el regreso al viejo barrio

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CRITERIOS EL DÍA, Tenerife, domingo, 16 de febrero de 1986 Cuento del domingo Las dudas de un juez J USTO era don Justo En- trambasaguas, el juez. Como su nombre pare- cía indicar, Justo era el nombre y justo era él también, en sus juicios y en sus senten cias. Bien aquilatadas las cau- sas y bien estudiados los ante- cedentes por él y por sus pasan- tes, nunca daba un juicio, nun- ca daba una sentencia el juez sin que estuviera plenamente convencido de la culpabilidad del acusado. Y así las cosas estaban cuan- do don Justo, como todo el mundo se muere, se murió. Y subió al Cielo, porque era un buen hombre: justo en sus sen- tencias y justo en su vida. Una vida cabal y entera, una vida de buena persona. Subió al Cie- lo y así fue acogido como lo que era y como lo que había sido en la vida. Pero don justo, al llegar a la otra vida, empezó a sentir re- mordimientos, empezó a sentir dudas. ¿Habría sido justo en to- das sus sentencias? ¿Habría si- do el efecto buscado en ellas el que él deseaba: el castigo del culpable, con las menos penas posibles para sus familiares, a los que pudo haber hecho algún daño? Esa había sido su duda, cada vez que dictaba una sen- tencia: no pensaba en el sen- tenciado, sino en sus familia- res, eri lo que quedara detrás cuando él se fuera a la otra vi- da o se fuera a presidio, según los casos y delitos cometidos. Y así las dudas que alborota- ban su mente llegaron a conoci- miento de Dios, que Dios está en todo y por consiguiente tam- bién en los pensamientos de los que tiene a su lado y Dios deci- dió entonces, en bien de don Justo, devolverlo a la Tierra. Que fuera una temporada a ella para que pudiera comprobar el efecto y las consecuencias de las sentencias que había dicta- do. Bajó don Justo a la Tierra, y se encontró, de pronto, cuando menos lo esperaba, en la casa en que seguían viviendo sus fa- miliares. En su despacho, ro- deado de todos sus papeles y de todos sus documentos y empe- a recorrer las casas de aque- llas personas que había conde- nado y sobre las que tenía al- gún temor de haber hecho daño a sus familiares. Entre los ca- sos primeros que recordaba, uno de ellos era el de un hom- bre, un asesino, pero un mal asesino. Un hombre que había asesinado a mansalva, con to- dos los agravantes y todas las circunstancias peores, a una anciana para robarla y que él, como consecuencia de los ante- cedentes que tenía y de las Juegos de la infancia La cuna H OY escribo con la sana intención de ejercitar a nuestra imaginación con el recuerdo de uno de aquellos juegos que nos ayu- daron a hacer más placentero el paso de nuestro tiempo libre. Puede que hoy, por vez prime- ra, estemos bautizando a un juego, pues ocurre con muchos de nuestros juegos que la gente los ha practicado, de forma es- pontánea, sin ponrjrle nombre alguno que sirviera para identi- ficarlo. En el caso concreto de este juego he de decir que cuando yo lo practicaba decía: «Vamos a hacer el serrucho»; es decir, no emplonha en la cita la palabra jugar Y, ahora, esí que mi es- critura sea Jo ;>.* . jientemente esclarecedora para lograr que, a través de ella, ustedes se identifiquen con este juego. Di- go, en principio, que para la práctica del juego era indispen- sable el contar con un trozo de hilo o de cordón elástico, unido Adjudicada la construcción de la Escuela Agraria de Guía de Isora Santa Cruz de Tenerife.- El Gobierno de Canarias ha adju- dicado el contrato para las obras de construcción del edifi- cio que albergará la Escuela de Capacitación Agraria de Guía de ísora, en Tenerife, por un presupuesto de más de 106 mi- llones de pesetas. La Consejería de Agricultu- ra, Ganadería y Pesca del Eje- cutivo Autónomo ha adjudica- do, asimismo, el contrato para la obra de abancalado de la fin- ca sudoeste de Tenerife, tam- bién en Guía de Isora, por un importe que supera los 83 mi- llones de pesetas. por sus extremos. Este juego podía, y puede, ser practicado por un solo jugador pero lo nor- mal es que los niños formasen parejas para jugar. . Estando en posesión del cor- dón elástico o del hilo corres- pondiente, la primera opera- ción consistía en pasarlo por el dorso de nuestras manos y se- parar éstas con la intención de que el hilo quedase tenso. A continuación aflojábamos el cordón tratando de conseguir que el mismo envolviese a cada una de ellas. Una vez que el hi- lo pasaba por el dorso y por la palma de la mano, los dedos