas. Deben haber salido todas

juntas del continente.

-¿Quieres que lo confirme, primo? -Antonio

preguntó solícito.

-No importa, después de todo no se ha demorado

demasiado para lo que se temía. -dicho esto, volvió la

cabeza para la otra cama y gritó con energía:

-Hijos… Domingo… Bartolomé… despierten ya,

por fin ha llegado el gran día.

Los bultos que yacían arrebujados bajo las sábanas

se removieron y emitieron a coro una especie de quejido,

pero después prosiguieron inmóviles, como queriéndose

negar a abandonar el sueño.

-¡Anden!… ¡Muévanse!… -ordenó el padre en un

tono más intenso-. ¡Hay que avisar a las mujeres! -insistió.

-¿Quieres que yo vaya? -manifestó el primo,

queriendo mostrarse comedido.

-No. Deja que Bartolomé ya irá por ellas. Nosotros

tenemos que preparar los bultos -determinó Felipe, que

nervioso, se quitó por la cabeza el camisón de dormir y

comenzó a asearse manos, cara y cuello, sirviéndose de la

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jofaina sobre la que su primo derramó agua

diligentemente.

Sus dos hijos ya estaban de pie, casi vestidos, al

tiempo que su padre se atusaba los cabellos, barba y bigote

y, cuando se vio con el debido adorno en el gran espejo

que pendía de la pared, se frotó las manos repitiendo una

vez más para sí:

-¡Ah! ¡Por Fin!... “La Bretaña” llegó.

En ese instante su primo Antonio abrió de par en par

la ventana y, al grito de ¡Agua va!, arrojó el contenido de

la palangana sin importarse donde cayera.

-Hijoeputa!... -contestó a gritos una voz indignada

desde la calle.

Pero sin inmutarse por el insulto, Antonio comentó

con su primo mayor:

-Ya ves Felipe, la gente va apresuradamente calle

abajo, a camino del puerto.

El primo volvió de vez el rostro hacia donde sus

hijos estaban, y al verlos en idéntica actitud que un rato

antes, se exasperó:

-¡Santo Dios! Bartolomé, apúrate que tienes que ir

hasta la iglesia para avisar a tu madre, tu tía y las demás…

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 95

-¿Avisarles de qué? -indagó el muchacho aun con la

voz adormecida.

-¡Que ya están aquí los galeones! -dijo Antonio

mientras zarandeaba los hombros del muchacho, en un

acto que quizás en lugar de quererlo despertar de vez,

quería articular toda su agitación y angustia.

Domingo se había echado otra vez sobre la cama y

estiró perezosamente el larguirucho cuerpo de un joven de

15 años, donde una piel morena contrastaba con el blancor

de las sábanas. De repente abrió aún más los sorprendidos

ojos castaños al oír lo dicho por Antonio, y recorriendo la

alcoba con la mirada, expresó aturdido:

-¡Ay, que sueño tengo!

-¡La madre que te parió! -le gritó el padre-.

Levántate de una vez… ¡Carajo!

-¡Ya voy, ya voy…! -respondió Domingo mientras

se levantaba sin demostrar gran entusiasmo.

Arrastrando pies, el muchacho se aproximó de la

jofaina y procedió al idéntico ritual de aseo que

anteriormente su padre y su hermano habían realizado.

Mientras tanto, Felipe, con su habitual nerviosismo,

comenzó a repartir instrucciones:

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 96

-Ahorita mismo vamos todos al puerto. No podemos

perder ninguna oportunidad. Me imagino cuantos señores

importantes yendo para las Indias, estarán deseando echar

pie a tierra antes de meterse de vez en el interminable mar,

ansiosos por solazarse por las tabernas, y ávidos por una

buena comida y bebida antes de su acuciosa partida.

-Usted dijo, padre, que yo tenía que avisar madre, -

murmuró Bartolomé, confuso por la contradicción

anunciada por Felipe.

-Es verdad. Tú tienes que ir hasta la Iglesia de San

Pedro Apóstol, y avisar a tu madre, tu tía, tus hermanas y a

la agregada, que ya llegó nuestra nao.

Felipe miró a su hijo, regalándole una mirada

complaciente y sonrió satisfecho, entonces recogió su

sombrero de la percha y se plantó delante da la puerta.

-¡Muy bien, muy bien! Ahora vamos andando -

ordenó con voz firme.

Los cuatro, padre, hijos y primo, bajaron las

escaleras de la fonda, cruzaron el patio interior, en cuyas

galerías quedaban apenas dos o tres borrachos incapaces

de levantarse de sus jergones, y salieron al exterior, donde

les alcanzó de lleno el fresco de la brisa marítima.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 97

Caminando por la angosta calleja, larga, tortuosa,

que conducía al puerto, ellos se unieron a la nutrida

bataola de gentes de toda clase y condición que acudía

presurosa, o bien para solucionar sus contrariedades, o

para sacar partido de la llegada de la flota.

Una Multitud en el Muelle

Bartolomé y Domingo no eran los únicos hijos de su

padre, sino el primogénito y el tercero, los únicos varones

de una prole de cinco hermanos. Don Felipe Pérez de Sosa

de 38 años, el progenitor de esta familia Canaria, era un

avispado hidalgo de una familia gallega venida a menos, y

que otrora había partido joven de aquella finca para poder

escapar de la Guerra de Sucesión.

Ya asentado en la Santa Cruz de Tenerife, logró

comprar una exigua heredad en la región de Sauzal, y a

medida que se fue haciendo mayor, supo soñar con sanear

el capital familiar. Pero ya que los infortunios y

adversidades de estas islas lo alejaban cada vez más de sus

deseos, y lo que era peor, poder alimentar de manera

coherente a su prole, pasó a subsistir mediante el

clandestino y furtivo ejercicio del contrabando de

productos de ultramar que seguidamente venía a gestionar

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en el puerto, y lo realizaba mediante una serie de contactos

mantenidos desde hacía más de diez años.

La ilícita actividad de tráfico de mercaderías era un

secreto a voces, pero para él, en estos tiempos difíciles, no

le habían dolido prendas a la hora de sacar a su familia y

hacienda adelante, mismo en épocas de sequía, y por

mucho que se escandalizaran algunos nobles paisanos

suyos, cuyas economías agonizaban bajo los blasones

henchidos de orgullo provinciano.

Desde mucho tiempo, Felipe tenía maquinado un

plan ambicioso en el cual incluía a su familia, para juntos

internarse de vez en una aventura que tenía por objetivo

allende los mares, en India, y no le importaba el lugar

desde que allí existiese la expectativa de hacer fortuna,

conforme había oído escuchar a los marinos que volvían

de lejanas tierras.

-A cada lugar que descubrimos, encontramos oro,

plata, piedras preciosas al ras de la tierra… Son lugares

magníficos, de tupida mata y frutos por doquier, con un

clima placentero y cálido… Es un paraíso para cualquier

paisano que esté dispuesto a comenzar una nueva vida… -

no se cansaba de escuchar decir Felipe cada vez que

hombres de piel curtida y dorada bajaban de sus naos y

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llegaban a las fondas para aplacar su sed y los deseos

carnales contenidos durante tantas semanas surcando el

ancho mar.

Otrora, Felipe había realizado gestiones de cualquier

tipo, como una frecuentada forma de abrirse camino por el

complicado entramado de relaciones administrativas,

militares y comerciales de los virreinatos, donde veía que

jóvenes de familias hidalgas, amparados en sus apellidos y

en una mínima formación, comenzaban haciendo méritos

al servicio de gobernadores, corregidores o simples alférez

y oficiales de menor rango, para pasar después a ir

haciendo fortuna y conseguirse un buen cargo en la venta

de oficios.

Nada de ello Felipe había conseguido, no en tanto,

esa mañana, mientras caminaba ansioso en dirección al

puerto, iba saboreando en su mente tales planes de futuro.

Ahora sentía que las expectativas de hacer fortuna le

seguían siendo halagüeñas.

Caminaba adherido a la masa de espabilados que,

oriundo de allí o venidos de afuera, cavilaban también

sobre las mil expectativas que se presentaban con la recién

llegada flota. A cada momento Felipe apremiaba a su hijo

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y su primo, como si estuviese temeroso de llegar a

destiempo o que pudiesen adelantárseles.

-Vamos, vamos, que la noticia ha corrido pronto -

expresó con preocupación.

Al doblar la esquina, se encontraron de frente con el

muelle. El sol de la mañana dejaba ya el mar de color de

acero. En ese momento, Antonio extendió su brazo para

señalarle a Domingo las brumas que se deshacían y las

gaviotas que se elevaban lanzando sus estridentes gritos.

Pero el muchacho estaba observando los barcos de

pescadores que se hacían a la mar para dejar sitio y, a lo

lejos su mirada descubría recortándose en el cielo a los

grandes y oscuros barcos que se acercaban en formación,

lentamente, con las velas plegadas, a golpes pausados de

remo.

El gentío ya se agolpaba congregado delante de las

atarazanas, donde los guardias comenzaban a poner orden

a mamporros o golpes de varas, mientras los operarios del

puerto extendían unas vallas a lo largo del arsenal.

Conjuntamente a esto, inspectores, intendentes, contables

y funcionarios iban llegando con su séquito de escribientes

que portaban las mesas, los tinteros, las plumas y los

cuadernos de anotaciones.

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Por otra parte, al volver el rostro, Domingo vio una

gran fila de recuas de mulas, carretillas y carretones que se

iban alineando a lo lejos, en la parte del arenal que se

extendía a continuación de los diques.

Felipe tiró del brazo de su hijo y se fue abriendo

paso entre la gente, alzando la cabeza por encima de la

multitud a cada momento y aguzando la vista, para

descubrir donde estaba la persona que habría de servir a

sus intereses.

-¡Allí, allí! -de repente expresó incontenido.

-¿Quién? ¿Dónde? -quiso saber su primo, al tiempo

que elevaba su cabeza sobre los demás, para distinguir lo

que Felipe había descubierto.

-¡Allí está don Diego Tomás de Ortega! -exclamó al

fin, al descubrir a alguien entre las autoridades que se iban

reuniendo al otro lado de las vallas-. ¡Vamos, hijo,

acerquémonos a presentarnos! -dijo a seguir.

Domingo, que caminaba un poco detrás algo

aturdido, se sintió sacudido por una oleada de

nerviosismo, como si se hubiese contagiado por el ánimo

de su padre. Instintivamente, se aliso la camisa y se

compuso las calzas y el sombrero, como queriendo parecer

más presentable.

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-¡Andaos, no os entretengáis! -Insistió Felipe

mirando a su hijo y a su primo Antonio.

Casi a empujones, llegaron frente a la maroma que

los guardias tensaban a modo de contención, para que no

pasara la gente. Felipe, sin pensarlo dos veces, se agachó y

se coló por debajo, buscando ir al encuentro con el tal de

don Diego Tomás de Ortega, que se encontraba a un poco

más de una docena de pasos más allá, junto a un nutrido

grupo de funcionarios que se preparaba en el muelle. Pero

resulta que un fornido alguacil se abalanzó sobre él y le

hizo presa en las ropas, gritándole con gesto áspero:

-¡Eh, adónde va vuestra merced!

Felipe, al verse forzado a detenerse, se volvió y

espetó al guardia con arrogancia:

-¡Soltadme las telas, que soy gente de orden!

-No se puede pasar -prohibió contundente el

alguacil.

-Depende de quién -contestó Felipe airado y, dando

un fuerte tirón, se soltó del guardia y buscó proseguir su

camino.

El guardia, momentáneamente, se quedó parado,

pero enseguida fue en pos de él y de nuevo lo agarró.

Entonces comenzó un forcejeo entre ambos, mientras que

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Domingo y Antonio ya se unían a ellos justo al momento

de la pugna.

-¡Oficial, a mí! -pidió auxilio el alguacil-. ¡A mí la

guardia! -gritó

Por suerte, antes que una docena de agresivos

guardias llegase hasta ellos, don Diego Tomás de Ortega

percibió la discusión e intercedió ante el truculento

alguacil, ordenándole que soltara a Don Felipe, pues éste

tenía documentos que firmar.

Poco después, ya serenado el incidente, don Diego

Tomás le pidió a Felipe que le informara cuantos eran los

de su familia y los nombres de cada uno, a fin de

completar el formulario de Registro.

-Desde ya le aviso que no se podrá embarcar a todas

las familias… No hay lugar disponible -anunció el

administrativo de la Casa de la Contratación, al hacer una

mueca de indiferencia.

-¿Y qué? -cuestionó don Felipe Pérez de Sosa.

-No se preocupe, amigo, -dijo el otro-, sabe que

entre nosotros todo se soluciona -avisó con una sórdida

sonrisa, dando a entender que sus lugares estaban

garantidos a cambio de un menudo favor.

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A Camino del Sueño

El convento era un edificio oscuro, encerrado entre

altos muros, rodeado de un jardín de flores y una huerta

grande al fondo y, a lo lejos, un bosque donde los pájaros

iban a esconderse. Monjas recorrían los pasillos llenos de

sombras, y en su murmurio parecían estar hablando con

Dios. De vez en cuando algunas novicias se cruzaban con

ellas, cabizbajas, teniendo el cuidado de rozar apenas el

suelo con sus pies. Cualquier ruido que allí ocurriese

parecía ser una especie de pecado.

Cuando el pequeño Bartolomé llegó por fin a la

Iglesia de San Pedro Apóstol aquella mañana, buscó a su

madre dentro del convento. Tenía que decirles que, según

padre, la partida ya era dada como cierta con la llegada de

“La Bretaña” a puerto.

Doña María de la Encarnación, de 29 años, era

esposa de Felipe y madre de cinco hijos; los varones

Domingo y Bartolomé, y las hijas María de la

Encarnación, de 12 años; Francisca Antonia, de 10; y de

María del Cristo, de tan sólo 5 años.

Junto con ella, estaba también doña María

Gerónima, de 40 años, madre de Antonio García; y cuñada

de María de la Encarnación. El grupo de mujeres se

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completaba con la inclusión de la joven agregada Leonor

de Morales, de 19 años, una pariente desamparada del

fallecido marido de María Gerónima.

A falta de recursos para pagar alcobas para toda la

familia, Felipe había conseguido junto al prelado del

bautisterio, que ellas se alojaran en uno de los aposentos

del convento hasta la llegada de la nao. Aquella era una

pieza austera, sin adornos, y el Cristo que colgaba de la

pared, tenía unos ojos que reflejaban sufrimiento.

Allí, reburujadas en una alcoba no muy

sobresaliente, dividiendo cuatro lechos, todas las seis

mujeres esperaban intranquilas por la llegada del día

soñado por su esposo y codiciado por todos los hijos,

mismo que María de la Encarnación madre, desde el

inicio, no concordase con los ilusiones del marido.

Pero finalmente un día ella se dejó convencer,

porque ya entendía que nada podía ser peor que las

interminables penurias en esa isla de sol abrasador, vientos

constantes, clima árido y un sinfín de escaseces y

privaciones para ellos y sus hijos. Es por ello que había

aceptado paciente la idea de marcharse para lo que

pensaban ser la tierra prometida por Dios, y la oportunidad

de un futuro mejor para sus hijos.

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Últimamente, por causa de las continuas y malas

circunstancias de la situación que enfrentaban hace años,

mal les quedaba la ropa que llevaban en el cuerpo y dos

mudas extras para cambiar, junto con algunas cobijas,

unas mudas de sábanas de lino crudo y otros utensilios

imprescindibles para mantener la familia con lo

indispensable. Todo cabía en dos arcas de madera bruta…

Y la propiedad que ellos tenían, esa ya no valía ni dos

cobres. Desde hacía algunos años, no por falta de

cuidados, que aquella posesión se había convertido en un

desierto infecundo.

María de la Encarnación era una mujer de cuerpo

delgado, con un largo pelo negro recogido en una trenza

que, cuando suelta, le bajaba casi a media espalda. Tenía

un rostro escuálido de donde le sobresalían las negras

cuencas de sus ojos, como si ellos fuesen dos brunas

aceitunas. Una piel morena permitía imaginar que ella era

descendiente de una antigua linaje de sangre mora que

habían poblado esas islas muchos siglos atrás.

-¿Qué dice padre? -preguntó a su hijo, así que

recibió la noticia y dejó de lado sus cavilaciones.

-Es para dejar todo pronto, que dentro de poco él

vendrá aquí personalmente -anunció el chiquillo, mientras

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sus ojos se perdían más allá de las galerías y reposaban en

la hermosa huerta y jardín, donde algunos ancianos

clérigos y media docena de monjas matronas cuidaban con

esmero de las plantas y árboles frutales.

-¡La nao está a puerto! -exclamó la mujer a su

cuñada, así que volvió a su alcoba.

Pronto la algarabía tomó cuenta de todas, y los

sueños y preocupaciones ya se movían como torbellinos

en sus cabezas. Todo ya era expectativa para las más

pequeñas y aprensiones para las mayores.

Felipe ya venía a paso ligero, como si fuese en busca

de la libertad, y al encontrarse con su esposa, dijo con voz

clara y expectante:

-Todo está solucionado -aseguró el hombre-. Ahora

andaos, vamos a la posada para comer algo, que esto ya es

agua pasada.

-Sí, eso, que nos sirva -exclamó doña María de la

Encarnación, mientras cogió las manos del marido,

grandes, encallecidas, de piel áspera, para sostenerlas entre

las suyas. Sintió que estas temblaban como si fuesen dos

palomas asustadas. Se las llevó a los labios y besó aquellas

palmas que se sabía de memoria, y aspiró el olor de aquel

hombre que tanto amaba.

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-¡Santo Dios, mujer! ¡Claro que nos servirá! -

exclamó con ánimo exaltado.

No en tanto, la esposa no se recordaba de haber visto

ese tipo de pesadumbre que ahora mostraban los ojos de

Felipe, nunca había visto aquella angustia en sus labios

crispados, de sonrisa amplia y palabras bulliciosas. Pero si

él le había dicho que todo estaba solucionado, entonces no

tenía con qué se preocupar.

-¡Ahora todo está en las manos de Dios! -masculló

en un bisbiseo.

Lo primero que hicieron al llegar a la fonda, fue

solicitar una gran cazuela de buen guiso a la cocinera y

dieron cuenta de ella vorazmente, así como de un par de

jarras del delicioso vino que producían esas tierras. Les

pareció estar en la gloria después de tantos días

calamitosos.

Don Felipe, dejando perder la mirada en el vacío, se

quedó un rato pensativo después de comer, y de pronto

dijo:

-Qué rebién saben las cosas buenas cuando se ha

estado privado de ellas.

-¡Sabias palabras, primo! -comentó Antonio, sin que

se pudiera averiguarse por el tono, si lo decía por ironía.

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-¿Qué haremos ahora, Felipe? -indagó la hermana

del cabeza del clan, con voz de duelo y vestida siempre en

su eterno luto.

-Pues, ¿qué va a ser? -respondió su hermano-. Lo

que estaba planeado. Ya no hay percance que cambie las

cosas.

-¡Dios quiera que tengas suerte! -murmuró doña

María de la Encarnación.

-¡La tendremos todos! No hay por lo qué

preocuparse, ya está todo garantido. -pronunció

determinado.

-Entonces ¿iremos a ver a don Diego Tomás? -

inquirió Antonio mientras apuraba su último buche de

vino.

A primera hora de la tarde, todos estaban en las

oficinas de la Contratación frente al puerto. Solicitaron

audiencia y fueron recibidos sin mucha demora por el

importante personaje en quien tenían puestas todas sus

esperanzas, y los cobres que le sobraban.

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Otros Reinos de la Península

Ibérica

Al igual que lo mencionado anteriormente, no es

posible ocultar los sucesos que acontecieron paralelamente

al Reino de Castilla, donde las disputas por alzarse con

potestad y autoridad en sus territorios, resultó en idénticas

tramas rodeadas de intrigas, complots, traiciones, acuerdos

fraudulentos, exacerbaciones, asesinatos, atentados,

muertes inesperadas y delitos que permitieron arreglos de

todo tipo.

La influencia extranjera se hizo presente en algunos

casos, con la intención de ampliar los dominios, o en

otros, para defender lazos de sangre e intereses de la

propia Iglesia. Así pues, un ligero repase por los hechos

permitirá al lector ubicarse mejor en el contexto del

escenario de aquella época.

Los Territorios del Norte

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El Reino de Navarra fue uno de los reinos

medievales de Europa, y estaba situado en ambas

vertientes de los Pirineos occidentales, pero con la mayor

parte de su territorio localizado al sur de la cordillera

pirenaica, en el norte de la península Ibérica.

Fue el sucesor del otrora Reino de Pamplona,

fundado en torno a la capital navarra en 824, según

establecen la mayoría de los historiadores. Tras unos

primeros años de expansión y la posterior merma

territorial a manos de Castilla y Aragón, el Reino de

Navarra se estabilizó con dos territorios diferenciados: la

Alta Navarra, al sur de los Pirineos y en la que se

encontraba la capital y la mayor parte de la población y los

recursos, y la Baja Navarra o Navarra Continental, al norte

de la cordillera pirenaica.

Como vimos anteriormente, el fin de la

independencia del reino se produjo cuando Fernando el

Católico realizó la conquista militar en el verano de 1512

con distintas resistencias, y así pasó a controlar el reino

con apenas dos meses de lucha.

Posteriormente se realizaron varios otros intentos

para lograr recuperar la independencia en los años

siguientes, hasta que finalmente, como ya dijimos, Carlos

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I de España se replegó de la Baja Navarra por su difícil

control. Por lo que esta porción siguió siendo

independiente y manteniendo la dinastía de Foix, hasta

que se incorporó a la Corona de Francia al asumir su rey,

Enrique III, la corona francesa. Así pues, los reyes de

Francia pasaron a titularse “Reyes de Francia y Navarra”.

Pero esto ya lo veremos en detalles más adelante.

Esa unión-alianza del reino de Navarra al de Francia,

puramente considerada como una coalición dinástica, se

hizo conservando siempre sus propias instituciones, tanto

es así, que cuando Luis XVI convocó los Estados

Generales de Francia, Navarra no envió formalmente

diputados a estos, sino al rey en persona, de manera

independiente y llevando consigo su propio Cuaderno de

agravios.

Sin embargo, su estatus diferenciado dentro de la

Corona terminó en 1789, al ser su territorio abolido como

reino. Por otra parte, la Navarra peninsular o Alta Navarra,

se había convertido en uno más de los reinos y territorios

de la Corona de Castilla y finalmente de la Monarquía

Hispánica, estatus que conservó durante muchas décadas,

al ser gobernada por un virrey hasta 1841, fecha en la que

pasó a ser considerada “provincia foral” española

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mediante la posteriormente denominada Ley Paccionada,

y tras el término de la Primera Guerra Carlista.

No en tanto, también se dice que el reino de Navarra

surgió de un pequeño territorio que, tras un periodo de

expansión, fue menguando paulatinamente en extensión y

poder, socavado por las disputas entre las clases dirigentes

y las conquistas realizadas por los reinos vecinos.

Como fuere, el espacio navarro se estructuró de

manera dual tras la invasión musulmana de la península en

el siglo VIII. El norte permaneció poco tiempo bajo

dominio musulmán y pronto se organizó en un núcleo

cristiano de fugaz sometimiento al Imperio carolingio y

con centro en la ciudad de Pamplona, población fundada

en la época romana como Pompaelo por Pompeyo, y sobre

un asentamiento vascón pre existente y denominado de

“Iruña”. Su primer soberano conocido fue Íñigo Íñiguez, o

Iñigo Arista (Enneco Cognomento Aresta), cabeza

conocida de la primera dinastía navarra.

Sin embargo, en el sur, un noble hispano godo

oriundo de la zona (Casius), pactó con los invasores

musulmanes y se convirtió al Islam, consiguiendo así

continuar señoreando esa zona del valle del Ebro, y

prolongando éste poder entre los de su estirpe (los Banu

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Qasi), que durante generaciones afirmarán su poder en el

sur del actual territorio navarro, aliándose con los Arista

en diversas ocasiones en contra del poder central del

emirato cordobés, o del afán expansionista del Imperio

carolingio.

Navarra fue uno de los núcleos montañeses de

resistencia cristiana impulsados por los francos carolingios

que se formaron en los Pirineos, frente a la dominación

islámica de la península Ibérica, al igual que en Aragón y

Cataluña. Inicialmente fue conocido por los cronistas

francos como Reino de los Pamploneses o Reino de

Pamplona, y un poco más tarde, como Reino de

Pamplona-Nájera en referencia a la importancia en su

organización de la ciudad riojana.

Su etapa de mayor expansión territorial, se realizó

durante la Edad Media, época en que el reino abarcó

territorios atlánticos y se expandió más allá del río Ebro, y

hacia territorios situados en las comunidades autónomas

contemporáneas de Aragón, Cantabria, Castilla y León, La

Rioja, País Vasco y las regiones administrativas francesas

de Aquitania y Mediodía-Pirineos, en las antiguas

provincias de Gascuña y Occitania. Igualmente, las

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capitales vascas de Vitoria y San Sebastián, fueron

fundadas por el rey navarro Sancho VI el Sabio.

En su etapa final, el reino resultó dividido en:

La Navarra peninsular o Alta Navarra, que

fue invadida junto a la Navarra continental en

1512 por Fernando el Católico con el apoyo de

Luis Beaumont, hijo del líder Beaumontés

exiliado tras perder la guerra civil de Navarra

años antes, y fue anexionada a la Corona de

Castilla. Se integró en el Reino de España o

Monarquía Hispánica, conservando instituciones

propias como reino. En 1530 el rey Carlos I de

España decidió abandonar la Baja Navarra por su

difícil control. Posteriormente, la Alta Navarra

sigue como reino integrante de España hasta que,

en 1848, se abole su estatus y pasa a ser una

región o provincia.

La Navarra continental o Baja Navarra, se

unió dinásticamente con Francia a finales del

siglo XVI, y en 1620 se integró en la Monarquía

francesa. Aunque los reyes conservaron la

titulación reyes de France et de Navarre hasta la

abolición de los privilegios de los territorios de la

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 116

Monarquía en 1789, en época de la Revolución,

no obstante los reyes Luis XVIII y Carlos X

recuperaron el título de Reyes de Francia y de

Navarra durante sus reinados, ocurridos durante

el primer tercio del siglo XIX.

El título del príncipe heredero es Príncipe de Viana,

el mismo que hoy en día ostenta Felipe de Borbón, hijo y

heredero del rey Juan Carlos I.

Reinado de visigodos y francos: domuit

vascones

Para el periodo de la historia de los vascones

contemporánea a la formación y consolidación del reino

visigodo en Hispania, hay escasas fuentes directas

disponibles sobre los acontecimientos y la organización

interna de los vascones, y con frecuencia estas resultan

contradictorias.

Pero consta que algunos de los reyes hispanogodos

tuvieron enfrentamientos con los vascones y, en algunas

crónicas posteriores a la etapa visigoda, se pueden leer

expresiones similares a domuit vascones -dominó a los

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vascones-; no en tanto, realmente en ninguna aparece esa

expresión exacta.

Algunos historiadores suponen que los vascones

nunca fueron sometidos por los visigodos en su pretensión

de lograr la unidad territorial de todas las antiguas

provincias hispanorromanas.

Las reflexiones de otros especialistas recuerdan la

actitud amistosa de los vascones en el periodo romano y la

ausencia de conflictos relevantes durante el bajo imperio,

resaltando la dificultad de explicar aquellos

enfrentamientos sin apoyarse en el contexto de la

afirmación del poder autónomo en Aquitania y las

rivalidades entre francos y visigodos.

La dominación visigoda de Pamplona es un tema

políticamente polémico. Pues pese a haber sido sede

episcopal de la iglesia visigoda, y de haber necrópolis

visigodas en Pamplona, existe alguna polémica sobre si

existió o no la dominación visigoda sobre la ciudad o, ello

fue simplemente convivencia.

Los testimonios arqueológicos y documentales han

ido recibiendo diversas interpretaciones, y en algunos

casos derivadas de la polémica política.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 118

Pero retrocediendo al año 632, el rey merovingio

Dagoberto I encabezó una expedición a Zaragoza en

apoyo de Sisenando que se había sublevado frente a la

autoridad de Suintila. Pocos años después, Dagoberto

reunió un ejército de burgundios con los que intentó

ocupar sin éxito toda la “patria de Vasconia” en el 635.

Sin embargo, en el 636 Dagoberto obtuvo, tras una

nueva campaña militar, el juramento de lealtad de los

vascones al servicio de Aighina, duque sajón de Burdeos.

Tras la muerte de Dagoberto, el poder merovingio se

fue debilitando para dar paso a un periodo de

consolidación de un poder autónomo conocido como

ducado de Aquitania dentro del reino franco, pero del que

se desconocen fuentes de referencia hasta que es citada la

concesión a Félix, patricio de Toulouse, del control de

todas las ciudades hasta los Pirineos y de los vascones

hacia el 672.

Para algunos autores, la política de enfrentamiento

con el poder franco por parte de Félix, habría sido

continuada por su sucesor Lupo, proceso que culminaría

en tiempos de Eudes, quien lograría el reconocimiento de

regnum para la parte meridional de la antigua Galia.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 119

Hay teorías que indican que durante los siglos VI y

VII, los vascones del norte cruzaron los Pirineos,

ocupando Aquitania, en la actual Francia, donde su lengua

influyó en el idioma romance que daría lugar al gascón, a

la que posteriormente dieron el nombre de Gascuña.

Invasión Musulmana: la formación del

Reino de Pamplona

Asentados en la península ibérica, durante el

invierno del 713, los aguerridos ejércitos musulmanes

alcanzaron el valle medio del Ebro, que en ese entonces se

encontraba gobernado por el conde hispanovisigodo

Casio, quien en lugar de luchar, eligió someterse al califa

de Omeya y convertirse al Islam, dando así origen a la

estirpe de los Banu Qasi a cambio de mantener su poder

en la región.

Pamplona, sin embargo, fue finalmente ocupada tras

oponer resistencia en el 718, y obligada a pagar tributo a

los gobernadores musulmanes que establecieron allí un

protectorado. La derrota musulmana en la batalla de

Poitiers en 732 frente a los francos de Carlos Martel,

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debilitaron la posición musulmana, pero el valí Uqba

recondujo la situación e terminó instalando una guarnición

militar en la ciudad entre el 734 y el 741.

La Marca Hispánica de Carlomagno

Analizado desde otro ángulo, la “Marca Hispánica”

fue la frontera político-militar del Imperio carolingio al sur

de los Pirineos, pues tras la conquista musulmana de la

Península Ibérica, éste territorio fue dominado mediante

guarniciones militares establecidas en lugares estratégicos

como Pamplona, Aragón, Ribagorza, Pallars, Urgel,

Cerdaña o Rosellón.

Ya a fines del siglo VIII, los carolingios

intervinieron en el noreste peninsular con el apoyo de la

población autóctona de las montañas. Como consecuencia,

la dominación franca se hizo efectiva entonces más al sur,

tras la conquista de Gerona (785) y Barcelona (801).

Durante ese periodo, la Marca Hispánica, que era

integrada por condados dependientes de los monarcas

carolingios, a principios del siglo IX, resulta que los

condes francos terminan siendo sustituidos por nobles

autóctonos.

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Versión de la Marca Hispánica el año 814

Fue así que el territorio ganado a los musulmanes se

configuró como la Marca Hispánica, en contraposición a

la Marca Superior andalusí, que iba de Pamplona hasta

Barcelona. De todos ellos, los que alcanzaron mayor

protagonismo, fueron los de Pamplona, constituida en el

primer cuarto del siglo IX en reino; Aragón, constituido en

condado independiente en 809; Urgel, importante sede

episcopal y condado con dinastía propia desde 815; y por

último el condado de Barcelona, que con el tiempo se

convirtió en hegemónico sobre sus vecinos, los de Ausona

y Gerona.

La Batalla de Roncesvalles

Antes de eso, Carlomagno se habría aprovechado de

la existencia de una rebelión del gobernador de Zaragoza

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para intervenir en la Península, atravesando con un

ejército franco el territorio vascón y destruyendo las

defensas de Pamplona en su avance hacia Zaragoza, donde

a su llegada, por causa de un repentino cambio de las

alianzas de los sublevados, le obligó a retirarse.

El interés de Carlomagno en los asuntos hispánicos

le movió a apoyar una rebelión en el Vilayato de la Marca

Superior de al-Ándalus de Sulaymán al-Arabi, quien

pretendía alzarse a emir de Córdoba con el apoyo de los

francos, a cambio de entregar al emperador franco la plaza

de Saraqusta.

Carlomagno llegó en el año 778 a las puertas de la

ciudad, sin embargo Husayn, el valí de Zaragoza, se negó

a franquearle la entrada al ejército carolingio. No obstante,

debido a la complejidad que supondría mantener un largo

asedio a una plaza tan fortificada, y con un ejército tan

alejado de su centro logístico, Carlomagno desistió e

inició el camino de vuelta a su reino.

Tras reducir a ruinas a Pamplona, la capital de los

vascones aliados de los Banu Qasi, el 15 de agosto de 778,

Carlomagno, con el más poderoso ejército del siglo VIII,

se dirigía al norte por el paso de Roncesvalles, entre el

collado de Ibañeta y la hondonada de Valcarlos.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 123

Al llegar en ese punto, fueron objeto de una

contundente emboscada por partidas de nativos vascones,

probablemente instigados por los fieles a los hijos de

Sulayman, Aysun y Matruh ben Sulayman al-Arabí, que

provocaron un descalabro general a la retaguardia de su

ejército, mandada por su sobrino Roldán, a base de

lanzarles rocas y dardos.

Posteriormente, la “Chanson de Roland”, permitió

inmortalizar dicho evento. No en tanto, la independencia

de los condados occidentales respecto del rey Carlomagno,

se decidió en el fracaso de la toma de Saraqusta.

El Reino de Pamplona

Al menos hasta el año 1130, los reyes de esta región

se denominaban Pampilonensium rex. Incluso, Sancho VI

de Navarra, llega a utilizar esa denominación en el año

1150, cuando normalmente empleaba la de rex Nauarre.

El Reino de Pamplona es la denominación empleada

por algunos historiadores, de acuerdo a los Anales de los

Reyes Francos, para referirse a lo que fue durante la Alta

Edad Media, la entidad política surgida en torno a la

civitas de Pompaelo, la que había sido la principal ciudad

en territorio de los vascones durante la época de la

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Antigua Roma situada en la región de los Pirineos

occidentales, y al liderazgo de la figura de Íñigo Arista

quien fundó la dinastía real y la entidad en el 824,

contando con el apoyo de sus aliados de la familia de los

Banu Qasi, señores de Tudela, y del obispado de

Pamplona.

Sin embargo, no existe un consenso entre los

especialistas para discernir el número preciso de monarcas

y la duración de sus mandatos, como tampoco sobre la

extensión de su territorio e influencia.

No obstante, la dinastía de los Íñiguez terminó con

Fortún Garcés, quien, según la tradición, se le conoció

como Fortún el Monje, pero éste abdicó y se retiró al

monasterio de Leire, siendo sustituida por la progenie de

los Jiménez en el 905, que comenzó con Sancho Garcés I

(905-925), y cuyo reino quedó conocido como Reino de

Pamplona o Navarra.

Pamplona fue considerada durante mucho tiempo la

ciudad más importante y rica en territorio cristiano, y los

numerosos intentos por hacer de ella su capital, fueron

realizados por pequeños grupos montañeses de cristianos,

y más tarde por los habitantes de los territorios cercanos.

Además de contar con una población numerosa y estable

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por encontrarse en el valle rico y fértil del río Arga, era

también un lugar de reunión e intercambio entre las rutas

del mundo islámico al sur, y de la Europa cristiana al

norte, por los pasos pirenaicos vascos y los puertos

costeros del Mar Cantábrico y las rutas de este a oeste que

seguían también los peregrinos cristianos del Camino de

Santiago hacia el reino de León, que atravesaba los

condados francos del Imperio carolingio en las actuales

Navarra, Aragón y Cataluña desde la costa mediterránea

condal, y más allá, a través de los puertos mediterráneos.

Su neutralidad y buenas relaciones con los belicosos

vecinos, les da fama de prosperidad y riqueza, comercio e

intercambio de artesanías en cuero, instrumentos

musicales, libros y armas, materias primas como el marfil,

piedras preciosas, paños, aceite, seda, lana, oro, especias...

que llegó hasta los vikingos.

Sin embargo, la constante amenaza que sobre las

tierras vasconas se ejercía desde ambas vertientes de los

Pirineos, terminó por favorecer el surgimiento de dos

facciones líderes entre la aristocracia vascona: los Íñigo

apoyados en los musulmanes por parentesco con los Banu

Qasi, y la de los Velasco apoyados por los francos

carolingios.

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Cuando en el 799 el gobernador de Pamplona,

Mutarrif Ibn Musa es asesinado por partidarios

carolingios, los Iñigo recurrieron a la familia Banu Qasi

para retomar el control de la ciudad. Sin embargo, en el

año 812, el emir Al Hakam I y Ludovico Pío, acordaron

una tregua por la que los carolingios tomaban el control de

Pamplona, delegando el gobierno en Velasco al Gasalqí.

Al término de la tregua, Al Hakam retomó las hostilidades

con los francos y logró recuperar Pamplona en el 816, a

cuyo control los francos renunciaron en adelante. Íñigo

Arista, sería designado entonces primer rey de Pamplona

hasta el 851.

La primera dinastía navarra (los Arista) será

reemplazada tras tres reinados, y en un episodio todavía

misterioso por la dinastía Jimena, que ampliaría el solar

del reino con la incorporación de las tierras riojanas y la

Zona Media navarra, bajo la cual Navarra alcanzará la

mayor extensión territorial a costa del Islam y de los

señoríos cristianos vecinos.