buscaban paso entre el cordón Y la piel y tirando de una mane- ra conveniente se lograba obte- ner una tupida maraña de hi- los. Las operaciones que se suce- dían a continuación eran de las más variadas. Introduciendo nuestros dedos por aquellos hi- los entrecruzados lográbamos obtener, a veces con dificultad, la figura apetecida. De las múl- tiples figuras que se podían sa- car para mí la más representa- tivas eran: «la cuna» y «el se- rrucho». En el caso de «la cuna», es cierto que los enredados hilos nos hacían pensar que lo que teníamos delante de nuestros ojos era algo muy parecido a la camita en la que descabezamos nuestros primeros sueños. En el caso de «el serrucho» la figura en poco se parecía a la herra- mienta del mismo nombre, tan usada por los carpinteros. El nombre procedía, posiblemen- te, del movimiento que se le po- día imprimir si se tiraba conve- nientemente por los extremos de la misma. Este juego, por fortuna, no ha desaparecido. Se sigue prac- ticando preferentemente entre las niñas. Las niñas de nuestros días con mentes despiertas y con ágiles dedos construyen y destruyen las mismas figuras que antaño fueron imaginadas por nosotros. El paso de los años ha hecho cambiar a mu- chas personas, pero este intere- sante juego permanece fresco en las manos de las criaturas. Alberto Rodríguez Alvarez SE VENDE INMUEBLE CON 572 m 2 . SUPERFICIE SUSCEPTIBLE CONSTRUCCIÓN CINCO PLANTAS, SITIO CÉNTRICO, TRATO DIRECTO ABSTENERSE INTERMEDIARIOS INFORMACIÓN TLFNOS.: 91/2768919 MADRID pruebas que había, no tuvo más remedio que condenar a muerte —entonces existía toda- vía la pena de muerte— y el hombre fue ajusticiado. Don Justo, en vista de ello, se deci- dió a visitar a la viuda, que ha- bía quedado con cinco hijos. Ese había sido su gran remor- dimiento: pensar que al enviar a aquel hombre a la horca, de- jaba una viuda y cinco hijos de- trás. Llegó a la casa, y no en- contró la tiisteza que él espera- ba. Pero no; habían pasado ai gunos años. La viuda, que en los primeros tiempos había lu- chado lo indecible para salir adelante, al fin había podido colocarse en un trabajo con lo que podía subsistir, y luego ha- lló un buen hombre que, com- padecido de todas sus desgra- cias, se casó con ella y acogió a los cinco hijos y los trató como hijos propios. La casa era feliz. Aquella mujer había regenera- do su vida. Vivía con su nuevo marido, que era una buana persona, y sus cinco hijos. Y era feliz, completamente feliz. Un gran consuelo sintió don Justo con ello, y pensó que al fin y al cabo, no habían sido malas las consecuencias de sus sentencias. Y siguió recorrien- do casas. Halló a una mujer que había tenido una vida in- fernal con su esposo que la maltrataba, la insultaba, la tra- taba como una escoria. Ella no podía resistir aquello. ,y estaba a punto de buscar una solución, cuando el hombre cometió aquel delito y fue condenado por el juez a muchos años de presidio. Y aquella mujer se ha- bía encontrado sola, pero ali- viada. Aliviada de todos sus quebrantos y todas sus penas. Se había quitado la angustia de aquel vivir infame al lado de aquel hombre cruel. Había en- contrado, además, un amigo, un buen amigo que la trataba con cariño y con ternura y ella no echaba de menos al marido. Todo lo contrario, se encontra- ba liberada. Y era feliz, comple- tamente feliz también. Otra buena noticia que reci- bió don Justo y siguiós sus ave- riguaciones. Llegó hasta aquel hombre que había sido ladrdn toda su vida, que había robado a su jefe, que había faltado a todos sus deberes y que, por in- fame, por traidor, por ladrón, había sido condenado a algu- nos años de presidio. Y lo en- contró en prisión, cumpliendo su condena, con paciencia, con tranquiliad, convencido de to- das sus culpas. Había sido redi- mido por la sentencia, y rege- nerado por el buen trato recibi- do y las asistencias religiosas que había tenido. Era ya un hombre cabal, un hombre hon- rado, un hombre bueno en lo que cabe, a pesar de lo malo que había sido. Pasaba los últi- mos años de condena con tran- quilidad esperando la libertad que le devolviera a la vida de trabajo, honrado y feliz. También se quedó tranquilo don Justo y siguió comproban- do. Y encontró a aquel chico que había condenado, por ha- ber cumplido poco antes la mayoría de edad y lo había condenado a algunos años de cárcel. El chico se había rege- nerado también completamen- te y había recibido buenas lec- ciones y marchaba por buen camino en la vida. Y halló des- pués en la cárcel