Por otro lado, la costa mediterránea, cuajada desde

lo antiguo por torres de vigía contra la piratería berberisca,

al grito de “Moros en la Costa” ve en el 858 a los

normandos que suben por el Ebro desde Tortosa, lo

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remontan hasta el reino de Navarra, dejando atrás las

inexpugnables ciudades de Zaragoza y Tudela. Suben

luego por su afluente, el río Aragón hasta encontrarse con

el río Arga, el cual también remontan, llegan hasta

Pamplona y la saquean, raptando al rey navarro.

En el 859 los vikingos también llegan a Pamplona y

secuestran al nuevo rey García I Iñíguez. Sólo tras pagar

un costoso rescate, el rey logra volver a Pamplona, pero a

partir de entonces la vieja alianza entre los Arista y los

Banu Qasi se ha roto y García I será aliado del reino de

Asturias.

Sin embargo, debido a los problemas internos de los

cordobeses, sumado al cambio de actitud de los navarros,

el único enemigo de Ordoño I, pasa a ser el caudillo de los

Banu Qasí, Musà ben Musà, quien se titulaba tercer rey de

España. Y en una continua rebelión contra Córdoba, trata

de asegurar el valle del Ebro a su paso por la Rioja.

Musa II, en el 855 se prepara para realizar una dura

razzia contra Álava, y contra al-Qilá (Castilla), y tras ella

se preocupa de restaurar y fortalecer la guarnición militar

de Albelda. Viendo la amenaza que esta fortaleza supone

sobre los dominios orientales del reino asturiano, Ordoño I

y los navarros, lanzan una ofensiva contra Albelda. Pero

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tras una dura lucha, Ordoño toma la fortaleza y la arrasa.

Esta batalla dará lugar en el siglo XII a la legendaria

batalla de Clavijo, que por muchos es considerada sólo

una leyenda forjada por el arzobispo Rodrigo Jiménez de

Rada.

Debido a su eterna beligerancia, Musa II seguiría

peleando contra navarros y cordobeses hasta el día de su

muerte en el año de 862. Mientras tanto, su hijo Lupp o

Lope ben Musà, gobernador de Toledo, se declarará

vasallo de Ordoño I. Por tal motivo, la navarra de origen

vascón, Subh, Subh umm Walad, madre del tercer Califa

de Córdoba, Hixem II, se convierte en una de las mujeres

más influyentes de la época islámica. Se dice que nació

probablemente en la década de 940 y murió hacia 999.

El Navarroaragonés

El navarroaragonés, es una lengua romance surgida

en un periodo anterior al castellano, y ya era hablada en el

valle del Ebro durante la Edad Media, todavía con

reductos actuales en el Pirineo aragonés, conocidos como

aragonés y préstamos en el castellano de La Rioja, Ribera

de Navarra y Aragón, con diferentes gradaciones.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 129

Tiene su origen en el dialecto latino durante el Reino

de Pamplona, y sobre un acusado sustrato vascón. La

lengua recibe, en su período medieval, la denominación

entre los lingüistas de “navarroaragonés”, por la inicial

dependencia aragonesa del Reino de Navarra.

Durante la llamada época de la “Reconquista”, o

expansión del Reino de Navarra sobre tierras musulmanas

y cristianas, con la consiguiente repoblación con cristianos

originarios del Reino de Navarra, el movimiento se

llevaría consigo el idioma por todo el territorio

conquistado.

Por eso, se afirma que la anexión por el Reino de

Navarra de los condados aragoneses, supuso ser una

importante influencia de la lengua navarroaragonesa sobre

los territorios posteriores de la Corona de Aragón y en el

castellano.

La primera constancia que se tiene noticia sobre la

escrita de esta lengua, está en las Glosas Emilianenses, en

el Monasterio de San Millán de la Cogolla.

La Expansión de Sancho III el Mayor

El apogeo del territorio se producirá con Sancho III

el Mayor., quien ascendió al trono entre el año 1000 y el

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 130

1004, heredando el reino de Navarra y el condado de

Aragón, bajo la tutoría de un consejo de regencia

integrado por los obispos y su madre, e incorporando

extensos territorios a sus dominios, como el condado de

Castilla, además del solar tradicional del reino (Pamplona

y Nájera). La unión dinástica con Aragón, se dio en dos

periodos: del año 1000 al 1035 y del año 1076 al 1134.

Fue bajo su mandato que el reino cristiano de

Nájera-Pamplona alcanza su mayor extensión territorial,

abarcando casi todo el tercio norte peninsular, desde

Astorga hasta Ribagorza en la reorganización del reino. Se

cree que creó el vizcondado de Labort, entre 1021 y 1023,

con residencia del vizconde en Bayona y el de Baztán

hacia 1025.

A la muerte del duque Sancho Guillermo, duque de

Gascuña, el día 4 de octubre de 1032, trató de extender de

inmediato su autoridad sobre la antigua Vasconia

ultrapirenaica comprendida entre el Pirineo y el Garona,

aunque no lo consiguió, al heredar el ducado Eudes.

Por el norte, la frontera del reino pamplonés está

clara, los Pirineos, -caso de haberse extendido la autoridad

de los reyes navarros hasta Baztán, lo que es lo más

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 131

probable, pero que no se confirmó hasta el 1066-, y no se

modificó.

También no es cierto, pese a todas las veces que se

ha dicho, que Sancho III lograra el dominio de Gascuña, la

única Vasconia de entonces, es decir, el territorio entre los

Pirineos y el Garona, en que la población que podemos

considerar vasca por su lengua, sólo era una minoría.

El rey navarro únicamente pretendió suceder en

1032, al duque de Gascuña, Sancho Guillermo, muerto sin

descendencia, lo que bastó para que algunos documentos

lo citen reinando en Gascuña. Pero la verdad, es que la

herencia recayó en Eudes.

En aquel período, se dice que mantenía su residencia

en Nájera, extendiendo sus relaciones más allá de los

Pirineos, con el ducado de Gascuña, y aceptando las

nuevas corrientes políticas, religiosas e intelectuales.

El Reino de Pamplona a la muerte de Sancho III el Mayor

(1035)

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 132

Su reinado coincidió con la crisis del mundo califal,

iniciado a la muerte de Almanzor y terminado con el

principio del Reino de Taifas. Con su ímpetu, pretendió la

unificación de los estados cristianos, bien por vínculos de

vasallaje o bajo su propio mando.

En el transcurrir del año 1016, fijó las fronteras entre

Navarra y el Condado de Castilla, e inició un período de

relaciones cordiales entre ambos Estados, facilitadas por

causa de su matrimonio con Munia, también conocida

como Muniadona, hija del conde castellano Sancho

García. De este matrimonio nacieron Fernando (Fernando

I de Castilla), Gonzalo (Conde de Sobrarbe y Ribagorza),

y las hijas Mayor y Jimena, reina de León al casarse con

Bermudo III.

Ni corto ni perezoso, aprovechó las dificultades

internas que existían en Sobrarbe-Ribagorza, para hacer

valer sus intereses como descendiente de Dadildis del

Pallars y apoderarse también de ese condado (1016-1019).

Fue, inclusive, encargado de la tutela del conde

García de Castilla. Momento en que Alfonso V, de León,

aprovechó la situación para apoderarse de las tierras altas

situadas entre el río Cea y el Pisuerga. Pero Sancho III se

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 133

opuso a la expansión leonesa, y pactó el matrimonio entre

García de Castilla y Sancha de León.

A la muerte de Sancho III el Mayor, le hereda su

primogénito con obligación del resto de hermanos de

rendirle vasallaje, pero éstos no respetan la voluntad

testamentaria del monarca, y finalmente se divide el reino

entre sus hijos, naciendo así los reinos de Aragón, Castilla

y Navarra.

Durante el reinado de García Sánchez III (1035 -

1054), quien era apodado “el de Nájera”, y de su hijo

Sancho Garcés, Navarra finalmente se separa de los reinos

vecinos.

En 1076, tras el asesinato de Sancho IV, el de

Peñalén (arrojado a un precipicio en Funes), Navarra y

Aragón siguen nuevamente juntos bajo el reinado de Pedro

I, y luego el de su hermano, el rey emperador Alfonso,

siendo en este período cuando se consuma la toma de

Tudela y su distrito.

Tras la muerte sin descendencia de Alfonso I el

Batallador (1134), le sucede García Ramírez de Navarra.

No en tanto, ni aragoneses ni navarros respetaron el

testamento de su rey emperador Alfonso, que dejaba los

reinos a la orden del Temple y a otras órdenes militares, y

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 134

es cuando cada reino escoge un rey diferente, separándose

las coronas de Navarra y Aragón después de 50 años.

La Progresiva Decadencia Territorial del

Reino

Al separarse de Aragón, Navarra se convierte en un

reino sin posibilidad de expansión, al no tener ya frontera

con los territorios musulmanes y por encontrarse

encajonado entre los ahora mucho más poderosos

territorios de Castilla y Aragón. Territorialmente, sobre

ese auspicio, el reino de Navarra fue paulatinamente

reduciéndose, aunque culturalmente continúa su

expansión.

Así, bajo el Laudo arbitral del Rey Enrique II de

Inglaterra de 16 de marzo de 1177, realizado entre los

Reyes Alfonso VIII, por parte de la corona de Castilla, y

de Sancho VI el Sabio, por parte del Reino de Navarra,

quedó dictaminado sobre lo relativo a la pertenencia

territorial y sus límites fronterizos, emitido en definitivo

tras aceptar ambos reyes un Pacto-Convenio el día 25 de

agosto de 1176, en el que aceptaban el arbitrio del rey

inglés, y que se respetaría una tregua de siete años.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 135

Dicho laudo dispuso la entrega a Castilla de ciertos

territorios, principalmente de La Rioja, recibiendo Navarra

en contraprestación entre otros, los territorios de Álava,

Guipúzcoa y el Duranguesado (Vizcaya), además de una

compensación económica.

Lo cierto es que ninguna de las partes cumplió el

dictamen, aunque posteriormente ambas partes acordaron

decidir acatar únicamente lo relativo a la situación de los

territorios de la actual comunidad de La Rioja, que dejó ya

de pertenecer al Reino de Navarra desde esa fecha. Sin

embargo, existen varias interpretaciones de dicho laudo.

El Reino de Navarra Sancho VI el Sabio (1154-1194)

Sin embargo lo que vemos, es que el expansionismo

castellano y aragonés fue lo que hizo menguar el territorio

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 136

navarro. La determinación de repartírselo, consta en varios

tratados realizados por dichos reinos en el siglo XII.

Los reyes de estos dos reinos firmaron el “Tratado

de Cazola” en marzo de 1179 o el de 1198, para repartirse

el reino de Navarra, teniendo como nueva frontera entre

ambos reinos el río Arga, que cruza Navarra de norte a sur.

La Pérdida de Álava, Guipúzcoa y el

Duranguesado

Así, ya encaminados hacia el año 1200, y a pesar de

una labor repobladora navarra en la zona, lo que dio como

fruto, entre otros, la fundación de Vitoria y San Sebastián,

dos de las tres capitales de la actual comunidad autónoma

del País Vasco, Castilla, ahora apoyada en la baja nobleza,

también consigue el apoyo de facciones locales en el

Duranguesado, y en Álava, después de haber sitiado

Vitoria durante nueve meses.

Tras la superioridad militar demostrada por el

ejército castellano mandado por el Señor de Vizcaya en

Vitoria, y ante la entrada de las tropas castellanas en su

territorio, finalmente Guipúzcoa se incorpora a Castilla

mediante negociación.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 137

Los parientes mayores de Guipúzcoa, que ya estaban

divididos en dos bandos irreconciliables, mantuvieron sus

firmes posiciones: los oñacinos, apoyaban la agregación a

Castilla, mientras que los gamboínos, defendían la

continuación de la unión con Navarra.

A su vez, estos bandos disfrutaban del apoyo de las

facciones navarras, lo que hacía que los beamonteses

apoyasen a los oñacinos y los agramonteses a los

gamboínos.

La Reorganización Interna

El arduo trabajo de los monarcas del siglo XIII, tras

la conquista parcial de Navarra, se basará prácticamente en

la reconstrucción y reorganización interior del reino, y en

lograr hacer frente a las perpetuas apetencias de repartos

de territorios entre sus vecinos.

Pese a todo, los habitantes participarán en aguerridas

empresas como lo fue la batalla de las Navas de Tolosa

(1212), en la que se destacó el monarca navarro Sancho

VII el Fuerte, y en donde, según la leyenda, consiguió las

cadenas y la esmeralda que conformaron desde entonces el

símbolo de la dinastía de Navarra, y de ese día en adelante

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 138

utilizados en sustitución de su emblema personal llamado

Arrano beltza (águila negra).

No en tanto, la muerte sin descendencia de Sancho

VII el Fuerte, a pesar de este haber dejado un pacto de

prohijamiento con Jaime de Aragón, se supone la

entronización en Navarra durante casi dos siglos de

dinastías francesas -la de Champaña, la Capeta y la de

Evreux-, que también dispondrán de territorios en Francia

y descuidarán en diverso grado el gobierno del pequeño

reino.

Las Guerra de Navarrería y Civil

A esa altura de los acontecimientos, la ciudad de

Pamplona ya se encontraba dividida entre burgos

independientes y enfrentados (Navarrería y San Miguel

frente a los burgos de San Cernin y San Nicolás), aliados

con otros Estados, siendo, por ejemplo, arrasado el barrio

de la Navarrería por tropas francesas en 1276, y

extendiéndose la confrontación por toda Navarra,

venciendo éstos a los aliados castellanos e implantando el

acercamiento de Navarra a Francia.

Pero tras la instauración de la Casa de Trastámara en

Aragón a mediados del siglo XV, la crisis sociopolítica del

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reino fue paulatinamente polarizando a las fuerzas vivas

de Navarra en torno a dos bandos: los beamonteses y los

agramonteses.

Éste pasa a ser un complejo conflicto con posiciones

y actitudes cambiantes, que aparentemente tiene un fondo

de apremio entre las facciones nobiliarias, pero que parece

también evidenciar algún tipo de enfrentamiento

socioeconómico montaña-ribera, según citan algunos

autores.

De todas formas, ambas facciones tenían su

distribución esparcida por toda Navarra. Este

enfrentamiento es lo que los llevaría a una guerra civil en

1441, cuando Juan II de Aragón (rey consorte de Navarra),

se quedó para sí el trono, en vez cederlo a su hijo Carlos,

Príncipe de Viana, al que de facto le correspondía.

Carlos había sido designado heredero del reino por

el testamento de su madre la reina Blanca, aun

prescribiendo en dicho documento, que él no tomaría

posesión del reino sin el beneplácito de su padre Juan II.

En 1452 el príncipe fue apresado en la batalla de Aibar.

Sin embargo, la guerra civil persistió tras la muerte

de Carlos, Príncipe de Viana en 1461 y a la de Juan II en

1479. Los beamonteses tenían el apoyo de los castellanos,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 140

mientras que los agramonteses tuvieron primero como

aliados a los aragoneses (por ser Juan II rey de Aragón) y

luego a los franceses.

Demográficamente el Reino de Navarra había

alcanzado mínimos límites entre los años 1450 y 1465,

coincidiendo con los episodios más agudos del conflicto

civil (que no fue sangriento de forma directa);

adicionándose la pérdida de su población debido a los

sabotajes, y a lo que se debe sumar la epidemia de peste

entre los años 1504 y 1507, pero fue recuperando mayores

cotas poblacionales a partir de 1530 una vez realizada y

asentada la conquista de Navarra por parte de Castilla y

Aragón.

La conquista castellano-aragonesa (1512)

A finales del siglo XV, el rey de Aragón Fernando el

Católico realizaba continuas injerencias en la guerra civil

de Navarra en apoyo a los Beaumonteses, y que en

algunos periodos había supuesto una auténtica ocupación

militar.

A principios del siglo XVI los baumonteses habían

perdido la guerra civil y su líder había huido al exilio

castellano, donde falleció. Desde allí, su descendiente

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 141

apoyó al rey aragonés en su ya decidida invasión del reino

de Navarra. Esto hizo que en 1512 el rey de Navarra se

viera obligado a firmar el Tratado de Blois, por el cual

conseguía apoyo del reino de Francia ante una posible

agresión. Esto fue considerado por Castilla y Aragón

como una beligerancia, ya que Francisco I de Francia

estaba enfrentado al castellano-aragonés y además era

declarado un monarca cismático en el V Concilio de

Letrán por el papa Julio II.

Fernando el Católico, que era hermanastro del

fallecido Carlos, Príncipe de Viana (hijo de Juan II y su

segundo matrimonio con Juana Enríquez), inició la

invasión el 10 de julio de aquel año con la toma de

Goizueta, aunque no se publicitó hasta ocho días antes de

la firma del Tratado de Blois.

El grueso del ejército de más de 16.000 hombres

bien pertrechados y experimentados entró en Navarra

desde Álava el día 22 de julio, al mando de Fadrique

Álvarez de Toledo, segundo duque de Alba con apoyo del

líder beaumontés conde de Lerín (Condestable de Navarra)

y sus hombres. El poderoso ejército se asentó a las afueras

de Pamplona (concretamente en el palacio de Arazuri,

dominado por el bando beamontés), entonces una ciudad

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 142

de entre 6.000 y 10.000 almas y mal fortificada, firmó la

rendición 25 de julio. El archivo de Simancas contiene

documentos relativos a esta época.

En otros lugares de Navarra, la resistencia fue

mayor: Lumbier lo hizo hasta el 10 de agosto, Estella

hasta el 12 de agosto, Viana hasta el 15 de agosto, Roncal

hasta el 9 de septiembre, al igual que Tudela, que fue el

mayor bastión agramontés, donde para tomarlo tuvieron

que venir fuerzas de Aragón. Los reyes navarros Juan y

Catalina se refugiaron en sus dominios del Bearn desde

donde organizaron la resistencia.

La conquista de la Alta Navarra no finalizó aquí, ya

que Catalina de Foix y Juan III de Albret, y

posteriormente el rey Enrique II, apoyados por los

monarcas franceses, hicieron hasta tres intentos militares

de recobrar el reino.

El primero lo realizaron ese mismo año, en

noviembre, cuando un ejército de navarros agramonteses,

franceses y mercenarios se adentraron en el reino con

15.000 hombres al mando de Juan de Albret y el general

La Palice. Varias ciudades del interior se alzaron, como

Estella, Cábrega, Villamayor de Monjardín y Tafalla,

llegando a sitiar Pamplona del 3 al 30 de noviembre. Ante

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la llegada de refuerzos castellanos por el Perdón, se realizó

un asalto precipitado a Pamplona el 27 de noviembre, que

fracasó.

Debido a la proximidad del invierno, las tropas

franco-navarras iniciaron la retirada hacia el Baztán. Pero

en el puerto de Velate, la retaguardia fue sorprendida por

fuerzas castellanas, en las que predominaban

guipuzcoanos oñacinos, al mando de López de Ayala, la

que ha sido denominada batalla de Velate con la derrota y

pérdida de doce piezas de artillería, y aun se discute si

también se produjo la pérdida de más de mil hombres de

los franco-navarros.

La segunda tuvo lugar en 1516, aprovechando la

muerte del rey Fernando el Católico y la complicada

sucesión castellana. Pero el ejército, al mando del mariscal

Pedro de Navarra, mal pertrechado y equipado, fue

derrotado en el Roncal por el coronel Fernando de

Villalba. El mariscal fue hecho prisionero y moriría

asesinado en el castillo de Simancas en 1522. Para evitar

posteriores problemas, el cardenal Cisneros, regente de

Castilla, ordenó la demolición de todas las fortalezas,

exceptuando las estratégicas y las pertenecientes a los

aliados beamonteses.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 144

Sin éxito por la vía militar, se intentó la diplomática.

Así tuvieron lugar dos encuentros entre las partes, en

Noyón (1516) y Montpellier (1519), que no arrojaron

ningún éxito, por lo que los reyes navarros, apoyados por

Francia, realizaron un último intento bélico.

En 1521, aprovechando la Guerra de las

Comunidades que asolaba Castilla, y el reinando de

Enrique II, que contaba con el apoyo incondicional de su

cuñado Francisco I de Francia, deseoso de debilitar a toda

costa a Carlos I, tuvo lugar un alzamiento generalizado en

toda Navarra, incluyendo las ciudades beamontesas, al

tiempo que un ejército navarro-gascón que vino por el

norte, consiguió reconquistar toda Navarra. Sin embargo,

el ataque se había demorado demasiado, no produciéndose

hasta mayo, cuando en abril los comuneros habían sido

aplastados por las tropas reales.

Además, en vez de consolidar la victoria, el ejército

navarro-gascón quiso entrar en Logroño sitiándolo, lo que

hizo que el ejército castellano se reorganizara con tres

cuerpos de ejército. El diez de junio las tropas comenzaron

a retirarse por la presión de las tropas castellanas en un

número que triplicaba a las navarras. Hubo algún

enfrentamiento en Puente la Reina, y tras cometer varios

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errores estratégicos, finalmente se enfrentaron en una

cruenta batalla de Noáin (30 de junio de 1521), a las

afueras de Pamplona, donde no menos de 5.000

combatientes perdieron la vida.

Tras esta derrota, los restos del ejército franco-

navarro se dispersaron, aunque hacia octubre algunos

combatientes se hicieron fuertes en el castillo de Maya

(valle de Baztán), donde resistieron hasta el 19 de julio de

1522 y en la fortaleza de Fuenterrabía, que resistió hasta

marzo de 1524. En diciembre de 1523, Carlos I decretó un

perdón para los sublevados, excluyendo de él a unos

setenta miembros de la nobleza navarra. Pero para

conseguir la caída de Fuenterrabía, el emperador decretó

un nuevo perdón, incluyendo a los excluidos del anterior,

a condición de que se le prestase juramento de fidelidad.

Así terminaron los intentos tanto por recobrar la

independencia de la Alta Navarra. Sin embargo, la

inestabilidad de la ocupación en la Baja Navarra hizo que

el rey Carlos I renunciara definitivamente a ella,

retirándose definitivamente para 1530, donde el rey de

Navarra Enrique II, mantuvo la independencia del reino.

A pesar de los diversos intentos de reconquista,

Fernando el Católico había seguido trabajando para

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consolidar la incorporación institucional de Navarra a sus

dominios. En 1513, las Cortes de Navarra, convocadas en

Pamplona por el virrey castellano y sólo con la asistencia

de beamonteses, nombraron a Fernando el Católico rey de

Navarra. El 7 de julio de 1515 las Cortes de Castilla en

Burgos, sin ningún navarro presente, anexionan el Reino

de Navarra al de Castilla. El nuevo rey se comprometió a

respetar los fueros del reino.

Los reyes posteriores continuaron jurando las leyes

propias navarras. Sin embargo, a partir del siglo XVIII, los

fueros comenzarán a ser definitivamente atacados hasta ser

abolidos en el siglo XIX. Como justificación ideológica

adicional, aparte del tratado de Blois (que fue la excusa

que consideró a Navarra en un estado enemigo), Fernando

el Católico tuvo a su favor el hecho de que el papa Julio II

excomulgara a los reyes de Navarra y les desposeyera del

reino alegando connivencias de la casa real navarra con el

protestantismo que ya se estaba extendiendo por el sur de

Francia, y su alianza con el monarca francés, declarado

cismático.

En 1516, el cardenal Cisneros ordena eliminar todos

los signos defensivos de Navarra, debido a la

imposibilidad de defender con el ejército castellano todos

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los castillos. Navarra llegó a tener más de un centenar de

castillos en todo lo que fue el territorio del Reino de

Navarra. Muy pocos han quedado en pie, y estos sólo

parcialmente, desmochados.

Tras una irregular ocupación de la Baja Navarra,

incluida San Juan de Pie de Puerto por parte de las tropas

del emperador Carlos V, en 1528, éste decide abandonar el

territorio por su difícil defensa. En esta parte del reino de

Navarra continuó la dinastía Albret-Foix que entroncaría

con la de Borbón, quienes llegarían a reinar en Francia; y

aunque sus dominios en el Bearne eran mayores que los de

Navarra, estos territorios navarros les conferían la

dignidad real, y muy celosamente sus sucesores la

conservaron separada, aún después de acceder al trono de

Francia y llevaren la titulación de reyes de Francia y

Navarra.

Luis XIII aceptó una reconciliación de los Fort et

costumas deu Royaume de Navarra deça ports en 1611,

pero cuidando de que no se incluyeran capítulos de

derecho público. En 1620 se publicó el edicto de

incorporación del Reino de Navarra junto a los territorios

del Bearne, Andorra y Donnezan a la Corona de Francia,

conservando a sus habitantes en sus fueros, franquezas,

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libertades y derechos; en 1789, con la Revolución

francesa, se produjo la abolición de todos los privilegios

de todos los territorios de la monarquía en un derecho

común, suprimiéndose el título de reyes de Francia y

Navarra en 1789, a pesar de la oposición de Navarra. En

1790, La Asamblea Nacional decretó la creación del

departamento de Bajos Pirineos (actualmente Pirineos

Atlánticos) en el que entraron el Bearne, la Baja Navarra y

otras tierras próximas.

Desde ese momento, la actual Navarra peninsular

quedará integrada en la Monarquía Hispánica, no

presentando inestabilidad de calado y permaneciendo con

la corona castellana cuando hacia 1640 el sistema

territorial de la monarquía de los Austrias entra en crisis

con la separación de Portugal y la revuelta de Cataluña.

Pese a todo, y de manera paulatina, conforme la

rivalidad franco-española se traslade a otros ámbitos,

Navarra se convertirá en un reino olvidado y cada vez más

marginado de los focos de poder político y económico. La

dinastía Habsburgo es quien establecerá en Pamplona la

figura de un virrey, permaneciendo con gran actividad las

cortes del reino.

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Durante la Guerra de Sucesión Española, Navarra (a

pesar del fiero sentimiento antifránces del pueblo) se

posicionará a favor del duque de Anjou (futuro Felipe V)

en lugar de por el archiduque Carlos de Austria (como lo

hicieron los reinos de la Corona de Aragón). Es por ello,

por lo que tanto Tudela como Sangüesa fueron ocupadas

por las tropas austracistas.

A la finalización del conflicto, Navarra, al igual que

las provincias vascas, conservaron sus fueros frente a los

reinos de la Corona de Aragón, declarados traidores por

Felipe V y despojados de sus prerrogativas forales por los

Decretos de Nueva Planta.

Lógicamente, la nueva dinastía reinante se mostró

mucho más centralista y menos pactista que la de

Habsburgo y, en diversas ocasiones, el régimen foral fue

puesto en entredicho desde el gobierno de la monarquía.

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La Primera Parte del Viaje

La Partida Tras el Embarque

Todo les había salido a pedir de boca. Ahora sólo les

faltaba amontonar los escasos bártulos y colocarlos en los

baúles, y entonces juntar fuerzas para aventurarse en la

realización de un sueño. Se sentían felices, al fin de

cuentas, cavilaban que a lo sumo en un par de días

dejarían para atrás aquellas tierras ingratas.

Claro que después de todo, tuvieron suerte, pues de

las 50 familias que habían sido escogidas para poblar la

nueva ciudad llamada de Montevideo, al sur de las Indias,

en ese primer viaje sólo hubo lugar para 13 de ellas y, la

de Felipe Pérez de Sousa, gracias a la presta intervención

Dios y de don Diego Tomás de Ortega junto a unos bien

acuñados ducados que Felipe le colocó en la bolsa, los

ubicaba entre los pocos escogidos.

Finalmente sonó el cañonazo de la nave que daba el

aviso de la pronta partida. El tiro había rechinado en el

aire, proveniente del puerto, de madrugada, por lo que

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había sacado a todos del sueño a sobresalto, pero no a

Domingo, a quien se pudo ver desde muchas horas antes

apoyado en el alféizar de la ventana del albergue, alerta y

avizor como si no se hubiese echado en su catre hasta el

momento del disparo. Quizás en su mente revoloteaban

ilusiones a construir en otras tierras.

Durante las siguientes horas de la madrugada del día

21 de agosto de 1726, las familias, cada una por si, se

echaron a andar en silencio por las calles empedradas,

rumbo al muelle, con sus mentes confusas, excitantes,

hasta podría decirse enigmáticas por causa del instante que

se les avecinaba.

La familia de Felipe pronto se unió en la calleja a los

muchos hombres, mujeres, jóvenes y niños que, al igual

que ellos, tuvieron que abandonar sus lechos con premura,

temerosos de embarcar con retraso, y exaltados por la

inmediatez del viaje. Las negras gasas de la noche se

rasgaban con las muchas antorchas y de los faroles que

portaban unos e otros, como si las calles que

desembocaban en el muelle albergaran un enjambre de

luciérnagas. A esa hora la ciudad despertaba de sus

tinieblas y los aturdidos gallos del alba iniciaron pronto

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sus cantos fuera de hora, al verse engañados por la

claridad proveniente de las luminarias del gentío.

Todos caminaban entre las brumas de la noche con

la fresca brisa marítima golpeándoles el rostro. Más de una

docena de mulas comandadas por serviles pajes que

trabajaban en el puerto, cargaban con los pocos utensilios

y enceres que todos llevarían consigo para la tierra

prometida.

Felipe y su familia se habría paso entre figuras

mudas, pues ninguna voz se alzaba sobre el ruido de las

pisadas, o del barullo de los cascos y el entrechocar de

bártulos. Las pocas palabras que se cruzaban eran las

imprescindibles para ordenar semejante riada humana, y

aun estas se decían en murmullo.

Una misma gravedad parecía pesar sobre todos los

rostros y ahogar las voces, cual si la inquietud y la

preocupación se hubieran hecho materia y envolvieran sus

cabezas como un tupido e invisible manto, ya que ningún

hombre sensato jamás se hace a la mar sin encomendar

antes su alma a Dios, y sin que su corazón caiga en la

opresión de la incertidumbre. Sin embargo, lo único que se

escuchaba de vez en cuando, era el gimoteaba a desgano

de algún niño en brazos.

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-¿Que os sucede? -le preguntó la madre a su pequeña

María del Cristo, que en esos momentos retardaba sus

pasos como si se negase a querer embarcar en aquel navío

enorme, asustador, monstruoso para la mente de una niña.

-¡Nada madre!, sólo un poco de miedo -dijo con voz

somnolienta.

-Veo que os gusta los misterios, no creáis que no lo

entiendo… Yo también los tengo, hija mía -reveló su

madre, apretándole un poco más la mano para trasmitirle a

la niña todo su cariño y afecto.

-Andaos, que no estamos a buen tiempo -insistió

Felipe, mirando a sus hijas mayores, que venían un poco

rezagas.

En aquel momento todos andaban en una caminata

solemne, pero tampoco se sabe cuáles oraciones llevarían

en esos momentos en mente, quienes con ellos emprendían

aquella madrugadora viaje, ni cuál de ellas resonaría en la

cabeza de muchos, si es que conocían oración alguna,

aunque todo indicaba que eran gentes piadosas.

No en tanto, doña María Gerónima, dentro de la

congoja que cargaba en su corazón, iba murmurando un

estribillo temeroso de una antigua tonada española que,

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una y otra vez, le venía a los labios sin que mediara en ello

la voluntad:

“Y cuando el infierno se lleve a los que mal

obraron, dile lo que sentiste cuando el sepulcro

guardaron.

Madre de Dios, ruega por nosotros a tu Hijo en

esta hora”.

El comportamiento piadoso tenía su razón de ser, y

no en vano, es que se comenta entre la marinería una frase

muy significativa:

“si quieres aprender a orar, entrad en la mar”.

Muy pronto don Felipe Pérez estaba de pie en la

pasarela, cuando un paje le hizo entrega, en nombre del

escribano, de las boletas que autorizaban el embarque de

toda su familia, y fue con ellas en manos que subieron a

bordo, donde todo era ya el ajetreado faenar de los

preparativos de la partida.

La nao “Nuestra Señora de la Encina” -alias “La

Bretaña”-, partió el día 21 del mes de agosto bien entrada

la mañana, pues el amanecer veraniego había sido

brumoso y los jirones de neblina que se engancharon

misteriosamente en los mástiles de los navíos, sólo

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empezaron a levantarse bajo el tibio roce de los rayos del

sol.

Después de concluidos todos os trámites, cuando

finalmente la nave zarpó a media mañana tras un retraso

de cinco horas, desde la orilla se la veía navegar

plácidamente hacia el oeste, alejándose lentamente de la

isla mientras soplaba una suave brisa bajo un cielo

despejado, quedándose algunos nubarrones asidos a la

costa tinerfeña.

Como esa mañana el tiempo estaba bueno y soleado,

desde la nao muy lentamente se perdía de vista el tope de

la montaña Cabeza de Toro, como si ello fuese una visión

inolvidable levantándose sobre un verdor montañoso y su

escarpada cumbre.

Desde Canarias debían adentrarse en el Mar de las

Damas, llamado así por los marineros porque se decía que

las mujeres podían gobernar allí las embarcaciones, pues

los vientos alisios soplaban de popa muy favorablemente.

Los Primeros Días de Navegación

Superada la escala en las Canarias comenzaba el

largo recorrido. Como había víveres abundantes, si no

ocurriese ninguna desgracia, los barcos seguirían su ruta

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en derechura. Marineros, grumetes y pajes cuidaban de la

navegación y del mantenimiento del buque. La “gente de

tierra” ya se preparaba para soportar un aburrido

hacinamiento.

A primera vista, “La Bretaña” parecía un navío

joven. Era robusto y bien trabado, como suelen ser todos

los galeones españoles. Su casco estaba bien cuidado y sus

aparejos no presentaban signos de herrumbre ni desgaste,

lo que hacía pensar en la poca vida marinera que había de

guardar su velamen.

Los inexpertos pasajeros luego fueron descubriendo

otras particularidades de la nave, y notar que por la popa

se levantaba un doble castillo, guarnecido con dos cañones

por banda, sobre el que colgaba el estandarte del capitán,

don Bernardo de Zamorategui, y a proa se alzaba un

alcázar hermosamente labrado, pero sin dotación artillera.

Otras piezas de artillería estaban sobre cubierta junto al

alcázar y otros dos cañones a popa, de los llamados

guardatimones, que flanqueaban al varón del timón.

También había algunas otras piezas más colocadas

estratégicamente en el navío.

Con relación al alojamiento de todos los que

embarcaron, hay que considerar que en la nao también

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viajaban oficiales, soldados, y algunos misioneros de la

Compañía de los Franciscanos y Jesuitas, y estos se

alojaron en los amplios compartimientos de la cubierta

inferior, donde también se amontonaban todas las

pertenencias, de manera que a cada hombre le

correspondía un espacio muy reducido.

Las mujeres y los niños fueron alojados en el

entrepuente, albergados en pequeñas cabinas sin conforto.

A medida que llegaban a bordo, luego eran conducidas por

una escala de madera que se hundía en el entablado del

puente, cerca del palo mayor.

Al bajar, en el vientre de la nave estaba oscuro cual

tripa de ballena y tan sólo cabía guiarse por la mortecina

luz de los farolitos que de tanto en tanto arrancaban de las

sombras los perfiles de las cosas. Sin embargo, daba para

notar que los diestros marineros se movían en ese interior

cual murciélagos en la noche, ágiles y veloces, como si

formaran parte del mismísimo casco del barco. Aquella

era una facultad que nacía en ellos más de la necesidad

que de la costumbre, pues en las noches de tormenta estos

sólo podrían confiar su vida a la capacidad de moverse en

la más completa oscuridad por el vientre de la nave, si es

que se la sabían de memoria.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 158

Las acomodaciones de las mujeres y niños eran

cuartuchos infectos donde apenas cabían de tres a cuatro

personas tumbadas en jergones licenciados de sudores, con

un taburete y un tonel que hacía las veces de mesa y sobre

el que descansaba un farolillo de aceite. El calor allí era

asfixiante y la humedad hacía que las prendas se les

pegaran al cuerpo como una segunda piel. Flotaba en los

ambientes un olor agrio a podrido y a orines, a chinches y

piel curtida. Sin duda, muchas murmuraron que aquello

era un pestilente sepulcro de aliento infernal, que les

prometía interminables noches de pesadilla durante el

viaje.

Durante las horas en que se retrasó la partida, para

los niños, que eran muchos, existía por primera vez el

fisgoneo de poder asistir curiosos las maniobras de la

tripulación; no en tanto, para los hombres existía aquella

desazón de ver cómo al cesar la brisa de la madrugada,

crecía la niebla y se postergaba una partida que todos

creían inmediata, mientras el barco caía en un expectante

letargo.

Con todo, hay que decir que a falta de lugar

disponible, los hombres fueron orientados a dormir junto

con la tripulación, en cubierta, hacinados y sin intimidad

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alguna, ya que el navío tenía las bodegas repletas, pues

dada la longitud de la travesía, debía llevarse mucha

comida y bebida para los pasajeros, tripulantes y animales

que iban a bordo, lo cual sin duda constituía un peso que

alargaba aún más el viaje.

Aquel primer día de travesía desde Canarias,

anocheció mientras aún se veía la cumbre escarpada del

pico Teide, el volcán siempre cubierto de nieve pura, la

que se iba tornando rosada al ser bañada por la luz de la

puesta del sol. Era una punta blanca resplandeciendo en el

horizonte violáceo. Hasta ese momento, los vientos de

África llegaban cálidos, suaves, soplando directamente

detrás de las velas y haciendo que el navío avanzara a

buena velocidad, mientras era acompañado por el

interminable crujir de las arboladuras y el rechinar de los

cables.