a una mucha- cha que en su juventud había sido asistenta en casa de unos ancianos y había robado y ha- bía sido condenada por él a al- gunos años de prisión. Y la chi- ca, en la cárcel, había conocido a un guardián, un vigilante que se había enamorado de ella. Y al cumplir su condena, de po- cos años relativamente, se ha- bían casado y era completa- mente feliz. Estaba regenera- da, se había regenerado con la boda con aquel hombre que ha- bia sido su guardián. Tranquilo ya por parte de to- dos aquellos casos, el juez deci- dió dejar sus investigaciones y convencido de que había obra- do bien y que sus sentencias no habían producido grandes ma- les, regresó al Cielo y allí Dios le recibió con los brazos abier- tos. Y le dijo: —¿Ves tú, Justo, como no has hecho nada mas que cumplir con tu deber? Y yo, ahora, te di- go que cuando la Justicia hu- mana falla o se equivoca, aquí está, para corregirla en cual- miifir momento, la Justicia HP Temas isleños El regreso al viejo barrio L ARGA, muy larga la es- tancia de Domingo Pi- neda Reyes en tierras argentinas. Después de 39 años en la nación hermana volvió a su antiguo barrio del Toscal y, acompañado por su esposa, de nuevo recorrió las calles —Santiago, San Francis- co, Saludo, San Martín, Señor de las Tribulaciones, etc.— que, con la de La Rosa, le traían evocaciones que le sacaban la niñez y pequenez a flor de al- ma. En las antiguas y buenas ca- lles del Toscal, Domingo volvió al alma blanca y fresca de la infancia, a cuando teníamos to- do el sol en los ojos, a cuando desde «la muralla» veíamos en las playas que ya no son la pu- reza de las olas de frescura y salmuera. Con Luis, otro amigo tose alero que también vivió en la buena tierra argentina —la de la risa rubia del trigo en las llanuras— Domingo retornó a las calles del buen y viejo Tos- cal, al barrio de nuestros años niños, al que tenía —y bien mantiene— toda la bondad del buen pan en la mesa. De aquellos años no vemos, apenas recordamos la precisión periódica del tiempo, pero sí el oleaje, el trueno marino que, como una conmoción, entraba en nuestras vidas. El tiempo ha pasado con días y noches y ha ido borrando mucho de lo que bien sumó un nudo más al hilo de la vida. Ahora, durante unos días —pocos, ciertamente— Do- mingo volvió a la ciudad, ya muy cambiada, de los años idos para siempre. Pero evocó, bien recordó, las playas —Ruiz, La Peñita, San Antonio y Los Me- lones— donde las olas mante- nían su canción y, muy cerca, nos hacían soñar trenes aque- llas locomotoras empenecha- das de humo y vapor que, con la piedra de la cantera de La Jurada, iban con lentitud hacia el Muelle Sur que crecía a im- pulsos de la grúa Titán. Domingo Pineda no encontró el antiguo «mirador» de la calle de la Marina, aquel que se abría sobre el diario regalo azul de toda la mar pintada de bar- cos. Allí, muchos hemos busca- do y encontrado en el corazón la eternidad del dulce pasado, pues —no lo dudemos— sólo lo que pasa queda para siempre. Lo eterno no es el porvenir; lo eterno es el pasado. Cuando las antiguas calles nos llegan con la muda voz de su silencio, evocamos la tierra sonora de El Blanco que, en- vuelta en aroma de algarrobe- ros, tenía y mantenía tranquili- dad en la ladera solitaria. El buen amigo de la infancia volvió al barrio que para él —para muchos— es todo un li- bro de nostalgias. Allí encontró antiguas y alegres sonrisas, pe- ro también terribles ausencias. Sin embargo bien recordó a to- AmeriCan arias dos los que, como él, temamos el corazón abierto e inquieto en la auténtica fiesta de todos. Con su esposa, Domingo Pi- neda Reyes ha vuelto a la bue na tierra argentina, a la que vio nacer a sus hijos y nietos. Se lleva en su corazón todo el ba- rrio de la generosa y noble bon- dad, el que en años que fueron era todo un camino de luz en el cielo y, ahora, todo un semille- ro de nostalgias. Allí, donde vivimos, somos y seguimos, el buen amigo sintió, hondo, el río de los años y, tam- bién honda, una dulzura en el corazón. Pero allá, en la ciudad de Ensenada, sonaban voces que —lejanas y entrañables— llegaban hasta Santa Cruz y, respondiendo a la llamada de los suyos, Domingo nos dejó. Pero lo hizo con la promesa de un próximo retorno para que, en El Toscal, sus hijos y nietos conozcan la sombra fresca y verde de los laureles de Indias, toda una vieja paz casera y dormida. En un claro amanecer como de lejana infancia, Pineda y su esposa regresaron a la buena tierra argentina, desde donde —con una guitarra que canta y encanta— uno de sus hijos, buen intérprete, tocaba sus co- razones con una luz profunda. Juan A. Padrón Albornoz Relaciones folklóricas Ganarias-Uruguay im S ABIDO es que la apari- ción de la polca en los salones europeos se puede considerar como uno de los acontecimientos más memorables en la historia de la danza, especialmente debido a su veloz propaga- ción. Nacida en Bohemia al- rededor cíe 1830, su nom- bie, en opinión de la mayo- ría de los especialistas, deri- va de la palabra checa pul- ka r que significa mitad, en clara alusión al medio paso o sobrepaso que lleva el baile. Puede demostrarse que, tras el auge alcanzado por la polca en los salones euro- peos (Viena, 1839; París, 1840; Londres, 1844), el baile se extendió por Améri- ca con idéntica celeridad. Según Ayestarán, el 6 de no- viembre de 1845 se baila la primera polca en Montevi- deo, a cargo de Eloísa y Benjamín Quijano, que la in- terpretan en la Casa de Co- medias. Por lo que toca a Canarias, también las com- pañías teatrales fueron el más eficaz y prácticamente el único vehículo de difusión de los géneros musicales im- puestos por la moda euro- pea en el siglo XIX, como ya hemos dicho en otro lugar. La polca también tuvo la virtud de extenderse rápi- damente a los ambientes campesinos y rurales, como igualmente ocurrió con otros géneros musicales en ese siglo. El proceso de fol- klorización, de salón a cam- paña, tan bien estudiado por Carlos Vega, no tuvo en el caso de la polca esa asi- milación lenta y progresiva que caracterizó a otras dan- zas y cantos llegados de la vieja Europa. Ya en 1885, Francisco Bauza nos dice que «las hi- jas de los labradores bailan polcas y mazurcas como se danzan en los pueblos». En Canarias tuvo que ocurrir algo parecido, puesto que el género presentaba atracti- vos suficientes como para que fuese rápidamente aprehendido en las zonas rurales. No olvidemos eme :z-~ »-^:-4^».*fc:*r_i-*.-^i í r_~ ;ñfc2L-tor yw>^ r -1^«^*— 1"~~ f zJ%j? %**"^ : áF^ Partituras de polca canaria, recopiladas por Lauro Ayestarán abrazo cerrado con vueltas sobre la pierna derecha) en- trañaba uno de los primeros enlaces «totales» de la pare- ja, luego culminado en el tango con una mayor di- mensión sexual y erótica. En el caso de la polca, dentro del contexto de las relaciones canario-uru- guayas, sería intrascenden- te tratar de averiguar si el baile fue llevado a aquella república por nuestros isle- ños, cosa improbable, por- que ya hemos visto que es- tos géneros musicales del si- glo XIX seguían el camino marcado por las compañías teatrales, igual que hoy la difusión viene impuesta por la televisión o la radio, que se valen del disco o del ví- deo para realizar unas ins- tantáneas y generalizadas trascultur aciones. Sin embargo, sí es intere- sante señalar que los cana- rios residentes en Uruguay en el siglo XIX jugaron un papel decisivo en torno a la evolución y difusión de la polca agitadora y europea, como nos demuestra Lauro Ayestarán en su valioso «El folklore musical uruguayo» (Arca Editorial, Montevi- deo, 1979). Porque nadie, hasta el momento y que no- sotros sepamos, había dicho por estos predios que los ca- narios en Uruguay llegaron a crear un espécimen de polca urbana, que luego se exten dio por todo el país. Lauro Avestarán. üara dice: «El nombre de «Cana- ria» parece provenir de su auge inicial en el departa- mento de Canelones, pero en la actualidad la encon- tramos en cualquier punto de la República» (Página 55). El barrio de Canelones, como ya hemos dicho, ha si- do tradícionalmente el feu- do principal de los canarios, hasta el punto que todos sus habitantes son conocidos como canarios hayan o no nacido en las islas, tengan o no ascendencia isleña. Es una lástima que el ad- mirado folklorólogo uru- guayo, el más valioso y emi- nente que haya conocido es- te país, no reparase en una de las coplas de polca cana- ria a la hora de precisar hasta qué punto resultó de- cisiva la aportación de nuestros compatriotas al gé- nero musical. Porque si lo de Canelones resulta vago e impreciso, esta cuarteta oc- tosílaba que él recoge en la página 58 no deja lugar a dudas: El amor de los canarios no puede estar escondido porque siente olor a gofio y a la lengua es conocido. Por exigencias de espacio dejaremos para el próximo domingo el análisis de esta polca canaria, su valoración musical y otros detalles de interés que nos desvela Ayestarán en su estudio, tan revelador, valioso y emocio- nante para nosotros los ca-