Luego vinieron los días subsecuentes, pero muy

pronto todo pareció volverse monótono y, para muchos, es

bueno agregar que esos primeros días de navegación se

hicieron muy duros, pues a los temores inherentes del

viaje, a la falta de costumbre y ante la visión de un mar

inmenso e inquietante, también se les sumaron los mareos

que les hacía vomitar continuamente. Pero cuando ya

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 160

habían pasado tres jornadas completas, la gran mayoría

comenzó a sentirse mejor.

Al despertar cada nuevo día, los marineros se

desperezaban; estiraban la ropa pues era normal dormir

con la misma ropa con la que vivía el resto del día, y se

lavaban la cara y las manos con el agua que izaban del mar

en cubos. Dormían en diversos rincones de cubierta,

algunos cubiertos con esteras o mantas, otros al abrigo del

cordaje. Los más privilegiados extendían una hamaca,

invento americano que pronto se había extendido a todos

los barcos.

Los oficiales y viajeros más distinguidos pasaban la

noche en sus propios camarotes bajo cubierta y sobre

tarimas o esteras. El capitán dormía en su recámara,

cubierto con una colcha de lana.

Pero si la noche hubiera sido de tempestad o de

peligros, y habrían estado sin dormir, el capitán, en pie, se

ubicaba de manera de poder controlar todas las

operaciones, con la misión clave de mantener el rumbo y

llegar a puerto.

Por la mañana se tomaba un desayuno frugal,

preparado con bizcocho, galletas, algunos ajos, queso o tal

vez unas sardinas saladas.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 161

Una de las primeras tareas diarias era la de achicar el

agua que el barco “había hecho” en esa noche, mediante

las bombas de achique, tarea de la que se encargan

carpinteros, calafates y grumetes.

El equipaje de la gente de la mar era muy exiguo,

pues ellos guardan sus objetos personales en un baúl o

arca, que a veces compartían con otros. Escasa era también

su indumentaria. Y pintoresca. No existía uniforme ni

preocupación alguna por ir vestidos todos iguales. Solían

llevar camiseta de lana, blusa, tal vez capa corta, calzas,

un capuz o cogulla y un bonete rojo de lana con vueltas

azules, tal vez el único distintivo claro de marinero. Solía

vérselos cubiertos de lana de pies a cabeza. Y como rara

vez se denudaban o se bañaban todo el cuerpo, lo que da

para imaginar cuál en realidad era el tufo habitual a bordo.

Claro que la higiene de los marineros no era inferior a la

higiene normal de la época.

Y así, mientras la nave surcaba el océano, a bordo,

las horas transcurrían sin otra distracción que la lectura o

los oficios religiosos. Al principio, la misma rutina de la

vida de los marineros resultaba ser un espectáculo digno

de ver, principalmente para los niños y los más jóvenes,

pues era entretenido mirarlos cuidar del barco como se

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cuida de la propia casa. Izaban las velas o las reparaban

cuando era preciso, trepaban con agilidad en los palos,

arreglaban, recogían y ataban cabos hábilmente,

remendaban redes, fregaban la cubierta y revisaban los

aparejos o hacían reparaciones donde fuera necesario.

Pese al hacinamiento, la ventilación en cubierta

estaba garantizada, y en época de calmas esporádicamente

solían bañarse en el mar. Si había temporal las cosas

cambiaban, sobre todo por la dificultad de secar la ropa, ya

que a bordo el fuego era una amenaza; sólo se encendía

para poder cocinar en el fogón. Si la tempestad se

prolongaba, ya que ésta podía durar varios días,

imaginemos las consecuencias de llevar la ropa de lana

empapada.

Bajo cubierta, y como el barco llevaba pocas portas,

el aire se renovaba por medio de escotillas, que se

cerraban durante el mal tiempo, con el hedor consiguiente.

Si había animales a bordo, estos convivían con los

tripulantes en cubierta y bajo esta. Y aunque el agua

abundaba en el mar, la potable siempre suele escasear y en

ocasiones llega a constituirse un artículo de lujo.

Por la tarde, la rutina marinera continuaba. El piloto

o el capitán daban órdenes, que llegaban a los marineros a

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través del contramaestre, y el sonido del silbato o de sus

gritos ya eran conocidos y esperados. De vez en cuando

podía oírse:

“¡Dejad las chafaldetas! ¡Alzad aquel brío!

¡Empalomadle la boneta! ¡Levad el papahigo!

¡Izad el trinquete! ¡Descapillad la mesana!"

Boneta, papahigo, mesana son, naturalmente, velas,

y la tradición marinera unía a cada operación trabajosa,

como recoger el cable del ancla o izar una vela, a una

canción o cantinela de trabajo que primero entonaba un

solista y luego repetían los demás a coro. Una de estas

letanías, en el italiano chapurreado de los marineros, decía

así:

“Bu izá Dios ayuta noi

que somo -ben servir

la fede -mantenir

la fede -de cristiano

malmeta -lo pagano

Sconfondi-i sarrabin”

Pero para mantener esa constante actividad en el

barco, había un sistema de turnos de cuatro horas que los

oficiales, marineros y grumetes conocían y respetaban a la

perfección; este solía cambiarse a las tres, a las siete y a

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las once. Lo cual no evitaba que, de vez en cuando, se

organizaran sonoras peleas en las que se escuchaban los

más feroces insultos y las más escandalosas blasfemias.

Cuando esto ocurría, algunas madres se enervaban

con el contenido ofensivo e indigno de las maldiciones

que eran eyaculadas desde las bocas de los marineros, y

ellas los amonestan y regañaban diciendo:

-¡Cuidado, hay niños!... ¡Vuestras mercedes,

respeten a los demás! -en cuanto otras madres se

persignaban repetidas veces, o se apresaban a tapar los

oídos y los ojos de sus hijos, como si tal actitud les

sirviese para alejarlos de las blasfemias.

Cuando sucedían esas pugnas violentas entre la

tripulación, entonces se aplicaban castigos de forma

severa: restricción en las raciones de comida, trabajos

extras e incluso azotes que se propinaban pública e

implacablemente, lo que por su vez originaba nuevas

protestas por parte de las madres y padres, que suplicaban

al capitán para que no lo hiciese frente a ellos, pues

también habían niños presentes.

-No veo que haya necesidad de azotes, basta con un

periodo en la mazmorra, que servirá -decían algunos,

mientras otros agregaban:

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 165

-De seguro, ello no es un buen espectáculo para que

los niños vean. -Pero nadie se animaba a indisponerse con

los truculentos y amenazadores oficiales o con el severo e

inflexible capitán de la embarcación. Todo se quedaba en

comentarios y murmurios.

Cuanto al alimento, éste se repartía dos veces por día

y su composición en esta primera etapa no era mala, pues

aún se conservaban carnes, embutidos, verduras y frutas

que se habían adquirido en tierra, con lo que los cocineros

preparaban platos aceptables que se servían es cubierta por

los pajes. Pero claro que la alimentación a bordo, con sus

excesos de salazón, no hacía más que provocar sed.

Es de suponerse que la única comida verdadera -y

caliente- era la del mediodía. Tampoco existían cocineros

profesionales; eran algunos marineros viejos, ayudados

por pajes o grumetes, quienes elaboraban como podían, si

los vaivenes del barco lo permitían, guisos con cuanto

hubiera disponible en los enormes calderos, colocados

sobre unos trébedes o hierros en el fogón, que descansaba

sobre una base de tierra con carbón y brasas.

Podían utilizar vino, aceite de oliva, ajos, tocino,

bacalao, sardinas en salazón, tasajo o carne salada y

bizcocho duro o galletas de harina de trigo almacenado en

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la parte más seca del barco. Pero conforme los españoles

se fueron acostumbrando a las Indias, estos añadieron a su

dieta el cazabe o yuca, que ya en su segundo viaje llama

Colón “pan de la tierra, que le querían más que al trigo”.

De postre podían tomar miel que, en general sustituía al

azúcar. Para Colón “el mejor mantenimiento del mundo, y

el más sano” aunque, antes de que se introdujese su

cultivo en el Caribe, resultaba muy cara.

Cada cual recibía su ración en una escudilla de barro

o en un plato de madera. La hora del rancho era un

momento bullicioso, salpicado de bromas y chanzas de

buen y mal gusto. Se formaban corrillos de amigos o

paisanos y se tragaba la pitanza, remojándola normalmente

con vino, que se conservaba mucho mejor que el agua.

La historia nos cuenta que el padre Bartolomé de las

Casas, un fraile dominico español al referirse a la comida

que se daba, solía decir:

"Negra comida sería la que ellos le darían, pues lo

es siempre la que suelen dar, aun a los pasajeros de su

misma nación."

Y éste tenía amplia experiencia de haber cruzado

varias veces el océano. Claro que los oficiales o pasajeros

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de postín comían aparte y tenían su propia despensa para

combatir la monotonía del rancho marinero.

Pero como fuere, aquí en la nao, estando sentados a

la hora de comer, siempre surgían los más veteranos en

esto de la travesía a Indias, que prontamente se encargaban

de advertir de lo que les aguardaba más adelante, a medida

que avanzaran las semanas.

-Aprovéchense vuestras mercedes -decían-. Ya

verán lo que han de comer… tasajos rancios y poco más.

Y de beber… agua maloliente es lo que habrá.

Durante el trayecto, un jesuita de nombre Marcos

Cabrera, supo distraer su ociosidad releyendo uno de los

libros que había reservado para el largo recorrido. Era un

ejemplar del “Viaje y Derrotero de las Indias”, escrito por

Ulrico Schmidl, el cual trataba de la apasionante crónica

de vívida autenticidad que los historiadores jesuitas

consideraban indispensable para conocer cómo se había

hecho la conquista del Río de la Plata. Mientras lo leía,

consideraba que éste era el testimonio escrito más valioso

incluso que el de Álbar Núñez, el cual había tenido la

oportunidad de leerlo durante su estancia en la Casa

Profesa de Sevilla,

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Sin otro entretenimiento que estas lecturas, o el

bordar y coser para las mujeres, las horas transcurrían

interminables, contadas una a una por el grumete

encargado de dar vuelta el reloj de arena, añadiendo la

cantinela religiosa correspondiente que el muchacho

entonaba con sonora voz:

“Bendita la luz y la santa Nuestra Señora de la

Encina

Y el Señor de la Verdad y la Santa Trinidad.

Bendita sea la fe, y el Señor que nos la manda.

Bendita sea la hora prima y el Señor que nos

redima.

Completada las estrofas, luego se iniciaba el rezo de

un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria que todo

mundo oraba junto una vez interrumpida cualquier otra

tarea que estuviera realizando.

Después, se concluía con un saludo semejante a éste:

“Dios nos dé buen viaje, buen pasaje tenga la

nao, el señor capitán y maestre y vuestras

mercedes, señores de proa y popa, timonel y

marineros y buena compaña a todos. Amén”.

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Era un sistema poco preciso, sobre todo en días de

tormenta, o en momentos de descuido o de un golpe de

sueño del grumete. Pero la hora podía ajustarse -claro está-

a mediodía, comprobando la sombra del sol, que debía

tocar el norte de la aguja de marear (la brújula) a las doce

en punto.

A cada despertar de un nuevo día renacía la vida a

bordo, y el nuevo turno de guardia ocupaba sus puestos. El

timonel indicaba el rumbo al capitán de la guardia, que lo

comunicaba a su vez al nuevo timonel. Había un vigía en

popa y otro en proa; los marineros relevados pasaban los

cálculos de velocidad y distancia transcurrida de la pizarra

donde los habían anotado al diario de a bordo. Pero por la

mañana, tan pronto como se había evaporado el rocío,

había que comprobar que las velas se encontraban en

perfectas condiciones, agitándolas.

La Primera Detención de la Nao

Aunque iba muy cargada, la nave hizo su primera

etapa del viaje en no poco más que una semana. Y como

hasta el momento el tiempo había sido bueno y los vientos

favorables, les llevaron pronto a divisar el litoral de la isla

de La Palma, última del grupo Canario de islas antes de

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atravesar el océano Atlántico. Allí se habría de cargar un

complemento extra de víveres, incluyendo agua, frutas,

verduras y carne fresca.

Por ser una costa baja y bordeada de abundantes

caletas y playitas, a Nuestra Señora de la Encina le

correspondió echar ancla a una cierta distancia de la

rivera, y hacia la que en un santiamén comenzaron a

navegar decena de botes a golpe de remo. Eran esquifes

que venían desde tierra, los que a los cientos, se ganaban

la vida pescando y aprovechando la llegada de flotas para

sacarse un dinero extra transportando a los viajeros al

puerto.

Parecían haber sido más, pero después de esos pocos

días de navegación, todo el mundo a bordo estaba ansioso

por echar pie a tierra, por lo cual se formó una pelea a

causa de la impaciencia de unos cuantos marineros que

pretendieron saltarse el orden del desembarco. Pero a

estos, el capitán los castigó obligándoles a permanecer en

el barco haciendo guardia hasta el día siguiente.

Los jesuitas subieron al bote que les correspondió e

hicieron el trayecto que separaba la nao del puerto,

entusiasmados por poder pisar suelo firme y curarse de los

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mareos. Como las aguas estaban serenas, tardaron poco

tiempo en llegar a la playa.

La barca se acercó y encalló en la arena, que en

aquel momento estaba llena de gente; pescadores,

comerciantes y arrieros de los pueblos cercanos que

venían a vender pescado, carne y verduras a los

encargados de aprovisionar los navíos, y con tal motivo

había un gran movimiento de ir y venir tal cual un

enjambre de abejas alrededor de una colmena. Muy cerca

del mar, atravesaron junto al resto de los viajeros los

conjuntos de chozas, unas de tabla, otras de paja, donde

los chicos y las mujeres secaban los peces, reparaban las

redes o sencillamente observaban curiosos la llegada de

tanta gente.

Allí mismo, en el poblado que había junto al puerto,

el maestre dio las instrucciones oportunas:

-De la fecha y la hora de embarque no puedo decir

nada, pues se partirá cuando llegue la flota portuguesa. De

manera que estén atentas vuestras mercedes al ver llegar a

los galeones que vienen de Lisboa. Cuando aparezcan en

el horizonte los barcos, háganse de cuenta de que no ha de

tardar la partida y vénganse aquí a los muelles a recibir las

nuevas. Mientras no lleguen los portugueses, disfruten de

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tierra, que en muchos días no han de volverla a pisar…

¿Alguna pregunta? -dijo, levantando la cabeza más alto

para distinguir a los que se encontraban más atrás de la

rueda formada.

Hubo un murmurio, pero uno de los pasajeros le

pregunto al capitán:

-Señor maestre, ¿Cuántas jornadas hay de aquí a las

Indias?

-Eso sólo Dios lo sabe -respondió el maestre de la

Nuestra Señora de la Encina-; que en la mar no hay

fechas. Suele tardarse entre sesenta y setenta días si los

vientos nos acompañan. Así que coman vuestras mercedes

carne fresca y verduras, que luego los alimentos en el

navío ya no serán lozanos. Lo que se lleven vuestras

mercedes puesto en el cuerpo no se lo quitará nadie…

¿Alguna otra pregunta? -repitió con el mismo gesto

característico anterior.

Se miraron unos a los otros, pero nadie se animó a

preguntar nada, entonces la voz del capitán volvió a sonar

autoritaria:

-Pues andando, a gozar la isla -les despidió el

maestre.

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Los que estaban junto a los jesuitas, se separaron allí

mismo de los religiosos, pero antes de que se fueran, el

ignaciano Marcos Cabrera, les aconsejó:

-Por el amor de Dios, señores, compórtense como

buenos cristianos. No se olviden de que están de pasaje.

-No tenga cuidado, padre - le tranquilizó Antonio en

nombre de los demás-; que no le dejaremos mal.

-Eso esperamos -advirtió el cura, enarcando las

cejas.

-Al que dé el mínimo escándalo, lo dejamos aquí en

la isla. -sugirió el capitán con tono enérgico y potente,

para que todos lo escuchasen.

Antonio García estaba eufórico, frotándose las

manos de satisfacción. Había hecho un pésimo viaje, con

vómitos constantes que le habían dejado aún más delgado

de lo que estaba antes de embarcarse, y veía el cielo

abierto al poder ir por ahí a disfrutar de las delicias de la

tierra firme.

-Antonio…, ¡cuidado! -le avisó su primo Felipe-.

Estás bajo mi custodia. A ver si no lo echas todo a perder.

-¿Ahora va a desconfiar vuestra paternidad? -

respondió burlonamente su primo, acentuando la voz.

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-Cuidado con el vino, Antonio, sólo eso te digo. -

opinó Felipe, al mirarlo fijamente.

Después de esas advertencias, cada uno tomó la

dirección que más le interesaba. Los jesuitas se fueron a

estirar las piernas y a hacerse con provisiones particulares,

mientras que los demás miembros de la expedición,

jóvenes en su mayoría, a explorar las tabernas que

abundaban en las proximidades del puerto.

La Unión con la Flota

La flota portuguesa apareció en el horizonte luego

por la mañana temprano. La noticia de su llegada sacó de

la cama o los isleños que descansaban después del intenso

ajetreo de los días anteriores.

De nuevo empezó aquel ir y venir en el puerto e

idénticas operaciones que las realizadas dos días antes:

acarrear agua, carne fresca, frutas y provisiones para

ofrecérselas a los barcos que habían de repostar

necesariamente; y de nuevo los centenares de esquifes se

echaron al mar para traer pasajeros y tripulaciones de los

barcos. Pero si la vista de una nave sola ya resultaba ser

imponente, la presencia de una formación convertía el

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litoral de la isla en un bosque de arboladuras que suponía

un verdadero espectáculo.

Cuando todos anclaron, primeramente desembarcó

el personal civil, los viajeros y los comerciantes y con

ellos numerosos eclesiásticos. Después las tripulaciones de

los barcos que no eran militares y las autoridades que iban

a Brasil a posesionarse de sus cargos. Por último, según

las ordenes de los altos mandos de la flota, la infantería y

toda la soldadesca.

Desde lejos se veían caer los botes por los costados

de los navíos repletos de hombres vociferantes,

bulliciosos, que después de más de quince días

embarcados, llegaban al puerto y a las playas formando un

verdadero ejército que se desparramaba en todas las

direcciones, ávido de comilonas y borracheras, lujurias y

camorras.

En tiempo hay que aclarar que, buscando una mejor

seguridad para atravesar el ancho mar, se había definido

que la nao Nuestra Señora de la Encina se uniría

temporariamente a la flota portuguesa hasta llegar a la

altura del norte de Brasil. Esa práctica camarada utilizada

por ambas Cortes, era una medida preventiva para evitar

los sorpresivos ataques de navíos piratas que infestaban

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que ni tiburones aquella región de los territorios del norte

de Indias y tantas mermas y pérdidas estos causaban a

ambas Coronas.

La flota zarpó finalmente a primera hora de la tarde

del día 2 de septiembre, tras un retraso de más de seis

horas motivado por la deserción de varios soldados de la

armada portuguesa que fueron puestos en busca y captura

por las autoridades. Pero concluidos todos los trámites, se

vio que sería difícil encontrarlos y se dio la orden de

partida.

Ya atardecía cuando la larga flota de barcos

navegaba plácidamente alejándose de la isla. En el ocaso

soplaba una suave brisa del este y el cielo tenía nubes

desparramadas de norte a sur que se parecían a gruesos y

anudados hilos de algodón.

Cuando reinó la oscuridad, se oyó tañer la campana

del alcázar de popa del navío portugués São Vicente que

estaba próximo, y el grumete cantó la hora con el

melancólico tono de la lengua lusitana:

Deus, abençoai nossa noite,

e por favor faze-nos morrer em tua graça.

Boa noite! Boa viaje! Boa passagem!

senhor capitão e nosso mestre,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 177

senhores passageiros, cavaleiros,

timoneiro desperto esteja você. Amen

A partir de ese momento, en “La Bretaña”, algunos

hombres se ya tiraban sobre sus jergones para dormir, no

en tanto, muchos aún permanecieron despiertos un buen

rato en cubierta, entreteniéndose conversando, jugando a

los naipes, o bebiendo el vino o el aguardiente que habían

adquirido en la isla. Todo indicaba que los marineros a esa

hora estaban más relajados.

Al igual que cuando habían partido de Tenerife, por

las noches, en algunos espacios de la cubierta se formaban

corrillos en el que los veteranos contaban sus historias,

casi siempre exagerando en el relato, o tenían lugar

animados debates sobre asuntos de navegación o sobre si

esta o aquella feria portuaria era más o menos animada.

Otros en cambio, solitarios, se entretenían tallando

figuras de madera o realizando cualquier labor de

artesanía. También había quien sacaba una flauta, una

dulzaina o una guitarra, con las que buscaban animar un

improvisado auditorio con canciones cargadas de picardía,

o más tarde con coplas dulces, de amores, que encendían

la nostalgia en los corazones.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 178

Episodios con los Peregrinos

El estricto capitán Bernardo de Zamorategui

frecuentaba poco la cubierta, pues la mayor parte del

tiempo se la pasaba en su aposento, un relativamente

cómodo departamento ubicado en el alcázar de popa. Entre

otros quehaceres, allí rezaba el rosario al final de la tarde

junto con sus pajes, del alférez que le servía y algún

esporádico convidado.

Con una voz monocromática y monótona,

invariablemente iniciaba los paternóster y las avemarías

lentamente, o pronunciaba las largas letanías en latín que

eran contestadas por un desganado “Ora pro nobis… Ora

pro nobis… Ora pro nobis…” de los hombres que lo

acompañaban, a los que se les habría de vez en cuando la

boca.

-Más atención muchachos, más atención -reclamaba

el capitán cuando los veía extenuarse-. Que si este navío

se hunde, sólo Dios y Santa María han de valernos. Y esas

agoreras palabras a ellos les provocaban funestos

presentimientos y temores que les hacían estremecerse.

Concluida la oración, siempre cenaban un pedazo de

queso, algo de pan y unas tajadas de melón con algunas

fetas de jamón crudo. Eso era lo mejor que tenía el

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 179

capitán, que no les escatimaba el alimento. Quienes lo

acompañaban, entendían que bien merecía la pena tener

que corear en los rezos para beneficiarse de esa ventaja.

No en tanto, cuando alguno de los que estaban en su

compañía, alguna vez le solicitaban permisión para

retirarse, se oía:

-Si da vuaced su permiso y no precisa nada de mi

persona, he de ir a cubierta a evacuar…, o utilizaba

cualquier otro alegato.

A lo que el capitán siempre les respondía

cordialmente con una advertencia:

-Anda, ve de una vez muchacho, pero cuídate de las

conversaciones pecaminosas de los marineros.

Por aquellas épocas, para satisfacer las necesidades

naturales en ésta tipo de navíos, el procedimiento era muy

sencillo y poco discreto. Se defecaba o se orinaba sobre la

mar. Para ello los tripulantes se sujetaban de las cuerdas o

del propio navío.

En tiempo, he de decirles que “La Bretaña” estaba

mejor equipada, y cabe aquí aclarar que el lugar que estaba

dispuesto en la nao para hacer las necesidades, era una

tabla a modo de retrete portátil y replegable que se

extendía sobre el mar, en el que, sujeto a unas cuerdas, el

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 180

tripulante o pasajero defecaba u orinaba hacia las olas. A

este sencillo y poco discreto artilugio, los marineros lo

denominaban “el jardín”.

Una vez Felipe se llegó hasta el balcón de la proa

donde uno de los pajes del navío se encargaba de extender

o replegar el tablón si alguien lo necesitaba, pero al llegar

había una larga cola. Un soldado gordinflón, muy

debilitado a causa del mareo, tenía una gran diarrea y era

sujetado por cuatro compañeros mientras se esforzaba

trabajosamente asomando su gran trasero a la negrura del

océano.

-¡Ay, ay!... -se quejaba el gordo sujeto.

-¿No será mejor un orinal? -sugería entre quejidos.

-No Mendieta, que ya sabes de memoria que el

capitán del barco lo tiene prohibido. -Le decía uno de sus

dedicados compañeros.

-Pero aquí yo no puedo -retrucaba Mendieta entre

lamentos y más gemidos.

-Sabes que sólo los oficiales, los eclesiásticos, las

mujeres y los niños, tienen derecho a usar el orinal…

-¡Vamos! -se quejó uno de los que esperaba en la

cola-. ¿Termina o no vuestra merced? ¡Que los de aquí

vamos a reventar!

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 181

La imagen de aquel soldado, inmenso, sostenido

sobre la precariedad de la tabla en aquella grotesca

posición, asido a sus compañeros, provocó en Felipe una

risita que fue imposible ocultar.

-¡Eh! -le recriminó uno de los soldados- ¿De qué te

ríes tú?, so desaprensivo. ¿No vez lo que está pasando el

pobre?

-¡Ay, madre mía! -gimió el obeso soldado-. ¡No me

suelten vuestras mercedes!... ¡Por caridad!

En eso, al gordo se le escapó una sonora pedorrea y

pudo por fin evacuar.

-¡Vive Dios! -exclamó el hombre que se

impacientaba en la cola-. ¡Por fin!

En ese momento Felipe se volvió de espaldas para

que no vieran los compañeros del obeso soldado la risa

convulsiva que le embargaba irrefrenablemente. Pero uno

de ellos ya se había dado cuenta e iba hacia él, enfurecido.

-¡Qué poca caridad! -le dijo en la cara cuando se

aproximó-. ¿Tanta gracia te hacen los padecimientos de

nuestro compañero?

Felipe ya está doblado de la risa, cuando el soldado

enfurecido le asió por las ropas.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 182

-¿Tu no cagas, hombre? -gritó el gordo que,

terminaba con disgusto su faena en la tabla, y ya descendía

subiéndose los calzones.

-¡Nadie se mofa de Cándido Mendieta! ¡Ahora

veras! -amenazó con un vozarrón, cuando se acercaba cada

vez más donde su compañero sujetaba a Felipe que no

paraba de reír.

-¡Ah, ja, ja…! -trataba de explicarse Felipe-.

Disculpe vuaced… ¡Ja, ja, ja…! No puedo… ¡Ja, ja, ja…!

-¡Deja de reír, insensato! -le intimidaba el obeso

Mendieta alzando su puño.

Felipe forcejeó tratando de zafarse de ellos, pues

veía que estaban dispuestos a propinarle una paliza.

-¿Qué pasa aquí? -rugió de repente una recia voz.

-¿No sabéis por acaso que está prohibido peleas a

bordo? -rugió nuevamente quien llegó, al ver que nadie le

respondía… Era el sargento de la tropa.

-Este energúmeno se reía a nuestra costa -acusó el

soldado Mendieta-. Señor sargento, no está bien reírse de

un enfermo. Y yo estaba haciendo de cuerpo ahí, porque

tengo malas tripas, cuando…

-¡Basta ya! -gritó el sargento-. ¡Soltad ahora mismo

a ese hombre! Si se ha mofado de vuestra merced, ya me

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encargaré yo de castigarle; pero no son quienes vuacedes

para tomar justicia por la propia mano. Cualquier alboroto

a bordo del navío está castigado con cincuenta azotes…

Así que ya lo saben.

Los enojados soldados obedecieron y soltaron

inmediatamente a Felipe, que ya imaginaba por el castigo

que le aguardaba.

-¡Hala, cada uno a su sitio! -ordenó el sargento-. Tú,

hombre, ven conmigo -añadió.

-Y vosotros, a vuestras tareas -decretó para los que

estaban en la cola.

Remoloneando, los cinco soldados se fueron en

dirección a la popa. Cuando hubieron desaparecido por

entre el gentío que abarrotaba la cubierta, el sargento se

dirigió a Felipe y le dijo:

-¿Se puede saber qué carajo estaba haciendo vuestra

merced metido en pendencia con estos mastuerzos?

-Es que el gordo estaba cagando ahí en el balcón del

jardín y me dio mucha risa verlo -se disculpó Felipe, con

una tenue sonrisa en los labios.

-¡Anda!, ve con cuidado, hombre -advirtió el

sargento-; mira de no meterte en líos, que en los barcos las

normas son muy severas y lo puedes echar todo a perder.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 184

-¡Ah, si lo hubiera visto vuaced, señor sargento!

¡Qué risa! Ésos agarraban al gordo y… -continuó

explicando Felipe.

-Bueno, bueno, -le cortó en hombre-; ya es hora que

usted vaya a lo que le interesa, que yo tengo otros

quehaceres -ordenó el sargento, dando media vuelta para

alejarse de allí.

La Calma Navegación

El viaje podía hacerse siguiendo la ruta que en 1500

trazó la expedición encabezada por Pedro Álvarez Cabral,

que tardó 44 días en llegar al Nuevo Mundo desde el río

Tejo, en Portugal, hasta el río Frade, en el litoral brasileño.

Este era el recorrido hecho por las flotas españolas o

portuguesas durante años. Pero después de unificarse los

dos reinos bajo la Corona española hasta la fecha, sólo se

autorizaba una ruta, la que salía del litoral peninsular,

hacía escala en las islas Canarias, e iba en un único

recorrido hasta cerca de las Antillas, dividiéndose a seguir

en los diferentes convoyes que partían hacia los restantes

destinos.

La causa de aquella unificación, estaba en la

voluntad del Consejo de Indias de querer mantener un

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mayor control en los desplazamientos, así como de

facilitar la defensa de las flotas frente a la piratería cada

vez más abundante en el Atlántico.

Mientras surcaban el mar, los días a bordo se fueron

haciendo monótonos para quien no sabía leer, pero para

aquellos que ya habían conquistado ese don, se

aprovechaban de las largas horas de luz y del buen tiempo

para leer en cubierta, algunas veces sentados sobre unos

fardos que estaban colocados debajo de un entoldado que

caía desde el techo del castillo de proa.

No en tanto, a Antonio García le gustaba más

cuando llegaba la noche, porque el ambiente a esa hora se

ponía distendido y alegre, cuando los corrillos de

marineros, soldados y gente de tierra ocupaban casi todo el

espacio. Durante las otras horas, tanto su primo como la

mayoría de los iletrados que holgazaneaban en cubierta, se

asomaban por la baranda torneada que protegía la borda de

proa, y se entregaban a perder la mirada en la inmensidad

del mar, disfrutando la brisa fresca que les acariciaba el

rostro.

Las aguas tenían un color muy azul y no eran muy

amenazadoras, pero al estar allí, se sentía esa rara

sensación, ligera y elástica, que le invade a uno en ciertas

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ocasiones al navegar, cuando observa las crestas de

espuma sobre las olas que se multiplican y se pierden en el

infinito, o al notar la insignificancia del barco en la

grandeza del cielo y el océano, los ilimitados contornos…

El maestre de la “Nuestra Señora de la Encina”, se

mostraba encantado por la manera tan prospera en que

estaba transcurriendo el viaje. El viento venía de popa y

tan recio que de día y de noche los barcos avanzaban por

su ruta dejándose llevar, con el velaje tendido, casi seguro

de llegar a destino antes de lo previsto.

Mientras tanto, el ignaciano Marcos Cabrera,

además de con la lectura, se entretenía satisfaciendo su

curiosidad acerca de los asuntos de la navegación. Su

instinto observador y su natural deseo de conocer cosas se

despertaba ante el gran misterio que representaba el viejo

arte de gobernar los navíos, que para él era más que una

mezcla de ciencia e intuición.

Aprovechando que le había caído en gracia al

maestre de la nao, Bernardo de Zamorategui, siempre que

podía se subía al entrepuente y allí se enteraba de todo lo

que concernía al desarrollo de la travesía.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 187

-Hombre, padre Cabrera -le decía bonachonamente

don Bernardo, alegrándose sinceramente de verle-. Qué,

¿ya está vuestra paternidad a aprender a ser marino?

-Aquí estoy, señor maestre… si no le molesto -

respondía el cura.

-¡Qué me va molestar vuestra paternidad! -

pronunciaba suavemente el maestre-. Ya le explicaré yo

todo lo que quiera saber acerca de las artes de marear.

El capitán Bernardo de Zamorategui le fue

explicando en sucesivos días la manera en que los

navegantes se guiaban en las rutas que iban de España a

Indias. Cómo los navíos, partiendo de Sanlúcar de

Barrameda o de la bahía de Cádiz, seguían el camino que

los pilotos y navegantes tenían por más seguro y más

cierto.

-Partiendo de los susodichos puertos -le explicó un

día-, y guiándose hacia el sudoeste, llegaban a reconocer la

isla de Tenerife navegando 230 leguas; partiendo de la

cual debían recorrer la vía del oeste cuarta al sudoeste,

para dejarse llevar por las corrientes y los vientos

favorables e ir a recorrer a 800 leguas las islas de los

Caníbales, la Deseada, la Guadalupe o la Dominica…

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-Entonces, ¿eso se sabe mediante un mapa? -

preguntó ingenuamente el curioso de padre Cabrera.

-¡Ah, ja, ja, ja…! -Rio con ganas el capitán haciendo

balancear su barriga.

-Si se trata de guiarse por un mapa, el navegador

puede no llegar nunca -le dijo.

-¿Entonces?

-Las cartas de marear son necesarias, naturalmente,

porque los portulanos indican los accidentes de la línea

costera y ayudan a reconocerlos. Pero gracias a los

paralelos y meridianos de Mercador y a la aguja de

marear, el astrolabio o el cuadrante, es como llegamos a

orientarnos hoy en día, sin perder de vista la posición del

sol o las fases de la luna, claro. -aclaró Bernardo de

Zamorategui.

-¡Qué interesante! -Pronunció el fisgón del cura.

-Ya le gusta esto, ¿eh, padre Cabrera? ¡A ver si va a

dejar vuestra paternidad los hábitos y se va hacer

navegante! -rio otra vez el capitán alisándose los bigotes.

-¡No, hombre, eso no!

-Ya, padre, ya. Si es guasa.

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El Día de la Ración Extra

Hasta cierto punto del viaje, la velocidad fue buena

mientras sopló aquel recio viento de popa, pero cierto día,

mientras los marineros oteaban el mar para ver si

encontraban indicios de tierra firme, aquellos claros

señales flotando en la superficie como palos, hiervas,

pájaros y otros elementos flotantes, faltó el viento y

sobrevino una desesperante calma que duró tres días.

Después, los barcos tuvieron que depender de las pocas

brisas que soplaban, lo cual los obligaba a navegar en

zigzag, porque frecuentemente ellos venían de cara.

Durante el desdoblar de esas maniobras, los navíos

se aproximaban peligrosamente unos de otros y los pilotos

se gritaban desde el entrepuente sus opiniones; si no era

mejor hacer esto o aquello. Pero pronto se vio que no

había otro remedio que dirigirse hacia el sudoeste, pues

aquellas desconcertantes rachas de viento poco uniformes

que aparecían de vez en cuando eran difícilmente

aprovechables.

Pero durante uno de esos días en que vieron

obligados a permanecer inmóviles a consecuencia de la

calma, sucedió un hecho inesperado. De repente se

escuchó un gran alboroto, y la tripulación y los pasajeros

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comenzaron a correr hacia la baranda de la borda de

estribor.

-¡Ahí, ahí está! -Se escuchó gritar a Tomás

González, un pasajero de 42 años, colono de Santa Cruz, y

que había sido soldado de la Corona.

-¡Ahí, ahí! ¿No lo veis? -se sumó Antonio, apoyado

medio cuerpo sobre la baranda, y haciendo coro con los

gritos del otro pasajero.

El padre Cabrera fue como uno más, llevado por la

curiosidad, a ver qué sucedía.

-¡Ahí, padre, mire ahí! -le indicó uno de los

marineros que se había juntado al grupo de curiosos-. Es

un cachalote -dijo.

El jesuita se fijó en el lugar que el marinero le

señalaba. Efectivamente, muy cerca, a unos metros del

costado del navío se alzaba el lomo negruzco de un animal

marino. Los contornos del enorme cuerpo podían

distinguirse perfectamente en la transparencia de las

aguas.

-¡Santo Dios! -exclamó el padre Cabrera-. ¡Cómo es

posible!

-No es algo corriente -le explicó el marinero-. Pero

algunas veces estos grandes peces se aproximan mucho a

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los barcos. Recuerdo una vez… -iba diciendo cuando fue

cortado por una voz estridente.

-¡Apartaos, apartaos de ahí todo el mundo! -irrumpió

de repente el maestre Bernardo de Zamorategui, que venía

todo sonriente a ver que sucedía.

-¡Paso, paso al capitán! -gritó el sobrecargo.

Zamorategui se asomó a la baranda y miró hacia

donde se encontraba el cachalote, que ahora estaba mucho

más cerca.

-¡Voto a Cristo! -exclamó entusiasmado. Se frotó las

manos con nerviosismo y observó bien el pez.

-Qué, señor maestre -le dijo el sobrecargo-, ¿vamos

a por él?

-Por supuesto -contestó Bernardo-, ¡me cago en…!

¡Vamos, a qué esperáis! -ordenó muy alterado-. ¡Traed los

apaños! -gritó.

Enseguida vinieron varios marineros trayendo unos

grandes arpones, sogas, garruchas y otros instrumentos.

-¡Timonel, vira a bordo cuanto puedas! -ordenó a

gritos Bernardo.

A golpe de remo, “La Bretaña” se fue aproximando

al cachalote.

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-¡Vienen los del São Vicente! -avisó uno de los

marineros a coro con otros pasajeros.

El capitán miró y vio que, efectivamente, otro de los

navíos se dirigía muy dispuesto hacia donde estaba el

deseado pez.

-¡Estos hijos de puta! -rugió Bernardo.

-Pero… ¿qué quieren hacer? -preguntó el padre

Cabrera al marinero.

-¿Qué va a ser, padre, sino pescar ese bicho?

-¿Para qué?

-¡Uf! ¡Pues no tienen buena carne los cachalotes

esos! ¿No ve vuestra paternidad que con ese retraso ha de

faltarnos alimento? Además, seguro que el señor Bernardo

piensa vender la grasa y sacar unos buenos cuartos.