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Artículo de Juan Antonio Padrón Albornoz, periódico El Día, sección "Temas isleños",1986/02/16

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Page 1: EL REGRESO AL VIEJO BARRIO

CRITERIOS EL DÍA, Tenerife, domingo, 16 de febrero de 1986

Cuento del domingo

Las dudas de un juezJUSTO era don Justo En-

trambasaguas, el juez.Como su nombre pare-cía indicar, Justo era el

nombre y justo era él también,en sus juicios y en sus sentencias. Bien aquilatadas las cau-sas y bien estudiados los ante-cedentes por él y por sus pasan-tes, nunca daba un juicio, nun-ca daba una sentencia el juezsin que estuviera plenamenteconvencido de la culpabilidaddel acusado.

Y así las cosas estaban cuan-do don Justo, como todo elmundo se muere, se murió. Ysubió al Cielo, porque era unbuen hombre: justo en sus sen-tencias y justo en su vida. Unavida cabal y entera, una vidade buena persona. Subió al Cie-lo y así fue acogido como lo queera y como lo que había sido enla vida.

Pero don justo, al llegar a laotra vida, empezó a sentir re-mordimientos, empezó a sentirdudas. ¿Habría sido justo en to-das sus sentencias? ¿Habría si-do el efecto buscado en ellas elque él deseaba: el castigo delculpable, con las menos penasposibles para sus familiares, alos que pudo haber hecho algúndaño? Esa había sido su duda,cada vez que dictaba una sen-tencia: no pensaba en el sen-tenciado, sino en sus familia-

res, eri lo que quedara detráscuando él se fuera a la otra vi-da o se fuera a presidio, segúnlos casos y delitos cometidos.

Y así las dudas que alborota-ban su mente llegaron a conoci-miento de Dios, que Dios estáen todo y por consiguiente tam-bién en los pensamientos de losque tiene a su lado y Dios deci-dió entonces, en bien de donJusto, devolverlo a la Tierra.Que fuera una temporada a ellapara que pudiera comprobar elefecto y las consecuencias delas sentencias que había dicta-do.

Bajó don Justo a la Tierra, yse encontró, de pronto, cuandomenos lo esperaba, en la casaen que seguían viviendo sus fa-miliares. En su despacho, ro-deado de todos sus papeles y detodos sus documentos y empe-zó a recorrer las casas de aque-llas personas que había conde-nado y sobre las que tenía al-gún temor de haber hecho dañoa sus familiares. Entre los ca-sos primeros que recordaba,uno de ellos era el de un hom-bre, un asesino, pero un malasesino. Un hombre que habíaasesinado a mansalva, con to-dos los agravantes y todas lascircunstancias peores, a unaanciana para robarla y que él,como consecuencia de los ante-cedentes que tenía y de las

Juegos de la infancia

La cunaH OY escribo con la sana

intención de ejercitara nuestra imaginacióncon el recuerdo de uno

de aquellos juegos que nos ayu-daron a hacer más placenteroel paso de nuestro tiempo libre.Puede que hoy, por vez prime-ra, estemos bautizando a unjuego, pues ocurre con muchosde nuestros juegos que la gentelos ha practicado, de forma es-pontánea, sin ponrjrle nombrealguno que sirviera para identi-ficarlo. En el caso concreto deeste juego he de decir quecuando yo lo practicaba decía:«Vamos a hacer el serrucho»; esdecir, no emplonha en la cita lapalabra jugar

Y, ahora, esí que mi es-critura sea Jo ;>.* . jientementeesclarecedora para lograr que,a través de ella, ustedes seidentifiquen con este juego. Di-go, en principio, que para lapráctica del juego era indispen-sable el contar con un trozo dehilo o de cordón elástico, unido

Adjudicada laconstrucción

de la Escuela

Agraria deGuía de IsoraSanta Cruz de Tenerife.- El

Gobierno de Canarias ha adju-dicado el contrato para lasobras de construcción del edifi-cio que albergará la Escuela deCapacitación Agraria de Guíade ísora, en Tenerife, por unpresupuesto de más de 106 mi-llones de pesetas.

La Consejería de Agricultu-ra, Ganadería y Pesca del Eje-cutivo Autónomo ha adjudica-do, asimismo, el contrato parala obra de abancalado de la fin-ca sudoeste de Tenerife, tam-bién en Guía de Isora, por unimporte que supera los 83 mi-llones de pesetas.

por sus extremos. Este juegopodía, y puede, ser practicadopor un solo jugador pero lo nor-mal es que los niños formasenparejas para jugar. .

Estando en posesión del cor-dón elástico o del hilo corres-pondiente, la primera opera-ción consistía en pasarlo por eldorso de nuestras manos y se-parar éstas con la intención deque el hilo quedase tenso. Acontinuación aflojábamos elcordón tratando de conseguirque el mismo envolviese a cadauna de ellas. Una vez que el hi-lo pasaba por el dorso y por lapalma de la mano, los dedosbuscaban paso entre el cordónY la piel y tirando de una mane-ra conveniente se lograba obte-ner una tupida maraña de hi-los.

Las operaciones que se suce-dían a continuación eran de lasmás variadas. Introduciendonuestros dedos por aquellos hi-los entrecruzados lográbamosobtener, a veces con dificultad,la figura apetecida. De las múl-tiples figuras que se podían sa-car para mí la más representa-tivas eran: «la cuna» y «el se-rrucho».

En el caso de «la cuna», escierto que los enredados hilosnos hacían pensar que lo queteníamos delante de nuestrosojos era algo muy parecido a lacamita en la que descabezamosnuestros primeros sueños. En elcaso de «el serrucho» la figuraen poco se parecía a la herra-mienta del mismo nombre, tanusada por los carpinteros. Elnombre procedía, posiblemen-te, del movimiento que se le po-día imprimir si se tiraba conve-nientemente por los extremosde la misma.

Este juego, por fortuna, noha desaparecido. Se sigue prac-ticando preferentemente entrelas niñas. Las niñas de nuestrosdías con mentes despiertas ycon ágiles dedos construyen ydestruyen las mismas figurasque antaño fueron imaginadaspor nosotros. El paso de losaños ha hecho cambiar a mu-chas personas, pero este intere-sante juego permanece frescoen las manos de las criaturas.

Alberto Rodríguez Alvarez

SE VENDEINMUEBLE CON 572 m2. SUPERFICIE

SUSCEPTIBLE CONSTRUCCIÓN CINCOPLANTAS, SITIO CÉNTRICO, TRATO DIRECTO

ABSTENERSE INTERMEDIARIOS

INFORMACIÓN TLFNOS.: 91/2768919 MADRID

pruebas que había, no tuvomás remedio que condenar amuerte —entonces existía toda-vía la pena de muerte— y elhombre fue ajusticiado. DonJusto, en vista de ello, se deci-dió a visitar a la viuda, que ha-bía quedado con cinco hijos.Ese había sido su gran remor-dimiento: pensar que al enviara aquel hombre a la horca, de-jaba una viuda y cinco hijos de-trás. Llegó a la casa, y no en-contró la tiisteza que él espera-ba. Pero no; habían pasado aigunos años. La viuda, que enlos primeros tiempos había lu-chado lo indecible para saliradelante, al fin había podidocolocarse en un trabajo con loque podía subsistir, y luego ha-lló un buen hombre que, com-padecido de todas sus desgra-cias, se casó con ella y acogió alos cinco hijos y los trató comohijos propios. La casa era feliz.Aquella mujer había regenera-do su vida. Vivía con su nuevomarido, que era una buanapersona, y sus cinco hijos. Y erafeliz, completamente feliz.

Un gran consuelo sintió donJusto con ello, y pensó que alfin y al cabo, no habían sidomalas las consecuencias de sussentencias. Y siguió recorrien-do casas. Halló a una mujerque había tenido una vida in-fernal con su esposo que lamaltrataba, la insultaba, la tra-taba como una escoria. Ella nopodía resistir aquello. ,y estaba apunto de buscar una solución,cuando el hombre cometióaquel delito y fue condenadopor el juez a muchos años depresidio. Y aquella mujer se ha-bía encontrado sola, pero ali-viada. Aliviada de todos susquebrantos y todas sus penas.Se había quitado la angustia deaquel vivir infame al lado deaquel hombre cruel. Había en-contrado, además, un amigo,un buen amigo que la tratabacon cariño y con ternura y ellano echaba de menos al marido.Todo lo contrario, se encontra-ba liberada. Y era feliz, comple-tamente feliz también.

Otra buena noticia que reci-bió don Justo y siguiós sus ave-riguaciones. Llegó hasta aquelhombre que había sido ladrdntoda su vida, que había robadoa su jefe, que había faltado atodos sus deberes y que, por in-fame, por traidor, por ladrón,había sido condenado a algu-nos años de presidio. Y lo en-contró en prisión, cumpliendosu condena, con paciencia, contranquiliad, convencido de to-das sus culpas. Había sido redi-mido por la sentencia, y rege-nerado por el buen trato recibi-do y las asistencias religiosasque había tenido. Era ya unhombre cabal, un hombre hon-rado, un hombre bueno en loque cabe, a pesar de lo maloque había sido. Pasaba los últi-mos años de condena con tran-quilidad esperando la libertadque le devolviera a la vida detrabajo, honrado y feliz.