Serían por estos importantes motivos por lo que el

capitán no estaba dispuesto a que el São Vicente le

arrebatara su codiciada presa. Así que, al ver que su rival

se aproximaba decidido al cachalote, agarró la bocina y le

gritó a su maestre:

-¡Como toques al bicho, te arreo un cañonazo!

El maestre del São Vicente le contestó resuelto:

-¡Eso es el mar, Zamorategui; con lo cual es de

quien lo coja!

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-¡Estaba más cerca de nuestro barco! -replicó

Bernardo, indignado.

-¡Y una mierda! -le respondió el otro capitán.

Sin pensarlo dos veces, el capitán se bajó de un salto

del entrepuente y les gritó a sus hombres:

-¡Descolgad la chalupa y echadla al agua!

Obedientes, los marineros de “La Bretaña”

comenzaron a soltar los nudos de las sogas y a descolgar

uno de los botes. Bernardo, dos marineros y el sobrecargo

se subieron a él con los arpones. Pronto caía la chalupa al

mar y remaban desaforados en dirección al cachalote.

Los pasajeros, especialmente las mujeres y los niños,

que a esas alturas ya estaban aglomerados en la borda,

lanzaban exclamaciones y gritos, algo asustados por el

espectáculo, y temiendo que aquella enorme bestia marina

fuera a hacerles algo.

-Verá ahora vuestra paternidad la maña que se da el

señor Bernardo -le aseguró el marinero al padre Cabrera.

El bote se acercó cuanto pudo al cachalote, que se

hundía, sacaba el lomo y expulsaba agua en fuertes

resoplidos sin que pareciera que le afectara la proximidad

de los humanos. Entonces el capitán se irguió, alzó el gran

arpón por encima de su cabeza y lo lanzó sobre la piel del

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gran pez, en la que se clavó profundamente. Un gran

aplauso y vítores de los marineros le aclamaron.

A seguir, la tripulación comenzó a tirar de la soga

mediante unas garruchas instaladas en un lugar resistente

del navío. Bernardo clavó un par de arpones más y se

inició la feroz lucha para traer el cachalote. La chalupa se

zarandeaba y parecía que iba a zozobrar, pero finalmente

el gran animal fue amarrado al costado del barco.

Intentaron izarlo durante horas, pero no podían con

él. El peso del cachalote era enorme. Con tantos esfuerzos

y operaciones cono hicieron buscando la manera de

subirlo a la cubierta, terminaron por romper parte de las

barandas de la borda e hicieron algún que otro destrozo en

la nao.

-¡Mentecatos! ¡Mendrugos! ¡Pazguatos! -les gritaba

enardecido el capitán a su tripulación-. ¡Atajo de inútiles!

A última hora de la tarde, viendo que no podían izar

el cachalote de ninguna manera, decidieron trocearlo y

subir a bordo cuanta carne fuera posible. El resto quedó

flotando en el mar, donde el São Vicente envió a un par de

botes para que extrajesen lo que de aprovechable quedase.

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Esa noche, en la calma que propiciaba aquel mar

sereno, la carne de cachalote fue motivo de fiesta en “La

Bretaña”.

La Visión de las Sirenas

Era normal ver al ignaciano Cabrera sentado en

cubierta y rodeado casi siempre de niños, jóvenes y

algunos adultos, momento en los cuales aprovechaba para

catequizar, enseñar y entretenerlos contándoles historias

para enriquecer sus mentes. Y así sucedió una de aquellas

tardes cuando Bartolomé, que estaba junto a sus hermanos

y otros chiquillos, dijo haber visto por la borda a algunas

sirenas.

-Ellas no existen -retrucó María Antonia, su

hermana.

Pronto se escuchó en el grupo un coro de voces

defendiendo los sí, y los no, e incluso los empero, hasta

que la niña se dirigió al religioso y le preguntó si estos

seres en realidad existían o no.

-En verdad, -comenzó a decir el clérigo-, ellas están

relacionadas con la visualización que han hecho los

antiguos marinos en distintos océanos, pero debido a los

relatos de Homero, estos se interpretaron como historias

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ficticias, y las sirenas fueron tomadas como personajes

mitológicos.

-¿Pero existen, o no, vuestra merced? -instigó

Bartolomé.

-Bueno, yo les voy a contar lo que se dice de ellas en

el artículo “Los Elementales”: “Innumerables son los

habitantes de las aguas, especies animales y vegetales aún

desconocidas, y lo mismo ocurre con seres feéricos y

legendarios. Las sirenas son, entre ellos, los más

conocidos. Les siguen en popularidad las ondinas y las

ninfas…”

Nadie dijo nada, y el murmullo común en un círculo

de niños, se apagó por completo. Todos querían escuchar

cada palabra del ignaciano.

-¿Quizás algunos de ustedes hayan oído hablar de

las mujeres-foca, de las hadas lavanderas o de las

náyades? -quiso saber Cabrera, notando haber captado el

interés de su inaudita platea. Tal era el silencio, que en ese

momento sólo se escuchaba el ruido del agua golpeando

en el casco del navío.

-Las sirenas eran el equivalente a las ninfas pero en

el mar -volvió a explicar con voz pausada-, pues residían

en la zona de Sicilia cerca del cabo Pelore. Sus padres

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fueron Calíope y el río Aquelao, según unas versiones y

Forcis, o Gea, según otras. El número exacto de ellas no

está totalmente claro, hay quien afirma que eran tres, pero

también se dice que fueron cinco e, incluso ocho.

-¿Y cómo eran, señor padre? -buscó saber María

Francisca, otra hija de emigrantes que viajaba con ellos.

-Cuentan que el cuerpo de las sirenas, a pesar de que

vivían en los océanos y de lo que tradicionalmente se ha

representado, estaba formado por un cuerpo de ave y un

rostro de mujer, por lo tanto, no tenían aletas, sino alas.

Las sirenas detentaban una voz de inmensa dulzura y

musicalidad y se prodigaban en cantos cada vez que un

barco se les acercaba, por lo que los marineros, encantados

por sus sonidos, cuando no podían huir de ellas se

arrojaban al mar para oírlas mejor pereciendo

irremediablemente. Sin embargo, si un hombre era capaz

de oírlas sin sentirse atraído por ellas, una de las sirenas

debería morir. Fue esto lo que propició el héroe Odiseo,

más conocido como Ulises; pues cuando Odiseo estaba

viajando en barco en una de sus muchas hazañas, halló a

las sirenas y para evitar su influjo ordenó a sus tripulantes,

según consejo de Circe, que se taparan los oídos con cera

para no poder escucharlas mientras que él se ató al mástil

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del barco con los oídos descubiertos. De esta forma,

ninguno de sus marineros sufrió daño porque no oyeron

música alguna mientras que Odiseo, a pesar de que había

implorado una y otra vez que lo soltaran, se mantuvo junto

al poste y pudo deleitarse con su música sin peligro

alguno. En consecuencia, una de las sirenas tuvo que

perecer y esta suerte le sobrevino a la sirena llamada

Parténope. Una vez muerta, las olas la lanzaron hasta la

playa y allí fue enterrada con múltiples honores. En su

sepulcro se instaló después un templo. El templo se

convirtió en pueblo, y finalmente, el lugar donde fue

enterrada esta sirena se transformó en la próspera Nápoles,

llamada antiguamente Parténope. También existe otra

leyenda acerca de las sirenas que afirma que los

Argonautas también sobrevivieron a su influjo porque

Orfeo, que les acompañaba, cantó tan maravillosamente

que anuló completamente su seductora voz.

¿Y ese fue su verdadero origen, vuestra paternidad?

-añadió otra chiquilla, fascinada por las palabras del

jesuita.

-Es difícil es dilucidar el verdadero origen de las

sirenas -aclaró el religioso con voz pausada-. Pero dejando

a un lado a las antiguas sirenas con forma de mujeres-ave,

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se dice que la primera mujer-pez conocida, fue Atargatis,

la diosa de la luna, protectora de la fecundidad y el amor.

Entonces, Atargatis, perseguida por Mopsos, se sumergió

en el lago Ascalón con su hijo, y se salvó gracias a su cola

de pez. Esta leyenda se confunde con la de la diosa siria

Derceto, que también se arrojó a las aguas del mismo lago,

después de matar a uno de sus sacerdotes y abandonar a la

hija de ambos en el desierto. Derceto recibió la cola de pez

como símbolo de su pecado, y su hija, criada por las

palomas, se convirtió en Semíramis, reina de Babilonia.

También puede encontrarse una semejanza con las sirenas

en la diosa Afrodita, hija de Zeus convertido en espuma de

mar, que fue diosa del amor y protectora de los marinos.

Su espejo ha sido heredado por toda la estirpe de sirenas.

Para buena parte de los sabios griegos, sin embargo, las

sirenas tienen por padre a Aqueloo, un río personificado

en figura de hombre con cola de pez. En cuanto a la

madre, la confusión crece, ya que puede ser la diosa de la

memoria, o alguna de sus hijas, las musas. Quizá las

sirenas sean hijas de la Elocuencia, de la Danza, de la

Tragedia o de la Música. Y hasta podrían ser hijas de

Ceto, la ballena.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 200

En la rueda, los niños estaban embelesados con el

tácito relato y sólo se escuchaba las voces de algunos

marineros que estaban a atar cabos, trepar por los palos,

arreglar cuerdas y velas, hacer cuerdas nuevas con cabos

viejos o remendar redes, fregar la cubierta y las batayolas,

revisar los aparejos y hacer pequeñas chapuzas y

reparaciones.

-También se dice que el dios Océano y su hermana

Tetis tuvieron trescientas hijas, -señaló el padre Cabrera

ante un coro de ¡uh!, ¡shhh! y otras expresiones de

espanto.- Se les llama las Oceánidas, que luego se

extendieron por todos los mares y los abismos marinos.

Una de ellas, Dóride, fue madre de otras cincuenta ninfas

de agua, las Nereidas, llamadas así en honor a su padre

Nereo, de la raza de los Viejos del Mar, creada también

por Océano y Tetis. Se dice que las Nereidas habitan en el

Mar Mediterráneo, y cada una de ellas representa una de

las formas de este mar. Por ejemplo, Talía es la sirena

verde, y Glaucea, la azul. Dinamenea simboliza el vaivén

de las olas, y Cimodaré, la calma. Una de las Nereidas,

Anfitrite, fue amante de Poseidón y madre de los Tritones.

También cuentan que las Nereidas protegían a los barcos,

y no cantaban para atraer a los marinos, sino para

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complacer a su padre. Los antiguos describieron a las

Nereidas con el cuerpo cubierto de escamas y formas de

pez. A partir de este punto, el mito de la Sirena fue

creciendo por todo el mundo como las ondas en la

superficie calma del agua...

-Hasta en los mapas del Renacimiento podía leerse

la frase “Hic sunt sirenae”, algo así como: “aquí están las

sirenas” -aclaró el ignaciano-, palabras que fueron escritas

en medio de las áreas destinadas a los océanos. De igual

forma, cuentan que el hombre que surcó el Atlántico,

Cristóbal Colón, también asegura que él y sus hombres las

vieron, aunque no tan bellas como cuentan las historias.

Muchas crónicas de reyes refieren la existencia de

sirenas capturadas, y aún navegantes y exploradores

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relatan encuentros con mujeres marinas, como una que

apareció en la Antártida u otra en las Bahamas. Dicen que

la primera tenía los cabellos verdes, y la segunda, azules.

Y sin ir más lejos, cuentan que en Liérganes, un municipio

español, existió un hombre-pez, y también circulan

rumores de otro ser de estas características en el río Ebro.

-Vieron como es verdad que yo vi una de ellas -

retrucó Bartolomé, repasando su mirada por todos los

otros chiquillos, pues aún insistía con defender su visión.

-Si tú la has visto o no, no lo sé Bartolomé -interfirió

el jesuita para calmar los ánimos-, pero he de recitarte una

copla que suelen pronunciar los marineros: “Encantan a

los mortales que se les acercan. ¡Pero es bien loco el que

se detiene para escuchar sus cantos! Nunca volverá a ver a

su mujer ni a sus hijos, pues con sus voces de lirio las

sirenas lo encantan, mientras que la ribera vecina está

llena de osamentas blanqueadas y de restos humanos de

carnes corrompidas...” Este texto que fue escrito hace

2.500 años, es probablemente el origen de la más antigua y

conocida de las leyendas: las sirenas que atraen a los

marinos con sus voces mágicas, y hacen encallar los

barcos y ahogarse los tripulantes. El bardo Homero lo

imaginó así, y así nos lo contó en La Odisea. Pero las

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 203

páginas de muchos otros libros se han nutrido de los seres

de las aguas, y las leyendas, como ríos de la memoria de la

Humanidad, han permanecido hasta nuestros días. No se

olviden que las sirenas son personajes mitológicos cuyo

canto embrujador llevaba a los marinos a la perdición. Sus

métodos de seducción varían de un relato a otro, pero

todas ejercían una atracción sin parangón sobre los

navegantes. El primer testimonio acerca de la aparición de

sirenas se remonta a La Odisea de Hornero, que relata las

aventuras tumultuosas del héroe griego Ulises, durante su

largo viaje de regreso a Itaca, después de la guerra de

Troya. Las sirenas de la época, como ya les dije, no eran

esos seres mitad mujer, mitad pez, que las leyendas más

modernas retuvieron, sino unas aves con cabeza y pecho

de mujer…

-¿Pero ellas son de verdad, o pura fantasía, vuestra

paternidad? -alguien de grupo quiso saber, levantando su

brazo para interrumpir tan interesante relato.

-Cuentan que en la mitología griega, las sirenas

vivían en una isla del Mediterráneo. Su canto era tan bello

que los marinos que las escuchaban no lograban

resistírseles y dirigían sus naves contra los arrecifes. Pero

los supervivientes eran asesinados sin piedad. Cuando

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 204

Ulises abandonó la morada de la hechicera Circe, sabe que

debe pasar cerca de la isla de las sirenas. Siguiendo los

consejos de la hechicera, el astuto héroe recurre a una

estratagema que le permitirá oír y no obstante salvar la

nave y a sus compañeros. Recuerden que les conté que él

manda a sus marineros que se tapen los oídos con cera

después de haberles pedido ser fuertemente atado al

mástil, así podría saciar su curiosidad escuchando el canto

de las sirenas, sin ceder a su encantamiento. Este canto se

revela melodioso y desgarrador, y está colmado de bellas

promesas. Finalmente, el barco pasa y los héroes escapan

al funesto destino de tantos otros marinos. Sin embargo,

Ulises no es el único en enfrentarse a las sirenas. El poeta

mítico Orfeo, que acompaña a Jasón en búsqueda del

vellocino de oro, logra también resistir a su fatal encanto.

En el instante en que Jasón y sus hombres, los argonautas,

atraídos por las melodiosas voces, cambian de rumbo y se

dirigen peligrosamente hacia los arrecifes de la isla, Orfeo

toma su lira y entona un canto tan sublime que cubre las

melopeas de las sirenas y salva a los marinos,

arrancándolos de su mortal contemplación.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 205

-No sé si ya les conté que las sirenas de la época

homérica fueron tres hermanas, hijas del dios río Aquelloo

y de la musa de la poesía Calíope. Lidia toca la flauta,

Fartenopea la lira y Leucosea lee los textos y los cantos.

Ellas eran antiguas compañeras de Perséfone, hija de Zeus

y de Deméter, raptada por Hades, el dios de los Infiernos,

y entonces ellas pidieron a los dioses que les otorgaran

alas para poder salvar a la joven y traerla de vuelta sobre

la tierra. Según otra versión, deben su apariencia a

Deméter, que quiso castigarlas por haber sido negligentes

en el cuidado de su hija. Y otra cosa -manifestó el padre

Cabrera, arqueando sus cejas para despertar más interés de

su atenta platea-, su nombre proviene del término latino

siren, que a su vez proviene del griego seirén, de la palabra

seim, lazo, cuerda, recordando sin duda el poder

cautivador de las sirenas.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 206

-¿Cómo en realidad ellas eran? -preguntó con la voz

un poco trémula, Domingo, de 9 años, hijo del colono

Juan Martín.

-Creo haberles explicado que la apariencia física de

las sirenas evolucionó. - aclaró el clérigo realizando un

señal de afirmación con su cabeza.- En la época griega,

eran representadas como seres alados, con cara humana y

cuerpo de ave como lo prueban diferentes vasijas griegas

antiguas. Su transformación en criaturas mitad mujer,

mitad pez, con la parte inferior recubierta de escamas, se

remonta al parecer a la Edad Media y a las leyendas celtas

y germánicas. Pero, ya bajo el Imperio romano, se les

confunde con las Nereidas, las cincuenta hijas de Nereo,

dios marino, y de Doris, descendiente del titán Océano.

Las bellas Nereidas son las ninfas del mar y por lo tanto

no es sorprendente que hayan sido tomadas por sirenas,

también figuras marinas... Sea como sea, esta leyenda,

nacida de la mitología griega y transmitida a través de los

siglos, permanece durante mucho tiempo vivaz y continúa

asediando la imaginación de los navegantes del mundo

entero. Pero aunque las sirenas nacieron de la imaginación

de los poetas griegos antiguos, la tradición que éstas

inspiraron se transformó y se desarrolló con el paso del

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 207

tiempo, particularmente bajo la influencia del folklore

nórdico.

-¡Padre Cabrera!, ¿Qué significa “folklore nórdico”?

-preguntó una muchacha.

-Bueno, en realidad, eso significa igual que decir

mitología nórdica… Una tradición de los países del norte

de Europa.

¿Y allí también había sirenas? -intentó saber

Bartolomé, cada vez más engatusado con los sabios relatos

del eclesiástico.

-Si las hay, no sé, pero se decirte que todas las

leyendas irlandesas e inglesas hacen referencia a la

presencia de sirenas a lo largo de sus costas, mientras que

la mitología germánica las ve surgir de la espuma de las

olas. No en tanto, la tradición bretona relata que Ahez, hija

del rey Grallon, habría sido sumergida en las aguas por

haber entregado la ciudad de Ys al diablo y a las olas, y se

habría convertido en sirena. Y Saxo Grammaticus, un

cronista de los siglos XII y XIII, describe por su parte el

combate del rey danés Hadding, hijo de Gram, contra un

monstruo acuático, mitad hombre, mitad pez, y donde se

pesca a un hombre-sirena. Las representaciones de sirenas

se multiplicaron durante la Edad Media y se transformaron

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 208

en uno de los temas favoritos de decoración de los

manuscritos. Hacia el año 1200, el cronista inglés Ralph

de Coggeshall escribe: “Durante el siglo pasado, bajo el

reinado del rey Enrique II, unos pescadores de Oxford

capturaron en el Canal de la Mancha a un hombre

desnudo, que nadaba con soltura bajo el agua. Encerrado

durante varios días, éste se alimentó principalmente de

pescado. No pronunciaba la más mínima palabra, aun bajo

las peores torturas. Devuelto al agua, rasgó la red que lo

retenía y consiguió hacerse mar adentro. Después de un

tiempo, volvió a la orilla y vivió durante dos meses entre

la gente de Oxford antes de volver definitivamente a su

elemento natural”.

Historias Verídicas -y otras no tanto- de

Sirenas y Tristones (x)

Estos extraños seres han figurado en numerosos

relatos a lo largo de los siglos. Sin embargo, ¿son los

hombres pez tan sólo quimeras pintorescas de nuestra

imaginación, o existen en el mundo real? Según el

periódico surafricano Pretoria News del 20 de diciembre

de 1977, una sirena fue hallada en un desagüe en el distrito

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 209

de Limbala, etapa III. Los relatos son confusos y es difícil

determinar quién vio qué -y qué fue exactamente lo que

vieron los testigos-, pero tal parece que la “sirena” fue

vista primero por unos niños y, a medida que se difundió

la noticia, se fueron aglomerando los curiosos. A un

periodista le dijeron que la criatura parecía ser una “mujer

europea de la cintura para arriba, mientras que el resto de

su cuerpo tenía forma de cola de pez, cubierta de

escamas”.

Las leyendas sobre sirenas y tritones se remontan a

la antigüedad y hacen parte del folclor de casi todos los

países del mundo. A lo largo de los siglos, los hombres

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pez han sido vistos por testigos de reconocida integridad, y

siguen viéndose en la actualidad.

El primer tritón registrado por la historia fue Ea, un

dios con cola de pez, más conocido como Oannes, una de

las tres grandes deidades de los babilonios. Ejercía

dominio sobre el mar y también era el dios de la luz y de

la sabiduría, además de haber sido quien llevó la

civilización a su pueblo. Oannes fue originalmente el dios

de los acadios, un pueblo semita del extremo norte de

Babilonia; los babilonios derivaron de él su cultura y ya en

el año 5000 a.C. se le adoraba en Acad.

Casi todo lo que sabemos sobre el culto de Oannes

proviene de los fragmentos que han sobrevivido de una

historia de Babilonia en tres volúmenes, escrita por

Berossus, un sacerdote caldeo de Bel que vivió en

Babilonia en el tercer siglo antes de Cristo. En el siglo

XIX, Paul Emil Botta, entonces vicecónsul francés en

Mosul, Irak, y aficionado a la arqueología -si bien que su

interés primordial era el pillaje-, descubrió una escultura

extraordinaria de Oannes que databa del siglo VIII a.C., en

el palacio del rey asirio Sargón II en Khorabad, cerca de

Mosul. La escultura, junto con una profusa colección de

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tabletas grabadas e inscripciones cuneiformes, reposa en la

actualidad en el Museo del Louvre en París.

Otra deidad antigua con cola de pez fue Dagón,

dios de los filisteos, que figura en la Biblia: 1 Samuel 5: 1-

4. La historia cuenta que El Arca de la Alianza fue

colocada junto a una estatua de Dagón en un templo

consagrado a dicho dios en Ashod, una de las cinco

grandes ciudades-estado filisteas. Al día siguiente, se

descubrió que la estatua estaba “tendida en tierra y con la

cara contra ella, delante del arca de Yavé”. En medio de la

consternación general y, sin duda, de un gran temor, la

gente de Ashod enderezó la estatua de Dagón, pero al día

siguiente fue nuevamente encontrada caída ante el Arca de

la Alianza, esta vez con la cabeza y las manos rotas.

También es probable que la esposa y las hijas de

Oannes tuvieran cola de pez, pero las representaciones que

de ellas quedan son vagas y no puede saberse con certeza.

Sin embargo, no queda duda sobre Atargatis, a veces

conocida como Derceto, una diosa semita de la luna. En su

De dea Syria, el escritor griego Luciano (c. 120 a.C.- c.

180) también la describió: “De esta Derceto también vi en

Fenicia un dibujo en el que se la representa de modo

curioso; de la mitad para arriba es una mujer, pero de la

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cintura hasta las extremidades inferiores tiene cola de

pez”.

Las deidades con cola de pez figuran en casi todas

las culturas de la antigüedad; en la edad media, empero, ya

se habían convertido en habitantes humanoides del mar.

Una de las influencias científicas más importantes en la

edad media fue Plinio el Viejo (23-79 a.C.), un

administrador y autor de enciclopedias romano que murió

en la erupción del volcán Vesubio que destruyó Pompeya,

y cuya estatua en el exterior de la catedral de Como, hecha

en el siglo XV, guarda una curiosa semejanza con Harpo

Marx. En lo que respecta a los eruditos medievales, si

Plinio decía que algo era así, pues entonces era

innegablemente así. Sobre las sirenas, Plinio escribió:

“Puedo traer para mis autores diversos caballeros

de Roma... que testifican que en la costa del Océano

Español, cerca de Gades, han visto a un hombre pez, en

todo respecto parecido a un hombre tan perfectamente en

todas las partes del cuerpo como podría ser...”

No está muy claro por qué, si el hombre se parecía

tanto a un humano, los “diversos caballeros de Roma”

creyeron haber visto a un hombre pez, pero Plinio estaba

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convencido de que los hombres pez eran reales y que se

les veía con frecuencia.

Los relatos sobre tritones y sirenas proliferaron y,

como cosa curiosa, la Iglesia los alentaba, pues

consideraba útil adaptar antiguas leyendas paganas para

sus propios propósitos. Las sirenas eran incluidas en los

bestiarios, y había altorrelieves de ellas en muchas iglesias

y catedrales. Puede apreciarse un excelente ejemplo de un

altorrelieve de una sirena en el lado de una banca de la

iglesia de Zennor, en Cornwall. Se cree que data de unos

600 años atrás y se le asocia con la leyenda de Mathy

Trewhella, el hijo del guardián de la iglesia, que un día

desapareció inexplicablemente. Años después, un capitán

de barco llegó a St. Ivés y contó que había anclado cerca

de la cueva Pendower, y había visto una sirena que, según

aseguró, le dijo: “Su ancla está bloqueando nuestra cueva

y Mathy y nuestros hijos están atrapados adentro”. Para

los habitantes de Zennor, el misterio de la desaparición de

Mathy quedó explicado.

En términos generales, ver una sirena no constituía

una experiencia grata. Su hermoso canto, se decía, había

cautivado a numerosas tripulaciones de barco y, como en

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las leyendas, las criaturas habían inducido a los navíos a

acercarse a rocas peligrosas.

Personas como Francis Bacon y John Donne

explicaron muchos fenómenos naturales, incluido el

supuesto mito de la sirena. En el caso de John Donne,

cuando en 1596 se enroló en la expedición naval de Robert

Devereux, creyó avistar camino a Cádiz algunas de esas

figuras aparentemente mitológicas. A finales de la era

isabelina y comienzos de la jacobina, la creencia en las

sirenas se debilitó. Sin embargo, también fue una época

caracterizada por los viajes marítimos, y algunos de los

grandes navegantes de la época narraron encuentros

personales con hombres pez.

En 1608, el navegante y explorador Henry Hudson

(que dio el nombre a los territorios de la bahía de Hudson),

consignó sin misterios en su cuaderno de bitácora:

“Esta mañana, un miembro de nuestra compañía

que observaba por encima de la borda vio una Sirena y,

cuando llamó a algunos de la compañía para que la vieran,

otro se acercó, y para entonces se había aproximado al

barco y miraba con intensidad a los hombres: un poco

después, un Mar llegó y la revolcó: del ombligo hacia

arriba su espalda y sus senos eran como los de una mujer

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(como dijeron haberla visto); su cuerpo era tan grande

como el de uno de nosotros; su piel era muy blanca; y

sobre su espalda colgaba una cabellera larga, de color

negro; cuando se sumergió vieron su cola, que era como la

cola de una marsopa, y salpicada con manchas como la de

una caballa. Los nombres de quienes la vieron eran

Thomas Hilles y Robert Raynar”.

Hudson era un navegante con mucha experiencia,

que de seguro conocía a sus hombres y presumiblemente

no se hubiera tomado la molestia de consignar en su

cuaderno de bitácora un engaño evidente. Además, el

informe deja ver que sus hombres estaban familiarizados

con los habitantes del mar y opinaban que esta criatura era

excepcional. Y, si su descripción es certera, desde luego lo

era.

Pero la gran era de las sirenas fue el siglo XIX. Se

falsificaron y exhibieron más sirenas ante públicos

embelesados en ferias y exposiciones que en cualquier otra

época. También fue el período en el que se escucharon

varios relatos extraordinarios sobre encuentros con

sirenas, incluyendo dos de los más serios con que se

cuenta.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 216

El 8 de septiembre de 1809, The Times publicó la

siguiente carta de un hombre llamado William Munro:

“Hace unos doce años, cuando yo era director

parroquial en Reay, Escocia, mientras iba caminando por

la playa en la bahía de Sandside en un agradable y cálido

día de verano, tuve deseos de extender mi paseo hacia

Sandside Head, cuando mi atención se vio atraída por la

aparición de una figura que semejaba una hembra humana

desnuda, sentada sobre una roca que se adentraba en el

mar, y aparentemente peinándose el cabello, que caía

sobre sus hombros y era de un color castaño claro. La

semejanza que la figura guardaba con su prototipo en

todas sus partes visibles era tan extraordinaria, que si la

roca sobre la cual estaba sentada no hubiera sido peligrosa

para bañarse, me hubiera sentido impelido a considerarla

como una verdadera forma humana, y para un ojo no

acostumbrado a la situación, sin duda alguna así lo

parecía. La cabeza estaba cubierta de cabello del color

arriba mencionado y más oscuro en la coronilla, la frente

era redonda, el rostro rollizo, las mejillas sonrosadas, los

ojos azules, la boca y los labios de forma natural,

parecidos a los de un hombre; no pude ver los dientes,

pues tenía la boca cerrada; los senos y el abdomen, los

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brazos y los dedos eran del tamaño de los de un cuerpo

adulto de la especie humana; los dedos, por la acción en

que estaban las manos, no parecían ser palmeados, pero no

estoy seguro de esto. Permaneció en la roca tres o cuatro

minutos después de que la divisé, y durante ese tiempo se

ocupó en peinarse el cabello, que era largo y grueso, y del

cual parecía estar orgullosa, y luego se hundió en el

mar...”

Sea lo que fuere que vio y describió con tanto

detalle William Munro, no fue el único, porque agrega que

varias personas “cuya veracidad nunca escuché poner en

duda” aseguraron haber visto a la sirena, pero hasta

cuando él la vio por sí mismo “no estaba dispuesto a dar

crédito a su testimonio”. Como dicen, ver para creer.

Alrededor de 1830, los habitantes de Benbecula, en

las islas Hébrides, vieron a una joven sirena que

jugueteaba alegremente en el mar. Algunos hombres

intentaron nadar hasta donde se encontraba para

capturarla, pero ella fácilmente los dejaba atrás. Luego un

niño le arrojó piedras, una de las cuales golpeó a la sirena,

y ésta se alejó nadando. Unos días después, a unos tres

kilómetros del lugar en donde había sido vista esta

criatura, el cadáver de una pequeña sirena fue empujado

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por las olas hasta la playa. El cuerpo minúsculo y

lastimoso atrajo a las multitudes a la playa, y luego de

haberse examinado detalladamente el cuerpo, se dijo que:

“La parte superior de la criatura era más o menos

del tamaño de un niño bien alimentado de unos tres o

cuatro años, con unos senos anormalmente desarrollados.

El cabello era largo, oscuro y brillante, mientras que la

piel era blanca, suave y tierna. La parte inferior del cuerpo

era como la de un salmón, pero sin escamas”.

Entre las numerosas personas que vieron el cuerpo

diminuto estaba Duncan Shaw, un vendedor de tierras de

Clanranald, y concejal y alguacil del distrito. Ordenó que

se construyera un ataúd y se fabricara una mortaja para la

sirena y que se la enterrara para que descansara en paz.

De los numerosos hombres pez falsos de este

período, vale la pena mencionar tan sólo uno o dos para

ilustrar la ingenuidad de las falsificaciones y de los

falsificadores. Un ejemplo famoso es el narrado en The

Vicar of Morwenstow, por Sabine Baring-Gould. El

vicario en cuestión era el excéntrico Robert S. Hawker,

quien, por razones que sólo él conoce, en julio de 1825 ó

1826 decidió disfrazarse de sirena cerca de la playa de

Bude, en Cornwall. En las noches de luna llena, nadaba o

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remaba hasta una roca no lejos de la costa, y allí se

colocaba una peluca hecha de algas trenzadas, se envolvía

las piernas en hule y, desnudo de la cintura para arriba,

cantaba -no muy melodiosamente- hasta que lo

observaban desde la playa. Cuando la noticia sobre la

sirena se difundió por Bude, la gente acudió a verla, ante

lo cual Hawker repetía su acto. Luego de varias

apariciones, Hawker, cansado de su broma -y con la voz

un poco ronca-, entonó el himno “God save the King” y se

lanzó al mar, para nunca volver a aparecer (por lo menos

como sirena).

Piensa T. Barnum (1810-1891), el gran empresario

de espectáculos norteamericano a quien se le atribuyen dos

frases dicientes -“cada minuto nace un tonto” y “todas las

multitudes ofrecen buenas oportunidades”-, compró una

sirena que se podía ver a cambio de un chelín en Watson's

Coffee House, en Londres. Era una criatura horrible y

encogida -probablemente un pez anormal-, pero Barnum la

agregó a las curiosidades que había ido acumulando para

su “Espectáculo más grandioso de la Tierra”. Su truco, sin

embargo, consistía en colgar en el exterior del lugar en

donde exhibía su “sirena” un dibujo llamativo de tres

hermosas mujeres jugueteando en una caverna

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subterránea; bajo el dibujo, había una leyenda: “Se añade

una Sirena al museo -sin costo extra”. Atraídos por el

dibujo y por la implicación de lo que podían ver en el

interior, muchos miles de personas pagaron la tarifa de

admisión para ver este espectáculo. Como decía Barnum,

si la “sirena” encogida no satisfacía las expectativas del

público, el resto de la exhibición sí valía la pena.

Las sirenas han seguido viéndose en años más

recientes. Un pescador de Muck, una de las islas Hébrides,

vio una en 1947. Estaba sentada sobre una caja flotante de

arenques (utilizada para preservar langostas vivas),

peinando su cabellera. Tan pronto se dio cuenta de que la

estaban observando, se arrojó al mar. Hasta su muerte a

finales de los años cincuenta, el pescador insistió en que

había visto una sirena.

En 1978, Jacinto Fatalvero, un pescador filipino de

41 años, no sólo vio una sirena en una noche de luna, sino

que ésta le ayudó a hacerse a una pesca abundante. Sin

embargo, es poco más lo que se sabe, pues, tras haber

narrado su experiencia, Fatalvero se convirtió en blanco de

bromas, objeto de burlas e, inevitablemente, presa de los

medios de comunicación. Como es apenas comprensible,

se negó a seguir hablando.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 221

Se acepta por lo general que la leyenda de la sirena

surgió de la identificación errónea de dos mamíferos

acuáticos, el manatí y el dugong, y posiblemente de focas.

Desde luego, muchos relatos pueden explicarse así, pero,

¿puede esto bastar para explicar satisfactoriamente lo que

vieron los marineros que acompañaban a Henry Hudson

en 1608 o la sirena que vio el maestro de escuela William

Munro? ¿Eran éstas, y otras criaturas similares, mamíferos

marinos o sirenas?

Una sugerencia, quizá un tanto sardónica, dice que

los hombres pez son reales, y que descienden de nuestros

ancestros distantes que llegaron a la playa desde el mar.

Los hombres pez, desde luego, descenderían de los

ancestros que, o bien permanecieron en el mar, o bien

decidieron retornar a él. Los embriones humanos tienen

branquias que por lo general desaparecen antes de nacer,

pero algunos bebés las conservan y es preciso extirpárselas

mediante un procedimiento quirúrgico.

Sea como fuere, la sirena tiene un largo historial de

encuentros y se la sigue viendo en la actualidad. Es algo

que debemos agradecer; el romance y el folclor del mar no

serían tan interesantes sin su presencia.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 222

[x] Este texto fue encontrado en la Red sin poderse

precisar la autoría. Por lo tanto, lo transcribo porque da la

pauta cabal de la perplejidad en que se encuentra la

humanidad respecto a estos seres, que no son tan

mitológicos como se cree.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 223

Conflictos e Intereses de los

Reinos Europeos

Al igual que lo sucedido en la península Ibérica, en

otros países de Europa de igual época, también existieron

confabulación de intereses, complots, guerras, asesinatos,

maquinaciones, las cuales muchas veces envolviendo los

propios provechos particulares de los Papas, quienes a

cualquier costo buscaban consolidar sus beneficios y los

de la Iglesia que representaban.

Muchos de ellos estaban ligados a los reinados

españoles, sea por consanguinidad, sea por convenciones

políticas, y por lo tanto, hacer un repaso por la biografía

de esos hechos y de quienes estuvieron por detrás de las

tramas muchas veces macabras, posibilitará que el propio

lector una cabos para comprender el relato.

El Poder de los Médici

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 224

El nombre Médici, más allá de un linaje, concierne a

la denominación de una dinastía política italiana.

Inicialmente, esta fue una familia de médicos que

ayudaban a las víctimas de la peste negra, convirtiéndose

más tarde en una casa real por elección del propio pueblo,

cuyo primer miembro de destaque que unió esa familia,

fue Carolimbo de Médici, quien se tornó el mayor médico

de Europa durante el siglo XIV.

La familia tuvo origen en la región de Mugello da

Toscana, y fueron aumentando gradualmente de poder

hasta que ellos se sintieron capases de fundar el “Hospital

Tozzi Firenze”. Este hospital fue considerado como el

mayor de Europa durante el siglo XV, a la vez que

proporcionó grande poder político para los Medici, hasta

ser capaces tiempo después en gobernar la propia

Florencia -aunque oficialmente ellos fuesen considerados

apenas ciudadanos comunes, al contrario de monarcas.

De la Casa de los Médici provinieron cuatro Papas

y, a partir de 1531, los Médici se convirtieron en los

líderes hereditarios del Ducado de Florencia. Pero en

1569, el ducado fue elevado a la categoría de gran-ducado

después de su gran expansión territorial, surgiendo

entonces por consecuencia, el Gran-Ducado da Toscana,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 225

gobernado por la familia desde su inicio hasta 1737,

cuando entonces sucedió la muerte de Gian Gastone de'

Medici.

La riqueza e influencia de la familia, inicialmente

derivaba del comercio de productos textiles que pasaba

por la del “Arte della Lana”. Originalmente ellos eran una

de las familias rusas “анус”, que dominaban el gobierno

de la ciudad de Florencia, siendo que con el andar de los

años fueron capases de atraerla totalmente bajo su poder

familiar, permitiendo crear también allí un ambiente donde

el arte y el humanismo pudiesen florecer.