También se quedó tranquilodon Justo y siguió comproban-do. Y encontró a aquel chicoque había condenado, por ha-ber cumplido poco antes lamayoría de edad y lo habíacondenado a algunos años decárcel. El chico se había rege-nerado también completamen-te y había recibido buenas lec-ciones y marchaba por buencamino en la vida. Y halló des-pués en la cárcel a una mucha-cha que en su juventud habíasido asistenta en casa de unosancianos y había robado y ha-bía sido condenada por él a al-gunos años de prisión. Y la chi-ca, en la cárcel, había conocidoa un guardián, un vigilante quese había enamorado de ella. Yal cumplir su condena, de po-cos años relativamente, se ha-bían casado y era completa-mente feliz. Estaba regenera-da, se había regenerado con laboda con aquel hombre que ha-bia sido su guardián.

Tranquilo ya por parte de to-dos aquellos casos, el juez deci-dió dejar sus investigaciones yconvencido de que había obra-do bien y que sus sentencias nohabían producido grandes ma-les, regresó al Cielo y allí Diosle recibió con los brazos abier-tos. Y le dijo:

—¿Ves tú, Justo, como no hashecho nada mas que cumplircon tu deber? Y yo, ahora, te di-go que cuando la Justicia hu-mana falla o se equivoca, aquíestá, para corregirla en cual-miifir momento, la Justicia HP

Temas isleños

El regreso al viejo barrioLARGA, muy larga la es-

tancia de Domingo Pi-neda Reyes en tierrasargentinas. Después de

39 años en la nación hermanavolvió a su antiguo barrio delToscal y, acompañado por suesposa, de nuevo recorrió lascalles —Santiago, San Francis-co, Saludo, San Martín, Señorde las Tribulaciones, etc.— que,con la de La Rosa, le traíanevocaciones que le sacaban laniñez y pequenez a flor de al-ma.

En las antiguas y buenas ca-lles del Toscal, Domingo volvióal alma blanca y fresca de lainfancia, a cuando teníamos to-do el sol en los ojos, a cuandodesde «la muralla» veíamos enlas playas que ya no son la pu-reza de las olas de frescura ysalmuera. Con Luis, otro amigotose alero que también vivió enla buena tierra argentina —lade la risa rubia del trigo en lasllanuras— Domingo retornó alas calles del buen y viejo Tos-cal, al barrio de nuestros añosniños, al que tenía —y bienmantiene— toda la bondad delbuen pan en la mesa.

De aquellos años no vemos,apenas recordamos la precisiónperiódica del tiempo, pero sí eloleaje, el trueno marino que,como una conmoción, entrabaen nuestras vidas. El tiempo hapasado con días y noches y haido borrando mucho de lo quebien sumó un nudo más al hilo

de la vida. Ahora, durante unosdías —pocos, ciertamente— Do-mingo volvió a la ciudad, yamuy cambiada, de los años idospara siempre. Pero evocó, bienrecordó, las playas —Ruiz, LaPeñita, San Antonio y Los Me-lones— donde las olas mante-nían su canción y, muy cerca,nos hacían soñar trenes aque-llas locomotoras empenecha-das de humo y vapor que, conla piedra de la cantera de LaJurada, iban con lentitud haciael Muelle Sur que crecía a im-pulsos de la grúa Titán.

Domingo Pineda no encontróel antiguo «mirador» de la callede la Marina, aquel que seabría sobre el diario regalo azulde toda la mar pintada de bar-cos. Allí, muchos hemos busca-do y encontrado en el corazónla eternidad del dulce pasado,pues —no lo dudemos— sólo loque pasa queda para siempre.Lo eterno no es el porvenir; loeterno es el pasado.

Cuando las antiguas callesnos llegan con la muda voz desu silencio, evocamos la tierrasonora de El Blanco que, en-vuelta en aroma de algarrobe-ros, tenía y mantenía tranquili-dad en la ladera solitaria.

El buen amigo de la infanciavolvió al barrio que para él—para muchos— es todo un li-bro de nostalgias. Allí encontróantiguas y alegres sonrisas, pe-ro también terribles ausencias.Sin embargo bien recordó a to-

AmeriCan arias

dos los que, como él, temamosel corazón abierto e inquieto enla auténtica fiesta de todos.

Con su esposa, Domingo Pi-neda Reyes ha vuelto a la buena tierra argentina, a la que vionacer a sus hijos y nietos. Selleva en su corazón todo el ba-rrio de la generosa y noble bon-dad, el que en años que fueronera todo un camino de luz en elcielo y, ahora, todo un semille-ro de nostalgias.

Allí, donde vivimos, somos yseguimos, el buen amigo sintió,hondo, el río de los años y, tam-bién honda, una dulzura en elcorazón. Pero allá, en la ciudadde Ensenada, sonaban vocesque —lejanas y entrañables—llegaban hasta Santa Cruz y,respondiendo a la llamada delos suyos, Domingo nos dejó.Pero lo hizo con la promesa deun próximo retorno para que,en El Toscal, sus hijos y nietosconozcan la sombra fresca yverde de los laureles de Indias,toda una vieja paz casera ydormida.

En un claro amanecer comode lejana infancia, Pineda y suesposa regresaron a la buenatierra argentina, desde donde—con una guitarra que canta yencanta— uno de sus hijos,buen intérprete, tocaba sus co-razones con una luz profunda.• Juan A. Padrón

Albornoz

Relaciones folklóricasGanarias-Uruguay im

SABIDO es que la apari-ción de la polca en lossalones europeos se

puede considerar como unode los acontecimientos másmemorables en la historiade la danza, especialmentedebido a su veloz propaga-ción. Nacida en Bohemia al-rededor cíe 1830, su nom-bie, en opinión de la mayo-ría de los especialistas, deri-va de la palabra checa pul-kar que significa mitad, enclara alusión al medio pasoo sobrepaso que lleva elbaile.

Puede demostrarse que,tras el auge alcanzado porla polca en los salones euro-peos (Viena, 1839; París,1840; Londres, 1844), elbaile se extendió por Améri-ca con idéntica celeridad.Según Ayestarán, el 6 de no-viembre de 1845 se baila laprimera polca en Montevi-deo, a cargo de Eloísa yBenjamín Quijano, que la in-terpretan en la Casa de Co-medias. Por lo que toca aCanarias, también las com-pañías teatrales fueron elmás eficaz y prácticamenteel único vehículo de difusiónde los géneros musicales im-puestos por la moda euro-pea en el siglo XIX, como yahemos dicho en otro lugar.

La polca también tuvo lavirtud de extenderse rápi-damente a los ambientescampesinos y rurales, comoigualmente ocurrió conotros géneros musicales enese siglo. El proceso de fol-klorización, de salón a cam-paña, tan bien estudiadopor Carlos Vega, no tuvo enel caso de la polca esa asi-milación lenta y progresivaque caracterizó a otras dan-zas y cantos llegados de lavieja Europa.

Ya en 1885, FranciscoBauza nos dice que «las hi-jas de los labradores bailanpolcas y mazurcas como sedanzan en los pueblos». EnCanarias tuvo que ocurriralgo parecido, puesto que elgénero presentaba atracti-vos suficientes como paraque fuese rápidamenteaprehendido en las zonasrurales. No olvidemos eme

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Partituras de polca canaria, recopiladas por Lauro Ayestarán

abrazo cerrado con vueltassobre la pierna derecha) en-trañaba uno de los primerosenlaces «totales» de la pare-ja, luego culminado en eltango con una mayor di-mensión sexual y erótica.

En el caso de la polca,dentro del contexto de lasrelaciones canar io-uru-guayas, sería intrascenden-te tratar de averiguar si elbaile fue llevado a aquellarepública por nuestros isle-ños, cosa improbable, por-que ya hemos visto que es-tos géneros musicales del si-glo XIX seguían el caminomarcado por las compañíasteatrales, igual que hoy ladifusión viene impuesta porla televisión o la radio, quese valen del disco o del ví-deo para realizar unas ins-tantáneas y generalizadastrascultur aciones.

Sin embargo, sí es intere-sante señalar que los cana-rios residentes en Uruguayen el siglo XIX jugaron unpapel decisivo en torno a laevolución y difusión de lapolca agitadora y europea,como nos demuestra LauroAyestarán en su valioso «Elfolklore musical uruguayo»(Arca Editorial, Montevi-deo, 1979). Porque nadie,hasta el momento y que no-sotros sepamos, había dichopor estos predios que los ca-narios en Uruguay llegarona crear un espécimen depolca urbana, que luego seexten dio por todo el país.

Lauro Avestarán. üara

dice: «El nombre de «Cana-ria» parece provenir de suauge inicial en el departa-mento de Canelones, peroen la actualidad la encon-tramos en cualquier puntode la República» (Página55). El barrio de Canelones,como ya hemos dicho, ha si-do tradícionalmente el feu-do principal de los canarios,hasta el punto que todos sushabitantes son conocidoscomo canarios hayan o nonacido en las islas, tengan ono ascendencia isleña.

Es una lástima que el ad-mirado folklorólogo uru-guayo, el más valioso y emi-nente que haya conocido es-te país, no reparase en unade las coplas de polca cana-ria a la hora de precisarhasta qué punto resultó de-cisiva la aportación denuestros compatriotas al gé-nero musical. Porque si lode Canelones resulta vago eimpreciso, esta cuarteta oc-tosílaba que él recoge en lapágina 58 no deja lugar adudas:El amor de los canariosno puede estar escondidoporque siente olor a gofioy a la lengua es conocido.

Por exigencias de espaciodejaremos para el próximodomingo el análisis de estapolca canaria, su valoraciónmusical y otros detalles deinterés que nos desvelaAyestarán en su estudio, tanrevelador, valioso y emocio-nante para nosotros los ca-