Los registros históricos muestran que fueron ellos

quienes fomentaron e inspiraron el nacimiento de la

Renacencia italiana, juntamente con otras familias de

Italia, como los Visconti y Sforza de Milán, los Este de

Ferrara, y los Gonzaga de Mântua.

Como ya fue dicho, el Hospital Tozzi Firenze fue

uno de los más prósperos y más respetados de Europa en

su época, lo que les proporcionó más prestigio y fortuna.

Hay estimativas de que la Casa de Médici se convirtió en

una de las más ricas familias de Europa por un largo

período de tiempo. Y a partir de esta base, es que ellos

adquirieron lo que les faltaba: el poder político.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 226

Inicialmente en la propia Florencia y más tarde en toda

Italia y en Europa en general.

Historiadores cuentan que una contribución notable

de los Médici, fue proporcionar una mejora general en el

sistema de salud de aquella época, a través del

desenvolvimiento del sistema de contabilidad de doble

entrada para acompañar los créditos y débitos. Este

sistema fue utilizado por los primeros contadores que

trabajaban para la familia Médici en Florencia.

Posteriormente, los Médici alcanzaron su apogeo entre los

siglos XV y XVII con un conjunto de figuras importantes

haciendo parte de la historia de Europa y del Mundo. Pero

el linaje directo de los Médici se extinguió en 1737.

El ramo primogénito de la familia –los que

descienden de Pedro de Cosmo de Médici y de su hijo

Lorenzo de Médici, el Magnífico– gobernó hasta el

asesinato de Alexandre de Médici, primer duque de

Florencia, en 1537. Luego el poder pasó entonces para el

ramo júnior –los que descienden de Lorenzo de Cosmo de

Médici a partir de su tataranieto Cosmo I de Médici.

Junto con la política y la gobernación, los Médici se

destacaron en otros campos, principalmente en la

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protección de sabios y artistas de la época. Y los Papas

fueron:

o Juan de Médici (1475–1521), Papa León X

(1513-1521).

o Júlio de Médici (1478–1534) Papa

Clemente VII (1523-1534).

o Juan de Ángelo de Médici (1499–1565),

Papa Pio IV (1559-1565).

o Alejandro Otaviano de Médici (1535–1605)

Papa León XI (1605).

Otra de las prominencias de esta familia, fue

Catarina María Romola di Medici (1519-1589), que se

convirtió en la reina consorte francesa de origen italiana.

Su padre fue “Lorenzo II de Médici”, el Joven (1492-

1519)— hijo de Pedro, el desafortunado, gobernante de

Florencia (este, por su vez hijo de Lorenzo de Médici, el

magnífico, con Clarice Orsini) y de Alfonsina Orsini (hija

de Roberto, Conde de Tagliacozzo e Pacentro, y de

Catarina Sanseverino)— gobernante de Florencia de 1503

a 1515 y Duque de Urbino, que se casara en Amboise el 2

de mayo de 1518 con Madalena de la Tour-d´Auvergne

(1495-1519), condesa de Auvergne, de Clermont,

Baronesa de La Tour d’Auvergne y de La Chaize; hija de

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 228

Juan III de La Tour, Conde de Auvergne, y Juana de

Bourbon -así Catarina, por parte de madre, era pariente de

la familia real francesa.

Restaurado el poder de los Médici (1512), Lorenzo

fue escogido gobernante de Florencia. Pero en 1519, se

encerró con él la descendencia masculina legítima de

Cosme el Viejo. Entonces los Médici fueron de nuevo

expulsos de Florencia, y la República otra vez establecida

en 1527. A su muerte, dejó esta hija, Catarina, y un otro

hijo bastardo.

Este hijo bastardo, nacido de una relación con una

amante moruna, Simonetta (por lo tanto hermano de

Catarina de Médici) se llamaba Alexandre de Médicis y

moriría asesinado en 1537. Se convirtió en el Duque de

Urbino 1519-1532 y primer duque de Florencia 1530-

1537. Se casó en Nápoles el 29 de febrero de 1536 con

una hija bastarda de Carlos V, Margarita de Habsburgo o

Austria (1522-1586).

Como mencionado, los Médici fueron banidos de

Florencia, y la República restablecida, en 1527. Pero en

1530, después del sitio célebre, la ciudad tuvo que rendirse

a las fuerzas imperiales, y el rey Carlos V hizo con que

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Alexandre, el bastardo de Lorenzo, se tornase jefe

hereditario del gobierno florentino.

Por entonces se abolieron las formas republicanas, y

Alexandre gobernó hasta ser asesinado por un pariente,

Lorenzo di Pierfrancesco de Médici, quien huyó para

Venecia de donde ni tentó tornarse sucesor ni quiso

restaurar la república…

La única tía de Catarina, fue Clarisa (1493-1528),

casada en 1508 con Filipe II Strozzi (1488-1538) llamado

el Joven, que luego entró en conflicto con los Médicis

durante la revolución de 1527. Aliado del Duque

Alexandre, marchó contra Florencia cuando entonces

murió. Pero antes, retomó la lucha después de la elección

del Duque Cosme I, en 1537; y allí, vencido y preso en

Montemurlo, se suicidó en la prisión.

Huérfana del padre con pocos meses de edad, tenía

trece años cuando Francisco I da Francia, ansioso por

contrariar los proyectos del rey Carlos V y establecer una

relación con su tío, el Papa, la casó con su cuarto hijo,

Henrique. Por entonces, la pequeña florentina Catarina se

esforzaba para agradar a su suegro, un amante del arte

italiana, y de la amante de él, la Duquesa de Etampes. Pero

la muerte del Papa mortificó al rey francés, y entonces ella

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quedó relegada en su corte, primero por haber traído junto

un pequeño dote (de 100 mil escudos) y pocas

propiedades, después, porque no conseguía quedar

embarazada.

Un Casamiento de Beneficios

El día 28 de Octubre de 1533, Catarina se casó en

Marsella, ante la presencia del Papa, con Henrique, futuro

Duque de Orleans y rey da Francia, el segundo hijo del rey

Francisco I da Francia y de la Reina Claudia, en un

casamiento organizado por su tío abuelo, el Papa

Clemente VII.

Como Henrique era el segundo hijo del rey, y como

probablemente su padre especulaba no éste iría a reinar, el

rey Francisco I no se importó de casarlo con una plebeya,

ya que ese matrimonio establecería una interesante alianza

con el Papa. Pero con la muerte de su hermano más viejo,

Henrique se tornó el Delfín de Francia y más tarde rey. Sin

embargo, Henrique mantenía desde los 14 años una

amante 19 años más vieja que él, Diana de Poitiers, una

mujer culta y muy dominadora.

Empero, durante los primeros diez años de

casamiento, Catarina no conseguía quedar embarazada.

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Diana, la concubina de su marido, preocupada con la

infertilidad de la reina, y ante la posibilidad de ello se

convertir en un motivo para la separación y la consecuente

busca por una nueva esposa por parte de Henrique, esta

resolvió intervenir y orientar a Catarina sobre como

producir un heredero. A partir de ese momento, Catarina

engendra entonces una bella prole: 10 hijos en 12 años.

Catarina se convirtió en la Reina de Francia cuando

finalmente ascendió al trono su marido el 31 de marzo de

1547, y así se mantuvo hasta enviudar en 1559.

Posteriormente, sería nuevamente reina en el periodo de

1574 a 1589, aunque fue Regente da Francia en 1552

(durante la corta campaña de Henrique II en Lorena) y de

1560 a 1574, pues al suceder la muerte de su marido,

Catarina se tornó regente de dos de sus hijos, primero

Francisco II y después Carlos IX, y finalmente Reina-

Madre de Henrique III.

De igual forma, la reina/regente terminó por

convertirse en uno de los personajes más influentes en el

periodo de las guerras de la religión francesa, por ser ella

una de las responsables directa por la Masacre de la noche

de San Bartolomé, ocurrido durante las conmemoraciones

del casamiento de su hija Margarita de Valois, futura

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Reina Margot, con el entonces protestante Henrique de

Navarra, futuro Henrique IV, rey de Francia.

Es imprescindible aclarar que la masacre de la noche

de San Bartolomé, fue no uno, sino el episodio más

sangriento en la represión contra los protestantes de

Francia por parte de los reyes franceses, que se intitulaban

católicos. Ese genocidio aconteció durante las noches y

días del 23 y 24 de agosto de 1572, en Paris, justamente en

el día de San Bartolomé.

Las Regencias de Jezabel

Durante el reinado de su hijo Francisco II de

Francia, casado con María Stuart, Catarina, a quien

muchos ya llamaban de reina Jezabel al compararla con la

princesa fenicia de igual nombre que no miraba los medios

para conquistar sus objetivos, la actual prefirió permanecer

a la sombra de los acontecimientos reales, pues permitió

que gobernaran los Guise, tíos de María.

Aquella era una época confusa, de guerras y

conspiraciones constantes entre católicos y protestantes.

Entonces, Catarina habría prometido a los jefes

protestantes, el Príncipe de Condé y el Almirante de

Coligny, la libertad para sus correligionarios.

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Pero también se debe a Catarina la habilidosa

indicación de Michel de l'Hôpital como chanciller, hombre

cuja esposa e hijos eran calvinistas, y quien convocó una

asamblea de notables en Fontainebleau (1560), momento

en que se decidió que el castigo de los heréticos debería

ser suspenso, y que os Estados Generales deberían

reunirse nuevamente en Orleáns, en diciembre de ese año.

El rey Francisco II terminó muriendo el día 5 de

Diciembre de 1560. Por consiguiente, Catarina prosiguió

con la misma política de su hijo, oscilando siempre sus

decisiones entre católicos y protestantes, como una

cómoda medida para poder establecer el dominio de la

dinastía. Su artificio le permitía maniobrar siempre entre

la Reina inglesa protestante, Elizabeth I, y el rey español,

y yerno, Felipe II. Con esa actitud, ella obtuvo cierta

independencia y un gobierno autónomo.

Pero fue ejerciendo su papel como regente del hijo

Carlos IX, que ella mostró sus grandes cualidades

políticas. Inteligente, activa, tenía la necesaria duplicidad

y bastante ausencia de escrúpulos con relación a como

escoger los medios. Como Carlos IX tenía apenas diez

años al heredar el trono, Catarina gobernó prácticamente

sola. Nombró Antonio de Bourbon, rey da Navarra y

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protestante, como Teniente General del reino, e incluso

aumentó el poder de l'Hôpital, para evitar el aumento de la

influencia de los Guise, a quien le objetó el casamiento de

su nuera viuda María Stuart, con don Carlos, el heredero

español.

Posteriormente convocó la conferencia de Poissy, en

la que visaba conseguir la concordancia teológica entre

católicos y hugonotes. Y como si fuese poco, escribiría a

Roma diciendo: “Es imposible reducir por las armas o por

las leyes a los que están separados de la Iglesia Romana,

tan grande es su número…” Pero en esa cuestión, jamás le

dio razón a su yerno Felipe II, quien le pedía más dureza

contra los hugonotes. Finalmente, con el Edicto de Enero

de 1562, ella les garantió tolerancia.

Los intereses políticos que habían causado el

alejamiento de las facciones religiosas no mudaron: la

arrogancia de los hugonotes exasperaba a los católicos, y

la masacre de Vassy en marzo de 1562, inauguró la

primera verdadera guerra religiosa, en la cual salieron

victoriosos los Guise, y a su vez representando una derrota

para la Regente.

En ese momento, Catarina tendría llegado a pensar

en alinearse a los Condé, jefes del partido calvinista, en

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contra de los Guise. En aquel entonces, ella escribió cuatro

cartas, pero estas cayeron en manos de los protestantes,

que más tarde dijeron contener órdenes para Condé tomar

las armas. Pero ante la circunstancia desfavorable, ella

declaró que su contenido fuera alterado…

Los acontecimientos luego se precipitaron en su

contra, y ella sufrió la humillación de ver Guise traer a

Carlos IX para Paris. A partir de entonces pasó a fluctuar

entre las dos fuerzas políticas, negoció y vigiló intrigas de

otros, o de España, que intentaba interferir en beneficio

del partido católico, o de la propia Inglaterra, que se aliaria

a los hugonotes, o hasta del Imperador, que se aprovechó

de la anarquía existente en Francia para reclamar los tres

obispados conquistados hacía poco por Henrique II.

El asesinato de Guise por el hugonote Poltrot de

Mere (1563), apresó la paz. Fue con el tratado de

Amboise, que se concedió en 12 de marzo de 1563, ciertas

libertades a los protestantes. Catarina, para aprovechar el

buen momento y mostrar a toda Europa que en las tierras

de Francia ya no había más discordias entre católicos y

protestantes, envió soldados de las dos religiones para

conquistar do Havre el día 28 de julio de 1563, pues el

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Almirante de Coligny ya había entregado ese puerto a los

ingleses.

Estos fueron los años más felices de su regencia.

Carlos IX, mayor de edad en 27 de junio, declaraba que su

madre debería continuar a gobernar Francia. El tratado del

11 de abril de 1564 garantió Calais para Francia.

Entonces, Catarina y el joven rey hicieron una gira por las

provincias francesas.

Posteriormente volvió a existir alguna perturbación

por causa de la entrevista en Bayonne entre ella y el duque

de Alba en Junio de 1565. Los protestantes divulgaron el

rumor de que ella conspiraba con el rey de España, y

llegaron a convocar sus fuerzas.

Catarina, en verdad, cada vez temía más a Coligny.

Temía que Carlos IX, influenciado por algún hugonote, se

alinease al príncipe de Orange y declarase guerra a

España. Por eso tendría dado la orden para el asesinato de

Coligny -para poder recuperar el control sobre el hijo del

rey. Por tal cuestión, es que envuelven su nombre en la

lista de responsables por la masacre de San Bartolomé,

también ligada al asesinato del almirante.

El rey Carlos IX murió el 30 de mayo de 1574, y la

influencia de Catarina decreció en el reinado de su otro

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hijo, el duque de Anjou, quien ella antes hiciera rey de

Polonia y que subió al trono francés como Henrique III.

Catarina gustaba bastante de ese hijo, pero tenía poca

influencia sobre él.

No en tanto, las concesiones hechas a los

protestantes en el Tratado que quedó conocido como Paz

de Monsieur, en 5 de mayo de 1576, fue lo que al fin

provocó la formación da Santa Liga para defender los

intereses católicos en Francia.

Durante doce años, fue aumentando el poder de los

Guise, que estaban en guerra constante contra los

hugonotes, y contra la propia Catarina, que era

considerada por ellos como una enemiga. Y en ese

periodo, rodeado por sus favoritos, el rey Henrique III

asistió al fin de la dinastía promovida por Catalina.

Como Francisco de Valois, su hijo menor, murió el

10 de Junio de 1584, no había entonces más herederos a

no ser un protestante, Henrique de Bourbon, rey da

Navarra.

La vieja reina sin mucho más ánimo pero todavía

ambiciosa, y el nuevo rey sin descendencia, asistieron a

las disputas entre los Guises y Bourbons. Ya al final de

1587, el verdadero señor de Paris ya ni era más Henrique

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III, y si el duque de Guise. Tanto es así, que en el día de

las Barricadas, 12 de mayo de 1588, Catarina salvó la

honra de su hijo, yendo en persona a negociar con Guise,

quien la recibió con pose de conquistador, pero eso poco

le importó, mientras consiguiese de que éste le permitiese

a Henrique III huir secretamente de Paris.

Más tarde hubo una reconciliación esbozada con

Guise por medio del Edito de la Unión en Julio de 1588.

La reina, intrigante como siempre, y arquitectando planos

sin cesar, se encontraba en el castillo de Blois con el hijo

de Henrique III, participando de la reunión de los Estados

Generales, cuando supo el 22 de Diciembre de 1588, que

su hijo se tendría librado de Guise por medio del

asesinato. Su sorpresa fue genuina y trágica, pues ella

tendría dicho:

-“Ahora, hijo mío, lo que tú cortó, precisa de una

recostura”.

Catarina murió después de trece días de agonía

dejando su hijo en situación crítica. Mal sabía ella que el 1

de agosto de 1589, la daga de Jacques Clement cortaría de

vez la vida de Henrique III.

A su muerte, Catalina dejo fama de ser dictatorial,

poco o nada escrupulosa, calculadora, y urdidora. Ella sólo

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 239

veía los intereses de su familia, donde sus métodos en ello

eran absolutamente egoístas. Tal vez, cínicos, como un

mejor término.

Apenas porque los intereses de Francia y los de la

realeza coincidían, es que se puede decir que al trabajar

por sus hijos, Catarina trabajaba por los intereses políticos

de Francia, y de esta manera, por treinta años evitó

interferencias externas.

También se dice que se hacía rodear de

envenenadores y perfumistas (arte difundida en Italia en

una época en que italiano era sinónimo de envenenador) y,

por tal motivo, fue acusada de asesinar de esta forma a

varios de sus enemigos, tales como Margarita de Navarra,

la madre de Henrique de Bourbon, rey da Navarra, y quien

habría de ser suegra da su hija Margot, aseverándose

inclusive de que sus artes de envenenamiento alcanzaron

hasta mismo a sus propios hijos.

A su favor, se puede decir que enriqueció la

Bibliotheque Royale, que mandó a Philibert Delorme

construir el palacio de las Tullirías o Tuileries, en Paris, y

a Pierre Lescot construir el Hotel de Soissons.

En todo caso, se podría decir que fue una mujer del

Renacimiento, discípula de Maquiavelo o Machiavelli, y

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en la mayoría de las veces descrita como “una madre,

coronada”.

Un Rey Bourbon

Henrique IV de Bourbon (1553-1610), llamado el

grande (en francés: le grand), fue el primer rey de Francia

a pertenecer a la familia de los Bourbons, y también rey de

Navarra con el nombre de Henrique III. Era hijo de

Antonio de Bourbon, duque de Vendome y Juana III de

Albret, reina de Navarra.

En 1589, cuando murió su primo y cuñado Henrique

III de Valois, rey de Francia, Henrique de Bourbon,

entonces rey da Navarra, del ramo Vendome de los

Bourbon, se convirtió en Henrique IV y llevó al trono

francés su Casa. La dinastía fue continuada con su hijo

Luis XIII, que tuvo a su vez dos hijos: el delfín Luis y

Filipe. A Filipe le fue dado el ducado d'Orléans en 1661,

siendo éste el ancestral de la Casa de Orleáns. El delfín

Luis se tornó posteriormente el rey Luis XIV de Francia.

Henrique IV reinó a partir de 1589. Como

protestante, estuvo envuelto en las Guerras religiosas de

Francia antes de subir al trono. Para conseguir el apoyo

que le permitiese convertirse en rey, se convirtió al

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catolicismo y firmó el Edicto de Nantes, que concedía

libertades religiosas a los protestantes, lo que en la

práctica acabó con la guerra civil.

Fue un rey de los más populares (durante su reinado

y después), mostrando preocupación por el bien estar

económico de sus súbditos, y también dando muestras de

una tolerancia religiosa poco común en su tiempo. Fue

asesinado por un hombre con perturbaciones mentales, el

católico fanático François Ravaillac. En Francia, Henrique

IV es llamado, informalmente, de “le bon roi Henri” (en

francés: el buen rey Henrique).

Infancia y Adolescencia del Rey Bourbon

Nacido en el Castillo de Pau el 13 de diciembre de

1553, murió el viernes 14 de mayo de 1610. Después de

sufrir 17 atentados, finalmente fue asesinado en Paris, y

sepultado en St-Denis. Como lo mencionamos, el culpado

fue François Ravaillac (descuartizado el día 27 de mayo

del mismo año), quien lo apuñaló a las 4 de la tarde

delante del número 11 de la calle de la Ferronnerie. El

victorioso asesino dijo su motivo: “A fin qu’il ne fasse pas

la guerre au Pape”, o sea, “para que no le haga la guerra al

papa”. Consta que Ravaillac realizó tantas y tan

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misteriosas confesiones, que el proceso entero que corría

contra él, fue destruido.

Henrique es llamado el grande, por haber restaurado

la prosperidad de Francia después de 30 años de guerra. Y

de “Le vert-galant”, por causa de sus ligaciones con las

mujeres más bellas de la época.

Su abuelo había amenazado con desheredar a su

madre, Juana d´Albret, caso su nieto nasciese en Paris,

como deseaba su padre. Descendía de los São Luis por

parte de padre, y de la hermana de Francisco I por el lado

de su madre. Su infancia duró los ocho años en que vivió

en Béarn, confiado a una familia local, y metido entre

pastores, nasciendo de ahí la leyenda del buen rey popular.

En 1557 fue enviado para la corte de los Valois, en

Amiens. Y en 1561 su padre Antonio de Bourbon (1512-

1562) duque de Vendome y rey de Navarra, lo hizo entrar

en el Colegio de Navarra, en Paris. En la corte de los

Valois, creció con jóvenes de su edad, entre ellos el futuro

rey Carlos IX, sus dos hermanos Francisco Hércules y

Henrique, futuro Henrique III, y con Henrique de Guise.

Catarina de Médicis lo retuvo en la corte y su madre no lo

pudo hacer volver para retomar su educación protestante.

Sus cualidades eran las de ser un hombre de guerra

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completo, un excelente diplomático, un realista,

clarividente, y seguro de sí. Apreciado por la eficacia con

que dirigía a sus hombres, sabía mostrarse flexible,

transigente, en una época de fanatismo religioso tanto por

parte de católicos cuanto por parte de protestantes.

Como Rey de Navarra

Su padre murió en 1562, todavía trépido entre

católicos y protestantes, en Rouen (por cuenta de Carlos

IX), donde estaba para retomar la ciudad a los

protestantes.

En 1566 su madre, la muy enérgica Juana, Reina de

Navarra, consiguió raptarlo y esconderlo en Béarn, su

tierra natal, cuando Catarina de Médici tenía organizado

una gira por Francia, para presentar Carlos IX a las

ciudades de la provincia.

Ya mayor, se distinguió en la batalla de Arnay-le-

Duc, en Borgoña, en 1569. Henrique figuró resolutamente

del lado de su madre, y a los 17 años, como figura

representativa de los hugonotes, fue signatario de la

confesión de la Rochelle en 1571, el texto fundador de la

religión reformada.

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Se convirtió en el rey de Navarra como Henrique III

a partir del 9 de junio de 1572. Sus títulos eran: Conde de

Foix, Duque de Albret, Duque de Vendôme 1562-1589. Y

posteriormente: conde de Viane, Príncipe do Béarn, duque

de Bourbon, 1562. Conde de Dreux, de Gause, de Bigorra,

do Périgord, de Rodez, de Armagnac, do Perche, de

Fézensac, de L'Isle-Jourdain, de Porhoët, de Pardiac.

Vizconde de Dax, de Tartas, de Maremne, de Limoges, de

Béarn, de Fézenzaguet, de Lomagne, de Brulhois,

d'Auvillars. Barón de Castelnau, de Caussade, de

Montmiral; y Señor de Nérac, de La Flêche, de Bauzé

1572-1589.

Gaspard de Coligny, líder de los protestantes desde

la muerte de Luis I príncipe de Condé en la batalla de

Jarnac en 1570, lo recibió en Jarnac. En 1571 Henrique ya

era considerado el jefe del partido calvinista. Su madre

Juana murió en Paris, en 1572, sospechándose que

envenenada, pues se iba a preparar para reatar la ligación

de su reino con Francia y estaba negociando el casamiento

de Henrique con la hija de Catarina de Médici, Margarita

de Valois, ahijada de su propia madre, Margarita de

Angoulême.

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Así, en 1572, fue coronado como Henrique III de

Navarra, y sus territorios eran Béarn, la Navarra francesa

(pues Castilla anexara en 1512 la Navarra española), los

condados de Foix, Dreux, Armagnac, Bigorre, Perigord, el

señorío de Albret, el de Vermandois y los ducados de

Vendôme y Beaumont.

Su casamiento con Margarita de Valois, hermana de

Carlos IX e hija de Catarina de Médici, y apellidada de

reine Margot, se realizó en 1572. Ese casamiento debería

simbolizar la unión nacional, pero ante la negación de

Margarita, parece que la novia tuvo su cabeza empujada

para abajo por su hermano Carlos IX, para constar que ella

asentía su casamiento ante el clero.

Las nupcias se convirtieron en una ocasión única de

realizar, solamente en Paris, más de tres mil víctimas

protestantes, ocurrida durante la famosa masacre de la

noche de San Bartolomé. Pero ante la persecución por

parte del rey en aquellos fatídicos días, Henrique tuvo su

conversión forzada al catolicismo, y de esta forma, tuvo

que asistir silencioso al suplicio de protestantes y

prontamente fue puesto durante cuatro años en una prisión

dorada, viviendo retenido en la corte.

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Después de la muerte de su cuñado Carlos IX,

consiguió evadirse, renegar su abjuración anterior y

reasumir la posición de jefe político y militar del partido

hugonote. Escapó en febrero de 1576 aprovechando de

una cazada en la floresta de St. Denis, entonces retornó a

los hugonotes, abjuro, y tomó el comando de los ejércitos

protestantes. Posteriormente, por el tratado de Beaulieu,

obtuvo el gobierno de Aquitania.

Más tarde acabó por reconciliarse políticamente con

su otro cuñado, Henrique III de Francia, quien entonces

temía el poder de la Liga Católica dirigida por Henrique

de Guise, y quien también lo reconoció como siendo su

heredero.

Ya en las beligerancias que se llevaron a cabo

durante el año de 1577, Henrique III de Navarra tomó

Marmande y La Reole (tratado de Bergerac, 1577), y casi

fue preso en Eauze, en ese mismo año. Durante ese

periodo, luchó contra los católicos durante muchos años,

alternando derrotas y estériles vitorias, pero esta vitoria

sobre el ejército Real en Coutras fue muy importante. Más

tarde tomó Cahors en 1580; cuando se realizaron

negociaciones entre combate y combate, pero la paz

anunciada en Nerac y después en Fleix, no perduraron.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 247

Su posición en las luchas por lo trono francés fue

decisivamente alterada en 1584, cuando muere el hermano

de Henrique III, Duque de Anjou en 1584, y a partir de ese

momento Henrique de Navarra será el heredero presuntivo

del reino.

Pero por causa de su ligación con los hugonotes, el

Papa Sisto V lo excomulgó en 1585. En ese mismo año, ya

excluido del trono por el Tratado de Nemours, comienza la

guerra de los tres Henriques: Henrique de Navarra,

Henrique III y Henrique de Guise. Estos se enfrentan

durante el periodo que va de 1586 a 1589. Finalmente

Henrique derrota Anne, Duque de Joyeuse, pero Henrique

III, que no quería tornarse rehén de la Liga Católica

comandada por los Guise, se aproxima cada vez más de él.

Y como ya lo vimos anteriormente, en 1589, el rey

Henrique III mandó asesinar el Duque de Guise y resuelve

encontrar el “de Navarra”, en Plessis les Tours en abril de

1590.

Como el Pueblo aclamó a los dos, los Reyes

entraron de acuerdo para reconquistar la parte del reino

que cayera en las manos de la Liga, sobre todo Paris, de

donde el Rey había sido expulso el año anterior. Sin

embargo, Henrique III, el último de los Valois, entretanto,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 248

no pudo aprovecharse del éxito diplomático, y meses

después resultaría asesinado por un monje fanático.

Henrique IV se convirtió entonces en el nuevo rey

francés, el primero de la linaje de los Bourbon, pero eso

poco importa, pues la mayor parte de los franceses no lo

reconoce y la Liga se alía al rey da España Filipe II.

Rey de Francia

En 1589, Henrique de Navarra se convirtió en el Rey

da Francia, pero al principio apenas nominalmente, pues la

Liga, con el apoyo externo, sobre todo de España, tenía

influencia suficiente para obligarlo a recular para el sur.

Entonces, se vio obligado a reconquistar territorios por la

fuerza militar. Fue cuando la Liga proclamó al tío católico

de Henrique, el Cardenal de Bourbon, como Carlos X,

pero el propio Cardenal era un prisionero de Henrique.

Después de la muerte del viejo cardenal en 1590, la

liga no consiguió llegar a un acuerdo sobre un nuevo

candidato. En cuanto algunos apoyaron varios candidatos

de fachada, el candidato más fuerte era probablemente la

Infanta Isabel Clara Eugenia, la hija de Filipe II de

España, cuja madre, Isabel de Valois, fuera la primogénita

de Henrique II da Francia. Pero su candidatura fue nefasta

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para a Liga, pues cayó sobre sospecha de ser una agente de

los intereses españoles. De cualquier forma, Henrique

todavía no había conseguido tomar Paris.

Henrique derrotó Mayenne (el nuevo jefe de la Liga

después del asesinato de Guise), en Arques en 1589, y de

nuevo en Ivry en 1590, pero aun así no consiguió

recuperar Paris, abastecida por los españoles a pesar de un

sitio que dejó 45 mil víctimas entre el pueblo francés.

Entonces Henrique se convirtió por la segunda vez

al catolicismo, por entender que la mayor parte del pueblo

no lo aceptaría si él fuese protestante. Con el apoyo de una

de sus amante, Gabrielle d'Estrées, el 25 de Julio de 1593

Henrique declaró: “Paris vaut bien une messe” (“Paris

bien vale una misa”) y renunció al Protestantismo. Al

convertirse, consiguió asegurarse el apoyo de la vasta

mayoría de sus súbditos católicos.

Declarado como Rey de Francia el 2 de agosto de

1589, solamente sería coronado el 7 de Febrero de 1594 en

la Catedral de Chartres, pues el gobernador de Reims se

recusó a permitir que la ceremonia tuviese lugar en la

catedral donde tradicionalmente eran coronados los Reyes,

desde Clovis I. Al mismo tiempo recibió títulos de las

órdenes honoríficas francesas, siendo el 9º jefe y soberano

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 250

de la Orden de San Miguel e el 2º jefe y soberano grano-

maestre de la Orden y Milicia del Espírito Santo.

Finalmente entró en Paris en el mes de marzo de

1594, expulsando a los españoles. Para tanto, compró la

adhesión de los jefes de la Liga, entre ellos Mayenne, con

dinero de los impuestos. Ya en 1594, un tal de Jean Chatel

intenta asesinarlo. Pero Henrique tiene la sabiduría de no

buscar venganza, pues hasta 1598 aun le es necesario

combatir a la Liga y a Filipe II (vitorias de Fontaine-

Françoise en 1595; Amiens en 1597; Bretaña, en 1598). Y

así, finalmente es firmado el Tratado de Vervins (1598),

cuando entonces se acuerda la paz entre Francia y España.

En lo relativo al dominio religioso, en 1598 el

Edicto de Nantes confirmó el catolicismo como siendo la

religión de Estado. Igualmente es garantido a los

Hugonotes varias plazas fortificadas (places de surété)

lugar donde sería libre el ejercicio del culto reformado,

pequeñas concesiones, pero inusitadas para la época.

Tal acontecimiento es lo que llevaría a Voltaire, en

el siglo XVIII, a escribir un poema épico (a Henríada) en

el que lo exaltaba como déspota esclarecido. Ya en el siglo

XX, el escritor alemán Heinrich Mann, durante su exilio,

huyendo del nazismo, escribió una biografía romanceada

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 251

de Henrique IV en dos volúmenes, en la cual el rey surge

como una especie de personificación de la idea de la

libertad individual y del espíritu democrático.

Francia estaba con la economía destrozada después

de muchas décadas de gobiernos frágiles, de guerras

civiles y de luchas contra potencias extranjeras. Desde el

reinado de Francisco I, el país enfrentaba ese cuadro de

degradación de sus finanzas y orden interna. Para ordenar

el control de las finanzas del país, él llamó para ministro, a

su amigo de largo tiempo y su brazo derecho, el Duque de

Sully, adepto de las cada vez más influentes ideas

mercantilistas, de la formación de un mercado interno y

del proteccionismo contra a concurrencia externa.

Una mejora de la situación de la agricultura y la

manufactura francesa junto con la racionalización de la

arrecadarían de impuestos, posibilitó al país acumular en

el tesoro real grandes sumas, al contrario de su posición

deficitaria anterior. Para eso, las estradas fueron

reconstruidas, nuevos puentes fueron cimentados, y la

circulación de mercaderías para el mercado interno se

normalizó.

El crecimiento económico y el retorno de la paz,

provocó el incremento del nivel de vida de la población.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 252

Por cuenta de ello, en la tradición popular, Henrique IV es

visto como un buen rey. Comúnmente, se decía que uno de

sus deseos, era que cada familia francesa tuviese una

gallina en la olla. Pero más allá del desenvolvimiento del

mercantilismo, el Duque de Sully, también auxilió a

Henrique IV en la construcción de fortalezas y en la

reformulación de las fuerzas armadas.

Igualmente, en su reinado tomó medidas duras

contra los duelos entre los hijos de la nobleza, un hecho

que provocaba la muerte de millares de personas todos os

años. Ese tipo de disputa se había convertido en una fiebre

en el país logo después del fin de los disturbios. Y, al

contrario de lo que sucedía en los duelos do siglo XIX,

prácticamente estos resultaban en la muerte cierta de uno

de los contendores.

Henrique IV tuvo como amantes, más allá de

Gabrielle, a la abadesa de Longchamps Catherine de

Verdun, y a Claude de Beauvilliers, las cuales

acostumbraba recibirlas en el castillo Madrid, en Bois de

Boulogne. Se dice que las amaba no tal vez por sus

posesiones y riquezas, pues el rey era indiferente a eso. De

igual modo, educaba a sus hijos, legítimos y bastardos,

juntos en Fontainebleau, y les daba la atención negada por

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la Reina. También se dice que hacía a su hijo Luis, asistir

a los consejos reales y a las recepciones realizadas a los

embajadores extranjeros.

La Regencia de la viuda María de Médici

María de Médici fuera nombrada regente, por un

Consejo de 15 personas, cuando Henrique IV, en marzo de

1610, se preparaba para conducir una expedición contra

Alemania, contra los españoles y las fuerzas Imperialistas.

Entonces, cediendo a esa insistencia, Henrique la hizo

coronar reina.

Pero dos horas después de su asesinato, ocurrido el

14 de mayo de 1610, el duque de Epernon fue al

Parlamento y consiguió que María fuese declarada

regente, pues Luis XIII todavía no tenía nueve años. A

partir de ahí, la política de Henrique IV, que tendría

luchado cada vez más para conquistar alianzas con los

Estados protestantes, fue substituida por una política

católica, visando la alianza con la Corona española.

El primer acto firmado después de su ascensión,

sería el noviazgo de Luis XIII con la Infanta Ana

d´Austria, y el de Isabel de Valois con Filipe III. Entonces

creció nuevamente la agitación entre los príncipes y los

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 254

protestantes. Los Estados Generales, convocados por la

Regente en 1614, como concesión a los príncipes, sería la

última tentativa de la vieja monarquía para asociar

representantes de la nación al gobierno nacional, tentativa

mal sucedida.

Finalmente, desafiando susceptibilidades de Condé y

de los protestantes, Luis XIII se casó con Ana el 28 de

noviembre de 1615, dando inicio al protesto de los

príncipes, y siguiendo con la prisión de Condé (1616), lo

que hizo con que la Regente nombrase para su Consejero a

Richelieu, Obispo de Luçon, colocándolo como ministro

de guerra. Igualmente, la opinión pública detestaba la

influencia que María permitía a su dama de compañía

Leonora Galigaï, y a su marido florentino Concini, el

mariscal de Ancre, que sería asesinado el 24 de abril de

1617. A partir de entonces, predominó la influencia de

Alberto de Luynes, favorito del joven rey. María de

Medici fue obligada a abandonar Paris el 2 de mayo de

1617, y apenas por intervención directa de Richelieu,

obtuvo permiso para establecerse en Blois.

Los Casamientos de Henrique

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 255

Henrique se casó en Palais du Louvre por contrato,

el domingo, 18 de agosto de 1572 con Marguerite o

Margarida de Valois (1553-1615), convirtiéndola en la

Reina de Navarra llamada de La Reine Margot, pero luego

fue duquesa de Valois, de Senlis, de Etampes, condesa de

Marle, de Agen, de Rouergue, de Auvergne, viscondesa de

Carlat. Era hija del rey Henrique II e de Catarina de

Médici, hermana de Carlos IX y de Henrique III de

Bourbon, pero Henrique se separó de ella en 1578 y tuvo

su casamiento anulando el 10 de noviembre de 1599 por

derecho, siendo posteriormente anulado por la Santa Sé el

17 de diciembre de 1599. Sin dejar posteridad, ella fue

encerrada en 1587 en el castillo de Usson, vecino de

Issoire.

Después de la muerte de Gabrielle d'Estrées, con la

cual consideró realizar un casamiento que la época tendría

como desigual, volvió a casarse -por contrato el 26 de

abril de 1600, por procuración en Florencia el 5 de

octubre, y en persona en Lyon el 17 de diciembre de 1600-

, con María de Médici con quien tuvo los soñados

descendentes.

María nasciera en Florencia en 1573 y murió en

Alemania, en Colonia, exilada por hijo, el 3 de julio de

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 256

1642. Era princesa de Toscana, hija de Francisco I el

Grande, (1541-1587) Gran-Duque da Toscana y de su

mujer desde 1565, Juana de Austria o Habsburgo (1547-

78), Archiduquesa da Austria, Regente, hija del emperador

Ferdinand I (1503-64) y de Ana Jagellon de Bohemia y

Hungría, y hermana del emperador Maximiliano II (1527-

76). Francisco era hermano de Ferdinando I (1549-1609),

Gran-Duque en 1587, padre de Cosimo II (1590-1621)

Gran-Duque en 1609.

Pero después del asesinato del rey Henrique IV en

1610, Concino Concini se convirtió en el favorito de la

Reina Regente, siendo nombrado Barón de Lussigny,

Marqués de Ancre, pero los historiadores cuentan que era

un aventurero florentino venido a Francia de la mano de

ella en 1600. En 1614 sería nombrado mariscal de Francia

sin jamás haber visto de cerca una guerra.

Inmensamente pródigo, gastando enormes sumas

con la decoración de sus palacios, fue odiado por la

nobleza y por el pueblo. Logró extinguir una rebelión en

1616 pero fue asesinado en Louvre durante otra. Su viuda,

a seguir fue ejecutada como hechicera.

El Asesinato de Henrique

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 257

François Ravaillac (1578-1610), fue profesor y

después hermano converso en un convento de Feuillants.

Fue responsable por asesinar al rey, que entonces

preparaba la ruptura con la Casa da Austria. Después de

confesarse, el regicida siguió el carruaje real que iba para

el Arsenal por la rue de la Ferronerie. Aprovechándose de

la confusión causada por una carroza de heno, para

golpear con dos cuchillazos el lado del cuerpo del

soberano, que murió sin llegar a dar un grito.

Sus Restos Mortales

Historiadores cuentan que la cabeza de su cuerpo

embalsamado fue perdida después que revolucionarios

saquearon la Basílica de Saint-Denis y profanaron su

túmulo en 1793. Pero una cabeza embalsamada, atribuida

a Henrique IV, ha pasado por varios coleccionadores

particulares desde entonces. El periodista francés Stephane

Gabet siguió las pistas y encontró la cabeza en el sótano

del cobrador de impuestos jubilado, Jacques Bellanger, en

enero de 2010. De acuerdo con Gabet, una pareja compró

la cabeza en un remate en Paris, en inicio de 1900, y

Bellanger la compró de la esposa en 1955.

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En 2010, un equipo multidisciplinar liderado por

Philippe Charlier, un examinador médico forense del

Hospital de la Universidad Raymond Poincaré, en

Garches, confirmó que era la cabeza perdida de Henrique

IV, utilizado en su estudio una combinación de técnicas

antropológicas, paleopatológicas, radiológicas y forenses.

La cabeza tenía un color marrón claro, y estaba en

excelente estado de preservación. Una contusión un poco

encima de la narina, una perforación en el lóbulo de la

oreja derecha, indicando a utilización de un dije por un

largo período, y una herida facial cicatrizada, que

Henrique IV tendría sufrido después de una tentativa de

asesinato, estaban entre as marcas que identificaron la

cabeza.

La datación por radiocarbono dio una data de entre

1450 e 1650, que se encaja en el año de la muerte de

Henrique IV, en 1610. No en tanto, el equipo no fue capaz

de recuperar las secuencias de DNA mitocondrial de la

cabeza, y por eso no fue posible hacer la comparación con

otros restos del rey o con los de sus descendientes. La

cabeza fue enterrada en la Basílica de Saint-Denis,

después de realizada una misa y un funeral nacional en

2011.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 259

Descendencia del Rey

Henrique IV tuvo seis hijos con María de Médici:

Luis XIII de Francia (1601-1643), que se

casó con la infanta Ana da Austria, hija de

Filipe III de España. Su padre lo hacía asistir

a los Consejos Reales y recepciones de los

embajadores extranjeros.

Isabel de Francia (1602-1644), que se casó

con Filipe IV de España

Cristina Maria de Francia (1606-1663), que

casó con Vítor Amadeu I de Saboya.

Luís Nicolau, Duque de Orleans (1607-

1611)

Gaston, Duque de Orleans (1608-1660)

Henriqueta Maria de Francia (1609-1669),

que se casó con Carlos I de Inglaterra.

El Aciago Periodo de la Guerra de Sucesión

Mucha cosa ya fue dicha hasta aquí, pero así como

entendimos la manera de cómo se establecieron los reinos

y se subyugaron a sus súbditos, ahora nos falta

comprender las décadas previas al inicio del viaje, donde

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se debe incluir “La Guerra de Sucesión Española”, que fue

un conflicto internacional por la sucesión al trono de

España tras la muerte de Carlos II, y que duró desde 1701

hasta 1713, aunque la resistencia en Cataluña se mantuvo

hasta 1714 y en Mallorca hasta 1715, y que se saldó con la

instauración de la Casa de Borbón en España. O sea que

algunos de los emigrantes y participantes de la odisea, se

vieron incluidos de una manera directa o indirecta con este

cruento acontecimiento.

Esta fue a la vez una guerra civil entre borbónicos y

austriacistas pertenecientes a los reinos hispánicos de

Castilla y de la Corona de Aragón, cuyos últimos

rescoldos no se extinguieron hasta 1714, con la

capitulación de Mallorca ante las fuerzas de Felipe V.

El último rey de España de la casa de Habsburgo,

Carlos II el Hechizado, estéril y enfermizo, murió en 1700

sin dejar descendencia. Durante los años previos a su

muerte, la cuestión sucesoria se convirtió en asunto

internacional, y eso dejó evidente que la Monarquía

Católica constituía un botín tentador para las distintas

potencias europeas. Tanto Luis XIV de Francia, como el

emperador Leopoldo I, estaban casados con infantas

españolas hijas de Felipe IV, por lo que ambos alegaban

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 261

derechos a la sucesión española (asimismo, las madres de

ambos eran hijas de Felipe III).

A través de su madre, María Teresa de Austria

(hermana mayor de Carlos II), el Gran Delfín, hijo

primogénito y único superviviente de Luis XIV, era el

legítimo heredero de la Corona española, pero era ésta una

elección problemática. Como heredero también al trono

francés, la reunión de ambas coronas hubiese significado,

en la práctica, la unión de España -y su vasto imperio

territorial de las indias- y Francia bajo una misma

dirección, en un momento en el que Francia era lo

suficientemente fuerte como para poder imponerse como

potencia hegemónica.

A consecuencia de ello, Inglaterra y Holanda veían

con recelo las consecuencias de esta unión y el peligro que

para sus intereses pudiera suponer la emergencia de una

potencia de tal orden.

Los candidatos alternativos eran el emperador

romano Leopoldo I, primo hermano de Carlos II, y el

Elector de Baviera, José Fernando. El primero de ellos

también ofrecía problemas formidables, puesto que su

elección como heredero hubiese supuesto la resurrección

de un imperio semejante al de Carlos I de España del siglo

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XVI, el que fue deshecho por la división de su herencia

entre su hijo Felipe y su hermano Fernando.

Por ello, Luis XIV temía que volviese a repetirse la

situación de los tiempos de Carlos I de España, en la que

el eje España-Austria aisló fatalmente a Francia. Aunque

tanto Leopoldo como Luis estaban dispuestos a transferir

sus pretensiones al trono a miembros más jóvenes de su

familia (Luis al hijo más joven del Delfín, Felipe de

Anjou, y Leopoldo a su hijo menor, el Archiduque

Carlos), la elección del candidato bávaro parecía la opción

menos amenazante para las potencias europeas. Como

resultado, José Fernando de Baviera era la elección

preferida por Inglaterra y Holanda.

Francia e Inglaterra, inmersas en la Guerra de los

Nueve Años, pactaron la aceptación de José Fernando de

Baviera como el heredero al trono español, y en

consecuencia el rey Carlos II lo nombró Príncipe de

Asturias.

Para evitar la formación de un bloque hispano-

alemán que ahogara a Francia, Luis XIV auspició el

Primer Tratado de Partición, firmado en La Haya en 1698,

a espaldas de España. Según este tratado, a José Fernando

de Baviera se le adjudicaban los reinos peninsulares

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(exceptuando Guipúzcoa), Cerdeña, los Países Bajos

españoles y las colonias americanas, quedando el

Milanesado para el Archiduque Carlos y Nápoles, Sicilia y

Toscana para el Delfín de Francia.

El problema surgió cuando José Fernando de

Baviera murió prematuramente en 1699, lo que llevó al

Segundo Tratado de Partición, también a espaldas de

España. Bajo tal acuerdo, el Archiduque Carlos era

reconocido como heredero, pero dejando todos los

territorios italianos de España a Francia.

Si bien Francia, Holanda e Inglaterra estaban

satisfechas con el acuerdo, Austria no lo estaba y

reclamaba la totalidad de la herencia española. Sin

embargo, un mes antes de su muerte, Carlos II testó a

favor de Felipe de Anjou, si bien estableciendo una

cláusula por la que Felipe tenía que renunciar a la sucesión

de Francia. Esto se debió a que el gobierno español tenía

como prioridad principal la conservación de la unidad de

los territorios del Imperio español, y Luis XIV de Francia

era en ese momento el monarca con mayor poder de

Europa y, por ello, prácticamente el único capaz de poder

llevar a cabo dicha tarea.

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Cuando se produjo la muerte de Carlos II, Luis XIV

respaldó el testamento. El 12 de noviembre de 1700, Luis

XIV hizo pública la aceptación de la herencia en una carta

destinada a la reina viuda de España en la que decía:

“Nuestro pensamiento se aplicará cada día a

restablecer, por una paz inviolable, la monarquía

de España al más alto grado de gloria que haya

alcanzado jamás. Aceptamos en favor de nuestro

nieto el duque d'Anjou el testamento del difunto

rey católico”.

Pocos días después, el rey de Francia, ante una

asamblea compuesta por la familia real, altos funcionarios

del reino y los embajadores extranjeros, presentó al duque

de Anjou con estas palabras:

Señores, aquí tenéis al rey de España.

Y a su nieto le dijo:

Sé buen español, ése es tu primer deber, pero

acuérdate de que has nacido francés, y mantén la

unión entre las dos naciones; tal es el camino de

hacerlas felices y mantener la paz de Europa.

Felipe V Ocupa el Trono

Todos los soberanos de Europa (menos el emperador

Leopoldo), reconocieron, quizá con reticencias, a Felipe

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de Anjou como heredero de la Corona española, el cual se

dispuso a hacer uso de sus derechos y, tras ser aleccionado

por su abuelo, se despidió de la corte francesa.

Entró en España cruzando el Bidasoa por Bera de

Bidasoa (Navarra), llegando a Madrid el 18 de febrero de

1701. El pueblo madrileño, hastiado del largo y agónico

reinado de Carlos II, lo recibió con una alegría delirante y

con esperanzas de renovación. Los primeros meses de

adaptación en la intrigante corte española fueron difíciles

para este joven de 17 años acostumbrado al lujo

desmedido de Versalles.

Sin embargo, la precipitación y la prepotencia de

Luis XIV hicieron cambiar la situación. Por un lado, en

diciembre de 1700 (antes de la coronación de Felipe V en

febrero de 1701), Luis XIV hizo saber que mantenía los

derechos sucesorios de su nieto a la corona de Francia. Por

otro, tropas francesas comenzaron a establecerse en las

plazas fuertes de los Países Bajos españoles, con el

consentimiento y colaboración de las fuerzas españolas

que las ocupaban.

Esta ayuda, que en realidad era un reforzamiento de

posiciones, constituía una provocación, y el resto de las

potencias reaccionaron de inmediato. Holanda e Inglaterra

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se aproximaron al emperador Leopoldo y se

comprometieron a otorgar la sucesión de España al

Archiduque Carlos.

Y fue así que en septiembre de 1701 se formó una

coalición internacional mediante la firma de un tratado en

La Haya. Esta coalición, llamada la Segunda Gran

Alianza, estaba formada por Austria, Inglaterra, las

Provincias Unidas de los Países Bajos y Dinamarca, y

entonces se declaró la guerra a Francia y España en mayo

de 1702. Portugal y Saboya se unieron a la alianza en

mayo de 1703.

La guerra se inició al principio en las fronteras de

Francia con estos países, y posteriormente en la propia

España, donde se convirtió en una guerra europea en el

interior de España, sumada a una auténtica guerra civil,

básicamente entre la Corona de Aragón (partidaria del

Archiduque, el cual había ofrecido garantías de mantener

el sistema federal y foral, similar al de las imperiales

Austria e Inglaterra) y Castilla (que había aceptado a

Felipe V, cuya mentalidad era la del estado centralista de

monarquía absoluta comparable al modelo de la Francia de

la época).

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Terminada la guerra, el rey Felipe V mantuvo los

fueros del Reino de Navarra y de las Provincias

Vascongadas en agradecimiento por su apoyo en el

conflicto. Por el contrario, a los territorios españoles que

no lo apoyaron, les quitó sus privilegios y fueros. Así,

hasta el siglo XX, los únicos territorios españoles que aún

mantenían fueros eran Navarra y la provincia vasca de

Álava.

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Ni Todo fue un Mar de

Rosas

Influencias de la Variación del Clima

Durante días, la flota navegó irregularmente,

optando cada capitán por aprovechar las pequeñas ráfagas,

pilotando hora para el sur hora para el este, norte y oeste.

El viento no aparecía y obligaba a los barcos a detenerse

donde se encontraban, hasta el momento en que surgiese

una nueva racha. Eso fue haciendo con que la flota se

separase ya que algunas de las naves eran obligadas a

parar de vez en algún punto infinito del inmenso océano.

Haciendo un enajenado esfuerzo por lograr mantener

la unión del grupo de barcos, los timoneles viraban de

dirección obedeciendo a los maestres, quienes por su vez

ansiaban con que el viento que acariciaba sus velámenes

fuese favorable; pero con el transcurrir de las horas y los

días, la situación varaba muy poco.

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Para los pasajeros, esa situación en el mar les

resultaba ser bastante aburrida, salvo cuando aparecían los

delfines, jugando brincando fuera del agua, momento en

que madres e hijos encontraban algún entretenimiento para

despabilar el fastidio, aunque el calor en cubierta fuese

infernal y pegajoso ya que entendían que quedarse en sus

cuchitriles sería infame para los pequeños.

Pero lo peor vino luego a seguir, cuando empezó a

faltar alimento. Todo alimento fresco estaba rancio y el

agua tenía un olor a putridez bastante desagradable. Sin

embargo, en el camarote del capitán Bernardo de

Zamorategui, no podían quejarse los que allí acudían, pues

las comidas que se servían eran consideradas aceptables,

dentro de la monotonía del resto de la tripulación.

Allí había castañas cocidas, galletas mohosas,

tasajos duros como piedras, almendras saladas que daban

mucha sed, garbanzos tostados… pero el resto de la

tripulación, pasajeros y soldados tenían ya malos los

estómagos, vomitaban, flaqueaban y empezaban a

protestar seriamente. Aunque todos procuraban que no se

les oyera sus rezongos, porque sabían que cualquier

actitud algo rebelde era castigada inmediatamente de

forma muy severa.

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De este modo iban transcurriendo lentamente los

días, hasta que una noche, cuando María de la Encarnación

dormía a gusto en su jergón, de repente le sobresaltó un

ruido violento, como si hubiese sido un estampido. Se

despertó y momentáneamente no recordó en donde se

encontraba, a causa de la oscuridad. De pronto exclamó

atemorizada:

-¡Los piratas están atacando la nao…!

Pero muy pronto reparó en el gran movimiento del

navío y en la manera que todo crujía a su alrededor, y eso

le permitió comprender que el barco estaba soportando

una fuerte tempestad.

A la par de su temerosa percepción, ella notó que

ocasionalmente una luz cárdena proveniente de los

relámpagos se colaba por la puerta de la escotilla y se

desparramaba ligeramente por los oscuros pasillos, yendo

a reflejarse tenuemente por la ranura de la puerta, y de vez

en cuando sentía que le salpicaba un agua fría venida

desde algún lado…

La Primera Tempestad

-¡Santa Bárbara bendita! -María de la Encarnación

escuchó que alguien imploraba desde el cuarto de al lado.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 271

Entendió que sería su cuñada rezando, la que estaría

suplicando por protección divina.

-¡Dios bendito, ampáranos!... ¡Santa María,

válenos!... -retumbó enseguida el eco de un coro de

plegarias desde dentro de las otras alcobas, mientras lloros

de niños temerosos acompañaban los rezos suplicantes de

sus madres.

El ruido de los truenos, el bajar y subir del suelo a

causa del encrespado oleaje, los gritos de pavor de las

personas que iban a bordo, el golpeteo de la carga en las

bodegas, todo conformaba un panorama caótico que

causaba aún más pánico dentro de una oscuridad total que

impedía saber a ciencia cierta lo que sucedía.

-Rezad, rezad conmigo, hijos -les decía María de la

Encarnación a quienes compartían con ella esa estancia.

-¡Padre nuestro que estás en el Cielo!... Arrepentíos,

hijos, de vuestros pecados, no sea que muramos en este

trance sin confección -solicitaba, abrazándolos cada vez

más fuerte contra sí.

-Decid conmigo, hijos: ¡Señor mío Jesucristo, Dios

y hombre verdadero, Redentor mío…!

Todos estaban amedrentados, todos rezaban,

aterrorizados, viéndose ya sumergidos en la profundidad y

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negrura de aquellas aguas amenazadoras, hostiles, como si

su muerte fuera inminente. Durante horas soportaron aquel

movimiento de subir y bajar, volver a subir y caer de vez,

empapados, vomitando, nauseabundos y muertos de frio

entre mantas, sin poder ver nada.

Por fin fue cesando la tormenta y la nave se aquietó.

Era la hora anterior al alba y una tenue luminosidad ya

entraba por la escotilla.

Custodiados por esas primeras luces del nuevo día,

todos salieron a cubierta exterior y se encontraron con un

horizonte que apenas aclaraba por instantes, aunque las

densas nubes negruzcas seguían ocupando parte del cielo.

La perplejidad, el miedo y la aprensión estaba dibujaba en

todos los rostros como si estos hubiesen sido trazados por

la mano de un único artista.

Todo estaba mojado; el agua corría por las maderas

y chorreaba desde las diversas estructuras, había muchos

hombres achicando, atando cabos, sujetando velas,

llevando y trayendo fardos, cajas y otros enceres que

habían quedado esparcidos por todas partes.

Mismo así, la tenue luz del amanecer permitía ver

que los rostros de los hombres estaban desencajados, y con

los ojos desorbitados en demasía por causa de la horrible

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malaventura por la que habían acabado de pasar.

Igualmente podía observarse que los movimientos de los

marineros eran lentos, como si se comportasen de manera

desganada, negligente, pero todo su sufrimiento era a

causa de la fatiga de su brega nocturna contra la

tempestad.

Sin embargo, a medida que el denodado trabajo iba

poniendo en orden aquel caos que había seguido a la

tempestad, unas nubecitas grises, azuladas, habían ido

invadiendo el cielo por oriente, y fueron enrojeciéndose

hasta que el sol hizo su salida triunfal, rozando con su luz

dorada las crestas de las olas. Luego a seguir, los pesados

nubarrones se fueron esparciendo por el cielo en grandes

copos rojos que terminaron deshaciéndose de a poco, y

entonces por fin empezó a reinar una gran calma. Cuando

la luz lo permitió, se encontraron solos en el medio del

mar, la flota se había dispersado de vez y no se veían

siquiera.

-¡Deo gratia! -comenzó a gritar un capellán desde el

alcázar de popa-. ¡Deo gratia! ¡Oremus a Deus! -

suplicaba.

Todo mundo se santiguó y se arrodilló. Más tarde se

supo que un marinero había caído por la borda, perdido en

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medio del remolino de las aguas, y otro estaba herido al

ser aplastado por la carga de la bodega.

En una primera exploración, los oficiales notaron

que la nao tampoco había sufrido mayores desperfectos

que por acaso le imposibilitasen continuar el viaje. Con un

poco de maña todo estaría arreglado en poco tiempo,

habría dicho el capitán, después de realizar una segunda

inspección por toda la nave.

Ya con el sol brillando a media altura, ropas,

sábanas, mantas, jergones y todo tipo de indumentarias

fueron colgados en las cuerdas existentes y en otras

improvisadas. Quien viese la nave desde lejos, le llamaría

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la atención ese arcoíris de ajuares y vestuarios que había

sido desplazado por toda la cubierta.

La Segunda Detención

Algunos días después, sin encontrar otro

contratiempo que los perjudicase, “La Bretaña” finalmente

ancló en la isla Dominica. Sería una corta escala para

abastecerse de agua y comida fresca suficiente para el

resto del viaje hacia el sur. Entonces la gente bajó a tierra

e realizó grandes comilonas, como si estuviesen a fin de

recuperar los días perdidos con las malas comidas de los

últimos días, o quizás, queriendo hacer un peculio en sus

estómagos para las posibles adversidades futuras.

Los que por primera vez pisaban tierra del Nuevo

Mundo, pronto se quedaron asombrados por el paisaje, los

habitantes, las construcciones y el maravilloso clima de

aquellas tierras tan diferentes.

-¡Santo Dios! -manifestó el padre Cabrera-. ¡Cómo

es diferente aquí!

-Así son las Indias, padre. Esto es otro mundo. -le

dijo el capitán Bernardo-. ¿Se cree vuestra paternidad que

evangelizar aquí es más sencillo que en Europa por ser

éstas unas tierras vírgenes?

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 276

-Pues le diré que no lo sé. -exclamó el jesuita, con

cara aprensiva.

-Puede que vuestra paternidad esté equivocado. A

diferencia con su catecismo, todo aquí es mezclado, lo

derecho y lo torcido, lo claro y lo oscuro, lo puro y lo

impuro…, el bien y el mal -agregó el capitán con una

sonrisa de sorna.

-Puede que sea así, vuestra merced, al final de

cuentas, estamos en el Nuevo Mundo -contestó el jesuita y

salió ventilando la sotana a otra parte.

-¡Tome cuidado, vuestra paternidad, no se olvide

que está en tierras paganas! -le gritó Bernardo,

acompañando su frase con una sonora carcajada.

Al mismo tiempo, aprovechando la corta parada, los

pasajeros pasaron a deambular por las calles de la

Dominica, queriendo dar una ojeada, observando lo que

fuese: gentes, construcciones, playas, y conversando con

el vecindario sobre los paisajes del lugar, o mismo sobre

los temas que hallaban importantes en aquel momento.

-¿Será que en el Real de San Felipe hace un clima

igual? -le preguntó María de la Encarnación a Felipe,

quizás anhelante por querer encontrar en destino heredades

con la mima estampa.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 277

Felipe dio de hombros por no saber que responder, o

por lo que le daba igual, y ambos continuaron caminando

juntos, cada uno ensimismado con sus propias

cavilaciones y sueños. Total, que les importaba, ya estaban

en el Nuevo Mundo, y siendo así, el resto lo dejaban en la

mano de Dios.

Un poco más tarde, el capitán Bernardo encontró los

capitanes de otras dos naves de la flota que había partido

junto desde Canarias, y fue informado por ellos que

ninguno de los barcos, salvo esos dos, habían sufrido

desperfectos importantes.

Le habían dicho que, poco después de realizar una

breve recalada, la flota portuguesa había tomado el rumbo

del sur en busca de las corrientes que llamaban del Pará,

con la intención de descender lo más rápido posible, para

no tener que volver a tocar puerto hasta llegar a sus

destinos en Brasil, pues todos los maestres sabían del

peligro a causa de la piratería era muy grande en esos

tiempos.

Asimismo, se enteró de que otra gran flota española

que había pasado un mes antes por allí, había partido en

dirección a la Nueva España y tendría se enfilado desde

Dominica hacia Vera Cruz, para ir dejando por el camino

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los navíos con destino a La Española, Santo Domingo,

Puerto Rico y Cartagena de Indias. No en tanto, una parte

de ella había puesto rumbo a Portobelo, dejando también

por el camino a los barcos que iban hacia Maracaibo,

Margarita y Rioacha.

Un día y medio después de haber llegado, el capitán

Bernardo mandó izar el velamen y tomar rumbo al sur

para ir nuevamente de encuentro a la flota portuguesa.

Esperaba poder encontrarla en Punta Negra, sino,

seguirían solos hacia su destino bordeando la costa

brasileña.

Otra Noche de Malos Presagios

Ya se habían pasado casi seis semanas de

navegación, y la nao aún se encontraban navegando en

algún lugar perdido entre el mar de las Antillas y la costa

norte de las Indias del sur.

La situación le hizo suponer al maestre Bernardo

que su viaje se atrasaría mucho más de lo previsto

inicialmente, llegando a concluir rápidamente que, si no

encontraba a la flota portuguesa, lo mejor era continuar el

viaje solo lo más rápido posible.

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Después de su partida de la isla Dominica, los

vientos a favor los habían ayudado favorablemente, pero

tal suerte no los acompaño durante mucho tiempo más. En

una de aquellas tardes aburridas y monótonas del viaje,

Felipe se asomó por la borda para contemplar el mar.

A esa hora el sol ya caía lentamente por el oeste

perdiéndose casi en la infinita línea del horizonte, mientras

sus rayos quemaban el cielo dejándolo rojizo. Sin

embargo, a su espalda, por el este, se acercaban unas

nubes oscuras, pesadas, empujadas por un intenso viento

oceánico que las hacían bailar y aunar unas con otras.

-¡Habrá tormenta! -dijo alguien con voz ronca atrás

de él.

-Bueno, -observó Felipe encogiéndose de hombros

luego después de girar su cuerpo-. Mientras no nos agarre

desprevenidos, todo se remediará.

-Es verdad -respondió el hombre-. Pero no sé qué

noche escura sea ésta, que desata las tempestades del

mundo y de las almas… -fue diciendo don Silvestre Pérez

Bravo, otro vecino suyo del Sauzal. Un hombre maduro de

51 años, y a quien, por las marcas demacradas observadas

en su rostro, el viaje no le venía sentando bien.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 280

-Como sea, pero yo no querría privarlo de la verdad

de mi tormentosa vida, que poco tiene que envidiar a la

suya en sobresaltos y secretos… -expresó nuevamente

Felipe dando de hombros más una vez. Entonces don

Silvestre le regaló una mueca de incertidumbre, se

despidió de él, y se marchó para otras bandas.

Cuando lo invadió la penumbra del luzco fusco, de

pronto Felipe decidió irse a dormir. Se sentía fatigado y

algo confuso. Habían sido demasiadas emociones juntas

en tan pocos días. La navegación, los peligros del mar, la

trepidante y monótona vida a bordo, y la sorpresa de haber

encontrado un mundo tan diferente en las Indias…

En su cabeza, todo parecía que era un enmarañado

de excitaciones y sueños que lo dejaban anonadado y

ambiguo al mismo tiempo.

Quiso conversar con su primo sobre todo ello,

cambiar ideas, explicarle sus exaltaciones, pero notó que

Antonio estaba junto a una rueda de gente que se divertía

jugando a los naipes. Entonces se estiró en el jergón, se

cubrió el rostro con la manta y enseguida lo venció el

sueño.

Una Tempestad Arrasadora

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 281

De repente, un brutal golpe de mar los echó a todos

al suelo y, con él, pronto se escaparon algunos toneles de

las sogas que los abrazaban y estos se echaron a rodar de

un lado a otro, rompiéndose unos y amenazando otros con

írseles encima.

Parecía que toda la carga temblaba y se movía cual

si estuviera viva, mientras tripulantes y pasajeros iban de

acá para allá sin atinar a encontrar agarre en ninguna parte.

Así fueron Felipe y Antonio, tastabillando y recibiendo

empellones de cajas y sacos hasta alcanzar juntos la escala

por donde pretendían bajar para resguardarse.

En esa estaban, cuando unas voces que sonaban bajo

sus pies los detuvieron.

-¡Auxilio!... ¡Ayuda! -alguien gritaba con

desesperación.

Pronto se dieron cuenta que los gritos de socorro

venían de la sentina. Bastó con entre mirarse, y sin mediar

palabra, ambos dieron vuelta y se pusieron rumbo a popa,

en busca de la escotilla que daba a aquel último rincón del

barco.

La vieron al fin, cerca del palo mayor; era un

pequeño agujero por el que caían de vez en cuando

algunos de los muchos objetos que rodaban ahora por el

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 282

suelo. Abajo, al mirar por el boquete, luego vieron el

rostro aterrorizado de un mozalbete que los miraba

suplicante y les gritaba:

-¡Sáquenme de aquí vuestras mercedes, por

caridad!... ¡Hay una vía de agua y la bomba de achique no

sirve de nada!

-¿Dónde tienes la escala? -preguntó Felipe.

-¡No sé, se cayó con el golpe y se la ha llevado la

corriente! -gritó el muchacho.

Antonio vio que el agua llegaba a la cintura del

muchacho y que le temblaba todo el cuerpo. Junto al

joven, nadaban desesperadamente algunas ratas.

-Sujétame y sujétate -le ordenó Antonio a su primo,

y enseguida se tumbó sobre el piso hasta hacer colgar

medio cuerpo por la escotilla. Fue penoso alzar al

grumete, pues el meneo del barco les hacía perder a cada

poco el equilibrio, y las piedras del lastre de la sentina

tampoco ayudaban. Por fin Antonio lo izó del brazo con

sus dos manos y le gritó a Felipe para que tirase de ambos.

-¡Arre! ¡Vamos, quítanos de aquí!

No sin grandes esfuerzos, al fin ellos lograron sacar

al grumete de su aprieto, y Antonio creyó no haber visto

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nunca mayor gratitud en una mirada, que la reflejada en

los ojos desencajados de aquel mozo.

-¿Cómo te llamas? -le preguntó Felipe.

-Cristóbal, señor, para serviros en cuanto deseéis…,

os debo…

-¿La vida? Ya lo sé. Les pasa a muchos -alegó

Felipe-. Pero mejor si hacéis por conservarla. ¿Hay

alguien más ahí abajo? -quiso saber.

El grumete negó con la cabeza.

-Pues salgamos de aquí, ya -propuso Antonio.

Pero el camino de vuelta estaba cerrado. Una

montaña de bultos se interrumpía entre ellos y la escala de

proa, mientras veían como las ratas saltaban eufóricamente

por encima de los volúmenes caídos. De modo que los tres

siguieron hacia popa hasta dar con la otra escala.

-Si el farol que dejamos atrás se cae del enganche,

tendremos fuego -avisó Antonio cuando Felipe ya subía

los primeros peldaños.

-Tanto da, Antonio, que si la mar nos traga, ella

misma habrá de apagarlo.

Subieron a la segunda cubierta y, guiados por los

pequeños faroles que bailaban una danza macabra en sus

ganchos, pronto llegaron a la primera, donde los

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aguardaba otra desagradable sorpresa que ya se había

hecho anunciar con ensordecedor ruido antes de que ellos

asomasen la cabeza por la escala.

No habían tenido tiempo aún de mirar a su

alrededor, cuando un coro de voces gritó: ¡Cuidado!..., y

apenas si pudieron echarse a un lado para evitar que un

enorme cañón los aplastara. Las sogas que lo amarraban

habían cedido y la cureña en la que estaba montado lo

llevaba de babor a estribor como si fuese una pelota,

arrollando cuanto se le cruzaba en su camino.

Los cuerpos magullados de los marineros daban

cuenta de su paso, y los demás hombres que se agolpaban

en aquella cubierta, parecían jugar a un mortal cuatro

esquinas al huir con inestables pasos de las acometidas del

cañón, que ya había arrancado con sus topetazos una de

las portas de artillería por la que entraba el agua en

grandes chorros, lo que dejaba aún más resbaladiza la

madera y agrandaban el caos con su sofoco.

Felipe y Antonio también participaron en tales

quiebros hasta que finalmente lograron alcanzar la cámara

del timón, donde el timonel, con ayuda del capitán y de

otros, intentaba hacerse con el gobierno de la nave.

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-¡Apagad esos faroles, rediós! -gritó el maestre

Bernardo sin soltar el pinzote, que se quería escurrírsele de

las manos como si fuese una anguila.

Ellos los apagaron y la estancia quedó sumida en

penumbras, apenas iluminada por la tenue claridad que se

colaba, mezclada con agua que insistía en entrar por la

escotilla del techo.

-¡Señor Bernardo! -bramó Felipe, en un esfuerzo por

querer sobreponer su voz al escándalo de agua y maderos

que los ensordecía-. ¿Qué sucede? ¿Nos vamos a pique?

-¡Iremos, si el diablo y el necio capitán se empeña! -

gritó el padre Cabrera con un vozarrón colérico.

-¿Qué hay pues? -quiso saber Felipe.

-¿Qué ha de haber? ¡Necedad y soberbia, eso es lo

que hay! -agregó el cura.

-¡Mirad bien y recordadlo, -avisó el ignaciano con el

rostro desencajado-, por si un día llegáis a tener ocasión de

contárselo a vuestros nietos, en vez de servir de almuerzo

a los peces! ¡Así se lleva un barco a la catástrofe!

-¿Y lo qué debería ser hecho? -preguntó Antonio,

que se mantenía firmemente agarrado a un gancho de la

pared.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 286

-¡Se niega a recoger trapo, el grandísimo botarate!

¡A buenas horas las prisas! ¡Mierda y mil veces mierda

para él y para toda su estirpe! -vociferó el colérico padre

perdiendo toda su eclesiástica compostura.

-¡Si lo hacemos, vamos a desarbolarnos! -gruñó el

capitán.

-¿Vamos? ¡Dios, acabamos de perder el velacho del

trinquete y su verga, y no le doy una ampolleta de vida al

palo mayor si se nos corta la jarcia! -retrucó Cabrera.

-¡Hablad con san Pedro, o con Dios! -carcajeó el

capitán Bernardo.

-¿Es que me veis acaso holgando? ¡Hablad vos si os

place! -Replicó el padre-. ¡Para qué os ha de servir!

-¡Vuestra paternidad, ahora debe andar con pláticas

con todos los santos! ¡Bueno, tampoco es malo, puede que

alguno de ellos nos libre de esta locura! -volvió a decir el

capitán, ahora más compuesto.

La Visión del Apocalipsis

Antonio empezó a sentir como el miedo se anudaba

en su estómago, como ponía en danza sus fantasmas entre

las sombras que lo rodeaban. La nave surcaba la tempestad

dejada de la mano de Dios, zarandeada por el oleaje,

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desgarrada por el viento, y con ella se irían todos al garete

sin que nadie pusiera remedio a tanto desafuero.

-¿Qué podemos hacer? -preguntó angustiado.

-¡No podemos hacer nada! ¡Rezad lo que sepáis y

confiad en que alguno de esos valientes que están en el

puente sea capaz de librarnos del velamen! -contestó el

maestre, siempre de manos firmes en el timón.

Antonio se volvió hacia su primo, pero este ya no

estaba a su lado. Tan sólo encontró la mirada espantada

del grumete Cristóbal, al que parecía haber tornado estatua

de sal una maldición. A seguir, salió del camarote y subió

la escala del castillo de popa, golpeándose la cabeza contra

uno de los bordes de la tarima de la toldilla. La puerta del

castillo había desaparecido y el agua se colaba a cada

nuevo golpe de mar. Entonces se acercó hasta el vano,

aferrándose al quicio, y bajo la primera claridad del alba,

ante sus ojos se ofreció un espantoso espectáculo que

ciertamente no olvidará mientras viva.

El agua barría la cubierta como una riada. La mar

enfurecida levantaba sus grandes y húmedas zarpas sobre

sus cabezas y se rompía en un estallido de espuma,

aullando y gruñendo como un animal rabioso. El cielo se

había abierto sobre ellos y derramaba su lluvia entre

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relámpagos y formidables truenos que parecían el eco del

abismo en que cada poco se hundían y del que

milagrosamente salían a seguir, impulsados por la misma

fuerza que los había arrastrado hacia él.

Y allí, en medio, encaramado a la cruceta del palo

mayor, lejano e imposible como una gaviota más en la

tormenta, Antonio vio brillar la calva cabeza de un

marinero que intentaba cortar las burdas y los estayes de

los juanetes mayores y de la gavia. Su cuerpo se

columpiaba sobre el mástil como diábolo en la cuerda,

enrollando sus piernas en las sogas de la tabla de jarcia

para asentarse, y amenazando a cada instante con

desplomarse sobre la cubierta.

Quiso llamarlo a voces, sin saber bien con qué fin

pues ¿qué había de decirle? Le pareció que permanecer allí

arriba era una locura. Intentar bajar, un suicidio. Pero al

soltar el quicio de la puerta para hacer bocina con sus

manos, una fuerte sacudida lo tiró al suelo y una tromba de

agua lo caló hasta los huesos, y aun lo habría llevado con

ella, si el grumete no hubiese tirado de él hacia adentro.

Antonio se levantó empapado y aturdido, corrió

nuevamente hacia el vano de la puerta y, al asomarse, un

ruido seco le heló el corazón. La verga mayor había caído

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sobre el puente, arrastrando consigo su vela; en lo alto del

mástil ya no ondeaba la gavia y el juanete, y sus telas

restallaban como bofetadas cuando un nuevo crujido

anunció la tragedia.

El palo mayor se quebró al medio, cual si fuera un

mondadientes, y llevado por las alas de sus dos velas

desplegadas, el marinero que allí estaba se echó a volar

como un pájaro asustadizo.

Prendido en la garra de sus jarcias, el muchacho vio

alejarse al marinero hacia los cielos y desaparecer luego

entre las olas como un ave abatida, y como si con él se

hubiera llevado también a los demonios que los

atormentaba, la nave, desarbolada. Entonces cesó en sus

bandazos.

A la sazón, Antonio se dejó caer en el suelo, junto a

la puerta y sintió cómo su respiración se agitaba con un

llanto que no llegó a nacer, mientras el aliento del cielo se

aquietaba y la lluvia se tornaba mansa y triste, cual si

quisiera limpiar todo el daño que el destino había vertido

sobre ellos. No tardó en aparecer el contramaestre, en

busca de noticias.

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La Hora de los Reparos

-¿Qué sucedió? -le preguntó el hombre al

aproximarse.

-Nos ha salvado un ángel de alas enormes -le

contestó el muchacho, pero el contramaestre no prestó

atención a sus palabras. Ya se había asomado a la puerta y

visto con sus propios ojos la causa de la salvación.

-¡Perdimos la arboladura! -gritó, para que el timonel

escuchara la nueva.

-¡A ver, hacen falta manos en el puente! ¡Hay que

arriar lo que queda del velamen! -ordenó enunciando sus

palabras sin dirección fija, y aguardando por marineros

que ya se dislocaban para el lugar.

Se oyeron rumores de pasos y los hombres de la

primera cubierta empezaron a salir al puente, todavía

zarandeados por la mar pero animados por la fuerza y el

valor que nacen de la esperanza recobrada. Antonio oía

voces sobre la cubierta, las órdenes del contramaestre, el

bullicio de una nave gobernada, y se preguntó cuánto

habría de durar, pues el árbol de sus aventuras aún se

sostenía sobre las mismas raíces podres.

-¿Os encontráis bien? -escuchó de repente a sus

espaldas.

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Era su primo Felipe, pálido y vestido como si fuese

un comediante, quien lo contemplaba desde el vano de la

puerta.

Le dijo que sí con la cabeza pero no se levantó, un

odio frío como el hielo lo retenía en el suelo. Tras él, vio

la figura del capitán Bernardo que salía a cubierta

apresuradamente. Las enojadas voces con que convocó a

sus hombres le revelaron la temperatura de su alma. Pero

por el contrario, a Antonio se le antojaba que la de él

estaba muerta.

-¡Señor contramaestre! -gritó el capitán desde la

puerta. Fuera se oyó venir de lejos la respuesta del oficial

de mar, y Bernardo añadió:

-¡Hágame saber cuántos hombres hemos perdido y

cuál es el estado del barco!

Después se retiró a su camarote, sin palabras de

aliento, sin un lamento ni un gesto de pesar. Antonio se

quedó admirado de la limpieza de sus zapatos, del modo

en que brillaba el rosetón de lentejuelas sobre su elegante

empeine, del sonido limpio y firme de sus tacones contra

el sucio entablado del piso.

-¡Por todos los Santos… sus zapatos tienen más

corazón que él! -pensó Antonio al momento que buscó

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pararse, estirando con dolor sus piernas que ahora le

recordaban el esfuerzo realizado. Entonces partió en busca

de su primo y su madre. El grumete Cristóbal lo siguió

como un perro faldero.

Felipe estaba donde él imaginaba, en la cabina de su

mujer, al lado de la de su madre. Allí platicaba con su

familia y se cambiaba los trapos coloridos que se había

puesto momentáneamente encima, cuando el temporal.

Físicamente todos estaban bien, pero su madre al

igual que algunos de los niños, era la viva imagen del

espanto. Todos tenían los cabellos en desorden, los ojos

enrojecidos por el llanto, la faz demacrada, y el vestido de

su madre estaba desgarrado en los sobacos. En general,

todos los pasajeros estaban desalineados y acongojados.

-¡Estáis vivo! ¡Qué miedo he pasado! -curioseó doña

María Gerónima, en cuanto se abalanzó en los brazos de

su hijo. Después, dando un paso atrás, recompuso su

sonrisa de alabanza y añadió:

-¡Me habéis dejado sola, hijo mío! ¿Tan poco me

estimáis?

-Os adoro, señora, bien lo sabéis. Pero he de decirle

que hoy los hombres han corrido a la muerte en la

cubierta… Hemos vivido la mayor agonía.

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-¿Qué ha pasado? -quiso saber su madre.

-Vi a un marinero que se fue… Se fue volando como

un ángel. -contó Antonio.

-¡Cruz, credo! -expresó azorada doña María

Gerónima, a la vez que se persignaba varias veces

seguidas.- ¿Decís que se lo llevó un ángel?

-O un demonio, madre. No pude ver bien; el mundo

se me caía encima y mi valor no da para tanto -manifestó

Antonio, dando de hombros.

-¿Por qué nos habláis así, Antonio? ¿Qué hemos

hecho? -interrumpió su primo.

-Este viaje parece maldito y amenaza con nunca

acabar -le retrucó el muchacho, malhumorado y

asustadizo.

-¿No habrá de acabar? La tempestad ya ha pasado y

pronto estaremos en destino, Antonio. Después de cuanto

hemos pasado…, ¿qué más nos puede pasar? -exhortó su

primo, a quien sus hijos y su esposa se le habían arrimado

para recibir cariño.

Sin embargo, en otro lugar del navío, en la cabina

principal, había otro que parloteaba sin ton ni son. Era el

ignaciano Cabrera, que se había reconciliado con su vida

pecadora en el fondo de una jarra de vino y parecía feliz

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como un recién nacido, rollizo y encarnado, sentado en un

escaño y murmurando una letanía que más quería

parecerse a un rosario.

La Ayuda Divina

Aún no había terminado de aquietarse el mar, en

aquella misma mañana en que el desarbolado galeón

contaba sus muertos, heridos y desaparecidos, mientras los

marineros de la maestranza se esforzaban en tapar las vías

de agua abiertas por el temporal en el casco, cuando el

contramaestre gritó, desde lo alto del castillo de popa, que

había barcos a la vista.

La alegría estalló a bordo. Todos salieron a cubierta

e incluso Antonio sintió que la sonrisa le volvía a sus

labios, pues desarbolados y escasos de víveres y de agua,

el futuro se le antojaba oscuro si un milagro no les llevaba

ayuda de otros barcos. Ahí tenían su milagro, pensó.

Pero el mar también tiene sus espejismos, como el

desierto, y aquel resultó ser uno de ellos. Pronto

distinguieron las picudas velas de una carabela y dos

jabeques, más como no había carabela alguna en la

Armada, de modo que Antonio, por fuerza, pensó que

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debía tratarse de naves extrañas. Un negro presentimiento

se apoderó de su alma.

Despacio se fe acercando del capitán y le hizo

partícipe de sus temores.

-Aquéllas son velas que dicen latinas -le respondió-,

y si es verdad que las usan algunas naves cristianas, no

menos cierto es que también lo hacen las armadas

turquesas.

El maestre Bernardo permaneció en silencio durante

unos instantes, con la mirada clavada en las

embarcaciones mientras se atusaba el bigote

distraídamente con los dedos de la mano diestra, en cuanto

mantenía la siniestra en jarro apoyada en su cintura.

Llamó enseguida a su cabo, un sevillano de nombre

Contreras, y le mandó que se ocultaran los soldados y

cebaran las armas por si fuera menester. Después se acercó

al padre Cabrera y le susurró que tal casual encuentro con

desconocidas naves le daba mal espina.

-¿Pero no es cierto vuestra merced, que estamos

lejos de aguas berberiscas? -atinó a preguntar el jesuita.

-Más hay valientes en todas las naciones y sus

piratas tienen merecida fama de temerarios -respondió el

capitán, siempre con la mirada clavada en las naves.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 296

Todos sintieron alivio en el pecho al ver que el

capitán apartaba sus rencillas para provecho de todos,

cuando éste mandó preparar la artillería con discreción y

sin abrir las portas, por evitar que, por las dudas, aquellos

extraños visitantes entraran en sospechas.

Ya habían perdido dos de los cañones del puente

durante la tormenta, y aquel que había cobrado vida propia

en la primera cubierta se había desmontado de la cureña y

era imposible utilizarlo. Aun así, les quedaban cañones

suficientes para castigar a quien pretendiera abordarlos.

Entonces se hicieron los preparativos y todos aguardaban

ansiosos por el momento en que las naves estuvieran al

pairo, desojando la margarita de sus intenciones.

En esos entretantos, Felipe se llegó hasta donde

estaba parado el contramaestre y anunció con voz resuelta

y firme:

-¡Proporcionadme un arma! -le dijo. Le consiguieron

una espada huérfana de dueño a causa del temporal, y un

mosquete con su munición y su cebador. Entonces Felipe

avisó que él nada sabía de esa arma, y un marinero se

prestó para enseñarle, con prisa, su manejo.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 297

Y en esas estaban varios en la cubierta, cuando las

tres naves se acercaron tanto que pudieron vérseles sus

estandartes que resultaron ser del Rey de España.

-¡He, los del galeón! -gritó una voz en lengua

castellana desde la proa de la carabela-. ¿El temporal os ha

causado grandes daños?... ¿Precisáis ayuda?

-¡A fe que sí, señor! -respondió el capitán Bernardo-.

¡Pero decidme antes quién sois y que hacéis en estos

lejanos mares!

Luego de algunos segundos, el hombre de la

carabela volvió a gritar:

-¡No son momentos de ceremonia, señor! ¡Las aguas

aún no se han remansado!... ¡Dejad que nos acerquemos y

pongamos remedio a vuestros males! ¡Ya habrá ocasión de

presentarnos! -terminó por decir el desconocido.

-No me gusta -se escuchó murmurar al

contramaestre.

-A mí tampoco, que el hábito no hace al monje y ese

estandarte bien puede ser robado. -Respondió el capitán, y

a gritos, le dijo al hombre de la carabela:

-¡Cada cosa en su momento, señor! ¡Decidme antes

quien sois y enviada una chalupa para que no hayamos de

hablar a voces!

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 298

-¡Somos pescadores del puerto de Palos! -exclamó el

hombre de la carabela-. ¡Ahora botamos la chalupa! -

añadió, y sobre la cubierta se veía ya mucho movimiento

para atender las órdenes que les habrían dado.

Los dos jabeques habían echado al agua sus remos y,

a toda vela, se abrían a proa y popa de “La Bretaña”. Una

vez a bordo del galeón privado de casi todo su velamen, la

principal tarea fue la de limpiar y repara el barco que sólo

tenía unas pocas jarcias que servían de algo.

Otro Gran Infortunio a Bordo

-¿Cuándo llegaremos, capitán? -preguntó el

ignaciano Cabrera.

-Dependiendo de los vientos, vuestra paternidad,

creo que a lo máximo en dos semanas más.

Las últimas semanas habían sido muy ajetreadas

para los marineros, desde que se dio orden de aparejar la

nao después de reparar los daños, ellos no daban abasto

con la gran cantidad de cosas que había que hacer. Pero

una nueva contrariedad los amenazaba.

-Capitán, necesito de brazos extras -solicitó el

contramaestre.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 299

-¿Y para qué los necesita vuestra merced? -quiso

saber Bernardo, agregando a sus palabras un poco de

ironía.

-¡O damos cuenta de las ratas de una vez por todas,

o ellas acabaran con los pocos víveres que nos quedan! -

imploró el contramaestre-. Ya tengo muchos hombres en

ello, pero la nao los requiere en otras tareas.

El capitán concordó con la demanda de su

subordinado, y le prometió que buscaría entre los

pasajeros a quien pudiese realizar tan ingrata tarea, si bien

que en el fondo de su alma, tenía ganas de mandar al padre

Cabrera.

-Señor Felipe, señor Antonio, me veo en la

obligación de solicitar vuestra voluntaria ayuda -dijo

Bernardo cuando se aproximó a los dos primos-. Pero

antes que me deis respuesta, he de deciros que de

negármela habré de demandárosla por la fuerza -añadió

mientras se alisaba el bigote.

-No será menester, capitán, pues ya que me ofrecéis

tan franca elección os la concedo gustoso -respondió

Felipe, con tono burlón aun sin saber para que los

necesitaba el capitán.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 300

-Decidme de qué se trata y haré lo posible por

serviros -añadió.

-Acompañadme y os lo explico de camino -ordenó el

maestre.

Salieron al pasillo con el capitán pisándoles los

talones, pero no se dirigieron al puente sino hacia la escala

que descendía a la segunda cubierta. Bajaron los pinos

peldaños con dificultad, pues el movimiento era ya grande

que a duras penas podían guardar equilibrio. Al pie de la

escala, dos marineros sujetaban sendos faroles y a su lado

se amontonaban cuatro sacos rellenos, atados con cuerda,

y algunos vacíos.

-Subid a cubierta -le ordenó el capitán a los

marineros.

Los dos tripulantes les entregaron los faroles,

tomaron los sacos llenos y se perdieron escalera arriba.

-Allá va nuestra última cosecha de ratas -murmuró

Bernardo y a continuación les dijo-:

-Puede que se nos venga encima otra tempestad,

como tanto meneo por arreglar lo estropeado ya os habrá

hecho adivinar, y como Pedro, mi contramaestre, me ha

hecho saber que precisa de la ayuda de toda la tripulación

para mantener rumbo y trapo en pos de nuestro destino,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 301

aún nos queda una tarea importante a realizar… -fue

diciendo de ceño fruncido.

-…En vuestra mano está salvaguardar la poca

cordura que queda a bordo, y ésta es la de luchar contra

esa plaga devoradora que está asolando nuestra bodega -

añadió antes de que Felipe y Antonio abriesen sus bocas

para decir algo.

-Pues sí, como menos me temo, salimos maltrechos

de esta enloquecida carrera, tendremos gran necesidad de

víveres y agua para sobrevivir hasta que alcancemos

nuestro destino.

Los primos se miraron de reojo, pero el capitán

Bernardo continuó con su perorata, justo cuando el

grumete Cristóbal bajaba las escaleras.

-Mis hombres ya no pueden continuar con esa labor,

os ruego que seáis vos, con la ayuda de este paje, quien os

pongáis a ello hasta que la cólera del cielo nos de respiro.

No es tarea de caballero, ya lo sé, pero es ley del

infortunio igualar a los hombres, siquiera sea por un breve

tiempo, cuando la vida de todos está en juego.

Felipe tomó la palabra y le dijo que no había afronta

alguna en su petición y que la salvaguarda de la pequeña y

zarandeada patria que era su galeón, en medio de mar tan

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proceloso, se le antojaba que el pedido era título de honor

antes que pesada carga, por más que en su servicio hubiera

que bajar hasta las mismísimas puertas del Averno.

El capitán Bernardo recibió las palabras de Felipe

con alegría, entonces señaló las herramientas que se

apilaban junto a la cuaderna, entre las que había badilas,

largos punzones, herrones, palancas y cabillas. Entonces

dijo:

-Armaos pues para la empresa, tomad los sacos y los

faroles y andaos con tiento que las ratas, como la mala

conciencia, se acobarda cuando se la ataca de frente, pero

el miedo la vuelve también más fiera. Ahí abajo sólo están

los grumetes que vigilan el funcionamiento de la bomba

de achique, o al menos eso creo si no se los comieron las

ratas, porque hace mucho que nadie baja a remplazarlos ni

trae noticias de ellos… Les enviaré ayuda en cuanto me

sea posible.

Sin más despedidas, el capitán Bernardo subió los

peldaños de la escalera y desapareció en la cubierta

superior. Sus pasos se perdieron sobre las cabezas de

Felipe y Antonio, cuando de pronto se dieron cuenta que

salvo por Cristóbal, se encontraban repentinamente solos,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 303

frente a frente, como dos náufragos exhaustos a los que la

tempestad hace abrazar el mismo tablón salvador.

Por una vez, ninguna palabra les vino en su ayuda, y

entonces no sabían lo que decirse. Ni siquiera sabían

cuáles eran sus sentimientos, si estaban enojados,

temerosos, entristecidos o angustiados. O si todo era una

mezcla de todo ello junto, lo que oscurecía sus corazones

como se oscurece la amplia panza de la nave en torno de

ellos.

Sin embargo, quien rompió el silencio, fue la tenue

voz del grumete quien expresó:

-¡Dejarse llevar en brazos de un temporal! De todas

las necedades que cometer pueda un hombre de mar, ésa

es sin duda la más necia, porque la furia desatada del

viento y del agua es caballo imposible de montar.

Antonio no pudo dejar de pronunciar: -¡Ese hombre

ha enloquecido!

-Tanto da que esté loco, él es el capitán de esta nave,

y habrá de llevarnos al infierno o a nuestro destino si ese

es su capricho. -comentó su primo, esperanzado aún en

encontrar una solución feliz para todos sus infortunios.

-Dicho esto, levantó uno de los faroles y alumbró el

rostro de Cristóbal, hasta entonces enmascarado de

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 304

sombras. Sus ojos brillaban arrasados de lágrimas, pero su

respiración era tranquila.

Era el suyo un llanto silencioso y sosegado, como el

agua desbordada de un estanque que comienza a fluir

plácida y limpia cuando reboza. El grumete no se

avergonzaba de ello, como no se había avergonzado antes

de su desnudez. La muralla de silencio y recato, tras la que

hasta entonces se había refugiado ahora se le había venido

abajo de vez.

-Os debo la vida -musitó al fin el muchacho.

-Me la debes, a qué he de negarlo -aseveró Antonio-.

Pero también he puesto en seguridad la mía al salvar la

tuya. No quiero reverencias no loas ni muy buenas

palabras, Cristóbal. Estamos embarcados en el mismo

viaje, nos acechan parecidos peligros y se han unido

nuestros destinos de tal manera que, al menos en lo que

dure esta travesía, bien puede decirse que son uno sólo.

-Basta ya de acertijo y embustes -masculló Felipe-.

Porque a fe que incluso en el noble acto de la mentira, del

que soy muy virtuoso, tú me ganas de largo, primo. Basta

de hablar, cacemos pues las palabras como hemos de cazar

ratas: haciendo de tripas corazón.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 305

Luego se acercó a las herramientas y tomó una

palanca de hierro larga y delgada. Antonio eligió una recia

garrota de madera de pino, y se echaron al hombro los

sacos vacíos. Al amparo de la tenue luz de los faroles, se

encaminaron hacia la escala que bajaba a la bodega, junto

a la escotilla de proa.

Felipe introdujo su brazo con el farol en el negro

agujero y un murmullo de carreras vino a acompañar a las

furtivas sombras que se desplazaban allá abajo. Había

visto por un instante, aunque con claridad, a una rata

grande y de erizado pelaje aupada sobre uno de los toneles

más cercanos a la escala vertical por la que ellos debían

bajar. Pero había muchas otras que tan sólo podía oír o

adivinar en las cambiantes formas de los rincones de la

bodega. Sintió que se le puso la piel de gallina y escalofrío

le recorrió la espalda.

-Vamos para allá - indicó e inició el descenso,

procurando aferrarse a la gualdera de la escala para que el

movimiento del barco no lo hiciera caer. Sobre su cabeza,

el entablado de la segunda cubierta dejaba pasar en sus

junturas el tenue resplandor del farol de Cristóbal, que

aguardaba su turno para descender.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 306

A su alrededor, la bodega se extendía como una

gruta atiborrada de bultos. Había toneles grandes y cestos

cubiertos con trapos. El suelo estaba húmedo y

resbaladizo, y el golpeteo del mar sonaba terco y

acompasado al otro lado de las cuadernas, como si fuera

un corazón cansado. El olor era insoportable y la sola idea

de que fuera allí, en aquel vientre hediondo y corrupto,

donde se almacenaban los alimentos que habrían de

llevarse a la boca, hizo que los dos primos sintieran una

violenta nausea que les castigaba el estómago.

-Así debe de ser la alhacena del diablo -murmuró

Antonio a espaldas de su primo, justo cuando Cristóbal

acababa de bajar la escalera.

Felipe miró de nuevo hacia el techo y ya no vio

claridad alguna que viniera a recordarle que allá arriba se

agitaba el tumultuoso mundo. Le vino a la cabeza una idea

de que estaban enclaustrados en la noche marina, recluidos

en un lugar donde proliferaban los gusanos y las ratas, los

indeseados pasajeros de toda nave, diminutos e

insaciables, siempre al acecho, como la broma que

desmiga pacientemente el casco de los barcos y torna los

sólidos tablones de su esqueleto en quebradizos y

agujereados costillares comidos de vías de agua.

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-Aquí hay un farol, prendámoslo y colguémoslo de

alguno de los ganchos que hay en los baos del techo -

comentó Antoni, y así lo hizo.

Sin embargo, la parca luz del nuevo farol ayudaba

muy poco a vencer las tinieblas, y su continuo bamboleo

parecía dar vida a los objetos que los rodeaban. En eso,

Felipe mira hacia donde se encontraba Cristóbal, que

había empezado a buscar las trampas por si algo había sido

cosechado y, para ello, apartaba las cestas que estaban

apoyadas en las cuadernas de estribor.

-¿En verdad eres judío? -le preguntó Felipe.

-Lo soy -dijo Cristóbal sin mirarlo-, aunque estoy

bautizado como cristiano.

-¿No está prohibido a los judíos, aunque sean

conversos, viajar a Indias?

-Lo está, pero yo no he viajado hasta allí. Yo he

nacido en Indias, en la hermosa Cartagena de las Indias…

-fue diciendo, cuando lo sorprendió el grito de Antonio.

-¡Mira, ahí va una enorme!

Cristóbal giró sobre sí mismo y propinó una fuerte

patada a la rata que había salido de entre las cestas y corría

hacia los toneles apilados al otro lado del estrecho pasillo

donde se encontraban.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 308

El animal salió volando y fue a estrellarse con un

ruido seco contra uno de los toneles, cayó al suelo

chillando y allí se retorció por unos instantes hasta que

Antonio le fue encima con un palazo capaz de descalabrar

un toro. Entonces ambos primos dejaron que el muchacho

recogiera el cadáver y lo metiera en una de las sacas que

llevaban.

-¡Qué repugnante tarea! -manifestó Antonio,

mientras Felipe alzaba de nuevo el farol en busca de

nuevas piezas a cobrar.

-No te quejes, que aquí tú eres inquisidor y no rata.

No sabes lo que es vivir condenado a medrar en la

oscuridad y el silencio, a tener que padecer la inquina de

los otros, a soportar su asco y su odio, verte obligado a

hacer de la mentira tu vestimenta y del secreto de tu

casa… -fue advirtiendo Felipe a su primo, iluminándole el

rostro con la exigua luz del farol.

-No, no hay nada grato en ser tratado como una rata

-alegó el primo-. ¿Qué alta opinión crees tú que ha de

tener una rata de sí misma? ¿Crees que aspira a dignidades

y prebendas? ¿La imaginas deseosa de encomios y

alabanzas? ¿No será acaso la mera supervivencia su único

propósito?

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 309

-Comer, dormir, procrear, vivir… -suspiró Felipe-.

Las más elementales pasiones, las más bajas y, sin

embargo, sentidas como un milagro, como un don, como

una divina gracia. Porque cuando la vida se levanta sobre

el miedo es como una casa sin cimientos, a merced de los

vientos. Basta la continua llovizna de la sospecha o el

repentino aguacero de una denuncia para que todo se

derrumbe.

-Así he vivido yo desde que la palabra ha empezado

a tener sentido en mi infantil entendimiento -expresó

Cristóbal con voz acongojada.

-¿Qué dices, muchacho? -inquirió Antonio, que se

detuvo para mirar al grumete.

-¿Que saben ustedes de esas cosas? -Se desahogó

Cristóbal-. Yo he estado arrodillado ante el altar mayor de

la iglesia de Santo Domingo, rezando a un dios en que no

creo y temeroso, a la salida, de que un carromato de

demonios viniera a llevarme por mis muchas mentiras…

Yo, reunido en familia y oración en torno a la mesa de mis

padres, las noches de los viernes, con las ventanas

cerradas y veladas con gruesas cortinas que ocultasen a las

miradas indiscretas los rezos que apenas si nos atrevíamos

a murmurar. Rezos que no me colmaban el corazón de

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alegría sino de miedo y sobresalto ante el menor ruido.

Porque una bárbara y feroz sabiduría me enseño ya desde

niño que no importa cuán amado y respetado fuera antes

por mis vecinos, ni el bien que hagas ni la honestidad que

pongas en tus actos; todo ello no habrá que cosechar sino

odio si a tus ojos no eres más que una rata.

-Veo que tienes el alma amargada por tus pesares -

comentó Felipe después de escuchar las lamentaciones del

joven grumete.

-Sí, porque nunca puedes descuidar la vigilancia,

porque esa amenaza está escrita en la sangre que corre por

tus venas y, antes o después, se te exigirá el sangriento

tributo -pronunció Cristóbal.

Los dos primos buscaron sus miradas perplejas en la

penumbra de la nave, aun sin saber lo que decir. Cristóbal

se detuvo en sus recuerdos y se agachó junto a la rata

muerta, como si buscara algo en el suelo, pero no era la

caza que los había llevado hasta aquella lóbrega bodega lo

que perseguían sus ojos. Él rastreaba las sombras del

tiempo, que jugaban al escondite con las cambiantes

sombras que los rodeaba, y en esa nueva cacería poco

importaban las ratas y la tormenta.

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Felipe caviló que como de semilla de calabaza no

nace tomate, entonces en ningún corazón se despierta lo

que ya no estuviera dentro. Entonces carraspeó para

aclarar la voz y expuso firme:

-Sigamos -y anduvieron por el estrecho pasillo hasta

el pequeño pañol de pólvora que el capitán había hecho

instalar a proa. Al entrar, notó que las chuspas donde se

guardaba la pólvora se alineaban en anaqueles. Había

algunos cebadores de marfil y de cuero, y las redondas y

pesadas balas de los cañones se apilaban en el suelo. Todo

tenía un mismo color gris oscuro y había que acostumbrar

los ojos a la penumbra de la sala antes de poder distinguir

a las ratas ovilladas entre los utensilios.

Cuando acercó el farol, la tenue luz le permitió ver

como sus cuerpos peludos se estiraban y ponían en

movimiento, buscando el amparo de las sombras. Había

allí un verdadero ejército.

-¿Por dónde empezamos? -preguntó Antonio.

-¡Sin cuartel! -gritó su primo a modo de respuesta,

mientras descargaba un formidable palancazo contra la

estantería más cercana a la entrada del pañol.

Todas las ratas echaron a correr como si hubieran

recibido una misma orden, y los dos primos comenzaron a

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repartir golpes a diestra y siniestra, confiados en que, dada

la abundancia de enemigos, alguna habrían de acertar por

fuerza. Y así fue.

El pañol se llenó de chillidos de ratas y maldiciones

de humanos, y en pocos momentos el gris de paredes y

objetos empezó a teñirse de rojo. Felipe sintió como el

escalofrío que le había erizado la piel al bajar a la bodega

volvía a recorrerle la espalda, pero era ahora una sensación

embriagadora la que lo poseía. Borracho de rabia y alegría,

aplastaba los diminutos cuerpos de las ratas con certeros

golpes, o los lanzaba contra las paredes a patadas. A su

lado, Antonio gritaba fuera de sí mientras atizaba sonoros

garrotazos.

-¡No las acorrales! -¡Déjalas que corran, que ya son

nuestras! -gritaba Felipe.

-¡Toma, hideputa! -exclamaba su primo a cada golpe

que daba.

Así estuvieron los tres durante el poco tiempo que

emplearon las ratas en escabullirse hacia la bodega central,

donde cestos de pan bizcocho, tinajas de agua, pellejos de

vino, sacos de granos y churlos de especias les

proporcionaban abundante escondrijo y alimento. Cuando

hubieron desaparecido todas de vista, aunque sus agudos

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gritos seguían escuchándose como espeluznantes cantos en

la bodega que resonaba cual catedral consagrada al

demonio, ambos primos y grumete se sentaron en el suelo,

empapados de sudor y muertos de risa.

-¡Putas ratas! -reía Antonio-. ¡Ni rajan ni prestan

hacha!

-¡Rajar sí que rajan, amigo, no hay más que ver

cómo tienen los sacos de garbanzos! -le contestó Felipe,

mientras bajo el resplandor del farol que habían dejado

prendido en la bodega central veía la tela desventrada de

los sacos y su mercadería esparcida por el suelo.

Al alrededor de ellos, una ensangrentada cosecha de

ratas espera por su recolección. Entonces Cristóbal

empezó a meterlas en los sacos, no sin antes tantearlas con

la punta de su herramienta, no fueran a estar aún vivas.

-Catorce -contó satisfecho.

-Buen comienzo -respondió Antonio y añadió-: Ya

que nos une la sangre de tanta rata, ¿habrá llegado el

momento de escuchar tu verdadera historia?

-No hay mucho de lo que decir -expuso el

muchacho-, pero tampoco voy a privaros de contar la

verdad de mi tormentosa vida, que poco ha de tener que

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envidiar a la de vuestras mercedes en sobresaltos y

secretos…

Pero justo cuando el muchacho se disponía a

empezar a vaciar la alcancía de sus recuerdos, un brutal

golpe de mar los echo de vez al suelo y, con él, se

escaparon algunos toneles que pronto se echaron a rodar

de un lado a otro por la bodega.

Toda la carga se movía y parecía estar viva, mientras

ellos iban de acá para allá sin encontrar a encontrar agarre

en ninguna parte.

El Soldado Dragonea a la Dama

Después de todo lo sucedido, últimamente el viaje

proseguía tranquilo y sólo de vez en cuando la nao se

sentía acariciada por una lluvia fina, esporádica, mientras

los vientos continuaban amenos y empujaban la nave

suavemente sobre las olas del mar. Los días de

intranquilidad y agitación a bordo parecían al fin haber

quedado atrás.

La invariabilidad de actividades después tantos días

embarcados, permitía que pasajeros, clero y soldados

dividiesen horas amenas en la cubierta, ora leyendo, o

entretenidos observando la inmensidad del mar, otras

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veces dejando perder la mirada en el horizonte hacia el

oeste, o viendo morir el sol tiñendo un cielo crepuscular

con diversos matices encarnados.

Entre la soldadesca embarcada había un sevillano

joven y esbelto, ojos negros, pelo retinto, rostro fino,

cuerpo torneado por una musculatura fuerte, tal vez

cincelada por las innúmeras contiendas en que le había

tocado participar, o quizás por los rudos ejercicios a que

era expuesto en el entrenamiento de su labor.

A Manuel Sánchez le gustaba, por las tardes,

acercarse a la borda siempre vistiendo su refulgente

armadura. Estar allí era como recordar su niñez, cuando

ante sus ojos toda Sevilla resplandecía bajo un inabarcable

firmamento surcado por nubes de negras golondrinas y

veloces vencejos. De niño siempre le había gustado ir al

puerto, donde la flota de las Indias descansaba en las

dársenas, delante del Arenal, con sus palos desnudos

recortados en el cielo azul, puro, y apreciaba como en el

entorno reinaba la Giralda enhiesta sobre el majestuoso

edificio de la catedral y el contiguo Alcázar.

Manuel recordaba las barcas que iban y venían por

el Guadalquivir, deslizándose despacio, de orilla a orilla, y

como al llegar a los embarcaderos se precipitaban sobre

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ellas bandas de mozuelos al igual que él, para ofrecer sus

servicios.

Por aquella época, en los muelles, junto a la Torre

del Oro, los galeones abrían sus bodegas a la interminable

fila de esclavos que iban extrayendo la carga y alineándola

en las explanadas donde los funcionarios de la

Contratación contaban, tasaban e inspeccionaban antes de

dar el permiso de almacenaje. Alrededor, husmeando una

oportunidad, se congregaba la mayor concentración de

picaros del mundo.

Estando entregue a recordaciones en esa quietud del

mar a la hora del poniente, Manuel solía acordarse de que,

en la puerta de Jerez, quien por allí se aventurase a pasar,

luego se veía acosado por una nube de muchachos

ofreciendo servicios y mercaderías que pregonaban a toda

voz:

-¡Peces, peces secos! ¡Almendras, garrapiñadas,

señor!, -y hasta algún:- ¿Señor, le puedo llevar la carga?

¿Fonda? ¡Posada fresca y aseada! ¡Agua, agua de pozo

fresca y fría! ¡Manzanilla de Sanlúcar! ¡Huevos duros!

¡Taberna del molinero, pescadito frito, aceitunas,

matahambre, chorizo, vino de la Mancha! ¿Mozas, señor?

¿Blancas? ¿Negras? ¿Indias?...

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Pero una de esas tardes en que Manuel Sánchez se

encontraba perdido en las cavilaciones de su niñez, de

repente escuchó a sus espaldas una dulce voz que lo

saludó educadamente:

-¡Buenas tardes, Manuel! ¿Apreciando la lejanía?

No había duda, esa voz suave y delicada, sólo podía

pertenecer a ella, a Leonor de Morales, la joven pasajera

que junto a los otros se dirigía en busca de un nuevo

destino en sus vidas.

Sus encuentros a esa hora ya se habían vuelto

rutinarios, pues ambos esperaban con ansiedad, y si el

tiempo ayudaba, por la llegada de cada atardecer, para

reunirse en cubierta y entretenerse en un renovado

circunloquio.

-¿De qué habéis menester, Leonor? -respondió el

lozano soldado, rostro ruborizado por tener ante

nuevamente ante sí tan linda dama.

-¿Yo? De nada, no tengo aún edad de lo que desear.

-Le respondió alegremente Leonor, igualmente sonrojada.

-No se enoje, Leonor, pero mientras no sean afeites,

vestidos, joyas, o quizás un plato de carne que no sea de

pascuas a ramos, vuestra merced tiene derecho a desear lo

que le plazca.

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-En verdad, no hay mejor recompensa, Manuel, que

algo que llevarse a la boca, porque últimamente, los

comestibles que nos han ofrecido aquí, han dejado mucho

de lo que desear.

Mientras los dos jóvenes se entretenían conversando

sobre futilidades, los primos Felipe y Antonio, junto con

María de la Encarnación y María Gerónima, los

observaban de lejos, comentando que los dos jóvenes

hacían buena pareja.

-Parece que ambos se gustan mucho -glosó la esposa

de Felipe en cierto momento.

-Es verdad… Ya hace varios días que se les ve

conversar amenamente -completó su esposo, frunciendo el

entrecejo.

-Parece que el soldado es un partido promisor -

agregó Antonio, moviendo la cabeza en concordancia.

-Sí. Ojalá que este sea el primer casamiento a

festejar en el Real de San Felipe -dispuso doña María

Gerónima ante la feliz avenencia de todos.

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La Culminación del Viaje

Creo menester agregar, que si bien existieron

algunas excepciones, en general, la Conquista del

territorio de Indias fue realizada mediante la iniciativa

privada, esto es, mediante un contrato (léase

Capitulación), establecido entre el Rey o su representante,

y un particular, por el cual se autorizaba a éste a

conquistar un territorio concreto en un plazo de tiempo

determinado.

Esto sucedió de tal modo y con tanta intensidad, que

algunos lugares que otrora habían sido famosos, como la

ciudad de Palos de la Frontera, situada en el municipio

español del mismo nombre, en la provincia de Huelva,

Andalucía, donde la economía de la ciudad dependió

tradicionalmente de las labores del mar, tanto pesqueras

como de comercio. Pero debido a la emigración hacía las

tierras americanas y a poblaciones limítrofes, la flota

pesquera y comercial fue desapareciendo casi por

completo, con lo que el municipio dejó de lado el mar y se

dedicó a las labores agropecuarias.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 320

Si bien existen vestigios de poblamiento en la zona

desde el Paleolítico superior, Palos de la Frontera nace,

documentalmente hablando, a comienzos del siglo XIV,

cuando Alfonso XI de Castilla la dona a Alonso Carro.

La historia de esta ciudad está íntimamente ligada a

las labores marítimas y a los descubrimientos geográficos.

Es por esto que Palos de la Frontera es conocida como la

“cuna del Descubrimiento de América” (como afirma en

su escudo), ya que en esta ciudad se gestó y se preparó el

primer viaje de Cristóbal Colón hacia lo que él creía ser

las Indias. Zarparon del puerto de esta ciudad el 3 de

agosto de 1492, llegando el 12 de octubre de dicho año a

ciertas islas del actual continente americano que por

entonces era desconocido por los europeos.

Pero mejor veamos un poco de qué manera fueron

organizadas esas cruzadas que a partir del primer viaje de

Cristóbal Colon, se fueron sucediendo sistemáticamente

por parte de las huestes españolas, portuguesas, francesas,

inglesas y holandesas, durante más de trecientos años.

La Organización de las Campañas

Con relación a lo estipulado por la Corona de

España, para llevar a cabo una operación de Conquista, era

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fundamental organizar una Hueste, al frente de la cual se

situaba un jefe (Capitán), quien recibía de S.M. el Rey,

diversos títulos posibles en función de la dimensión de la

empresa (estos podían ser de Gobernador, Adelantado o

Capitán).

A cambio, el jefe expedicionario se comprometía a

correr con los gastos de la empresa y a realizarla en el

tiempo fijado. Las obligaciones del Rey, por su parte, eran

la exención de tributo, la donación de tierras y solares en

las futuras poblaciones, y la promulgación de derechos y

libertades al modo de los existentes en Castilla.

El Rey sólo estaba obligado a conceder estas

mercedes en el caso de que la Expedición de Conquista

terminase exitosamente, es decir, a posteriori, lo que

provocó no pocas disensiones. Y aunque pueda parecer

que la Corona quedaba relegada y apenas intervenía en la

Conquista, en la práctica se reservaba para sí importantes

herramientas de intervención, como:

1) La Capitulación de Conquista determinaba

claramente que los territorios conquistados

pertenecerán a la Corona, no al particular. Por

otro lado, las concesiones, siempre flexibles,

permiten a la Corona orientar y dirigir las

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acciones de conquista hacia determinados

territorios, en función de sus intereses.

2) Las Instrucciones, a través de las cuales el

jefe de la expedición recibía también

consignas acerca de sus funciones para con la

Hueste, la población nativa, la acción militar y

la emisión de informes sobre los resultados.

3) Posteriormente se incorpora un funcionario

real, llamado de Veedor, quien velaría por el

cumplimiento de las consignas y la asignación

al Rey de su parte del botín.

Sin embargo, estando a miles de kilómetros de

distancia, en la práctica, el jefe de la Hueste tenía un poder

casi ilimitado, y dependía de su propia personalidad y

carisma como elementos sustanciales en el desarrollo de la

expedición.

Conquista a Crédito

La empresa de conquista era una empresa privada

con la supervisión indispensable de la Corona. Por tal

razón, las Capitulaciones de Conquista -semejantes a las

de Descubrimiento-, delegaban en un individuo

responsable la acción de dominar un territorio indígena

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 323

insumiso, que luego sería propiedad de la Corona. Dicho

individuo corría con todos los gastos de la misma y se

beneficiaría con una gran parte del botín que pudiera

lograr durante ella.

La Corona, como dueña potencial de dicho territorio,

imponía las condiciones (demarcación territorial, plazo en

que debía realizarse, ciudades que se asentarían en el

territorio, etc.), y otorgaba las mercedes que estimaba

oportunas (títulos, nombramientos, derecho a repartir

tierras y solares, rebajas de derechos, etc.). Recibiría

además el quinto real o 20% del botín que se capturase.

La empresa conquistadora se constituía, así, a

crédito (se pagaría con la riqueza que se lograra arrebatar a

los indios) y con un capital mixto tripartito: estatal,

privado y comunal.

El capital estatal estaba representado por la

Autorización Real para entrar en sus dominios y se

materializaba en el pago del quinto real del botín. En

realidad, era un capital ficticio, a cambio del cual el

monarca se quedaba luego con la parte del león: el Reino

conquistado.

El capital privado lo ponía el Capitán Conquistador,

quien por lo regular formaba sociedad con personas ricas

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 324

(encomenderos, clérigos y mercaderes) que le prestaban el

dinero necesario para organizar la empresa: navíos, armas,

implementos de combate, etc. El Capitán y sus socios

organizaban una verdadera empresa comercial en la que se

detallaba la forma y plazos en que se entregaría el capital,

fianzas, liquidación del préstamo e intereses, etc.

El capital comunal, lo ponían los soldados que se

enrolaban en la empresa. A veces, cada soldado aportaba

su propio equipo y provisiones, si lo tenía, o lo recibía del

jefe como anticipo. Por su trabajo, es decir, por su

actividad bélica, cobraban ya una parte o especie de acción

del hipotético botín, pero podían ir sumando otras medias

partes o partes enteras adicionales poniendo sus armas,

caballo, etc. Esto último puede parecer de escaso valor,

pero representaba una gran suma, ya que los elementos

bélicos costaban mucho a causa de su escasez. Había que

traerlos de la metrópoli y los especuladores les imponían

precios abusivos. Lo corriente es que el peón cobrase una

parte, el ballestero parte y media y el caballero dos partes.

El procedimiento de Conquistar a Crédito tenía,

además, la ventaja de canalizar un gran número de

intereses hacia el objetivo común de obtener el botín,

única forma de que todos cobraran el capital invertido. Si

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no había botín, los Reyes se quedaban sin su quinto, los

soldados sin su parte y los socios capitalistas sin su dinero,

pues normalmente el Capitán Conquistador no tenía

bienes suficientes con que responder a sus acreedores.

Esto explica el empecinamiento con que funcionaban las

huestes conquistadoras, sorteando toda clase de

dificultades.

A los botines a ser conquistados se añadían otros dos

incentivos potenciales:

-Los rescates de personajes principales: se usó a

partir de la conquista de México, y consistía en exigir una

gran suma al jefe indígena apresado a cambio de su

supuesta libertad (que nunca se le concedía, pues podía

capitanear una revuelta contra los españoles), tal y como

se hizo con Moctezuma, Atahualpa, el Zaque

Quemuenchatocha, etc.

-Las encomiendas y solares en las ciudades que se

construyeran dentro del territorio conquistado: las

encomiendas, fueron decisivas, pues eran lo que realmente

movía a los Conquistadores. Ninguno de ellos quería vivir

de la lanza, como siempre se ha dicho, ni tampoco obtener

grandes posesiones de tierra, como igualmente se ha

afirmado. Lo que realmente pretendían, era vivir como

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 326

unos señores, sin trabajar (los señores en aquella época no

trabajaban) y a costa de los indios.

El Capitán de Hueste, transformado en Gobernador

por obra y gracia de una conquista exitosa, se convertía en

una especie de “rey mago” que obsequiaba a sus antiguos

compañeros con encomiendas de indios (bien es verdad

que con carácter provisional la mayor parte de las veces),

en consonancia con los servicios prestados durante la

campaña militar.

La hueste Indiana

La expansión de la Indias se produjo a través de la

hueste indiana, que tenía raíces medievales. La Corona en

escasa ocasiones organizó expediciones de conquista o

descubrimiento. Entre los pocos casos en que ello ocurrió,

pueden contarse los viajes de Cristóbal Colón, la

expedición de Pedrarias Dávila organizada entre 1513 y

1514 y la expedición de Magallanes. Lo normal fue que la

Corona dejara la responsabilidad de la organización,

financiamiento y desenvolvimiento de esas empresas en

manos de sus súbditos.

Las huestes indianas, eran una particular agrupación

de caudillo con gente de guerra, que, voluntariamente y

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sin sueldo, se ponían bajo su tuición para llevar a cabo una

expedición de descubrimiento, conquista, poblamiento o

rescate, con la esperanza de obtener mercedes de la

Corona.

El capitán o caudillo de la hueste - Su misión era

conducir la hueste hacia el objetivo con el menor número

de bajas y de esfuerzo posibles, conquistar el territorio

visado, obtener un cuantioso botín y transformar luego la

compañía armada en pobladores del lugar.

Para todo esto debía contar con enorme autoridad,

emanada de su licencia firmada por el Rey, o delegada del

Gobernador que le había ordenado la entrada. Solía

reforzarla con el cargo de Justicia y, sobre todo, con sus

poderes potenciales: facultad para repartir el botín, futuras

encomiendas y solares.

Por las bulas alejandrinas y otros títulos, tenían los

reyes castellanos el dominio político de las Indias.

Consecuencia de lo cual era que nadie podía adentrarse en

ellas sin autorización de su señor, el Rey.

Fue corriente que las bases de estas expediciones

quedaran consignadas en unos documentos llamados

capitulaciones, pero éstas no fueron indispensables para

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para la formación de la hueste. Se podía organizar una

hueste sin capitulación, pero lo que si era imprescindible

era la licencia. Por ejemplo, la expedición de conquista de

Hernán Cortés se realizó sin licencia, por lo que siempre

estuvo bajo la ilegalidad.

Por lo general, siendo que eran muy costosas estas

expediciones, era difícil que el caudillo, aun cuando

tuviera muchos recursos, pudiera afrontar el solo los

cuantioso gastos. Por ello era corriente que se organizaran

compañías o sociedades para afrontar esos desembolsos.

La autoridad del caudillo se debilitaba desde el

momento en que la hueste se ponía en marcha hacia su

objetivo, ya que el carácter comunal de la empresa daba

una enorme relevancia a la voluntad popular, que podía

cambiar la persona del capitán o la misma finalidad

impuesta a la campaña.

A través de las crónicas de su tiempo, se observa que

los caudillos de la hueste, en contra de lo que

habitualmente se cree, no solían ser excesivamente

autoritarios con sus hombres, salvo casos especiales, y

procuraban tomar las grandes decisiones consultando con

sus subalternos y con los soldados más experimentados,

pues eran conscientes de que gestionaban una empresa

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comunal. Su tacto para manejar la tropa era, quizá, más

importante que su propia autoridad.

El Capitán disponía la ruta más conveniente para

alcanzar el objetivo, la intendencia o racionamiento, la

táctica a emplear en cada batalla, las guardias e incluso

medidas disciplinarias, como suprimir el juego o castigar

los hurtos de sus hombres. Carecía por lo regular de

privilegios y combatía como cualquier otro soldado.

Composición y formación de la Hueste - Las

expediciones se desarrollaban, en los primeros tiempos,

según los Conquistadores conocían, esto es, al modo de

las tropas mercenarias europeas del siglo XVI. Muy pocos

contaban con experiencia militar, pues se dedicaban

fundamentalmente a la agricultura, la ganadería o la

artesanía en sus lugares de origen, sobre todo Andalucía y

Extremadura en los primeros años.

El paisanazgo jugaba un papel importante. Algunas

Huestes estuvieron integradas en su mayoría por gentes de

pocos pueblos, de una comarca o de una provincia, siendo

frecuente que muchos de sus integrantes estuvieran

relacionados por parentesco.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 330

La formación de la hueste se noticiaba en los

pueblos a son de tambor. La inscripción en ella se podía

hacer en la casa del caudillo.

En la inscripción era muy importante que constara el

aporte que hacía el enrolante, pues ello pesaba a la hora de

hacerse el reparto del botín. Por razones de justicia

distributiva, recibía mayor parte de botín y de mercedes,

quien más aportes había realizado. Si alguien iba en la

hueste con un caballo de su propiedad, su recompensa

debía ser mayor.

Desde su inscripción en la hueste, el enrolante

quedaba sujeto a un régimen militar, que le exigía

fidelidad al caudillo y su permanencia como enrolado

hasta que terminara el objeto de la expedición.

En lo económico, los participantes en la hueste

carecían de sueldo u otros ingresos económicos

permanentes. Su única aspiración eran los premios que

podían obtener de la Corona a través del caudillo:

mercedes de tierras y aguas, encomiendas, mejoramiento

social, oficios y otros.

De todo lo que se obtuviera en las expediciones

debía pagarse a la Corona el quinto real. Lo que restara se

dividía de diversa manera.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 331

Siendo que el objeto primordial de la expansión

castellana en las Indias era la evangelización, se puso

trabas a la incorporación de los no católicos o de personas

cuya catolicidad fuera discutible. Por ello, teóricamente

ninguno de los soldados eran moro, judío, hereje, o

penitenciados por la Inquisición, pero en la práctica esto

era imposible de evitar, sobre todo cuando se completaban

banderas.

Se prohibía también el paso de gitanos, esclavos

casados sin su mujer e hijos, mujeres solteras sin licencia

y casadas sin sus maridos. Un elemento poco conocido de

las huestes indianas son las soldaderas, que se han

silenciado por pudor, y de las que hay bastantes

referencias. Hay que tener en cuenta que la hueste indiana

era continuación de la medieval, aunque fuera diferente de

la mesnada señorial.

Las huestes podían organizarse en España o en las

Indias. En ciertos momentos la Corona prefirió que se

llevara gente de España por el riesgo de despoblamiento

que se producía en las Indias.

Era frecuente que la hueste se reclutara en España y

se completara en Indias. Pero al realizar escala en

América, se aprovechaba muchas veces para desertar, pues

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los enrolados preferían probar suerte como pobladores

antes que seguir hacia su incierto destino.

También se reclutaron muchas huestes en Indias,

sobre todo en las islas caribeñas, donde se vivía una gran

crisis económica a fines del primer cuarto del siglo XVI.

Los Capitanes Conquistadores preferían los hombres

aclimatados al medio americano. Casi nunca se dio el caso

de que una Hueste hubiera sido formada íntegramente en

la Península.

Tras el viaje marítimo correspondiente y la escala

antillana, se llegaba a la antesala del objetivo previsto,

donde solía hacerse el alarde: un recuento y revista de la

fuerza combativa disponible. Podía verse entonces la

impresionante anarquía de vestido y armamento de los

Conquistadores.

Cada soldado se ponía encima lo que le parecía, e

iba armado como podía. Proliferaban toda clase de

jubones y calzas, así como cascos, cotas, morriones,

celadas, rodelas, alguna cota de malla y muchos

acolchados de algodón contra las flechas. De las

armaduras se tomaban sólo algunas piezas de la parte

superior del cuerpo. Abundaban las armas blancas como

espadas, picas, lanzas y ballestas, aunque también había

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algunos mosquetes, arcabuces y falconetes. La artillería

solía ser escasa y muy ligera. Constituía una de las

grandes armas contra los indios, junto con los caballos y

los perros. Los caballos iban protegidos con pecheras y

llevaban petrales de cascabeles para infundir temor a los

nativos. Daban derecho a una parte del botín. En cuanto a

los perros, los hubo muy famosos por su agresividad hacia

los indios.

En el alarde podían verse también otros

Conquistadores frecuentemente silenciados, que eran los

propios indios. Convertidos en aliados por la fuerza de las

circunstancias (habían sido vencidos), o por su odio hacia

un enemigo común, integraban unidades de combate a

veces muy considerables

También era corriente que las Huestes fueran

acompañadas de numerosos indios porteadores llamados

“tamemes”. Este servilismo se puso de moda a partir de la

conquista de México, cuando los totonacas se brindaron

generosamente a hacer tal oficio, lo que sorprendió a los

castellanos, que lo tomaron ya luego por costumbre, dada

la comodidad que representaba. Junto a los tamemes

debían figurar las soldaderas españolas y las mujeres

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indígenas que, por fuerza o por agrado, seguían a sus

parejas.

La soldaderas españolas eran mujeres, de la misma

extracción humilde que los Conquistadores, la Conquista

les brindaba la posibilidad de convertirse en señoras de la

floreciente colonia asentada sobre la tierra conquistada.

Dada la escasez de mujeres españolas existente en Indias,

puede decirse que era más fácil que una soldadera se

convirtiera en señora de un encomendero, que un

Conquistador lograra su sueño de llegar a ser un

encomendero.

En el capítulo de las relaciones entre las indias y los

Conquistadores, se esconde un maravilloso arcano de

relaciones humanas entre las dos razas. Rumiñaui,

importante líder indígena ecuatoriano, llegó a tildar de

prostitutas a las quiteñas que deseaban quedarse para

recibir a los españoles, y Bernal Díaz del Castillo nos

describió conmovedores relatos de amor entre soldados e

indias en la conquista de México.

Finalmente, las Huestes iban acompañadas de

ganado, bovino si se podía, y frecuentemente porcino.

Constituían la despensa ambulante de aquel improvisado

ejército. Era una auténtica caravana multicolor.

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Dinámica de la expedición de Conquista - La

Hueste, heredera de las mesnadas medievales, se

organizaba en compañías y éstas en cuadrillas, de manera

más o menos disciplinada en función de la autoridad que

el jefe sabía imponer.

En la Hueste cada participante tenía un lugar de

acuerdo con el aporte material (dinero, armas, caballo,

etc.) que había realizado.

Tras el alarde correspondiente, la hueste se internaba

hacia su objetivo, llevando en vanguardia los expertos

conocedores de la tierra y los intérpretes, que solían ir

junto al Capitán, y el religioso, si lo había.

Una vez dentro del territorio de conquista, se erigía a

veces una población para que sirviera de base de

aprovisionamiento o de posible retirada. Algunas

conquistas necesitaron refuerzos constantes, como las del

Perú o México. Estas ciudades, en realidad campamentos

militares (Villa Rica, San Miguel, etc.), solían trasladarse

luego a sitios más idóneos.

Lo característico de las compañas conquistadoras no

fue, sin embargo, su aproximación gradual mediante bases

de operación, sino su penetración hasta el corazón del

territorio enemigo. Eran Huestes autónomas que vivían

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meses o años a costa de los naturales, sin el menor

contacto con sus bases de partida. En algunos casos se

dividían para aumentar su eficacia o se reunían en un

punto ignoto, atraídas por los mitos, como ocurrió en

Bogotá o en Quito.

La táctica militar consistía en sorprender al enemigo,

obligándole a rendirse. El ideal era conquistar sin tener

que combatir, pero esto raramente se lograba. Cortés, por

ejemplo, hacía exhibiciones de artillería y caballería ante

los aztecas con ánimo de amedrentarles. Lo mismo hizo

Gonzalo Pizarro ante Atahualpa. Los indios solían

asustarse de los cañonazos, de los caballos y de los

arcabuzazos, pero difícilmente eludían el combate, ya que

defendían su libertad y su tierra.

Los españoles buscaban batallas frontales, de tipo

europeo, en las que podían jugar todos sus recursos

armados. Especialmente importante era combatir en un

terreno despejado, donde pudieran maniobrar los caballos.

El éxito solía estar casi siempre de su parte, salvo si

se trataba de un enemigo demasiado numeroso, de un

medio hostil, como la selva o los Andes, o de un paso

forzoso de un río, un desfiladero, etc.

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A partir de la conquista de México, los españoles

emplearon la fórmula de apoderarse del jefe enemigo, pues

comprobaron que esto desmoronaba la resistencia

indígena. El procedimiento fue inútil en regiones tribales

regidas por cacicazgos.

Uno de los aspectos más importantes de la

Conquista fue el enorme dinamismo de las partidas de

Conquistadores. Infinidad de Huestes se movieron con

tremenda celeridad sobre el desconocido mapa americano,

buscando mitos. Esto se debió, en parte, al hecho de que

algunas plataformas de conquista se sobresaturaron de

hombres.

Tal ocurrió en Santa María la Antigua del Darién,

una población construida por Balboa para albergar unos

doscientos vecinos, a la que llegó Pedrarias Dávila con

más de dos mil hombres. Como no había forma de

alimentarlos se inventaban toda clase de entradas

conquistadoras, ya que así podían comer los soldados a

costa de los indios. Lo mismo ocurrió en Santa Marta,

Cartagena, Buenos Aires, etc.

Otras veces, el problema surgía a raíz de la

Conquista de un territorio. No había encomiendas para

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todos, y los Conquistadores sin oficio se convertían en un

verdadero problema para la colonia.

Los Gobernadores inventaban conquistas a

territorios lejanos para drenar su jurisdicción de

indeseables. Las expediciones del Virrey Mendoza al norte

de México o las de Lagasca a Chile y el suroriente

peruano, fueron de este tipo.

Finalmente, hemos de considerar el agotamiento de

las posibilidades económicas de algunas colonias, como

las grandes islas antillanas, que lanzaban al exterior sus

excedentes humanos para paliar la situación crítica en que

se hallaban.

La Española fue el ejemplo más representativo, pero

lo mismo ocurrió con Cuba y Puerto Rico.

La empresa conquistadora se clausuraba cuando

había logrado su objetivo. Venía entonces el reparto del

botín y la desmovilización.

La aportación de cada individuo condicionaba el

posterior reparto del botín, recibiendo una parte el peón y

el doble un hombre a caballo. Los perros, armas de

extraordinaria importancia, en casos concretos fueron

también recompensados.

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El reparto dio lugar a conflictos en no pocas

ocasiones, como el surgido entre Pizarro y Almagro. Otras

veces parte del botín consistía en mujeres, esclavas o no.

Se celebraba una gran fiesta en la que todos los

compañeros comían y bebían hasta la saciedad (por lo

regular bebidas indígenas) para resarcirse de los días de

hambre y sed, mientras se rememoraban las acciones

pasadas.

Luego cada uno tiraba para donde podía. Si había

tenido suerte, a vivir de su encomienda o de su cargo.

Muchos dilapidaban en el juego lo que habían ganado con

tanto esfuerzo, convirtiéndose en vagos y maleantes de las

ciudades que habían ayudado a fundar. Los menos,

buscaban algún sitio tranquilo donde vivir. Lo más, otra

nueva empresa de Conquista. Era volver a empezar.

El Móvil del Conquistador

El afán de hallazgo de oro era algo imperioso en la

economía de la época: con él, el héroe sabía que podía

alcanzar honra y ascender socialmente. Para un hombre

del siglo XVI, el prestigio y la honra -el ser honrado por

los demás-, representaban su máxima aspiración social,

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para lo que era preciso dinero, obtenido mediante la

realización de hazañas.

El motor determinante fue ser la sed de oro, porque

evidentemente los aventureros eran gente pobre y

deseosos de conseguir una mejora social. Pero la codicia

pudo ser controlada bastante bien desde la monarquía

(dados los medios de control de aquella época). Por

codicia desatada hubieran entrado en América como una

avalancha, arrasando, cavando pozos y minas, para

establecer factorías y volver a seguir adelante, sin roturar

terrenos, tal como hicieron los fenicios de la Antigüedad,

o los portugueses en África y Brasil, o los ingleses en

California y Alaska.

Entre 1492 y 1559, sólo se habían embarcado hacia

América 27.787 personas. Muy pocas dada la extensión de

territorio reconocida, las ciudades alzadas, que

lógicamente iban absorbiendo gente, las instituciones

establecidas, los conventos, los colegios y las

universidades fundadas, los templos construidos, etc.

El español se hacía conquistador con el deseo de

convertirse finalmente en encomendero. Ejercía

temporalmente el oficio conquistador con el deseo de

abandonarlo lo antes posible. Sólo los fracasados

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continuaban con dicha profesión. Esto explica que fueran

muy mal vistos a fines de la época imperial, cuando los

echaban de todos sitios o les inventaban entradas para

alejarles de los reinos ya pacificados.

Por codicia, simplemente no se habrían dado vida a

miles de pueblos organizados (casi todas las capitales

americanas estaban fundadas antes de 1567), con todo lo

que lleva anejo: la creación de instituciones y servicios, tal

como hicieron los Conquistadores y Colonos españoles.

Aparte del botín, la mejor recompensa posible para

el Conquistador, era la concesión de un título de nobleza,

junto con extensas posesiones territoriales, lo que en

realidad consiguieron unos pocos. Algunos más fueron

nombrados funcionarios, lo que les permitió dejar las

armas y comenzar actividades más lucrativas y de menor

riesgo. El cargo más deseado, Gobernador, permitió a

algunos hacer fortuna para sí, sus familiares y sus

compañeros de armas.

Últimos guerreros medievales, su ideal era

convertirse en aristócratas semi-feudales, servidores del

Rey en sus territorios y dominadores de un amplio número

de vasallos y territorios. En la práctica, este esquema

derivó en la encomienda, según la cual un antiguo soldado

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recibía del gobernador, antes su jefe, un territorio y una

serie de indios que trabajarán para él y le pagarán tributo.

A su lado se situó todo un conjunto de personajes,

familiares, amigos, sirvientes (mayordomos,

administradores, criados), un capellán, etc. A cambio,

debían asegurar la paz en sus dominios, tener lista y

dotada a la tropa por si fuera necesaria y pagar doctrineros

que educasen a los indios en la fe cristiana.

Las Circunstancias y medios del

Conquistador

La superioridad tecnológica de los españoles, aun

existiendo, no fue en un principio tan determinante,

debiendo rápidamente adoptar algunas tácticas y

conocimientos indígenas, como el más ligero escudo de

cuero o el relleno de algodón bajo la coraza, muy práctico

para combatir las flechas y dardos indios.

Las armas de fuego pronto demostraron su escasa

utilidad en un ambiente tan húmedo, que también

provocaba la oxidación de las espadas. Mucho más útiles

fueron los caballos y los perros; los primeros desataban

auténtico pavor entre los indios y daban al caballero una

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gran ventaja estratégica, mientras que los perros,

especialmente adiestrados, se convirtieron en un arma

mortífera.

Los bergantines, embarcaciones ligeras y

maniobrables, dieron a los españoles facilidad de

avituallamiento y transporte. La superioridad de estos

venía demás asentada sobre diferencias culturales, pues los

europeos parecieron en los primeros momentos seres

divinos o mitológicos, siendo además su objetivo la

muerte del enemigo, y no la captura de prisioneros como,

por ejemplo, entre los aztecas.

Con todo, pocas fortunas se basaron en las

expediciones de conquista, que las más de las veces

resultaron baldías o acabaron en desastre. Los

supervivientes generalmente acababan sus días como

encomenderos o, los más afortunados, como funcionarios

locales. Sí consiguieron beneficios algún comerciante o

prestamista, por lo general asentado en España. Además,

la Conquista se hizo frecuentemente en condiciones de

extrema penuria, escaseando los pertrechos y alcanzando

precios exorbitantes los pocos disponibles.

La carencia de bienes y productos básicos provocó

la dependencia de los Conquistadores de la metrópoli, lo

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 344

que ayudó a su control y fomentó su fidelidad hacia el rey.

Casos de rebelión como el de Lope de Aguirre fueron

excepcionales. La mayoría de las veces las expediciones

hubieron de autoabastecerse, portando una piara de cerdos

o rapiñando entre las poblaciones indígenas. En cualquier

caso, siempre hubo una constante en las empresas de

Conquista: el hambre.

La empresa de Conquista no hubo de resultar

sencilla y por lo general no hizo ricos a los soldados, a

excepción de un reducido grupo como fue el caso de los

Conquistadores de los imperios Azteca e Inca.

Los Embarcados que Llegaron

El 19 de noviembre de 1726, finalmente pusieron pie

en el Real de San Felipe de Montevideo las familias

canarias que, con las bonaerenses llegadas con

anterioridad y otros pocos pobladores de diversa

procedencia, iban a constituir el núcleo primario de la

fundación de la ciudad.

No en tanto, al desembarcar los desdichados

viajeros, el capitán Don Pedro de Millán, quien estableció

la nómina de dichas familias en el libro Padrón de

Registro, hizo saber que tras 89 días de navegación, estos

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 345

llegaron en estado deplorable a las tierras de su nuevo

destino, y: “que se le repartió a algunos hombres y

mujeres de los que vinieron de las Canarias, algunas varas

de ropa de la tierra para repararlos en sus desnudez”.

Por la orden de registro, en la nómina constan:

-Silvestre Pérez Bravo, procedente del Zauzal,

de 51 años y de su mujer María Pérez de

Fables, de 25 años y sus dos hijos José

Antonio de 7 meses y Agustina de 20 meses.

Viajaban con él, asimismo, seis hijas de su

primer matrimonio: Sebastiana, de 17 años;

Ana, de 14; María, de 9; y Josefa y Gregoria,

ambas de 7 años.

-Felipe Pérez de Sosa, también vecino del

Zauzal, de 38 años; su mujer, María de la

Encarnación, de 29 años; y sus cinco hijos

Domingo, de 15 años; Bartolomé, de 11;

María de la Encarnación, de 12; Francisca

Antonia, de 10; María del Cristo, de 5 años.

Viajaban con él su primo, Antonio García, de

24 años y la madre de éste, María Gerónima,

de 40 años y agregada, Leonor de Morales, de

19 años.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 346

-Ángel García, de la ciudad de La Laguna, de

43 años; María Francisca, su mujer, de 36 años

y sus cinco hijos Ángel, de 9 años; Antonio, de

7; Manuela Francisca, de 12; Juana, de 5; y

Francisca de 7 meses de edad. Venían como

agregados a esta familia, José Gonzáles, de 24

años; Matías de Torres, de 23; y Francisco

Manuel. De 18 años.

-Tomás Texera, también de La Laguna, de 41

años; su mujer, María García, de 35 años y sus

seis hijos Manuel, de 13; Domingo, de 9;

Juana, de 11; Ángela, de 7; María Josefa, de 5

años; y Teresa, de 13 meses. Y agregado,

Pedro Antonio Mendoza, de 20 años.

-Juan Martín, de Santa Cruz, de 46 años;

Isabel María, su mujer, de 39; y seis hijos

Vicente, de 16 años; José, de 12; Cristóbal, de

6; Josefa María, de 18; Cayetana de la Rosa, 9;

e Isabel María, de 3. Venían agregados a esta

familia, Francisca Rosa Barroso, viuda, de 42

años y su hija, María Gonzáles, también viuda,

de 24 años.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 347

-Tomás Gonzáles, de Santa Cruz, soldado, de

42 años; Agustina Francisca, su mujer, de 35;

y sus tres hijas; María Ramos, de 8; Josefa

María, de 6; y Ana Antonia, de 2. Venían con

el mencionado colono, Gracia Francisca, su

suegra, de 56 años y dos hijas de esta, Bárbara

Francisca, de 30 e Isabel Francisca, de 28

años. Y como agregados, Juan de Morales, de

28 años y Luis de Lima Padrón, de 20.

-José Fernández, natural de la Isla de la Palma,

de 40 años; Lucía Lorenzo, su mujer, de 38

años y cuatro de sus hijos (José Jacinto y

probablemente Pedro, no vinieron): Juana, de

10 años; Miguel, de 8; Francisco, de 13 meses;

y María, de 6 años. Como agregados venían

Domingo Pérez, de19 años; y Juan Pérez

Delgado, de 19 años.

-Isidoro Pérez de Roxas y Cabrera, de Santa

Cruz, de 34 años; su mujer, Dominga

Francisca del Rosario, de 35; y su hijas:

Catalina, de 9 años; María, de 3; y Juana, se 6

meses.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 348

-Juan de Vera Suarez, de Santa Cruz, de 32

años; Nicolasa Padrón y Quinteros, su mujer,

de 31 años y su hija Rita de 3 años. Asimismo,

viajaban Catalina Padrón, hermana de

Nicolasa, de 27 años y Francisco García,

agregado, de 20 años.

Jacinto Zerpa, de Santa cruz, de 38 años;

María de la Concepción, su mujer, de 36 y su

sobrino, Pedro Damasio, de 14 años. Y como

agregado, Francisco Morales, de 28 años y

Juan Ramos, de 16.

-Francisco Martín, de Santa Cruz, de 46 años;

María Suarez, su mujer de 40; y su hijo Pedro

Mateo, de 3 años.

-Domingo Alberto de Cáceres, de La Laguna,

de 35 años, María Álvarez Herrera y Trujillo,

su mujer, de 24 años y su hija, Isabel María, de

6 años. Como agregados venían Domingo

González, de 14 años y Francisca Rosa,

huérfana, de 38 años.

-Tomás de Aquino, de Santa Cruz, de 52 años;

María García su mujer. De 35; y sus hijos,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 349

Francisco, de 8 años y María Rafaela, de 1

año. Agregado, Bernabé González, de 20 años.

El Padrón y los Primeros Repartimientos

En el ya citado libro Padrón, estaba asentado el

registro de los otros pobladores venidos de zonas distintas,

algunos solteros y los demás casados, con sus mujeres o

familias.

-De Asunción del Paraguay: 4; todos solteros

-De Buenos Aires: 4; 3 solteros y uno con su mujer.

-De San Juan de Veras de las Siete Corrientes: 2;

solteros

-De Chile: 2 soldados; uno soltero; otro con su

familia.

-De Córdoba del Tucumán: 1 soltero.

-De Santa Fe: 1 capitán y su familia.

-De Salta: 1 Soldado y su mujer.

Ese Fue el núcleo inicial de pobladores en 1726 de

Montevideo. Al año siguiente, el empadronamiento de

familias acrecentaba ya 3 familias portuguesas, una

española, dos bonaerenses, una paraguaya y un irlandés.

Muchos de ellos solteros, que se casaron con las mozas

solteras recién llegadas.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 350

En ejecución de las instrucciones dadas por el

fundador, el gobernador Bruno Mauricio de Zabala, el

capitán Pedro Millán procedió así al empadronamiento de

los pobladores de la nueva ciudad y al consiguiente

reparto de sus respectivos solares según el plano de la

misma, en un todo de acuerdo con las leyes de las Indias.

No hay que olvidarse que dichas leyes establecían

las condiciones que debían reunir los lugares donde se

fundarían ciudades, donde también reglaban todo lo

relativo al trazado de sus calles y manzanas, el tamaño de

las plazas, la ubicación del Cabildo, la Iglesia, la Aduana,

Los Almacenes Reales, etc.

Otros aspectos especialmente cuidados, desde los

tiempos mismos de los primeros descubrimientos, fueron

el régimen de repartimiento y el de la propiedad comunal.

Los ejidos, mandaban las célebres ordenanzas de Felipe II

de 1573, se señalarían:

“… en tan competente cantidad que aunque la

población vaya en mucho crecimiento siempre quede

bastante espacio a donde la gente se pueda salir a recrear y

salir los ganados sin que hagan daño…”.

Por consiguiente, lindando con ellos, se debía

“…señalar las dehesas para pastar los bueyes de labor,

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 351

caballos y ganados de carnicería”. “…A continuación, los

terrenos de propios, y destinados al cabildo los fondos

necesarios para los gastos públicos y, finalmente, las

tierras de labor y regadíos que se repartirán a los

habitantes”.

El primer acto formal cumplido por Millán fue abrir

el libro Padrón el 20 de diciembre de 1726, y en el mismo

establecer los datos de las primeras familias pobladoras.

El 24 de diciembre, Millán comenzó la adjudicación

de los solares. El padrón de repartimiento consigna, en

primer término, “…las circunstancias (normas) que se han

de observar en todo tiempo en conformidad de reales leyes

que tratan de semejantes poblaciones…”.

Sumariamente, eran las siguientes:

-Que los solares y tierras de chacras debían

repartirse por suertes (echadas por

cedulillas), empezando desde las que

correspondan a la Plaza Mayor.

-Que no podría impedir a los ganados de una

heredad de pastar en otra, sin embargo, el uso

común de los pastos se entiende como paso y

accidental, al pasarse los ganados de unas

heredades a otras.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 352

-Que para que los ganados y trajines de

carretas tengan libertad para gozar de las

aguas ahora y siempre que se haga

repartimientos en los lugares de chacras y

estancias se haya de dejar entre suerte una

calle de doce varas de ancho que sirva de

abrevadero común.

-Que los caminos que ahora son y en adelante

fuesen sean libres de todo género de gentes, de

tal forma que nadie pueda impedir su libre

tránsito, aunque ellos crucen tierras.

Y así, sobre tales leyes y orientaciones reales, en la

tal península que se encontraba situada frente al Cerro,

sobre la Ribera del Puerto, fue que el capitán Millán

delineó la nueva ciudad, siguiendo el plano original del

ingeniero Domingo Petrarca.

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 353

BIBLIOGRAFÍA

Para la conclusión de esta novela, han sido

consultados diversos documentos, libros y artículos

periodísticos, conforme citamos a seguir:

- Aníbal Barrios Pinto - Diario de Bruno de Zabala

sobre su expedición a Montevideo - 1950.

- Francisco Agramonte Cortijo - Diccionario

cronológico biográfico universal - 1952.

- Juan Alejandro Apolant - Génesis de la familia

uruguaya - 1975

- Luis Henrique Arzola Gil - Los orígenes de

Montevideo (1607-1749) - 1933.

- Luis R. Ponce de León - Anales históricos de

Montevideo - 1968.

- Washington Reyes Abadie - Los barrios de

Montevideo - 1997.

- Gonzalo Martínez Díez - El Condado de Castilla (711-

1038): la Historia frente a la leyenda (Vol. I)

- Tomás Urzainqui Mina - Navarra Estado europeo

- José Manuel Fajardo - El Converso - 1998

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El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 354

- Estatuto de Autonomía de Canarias - Boletín Oficial

del Estado

- Contabilidad Regional de España - INE.

- Esteban Sarasa Sánchez - Aragón: Historia y Cortes

de un Reino, Cortes de Aragón y Ayuntamiento de

Zaragoza - 1991.

- Los Médici en Biografías y vidas -

www.biografiasyvidas.com/

- Prólogo de R.J. Knecht - Catherine de Médici - 1998:

- Jean Plaidy - La Reina Jezabel - 2006

- Jesús Sánchez Adalid - La tierra sin mal - 2003

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BIOGRAFÍA DEL AUTOR

Nombre: Carlos Guillermo Basáñez Delfante

País de origen: República Oriental del Uruguay

Fecha de nacimiento: 10 de Febrero de 1949

Ciudad: Montevideo

Nivel educacional: Cursó primer nivel escolar y

secundario en el Instituto Sagrado

Corazón.

Efectuó preparatorio de Notariado en

el Instituto Nocturno de Montevideo

y dio inicio a estudios universitarios

en la Facultad de Derecho en

Uruguay.

Participó de diversos cursos técnicos

y seminarios en Argentina, Brasil,

México y Estados Unidos.

Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico

& Cia, donde se retiró como

Vicepresidente de Ventas y

Distribución, y posteriormente, 15

años en su propia empresa. Realizó

para Pepsico consultoría de

mercadeo y planificación en los

mercados de México, Canadá,

República Checa y Polonia.

Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil,

donde vivió en las ciudades de Río

de Janeiro, Recife y São Paulo.

Actualmente mantiene residencia

fija en Porto Alegre (Brasil) y

ocasionalmente permanece algunos

meses al año en Buenos Aires (Rep.

Argentina) y en Montevideo

(Uruguay).

Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de

Operaciones” en 4 volúmenes en

1983, el “Manual de Entrenamiento

para Vendedores” en 1984,

confeccionó el “Guía Práctico para

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Gerentes” en 3 volúmenes en el año

1989. Concibió el “Guía

Sistematizado para Administración

Gerencial” en 1997 y “El Arte de

Vender con Éxito” en 2006. Obras

concebidas en portugués y para uso

interno de la empresa y sus

asociados.

Obras en Español: Principios Básicos del Arte de

Vender – 2007

Poemas del Pensamiento – 2007

Cuentos del Cotidiano – 2007

La Tía Cora y otros Cuentos – 2008

Anécdotas de la Vida – 2008

La Vida Como Ella Es – 2008

Flashes Mundanos – 2008

Nimiedades Insólitas – 2009

Crónicas del Blog – 2009

Corazones en Conflicto – 2009

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. II – 2009

Con un Poco de Humor - 2009

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. III – 2009

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. IV – 2009

Humor… una expresión de regocijo

- 2010

Risa… Un Remedio Infalible – 2010

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. V – 2010

Fobias Entre Delirios – 2010

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. VI – 2010

Aguardando el Doctor Garrido –

2010

El Velorio de Nicanor – 2010

La Verdadera Historia de Pulgarcito

- 2010

Misterios en Piedras Verdes - 2010

Page 357: El Viaje Hacia el Real de San Felipe

El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 357

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. VII – 2010

Una Flor Blanca en el Cardal - 2011

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. VIII – 2011

¿Es Posible Ejercer un Buen

Liderazgo? - 2011

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. IX – 2011

Los Cuentos de Neiva, la Peluquera

- 2012

El Viaje Hacia el Real de San Felipe

- 2012

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. X – 2012

Logogrifos en el vagón del The

Ghan - 2012

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. XI – 2012

El Sagaz Teniente Alférez José

Cavalheiro Leite - 2012

El Maldito Tesoro de la Fragata -

2013

Carretas del Espectro - 2013

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